Los Cuadernos de Literatura

grantes del ejército que sitiaba : el natu­ EDUARDO ZAMACOIS ral deseo de tri,unfo, quizá la existencia de seres Y EDGAR. NEVILLE, queridos o amigos dentro de la ciudad, el recur­ so en algunos casos de su propia vida más o me­ DOS MIRADAS nos vinculada a ella son aspectos humanos que logran igualmente imagen literaria. NARRATIVAS SOBRE Cualquiera que sea la calidad estética y el gra­ do de compromiso político que semejantes crea­ EL MADRID DE LA ciones -verso, narración, teatro en algún· caso­ posean, existe sobre el Madrid de la guerra civil GUERRA CIVIL un nutrido conjunto literario al que escritores afines a uno y otro de los bandos beligerantes, concluida ya la contienda pero también durante los tres años que duró, hicieron sus aportacio­ José María Martínez Cachero nes. Traigo a este artículo dos muestras narrati­ vas, diversas entre sí habida cuenta de extremos nos determinados acontecimientos polí­ como la generación a que pertenecen los respec­ ticos y bélicos, que pertenecen a la his­ tivos autores, más su militancia ideológica y zo­ toria española contemporánea (y no son na en la que estuvieron; una novela extensa (la U de este lugar), convirtieron a Madrid, de Zamacois) frente a varias novelas cortas (Ne­ resistente durante casi tres años de un duro ase­ ville), a todas las cuales unifican el tema, los lu­ dio, en símbolo heroico para quienes la defen­ gares de la acción referida y la inmediatez cronoló­ dían y, también, para sus secuaces ideológicos. gica de su composición pues se ofrece testimonio El recuerdo de la gesta del 2 de mayo de 1808 literario de la guerra al tiempo que ésta ocurre (1). -el pueblo madrileño contra los invasores ex­ tranjeros que tenían ahora su equivalente en los ZAMACOIS, «EL DIVULGADOR» italianos y alemanes que ayudaban al enemigo-, l'ljj ,�11 gr�tos y consignas como «i_No pas3:rái:1!», «iMa- Así lo llama Sáinz de Robles al situarlo dentro 1._�, · �i dnd sera, la tumba del fascismo!» suvieron para de la promoción de «El Cuento Semanal» dada !Ir . q esforzar el ánimo (al menos, tal intención po­ su condición de fundador de esa famosa publi­ , 1 ; seían) tanto de los combatientes como de la po- cación (y de alguna otra a su imagen y semejan­ blación civil adicta en la hostilizada retaguardia. za), «maestro» también de la modalidad narrati­ «Capital de la gloria» la llamó Rafael Alberti en va en ella encarnada relevantemente. Nacido en el otoño de 1936, acaso coincidiendo con los 1873 (el mismo año que «Azorín»), Eduardo Za­ momentos de máximo peligro, y Antonio Ma­ macois, que comenzó muy pronto su carrera li­ chado rehace unos versos suyos de tiempo atrás teraria, sacaba en 1902 -«annus mirabilis» de la (En la festa a Grandmontagne para transformar­ novela española en el que coincidió la aparición los en una encendida apología: «iMdrid, M­ de La voluntad, Camino de pe,ección, Sonata de drid!, iqué bien tu nombre suena, / rompeolas de otoño y Amor y pedagogía, cuatro obras de ruptu­ todas las Españas ! / La tierra se desgarra, el cielo ra- libros como Loca de amor y El seductor, ate­ truena, / tú sonríes con plomo en las entrañas». nidos en asunto, técnica y lenguaje al canon rea­ Pero al lado de esta realidad innegable hubo lista-naturalista, ya suficientemente conoc;ido y en el Madrid de esos treinta y dos meses otras, beneficiado. Una larga existencia, pintoresca o producidas por causas ideológicas, que tuvieron aventurera en no pocas ocasiones -él mismo la asimismo algún traslado literario. Los madrile­ contó en el volumen de memorias U hombre ños pertenecientes a la llamada Quinta columna que se va... , definiéndola como «una canción y o simplemente sospechosos de desafección a la un pasatiempo»-, cerrada en 1971, en su exilio República claro está que no participaban de bonaerense; correlativamente, una incesante ac­ aquel espíritu combativo y, en buena parte, fue­ tividad como escritor que se manifiesta en algu­ ron víctimas de presión y de muerte -en la no­ nas decenas de títulos, reeditados varios de ellos vela Chekas de Mdrid (1940), de Tomás Borrás, en España antes de su muerte. Bulló mucho Za­ se ofrece abundante repertorio de crueldades-, macois en su tiempo (digamos el primer cuarto buscaron afanosamente la huida -resulta ilus­ de este siglo) para caer después en un profundo trador el caso de Jacinto Miquelarena, que du­ olvido por parte de lectores correspondientes ya rante algún tiempo firmaría con el seudónimo a otra época, tal como ocurrió ( quien más, quien «El Fugitivo» libros y colaboraciones periodísti­ menos) con sus compañeros de promoción. cas-, o encontraron refugio en una embajada Nada revelador acerca de una militancia polí­ -es el caso de Wenceslao Fernández Flórez, tica concreta, salvo una curiosa ocurrencia en que dejó testimonio novelado de tal experiencia plena dictadura de Primo de Rivera, puede en­ en el libro Ua isla en el mar roo (1939)-. No se contrarse en su dicho libro de memorias como si agota con estos ejemplos la gama de situaciones nuestro escritor se mantuviera (tal como apunta posibles pues aún queda por mencionar la de Granjel) «ajeno totalmente por preferencias y aquellos a quienes la guerra convirtió en inte- conducta personal a los problemas políticos na-

