“La Ventana De Un Bar Es Una Institución Adentro De Otra Institución” Y Daba Cuenta De Todo Lo Que Se Piensa, Observa Y Reflexiona Desde La Ventana De Un Bar
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Alberdi y Hayek caminan Buenos Aires Gustavo Lazzari i Una reunión cancelada sumada a mi poco habitual puntualidad generaron la combinación exacta para sentarme en un bar de Buenos Aires. El Café Tortoni fundado en 1858 es un ícono de la ciudad ubicado en pleno corazón de la clásica Avenida de Mayo. Allí históricamente se reunían intelectuales, políticos, poetas, bohemios. Cita obligada de los turistas que visitan Buenos Aires. Mobiliario antiguo, de una época gloriosa de la ciudad. En un salón donde diariamente se escucha tango, poesía, conferencias. Un subsuelo dedicado a espectáculos de música, especialmente jazz y un espacio para la histórica biblioteca del Lunfardo. El lunfardo es una jerga originada y desarrollada en Bueno Aires a principios del siglo XX. Llamada también "el dialecto de los ladrones" era también utilizada por personas de mala vida a los efectos de diferenciarse y ocultarse de los ciudadanos y las fuerzas policiales. ii Cada vez que ingreso a un bar de Buenos Aires recuerdo un artículo de la revista Todo es Historia que rezaba que “La ventana de un bar es una institución adentro de otra institución” y daba cuenta de todo lo que se piensa, observa y reflexiona desde la ventana de un bar. iii Un día de sol agradable. Esos días fríos y soleados donde la atmósfera parece más transparente ideal para no sumarse al ritmo vertiginoso de una ciudad. Dentro del café, clientes ocasionales y una mesa con parroquianos que, por lo distendido de la discusión, estimo bastante habituales. La mesa de parroquianos me resultaba atractiva. Inevitable escuchar una discusión interminable sobre fútbol, como en todos y cada uno de los bares de Buenos Aires, a cualquier hora. Esta vez, el debate era entre el Huracán del 73iv y el Argentinos Juniors del “piojo Yudica” en 1985v, esas discusiones que, tengo la sensación, solo pueden dividir a los argentinos. Rica e interminable discusión. Cada argumento cada relato contaba con detalles casi televisivos. De alguna manera las imágenes se reflejaban en una suerte de pantalla. Los parroquianos conocían y revivían cada jugada y cada gol que conformaba la conversación. Mientras las anécdotas y razonamientos se cruzaban ingresa al bar una cara extrañamente conocida. En esos momentos el cerebro busca imágenes como un buscador de computadora. Las fotos se suceden hasta identificar el nombre exacto. Cerré fuertemente los ojos como hidratándolos porque no podía creer lo que estaba viendo. Se sentó cerca mío, traje oscuro, sobretodo negro, bastón y mirada relajada. No tenía apuro, pero la ansiedad le brotaba por los ojos. Con movimientos lentos guiaba sus ojos hacia la puerta y hacia otras mesas que indiferentes lo ignoraban. Evidentemente esperaba a una persona. Con cierto desconcierto comencé a prestarle atención tratando de ningunear la futbolera discusión de la mesa de atrás. A los cinco minutos exactos ingresa por la puerta otra cara muy conocida. Traje gris, los mismos movimientos pausados, hombre mayor, delgado, pero pasos firmes. Difícil de creer, más difícil de contar. Miré a los costados porque no era real. Detrás mío la misma discusión como si nada hubiera cambiado. La mesa de parroquianos hizo silencio solo cuando uno de ellos monopolizó el discurso describiendo los movimientos del “panza Videla” y el “bichi” Borghi en la final 2-2 contra la Juventus en Tokio. Los mozos miraban la nada como si ya hubieran encontrado algo. Otro cliente miraba la borra del café y otros mas conversaban casi sin mirarse, celular de por medio. Todo normal. ¿Ninguno ve lo que estoy viendo? Miré al mozo como buscando una curiosidad cómplice. Y nada. Me froté la cara y volví a mirar a los recién llegados, que luego de estrecharse las manos se sentaron. Evidentemente venían de lugares distintos pero todo indica que acordaron encontrarse en este bar, a esta hora. Estaban un poco cansados, dos hombres mayores, con saludable aspecto y trajes de época. Volví la vista hacia la mesa de parroquianos. Y la discusión seguía, ahora comentando las corridas del “pucho Castro” y los cañonazos de “Eredos”. Me convencí que salvo que los recientemente llegados hubieran jugado al menos en el fútbol de ascenso nada iba a distraer la atención de aquella mesa. Se les acercó un mozo y sacudió las pocas migas con los clásicos latigazos hechos con la servilleta. Porteña modalidad de higienizar las mesas. Evidentemente o se trataba de una alucinación mía, o eran dos personas medianamente parecidas a dos próceres de la libertad. El señor de traje más oscuro, un poco mayor, tenía canas, anteojos y esa sonrisa que dan los años intensamente vividos. El otro, de traje más claro parecía más familiar, como si viviera en Buenos Aires o en éste país. Pero me llamaba