ANTONIO-CARLOS VIDAL ISERN

, ESBOZO PSICOLOGICO SOBRE , , RUBEN DARlO y SU OBRA

Anales de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, 1966 Esbozo psicológico sobre Rubén Darío y su obra Aportación al centenario del nacimiento del poeta por el Académico correspondiente

Ilustrisimo señor don ANTONIO-CARLOS VIDAL ISERN

A MANERA DE PROLOGO

SONETO A RUBEN DARlO

Tu sino estaba escrito en pergamino, de forma jeroglífica y arcana y así quedó trazado tu camino, con sendas de misterio y de Nirvana.

Con aires de "nabab", tu peregrino periplo, con tu lira soberana, siguió una vertiente en lo divino y en otra naufragó tu vida humana.

Fuiste gran amador de cosas bellas, dejando una estela de armonía al trueque de diamantes por estrellas.

Un halo del Olimpo te seguía, e hiciste verso azul de tus querellas con luces que perduran todavía.

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Para lograr un esbozo algo aceptable de la compleja figura -huma­ na y literaria- del poeta Rubén Daría, puede servir a maravilla la autobiografía que del mismo se publicó; aunque cabe eliminar en ella lo concerniente a cierto confusionismo creado quizá adrede por el propio autor, rasgo psicológico éste, propio, en cierto modo, de la mayoría de los que han tenido contacto con las Musas, de por sí huidizas y volubles. A través del hilo de su propia narración, y dejando para luego lo relativo a sus numerosos poemas, comencemos por señalar que Rubén, al describir su vida y su obra, siguió el consejo dado por Benavente para llevar a cabo tal empresa, o sea haber cumplido los cuarenta años; pre­ cepto que sobrepasó en cuatro, cuando una juventud gozosa no hinchaba todavía con tintes otoñales las nubes rosadas del vivir poético, aunque sí con suficiente velamen para el arribo a un puerto seguro donde la Fama tenía ubicado su palacio de diamantes. Así, pues, nos enteramos de que nuestro poeta se refiere en primer término a su fe de bautismo, efectuado en la catedral de León, de Nica­ ragua, hijo legítimo de Manuel García y Rosa Sarmiento; sin añadir los detalles de que su nacimiento tuvo lugar en Chocayos (o Metapa, hoy Ciudad Daría) el 18 de enero de 1867. Su bautizo se verificó en el lugar señalado, el 3 de marzo de dicho año. El nimio detalle de omisión primeriza del lugar donde nació, en aquella entonces humilde aldea, y mencionar en cambio la catedral de León, donde fue bautizado, puede dar robustez a la idea antes apuntada de cierto empecinamiento no muy censurable, por cuanto el poeta se suele sentir un semidiós al que deben ser involucrados los más altos tributos. Su nombre completo debiera haber sido "Félix-Rubén García Sar­ miento", pero según le refirieron al tener uso de razón, un tatarabuelo suyo se llamaba Daría y sus hijos eran conocidos por "los Darías", hasta el punto de que su bisabuela paterna firmaba ya "Rita Daría", quedando convertido en patronímico, con valor legal, al realizar su padre, que era comerciante, todos sus negocios, con el nombre de "Manuel Daría".

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En su más tierna infancia aparecen ya las primeras nebulosas que debían imprimir a su carácter la triste melancolía que arrastró Daría de por vida, con el contrapeso del ósculo constante otorgador de aquel

282 "ritmo-armonía" que le sirviera de máximo consuelo, permitiéndole plas­ mar su maravillosa obra poética, que le sitúa en uno de los primeros puestos de tan eximio Arte. Daría, al nacer, hacía un mes que sus padres se habían separado. Resultan difíciles de encontrar los detalles inherentes al caso, así como el pase de los brazos de su madre, afincada en un villorrio de tierras de Honduras, a los de su tía abuela materna, doña Bernarda Sarmiento de Ramírez, marido éste, según Rubén "militar bravo y patriota, de los unionistas de Centroamérica", Con él aprendió a montar a caballo, conocer el hielo, los cuentos pintados para niños, las manzanas de Cali­ fornia y el champaña de Francia. Así transcribe el poeta sus primeras impresiones en la vida, sirvién­ dole de padres el coronel Ramírez y su tía Bernarda, tomando en el bautizo el nombre de aquél, Félix, antepuesto al Daría y siendo apadri­ nado por el general Máximo Jerez, tildado de "famoso caudillo". Muerto el coronel, vino a menos la tía abuela cuando Daría, a los tres años, ya leía de corrido a la sombra de un "jícaro", lo cual le sitúa dentro de la categoría de los llamados niños prodigio, como él mismo opina. A través de dicha cualidad, pueden entreverse las sucesivas y ace­ leradas etapas de una vida ansiosa y turbulenta, ausente de su persona el control metódico, podaduras que habían de desembocar fatalmente en esa angustia que paralizó prematuramente el sístole y diástole de su corazón.

III

Freud, Adler, Jung... y todos los psicólogos reunidos, qUlza se mos­ traran impotentes para fijar exactamente aquel embrión psicológico que en la mente de Rubén comenzó a girar desde niño, cuando en sus duer­ mevelas precursoras de un sueño inquieto veía pasar al "vendedor de arena, que iba deslizando sobre su cuerpo la mercancía, girando alrede­ dor del lecho mil círculos coloreados y concéntricos, kaleidoscópicos, enlazados y con movimientos centrífugos y centrípetos, como los que forman la linterna mágica, que creaban una visión extraña y dolorosa, donde el central punto rojo se hundía hasta que, de repente, desapare­ cían los colores, se hundía el punto rojo y se apagaba al ruido de una saludable explosión que proporcionaba sueño suave y tranquilo, a veces acompañado de hemorragia nasal". Sus primeros estudios se realizaron en una escuela pública, a base del

283 lema "la letra con sangre entra", en contraposición con otra maestra que tuvo estimulándole su aplicación con "sabrosos pestiños, biscotelas y alfájores que ella misma hacía con sus manos de monja". Confiesa, empero, que le castigó una vez al encontrarle en compañía de una precoz chicuela iniciando indoctos e imposibles Dafnis y Cloe", Vemos, pues, que a las puertas de la pubertad ya tenía Rubén la obsesión sensual, a la par que su gusto por la lectura, cayendo en sus manos aniñadas, como primeros libros, el "Quijote", las obras de Mo­ ratín, "La mil y una noches", la "Biblia", los "Oficios" de Cicerón, la "Corina", de Madame Stael, un tomo de comedias clásicas españolas y una novela terrorífica titulada "La caverna de Strozzi"; con cuyo heterogéneo material, hallado en un VIeJO armario, comenzó su mente a rodar por el campo de la más desenfrenada fantasía. Sus sensaciones se mezclaban con motivos religiosos, tales como las visitas que realizara con frecuencia con la que le sirvió de madre, al templo de San Francisco, con la leyenda de que, existiendo perdido un importante documento de la Curia, en tiempos del obispo Viteri, éste cierto día lo recibió de manos de su antecesor, el obispo Carcía, ya di­ funto, hallándose ambos, el vivo y el muerto, en la sala Capitular; lo cual fue presenciado por canónigos y familiares, turnándose en mirar por el ojo de la cerradura. Estas cosas que narra el poeta y otras muchas que se desprenden a compás de su autobiografía, corroboran en alto grado su modo de ser fantasioso, extensivo también a muchos otros devotos del Parnaso a través de los tiempos, hasta el punto de mezclar a veces la verdad y los recuerdos con la más exaltada fantasía.

IV

Sus primeros versos tuvieron un apoteósico y singular éxito, a raíz de celebrarse la Semana Santa en su pueblo. En tal coyuntura, las calles se adornaban "con arcos de ramas verdes, palmas de cocotero, flores de corozo, matas de plátanos o bananas, disecadas aves de colores, papel de China picado con mucha labor; y sobre el suelo se dibujaban alfom­ bras que se coloreaban expresamente, con aserrín de rojo brasil o cedro, o amarillo "mora"; con trigo reventado, con hojas, con flores, con des­ granada flor de "coyol". Del centro de uno de los arcos, en la esquina de su casa, pendía una granada dorada, y cuando pasaba la procesión, el domingo de Ramos, la granada se abría y caía de ella una lluvia de

284 versos, los primeros versos de Rubén, escritos de modo instintivo, como cosa orgánica brotada de su ser en forma de música celestial. A partir de entonces, muchacho todavía, recibía encargos de sus convecinos, de hacer versos para repartir en bodas, fallecimientos y demás manifestaciones de la vida social. Sus primeros conatos amorosos tuvieron por protagonista a una prima lejana que vivió una temporada bajo el mismo techo y de la cual habló en su cuento titulado "Palomas blancas y garzas morenas"; amo­ res que, como todos los suyos, respondieron, más que a una realidad, a su "sed de ilusiones infinita", que presidió toda su vida errante de poeta angustiado ante la fealdad de un mundo circundante, con visiones de diamantes dentro la escoria, de blancas palomas de entrañas desgarra­ das por el buitre, de sensualidad y misticismo, pompa oriental y desierto inhóspito, flujo y reflujo de un mar embravecido y en calma, en busca siempre, su bajel, de un puerto de salvación. Por aquel entonces, sin más explicaciones por su parte, resulta que nuestro poeta vivía con unos tíos. Ella, la tía Rita, era mujer adinerada y extravagante, pese a ser muy religiosa. Tenía a su servicio -al estilo de los reyes- a dos bufones enanos, feos y arrugados, hombre y mujer, que los ratos en que no pronunciaban frases y parlamentos para hacer reír, se dedicaban a confeccionar figuras de cera, con predominio de lo monstruoso, lo cual le producía desasosiego. Se refiere a ellos en su poema "Tríptico de Nicaragua":

"Tenían de peleles, de espectros, de gusanos; él cojeaba, era bizco, ponía cara fiera; fabricaban muñecos y figuras de cera con sus chicas, horribles y regordetas manos."

