SABER Y TIEMPO REVISTA DE HISTORIA DE LA CIENCIA

PUBLICACIÓN DE LA ASOCIACIÓN BIBLIOTECA JOSE BABINI

BUENOS AIRES ENERO-JUNIO 2001 SABER Y TIEMPO. Revista de Historia de la Ciencia

Publicación de la ASOCIACION BIBLIOTECA JOSE BABINI Av. Santa Fe 1145, 3er.Piso 1059 , . Tel. 4811-4826 / Fax (54-11) 4962-6174 / e-mail:[email protected]

ISSN 0328-6584 Registro de la Propiedad Intelectual N° 690907 Hecho el depósito que marca la ley. Impresa en Impresiones Dunken Marcelo T. de Alvear 2337, 1122 Buenos Aires

Director Nicolás Babini Secretaria de Redacción Leticia Halperin Donghi

Consultores Miguel J. C. de Asúa, Néstor T. Auza, Guillermo Boido, Horacio H. Camacho, Carlos D. Galles, Gregorio Klimovsky, Alfredo G. Kohn Loncarica, Celina A. Lértora Mendoza, Marcelo Montserrat, Roberto A. Ferrari, Alberto G. Ranea, Luis Alberto Romero, Mario Tesler, Gregorio Weinberg.

Corresponsales en el interior Edgardo Fernández Stacco (Bahía Blanca); Carlos A. Andrada (Catamarca); Pedro Navarro Floria (Neuquén), Hilda Torres Varela (Resistencia); Danilo Donolo (Río Cuarto); Angel Rodríguez Kauth (San Luis); Veronica Grünfeld (S. C. de Bariloche); Julio R. Piva (Santa Fe)

Corresponsales en el exterior Lewis Pyenson (Lafayette, Louis., EUA); Eduardo L. Ortiz (Londres); María Eugenia Dubois (Mérida,Venezuela); Julio González Cabillon (Montevideo); Lucía Tosi (París). Ana Millán Gasca (Roma).

ASOCIACION BIBLIOTECA JOSE BABINI Es una asociación civil sin fines de lucro fundada en 1988 con el objeto de: a) promover la investigación, difusión y demás actividades vinculadas con historia de la ciencia y de la técnica; b) dirigir, operar, mantener y acrecentar una biblioteca especializada donada por los herederos de José Babini; c) otorgar becas a estudiosos en las materias promovidas; d) difundir la obra de José Babini; e) auspiciar cualquier otra actividad acorde con los objetivos antes enumerados.

COMISION DIRECTIVA (1998-2000) Presidente, Roberto A. Ferrari; Vicepresidente, Orlando A. L’Huillier; Secretaria: Laura Babini; Tesore- ro, Rodolfo D’Agostino; Vocales titulares: Leticia Halperín Donghi y Carlos Chiavarino; Vocales suplentes: Iris P. Ucha, Emilio Marzano y Alfredo G. Kohn Loncarica; Revisores de cuentas: Osvaldo Martínez, Marcelo M. Larramendy y Julio A. de Orué.

Número suelto: $ 10,00. Suscripción a cuatro números (un volumen): $ 40,00. Cheques y giros a la orden de Nicolás Babini.

En venta en Librería Dunken, M. T. de Alvear 2337, y Biblioteca José Babini, Av. Santa Fe 1145. SABER Y TIEMPO Vol. 3 No.11 (2001)

Contenido Artículos Jaime E. Bortz, Claudia E. Sedlinsky y Jerónimo J. Granados 5 Aspectos médicos del Libro de Tobit. Luis Alberto Tognetti, 33 El apoyo de la Academia Nacional de Ciencias a la publicación de la obra Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles de la República Ar- gentina, de Florentino Ameghino. Carlos A. Prego 51 Estado, universidad y prácticas experimentales en el campo biomédico: génesis del primer Instituto universitario. Roberto A. Ferrari 71 Carl Schultz-Sellack (1844-1879) y los orígenes de la fotografia astronómica en la Argentina.

Temas de Saber y Tiempo El pensamiento científico en la Argentina de entreguerras Luis Alberto Romero 104 La Argentina entre las guerras mundiales: dos proyectos en conflicto. Tomás Buch 104 Tecnologías entreguerras. Manuel Fernández López, 104 La ciencia económica argentina entre guerras (1918-1939). Mario Bunge 105 La filosofía. Reminiscencias de un sobreviviente. Juan Carlos Agulla 105 La sociología en la Argentina de entreguerras 201 Crónicas 217 Reseñas 220 Noticias 224 Publicaciones recibidas 241 Indice onomástico Colaboradores de este Número

Juan Carlos Agulla (1928). Doctor en Ciencias Sociales (Universidad Nacional de Córdoba), Doctor en Derecho (Universidad Central de Madrid) y Doctor en Filosofía (Ludwig Maximilian Universität, Munich). Autor de Dependencia y conciencia desgraciada. La experiencia sociológica en América Latina y en la Argentina. Elías Bortz (1962). V. Saber y Tiempo, 2 (8): 226 Tomás Buch (1931). Doctor en Química Física (Northwestern University, Estados Unidos). Autor de El tecnoscopio (1996) y Sistemas tecnológicos (1999). Mario Bunge (1919). V. Saber y Tiempo, 1 (3): 237 Manuel Fernández López (1941). V. Saber y Tiempo, 3 (9): 4 Roberto A. Ferrari (1949). V. Saber y Tiempo, 1 (3): 237 Jerónimo Jesús Granados (1957). Doctor en Teología (Philipps-Universität, Marburg, RFA). Autor de Bild und Kunst im Prozess der Christianizierung Lateinamerikas (en prensa). Carlos A. Prego (1946). Sociólogo (Univ. Católica de Chile), Doctor en Sociología (Univ. Nac.Autónoma de México). Autor de trabajos de epistemología y de historia de la medicina argentina. Luis Alberto Romero (1944). Profesor de Historia (Universidad de Buenos Aires). Autor de Breve historia contemporánea de la Argentina; Argentina. Crónica total del siglo XX; (con Leandro H. Gutiérrez) Sectores populares, cultura y política: Buenos Aires en la entreguerra; (con Luciano de Privitellio) Grandes discursos de la historia argentina. Claudia Ethel Sedlinsky (1963). V. Saber y Tiempo, 2 (8): 227 Luis Alberto Tognetti (1965). Licenciado en Historia (Universidad Nacional de Córdoba). Autor (con Carlos Page) de La Academia Nacional de Ciencias. Etapa fundacional. Siglo XIX. A nuestros lectores Rogamos tomar nota de las siguientes erratas deslizadas en el N° 10 de Saber y Tiempo: Pág. 42, rengl. 1, 25 y 26, donde dice menos que e debe decir menos que ε Pág. 52, renglón 31, donde dice la primera [de las hipótesis] debe decir la segunda. Pág. 55, renglón 14, donde dice profesor de Gaviola debe decir colega de Gaviola. SABER Y TIEMPO 11 (2001). 5-31 Separata 122.11

ASPECTOS MÉDICOS DEL LIBRO DE TOBIT

Jaime Elías Bortz, Claudia E. Sedlinsky y Jerónimo J. Granados Facultad de Medicina, U.B.A., -Hospital Francés- ISEDET

El libro de Tobit es un documento importante de la literatura sapiencial del período intertestamentario. Fue escrito proba- blemente en idioma arameo en la ciudad de Antioquía en el siglo II A.C. El libro contiene elementos de interés para estu- diosos de diversas disciplinas humanísticas. El trabajo se pro- pone estudiar el documento para verificar los rastros de la influencia de ideas médicas científicas tempranas, provenientes del mundo helénico, sobre el pensamiento médico científico del mundo semítico de la época. Se analizan las características del libro respecto de ubicación, versiones, título, idioma, lugar y fecha de redacción, argumento y relación con otros documen- tos y otros relatos populares conexos. Se identifican tres pasa- jes de importancia médica cuyo análisis permite formular la hipótesis de que el libro refleja el momento en que se produjo la transición entre la medicina pretécnica, basada en nociones sobrenaturales, y la medicina técnica, basada en conceptos naturales. Elementos de ambas medicinas coexisten en el libro, que revela la penetración del pensamiento científico griego en el ambiente semítico. Se destaca también la importancia del estudio del pensamiento médico y científico contenido en un documento antiguo, como elemento importante para su datación.

El libro de Tobit ocupa un lugar notable en la literatura sapiencial clásica. El lector general se puede sentir atraído hacia el libro como parte de la literatura universal, por el desarrollo vivaz del argumento de la historia y el retrato de sus personajes. Los especialistas en diversos temas, los estudiosos del folclore popular, los de las costumbres y valores, los que investigan sobre angelología y demonología, los histo- riadores de la cultura, los filólogos, los estudiosos de idiomas clásicos, experimentarán una estimulante fascinación. Por supuesto, el libro es 6 JAIME ELÍAS BORTZ, CLAUDIA E. SEDLINSKY Y JERÓNIMO J. GRANADOS de extraordinario interés para los estudiosos de la literatura intertestamentaria; puede verse cómo se relaciona con otros textos de género e ideas similares, cómo realza sentimientos y conceptos, y cómo se entronca con las enseñanzas de sacerdotes, profetas, salmistas y pensadores. El estudioso de las religiones será atraído por una historia en la que Dios y el hombre, por un lado, y el hombre con su prójimo, por el otro, se relacionan; en la que se muestra el problema del mal; la predestinación, el mensaje de fe, la confianza en una pronta restauración del pueblo hebreo, el pecado y el arrepentimiento; la misericordia divina, los deberes de un judío para con su familia y su entorno. Éstos han sido los modos tradicionales con los cuales los inves- tigadores se han aproximado al libro de Tobit, uno de los documentos más interesantes de la así llamada literatura intertestamentaria. La época de su probable redacción fue testigo de impresionantes cambios políticos y culturales en el Mediterráneo Oriental, el Cercano y el Medio Oriente. Se produjeron enormes desplazamientos poblacionales que llevaron nuevos grupos étnicos a antiguos territorios y los estable- cieron allí. En el marco de esos intercambios culturales, es posible que las nuevas ideas sobre la salud y enfermedad que aparecieron entre comunidades de habla griega en el Mediterráneo Oriental, que tan bien describió Pedro Laín Entralgo (1997: 43), hayan influido sobre los pueblos semíticos del Cercano y Medio Oriente. Nos referimos espe- cialmente a la transición de la medicina pretécnica, de origen sobrena- tural, a la medicina técnica, de concepción natural, que se operó en la zona del Egeo. No se conoce a la fecha con exactitud el alcance de dicha influencia y el tema ha sido motivo de debate1 (Castiglioni, 1941: 35 y sig.). En trabajos anteriores hemos descripto los paralelismos entre diversas civilizaciones, en cuanto a su noción de los efectos de las modificaciones de la calidad del agua y del aire en la génesis de enfermedad (Bortz, Sedlinsky, 1994: 103-120; 1995: sin pág.; 1998: 7- 24; 1999). Hemos identificado similitudes y diferencias conceptuales, pero desconocemos a la fecha si se trata de una influencia monodireccional, bidireccional o si los conceptos surgen de una fuente primigenia común. En este trabajo nos proponemos estudiar si existen rastros de la influencia de las ideas médicas naturales helenas en un ASPECTOS MÉDICOS DEL LIBRO DE TOBIT 7 texto de la literatura intertestamentaria del mundo semítico: el libro de Tobit.

Ubicación del libro, versiones, título e idioma original El libro de Tobit suele ser incluido en el grupo de los Apócrifos. Bajo este nombre se conoce una colección de quince libros o porciones de libros que fueron escritos entre el siglo II a.C. y el siglo I d.C. Si bien no fueron incluidos en el canon hebreo de la Biblia, la Septuaginta (traducción de la Biblia al griego) los incluye a todos menos a II Esdras. Luego de siglos de incertidumbre, en el siglo XVI se estableció que estos trabajos deben ser aceptados como parte de la versión latina de la Biblia (Vulgata), excepción hecha de la Plegaria de Manasés, de I Esdras y de II Esdras, que fueron colocados como apéndice del Nuevo Testamento. En la Biblia protestante, los Apócrifos no son considera- dos parte de la Escritura. Fueron impresos como sección separada, entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, y en las ediciones modernas aparecen usualmente en un volumen separado (Cornay, 1993: 357). Un tratamiento mayor de la naturaleza de los Apócrifos escapa a los alcances de este trabajo. Remitimos al lector a una bibliografía especí- fica al respecto.2 Lo que estableceremos aquí es nuestra independencia de las cuestiones vinculadas al cánon literario. En otras palabras, en este trabajo los autores prescindiremos de las discusiones sobre la naturale- za escritural de Tobit y analizaremos el libro puramente como docu- mento literario clásico que refleja los valores, creencias y actitudes de una cosmovisión con coordenadas establecidas de tiempo y espacio.

El libro de Tobit ha sido transmitido en versiones escritas en diferentes lenguas: griego, latín, siríaco, arameo, hebreo, etíope y cóptico-sahídico. Las versiones más antiguas de la historia están escritas en griego. Existen tres recensiones principales en griego: el texto Vaticanus, llamado B, el texto Alexandrinus, llamado A y el texto Sinaiticus, llamado S. Tanto B como A datan del siglo IV d.C. Las versiones en latín antiguo derivan del texto griego S. La versión siríaca es un trabajo compuesto. Se supone que es una traducción realizada por Pablo de Tella a partir del Hexapla de Orígenes alrededor del año 616 d.C. 8 JAIME ELÍAS BORTZ, CLAUDIA E. SEDLINSKY Y JERÓNIMO J. GRANADOS

Neubauer publicó en 1878 una versión en arameo de Tobit a partir de un manuscrito de la Bodleian Library de Oxford. El texto arameo está escrito en tercera persona y se asemeja al texto de la Vulgata de San Jerónimo. Por tal motivo, Neubauer sostuvo que este texto arameo y el de la Vulgata están estrechamente relacionados, ya que el mismo Jerónimo sostuvo, en el prefacio a su traducción del libro de Tobit, que la traducción estaba hecha a partir de un texto “caldeo” (arameo). Se conocen tres recensiones en hebreo: una, llamada texto de Münster (HM), se publicó en Constantinopla en 1516; otra es parte de un manuscrito que se conserva en el Museo Británico y fue publicada en 1896 por Moses Gaster; la tercera es la de Fagius, publicada en Constantinopla en 1517. La versión en etíope fue editada en 1894 y la versión en copto-sahídico se publicó en Roma en 1885. Casi todas las versiones mantienen el mismo título del libro, con diferencias menores en cuanto a la grafía: Tobi, Tobit, Tobith, Tobeith. En cambio, existen diferencias importantes entre los investigadores con respecto al idioma original del libro. Algunos estudiosos opinan que fue el griego. Si bien el griego de Tobit revela una influencia importante del hebreo, no sería diferente de otros escritos del judaísmo del período helenístico-romano. Otros opinan que el idioma original fue el hebreo. Se han indicado varios indicios en este último sentido. Aparecen errores en la gramática griega, se evidencian juegos de palabras encubiertos del idioma hebreo y hay dificultades para com- prender ciertos pasajes que revelan fallas en la traducción. Las tres versiones griegas -que parecen tener idénticos errores- serían tributarias de una versión hebrea anterior. Aun así, se puede suponer con cierto viso de confianza que, aunque el precursor inmediato del texto griego fue un texto hebreo, éste no fue el idioma original. Aparecen construcciones gramaticales más propias del arameo que del hebreo. Posiblemente haya que pensar, entonces, que el idioma original de redacción fue el arameo (Zimmermann, 1958: 36-38).

Lugar de redacción No existe acuerdo entre los investigadores sobre el lugar donde se redactó la historia de Tobit. Las hipótesis pueden resumirse en tres: ASPECTOS MÉDICOS DEL LIBRO DE TOBIT 9

Egipto, Israel y Mesopotamia. El autor de Tobit narra que el libro fue escrito después de ser tomado cautivo por los asirios y deportado a Nínive, la capital de Asiria (Anónimo, s/fecha, a). Si fuera así, el libro debería de haber sido escrito en la segunda mitad del siglo VIII a.C. o en los primeros años del siglo siguiente. Sin embargo, la sucesión de reyes asirios descripta en el relato es errónea. Se considera extraño que un contemporáneo equivoque la secuencia de la sucesión real, por lo que se supone que el autor no fue testigo de las acciones de los reyes mencionados en su relato. Otras datos indican que el autor tampoco conocía bien el terreno donde situó los hechos. En efecto, existen numerosos errores topográficos que sólo se explicarían por el descono- cimiento del terreno. La expulsión de Asmodeo, demonio babilónico, a Egipto, hace pensar que este país era un sitio muy distante del lugar de redacción: expulsar a Egipto debería entenderse como expulsar al límite de la frontera conocida. La situación de opresión de los hebreos descripta en Tobit no era de ninguna manera la que vivían los hebreos bajo el reinado de los Ptolomeos, dinastía grecoegipcia que les permitió libertad cultural y religiosa. De manera que es posible descartar a Egipto como tierra de redacción de Tobit. La segunda posibilidad sería que hubiera sido escrito en Israel. Sin embargo, el libro respira una atmósfera de la Diáspora; habla de la cautividad, de la redención de Sión, de esperanza y retorno a la tierra de sus antepasados. El tercer grupo de investigadores ha considerado posible que el libro haya sido escrito en Mesopotamia. Para la fecha probable de redacción, el Cercano Oriente estaba dominado por el reino de los Seléucidas grecosirios, que asumieron una actitud mucho menos tole- rante que los Ptolomeos en el trato con los judíos habitantes de su reino. Los hechos relatados en los dos primeros libros de los Macabeos así lo demuestran. Por lo que es probable que el ambiente de intoleran- cia hacia las costumbres hebreas que se respira en el libro de Tobit haya sido producto de la atmósfera general en la que vivía el autor. Éste se muestra familiarizado con los sucesos de la corte: hace que su persona- je, Tobit, sea proveedor del rey, que los avatares hagan que su propie- dad sea confiscada, que luego Ajikar logre restablecerlo en su puesto original. Sí, la atmósfera que se respira en los primeros capítulos es una atmósfera de ciudad importante, de capital de reino, donde suceden 10 JAIME ELÍAS BORTZ, CLAUDIA E. SEDLINSKY Y JERÓNIMO J. GRANADOS acontecimientos vinculados con la corte. Si esta hipótesis fuera correc- ta, el lugar probable de redacción de Tobit sería la ciudad de Antioquía, capital del reino de los Seléucidas. Antioquía era, con Roma y Alejandría, una de las grandes ciudades del mundo helenístico. Para el historiador Flavio Josefo era una de las tres mayores del mundo (Josefo, s/fecha, s/ pág.), centro de ciencia, literatura y cultura; y era cosmopolita, en el sentido que se encontraba en el camino que unía Asia Menor con Egipto. Se calcula que un tercio de su población era de origen hebreo.

Fecha de redacción Es probable que las tres grandes secciones del libro hayan tenido momentos diferentes de redacción. Zimmermann sostiene que primero se compuso la narrativa histórica desarrollada entre los capítulos 1 y 12, luego el epílogo que ocupa el capítulo 14 y, por último, la plegaria de Tobit que aparece en el capítulo 13 (Zimmermann, 1958: 21). Aun así, la fecha de redacción de Tobit es incierta. Se han arriesgado fechas que van desde el siglo VII a.C. hasta el III d.C. Estos límites no parecen realistas. En primer lugar, todo indica que el autor no fue testigo de los hechos que relata aunque los sitúe en la Asiria del siglo VIII.3 Después de analizar una serie de datos históricos, Zimmermann opina que el cuerpo principal del libro, es decir, la narrativa histórica de los capítulos 1 a 12, fue compuesto en el primer cuarto del siglo II a.C., cerca del año 165 a.C., durante el reinado de Antíoco IV. El salmo del capítulo 13 habría sido compuesto después de la destrucción del Templo de Jerusalén por los romanos (70 d.C.). Por fin, el epílogo que ocupa el capítulo 14 habría sido redactado entre los años 70 y 115 (Zimmermann, 1958: 21-27).

Argumento del libro La historia comienza relatando que, cuando el reino de Israel fue invadido por los asirios, Tobit y sus familiares, todos ellos pertenecien- tes a la tribu de Naftalí, fueron deportados como cautivos a Asiria. Tobit cumplía sus deberes religiosos de acuerdo con la ley bíblica, tal como lo había hecho en su tierra natal donde, como hombre devoto que era, entregaba sus diezmos a sacerdotes y levitas en Jerusalén y realiza- ASPECTOS MÉDICOS DEL LIBRO DE TOBIT 11 ba las peregrinaciones rituales anuales en los días de festejo estableci- dos en el calendario religioso. Se casó con una mujer llamada Ana, quien le dio un hijo llamado Tobías. A diferencia de otros deportados, Tobit no se volvió idólatra en Asiria. No comía alimentos faenados de acuerdo con los ritos paganos; alimentaba al hambriento, vestía al desnudo y, si encontraba un correligionario muerto sin enterrar, le daba sepultura. Encontró el favor del rey asirio y fue designado jefe de aprovisionamientos reales. De viaje por la región de Media, dejó en custodia diez talentos de plata a un conocido llamado Gabael. Fue denunciado por la comisión de un acto ilegal, el entierro de un cadáver que había sido dejado a la intemperie como gesto de escarnio. En castigo se lo destituyó y se le confiscó la propiedad. Un amigo llamado Ajikar, visir del rey Senaquerib, aprovechó luego un cambio de gobier- no y consiguió liberar a Tobit, que fue devuelto a su familia en Nínive. La historia continúa cuando Tobit se apresta a celebrar la fiesta de Pentecostés. De acuerdo con su costumbre, envió a su hijo Tobías a buscar una persona menesterosa para invitarla a compartir la cena festiva. Al regresar, Tobías le comentó que había visto en la calle el cadáver tirado de un hebreo. Tobit corrió, retiró el cuerpo y al atardecer lo enterró. Pero su acción piadosa no fue recompensada y le sobrevino la calamidad. La deyección de unos pájaros cayó sobre sus ojos y lo encegueció, volviéndole dependiente de su esposa e hijo. Su esposa se empleó como tejedora y sus patrones le regalaron un cabrito como retribución adicional. Pero Tobit, al sospechar que el animal había sido robado, ordenó a su esposa que lo devolviera. Enojada, la mujer lo desafió preguntándole qué sentido tenía una piedad religiosa que lo recompensaba sólo con desgracias. Angustiado, Tobit ruega a Dios que lo lleve de este mundo. En el mismo momento ocurrían sucesos similares en Ecbatana. Una joven llamada Sara, hija de Ragüel, rezaba para ser liberada de su trágico sino. Se había casado sucesivamente con siete hombres, todos los cuales habían fallecido la noche de bodas antes de consumar el matrimonio. Era presa de un vil demonio llamado Asmodeo y, según ella, no había ningún otro pariente a quien desposar para cumplir con el mandato del levirato.4 Marcada por su pasado y sin esperanza hacia el futuro, Sara piensa incluso en el suicidio. Pero, tomando en cuenta a 12 JAIME ELÍAS BORTZ, CLAUDIA E. SEDLINSKY Y JERÓNIMO J. GRANADOS sus amados padres, remplaza la muerte provocada por la plegaria. Las preces de Tobit y Sara ascienden al mismo tiempo al cielo y son escuchadas por Dios, que envía al ángel Rafael a ayudarlos. Empobrecido, incapacitado y esperando la muerte, Tobit recuer- da de repente el dinero que muchos años atrás había dejado en manos de Gabael, e instruye a su hijo para que viaje a reclamarlo, para lo cual le entrega su parte del recibo de la transacción. Como última voluntad, Tobit solicita a su hijo ser enterrado en forma adecuada, le pide ser atento con su madre, destinar fondos a la caridad sin importar su situación económica, desposar a una mujer de su misma fe religiosa, ser moderado en la bebida y bendecir y alabar a Dios en todo momento. Tobías busca un guía acompañante, para el largo viaje que enfrenta, y se le aparece el ángel Rafael, con apariencia de ser humano e identifi- cándose con el nombre de Azariá. Tobías, su perro y Azariá-Rafael emprenden el camino. Al atardecer el grupo acampa en la ribera del río Tigris. Cuando Tobías se dispone a bañarse en el río, un gran pez lo ataca. Tobías consigue eludir el ataque, captura al pez y, por pedido de Rafael, lleva al animal a la costa y lo abre, conservando el corazón, el hígado y la bilis del animal, como consecuencia de un consejo de Rafael, que le ha descrito las propiedades curativas de cada uno de estos elementos. Conforme se van acercando a la ciudad de Ecbatana, Rafael le revela a Tobías la existencia de una joven virtuosa, perteneciente a su familia, que sería digna de ser tomada como esposa. Tobías, que conoce la historia de Sara, se siente atemorizado por las circunstancias, pero Rafael lo tranquiliza brindándole instrucciones sobre cómo conjurar el maleficio que castiga a la joven. Tobías llega a la casa de Ragüel y es recibido con hospitalidad y afecto. Pide a Sara como esposa e insiste en su petición a pesar de los temores de Ragüel, quien finalmente autoriza el casamiento y firma un documento testificando su aprobación. Cuando la pareja se apresta a consumar el matrimonio y el demonio se acerca, Tobías quema el corazón y el hígado del pez en un incensario y el potente humo ahuyenta al demonio y lo expulsa hasta Egipto. A la mañana siguiente, Ragüel, viendo que este nuevo marido no había perecido, realiza un gran festejo de esponsales. Tobías despacha a Rafael a la casa de Gabael a buscar el dinero de su padre y a invitarlo a la boda. ASPECTOS MÉDICOS DEL LIBRO DE TOBIT 13

Después de dos semanas de festejos, Tobías recibe la bendición de Ragüel y la mitad de sus propiedades, en calidad de regalos de boda, y se dispone a regresar con Sara a la casa de sus padres. Al llegar a Nínive, Tobías, por consejo de Rafael, se apresura a llegar a la casa de Tobit. Al ver acercarse el perro, Ana advierte que su hijo ha regresado. Tobías entra a la casa, unta los ojos de su padre con la bilis y le devuelve la visión. Tobit estalla de júbilo, da la bienvenida a su nuera y los parientes Ajikar y Nadán se unen a la celebración. Tobit y Tobías ofrecen a Azariá-Rafael la mitad del dinero obtenido, además de un pago por sus servicios de custodia y compañía. Entonces el ángel revela su identidad: se trata de Rafael, uno de los siete ángeles que sirven a la gloria de Dios. Los dos hombres se sorprenden y prosternan. Rafael les pide que no teman y que escriban en un libro todo lo sucedido, luego de lo cual desaparece. En el capítulo siguiente Tobit compone un himno, en el que exhorta al pueblo hebreo a alabar a Dios con todo el corazón. Dios tendrá misericordia de ellos y los reunirá de entre todos los pueblos. Jerusalén y el Templo serán reconstruidos. Una luz brillará en toda la tierra y los habitantes del planeta, en esa era dorada, honrarán a Dios. En el capítulo final se cumple la profecía y se recompensa la piedad. Antes de morir, Tobit ordena a su hijo que abandone Nínive, ante la probable destrucción de la ciudad prevista por el profeta Najum, y se dirija a Media, donde la situación era más tranquila. Cuando Tobit y Ana mueren, son sepultados con honores y Tobías y su familia viajan a Media donde viven con sus suegros. Al morir, son enterrados en las formas prescriptas. Tobías vive lo suficiente como para ser testigo de la destrucción de Nínive.

Tobit y su relación con otros libros El autor de Tobit se muestra muy influido por los escritos bíblicos, tanto en su pensamiento como en su estilo, en los diálogos y en las imágenes. En diversas secciones del libro, adopta la expresión bíblica exacta.5 Además del uso de metáforas bíblicas, se observa que utiliza la Biblia como fuente de información histórica.6 Zimmermann cita pasa- jes en los que encuentra similitudes entre Tobit y otros libros del Antiguo Testamento en lo que se refiere a ideas y giros idiomáticos (Zimmermann, 1958: 13, notas). 14 JAIME ELÍAS BORTZ, CLAUDIA E. SEDLINSKY Y JERÓNIMO J. GRANADOS

Es interesante comparar Tobit 12:11 con Daniel 11:2. El lengua- je es idéntico: “Os voy a decir toda la verdad” / “Pero ahora voy a revelarte la verdad”. No sólo la palabra “verdad” es el objeto directo en ambos casos, sino que la situación es de por sí la misma: se trata de ángeles que dirigen sus palabras a los receptores de la revelación divina. Por otra parte, este ejemplo daría un dato indirecto sobre la fecha de redacción del libro: la mayor parte debe de haberse compuesto en la segunda mitad del siglo II a.C., es decir, aproximadamente en la fecha de composición de Daniel 11. La relación de Tobit con el Eclesiástico (Ben Sira) es más difícil de probar. Tobit 4:7 y 12:13 pueden ser comparados con Eclesiástico 4:4 y 38:16, respectivamente. Párrafo aparte merece la relación entre Tobit y Ajikar. Se sabe que el relato de Ajikar era un relato popular y conocido en el Cercano Oriente en los siglos que precedieron al comienzo de la era cristiana. El redactor del libro de Tobit conoce perfectamente la historia de Ajikar y lo mismo puede decirse de todos sus lectores. Por tal motivo, las escasas referencias que Tobit hace a ciertos hechos de la vida de Ajikar bastaban para hacer entender a sus lectores de qué estaba hablando. El relato de Ajikar se encontró en documentos de la guarnición militar de Elefantina, por lo que se sabe que la historia ya existía por lo menos en el año 450 a.C., si no antes. Si se admitiera que el libro de Tobit es del siglo II a.C., ello significaría que el relato de Ajikar ya tenía más de trescientos años de tradición popular.7

Temas dominantes en Tobit y su relación con el folclore de la región El libro de Tobit presenta ricas asociaciones con varios temas clásicos del folclore universal. Los temas están inextricablemente unidos en un tejido prolijo. La clave para entender este proceso es observar la transición del relato de la primera a la tercera persona. Esa transición comienza, de forma imperceptible, en el capítulo 3 versículo 7 y se observa en los versículos 16 y 17. Evidentemente, la forma escrita del libro es, en realidad, la culminación de una extensa tradición oral. Zimmermann ha enumerado no menos de 24 historias populares rela- cionadas con los temas de Tobit (Zimmermann, 1958: 5). Cuando observamos los temas que contribuyeron a la historia, se ve enseguida ASPECTOS MÉDICOS DEL LIBRO DE TOBIT 15 que los relatos orales de transmisión intergeneracional precedieron en siglos al documento escrito.

Podemos detallar algunas de estas historias como sigue: El difunto agradecido: Narra la historia de un héroe que conoce a un grupo de acreedores que se niegan a sepultar un cadáver hasta que sean canceladas las deudas del difunto. Con enorme costo, el héroe renuncia a todas sus posesiones para rescatar el cuerpo y darle sepul- tura. Un personaje misterioso se le une y le ayuda, poniendo como condición recibir la mitad de las ganancias del héroe. El extraño es el difunto agradecido.

Esta historia ofrece el marco propicio para una serie de aventuras posteriores, que se relacionan con otro motivo literario, el monstruo de la cámara nupcial.

El monstruo de la cámara nupcial: En estas aventuras el héroe descubre que todos los novios de la princesa han muerto en la noche de bodas. Su compañero, el difunto agradecido, le aconseja casarse con la princesa. Cuando el dragón aparece en la cámara nupcial, el compañero del héroe mata al dragón. Sin embargo, la princesa está encantada, porque tiene serpientes en su cuerpo. El encantamiento es conjurado cuando la princesa es cortada en dos. El compañero recibe la mitad de las ganancias del héroe.

El matador de dragones: Este tema popular narra la historia de una pareja humilde que tenía dos hijos, un varón y una mujer. Cuando los padres mueren, dejan sólo una casa y tres ovejas: la hija hereda la casa y el hijo, las ovejas. El hijo intercambia estos tres animales por tres perros milagrosos y se lanza con ellos a recorrer el mundo. En el camino encuentra a un anciano (en otras versiones, una anciana) que, en recompensa por su cortesía, le regala una espada mágica o una vara mágica: todo aquel que sea golpeado con ellas morirá. El muchacho llega a la ciudad real a la que encuentra invadida por la desesperación. La causa es que un dragón de siete cabezas, que vive en una montaña cercana a la ciudad, exige el sacrificio periódico de una doncella; de no hacerse, el reino será destruido. El sacrificio ha 16 JAIME ELÍAS BORTZ, CLAUDIA E. SEDLINSKY Y JERÓNIMO J. GRANADOS

sido acordado y la suerte ha caído en la princesa. El rey ha prometido que, quienquiera que fuera, quien pueda salvarla recibirá su mano y la mitad de su reino. El joven se dirige a la morada del dragón y llega en el preciso momen- to en que la princesa es traída para ser ofrendada. El monstruo aparece rugiendo, pero el joven no se amedrenta. Lucha contra el dragón y con su espada corta todas las cabezas. En esta historia, los perros lo ayudan sosteniendo al dragón. La historia continúa relatando otros desafíos que enfrenta el héroe hasta que finalmente desposa a la princesa. Otra historia relacionada con Tobit es la de los dos hermanos. Los dos hermanos: Un pescador, que no tenía hijos, atrapa al rey de los peces, que pide ser liberado. En recompensa por su gesto, le promete al pescador otro pez, o le enseña el sitio donde puede atrapar otro pez. Cuando el pescador lo atrapa por segunda vez, lo persuade nuevamente de dejarlo escapar. Al atraparlo una vez más, el rey de los peces le aconseja que lo corte en cierto número de trozos, que de una parte a su esposa, a su yegua y a su perra, y entierre el resto en un jardín bajo un árbol. Los trozos tiene propiedades mágicas. La espo- sa, la yegua y la perra dan a luz y los recién nacidos tienen poderes especiales. En el jardín crecen dos espadas y dos árboles. Mucho tiempo después, uno de los hijos se echa a andar por el mundo con espada, caballo y perro y, a su debido tiempo, mata a un dragón. De aquí en adelante la historia se superpone con la del matador de drago- nes, excepto que, en el incidente de la muerte del dragón, el héroe no es acompañado por tres perros sino por uno.

Si se mira el libro de Tobit a la luz de estos motivos literarios antiguos universales, se observa, incluso en la forma más antigua del de Tobit (documento Griego S), su fusión y condensación. La versión que conocemos ahora es, evidentemente, resultado de un largo proceso de desarrollo interno.

Problemas literarios del texto Tenemos, sin embargo, algunas secciones que nos ofrecen dudas, pues no parecen integrarse lógicamente en la narrativa. ¿Cuál es, por ejem- plo, la función del perro en nuestro relato? No parece tener un lugar ASPECTOS MÉDICOS DEL LIBRO DE TOBIT 17 cierto como el resto de los personajes, sean divinos o humanos. Tam- poco entre los animales, pues el otro animal mencionado en el relato es el pez y su función es proveer las tres vísceras necesarias para las actividades que llevaría a cabo Tobías. Podría decirse que aporta un elemento decorativo a la historia. Sin embargo, no puede ser así, porque los cuentos populares son sistemas cerrados, en los que ningún personaje o acontecimiento deja de tener una función definida en la trama. El perro tiene o tiene que haber tenido, alguna vez, un papel importante. En las versiones de Tobit en las que el perro está pobre- mente descripto, o cuya función no se comprende, el autor lo omitió por completo. Éste es el caso de las versiones aramea y hebrea. Veamos también el asunto del corazón y del hígado, tomados del pez por Tobías. Sabemos que fue necesaria una sola sustancia, la bilis del pez, para curar los ojos enfermos de Tobit. Sin embargo, para expulsar al demonio se requieren dos substancias individuales. Esto significa que se combinan dos propiedades para lograr una misma función. Nos preguntamos: ¿es posible que el corazón y el hígado hayan tenido algunas vez funciones separadas, una de las cuales (o las dos) haya o hayan sido ignoradas en la forma escrita final del libro, tal como lo conocemos hoy? El narrador de la versión griega C y los textos publicados por Neubauer en arameo y hebreo suprimieron el hígado por carecer de significado aparente en la historia. Nos preguntamos entonces si el perro y el hígado podrían pro- porcionar pistas para entender cómo se construyó el libro de Tobit y qué historia inicial (o, en plural, qué historias iniciales) lo fue o lo fueron formando con el paso del tiempo hasta su redacción final. Aquí volvemos a la reflexión sobre la literatura folclórica universal. Algu- nos de sus temas aparecen en Tobit. El héroe, por lo general al comien- zo de sus aventuras, tiene triple cometido: matar al dragón, hacerse de un tesoro, desposar a una doncella. Ninguno de estos objetivos puede realizarse sin poner en peligro su vida. Uno de esos cometidos aparece también en Tobit, sólo que ligeramente modificado. La pelea por el tesoro fue transformada en una transacción comercial de depósito de dinero, extensión de recibo y posterior recuperación de lo depositado mediante la acreditación de identidad y de derecho sobre el dinero. Podemos pensar que, en el origen de la historia, el dinero no era recuperado tan fácilmente porque estaría bajo la custodia de un mons- 18 JAIME ELÍAS BORTZ, CLAUDIA E. SEDLINSKY Y JERÓNIMO J. GRANADOS truo. Para ello haría falta una ayuda externa, que inmovilizara al monstruo de forma tal que el héroe pudiera matarlo. Así se explicaría la figura del perro. En el relato original, es probable que el perro haya servido para ayudar al héroe en su tarea proporcionando el auxilio que el héroe necesitaría para la conquista. Más aún, si el monstruo tuviera más de una cabeza sería menester disponer de más de un perro para tal propósito. Aquí nuestra historia se funde con la historia anterior de los tres perros. En el curso de las generaciones que precedieron a la redacción final del libro se produjeron modificaciones, de acuerdo con las nuevas creencias, y la figura del dragón multicéfalo se fue transfor- mando, de forma paulatina, en la de un demonio, un espíritu del mal, tal como aparece en el libro de Tobit. De la misma forma se transforma el motivo de la adquisición de fortuna. En los relatos tradicionales, el tesoro es guardado por el dragón; alternativamente, es guardado por el rey/padre de la princesa/ doncella que lo entregará a cambio de la muerte del dragón. En ambos casos, la muerte del dragón representa la vía de acceso del héroe al tesoro. En Tobit, quien guarda el tesoro es Gabael y lo entrega, no a cambio de un hecho de violencia, sino a cambio de una copia del recibo extendido en el momento de aceptar el dinero para custodia. Por tal motivo, el perro ya no es necesario para rescatar el tesoro. En conse- cuencia, su función en el relato posterior se pierde. Todo lo que el relator podía recordar es que, en alguna parte, por algún motivo, esta historia incluía un perro. Por ello, en Tobit, el perro acompaña la salida de los viajeros y regresa con ellos. Que en la historia Ana se diera cuenta del inminente regreso de su hijo al ver llegar al perro antes que a los viajeros, no agrega función al animal.

Pasajes de importancia médica en Tobit Veamos ahora los pasajes de importancia para la historia de la medici- na. Tres son los momentos del relato que interesan a nuestros fines: la escena a orillas del Tigris, la escena en la cámara nupcial y la escena de retorno al hogar paterno.8

La escena a orillas del Tigris Partió el muchacho en compañía del ángel y el perro les seguía. Yendo de camino, aconteció que una noche acamparon junto al río ASPECTOS MÉDICOS DEL LIBRO DE TOBIT 19

Tigris. Bajó el muchacho al río a lavarse los pies, cuando saltó del agua un gran pez que quería devorar el pie del muchacho. Este gritó pero el ángel le dijo: “¡Agarra el pez y tenlo bien sujeto!”. El mucha- cho se apoderó del pez y lo arrastró a tierra. El ángel añadió: “Abre el pez, sácale la hiel, el corazón y el hígado y guárdatelo; y tira los intestinos; porque su hiel, su corazón y su hígado son remedios úti- les”. El joven abrió el pez y tomó la hiel, el corazón y el hígado. Asó parte del pez y lo comió, salando el resto. Luego continuaron su camino, los dos juntos, hasta cerca de Media. Preguntó entonces el muchacho al ángel: “Hermano Azarías, ¿qué remedios hay en el cora- zón, el hígado y la hiel del pez?”. Le respondió: “Si se quema el corazón o el hígado del pez ante un hombre o una mujer atormenta- dos por un demonio o un espíritu malo, el humo ahuyenta todo mal y le hace desaparecer para siempre. Cuanto a la hiel, untando con ella los ojos de un hombre atacado por manchas blancas, y soplando sobre las manchas, queda curado”. (Anónimo, s/fecha, b)

La escena en la cámara nupcial Cuando acabaron de comer y beber, decidieron acostarse, y tomando al joven le llevaron al aposento. Recordó Tobías las palabras de Ra- fael y, tomando el hígado y el corazón del pez de la bolsa donde los tenía, los puso sobre las brasas de los perfumes. El olor del pez expulsó al demonio que escapó por los aires hacia la región de Egip- to. Fuese Rafael a su alcance, le ató de pies y manos y en un instante le encadenó. (Anónimo, s/fecha, c)

La escena de retorno al hogar paterno Rafael iba diciendo a Tobías, mientras se acercaban al padre: “Tengo por seguro que se abrirán los ojos de tu padre. Úntale los ojos con la hiel del pez, y el remedio hará que las manchas blancas se contraigan y se le caerán como escamas de los ojos. Y así tu padre podrá mirar y ver la luz”. Corrió Ana, y se echó al cuello de su hijo, diciendo: “¡Ya te he visto, hijo! ¡Ya puedo morir!”. Y rompió a llorar. Tobit se levantó y trompicando salió a la puerta del patio. Corrióhacia él Tobías, llevando en la mano la hiel del pez; le sopló en los ojos y abrazándole estrechamente le dijo: “¡Ten confianza, padre!”. Y le aplicó el reme- dio y esperó; y luego, con ambas manos le quitó las escamas de la 20 JAIME ELÍAS BORTZ, CLAUDIA E. SEDLINSKY Y JERÓNIMO J. GRANADOS

comisura de los ojos. Entonces él se arrojó a su cuello, lloró y le dijo: “¡Ahora te veo, hijo, luz de mis ojos!”. (Anónimo, s/fecha, d).

Análisis de los pasajes Pero pasemos ahora al análisis de los pasajes médicos de Tobit. En Tobit, la expulsión del demonio se consigue mediante las propiedades mágicas del hígado y del corazón del pez. Esas propiedades mágicas no forman en Tobit un núcleo de historias por sí mismas. Sin embargo, se da por conocido y por cierto que algunas substancias naturales tienen propieda- des mágicas. Thompson ha compilado relatos que evidencian la creencia en la posibilidad de adquirir visión mágica si se coloca un ungüento adecuado en los ojos (Thompson, 1951: 24). La existencia de estos relatos, que en su mayor parte son anteriores a la edición final de Tobit, refuerza la idea de la confluencia de múltiples motivos previos en el libro que conocemos hoy. Sin embargo, Tobit reelabora la historia de manera diferente. El ungüento, una sustancia natural, no concede visión mágica a Tobit. Restaura su visión normal. Es decir, no le da, por ejemplo, la capacidad de verlo todo a la distancia, como cuentan algunos relatos que han llegado en lengua árabe hasta nuestros días. Lo que tiene la bilis es capacidad curativa sobre un par de órganos enfermos. Es, si se quiere, un fármaco, un medicamento. A tal lesión, tal recurso terapéutico. Ésta es una elaboración más avanzada de la noción de curación. También podemos observar una fusión de relatos en el episodio del ahumamiento del demonio y el rescate de Sara, cuando lo compara- mos con otros relatos similares. En Tobit, Tobías teme que el demonio lo mate a él, como mató a los otros esposos de Sara. Pero, además, debe quitar esta suerte de maldición, que el demonio ha derramado sobre Sara, mediante la incineración de las vísceras. En otras palabras, Tobías debe protegerse de Asmodeo para luego ahuyentarlo del entor- no de Sara. De manera que no se trata de una única función: se trata de una tarea doble. Esto también se corresponde con los relatos primigenios: el héroe no sólo mata al dragón, sino que también debe desencantar a la princesa quitando, por ejemplo, los demonios de su vientre. Puede suponerse, entonces, que los dos órganos aludidos representan una fusión de las dos funciones en una sola. El hígado, incinerado para producir humo, serviría para romper el encantamiento y la sujeción de ASPECTOS MÉDICOS DEL LIBRO DE TOBIT 21

Sara al demonio. El corazón, en las formas iniciales del relato, era un amuleto. Como tal, serviría para proteger a Tobías de la agresión del demonio. Cuando el demonio fue separado de Sara por el humo, y Tobías estaba protegido por el amuleto, Asmodeo perdió su poder y escapó a Egipto, donde fue atado y encadenado por Rafael. Otro motivo de importancia para nuestro estudio es la observa- ción, que el autor sostiene, de que Dios actúa en este caso a través de intermediarios. Aquí aparecen dos personajes que plasman en hechos la voluntad divina: las aves, para enfermar, y el ángel Rafael, para sanar. El personaje mejor descripto es el ángel. Se encuentra con Tobit y acompaña a Tobías. Eleva las plegarias de Tobías y Sara a Dios. Es uno de los siete ángeles que actúan frente al trono divino. El ángel es, entonces, intermediario y mensajero de Dios y, como tal, es capaz de merecer la bendición humana. Las aves son aquí instrumentos de la enfermedad. ¿Podría decirse que son instrumentos del mal, en contras- te con Rafael, que representa al bien supremo? Mejor podría decirse que las aves son un instrumento en el proceso divino de prueba. Tobit es probado en sus actos mediante agentes de la voluntad divina.9 En este sentido, el libro es un producto clásico de la literatura vetero, inter y neotestamentaria. La otra cara de esta creencia en Dios y sus ángeles era la creencia prevaleciente en sujetos proveedores del mal, en forma de demonios, y en las prácticas mágicas. El aire estaba lleno de demonios y Asmodeo10 era el demonio principal. Preparar el corazón y el hígado del pez para expulsar al demonio era concordante con las creencias del autor de Tobit. Nótese que el demonio es expulsado hacia Egipto, tierra famosa en la antigüedad por sus magos y hechiceros, y reputada luego porque sus nativos tenían amplios conocimientos de farmacología, que pasa- ron al mundo de habla griega a través de la escuela de Alejandría.11

Importancia para la historia de la medicina Hemos hecho una revisión significativa de bibliografía a nuestro alcan- ce y creemos que los estudiosos de Tobit han soslayado el análisis en detalle de los fenómenos de enfermedad y de curación en el libro. Consideramos que son importantes para los historiadores de la medici- na y trataremos de desarrollarlos a continuación. 22 JAIME ELÍAS BORTZ, CLAUDIA E. SEDLINSKY Y JERÓNIMO J. GRANADOS

La primera pregunta es: ¿hay medicina pretécnica en el libro de Tobit? Para poder contestar esta pregunta acudimos a la definición de Laín Entralgo (1997: 1):

Llamamos “medicina pretécnica” a la que todavía no es formalmente “técnica”, en el sentido que los griegos del siglo V comenzarán a dar a este adjetivo; dicho de otro modo, a la que aún no ha adquirido clara conciencia de que ante la enfermedad y el tratamiento pueden existir las actitudes que hoy denominamos “mágicas”.

Laín Entralgo continúa su explicación detallando los tipos de medicina pretécnica:

Cuatro han sido, desde que el hombre existe sobre el planeta, los modos de ayudar “médicamente” al enfermo: 1. El espontáneo con que, valga este ejemplo, la madre protege en su regazo al niño febri- citante y dolorido. 2. El empírico; esto es, la apelación a una práctica sólo porque en casos semejantes ha sido favorable su empleo. 3. El mágico, cuya peculiaridad será expuesta en páginas ulteriores. 4. El técnico, en fin, que resulta de la conjunción de dos exigencias bási- cas, hacer algo sabiendo racionalmente -por tanto, no mítica o mágicamente- qué se hace y por qué se hace lo que se hace, y referir este doble saber al conocimiento, también racional, de la “naturaleza” de la enfermedad y del remedio. Como veremos, esta fue la grande y definitiva invención de los médicos griegos, a partir del decisivo cambio de mentalidad que hacia el año 500 a.C. expresa un famoso texto de Alcmeón de Crotona (Laín Entralgo, 1997: 2).

La segunda pregunta es: ¿hay magia en la medicina del libro de Tobit? Por magia entendemos cierta actitud mental que aparece con dos características básicas. Por un lado, la convicción de que los fenómenos naturales están determinados por la acción de entes o fuerzas invisibles para el hombre y superiores a él. Por otro, la certeza de que dichos entes o fuerzas pueden ser gobernados por el hombre mediante ritos o ceremonias especiales, cuya eficacia depende de la pura formalidad del rito mismo, del poder del hombre que practica el rito o del lugar o del momento en que se ejecuta. En consecuencia, en la medicina mágica un medicamento actúa eficazmente por la forma en ASPECTOS MÉDICOS DEL LIBRO DE TOBIT 23 que se lo emplea (el cómo), por la persona que lo emplea (el quién), por el sitio donde es empleado (el dónde) o por el momento en el cual es empleado (el cuándo). Los trabajos de clásicos de Frazer (1996) y Malinowski (1993) nos ayudan a entender este complejo fenómeno de la magia. ¿Aparece algo de ella en Tobit? Creemos que sí en lo relativo a la actuación de Asmodeo y del encantamiento de Sara. El texto que refleja la forma con la cual se quebró dicho encantamiento sugiere un procedimiento de carácter mágico. Lo debe ejecutar una persona en particular (Tobías), en un sitio en particular (la cámara nupcial), en un momento particular (la noche de bodas), utilizando recursos parti- culares (ciertos órganos y no otros) y cumpliendo ciertos requisitos (deben ser incinerados). En la versión aramea de Neubauer y el texto hebreo de Münster se indica que el procedimiento se realiza bajo los vestidos de la novia. La quema de los órganos ahuyenta al demonio. La creencia en la posibilidad de ahuyentar malos espíritus mediante el fuego y la incineración era común en diferentes culturas (Frazer, 1996: 617 y sig.). Las literaturas talmúdica12 y midráshica13 recogen ejemplos similares. La tercera pregunta es: ¿hay teurgia en la medicina del libro de Tobit? Llamamos medicina teúrgica a la que supone la intervención de una divinidad en el proceso de enfermedad. Es la divinidad la que enferma, y es la divinidad la que cura. A la divinidad se le puede alabar, suplicar y agradecer la curación, mediante la ofrenda y la plegaria. La medicina teúrgica tiene un componente adicional: la necesidad de un intermediario que establece la relación entre hombre y divinidad: un sacerdote. Podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que gran parte de los aspectos médicos contenidos en el Pentateuco (y especialmente los mencionados en Levítico y Números) pueden ser explicados a la luz de la medicina teúrgica: los cuidados para con los diversos tipos de lepra,14 las ideas sobre impurificación y los rituales de purificación de flujo, menstruación, parto, etc. Hay, entonces, un pequeño componente teúrgico en Tobit, expresado en la mediación del ángel Rafael para indicar la prevención que Tobit debía adoptar frente al demonio Asmodeo. También en la plegaria que la pareja invoca antes de espan- tar al demonio para luego consumar el acto nupcial. 24 JAIME ELÍAS BORTZ, CLAUDIA E. SEDLINSKY Y JERÓNIMO J. GRANADOS

Esto nos lleva a la pregunta final: ¿hay medicina técnica en el libro de Tobit? Si por medicina técnica se entiende hacer algo sabiendo racionalmente qué se hace y por qué se hace lo que se hace, y significa referir este doble saber al conocimiento, también racional, de la “natura- leza” de la enfermedad y del remedio, debemos pensar que sí, que la hay. Existe una relación causa-efecto, que se observa en el modo en que aparece la enfermedad ocular de Tobit. Hay una relación directa entre las deyecciones de las aves y la ceguera del personaje. Piénsese que el autor del libro podría haber optado por describir una agresión directa e inexpli- cable en términos humanos de la divinidad a Tobit. Ejemplos bíblicos en los que ampararse no le hubieran faltado.15 Pero no lo hace. Desde el punto de vista teológico del autor de Tobit, la divinidad lo pone a prueba, algo que, como hemos visto antes, puede rastrearse en numerosos docu- mentos. Pero, y creemos que ésta es la innovación del libro de Tobit, la prueba se cumple mediante un conjunto de aves que ejecutan un manda- to divino (por lo tanto, un fenómeno sobrenatural), pero lo hacen a través de la deyección (por lo tanto, un fenómeno natural). Y la deyec- ción causa otro fenómeno natural: la ceguera de la persona que la recibe. De manera que puede notarse una visión no tan sobrenatural - como acostumbran tener los textos bíblicos- sobre la forma en que uno de los personajes del libro contrae la ceguera. Para continuar con este análisis, que sospecha una visión natural en esta parte del libro que nos ocupa, deberíamos estudiar cómo se cura la enfermedad de Tobit. Si fuera de origen teúrgico, debería ser curada con procedimientos teúrgicos. ¿Es Tobit curado merced a que una plegaria humana intercede ante la divinidad?16 No. Hay una plegaria, pero es más de alabanza con deseos de ventura futura que de agradeci- miento, de ninguna manera de súplica.17,18 Y se produce después, no antes de los acontecimientos. Aparentemente, como ya vimos, esta sección en particular fue intercalada mucho tiempo después del relato principal de los capítulos 1 a 12. Sabemos también que, si la enfermedad fuera de origen mágico, debería ser curada con procedimientos mágicos. Aun en la medicina sobrenatural hay una correspondencia causa-origen. ¿Hay procedi- mientos mágicos en la curación del padre de Tobías? Por ejemplo, ¿ritos a seguir con secuencia determinada? ¿Palabras a pronunciar? ¿Lugares donde ejecutar acciones? ¿Momentos, del día o del año? ASPECTOS MÉDICOS DEL LIBRO DE TOBIT 25

¿Tiene Tobías una condición sagrada, al estilo de un medicine man? Nada de eso. El acto es descripto como exento de sujeción a procedi- mientos, ritos, palabras, lugares o momentos especiales. Para más datos, no lo ejecuta Rafael, criatura divina, sino Tobías, el hijo del doliente, humano entre los humanos. Podría esperarse la pronunciación de un conjuro sobre la sustancia curativa, la bilis, antes de usarla, al estilo de una ceremonia propiciatoria, o de dedicación a la divinidad del elemento a usar, por el cual tanto Tobías se ha fatigado y que ha sido la causa última de toda la situación.19 No lo hay. Ni siquiera hay una plegaria a Dios. Por lo tanto, no hay evidencia alguna que indique que el autor de Tobit haya concebido esta curación en particular como mediada por recursos sobrenaturales. Esta es, a toda luces, una cura- ción natural. Es la physis la que interviene en ella, no la teofanía. No es la divinidad la que aquí está curando, sino las propiedades curativas intrínsecas de una sustancia que actúa como recurso terapéutico per se. De esta forma, encontramos que la historia de Tobit contiene ecos de dos modos diferentes de concebir los fenómenos de salud y enferme- dad. En lo que se refiere a la posesión de Sara y al posterior ahuyentamiento del demonio, Tobit es un documento que evidencia, en forma inequívo- ca, una noción de enfermedad como producto de los encantamientos, conjuros y procedimientos de seres sobrenaturales como Ashmedai, noción que pertenece a lo que se ha dado en llamar medicina pretécnica. Pero cuando el libro presenta la enfermedad de Tobit y su posterior curación, opinamos que es un documento que evidencia un esbozo de visión natural de la génesis de la enfermedad, que está ligeramente insinuada pero que un análisis cuidadoso del texto puede revelar. Es sabido que, de acuerdo con los historiadores clásicos de la medicina, la concepción natural de los fenómenos de salud y enferme- dad es una de las grandes innovaciones que la civilización grecorromana aportó a la medicina universal. Se sostiene también que fueron los pensadores de habla griega quienes generaron esta innovación, que escindió la medicina pretécnica de la medicina técnica y dio origen a la medicina como ciencia. Nos preguntamos entonces cómo llegarían estas ideas al autor de Tobit. Al respecto, podemos considerar varias hipótesis. Supongamos que el libro fue compuesto en forma contempo- ránea, o casi contemporánea, a los sucesos narrados, por lo que podría ser datado en la Asiria de los siglos VIII o VII a.C. De ser así, 26 JAIME ELÍAS BORTZ, CLAUDIA E. SEDLINSKY Y JERÓNIMO J. GRANADOS deberíamos pensar que ya los asirios habían comenzado a tener una visión de la enfermedad como fenómeno natural, que posiblemente coexistía con otros conceptos sobrenaturales de medicina mágica o mágico-teúrgica, y que el libro se había hecho eco de tal desarrollo intelectual. Si fuera así, deberíamos replantearnos los textos de historia de la medicina que sostienen que fueron los griegos quienes innovaron, en lo relativo a cómo los seres humanos se mantienen sanos y se enferman, creando las nociones de physis, émphyton térmon, dynamis, anánke y eukrasía - dyskrasía, las cuales, una vez organizadas y sistematizadas, fueron denominadas “teoría humoral de la medicina”. Tampoco se ha podido establecer, con certeza, el origen de estas ideas o si los griegos las crearon o adaptaron a partir de ideas preexistentes. Lo que sí sabemos es que los documentos de los pensa- dores nucleados en la escuela hipocrática muestran la existencia de dichas ideas alrededor del siglo V a.C. De todas formas, la teoría asiria de Tobit parece, a la luz del análisis metódico, la menos probable. Más probable parece la hipótesis que atribuye al libro un origen en la Antioquía multiétnica y grecoparlante del primer cuarto del siglo II a.C. Si la suponemos correcta, observaríamos la profunda penetra- ción de contenidos técnicos del mundo griego en el universo cultural de lenguas semíticas del Cercano Oriente. No solamente en documentos científicos, como podría esperarse, sino incluso en textos propios de la literatura de corte moralista, lo cual sería una evidencia adicional de la importancia de dicha penetración. El autor de Tobit convoca al mante- nimiento de estándares de vida religiosa judaica, pureza ritual, matri- monio endogámico, obediencia divina, pero no puede evitar la influen- cia de las nuevas ideas que el mundo griego va generando en el campo del pensamiento científico. En este sentido, el autor de Tobit refleja una situación diferente de la que experimentaría el pensador Filón de Alejandría un siglo más tarde. Filón, estrella del judaísmo helenístico, procuró encontrar la forma de hacer inteligible la cosmovisión judía, a los ojos de sus coetáneos hebreos y grecoegipcios, con el propósito deliberado de hacer compatibles ambas tradiciones. El autor de Tobit, por el contrario, no desea hacer compatibles ambas tradiciones. Desea mantenerse y mantener a sus correligionarios dentro de su propia tradición religiosa. Sin embargo, como se advierte, no puede dejar de hacerse eco de ideas que va generando el mundo donde vive. ASPECTOS MÉDICOS DEL LIBRO DE TOBIT 27

Süesmann Müntner puso de manifiesto que una situación similar fue vivida años más tarde por los maestros de la época rabínica. En su batalla por evitar la asimilación del pueblo, buscaron crear una barrera de contención entre judíos y paganos. Ecos tempranos de esta lucha ideológica pueden encontrarse en los libros de los Macabeos, pero quedan evidenciados en una frase recogida en el tratado mishnaico de Avot: “erigid una valla para salvaguardar la Torá” (Anónimo, s/fecha, e). Müntner ha señalado que el Talmud parece presentar una acentuada depuración de elementos científicos del mundo griego, como si evitar la ciencia griega fuera una forma de evitar la helenización del pueblo. Aun así, muchos de estos elementos subsistieron en la literatura talmúdica. Quizás el más llamativo sea el hecho de que se necesitaran nombres griegos para designar ciertas condiciones patológicas. Aun- que los idiomas semíticos son suficientemente ricos para crear palabras que designen ciertas enfermedades, los rabinos del Talmud utilizaron, a tal efecto, palabras de origen griego.20 Recientemente hemos hallado otro pasaje del tratado talmúdico de Avot que confirmaría el deseo de algunos líderes rabínicos de conocer en profundidad disciplinas cientí- ficas provenientes de otras culturas.21 Si el Eclesiastés es el libro que refleja la influencia del estoicismo griego en el mundo hebreo, Tobit es el libro en el que parece advertirse, por primera vez, la influencia del pensamiento científico griego en el mundo hebreo.

Conclusiones La falta de integración del perro con la historia general de Tobit, la fusión del corazón y del hígado en la comisión de un solo acto, el cambio de la forma de recuperar el tesoro -de un hecho que involucra violencia a una simple transacción de negocios- indican que el libro de Tobit, al menos en la forma griega que conocemos, es el resultado de un largo proceso de narración. Se han mezclado en él motivos literarios diversos, como el difunto agradecido, el monstruo de la cámara nup- cial, el matador del dragón, algunas secciones de la historia de los dos hermanos y, probablemente, pasajes de otros relatos aún no suficiente- mente conocidos. Estos motivos sufrieron una reelaboración posterior por parte de los escritores judíos, que dejaron su propia impronta en la historia. Esto se revela en el uso de nombres hebreos para los persona- 28 JAIME ELÍAS BORTZ, CLAUDIA E. SEDLINSKY Y JERÓNIMO J. GRANADOS jes del relato, el difunto agradecido es transformado en un ángel, el deseo de Tobit de enterrar al fallecido se origina en su adhesión a la ley bíblica, la celebración de festividades, la obediencia filial, el levirato, el estímulo al matrimonio endogámico, la exhortación a creer en Dios. Desde el punto de vista de la evolución del pensamiento científi- co general, el libro de Tobit parece reflejar un momento en la transi- ción del pensamiento médico pretécnico al pensamiento médico técni- co. Delimita situaciones de salud y enfermedad vinculadas primero con la magia, para describir luego un tratamiento natural -es decir, mediado por el poder curativo de una sustancia natural- de una enfermedad ocular. En este sentido, Tobit es un eco del desarrollo del pensamiento científico surgido en el mundo de habla griega y de su influencia progresiva en el mundo de habla semítica. El mismo sitio probable de redacción del texto, la ciudad de Antioquía, sería un símbolo palpable del encuentro de dos mundos. Por último, destacamos la utilidad de la historia de la medicina y de la ciencia para datar documentos literarios antiguos. Sostenemos que, a los parámetros convencionales de análisis a los que se sujeta un texto antiguo (fecha, idioma y lugar de redacción; autoría; temas principales; temas conexos; vinculación con otros documentos; etc.) podría agregarse, en casos como el presente, el estudio de las ideas científicas, implícitas y explícitas, cuyo conocimiento podría suminis- trar, además, elementos para la datación documental.

Notas

1. Entre el 9 y el 11 de septiembre de 1996 se llevó a cabo en Jerusalén, Israel, la reunión “From Athens to Jerusalem: Medicine in Hellenized Jewish Lore and in Early Christian Literature” como reunión satélite del Congreso International de Historia de la Medicina. 2. Existe una vasta literatura plurisecular sobre los Apócrifos y Pseudoepigráficos. Hemos consultado, entre otras, las siguientes obras: Cutler Torrey, Ch., 1945; Hartom, H. Sh., 1963; Rost., L., 1976; Kahana, A., 1970; Sanders, J. A., 1998; Cornay, J., 1993. Hay resúmenes muy completos en Encyclopedia Judaica, 1971,3: 182-187, bajo el apartado “Apocrypha and Pseudoepigrapha”, así como en Ibid, 3: 310-311, bajo el apartado “Literature, Jewish-Apocryphal Works”. También pue- de consultarse Grintz, I. M., 1963. Es de destacar que este último autor considera que el libro de Tobit es parte de la literatura del período persa, no del helenístico, tesis esta última que hemos tomado como válida en este trabajo. ASPECTOS MÉDICOS DEL LIBRO DE TOBIT 29

3. Recuérdese que se menciona a los desterrados del Reino de Israel por efecto de la conquista asiria. Ello ocurrió en el año 722 a.C. 4. El levirato es la institución bíblica por la cual una mujer que enviuda y no tiene hijos de su matrimonio debe desposar al hermano de su difunto esposo. Tiene su origen en Números 36: 1-12. 5. Cfr. Tobit 3:10 y 6:15 con Génesis 42:38 y 44:29-31; Tobit 4:10 con Proverbios 10:2 y 11:4; Tobit 7:3 con Génesis 29:4-6; Tobit 7:11 con Génesis 24:23. Tobit 4:14 cita directamenta a Levítico 19:13. Lo mismo sucede con Tobit 8:6 y Génesis 2:18. También puede compararse Tobit 1:4 con I Reyes 8:48, 11:36 y 14: 21. 6. Cfr. Tobit 1:18 con II Reyes 19:37 y Tobit 1:21 con II Reyes 1 7. Para más datos sobre el relato de Ajikar, véase Cornay, J., 1993: 361. 8. Utilizamos aquí la traducción castellana de la Biblia de Jerusalén, 1994. 9. Cfr. las historias bíblicas de prueba referidas a Abraham (Génesis 22: 1-18), Job (cap. 1 y 2) y Jesús (Mateo 4: 1-11). 10. Ashmedai, en la literatura de idioma hebreo y arameo. Al parecer la palabra deriva de Aura-Mazda, el dios de las fuerzas del mal del zoroastrismo. 11. Sobre los conocimientos farmacológicos de Egipto véase, por ejemplo, Laín Entralgo,1997: 21, y Rosner, 1995. 12. Cfr. Talmud de Babilonia, Gittin 67b. Véase también Shabat 110ª. 13. Cfr. Midrash Breshit Rabá, sec. 36. 14. Prescindimos aquí de las discusiones sobre la identidad y correcta traducción de las palabras tzara’ath y metzora’, traducidas tradicionalmente como “lepra” y “lepro- so”, respectivamente, por no ser relevantes para el presente estudio. Sobre este tema, véase Müntner, 1977 y Milgram Beitman, 1991. 15. Nos referimos a la aparición súbita de enfermedad o muerte que no acompañe un suceso natural previo, al cual el personaje le pudiera atribuir la causa del daño. Es el caso de la ceguera de los hombres de Sodoma (Génesis 19:11) y la llaga maligna de Job (Job 2: 7-8). 16. Cfr. la oración de Moisés por su hermana Miriam, el na refa na la (Números 12: 13). 17. Las plegarias pueden agruparse en tres categorías principales: alabanza, agradeci- miento y súplica. 18. En realidad, leyendo el texto se puede identificar un solo pasaje que pueda definirse como agradecimiento. Se trata del versículo 13:9. De todas formas, la intención del autor era expresar agradecimiento, tal como lo puso de manifiesto en 14:1. Estamos usando aquí la edición hebrea de Hartom (1963). 19. Cfr. Frazer, 1996: 33 y sig. 20. Citaremos el caso del hermafroditismo, que es llamado androguinós, y enfermeda- des como podagrís y kordiakos. Véase Müntner, 1977: 3-21, y los comentarios de 30 JAIME ELÍAS BORTZ, CLAUDIA E. SEDLINSKY Y JERÓNIMO J. GRANADOS

Rosner sobre Julius Preuss y su “Biblisch-Talmudische Medizin” en la misma cita, pp. 22-40. 21. “Rabí Eleazar ben Jismá dice: los tratados de Kinim y Nidá encierran preceptos esenciales. La astronomía y la geometría son los auxiliares de la sabiduría”. Pirké Avot, 3:23. Utilizamos aquí la traducción de Edery, 1968: 278.

Referencias

Anónimo, sin fecha, a. Tobit 1:10. ______, b. Tobit 6:2-9. ______, c. Tobit 9:1-3. ______, d. Tobit 11: 5-13. ______, e. Pirké Avot 1:1. Biblia de Jerusalén (1994). Bilbao: Desclée de Brouwer-Alianza Editorial. Bortz, J. E., y C. E. Sedlinsky, (1994) Ideas sobre la salud y el aire ambiental. Un estudio comparativo entre textos antiguos y medievales. Asclepio 46, 2: 103-120. ______, (1996). Hidrología médica en la antigüedad y en el medioevo. El agua y su relación con la salud humana en ciertos documentos históricos clásicos. Actas, Jornadas Internacionales de Medio Ambiente, Universidad del Museo Social Argentino, 22-23 de junio de 1996. [Sin numeración de página]. ______, (1998). Ideas sobre salud y consumo de agua. Estudio comparativo entre textos antiguos y medievales. Saber y Tiempo, 2(6): 7-24. ______, (1999). Maimónides: del agua y su relación con la salud. Actas, Congreso Internacional de Filosofía Medieval “Hombre y naturaleza en el pensamiento medieval”. San Antonio de Padua, 12-15 de octubre de 1999. En prensa. Castiglioni, A., (1941). Historia de la medicina. 1ª. ed. castell.Barcelona: Salvat: 35 y sig.. Cornay, J., (1993). Who’s Who in the Old Testament together with the Apocrypha. New York: Oxford University Press. Cutler Torrey, Ch. (1945). The Apocryphal Literature. New Haven. Yale University Press. Edery, M. (1968). Ritual de oraciones para todo el año. Buenos Aires. Consejo Mundial de Sinagogas. Grintz, I. M. (1963). Ha-sifrut ha-ivrit bi-tekufat Parás. En: Sefer ha-iovel le-rabi Janoj Albek. Jerusalén: Mossad Harav Kook: 123-150. Flavio Josefo, B.J. 3.2.4. Frazer, J. G., (1996). La rama dorada. Magia y religión. 2ª ed., 13ª reimpr. México: Fondo de Cultura Económica. ASPECTOS MÉDICOS DEL LIBRO DE TOBIT 31

Hartom, H. Sh. (1963). Ha-sefarim ha-jitzonim. Toviah, Iehudit, Igueret Aristeas. Tel Aviv: Yavneh Publishing House Kahana, A. (1970). Ha-sefarim ha-jitzonim. Jerusalén: Makor. Laín Entralgo, P. (1997). Historia de la medicina. 1ª ed., reimpr. Barcelona: Salvat. Malinowski, B. (1993). Magia, ciencia y religión. Barcelona: Ed. Planeta-Agostini / Obras maestras del pensamiento contemporáneo. Milgram Beitman, G. (1991). Sara’at, “Leprosy” -Leviticus 13- A review of the literature. Koroth, 9: 11-12, 818-825. Müntner, S. (1977). Medicine in Ancient Israel. En: Rosner, 1977: 11-12. Rosner, F. (1977). Medicine in the Bible and the Talmud. New York: Ktav Publishing House, Yeshiva University Press. ______(1995). Moses Maimonides’ Glossary of Drug Names. Haifa: Maimonides Research Institute. Rost., L. (1976). Judaism Outside the Hebrew Canon. Nashville: Abingdon. Sanders, J. A. (1998). “Spinning” the Bible. How Judaism and Christianity shape the canon differently Bible Review, XIV(3): 23-45 Thompson, S. The Folktale. New York, 1951: 24. [Citado en Zimmermann, 1958]. Zimmermann, F. (1958). The Book of Tobit. An English translation with introduction and commentary New York: Harpers & Brothers.

