EL PORTAL DE LA AMAZONIA Ensayo histórico y tradiciones de El Pan

Miguel A. Ulloa Domínguez, SDB.

EL PORTAL DE LA AMAZONIA Ensayo histórico y tradiciones de El Pan

Ediciones Abya-Yala 1999 EL PORTAL DE LA AMAZONIA Ensayo histórico y tradiciones de El Pan Padre Miguel A. Ulloa Domínguez

1a. Edición Ediciones ABYA-YALA 12 de Octubre 14-30 y Wilson Casilla: 17-12-719 Teléfono: 562-633 / 506-247 Fax: (593-2) 506-255 E-mail: [email protected] [email protected]. Quito-Ecuador

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Impresión Docutech Quito - Ecuador

ISBN: 9978-04-541-5

Impreso en Quito-Ecuador , 1999 INDICE d

I Parte Ensayo histórico

Presentación ...... 9

1. Localización relacionada con Gualaceo ...... 13 - Toponimia ...... 13 - El dios de los cañaris ...... 13 - Tapa, Pan, Nameser ...... 14 - Cordillera del Pan ...... 14 - Dos hermanos con el apellido Pan ...... 14 - Fundación de El Pan ...... 15 - Un criterio particular ...... 15 2. Raíces étnicas y culturales ...... 16 - Creación del hombre y propagación de la especie humana ...... 16 - Los cañaris y su cultura ...... 16 - Los Incas ...... 18 - Los españoles ...... 18 - Gualaceo, centro logístico de una nueva cultura . 19 3. Colonización del valle del Collay (El Pan) ...... 20 - Los cañaris mineros y pastores ...... 20 - Los cascarilleros ...... 21 - Los inca-cañaris en El Pan ...... 21 - Un templo al sol ...... 22 - Colonización por los bancos europeos ...... 23 - Organización socio-cristiana de la colonia ...... 25 - Fundación española de la ciudad de El Pan . . . . . 25 - Migración de blancos por Callasay ...... 26 - Tercera migración a El Pan ...... 27 - Integración étnica del valle ...... 27 6 / Miguel Ulloa Domínguez

4. La acción de los buenos líderes ...... 28 - Un personaje característico ...... 28 - El líder Rojo y su labor socio-cultural ...... 29 - Las fiestas religiosas de El Pan ...... 29 - La típica Semana Santa sevillana en América . . . . 30 - Diversificación agrícola por el Rojo Bustos ...... 31 - Análisis de esta realidad ...... 32 5. Administración ...... 33 - Administración eclesiástica ...... 33 - Administración por los padres salesianos ...... 34 - Los párrocos diocesanos desde 1943 hasta 1992 . . 35 - Obras son amores, mejor que buenas razones . . . 36 - Las religiosas de El Pan ...... 38 - Labor eclesial en los anejos ...... 39 - Administración civil ...... 39 - Medios de comunicación ...... 42 6. Rasgos culturales de nuestro pueblo ...... 43 - Costumbres ...... 43 - Educación ...... 44 - El primer colegio secundario ...... 45 - El éxodo intelectual ...... 46 7. Epopeya andina: gratitud ...... 48 - El padre Albino del Curto ...... 48 - Audaz exploración de la cordillera ...... 49 - Inicios del camino de herradura Pan-Méndez . . . 52 - Trabajos del camino y su inauguración ...... 54 - Gratitud a los colaboradores del Padre Ablino . . 55

II Parte Tradiciones

Presentación ...... 59

1. Una higuera misteriosa...... 61 2. Las coles, queridos jóvenes, si no se trasplantan, no se hacen grandes y hermosas...... 63 El portal de la amazonía / 7

3. Caballeros de los Andes...... 65 4. Padre Albino del Curto: hasta el heroísmo por su ideal. 67 5. La resurrección de la mula de la señorita Borja...... 72 6. El cigarro del señor Zamfrini...... 74 7. La orquesta Bremen-Chuvico...... 78 8. La novicia voladora...... 81 9. La asamblea de diablos en la laguna...... 84 10. El palacio de los tigres...... 87 11. El oso y el rosario...... 90 12. Sobre un corcel de la selva...... 92 13. La fragua de Vulcano...... 94 14. El monito de Balcones...... 96 15. Qué fría es la culebra...... 100 16. Monseñor, ¿acaso usted sabe más que mi mula? . . . . 102 17. El funeral del Mono Jaramillo...... 104 18. La tsantsa del señor Gómez...... 107 19. Caminar a gatas...... 112 20. La cultura shuar...... 114 21. Los primeros contactos de dos culturas...... 118 22. Un típico banquete de Navidad...... 123 23. La tsantsa de los shuar...... 126 24. Sangrientos síntomas de libertad...... 130 25. El Angel de la Guarda y la caballerosidad del león. . 133 26. El fantasma de Sucúa...... 137 27. Pichama, vamos a matar al iwianch...... 139 28. Una luna de miel...... 143 29. El baile de las culebras...... 146 30. Así son las boas del Oriente...... 148 31. Amor y odio de los animales...... 150 32. Las hormigas asesinas...... 153 33. El imperio de Satanás...... 155 34. Gracias a Dios que no creo en Dios...... 158 35. Gemelos para el bien y para el mal...... 160 36. La Ermita de Juan de la Cruz...... 166 37. Los higos comienzan a madurar con la protección de la Virgen...... 169 38. El pecador Sharupi voló al cielo...... 173 39. Un coronel frente a San Pedro...... 176 8 / Miguel Ulloa Domínguez

40. La santidad florece donde hay fraterna unión, trabajo y oración...... 179 41. Amor hasta el holocausto...... 183

III Parte Anécdotas

1. La vida en la selva ...... 189

Bibliografía General ...... 205 PRESENTACIONd

Dios no me ha concedido el don de escritor, ni mucho me- nos el de historiador. Pero sí el de inquieto investigador. Años atrás, con algunas familias panenses residentes en Guayaquil discutimos sobre el origen de El Pan. Inquieto, fui a la biblioteca y encontré algunos datos en la Historia del Reino de Quito, escrita por el padre jesuita Juan de Velasco. Asimismo, al leer la mitología, encontré al dios Pan, pro- tector de los pastores que cuidan sus rebaños en los pastizales de las cordilleras. Igualmente, entre mis papeles, ya envejecidos por el tiempo, descubrí algunas anécdotas del padre Albino del Curto, quien, cuando desde Cuenca dirigía los coros de María Auxiliadora, vino a verme un anciano de Sevilla del Oro, de apellido Córdova, con el que recordamos con nostalgia las fies- tas socio-religiosas de El Pan. Todo esto me animó a investigar con gusto, pero con har- to sacrificio, lo que hoy presento como Historia de El Pan. Yo no diría historia; más bien un documental, algunas tradiciones y relatos de algo que yo mismo he vivido de niño y que ahora de- jo a las futuras generaciones, para que serenamente investiguen y después confirmen o rectifiquen. Así yo me quedaré más sa- tisfecho y la juventud, más confiada y segura. El Libro Sagrado dice: Hay diferencia entre estrella y estrella. Así, en el Ecuador, antes de 1950, se percibía bastante diferencia entre pueblo y pueblo y, sobre todo, entre las regiones Costa, Sierra y Oriente. Pero desde la mitad del presente siglo, gracias al progreso vial que ha conectado a los pueblos y al éxodo de las familias del campo hacia las ciudades, el país se ha integrado en forma prodigiosa. En esta historia, desde luego, percibimos también la dife- rencia de El Pan respecto a otros pueblos, debido a la influencia de los españoles del Collay y de los misioneros salesianos italia- nos. Nuestro pueblo, sobre todo Sevilla del Oro, recuerda mu- chísimo al benemérito padre Albino del Curto. Fue realmente un sacerdote maravilloso. Para que se conozca mejor su perso- nalidad, he aquí unos chispazos de su sacrificada labor.

P. Miguel A. Ulloa D., SDB. El Pan, 24 de abril de 1998 I PARTE ENSAYO HISTORICOd DE EL PAN

1. LOCALIZACION RELACIONADA CON GUALACEO d

Toponimia

Los seres humanos nos distinguimos por el nombre que llevamos. Para localizar un sitio o para distinguir un ente cual- quiera, ponemos un nombre. Así, queremos saber dónde, cuán- do y por qué los hombres pusieron a un pequeño poblado de los Andes orientales el nombre de El Pan. ¿Dónde se encuentra? En la zona tropical de Sudamérica, al sur de la línea equinoccial, en la cordillera oriental de los An- des, a 2.500 metros sobre el nivel del mar, en la República del Ecuador, al este de la provincia del Azuay. Y para mayor preci- sión, hacia la mitad de su curso, en la orilla izquierda del río Co- llay. En las alturas de Patococha de estos Andes azuayos nace un ramal de cordillera que se abre hacia el noroeste y va a mo- rir en Guachapala. A este ramal los historiadores llaman Cordi- llera del Pan. Y a aquel vértice que da origen a un río y donde la madre tierra ha sembrado grandes cantidades de oro, los cañaris pusie- ron el nombre de Minas del río Callay. Este río, al recibir otros afluentes, forma un estrecho valle conocido como Valle del Collay. ¿Cuándo y por qué del Pan? Los historiadores señalan que la palabra Pan no es casual, sino que trae una larga tradición. El dios de los cañaris

Como todos los indígenas de todos los continentes, los ca- ñaris adoraban al dios Pan, protector de los pastores que cuida- 14 / Miguel Ulloa Domínguez

ban sus rebaños en las altas montañas. Según Remigio Crespo Toral, los cañaris -antes de los incas- no sólo extraían el dorado metal de las montañas del Collay, sino que ya alimentaban sus rebaños en aquellos fértiles pastos de la Cordillera del Pan. Por eso creemos que aquellos pastores tuvieron como su protector al dios Pan, como los puruhaes tuvieron al dios Chimborazo. Tapa, Pan, Nameser

En 1765, el historiador Joaquín Melizalde de Santistevan escribió: Existen en la parte del oriente tres montañas: Tapa, Pan, Na- meser, enriquecidas por el específico (quinina) para curar las tercianas que azotan a Europa . Melizalde no fue a ver: tuvo noticias de aquellas montañas. Cordillera del Pan

El historiador jesuita, padre Juan de Velasco, quien vivió en el Ecuador entre 1750 y 1789, expresó en su Historia del Reyno de Quito que fue a Gualaceo para averiguar lo de la cascarilla y los gualacenses le dijeron que la extraían de la Cordillera del Pan. Que en esa cordillera ya había indígenas, cuyo cacique se llamaba Tapapán, es decir, jefe del Pan. Dos hermanos con el apellido Pan

Si las alturas del Collay fueron conocidas y pobladas por los indígenas, en cambio el valle no fue colonizado antes de 1750. Los españoles mineros de Logroño, según informes envia- dos a España, consideraban al valle como parte integrante del Oriente, la región de los jíbaros. Nuestro pueblo vive de una reciente tradición, la de que dos hermanos de apellido Pan fueron los primeros colonizado- res de El Pan. Dicen que un señor párroco lo escribió para el es- tudio del lugar natal. Quizá tenga un asidero de verdad. Sólo que, en nuestro pueblo, debería existir aquel apellido. También debería constar en algún registro parroquial de Cuenca, Gualaceo y El Pan. Has- El portal de la amazonía / 15

ta el presente, no hemos podido encontrar tal referencia. Por otra parte, ¿cómo ellos pudieron dar el nombre a la Cordillera del Pan y al cacique Tapapán? Fundación de El Pan

Por tradición, sabemos que los buscadores de la quinina ya habían consagrado a El Pan como una región rica en cascari- lla y que su nombre estaba en boca de todos los europeos e, in- cluso, en los Archivos de Indias y en la misma Historia Univer- sal. Las familias españolas, antes de venir a Monterillas, ya sa- bían que venían a la región del Pan, donde en el sitio Collay abundaba el dorado metal. En tal caso, al fundar la ciudad espa- ñola en las faldas del Turi con el nombre de El Pan, no hicieron otra cosa que reafirmar ese lejano conocimiento y esa larga tra- dición. Un criterio particular

Hasta que algún investigador diga lo contrario, creemos que el origen de El Pan está en el dios Pan, adorado por los pas- tores cañarejos. Joaquín Melizalde de Santistevan coincide con el padre Velasco al decir Tapa Pan, aunque los dos nunca se conocieron. Sin duda, el padre Velasco buscó documentos para escribir la Historia del Reyno de Quito. Como era naturalista -además de sa- cerdote-, al describir la chinchona o cascarilla, dijo expresamen- te que los gualacenses cosechaban en la Cordillera del Pan, y que en esa región solían hospedarse en la casa de un cacique To- pa o Tapapán. El padre Pedro Arias, según escribió Octavio Cordero Pa- lacios en la Monografía del Azuay, de 1926, todos los jefes incas colocaban delante de su nombre la palabra Topa o Tapa, y puso ejemplos: Topa Inga Huaina Cápac, Tapa Cusi Gualpa. En tal ca- so, no sería extraño que el cacique de la Cordillera del Pan se hubiera puesto Topa Pan. 16 / Miguel Ulloa Domínguez

Colocadas las bases geográficas de El Pan, veamos en el capítulo siguiente las raíces etnográficas, porque son las perso- nas las que forman y forjan la historia, la cultura de los pueblos.

2. RAICES ETNICAS Y CULTURALES d

Creación del hombre y propagación de la especie humana

En sentido histórico, raíz significa origen y procedencia. Todo lo que existe proviene de Dios. El, con su poder, creó todos los seres visibles e invisibles, tanto del cielo como de la tie- rra. Cuando Dios terminó de crear el universo material, creó también al hombre a su imagen y semejanza, y lo puso sobre la tierra como rey y señor de la creación. Por otra parte, como especie humana, somos totalmente diferentes de los demás seres. La primera pareja humana, hombre y mujer, inició su ca- rrera mortal en el Asia. Al multiplicarse las familias, se extendie- ron por Europa y Africa. Después vinieron a poblar el continen- te americano. Nadie puede afirmar cómo ni cuándo vinieron los hombres, an- tes del descubrimiento de Cristóbal Colón, el 12 de octubre de 1492. Lo cierto es que los conquistadores europeos encontraron en estas tierras numerosos pueblos relativamente desarrollados y organizados. Los cañaris y su cultura

No conocemos su origen. Garcilazo de la Vega señaló que eran de alta estatura, belicosos y dispuestos al sacrificio, y que sus mujeres eran hermosas. Y además, que eran muy diestros en los tejidos, porque les gustaba vestirse con modestia y donaire. El portal de la amazonía / 17

González Suárez aseguró que los cañaris tenían costum- bres muy diversas de los incas; que en Santa Bárbara, sobre to- do en Chordeleg, trabajaban maravillosas joyas de oro y plata, como se comprueba en la extracción de las huacas. A su vez, el misionero madre Arriaga pondera cómo hom- bres y mujeres se vestían lujosamente y se engalanaban con ar- tísticas joyas. ¿De dónde sacaban el dorado metal? Del Collay, de May- lag, del río San Francisco y del Sigsig. Los comerciantes de este metal se encontraban en Gualaceo. En cambio, en Chordeleg se elaboraban las joyas. Es posible que de los cañaris del Gualaxio haya salido la leyenda de El Dorado. Podemos asegurar que tiene algo de ver- dad, porque primero los incas y después los españoles, en cier- ta forma, enloquecieron por el dorado metal. ¿En qué consistía El Dorado? Para mayor precisión, transcribimos lo que escribió Gon- zález Suárez: Los Régulos se coronaban la cabeza con llautos de oro; a la espalda el manto recamado en oro; sobre el pecho planchas doradas, también de oro; suspendida de la frente una media luna de oro; ador- nados los brazos y las piernas con brazaletes bruñidos; en las orejas, pendientes de oro, y en la mano un bastón largo con el disco de oro, cuajado como la corona de llautos de oro... que al sol brillaban, resal- tando su personalidad y esplendor. Pero no sólo los caciques ostentaban su vanidad dorada. Hasta los hombres del pueblo y, sobre todo, las mujeres, como afirmaron Benjamín Zamora y Crespo Toral, porque se vestían con lujosos trajes de lana y algodón, recamados de oro, gargan- tillas doradas al cuello, brazaletes de altos quilates y las mucha- chas tenían trenzas y moños sostenidos con anillos y alfileres de oro. ¿Qué son las huacas? Son entierros de joyas. Ante todo, son totalmente cañaris. Chordeleg fue el centro de la confección de joyas. Por los entierros descubiertos en esa región podemos apreciar dos for- mas. Primera: cuando mor´pia un magnate cañari, sus familia- res adornaban al cadáver con las mejores joyas. Segunda: cuan- do el Inca Atahualpa cayó prisionero de los españoles, los pe- 18 / Miguel Ulloa Domínguez

ruanos vinieron a saquear el oro de Santa Bárbara con el que se iba a pagar el rescate a Pizarro. En tal situación, los joyeros chor- delecenses colocaron el tesoro en cofres y lo enterraron. Ense- guida llegaron los españoles, quizá con más hambre dorada, pe- ro no desenterraron el tesoro, y así éste quedó para eterna me- moria. Los incas

Los incas desarrollaron una alta civilización. Como gue- rreros y conquistadores, organizaron el imperio Tahuantinsuyo, en la región andina, desde hasta Colombia. A los nativos conquistados impusieron su idioma y sus le- yes, los que se fusionaron como raza y se acomodaron a las cos- tumbres del lugar. Por razones políticas, de seguridad y de economía, traje- ron familias enteras desde Perú -los mitimaes-, como colonos y gobernantes de los pueblos conquistados. A Gualaceo, como centro minero de categoría en el que vi- vía gente distinguida, trajeron caciques de la nobleza incaica pa- ra vigilar la extracción del oro y para cobrar los impuestos. Los españoles

A partir del descubrimiento vino de Europa otra corriente étnica para fusionarse con las etnias americanas y dar al conti- nente una nueva raza, una nueva cultura. Esa corriente era fuer- te, ambiciosa, y trajo el idioma, la religión, nuevas leyes y cos- tumbres de la civilización imperante en el Viejo Continente. Según el padre Juan de Velasco, cuando en 1533 Sebastián de Benalcázar llegó a Tomebamba preguntó dónde estaba El Do- rado. Los indígenas señalaron el Oriente y dijeron que en Gua- laxio. El jefe español envió al sacerdote, licenciado Diego de Ta- pia, con un piquete de soldados. Efectivamente, los españoles llegaron a Gualaceo en son de paz. La visita fue cordial. El presbítero celebró la misa en aquellas hermosas playas de Santa Bárbara y cambió algunas piezas de oro por objetos europeos. El portal de la amazonía / 19

En esa visita protocolar, los extranjeros tuvieron noticia de cómo los jefes se vestían durante sus asambleas o en ciertas fies- tas religiosas. De manera que no es de extrañar que El Dorado de Gualaceo llegara rápidamente a oídos de todos los conquis- tadores y se extendiera por toda Europa. Muchos años antes de la fundación española de Gualaceo y de Cuenca -1547 y 1557, respectivamente-, vinieron mineros españoles a explotar las minas de oro del Collay, Maylag, San Francisco y Sigsig. El historiador Cieza de León dejó constancia de que, en 1544, se extrajeron 800 mil pesos del dorado metal. Igualmente, Remigio Crespo Toral afirmó que, en un año, salie- ron de aquellas minas 600 patacones de oro. A partir de la relación de Cieza de León, se sabe que las al- turas del Collay se transformaron en un inmenso campamento, porque el capitán Rodrigo de Arcos utilizó más de 300 indíge- nas puruhaes mineros. Según Cieza, el castellano Manuel Mon- toya tuvo, junto a las minas de Maylag, 200 indios para extraer el metal. Remigio Crespo Toral señaló que los magnates españoles Salinas, Loyola y Salazar de Villasante sacaron tantas riquezas de la Cordillera del Pan, que originaron la fama de que allí exis- tían pilares o vetas de oro para enriquecer a toda Europa. Gualaceo, centro logístico de una nueva cultura

Al integrarse mediante el motivo metálico, las tres cultu- ras -respetando, hasta cierto punto, sus respectivas idiosincra- sias- se organizaron y establecieron a Gualaceo como centro lo- gístico. Cieza de León insinuó -veladamente- un mestizaje avan- zado, al decir que las indígenas eran hermosas, ardientes, atrac- tivas para cazar a los españoles, y que los muchachos eran gua- písimos y . Así, el 12 de abril de 1547, de acuerdo con la tradición cris- tiana y castellana, con misa, izada de la bandera española y fes- tejos, los afincados en las playas del Santa Bárbara fundaron la ciudad española de Gualaceo. 20 / Miguel Ulloa Domínguez

Como en toda fundación, establecieron los límites territo- riales y organizaron la administración para comunicar a España y a la Audiencia de Quito y exigir los beneficios sociales y reli- giosos. Los límites se extendieron por todo el territorio de lo que hoy forman los cantones Sigsig, Chordeleg, Gualaceo, Paute, Guachapala, El Pan y Sevilla del Oro, además de las tierras orientales hasta el Amazonas. Para la administración civil, eligieron un gobernador, un alguacil y guardianes del orden. Para la atención religiosa y el adoctrinamiento de los indígenas, solicitaron un párroco a la Audiencia de Quito.

3. COLONIZACION DEL VALLE DEL COLLAY (EL PAN) d

En orden cronológico, demostraremos cómo y cuándo fue poblado este pequeño valle andino. Los cañaris mineros y pastores

Seres humanos de toda condición social han corrido siem- pre tras el oro. Su brillantez les ha deslumbrado hasta caer en una insaciable fiebre (auri sacra fames ) del dorado metal. Los ca- ñaris de Santa Bárbara, no contentos con lavar oro en el río San Francisco, subieron a Maylag y después pasaron a Collay. El célebre poeta y escritor Remigio Crespo Toral, sobre la base de los escritos de Cieza de León de 1544, aseguró que, ade- más de la abundante extracción del metal precioso, los pastores cañarejos aprovechaban de los fértiles pastos de la Cordillera del Pan. De esa manera, estamos seguros de que este rinconcito pa- nense ya fue poblado en el 1400 de la era cristiana por los mine- ros y pastores cañarenses. Cieza de León señaló que, junto a la El portal de la amazonía / 21

mina, había un gran poblado para dar cabida a más de 300 mi- neros indígenas. Primero fueron sólo los cañaris, después los cañari-incas y, más tarde, los españoles con centenares de esclavos, muchos de los cuales dejaron para siempre sus huesos en aquellos fríos pa- rajes andinos. Cuando en 1599 los jíbaros del Oriente destruyeron Logro- ño, Sevilla del Oro y Santiago de los Caballeros, todo el mundo huyó del Collay y de Maylag por temor a una salvaje invasión y destrucción de los centros mineros. Los cascarilleros

No es posible hablar de una colonización, pero sí de una verdadera exploración palmo a palmo de gualacenses, pauteños y sigseños para extraer de las montañas del Pan la cascarilla, tan apreciada y solicitada por los europeos. Tanto Monseñor González Suárez como el padre Velasco ponderaron el heroísmo de esas personas y el floreciente comer- cio de la febrífuga proveniente de los Andes azuayos. Los inca-cañaris en El Pan

Por miedo a los jíbaros, los indígenas de la Sierra no tras- pasaron la Cordillera del Pan hasta 1750. Sólo llegaron hasta Guachapala, Callasay y Sigsig. Con cierto recelo, los cascarilleros llegaron hasta Palmas. Entonces, Guarumales y Cola de San Pablo ya eran parte del rei- no de los feroces shuar. Pero alrededor de 1750, varias familias indígenas empa- rentadas entre sí y procedentes de Sharbán, Callasay y Chorde- leg, ansiosas de independencia y de mejores tierras, se traslada- ron al valle del Collay, en las faldas del Cerro Turi. Con el transcurso de los años creció la población, por lo que, de acuerdo con las normas y costumbres incásicas, eligie- ron su propio cacique. Para distinguirlo, le dieron el nombre de Topapán, es decir, jefe del Pan. 22 / Miguel Ulloa Domínguez

Asimismo, con el fin de prevenir ataques enemigos y ase- gurar su permanencia en el lugar o quizá para demostrar su cul- tura y poderío, la nueva tribu resolvió construir una gran forta- leza en el cerro Turi. Llama la atención cómo aquellos indígenas pudieron, con medios primitivos, diseñar y edificar semejante fortaleza. La cumbre del cerro tiene un terraplén de 20 metros por 18 metros. Al oeste del cono construyeron dos anillos con asientos, destina- dos al descanso o a la celebración de asambleas. Hacia el norte, debajo de la cumbre, construyeron cuevas o fortalezas; debajo de éstas se abre un abismo casi perpendicu- lar de unos 400 metros de profundidad. Desde la base del abis- mo hasta otra fortaleza semicircular de piedras artísticamente colocadas, se extiende un espacioso terreno fértil, con suave de- clive, donde los indígenas fundaron su pueblo y erigieron sus viviendas. Hacia el este hay otro abismo de alrededor de 300 metros. A ese lado los españoles arrojaron lads piedras del destruido templo del sol. En el sureste hay una garganta por la que se asciende a la cima con relativa facilidad. Un templo al sol

Por naturaleza, todo ser humano es religioso. Los cañaris tenían sus propios dioses. Los incas, además de adorar al sol, a la luna y otros seres naturales, según el Inca Garcilazo de la Ve- ga adoraban a un dios invisible, creador del cielo y de la tierra. Conocemos que estos últimos habían construído templos adoratorios. Los conquistadores europeos destruyeron los tem- plos del sol en la cumbre de El Panecillo y de la luna en la coli- na Huainaicari, situados donde hoy se levanta la ciudad de Qui- to. Esa nueva colonia inco-cañari, asentada en la Cordillera del Pan, levantó en la cima del Turi un templo al sol. Por lo que conocemos en otros lugares similares, según la descripción del padre Velasco, la construcción con piedras labradas tiene forma cuadrada (para la luna, forma redonda). Lleva una gran puerta El portal de la amazonía / 23

hacia el Oriente y dentro, sobre un altar, la imagen del sol, labra- da en oro de los mejores quilates. Sólo Dios sabe cuántos sacrificios ofrecieron sus devotos y cuántas fiestas celebraron. Eso sí, demostraron que no hay pue- blo que no tenga su religión. Colonización por los blancos europeos El oro del Collay

Hay motivos atrayentes para toda migración humana. En nuestro caso, la colonización española en El Pan tuvo su origen en el Collay. El feroz levantamiento shuar de 1599 rompió de un tajo con la dorada esclavitud de las minas. Desde entonces, y hasta 1780, al menos en este sector andino azuayo, la nueva fuente de riqueza consistió en la cascarilla, en las maderas finas, en los sombreros de paja toquilla, en el aguardiente y en las sabrosas frutas subtropicales. En la segunda mitad del siglo XVIII, algunos cascarilleros de Gualaceo encontraron pepas de oro en las playas del río Co- llay. Las recogieron en pañuelos y fueron a venderlas en Cuen- ca. La noticia cundió por toda la Audiencia de Quito. Luego pasó a España y a toda Europa. Nuevamente se despertó la fie- bre por el dorado metal. Pero esa vez las conquistas y aventuras tuvieron otro ma- tiz. Ya no se valoraba tanto al metal. Se prefería una vida cam- pesina de paz y libertad, por lo que, al dejar la convulsionada Europa como consecuencia de la Revolución Francesa y las gue- rras napoleónicas, familias completas se vieron, hasta cierto punto, obligadas a emigrar al continente americano. También a este rinconcito andino del Collay llegaron algu- nas familias españolas. Desde Gualaceo subieron por el río San Francisco hasta Patococha, bordearon el antiguo centro minero del Collay y pusieron sus carpas en el sitio Monterillas. Si en un primer momento tuvieron que explotar las minas para solventar sus primeras necesidades, después se dieron cuenta que habían llegado a una tierra prometida, donde el cli- ma era saludable e invariable durante todo el año, donde la tie- 24 / Miguel Ulloa Domínguez

rra era fértil y producía sin mayor esfuerzo, donde, finalmente, podían gozar de paz y libertad. Entonces pudieron cantar con Fray Luis de León: Qué des- cansada vida la del que huye del mundanal ruido... La senda por don- de pocos sabios han ido... Según González Suárez, quien leyó cartas de españoles re- sidentes en América, que al escribir a sus familiares de la Penín- sula éstos declararon que preferían mil veces más que el oro, la fertilidad de la tierra, la salubridad de su clima y la belleza de su paisaje. Esas características fueron, según el historiador, las mayores atracciones para una masiva emigración europea. Muy pronto, con nuevos productos europeos diversifica- ron la agricultura. Asimismo, se dedicaron a multiplicar los cer- dos y las aves de corral. En poco tiempo llenaron las cordilleras de ganado vacuno, de lindísimos caballos de raza, de mulares, de ovejas y cabras porque encontraron admirables pastos. Crespo Toral escribió: Conocí esos fértiles pajonales de la Cor- dillera del Pan, donde se producen hierbas tan altas que el ganado prác- ticamente queda enterrado . Esa migración española fue creciendo año tras año, como se puede comprobar por los apellidos de la primera década, (1789-1800): Villavicencio, Atiencia, Tapia, Zúñiga, Delgado, Borja, Verzosa, Fajardo, González, Poveda, Cárdenas, Orellana, Córdova, López, Jara, Calderón, Arias, Garzón, Alarcón, Fer- nández. Los padres franciscanos, al inscribir una partida bautis- mal, junto al nombre del bautizado escribían: “español”, “indí- gena”. Al tomar en cuenta las tres migraciones al valle, desde 1800 hasta la independencia de 1830, se advertirá que habrá mu- chos apellidos españoles que no se encuentran en esta crónica. Pero aquí anotamos los que pudimos conocer en los archivos de Gualaceo y de Cuenca: Molina, Ordóñez, Andrade, Espinoza, León, Merchán, Sarmiento, Landín, Amaya, Arévalo, Gómez, Carrión, Salinas, Segovia, Torres, Solís, Cevallos, Jaramillo, Abad, Cuesta, Rodas, Gallegos, Prado, Arízaga, Peralta, Compo- verde, Vázquez, Cabrera, Vanegas, Astudillo, Elizalde, Maldo- nado, Vera, Coello, Hermida, Pérez, Cordero, Izquierdo, Semi- nario. El portal de la amazonía / 25

Organización socio-cristiana de la colonia

No eran tiempos de conquista. Para la justicia, el orden y el trabajo, se organizaron en una gran Asamblea. Se dictaron las leyes o normas de vida. - Ser fieles a la religión católica, rechazando toda influen- cia sectaria. - Llevar una moral cristiana íntegra, tanto en lo personal como en lo familiar. - No mezclarse con los indígenas. Para conseguir tal fina- lidad, no deberán utilizar el trabajo indígena en las minas ni en el servicio doméstico. - Vivir alejados de toda contienda política. - Permanecer unidos, como pueblo, como familias. Cuan- do surjan dificultades, resolverá la Asamblea. - Existirá la ayuda mutua y fraterna, mediante el trabajo en mingas. - Para que no haya hegemonía de unos respecto a otros, nadie podrá organizar haciendas. Las tierras serán repartidas en pequeñas parcelas. - Una o dos veces al año se reunirá la Asamblea. Discutirá los problemas y elegirá a los representantes del pueblo. Nadie dudó de la vigencia de esas severas medidas, por- que al cabo de 150 años encontramos un pueblo antropológica- mente español, con costumbres morales, cristianas y hasta fol- klóricas de 1700. Fundación de la ciudad española de El Pan

Después que las tierras fueron repartidas, para asegurar su pacífica posesión, resolvieron fundar una ciudad, según las leyes de la madre patria. Discutieron largamente sobre el nombre. Acordaron poner San José de El Pan. Todo el mundo conocía la región de El Pan. Recorrieron la zona en busca del sitio más adecuado y, por un “sentido político”, resolvieron situarla donde actualmente se levanta el centro cantonal. De esa manera, respetando al pueblo 26 / Miguel Ulloa Domínguez

indígena, buscaban su convivencia y tenían un acceso más cer- cano y cómodo a Gualaceo. Con anticipación trazaron la plaza, las calles, y señalaron los diversos sitios para la iglesia, el cementerio, la casa comunal, la escuela, y repartieron lotes a los vecinos. El día señalado, vestidos de fiesta, plantaron la cruz. De rodillas invocaron la bendición de Dios y la protección de la siempre Virgen Madre de Dios, de San José y del apóstol Santia- go. Luego izaron la bandera de España y, con la espada, toma- ron posesión de aquellas tierras en nombre de Su Majestad el Rey. Con ese sencillo acto, en 1789 quedó fundada la villa espa- ñola de El Pan. Desconocemos el documento y las firmas. En 1790, fue un sacerdote franciscano para bendecir la capilla y el cementerio y celebrar la misa, según consta en los archivos de Gualaceo. Por esa razón creemos que, en 1789, fue establecida la villa de El Pan. Migración de blancos por Callasay

Por ese camino penetraron los inco-cañaris hasta Turi. Cuando llegaron los españoles, hubo un éxodo de los na- tivos a Gualaceo. Tuvieron miedo de la esclavitud y, sobre todo, de los trabajos en las minas. En cambio, por esa misma vía, atraí- dos por la fertilidad de su suelo y las minas del Collay, los lla- mados “blancos” de Gualaceo y nuevas familias de Europa pe- netraron con relativa facilidad. Eso sucedió más o menos hasta 1810, porque cuando sona- ron los primeros gritos de independencia, la inmigración espa- ñola de la madre patria se suspendió totalmente. Pero algunos peninsulares recién venidos a Cuenca, por temor de ser vejados por los patriotas, marcharon a El Pan, donde podrían encontrar seguridad para sus personas y familias. San Vicente fue el centro de esa migración. Los nuevos co- lonos se dedicaron con preferencia a la minería, porque Chorde- leg solicitaba abundante oro para su industria joyera. Muy pron- to se formó un “corredor aurífero Collay-San Vicente-Callasay”. El portal de la amazonía / 27

Desde entonces, los gualacenses pretendieron adueñarse todo el territorio entre San Francisco y Callasay, cuyo vértice llegaría hasta Collay. Tercera migración a El Pan

Las montañas de Palmas y Guarumales, por colindar con los temibles jíbaros, nadie las había tocado hasta mediados del siglo XIX. Ni los audaces cascarilleros las conocían. Pero cuando Paute se independizó política y administrati- vamente, en 1860, y El Pan pasó a pertenecer a ese cantón, fami- lias adineradas de Cuenca y Paute, fueron por el camino Gua- chapala-Ñuñurco a organizar haciendas ganaderas y madere- ras. Desde luego, territorialmente, pertenecía a la parroquia de El Pan. Los hacendados, con la experiencia de Paute, señalaron a Palmas como sitio estratégico para el negocio de su mercancía. Pronto creció el pueblo y fue ascendido a parroquia civil. A finales del siglo pasado y durante las tres primeras dé- cadas del presente, Palmas se convirtió en un centro de ilustres profesionales, emparentados con la élite cuencana y pauteña. Los palmenses, además de aceptar las normas evangélicas de los primeros españoles, se sentían muy ligados a El Pan y San Vicente por razones familiares y sociales. Integración étnica del valle

La integración de los pueblos del río Collay, hasta hace po- cos años, fue característica, no sólo por su piedad y moral cató- licas, sino por sus costumbres y tradiciones, más españolas que americanas. El Pan ha sido el centro de atracción indiscutible por sus características fiestas religiosas y socio-culturales, por la apertu- ra del camino Pan-Méndez, por la poderosa influencia de los padres salesianos y el tráfico al Oriente y las continuas visitas de altos personajes del Gobierno, de la Iglesia y del turismo. 28 / Miguel Ulloa Domínguez

4. LA ACCION DE LOS BUENOS LIDERES d

El hombre, creado por Dios como rey de la creación, es lí- der por naturaleza. Está llamado a promover el bienestar de sus semejantes. Un personaje característico: el Rojo Bustos

Al finalizar el siglo XVIII y comenzar el XIX (1799-1800), en la Audiencia de Quito asomó un extraño personaje: el Rojo Bustos. Escondía sus muchos nombres. Sus nobles antepasados llenaban una página entera de apellidos, de los más conspicuos de España. Sólo sus padres le decían Juan José Miguel. Los de- más lo conocían por Rojo Bustos. Nosotros lo conocemos por la tradición, y creemos que existió por sus benéficos efectos, que hasta hoy perduran, aun- que un poco desfasados por la acción del tiempo. De jovencito, el Rojo sirvió en la corte. Por “travieso” lo despidieron. Estudió Derecho y casi se graduó de abogado. Se metió en la medicina y casi llegó a ser médico. Por fin, entró en la milicia y, a los 35 años, consiguió el grado de capitán. Por ser Don Juan, nunca se casó. Era alto, buen mozo, de tez blanca, cara rosada, pelo y bar- ba rojos. Tenía unos encantadores ojos azules. Siempre hacía ga- la de buenos modales y, como buen español, no tenía nada de Sancho, pero sí mucho de Don Quijote. Después de la muerte de sus padres, con una rica herencia en su haber, llegó a la Audiencia de Quito, porque los Alcázar de antaño eran sus parientes cercanos. Llegó a la capital en 1799, donde se festejó y lo festejaron en grande. Más tarde recorrió las provincias y, al llegar a Gualaceo, lo invitaron a visitar a sus compatriotas de Monterillas. El portal de la amazonía / 29

El líder Rojo y su labor socio-cultural

No se puede ponderar cómo lo agasajaron. El mismo “Chapetón” se sintió feliz, halagado, transformado en ese am- biente de paz, de cordialidad. Al fin, se quedó con ellos. Lideró como abogado. Defendió a los pocos indígenas que quedaban en la región. Sirvió como médico; generalmente aten- día gratis. Puso una botica en El Pan. Promovió la educación. Apoyó a los que anhelaban estudiar en Cuenca. Reeditó todas las fiestas caballerescas de Europa, y las presentó con el esplen- dor y la fastuosidad de la madre patria. Fue a Lima y trajo las mejores telas europeas, incluso la se- da y el damasco. Buscó modistas en Gualaceo y Cuenca para la confección de vestidos de reyes, reinas, caballeros y pajes. Enseñó y dirigió a dosz talabarteros de Gualaceo el arte de trabajar sillas, monturas y armaduras de caballería al estilo eu- ropeo, bridas, chapas, picos, estribos y broches de oro y plata, pa- ra enjaezar los briosos caballos de la escaramuza. Inventó el tí- pico “gancho” para las damas. Nuestros padres, con cierta nostalgia, nos repetían: — El Rojo Bustos enseñó a nuestros mayores la escaramu- za europea, la esgrima, las competencias griegas, la contradan- za, la corrida de toros, la pelea de gallos. Personalmente prepa- raba grandes representaciones teatrales con dramas clásicos, canto, declamación y bailes españoles. El organizaba y dirigía las fiestas de Navidad y Semana Santa. Las fiestas religiosas de El Pan

No obstante las penalidades del viaje desde Gualaceo has- ta El Pan, los padres franciscanos venían con gusto para las fies- tas religiosas de nuestro pueblo. La Nochebuena tenía novena: un día cada sector. Para la víspera y el día de Navidad, el Rojo preparaba el Pase del Niño, con todo el boato y el lujo caballeresco que per- dura hasta hoy. 30 / Miguel Ulloa Domínguez

La Virgen, El Niño, San José y los Pastores vestidos a la na- zarena, montados sobre gordísimos caballos. Los Magos, su co- mitiva de damas y pajes con vestidos árabes, sobre briosos cor- celes. Luego, los generosos moriscos con alforjas de regalos. Estos últimos eran la alegría de los muchachos, porque arrojaban toda clase de frutas, de caramelos, de bombones y el famoso “alfeñique de Navidad en papel plateado”. En la puerta de la iglesia, terminada la procesión, la Virgen y San José repartían el “canastillo de Navidad” a los pobres y los ancianos. La Semana Santa comenzaba el Viernes de Concilio, en ho- menaje a la Santísima Virgen de los Dolores. Era una tradición estricta. Todos los hombres y mujeres mayores tenían que realizar la Pascua, es decir, confesarse y co- mulgar. Todos, chicos y grandes, debían asistir a las funciones religiosas con vestidos apropiados, según los días. Niños y ni- ñas, con finos trajes de la corte. Mujeres, con falda negra larga, blusa blanca bordada, mantilla y velo negros. Hombres mayores de 12 años, con terno negro, corbata negra y zapatos de charol. Los campesinos que no tenían el vestido, tenían que que- dar de mirones en los portales y no participar del banquete de los priostes. La típica Semana Santa sevillana en América

La Semana Santa duraba 10 días. Nadie trabajaba. Los campesinos llegaban a las nueve de la mañana y regresaban a las nueve de la noche. Viernes de Concilio; sábado de confesiones a los campesi- nos; Domingo de Ramos, con misa y procesión a mediodía; lu- nes, martes y miércoles santos, ejercicios espirituales y proce- sión con las almas santas; Jueves Eucarístico; Viernes Santo, con sermón, descendimiento y procesión con las imágenes sagradas; Sábado de Gloria: por la mañana, función teatral; por la noche, misa de gloria con bautizos y bendiciones; Domingo de Resu- rrección, misa solemne y agasajos. Las procesiones del lunes, el martes, el miércoles, el Jueves Santo y el Viernes Santo se realizaban por la noche. Los priostes El portal de la amazonía / 31

se encargaban de agasajar a los participantes. Litúrgicamente, debían cumplir el orden establecido. Precedía el sacristán, vestido con alba y roquete, con la cruz en alto. A continuación marchaban las almas santas: hom- bres y niños vestidos de blanco llevaban en sus cabezas larguí- simos “chahuarqueros secos”, algunos hasta de más de 20 me- tros de alto, forrados con seda blanca. Seguían dos grupos de penitentes. Las Magdalenas, muje- res vestidas de saco y cilicio; los curucuchos, hombres con túni- cas, cordones y capuchas penitenciales. Detrás marchaban los Caballeros Templarios, jóvenes vestidos lujosamente, como sol- dados de la Edad Media. Debían custodiar el Santo Sepulcro el Jueves y el Viernes Santos. Luego el sacerdote con capa pluvial y los monaguillos. Detrás venían las estatuas de Jesús, la Virgen y San Juan, cargadas por los santos varones, vestidos con túnicas blancas, y las santas mujeres, con vestimenta hebrea. Desde los penitentes hasta las estatuas, caballeros con ter- no negro y un cirio encendido en la mano desfilaban en dos hi- leras como custodia, y alumbraban a todos los que participaban en la procesión. Cerraba el cuadro la banda de músicos. Los huéspedes, familiares y turistas, que provenían de Cuenca, Guayaquil, Gualaceo y Paute, necesariamente tenían que participar y admirar la fe, la devoción y el arte de estos que- ridos panenses. Diversificación agrícola por el Rojo Bustos

En sus 30 años de vida en Ecuador, el señor Bustos viajó muchas veces a España, no sólo para retirar los beneficios eco- nómicos de su herencia, sino para traer cargamentos de bienes europeos, entre ellos grandes cantidades de semillas y plantas de Europa, Asia y Africa, para aclimatarlas en América. Desde luego, tuvo el apoyo de todo el mundo, incluso del Gobierno es- pañol. Después que llegó a El Pan, buscó los mejores terrenos pa- ra aclimatar las plantas y semillas traídas de ultramar. Los en- 32 / Miguel Ulloa Domínguez

contró en Ciupamba -él lo llamó Vallermoso-, porque el terreno es plano y fértil, con un envidiable clima subtropical. Contrarió a sus coetáneos y llamó a indígenas para que trabajaran en su hacienda. Con amor y dedicación, el caballero español, como ya lo llamaban, se dedicó a toda clase de experi- mentos, de tal manera que, en pocos años, Vallermoso fue un edén, un jardín de flores y frutos. El español era generoso por naturaleza, desprendido y te- nía la obsesión de regar sus semillas, sus plantas, sus frutos en toda la Audiencia. Regalaba a todo el mundo. Realizó exposiciones en Cuenca, en Riobamba, en Ambato y en Quito. Los naturales eran sus aliados y colaboradores, con quienes era muy generoso y a quienes trataba con toda conside- ración. El Cabildo de Quito lo nombró Bienhechos de la Humani- dad y le otorgó una presea como reconocimiento. Nuestros mayores nos dijeron que, por los indígenas, los colonos de Tocteloma o San Vicente, de Monterillas o La Mer- ced, de Peñablanca o Santa Teresita, de Praga o Sevilla del Oro, de Pangrande y Palmas, cerraron sus puertas a los inco-cañaris y retiraron su estima y apoyo al Rojo Bustos. Entonces este caballero se alejó definitivamente de El Pan. No le interesaba lo económico. Tenía suficiente dinero para vi- vir. El señor Juan José Miguel Bustos se casó con una distin- guida dama gualacense y fue a terminar sus días en Machánga- ra, cerca de Cuenca. Como militar español, prefirió no meterse en las contiendas de la Independencia. Análisis de esta realidad

Muchísimos españoles llegaron a la Audiencia de Quito. Debemos reconocer que nos han dejado profundas huellas de fe y también de costumbres. Desde luego, hay pueblos y sectores que se caracterizan por sus tradiciones. Entre ellos está El Pan. El folklore religioso-socio-cultural de nuestras fiestas no sólo debemos recordarlo como algo histórico, sino hacerlo revi- vir con el esplendor de antaño. El portal de la amazonía / 33

Hasta hace poco existió la hacienda Vallermoso o Cuipam- ba. Para los panenses siempre fue un símbolo bienhechor. Cuan- do pasó a manos de los padres salesianos, aumentó su venera- ción. ¿Por qué no reconocer que El Pan fue el primitivo jardín de las flores y de los frutos? Muchos productos agrícolas del Co- llay todavía hoy no existen en otros lugares y otras regiones, y quizá ni siquiera los conocen, como por ejemplo el cañaro -en italiano, le castagne -, la lucma, la yoyapa, la frutilla, la jícama - papa dulce para licores-, el chamburo, el siglalón, el limeño, etc. Por lo visto, la tradición tiene su asidero en las realidades que constatamos.