54 cionales». Pero semejante actitud se rompió en julio de 1936 cuando, tras el comienzo de la gue­ rra civil, Zamacois, que se encontraba en Ma­ drid, conoce de cerca los acontecimientos ocu­ rridos en la capital y, convertido en cronista, vi­ sita los frentes próximos a aquélla. Residiría despues con su familia, en y cuando el gobierno republicano se trasladó a , Zamacois también lo hace; trabaja aquí en Mi Revista, publicación periódica dirigida por su amigo Eduardo Rubio, quien le edita -1938- la novela El asedio de Madrid, que por falta de pa­ pel no había visto la luz en Valencia. A finales de enero de 1939, inminente la ocupación de Barcelona por las tropas nacionales, Zamacois emprende viaje hacia la frontera francesa y se convierte así en un exiliado más que, al cabo de algún tiempo, conseguirá llegar a Hispanoaméri­ ca, asentándose finalmente en , donde fallece el último día de 1971 luego de un nostálgico viaje a España, a Madrid, para revivir tantos recuerdos entrañables y confirmar direc­ tamente la desaparición física de casi todos sus colegas y amigos de otra época. Ante el título del libro de Zamacois, El asedio · de Madrid, cabría pensar en un conjunto de cró­ nicas de guerra, cuyas piezas tuviesen como re­ ferente principal esa circunstancia bélica, más que en una estricta novela -otro tanto puede decirse respecto a Frente de Madrid, el libro de Neville con el que la emparejamos-; relato de peripecias guerreras sí que hay en los catorce de buenos y malos, típico y tópico por otra parte extensos capítulos de que consta pero, junto a en la desquiciada literatura de estos años belige­ ellas y acaso como su consecuencia, se advierten rantes en ambas zonas españolas (2). otros ingredientes. No es todo el asedio que Ma­ No se da cuartel en la expresión al enemigo drid sufrióa lo largo de casi tres años lo que Za­ cuando éste sale a plaza ya en forma de sospe- macois ofrece sino una parte del mismo, pues chosos quintacolumnistas o de soldados en el sucede que cuando se publica aún no había con­ campo de batalla, bien como colectividad o indi­ cluido ni tampoco el novelista, evacuado a Va­ vidualmente, durante los días de la contienda lencia, tuvo la oportunidad de conocerlo. El es­ pero también antes, en medio de una normali­ pacio temporal que se concede va desde (exacta­ dad sólo aparente, cuando la discordia se había mente) el 12 de julio de 1936 (esto es: días antes instalado ya en el corazón de bastantes compa­ del alzamiento) hasta la primera mitad del año triotas, de todo lo cual hay ejemplo en lo escrito siguiente, a la que pertenecen sucesos como el por Zamacois. «Hez fascista», «horda hispano­ fusilamiento de Leopoldo Alas hijo, rector de la luso-marroquí-ítalo-germana», «los Nuevos Bár­ Universidad de Oviedo (febrero) y la muerte en baros», «chusma vaticanista» son dicterios que vuelo de reconocimiento del general Emilio Mo­ se aplican al conjunto enemigo, del que desta­ la Gunio) -dos hechos sólo mencionados-, o la can algunas personas como los generales que lo derrota del CTV. italiano en la batalla de Guadala­ dirigen -calificados de «codelincuentes» (Mola, jara (mes de marzo), recordada con mayor exten­ Franco, Varela, Yagüe unos con otros) y «alevo- sión en los últimos párrafos del capítulo XIII. . sos»-; mas ninguno merece como Francisco Unas pocas líneas de entrada, previas al capí­ Franco la execración del novelista que busca pa­ tulo primero, avisan al lector sobre la resuelta ra el Generalísimo copia de calificativos insul­ beligerancia de Zamacois y, también, del sim­ tantes al estilo de «espurio», «villano», «desal­ plista mániqueísmo que la sustenta: «hombre»/ mado felón» y «baldón de su raza». Dentro de «señorito» y éste -nada menos que «inútil, ruti­ este apartado, se produce una contradicción al nario, putero, borracho y chulón», sin lugar para estimar el ardor combativo del ejército adversa­ matices ni excepciones-, muerto a manos de rio pues si en la página 205 leemos (de boca del aquél. Las muchas páginas que siguen ( 402 en la personaje Lucio Collado) que «al ejército que edición que utilizo: Barcelona, AHR., 1976) de­ tenemos enfrente, por malo [subrayo] que sea sarrollan y corroboran semejante actitud del es­ -y lo es en grado sumo [subrayo] (... )», en la pági­ critor, complacido en un fácil juegopresentativo na 232 (ahora es el autor quien tiene la palabra) 55 Los Cuadernos de Literaura

se afirma que «peleaban rabiosamente» pues ro de ellas -casi una decena-, que van desde el «era gente brava». primer bienio de la República hasta el asesinato El primer escenario de la acción es una vieja de José Calvo Sotelo pero tienen mayor impor­ casa de vecindad madrileña con un gran patio tancia aquellas otras posteriores, que atañen a la como base o centro y en su torno, piso a piso, marcha de la acción una vez comenzada la gue­ escaleras y corredores a los que dan las puertas rra (a la altura del capítulo III). Es el caso, verbi de las viviendas, no muy desahogadas ni confor­ gratia, del comienzo del IX -«Iba mediada la tables, escenario galdosiano o, también, de sai­ noche del seis de noviembre [1936]»- y del XII nete barriobajero (podría decirse). Primero y no -«Floreció diciembre [1936]»-; otras veces, la sólo porque aquí tenga comienzo la acción sino, indicación se hace recurriendo a la inserción to­ asimismo, por su destacado relieve ya que en