SABER Y TIEMPO 11 (2001). 33-49 Separata 180.11

EL APOYO DE LA ACADEMIA NACIONAL DE CIENCIAS A LA PUBLICACIÓN DE LA OBRA CONTRIBUCIÓN AL CONOCIMIENTO DE LOS MAMÍFEROS FÓSILES DE LA REPÚBLICA ARGENTINA DE FLORENTINO AMEGHINO

Luis Alberto Tognetti Academia Nacional de Ciencias, Córdoba

La Academia Nacional de Ciencias surgió de una iniciativa del presidente Sarmiento en 1869. Organizada definitivamente en 1878 y establecida en la ciudad de Córdoba, tuvo como activi- dades principales explorar el territorio argentino y publicar los resultados de las investigaciones referidas al país. En este artículo abordamos la forma en que la institución mencionada contribuyó a la publicación de la obra de Florentino Ameghino. Establecimos el monto que aportó para la edición del trabajo, las consecuencias de esta publicación para el desenvolvimiento normal de sus actividades y los fines que la corporación persi- guió, en particular, al realizarla.

En este texto analizamos el apoyo que la Academia Nacional de Ciencias brindó a Florentino Ameghino para la publicación de su obra Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles de la República Argentina.1 La corporación referida promovió las actividades de los naturalistas argentinos de fines del siglo XIX. En el caso de Ameghino esa acción fue decisiva para que la obra mencionada se concretara. Florentino Ameghino concibió su trabajo con un propósito doble. Por un lado, ofrecer al mundo científico un conjunto de materiales que, hasta ese momento, no se conocían o se encontraban dispersos en varios de sus artículos y, por otro, presentar a la Exposición Universal de París de 1889, un trabajo que, por su calidad, lograra la mayor repercusión posible, en el país y en el exterior. Esas expectativas se cumplieron, su escrito obtuvo la medalla de oro en la Exposición y se convirtió en referencia para los estudios posteriores sobre Paleontología argentina. 34 LUIS ALBERTO TOGNETTI

Sin embargo, las dimensiones de la obra en cuestión y el costo que demandaba su impresión y distribución requerían del apoyo de instituciones oficiales. En este sentido, aunque Contribución al conoci- miento de los mamíferos fósiles de la República Argentina apareció como el tomo 6 de Actas de la Academia Nacional de Ciencias, su valor total no fue afrontado por la corporación exclusivamente, como podre- mos ver más adelante. Entendemos que establecer las condiciones en las cuales fue posible realizar el proyecto de Ameghino nos informa sobre las condi- ciones de la producción científica en nuestro país a fines del siglo XIX, sobre el papel cumplido por una de las primeras instituciones destinada a promover esa actividad, la Academia Nacional de Ciencias, y, tam- bién, sobre los fines perseguidos por la corporación a través de la publicación de la obra referida.

La Academia Nacional de Ciencias y Florentino Ameghino Antes de introducirnos en la descripción de los vínculos que ligaron a la corporación científica con Florentino Ameghino, nos detendremos a revisar en forma breve la actuación de nuestro naturalista antes de sus contactos con los miembros de dicha Academia. Sabemos por Ameghino mismo que él no había realizado estu- dios formales en sus especialidades preferidas: antropología y paleontología. Que era maestro de profesión y que entre 1869 y 1878 se desempeñó como tal en la Escuela Municipal de Mercedes, provincia de Buenos Aires. En ese período comenzaron sus exploraciones y viajes por la provincia mencionada y Uruguay. En 1874, publicó su primera memoria sobre las colecciones de fósiles que venía reuniendo (Torcelli, 1935b: 412), aunque no obtuvo con ella reconocimiento alguno de quien era, en ese momento, el referente indiscutido en ciencias naturales en la Argentina: Germán Burmeister. Por el contra- rio, Burmeister, director del Museo Público de Buenos Aires, mostraba gran desconfianza hacia sus hallazgos (Montserrat, 1993: 37-38). Ha- cia 1878 se trasladó a Europa para radicarse en París. Allí asistió en forma regular al laboratorio de Anatomía Comparada del Museo de Historia Natural, donde colaboró con Henri Gervais. Luego de tres años regresó al país, afincándose en Buenos Aires. En esta ciudad se CONTRIBUCIÓN AL CONOCIMIENTO DE LOS MAMÍFEROS FÓSILES 35 dedicó al comercio para sufragar los gastos de su manutención y continuar con sus investigaciones (Torcelli, 1935a: 473). Conviene señalar que las desavenencias entre Ameghino y Burmeister, originadas en los estudios paleontológicos, se acrecenta- ron por la adhesión que el primero mostró hacia los principios de la teoría de Darwin, postura que compartió con otros naturalistas argenti- nos de su generación y que los enfrentó al director del Museo de Buenos Aires (Montserrat, 1993: 35). Aun después de su estada en Europa, la situación de Ameghino, en la Argentina, era difícil, pues se encontraba marginado de las pocas instituciones que podrían haber dado cabida al desarrollo de su labor científica. Para esa época comenzaron los contactos entre Ameghino y la Academia Nacional de Ciencias. El primero en vincularse con el joven naturalista argentino fue Adolfo Doering, miembro de la Comi- sión Directiva de la corporación. En una carta le hizo llegar sus felicitaciones por las contribuciones recientes y, en particular, destacó su acuerdo respecto de la probable edad más antigua de la formación pampeana (Torcelli, 1935a: 225). Las relaciones entre los dos científi- cos se consolidaron a través del intercambio de ideas, de material fósil y de la cooperación en el trabajo de clasificación y determinación de ese material. Pero Adolfo Doering no se limitó a la interacción personal, sino que, además, entrevió la posibilidad de sumar a Ameghino al núcleo de investigadores radicados en Córdoba. Para ello, se dirigió, primero, a los demás miembros de la Comisión Directiva de la Academia Nacio- nal de Ciencias, a quienes transmitió su inquietud, obteniendo de éstos el respaldo necesario. Después, elaboró un plan para conseguir un cargo rentado para Ameghino. La idea consistía en crear un museo de antropología y paleontología en la Facultad de Ciencias Físico-Mate- máticas de la Universidad Nacional de Córdoba. Antes de avanzar sobre el asunto conviene mencionar que los miembros de la Comisión Directiva de la corporación científica eran catedráticos de la Facultad, por esa razón tenían capacidad operativa para llevar adelante ese y otros planes, como luego veremos. En cuanto al museo, Ameghino actuaría como custodio y, a la vez, impartiría las materias respectivas para las carreras de la facultad (Torcelli, 1935a: 269). Sin embargo, el proyecto presentaba un escollo que escapaba al control de los miem- 36 LUIS ALBERTO TOGNETTI bros de la Academia: dotar con un sueldo el cargo referido. La creación de la partida respectiva en el presupuesto nacional dependía de la sanción del Congreso y los apoyos políticos que lograron reunir no fueron suficientes. Este primer intento fracasó, pero Ameghino mantu- vo la idea de crear el establecimiento y así lo hizo una vez radicado en Córdoba (Ameghino, 1885a), aunque su traslado a esta ciudad no fue el resultado directo del plan que venimos analizando. En efecto, a mediados de 1884 el alejamiento del titular de la cátedra de Zoología, el Dr. Weyenbergh, generó una circunstancia propicia para los planes de establecer a Ameghino en la ciudad medite- rránea. Oscar Doering, Presidente de la Academia Nacional de Cien- cias y Decano de la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas, aprove- chó la ocasión y nominó al naturalista argentino para cubrir ese cargo. El objetivo principal era proporcionarle una remuneración permanen- te, que le permitiera dedicarse de manera plena a sus estudios que, por cierto, no se correspondían con la cátedra en cuestión. En tal sentido, el mismo Doering le manifestaba:

[...] Yo espero que conteste afirmativamente [a la propuesta de ocu- par el cargo de profesor interino de Zoología], pues el programa es muy elemental y no puede inspirarle miedo ninguno; el número de clases es muy limitado (2 a 4 semanales) y Ud. se encontrará en el corazón de la República con bastante tiempo para viajar y estudiar... (Torcelli, 1935 a: 294-295).

En esta segunda tentativa los miembros de la Academia Nacio- nal de Ciencias alcanzaron el objetivo buscado y lograron designar a Florentino Ameghino profesor suplente de Zoología, ratificado por decreto del Poder Ejecutivo del 28 de agosto de 1884 (Torcelli, 1935a: 296-297). En octubre del mismo año se estableció en Córdoba para asumir la cátedra y la dirección del Museo de Zoología, aunque su estada no se prolongó más allá de mayo de 1886 (Rusconi, 1944: 11- 12). Una vez que se encontró en esa ciudad, prosiguieron las gestiones para integrarlo en forma plena a las actividades de la corporación, lo cual brindó un respaldo institucional importante a la labor científica que, desde fines de la década de 1870, venía desarrollando. Así, al poco tiempo de su incorporación como miembro activo pasó a desempeñar- CONTRIBUCIÓN AL CONOCIMIENTO DE LOS MAMÍFEROS FÓSILES 37 se como vocal de la Comisión Directiva (Torcelli, 1935a: 303). Y antes de su partida hacia la ciudad de lograron que la Facultad de Ciencias Físico-Matemáticas le otorgara la distinción máxima: el Doc- torado Honoris Causa. Sin dudas, un importante reconocimiento a los aportes que hasta ese momento había realizado a la Paleontología argentina (Garzón, 1951: 323). El apoyo decidido de la Academia Nacional de Ciencias a la labor científica de Ameghino se manifestó de otros modos y aun antes de ser distinguido como miembro activo de la corporación. En tal sentido, obtuvo dinero para el desarrollo de sus viajes exploratorios y sus estudios. En 1883 y 1884, recibió dos subsidios de m$n 200,2 destinados a contribuir a sus excursiones por la provincia de Buenos Aires. Empleó ese dinero, en parte, para explorar las lagunas de Lobos y Montes y, el resto, para trabajar en un depósito de fósiles próximo al río Luján (AHANC,2: 128,148,259;549). Luego, Florentino Ameghino recibió otras dos subvenciones por montos similares a las anteriores, que destinó a solventar los gastos de viaje a la ciudad de Paraná (AHANC,1a: 204,226). Su traslado a ésta apuntaba a dos objetivos: en primer lugar, revisar las colecciones del Museo Provincial de Entre Ríos, que venía reuniendo Pedro Scalabrini3 y, en segundo lugar, recorrer las barrancas del río que da nombre a esa ciudad, para establecer su edad geológica (Torcelli, 1935a: 253-259). Su preocupación consistía en saber si esos terrenos eran más antiguos que la estimación dada por Burmeister. El examen realizado en el lugar corroboró sus supuestos, aunque una clasificación rigurosa demandaba una exploración más prolongada en el mismo lugar (Ameghino, 1885b: 10-13). Los planes que elaboró para regresar a Paraná y realizar esa tarea, finalmente no se concretaron. Las inquietudes intelectuales de Florentino Ameghino se dirigían hacia otras actividades. En el verano de 1885 se sumó a la Comisión Científica encargada por el Ministerio de Guerra y Marina de explorar el Territorio Nacional del Chaco (Torcelli, 1935b: 315-316). Al regresar, a mediados de año, inició las tratativas con Francisco P. Moreno relaciona- das con la creación del Museo de La Plata, que concluyeron con su designación como Vicedirector del establecimiento. La obtención del cargo significó su alejamiento de Córdoba, aunque no la interrupción de sus vínculos con los miembros de la Academia Nacional de Ciencias. 38 LUIS ALBERTO TOGNETTI

Además de las subvenciones recibidas, Florentino Ameghino tuvo un amplio acceso a las dos series de publicaciones que editaba la corporación: Boletín y Actas. En la primera publicó quince artículos y en la segunda su obra Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles de la República Argentina, que ocupó la totalidad del tomo sexto. Su primera contribución apareció en el Tomo 3 del Boletín. En el artículo revisó la sinonimia atribuida a los glyptodontes de América del Sur (Ameghino, 1883a). En su segundo trabajo, publicado poco tiempo después, desarrolló unas referencias breves sobre los restos de mamíferos fósiles que el profesor Scalabrini había recogido en el Paraná (Ameghino, 1883b). La importancia que dio a este material para el desenvolvimiento de sus estudios paleontológicos, lo convenció de la necesidad de trasladarse a la zona de donde procedían. Idea que, como vimos, concretó con el apoyo económico de la Academia Nacio- nal de Ciencias. Al menos parcialmente, las investigaciones realizadas en esa parte del país se volcaron en tres nuevas publicaciones del Boletín entre 1883 y 1886 (Ameghino, 1883c, 1885 b, 1886). En forma paralela, Ameghino presentó otras memorias a la Academia Nacional de Ciencias. que se publicaron en el mismo Bole- tín. Parte de ese material se refería a los viajes que realizó en la provincia de Buenos Aires, en particular a los estudios practicados en los depósitos fosilíferos de Luján y los de sus excursiones a las lagunas de Lobos y Montes (Ameghino, 1884a, 1884b y 1885c). Durante la última década del siglo XIX, la producción escrita de Ameghino publicada por la corporación científica mermó sensible- mente. En las páginas del Boletín correspondiente a esos años apare- cieron cuatro artículos con su firma (Ameghino, 1890, 1892, 1894, 1896). Su estudio de los mamíferos fósiles continuó como tema princi- pal de esos artículos, enriquecido por los resultados obtenidos sobre materiales provenientes de la Patagonia austral. De todos los escritos de Ameghino publicados por la Academia Nacional de Ciencias, el más significativo fue Contribución al conoci- miento de los mamíferos fósiles de la República Argentina. Con esta afirmación nos referimos al valor que tuvo para nuestra paleontología y, también, para el propio autor en un momento en que atravesaba una situación conflictiva en su carrera académica, tal como tendremos oportunidad de ver. CONTRIBUCIÓN AL CONOCIMIENTO DE LOS MAMÍFEROS FÓSILES 39

El alejamiento de Ameghino del Museo de La Plata y la publica- ción de Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles de la República Argentina En otra parte de este escrito señalamos que Florentino Ameghino dejó el cargo de profesor de Zoología de la Facultad de Ciencias Físico- Matemáticas de la Universidad Nacional de Córdoba y el de vocal de la Comisión Directiva de la Academia Nacional de Ciencias para trasla- darse a La Plata, donde, junto a Moreno, se abocaría a la creación del Museo de esa ciudad. En la institución referida ejerció el cargo de Vicedirector hasta enero de 1888, cuando diferencias con aquél, a la sazón Director del Museo, lo decidieron a renunciar su puesto (AHANC,8: 2208). Como ya lo había hecho al regresar de Europa, Florentino Ameghino instaló un comercio de librería en la ciudad de La Plata, para afrontar los gastos de subsistencia y disponer de fondos para continuar sus exploraciones y estudios paleontológicos. Para el des- envolvimiento de éstos necesitaba reconstruir sus colecciones de fósiles de la Pampa, que había vendido a la institución platense, y de la Patagonia (Torcelli, 1935a: 458). En cuanto al material fósil de la Patagonia, causa del conflicto entre los dos naturalistas argentinos, conviene recordar que Ameghino proyectó, en 1885, un plan ambi- cioso para explorar esa parte del territorio nacional. En ese momento contaba con los auspicios del Instituto Geográfico Argentino, que ya le había confiado el cargo de Director de la Comisión Científica que realizaría los estudios (AHANC,6: 1519). La partida de la expedición se fue aplazando y, posteriormente, por razones que no hemos podido establecer, el Instituto retiró su apoyo, circunstancia que lo forzó a posponer la realización de su proyecto. En 1888, luego de su conflic- to con Moreno, Ameghino decidió poner en marcha su plan, soste- niéndolo con sus propios recursos y con la colaboración de su herma- no Carlos, quien estaría al frente de los trabajos en el terreno (Torcelli, 1935b: 512). En relación con su producción escrita, Ameghino había conclui- do la redacción de seis manuscritos referidos a los mamíferos fósiles de la Argentina, pero aún no sabía cómo publicarlos. En carta al Presiden- te de la Academia Nacional de Ciencias, Oscar Doering, del 27 de 40 LUIS ALBERTO TOGNETTI enero de 1888, reconocía que tenía dos proyectos: uno consistía en enviarlos a distintas revistas, nacionales o extranjeras, el otro, era hacer con todos, más sus trabajos anteriores sobre el tema, “un catálogo descriptivo e ilustrado de las especies de mamíferos fósiles argenti- nos”. El texto se presentaría en la Exposición Universal de París de 1889, donde el autor esperaba causar un impacto considerable. Para eso, el libro debía quedar impreso antes de marzo de aquel año. Por otra parte, por las dimensiones del texto y la cantidad de ilustraciones, resultaría sumamente costoso. Por lo tanto, consultaba a Doering si la corporación que presidía estaría dispuesta a concederle un tomo de Actas, que contendría la parte descriptiva. En cuanto a las ilustracio- nes, solicitaría apoyo al gobierno nacional (AHANC,8: 2208). La respuesta de Doering no tardó en llegar y, si bien, no consti- tuía una aprobación definitiva, pues aún no había consultado a los demás miembros de la Comisión Directiva, le adelantaba que disponía de la ayuda de la corporación, dentro de los límites que fijaban sus recursos (Torcelli, 1935a: 449). Por su parte, Ameghino inició los contactos con Eduardo Wilde, ministro del Interior, a quien le comentó sus planes y la necesidad de contar con un subsidio, de la cartera a su cargo, de unos $ 4.000 a 5.000, para cubrir el costo de las láminas y grabados. Con la aproba- ción verbal del ministro decidió formalizar su pedido a la Academia Nacional de Ciencias. Su obra, cuyo título era, en ese momento, Catálogo de los mamíferos fósiles de la República Argentina, abarcaría unas 600 páginas y ocuparía un tomo de Actas. Con esta solicitud Ameghino quería asegurarse no sólo el gasto de impresión, sino tam- bién una circulación amplia de su texto en los ambientes científicos, por medio de la distribución internacional que la corporación daba a sus publicaciones (AHANC,8: 2240). Durante el mes de marzo de 1888, Ameghino y Doering terminaron de definir los aspectos pendien- tes, entre los cuales se encontraba el tiraje de la edición, que quedó fijado en 1500 ejemplares (Torcelli, 1935a: 455 y 457). Sin embargo, la velocidad con que se venía concretando el proyecto decayó. Ameghino, preocupado por la demora en iniciarse los trabajos de impresión y suponiendo que esto obedecía a su elevado costo, presentó una contrapropuesta que contemplaba la reducción del tiraje a 1000 ejemplares y la impresión del texto a dos columnas. Con CONTRIBUCIÓN AL CONOCIMIENTO DE LOS MAMÍFEROS FÓSILES 41 ambas medidas esperaba reducir sensiblemente el valor total de su libro (Torcelli, 1935a: 462-463). Pero la demora obedecía a otras razones. Autorizar el comienzo de los trabajos significaba asumir un compromiso financiero muy pesado para la Academia Nacional de Ciencias y Oscar Doering no quería hacerlo sin consultar con los demás miembros de la Comisión Directiva. De todos modos tuvo que hacerlo, pues sus colegas se encontraban en viajes exploratorios por el país y no regresarían hasta mediados de año, fecha demasiado tardía para cumplir con el plazo requerido para que el libro compitiera en la Exposición de París. Sólo pudo intercambiar ideas con su hermano Adolfo, quien lo alentó a llevar a cabo el emprendimiento con las modificaciones propuestas por el propio autor (Torcelli, 1935a: 465). Finalmente, en la sesión del 15 de junio de 1888, Oscar Doering puso en conocimiento de los demás miembros de la Comisión Directiva las tratativas que había mantenido con Ameghino y el costo tentativo que afrontaría la Academia Nacional de Ciencias por la impresión del texto, unos $ 5.600, y obtuvo el respaldo de ellos en todo lo actuado (AHANC,1b: 244).

Estructura de la obra impresa Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles de la República Argentina se compone de dos tomos, que aparecieron como el volumen 6 de la Serie Actas de la Academia Nacional de Ciencias. El texto abarcó 1.027 páginas a doble columna y se terminó de imprimir el 20 de mayo de 1889 en los talleres de Pablo Coni en Buenos Aires. El atlas contenía 98 láminas y su impresión se realizó en la Compañía Sud-Americana de Billetes de Bancos en la misma ciudad. En este caso la finalización de los trabajos se demoró hasta el 30 de junio de 1889, atraso que obligó a Ameghino a suspender su viaje a Europa, donde pensaba asistir a la Exposición Universal de París (Torcelli, 1935a: 488-491). En el prólogo, el autor aclaró que su libro aspiraba a brindar una idea de las faunas de mamíferos del territorio argentino. En tal sentido, la obra era una introducción a una de las problemáticas de nuestra paleontología. Sin embargo, destacaba que era la primera en tratar las diferentes especies de mamíferos en su conjunto y, dentro de éstos, incluía los extinguidos y los existentes. 42 LUIS ALBERTO TOGNETTI

A continuación presentaba un resumen histórico, en el cual repasó los primeros estudios en la temática sobre Argentina. Destacaba los trabajos realizados por los naturalistas extranjeros como D’Orbigny, Darwin, Bravard y Burmeister. Dada la relación entre Paleontología y Estratigrafía revisó las clasificaciones geológicas realizadas por aqué- llos, a las que cuestionaba por el número reducido de horizontes geológicos y por la modernidad exagerada conferida a esos terrenos. A su vez, manifestaba su adhesión a la clasificación que había propuesto Adolfo Doering, en la cual se salvaban ambas falencias. Luego, en un resumen geológico, presentaba las características principales de los horizontes de las distintas formaciones cenozoicas de la República Argentina. La parte más importante y extensa de la obra de Ameghino estaba dedicada a la descripción de los distintos mamíferos, presenta- dos de acuerdo con su pertenencia a las clases, ramas, secciones, órdenes y familias respectivas. El texto se completó con una sección sobre la clasificación y descendencia de los mamíferos. En este apartado Ameghino reconocía el estado de crisis en que se encontraba la clasificación definida en la primera mitad del siglo XIX, como consecuencia de los aportes paleontológicos realizados en Europa y Estados Unidos, a lo cual, también, contribuyeron los resultados alcanzados en nuestro país. Fi- nalmente proponía su sistema clasificatorio, con el que aspiraba a abarcar los grupos actuales y los extinguidos, respetando la concordan- cia entre el orden de aparición de los grupos y las líneas de evolución filogenéticas.

El costo de la publicación y su financiamiento Ameghino no dispuso de un presupuesto aproximado del costo de su obra, aunque tenía idea de que era muy elevado. Ese valor se conoció al quedar concluido el libro y ascendió a m$n 20.545. Para comprender la magnitud de esa cifra tengamos en cuenta que el presupuesto total de la Academia Nacional de Ciencias para 1888 era de m$n 31.900 (AHANC,1c: 236).4 Como ya adelantamos, la Academia se comprome- tió a sufragar sólo el costo de impresión del texto, m$n 8.545 (AHANC,1d: 246,247), aunque, como veremos, la erogación total fue CONTRIBUCIÓN AL CONOCIMIENTO DE LOS MAMÍFEROS FÓSILES 43 mayor. Esta diferencia surgió del modo en que se cubrieron los m$n 12.000 correspondientes a la impresión del atlas con las láminas res- pectivas. Cuando en su momento Ameghino pergeñó su Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles de la República Argentina, ade- más del apoyo de la Academia Nacional de Ciencias, solicitó a Wilde, ministro del Interior, fondos para solventar el costo de impresión de las láminas. Su pedido obtuvo una respuesta favorable, aunque informal. De manera que al abandonar Wilde el ministerio antes de concluirse la publicación del trabajo, la posibilidad de recibir la subvención oficial pasó a depender de la buena voluntad de su reemplazante (Torcelli, 1935a: 482). Enterado de esta situación por el propio Ameghino, Oscar Doering se ofreció para interceder ante el nuevo ministro del Interior y, también, ante el de Justicia, Culto e Instrucción Pública. Con el fracaso de las tratativas, nuestro naturalista pensó en una nueva modalidad para obtener dinero del Estado. Propondría la sus- cripción de 300 ejemplares a razón de $ 50 cada uno. Para que esta iniciativa se concretara era necesario contar con el respaldo de Diputa- dos y Senadores por tratarse de una erogación que no contemplaba el presupuesto vigente. En tal sentido, pedía a los miembros de la Acade- mia Nacional de Ciencias que lo ayudaran a obtener el respaldo de los legisladores a los que tuviera llegada la corporación (Torcelli, 1935a: 488-491). La nueva estrategia de Ameghino para cubrir el gasto incurrido en la impresión de su obra se consolidó al obtener el respaldo del Presidente de la Nación, Miguel Juárez Celman. El visto bueno del jefe de Estado era necesario para lograr la suscripción planeada y para decidir a favor del proyecto a los miembros del Congreso más afines al Poder Ejecutivo. Hacia el mes de octubre de 1889 se definió el monto que desembolsaría el gobierno: m$n 20.000 por la compra de 400 ejemplares. El número mayor que adquiriría el Estado, se destinaría a restituir a la Academia Nacional de Ciencias unos m$n 5.000 y com- pensar de esa manera el desfase de sus cuentas. Sin embargo, la corporación debió sustraer 100 libros destinados al canje internacional para completar aquella cantidad (Torcelli, 1935a: 524-526). Pero el acuerdo con el Ejecutivo se alcanzó cuando las Cámaras finalizaban el período ordinario y, por lo tanto, no lo podían tratar hasta 44 LUIS ALBERTO TOGNETTI mayo del año entrante, cuando se iniciaran las nuevas sesiones. Las urgencias financieras de Ameghino no permitían esperar hasta ese momento. Negoció con el gobierno un adelanto de m$n 5.000 contra la entrega del lote completo de 400 libros. A cambio obtuvo una orden de pago contra la Tesorería por aquel monto. Sin embargo, esa dependen- cia se negó a hacerla efectiva, en forma reiterada. Así llegó mayo y Ameghino no había percibido dinero de la suscripción oficial y tampo- co lo haría en lo que restaba del año. En efecto, la revolución política que arrastró al gobierno de Juárez Celman en 1890, en medio de una grave situación financiera, dejó sin definir las tratativas que por dos años largos venía realizando con los miembros del Ejecutivo. Sobre su situación y estado de ánimo en ese momento, el propio Ameghino le comentaba a Oscar Doering lo siguiente:

El resultado ha sido que se me han venido encima vencimientos sobre vencimientos, lo que, unido a la desvalorización completa de la pro- piedad, me está colocando en una situación de la que no sé cómo saldré. No es difícil que mande al diablo para siempre los estudios científicos y que me dedique definitivamente al comercio. (Torcelli, 1935a: 547-549).

En 1891 las perspectivas parecían mejorar. El nuevo Ejecutivo encabezado por Carlos Pellegrini accedió a pagar la suscripción completa. Ameghino depositó el importe percibido en el Banco de la Provincia de Buenos Aires, mientras abonaba los pagarés que había refinanciado y preparaba su viaje a Córdoba para entregar a la Acade- mia Nacional de Ciencias los m$n 5000 por los 100 ejemplares extra con que concurrió la corporación para completar la entrega al gobier- no. Pero el Banco de la Provincia declaró al poco tiempo la cesación de pagos, debido a los efectos de la crisis económica de esos años sobre sus activos. Aunque el Estado nacional garantizaba el pago íntegro de los depósitos, Ameghino, como la mayor parte de los ahorristas, sólo recuperó el 50% de la cifra original. Con el monto obtenido cubrió parte de los gastos de impresión de las láminas, quedando pendiente el monto correspondiente a la corporación cien- tífica. En cuanto a su situación económica y la continuidad de sus estudios, manifestaba: CONTRIBUCIÓN AL CONOCIMIENTO DE LOS MAMÍFEROS FÓSILES 45

[...] mis rentas, con la depreciación de la propiedad [consecuencia de la crisis] se han reducido a cero, pero si algún día, como lo espero, hay una reacción en La Plata, mi posición financiera volverá a mejo- rar [...]. Mientras tanto, me procuro recursos atendiendo un negocio de librería, que me ocupa durante todo el día, y por la noche clasifico, arreglo y estudio las colecciones. (Torcelli, 1935b: 509-513).

Como mencionamos al comienzo del apartado, la contribución que la Academia Nacional de Ciencias realizó para la impresión de la obra de Ameghino superó los m$n 8.545 invertidos en la impresión del texto, pues aportó, además, 100 ejemplares cuyo producido, que en principio sería reembolsado por la institución, sirvió finalmente para cubrir parte de los gastos de la publicación del atlas. No se puede estimar con precisión el importe que representaron esos libros. De todos modos, el desfase que se produjo en las cuentas de la corporación obligó a suspender por un tiempo las entregas del Boletín y por varios años las de las Actas (AHANC,1e: 246).

Conclusiones Del apoyo que la Academia Nacional de Ciencias brindó para la publicación de Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles de la República Argentina queremos destacar algunos aspectos centra- les. En primer lugar, el financiamiento de la obra realizado por la corporación científica se correspondía con una de sus finalidades prin- cipales, publicar los resultados de las investigaciones que enriquecie- ran los conocimientos sobre la diversidad de la naturaleza del país. En este sentido, la Academia Nacional de Ciencias desarrolló una tarea pionera a través de sus series: Boletín y Actas. Por otra parte, no era la primera vez que destinaba un tomo de su segunda serie para difundir los resultados del trabajo de alguno de sus miembros. Antes ya lo había hecho con la Monografía de Lilaea Subulata de Jorge Hieronymus y Los viajes a Tandil y La Tinta de Eduardo Holmberg. El costo de la impresión del texto de Florentino Ameghino resultó muy elevado para los recursos de que dispuso la corporación. Dijimos que ese compromiso obligó a suspender en forma transitoria la 46 LUIS ALBERTO TOGNETTI publicación regular de otros trabajos. Circunscribir esa decisión a un apoyo generoso de la institución para con el joven naturalista argentino nos resulta insuficiente. Tengamos en cuenta que la asistencia brindada para la concreción del proyecto excedió el aporte monetario. Como pudimos ver, en distintas ocasiones los miembros de la corporación intercedieron ante ministros y otros funcionarios para conseguir fon- dos del gobierno nacional. El segundo aspecto que destacamos nos sugiere otras razones para explicar el sentido de la decisión que venimos analizando. La obra de Ameghino estaba destinada, por su temática, a circular entre la comuni- dad científica internacional abocada a la Paleontología que, como diji- mos en otra parte, se encontraba sumida en un debate profundo en torno al sistema de clasificación vigente. Este trabajo, por su magnitud, apun- taba a lograr una distinción en la Exposición Universal de París de 1889, ámbito de referencia mundial, especialmente relevante para un país que aspiraba a integrar el concierto de naciones modernas y civilizadas. Ésta era una buena razón para que el gobierno nacional cofinanciara la obra. Para la Academia Nacional de Ciencias ambas razones resultaban signi- ficativas. Brindar a la comunidad académica un trabajo meritorio, en una de las especialidades que cultivaba, la fortalecía como institución cientí- fica. Además, la obtención de un galardón en la Exposición de París, por un texto publicado bajo sus auspicios, constituía un resultado que justifi- caba su existencia como entidad pública.

Notas

1. Queremos manifestar el estímulo que nos produjo la lectura del artículo de Miguel de Asúa (1989), “El apoyo oficial a la Description Physique de la Republique Argentine de H. Burmeister”, para la redacción de este escrito. 2. El signo m$n se refiere, en este caso y en los siguientes, al “peso moneda nacional”, que se estableció convertible en 1881 y con el cual el país se incorporó al régimen del patrón oro. La paridad se fijó con respecto a la libra esterlina, moneda con poder cancelatorio mundial, en una relación de m$n 5 por £ 1. Sin embargo, problemas fiscales obligaron a suspender la conversión en 1883. El peso moneda nacional comenzó a depreciarse y llegó a su punto más bajo en 1891, al caer su cotización en 350% (Cortés Conde, 1997: 190-192). 3. Pedro Scalabrini nacido en Italia en 1848, se radicó en el país a los veinte años como profesor de Historia del Colegio de Paraná. Sus inquietudes por otras ramas CONTRIBUCIÓN AL CONOCIMIENTO DE LOS MAMÍFEROS FÓSILES 47

del conocimiento lo llevaron a realizar la referida prospección paleontológica en las barrancas del Paraná (Montserrat, 1993: 106- 107). 4. Brindamos otras referencias que permitan al lector hacerse una idea de la magnitud del costo de la obra. El salario de un profesor titular rondaba m$n 200, el de ayudante m$n 40, en tanto el presupuesto anual de la Facultad de Ciencias Físico- Matemáticas alcanzaba m$n 78.168 para el año 1889. (AGHUNC, L° 36, Dto. 27; AHANC,1b: 244)

Referencias

AGHUNC Archivo General e Histórico de la Universidad Nacional de Córdoba. AHANC Archivo Histórico de la Academia Nacional de Ciencias. AHANC,1a Actas de Sesiones de la Comisión Directiva, Tomo 1 (1878-1909), sesiones del 31/12/84 y del 03/12/85. AHANC,1b Actas de Sesiones de la Comisión Directiva, Tomo 1 (1878-1909), sesión del 05/06/88. AHANC,1c Actas de Sesiones de la Comisión Directiva, Tomo 1 (1878-1909), sesión del 31/12/86. AHANC,1d Actas de Sesiones de la Comisión Directiva, Tomo 1 (1878-1909), sesión del 11/08/90. AHANC,1e Actas de Sesiones de la Comisión Directiva, Tomo 1 (1878-1909), sesión del 02/08/90. AHANC,2 Notas Recibidas, Tomo 2 (1883-1885). AHANC,6 Notas Recibidas Tomo 6. AHANC,8 Notas Recibidas, Tomo 8.

Ameghino, F., (1883a). Sobre la necesidad de borrar el género Schitopleurum y sobre la clasificación y sinonimia de los glyptodontes en general. Córdoba: Boletín. Academia Nacional de Ciencias, T. 5: 1-34. ______(1883b). Sobre una colección de mamíferos fósiles del piso mesopotámico de la formación patagónica recogidos en las barrancas del Paraná por el Profesor Pedro Scalabrini. Córdoba: Boletín. Academia Nacional de Ciencias,.T. 5: 101- 116. ______(1883c). Sobre una nueva colección de mamíferos fósiles recogidos por el Profesor Pedro Scalabrini en las Barrancas del Paraná. Córdoba: Boletín. Acade- mia Nacional de Ciencias, T. 5: 257-306. ______(1884a). Excursiones geológicas y paleontológicas en la provincia de Buenos Aires. Córdoba: Boletín. Academia Nacional de Ciencias, T. 6: 161-257. 48 LUIS ALBERTO TOGNETTI

______(1884b). Oracanthus Burmeisteri. Nuevo edentado extinguido de la Repú- blica Argentina. Córdoba: Boletín. Academia Nacional de Ciencias, T. 7: 499-504. ______(1885a). Informe del Museo de Antropológico y Paleontológico de la Universidad Nacional de Córdoba durante el año 1885. Córdoba: Boletín. Acade- mia Nacional de Ciencias, T. 8: 347-360. ______(1885b). Nuevos restos de mamíferos fósiles oligocenos recogidos por el profesor Pedro Scalabrini y pertenecientes al museo provincial de la ciudad del Paraná. Córdoba: Boletín. Academia Nacional de Ciencias, T. 8: 5-207. ______(1885c). Oracanthus y Coelodon. Géneros distintos de una misma familia. Córdoba: Boletín. Academia Nacional de Ciencias, T. 8: 394-399. ______(1886). Contribuciones al conocimiento de los mamíferos fósiles de los terrenos terciarios antiguos del Paraná. Córdoba: Boletín. Academia Nacional de Ciencias, T. 9: 5-228. ______(1889). Contribución al conocimiento de los mamíferos fósiles de la Repú- blica Argentina. Córdoba: Actas. Academia Nacional de Ciencias, T. 6. ______(1890). Répliques aux critiques du Dr. Burmeister sur quelques genres de mammifères fossiles de la Republique Argentine. Córdoba: Boletín. Academia Nacional de Ciencias, T. 12: 437-469. ______(1892) Énumeration synoptique des éspèces de mammifères fossiles des formations éocènes de Patagonie. Córdoba: Boletín. Academia Nacional de Cien- cias, T. 13: 259-445. ______(1894). Sur l’évolution des dents des mammifères. Córdoba: Boletín.Academia Nacional de Ciencias, T. 14: 381-517. ______(1895). Notices préliminaires sur des Ongulés nouveaux des terrains crétacés de Patagonie. Córdoba: Boletín. Academia Nacional de Ciencias, T. 16: 349-425. Asúa, M.. de (1989). El apoyo oficial a la Description Physique de la République Argentine de H. Burmeister. Separata de Quipu, 6(3). Cortés Conde, R. (1997). La economía argentina en el largo plazo. Buenos Aires: Sudamericana - Universidad de San Andrés. Doering, A., et al. (1881). Informe Oficial de la Comisión Científica agregada al Estado Mayor General de la Expedición al Río Negro(Patagonia) realizada en los meses de abril, mayo y junio de 1879, bajo las órdenes del general don Julio A. Roca. Buenos Aires: Academia Nacional de Ciencias. Frenguelli, J. (1934). La personalidad y la obra de Florentino Ameghino. La Plata:Universidad Nacional de La Plata. Garzón, E. (1951). Reseña histórica de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Córdoba: Revista de la Facultad de Ciencias Exactas Físicas y Natura- les, N° Especial: 29-472. CONTRIBUCIÓN AL CONOCIMIENTO DE LOS MAMÍFEROS FÓSILES 49

Montserrat, M.. (1993). Ciencia historia y sociedad en la Argentina del siglo XIX. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina. Pastore, F. (1925). Nuestra mineralogía y geología durante los últimos cincuenta años (1872-1922). Buenos Aires: Sociedad Científica Argentina. Rusconi, C. (1944). Florentino Ameghino y la Cátedra de Zoología de la Universidad Nacional de Córdoba. Córdoba: Imprenta de la Universidad de Córdoba. Tognetti, L. (2000a). La introducción de la investigación científica en Córdoba fines del siglo XIX: la Academia Nacional de Ciencias y la Facultad de Ciencias Físico- Matemáticas (1868-1878), en: Montserrat, M. (comp.), La Ciencia en la Argentina entre siglos. Buenos Aires: Manantial: 345-365. ______; C. Page, (2000b). La Academia Nacional de Ciencias. Etapa fundacional. Córdoba: Academia Nacional de Ciencias. Torcelli, A. J. (1935a). Obras Completas y correspondencia científica de Florentino Ameghino, Vol. XX. La Plata: Gobierno de la Provincia de Buenos Aires. ______(1935b). Obras Completas y correspondencia científica de Florentino Ameghino, Vol. XXI. La Plata: Gobierno de la Provincia de Buenos Aires.

SABER Y TIEMPO 11 (2001). 51-70 Separata 188.11

ESTADO, UNIVERSIDAD Y PRÁCTICAS EXPERIMENTALES EN EL CAMPO BIOMÉDICO: GÉNESIS DEL PRIMER INSTITUTO UNIVERSITARIO1

Carlos A. Prego2 Facultad de Humanidades, Universidad Nacional de La Plata Instituto Gino Germani, Universidad de Buenos Aires

El año 1886, en que culmina el primer gobierno de Roca y da inicio el de Juárez Celman, está marcado en el campo biomédico porteño por un entrecruzamiento de procesos que conducirán a la gestación del primer Instituto nacido en el marco de la institución universitaria argentina. En ella se manifestará el impacto inicial de los muy recientes logros de Louis Pasteur, así como sus reorientaciones, a través de la iniciativa de diver- sos actores profesionales, académicos y políticos, en experien- cias de incipiente construcción institucional. Se enfocan los vínculos entre el organismo universitario, la corporación pro- fesional y el sector público en cuanto generadores de espacios potenciales para la formación de capacidades de investigación en el campo biomédico, en un ámbito donde se entretejen los marcos disciplinarios de la anatomía patológica, la bacteriolo- gía y la higiene pública.

La cátedra e Instituto de Anatomía Patológica, gestados en la Facultad de Ciencias Médicas de Buenos Aires entre fines de 1886 y el siguiente año, ofrecen a nuestro juicio una serie de características singulares: la muy temprana iniciativa de una “suscripción popular” para la erección local (finalmente trunca) de un Instituto Pasteur (como lo llama ya la prensa de la época, a tan sólo dos meses del inicio de la campaña del propio Pasteur en París); la movilización independiente de médicos argentinos residentes en París (a partir de marzo) para el seguimiento y asimilación de las técnicas de producción y manejo del virus rábico; el tratamiento de la iniciativa de una nueva cátedra de anatomía patológi- 52 CARLOS A. PREGO ca (y de su futuro ocupante) en forma paralela a las rígidas estructuras académicas de la época, por medio de acuerdos y convergencias entre un grupo de académicos y el ministerio de instrucción pública; por último, la creación (hacia noviembre) de un Laboratorio Bacteriológi- co (aunque con una reducida dotación de recursos) bajo la dependencia municipal de la Asistencia Pública. El entrecruzamiento de figuras en estas distintas iniciativas derivará a través de diversas instancias en la creación del Instituto, que será en definitiva el primero con que cuente Universidad alguna en el país.3

Institución médica y demanda social “La rabia moviliza multitudes, en Francia y en el exterior, desde América hasta Rusia, como la muerte de Víctor Hugo ha reunido una muchedumbre de más de dos millones de individuos en las calles de París, cierto día de mayo de 1885: la época es propicia a los entusias- mos”. En tales términos refiere Salomon-Bayet el cuadro social en que se inscribe la suscripción pública convocada en marzo de 1886 por la Académie des Sciences para la erección del gran Instituto Pasteur, que abrirá sus puertas justamente dos años después, tras la muy exitosa campaña local e internacional, no sin haber dado a luz, entre tanto, su publicación propia (Salomon-Bayet, 1986: 49).4 Algo de este espíritu se trasuntará pronto en las reacciones de la elite porteña y la naciente opinión pública expresada en la prensa local ante el impacto de las realizaciones y promesas del programa de Pasteur. La rapidez de este reflejo es difícil de entender fuera del doble marco de una profesión médica con fuertes lazos en el cuadro universi- tario francés, que incluía por entonces un creciente número de profe- sionales que realizaban viajes de estudio y especialización en aquel ámbito, así como del perdurable influjo que en la cúspide de la socie- dad local ejercía la metrópoli parisina (Asúa, 1986: 80-81). Un episodio hará las veces de detonante cuando, a principios del mes de mayo de 1886, tres niños del vecindario capitalino sean vícti- mas del ataque de un perro rabioso. Ignacio Pirovano, el más reconoci- do cirujano de la ciudad y catedrático del ramo en la Facultad, plantea- rá públicamente la urgencia de una iniciativa “para levantar la ciencia argentina de la impotencia a que está reducida..., hacia la difusión del método curativo del sabio francés”.5 ESTADO, UNIVERSIDAD Y PRÁCTICAS EXPERIMENTALES EN BIOMEDICINA 53

La Facultad de Medicina, que se había separado de la Universi- dad para erigirse en escuela independiente inmediatamente después de la caída de Rosas (1852), ha vuelto a su seno con la sanción de la Constitución provincial de 1874, que consagra uno de sus capítulos a la Universidad. En este marco nace a mediados del siguiente año el Círculo Médico Argentino, notable institución creada por un activo grupo de estudiantes avanzados y cargada de impulsos renovadores en el ámbito de la formación profesional y de exigencias ligadas a la consolidación del saber médico -con tempranas y recurrentes deman- das con respecto al desarrollo de prácticas de laboratorio- como base de la enseñanza impartida, lo cual crea cierta tensión con los cuerpos académicos establecidos que ejercen desde antaño el control de la institución universitaria con una fuerte impronta corporativa de rasgos más o menos excluyentes.6 Será aquel incipiente órgano profesional -y no la Facultad- el que proporcione la sede de la amplia reunión -con la participación de “lo más notable que encierra nuestro cuerpo médico”7 que da respuesta a la convocatoria de Pirovano, el 14 de mayo. En esta reunión queda avalada la iniciativa y constituida la comisión organizadora de la institución proyectada, cuya presidencia es confiada a su promotor inicial, secundado por dos figuras de nota: Rafael Herrera Vegas, venezolano radicado en Buenos Aires desde la década anterior y con un amplio reconocimiento profesional (miembro de la Academia aunque nunca ejerce la cátedra), y Antonio Crespo, que al año siguiente sucederá a Torcuato de Alvear en la intendencia de la ciudad capital. Emulando las acciones emprendidas en París, se decide abrir ‘suscricio- nes populares’, extendidas a las principales ciudades del país. El diario La Nación ofrece su local para la campaña e informa sus avances en portada. El principal órgano profesional de la época, la Revista Médi- co-Quirúrgica, dirigida por un infatigable higienista, Emilio Coni, desde posiciones próximas al espíritu innovador del Círculo Médico avala la demanda de apoyo indispensable para que surjan “hombres de estudio y de ciencia... profesores competentes que puedan fundar una escuela de enseñanza” para el estudio de las enfermedades infecciosas (Roberts, 1886).8 En esta primera fase jugará un papel importante Eduardo Wilde quien, con su perfil de catedrático de la Facultad, orador brillante y 54 CARLOS A. PREGO miembro de varios gabinetes de gobierno, representa una figura emblemática del entrelazamiento selectivo entre elites académicas y políticas propio de la generación del ochenta (Romero, 1964: cap. I). Desde su puesto como ministro de Instrucción Pública en el gobierno del general Roca a punto de concluir, se manifiesta a favor de un “instituto micrográfico destinado a estudiar los elementos constituti- vos de los agentes morbosos... [que] satisfaga las aspiraciones de nuestros hombres de ciencia”, sin restringirse a un grupo particular de enfermedades. Establece, asimismo, que la continuidad de tal empresa “altruista” sólo puede ser garantizada por el poder público, como parte de la propia Facultad de Ciencias Médicas.9 El resultado de la campaña financiera se logrará en lo esencial en los primeros sesenta días. En ellos se recolectará más de nueve déci- mos de los seis mil y tantos pesos que a la postre se logran reunir.10 No faltaron las voces pesimistas que cuestionaron lo ambicioso de la idea de “un gran Instituto Pasteur” en favor de una simple oficina para “administrar los virus”, esgrimiendo como argumento el contraste entre los ingentes recursos requeridos y la penuria de camas en los hospitales. Aunque tales intervenciones, más bien aisladas, no dieron pie a ningún debate significativo en términos de metas, medios, requi- sitos y viabilidad.11

Los estudios europeos del cuerpo médico y la inspiración pasteuriana Los viajes y estadías de los profesionales argentinos en los centros académicos europeos y, preferentemente, franceses (muchas veces con permanencias más o menos prolongadas, no inferiores a uno o dos años), eran frecuentes hacia el último cuarto del siglo XIX.12 Este “frente externo” constituye la segunda vía de penetración de los descu- brimientos pasteurianos, con un grado de eficacia considerable visto en términos de la incorporación de los dispositivos técnicos y las prácticas de laboratorio específicas. Esta influencia directa desde el propio escenario en ultramar reconocerá el rol de actores políticos ubicados más allá del propio campo profesional. Será, en efecto, el ministro argentino en París, José C. Paz, quien tomará la iniciativa, hacia marzo de 1886 (es decir, desde el propio escenario de los hechos al momento ESTADO, UNIVERSIDAD Y PRÁCTICAS EXPERIMENTALES EN BIOMEDICINA 55 mismo del lanzamiento de la convocatoria pública del sabio francés), de reunir al conjunto de los connacionales que se hallaban realizando estudios médicos en aquella ciudad, con la misión de “incorporar al país el tratamiento de la rabia y otras enfermedades virulentas logrado por las experiencias del Dr. Pasteur”. Entre la decena de asistentes se cuentan varios nombres distinguidos.13 La responsabilidad central recae en un joven médico oriundo de la provincia de Buenos Aires que se halla en Europa buscando una especialización pediátrica: Desiderio Davel. Asumirla conlleva el compromiso inmediato de una asistencia cotidiana al laboratorio del propio Pasteur, donde es admitido los primeros días de abril. Independientemente de consideraciones de más largo plazo, la decisión se funda en un criterio de urgencia: Davel es quien más próximo se halla a su regreso al país. No obstante la escasa relación existente con su especialidad, asumirá con la actividad anti- rábica un compromiso que se extenderá por muchos años, a pesar de la penuria en la asignación de recursos con que a su regreso habrá de enfrentar la labor durante un largo período. Hacia principios de julio Davel se halla listo para el retorno. Poco más de tres meses le han permitido el adiestramiento intensivo buscado; un período considerablemente menor que el año completo por el que la legislatura provincial había decidido subsidiarlo.14 Con el ejemplar de conejo recién inoculado con el virus rábico, que el propio Pasteur le entrega el 13 de julio, apenas cuatro días antes de su embarque en el vapor “Paraná”, Davel está enfrentando un primer desafío a sus capaci- dades recién adquiridas. En efecto: las experiencias pasteurianas han encontrado que el pequeño mamífero reúne el período de incubación más breve junto a la más alta potencia agresiva (alojada en su médula). Dado que, en la época, la travesía marítima hasta Buenos Aires superaba normalmente los 25 ó 26 días, si la muerte del conejo inoculado acaecía indefectiblemente entre el noveno y décimo día y la médula infectada no podía utilizarse, como fuente de inoculación inmunizante, después de los 14 días de su extracción, la labor a cumplirse no podía consistir en un mero traslado sino que el barco mismo había de funcionar como sede de una actividad de laboratorio que habrá de renovarse sin interrupción: cuidado del ejemplar inoculado, extracción y conservación de la médula a su muerte, inoculación (vía trepanación) de un nuevo ejemplar.15 Al desembarcar en Buenos Aires el 12 de agosto con un conejo infectado 56 CARLOS A. PREGO

(“un conejo histórico, un conejo científico, un conejo de alto rango”, según escribe el entusiasta cronista en columnas de La Nación), Davel halla ocasión de ufanarse: “he traído lo bastante para inocular la rabia a toda la población de la Capital”. Tres semanas después, su atención de un muchacho mordido en Montevideo por un perro rabioso marcaría el logro de la primera incorporación efectiva de la técnica pasteuriana en el ámbito iberoamericano.

El horizonte de la anatomía patológica Bacteriología y anatomía patológica se desarrollan en la época como líneas relativamente independientes. Reconoce aquélla dos figuras fundacionales: Louis Pasteur y Robert Koch. El primero procede del campo originario de la química, desde donde evolucionó hacia la biología; Koch tiene, en cambio, una más clásica formación original de médico. La anatomía patológica puede considerarse como un legítimo desarrollo de la fase de imperio de la mentalidad anatómica que precedió a la creciente consolidación de la fisiología como disciplina fundamental (consagrada en el ámbito francés por el discurso bernardiano), en la evolución del campo biomédico. No obstante, en la figura y obra de Rudolf Virchow, la tradición anátomo-clínica se presenta notablemente entrelazada con la nueva mentalidad fisio-pato- lógica, y en particular con el desarrollo de la investigación de las estructuras elementales (micrológicas) del organismo, en el terreno de la histología (Laín Entralgo, 1977: V, 3). Con Telémaco Susini hallamos representado un tipo de forma- ción profesional correspondiente a una fase de diferenciación incipien- te pero en progreso, en el marco de la enseñanza médica local. Pertene- ce a una generación que comienza a recibir los beneficios de una política gubernamental de apoyos selectivos al perfeccionamiento en ultramar de jóvenes profesionales. Poco después de J. B. Señorans, primer becado oficial en una década, Susini recibe también una beca aprobada por la Legislatura de la provincia de Buenos Aires (1883), y parte a Europa en enero siguiente. Su estancia, prolongada por dos años y medio (hasta julio de 1886), alternó la especialización clínica en otorrinolaringología y enfermedades de la piel, con la orientación a la anatomía patológica y la bacteriología, a través de breves estadías en ESTADO, UNIVERSIDAD Y PRÁCTICAS EXPERIMENTALES EN BIOMEDICINA 57

Berlín (Koch) y París (Pasteur), y una más extensa en Viena (Accinelli, 1998). La trayectoria de Susini en los institutos europeos siempre man- tiene un ojo puesto en Buenos Aires, orientado al escenario profe- sional, a través de múltiples intervenciones (desde el informe de casos clínicos hasta la crítica bibliográfica y el rol de las asociaciones profe- sionales) que suelen hallar acogida en la publicación del Círculo Médi- co. Su llegada a Buenos Aires no pasó desapercibida. Bajo el título “El Dr. Telémaco Susini”, el columnista de La Nación abre, en primera plana, con un “Paso a la ciencia nueva!”: “El país debe felicitarse de que uno de sus hijos, llevado por su amor a la ciencia, se haya internado en sus ásperos senderos, para traerle de retorno los materiales que servirán de asiento a la nueva escuela médica”. El artículo, luego de un extenso seguimiento de sus proyectos transatlánticos, y una cuidadosa enumeración de preparaciones histo- patológicas tras la que se adivina la mano de un colega, se cierra con la demanda de creación de una cátedra de Anatomía patológica, para la cual -proclama- “no hay que discutir el catedrático: en Susini tenemos el right man”. Este campo era sin duda una deuda no saldada en la formación profesional porteña, tras los primeros e incipientes esfuer- zos de la década precedente, asociados justamente al nombre de Pirovano, quien se consagraría luego a partir de una temprana convic- ción del papel básico de la preparación anatómica en la constitución de la habilidad quirúrgica.16 Dentro del proceso público abierto en mayo con la inicial convocatoria de Pirovano al emprendimiento microbiológico, esta es la primera men- ción explícita y central de la anatomía patológica; se la presenta a la vez como el marco justo de la investigación bacteriológica, “una de sus ramas... [a la que] los conocimientos modernos han dado trascendental importancia... [y] a la que se deben los últimos pasos de la medicina”.17

Un decreto a la búsqueda de un proyecto Hacia mediados de agosto de 1886, los acontecimientos se suceden: el 12, llegada de Davel, portador del virus rábico activo, en un doble carácter: en el organismo vivo (conejo inoculado) y en materia conser- vada activa (médula disecada); el 16, arribo de Susini con su colección 58 CARLOS A. PREGO de preparados histológicos, recibido de un modo entusiasta en los círculos profesionales y en la prensa nacional. Tres días después, el gobierno nacional firma el decreto (rubricado por Wilde y Roca) acordando “la instalación del Instituto Microbiológico... bajo la superintendencia de la Facultad de Ciencias Médicas, y su dirección inmediata a cargo del Dr.Ignacio Pirovano”.18 El texto hablaba de “un local provisorio” que ha de ser provisto por la propia Facultad; los únicos fondos mencionados (para los “gastos más urgentes”) son los procedentes de la recolección pública; se autoriza a “utilizar los cono- cimientos de microbiología” de los médicos recientemente especiali- zados en Europa (tácita referencia a Davel y Susini), aunque no quedan arbitrados los medios efectivos para ello.19 El Decreto da entrada formal a la Facultad en el escenario de las iniciativas institucionales. En su sesión del 1º de septiembre, la Acade- mia de Medicina que la gobierna toma nota de la resolución, dando inicio a un breve período (durante las siguientes tres semanas) de negociaciones en torno a una tarea de diseño institucional, definición de áreas de actividad y configuración del elenco organizador. Comien- za confirmando las dos primeras figuras surgidas de las deliberaciones del Círculo Médico (Pirovano y Herrera), a los que añade a Cleto Aguirre (que en los primeros meses del año siguiente se convertirá en Decano de la Facultad). El elemento más innovador (aunque efímero) propuesto por esta comisión será la inclusión de una sección de fisiología experimental, que opera sin duda sobre las promesas y expectativas presentes desde comienzos de la década en torno a la creación de un laboratorio anexo a la cátedra respectiva, y que seguirán insatisfechas todavía durante diez años más.20 En relación con este ámbito específico aparece el nombre ya mencionado de J.B.Señorans, recién vuelto al país luego de una trayectoria de estudios cálidamente elogiada por sus maestros en París y Londres.21 El otro elemento destacado es la incorporación de Roberto Wernicke, quien en la década precedente había recibido su título de médico en la Universidad de Jena, donde -aun en un período anterior al del florecimiento microbiológico- había asimilado la disciplina de investigación de los centros académicos germánicos y había regresado al país con un talante altamente crítico hacia los modos textuales de ESTADO, UNIVERSIDAD Y PRÁCTICAS EXPERIMENTALES EN BIOMEDICINA 59 enseñanza prevalecientes en la Argentina, con frecuencia expresado en las páginas de los Anales del Círculo Médico (Badía;Penna, 1907). La por entonces infrecuente vocación por la investigación de esta figura singular se había manifestado por canales poco transitados, externos a un medio académico que no la propiciaba. Preocupado por la producción ganadera, el gobierno de la Provincia de Buenos Aires nombró a fines de 1883 una comisión de la que formaban parte también Pirovano, Astigueta (profesor de fisiología) y, por la Sociedad Rural, Herrera Vegas. El resultado fue el establecimiento de un laboratorio dedicado al estudio de las enfermedades infecciosas del ganado, que comenzó a funcionar a principios del año siguiente bajo la dirección de Wernicke, conocido luego como el “laboratorio del carbunclo” (que de hecho designaba una de sus primeras realizaciones, la identificación técnica de dicha enfermedad, vagamente referida en el campo local como grano malo, en un proceso experimental que implicó centenares de cultivos, 600 inoculaciones y varios miles de exámenes microscópi- cos) o también como “laboratorio de la calle Charcas” por el lugar donde tenía su sede, modesta como su magro presupuesto de m$n 400 mensuales.22 Fue en los hechos el primer laboratorio efectivo de investi- gación bacteriológica con que contó el país.23 Fue sin duda mérito de la comisión la incorporación de Wer- nicke en el elenco propuesto. En la primera reunión (el día 4) se produjo la definición inicial de las cuatro secciones: anatomía patoló- gica, microbiología, cultivos y fisiología experimental, y de sus res- pectivos responsables Susini, Wernicke, Davel y Señorans (Cantón, 1928: 137-38). Sin embargo, junto a estas decisiones se generaron diferencias cuya resolución estuvo cargada de consecuencias. Wernicke propuso que puesto que existía ya un laboratorio de enfermedades infecciosas (del ganado, de la calle Charcas) era conveniente usarlo como base para el desarrollo de la sección bacteriológica. Tal vez por un prurito de celo en el resguardo del ámbito universitario o antepo- niendo su condición de miembro de la Academia, Pirovano hizo, como Presidente de la comisión, prevalecer su oposición a que el laboratorio funcionara fuera del recinto de la Facultad. Dando prioridad a ele- mentos vinculados, plausiblemente, a la función docente y clínica (la eventual internación de pacientes en el hospital universitario), se sub- estimaba el esfuerzo implicado en la constitución de una unidad que, por modesta que fuese, se nutría en una experiencia efectiva de prácti- 60 CARLOS A. PREGO cas microbiológicas y que en el ámbito de la Facultad no se establece- ría de hecho al menos durante los diez años subsiguientes.24 Mientras que la proyectada sección de Fisiología experimental (inicialmente aprobada por la Academia de la Facultad) entraba en un cono de sombra,25 iban ganando espacio las demandas más directamen- te relacionadas con la enseñanza profesional; la Anatomía patológica, cuya constitución como cátedra aparece ya para los actores como una tarea ineludible, fue propuesta en sustitución del nombre original del Instituto mismo.26

Epílogo: del Instituto a la cátedra El tema presupuestario es objeto de negociación, justo en el período del cambio de mando de Roca a Juárez Celman: la Comisión manifiesta su ánimo de dar por concluida su tarea;27 el Ministerio, se circunscribe a transferir a la Facultad los fondos recolectados públicamente (y pues- tos a su disposición por la comisión), “a fin de atender a los primeros gastos”, junto al compromiso de hacer lo propio con los que “se reciban en adelante”, con lo cual se prolonga tácitamente el mandato de la Comisión.28 Cuando se elaboran las planillas de sueldos (con una erogación total de m$n 1240 mensuales), quedan definidas bajo el rubro “Instituto Microbiológico” las designaciones de Susini, Wernicke y Davel, en calidad de encargados de “los laboratorios de Anatomía patológica, Micrografía clínica y vacunación anti-rábica, respectiva- mente”, más un ayudante para cada uno de ellos. Lo que se está creando, de hecho, es la cátedra de Anatomía patológica con dos encargados de laboratorio suplementarios.29 No obstante, el cambio en el clima de opinión a propósito de las insistentes versiones sobre ciertos casos sospechados de cólera en la zona de la Boca suscita en la prensa un talante crítico. Se apunta que los inconvenientes para practicar un análisis micrográfico del caso verifi- cado en el Hospital San Roque han puesto en evidencia la necesidad de generar “un medio perfecto de investigación anatómica. Esos elemen- tos se habrían ya adquirido si el gobierno no hubiese abandonado la creación del instituto de Anatomía patológica al que dedicó tanta atención para dejarlo luego en completo olvido, después de haberse comprometido con nuestras primeras autoridades médicas”.30 ESTADO, UNIVERSIDAD Y PRÁCTICAS EXPERIMENTALES EN BIOMEDICINA 61

Menos de noventa días después, en pleno receso estival, la figura que ha venido conduciendo la iniciativa se llama a retiro invocando sus compromisos académicos relacionados con la Clínica Quirúrgica. Poco más de dos meses separan esta “renuncia indeclinable” de Pirovano de aquella apuesta con que la Comisión (que él presidía) lo propuso como Director del Instituto, flanqueado por la cátedra de Susini y el labora- torio de Wernicke.31 En su breve y preciso texto se repasa la incorpo- ración de Susini y Davel, por sugerencia ministerial; la de Wernicke, por propia iniciativa de la Comisión; la sanción presupuestaria limitada a los gastos corrientes, sin aumento alguno para la instalación del Laboratorio; la decisión, en fin, de suspender durante noviembre y diciembre los sueldos de todos los citados profesionales -que ya habían iniciado sus actividades docentes (Susini y Wernicke), o continuado las de laboratorio (Davel)- para no reducir más los menguados fondos de la suscripción pública.32 Tal vez ha influido en el ánimo de Pirovano el cuidadoso informe que apenas 48 horas antes ha recibido de parte de Davel acerca de la marcha de los primeros cuatro meses de la ‘sección anti-rábica’: 87 consultas de personas mordidas; inoculación de 19 consideradas en serio riesgo, sin que en ningún caso se produjera un deceso debido a la enfermedad; no obstante, el laboratorio continúa sin sede institucional, alojado provisoriamente -como al momento de la llegada desde Europa- en su propio domicilio particular y con una pequeña subvención municipal de m$n 150. Permanecerá todavía en esta precaria posición durante un año más, hasta ser definitivamente transferido a la esfera municipal de la Asistencia Pública el 24 de enero de 1888, quedando constituida así la base del actual Instituto Pasteur.33 Con la salida de Pirovano se cierra simbólicamente el ciclo abierto nueve meses antes con su propia convocatoria inicial. Aparte del remanente de la suscripción, queda la nueva partida aprobada en el Congreso para el profesor de anatomía patológica. La mayor novedad será la aparición, dentro del presupuesto universitario, de un ítem enteramente nuevo, separado del resto de la Facultad, bajo el acápite “Instituto microbiológico”, que junto al nuevo profesor -como primer rubro- incluirá los encargados de micrografía y rabia y sus respectivos ayudantes. Esta situación de autarquía dará pie para la generación de roces y conflictos entre la cátedra (a cuyo titular, acorde al modelo universitario alemán de la época, le corresponderá como tal la direc- ción del Instituto)34 y la Academia que dirige la Facultad, en torno a las 62 CARLOS A. PREGO autorizaciones para el uso de los fondos respectivos en una situación que es a la vez de estrechez y disparidad de los recursos asignados.35 Acorde con lo estipulado en la flamante Ley universitaria, la Academia designa el 17 de febrero de 1887 la terna que elevará al Poder Ejecutivo para cubrir la nueva cátedra, la que decide encabezar con el nombre de Wernicke. El Gobierno, usando las prerrogativas que le confiere la ley Avellaneda, designa una semana después al médico que ha centrado la atención desde su reciente arribo de Europa, Susini, que ocupaba el segundo lugar en la nómina. Hay pues nueva cátedra con que se responde a antiguas deman- das. Pero la dotación será exigua, aun cuando no falten reclamos del profesor del ramo.36 A fines de año Susini viaja a Europa, comisionado por la Asistencia Pública de la Capital (cuyo laboratorio dirige), y obtiene de la Facultad autorización para invertir los fondos acumula- dos en la adquisición de instrumental que será destinado a la provisión de los laboratorios correspondientes a las cátedras de Anatomía Des- criptiva, Topográfica, Patológica y Medicina Operatoria.37

Comentarios finales En este trabajo se han enfocado los elementos de complementación y contraste existentes entre la institución universitaria y el sector público en crecimiento como generadores de espacios con un potencial para la formación de capacidades de investigación en el campo biomédico. La diferenciación profesional promovida por tal desarrollo se conjuga con la diversidad de perfiles y trayectorias individuales que se van generan- do en el ámbito de la profesión. Se trata de la fase histórica signada por el proceso de construcción del Estado argentino, representada mate- rialmente en el campo de la salud pública por la creación de un conjunto de aparatos que dan forma, con base en una agenda de cuestiones socialmente pertinentes, a la intervención pública en la regulación de ámbitos de relaciones sociales previamente definidos como privados. Se apuntan solapamientos entre los marcos disciplinarios de la anatomía patológica, la bacteriología y la higiene pública, que inciden en las relaciones del campo biomédico entre lo estatal, lo académico y lo profesional. Se considera también el rol cumplido por los médicos ESTADO, UNIVERSIDAD Y PRÁCTICAS EXPERIMENTALES EN BIOMEDICINA 63 argentinos que completaban su formación en Europa en la apropiación local de saberes producidos en los países avanzados. En este proceso se revela la capacidad de las elites profesionales para resignificar y reorientar una iniciativa con amplio respaldo social -promovido por el fuerte impacto de los descubrimientos y realizacio- nes pasteurianas en el ámbito de la microbiología-, reconduciéndola al terreno de una necesidad básica largamente insatisfecha de la enseñan- za profesional: la anatomía patológica. De esta forma los procesos de modernización de prácticas académicas (incluyendo las apelaciones al desarrollo de orientaciones y actividades científicas) se incorporan como elementos al servicio de las estrategias de profesionalización. Se verifica de qué manera algunas figuras particulares que, como resultado de los procesos de complejización, asumen compromi- sos incipientes hacia la actividad de investigación, quedan relegadas a contextos de fragilidad institucional donde se hace difícil la acumula- ción sistemática. Se constata a la vez la actitud ambigua del poder público, sustentador de una convincente retórica de modernización científica que no se ve acompañada en los hechos por decisiones de apoyo consistente.

