Departamento De Filosofía
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DEPARTAMENTO DE FILOSOFÍA EL PODER Y LOS SIGNOS. BAUDRILLARD Y LA INCERTIDUMBRE DE LA CRÍTICA DAVID P. MONTESINOS MARTÍNEZ UNIVERSITAT DE VALENCIA Servei de Publicacions 2003 Aquesta Tesi Doctoral va ser presentada a Valencia el día 29 de Novembre de 2003 davant un tribunal format per: - D. César Moreno Márquez - D. Salvador Feliu Ribes - D. Ángel Prior Olmos - D. Xabier Puig Peñalosa - D. Manuel Jiménez Redondo Va ser dirigida per: D. Sergio Sevilla Segura ©Copyright: Servei de Publicacions David P. Montesinos Martínez Depòsit legal: I.S.B.N.:84-370-5823-6 Edita: Universitat de València Servei de Publicacions C/ Artes Gráficas, 13 bajo 46010 València Spain Telèfon: 963864115 EL PODER Y LOS SIGNOS. BAUDRILLARD Y LA INCERTIDUMBRE DE LA CRÍTICA. David P.Montesinos Martínez 1 INTRODUCCIÓN 2 Un mapa de trabajo La idea de esta investigación arranca de la lectura de un artículo titulado Oublier Foucault, publicado en 1977 por Galilée. Su autor, Jean Baudrillard, respondía por aquel entonces a la etiqueta de posestructuralista -se le vinculaba también a los “situacionistas- y se le situaba como discípulo de Roland Barthes, haciéndose equivaler el barthesiano proyecto de semiología del modo de consumo al alumbrado por el Baudrillard de aquella época como “crítica de la economía política del signo”. En aquellos años Michel Foucault se encontraba ya en la cima de su gloria académica, de manera que la provocativa consigna transmitida por el artículo -“olvidar a Foucault”- unida al hecho de proceder de la misma tradición filosófica, hizo que Baudrillard adquiriera para bien o para mal la notoriedad que, acaso injustamente, se le había negado por sus trabajos anteriores. Más de dos décadas después nos hemos decidido a reivindicar el valor y la actualidad de aquellas escasas cien páginas, no sólo por lo que explícitamente contienen, la declaración de obsolescencia de la tradición genealógica, encarnada en Foucault, sino también por el campo de referencias que nos permiten diseñar en torno a él, un espacio desde el que pretendemos vislumbrar una de las problemáticas más interesantes de la filosofía actual. En otras palabras, este trabajo se propone reconstruir los principios y valorar la vigencia del ataque lanzado sobre Foucault en 1977, cuyo modelo de “ontología del presente”, en su vertiente conocida como genealogía del poder, debería su “insólita perfección” -según Baudrillard- al hecho de situarse en los “confines de una época”, lo cual quiere decir que Foucault estaría pensando nuestro tiempo desde el utillaje conceptual propio de un mundo ya en extinción. Desde esa visión se entiende que el modelo de la teoría crítica, declaradamente seguido por Foucault -aunque situándose más allá o más acá del sujeto trascendental del kantismo- estaría viendo descomponerse los elementos de su análisis en la sociedad actual, definida como del consumo, la simulación, los media y las redes informáticas. Podemos hacer un enfoque todavía más preciso de la cuestión formulándola en clave de pregunta: si damos por supuesto que Foucault ni siquiera en sus estudios menos historiográficos deslizó sus investigaciones hacia la cultura del consumo y la informática, ¿debemos concluir que ello se debe a una insuficiencia subsanable o que, como pretende Baudrillard, es constitutivo del modelo foucaultiano -y del modelo crítico en general- el no poder habérselas con todo este novedoso entramado histórico? En el primer caso, habríamos de concluir en que no hay razón para atender a la consigna baudrillardiana de 1977; lejos de olvidar a Foucault, sería conveniente ampliar los términos de su análisis para aplicarlos a aquellos dominios que, por razones de formación intelectual, interés personal o del tipo que fueren, no llegó el autor a atender. En el segundo caso, no sería tanto cuestión de enterrar el pensamiento de Foucault como de reconocer con Baudrillard la situación de 3 callejón sin salida en la que eso a lo que tradicionalmente hemos llamado pensamiento crítico se encuentra en nuestros días. Ante este dilema es muy fácil para nosotros inclinarnos hacia la primera opción: no hay razón para “olvidar”, el gesto foucaultiano en la historia del pensamiento contemporáneo se reconoce como cada vez más trascendente y no puede ser tranquilamente eludido. Todavía menos puede darse por sentenciada la tradición crítica en general. Siguiendo la senda del propio Michel Foucault, que en sus últimos tiempos se esforzó en situarse dentro de ella, advertimos que el pensamiento crítico constituiría genuinamente el proyecto filosófico de la modernidad, desde el sujeto trascendental de Kant y el espíritu absoluto de Hegel hasta la dialéctica de la Ilustración de los francfurtianos, pasando por la crítica de la ideología burguesa de Marx y la sospecha en torno a los valores metafísicos de Nietzsche. Dice Foucault, oculto bajo el seudónimo de Maurice Florence: “Si Foucault está realmente ubicado en el hogar de la práctica filosófica, es dentro de la tradición crítica de Kant y su obra bien podría llamarse una historia crítica