Untitled), “Rock and Roll”
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EL ASTRONAUTA TERRESTRE F. J. Koloffon EL ASTRONAUTA TERRESTRE F. J. Koloffon DISEÑO Daniela Rocha FORMACIÓN Susana Guzmán de Blas EDITOR RESPONSABLE F. J. Koloffon CORRECCIÓN Carla Hermida Chavarría Rocío Eche varría Con la colaboración escrita de: María Eugenia Arredondo Sentíes Alexandra Borbolla Compeán 1ª edición, 2005 2ª edición, 2016 Edición independiente. D. R. Francisco José Koloffon, 2005 ISBN: 970-94236-0-6 9709423606 Impreso en México • Printed in Mexico Todos los derechos reservados. Esta publicación no puede ser reproducida, ni en todo ni en parte, ni registrada en o transmitida por un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro, sin el permiso escrito previo del autor. …AND SOMETIMES IS SEEN A STRANGE SPOT IN THE SKY A HUMAN BEING THAT WAS GIVEN TO FLY…1 1 Pearl Jam, Yield, “Given to Fly”. El principio el astronauta terestre Es un amor secreto el que me hace levantar y querer vivir. Pocas cosas definidas en la vida tengo. ¿Alguna? Ignoro y no deseo saber a qué trabajo dedicaré el resto de mis días. Des conozco si viviré donde vivo o si me iré lejos. O si permaneceré tal cual o si cambiará mi vida con los días, con el transcurrir del ca lendario. Pero es un amor secreto el que me mantiene fiel y con el que deseo permanecer el resto de mi existencia. Aquí, allá o en don- de sea. Es un amor secreto el que me da ilusiones y sonrisas. Me vacía y me llena. Es un amor secreto en quien pienso, por quien actúo, con quien sueño y por quien vivo. Un amor capaz de emocionar - me. Un amor que me altera los nervios al verla o saberla cerca. Un amor que inquieta. Un amor muy mío que me da vida. Un amor secreto. Un amor tan grande y rotundo que un día se dará cuenta. Juntos habremos de vivir. Que Dios me oiga. Es un amor secreto a través del cual me infiltro en sus sue ños. Despierta, me recuerda y luego piensa. En mí. Es mi sueño. Es un amor secreto el que me ha llevado lejos, el que me ha alejado y me ha hecho viejo. Es un amor secreto que me dota de conciencia, un amor que por las noches me recuerda que hay que mirar a las estrellas. Es un amor secreto el que me saca de la Tierra y me acuesta en la Luna. Es mi amor secreto el atardecer en que la espero, la mañana y las veinticuatro horas. Es mi amor secreto su armonía, su paz y su melancolía. Es mi amor secreto por quien riesgos corro. Por quien río y por quien lloro. Por quién si no. 7 Es mi amor secreto la melodía en que la entono. Es mi amor secreto por quien leyes rompo y reglas extorsiono. Es mi amor se - creto por quien creo en las excepciones, por quien pierdo relacio - nes y por quien la vida doy. Y es que mi amor secreto me mantiene vivo. Despierto. Yo únicamente le correspondo. Es un amor se - creto doble. Es la música y es ella. el astronauta terestre 8 Somewhere over the rainbow, way up high, there’s a land that I heard of once in a lullaby. Somewhere over the rainbow skies are blue, and the dreams that you dare to dream, really do come true. Some day I’ll wish upon a star and wake up where the clouds are far behind me, where troubles melt like lemondrops, away above the chimney tops, that’s where you’ll find me…2 2 Ray Charles (Harold Arlen), Ray Charles Sings for America, “Over the Rainbow”. A las ojeras que dan sustento a mis ojos. A las madrugadas que me han soportado y a la persona que en ellas me ha acompañado. A la inspiración y a quienes me inspiraron. A mi familia y a los seres amados. A las almas gemelas. A L. A. A mí. Adiós. I Laika el astronauta terestre Todo comienza con el primer recuerdo que tengo de mi vida, porque de lo anterior no me acuerdo. Lo que dicen pudo o no ser. Para mí todo inició aquí: —¡Ay, niño, caramba! ¡Ya tiraste otra vez la sopa en el mantel! ¡Y se está escurriendo en la alfombra! ¡Niño mañoso! —no paraba de decirme mi madre. De niño era, como ella decía, un niño mañoso. Me chocaba comer. Toda la diversión del día siempre se interrumpía y arrui - naba en horarios de comida. —¿¡Y qué es eso que tiene el pan adentro!? ¿¡Lansbury, por qué escondes la comida adentro del bolillo!? ¿¡Qué no sabes que hay niños que no tienen qué comer y se mueren de hambre!? ¡Y tú desperdiciando la comida, Lansbury! No es jus to, fíjate… ...