Con su nueva familia iba Rubén a hacer excursiones, contemplando el mar y el curso de los ríos, en unas carretas rechinantes y los hombres a caballo; giras campestres que iban acompañadas de comilonas rocia­ das con el típico aguardiente de caña, rasgueos de guitarra y canciones bajo el cielo tropical. Su espíritu se iba impregnando asimismo de aquel colorido y nor­ mas de vida, donde lo imprevisible presta amenidad al modo de ser de ciertas latitudes del vasto suelo americano; aunque confiesa el poeta que él se apartaba voluntariamente del general regocijo, marchando, so­ litario, triste y meditabundo, a contemplar el mar y las estrellas. Su verdadero contacto con las prácticas religiosas comenzó frecuen-

285 tando la residencia de los PP. Jesuitas, por decisión de su tía Rita, la cual exacerbaba sus ideales místicos rayando con la superstición, una de cuyas muestras era el hecho de que los días de tormenta se distribuían por toda la casa palmas benditas y hacían coronas que se colocaban en la cabeza todos los miembros de , rezando fervorosamente hasta que finía la tempestad. Por las fiestas de la Santa Cruz, la tía Rita les recitaba una cuarteta en la cual se aludía a la conveniencia de pronunciar mil veces seguidas la palabra "Jesús", lo que era para Rubén un verdadero tormento. De tal forma iba creciendo el muchacho, imbuido de ideas religiosas en mezcolanza de prácticas profanas, adquiriendo conocimientos tan dis­ pares que prestaban a su mente gran confusión. Su lira incipiente ponía un punto de liberación a su constante deseo de hallar un real contenido a la vida que se abría ante su ojos, en medio de un paisaje maravilloso y un cielo siempre azul, con costumbres an­ cestrales de claras reminiscencias indígenas, cuya sangre llevaba en las venas. En su precoz adolescencia escribió los primeros versos amorosos, así como tuvo su primer amor en la persona de una púber saltimbanqui norteamericana llamada Hortensia Buislay, en cuya compañía estuvo dispuesto a marchar, sin llegar a la realización de tan absurda idea.

v

A los trece años aparecieron sus primeros versos en el diario "El Termómetro", con sus naturales balbuceos, pero en los que palpitaba cierta delicadeza que habría de ir en crescendo. Por otra parte, sus composiciones hallaron eco favorable en la opinión y en todo Centro América comenzaron a llamarle "el poeta niño", lo cual, en línea de continuidad y mejorando su estro constantemente, le hubo de valer el principado poético, en plena juventud, en aquellas latitudes. En cambio, descuidaba los estudios en grado superlativo, pese a lo cual, de modo instintivo, hallaba giros y modismos en sus escritos y poesías, que causaban general admiración. Por aquel tiempo recibió un día la visita de su madre doña Rosa, y cuenta él mismo que a veces visitaba en su tienda de ropa a don Manuel Darío; no viniendo en conocimiento, mucho más tarde, de que se trataba de su padre; lamentable situación que seguramente influyó mucho en la formación anímica del poeta, al faltarle la cohesión y el

286 sostén de los que tenían el deber de encauzarle. Forzosamente ello coad­ yuvó a crear a su alrededor un clima de , en cuyo tras­ fondo actuaba milagrosamente la retorta a través de la cual giraban de modo armónico los colores del arco iris poético. Porque Rubén, por don divino, salvaba todos los baches producidos por la angustia del pre· sente y del más allá con su estro poético, por medio del cual cobraban incluso majestad sus claros rasgos indígenas, transfigurándose su rostro a compás de sus lucubraciones, que hubieron de llevarle a producir estrofas cuya hondura y belleza son objeto todavía de pública devoción, pese a las nuevas tendencias que pretenden inútilmente eliminar a las sirenas y retorcer el cuello a los cisnes. A los catorce años entró Darío de redactor en el periódico político titulado "La Verdad", que se publicaba en la ciudad de León, al tiempo que daba clases de gramática en un colegio de la localidad. A lo que parece, escribía artículos violentos, en tan tierna edad, con­ tra el Gobierno, por ser el periódico de la oposición; lo cual, para nuestra mentalidad europea semeja algo inaudito y difícil de creer; aun­ que ya hemos señalado que Rubén Darío entraba de lleno en la categoría de "niño prodigio". Con la idea de adquirir prestigio entre sus compañeros, se hizo amigo de los masones, a los que más tarde tilda de "terribles ingenuos". En forma vaga y saltarina narra el poeta los tiempos finales de su pubertad, la época en que iba transformándose su cuerpo y su espíritu, sus noches agitadas, el brillo del fuego de los tizones en la cocina y el ruido de las salvas que producían, al ser desgranadas, las mazorcas de maíz. También influían en su espíritu analítico los cuentos de la ciga­ rrera Manuela y la profunda intuición del perro "Laberinto", que estaba siempre a su lado con el hocico entre las patas. Conocida por unos señores que llegaron a León, su fama de "poeta niño", se lo llevaron a Managua, por aquel entonces recientemente crea­ de capital de la nación; ciudad muy bella, fllanqueada por el volcán Momotombo, cantado por Víctor Hugo; con su gran lago poblado de islas y rodeada de fértil serranía.

VI

En Managua encontró Darío protección oficial, estando dispuesto el Presidente conservador Chamorro a enviarle a Europa por cuenta del Estado; propósito que quedó anulado por haber recitado el poeta en una reunión unos versos demagógicos.

287 En la capital de Nicaragua hizo Rubén grandes amistades de índole intelectual y consiguió un empleo en la Biblioteca Nacional, donde em­ papóse de lectura a sus anchas, especialmente de autores clásicos espa­ ñoles; proporcionándole, de pasada, una flexibilidad castiza y erudita, plasmada en su primer libro de versos titulado "Primeras Notas". Era director de la biblioteca un buen poeta, don Antonio Aragón, quien le sirvió de mucha ayuda, pues se trataba de un hombre muy culto y de gran calidad humana. Vivía Darío por aquel entonces en casa del Licenciado Modesto Barrios, quien le llevaba de visitas y tertulias. En una de se ena­ moró el poeta de una adolescente de ojos verdes, a la cual alaba como de gran belleza "de tez levemente acanelada, con esa suave palidez que tienen las mujeres de Oriente y de los trópicos. Un cuerpo flexible y de­ licadamente voluptuoso, que traía, al andar, ilusiones de canéfora". Dedica a este amor páginas impregnadas de romanticismo, glosando su "primer amor en aquellas tardes de las amorosas tierras cálidas". El mismo alude a aquel "idilio casto y puro", tachándolo de "amor sensual, amor de tierra caliente, amor de primera juventud, amor de poeta y de hiperestésico, de imaginativo", haciéndose con ello un estupendo auto­ retrato. La cosa terminó, ante su decisión de casarse con aquella nereida que le tenía enloquecido, juntándole sus "queredores" unos cuantos pesos, arreglándole un baúl y conduciéndolo al puerto de Corinto, donde estaba anclado un vapor que le llevó a la República de El Salvador. Aquí aparece, con lo escueto del relato ---excesivamente literario, en relación con aquel su "gran primer amor"-, la volubilidad del poeta, que parece ser la característica de muchos vates de todos los tiempos, aplicando solamente, o en gran parte, sus entusiasmos hacia lo sensorial y cuyo escudo heráldico, con diferentes tonos, bien pudiera ser una mariposa revoloteando de flor en flor. Con respecto a sus relaciones humanas, igualmente suele darse en ellos una escasez de seriedad, atentos solamente a su egocentrismo, que en Rubén aparece abultado en el trans­ curso de su vida, en la cual pudo por lo menos hacer honor a la sentencia aquella de "llega a ser el que eres"; incluso con ausencia de voluntad, viniéndole las cosas rodadas, con caminos allanados y cap­ tación de amistades sobre las cuales tenía, indudablemente, poder de atracción y que bien sabía elegir tratándose de su propia conveniencia, en aras de su vocación, presidida siempre por su buena estrella. Porque hay que hacerse cargo de las vicisitudes por que tuvo que pasar a lo largo de su existencia, teniendo siempre a mano, sin buscarlo, el ele-

288 mento material, con lujos momentáneos y miserias superadas por su elevación de espíritu. Fue, por tanto, un poeta integral, cuyas cadencias llegaban al corazón de hombres y mujeres de alguna sensibilidad.