5. ADMINISTRACION d

Administración eclesiástica

Al examinar los archivos de Gualaceo y de Cuenca, encon- tramos datos por los cuales conocemos que los beneméritos pa- dres de San Francisco de Así pastoralizaron a los habitantes del valle del Collay antes de 1800. Los franciscanos escribieron: Los feligreses blancos de El Pan son numerosos. Los indígenas, en cambio, por temor al trabajo de las minas, han emigrado a Gualaceo . Durante las fiestas religiosas bautizaban niños y bende- cían matrimonios. Sus partidas las inscribían en los registros de Gualaceo. En Cuenca encontramos otras noticias. Habiendo crecido la colonia española de El Pan, Fray José Manuel Plaza, sacerdote de la Orden Franciscana, el mismo que estuvo de misionero en Ucayali, al sur del Marañón, antes de regresar a esas misiones fue por una ocasión a El Pan para celebrar Misa, bautizar niños y atender enfermos... De regreso trajo gratísimos recuerdos . 34 / Miguel Ulloa Domínguez

Más tarde, cuando fray José Manuel Plaza fue nombrado Obispo de Cuenca, al regresar de la visita pastoral a Sigsig y Gualaquiza, en Gualaceo le esperaba una comisión de feligreses de El Pan para rogarle que se dignara enviar a ese lugar un sa- cerdote párroco. La población había crecido y los fieles querían vivir y morir con los sacramentos de la Iglesia. El señor Obispo no pudo acceder a tal pedido, ya que no contaba con sacerdotes disponibles. Varias veces fueron panenses a solicitar el anhelado párro- co, hasta que el prelado envió, en 1837, al sacerdote español dio- cesano José María Barahona. A continuación enumeramos a los diversos párrocos de esa localidad, desde 1837 hasta 1920, cuando los padres salesia- nos se hicieron cargo. Reverendos José María Barahona, José Do- mínguez, Antonio Ruíz Merchán, José Antonio Asuero, Salva- dor Abad, Juan Francisco Carrasco, José Antonio Bravo, Javier Ortega, Gonzalo Borrero, Santiago Pesántez, Víctor Villavicen- cio, Luis Fidel Matovelle, Benigno Pacheco, Roberto Jaramillo, Luis Vásquez, Miguel Angel Jaramillo, Alfonso Abad Jáuregui y Miguel Serrano Arévalo. Administración de los padres salesianos

En 1916, cuando el reverendísimo doctor Alfonso Abad Jáuregui fungía de párroco, llegó desde Méndez el misionero sa- lesiano padre Albino del Curto, quien se abrió paso en las selvas amazónicas y en los terribles pajonales de la cordillera Oriental de los Andes. Fue bien recibido por el sacerdote y por el pueblo. El misionero aprovechó esa buena voluntad para propo- nerles la apertura del camino de herradura Pan-Méndez por El Castillo. Los Hijos de Don Bosco, patriotas y visionarios como siempre, no sólo proyectaron el camino para ingresar a la Ama- zonía y evangelizar a los jíbaros, sino que propusieron colonizar esas fértiles tierras con familias de la Sierra y de la Costa y de- fender las fronteras, frente a la continua invasión territorial del Perú. El portal de la amazonía / 35

Los documentos salesianos expresan: El padre Albino del Curto recibió del Obispo, Monseñor Santiago Costamagna, la orden de abrir un camino que, partiendo de Méndez, se comunicara con El Pan. Era más de 80 kilómetros de camino... Romper el formidable mito de infranqueabilidad de la inmensa cordillera Andina, era un sueño de lo- cos... Por otra parte, Monseñor Domingo Comín palpó la necesidad de tener una base logística de apoyo entre la ciudad de Cuenca y la Mi- sión de Méndez. La parroquia de El Pan parecía ser el lugar ideal . Continúa el documento: Cumpliendo con el mandato del se- ñor Nuncio Apostólico, Monseñor Lauri, el señor Obispo Daniel Her- mida encarga la Parroquia de El Pan a los Salesianos en la persona del padre Matías Buil, el 22 de mayo de 1920. Firma el Prosecretario, pres- bítero Isaac Ulloa . Desde 1920 hasta 1943, los párrocos salesianos fueron los siguientes: padres Matías Buil, Juan Vigna, Albino del Curto, Virgilio Fior, Francisco Serrad y Carlos Poggione. Los vicepárro- cos fueron los padres José Volpi, León Masciandaro, Juan Ven- tura, Carlos Simonetti, Isaías Avila y Luis Echeverría. El 17 de junio de 1943, previa información y revisión de in- ventarios , el padre Juan Vigna entregó la parroquia al señor Obispo, Monseñor Daniel Hermida, después de 23 años de ad- ministración salesiana. Los párrocos salesianos desde 1943 hasta 1992

Después de los Hijos de Don Bosco, la parte religioso-pro- mocional fue administrada -en este orden- por los siguientes presbíteros: reverendísimos Humberto Zalamea, Luis Antonio Rodríguez, Benjamín Bermeo Polo, Enrique Ochoa, Román Iz- quierdo y Adolfo Clavijo. En el archivo de la Jefatura Política de Paute encontramos algunos datos enviados por alguna persona de El Pan, sin duda conocedora y crítica de los acontecimientos religioso-sociales del pueblo. Aprovecharemos de esas noticias, sobre todo del acápite “Estética”. El primer templo de 1789 fue construido con el sistema Ta- pia, con madera y techo de paja. Antes de llegar el primer párro- co, presbítero Barahona, el pueblo, destruyendo la primitiva 36 / Miguel Ulloa Domínguez

iglesia, levantó en el mismo sitio otro edificio más grande con adobes y tejas. Un viejecito de apellido López nos contaba que, en el ca- mino hacia Cedropamba, existía una tejería. Esa fábrica produ- cía tejas, ladrillos y adobes para vender a todo el valle. La Crónica de Paute nos dice: La fachada de la iglesia matriz fue reconstruida en parte por el señor cura párroco Benjamín Bermeo Polo y terminada por el padre Román Izquierdo, por el año de 1988. El altar mayor, tallado en madera de nogal, es obra del entonces párroco, padre Luis Antonio Rodríguez . El convento primitivo fue demolido y, en su lugar, el padre Román Izquierdo construyó el actual con la ayuda económica de personas bienhechoras de las provincias de la Costa, espe- cialmente de la familia Orellana Jara. Este trabajo se realizó en 1985. Los altoparlantes fueron adquiridos por el padre Enriue Ochoa Chica. Desde entonces, el pueblo lo ha utilizado como medio de divulgación. El centro de la parroquia cuenta con un vistoso parque en el que hay un monumento al padre Albino del Curto, como pe- renne memoria a su sacrificada labor por la apertura del camino Pan-Méndez. El monumento fue construido por el señor dura Humberto Zalamea en 1956, cuando ejercía el cargo de párroco de esa feligresía. Dice La Crónica: Debemos reconocer y agradecer al señor Rigo- berto Vázquez Peña, Presidente del Concejo de Paute, por su colabora- ción moral y material, y al ingeniero Márquez por el diseño del parque, para que el munumento se hiciera una realidad y se perennizara la gra- titud de un pueblo . Obras son amores, mejores que buenas razones

Digan lo que digan, decía el salesiano padre Juan Vigna, pero el sacerdote en un pueblo es el eje principal y, en muchos casos, indispensable. Adonde él va, corren los ciudadanos, aun- que sea para combatirlo, porque no sólo lleva la fe en Dios y el amor a lo trascendente, sino que promueve y defiende los valo- El portal de la amazonía / 37

res humanos con el progreso moral y socioeconómico (100 años de las Misiones Salesianas en el Ecuador). El 18 de octubre de 1986 tomó posesión del cargo de párro- co de El Pan y de Sevilla del Oro el reverendo padre Adolfo Cla- vijo. Entonces la Iglesia Católica se encontraba en plena reno- vación, movida y fomentada por el Conciclio Vaticano II. Por lo tanto, el padre Clavijo entró de lleno en la nueva evangelización y promoción: - Servicio religioso ordinario y por las fiestas a todos los sectores de la parroquia. - Escuelas de formación para agentes de pastoral; cateque- sis no sólo para los Sacramentos, sino para la vida misma de los feligreses. - Acompañamiento y atención a señoritas y jóvenes, a maestros y padres de familia en la búsqueda de nuevos horizon- tes para enrolarse en la modernidad y postmodernidad del mundo actual. - Promoción de la juventud con centros artesanales, espe- cialmente para aquellos que no han ingresado en la enseñanza sistemática. - Apoyo a las autoridades, a los líderes empeñados en el desarrollo integral de sus respectivas comunidades. El padre Adolfo merece perenne gratitud, no sólo de El Pan, sino de todo el pueblo católico del Ecuador, por la magní- fica y total remodelación de la iglesia matriz, la que, con justicia, es considerada patrimonio religioso nacional, con una inversión de 400 millones de sucres. Remodelación de las paredes, de los pilares, del cielo raso, del coro, de las puertas y ventanas y de los altares laterales. Los turistas exclaman: ¡Es una joya artística! ¿De dónde vinieron estos fondos? El padre párroco con- testa: — De la generosidad de las colonias panenses de Guaya- quil, Quito, Cuenca, Quevedo, Macas y los Estados Unidos, y del loable sistema de torneos galantes, costumbre de esta zona. Con este sistema hemos conseguido dinero para capillas, casas comunales, canchas deportivas, parques y escuelas. Para mues- tra, un botón: la escuela Nicanor Corral. 38 / Miguel Ulloa Domínguez

Desde la cantonización de su pueblo, el 10 de agosto de 1992, los sevillanos venían gestionando, ante el señor Arzobis- po, un párroco propio. El prelado se les concedió en la persona del reverendísimo padre José Rubén Segarra, quien tomó pose- sión de la parroquia el 14 de septiembre de 1996. Las religiosas de El Pan

El Concilio abrió un amplio espacio a las religiosas y los seglares para que colaboraran con los párrcos en la nueva evan- gelización y promoción de sus parroquias. El padre Miguel Ulloa se empeñó en buscar una comuni- dad de religiosas para El Pan, como ya lo había realizado a nivel nacional cuando estuvo al frente de la Conferencia Ecuatoriana de Religiosos (CER). A raíz de la cantonización, se propuso a las Hermanas Sa- cramentinas de Bérgamo, Italia. Aceptaron gustosas, pero cir- cunstancias del momento frustraron el proyecto. Después, por gestiones de Sor Enriqueta López, religiosa dominicana de la In- maculada, se consiguió -cuando se encontraba en España- que vinieran las religiosas dominicas Misioneras Rurales del Amor, miembros de una congregación dedicada a la pastoral parro- quial. Con la venia del párroco y el respectivo permiso canónico del Arzobispo, Monseñor Luis Alberto Luna Tobar, llegaron a El Pan la hermana Superiora General, Sor Josefa Bernabé García, con dos religiosas, Sor María del Carmen Martínez y Sor Rosa María Marcilla. Tanto el párroco como la Ilustre Municipalidad y, sobre to- do, el pueblo, se comprometieron a apoyar y sostenerlas, porque no existía ninguna infraestructura de la nueva obra. Pero las obras de Dios surgen con rapidez. Ahora las her- manas tienen su vivienda en la casa de la Curia, la que antes fue de los padres salesianos. El Municipio construyó rápidamente los locales para el trabajo de promoción de la juventud y las re- ligiosas, con dos novicias ecuatorianas, trabajan con entusiasmo en la evangelización y promoción de nuestro pueblo. El portal de la amazonía / 39

La labor eclesias en los anejos o recintos

Toda parroquia urbana o rural, además del centro, tiene barrios en la ciudad y anejos o recintos en el campo. Son luga- res con capilla y/o casas comunales para agrupar a los fieles y con ellos realizar la liturgia, la pastoral sacramental, la cateque- sis y la promoción de los grupos. En un primer momento, el párroco de El Pan tuvo a su car- go todo el valle del Collay. Cuando Palmas se parroquializó civilmente, adquirió su propio sacerdote. A pesar de ser parroquia civil y luego Cantón, Sevilla del Oro -con todos sus anejos- fue administrada eclasiás- ticamente por el sacerdote de El Pan. Como un justo homenaje a su elevación cantonal, en 1996 el señor Arzobispo concedió a los sevillanos su propio párroco. Enumeramos los principales anejos de la parroquia El Pan antes de 1996 -incluida Sevilla del Oro-, según los apuntes en- contrados en Paute: San Vicente, La Nube, La Merced, Santa Te- resita, San Bartolomé, San Juan Bosco, Virgen del Rosario, Cora- zón de Jesús, Perpetuo Socorro y San Francisco. En cada anejo hay un síndico, responsable de la labor pa- rroquial. El progreso del anejo depende de su sacrificio y fideli- dad. Administración civil

Tenemos poquísimos datos sobre el Gobierno civil de El Pan, por tres razones principales: - El centralismo imperante desde la creación de la Repúbli- ca. Todo trámite legal debía realizarse en la capital, sede obliga- da de toda la administración. En Quito se realizaban las gestio- nes, los nombramientos y la posesión del gobernador, del jefe político e incluso del teniente político. Allá quedaban los docu- mentos. El funcionario recibía una copia de su nombramienbto, que era como el carnet de su representación. - Los archivos oficiales de Gualaceo fueron quemados por los enfurecidos indígenas de San Juan. El Pan perteneció a Gua- 40 / Miguel Ulloa Domínguez

laceo desde 1789 hasta 1860, cuando pasó a Paute como parro- quia de ese cantón. - Siempre ha prevalecido el pretexto de que el Estado es pobre. El dinero apenas alcanza para la burocracia. Imposible construir oficinas para toda la administración. Es menos costo- so un arriendo. Por otra parte, los bienes del Estado son de to- dos y de nadie. Pronto se deterioran y abandonan. De allí que encontramos pocos documentos en nuestros pueblos. Antiguamente, por muchas razones, el teniente político, como representante del Gobierno central, tenía en sus manos to- da la administración; desde luego, la judicial, sobre todo duran- te las muchísimas dictaduras que hemos tenido a lo largo de nuestra historia. Según los documentos de Paute, se cree que El Pan fue or- ganizado como parroquia civil el 1º de septiembre de 1852. No estamos de acuerdo por dos razones: - Durante la Independencia, cuando Gualaceo fue conside- rado cantón con jurisdicción sobre los valles del Oriente azuayo, Gualaceo era el centro del valle pauteño y El Pan, centro del Co- llay. - Por ser un poblado grande y de importancia, El Pan ad- quirió en 1837 la categoría de parroquia eclesiástica. Estamos convencidos de que la parroquia civil fue creada al mismo tiem- po, en ese año, porque aún continuaba vigente el patronato. En 1906, el Congreso Nacional expidió la Ley del Registro Civil. Lentamente fue poniéndose en práctica. Hasta entonces, la misma partida bautismal servía como partida civil del ciuda- dano. Por lo antes expuesto, no es imposible -pero sí difícil- en- contrar la fecha exacta de creación y el nombre de la primera au- toridad. Difícil también es consignar en esta historia los nom- bres de los ciudadanos que gobernaron la parroquia hasta 1908. Al hurgar en las partidas del Registro Civil de El Pan, en- contramos algunos nombres firmados como jefes del Registro Civil, porque el mismo teniente político firmaba como tal. Des- de 1908 hasta 1923, fueron los señores Miguel Becerra, Pablo González, Mariano López, Manuel Fajardo, Juan José Torres, Antonio Ortega, Víctor Antonio Ulloa, Ernesto Becerra, Salva- El portal de la amazonía / 41

dor Tapia, Belisario Miranda, Reinaldo González y Reinaldo Maldonado. Asimismo, buscamos en el Registro Civil de Paute. Desde 1923 hasta 1930: señores Aurelio González, Víctor Antonio Ulloa, Héctor Ochoa, Julio César Enderica, Belisario Miranda y Juan González. Desde 1930 hasta 1944, los señores Luis Ernesto Becerra, Moisés Ulloa, Jesús Cevallos, David, Benavides, Julio César En- derica, Alcivíades Cevallos, Luis Guillermo Peralta y José Cal- derón. Desde enero de 1945 hasta 1965, los señores Alcivíades Ce- vallos López, Héctor Ochoa, Luis Ernesto Becerra, Humberto Fajardo, Rubén Cabrera, Julio Cabrera Coello, Luis A. Cárdenas, Rogerio Ortega, Alejandro López Zúñiga, José Víctor Vera, Jesús Paciente Contreras, cabo primero Gilberto Villavicencio, Segun- do Bustos y Juan José Torres. Estos datos fueron entregados por el señor Luis Rodas Pesántez, jefe del Regimiento Civil de Pau- te desde 1923 hasta 1965. Al revisar nuevamente el Registro Civil y las Actas Testa- mentarias de El Pan, desde 1965 hasta 1992, consignamos los nombres de los siguientes ciudadanos que ocuparon el puesto de teniente político: Leopoldo López Z., Ernesto A. Torres, Víc- tor Llivichuzca, Eloy Becerra, José Hérmel Flores, Galo Torres, Benigno Cordero y Vicente Piscocama M. Desde agosto de 1992, con motivo de la cantonización, la administración cívico-política de El Pan adquirió otro matiz y otro rumbo. Tras elecciones libres, el señor ingeniero César Tapia presi- dió la Ilustre Municipalidad como primer alcalde de nuestro pueblo, y por el Ejecutivo fue nombrado como primer jefe polí- tico del cantón el señor Vicente Piscocama Maldonado. La junta parroquial ha funcionado esporádicamente a lo largo de nuestra historia. Cuando en 1972 brotó el petróleo, nuestras autoridades superiores nos ilusionaron con la “siembra del petróleo”. A El Pan llegó tarde, pero al fin llegó siquiera algo, porque el gobier- no petrolero nos dio asistencia médica, mediante centro y sub- centros de salud; agua potable por medio del IEOS; electricidad 42 / Miguel Ulloa Domínguez

por medio de INECEL, y mejoró un poco la comunicación por medio de IETEL. Medios de comunicación

Para comprender cómo nuestros antepasados se comuni- caban entre sí y con los hermanos de otros lugares, tenemos que remontarnos varios siglos atrás. Escribimos su historia, no la nuestra. Antes, los panenses apenas tenían unos pocos y malos ca- minos de herradura. El mejor vehículo era la mula, por ser el animal más fuerte y seguro. La comunicación interna del valle se realizaba de boca en boca o por medio de redados. Estamos seguros de que ningún ciudadano de El Pan participó en las guerras de independencia. Los comerciantes traían noticias de Quito, Guayaquil o Cuenca sobre la Batalla del Pichincha, sobre la derrota de los pe- ruanos en Tarqui y sobre las vicisitudes de la naciente república. Correo. Durante la presidencia de Vicente Rocafuerte, se consiguió un “postillón de correo”, para que una vez al mes lle- vara las cartas y las noticias del exterior. Efectivamente, funcio- nó con éxito hasta 1860, cuando las relaciones administrativas de Gualaceo pasaron a Paute. De 1860 en adelante, el postillón llegaba cada ocho días. Además de las cartas y disposiciones político-administrativas, traía algunos periódicos, acumulados toda la semana. Teléfono y telégrafo. Asimismo, durante la presidencia del doctor Antonio Flores, el Gobierno tendió los cables desde Gua- chapala hasta El Pan para la telefonía. Después de 1900 vino el telégrafo y el Estado subvencionó un empleado fijo. A partir de 1920, los padres salesianos reactivaron estos dos importantes servicios sociales. Con ellos penetraron nuevas corrientes sociales, culturales, políticas y económicas, porque el camino Pan-Méndez fue noticia nacional e internacional. No sólo los misioneros y misioneras europeos que iban y venían del Oriente a la Sierra, sino que por esa vía transitaban personalidades del Gobierno, incluso embajadores de naciones amigas y periodistas del Ecuador y del extranjero. El portal de la amazonía / 43

En realidad, para nuestro pueblo fue un acontecimiento cuando en 1941 llegó el primer vehículo motorizado. Ya hemos dado un gran paso a la civilización. Hoy tenemos la vía carroza- ble hasta Guarumales, que une los pueblos y con la experanza de tener el carretero interoceánico Guayaquil-Naranjal-Cuenca, de Cuenca por Paute, El Pan, Guarumales, Méndez, Morona, Perú, hasta el Brasil. Ojalá que esta vía tan importante para el país tenga muy pronto ele correspondiente asfaltado.

6. RASGOS CULTURALES DE NUESTRO PUEBLO d

Costumbres

Nuestros antepasados no ostentaban una elevada cultura literaria, quizá por carecer de colegios, pero sí tenían y conser- vaban hermosas y honestísimas tradiciones cristianas, mezcla- das con un folklore cívico-litúrgico envidiables. El sacerdote diocesano, reverendísimo Benjamín Zamora, cuando en 1924 visitó El Pan, escribió: La familia organizada como Dios manda es la estrella de este pueblo. Sus componentes convidan a gozar de una admirable espiritualidad cristiana, como no se ve en otras partes. Sus gentes son sumamente educadas, modestas, honradas y hospitalarias. Abundan las solteronas vírgenes, piadosas sin exagera- ción. No existen presiones, pero la fuerza de la costumbre lleva a orga- nizar todos los matrimonios por la Iglesia Católica. En un artículo del Boletín Salesiano de 1920, escrito en ita- liano por el reverendo padre Albino del Curto, al informar a los superiores de Italia sobre los trabajos del camino Pan-Méndez, expresó: El Pan es una región encantadora, puerta hacia el Oriente. Sus habitantes son, en su mayoría, blancos descendientes de españoles. Así como cultivan sus tierras para el pan de cada día, cultivan sus al- mas para agradar a Dios y a los hermanos. Con estos dóciles ecuato- rianos podremos abrir los caminos hacia las regiones amazónicas pa- 44 / Miguel Ulloa Domínguez

ra la conversión de los jíbaros, para abrir colonias agrícolas en el Oriente y satisfacer los anhelos de esta Patria ecuatoriana . En el Boletín de 1927, encontramos estas elogiosas frases: Prima en este pueblo la honradez, la religiosidad, el trabajo, la hospita- lidad, especialmente en Sevilla del Oro, con cuyas gentes los misione- ros trabajamos el camino Pan-Méndez . Como seres humanos, los panenses también tenían sus fa- llas, sobre todo por linderos, pero las autoridades civiles siem- pre han tenido poco que hacer. Las rencillas las arreglaban gene- ralmente delante del sacerdote párroco. Si alguien había tenido que probar la cárcel, sin duda la habría gustado por pocas horas. En los casos gravísimos -como robo o crimen-, enseguida fueron remitidos a Gualaceo, Paute o Cuenca. Educación

En la Edad Media, España tenía el patronato, es decir, un concordato entre el Estado y la Iglesia. Las dos entidades mar- chaban juntas y de acuerdo para el gobierno socio-religioso y so- cio-político de la madre patria y de sus colonias. El patronato era más profundo que un modus vivendi . En aquel estado de co- sas, por ejemplo, la Iglesia tenía máxima injerencia en la educa- ción, y el Estado, a su vez, en la elección de los prelados. Como todos los pequeños pueblos, El Pan no pudo gozar del apoyo de la Iglesia en lo que se refiere a educación. A pesar de la corriente liberal, la enseñanza siempre fue cristiana. Los institutos religiosos, por muchas razones, prefirieron desarrollar su labor educativo-promocional en las grandes ciudades. Para que se tenga una idea del desarrollo de nuestra cultu- ra, nos permitimos ofrecer cinco períodos: Primer período (1789-1835). Por tradición conocemos que el señor español Juan José Miguel Bustos, persona patriota y preparada, con sus propios medios abrió la primera escuela de El Pan. Después, los padres de familia apoyaron con módicas pensiones. Segundo período (1835-1900). Durante la república, el Es- tado se encargó de subvencionar tres o cuatro profesores, tanto para la escuela de varones como de mujeres. En este período el El portal de la amazonía / 45

Estado abrió escuelas en Palmas y Sevilla del Oro, por tratarse de poblados de mayor consideración. Tercer período (1900-1925). Se caracteriza por una sana competencia entre Palmas, San Vicente y El Pan. Los hijos de los hacendados de Palmas estudiaban en Cuenca y, más tarde, regresaban a gozar de la tranquilidad del campo y de sus productos. Allí vivían conspicuos personajes, tales como los Nieto, Cuesta, Tenorio, Cabrera, Larriva, López y otros. En cambio, las familias de San Vicente tenían el orgullo de educar a sus hijos en Gualaceo, donde los Hermanos Cristianos. El Pan contaba con buenos maestros normalistas, quienes pusieron las bases culturales para que los alumnos más tarde, al estudiar en colegios y universidades, figuraran entre los mejo- res profesionales del país. Cabe recordar con gratitud, entre otros, a dos de los grandes maestros, la señora Luz Matilde To- rres de Enderica y el señor Teófilo Palacios. Cuarto período (1925-1960). Este período está influencia- do por los Hijos de Don Bosco. Despertaron en las familias y en la juventud un fortísimo entusiasmo para el estudio y la promo- ción, de tal modo que familias enteras emigraron al Oriente, a Cuenca, Guayaquil, Quito y los Estados Unidos, no sólo para mejorar su posición económica, sino -y sobre todo- para la pro- moción cultural de sus hijos. El Pan contaba entonces con numerosos sacerdotes y mu- chas religiosas de varias comunidades de Vida Consagrada. Quinto período. El colegio. El primer colegio secundario

Con la organización de Naciones Unidas, se abrió en 1944 la alfabetización universal. Superados los tradicionalismos me- dievales y los antagonismos políticos de izquierda y de derecha, también el Ecuador, desde 1944, adquirió una educación libre: estatal, laica, municipal, particular confesional, fisco-misional, particular laica, etc. Con esta apertura se multiplicaron las escuelas en todos los rincones del Ecuador. Rápidamente se abrieron colegios en las cabeceras cantonales y parroquiales y hasta en los principa- 46 / Miguel Ulloa Domínguez

les anejos. La multiplicación de centros universitarios en todas las principales capitales de provincias están brindando hoy un verdadero progreso cultural a todo el país. Para la fundación de un colegio, en un pueblo como el nuestro, el Ministerio de Educación exige lista de alumnos y lis- ta de escuelas. Necesariamente éstas tendrán que brindar el alumnado suficiente para sostener el plantel secundario. Hasta el presente, los planteles escolares en El Pan se ha- brán multiplicado. Nosotros nos atenemos a los datos encontra- dos en la jefatura de Paute. Escuelas fiscales mixtas: en el centro, “Nicanor Corral”; en San Vicente, “José Domingo Lamar”; en La Merced, “Alfonso Malo Rodríguez”; en La Nube, “César Pantaleón Palacios”; en La Dolorosa, “Eloy Coello Noritz”; en Tablahuaico, “Alfonso Cordero Palacios”; el jardín de infantes lleva el nombre de “Wil- son Galarza”. En 1976, algunos profesores de la escuela “Nicanor Co- rral”, con el apoyo del párroco, del teniente político y de todo el pueblo, gestionaron ante la Junta Militar -presidida por el vi- cealmirante Alfredo Poveda Burbano- la creación del colegio mixto fiscal con las especialidades de Agronomía y Artes Ma- nuales. Tales gestiones dieron resultado, porque el 1º de octubre de 1976 comenzó a funcionar con el nombre de Colegio Mixto Nacional El Pan. El decreto de creación lleva el número 1117, del 31 de enero de 1977, con efecto retroactivo. fue publicado en el Registro Oficial el 10 de febrero de 1977. El plantel fue creado y organizado como ciclo básico. Con el paso de los años, pasó a diversificado y, según el documento citado, muchísimos jóvenes continuaron sus estudios universi- tarios en Cuenca, Guayaquil y Quito, y hoy honran a la Patria como buenos profesionales. El éxodo intelectual

El desarrollo de un país no está en las riquezas de su sue- lo y subsuelo, sino en saber aprovechar bien esos bienes; es de- cir, en la preparación psíquica-intelectual de sus ciudadanos. El portal de la amazonía / 47

Los japoneses nos dan el ejemplo: estudian, desarrollan su capa- cidad intelectual, inventan maravillas, trabajan tesoneramente y compiten con las naciones más desarrolladas del mundo. Algunos países conceden becas a jóvenes capacitados de los pueblos en desarrollo. Agradecemos tal altruísmo, aunque constatamos que retienen a muchos “cerebros” para su propio desarrollo al brindarles buenas remuneraciones. Nuestras grandes ciudades, a su vez, constituyen un atrac- tivo para las familias campesinas, no sólo para una mejor vida ciudadana, sino para el estudio universitario de sus hijos. Tam- bién la vida religiosa atrae a la juventud. Innumerables familias panenses han emigrado al Oriente, a Cuenca, a Guayaquil, a Quito y a otras ciudades grandes del país y del exterior. Por lo visto, encontraron mejores oportuni- dades, no sólo en el campo económico, sino en el desarrollo cul- tural de la juventud, porque, al haber nacido en este pueblecito azuayo, hoy nos honran con su presencia y su actuación en la Legislatura, en el Poder Judicial, en el Ejecutivo, y con su traba- jo profesional en la medicina, en la ingeniería y en la arquitectu- ra, en la abogacía y la educación, incluso en la Milicia y la vida religiosa y, por supuesto, en el comercio y en la industria. Años atrás, en París, un grupo de jóvenes se lanzó a la re- volución cultural. Desde luego, tuvo cosas negativas y positi- vas. Entre las negativas, se pretendió borrar el pasado para construir sobre el presente. Entre lo positivo, se dio una luz, por lo menos para escribir la historia, y una mejor orientación de los medios de comunicación social. No debemos, dijeron, escribir la historia sobre las guerras y los caciques; los periodistas no deben publicar lo negativo, si- no lo positivo. Lo positivo construye; lo negativo, destruye. En El Pan, nosotros no hemos tenido ni guerras ni caci- ques. Por lo tanto, escribimos la historia desde la base, y pone- mos de relieve el esfuerzo de nuestros mayores. Para ser justos, conviene también presentar sus frutos. En el monumento religioso-turístico de Turi dejaremos grabados los nombres de los religiosos y las religiosas, y aspiramos a que el Ilustre Concejo Cantonal recoja y grabe en una placa los nom- bres de los panenses promocionados y que desde cualquier án- 48 / Miguel Ulloa Domínguez

gulo honran a la Patria. Así seremos consecuentes con el decre- to de cantonización de nuestro querido pueblo.

7. EPOPEYA ANDINA: GRATITUD AL CABALLERO DE LOS ANDES Y SUS COLABORADORES d

El padre Albino del Curto

Los monumentos erigidos a determinadas personas signi- fican la perenne gratitud, el recuerdo de relevantes servicios a la colectividad. En el parque de El Pan está la característica figura del Ca- ballero de los Andes, el reverendo padre Albino del Curto, pro- minente miembro de la sociedad salesiana. El padre Albino del Curto vino de Italia recién ordenado de sacerdote, enviado por el beato Miguel Rúa, inmediato suce- sor de San Juan Bosco. En 1915 fundó la misión salesiana de In- danza. El año siguiente recibió de su Superior la orden de cono- cer Méndez, fundar la misión y abrir un camino de herradura desde El Pan hacia las selvas amazónicas. En un primer momento, le apoyaron los párrocos diocesa- nos, reverendos Alfonso Abad Jáuregui y Miguel Serrano Aré- valo. Más tarde, toda la comunidad salesiana, los siguientes te- nientes políticos: señores Víctor Antonio Ulloa, Aurelio Gonzá- lez, Héctor Ochoa, Julio César Enderica, Belisario Miranda, Juan González, Deifilio Maldonado, Moisés Ulloa, Luis Ernesto Bece- rra y Salvador Tapia, entre otros. Los estrategas que pretenden derrotar al enemigo necesi- tan de la tropa, de aquellos valientes, audaces, disciplinados y obedientes soldados. En nuestro caso, el camino Pan-Méndez, dirigido por el padre Albino y sus buenos colaboradores, fueron los panenses, los sevillanos heroicos que abrieron la grandiosa El portal de la amazonía / 49

vía de penetración al Oriente. Ignotos soldados, valientes, auda- ces, disciplinados obreros del hacha, el machete, la pala, el pico, la barreta, la carretilla y la dinamita. Alguien debería recoger esos nombres y grabarlos en el bronce, para la gratitud de las generaciones venideras. Audaz exploración de la cordillera

La crónica de la Misión de Méndez, escrita por el padre Francisco Torka, expresa: El 8 de mayo de 1916, el padre Albino del Curto, con Juan Salazar y dos peones, inició el viaje para abrir una salida a El Pan o a Palmas. El jíbaro Nahuincha se comprometió a guiarlos. La Misión pagó al shuar una escopeta de dos cañones. Efectivamente, el jíbaro Nahuincha acompañó a los expe- dicionarios hasta el río Shiro. Sin decir una sola palabra, en de- terminado momento desapareció. El sacerdote llamó a Salazar y a los dos peones blancos pa- ra dialogar. — ¿Seguimos adelante o regresamos a Méndez? Los dos peones pretendieron seguir el camino ya conocido por el río Shiro, hacia el Allcuquiro y Palmas. El padre Albino dijo: — No, seguiremos el río Negro hasta sus vertientes. Pero aquella misma noche los dos asalariados blancos de- saparecieron. Juan Salazar, un joven de 18 años, dijo: — Padre, yo jamás le abandonaré. Adonde usted vaya, yo iré. El sacerdote rezó y meditó largamente y, al final, dijo: — Muchacho, no regresaremos a Méndez. Tenemos que abrir una puerta para que por ella penetre la civilización, la fe y el progreso del Ecuador. Sigamos hacia la cordillera. Machete en mano, abriéndose paso por la tupida selva, cortando las mil enredaderas, siguieron hacia Balcones. Al en- contrar una inmensa peña perpendicular al río, tuvieron que pa- sar a nado a la orilla derecha y caminar durante 12 horas hacia las alturas del Chontal. 50 / Miguel Ulloa Domínguez

Esos dos hombres, solitarios en el inmenso macizo de los Andes, iniciaron una tremenda odisea que será recordada con admiración y gratitud durante siglos. El sacerdote europeo -con un indomable carácter y una te- naz confianza en Dios y en sí mismo- y Juan Salazar, quien se ofreció y se entregó incondicionalmente a su padre y amigo, ja- más retrocedieron ante los sacrificios y las dificultades. El padre Albino, al recordar aquellos días de soledad, de ansias por tener un camino que sirviera de unión entre la Sierra y el Oriente, dejó constancia en la Crónica de Indanza: Ni llas es- tepas de Siberia, ni las llanuras del Asia Central, ni los desiertos del Africa, ni las praderas de Australia, se encuentran tan segregadas del consorcio humano como la región de Méndez, que está situada sola- mente a 14 leguas del Azuay. Su soledad puede ser comparada tan só- lo con la soledad de los polos . Lentamente, abriéndose paso por la jungla, surcaron las aguas del río Negro hasta Pailas y Surorancho. Desde allí toma- ron rumbo noroeste, para dominar los pajonales de Osorancho. Cuando, al sexto día, pretendieron dominar la cumbre de los Andes orientales, se les agotaron los víveres y las fuerzas fí- sicas. Desde entonces el frío del pajón y el aguijón del hambre los acompañaron dos días más. Buscaron moras y joyapas en los pequeños oasis de la in- terminable estepa. Descansaron y durmieron a la intemperie, a 4.200 metros de altura sobre el nivel del mar, con una tempera- tura de cero grados. La tarde del séptimo día estuvieron a pun- to de desaparecer debido a una terrible tempestad de lluvia, es- carcha y viento. Esos dos seres humanos, vapuleados por la naturaleza bravía, caminaron como ebrios, cuidando su mente, sus ojos y oídos para no perder, por lo menos, la conciencia de que aún es- taban vivos. La noche, que pasaron acurrucados entre un matorral, fue horrible. Pero la aurora siguiente fue esplendorosa. El astro rey iluminó los pajonales y dio una sensación de adorados trigales. Si las fuerzas físicas se agotaban, su confianza en Dios y en la Virgen Auxiliadora aumentaba. El portal de la amazonía / 51

— Sigamos rezando —dijo el sacerdote—, porque María es la estrella de la mañana, la brújula de los caminantes. Al poco rato penetraron en un bosquecillo. Descubrieron huellas de ganado y rastros de cosecha de cascarilla. Quizá con más ánimo del misionero, Juan se adentró en el bosque y regre- só muy alegre. — Padre, venga —dijo—. Allí, en un árbol, hay un costali- llo colgado. Debe ser algo de comer. — Pues, hombre, súbete y bájalo. Será la Providencia de Dios. En el costalillo había pan, máchica y mote. Ese alimento, como el pan de Elías, fortificó a los desnutri- dos viajeros. Era el octavo día y soñaban despiertos que llega- rían a Palmas, celebrarían misa en homenaje a María Auxiliado- ra y más tarde abrirían el camino a Méndez. La tarde avanzaba y todavía estaban lejos. Descendieron lentamente, mirando al río Paute y las cordilleras aledañas, co- mo se mira la Tierra Prometida. Pero ya no podían más; com- prendieron que estaban heridos y que la noche se avecinaba. Llegaron a una choza deshabitada. El padre Albino dijo: — Pernoctemos aquí. Merendemos el resto del mote. Con la máchica hagamos pinol y mañana llegaremos adonde Dios quiera para contar la hazaña. El noveno día amaneció nublado. A mediodía llegaron a la población de Palmas. Fue una novedad. Todos corrieron para ver a un sacerdote cubierto con harapos y a un muchacho heri- do y enfermo que apenas podía estar de pie. El señor Gabriel Cuesta, la familia Larriva, los hermanos Nieto y el señor Tenorio se disputaban para atender al heroico misionero. Pero el padre Albino no aceptó aquellos generosos ofrecimientos. — Me voy adonde mi hermano el sacerdote, el señor pá- rroco. El me brindará todo. Gracias de todo corazón. El padre Albino escribió: Yo costésmente rehusé a estos caba- lleros amigos y partí al convento. Pero en vez de un recibimiento cor- dial y cortés, fui rechazado con palabras groseras, porque la prensa ma- sónica había sembrado malquerencia contra los salesianos . 52 / Miguel Ulloa Domínguez

Regresó humillado a la tenencia política y dijo el señor Ga- briel Cuesta: — Consígame dos acémilas, porque voy a la hacienda del señor José Manuel Coello. Allí doña Teresita Arízaga me atende- rá. Así fue. La ya conocida dama Teresa Arízaga de Coello, cooperadora salesiana, no sólo se alegró por tener como hués- ped al querido padre Albino, sino que, como una cariñosa her- mana, curó sus heridas, le dio nuevas ropas y le brindó alimen- tos especiales. El 20 de mayo, acompañado por el señor Coello, el misio- nero partió hacia El Pan. Cariñosamente fue recibido por el re- verendísimo doctor Alfonso Abad Jáuregui. El señor Coello y el joven Salazar se hospedaron en la casa del señor Víctor Antonio Ulloa Narváez, entonces teniente político de aquella parroquia. La esposa de esta autoridad era pariente cercana de doña Tere- sita Arízaga. El domingo siguiente, el padre albino del Curto, desde el púlpito y en todas las misas, interesó a los paneños y sevillanos en la apertura del camino Pan-Méndez. — En nombre de Dios y de la Patria —dijo—, ustedes y yo abriremos las puertas de la evangelización y de la civilización de los hermanos jíbaros. Ustedes y yo enseñaremos, con un gran camino de herradura, a todos los ecuatorianos la Tierra Prome- tida y codiciada por el Perú. (Estos datos son fidedignos. Los encontramos en Alianza Obrera y en el diario El Republicano. Además, fueron narrados por Juan Salazar y el señor Miguel Larriva, testigo de la llegada del padre Albino del Curto a Palmas.) Inicios del camino de herradura Pan-Méndez

El padre Albino, a finales de mayo, partió hacia Quito pa- ra interesar al Gobierno nacional. A su regreso, en julio de 1916, dialogó con el teniente polí- tico, con el párroco, con los profesores y, después de obtener in- formes por parte de los cascarilleros, organizó la primera expe- dición a El Castillo para conocer las vertientes del río Negro. El portal de la amazonía / 53

Según narró, lo acompañaron su fiel amigo y servidor Juan Salazar, el teniente político -con su servidor, Anselmo Pis- cocama-, dos guías cascarilleros de Pangrande y algunos volun- tarios de El Pan y de Sevilla del Oro. El viaje duró tres días. Después del recorrido, con los datos topográficos obteni- dos, presentó sendos informes al Poder Legislativo, al Presiden- te de la República y al Ministro de Defensa. La aprobación del proyecto demoró 10 meses. Con tal autorización, en abril de 1917, el padre Albino par- tió por segunda vez al pajonal de El Castillo, junto con un topó- grafo y varios voluntarios, para examinar el paso más cómodo del pajonal hacia Cerro Negro . El 1º de mayo de ese año, con tres cuadrillas de 15 hom- bres cada una, comenzaron los trabajos desde la plaza de Sevi- lla. El entusiasmo fue desbordante: el sacerdote celebró misa y bendijo a los obreros y las primeras herramientas traídas de Cuenca. Las mujeres de Sevilla prepararon el almuerzo y, con inusitado fervor, apoyaron a sus esposos, soñando con gozar al- gún día de las fértiles tierras de la Amazonía. El señor Lucas Cárdenas, en nombre de todos, juró -y cumplió- fidelidad. El señor Octavio Díaz prometió apoyo in- condicional, el señor Víctor Ulloa, en nombre del Ejecutivo que representaba como teniente político, también ofreció su apoyo con la gente necesaria. Eso sí, pidió la condigna remuneración, porque aquellos padres de familia deberían abandonar su hogar durante semanas, meses o quizás años. El misionero, cuya iluminada clarividencia le hizo prever el futuro, no se ilusionó. Por el contrario, después de agradecer a esas buenas gentes, les advirtió los mil sufrimientos, los innu- merables peligros de la cordillera, de la selva, del frío, de la llu- via y quizá también de la poca ayuda y comprensión de los po- deres del Estado, y les animó a brindar heroísmo por la Patria y por el Supremo Hacedor, que les concedería el premio eterno. De esa forma se dio comienzo a la formidable aventura de roturar las cordilleras y las selvas, para dar una vía fácil a milla- res de familias azuayas que anhelaban mejores condiciones de vida y de sustento. 54 / Miguel Ulloa Domínguez

Trabajos del camino y su inauguración

Desde luego, el padre Albino se dedicó con toda su capa- cidad, con toda sus energías, con todo su corazón, día y noche, muchas veces contrariando a sus superiores, quienes pretendían nombrarlo Superior de algún colegio o de alguna Misión. Su ca- mino fue una obsesión. Este audaz y capacitado sacerdote fue el verdadero inge- niero, porque, machete en mano, fue trazando, abriendo la tro- cha, señalando el desnivel y los puentes donde se debían cons- truir. Fue el contratista, el inspector, el sobrestante, el obrero, el pagador y el que buscaba los medios económicos para bonificar a los trabajadores y comprar los materiales. Pero como era un hombre de carácter fuerte, líder por na- turaleza, dio heroicos ejemplos de paternidad, de comprensión, de amor, de maestro y de sacerdote a carta cabal. Como líder, dio ejemplos de sacrificio a toda prueba, porque a pie iba por la cor- dillera y por las selvas, como el mejor explorador; dormía a la intemperie y comía los mismos alimentos de los obreros. Como salesiano, fue un verdadero hijo de Don Bosco. Era devotísimo de la Virgen Auxiliadora. Jamás abandonó el rosario y todas las noches rezaba con sus obreros. El esforzado trabajo del camino Pan-Méndez duró 16 años. Cuando los caballeros sobre sus cabalgaduras llegaron a la me- ta, el mismo padre Albino gestionó ante el Gobierno nacional la cantonización de Méndez. El primer jefe político fue el señor Daniel Villagómez, quien en 1916, cuando era teniente político, recibió a los padres salesianos en Méndez y apoyó decidida- mente la apertura del camino. En 1932, la pequeña ciudad, como capital del cantón Santiago, se vistió de fiesta. Vinieron de Quito y de Macas algunas autori- dades civiles. De Cuenca llegaron Monseñor Domingo Comín, Vicario Apostólico de Méndez; el padre Pablo Montaldo, inspec- tor provincial de los salesianos, y el padre Albino del Curto. En la inauguración estuvieron presentes alrededor de 100 jíbaros y algo más de 1.000 colonos blancos, casi todos oriundos del valle del Collay. El portal de la amazonía / 55

La última palada del camino Pan-Méndez y la inauguración del nuevo cantón fueron solemnizadas con una misa en acción de gracias, con la sesión solemne del nuevo municipio, con una condecoración al padre Albino y con la proclamación de Caba- llero de los Andes, con escaramuza y juegos pirotécnicos. Gratitud a los colaboradores del padre Albino

En primer lugar, merecen eterna gratitud de todo el país aquellos heroicos sevillanos y panenses que brindaron el sudor de su frente y algunos de ellos derramaron su sangre para dar- nos un camino al Oriente. Pero no un camino cualquiera, sino una vía abierta a 4.000 metros de altura, en una inhóspita y fría cordillera que atravie- sa tupidas selvas y correntosos ríos, plagados de serpientes ve- nenosas, hormigas, mosquitos, murciélagos y animales salvajes. El 11 de julio de 1917, mientras siete obreros de Sevilla del Oro trabajaban en el camino, en el sitio Rayoloma, muy cerca del Castillo, repentinamente se derrumbó parte de la montaña y sepultó a todos bajo toneladas de tierra, piedras y árboles. Fueron los primeros mártires del camino Pan-Méndez. Pa- ra perenne recuerdo consignamos sus nombres, los cuales están grabados en una placa recordatoria en una pared de la iglesia de Sevilla del Oro: señores Manuel Alarcón, Benjamín Flores, José Antonio Maldonado, Alejandro Maldonado, Francisco López, Amadeo López y Redentor Cárdenas. Gratitud a la sociedad salesiana. en la revista Cincuenta años de las Misiones Salesianas en el Ecuador, el padre José Cor- so, provincial de los salesianos, dejó escrito lo siguiente: Para el camino Pan-Méndez, los salesianos no sólo dieron un sacerdote a tiem- po completo, sin sueldo, durante 30 años, sino que aportaron con el cincuenta por ciento de los gastos realizados en el mencionado camino. Los padres tuvieron que prestar grandes sumas para subvencionar a los obreros y comprar materiales. Préstamos que nunca fueron recupe- rados . Gratitud a las autoridades nacionales y provinciales; gra- titud a las distinguidas entidades y personas de la sociedad 56 / Miguel Ulloa Domínguez

cuencana y a las beneméritas cooperadoras salesianas de Gua- yaquil. No debemos olvidar aquellos bienhechores que, día a día, brindaban no sólo su corazón, sino sus bienes y su servicio per- sonal, tales como la señorita Guadalupe Armijos; la señora De- lia Domínguez de Ulloa, cooperadora salesiana a la que más tar- de los salesianos dieron el nombre de Mamá de los Salesianos; la profesora Luz Matilde Torres; la señora Micaela Miranda; la señora María Tapia de Tapia, y un gran número de damas servi- doras de los padres y de las madres salesianas, de las autorida- des y de todos los que, con pretexto del Oriente y del camino del padre Albino, transitaban por aquellos lares. Siempre tendremos que recordar y agradecer a esos sacri- ficados tenientes políticos antes nombrados, tanto de El Pan co- mo de Sevilla del Oro, y de muchísimos caballeros del centro y de los anejos que brindaron su decidido y desinteresado apoyo al camino Pan-Méndez. II PARTE TRADICIONESd

PRESENTACION d

Durante cuatro períodos de mi larga vida de sacerdote sa- lesiano -de 1930 a 1934, de 1941 a 1945, de 1948 a 1952 y de 1986 a 1989-, muchas veces he narrado a los jóvenes estos episodios, protagonizados y conocidos por mí en el Vicariato Apostólico de Méndez, de la provincia Morona Santiago. Y los jóvenes me han pedido que los ponga por escrito, porque entretienen, dan a conocer los misterios de la selva y muestran el amor y el sacrificio misionero en favor de los her- manos shuar y los colonos, para brindar al Ecuador buenos cris- tianos y honrados ciudadanos. Como preámbulo figuran aquí los siete primeros episo- dios. A continuación, 12 anécdotas cuyo protagonista principal es el salesiano Padre Albino del Curto, quien durante 30 años se sacrificó para darnos una vía de acceso a la Amazonía ecuato- riana. Después, en cinco episodios se hace conocer la cultura shuar. Asimismo, hay en este libro algunos episodios en los que aparecen misioneros, colonos y shuars en la difícil convivencia con la naturaleza selvática del Oriente, y sobre todo en perma- nente lucha contra los semovientes del bosque, tales como ser- pientes, tigres, leopardos y todo tipo de insectos. Siempre que el hombre busca el Reino de Dios y su justi- cia, allí están Satanás y sus secuaces para impedir, para contra- rrestar la obra redentora de Cristo. Pero las fuerzas del mal no prevalecerán, porque el Espíritu Santo guía a los misioneros del bien, y la protección de María, la Madre de Dios, se hace visible en la evangelización y la promoción de los hermanos. Desde luego, conviene reconocer la virtud, la santidad de los apóstoles de este vicariato, quienes heroicamente ofrendan a Dios -y por los hermanos- su propia vida. Amado lector: ve y conoce las obras salesianas de Morona Santiago, sembradas, crecidas y florecidas durante los últimos 60 / Miguel Ulloa Domínguez

100 años de promoción y evangelización, y te darás cuenta de que Don Bosco y sus hijos espirituales, con la fuerza del Espíri- tu Santo y la maternal protección de María, han transformado la misteriosa selva amazónica en hermosos y civilizados pueblos que alaban a Dios y engrandecen a la Patria.

