Carta Pastoral Mons. Jacinto Vera
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1 CONFERENCIA EPISCOPAL DEL URUGUAY CARTA PASTORAL DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL URUGUAYA CON MOTIVO DE LOS 125 AÑOS DE LA MUERTE DEL SIERVO DE DIOS MONSEÑOR JACINTO VERA DURÁN A nuestros hermanos Presbíteros del Clero Secular y Regular A los Religiosos y Religiosas A nuestras hermanas y hermanos de todas las comunidades eclesiales del País A todo el Pueblo Uruguayo 1. El 6 de mayo de 2006, se cumplieron 125 años de la muerte del Siervo de Dios, Mons. Jacinto Vera Durán, primer Obispo de Montevideo y de todo el Uruguay. El 6 de junio hicimos memoria de los 160 años de la celebración de su primera misa. Con esta ocasión, los Obispos de las diez Diócesis que peregrinan en esta tierra uruguaya nos dirigimos a todos nuestros hermanos y hermanas para evocar, admirados y agradecidos, la memoria de este gran hombre, sacerdote y obispo; y para proponer a todos su testimonio ejemplar y, de este modo, si Dios lo quiere, acelerar el proceso de su Causa de Beatificación y Canonización. 2 CONFERENCIA EPISCOPAL DEL URUGUAY 2. Hay otro motivo que propicia nuestra Carta. Estamos en vísperas de celebrar la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, cuyo lema es "Discípulos y Misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan Vida -Yo soy el camino, la resurrección y la vida (Jn 14,6)-. Nuestra Iglesia se siente comprometida y corresponsable en su preparación y participación. En este compromiso estamos implicados. Pedimos a nuestras comunidades eclesiales que pongan bajo la inspiración del Siervo de Dios Mons. Jacinto Vera sus reflexiones y oraciones, ya que él fue -como iremos viendo- Discípulo y Misionero de Jesucristo eminente en nuestra tierra uruguaya. Les proponemos que él sea el guía espiritual que nos conduzca, con su oración y ejemplo, a ser discípulos y misioneros de Jesucristo en Uruguay, para que tenga vida en Jesucristo. 3. Mons. Jacinto Vera fue en nuestra Patria un testigo audaz, fiel y valiente del Evangelio y un signo claro y llamativo del amor de Dios hacia nuestro pueblo, una especial gracia de la Providencia divina para nuestra Iglesia. Por eso, tenemos el gozoso deber de reconocer este regalo preclaro del amor de Dios a nuestra tierra uruguaya y de hacer que fructifique más y más entre nosotros. En el hombre, el cristiano, el sacerdote y obispo ejemplar, se nos regala un fruto de santidad que nos impulsa a vivir la vida cristiana como verdaderos discípulos y misioneros de Jesús de Nazaret. Jacinto Vera -en su trasparente sencillez- es un espejo en el que comprobamos la obra vivificante del Espíritu que lo llevó, por un lado, a la máxima realización de su persona según el designio del Padre, y, por lo mismo, a ser un modelo concreto del amor a Dios y al prójimo, en el que palpita y actualiza la vida en Cristo. Mons. Jacinto Vera vivió con ahínco y decidida voluntad que "ser santos es imitar a Dios y glorificar su nombre en las obras que realizamos en nuestra vida (cf. Mt 5, 16) [...] Por ello, imitar la santidad de Dios, tal y como se ha manifestado en Jesucristo, su Hijo, no es otra cosa que prolongar su amor en la historia, especialmente con respecto a los pobres, enfermos e indigentes (cf. Lc 10, 25 ss"1. Estas eran sus convicciones profundas. 4. Los Obispos del Uruguay les proponemos a nuestro primer Pastor como modelo de santidad en nuestra tierra e Iglesia uruguayas. El fue testigo comprometido del Evangelio en los difíciles tiempos que tuvo que vivir. Fue, sin duda, y sigue siéndolo en la actualidad, un modelo de santidad, -podríamos decir- "a la uruguaya", sencillo, atractivo, persuasivo y admirable, que nos compromete a asemejar nuestro estilo de vida con el suyo, a imitar su experiencia espiritual y su compromiso evangelizador en los tiempos en que nosotros vivimos. Podríamos afirmar que él fue, y continúa siéndolo nuestro lider o guia espiritual, un santo de nuestra tierra uruguaya. Los primeros años de Jacinto Vera Durán 5. Provino de una familia emigrante de las Islas Canarias en tiempos de las guerras de la independencia. Nació en el viaje a nuestra tierras el 13 de julio de 1813. El país que recibió a aquella familia de inmigrantes canarios estaba en plena agitación a causa de sus ansias de independencia. En efecto, las incesantes luchas llamadas guerras civiles jalonaron la historia de nuestra Nación a lo largo del siglo XIX. La sociedad oriental buscaba definir su propio destino como Estado independiente, que no se logró sin profundos sufrimientos. El nuevo País necesitaba definir sus propios valores, sus estructuras básicas, su inserción en la región y en el mundo. Los distintos protagonistas de esta búsqueda -caudillos, partidos políticos, intelectuales, familias patricias, inmigrantes, habitantes de la campaña, tribus indígenas y los más diversos sectores sociales- resolvían, a menudo, sus conflictos armas en mano, cada uno reivindicando para sí la razón y la justicia. 