Identidad E Historia Del Partido Nacional
Total Page:16
File Type:pdf, Size:1020Kb
Identidad e historia del Partido Nacional: para construir futuro, recordar quiénes somos y de dónde venimos PRESENTACIÓN Los partidos políticos son actores fundamentales de la vida democrática. Uno de sus cometidos es congregar a los ciudadanos en torno a afinidades de pensamiento, y luego convertir esas ideas en acción. El Partido Nacional se siente preparado para cumplir esa tarea. A eso lo conducen sus 180 años de historia, su experiencia de gobierno en las situaciones más disímiles, sus muchas batallas ganadas y sus inmensos sacrificios. Pero, sobre todo, a eso lo conduce un patrimonio de ideas y valores que ha sabido defender durante casi dos siglos. El Partido Nacional será más fuerte cuanto más consciente sea de su identidad y de su historia. Una identidad que no es monolítica sino abierta a la diversidad interna. Una historia que nos ha fogueado pero no nos determina. Identidad e historia son para nosotros un patrimonio vivo que nutre lo que pensamos y lo que sentimos. No se trata de obsesionarnos con el pasado sino de tomar impulso para construir futuro. No se trata de encerrarnos entre los de siempre sino de convocar a todos. Nosotros queremos poner nuestra identidad y nuestra historia al servicio de una causa común: crear las condiciones para que las nuevas generaciones de uruguayos puedan vivir vidas más libres y más dignas. Centro de Estudios del Partido Nacional 10 de agosto de 2016 1. Un partido con casi dos siglos de historia El Partido Nacional es uno de los más antiguos del planeta. Pero lo que nos enorgullece no es haber durado, sino haber contribuido de manera decisiva a construir el país de todos. El Uruguay no sería lo que es hoy si durante 180 años no hubiera tenido al Partido Nacional defendiendo valores que se han vuelto constitutivos de nuestra República. Reivindicamos nuestro pasado y nos sentimos en continuidad con él. Desde esa historia, que sentimos muy viva y muy nuestra, nos posicionamos en el presente y nos proyectamos hacia adelante. Somos, como hemos sido siempre, una fuerza política constructora de futuro. La identidad de nuestro partido aparece ya cristalizada el 10 de agosto de 1836, cuando Manuel Oribe, soldado de Artigas, héroe de la Independencia, segundo presidente constitucional del Uruguay, adopta el lema” Defensores de las leyes”. Allí se marcaba una vocación que sigue vigente: defender la libertad de todos defendiendo las instituciones comunes. El primer Programa de Principios, aprobado el 7 de julio de 1872, afirma las grandes ideas que nos siguen orientado: respeto de las libertades, “mantenimiento de la paz como bien supremo para la Nación y base de toda mejora y de todo progreso”, “moral administrativa”, legislación electoral que asegure la representación de las minorías, descentralización, fortalecimiento de la justicia, fomento y difusión “de la educación e instrucción del pueblo, única base firme de las instituciones democráticas”. Hace casi un siglo y medio que se aprobó ese Programa, y no hemos arriado ninguna de esas banderas. Cada vez que hizo falta, las hemos reafirmado y defendido. La Carta Orgánica de 1891 insiste en la defensa de los derechos fundamentales, afirma que la soberanía reside únicamente en el pueblo, exige la subordinación del poder militar al poder civil y defiende a la producción rural como principal fuente de riqueza del país. En el Programa de 1906, un Partido Nacional derrotado en la guerra civil pero más lanzado que nunca a la lucha política se define como republicano y se describe a sí mismo como “un partido de acción y un partido de ideas”. También pone énfasis en la cuestión social y propone crear condiciones para el desarrollo nacional. Sus propuestas no dejan dudas sobre su voluntad democrática de ejercer el gobierno. Defiende el equilibrio de las cuentas públicas, la construcción de puentes y caminos, la creación de puertos y la canalización de ríos para fomentar el comercio, así como una política de apoyo a la industria local que no perjudique “el intercambio de productos con el mundo exterior”. Hoy seguimos siendo aquel mismo partido defensor de las libertades, de la soberanía nacional y del sistema republicano representativo. En un contexto regional marcado por populismos que menosprecian el orden institucional, nos sentimos más que nunca “Defensores de las leyes”. Tal como afirma la Declaración de principios vigente, seguimos identificándonos con “los ideales que impulsaron la revolución de Timoteo Aparicio de 1870 y las gestas de Aparicio Saravia y Diego Lamas de 1897, así como el levantamiento popular de 1904; con los principios por los que ofrendaron su vida Leandro Gómez en 1865 y Francisco Lavandeira en 1875; con el pensamiento y la conducta de Luis Alberto de Herrera; con las reacciones ciudadanas lideradas por Wilson Ferreira Aldunate”. Esos grandes hombres siguen inspirándonos. Y también muchos otros, como Bernardo P. Berro, Alfredo Vázquez Acevedo, Washington Beltrán, Martín C. Martínez, Daniel Fernández Crespo y Carlos Roxlo. Somos herederos de un legado compuesto de ideales y de acción histórica concreta. Asumimos como nuestra toda la historia del país, desde los tiempos de la Patria Vieja. Rechazamos los mesianismos y los intentos refundacionales. El Uruguay de todos no empezó a construirse a principios del siglo XX, ni mucho menos a principios del siglo XXI. Al Uruguay de todos empezaron a construirlo los hijos del pueblo en el tormentoso siglo XIX. Ser blanco es una manera de entender y de amar a la Patria, y de asumir toda su historia. 