ta­ tal o fragmentaria de documentos históricos les viviendas tiene albergue buena parte de los -como artículos periodísticos, discursos, bandos personajes, y de ellas salen y a ellas vuelven lue­ y manifiestos- relativos a determinados mo­ go de sus correrías por Madrid; en uno de esos mentos reales. Semejante historicidad se refuer­ cuartos remata la acción con el nacimiento, en­ za con la presencia como personajes, aunque sea tre el ruido y el peligro de las cercanas explosio­ episódica, de gentes perfectamente identifica­ nes, del hijo de Juan y Puri, todo un símbolo de bles: caso del general Miaja o del anarquista Du­ vida y esperanza cara al futuro. Pero los respec­ rruti. Esta carga documental deja espacio para la tivos lugares de trabajo, para aquellos persona­ invención, siempre o casi siempre verosímil, lo jes a los que la contienda aún no ha sacado de cual nos lleva a pensar en Galdós y, más especí­ sus cauces habituales de vida, o las dependen­ ficamente, en sus Episodios Nacionales. cias militares para los movilizados por la guerra, Universo humano bien poblado el de esta no­ o el frente de combate para algunos de éstos vela y no tan diverso puesto que las gentes del -tres circunstancias las indicadas que convie­ pueblo bajo madrileño que claramente protago­ nen, en momentos sucesivos de la acción, a Jua­ nizan la acción se parecen mucho unas a otras, a nito Muñoz, uno de los personajes populares con mayor protagonismo- cumplen también la f '. ■¡ ¡.,..,, función de escenario. Con igual función tene­ '"" 1I! · � mos además las calles de Madrid por las que to­ j ¡' t dos los personajes deambulan, lugar de activi- lAIAlA(/fJR�� �/J/?1/J 1 f dad incesante y fuente segura de noticias. Zamacois se sirve mayoritariamente como personajes de gentes del pueblo, vecinos de la ll tiiJAñJ• j.¡¡;¡- casa en cuestión (más de noventa familias) o al­ guno de sus amigos y conocidos, a quienes unen no pocas cosas -trabajo, apretada economía, fal­ ta de cultura, resignación en las mujeres e ideas liberadoras confusamente aprendidas en algu­ flll nos varones, más una elemental coincidencia de frt . clase que las circunstancias políticas, primero, y la guerra, después, reforzarían-; los oficios y profesiones, los particulares humores de cada uno, la edad, por ejemplo, son factores que con­ tribuirán a diferenciarlos algo dentro del con­ junto, habitualmente bien avenido, al que perte­ necen. Una alegría general preside y de ella son señal clara las flores de los tiestos en los baran­ dales -rosas, claveles, nardos, jacintos que «re­ -- gocijaban el ambiente con las siete sonrisas del iris»-, los pájaros -«su música rimó con la poli­ cromía de las flores y extendió por la blancura de la fachada un regocijo vernal»- y la brillante luz del sol; tal sucede en el nuevo día que co­ mienza, domingo 12 de julio, primer día de la acción, cuando la vida cotidiana española ofrecía ya síntomas preocupantes de violencia. Abundan las indicaciones concretas de tiem­ po histórico y su explicitud, como hitos referen­ ciales, ordena la acción, tanto la general -de Madrid y, a su través, de España en guerra- co­ mo la individual o intrahistórica de algunos per­ SlCTOlllfOIITt.1 º sonajes. El capítulo primero, dado su carácter A 'lltA r,1§ introductorio y presentativo, posee buen núme- ---- 56 Los Cuadernos de Literatura lo que debe añadirse que Zamacois, de acuerdo najes como el señor Genaro, vendedor ambu­ con su deseo de presentar la defensa de Madrid lante, o la portera Fabia; el creador de unos y como una hazaña popular, apenas usa como per­ otros, Eduardo Zamacois, padece idéntica propen­ sonajes a gentes de otra clase social dado que, sión y por eso corta el relato de los sucesos y abre además, éstas suelen ser afectasal enemigo (o el espacio a sus digresiones y comentarios, alguno enemigo mismo). Se trata de víctimas propicia­ tan desaforado como el que dedica a la quema de torias de una situación injusta (no sólo en el or­ iglesias y conventos y que cierran estas palabras de den económico) que viene de muy atrás y que, la página 82: «aquellos incendios eran los autos de pese a las apariencias en contrario, apenas si ha fe que mandaba hacer la Civilización». cambiado con la implantación de la República; Volviendo a los personajes hay uno, Mateo, humillados y ofendidos madrileños (como otros que merced a la guerra, experimenta cambio muchos a lo largo y ancho de la nación) que considerable, superior con mucho al señalado ahora, una vez consumada la ruptura de la gue­ en Juanito y rayano o, mejor, incurso de lleno rra, ayudan ilusionadamente a cambiar esa reali­ en la inverosimilitud pues quien había sido una dad. Tal como el novelista las presenta en acti­ criatura sub-normal termina convertido por ex­ tud de inequívoca simpatía, se trata de personas traño milagro -«quizá con los sustos que le cau­ con un gran fondo de bondad, respetuosas y ser­ saron los primeros tiros, su apático corazón ace­ viciales, ingenuas en ocasiones, a alguna de las leró su latir y la sangre, impulsada con mayor cuales han desquiciado un tanto las excepciona­ energía que de ordinario, canalizó algunos vasos les circunstancias españolas -muy claro a este capilares que estuvieron ociosos y enjutos, con respecto es el caso de Juanito Muñoz-. cuyo precioso riego se le iluminó el