1 Juan Pablo II, Exhortación Ecclesia en América, 30. 3 CONFERENCIA EPISCOPAL DEL URUGUAY 6. El grupo familiar de Jacinto Vera, profundamente enraizado en la sociedad criolla, con tíos, primos, hermanos, sobrinos, entra en la trama de nuestras familias. Sus padres y él con sus hermanos trabajaron primero en un chacra arrendada en Abra del Mallorquín, Departamento de Maldonado y, luego, en una pequeña fracción de campo propia, cercana a Toledo, en Canelones. Jacinto, aprendió y vivió las virtudes de una familia cristiana, junto con las cualidades del hombre rural: laborioso, fuerte, generoso. No le sacó el cuerpo al trabajo, al esfuerzo. Su formación en el hogar familiar lo preparará para ser -más tarde- el primero en los duros esfuerzos de su labor misionera, recorriendo difíciles caminos, atravesando campos y arroyos, durmiendo poco y dándose con todas las energías de su cuerpo y de su espíritu. Estas raíces familiares y sociales se traslucieron en la bonhomía de su trato, en la sencillez para recibir a todos, especialmente a los más humildes, en la sana camaradería, en la capacidad de bromear, como aparece en sus cartas. Fue proverbial la bondad y cercanía de su carácter. De él dijo Marino Soler, primer Arzobispo de Montevideo: “Monseñor Vera no tuvo la brillantez del genio literario y científico, aunque poseía, velada por su humildad, una alta ilustración religiosa, adecuada al desempeño de su Misión Pastoral. Pero, tenía un corazón apostólico, un carácter suavemente enérgico y una dulce afabilidad, que cautivaba los corazones y rendía los caracteres rebeldes y protervos. ¿Quién habló con él, y no salió encantado de su amabilidad? 2”. El llamado de Dios 7. En el año 1832, Jacinto, a sus 19 años de edad, participó en una tanda de Ejercicios Espirituales, en la Casa de Ejercicios, que dirigía el Pbro. Manuel Barreiro. Allí oyó fascinado el llamado de Dios: descubrió su vocación para ser sacerdote del clero secular. Con gran esfuerzo y empeño continuó trabajando en el campo a fin de juntar lo necesario y costearse su formación en Buenos Aires. Mientras tanto, iba a caballo de Toledo a Peñarol para estudiar latín con el Pbro. Lázaro Gadea. Vivió luego, desde 1837 a 1841, con esfuerzo y pobreza, en Buenos Aires, en un local parroquial, participando como "externo" en los cursos del Colegio de los Padres Jesuitas. Este estilo de vida, nos muestra su tesón para superar las dificultades que tuvo que afrontar para ser fiel a su vocación y ver realizado en él el llamado de Dios. Se cuenta de él que -durante el tiempo de su formación- fue de todos admirado, y querido por todos. El 6 de junio de 1841 celebraba su primera Misa en la iglesia del Monasterio de "Las Catalinas", Monjas dominicas, en Buenos Aires. Ese año completaba su formación sacerdotal. Los primeros años de su ministerio sacerdotal 8. Desde mediados de 1842 hasta fines de 1859 estuvo el Pbro. Jacinto Vera al servicio del Pueblo de Dios en la Parroquia de Canelones, que abarcaba también Santa Lucía, Santa Rosa, Tala y otras poblaciones con su campaña. Entonces desplegó su celo pastoral en todas direcciones. Enseñaba los caminos de la oración, procuraba la realización más solemne del culto. Impartía la catequesis a los niños y emprendía con celo apostólico las misiones para los adultos, que ya entonces fue iniciando. Mantuvo siempre una particular dedicación a administrar el Sacramento de la Reconciliación a personas de cualquier condición. Estaba dotado de una especial capacidad para tratar con los hombres del campo, aún con bandidos y asaltantes. Tal es así que, cuando lo veían cabalgar un trecho junto a un hombre, los paisanos decían: “ya lo está confesando”. Acudía a atender a los enfermos á caballo, a pesar de las grandes distancias y de las inclemencias del clima, incluso corriendo el peligro de ser asaltado. “Si era preciso, y lo era con frecuencia, montaba a caballo y 2 Oración fúnebre de Mariano Soler en el funeral de Mons. Vera, 8 de mayo de 1881. 4 CONFERENCIA EPISCOPAL DEL URUGUAY andaba leguas y más leguas para auxiliar a algún moribundo en un rancho apartado de todo centro de población, aunque hubiese entrado ya la noche y se hiciera tan obscura como boca de lobo, aunque echara Dios chuzos, y cayera la lluvia á canal; aunque hubiese de tantear arroyos peligrosos por su hondura y malos vados”3. "Tan querido fue por su pueblo que en las elecciones de representantes de 1857 resultó electo y renunció a la legislatura por considerarla incompatible con su misión de sacerdote. En ese mismo año es el más votado para integrar un organismo departamental previsto en la constitución de 1830: la Junta Económico Administrativa.