VII

En su nueva residencia, se alojó "en el mejor hotel" y pidió audiencia al Presidente de la República, Dr. Rafael Zaldívar, quien le recibió afablemente. Al preguntarle el primer magistrado qué era lo que más deseaba, contestó rápido el poeta: "Quiero tener una buena posición social". A lo que contestó el Presidente: "Eso depende de usted...", ob­ sequiándole, de momento, con quinientos pesos de plata, que le entre­ garon en su nombre, al regresar al hotel. Al día siguiente se vio rodeado de futuros poetas y escritores en cier­ nes, ante quienes, conocedores de su fama, ejercía de "nabab", obse­ quiándoles esplendorosamente con el dinero recibido, que no llegó a ca­ lentar su bolsillo. A altas horas de la noche, turbia su cabeza por el champaña derro­ chado, fue a llamar a la puerta de una bella diva que se alojaba en el mismo hotel y que "recibía altos favores". Aquello fue su perdición, pues a la mañana siguiente fue conducido, de orden presidencial, a un colegio del que no salió hasta después de varios meses, y donde se le asignó el cometido de dar una clase de gramática, que convirtió en cátedra de recitar versos y de magnetismo, con gran solaz por parte de sus alumnos. Volubilidad e inconsciencia ante las cosas de la vida, eran carac­ terísticas que venían añadiéndose a su modo de ser. El Presidente, que, por lo visto, a pesar de todo le tenía en gran estima, hizo que un buen sastre le cortara su primer frac, para hacer su primera presentación en público, abriendo oficialmente la velada que se dedicó a conmemorar el centenario de Bolívar, en la cual nuestro poeta recitó una Oda escrita expresamente para tan solemne acto. Después de algunas vicisitudes, regresó Rubén a su tierra, donde reanudó sus amores con la "garza morena" de que se hizo mención, consiguiendo un empleo en la Secretaría presidencial, cuyo primer man­ datario era el general Joaquín Zabala. Una gran fiebre creadora anidaba en Darío, escribiendo, al socaire de su cargo oficial, artículos y poesías de diversa índole, lo cual consti-

289 19 tuyó un sedante para sus afanes siempre en crescendo, y también lo fueron sus paseos solitarios por la orilla del lago, con sus ensoñaciones de juventud y ambición de hacer rodar por su cuenta la bola del mundo. Todo ello en contraposición con sus ramalazos de tristezas, que provenían de haber venido al mundo con el signo de la fatalidad, aspecto éste asimismo señalado por Azorín. Conforme dice muy bien el ilustre escri­ tor y Embajador de Nicaragua en España, don Vicente Urcuyo Hodri­ guez en una de sus conferencias, Rubén Darío, "entre un cisne blanco y un cisne negro, se deslizó reconcentrado y ebrio de voluptuosidades y espantos, por su laguna Estigia particular". Su principal idea era viajar e ir a los Estados Unidos. El viaje cons­ tituye para muchos una evasión que a menudo no consigue, en verdad, aquietar los ánimos más que durante el tiempo que transcurre entre otros paisajes y otras gentes. Pero Darío, por indicación de un amigo ilustre, el general don Juan Cañas, que había sido diplomático en Chile, se fue a aquel país de varones muy hombres y mujeres inteligentes y encantadoras. Y como ya era en Rubén una costumbre, tuvo que hacer una cuestación entre sus amigos -que siempre tenía a mano- para sufragar gastos. Embarcó en el buque alemán "Uarda", al tiempo que el volcán Momotombo despertaba de su sueño ígneo arrojando gran cantidad de lava acompañada de un terremoto sobre su tierra natal, como signo de monstruosa despedida. El barco, tripulado por alemanes, en el cual iba como único pasajero, visitó varios puertos del Pacífico, con su bello colorido a la manera de un inmenso palimpsesto, por la superposición de planos abrumados de gamas variadas.

VIII

En Valparaíso se instala, como siempre, "en el mejor hotel", aunque en realidad allí resultó ser de segunda categoría y, después de escribir un artículo sobre un personaje local que acababa de fallecer y que le pagó muy bien "El Mercurio", tomó el tren para Santiago, y debido a recomendaciones, entró de redactor de "La Epoca", donde conoció a una serie de intelectuales de toda índole, con los que alternaba, desti­ nando gran parte de su sueldo en el vestir elegante, a costa de escasa ali­ mentación. Pero ello le sirvió para hacer amistad con el Presidente

290 Balmaceda y acrecentar la personalidad poética, ganando 200 pesos en un concurso convocado por su periódico, sobre Campoamor, con la célebre décima que nos complace transcribir:

"Este del cabello cano como la piel del armiño, juntó su candor de niño con su experiencia de anciano. Cuando se tiene en la mano un libro de tal varón, abeja es cada expresión que, volando del papel, deja en los labios la miel y pica en el corazón."

Hemos querido sacar a colación los versos que anteceden, para de­ mostrar la madurez poética que ya tenía Rubén en aquel tiempo de sus primeras andanzas. Luego habían de venir otra vez los versos de cir­ cunstancias sembradas a voleo y con prisas, al lado de magistrales com­ posiciones mejor pensadas, o más bien, traídas de la mano de su Musa inspiradora, que nunca le abandonó, haciendo llevadera su vida "entre brisa y galerna", como decimos en la Oda que le dedicó el autor del presente trabajo, como homenaje personal al gran bardo americano. En su afán de cambiar de ambiente, pasó Rubén a ocupar un puesto en la aduana de Valparaíso, ciudad para él "de alegría y de tristeza, de comedia y de drama y hasta de aventuras extraordinarias". Su marcha de Santiago fue debida, además, a que el director de su periódico, de carácter comercial y político, encontró que "escribía demasiado bien"... La vida bohemia que llevaba en Valparaíso le sentaba muy bien: vagares, amoríos, tertulias literarias y paseos nocturnos a orillas del mar; pero la escasez monetaria le obligó a buscar la consabida ayuda para regresar a Nicaragua, no sin antes obtener, por mediación de su amigo Eduardo de la Barra y la decisiva influencia del general Mitre, la corres­ ponsalía del gran diario bonaerense "La Nación", su viejo anhelo y en cuyas páginas "comprendió a su manera el manejo del estilo", aparte de servirle durante mucho tiempo para resolver su situación económica. Rubén Darío fue siempre hombre agradecido y dadivoso; lo cual se desprende de las muchas ocasiones en que no deja de consignar los nombres de sus benefactores, especialmente en el caso de la familia Cáceres Buitrago, cuando durante su permanencia en El Salvador le

291 cuidaron como si fuera un hijo, al ser atacado por la epidemia de­ viruela, que no dejó huellas en su cuerpo. Su aspecto de niño abandona­ do inspiraba simpatía en todo tiempo y lugar, y ello es de tener en cuenta para explicar las ayudas espontáneas que recibió constantemente, al amparo, asimismo, de su condición de poeta puro, ya conocido en toda América, en unos tiempos en que se daba a la Poesía un gran valor, época menos deportiva que la actual, en pleno imperio del ro­ manticismo, que ganaba batallas diarias a la vil materia que corroe hayal mundo.

IX

Vive ahora Rubén en la ciudad de León, de Nicaragua, donde tuvo unos escarceos amorosos que terminaron con la boda, con otro, de su ídolo; siendo "facturado" por sus amistades de nuevo a El Salvador, donde el Presidente de aquella República, general Francisco Menéndez, le mandó llamar para ofrecerle la dirección de un nuevo diario que sostuviera los principios de la tantas veces intentada unión Centro­ americana, y que se titularía, como era lógico, "La Unión". La paga era remuneradora y aceptó, adquiriendo pronto gran auge el periódico. Allí reanudó amistad -transformada pronto en llama amorosa- con una de las hijas del famoso orador Alvaro Contreras. La boda quedó se­ ñalada para el 22 de junio de aquel año de 1890, o sea a sus veintitrés años. Este día se celebraba en la capital una gran parada militar, con un baile en el palacio presidencial. Sucedió que, una vez efectuada la ceremonia de matrimonio civil, en casa de la novia, la fiesta militar anunciada se convirtió en una subleva­ ción comandada por el general Azeta -una de tantas padecidas en Amé­ rica- por ideales diferentes o apetencias personales, y nuestro poeta, ante un estado de cosas tan distinto, sólo tuvo tiempo de despedirse .de su esposa y embarcar precipitadamente para Guatemala, sin disfrutar su luna de miel. En el país hermano estaba por estallar la guerra con El Salvador. En Guatemala, Daría fue llamado por el Presidente general Barillas, quien le invitó a escribir para "La Nación", de Buenos Aires, la narra­ ción de los sucesos de El Salvador, lo cual efectuó. Con ello dio muestras el poeta de su faceta de generosidad y agradecimiento hacia su anterior benefactor Menéndez, pese a las ventajas que hubiera sacado al lado del derrocadar Azeta. La lealtad y su independencia de criterio brilla­ ron a gran altura en aquella ocasión. Se demuestra asimismo la voluntad

292 de mantener en vilo sus ideales, con referencia a los cuales no titubeó nunca en salirse de su habitual punto intermedio ("laissez faire, laissez passer"), ganándole puntos el arranque del "querer", al contrapuesto "oponerse", por razonamiento o por sentimiento, contrastes señalados en Psicología como elementos similares al "amor y el odio", pues se iban afirmando en Rubén, por aquel entonces, los "rasgos volitivos", de acuer­ do con las características anunciadas en su niñez, en el plano de los "valores fundamentales", dejando bien sentado el balanceo subsiguiente entre la energía y la debilidad de su carácter.

x

De nuevo vemos a Darío al frente de un diario semioficial en Gua~ temala, titulado "El Correo de la Tarde", que, una vez terminado el con El Salvador, se convirtió en periódico literario en el"cual colaboraban valiosos elementos de Centroamé rica, entre ellos Enrique Gómez Carrillo, quien coincidió más tarde con su director, en París y en Madrid, con alternativas amistosas y de feroz despego hacia nues­ tro Poeta. Habían transcurrido siete meses desde su matrimonio civil, cuando tuvo lugar la ceremonia religiosa, que las circunstancias descritas pro- longaron excesivamente. " Por su carácter anecdótico, demostrativo, en parte, del ambiente de desenfreno político y francachelas en que se desarrollaba la vida de Rubén, consignamos su gran amistad con "la mano fuerte" de la situa­ ción guatemalteca de entonces, el general Cayetano Sánchez, sostenedor del presidente Barillas, "militar joven, temerario y aficionado a los al­ coholes", de los que Darío comenzaba también a ser buen catador. Sucedió que una noche de juerga se organizó una comilona en la cual se bebió con exceso, y el general estuvo a punto de ordenar que fuese abatida a cañonazos una de 131s torres de la Catedral, sin más razonamiento de que "ofrecía un lindo blanco". Se salvó la torre embo­ rrachando del todo al general, con la excusa de que "antes tenían que celebrarlo", improvisando Darío unos versos sobre el asunto. El diario que dirigía nuestro hombre -seguramente por motivos económicos- dejó de publicarse, y con ello agotóse la fuente deingre­ sos. Tuvo que marchar a Costa Rica, donde su esposa tenía alguna fami­ lia. Allí nació su primogénito y fue la madrina la esposa del ministro español Arellano.

