2005 Altolaguirre Antologia.Pdf
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MANUEL ALTOLAGUIRRE ANTOLOGÍA SELECCIÓN E INTRODUCCIÓN JAMES VALENDER CONSEJERÍA DE GOBERNACIÓN CONSEJERÍA DE CULTURA Diseño de la cubierta: Juan Vida PATROCINA : JUNTA DE ANDALUCÍA . Consejería de Gobernación EDITA : JUNTA DE ANDALUCÍA . Consejería de Cultura © DE LA EDICIÓN : JUNTA DE ANDALUCÍA . Consejería de Cultura © DE LO S P OE M A S : Paloma Altolaguirre © DEL P RÓLOGO Y S ELECCIÓN : James Valender ISBN: xxxxxxxxxxxxxxx Depósito legal: MA-xxx-xxxx Esta edición estuvo al cuidado de Editorial Arguval. Edición realizada por encargo de gestión de la Consejería de Gobernación. Junta de Andalucía. Acción realizada en el marco del Plan Integral para los Andaluces y Andaluzas en el Mundo 2009-2012. Impreso en España - Printed in Spain Imprime Imagraf PRÓLOGO Manuel Altolaguirre tuvo una vida muy plena y muy variada. Además de poeta, fue crítico de literatura y de artes plásticas y tam- bién biógrafo; fue impresor de revistas y de libros, editor de autores clásicos y modernos; fue dramaturgo y director teatral; fue confe- renciante y cronista; y como si todo esto no le bastara, ya en los últimos años de su vida, llegó a ser no sólo guionista de cine, sino también productor y director. Ahora que se está celebrando el cente- nario de su nacimiento, seguramente habrá ocasión para analizar a fondo todo lo realizado por Altolaguirre en cada una de estas esferas. En la presente nota introductoria, quisiera referirme sólo a su labor como poeta, que seguramente fue el campo en que su excepcional talento más se destacara. Nacido en Málaga en junio de 1905, Manuel Altolaguirre empe zó su carrera como poeta publicando Las islas invitadas y otros poemas (1926), un libro que se ajustó bastante bien a los parámetros de lo que se consideraba como más actual dentro de la poesía española del momento: por un lado, neogongorismo (el culto a la metáfora ingeniosa y a la sintaxis barroca), y por otro, poesía popular (el em- pleo del romance, cierto énfasis puesto en la narratividad y el re- curso, en general, a imágenes y estructuras de origen tradicional). Al escribir estos poemas, Altolaguirre seguramente habrá tenido presente el ejemplo de su amigo Emilio Prados, cuyos dos primeros libros Tiempo (1925) Canciones del farero (1926) ofrecieron una armoniosa fusión de ambas propuestas estéticas. Aunque éste no ha- bría sido, desde luego, el único modelo a seguir para el joven poeta en ciernes, que sin duda habría sentido atraído tanto por los versos –5– neopopulares del Marinero en tierra (1925) de Rafael Alberti como por los sorprendentes logros poéticos, entre tradicionales y vanguar- distas, conseguidos por Federico García Lorca en los poemas que, entre 1923 y 1926, iba adelantando de su Poema del Cante Jondo, sus Canciones y su Romancero gitano. En el breve ciclo que da ti- tulo al libro (“Las islas invitadas”), el poeta hace numerosos guiños hacia el Polifemo, mientras que en la serie final (“Historias”) rinde diversos homenajes a la poesía popular andaluza. Algunos de los poe mas son apenas apuntes; otros en su desarrollo padecen de cierta dispersión. Sin embargo, en otros más en donde el lirismo se vuelve canción, la expresión adquiere una notable intensidad. Es el caso, por ejemplo, de “Playa”, que por algo es una de las composiciones más recordadas de su autor. Este primer libro de Altolaguirre no fue objeto de muchas re- señas. Sin embargo, la mayoría de los poetas de su generación pa- recen haber estado de acuerdo en que el malagueño había arrancado muy bien. “Es Rimbaud, Rimbaud”, habrá exclamado Pedro Salinas, según el testimonio de Luis Cernuda. José Bergamín dejó dicho que lo consideraba una de las grandes promesas de la nueva lírica an- daluza. Mientras que Juan Ramón Jiménez escribió una nota muy entusiasta sobre el libro, señalando cómo “los accidentes de acierto se suceden de un modo estraño, en brusca fatalidad, como en un calidoscopio, sacudido no jirado. Conciencia e inconciencia se ba- rajan con las pájinas en un juego de contrastes, saltante de sólida, de líquida belleza contagiosa”. Lo curioso es que el libro no parece haber satisfecho a su autor, quien, poco después de sacarlo de la imprenta, no sólo abandonó una extensa composición gongorina (su “Poema del agua”), sino que comenzó a escribir versos de orienta- ción muy distinta. Aunque la imagen misma de “Las islas invitadas” acompañaría al poeta a lo largo de su carrera, sirviendo como título de sucesivas recopilaciones de su poesía, el hecho es que muy pocos –6– poemas de esta primera colección pasarían a conformar el canon de su obra. Las islas invitadas y otros poemas es una colección que confirma el diagnóstico que Ortega hiciera de la cultura europea de los años