Y En La Transicion Murio Un Politifco Honrado Como
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Y EN LA TRANSICION MURIO UN POLITICO HONRADO COMO ALFONSO BARRANTES Por: Abelardo Sánchez León En el enrarecido ambiente de los años ochenta, la figura del socialista, izquierdista, mariateguista e incluso comunista, si así lo prefiere, de Alfonso Barrantes Lingán, fue la de un hombre moderado, tranquilo, incluso quieto. Bajo de estatura, de hablar pausado, de modales finos, formal en todos los aspectos de la vida, dueño de un humor humano, Alfonso Barrantes fue el hombre de la concertación, del consenso, del tender puentes, de la unión. No en relación a todo el espectro social, sino en primer lugar, entre aquéllos que constituían lo que se llamaba, generosamente, el mundo progresista. Cierto es que la izquierda se apropió de esa actitud o posición, descalificando a otras tendencias socio políticas que, sin embargo, con el correr de los años se han sentido dueñas de la idea del progreso, sobre todo por las políticas liberales del mercado, la globalización, el éxito, el desaforado ascenso social de una nueva clase política. No estoy seguro de que Alfonso Barrantes haya gozado del reconocimiento de los dirigentes políticos de izquierda. A la distancia, en todo caso, no se percibe de ese modo. Barrantes era, curiosamente, el único líder de la izquierda que gozaba de la simpatía de todos los peruanos; es decir, de la ciudadanía, incluso de aquéllos que no estaban al interior de la izquierda. Porque había la sensación de que con Barrantes se podía conversar, que uno se podía poner de acuerdo, que escuchaba y que actuaba bajo criterios prácticos. O quizá porque Barrantes - hablo de los años ochenta - era el único líder de la izquierda que iba a las recepciones diplomáticas (era sibarita, cierto) y mantenía una amistad con los representantes de otras tiendas políticas. No dudo del cariño que le tenían Alan García, Armando Villanueva del Campo, Luis Bedoya Reyes, Fernando Belaunde Terry o Alfonso Grados Bertorini. Dudo, más bien, que sus congéneres de la izquierda, o una parte de ellos, le tuvieran amistad, afecto o respeto. Prima la visión - siempre a la distancia - de que Barrantes, siendo un líder «natural», no era un líder ideológico en una izquierda fundamentalmente ideológica. Barrantes era una figura nacional, de las multitudes, a las cuales podía dirigirse, y hablarles y educarlas, ya que tenía un gran ascendiente en lo que se llamaba, por aquellos años, las organizaciones populares. La relación de Alfonso Barrantes con el pueblo era de afecto, no ideológica. En un momento en que todo era ideología, programas, planes de gobierno o revoluciones, toma de posición, línea, la actitud cariñosa y bonachona de Barrantes era, llanamente, mirada por sobre el hombro por los otros líderes. Barrantes, a sus ojos, no era otra cosa que un político tradicional, mañoso, amarrador, intrigante, indeciso, dubitativo, provinciano, incapacitado para tomar posición o partido por la causa revolucionaria que el pueblo del Perú necesitaba y necesita. ¿ O no ? ¿ O me equivoco ? El gobierno dictatorial de Alberto Fujimori, sobre todo a partir del autogolpe de 1992, de las elecciones presidenciales de 1995 y de la candidatura para una tercera reelección en 1999, convirtió a todas las fuerzas opositoras en democráticas y libertarias, y las colocó bajo los estándares de los derechos humanos que propulsaban los Estados Unidos como política regional en esa década. Y todos - o los que quedaban en actividad en las filas de la izquierda - se identificaron entre sí en un mundo donde también tenía sitio Alfonso Barrantes. Es decir, ese hombre entero que no gritaba cuando hablaba de revolución, cuando se ubicaba en la izquierda, cuando proponía un cambio social radical o, simplemente, cuando gustaba del Perú. Porque Barrantes, no lo debemos olvidar, se hizo a sí mismo como político en los años cincuenta; y como tantas prominentes figuras de su generación gustaba de la literatura. Barrantes fue amigo de los poetas y no les exigía clasificarse en los dogmáticos casilleros de «sociales» o «puros». Hace poco, ayer para ser más exactos, escuché el siguiente comentario de un hombre de izquierda: «si comparamos a Barrantes con políticos de la calaña de Montesinos, queda como un súper buena gente, un caballero, sin duda.» No sé qué de intríngulis y de mañoserías y de mezquindades deben haber existido al interior de la Izquierda Unida para que Barrantes proyecte aún la imagen de un político hecho para las pequeñas minucias. Para el sentido común del gran pueblo, sin embargo, para la sabiduría popular, Barrantes era indiscutiblemente un político honesto, sincero, sencillo, rodeado de amigos, galante con las mujeres y reconocido en el ámbito internacional. Barrantes fue y es la figura más representativa de la izquierda peruana. 2 Su modo de ser, aquello que se reconoce como el estilo y define a los hombres, ha hecho que se le reconozca como un demócrata. Barrantes es entendido por tirios y troyanos como un demócrata. Ha muerto como tal y se le reconoce así. Y no solamente porque su muerte haya coincidido con el desplome del régimen fujimorista y los inicios balbuceantes de un periodo de transición. Barrantes es visto como un demócrata porque esa fue su conducta política a lo largo de su trayectoria, en el momento crucial de la campaña municipal, como alcalde de Lima y como candidato presidencial. Es probable que Alfonso Barrantes Lingán no haya deseado realmente ser Presidente del Perú. En un momento su candidatura tuvo un gran respaldo popular y la Izquierda alcanzó casi un 25% del electorado. Tiempos memorables aquéllos; grandes momentos. Pero tengo la impresión de que Barrantes era consciente de la incapacidad de la Izquierda Unida para gobernar el país, tanto en 1985 como en 1990. Es verdad: no hubiera sabido cómo reprimir a Sendero Luminoso, cómo reducir la hiper inflación, cómo negociar con las entidades financieras multilaterales o ir en contra de la vigorosa corriente liberal propugnada por el Banco Mundial y el FMI. El principal mérito de Alfonso Barrantes fue el de haber sido el factor de unidad en la constitución de Izquierda Unida que puso a ese movimiento popular de los setenta como una de las fuerzas más importantes en la región. Su fragmentación posterior es una responsabilidad compartida. 3 .