cerebro y El chófer Juanito Muñoz, casado tres meses consiguientemente el espíritu», explica Zama­ antes de la guerra, y su mujer Purita González, cois- en un piloto de guerra formado en Rusia, de oficio camisera, representan, dentro del me­ caso también simbólico o representativo «de la dio en el que están insertos, la pareja joven y fe­ España que estaba adviniendo». liz, convertida en ejemplar o aleccionadora co­ Zamacois, que no había nacido en Madrid ni mo consecuencia del momento que viven ya ejerció nunca como literato madrileñista a lo Pe- que ambos se movilizan resueltamente en la lu­ dro de Répide o Emiliano Ramírez Angel, colma ¡•. ji', cha contra el enemigo, pasan de Madrid al fren­ las páginas de su novela de cariño hacia Madrid te de la sierra (ella, convertida en enfermera de -sus cosas y sus gentes-, exaltada la ciudad por l f t vanguardia) y cuando la acción toca ya a su fin el la guerra a una soberana condición comúnmen- �,.,l . 11 � f novelista la remata con el nacimiento de su hijo: te reconocida y que nuestro novelista proclama «la vida frutecía jocunda, inmortal, y el patetis­ más de una vez llamándola «corazón y cerebro mo de aquella hora comunicaba al alumbra­ de la patria», «brújula de la civilización» y «el ai- miento la emoción de un símbolo.» Junto a esta rón de la España leal». A tenor de semejantes historia vulgar (dicho sea sin intención peyorati­ expresiones está la imagen de un Madrid cuya va alguna), en la que se entrecruzan lo afectivoy actividad individual y colectiva preside fatal- lo bélico, está el cambio experimentado por Jua­ mente la guerra que era quien «lo invadía y lo nito, advertido por sus habituales compañeros tiznaba todo: ideas, movimientos, necesidades, -«a Juan la guerra le ha mejorado, pero también afectos». le ha envejecido», apostilla Lolita-. La razón de Unas cuantas facetas, con evidente predomi­ ello, que se manifiesta ostensiblemente en las nio de las que llamaríamos triunfalistas, posee la frecuentes peroratas políticas a cargo del perso­ imagen del Madrid en guerra fruto de la mirada naje, se encuentra en el magisterio de Lucio Co­ del contemplador y narrador Eduardo Zamacois: llado -«las semillas que las prédicas de Lucio la ciudad, sorprendida por los anormales aconte­ dejaron en él, frutecían»-, curioso personaje, cimientos, quebrado su ritmo habitual de vida, quijotesco a ratos, mezcla de hombre de utopía se apresta a la lucha, no sólo empuñando las ar­ y de acción inmediata pero, más de una vez, in­ mas, para conseguir un Madrid nuevo y distinto. sufrible por su verborrea pedante y sin medida. Prescindamos ahora de los párrafos comentado­ «Había nacido para dómine» (advierte Zama­ res o digresivos y ftjémonos en aquéllos de sólo cois) y, llevado por su condición de tal, diserta pura acción, donde queda constancia de la apre­ donde sea y ante quien sea sobre cuestiones tan surada e incesante actividad a que se entrega dispares como la revolución en abstracto, el buen número de madrileños: labores de organi­ Cristianismo, la Puerta del Sol o la hermandad zación en medio del desorden que, sobre todo, entre hombres; comenta aspectos de la lucha se concentran en la creación de un ejército para presente o, por medio de comparación con gran­ hacer frente a las fuerzas enemigas; la salida de des indumentarias ya en desuso (la capa, el som­ los inexpertos combatientes camino de la lucha brero), profetiza la no muy lejana muerte del ca­ da lugar a las escenas colectivas acaso más llenas pitalismo. La manía discurseadora de Collado de alegría y entusiasmo. La emoción producida no solamente contagia a Juanito, fiel discípulo por las difíciles circunstancias cotidianas, refor­ que muy cumplidamente hace las veces del zado el sentimiento de hermandad con los igua­ maestro una vez desaparecido éste, sino tam­ les, todos implicados en la defensa de la misma bién, y aunque sea de modo esporádico, a persa- causa, conscientes de lo que se jugaban en la 57 personales encubiertas bajo falsas denuncias políticas y el hecho de que algunos desmanes supusieron para sus realizadores, una vez descu­ biertos, castigo ejemplar. Del inframundo de las chekas y de los «paseos» nocturnos, como el que da fin a F.A.l., una de las novelas cortas de Neville, no hay constancia en lo escrito por Za­ macois, cuyos intereses cronísticos y narrativos iban por otro camino. De nuevo, suscitado por esta pareja (lo cronís­ tico y lo narrativo), brota el nombre de Galdós, a quien nuestro autor respetó y admiró siempre («iqué gran novelista!», resumía en 1969). Reali­ dad y ficción se apoyan y equilibran armónica­ mente y todo el libro -que es muestra de novela histórica-, así los personajes como las acciones, contribuyen a ese resultado. Uno de los procedi­ mientos más habituales y, también, de mayor prosapia galdosiana consiste en el paseo por las calles de Madrid, tan pobladas y vivas pese a to­ do, de uno o varios personajes que en su camino encuentran amigos y conocidos, oyen y ven co­ mo por felizcasualidad rumores y hechos diver­ sos y, al tiempo que se informan a sí mismos, notician, con sus conversaciones, al lector. «Ambulando de unas calles en otras [Lucio Co­ llado, Juanito Muñoz, Celestino Alfaro y Anto­ nio Plaza, buenos amigos y camaradas], se acer­ caron a la plaza de Pontejos [... ]»; desde este