Notas

1. El presente trabajo es una versión revisada y condensada de la ponencia presentada en las III Jornadas Latinoamericanas de Estudios Sociales de la Ciencia y la Tecnología, celebradas en la ciudad de Querétaro (México) los días 19 al 21 de octubre de 1998. Es parte de un proyecto de investigación más amplio en curso, que en su primera etapa se orientó a los procesos tempranos de institucionalización de la actividad científica en el campo biomédico. En el equipo, con sede en el Instituto Germani de la Fac. de C.Soc. (UBA), han participado: M. M. Accinelli, M. Bargero, J. Buta, M. E. Estébanez y P. Feliú; en el Departamento de Sociología de La Plata: M. Versino y M. Chama. 2. Con la colaboración de M. Martha Accinelli y Fernanda Schilman. 3. Lo poco investigado de este origen, que como todo evento fundacional contiene fuerte carga simbólica, en este caso en el ámbito del desarrollo científico nacional, ha generado una difusa percepción, en trabajos de la última década, de que un Instituto Microbiológico habría tenido cierta existencia efectiva en Buenos Aires en la segunda mitad de la década de 1880; en otros casos, ha llevado a representa- ciones erróneas acerca del papel y la actuación de los protagonistas, como en el caso de Crider, 1976. 64 CARLOS A. PREGO

4. Al producirse la convocatoria, habían pasado apenas seis meses desde la pública consagración de la victoria del investigador en la primera inoculación anti-rábica, la del niño alsaciano Joseph Meister, el 6 de julio de 1885. El primer volumen de los Annales de l’Institut Pasteur vio la luz en enero de 1887. Para una narración clásica, cf. Dubos, 1985: XII. 5. Cf. Bokstein, 1954-1955 (140, junio 1954): 28-29. Si bien se trata de una revisión muy amplia de materiales mayormente olvidados, en diversos pasajes de los textos se la presenta condensada y parafraseada libremente, lo que limita su confiabilidad como fuente rigurosa. 6. En la constitución del Círculo Médico Argentino desempeñó papel de liderazgo José M. Ramos Mejía, figura central en el ámbito de la salud pública durante las décadas posteriores, cuya precoz apuesta reformadora se manifestó ya en sus primeros años de estudiante, en el cuestionamiento abierto del “espíritu de círculo” y el estancamiento del saber que veía en el cuadro de conducción de la Facultad y que expresó en las páginas de La Prensa entre diciembre de 1872 y marzo siguiente. La multiforme y vigorosa acción del Círculo se manifestó en su amplia biblioteca, sus cursos libres (a veces tan numerosos en concurrencia como los oficiales de la Facultad), sus concursos de trabajos científicos, su publicación periódica -con contribuciones originales- creada en 1877 y que en pocos años llegó a ser mensual. Más tarde el Círculo se fusionó con el Centro de Estudiantes de Medicina, que había sido fundado hacia 1900, y otro tanto sucedió con las respectivas publicaciones (1908). Para una crónica descriptiva, cf. Luqui, 1985; una sólida investigación sobre las estrategias de profesionalización médica en la época puede verse en González Leandri, 1997;para la relación del movimiento estudiantil con la Facultad, cf. Bargero, 1997. 7. Crónica en los Anales del Círculo Médico Argentino, IX, 6 (junio 1886): 321. 8. Respondiendo con presteza a posiciones escépticas, como las expresadas por J. Demetrio Piñero en la reunión misma y luego por escrito (cf. La Prensa, 18-5-86), recuerda las iniciativas del presidente Rivadavia, en las primeras décadas de la República, que creó las cátedras de Física y Química sin tomar en consideración su “inutilidad”. 9. Carta al Dr. I.Pirovano, reproducida en “Instituto Pasteur”, nota en Revista Médi- co-Quirúrgica, XXIII, 4 (mayo 1886): 66-68 (tomada de La Prensa, 8-5-86). 10. La Nación informará $ 6.266,40 el 11-7-86 y $ 6.440,00 el 4-8-86. 11. Cf. la temprana carta de Piñero (citada en la Nota 8). Al menos un cronista (Bokstein) sugiere -lacónicamente- la interpretación de un conflicto putativo entre un auténtico “Instituto Microbiológico” y un mero “Laboratorio Antirrábico”, con Wilde en un extremo y el médico Davel (a quien nos referiremos más adelante) en el otro, y un arrepentido Pirovano reconvirtiendo un proyecto del segundo en el primero (Bokstein, 1954-1955, 145: 32, y 146: 30). ESTADO, UNIVERSIDAD Y PRÁCTICAS EXPERIMENTALES EN BIOMEDICINA 65

12. A. Landaburu (citado en Asúa, 1986: 80-81) presenta un listado de 21 profesiona- les graduados en Francia, 20 en España y 15 en otros países. 13. En el informe enviado desde París sobre las dos reuniones efectuadas, que publicó La Prensa del 29-4-86, se menciona, entre otros, a Rawson, nuestro primer higienista; Larrosa, primer profesor de Fisiología de la flamante cátedra de 1872; Señorans, elogiado estudiante en sucesivas sedes del continente europeo; Güemes, el reconocidísimo cirujano. 14. Cf. Bokstein, 1954-1955, 141: 31-32. El monto del subsidio era de $ 200 mensuales. 15. Sobre el rigor de la experiencia propia de tal actividad, dirá Davel poco después de su llegada a Buenos Aires: “tengo que manejarlo todo, abandonar toda otra ocupación, dedicarme en absoluto a la observación diaria y el estudio de los conejos; todos los días debo hacer una autopsia, todos los días preparar una médula, hacer una inoculación, y esto absorbe todo mi tiempo”; cf. la notable entrevista realizada en La Nación, 2-9-86. 16. En efecto, Pirovano fue designado en Anatomía patológica cuando aún se encon- traba haciendo estudios en Europa (con una temprana beca del gobierno provincial, de donde regresará en marzo de 1875). Dictó sus clases (que al decir de su tardío sucesor Susini, alumno en esa época, no fueron muchas) en el curso de 1876, del que se separó luego para hacerse cargo de Medicina operatoria, que fue el campo al que (y en el que) se consagró. Cf. Cranwell, 1945: 109-52 y, sobre todo, Vaccarezza, 1981, especialmente las págs. 107-155. 17. La Nación, 17-8-86: 1. 18. Carta de Pirovano al ministro Wilde, del 13-8-86, que se publicó, junto al texto del Decreto, en Revista de Medicina Quirúrgica, XXIII,10 del 23-8-86. 19. Al mismo tiempo se recoge la propuesta, procedente de la Comisión organizadora del Instituto, de enviar un nuevo cuadro profesional a realizar estudios en Europa dentro del mismo campo (con un estipendio mensual de $ 200, a cargo del Ministerio), elección que recae, a propuesta de Pirovano, en su discípulo Alejandro Castro, a punto de partir a Europa para su especialización médica, señalado en la petición por su laboriosidad en el campo anatómico; en la década siguiente, emulando a su maestro, ocuparía la cátedra de clínica quirúrgica. La elección refleja el lugar subordinado asignado al campo con relación a otras especialidades médicas. Sobre el informe formal a la Academia presentado por Castro a su regreso de Europa, cf. Cantón, 1928: 141-143. En la década siguiente lo encontramos entre quienes cumplieron funciones en el Laboratorio Anti-rábico municipal (cf. Penna; Madero, 1910, Secc.2: 407. 20. Cf. Prego, 1996. Un testimonio de aquellas demandas para la creación del Labora- torio de Fisiología puede encontrarse en Gache, 1880. 21. Apenas unos días después de esta mención, realizaría, en los salones del Círculo Médico, una celebrada demostración de experiencias fisiológicas, en seres vivos y 66 CARLOS A. PREGO

con variada dotación de instrumentos (cf. Houssay; Buzzo, 1937). El nombre de Señorans, no obstante, no subsistió a la primera reunión posterior mantenida el día 9 entre la Comisión y Wilde (cf. Revista Médico-Quirúrgica, XXIII,11, septiembre 1886: 162-163, y Bokstein, 1954-1955, 149: 24. Sobre su trayectoria europea, cf. la nota Etchepareborda, 1886, que apareció en enero en la revista que dirigía Pedro Lagleyze. 22. Como testimonio histórico, cf. la nota (oportuna e informada como otras ya citadas de la misma fuente) que apareció en La Nación del 28-8-86 bajo el título “La microbiología, las enfermedades del ganado ovino y el laboratorio de la calle Charcas”, en medio del proceso de definición del “Instituto Pasteur”, pocos días antes de la convocatoria e incorporación de Wernicke por la Comisión Organiza- dora del Instituto. De la labor desarrollada queda testimonio en los Anales del Instituto Agronómico-Veterinario (Santa Catarina, Buenos Aires); en el Vol. I (agosto 1886-1887) apareció una media docena de contribuciones firmadas por Wernicke (con el epígrafe “Trabajos del laboratorio para el estudio de las enferme- dades contagiosas de los animales”), que desaparecieron en el volumen siguiente, en cuya última edición (Vol. II, Nº 48, agosto 1888: 967) se informa de la asimilación del antiguo laboratorio por el Instituto Agronómico, constituido en 1884 y que había sido, de hecho, la primera escuela de agrónomos “del continente sudamericano” (será luego absorbido por la Univ. de La Plata como base de su Facultad de Agronomía). En una nota posterior Wernicke menciona la disolución del Laboratorio sin mayores comentarios, si bien deja señalado, lacónicamente, que “de parte de los más interesados [los hacendados] ha tenido poca ayuda” (Vol. III, Nº 13, febrero 1889: 253). En esos momentos Wernicke ya estaba comprome- tido en otra experiencia análoga, pues encabezaba la organización del Laboratorio Veterinario-Agronómico de la Sociedad Rural (conocido como “laboratorio de Palermo”), que se había inaugurado el 3-8-88; bajo su dirección operaban un jefe de laboratorio, un practicante y dos meritorios (cf. Anales de la Sociedad Rural Argentina, XXII (1888): 383-384). Los servicios de Wernicke eran ad honórem y se indica que el presupuesto del bimestre inicial fue de $ 1.215 (ibid.: 501) aunque, en vista de los montos muy inferiores de los períodos subsiguientes, puede colegirse que en aquella cifra pesaban más los gastos de instalación que los corrientes. 23. Como ha sido documentado en el Archivo de la Facultad de Medicina de la UBA (en adelante AFM), en este laboratorio realizará Wernicke tempranamente prácti- cas con los alumnos de la cátedra de Patología general en la que se desempeñó como profesor sustituto, dada la carencia de instrumental en la Facultad (cf. AFM, Legajo 9411: Oficios 25-5-85 y 27-8-85). Cuando se convierta en titular de la cátedra, le cabrá todavía el papel de iniciador en el país de una modalidad de trabajo académico, el Seminario, que era clásica en la Universidad alemana del siglo XIX y es hoy reconocida como antecedente clave en los procesos tempranos de institucionalización de la actividad y el entrenamiento orientados a la investiga- ESTADO, UNIVERSIDAD Y PRÁCTICAS EXPERIMENTALES EN BIOMEDICINA 67

ción. En la solicitud de autorización enviada a la Academia, Wernicke la describe como serie de reuniones “bajo la presidencia del catedrático a las que sólo tienen acceso los alumnos del curso que lo solicitan, siendo el profesor quien confiere la licencia (de ahí el nombre de privatissima que esas reuniones tienen en Alemania). En ellas no es el maestro quien expone sino los alumnos, y entre ellos tiene lugar la discusión...” (AFM: oficio del 15-5-99). Al finalizar el ciclo académico, Wernicke informará la impresión de 39 trabajos presentados en el transcurso del Seminario (ibid.: 7-11-99). 24. En los microfilms de La Nación pertenecientes a la Academia Nacional de la Historia faltan justamente las ediciones del 5 y el 15 de septiembre, por lo que la información referente a ambas estratégicas reuniones de la Comisión Organizadora fue tomada de Bokstein, 1954-1955 (149): 24 y 28, respectivamente. Con respecto a la evolución de los estudios microbiológicos en el ámbito académico, hay al menos un testimonio de la donación de instrumental especializado, recibido por el propio Wernicke en su flamante cátedra de Patología General, de manos del Dr. Emilio Ghione, procedente de Rosario (AFM: nota 26-9-90). 25. Según se señaló en la Nota 21. Muchos años después se insistirá con esta idea, cuando el italiano Valentino de Grandis, a cargo del laboratorio de la cátedra de Fisiología, haga un acuerdo con Susini para colaborar en el Instituto de Anatomía Patológica (1899), aunque el resultado de la labor del europeo se orientaba más bien al terreno de la química (AFM: oficios de Susini, 21-5-1900 y 27-4-1901). Posterior- mente aparecerá en esa función Horacio Piñero, a la sazón profesor suplente de Fisiología, luego (1904-1919) predecesor de Houssay en la titularidad de la cátedra (cf. antecedentes en Revista del Centro de Estudiantes de Medicina, III, 36 (agosto de 1904): 952-955; y AFM, oficio de Susini, 14-4-1902); véase al respecto Prego, 1996. No guarda relación con la figura mencionada en las Notas 8 y 11. 26. Cf. “Instituto de Anatomía Patológica”, en Revista Médico-Quirúrgica, XXIII, 11 (septiembre 1886): 162-63, y Bokstein, 1954-1955, 149: 24 y 28. Este giro expresa y refuerza a la vez la posición estratégica que va ocupando Susini. La prensa registra la repercusión del curso libre sobre anatomía patológica que había sido invitado a dictar en la Facultad desde mediados de septiembre (paralelo al de Wernicke sobre micrografía clínica): “acogido con verdadero entusiasmo... el catedrático explica operando. Sobre el cadáver muestra a sus numerosísimos oyentes las huellas de la enfermedad, señaladas por las lesiones de los órganos. Es el verdadero método de la comprobación científica [...] revelando una habilidad extraordinaria” (La Nación, 11-9-86 y 9-10-86). 27. Reunión ya mencionada del 4-9-86; cf. La Prensa, 5-9-86: 3. 28. Resolución del 9-9-86, en La Nación, 11-9-86. Ante la nueva gestión emprendida el 4 de noviembre por el decano Pedro Pardo, la respuesta del flamante ministro Posse fue simplemente “que corresponde a la Facultad su instalación, disponiendo de los fondos de la suscripción” (cf. Bokstein, 1954-1955,149: 30-31); reiteraba así sus declaraciones del 23 de octubre (ibid:. 29). 68 CARLOS A. PREGO

29. La Nación, 9-9-86 y 22-9-86; y Cámara de Diputados,1886: 566-70. Es notorio que en el debate los diputados entienden estar creando a la vez una cátedra de clínica microbiológica, sobre la base del “Departamento micrográfico” del Institu- to (que en las discusiones de la Comisión organizadora estaba supuestamente reservado a Wernicke), al punto de que alguno propone ampliarla a “Patología comparada” a fin de darle un carácter más sistemático. Pero en verdad la cátedra de Bacteriología tan sólo se creará en 1896 y su primer titular será, como es sabido, Carlos Malbrán (cf. Estébanez, 1996). 30. La Nación, 4-11-86. En la misma nota se mencionaba la sanción por el Concejo Deliberante de un fondo de $ 1.000 para la instalación de un laboratorio de micrografías en la Asistencia Pública, iniciativa ligada a los temores de una nueva epidemia de cólera, que se confirmarían pocas semanas después y se extendería por la Capital y amplias regiones del país (Schilman, 1999). Este laboratorio será confiado a la dirección de Susini (véase Nota 36). 31. Reunión del 14-9-86; sobre la fuente, véase Nota 24. 32. En La Prensa, 30-1-87: 6 se recoge el texto completo de la renuncia. Es plausible pensar que una figura consagrada en un ámbito profesional central como la cirugía mostrara disposición a derivar parte de ese caudal simbólico a un campo diverso, en la medida en que pudiera contar con un mínimo de recursos y reconocimiento, eventualidad que la situación muestra cada vez más improbable. 33. La transferencia obedeció a una serie de acuerdos celebrados a principios de diciembre de 1887, de los que tomaron parte el Decano de la Facultad (Cleto Aguirre, que había asumido en mayo), el ministro Posse (que con el ascenso de Juárez Celman había sustituido en Instrucción Pública a Wilde, quien había recalado, a su vez, en Interior) y el Intendente municipal, el médico Antonio Crespo (sucesor, desde junio, de Torcuato de Alvear), mientras Ramos Mejía seguía desempeñándose como director de la Asistencia Pública (cf. La Prensa, 11- 12-87: 5). Años después, en una situación de conflicto que lo enfrentaba a la Academia a propósito del manejo del presupuesto que el Congreso acordaba cada año al Instituto, dará Susini su versión recordando sus “trabajos cerca del Ministro [...] y el Intendente” para lograr la separación de la “Sección Rabia”, con lo que se habría obtenido a la vez el reconocimiento de los fondos de la famosa suscripción en favor del Instituto (AFM, Legajo 6470: carta del 24-4-91). 34. Esta coincidencia de roles quedará explícitamente establecida, al año siguiente, en la Ley de Presupuesto para 1888, cuyo ítem 4, “Instituto Microbiológico”, incluye como partida primera la referente a “Director del Instituto, profesor de Anatomía patológica y encargado del Departamento respectivo” (cf. Cámara de Diputados, 1887, (Sesión del 3-9-87): 730. Para una buena presentación crítica de los logros y límites del modelo institucional germánico, cf. Ben-David, 1970: VII. 35. Sobre las quejas de la Facultad puede leerse, por ejemplo, que “en el año 1889 el presupuesto asignaba solamente cien pesos mensuales [en total] para ocho laborato- ESTADO, UNIVERSIDAD Y PRÁCTICAS EXPERIMENTALES EN BIOMEDICINA 69

rios y 240 para el de Anatomía Patológica”; cf. al respecto la Memoria de la Facultad, 1889, Sección “Laboratorios y Gabinetes”: 58. 36. Hay al menos tres testimonios documentados: una primera nota de Susini del 10-5- 87, poco después de iniciado el curso, por la incomodidad del Anfiteatro donde había de dar clases; un segundo y extenso oficio, tres meses después, centrado en la demanda de dejar atrás la enseñanza “puramente teórica, el aprendizaje de los libros extranjeros de exportación”, y satisfacer sus necesidades conexas: el estable- cimiento de un Museo Patológico, la obtención de cadáveres para la formación del estudiante, el papel de la Anatomía Microscópica, la disposición de los fondos recolectados (nota del 7-8-87); y aun una tercera presentación del 24-10-87, incluyendo la puntual reivindicación de que “lo poco de Bacteriología que han aprendido los alumnos es debido al Laboratorio de la Asistencia Pública”, que él mismo dirige (Legajo en AFM). 37. El arribo de dichos bienes se concreta un año después, en abril de 1889. Sobre el destino final de los fondos de la suscripción pro-Instituto Pasteur, cf. Cantón, 1928: 172-73; la Memoria de la Facultad, 1889: 56-57 y, en el Legajo antes citado de AFM, la solicitud de Susini del 8-4-89 y la respuesta del Decano, del 8-5-89, sobre las partidas giradas para su adquisición y uso.

Referencias

AFM Archivo de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires. Accinelli, M.M. (1998): El itinerario europeo de algunos médicos argentinos en la década del 80. (Mimeo, Buenos Aires). Asúa, M. de (1986): Influencia de la Facultad de Medicina de París sobre la de Buenos Aires. Quipu, México D.F., III (1): 79-89. Badía, J.; J. Penna (1907): Prof. Roberto Wernicke. Anales del Círculo Médico Argentino, XXX (10): 355-369. Bargero, M. (1997): Estudiantes, protestas y reformas... Ponencia presentada en el II Encuentro Nac. sobre la Universidad, CEA/UBA, noviembre 1997. Ben-David, J. (1970): El papel de los científicos en la sociedad. México: Trillas, 1974. Bokstein, D. (1954-1955): Laboratorio Pasteur: sus comienzos. Recopilación docu- mental. Mundo Hospitalario, Buenos Aires, XVII-XVIII (140-150). Cámara de Diputados de la Nación (1886-1887): Diario de Sesiones. Cantón, E. (1928): Historia de la medicina en el Río de la Plata, IV. Madrid: Sociedad de Historia Hispanoamericana. Cranwell, D. (1945): Once lustros de la vida de un cirujano. Buenos Aires: Coni. Crider, E. (1976): Modernization and Human Welfare: The Asistencia Pública and Buenos Aires, 1883-1910. Ph.D. Dissert. Ohio State University. 70 CARLOS A. PREGO

Dubos, R. (1949): Pasteur. Barcelona: Salvat, 1985. Estébanez, M. E. (1995): La creación del Instituto Bacteriológico... En ALBORNOZ ET AL. (eds.), Ciencia y sociedad en América Latina, Universidad Nacional de Quilmes: 427-440 Etchepareborda, N. (1886): [Nota firmada N. E.]. Revista Argentina de Ciencias Médicas, III(1): 34-37. Facultad de Ciencias Médicas, Universidad de Buenos Aires (1889): Memoria. Anales de la Universidad, VII, 1890. Gache, S. (1880): El primer laboratorio de fisiología de Buenos Aires. Anales del Círculo Médico Argentino, III: 252-257. González Leandri, R. (1997): Académicos, doctores y aspirantes... (1871-1876). Entrepasados, VI (12): 31-54. Houssay, B.; A. Buzzo (1937): J. B. Señorans. Buenos Aires: Coni. Laín Entralgo, P. (1977): Historia de la medicina. Barcelona: Salvat, 1985. Lartigue, J.; A. Kohn Loncarica (1972): El Dr. Telémaco Susini y la cátedra de anatomía patológica, en Actas del III Congreso Nacional de Historia de la Medici- na Argentina (Rosario): 63-66, Buenos Aires: Semana Médica. Luqui, J. (1985): Apuntes para la historia del Círculo Médico. La salud en Buenos Aires. Actas de las II Jornadas de Historia de la Ciudad. Buenos Aires: Municipa- lidad de la Ciudad de Buenos Aires, 1988: 317-333. Penna, J.; H. Madero (1910): Administración Sanitaria y Asistencia Pública, I: Cap. XIX. Prego, C. A. (1996): Los laboratorios experimentales en la génesis de una cultura científica. Redes, 11, junio 1998: 185-205. Roberts, P. (1886): [Nota firmada P. R.]. Revista Médico-Quirúrgica, XXIII (5): 52-54. Romero, J. L. (1964): Las ideas en la Argentina del siglo XX. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 1987.

Salomon-Bayet, C. (1986): Penser la révolution pastorienne. En SALOMON-BAYET (ed.), Pasteur et la révolution pastorienne. París: Payot: 15-62. Schilman, F. (1999): El Laboratorio Bacteriológico de la Asistencia Pública y la epidemia de cólera (1886-87). (Mimeo, Buenos Aires). Torres, R. de; A. Márquez (1972): Conocimiento sobre rabia en la Argentina de principios de siglo. Actas del III Congreso Nacional de Historia de la Medicina Argentina (Rosario): 387-390. Buenos Aires: Semana Médica. Aparte de Penna; Madero, 1910 y Bokstein,1954-1955, éste es el único trabajo identificado que contiene referencias a la figura de Desiderio Davel. Vaccarezza, O. (1981): Ignacio Pirovano, cirujano del 80. Buenos Aires: Ediciones Culturales . SABER Y TIEMPO 11 (2001). 71-101 Separata 112.11

CARL SCHULTZ-SELLACK (1844-1879)Y LOS ORÍGENES DE LA FOTOGRAFÍA ASTRONÓMICA EN LA ARGENTINA

Roberto A. Ferrari Asociación Biblioteca José Babini

En 1870 se fundó en la ciudad de Córdoba (Argentina) el Observatorio Nacional Argentino. Su director, el astrónomo estadounidense Benjamín Apthorp Gould, le incorporó un plan de fotografía astronómica. En el presente artículo se describe el desarrollo de los primeros trabajos fotoastronómicos, cuyo protagonista fue el físico y fotógrafo alemán Carl H. T. Schultz- Sellack.

Durante su estada en los Estados Unidos, el Ministro Plenipotenciario argentino Domingo Faustino Sarmiento conoció en la Universidad Harvard a Benjamín Apthorp Gould, quien le expuso su plan de reali- zar una expedición al Sur del continente para relevar el cielo austral, idea que fascinó a Sarmiento (Chaudet, 1924,1926; Montserrat, 1971; García Castellanos, 1988). Cuando Sarmiento accedió a la Presidencia de la Nación retomó la idea de apoyar el proyecto de Gould y su entusiasmo al respecto llevó a la creación del Observatorio Nacional Argentino, en la ciudad de Córdoba. El relevamiento del cielo austral comenzó con observa- ciones a ojo desnudo, seguidas de observaciones a través de un tele- scopio de paso (círculo meridiano) y culminó con el registro sobre placas fotográficas al colodión húmedo y su ulterior medición en laboratorio. Para llevar a cabo la etapa fotográfica, fue necesario incorporar un fotógrafo al grupo estadounidense en Córdoba, quien resultó ser Carl Schultz-Sellack, científico alemán entrenado en Esta- dos Unidos por Lewis Rutherfurd. En este artículo describiremos las actividades fotográficas que realizó Schultz-Sellack durante su paso por el Observatorio y develaremos, también, parte de los conflictos que mantuvo con Gould y culminaron con su alejamiento. 72 ROBERTO A. FERRARI

Su permanencia en la Argentina fue breve pero activa, ya que llegó en marzo de 1872 y abandonó el país en 1875, lapso durante la cual realizó, en condiciones muy difíciles, las primeras fotografías astronómicas desde la Argentina.

Una revolución en la astronomía

Con la aparición de la fotografía en 1839 y su afianzamiento, a medida que se lograban procesos más rápidos, más sensibles y más cómodos, en el período 1850-1880, se cumplieron con creces las previsiones iniciales de sus descubridores y divulgadores. Desde la presentación de François Arago ante la Académie des Sciences del descubrimiento de Niepce y Daguerre, se anunció una nueva era para la astronomía, por el beneficio indudable que habría de reportar la fotografía, lo que en poco tiempo resultó evidente.1 En 1817, las investigaciones de Joseph von Fraunhofer, que sistematizaron el hallazgo casual realizado por William Wollaston en 1802 sobre el espectro discontinuo de la luz solar y otras fuentes de radiación, abrieron las puertas a la nueva disciplina de la espectroscopia. Poco tiempo después, en 1859, se dieron a la im- prenta los trabajos de Gustav R. Kirchhoff sobre las leyes de la radiación, que permitían interpretar los espectros de emisión y ab- sorción, lo que dio una herramienta teórica para la investigación. La convergencia de fotografía y espectroscopia no se hizo esperar y pronto el mundo científico contó con espectrógrafos de placa, que permitían registrar en forma permanente los espectros y trabajar con más precisión. Diversos sabios, provenientes de los otrora estancos comparti- mientos de la química y la física, comenzaron a interesarse en la emi- sión de luz por parte de los astros e incursionaron en el terreno que antes era exclusividad de los astrónomos. Siglos de tradición permitían considerar la astronomía como una especialización de la mecánica y los prejuicios fortalecieron la vieja escuela europea, enfrentada con la “New Astronomy” que había surgido con fuerza en los Estados Unidos por la combinación de la popularidad que alcanzó la fotografía y la falta de una tradición nacional en torno a la astronomía. CARL SCHULTZ-SELLACK Y LOS ORÍGENES DE LA FOTOGRAFÍA ASTRONÓMICA 73

Los europeos que lideraron esta nueva escuela fueron, entre otros, Norman Lockyer en Inglaterra, Jules Janssen en Francia, Lewis Rutherfurd en los Estados Unidos, el padre Angelo Secchi en Italia, Hermann K. Vogel en Alemania, científicos que lograron constituir sociedades con sus propias publicaciones especializadas, como el Astrophysical Journal. (Chinnici, 1996) A esta “New Astronomy” adscribían los científicos que se reunieron en Córdoba para aplicar la fotografía al avance de la astronomía.

Científico en Alemania

Carl Heinrich Theodor Schultz-Sellack nació el 31 de marzo de 1844 en la ciudad alemana de Postdam. Realizó sus estudios de ciencias en Berlín, donde fue asistente del físico Heinrich Gustav Magnus y se especializó luego en fotoquímica bajo la dirección de Hermann Vogel. En 1868 comenzó una extensa serie de publicaciones en los Poggendorff Annalen der Physik, tales como “Sales ácidas y subácidas de ácidos de azufre”; “Colores del iodo”; “Colores del ioduro de plata” y “Sensibili- dad de las sales halógenas de plata a la absorción óptica y química”, que continuó hasta su temprana muerte, ya de regreso en Alemania, en 1879. En 1871, siendo asistente de astronomía y física, teorizó sobre la aparición de ciertos colores en los daguerrotipos, que atribuyó a la presencia de subioduros o subcloruros de plata en forma de una capa de partículas finamente divididas en la superficie de la plancha daguerreana. Esta afirmación entró en conflicto con la teoría de Wilhelm Zenker, otro alemán de la Universidad de Berlín que inves- tigaba acerca de la obtención de imágenes en colores. Se sumó a esta polémica el estadounidense Mathew Carey Lea, quien continuó ela- borando las ideas de Schultz-Sellack cuando descubrió que se produ- cían tonalidades rojas, amarillas, azules y marrones en emulsiones de colodión y gelatina con haluros de plata. Esto llevó a que Lea fuese el principal defensor de la teoría según la cual los colores que aparecían en las imágenes basadas en sales fotosensibles de plata se debían a cambios químicos en el haluro correspondiente de plata, con lo que adhería a las ideas de Schultz-Sellack. Esta teoría lideró las investiga- 74 ROBERTO A. FERRARI ciones durante dos décadas, hasta que el alemán Otto Wiener logró demostrar, en 1895, al estudiar imágenes daguerreotípicas del tipo Becquerel, que los colores se debían a fenómenos ópticos de interfe- rencia y no a la formación de diversos compuestos químicos, como sostenían Schultz-Sellack y Lea. (Barger & White, 1991).

Fotógrafo en Córdoba

Gould y sus ayudantes norteamericanos Miles Rock, John Thome, Clarence Hathaway y William Davis llegaron a Córdoba en septiembre de 1870 y comenzaron enseguida un relevamiento estelar a ojo desnu- do que tan sólo complementarían, con observaciones a través del instrumento de círculo meridiano, a partir de mayo de 1872, cuando llegaron los tan demorados equipos. Esta demora fue una de las tantas que sufrió el Observatorio (Gould, 1879). En las historiografías locales de la ciencia, y también de la fotografía, es crónico el olvido o el error en torno a nuestro personaje y a quienes lo sucedieron. (Chaudet, 1926, Halperín Donghi, 1970; Montserrat, 1971; Gómez, 1986; García Castellanos, 1988; Varios, 1992).2 El principal inspirador del proyecto fotográfico cordobés fue Lewis M. Rutherfurd, que ocupa un lugar destacado en la historia de la astronomía por sus exitosos esfuerzos como pionero de la fotogra- fía astronómica. Millonario y apasionado de esta disciplina, constru- yó un observatorio y trabajó intensamente para adaptar la técnica fotográfica al registro de los objetos celestes. Desarrolló cámaras y lentes especiales para obtener en foco las longitudes de onda del azul y aumentar la eficiencia fotográfica, ya que las emulsiones fotográfi- cas no eran pancromáticas y tenían su máximo de sensibilidad en el ultravioleta y el azul. En esa época se usaba el proceso al colodión húmedo, que exigía paciencia y precisión en la preparación de las placas y velocidad en el operador, ya que las placas sensibilizadas no podían almacenarse más de media hora.3 La situación del Observatorio argentino era de privilegio; sólo existían otros cuatro observatorios australes: en Cabo de Buena Espe- ranza, Melbourne, Santiago de Chile y Río de Janeiro (Codina, 1971). CARL SCHULTZ-SELLACK Y LOS ORÍGENES DE LA FOTOGRAFÍA ASTRONÓMICA 75

Fig. 1 El Observatorio Nacional Argentino (Córdoba) fotografiado por Jorge Pilcher en 1875 (Archivo Biblioteca Histórico-Científica)

La fotografía ya se había aplicado a la astronomía en Sudamérica. Entre los antecedentes más tempranos se cuenta la actuación del fran- cés Emmanuel Liais, astrónomo imperial francés, nativo de Cherbourg, invitado a Brasil por Don Pedro II para observar el eclipse de Sol del 7 de septiembre de 1858. En dicha oportunidad Don Pedro facilitó su corbeta a vapor y Liais realizó fotografías del fenómeno celeste. Poste- riormente, Liais trabajó en colaboración con Luiz Cruls y publicó las investigaciones que realizó con este astrónomo brasileño. La Comisión Astronómica de Río de Janeiro, que se instaló en Parahiba del Norte, obtuvo también fotos del eclipse de sol del 23 de febrero de 1868; se conservan imágenes del fenómeno en copias positivas en papel albuminado. La obra realizada desde Córdoba, aunque no fue la primera actividad astrofotográfica en la región, debe considerarse sobresalien- te, pues se trata de un relevamiento sistemático planificado previamen- 76 ROBERTO A. FERRARI te y llevado a cabo con todo éxito. No se puede decir lo mismo de muchos otros proyectos científicos de la época, que naufragaron por distintas razones.

Gould había tenido una intensa formación en Alemania con el famoso Johann Karl Friedrich Gauss y con Friedrich W. Argelander, su gran maestro, orientado hacia la astronomía clásica y el cálculo posicional; pero su amigo Rutherfurd lo había convencido de la importancia de registrar fotográficamente zonas del cielo para realizar, luego, medi- ciones precisas sobre las placas con el objeto de perfeccionar los mapas celestes en existencia. Así mismo, lo había ganado para la “New Astronomy”. Gould había planeado venir a la Argentina equipado con espectroscopio, fotómetro y otros instrumentos diseñados especial- mente para la ocasión.8 Excitado por la creación del Observatorio Nacional Argentino, Rutherfurd envió a su amigo Gould la misma lente que había empleado en sus fotografías pioneras de la Luna y grupos estelares. Sus lentes eran confeccionadas por el óptico estadounidense Henry Fitz. También entrenó a Schultz-Sellack, quien viajó con la lente y llegó a Córdoba en marzo de 1872. Desde el comienzo, tanto Gould como Schultz-Sellack dijeron que el fotógrafo era pagado en forma privada y no tenía relación formal con el gobierno argentino.9 Los comienzos de la astrofotografía cordobesa fueron difíciles. Una de las mitades de la lente llegó rota, partida en dos, y Gould se apresuró a encargar otra, que demoraría meses. Cuando el presidente Avellaneda se enteró ordenó que la fabricación de la nueva lente fuese costeada por el Gobierno argentino. Para salvar la situación hasta la llegada de la nueva lente, Schultz-Sellack tomó la iniciativa de diseñar una montura para ajustar ambas partes de la lente mediante tornillos calantes adosados al soporte. Un relojero cordobés ejecutó la pieza, lo que permitió comenzar los trabajos fotográficos. Para poner a punto el instrumental, Sellack comenzó, obviamen- te, fotografiando la Luna, ya que es el astro de mayor tamaño y luminosidad en la noche. Sospechamos que Gould fue un total iletrado en el arte y la ciencia de la fotografía. Después del alejamiento de Schultz-Sellack no se hicieron fotografías hasta 1875, cuando llegó otro fotógrafo, el CARL SCHULTZ-SELLACK Y LOS ORÍGENES DE LA FOTOGRAFÍA ASTRONÓMICA 77 estadounidense John Heard. De ningún modo se puede incluir a Gould, como se ha hecho recientemente (Gómez, 1986), entre los fotógrafos que actuaron en la Argentina. Cuando Gould quiso tener una atención con su benefactor, Sar- miento, no pudo enviarle una copia en papel y tuvo que limitarse a entregarle un negativo de vidrio; eso sí, con una graciosa carta que hacía uso del doble sentido:

Córdoba 1873 Febr. 14 Estimado Sr. Presidente, Me atrevo a mandarle dos planchitas de vidrio con la espe- ranza que, aunque no muy bonitas, tengan para Ud. una especie de interés, por tener el retrato de una vecina muy conocida [la Luna]. Dicha persona no es muy amiga nuestra [el brillo lunar dificultaba las observaciones estelares de Gould], sin embargo me ha dado el permiso de hacer sacar su retrato, el que he querido conservar, como el cráneo de Carlos II en el Museo de Oxford, en dos formas -una cuando era joven [cuarto creciente] y la otra cuando era ya viejo [cuarto menguante]. Tenga la bondad de ofrecer una al Sr. Dr. Vélez en mi nombre. Creo que los detalles de la cara permitirán un escrutinio por el microscopio, y siento mucho que no hay aquí facilidades para sacar impresiones aumentadas, sobre papel. Aquí vamos bien, no obstante el malísimo tiempo que nos persigue. Ya asciende el número de estrellas observadas para el gran catálogo a más de 17000, y la nueva oficina meteorológica promete un muy buen éxito. Deseándole mucha salud, y quedando siempre a sus órdenes, soy de V. atentísimo S.S. e invariable amigo B. A. Gould. A S.E. Dr. D. D. F. Sarmiento Presidente de la República (Gould, 1873. Los corchetes y las blancas son nuestros)

Posteriormente, cuando Gould quiso tener una atención con Avellaneda, tampoco pudo enviarle una copia positiva y tuvo que conformarse con un negativo de vidrio, disculpándose porque en la 78 ROBERTO A. FERRARI ciudad de Córdoba no había quien pudiese hacer una copia ampliada en papel fotográfico. En la carta le decía:

Tenga la bondad de aceptar una fotografía de la Luna, hecha en Córdoba por la lente quebrada. Casi tengo vergüenza mandándole una cosa tan insignificante, pero su valor principal viene de que no existe sino otro telescopio dióptrico capaz de hacer una impresión semejante. No hay en Córdoba recurso para aumentar el tamaño e imprimir la fotografía aumentada sobre papel, lo que sería posible teniendo las facultades necesarias. Pero mirando a través del vidrio creo que los detalles de la superficie lunar quedarán bien marcados aún cuando se averigüen por un microscopio. En el límite irregular de la parte iluminada, las montañas y los picos, como la forma de los cráteres también, se muestran con la misma claridad que en el telescopio mismo (Bischoff, 1992; Anóni- mo, 1876-1877).

Esta afirmación sobre la imposibilidad de ampliar la imagen parece a todas luces incorrecta, pues por aquellos años ya actuaban diversos fotógrafos en la ciudad. Era común en 1873 el empleo de “cámaras solares”, ampliadoras que recurrían a la luz solar para su iluminación (Alexander, 2000) y, además, cualquier fotógrafo local podía hacer una copia de contacto; por lo menos, para no hablar de la abundancia de profesionales de la fotografía en Rosario y Buenos Aires. Mientras trabajaba en el Observatorio, Schultz-Sellack realizó varias publicaciones, cinco de las cuales fueron de carácter astronómi- co, dos de divulgación y las otras tres de investigación (Schultz- Sellack, 1873-1874). Apenas instalado en Córdoba publicó, en 1873, su trabajo “Uber Sternphotographie” (Sobre fotografía estelar), que apareció en La Plata Monatsschrift, un mensuario científico muy particular de Buenos Aires.4 Allí nos da su versión de cómo llegó a la Argentina:

En los círculos científicos hay un prejuicio contra la fotografía que se la considera una charlatanería de moda; el desconocimiento de algo tan interesante como la fotografía es la razón de la falta de su CARL SCHULTZ-SELLACK Y LOS ORÍGENES DE LA FOTOGRAFÍA ASTRONÓMICA 79

consideración y descuido. Antes, en Alemania, me dediqué con pre- dilección al estudio de los procesos fotoquímicos y quiero en lo que sigue comentar mis trabajos fotoastronómicos que realicé en el Ob- servatorio en Córdoba. Primero quiero mencionar que estos trabajos se realizaron según un arreglo mío con el Sr. Rutherford en Nueva York, un científico particular independiente, quien había aplicado con extraordinario éxito la fotografía para fines científicos; y que las sumas necesarias provendrían de la suscripción de unos señores nor- teamericanos.5 El director del Observatorio en Córdoba, Sr. Dr. Gould recibió el permiso del Sr. Ministro para que yo usase la lente fotográfica y el telescopio del Observatorio para este fin [...] el objeto de mis trabajos fueron las fotografías de las estrellas fijas [...] El Observatorio de Córdoba posee una de estas valiosas lentes que anteriormente era propiedad del Sr. Rutherford de New York, y que había sido construi- do bajo su dirección. Yo había llegado a Córdoba con la intención de usar esa lente; al llegar encontré la lente rota. No se podía por el momento pensar en reponer la lente; una total reconstrucción de la lente rota parecía imposible, ya que ni en Córdoba, ni en el país, existía un mecánico capaz de hacerla, y enviándola de vuelta a Amé- rica del Norte o Europa había que pensar en una indeterminada como seguramente larga espera. Es obvio que no se pueden juntar exitosamente las partes de una lente de estas características como las partes de una olla. Con la ayuda de un relojero de Córdoba construí un aparato de ajuste con tornillos. Después de continuas pruebas logré finalmente -después de meses de ardua labor- conseguir en lugar de las imágenes dobles que hacía la lente al comienzo, lograr pequeñas imágenes redondas nítidas, tan buenas como las había reali- zado antes, cuando estaba intacto, en New York. La lente podía ahora realizar imágenes fotográficas de estrellas poco luminosas de novena magnitud, que son diez veces más débiles que las más débiles obser- vables a simple vista [...] En el cielo boreal son las Pléyades y Praesepe los grupos más brillantes que el Sr. Rutherfurd fotografió; las Pléyades dieron en la placa cuarenta y cinco estrellas visibles. En el cielo austral hay grupos más ricos en estrellas aun. En la Vía Láctea del cielo austral a saber en la constelación de Argo cerca de la Cruz se destacan a la vista varias nubecitas: son los cúmulos de astros más 80 ROBERTO A. FERRARI

bellos que observé y fotografié. El cúmulo cerca de la estrella X en la constelación Argo muestra en la placa fotográfica ciento veintitrés estrellas, es tres veces más denso en estrellas que las Pléyades. Una cantidad de otros cúmulos tienen alrededor de sesenta estrellas, en total se eligieron veintisiete grupos y se los fotografió. De la mayoría se obtuvieron varias placas usables que permiten las más exactas mediciones. En lugar de las imágenes oculares pasajeras que se ob- servan en el telescopio, las fotografías pueden ser guardadas como documentos para la discusión y renovadas consultas. (Schultz-Sellack, 1873. Las itálicas son nuestras).

Esto se decía en el número del 14 de julio de 1873 de La Plata Monatsschrift, algo más de un año después de la llegada del fotógrafo alemán y cuando su contrato ya había caducado. En el mismo artículo se detallan las peripecias que llevaron a la recuperación operativa de la lente rota. El resto del artículo es una defensa de la astronomía, del uso de la fotografía como auxiliar de ella, sobre todo como método para realizar mapas celestes de precisión. Por cierto, fue el primer artículo en la Argentina dedicado íntegramente a la fotografía como auxiliar de una rama de la ciencia. Sellack sugiere el empleo de la fotografía estereoscópica para uso astronómico; posteriormente el astrónomo José Comás Solá obten- dría un resultado exitoso al emplear la técnica estereoscópica a la fotografía astronómica. Mientras, Gould hablaba maravillas de “su” fotógrafo, en carta a Avellaneda:

El trabajo consagrado á las observaciones de la Uranometría y de las zonas, ningún tiempo ha dejado para otro género de investigaciones, y el ecuatorial ha quedado libre para el empleo fotográfico, que me fué permitido por V.E. y para el que algunos amigos de Boston suministraron los fondos necesarios. El Dr. C.S.Sellack, químico y físico de mucha habilidad, que fué contratado en los Estados Unidos para este objeto, llegó a Córdoba á mediados de Marzo, trayendo consigo los aparatos y reactivos químicos necesarios que habían sido comprados bajo la direccion de mi amigo el señor Rutherford en Nueva York. Hice construir un pequeño laboratorio fotográfico, y en CARL SCHULTZ-SELLACK Y LOS ORÍGENES DE LA FOTOGRAFÍA ASTRONÓMICA 81

Abril fué desembalado el objetivo correspondiente. V.E. tiene cono- cimiento de la desagradable sorpresa que recibimos con tal motivo. Uno de los vidrios de que está compuesto el lente, resultó quebrado en dos partes, sin duda por algún choque que recibió en el viaje. Se han empleado muchos meses haciendo esfuerzos para utilizar este lente roto. Sin la perseverancia y habilidad del Dr. Sellack, habría esto sido imposible, y así mismo en algunos casos escepcionales se ha conseguido obtener la huella que imprimen las estrellas más lumi- nosas sobre la plancha fotográfica al atravesar el campo del instru- mento en su movimiento diurno. Puesto que las fotografías requieren por lo jeneral una esposicion de varios minutos, era necesario que el instrumento tuviese un movimiento precisamente igual á la velocidad aparente de las mismas estrellas, para que ellas puedan quedar relati- vamente inmóviles, y hacer posible de esta manera la impresión de imájenes bien definidas en la plancha. Pero para poder utilizar estas impresiones en un trabajo astronómico, debe existir en ellas alguna línea de dirección conocida, y á partir de la que puedan ser computa- dos los ángulos de posición. En tal línea puede obtenerse la huella que deja impresa una estrella en la plancha al pasar el campo del instrumento, de suerte que en una fotografía que carece de esta huella pierde una gran parte de su valor, por mas perfecta que pueda ser bajo otros aspectos. Tenemos que agradecer á los Señores Perria Hermanos, relojeros en esta, la construcción de un aparato por el que las fracciones de la lente rota están tomadas de manera que pueden ser muy delicadamente traidas á su posicion relativa por medio de doce tornillos. Con este aparato ha trabajado el Dr. Sellack sin interrupción y con infatigable paciencia, hasta que sus esfuerzos han sido recompen- sados con un éxito que nuestros amigos de los Estados Unidos creye- ron imposible. Cuando se tiene presente con cuanta precision debe estar arreglada la obra de relojería para este objeto, para conseguir algun resultado, podrá recien apreciarse la dificultad de esta empresa. Hemos obtenido hasta aquí un número considerable de grupos de estrellas, que con el conocimiento de su cero de posición, podrían ser muy útiles. Con sentimiento de la mayor satisfaccion he sabido la intencion que abriga V.E. de reponer la lente rota. Aparte de los importantes servicios que podrá ella hacer á la astronomía, si es em- 82 ROBERTO A. FERRARI

pleada por manos competentes, nos permitirá tambien dar el valor que les falta á las impresiones obtenidas con la lente quebrada y aunque V.E. ha conferido ahora al Dr. Sellack el bien merecido pues- to de profesor de la facultad de ciencias de la Universidad, así mismo ha prometido él completar con la nueva lente, la obra que tan bien principió con la otra. (Gould, 1876, pero correspondiente a febrero de 1873. Las itálicas son nuestras).

La segunda de las publicaciones de Schultz-Sellack, que apareció también en la “revista alemana”, se titula “La Luna” y es una excusa para difundir dos imágenes obtenidas por él desde Córdoba en 1873, como puede leerse en la misma foto, según se acostumbraba a grabar a mano sobre la emulsión negativa, en la placa de vidrio (Fig. 2). Estas imágenes tienen la particularidad de ser una real fotografía (papel fotográfico positivo a la albúmina) que fue pegada en la revista en cuestión (Ferrari, 1986, 1993).

Fig. 2 Imágenes de la Luna, tomadas por Schultz-Sellack en Marzo y Octubre de 1873, desde el Observatorio Nacional Argentino y publicadas en La Plata Monatsschrift (Buenos Aires, 1873) (Archivo Biblioteca Histórico-Científica) CARL SCHULTZ-SELLACK Y LOS ORÍGENES DE LA FOTOGRAFÍA ASTRONÓMICA 83

Allí habla de Rutherfurd, introduce al lector en los adelantos de la ciencia astronómica y de su asociación con la fotografía desde los inicios de ésta última, para hacer luego una recorrida sobre la presencia de la Luna en la literatura y el arte. Sus otros artículos, de investigación, aparecieron en Alemania y los Estados Unidos donde, en el titulado “Fotografía de grupos estela- res del sud” detalló los experimentos hasta lograr imágenes de las nubes de Magallanes, conjuntos estelares que lo maravillaron. Finalmente, en “Fotografía directa de protuberancias solares” analizó la técnica de filtrar la intensa radiación visible del disco solar y fotografiar, a partir de la diferente composición espectral de la radia- ción, las protuberancias que salen erráticamente por sobre la superficie del astro. Es un artículo teórico en el que se disculpa por no haber podido realizar pruebas desde el Observatorio en Córdoba. Salvo el artículo sobre la Luna, los otros no fueron acompañados de fotografías, por lo que podemos decir que las de la Luna, que ilustran aquél, son de las pocas imágenes muy tempranas que han llegado hasta nosotros. Hoy en día el Observatorio tiene sólo algunas placas negativas de fines del siglo XIX. Más adelante se entenderá el porqué.

Profesor de la Academia Sea porque desease la compañía de los otros profesores alemanes, porque le sobrase tiempo o porque preveía un conflicto con Gould, Schultz-Sellack aceptó el cargo de titular de la cátedra de Física en la Academia de Córdoba, lo que enseguida motivó resquemores en Gould. Formalmente, la Academia se creó en 1878 (Tognetti, 2000) pero los académicos ya se movían en el ámbito de la Universidad de San Carlos. El nombramiento de Sellack es del 28 de febrero de 1873. El 12 de agosto de 1873, inauguró la cátedra con una conferencia donde expuso el salto cualitativo dado por el pensar científico en siglos pasados, al pasar del autoritarismo aristotélico al nuevo marco de la especulación y la confirmación experimental. Terminó su exposición encuadrando la ciencia, esencial para entender el mundo y dominarlo, entre las herramientas privilegiadas de la humanidad. 84 ROBERTO A. FERRARI

Se interesó también por la meteorología regional y por las incipientes industrias locales, sobre las que dejó sendos artículos. Dejó, así mismo, un relato de la génesis y desarrollo de la Universidad de Córdoba (Schultz-Sellack, 1873d; 1874c; d y e). Schultz-Sellack era apreciado por alumnos y colegas; el conflic- to entre el resto de los académicos y Burmeister (Tognetti, 2000) no debe de haberlo ayudado, pues aparecía como aliado de los enemigos del sabio prusiano, amigo de Sarmiento. El nombramiento preocupó a Gould9 y, a pedido de Sarmiento a Avellaneda, se consideró el préstamo de Schultz-Sellack desde la Facultad al Observatorio,10 pero eso duró poco porque ambos científi- cos entraron en conflicto.

Gould y la astrofotografía En el centro del proyecto de relevamiento astrográfico estaba el em- pleo de la fotografía y Gould, desde el momento en que comenzó a planificar la expedición, luego convertida en una estada prolongada, tuvo siempre como objetivo la posesión personal de las placas fotográ- ficas celestes para poder llevarlas a los Estados Unidos y medirlas allá con tranquilidad.(Gould, 1874).11 De ahí que el fotógrafo fuera contra- tado en forma privada, sin recurrir a los fondos de la Nación. Schultz- Sellack no fue empleado del Observatorio ni del Estado. En 1874 Gould se lamentó en carta a Rutherfurd que no había logrado reunir fondos para la empresa fotográfica, pero entendemos que se refiere a un segundo eventual contrato, puesto que las drogas y los equipos ya se habían comprado y el fotógrafo había viajado y realizado tareas al respecto.13 En junio de 1873 finalizó el contrato y, sin embargo, Schultz-Sellack siguió trabajando. Pero, posteriormente, al llegar otro fotógrafo, John Heard, Gould abandonó sus pruritos y aceptó que el gobierno atendiese el sueldo del fotógrafo. Cuando Gould volvió definitivamente a los Estados Unidos, en 1885, llevó consigo todas las placas fotográficas, con independencia de qué fotógrafo las hubiese tomado y de si técnicamente pertenecían o no al Estado argentino. No hemos hallado ninguna mención a este asunto en la corres- pondencia de Gould con las autoridades pero suponemos que, por su la CARL SCHULTZ-SELLACK Y LOS ORÍGENES DE LA FOTOGRAFÍA ASTRONÓMICA 85 liberalidad, ni Sarmiento ni Avellaneda habrían tenido reparos en que el astrónomo estadounidense se las quedase, pues considerarían que Gould llevaría a la Argentina a figurar entre las naciones avanzadas. En la despedida que se le hizo en Buenos Aires, en el Instituto Geográfico Argentino, dijo Sarmiento: Dejáis fotografías en planchas de vidrio, como documentos imperecederos (Sarmiento, 1885). Ese dejáis fue dicho en sentido figurado, pensando en el aporte a la ciencia universal. Gould estaba volviendo a los Estados Unidos con las placas fotográficas, para su minuciosa medición con micrómetros especiales, diseño de Rutherfurd, para lo cual había solicitado permiso al Gobierno Nacional. Recientemente se ha documentado que el Esta- do argentino pagó posteriormente a Gould todos los gastos que insumieron el fotógrafo, las drogas y el equipamiento (Paolantonio, Minitti, 2000a). Gould dedicó los últimos años de su vida a dar forma a la enorme masa de datos provenientes de las mediciones hechas sobre las placas fotográficas. Su estudio apareció publicado post mortem en su obra, que se publicó en los Estados Unidos, Fotografías Cordobesas (en la que no se reproducen fotografías, sino las mediciones hechas sobre ellas); fue editada en 1897 en Lynn, Massachussetts. Pocos saben que la liberalidad argentina llevó a que el gobierno pagara los gastos de esa edición, dando curso a la reclamación de los descendientes de Gould, quienes solicitaron un resarcimiento de 10.000 pesos oro ante el Con- greso de la Nación, que obtuvieron (Anónimo, 1898).

El conflicto con Gould En el artículo de Schulz-Sellack sobre la Luna, ilustrado con las dos imágenes obtenidas desde Córdoba, no se le reconoce ningún mérito al Director del Observatorio por estas imágenes y la difusión de dicho artículo debe de haber tomado por sorpresa a Gould. Para completar la situación, al pie de página del mensuario se informaba que se vendían copias de estas fotografías en la Librería de Nolte, lo que habrá enfurecido aún más a Gould. De pronto la armoniosa relación entre el astrónomo y el fotógrafo se rompió. Sabemos que estos científicos alemanes eran de carácter duro y propensos al conflicto, que poseían un alto grado de autosuficiencia, y que veían su estada en la Argentina 86 ROBERTO A. FERRARI como una oportunidad curricular inusual, no desde el punto de vista docente sino desde el de la investigación. Los conflictos que se iniciaron en el Observatorio se debieron a que Gould reclamaba una mayor dedicación a Schultz-Sellack, los reclamos que llegaron al ámbito de la Academia. En la pag. 287 del Boletín Oficial de la Nación, Año IV, Tomo 1 apareció lo siguiente:

El Dr. D. Cárlos S. Sellack vino de Norte América al país en el año 1872, contratado por una sociedad de allí para hacer vistas fotográfi- cas del cielo nocturno para uso del Observatorio Astronómico bajo la dirección del Dr. B. A. Gould. En esta función ha sido ocupado hasta el fin de año, cuando fué presentado por los catedráticos Lorentz, Siewert y Stelzner para la cátedra de física en la Universidad de Córdova. El Exmo. Gobierno había aceptado esta presentación, nom- brando al Dr. D. Cárlos S. Sellack Catedrático, bajo la condición de cumplir al mismo tiempo sus obligaciones pendientes con el señor Gould. Como el Dr. Sellack no ha hecho caso de esta obligación hasta la fecha de su dimisión, el Exmo. Gobierno se ha visto obligado a dimitirle de su empleo por el Decreto siguiente:

Departamento de Instrucción Pública Buenos Aires, Febrero 11 de 1874 No habiendo cumplido el Dr. D. Cárlos S. Sellack, las instruc- ciones que se le dieron, cuando se le nombró Profesor de Física de la Facultad de Ciencias y habiendo desentendido las reiteradas órdenes del Ministerio de Instrucción Pública, para que se presentase en el Observatorio Nacional á continuar los trabajos fotográficos, que ha dejado pendiente con perjuicio de las publicaciones científicas, que debe hacer el Director del Establecimiento. El Presidente de la República decreta: Artículo 1º Queda separado el Dr.D. Cárlos S. Sellack del puesto de Profesor de Física de la Academia de Ciencias. Artículo 2º Comuníquese, publíquese y dése al Registro Na- cional. Firmado: Sarmiento; Juan C. Albarracín.

Schultz-Sellack, separado de su cargo, recurrió sin éxito a Sarmiento, a Avellaneda y a Burmeister (Schultz-Sellack, 1874g): CARL SCHULTZ-SELLACK Y LOS ORÍGENES DE LA FOTOGRAFÍA ASTRONÓMICA 87

Al Exmo. Señor Presidente de la República Dr. D. Domingo F. Sarmiento Córdoba, 11 de noviembre de 1874 Exmo. Señor Presidente, He tenido el honor de recibir su apreciable carta de V.E. de fecha 5 del corriente, pidiéndome la continuación de los trabajos fotográfico-astronómicos que me habían sido encomendados por S.E, el Señor Ministro de Instrucción Pública. Ante todo debo hacer presente a V.E. que dichos trabajos no pueden efectuarse en este momento porque el telescopio está ocupado al presente, i lo estará, según estoi informado, hasta fines de este mes, en otros trabajos del Señor Director del Observatorio Nacional. Con fecha 30 de octubre próximo pasado, dirijí una nota al Exmo. Señor Ministro del ramo, dandole cuenta de un incidente que ha tenido lugar, i de cuyos pormenores ruego al Exmo. Señor Presidente se sirva informarse por mi precitada nota limitándome en la presente a comunicar a V.E. que el Dr. Gould me ha expulsado ignominiosamente del Observatorio, llamando en su asistencia a su portero. V.E. sabe, que he venido a este país encargado por una asocia- ción Norteamericana para hacer estos trabajos fotográfico- astronómicos. He llenado esta misión bajo las circunstancias más contrarias, dándole sin embargo un éxito tal que al mismo Gould ha causado admiración. Posteriormente el Exmo. Gobierno Nacional, mediante las in- dicaciones de los Profesores de la Academia de Ciencias Físicas, me ha nombrado profesor de la cátedra de Física. Por algunas espresiones en la correspondencia del Exmo. Señor Ministro, anterior a mi nombramiento, he creído entender que la conti- nuación por mi parte de los trabajos astronómicos en el Observatorio se consideraba como parte de los deberes del profesor de Física, i viendo la imposibilidad de poder cumplir con deberes acumulados, he creído deber declinar mi nombramiento bajo semejantes condiciones. Lo he aceptado solamente porque en los términos más explícitos el Señor Ministro me aseguraba que mi nombramiento sea para las fun- ciones de catedrático, expresándome solamente los deseos que tenía el Exmo, Gobierno Nacional de que estos trabajos no se interrumpie- sen. Deseando también por mi parte prestar un servicio al Exmo. 88 ROBERTO A. FERRARI

Gobierno Nacional, prometí al Sñr. Ministro al aceptar mi nombra- miento, continuar dichos trabajos en cuanto me lo permitiesen las múltiples atenciones de mi nuevo empleo. He dedicado hasta el presente una ó dos noches a la semana a los trabajos fotográfico-astronómicos. Un ayudante fotógrafo, que yo ha- bía pedido al Sñr. Ministro para facilitar dichos trabajos, me fue negado. Sin embargo todos mis momentos libres los he consagrado a ellos. Por el informe que he presentado al Sñr. Ministro con fecha 6 del corriente verá V.E. que desde la llegada de la nueva lente tampo- co he perdido mi tiempo. Desde el principio ya, al emprender mis trabajos fotográficos que la asociación Norte-Americana me había encomendado, i por cuya cuenta el Sñr. Gould debía satisfacerme, este Señor se limitó a decirme: “Haga Ud. lo mejor que sepa i pueda”, i cuando el Exmo. Gobierno me encargó de nuevo la continuación de los mismos traba- jos, tampoco recibí instrucciones, ni menos podía esperarlas del Sñr. Gould que no está interiorizado del carácter de los detalles de mis trabajos, por cuanto ellos son completamente extraños a los que está ejecutando dicho Señor. Sin embargo estoi dispuesto a ejecutar estos trabajos lo mejor que pueda, como lo quería el Señor Gould, a aceptar de él las indica- ciones que crea convenientes, pero de ningún modo puedo consentir a aceptar el tratamiento de dependiente personal del Director del Observatorio Nacional, mucho menos cuando estos trabajos no tienen relación ninguna con la Uranometría i las Zonas australes, cuya pu- blicación es la tarea actual del Sñr. Dr. Gould. Ruego al Exmo. Señor Presidente, que no dude de mi buena voluntad en servir al Gobierno Nacional, ni tampoco de la sinceridad i lealtad de la conducta que he observado hasta el presente. Así espe- ro que V.E. después de las explicaciones que dejo consignadas tendrá ocasión de formarse una opinión más acertada sobre los sucesos que han motivado su referida carta del 5 del presente, i que V.E. resolverá lo que de la justicia i del honor del primer majistrado es de esperarse. Aprovecho esta ocasión para ofrecer al Exmo. Señor Presiden- te de la República las protestas de mi suma consideración i sumiso respeto. Cárlos S. Sellack CARL SCHULTZ-SELLACK Y LOS ORÍGENES DE LA FOTOGRAFÍA ASTRONÓMICA 89

Este episodio tiene varias aristas, inclusive de ilegalidad ya que, como Sellack no era empleado del Observatorio, no debería de haber existido conflicto en el cual el Estado actuase como lo hizo. Evidente- mente, su ascendiente sobre Sarmiento y Avellaneda le permitió a Gould presionar al fotógrafo.

Hagamos una rápida síntesis para destacar las diversas fases de esta relación: - Marzo de 1872: llega Sellack, contratado, según sus dichos, por una “sociedad Norteamericana”. Gould afirma que en realidad lo ha contra- tado él. Ninguno de los dos muestra el contrato, pero se habla de que se inició en diciembre de 1871, cuando Sellack partió de los Estados Unidos. - Abril de 1872: se abre la caja del objetivo y aparece rota una de las lentes. En pocos meses, Sellack logra un montaje operable para la lente. - Febrero de 1873: Sellack publica fotos de la Luna, según sus dichos - En el mismo mes, Gould se dirige a Avellaneda con palabras encomiásticas sobre Sellack y menciona también el proyecto fotográfi- co “para el que algunos amigos de Boston suministraron los fondos necesarios”. - En el mismo mes, Sellack es nombrado catedrático de Física. Al tratar el nombramiento, el Ministro trató de que las responsabilidades del cargo de Física incluyeran las obligaciones en el Observatorio, pero Sellack no accedió; finalmente ambas actividades se separaron, con el compromiso de Sellack de no desatender el Observatorio. - Sellack pide un ayudante para las tareas fotográficas y se lo niegan. - Mediados de 1873: llega la nueva lente. - Para entonces, Gould afirmaba que terminaba el contrato de Sellack, sin embargo siguen requiriendo sus servicios. - 12 de agosto de 1873: Sellack se hace cargo de la cátedra y dicta su conferencia inaugural. - 20 de septiembre de 1873: Gould formula su reclamación al Ministro de Instrucción Pública. - 30 de octubre de 1873: surge el conflicto y Sellack notifica al Ministro. - 6 de Noviembre de 1873: Sellack informa al Ministro sobre las actividades con la nueva lente. 90 ROBERTO A. FERRARI

- 11 de Noviembre de 1873: Sellack hace un extenso descargo ante Sarmiento; rechaza ser empleado personal de Gould pero acepta sus responsabilidades en el Observatorio, y sugiere que han sido entorpeci- das sus tareas. - Febrero de 1874: Sellack es separado del cargo de catedrático y se le impide actuar en el Observatorio. - 6 de Marzo de 1874: Sellack hace un pedido a Burmeister. - 22 de Abril de 1874: Gould afirma, en carta a Burmeister, que ninguna sociedad pagó los sueldos de Sellack, sino que lo hizo el propio Gould de sus fondos personales. Sabemos que Schultz-Sellack hizo una defensa de su posición, en cartas a Avellaneda (Ministro de Instrucción Pública), a Sarmiento (Presidente de la Nación) y a Burmeister (Director de la Academia). Sólo conocemos las que envió a Sarmiento y a Burmeister.6

Gould reclamó al ministro Avellaneda en estos términos (Caillet-Bois, 1969): Córdoba 1873 setiembre 20 Muy apreciado amigo: Me aprovecho de su invitacion para dirijirle una carta recapitulando lo sucedido en el asunto de las fotografías telescópicas. Es largo, -lo que siento, mas espero que no es demasiado largo para ser leída. He abstenido de entrar en varias cosas menores, aunque hacen mas grave el asunto principal -el de haber faltado enteramente a los compromisos hechos y las instrucciones dadas-. Le seré indeciblemente reconocido si puede conseguir que se hagan las fotografías, y en la manera debida; sin embargo temo que esto no será posible sin pasos muy decididos pues el hombre parece muy hinchado por su nueva dignidad y titulo de “catedrático”; y aunque sus enseñanzas recien han principiado, ocupando pocas horas en la semana, y no han de seguir en el verano, él quiere hacer parecer incompatibles las dos ocupaciones. Le saludo con mucho afecto, deseandole toda felicidad y que- dando siempre de Ud. afectísimo amigo y seguro servidor. B. A. Gould Sr. Dr. D. Nicolás Avellaneda CARL SCHULTZ-SELLACK Y LOS ORÍGENES DE LA FOTOGRAFÍA ASTRONÓMICA 91

Gould menciona la expiración del contrato de Sellack para cuando llegase la segunda lente, que llegó a mediados de 1873, o sea que ese compromiso, que hoy sabemos que fue un contrato por 18 meses, tenía una vigencia en el tiempo aunque no se hubiesen logrado sus objetivos. Sin embargo, se siguieron requiriendo los servicios del fotógrafo durante el resto de 1873, hasta que se llegó al conflicto y la separación de sus funciones. ¿Gould pagaba todos los meses el sueldo del fotógrafo? ¿O éste lo recibía directamente desde el exterior? Apa- rentemente, la desesperación y la imposibilidad de hacerle cumplir con sus tareas, indicarían que Gould no tenía control sobre los emolumen- tos de Schultz-Sellack. El conflicto surgió a la finalización del contrato y, en un princi- pio, Gould planeaba renovarlo.10,12 ¿Por qué Sellack no presentó su contrato como prueba del cese del compromiso? Probablemente, porque querría seguir con su trabajo hasta último momento y sacarle el máximo provecho. No se haría cargo de la finalización de la obligación contractual; seguiría aferrado al compromiso con la “sociedad Norteamericana”, pero negaba ser empleado personal de Gould y no le reconocía conocimientos técnicos en el tema fotográfico.

La Exposición Internacional de Filadelfia de 1876 Con la restauración de la organización constitucional en 1862, la Argentina comenzó a participar en los acontecimientos internacionales entonces de moda: las Exposiciones universales. A la Exposition Universelle de París, de 1867, el gobierno nacional había enviado una nutrida selección de objetos y productos del país. Sarmiento había asistido a la Exposición y, además de admirar el despliegue general de la ciencia y de la técnica, comprobó el prestigio de la fotografía y los recientes logros de la astronomía. (Anónimo, 1868). Totalmente compenetrado con esta corriente, Sarmiento alentó después la realiza- ción de una Exposición Nacional en Córdoba, en 1871. Después de ese esfuerzo, la Argentina volvió al ámbito internacio- nal con la Exposición siguiente, que fue la Centennial Exposition de Filadelfia (Estados Unidos) de 1876. Fue especialmente relevante, pues conmemoraba el primer centenario de la independencia estadounidense 92 ROBERTO A. FERRARI y duró del 10 de mayo al 10 de noviembre de 1876 (Wolfson Jr., 1986). El gobierno argentino nombró una Comisión organizadora y lo mismo hicieron las provincias. Así Córdoba estuvo representada y los organis- mos cordobeses creados para el auspicio de las ciencias tuvieron un papel importante. La Comisión organizó una muestra previa a la Exposi- ción, con todos los elementos que las diversas provincias llevarían a Filadelfia. Buenos Aires fue el lugar obligado para esta Exposición Preliminar, que despertó mucho interés (Anónimo, 1874) Nos interesa destacar que el Observatorio Nacional Argentino en Córdoba participó exhibiendo fotografías de la Luna y grupos estelares. Cuentan investigadores de Córdoba que Gould logró mani- pular las imágenes lunares, ya que se estaban por presentar las obteni- das por Schultz-Sellack, y logró remplazarlas por las de Heard (Paolantonio, Minniti, 2000b). Otro detalle de interés surge de la conferencia de Gould que dictó al respecto, en la que explicó que se hicieron copias al carbón, en las cuales la imagen lunar era de 48 cm de diámetro. Este tipo de impresión, de carácter fotomecánico, estuvo en boga en el siglo XIX y permitía obtener copias de muy buena calidad, exentas de las limitacio- nes de la emulsión fotográfica, lo que las hacía más duraderas (Reilly, 1986; Baldwin, 1991). Con certeza se hicieron fuera del país, ya que nunca se aplicó localmente esta técnica de fotorreproducción.

Supervivencia de imágenes Una de nuestras preocupaciones es reconstruir la situación de la pro- ducción fotográfica científica del pasado en la Argentina y, en especial, la recuperación de lo que subsista. En el caso del Observatorio Nacio- nal Argentino (Córdoba), sus principales actores fueron su primer fotógrafo, Carl Schultz-Sellack, y su primer director, Benjamín A. Gould, seguidos por John Heard. Gould puso en claro que deseaba poseer las placas negativas que se tomasen desde el Observatorio (Gould, 1874) y es evidente que la falta total en éste de placas anteriores a 1885 se debe a que Gould las llevó consigo cuando volvió a los Estados Unidos en 1885; esto inclui- ría toda la producción de Schultz-Sellack, de Heard y su sucesor, CARL SCHULTZ-SELLACK Y LOS ORÍGENES DE LA FOTOGRAFÍA ASTRONÓMICA 93

Edwin Thompson. También es probable que Schultz-Sellack, al entrar en conflicto con Gould, se llevase algunos negativos, en especial los de las dos vistas de la Luna (Schultz-Sellack, 1873). Las imágenes de la Luna que se reprodujeron en La Plata Monatsschrift son las únicas copias positivas de época que conocemos, hasta el momento, de ese período seminal de nuestra fotografía astronómica. A pesar de que el impresor y distribuidor del mensuario, el librero Nolte, anunciaba la venta de esas imágenes, no conocemos ningún ejemplo subsistente que se haya comercializado por separado. Tampoco sabemos qué puede haber sucedido con el archivo personal de Schultz-Sellack. Buscando el de Gould, en los Estados Unidos. hemos encontrado fragmentos de correspondencia de Sellack.7 El conjunto de negativos al colodión húmedo, que constituyen el relevamiento fotográfico realizado desde Córdoba y llevado por Gould a los Estados Unidos, donde realizó las mediciones que componen la obra Fotografías Cordobesas, está preservado y clasificado en el Harvard College Observatory (Paolantonio, Minniti, 2000b). Finalmente, los regalos de Gould a Sarmiento, Avellaneda y Vélez, tres negativos sobre vidrio, serían lo único que esperaríamos poder encontrar en algún archivo argentino, además de alguna copia positiva hecha por Sellack o por Heard. Hasta ahora nuestras búsque- das en el archivo del Museo Sarmiento y entre los descendientes de Avellaneda, no han dado ningún fruto.

