De Las Revistas Literarias Y Otros Quehaceres (Diálogo Con Idea Vilariño, Manuel A
Total Page:16
File Type:pdf, Size:1020Kb
De las revistas literarias y otros quehaceres (Diálogo con Idea Vilariño, Manuel A. Claps y Mario Benedetti) Pablo Rocca Nunca antes se había reunido a tres miembros fundamentales de la "generación del 45" en un mismo ámbito, para el caso el domicilio particular del profesor y filósofo Manuel Arturo Claps (Buenos Aires, 1921-Montevideo, 1999). Hay algo más: sólo en una ocasión la poeta Idea Vilariño (Montevideo, 1920), había concedido una entrevista. El beneficiado, en la ocasión, fue, precisamente, Mario Benedetti (Paso de los Toros, 1920), también presente en este diálogo sobre revistas, crítica, maestros, amigos y enemigos de los años cuarenta y cincuenta en la cultura uruguaya. Una versión de este diálogo múltiple -ocurrido en Montevideo en el verano 1994-, se publicó en el semanario Brecha, Montevideo, Nº 582, 24 de enero de 1997. La revista Clinamen PR -¿Qué les parece si empiezan por contar la experiencia de la revista Clinamen? Así que, perdón, Benedetti tendrá que quedar afuera. Mario Benedetti.- Yo, encantado. Manuel A. Claps.- Del título soy responsable. "Clinamen" es la desviación que hacen los átomos al caer, una especie de acto creador, de acto de libertad. Idea Vilariño.- Creí que la idea era de Emilio Oribe... M.B.- ¡Qué sofisticados éramos para los títulos! Porque Número también era un nombre bastante raro, ¿no? M.A.C.- También del nombre Número soy responsable. Pensé en esa palabra porque es un término familiar y además representaba la intención de poner cierto orden, cierta medida y rigor en todo el caos de la literatura de esa época. Pero en el caso de Clinamen le pusimos un acápite que era de Rodolfo Mondolfo. Fundamos la revista con Ángel Rama, Víctor Bachetta e Ida Vitale. Después llegaron Idea, Rodríguez Monegal y otros más. Los que dirigíamos la cosa, honestamente, éramos Rama y yo. La revista estaba vinculada a los estudiantes de la Facultad de Humanidades pero no a la institución en sí. I.V.- Por eso yo no pude entrar en la dirección de Clinamen, aunque trabajé tanto o más que ellos. M.A.C.- Después, poco a poco, se fue creando una animosidad entre Ángel y Emir ya que este último iba invadiendo la revista. I.V.- No es así. Eso ya lo contaste mal en otro reportaje. El problema empezó antes de que entrara Rodríguez Monegal. Porque en cierto momento, como éramos pocos, creo que tú propusiste que entrara Emir. Ángel Rama no dijo nada pero desde el primer momento empezó a oponerse de mil maneras. Tuvimos muchas reuniones en las que todos decíamos que era necesario, que Emir era muy trabajador, en cambio Ángel temía que Emir le quitara a él su preeminencia. Al final terminaba aceptando. Pero después llamaba Ida Vitale y decía que, si entraba Emir, Ángel se iba a retirar. Todo volvía al principio. No había razones, más que una cosa visceral contra Emir. M.A.C. - Además Emir tenía una capacidad de trabajo desbordante y eso hacía temer a cualquiera. M.B.- Idea, ¿vos escribías con seudónimos en Clinamen? I.V.- Sí, sí, ya se encargaron de resucitármelos: Ola O. Fabre y Elena Rojas. M.A.C.- Lo cierto es que situación se hizo tan insostenible que tuvimos que cancelar la experiencia. Entonces nos juntamos con Idea y Emir para fundar Número. PR - Pero antes. ¿Cómo se arreglaron con las imprentas, con los avisos?... M.A.C.- Era muy fácil. Clinamen se hacía en la Imprenta "El Siglo Ilustrado", que estaba en la calle Yaguarón, en la que había unos personajes muy curiosos. Ahí había editado algunos libros Emilio Oribe e Idea sacó La suplicante, en 1945. Después la compró Carlos M. Rama, tanto él como los anteriores dueños eran tipos a los que no les preocupaba demasiado que les pagáramos en fecha. I.V.- Los avisos los conseguíamos Ida Vitale y yo. Las cobranzas las hacíamos Ida y yo. Éramos las esclavas y ellos eran los intelectuales. PR -Llama mucho la atención que una revista hecha por jóvenes estudiantes aparezcan colaboraciones exclusivas, inéditos de nada menos que Macedonio Fernández, Santiago Dabove o Carlos Mastronardi. M.A.C.- Todas las conseguí yo. Estudiaba acá e iba a dar los exámenes a Buenos Aires, donde nací y de donde es originaria toda mi familia (mi padre fue ministro de don Hipólito Yrigoyen). Como iba muy seguido me hice amigo de Jorge Calvetti, quien a su vez era amigo de Carlos Mastronardi, bastante mayor que nosotros. Después de las clases de Facultad nos íbamos al Café Tortoni a hacer la bohemia porteña y entonces profundizamos una relación cordial. M.B.- También fuiste amigo del autor de Ferdydurke, Witold Grombrowictz. M.A.C.