Eduardo Zamacois Y Edgar Neville, Dos Miradas Narrativas Sobre El
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Los Cuadernos de Literatura grantes del ejército que sitiaba Madrid: el natu EDUARDO ZAMACOIS ral deseo de tri,unfo, quizá la existencia de seres Y EDGAR. NEVILLE, queridos o amigos dentro de la ciudad, el recur so en algunos casos de su propia vida más o me DOS MIRADAS nos vinculada a ella son aspectos humanos que logran igualmente imagen literaria. NARRATIVAS SOBRE Cualquiera que sea la calidad estética y el gra do de compromiso político que semejantes crea EL MADRID DE LA ciones -verso, narración, teatro en algún· caso posean, existe sobre el Madrid de la guerra civil GUERRA CIVIL un nutrido conjunto literario al que escritores afines a uno y otro de los bandos beligerantes, concluida ya la contienda pero también durante los tres años que duró, hicieron sus aportacio José María Martínez Cachero nes. Traigo a este artículo dos muestras narrati vas, diversas entre sí habida cuenta de extremos nos determinados acontecimientos polí como la generación a que pertenecen los respec ticos y bélicos, que pertenecen a la his tivos autores, más su militancia ideológica y zo toria española contemporánea (y no son na en la que estuvieron; una novela extensa (la U de este lugar), convirtieron a Madrid, de Zamacois) frente a varias novelas cortas (Ne resistente durante casi tres años de un duro ase ville), a todas las cuales unifican el tema, los lu dio, en símbolo heroico para quienes la defen gares de la acción referida y la inmediatez cronoló dían y, también, para sus secuaces ideológicos. gica de su composición pues se ofrece testimonio El recuerdo de la gesta del 2 de mayo de 1808 literario de la guerra al tiempo que ésta ocurre (1). -el pueblo madrileño contra los invasores ex tranjeros que tenían ahora su equivalente en los ZAMACOIS, «EL DIVULGADOR» italianos y alemanes que ayudaban al enemigo-, l'ljj ,�11 gr�tos y consignas como «i_No pas3:rái:1!», «iMa- Así lo llama Sáinz de Robles al situarlo dentro 1._�, · �i dnd sera, la tumba del fascismo!» suvieron para de la promoción de «El Cuento Semanal» dada !Ir . q esforzar el ánimo (al menos, tal intención po su condición de fundador de esa famosa publi , 1 ; seían) tanto de los combatientes como de la po- cación (y de alguna otra a su imagen y semejan blación civil adicta en la hostilizada retaguardia. za), «maestro» también de la modalidad narrati «Capital de la gloria» la llamó Rafael Alberti en va en ella encarnada relevantemente. Nacido en el otoño de 1936, acaso coincidiendo con los 1873 (el mismo año que «Azorín»), Eduardo Za momentos de máximo peligro, y Antonio Ma macois, que comenzó muy pronto su carrera li chado rehace unos versos suyos de tiempo atrás teraria, sacaba en 1902 -«annus mirabilis» de la (En la festa a Grandmontagne para transformar novela española en el que coincidió la aparición los en una encendida apología: «iMdrid, M de La voluntad, Camino de pe,ección, Sonata de drid!, iqué bien tu nombre suena, / rompeolas de otoño y Amor y pedagogía, cuatro obras de ruptu todas las Españas ! / La tierra se desgarra, el cielo ra- libros como Loca de amor y El seductor, ate truena, / tú sonríes con plomo en las entrañas». nidos en asunto, técnica y lenguaje al canon rea Pero al lado de esta realidad innegable hubo lista-naturalista, ya suficientemente conoc;ido y en el Madrid de esos treinta y dos meses otras, beneficiado. Una larga existencia, pintoresca o producidas por causas ideológicas, que tuvieron aventurera en no pocas ocasiones -él mismo la asimismo algún traslado literario. Los madrile contó en el volumen de memorias U hombre ños pertenecientes a la llamada Quinta columna que se va... , definiéndola como «una canción y o simplemente sospechosos de desafección a la un pasatiempo»-, cerrada en 1971, en su exilio República claro está que no participaban de bonaerense; correlativamente, una incesante ac aquel espíritu combativo y, en buena parte, fue tividad como escritor que se manifiesta en algu ron víctimas de presión y de muerte -en la no nas decenas de títulos, reeditados varios de ellos vela Chekas de Mdrid (1940), de Tomás Borrás, en España antes de su muerte. Bulló mucho Za se ofrece abundante repertorio de crueldades-, macois en su tiempo (digamos el primer cuarto buscaron afanosamente la huida -resulta ilus de este siglo) para caer después en un profundo trador el caso de Jacinto Miquelarena, que du olvido por parte de lectores correspondientes ya rante algún tiempo firmaría con el seudónimo a otra época, tal como ocurrió ( quien más, quien «El Fugitivo» libros y colaboraciones periodísti menos) con sus compañeros de promoción. cas-, o encontraron refugio en una embajada Nada revelador acerca de una militancia polí -es el caso de Wenceslao Fernández Flórez, tica concreta, salvo una curiosa ocurrencia en que dejó testimonio novelado de tal experiencia plena