veinte en su famoso ensayo sobre La deshumanización del arte. La expresión del poeta no sólo hace alarde de una regocijada actitud lú- dica (que debe no poco, por cierto, a Gómez de la Serna), sino que es sistemáticamente antisentimental. Nada de efusiones sujetivas: quien habla en el poema es el mundo, o la tradición, o el poema mismo: en todo caso, no es el yo del poeta. Lo mismo cabe decir del extenso poema que empezó a escribir en vísperas del conocido homenaje a Góngora y que muy pronto abandonaría, su “Poema del agua”. En Ejemplo (1927), el segundo libro de Altolaguirre, publicado apenas un año después del primero, todo esto cambia. El luminoso mundo exterior (el sol, el mar, la playa, el viento…) no ha desaparecido, pero ahora, en lugar de ser el protagonista de los poemas, sirve como trasfondo de un íntimo drama humano en que el poeta lucha por reconciliarse con su soledad y con los fantasmas que la habitan. ¿A qué se debió un cambio tan abrupto? En su libro de memorias, El caballo griego, Altolaguirre habría de relacionar esta nueva orientación con el profundo impacto que le causara la muerte de su madre, ocurrida por las mismas fechas en que saliera su primer libro (es decir, en septiembre de 1926). “Después de la muerte de mi madre”, habría de recordar el poeta, “yo no podía contener todo cuanto sentía. Me despertaba a media noche condenándome por un pequeño olvido. No me perdonaba el haber pasado una tarde, una mañana, unas horas de la noche, sin pensar en ella. Como si mi vida fuera sólo un camino para ir a encontrarla.” Esta nueva temática (no sólo la muerte misma de la madre, sino el sentimiento de culpa asociada con ella) se expresa más claramente –7– en el poema “Recuerdo de un olvido”, aunque la interiorización de la mirada a que conlleva la crisis del poeta se hace evidente en casi todos los poemas del libro. Cabe agregar que en esta “Fuga inte- rior”, que es como se titula otra de las composiciones, el modelo o “ejemplo” seguido es Juan Ramón Jiménez, poeta a quien por otra parte el libro va dedicado. Si en Ejemplo Altolaguirre encuentra su verdadero camino como poeta, no es sino hasta la publicación de Soledades juntas (1931), su tercer libro, cuando realmente da una idea de su capacidad. Altolaguirre nunca fue un poeta prolífico, pero parece que los años de 1928 a 1931 fueron un período especialmente afortunado en su ca- rrera, cuando dispuso de más tiempo para dedicarse a su propia obra. Por otra parte, el autor también tuvo la oportunidad de ir depurando su obra, que en estos años, por cierto, pasó por distintas propuestas, una de ellas titulada Alba quieta (retrato) y otros poemas, colección rescatada del olvido en 2001. Sea como sea, en Soledades juntas el poeta desarrolla una temática mucho más amplia y variada: a los recuerdos de la madre y de su angustiante desaparición Altolaguirre agrega ahora una hermosa serie de poemas amorosos; otra serie en que el poeta se asoma algo aterrado al universo y sus espacios infi- nitos, otra en que aborda los problemas de la comunicación humana, y otra más en que la poesía misma es el objeto de sus reflexiones. La visión del poeta se ha enriquecido notablemente, pero también ha crecido su dominio de los recursos expresivos, dejando como resultado poemas tan misteriosos y tan definitivos como “Era mi dolor tan alto”, “¡Qué sola estabas por dentro!”, “¡Ven, que quiero desnudarme!” y “Estas son las rodillas de la noche”. Soledades juntas fue muy bien recibido en su momento. Vicente Aleixandre publicó una reseña larga y entusiasta en Revista de Occidente, Gerardo Diego otra en el periódico El Sol. Según –8– Aleixandre el libro era nada menos que la expresión de una nueva mística de la creación, de clara raíz romántica: “Si … poesía es cla- rividente fusión del poeta con lo creado, con lo que acaso no tiene nombre; si es identificación súbita de la realidad externa con las fieles sensaciones vinculadas, resuelto todo de algún modo en una última pregunta totalizadora, aspiración a la unidad, síntesis, comu- nicación o trance, entonces Manuel Altolaguirre es poeta hasta las vibraciones invisibles de esa palabra, por otra parte tan insuficiente. En la poesía de hoy, las últimas interrogaciones las ha formulado con una elevación desconocida, moviéndose en unos planos que él ha renovado, y rescatando para el mundo poético actual niveles por bastante tiempo abandonados”. Soledades juntas se publicó unos meses después de que se ins- taurara en España la segunda República, régimen que, como se sabe, trajo muchos cambios en la vida nacional. La vida personal del poeta también se cambió cuando en junio de 1932 se casó con la poeta Concha Méndez, quien le había de acompañar en su carrera lite- raria a lo largo de los siguientes años, tanto en Londres como en Madrid.