¿¡Pero y qué es esto!? ¿¡Qué hacen tantas hormigas en mi maceta de centro de mesa!? ¡Lansbury! ¿¡Quién escondió un pedazo de carne en la macetita!? ¿¡Cuánto lleva ahí!? ¡Qué maño- so! ¡Se van a hacer cucarachas! ¡No puede ser! Y así eran casi todos los días. Los escondites de alimentos y bolos alimenticios no tenían capacidad para almacenar más conte - nido. Eran las bolsas de los pantalones las siguientes en ayudarme a salir del apuro, y es que comer, la rutina de la alimentación, me era intolerable. Ése es el recuerdo más antiguo de mi vida. No es de gran im - portancia, pero es lo primero que recuerdo, lo primero que me llega a la mente cuando quiero recordar mi niñez. 13 Me llamo y me llaman Lansbury. Nací hace poco más de vein - tiocho años. Además de mi fobia infantil alimenticia, recuerdo tam bién mi gusto prematuro por la música. Económicamente llegué bien al mundo. Sí, sin ningún mérito de por medio, tuve la fortuna de empezar bien. Mi padre nos cumplía, prácticamente, cualquier capricho, inclusive los pensamientos y deseos antes de convertirse en solicitudes. Nos leía el pensamien to y nos agasajaba. No es que fuéramos una fuente de dinero, pero el astronauta terestre siempre vivimos bien. A pesar de que el viejo no obtuvo diploma o título, supo salir adelante y es un hombre exitoso hoy día. Desde muy joven se colocó en puestos que muchos deseaban. Un tipo hábil para los negocios, de nombre Paulo. Mi madre, la que en el pasado me ordenaba comer, fue bau ti - zada como Pría. La mujer que me educó y me hizo ser. Ella in culcó mis principios y me mostró caminos cuando yo no podía verlos. A un par de años de mí llegó Jeroy, mi hermano. Y a otro par, Durga, nuestra hermana. Los tres desde pequeños fuimos uno, nuestras risas creaban una carcajada. Y los llantos, un río. No es que todo sea perfecto entre nosotros, solamente es. No somos una familia perfecta, sólo la somos. Una fa milia. En algu- nas cosas como todas y en otras como ninguna, así como todas. Pero la nuestra. Otra de las primeras memorias de mi vida es una capa y el disco de la película de Superman. Superman I. El tema de John Williams podía escucharlo una vez tras otra, hora a hora, todo el día. De ahí viene mi manía de repetir cientos de veces las cancio- nes que me gustan. Tendría cinco años cuando vi la película en el cine, con mis papás, lógicamente. Salimos y lo primero que hice fue pedirle a mi papá que me comprara una de las capas rojas que tenían colga- das en los puestos de la salida. —¡Llévela, llévela! ¡La capa original del Superman, llévela, llé- vela! —coreaban los vendedores. —A ver, ¿cuánto cuestan, joven? —preguntó mi padre a uno de ellos. —A veinte pesos, mi jefe. Llévesela, ándele —no acababa de decirle que se la llevara cuando ya se la había puesto en las manos. Papá pagó y la capa era mía. De inmediato me la colgué, me la amarré al cuello y estaba listo para despegar. Desafortunadamente la capa no servía y tuve que 14 pedirle a mamá que se la cambiara al señor que las vendía, por otra que sí volara. Desde pequeño deseaba volar. —No, mijito, es que estas capas no vuelan. El único que puede volar es Superman, los niños no pueden hacerlo, si lo intentan Superman se enoja con ellos —supongo que me lo decía para que un día no se me ocurriera saltar por alguna ventana con la capa puesta. Ante tal decepción, la capa se la heredé automáticamente al Kasán, mi querido perro. Lo adoraba. Desde el día del cine, Kasán el astronauta terestre andaba de aquí para allá con su capa. No se la quitaba ni para dor - mir. Cocker spaniel blan co con manchas miel cuya pasión máxima era lamer me la cara. Por aquellas épocas vivíamos en un departamento, no re cuer - do en qué calle de la zona de Polanco, en la Ciudad de Méxi co. Kasán dormía en la azotea, lo cual no me gustaba porque se que- daba triste y lloraba. Se habría sentido solo. Una mañana, muy temprano, antes de que mi papá me llevara a la escuela, sonó el timbre del departamento: Riiiiiiiiinnnggggg —¿Quién? —contestó mi madre por el interfón. —Disculpe, ¿de casualidad es suyo un perro blanco con las ore - jas cafés y manchas de color miel? —preguntó una voz de hombre. —Puede ser, nosotros tenemos un perro así, un cocker. ¿Por qué? —Lo que pasa es que amaneció en mi jardín y no para de la drar. Pero lo más extraño es que tiene una capa roja amarrada al cuello —respondió el señor, incrédulo.