Conclusiones En este breve pero intenso conflicto, Gould tuvo todas las ventajas que da la proximidad al poder y al statu quo. Sellack no tuvo un ámbito donde exponer sus descargos, no conocemos ningún contrato, ni con Rutherfurd ni con Gould; sin mencionar que parece impropio condicio- nar un nombramiento de la Academia con una cláusula relativa a un asunto ajeno al gobierno, como fue la de “atender sus deberes en el Observatorio”. Sellack era un científico, que debe de haber albergado expectati- vas similares a las de Gould en cuanto a las posibilidades de la fotografía astronómica. Ambos sabían que estaban en un lugar, un momento y una situación privilegiados ya que, con excepción de la del 94 ROBERTO A. FERRARI

Observatorio de Melbourne (Australia), no existía otra actividad foto- gráfica similar en el hemisferio Sur. Brasil había tenido algunos logros pioneros pero aislados, gracias a la presencia de belgas y franceses y el auspicio de Don Pedro II. En cuanto a Chile, allí no se aplicaba todavía la fotografía a los temas astronómicos (Ferrari,1997). Las expectati- vas creadas por la novedad del uso de la fotografía en la astronomía pueden haber llevado a que Sellack usufructuase, indebidamente, su posición privilegiada de controlar la operación fotográfica del Obser- vatorio. Por su parte, Gould, contradiciendo sus propios dichos (Cf. Gould, 1874 y 1877), incurrió en falsedades para disminuir el papel jugado por Sellack en los inicios de las actividades astrofotográficas del Observatorio.12 La insidiosa presión para declararlo cesante en la Academia porque no cumplía en el Observatorio, no fue muy digna ni tuvo ningún efecto positivo sobre la actividad fotoastronómica sino que, al contra- rio, dejó a la institución sin fotógrafo por un año.

Agradecimientos Al amigo Ing. Orlando L’Huillier, por el constante estímulo y el préstamo de material bibliográfico. Al Lic. Luis Tognetti por reproducciones de material de archivo y sus gentiles comentarios al trabajo.

Notas

1. El empleo inicial de la fotografía con fines astronómicos coincide con el desarrollo del daguerrotipo, 1839-1842. Lo sugirió Arago en su presentación del descubri- miento ante la Académie des Sciences y enseguida se demostró factible, con los experimentos de Daguerre, de la Rue, Draper y Whipple. (Barger & White, 1991) 2. Varios autores atribuyen erróneamente a Gould la capacidad y dominio de la técnica de fotografía astronómica puesta en juego en el Observatorio de Córdoba, sin siquiera mencionar la existencia de Schultz-Sellack. García Castellanos es uno de los pocos que puntualiza que éste fue el fotógrafo, pero posteriormente atribuye los méritos a Gould. También se lo suele considerar erróneamente como integrante de la primer camada de profesores alemanes contratados por Burmeister para organizar la Academia de Ciencias. CARL SCHULTZ-SELLACK Y LOS ORÍGENES DE LA FOTOGRAFÍA ASTRONÓMICA 95

3. El procedimiento fotográfico con placas al colodión húmedo consistía en la aplicación de una emulsión fotosensible de colodión (que actuaba como aglutinan- te) y sales de plata. Una vez sensibilizada la placa debía ser usada en cuestión de minutos, pues al secarse se perdía gran parte de la sensibilidad, ya de por sí baja. Luego, en la tranquilidad del cuarto oscuro, esa placa era empleada para obtener copias positivas. 4. |El mensuario La Plata Monatsschrift (1873-1876) apareció en Buenos Aires bajo la dirección del periodista y empresario alemán Richard Napp. Napp había llegado de joven a la Argentina y había desarrollado una rápida carrera, que incluyó su actuación como agente de inmigración alemana. Este mensuario, anterior a los Anales de la Sociedad Científica Argentina, concentró información sobre ciencias naturales e industrias de todas las provincias argentinas y países de la región. Estamos preparando un estudio sobre esta interesante publicación. 5. |El investigador Sameer Makarius afirma que dicha “sociedad norteamericana” fue en realidad una logia masónica. (Makarius, 1993) No es de despreciar esta hipóte- sis, ya que Gould, Rutherfurd, así como Sarmiento, Avellaneda y otros miembros de la sociedad local, pertenecían a la masonería. 6. |Gracias al Lic. Tognetti accedimos al libro copiador que contiene la transcripción de la carta de Schultz-Sellack a Burmeister, pero por estar escrita en alemán y haber sido copiada por un amanuense, nos ha resultado indescifrable. 7. |El archivo en cuestión es el de The South Caroliniana Library (Estados Unidos).

Documentos citados

8. Merz played me a right shably trick. The time within which he might have made the spectroscope he consumed in all sorts of questions and excuses to me, and then at the last moment informed me that he had promised Aguilar of Madrid to have a spectroscope ready for him against the total eclipse of next December, so that he could not have mine ready before the early part of 1871![...] Of course I shall be, and I now am, greatly exercised in my mind until I learn the issue of our efforts in behalf of the photographic work. Mr. Quincy has only alluded to it once, and then says that he has “been discussing it with some gentlemen”. Whether this augurs progress in the plans, or the contrary I cannot make up my mind (Gould, 1870). 9. My friends at home had brought together a considerable sum of money, for the purpose of purchasing chemicals and the needful apparatus, and sending out a competent physical assistant, whose services were engaged for 18 months [...] Meantime the young German assistant has so far won the respect and regard of the Professors in the Faculty of Sciences that they have unanimously nominated him to Dr. Avellaneda for their colleague in the chair of Physics. So what is the loss for me and the Observatory, will be a gain for the University. 96 ROBERTO A. FERRARI

I had looked forward to the results of this photographic lens with the greatest hope, not merely for the personal gratification which I anticpated for subsequent years, after my return home - in measuring and computing these images of Southern clusters; but trusting that my successors here would make the Argentine Observatory a pioneer in this new and comparatively untrodden field. For I believe that this lens would have given as poor photographs as the great Melbourne telescope, constructed chiefly for that purpose. But I am endeavouring to use all my philosophy (Gould, 1872a). 10. [...] he tenido el gusto de saber del Dr. Avellaneda que él va a restituir lo que he perdido en los servicios del ayudante personal que hice venir para las obras fotográficas -prestando al Observatorio por lo pronto los servicios de este señor, después de ser nombrado profesor de Física en la Universidad- puesto para que me parece que es muy apto. Así creo que podremos seguir haciendo bastantes progre- sos (Gould, 1872b). 11. Just before my departure, Mr. Rutherfurd had supplied himself with a yet larger telescope, adapted to the same purpose; and I improved this fortunate opportunity of securing the identical photographic object-glass which he had employed in all his previous investigations. And when I left home, it was not without some ground for hoping that a sufficient sum would soon be contributed from private sources to enable me to carry out the plan of securing photographic impressions of the chief southern star-clusters without appealing to the Observatory or to any other institution. The telescope is adapted for either photographic or optical use, since the two object-glasses are easily interchangeable, and a camera can readily be substituted for the astronomical eyepiece.Immediately on arriving in Buenos Aires, I explained these plans to the President and Minister, and received their cordial promise of all needful aid, - promises which, like all others from the same source, were more than fulfilled. Inasmuch as the direct observations proposed would clearly demand all my available time and strength, I naturally desired to secure the photographic impressions from my private resources; not only because all of the Observatory’s funds would be required for the regular work, but also that I might be justified in reserving the photographs for measurement and study at my subsequent leisure, and might remove them from the country without impropriety, should I desire. Consequently, I addressed to the government a formal application for leave to use the large telescope for this purpose, at such times as might not interfere with the regular work of the Observatory, and this permission was at once accorded with great cordiality, and a full understanding of the case. The endeavor to secure the requisite funds by private subscription met with the same fate as the similar one in 1865, in behalf of the expedition then proposed. Promises were secured for a portion of the necessary means, but the difficulty of obtaining the full sum was found too serious to warrant a continuance of the efforts, and the plan was therefore abandoned. But this dissapointment was alleviated by an unexpected and delightful encouragement. My parents, by blood and marriage, gave a practical support and token of simpathy by authorizing me to CARL SCHULTZ-SELLACK Y LOS ORÍGENES DE LA FOTOGRAFÍA ASTRONÓMICA 97

draw on them for the means of carrying out my fondly cherised plan. And although I was fortunately able to go forward without availing myself of this generous permission, it was of essential service in the justification it afforded me in undertaking this work, upon wich I might not otherwise have ventured (Gould, 1874b. Las itálicas son nuestras). 12. It has been a disappointment to me that the schemes for raising the photographic funds have borne so little fruit [...] If nothing else can be done, I purpose before another year has expired, to write you begging you to secure for me the services of some competent man to whom you will give a little training, and to equip him with the needful chemicals for a year’s siege, and then to make were the Equatorial [falta el resto] (Gould, 1874a). 13. Todos mis esfuerzos para unir los fragmentos de la lente, con la mayor minuciosi- dad, fueron frustrados; pero al fin nuestros hábiles conciudadanos, los Sres. Perrin, lograron construir, por dibujos hechos por uno de los ayudantes, el Sr. Davis, un aparato, en el cual cada pedazo de la lente quebrada era sostenido por medio de tornillos muy finos, colocados de tal manera que se hacia posible un arreglo delicadísimo de sus posiciones. Así se construyó el objetivo con suficiente exacti- tud para que diese fotografías de la luna, medianamente buenas, é impresiones de algunos grupos de estrellas (Gould, 1877. Las itálicas son nuestras).

Referencias

Alexander, A. (1992). Comunicación personal. Anónimo (1868). La República Argentina en la Exposición Universal de 1867 en París. Buenos Aires, Imprenta del Porvenir. In 8º, 182 pgs. ______(1874). Esposición en Filadelfia. Documentos publicados por el Comité Central Argentino. Buenos Aires: Imprenta del Porvenir. ______(1876-1877). Archivo de la Universidad Nacional de Córdoba, Libro 19: 497 (citado por Bischoff, 1992) ______(1912). Correspondencia Gould-Mitre. Correspondencia Literaria, Históri- ca y Política del General Bartolomé Mitre, III. Buenos Aires: Coni Hermanos. ______(1935). Correspondencia Sarmiento-Gould. Boletín de la Academia Argen- tina de Letras, III. Buenos Aires: Imprenta de la Universidad. Baldwin, G. (1991). Looking at photographs. A guide to technical terms. Malibu & London: Getty Museum & British Museum Press. Barger, S.; W. White (1991). The daguerreotype. Nineteenth Century technology and modern science. Washington DC: Smithsonian. Bischoff, E. (1992). Fotógrafos de Córdoba. Memorias del Primer Congreso de Historia de la Fotografía (Vicente López,Buenos Aires). Buenos Aires: Mundo Técnico S.R.L. 98 ROBERTO A. FERRARI

Burmeister, G. (1944). Viaje por los Estados del Plata,III. Buenos Aires: Unión Germánica en la Argentina. Caillet-Bois, R. (1969). Correspondencia Gould-Avellaneda. Boletín del Instituto de Historia Argentina “Dr. E. Ravignani”, año XI, Tomo XI (Segunda serie),18-19. Chaudet, E. (1924). Benjamín Apthorp Gould 1824 -27 de septiembre- 1924. Revista de la Universidad Nacional de Córdoba, XI(7,8,9). ______(1926). La evolución de la astronomía durante los últimos cincuenta años (1872-1922). Buenos Aires: Sociedad Científica argentina (Serie Evolución de las Ciencias en la República Argentina). Chinnici, I. (1996). La Societá degli Spettroscopisti italiani e la fondazione dell’’Astrophysical Journal’ nelle lettere di G.E. Hale a P. Tacchini. En: http:/ albinoni.brera.unimi.it/Atti-Como-96/chinnici.html Codina, S. (1971). Cien años de astronomía argentina..Ciencia Nueva (Buenos Aires), 13. Correspondencia Gould – Rutherfurd., Archivo de The South Caroliniana Library, (Estados Unidos) Cutolo, V. (1985). Nuevo diccionario biográfico argentino,VII. Buenos Aires: Elche. Ferrari, Roberto A. (1986). Algunas obras de nuestro pasado científico. Buenos Aires: FEPAI. Adhesión a la XII Feria Internacional de Buenos Aires “El Libro, del autor al lector” dedicada a la Ciencia. ______(1993). Bibliografía de publicaciones argentinas con fotografías montadas (1864-1900). Olivos: Biblioteca Histórico-Científica. ______(1997). El tránsito de Venus en 1882 y su registro fotográfico en Latinoamérica. Primer Encontro de História da Fotografía Latino-Americana Gilberto Ferrez; Río de Janeiro, 27 y 28 de octubre. FUNARTE. García Castellanos, T. (1988). Sarmiento. Su influencia en Córdoba. Córdoba: Acade- mia Nacional de Ciencias. Garzón, E. (1938). Antecedentes para la historia de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Córdoba. Córdoba: Imprenta de la Universidad. Gómez, Juan (1986). La fotografía en la Argentina: Su historia y evolución en el siglo XIX. 1840-1899. Buenos Aires: Abadía Editora. Gould, B. A. (1870). Carta de Gould a Rutherfurd, Steamship “Tycho Brahe”, off Cape Frio, August 13. Archivo de The South Caroliniana Library (Estados Uni- dos). ______(1872a). Carta de Gould a Sarmiento, del 21 de octubre. ______(1872b). Carta de Gould a Sarmiento, del 6 de diciembre. ______(1873). Carta de Gould a D.F.Sarmiento, del 14 de febrero. CARL SCHULTZ-SELLACK Y LOS ORÍGENES DE LA FOTOGRAFÍA ASTRONÓMICA 99

Las tres cartas se conservan en el Museo y Archivo Histórico Sarmiento (Buenos Aires), Carpeta 11, bajo los Nos. 1519 a 1521, respectivamente. ______(1874a). Carta de Gould a Rutherfurd. Archivo de The South Caroliniana Library (Estados Unidos). ______(1874b). Address of Dr. Gould. En Reception of Dr. Benjamin A. Gould by his fellow-citizens of Boston and vicinity. Boston: Rand, Avery & Co. ______(1876). Observatorio Astronómico y Oficina Meteorológica. Informes pre- sentados al Ministerio de Instrucción Pública por el Director de ambas institucio- nes Dr. D. B. A. Gould. 1871-1872-1873. Buenos Aires: Imprenta de El Tribuno. ______(1877a). Discurso del Doctor Gould al recibir del Gobernador de la Provincia de Córdoba los premios acordados en la Exposición Centenaria de Filadelfia al Observatorio Nacional y a él mismo por Fotografías lunares y estrellares [sic]. Córdoba: Imprenta del “Eco de Córdoba”. ______(1877b). Fotografía celeste. Anales de la Sociedad Científica Argentina, Vol. 4 Es resumen del anterior. ______(1879). Uranometría Argentina. Resultados del Observatorio Nacional Argentino, Buenos Aires: Coni. ______(1881). Resultados del Observatorio Nacional Argentino, II. Buenos Aires: Coni. ______(1897). Fotografías Cordobesas. Observaciones fotográficas de cúmulos de estrellas. Lynn, Mass.: Nichol Press. Halperín Donghi, Leticia (1970). El aporte de los hombres de ciencia extranjeros que actuaron en la República Argentina en el siglo XIX. Boletín de la Academia de Ciencias, Córdoba, 48. Makarius, S. (1993). Sarmiento y la Luna. Buenos Aires: Edición del autor. Marsal, A. (1970). La Química en Córdoba en el siglo XIX. Boletín de la Academia Nacional de Ciencias, Córdoba, 48 Montserrat, M. (1971). La introducción de la ciencia moderna en Argentina: El caso Gould. Criterio (Buenos Aires), XLIV(1632). ______(1993). Sarmiento y los fundamentos de su política científica. En La ciencia en la Argentina. Perspectivas Históricas (compil. e introd. MIGUEL DE ASÚA). Buenos Aires: CEAL. Paolantonio, S. y E. Minniti (2000a). Uranometría Argentina 2000. Historia del Observatorio Nacional Argentino. Córdoba: Observatorio Astronómico Córdoba. ______(2000b). Fotografías Cordobesas. Primer trabajo de fotografía astronómica en Latinoamérica. Presentado al 2º Congreso de Fotografía Latinoamericana, Santiago de Chile, Noviembre. 100 ROBERTO A. FERRARI

Poggendorff, J.C. (1960). Biographisch-Literarisches Handwörterbuch der Exakten Naturwissenschaften (reed. R. Zaunick, y H. Saliè). Berlin: Akademie-Verlag Quesada, V. (1877). Discurso inaugural en la distribución de premios a los expositores argentinos en Filadelfia por el ministro de Gobierno Doctor Don Vicente G. Quesada. Buenos Aires: Imprenta de M. Biedma. Reilly, J. (1986). Care and Identification of 19th-Century Photographic Prints. New York: Kodak. Sarmiento, D. F. (1885). La fiesta en honor del Dr. Gould. Boletín del Instituto Geográfico Argentino, VI. Schultz-Sellack, C. (1871a). Sensibil. der Ag-Haloidsalze, opt. & chem. Absorption. Poggendorff Ann. Phys., 143. ______(1871b). Veränder. der Ag-Haloidsalze durch Licht. Poggendorff Ann.Phys., 143. ______(1871c). Färbung der trüben Medien & Chromo-Photogr. Poggendorff Ann. Phys., 143. ______,[Wernike] (1871d). Farbe der Jodsilbers. Poggendorff Ann. Phys., 144. ______(1873a). Photography of Southern Star-clusters. American Journal of Science and Arts, 3ª serie, Vol VI, nº 31, July. Citado en Paolantonio, Minniti, 2000 ______(1873b). Ueber Sternphotographie. La Plata Monatsschrift, I (7). año I. ______(1873c). Rede bei Eroeffnung der Aula der Physik in der Academie der Wissenschaften in Córdoba. La Plata Monatsschrift, I(10). Hay trad. castell.: Discurso inaugural de la aula de Física en la Academia de Ciencias en Córdoba, pronunciado el 12 de agosto de 1873 por Carlos S. Sellack. Córdoba: Imprenta de El Independiente (1873). ______(1873d). Meteorología. Anales de Agricultura de la República Argentina, I(21): 173; II(1): 3. Buenos Aires: Imprenta del Porvenir ______(1873e). Photographie südl. Sterngruppen. Astronom.Nachrichten, Vol 82. ______(1874a). Directe Photogr. der Sonnenprotuberanzen. Astronom. Nachrichten, Vol 84. ______(1874b). Der Mond. La Plata Monatsschrift, II(5). ______(1874c). Die Universitaet von Córdoba. La Plata Monatsschrift, II(6). ______(1874d). Die Universitaet von Córdoba. Leipzig, in 4º, 25 pgs. ______(1874e). Die Fleischextract-Fabrik in Fray-Bentos. La Plata Monatsschrift,II(7). ______(1874f). Carta de Schultz-Sellack a Burmeister. Libro Copiador “1”,1874- 1878, folios 11 y 12, Archivo de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, Córdoba. CARL SCHULTZ-SELLACK Y LOS ORÍGENES DE LA FOTOGRAFÍA ASTRONÓMICA 101

Debo esta referencia a la gentileza del Lic. Luis Tognetti. ______(1874g). Carta de Schultz-Sellack a Sarmiento, del 11 de noviembre. Se conserva en el Museo y Archivo Histórico Sarmiento (Buenos Aires), Carpeta Arm. 1, Nº 6231. Steinert, Klaus-Günter (1998). Die Anfänge der astronomischen Photographie in Dresden. En: Varios autores (1998). Tognetti, L. (2000). La introducción de la investigación científica en Córdoba a fines del siglo XIX: La Academia Nacional de Ciencias y la Facultad de Ciencias Físico- Matemáticas (1868 - 1878). En MONTSERRAT, M. (comp.) La Ciencia en la Argen- tina entre los siglos XIX y XX. Buenos Aires: Manantial. Varios autores (1872). Observatorio Nacional Argentino. Discursos sobre su Inaugu- ración verificada el 24 de Octubre de 1871.Buenos Aires: Imprenta de El Siglo. ______(1874). Recepción en Boston al Dr. Benjamín A. Gould Director del Observatorio Nacional y por sus Compatriotas de aquella Ciudad y sus cercanías. Junio 22 de 1874. Buenos Aires: Imprenta Americana. ______(1885). Addresses at the Complimentary Dinner to Dr. Benjamin Apthorp Gould.Lynn, Massachussets: Press of Thos. Nichols. ______(1992). Presencia alemana en la Argentina. Buenos Aires: Manrique Zago Ediciones. ______(1998). Der Photopionier Hermann Krone – Photographie und Apparatur: Bildkultur und Phototechnik im 19 Jahrhundert. Marburg: Jonas Verlag. Wolfson Jr., M. (1986). The Great World’s Fairs and Expositions. Florida: Miami- Dade Community College. Zeballos, E.S. (1877) Discurso pronunciado por el Dr. Estanislao S. Zeballos, delega- do de la “Sociedad Científica Argentina” en el acto de la distribución de los premios obtenidos en Filadelfia por los expositores argentinos. Celebrado en el Teatro de Colón, el 21 de octubre 1877. Buenos Aires: Imprenta de P. Coni.

Temas de Saber y Tiempo

El pensamiento cientifico en la Argentina de entreguerras

1

Saber y Tiempo inicia, en este número, una revisión crítica de la producción científica y filosófica en nuestro país, durante el período comprendido entre la guerra mundial de 1914-1918 y la guerra de 1939-1945. A más de cincuenta años del final de la segunda, y de los comienzos de un nuevo ciclo político en la Argentina, creemos que ese período ya puede ser juzgado con la ecuanimidad y el rigor que permite la distancia histórica. Parece haber llegado la hora de echar una mirada honda y crítica a esos años que por diversos motivos, por lo general ideológicos, parecen haber merecido el olvido. Es percep- tible, en efecto, el desconocimiento que, con raras excepciones, pade- cen varias generaciones actuales acerca de las personalidades que actuaron y las obras que se produjeron en esos años.

La revista se ha propuesto presentar un panorama de la investiga- ción científica y filosófica de ese período, con el propósito de hacer conocer la significación de lo realizado en ambos campos del saber. Fueron realizaciones que, en muchos casos, marcaron cambios im- portantes o verdaderos puntos de partida, como ocurrió con Julio Rey Pastor en el dominio de la matemática, Bernardo Houssay en el de la fisiología, Enrique Gaviola en el de la física o Alejandro Korn en el de la filosofía. 104 SABER Y TIEMPO

Aunque, en sentido estricto, la expresión entreguerras se refiere al período comprendido entre los años 1918 y 1939, la revisión abarca- rá, en algunos casos, también los años que los antecedieron y suce- dieron, porque muchos acontecimientos significativos -como la llega- da de influyentes científicos extranjeros- tuvieron lugar durante los años bélicos. En particular, parece apropiado tomar como cierre del período el año 1943, cuando la implantación de la primera de las dictaduras militares que predominaron hasta 1983, inició los desmantelamientos universitarios que marcarían la suerte de la in- vestigación científica en la Argentina.

Abierta a todas las manifestaciones serias del saber histórico, sin distinción de tendencias ni doctrinas, Saber y Tiempo da por sentado que lo que expresan los autores no refleja necesariamente el pensa- miento de la revista ni significa el respaldo de sus opiniones.

***

Este panorama del pensamiento científico en la Argentina de entreguerras se abre con sendos trabajos de Luis Alberto Romero y Tomás Buch que presentan, a grandes rasgos, el ambiente (o la atmósfera cultural, como gustaba decir José Babini) de la época, en los aspectos sociales, políticos, económicos y tecnológicos.

Luis Alberto Romero desarrolla su tema en torno a los “dos proyec- tos en conflicto” que signaron la política y, por ende, la economía de esos años: por una parte el que animaron liberales, socialistas y progresistas; por otra, el de raigambre ideológica nacionalista, po- pulista, católica, antiliberal y hostil a la izquierda, que logró preva- lecer a finales del período.

Tomás Buch centra su contribución en el desarrollo de la industria privada desde fines del siglo XIX, cuando la “única verdadera revo- lución tecnológica” (como califica la aparición del ferrocarril y la industria frigorífica) dio origen a la Argentina próspera que prece- dió el período de entreguerras. Se refiere también al papel que juga- ron los militares -en particular Manuel Savio en materia de arma- TEMAS 105

mentos e industria pesada, y Enrique Mosconi como impulsor de la industria del petróleo- y señala, por último, que la Argentina respon- dió a medias el desafío que significó mantenerse al margen de la Segunda Guerra Mundial, ya que no logró el despegue de una tecno- logía industrial y agropecuaria propia.

Manuel Fernandez López completa el cuadro con una revisión de los grandes temas del pensamiento económico, no sólo en los aspec- tos teóricos sino también en su vinculación con las políticas econó- micas y reformas institucionales de la época. Considera que la pro- ducción científica dependió de una feliz combinación de factores - como la visita de Rey Pastor, la Revolución Rusa, la Reforma univer- sitaria y la aparición de la Revista de Economía Argentina, entre otros- que precipitaron el inicio de una etapa de creación de ciencia económica básica en la Argentina, en la que sobresalieron estudios innovadores de Broggi, Sánchez de Bustamante, Barral Souto y otros. A su juicio, en el lapso entre guerras la Argentina exhibió capacidad de crear ciencia fundamental, no menos en economía que en las llamadas ciencias duras.

Mario Bunge expone sus reminiscencias de la filosofía del período y pasa revista, a través de los principales cultores, de las que conside- ra sus características principales: la profesionalización, el agota- miento del “positivismo” argentino y los primeros estudios serios de historia de la filosofía. Incluye, también, el auge del idealismo y el intuicionismo, y los primeros ensayos de fenomenología y existencialismo, que le merecen juicio crítico. Considera, en síntesis, que el período fue “como un campo de concentración del pensamien- to riguroso y aventurado” y que actualmente “la gente está mucho más al día en filosofía y el espectro filosófico es más amplio que en las décadas de 1920 y 1930”.

Juan Carlos Agulla cierra esta entrega con una revisión de la ense- ñanza y la investigación sociológicas en la Argentina, desde la crea- ción de la primera cátedra, en 1898, hasta la fundación, en 1957, de la primera carrera de Sociología, ambas en la Universidad de Buenos 106 SABER Y TIEMPO

Aires. Para ello describe y analiza las obras que produjeron y las influencias -sobre todo europeas- que recibieron los docentes e investi- gadores que actuaron durante ese lapso, que agrupa en cinco genera- ciones, de acuerdo con las fechas de aparición de sus publicaciones.

***

Saber y Tiempo seguirá destinando espacio -en el próximo número y en los siguientes si fuera necesario- al tratamiento del pensamiento científico en la Argentina de entreguerras. Se espera que los investi- gadores que se interesan por la historia de sus respectivas discipli- nas contribuyan, con trabajos o con críticas, a que se conozca mejor nuestro pasado reciente.

En los próximos números:

ALEJANDRO CATTARUZZA, La historia

MARCELO VERNENGO, La química

ANDRÉS O. STOPPANI, Houssay y la fisiología

HORACIO CAMACHO, Las ciencias de la tierra

JULIO CÉSAR RÍOS, La piscologías

ALBERTO G. RANEA, La filosofía

OMAR A. BERNAOLA, Gaviola y la física SABER Y TIEMPO 11 (2001). 107-129 Separata 186.11

LA ARGENTINA ENTRE LAS GUERRAS MUNDIALES: DOS PROYECTOS EN CONFLICTO1

Luis Alberto Romero Universidad de Buenos Aires

A fines de 1919, impresionados aún por los episodios de la Semana Trágica, los obispos argentinos lanzaron un vasto proyecto de benefi- cencia social: la Gran Colecta Nacional. En un texto, escrito por el joven monseñor Miguel De Andrea, proclamaban: “nos amenazan las pasiones más bravas, las iras del populacho, el rencor de las masas obreras, la sed de venganza anarquista, el huracán de la revolución antisocial, la loca ambición de ejercer la dictadura en nombre de las heces de la sociedad... ¡Los bárbaros están a las puertas de Roma!”. Treinta y seis años más tarde, el 18 de octubre de 1945, Delfina Bunge de Gálvez consignaba en el diario católico El Pueblo su asombro por la pacífica manifestación del día anterior: en lugar de “caras hostiles” o “puños levantados”, estallidos de “odio contenido” o quizá depreda- ciones en la Catedral o la Curia, vio una “multitud respetuosa”, y a muchos haciendo “la señal de la cruz”: “Estas turbas parecían cristia- nas sin saberlo. Su actitud era tal que nos hizo pensar que ellas podían ser un eco lejano, ignorante y humilde, de nuestros Congresos Eucarísticos”. Hubo otra mirada, casi exactamente inversa: socialistas, comu- nistas y otros sectores que solían llamarse progresistas simpatizaron con los manifestantes de 1919, o al menos los comprendieron, y en cambio calificaron a los de 1945 como “masas ignorantes” o “lumpenproletariado”: no eran la verdadera “clase obrera”. Sin duda ambas miradas eran sesgadas; pero en conjunto dan cuenta de un largo proceso -conocido en todo el mundo occidental- de nacionalización de las masas, que en la sociedad argentina se desarrolló bajo la advocación y protección del estado y la Iglesia. Se correspondió con otros cambios más profundos de la sociedad argen- tina: en los años de entreguerras cambió radicalmente la posición del 108 LUIS ALBERTO ROMERO país en el mundo, la economía se transformó y se hizo más compleja, el estado desarrolló nuevas funciones y extendió más aún su larga mano, se acentuaron los cambios, lentos y silenciosos, de la sociedad y hubo transformaciones igualmente profundas en la política, la cul- tura y las ideas. No fueron sólo cambios graduales: en esas décadas se desarrolló un combate entre dos grandes corrientes, políticas y culturales: una vinculada con los sectores “progresistas”, liberales o socialistas, y otra en la que el nacionalismo católico alojó distintas interpretaciones genéricamente llamadas “nacionales”. Hubo un con- flicto, con ganadores y perdedores; el resultado signó toda la vida argentina de la segunda mitad del siglo XX.

La economía y el Estado En 1916, cuando la elección de Yrigoyen remataba el exitoso ciclo de la Argentina moderna, comenzaban a cambiar sustancialmente los datos básicos de la realidad. La Primera Guerra Mundial significó una sacudida fuerte para una economía que había crecido sostenidamente sobre la base de la exportación de productos alimenticios y la perma- nente recepción de capitales e inmigrantes, que transformaron el “de- sierto” en una de las más fértiles praderas del mundo. La Gran Guerra desorganizó el comercio mundial: períodos de interrupción en las comunicaciones eran seguidos de otros de ávida demanda y, en rigor esa desorganización se prolongó por varios años después de finalizado el conflicto. El flujo libre de capitales cesó durante la Guerra y también se interrumpió la llegada de inmigrantes, que era vital para la continui- dad de la expansión. Un signo de esas dificultades fue el crecimiento de la conflictividad social -su expresión culminante fue la semana de enero de 1919-, que a su vez agudizó los problemas de la economía. Otro signo, menos espectacular pero a la larga más difícil de manejar, fueron los problemas del Estado para financiar sus gastos, pues sus ingresos se basaban esencialmente en los préstamos y en los impues- tos a las importaciones. La decisión del gobierno radical de usar más liberalmente el presupuesto -ya sea para su política de “interés so- cial” o para retribuir a la nutrida maquinaria electoral- complicó más las cosas: fue Yrigoyen quien propuso, sin éxito, modificar las bases LA ARGENTINA ENTRE LAS GUERRAS MUNDIALES 109 fiscales del estado con un impuesto a los réditos, que solo se estable- ció en 1931. El tercer problema se originó en la presencia cada vez más importante de capitales norteamericanos, que aprovecharon la decli- nación de Gran Bretaña y el retroceso de Alemania para ganar espa- cio en los frigoríficos, las actividades de servicios, como la electrici- dad, y también la producción manufacturera, pues en la década de 1920 se instalaron filiales de varias de las mayores corporaciones estadounidenses. La Argentina quedó ubicada en el vértice de un mundo triangular, con una relación compleja con sus dos metrópolis, sobre todo por la creciente tendencia a la autarquía de las grandes economías, y la dificultad para convertir las libras que ingresaban por las exportaciones en los dólares necesarios para las importaciones. La economía exportadora ya estaba seriamente afectada cuan- do se produjo el crack de 1929, que terminó de definir las cosas: durante más de una década se interrumpió la inmigración, Gran Bre- taña dejó de enviar capitales y hasta retiró parte del que tenía coloca- do. Sin embargo, el impacto de la gran crisis no fue largo y la Argen- tina se recuperó mucho más rápidamente que la mayoría de los países en situación similar. Hacia 1934 había signos claros de reactivación, que ya eran más que evidente en 1936. La crisis había estimulado el desarrollo de alternativas nuevas: la estrecha relación bilateral con Gran Bretaña -consagrada en el célebre Tratado de Londres de 1933- se complementó con nuevas inversiones estadounidenses en sectores industriales, a su vez beneficiados por las crecientes dificultades para importar. La Segunda Guerra Mundial tuvo efectos más profundos, en general positivos, si se puede decir eso de una guerra: crecieron las exportaciones -una tendencia que se prolongó en los años que siguieron al fin de la contienda - mientras que las dificultades para importar permitieron a una industria local, ya afianzada, no sólo do- minar el mercado interno sino proyectarse al de los países vecinos. Porque, en rigor, este ciclo de dos guerras y una crisis había terminado por agregar una segunda rueda a la economía argentina. Según una conocida imagen, a la rueda maestra del comercio exte- rior, que seguía siendo la clave de los movimientos económicos, se agregó la de la industria local, que ocupaba el lugar dejado por las importaciones escasas. A su desarrollo se volcaron muchos capitales 110 LUIS ALBERTO ROMERO provenientes del sector comercial exportador o financiero establecido -como es el caso de las industrias del grupo Bunge y Born-, así como nuevas inversiones de empresas norteamericanas, interesadas en apro- vechar la protección arancelaria. A ellas se sumaron pequeños empre- sarios locales, que poblaron industrias como la textil; muchos de ellos crecieron y fueron la base de sólidos grupos empresarios; tal el caso de Torcuato Di Tella, que pasó de las máquinas de amasar pan a los surtidores para YPF y luego a las heladeras. Así, las nuevas industrias poblaron las grandes ciudades, como Buenos Aires o Rosario, y luego sus cinturones suburbanos, atrayendo trabajadores, precisamente en momentos en que la crisis agraria, y los avances en la mecanización, empezaban a expulsarlos del campo. Por entonces el dinamismo del sector agrario exportador dismi- nuía, pues la expansión agrícola pampeana había llegado a su térmi- no, aunque ya se abría una nueva frontera de colonización en el nordeste, para los cultivos industriales, como el algodón. Pero el comercio exterior seguía siendo la clave del movimiento económico, pues de allí surgían las divisas que permitían comprar los combusti- bles, maquinarias, repuestos e insumos para la nueva industria. Por eso la coyuntura favorable de la Segunda Guerra sirvió de estímulo a la transformación industrial. Su finalización puso en la agenda de discusiones el rumbo futuro. Para unos, se trataba de fortalecer aque- llas industrias internacionalmente competitivas -sobre todo las que empleaban materias primas locales-, mantener abierta la economía y fortalecer la “rueda maestra” del comercio exterior. Las Fuerzas Ar- madas, que desde la década de 1920 estaban muy interesadas en las cuestiones económicas vinculadas con la defensa nacional, sostenían que la Argentina debía concentrar sus esfuerzos en las industrias de base, sobre todo en acero y petróleo, que aseguraran su autarquía. Finalmente, todo el sector de empresarios que se habían beneficiado con la protección automática generada por la Guerra pedía que, ter- minado el conflicto, el estado siguiera garantizando el vasto mercado cautivo que habían explotado hasta entonces. Esta invocación a la decisión política revela cuánto habían cre- cido las funciones y la injerencia del estado a lo largo del período de entreguerras. Hasta la Primera Guerra, su principal tarea era el equili- brio presupuestario, las cuestiones monetarias y la deuda pública. La LA ARGENTINA ENTRE LAS GUERRAS MUNDIALES 111 preocupación de Yrigoyen por reformas de “interés social” y las nue- vas circunstancias que enfrentó, originadas en la Primera Guerra, impulsaron sus medidas de intervención estatal, que en general fue- ron circunstanciales y de urgencia, visto su fracaso para plasmar las iniciativas en leyes. La acción de Alvear, quizá menos espectacular, fue más efectiva: intentó -sin éxito- defender a los productores de carne frente a los frigoríficos, pero contribuyó a mejorar las condicio- nes de las industrias locales mediante la elevación de los aranceles; sobre todo, respaldó vigorosamente al coronel Mosconi en la cons- trucción de Yacimientos Petrolíferos Fiscales. Con la crisis de 1930, y durante el ministerio de Federico Pinedo, la intervención estatal en la economía avanzó mucho: juntas reguladoras de la producción, aranceles, sistema de reintegros a los exportadores, creación del Banco Central y, sobre todo, el control de cambios, herramienta decisiva para orientar la marcha de la econo- mía. Con la Segunda Guerra Mundial ganaron un peso decisivo las “ideas del Estado Mayor” acerca de la autarquía económica, que empezaron a plasmar bajo la presidencia de Castillo con el estableci- miento de la Flota Mercante del Estado, montada con barcos incauta- dos a los países en guerra, y posteriormente con los planes de autoabastecimiento siderúrgico formulados por el coronel Savio. En suma, desde la década de 1920 y, sobre todo, desde 1930, el estado interventor y dirigista fue desarrollando sus instrumentos, de acuerdo -probablemente sin saberlo- con las ideas de lord Keynes que pronto se convertirían en canónicas. Paralelamente hubo otro desarro- llo: la intervención del estado en los conflictos sociales. Yrigoyen dio los primeros pasos en ese sentido. Al principio sólo consistieron en prescindir de la habitual represión de las huelgas en la zona del puer- to y en recibir en la a los dirigentes del poderoso gremio marítimo. Ciertamente, los sucesos de 1919 lo desbordaron y aceptó la dura represión del Ejército y de los civiles armados de la Liga Patriótica. Pero vuelta la calma, Alvear siguió transitando por el mis- mo camino, con el laudo en el conflicto azucarero, o con un proyecto de jubilación de empleados de comercio y ferroviarios. En la década de 1930 resultó más visible la inacción del Estado frente a un movi- miento obrero sólidamente organizado y conflictos industriales cada vez más maduros. 112 LUIS ALBERTO ROMERO

Hacia 1943 había un cúmulo de reivindicaciones acumuladas, a la espera de que, desde el estado, alguien se hiciera cargo de ellas. Son dos historias, la del rumbo industrial y la de la cuestión social, que se anudaron en la acción del coronel Perón, convertido en la estrella del gobierno revolucionario de 1943.

La sociedad: integración, movilidad y conflicto Al acercarse el fin de la Primera Guerra Mundial los conflictos sociales se agudizaron de manera extrema: los problemas locales de inflación y desocupación, generados por el conflicto, empalmaron con la onda revolucionaria que recorrió todo el mundo occidental y que culminó en la revolución soviética de 1917. Las huelgas se encadenaron y su dimensión se multiplicó; de las grandes ciudades portuarias pasaron a las zonas rurales, movilizando a chacareros y jornaleros, y a las remo- tas tierras del norte santafesino o la Patagonia. Como se dijo, la inicial actitud conciliadora de Yrigoyen dejó paso a una dura represión, tanto más sangrienta cuanto que los sectores propietarios -a quienes se dirigió monseñor De Andrea- estaban verdaderamente asustados. Pero el pico del conflicto pasó y con la recuperada prosperidad volvió la calma. La fundación de la Unión Ferroviaria en 1922 es paradigmática: un gran sindicato, con una organización excelente, que se ocupa de evitar y controlar los exabruptos de sus bases y regula estrictamente en qué casos un conflicto puede paralizar una actividad juzgada esencial para el desenvolvimiento económico. Más que las violencias de la Semana Trágica, lo que caracteri- zó a la sociedad de entreguerras fue una lenta, callada pero sustancial transformación. En primer lugar, el denso contingente de extranjeros -uno de cada dos, o quizá dos de cada tres lo eran en las grandes ciudades- fue argentinizándose con el paso del tiempo y el juego de las generaciones. No fue sólo una cuestión biológica: también operó el vasto sistema de la educación pública, que junto a las primeras letras o la aritmética, enseñaba la historia y la lengua nacionales. Un segundo rasgo de esta transformación fue la alfabetización de la sociedad, que permitió el desarrollo de una vasta y variada industria editorial: diarios de circulación masiva que apelaban a un lector “popular”, como Crítica o El Mundo, magazines en la línea de LA ARGENTINA ENTRE LAS GUERRAS MUNDIALES 113

Caras y Caretas, revistas dedicadas a la mujer, el deporte, la radio o el cine, novelas publicadas en entregas semanales, entre románticas y eróticas, y libros baratos que ponían al alcance de un público vasto lo mejor de la cultura universal. Tal el espectro de publicaciones consu- midas en los años veinte o treinta, por un público ávido, que cuanto más leía mayor capacidad tenía para expresar, de manera compleja, sus aspiraciones. Quizás eso explique la decadencia del mensaje de los anarquistas -esencialmente emotivo- y el desarrollo de propuestas más complejas e intelectuales, como la de los socialistas o en general los “progresistas”. Otro rasgo singular de esta sociedad básicamente próspera fue- ron los múltiples canales abiertos al mejoramiento de cada uno de sus miembros. La vida no fue rosada para todos, pero el número de los que prosperaron -que pudieron ver a sus hijos en una situación mejor que la de ellos- fue lo suficientemente amplio como para que se consolidara un imaginario compartido. Prosperaban el trabajador ca- lificado, como el ferroviario, o el que lograba instalarse por cuenta propia, en un pequeño taller o en un comercio con posibilidades de crecer; igual pasaba con el chacarero que con algunas cosechas afor- tunadas consolidaba su posición. También prosperaba quien lograba salir del conventillo y construir su casa propia en uno de los nuevos barrios de las grandes ciudades. Sobre todo quienes, educación me- diante, llegaban a ser empleados públicos o maestras. El matrimonio de una maestra y un ferroviario -empleos estables, sueldos decorosos, buena consideración social- constituía una excelente base para pasar al vasto y poco definido universo de los sectores medios, acomoda- dos y respetables. Así fue rehaciéndose la trama de la sociedad. En las grandes ciudades, los conglomerados de trabajadores no calificados, hacinados en conventillos, fueron desparramándose por el ejido urbano y for- mando los “barrios”, ámbito de constitución de una nueva sociabili- dad. Las identidades étnicas o nacionales pesaban allí poco, pues los orígenes eran diversos. Las identidades laborales en muchos casos tampoco, pues gracias a las mejoras en los transportes no era necesa- rio ya vivir junto al lugar de trabajo, y en los nuevos barrios coinci- dían gentes de profesiones y posiciones diversas. En cambio, los problemas locales -el pavimento de la calle, el farol, la escuela y su 114 LUIS ALBERTO ROMERO cooperadora, y todo lo que hacía al “fomento”- convocaban a la actividad común y cimentaban nuevas formas de relación, interacción, reconocimientos y liderazgos: el “vecino consciente” era allí recono- cido. En otras zonas de esa misma sociedad -quizás en la otra cuadra- el ámbito de reunión y articulación era el café, o el club social y deportivo -a veces, simplemente un garito- o simplemente la “esqui- na”, con su “patrón de la vereda”. Lo que con criterio más taxonómico suelen llamarse “clase trabajadora” y “clase media” convivían en una sociabilidad popular, donde la continuidad, la movilidad y la integra- ción pesaban más que los cortes y segmentaciones. El crecimiento industrial no modificó esta pauta de funciona- miento de la sociedad; por el contrario, la consolidó. Las nuevas industrias atrajeron a trabajadores de la región rural pampeana y lue- go, un poco más tarde, a quienes venían de las zonas más tradiciona- les. Se instalaron en las ciudades y en sus cordones industriales, donde convivieron codo con codo con otros trabajadores, ya integra- dos a la sociedad urbana, quienes les traspasaron sus experiencias laborales y sindicales, así como los saberes de la movilidad. Uno de ellos era la agremiación y el reclamo colectivo: a lo largo de lo década de 1930 los sindicatos crecieron y se fortalecieron, sobre todo a partir de 1936, cuando los dirigentes comunistas y socialistas les imprimieron una nueva dinámica. La sociedad argentina comenzó a conocer los conflictos industriales modernos, así como las identida- des definidamente obreras, sin que se alterara la pauta principal que combinaba movilidad individual con integración, salvo por la resis- tencia, un poco cerril y trasnochada, de la parte empresarial, y la falta de preparación del estado para conducir esos conflictos por el camino de la negociación. Uno de los canales reconocidos de la movilidad y la integra- ción era la cultura. Existía un consenso acerca de la utilidad de la educación, aun para aquellos que sin una escolaridad completa, igual- mente aspiraban a conocer lo mejor de la cultura universal: la difu- sión de la cultura, impulsada por los “progresistas” convencidos de la importancia de “educar al pueblo” es un destacado testimonio de la democratización de la sociedad. Probablemente por eso la Universi- dad desempeñó un papel tan importante, en la sociedad, la cultura y la política. La carrera universitaria y el título de doctor eran -es LA ARGENTINA ENTRE LAS GUERRAS MUNDIALES 115 sabido- la culminación de la aventura del ascenso para los hijos de inmigrantes: abogados o médicos podían ejercer su profesión, dedi- carse a los negocios o a la política. Pero la Universidad, como institu- ción, antes de la Primera Guerra era elitista y escolástica, reservada a un grupo pequeño que detentaba las cátedras y depositaria de un conocimiento a menudo juzgado anticuado. Esto refleja sobre todo la percepción de los actores; pero lo cierto es que así lo creyeron quienes en 1918 lanzaron la Reforma Universitaria, reclamando por los derechos de los profesores -subor- dinados a cliques enquistadas en los Consejos académicos-, la moder- nización de la enseñanza -sea para introducir el positivismo como para combatirlo-, el compromiso de la ciencia con los problemas de la sociedad y una participación mayor de los estudiantes en la gestión universitaria. Amparados por el presidente Yrigoyen, los reformistas obtuvieron un primer y simbólico triunfo en Córdoba y, aunque luego siguieron muchas derrotas, quedó institucionalizado el “movimiento reformista” que, por ser un movimiento, pudo encadenar a través del tiempo sucesivos reclamos, vinculados por la común pauta democratizadora. La Universidad sirvió para desarrollar, entre el estudiantado que luego conformaría la clase dirigente, un universo de ideas, gené- ricamente “progresistas”, un lenguaje común y una práctica de la política muy adecuada para futuras responsabilidades. De alguna ma- nera, fue un vehículo de integración nacional, un proceso que, por otros caminos y con otros destinatarios, se daba por entonces en el conjunto de la sociedad. La escuela pública y el servicio militar obli- gatorio fueron las bases sobre las que se asentó el sentimiento de pertenencia. Pero resultaron decisivos los medios de comunicación de masas, por entonces en pleno desarrollo: la ya citada prensa periódi- ca, la radio, cuyo uso estaba generalizado en la década de 1930, la música, popularizada con los gramófonos, y el cine nacional, que a lo largo de esa misma década vivió su época de oro. A caballo de la radio, dos o tres deportes de interés masivo aportaron a la conforma- ción de ese imaginario nacional: el fútbol, las carreras de autos -el “Turismo Carretera- y el boxeo. El desarrollo de estas nuevas formas de entretenerse se apoyó en otros cambios de la sociedad: el aumento del “tiempo libre”, por la 116 LUIS ALBERTO ROMERO gradual reducción de la jornada de trabajo, o la generalización de la “casa propia”, en cuyo centro se instalaba la radio. La vida de las mujeres experimentó fuertes cambios: muchas pudieron dejar la fá- brica o el taller y llegaron al anhelado estatus de “ama de casa” y otras, jóvenes, pudieron encontrar una alternativa hasta el momento de casarse, como empleadas, quizá secretarias, vendedoras de tiendas o telefonistas. En uno u otro caso, la mujer ganó derechos, estableció relaciones más libres e igualitarias con los hombres -por ejemplo, en los bailes del “club social”-, aprendió a controlar los nacimientos -la tasa de natalidad bajó sostenidamente en estos años, hasta llegarse al formato familiar de dos hijos-, se interesó por los problemas del “matrimonio moderno”, la sexualidad o el divorcio, y a veces apren- dió a fumar y a beber cócteles, como señalaba - horrorizado- Manuel Gálvez en Una mujer moderna. No fueron los únicos ámbitos donde en esta nueva sociedad se pensó en un futuro distinto. Las prácticas espontáneas de miembros de las sociedades de fomento o de integrantes de las cooperativas rurales eran fuertemente reformistas: sin teoría, probablemente, pen- saban que su entorno material y social podía ser modificado y mejo- rado, con la colaboración de todos. Esta práctica empalmó con una corriente de pensamiento social preocupada por las transformaciones del mundo moderno y por la búsqueda de mejores soluciones para los problemas del trabajo, la salud o la vivienda, en un sentido más justo: la justicia social fue una consigna compartida por varias corrientes de pensamiento. La sociedad de entreguerras fue, en algún sentido con- formista, y creía sobre todo en el progreso individual; pero a la vez fuertemente reformista. Sólo eso explica la dureza de las reacciones acuñadas en los sectores más tradicionales de la sociedad y el éxito de la condena a la “vida moderna”, lanzada por los intelectuales católicos y nacionalistas.

Dos proyectos culturales Uno de los rasgos más característicos de la vida cultural y política del siglo XX fue la emergencia de los intelectuales “comprometidos”, intérpretes de su pasado, diseñadores de su futuro. Ese papel cumplie- ron José Ingenieros, Alfredo Palacios, Ricardo Rojas o Leopoldo LA ARGENTINA ENTRE LAS GUERRAS MUNDIALES 117

Lugones; más centrados en la tribuna universitaria, Alejandro Korn, Deodoro Roca o Saúl Taborda; ya en los años treinta, Leónidas Barletta, Eduardo Mallea, Raúl Scalabrini Ortiz o Ezequiel Martínez Estrada, todos duros polemistas, fuertemente subjetivos, pero también, de algu- na manera, expresión de los cambiantes consensos de la opinión. Su singularidad argentina, pregonada por la mayoría, debe sin duda matizarse con la referencia al fuerte peso del pensamiento europeo o latinoamericano contemporáneo, leído en libros y revistas, o escucha- do de primera mano en la voz de ilustres visitantes como José Ortega y Gasset, una de las influencias más notables en la cultura argentina, Eugenio D’Ors, los mexicanos José Vasconcelos y Alfonso Reyes y el francés Jacques Maritain, que revolucionó el mundo católico. No es fácil agrupar tantas individualidades en corrientes cohe- rentes. Sobre todo, la cuestión de la nacionalidad y el nacionalismo sirvió a menudo como puente para la modulación entre lo que a priori podría estar a la derecha o a la izquierda. Sin embargo, una caracte- rística saliente del período de entreguerras fue la coherencia y consis- tencia de una línea de pensamiento y de acción cultural que genérica- mente puede denominarse “progresista”. Fundada en la tradición libe- ral, pudo articularse con facilidad con el socialismo, y también con el comunismo después del giro de la Internacional Comunista de 1934; se sumaron motivos antiimperialistas y hasta indigenistas, pero final- mente el gran aglutinador fue la democracia, sobre todo cuando el avance del nazismo y la Segunda Guerra Mundial instalaron esta polaridad en todo el mundo. Más allá de sus orientaciones políticas, los progresistas valoraban la educación y la cultura, el progreso y la equidad social, que algunos, como Alfredo Palacios, empezaron a denominar “justicia social”. Una buena parte del progresismo, liberal y de izquierdas, se asentó en las universidades: la de Buenos Aires y sobre todo la de La Plata, bajo el maestrazgo de Korn. La otra base importante fue el Partido Socialista, y su principal agencia cultural, la Sociedad Luz. A lo largo de la década de 1930 el partido Comunista aportó a este emprendimiento sus intelectuales y todos aquellos que, sin vincula- ción orgánica, acompañaban al Partido. En otra zona del arco se ubica el Instituto Popular de Conferencias, la agencia cultural de diario La Prensa, y desde 1930 el Colegio Libre de Estudios Superio- 118 LUIS ALBERTO ROMERO res, entidad educativa y cultural que alojó a quienes no tenían un lugar adecuado en la Universidad. Entre los ámbitos de nucleamiento de la intelectualidad progre- sista están las editoriales y las revistas. Martín Fierro reunió en la década de 1920 a grupos de la vanguardia artística; luego muchos de ellos volvieron a encontrarse en Sur, que dirigió Victoria Ocampo. Predominaban entre ellos quienes defendían lo que se llamaba el arte puro. Los que privilegiaban la dimensión social de la actividad cultu- ral se reunieron en Claridad, una editorial y una revista, dirigidas por Antonio Zamora. Otras empresas más definidamente comerciales - como la Editorial Tor o luego el magazine Leoplán- formaron parte de este mundo de los libros, robustecido desde 1937 con la fundación de tres dinámicas empresas editoriales: Sudamericana, Losada y Emecé, que aprovecharon la experiencia de editores españoles emi- grados. Este conjunto heterogéneo de instituciones culturales oficiales y privadas, revistas, partidos y editoriales comerciales, tenía un ele- mento común, que animaba a sus militantes: había que “educar al pueblo”, poner a su alcance lo mejor de la cultura universal, un lega- do que debía ser asumido por quienes, así enriquecidos, asumirían la tarea civilizadora y progresista. Este mundo de lectores, con escasa preparación profesional, necesitaba de guía y orientación, y esa fun- ción cumplían las “bibliotecas” y “colecciones”: La cultura argenti- na, que dirigió Ingenieros, la Biblioteca Argentina, de Rojas, o las diversas series que lanzó Zamora desde Claridad. Se trató de una verdadera empresa cultural. Los libros debían ser baratos, reunir lo más valioso del acervo cultural -de Platón a Darwin- y, sobre todo, presentarlo de manera que pareciera accesible: así Freud era puesto al alcance de todos por el señor Gómez Nerea. Junto a esta línea estrictamente cultural, una segunda apuntaba a satisfacer los deseos de entretenimiento o evasión, de una sociedad con más tiempo libre, que consumía con avidez folletines o novelas sentimentales. Estas editoriales ofrecieron lo mejor de la novelística, desde Alejandro Dumas o Salgari hasta Zola o Dostoievski, con quie- nes la literatura incursionaba en los terrenos de la realidad social. A ella se llegaba, por otro camino, a través de estudios sobre la econo- mía, la cuestión de la salud, la vivienda o la educación, comparando LA ARGENTINA ENTRE LAS GUERRAS MUNDIALES 119 la situación argentina con experiencias novedosas, como la de Méxi- co o la Unión Soviética. En esta zona de la oferta editorial se mani- festaba con más claridad la fe en las posibilidades del progreso y la reforma, también presente en la literatura sobre la salud, la higiene, el cuidado del cuerpo y la vida sexual, temas que empezaban a ser abordados desde la perspectiva de la ciencia. El matrimonio moderno del Dr. Van der Welde, un prolongado éxito editorial, ilustra esta línea del proyecto cultural. No es fácil saber cuánto circularon estos libros baratos, aunque todos los testimonios indican que su presencia fue importante. El ámbito principal de difusión, el punto de contacto entre los intelec- tuales letrados y sus lectores populares eran las bibliotecas barriales, que surgieron como hongos en ciudades y pueblos. Allí circulaban los libros, aunque también servían para una función ritual, santifican- do el lugar, en anaqueles que permanecían cerrados. Sobre todo, en las bibliotecas populares se realizaban distintas actividades culturales que, de un modo u otro, rondaban este proyecto cultural: grupos teatrales o filodramáticos, grupos de lectura colectiva, cursos de ca- pacitación profesional, coros y, sobre todo, conferencias. Estas versa- ban en general sobre los mismos temas de la empresa editorial: un vasto abanico, de lo literario a lo social. Los conferencistas eran en general intelectuales vinculados a la agencias ya mencionadas -y tam- bién alguna notabilidad local-, pero en cada biblioteca popular había alguien -el bibliotecario, un maestro, un empleado público- con algu- na destreza intelectual y conocimiento del ambiente cultural, encarga- do de seleccionar a los conferencistas, tomar contacto con ellos y organizar el evento. Éste tenía una significación singular en estos mundos barriales, carentes de esparcimiento, que apenas empezaban a conocer el cine o la radio: no sólo se iba a escuchar y aprender; la asistencia era un ritual, una suerte de celebración laica, culta y pro- gresista, que consagraba al “ciudadano educado”, el mismo que -ya se verá- comenzaba a ser el sujeto de la nueva democracia. Las bibliotecas populares, frecuentemente anexas a las socie- dades de fomento, coexistían en el barrio con el club social y deporti- vo, el fútbol, el billar, los bailes o el juego. Ciertamente, la pertenen- cia no era excluyente, pero esos otros ámbitos de sociabilidad, tan importantes para entender la trama de la vida social, no constituían 120 LUIS ALBERTO ROMERO una alternativa intelectual o política. Pero en el barrio estaba también la parroquia, último eslabón de una institución jerárquica, estructurada y universal: la Iglesia Católica. Alrededor de ella es posible recons- truir una propuesta cultural alternativa a la del progresismo liberal y socialista. La Iglesia Católica de entreguerras fue moldeada por el papa Pío XI, quien optó por apartarla de los conflictos políticos y sociales en que los católicos estaban enfrascados -que conducían a profundas divisiones de su frente interno- para concentrar los esfuerzos en el plano espiritual, en ganar la batalla en las conciencias: Instaurare omnia in Christo. La Iglesia condenó militantemente el mundo mo- derno: liberalismo, protestantismo, masonería, socialismo, comunis- mo y, en general, todas las formas desviadas de la “vida moderna”, como los bailes, el cine o el trabajo de las mujeres, y agregó una buena dosis de antisemitismo. A la vez, ofreció una respuesta católica a cada problema de la vida moderna -un catolicismo integral- y una propuesta de combate: Cristo Rey encabezando los ejércitos de la Iglesia militante. La Iglesia argentina asumió plenamente ese programa. Desde 1928 bajo la conducción de los arzobispos Copello y Caggiano, ex- pandió de manera significativa su organización, multiplicando obispados y parroquias para cubrir densamente el territorio. A la vez se ocupó de ordenar y disciplinar las filas: los clérigos y también los católicos laicos, usualmente los más indisciplinados, cuyas organiza- ciones fueron subordinadas a la Acción Católica. Se formó un núcleo de intelectuales católicos orgánicos y coherentes, como nunca los había habido en la Argentina, reunidos en los Cursos de Cultura Católica, que dirigieron Atilio Dell’Oro Maini y Tomás Casares, y en la revista Criterio, dirigida desde los treinta por monseñor Gustavo Franceschi, el ideólogo de la jerarquía eclesiástica. Hubo teólogos y escritores destacados, como los padres Derisi, Castellani o Meinvielle, e infinidad de divulgadores y polemistas bien entrenados, dedicados a denunciar los males de la sociedad y a proponer para cada uno de ellos una solución católica. Lo más notable de este movimiento intelectual fue su capaci- dad para incluir y subsumir otras manifestaciones, hasta entonces poco orgánicas, del pensamiento de derecha o conservador: el de la LA ARGENTINA ENTRE LAS GUERRAS MUNDIALES 121

Liga Patriótica, el nacionalismo hispanista, los maurrasianos y aun otros simplemente conservadores o tradicionalistas que, sobre todo después del Congreso Eucarístico Internacional de 1934 -una impre- sionante manifestación-, aceptaron el tutelaje intelectual de la Iglesia. La clave de este triunfo se halla en la formulación de una propuesta para la controvertida identidad nacional: éramos una nación católica. El mundo católico desarrolló un sistema educativo propio y bien organizado, y allí se nutrió de activistas y de “vocaciones”, pero no abandonó nunca el designio de conquistar la escuela pública, a la que llamaban “escuela sin Dios”. Avanzó entre las clases altas y sobre todo conquistó al Ejército, como mostró el historiador Loris Zanatta (1996): a mediados de la década de 1940, los oficiales de tradición liberal estaban arrinconados y a la defensiva, frente a la marea de quienes creían en la “nación Católica” y en la misión man- comunada de “la espada y la cruz”, para enfrentar al liberalismo, el comunismo y los judíos. Los jóvenes militantes de la Acción Católica fueron los activistas de la expansión de esta propuesta cultural, pero la acción capilar estuvo a cargo de miles de curas párrocos, muchos formados en la militancia de Acción Católica. Las parroquias cum- plían en los barrios muchas funciones similares a las de las socieda- des de fomento o las bibliotecas populares, salvo que no apreciaban mayormente los libros y censuraban la lectura de la mayoría de los que circulaban por aquéllas. El trabajo de los párrocos consistía en llevar a cada rincón el mensaje católico, denunciar o contrarrestar otras voces, ya fuera de los protestantes, los socialistas o, simplemen- te, los jóvenes que querían leer novelas, ir al cine, bailar y divertirse. Pero su tarea principal era lograr que los niños tomaran la primera comunión y aceptaran su inclusión formal en el universo católico, una manera de demostrar que efectivamente la inmensa mayoría de los habitantes eran católicos.

El conflicto político Ambas concepciones, que eran culturales y políticas a la vez, compitie- ron entre sí y llegaron finalmente a un combate claro. Éste se dirimió en las elecciones de febrero de 1946, en un escenario político democrá- tico. En muchos sentidos, esas elecciones son una bisagra: la culmina- 122 LUIS ALBERTO ROMERO ción de un largo proceso de gestación de la tradición política democrá- tica en la Argentina, y el inicio de una tradición nueva, no fácil de resumir en una palabra, que llega hasta nuestros días. Las bases institucionales de la democracia política fueron fija- das en 1912 con la ley Sáenz Peña; sin embargo, el verdadero proce- so de construcción de la ciudadanía es posterior a ella. Antes de 1912, votar interesaba a pocos y una de las singularidades de la ley era que obligaba a los ciudadanos a hacerlo: “¡Quiera el pueblo votar!”, afir- mó imperativamente el presidente Sáenz Peña. La apelación tuvo un éxito notable: los partidos se poblaron de afiliados y la participación electoral creció sostenidamente a lo largo de la década de 1920, hasta llegar a la cifra normal de 85%: los votantes creían en la limpieza y en la eficacia del sistema. Los nuevos partidos políticos -en especial la Unión Cívica Ra- dical- desarrollaron organizaciones y maquinarias adecuadas a las nuevas necesidades. La UCR tuvo una red de comités en todo el país, presididos por el retrato de Hipólito Yrigoyen, y una masa de dirigen- tes locales, muchos reclutados en la vieja política y otros que enton- ces se iniciaban. Al menos nominalmente, un sistema de democracia interna consagraba las direcciones regionales y nacionales, mientras que un programa, y además una doctrina, daba cohesión ideológica al conjunto. Junto con otros procesos, la política aportó lo suyo a la nacionalización: un líder, cuya figura era conocida por todos -se re- partían mates o pañuelos con ella-, un conjunto de ideas básicas, y un ethos compartido. La UCR fue el primero de los partidos políticos modernos. En muchos casos -sobre todo en las provincias más tradiciona- les- se construyó con fragmentos de las antiguas fuerzas políticas, que buscaron un lugar junto a la estrella ascendente, y los mecanis- mos de movilización popular no fueron demasiado distintos de los tradicionales. Pero en las regiones más modernas, en las grandes ciudades y en la “pampa gringa” de los chacareros, la constitución de la ciudadanía fue más profunda y consciente. La práctica asociativa, de las cooperativas, los sindicatos o las sociedades de fomento, fue una escuela para la participación política: hablar, discutir, acordar y disentir, aceptar o asumir liderazgos. Por otra parte, esas instituciones debían relacionarse con agentes del estado, de modo que también LA ARGENTINA ENTRE LAS GUERRAS MUNDIALES 123 hubo un aprendizaje de la gestión pública. Pero, además, libros, bi- bliotecas y conferencias formaron al ciudadano educado y consciente, conocedor de los problemas y del espectro de soluciones propuestas y núcleo consistente de la nueva política democrática. Finalmente, al igual que la Universidad de la Reforma, el mundo asociativo -tan vigoroso en la entreguerra- fue un semillero de nuevos dirigentes políticos, que encontraron en los comités locales el camino para en- trar en la política, convertida así en una vía adicional para la movili- dad social. En estos sentidos, la nueva política democrática enlazó con la sociedad democrática y afectó a quienes se sentían merecedores de los viejos privilegios. Luego de que se atenuó algo el coro general de beneplácito que acompañó la reforma política, comenzaron a escu- charse sus quejas: la democracia instala en el gobierno a la chusma - se decía-, y sólo sirve para elegir demagogos. La legitimidad democrática de los presidentes radicales -Alvear y sobre todo Yrigoyen- fue impecable. En el caso de Yrigoyen -la figura más destacada de este período que se cierra en 1930- pertene- ció a la variante plebiscitaria de la democracia, antes que a la republi- cana y liberal, lo que sin duda constituye un rasgo común de la época en que Max Weber propuso el concepto de “líder carismático de masas”. Las credenciales republicanas de Yrigoyen no fueron mu- chas: no creía demasiado ni en la discusión racional ni en la división de poderes y, siempre que pudo, ignoró al Congreso. Afirmaba tener un mandato popular no condicionado para regenerar las instituciones de la república; estaba convencido de que el ideario radical -la “causa regeneradora”- se identificaba con la nación y que sus adversarios - “el régimen falaz y descreído”- no pertenecían exactamente a ella. Esto contribuyó a darle a la política un sesgo faccioso muy pronunciado. Se acentuó a medida que sus adversarios descubrían que, además, Yrigoyen había montado una maquinaria electoral, robustecida con los aportes del estado, prácticamente imbatible. En la oposición fueron sumándose los derrotados del “antiguo régi- men” y los sectores propietarios, alarmados por la ineficiencia de Yrigoyen -que atribuían más en general a la democracia-, sobre todo después de la crisis de 1919. En torno de la Liga Patriótica, y de otras instituciones de discusión intelectual, fue desarrollándose 124 LUIS ALBERTO ROMERO la idea de un gobierno de tipo autoritario -“la hora de la espada”, anunciada por Leopoldo Lugones en el Discurso de Ayacucho-, en el que los representantes corporativos de los intereses de la socie- dad negociaran con el estado, prescindiendo del escenario democrá- tico. Más cerca de 1930 -luego del espectacular triunfo de Yrigoyen en 1928- se sumó un grupo de intelectuales inspirado en las ideas de Maurras, con influencia entre algunos jefes militares. Pero el aporte decisivo lo dio una buena parte de la ciudadanía democrática, con- vencida de que era posible sanear la democracia, corrompida por el demagogo, mediante una revolución que, como en 1890, 1893 y 1905, sería a la vez cívica y militar. Se equivocaron, pues 1930 no marcó la restauración de la de- mocracia sino la incorporación del Ejército al gobierno del estado. Pero los ciudadanos que creían en la democracia, yrigoyenistas y antiyrigoyenistas, tuvieron sin embargo fuerza para detener el intento de reforma corporativa de las instituciones, propiciado por Uriburu. En lugar de eso, el presidente Justo optó por mantener toda la norma- tiva constitucional -indispensable para una ciudadanía educada, que no admitía su remplazo- sólo que violando sistemáticamente el man- dato del sufragio, al principio mediante la proscripción de los radica- les y luego con el fraude sistemático. El gobierno de Justo se apoyó en los muchos fragmentos del viejo régimen político subsistentes en las provincias -algunos conser- vadores, otros radicales antipersonalistas- articulados en la frágil “Con- cordancia”, que nunca llegó a ser un partido. Por eso, el poder se fue asentando cada vez más en el Ejército, que calladamente avanzó en el estado y en el imaginario político, identificándose a sí mismo con la Nación: por entonces, San Martín se convirtió en el héroe máximo, muy por encima de los otros patriotas, pues una Nación debía tener un prócer. Simultáneamente, el Ejército fue catequizado por la Iglesia Católica, que difundió su mensaje integrista: en la “nación católica”, la Espada era respaldado por la Cruz. Una cruz monumental, precisa- mente, se erigió en Palermo en 1934, con motivo de la celebración del Congreso Eucarístico: la Iglesia podía ofrecer a quienes encarna- ran la nación un importante apoyo de masas y un sólido sostén ideo- lógico, pues la idea de “nación católica” fue articulando las distintas corrientes conservadoras y nacionalistas. LA ARGENTINA ENTRE LAS GUERRAS MUNDIALES 125

Las ideas democráticas y progresistas volvieron a ocupar un lugar destacado en el escenario político hacia 1936. Contribuyó la apelación de la intelectualidad de los países occidentales a la consti- tución de frentes populares para detener al fascismo, y la moviliza- ción generada por la Guerra Civil Española: en ambos casos la demo- cracia ocupaba el centro del discurso. Por otra parte, desde 1936 se notó una nueva tensión en el mundo sindical, donde socialistas y comunistas pusieron en movimiento a los sindicatos e iniciaron un ciclo de militancia y huelgas que se prolongó por diez años. Por otra parte la UCR, dirigida por Marcelo de Alvear, abandonó la absten- ción electoral, que mantenía desde 1931. En la celebración del 1º de mayo de 1936 participaron conjuntamente los dirigentes sindicales, los partidos Socialista, Demócrata Progresista y Comunista y muchas figuras del mundo intelectual y cultural; fue invitado el doctor Alvear, sugestivamente presentado como “obrero de la democracia”. La cam- paña presidencial de Alvear en 1937 recogió motivos de la discursividad frentepopulista, cuidadosamente dosificados por el diri- gente radical. Fue una fórmula política fracasada: en 1937 fueron derrotados por el fraude y, luego, la cohesión de las fuerzas políticas no se pudo mantener; pero como movimiento cultural e ideológico el frente popular se mantuvo vivo, estimulado por el clima de creciente polarización generado por la Guerra Mundial. Frente a él se constituyó una suerte de Frente Nacional. Así lo denominó en 1936 Federico Pinedo y, aunque el nombre no se oficializó, su espíritu se ajustó a la denominación. Su composición era heterogénea, pues integraba a conservadores de vieja prosapia con las diversas co- rrientes nacionalistas, simpatizantes en algunos casos de las potencias fascistas y, en otros, defensoras de la neutralidad argentina ante un conflicto que calificaban de “interimperialista”. Se sumaban otras cuer- das de la sensibilidad nacional: quienes buscaban el “ser nacional”, los revisionistas históricos, que reivindicaban la figura de Rosas, los que cultivaban el criollismo o el nativismo gauchesco. Otra fuente de na- cionalistas eran las Fuerzas Armadas, preocupadas por la situación estratégica de la Argentina en un mundo en guerra y defensoras -como ya se señaló- de políticas económicas autárquicas, que debían respal- darse en una nación homogénea, galvanizada por una doctrina nacio- nal. Finalmente, se sumaban a este frente los católicos, que a esa altura 126 LUIS ALBERTO ROMERO habían demostrado una gran capacidad para el activismo militante y la movilización de masas; tenían algunos objetivos propios definidos: la enseñanza religiosa en las escuelas públicas y, en general, la posibili- dad de controlar las instituciones culturales y los medios de comunica- ción. Pero además, como se señaló, supieron integrar y homogeneizar distintas expresiones de la militancia nacionalista. Al igual que el Fren- te Popular, era más clara la afinidad cultural e ideológica que su mani- festación política, salvo cuando se trataba de criticar la tradición que ellos llamaban “liberal”. El problema principal para que el frente popular de los progre- sistas se convirtiera en una alternativa política era que en la Argentinas faltaba quien cumpliera la función aglutinadora de Hitler o Mussolini para agrupar, por oposición, sus distintos fragmentos. Ni el general Justo ni el presidente Castillo daban el perfil. La Revolución del 4 de Junio de 1943 les resolvió el problema a los progresistas. Los militares simpatizaban visiblemente con el Eje y convocaron a intelectuales y militantes del integrismo católico y el nacionalismo, que se instalaron preferentemente en las instituciones culturales. Así, finalmente, se esta- bleció la enseñanza religiosa en las escuelas. Por otra parte, el gobierno militar no encontraba el rumbo, se dividía en infinitas facciones y, sobre todo, el Eje se derrumbaba a ojos vistas, de modo que todo parecía propicio para que la Unión Democrática -versión política light del Frente Popular- arrinconara al régimen militar, forzara una salida electoral y triunfara. La Unión Democrática, heredera de la tradición democrática hondamente arraigada en la sociedad, entusiasmaba y con- vocaba a movilizaciones masivas, como la de septiembre de 1945, tanto o más numerosa que la histórica jornada de octubre. En ese punto, el coronel Perón cambió los datos del juego. Desde la Secretaría de Trabajo y Previsión se dedicó a atraer a los dirigentes sindicales, especialmente a los socialistas. Los trabajadores obtuvieron, por obra del estado, muchos de los reclamos por los que venían luchando inútilmente desde 1936 y, a la vez, Perón estimuló con vigor y entusiasmo la organización sindical. La maniobra de Perón era más compleja, pues al tiempo que agitaba el movimiento obrero, hablaba a los dirigentes empresarios, y a sus colegas milita- res, acerca de los peligros de la posguerra y de un movimiento sindi- cal fuerte y dirigido por socialistas y comunistas. El “bombero LA ARGENTINA ENTRE LAS GUERRAS MUNDIALES 127 piromaníaco” estimuló el activismo gremial y a la vez se ofreció como el único capaz de dominarlo. Esta segunda parte de la maniobra no resultó; los dirigentes empresarios no lo acompañaron en esa cru- zada que, de alguna manera, se asemejaba a la de monseñor De Andrea en 1919: dar antes de perderlo todo. De ahí que, a lo largo de 1944 y 1945, Perón profundizó su apelación a los trabajadores y radicalizó los contenidos de su mensaje. Por este camino, quien se postulaba como heredero de la Revo- lución de Junio le arrebató al Frente Popular su pieza clave: el movi- miento sindical. Ciertamente entre ellos, como en todos los otros sectores, hubo divisiones, pues Perón provocó un reagrupamiento ge- neral de las fuerzas. Pero se quedó con la totalidad del movimiento sindical, salvo algunos dirigentes fieles a los viejos principios, aban- donados por sus bases. El movimiento peronista -que todavía no se llamaba así- era mucho más que esto: lo integraba la “vieja banda” de los militares y la Iglesia, supérstites de la Revolución de Junio, y muchos dirigentes reclutados en las fuerzas políticas tradicionales. En plena campaña, y gracias a la imprudencia del embajador norteameri- cano Braden, Perón pudo librarse del sambenito de pronazi y conver- tirse en campeón del antiimperialismo. Con todo, su programa y sus discursos no fueron sustancialmente distintos de los de la Unión Democrática. Perón se cuidó bien de acotar la presencia de católicos y nacionalistas, a quienes juzgaba “piantavotos”, y descartó cualquier consigna integrista. El mismo acento en las refor- mas sociales se encuentra en el discurso de Perón y de los candidatos de la Unión Democrática, así como una confianza común en la demo- cracia, que estos interpretaban más ligada a los principios liberales y los peronistas a los aspectos “reales” o sustantivos, cuya concreción no debía ser trabada por cuestiones “formales”. Perón triunfó, finalmente, por un margen relativamente exiguo.