293 En la progresiva República hermana halló muchas amistades e inti­ mó con personas de gran predicamento intelectual, pero tuvo que retor­ nar, solo, a Guatemala "para ver si encontraba allí manera de arreglarse una situación".

XI

La Fama, esa dama huidiza y caprichosa, otorgaba sus favores al errante poeta y sempiterno soñador y salióle al paso de su situación nombrándole el Gobierno de Nicaragua miembro de la delegación que enviaba a España, con motivo de las fiestas del centenario de Cristóbal Colón. Sin tiempo para despedirse de su mujer, embarcóse en el trasatlán­ tico .español "León XIII", en compañía de Fulgencio Mayorca, su com­ pañero de delegación. Su deseo de conocer Europa e ir a la Madre Patria se vió cumplido. Hospedóse en Madrid en el "Hotel de las cuatro Naciones" y allí conoció al coloso de las letras hispanas Menéndez y Pelayo. Hizo también amistad con Castelar, quien ya le preconizó entonces la "futura influencia de los Estados Unidos sobre las Repúblicas americanas" --que el Poeta ana­ tematiza más tarde en un poema-o Asimismo asistió a las famosas ter­ tulías literarias de doña Emilia Pardo Bazán y de don Juan Valera, y trató a multitud de personajes e intelectuales españoles, que a su vez pudieron conocer de cerca y admirar las dotes de Rubén, como reno­ vador de la lírica hispana, a la que insufló nuevas cadencias, especial­ mente después de su estancia en París, bajo la influencia directa de Verlaine y los "simbolistas". Conoció en Madrid a Zorrilla, el famoso poeta creador del Tenorio, de cuya obra renegaba, vendida a precio irrisorio a un editor que se enriquecía con ella, mientras el autor vivía miserablemente, hasta el punto de que Castelar pidió a las Cortes le fuera concedida una pensión a. título de "propietario del cielo azul, en donde no hay nada que comer", lo cual no consiguió. Cánovas del Castillo, Núñez de Arce y muchos otros famosos, fueron tratados por Darío, que en la Villa y Corte lo pasaba muy bien y sin grandes apuros económicos, a cuenta del cargo de delegado oficial de Sil país. Entre otros agasajos fue invitado a tomar parte en una velada lite­ raria, recitando un poema dedicado a Colón. El otro actuante era el joven y ya afamado orador don José Canalejas, más tarde Presidente del

294 Consejo de Ministros, vilmente asesinado por un anarquista en la Puerta del Sol, mientras contemplaba el escaparate de una librería. De regreso a Nicaragua, en una escala del barco en Cartagena de Indias, Darío hizo una visita al ex Presidente de la República y célebre poeta Rafael Núñez, quien le prometió gestionarle un nombramiento de Cónsul General de Colombia en Buenos Aires. La vida familiar de Rubén Darío había quedado pospuesta por los acontecimientos reseñados. Su sino era el peregrinar poético bajo la alta comba del cielo y ser poseedor de la riqueza innúmera de los diamantes estelares...

XII

De nuevo en Nicaragua recibe, a poco de llegar, la noticia del falle­ cimiento de su esposa, ocurrido en la ciudad, para él proscrita, de San Salvador, debido a su enemistad con los Ezetas. Aquí aparecen una serie de nebulosas en cuanto se refiere al aspecto íntimo y familiar del ilustre nómada, pues resulta que su concuñado, el banquero Ricardo Trigueros, hubo de hacerse cargo de su hijo, sin conocerse detalles fehacíentes acerca de la subsiguiente crisis del Poeta, otra vez en Managua sin apenas recursos, pues se le debían sueldos atrasados y aferrándose, como último consuelo, a las nefastas bebidas alcohólicas. Estas le llevaron a un estado de continuo delirio que le puso muy enfermo, hasta el punto de que tuvo que cuidarlo su madre y una hermana a quien no conocía y que vio por primera vez en tales circunstancias, al pie del lecho. Lo antedicho lo consigna muy a la ligera Darío en sus notas auto­ biográficas, así como habla de "una página dolorosa de violencia yen­ gaño", al ocurrirle a las horas "el caso más novelesco y fatal de su vida". Corre sobre ello un velo de misterio, cuya "página romántica y amarga" sólo conoce, a su decir, el diplomático y escritor mejicano Federico Gamboa. Los llamados en Psicología "espacios llenos", con su variedad que acciona la totalidad de los sentidos, haciendo fluir el espíritu con agra­ dable acompañamiento de auras sensitivas, transformáronse en Rubén, según parece, en la depresión aneja a los que, como él, tienen el "rasgo volitivo" con signo de debilidad, tan distinto de cuando se produce el alza en la curva depresiva, donde el proceso mental se distribuye en partes iguales y que proporciona especialmente al artista la serena abs­ tracción de donde nace de forma intuitiva la obra de arte. Rubén Darío acudió, en tales circunstancias, al engañoso auxilio del

295 alcohol, en vez de serenar su espíritu con otras distracciones, en las que incluso resulta conveniente compaginar la vida física en contrapo­ sición con los recuerdos melancólicos, hasta el logro, por lo menos, de su más rápida atenuación. Pasada la crisis, se encuentra Darío en Panamá, con el prometido nombramiento de Cónsúl General de Colombia en Buenos Aires en su bolsillo; a cuya credencial se acompañaba una buena suma de sueldos adelantados. El hecho de tal nombramiento -al socaire de normas legales de ciudadanía- y el homenaje que se le tributó en Nueva York, de paso para Colombia, por los elementos hispanoamericanos residentes en aque­ lla gran metrópoli, demuestran que Darío era ya considerado como una bandera desplegada al viento de las inquietudes intelectuales de América española, grímpola esperanzadora, con afanes donde proliferan todavía iniciativas de conexión de tipo cultural y económico, a compás de las puras esencias nacidas de un destino común, abonado por la religión y el lenguaje. A tal consecución contribuyó mucho Rubén, y por ello es merecedor de que se le estudie, dej ando a un lado los baches de su caminar y considerando la excelsitud de su lira de oro, cuyos arpegios armoniosos recrean las mentes y despiertan los corazones; habida cuenta de que el mundo puede salvarse del caos a que nos tienen abocadas tantas belicosidades, a través del espíritu, con su secuela de poetas, mú­ sicos y artistas de toda índole, enderezando, de tal modo, tanta torcedura y haciendo recto y seguro el caminar.

XIII

El optimismo de Rubén estaba en lo más alto de su curva ascendente. En Nueva York fue obsequiado con un banquete donde predominaban los elementos cubanos, presididos por el gran poeta revolucionario José Martí ("en un carro de hojas verdes, que me lleven a enterrar"). Ambos se conocieron y mutuamente se estimaron, como no podía menos de suceder. Resulta curioso el periplo que realizó nuestro poeta, haciendo pasar caprichosamente por Buenos Aires el meridiano de París; o sea que, después de realizar algunas visitas y excursiones en Nueva York, "tomó el vapor y se fue para Francia, con cuya capital soñaba desde niño, hasta el punto de que, cuando hacía sus oraciones, rogaba a Dios que no le dejara morir sin conocer París". Los elogios a París alcanzan en él cate-

296 goría de ditirambo, al afirmar que aquella ciudad era para su gusto "como un paraíso en donde se respirase la esencia de la felicidad sobre la tierra; ciudad del Arte, de la Belleza y de la Gloria, y, sobre todo, la capital del Amor, reino del Ensueño". En París se encontraba ya instalado su amigo Enrique Gómez Ca­ rrillo, a quien Darío fue enseguida a ver, presentándole aquél a varios intelectuales bohemios con quienes realizaron diversas correrías noctur­ nas por el Barrio Latino, abusando del alcohol. Uno de sus deseos era conocer y tratar a Verlaine, el viejo fauno poeta, de fama mundial. Cierta noche, en uno de los cafetines que frecuentaba el maestro, fue a éste presentado, he hizo Rubén un gran elogio de su persona, en su mal fran­ cés, concluyendo su perorata con la palabra "gloire" a flor de labio. Entonces el viejo poeta le dijo, al tiempo que golpeaba fuertemente la mesa con el puño y apurando luego su vaso de ajenjo: "la gloire! ... la gloire! ... M...M... encore". El simbolismo literario estaba en su apogeo, de cuyo movimiento eran conspicuos seguidores Charles Morice y lean Moréas, el cual, siendo griego de nacionalidad, había trocado su ampuloso apellido. La vida de París se presta ciertamente a toda clase de excesos, y en el terreno del arte y el amor halló Rubén la medida que podía calmar aquella su "sed de ilusiones infinita". En su afán de apurar su copa hasta la hez, perjudicó su salud, em­ barullando sus ideas, aunque asimiló bastante de la poética francesa, que más tarde hubo de servirle para inculcar nuevos giros idiomáticos a su estilo. Como se le iban acabando los "rollos de águilas", se hizo preciso pensar en su viaje a Buenos Aires, donde debía posesionarse de su cargo consular. Así que partió, acompañado de un valet holandés que le ofreció sus servicios, rasgo psicológico éste, que viene a aumentar su entusiasmo por las ideas de grandeza. En el hotel donde se hospedó a su llegada a la capital bonaerense fue saludado por numerosos amigos, y la prensa del país habló de él con el mayor afecto.

XIV

El cargo de Cónsul le daba poco trabajo, pues apenas existían moti­ vos de reciprocidad entre Colombia y la República Argentina, y pudo reanudar su afición a las tertulias literarias, tan en boga en toda América hispana.

