Las Calles De Buenos Aires. 2Da Edición
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GOBIERNO DE LA CIUDAD DE BUENOS AIRES Jefe de Gobierno Dr. Aníbal Ibarra Vicejefe de Gobierno Lic. Jorge Telerman Secretario de Cultura Dr. Gustavo López Subsecretaria de Patrimonio Cultural Arq. Silvia Fajre Directora del Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires Lic. Liliana Barela Piñeiro, Alberto Gabriel Las calles de Buenos Aires : sus nombres desde la fundación hasta nuestros días. – 2a ed. - Buenos Aires : Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires, 2005. 512 p. ; 20x14 cm. ISBN 987-21092-5-7 1. Calles-Buenos Aires. 2. Historia Argentina - Buenos Aires I. Título CDD 982.12 © 2005 - 2da. Edición Instituto Histórico de la Ciudad de Buenos Aires Avda. Córdoba 1556, 1er. piso (1055) Buenos Aires Tel: 54 11 4813-9370 / 5822 E-mail: [email protected] ISBN: 987-21092-5-7 Hecho el depósito que marca la Ley 11.723 Dirección editorial: Liliana Barela Supervisión de edición: Lidia González Revisión técnica: Elza Scalco Composición y corrección: Rosa De Luca Marcela Barsamian María de los Ángeles De Luca Diseño editorial: Jorge Mallo Fabio Ares 4 Las calles de Buenos Aires Sus nombres desde la fundación hasta nuestros días Nomenclatura actual 5 Índice Prólogo 7 Introducción 8 Aclaraciones 15 Abreviaturas 18 Nomenclatura antigua 19 Nomenclatura actual 277 6 Las calles de Buenos Aires Sus nombres desde la fundación hasta nuestros días Nomenclatura actual 7 Prólogo Muchos de nosotros, al comenzar a leer este libro, probablemente, estaremos tentados de abrirlo en la página donde se encuentra la calle en que vivimos y, tal vez, nos preguntemos: ¿qué nombres habrá tenido antes?, ¿por qué? Y aparecerán los nombres de calles que recuerdan a viejos vecinos o a lugares de una Buenos Aires más pequeña, más íntima, o aquellos nombres que expresan una realidad que el tiempo ha dejado atrás. Es cierto, los nombres que ya no están quizás nos digan mucho más que aquellos que hoy existen. Pero también es verdad que Buenos Aires ha experimentado un crecimiento vertiginoso en el último siglo: caminos que se abren, espacios que se integran y la necesidad de la historia de ir dejando sus marcas. Editar este libro de nomenclatura histórica, Las calles de Buenos Aires. Sus nombres desde la fundación hasta nuestros días, es ofrecer la posibilidad de reconstruir la historia de Buenos Aires a partir de los sucesivos nombres que tuvieron sus calles con sus significados. Es más, nos permite analizar a través de su recorrido no sólo la evolución y transformaciones de la ciudad, sino también los sentidos que adquiere la historia, el lugar que ocupan ciertos hechos y personajes que han quedado como registros de una historia que pretende representarnos. El licenciado Alberto Gabriel Piñeiro ha realizado una investigación exhaustiva sobre la nomenclatura antigua y vigente de la ciudad a través de legislación, planos, periódicos, relatos, bibliografía, que en su mayoría conserva el Instituto Histórico y que, creemos, le otorgan a esta obra el carácter de fuente indis- pensable para comprender la evolución de una Buenos Aires cuyos espacios, muchos olvidados, otros desconocidos, nos la devuelven más sugestiva y enigmática. El compromiso asumido por nuestra Institución está vinculado a la difusión de las investigaciones sobre la ciudad y, en especial, aquellas que se refieren al nombre de sus calles. En los sucesivos cambios no sólo descubriremos a la historia, sino a las luchas por la “apropiación” de la memoria que se juega justo en plena calle. Allí la historia grande refleja los vaivenes de la política. Pero hay siempre otra historia que comienza por la patria chica que es que es el barrio, en el que la calle donde nacimos o vivimos adquiere el significado grande de lo pequeño, el misterio profundo del sentido de pertenencia, en fin, aquello que empieza a definir nuestra identidad, principio fundamental para decidir nuestro futuro. Lic. Liliana Barela 8 Las calles de Buenos Aires Sus nombres desde la fundación hasta nuestros días Introducción “Las calles de Buenos Aires ya son mi entraña. No las ávidas calles, incómodas de turba y ajetreo, sino las calles desganadas del barrio, casi invisibles de habituales, enternecidas de penumbra y de ocaso y aquellas más afuera ajenas de árboles piadosos donde austeras casitas apenas se aventuran, abrumadas por inmortales distancias, a perderse en la honda visión de cielo y de llanura. Son para el solitario una promesa porque millares de almas singulares las pueblan, únicas ante Dios y en el tiempo y sin duda preciosas. Hacia el Oeste, el Norte, el Sur se han desplegado –y son también la patria– las calles: ojalá en los versos que trazo estén esas banderas”. Así iniciaba Jorge Luis Borges en 1923 su primer libro, Fervor de Buenos Aires. En él escribía también “a una calle desconocida”, y dos años después, en Luna de enfrente, “para una calle del oeste” y “calle con almacén rosado”. En 1949, al publicar su célebre cuento