Padre Miguel A. Ulloa Domínguez, SDB. Quito, 10 de agosto de 1998 1. Una higuera misteriosa

El Presidente García Moreno fundó en Quito el Protectora- do Católico, destinado a ser escuela de artes y oficios para la educación artesanal de los hijos del pueblo. Desde 1875 hasta 1888, el instituto marchó con serias dificultades. Tanto el Arzobispo de Quito, Monseñor José Ignacio Ordó- ñez, como el Presidente de la República, señor Plácido Caama- ño, gestionaron ante el mismo don Juan Bosco la venida de los salesianos al Ecuador. El santo fundador accedió a tal pedido y envió ocho salesianos, los cuales llegaron a Quito el 28 de enero de 1888. Enseguida se hicieron cargo del protectorado y abrieron los talleres de mecánica, electricidad, sastrería, zapatería, car- pintería e imprenta con servicio de encuadernación. La Obra Salesiana creció extraordinariamente en pocos años, no sólo con la apertura de casas en Sangolquí, Riobamba, Cuenca y Gualaquiza, sino con numerosas vocaciones religiosas para su instituto. El diablo estaba preocupado y rabioso. Don Bosco vio en sueños la tragedia y el triunfo de sus hi- jos en el Ecuador y la maternal protección de la Virgen Auxilia- dora. Vi en sueños, dijo entonces el Varón de Dios, hacia el costado occidental de la ciudad de Quito, una higuera frondosa y llena de ma- duros y sazonados higos (la floreciente Casa de Artes y Oficios di- rigida por los salesianos), y que delante de ella se regocijaban los cultivadores, hijos de mi congregación, enviados por mí... Mas a poco, un recio vendaval (la revolución de 1895) la arrolló furiosamente, y echó por tierra todos los frutos; y el gozo mío y de los hortelanos se tro- có en amargo llanto... Apareció entonces, para alentarnos, una majestuosa y benévola señora (María Auxiliadora). No temáis, nos dijo sonriente, que la hi- guera volverá, mas a fuerza de sangre y sudor... Mirad lo que hago... Tomó uno de los hijos derribados, y untándole de saliva lo plantó en la 62 / Miguel Ulloa Domínguez

parte opuesta (en la colina del Itchimbía, en la parte oriental de la ciudad), y reapareció la higuera (el actual Colegio Don Bosco). Efectivamente, en 1895 el gobierno liberal del general Eloy Alfaro incautó las florecientes Obras Salesianas y a los hijos de Don Bosco los desterró al Perú. El hermano salesiano don Jacinto Pankeri, antes del destie- rro, proyectaba dar luz eléctrica a la ciudad de Quito, mediante la construcción de una pequeña central hidráulica, aprovechan- do las aguas del río Machángara. Al recorrer y señalar los sitios estratégicos de la hidráulica y de la posible central de distribución de la corriente eléctrica, señaló un precioso lugar en las faldas del Itchimbía. Entonces, el señor Pankeri se propuso abrir un gran túnel por debajo de la colina, que más tarde construyó. El proyecto fue presentado a su Superior, al municipio y al mismo gobierno, y todos lo aprobaron unánimemente. El Padre Luis Calcagno, a nombre de la Sociedad Salesia- na, se apresuró a comprar un lote de terreno en el sitio La Tola. Dijo a su comunidad: — Si no lo utilizamos para la energía eléctrica, servirá más tarde para una nueva obra en la capital. Pero vino la persecución religiosa y todo se perdió. Mas las obras de Dios son perseguidas, pero no mueren. Aquella semilla, untada con la saliva de la Virgen Auxiliadora, sembrada en el Itchimbía, debía producir abundantes frutos. Efectivamente, al celebrar el centenario de la Obra Salesia- na en el Ecuador (1888-1998), los Hijos de Don Bosco cuentan con más de 40 obras en la Costa, la Sierra y el Oriente. Datos tomados de Un siglo de presencia salesiana en el Ecua- dor y de Don Bosco Santo, escrito por el Padre Elías Brito con mo- tivo del cincuentenario de la muerte de Don Bosco. El portal de la amazonía / 63

2. Las coles, queridos jóvenes, si no se trasplantan, no se hacen grandes y hermosas

Esta frase la repitió, a nombre de Don Bosco, el teólogo Bo- rel, cuando los muchachos del Oratorio fueron expulsados de San Martín de los Molinos por los furiosos habitantes de aquel sector. Veamos lo que pasó en Turín, Italia. Cuando el joven sacerdote Juan Bosco comenzó la obra de los Oratorios Festivos, en los años que transcurrieron entre 1841 y 1845, tuvo que reunir a sus muchachos en varios lugares. Pri- mero en el coro de la iglesia de San Francisco de Asís; luego en El Refugio, junto al hospital de la marquesa Barolo. De allí, con la recomendación del señor Arzobispo, Mon- señor Fransoni, pasó a San Martín de los Molinos. De este lugar, fue a San Pedro ad Víncula. Cuando consiguió casa y terrenos en Valdocco, se estableció en los prados donde algunos mártires romanos derramaron su sangre por Cristo Jesús. Y todo esto pa- só en Turín, Italia. Igual suerte corrieron los Salesianos Don Bosco (SDB) pa- ra cimentar la Obra Salesiana en Cuenca. El inolvidable Padre Julio María Matovelle, fundador de dos congregaciones religiosas e influyente senador de la Repú- blica, consiguió esta fundación. En 1893, fueron recibidos en Cuenca, apoteósicamente, los Hijos de Don Bosco. Vinieron seis salesianos, entre ellos el Padre Joaquín Spinelli, máximo líder del amor y la devoción a María Auxiliadora. Durante algún tiempo se hospedaron en la curia. A fines de agosto de 1893 se trasladaron a una casa que el gobierno había com- prado para el efecto, frente al Puente de Todos los Santos. Allí estable- cieron la Escuela de Artes y Oficios San Luis . El año siguiente, por sugerencia del Padre Matovelle, compraron un local en el Cora- zón de María. Durante la persecución de 1895 los padres tuvieron que abandonar todo a la soldadesca alfarista y partir hacia el Perú. 64 / Miguel Ulloa Domínguez

Después que amainó el vandaval y regresaron, en 1902 se acomodaron en El Corazón de María. Más tarde, cedieron la ca- sa y los terrenos a las hermanas Hijas de María Auxiliadora y pa- saron al viejo convento de San Francisco . Como si nada hubiera ocurrido, los Hijos de Don Bosco cumplían su apostolado en beneficio de los jóvenes, de los obre- ros y del pueblo en general. El Padre Félix Talachini organizó la Sociedad Obrera San José, que alcanzó mucho desarrollo y que todavía existe. Pero no tenían plena estabilidad. Les faltaba casa propia donde residir. Y, como en Valdocco, la Virgen Auxiliadora les proveyó. Así como Don Bosco, de tumbo en tumbo, fue a parar con sus muchachos a Valdocco, los primeros salesianos de Cuenca después de peregrinar 25 años sin tener morada permanente, al fin encontraron un sitio en las faldas de la colina de Cullca , porque de San Francisco, en 1918, pasaron adonde actualmente se en- cuentra María Auxiliadora, entre las calles Vega Muñoz y Padre Aguirre. Allí, en esos predios, como en Valdocco, sin duda la Virgen María dijo: Hic domus mea, inde gloria mea (Aquí será construida mi casa, porque de aquí saldrá mi gloria. ) Bella expresión y deseo de la Madre de Dios, porque quiso que en Cuenca hubiera un santua- rio desde donde pudiera irradiar a todo el Austro ecuatoriano su devoción y su amor maternal. Como herencia paternal, todos los salesianos son apóstoles de la Eucaristía y de la Virgen, pero en la Atenas del Ecuador se han distinguido tres sacerdotes: los padres Luis Colombo, Joa- quín Spinelli y Carlos Crespi. El primero, Luchito Colombo, alumno y milagro de Don Bosco, se encontraba en el oratorio. Se enfermó y avisaron al Pa- dre. Fue a verlo y, al bendecirlo, dijo: — Luisito, levántate. Vivirás más que yo. Te irás a tierras lejanas y sembrarás la devoción a María Auxiliadora. Cuando ya era sacerdote vino al Ecuador. En uno de los viajes a Italia, trajo el dinero de su herencia para comprar el te- rreno en Cullca. El segundo, el Padre Joaquín, máximo líder de los coros de María Auxiliadora, amante y cantor de la Virgen, de quien la El portal de la amazonía / 65

gente decía: A este padrecito la Virgen se lo lleva al cielo con sus zapatos. El tercero, el Padre Carlos Crespi, padre de los pobres, de los huérfanos y de las viudas, músico apreciado, sabio natura- lista y arqueólogo, líder de las masas cristianas en los congresos eucarísticos y marianos, confesor incansable y, sobre todo, amante de la Virgen hasta el sacrificio. Con justicia Cuenca lo re- cuerda con un monumento. Don Bosco dijo: Hermano, propaga el amor y la devoción a Ma- ría y verás los milagros .

3. Caballeros de los Andes

A finales del siglo XIX, en la Obra Salesiana de Foglizzo, Italia, estuvo muy enfermo el joven estudiante Albino del Cur- to. Después de examinarlo, el médico emitió su diagnóstico y dijo: — Sólo un milagro puede salvar a este joven, porque tiene dañados los pulmones. Como entretenimiento, el joven leyó el Boletín Salesiano Misionero. Apreció y admiró el heroísmo de los salesianos mi- sioneros de la Patagonia, en ; del Matto Grosso, en Brasil, y de las obras misionales del Ecuador. Mientras luchaba contra su enfermedad, fueron a visitarlo sus compañeros Afro Cappelli, Luis Comoglio, Pablo Montaldo y Juan Scamuzzi, quienes le presentaron a un nuevo compañe- ro, Domingo Comín, excombatiente del Africa. — Muy bien —dijo Albino—. De modo que ahora tenemos un africano y un afrocano. Rieron y comentaron las guerras de Somalia y la prematu- ra calvicie del compañero Cappelli. Albino interrumpió la conversación y, mostrando el Bole- tín, dijo: — Muchachos, lean también ustedes la relación del destie- rro de los salesianos en el Ecuador, escrito por el Padre José Rey- neri. 66 / Miguel Ulloa Domínguez

Mientras hablaban sobre el Ecuador, un haz de luz divina iluminó la mente e inflamó el corazón de esos jóvenes para que se ofrecieran a Dios y a los hermanos, y vinieran a evangelizar y promocionar al pueblo ecuatoriano. Domingo Comín nació el 9 de septiembre de 1874 en Bu- doia -provincia de Udine-, Italia. Sus progenitores fueron Os- waldo Comín y María Fort. A los 15 años de edad ingresó al Se- minario Diocesano de Portogruaro, en la provincia de Venecia. Atraído por la santidad de Don Bosco, dejó el seminario y se presentó al Padre Miguel Rúa, a quien le rogó que le permi- tiera ingresar en la Sociedad Salesiana. El Superior le dijo: — Te llamas Come In. Pues entra y come el pan de Don Bosco. Interrumpió sus estudios eclesiásticos y marchó al Africa como soldado telegrafista. A su regreso, fue compañero de estu- dios del Padre Albino del Curto y, como sacerdote, vino al Ecua- dor en 1902, donde fue Superior de algunas obras, inspector provincial y, finalmente, durante más de 40 años, Obispo Vica- rio Apostólico de Méndez. Desde 1902, caballero sobre su cabalgadura, recorrió las cordilleras andinas, donde sembró amor y gracia; amor con obras tanto en la Costa como en la Sierra y, desde 1920, en el Oriente como buen pastor; gracia, por la siembra del evangelio eucarístico y mariano entre sus amados shuar y los colonos de Morona Santiago. Albino del Curto nació el 1º de marzo de 1875 en Mese - provincia de Lombardía-, Italia. Sus padres, Antonio del Curto y Margarita Abran del Campo, fueron maestros de piedad cris- tiana y piedad familiar. Solía decir: — Mamá nos hacía rezar el rosario porque ella rezaba tam- bién. Ella me consagró a la Virgen. A los 12 años ingresó en el Oratorio de Turín. Estuvo pre- sente y fue testigo de la investidura de la sotana del príncipe Augusto Czartoriski. Cumplió su noviciado, que realizó en Fo- glizzo, y después, mientras estudiaba teología, fue llamado al servicio militar, período durante el cual contrajo una grave en- fermedad pulmonar. El portal de la amazonía / 67

A su regreso, aunque enfermo, continuó sus estudios y - para que tuviera la satisfacción de morir como presbítero, mi- nistro de Dios- el Cardenal Ferrari lo ordenó sacerdote en el Duomo o Catedral de Milán. Cierto día se presentó ante don Rúa, el primer sucesor de Don Bosco, quien le dijo: — Albino, ¿quieres ir al Ecuador? — ¿No le parece, señor don Rúa, que sería un gasto inútil? Me agradaría mucho, pero en estos días he sufrido vómitos de sangre. — No te preocupes. Irás a trabajar con éxito. Los aires de la selva te harán bien. De manera que vino a América en 1903 y, en la travesía del Atlántico, se realizó el milagro. Cuando llegó a Guayaquil esta- ba totalmente sano. Enseguida, a caballo, partió hacia el novi- ciado de Atocha, en Ambato, como Superior y maestro de novi- cios. Más tarde trabajó en otras casas salesianas. En 1914 fue a fundar la Misión de Indanza. Luego pasó a Méndez y El Pan, para iniciar el trabajo de la carretera al Oriente. Los sacerdotes salesianos Luis Comoglio, Pablo Montaldo, Afro Cappelli y Juan Scamuzzi trabajaron en varias naciones americanas. Durante seis años, Comoglio y Montaldo fueron Provinciales en Ecuador. Scamuzzi trabajó varios años en Rio- bamba y Quito. Joven todavía, murió en Guayaquil. El Padre Afro Cappelli fue, en 1934 y 1935, Director en Quito. Era nervio- so. Para confirmar que era Afrocano, se envolvía la cabeza con un mechón de pelos, a modo de corona de espinas. Así como el Divino Maestro llamó a sus apóstoles desde el lago de Tiberíades, invitó a los seis jóvenes de Foglizzo a traba- jar como misioneros del Evangelio en el Ecuador.

4. Padre Albino del Curto: hasta el heroísmo por su ideal

El padre Albino del Curto fue toda una institución. Dios lo dotó de un maravilloso sentido práctico de ingeniero, de un don 68 / Miguel Ulloa Domínguez

de líder, de una inmejorable salud física y de una férrea volun- tad. El Obispo, Monseñor Santiago Costamagna, aprovechó de esas bellas cualidades y, en 1916, le dijo: — Padre Albino, soy el Vicario Apostólico de Méndez y Gualaquiza. A Gualaquiza ya la conocemos; en cambio, ni usted ni yo conocemos Méndez. Por favor, vaya a fundar la Misión de Méndez y a abrir un camino para que de la Sierra podamos pe- netrar en la región amazónica. Con aquel perentorio mandato, el sacerdote fue a Méndez por la vía Gualaceo-Indanza, y después de dialogar con el señor Daniel Villagómez, teniente político de aquel lugar, supo que al- gunos colonos de la parroquia Palmas habían penetrado en el Oriente por una “pica” o camino peatonal, desde el cerro Allcu- quiro, siguiendo el río Shiro hasta Méndez. — Muy bien — dijo el Padre Albino—, por allí abriremos el camino de herradura que Monseñor Costamagna me ordenó construir. Meses después, cuando ya se instaló la Misión con los pa- dres salesianos Francisco Torka y el coadjutor Angel Brioschi, este audaz misionero decidió explorar la selva y la cordillera hasta El Pan. La Crónica de la Misión de Méndez, escrita por el Padre Francisco Torka, dice: El 8 de mayo de 1916, el P. Albino del Curto, con Juan Salazar y dos peones, inició el viaje para abrir una salida a El Pan o a Palmas. El jíbaro Nahuincha se comprometió a guiarlos. La Misión pagó al shuar una escopeta de dos cañones. Efectivamente, el jíbaro Nahuincha acompañó a los expe- dicionarios hasta el río Shiro y, en un momento dado, sin decir una sola palabra, desapareció. El sacerdote llamó a Salazar y a los dos peones blancos pa- ra dialogar: — ¿Seguimos adelante o regresamos a Méndez? Los dos peones pretendieron seguir el camino ya conoci- do, por el río Shiro, al Allcuquiro y Palmas. El padre Albino di- jo: — No, seguiremos por el río Negro hasta sus vertientes. El portal de la amazonía / 69

Pero aquella misma noche los dos asalariados blancos de- saparecieron. Juan Salazar, un joven de 18 años, dijo: — Padre, yo jamás lo abandonaré. Adonde usted vaya, yo iré. El sacerdote rezó y meditó largamente y después manifes- tó: — Muchacho, no regresaremos a Méndez. Tenemos que abrir una puerta para que por ella penetre la civilización, la fe y el progreso del Ecuador. Sigamos hacia la cordillera. Machete en mano, abriéndose paso por la tupida selva, cortando las mil enredaderas, siguieron hacia Balcones. Al en- contrar una inmensa peña perpendicular al río, tuvieron que pa- sar a nado a la orilla derecha y caminar 12 horas hacia las altu- ras del Chontal. Ambos hombres, solitarios en el inmenso macizo de los Andes, iniciaron una tremenda odisea que los siglos recordarán con admiración y gratitud. El sacerdote europeo, de indomable carácter y tenaz con- fianza en Dios y en sí mismo, y Juan Salazar, quien se ofreció y se entregó incondicionalmente a su padre y amigo, jamás retro- cedieron ante los sacrificios y las dificultades. El propio padre Albino, al recordar aquellos días de sole- dad y de ansias por construir un camino que sirviera de unión entre la Sierra y el Oriente, dejó constancia en la Crónica de In- danza: Ni llas estepas de Siberia, ni las llanuras del Asia Central, ni los desiertos del Africa, ni las praderas de Australia, se encuentran tan segregadas del consorcio humano como la región de Méndez, que está situada a 14 leguas solamente del Azuay. Su soledad puede ser compa- rada tan sólo con la soledad de los polos. Lentamente, abriéndose paso por la jungla, surcaron las aguas del río Negro hasta Pailas y Surorrancho. Desde allí toma- ron la dirección noroeste para dominar los pajonales de Oso- rrancho. Cuando al sexto día pretendieron alcanzar la cumbre de los Andes orientales, se les agotaron los víveres y las fuerzas fí- sicas. Desde entonces, el frío del “pajón” y el aguijón del ham- bre los acompañaron dos días más. 70 / Miguel Ulloa Domínguez

Buscaron moras y joyapas en los pequeños oasis de la in- terminable estepa. Descansaron y durmieron a la intemperie, a 4.200 metros de altura sobre el nivel del mar, con una tempera- tura de cero grados. La tarde del séptimo día estuvieron a pun- to de perecer, a causa de una terrible tempestad de lluvia, escar- cha y viento. Estos dos seres humanos, vapuleados por la bravía natura- leza, caminaron como ebrios, cuidando su mente, sus ojos y oí- dos, para al menos no perder la conciencia. Acurrucados en un matorral, pasaron una noche horrible, pero el amanecer siguiente fue esplendoroso. El astro rey ilumi- nó los pajonales y dieron una sensación de dorados trigales. — Si las fuerzas físicas se agotan —dijo el sacerdote—, la confianza en Dios y en la Virgen Auxiliadora aumenta. Sigamos rezando, porque María es la estrella de la mañana, la brújula de los caminantes. Al poco rato penetraron en un bosquecillo. Descubrieron huellas de ganado y rastros de cosecha de cascarilla. Quizá con más ánimo que el misionero, Juan se adentró en el bosque y re- gresó muy alegre. — Padre, venga —exclamó—. En aquel árbol hay un cos- talillo colgado. Debe ser algo de comer. — Pues, hombre, súbete y baja. Será la Providencia de Dios. Efectivamente, allí había pan, máchica y mote. Ese alimento, como el pan de Elías, fortificó a los desnutri- dos viajeros. Era el octavo día y soñaron despiertos: Llegaremos a Palmas. Celebraré misa en homenaje a María Auxiliadora y más tarde abriremos el camino a Méndez. La tarde avanzaba y todavía estaban lejos. Descendieron lentamente, mirando el río Paute y las cordilleras aledañas, co- mo se mira la tierra prometida. Pero ya no podían más; se daban cuenta de que estaban heridos y que la noche se aproximaba. Llegaron a una choza deshabitada. El padre Albino dijo: — Pernoctemos aquí. Merendemos el resto del mote, con la máchica hagamos pinol y mañana llegaremos adonde Dios quiera para contar la hazaña. El portal de la amazonía / 71

El noveno día amaneció nublado. A mediodía llegaron a la población de Palmas. Fue una novedad. Todos corrían, curiosos, para ver a un sacerdote cubierto con harapos y a un muchacho herido y enfermo que apenas podía estar de pie. El señor Gabriel Cuesta, la familia Larriva, los hermanos Nieto y el señor Tenorio se disputaban la atención al heroico mi- sionero. Pero el padre Albino no aceptó aquellos generosos ofre- cimientos: — Me voy donde mi hermano sacerdote, el señor párroco —dijo—. El me brindará todo. Gracias de todo corazón. El padre Albino escribió: Yo cortésmente rehusé a estos caba- lleros amigos y partí al convento. Pero en vez de un recibimiento cor- dial y cortés, fui rechazado con palabras groseras, porque la prensa ma- sónica había sembrado malquerencia contra los salesianos . Entonces regresó humillado a la tenencia política y dijo al señor Gabriel Cuesta: — Consígame dos acémilas, porque voy a la hacienda del señor José Manuel Coello. Allí doña Teresita Arízaga me atende- rá. Así fue. La ya conocida dama, Teresa Arízaga de Coello, cooperadora salesiana, no sólo se alegró por tener como hués- ped al querido padre Albino, sino que, como una cariñosa her- mana, curó sus heridas, le dio nuevas ropas y le brindó alimen- tos especiales. El 20 de mayo, acompañado por el señor Coello, el misio- nero partió a El Pan. Fue recibido cariñosamente por el reveren- do doctor Alfonso Abad Jáuregui. El señor Coello y el joven Sa- lazar se hospedaron en la casa del señor Víctor Antonio Ulloa Narváez, entonces teniente político de aquella parroquia. La es- posa de esa autoridad era pariente cercana de doña Teresita Arí- zaga. El domingo siguiente, el padre Albino del Curto, desde el púlpito y en todas las misas, interesó a los paneños y sevillanos en la apertura del camino Pan-Méndez. — En nombre de Dios y de la patria —dijo—, ustedes y yo abriremos las puertas de la evangelización y de la civilización a los hermanos jíbaros. Ustedes y yo enseñaremos a todos los 72 / Miguel Ulloa Domínguez

ecuatorianos, con un gran camino de herradura, la Tierra Pro- metida y codiciada por el Perú. (Estos datos son fidedignos. Fueron tomados de Alianza Obrera y del diario El Republicano. Además, los narraron Juan Salazar y el señor Miguel Larriva, este último testigo de la llega- da del padre Albino a Palmas.) Desde El Pan, con el teniente político y algunos cascarille- ros conocedores de la cordillera, el padre Albino exploró las ver- tientes del río Negro, por El Castillo. Al ver factible el proyecto, primero interesó al Gobierno Nacional y luego a la misma Socie- dad Salesiana. El 1º de mayo de 1917, con una gran minga, ini- ció el camino Pan-Méndez desde el parque de Sevilla de Oro. Qué maravilloso Albino del Curto. Ahí lo vemos, como un gran conquistador, machete en mano, señalando la ruta; abrien- do él mismo la trocha; como un buen estratega, ordenando a los obreros (Vengan detrás de mí los macheteros.), desbrozando la selva; los hacheros cortando los árboles; después, los obreros de la barreta, del pico y de la pala. A continuación, las carretillas y las parihuelas y, si fuera necesario, la dinamita. ¡Adelante!, cons- truiremos los puentes, levantaremos campamentos. Ya verán, por esta vía penetrarán centenares, miles de familias pobres de la Sierra y de la Costa. ¡Adelante, el Amazonas les espera!

5. La resurrección de la mula de la señorita Borja

El padre salesiano Matías Muil estaba de párroco en El Pan. Todo el mundo lo consideraba un santo. El padre Albino del Curto lo veneraba y comentaba: — Este sacerdote dejó huellas de santidad en Vigo, ciudad costeña de España. Es muy capaz de hacer milagros. Por otra parte, en el campo, en una hermosa villa cercana a Monterillas -hoy La Merced-, vivía la señorita Claudia Luz Borja, con visos de abolengo. Quizá lo tenía, porque sus antepasados se codearon con re- yes, Papas y cardenales. Ahora, a los 80 años, era todavía linda y aristocrática: alta (1,80 metros de estatura), blanca, de cabellos El portal de la amazonía / 73

rubios, ojos azules, nariz aguileña y manos y pies grandes y bien formados. Cuando joven habrá sido reina de belleza. Quizá por eso quedó virgen y no se casó. No encontró su príncipe. Las malas lenguas decían que, para casarse, puso tres condiciones: que perteneciera, como ella, a la nobleza; que fuera blanco y alto pa- ra codearse con él de tú a tú, y que no fuera tan leído, para que no la dominara. Sus padres murieron. Sus dos hermanos emigraron a la costa. Ella quedó con la herencia paterna. Tenía bastantes tierras y criados. Poco a poco fue quedándose sin ellos. Se redujo a la pobreza. Pero le quedaba aún su casita y un animalito que le servía para todo. Sobre la mula viajaba a las chacras, a las com- pras, a las visitas y, sobre todo, a la misa dominical del pueblo. La Borja habrá nacido en 1841, porque la resurrección de su mula ocurrió en 1921. Como todos los domingos, nuestra señorita -togada, bien peinada y con su mantilla negra- un día llegó a El Pan montada en su inseparable acémila. Fue a su posada favorita, la de la se- ñora Micaela Miranda. Al desmontar, no sé por qué la mula bos- tezó, retozó y retozó y cayó muerta. La mujer se lanzó sobre ella, la abrazó y la besó... y gritó desesperadamente. — Se murió mi mula. El báculo de mi vejez. Me muero, me muero. Y enseguida se desmayó. La señora Micaela llamó a su hijo y mandó a buscar al sa- cerdote. Así que el joven corrió adonde el padre Matías y le di- jo: — Corra, padre, porque la señorita Borja se muere. El ministro de Dios fue y, en el momento de untarla con la extrema unción, ella se despertó y pidió: — No a mí, padre. Es a la mula que debe resucitar. Ya se murió. Y es la única compañera de mi vida. Sin ella prefiero mo- rir. Los que estaban presentes confirmaron tal situación de la señorita Borja y le rogaron que la ayudara. Entonces el varón de Dios suspiró y dijo: 74 / Miguel Ulloa Domínguez

— Haré lo que Dios quiera. Recemos a la Virgen Auxilia- dora. Ea, traigan una panela. Dio la bendición y el animal abrió los ojos. El padre se aga- chó, mostró la panela y dijo: — Mulita, mulita, come esta ración de panela. Al poco rato el semoviente se levantó. Y mientras la dueña abrazaba al animal con cariño, el padre Matías murmuró: — Pues, hombre, esta señorita larga y delgada parece Don Quijote en persona. Y esa bestia flaca, el mismo Rocinante. Que vengan al convento para que Guadita les dé una taza de leche y pan, y al mulo un poco de pienso. Cuando la misa terminó, la aristocrática dama se presentó al párroco, le expresó su agradecimiento y le contó su vida y las dificultades por las que atravesaba. Supimos que el buen padre la distinguía y la socorría con exquisita caridad.

6. El cigarro del señor Zamfrini

Como norma y tradición, cuando los salesianos trabajan y realizan trabajo pastoral en una obra diocesana o estatal suelen comprar un terrenito aparte, por si acaso. Tienen la experiencia de Valdocco, de Quito y de Cuenca. Apenas llegaron a la parroquia diocesana de El Pan, com- praron la hacienda de Cuipamba, residuos de lo que fue la gran- ja Vallermosa, del Rojo Bustos. Para cultivarla convenientemen- te, los superiores salesianos enviaron al hermano Coadjutor, el señor Pascual Zamfrini. Este bonachón italiano fue, de joven, un activo militante del Partido Socialista. Apenas si sabía leer y escribir, pero en las campañas proselitistas nadie lo igualaba. Lo mandaron a Turín, y no sé cómo ni por qué entró en la Basílica de María Auxiliadora. Al recordar su niñez, le vino el deseo de confesarse. Así que se acercó al padre Miguel Rúa, quien cuando terminó la confesión, le dijo: El portal de la amazonía / 75

— Oye, joven, tú tienes un corazón rojo, pero un alma blanca. Esa frase le causó honda impresión. Después de la misa fue adonde estaba el padre y le preguntó: — ¿Qué significa de que yo tengo un corazón rojo y un al- ma blanca? — Que te hagas salesiano y misionero —contestó el sacer- dote. — Pero yo soy un ignorantón y un asqueroso socialista — respondió el joven, medio avergonzado. — Hijo, tienes buena tela para ser misionero. Socialista quiere decir servicio a los demás. Don Bosco te quiere. Vete al noviciado. Se fue y -aunque con dificultad- realizó su noviciado y fue de Coadjutor salesiano al Perú. Trabajó algunos años en Lima. Cuando lo destinaron al Ecuador, trabajó en Gualaquiza, en Méndez y después vino a El Pan. Los salesianos tenemos por mandato constitucional no fu- mar. El joven Zamfrini, antes de entrar en la Sociedad Salesiana, era un fumador empedernido. ¡Cuánto esfuerzo, Dios mío, pa- ra quitarse aquel vicio! — Es para mí la espina de San Pablo —decía—. Sólo cuan- do sono arrabbiato (estoy disgustado) caigo en el pecado. Con mucha gracia contaba a los jóvenes panenses que en dos ocasiones fumó en la Plaza de Armas de Lima. Pasó por allí su Superior y le dijo: — ¿Qué haces, Zamfrini? — Sono arrabbiato —contestó. Este maravilloso hermano llegó a El Pan y en poco tiempo transformó la hacienda en un vergel. — ¿Qué más puedo decir a mi Dios y a ustedes? —repe- tía—: clima subtropical, terreno plano y fértil, abundante agua de regadío y bastante abono natural... Los frutos de su trabajo, además del gasto local y de rega- lar y vender a los amigos, los enviaba al oriente y a Cuenca pa- ra los salesianos y estudiantes de las casas María Auxiliadora y Yanuncay. 76 / Miguel Ulloa Domínguez

Los más asiduos transportadores para el consumo local de legumbres, de granos tiernos y secos, de tubérculos y de frutas, eran Filo Vera y Anselmo Piscocama. El primero, un joven gualaceño empleado de los padres, y Anselmo, el factótum de la señora Delia Domínguez de Ulloa. El convento y la casa Domínguez eran las posadas de los misione- ros y misioneras, de las altas autoridades y de los turistas. Para corresponder a la hospitalidad, traían los víveres en la yegua renga del teniente. Don Pascual era, para los agricultores, un maestro consu- mado; para los peones, un padre; para las amistades, un amigo leal; para los niños, un catequista atractivo. Eso sí: era un hom- bre único, inimitable, folklórico. Era alto y grueso. Andaba siem- pre descalzo, vestido con unos pantalones anchos y una camisa que alguna vez fue de color blanco. Sobre su calva y su escaso pelo blanco bailaba un sombrero nunca hormado. Creo que só- lo para dormir soltaba el machete y el viejo costal. Pero los domingos y fiestas de guardar asomaba en la puerta de la iglesia un gringazo bien afeitado, con un lujoso sombrero de paño, corbata, terno y zapatos de gran caballero. Ceremoniosamente saludaba a las damas. Veamos algo de la vida privada del señor Pascual. En la hacienda ya no existían rastros del Rojo Bustos, pero estaba en pie una casa grande de los Larriva. El hermano anda- ba siempre acompañado de su fiel perro, al que llamaba Tarzán. La vivienda tenía dos plantas. En la parte baja almacenaba los granos y la verdura. El piso alto tenía un letrero: “Clausura”. Sólo él podía subir. Allí dormía la siesta. Muchas veces, sentado en una vieja poltrona, vigilaba a los obreros desde el balcón y cuidaba las huertas. Y para que nadie robara sus coles durante la noche, dejaba sobre la poltrona un muñeco parecido a él y un perro grande de felpa. Sin duda los rateros pasaron por la huerta, porque corrió la voz de que el señor Zanfrini solía bilocarse, es decir, estar al mismo tiempo en el convento y en el balcón de la hacienda. Como a todo buen italiano, le encantaba el vino. Por esa y otras razones, al regresar de la hacienda pasaba por la tienda de la señora Delia Domínguez. En su costal llevaba unas coles El portal de la amazonía / 77

enormes y otras verduras, y la “Mamá” le brindaba una taza de café con leche, pan o tortillas y un buen vaso de vino chileno. Al salir, decía: — ¡Qué buena es Mamá Delia! Se parece a mi viejita, que de Dios goce. El día de San Pascual, los jóvenes del pueblo -incluidos Guadita Armijos y Filomeno Vera- le hicieron un festejo a lo grande. Entre los regalos le entregaron un habano, para que fu- mara cuando se disgustara. Lo tenía sobre su mesa, para olerlo de vez en cuando y vencer la única tentación de mi vida. En el ínterin llegó el señor Obispo, Monseñor Comín, acompañado por el padre Virgilio Fior, nuevo párroco de El Pan, quien con frecuencia usaba rapé. El señor Pascual llegaba de Cuipamba. Así que fue a su dormitorio, se lavó las manos y dejó la puerta abierta y se enca- minó al comedor, donde estaba el prelado. Entonces el perro Tarzán olió el rapé del padre Fior y, sin más, corrió al cuarto de su amo y trajo en la boca, solemnemen- te, el cigarro. Hubo un momento de tensión. El padre fior se frotó las manos y dijo: — Esto es para mí. El Obispo, fingiendo seriedad, se dirigió a Pascual. — ¿Qué pasa, Zamfrini? Estás faltando a la regla. Por el ci- garro te vas a condenar. El zorro viejo pierde el pelo, pero no el vicio. El hermano se asustó y se arrojó a los pies de Monseñor. — Perdón, Monseñor — exclamó—. ¡Hace tiempo que no me he disgustado y por eso no he pecado! Guadita intervino: — Monseñor, nosotros somos los del habano. Se lo obsequiamos por su santo, para verle fumar en el parque, co- mo hizo en la Plaza de Armas del Perú. Todos rieron y aplaudieron al hermano por su magnífica labor que realizaba en El Pan. Más tarde, la obediencia destinó a Zamfrini a la Misión de Méndez. Al cabo de algunos años encontró a la señora Delia. Se arrodilló ante ella, le besó la mano y le pidió la bendición. 78 / Miguel Ulloa Domínguez

— Usted es mi mamá linda —dijo, y derramó una lágrima de emoción. Mamá Delia cuidó de él durante su larga enfermedad. Al morir, ella encontró en un sobre cerrado un escrito que decía así: Queridos superiores: De Pascual Zambrini no escriban mentiras; di- gan solamente: tuvo un corazón socialista (trabajador, bienhechor de la humanidad) y un alma pura. Perseveró en la Sociedad Salesiana .

7. La orqueta Bremen-Chuvico

La gente de El Pan es maravillosa: inteligentemente artis- ta, alegremente atractiva. Hay artistas de talla y dirigentes de valor. No existe la mo- notonía. Abundan las fiestas religiosas, las cívico sociales y las frecuentes actuaciones teatrales y representaciones folklóricas. Hay música para todos los gustos. Para las fiestas religio- sas, los sacerdotes traen la banda de músicos de Gualaceo. Cuando hay acontecimientos cívico sociales extraordinarios, viene la orquesta de Cuenca. En el pueblo hay dos orquestas. La clásica está formada por los hermanos Teófilo y Pantaleón Palacios, con guitarra y bandoneón; por el Chulla Garzón, con su concertina, y por la “Niña” Clotilde Orellana, con su pequeño violín. La popular la componen el Chuvico y su pandilla. El Chuvico Maldonado era artista ciento por ciento. De su rondín sacaba armonías divinas. En todas las fiestas, como coro- lario, era invitado el Chuvico para que dejara en los oyentes una sensación de dulce melancolía con algunas piezas de su rondín. Los padres Albino del Curto y Matías Buil comunicaban a los feligreses que, de viaje al Oriente, iba a pasar por El Pan el recién consagrado Obispo misionero, Monseñor Domingo Co- mín. Convenía preparar un buen recibimiento y brindarle un homenaje. Entonces, para organizar el programa, el párroco, padre Matías, reunió en su despacho al teniente político, señor Ernes- to Becerra; al profesor, señor Teófilo Palacios; a la profesora, se- El portal de la amazonía / 79

ñora Luz Matilde Torres de Enderica; a la presidenta de la Ar- chicofradía de María Auxiliadora, señora Delia Domínguez de Ulloa; al presidnete de los Cooperadores Salesianos, señor Jacin- to López; a don Manuel Cevallos; al Chuvico Maldonado y a otras distinguidas personas del pueblo. Enseguida, y con absoluta coordinación, a mover las fru- tas: el señor Becerra, a arreglar y limpiar el parque y los cami- nos de entrada; don Manuel Cevallos, con los hermanos Contre- ras, a preparar los arcos de flores; don Jacinto López, con doña Delia Domínguez, a preparar el banquete; el señor Teófilo Pala- cios, a organizar el recibimiento con los alumnos, las asociacio- nes religiosas y el pueblo; la señora Luz Matilde Torres, a prepa- rar el acto social. Cuando se trató sobre el acto social, propusieron traer la orquesta de Cuenca. — No —intervino el padre Matías—. Aquí tenemos dos orquestas maravillosas. Con ellas el señor Obispo quedará en- cantado. El Chuvico intervino. — Mi pandilla toca bonito, pero no es presentable ante un prelado como Monseñor Comín. Enseguida habló la inteligente y aguda profesora doña Luz Matilde: — Hagamos la Orquesta de Bremen. En el libro de cuarto grado está la fotografía de esos artistas. Todos asintieron a la vez. La señora Delia dijo que ella da- ría las telas. La señora Sara de Alarcón, que ella confeccionaría los vestidos. Y la señora Micaela Miranda, que ella, junto con la señora profesora, haría los estuches de los músicos. El señor Be- cerra dijo: — Llamaremos al gringo Buenaventura, a ese Barbarroja, para que haga la presentación. Enseguida emprendieron los preparativos. En enero de 1921 llegó el señor Obispo y fue recibido cor- dialmente y con todos los honores. La velada fue la cumbre del homenaje. Además de los dis- cursos y las poesías, de las piezas de la orquesta “clásica”, de 80 / Miguel Ulloa Domínguez

números folklóricos y del Gato con Botas y la Bruja Pulquería con los siete enanos, se presentó la Orquesta Bremen-Chuvico. El gringo Buenaventura, con vestidura medieval y mo- rrión a lo Bismark, hizo la presentación de su orquesta tedesca. Luego, toda la pandilla, con vestiduras de artistas alemanes en rigurosa fila, salieron al escenario, con sus instrumentos todavía enfundados en los estuches, hicieron una venia y comenzaron a desenfundarlos. Entonces se produjo la sorpresa. Una hoja de chilca (para hacerla vibrar con los labios), una hoja de laurel, para igual función; un rondador. Para no decepcionar al público presente, los tres tocaron una lindísima pieza musical. Y recibieron aplausos. Luego, desenfundaron. Un arco formado por una varilla de guayaba con un alam- bre de guitarra, una flauta de carrizo, una pequeña marimba de chonta. Tocaron, igualmente, otra pieza con el rondador. Y tam- bién recibieron calurosos aplausos. Entonces salió a escena el tercer grupo. Un plato de fierro, una botella blanca, una damajuana grande, un triángulo, una pequeña olla de bronce, una olla gran- de de aluminio y un cuerno de vaca. Y con esos instrumentos el Chuvico le brindó al público una hermosa canción nacional. — Ahora —dijo—, todos juntos a deleitar a la concurren- cia. Fue tal el entusiasmo que la multitud no cesaba de aplau- dir. El señor Obispo se incorporó, fue al palco y le dio un abra- zo a cada uno de los músicos. Los muchachos de la pandilla quedaron muy felices. Más tarde, al recordar aquel momento, Monseñor Comín decía: — Los paneños son artistas. Cuánto gocé oyendo y viendo la graciosa orquesta del Chuvico. El portal de la amazonía / 81

8. La novicia voladora

Juan Bosco nació el 16 de agosto de 1815, en I Becchi, un hermoso sitio del Piamonte, Italia. Antes de que él cumpliera los tres años de edad, murió su progenitor, el señor Francisco Bos- co. Su madre, la señora Margarita Occhiena, campesina de ar- mas tomar, santa y buena, educó a su hijo en el santo temor de Dios y le proporcionó todos los medios para que pudiera estu- diar en el seminario y llegara a ser sacerdote. El 8 de diciembre de 1841, día consagrado a la Virgen In- maculada, comenzó su misión de padre y maestro de la juven- tud, y catequizó a Bartolomé Garelli, un joven también campe- sino que había emigrado a Turín en busca de trabajo. Poco a poco reunió a los muchachos pobres para brindar- les una conveniente educación y hacer de ellos buenos cristia- nos y honrados ciudadanos. Al crecer el número de alumnos y de obras similares, ins- pirado por Dios y bajo la protección de la Virgen María y del consejo del romano Pontífice, fundó la Sociedad Salesiana. Esa sociedad o congregación religiosa, dedicada a la pro- moción de la juventud, en tiempos de Don Bosco creció mila- grosamente y se extendió por numerosas naciones, incluso el Ecuador, adonde llegó en 1888. La obra no habría sido completa si hubiese faltado la debi- da atención a la juventud femenina, por lo que, apoyado en la voluntad divina y con la cooperación de la joven, piadosa y bue- na María Dominga Mazzarello, fundó también el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora. Así como los padres salesianos de Don Bosco, las madres salesianas vinieron al Ecuador para trabajar en beneficio de las chicas de nuestro país y, desde luego, en el Oriente. Veamos las enormes dificultades que atravesaron para pe- netrar en las selvas amazónicas ecuatorianas, entonces reino de los shuar. El largo y penoso camino tenía muchos peligros. Por ejem- plo, en El Castillo, en la misma cordillera de los Andes, a 4.000 82 / Miguel Ulloa Domínguez

metros sobre el nivel del mar, se debía atravesar un intrincado pajonal de dos kilómetros. En la cumbre más alta está La Ventana, con unos 200 me- tros de superficie, donde las personas y los mulares son jugue- tes del viento. Los hombres y los animales deben allí caminar co- mo los borrachos y romper el huracán con la cabeza, agarrarse al lodo y los guijarros con dientes y uñas, para que el vendaval no los arrastre como bólidos o plumas sobre los pajonales. En aquel frío lugar, los misioneros y los arrieros prácticos cumplen estrictamente un ceremonial. Así, el nuevo Superior de la Misión, padre Telesforo Car- bellini, llevó a Méndez tres religiosas salesianas italianas, recién llegadas de su tierra, una de las cuales era una jovencita “profe- sina”, o sea, que acababa de terminar su noviciado. Como era costumbre, madrugaron en El Pan, tomaron ca- fé en Sevilla del Oro y ascendieron a la cordillera de los Andes. Desde Sevilla les acompañaba el buen amigo don Lucas Cárde- nas. Con un tiempo lluvioso y al abrigo del poncho de aguas, viajaron sobre buenos mulares. Al llegar a La Ventana, el misionero ordenó: — Desmonten todos. Amárrense bien los sombreros. Las mujeres, levántense las polleras y los hábitos y cúbranse con el poncho de aguas y amárrenselo a la cintura. Agárrense a la cola de la mula y caminen siguiendo sus pisadas, aunque bailen o sean arrastradas. Si no lo hacen así, el viento huracanado y el frío las levantará por los aires como si fueran una paja. De manera que desmontaron y, sin chistar, emprendieron la faena. En fila indiana, abandonados a las manos de Dios y del ventarrón que silbaba más fuerte que 10 sirenas a la vez, coloca- ron a la cabeza dos arrias con los equipajes de los viajeros; des- pués, el sacerdote; detrás, las religiosas por orden de edad y ca- tegoría y, al final, la novicia. Don Lucas cerraba la caravana. Cada grupo -la acémila y el ser humano asido a la larga co- la del animal- caminó luchando contra aquella fortísima corrien- te, sin tomar en cuenta al que venía detrás. La inexperta novicia no se amarró bien porque tenía las manos entumecidas por el frío. Cuando había caminado 40 me- El portal de la amazonía / 83

tros asida al rabo de la mula, de repente el viento abrió el cor- doncito del sombrero y sus rubios cabellos flotaron al aire. El ve- lo sagrado de sus desposorios con Jesús, como el Ave Fénix, de- sapareció en el horizonte. Caminó unos pasos más y también se soltó la piola de la cintura y el poncho de aguas se abrió como un inmenso planeador. Al mismo tiempo, sus hábitos, sacudidos por el viento, se convirtieron en alas de un picaflor. La pobre novicia se turbó cuando se sintió desnuda; soltó el rabo del animal (para tapar el suyo) y el huracán la levantó como una pluma y la lanzó al pa- jonal. Quiso agarrarse a los montes, pero sus manos no resistie- ron y, de tumbo en tumbo, como una perdiz perseguida o como una chica patinadora sobre hielo, se alejó y se detuvo al borde de un barranco, a 100 metros del camino. Sorprendido y triste, Don Lucas, aquel buen sevillano que consideraba a los salesianos como sus padres y hermanos y a las religiosas Hijas de María Auxiliadora como sus hijas, también soltó la cola de su mula y fue arrastrado por el viento detrás de la religiosa voladora. Quiso atraparla, pero el viento se la arre- bató. Llegó a la hondonada y la encontró colgada de unos ar- bustos; ella se ahogaba con el poncho de aguas, que le apretaba la garganta. Sus vestidos estaban enredados en las ramas y los espinos. Don Lucas, hombre práctico, sacó la daga que siempre lle- vaba al cinto y cortó los vestidos y el poncho de aguas, porque con ellos o sin ellos se debía salvar a la persona. Aunque la no- vicia estaba en paños menores, la apretó contra su corazón co- mo a una hija. Después la cubrió con su poncho de aguas, la car- gó sobre sus espaldas y con aquel tesoro encima continuó la lu- cha contra el helado huracán. Mientras tanto, los demás viajeros, sin pensar en la trage- dia, emprendieron la marcha hacia Cerro Negro. Al poco rato llegaron las dos acémilas sin sus jinetes. Hubo preocupación y conjeturas. Y al cabo de unos interminables 30 minutos, llegó Don Lucas con una “guagua” sobre sus espaldas. Las dos reli- giosas corrieron hacia ellos. 84 / Miguel Ulloa Domínguez

— Por Dios, Don Lucas, ¿dónde está la novicia? —pregun- taron. — Hermanas: el viento huracanado se la arrebató a los cie- los. Estará almorzando con San Pedro. Entonces, una vocecita como de ultratumba salió de deba- jo del poncho de aguas. — No, hermana Directora. Yo soy la novicia. La llevaron a un ángulo del Tambo y la vieron casi desnu- da, desgreñada, malherida, tiritando de frío, y la vistieron con otro hábito para continuar la marcha. Por esa y otras razones el padre Albino buscaba otra ruta por El Gallito.