- Amigo no, pero fui uno de los catorce o dieciséis traductores de la novela que sacó Losada. Lo que ocurre es que Grombrowictz era un polaco que sabía francés y casi nada de español y como se pasaba jugando al ajedrez en la trastienda del Tortoni, cada uno que caía por ahí le hacía alguna consulta. Así que le decía a su ocasional interlocutor una palabra en francés y pescaba el sinónimo castellano que le venía bien. Pero lo cierto es que Calvetti era muy amigo de Dabove y de los hijos de Macedonio (los Obieta), por ahí pudimos conseguir textos de Macedonio Fernández, inéditos absolutos. Pero no nos quedamos en eso, porque publicamos traducciones de Malraux y de Sartre que no se conocían en español, otra que era un fragmento de Georg Simmel sobre Goethe. También dimos a conocer ilustraciones originales de Joaquín Torres García, Horacio Torres, Pareja y otros. I.V.- Éramos muy cultos, como ves. PR - Sí, pero a veces se notaban demasiado las fuentes. Hay, por ejemplo, un cuento de Ángel Rama, "El preso", que es una especie de plagio de "Le mur", de Sartre. M.A.C.- Es cierto. Y salieron otras cosas con las que no estaba de acuerdo, como el poema "Narciso moribundo", de Amanda Berenguer que no me gustó nada. Yo estaba en Buenos Aires cuando se armó ese número, así que Ángel aprovechó y metió ese poema. Más adelante la poesía de Amanda me pareció muy buena, pero aquello estaba muy cerca de lo que hacían otros, como Jules Supervielle, algo ya hecho, ya visto. PR - ¿Quién de ustedes era C. Gualeyo Ríos, el que escribió una nota muy dura contra los escritores precedentes, como Sabat Ercasty, P. L. Ipuche y Silva Valdés? Hay también un artículo de Antonio Facal (que era Ángel Rama) contra el teatro de Zavala Muniz, etcétera. Pero ese C. Gualeyo Ríos que maltrató a la "dadivosa generación" anterior, ¿quién era? M.A.C.- Ninguno de nosotros. Era Carlos Mastronardi. I.V.- Era bastante pérfido, pero muy fino, muy inteligente. Manolo: ¿en ese tipo de ejercicios Mastronardi era anterior a Borges? M.A.C.- No, Mastronardi es un discípulo de Borges. Borges dijo que Mastronardi era el poeta que él hubiera querido ser. PR - También escribieron José Pedro Díaz, Jorge Medina Vidal, el argentino Jorge Cook, José E. Etcheverry. M.A.C.- Sí. PR - Y entre los uruguayos mayores que ustedes el único que figura entre los colaboradores es Gervasio Guillot Muñoz. ¿Por qué no otros, como Emilio Oribe del que Claps era ayudante? M.A.C.- Guillot no sólo era profesor de la Facultad sino que además era un hombre muy actualizado y muy agradable personalmente. A Oribe le debo mucho, pero entonces nos dio un poema espantoso. Así que le dije que eso no se lo podíamos publicar. I.V.- Aparte de eso, lo queríamos. Claro, poco más adelante se hizo defensor de los Estados Unidos cuando nosotros estábamos en plena rebelión. Un día me recriminó que escribiera sobre tangos porque le parecía una ordinariez. Eran muchas cosas que nos distanciaban. PR - Idea, en tu prólogo a la edición de Nuevo sol partido y otros poemas (Banda Oriental, 1965), de Humberto Megget, decís que podrías haberle publicado sus poemas en Clinamen ¿Por qué no lo hiciste? I.V.- No sé si le ofrecí y se negó o si me mostró algo, y a mí se me ocurrió que todavía no estaba maduro. En cualquier caso soy la responsable porque era la única que lo conocía. El caso Bergamín, Jiménez y otras disidencias internas M.B.- ¿Y de José Bergamín no publicaron nada? M.A.C.- Con Bergamín no comulgábamos. I.V.- Cuando hacíamos Clinamen Bergamín no había llegado todavía. PR - Sí había llegado. Llegó a Montevideo en octubre de 1947 y Clinamen se publicó entre marzo de ese año (Nº 1) y setiembre del 48 (Nº 5). Además, no bien pisó suelo uruguayo la revista Escritura "de Bayce, Balzo y Maggi" lo adoptó. I.V.- Por eso, la revista nuestra ya estaba en marcha. De lo contrario nos hubiéramos separado antes por causa de Bergamín. M.A.C.- El grupo de la Facultad que asistía a las clases de Bergamín estaba compuesto por José Pedro Díaz, Manuel Flores Mora, Carlos Maggi, Guido Castillo, Arturo Sergio Visca, etcétera. Y como no sabían nada de literatura y Bergamín les daba cursos de letras españolas del Siglo de Oro, les parecía que éste era el autor de esa literatura. I.V.- Las daba muy bien. M.A.C.- Sí, pero para ellos era el autor. Vos misma me contaste aquella anécdota famosa de Flores Mora. I.V.- Sí, eso sí. Fue en la única clase de Bergamín a la que asistí porque él me lo pidió. Estaba dando Guzmán de Alfarache, de Mateo Alemán en un ciclo sobre picaresca española. Fue una clase excelente. Después de la exposición del profesor venía una ola de debates y el más enfervorizado polemista era Flores Mora.