Cierre y apertura 1946 es en muchos sentidos, más que un cierre, una apertura. El proceso de democratización de las relaciones sociales, característico de la Argentina moderna, recibió un nuevo impulso durante la década peronista. Esto fue resultado de una coyuntura económica excepcio- 128 LUIS ALBERTO ROMERO nalmente favorable y de un estado providente, preocupado por la justicia social, cuya acción debía complementar y no sustituir los ya tradicionales mecanismos de movilidad e integración. La incorpora- ción de nuevos sectores a los beneficios de la Argentina próspera fue acelerada y, como ocurre en estos casos, provocó rispideces, resisten- cias y rechazo: nada muy grave. La democratización de la vida política también recibió un nue- vo impulso: el voto femenino duplicó el número de ciudadanos, los derechos sociales se terminaron de integrar con los derechos políticos y, en general, la participación política fue fuerte, activa y comprome- tida. Esto ocurrió bajo la conducción de un movimiento político que también creía ser la encarnación de la nacionalidad y propuso una nueva versión de la “doctrina nacional”, esa recurrente y nefasta ob- sesión argentina. El movimiento político se entrelazó -no es fácil encontrar los límites- con un Estado que empezó siendo autoritario y terminó como totalitario. Juntos imprimieron a la política un tinte fuertemente faccioso, identificando con la “antipatria” a los adversa- rios, que pagaron con la misma moneda. Esto fue muy grave. Así, la nacionalización de las masas, a la que hacíamos refe- rencia al principio, se desarrolló ampliamente, pero al amparo de un Estado autoritario, que se hizo cargo de “educar al pueblo”. Lo hizo en un contexto ideológico nacionalista, populista, católico, antiliberal y claramente hostil a cualquier manifestación de la izquierda: el “pue- blo peronista” quedó inmunizado contra lo que comúnmente denomi- naban “la zurda”. Delfina Bunge de Gálvez acertó con su pronóstico. No se trata aquí de hacer un balance de todo esto: los historia- dores suelen recordarle a los ciudadanos que las cosas buenas, como las malas, nunca están todas juntas en un mismo lugar. Pero, con seguridad, el peronismo cerró el camino -no se si para siempre, pero al menos por mucho tiempo- al proyecto político, pero sobre todo cultural, que en el período de entreguerras animaron liberales, socia- listas y progresistas. En ese sentido, 1946 cierra una etapa.

Nota

1. Este texto integra los resultados de diversas investigaciones, realizadas con el apoyo del Conicet, la Universidad de Buenos Aires, a través de sus proyectos Ubacyt, y la Fundación Antorchas. LA ARGENTINA ENTRE LAS GUERRAS MUNDIALES 129

Referencias

Barrancos, D. (1998). La escena iluminada. Buenos Aires: Biblos,. Botana, N. (1977) El orden conservador. La política argentina entre 1880 y 1916. Buenos Aires: Sudamericana. Buchrucker, C. (1987). Nacionalismo y peronismo. La Argentina en la crisis ideológi- ca mundial (1927-1945). Buenos Aires: Sudamericana. Cattaruzza, A. (1997). Marcelo T. de Alvear. El compromiso y la distancia. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. De Privitellio, L. (1997) Agustín Pedro Justo. Las armas en la política. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. Del Campo, H. (1983). Sindicalismo y Peronismo. Buenos Aires: Clacso. Fodor, J.y A.O’Connell (1973). La Argentina y la economía atlántica en la primera mitad del siglo XX, Desarrollo Económico, 49. Halperin Donghi, T. (2000) Vida y muerte de la república verdadera (1910-1930). Buenos Aires: Ariel Historia. Gutiérrez,L. H. y L. A. Romero (1995). Sectores populares, cultura y política. Buenos Aires en la entreguerra. Buenos Aires: Sudamericana. Llach, J. J. (1984). El Plan Pinedo de 1940, su significado histórico y los orígenes de la economía política del peronismo. Desarrollo Económico, 92. Mustapic, A. M. (1994). Conflictos institucionales durante el primer gobierno radical, 1916-1922. Desarrollo Económico,93. Prieto, A. (1988). El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna. Buenos Aires: Sudamericana. Rock, D. (1977). El radicalismo argentino, 1890-1930. Buenos Aires: Amorrortu Editores. Romero J. L. (1998). El desarrollo de las ideas en la sociedad argentina del siglo XX. Buenos Aires: AZ. Romero, L. A. (2001) Breve historia contemporánea de la Argentina. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica, 2a ed. Sarlo, B. (1985). El imperio de los sentimientos. Buenos Aires: Catálogos. Sigal, S. (1991). Intelectuales y poder en la década del sesenta. Buenos Aires: Puntosur. Torre, J. C. (1990). La vieja guardia sindical y Perón, Buenos Aires: Sudamericana. Zanatta, L. (1996). Del estado liberal a la nación católica. Iglesia y Ejército en los orígenes del peronismo. Bernal: Universidad Nacional de Quilmes.

SABER Y TIEMPO 11 (2001). 131-152 Separata 178.11

TECNOLOGÍA ENTREGUERRAS

Tomás Buch INVAP S.E., Bariloche

¿Qué vamos a historiar? Quien se proponga historiar la tecnología en la Argentina se encuentra ante un desafío múltiple. Se trata, en efecto, de un terreno muy poco hollado, a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, con las ciencias o las artes. El hecho de que la tecnología no haya despertado el interés de los historiadores argentinos tal vez sea un reflejo lejano de la actitud de los filósofos atenienses, para los cuales las actividades técnicas y artesanales estaban en un nivel social muy inferior al de la búsqueda desinteresada de la Verdad y la Belleza. Esta actitud se refleja en nuestra tradición educativa, tan alejada de las actividades productivas como de las realidades sociales. Otra razón puede ser su carácter interdisciplinario, que difumina en alguna medida sus límites. La tecnología es demasiado transversal, está demasiado imbricada con la economía industrial y agraria, con la historia militar, con los aspectos generales de la vida diaria en las diversas épocas, para destacarse con un perfil propio. Forma el fondo sobre el que se mueven como figuras los actores de los acontecimien- tos históricos, ya que, en último análisis y en toda su generalidad, la tecnología sólo es la manera de hacer las cosas en cierto momento y lugar. Por otra parte, sólo recientemente se comienza a reconocer la tecnología como un área del conocimiento por derecho propio, y aun allí se mezcla epistemológicamente con la ciencia, con las técnicas, con la ingeniería. Hay incluso dudas y confusiones sobre su misma definición, ya que, según algunos, sólo merece el nombre de tecnolo- gía aquella que aplica conscientemente el conocimiento científico al quehacer productivo. Nosotros no compartimos ese criterio. Para no- sotros, el concepto es mucho más amplio, y abarca tanto las herra- 132 TOMÁS BUCH mientas y técnicas de origen prehistórico como la estructuración del espacio y el tiempo propia de cada cultura y los métodos organizativos empleados en la industria (Buch, 1999). El impacto de la ciencia es, en todo caso, lo que distingue la tecnología contemporánea de las prácticas más antiguas. Las ciencias, especialmente las ciencias “du- ras”, han contraído con la tecnología un matrimonio de conveniencia o una relación simbiótica que es cada vez más estrecha desde el advenimiento de la “gran ciencia” que se produjo en los países cen- trales hacia fines del período que contemplaremos en este trabajo. En el lapso entre las dos guerras mundiales, la tecnología no fue, en el mundo y con más razón en nuestro país, un tema de preocupación tan específico como lo es en la actualidad, en que su nombre es una de las palabras más frecuentemente empleadas, aunque muchas veces se distorsione su sentido. Lo que sí aparece con frecuencia en la historiografía argentina es la preocupación por el desarrollo económi- co, que según muchos estaba íntimamente ligado al crecimiento de la industria, más que a la expansión de la producción agropecuaria, cuyo predominio se daba como dato incuestionable de la realidad. La indus- tria, en rigor, había comenzado a crecer muchos años antes, sobre la base de capitales cuyo origen era en parte agrario. Esta industria primaria a veces mantenía una relación un tanto conflictiva con una estructura económica basada en la exportación de granos y carnes. No existía en el país ningún grupo social con poder que estuviese vitalmente interesado en la creación de una industria moderna. La industria exis- tente, ya bastante desarrollada, miraba exclusivamente al mercado interno, y substituía importaciones cuando éstas no podían llegar, fuese por razones externas o por su carácter perecedero (Schvarzer, 1998). Esta industria, que durante muchos años creció en forma conti- nua pero fuertemente distorsionada, marcó un estilo idiosincrático que la producción industrial argentina no logró superar hasta épocas muy recientes, y aun entonces sólo parcialmente. Consistió en una peculiar mezcla de desidia empresaria e ingeniosidad técnica que hizo un genuino aporte tecnológico de relativa originalidad. Este esti- lo de desarrollo deformado fue bautizado por H. Thomas con el iróni- co apelativo de “Surdesarrollo” (Thomas, 1995). La Primera Guerra Mundial llevó bruscamente a la conciencia del país en qué enorme medida nuestra economía era dependiente del TECNOLOGÍA ENTREGUERRAS 133 flujo de bienes provenientes del exterior. Reveló también que, bien o mal, estábamos en condiciones de proveer a muchas de nuestras ne- cesidades por nuestros propios medios. Ante la interrupción del flujo de bienes importados durante la contienda, floreció temporariamente la producción nacional, como veremos más adelante. Pero ese floreci- miento duró poco. Ni bien se restablecieron las relaciones normales con el mundo exterior, la industria nacional volvió a marchitarse por diez años más.

La Revolución “FF” En realidad, en nuestra historia ocurrió una sola Revolución Tecnoló- gica: aquella asociada con el advenimiento paralelo del ferrocarril y del frigorífico (“Revolución FF”). Si bien ya antes el país exportaba cueros y carnes saladas e importaba de todo, sólo la Revolución FF incorporó plenamente el país al circuito económico mundial. Decimos que se trató de una verdadera revolución tecnológica, porque se basó exclusi- vamente en avances cuyo impacto económico y social fue consecuen- cia de su impacto tecnológico: la posibilidad de la conservación de la carne sin perder su buen aspecto y sabor, y de su llegada a los centros de consumo en un tiempo mucho más breve que antes, cuando las carnes secas o saladas sólo servían para alimentar esclavos. También formaron parte de este circuito, además de los alambrados y los moli- nos de viento, los barcos de vapor, que redujeron a una fracción el tiempo de acceso a los mercados, y el telégrafo que establecía en forma instantánea las cotizaciones de nuestros productos en los mercados de destino. Entre aproximadamente 1870 y 1890 la Revolución FF instaló plenamente a nuestro país en el circuito económico mundial, como uno de los principales proveedores de alimentos. Las consecuencias de la Revolución FF se extendieron por va- rias décadas, y dieron origen a la Argentina próspera y pujante de la época del Centenario de la Revolución de Mayo (1910) y del estallido de la Primera Guerra Mundial. En esa época, nuestro PIB per cápita era mayor que el de Francia, Canadá y Australia y nuestra burguesía porteña tenía más automóviles, más teléfonos y más energía eléctrica que la mayoría de los habitantes de las capitales europeas. Esa es la época que recuerdan quienes después se preguntaron en qué momento 134 TOMÁS BUCH nuestra historia se desvió de lo que parecía el camino desbrozado hacia el pleno desarrollo; cuál era la diferencia entre aquellos países y el nuestro, para que nuestra historia hubiese sido tan diferente de la de aquellos con los que nos podíamos comparar con orgullo. La Revolución FF también contribuyó a ensanchar la brecha que se abría desde mucho antes entre Buenos Aires y el interior, que había visto un desarrollo importante de las economías regionales des- de antes del siglo XIX. En cambio, la llegada del ferrocarril arruinó gran parte de esta industria, al inundar el interior con los productos importados baratos -en gran medida de Inglaterra- y sólo permitió el crecimiento de las industrias de exportación, como la del azúcar y el vino. Los principales capítulos o segmentos en que puede dividirse la histo- ria de nuestra tecnología en las décadas del período entre las dos grandes guerras, distinguen entre la tecnología industrial privada, el crecimiento de la empresa petrolera estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) y los esfuerzos de algunos militares en el contexto de una concepción amplia de una estrategia nacional o nacionalista que abarcaba el desarrollo industrial en el concepto de soberanía. El primer aspecto nos muestra un sector industrial con un dinamismo de caracte- rísticas singulares; cada uno de los otros dos se asocia al nombre de sendos jefes militares que pasaron a la historia: Mosconi y Savio. Pero hay otros capítulos que también deben esbozarse, porque la tecnología no abarca sólo la industria y sus productos, sino tam- bién el agro, la salud pública, las comunicaciones, los transportes y todos los demás sectores del quehacer de un país. Y no se refiere tan sólo a la creación de tecnologías propias en todas esas áreas, que en ningún caso fue significativa, sino sobre todo a las modalidades de su empleo. Por ejemplo, en lo que se refiere a la salud pública, la Argenti- na tiene una larga historia de investigaciones y también de control de plagas, y producción y difusión del uso de vacunas, iniciada con la creación de la Oficina Sanitaria, en 1893. Su primer director fue Carlos G. Malbrán, cuyo nombre aún hoy lleva el Instituto, inaugura- do en 1916, de “Bacteriología, Química y Vacuna Antivariólica”, que merece ser incluido en este artículo porque desarrolló tempranamente la tecnología de producción de vacunas y sueros (Sordelli, 1938). TECNOLOGÍA ENTREGUERRAS 135

Cierto papel, aunque tan sólo anecdótico, en la historia indus- trial temprana de nuestro país también juega la imaginativa idea de Bailey Willis, quien entre 1911 y 1914 visitó la Patagonia y propuso su industrialización, extendiendo la red ferroviaria nacional a esa zona. En el Nahuel Huapi, en especial, propuso el aprovechamiento del caudal del Río Limay en su embocadura como fuente de energía hidroeléctrica, para instalar allí una gran ciudad industrial, donde, entre otras industrias, se industrializaran localmente las lanas produ- cidas por las numerosas ovejas de la Patagonia. Por su ideología industralista y su entusiasmo, el proyecto de Bailey Willis parece estar sacado directamente de una novela de Julio Verne (Bailey Willis, 1988). Pero no tuvo consecuencias.

La expansión agraria Uno de los factores que tuvieron la virtud de impulsar cambios en el agro argentino cuando estalló la Primera Guerra Mundial fue el cese del enorme flujo de inmigrantes, parte de los cuales, aunque no la mayoría, había encontrado trabajo más o menos precario en el campo. A pesar de ello, la falta de mano de obra en el campo impulsó una primera oleada de mecanización de las faenas agrícolas, lo cual a su vez motivó la producción local de esas maquinarias. Tal producción muchas veces fue iniciada por herreros y mecánicos y empleaba una tecnología de nivel relativamente poco sofisticado; no incluía los tractores, ya que la tracción de estas máquinas era en general a sangre. (Obschtako, 1984). La principal motivación de este aporte tecnológico no fue el mejoramiento de los rendimientos ni la reducción de costos de producción sino el reemplazo de mano de obra humana por el trabajo animal, primero, y por tractores más tarde. Pero el crecimiento cuanti- tativo de la producción agropecuaria se debió sobre todo a la expansión territorial, al aumento de las áreas explotadas y no a aumentos de rendimiento por la incorporación de tecnología y al mejoramiento de las técnicas productivas. A pesar de que su impacto no fue muy profundo, desde relati- vamente temprano se comenzaron a hacer algunos estudios para me- jorar la producción agraria. Dado que la base fundamental de la eco- nomía argentina estaba en el agro, esto era natural, y sorprende que 136 TOMÁS BUCH su impulso no hubiese sido más intenso y decisivo. El primer Institu- to Agrícola que efectuó estudios para mejorar la producción agraria había sido establecido por la Sociedad Rural en 1870. Se hicieron otros intentos para establecer Institutos Agrotécnicos, entre ellos la Estación Experimental de Pergamino, donde se comenzaron a hacer estudios genéticos sobre el maíz desde la década de 1920. Para ello, se contrató allí a un especialista extranjero, el genetista norteamerica- no Bregger, quien creó algunas variedades de maíz híbrido. Pero después no se le renovó su contrato y las investigaciones, realizadas más tarde en el Ministerio de Agricultura de Santa Fe y en la Facul- tad de Agronomía y Veterinaria de Buenos Aires, y luego también en Pergamino, no condujeron al registro de los primeros híbridos utiliza- bles hasta 1945; poco después de 1950, también se comienzan a realizar esfuerzos privados en el mismo sentido (Obschatko, 1984). La creación del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) sólo data de fines de 1956, el mismo período histórico en que se crearon el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI) y el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet). Es llamativo que, frente al hecho de que la riqueza de la Argentina descansaba fundamentalmente en la producción agraria, no se hiciese un esfuerzo más intenso y más temprano para lograr un mejoramiento de los rendimientos por aportes de tecnología en la época de expan- sión y, más aún, cuando ésta iba llegando a sus límites físicos durante la década de 1920. El mito de la riqueza inagotable de las pampas argentinas se mantuvo incólume hasta en períodos del más franco estancamiento de la producción agraria, durante la década de 1940, cuando el desaliento del agro por la política de transferencia de me- dios a la industria fue más manifiesta. Tan sólo en la década de 1970 se produjeron aportes masivos de tecnologías modernas de explota- ción, como el uso de agroquímicos y de semillas de variedades per- feccionadas.

La industria argentina es más antigua de lo que creemos Con respecto al desarrollo industrial argentino, hay una difundida versión que establece el momento de su mayor crecimiento en la década de 1940, en especial gracias al importante transvasamiento de TECNOLOGÍA ENTREGUERRAS 137 medios económicos del agro a los sectores industriales producidos durante el peronismo. Si bien es cierto que éste fomentó consciente- mente la industrialización del país, el comienzo de la industria nacional es mucho más antigua, y data de la misma época que la Revolución FF. A principios del siglo XX la Argentina ya poseía una industria importante (Schvarzer, 1998) formada por miles de empresas grandes y pequeñas, que empleaba grandes masas de obreros. La rama más importante de la industria estaba formada por los frigoríficos, funda- mentalmente de capitales ingleses. Otras industrias trabajaban para el mercado interno, y muchas de estas empresas existen aún, como la cervecería Quilmes, la cristalería Rigolleau, Alpargatas, Bagley. Otras han desaparecido, como las metalúrgicas Tamet y La Cantábrica. Los orígenes de estas empresas eran diversos. Algunas habían sido forma- das por animosos inmigrantes, que aprovechaban sus conocimientos, muchas veces artesanales, y tras un comienzo modesto crecieron poco a poco; otras eran de capitales argentinos, generalmente vinculados a la gran burguesía terrateniente; otros eran propiedad de intereses ex- tranjeros, pero su dirección residía en el país porque la distancia hacía impráctica una gestión remota. Salvo los casos de algunos talleres, la característica general de gran parte de estas industrias era su poco dinamismo. Habían impor- tado maquinarias (o sea, “tecnología encarnada”) de los países cen- trales: Inglaterra, Alemania, Estados Unidos, pero eran sumamente reacios a renovar los equipos, vigilar los costos de producción o introducir mejoras técnicas tan elementales como el uso de tolvas para el transvasamiento de granos, en vez de transportarlo en las clásicas bolsas (Schvarzer, 1996) Durante la Primera Guerra Mundial este sistema entró en cri- sis, porque dejaron de llegar al país gran parte de los materiales, repuestos y productos de importación. Tal situación hizo necesario que la industria local hiciese un enorme esfuerzo para suplir en lo posible la falta de acceso a los mercados internacionales. Ese esfuer- zo fue exitoso, porque consiguió evitar en gran medida las escaseces. La industria textil, la de maquinarias, la generación de energía, la producción de petróleo, aumentaron en proporciones importantes. Pero la falta de confianza de los consumidores en los productos nacionales era tal que se llegó a falsificar las evidencias del origen nacional de 138 TOMÁS BUCH muchos de ellos, haciéndolos pasar por importados. Cuando el fin de la guerra hizo que se restablecieran poco a poco las condiciones normales de comunicación con los países de ultramar, muchas de estas industrias languidecieron y ya no pudieron enfrentar la competencia con los pro- ductos importados. Tal como en los tiempos de la Revolución FF, o sea a los comienzos de la industrialización hacia el último cuarto del siglo XIX, tampoco esta vez las fuerzas económicas dominantes mostraron interés en el progreso de la industrialización del país, y ni siquiera el radicalismo en el gobierno tomó medidas para sostener la industria, a pesar de su actitud nacionalista en algunos temas, como por ejemplo el del petróleo (Mayo et al., 1976). Un intento de establecer una protec- ción arancelaria para la industria hecha por un ministro de Alvear (Imaz, 1974) a propuesta de Alejandro Bunge terminó con la renuncia del ministro, de la misma forma en que el debate de la década de 1870 en la Cámara de Diputados de la Nación había terminado con el recha- zo de toda medida proteccionista. Tan sólo en 1924 una ley volvió obligatorio que las industrias identificaran sus productos con la leyenda “Industria Argentina”, aun- que la medida se cumplió a medias. También en esa época se comen- zó a pensar tímidamente que el Estado debería dar cierta preferencia a la industria nacional en sus compras, una medida que estaba en uso general en los Estados Unidos desde mediados del siglo anterior, pero cuya instrumentación en la Argentina debió esperar hasta la década de 1960. Pero, a pesar de todo ello y con altibajos importantes, la econo- mía argentina en su conjunto triplicó su producción entre 1910 y 1940 (Bunge, 1940). Entre 1924 y 1939 también se triplicó el número de automóviles y de teléfonos, lo que da una indicación significativa de avance. Cuando estalló la crisis mundial de 1929, la Argentina sufrió sus consecuencias gravemente y cambió por completo su política económica liberal, que había seguido desde los días de la organiza- ción nacional. Esta política liberal había sido refrendada explícita- mente varias veces, a partir de los debates que se produjeron en la Cámara de Diputados en la década de 1870, en los cuales el país renunció explícitamente a emplear la política arancelaria aduanera TECNOLOGÍA ENTREGUERRAS 139 como herramienta de desarrollo industrial (Panettieri, 1983). Ningún partido, ni siquiera el radical, incluía la industrialización del país en su plataforma. Paradójicamente, fue el gobierno conservador surgido del golpe de 1930 el que se apartó más decididamente de la política liberal, abandonó el patrón oro y creó organismos de control de la producción, como la Junta Nacional de Granos y su homóloga de carnes. Al mismo tiempo, la retracción del comercio internacional y el avance del proteccionismo en los países centrales creó las condi- ciones apropiadas para un vigoroso crecimiento de la industria. Se inició así el período llamado de la “ISI”, la industrialización por sustitución de importaciones. Uno de los actos más políticamente conscientes de lo que estaba ocurriendo en la industria fue la funda- ción, en 1935, del Instituto Argentino de Racionalización de Materia- les (IRAM), que estaba basado en las instituciones similares de otros países, como la American Standards Association, la DIN alemana, la AFNOR francesa y la BSI inglesa. Paralelamente, continuaba la explotación de las “viejas indus- trias”, principalmente la de los frigoríficos, pero también las de infra- estructura y servicios, como las de generación de energía eléctrica, los transportes públicos, el suministro de gas, etc. Además de los graves conflictos sociales y el “fraude patriótico”, una de las razones por las cuales la década de 1930 es conocida como “infame” es porque durante esos años se pusieron en evidencia los vicios estructu- rales de esas industrias. Las de servicios, sobre todo las empresas de energía eléctrica, se hicieron famosas debido a las escandalosas con- cesiones que obtenían, muchas veces mediante la corrupción de los funcionarios (Sábato,1974). Desde el punto de vista tecnológico y al margen de los escándalos políticos, estas industrias, incluidos los frigoríficos, basaban las ganancias, a veces exorbitantes, que obtenían sus propietarios (la mayoría de ellos extranjeros) en la sobreexplotación de maquinarias vetustas y obsoletas, amortizadas hacia muchos años, que seguían operando gracias a la inventiva de sus técnicos (véase más adelante). La crisis mundial, en cambio, contribuyó a enmascarar una crisis estructural mucho más grave. Durante la década de 1920 el “modelo agro-exportador”, que había creado tanta prosperidad en el país desde los días de la Revolución FF, había llegado a su límite 140 TOMÁS BUCH físico por expansión territorial. Sin realizar ningún cambio tecnológi- co importante, había avanzado todo lo que era posible hacerlo por las condiciones geográficas de la tierra, en una de las regiones más férti- les del mundo. Pero, al llegar a este límite, la producción se estancó por varias décadas. La incipiente mecanización de las tareas del agro, que hizo progresos durante la década de 1930, tenía sobre todo el propósito de ahorrar mano de obra. No se hicieron verdaderos esfuer- zos tecnológicos para mejorar el rendimiento por hectárea ni por diversificar la producción, y por lo tanto tampoco se contribuyó a contrarrestar el estancamiento cuantitativo de ésta, que duró hasta más allá de la década de 1960. Sin embargo, en el discurso oficial y el imaginario popular, la Argentina seguía siendo el ‘granero del mundo’ y un país de riquezas inagotables por muchos años más. Desde la década de 1940, este estancamiento se vio agravado por las políticas económicas del gobierno peronista. Éstas causaron un masivo transvasamiento sectorial, del agro a la industria, en espe- cial por medio de las políticas del IAPI (Instituto Argentino de Pro- moción del Intercambio), que desalentaron totalmente el desarrollo del agro, mientras que la industrialización atraía grandes masas de obreros hacia los centros urbanos y encontraba un pronto límite en la escasez de divisas para importar maquinarias e insumos (Novick, 1986). Esta forma de industrialización reforzó las bases económicas de los vicios que la industria nacional venía arrastrando desde sus orígenes que, a pesar de ser reconocidos frecuentemente, nunca pu- dieron ser corregidos en forma racional. Se constituyó un sistema peculiar de desarrollo tecnológico por innovación adaptativa de tec- nologías importadas junto con maquinarias que en muchos casos ya eran obsoletas en sus países de origen. Lograron adaptarse a las cir- cunstancias locales mediante un gran esfuerzo innovador de los técni- cos argentinos, cuya creatividad se vio muchas veces enfrentada con la renuencia de los propietarios a hacer las inversiones necesarias para mantener las plantas en funcionamiento. También la industria automotriz, que adquirió relevancia en el país en la segunda mitad del período peronista, a través de la empresa estatal IAME (Industrias Aeronáuticas y Metalúrgicas del Estado), y se afirmó con la admisión de capitales extranjeros desde los comien- zos de la década de 1950 adoleció de estos defectos, ya que la empre- TECNOLOGÍA ENTREGUERRAS 141 sa Kaiser se estableció gracias a la capitalización de sus plantas de producción, que ya eran obsoletas en los Estados Unidos cuando se importaron. Finalmente, cuando la crisis externa lo hizo inevitable y las condiciones políticas lo hicieron posible (en el período de la última dictadura militar, a partir de 1976) la apertura repentina de la econo- mía destruyó la mayor parte de esta industria sobreprotegida, en vez de ofrecerle las condiciones apropiadas para mejorar su competitividad mediante una apertura paulatina y pautada. Creciendo al abrigo de una protección sin límites en el tiempo y de muy baja exigencia en cuanto a su eficiencia y calidad, la indus- tria argentina, durante la década de 1940, sirvió para absorber las masas de trabajadores emigrados desde el campo. Pero tanto su pro- ductividad como su calidad eran bajas y dieron lugar a despiadadas burlas. Fue la época de la “industria flor de ceibo”. Estos condicionantes también afectaron la tecnología que se empleaba y, por el escaso tamaño del mercado al que estaba destinada la produc- ción, las empresas no estaban en condiciones de aprovechar las eco- nomías de escala. El desarrollo industrial argentino siempre tuvo características idiosincráticas debido a las condiciones en que se efectuó. La princi- pal de estas condiciones fue un hecho económico: la producción in- dustrial argentina sólo excepcionalmente se propuso salir masiva- mente al mundo a competir con la de otros países, en rigor no salió de la etapa de sustitución de importaciones hasta hace muy poco. Los costos de la producción industrial, muchas veces superiores a los de los productos equivalentes de importación, fueron absorbidos por me- dio de medidas proteccionistas que no obligaron a un control estricto, ni de calidad ni de costos por parte de las industrias. Esto hizo inne- cesario que las industrias hiciesen esfuerzos de desarrollo tecnológico destinados a mejorar las condiciones de producción, reducir los cos- tos y lanzar productos novedosos al mercado. Más tarde, esta misma situación hizo que la industria nacional emplease sólo marginalmente los recursos de investigación e innovación tecnológica que el país comenzó a desarrollar desde fines de la década de 1950, con la crea- ción de los organismos estatales de investigación científica y desarro- llo tecnológico. 142 TOMÁS BUCH

Sin embargo, esta industria que no necesitaba ser eficiente ge- neró un espacio de creatividad tecnológica autóctona. La mayor parte de los equipos industriales que se importaban desde los países desa- rrollados (al margen de su obsolescencia, que en una economía más bien cerrada no era factor relevante) estaban sobredimensionados y debieron ser adaptados para operar en condiciones diferentes a aque- llas para las cuales habían sido diseñados. Los técnicos argentinos se dieron mucha maña en estas adaptaciones y dieron lugar a muchas invenciones, algunas pocas de las cuales fueron luego reexportadas por los constructores de las maquinarias. También hubo que adaptar estas maquinarias a las materias primas locales, y a los estilos de trabajo de los argentinos. El Surdesarrollo realizó un aporte tecnoló- gico genuino durante gran parte del período histórico que nos ocupa, pero no hizo innovaciones que pudiesen reflejarse en efectos más duraderos en la economicidad de la producción local, perpetuando así la situación de inferioridad competitiva de nuestra industria. Durante la década de 1920 también nacieron varias industrias de esta índole, algunas de las cuales existen aún, aunque estuvieron a punto de irse a pique durante la crisis de la década siguiente. Un ejemplo exitoso es el de IMPSA, empresa familiar mendocina creada por Enrique Epaminondas Pescarmona en 1907, que ya fabricaba turbinas hidráulicas a mediados de la década de 1920, aunque estuvo a un paso de la quiebra a comienzos de la siguiente (Majul, 1994). Actualmente, es una de las empresas que han logrado dar con éxito el paso hacia una producción competitiva en una economía abierta. Otro ejemplo fue SIAM Di Tella, que no logró dar ese paso, aunque sobre- vivió hasta la década de 1970, a la que nos referiremos algo más adelante. En términos cuantitativos, entre 1914 y 1935 la industria se duplicó, creciendo a un ritmo promedio del 3,5% anual acumulativo. La generación de energía, en cambio, se cuadruplicó en el mismo período y la potencia eléctrica por obrero empleado se multiplicó por seis (Gondra, 1943). Durante toda la década de 1930 la industria argentina creció, pues, con firmeza aunque con baja productividad en varios rubros centrales, si bien pocos de ellos pertenecían al grupo de las industrias de punta de aquella época. Así se desarrollaron la in- dustria eléctrica y electrónica, la textil, la química y farmacéutica, la TECNOLOGÍA ENTREGUERRAS 143 de diversos rubros de la alimentación y la metalmecánica, incluyendo maquinaria agrícola (aunque no se fabricaban aún motores de cierta potencia); la metalurgia era incipiente, aun cuando se fundía hierro desde antes de 1900. (Vaquer, 1968; Dorfman, 1983). Entre 1935 y 1946 la industria volvió a más que duplicar su peso relativo en el balance económico general. En algunas ramas, como los derivados del caucho, la producción se quintuplicó. Tanto el número de establecimientos fabriles como la cantidad de obreros que éstos empleaban se multiplicaron por 2,2 y la producción industrial creció en un 62%. Por otra parte, no todo este crecimiento era “indus- trialización por sustitución de importaciones” (ISI), porque en el mis- mo lapso las exportaciones industriales pasaron del 3% al 14,4% (Dorfman, 1983). Sin embargo, deben distinguirse dos etapas diferentes en este período, durante el cual se produjo el estallido de la Segunda Guerra Mundial. La conflagración no interrumpió el ascenso cualitativo de la producción industrial argentina pero, al impedir el acceso de repues- tos, combustibles y otros insumos, produjo un deterioro de la calidad, el estancamiento tecnológico, la imposibilidad de hacer un adecuado mantenimiento de las instalaciones fabriles, su paulatina obsolescencia y su pérdida de competitividad (Blanco, 1960). En 1940, el Ministro de Hacienda del gobierno de Castillo, Federico Pinedo, propuso un plan que no gozó de la aprobación del Congreso, pero que, sin ser manifiestamente industrialista ni keynesiano, coincidía en buena parte con las ideas de fomento indus- trial que después de 1945 llevó a cabo el peronismo. Sin embargo, aun en esa época avanzada y a pesar del crecimiento constante de la producción industrial, la Sociedad Rural se oponía fuerte y explícita- mente a la industrialización del país; admitía, en todo caso y a regañadientes, tan sólo la industrialización de los productos del agro, e insistía con su postura de que el país podría vivir indefinidamente de la exportación de su producción agraria. También los radicales hicieron eco a esa postura antindustrialista. El eslogan era: “Comprar a quienes nos compran”. O sea, a los ingleses. Pero, como vimos, a pesar de esta oposición y falta de interés positivo, la industria siguió progresando. De esa década también data la creación de varias de las empresas industriales tradicionales del 144 TOMÁS BUCH país, muchas de las cuales aún existen. Esto abarca varias empresas de la industria farmacéutica nacional, algunas de aquellas que en la actualidad se sienten amenazadas por las nuevas reglas sobre patentamiento impuestas por las empresas extranjeras. También datan de esa época los esfuerzos de los intereses esta- dounidenses en romper el monopolio inglés sobre las importaciones industriales argentinas. Pero como no lograron mucho, optaron por invertir en producir localmente algo de lo que no podían importar. Nació así parte del participación estadounidense en la producción industrial argentina, formalizada en la creación, en 1940, de la Cor- poración para la Promoción del Intercambio, que obtuvo ventajas cambiarias para importar equipos, materias primas, partes y patentes: es decir, incorporar tecnología. Esta corporación privada fue luego absorbida por el IAPI.

Los militares y el desarrollo tecnológico La tecnología militar siempre desempeñó un papel dinamizante para el desarrollo tecnológico general, porque los pueblos, paradójicamente, siempre estuvieron más dispuestos a sacrificarse y a invertir esfuerzos y sumas importantes en su defensa que en su bienestar. En los países más desarrollados, los desarrollos tecnológicos financiados por las necesidades de la defensa tuvieron luego un efecto dinamizante sobre la industria en general. En el caso argentino, ello sólo comenzó a ocurrir en alguna medida después de 1930, a pesar de que ya se había creado cierta conciencia acerca de la relación entre la industria y la independencia nacional. La Primera Guerra Mundial tuvo un doble efecto paradójico en lo referente al equipamiento militar: creó una aguda conciencia acer- ca de la dependencia del país de la situación internacional, que ame- nazaba su soberanía; y, al finalizar, inundó al mercado de armas con sobrantes de la guerra, que se compraron por poco dinero y que volvieron a atrasar el desarrollo industrial del país en el ámbito de su defensa como en todos los demás. La formación de un ejército moderno y su asalto al poder polí- tico en el golpe de estado contra Yrigoyen, llevó en la década de TECNOLOGÍA ENTREGUERRAS 145

1930 a un replanteo de las funciones de las fuerzas armadas y al concepto de que la defensa nacional no se agotaba en los aspectos puramente tradicionales, “militares” en sentido estricto, sino que im- plicaba un desarrollo de la infraestructura del país. Las fuerzas arma- das eran las encargadas de proteger la soberanía nacional. Pero, en un país tan vulnerable y dependiente del exterior, no se podía hablar de soberanía si no se procuraba independizar al país de esos condicionamientos tan totales. Por lo tanto, la capacidad defensiva u ofensiva de una nación dependía de la industria: primeramente la de armamentos, pero también la de grandes sectores de la infraestructura civil, como la existencia de una industria pesada. Tal era la doctrina de Manuel Savio, que llamó “Movilización Industrial”, en una obra publicada en 1933 (Savio, 1933). Poco antes -en 1930, inmediata- mente después del golpe de Estado- se había creado la Escuela Supe- rior Técnica del Ejército, cuyo primer director fue el mismo Savio, a la sazón Teniente Coronel. Su tarea principal era la formación de ingenieros militares, pero la Escuela se transformó en un centro de estudio y difusión de la idea de que era necesario desarrollar una industria nacional de armamentos, lo cual requería tener una base en la industria pesada. Así se creó en 1936 la Dirección General de Material del Ejército y, en 1937, el Cuartel Maestre General, una de cuyas funciones era fomentar el desarrollo de ciertas ramas de la industria. Curiosamente, en 1933 el mismo Savio afirmaba que no se trataba de producir elementos de guerra sofisticados, como “cañones, aparatos ópticos de puntería”, sino sólo “botones, botines, cucharas y caramañolas”. Aunque agrega que, si las circunstancias lo imponen, también debemos poder hacer aquellos, aunque resultasen imperfec- tos. Más tarde, Savio cambió esta postura pesimista acerca de las posibilidades de desarrollar una industria bélica de alto nivel en la Argentina. En 1935 se instaló una Fábrica Militar de Aceros, que creció hasta producir una parte sustancial del acero fabricado en el país. En 1941 se constituyó la Dirección General de Fabricaciones Militares, dirigida por el ahora general Savio, aunque sus primeros productos, como el tanque Nahuel, no fueron precisamente éxitos tecnológicos. En 1943, el mismo Savio fundó Altos Hornos Zapla, en Jujuy; y en 1947 logró la sanción de la ley conocida por su nombre (ley 12987), que definía el Plan Siderúrgico Argentino. Además de su 146 TOMÁS BUCH valor material, el acero tenía, en esa época, alto valor simbólico: era claramente el paradigma del desarrollo industrial de una nación. Esta primera fábrica argentina de arrabio fue una verdadera patriada e ilustra muy bien el “Surdesarrollo”. Estaba casi improvisa- da, hecha “a hombro” con elementos recuperados de varios sitios, pero su primera colada, en 1945, fue saludada como un verdadero hito en la historia nacional. La idea de la importancia de la industria para afirmar la solidez y soberanía de una nación moderna estuvo también presente en algu- nos de los oficiales del GOU (Grupo de Oficiales Unidos o Grupo Obra de Unificación) que fueron el motor del golpe de estado del 4 de junio de 1943, del cual surgiría, poco después, el peronismo (Panaia et al., 1973). Pero el carácter contradictorio de todos estos esfuerzos de la corriente industrializadora queda de manifiesto al mencionarse que, a pesar de ellos, los abundantes germanófilos en el Ejército siguieron tratando de comprar equipamiento bélico alemán hasta avan- zado 1944, cuando Alemania ya estaba prácticamente derrotada. Durante la Segunda Guerra Mundial, por supuesto, el acceso a los mercados internacionales se vio, una vez más, seriamente impedi- do, por lo cual los responsables de la defensa optaron por aumentar el esfuerzo de fabricación de materiales de interés estratégico, entre los cuales figuraban la explotación de la riqueza minera del país, la crea- ción de fuentes energéticas y la producción de combustibles. Hay un análisis detallado de esos requerimientos desde el punto de vista de la “nación en armas” confeccionado por Luciano R. Catalano, químico de la Dirección de Fabricaciones Militares, que emitió en 1943 un Plan Argentino de Movilización Industrial, que seguía los lineamientos enunciados por Savio diez años antes. (Catalano, 1943). Sin embar- go, entre 1946 y 1948 se concretó la más amplia adquisición de materiales militares de origen norteamericano y se instaló una misión permanente de asesoramiento militar de ese origen. La oferta de ma- teriales de rezago de la guerra a bajo precio, amén de las presiones políticas, resultó irresistible una vez más. Dentro del marco de la visión estratégica de algunos integran- tes de las fuerzas armadas, vale la pena mencionar el temprano inte- rés de los militares argentinos por la aviación. La Aeronáutica militar se institucionalizó en 1920, bajo la dirección de Enrique Mosconi, el TECNOLOGÍA ENTREGUERRAS 147 mismo que es recordado como impulsor del papel de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) en el desarrollo petrolero nacional. En 1928 se fundó, en Córdoba, la Fábrica Militar de Aviones, que desa- rrolló y fabricó varios modelos de aviones y motores de aviación desde la década de 1930 y, años más tarde, fue capaz de construir, en 1947 y con el asesoramiento del ingeniero alemán Kurt Tank, uno de los primeros aviones a reacción, denominado Pulqui II, en una época en que dicha forma de propulsión estaba aún en sus primeras etapas en todo el mundo (Burzaco, 1995). Este también fue un esfuerzo perdido, debido a la decisión de la Fuerza Aérea de equiparse en el exterior en vez de emplear el poder de compra del Estado para dar lugar al desarrollo de una industria de avanzada capaz de competir por mercados internacionales. Aunque hubiera debido complementar- se por un gran esfuerzo para desarrollar las turbinas que impulsaran estas aeronaves, la pérdida de este temprano nivel de excelencia en lo que, en esos años, era una de las tecnologías de punta en el mundo forma parte de la historia de las grandes frustraciones argentinas.

Petróleo y política Una de las áreas que se desarrollaron fuertemente durante el período que nos ocupa fue la industria petrolera, que ya llevaba varias décadas de lento y vacilante desarrollo cuando se descubrió el yacimiento de Comodoro Rivadavia en 1907. En efecto, el primer intento de explota- ción de las riquezas petrolíferas argentinas data casi de mediados del siglo XIX. En 1865 ya se destilaba queroseno en Jujuy, pero el produc- to no pudo llegar a los centros de consumo por las altas tarifas ferrovia- rias y la empresa fracasó. También en Mendoza se extrajo petróleo de 30 pozos perforados hacia 1886, se construyó el primer oleoducto y se intentó construir una destilería. Este emprendimiento tampoco tuvo éxito, languideció durante algunos años y fue luego absorbido por una empresa extranjera. (Barreiro, 1996). Pero si 1907, fecha del descubrimiento de petróleo en Comodoro Rivadavia, se considera generalmente como la fecha inicial de la ex- plotación petrolera argentina, ello se debe a que ese año marca la fuerte participación del Estado en ese negocio, que hasta ese momento había sido totalmente privado. En 1913 el Estado empezó a destilar petróleo 148 TOMÁS BUCH en Comodoro Rivadavia, y los productos se llevaban a Buenos Aires por vía marítima. El Estado hizo delimitaciones de áreas reservadas, pero no impidió las tareas de empresas privadas de capital nacional, que también operaron en el área desde 1916. La tecnología empleada en esas tareas obviamente era de origen extranjero, pero en esa época aún era relativamente sencilla, y podía estar encarnada en las habilida- des aportadas por los técnicos extranjeros que llegaron al país con ese fin. En efecto, desde el descubrimiento mismo de petróleo en Comodoro Rivadavia y poco más tarde en Neuquén, se fomentó especialmente la inmigración de trabajadores polacos que tenían conocimientos sobre la explotación petrolera, ya que en Polonia formaban mineros y perforadores desde 1897. (Bianchi, 1999). Estos especialistas tempranos, seguramente fueron la fuente de numerosas innovaciones, fruto de experimentaciones e inventos que mejoraron el funcionamiento de la industria petrolera y también de otras industrias. En alguna medida fueron también parte de aquellos grupos empresarios que constituyeron los primeros embriones de nuestra industria nacional. La situación de la explotación petrolera cambió hacia fines de la Primera Guerra Mundial, cuando el negocio petrolero comenzó a crecer fuertemente en todo el mundo, por la generalización del uso de los automotores, y se difundió la creencia de que los yacimientos argentinos eran muy ricos: las grandes empresas extranjeras comen- zaron a interesarse por ellos. Al mismo tiempo que se instalaban en las diferentes regiones petroleras, trayendo su propia tecnología, que muchas veces era más avanzada que la que se empleaba localmente, empezaron a tratar de influir sobre la política nacional, en la medida en que aumentaba la importancia estratégica del recurso. En efecto, por varias décadas, a partir de la de 1920, el complejo juego entre la empresa estatal YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales), el Estado nacional y las empresas petroleras multinacionales estuvo en el tapete o en el trasfondo de episodios fundamentales de nuestra historia eco- nómica e institucional (Mayo et al., 1976). YPF, que se creó en 1922, durante la primera Presidencia de Yrigoyen, como dependencia del Ministerio de Agricultura, aunque nunca tuvo el monopolio de la explotación petrolera, dominó el pano- rama petrolero argentino durante más de siete décadas, hasta su privatización y aún después. TECNOLOGÍA ENTREGUERRAS 149

La figura dominante de los primeros años de YPF fue la del general Enrique Mosconi. Mosconi organizó una empresa poderosa que, como efecto colateral de su acción, tendía a favorecer la indus- trialización del país y el desarrollo de una capacidad tecnológica autónoma. También bregaba por la supremacía estatal en una indus- tria considerada estratégica, aunque nunca favoreció su nacionaliza- ción total, por las enormes inversiones necesarias para asegurar la exploración y la explotación racional del recurso. Si bien la plataforma radical no tenía una franca política de industrialización, los gobiernos radicales de la década de 1920 hicie- ron intentos de lograr el monopolio estatal petrolero, porque recono- cían el carácter crecientemente estratégico de este recurso. Sin em- bargo, una ley de nacionalización, que recibió la sanción de la Cáma- ra de Diputados en 1928, nunca logró el acuerdo del Senado y cayó en el olvido después del golpe de 1930. A pesar de eso, aunque se dijo repetidas veces que el golpe de 1930 había tenido “olor a petró- leo”, aun los gobiernos de la “década infame” no hicieron nada im- portante para quebrar el predominio de YPF en el panorama petrolero nacional (Mayo et al., 1976). El hecho es que, entre 1924 y 1949, la producción petrolera y el consumo se triplicaron. Uno de los exponentes tempranos de la industria nacional con vocación de desarrollo, que interactuó fuertemente con YPF en la década de 1920, fue Torcuato Di Tella, empresario nacido en Italia, con formación de ingeniero, que en 1911 había fundado SIAM con el ambicioso nombre “Sociedad Industrial Americana de Maquina- rias” (o también: “Sociedad Italiana de Amasadoras Mecánicas”, porque su primer éxito tecnológico y comercial fue el oportuno desarrollo de una amasadora mecánica para panaderías). Di Tella aprovechó en la década de 1920 el impulso que la acción de YPF había recibido bajo la dirección de Mosconi, para producir una ver- dadera sinergia entre la política del Estado en la cuestión petrolera y la iniciativa privada con vocación industrial. En esos años, en pleno auge de la expansión del automovilismo en el país, fabricó surtidores de nafta, motobombeadores y muchos otros productos industriales de complejidad relativamente avanzada para la época. En la década de 1930 fue uno de los exponentes más importantes de la política de industrialización por sustitución de importaciones, 150 TOMÁS BUCH fabricando productos de consumo durables, como heladeras eléctri- cas y lavarropas. Más tarde fue también el creador de la única industria automotriz privada de capitales argentinos que existió: fa- bricó autos con tecnología inglesa e inundó el país con las “siambretas”, motonetas de tecnología italiana. En la década de 1970 la empresa pasó al control del Estado, pero luego sucumbió a la necesidad de una actualización tecnológica y organizacional, que no fue capaz de realizar. A propuesta de Mosconi, en 1929 la Universidad de Buenos Aires e YPF crearon conjuntamente el Instituto del Petróleo, para capacitar a profesionales argentinos en todos los aspectos de la explo- ración y explotación petroleras. Más tarde, en 1942, se creó la Direc- ción de Investigación y Desarrollo de la empresa estatal, que inme- diatamente logró desarrollar algunos elementos críticos, como los trépanos de carburo de tungsteno (widia), que no se podían recibir de Alemania por la guerra. La Diracción hizo numerosos aportes tecno- lógicos y debió luchar muchas veces contra la misma administración de la empresa para imponer el uso de algunos de ellos. Esa Dirección de YPF fue desmantelada en 1991, poco antes de la privatización de la empresa.

Tecnología y vida diaria Durante todo el período de entreguerras, desde el punto de vista de las tecnologías aplicables a la vida diaria, predominó cierta estabilidad que aún hoy casi nos resulta extraña. La Argentina era un país estructu- rado por el ferrocarril, cuya red había alcanzado cierto equilibrio, aunque seguía creciendo a un ritmo más moderado que en el período anterior. El ferrocarril llegó a regiones que antes habían sido remotas, como por ejemplo a San Carlos de Bariloche (1934). En las ciudades, en el transporte público predominaban el tranvía y el colectivo, ese invento argentino introducido en 1928, que competía con los ómnibus, de mayor tamaño. La primera línea de subterráneos se había inaugura- do en Buenos Aires en 1913. La red de subterráneos de Buenos Aires no volvió a crecer hasta 1928 y siguió haciéndolo durante toda la década de 1930 y parte de la siguiente, para luego estancarse por cincuenta años. TECNOLOGÍA ENTREGUERRAS 151

En cuanto a la tecnología al servicio de la cultura, la radiodifu- sión, que había comenzado en 1920 con la transmisión de la ópera Parsifal desde el teatro Coliseo, se expandió con rapidez y se trans- formó en uno de los entretenimientos más populares y una de las fuentes de información más solicitada. Los diarios y revistas ilustra- das y numerosas publicaciones técnicas y sectoriales se imprimían en maquinarias modernas para mantener entretenida e informada a la población. El cine, el arte cuya componente tecnológica es mayor que la de ninguna otra expresión artística, ya había comenzado su produc- ción nacional en 1914, con una versión de la novela “Amalia”, y generó una industria de cierta importancia, que comenzó a producir películas sonoras desde 1930.

Epílogo y retrospectiva Durante la Segunda Guerra Mundial la Argentina se mantuvo al mar- gen del conflicto, lo que le valió dificultades pero también un desafío al que supo responder a medias. Se industrializó paulatinamente más allá de la ISI, desarrollando bienes de producción que sirvieron a la indus- tria local pero no pudieron competir en el mundo globalizado que vino después. Creó un sistema de investigación científica poderoso, pero no supo aprovecharlo para fundamentar una industria innovadora y com- petitiva. Desarrolló su creatividad en muchas formas, pero no logró el despegue de una tecnología industrial y agropecuaria propia, y su economía no fue capaz de competir sin la sobreprotección de un estado paternalista al que, a la vez, se lo canibalizaba. Cuando comenzaba a reconocer sus errores, a mediados de la década de 1970, este proceso fue interrumpido por la crisis y la dictadura militar, que estableció una apertura demasiado repentina de la economía. La industria, sobreprotegida durante décadas, fue arrojada al proceloso mar de la competencia internacional sin que se le hubiese otorgado un período de adaptación a las nuevas condiciones. El resultado fue una grave desindustrialización y un retroceso a la exportación de productos poco elaborados. Pocas empresas pudieron responder al desafío de reubicarse con éxito en el nuevo panorama. Para el país en su conjunto, el desafío sigue siendo el mismo que en aquellos años, pero ahora todo es más difícil. 152 TOMÁS BUCH

Referencias

Barreiro, E. (1996). Breve historia del petróleo en la Argentina (manuscrito inédito). Bianchi, L.Z de (1999). Inmigración de polacos a Comodoro Rivadavia, Petrotecnia, agosto: 56 Blanco, J. A. (1960). Industria, en Argentina 1930-1960. Buenos Aires: Editorial Sur. Buch, T. (1999). Sistemas tecnológicos. Buenos Aires: Aique Grupo Editor. Bunge, A. E. (1940). Una nueva Argentina. Buenos Aires: Edit. Kraft (reed. Hyspamérica, 1984). Burzaco, R. (1995). Las alas de Perón. Buenos Aires: Ed. Da Vinci. Catalano, L. R. (1943). Plan Argentino de Movilización Industrial. Buenos Aires: Ed. Talleres Matera. Dorfman, A. (1983). 50 años de industrialización en la Argentina (1930-1980). Buenos Aires: Solar. Gondra, L. R. (1943). Historia económica de la República Argentina. Buenos Aires: Sudamericana. Imaz, J. L. de (1974). Alejandro E. Bunge, economista y sociólogo, 1880-1943. En Desarrollo Económico, 55 (cit. en Schvarzer, 1996). Majul, L. (1997). Los dueños de la Argentina, II. Buenos Aires: Sudamericana. Mayo, C.A.; O.R. Andino; F. García Molina (1976). La diplomacia del petróleo (1916-1930). Buenos Aires: Centro Editor de América Latina. Novick, S. (1986). IAPI: Auge y decadencia. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina. Obschatko, E. de (1984). Los hitos tecnológicos de la agricultura pampeana.Buenos Aires: CISEA. Panaia, M.; R. Lesser; P. Skupch (1973). Estudios sobre los orígenes del peronismo. Buenos Aires: Siglo XXI. Panettieri, J. (1983). Proteccionismo, liberalismo y desarrollo industrial. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina. Sábato, J. (1974). (ed.) El Informe Rodríguez Conde, Buenos Aires: Eudeba. Savio, M. (1933). Movilización industrial. Buenos Aires: Escuela Superior Técnica (mimeo). Schvarzer, J. (1996). La industria que supimos conseguir. Buenos Aires: Ed. Planeta. ______(1998). Nuevas perspectivas sobre el origen del desarrollo industrial argen- tino (1880-1930) Buenos Aires: CISEA (Docum. de trabajo). Sordelli, A., El Instituto Bacteriológico del Departamento Nacional de Higiene, El Día Médico, Año X, Núm.31, 1938 Thomas, H. (1995). Surdesarrollo. Buenos Aires: Centro Editor de América Latina. Vaquer, A. (1968). Historia de la ingeniería en la Argentina. Buenos Aires: Eudeba. Willis, B. (1988). El Norte de la Patagonia. Buenos Aires: Eudeba. SABER Y TIEMPO 11 (2001). 153-177 Separata 171.11

LA CIENCIA ECONÓMICA ARGENTINA ENTRE GUERRAS (1918-1939)

Manuel Fernández López Universidad de Buenos Aires

Estado de las artes En la comunidad científica internacional

En 1918 la ciencia vigente en Europa y Estados Unidos era la econo- mía neoclásica, fundada por William S. Jevons, Karl Menger y Leon Walras en 1871-74. Pero los fundadores ya pertenecían al pasado. Con autoridad indiscutida, sus respectivos lugares habían sido ocupados, en cada país, por Alfred Marshall en Cambridge, por Eugen Böhm-Bawerk en Viena y por Vilfredo Pareto en Lausana. Algunas escuelas más jóvenes, fundadas a fines del siglo XIX, fructificaban en las obras de sus maestros: la norteamericana, en los libros de Irving Fisher, y la sueca, en los de Knut Wicksell y Carl G. Cassel. Este último, precisa- mente ese año daba a luz Economía social teórica. Ese movimiento por primera vez en la historia de esta ciencia daba lugar a la especialización y a la cooperación de numerosos académicos. Pero lo que hoy vemos como una suma de esfuerzos dirigidos a desarrollar un mismo modelo de optimización basado sobre la hipótesis de continuidad matemática, los propios actores lo percibían como enfoques distintos y aun irrecon- ciliables, fuente de polémicas, algunas famosas, como la de Fisher con Böhm-Bawerk, la de la escuela de Viena con la de Lausana, o entre Cassel y Wicksell. El neoclasicismo, sin embargo, próximo a cumplir medio siglo, estaba lejos de declinar, gracias al método matemático, que parecía un venero inagotable de caminos nuevos. Marshall, Wicksell, Cassel, Fisher, Pareto, Eugen Slutsky y otros, habían sido matemáticos antes que economistas. Su presencia había producido adelantos formales, como el análisis del mercado mediante funciones marginales y coeficientes de elasticidad (Marshall), las funciones de 154 MANUEL FERNÁNDEZ LÓPEZ utilidad ordinales y las líneas de indiferencia (Pareto), la ecuación fundamental del valor (Slutsky) o el modelo de equilibrio general (Walras-Cassel). Pero el modelo neoclásico, en definitiva, sólo captaba un caso simplificado, aquel en que los individuos operan en mercados libres, en condiciones de competencia, procurando unos maximizar su utilidad y otros su beneficio. Era un mundo sin Estado, sin espacio territorial, sin desempleo, sin monopolios, sin clases sociales y con una distribución del ingreso desigual, pero no excluyente. Ello en cuanto a la economía pura. Respecto del análisis mone- tario, desde 1911-1918 se cifraba en dos enfoques: el de transaccio- nes, de Irving Fisher, centrado en la “ecuación del cambio” de Fisher, MV = PY; y el de saldos monetarios, de Pigou, con la “ecuación de Cambridge”, M = KPY, con M la cantidad de dinero, V su velocidad de circulación, P el nivel general de precios, Y un índice de actividad económica, y K la proporción de activos conservados en forma de dinero. P e Y eran “agregados”, o sumas ponderadas de gran número de elementos, que en su momento serían tomados por la macroeconomía. De Y había pocas mediciones en el mundo: la de Corrado Gini (1914) para Italia y la de Josiah Ch. Stamp (1916) para Inglaterra.

En la Argentina

A fines del siglo XIX la Argentina, más que ideas para avivar la competencia entre actores sociales, precisaba otras que generasen co- hesión, que enfilasen tras un futuro común a gentes de pasados diver- sos y diesen primacía al Estado en señalar ese rumbo. La Argentina, nueva Roma -por la magnitud del espacio recién adquirido y por la presencia de inmigrantes de variadas latitudes- necesitaba una suerte de ius gentium, que unificase bajo reglas comunes a pueblos heterogéneos. Esas ideas estaban en la escuela nueva o positiva, en la que Félix Martín y Herrera basaba su enseñanza de Economía Política, que fundía las escuelas armónica o cooperatista (Charles Gide), la histórica (iniciada por Friedrich List y Wilhelm G. F. Roscher) y la socialista de cátedra (Adolph Wagner). A esta última adhería también José Antonio Terry, profesor de Finanzas Públicas. Las variantes de economía neoclásica eran, pues, ignoradas o rechazadas por los pro- LA CIENCIA ECONÓMICA ARGENTINA ENTRE GUERRAS (1918-1939) 155 fesores de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires, sede de la enseñanza de economía. Hubo una excepción, pero en otra Facultad: la Argentina debió resolver cómo llevar a puerto gran volumen de producción rural. O mejor, adaptar alguna de las soluciones de ingeniería y eco- nomía ferroviaria ya estudiadas en Europa. Los ferrocarriles -nuevas vías romanas- habían generado un conocimiento específico en Ingla- terra (Dionysius Lardner), Francia (Clément Colson) y Alemania (Carl F. W. Launhardt). Este último, basado en un Estado activo, orientado a unificar el territorio, se vio afín al caso argentino. La obra de Launhardt Teoría del trazado fue adaptada al cono sur por el profesor Alberto Schneidewind, de la Facultad de Ingeniería. Con ese texto se transmitió, además, una especialidad económica, la economía espacial, y se abrió una puerta a otras obras de Launhardt que indujeron cierta temprana recepción de la economía neoclásica entre los ingenieros.

Economía pura Desde 1918, año de la Reforma universitaria, se alteraron las tenden- cias científicas con la irrupción del neoclasicismo, introducido por Luis Roque Gondra, Hugo Broggi y Teodoro Sánchez de Bustamante. El período siguiente vería aparecer aportes de nivel comparable a los de la ciencia mundial. En la Facultad de Ciencias Económicas el neoclasicismo tuvo por heraldo la traducción de Gondra del libro de Maffeo Pantaleoni. Este autor aún vivía y Gondra obtuvo su permiso para traducir sus Principi di Economia Pura. Dedicó a ello 1916. Su prólogo como traductor -verdadero manifiesto contra los cursos de Gide y de Mar- tín y Herrera, “el segundo, mero rifacimento del primero”- tenía fe- cha mayo de 1917 y pie de imprenta 1918. La Reforma universitaria introdujo la docencia libre y, con el libro de Pantaleoni por espina dorsal, Gondra y Broggi ofrecieron en 1918 el primer curso de eco- nomía pura de América del Sur. Broggi y Gondra comunicaron al Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Económicas, el 7 de junio, su decisión de dictar un curso libre de Economía pura, en diez lecciones semanales. El programa incluía las teorías de Jevons, Karl Menger, Walras, Francis Y. Edgeworth, Marshall, Pareto y Fisher, 156 MANUEL FERNÁNDEZ LÓPEZ sin olvidar a Antoine-Augustin Cournot ni a Hermann H. Gossen.1 La clase inaugural de Gondra se publicó como La economía pura. Este curso y el libro de Pantaleoni permitieron conocer, bastante antes que en otros centros académicos, las leyes de Gossen y la aún inédita teoría pura de los valores internacionales, de Marshall.

Curvas de indiferencia y utilidad Broggi fue precursor mundial de los estudios sobre existencia de la función de utilidad, que no comenzarían hasta la década de 1940. Elaboró, acaso como subproducto del curso libre de Economía Pura, una prueba de la existencia de la función de utilidad, en Máximos hedónicos y curvas de Indiferencia, por un camino comparable al que se seguía contemporáneamente:2

Suponemos dadas recíprocamente, las líneas de indiferencia MN, las cuales cubren totalmente la porción de plano correspondiente a a ≥ 0, b ≥ 0 (1) y expresan, independientemente de toda definición de utilidad, que cada una de ellas divide a la parte de plano (1) en dos partes, a una de las cuales nuestro hedonista no iría libremente (la porción finita de plano encerrada por la línea de indiferencia y los dos segmentos finitos que la misma corta sobre los ejes coordenados) mientras que irá, siempre que lo pueda, a la otra (Broggi, 1919, § 5, 77)

Broggi mostraba así la existencia de la función de utilidad u(a, b) como función continua y creciente de las cantidades consumidas, construida a partir de las curvas de indiferencia (Olivera, 1977: 23). Este logro revelaba el interés de Broggi por las cuestiones de existen- cia y asimismo su competencia para resolverlas.

Ingreso marginal El tratamiento gráfico del monopolio según Cournot fue presentado por Teodoro Sánchez de Bustamante mediante un recurso nuevo, la hoy llamada curva de ingreso marginal, que denominó “entrada espe- cífica”. Vio que en el caso de un oferente cuya curva de demanda LA CIENCIA ECONÓMICA ARGENTINA ENTRE GUERRAS (1918-1939) 157 decrece, la misma no coincide con “la curva de la entrada específica” y que esta última es derivable de la primera para cualquier volumen de producción. En tal caso, “los valores de p y q correspondientes a los máximos” de G (ganancia) se determinarían por s(q), la curva de entrada específica, y no por j(q), la curva de demanda. No eran ajenos a sus motivaciones y enfoques: primero, su paso como alumno del profesor Schneidewind en la cátedra de Ferro- carriles; segundo, el carácter de monopolio natural del servicio ferro- viario; y, tercero, el análisis de Cournot del monopolio, que involucraba una curva de demanda decreciente.3 El 6 de diciembre de 1920 escri- bió Sánchez de Bustamante:

Con el título de “Investigaciones de economía matemática”, el suscripto publicó, a principios de 1919, un trabajo original sobre cuestiones económicas cuyo conocimiento previo es indispensable para el estu- dio de los principios y normas que deben regir todo sistema práctico y científico de tarificación. Dicho trabajo fue resultado de un estudio sobre la materia, hecho por el autor, en base a los conocimientos adquiridos en el curso de “Ferrocarriles” de la Facultad de Ingeniería. Consecuencia de ello son las aplicaciones que, como ejemplos, se mencionan en las páginas del trabajo citado: monopolio ferroviario, clasificadores, ganancias máximas (pág. 27); distancia al mercado, influencia sobre la renta, (pág. 30); concurrencia ferroviaria, efecto sobre el precio de los transportes, (pág. 31); formación de las tarifas, estudio de la renta, (pág. 32), etc.4

La contribución de Sánchez de Bustamante, al parecer, no tras- cendió fuera de la Argentina. Artículos de Jacob Viner (1921) y Piero Sraffa (1926) motivaron poco después el interés por la competencia imperfecta y el caso de demandas decrecientes para fuentes de pro- ducción individuales. En 1928 Roy F. Harrod, según propio testimo- nio (1951), elaboró la curva de ingreso marginal (Eltis se refirió a Harrod como “primer economista del siglo veinte que dedujo la curva de ingreso marginal”; George L. Shackle resaltó al tema como un hito de los “años de alta teoría”) y en igual fecha Theodore O. Yntema la publicó en Journal of Political Economy. El trabajo de Harrod apareció en junio de 1930, y Erich Schneider (1932) la incorporó 158 MANUEL FERNÁNDEZ LÓPEZ como Grenzumsatzkurve a su texto sobre formas de mercado monopólicas. Los artículos previos a los libros de Edward H. Chamberlin y Joan V. Robinson (1933) muestran que esta nueva herramienta no nació por segunda vez ya perfecta. Su nombre actual lo mencionó por primera vez Robinson (1932), pero dos páginas después de su mención la curva luce mal dibujada. Acaso observacio- nes a ese error motivaron el capítulo 2 de Robinson (1933), que permitió a la autora extraer el máximo provecho de las curvas de ingreso marginal y medio, y de su mutua relación a través de la elasticidad. El esclarecimiento de la curva no fue, pues, un aporte menor, sino una labor de cinco años a cargo de economistas de fuste, comu- nicados entre sí. La presentación de Sánchez de Bustamante, a pesar de ser la más temprana y carecer de antecedentes a la vista, presentó todos los elementos del caso, de una vez y correctamente. Fue la más rigurosa y completa de la historia: además de la curva, ofreció una fórmula con dos términos (la de Cournot contenía sólo uno), donde la derivada se tomaba respecto de la cantidad (Cournot la tomaba res- pecto del precio, idea defendida luego por Chamberlin) y explicitaba el signo negativo de uno de los términos (debido a p’, la pendiente negativa de la demanda). Otros autores (Cournot, Marshall) presenta- ron sólo la formulación en símbolos, o bien (Harrod, Chamberlin, Robinson) sólo la gráfica. También superponía en un mismo gráfico las curvas de ingreso marginal y medio (como harían Harrod, Chamberlin, y en especial Robinson). El nombre que le dio Sánchez de Bustamante a su curva no fue el actual. Pero el de otros tampoco: Harrod la llamó “incremento de la demanda agregada”, Yntema “cur- va de ingreso marginal bruto” y Chamberlin usó también otra deno- minación. Merece notarse que la definición de “entrada específica”, de Sánchez de Bustamante (“incremento infinitesimal de entrada total percibida”) puede ser leída a través del nombre dado a la curva por Harrod (“incremento de la demanda total”).