297 Dirigía "La Nación" Bartolomé Mitre, hijo del célebre general, a quien debía Darío el cargo de corresponsal en Europa y que en Buenos Aires trocó por el nombramiento de colaborador de aquel gran rotativo. Las mejores páginas en prosa de Rubén se pueden hallar en la colección del diario, referida a aquella época. Allí inició una serie de semblanzas bajo el título de "Los Raros", que se convirtieron más tarde en un libro. En él desfilan diferentes figuras de poetas y artistas poco conoci­ dos, descritos quizá con excesivo entusiasmo, cosa que era habitual en el Poeta durante las euforias que sucedían a los ratos de depresión. El mismo ha dicho que "el entusiasmo es una virtud juvenil, que siempre ha sido productora de cosas brillantes y hermosas; mantiene la fe y aviva la esperanza". La sustancia gris del cerebro de Rubén debía estar seguramente muy desarrollada, elevando su vida psíquica sobre los demás; pero también captando, al no poner vallas a su pensamiento, todas las negruras del pesimismo que siempre le acompañaron, dejando deplorablemente caer en la balanza "el peso de su cuerpo". Le servía, no obstante, siempre de válvula de escape la relación existente entre determinadas zonas de su masa pensante y las funciones psíquicas anejas a la mayoría de los poetas; seres distintos que se elevan por encima de la masa, para intuir algo emanado de excelsas regiones, con demostración de estar poseídos de un sexto sentido, a veces de índole profética y guiadora. Aquel su "talento descubridor", pese a los engaños rememorativos de que da muestras su autobiografía, le proporcionaba a veces una im­ presión de lo "ya antes conocido", una nebulosa de misterio que resta idoneidad a sus narraciones de tipo histórico o personal, referido, natu­ ralmente, a su yo agazapado en regiones del espíritu. En el "Yo" de los poetas algo piensa por ellos, al socaire del yo como propiedad del individuo en su vida de relación social. Conviene hacer hincapié en ese aspecto de los sentimientos, fanta­ seados o reales, que tanta escaramuza sostuvieron en el numen de Daría, para llegar a comprender cuál era su verdadera condición que le llevó a la plasmación de excelsos pensamientos.

xv

En Buenos Aires nacieron sus "Prosas profanas", versos alumbrados en concomitancia con los que el Poeta llama "paraísos artificiales". El nuevo estilo traspasaba los dogmas académicos y, según su propia con-

298 fesión, causaron, al aparecer primero en periódicos y después en libro, "gran escándalo entre los seguidores de la tradición". Hay que tener en cuenta que de mucho antes Daría estaba imbuido del ambiente del si­ glo XVIII francés, concretando sus lucubraciones en la poesía "Era un aire suave", con la risa reiterada de aquella "divina Eulalia, que ate­ soraba las flechas de Eros, el cinto de Cipria y la rueca de Onfalia". Pone de manifiesto, especialmente en su poema "Divagación", "su gran sed amorosa", que nunca le sació, y en cuanto a su célebre "Sonatina" se lamenta con razón, de que algún compositor no le hubiera puesto música, característica esta, la de la musicalidad de sus poesías, que mantiene en toda su extensa producción, aleccionando con ello a tanto poeta actual, que transforma el verso en esfuerzo mental y a menudo incomprensible, falto de su principal triple alianza: el rítmico consonante, la musicalidad inherente y, por supuesto, la elevada inspiración. A través de sus andanzas, esparcía Daría su semilla poética. Las ciudades, los ambientes, la amistad y las mujeres iban inspirándole las más diversas sensaciones, reflejadas por ese hombre sensitivo, provisto de una cultura nada común, adquirida durante muchas horas de lectura y plena asimilación. Su "voluntad" de hacer poesía estaba separada com­ pletamente de la otra vulgar y corriente, que era casi nula en cosas materiales. En el primer aspecto "volitivo" manifestaba sin duda una "primera resolución", que ponía en práctica acto seguido, como algo parecido a si tuviera que arrancarse una espina del corazón, ese corazón suyo sangrante y palpitante, convertido en tales casos en un precioso estuche de aljófar, guardador constante de las mejores joyas poéticas, legadas generosamente a la posteridad. Ese aspecto de su voluntad queda asimismo registrado en psicología, incluso del modo "intenso" con que el poeta expulsa de su centro afectivo la materia prima, para cogerla en el aire y modelarla con su peculiar y grandiosa manera, de acuerdo con el temperamento y también con sus particularidades relacionadas con los movimientos reflejos e instintivos, que no dejan de tener cierta relación entre su vida orgánica y su vida psíquica.

XVI

La gula, los amoríos y los licores constituían, abusando de ellos, sus mortales enemigos, juntamente con un desbordamiento vanidoso de si­ tuarse entre los dioses del Olimpo. Esto último le sirvió, sin embargo, para estudiar a fondo la Mitología y ser "prohijado por Erato, desdeñoso

299 de Pluto, de Marsías amado", como decimos en nuestra "Oda", a Daría dedicada, glosando en ella su estancia en Mallorca, su "Isla de Oro", y que va a constituir la segunda parte del presente estudio. Rubén trató de explicar el proceso y la manera que usaba para el alumbramiento de sus poesías, afirmando que ello "exigiría bastante exégesis"; pero en realidad correspondía, como sucede a todo poeta, a su estado de alma, que está a veces por encima de las miserias físicas, que en Rubén constituían lago silencioso donde en tales casos no bogaba cisne alguno, debido en gran parte a su egolatría y espíritu de "nabab". Su contagioso calor humano le llevaba muchas veces a cultivar im­ premeditadas amistades, que le causaron desazón. En algunos casos saca­ ba de ello jugo, que mantenía en vilo su afán de aventuras y experien­ cias, o sea que le proporcionaba material narrativo, como ocurrió con la historia que nos cuenta del abate francés Claude, con quien intimara después de colgar aquél sus hábitos. Ello seguramente le inspiró aquella poesía tan musical que reza:

"La princesa Eulalia, risas y desvíos, daba a un tiempo mismo para dos rivales: el vizconde rubio, de los desafíos, y el abate joven, de los madrigales."

Rubén tiene siempre frases cariñosas para sus congéneres, aunque se tratase de poetas mediocres, y así quedan fijados en sus memorias mu­ chos nombres que yacerían en el más completo olvido, de no haber sido generoso con ellos. La fama "que con lazo cazó" es algo sumamente escurridizo y de extraña configuración, y él fue uno de sus elegidos, aunque otorgaba a cada quisque, como es de ley, sus grados de valor respectivo, distribuyendo, en contra de una mala costumbre que aún perdura, sus monedas de oro, con la efigie valiosa de la pura amistad. A estas alturas de su obra, afirma el poeta: "no entrábamos por el simbolismo y decadencias francesas, por cosas d'annuncianas, por prerra­ faelismos ingleses y otras novedades de entonces". El había sacado ya su jugo de tales experiencias, a su debido tiempo, y su modernismo era muy personal y deliciosamente poético. Rubén Darío propugnaba una nueva manera, distinta de lo que lla­ maba "dogmatismo hispano, anquilosamiento académico y pseudoro­ manticismo" y por ello se juntó en Buenos Aires con otros jóvenes ico­ noclastas que propugnaban nuevos modos y que llegaron a fundar un Ateneo para enraizar sus ideas, "agitando palmas y verdes ramos en ese advenimiento".

300 XVII

Lo "misterioso del mundo" gravitaba sobre él, produciéndole a me­ nudo una "falta de afianzamiento en su sacudido y atormentado orga­ nismo". Y cayó enfermo, teniendo frases de sincero agradecimiento para tres médicos que "salvaron su vida", sin entrar en más detalles acerca de su enfermedad que, a juzgar por su modo de vivir hasta aquí relata­ do, tal vez un doctor experto nos pudiera diagnosticar. Pasó una temporada de reposo en Bahía Blanca, "renovando su san­ gre, adquiriendo fuerzas y fortificando sus nervios". Y "gozó, entre gentes sencillas y nada literarias, los más tranquilos días de su existen­ cia". Ello constituía la primera edición de lo que le ocurrió, en cuanto a goce de paz y tranquilidad, años después, en la paradisíaca isla de Mallorca, como relataremos. Cuenta Pío Baroja, con su aplastante sinceridad, que así como hay en España varios miles de pintores y otros artistas que viven de su trabajo, existen en cambio poquísimos escritores, y mucho menos poetas. que puedan sostenerse materialmente. Cosa parecida le ocurrió durante toda su vida a Rubén Darío. En Buenos Aires tuvo que buscarse un empleo complementario de secretario particular del Director General de Correos y Telégrafos, cumpliendo allí "cronométricamente" con sus obli­ gaciones. El halo misterioso que rodeaba su persona le llevó al estudio de las ciencias ocultas, separado completamente de toda idea religiosa, aunque el trémolo de una lucecita interior le llevaba a ver alumbrada la apenas entrevista figura de su madre, y en especial su otra madre adoptiva que le inculcara en su niñez ideas ortodoxas. Abandonó tales ensayos por prescripción médica, pero siempre fue amigo de observar "la pre­ sencia y la acción de las fuerzas misteriosas y extrañas, que aún no han llegado al conocimiento y dominio de la ciencia oficial". Como ocurre a muchas personas adultas, sintió simpatía por la vida del circo y trabó amistad con el famoso "clow" inglés Frank Brown, a quien dedicó diversos escritos y poesías, como aquella que comienza:

"Frank Brown como los Hanlou Lee sabe lo trágico de un paso de payaso y es para mí un buen jinete de Pegaso."

301 El color, el riesgo y el espíritu alegre constituían a veces gozosos acompañantes que disipaban algo su melancolía. Como gran sensitivo, gozaba lo que podía de la vida, sin detenerse demasiado en atar alianzas. Su pecho estaba siempre abierto a una esperanza, que a menudo se con­ vertía en desespero. Una de las descripciones del trabajo del payaso constituye estampa de antología.