momento y hasta el final del capítulo II transcu­ GOBIERNO l(GITIMO DE lA Hf PUBllC� rren horas de recorrido por barrios y calles don­ de las gentes y los comentarios saltarán a su pa­ so. La distribución de algunos personajes por lu­ contienda sacan a estas gentes de sus qmc1os gares lejanos entre sí geográficamente permite, acostumbrados y las transforma en personajes a su reencuentro, la comunicación de noticias de una epopeya colectiva. Tal es el objetivo pre­ sobre hechos en los que cada cual -la casuali­ tendido por el novelista y hábilmente transmiti­ dad rigiendo sus destinos- ha participado como do al lector. ocurre con Lucio Collado, relator a los amigos Claro está que no todo lo que sucede es motivo madrileños de su estancia de semanas en el para el triunfalismo pues en cualquier tiempo, y frente de Extremadura. coexistiendo con las buenas noticias, hay razones En El asedio de Madrid el novelista Eduardo para la preocupación: la frecuenteinsubordinación Zamacois sigue fiel a su habitual manera que de las milicias, la segura amenaza del hambre, la domina cumplidamente y consigue así una na­ proverbial ineficacia de algunos organismos admi­ rración que, pese a los diversos lastres indicados nistrativos que continúan a tono con el pasado, el y a sus muchas páginas, se lee con facilidad, sin peligro que suponía para la salud de los soldados que el interés se pierda; tras la presentación de tanta prostituta voluntaria en los frentes. los personajes más conspícuos y de los hechos A ese carnaval de la muerte -no sólo en las socio-políticos introductorios -materia de los trincheras sino también en la retaguardia, caño­ capítulos I y II-, la narración guarda estricta­ neada y bombardeada casi a diario- debe aña­ mente su linealidad y la marcha de la acción se dirse la acción represiva contra el enemigo inte­ corresponde sin rupturas en el tiempo con la rior, integrantes efectivos de lo que Mola llama­ realidad. Zamacois es un narrador omnisciente ría Quinta columna o sospechosos de serlo. Za­ que, además, acusa su presencia explícita con macois no rehúye la referencia a estos hechos, reiteración -los comentarios y digresiones ya que en alguna ocasión explica disculpatoriamen­ comentados son prueba de ello-. Abundancia te, y así constan las incautaciones de efectivos y de comparaciones con como sirviendo de nexo otras propiedades o la depuración llevada a cabo entre los términos relacionados, algunas imáge­ -con los presos de la Modelo, por ejemplo, a nes, algún resabio modernista en la expresión, quienes acusa de incendiarios intencionados de el empleo (hasta siete veces) del arcaísmo ma­ la cárcel-, de todo punto necesaria porque «es­ güer son rasgos que apenas animan una escritura piritualmente Madrid apestaba». Zamacois adu­ deliberadamente gris y utilitaria, al servicio de ce como descargo de tanta crueldad, la improvi­ una actitud beligerante y para su mayor y más sación de policías y jurados, las enemistades amplia eficacia. 58 Los Cuadernos de Literatura

NEVILLE, EN «LA OTRA GENERACION dentro, que, en lugar de enflaquecerle, como pa­ DEL 27» rece costumbre, le aumentaba. Siguió trata­ mientos para adelgazar, pero, como su enferme­ Así denomina José López Rubio (véase su dad le producía hambre y él se hacía trampas a sí discurso de ingreso en la Academia de la Len­ mismo en los sanatorios en que frecuentemente gua) a. un grupo de cinco escritores ( él mismo es se recluía, acabó siendo un gordo», (constata y uno de ellos) que, coincidentes en algunos as­ lamenta López Rubio). pectos con lo más característico de tal genera­ ción, forman dentro de ella grupo exento, dis­ El volumen Frente de Madrid vio la luz en tinguido sobre todo por un peculiar tratamiento 1941 (de mano de Espasa-Calpe), integrado por del humor; a este reducido conjunto pertenece cinco novelas cortas, alguna de ellas (las titula­ Edgar Neville (1899-1967), que a la altura de das F.A.I., Don Pedro Hambre y Las muchachas 1936 había sido ya diplomático en Washington y de Brunete) anticipadas en las páginas de Vértice cineasta en Hollywood, a más de aplaudido co­ (4); narraciones de asunto bélico o relacionadas mediógrafo y autor de la novela Don Clorato de con la guerra -como es el caso de Don Pedro... : Potasa. Pasó los años de la guerra civil en Sala­ historia de unos españoles refugiados en París manca donde ( de acuerdo con el testimonio de que esperan anhelantes el salvoconducto para Dionisia Ridruejo) «vivía en situación más inse­ entrar en la España nacional mientras alguno, gura [que sus amigos] dados sus antecedentes como el apodado Pedro Hambre, se las ingenia casi clamorosamente republicanos» (3); algunos para supervivir-, tres de las cuales tienen su ac­ de estos amigos debieron de ayudarle a salvar la ción localizada en Madrid-ciudad o en los fren­ situación y el interesado recordaría tiempo des­ tes más próximos a ella y, por lo mismo, homo­ pués que «durante nuestra guerra Mihura fundó géneas con la ya comentada novela de Zama­ La Ametralladora, e inmediatamente nos· llamó cois. Si la acción de F.A.l. sucede en casas y ca­ a Tono y a mí, porque López Rubio estaba en lles que se sitúan en el centro urbano, la de América y Jardiel sólo hacía teatro. Y allí en­ Frente de Madrid se reparte, merced a las idas y sayamos todo ese humor desaforado, toda