Moraleja: Por amor a Dios y a los hermanos, el misionero y la misionera soportan todo, incluso patinar no sobre una pista e hielo, sino sobre un pajonal de los Andes ecuatorianos.

9. La asamblea de diablos en la laguna

Los cascarilleros pusieron el nombre de La Laguna a una pequeña cuenca hidrográfica que está antes de llegar a El Casti- llo, en los Andes orientales. Es la única de la región del Collay. Sus aguas parecen verdosas, sin duda por el sedimento de la ba- se y por las algas de los contornos. Bordea La Laguna el camino de herradura hacia el Orien- te que construyó el padre Albino del Curto. Más arriba, en el si- tio Rayoloma, el 11 de julio de 1917, mientras siete obreros tra- bajaban en la vía, un tremendo aluvión de tierra los sepultó pa- ra siempre. El misionero no sacó los cadáveres porque era imposible. Prefirió convertirlo en cementerio para los caídos y para los que murieran en el tránsito por aquellas cordilleras. No sabemos desde cuándo las gentes comentaban -y toda- vía comentan- que en esa laguna los demonios celebran a me- dianoche sus diabólicas asambleas. Lo cierto es que la mayor El portal de la amazonía / 85

parte de los viajeros tienen recelo de pasar por aquel lago du- rante la noche. El padre Albino no hacía caso de esos cuentos. Siempre ca- minaba solo, tanto de día como de noche. Pero durante una de aquellas caminatas nocturnas, los pelos se le pararon de punta y lanzó algunos exorcismos. Estaba en Pailas revisando el trabajo y proyectando su continuación hacia el río Negro cuando, al anochecer, recibió un telegrama con la noticia de que, al día siguiente, llegaría a El Pan nada menos que el coronel Antonio Guerrero, jefe del Cuar- to Departamento, encargado directo de la región amazónica. Y no debía faltar a esa importante cita. Aunque fuese de noche de- bía emprender la marcha. Así que dio las órdenes, preparó su mula y caballero a su cabalgadura. Iba solo. A media noche pasó El Castillo y lenta- mente descendió hacia La Laguna. En su mente bullían proyec- tos y más proyectos. Debo pedirle dinamita para Balcones, pensaba. También construiremos otro puente sobre el río Shiro. Llamaré al herma- no Jacinto Pankeri para que ponga un puente colgante sobre el río Paute... Y siguió soñando despierto. También con el rosario en la mano, rezó a la Virgen María. Al acercarse a La Laguna oyó un profundo y tétrico queji- do. Después, cuando dobló por un recodo de aquel culebrero ca- mino, se detuvo y, con sus propios ojos, a la luz de las estrellas, vio tres bultos negros que caminaban sobre las aguas. La mula se asustó y se encabritó. Al sacerdote se le heló la sangre y los pelos se le pusieron de punta. Padre nuestro, que estás en los cielos..., manda los diablos a los infiernos. Santifica- do sea tu nombre..., pero caminan sobre las aguas... Hágase tu voluntad..., mulita, mulita, corre, alejémonos de este diabólico lugar. Luego, otro quejido, más profundo y más triste. El misionero se reanimó, desmontó y comenzó a exorcizar la laguna. Entonces pensó: Quizás sean las almas de los obreros caídos en Rayoloma. ¡Dáles, Señor, el eterno descanso y que bri- lle para ellos la luz perpetua! Qué caramba, vamos adelante, mulita. Tiró de las bridas y pasó rezando a la Virgen Santísima, 86 / Miguel Ulloa Domínguez

para que Ella lanzara a los infiernos a todos los demonios de La Laguna. Descendió unos 200 metros y encontró dos caballos carga- dos con barriles de alcohol. Gritó: — ¿Quién anda ahí? Silencio sepulcral. De nuevo gritó: — Soy el padre Albino. ¿Quién está ahí? Del bosque salió una vocecita infantil. Era un niño de 11 años. — Padre, ayúdeme. Llevamos contrabando. Mi papá, el Chispo Miranda, se metió en la laguna. Sin duda se está murien- do. En ese momento el sacerdote se dio cuenta del alcance de los diablos de La Laguna. Don José Miranda, el Chispo, con las “perras de trago” estaba metido en esas malditas aguas. Enseguida regresó, se metió en el agua y el barro y consi- guió sacar al borracho y salvarlo de una muerte segura. Pero fue imposible salvar a las mulas cargadas con alcohol. Tenía que es- perar la luz del día para conseguir ayuda de otras personas. Lo que es la vida. Lentamente, el Chispo se reanimó. El muchacho, ya tranquilo, dormía como un lirón. El sacerdote re- zó el rosario y, al amanecer, unos colonos del Oriente pasaron por aquel sitio. Con la ayuda de ellos consiguió sacar de la lagu- na a las acémilas. Reanimado y alegre, el Chispo brindó unos tragos a los pa- sajeros y cada cual siguió su camino. A las nueve de la mañana, el padre Albino estuvo en El Pan y, a la misma hora, llegó también el coronel Guerrero. Los muchachos de la escuela salieron con banderas a recibir al mili- tar y a las autoridades que lo acompañaban. Durante el almuerzo en la casa del teniente político, don- de estaban presentes el coronel Guerrero; el gobernador, doctor Miguel Heredia Crespo, y el jefe político de Paute, señor Miguel Alvear, el padre Albino contó el episodio de los diablos de La Laguna. El portal de la amazonía / 87

Moraleja: Los demonios existen. Cuando Dios permite, aparecen ante los hombres y les tientan. Quien está con Dios, no debe temer a los espíritus malignos.

10. El palacio de los tigres

Quien viaja al Oriente por el camino Pan-Méndez necesa- riamente tiene que dominar y pasar por El Castillo, un pajonal largo y frío a 4.000 metros de altura sobre el nivel del mar, en la cordillera oriental de los Andes. Inmediatamente después de El Castillo está Cerro Negro, una mole o peñón negro. Puede contener hierro porque, en las tempestades, los rayos juguetean a las escondidas encima y de- trás de aquel monstruo. En las mañanas soleadas, las nubes matutinas se arremoli- nan y forman un manto como de gasa blanca. Entonces el cerro parece una novia negra que marcha hacia el altar. En las tardes de abril, una inmensa corona de arcoiris brinda esperanza y fe a los cascarilleros de El Gallito. Junto al cerro, el padre Albino del Curto construyó un campamento para el trabajo del camino. Por la inclemencia del tiempo y el descuido de los pasajeros, muy pronto se transfor- mó en un tambo y, más tarde, en un chozón de cuatro por tres metros, sostenido por seis largos pilares. Entonces el campamento era un gran edificio de madera y zinc, centro logístico del camino. Luego, el tambo, un pequeño edificio de paja en donde un tambero hospedaba con incomodi- dad a los pasajeros. Ahora el chozón se transformó en el palacio de los tigres y en el hospedaje de algunos viajeros desprevenidos. Ocho hombres y dos mujeres madrugaron en El Pan con destino a Méndez. Algunos eran novatos en los misterios de la selva. Al amanecer, se detuvieron en Sevilla del Oro para tomar café. Mientras desayunaban, una muchacha recordó que ese día 88 / Miguel Ulloa Domínguez

era su cumpleaños. ¿Por qué no celebrar? Y comenzó la farra hasta pasado el mediodía. El más veterano, entre copa y copa, comenzó a quejarse. — Hoy apenas llegaremos a Cerro Negro —dijo. Así fue. Al atardecer descargaron el equipaje y buscaron el forraje para las acémilas en las faldas de Cerro Negro. El famo- so tambo apenas contaba con unos escuálidos pilares; como pa- redes, unas tablas podridas y, por techo, unas hilachas de paja. La noche comenzó lluviosa. Alguien advirtió que en no- ches anteriores se habían hospedado allí varios tigres. Las hue- llas eran visibles. Pero no hicieron caso. Tomaron su merienda y organizaron la dormida: todos unidos como en una lata de sardinas para defenderse del frío. Las mujeres, en un rincón, acurrucadas entre los aperos de los caballos, para cumplir con la prédica del padre Albino: Entre santa y santo, pared de cal y canto . También las acémilas, después de la cena, se agruparon, no tanto por compañerismo como por el frío. De repente los caballos relincharon y corrieron a despertar a sus amos. Los hombres se sentaron. Las mujeres chillaron y, como para helar la sangre de las víctimas, cinco tigres rugieron, abrieron sus fauces y mostraron sus dientes a la luz de la luna. Eran las 10 de la noche. Cesó la lluvia. Por entre las nubes asomó un disco de luna. La familia tigruna -un macho, una hembra y tres cachorros- llegó a dormir a su palacio. Qué sor- presa: los tigres encontraron huéspedes inoportunos. Con sus ojos reclamaban: ¿Qué hacen en nuestra morada? ¡Váyanse! El gruñón de don Tomás Atiencia, quien rabiaba por la de- mora en Sevilla del Oro, sacó su machete y, como desesperado, golpeó en las tablas, mientras como buen estratega ordenó: — Antonio, saca tu revólver. Apunta a esos ojazos de la hembra. Virgilio, prende fuego. Rosendo, trae tu linterna. Cá- llense las mujeres y no se muevan. Los demás traigan las mon- turas para hacer una muralla. En caso de ataque, cúbranse con las mantas y los frenos de los caballos. Las acémilas, a su vez, se agruparon detrás del edificio en busca de protección. El portal de la amazonía / 89

Los felinos se separaron como para acorralar a la presa. Cada instante rugían y mostraban sus enormes colmillos. Un ti- grillo inexperto atacó a una mula, la que le dio una tremenda coz en el hocico. La madre tigresa corrió en defensa de su cacho- rro, pero Antonio Cárdenas, el Conscripto, disparó al aire su re- vólver. Las fieras se aturdieron y desaparecieron entre la male- za. Don Tomás no estaba satisfecho. Siguió ordenando: — Los tigres regresarán. Ea, muchacha quinceañera, atiza el fuego. Todos a buscar leña. Antonio, dispara de nuevo para que se alejen las fieras y nos dejen en paz. Al poco rato, la gente volvió a sentarse junto al fuego. Co- mentaron lo sucedido. Sacaron cuentos reales o inventados so- bre las fieras de la cordillera. Pasadas las 11 de la noche, cuando ya alguien cabeceaba por el sueño, oyeron una voz que pedía auxilio. — Callen —dijo don Tomás—. Alguien viene y pide soco- rro. A lo mejor encontró a los tigres que iban de camino. Salga- mos a defenderlo. A la segunda voz de auxilio, distinguieron al queridísimo padre Albino del Curto. Todos corrieron a su encuentro y, emo- cionados, lo cargaron en hombros y lo llevaron al rancho. — ¿Qué pasa, muchachos? —preguntó—. ¿Por qué están tan asustados? — Por la manada de tigres —dijeron las mujeres—. Hace un rato don Tomás, como es el más valiente, peleó con cinco fe- linos. Gracias al revólver del conscripto está sano y salvo. Ya en el rancho, brindaron al misionero un arroz un poco salado con sardina y un sabroso y bien caliente café de Zaruma. Los viajeros contaron su odisea y el sacerdote, siempre soñando lo mejor para sus hermanos, dijo: — Ustedes saben que El Castillo es un pajonal muy alto y frío. Ya hemos tenido algunas víctimas humanas, sobre todo por la presión. También han muerto muchas acémilas. Por eso he re- suelto buscar una mejor ruta. Esta mañana salí de Sevilla de Oro con dos peones. Desde Rayoloma descendimos a la hondonada de El Gallito. Hay muchos barrancos. Si evitamos el pajonal, en- traremos a una selva con grandes arbustos. Al llegar a un ria- 90 / Miguel Ulloa Domínguez

chuelo propuse a mis dos compañeros separarnos para buscar una mejor salida hacia ese Cerro Negro. Rápidamente vino la noche y la lluvia. Nos perdimos y yo me guié con esta brújula y con el rosario de la Virgen María. Y aquí estoy para contarles el cuento. Dios proteja a los dos amigos. Como buenos cascarille- ros, conocen la cordillera mejor que yo. Amigos, hoy primero de marzo la Iglesia celebra la fiesta de San Albino. Ustedes festejen mi onomástico con este sabroso café. La quinceañera insistió: — Pero padre, ¿no encontró los tigres? — No, hija. No tengo miedo —dijo—. Con ellos hice un pacto. Cuando pasamos el campamento hacia Pailas, dije a don Lucas Cárdenas: Por favor, no desbarate el tambo, porque es un regalo a los numerosos tigres de esta región. Ellos vinieron a re- clamar su palacio, su propiedad. — ¡Qué miedo! —dijo la otra muchacha—. Yo nunca más volveré a hospedarme en este palacio.

Moraleja: Dijo el Señor a Jesús: Cuando vayas de camino en busca de una meta, no te quedes a chacharear, porque puedes tener una noche de tigres .

11. El oso y el rosario

El misionero jamás abandona su rosario. Es el talismán en los peligros. La Virgen es su compañera en su corazón y en sus labios. El camino Pan-Méndez está en El Chontal. Hasta allí, des- de Cuenca, pueden llegar los caballos. El padre Albino del Curto, como de costumbre, no sólo vi- gilaba a los hombres en su trabajo, sino que cada tarde evalua- ba el trabajo realizado durante la jornada. El día caía serenamente. Tomó el rosario entre sus dedos y se alejó de la gente. Caminaba meditabundo, musitando sus ple- garias. Sintió la tibia brisa del crepúsculo. Las aves se recogieron El portal de la amazonía / 91

en sus nidos. Apenas si algún rayito de sol iluminaba las mon- tañas del Shiro. El río, a su vez, bramaba en la honda quebrada del río Ne- gro. Pero sintió muy cerca un suave murmullo de un arroyuelo que él debía pasar. Caminaba con el pensamiento que debía sal- tar, piedra sobre piedra... El Cuarto Doloroso: Jesús con la cruz a cuestas... Dios mío, ¿qué veo?, pensó. Dos ojos, como dos fulgurantes luceros, brillaron a cinco pasos, en medio del camino. Lentamente se paró en dos patas y abrió sus enormes brazos como para dar un estrecho abrazo. Abrió la boca, sacó la lengua y lanzó un ronco quejido, como una diabólica risa de satisfacción. El oso regresaba de beber agua en el riachuelo. El feroz animal de nuevo asentó sus patas delanteras, se aferró en las traseras y se dispuso a lanzarse sobre el misionero. ¡Virgen Auxiliadora, ayúdame en la lucha!, pensó el padre Albino, y se quedó estático y yerto por el miedo. Por su mente cruzó enseguida un torbellino de ideas. Su instinto se aferró a la vida. Su corazón se llenó de fe y esperanza en la Virgen. La noche avanzaba. Gigantescas sombras caminaban por las quebradas. El oso se preparó para el asalto. El sacerdote se aprestó a la defensa. Media hora de suspenso, de tensión. El oso, firme como una roca, y el misionero, como una paja. Usaré la pedagogía de Don Bosco, se dijo el padre, y sus ojos se transformaron en dulzura, en súplica. Osito, vete, déja- me en paz. Somos amigos, ¿verdad? Alargó la mano con lenti- tud y le mostró el rosario. Si quieres, te lo pongo al cuello como un recuerdo de este magnífico encuentro. La fiera meneó la cabeza, otra vez abrió el hocico y, con un resoplido de aceptación, dio media vuelta y se perdió en el bos- que. El sacerdote se volvió y se lanzó a carrera tendida. Sus obreros se sorprendieron al verlo llegar. Por la palidez de su ros- tro comprendieron que algo grave había pasado. — Un oso —dijo—, un oso de verdad quería merendarme. Fue muy noble. Me dejó para otra ocasión. — ¿Peleó con él? —le preguntaron. 92 / Miguel Ulloa Domínguez

— Ya lo creo. ¡Y con esta arma!—respondió, mientras mos- traba el rosario. — Vengan —añadió— y agradezcamos a la Virgen María.

12. Sobre un corcel de la selva

Si el cerro, en la cumbre de los Andes, ostenta la negrura de su copa, el río, aquel río Negro, brama cuando sus aguas cho- can contra las ferruginosas piedras. ¡Qué contraste! Esas aguas, al parecer negras por su negro lecho, son limpísimas, cristalinas. Al chocar, furiosas, contra las piedras, parte de ellas se levantan como volutas vaporosas de nubes blancas que se elevan hacia los cielos. Al Caballero de los Andes, como se le bautizó al padre Al- bino del Curto, le debemos respeto y gratitud por sus gigantes- cas obras, llevadas a cabo con un titánico esfuerzo en medio de mil peligros de perder su vida. Esa vez el Caballero no estaba montado sobre el Palomo, el Rayo, la Babieca de los grandes corsos de la historia, sino so- bre un gigantesco roble que sin querer surcará valientemente las on- das del caudaloso río Negro. El camino de herradura Pan-Méndez estaba por llegar al río Negro. El padre Albino soñaba con colocar un puente y pa- sar a la orilla izquierda a toda su gente para abrir la trocha has- ta Balcones y la Loma de los Monos. Por ser domingo, el padre celebró su misa. La gente asistió con devoción y participó. Después, se instalaron bien, en una pequeña explanada junto al río. Esa tarde, mientras el sacerdote recitaba el oficio divino, los obreros echaron sus partiditas de naipes. El gracejo y la ale- gría contagió a todos, al conjuro del canto de los pájaros, del ru- mor de las ondas y del aura tibia de la tarde. Luego rezaron sus plegarias y durmieron soñando en sus lejanos seres queridos que, con domingueros vestidos, también iban a misa y, alegres, cuchicheaban con sus amistades. El portal de la amazonía / 93

El misionero madrugó. Trazó sus estrategias y gritó a sus hombres: —Levantaos. El día está sereno. Yo iré a buscar los estribos del futuro puente. Preparen el desayuno y a trabajar. Caminó y, a pocos pasos, encontró dos peñas que sin du- da algún día se dieron un beso. A las siete de la mañana iniciaron la jornada. — El río tiene cuarenta metros de luz. Este árbol tiene cin- cuenta. Muchachos, a tumbar —dijo, gozoso, el sacerdote. — Manos a la obra —dijo el sobrestante o jefe de la cuadri- lla. Tres horas después, el gigante de la selva se dobló, sumi- so, sobre el río. Sus ramas tocaron precisamente la orilla izquier- da. Cantaron triunfo. Luego vino un largo diálogo para afirmar el tronco, para cortar algunas ramas, para tender un largo y grueso bejuco de orilla a orilla, para asegurar la vida, etc. Cuánta estrategia para asegurar ese improvisado puente que se levantaba airoso a cua- tro metros sobre las furiosas aguas. Pero así tenía que ser. El padre Albino propuso a don Lucas Cárdenas para que pasara primero. — Debe llevar amarrada una soga a su cintura, por si hay peligro —le dijo. Pero don Lucas amaneció agripado. Tenía fiebre. Respe- tuosamente se excusó. Valiente, como siempre, se ofreció el mismo padre Albino. Y sin más, se levantó la sotana, se amarró con una soga y, a ga- tas, comenzó a caminar por el árbol tendido sobre el río. Los obreros quedaron estupefactos y avergonzados, frente a la au- dacia y la valentía de su jefe. Avanzó algunos metros y descansó. Caminó cinco, 10, 15, 20 metros, rozando la barriga sobre la corteza del árbol. — El árbol se mueve —dijo alguien. — No —respondió otro—, son las ramas que mueve el viento. — No te marees, hermano —se burló otro más. Pero don Lucas gritó con desesperación: — ¡Se cae, el árbol se cae al río! 94 / Miguel Ulloa Domínguez

Y entonces, con un gran estrépito, el gigante de la selva, como una fiera encabritada, enfiló sus ramas río abajo. Agaza- pado en el árbol como sobre un furioso corcel, el padre Albino apareció y desapareció entre las ondas del torrentoso río. Los hombres de la orilla, desesperados, soltaron la soga que el padre se había amarrado a la cintura y corrieron por el bosque, detrás de ese monstruo de la selva que se llevaba a su amado padre. Pasaron horas de intensa angustia. Señales de destrucción y muerte. Alguien pensó que el cruzador de los Andes, el explo- rador de las selvas, el respetado por las fieras, el domador de los ríos, se había hundido calladamente en las ferruginosas aguas del río Negro. Pero no fue así. A 400 metros, en un pequeño remanso donde el río curva al chocar contra una roca de granito, el árbol se detuvo. Giró un instante, al compás de las aguas en remolino, y formó un pequeño puente. El sacerdote, que no había perdido su serenidad, se levan- tó, sacó su sombrero y, como el torero que vence al Miura, gritó: — Muchachos, no ha pasado nada. Allá me voy con uste- des. Después que llegó a la orilla y contó su angustia, cayó des- mayado sobre la arena. Media hora más tarde volvió en sí, con los nervios destrozados y bastante fiebre. No era para menos. Una vez más, el Señor protegió al hombre que debía dar- nos un camino de entrada a la región amazónica para la con- quista de los shuaras, para Dios y para la Patria.

13. La fragua de Vulcano

El río Negro tiene un sino que estremece. Ya vimos la ho- rrorosa escena del río. Ahora contemplaremos el incendio del campamento. A pocos pasos del puente ya construído, el padre Albino mandó a levantar un caserón de 50 metros de largo por 15 de an- El portal de la amazonía / 95

cho. Además de los talleres de mecánica y carpintería, alberga- ba a más de 40 personas. En un extremo, la mecánica tenía dos yunques, y la fragua, docenas de herramientas de toda clase -carretillas, cables de ace- ro y mil fierros más. En la carpintería, los aserradores depositaron muchas ta- blas para los puentes desde el río Negro hasta el Shiro. Al otro extremo estaban la bodega de víveres, la cocina y los comedo- res. Y en el medio, los dormitorios de los obreros, el “despacho” y las oficinas del padre Albino, con el teléfono recién instalado. El sacerdote estaba satisfecho por el acopio de bienes ne- cesarios para proseguir el trabajo hacia Méndez. La trocha llegaba hasta Santa Elena. Las acémilas podrían llegar al Shiro, pero hay una tremenda dificultad. En Balcones se encontró una roca de granito de 120 metros de largo por más de 50 de ancho. Para abrirse paso por el medio, hay que romper con dinamita. El misionero no se desanimó. Mandó a traer 40 cajas de ex- plosivos y las guardó con mucho cuidado en la carpintería. Era agosto. El Amazonas trae fuertes vientos a la cordille- ra. El padre Albino recomendó una y otra vez que se tuviera mucho cuidado con la dinamita, con la fragua, con la cocina, con el cigarrillo y con todo lo que significara combustible. Pero cuando una desgracia está para que suceda, cualquier pretexto sirve de base. Después que almorzaron, los obreros salieron a su trabajo. Por la mañana, el mecánico utilizó la fragua para arreglar algu- nas herramientas. Sin duda no apagó el carbón, por lo que a las tres de la tarde el viento llevó una chispa a los explosivos. Repentinamente se oyó en la selva el fragor de mil true- nos, salvas de metralla, 100 explosivos al mismo tiempo. Fueron 10 minutos infernales. La casa, hecha añicos, voló por los aires. Las tablas volaban como gavilanes en pelea. Las planchas de zinc, como enfurecidas aves de rapiña, cortaban las copas de los árboles. Los fierros y las herramientas se convirtieron en pro- yectiles que se incrustaban en los troncos de los árboles. Los pla- tos, las ollas y las ropas de los obreros volaban como papeles movidos por el huracán. 96 / Miguel Ulloa Domínguez

Las seis acémilas que estaban junto a la casa no pudieron salvar el pellejo. Sus vísceras fueron a parar a la copa de los le- janos arbustos de la selva. Si el inventor de la bomba atómica hubiera podido con- templar, como el padre Albino y sus hombres, el desastre de la explosión, no la hubiera inventado. Seguro que no. Gracias a Dios, en el campamento no había ningún ser hu- mano. Los más de 20 trabajadores, divididos en tres cuadrillas, estaban a considerable distancia. Cuando regresaron, alarmados por la cadena de explosiones, contemplaron un cuadro dantes- co: en 200 metros a la redonda todo estaba quemado. La casa de- sapareció desde sus cimientos. Las tablas fueron arrojadas a los cuatro vientos. Las planchas de zinc quedaron en las copas de los árboles o incrustadas en los troncos. Y como recuerdo y reli- quia, todavía el viento arrojaba desde el cielo algunos papeles quemados y algunas hilachas de la ropa de los obreros. Esos hombres de hierro y corazón de oro levantaron su mi- rada el cielo y dijeron con resignación: — Señor, hágase tu voluntad. El sacerdote dijo: — Hermanos, Dios nos dió, Dios nos quitó. Sea esa su san- ta voluntad. Cabizbajos, con la herramienta al hombro, en ese momen- to enfilaron hacia El Pan para contar la hecatombe y regresar más tarde a reiniciar los trabajos del camino. La prensa ecuatoriana comentó el hecho. El padre Albino publicó la noticia en el Boletín Salesiano y numerosos bienhe- chores del Ecuador y del extranjero acudieron con su óbolo pa- ra reconstruir el Tambo y seguir rompiendo la roca con nuevos explosivos.

14. El monito de Balcones

En aquellos tiempos (1920-1928), con aquellos medios pri- mitivos, en esas bravías cordilleras y selvas, el padre Albino del Curto realmente era un gigante, émulo de los conquistadores es- pañoles de los siglos XV y XVI. El portal de la amazonía / 97

En el sector más difícil del camino Pan-Méndez, entre los ríos Negro y Shiro, el sacerdote tuvo a su lado al señor Moisés Ulloa Narváez, “otro Pizarro”, un hombre de hierro que murió en enero de 1998 a los 99 años de edad; un señor enérgico, hon- rado y patriota, a quien el mismo padre Albino le confiaba los trabajos más difíciles y que con frecuencia repetía: — Don Moisés tiene un sentido práctico más que ingenie- ro, y sabe hacer trabajar mejor que yo. Ambos se respetaban y se amaban mutuamente, como hermanos. A pesar de su serio carácter, don Moisés era generoso y atento con todos y muy cariñoso con los niños. Un padre sale- siano nos dijo: — Cuando yo era niño entraba al Oriente con mi familia. En Río Negro nos atendió como a sus familiares. La señora Carmen Tapia cuenta: — Yo iba con mi familia al Oriente cuando tenía ocho años. ¡Dios santo, qué miedo! Cuando llegamos a la Loma de los Monos, don Moisés Ulloa me cargó sobre sus espaldas más de cien me- tros, porque el camino no era camino sino una verdadera esca- lera de bejucos. Y los sevillanos repetían: — Don Moisés era un San Cristóbal, porque con gran de- licadeza y sacrificio hacía que los niños y las mujeres pasaran los ríos y los lugares más peligrosos y a veces los llevaba sobre sus hombros. Pero entremos en la anécdota de los monos de Balcones. Después de construir un ligero puente sobre el río Negro y un modesto campamento a pocos pasos, el padre Albino con- tinuó con la trocha hacia el río Shiro. De repente se encontró con una inmensa pared lisa, de granito, de más de 100 metros de largo por 53 de ancho. La tie- rra, las piedras y los árboles que un día cubrieron aquella mole se deslizaron al río por la acción de la lluvia, y abajo dejaron una gran plazoleta. ¿Qué hacer? Subir a la cumbre o bajar al río re- sultaba imposible. 98 / Miguel Ulloa Domínguez

— El hombre lo puede todo —dijo el misionero—. Rompe- remos la roca y pasaremos por el medio. Adelante, muchachos. Llamaré a don Moisés Ulloa. El es capaz de todo. Así fue. Don Moisés mandó a preparar cuatro sogas grue- sas de 80 metros cada una. Los carpinteros le prepararon un ca- jón como un columpio, con respaldar, para que se sentara. Para comenzar la perforación de la inmensa plancha de granito, mandó a plantar en la cumbre, y en la misma roca, al- gunos clavos de acero, en los que amarró las sogas y lanzó el co- lumpio al abismo como prueba de seguridad y riesgo. Solicitó un valiente para que se colgara y perforara 23 huecos donde se colocaría la dinamita. Nadie se ofreció. Todos tuvieron recelo. A coro dijeron: — Don Moisés, hágalo usted. — ¿Por qué no? —respondió don Moisés—. ¿Acaso soy co- barde? Entonces subieron el columpio. En una mochila cargó pan, queso, pinol, una cantimplora con agua, un jarro y una cuchara para su almuerzo, el combo y cinceles para el trabajo. Se sentó y lentamente lo descendieron. Se encomendó a Dios y a la Virgen Auxiliadora y comenzó a picar, mientras arriba y a ambos costa- dos seis mirones lo contemplaban. Al tercer día le molestó que seis hombres estaban sin hacer nada y él ya se sentía seguro en su arduo trabajo. Ordenó que se retiraran y continuaran el trabajo en otro lugar. Cuando terminó la semana y el héroe estaba solo, apareció en la cumbre una partida de monos que aullaban y hacían pirue- tas; incluso tiraban de las sogas y se columpiaban en ellas. Igual que entre los humanos siempre hay un muchacho más atrevido, audaz y pícaro que los demás, cuando don Moi- sés mostró un pedazo de pan, bajó por la soga un travieso mo- no, se puso a su lado y comenzó a comer tranquilamente, bajo la envidiosa mirada de los demás monos. Después que terminó de comer, regresó a su manada. Días después, los simios asomaron nuevamente y el con- fianzudo monito bajó en busca de su ración. Mientras comía, lle- garon los obreros, ahuyentaron a los animales y atraparon al monito. El portal de la amazonía / 99

En el campamento, con miedo, el pequeño animal se refu- giaba donde estaba don Moisés. El señor Ulloa, antes que si- guiera en sordina la frase el mono de don Moisés, dijo: — El mono se llamará Balconcito, y el encargado de cui- darlo será el flaco Hernández. También la selva engendra alegría. Desde entonces, los compañeros le dieron al joven Ricardo el mote de Mono Her- nández. Como buen padre, el padre Albino estaba preocupado por el trabajo en Balcones. Pronto regresó de Quito. Vio el trabajo, que estaba realizado en un 50%, se alegró y felicitó a todos. Para él fue una sorpresa ver a Ricardo Hernández sentado sobre la dinamita, mientras alimentaba a Balconcito, y saber que el mico había bajado a comer con don Moisés. Con sencillez de religioso, dijo: — Vaya, vaya, tenemos cuatro monos: dos colgados en los Balcones y dos sentados en esos cajones. Todos explotaron en una gran carcajada, reprimida desde hacía tiempo. Don Moisés también rió, y no se molestó debido al respeto y al cariño que le profesaba al misionero, quien conti- nuó: — Ese lindo monito lo llevaré a Quito para obsequiárselo al coronel Guerrero, jefe del Cuarto Departamento Militar. El animalito fue llevado a El Pan. Allí constituyó la delicia de los muchachos y la desesperación de Guadita Armijos, ama de llaves del padre Matías Buil. El mono se metía en la cocina y hacía diabluras: iba a la lavandería y se vestía como las chiqui- llas coquetas, se metía en el despacho del padre Matías y revol- vía todos los papeles, salía a la calle y perseguía a las niñas; lo llevaban a la escuela y, sentado en la cátedra del maestro, se ras- caba ciertas partes poco honestas... Al final, lo llevaron a Quito para que hiciera monadas a los soldados del Ministerio de Defensa. 100 / Miguel Ulloa Domínguez

15. !Qué fría es la culebra¡

Copal es un lugar donde abundan los ofidios. La mayor parte son pequeños, pero muy venenosos. Hay también cule- bras grandes, como la equis, la macanchi, la chonta. Su veneno es mortal. Continuamente hay víctimas humanas. Costumbres culebreras: durante las tempestades de lluvia y viento, permanecen escondidas debajo de los árboles, pero cuando viene el sol, salen al descampado para calentarse. Todos los días, llevadas por su instinto, salen a las seis de la tarde y pa- sean por los trillados caminos de los hombres. Las culebras grandes son voraces. Cuando pueden, tragan hasta el exceso. Luego duermen días seguidos. Había aquí una macanchi de metro y medio que, enroscada, dormía a la vera del camino. ¡Horrible tempestad! Parecía que en aquellas selvas se ha- bían abierto las cataratas de los cielos. El viento sacudía los ár- boles y, al chocar sus hojas, se oía como el silbido de mil voces misteriosas. Al atardecer, un rayo de sol se filtraba por entre las oscu- ras nubes amazónicas. La serenidad, por un momento, mitigaba el ritmo siempre selvático y misterioso del bosque. Las serpientes se arrastraban entre las recién caídas hojas secas, en busca de alimento. Una macanchi devoró algunas ra- nas, algunos sapos desprevenidos. Su estómago estaba lleno y pesado. Las hojas recién caídas formaban su lecho. Dormía y no temía enterrarse en el fango. ¡Ay!, las costumbres nocturnas del padre Albino del Curto. No temía viajar ni siquiera de noche. Tenía que ahorrar las ho- ras. Debía hablar con Fulano, con Zutano, en la vecina población de Santa Elena. — Padre, no vaya —le dijo don Ricardo Orellana—. A esta hora hay muchas culebras. Después de la tempestad, el camino debe estar interrumpido. Los ríos deben haber crecido. — No —respondió el padre Albino—. Yo debo hablar esta misma noche con don Lucas Cárdenas, con don Antonio Tapia... — Bien, usted manda. ¡Pero tenga mucho cuidado! El portal de la amazonía / 101

El misionero se levantó la sotana hasta la cintura, tomó su bastón y a caminar. Eran las seis de la tarde. Ya oscurecía y, co- mo una sombra, penetró en la jungla. Los enormes pitiucas, los copales, los cedros, los colora- dos, entretejían sus ramas en la altura y formaban como una in- mensa bóveda de catedral. Apenas se podía divisar el camino fangoso. Caminaba desprevenido, absorto en sus grandes proyec- tos. De vez en cuando tanteaba con su bastón. Vió a lo lejos un bulto negro. — Es una piedra —se dijo—. Subiré sobre ella. Y sin más, levantó la pierna derecha y, con todo el peso del cuerpo, la hundió en un hueco viscoso, frío. Se hundió y se hun- dió hasta la rodilla, a la vez que sintió que le apretaban unos anillos poderosos en un vaivén de tira y hala. — ¡Dios mío, he pisado una serpiente! Virgen Auxiliadora, Don Bosco... ¿Dónde está la cabeza para matarla? Un rayo de luna alumbró el lomo negruzco de la macan- chi. La venenosa culebra levantó la cabeza y sacó la enorme y larga lengua. El misionero tembló y se aturdió. Abrió los brazos, arrojó el bastón y se dejó caer de espaldas, pesadamente, sobre el fango. Lo invadió una sensación de muerte. Se relajó en espera de la voluntad de Dios. La serpiente, al despertar de su profundo sueño, también se aturdió. Y mientras apretaba con fuerza la pierna de su víctima, lamió con su fría lengua todo el cuerpo del sacerdote. Con un hilo de esperanza, el padre Albino juntó sus tem- blorosas manos y rezó. — Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros... Como asustada por una fuerza misteriosa, la serpiente se desenrolló rápidamente, arrastró al misionero unos 50 centíme- tros y huyó, emitiendo un leve silbido, por entre los arbustos de una pequeña quebrada. El padre no reaccionó enseguida. Permaneció tendido en el barro, hasta que la sangre circuló con normalidad. Se sentó, se examinó la pierna, que creía destrozada. Tomó su bastón y se in- corporó. 102 / Miguel Ulloa Domínguez

Se tambaleó por un momento, porque tenía la sensación de que la pierna derecha se la había cargado la macanchi. Caminó cinco pasos y de nuevo creyó que había pisado otra culebra, una chonta, más larga y feroz que la anterior. Luego se arrimó a un gigantesco caucho, como para tomar aliento y coordinar las ideas. Se tocó la cara y la encontró sudorosa y helada. Diez minutos después, tembloroso y humillado, regresó a la casa del señor Orellana. Doña Raquel se asustó cuando lo vio. Le tomó el brazo y lo llevó a la cama. Corrió a prepararle agua de manzanilla. Llamó a su esposo para que trajera curarina con- tra el veneno. — No me mordió la serpiente —dijo el sacerdote—. La Vir- gen la ahuyentó. Otro milagro de María Auxiliadora. Cuán bue- na es nuestra Madre. Recemos el santo rosario.

16. Monseñor, ¿acaso usted sabe más que mi mula?

El camino construido por el padre Albino ya llegaba hasta Macas. Se podía viajar sobre acémilas, aunque había puntos di- fíciles y peligrosos. Antes de llegar al puente Guayaquil, sobre el río Paute, la bajada del partidero era horrible. El fango llegaba hasta el pecho de los animales. Las raíces de los árboles eran como una trampa para revolcar hombres y animales. Todo el mundo tenía algo que contar y de qué reír después de haber superado aquella ba- jada infernal. La guerra con el Perú terminó en 1942. Macas era la sede de la Comandancia General del Ejército de la Selva. Allá se mo- vieron las frutas. Había cambios en la cúpula. Casualmente, a El Pan llegaron, al mismo tiempo, Monse- ñor Domingo Comín, un coronel, un capitán y dos cabos. El Obispo se encaminó a Méndez para celebrar la Fiesta de Cristo Rey, y los militares, a Macas, quizá de visita o para cambio de personal. Como de costumbre, se hospedaron en la Casa Domín- guez, fletaron acémilas y viajaron juntos como buenos amigos, El portal de la amazonía / 103

mientras comentaban las peripecias de la guerra y el Tratado de Río de Janeiro, y contemplaban los bosques y oían el rumor de los ríos o el canto de los pájaros. Al tercer día de camino, al llegar al partidero, los arrieros advirtieron los peligros del fangal. Así que recomendaron aga- rrarse de la “gurupera del caballo”, esa correa que sostiene la montura desde la cola del animal. Los misioneros que continuamente viajaban al Oriente ya conocían esa jerga arriera y manejaban como nadie ese léxico: montura, shilingo , gurupera, cincha, sudadero, estribo, freno, etc. Pero nuestros jefes se reían y despreciaban aquellas sabias recomendaciones. — Allá ustedes —murmuraban los dueños de las acémi- las—. Si algo les pasa, que se los lleve el diablo. Llegaron a la entrada del fangal del partidero. Los cabos, más precavidos, prefirieron ir a pie. Monseñor, el coronel y el capitán siguieron en sus cabalgaduras. Ya habían avanzado hasta la mitad del lodazal cuando, de repente, la mula donde viajaba el coronel metió una pata en una raíz y lanzó al oficial a un charco profundo, y él se embarró de fango de pies a cabeza. El capitán desmontó para socorrer a su jefe, pero se hun- dió hasta la cintura en el barro. Entonces intentó salir a flote y las botas se le quedaron atrapadas. Llegaron los cabos y los cua- tro, entrerrados en el fango, se abrazaron y rieron a carcajadas. Monseñor, montado en su mula, retrocedió para reír con ellos. El prelado los saludó, dio media vuelta y siguió batiendo barro con su fiel Rocinante. Pero más adelante también él tuvo dificultades. Pretendió manejar al animal con el freno, pero el caballo se debatió. El ani- mal buscaba los sitios menos peligrosos y menos hondos en el lodazal. El arriero estaba molesto. Dejó los ajos de reproche a la acémila y, con candorosa sencillez, dijo al Obispo: — Monseñor, suelte los frenos. ¿Acaso usted sabe más que mi mula? Ella sabe más que usted. 104 / Miguel Ulloa Domínguez

El sacerdote calló y, mientras reía para sus adentros, repi- tió: — Tiene usted razón. Yo sé menos que esta mula. Su fiel compañero, el coadjutor salesiano Fabián Bonato, rió en silencio. Superada la dificultad del partidero, los viajeros llegaron al puente colgante Guayaquil, sobe el río Paute. ¡Sorpresa! En ambos extremos del puente los colonos cons- truyeron arcos de ramas y flores. Con deferencia y delicadeza, el hermano dijo al prelado: — Monseñor, pase usted primero. El Obispo comenzó a manejar la mula, pero el animal se resistió y porfió. Al ver aquello, otra vez intervino el arriero. — Monseñor, usted no sabe nada. Mi mula está amadrina- da del macho que monta el señor Bonato. Así que el macho de- be pasar primero. Después pasará usted. Monseñor sonrió y dijo: — Pasa, pasa primero, porque yo sé menos que la mula y ahora no sé si soy mula o macho. El párroco y algunos feligreses, a caballo, vinieron al en- cuentro del Obispo. Al llegar a la Misión, las autoridades cantonales los reci- bieron con discursos y el alcalde le entregó al Obispo las llaves de la ciudad. Prudentemente, los militares no se presentaron. Se hospedaron en otra parte.

El funeral del Mono Jaramillo

A la altura de Méndez, el río Paute lleva el nombre de Na- mangoza. Es ancho y caudaloso. El padre Albino del Curto pro- yectó construir un puente colgante. Aunque con 120 metros de luz, ese puente debía soportar el peso de acémilas, automóviles, ómnibus y tractores. ¿Quién podrá hacerlo?, pensaba. Al fin decidió. Sería el se- ñor Jacinto Pankeri. El portal de la amazonía / 105

Los superiores le apoyaron y ordenaron a Pankeri que se trasladara a Méndez. Así que el hermano llegó en 1925, hizo sus cálculos y viajó a Guayaquil. Monseñor Domingo Comín y el padre Albino organizaron en el puerto un Comité Proconstrucción del puente Guayaquil, sobre el Namangoza. Con los fondos recaudados, el ingeniero compró ocho ca- bles de acero gruesos, de 125 metros de largo. Consiguió otros materiales, tales como pedazos de rieles, poleas, sogas, etc., y trasladó en acémilas, hasta el tambo de Cerro Negro, todo ese material. Y allí surgió el problema. Entre Cerro Negro y el Naman- goza hay nada menos que 50 kilómetros. No existe camino de herradura. Apenas hay una pica culebrera con pasos difíciles y peligrosos, como Río Negro, Balcones y Loma de los Monos. Pero don Jacinco no se arredró. Era un hombre de hierro y de inteligencia superior. Llamó a 40 hombres y con ellos arras- tró los cables y trasladó los materiales en dos meses. La construcción duró dos años. A veces tuvo que utilizar hasta 30 obreros a la vez, sobre todo cuando trasladó y templó los cables de una a otra orilla. Entre los obreros estaba don Juan Ortega, un honrado campesino de El Pan. Su esposa tenía parientes en Guayaquil. A doña Rosa le gustaba viajar el puerto para visitarlos y traer mer- cadería para su tienda en Santa Teresita. Generalmente la acom- pañaba su hija mayor, Rosario. La muchacha se enamoró del Mono Jaramillo, cuyos pa- dres tenían un comercio de telas en la bahía del malecón. Al fin se casaron y acordaron pasar la luna de miel en Méndez. La flamante pareja llegó al Oriente cuando don Jacinto co- locaba los cables sobre el río Namangoza. Al principio estuvie- ron de espectadores, pero después ambos jóvenes se ofrecieron voluntariamente. El Mono bajó al río y la chica se quedó arriba para tirar las sogas de las poleas. Desde el comienzo, el Mono se distinguió por su audacia. Fue a trabajar en la parte más peligrosa y difícil. 106 / Miguel Ulloa Domínguez

Al atardecer, cuando el cable parecía tendido de orilla a orilla, a 30 metros sobre el agua, un obrero advirtió que había que tener cuidado. Las sogas no resistieron, se rompieron y el pesadísimo fierro cayó chicoteando directamente hacia el Mono. El valiente muchacho, con gran destreza, se lanzó al río y de tumbo en tumbo desapareció entre la corriente del caudalo- so Paute. El posible imaginar el susto, la sorpresa, el pesar, el llan- to... El hermano religioso salesiano invocó a Dios y a la Virgen Auxiliadora. Don Juan corrió detrás del yerno, seguido de otros obreros. Rosario gritó desesperada. Los demás esperaron las ór- denes del jefe. Cuando todos se reanimaron, Jacinto ordenó: — Pasemos a la otra orilla. Debemos amarrar el fierro a los estribos. Las poleas no van a resistir. El cable podría ir al fondo del río, y de allí jamás podremos sacarlo. La noticia se propagó como un rayo por todo el cantón. Pe- ro muy pocos conocían al Mono, quien había llegado la víspera. Mientras tanto, como buen nadador, el Mono salió del agua ileso, a mil metros del puente. Estaba desorientado. En vez de regresar donde estaban los suyos, se encaminó a Méndez pensando que ya era tarde y que todo el mundo se retiraría a ca- sa a descansar y dormir. Pensaba que Rosario estaría con sus pa- dres. Mañana los veré, se dijo. Cena tranquilo y duerme en el hotel. Don Juan Ortega y los buscadores del cadáver llegaron a la Misión de Cuchanza a las 10 de la noche, sin haber encontra- do el rastro del joven Jaramillo. Todos se lamentaron y rezaron por su eterno descanso. El padre Juan Ghinassi dispuso que se celebrara una misa funeral en memoria de Ricardo Jaramillo. Se llevaría a cabo al día siguiente, a las siete de la mañana. Asistirían las dos comu- nidades de padres y madres salesianos con sus respectivos inter- nados. El Mono Jaramillo, también un poco preocupado, se levan- tó de madrugada, tomó café y se encaminó a la Misión en busca de Rosario. El portal de la amazonía / 107

Estaban celebrando la misa funeral por él. Entonces espe- ró que se acabara y dijo: — No he muerto. Aquí estoy. El padre Juan Ghinassi regresó al altar para cantar el Te Deum. Convenía dar gracias a Dios y a la Virgen Auxiliadora por la milagrosa salvación del Mono Ricardo Jaramillo. El señor Pankeri nos lo contó con lujo de detalles.