XVIII

Al terminar la guerra entre España y los Estados Unidos, el diario "La Nación", a cuya plantilla pertenecía, le envió a España para infor­ mar sobre "la situación en que había quedado la Madre Patria", em­ barcando el 3 de diciembre de 1898 y desembarcando en Barcelona, des­ pués de feliz travesía. Es de notar que esta vez puntualiza Darío sobre fechas concretas, cosa que no ocurre en otras ocasiones, sin que ello quiera decir que constituya pecado, pero hubiera resultado de mucha utilidad a sus bió• grafos. Clasifica a los catalanes en dos categorías: "el soñador, que siempre es un poco práctico, y el menestral, que siempre es un poco soñador". Tenía para juzgar el criterio inapelable de su adaptación a los sentidos, de la cosa juzgada, y de ese modo califica de "voluptuosas" a las mujeres catalanas, lo cual no deja de ser, expresado así, de modo tan rotundo, una ligereza. En lo que sí acierta plenamente es en la actitud irrespon­ sable de los políticos de aquel entonces, que "parece que para nada se diesen cuenta del menoscabo sufrido y agotan sus energías en chicanas interiores, en batallas de grupos aislados, en asuntos parciales de par­ tidos, sin preocuparse de la suerte común, sin buscar el remedio del daño general, de las heridas en carne de la nación". En Madrid reanudó amistades de alto fuste, encontrando en física ruina a los pocos escritores, poetas y políticos que había conocido anteriormente, entre ellos Castelar, Valera, Campoamor, Menéndez y Pelayo..., aparte de los ya desaparecidos. Trabó nuevos conocimientos en la tertulia de la Pardo Bazán y andu­ vo de "charra" con sus amigos por la capital de España, con "inenarra­ bles tenidas culinarias", de "ambrosías y, sobre todo, de néctares".

302 XIX

Desde las columnas del diario "La Nación" sostuvo criterio en con­ tra del antifrancesismo de Unamuno, de quien, no obstante, dijo -pese a la calificación de aquel terrible vasco de que al Poeta "se le veían 'Sus plumas de indio"- "que era indudablemente un notable vasco ori­ ginal". Con tal motivo y otros muchos queda demostrada la simpatía de Rubén hacia la cultura francesa; inclinación que perdura todavía en la República Argentina. Obsérvese el estilo libérrimo, en cuanto a contextura de su lenguaje, tanto en prosa como en verso, no exento de giros idiomáticos de una gran calidad, que usaba Daría cual sutiles pinceladas en alas de mari­ posa; estilo que le llevó a escribir su anatema: " i De las Academias, líbranos Señor!" Se jactaba Rubén de haber roto los moldes viejos, "esparciendo entre la juventud los principios de libertad íntelectual y personalismo artístico, que habían sido la base de una vida nueva en el pensamiento y el arte de escribir". A punto de ser inaugurada la Exposición de París de 1900, recibió orden de "La Nación" de trasladarse a la capital de Francia, lo cual le venía de perlas, pues su olfato ultrasensible no le permitía gozar por mucho tiempo del perfume de una misma flor. La atención, punto central de nuestra vida consciente, no le iba bien a nuestro bardo nicaragüense, aunque su manera abstracta le servía de cimiento para edificar el palacio de fantasía que consiguió ubicar a su antojo.

XX

En París se hospedó en casa de Gómez Carrillo, quien le aconsejó que "con los oros frescos que traía hiciese dos partes, "una, la pequeña, para vivir, y la otra para gastar alegremente", receta que le complació mucho a Daría y que puso en práctica inmediatamente. Más tarde, al dejar Carrillo la casa, se quedó con ella, agregándose de huésped el gran poeta y respetado amigo mejicano Amado Nervo, autor de un magnífico libro de recuerdos de París titulado "El éxodo y las flores del camino". Nos habla de nuevo Rubén de sus alucinaciones, muchas de ellas provocadas por las excentricidades del pintor belga Henri Grunx, con-

303 tertulio de la casa, que se le aparecía de pronto al lado de la cama, "envuelto en un rojo ropón, con capuchón y todo". Daría tenía ciertamente espíritu infantil, saturado de ideas prima­ rias de tipo ancestral, y así sufría por cosas que pueden ser borradas, al modo consciente, con la misma rapidez con que se espanta a una mosca de un papirotazo. Pero no había remedio para sus males, co­ menzando a declararse durante su permanencia en París su estado neu­ rótico, que le llevaría prematuramente al sepulcro, casi al filo de su medio siglo de vida. Iba informando a su diario acerca del gran acontecimiento de la Exposición, que para él constituía "un deslumbramiento míliunanoches• ca" y "se sentía más de una vez en una pieza, Simbad y Marco Polo, Aladino y Salomón, mandarín y daimio, siamés y cow-boy, gitano y mujick." Tanto en su prosa como en su poesía, gustaba de intercalar palabras rebuscadas y raras, si resultaban brillantes y sonoras, que proporciona­ ban giros bellísimos al idioma español. Conoció en París a Osear Wilde, de quien hace encendidos elogios como gran poeta y hombre de mundo, aun en su época desgraciada, embargadas sus obras en Inglaterra y sin los amigos que otrora le adulaban. Aprovechando la proximidad de Italia, hizo un viaje a aquel inte­ resante país del Arte, visitando rápidamente diversas ciudades. De su visita al Santuario de Montenegro, en Ardenza, deducimos que, siquiera de un modo autómata, si no tenía fe religiosa, por lo menos se acordaba de rezar alguna vez, manera eficaz para recobrarla; pues confiesa que ante la imagen de la Virgen rezó una avemaría. En Roma fue presentado al Papa León XIII, de feliz recordación por su gran labor cristiana y social, dedicándole "un largo himno en prosa". La otra cara de la moneda con la que circulaba por el mundo consistió en hacer rápidas amistades con gente de pluma y de pincel, que encontró en la Ciudad Eterna, con las que reanudó su vida de noctámbulo empedernido. Cuenta él mismo cómo una noche fueron a "un lugar campestre, situado a orillas del Tíber, en donde sonreían rosadas tiberianas". Les dieron "un desayuno ideal y primitivo: pollos fritos en clásico aceite, queso de égloga, higos y uvas que cantara Vir­ gilio, vinos de oda horaciana. Y las aguas del río, y la viña frondosa que les servía de techo, vieron naturales y consecuentes locuras".

304 XXI

Por su condición de poeta integral, en muchas ocasiones se elevaba su atención sensorial hacia regiones del espíritu que le proporcionaban gran potencia connoscitiva, o sea, que veía las cosas color de rosa. y para él como si lo fueran, como le sucedía al sublime loco Don Quijote de la Mancha, que veía gigantes en lo que no eran más que molinos. Los factores fisiológicos le proporcionaban asimismo un movimiento libre de las imágenes, lo cual no dej aba de estar en relación con la fantasía, que le otorgaba una involuntaria fuerza de atracción, hacién­ dole ver y gustar de aquellos "quesos de égloga, higos de Virgilio y vinos de Horacio". De nuevo en París, siguió la misma "vida de café, con compañeros de existencia idéntica, y derrochaba su juventud sin economizar los medios de ponerla aprueba". Andaba, como casi siempre, mal de fondos y tuvo que vender mise­ rablemente varios libros. Su cargo consular de Colombia no suena para nada, aunque sí consta que -debido a sus llamadas o por modo espon­ táneo- fue nombrado Cónsul de Nicaragua en la capital francesa. Cierta estrella providencial guiaba los malos pasos del bardo. Indu­ dablemente ostentaba una valía como poeta, que le era reconocida, y aún hoy en su tierra natal, país de buenos poetas, es considerado con razón el maestro indiscutible. Pero otros artistas de gran valía, que no importa ahora mencionar, tuvieron menos suerte en cuanto a los me­ dios económicos, que su arte sólo no les podía proporcionar. Con los nuevos devengos y el importe de sus crónicas para "La Nación", continuó su vida parisién, que abandonaba durante los ar­ dientes veranos, saliendo incluso para diversas ciudades de Europa, incluida España. En una aldea española conoció a la que más tarde hubo de ser su báculo y sostén, Francisca Sánchez, fiel admiradora de su persona como hombre, a la cual dedicó tres poemas, terminando en uno de ellos con la emocionante súplica de niño temeroso:

" j Francisca Sánchez, acompáñame"!

Dicha mujer, muy anciana, falleció hace pocos años y gracias a ella pudieron conservarse valiosos documentos rubenianos que han ido a en­ grosar un Archivo-seminario rubeniano radicado en Madrid. Veraneando en Budapest le ocurrió una singular aventura con unos

305

20 rufianes que, con tretas de juego, le despojaron de buena suma de dinero, juntamente con un amigo mexicano llamado Felipe López, Total, que seguía siendo el hombre ingenuo de siempre, ávido de sensaciones y gozador de la vida a su manera. En Nicaragua se acordaban de él y le fue comunicado el nombra­ miento de secretario de la delegación nicaragüense a la Conferencia Panamericana de Río de Janeiro, saliendo, en compañía del jefe de la citada delegación, don Luis F. Corea, para Brasil. Tuvo que regresar en seguida, por motivos de salud, a Buenos Aires, de cuya estancia en la gran ciudad de tan clara estirpe hispana queda­ ron reflejadas sus impresiones en multitud de trabajos y poesías de mérito.

RUBEN DARlO EN MALLORCA

A tan alto nivel de su vida humana y de producción literaria ya muy abundosa, de vuelta a París y haciendo un paréntesis, en el invierno de 1906-1907 realizó Rubén Darío su primer viaje a Mallorca, la que él denominaría "La Isla de Oro". El contraste entre la vorágine parisién y la calma, en aquel entonces, de que gozaba la isla, glosada por Santiago Rusiñol en su famoso libro "La isla de la calma", debió producir, sin duda, un gran impacto en el alma del Poeta. Tomando textualmente sus propias impresiones, expresóse del tenor siguiente: "Fui a pasar un invierno en la encantadora Palma de Mallorca. Visité las poblaciones interiores; conocí la casa del archiduque Luis Salvador, en alturas llenas de vegetación de paraíso, ante un mar homérico; pasé frente a la cueva en que oró Raymundo Lulio, el ermitaño y caballero que llevaba en su espíritu la suma del Universo. Encontré las huellas de dos peregrinos del amor, llamémosle así: Chopin y George Sand, y hallé documentos curiosos sobre la vida de la inspirada y cálida hembra de letras y su nocturno y tísico amante. Vi el piano que hacía llorar íntima y quejumbrosamente el más lunático y melancólico de los pianis­ tas, y recordé las páginas de Spiridion:" Vivió por aquel entonces Rubén Darío en una "villa" cerca del caserío de El Terreno, hoy barrio residencial de Palma.