esa venidas del personaje Javier Navarro, entre burla de todo, que se había de llamar «el humor aquél y las trincheras del Hospital Clínico, don- ■ ¡¡ � de La Codorniz». Su firma aparece por entonces de se asienta el ejército nacional; Luz e Isabel, ¡ iiL,J ,, � -años 1937, 1938 y primeros meses de 1939- al las dos muchachas de Brunete, son enfermerasa 'f I i pie de colaboraciones (relatos y artículos de va­ las que sorprende en ese pueblo un ataque repu- U1 , ; rio asunto) en Vértice, «revista nacional de FET blicano y, hechas prisioneras, son conducidas a y de las JONS» que dirigía en San Sebastián Ma­ Madrid y, finalmente, evacuadas desde Valencia nuel Halcón. Siquiera de visita Neville debió de (5). La extensión propia de una novela corta no estar (otoño-invierno de 1937) en el frente de permite en ninguno de los tres casos desarrollo Madrid, como lo acredita su narración de este extenso y detallado de la peripecia, que se con- título y, más todavía, el artículo Madrid -a ma­ trae a una anécdota núcleo más la presentación nera de carta enviada a la ciudad lejana por las del personaje o personajes que la viven, todo circunstancias de la guerra, a quien se invoca y ello en un espacio de tiempo breve. tutea amorosamente, recordando lugares y edifi­ Podría afirmarse que con estas narraciones de cios de ella (la Plaza de Oriente, el Palacio real), Neville se completa la imagen del Madrid en oponiendo intencionada y significativamente guerra ofrecida por Zamacois, a lo que ayuda la «esas gentes de fuera» («rebaños, masas»), cul­ distinta postura de ambos, cada uno en su trin­ pables de lo ocurrido y actuales detentadores de chera política. Si en El asedio de Madrid queda­ la capital, a «los simpáticos menestrales» de to­ ba constancia de una acción represiva, F.A.I. (si­ da la vida; la colocación física contemplador­ glas de una temida organización proletaria) son Madrid («te veo frentea mí») es sólo circunstan­ las letras «fatídicas» que, pintadas con grandes cial ya que «tú [ciudad] sabes que no luchamos caracteres en la portezuela de un coche y entre­ contra ti, sino por ti». vistas en la oscuridad nocturna, avisan de un se­ Creo que la actitud política militante de Nevi­ guro desenlace asesino (tal como le sucede a lle no duró mucho, explícitamente al menos, y Antonio, protagonista del relato, y les ha sucedi­ su carrera literaria continuó una vez concluida la do, según se informa en éste, a otras personas). contienda: más cine y más colaboraciones pe­ Victimarios y víctimas, combatiente de uno y riodísticas (en ABC, en La Codorniz verbi gra­ otro bando, prisioneras, quintacolumnistas que tia); un serio incidente con la censura en 1942 arriesgan su vida en la ciudad enemiga integran (por culpa del cuento Fin) que le supuso la pro­ un conjunto humano menos monolítico, ideoló­ hibición de publicar durante dos años; algunos gica y socialmente hablando, que el ofrecido por libros nuevos y la vuelta al teatro con un éxito Zamacois; hubo, con todo, otras experiencias resonante, el de El baile (1952), hecho que ha «madrileñas» que siguen sin estar representadas llevado a afirmar que «Neville no sería Neville en los libros que nos ocupan como es la de los sin El baile». Conde de Berlanga de Duero, en refugiados en algunas embajadas, aludida en estos años de posguerra «había engordado una Frente ... y sobre la cual se vuelve en Las mucha­ barbaridad de kilos. Algo le funcionaba mal por chas... , mencionando expresamente a los diplo- 59 Los Cuadernos de Literatura

máticos salvadores («los Morla, Estalella, Pérez en Neville el tono exaltador del Madrid asedia­ Quesada»). do (caso de Zamacois), sino tratamiento harto Neville reserva para ser los personajes con distinto. Su Madrid es una ciudad que ha dejado mayor peso en la acción a gentes jóvenes (hom­ de ser lo que fue en gentes, costumbres e, inclu­ bres o mujeres), animosas cualesquiera sean las so, en parajes y edificios a los cuales parece que circunstancias que deban arrostrar, plenamente la guerra ha afectadopara mal -«En su charla [la identificadas con sus ideas, requisitos éstos ha­ de Carmen, la portera, personaje de F.A.I.] des­ bituales en militantes falangistas; para uno de filaban los perdidos perfiles de aquel Madrid ellos -Javier Navarro (Frente... )- la guerra po­ plácido, con albañiles de blusa blanca y bigote, see, entre otros rasgos, más conocidos y menos soldados multicolores, sombreros hongos y co­ gratos, «la excitación de la prueba deportiva» y a ches de caballos». El Madrid que Luz e Isabel veces ofrece el aspecto de «una gigantesca ex­ contemplan a su vuelta a la ciudad como prisio­ cursión campestre, en la que todos son jóvenes neras es nuevo para ellas, distinto al que cono­ y alegres». Cierto que se corre el tremendo ries­ cían, con las mismas gentes acaso pero diríase go de la muerte pero si ésta llegara, cabe la posi­ que son otras, más los brigadistas; despectivos bilidad (es el caso de nuestro personaje) de su como «masa», «fauna», «hampa» y descalifica­ aceptación, hasta complacida, por motivos reli­ ciones -«multitud sucia y grosera», «extranjeros giosos y patrióticos; algo por el estilo pasa con mal encarados»-, o actitudes -«llamaban a gri­ las dos enfermeras capturadas en Brunete, más tos a los camareros»- denuncian la sustancia del atentas a los