Equilibrio general La muerte de Pareto (1923) y la de Marshall (1924) revelaron la distinta acogida de sus respectivas obras en el ambiente académico LA CIENCIA ECONÓMICA ARGENTINA ENTRE GUERRAS (1918-1939) 159 argentino. Mientras sólo se remitió una carta de condolencia a Cambridge, para conmemorar al sabio de Céligny la UBA organizó un importante tributo en el aula magna de Ciencias Económicas. El deca- no J. L. Suárez encomendó a Broggi hacer uso de la palabra en nombre de los profesores, y a Raúl Prebisch (entonces de 22 años) hacerlo en nombre de los alumnos. Broggi aceptó el 1 de septiembre de 1923, por lo que tuvo apenas un mes para preparar el texto que leyó el 3 de octubre. Los discursos de Broggi y Prebisch se publicaron en la Revista de Ciencias Económicas. Broggi hizo propicio el homenaje al último miembro de la escuela de Lausana para presentar una crítica a su fundador. Más concretamente, al criterio de Walras para probar la existencia de un equilibrio general sólo constatando la igualdad del número de ecuaciones e incógnitas del modelo. Broggi expuso su critica en términos no formales. Pocos meses después (enero 1924) un número completo del Giornale degli Economisti e Rivista di Statistica se publicó dedicado a la vida y obra de Pareto, con artículos de Maffeo Pantaleoni, Enrico Barone, Umberto Ricci, Luigi Amoroso, Alfonso de Pietri-Tonelli, Gustavo del Vecchio, Marco Fanno, Ulisse Gobbi, Gino Borgatta, R. Benini, Giuseppe Prato, Roberto Michels, Ettore Circcotti, Giorgio Mortara y Felipe Vinci. Broggi sin duda estimó que faltaba su aporte y, tal vez deseoso que un público científico más amplio tomase conocimiento de lo que él sentía como una contribución significativa al análisis de equilibrio general, envió a la revista italiana una versión retocada de su conferencia de Buenos Aires, cuyos pasajes más vincu- lados a la crítica al método de Lausana son los que siguen (traducidos del Giornale):

Para la escuela de Lausana el problema de la economía es de determi- nar al mismo tiempo las cantidades de bienes cambiadas, transforma- das, ahorradas y prestadas, y el precio de todos los bienes y de su uso, y se resuelve contando cuantas son en total las incognitas y estable- ciendo otras tantas ecuaciones. De la igualdad de los dos números, de ecuaciones y de incógnitas, se deduce que el problema económico está determinado y, por ende, que una ciencia de la economía es posible. Es ésta una consecuencia que debería estar fundada sobre el examen previo de la naturaleza de las ecuaciones de la economía y 160 MANUEL FERNÁNDEZ LÓPEZ

que no parece bien demostrada. Existe una teoria algebraica de los sistemas de ecuaciones lineales. En el caso de ecuaciones lineales no puede afirmarse que si existen tantas ecuaciones como incógnitas, éstas están determinadas. Lo están si las ecuaciones son independien- tes y la teoría ofrece la posibilidad de investigar si las ecuaciones de un sistema determinado son independientes, o no. Es sobre esta teoría que se funda el examen de cuando n ecuaciones o relaciones que

vinculan las n + p variables y1, y2, ... yn, x1, x2, ... xp definen implícita- mente las n y en función de las p x, examen respecto al cual, como es conocido, tiene tanta importancia la consideración del determinante funcional del sistema de relaciones.

Broggi también propuso la siguiente conjetura como vía positi- va, y que en manos de Wald demostraría ser acertada:

[...] esta consecuencia [que el problema económico está determinado] debería estar fundada sobre el examen previo de la naturaleza de las ecuaciones de la economía [...] Por lo que concierne a la economía, la necesidad de este examen no ha sido siquiera sospechada: y la inves- tigación podría conducir a un resultado cualquiera mientras no se defina el carácter de las relaciones con las cuales se opera.

Broggi planteaba por primera vez una deficiencia formal que tan sólo sería retomada por Hans P. Neisser, Heinrich von Stackelberg, Frederik L. B. Zeuthen y Karl Schlesinger, y resuelta por Abraham Wald en la década de 1930. Los últimos cinco citados publicaron sus trabajos en alemán, pero ello no invalida la hipótesis de que haya sido el trabajo de Broggi en el Giornale el punto de partida. En efecto, esa revista -nada menos que el órgano de la Escuela de Lausana- gozaba de gran prestigio en Europa. Broggi, por su parte, evidenció capaci- dad de perseguir durante años ciertos temas, como la teoría de proba- bilidades en que era especialista.5 Su libro de matemática actuarial - cuya versión alemana apareció como Versicherungsmathematik- en 1911 dedicaba gran parte de su contenido a la fundamentación probabilista de esa especialidad. También en su labor docente en la Universidad de Buenos Aires, como apuntó Carlos E. Dieulefait, in- trodujo la fundamentación probabilista de la Estadística. Broggi, pues, LA CIENCIA ECONÓMICA ARGENTINA ENTRE GUERRAS (1918-1939) 161 no tenía dificultad para comunicarse en alemán y es natural que culti- vase vínculos con científicos germano-parlantes, o que éstos lo bus- casen a él. Veremos dos casos. Broggi viajó a Italia en 1924 y regresó definitivamente a ella en 1927: llama la atención que el director del departamento de Física de Göttingen, Max Born -que presentó su tesis doctoral en Göttingen el mismo año que Broggi y propuso la interpretación probabilista de la mecánica ondulatoria en 1927- estuvo en esos años en Como, ciudad natal de Broggi (Bunge, 2000: 11; Bernaola et al., 2000: 45). Asimismo, Robert Erich Remak (n.1888) estudió con David Hilbert en Göttingen poco después que Broggi y presentó allí su tesis docto- ral. Este matemático publicó en 1929 el artículo que se considera precursor de la crítica al método de Lausana, que bien pudo originar- se en el trabajo de Broggi.

Distribución del ingreso En 1926 el profesor Ludovico Cavandoli, de Paraná, sin conocer el Cours de Pareto y con la sola ayuda del Manual de ese autor -que no contenía la fórmula matemática- reconstruyó su análisis matemático de la desigualdad distributiva en una Nota adjunta a un artículo sobre repartición de la riqueza. En 1927 publicó también una parte de un libro sobre economía matemática que había preparado “desde muchos años lentamente”. Se trataba del capítulo 1 y el capítulo 2 (“el funda- mental de toda la teoría”) sobre Transformación de los bienes de consumo inmediato. Usaba la notación de Pareto, cuyas ideas citaba, además de las de Walras y Jevons. Para él los fenómenos económicos eran muchos, complejos e interdependientes, y la matemática “el único instrumento de lógica superior que puede servir para estudiar esta interdependencia”.

Agregados La aplicabilidad de las fórmulas monetarias de Fisher y Pigou dependía de tener datos sobre ingreso nacional y nivel general de precios, respectivamente. Circunstancias de hecho llevaron a Alejandro Bunge a la tarea pionera de estimar ambas magnitudes. La guerra había 162 MANUEL FERNÁNDEZ LÓPEZ interrumpido un ciclo de décadas de crecimiento. Todo había encareci- do. ¿Hasta dónde se había llegado? ¿Cuánto habían subido los precios? El Censo Nacional de 1914 medía sólo el número de habitantes. Pero ¿cuánto era su producto? Medirlo fue obra de Bunge. Publicó su estimación del ingreso nacional en 1917. Bunge encaró la medición del ingreso nacional sin basarse en precedentes, guiado por su intuición y criterio. Consideró dos catego- rías de ingresos, rentas individuales y rentas de los capitales. La primera, formada por: (1) obreros (obreros en general, incluidos arte- sanos y trabajadores independientes), una población de 2.272.566, empleados en un 83 por ciento, a un salario medio de m$n 851 y una renta total de m$n 1.935.000.000; (2) no obreros (asalariados de poca capacidad contributiva: servicio doméstico, dependientes de comer- cio, empleados con bajo sueldo anual), con 368.226 miembros, con $ 851 de salario medio, y una renta total de m$n 352.000.000; (3) pudientes (profesiones liberales, fabricantes, hacendados, rentistas, etc.), con 541.553 personas, una renta media de m$n 3.882 al año, y renta total de m$n 2.102.000.000. La suma a + b + c = m$n 5.419 millones totaliza la categoría 1. La segunda categoría, ingresos de los capitales productivos, incluía interés del capital, renta de la tierra y beneficio de las empre- sas. Estimó un rendimiento del 4 a 4,5 % anual sobre un capital productivo total de m$n 24.437 millones, que a la tasa 4,2 %, daba una renta de m$n 1.030 millones para la categoría 2. El ingreso nacional (1916) era: m$n 5.419 + 1.030 = 6.449. ¿Tenía sentido el resultado? En primer lugar, si restamos del grupo 1 el subrupo C y lo sumamos al grupo 2, el resultado se hace comparable con la moderna categorización. El grupo 1' (=1-1c) son remuneraciones del trabajo, que totalizan m$n 2287, y el grupo 2'(=2+1c), la remuneración de la propiedad del capital y la empresa, totaliza m$n 3132; lo que da un 42,4 % del ingreso nacional para asalariados, cifra igual a la registrada en 1965 y al promedio del decenio 1956-65 (42,6 %), a su vez intermedia entre los valores más altos en 1935-55 y más bajos desde 1966. En segundo lugar, la hipótesis de una tasa de rendimiento del capital entre 4 y 4,5 %, se verifica a través de otros datos. Si supone- mos que esa tasa coincide con la tasa g de crecimiento del ingreso LA CIENCIA ECONÓMICA ARGENTINA ENTRE GUERRAS (1918-1939) 163

t nacional, es decir, Yt = (1 + g) Yo , y tomamos Yo = m$n 9.425 (estimación de CEPAL para t = 1900, a precios de 1950) y g =

0,04314, se obtiene Yt = 18.525, la cifra estimada por CEPAL para t = 1916 (el año del cálculo de Bunge). Bunge, pues, (1) fue el primero en medir el ingreso nacional en la Argentina. Ello no se repetiría hasta la década de 1940 y, entonces, por un equipo de técnicos; (2) fue el primero en este tipo de estudios en América Latina; le seguirían en Brasil Bento Miranda (1926) y en Chile Raúl Simón (1935); (3) su estudio es comparable a los de Gini (1914) y Stamp (1916), pero concebido con independencia de esos autores; (4) las categorías de Bunge, sus métodos y resultados, fueron reputados confiables por autoridades internacionales: Josiah C. Stamp (Journal of the Royal Statistical Society, 1919), Colin Clark (The Conditions of Economic Progress, 1940), etc. Como subproducto del estudio anterior, Bunge estimó el ni- vel general de precios a través del costo de la vida en la Capital Federal en el lapso 1910-17, que publicó en 1918. A Bunge, como propietario rural, le preocupaba la tributación sobre el mayor valor que el alza general de precios daba a la propiedad inmueble, aun sin mediar mejora real alguna en ella. Pero el país no producía índices de precios y era imposible medir el alza general de los precios. Bunge construyó el primer índice de costo de la vida, para el perío- do 1910-17 (Bunge, 1918). A Bunge le interesaba medir el costo de la vida, lo que hoy se llama índice de precios al consumidor (IPC). Las ponderaciones de cada rubro las tomó de encuestas de 1913 y 1914, que arrojaron para familias obreras un gasto de 42% de sus salarios en alimentos, 19% en alquiler, 31% en otros gastos, y 8 % en economías. A su vez, alimentos se componía 30% de carne, 20 % de pan y 50 % otros alimentos; para alquileres tomaba los índices del Departamento Na- cional del Trabajo; otros gastos: indumentaria (de lana, algodón y otros textiles), herramientas, enseres, kerosene, etc., en su mayoría importados. De aquí surgen tres índices parciales que, con base 1910 = 100, se llega en 1917 a vestidos y otros = 198, alimentación = 138 y alquiler = 90. El promedio ponderado daba un IPC para los años de la serie, 1910 = 100, 1911 = 102, 1912 = 105, 1913 = 104, 1914 = 106, 1915 = 115, 1916 = 131 y 1917 = 164. El resultado le mereció a 164 MANUEL FERNÁNDEZ LÓPEZ

Bunge este comentario: “el costo general de toda la producción na- cional consumida en el país, de la importación y del valor locativo de la propiedad territorial, ha permanecido sin variación sensible desde 1910 a 1914, experimentando el primer año de la guerra un alza de 15 %, con relación al 1910, 31 % al año siguiente y 64 % en 1917”. Eleodoro Lobos, Decano de Ciencias Económicas, al abrir el ciclo lectivo de 1919 elogió públicamente esa investigación de Bunge, la recomendó como modelo a seguir y pidió a su autor profundizar sus resultados con la ayuda de los estudiantes de Ciencias Económi- cas, conduciendo un seminario. A partir de los datos sobre costo de la vida, y en una línea de estudios afín a Fisher, Bunge desarrolló la corrección de los incre- mentos espurios en el valor de los bienes mediante un coeficiente de corrección monetaria (1919). Bunge hizo conocer esta investigación entre los economistas más renombrados: Edwin R. A. Seligman (Co- lumbia), Charles Gide (París), Arthur L. Bowley (Londres), Irving Fisher (Yale), K.Diehl (Freiburg), Leo S. Rowe (Princeton), George H. Knibbs (Melbourne), Frank W.Tausig (Harvard) y John B. Clark (Chicago), entre otros, a quienes remitió la versión en inglés publica- da en Review of the River Plate en julio de 1919. La indagación era afín a la preocupación de Fisher por un dólar estable. Bunge, por su parte usaba en la cátedra y en sus trabajos la obra El poder adquisiti- vo del dinero de Fisher. Éste le contestó a Bunge con fecha 22 de octubre de 1919, cuando ya estaba concluyendo Stabilizing the dollar:

En mis propios escritos sobre la materia del aumento de los precios y la depreciación de la moneda, he acentuado el hecho de que la esca- sez no ha desempeñado del todo una parte importante en el aumento de los precios, comparada con la parte desempeñada por la inflación de la moneda. En países neutrales esto fue principalmente “inflación de oro”, debida a las fuertes importaciones de oro en pago por sumi- nistros para la guerra. En la revista mensual del trabajo de la oficina de Estadística del Trabajo de los Estados Unidos de Norte América correspondiente a noviembre de 1918 he escrito un breve artículo describiendo algunos casos en este país donde ya está en uso un ajuste de Index Numbers a fin de corregir los salarios en relación con los aumentos de los precios. Estaré interesado en saber de cualesquie- LA CIENCIA ECONÓMICA ARGENTINA ENTRE GUERRAS (1918-1939) 165

ra casos donde se use actualmente un “factor de corrección” en su país.

Poco después de recibir la carta de Fisher -acaso en diciembre de 1919, luego de concluir su tarea en el seminario-, Bunge partió hacia Washington para asistir a la Segunda Conferencia Financiera Panamericana. En enero de 1920 tuvo lugar el encuentro de ambos economistas. Bunge conversó “detenidamente con él sobre esa mate- ria” y Fisher le obsequió un ejemplar del recién publicado Stabilizing the dollar. En dicha Conferencia el profesor Edwin R.A. Seligman presen- tó un proyecto de declaración recomendando los métodos de Fisher y Bunge a los países miembros: La Conferencia [...] recomienda un estudio de la practicabilidad, en todas las repúblicas americanas, del plan para estabilizar la unidad monetaria, propuesto por el profesor Irving Fisher de los Estados Unidos, y el proyecto de establecer el índice de corrección monetaria, propuesto por el profesor Alejandro E. Bunge de Argentina. Al conocerse la propuesta de Seligman, Bunge recibió diversas solicitaciones sobre el coeficiente de corrección monetaria, que res- pondió el 24/1/20 publicando

como folleto un escrito [que es] un resumen de una serie de clases que di en un curso de Políticas Económicas Internacionales en la UBA y que publicó en inglés Review of the River Plate, julio 1919, como ‘Incremento de valores y poder adquisitivo del dinero’. Apre- cio la amabilidad del profesor Fisher al facilitarme un ejemplar de la edición antes referida (Fernández López, 2000c: 10).

A su regreso, Bunge confió a Prebisch la recensión de Stabilizing the dollar de Fisher. La preocupación por la estabilidad monetaria no terminó en aquellos años para Fisher, quien en 1922 publicó The making of index numbers, donde presentó el célebre “índice ideal”. Ni para Bunge, quien en 1936, ya miembro de la Academia Nacional de Ciencias Económicas, le proponía a su Presidente continuar el estudio de los números índices, el valor del dinero y la corrección monetaria. 166 MANUEL FERNÁNDEZ LÓPEZ

Keynesianismo También Prebisch leía a Pareto en la década de 1920. En su madurez recordaría su admiración por aquél, por el rigor con que exponía sus razonamientos y la elegancia matemática de su presentación del equili- brio (Prebisch, 1986, 162). “En mi calidad de joven economista, fui un neoclásico”, reconoció (Prebisch, 1983, 1080). El calificativo, pues, se aplica a etapas y momentos sobresalientes de su vida: al participar en el homenaje a Pareto (1923), al estrenarse como profesor de economía y Vicedirector Nacional de Estadística (1925), al completar la traducción castellana de los Principios de Economía Política de Enrico Barone, iniciada por Mauricio Nirenstein (1926), al organizar la Oficina de Investigación Económica del Banco de la Nación (1927) y al adquirir peso en la fijación de la política económica nacional, como Subsecreta- rio de Hacienda (1930-32). En esa década, Prebisch guió sus pasos según el paradigma científico neoclásico, que probaría su inutilidad al sobrevenir la crisis de 1929 y la Gran Depresión. Con ese cargo de conciencia,6 viajó en 1932 a Ginebra, en mi- sión oficial, y poco después (1933) fue llamado a incorporarse como perito financiero a la misión de Julio A. Roca enviada por el gobierno a Londres. Allí tomó conocimiento de las propuestas publicadas por John Maynard Keynes en The Times en cuatro artículos bajo el epígrafe Los caminos hacia la prosperidad. Mientras los sectores afectados señala- ban la brusca baja de precios -como había hecho el propio Prebisch hasta entonces-, Keynes centró el interés en el desempleo y, el lunes 13 de abril, basándose en el estudio de Richard F. Kahn de 1931, expuso la relación entre empleo y gasto. El mecanismo multiplicador se pre- sentaba al servicio de una política de empleo fundada en la obra públi- ca. Se trataba de una revolución científica y de un nuevo paradigma: la economía keynesiana. Su recepción por Prebisch, tal como haría otras veces en su vida, no tuvo lugar sin significativas modificaciones, adap- tándola al país, a través del control de cambios y una política muy selectiva de importaciones (Fernández López, 2000b: 12).

Dinámica y ciclos económicos Si para Shackle en la década de 1920 la culminación de los años de alta teoría en Inglaterra fue el Ensayo de teoría dinámica de LA CIENCIA ECONÓMICA ARGENTINA ENTRE GUERRAS (1918-1939) 167

Harrod (1939), y la construcción análoga en los Estados Unidos fue el modelo de interacción multiplicador-acelerador de Paul A. Samuelson, en la Argentina cumplió un papel similar el análisis del ciclo económico por Prebisch. Como gerente del Banco Central, Prebisch fue sorprendido por un descenso de la actividad económica a partir de mediados de 1937 y hasta 1938. Para enfrentar tales co- yunturas, diseñó una política anticíclica sustentada en un modelo del ciclo económico argentino, en el que no necesitó valerse de la “rela- ción” o “acelerador”, como Harrod y Samuelson, sino de un sencillo mecanismo de transmisión, el multiplicador en una economía abierta, que operaba al ocurrir shocks externos de exportación e inversiones. La visión exógena del ciclo argentino apareció en la Memoria Anual 1938 del Banco Central: la Argentina era un “país agrario y campo de inversión de capitales extranjeros”. Su estructura económi- ca era sensible a los cambios en la demanda externa de productos y en la inversión internacional. Éstas se traducían en entradas y salidas de oro y divisas en el balance de pagos del país periférico, que se propagaban a los mercados internos a través de mecanismos moneta- rios y crediticios. Como país agropecuario, en su vida económica esa actividad ocupaba un lugar preeminente, por lo que su nivel de actividad se veía influido por la oferta y demanda de su producción agropecuaria, así como sus precios. Las fluctuaciones de la oferta total -“volumen físico de la producción del suelo”- dependían de factores aleatorios, las “contingencias meteorológicas”. La oferta al mercado mundial - saldos exportables- era un remanente después de abastecer al merca- do interno. La demanda se integraba con el consumo interno -función a largo plazo del nivel de población- y la demanda mundial. Si el precio de los bienes exportables se formaba en el mercado mundial, dado que la demanda de nuestras exportaciones también era decisión externa, el valor total de la exportación resultaba una magnitud exógena. No era una magnitud que generase activamente ciclos en los países demandantes, sino que el ciclo argentino reflejaba el de esos países. Por tanto, la cantidad y precio de nuestras exportaciones, con- tenían el ciclo económico mundial. La explicación exógena eximía de construir una teoría del ciclo generado por la economía local, pero obligaba a explicar por qué los 168 MANUEL FERNÁNDEZ LÓPEZ shocks de exportación e inversiones terminaban reflejándose en la economía local. ¿Cuáles eran los mecanismos de transmisión interna- cional y de propagación a la economía interna? La transmisión inter- nacional corría por cuenta del multiplicador del comercio exterior. Mientras para Keynes y Harrod el factor m (propensión a importar) en 1/m era una filtración en la capacidad expansiva del multiplicador, para Prebisch era el conducto por el cual el ciclo se transmitía internacionalmente. El multiplicador permitió describir con precisión en el período interbélico cómo el ciclo se propagaba internacionalmente. La propagación interna dependía del multiplicador de los de- pósitos bancarios. El volumen de divisas de la exportación era, en primera instancia, un ingreso de los exportadores. Pero éstos las lle- vaban a los bancos para depositarlas o cambiarlas por moneda nacio- nal. Los bancos, al vender al Banco Central o a la Caja de Conversión el oro o divisas comprados a sus clientes, “aumentan en cantidad equivalente el efectivo de sus arcas. Cada banco, como es natural, trata de aprovechar este aumento para acrecentar sus operaciones de préstamos”. Se expandía así la base monetaria por igual suma que la de la exportación. Al gastar su dinero los exportadores, iría pasando a otros bolsillos, que a su vez lo gastarían.

Economía lineal Una auténtica revolución científica fue el remplazo, por José Barral Souto, de la herramienta de la economía neoclásica -el cálculo infinitesimal- por otra más simple y, para muchas aplicaciones, más eficiente: los sistemas de inecuaciones lineales. Ello abrió el camino a la programación lineal. Barral Souto, profesor de la Universidad de Buenos Aires, en Principios fundamentales de la división del trabajo resolvió el problema de Ricardo de la ventaja comparativa, con inecuaciones y restricciones a los recursos. Barral Souto publicó desde 1934 varios trabajos sobre inecuaciones. Ello fue tierra fértil para un enfoque nuevo. Quizá la decisión surgió luego de leer Sistemas de inecuacioens lineales y sus aplicaciones al estudio de sólidos convexos de Francisco La Menza (1937) publicado en los Anales de la Sociedad Científica Argentina. LA CIENCIA ECONÓMICA ARGENTINA ENTRE GUERRAS (1918-1939) 169

Hasta entonces, la ventaja comparativa se discutía7 en términos de fórmulas como a1/a2 > b1/b2 , donde las a y las b representan los costos-trabajo de producir una unidad de las mercancías A y B en los países 1 y 2, respectivamente. Tales fórmulas expresaban órdenes de magnitud, pero no restricciones a las cantidades empleadas de recur- sos. Dice Barral Souto:

[...] me propuse allá por 1939 aclarar la confusión que originaba frecuentemente la premisa fundamental de los cambios internaciona- les [...] llegando a la conclusión de que un enunciado prolijo...requería tomar en cuenta, además de las productividades [...] [las] limitaciones impuestas por la finitud de la capacidad de producción total y por las necesidades de consumo de bienes ya satisfechos.

Tomar en cuenta la finitud condujo a Barral Souto al terreno de los poliedros convexos y a emplear una matemática desconocida para los economistas de la década de 1930, excepto el pequeño grupo conducido por Karl Menger en Viena. A partir de 1939, pues, replanteó el enfoque tradicional, hasta alcanzar una nueva formulación en términos de inecuaciones lineales. Wassily Leontief, en carta fechada 19 de junio de 1961 al decano de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, William L. Chapman, se refería a “un artículo muy interesante [...] donde el Profesor José Barral-Souto ha anticipado en su esencia el enfoque de programación lineal de la teoría económica”.

Características del enfoque

(a) El modelo clásico de optimización no exige a priori la no negatividad de las soluciones. La sola inclusión de este requisito convierte al problema en uno de programación matemática. El traba- jo de Barral expresamente restringía el conjunto factible a los valores positivos (no a los no negativos, como tiempo después sería usual): “la naturaleza del problema exige que los valores representados por estos símbolos [cantidades de producción, tiempos empleados y tiem- pos totales disponibles] sean todos positivos”. 170 MANUEL FERNÁNDEZ LÓPEZ

(b) Un rasgo notable es la descomposición de la cantidad total de cada producción en dos elementos: el nivel de producción unitario (que denomina “productividad”) y la escala de operación de cada actividad. A diferencia del procedimiento de Leontief, no normaliza las diversas cantidades por el volumen de la propia producción, sino a la manera de John von Neumann, definiendo las actividades producti- vas durante cierto período de tiempo. La escala de operación es cierta longitud de tiempo, no un nivel de producción. Así, pues, para dos bienes distintos 1 y 2, la notación de Samuelson es x1, x2 y la de Barral Souto, a1t1 , a2t2 , donde las ti son formalmente idénticas a las “intensidades de producción” de von Neumann, y la dimensión de las -1 ai : ai = [AT ]. (c) La noción de “eficiencia” se vincula a la frontera de posibi- lidades de producción, definida como el conjunto de los puntos “efi- cientes”. En palabras de Barral Souto:

La configuración será entonces de máxima eficiencia, en este sentido; con respecto a esta otra configuración podrá incrementar la produc- ción de un bien pero necesariamente será a expensas de una disminu- ción del otro, o de un aumento de los tiempos. Es decir que si toda otra configuración ofrece ventajas es a costa de algún sacrificio.

Además de resolver el problema de los costos comparados, Barral Souto anticipaba diez años la formulación de “eficiencia” por Tjelling Koopmans (1951). El trabajo de Barral Souto sobre ventaja comparativa introdujo conceptos innovadores en el análisis económico: inecuaciones linea- les, conjuntos convexos y acotación de recursos. Su contribución tuvo, pues, puntos de contacto con las de von Neumann (1937), Samuelson (1948) y Koopmans (1951).

Notas

1. El programa de Gondra-Broggi puede verse en Fernández López, 2000a: 37. 2. En la actualidad se toman como axiomas las propiedades de las relaciones de orden, la existencia de conjuntos contorno superiores e inferiores y un axioma débil acerca del conjunto de consumo. Véase. p. ej. A. P. Barten y Böhm, 1982: 384-8. LA CIENCIA ECONÓMICA ARGENTINA ENTRE GUERRAS (1918-1939) 171

3. Para Harrod (1952, vi), en efecto, la teoría de la competencia imperfecta era una generalización del monopolio de Cournot al caso de competencia no perfecta. 4. De su legajo personal, Facultad de Ciencias Económicas, UBA. Véase Fernández López, 2000e. 5. Un caso de la perseverancia de Broggi en cierto tema, fue la continuidad de su interés en el teorema de la probabilidad compuesta, que consideró en trabajos de 1909 y de 1919, respectivamente. Véase Fernández López 2000f. 6. “Yo tenía el cargo de conciencia de haber preconizado y logrado que la Argentina siguiera, en el año treinta y uno y mitad del treinta y dos, la política más ortodoxa, cuando era subsecretario de Hacienda” (Prebisch, 1991, II: 146 n). 7. Por ejemplo, en Comercio Internacional, de Haberler (1933).

Agradecimientos Al doctor Julio H. G. Olivera, por su estímulo general y, en particular, para investigar la contribución científica del ingeniero Teodoro Sánchez de Bustamante. A la Biblioteca Británica de Economía y Ciencia Política de la Escuela de Economía de Londres, por su ayuda en marzo 2000. A las bibliotecas de las universidades de Göttingen y Hannover, por su ayuda en febrero-marzo 2001.

Registro de figuras notables

JOSÉ BARRAL SOUTO (Oleiros, La Coruña, 1903-Buenos Aires, 1976). El 9/3/1921 ingresó al Doctorado en Ciencias Económicas de la UBA. El 19/5/1925 recibió el título de Contador Público Nacional. El 5/4/1929 se anotó en la carrera de Actuario. Ultimos exámenes rendidos: 30/ 3/ 1931 (Legislación Industrial, o Legislación del Trabajo) y 16/7/1931 (Finanzas). En 1926-1930 completó los dos primeros años del Docto- rado en Ciencias Físicomatemáticas en la Facultad de Ciencias Físicomatemáticas de la Universidad Nacional de La Plata, que com- prendía tres asignaturas de Análisis (Aplicaciones de Trigonometría y Álgebra, Análisis Matemático I y II) y dos de Geometría (Geometría métrica y proyectiva, Geometría descriptiva). En 1927 entró al Institu- to de Economía Bancaria, que dirigía Baiocco, al que se vinculó por varias décadas. Allí dirigió trabajos de alumnos, incorporados a Análi- sis Estadístico de algunas series bancarias y afines (1929). El 23/7/ 172 MANUEL FERNÁNDEZ LÓPEZ

1928 se naturalizó argentino. En 1929 publicó su primer trabajo: “Cálculo de la tasa efectiva de un título” en Revista de Ciencias Económicas. Ese año comenzó a estudiar Biometría, con José González Galé. El 10 y 30/12/1929 rindió sus exámenes de Matemática Actuarial y Biometría, con “sobresaliente”. En 1930 se creó el Instituto de Biometría, apéndice de la carrera actuarial, al que ingresó el 24/9/1930 como Jefe de trabajos prácticos. En 1933 se presentó a concurso para profesor adjunto de Estadística, para el cual escribió la monografía El esquema de Bernoulli y las tasas de masculinidad de la Ciudad de Buenos Aires (1900-1931) (70 ff., inédita). El 6/11/1930 fue designado Profesor adjunto de Estadística, cargo que mantuvo hasta el 27/1/1942. Debió dictar ocho clases de la asignatura durante cada ciclo lectivo anual. Cumplió esa exigencia en 1934, 1935 y 1939. El 2/4/1934 presentó como tesis doctoral Expresión de la renta vitalicia mediante una serie potencial entera de la variación del tipo de interés (jurado: José González Galé, Argentino V. Acerboni, Teodoro Sánchez de Bustamante, Benjamín Arriague, y el decano Enrique César Urien), calificada el 18/7/1934 con “Sobresaliente”. En Boletín Matemático publicó: «La máquina de calcular en el cálculo de raíces» (julio 1934), «Sobre la desigualdad de Steffensen» (setiembre 1934), «Una demos- tración de la desigualdad de Tchebicheff» (octubre 1934) y «Una desigualdad finita» (octubre 1934), «Cinco valores interesantes de una media general» (noviembre 1934), «Sobre la desigualdad de Jensen» (junio 1935), «Estudio de la derivada de una media general» (julio 1935) y «Alrededor del signo de una derivada» (octubre 1935). En 1936 cofundó la Unión Matemática Argentina, de la que fue vocal de su comisión directiva en 1943-1944 y 1944-1945. El 9/10/1937, al cumplir cuatro años como adjunto de Estadística, presentó el trabajo El modo y otras medias, casos particulares de una misma expresión matemática, que apareció como Nº 3 de los Cuadernos de Trabajo del Instituto de Biometría. Otros trabajos suyos en los Cuadernos fueron: Seguros de vida a capital variable (Nº 4, 1938); Nogueira de Paula, Teoría racional de los sistemas económicos (Nº 6, 1939; versión castellana de Barral Souto); Interpolación y ajustamiento de la curva logística generalizada (Nº 7,1938); Principios fundamentales de la división del trabajo (Nº10). En 1936 suplió a Gondra durante dos semanas (o seis clases, del 12 al 26 de septiembre) lo que lo conectó LA CIENCIA ECONÓMICA ARGENTINA ENTRE GUERRAS (1918-1939) 173 con los Elementos de Economía Política (1933) de Gondra. Lo volvió a remplazar por seis clases, del 18/8 al 1/9/1937. Perteneció a las si- guientes instituciones científicas: Sociedad Científica Argentina (1937); Mathematical Association of America (1937-1961); Institute of Mathematical Statistics (1937); American Mathematical Society (1938- 1954); Econometric Society (1938); Consejo de la American Association for the Advancement of Science (electo Fellow “in recognition of your standing as scientist”, 27/12/1940); Instituto Interamericano de Esta- dística (miembro titular, 31/1/1941, Vicepresidente 1º, 1957-1965; Presidente Honorario, 16/10/1965); Instituto Notarial Argentino (1949); American Statistical Association (1953); Instituto Internacional para el Estudio Científico de la Población (1953); Academia Nacional de Ciencias Económicas (1966, Sitial Nº 19).

HUGO BROGGI (Como, Italia,1880-1965). Cursó en Como y Milán los niveles primario y medio, que concluyó en el Instituto técnico en 1898. En 1898-1901 realizó en Milán distintos estudios, sobre todo literarios y filosóficos. En 1901-1902 estudió en Göttingen, donde se diplomó en Matemática Actuarial. Tras un semestre en Berlín (invierno-verano 1903), pasó a Roma como Director de la sección matemática de una compañía de seguros de vida. Al mismo tiempo estudió en la escuela diplomática de Roma, en la que se diplomó en abril de 1904 en Ciencias Económicas. Ese año inició una intensa colaboración con el Giornale degli Economisti, que en una primera etapa se extendió hasta 1907. Desde la Pascua de 1905 hasta el otoño de 1906 estudió de nuevo en Göttingen. En 1906 publicó Matematica Attuariale. El 4 de junio de 1907 presentó una Disertación Inaugural, supervisada por David Hilbert, sobre Los axiomas del cálculo de probabilidades y se doctoró en Matemática. Ese año apareció la traducción francesa de su libro. Se radicó en Buenos Aires en 1910. Fue elegido profesor de Matemática Financiera del IAEC. En la Universidad Nacional de La Plata fue profesor de Análisis Matemático (1911) y Matemáticas Superiores (1912). Fue el primero en el país en dictar esa disciplina con sentido moderno. En 1912 el Consejo Superior de la Universidad de Buenos Aires lo nombró titular de Estadística. Integró el primer Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Económicas (noviembre 1913) y la Academia Nacional de Ciencias Económicas en 1914, de la que fue 174 MANUEL FERNÁNDEZ LÓPEZ secretario (1919-1925). En 1927 regresó a Italia, donde se radicó definitivamente. La Academia Nacional de Ciencias Económicas lo nombró académico correspondiente.

ALEJANDRO E. BUNGE (Buenos Aires,1880-1943). Luego de hacer el bachillerato en Buenos Aires, y de cursar un año de Ingeniería y otro de Derecho, en la Universidad de Buenos Aires, estudió mecánica y electricidad en el Technikum de Hainichen, Sajonia, Alemania, donde se recibió en 1903 de Elektro-Ingenieur. Práctica de un año en España, por contrato, para la reforma de la maquinaria en Planas, Flaques y Cía., Gerona, fábrica de dínamos, turbinas e instalaciones de luz y fuerza. Nueve años de ejercicio de la profesión en Buenos Aires, con interrupción de un año (1909) dedicado a estudios técnico-industriales en Alemania. Compartió el ejercicio de la profesión de ingeniero con estudios económico-sociales, en Estadística, en sus funciones adminis- trativas (Jefe de la División Estadística del Departamento Nacional del Trabajo, Director Nacional de Estadística de la Nación, 1915) y como profesor suplente de Broggi en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires (1913) y director de Revista de Econo- mía Argentina (1918). En 1917, al aparecer su estudio Riqueza y renta de la Argentina, ya había publicado obras anunciadoras de una trayec- toria extraordinariamente fecunda.

LUIS ROQUE GONDRA (Buenos Aires, 1881-1947). El 9 de marzo de 1910 fue nombrado Vicedirector y profesor de la Escuela Superior de Comercio Carlos Pellegrini, dependiente de la Universidad de Buenos Aires, cargo que desempeñó durante dos períodos lectivos (1910, 1911). Desde el 1º de abril de 1910, profesor de Historia del Comercio. Absorbió dicha cátedra (1912) el IAEC, sobre el cual se fundó en 1913 la Facultad de Ciencias Económicas, donde Gondra enseñó Historia del Comercio hasta el 1/12/1922, totalizando trece períodos lectivos.

RAÚL PREBISCH (Tucumán, 1901-Santiago de Chile, 1986). Estudió en la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires (1918-22). Influyeron en su formación: Eleodoro Lobos, Augusto C. Bunge, Alejandro E. Bunge, Luis Roque Gondra y Mauricio Nirenstein. Condiscípulos que integraron su “equipo” como funcionario: Julio LA CIENCIA ECONÓMICA ARGENTINA ENTRE GUERRAS (1918-1939) 175

Silva, Ernesto Malaccorto y Máximo Alemann. Ayudante del Semina- rio de la Facultad de Ciencias Económicas (1920), Director de Estadís- tica de la Sociedad Rural Argentina (1922), Secretario de la Comisión Especial de Presupuesto (1922), becado por el Ministerio de Hacienda de la Nación para estudiar el impuesto a la renta en Australia y Nueva Zelandia (1923-4), Profesor Interino de Economía Política en la Uni- versidad de Buenos Aires (1925), Subdirector de Estadística de la Nación (1925), Director de la Oficina de Investigaciones del Banco de la Nación Argentina (1927), Subsecretario de Hacienda de la Nación (1930), Profesor Titular de Economía (1934-48), Gerente General del Banco Central de la República Argentina (1935-43), Secretario Ejecu- tivo de la CEPAL (1950), Secretario general de la UNCTAD (1962).

TEODORO SÁNCHEZ DE BUSTAMANTE (1892-1976). Ingeniero (Universi- dad de Buenos Aires, 1916) con medalla de oro. Produjo Investigacio- nes de economía matemática (1919), con prólogo fechado el 4 de diciembre de 1918. Obtuvo por concurso (1923) un cargo docente en Transportes y tarifas, en la Universidad de Buenos Aires. Durante años concentró su esfuerzo en economía de los transportes y análisis mate- mático. Dirigió el Instituto de Economía de los Transportes de la Facultad de Ciencias Económicas de la UBA (1938-45). Electo miem- bro de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires (1949) y Académico Emérito (1973)

Referencias

Barone, E. (1926) Principios de Economía Política. Traducción de Mauricio Nirenstein. Revisión de Raúl Prebisch. Buenos Aires: Imprenta de la Universidad. 317 p. Barral Souto, J. (1941) Principios fundamentales de la división del trabajo. Revista de Ciencias Económicas, XXIX, II (236, marzo): 175-191; (237, abril): 285-315. También en: Cuadernos de Trabajo, 10, Instituto de Biometría; en portugués: Revista Brasileira de Estadistica (1942); en inglés: International Economic Papers (1967); recensión de J. E. Morton, American Mathematical Monthly 51(1), enero 1944: 44. Bernaola, O. A.; L. Bassani (2000). El caso Rumer. Saber y Tiempo, 3(10): 39-60. Broggi, U. (1907). Die Axiome der Wahrscheinlichkeitsrechnung. Inaugural- Dissertation zur Erlangung der Doktorwürde der hohen philosophischen Facultät der Georg-Augustus-Universität zu Göttingen. Göttingen: Dieterich, 32 p. 176 MANUEL FERNÁNDEZ LÓPEZ

______(1919) Máximos hedónicos y líneas de Indiferencia. Anales de la Facultad de Ciencias Económicas (Buenos Aires), I: 73-78. ______(1923) Vilfredo Pareto y la teoría del equilibrio económico. Revista de Ciencias Económicas (Buenos Aires), XI, II (27, octubre),: 141-53. ______(1924) Sull’economia paretiana, Giornale degli Economisti, junio: 331-333. Bunge, A. E. (1917). Riqueza y renta de la Argentina, su distribución y su capacidad contributiva. Buenos Aires. 304 p. ______(1918). Costo de la vida en la Argentina, de 1910 a 1917. Números indicadores. Revista de Economía Argentina, I (1, julio): 39-63. ______(1919a). El coeficiente de corrección de la moneda. Sus fundamentos y su practicabilidad. Revista de Economía Argentina (Buenos Aires), III (15, septiem- bre): 230-237. ______(1919b). Costo de la vida en la Argentina. Sus variaciones de 1910 a 1918. Método de los números indicadores. Anales de la Facultad de Ciencias Económi- cas (Buenos Aires), I: 79-100. ______(1920). The coefficient of money correction. The use of index numbers in the determination of fluctuations in the purchasing power of money, Washington, 22 p. Bunge, M. (2000). Veinticinco siglos de teoría cuántica. Saber y Tiempo, 3(10): 5-23. Cavandoli, L. (1926). La población y la repartición de la riqueza, Prometeo, Paraná, Entre Ríos. ______(1927) Sobre algunos principios de economía matemática pura. Anales de la Sociedad Científica Argentina, CIII: 43-108. Fernández López, M. (2000a). Épocas de la economía matemática argentina. Saber y Tiempo, 9: 33-48. ______(2000b). Crisis mundial: hechos, gente, ideas. El Economista, 17/3: 12. ______(2000c). Una moneda estable: Irving Fisher y Alejandro Bunge. El Econo- mista, 7/4: 10. ______(2000d) Cuestiones económicas argentinas. Buenos Aires: A-Z Editores. ______(2000e). Teodoro Sánchez de Bustamante y el descubrimiento de la curva de ingreso marginal. Anales de la Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires.. ______(2000f). Ugo Broggi, a neglected precursor in modern mathematical economics, Anales de la Asociación Argentina de Economía Política. ______(2001a). El pensamiento económico (1914-1982), Nueva Historia de la Nación Argentina, VIII. Buenos Aires: Academia Nacional de la Historia (en prensa). ______(2001b). Location theory and mathematical programming. Proceedings. IV Annual Conference of the European Society for the History of Economic Thought.. Cheltenham: Edward Elgar (en prensa). LA CIENCIA ECONÓMICA ARGENTINA ENTRE GUERRAS (1918-1939) 177

______(2001c). Raúl Prebisch at one hundred: the thought of a policy-maker and economic theorist under changing settings. ESHET Conference 2001, 22-25 febre- ro, Darmstadt. Gondra, L. R. (1918). La economía pura. Revista de Ciencias Económicas (Buenos Aires), VI (60, junio): 351-69. También: Anales de la Facultad de Ciencias Económicas (Buenos Aires), I, 1919: 101-28; Estudios de Historia y Economía- Segunda Serie, Buenos Aires, 1938: 389-424 Pantaleoni, M. (1918) [1894]. Principios de economía pura. Traducción de Luis Roque Gondra. Buenos Aires: Librería La Facultad. Madrid: Perlado, Paez y Cª. Prebisch, R. (1923) La sociología de Vilfredo Pareto. Revista de Ciencias Económicas (Buenos Aires), XI, II (27, octubre): 154-66. También: Obras, I, 1991: 365-373. ______(1939). Memoria Anual del Banco Central de la República Argentina. Cuarto Ejercicio. 1938, II. Buenos Aires: Gotelli: 5-17. También: Obras, II, 1991: 647-657. ______(1983). Cinco etapas de mi pensamiento sobre el desarrollo. El Trimestre Económico (México), 50, 2 (198, abril-junio): 1077-1096. ______(1986) La crisis del desarrollo argentino. Buenos Aires: El Ateneo. ______(1991, 1993) [1919-49]. Obras. Recopilación de Manuel Fernández López. Buenos Aires: Fundación Raúl Prebisch. 4 vols. Remak, R.E. (1929) Kann die Volkswirtschaftslehre eine exakte Wissenschaft werden? Jahrbücher für Nationalökonomie und Statistik, 131, 3ª (76). Jena: Gustav Fischer. Sánchez de Bustamante, T. (1919). Investigaciones de economía matemática. Buenos Aires.

SABER Y TIEMPO 11 (2001). 179-184 Separata 113.11

LA FILOSOFIA EN LA ARGENTINA ENTRE LAS DOS GUERRAS MUNDIALES: REMINISCENCIAS DE UN SOBREVIVIENTE

Mario Bunge McGill University, Montréal, Canadá

El período en cuestión, 1919-1939, coincide con el lapso comprendido entre mi nacimiento y mis dos primeras conferencias públicas sobre filosofía, que pronuncié en la AIAPE (Agrupación de Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores). No conozco bien la filosofía argenti- na de la época, no soy historiador y ni siquiera tengo a mano los documentos necesarios para informarme sobre ella. Para escribir lo que sigue usaré exclusivamente mi recuerdo, seguramente imperfecto, de lo que viví en los últimos años de ese período. Mi desconocimiento en cuestión tiene dos motivos. El primero es que estudié física y matemática. Sólo asistí a unas pocas conferen- cias de filosofía en el Colegio Libre de Estudios Superiores, en parti- cular las que dio Rodolfo Mondolfo a poco de llegar al país. Por consiguiente, me salvé de estudiar la filosofía universitaria, como la llamó José Ingenieros. Sólo me llegaban, intermitentemente, rumores desalentadores que me traían algunos amigos inscriptos en la Facul- tad de Filosofía y Letras de Buenos Aires. También solía leer, aunque sin provecho, la escasa producción filosófica nacional. Casi toda la filosofía que aprendí, tanto la buena como la mala, salió de publica- ciones que encontraba en las librerías El Ateneo y El Palacio del Libro, o encargaba a Inglaterra y Francia. El segundo motivo de mi ignorancia de esa producción es que me disgustaba por ser anticientífica o, como solía decirse entonces, antipositivista. Me bastó asistir a la primera semana de cursos en la Facultad, en 1937, para escaparme a la Facultad de Ciencias. No volví a pisar el caserón de la calle Viamonte, donde había enseñado mi tío Carlos Octavio, sino dos décadas más tarde, cuando fui profe- sor de filosofía de la ciencia, al mismo tiempo que enseñaba física teórica en las Universidades de Buenos Aires y La Plata. 180 MARIO BUNGE

Mi impresión de la filosofía del período de entreguerra es que tuvo las características siguientes: profesionalización, agotamiento del “positivismo” argentino, primeros estudios serios de historia de la filo- sofía, auge del idealismo y del intuicionismo, y primeros ensayos de fenomenología y existencialismo. Hasta comienzos del período de marras, los filósofos argentinos habían sido aficionados. No habían hecho estudios regulares de filosofía, no publicaban regularmente en revistas especializadas, no estaban agrupados en una sociedad profesio- nal ni asistían a congresos. Sobre todo, ninguno de ellos trabajaba con dedicación exclusiva (fui el primero en solicitar y obtener dedicación exclusiva, en 1958). Casi todos habían estudiado profesiones liberales y seguían ejerciéndolas. Aun así, en ese período aparecieron los prime- ros estudiosos que se dedicaron exclusivamente a la filosofía, aunque no a la investigación original sino a la lectura y la enseñanza. Muchos pensarán que semejante profesionalización fue un avan- ce. Opino que fue ambivalente. Por una parte favoreció los estudios de historia de la filosofía, hasta entonces descuidados. Por ejemplo, León Dujovne escribió la primera monografía extensa sobre Spinoza en len- gua castellana; Francisco Romero se hizo experto en filosofía alemana; Vicente Fatone fue el primer argentino en escribir sobre la antigua filosofía india; y Jacinto Cúccaro escribió sobre Giambattista Vico, el primer enemigo de la Ilustración (el mismo Cúccaro fue durante años el único ocupante de la sección “Doctores en filosofía y letras” de la sección amarilla de la guía telefónica de la Capital Federal). El efecto negativo de la profesionalización de la filosofía fue que facilitó el filosofar en el vacío, o sea, sin contacto con el resto de la cultura y, aún menos, con la rica vida social contemporánea. Por ejemplo, Alejandro Korn no usó para filosofar su experiencia de mé- dico: no hizo sino resumir y comentar obras de filósofos alemanes “puros”. En particular, no se ocupó de ninguno de los problemas filosóficos que enfrenta diariamente el médico, tales como las carac- terísticas lógicas y gnoseológicas del diagnóstico médico, o el proble- ma moral de si es lícito atenerse al precepto hipocrático de prolongar la vida cualquiera sea su calidad. Menciono a Korn porque, a juicio de su admirador y discípulo Francisco Romero, fue el primer filósofo propiamente dicho que produjo el país. LA FILOSOFÍA EN LA ARGENTINA ENTRE LAS DOS GUERRAS MUNDIALES 181

La filosofía de entreguerras fue “antipositivista”. Las comillas apuntan a que, como es sabido, el llamado positivismo argentino no había sido comtiano sino cientificista, materialista (o naturalista) y evolucionista (o más precisamente spenceriano). Esto vale, muy es- pecialmente, para José Ingenieros y Carlos Octavio Bunge. Carlos Octavio murió en 1918 e Ingenieros en 1925. 1925 es la fecha de defunción del “positivismo” argentino, y quizá también la fecha de nacimiento de la reacción idealista en el país (ésta había empezado una década antes en México con Antonio Caso y José Vasconcelos, como reacción contra la dictadura porfirista, autodenominada “científica”, que había abrazado la filosofía de Comte). Creo que ése fue también el año en que dejó de aparecer la notable Revista de Filosofía, que fundó Ingenieros y publicó un poco de todo, incluso algo de filosofía de aficionados. Esa reacción se inspiró en fuentes europeas continentales. És- tas fueron el vitalismo de Nietzsche, el intuicionismo de Bergson, el neohegelianismo de Croce y Gentile, la fenomenología (en particular la popularizada por Max Scheler), el existencialismo ateo de Heidegger y el cristiano de Gabriel Marcel, y el pot-pourri de Ortega y Gasset. El tomismo, que siempre marchó por su cuenta y que, aunque dogmático, no es irracionalista, no tuvo defensores seculares en esa época. Sólo se incrustó en la universidad bajo el peronismo, cuando Octavio Nicolás Derisi y Nimio de Anquín se destacaron por su militancia. Tampoco el marxismo circulaba entonces en la universidad (el historiador Ricardo Levene decía en clase que no examinaría el Ma- nifiesto comunista, de 1848, por respeto a las señoritas presentes). Aníbal Ponce, discípulo de Ingenieros, difundió el marxismo pero no lo practicó. Y el prestigioso clínico Emilio Troise, el único filósofo marxista de entonces, dictó un curso sobre materialismo dialéctico en el Colegio Libre. A diferencia de los estalinistas, Troise no “funda- mentaba” sus afirmaciones sobre citas de Marx, Engels, o sus suceso- res. Además, hacía amplio uso de la literatura médica sobre la mente y subrayaba el materialismo antes que la dialéctica. Pero volvamos a la corriente central. Ésta estaba dominada por Ortega y sus discípulos, quienes a su vez habían sido seducidos por la filosofía alemana del primer tercio del siglo. Ortega era un pensador 182 MARIO BUNGE superficial y ambiguo. Admiraba la ciencia y la técnica desde lejos, al punto de obligar a su hijo, el eminente periodista liberal Pepe Ortega Spottorno, a estudiar agronomía. Pero al mismo tiempo había adopta- do las corrientes anticientíficas en boga en la Alemania de entonces. En particular, había abrazado el vitalismo de Nietzsche, el idealismo neokantiano y, en dos momentos, incluso el existencialismo. La enorme influencia que ejerció Ortega en todo el mundo de habla hispana se debe, no sólo a que respondía a la moda filosófica de entonces, sino también a que tuvo discípulos activos, tales como José Gaos, José María Ferrater Mora, David García Bacca y Manuel García Morente. También contribuyó el que escribiera bien, el que dirigiera la Revista de Occidente y su biblioteca (casi toda de traducciones del alemán) y el que, como periodista, defendiera la democracia y pro- pugnara la necesidad de modernizar el mundo hispánico. Salvo Ortega, Croce y los neokantianos, los filósofos idealistas europeos eran políticamente reaccionarios. Entendían muy bien las posibilidades subversivas de una ontología materialista, una gno- seología realista y una ética mundana. Si el mundo es material, el alma no existe y, por lo tanto, los ritos por la salvación del alma y los discursos sobre la primacía de las ideas son insostenibles. Y si el mundo existe por su cuenta y es posible conocerlo, aunque sea aproximadamente, también es posible usar su conocimiento para cambiarlo. Finalmente, si la moral es hecha y no revelada, entonces se la puede discutir racionalmente y a la luz de sus consecuencias, así como de la ciencia, como lo había propuesto Ingenieros en Ha- cia una moral sin dogmas. Los únicos “antipositivistas” criollos que entendieron la con- gruencia entre la filosofía irracionalista y las políticas de derecha fueron los existencialistas, en particular Carlos Astrada, Giordano Bruno (a) Jordán B. Genta, y Miguel Angel Virasoro. Los tres estu- vieron al servicio de todas las dictaduras que pudieron. En cambio, el idealista Alejandro Korn era agnóstico y simpa- tizó con el socialismo. Su seguidor Francisco Romero, animador de la filosofía en Latinoamérica, era anticlerical y demócrata consecuen- te, pese a haber sido militar de carrera. Se enojó cuando, en el último número de Minerva, publiqué una lista de los filósofos alemanes que, por su irracionalismo, yo consideraba precursores o simpatizantes del LA FILOSOFÍA EN LA ARGENTINA ENTRE LAS DOS GUERRAS MUNDIALES 183 nazismo (seguramentente, se me fue la mano con algunos; en cambio, por ignorancia, no incluí al neokantiano Heinrich Rickert). En 1944 lancé la revista Minerva, que duró solamente seis números, con el propósito explícito de combatir el irracionalismo y, muy especialmente, el proveniente de la Alemania nazi. La revista murió porque se me acabaron los fondos, porque los libreros y quiosqueros no “liquidaban” las ventas y porque ya no llegaban cola- boraciones del lado ilustrado. Fuera de las ciencias y de las técnicas, en el país casi no quedaban pensadores racionalistas y procientíficos. Cuando murió Minerva habían pasado exactamente veinte años desde la muerte del último gran “positivista” argentino. El partido anticientífico había triunfado en los centros de enseñanza, al mismo tiempo que la tradición liberal argentina era combatida desde arriba a partir de ese fatídico 6 de setiembre de 1930. Al mismo tiempo, afloraba el revisionismo histórico en sus dos variantes, la rosista y la marxista (o economicista), la primera ligada al fascismo y la segunda al comunismo. A lo sumo, se leía a Ernst Cassirer, el más ilustrado y abierto de los neokantianos. Pero Wilhelm Dilthey, un neokantiano retrógra- do, era más popular entre nuestros profesores, porque cantaba siem- pre la misma misa: los estudios sociales no pueden ser científicos porque los hechos sociales son espirituales y, más precisamente, son textos a interpretar. Y el segundo Husserl era aún más respetado, acaso porque, además de atacar a las ciencias naturales, era casi tan oscuro como Heidegger, su discípulo dilecto. Durante el peronismo, los infortunados estudiantes de Derecho de la Universidad de Buenos Aires eran obligados a repetir el galimatías de Carlos Cossio, quien enseñaba una mezcla de fenomenología con el positivismo jurídico de Hans Kelsen, que tan bien se ajusta a los regímenes autoritarios. Sin embargo, desde entonces el pensamiento filosófico serio renació esporádicamente. Por ejemplo, Risieri Frondizi regresó del exilio en 1955, promovió la axiología y la ética y, desde su memora- ble Rectorado de la UBA, impulsó vigorosamente las ciencias. Un año después, con Gregorio Klimovsky, Rolando García, Gino Germani y Jorge Bosch, constituimos la Agrupación Rioplatense de Lógica y Filosofía Científica, que tuvo intensa actividad durante siete años, sobre todo en la Facultad de Ciencias. En 1974 se fundó la Revista 184 MARIO BUNGE

Latinoamericana de Filosofía, y cinco años después Análisis Filosó- fico. Aunque ninguna de estas instituciones fue cuna ni tribuna de pensamiento original, todas ellas fueron serias. Es decir, respetaron los cánones del discurso racional. Ya es algo en un ambiente corroído por el irracionalismo de todos los matices, desde el palabrerío deli- rante de Heidegger y sus imitadores criollos, hasta la brujería astroló- gica de López Rega. Veo el período de entreguerras, en nuestro país, como un campo de concentración del pensamiento riguroso y aventurado. Fue una épo- ca de imitación servil de lo peor que nos traían los barcos provenientes de Alemania, Francia, Italia, España y la URSS. Salvo un puñado de aficionados, nadie estaba enterado de lo que pasaba en la filosofía anglosajona. En particular, nadie hacía lógica matemática ni epistemo- logía, y casi nadie conocía los escritos filosóficos de Bertrand Russell ni de los neopositivistas. Ni siquiera Wittgenstein era conocido. Hoy, en cambio, la gente está mucho más al día en filosofía y el espectro filosófico es más amplio que en las décadas de 1920 y 1930. Se está cumpliendo la segunda etapa del proceso que, según Francisco Romero, se da en todas partes: adhesión entusiasta, elabo- ración crítica y creación original. Lo que aún falta son la curiosidad y la valentía intelectual necesarias para atreverse a explorar: a pensar lo que no se está pensando en París, Oxford, Munich o Cambridge MA. Lo que, al fin de cuentas, no es mucho. SABER Y TIEMPO 11 (2001). 185-199 Separata 181.11

LA SOCIOLOGIA EN LA ARGENTINA DE ENTREGUERRAS

Juan Carlos Agulla Academia Nacional de Ciencias de Buenos Aires

La primera cátedra de Sociología de la Argentina se creó, en 1898, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, con lo que se inició un proceso de institucionalización de las Ciencias Sociales sensu stricto. Quedó a su cargo, interinamente, el por enton- ces Profesor adjunto de Filosofía del Derecho, Antonio Dellepiane, quien dictó su primer y único curso en 1899. En 1904 se designó Profesor titular de Sociología a Ernesto Quesada; cuyo primer curso tuvo lugar en 1905. La disertación inaugural, que se publicó ese mismo año en el Tomo III de la Revista de la Universidad, constituye un hito fundamental en la defensa de la cientificidad de la Sociología y de su enseñanza en la Argentina. Este trabajo era, de alguna manera, una réplica científica a las palabras del Decano saliente de la Facultad, Miguel Cané, quien se negaba a la inclusión de esta materia en el currículo de la Facultad por “carecer de entidad científica” -según decía-, a pesar que ya había sido incorporada a los curriculos de varias universidades de Europa y de los Estados Unidos (Kiel, París, Chicago, etc.). En la Universidad Nacional de Córdoba, la primera cátedra de Sociología se creó en 1907 en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. La cátedra quedó a cargo de Isidoro Ruiz Moreno, quien dictó sólo un curso. Al año siguiente se designó Profesor titular al joven jurista Enrique Martínez Paz, recién llegado de una estada de estudio en la Sorbonne de París. En 1908 se creó la primera cátedra de Ciencias Sociales en el reformado Plan de Estudio -luego de la innovadora huelga estudiantil de 1905- en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Univer- sidad de Buenos Aires y quedó a su cargo Juan Agustín García. La misma cátedra se creó en 1912 en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata, de la que encar- 186 JUAN CARLOS AGULLA gó Juan Agustín García. Dos años después se creó la de la Universidad Nacional del Litoral, que no tuvo su titular, José Oliva, hasta 1920. En las universidades de Buenos Aires, Córdoba, La Plata y Lito- ral se desarrollaron, además, cursos de “Ciencias Sociales”, con conte- nidos afines, a cargo de profesores ilustres como Francisco y José María Ramos Mejía, Juan Bialet Massé, Antonio Dellepiane, Alfredo Colmo, Leopoldo Maupas, José Ingenieros, Juan Alvarez y, con poste- rioridad, Ricardo Levene y Raúl Orgaz. Todo llevaba a demostrar que las Ciencias Sociales en general y la Sociología en particular, tendían a ser reconocidas institucionalmente como ciencias (ciencias del espíritu o de la cultura) o, al menos, como un conocimiento válido desde el punto de vista profesional. Se trataba del proceso de institucionalización de las ciencias sociales en la Argentina. En tal sentido se estaba á la page, ya que el mismo proceso se estaba dando en las principales universidades de Europa y de los Estados Unidos. Conviene destacar este dato porque muestra el estado de receptividad cultural de la Argen- tina frente a las innovaciones que constituían el “paradigma” de los países civilizados, en el sentido de Sarmiento. En 1929 la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires y la Facultad de Ciencias Comerciales, Económicas y Políticas de la Universidad del Litoral, crearon sus primeras cáte- dras de Sociología y, en 1940, lo hicieron la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Tucumán y el Instituto de Huma- nidades (luego Facultad de Filosofía y Humanidades) de la Universi- dad Nacional de Córdoba. Ese mismo año Ricardo Levene creó, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, el primer Instituto de Sociología y en 1942 comenzó a aparecer el pri- mer Boletín de Sociología (y quizá de las ciencias sociales) en la Argentina. Este período respondió, en general, al desarrollo institucional de la sociología en los principales países de Europa, tales como Alemania o Francia. Inglaterra, por cierto, no siguió este proceso y en los Estados Unidos se estaban gestando “nuevas Cien- cias Sociales, a partir de los ‘problemas’ que creaba la crisis econó- mica de 1929”.1 Los primeros cientistas sociales en la Argentina fueron impor- tantes intelectuales y catedráticos -aunque no profesionales científi- cos- que incursionaban “profesionalmente” en la magistratura, en la LA SOCIOLOGÍA EN LA ARGENTINA DE ENTREGUERRAS 187 diplomacia, en la ppolítica y, por cierto, en las profesiones “liberales” (abogados). Provenían normalmente de las Facultades de Derecho y Ciencias Sociales, de Ciencias Económicas y de Filosofía y Humani- dades. Algo semejante ocurría con los profesores de ciencias sociales de Europa y de los Estados Unidos. En las universidades argentinas se notaba una clara vocación por los estudios histórico-institucionales o filosófico-jurídicos.

La producción sociológica La producción, al menos hasta la década de 1940, tuvo una marcada orientación hacia la consolidación de las instituciones políticas, socia- les y jurídicas mediante una explicación socio-histórica o socio-filosó- fica o histórico-comparativa. Por entonces, las ciencias sociales enten- dían que las explicaciones históricas y filosóficas eran la forma “cien- tífica” de conocer la realidad social e institucional. Se trataba de “ciencias del espíritu o de la cultura”. Aquí se advierte la influencia clara de los sociólogos europeos de comienzos del siglo XIX y, en especial, de Auguste Comte y Herbert Spencer, para quienes el desa- rrollo histórico -en tanto proceso determinista- constituye la perspecti- va científica del conocimiento de la sociedad nacional presente (y futura). Las ciencias se integran a la filosofía y dan origen al “positivis- mo”, movimiento filosófico de clara raigambre en las ciencias sociales, que tanta importancia tuvo en el pensamiento, no sólo argentino, sino latinoamericano. Con posterioridad, la influencia del historicismo se hizo notar a partir del pensamiento de Spengler o de Toynbee, sin descuidar la filosofía de los franceses Taine o Fustel de Coulanges y la psicología positivista de Wundt. La influencia de estos primeros sociólogos enciclopédicos y filósofos sociales estaba matizada, por cierto, con las nuevas contri- buciones de las emergentes teorías analíticas desarrolladas principal- mente en Francia y Alemania (Durkheim, Simmel, Tarde, Pareto) que controlaban entonces las primeras cátedras de Sociología en Europa. También aparece, solapadamente, la novedosa presencia del pensa- miento norteamericano, traído por Orgaz, de Ward, Giddings, Sumner, Ross, Ellwood, casi como un desafío psicologista y evolucionista al “humanista” pensamiento europeo.2 188 JUAN CARLOS AGULLA

La producción de estos cientistas sociales muestra, también, una evidente preocupación por el desarrollo de las ideas sociales en la Argentina. Esta preocupación se dirigía, principalmente, a reinterpretar las visiones de una sociedad todavía no integrada, como era la argen- tina, que había sido denostada por las interpretaciones (románticas y valorativas) de las generaciones anteriores (Echeverría, Mitre, López, Sarmiento, Alberdi). Los estudios concretos, especialmente con base histórica y sociológica, definieron más objetivamente la situación social de la sociedad argentina en la primera mitad del siglo XIX. Permitieron, con ello, una comprensión más acabada del carácter o identidad nacional rescatando los valores de la concepción judeocristiana de la vida, que provenía de la Conquista; de la integra- ción, en el pensamiento occidental, de los pensadores románticos y revolucionarios de la Independencia, y de la tradición regional de las comunidades territoriales de los conservadores “federalistas” Esta pers- pectiva y esta reinvindicación respondían al impacto que había pro- ducido la inmigración masiva de fines del siglo XIX y comienzos del XX. Se buscaba, así, rescatar la “peculiaridad” de la sociedad nacio- nal, representada, por entonces, en la estructura de dominación de la emergente sociedad nacional por un “patriciado” conservador y libe- ral. La poesía y la literatura gauchescas fueron otras manifestaciones de esta valorización de un pasado originario y aparecieron, junto al ensayo social, como la “conciencia crítica” del “imaginario social tradicional”, ante el proceso de integración de la sociedad nacional que emergía con sus características sociales y culturales “societarias” (nacional, urbana, capitalista, clasista, liberal).3 La necesidad de la enseñanza de las ciencias sociales en las cátedras universitarias, y la manera de ejercer el rol de científico en las universidades obligó, además, a elaborar manuales, introduccio- nes, cursos, etc. para uso docente. Esta necesidad se manifestaba, también, en Europa y los Estados Unidos. Se trataba de un material didáctico que se utilizaba, dentro de la función básica asignada en las universidades a las ciencias sociales, para ampliar la formación gene- ral de los futuros profesionales (abogados) pero, sobre todo, de las eventuales élites dirigentes de la sociedad nacional (juristas, políti- cos, diplomáticos, magistrados), que reclamaba de su dirigencia la nueva organización del Estado constitucional. LA SOCIOLOGÍA EN LA ARGENTINA DE ENTREGUERRAS 189

Las obras producidas en el país muestran un grado de conoci- miento bibliográfico, bastante amplio y significativo, de autores ale- manes, franceses y estadounidenses, sin descuidar, por cierto, quizá por razones de idioma, a los españoles y algunos latinoamericanos,.