"que se alza entre las flores de su jardín fragante, con un monte detrás y con la mar delante."

306 Con lo que antecede queda descrita someramente su visión de con­ junto que la isla mediterránea le proporcionó. Si tenemos en cuenta que el movimiento libre de las imágenes está en relación con la energía psicofisica, siempre inestable -al decir de los tratadistas-, pues depende de causas que abarcan desde el cansancio hasta la disminución del flujo sanguíneo, notaremos que nuestro poeta no consigue calar muy hondo en el paisaje, que, no obstante, es seguro que deslumbró su mirada. Su cansancio físico resulta manifiesto. Venía de París "en tren ex­ preso", para embarcar hacia una isla que ya gozaba entonces fama de bella y hospitalaria. Y, como en el poema de Campoamor, con desen­ gaños a cuestas, sin "plan ni saltos", con la fantasía sin ganas de for­ mar imágenes intuitivas y vivas, sin aquel carácter de mariposeo crea­ dor de optimismo. Más bien se hallaba en disposición de escribir ende­ chas, que no cuajaban tampoco en su mente. Resulta, pues, difícil averiguar exactamente los primeros pasos del poeta por la isla, que más adelante le inspirara crónicas aladas, una novela y, especialmente, unas poesías con todas las gamas en la escala de méritos intrínsecos. Pero, a juzgar por sus someros apuntes autobi­ gráficos entabló amistades, entre ellas la del que debía ser luego su gene­ roso anfitrión, el culto prócer mallorquín don Juan Sureda Bimet y su magnífica esposa doña Pilar Montaner, excelente pintora; los cuales le acogieron paternalmente seis años después, en su mansión de Valldemo­ sa, conocida por el "palacio del rey don Sancho". A esta pintora ilustre le dedicó, en su segunda visita a la isla, ade­ más del conocido soneto sobre los olivos milenarios "que ella pintó", unas estrofas de despedida en las que involucra una copla que, según Rodríguez Marín, es de autor anónimo.

XXII

Ibase calmando la neurosis que corroía a Darío, debido al sol, la calma y el aire puro de la isla, pero su Musa seguía en cierto modo aletargada, aunque, como es de rigor, cruzaban por su mente veleido­ sidades imaginativas coartando su libertad y espíritu de evasión. Las sacudidas de París le hurtaron el bienestar contemplativo, así que, apartándonos de la intrincada selva de sus pensamientos, dejare­ mos en interregno lo concerniente a una primera estancia que pudiéra­ mos llamar de tanteo; pues lo contrario nos llevaría a minuciosas inves-

307 tigaciones de dudoso resultado y que no hacen al caso; siendo objetivo del presente estudio analizar la psicología de Rubén Daría en cuanto a su persona -análisis que no será nunca exhaustivo- como hombre y como poeta, con aportación de datos relativos a su estancia en Mallorca y obra realizada en la isla, aspectos éstos que pueden desarrollarse con más fijeza y amplitud, a raíz de su segunda estancia, realizada en 1914. La especie de letargo poético a que hemos aludido, que ya había experimentado Daría en otras ocasiones, parece queda cubierto, al decir del amigo suyo Enrique Gómez Carrillo, que le visitó en Mallorca por aquel tiempo, con un largo poema titulado "El Chimborazo", del que no queda huella alguna. De esta su primera estancia de Rubén en Mallorca quedan, sin em­ bargo, los poemas "Pájaros de las islas" y "La caridad", así como con­ siguió centrar en su poesía "Hondas" el legendario asentamiento en Mallorca de los célebres honderos baleares, con aquellos versos que comienzan así: "Yo soñé que era un hondero mallorquín."

En la isla y por aquel entonces, termínó su larga "Epístola a la se­ ñora de Leopoldo Lugones", cuya gestación abarca el periplo Anvers, Buenos Aires, París y Mallorca, de cuyas costumbres habla con encen­ dido elogío para lamentarse diciendo:

"¿Por qué mi vida errante no me trajo a estas sanas costas antes de que las prematuras canas de alma y cabeza hicieran de mí la mezcolanza formada de tristeza, de vida y esperanza?"

Así quedaría compensada la inactividad poética a que hemos aludido, de acuerdo con su síndroma de ansiedad, fluctuando su afán entre lo físico y lo moral y deseos de paz que alternaba en mal hora con el influjo de una sociedad a la que se había dado con exceso, con su cohorte de pecados capitales, oscureciendo la clara metafísica.

XXIII

Llegó Rubén Daría por segunda vez a la "Isla dorada", donde "libre de las garras de hechizo de París", pudo gustar "la gracia virgiliana del ámbito mallorquín, que le devolvía "paz y santidad".

308 Fue instalado por don Juan Sureda en su palacio de Valldemosa, villa encantadora, verdadero paraíso de Mallorca, de nombre moruno, situada a 17 kilómetros de Palma, la capital. La exquisitez femenina de doña Pilar Montaner, esposa del anfitrión y exquisita pintora, gravitó sobre el alma y la carne del poeta, apaci­ guando su espíritu y fortaleciendo su cuerpo, a cuyo bienestar dedicó siempre Rubén frases de vivo agradecimiento. Era don Juan Sureda, al cual hemos tratado amistosamente durante largo tiempo, al igual que a su esposa doña Pilar, un hombre muy culto y de temperamento epicúreo. Dotado de una memoria prodigiosa y ha­ biendo leído mucho, prodigaba entre sus oyentes, pese a su sordera, los frutos de su erudición, lo cual contrastaba en cierto modo con el modo de ser, a veces taciturno, de su ilustre huésped, más dispuesto al diálogo leve que maternalmente le proporcionaba la esposa. Las habitaciones del poeta consistían en varias antesalas y un dor­ mitorio con amplia y cómoda cama de estilo mallorquín, y desde la ven­ tana se veía un colosal panorama con verdes luj uriantes. En la calma de aquel retiro apacible y en tan amigable compañía, comenzó Rubén a escribir las páginas de una novela a la que tituló "Oro de Mallorca", donde pensaba hacer "fiel relato de su vida y entu­ siasmos en esa inolvidable joya mediterránea"... Como hemos dicho, se encontraba Daría en otro momento de laxitud intelectual, aumentada por el cumplimiento del consejo que le diera doña Pilar, de no tomar ni una sola gota de alcohol. Tenía el poeta a su servicio directo una antigua y vigilante criada de la casa, conocida por "Madó Francina", y las primeras semanas las pasó el huésped en plan de verdadera recuperación moral y corporal. El sol mallorquín y la calma de aquel paraíso, elegido anteriormente por Chopin y Jorge Sand y lugar preferido de aquel archiduque errante que se llamó Luis Salvador de Austria, obraron el milagro de resucitar en el bardo el placer del tacto de su lira, que pulsó de nuevo con entu­ siasmo, creando el magistral poema "La Cartuja", cuya gestación cono­ cemos directamente, al modo confidencial, por boca de la propia doña Pilar, que nos la contó personalmente. En uno de sus viajes por el extranjero, el matrimonio Sureda-Mon­ taner adquirió un hábito blanco de cartujo, con la idea de hacerlo servir de mortaja. Hablando un día de ello con Rubén y el poeta Osvaldo Baúl, que les acompañaba, se empeñó éste en que lo vistiera Daría; atuendo que sirvió más adelante para inmortalizar su efigie el gran pintor Vázquez Díaz.

309 Una noche; enfebrecido, el huésped salió de sus habitaciones llevado del toque de gracia de la inspiración, que le transfiguraba, y poniéndose el hábito de cartujo comenzó a pasearse por el claustro, dándole vueltas en su cerebro a las majestuosas y profundas estrofas del poema, tan popularizado, que así comienza:

"Este vetusto monasterio ha visto, secos de orar y pálidos de ayuno, con un breviario y con un Santo Cristo, a los callados hijos de San Bruno."

A las tantas de la madrugada quedaba terminada una de sus más bellas producciones, que leyó con voz pausada y peculiar acento a doña Pilar, el día siguiente, muy de mañana, en homenaje a aquella señora a la que tildó certeramente de "mujer suprema y comprensora feliz del arte". La llegada de Rubén a la isla fue seguida de una serie de visitas capitaneadas a menudo por su promotor, el periodista Pedro Ferrer Gibert, que se complacía en propagar por doquiera el honor que signi­ ficaba para Mallorca tener a Rubén Darío como huésped, toda vez que se hallaba en el cénit de su fama. La vida del excelso porta-lira transcurría de manera plácida, con algunas escapadas del brazo de Epicuro y en compañía de don Juan Sureda, que se complacía en abrumar al huésped con su erudición; suscitándose a veces entre ambas discusiones bizantinas, a la par que amistosas, de índole intelectual e histórica; todo ello alternado con unos estupendos arroces a la marinera y otras yerbas de excelente degusta­ ción, rociadas con buen vino. En su segunda visita a la isla, además de los poemas mencionados, escribió Darío "Danzas gymnesianas", "Donde nació Raymundo", un envío poético "a Remy de Gourmont", "Sueños" (dedicado a su amigo mallorquín Miguel Moya), "Valldemosa" y, probablemente, "Pequeño poema de carnaval", aparte de un tríptico de cuartetas dedicadas a Micae­ la Moner, Tona Moya y Antonia Quintana, respectivamente.