18. La tsantsa del señor Gómez

Los shuar del Amazonas, mediante cocción con yerbas, re- ducen la cabeza humana al tamaño de una naranja. Esta maca- bra reducción se llama tsantsa . El señor José Gómez de Candel estaba en Macas. Se hos- pedaba desde hacía un mes en la Misión de los padres salesia- nos. Era un español de cepa, andaluz por más señas. Se daba por noble y sabio naturalista. Quizás lo era, pero su razón fun- damental era comprar oro. Bueno, decidió regresar a España. Consiguió dos cargado- res shuar para llevar el equipaje. Debía ir a pie, porque en esas regiones todavía no había carreteras ni caminos de herradura. En la primera jornada, de Macas a Sucúa, todo fue muy bien. La segunda tuvo sus peros. Anuash y Cayapa, sus carga- dores, no estuvieron a tiempo. El puente colgante sobre el río Tutanangoza se movía co- mo una hamaca sólo con el viento. Cuando el ser humano pasa- ba a gatas, se columpiaba con el peligro de arrojar al jinete y a la cabalgadura al abismo. Y poco faltó para que don José Gómez se fuera ante la presencia de San Pedro. Prosiguió el viaje nervioso y disgustado, reprochando a sus cargadores. Más allá, al imaginar que en Chinimbí encontra- ría brazos abiertos y toda comodidad por parte de su paisano, el vasco Gerónimo Martínez, se puso alegre y bromeó. Pero don José estaba de malas. Dice el refrán: Entre paisas conocen mejor las pulgas que pican. Lo cierto es que don Geróni- mo estaba de malas pulgas y no lo recibió bien. Cruzaron frases 108 / Miguel Ulloa Domínguez

españolas no tan santas y el orgulloso y noble andaluz prosiguió su camino a Yurupaza, a la jibaría del cacique Andicha. Era tarde y el jefe tenía visitas. Por lo visto, había algo im- portante, porque los huéspedes shuar eran seis: tres viejos y tres jóvenes. Quizá conversaban sobre una futura guerra, o tal vez un emparentamiento de los jóvenes con tres muchachas que, en un rincón, estaban muy atentas a la conversación. Sin decir palabra, don José Gómez de Candel penetró en la casa. No saludó, ni ellos le hicieron caso. Desafiante, mientras sus compañeros buscaban un rincón, él se sentó en una cama, frente a los shuar que charlaban animadamente. Al poco rato, Andicha y el español se cruzaron una mirada despreciativa y or- gullosa. — Yo soy Andicha —dijo uno—, dueño de esta casa, el po- deroso y temible cacique de esta tribu. Manejo admirablemente la lanza, la bodoquera, las flechas, la escopeta y hasta el rifle de los blancos. ¿Qué pretendes de mí? — También yo soy poderoso —dijo el otro—, de la raza es- pañola que ha vencido a los moros y ha conquistado todos los pueblos salvajes de América. Mírame, yo también he manejado el arcabús, la espada, y tengo en mi cinto esta metralleta que ha- rá temblar a todos los jíbaros de tu tribu. Pasó media hora de nerviosismo y de tensión. El español se levantó, dio un corto paseo y penetró en la cocina. Le dijo a una anciana: — Salvaje, ¿por qué no me sirves algo de comer? Ella no entendió ni jota. Ni se movió. Al encaminarse a la puerta de las mujeres, una joven shuar penetró con un fajo de leña y tropezó con él. El hombre sacó su metralla y la amenazó con rabia. La pobre mujer arrojó los palos sobre las botas del caballero y, disparada, se perdió en la selva. Ese incidente aumentó la cólera de Gómez, quien fue ha- cia la primera dama de Andicha y la abofeteó mientras decía: — Salvaje, te he dicho: ¿por qué no me sirves de comer? La reina, la primera esposa del temible Andicha, comenzó a gritar desesperadamente. Los siete shuar se levantaron, toma- ron sus lanzas y corrieron a defender a las mujeres. Cuando se acercaron al español, él sacó su metralla. Más tensión... El portal de la amazonía / 109

Con gran tino, Andicha ordenó a todos que abandonaran la mansión. En menos que lo que canta un gallo hasta los perros y las gallinas estaban fuera. El noble andaluz quedó solo en la ratonera. Rabioso y herido, el shuar mandó a tocar el tunduy . El incidente de Gómez ocurrió en agosto de 1935. El padre Albino del Curto estaba en el sitio llamado Tayuza. Lo acompa- ñaba el señor Moisés Ulloa. Con obreros de Sevilla del Oro pro- siguieron el camino de herradura. Se hospedaron en casa del se- ñor Carlos Holson, un inglés bonachón y generoso, quien vivía con doña María, su esposa. La noche estaba serena y clara. Las estrellas invitaban a salmodiar: astros del cielo..., bendecid al Señor. Pero a lo lejos se oyó el sordo tan tan tan del tanduy . — Algo pasa en las jibarías —dijo el misionero. — Comienzan las fiestas de la chonta —añadió don Car- los. — Vayamos a dormir tranquilos —dijo doña María. —Silencio... Hay síntomas de guerra. — ¡Pero cómo, de noche! —dijo don Moisés—. Jamás los jíbaros tocan de noche. — Hay algo raro —replicó el padre Albino—. Estos pobres hijos de la selva se matan como moscas. A lo mejor los chiwiaz han venido a atacarlos. Don Moisés, coja su revólver y vamos a Yurupaza a ver lo que pasa. Podemos caminar con facilidad porque la trocha ya llega a la jibaría de Andicha. Salieron de noche y devoraron los seis kilómetros. Y mientras los dos valientes mosqueteros viajaban a Yuru- paza, en la jibaría de Andicha había un “blanco armado de me- tralla” encerrado en una jaula y más de 40 shuar fuera, que dis- cutían cómo matar al intruso para realizar con su cabeza la fies- ta de la tsantsa . Al poco rato, las mujeres buscaron leña y prepararon me- cheros de copal. Encendieron fogatas alrededor de la casa y los francotiradores, desde los árboles, lanzaron flechas envenena- das por las ranuras de las paredes. Los cargadores de don José habían salido y hacían causa común con sus hermanos de raza. 110 / Miguel Ulloa Domínguez

El español, por su parte, trataba de esquivar las flechas. Saltaba desesperado de aquí para allá. Entonces se dio cuenta de su triste situación. Luchó contra su orgullo de conquistador cas- tellano y hubo momentos en los que se arrodilló e invocó a Dios y pidió la protección de la Virgen del Pilar. Para un hombre en aquellas circunstancias, las horas son interminables. Para Gómez, “la noche triste”. De improviso, como por encanto, se produjo un misterio- so silencio. Había llegado alguien más poderoso que estos salva- jes enardecidos. Sí, era el misionero padre Albino del Curto. De- jó a cierta distancia a don Moisés y, con su timbrada voz, hizo callar a esa muchedumbre enfurecida. — ¿Qué pasa, Andicha? —preguntó—. ¿Por qué esta orga- nización de guerra? — Porque yo matar al blanco y cortar cabeza para hacer tsantsa —contestó el cacique. — Eso, jamás —dijo el padre Albino—. Tú eres un shuar valiente y generoso, capaz de grandes empresas. Puedes enfren- tarte con cien enemigos, pero no vas a rebajarte con un pobre e inocente blanco. El león no se enfrenta a una hormiga. — Tú no saber nada —respondió Andicha—. Tú no enten- der. Este blanco pegar a mi mujer. Este blanco amenazar con me- tralla. Debe morir. Entra tú a confesarle. Con esa autorización el sacerdote penetró en la casa. Gó- mez no lo recibió con humildad. Pretendía tener fuerza y razón por ser él un castellano y por tener en su mano una metralla. — Déjese de bufonadas —le dijo el padre Albino—. Humí- llese y pida disculpa. Reconozca su error. — Eso, jamás. Ellos tienen que pedirme perdón y atender- me como al noble y científico José Gómez de Candel. Mientras el misionero iba y venía, como un buen diplomá- tico, buscó alguna salida honrosa para ambos bandos. Ya era de madrugada. Todos sentían cansancio y sueño y al señor Gómez le temblaban las piernas y comenzaba a ceder. El sacerdote, iluminado por Dios y aunque fuese contrario a la pedagogía de Don Bosco, resolvió darle una paliza para sa- carle de aquel atolladero. Se lo propuso y el orgulloso castellano aceptó, porque el padre Albino le dijo: El portal de la amazonía / 111

— Ya estoy cansado. Me voy de aquí y a usted lo dejo abandonado a su suerte. Guarde la metralla en su equipaje, por- que esa arma significa provocación. Salgamos a la puerta y co- mencemos la comedia. Cuando yo le diga, usted coja sus cosas y corra en esa dirección sin decir palabra. Allí lo espera don Moisés Ulloa, que lo llevará a Tayuza. Dicho y hecho. Salieron a la puerta y el misionero le pro- pinó dos cachetadas, mientras gritaba: — Esto se lo merece, blanco intruso. Usted es un sinver- güenza. Abusó de la hospitalidad de estos jibaritos. Los shuar se sorprendieron y guardaron silencio. Andicha se adelantó y dijo al sacerdote: — Dale con este garrote. — Muy bien —respondió el padre Albino—. Yo soy el de- fensor de los hermanos shuar, que no tienen la culpa. Andicha, y ustedes, guerreros, no vale hacer tsantsa con esta cabeza del blanco, porque ni siquiera tiene pelo. Y le quitó el sombrero. Al ver la calva del español, todos rieron. — No disparen las escopetas —añadió el misionero—, ni tiren las flechas. Eso tienen que guardarlo para cazar sahínos. Este blanco maleducado merece que yo, como juez justiciero, lo castigue. Comenzó la paliza. El hombre cargaba sus pertenencias y, garroteado por el sacerdote, pasó entre la multitud. Algunas mujeres cogieron tizones encendidos y los lanzaron a los pies del español. Ya en la selva, don Moisés lo recibió, y ambos, patitas pa- ra qué te quiero rumbo a Tayuza. El padre Albino, satisfecho, gritó a todos: — Vengan a la casa y celebraremos esta victoria. Con un barullo tremendo, sin odio ni rencores, brindaron una chicha por el blanco que se había largado. Amaneció otro día, con sol. Para el señor Gómez, era co- mo si hubiera vuelto a nacer. Para el padre Albino, fue una vic- toria brindando una terrible paliza. Para los shuar, una buena y alegre borrachera. 112 / Miguel Ulloa Domínguez

Caminar a gatas 19.

Parece ridículo, pero a veces el hombre -por fuerza o por necesidad- debe caminar como los niños cuando aprenden a ga- tear. De una u otra manera, esto pasaba a menudo sobre el río Tutanangoza. Monseñor Domingo Comín tuvo que visitar Macas. Como buen pastor, llevaba dos monjitas salesianas para reforzar esa Misión. Una de ellas era alegre, chistosa y charlatana. Desde Méndez los acompañaba el veterano misionero pa- dre Juan Ghinassi, quien iba con su inseparable máquina foto- gráfica -italiana y automática- y su catalejo. Al descender al río Yurupaza, la hermana chistosa pidió el catalejo al padre Juan. Ceremoniosamente miró al río y, con dos interjecciones italianas, lo arrojó al monte. — Diámine... fior d’un can —dijo—, usted ha puesto en el catalejo una figura pornográfica. ¿No le da vergüenza? Como respuesta, el sacerdote comenzó a gritar: — Viñaje... Viñaje... Padre Juan Viñaje. Después, con calma, fue a recoger el catalejo y, al regresar, explicó a la caravana: — Los shuaras, hombres y mujeres, viejos y jóvenes, niños y niñas, se bañan en el río totalmente desnudos. Esto es lo que usted vio allá abajo. Para que se vistan y nos reciban presentadi- tos, yo les grité: Vengo, vengo. El padre Juan es el que viene. ¿Ahora comprenden? Y usted, querida hermana, también tiene que vadear ese correntoso río en triquini . Entre dudosa y temerosa, la monjita preguntó: — Explique, padre, lo que quiere decir triquini . — Simplemente quiere decir sin ningún vestido, “lluchiti- ca”, como dicen los morlacos. Pero eso sí, con zapatos de lona para que no se le dañen los pies, con lentes negros para no asus- tarse de la corriente y con el paraguas abierto para ver por dón- de va cuando la arrastre el río. Ya era mediodía. Frente a esas cristalinas aguas se sentaron a almorzar en compañía de los hijos e hijas del cacique Andicha, que habían venido a cumplimentar al señor Obispo. El portal de la amazonía / 113

Terminada la faena, el padre Ghinassi ordenó pasar el río. Los muchachos shuar, sin ninguna vergüenza, se desvistieron y primero pasaron los equipajes y después ayudaron a vadear la corriente al señor Obispo y a las religiosas, mientras el padre Juan tomaba sendas fotografías. Al caer la tarde llegaron a Chinimbimi. El español, señor Gerónimo, los recibió con cariño, o quizá también por las 30 ca- jetillas de cigarrillos que el prelado le bonificó. Por la noche llovió a cántaros. — Pobres de nosotros —repetía el hermano Fabián Bona- to—, porque el Tutanangoza estará crecidísimo. También el padre Ghinassi estaba preocupado, y con ra- zón, porque las aguas de ese río, en las grandes crecientes, la- men el frágil puente de bejucos e impiden pasar. Dicen que después de la tempestad viene la calma. Así fue. La aurora les trajo sol y el día fue espléndido. Salieron con alegría hacia Logroño y después al puente del Tutanangoza. Entonces el camino de herradura llegaba sólo hasta Mén- dez. En un recorrido de varios kilómetros hacia arriba o hacia abajo, los misioneros y colonos no encontraron un buen estrecho para construir un puente con vigas y tablas. Escogieron dos peñones de un estrecho y colocaron un puente colgante de metro y medio de ancho por 60 metros de largo, sin ningún pasamano. Era imposible instalarlo porque el monstruo se bamboleaba como una hamaca. Al poner el pasa- mano, el cuerpo se apoyaría sobre él y, con toda seguridad, cae- ría al río. Bueno, por el miedo a caerse, todo el mundo caminaba a gatas. Para eso, las mujeres debían levantarse las polleras. Los cargadores debían ir en cuatro patas, como los mulares, y los ni- ños ya tenían buenos caballitos siquiera en 60 metros. Los peones, con los equipajes en sus espaldas, como las mulas, pasaban en cuatro patas. El señor Bonato los imitaba y llevaba los caramelos y bombones que el señor Obispo le había encargado. Monseñor Comín, como si nada, levantó su sotana, la en- rolló en la cintura y caminó como cuando apenas tenía ocho me- 114 / Miguel Ulloa Domínguez

ses de edad. El padre Ghinassi no perdió la oportunidad de to- mar una fotografía, aunque el Príncipe de la Iglesia no mostra- ba su cara sino sus posaderas. Después tocó el turno a las monjitas. Las dos se miraron, rieron y se pusieron a llorar. ¿Cómo harían con sus largos y pe- sados hábitos? Necesariamente tendrían que levantarlos y enro- llarlos en la cintura, y mostrarían sus blancas humanidades, apenas tapadas con un sencillo “taparrabo”, como sus antepasa- dos europeos decían con burla de los indígenas americanos. La mayor se secó las lágrimas, levantó sus vestidos y cami- nó en cuatro patas junto a un shuar que la acompañaba por esa larguísima lona de bejucos que se hamaqueaba sobre el abismo del Tutanangoza. El padre Juan, por respeto, escondió su máqui- na fotográfica. La monjita chistosa, a su vez, se hizo la valiente y, al levan- tar su hábito, dijo: — Bueno, pues que vean mis piernas... Iré en triquini . Y comenzó su caminata, como las niñas cuando empiezan a gatear. Pero cuando estaba en medio del puente, debido al bamboleo, tuvo miedo y se desmayó. Mientras un shuar vino a socorrerla, el padre misionero le tomó una solemne instantánea, para eterna memoria de su caminata espacial. El padre Juan hizo lo mismo que los demás. Y cuando ya todos estaban en la otra orilla, se sirvieron un draque y brinda- ron por unos colonos blancos de Huambi, los que habían veni- do para encontrar y saludar al señor Obispo.

Moraleja: Dicen que sólo el hombre, de niño, camina en cuatro patas; de adulto, en dos, y de viejo, en tres. Si alguna vez nosotros reímos de los demás, dejemos que los demás de epen- te se rían de nosotros.

20. La cultura shuar

En 1903, algunos cascarilleros del Azuay -desde Palmas y abriendo camino junto al picacho Allcuquiro- descendieron has- El portal de la amazonía / 115

ta Méndez por el río Shiro. Con el permiso de los shuar y de acuerdo con ellos, realizaron sus desmontes. De igual manera, al descubrir abundante oro en las playas del río Paute o Namangoza, penetraron otros colonos mineros. Cuando en 1912 el orientalista Eudófilo Alvarez llegó a Méndez desde Macas, encontró una floreciente colonia de blan- cos azuayos. De regreso a Quito, insinuó al Gobierno Nacional la creación de una parroquia civil en aquella región. El decreto parroquial fue expedido el 23 de julio de 1913 y como primer teniente político fue nombrado el señor Caniel Vi- llagómez, uno de los distinguidos colonos de Méndez. Después de una primera exploración por parte del padre Albino del Curto, en 1915, Monseñor Santiago Costamagna, Vi- cario Apostólico de Méndez y Gualaquiza, dispuso abrir un centro misionero salesiano en Méndez. Los dos primeros misoneros, el padre Francisco Torka y el señor Coadjutor Angel Brioschi, llegaron a su campo de trabajo el 14 de febrero de 1916. Enseguida reunieron a todos los colonos blancos para or- ganizar la atención litúrgica y promocional, sobre todo la cate- quesis para los jóvenes y niños. Invitaron a los shuar de la re- gión del Santiago, de Chupianza, de Copal, del Patuca, etc., a fin de planificar la evangelización y el arreglo de las vías de acceso a las jibarías, mediante mingas de trabajo. Efectivamente, el 1º de mayo la pequeña plazoleta de Méndez estaba repleta de shuars -hombres, mujeres y niños. El encargado de presentar a los misioneros era el señor Daniel Vi- llagómez. — Os presento al padre Francisco Torka y al señor Angel Brioschi, misioneros salesianos, hijos del venerable Don Juan Bosco —dijo—. Dejaron sus lindas tierras para venir a vivir con nosotros, para ser nuestros padres espirituales, nuestros maes- tros y guías por el camino del bien. Vienen a evangelizarlos a ustedes, para que puedan vivir mejor y alcanzar la salvación eterna... El cacique Sandu lo interrumpió: — Si vienen a vivir con nosotros, ¿por qué no traen a sus mujeres y a sus hijos? Desde jovencitos nosotros compramos o 116 / Miguel Ulloa Domínguez

adquirimos mujer; primero una, después dos y, más tarde, cuan- do uno llega a ser cacique, tiene hasta diez y más, según el po- derío que uno tenga. — Ustedes hacen así —respondió el señor Villagómez— y nosotros decimos que no está correcto. Ellos no tienen mujer. Han renunciado a la familia para ser padres y guías de nosotros. — Son muy tontos -replicó Sandu—. Sin duda no son hombres. Aquí los hombres no pueden vivir sin mujeres. Miren, aquí, en la selva, hasta los animales machos deben tener hem- bras. De otra manera no tendríamos cacería. Las hembras, como nuestras mujeres, son iguales porque no razonan, no mandan. Ellas obedecen lo que les manda el hombre. Ellas deben servir para el sexo del hombre, para dar hijos, para trabajar en el cam- po, para cocinar y servir al hombre. — No, hijo —dijo el padre Torka—. La mujer es igual al hombre. Tiene los mismos derechos que el varón. También ella es hija de Dios. — No, padre —dijo Cayapa—. La mujer ha nacido para servir al hombre y él es dueño de hacer con ella lo que le da la gana. Eso sí, no sirven para la guerra. La guerra es una acción nobilísima y eso corresponde al varón. El shuar jamás pega a la mujer. Cuando da motivo grave, se la mata como se mata al sa- híno o a cualquier animal. — Querido Cayapa, a su tiempo comprenderás. Por ahora, dime: ¿crees tú en Dios, que ha creado todas las cosas? — Nosotros no sabemos quién ha creado estas cosas, pero sí sabemos que hay el iwianch , que es malo, porque es un diablo vengativo, que mata a los shuar y arruina a las mujeres, a los animales y los sembrados. Hay también un yus bueno que no co- nocemos. Este no nos hace ningún mal y lo invocamos al ama- necer. Las mujeres le piden ayuda cuando van a dar a luz, para que el niño nazca sano, robusto y sea más tarde valiente caza- dor. — Oye, Sandu —intervino el señor Brioschi—, ¿por qué se matan entre los shuar? — También tú contéstame —dijo el cacique—: ¿por qué en Europa se mataron los hombres en la llamada guerra mundial, que nos contó el señor Villagómez? El portal de la amazonía / 117

— Allá fue guerra declarada por... —se quedó cortado. — También nosotros declaramos guerra —respondió San- du— y matamos al enemigo, o el enemigo nos mata a nosotros. — Cristo dijo que hay que perdonar al enemigo —senten- ció el padre Torka. — Eso es ley de ustedes —contestó Cayapa—. Pero noso- tros tenemos otra ley. Al que merece la muerte, lo matamos sin remordimiento. Hambutzara intervino. — Aquí los blancos mienten y roban. Nosotros nunca mentimos y nunca robamos. Nunca tomamos lo que no es nues- tro. Siempre decimos la verdad. El padre Torka suspiró y dijo: — Ojalá estas virtudes permanezcan entre los shuar. Una mujer shuar se atrevió a preguntar: — ¿Por qué las mujeres blancas no trabajan como noso- tras? — Tacamá, cállate —le respondió su marido—. Las muje- res no cuentan. No deben meterse en la conversación de los hombres. Ustedes son esclavas. Son como los animales: no tie- nen alma. Los varones, cuando mueren, su espíritu vive. Si es malo, seguirá viviendo como malo y hará daño a los shuar. Si es bueno, seguirá siendo bueno y protegerá a la familia. Las muje- res son como el tigre. Muere el tigre, se acabó. Muere la mujer, nadie la recuerda. Se acabó. El señor Brioschi insistió: — Dime, Huambutzara: ¿por qué ustedes los jíbaros ma- tan a los niños, a las niñas y a los viejos que tienen defectos físi- cos o que están muy enfermos y viejos? — Es que tenemos corazón —contestó el shuar—. Los blancos no tienen amor ni corazón. No podemos soportar que alguien viva sufriendo. Si vemos que toda su vida va a servir de burla de los demás, si vemos a un enfermo o viejo que ya no tie- ne remedio, hacemos la caridad de matarlo para que no sufra ni haga sufrir. El padre Torka volvió a suspirar. Dijo: — Cuánto hay que catequizar a estos hijos de Dios. 118 / Miguel Ulloa Domínguez

El misionero suspendió la charla y pidió la cooperación de los shuar para mejorar los caminos de acceso a sus jibarías. Des- pués se pusieron de acuerdo para las visitas a las familias. Todo eso se realizó por el conteo de lunas, porque los shuar no cono- cen los días ni los meses ni mucho menos los años. Por último, el padre Torka, con los colonos y la reverente atención de los shuar, elevaron una ferviente plegaria al Señor con el Padrenuestro, y pidieron la protección de la Santísima Virgen María para que pudieran evangelizar a estos hermanos de la selva, después de conocer sus ancestrales costumbres.

21. Los primeros contactos de dos culturas

Desde el punto de vista físico, los shuar han sido y son - tanto hombres como mujeres- como todos los demás seres hu- manos que provienen de una sola pareja, creada por Dios. La di- ferencia respecto a los demás seres racionales está en la parte psíquica y cultural. A la suya, la llamamos cultura shuar. A la nuestra, ellos la llaman “blancos”. La nuestra la conocemos. Conozcamos ahora la suya. Si englobamos a todos los individuos de raza, lengua y costumbres shuar, tendremos que decir, con propiedad, pueblo shuar. No están integrados en un gobierno único. Cada familia es totalmente independiente. El varón jefe de familia concentra los tres poderes -legislativo, ejecutivo y judicial- sobre las muje- res que posee, sobre sus hijos y sobre el territorio que él se ha re- servado. El resto de la familia cuenta únicamente en tiempos de guerra. Para defensa y ataque involucran también a individuos del sector. La guerra es una plataforma de poderío, de orgullo y hasta de satisfacción. La venganza es sagrada. Son cordiales, hospitalarios, aunque un poco desconfia- dos. Son diplomáticos, alegres. Conversan durante horas y has- ta días sobre sus gestas guerreras. Tienen tres clases de conver- sación: la llanita y familiar; la diplomática, con gestos de manos El portal de la amazonía / 119

y pies y el constante escupir, y la guerrera, que se transforma en gritos y gestos horrorosos. En una sola casa o jibaría vive la familia, el reino absoluto. El edificio es circular, alto, con techo de pajas y paredes con lis- tones de chonta. Las dos terceras partes las ocupa el jefe. La par- te menor queda para las mujeres, los hijos pequeños, los perros y la cocina. Los varones mayores de 12 años van a dormir en el salón del padre. La vestimenta es muy sencilla. El hombre usa el hitipi : una tela gruesa que le cubre de la cintura para abajo. El tarachi de la mujer, que le envuelve decentemente todo el cuerpo menos los brazos y una pequeña parte de las piernas. Es el único vestido que les dura cinco años o más, y con él pasan el día y la noche. Se lo quitan sólo para bañarse, para pasar los ríos y para no mo- jarse cuando viajan durante la lluvia abundante. La niña perma- nece desnuda hasta los dos años. El varón, hasta los 10. Su alimento es muy sencillo: yuca, plátano, camote y car- nes. Duermen sobre camas de guadúa picada y aplanada. El hombre tiene fuego debajo de sus piernas. Las mujeres, el fuego y el humo junto a sus camas. El hombre trabaja poquísimo: corta los grandes árboles y va a la cacería y a la pesca. La mayor parte del tiempo lo pasa en su gran salón, como las damas coquetas ante el espejo, o co- mo el lirón, o en conversaciones con sus amigos. Las mujeres trabajan: limpian la maleza, siembran, desyer- ban, cosechan, cocinan y sirven al varón. Para su vida familiar e íntima, el hombre establece sus normas: las mujeres deben ser sumisas hasta la muerte. Eso sí, serán muy respetadas. Los varones jovencitos y mayores, so pena de muerte, ja- más tocarán a las mujeres y hermanas de su casa. Con sumo res- peto de unos para con los otros, podrán bañarse desnudos, hombres y mujeres, mayores y niños. También podrán pasar los ríos desnudos y viajar desnudos cuando hay lluvia, porque es mejor mojarse el cuero limpio que el único vestido que tienen. Ahora veamos la psicología y el concepto de estas costum- bres de la selva amazónica. 120 / Miguel Ulloa Domínguez

Monseñor Domingo Comín llegó a visitar la Misión de Méndez. Los misioneros le prepararon un festivo y cordial reci- bimiento, lo que motivó a los “blancos” a que prepararan arcos de ramas y flores a los shuar para que vinieran a visitar al señor Obispo. Con sus ocho mujeres y sus numerosos hijos, Andicha vi- no a recibir al prelado. Todos se pusieron en semicírculo frente al Obispo. Cerca de él, como se dice en sus narices, estaba una joven madre con una niña desnuda. Todo el tiempo le mantuvo las piernas abiertas, mostrando el huequito. Monseñor se sentía incómodo y dijo a la mujer: — Tapa eso. Pero ella no hizo caso. Entonces intervino el cacique: — No, Monseñor, no tapando. ¿Acaso tu cara tapando? — Pero eso es otra cosa —respondió el Obispo. — No —insistió el shuar—. Eso y todo, para nosotros todo cara siendo. En otra ocasión Monseñor viajaba con el padre Juan Ghi- nassi por la explanada entre Yurupaza y Chinimbí. Llovía a cán- taros. Los viajeros iban a pie. Mojaban sus vestidos de pies a ca- beza. De manos a boca se presentó una familia shuar; hombres y mujeres, mayores y niños, todos desnudos. Sus ropas las lleva- ban en la cabeza, tapadas con una gran hoja de pelma. — Padre Juan —dijo el Obispo—, para ellos y para noso- tros, ahora, todo cara siendo. El padre Ghinassi contestó: — Monseñor, esa es su cultura y la tenemos que aceptar. Podremos cambiar a los pequeños, educarlos en los internados. Lo malo es que también los “blancos” siguen esta mala costum- bre. Terminada la guerra del Ecuador con el Perú, todo el mun- do quedó nervioso. Monseñor Domingo Comín fue a visitar la Misión de Gua- laquiza. Allí encontró a un caballero (F.T.), escritor, orientalista, antropólogo (espía norteamericano). Con mutuo recelo ambos comentaron la guerra ecuatoriano-peruana. En ese momento penetró una familia shuar a saludar al se- ñor Obispo. El prelado, como era su costumbre, brindó a los jí- El portal de la amazonía / 121

baros unos chocolatines italianos, envueltos en papel brillante. Al principio, el “antropólogo” gozaba al ver cómo los hijos de la selva saboreaban los chocolatines, pero poco a poco fue cam- biando de actitud. Un muchacho de nueve años, totalmente desnudo, co- menzó a jugar con el papel brillante. Se lo pegaba en la frente, en los ojos, en la nariz, en el pecho y, al final, con su pajarito hi- zo una escopeta y fue a disparar contra el caballero, mientras decía: — Branco pum... El hombre no sabía si reír o rabiar. Prefirió rabiar, mientras los demás reían. Entonces intervino el padre del niño: — No tener miedo, no ser peruano. El niño no disparar a ti; sólo hacer pi, pi. Necesariamente, el Ecuador tuvo que participar en la Se- gunda Guerra Mundial con el bando de los aliados. Por eso nuestras misiones siempre tenían visitas de... espías. Una joven “periodista-antropóloga” neoyorquina, la doc- tora Elena X, enviada por la embajada de Estados Unidos, pidió recomendación escrita al señor Obispo, Monseñor Domingo Co- mín, para visitar las misiones salesianas. El se la dio. Valientemente recorrió, a pie, Riobamba, Ma- cas, Sucúa, Méndez y Limón. En Méndez se detuvo para cono- cer las jibarías y las costumbres shuar. El padre Ghinassi le in- formó con amplitud sobre lo que hemos narrado antes. Ella se grabó en la mente la filosofía cultural del desnudo. De Limón pretendió viajar al Santiago, y por ese río al Pongo de Manseriche y luego al Perú. Los misioneros le prepa- raron el viaje: iría con un colono “blanco”, serio y pundonoroso, y dos jóvenes shuar que cargarían el equipaje. La gringa, para vadear cualquier río, se desnudaba com- pletamente, como los shuar. El colono le llamó la atención. Ella le contestó: — Ustedes más conociéndome como mujer, más respetán- dome. El río Santiago comienza en la confluencia del Paute con el Zamora. Los expertos remeros le advirtieron a la doctora, varias 122 / Miguel Ulloa Domínguez

veces, que todo el trayecto fuera sentada, porque había lugares peligrosísimos por la fuerte correntada. Podía filmar sentada, ja- más de pie. Había un sol radiante. La gringa iba feliz; admiraba y fil- maba las bellezas amazónicas. De repente pasaron por encima de su cabeza unas guacamayas de muy variados colores. La mu- jer no resistió la tentación. Se puso de pie como un resorte. Por el brusco movimiento, desvió de la ruta a la canoa, que chocó contra una piedra, y los cuatro mosqueteros cayeron al agua en una correntada de 50 kilómetros por hora. Lástima que no se pudo filmar aquella trágica escena: la canoa bocabajo que, poco a poco, iba arrojando fuera los equipa- jes; cuatro seres humanos que la escoltaban como guardaespal- das y, detrás, la filmadora como una pequeña cola de aquel con- junto. El colono nadó con fuerza y pudo salvar la vida de la doc- tora. Los dos shuar atraparon la filmadora y buscaron la orilla izquierda. Sentados en la orilla, comentaron: — Gracias a Dios pude salvar a la gringa —dijo el colono. — Nosotros pudimos atrapar siquiera la filmadora -aña- dió uno de los shuar. Elena, con un suspiro, dijo: — Mí salvar la vida, pero perder todas mis prendas. — Señorita —dijo el blanco—, sus equipajes ya estarán sa- ludando a los soldados del teniente Ortiz, o quizá estarán viran- do el peñón para entrar en el Pongo de Manseriche. Después se calló. Pero pensó: Algún pescador peruano co- nocerá los secretos de esta espía norteamericana. La doctora Elena fue convenientemente atendida en el destacamento militar ecuatoriano del teniente Ortiz. Regresó a Limón. Los salesianos le proporcionaron ropas y dinero para que pudiera llegar a la embajada en Quito. Prometió pagar los gastos. Lo cumplió con la seriedad y la honradez características de los americanos. El portal de la amazonía / 123

22. Un típico banquete de navidad

El padre Angel Rouby, fallecido trágicamente en el Unda Mangociza en 1938, estableció un centro misionero Don Bosco en Sevilla, frente a Macas, en el mismo sitio donde otrora había estado Sevilla del Oro. Como continuador de esa obra vino el padre Juan Ghinassi. Era la Navidad de 1941. Con mucha anterioridad, el padre Ghinassi había citado a Sevilla a los jíbaros del Cutucú y Trans- cutucú, desde Chiguaza hasta Sucúa, para una gran asamblea, a fin de programar las visitas y repartir regalos navideños. Para esa Navidad, el padre Juan había pedido a sus fami- liares de Italia un generoso óbolo. Con ese dinero fue a Cuenca en agosto y compró piezas de tela, agujas, hilos, cintas, espejos, cuchillos, cortaplumas, anzue- los, piola y caramelos y galletas y otras chucherías atractivas. Las religiosas de Macas y las internas pasaron un mes con- feccionando vestidos de hombre y mujer, de distintas tallas, so- bre todo para cubrir a los más pequeños. Todo el mundo esperaba aquella Navidad. El 1º de noviembre había llegado a Macas el joven salesia- no Miguel Ulloa para realizar su tirocinio, antes de continuar sus estudios teológicos para el sacerdocio. El padre Juan lo invitó a la misa y la asamblea de los shuar. Todo estaba preparado en Sevilla. Por lo tanto, era posible par- tir hacia allá y llevar sólo los ornamentos, el vino y las hostias para la misa. El 25 amaneció con un sol espléndido que convidaba a pa- sar tranquilamente los seis brazos del río Upano. Dos ríos gran- des en canoa y los cuatro a pie con el agua por encima de la cin- tura. Para Ulloa era la primera vez que pasaba, por lo que fue necesario que lo acompañaran dos tamberos. La misa estaba programada para las 11 de la mañana, pe- ro el paso del Upano y otros contratiempos la retardaron hasta las 12. Cuando llegaron el padre Ghinassi, el señor Ulloa y Nan- tip, los shuar ya estaban almorzando. 124 / Miguel Ulloa Domínguez

Los tres fueron invitados a comer, pero el ayuno eucarísti- co, exigido entonces por la Iglesia, no les permitió probar boca- do. A las 12.30 el sacerdote inició la misa. Después, por el apre- mio de los caramelos, las galletas y los regalos y la programa- ción de visitas, se continuó en ayunas hasta las tres de la tarde. Bueno, durante la repartición, los tres ayunantes habían espigado alguna galleta que caía de alguna bolsa mal amarrada. Terminada la faena, el padre Juan ordenó: — Nantip, ve adonde Domingo Shakay y pide tres pláta- nos. Asalos tú. Usted, señor Miguel, prepare un arroz abundan- te y sabroso para el almuerzo. Yo iré a ver unas lechugas que tengo en la huerta. Todos se pusieron en marcha. Con el dinero para Navidad, los familiares del padre Ghi- nassi le enviaron un tarrito de aceite de olivo. Lo guardaba en Sevilla para los casos extraordinarios, como éstos. Por eso, con la ilusión de un niño, el misionero fue a traer sus lechugas. Las lavó en el arroyo, las colocó en una fuente, les espolvoreó sal y se fue a su cuarto en busca del aceite. No abrió la ventana. Así que tanteó en el rincón de la bo- dega donde había muchísimas cosas, entre ellas varios tarros de pintura, de creso, de kerosene y también el aceite. Cogió uno y lo olió. Esto sí, esto no... Y se equivocó. Tomó el recipiente de ke- rosene y lo regó abundantemente sobre la lechuga. Cuando se dio cuenta, ya era tarde. Las había echado a perder. Con una risita humillada fue a buscar el arroz. El señor Ulloa, tomándole el pelo al sacerdote, le ofreció un buen plato de arroz. Al probarlo, el padre Juan dijo: — Pero, hombre, esto no es arroz. Aquí hay más sal que arroz. El shuar Nantip rió por los fracasos y se olvidó de ver sus plátanos. Cuando los sacó del fuego estaban carbonizados. Los tres se miraron y dijeron: — Ustedes sí que son buenos cocineros. En ese momento llegó Domingo Shakay y se dio cuenta de la situación. Corrió a llamar a las mujeres shuar para que prepa- raran algo de comer. El portal de la amazonía / 125

En un santiamén se reunieron allí seis mujeres, y a los tres hambrientos les hicieron sentar como rehenes para que observa- ran la preparación. Dos señoras sacaron de sus changuinas yucas duras, coci- nadas para la chicha. Cogieron los pedazos, los masticaron bien y lo pusieron en una olla. Repitieron esa molienda varias veces. En aquella masa echaron agua y con sus manos la mezclaron, antes de servirla en piñingas. Otra mujer tenía camotes guardados. Ceremoniosamente dejó a un lado a su pequeño y sacó de su seno dos perritos y lue- go dos camotes bien calentados por las posaderas de los cacho- rros. Otras dos sacaron de sus changuinas algo envuelto en ho- jas. ¡Qué será, Dios mío!, se preguntaban los invitados. Eran unos gusanos como cienpiés, negros como el carbón, con unas enormes antenas. Con un palito ensartaron dos o tres gusanos desde el ano hasta la boca y los pusieron en el fuego, como se hace con los cuyes. La sexta shuar primero sacó de su canasto una cabeza de mono; luego, dos brazos y los puso aparte. Metió la mano, tiró del rabo y sacó el esqueleto del animal, en el que todavía pen- dían los genitales del simio. Cortó la carne del mono mientras decía: — Esto es lo mejor. Y la puso sobre las brasas. El banquete estaba listo. El señor Ulloa estaba casi desma- yado, no por el ayuno, sino por la repugnancia de la comida. Igual se sentía el sacerdote. El señor Ulloa cogió un camote y se fue a la sacristía para arreglar los ornamentos. El padre Juan di- jo: — Voy a traer mi aceite para freir la carne del mono. Demoraron un poco, dando tiempo para que el jibarito Nantip comiera algo. Y como se pusieron de acuerdo, ambos di- jeron: — Ya es tarde, conviene regresar. En el camino iremos ali- mentándonos con las carnes preparadas y los camotes calenta- dos en el seno de la dama. 126 / Miguel Ulloa Domínguez

Cantando canciones de hambre, con la sonrisa en los la- bios, como buenos y agradecidos amigos, cogieron sus cosas, to- maron la comida preparada y emprendieron la marcha, de re- greso a Macas. — Coma, coma —dijo el padre a su compañero de aventu- ras. — Ni en sueños —contestó el joven—. Más allá arrojaré la comida al río. Coma y beba usted, que ya es viejo misionero. — Querido mío —respondió el padre—, estas son las cos- tumbres de nuestros evangelizandos. Tenemos que respetarlas y... a la tierra que fueres, haz lo que vieres.

23. La tsantsa de los shuar

Desde tiempos remotos, según los historiadores, los jíba- ros tienen la fama de cortar las cabezas humanas y, con ellas, confeccionar la tsantsa , amuleto principal para sus fiestas y or- gías. No todos los shuar tienen el arte de preparar esta momia. Generalmente son los brujos y algunas personas expertas en es- te menester, porque les gusta hacerlo en secreto y se debe con- servar la fisonomía del difunto. En 1943, Chiriapa de Miazal pretendió vengarse del famo- so Ayuyi de Yaupi. Se trataba de la hegemonía de dos caciques, quienes, como dos tigres, pretendían dominar la selva del Tran- cutucú. — Esta vez no se escapará —dijo el Chiriapa—, porque con la cabeza de Ayuyi haremos la tsantsa para las fiestas de la chon- ta (septiembre). El astuto jíbaro envió sus espías, quienes le trajeron la no- ticia de que su enemigo estaba descansando en su jibaría, cerca del lago. Las guerras en la selva no son como las de campo abierto. Los shuaras rara vez pelean cuerpo a cuerpo, con la nobleza de los caballeros. Se mata al enemigo mediante emboscadas, al des- cuido, por medio de la traición. No usan escudos. Se parapetan El portal de la amazonía / 127

detrás de los troncos, sobre el ramaje de los árboles o entre la maleza y los arbustos. Chiriapa y sus huestes organizaron el ataque a la jibaría. Se repartieron por grupos. Fueron por diferentes partes de la selva, como hacen los estrategas para el combate. Estaban arma- dos de escopetas, lanzas y bodoqueras con flechas envenenadas. Lentamente fueron acercándose a la casa. Hicieron ruido para llamar la atención. Dos hijos del cacique salieron despreve- nidos. Y desde el bosque les cayó una lluvia de flechas. Gritaban por el dolor. Salieron otros dos shuar y recibieron una descarga de es- copetas. Armado hasta los dientes asomó el mismo Ayuyi, pero no sabía a quién disparar, porque sus enemigos estaban ocultos. De repente, una lluvia de flechas le imposibilitó usar sus armas. Ca- yó al suelo. Dos guerreros lo agarraron de los brazos y del pelo. En ese instante, el mismo Chiriapa le cortó el cuello con un afilado ma- chete. Colocó la cabeza en unas hojas y salieron disparados y se perdieron en la selva. Instantes después, calmadamente, salió un viejo, muy vie- jo, en medio de las mujeres, y gritó: — Canallas, vengan a pelear conmigo. Era el Don Quijote de la selva, que anhelaba pelear contra los molinos de viento, porque Chiriapa ya se había esfumado con la cabeza de Ayuyi. Después, el viejo ordenó tocar el tuduy y dijo: — El enemigo de Miazal va a hacer tsantsa con la cabeza de mi hijo. Cuando Chiriapa llegó a Maizal con su presa, ordenó al brujo que preparara la tsantsa . Tibirma puso agua a hervir. Arrojó en ella unas hierbas con sabor a mirra. Lavó bien la cabeza del difunto y la colocó en la olla. El agua hirvió poco, porque la piel sólo se debe suavizar y sancochar. Sacó la cabeza. Con un cuchillo bien afilado, hizo un corte desde la coronilla hasta la nuca. Lentamente, y con mu- cho cuidado, fue retirando la piel de toda la cabeza. 128 / Miguel Ulloa Domínguez

Cuando ya estaba despellejada, cosió la boca y la herida. Metió dos piedras en los ojos. Colocó arena caliente dentro de aquella bolsa. El brujo fue arreglando la nariz, los pómulos, los labios, los ojos, en forma tal que la momia se asemejara al shuar asesinado. Ese delicado trabajo llevó horas, hasta que se secaron la arena y la piel. Luego sacó la arena e hizo un hueco en la coro- nilla para colocar una piola, con la que iba a ser colgada la tsant- sa . Ante el crimen todo ser humano tiene miedo y remordi- mientos. Así también, los shuar entierran los huesos de la cabe- za, queman las hojas y la changuina, se lavan todo el cuerpo pa- ra purificarse, toman un brebaje amargo y se van donde el bru- jo para que, con sahumerios, les absuelva. Hasta que llegue la fiesta, esconden la tsantsa con cierto te- mor y reverencia. Desde luego, se preparan con mucha anticipa- ción, porque serán cinco días de comida, de bebida, de conver- saciones guerreras, de música y bailes en los que participará to- da la tribu. Chiriapa planificó y decidió hasta los menores detalles: los pequeños, hasta los 10 años, permanecerían junto a su madre; los adolescentes de entre 10 y 15 años serían los vigías bajo el pretexto de cacería en la selva, a un kilómetro a la redonda. Los jóvenes varones servirían, por turno, de centinelas día y noche, según sus posibilidades. Por grupos, los varones irían a la pesca o a la cacería. Asimismo, las mujeres, bajo la dirección de la primera da- ma de Chiriapa, se organizarían para la confección de los ali- mentos, de la chicha y del servicio a los invitados. Llegó el plenilunio de septiembre y comenzaron los feste- jos. En primer lugar estaba la purificación ritual: lavar la ropa, bañarse y tomar una especie de purgante con ayuno riguroso. Después, dedicar días enteros a preparar sus armas. Du- rante la víspera se harían la toillete , porque debían peinarse, pin- tarse y colocar la corona, los collares y los amuletos. El brujo, como sacerdote de la tribu, debía llevar ciertos adornos y pintarse una serpiente en el pecho. Para demostrar el El portal de la amazonía / 129

carácter secreto, la reverencia y la dignidad, se colocaría amule- tos en el cuello. Reunidos todos los shuar, hombres y mujeres de la tribu, debían recibir con hurras la tsantsa traída por el brujo para ser entregada al cacique. Para la gran ceremonia religiosa socio-festiva, todos los guerreros, con sus armas en la mano, formarían un círculo. En el medio estarían Chiriapa y Tibirma. En ese momento el brujo levantaría la tsantsa e invocaría al Espíritu del Mal, para que no viniera a estorbar la fiesta. Invo- caría también al Espíritu del Bien, creador de todas las cosas, para que fuera propicio durante la fiesta y después de ella. Con saltos y gritos alejaría al abismo al espíritu del difun- to. Poco a poco, ya más sereno, volvería a invocar a los espíritus de sus antepasados y a los dioses protectores de la tribu. Al entregar la momia al jefe le diría frases elogiosas, como poderoso guerrero y sabio conductor de la tribu. Chiriapa recibió la cabeza humana y ceremoniosamente la colocó en la pica, preparada de antemano en el salón. Entonces todos lanzaron gritos y hurras y zapatearon a más no poder. Luego realizaron un baile guerrero durante cinco minutos, can- tando acompasadamente:

Soy guerrero valiente, y dueño de la selva, y hasta el poniente gozaré de esta fiesta.