Las generaciones sociológicas Entre 1898, fecha de creación de la primera cátedra de Sociología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, y 1957, fecha de creación de la carrera de Sociología en la misma Facultad, es decir, en un lapso histórico de sesenta años, aparece en la historia del pensamiento social en la Argentina una etapa caracterizada por una expresión bibliográfica exclusivamente “académica” de las ciencias sociales, ya que sólo se manifestaba en las cátedras universita- rias de las Facultades de Derecho y Ciencias Sociales, de Filosofía y Letras y de Ciencias Económicas, y sólo buscaba satisfacer los objeti- vos “formativos” de las élites dirigentes que establecían los planes de estudio. Las ciencia sociales, en general, y la sociología, en particular, eran contenidos culturales para la formación de profesionales y de eventuales dirigentes. El “estilo profesional” tenía esta impronta formativa y docente. Por eso se expresaba en “manuales de cátedra”, en la exposición del pensamiento de autores extranjeros, o en los análisis histórico-institucionales.4 Muchas de estas obras son verdaderamente importantes y son clásicos de la literatura social argentina. Pienso en los estudios de Bialet Massé sobre la clase obrera argentina, en los de los hermanos Ramos Mejía sobre los caudillos y la época de Rosas, en los de Quesada sobre la evolución social de la Argentina y en los de Alvarez sobre las guerras civiles; pienso también en los hermosos trabajos de Juan Agustín García sobre “La ciudad Indiana” y de Alejandro Bunge sobre “La Nueva Argentina”. A ellos se agregan los influyentes ma- nuales de Francisco Ayala, Orgaz y Poviña y las conocidas historias de las ideas sociales de Quesada, Ingenieros, Orgaz, Levene y Poviña. Esta etapa histórica tiene cuatro períodos de quince años, en los cuales aparecen las publicaciones de cinco generaciones: entre 1898 y 1912, entre 1913 y 1927, entre 1928 y 1942 y entre 1943 y 1957. En el período 1898-1912 aparecen las de Juan Bialet Massé (n. 190 JUAN CARLOS AGULLA

1843), José María Ramos Mejía (n. 1842) y Francisco Ramos Mejía (n. 1847). En el de 1913-1927 las de Ernesto Quesada (n. 1858), Juan Agustín García (n. 1862) y Antonio Dellepiane (n. 1864). En el de 1913-1927 las de Carlos Octavio Bunge (n. 1875), Alfredo Colmo (n. 1878), José Ingenieros (n. 1877), Juan Alvarez (n. 1878), Leopoldo Maupas (n. 1879) y Alejandro E. Bunge (n. 1880). En el de 1928- 1942 las de Enrique Martínez Paz (n. 1882), Ricardo Levene (n. 1885), Raúl A. Orgaz (n. 1888) y César Pico (n. 1895) y en el de 1943-1957, las de Alberto Baldrich (n. 1898\), Jordán Bruno Genta (n. 1901), Miguel Figueroa Román (n. 1901), Octavio N. Derisi (n. 1907), Francisco Ayala (n. 1906), Renato Treves (n. 1907), Jacinto Oddone (n. 1908) y José E. Soler Miralles (n. 1909). La producción social (sociológica, histórica y jurídico- institucional) de estas generaciones de coetáneos, que actuaron con- junta y superpuestamente con contemporáneos, afirmaron el proceso de institucionalización de las ciencias sociales en general y de la sociología en especial, al incorporar esos contenidos a las curriculos de los estudios de Derecho, Economía y Humanidades (filosofía, his- toria, letras). Con ellos, la sociedad reconocía estatus científico a estos conocimientos, pero sólo de base docente. Ese reconocimiento se asentó en los reclamos de la integración de la sociedad nacional argentina; es decir, en los problemas que emergían del proceso de transformación de las comunidades territo- riales -con su estratificación social estamental, su estructura aristo- crática del poder (el patriciado) y su ideología “comunitaria” (regio- nal, rural y tradicional)- en sociedades nacionales, con su estratifica- ción social clasista, su estructura burocrática del poder (la burguesía) y su ideología “societaria” (nacional, urbana y liberal). Por eso se asentó en las universidades y en las ciudades principales del país y, en especial en la ciudad de Buenos Aires que representaba, de alguna manera, la floreciente pampa húmeda, rica y en expansión, y era portadora de los valores de las sociedades nacionales que encarnaban los inmigrantes europeos (la civilización). Los valores “tradicionales” y las estructuras comunitarias se presentaban como resistiendo el proceso de integración de la sociedad nacional y se materializaban en la por entonces declinantes regiones andina o serrana. Las “ciencias del espíritu o de la cultura” buscaban rescatar los valores de una LA SOCIOLOGÍA EN LA ARGENTINA DE ENTREGUERRAS 191 identidad comunitaria (Ramos Mejía, Quesada, García, Bunge), que se hacía cada vez más residual, en nombre de una integración de la sociedad nacional (Bialet Massé, Ingenieros, Bunge, Treves, Orgaz).4 No se cuestionaba el valor o la importancia de las ciencias sociales y de la sociología; sólo se discrepaba por los valores que se buscaban rescatar: comunitarios o societarios, regionales o naciona- les, tradicionales o “modernos”, rurales o urbanos, clericales o lai- cos, patriarcales o patrimoniales. Y eso dependía de la fuente teóri- ca en que se apoyaban. Sin embargo, los enfrentamientos doctrinarios se asentaban en distintos niveles de cientificidad de la teoría social. De allí las discrepancias “escolares” o de escuelas teóricas. De to- dos modos, siempre estaba presente la idea de definir, de alguna manera, la identidad nacional frente al impacto que produjo el masi- vo proceso inmigratorio, las inversiones de capitales extranjeros (sobre todo ingleses), la debilidad del estado nacional y el “federalismo y la desintegración regional del país, como sostiene Daus, en una Argentina “feliz”, representada por la emergente re- gión pampeana, con sus valores societarios, y una Argentina “pé- trea”, representada por la residual región serrana o andina, con sus valores comunitarios” (Agulla, 1985). Los valores, a su vez, definían las preferencias teóricas y desta- caban sus caracteres ideológicos, ya que se trataba de “verdades” que no se discutían y, por cierto, no se probaban contrastando las explica- ciones con la realidad concreta e histórica. La cátedra universitaria (ámbito de capacitación de la eventual dirigencia) y los debates polí- ticos (en el Congreso o en los periódicos) eran foros adecuados para una discusión entre interlocutores que no se consideraban tales (con- servadores y progresistas, liberales y socialistas, católicos y agnósti- cos, religiosos y laicos, porteños y provincianos, rurales y urbanos, estancieros y doctores). Durante este período se produjeron cambios significativos en las influencias teóricas: del positivismo francés se pasó, lentamente, al historicismo alemán y al evolucionismo estadounidense. Favoreció este cambio la situación política mundial, a la que no fueron ajenos la Primera Guerra Mundial (1914-1918), la revolución bolchevique de Rusia (1918), la Reforma universitaria de Córdoba (1918) y aun la guerra civil española (1936-1939). En este último caso, no puede olvi- 192 JUAN CARLOS AGULLA darse el importante papel que cumplieron los intelectuales españoles que emigraron a México y a la misma Argentina. A pesar de las discre- pancias políticas, la tradición germanófila española (de Ortega y Gasset y su Revista de Occidente), permitió la introducción, por vía del libro propio y de las traducciones (Vierkandt, von Wiese, Tönnies, Freyer, Simmel, Mannheim, Scheller, Max Weber, etc.), de la más rica tradi- ción cultural alemana en el pensamiento argentino. Quizá por eso, los intelectuales se concentraron en escribir sobre la sociología, sobre la historia de la sociología y sobre sus cultores, olvidándose, durante las décadas de 1930 y de 1940, de la sociedad que, en última instancia, era el objeto de su estudio. Al respecto conviene destacar una excepción: la de Alejandro Bunge, ya que su obra (1940) fue el primer diagnóstico social con base estadística que se hizo en la Argentina. De alguna manera, recogió la influencia de Juan Bialet Massé (1905) y sirvió de preparación al trabajo de Gino Germani (1956). La creación de nuevas cátedras y de nuevas universidades abrió la posibilidad de acceder a estas “nuevas” especialidades, a una gene- ración joven que sintió, profundamente, la nueva situación mundial y las transformaciones que emergieron con la crisis mundial de 1929- 1930 y culminaron con la Segunda Guerra Mundial. Las ideologías políticas encontraron cultores significativos y, a veces, bastante influ- yentes, que llevaron a despreciar e ignorar las contribuciones “calla- das” que se estaban gestando en los Estados Unidos, en el campo de las ciencias sociales, con las nuevas carreras (entre ellas, la de Socio- logía) y con la concentración en la “investigación científica institucionalizada” como forma de conocer la realidad concreta frente a los reclamos (como el New Deal del presidente Roosevelt) de supe- ración de la crisis mundial. Cierta pedantería intelectual, de corte humanista, despreciaba esta nueva “experiencia teórica”, bajo el mote de “hechología” o, en el mejor de los casos, de “sociografía”. La generación joven, representada principalmente por Gino Germani (1911), Sergio Bagú (1911), Jorge Ochoa de Eguileor (1915), Norberto Rodríguez Bustamante (1918), José Enrique Miguens (1919) y Alfredo Ves Losada (1919), mostró divergencias teóricas evidentes (niveles de maduración científica), muchas de ellas enfrentadas a las generaciones anteriores. Pero lo importante es que algunos de ellos (Germani, Miguens), que bebieron en fuentes teóricas estadouniden- LA SOCIOLOGÍA EN LA ARGENTINA DE ENTREGUERRAS 193 ses, tendieron a cambiar el “estilo profesional”, ya que destacaron, precisamente, el papel que tenía la investigación científica para el desarrollo de las ciencias sociales y para el conocimiento de la reali- dad. Esta generación joven abrió, entre 1943 y 1957, una brecha importante para el desarrollo posterior de la sociología. Apareció la temática de la investigación social empírica como forma de ejercicio profesional, para el cual se va a necesitar una formación específica y especializada en la epistemología, la metodología y las técnicas de investigación (entre ellas, el invalorable conocimiento de la estadísti- ca) y también una estructura universitaria de modelo científico (Agulla, 1993). El libro de Gino Germani La estructura social de la Argentina (1955) constituyó el hito fundamental discriminatorio y se insertó, así, en la tradición de los libros de Juan Bialet Massé y Alejandro Bunge. Esa obra será un “paradigma” de las contribuciones de la sociología al desarrollo del conocimiento de las ciencias sociales y del conocimiento de la realidad de la sociedad nacional, ya que se trató del primer análisis demográfico completo de la Argentina hecho con datos censales (Censo de 1947) (Agulla, 19..) La década de 1940 mostró un bajo nivel de producción debido a la intromisión de la política y del gobierno en la vida universitaria. La sociología estuvo lejos de ser una conciencia crítica de la socie- dad. Todo lo contrario, tendió a presentarse como un ”arma” para la lucha ideológica. La situación mundial era compleja y conflictiva; todavía no se alcanzaban a vislumbrar las consecuencias finales de la guerra, el impacto de la bomba atómica, la división del mundo en bloques ideológicos, la descolonización, la emergencia de las nuevas sociedades y, sobre todo, los enfrentamientos ideológicos en “un mun- do ancho y ajeno”.

Notas

1. Entre los representantes más significativos de la sociología académica figuran, entre otros: E. Hostos en Puerto Rico; M. H. Cornejo y R. Mac Leans Estenós en Perú; A. Caso, E. Echánove Trujillo y L. Mendieta y Núñez, y los españoles J. Medina Echavarría y L. Recasens Siches en México; R. Agramonte en Cuba; F. de Azevedo, G. Freire, A. Ramos, A. Carneiro Leao y E. Willens en Brasil; J. Arze en Bolivia; A. Venturino en Chile; I. Ganón en Uruguay y E. Quesada, R. Levene, E. Martínez Paz, R. A. Orgaz y A. Poviña en la Argentina. 194 JUAN CARLOS AGULLA

2. Entre las publicaciones introductorias y de carácter general aparecidas en América Latina, en el período 1880-1950, pueden mencionarse Prolegómenos a la Sociolo- gía (1880), y Tratado de Sociología (1904) de E. Hostos, Sociología General (1908) de M. H. Cornejo, Elementos de Sociología de E. Martínez Paz (1911), Estudios de Sociología (1913) de R. A. Orgaz; Introdução a Sociología Geral (1927) de P. De Miranda; Sociología Genética y Sistemática (1928) de A. Caso; Sociología (1929) de R. Mac Lean Estenós; Principios de Sociología (1933) de R. A. Orgaz; Sociología de la Educación (1940) de F. De Azevedo; Sociología Rural (1940) de A. Carneiro Leão; Sociología (1942) de R. A. Orgaz; Historia de la Sociología Latinoamericana (1941) de A. Poviña; Sociología (1941) de J. Medina Echavarría; Diccionario Abreviado de Sociología (1944) de C. A. Echánove Trujillo; Sociología (1945) de A. Caso; Sociología (1945) de G. Freire; Tratado de Sociología (1947) de F. Ayala; Diccionario de Sociología (1950) de E.Willens; Diccionario de Sociología y Curso de Sociología (ambos en 1950) de A. Poviña; Sociología Integral (1951) de R. Mac Lean Estéños; Sociología (1954) y Nueva Historia de la Sociología Latinoamericana (1959) de A. Poviña. Por cierto que merecen citarse también, entre otras, las obras de Quesada (Buenos Aires), Bossano (Quito), Recasens Siches (México), Caldera (Caracas), Prieto (Asunción), Arze (La Paz), Mendieta y Núñez (México) y Venturino (Santiago). A estas obras habría que agregar las así llamadas “sociologías nacionales”, entre las que se destacan La sociología Argentina (1913) de J. Ingenieros; Sociología Chilena (1926) de Venturino; La Sociología Peruana (1942) de R. Mac Lean Estenós; la Sociología Argentina (1946) de R. A Orgaz; La Sociología Mexicana (1948) de C. A. Echánove Trujillo; La Sociología Guatemalteca (1950) de J. del Valle Matéu, y algunas más. 3. La influencia de Comte y de Spencer, entre otros, se dio a través de una serie de sociólogos sistematizadores, es decir que elaboraron “manuales”, entre los cuales merecen citarse los de R. Worms, Organisme et Societé (1896); G. De Greef, Introduction à la Sociologie (1886); F. Giddings, Principles of Sociology (1987); L. F. Ward, Outlines of Sociology (1897); A. W. Small, Principles of Sociology (1918-1923); F. Squillace, Dizionario di Sociologia (1911); E.A. Ross, Principles of Socioloy (1920); R. Worms, Philosophie des Sciences Sociales (1903-1907); A. Posadas, Principios de Sociología (1908); L. Von Wiese, System der Allgemeinen Soziologie (1924-1929); R. Hubert, Manuel Elémentaire de Sociologie (1925); R. Maunier, Introduction à la Sociologie (1929); F. Tönnies, Einführung in die Soziologie (1931); H. Freyer, Einfühurng in die Soziologie (1931); G. Dhabi, Eléments de Sociologie (1932); L.von Wiese, Soziologie (1926); M. Ginsberg, Sociology (1934); A. Cuvillier, Introduction à la Sociologie (1936); Gurvitch, Essai de Sociologie (1939). 4. Los sociólogos de cátedra cuentan con obras significativas en el campo de la historia, del derecho y de la filosofía, que muestran una perspectiva sociológica. Tales son los casos, entre otros, de Hostos, Caso, Martínez Paz, García, Quesada, Cornejo, Orgaz, Mac Lean Estenós, Arze, Agramonte, Freire e Ingenieros. Todo LA SOCIOLOGÍA EN LA ARGENTINA DE ENTREGUERRAS 195

esto es explicable a partir de la preocupación por la organización institucional de las sociedades nacionales latinoamericanas. Por eso también hicieron ensayismo social. La sociología, por el contrario, era puro contenido educativo o cultural, pero era utilizada como “método” para los análisis históricos e institucionales.

Referencias

Agulla, J.C. (1985). Estudios sobre la Sociedad Argentina. Buenos Aires: Editorial de Belgrano. ______(1993) Sobre la Universidad de Buenos Aires. Criterio (Buenos Aires), 2109: 119-120. ______(19--). Dependencia y Conciencia Desgraciada. La experiencia socioló- gica en América Latina y en la Argentina.

Apéndice bibliográfico Primer periodo: 1898-1912 Generación mayor: 1843 1911 La evolución social de la Nacidos entre 1836 y 1850 República Argentina F. RAMOS MEJIA (n. 1847) J. A. GARCIA (n. 1862) 1898 El federalismo argentino J. 1899 Introducción al Estudio de M. RAMOS MEJIA (n. 1842) la Ciencias Sociales 1899 Las multitudes argentinas A. DELLEPIANE (n. 1864) 1907 Rosas y su tiempo 1902 Elementos de sociología BIALET MASSE (n. 1843) 1907 Estudios de filosofía jurídi- 1904 El estado de la clase obre- ca social ra argentina Generación joven: 1873 Generación madura: 1858 Nacidos entre 1866 y 1880 Nacidos entre 1851 y 1865 C. O. BUNGE (n. 1875) E. QUESADA (n. 1858) 1903 Principios de psicología in- 1898 La época de Rosas dividual y social 1905 La sociología: Carácter A. COLMO (n. 1878) científico de su enseñanza 1905 Principios de Sociología 1905 Las doctrinas presociológicas J. INGENIEROS (n. 1877) 1910 Herbert Spencer y sus 1910 Sociología argentina doc-trinas sociológicas L. MAUPAS (n. 1874) 196 JUAN CARLOS AGULLA

1910 Caracteres y críticas de la 1911 Elementos de Sociología sociología E. MARTINEZ PAZ (n. 1882)

Segundo periodo: 1913 - 1927

Generación mayor: 1858 L. MAUPAS (n. 1874) Nacidos entre 1851 y 1865 1913 Concepto de sociedad E. QUESADA (n. 1858) J. OLIVA (n. 1873) 1917 La vida colonial argentina 1923 La enseñanza de la Socio- 1921 La sociología relativista logía spengleriana 1924 Sociología general 1924 El ciclo cultural de la Co- 1926 La guerra como factor so- lonia cial 1915 Historia de las ideas socia- les argentinas: Fuentes y Generación joven: 1888 métodos de estudio Nacidos entre 1881 y 1895 R. LEVENE (n. 1885) Generación madura: 1873 1911 Los orígenes de la democra- Nacidos entre 1866 y 1880) cia argentina A. ALVAREZ (n. 1878) 1924 Introducción a la historia 1914 Estudio sobre las guerras del Derecho Indiano civiles argentinas 1927 Investigaciones acerca de la A. BUNGE, (n. 1880) historia económica del Vi- 1917 La desocupación en la Ar- rreinato del Río de la Plata gentina E. MARTINEZ PAZ (n. 1882) C. O. BUNGE (n. 1875) 1914 Apuntes de Sociología 1915 El Derecho: Ensayo de una R. A. ORGAZ (n. 1888) teoría jurídica integral 1915 Estudios de Sociología 1918 Nuestra América 1915 Ensayos sobre las revolu- A. COLMO (n. 1878) ciones 1915 América Latina 1924 Sinergia social argentina J. INGENIEROS (n. 1877) 1927 Historia de las ideas socia- 1915 El hombre mediocre les argentinas 1918 Evolución de las ideas ar- gentinas LA SOCIOLOGÍA EN LA ARGENTINA DE ENTREGUERRAS 197

Tercer período: 1928 - 1942

Generación mayor: 1873 1942 Introducción a las ciencias Nacidos entre 1866 y 1880 sociales J. ALVAREZ (n. 1878) A. BALDRICH (n. 1898) 1936 Las guerras civiles argenti- 1937 Las instituciones armadas y nas la cultura A. E. BUNGE, (n. 1880) 1937 Introducción a la sociología 1940 Una nueva Argentina de la guerra 1942 Libertad y determinación en Generación madura: 1888 la sociología de Max Nacidos entre 1881 y 1895 Scheler R. LEVENE (n. 1885) 1939 El momento internacional 1929 Notas sobre la escuela so- O. N. DERISI (n. 1907) ciológica de Durkheim 1938 La estructura no ética de la 1937 Política cultural argentina sociología J. B. GENTA (n. y americana 1901) 1942 Introducción al Derecho 1940 Sociología política Patrio J. ODDONE (n. 1908) R. A. ORGAZ (n. 1888) 1930 La burguesía terrateniente 1932 La ciencia social contempo- de la Argentina ránea A. POVIÑA (n. 1904) 1933 Introducción a la sociología 1930 Carácter de la sociología 1942 Sociología 1933 Sociología de la revolución 1935 Notas de sociología Generación joven: 1903 1939 La sociología como ciencia Nacidos entre 1896 - 1910) de la realidad F. AYALA (n. 1906) 1941 Historia de la sociología la- 1941 Notas para una sociología tinoamericana de las clases sociales R. TREVES (n. 1907) 1941 El concepto sociológico de 1941 Sociología y filosofía social nación 1942 Introducción a la investiga- ción social 198 JUAN CARLOS AGULLA

Cuarto periodo: 1943 - 1955

Generación mayor: 1888 1953 Las instituciones sociales Nacidos entre 1881 y 1895 1953 La sociología en una encru- R. LEVENE (n. 1885) cijada 1947 Historia de las ideas socia- A. POVIÑA (n. 1904) les argentinas 1945 Curso de sociología R. A. ORGAZ (n. 1888) 1949 Cuestiones de ontología 1946 Sociología: Teoría del gru- 1954 Teoría del folklore po regulado 1954 Sociología 1950 Obras completas J. L. ROMERO (n. 1909) C. E. PICO (n. 1895) 1946 Las ideas políticas argenti- 1949 Los usos. Causa formal de nas la sociología J. E. SOLER MIRALLES (n.1909) 1950 El objeto formal de la so- 1949 Ubicación de la sociología ciología 1952 Conceptos estructurales de la sociología como ciencia Generación madura: 1903 de la realidad Nacidos entre 1896 y 1910 1957 El saber sociológico F. AYALA (n. 1905) R. TREVES (n. 1907) 1947 Tratado de Sociología 1943 Sociología e historia A. BALDRICH (n. 1898) 1947 Derecho y cultura 1947 Libertad y determinación en el advenimiento de la socio- Generación joven: 1918 logía argentina Nacidos entre 1911 y 1925 1953 La clases social política: su S. BAGÚ (n. 1911) evolución en la cultura oc- 1949 Economía de la sociedad cidental colonial F. FIGUEROA ROMÁN (n. 1901) 1950 La clase media de la Argen- 1946 Planificación y sociografía tina 1951 Nivel mental y estado 1952 Estructura social de la Co- socioeconómico lonia 1952 Planología: Fundamenta- G. GERMANI (n. 1911) ción sociológica 1943 Sociografía de la clase me- J. PICHON RIVIERE (n. 1900) dia de Buenos Aires 1950 Análisis sociológico de la 1944 Métodos cuantitativos en los ciudad estudios de opinión LA SOCIOLOGÍA EN LA ARGENTINA DE ENTREGUERRAS 199

1945 Anomía y desintegración so- 1948 Teoría de las generaciones cial en Ortega Gasset 1946 Sociología y planificación R. TECERA DEL FRANCO (n. 1955 Estructura social argentina 1923) 1956 Sociología científica 1950 Aportes para una sociolo- 1956 Integración política de las gía de la cultura argentina masas y el totalitarismo 1953 Teoría sociológica del sin- J. E. MIGUENS (n. 1919) dicato 1948 Sociología de la empresa in- 1953 El sentido de una genera- dustrial ción 1953 El conocimiento de lo so- G. A. TERRERA (n. 1923) cial y otros ensayos 1950 Sociología de la educación N. RODRÍGUEZ BUSTAMANTE 1953 Sociología general (n. 1918) 1954 Apuntes de Sociología 1946 J.Simmel y el problema de la Sociología

Crónicas

HOMENAJE A BEPPO LEVI

La presentación de una nueva edición de Leyendo a Euclides de Beppo Levi y Beppo Levi. Italia y Argentina en la vida de un matemático, de Laura Levi, publicados por la Editorial Libros del Zorzal, constituyó un verdadero homenaje a la personalidad del gran matemático italiano. El acto, que fue organizado conjuntamente por la Sociedad Científica Argentina y la Asociación Biblioteca José Babini, tuvo lugar el 7 de septiembre de 2000 y se inscribió en el marco de la conmemoración del Año Internacional de la Matemática declarado por la Unesco, cuya delegación local auspició esta celebración. Entre la nutrida concurren- cia, que colmó el Salón Ameghino de la Sociedad Científica Argentina, figuraron destacadas personalidades, entre ellas Luis Español González, Presidente de la Sociedad Española de Historia de las Ciencias y de las Técnicas. Como se recordará, el matemático Beppo Levi, nacido en Italia en 1875, llegó a la Argentina en 1939 para hacerse cargo del Instituto de Matemática de la entonces Facultad de Ciencias Matemáticas de la Universidad Nacional del Litoral, que dirigió hasta su fallecimiento en 1961. En 1947 publicó Leyendo a Euclides, con el sello de la Editorial Rosario. Más de cincuenta años después, su vigencia como texto esclarecedor de los Elementos de Euclides movió a un joven matemático argentino, Leopoldo Kulesz, que acababa de graduarse en la Sorbona, a emprender su reedición, como libro inicial de su fla- mante Editorial Libros del Zorzal. Decidió así mismo acompañar ese emprendimiento con la publicación de la biografía de Beppo Levi redactada por su hija, Laura Levi, sobre la base de los artículos que, sobre ese mismo tema y con su firma, habían aparecido en los núme- ros 3, 4 y 5 (1997-1998) de Saber y Tiempo. El acto del 7 de septiem- bre fue la coronación de ese esfuerzo singular, que intentó revivir, en un ambiente menos afecto a esas aventuras editoriales, las notables colecciones de libros científicos de Espasa-Calpe, Losada y otras grandes editoriales de la década de 1950. 202 SABER Y TIEMPO

Tras las palabras de presentación de Andrés O. M. Stoppani, Presidente de la Sociedad Científica Argentina, y de Leopoldo Kulesz, hablaron Carlos D. Galles, actual Presidente de la Sociedad Latinoa- mericana de Historia de las Ciencias y la Tecnología, que lo hizo en representación de la Asociación Biblioteca José Babini, y Pedro Zadunaisky, científico de renombre internacional (un asteroide lleva su nombre), quien recordó su experiencia como uno de los primeros alumnos de Beppo Levi en Rosario. Lo siguió Gregorio Klimovsky, consultor de la revista Saber y Tiempo, y cerró el acto Laura Levi, autora de uno de los libros que motivaron esta presentación pública. Se transcriben a continuación las intervenciones de Carlos Galles, Gregorio Klimovsky y Laura Levi, tres oradores que, como antes se indicó, mantienen estrecha vinculación con nuestra revista.

Intervención de Carlos D. Galles Me cabe el honor de representar en esta especial ocasión a la Asocia- ción Biblioteca José Babini, pero tengo una sospecha, y es que, no siendo un matemático, estoy aqui en parte por ser rosarino y es justo en ese sentido que comience mostrando una vista del edificio de la Facul- tad desde donde don Beppo Levi mantuvo su campaña de dos décadas por la matemática en nuestro país. Es el magnífico edificio de Avenida Pellegrini 250, cuya construcción estuvo bajo la supervisión de la Dirección General de Arquitectura de la Nación, ocupado desde 1930 por la Facultad de Ciencias Matemáticas, Fisicoquímicas y Naturales aplicadas a la Industria de la Universidad Nacional del Litoral. El Departamento de Matemática ocupaba la ochava y parte del primer piso del edificio y continúa haciéndolo hoy en día. Durante su renovador decanato, que se extendió a lo largo de nueve fecundos años, hasta ser interrumpido en 1943, Cortés Plá emprendió una cruzada en pro de la modernización de la enseñanza, ya que si bien se había sabido introducir el interés por el conocimien- to en un medio que carecía casi por completo de tradiciones científi- cas y de interés por la cultura técnica superior, era ésta en su visión sólo una primera etapa, a la cual debía sucederle otra en la que se fueran creando institutos de investigación para seguir y colaborar con el adelanto científico. Comprendía también que era necesario rescatar CRÓNICAS 203 a la Facultad de esa idea que imponía instituciones dedicadas mera- mente a la enseñanza, a la formación de profesionales, dejando para institutos autónomos extrauniversitarios las tareas propias de la in- vestigación científica. En 1938 se da organización definitiva al Instituto de Fisiografía, dirigido por el Profesor Dr. Alfredo Castellanos, que llevará a cabo a lo largo de los años una destacada tarea en los estudios geológicos, paleontológicos y de resistencia de suelos. En 1939 se crea el Institu- to de Estabilidad, intentándose lograr el concurso del eminente profe- sor italiano Enrico Volterra para ocupar el cargo de Director. Para este Instituto se logran partidas de excepción del Congreso Nacional. El Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Matemáticas aprobó el 10 de Diciembre de 1938 la creación de un Instituto de Matemática. Vale la pena detenerse sobre la resolución, preparada por una comisión de profesores de la Facultad, entre los que se conta- ban Juan Olguín, Carlos Dieulefait y Simón Rubinstein, a quienes se unía José Babini de Santa Fe, en la cual se especificaba que el Institu- to sería dirigido por “una autoridad científica a la que se contratará por un plazo de tres años”. Es así como en noviembre de 1939, tras la mediación de Julio Rey Pastor, se hacía cargo de la dirección del instituto un hombre pequeño de cuerpo pero gigantesco en sus cono- cimientos científicos y en sus valores morales. El famoso matemático italiano Beppo Levi llegaba a Rosario pasado los sesenta años de edad, tras ser desplazado de la Universidad italiana por el fascismo. Con sus cursos y sobre todo con la revista Mathematicae Notae sentó las bases de una enseñanza clara y del respeto por una investigación científica donde primase el rigor lógico. En este esfuerzo se inserta la publicación del Euclides de 1947. No es mi propósito intentar describir la vasta sapiencia mate- mática de Beppo Levi, en esta mesa están presentes científicos que pueden hacerlo con mayor solvencia. Pero sí quiero contar una anéc- dota que muestra la energía de Levi en la época de su llegada a Rosario. Uno de sus primeros cursos trataba sobre la integral de Lebesgue y los asistentes, en su mayor parte docentes del Departa- mento esencialmente autodidactos, encontraron el seminario un tanto difícil de seguir. Ante esto dispusieron que el de mayor edad entre ellos, Juan Olguín, un excelente profesor cuya fama perdura aún en 204 SABER Y TIEMPO

Rosario, se acercase a Levi y le pidiese que fuese más despacio en sus explicaciones, lo cual hizo tomando infinitas precauciones en la manera de encarar la difícil conversación. Tras escucharle, la res- puesta de Levi fue decirle “Io sono giovane!”, con lo cual quería significar que le era imposible controlar su brío cuando de matemáti- ca se trataba.

Quisiera ahora tomar un poco de vuestro tiempo, con la anuencia de los matemáticos presentes, para hacer un comentario breve sobre el libro de Levi, rogando me sea disculpado el tono un tanto personal. Un colega rosarino, el Prof. Enrique Cattaneo, quien fue alumno de Levi, me acercó hace algún tiempo un ejemplar de la vieja edición pionera de Editorial Rosario, impresa en los Talleres Gráficos Emilio Fenner, casa que había ya publicado, en aquel período glorioso de la edición argen- tina, obras de Bentham y de Dewey, entre otros. A poco de comenzar a leer la obra me pareció comprender que éste había sido otro de los recursos utilizados por Levi para lograr el acercamiento a la matemática de quienes estuviesen ajenos a ella. Era una herramienta más que se añadía a la revista, los problemas que se proponían en ella, la correspondencia con jóvenes interesados en la matemática y, por supuesto, los esfuerzos por el mejoramiento de la enseñanza de la matemática en el ámbito universitario. También Levi se empeñaba en la divulgación directa por medio de conferencias. He puesto a prueba repetidas veces una pequeña parte del texto de Levi con alumnos universitarios de Historia de la Ciencia y de Epistemología de carreras humanísticas y de ciencias exactas. La habilidad de los jóvenes contemporáneos para el razonamiento axio- mático, entendiendo por esto las deducciones estrictas y cuidadosas, es desde ya muy baja, muy posiblemente debido a la educación se- cundaria fragmentada que han recibido para la cual la Universidad algunas veces no alcanza a ser remedio suficiente. El gran mérito de Euclides fue el de ordenar a partir de unos pocos axiomas todos los resultados anteriores obtenidos en Geome- tría, agregando asimismo algunos nuevos. Su axiomatización consti- tuyó un ejemplo paradigmático para los matemáticos y científicos CRÓNICAS 205 que le sucedieron. Es un excelente adiestramiento, aun para quienes no se dedican a la matemática, el intentar comprender el intrincado haz de deducciones que conforman los Elementos. A este respecto recordemos que en el magnífico prólogo que escribió para la nueva edición, Mario Bunge destaca que “su estudio exige tanto ingenio y empeño como rigor”, agregando de manera característica que “forma tanto matemáticos como abogados”. Levi marca que los primeros 26 teoremas constituyen un “ver- dadero pequeño tratado de geometría prenoeuclidiana”, pues todos ellos son deducidos con el uso explícito de solamente tres postulados. Es como si Euclides, renuente a la utilización del Quinto Postulado, hubiese querido mostrar hasta qué punto el uso cuidadoso de los axiomas permite llevar a su máximo las deducciones antes de dirigir- se al proficuo camino que conduce a la demostración del Teorema de Pitágoras. Sólo en la Proposición 29 se requiere para su demostración el uso del famoso Quinto Postulado y en la Proposición 32 se alcanza el teorema sobre la suma de los ángulos internos de un triángulo, conocido ya por Tales, que bien pudo haberlo sabido de boca de sus maestros egipcios. Hemos comprobado que esta presentación, basada en los sa- bios comentarios de Levi, tiene gran efecto sobre los estudiantes universitarios. En primer lugar, porque el monumento euclidiano, que fue otrora, y durante más de 2000 años, la base de la enseñanza matemática y lógica, la escuela del pensamiento riguroso, que no se enseña en la forma y secuencia tradicional en los colegios secunda- rios, maravilla cuando se está frente a su extraordinaria arquitectura. En segundo lugar, porque los estudiantes de humanidades, si bien estudian en sus cursos de epistemología y de lógica los sistemas axiomáticos, rara vez enfrentan un ejemplo de ellos que se asemeje a los que encuentra en su práctica real el científico. En un ejercicio que suelo proponer a los estudiantes, me he limitado a algunas páginas del Capítulo I de la obra de Levi, que se refieren al Libro I de los Elementos de Euclides, que son realmente paradigmáticas. En ellas se plantea el problema del transporte de un segmento con sólo el uso de la regla y el compás, es decir, de los 206 SABER Y TIEMPO postulados. Por norma general, los estudiantes universitarios, aun te- niendo el texto en su poder, demoran mucho tiempo en comprender qué es lo que significa, para Euclides y Levi, el transportar un seg- mento sin usar ninguno de los métodos de medición o de réplica a los que estamos acostumbrados. Levi acota cáusticamente que quienes, luego de la larga construcción con la que se da respuesta a la Proposi- ción I,2, persistan en creer en el uso posterior de cualquier implemen- to empírico, olvidando la larga construcción aunque fuese sólo imagi- nada, lo hacen a su puro riesgo y “no es por culpa del autor”. Por supuesto, ésta es una mínima utilización de la obra de Levi, la cual, leída, como el autor propone, teniendo a mano los Elementos, es una fuente casi inagotable de ideas para aplicar en la enseñanza inmediatamente anterior a la universitaria, sea cual fue- se, tras los apresurados y gatopardistas cambios de estos últimos años, el nombre oficial que tiene hoy ese período en que se educan los adolescentes. Es de esperar que esta nueva edición tenga una buena repercu- sión, si es que se logra tener una adecuada distribución, aprovechan- do además la coyuntura de la vuelta que parece insinuarse a la prácti- ca didáctica de la vieja geometría de la regla y el compás. Cuando también parece ir atenuándose el eco de aquel “Abajo Euclides!” lanzado por Jean Dieudonné; cuando, por otra parte, el texto producto de la colosal empresa bourbakiana reposa inofensivo, ajeno desde tiempo atrás al tumultuoso océano de la moderna invención matemá- tica. Es verdad que no sin que antes algunos de sus más intransigen- tes incondicionales causasen estragos diversos en la enseñanza secun- daria, tanto en Francia como en la Argentina. Ruego que en el énfasis precedente, que baso en parte en escri- tos del matemático francés Pierre Cartier y, en parte, en lo que he presenciado por mí mismo, nadie pretenda ver una campaña reaccio- naria en contra de los grandes resultados de la matemática moderna desde que Hilbert escribió hace un siglo su Geometría, cuyo lenguaje es imprescindible para la lectura de la ciencia moderna. Logros que no se verán evidentemente conmovidos por la divulgación de las ideas euclidianas en un nivel temprano de la enseñanza sino que, por CRÓNICAS 207 el contrario, serán mejor comprendidos. Evoquemos a este respecto que el mismo Hilbert, como nos lo recuerda Rey Pastor en su Intro- ducción a la Matemática Superior, sostenía que sin la preciosa guía de la intuición geométrica, sin las figuras, no lograría demostrar los teoremas algo complicados del cálculo funcional. En sus propias pa- labras, “las figuras geométricas son fórmulas dibujadas; ningún mate- mático podría prescindir de estas fórmulas dibujadas, como no podría realizar sus cálculos sin signos operativos”. No está quizá de más señalar que Levi, quien había hecho aportes fundamentales a comien- zos de siglo a la Geometría, que luego retomaría en Rosario, hace por cierto referencia de continuo a la Matemática Moderna en la obra que hoy se presenta en esta nueva edición. La importancia y utilidad del conocimiento de la Geometría de Euclides creemos que no ha declinado. No sólo es de provecho en la preparación para las carreras científicas y técnicas, sino que lo es también para apoyo de la aptitud de nuestra juventud en el uso de la capacidad lógica, que tiene mucho que ganar al acercarse a la prodi- giosa obra escrita hace dos mil trescientos años. En tal sentido, la nueva edición de la obra de Levi es muy bienvenida y quienes han logrado llevar a cabo tal empresa merecen los más cálidos elogios.

Intervención de Gregorio Klimovsky El libro de Laura Levi es realmente un documento inolvidable que me ha impresionado mucho porque recuerdo mis tiempos de estudiante, cuando Levi era una de las “vacas sagradas” entre los estudiantes de matemática que, con Rey Pastor y Santaló, influyeron fuertemente en el desarrollo de la matemática argentina. Los tres trajeron al país la matemática moderna y gran cantidad de técnicas y problemáticas que hasta ese momento no existían. Que, para colmo, Beppo Levi lo haya organizado, no en la Capital donde es costumbre que se realicen estas actividades, sino en Rosario, que es una ciudad importante del interior, me parece muy digno de señalarse. Muestra, además, que uno de los méritos de Levi es que supo mantenerse en su cargo de director del Instituto de Matemática de Rosario a pesar de vivir en la Argentina, que se caracteriza por tratar de fastidiar, obstaculizar y desmerecer la labor de los hombres de ciencia. Hay que tener mucha fortaleza de 208 SABER Y TIEMPO espíritu para desarrollar una obra como la que desarrolló a pesar de este tipo de circunstancias. De esta clase de información el libro de Laura Levi está pleno y está escrito por alguien muy cercano a él, que evidentemente debía tener más información de primera mano que la que podíamos tener nosotros. No para todos los matemáticos del mundo debe de existir una obra como ésta, que nos permite conocer a este importante personaje. En cuanto a Leyendo a Euclides, la parte que se refiere a la exposición del pensamiento de Euclides rinde homenaje a algo que hemos olvidado porque ha pasado mucho tiempo y la ciencia logró importantes avances. Quiero señalar que es un buen ejercicio espiri- tual pensar que en la antigüedad, en una época de ignorancia masiva, se escribía una obra ciclópea del pensamiento humano, que reunía tantos resultados y tanta información de manera sistemática. Es una proeza histórica y por algo, según muchos escritores, los Elementos de Euclides es el libro que más se ha editado después de la Biblia. Aunque, según Bertrand Russell, es al revés: primero los Elementos de Euclides y después la Biblia. Lo que importa es que para dar a conocer este contenido cicló- peo, tremendamente epifánico que tiene los Elementos de Euclides, Beppo Levi haya intentado hacer una exposición que no sea demasia- do dificultosa, que dé una idea de los méritos de todo lo que contiene sin entrar en detalles. Hay una obra señera, todavía no superada, que es la edición de los Elementos con comentarios de Thomas Hicks, famoso historiador de la matemática griega y autor también del libro así llamado: La matemática griega. En este libro se hace una exposi- ción tan minuciosa de los Elementos que es extraordinaria, pero cual- quiera que vea los tres tomos de 450 páginas en letra chica dirá: “Ah, qué interesante que es Euclides pero vamos a dedicarnos a otra cosa”. No es precisamente lo que uno experimenta leyendo el libro de Levi, porque allí se intenta mostrar, de la manera más sintética posible pero no simplificadora, cuáles son los principales resultados, cuál es el sistema metodológico del autor y, además, cierto tipo de aspectos que, en general, los sistemas de enseñanza no marcan demasiado. Por ejemplo, el método de exhaución de Euclides, que seguramente viene de Eudoxio pero que fue una especie de anticipación de la matemáti- ca infinitesimal y permitió demostrar con mucho ingenio teoremas CRÓNICAS 209 que de otra manera no hubieran salido. Este aspecto de Leyendo a Euclides es realmente importante, sobre todo para quienes no vienen de la matemática sino de la epistemología, de la historia de la cultura o del pensamiento humano y de muchos otros ángulos desde los que se lo puede ver. Respecto de la introducción sobre Euclides y el pensamiento socrático quisiera hacer algunas observaciones acerca de en qué sentido se puede aceptar lo que dice Levi y en qué sentido se puede pensar que hay cierto olvido. Quienes consulten la obra de Hicks verán que la metodología de Euclides no viene ni de Sócrates ni de Platón sino de Aristóteles, de su libro Segundos Analíticos, y en este sentido toda la metodología de axiomas, demostraciones, teore- mas, definiciones y descripciones de estructuras tendría que adscri- birse a Aristóteles. También es cierto que Aristóteles, aunque bas- tante opuesto en algunos puntos a Platón, es heredero de la tradi- ción socrática. De manera que lo que me parece que está queriendo decir Levi no es tanto que metodológicamente el pensamiento de Euclides viene de Platón sino que viene de Platón y Sócrates una idea racionalista muy fuerte según la cual la matemática no se ocu- pa de cosas sino de conceptos. No de conceptos que se originan en la experiencia empírica sino en lo que está relacionado con el mun- do de Platón, el mundo de las formas, que es el punto más fuerte del racionalismo humano, en el sentido de que, a través de los ojos de la mente, podríamos ver las propiedades de las entidades matemáti- cas y de alguna manera ordenarlas. En este sentido la esencia del racionalismo y el orgullo que, tanto Sócrates como especialmente Platón, ponen en este tipo de facultad, es lo que para Levi está reflejado en los Elementos de Euclides. Quiero abordar a Levi desde el punto de vista epistemológico. Lo conocí en una de las primeras reuniones de la Unión Matemática Argentina pero me di cuenta de su pensamiento epistemológico cuan- do se realizaron las primeras jornadas de epistemología e historia de la ciencia en las que él intervino, que fueron organizadas por Julio Rey Pastor. Tengo un recuerdo muy curioso de aquella época: en un diario nos fotografiaron por casualidad a Levi y a mí, que era estu- diante y estaba sentado a su lado. El título era: El más viejo y el más joven de los asistentes a la reunión. 210 SABER Y TIEMPO

Levi tenía mucho interés por la epistemología. Había sido discípulo de Peano y aunque en realidad Peano se distinguió por su obra lógica esta obra tenía explicaciones epistemológicas. La admi- ración de Levi por Peano era muy marcada. Admiraba la notación de Peano, que era muy ingeniosa para la lógica moderna. Recuerdo una anécdota personal medio curiosa, medio cómica, de Levi. Esta- ba exponiendo ciertas cuestiones de notación de Peano en una de las reuniones de la UMA y señaló la notación para números combinatorios con numerador y denominador. Alejandro Carraccini, un notable matemático italiano que también estaba entre nosotros, exiliado por culpa del fascismo, lo interrumpió: “Profesor Levi, le quiero recordar que una de las características del pensamiento de Peano es que él decía que toda la notación debía hacerse linealmente”. Beppo Levi lo miró severamente y pequeño como era y con su voz aflautada le hizo este tipo de argumento: “Yo soy alumno de Peano mucho más antiguo que usted y no va a venir nadie como usted que me diga cómo pensaba Peano”. Hay que reconocer en el terreno de las opiniones epistemológicas de Beppo Levi algunos puntos muy importantes. No era un conjuntista entusiasta, aunque respetaba la teoría de conjuntos. No se situaba en la tradición contemporánea. Más bien habría que colocar a Levi como formalista, pensando que lo característico de la matemática tiene que ver con los sistemas formales con los cuales se pueden sistematizar los conceptos puros de los sistemas matemáticos, de los sistemas axiomáticos. Levi admiraba a Peano, entre otras razones, porque Peano creó un sistema axiomático para la aritmética. Lo que ponía muy satisfecho a Levi era que en los Elementos de Euclides se veía que la parte axiomática -las partes donde había demostración, donde había jerarquías lógicas, axiomas, teoremas- era para la geometría. Los re- sultados de la aritmética no tenían esa conformación. Había un poco de demostración, había importantes demostraciones de Euclides, como que existen infinitos números primos, pero no había una estructura hipotético-deductiva sistemática. Peano ofreció la primera, después hubo muchas en las que se cumplen este tipo de condiciones. Esto a Levi le parecía notable. Ustedes saben que en la matemática moderna hay un problema resuelto hace muy poco que es el llamado axioma de Zermelo o CRÓNICAS 211 axioma de elección, un elemento casi indispensable para llegar a ciertas demostraciones matemáticas. Al mismo tiempo, es un instru- mento muy dudoso. Beppo Levi parece haber sido el primero, a fines del siglo pasado, en señalar que en algunas demostraciones estaba presente el axioma de Zermelo y que esto era inconveniente porque el axioma era dudoso. Si es así, Levi aventajó por algunos años a la obra de Zermelo, donde se exponía de forma rigurosa y sistemática el problema planteado por el axioma. Ese sería un mérito, una observa- ción que no cundió de buenas a primeras como debería haber cundido pero, desde el punto de vista de la historia de la matemática, indica una prioridad realmente importante. Habría mucho que decir sobre los aspectos metodológicos y filosóficos que entusiasmaban a Levi. Como dije, el formalismo era una cosa que lo atraía. El formalismo es la expresión de la fuerza del pensamiento oscuro y eso le parecía a él muy importante. No le gustaban las fundamentaciones de la aritmética del tipo de Bertrand Russell pero sí la teoría de conjuntos. ¿Por qué? Porque eso no era del todo oscuro. Eso era arrimarse a cierto rincón ontológico de la realidad y tratar de ver que la matemática salía de allí. Ese rincón ontológico podría considerarse en parte un capítulo de la lógica. A él le gustaba Peano y le gustaba la tradición formalista. Este es un punto totalmente innegable. Tendría bastante que agregar, pero me permitiré mencionar un hecho peculiar que me impresionó en la trayectoria de mi vida. Levi, además de todas las labores que realizaba en el Instituto de Matemática de Rosario, había aceptado la cátedra de Fundamentos de la matemática en el Profesorado de matemática del Colegio Na- cional Avellaneda de Rosario. Un profesorado de mucha calidad, en el cual dictaba un curso bastante complicado. En un momento de- terminado, por cansancio o por razones que nunca llegué a conocer por completo, renunció a esa cátedra y le pidieron que recomendara a alguien para poder dictarla. Me recomendó a mí. De manera que tengo como uno de los tesoros de mi historia biográfica que Beppo Levi me haya recomendado para seguir su cátedra. No sé si fue justo o injusto. Beppo Levi se equivocó en unas cuantas cosas, incluso en matemática a veces. ¿Por qué no se equivocaría en una cosa como esta? 212 SABER Y TIEMPO

Intervención de Laura Levi Quiero iniciar mi intervención en esta reunión, programada para pre- sentar la reedición de Leyendo a Euclides de Beppo Levi y la edición en un pequeño volumen de Beppo Levi - Italia y Argentina en la vida de un matemático, escrito por mí, agradeciendo a los jóvenes editores, Leopoldo y Octavio Kulesz, por el entusiasmo y cuidado puestos para dar, a ambos libros, claridad y estética en forma adecuada. En particu- lar, gracias al atento trabajo de Octavio, las ilustraciones de la actual edición de Leyendo a Euclides reproducen fielmente las figuras origi- nales, pero con importantes mejoras en su presentación, entre ellas la introducción de la numeración, ausente en la versión primitiva, y el cuidado de su correcta relación con las citas del texto. Con respecto a Leyendo a Euclides, puede ser de interés que haga alguna referencia a mis recuerdos personales de la época en que mi padre lo estaba preparando. Lo recuerdo, por ejemplo, releyendo con entusiasmo y posiblemente redescubriendo un poco la fascina- ción de los diálogos de Platón, a los que dedica buena parte del largo capítulo inicial, que aparece como una introducción filosófica a la exposición de los Elementos. Creo también que Leyendo a Euclides fue un libro particularmente amado por Beppo Levi, por dos razones principales. Una es que el tema se prestaba para escribir un texto en el cual él podía, sin disminuir el rigor científico, dirigirse a un públi- co más amplio que el estrictamente constituido por matemáticos. La otra, fundamental, se relaciona con el tema mismo, que le permitía expresar su admiración por el pensamiento abstracto, muy bien repre- sentado por el pensamiento griego y expresado en particular en los Elementos de Euclides, donde el desarrollo de la geometría no se relaciona con necesidades prácticas de medir objetos, sino que se presenta como ejercicio del pensamiento. Encontramos así que Beppo Levi inicia el prólogo con las siguientes palabras: “Al leer el título y el nombre del autor alguien pensará en alguna contribución de crítica matemática: no quiero negar que el atento lector pueda encontrar también algo de esto. Pero no es esa la razón de ser del trabajo, que en mi pensamiento sería completamente perdido si llegara a ser con- siderado de matemático para matemáticos, si no pudiera cautivar la atención de lectores precisamente no matemáticos”. Más adelante, al CRÓNICAS 213 comentar una tendencia muy generalizada de atribuir a la ciencia, en particular a la geometría, fundamentalmente un fin práctico, el autor se refiere a una posible lectura de los Elementos de Euclides imagi- nando “al filósofo-matemático, que tiene fe en el valor moral de la capacidad razonadora del hombre y que prueba sus fuerzas en la construcción de un inútil monumento deductivo que no tiene otro fin que el de alegrarse al mirar cómo parece la realidad plegarse y hacer- se espejo de la invención abstracta”. Puede pensarse así que, aunque Leyendo a Euclides representa ciertamente una obra menor dentro de la contribución de Beppo Levi a la matemática, el libro puede considerarse muy representativo de su personalidad y de su pensamiento. Pasando ahora a la pequeña biografía de Beppo Levi, que tam- bién presentamos aquí, me referiré principalmente a los hechos que le dieron origen. ¿De dónde nació la idea de escribir una biografía de un hombre que, seguramente, nunca pensó en dar importancia a su pro- pia historia, y, en particular, que se ocupara de ella su hija, no obstan- te la sencillez que había siempre predominado en la vida familiar? El empuje inicial me lo dio, hace algunos años, una persona que para entonces me era totalmente desconocida, Norbert Schappacher, matemático alemán, profesor en la Universidad france- sa de Estrasburgo. Como estaba interesado en la obra de mi padre, se puso en contacto conmigo por intermedio del matemático argentino Eduardo Ortíz, actualmente miembro del Imperial College de Lon- dres, quien consiguió mi dirección a través de amistades comunes. Fue así como en marzo de 1993 recibí una muy bella carta del Prof. Schappacher, quien para explicarme su interés me decía: “Mi motiva- ción original provino de mi propio campo de investigación matemáti- ca, la aritmética de las curvas elípticas. Encontré que Beppo Levi, en una impresionante serie de trabajos entre 1906 y 1909, anticipaba mucho del famoso teorema demostrado por Mazur (Harvard) en 1978. Su obra pasó prácticamente desapercibida en ese tiempo y fue esen- cialmente olvidada a lo largo de más del medio siglo que siguió [...] A pesar de esta muy específica motivación original, empecé a encon- trar la mayor parte del trabajo de su padre y lo poco que conozco de su vida, cada vez más fascinante”. Schappacher me hacía luego algu- nas preguntas muy bien planteadas sobre datos biográficos, cuyas 214 SABER Y TIEMPO contestaciones de mi parte, escritas inicialmente en un inglés sin pretensiones literarias, formaron la base de la presente biografía. Debo agregar ahora que también me fue de gran ayuda que la revista de historia de la ciencia Saber y Tiempo, dirigida por Nicolás Babini, me ofreciera lugar para publicar la biografía de mi padre en tres artículos que aparecieron en 1997 y 1998. Esos artículos, conveniente- mente completados y unificados, forman el cuerpo del presente libro En lo que se refiere al tema del trabajo, advierto que intenté unir la presentación de datos biográficos concretos con observaciones más íntimas, que nacen de recuerdos personales. Poco se habla de la obra matemática de Beppo Levi en sí, de la cual sólo se dan datos bibliográficos, que pueden interesar a quién desee penetrar mayor- mente en el tema buscando los artículos originales. Se hace una refe- rencia más extensa a algunos trabajos no estrictamente matemáticos, que Beppo Levi publicó a lo largo de su carrera, que muestran, por ejemplo, su interés por las primeras nociones de aritmética que apare- cen en el niño (Abbaco de 1 a 20) y por temas donde la matemática confina con la filosofía o con la física. Se dedica también breve atención a un artículo no referido a la ciencia sino a un tema social y político, Después de la bomba atómica. Este artículo, escrito al poco tiempo del lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, expresa el profundo pesimismo del autor con respecto a los avances técnicos realizados fundamentalmente con fines bélicos, cos- tosos y destructivos más que útiles para la humanidad.

EL CENTRO DE CULTURA TECNOLÓGICA DE CÓRDOBA

Hemos tenido el privilegio de visitar el Centro de Cultura Tecnológica, dependiente de la Fundación Aquiles Gay, en la ciudad de Córdoba. Este Centro es resultado de la pasión que mueve a su organizador, el ingeniero Aquiles Gay. Con la vitalidad y energía de sus 75 años, este docente jubilado, educador nato y consultor en temas educativos en el campo de la tecnología, ha realizado una tarea ímproba. Se dedicó a rescatar sistemáticamente una miríada de utensilios de la vida cotidia- na y aparatos de la ciencia y la técnica, para poder disponer de un CRÓNICAS 215 muestrario de la creatividad humana plasmada en los más disímiles objetos. Lo que ha hecho con tal recolección no es en realidad organi- zar un museo. El plan general del Centro es historiar cómo evolucio- nó la resolución tecnológica de problemas prácticos. Para ello el eje temático es una selección de artefactos de esta extensa colección vinculados por problemáticas conceptuales determinadas, cada una de las cuales permitirá la organización de distintas muestras, que se irán renovando. Tomemos al azar un caso: la calefacción en la casa. Desfilarán hogares de leña, calefactores de leña y de gas, braseros para salón, calientapiés, dispositivos de querosén, de gas y eléctricos (éstos, a su vez, de diferente tipo, resistencias bajo vidrio -como lámparas eléctri- cas-, resistencias de varilla o de alambre arrollado, etc.) y así hasta llegar a los dispositivos actuales. Otro tema: el compás. Veremos el compás del tonelero, todo de madera y con algunas partes torneadas y otras de flejes de made- ra, con eje roscado para modificar la abertura; el compás del corta- dor de marmol, todo de hierro; el del dibujante del siglo XIX, en bronce y marfil; el del marino, usado para medir sobre cartas de navegación; así, en un desfile excitante, asistiremos a una visita guiada a ese mundo donde se entrecruzan los arquetipos platónicos y las variadas respuestas del intelecto humano para realizar mate- rialmente dichos sueños.

Con eminente criterio didáctico, el Centro exhibirá una mínima por- ción de su fascinante repositorio, de modo de mostrar un ritmo cam- biante y de renovación permanente. Tuve el poco común privilegio de recorrer antes de la inauguración el conjunto de objetos, distribuido en tres edificios y numerosas salas. Los objetos más grandes que llegué a identificar fueron autos de los años 1920 y 1930; los más pequeños que reconocí, plumas metálicas de lapiceras. Entre estos extremos, vi teodolitos, planchas eléctricas y de carbón, tijeras, aspiradoras, grabadores, sifones, proyectores de diapositivas en vidrio, visores estereoscópicos, esfigmomanómetros, tornos miniatura, ruecas, cajas de música, sacacorchos, ralladores de queso, morsas, destiladores, hachas, yunques, arados, máquinas de 216 SABER Y TIEMPO escribir, fonógrafos, radios, daguerrotipos, válvulas termoiónicas, acei- teras, faroles de acetileno, calefactores, sextantes, lentes, cámaras fo- tográficas y de cine, trampas para insectos, ratoneras, armas, cubier- tos, envases metálicos y de vidrio, instrumental eléctrico, baterías de vidrio, mazas, telégrafos, refrigeradores eléctricos y de hielo, teléfo- nos, lavadoras ultrasónicas, ventiladores, enceradoras, máquinas de coser, calculadoras mecánicas, electromecánicas y electrónicas, ela- borados dispositivos para coser guantes de cabritilla, serruchos, ber- biquíes, cepillos de carpintero, tinteros, niveles, hormas para zapatos, piedras litográficas, tacómetros, utensilios de escritorio, tubos de ra- yos X, prensas de carpintero, prensas para alimentos, secadores de verduras, coladores, filtros de agua, llaves, candados, cerraduras, pasadores, llamadores, canastas de paja, caña, metal, alambre o ma- dera, así como otros muchos artefactos, muchos más de los que pode- mos recordar. Aclaremos que la colección recoge predominantemente objetos producidos entre los siglos XVII y XX. La impresión que se recibe es la de hallarse frente a los objetos que representan los graba- dos de la Enciclopédie de Diderot y D’Alembert. El lugar fue diseñado para que los visitantes sigan un recorrido a lo largo del cual contemplan objetos y textos asociados en forma secuencial. Se completa el Centro con un salón de actos, un aula para cursos, un centro de documentación, el bar y un taller de apoyo. Como es de rigor en nuestro país, este emprendimiento es re- sultado exclusivo de la tenacidad y visión de un individuo, que nos lega un esfuerzo sostenido durante décadas. Es obligación de la co- munidad retribuir esto con donaciones y apoyo de todo tipo. Quedan todos invitados a asistir a este fascinante viaje por la historia de la técnica.

El lugar: Bvd. Las Heras 480, Córdoba (5000); su e-mail: HIPERVÍNCULOmailto:[email protected] [email protected]

Roberto A. Ferrari Reseñas

Positivismes. Philosophie, sociologie, histoire, sciences, por ANDRÉE DESPY-MEYER ET DIDIER DEVRIESE (éd.), Bruselas: Brepols, 1999, 312 p.

En diciembre de 1997 se realizó en la Universidad Libre de Bruselas el coloquio “Positivismes. XIXe-XXe siècles. Philosophie, Sociologie, Histoire et Sciences”, en el marco de las reuniones “Solvay et son temps”. La mayor parte de las comunicaciones y las discusiones que motivaron fueron reunidas por Andrée Despy-Meyer y Didier Devriese (autores de Ernest Solvay et son temps) y publicadas como Tomo 39, N.S. 2 de la colección De diverses artibus de la Académie Internationale d’Histoire des Sciences. Como aclaran los compiladores, el plural del título (Positivismes) alude a las diferentes ideas y nociones que, como el cientificismo o el positivismo lógico, fueron y siguen siendo confun- didas con el positivismo. La inclusión del coloquio en una conmemoración de Ernest Solvay (1838-1922) -el industrial belga a quien se le debe la “soda Solvay”- obedece precisamente a que, pese a no ser comtiano, su apelación a la “unificación racional y positiva de las ciencias” lo aproxima a lo que, según los mismos compiladores, habría sido ca- racterizado tradicionalmente como “un sistema filosófico que rechaza los a priori metafísicos y ve en la observación de los hechos positivos y en la experiencia el único fundamento del conocimiento”. Como organizadores del coloquio, se preguntaron si esa definición era sufi- ciente, si no habría un solo “positivismo” que sería un pensamiento superado sin influencia actual, o si, por el contrario, se trataría de uno o varios modos de pensamiento que conservan actualidad. Los trabajos reunidos en el volumen abordan distintas facetas, no del positivismo sino más bien de los positivismos. Se reunieron filósofos, historiadores y sociólogos para analizar el sistema filosófi- co comtiano, su actualidad y sus arcaísmos, y para examinar los distintos sentidos del término positivismo, su presencia -a veces implícita- en el pensamiento actual, las diferentes “escuelas positivistas” y la influencia que ejercieron sobre otras disciplinas, como la historia, la sociología y las ciencias exactas. 218 SABER Y TIEMPO

El tema del positivismo y la filosofía fue abordado por Isabelle Stengers, profesora de la Université Libre de Bruxelles (Le problème du positivisme aujourd’hui); Juliette Grange, profesora de la Université de Strasbourg II (Archaïsme et actualité du positivisme comtien); Pierre Macherey, profesor de la Université de Lille III (Y a-t-il une métaphysique du positivisme comtien?) y Marc Peeters, de la Université Libre de Bruxelles (Ontologie et néo-positivisme. Les logiques de Lesniewski et leur fortune en Belgique). Sobre positivismo y sociología aparecen comunicaciones de Peer H. H. Vries, profesor de la Universidad de Leiden (Is a thing called “Sociology” really possible?); Jacques Moriau, investigador de la Université Libre de Bruxelles (La question de la verité en sciences sociales. De la positivité au monde commun) y Pascal Engel, profesor de la Université de Caen (Le positivisme et la Psychologie). Los trabajos sobre positivismo e historia pertenecen a Echkardt Fuchs, del German Historical Institute de Washington (Positivism and history in the XIXth Century); Kaat Wils, profesora de la Université Catholique de Louvain (Les insuffisances historiques du positivisme. Henry Thomas Buckle en Belgique et les Pays-Bas); Catherine Devulder, profesora del Centre Universitaire de Saint-Quentin (Comment l’historien construit son objet d’étude. L’example de Karl Lamprecht. Fin XIXe-début XXe siècle) y Marco Mostert, investigador de la Université d’Utrecht (Marc Bloch et le positivisme). Sobre positivismo y ciencia se presentan trabajos de Bernadette Bensaude-Vincent, profesora de la Université de Paris X-Nanterre (Le positivisme fait-il obstacle au progrès scientifique?); Grégoire Wallenborn, doctorando de la Université Libre de Bruxelles (Les enjeux de la vulgarisation des pratiques scientifiques) y Steve Fuller, profe- sor de la University of Durham (What does the Sokal hoax say about the prospects for positivism?). Cada sección incluye un resumen de los discusiones que susci- taron las distintas comunicaciones, y el volumen se cierra con las intervenciones de los participantes en una mesa redonda final. Los temas tratados fueron la actualidad de las ideas de Comte, el sentido de la palabra “positivismo” y el tratamiento de los textos positivistas. Aparte de destacarse que actualmente se conoce y se estudia poco las obras de Comte, hubo cierto consenso en considerar que ha perdido actualidad como sistema filosófico, no así muchas de sus ideas, RESEÑAS 219 como la relación entre ciencia y sociedad. Se trató el uso de “positi- vista” como injuria -que dataría de los tiempos de Comte y habría sido un recurso de descalificación académica- y se destacó el distinto papel que atribuyeron a la ciencia el positivismo y el cientificismo, concepciones que suelen confundirse erróneamente. El debate acerca de si era suficiente el discours inter-textuel (conocer los textos comtianos y los que los precedieron), o era necesario situarlo en el contexto social, cultural, económico, etc., cerró la mesa redonda con un enfrentamiento entre los profesores de filosofía y los de historia que dejó la cuestión abierta, como una moneda puesta de canto.

Bio-Bibliografía 1897-1984, por JOSÉ BABINI (Introd. y notas de Nico- lás Babini), Buenos Aires: Editorial Dunken, 2001, 196 p.

Durante sus últimos años, José Babini redactó una Cronología que inclu- ye desde su carrera docente y su obra escrita hasta las charlas que dio y las opiniones que vertió a través de distintos medios de comunicación social. Las anotaciones comienzan en 1917, cuando Babini acababa de conocer a Julio Rey Pastor, quien sería, junto a Aldo Mieli, una de las personalida- des que marcarían su vocación de matemático, primero, y de historiador de la ciencia, después. Ambos aparecen junto a Babini y Luis A. Santaló, en la fotografía que luce en la contratapa del libro que se reseña. La Editorial Dunken, que había iniciado sus ediciones en 1994 con la publicación de la Bio-Bibliografía de José Babini, acaba de lanzar la segunda edición de esa misma obra, con correcciones de la anterior y enriquecida con entradas posteriores a la fecha de aquélla. Lleva, así mismo, una introducción de Nicolás Babini que amplía la de 1994 con una biografía sucinta de José Babini, que permite seguir mejor las entradas del texto principal. Como en la primera edición, esas entradas (que en los origina- les de Babini estaban agrupadas por años) están distribuidas en capí- tulos, según se trate de datos biográficos; de libros, folletos y escritos matemáticos, o de reseñas, referencias y disertaciones. Aparte de su utilidad para quienes se interesen en la vida y la obra de José Babini, esta publicación puede servir, también, de fuente de información so- bre los logros y las vicisitudes de la cultura científica de la Argentina del siglo veinte. Nicolás Babini Noticias

Asociación de Historia Natural “Félix de Azara” El 13 de noviembre de 2000 se fundó en Buenos Aires la Asocia- ción de Historia Natural “Félix de Azara”, con el objeto de contri- buir al desarrollo de las distintas especialidades de las ciencias naturales, al estudio y la conservación de la Naturaleza, y a la divulgación de la ciencia en la región rioplatense, es decir, centrada en la Argentina, el Paraguay y el Uruguay pero extendida al resto de los países limítrofes. Entre sus propósitos figuran el apoyo a proyectos de investiga- ción y el estímulo a trabajos vinculados a la historia y la filosofía de la ciencia; la edición de libros, monografías y publicaciones periódi- cas y la organización de una biblioteca especializada. Sus fundadores se proponen, así mismo, contribuir a la formación y conservación de colecciones; efectuar exposiciones; realizar trabajos de campo y de gabinete y dictar cursos y conferencias. En el corriente año comenza- rá a publicar periódicamente la Revista Historia Natural (segunda serie) y un Boletín Informativo. Aparecerán también las siguientes series: Historia y Filosofía de la Ciencia, Monografías, Técnica y Didáctica, Guías de Campo y Nótulas Faunísticas (segunda serie). El Comité Editor de las series científicas está integrado por Julio Rafael Contreras (Argentina), María Susana Merani (Argenti- na), Alvaro Mones (Uruguay), Joao Oldair Menegheti (Brasil), Sergio Gómez (Argentina), Marta Elena Fabián (Brasil) y Jorge Adámoli (Argentina). El Comité Editor de la serie Historia y Filosofía de la Ciencia está integrado por Alvaro Mones (Uruguay), Julio Rafael Contreras (Argentina), Roberto Ferrari (Argentina) y Celina Ana Lértora Mendoza (Argentina). El Comité contará con el asesoramiento de una Comisión integrada por Miguel de Asúa, Mercedes Avellaneda, Ni- colás Babini, Alfredo Boccia Romañach, Graciela Fernández, Jorge Fernández, Irina Podgorny, Roberto Quevedo, Leonardo Salgado, José Muñoz Azpiri, Estela Santilli, José Luis Trenti Rocamora y Miguel Unamuno. NOTICIAS 221

La dirección postal de la Asociación es: Casilla de Correo 132, (1405) Buenos Aires, y la dirección electrónica es: [email protected].

Asociación de Historia y Filosofía de la Ciencia del Cono Sur (AFHIC) En mayo de 2000, durante el acto de clausura del II Encuentro de Filosofía e Historia de la Ciencia del Cono Sur, en la ciudad de Quilmes, los participantes del Encuentro decidieron crear la Asocia- ción de Historia y Filosofía de la Ciencia del Cono Sur (AFHIC) con la finalidad de fomentar el conocimiento, el intercambio de información y experiencias, como así también el desarrollo y fortalecimiento de la investigación en filosofía e historia de la ciencia en su sentido más amplio, en los países participantes. Integran la Comisión Directiva provisoria: Anna Carolina Regner (Brasil), Pablo Lorenzano (Argenti- na), Roberto de Andrada Martins (Brasil), José Seoane (Uruguay) y Miguel Orellana Benado (Chile). Para mayor información, dirigirse a: Roberto de Andrada Martins, Grupo de História e Teoria da Ciência, UNICAMP, Caixa Postal 6059, 13081-970 Campinas, SP, Brasil.