heridos que a su propia vida, salva­ cambio. Es el mismo Madrid veraniego de 1936 da finalmente. A los requisitos indicados debe -«masa densa [... ], sucia que se esforzaba por añadirse que la clase social de estos personajes parecerlo más, y con un tono de voz soez», de la se corresponde con la pequeña burguesía aco­ que huyen atemorizados otros madrileños «que modada, lo cual les ha permitido -a Javier y a no podían ocultar su distinción»- que encontra­ Carmen, su novia, por ejemplo- seguir estudios mos en la estampa costumbrista que abre F.A.l. universitarios y mostrar su cultura incluso en la Semejante clima moral no salpica a todas las trinchera, en los momentos de descanso, cuan- gentes del pueblo (ahora no politizadas como 11¡¡-, do Javier y sus compañeros hablan de música y los personajes de Zamacois), ayudando a los ':.;, � de músicos preferidos, cuando el capitán Salme­ perseguidos -tal como hacen Carmen con An­ U t rón dejaba las ametralladoras para leer libros de tonio, o el viejo socialista, conserje de la Casa l I 111t historia en tanto que un innominado alférez del Pueblo, oyente del parte de guerra de Sala­ «recitaba el Romancero gitano, que sabía de me- manca y salvador de las «gentes de bien», figura moria» (página 28). a mi ver escasamente verosímil (está en Fren­ Considerar estas tres narraciones como de te.. .) pero que a su creador le sirve para consta­ aventuras no sería ningún desatino puesto que tar la supervivencia del «pobre, pero honrado no son pocas las inquietas peripecias por las que obrero». Y todavía queda (en las narraciones de pasan los protagonistas -Javier, Antonio, Luz e Neville) más pueblo ajeno a las actitudes belige­ Isabel- y que mantienen suspenso el interés del rantes, lejos de los ardores partidarios que esta­ lector hasta la resolución del caso, desfavorable llan en las páginas de Zamacois; se trata, por a veces. Al primero de ellos le proponen (y ésta una parte, de aquellos soldados republicanos es su aventura) pasarse a Madrid, a través de las que desesperaban a los comisarios políticos por­ trincheras, establecer contacto con unos quinta­ que era muy evidente que «no les interesaba la columnistas que aparentan ser republicanos política, ni la guerra, ni la causa del pueblo, ni la adictos, transmitir y recoger informaciones y, fi­ dictadura del proletariado» y, por otra, de una nalmente, regresar al punto de partida; el riesgo pareja de mujeres que, ocasionalmente, entabla que diríamos ordinario o normal se ve acrecen­ conversación con Luz e Isabel y las palabras de tado con otros imprevistos, lo que pone a prue­ éstas traen como resultado «una nueva luz» en ba el buen ánimo y la serenidad del personaje. las mentes sencillas de aquellas mujeres [que no Antonio, fugitivo de su domicilio madrileño habían visto nunca fascistas]» capaz de romper donde sabe que peligraría, recorre calles y casas «el armazón de principios contruido por la pro­ de Madrid en busca de un cobijo seguro pero, si paganda soviética». no le bastara semejante arriesgado vagabundeo, Aunque casi siempre la fuerzade los hechos y se mete en faenas tales como la de ayudar a los el modo de presentarlos hablen por sí mismos, compañeros de una radio clandestina hasta que Neville (al igual que su colega) gusta de ser la delación de una criada le pone en manos de explícitamente didáctico por medio de comenta­ un piquete faísta. Desde su prendimiento en el rios y digresiones en boca de sus personajes y, campo de batalla hasta la evacuación en Valen­ también, por propia cuenta, sirviéndose del esti­ cia, Luz e Isabel, las muchachas de Brunete, co­ lo directo (diálogos) y del indirecto e indirecto nocen gentes y lugares muy diversos, pendiente libre. Las prédicas se refieren ya al pasado -los sobre ellas, dada su condición de enemigas, la años de la segunda República, y aun los anterio­ amenaza de tortura y de condena a muerte. res, evocados por Javier como tiempo tristemen­ De acuerdo con la diferenciación ideológica te perdido hasta que descubrió la Falange-, ya de nuestros dos narradores no encontraremos al presente -cuando uno de los refugiados en

60 casa de «la Cordobesa» considera la guerra civil como un caso de justicias (las personas de dere­ chas) y ladrones (el Gobierno y quienes lo apoyan)-, y, también, a un hipotético futuro -la esperanza en la unidad entre hombres y las tie­ rras de España, lo cual parece tanto un deseo del personaje Javier (que monologa) como una ilu­ sión del autor ( que, indirectamente, transcri­ be)-. Por lo señalado y por otros pasajes de sen­ tido análogo que podrían aducirse -compañeros combatientes de Javier Navarro, los perseguidos amigos o conocidos de Antonio, las enfermeras Luz e Isabel- resulta manifiesta la simpatía (adhesión, mejor) de Neville hacia los postula­ dos falangistas y sus jóvenes practicantes. Como «Nacionales» y «Rojos» son designados los bandos en lucha desde las primeras líneas del libro de Edgar Neville pero esta situación de enfrentamiento ( que no conoce tregua en la ca­ za del enemigo contada en F.A.I.) se quiebra o atenúa en algunos momentos de Fente... , nada inverosímiles o inventados sino consecuencia de que «el tiempo había establecido una especie de amistad» que permitía hablar de trinchera a trinchera -la comida, las corridas de toros, las bro­ mas, los