dictadura de Primo de Rivera, puede en en el libro Ua isla en el mar roo (1939)-. No se contrarse en su dicho libro de memorias como si agota con estos ejemplos la gama de situaciones nuestro escritor se mantuviera (tal como apunta posibles pues aún queda por mencionar la de Granjel) «ajeno totalmente por preferencias y aquellos a quienes la guerra convirtió en inte- conducta personal a los problemas políticos na- 54 cionales». Pero semejante actitud se rompió en julio de 1936 cuando, tras el comienzo de la gue rra civil, Zamacois, que se encontraba en Ma drid, conoce de cerca los acontecimientos ocu rridos en la capital y, convertido en cronista, vi sita los frentes próximos a aquélla. Residiría despues con su familia, en Valencia y cuando el gobierno republicano se trasladó a Barcelona, Zamacois también lo hace; trabaja aquí en Mi Revista, publicación periódica dirigida por su amigo Eduardo Rubio, quien le edita -1938- la novela El asedio de Madrid, que por falta de pa pel no había visto la luz en Valencia. A finales de enero de 1939, inminente la ocupación de Barcelona por las tropas nacionales, Zamacois emprende viaje hacia la frontera francesa y se convierte así en un exiliado más que, al cabo de algún tiempo, conseguirá llegar a Hispanoaméri ca, asentándose finalmente en Buenos Aires, donde fallece el último día de 1971 luego de un nostálgico viaje a España, a Madrid, para revivir tantos recuerdos entrañables y confirmar direc tamente la desaparición física de casi todos sus colegas y amigos de otra época. Ante el título del libro de Zamacois, El asedio · de Madrid, cabría pensar en un conjunto de cró nicas de guerra, cuyas piezas tuviesen como re ferente principal esa circunstancia bélica, más que en una estricta novela -otro tanto puede decirse respecto a Frente de Madrid, el libro de Neville con el que la emparejamos-; relato de peripecias guerreras sí que hay en los catorce de buenos y malos, típico y tópico por otra parte extensos capítulos de que consta pero, junto a en la desquiciada literatura de estos años belige ellas y acaso como su consecuencia, se advierten rantes en ambas zonas españolas (2). otros ingredientes. No es todo el asedio que Ma No se da cuartel en la expresión al enemigo drid sufrióa lo largo de casi tres años lo que Za cuando éste sale a plaza ya en forma de sospe- macois ofrece sino una parte del mismo, pues chosos quintacolumnistas o de soldados en el sucede que cuando se publica aún no había con campo de batalla, bien como colectividad o indi cluido ni tampoco el novelista, evacuado a Va vidualmente, durante los días de la contienda lencia, tuvo la oportunidad de conocerlo. El es pero también antes, en medio de una normali pacio temporal que se concede va desde (exacta dad sólo aparente, cuando la discordia se había mente) el 12 de julio de 1936 (esto es: días antes instalado ya en el corazón de bastantes compa del alzamiento) hasta la primera mitad del año triotas, de todo lo cual hay ejemplo en lo escrito siguiente, a la que pertenecen sucesos como el por Zamacois. «Hez fascista», «horda hispano fusilamiento de Leopoldo Alas hijo, rector de la luso-marroquí-ítalo-germana», «los Nuevos Bár Universidad de Oviedo (febrero) y la muerte en baros», «chusma vaticanista» son dicterios que vuelo de reconocimiento del general Emilio Mo se aplican al conjunto enemigo, del que desta la Gunio) -dos hechos sólo mencionados-, o la can algunas personas como los generales que lo derrota del CTV. italiano en la batalla de Guadala dirigen -calificados de «codelincuentes» (Mola, jara (mes de marzo), recordada con mayor exten Franco, Varela, Yagüe unos con otros) y «alevo- sión en los últimos párrafos del capítulo XIII. sos»-; mas ninguno merece como Francisco Unas pocas líneas de entrada, previas al capí Franco la execración del novelista que busca pa tulo primero, avisan al lector sobre la resuelta ra el Generalísimo copia de calificativos insul beligerancia de Zamacois y, también, del sim tantes al estilo de «espurio», «villano», «desal plista mániqueísmo que la sustenta: «hombre»/ mado felón» y «baldón de su raza». Dentro de «señorito» y éste -nada menos que «inútil, ruti este apartado, se produce una contradicción al nario, putero, borracho y chulón», sin lugar para estimar el ardor combativo del ejército adversa matices ni excepciones-, muerto a manos de rio pues si en la página 205 leemos (de boca del aquél. Las muchas páginas que siguen ( 402 en la personaje Lucio Collado) que «al ejército que edición que utilizo: Barcelona, AHR., 1976) de tenemos enfrente, por malo [subrayo] que sea sarrollan y corroboran semejante actitud del es -y lo es en grado sumo [subrayo] (... )», en la pági critor, complacido en un fácil juegopresentativo na 232 (ahora es el autor quien tiene la palabra) 55 Los Cuadernos de Literaura se afirma que «peleaban rabiosamente» pues ro de ellas -casi una decena-, que van desde el «era gente brava».