Al primer tan tan de un tambor suspendieron el baile, de- jaron sus armas alrededor de la tsantsa y se sentaron para que las damas sirvieran las piñingas de chicha. Más tarde llegaron las mujeres para bailar. Se mezclaron entre los hombres. Algunas veces se agrupaban o se alineaban solas. Jamás los hombres tocaron ni un pelo a las mujeres. Durante cinco días y cinco noches conversaron, comieron, bebieron y bailaron hasta el cansancio y hasta que se agotaron los víveres. Por fin, cansados y medio sonámbulos, fueron a sus casas a dormir y después volvieron a su faena diaria. 130 / Miguel Ulloa Domínguez

24. Sangrientos síntomas de libertad

Esta triste historia ocurrió en 1599. Cuando la conquista española, las tribus shuar ocupaban el territorio bañado por los ríos Paute, Zamora y Santiago. Por el norte se extendían hasta la confluencia del Upano con el Tu- tanangoza; por el sur, hasta Nambija; por el este llegaban hasta los Pongos de Manseriche y, por el oeste, hasta la altura de Co- la de San Pablo. Así quedó registrada en la relación que Hernan- do de Benavente envió a España. Igualmente, los historiadores González Suárez, Juan de Velasco y otros arrojaron luz sobre las consquistas y fundaciones de algunos pueblos del territorio que hoy es la provincia aurífe- ra Morona Santiago. Por Cebadas, Laguna Negra, Zúñac -el norte de la provin- cia-, penetró el capitán José de Villanueva Maldonado al río Upano. Con centenares de indígenas cañaris y puruhaes fundó la ciudad de Sevilla del Oro. Después trajo siete familias españo- las. Para la extracción del oro, los castellanos obligaron a los jí- baros a venir a las minas. Los repartieron en tierras o parcelas en Sucúa, Arapicos, Río Blanco y en las faldas orientales del Cutu- cú. Para el asentamiento de los indígenas de la Sierra, señala- ron las tierras junto al Sangay, hasta Arapicos. Por el centro, desde Cuenca, siguiendo el río Paute, nume- rosos españoles fueron hasta el río Namangoza -río Paute por el sitio Méndez- y establecieron la ciudad minera llamada Logro- ño, la que, según el historiador Velasco, progresó extraordina- riamente. Por el sur, aguas abajo por el río Zamora, los conquistado- res llegaron a la confluencia de los ríos Paute y Zamora. Desde allí hasta el Marañón, en homenaje al patrono de España, dieron el nombre de río Santiago. En la orilla derecha de ese río, en la región Coangus y Ma- yalicus, donde hoy se encuentran las cuevas de los Tayos, fun- El portal de la amazonía / 131

daron y establecieron la Real Ciudad Minera de Santiago de los Caballeros. Tanto por la tradición como por la abundancia de jibarías, ese lugar parece que fue la cuna de los shuar. Allí, como en nin- guna otra parte, conservaron tradiciones y mitos del origen del pueblo shuar. Según narra el estudioso Rodrigo Crespo Toral, el español Rodrigo de Arcos tenía más de 300 esclavos indios puruhaes en las minas de Santa Bárbara. Mediante el auri sacra fames , exten- dió sus dominios hasta el Sigsig y, en 1562, para borrar las prácti- cas idolátricas de los infieles , disecó la Laguna Sagrada y se llevó todos los exvotos de la diosa Laguna. No contento con eso, por el Matanga, fue a Gualaquiza y pasó a hospedarse en la jibaría del cacique Kasenda. Este shuar, en la región del Zamora, era realmente el rey. Tenía 12 mujeres y 27 hijos. Entre las hijas estaba Rosaicha, una muchacha de 20 años, lindísima, buenamoza, alta y muy inteli- gente. Atraía, sobre todo, a los blancos que iban y venían de Lo- ja a Santiago de los Caballeros. Por su parte, Rodrigo de Arcos, como todo poderoso mi- nero, era mucho más que un cacique. Caminaba con ocho hom- bronazos, sus guardaespaldas y fieles servidores. Entre sus ar- mados guerreros estaba el Tapa Inga, Francisco Quituisaca. Es sabido que Huayna Cápac trajo a Gualaceo familias de la nobleza imperial del Cuzco, para cobrar los impuestos aurífe- ros de la región. Por otra parte, los europeos, a su vez, buscaban emparen- tarse con las nobles muchachas incásicas, sin despreciar a las “buenamozas cañaris”. Fruto de un enlace incaico-europeo era el Tapa (jefe) Inga (inca) Francisco Quituisaca. Crespo Toral y Garcilazo de la Vega nos lo advierten: los conquistadores se rodeaban de gente fiel, españoles e indígenas, a quienes se les adiestraba en el ataque y la defensa, en la cace- ría humana, en el trabajo forzado a base de insultos y latigazos. El poderoso Rodrigo, con su dinero y su don de gentes, rá- pidamente conquistó la voluntad de Kasenda. De su casa hizo un centro logístico para buscar oro. Lo encontró en Nambija. 132 / Miguel Ulloa Domínguez

En la jibaría, situada en las faldas occidentales del Cóndor, organizó un taller para confeccionar no sólo herramientas mine- ras e instrumentos de labranza agrícola, sino también para fabri- car arcabuces, escopetas, municiones, dagas, espadas y lanzas de fierro. El encargado de esa organización fue Quituisaca. Lo cierto es que Rosaicha y Quituisaca tuvieron un hijo, al que pusieron el nombre de Kiruba. Tanto por su padre -cacique- y por su marido -inga- como por su hermoso hijo, Rosaicha se enorgullecía, gozaba y abusa- ba de su libertad y de las comodidades que le brindaban los blancos de la Sierra. Kasenda aspiraba a que su nieto Kiruba fuera como él y acabara con la esclavitud y la opresión que padecía su raza. De todas partes le pedían a él, cacique, que encabezara una rebelión y acabara con los barbudos blancos. Francisco preparó a su hijo para que fuera uno de los me- jores capataces de las minas. Rodrigo apoyó y ordenó que fuese entrenado en toda cla- se de armas. Kiruba, por cuyas venas circulaba sangre castellana, incai- ca-quichua y shuar, con semejantes maestros creció y dio rienda suelta a sus vicios. Como un gran señor recorrió las minas del Collay y Maylac. Paseó y gozó del bienestar gualaceño y cuen- cano. Recorrió Sevilla del Oro, Logroño y Santiago de los Caba- lleros. Entonces, inteligente como era, conoció de cerca vida y mi- lagros de los españoles -no tan santa-, vio y palpó la abyección de los inca-quichuas y su impotencia, miró con rabia y deseos de venganza la esclavitud de los shuar y se dio cuenta de la insa- ciable hambre de oro de los europeos. Al morir Kasenda y Rosaicha, le dijeron: — Venganza. Su patrono Rodrigo y su padre el Inga le aconsejan ser duro, fuerte, tirano... A los 37 años, Kiruba era un hombre feroz. En 1599, secretamente, organizó un ejército de guerreros shuar. Los entrenó en toda clase de armas y, como narra el his- toriador Velasco, desde el Zamora fue sembrando destrucción y El portal de la amazonía / 133

muerte, por el Santiago, el Paute y el Upano, hasta las faldas del Sangay. Dice Velasco que en Logroño los shuar le dieron a tragar oro derretido al gobernador. Esa incontenible horda, que en algunos meses recorrió to- do el territorio de lo que hoy es la provincia Morona Santiago, destruyó las florecientes minas, mató a más de 25.000 blancos y se llevó, como esclavas, a unas 6.000 mujeres. La noticia del desastre oriental alarmó a los españoles. Los pocos sobrevivientes de Gualaquiza y San Miguel de Cuyes di- jeron: — Kiruba conoce los centros mineros de Santa Bárbara; vendrá para acabar con ellos. Los gualacenses, a su vez, comentaron: — Vendrá y se aliará con los esclavos indios y la coloniza- ción española. Como por encanto, Kiruba acabó de un tajo con todas las malditas minas de la Audiencia de Quito. Desde entonces, los españoles, los mestizos y los indígenas, en sana armonía, se de- dicaron a las labores agropecuarias.

25. El angel de la guarda y la caballerosidad de León

La inauguración del camino de herradura Pan-Méndez, en 1932, despertó un febril entusiasmo en todos los pueblos del Azuay y Cañar. Los pobres soñaron en una Tierra Prometida. El atractivo amazónico fue tan grande, que por aquel ca- mino todas las semanas viajaban familias enteras para adueñar- se, gratis, de aquellas fértiles y baldías tierras. También a Palma llegó aquella fiebre. En 1935 se organizó una gran cooperativa colonizadora del sector Chupianza. Nombraron como presidente al señor Carlos Vintimilla, quien fue directamente a contratar unas 200 hectáreas con el jíbaro Tibi, el cual se decía dueño y señor de 134 / Miguel Ulloa Domínguez

aquella región. El shuar recibió una escopeta de dos cañones, di- nero y herramientas de labranza. Las familias agrupadas en cooperativas se repartieron la montaña. El señor Vintimilla se reservó la parte central y plana con el proyecto de urbanizar a su debido tiempo. En cambio, a su pariente Antonio Gómez, recién casado con Rosana Poveda, le cupo la suerte de un terreno fértil, hacia el noreste, junto al río Negro. El shuar Tibi jamás pensó en el poder colonizador de los blancos, porque en menos de dos años la selva milenaria se transformó en potreros, cañaverales, platanales, maizales, etc., con abundante ganado y aves de corral. El jíbaro -por codicia o por arrepentimiento- se quejó ante las autoridades civiles. Al no conseguir nada, se retiró hacia el norte, a Yunganza, y dejó todo el territorio en manos de los co- lonizadores palmenses. Antonio Gómez era un cristiano convencido, honrado, tra- bajador, generoso y caballero a cabalidad. Rosana, igualmente, era una joya de mujer. Al feliz matrimonio Dios le dio dos hijos: Teresita, que entonces tenía nueve años, y Tomasito, que tenía cinco. Todos los domingos, montados en sus dos caballitos, con las alforjas llenas de víveres para vender en el mercado de Mén- dez, los cuatro iban también a la Misión de los Padres Salesianos para asistir a misa. Por la tarde, alegres y contentos, regresaban a su “entable” y seguían con Dios y con su faena diaria. Algunos domingos, cuando regresaban temprano, iban a bañarse en las cristalinas aguas del río Negro, en compañía de parientes y vecinos. De acuerdo con esa sana costumbre, el 20 de mayo de 1942 la familia fue al río. Mientras Antonio nadaba en un remanso con otras personas, entregó su alma a Dios debido a un paro car- díaco. La viuda Rosana, además de ser buena cristiana y de tener un lindo carácter, era una mujer de armas tomar. No se amilanó. Cuidó la hacienda y, más aún, cuidó y educó a sus dos hijos en el temor a Dios. El portal de la amazonía / 135

Los tres rezaban todos los días el santo rosario en homena- je a la Virgen María. La madre enseñó a sus dos hijos una tierna devoción al Angel de la Guarda. De Palmas trajo un hermoso cuadro donde el Angel ayuda a pasar un peligroso puente a un pequeño niño. Tomasito recitaba mañana y tarde: — Angelito de mi guarda, mi dulce compañía, no me de- sampares ni de noche ni de día. Por otra parte, la mujer tenía que sostener la hacienda y el hogar. Por eso madrugaba para mandar a Teresita a la escuela de Chupianza, para ordeñar las vacas, atender mil cosas en la casa y cultivar el campo. Unas veces Tomasito permanecía en la casa y otras acom- pañaba a su madre. Los domingos, según el ritmo acostumbra- do por su difunto marido, cargaba en sus dos acémilas los pro- ductos de sus huertas y los tres marchaban a Méndez para asis- tir a la misa y para cambiar los productos agrícolas por produc- tos de la Sierra, tales como sal, fideos, azúcar, ropa y herramien- tas. Algunas veces el niño se quedaba en casa o con algunos compañeritos de la vecindad. Entonces no había peligros, excepto el fuego o alguna caí- da. Los ladrones no llegaban todavía. Las fieras tenían suficien- te alimento en la selva virgen y, si acaso llegaban a Chupianza los leones, los tigres, los sahinos, las guantas, los osos, las gua- tusas, los zorros o los ratones, tendrían alimento en abundancia, porque los productos agrícolas se podrían porque nadie los co- sechaba. El ganado vacuno se multiplicaba como por encanto en los potreros. Igualmente, las aves de corral pululaban por todas las huertas y se confundían con sus congéneres de la vecindad. Pero la ausencia del jíbaro Tibi produjo un bien para la ex- pansión de la colonia, a la vez que un mal, porque él detenía, co- mo buen cazador, a las fieras de la cordillera andina. Sin embargo, los blancos serranos, inexpertos, no se die- ron cuenta que una partida de leopardos rondaba la comarca y se alimentaba tranquilamente con los cerdos, las gallinas y los patos de las haciendas. El noble león, la dama leona y un precioso cachorrito, des- pués de almorzar un chancho gordito del señor Gustavo López, 136 / Miguel Ulloa Domínguez

se dignaron visitar la casa de la viuda Rosana. Como otros do- mingos, Tomasito estaba solo, soñando con tener un perrito co- mo aquel de la tía Herlinda, que vivía en Méndez. Eran las 12 del día y el niño pensaba almorzar. Salió al pa- tio y se encontró con el leoncito. Corrió, lo cogió, lo abrazó, lo besó y fue a brindarle leche. El león y la leona, a pocos pasos, se sentaron a contemplar el cuadro de dos pequeñitos que simpatizaban, se abrazaban, comían y jugaban juntos. El generoso niño fue a la cocina y tra- jo carne, yuca y pan, y lo brindó a los papás felinos, que gusto- samente comieron con cariño y creo que también con gratitud. Tomasito siguió llevando en sus brazos al leoncito y, al despe- dirse, le puso el nombre de Juanito. A una señal de papá y mamá, el cachorro saltó de los bra- zos del niño y siguió el camino de sus padres, lo que dejó en el pequeño un recuerdo imborrable. Cuando llegó la mamá de Tomasito, éste, feliz, contó cómo había tenido en sus brazos un lindo perrito. Dijo que al papá pe- rro y a la mamá perra les había brindado parte de su comida. La señora alabó el gesto de su hijo. Quince días después volvieron la leona y el leoncito. Sin duda, el papá león se quedó almorzando alguna gallina del se- ñor López. Pienso que el leoncito Juanito obligó a su madre a ve- nir a visitar a su querido amigo. Apenas se vieron, fue toda una fiesta. El chiquitín lo llevó a la cocina, le brindó leche, pan, queso y un buen pedazo de car- ne a la mamá leona, la que se atrevió a llegar a la cocina y hus- mear las ollas y los platos y, como buena estratega, se fue hacia los platanales a mirar, desde allá, los juegos y las piruetas de los dos amiguitos. Los domingueros comenzaron a llegar a Méndez. La leona estaba preocupada por su hijo. Lo llamó, rugió, pero el cachorro no le obedeció porque estaba entretenido en jugar con su amigo. De repente asomó un militar que iba de paso a Limón y, al creer que el niño estaba en un serio peligro, sacó su revólver, mató al cachorrito y corrió disparado tras la leona. Después de ahuyentar a la fiera, el soldado regresó al pa- tio, cogió al cachorro muerto, lo lanzó lejos y reprochó al mucha- El portal de la amazonía / 137

cho asustado y le dijo que debía estar dentro de la casa con las puertas cerradas. Cuando el agresor se alejó, Tomasito fue por su amiguito muerto. Lo trajo al patio, lo abrazó con cariño, lo besó, ante la mirada de la madre leona, que había regresado por su hijo. La fiera, triste, también llorosa y enternecida, se acercó al niño, le lamió las lágrimas de su carita y luego cogió del cuello a su ca- chorrito y se marchó al bosque. Con lágrimas en los ojos, Tomasito contó a su madre la tra- gedia de su amiguito. La buena Rosana, al creer que se trataba de perros y no de leones, consoló a su hijo y prometió traer de Méndez otro cachorrito. Pero al anochecer fue por un remedio a Chupianza y le contaron la escena de los leones. Le preguntaron por la salud de su hijo. Y entonces alabó a Dios y vio con claridad la protección del Angel de la Guarda, y comprendió que el buen trato aman- sa hasta las fieras, que se vuelven amistosas y cariñosas.

26. El fantasma de Sucúa

La Misión de Sucúa fue fundada en 1933. Diez años des- pués, los Hijos de Don Bosco contaban ya con dos internados de chicos y chicas shuar. Para sostener y mantener 150 bocas, era necesario una buena agricultura. Para dirigir la producción agropecuaria, los misioneros contaban con los coadjutores o religiosos salesianos seglares. Entre ésos se distinguieron los señores José Solís, Fabián Bona- to, Pascual Zanfrini, Juan Sanna, etc. El señor Fabián Bonato, con amplia visión del futuro, pa- só por las diversas misiones, en las que sembró mil y una semi- llas y plantas tanto amazónicas como no amazónicas. Su propó- sito era aclimatarlas. En Sucúa sembró coles, lechugas, cebollas, rábanos, remo- lacha, zanahoria, tomates, naranjas, limoneros, toronjas, limas, guayabas, chirimoyas, peras, duraznos, así como trigo, cebada, trigo tropical, maíz, fréjol, lenteja, garbanzo, soya, maní, ajonjo- 138 / Miguel Ulloa Domínguez

lí, patatas, yuca, pelma, papa china y diversos tubérculos, frutas y frutos más de la Costa y de la Sierra. Asimismo, se encargó de aclimatar toda clase de maderas y árboles para la industria, ta- les como la palmera, el caucho, el incienso, la canela, la vainilla, etc. Desde luego, unas se aclimataron y otras no. Tras el expe- rimento, sembró en abundancia, por ejemplo, la naranja y la to- ronja china, la soya, el trigo tropical, el poroto colombiano, el maíz, la yuca, el plátano y la caña de azúcar. Entre los arbolitos que luchaban por crecer y aclimatarse estaba un solitario eucalipto, plantado en el patio, junto al come- dor de los internos. Todos los misioneros lo cuidaban con esme- ro. El señor Bonato lo mimaba. Creció hasta cierto punto con un solo tronco y, a la altura de un metro, dos tallos gemelos se bi- furcaban. Para que crecieran esbeltos, como dos hermanos, el coad- jutor, a la altura de 2,50 metros los amarró con alambre de acero y, para que no se unieran ni pelearan, entre ambos colocó una plancha de zinc. Pasaron los años sin novedad y el eucalipto creció muchos metros hacia el cielo sucuence. Corría el año 1943. De Cuenca llegó a esta Misión el sale- siano coadjutor, señor Rodolfo Avila, como profesor de la escue- la de los colonos. Las primeras noches tuvo insomnio por el clima y el cam- bio de residencia. En una madrugada de luna salió al patio a pa- sear y, al acercarse al eucalipto, oyó un fuerte chirrido de cade- nas y, al alzar la vista, contempló un enorme fantasma en la co- pa del árbol, el que flotaba al compás del viento. Tuvo un susto como para no madrugar nunca más. Ese mismo día contó lo sucedido a los salesianos, a los shuar y a los colonos. Los religiosos, incluso el padre Miguel Ulloa, que había venido de Macas para entregar los programas escolares, no hicieron caso. Los shuar, supersticiosos como siem- pre, se llenaron de miedo. Los colonos quisieron conocer y pal- par con sus propios sentidos. Las chicas internas de las Madres se volvieron histéricas. La Superiora fue a rogar al Padre Carlos Poggione para que El portal de la amazonía / 139

exorcizara. El sacerdote, con mucha fe y devoción, realizó so- lemnemente los exorcismos. Un grupo de jóvenes colonos trasnochadores, pasada la media noche, fueron a ver lo que había. Como dijo el hermano Avila, oyeron el arrastrar de cadenas y vieron el blanco fantas- ma, que bailaba en la copa del eucalipto. Entonces la noticia recorrió toda la selva. Los padres seguían tranquilos y decían: — Los fantasmas no existen. Son alucinaciones humanas. Para construir las oficinas y los dormitorios de la comuni- dad, los carpinteros echaron abajo el eucalipto. Debían aprove- char su madera. Al cortar los gemelos se dieron cuenta que es- taban enlazados por un alambre de acero y, entre ellos, una plancha de zinc bien pulida. La explicación es sencilla. Después de media noche, los vientos de Sucúa cambian de dirección. Vienen con más fuerza del Upano. Las dos ramas gemelas, movidas por el viento, roza- ban forzadamente el zinc y traqueteaban por la resistencia del alambre de acero. A su vez, el ramaje, al cambiar de dirección por el viento, formaba, a la luz de la luna, una bella figura, co- mo una novia con largo velo que fuera hacia el altar.

27. Pichama, vamos a matar iwianch

Dicen que, pasada la tormenta, viene la calma. Y que, con la paz y la calma, el hombre se desenvuelve y surge mejor. Así, después de la persecución y la tormenta liberal masó- nica, la Iglesia ecuatoriana pudo y puede desempeñar con más libertad y entusiasmo su misión evangelizadora. De igual ma- nera, los padres salesianos, aprovechando cierta libertad educa- cional y religioso-promocional, pudieron y pueden abrir y orga- nizar escuelas, colegios e institutos católicos. Respecto a las misiones del Oriente, los Hijos de Don Bos- co obtuvieron del Gobierno Nacional algunos decretos para ga- rantizar la propiedad de la Misión y de los mismos shuar. A esas 140 / Miguel Ulloa Domínguez

parcelas o reservas se las llamó, en un principio, reducciones jí- baras. Entre ellas está Sevilla Don Bosco. Esa Reserva-Misión está frente a la ciudad de Macas, en el mismo sitio donde otrora estuvo la Real Villa de Sevilla del Oro. Junto al río Upano y cerca de una fuente de aguas cristali- nas, los sacerdotes Angel Rouby, Juan Chinassi y Luis Casirag- hi, desde 1936 hasta 1943, levantaron algunos edificios y sem- braron bastantes productos agrícolas. Su propósito era pasar los internados de Macas a Sevilla y, en la nueva Reserva, organizar la población shuar, fruto de la educación cristiana brindada a los internos. Dicho y hecho. Llegó el momento. El 3 de octubre de 1943, el inolvidable padre José Corso, inspector provincial de los SDB, estableció canónicamente, co- mo Casa-Misión, Sevilla Don Bosco. Tenía el siguiente personal: R.P. Natale Lova, Superior; señor Miguel Ulloa, estudiante al sa- cerdocio, y el hermano coadjutor, señor Andrés Pedrazzoli. Enseguida llegaron de Macas 88 chicos shuar con sus ha- tos y garabatos. Pocos meses después vinieron las 78 chicas in- ternas con cuatro religiosas Hijas de María Auxiliadora. Entre ellas, y como Superiora, la benemérita Sor María Troncatti. Desde luego, la nueva población misional no tenía mayo- res comodidades. Pero los hijos de la selva -quienes dejaron el barullo y los problemas de los blancos- se encontraban en su pa- payal. La primitiva vivienda de los 88 internos era un gran cho- zón de dos plantas. En la parte alta, el dormitorio con cuatro hi- leras de camas. En la parte baja, el comedor y un trapiche para extraer el jugo de la caña de azúcar. El comedor estaba prácticamente al aire libre. Sólo tenía un cercado de un metro para evitar la entrada de los perros. Allí quedaban los platos y las cucharas. Una madrugada de luna, el asistente Ulloa se despertó asustado por el ruido de los platos del comedor. Se vistió y bajó las escaleras. Bueno, cualquiera se asusta: vio sobre la mesa, ju- gueteando con los platos, un enorme bulto negro. Negro y gran- dote de verdad. El portal de la amazonía / 141

El asustado joven lanzó un grito de angustia y despertó a algunos shuar. El iwianch (diablo) lentamente se paró en dos pa- tas, mostró su puntiaguda trompa, sacó su larguísima lengua y, como en cámara lenta, saltó la valla y se encaminó hacia el ce- menterio. Pichama y otros internos, asustados, vieron de lejos al demonio negro que se alejaba. La aparición nocturna causó revuelo en la población. Todo el mundo tuvo miedo. Y vinieron los comentarios. — El señor Miguel peleó con el iwianch . — El Demonio quiere llevarse al shuar protestante. — Algunos shuar no están bautizados... Los religiosos aprovecharon para catequizar sobre los pa- sos del Evangelio que se refieren al demonio y extraer resulta- dos positivos mediante el bautismo y la vida verdaderamente cristiana. En la luna siguiente regresó el iwianch . Esa vez el asisten- te estaba prevenido. A las dos de la madrugada oyó el ruido. Ba- jó las escaleras con calma, con una lanza con filo de acero. — ¿Qué haces aquí, iwianch ? —preguntó. Como respuesta, se paró en dos patas; en la boca tenía un plato. Abrió los brazos como para decir que era su amigo y por qué no le brindaba un plato de comida. — Hermano, déjanos en paz y vete de aquí —dijo el sale- siano. — Encantado —respondió la fiera; soltó el plato y saltó la valla. Pero no penetró en el cementerio, sino se encaminó a la ca- sa de las religiosas. Junto a la cocina, en el descampado, dormía una pareja shuar del Yuquipa. Sin duda la mujer estaba despierta, porque, al ver el negro monstruo, comenzó a gritar. — El iwianch , el diablo, el diablo me persigue. El señor Ulloa corrió a ver qué sucedía. Las hermanas se despertaron, las internas gritaron desesperadas. También el iwianch se asustó y regresó y se metió en el cementerio. Fue otro susto para la nueva colonia. 142 / Miguel Ulloa Domínguez

En el internado se encontraba el viejo Pichama, un shuar corpulento, serio, responsable, quien colaboraba en la asistencia de sus compañeros. Ceremoniosamente dijo: — Yo no creo en el iwianch . El hermano Pedrazzoli lanzó una carcajada. — Qué lindo sainete —dijo—. Yo conozco la casa de hor- migas del cementerio. El oso hormiguero es nuestro aliado para acabar con ellas. El padre Lova sentenció: — Si el animal hace daño, mátenlo. Si produce bienes, dé- jenlo en paz. Esa misma tarde, el asistente Ulloa llamó a Pichama. — Pichama, coge tus armas. Vamos a matar al iwianch . Todos los internos se sorprendieron. Los grandes Pujúpat, Neajic, Ayuyi y otros más cogieron sus machetes y, con Pichama a la cabeza, con la escopeta del padre Ghinassi, enfilaron hacia el cementerio. Muchos curiosos fueron detrás, pero se quedaron fuera del campo santo. En un área de dos metros cuadrados, como fondo las do- radas colinas del Yuquipa, había un monstruo negro, acostado en una graciosísima alfombra verde, donde afanosamente traba- jaban millones de bulliciosas hormigas. El oso hormiguero estaba merendando placenteramente, porque tenía abierta su graciosa trompa, de cuyo fondo salía una larguísima lengua roja, pegajosa, donde jugueteaban cente- nares de inocentes hormigas arrieras. Al vernos, con un gesto caballeroso, engulló la presa y nos miró con unos ojos de sorpresa y con un gesto se súplica y amor. También sorprendidos, nadie se atrevió a ofenderlo. Des- pués, encantados del pacífico encuentro, el salesiano dijo a Pi- chama: — Corre al rosal y trae una rosa para brindarla como pe- renne amistad y alianza. El portal de la amazonía / 143

28. Una luna de miel

Uno de los tantos mineros que pasaban por la propiedad del jíbaro Sharupi, junto al río Yunganza, y se encaminaba al río Zamora para extraer el dorado metal, dejó caer una semilla de limón. Esa semilla germinó y se convirtió en un gigantesco li- monero. Los shuar, los mineros y los primeros colonos blancos de esa región no sólo aprovecharon sus frutos, sino comenzaron a designar al pequeño valle con la palabra Limón. Cuando en 1936 el padre Tomás Pla fundó la Misión sale- siana, ratificó y lo consagró como Pueblo de Limón. En 1948 se convirtió en parroquia civil. Dos años después fue elevado a cabecera del cantón Limón-Indanza. En poco tiempo, por ser el poblado más cercano a la Sie- rra, por tener la primera carretera de la provincia Morona San- tiago y por haberse trasladado de Macas a este sitio la coman- dancia del batallón Tungurahua, se convirtió en uno de los pue- blos orientales más prósperos, hasta que mereció la fundación del primer Banco de Fomento de todo el Oriente amazónico. El hecho que vamos a narrar se desarrolló en 1951. El militar solterón Juan Calle al fin pretendió casarse. Co- mo dicen las malas lenguas, también él dejó un corazón destro- zado en cada puerto. Y pretendió sentar cabeza. Se enamoró de una graciosa cholita cuencana, María Tere- sa Quishpe. Ambos se presentaron al párroco y arreglaron la bo- da. Como en el cuartel había pocas fiestas, esa vez echarían la casa por la ventana. El mismo día de la boda, el jefe de la guarnición recibió de Quito el siguiente telegrama: Coronel Sánchez. Peligro conflicto in- ternacional. Envíe 20 hombres refuerzo Teniente Ortiz. Mindefensa. ¡Qué lástima: se acortó la fiesta y se hizo agua la miel de la luna! Teniente Ortiz estaba en la frontera, sobre el río Santiago. Llevaba ese nombre en homenaje al valiente militar que en ese sitio ofrendó su vida en 1941 en defensa de la Patria. 144 / Miguel Ulloa Domínguez

Los 19 soldados asignados, de mala gana, madrugaron al día siguiente en la frontera. Juan y su flamante esposa irían dos días después. Como los demás compañeros, Juan se acercó a la Misión no sólo para encargar sus cositas y sus recomendaciones a la fa- milia, sino para pedir la bendición del sacerdote, porque la gue- rra significa un real peligro de presentarse ante San Pedro. Según sea tiempo de lluvias o de sequía, de Limón a Te- niente Ortiz se iba por tierra y agua durante cuatro, cinco y has- ta seis días. En la mitad del camino estaba la tarabita sobre el río Zamora. ¿En qué consistía la tarabita? En un grueso cable de acero de 110 metros de largo, tendido sobre el río a una altura de 50 metros. Los extremos estaban bien amarrados a fierros o a troncos de madera incorruptible, clavados sobre la roca. Del cable colgaba un cajón con espacio para dos personas sentadas con comodidad. El cajón tenía un asiento, un espaldar con dos tiras -una para la cintura y otra para el cuello, porque el pasajero debía ir cargando su equipaje- y, delante, un tablero se- mejante a los pupitres bipersonales. Ese cajón debería colgar de una polea que le permitiera rodar sobre el cable. En los muelles, sobre el mismo cable, colgaban dos poleas fijas, una a cada ex- tremo, para hacer correr dos piolas gruesas irrompibles. Por el peso, el cable siempre se mantenía ondulado. El pasajero, después de sentarse y amarrarse al columpio con correas, debía deslizarse lentamente, soltando la piola de la espalda. Cuando había llegado a la mitad del cable ondulado, con la otra piola o soga debía subir hasta la orila opuesta. Por lo visto, toda la maniobra consistía en saber manejar las piolas. Jamás debía soltarlas. Los recién casados iban alegres por entre la tupida selva, y se cubrían de besos entre el rumor de los arroyuelos o el canto de los pájaros. Juan se jactó, como nunca, de ser muy diestro en sortear los misterios del bosque. — Ya verás —dijo— cómo nos columpiaremos en la tara- bita. El portal de la amazonía / 145

Y cuando llegaron al Zamora los enamorados subieron al columpio, se amarraron al cajón y, entre sustos y risas, como en la montaña rusa, se deslizaron por el cable, columpiándose de arriba abajo sobre el abismo. Pero ¡ay! se olvidaron de las piolas, que colgaban a un me- tro debajo de ellos. Enseguida cambió la escena, porque del gus- to fueron al susto, de la risa al llanto. ¿Cómo alcanzar esas malditas piolas? Querían moverse y no podían. Querían sacar alimentos y tampoco podían, porque si se desamarraban podían caer al río. El correntoso Zamora bramaba debajo de sus pies. La tar- de avanzaba y las canoras aves pasaban rozando sus cabezas y lanzando sobre ellos agüita caliente. Los árboles agachaban sus copas para dormir el sueño de la noche, mientras ellos bosteza- ban de hambre, tiritaban de frío y derramaban lágrimas de des- ventura. Así transcurrieron dos largas noches. Finalmente creyeron tener salvación. Pero se equivocaron. Era una partida de monos que fueron a felicitarlos por la luna de miel. Más tarde también los pacharacos graznaron burlona- mente. Se enamoran el pacharaco y la pacharaca como Juan y Rosa que penden del río, y se besan sentaditos sobre esa hamaca, porque no saben cómo salir de ese lío.

Una mañana soleada el misionero, padre Juan Schmidt, re- gresaba del Cuangus en compañía de dos jíbaros. Al ver a esos pobres hermanos desfallecidos por el susto, el hambre y el frío, los sacaron y los llevaron al tambo más cercano para refocilarlos y que siguieran su luna de miel río abajo, por el Santiago, hasta la guarnición de Teniente Ortiz. 146 / Miguel Ulloa Domínguez

29. El baile de las culebras y la pelea de un sapo con una machanchi

Los ofidios tienen forma cilíndrica y carecen de extremida- des. La piel está cubierta de escamas que cambian continuamen- te. La columna vertebral tiene numerosas vértebras con escudos ventrales que permiten el movimiento locomotor, como un acor- deón. La boca se dilata como un elástico para tragar presas gran- des. El veneno lo tienen en los dientes. Su lengua es larga y fili- forme. Tienen un estómago ovoide elástico, adonde llegan los jugos gástricos fuertes para digerir cosas duras. Parece que se comunican por medio de silbidos y movimientos. Tienen el oído muy desarrollado. Como todo semoviente, las serpientes demuestran senti- mientos de alegría y tristeza, de amistad y enemistad. En la selva amazónica hay innumerables clases, con muy variados porte y colores. Algunas son venenosas y otras inofen- sivas. En el camino del padre Albino, en el sitio Copal, hemos visto una extraordinaria abundancia de víboras, con tamaños que van desde 20 centímetros hasta dos metros de largo. A finales de octubre de 1941, con el inolvidable padre José Corso, provincial de los salesianos, llegamos a ese pueblo y, por razones de comodidad y descanso, nos hospedamos en la casa del señor Ricardo Orellana. Doña Raquel, su esposa, nos atendió a las mil maravillas. Copal tiene un clima tropical. Está junto al río Negro, en las faldas de la cordillera del Shiro. Los colonos blancos gozaban ya del fruto de sus huertas. En el sendero que iba del camino principal hasta sus casas ha- bían sembrado césped. A las seis de la tarde don Ricardo dijo: — Padres, vengan a ver cómo juegan las serpientes. Efectivamente, desde la casa contemplamos cómo las cule- britas salían al camino y saltaban y corrían uns tras otras, como a las escondidas. Se organizaron como para pelear en dos parti- dos y realizaron piruetas como los payasos de un circo. El portal de la amazonía / 147

De noche, doña Raquel contó dos episodios que ella había visto frente a su casa. Compramos un perrito que por la tarde, después de la siesta, solía jugar en el patio. Pusimos un plato con leche para que, entre salto y salto, fuera sirviéndose. Un lluvioso día el animalito se quedó dormido hasta muy tarde. — Como de costumbre —dijo la señora Raquel—, apenas pasó la lluvia puse afuera el plato con la leche. La tarde era hermosa, con un sol radiante. — Salí de la cocina —dijo ella—, me asomé a la ventana y vi por lo menos 10 culebritas que devoraban la leche del perro. Llamé a mi marido para que viera ese asombroso espectáculo. Los pequeños ofidios, empujándose y sacando sus larguí- simas lenguas, absorbían el líquido. Al mismo tiempo, se oyó un murmullo como de muchachos que se entretienen. Con sus es- tómagos llenos, se fueron al medio del patio para comenzar sus juegos y danzas. De aquel platanal asomaron tres culebras grandes, atraí- das por la fiesta. No fueron a la leche, sino se colocaron en cír- culo. Mientras silbaban, hacían movimientos acompasados, co- mo los directores de orquesta. En el ruedo, los chiquilines corrieron como a las escondi- das, se irguieron y bailaron, se besaron y chicotearon, se revol- caron y se abrazaron; jugaban con sus lenguas y con sus colas. — Mi marido estaba maravillado por el baile —contó do- ña Raquel—, y me preguntó por qué no podíamos también no- sotros bailar al son de esa orquesta culebrera. Me cogió y baila- mos unos instantes. El segundo episodio también fue gracioso. Una mañana, mientras descansábamos en el corredor y conversábamos con un vecino, aquel señor miró al potrero y nos dijo: — Allá veo saltar una culebra. Este pueblo está lleno de ví- boras. — No hagamos caso —intervino don Ricardo—. Venga, tomemos un buen refresco, porque hace calor y parece que llo- verá. 148 / Miguel Ulloa Domínguez

Entraron tranquilamente al comedor. Mientras se servían la limonada, oyeron ruidos extraños en el patio, como silbidos y chicotazos. Se asomaron a la ventana y contemplaron la pelea de un sapo con una culebra. El ofidio tenía más de un metro y el sa- po era grande y, al parecer, viejo y entrenado para el combate. Seguramente eran dos enemigos irreconciliables. El ofidio, con fuerzas descomunales, con una larguísima cola y dientes de vampiro. El batracio, con un palo atravesado en su horrible ho- cico, con saltos como de un balón y un chisguete de ácido oscu- ro y hediondo. La culebra pretendió tragarse al sapo y no pudo. Se lo im- pidió el palo de 30 centímetros que el batracio tenía en la boca. La serpiente quiso arrebatárselo con la lengua, pero el sapo dio saltos a derecha e izquierda. Entonces quiso dominarlo con la cola, pero el pequeño dio brincos y atacó, y bañó la cabeza y los ojos del ofidio con su líquido viscoso. La culebra buscó otra estrategia. Se acostó, se retiró como para dar su último asalto, pero el sapo se adelantó, porque de un salto le chisgueteó a la serpiente una hediondísima orina sobre los ojos. Ese feo animal se sacudió y, como una bailarina, se levan- tó sobre su cola, escupió orgullosamente una baba, lanzó un sil- bido de rabia y, chicoteándose sobre el suelo, se perdió entre la hojarasca de la huerta. El sapo, como un orgulloso conquistador, también se lan- zó sobre sus patas, arrojó lejos el palo, croó dos veces y, con len- tos saltos, fue a celebrar su triunfo en el charco vecino.

30. Así son las boas del oriente

Mientras navegaba por el río Napo, Francisco de Orellana descubrió el Amazonas. En la mitad de su curso, a raíz de la In- dependencia, se fundó la población de Rocafuerte para asegurar nuestro territorio. Ese floreciente puerto fluvial nos lo arrebató el Perú du- rante la guerra de 1941-1942. El portal de la amazonía / 149

Desde el siglo pasado funcionaba en aquella población una guarnición militar. Con motivo del conflicto del 41, muchí- simos soldados, conscriptos y voluntarios fueron desde Quito a detener la invasión peruana. Entre ellos estaba el joven señor Leoncio Fernández Salvador. El fue testigo del hecho que vamos a narrar. En el destacamento militar, como una suave sombra, cami- naba por los pasillos una diminuta viejecita, buena como el pan. La llamaban Rosita. Nadie la tocaba, nadie la molestaba. Era anciana, flaca, pe- queña y fea de aspecto, pero educadita y muy servicial. Eso sí, tenía una sonrisa maravillosa, cautivadora. Le preguntamos por su nacimiento, por sus padres y su ju- ventud. Nos dijo llanamente que había nacido en la población de Arajuno. No conocía a sus padres. Las gentes, desde peque- ña, la llamaban Rosita y, algunas veces, Ushugana. Quizá era el apellido de su padre. En la juventud había sufrido mucho, pero Dios y la Virgen María le habían conservado virgen y muy piadosa. No se había casado porque los hombres la habían considerado pequeña y fea. Pero ella había sabido defender su pureza. En los primeros meses del año 41, los militares estaban alertas y alarmados por la invasión del enemigo del sur, y los colonos “blancos”, por la repentina aparición de enormes cule- bras, boas, anacondas y macanchis. Cada día desaparecían pe- rros, cerdos, gallinas y patos. Rosita tenía la costumbre de ir los miércoles y sábados al río para lavar su ropa y bañarse. Un miércoles de marzo, mien- tras el centinela, en la torre de control, observaba el horizonte, vio bajar por el río una enorme boa. Pero no pensó que podía acercarse a la anciana que tranquilamente se bañaba, vestida con un largo camisón oscuro. De repente, como un rayo, con el hocico abierto, la víbora corrió hacia la mujer y se la engulló por la cabeza. El vigía gritó desesperado. Muchos soldados suspendie- ron sus tareas, corrieron hacia la playa y rodearon a la culebra para que no se lanzara al río. Desde distintos frentes atacaron a 150 / Miguel Ulloa Domínguez

la fiera con palos y piedras para aturdirla y dispararle a la cabe- za, sin peligro de herir a la anciana. La lucha duró 10 minutos. La serpiente se cansó de hacer piruetas y un sargento disparó con su revólver directamente al cráneo de la víbora. Vino el veterinario militar y, con gran cuidado, partió el vientre de la culebra, de ocho metros de longitud, y sacó los res- tos mortales de Rosita. Con la carne de la boa los conscriptos hicieron unos sabro- sos sancochos. El cuero disecado lo enviaron al museo del Ban- co Central y a la angelical Rosita le hicieron unos solemnes fu- nerales y la enterraron con los honores militares porque, si no era una militar más, para todos era una plácida sonrisa y una in- cansable servidora que no esperaba recompensas humanas. ¡Que Dios goce a Rosita Ushugana!

31. Amor y odio de los animales

En la orilla izquierda del río Upano, en el mismo sitio don- de los conquistadores españoles fundaron la célebre ciudad au- rífera Sevilla del Oro, los misioneros fundaron en 1943 la Misión llamada Sevilla Don Bosco. Entonces el padre Natale Lova era Superior de los varones, y la santa religiosa Sor María Troncatti era Superiora de las Hi- jas de María Auxiliadora y de las chicas internas shuar. En 1944, con motivo de conmemorarse el cincuentenario de la Pastoral Shuar en la provincia Morona Santiago, el inolvi- dable padre José Corso, inspector provincial de los salesianos en el Ecuador, promovió una gran exposición misionera salesiana en Quito, Guayaquil y Cuenca. Con ese fin ordenó buscar en la selva toda clase de anima- les, de plantas y flores exóticas, objetos y utensilios antiguos y modernos de los shuar. Con amor y entusiasmo nos pusimos a la obra. Consegui- mos osos, tigrillos, leopardos, sahinos, guatusas, armadillos, monos de diversas clases, guacamayos, loros, pericos, maripo- El portal de la amazonía / 151

sas, culebras, lagartos y lagartijas, peces, ranas y aves de distin- to porte y color. En los Andes pudimos atrapar un cóndor. Cierto día, las chicas shuar fueron al trabajo del campo. Mientras limpiaban una parcela de papa china, saltó una aveci- ta de rara belleza. ¡Qué bello pajarito para la exposición! Fácil- mente la cogieron, porque tenía una alita rota. La llevaron y la entregaron a Sor María Troncatti. La Superiora, como buena en- fermera, la curó, le entablilló su alita y la puso en una jaula. Recomendó a las niñas que la cuidaran como a su herma- nita. Así fue. Era la delicia de las chicas. A los dos días sacaron la jaula al jardín y la colgaron de un árbol. Alrededor del mediodía llegó su compañerito, que sin duda la buscaba desesperadamente en las chacras de Sevilla Don Bosco. Qué alegría. Se besaron, aletearon, cantaron. La ma- dre ordenó abrir la jaula. No podría volar porque todavía carga- ba su entablillado. De lejos, las gentes contemplaron un bellísimo espectácu- lo de amor. El macho penetró en la jaula, la acarició, la besó co- mo un enamorado. La hembra correspondió con vocecitas de cariño. Comieron juntos y hasta durmieron juntos una siesta, como dos enamorados. Cuando la niña se acercó para poner alimento y agua, el macho se retiró a una rama y, desde allí, vigiló a su amada. Lue- go regresó a cumplimentar a su esposa y pasar la noche juntos. Dos días después, Sor María sacó el entablillado de la ave- cita. La llevó a la jaula y le dijo: — Hermanita, no queremos llevarte a Quito. Ya nos brin- daste un ejemplo de amor. Si quieres, puedes irte con tu compa- ñerito. Ojalá así se quieran, se amen y se comprendan todos los esposos de Sevilla Don Bosco. La religiosa dejó la jaula abierta. Al poco rato, llegó el com- pañero, quizá con una flor para agasajar a su amada. Más tarde volaron juntos a otro lugar a pasar su luna de miel. Nos aproximábamos a los días de la exposición. El mate- rial era abundantísimo. Para el cuidado y el mantenimiento de los numerosos animales silvestres, se buscó el concurso de los internos e internas shuar y de los empleados y obreros blancos de Macas y de la Sierra. 152 / Miguel Ulloa Domínguez

A un peón blanco, medio taciturno, se le encargó el pere- zoso o uñush en lengua jíbara. Aceptó de mala gana. Sin duda no congeniaron o tal vez pelearon; lo cierto es que al día siguiente pidió que le quitaran esa pesada carga. El padre Lova se la qui- tó de buena gana y entregó el cuidado del uñush a Sandu, un jo- ven de buen carácter. Como de costumbre, los domingos, después de la misa de 10, los obreros solían salir al prado y recostarse en la hierba has- ta la hora del almuerzo. Allí estaba el taciturno carpintero. El “perico ligero”, como lo llamaban, lo había visto y, sin que nadie se diera cuenta, se le acercó y en un santiamén incrustó sus filudas garras en el brazo derecho y, con su curvo pico, perforó el dorso de su mano. El muchacho lanzó un grito. Sacudió el brazo, pero el ani- mal se agarró más a él. Vinieron los compañeros con palos y pie- dras, para matar a la fiera. Un viejo shuar que había venido desde Yuquipa a la misa dominical corrió hacia ellos y los detuvo. — No maltraten al uñush —dijo—. Esa no es la manera de calmar la furia de los animales. Hizo sentar al joven con el perezoso. Sacó su flauta y co- menzó a tocar. Con su mano izquierda iba acariciando al perico. El animal sacó su trompa de la mano del joven y miró al shuar con sus ojazos negros. Luego miró alrededor en son de advertencia. Por fin, poco a poco, fue sacando sus garras del brazo del joven. Sandú llegó a tiempo, lo cargó sobre sus hom- bros y desapareció del lugar. El joven fue llevado a la enfermería de Sor Troncatti. Mien- tras ella lo curaba, él confesó a la religiosa que esa mañana él ha- bía maltratado al animal. El uñush se vengó con fiereza. En 1944 yo estuve presente en esos acontecimientos.