del Pensamiento. [...] Si por pensamiento se postula un sujeto y un objeto en sus varias y posibles relaciones, una historia crítica del pensamiento sería un análisis de las condiciones bajo las cuales ciertas relaciones entre el sujeto y el objeto se forman o modifican hasta el punto de que éstas son constitutivas de un posible conocimiento (savoir)” 1 Labor nuestra será mostrar las razones de la autoinclusión de Foucault en esa línea intelectual, pero es algo que en cualquier caso Baudrillard parece dar por sentado sin grandes titubeos. Y es que, a su entender, Foucault no merece el olvido por no haber sido suficientemente crítico -como podría aducir un marxista ortodoxo-; tampoco por constituir un frente de ataque a la razón con desembocadura forzosa en el relativismo y la irracionalidad -como nos haría ver algún discípulo de Habermas o Apel-. No, en realidad, los textos foucaultianos son “teoría crítica” en toda regla -reconoce Baudrillard-, pero si hay que olvidar a Foucault es precisamente por eso, porque él y su analítica del poder constituyen el último confín de un modelo de pensamiento que se ha desfondado, de manera que su operatividad ya solamente puede simularse. “Algo nos dice, pero entre líneas, en segundo plano, en esta escritura demasiado bella para ser verdadera, que si es posible hablar por fin del poder, de la sexualidad, del cuerpo, de la disciplina, con esa inteligencia definitiva, y hasta en sus más delicadas metamorfosis, es que, por algún sitio, todo esto está desde ahora caduco, y que si Foucault puede establecer un cuadro tan admirable es porque opera en los confines de una época (quizá la “era clásica” de la que sería el último gran dinosaurio), que está en vías de desaparecer definitivamente.” 2 Nosotros consideramos que esta hipótesis, formulada en su sentido estricto, es inaceptable. Y si tratamos de fundamentar la ubicación de Foucault en la filosofía como teórico crítico es porque estamos convencidos de que tanto esa tradición como el discurso del autor francés continúan siendo productivos. Claro que esto parece difícilmente discutible y, por ello, demasiado fácil. Si nos limitáramos a decirle que no a Baudrillard, su presencia esencial en esta investigación sería incluso deshonesta por nuestra parte: hubiera sido tan sólo el pretexto para persuadir al lector de la grandeza del autor al que critica. Pero esta operación nos merece poco interés, y además ya se ha hecho sobradas veces de forma superficial -y bastante ácida- por los biógrafos de Foucault, los cuales -casi siempre entregados incondicionalmente a la glorificación del maestro- acostumbran a resolver el affaire 4 Baudrillard con descalificaciones similares a las que en su momento dirigió Foucault a quien en 1977 escandalizó a “los foucaultianos” al reivindicar la conveniencia de olvidarle.3 Pues bien, nosotros estamos muy poco dispuestos a olvidar a Foucault, pero tampoco creemos que la propuesta de Baudrillard merezca ir sin más al cesto de los papeles. Creemos que Michel Foucault ha abierto sendas al pensamiento que es conveniente e incluso necesario explorar, y que su investigación sobre el sujeto, el saber, el poder y la ética, articulan el discurso filosófico más compacto, fecundo y -¿por qué no decirlo?- corrosivo de las últimas décadas. Y sin embargo también creemos que Baudrillard sigue un rastro bueno cuando se sirve de un filósofo de moda -al que además admira profundamente- para advertirnos del peligro mortal que corre el pensamiento crítico en la presente coyuntura histórica. No refutaremos nuestra propia creencia sobre la trascendencia del pensamiento foucaultiano aceptando sin más el pesimismo que se deriva de la apuesta realizada por Baudrillard. Entendemos que la teoría crítica continúa apareciendo como la única salida viable para un proyecto filosófico que renuncie a convertirse en modelo legitimatorio de las prácticas de poder, que habrán de ser desenmascaradas como “de dominio”, para lo cual consideramos que la lectura de Foucault es enormemente elucidatoria. Y, sin embargo, esa convicción no nos impide vislumbrar otra igualmente importante: el pensamiento, entendido como construcción de conceptos capaces de orientar la resistencia desde la intelectualidad, está seriamente amenazado en la sociedad actual -llámese a esta postmoderna, postindustrial, mediática o de consumo-, y para habérnoslas con tal problema Baudrillard nos es imprescindible. Suscribimos en este sentido el punto de partida de Mark Poster, quien perseveró en la lectura de Foucault por las mismas razones que nosotros: “Mi interés por Foucault se debe a que el marxismo ya no suministra, a mi juicio, las bases de una teoría crítica de la sociedad. Mi preocupación sobre este punto fue creciendo por la incapacidad del materialismo histórico para explicar de manera adecuada estructuras de dominación en la sociedad moderna, [...]” 4 Pero la cuestión no es descalificar el análisis marxista, ni siquiera para subrayar una apuesta personal, sino destacar el hecho de que Foucault, no sólo se inserta dentro de la tradición crítica, sino que también es capaz de ofrecerle salidas nuevas.