El Aleph, ubica en la calle Garay la casa en cuyo sótano se encuentra el “lugar donde están, sin confundirse, todos los lugares del orbe, vis- tos desde todos los ángulos”. De similar manera, antes y después de Borges, la literatura y el tango han evocado y mencionado un sinnúmero de nombres que significan otro sinnú- mero de calles, de lugares precisos e inconfundibles de la ciudad. Corrientes y Esmeralda en El hombre que está solo y espera de Raúl Scalabrini Ortiz y en el tango de Celedonio Esteban Flores; Rivadavia y Rincón, la esquina del Café de los Angelitos, a la que cantaron Cátulo Castillo y José Razzano; San Juan y Boedo, en los versos de Sur de Homero Manzi; las Tristezas de la calle Corrientes que describió Homero Expósito y los Tres amigos de Suárez y Necochea a los que cantó Enrique Cadícamo, son sólo algunas de las Nomenclatura actual 9 numerosas referencias fácilmente identificables con el simple procedimiento de andar por la ciudad. Muchas de ellas han trascendido nuestras fronteras y es así como el Caminito de Juan de Dios Filiberto y Gabino Coria Peñaloza, o Corrientes 348, gracias a A media luz, de Donato y Lenzi, son visitadas diariamente por turistas que quieren corroborar su real o mítica existencia. Sin embargo, estos casos se oponen con otros donde la identificación se complica. Así, por ejemplo, en Cuaderno San Martín de Jorge Luis Borges, cuatro calles, las que conformaban la manzana de Guatemala, Serrano, Pa- raguay y Gurruchaga, eran el escenario de su Fundación mítica de Buenos Aires, ciudad juzgada allí “tan eterna como el agua y el aire”. ¿Cuál es hoy esa manzana? Con un poco de imaginación deduciríamos que Jorge Luis Borges reemplazó a Serrano (aunque sin imaginación podríamos también suponer que fue Acevedo la que reemplazó a Serrano y desplazaríamos así la famosa manzana). Lo cierto es que el merecido homenaje al poeta destru- yó un lugar preciso de su poesía. Cuál es la calle Monte Egmont en la que vivía Adán Buenosayres, en la novela de Leopoldo Marechal; o el Paseo de Julio al que Borges dedica otra de sus poesías de Cuaderno San Martín. ¿Qué pasaría finalmente si todos los nombres que hemos citado provenientes de la literatura y del tango desa- parecieran mañana? No obstante, tal vez la “fama” les asegure su existencia futura. Pero qué será de aquellas calles “anónimas” que interesan sólo a sus anónimos vecinos y que, como la mayoría, no aparecen mencionadas en ninguna obra literaria. “Una de las características más salientes de las grandes ciudades que ha logrado tener una individualidad definida y una característica propia, es la estabilidad en la nomenclatura de sus calles. Vinculados los antiguos recuer- dos de la vida urbana a los nombres y designaciones coetáneas de plazas y paseos, hacerlos desaparecer o cambiarlos por otros importa tanto como renunciar a ellos o repudiarlos. Las tradiciones y los recuerdos de la ciudad constituyen su color, su tono, su ambiente, algo esencial de su vida, y no se puede renunciar a ellos sin grave desmedro de su prestigio. Cada nombre de las calles de París, Roma, Londres o Madrid evoca recuerdos históricos, originados en la vida de la ciudad más que en su designación y acentúan las características propias de cada capital. El turista no necesita sino enterarse de la designación actual de la calle para sentirse transportado a otras épocas o hechos. La literatura misma cobra un valor especial con la estabilidad de los nombres en las ciudades. De ahí que esas ciudades estén viviendo, a su vez, la vida presente y su vida pasada, fortalecidas en el culto de su propio 10 Las calles de Buenos Aires Sus nombres desde la fundación hasta nuestros días espíritu local. Aquí renunciamos a todo esto. Nuestras clásicas calles tradi- cionales han sido rebautizadas bajo la emoción de la muerte de un estadista ilustre o bajo la impresión de un suceso extraordinario. No esperamos sobre- ponernos a la emoción, para decretar el homenaje. Y así hemos visto en pocos años transformarse de manera no sospechada las designaciones de nuestras calles. Cuando una calle ha sido bautizada con un nombre de perso- na, ilustre o no, esta nominación es definitiva, pues, substituirla importaría tanto como injuriar la memoria del personaje a quien se trata de honrar; y como las calles constituyen un número limitado, y no pasa mes sin que la Intendencia rebautice alguna de nuevo, es justo esperar que un buen día se habrán agotado las vías que lleven nombre de cosas, de hechos o de ideas abstractas, y nuestro nomenclador urbano será algo así como un catastro de próceres de esta época. Luego el natural reparo de no ofender su recuerdo, hará definitivamente estables esos nombres y habremos concedido a nues- tro tiempo, con singular egoísmo, el monopolio del homenaje municipal (...) Existe la necesidad de concluir con esta incurable manía nuestra de rebautizarlo todo, de remozar todo lo que tiene algún prestigio de vejez, de renunciar a todo lo que con el tiempo puede llegar a ser nuestra tradición”.