Moraleja: Con la misma vara que mides serás medido. No hagas a otro lo que no quieres que te hagan a ti. El portal de la amazonía / 153

32. Las hormigas asesinas

Según el científico e historiador jesuita padre Juan de Ve- lasco, el Ecuador tiene una enorme franja aurífera de más de 300 kilómetros de ancho entre Cañar y Loja, y más de 600 kilóme- tros de largo desde el Pacífico hasta la cordillera de Cutucú, en la región amazónica. Lo escrito hace dos siglos y medio se confirma hoy con la extracción del oro en Zaruma, Saraguro, los ríos Zamora y San- tiago, en Sigsig, Gualaceo, Collay, etc. Cuando se construyó la carretera Gualaceo-Limón, los tractoristas encontraban oro en el camino. El lavado del dorado metal cuesta mucho sacrificio. El padre Albino del Curto pensó en 1915 en un camino de herradura entre Indanza y Gualaquiza. Así lo expresa la Cróni- ca Salesiana. Han pasado muchos años desde entonces. Hoy existe la carretera Plan de Milagro-Indanza, San Juan Bosco, Calagrás- Gualaquiza. Como tantos otros mineros, el señor José Manuel Llivicu- ra, oriundo de Gualaceo, fue a lavar oro en el río Zamora, si- guiendo la ruta proyectada por el padre Albino. Lo acompaña- ba su hijo Manuel, de apenas 12 años. Pasaron dos meses en aquella faena. Al agotarse los víve- res, regresaron a Gualaceo con su frasquito de oro. Pernoctaron en una jibaría del río Calagrás. La mañana siguiente amaneció soleada y tranquila. Los viajeros caminaron rápido para llegar temprano a Tunanza. Se sentaron a almorzar en la cumbre de una cordillerita desde don- de se veía el cerro Catasho. De repente, la selva atronó con mil voces confusas de ani- males que corrían y huían desesperadamente. Eran hormigas, escarabajos, ranas, lagartijas, culebras, dantas, guatusas, arma- dillos, zorros, ratones y mil animales de la selva, incluso un par de tigres. 154 / Miguel Ulloa Domínguez

Los hombres se aturdieron y no supieron qué hacer, por- que al correr, tropezaron con esa banda de animalejos que huían a ponerse a buen recaudo. Asomaron dos felinos. La hembra atacó al hombre y co- menzó la pelea. El macho de avalanzó sobre el joven, pero éste, que tenía el machete en la mano, le propinó un planazo. Ambos se asustaron. El tigre subió a un árbol y el muchacho corrió tro- pezando con los insectos, que chillaban y huían. Más allá encontró una piara de sahínos que corrían hacia la jibaría. También él se unió a ellos sin pensar en la suerte de su padre. Llegó sudoroso al Calagrás y contó a los shuar lo sucedi- do. Los jíbaros, que conocen los misterios de la selva, se callaron y, calmadamente, esperaron el resultado de la tragedia. — No es nada —dijeron—. Más tarde iremos a ver a tu pa- dre. Por ahora, come y descansa. En la selva amazónica hay numerosas clases de hormigas, entre ellas las “asesinas carnívoras” que, al multiplicarse por mi- ríadas, se organizan y, por un espacio de más o menos 200 me- tros de ancho por 500 metros de largo, van devorando toda la zoología que encuentran a su paso, incluidos tigres, leopardos, dantas, caballos, vacas, etc. Si el hombre no escapa a tiempo, también a él se lo meriendan. El pobre José Manuel no era un Sansón. A pesar de enco- mendarse a Dios, sucumbió primero al tigre y luego fue total- mente devorado por las homigas. Durante la noche, el joven Manuelito lloró por su progeni- tor. Al amanecer, dos fornidos shuar con sendas escopetas lo acompañaron para encontrar los huesos bien limpiecitos del que fue señor Llivicura, junto al frasquito de oro, como recuerdo de que fue un gran minero. En ese mismo sitio, con respeto y devoción, lo enterraron y sobre su tumba colocaron una cruz. La historia es verídica, porque el minero murió en 1950. Yo viajé de Indanza a Gualaquiza, en diciembre de 1951, con dos colonos de Indanza -que todavía viven- y dos jóvenes shuar de Tunanza. Pernoctamos en aquel sitio y pasamos una noche terri- ble, acosados por armadillos y otros animalejos de la cordillera. El portal de la amazonía / 155

33. El imperio de Satanás

Les cuento una realidad. A Satanás le gusta posesionarse, vivir y actuar dentro de una persona. Cristo expulsó demonios de algunos posesos. También dio poder a sus apóstoles. Al regresar de su prédica, sus discípulos decían: Hasta los demonios mismos se sujetaban a nosotros en virtud de tu nombre. (Luc 9,1 y 10, 17.) Antes de la completa evangelización que los padres sale- sianos llevaron a cabo en la provincia de Morona Santiago, el Demonio se creía dueño de los shuar y hacía sus diabluras. Veamos un caso en la Misión salesiana de Limón. En el cantón Limón-Indanza, de la provincia Morona San- tiago, los hijos de Don Bosco atendían a los colonos blancos y a los shuar. Todavía formaban grupos separados. En la reducción shuar del Yunganza había una tribu don- de tres hermanos se disputaban el cacicazgo. Chiriapa tenía un aspecto feroz; era dominante, pretencioso y tenía 11 mujeres. Andicha, el tercer hermano, era el pobre de la familia; tenía ape- nas tres mujeres y estaba al vaivén de sus hermanos. Un aciago día, cinco mujeres jóvenes del orgulloso Cajeka fueron presa de los demonios. El shuar, para combatir a Satanás, se pintó la frente, la na- riz, los pómulos. Se peinó dos largas trenzas y se colocó dos enormes zarcillos en las orejas, se mandó a pintar una enorme serpiente en el pecho y otros animales raros en los brazos y en las piernas. Se colocó en el cuello una enorme gargantilla de huesos y de pepas. Hasta los brazos y las piernas tenían amule- tos. Al salir de su casa con las cinco mujeres posesas, se puso una brillante corona de plumas, cargó la escopeta y el zurrón y llevó en la mano derecha su enorme lanza con punta de hierro. Su meta era pedir ayuda a los padres de la Misión. Jamás habíamos visto a un shuar con tantos arreos. Cuan- do preguntamos, nos contestaron: — Pelear con Satanás no es lo mismo que con los hombres. El Diablo es superior. Para vencerlos, yo debo ser grande. 156 / Miguel Ulloa Domínguez

A las dos de la tarde, los salesianos salían de amorzar, cuando el jíbaro entraba con las endemoniadas en el patio de la Misión. Por Dios, qué horribles. No parecían mujeres: cabellos desgreñados, rostros, brazos y piernas pintados de negro. Mira- ban con unos ojos terribles, desencajados, Gritaban y aullaban como fieras. — Padre, saca tú el diablo de mis mujeres —dijo el shuar al padre Juan Schmid—. Yo anoche pelear con él. En un átimo los padres deliberaron encerrarlas en la clase del tercer grado y exorcizarlas. El padre Schmid fue a la sacristía. El padre Miguel Ulloa, a la clase, para encerrarlas. Los salesianos Juan Rossi y José Bo- rello, a buscar sendos garrotes para defenderse en caso de ata- que. Dentro del aula, por el instinto de ataque y de defensa, en- seguida de formó un campo de batalla. El shuar Cajeka, como un soberano, ocupó la cátedra, para pelear y defender a sus mu- jeres. Las posesas buscaron un rincón, debajo de las bancas. Ros- si y Borello, frente al jíbaro, listos a garrotear a las endiabladas en caso de ser agredidos. El padre Ulloa, junto al padre Schmid, a conveniente distancia, estaba listo para realizar los exorcis- mos. Los curiosos llenaban las ventanas y la puerta. Al lanzar el agua bendita, las cinco mujeres, casi desnudas, levantaron las bancas y, como en un baile satánico, las destroza- ron. Cuando Cajeka vio aquello, se lanzó sobre ellas para casti- garlas. El padre Ulloa lo detuvo. — No —dijo—, ése no es el método. Diles frases amables para que se calmen. En efecto, con cariño, tomó a cada una del brazo y fue arrinconándolas debajo de un crucifijo. Pero cuando los padres salieron se formó otra vez un tremendo barullo. El jíbaro las amenazó con su escopeta. — Diablo, sinvergüenza —dijo—, te mato. Más tarde, las religiosas salesianas llevaron comida. Las mujeres shuar no aceptaron. El portal de la amazonía / 157

A las nueve de la noche, Sor Felicitas Puppioni, la Superio- ra, trajo unas medallas de María Auxiliadora, que colgaban de un cordelito para ponérselas al cuello. Después de bendecirlas, el padre Miguel, Rossi y Borello fueron a colocarlas en el cuello de las mujeres. Cajeka colaboró para ponérselas. El shuar las tomó del pelo y las abofeteó. Pero no se las quitaron. A las 10 de la noche, todas dor- mían plácidamente, como si nada hubiera sucedido. A media noche, pidieron comida. El demonio se había retirado a los in- fiernos. En el Evangelio leemos que Satanás es muy porfiado. Cuando sale de una persona, no está contento. Va al infierno, busca compañeros peores que él y regresa a habitar con más co- modidad. Así ocurrió con estos infelices hijos de la selva. Dos días después, vino un emisario de Chiriapa y dijo al padre Juan: — Ven, porque ahora muchos demonios se han posesiona- do de nuestras mujeres y de nuestros hijos. El misionero, sin más, preparó el altar portátil y marchó a Yunganza. Encontró alborotada a toda la tribu. Se había concen- trado en la casa de Chiriapa. Todos los varones estaban armados con escopetas y lanzas. Las mujeres formaban corros y tenían a los niños en el centro. Había tres grupos de posesos: las cinco mujeres de Cajeka, las tres mujeres de Andicha y tres varones -dos hijos de Cajeka y uno de Chiriapa. Los hombres estaban amarrados al palo cen- tral. Cuando el sacerdote penetró en la jibaría, Chiriapa, vesti- do de militar, se quitó la gorra, hizo una profunda reverencia y habló en nombre de la tribu. — Dignísimo ministro de Dios —dijo—, tú eres su repre- sentante. Ven a liberarnos del dominio de Satanás. Hoy juramos entregarte nuestros hijos para la instrucción religiosa y el bau- tismo. Son nuestro tesoro. Nos desprenderemos de ellos para que se hagan cristianos y buenos ciudadanos del Ecuador. Asombrado, el padre Juan, dudando de lo que oía, contes- tó: 158 / Miguel Ulloa Domínguez

— Acepto en nombre de Jesucristo, pero... ¿están todos de acuerdo? Menos los posesos, toda la tribu gritó que sí. Enseguida preparó el altar y comenzó a celebrar la Santa Misa. Muchas veces los afectados por Satanás interrumpieron el sacrificio. Nadie comió ni durmió durante la noche. Al amanecer, el padre se aprestó nuevamente a celebrar la misa. Puso en el altar la imagen de María. Después de la consagración, el sacerdote impartió la bendición de María Auxiliadora. Al echar el agua bendita, un viento impetuoso sacudió la casa y enseguida una paz general invadió a todos los presentes. Satanás y sus diabólicos hermanos fueron lanzados al infierno. Cuando finalizó la misa, Cajeka gritó con satisfacción: — Somos valientes. Satanás se marchó a los abismos. Andicha abrazó a sus mujeres. Chiriapa, ceremoniosamen- te, se acercó al sacerdote y le agradeció con un apretón de ma- nos. Las mamacitas de los niños posesos corrieron y los desata- ron y les brindaron comida. Fue un día de fiesta.

31. Gracias a Dios que no creo en Dios

Dicen las Sagradas Escrituras que sólo el necio no cree en Dios. Hasta Satanás cree en Dios, aunque lo odie y lo rechace. Pero hay hombres que se jactan de ser ateos, mientras to- do les va bien. En el peligro, son los primeros en invocarlo. Y si lo rechazan, lo hacen conociendo su existencia. En 1940 llegó a Macas un señor de apellido Samaniego. Por lo visto, tenía cultura. Nadie jamás pudo conocer sus ante- cedentes. Unos comentaban que podía ser un ex sacerdote. Otros, un refugiado o un perseguido de la justicia, o tal vez un aventurero. Desde su llegada se declaró abiertamente ateo, con- trario a todo lo trascendente, lo religioso y aún lo católico. Como era una persona mayor, de aspecto venerable, alto, grueso, de pelo canoso, poblada barba, con cierta facilidad de El portal de la amazonía / 159

palabra y que podía hacer proselitismo, el párroco, padre José Ferraris, puso en guardia a su grey católica. Su primer discurso en la plaza pública fue un fracaso, por- que terminó con una solemne rechifla. Pero, para asegurar su estadía y, según él, dar luces a un pueblo ignorante , compró un te- rreno en la orilla izquierda del río Upano, frente a la población de Macas. Buscó adictos con tenacidad. Entre los maquenses no con- siguió ni uno solo. En cambio, dos personas de la Sierra, que en- tonces fungían como autoridades y eran poco adictas a la Mi- sión, se unieron a Samaniego para fastidiar, sobre todo, a la ju- ventud. Al ver que ese hombre fastidiaba y que podía, efectiva- mente, sembrar la mala semilla entre sus compañeros, los jóve- nes de Acción Católica se propusieron realizar una arriesgada prueba con la complicidad del canoero del río Upano. El lecho de ese río -que corre frente a la Misión de los pa- dres salesianos- tiene 1.050 metros de playa. Cuando crece, se llena de orilla a orilla y se asemeja a un mar embravecido. En temporada seca, el agua corre en tres, cuatro y hasta cinco bra- zos. Unos pasan en canoa, otros a pie, con la ayuda del tambe- ro. Una vez por semana, el ateo pasaba el río para trabajar o, por lo menos, para vigilar su pequeña hacienda. Los jóvenes, como conocían tal costumbre, bajaban antici- padamente al Upano para estudiar el modo cómo podrían arro- jarlo al río y, mientras lo llevara la corriente, preguntarle si creía en Dios. Así que el caballero llegó y, con el pretexto del peligro, los complotados le colocaron un salvavidas. Cuatro de ellos nada- ron rápidamente hasta la otra orilla y estratégicamente se colo- caron a lo largo del río, listos para sacarlo en caso de que fuera a ahogarse. Todo estaba listo. El caonero invitó al pasajero a subir a la barca. Un remero ayudante se ofreció voluntariamente. El tam- bero agradeció, pero rehusó aceptar. El joven insistió y dijo que era amigo del caballero. Sin es- perar respuesta, soltó la cuerda y empujó la canoa al río. El bar- 160 / Miguel Ulloa Domínguez

co se fue, arrastrado por la corriente. Se puso en pose de gigan- te y dijo: — Señor Samaniego, dígame: ¿hay Dios? —preguntó—. ¿Cree usted en Dios? — No creo —respondió—. ¿Acaso soy un ignorante como tú? — Porque soy un ignorante, lo mando a los infiernos —di- jo, y volteó la canoa para que la corriente se llevara al ateo. Los cuatro jóvenes de la orilla se lanzaron al agua para sal- varlo. El primero gritó: — Señor Samaniego, ¿cree usted en Dios? — No creo, hijo —respondió asustado—. No creo, hijo. Sál- vame, por Dios. Otro lo interrogó: — Señor Samaniego, ¿cree usted en Dios? — Sí, muchacho, sí creo en Dios... Sálvame, que ya me aho- go. El tercero preguntó: — ¿Cree usted en la Virgen María? — También creo que ella es la Madre de Dios. Los cinco jóvenes lo sacaron. Estaba mojado como un ra- toncito. En la orilla dijeron: — Don Samaniego, no sea farsante. Cuántos dicen, como usted, Gracias a Dios, no creo en Dios. Pero creen como todo ser racional. Humillado, el pobre ateo regresó a Macas, vendió su finca a cualquier precio y se marchó con la música a otra parte.

35. Gemelos para bien y para mal

El padre José Corso, italiano de nacimiento, inspector pro- vincial de los salesianos del Ecuador era, desde 1938 hasta 1948, un santo, fiel copia de San Juan Bosco. Perteneció a la segunda generación de la congregación porque sus maestros fueron los salesianos educados y formados por el fundador. El portal de la amazonía / 161

Como Don Bosco, era un padre todo corazón. Todo el mundo quería confesarse con él. Vivía unido a Dios y amaba en- trañablemente a la Virgen y al santo fundador. Así como la Iglesia Católica, durante sus tres primeros si- glos, padeció persecuciones y catacumbas, la inspectoría sale- siana del Ecuador, durante los primeros 50 años de su labor pas- toral y promocional, también sufrió persecuciones y mil dificul- tades. Así como con el emperador Constantino la Iglesia surgió para ser luz del mundo, con el padre Corso, después de esos 50 años de ostracismo, los salesianos surgieron con enormes bríos para ofrecer a la juventud ecuatoriana una sólida educación cristiana. El señor Víctor Antonio Ulloa, padre de seis hijos, de los cuales uno era sacerdote y dos eran religiosos, casi toda la vida la ocupó en el servicio a los hermanos, o como jefe político o co- mo teniente político. Forjado en la escuela de su santa madre, practicaba la reli- gión católica con fe y convicción. Dios lo dotó de bellas cualida- des: un admirable espíritu de servicio desinteresado y una gran piedad eucarística y mariana. Ambas devociones las predicaba y las practicaba. Fue un gran catequista. El señor David López era un campesino alto, blanco, mus- culoso, con una sólida formación cristiana. Su rostro, sus ojos azules transparentaban un alma pura, llena del amor a Dios y a los hermanos. El padre Corso decía que, si el mundo era tan hermoso, no sólo lo era por sus bellezas naturales, sino también por hombres como David López, un extraordinario cristiano, lleno de virtu- des, digno de los altares. En busca de fortuna, con su esposa y seis hijos, se trasladó de Chordeleg a Lomo de Puerco, en el camino Gualaceo-Limón. Allí ejerció su comercio y su servicio con exquisita caridad. Su casa fue una verdadera iglesia doméstica, y se distinguió por su amor y su devoción a la Santísima Virgen María. Los padres salesianos, con motivo de los 50 años de la la- bor salesiana en el vicariato de Méndez, proyectaron organizar una gran exposición misionera en Quito, Guayaquil y Cuenca. 162 / Miguel Ulloa Domínguez

Con tal finalidad, el padre Corso pretendió viajar a Limón, Méndez, Sucúa y Macas. Durante los preparativos, llegó a salu- dar al señor Víctor Ulloa, también en camino hacia Méndez. Y sin más, ambos amigos acordaron viajar juntos. Madrugaron desde Gualaceo para llegar temprano y hos- pedarse en Lomo de Puerco. En el camino, como los dos acos- tumbraban, fueron rezando y hablando de cosas espirituales. Al llegar, don David López y toda su familia los recibieron con los brazos abiertos. En esta lejana cordillera andina se revivió la alegría de Be- tania. Así como Lázaro, Marta y María gozaron con la visita de Cristo, así don David y los suyos corrieron a abrazar al padre Corso y besar su mano, como lo hubieran hecho con el Mismo Cristo Jesús. En aquellos lejanos tiempos y en aquellos parajes no había hoteles ni las comodides de que gozamos hoy. Apenas había chozas y galpones de tablas. Por cama todavía teníamos el duro suelo o quizá un catre de tablas. Algunos ya gozaban de colcho- nes de pajas. Bueno, peor era nada. ¡Pero qué bellos tiempos! Los tres en un mismo cuarto. Don David le brindó su cama al sacerdote. Don Víctor, en un rincón sobre pajas. Don David, en otro ángulo, sobre un vie- jo colchón. Los tres rezaron las oraciones de la tarde y durmie- ron hasta las tres y media de la madrugada, y a las cuatro reza- ron y cantaron los 15 misterios del rosario en homenaje a la Vir- gen Asunta a los Cielos. Era el 15 de agosto, por lo que a las cinco y media tendrían también la misa que celebrada por el padre Corso. Al amanecer, aquella comunidad cristiana, enamorada de la Virgen, cantó las glorias de María. Repentinamente, por la ca- lle pasó un vecino poco cristiano y muy mal educado, quien gri- tó y blasfemó. — Santurrones, hijos de... El santo misionero reaccionó frente a la grey católica. — Hermanos -exclamó—, hoy como nunca juremos amor y fidelidad a Cristo el Redentor; amor y fidelidad a nuestra Ma- dre, la Virgen María. El portal de la amazonía / 163

Los tres amigos se tomaron de las manos. Corso, Ulloa y López las levantaron y juraron: — ¡Con Cristo y María hasta la muerte! — ¡Hasta la muerte! —repitieron todos. Creemos que lo cumplieron hasta la muerte, porque el pa- dre José Corso falleció santamente en Guayaquil el 4 de marzo de 1948, mientras invocaba, como última expresión de su vida, el dulcísimo nombre de María. Don David López dejó este mundo en 1949, asistido por dos sacerdotes, mientras a las cuatro de la madrugada se canta- ba el Rosario de la Aurora, en homenaje a la Madre de Dios. Don Víctor Ulloa se fue a la casa del Padre Dios el 11 de noviembre de 1956, cuando más de un centenar de hombres re- zaban el santo rosario como gratitud por haber sido catequiza- dos por él. Veamos el revés de la medalla. También tres amigos con iguales sentimientos. Hay testigos y, por respeto a los familiares, callamos sus nombres y apellidos, pero narramos los hechos con nombres su- puestos. Gilberto N., hijo único de madre soltera, desde pequeño fue rebelde y poco religioso. Su madre consiguió ponerle el es- capulario de la Virgen del Carmen. Esa era la costumbre de su familia. El hombre lo llevaba más como un talismán de suerte que con devoción cristiana. Ramón el protestante, aunque bautizado en la religión ca- tólica, jamás la practicó. Se hizo Testigo de Jehová más para jus- tificar sus desórdenes que por convicción. Le enseñaron un odio terrible a la Virgen María. Teófilo, a su vez, bebió el odio religioso en la escuela de sus progenitores. Con frecuencia los tres amigos se reunían en las cantinas de Limón y de Méndez. Desde luego, sus conversaciones eran poco santas y en todas partes exteriorizaban su odio a Dios, a la Virgen y a los ministros de la Iglesia Católica. Cansado del contrabando de alcohol, mal visto, persegui- do por las autoridades, Gilberto se refugió en Méndez. Abrió una cantina y todo le fue mal, por lo que, en un momento de lo- 164 / Miguel Ulloa Domínguez

cura, buscó el suicidio. Se fue al río Namangoza y varias veces pretendió ahogarse. Dos señoras que lavaban la ropa intentaron disuadirlo de tan descabellado propósito, pero no lo consiguie- ron. Esa última vez, se despojó de su vestimenta y, al darse cuenta de que tenía el escapulario de la Virgen del Carmen, lo arrancó de su cuello con diabólica fuerza, lo lanzó a la playa y exclamó: — Esto es lo que me impide irme a los infiernos. Después se arrojó a la corriente y su cuerpo desapareció, como un leño podrido, entre las turbulentas aguas del Paute. El celoso párroco de Limón, con la ayuda del pueblo, cons- truyó una capilla en el Anejo El Rosario. Puso en el templo tres imágenes: la Virgen del Rosario (la patrona), el Sagrado Corazón y San Miguel Arcángel. Hasta cuando llegó el emisario de Satanás, el pueblo se mantuvo sencillo, piadoso, cordial. Pero desde que vino Teófilo el ateo, en menos de dos años todo cambió. La irreligiosidad fue tan notiria que, en carnaval, abrieron las puertas de la iglesia y la hicieron sala de baile y de borrache- ras. Con cinismo, mientras proferían blasfemias, arrojaron agua sucia y polvos de carnaval a las imágenes sagradas. Con justa razón hubo protestas de la Autoridad Eclesiásti- ca y del pueblo católico. Dios no quiere la muerte del pecador, dicen las escrituras, sino que se convierta y viva. Pero tampoco deja sin castigo tem- poral al que obra mal. Aquel mismo año, el Oriente sufrió un tremendo invierno. Las aguas aflojaron la montaña de El Rosario. Un aciago día, la peña se vino sobre la población, enterró las casas y las calles y, como recuerdo del sacrilegio, quedó en pie la iglesita profanada. No hubo una sola víctima humana, pero los habitantes del cantón Limón-Indanza los rechazaron en el suelo, por lo que, humillados, tuvieron que amigrar a la Sierra. Cuando sucedieron las apariciones de la Virgen María en El Cajas, Ramón, el protestante, protestó como nunca y ofendió a los creyentes católicos. Con sus correligionarios estaba en su El portal de la amazonía / 165

papayal. Ante los católicos, se cuidaba de las reacciones. Con to- do, de vez en cuando exteriorizaba su fobia contra lo sagrado. En una borrachera con sus nuevos amigos, ese hombre maduro en años y anciano en vicios se atrevió a decir: — Yo acabaré de un tajo con el fanatismo de El Cajas, ig- norantes. No existe esa tal Virgen. Son alucinaciones de enfer- mos. En su interior tramaba algo diabólico. El pueblo, amante de la Madre de Dios, mandó a tallar una bella imagen de María, según la descripción de la vidente. El sa- cerdote la bendijo, la colocaron con devoción en aquel solitario sitio de El Cajas y el pueblo acudía con más fe. Pero este ser humano, inspirado por Satanás, como Judas, buscaba el momento para, de un tajo, cortar la cabeza de la ima- gen de la Virgen. Era una escultura, tallada con materiales de este mundo, pero espiritualmente representaba a la madre del Redentor de los hombres. La rabia satánica del hombre no consistía en ofender la materia humana. Quería deshonrar a la Virgen Purísima y hacer vibrar los sentimientos íntimos de los fieles católicos. Después del sacrílego hecho, Ramón huyó al Oriente y se refugió en la casa de un pariente, no muy distante de la pobla- ción de Méndez. Cuando todo parecía olvidado, quiso visitar la ciudad y li- bar con sus antiguos amigos. El tío le prestó un potro muy poco amansado. Al llegar al puente Bellaunión, donde se juntan los ríos Paute y Negro, el caballo no quiso pasar. En la vida de los hombres muchas veces contemplamos escenas terroríficas, como la que vamos a narrar. Altanero, prepotente, nervioso, montado en un potro tam- bién caprichoso, orgulloso, desenfrenado, estaba sobre un abis- mo peligroso. El animal se encabritó y relinchó. El hombre se disgustó y blasfemó. En un receso, Ramón desmontó para castigar al semovien- te. en ese mismo instante se oyó el rugido de un motor y el pito de un ómnibus. 166 / Miguel Ulloa Domínguez

De repente el animal se transformo en una fiera y el hom- bre en un energúmeno. El racional provocó al irracional con la- tigazos y palabras no santas. El potro levantó sus patas traseras y, con un certero golpe en el pecho, lanzó al infeliz Ramón por los aires, por encima del pasamano y cayó en el abismo de 20 metros de profundidad, sobre las filudas piedras del río. Mientras el potro, como un enemigo vengador, levantó la cola y la orgullosa cabeza y se fue galopando hasta la otra orilla, los pasajeros del ómnibus descendieron y contemplaron la cabe- za de Ramón, que flotaba bajo el puente, y vieron el cuerpo del hombre, arrastrado por la corriente del caudaloso río Paute. Amigo lector, haz el comentario que quieras. Pero en esta misma vida se paga la irreligiosidad y las ofensas a Dios, a la Virgen y a los hermanos.

36. La Ermita de Juan de la Cruz

Pese a sus defectos, nuestros antepasados castellanos te- nían una fe inquebrantable en Dios, uno y trino, en Jesucristo, la Segunda Persona, hecho hombre por nosotros, y un acendrado amor a la Santísima Virgen María. Al sitio que llegaban, solos o por medio de los sacerdotes y religiosos, construían templos para las liturgias religiosas, y colocaban, junto al Santísimo, imágenes de la Virgen y de los Santos de su devoción. Ese amor a la Madre de Dios fue un grandioso medio de evangelización para los indígenas americanos y de conservación de la fe católica de los conquistadores. Como hemos visto antes, atraídos por el dorado metal, los españoles fundaron Sevilla del Oro, 40 kilómetros al sur del vol- cán Sangay, en la orilla izquierda del río Upano. De inmediato pensaron en el templo y en el sacerdote párroco. Para la extracción del oro y para la fundación de la villa se- villana, vinieron centenares de indígenas de la provincia de Chimborazo. Después, según aseguran los historiadores, llega- ron de España numerosas familias. El portal de la amazonía / 167

Entre los aventureros chapetones -así llamaban a los caste- llanos- estaba Pedro de Almenara, quien trajo una hermosa ima- gen de la Virgen, recuerdo de su madre. La vida en la selva era sana y tranquila. Los sábados, a la- var la ropa y bañarse en el Upano. Los domingos, a la misa y a cantar con la guitarra algunas canciones de su tierra. Aun sentía nostalgia. De noche, alumbrados con mecheros de copal. rezaban el rosario, como buenos castellanos, delante de la imagen de la pu- ra y limpia Concepción, y después iban a dormir en los brazos de Morfeo. Por esa época llegó también un exsoldado y aventurero de nombre Juan Gavilanes. Vino como ermitaño para hacer peni- tencia por sus pecados. Se cambió de apellido y quiso que lo lla- maran Juan de la Cruz. Fue bienvenido. Va a colaborar con el párroco, reverendo Gonzalo Hernández, en la pastoral shuar. Para que no viviera solitario, los vecinos le aconsejaron que construyera una ermita un poco fuera de la ciudad. Le die- ron una mano y el adoratorio quedó bellísimo. Como inauguración, Juan de la Cruz se propuso celebrar, el 20 de noviembre de 1592, una linda fiesta en homenaje a la Madre de Dios. Fue a buscar una imagen, que encontró en la ca- sa de Pedro de Almenara, pero como la imagen era de papel, poco a poco se envejeció, ya estaba rota y ennegrecida por el humo, que ape- nas se dejaba percibir los rostros del dibujo . Pero no importaba; el amor valía más. Mientras Juan de la Cruz fue a embellecer su ermita con ramos y flores del campo, doña Inés Toscano, viuda de Calvo, fue a limpiar la imagen y adornarla con papeles y telas, de mo- do que pudiera ser colgada decentemente en un altarcito. Todo estaba listo. Comenzó la función religiosa de víspe- ras, presidida por el párroco Hernández. Estaban presentes el capitán Alonso Albornoz, justicia mayor de la ciudad, y al me- nos mil personas de la colonia. De repente, el niño Tomás Calvo Toscano, de 12 años de edad, dijo a su madre, doña Inés: 168 / Miguel Ulloa Domínguez

— Madre, mire vuestra merced cómo arden los castillos al- rededor de la Virgen. Ella quiso hacerlo callar, pero Juanito, su hijo menor, dijo: — Señora mamá, mire aquellos lindos colores de la Virgen. Cuán linda y resplandeciente se ha vuelto. La señora se emocionó y de corazón pidió a Dios poder contemplar igualmente lo que sus hijos decían. Pero ya había voces de Juan de la Cruz, del párroco, de Albornoz y de cente- nares de fieles, que repetían que era un milagro. Todos contem- plaron la bellísima imagen de la Virgen Inmaculada, retocada y embellecida por el poder de Dios. El Ilustrísimo señor Obispo de Quito, para garantizar la devoción de los fieles, mandó a levantar información canónica con juramento de los testigos. Cuando los shuar, enfurecidos, pretendieron incendiar Se- villa del Oro, Juan de la Cruz, en 1599, llevó la imagen al monas- terio de la Inmaculada Concepción de Riobamba. Los sevillanos abandonaron la ciudad y pasaron a la orilla derecha del río Upano. Fundaron la ciudad de Macas y durante siglos veneraron a la Virgen María como Madre de Dios y Ma- dre y protectora de ellos. Cuando los padres salesianos se instalaron en Macas, el se- ñor Obispo, Monseñor Domingo Comín, reclamó la imagen a las madres conceptas. Las religiosas no tuvieron dificultad y solem- nemente se la llevaron a la catedral para continuar celebrando la tradiciional fiesta jurada de la Purísima Concepción. Catorce años después de que la Misión fuera instalada y de que el santuario de la Purísima fuera reconstruido totalmen- te, Dios quiso probar la fe de los misioneros. No sabemos cómo, pero lo cierto es que, una tarde de agosto, se produjo un terrible incendio que redujo a cenizas el trabajo material de tantos años. La imagen no se quemó, porque el padre Natale Lova valientemente la sacó de entre las llamas. Después del incendio del templo, los salesianos y los ma- quenses se propusieron levantar una mejor casa-santuario a la Purísima. Más tarde, con la presencia del Nuncio Apostólico y de todos los obispos del Ecuador, la Purísima de Macas fue so- lemnemente proclamada Patrona del Oriente ecuatoriano. El portal de la amazonía / 169

Muchísimos sacerdotes salesianos se han empeñado en descubrir el lugar de la ermita y del milagro, pero no lo han con- seguido. El último en buscarlo y construir una réplica fue el pa- dre Luis Carollo. Lleno de fe y entusiasmo, el 30 de enero de 1989 fue con los obreros para iniciar el trabajo, pero unos metros antes de lle- gar al lugar se enredó en un bejuco y cayó de bruces en las pie- dras a pocos pasos del caudaloso río Upano. Horas después, fue a celebrar en el cielo la fiesta de San Juan Bosco, el 31 de enero.

37. Los higos comienzan a madurar con la protección de la Virgen

El Obispo, Monseñor Domingo Comín, fue en 1922 a Ro- ma, y al presentarse ante el Santo Padre, le dijo: — Santidad, desde 1894 hasta ahora, en el vicariato apos- tólico de Méndez estamos regando un palo seco, porque vemos difícil la conversión de los shuar. El Papa le contestó: — Siga regando, que pronto florecerá si atienden a los ni- ños con el amor, la razón y la religión y, sobre todo, con la devo- ción a la Eucaristía y a la Virgen Santísima. Parece que en 1932 llegó la hora de Dios. entonces los sa- lesianos contaban con cuatro sedes misioneras: Gualaquiza, In- danza, Méndez y Macas. Para obtener familias cristianas y conservarlas como tales, los misioneros tuvieron que abrir internados. El concurso de las hermanas Hijas de María Auxiliadora fue fundamental, porque ellas atendieron a las mujeres, niñas y jóvenes, y los padres sa- lesianos a los varones. Asimismo, se empeñaron en adquirir, con documentos gu- bernamentales, grandes lotes de terreno, a los que llamaron re- servas, para organizar pueblos shuar cristianizados y promovi- dos. Con dos ejemplos veamos los inescrutables designios de Dios y la intervención maternal de María. 170 / Miguel Ulloa Domínguez

El internado de Méndez, que venía funcionando desde muchos años antes, rindió sus primeros frutos. En la Pascua de 1932 la Misión se vistió de fiesta por la ce- lebración del primer matrimonio cristiano entre Juan Antonio Kújup y María Cristina Chinkiamai, dos shuar cristianizados y promovidos desde pequeños por los misioneros. Kújup era el hijo primogénito de Andicha, el gran cacique de Yurupaza, y Chinkiamai, también primogénita de Tukupi, otro pequeño jefe shuar de Chinimbí. Ambos vinieron pequeños a la Misión de Cuchanza. El varón se educó donde los padres y la chica, con las madres salesianas. Con vista al frente y proyección de futuro, los misioneros compraron a los shuar un terreno en Chinimbí. Por ahora, para tener un centro logístico de desplazamiento entre Méndez y Su- cúa, y de atención evangelizadora a las tribus shuar del Yurupa- za, de Chinimbí, Tutanangoza, Logroño y los Chiwiaz que vi- vían en la orilla izquierda del Upano. Miraron al futuro y cons- truyeron en ese lugar -la Reserva- la nueva población cristiana shuar con los matrimonios celebrados en la Misión. Desde esa sede, el padre Juan Ghinassi pudo visitar y evangelizar a los jíbaros desplazados en toda la región, inclui- dos los chiwiaz, regados en las faldas del Cutucú, en la orilla iz- quierda del río Upano. Cuando visitaba esa tribu, el sacerdote solía hospedarse en la casa de Anduash, un joven jibarito casado con dos mujeres, de buena índole y muy servicial, al que el padre llamaba “mi sacris- tán”. Pero todavía nos encontramos en los difíciles comienzos de la evangelización y la transformación de los shuar. Durante generaciones enteras, los shuar del Yurupaza y los jíbaros del Chiwiaz se odian a muerte. De cuando en cuan- do, unos y otros realizan sus excursiones vengativas. A principios de 1932, los yurupazas, unidos a sus parien- tes en Chinimbí, pasaron el río Upano y, sorpresivamente, mata- ron algunas familias de los chiwiaz. Esa acción criminal la enca- bezó Andicha, el padre de Juan Antonio Kújup. Por otra parte, Anduash del Chiwiaz, una de sus mujeres, y una hermanita pequeña pudieron salvarse de la matanza. Hu- El portal de la amazonía / 171

yeron a Méndez y se refugiaron en la Misión. El padre Ghinas- si, para evitar sospechas, las instaló en una casa abandonada del Camanshaimi. Volvamos al primer matrimonio cristiano. Por disposición del señor Obispo, el padre Juan Ghinassi llevó la pareja a Chinimbí. Con ella se iniciaría la futura ciudad shuar cristiana. Escogieron el lote de terreno y comenzaron a construir la vivienda. Todo parecía caminar sobre ruedas. El 15 de agosto, fiesta de la Asunción de María a los cielos, el padre Juan celebró, muy de mañana, la santa misa, y Kújup y su querida esposa comulgaron con mucha devoción. Cuando terminó la liturgia, Chinkiamai entonó con su lin- da voz el canto Al cielo, al cielo quiero volar, para con la Virgen Ma- ría gozar... Todos salieron conmovidos. Antes del almuerzo, la pareja salió a recorrer su terrenito y sembrar unas rosas frente a su futura casa. Cantaron y rieron como dos pajaritos enamorados. El marido le dijo a su mujer: — Oye, María, vete a traer agua para regar las rosas. La muchacha cogió el recipiente y voló al arroyo cercano. Sin duda, los criminales chiwiaz desde hacía rato estaban al acecho para eliminar al hijo primogénito de Andicha. De re- pente se escucharon dos tiros de escopeta y el grito ¡Muera el enemigo!, y el joven cristiano shuar cayó herido de muerte. María, el padre Ghinassi, los carpinteros y yo -que me en- contraba en Chinimbí- corrimos hacia la víctima. Lo encontra- mos agonizando. Repetía: — Al cielo, al cielo con María a gozar. Con este hecho de sangre se esfumó la ciudad cristiana shuar. He aquí el otro episodio. Anduash, por su parte, se sentía más tranquilo en su nue- va residencia. Lo acompañaban su mujer, Kajena, un hijito de dos meses de edad y una hermana de ocho años, quien logró, igualmente, salvarse de la tragedia del Chiwiaz. Varias veces subió el padre Juan a la jibaría para catequi- zarles. Cuando en una ocasión, les dejó una bella imagen de la Virgen Auxiliadora, les dijo: — Consérvenla como la Señora protectora de la familia. 172 / Miguel Ulloa Domínguez

Al shuar le gustó esa expresión. Construyó un altarcito y allí colocó la imagen de la Madre de Dios. Un jueves, pretendió bajar a la población de Méndez para comprar algunas chucherías. Por eso se paró ante el espejo y se arregló como un caballero. Su mujer dejó a su pequeño hijo en la cocina, lo acostó desnudo sobre una estera y fue a traer agua del arroyo. Su hermana estaba en la quebrada lavando la ropa. Silenciosamente llegaron a la jibaría tres hambrientos feli- nos. Como buen estratega, el macho se colocó de centinela o de “campana”, como dicen los maleantes guayaquileños. La hem- bra madre penetró con su cachorro en la cocina. El tigrillo corrió a engullir el masato o chicha jíbara. La tigra miró al niño, meneó la cabeza con satisfacción al contemplar aquella linda presa y, sin más, metió sus fauces en el pie izquierdo y lo arrastró para llevárselo a la selva. Mientras salía, llegó la mujer. Lanzó un grito y corrió a romper el cántaro de agua en la cabeza de la fiera, que se asus- tó, soltó la presa y huyó al bosque. Por la bulla, el cachorro salió disparado, con la trompa embadurnada de masato. A su vez, el jíbaro cogió su lanza y fue a ver lo que pasaba. Al salir, se encontró frente a frente con el tigre. Eran dos reyes de la selva. Se citaron a un gran combate. El hombre amenazó a la fiera con la lanza. Ella mostró sus afila- dos dientes y sus tremendas garras. Nadie cedía. Pasaron algunos minutos. El hombre temía por su mujer y por su hijo. Titubeó y fue el primero en atacar. El animal hizo el “quite” y el arma del shuar se clavó en la pared. En ese instan- te, la fiera se lanzó sobre el hombre, en busca, instintivamente, de la yugular, el cuello de su víctima para desangrarla y parali- zar a la presa. El shuar conocía esa estrategia, por lo que mostró su ros- tro. El felino abrió el hocico y clavó sus dientes en la mandíbula inferior y, al abrazar al hombre, desgarró las espaldas del shuar. Por su parte, el hombre buscó la garganta del animal para ahogarlo, pero no pudo, porque las patas del tigre se lo impidie- ron. Hubo tensión y lucha... En aquel terrible instante, Anduash invocó a la Virgen con todo su corazón. El portal de la amazonía / 173

— Señora, protégeme —dijo. La fiera miró hacia arriba, abrió sus ojazos, soltó la presa y, de un salto, abandonó el campo de batalla y se perdió entre los árboles del bosque. La valiente mujer llevó al herido a su aposento y lavó sus heridas con aceite. Pero al verlo tan destrozado, llamó a la niña, puso al pequeñín en sus brazos, cargó a su marido en las espal- das y ambos marcharon de prisa a la Misión. Apenas llegaron, el Superior, padre Conrado Dardé, y la Superiora, Sor Consuelo Iglesias, los atendieron con rapidez y con cariño en la enfermería. Durante su convalescencia, el shuar comentó lo sucedido y expresó su gratitud a la Señora que el padre Juan le había de- jado en su casa. Un jíbaro curioso le preguntó: — ¿Qué le dijiste a la Virgen María? — Le dije: “Señora, protégeme” —contestó el shuar. Anduash y su mujer, con toda su voluntad, se instruyeron en la doctrina de Cristo. Se bautizaron. Recibieron su primera comunión y la bandición matrimonial. Bautizaron también a su hijo con el nombre de Juan. La niña quedó en el internado de las madres y ellos, alegres y contentos, se fueron a vivir en Indan- za.

38. El pecador Sharupi voló al cielo

Los padres salesianos fundaron la Misión de Gualaquiza en octubre de 1894. Su primer Superior fue el padre Francisco Mattana. Llevado por su celo apostólico, el siguiente año el padre Francisco fue a visitar las jibarías de los valles formados por los ríos Calagrás, Indanza y Yunganza. Al llegar cerca de la casa del shuar Sharupi, en el Yungan- za, tuvo noticias de que este jíbaro, joven todavía pero líder y sanguinario, recién había tenido guerra y matanzas con sus ene- migos del Zamora-Unión, por lo que pensó no hospedarse en su 174 / Miguel Ulloa Domínguez

casa. Y pensó: Todavía estará respirando venganza, terror y san- gre. Así que se quedó en la orilla izquierda del río. Para celebrar la misa mandó a preparar un altar bajo un frondoso árbol pitiuca. Mientras preparaban la mesa con arbus- tos del lugar, con una navaja trazó en un árbol una cruz y, en el medio, colocó una medalla de María Auxiliadora, según la cos- tumbre de entonces. Lo acompañaban dos jóvenes shuar y dos peones blancos. Durante el sacrificio eucarístico, leyó el Evangelio del Sembra- dor. — Con esta cruz y esta imagen de María quiero sembrar en esta región la semilla de la fe en Cristo Jesús y promover el amor y la devoción a María —dijo. Sharupi estaba asistiendo a la misa con sus dos mujeres. Cuando concluyó la ceremonia, se acercó al padre y le reclamó que por qué no se había dignado llegar a su jibaría. — A mí me gusta que los sacerdotes de Dios vengan a mi casa —dijo. El padre Francisco respondió: — Mi querido Sharupi, tuve recelo porque tú acabas de matar a tus hermanos shuar del Zamora, y eso no le gusta a mi Dios. — No, padre —contestó el jíbaro—. Yo vengar las ofensas recibidas. Hasta Dios castiga a los culpables. El sacerdote calló, pero pensó: Todavía no ha llegado a él la Ley de Cristo de perdonar a sus enemigos. Todavía sigue con el ojo por ojo y diente por diente. Cuando en 1950 abrimos una calle frente a la población de Limón, encontramos enterrado el tronco de pituica y distingui- mos la cruz, sin la medalla. La semilla había fructificado con cre- ces, porque enfrente se yergue una hermosa iglesia en homena- je a la Santísima Virgen de Guadalupe. Luego veremos la con- versión del shuar. Pasaron los años y el jíbaro combatió en otras guerras y ad- quirió seis mujeres más. En 1913, el señor Eliseo Arévalo com- pró al shuar un lote de terreno en la orilla derecha. Allí estable- ció su entable. Enseguida vinieron otros colonos de Gualaceo, entre ellos los señores Galarza y Orellana. El portal de la amazonía / 175

Desde Indanza, en 1921, fue a visitarlos el padre Juan Bo- nicatti. La colonia gualacense creció, hasta que en enero de 1936 el padre Tomás Plá dejó la Misión de Indanza y se trasladó a Li- món para establecer allí un nuevo centro de evangelización. Cuando en 1945 el padre Juan Schmid estaba de Superior, el padre Mario Della Zanna, con el joven estudiante al sacerdo- cio, Juis Carollo, fueron a visitar al viejo Sharupi, que tenía su residencia en el Cruzado. El shuar se alegró muchísimo por esa deferencia. A la ida tuvieron un guía; al regreso, no. Pobres misione- ros: se perdieron en la selva durante tres días. Las mujeres del shuar los encontraron muy lejos de Limón y sumamente desfa- llecidos. Eso causó honda impresión en Sharupi, por lo que admi- tió instruirse en la religión cristiana y permitió que sus viejas mujeres fueran bautizadas para que vayan al cielo, como decía el shuar. Diez años después, Luis Carollo era sacerdote y Superior de la Misión de Limón. Al conocer que estaba enfermo su ami- go, el Sharupi, de 95 años de edad, fue a visitarlo. Le propuso el bautismo y el shuar aceptó con gusto. Entonces Carollo se tomó la molestia de trasladarse todos los días a pie -cinco kilómetros- para completar la instrucción religiosa. Pero el shuar todavía tenía consigo cuatro mujeres, lo que se arregló de esta forma: — Escoja una mujer para que ambos se bauticen y se casen por la Iglesia —dijo el padre—. Las otras, que se retiren a vivir en otra casa y que no exista consorcio con ellas. Y los hijos y nie- tos, niños y solteros, que pasen al internado de los padres o de las madres Hijas de María Auxiliadora. Todo se llevó a cabo en santa armonía. El shuar y las mu- jeres fueron bautizados con conmovedora devoción. Fueron pa- drinos un sacerdote y una religiosa de la Misión, el jefe político y una gran bienhechora de Sharupi, doña Rosana Ulloa, quien durante más de 30 años fue enfermera de toda la familia de Sha- rupi. 176 / Miguel Ulloa Domínguez

A los pocos meses de bautizado, voló al cielo este nuevo Dimas, por su arrepentimiento, por sus buenas obras y, sobre to- do, por la sangre redentora de Cristo.