insultos a veces como materia conversa­ ble-; Javier, pasado provisionalmente a la trinche­ ra enemiga, lanza desde ella (mediante un altavoz) una perorata repleta de claves sólo comprensibles para unos cuantos y, días antes, dos anónimos combatientes, labradores ambos y ocasionalmente adversarios, se habían hablado, entre el respetuoso silencio de sus respectivos camaradas, «de la tierra, señalar cómo en este desenlace prima, sobre de las faenas, de la cosecha». ideologismos y utopías, si no el sentimiento de Siguiendo por este camino de paz en la guerra lo absurdo de la guerra y su crueldad -Neville Frente... , que es la narración más extensa y com­ está aquí, al igual que sus colegas de uno y otro pleta del volumen a que da título, tiene un final bando, en el polo opuesto a una mentalidad re­ significativo: son unas quince páginas que van marquiana-, sí el de la hermandad de los seres desde la herida que Javier recibe cuando se dis­ humanos, máxime si éstos son compatriotas, re­ pone a saltar dentro del aparato enemigo hasta siden en la misma ciudad e incluso ( como les su muerte, pero las peripecias que le suceden se ocurre a Javier y a su ocasional compañero) son juntan con la presencia de otro herido, enemigo, vecinos de la misma barriada; la muerte que fatal­ que también sufre y muere en la tierra de nadie. mente les aguarda, corrabora dicha hermandad. Podría hacerse una división de semejante con­ junto en partes o unidades significativas y ten­ En otra ocasión escribí (6) respecto al estilo dríamos hasta cinco, a saber: la herida del prota­ de Fente de Mdrid que su autor «parece narrar gonista (por disparo enemigo) y la imprevista con la abundancia incontenible de Ramón Gó­ compañía de otro hombre (herido también), mez de la Serna, de cuyo madrileñismo participa más la conversación surgida entre los dos -co­ en ocasiones; rasgos de la expresión -alguna mo arranque situacional- / la perorata ideológi­ metáfora insólita por lo greguerizante- y deter­ co-política a cargo del falangista, que continúa y minadas situaciones, pintorescas y curiosas -el desvía brevemente esa conversación / el paso caso de doña Concha con los médicos del riñón del tiempo -de la oscuridad de la noche a las en Don Pedro Hmbre- son, asimismo, muy ra­ primeras luces del amanecer, en un sentido in­ monianos», lo que ratifica la adscripción genera­ verso a la pareja vida-muerte que es la referente cional del grupo a que pertenece y resalta uno a los personajes- / muerte del miliciano, que da de sus rasgos distintivos que ( en palabras del ci­ paso a una larga rememoración ( casi siete pági­ tado López Rubio) fue el influjode Gómez de la nas) de Javier -su infancia, la madre, el amor, Serna, ese «fenómeno que [les] aturdió y los de­ su novia Carmen, la guerra, el futuro de Espa­ jó como si les hubiera dado un aire, llenando ña / la muerte de Javier -«suave sopor», «como si sus cabezas de violentos hálitos.» Aunque la bo­ tuviera sueño», «le complacía», etc.-, finalmente. ga de Ramón, excepcional antes de 1936, remi­ El análisis de las mismas revelaría la destreza li­ tió bastante tras la guerra civil Neville se man­ teraria de Neville. Mas lo que ahora importa es tendría fiel a tales orígenes; de ahí, las ocurren- 61 Los Cuadernos de Literatura

cias ingeniosas que alivian la tensión emocional (fue publicado en La Ametralladora, número del producida por ciertos hechos -«a lo lejos [en la 29-VII-1937). Neville guarda también la lineali­ noche] cantaba un grillo, que no se había dado dad del relato, quebrada con una vuelta al pasa­ cuenta de la guerra»-; la novedad de algunas do cuando el personaje (como Javier Navarro), a imágenes -esas «olas que dejaban su pañuelo al impulsos de la concreta situación que vive -un viento» o las «gaviotas lanzadas al espacio como momento de descanso en la trinchera, verbi gra­ trapecistas», en el mismo cierre de Las mucha­ tia-, se entrega a la evocación; es entonces chas... -; las comparaciones cuyo segundo térmi­ cuando Neville, de ordinario narrador no es una referencia culturalista -el indeciso directo, echa mano del estilo indirecto e descenso de unos paracaidistas «como ángeles y del monólogo interior. del Greco colgados de la alegoría de su nube»-. Narración, descripción y diálogo se reparten el espacio de estas novelas, ajustadas a los lími­ tes de la especie literaria a que pertenecen; en algún caso, la presencia de comentarios y digre­ siones lastra el conjunto como elemento, si ex­ plicable, extraño. La reducción a que obliga la novela corta es observada cuidadosamente por Neville y de ello tenemos testimonio fehaciente al comparar los tres párrafos dedicados (páginas 61-62 de Frente.. .) a Tourné, pintoresco compa­ ñero de trinchera de Javier, con la extensión concedida al personaje y a sus hazañas en el artículo (más bien, cuento) La guerra contada por los que la hacen, que data de tiempo antes

NOTAS ttlVICMB�l (1) Llama la atención el hecho de que un libro dedicado exclusivamente al estudio de La novela española de la gue­ rra civil... (tal es su título), debido a José Luis S. Porree de D León (Madrid, Insula, 1971), ni siquiera mencione estas �.,,ll.rtÚ y,luAuúrC()Tl. JUd obras de Zamacois y Neville. (2) Basándome en las novelas de Concha Espina, Reta­ C

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