2. Un partido defensor de las libertades y de las garantías electorales El Partido Nacional fue desde siempre el gran defensor de las libertades y de la igualdad política entre los ciudadanos. Uno de los grandes hitos de esa lucha ocurrió el 28 de octubre de 1846 cuando, adelantándose a su tiempo, Manuel Oribe emitió un decreto que decía: “Queda abolida para siempre la esclavitud en la República”. Como punto de referencia, téngase en cuenta que en Estados Unidos la esclavitud recién se abolió en 1865, y en Brasil sólo se hizo en 1888. Oribe inició de inmediato una política de protección de los esclavos fugados de Brasil que sería continuada por los gobiernos blancos posteriores. Los presidentes blancos Bernardo P. Berro y Atanasio Aguirre combatieron además la introducción de esclavos a estancias que eran propiedad de brasileños. Una ley del 2 de julio de 1862 declaró nulos en Uruguay todos “los contratos que se celebren fuera del territorio de la República con individuos de raza africana por servicio personal”. Los hacendados brasileños sólo podían traer empleados de origen africano si les entregaban una carta de libertad que debía registrarse ante las autoridades uruguayas. La política antiesclavista de los gobiernos blancos provocó durante décadas fuertes tensiones con el Imperio de Brasil, porque generaba pérdidas patrimoniales a los hacendados de Río Grande Do Sul. Los esclavos eran caros, de modo que un esclavo fugado era una inversión perdida. Eso explica en buena medida el apoyo brasileño a los levantamientos colorados contra esos gobiernos. Como testimonio de la larga lucha del Partido Nacional contra la esclavitud, queda la carta escrita por los líderes de la comunidad afro de Montevideo a la viuda de Manuel Oribe el día de su muerte, en 1857: “Nuestro sentimiento, señora, es muy grande. Usted ha perdido a su querido esposo. La Patria, a uno de sus hijos (…). Los hombres de nuestra estirpe, un padre, un protector y un benévolo amigo (…). Los hombres de color lo lloran y lo llorarán mientras vivan”. La lucha contra la esclavitud era parte de un combate más amplio. Los blancos valoran la libertad en todas sus formas y supieron desde siempre que la manera de protegerla consiste en defender las instituciones republicanas. Por eso reclamaban el respeto de la Constitución y la observancia escrupulosa de la legalidad. Y por eso fueron los grandes defensores históricos de las garantías electorales. Durante más de medio siglo, el Partido Nacional levantó en solitario las banderas del voto secreto, la inscripción obligatoria de votantes, la representación proporcional, la elección directa del presidente de la República y la prohibición de que los militares hagan política. Sin su empecinada lucha, estos principios no serían hoy un patrimonio de todos los orientales. La lucha por la pureza del sufragio se manifiesta con especial nitidez durante la presidencia de esa inmensa figura que fue Bernardo P. Berro. Cuando en el año 1860 se acercaban las elecciones legislativas que se hacían a mitad de cada período de gobierno, el presidente Berro emitió una circular al conjunto de funcionarios y jerarcas públicos en la que anunciaba que no intentaría ejercer ninguna clase de influencia: “El Presidente de la República, resuelto a no dar dirección ni prestar colaboración a ningún trabajo electoral, manteniéndose en una completa abstención a tal respecto (…), quiere que los jefes políticos guarden y hagan guardar a sus subalternos la misma actitud; que en esa virtud deben abstenerse de una manera absoluta de emplear medios oficiales a favor o en contra de las candidaturas que se presenten; que sobre todo les es prohibido, bajo la más seria responsabilidad, hacer valer su autoridad para intimidar, impedir o dificultar en cualquier forma la libertad y la legalidad de la elección; que igual responsabilidad pesará sobre ellos si llegasen a compeler a sus dependientes a que voten contra su conciencia…”. Movido por este mismo afán de respeto a la voluntad popular, en el año 1861 Berro envió al Parlamento un proyecto de ley en el que intenta introducir por primera vez el voto secreto. Para hacerlo de manera gradual y así vencer posibles resistencias, Berro propone empezar por aplicarlo en las elecciones municipales. Pero su objetivo final es extenderlo a las elecciones nacionales, como manera de “evitar los enormes y escandalosos abusos” a los que conducía el régimen de voto cantado.