VII Congreso Iberoamericano de Periodismo Científico. Ciencia, Tecnología y Sociedad. El VII Congreso Iberoamericano de Periodismo Científico. Ciencia, Tecnología y Sociedad, que se reunió en Morón, provincia de Buenos Aires, en noviembre de 2000, dio a conocer la siguiente

Declaración de Morón

En Morón, provincia de Buenos Aires, República Argentina, a 18 de noviembre de 2000, los participantes -profesionales y alumnos- en el VII Congreso Iberoamericano de Periodismo Científico, suscriben el siguiente llamamiento dirigido especialmente a los gobiernos, las uni- versidades, los responsables de los medios de comunicación y las sociedades científicas. 222 SABER Y TIEMPO

1. Las declaraciones finales de las conferencias mundiales de perio- distas científico (Tokio 1992 y Budapest 1999) llamaron la aten- ción sobre la trascendencia del periodismo científico para la so- ciedad. La democratización de la información científica y tecno- lógica y la formación de periodistas especializados, sobre todo en los países de menor desarrollo, son condiciones básicas para que el periodismo científico contribuya a la construcción de un mun- do más justo y equilibrado. 2. Hoy se perfilan dos objetivos generales de gran alcance en este campo: 2.1 Necesidad de promover la ciencia y la tecnología en nues- tras sociedades con condición para el incremento generaliza- do del conocimiento. 2.2 Utilización de los medios informativos para difundir lo que el ciudadano debe saber o recordar sobre los efectos positi- vos y negativos del progreso científico y el desarrollo tecno- lógico sobre la cultura, la salud, el medio ambiente y las restantes dimensiones de la vida cotidiana. Y, por supuesto, de las implicaciones éticas de los conocimientos y de sus aplicaciones, como por ejemplo los avances de la genética y la biotecnología. 3. La situación de las sociedades actuales, en lo que se refiere a su interés por la difusión del conocimiento, no deja entrever dema- siadas posibilidades para un optimismo esperanzado. Hay que tener en cuenta la diferencias culturales de diverso orden: -des- igualdades dentro de la misma sociedad;- necesidad de convertir la ciencia en temas de interés general y público; -búsqueda de sistemas rápidos y seguros de almacenamiento y acceso al cono- cimiento; -bloqueos en la percepción pública de la ciencia y - uso de materiales de formación científica que están en Internet. 4. Podría resumirse la actual situación diciendo que se aprecian avan- ces, aunque no estamos satisfechos. En este sentido, no hemos conseguido que el periodismo científico sea una realidad palpable e influyente en el individuo y en la sociedad, ni que tome carta de naturaleza al servicio de aquellos segmentos de población menos dotados, cultural y económicamente. Es cierto que algunos me- dios, sobre todo de prensa escrita, han profundizado en la ética y NOTICIAS 223

en el rigor de su mensaje científico; han mejorado y enriquecido sus fuentes, y algunas universidades han incorporado la forma- ción de divulgadores científicos. Pero no se ha introducido en el tejido social el debate sobre las relaciones entre ciencia y socie- dad, y quedan por resolver buena parte de los problemas plantea- dos con insistencia por la Asociación Iberoamericana de Periodis- tas Científicos desde su primer Congreso de 1974. 5. Si cada uno de los participantes de este VII Congreso mira a su entorno, no estará conforme. Tampoco los dirigentes políticos y sociales que, a pesar de nuestras peticiones, siguen sin incorporar en los planes nacionales de ciencia y tecnología ni siquiera una mínima referencia a la divulgación, con lo cual dejan fuera a más del 90 por ciento de la población de cada país.

SABER Y TIEMPO Incluye los sumarios de sus ediciones en la base de datos LatBook (libros y revistas) Disponible en INTERNET en la siguiente dirección: http://www.latbook.com.ar Publicaciones recibidas

Aggeu Magalhães, um pionero. 1898, por ALCIRA ZARRANZ. Sepa- AGGEU MAGALHÃES FILHO, LISABEL rata de Anales de la Sociedad KLEIN, organizadores. Rio de Científica Argentina, 228(2),1998, Janeiro: Centro de Pesquisa Aggeu 2000, 10 p., 26 cm. Magalhães; Casa de Oswaldo Grandes científicos de la huma- Cruz, 2000, 300 p.: il., 23 cm. nidad (dos vol.), por MANUEL A revolução houssayana, por ALFONSECA. Madrid: Espasa Calpe ARIEL BARRIOS MEDINA. [Separata S.A., 1998, 276 p., 27 cm. de: Um olhar sobre o passado. Enfermedad y sociedad. La tu- História das ciências na América berculosis en la ciudad de Cór- Latina, S. F. de M. Figuerôa, org.], doba 1906-1947, por ADRIÁN 28 p., 21 cm. CARBONETTI. Córdoba: Editorial de Beppo Levi. Italia y Argentina la Municipalidad, 1998, 131 p., en la vida de un matemático, por 21,5 cm. LAURA LEVI. Buenos Aires: Libros Guido Beck. Transições e ideais del Zorzal, 2000, 94 p., 20 cm. de um físico sem fronteiras. Carlos Dieulefait, profesor emi- Coordenação Geral, AMÓS TROPER; nente, por LEOPOLDO KANNER. Curadoría, ANTONIO AUGUSTO Rosario: UNR Editora, 1995, 35 PASSOS VIDEIRA. Ministerio de p., 23 cm. Ciéncia e Tecnología, Conselho Ciencia y tecnología en 1999. Nacional de Desenvolvimento Anuario 2000 de la Asociación Científico e Tecnológico, Centro Española de Periodismo Cientí- Brasileiro de Pesquisas Físicas. fico. CD-Rom y prospecto, sin fecha., Introducción; El sistema español 36 p., 30 cm. de I+D+I [Investigación-Desarro- Hipólito da Costa, precursor do llo-Innovación tecnológica]; Pe- jornalismo científico no Brasil, riodismo científico y divulgación. por JOSÉ MARQUES DE MELO. Madrid: Asociación Española de Mimeo, 2000, 27 p., 30 cm. Periodismo Científico, 2000, 226 Historia del Dique San Roque, p., 29,5 cm. por LUIS RODOLFO FRÍAS. Córdo- Comentarios sobre el Congreso ba: Editorial Municipal, 1985, 512 Científico Latinoamericano de p., 28 cm. PUBLICACIONES RECIBIDAS 225

Historias de nuestra historia, por Fundació Uriach 1838, 2000, MARIO TESLER. Buenos Aires: Edi- 31+62 p., 21 cm. torial Dunken, 2000, 238 p., 22 cm. Leyendo a Euclides, por BEPPO La Academia Nacional de Cien- LEVI. Buenos Aires: Libros del cias. Etapa fundacional. Siglo Zorzal, 2000, 222 p., 20 cm. XIX, por LUIS TOGNETTI y CARLOS Positivismes. Philosophie, PAGE. Córdoba: Academia Nacio- sociologie, histoire, sciences (Ed. nal de Ciencias, 2000, 96 p., 28 cm. ANDRÉE DESPY-MEYER et DIDIER La Biblioteca Jesuítica de la DEVRIESE). Bruselas: Université Universidad Nacional de Cór- Libre de Bruxelles-Université doba, Comp MARCELA ASPELL y d’Utrecht, 1999, 314 p., 24,5 cm. CARLOS A. PAGE. Córdoba: Uni- Prácticas discursivas en la pro- versidad Nacional de Córdoba, ducción del conocimiento cien- 2000, 245 p., 27 cm. tífico, por PATRICIA VALLEJOS La Catedral de Córdoba, por LLOBET (comp.), MARIANA GARCÍA RAMÓN GUTIÉRREZ y CARLOS ZAMORA, CLAUDIA MONTI, MARTA A.PAGE. Córdoba: Universidad NEGRÍN y VIVIANA SOLER. Bahía Católica-Universidad Nacional de Blanca: Departamento de Huma- Córdoba, 1999, 120 p., 21,5 cm. nidades. Universidad Nacional del La Estancia Jesuítica de Alta Sur, 2000, 116 p., 23 cm. Gracia, por CARLOS A. PAGE. Cór- Profesor Dr. Ardoino Martini doba: Ediciones Eudecor, 2000, (Un entrañable atractivo a la cien- 230 p., 26 cm. cia), por LEOPOLDO KANNER. Ed. La Reforma Universitaria de de autor, 2000, 19 p., 21 cm. 1918, por Luis Marcó del Pont. Psiquiatría, psicología y psicoa- Córdoba: Ed. de autor, s/f, 66 p., nálisis. Historia y memoria 21,5 cm. (comp. JULIO CÉSAR RÍOS, RICAR- La vacuna en España ó Cartas DO RUIZ, JUAN CARLOS STAGNARO Familiares sobre esta nueva ino- y PATRICIA WEISSMANN). [Primer culación. Escritas a la Señora Encuentro Argentino e Historia de *** por el Dr. Francisco la Psiquiatría, la Psicología y el Piguillem [1801, Edición Psicoanálisis, octubre 1999]. Bue- facsimilar]. Estudio preliminar de nos Aires: Editorial Polemos, JOSEP DANON. Puigcerdà: 2000, 284 p., 22 cm. Ajuntament de Puigcerdà- 226 SABER Y TIEMPO

Actas de reuniones científicas de la teoría de las dos esferas; PABLO LORENZANO, Acerca del EPISTEMOLOGIA E HISTO- “redescubrimiento” de Mendel por RIA DE LA CIENCIA. Selec- Hugo de Vries; ALBERTO ción de trabajos de las Jornadas GUILLERMO RANEA, ¿Projector fra- de Epistemología e Historia de la casado, héroe de la ciencia nacio- Ciencia organizadas por el Área nal o técnico servil? Crónica del Lógico-Epistemológica de la Es- ascenso y la degradacioón cuela de Filosofía, Centro de In- postmortem de Denis Papin (1647- vestigaciones de la Facultad de ¿1712?); AARÓN SAAL, Las con- Filosofía y Humanidades, Univer- cepciones biológicas de Jacob von sidad Nacional de Córdoba. Uexküll; RAMÓN SANZ FERRAMOLA, Volumen 4, N° 4 (1998, VIII Jor- La psicología alemana: desde su nadas), Horacio Faas y Luis descalificación como ciencia has- Salvatico, edit.: ELEONORA ta su restitución como fundamen- BARINGOLTZ, De las peripecias de to de las ciencias del espíritu (de un ilustre cazador sujeto a los ava- Kant a Wundt y Dilthey); HERNÁN tares de la historia de las ciencias: SEVERGNINI, Principios filosóficos A la memoria de Louis Pasteur; e hipótesis físicas en Descartes; GUILLERMO BOIDO, Entre FERNANDO TULA MOLINA, El lugar cartesianos y jesuítas: a la bús- de la filosofía en la ciencia queda de Blas Pascal; GUILLERMO galileana: las cartas a Belisario BOIDO; ALICIA GIANELLA, Una se- Vinta y a Fortunio Liceti. gunda visita a la granja de Thomas Volumen 5, N° 5 (1999, IX Jor- Kuhn: ¿esquizofrenia o nadas), Eduardo Sota y Luis naturalismo?; CARLOS D. GALLES, Urtubey, edit.: GUILLERMO BOIDO, La edad de oro del espectroscopio; Gilbert, Galileo y Bacon: ANALÍA GERBAUDO, La fundación experimentalismo y tradiciones en de la “lingüística científica”: la conflicto; GUSTAVO D. BUZAI, Las propuesta de Fedinand de geografías de finales de siglo. Jui- Saussure; ADRIANA GONZALO, cio de un debate entre revaloriza- Ideas rectoras del Programa ción / revolución; ALBERTO Chomskiano: un recoirrido histó- CUPANI, Historia de la ciencia y rico; LUZ IRAZUZTA, Supuestos filosofía de la ciencia; CARLOS D. míticos en la teoría geocéntrica GALLES, La transición de Enrique de Anaximandro y su anticipación Gaviola hacia la Astrofísica; PE- PUBLICACIONES RECIBIDAS 227

DRO W. LAMBERTI, Las contribu- gión, hermetismo y ciencia en los ciones de H. Hertz al desarrollo y orígenes de la ciencia moderna; consolidación del concepto de GUILLERMO BOIDO, Plenismo y campo electromagnético; PABLO atomisnmo entre los siglos XVII LORENZANO, Carl Correns y el y XIX: Descartes y el “redescubrimiento” de Mendel; electromagnetismo; M. L. DE MARIO H. OTERO, Sobre la lógica VIANA, R. CORNEJO, M. QUINTANA, en el siglo XIX y su reconstruc- Aspectos históricos y ción historiográfica; LIDIA epistemológicos de la ecología; RIVAROLA, JOSÉ LUIS MARTÍNES, GABRIEL GARCÍA, LUIS LARISON, OMAR FERNÁNDEZ, Notas para una MARTA RAVENTOS, La epidemia de historia crítica de la fiebre amarilla en Buenos Aiures. audiofonología en nuestro país; Su reflejo en los documentos de VÍCTOR RODRÍGUEZ, Cuando los años 1870-1871; PABLO Newton se encontró con Riemann LORENZANO, Erich Tschermak, su- y Abel; ANA MARÍA TALAK, La puesto “redescubridor” de experimentación en los primeros Mendel; LILIAN AL-CHUEYR desarrollos de la psicología en la PEREIRA, Hugo de Vries y evolu- Universidad de Buenos Aires ción: la teoría de la mutación; RO- (1896-1919); LUIS TOGNETTI, BERTO DE ANDRADE MARTINS, Los Vida científica en Córdoba a fi- errores experimentales de Henri nes del siglo XIX; FERNANDO Becquerel; ZULEMA MARZORATI, TULA MOLINA, Escepticismo y de- La participación argentina en la I mostración en la versión inicial Conferencia “Átomos para la paz” del argumento galileano de las de Ginebra (1955); LUIS TOGNETTI, mareas a favor del movimiento Los Museos de Botánica, terrestre; OSCAR R. VALLEJOS, La Mineralogía y Zoología de la Fa- emergencia de tradiciones de in- cultad de Ciencias Físico-Mate- vestigación en la Universidad Na- máticas de la Universidad de Cór- cional del Litoral. doba a fines del siglo XIX; FER- Volumen 6, N° 6 (2000, X Jorna- NANDO TULAMOLINA, Orden natu- das), Pío García, Sergio H. Menna ral y orden aristotélico en la cien- y Víctor Rodríguez, edits. CELIA cia galileana; EVELYN VARGAS, BALDATTI, NELSON BECERRA, Movimiento local y movimiento Creencias y consecuencias: reli- vital en Leibniz. 228 SABER Y TIEMPO

Publicaciones seriadas ARCHIVES INTERNATIONALES D’HISTOIRE DES SCIENCES. ANNALS OF THE HISTORY Académie Internationale OF COMPUTING d’Histoire des Sciences. Vol. 22, N° 3 (July-September Vol. 48, N° 141 (Décembre 1998): 2000): JOHN ARIS, Inventing CHRISTIANE VILAIN, Mouvement Systems Engineering [la génesis droit, mouvement courbe (II). Les de Leo]; FRANK LAND, The first mécaniques (13ème-14ème siècles); business computer: A case study JOSÉ LUIS MANCHA, The provençal in user-driven innovation; JOHN A. version of Levi ben Gerson’s N. LEE, COLIN BURKE, DEBORAH Tables for Eclipses; ALEKSANDAR ANDERSON, The US Bombes, NCR, M. NIKOLIC, About two famous Joseph Desch and 600 WAVES: results of Jovan Karamata, for the The first reunion of the US Naval 30th anniversary of Jovan Computing Machine Laboratory; Karamata’s death; S. S. DEMIDOV, WILLIAM ASPRAY. Was early entry I. O. LUTHER, V. S. KIRSANOV, a competitive advantage? US Mariam Mikhaylovna Universities that entered Rozhanskaya on the 70th computing in the 1940s. anniversary of her birth. Vol. 22, N° 4 (October-December Vol. 49, N° 143 (Décembre 1999): 2000): MAURICE V. WILKES, ELENA CASADEI, Una nuova Introduction to “Babbage’s edizione a stampa di testi di Da- Analytical Engine Plans 28 and 28a- The Programmer’s Interface”; vid di Dinant; BAUDOIN VAN DEN ABEELE, L’empereur et la ALLAN G. BROMLEY, Babbage’s Analytical Engine Plans 28 and 28a- philosophie. L’utilisation de la The Programmer’s Interface; zoologie d’Aristote dans le De arte MARTIN CAMPBELL-KELLY, venandi cum avibus de Fredéric II Introduction to Charles Babbge de Hohenstaufen (1194-1250); Eulogy; NATHANIEL SHATSWELL CHRISTIAN HÜNEMÖRDER, Die DODGE, Charles Babbage Eulogy Lösung des Rätsels der (from the Smithsonian Annual sogenannten 3. Fassung (Thomas Report of 1873); MARY CROARKEN III) der naturkundlichen and MARTIN CAMPBELL-KELLY, Enzyklopädie De natura rerum Beautiful numbers: the rise and de- von Thomas von Cantimpré; INÈS cline of the British Association VILLELA-PETIT, Recettes de Mathematical Tables Committee, couleurs et analyses scientifiques, 1871-1965. esquisse d’une confrontation PUBLICACIONES RECIBIDAS 229 devant l’oeuvre de Giovanni da de Gaspar Sentiñón Cerdaña: da- Modena; STAVROS LAZARIS, Les tos y enigmas de un introductor rapports entre l’illustration et le de la medicina internacional en la texte de l’Epitomè, manuel España de la restauración; G. E. byzantine d’hippiatrie; ANNE- R. LLOYD, Filosofía y medicina en FRANÇOISE GARÇON, Fours debout, la antigua Grecia: modelos de co- fours couchés: l’horizontalité nocimientos y sus repercusiones; et son apport en métallurgie; RAÚL RODRÍGUEZ NOZAL, Oríge- MICHEL PATY, La réception de la nes, desarrollo y consolidación de théorie de la relativité au Brésil la industria farmacéutica españo- et l’influence des traditions la (ca. 1850-1936); JUAN JOSÉ BAR- scientifiques européennes; CIA GOYANES, Cerviz: una traduc- ERWIN NEUENSCHWANDER, Zur ción errónea; JOSÉ MIGUEL SÁEZ Y Historiographie der Mathematik PEDRO MARSET CAMPOS, Teoría in der Schweiz. académica y práctica ciudadana en el paludismo. Las causas de las ASCLEPIO. Revista de Histo- enfermedades endémicas en Mur- ria de la Medicina y de la Cien- cia durante el siglo XVIII desde cia. Madrid: Instituto de Historia, la perspectiva de la administra- CSIC. ción local; ANTONIO PEREIRA POZA, Indices Asclepio (1948-1998): Charles Bell: naturalismo teoló- Vols. I-L, 1948-1998 (1999). gico y frenología. Implicaciones Vol. LII, Fascículo 1 (2000): MI- sociales; JOSÉ SORIANO PALAO, La GUEL ARENAS, JUDITH LICEA DE asistencia sanitaria pública en ARENAS Y JAVIER VALLES, La re- Yecla (Murcia): 1850-1930; ANA percusión científica de los inves- CECILIA RODRÍGUEZ DE ROMO, Fi- tigadores españoles exiliados en siología mexicana en el siglo XIX: México; JOSÉ MA. VALDERAS, la enseñanza; JAVIER SANZ, Cin- Francisco Vélez de Arciniega en cuenta años de historiografía la polémica de la coloquintida; odontológica españiola (1895- YOLANDA TEXERA ARNAL, La in- 1945); FRANCISCO LÓPEZ-MUÑOZ Y troducción del concepto de “pará- CECILIO ÁLAMO, El tratado del lisis general progresiva” en la psi- hombre: interpretación cartesiana quiatría decimonónica española; de la neurofisiología del dolor; GUSTAVO PIS DIEZ, Enfermedad y MIGUEL RABÍ CHARA, La primera literatura en Horacio Quiroga; botica de los hospitales de la ciu- JOSE VTE.MARTÍ BOSCÁ, Biografía dad de Lima en el siglo XVI. 230 SABER Y TIEMPO

Vol. LII, Fascículo 2 (2000): Do- BOLLETTINO DELL UNIONE ssier: Historias de la evolución. MATEMATICA ITALIANA. ANDRÉS GALERA, Presentación; Sezione A. La matematica nella CHOMIN CUNCHILLOS, Las princi- società e nella cultura. pales etapas de la evolución del Serie VIII, Vol. II-A, N. 1 (Aprile metabolismo celular. Una aproxi- 1999): CARLO PUCCI, 40 anni fa’ una svolta nell’organizzazione mación evolucionista al estudio della ricerca matematica italiana; del metabolismo; MÁXIMO SANDÍN, PAOLO CASSINI, D’Alembert Sobre una redundancia: el (1717-1783); LUIGI PEPE, Darwinismo social; PATRICK TORT, Università, accademie e scienze Darwin y la laicización del dis- in Italia nell’età moderna; GUIDO curso sobre el hombre; CARLOS ZAPPA, Matematici al tempo del ALMAÇA, Neo-Lamarckism in Por- fascismo. Ricordi di un vecchio tugal; ÁLVARO GIRÓN, ¿Hacer ta- docente; ILIO GALLIGANI, Lo bla rasa de la historia?: la analo- sviluppo dell’indirizzo applicativo gía entre herencia fisiológica y nel corso di laurea in Matematica memoria en el anarquismo espa- durante gli anni ’70; MARIO ñol (1870-1914); GIULIO BARSANTI, BERTERO, Matematica e immagini: Lamarck: taxonomy and alcuni esempi di applicazioni; FRANCESCO DE GIOVANNI & theoretical biology; GOULVEN TOMMASO LANDOLFI, Le LAURENT, Paléontologie(s) et dimostrazioni di teoremi fondate évolution au début du XIXe siècle. sull’uso di calcolatori; A.VISINTIN, Cuvier et Lamarck; ANDRÉS GA- Sulla comunicazione matematica; LERA, Los guisantes mágicos de JESÚS ILDEFONSO DIAZ, Clima e Darwin y Mendel. Bibliografía matematica; PASCAL DUPONT, histórica sobre la ciencia y la téc- Cavour e la matematica; VINICIO nica en España. VILLANI, A proposito del supplemento sulle tesi di dottorato. BOLETIN NEUROLÓGICO. Serie VIII, Vol. II-A, Buenos Aires: Fundación Alfredo Supplemento (Aprile 1999) [Con- Thomson tiene 50 tesis sobre temas de Al- N° 33 (Septiembre 2000): FER- gebra, geometria e logica matematica, Analisi matematica NANDO ÁLVAREZ, Sobre el conoci- e probabilità; Fisica matematica miento del sistema nervioso en la y Analisi numerica, matematica Antigüedad. applicata e ricerca operativa]. PUBLICACIONES RECIBIDAS 231

Serie VIII, Vol. II-A, N. 2 (Agos- SALGADO, Patagónicos y to 1999): LUIGI PEPE, Mascheroni, lombrosianos; MIGUEL DE ASÚA, matematico, poeta e cittadino; Conferencia de Louis Pasteur de CLARA SILVIA ROERO, I 1864: “Acerca de las generacio- matematrici e la lingua nes espontáneas”. internazionale; PAOLO CIANCARINI, Vol. 11, N° 61 (Febrero-Marzo Scacchi e i matematici. 2001): FERNANDO RAMÍREZ ROZZI E IRINA PODGORNY, La metamor- CADERNOS IG/UNICAMP. fosis del megaterio. MIGUEL DE Campinas,SP, Brasil: Instituto de ASÚA, Conferencia de Joule de Geociências, Unicamp. 1847. “Acerca de la materia, la Vol. 6, N° 1/2 (2000): MARIA fuerza viva y el calor”. MARGARET LOPES, Minerais e museus na pruimera metade do DYNAMIS. Acta Hispanica ad século XIX na América Latina; Medicinae Scientiarumque MANUEL S. PINTO, Gaspar Historiam Illustrandum. Grana- Frutuoso, a Portuguese da: Universidad de Granada. volcanologist of the 16th Century. Vol. 20 (2000): CORNELIUS O’BOYLE, Learning medieval me- CIENCIA HOY. Revista de di- dicine: the boundaries of vulgación científica de la Aso- university teaching. Introduction; ciación Ciencia Hoy (Buenos Ai- FAITH WALLIS, Inventing diagno- res). sis: Theophilus’ De urinis in the Vol. 10, N° 58 (Agosto-Septiem- classroom; ROGER FRENCH, Where bre 2000): MIGUEL DE ASÚA: El the philosopher finishes, the primer trabajo de Newton sobre physician begins: Medicine and su teoría de la luz y los colores. the Arts course in the Thirteenth- Vol. 10, N° 59 (Octubre-Noviem- Century Oxford; MIGUEL DE ASÚA, bre 2000): SUSANA GALLARDO, Peter of Spain’s handling of Técnicas de producción de graba- authorities in his Commentary on dos rupestres: las huellas del arte the Isagoge of Johannitius; FER- en fragmentos de piedra; G. NANDO SALMÓN, Technologies of GIOVAMBATTISTA, M. V. RIPOLI, J. authority in the medical classroom C. DE LUCA, F. N. DULOUT, I. in the Thirteenth and Fourteenth AGUIRRE, La vaca ñata: una pre- Centuries; TIZIANA PESENTI, The gunta genética sin respuesta; FER- teaching of the Tegni in Italian NANDO LIZARRAGA Y LEONARDO Universities in the second half of 232 SABER Y TIEMPO the Fourteenth Century; LUIS EDUCAÇÃO E FILOSOFIA. GARCÍA BALLESTER, Galenismo y Uberlândia,MG, Brasil: enseñanza médica en la universi- Universidade Federal de dad de Salamanca del siglo XV; Uberlândia. CORNELIUS O’BOYLE, Gesturing in Vol. 13, N° 26 (Jul./Dez. 1999). the early Universities; MICHAEL PAULO ALCOFORADO, Cronologia MC VAUGH, Surgical education in das obras lógicas de Aristóteles; the Middle Ages; IONA MCCLEERY, JOSÉ MAURICIO DE CARVALHO, Opportunities for teaching and Eclosão no Brasil das vertentes studying Medicine in medieval positivistas; LEILA FLORESTA DE Portugal before the foundation of OLIVEIRA, Gênese do pensamento the University of Lisbon (1290); pedagógico anarquista: Proudhon MONICA H. GREEN, Books as a e os principios liberais e demo- source of medical education for cráticos; OCTAVIO DA CUNHA women in the Middle Ages; BOTELHO, A história do MONTSERRAT CABRÉ, From a Mas- reconhecimento da filosofia india- ter to a laywoman: a feminine na no ocidente. manual of self-help; LAURINDA ABREU, Purgatório, Misericórdias EPISTEME. Filosofía e história e caridade: condições estruturantes das ciências em revista. Porto da assistência em Portugal Alegre: Universidade Federal do (séculos XV-XIX); FABIÁN ALE- Rio Grande do Sul. Grupo JANDRO CAMPAGNE, Medicina y re- Interdisciplinar em Filosofía e ligión en el discurso História das Ciências. aintisupersticioso español de los N° 10 (Jan./Jun. 2000): ROBERTO siglos XVI a XVIII: un combate DE ANDRADE MARTINS, Que tipo por la hegemonía; José Ramón de História da Ciência esperamos BERTOMEU SÁNCHEZ, ANTONIO ter nas próximas décadas?; GARCÍA BELMAR, Los libros de tex- VASSILIKI BETTY SMOCOVITS, to de química destinados a estu- Where are we? Some closing diantes de medicina y cirugía en thoughts on the History of Science España (1788-1845); GEOFFREY E. and Technology at the end of the L. LLOYD, La comparación entre Millenium; VÍCTOR RODRÍGUEZ, la ciencia griega y la china; JA- Descubrimientos y heurísticas en VIER MOSCOSO, Acordarse de olvi- Astronomía. dar a Lampe. A propósito de la N° 11 (Jul./Dez. 2000): Entrevis- Ilustración y las ciencias. ta: Conversando con Roberto de PUBLICACIONES RECIBIDAS 233

Andrade Martins; ALDO MARCOS CHOR MAIO e MAGALI MELLENDER DE ARAÚJO, ROMERO SÁ, Ciência na periferia: Inmanência e trascendência na a Unesco, a proposta de criação evolução biológica: a visão de do Instituto Internacional da Hiléia Theodosius Dobzhansky; ANDRÉ Amazônica e as origens do Inpa. LUIS MATTEDI DIAS, A Revista Vol. VII, N° 1 (Março-Junho Brasileira de Mathematica (1929- 2000): LUIZ ANTONIO TEIXEIRA, 193?); CÉSAR LORENZANO, Alastrim, variola é?; AMILCAR Wittgenstein y los paradigmas de DAVYT e LÉA VELHO, A avaliação Kuhn; LEONARDO SALGADO y PA- da ciência e a revisão por pares: BLO F. AZAR, Florentino Ameghino passado e presente. Como será o y la posible degeneración del futuro? homo sapiens; LUIS M. SARAIVA, Vol. VII, N° 2 (Julho-Outubro Un matematico portugues no Bra- 2000): HELEN GONÇALVES, A sil: Francisco de Borja Garção tuberculose ao logo dos tempos; Stockler e o Methodo inverso dos ÁLVARO LEÓN CASAS ORREGO, Los limites, ou desenvolvimento geral circuitos del agua y la higiene ur- das funções algorithmicas (1818- bana en la ciudad de Cartagena a 1824); THOMAS KESSELRING, O comienzos del siglo XX; MARK conceito de Natureza na História R. D. SEAWARD, Richard Spruce, do pensamento ocidental. botânico e desbravador da Améri- ca do Sul; MANUEL LUIZ SALGADO GERIATRÍA PRÁCTICA. GUIMARÃES, História e natureza em Sociedad Argentina de von Martius: esquadrinhando o Neurogeriatría. Brasil para construir a nação. Vol. X, N° 7 (2000): ALBERTO RABINO, Breve reseña histórica de IDEAÇÃO. Universidade la sordera. Estadual de Feira de Santana, Bahia, Brasil. HISTÓRIA, CIÊNCIAS, N° 6 (Julho 2000): JÚLIO CELSO SAÚDE. MANGUINHOS. Río RIBEIRO DE VASCONCELOS, A de Janeiro: Casa de Oswaldo Cruz creação do mundo e a queda dos Vol. VI, Suplemento (Setembro corpos segundo Galileo Galilei. 2000): Visões da Amazônia. FER- NANDO SERGIO DUMAS DOS SANTOS, INVESTIGACIÓN Y CIEN- Tradições populares de uso de CIA. Barcelona: Prensa Científi- plantas medicinais na Amazônia; ca S.A. 234 SABER Y TIEMPO

N° 283 (Abril de 2000): VÍCTOR siglo XIX; ALBERTO P. CALDERÓN, NAVARRO BROTÓNS, Matemáticas Alberto González Domínguez: y cosmología en el Renacimiento discípulo y continuadior de la obra [sobre Jerónimo Muñoz]. de Julio Rey Pastor en la Argenti- N° 286 (Julio de 2000): ALAIN na; MARIANO HORMIGÓN, Norberto GIODA y CARLOS SERRANO, La pla- Cuesta Dutari. In memoriam; ta del Perú; PETER HEERING, FALK Vol. 16, N° 30 (1993): LUIS J. RIESS y CHRISTIAN SICHAU, La re- BOYA, La predicción de la radia- producción de experimentos his- ción cósmica de fondo; JOSEPH W,. tóricos; DOMINQUE CARDON, Las DAUBEN, Matemáticas: la perspec- tinturas naturales. tiva de un historiador; JEAN N° 287 (Agosto de 2000): DHOMBRES, Las progresiones infi- CHRISTOPHE MOULHERAT, Los teji- nitas: El papel del discreto y del dos de los príncipes celtas; CLARK continuo en el siglo XVII; SPENCER LARSEN, Alimentación y MARIANO HORMIGÓN, Ciencia y fe- salud de los indígenas en las colo- licidad: a un cuarto de siglo del nias americanas. 68; GIORGIO ISRAEL y ANA MILLÁN N° 288 (Septiembre de 2000): GASCA, La correspondencia entre DAVID P. BILLINGTON, Los revolu- Vladimir A.Kostitzin y Vito cionarios puentes de Robert Volterra (1933-1962) y los ini- Maillart. cios de la biomatemática; SERGUEI KARA-MURZÁ, El rechazo de la in- LLULL. Revista de la Sociedad novación metodológica en la cien- Española de Historia de las cia: La sinergia de los motivos Ciencias y de las Técnicas. (La recepción del método Vol. 12, N° 22 (1989): JOSÉ cromatográfico por los químicos); LLOMBART, Un estudio sobre la re- M. S. DE MORA CHARLES, Leibniz vista Gaceta de Matemáticas Ele- y los dos problemas de Mére; mentales-Gaceta de Matemáticas LUBOS NOVY, Las matemáticas en (1903-1906); EDUARDO ORTIZ, la Enciclopedia de Diderot y ANTONI ROCA y JOSÉ MANUEL d’Alembert; ROBERT ROSEN, La SÁNCHEZ RON, Ciencia y técnica pregunta de Schrödinger: ¿Qué es en Argentina y España (1941- la vida? cincuenta años después; 1949) a través de la correspon- LIVIU SOFONEA y NICHOLAS dencia de Julio Rey Pastor y Este- IONESCU-PALLAS, La génesis de las ban Terradas; LEANDRO SEQUEIROS, entidades físicas conceptuales. La paleontología en España en el Ejemplos históricos y PUBLICACIONES RECIBIDAS 235 epistemológicos; MARÍA ANGELES cina en un manuscrito de astrolo- VELAMAZÁN y ELENA AUSEJO, De gía del siglo XIV; MARC EGEA I Lagrange a Cauchy: el cálculo di- GER, La Cosmología de Ramón ferencial en las academias milita- Llull; JOSÉ LUIS GONZÁLEZ ESCRIG, res de España en el siglo XIX. Estudios botánico-forestales es- Vol. 23, N° 46 (2000): JOSÉ M. pañoles de la Isla de Puerto Rico CANO PAVÓN, La Escuela Indus- durante el siglo XIX; FRANCISCO trial, de Comercio y de Náutica A. GONZÁLEZ REDONDO y MARÍA de Cádiz (1851-1863); FIDEL CAS- DOLORES REDONDO ALVARADO, TRO DÍAZ-BALART y HUGO PÉREZ Los dirigibles del sistema Torres ROJAS, El principio de acción mí- Quevedo en Gran Bretaña; nima en el centenario del quantum; ECKART LEISER, ¿Cómo saber? El FABIO GROBART SUNSHINE, La positivismo y sus críticos en la prospectiva científica y tecnoló- filosofía de las ciencias; JOSÉ gica en Cuba: una retrospectiva; FÉLIX SÁENZ LORENZO, Evolución CLÓVIS PEREIRA DA SILVA, Manuel del sistema ciencia, tecnología e Amoroso Costa: o continuador da industria en el mundo y en la UE; obra matematica de Otto de JESÚS SANTOS DEL CERRO, Una teo- Alencar; ALEJANDRO RICART ría sobre la creación del concep- CABÚS, La Pirámide de Quefrén; to moderno de probabilidad: ANGEL RUIZ y HUGO BARRANTES, aportaciones españolas; CONCEP- La reforma liberal y las matemá- CIÓN VALDÉS CASTRO, La primera ticas en la Costa Rica del siglo publicación periódica cubana de XIX; FRANCISCO TEIXEDÓ GÓMEZ, ciencias físico-matemáticas Iván de Sorapán de Rieros, mate- (1942-1959): noticias y conside- mático, humanista y divulgador; raciones. FRANCISCO A. GONZÁLEZ REDONDO y LOURDES DE VICENTE LASECA, La MEDICINA & HISTORIA. Re- automática de Torres Quevedo vista de Estudios Históricos de entre los ensayos y el aritmómetro. las Ciencias Médicas. Barcelo- Nota bibliográfica en torno al na: Centro de Documentación de ajedrecista. Historia de la Medicina de J. Vol. 23, N° 47 (2000): JERÓNIMO Uriach & Cía., S.A. BOUZA, Sociología contra antro- N° 1-4a. ép. (2000): ANASTASIO pología: la crítica de la antropo- ROJO VEGA, Enfermedades hospi- logía desde la filosofía positiva; talarias en la España interior del JOSÉ M. COBOS BUENO, La medi- siglo XVII. 236 SABER Y TIEMPO

N° 2-4a. ép. (2000): FERNANDO PENZIAS y PIERRE ENCRENAZ, Las SALMÓN, “To cook or not to cook”. moléculas del espacio; COLIN Comida hospitalaria y alimenta- RENFREW, Comercio y sociedad ción científica del paciente en el durante la prehistoria; CLAUDE primer tercio del siglo XX. LORIUS, Casquetes glaciares: tes- N° 3-4a. ép. (2000): JUAN RAFAEL tigos del medio; HANNES ALFVÉN, CABRERA ALFONSO, La introduc- La cosmología, ¿mito o ciencia?; ción de la histología y anatomía DAVID RUELLE, Los atractores, ob- patológica en la Facultad de Me- jetos matemáticos; JEAN DAUSSET, dicina de Cádiz durante el siglo El sistema HLA y las enfermeda- XIX. des; ANDRÉ LENOIR-GOURHAN, Re- ligión y hombres prehistóricos; MUNDO CIENTIFICO. Barce- NOAM CHOMSKY, Teoría lingüísti- lona: RBA Revistas Científicas ca y aprendizaje; PIERRE BOURDIEU, S.A. ¿Es una ciencia la sociología?; N° 212 (Mayo 2000): JEAN-PAUL RICHARD FEYNMAN, El sabio, el GAUDILLIÈRE, Lo viviente en la genio y la fantasía; JEAN-MARIE hora de la genómica; JAMES CLERK LEHN, La química supramolecular; MAXWELL, Sobre las relaciones GEORGES CHARPAK, La detección entre las Matemáticas y la física de las partículas; LYN MARGULIS y [1870]; ETIENNE KLEIN, La zona DORIAN SAGAN, El origen de las de sombra de Wolfgang Pauli. células eucariotas; BENOÎT N° 213 (Junio 2000): CLAUDE MANDELBROT, El descubrimiento JAPPART, Las ciencias de la Tierra de los fractales; K. ALEX MÜLLER en busca del método; NICOLÁS y GEORG BEDNORZ, Superconduc- WITKOWSKI, Isaac Newton, genio tividad de alta temperatura; de la mecánica. XAVIER LE PICHON, El renacimien- N° 214 (Julio-Agosto 2000): to de las ciencias de la Tierra; Treinta años de ciencia: LUC JACQUES MONOD, Fotones que atra- MONTAGNIER, Virus y cáncer; viesan paredes; WALTER GEHRING, JEAN-PIERRE CHANGEUX, Lo inna- De las mosca al hombre, un to y lo adquirido, otra vez; JACQUES supergén. MONOD, Las fronteras de la biolo- N° 215 (Setiembre 2000): PAUL gía; THEODOSIUS DOBZHANSKY, LANGEVIN, La f’ísica moderna y el ¿Tiene la humanidad un porve- determinismo. nir?; HUBERT REEVES, Elementos N° 216 (Octubre 2000): KAPIL RAJ, ligeros del Universo; ARNO A. Historia de un inventario olvida- PUBLICACIONES RECIBIDAS 237 do [Sobre Nicolas L’Empereur, Giovanni Plana; I. IANNACONE, botánico del siglo XVII]. Documents rélatifs a l’histoire de N° 217 (Noviembre 2000): ANDRÉ l’astronomie chinoise et aux ALLARD, La aritmética en la Edad rapports scientifiques entre Media. l’Europe et la Chine (XVIIe-XIXe siècles) conservés à la NOTICIERO DE LA UNION Bibliothèque de l’Observatoire de MATEMATICA ARGENTINA. Paris. Première partie; G. SCALVA, Número Extraordinario (2000): Un medico alla corte di Carlo EDGARDO FERNÁNDEZ STACCO, An- Emmanuele III: Vitaliano Donati tonio A. Monteiro; EDUARDO e il suo viaggio in Levante (1759- ZARANTONELLO, Alberto Pedro 1762). P.GOVONI: Biography: a Calderón. critical tool to bridge the history of science and the history of NUNCIUS. Annali di Storia women in science; M. BERETTA, della Scienza. Firenze: Leo S. Panopticon Lavoisier. Base de Olschki. données et histoire documentaire Anno XV, Fasc. 1 (2000): F. de la révolution chimique. GIUDICE, La tradizione del mezzo Anno XV, Fasc. 2 (2000): C. V. e la Nuova teoria della luce di PALISCA, Vincenzo Galilei, Leonhard Euler; S. LINGUERRI, La scienzato sperimentale, mentore Società Italiana per il Progresso del figlio Galileo; T. REGGE, della Scienza, 1907-1930; L. Galileo e il principio di relatività; ANDREOZZI, Vito Volterra F. SARGOLINI, La critica di organizzatore scientifico e la Vincenzo Galilei al misticismo nascita della biologia matematica numerico di Gioseffo Zarlino; S. in Italia; F. TURCO, L. CERRUTI, DUPRÉ, Mathematical instruments Charles J. Pedersen e le origine and the “Theory of the concave della chimica supramoleculare; A. spherical mirror”: Galileo’s Optic LUALDI, Repertorio dei costruttori beyond art and science; T. CERBU, italiani di strumenti scientifici. M.-P. LENER, La disgrâce de Secoli XVI-XVIII; N. SCIANNA, Galilée dans les Apes Urbanae: Indagine sui grandi globi a stampa sur la fabrique du texte de Leone di Vincenzo Coronelli. Seconda Allaci; F. CAMEROTA, Architecture parte: Il globo celeste; A. and science in baroque Roma. The MESCHIARI, Corrispondenza di mathematical ornaments of Villa Giovanni Battista Amici con Pamphili; D. KNIGHT, Genesis 238 SABER Y TIEMPO anmd geology: a very English BIANCULLI OLIVO, Historia y crite- compromise; S. ZANIERI, Un gioco rio de verdad en Occidente. ottico di Ludovico Buti al Museo di Storia della scienza di Firenze; QUIPU. Revista Latinoamerica- I. CHINNICI, 19th Century na de Historia de las Ciencias y spectroscopic instruments in la Tecnología. México: Sociedad Italian astronomical observatories; Latinoamericana de Historia de las L. CARBONE, R. GATTO, F. Ciencias y la Tecnología. PALLADINO, Il carteggio Amodeo; Vol. 12, N° 2 (mayo-agosto 1999): F. DE FINETTI, Alcune lettere ROSHDI RASHED, The invention of giovanili di B. de Finetti alla ma- classical scientific modernity; dre. MARÍA LUISA RODRÍGUEZ-SALA, ¿Estamentos ocupacionales o co- PERIODISMO CIENTIFICO. munidades científicas? La cons- Madrid: Asociación Española de trucción de una actividad científi- Periodismo Científico. co-técnica novohispana durante N° 32 (Mayo-Junio 2000): MA- los siglos XVI y XVII; IRINA NUEL CALVO HERNANDO, El perio- PODGORNY, Desde la tierra donde dismo científico a lo largo de los siglos. los monstruos no tienen nombre. El ordenamiento de la naturaleza N° 35 (Enero-Febrero 2001): MA- NUEL CALVO HERNANDO, Antece- a través de los museos y de la sores ilustres de la divulgación ciencia en la Confederación Ar- científica. gentina; CLAUDIA AGOSTONI, Sanitation and public works in late PRESENTE Y PASADO. Revis- Nineteenth Century Mexico City; ta de Historia. Mérida, HELOISA MARIA BERTOL Vernezuela: Escuela de Historia, DOMINGUES, As demandas Fac. de Humanidades y cientificas e a participação do Bra- eduxcaci’;on, Universidad de Los sil nas Exposições Internacionais Andes. do Século XIX; MARIA MARGARET Año IV, N° 7 (Enero-Junio 1999): LOPES, Aspetos da ALÍ ENRÍQUEZ LÓPEZ BOHÓRQUEZ, institucionalização das ciencias Alejandro de Humboldt y el ter- naturais no Brasil, no Século XIX; cer viaje de Cristóbal Colón: cien- ADOLPHUS LANGENSHEIDT, Los hor- cia y religión conjugados para un nos para la metalurgia del plomo mismo propósito; TERESA en América, siglos X a XVII. PUBLICACIONES RECIBIDAS 239

Vol. 12, N° 3 (septiembre-diciem- ochenta aniversario del sitial de bre 1999): LIU DUN, Un nuevo Odontología en la Academia Na- estudio de la “cuestión Needham”; cional de Medicina; ROBERTO N. MARCELO RAMÍREZ RUIZ, Lugares: BOTTI, Profesor Dr. Humberto cuasi Segundas Estrellas; JUAN Aprile: a cien años de su naci- JOSÉ SALDAÑA, CONSUELO CUEVAS miento; HORACIO MARTÍNEZ, Tra- CARDONA, La invención en Méxi- gedia del escarbadientes; HÉCTOR co de la investigación científica A. EXPÓSITO y ANDREA CRISTÓBAL, profesional: el Museo Nacional El general Urquiza, su asesinato y 1868-1908; JOSÉ JERÓNIMO DE sus prótesis; PEDRO R. SALAZAR, ALENCAR ALVES, Novos S.O.L.P. 75 años de historia [So- paradigmas da Ciência e os ciedad Odontológica de La Pla- engenheiros-cientistas no Brasil ta]. do Século XX; MARCELA M. A. RHEMA. Revista de Filosofia e NARI, La eugenesia en Argentina, Teologia do Instituto Teológico 1890-1940; CLAUDIO KATZ, La tec- Arquidiocesano Santo Antônio nología como fuerza productiva (Juiz de Fora, MG, Brasil). social: implicaciones de una ca- Vol. 6, N° 21 (2000): EDUARDO racterización. JOSÉ CROCHET, Acerca das guerras de religião na terra do Brasil. REVISTA DEL ARCHIVO HISTÓRICO DE LA MUNICI- Otras publicaciones recibidas PALIDAD DE CÓRDOBA. Año 1, N° 1 (2000): LUIS Boletín Cedodal (Centro de Do- TOGNETTI, Las ciencias naturales en Córdoba a fines del siglo XIX cumentación de Arquitectura La- y los orígenes de una cultura cien- tinoamericana). tífica nacional; SILVIA SALAMONE, N° 15 (Julio 2000); N° 16 (Octu- El transporte en la ciudad de Cór- bre 2000); N° 17 (Diciembre doba (1870-1969). 2000) Ciencia Hoy. Buenos Aires: Aso- REVISTA DEL MUSEO Y ciación Ciencia Hoy. CENTRO DE ESTUDIOS HIS- N° 60 (Diciembre 2000 / Enero TORICOS DE LA FACULTAD 2001). DE ODONTOLOGIA DE BUE- Educación en Ciencias Sociales NOS AIRES. (Universidad Nacional de Gene- Año 15, N° 31 (Noviembre de ral San Martín). 2000): ORESTE WALTER SIUTTI, El Vol. 1, N° 3 (1999) 240 SABER Y TIEMPO

Estudios Sociales. Revista Uni- Periodismo Cientifico. Madrid: versitaria Semestral. Asociación Española de Periodis- Año X, N° 18 (Primer Semestre mo Científico. 2000); N° 19 (Segundo Semestre N° 33 (Agosto-Septiembre 2000); 2000) . N° 34 (Diciembre 2000). Geriatría Práctica. Sociedad Ar- Redes. Revista de Estudios So- gentina de Neurogeriatría ciales de la Ciencia. Vol. X, N° 8 (2000) Vol. 7, N° 15 (agosto de 2000); Idea. Revista de la Facultad de N° 16 (diciembre de 2000) Ciencias Humanas (Univ. Nac. de Revista Cientifica de la Univer- San Luis) sidad Blas Pascal (Córdoba) No. 31 (Junio de 2000); N° 32 N° 13 (1999); N° 14 (2000) (Octubre 2000) Revista de la Facultad de Odon- Ideação. Revista do Núcleo tología. Universidad de Buenos Aires. Interdisciplinar de Estudos e Pes- Vol. 17, N° 44 (2000) quisas em Filosofía da Rhema. Revista de Fiklosofia e Universidade Estadual de Feira de Teologia do Instituto Teológico Santana. ASrquidiocesano Santo Antônio N° 5 (jan.-jun. 2000). (Juiz de Fora, MG, Brasil). Investigación y Ciencia Vol. 6, N° 23 (2000). N° 282 (Marzo de 2000); N° 284 Signos Universitarios. Universi- (Mayo de 2000); dad del Salvador. Noticiero SADIO (Sociedad Ar- Año XIX, N° 36 (Julio-Diciem- gentina de Informática e Investi- bre 1999): Gestión social y gación Operativa) gerenciamiento público. Año 32, N° 3 (Julio-Agosto de Textos para discussão. Campinas, 2000); N° 4 (Septiembre-Octubre SP: Instituto de Geociencias, 2000); N° 5 (Noviembre-Diciem- DPCT, Univ. de Campinas. bre 2000) N° 30 (2000); 31 (2000); 32 (2000) Índice onomástico

Agulla, Juan Carlos (sociól. arg. 1928): Bialet Massé, Juan (abog., méd. e ing. 185-199 esp.,1843-1907): 186 Aguirre, Cleto (méd. arg., 1883-1899): Böhm-Bauwerk, Eugen (econ. austriaco, 58 1851-1914): 153 Alberdi, Juan Bautista (jurista arg., 1810- Borgatta, Gino (econ.it.): 159 1884): 188 Born, Max (físico alem., 1882-1970): 161 Álvarez, Juan (jurista e histor. arg., 1878- Bortz, Elías (méd. arg., 1962): 5-31 1954): 186 Bosch, Jorge (epistem. arg., 1925): 183 Alvear, Marcelo Torcuato de (polít. arg., Bowley, Arthur Lyon (econ. ingl., 1869- 1868-1942): 53, 111 1957): 164 Alvear, Torcuato de (polít. arg., 1823- Bravard, Auguste (geól. fr., 1803-1861): 1890) 42 Ameghino, Carlos (paleont. arg., 1865- Bregger (genet. estadoun.): 136 1936): 39 Broggi, Hugo (econ. arg., 1880-1965): Ameghino, Florentino (antrop. y paleont. 155 arg., 1854-1911): 33-51 Buch, Tomás (quím. arg., 1931): 131- Amoroso, Luigi (matem. y econ. ital., 152 1886-1965): 159 Bunge, Alejandro (econ. arg., 1880- Anquín, Nimio de (filós. arg., 1896- 1943): 161, 189 1979): 181 Bunge, Carlos Octavio (escrit. arg., 1875- Arago, François Dominique (físico fr., 1918): 179, 190 1786-1853): 72 Bunge de Gálvez, Delfina (escrit. arg., Argelander, Friedrich Wilhelm August 1881-1952): 107 (astrón.al., 1799-1875): 76 Bunge, Mario (filós. arg., 1919): 179- Astigueta, José Mariano (méd. arg., 184 1850-1897): 59 Burmeister, Karl Hermann (natur. al., Astrada, Carlos (filós. arg., 1894-19...): 1807-1892): 34, 84 182 Avellaneda, Nicolás (polít. arg., 1837- Caggiano, Antonio (eclesiást. arg., 1889- 1885): 77 1979): 120 Ayala, Francisco (sociól. esp., 1906): 189 Cané, Miguel (escrit. arg., 1851-1905): Bagú, Sergio (sociól. arg., 1911-): 192 185 Baldrich, Alberto (abog. arg., 1898- Casares, Tomás D. (jurista arg., 1895- 194..): 190 19..): 120 Barletta, Leónidas (escrit. arg., 1902- Caso, Antonio (filós.mex., 1883-1946): 1975): 117 181 Barone, Enrico (econ. ital., 1859-1924): Cassel, Carl Gustav (econ. sueco, 1866- 159 1945): 153 Barral Souto, José (econ. arg., 1903- Cassirer, Ernst (filós. al., 1874-1945): 193 1976): 168 Castellani, Leonardo (eclesiást. arg., Benini, R. (econ. it.): 159 1899-1982): 120 Bergson, Henri (filós. fr., 1859-1911): Castillo, Ramón S. (polít. arg., 1873- 181 1944): 111 242 SABER Y TIEMPO

Catalano, Luciano R. (quím. arg., 1890- Del Vecchio, Gustavo (econ. ital., 1883- 19.. ): 146 1972): 159 Cavandoli, Ludovico (econ. arg.): 161 Derisi, Octavio Nicolás (filós. arg., Chamberlin, Edward Hastings (econ. 1907): 120, 181, 190 estadoun., 1899-1967): 158 Diehl, Karl (econ. al., 1864-1943): 164 Chapman, William L. (prof. arg.): 169 Dieulefait, Carlos E. (matem. arg., 1901- Cicotti, Ettore (econ. it.): 159 1982): 160 Clark, Colin Grant (econ. ingl., 1905- Dilthey, Wilhelm (filós. al., 1833-1911): 1989): 163 183 Clark, John Bates. (econ. estadoun. Di Tella, Torcuato (industr. ítalo-arg., 1874-1938): 164 1892-1948): 110 Colmo, Alfredo ( jurista arg., 1878- Doering, Adolfo (natur. al., 1848-1925): 1934): 186 34 Colson, Léon Clément (econ. fr., 1853- Doering, Oscar (científ. al., 1844-1917): 1939): 154 36 Comte, Auguste (filós. fr., 1798- D’Ors, Eugenio (escrit.esp., 1882-19....): 1857):181, 187 117 Coni, Emilio R. (méd. arg., 1854-1928): Dostoievsky, Feodor (escrit. ruso, 1821- 53 1881): 118 Copello, Santiago Luis (eclesiást. arg., Dujovne, León (filós. arg., 1909-1984): 1880-1967): 120 118, 180 Cossio, Carlos (jurista arg., 1903-19...): Dumas, Alexandre (escrit. fr., 1802- 183 1870): 118 Cournot, Antoine-Augustin (matem. fr., Durkheim, Émile (sociól. fr., 1858-1917): 1801-1877): 156 187 Crespo, Antonio F. (méd. arg., 1851- Echeverría, Esteban (escrit. arg., 1805- 1893): 53 1851): 188 Croce, Benedetto (filós. it., 1866-1952): Edgeworth, Francis Ysidro (econ. ingl., 181 1845-1926): 155 Cruls, Luiz (astrón. bras.): 75 Ellwood, Charles Abrams (sociól. Cúccaro, Jacinto (profes. arg.): 180 estadoun., 1873-1946): 187 Daguerre, Louis Jacques Mandé (físico Engels, Friedrich (sociól. al., 1820-1895): fr., 1787-1851): 72 181 Darwin, Charles Robert (natur. ingl., Fagius: 8 1809-1882): 35, 118 Fanno, Marco (econ. ital., 1878-1965): Daus, Federico (geógr. arg., 1901-19..): 159 191 Fatone, Vicente (filós. arg., 1903-1962): Davel, Desiderio (méd. arg., 1857-1943): 180 55 Fernández López, Manuel (histor. arg., Davis, William (fotógr. estadoun.): 74 1941): 153-177 De Andrea, Miguel (eclesiást. arg., 1877- Ferrari, Roberto A. (histor. arg., 1949): 1960): 107 71-101 Dellepiane, Antonio (abog. arg., 1864- Ferrater Mora, José (filós. esp., 1912- 1939): 185 ): 182 Dell’Oro Maini, Atilio (jurista arg., 1895- Figueroa Román, Miguel (sociól. arg., 1974): 120 1901-196..): 190 ÍNDICE ONOMÁSTICO 243

Filón de Alejandría (filós. judío, c. 13 Gómez Nerea: 118 aC-54): 26 Gondra, Luis Roque (econ. arg., 1881- Fisher, Irving (econ. estadoun., 1867- 1947): 155 1947): 153 Gossen, Hermann Heinrich (econ. al., Fitz, Henry (óptico estadoun.): 76 1810-1858): 156 Flavio Josefo (histor. judío, 37-95): 10 Gould, Benjamin Apthorp (astrón. Franceschi, Gustavo J. (eclesiást. arg., estadoun., 1824-1896): 71 1881-1957): 120 Granados, Jerónimo Jesús (teól. arg., Fraunhofer, Joseph von (físico al., 1787- 1957): 5-31 1826): 72 Harrod, Roy Forbes (econ. ingl., 1900- Frazer, James George (etnógr. ingl., 1978): 157 1854-1941): 23 Hathaway, Clarence (fotógr. estadoun.): Freud, Sigmund (méd. austriaco, 1856- 74 1939): 118 Heard, John (fotógr. estadoun.): 77 Freyer, Hans (filós.al., 1887-19..): 192 Heidegger, Martin (filós. al., 1889-1978): Frondizi, Risieri (filós. arg., 1910-1963): 181 183 Herrera Vegas, Rafael (méd. venez.): 53 Fustel de Coulanges, Numa-Denis, Hieronymus, Jorge (botán. al., 1846- (histor. fr., 1830-1889): 187 1921): 45 Gálvez, Manuel (escrit. arg., 1882-1962): Hilbert, David (matem. al., 1862-1943): 116 161 Gaos, José (filós. esp., 1900-): 182 Holmberg, Eduardo L. (natur. arg., 1852- García, Juan Agustín (escrit. arg., 1862- 1937): 45 1923): 185 Hugo, Victor (escrit. fr., 1802-1885): 52 Garcia, Rolando (meteór. arg., 1919): 183 Husserl, Edmund (filós. al., 1859-1938): García Bacca, Juan David (filós. esp., 183 1901-): 182 Ingenieros, José (méd. italoarg., 1877- García Morente, Manuel (filós. esp., 1925): 116, 181, 186 1888-1942): 182 Janssen, Pierre-Jules-Cesar (astrón. fr., Gaster, Moses: 9 1824-1907): 73 Gauss, Johann Karl Friedrich (matem. al., Jevons, William Stanley (econ. ingl., 1777-1855): 76 1835-1882): 153 Genta, Jordán Bruno (filós. arg., 1901- Juárez Celman, Miguel (polít. arg., 1844- 1975): 182, 190 1909): 43, 60 Gentile, Giovanni (filós. it., 1875-1944): Justo, Agustín P (milit. y polít. arg., 181 1876-1943): 124 Germani, Gino (sociól. arg., 1911-1979): Kahn, Richard Ferdinand (econ. ingl., 183, 192 1905- ): 166 Gervais, Henri (natur. fr., 1816-1879): Kelsen, Hans (jurista austriaco, 1881- 34 1973): 183 Giddings, Franklin Henry (sociól. Keynes, John Maynard (econ. ingl., estadoun., 1855-1931): 187 1883-1946): 111, 166 Gide, Charles (econ. fr., 1847-1932): 154 Kirchhoff, Gustav Robert (físico al., Gini, Corrado (estadígr. ital., 1884-1965): 1824-1887): 72 154 Klimovsky, Gregorio (filós. arg., 1922): Gobbi, Ulisse (econ. it.): 159 183 244 SABER Y TIEMPO

Knibbs, Georg Handley (estadígr. Marshall, Alfred (econ. ingl., 1842- australiano, 1859-1929): 164 1894): 153 Koch, Robert (biól. al., 1843-1910): 56 Martin y Herrera, Félix (econ. esp., 1856- Koopmans, Tjelling Charles (econ. hol., 1904): 154 1910-1985): 170 Martínez Estrada, Ezequiel (escr. arg., Korn, Alejandro (filós. arg., 1860-1936): 1895-1964): 117 117, 180 Martinez Paz, Enrique (jurista arg. , Lain Entralgo, Pedro (histor. esp., 1908): 1882-1952): 185 6 Marx, Karl (econ. y sociól. al., 1818- La Menza, Francisco (matem. italoarg., 1883): 181 1892-1977): 168 Maupas, Leopoldo (econ. arg., 1879- Lardner, Dionysius (econ. ferrov. irland., 1958): 186 1793-1859): 155 Maurras, Charles (escrit. fr., 1868-1952): Launhardt, Carl Friedrich Wilhelm 124 (1832-1918): 154 Meinvielle, Julio (eclesiást. arg., 1905- Lea, Mathew Carey (estadoun., 1823- 1973): 120 1897): 73 Menger, Karl (econ. austriaco, 1840- Leontieff, Wassily W. (econ. ruso, 1906- 1921): 153 ): 169 Michels, Roberto (sociól. it., 1876-1940): Levene, Ricardo (histor. arg., 1885- 159 1959): 181, 186 Miguens, José Enrique (sociól. arg., Liais, Emmanuel (astrón. fr.): 75 1919): 192 List, Friedrich (econ. al., 1789-1846): Miranda, Bento (econ. bras.): 163 154 Mitre, Bartolomé (polít. e histor. arg., Lobos, Eleodoro (prof. arg., -1923): 1821-1906): 188 164 Mondolfo, Rodolfo (hist. de la filos. it., Lockyer, Joseph Norman (astrón. ingl., 1877-1976): 179 1836-1920): 73 López, Vicente Fidel (histor.arg., 1815- Moreno, Francisco Pascasio (natur. y 1903): 188 explor. arg., 1852-1919): 37 López Rega, José (astról. arg.): 184 Mortara, Giorgio (estadígr. ital., 1885- Lugones, Leopoldo (escrit. arg., 1874- 19..): 159 1938): 116 Mosconi, Enrique C. A. (mil. arg., 1877- Magnus, Heinrich Gustav (quím. al., 1940): 111 1802-1870): 73 Neisser, Hans Philipp (econ. al., 1895- Malbrán, Carlos G. (méd. arg., 1862- 1975): 160 1940): 134 Neubauer, Alfred: 8 Malinowski, Bronislaw (antrop. ingl., Niepce, Joseph Nicephore (quím. fr., 1884-1942): 23 1765-1833): 72 Mallea, Eduardo (escrit. arg., 1903- Nietzsche, Friedrich (filós. al., 1844- 1982): 117 1900): 181 Mannheim, Karl (sociól. al., 1893-1947): Nirenstein, Mauricio (prof. arg.): 166 192 Nolte, (librero arg.): 85 Marcel, Gabriel (filós. fr., 1881-1973): Ocampo, Victoria (escrit. arg., 1890- 181 1979): 118 Maritain, Jacques (filós. fr., 1882-1973): Ochoa de Eguileor, Jorge (sociól. arg., 117 1915- ): 192 ÍNDICE ONOMÁSTICO 245

Oddone, Jacinto (period. arg., 1908- Pratto, Giuseppe (econ. it.): 159 195..): 190 Prebisch, Alberto (econ. arg., 1901- Oliva, José (prof. arg., 1873-1953): 186 1986): 159 Orbigny, Alcide d’ (viaj. fr., 1802-1857): Prego, Carlos A. (sociól. arg., 1946): 42 51-70 Orgaz, Raúl A. (jurista arg., 1888-1948): Quesada, Ernesto (jurista arg., 1858- 186 1934): 185 Orígenes (teól. gr., c.185-254): 7 Ramos Mejía, Francisco (escrit. arg., Ortega y Gasset, José (filós. esp., 1883- 1847-1893): 186 1955): 117, 181, 192 Ramos Mejía, José María (méd. y escrit. Ortega Spottorno, José: 181 arg., 1842-1914): 64, 186 Pablo de Tella: 7 Remak, Robert Erich (matem. al., 1888- Palacios, Alfredo (polít. arg., 1880-1965): 1942): 161 116 Reyes, Alfonso (escrit. mex., 1889- Pantaleoni, Maffeo (econ. it., 1857- 1959): 117 1924): 155 Ricardo, David (econ. ingl., 1772-1823): Pareto, Vilfredo (econ. it., 1848-1923): 168 153, 187 Ricci, Umberto (econ. ital., 1879-1946): Pasteur, Louis (quím. y biól. fr., 1822- 159 1895): 51 Rickert, Heinrich (filós. al., 1863-1936): Paz, José Camilo (period. arg., 1842- 183 1912): 54 Robinson, Joan Violet (econ. ingl., 1903- Pellegrini, Carlos (polít. arg., 1846- 1983): 158 1906): 44 Roca, Deodoro (escrit. arg., 1891-1942): Pedro II (emperador de Brasil, 1825- 117 1891): 75 Roca, Julio Argentino (polít. arg., 1843- Perón, Juan Domingo (polít. arg., 1895- 1914): 54 1974): 112 Pescarmona, Enrique Epaminondas Roca, Julio Argentino (polít. arg., 1873- (industr. arg.): 142 1942): 166 Pico, César (abog. arg., 1895-1962): 190 Rock, Miles (fotógr. estadoun.): 74 Pietri-Tonelli, Alfonso de (econ. ital.): Rodríguez Bustamante, Norberto (sociól. 159 arg., 1918-1992): 192 Pigou, Arthur Cecil (econ. ingl., 1877- Romero, Francisco (filós. arg., 1891- 1959): 154 1962): 180 Pinedo, Federico (polít. y econ. arg., Romero, Luis Alberto (histor. arg., 1895-1971): 111 1944): 107-129 Pio XI (Achille Ratti, eclesiást. it.,1922- Rosas, Juan Manuel de (polít. arg., 1793- 1939): 120 1877): 53, 125 Pirovano, Ignacio (ciruj. arg., 1844- Roscher, Wilhelm Georg Friedrich (econ. 1895): 52 al., 1817-1894): 154 Platón de Atenas (filós. gr., 428-348): Ross, Edward A. (sociól. estadoun., 118 1866-1951): 187 Ponce, Aníbal (psicól. arg., 1898-1938): Rowe, Leo Stanton (econ. estadoun., 181 1871-1946): 164 Poviña, Alfredo (sociól. arg., 1904- Ruiz Moreno, Isidoro (jurista arg., 1905- 1984): 189 1986): 185 246 SABER Y TIEMPO

Russell, Bertrand (filós. ingl., 1872- Soler Miralles, José E. (abog. arg., 1909- 1970): 184 196..): 190 Rutherfurd, Lewis M. (astrón. estadoun., Spencer, Herbert (filós. ingl., 1820- 1816-1892): 71 1903): 187 Saénz Peña, Roque (polít. arg., 1851- Spengler, Oswald (filós. y sociól. al., 1914): 122 1880-1936): 187 Salgari, Emilio (escrit. it., 1863-1911): Spinoza, Baruch (filós. hol., 1632-1677): 118 180 Samuelson, Paul Anthony (econ. Sraffa, Piero (econ. ítalo-ingl., 1898- estadoun., 1915): 167 1983): 157 Sánchez de Bustamante, Teodoro (econ. Stackelberg, Heinrich von (econ. al., arg.,1892-1976): 155 1905-1946): 160 San Martín, José de (milit. arg., 1778- Stamp, Josiah Charles (estadígr. ingl., 1850): 124 1880-1941): 154 Sarmiento, Domingo Faustino (polít. arg., Süessman Müntner, (histor. al., - 1811-1888): 71, 186 1973): 23 Savio, Manuel N. (mil. arg., 1892-1948): Sumner, William Graham (sociól. 111, 134- estadoun., 1840-1910): 187 Scalabrini, Pedro (natur. it., 1849-1916): Susini, Telémaco (méd. arg., 1856-1936): 37 56 Scalabrini Ortiz, Raúl (escr. arg., 1898- Taborda, Saúl (filós. arg., 1885-1945): 1958): 117 117 Scheler, Max (filós. al., 1874-1928): 181, Taine, Hippolyte (filós. e hist., fr., 1828- 192 1893): 187 Schlesinger, Karl (econ. húng., 1889- Tank, Kurt (ing. al.): 147 1938): 160 Tarde, Gabriel (sociól. fr., 1843-1904): Schneider, Erich (econ. al., 1900-1970): 187 157 Tausig, Frank William (econ. estadoun., Schneidewind, Alberto (econ. arg., 1855- 1859-1940): 164 1934): 155 Terry, José Antonio (econ. arg., 1846- Schultz-Sellack, Carl Heinrich Theodor 1910): 154 (fotógr. al., 1844-1879): 71-101 Thome, John (astrón. estadoun., 1843- Secchi, Angelo (astrofís. it., 1818-1878): 1908): 74 73 Thompson, Edwin (fotógr. estadoun.): 93 Sedlinsky, Claudia Ethel (méd. arg., Tognetti, Luis Alberto (histor. arg., 1963): 5-31 1965): 33-51 Seligman, Edwin Robert Anderson (econ. Tönnies, Ferdinand (sociól. al., 1855- estadoun., 1861-1939): 164 1936): 192 Señorans, J. B. (méd. arg.): 56 Toynbee, Arnold (histor. ingl., 1889- Shackle, George Lennox (econ. ingl., 1975): 187 1903-1992): 157 Treves, Renato (sociól. it., 1907-1989): Simmel, Georg (filós. al., 1858-1918): 190 187 Troise, Emilio (méd. arg., 1885-1976): Simón, Raúl (econ. chil.): 163 181 Slutsky, Eugen (econ. y estadígr. ruso, Uriburu, José Félix (milit. arg., 1868- 1880-1948): 153 1932): 124 ÍNDICE ONOMÁSTICO 247

Van der Welde: 119 Wernicke, Roberto (méd. arg.. 1854- Vasconcelos, José (filós. y polít. mex., 1922): 58 1882-1959): 117, 181 Weyenbergh, Hendrik (zoól. hol., 1842- Ves Losada, Alfredo (sociól. arg., 1919): 1885): 36 192 Wicksell, Knut (econ. sueco, 1851-1926): Vico, Giovan Battista (filós. e histor. it., 153 1668-1744): 180 Wiener, Otto (al., 1862-1927): 74 Vierkandt, Alfred (sociól. al., 1867- Wiese, Leopold von (sociól. al., 1876- 1953): 192 1962): 192 Vinci, Felipe: 159 Wilde, Eduardo (méd. y escr. arg., 1844- Viner, Jacob (econ. canad., 1892-1970): 1914): 40, 53 157 Wittgenstein, Ludwig (filós. austriaco, Virasoro, Miguel Angel (filós. arg.): 182 1889-1951): 184 Virchow, Rudolf (méd. prus., 1821- Wollaston, William Hyde (químico 1902): 56 inglés, 1766-1828): 72 Vogel, Hermann Karl (astrón.. al., 1834- Wundt, Wilhelm (psicól. al., 1832-1920): 1898): 73 187 von Neumann, John (matem. húng., Yntema, Theodore O. (econ. estadoun., 1903-1957): 170 1900-1985): 157 Wagner, Adolph Heinrich Gotthelf (econ. Yrigoyen, Hipólito (polít. arg., 1851- al., 1835-1917): 154 1933): 108 Wald, Abraham (matm. y estadígr. Zamora, Antonio (editor arg.): 118 rumano, 1905-1950): 160 Zenker, Wilhelm (al., 1829-1899): 73 Walras, Leon (econ. fr., 1834-1910): 153 Zeuthen, Frederik Ludvig Bang (econ. Ward, Lester F. (sociól. estadoun., 1864- danés, 1888-1950): 160 1920): 187 Zimmermann: 10 Weber, Max (sociól. al., 1864-1920): Zola, Émile (escr. fr., 1840-1902): 118 123, 192 Se terminó de imprimir en Impresiones Dunken M.T. de Alvear 2337 (1122) Buenos Aires Telefax: 4826-0148 - 4826-0141 E-mail: [email protected] www.dunken.com.ar Mayo de 2001