39. Un coronel frente a San Pedro

En la penúltima década del siglo pasado (1880-1890), cuando los beneméritos padres dominicos atendían espiritual- mente a los fieles de la ciudad de Macas, la iglesia y el conven- to fueron totalmente destruidos por las llamas. Los religiosos abandonaron aquel lugar y los maquenses quedaron sin asisten- cia sacerdotal continuada hasta la llegada de los padres salesia- nos, en 1924. De ven en cuando llegaba un párroco enviado por el señor Obispo de Riobamba para celebrar misa, confirmar y dejar el Santísimo Sacramento para la primera comunión cada año. A veces, las ostias consagradas fueron enviadas por co- rreo. El mismo prelado riobambeño, al considerar la situación, con permiso de la Santa Sede encargó a un seglar la administra- ción del bautismo, la bendición eclesiástica del matrimonio y la distribución de la eucaristía. La educación de la niñez estaba a cargo de un director-profesor, enviado por la Dirección de Estu- dios de Chimborazo. En 1901 llegó a Macas una profesora graduada, la señorita Mercedes Navarrete. Dios envió a esta líder para sostener la fe y la cultura de este querido pueblo católico. Sus distinguidos y acomodados padres riobambeños, al conocer las dotes de ingenio de su hija, le dieron la oportunidad de aprender y especializarse en literatura y poesía, en ballet, piano, guitarra, violín y pintura. Con su linda voz deleitaba a la muchedumbre. Era alta, blanca, buenamoza, conversadora y atractiva. Cautivaba con facilidad a los jóvenes, pero nunca se dejó atra- par por ellos. Se conservó virgen, según ella misma nos dijo, porque desde pequeña se había consagrado a la Virgen Inmacu- lada. El portal de la amazonía / 177

Por su arrolladora personalidad, fácilmente desplazó al director de la escuela, y ella lideró a toda la población. Cogió en sus manos a la juventud. Con las chicas, organizó la Asociación de Hijas de María. Con los jóvenes, fundó el club de la Acción Católica. A todos los mayores los metió en la Asociación de San José, y a las señoras, en la Corte del Perpetuo Socorro. Ella dirigía todas las prácticas religiosas, incluso las fiestas juradas, y preparaba las primeras comuniones, las confirmacio- nes y los matrimonios. Y, como si fuera poco, con el aplauso de todos encabezaba y dirigía las fiestas cívico-sociales con gimna- sia, cantos y poesías inventadas por ella. Como la población estaba en medio de la selva y para lle- gar a allá se debía caminar por lo menos ocho días, las visitas de las autoridades no eran frecuentes. En 1920 llegó a Macas un señor coronel X. Se hospedó en la casa parroquial, junto a la iglesia. Era el primer sábado de ma- yo y dormía tranquilamente. La señorita Navarrete convocó a todo el pueblo para cele- brar solemnemente aquel sábado, y comenzó por el Rosario de la Aurora, a las cuatro de la mañana. Para que todo estuviera en orden, dispuso que el sacristán, un veterano alto, con una poblada barba, precediera la proce- sión con la cruz en alto, vestido, como el sacerdote, con alba y roquete blancos. A continuación deberían seguir los niños con sus uniformes y farolitos en las manos. Luego irían los hombres con sendas antorchas de copal. Detrás, las mujeres con velas de laurel y, al final, las Hijas de María, vestidas de blanco con la cinta azul, quienes llevarían en hombros la imagen de la Virgen Inmaculada. Mientras la procesión se desarrollaba con bellísimos y ar- moniosos cantos de voces , el coronel, medio dormi- do, se asomó a la ventana. Contempló aquel maravilloso cua- dro. Vio el mar de luces y sintió como si aquellas bellísimas don- cellas, vestidas de largas y blancas túnicas, con guirnaldas en sus sienes, quisieran atraparlo. A él, el coronel X que un día, también vestidito de blanco y junto al santo hermano Miguel, se acercaba a recibir la primera comunión. 178 / Miguel Ulloa Domínguez

No pudo más. Se sintió tan emocionado que regresó a su cama, se arrodilló y prorrumpió en llanto. Alguien lo oyó y corrió adonde estaba la profesora y le di- jo: — Señorita Mercedes, el coronel se muere. Ella llamó al sacristán enseguida y así vestidos se presen- taron ante el militar, junto con algunas chicas curiosas. El coronel aún estaba arrodillado, con el rostro entre las manos. Pero al oír pasos se volvió, y se perturbó mucho más cuando en la penumbra vio la figura del sacristán, vestido como San Pedro, rodeado de ángeles blancos. Creyó estar en otro mundo, frente al juicio divino, por lo que juntó sus manos y dijo: — San Pedrito, espere, espere... Yo..., yo me arrepiento. Rápidamente, antes que los demás soltaran carcajadas, la señorita lo tocó en los hombros y dijo: — Coronel, ¿se siente mal? El hombre se puso de pie, volvió en sí y, como buen mili- tar, se cuadró y dijo: — Caballeros, estoy bien. Vayan tranquilos. Durante el desayuno, el coronel contó su historia a la seño- rita Navarrete. — Mi familia es muy católica —explicó—. Estuve en la es- cuela de los hermanos cristianos. Mi profesor fue el hermano Miguel. En San Blas hice mi primera comunión. Entré al cuartel. Obligado a ascender a oficial, tuve que ingresar a la masonería, a la que he detestado toda mi vida. Al ver tan maravillosa pro- cesión y oír esos cantos divinos, me emocioné, lloré y me pertur- bé. Perdone, señorita Mercedes. Quisiera hacer algo por esta fe cristiana que todavía late dentro de mí. La buena profesora le pidió una estatua del Corazón de Je- sús para la iglesia de Macas. El militar dijo: — Encantado, se la enviaré desde Quito aunque me cues- te el puesto que ocupo en el Ministerio de Defensa. El señor coronel cumplió su promesa. La estatua del Divi- no Corazón está en el templo de la Purísima. En 1932 fui huésped de la señorita Navarrete. Ella nos con- tó lo de la estatua. En 1942, en Macas, conocí y aprecié las virtu- El portal de la amazonía / 179

des de esta gran mujer, porque yo dirigí las asociaciones religio- sas fundadas por ella. 40. La santidad florece donde hay fraterna unión, trabajo y oración

Es muy cierto que tanto en las familias cristianas como en las comunidades religiosas y aún en los institutos católicos, la santidad florece cuando hay fraterna unión, trabajo sincroniza- do y asidua oración. Los modelos los encontramos en el Hogar de Nazaret, en la Primera Comunidad Cristiana y aún en el Oratorio de Turín, con Don Bosco como padre y guía de una enorme muchachada de chicos de la calle. Fraterna unión de una familia o de una institución organi- zadas con el vínculo del amor, del mutuo respeto, del diálogo y de la alegría. — El amor produce milagros —contestó Don Bosco al mi- nistro Rattazzi cuando éste le preguntó cómo hacía para tener orden, disciplina, trabajo y obediencia con 200 muchachos de la calle. El trabajo produce bienestar material y moral. Si por una parte aleja a la persona del ocio y de las tentaciones, por otra la llena de alegría al saber que come el pan con el sudor de su fren- te. Para llegar a la santidad es indispensable la oración. Cris- to dijo: Sin mí, nada podéis hacer . En su misión apostólica, esto es lo que buscaban para rea- lizar los primeros Hijos de Don Bosco en nuestra patria. Por otra parte, al predicar San Pablo el Evangelio con la palabra, no se olvidaba del ejemplo, por lo que decía: Sed imita- dores de mí, como yo lo soy de Cristo . También San Juan Bosco repetía a sus hijos: Sed modelos, verdaderos dechados de caridad, de paciencia, de comprensión, de ale- gría y de oración .(P. Fierro) Durante los primeros 20 años del apostolado salesiano en- contramos en Macas un nuevo Baldocco. Ante todo, guiados 180 / Miguel Ulloa Domínguez

por el Espíritu Santo y movidos por un ardiente celo apostólico, se encontraban al frente de la Misión santos y heroicos Hijos de Don Bosco, como los padres Salvador Duroni, Vicente Prieto, Angel Rouby, Juan Ghinassi, Juan Vigna, Carlos Simonetti, la sierva de Dios Sor María Troncatti, Sor Carlota Nieto, Sor Do- minga Barale, Sor Anita Simeoni, Sor Juanita Belló, Sor Victoria López y otros y otras que han dejado huella indelebles. Por aquellos años, como capital de la provincia oriental Morona Santiago-Chinchipe, Macas apenas contaba con 800 ha- bitantes, el 99% blancos, descendientes de españoles, alfabetiza- dos sólo con la primaria. Todos eran católicos con maravillosas tradiciones marianas. Los religiosos fácilmente lograron formar una gran comu- nidad cristiana donde sí pudo florecer la santidad, tanto entre los blancos maquenses como entre los shuar evangelizandos. Veamos la fuerza del Espíritu Santo entre los shuar. Tunduam y su mujer Yapiza vivían en Río Blanco, a unos 10 kilómetros de Macas. Con frecuencia asistían a la catequesis dominical del padre Angel Rouby. En una ocasión, el sacerdote repartió estampas de María Auxiliadora y les insinuaba que ca- da mañana rezaran el Ave María. Al chiquitín Nantip, de apenas siete años de edad, le dio una imagen de Domingo Savio y le di- jo: — Imita a este niño santo. El pequeño miró la carita de Domingo y corrió donde su mamá y le preguntó qué quería decir santo. Como toda buena madre, la señora respondió: — Santo quiere decir ser obediente, tratar bien a tus her- manitas y rezar a la Virgen. — Entonces yo quiero ser santo. Voy a pedir al padre An- gel que me bautice para ser santo. El domingo siguiente, Yapiza le dijo al misionero: — Padre, mi hijo Nantip quiere ser santo; quiere imitar a Domingo Savio. Todos los días ha rezado a la Virgen. Como sabía que Dios tiene sus elegidos, el sacerdote tomó en serio las palabras del niño y llamó a Nantip para que apoya- ra su propósito. Como Don Bosco a Domingo Savio, le abrió las puertas del internado para seguir el impulso de la gracia. El portal de la amazonía / 181

Los antecedentes de una persona son carta de recomenda- ción para su futuro. Tunduam y Yapiza estaban unidos a la cos- tumbre jíbara. Tenían tres hijos: Nantip y dos niñas pequeñas. Los abuelitos, por parte de papá, eran dos viejecitos que vivían en Arapicos. Jamás se habían metido en guerras. Habían prefe- rido vivir a la sombra de los blancos de Macas y trabajar para ellos. — Son buena tela para hacerlos cristianos —dijo el padre misionero. El niño ingresó en el internado y comenzó su preparación para el bautismo. Entonces los pocos internados de la Misión asistían a las clases de la escuela Eudófilo Alvarez de los blancos. Nantip, co- mo shuar, se distinguió por su buena conducta y su aplicación al estudio. Aunque no estaba bautizado ni constaba en el regis- tro civil, él mismo quiso llamarse Domingo Nantip. El profesor Tomás Galeas le enseñó a declamar poesías. Más tarde fue miembro de la compañía dramática de Macas. Además de las clases de religión de la escuela, los internos tenían clases de evangelización, por lo que dos años después el niño pudo recibir el bautismo, la penitencia y la Eucaristía o pri- mera comunión. Fue confirmado a los 10 años de edad. A los neoconfirmados, Monseñor Domingo Comín les in- sinuó ser catequistas de sus padres y hermanos. El muchacho lo tomó como un mandato de Dios, porque a sus padres y abuelos y consiguió que fueran buenos cristianos. La vida de piedad de los misioneros, de los internos y del mismo pueblos era realmente intensa, constante, alegre, por lo que muy bien el padre José Corso, provincial de los salesianos, pudo decir: — En Macas hay perfume de santidad. En unas Buenas Noches de Retiros, en Cuenca, el padre Juan Ghinassi nos dijo: — Macas es una comunidad salesiana como la de Baldoc- co. Por todas partes se respira una sana alegría, una fraterna unión, una aromática espiritualidad: religiosos, religiosas, inter- nos, internas y todo el pueblo reza y canta el rosario todos los días, asisten a la misa y comulgan sin más porque se vive con 182 / Miguel Ulloa Domínguez

Dios y con la Virgen. Allí florecen virtudes al estido de Domin- go Savio, San Luis Gonzaga, madre Mazzarello, Santa Teresita de Jesús... Con la recepción de los sacramentos de gracia, Nantip in- tensificó su vida espiritual y, a los 15 años, se fue a gozar de Dios: falleció santamente a consecuencia de una infección de té- tano. Donde hay santos, florecen santos , dijo el padre Fierro en su biografía de San Juan Bosco. Así, junto a Sor María Troncatti, se cultivaron florecillas maravillosas, dignas de ser trasplantadas al paraíso. En agosto de 1942, el padre José Ferraris, Superior de la Misión, tuvo que viajar a Cuencia para los retiros espirituales. A su vez, el padre Juan Ghinassi marchó a Sevilla Don Bosco. Sor Troncatti me llamó: — Por favor, aunque usted todavía no es sacerdote, venga para que le dé una bendición a la shuar María, que va a entrar en agonía. Me acerqué a la moribunda, una chica de 25 años, y le pre- gunté si deseaba confesarse. — No —dijo—, yo nunca he cometido pecado. Soy Hija de María y, desde mi bautismo, me consagré a Jesús. He pedido a María Auxiliadora que me lleve al cielo, antes que cometa un pecado. Mientras las cinco hermanas Hijas de María Auxiliadora y yo rezábamos las oraciones de la Buena Muerte, voló al cielo es- ta santa jíbara. Y Sor Troncatti me dijo: — Como ella, en nuestro internado tenemos santas, por la gracia del Espíritu Santo, dignas de estar entre los coros que si- guen al Cordero Inmaculado. Después de 50 años (1894-1944) de intensa y sacrificada la- bor de los Hijos de Don Bosco, finalmente llegó a los shuar el an- helado Pentecostés. Los internados fructificaron en matrimonios cristianos. Los mayores abandonaron sus malas costumbres y las nuevas generaciones no sólo han seguido las huellas de Cris- to, sino que se han integrado a la Patria como buenos ciudada- nos. El portal de la amazonía / 183

41. Amor hasta el holocausto

El verdadero amor consiste en servir y dar la vida por sus hermanos. Cristo se presentó en el mundo como el buen pastor. El buen pastor sacrifica su vida por sus ovejas. (Jonás, 10,1-18). Ese ejemplo lo siguió -y fielmente lo cumplió- Sor María Troncatti, Hija de María Auxiliadora. Nació en Corteno, Italia, el 16 de febrero de 1883. Sus pa- dres fueron Santiago Troncatti y María Rodondi. Fueron padres ejemplarmente cristianos católicos. María, desde pequeña, bus- caba las cosas religiosas, y apenas pudo comenzó a colaborar con el párroco en la catequesis del pueblo. A los 19 años ingresó en la comunidad salesiana de Hijas de María Auxiliadora. Después de emitir sus votos religiosos, trabajó como maestra. Con motivo de la Primera Guerra Mun- dial (1914-1918), siguió cursos de asistencia sanitaria en Varaz- ze y trabajó como enfermera, y curó a los heridos de la guerra. En 1922 vino al Ecuador. Fue destinada a Chunchi. De in- mediato instaló su consultorio para atender a los indígenas en- fermos. Monseñor Domingo Comín, Vicario Apostólico de Mén- dez y Gualaquiza, fundó la Misión salesiana de Macas el 7 de marzo de 1924. Enseguida se preocupó por llevar a allí a las her- manas, las que, al salir obligadamente de Gualaquiza, en 1911, anhelaban regresar al Oriente como misioneras de los shuar. En este caso, después de realizar el conveniente contrato, las Hijas de María Auxiliadora llegaron a Macas el 6 de diciem- bre de 1924, guiadas por Sor María Troncatti como Superiora de la nueva fundación. Sor Troncatti había llegado a su verdadero campo de tra- bajo. Sus sueños se habían convertido realidad. — Selva, shuar, costumbres vengativas, idioma difícil, via- jes imposibles, peligros de toda clase —dijo. Nuevamente apretó el crucifijo sobre su pecho y exclamó: 184 / Miguel Ulloa Domínguez

— Soy toda tuya, Señor, para servir y dar mi vida por es- tos hermanos shuar y colonos. Concédeme, Señor, la gracia de mi fidelidad y mi holocausto. El Papa Pío XII, en una de sus Cartas Apostólicas, expresó el fin por el que Dios creó a la mujer: — Para ser madre, madre carnal o espiritual, esta santa mujer optó por la maternidad espiritual. Por su consagración a Dios y a la Virgen vivía más del cie- lo que de la tierra. Brotaban a sus labios la expresión de su cora- zón enamorado de El y de Ella. Por su entrega al servicio desinteresado de los hermanos, curaba catequizando. Atendía día y noche con exquisita caridad, con una encantadora maternidad. Clarísimamente se ha visto en Sor Troncatti la protección de la Madre de Dios, para conservarla con vida y con salud. Cuando estaba en Varazze, joven todavía, la Virgen María la salvó de ser arrastrada por la corriente de un río crecido. Mientras caminaba por la selva, una culebra se enrolló en sus piernas. Como era natural, tanto ella como sus acompañan- tes se asustaron. Pero después de invocar a la Mujer que pisó la cabeza infernal, la serpiente, tranquilamente, se desenrolló y se marchó al bosque. Un desconocido shuar fue a pedir a Sor maría que se dig- nara ir a curar a su mujer. — Vive lejos —dijo el hombre. Ante la insistencia del jíbaro, la religiosa dejó todo y mar- chó con él. Caminaron y caminaron y la noche cubrió la selva. Repentinamente, el hombre desapareció. La monjita esperó me- dia hora y... sola, desorientada en la hoya amazónica, invocó a María. Mientras rezaba el rosario sentada sobre un tronco, aso- mó un gracioso perrito blanco que vino a demostrar cariño y a indicarle el camino seguro de regreso a la Misión. Sor Troncatti trabajó incansablemente en tres misiones du- rante 45 años: en Macas, Sevilla Don Bosco y Sucúa. Ya viejeci- ta, la “abuelita”, como la llamaban, todavía sigue en en Sucúa. Los misioneros han avanzado muchísimo en la evangeli- zación y la promoción de los hijos de la selva. Ya han organiza- El portal de la amazonía / 185

do la Federación Shuar. Para mejorar la estructura material, han construido nuevos edificios. A los colonos blancos se les ha atendido siempre con es- cuelas y colegios y con la pastoral religiosa sacramental. Pero al- gunos de éstos, empujados por la envidia y el sectarismo, no han dejado de hostigar a los sacerdotes. Al parecer, las amenazas fueron más allá porque, una no- che, el fuego consumió los edificios de los salesianos, incluso los archivos, y dejó a los pobres padres misioneros sólo con la pija- ma encima. Por eso se despertó la silenciosa y reprimida rivalidad en- tre shuar y colonos. Los jíbaros, como federación, se propusie- ron atacar e incendiar la población y acabar con los blancos in- trusos. Los colonos también se armaron y llamaron en su defen- sa a la Policía y al Ejército, para que defendieran su territorio y sus personas. La guerra era inminente. Sor María Troncatti, que amaba como madre tanto a unos como a otros, ofrendó su vida al Señor, para que el Príncipe de la Paz calmara los ánimos y volvieran a la hermandad. Murió en un accidente aéreo el 25 de agosto de 1969. ¿Qué es la santidad? Es el desarrollo de la fe, de la espe- ranza, de la caridad y de los dones del Espíritu Santo, recibidos en el bautismo, por los cuales y con los cuales el hombre o la mujer viven inmersos en Cristo y sirven a los hermanos. Pero en este misterio de gracia entró -en este caso- la voca- ción misionera que implica una espiritualidad específica. Esta espiritualidad se expresa, ante todo, al vivir el carisma salesia- no, bajo la dócil inspiración del Espíritu y con la protección de María. Todos los misioneros salesianos han vivido evangelizando y promocionando a los hermanos de Morona Santiago con este mismo carismo desde hace algo más de un siglo, cuyos frutos estamos cosechando hoy. Sin embargo, hay misioneros y misioneras -como Sor Ma- ría Troncatti- que han vivido y desempeñado su misión en gra- do heroico, por lo que la familia salesiana y el católico pueblo ecuatoriano anhelan verla elevada a los altares.

III PARTE ANECDOTASd

1. LA VIDA EN LA SELVA Experiencias de Palomo d

Por si no lo saben, soy Palomo. Mi padre es el gran Saino, y mi madre, la reina Jabalina. Los dos gobiernan la piara del Tu- nanza. Unos nos llaman saínos; otros, jabalíes, y algunos, puer- coespines. Tunanza está cerca del cerro Catasho, frente a la Cordille- ra del Cóndor, en la parroquia Indanza. Yo era pequeñín. Un día, delante de todos, mi padre me dijo: — Tú te llamarás Palomo, porque tienes una mancha blan- ca en la frente y tu hocico es como la nieve. Corrí donde mi madre bastante asustado. Y ella, con cari- ño de madre, acariciándome la frente y el hocico, me consoló: — Hijo, es un lindo nombre, porque te pareces a la blanca paloma. Eres un chico extraordinario. Como niño, tuve que seguir las costumbres y la corriente de mis congéneres. Cuando tenía dificultades, no iba adonde mi padre porque lo veía solemne, terco. En cambio, me acercaba a mi mamá y le exponía mis dificultades. Ella me acariciaba y me respondía con dulzura. Una soleada tarde, cuando todos dormían, el Saino, mi pa- dre, me llamó. — Oye, hijo, eres un niño y, como tal, voy a darte instruc- ciones. Adora, ama y agradece al Creador que está en el cielo. (Fieras y ganados, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los si- glos .) Obedece a tus padres y a los mayores. No desprecies los consejos y experiencias de los viejos. Trata bien a los demás, pa- ra que los otros te respeten y te traten correctamente. Juega sin pelear. Adquiere un carácter tranquilo y alegre. Haz mucha gimnasia: aprende a correr para que no te atrape el enemigo. Aprende el kárate para que te defiendas. Aprende los saltos pa- 190 / Miguel Ulloa Domínguez

ra que superes los obstáculos. No seas audaz, pero sé astuto. Cuando te atrapen, quédate quietecito, hasta encontrar el mo- mento de escaparte. Tú mismo busca la comida. No seas glotón. Los niños glotones y golosos siempre tienen dolores de barriga. Cuando no encuentres comida, pide ayuda a tu mamá. Basta por ahora. Cuando seas más grande te enseñaré otras cosas. Debo confesar que al seguir los consejos de papá todo me iba bien. Ellos estaban contentos. También mamá me dio un con- sejo. — Sé alegre, condescendiente con los demás. Sé generoso y respetuoso. Cuando juegues, no pelees. Por lo visto, mamá y papá me dieron el mismo consejo. Es que soy nervioso y me gusta meter camorra. Pero vale la pena esforzarse y pasarlo bien. En otra ocasión, mi padre reunió a toda la sainada y, so- lemnemente, nos dijo: — Hagan silencio y oigan bien: Un ser supremo creó el universo. A cada cosa le dio leyes para que cumpliera su misión. Todos somos hermanos, porque vivimos como interconectados unos con otros, y recibimos bienes y brindamos beneficios a los demás. Para nosotros, la tierra es nuestra madre: salimos de ella y volveremos a ser tierra. Las plantas son sensibles; también na- cen, crecen, dan fruto y semilla y mueren. Con esos frutos noso- tros vivimos. Por eso debemos respetar, cuidar y no destrozar las plantitas. Los animales, además de ser sensibles, son semo- vientes y tenemos bellas cualidades que los hombres llaman ins- tintos. Esas cualidades o instintos nos hacen buenos o malos, serviciales, afectuosos, fieles o dañinos. ¡Qué caramba!, los ani- males demuestran cariño y fidelidad. En una ciudad hay un mo- numento al perro que murió peleando con una serpiente para defender la vida de un niño de pocos meses. Otro perro, que con gestos y aullidos llamó a la gente para salvar a su amo caído en un barranco. Un león herido fue curado por un cazador. Ese ani- mal peleó con tigres y panteras para defender a su bienhechor. También yo, cuando alguien me haga un bien, le devolveré gra- titud. El animal es inteligente: recuerda y localiza, como las pa- lomas mensajeras. Ve el peligro y se aleja de él. Cuando hay te- rremotos, presiente antes que el hombre. Le educan para el ser- El portal de la amazonía / 191

vicio y basta que le manden para que lo haga con perfección. Así como aman, también odian. Es terrible el odio del animal. Que el hombre no haga la prueba; tampoco ustedes. Eso sí, herma- nos, somos limitados. Felices nosotros que vivimos en la selva y gozamos a nuestras anchas. Las otras bestias en manos de los hombres tienen reglas, límites, y muchos dan su vida para man- tener la de ellos. Un espín viviaracho lo interrupió y dijo: — Oiga, jefe, ¿por qué el hombre puede matar y comer- nos? — Porque Dios le puso como rey de la Creación y le dijo: Podrás utilizar, para tu bien, todos los frutos de la tierra y los anima- les del bosque . Mientras hablaba como un gran maestro, oyeron un tre- mendo rugido de un tigre. Enseguida, el Saino dijo: — Organicémonos para la defensa. Hagamos dos círculos. Los machos aquí, afuera. Las hembras, detrás de nosotros. Los chicos, dentro, en el medio. Ya saben: todos utilizaremos nues- tros colmillos, nuestras fuerzas y nuestras patas. Efectivamente, asomó el felino. Vio al pequeño batallón en orden de batalla, meneó la cabeza y dijo: — Imposible. Ahora no puedo. Dio media vuelta y se alejó. Con tal motivo, el jefe terminó su instrucción. — Cuando hay peligro —dijo—, todos juntos para la de- fensa. Si estamos en camino, que nadie se atrase. Al atrasado lo muerde el perro. Al atrasado lo come el tigre. Mi hermano, el Colorado, que estaba muy atento, dijo: — Realmente, mi papi es inteligente. Yo le tenía envidia a mi padre. ¿Cómo había llegado a ser jefe? No sabía a quién preguntar. Un día me acerqué al Pata- chueca y le pregunté. — Oye, muchacho —me dijo—, ¿sabes por qué tengo mi pata torcida? Es que entre nosotros, para ser jefe, se pelea a lo macho. Tu padre peleó contra todos nosotros y, por su valentía, se impuso como jefe. Entre los hombres civilizados, todos se unen y eligen con papelitos al más preparado. Entre los anima- 192 / Miguel Ulloa Domínguez

les, se impone el valiente. Ya comprendes. Por pelear con tu pa- dre me quedé con la pierna torcida. Ahora le obedecemos. *****

Tantas cosas me dijeron, que anhelaba conocerlas. Pronto vino la ocasión. En nuestras correrías en busca de alimentos, un día pene- tramos en la chacra de un hombre llamado Juan Tenesaca. Según supe después, en 1951 un misionero salesiano que pasaba hacia Gualaquiza repartió las tierras del Tunanza entre varios colonizadores blancos. Don Juan ya hizo su primer des- monte y sembró mucha yuca, pelma, papachina, plátanos, ca- motes y maní. Dos veces fuimos a merodear la huerta y comernos las yu- cas maduras. La tercera vez, cuando toda la piara gozaba de la buena comida, yo fui a husmear la casa y la cocina de Don Juan. La puerta estaba abierta y penetré despacito en la cocina. ¡Qué maravilla! Vi un tazón de leche y me lo tragué todo con gran gusto. También vi yuca fresca detrás de la puerta y co- rrí a completar la merienda. Pero mientras comía, al girar sobre mí mismo, cerré la puerta y... allí me quedé atrapado, hasta que llegara el dueño de casa. Mis parientes se fueron al bosque. Con serenidad, usé mi inteligencia, mi hocico, mis manos, mi lomo y hasta mi cola, pero fue imposible abrir la puerta. Llo- ré, grité, me desesperé. Al fin, esperé los acontecimientos. Pen- sé: voy a utilizar los consejos de mi padre; me quedaré quieteci- to en un rincón. Apenas se descuide el hombre, saldré dispara- do. Llegó el dueño de casa. Entró en su dormitorio. Se cambió de ropa. Se fue al arroyo a lavarse. De regreso, vio mis pisadas, se dirigió a la cocina y exclamó: — Has entrado en la cocina, ladronzuelo. Ahora te atrapa- ré. Mientras tanto, yo temblaba y lloraba en silencio. El hom- bre abrió la puerta despacito, entró y la cerró rápidamente. Bus- có. Cuando me encontró, quise correr, pero fue en vano. Era una El portal de la amazonía / 193

buena persona, porque cuando me atrapó no me pegó. Más bien me acarició, me apretó en su pecho y dijo: — Pobrecito. No te voy a hacer daño. Vamos a ser buenos amigos. No temas, aquí tendrás cariño, comida y una casita. Así que le creí y me quedé con él. Cumplió su promesa, porque tuve consideración y afecto. Siempre que él comía, me daba también a mí. Me construyó una linda casita, con tablas y techo de zinc. Al día siguiente me fui con él a la huerta. Se quejó por el daño que le habían hecho en la yuca y en la pelma. Pasamos a ver a la vaca. Cuando me acerqué -con cierto recelo aunque a mi lado estaba mi protector- la vaca me miró con unos ojazos. — ¿Qué haces aquí, marrano? —me dijo y movió la cabe- zota. Yo salí corriendo hacia el monte. Ella se carcajeó y me di- jo: — No corras, animalito pintado. Yo me detuve y le pregunté: — ¿Cómo te llamas? — Vaca —respondió con solemnidad. — ¿Por qué me llamas marrano y pintado? — Porque eres puerco y tienes tu hocico pintado —respon- dió—. Pero ven. Quiero ser tu amiga. Don Juan se le acercó. Le amarró dos patas y comenzó a ordeñarla. Después de un rato se fue a la parte trasera de la ca- sa y soltó al becerro, el hijo de la vaca. El muchachote saltó, brincó, jugueteó y corrió a las tetas de su madre. Yo me acerqué despacito. Sin soltar la teta, me lan- zó una buena patada. Salí gritando y fui a refugiarme donde mi patrón. — Pobrecito —dijo, y me frotó la espalda. El becerro mezquinaba su derecho. — Ya te daré leche en la casa —dijo mi protector. Pasamos lindos días. El hombre me educó para vivir en la civilización. Una mañana me llamó. Yo me alejé meneando la cabeza y diciendo: — No, no. 194 / Miguel Ulloa Domínguez

Entonces me llamó de nuevo. — Ven acá, Palomo. Yo corrí adonde él estaba. Rocé sus piernas con mi cuerpo y él me abrazó. Yo le dí un beso en la cara. Desde entonces soy Palomo. O también Palomito. Por la costumbre porqueriza, un día de lluvia fui a revol- carme en el lodo. Así, sucio y todo, me presenté en la cocina. El hombre pegó un grito. — Chancho sucio, lárgate de aquí. Me fui al patio. El me siguió y, con buenas maneras, me di- jo: — Palomo, vamos al arroyo. Allí te lavaré. Nos fuimos. Me lavó y quedé brillando. Regresamos con- tentos. Luego me dijo: — Como eres puerco, te permito revolcarte, pero antes de presentarte en casa, lávate bien. Yo quería comer en la cocina. A veces metía el hocico en las ollas. El me dijo: — No, Palomo. Esta casa es para los humanos. Allá, cerca de tu chiquero, te daré la comida. Cada uno en su puesto. Yo le obedecí. Cuando tenía hambre, me acercaba a la puerta de la cocina y le decía: — Tengo hambre. Como era bueno y generoso, muchas veces don Juan me daba su propia comida. Un día me dijo: — Palomito, te voy a dejar encerrado en la cocina. Te deja- ré la comida. Yo voy a Indanza a traer a mi mujer y a mis hijos. Así fue. Encerrado, lloré durante un rato y después me re- signé. Como el día fue largo, hice serias reflexiones y, lo confieso, también tuve tentaciones. Allá en la selva, mi padre me dijo que toda la selva era nuestra. Aquí, el civilizado dice que cada hombre tiene su par- cela. Porque quise pasar a la chacra ajena, me retó. Allá todos son libres; aquí todos debemos obedecer al hombre. Obedecen el sol y la lluvia, porque los tapan con la casa. Obedecen los árbo- les, el agua y todo lo que viene a sus manos. Imagínense que en un día, con una sierra, cortó un enorme árbol. En sus manos tie- El portal de la amazonía / 195

ne el fuego y el trueno. Con la escopeta mata a todos los anima- les. Se ve que tiene inteligencia, como dijo el sabio de mi papá. Tuve la tentación de buscar a mi padre. Si ellos vienen, yo me iré con ellos para ser libre y dueño de todo, me dije. Cuan- do sea grande, allá tendré una hembra para casarme. Aquí no encuentro un ser que se parezca a mí. Quiero llegar a ser jefe de mi tribu y dominar a todos los animales. El canto de una codorniz me despertó de esos sueños. Me- neando la cabeza, me dije: Palomo, estás muy bien aquí. No pienses en esas cosas. Y al poco rato me dormí a pierna suelta. * ****

Por la tarde oí voces de varios hombres. Eran mis nuevos amos. Don Juan vino enseguida a sacarme de la cocina. Salí y, al verme, una señora dijo: — Juan, qué lindo marranito tienes. Calladito, me fuí a una esquina de la cocina para contem- plar toda la escena. Delante venía un caballo grande muy enlodado. Cargaba unas enormes alforjas. Encima traían una linda mujer blanca, que sostenía en sus brazos una criatura envuelta en pañales. De- trás, a las ancas, montaba una niña de seis años. Un poco distante, un hombre viejo tiraba de una mula car- gadísima con alforjas y, encima, tres canastas grandes. El hom- bre y el animal estaban completamente enlodados y sudorosos. Descendieron, descargaron y subieron las alforjas al dor- mitorio del señor. Los canastos los dejaron en el patio. La seño- ra dijo: — Juan, abre los canastos y saca los animales, no vayan a morir. Vino el viejito, a quien llamaban don Felipe, y comenzó por el canasto grande. Sacó tres pajaritos pequeños y otro más grande. Luego sacó otros dos de color café oscuro. Metió la ma- no en un ángulo y extrajo dos avecitas blancas con unas patas extrañas. 196 / Miguel Ulloa Domínguez

Como estaban parados en fila, medio atontados, yo me acerqué a ellos, como dueño de casa, y les dije: — ¿Cómo se llaman? — Pollitos —respondieron. El grandote de voz gruesa dijo con soberbia: — Marrano, soy gallo. Pasé a los marrones y les pregunté. — Somos pollitos —dijeron con humildad. — ¿Y ustedes, blanquitos? — Somos patos y sabemos nadar. En el ínterin, salieron de los demás cajones un gordito y un pequeño tigre. Con una rápida mirada contemplé a mi nueva fa- milia. Vi que eran más pequeños que yo. Me entró la soberbia y me dije: Palomo, tú serás el rey. Pero cuando me acerqué al gordito, este me asustó. — Guau, guau —ladró—. Soy el perro de tu amo. Y el pequeño tigre me mostró sus garras y dientes. — Lárgate —dijo—, porque yo no soy tu amigo. Don Juan bajó, me presentó y dijo: — Este es Palomo. Llévense como si fueran hermanos. Cuídense unos a otros. Fue un mandato. Comenzamos a fraternizar, aunque al ga- to siempre le gustaba arañar y mostrar sus dientes. * ****

Desde hoy comienza otro capítulo de mi vida. Una mañana madrugué para ver qué hacía la familia hu- mana. Rezaban a Dios, a su Hijo Jesús y a una Señora que llama- ban Virgen María. Otra noche oí alabar y agradecer al Creador. Qué piadosos. Por eso Dios les bendice. La mamá, doña Rosa, es admirable. Trabaja de la mañana a la noche y con un rostro siempre alegre. A veces canta. Cuan- do nos reprende, lo hace con dulzura y no me ofende. Cocina y sirve primero a los hombres y luego a todos nosotros. Lava la ro- pa y atiende el jardín. El portal de la amazonía / 197

Don Juan es un hombre muy trabajador y de buen carác- ter. El va de compras y trae las cosas de la huerta. Veo que ma- druga para cultivar las plantas y “mudar a los animales”. Don Felipe tiene un carácter serio, casi triste. A veces se enfada. Trae el agua para la cocina y raja la leña. Después va al balcón, toma un libro y pasa horas leyendo. Dicen que sabe mu- cho. Un amigo le trae de vez en cuando unos periódicos y los lee de cabo a rabo. La niña Carmen casi nunca ríe. Todo el tiempo lo pasa en- ferma. Come poco. Está llena de granos en las piernas, los bra- zos y la cara. Dicen que los moscos la están acabando. La mamá está preocupada y dice al marido: — La niña no se enseña. Conviene mandarla donde la abuela. El Pepito anda en cuatro patas y no habla. Se parece a mí. Cuando tiene hambre, llora. Ríe bien bonito y muestra dos dien- tes como el ratón. Me gusta estar a su lado. Alguna vez reflexiono sobre lo que dijo el viejo jabalí, con- sejero de mi padre. Un día fuimos en busca de comida. Llega- mos a unos charcos. Mi madre, sin más, se metió en el agua y, con su hocico, me arrojó unos animalitos negros. — Come —dijo—, es sabroso. Como yo tenía hambre, me comí dos de un solo bocado. En ese instante se me acercó el viejo jabalí. — Muchacho —dijo, y se acicaló sus dos enormes bigo- tes—, oye bien. Estos son los renacuajos. Cuando crecen más, se les cae el rabo y se transforman en sapos. Esos animales son feos y malos. Cuando son atacados, saltan y chisquetean una sustan- cia negra, hedionda, venenosa, que si cae en los ojos lo deja a uno ciego. Eso le pasó al Tuerto. En la piara había uno que era muy malo y con un solo ojo. Esa transformación se llama meta- morfosis. He oído que un señor Charles Darwin ha escrito que hasta los hombres se han transformado y descienden de los ani- males. Pero eso se lo dejamos a los sabios. Cuando dijo eso, se tragó cinco renacuajos y me dejó sin la merienda. Al ver que Pepito no hablaba y caminaba en cuatro patas, pensé en la transformación del hombre. Seguí cavilando, por- 198 / Miguel Ulloa Domínguez

que días atrás llegaron a la casa dos shuar, vestidos solamente con una bata larga. Tenían pintada la cara y en vez de aretes como mi patrona tenían dos palos largos en las orejas. Pensé que ellos, como vi- vían como nosotros en la selva, dueños de todo y libres, sin fron- teras, eran también animales un poquito mejor que nosotros. Y que don Juan y don Felipe ya habían mejorado más que ellos. Y esos hombres de que habla don Felipe y que viven en otras naciones, con unas casas rascacielos, que vuelan en avio- nes y se marchan a la luna, estaban mejor todavía. Así, todos iban transformándose del animal hasta llegar a ser reyes de la creación. Reflexioné también lo que dijo mi papi: — La tierra es madre de todos. Eres polvo y en polvo te convertirás. En este sentido, todos tenemos un origen común. Con ra- zón San Francisco de Asís decía: — Hermana luna, hermano lobo, hermana flor. * * * * *

Confieso que de vez en cuando siento nostalgia de mi vi- da pasada. En la selva éramos libres. Aquí hay fronteras y se tra- baja mucho para comer. Los hombres han puesto leyes para todo. Vienen a visitar los colonos vecinos y hablan de sus chacras, de su trabajo, de sus animales. Dicen que venden y compran. Según parece, los saí- nos no robamos, sino cogemos lo que necesitamos. En cambio, para ser propietarios de algo los hombres deben pedir o com- prar. Pasó varias veces un minero llamado Tomás. La señora le daba comida y preparaba la cama. Don Juan no le quería, por- que según dijo era borracho, mujeriego y ladrón. Creo que sí, porque lo vi mareado, robando la yuca y molestando a la seño- ra Rosa. Yo no sabía en qué consistía la fiesta. Llegó la ocasión, con motivo de San Juan. Llegaron hombres y mujeres. Traían galli- nas, carne, yuca y unas botellas que ellos dijeron que eran “tra- go para beber”. El portal de la amazonía / 199

Las mujeres se fueron a la cocina y prepararon mucha co- mida. Los hombres se pusieron a cantar acompañados por una guitarra. Cada rato gritaban vivas a San Juan. Después de comer y beber, se pusieron a bailar tanto los hombres como las muje- res. Por orden de mamá, la niña Carmen arrojó maíz y arroz a las aves. Ella misma trajo comida para mí y para Tarzán, el pe- rro. Qué feo: dos de esos hombres se pusieron a pelear. Pero fue una pelea de borrachos, no de hegemonía, como entre noso- tros. Otro día vino un hombre con una barba larga. Tenía unos lentes delante de los ojos. Salieron todos a recibirlo. Le sirvieron con mucho esmero y cariño. También él correspondía con pala- bras, caricias y una bonita sonrisa. Era el padre misionero. Después de comer algo, todos lo rodearon para oír sus en- señanzas. Comprendí que era el enviado del Creador. Habló de Dios, de Jesús, de la Virgen, y aconsejó que vivieran todos como buenos cristianos. También a nosotros nos dirigió frases de cari- ño. Me acarició y dijo: — Es lindo el Palomito. Este gordito es gracioso. Los pavos crecen y los pollitos son vivarachos. Sólo el or- gulloso gallo y el arisco gato no estaban presentes. Fue al jardín, admiró las flores y, al ver a los patitos que nadaban en el estan- que, se agachó para cogerlos. Los apretó contra su pecho. Qué día tan fraterno se vivió con el misionero. Si la vaca, los caballos y mis hermanos los jabalíes hubieran estado allí, también se habrían sentido felices. *****

Todos fueron al trabajo. Yo dormía la siesta. Tarzán cuida- ba la casa. Al poco rato, dio la alarma. Llegaron cuatro hombres a pie. Entraron, descargaron sus equipajes y se sentaron en el corredor. Comentaban: — Bonito lugar para estudiar la ecología del Amazonas. Buscaremos plantas medicinales, orquídeas, vainilla y plantas 200 / Miguel Ulloa Domínguez

exóticas. Filmaremos a los tigres, al leopardo, a los jabalíes, los pájaros y las mariposas. Al poco rato llegaron los dueños de la casa. Se saludaron cortésmente. Don Juan ordenó darles fruta y limonada. Mien- tras el jefe conversaba con un calvo y barbudo, los tres hablaban en un idioma extraño. Como yo entiendo todas las lenguas, en- tendí lo que decían. — El Ecuador tiene lindos paisajes. Esa es la cordillera del Cóndor. Dicen que detrás están los peruanos. Otro dijo: — Esta tierra es aurífera. Si los americanos tuviéramos es- tas tierras, ya habríamos explotado el oro y el uranio. El tercero suspiró y dijo: — Mi mujer y mis hijos se encantarían de vivir en estas sel- vas. Al menos llevaré el filme para que vean. Don Juan vino a la cocina y dijo a la mujer: — Prepara la comida y cuatro camas para los gringos. Me quedé con curiosidad. ¿Qué quería decir “gringos”? Pero Carmita se acercó a la mamá y preguntó: — ¿Qué quiere decir “gringos”? Doña Rosa respondió: — Gringos quiere decir extranjeros, norteamericanos. Los gringos pedían al ecuatoriano que se dignara acompa- ñarlos. El se negaba. — Yo no conozco la selva. Me voy a perder. Pero yo habría podido acompañarlos porque conozco to- dos los vericuetos, los cedros, los arrayanes, los pitiucas, el colo- rado, el alcanfor, los pindos, las lianas. Conozco decenas de or- quídeas, el caucho, el incienso, el palo santo. Conozco dónde hay polícromas mariposas y aves canoras. Conozco los lugares donde viven los monos saltarines y las guaridas de los tigres, leopardos, lobos, raposas, guatusas. Conozco los lagartos, las iguanas y los peces. Conozco dónde sacan oro los mineros y has- ta las guarniciones de soldados. Y, mientras soñaba en tantas co- sas, me quedé dormido porque ya el sol se había ocultado detrás de Indanza. Cierto día, oí tocar el tunduy de los shuar. Me dije: Están de fiesta. Efectivamente, más tarde vino un joven shuar a invitar a El portal de la amazonía / 201

la familia. Don Juan aceptó, pero la señora rehusó porque tenía que cuidar a los niños. El blanco se fue con el shuar. Al día si- guiente, ya tarde, regresó para contar lo sucedido. Era la fiesta de la tsantsa . Los calagrás atacaron sorpresi- vamente a los sarambizas y cortaron la cabeza del jefe. Llegados a la jibaría, sacaron el cerebro y los ojos. El cerebro lo arrojaron a los perros. Secaron los ojos a fuego lento. La cabeza la hirvie- ron con ciertas hierbas hasta ablandar los huesos. Después de sacarlos, los orearon durante media hora. Metieron arena calien- te, colocaron de nuevo los ojos y moldearon el rostro, imitando la fisonomía de la víctima. La arena absorbió el agua, estrujó el rostro y endureció el cuero y los cartílagos, sin desprender el ca- bello. Esa momia la colocaron sobre una pica y bailaron alrede- dor de ella, cantando coplas de guerra. Durante tres días toma- ron la chicha o nijamanchi , comieron carne de cerdo con yuca, pelma, plátanos y una mezcla de hierbas amargas. Desde luego, para los mayores, no faltó el natén , una bebida de hierbas aluci- nógenas. *****

La Navidad fue emotiva. Se celebró en el corredor de la ca- sa. Era un bonito altar-nacimiento, con calles, casas, ríos, prados y montañas con nieve. En el centro colocaron a un niñito con la Virgen de rodillas y a San José de pie con un bastón en la mano. Junto al Nacimiento colocaron un árbol pequeño con bombillos brillantes y regalos para los niños. Por la tarde, vestidos de fiesta, todos partieron a la misa de medianoche que se celebraba en Indanza. Regresaron a la ma- drugada. De día tuvimos villancicos, tocados por un transistor. El almuerzo fue especial. Después de comer, hasta los ani- males fuimos conducidos al patio. Don Juan dijo solemnemen- te: — Hoy es el día de Jesús y de toda la familia. Que vengan la vaca y su ternero. El caballo y la mula. Que también Tarzán, 202 / Miguel Ulloa Domínguez

Palomo y las aves tengan comida especial, porque Jesús ha na- cido para bien de todos. Los niños tuvieron caramelos, galletas, bombones y jugue- tes. Don Felipe, una camisa y una corbata. La señora Rosa, un vestido nuevo y nuevos aretes. Don Juan recibió un par de za- patos. — Todo esto nos lo ha enviado el Niño Jesús. Atraídos por la música y por la llegada de los semovien- tes, la menuda familia estaba presente. A los caballos se les brin- dó alfalfa y raspadura. A la vaca y al ternero, comida balancea- da. El arisco gato recibió una presa de carne. Tarzán y yo, que somos los mimados de la familia, tuvimos una sabrosa comida, posiblemente traída de Norteamérica. Probamos también cara- melos y galletas que nos brindó la pequeña Carmen. Las aves tuvieron su almuerzo con unos granos blancos que parecían ma- ná. Los patrones, a su vez, con el banquete se sirvieron cake y vi- no español. Despúés supe que don Juan compró en Cuenca alimentos vitaminizados, con antídotos para inmunizar a los irracionales contra las enfermedades tropicales. *****

Llegó la primera despedida. Una vez el papá dijo: — Carmita ya está grande. Conviene mandarla a la escue- la. Por este motivo -y quizá por otros más, tales como la salud de la niña-, don Felipe y ella partieron a la Sierra. Era una mañana muy agitada. Mientras el señor traía de la finca guineos, plátanos, yuca, camote, caña de azúcar, melones, papayas, sandías, toronjas, naranjas, naranjillas, mandarinas, li- mones, guabas y hierbas medicinales, la señora empaquetaba panela y corchaba las botellas de miel, sin descuidar el ajuar de los viajeros y el acostumbrado fiambre. Llegada la hora, ensillaron a las acémilas, cargaron las al- forjas y listos para montar. La mamá bendijo a la niña, la besó y lloró. El papá también la bendijo y la subió sobre la cabalgadu- El portal de la amazonía / 203

ra. Cuando se alejaban, dos lágrimas rodaron por las mejillas del padre. Allí estaba la pequeña familia. El gallo entonó el himno de despedida, las gallinas cacarearon, aulló el perro y yo, cabizba- jo, me retiré a mi pequeña casita. *****

Como dije, mi casa tenía paredes y techo de zinc. Allí me puse a reflexionar. Vale la pena tener una huerta propia. En ella, el hombre es dueño absoluto. Todos lo respetan y nadie se atre- ve a quitarle nada. Trabajan cinco días en la chacra, el sábado en los quehace- res de la casa y el domingo descansan. He visto que son buenos cristianos. Los domingos cargan sobre las acémilas los frutos maduros de la finca, se van a la misa y a la feria de Indanza. Re- gresan felices. No soy filósofo, ni quiero filosofar, pero manifiesto senci- lla y llanamente que la vida campesina es tranquila, cordial y llena de satisfacciones. Por eso, miles de familias de toda la na- ción llegan a estas selvas amazónicas. Se afincan, trabajan y go- zan de paz y bienestar. Con razón cantó el poeta: Qué descansa- da vida la de aquel que huye del mundanal ruido. Es la senda por don- de los sabios han ido . Por lo que sé, huyen de una continua tensión, con amena- zas de guerra, con la presión del consumo y la descontrolada marcha de los medios de comunicación social. Por mí, me quedo aquí. Palomo

P. Miguel Ulloa. D. S. D. B. Indanza, 31 de diciembre de 1951

BIBLIOGRAFIA d

- Federico González Suárez s/f Historia del Ecuador: Prehistoria de los Cañaris. La Colonia. - P. Juan de Velasco. s/f Historia del Reyno de Quito: Conquista y colonización del Amazonas. Flora y Fauna. - Monografía del Azuay del año 1926. Valiosos escritos por las mejores plumas del Azuay. Datos so- bre el Oriente Azuayo. Datos y escritos por los siguientes per- sonajes: Remigio Crespo Toral Garcilazo de la Vega Fray Melchior de Pereira Cieza de León Toponimias del Azuay Joaquín de Melizalde y Santistevan P. Pedro Arias Dávila - J. Jouanen S.I. Los Jesuitas en el Oriente Ecuatoriano. - Dr. Víctor Albornoz Cabanillas. Datos Históricos. - Cien años de los Salesianos en el Ecuador. - Revisión de Archivos Eclesiásticos de Gualaceo, Cuenca y El Pan. - Revisión de Archivos Civiles de Paute y El Pan. - Crónicas de los Misioneros Salesianos. - Crónica de los Padres Franciscanos. Los doctrineros de la Colonia. - P. Guillermo Andrade. Gualaceo, Jardín del Azuay. - P. Benjamín Zamora, párroco de Gualaceo. Los pueblos del Azuay. - Exmo. Canónigo Centeno. Semblanza del I. Can. Isaac Ulloa. - Revistas del Centro de Estudios Históricos y Geográficos de Cuenca. Gobernación de Cuenca, 1777. - Revistas Misioneras de los PP. Salesianos. Tradición: La tradición consiste en recopilar los dichos y hechos que oralmente trasmiten los pueblos.