poderosamente la atención la curiosidad que brotaba de los ojos de ambos. Evidentemente no eran lugareños y por algún motivo decidieron encontrarse allí. Justamente en una mesa muy cercana a la mía. Le pregunto a un mozo si los conoce. Los hombros hacia arriba y una extraña mueca bucal revela que mi pregunta fue al menos desubicada. Acerco mi mirada, toda mi concentración y no puedo creer lo que estaba viendo. Miro alrededor como queriendo compartir mi sorpresa. Alberdi y Hayek se habían encontrado. De alguna manera coordinaron ese encuentro y allí estaban. Se debían una charla. Durante décadas seguidores de ambos hablamos de las extrañas coincidencias de vuestros pensamientos y aportes. El abrazo inicial, el fuerte apretón de manos, las miradas brillosas de uno hacia el otro señalaba que con mucho placer estaban saldando una cuenta. En vida no se conocieron. Juan Bautista Alberdi nació en San Miguel de Tucumán el 29 de Agosto de 1810. Fue abogado, jurista, economista, político, escritor, músico y autor intelectual de la Constitución Nacional. Me atrevo a decir, la mentalidad más lúcida de la historia argentina. Falleció en Francia el 19 de Junio de 1884. Friedrich August von Hayek nació en Viena, Austria el 8 de mayo de 1899, fue filósofo, jurista, y economista de la Escuela Austríaca. Recibió el premio Nobel de Economía en 1974 y falleció el 23 de marzo de 1992 en Alemania. Alberdi falleció antes que naciera Hayek. Tampoco hay registros que Hayek haya leído a Alberdi. Pero por razones que desconozco ahí estaban. Nuevamente me froté los ojos. El celular me sirvió para cancelar mi reunión. Las circunstancias habían cambiado y los planes también. Rompí programas y me olvidé del decoro. Los seguí lo más cerca que pude cual espía de la historia. No podía perder lo que no podía creer. Pagaron la cuenta y al paso lento de los dos protagonistas comenzamos la marcha. El áurea me atraía. Me senté lo mas cerca posible y comencé a escuchar con cierto disimulo la conversación que evidentemente habían acordado en forma previa. Tras unos minutos comenzaron a caminar. Buenos Aires es una ciudad que claramente prueba de lo que sus ideas pueden hacer y de lo que pueden deshacer sus detractores. Rápidamente bajaron por las escaleras de la estación Perú del subte A. La intención era observar la primera línea de Metro de América Latina. Hoy Recorre desde la Plaza de Mayo hasta la estación de Nazca en el barrio de Flores. El centro geográfico de la ciudad. Pero durante muchas décadas mantuvo su recorrido original hasta Primera Junta. El 15 de septiembre de 1911 comenzó la construcción de la Línea Anglo Argentina, a cargo de la contratista Philipp Holzmann & Cía. La construcción de esta línea implicó la contratación de 1.500 obreros y la utilización de 31 millones de ladrillos, 13.000 toneladas de hierro y 90 mil metros cuadrados de capa aisladora. En 1939 fue denominada Línea A, como se la conoce actualmente. El tramo Plaza de Mayo-Plaza Miserere del subterráneo fue inaugurado el primero de septiembre de 1913. Se convertía en la primer línea de Subte de Latinoamérica y la primera del hemisferio sur. Buenos Aires se convertía así en la decimotercera ciudad en contar con este servicio, detrás de Londres, Atenas, Estambul, Viena, Budapest, Glasgow, París, Boston, Berlín, Nueva York, Filadelfia y Hamburgo. Cada estación tenía una longitud de 100 m y poseía frisos de un color determinado para facilitar su identificación, teniendo en cuenta el alto nivel de analfabetismo que existía en la época. Aún se conserva esa vistosa característica. Maravillados ambos. El subte es una de las muestras de opulencia de un país que durante algunas décadas, hace muchas, abrazó las ideas de la libertad. Esas ideas que nuestros dos caminantes comprendieron y le dieron forma. Observando la estación de Subterráneos veo que Alberdi le dice a Hayek "¿Qué exige la riqueza de parte de la ley para producirse y crearse? Lo que Diógenes exigía de Alejandro: que no le haga sombra." " En efecto, ¿quién hace la riqueza? ¿Es la riqueza obra del gobierno? ¿Se decreta la riqueza? El gobierno tiene el poder de estorbar o ayudar a su producción, pero no es obra suya la creación de la riqueza." vi La sonrisa comprensiva de Hayek auguraba un recorrido a pie que sería inolvidable para ellos y para el polizón que los observaba. Caminaron por Avenida de Mayo, con sus edificios de diferentes estilos arquitectónicos reflejo del crisol de razas que poblaron la Argentina. Comprendí que en Buenos Aires, con un golpe de vista podes recorrer no sólo la historia sino también las ideas imperantes en cada período. Con sólo levantar la vista más de tres metros se puede observar una ciudad opulenta. Donde el progreso privado se traduce en arquitectura agradable y estética. Donde los particulares contrataban los mejores arquitectos y los mejores constructores para competir entre ellos. Una Buenos Aires de cúpulas imponentes y edificios de estilo.