XXIV

En Palma se organizo un homenje a Darío en la forma, tan prodi­ gada, de una comida. Ya habían tenido ocasión de conocerle buen nú­ mero de personalidades de las artes y las letras, entre ellos Rusiñol, Una-

310 muno, Gabriel Alomar y Juan Alcover. Este último, que ya se había pasado del castellano al catalán, leyó a los postres un magnífico poema en honor del homenajeado, que llevaba por título "L'Hoste", y Darío recitó algunas de sus poesías.

xxv

El demonio del alcohol y de la concupiscencia acechaban el bienestar del poeta con cantos de sirena, que doña Pilar, siempre vigilante, trataba de conjurar, hasta el punto de mezclar en el vino que se servía en las comidas grandes dosis de agua clara. Rubén dióse cuenta de ello y co­ mentó donosamente : "El Evangelio nos habla de que Jesús, en cierta ocasión, convirtió el agua en vino; pero nunca he oído decir que fuera al revés, o sea convertir el vino en agua." Hacía Darío frecuentes viajes a Palma, solo o acompañado. Echaba personalmente sus cartas al correo, realizaba algunas compras y gustaba de entretenerse observando usos y costumbres de la ciudad patriarcal de principios de siglo, con una calma efectiva. También hacía parar su carruaje, que conducía un tal "Maní", de Valldemosa, en la plaza de abastos, sita en la Plaza Mayor de Palma, que hasta hace pocos años aparecía con pintoresquismo de zoco árabe, llena de tenderetes. Un hijo de don Juan Sureda, llamado Juan y buen amigo nuestro, ya fallecido, nos ha relatado que, siendo niño, a veces acompañaba al poeta, quien un día adquirió en el citado mercado dos grandes melones blancos, transportándolos al carruaje, llevando gozosamente uno en cada mano, calzadas ambas con elegantes guantes pajizos. Gustaba de dar sus paseos por los aledaños de Valldemosa, visitando a menudo las magníficas posesiones del Archiduque, situadas entre el mar y la montaña, arrodillándose un día en el mirador de "Ses Pitas", ante una maravillosa puesta de sol. Decía a menudo: "iCuánta paz, Señor!" y tildaba de "gran órgano de la Naturaleza" el rumor producido por las olas al estrellarse contra el singular peñasco en forma de pez colosal, conocido por "Na Forada­ da", decorando magníficamente aquella sublime costa de Miramar, cer­ cana a Valldemosa, Pero también le placía ir a la ciudad con la diligencia de "Maní", pues allí estaba lejos de toda vigilancia y bebía del verde ajenjo en com­ pañía de Rusiñol y otros artistas que así entretenían su tedio, viej o mal de los creadores de arte y pensadores, que sienten la necesidad de

3D agruparse para no caer en el vacío de nefandas sombras, aspecto éste analizado modernamente bajo el nombre de "psicodrama". En "Ca'n Tomeu" (local ubicado cerca del paseo del Borne y que aún subsiste, reformado) se reunían Rubén y sus amigos, al lado de las columnas "cuasi jónicas", pues así las bautizó Rusiñol, vistas a través del humo de su cachimba. El alcohol avivaba las discusiones para luego caer, fatalmente, en un estado de insatisfacción que puede llenar, no obstante, la lucubración artística. Aquí viene a cuento una anécdota de tipo personal: Cierto atardecer de invierno iba quien esto escribe, siendo muchacho, con su padre, el fino escritor y secretario que fue de la Cámara Oficial de Comercio, don Antonio Vidal Vaquer. Salíamos ambos de las oficinas de dicho organis­ mo, situado cerca de "Ca'n Tomeu", cuando vimos a un grupo de mo­ zalbetes tirando pelladas de barro de la calzada a un hombre corpulento que andaba tambaleándose. Mi padre ahuyentó a los gamberros (aunque no se usaba entonces esta palabra) al tiempo que salían de la tertulia otros amigos, que recogieron al beodo. Mi padre comentó conmigo, des­ pués: "Ya ves a lo que conduce el vicio de la bebida. Este hombre que has visto escarnecido dicen, sin embargo, que es un buen poeta llamado Rubén Darío".

XXVI

Después de las tormentas psíquicas venían días de calma en Vallde­ mosa, aunque volvieron, de vez en cuando, las alucinaciones y fantasmas nocturnos. Aseguraba el huésped que un noche se le apareció el demonio en forma de macho cabrío. Y todavía se conservan en las habitaciones que ocupara Darío unas huellas, al parecer de pezuñas, que a título de cu­ riosidad enseña a los visitantes el actual propietario del palacio, don José María Bauzá de Mirabó. Cierta noche, desesperado, fue el huésped a despertar a "Maní", ins­ tándole para que le llevase a la ciudad, pues había la consigna expresa en toda Valldemosa de no dejarle beber ni una sola gota de vino. Llegado a Palma, encontró disuelta la tertulia de "Ca'n Tomeu" y cerrados todos los cafés y establecimientos de bebidas. Con ánimo de­ caído fueron indagando, él y el cochero, hasta conseguir que en una farmacia que permanecía abierta le vendiesen una botella de vino tónico. Aquella fue la momentánea salvación, pero al final convirtióse en una borrachera tremenda, que le hizo confundir a Rusiñol, con quien se topó,

312 con el apóstol San Pedro, al que pidió, arrodillándose, le permitiera la entrada al cielo. Anécdotas, leyendas e incluso historias, al no poder ser documental­ mente explicadas, pierden mucho de su valor, pues la vida y la obra de Rubén Darío, incluyendo su estancia en Mallorca, adolece de falta de da­ tos fehacientes, aunque los hasta ahora recogidos permiten aureolar su figura como la de un gran poeta de la Hispanidad, profundamente huma­ no, con sus grandes virtudes y sus grandes defectos. De modo que no vamos a seguir por el camino de unas vicisitudes en las que cabe toda suerte de modificación, para adentrarnos en el análisis de su producción poética, que en Mallorca redondeó con poemas tales como "La cartuja" y "Los motivos del lobo" (que solía recitar magistralmente don Juan Sure­ da), imbuido de las ideas religiosas que le renovara la innata bondad de doña Pilar, su anfitriona, hasta el punto de que Rubén se avino a tener una entrevista, con visos de confesión general, con un sabio jesuita de la Residencia de Palma, que quedó en propio del caso. En la isla escribió otros poemas, algunos de menor cuantía y de circunstancias, y un mal día desgajó de un tirón las raíces que comen­ zaban a atarle a una vida tranquila -que no rimaba con su modo de ser- embarcando en el vapor "Rey Jaime 1" rumbo a Barcelona, donde residió algún tiempo, en contacto con la vida y el bullicio de la gran ciudad mediterránea, cual era su sino, y en época crucial que le hiciera escribir aquellos versos:

"Juventud, divino tesoro, ya te vas para no volver, cuando quiero llorar, no lloro, y a veces lloro sin querer."

En un chalet con jardín y huerto de la calle Tiziano n.? 16, de la Ciudad Condal, se instaló el poeta, y allí cultivó buenas amistades, en contraposición con otras tortuosas. Conoció al gran periodista y escritor mallorquín Miguel de los Santos Oliver, con quien comentó muchas cosas de Mallorca. Reanudó su amistad con Rusiñol y trató de cerca a Eugenio D'Ors, Pompeyo Gener, Menéndez y Pelayo, Rubió y LIuch, Juan Maragall, e intimó con un tal Rahola, de quien recibió Darío, al parecer, grandes favores.

313 XXVII

El 25 de octubre de 1914 salió Rubén Darío de Barcelona, invitado para dar una serie de conferencias en Nueva York, de las que pudo solamente pronunciar dos, pues cayó enfermo, agravándose en Guatema­ la su dolencia, de carácter psíquico y físico; cediéndole el Presidente de aquella República una hacienda de su propiedad para reponerse, cosa que no consiguió, emprendiendo viaje a su tierra natal de Nicara­ gua, donde se agravó, teniendo que ser operado por su amigo y gran cirujano doctor Debayle. No hubo remedio para sus males, y el 6 de febrero de 1916, a las diez de la noche y a los cuarenta y nueve años de edad, fallecía el gran poeta "de la rima preciosa", rindiéndosele honores de ministro y des­ filando ante su cadáver, durante cinco días consecutivos, miles de pai­ sanos suyos, en olor de multitud, antes de ser inhumado en la catedral de León, en un sarcófago guardado por dos leones de mármol. Los mejores poetas de la Hispanidad le dedicaron una corona poética con sentidos versos, lo cual es prueba irrefutable de la gran valía del poeta. Nicaragua le dedicó un bellísimo monumento en mármol de Carrara, situado en un hermoso parque, y Mallorca le tiene otro erigido en el hermoso Paseo de Sagrera, a iniciativa del autor del presente estudio, y en cuyo plinto están grabados los últimos versos de la Oda dedicada a Darío por el mismo autor. El monumento en Palma de Mallorca fue inaugurado en mayo de 1950, con asistencia del embajador de Nicaragua en España Dr. An­ drés Vega Bolaños, el Cónsul general en Barcelona Dr. Ernesto Selva Sandoval, quien esto escribe en su calidad de Cónsul de Nicaragua en la capital de las Baleares, y todas las autoridades civiles y militares de la isla. La sobrina carnal del poeta, Rosa Turcios Darío, de Vaquero, recitó algunos de los poemas de Rubén en el acto de descubrir el monumento, ante nutrido concurso al aire libre, frente a aquel "mar latino donde dijo su verdad" y que tantas veces le tendió su mano amiga al errante y extraordinario poeta que tanto amó a Mallorca, el bardo de las "pie­ dras preciosas", como le calificara su gran amigo Amado Nervo a raíz de su muerte terrena.

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