Una Aida a Medio Gas
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Mundoclasico.com jueves, 3 de noviembre de 2016 AUSTRIA Una Aida a medio gas JESÚS AGUADO Cuando el aficionado se acerca a la Wiener Staatsoper, Viena, domingo, aparte de tener que esquivar a la manada de revendedores 9 de octubre de y ofertadores de visitas guiadas vestidos con extrañas 2016. Wiener Staatsoper. capas, lo hace sabiendo que se acerca a uno de los teatros Giuseppe Verdi. con una mayor tradición dentro del extraño mundo de la Aida. Libreto de Antonio ópera, y por lo tanto, que tiene unas ciertas garantías de Ghislanzoni. que lo que va a ver y a oír va a tener un buen nivel Nicolas Joel, general. Pero claro, el aficionado, si consigue diseño de producción. Carlo Tommasi, dirección de escena. Jan Stripling, definitivamente sobrevivir a las hordas revendedoras y Coreografía. Kristin Lewis, Aida. Fabio llega a la sala del teatro, puede llevarse un soberano Sartori, Radames. Violeta Urmana, Amneris. Sorin Coliban, Ramphis. chasco. Porque chasco es la única palabra que me viene a Ambrogio Maestri, Amonasro. Ayk la mente al repasar la representación de Aida del pasado 9 Martirossian, Rey. Jinxu Xiahou, Heraldo. de octubre. Nada, o casi nada, de lo que allí ocurrió acabó Caroline Wenborne, Sacerdotisa. Coro de la Wiener Staatsoper, Thomas Lang, de cuajar, al menos, insisto, no al nivel que uno espera de director. Wiener Staatsorchester. Marco la Ópera de Viena. Armiliato, director musical. Ya desde los primeros compases, la dirección musical del maestro Marco Armiliato sonó plana, sin el más leve atisbo de gracia. La Orquesta de la Ópera de Viena sonó bien, no faltaba más, no es que hubiera desajustes ni fallos, pero se limitó a seguir una batuta mecánica, que no fue capaz de encontrar en una partitura como la de Aida ni un detalle interesante. Lo único que parecía querer demostrar el maestro es que era capaz de hacer que la orquesta sonase muy fuerte. Mucho. Muy, muy fuerte. El que hubiera gente cantando en el escenario le debía parecer un hecho anecdótico, nada a lo que prestar una atención especial, no iba a ponerse a controlarles el volumen a los profesores de la orquesta por un quítame allá un Radamés. El resultado es fácil de imaginar: cantantes a menudo desgañitándose para intentar hacerse oír por encima de aquella batalla sonora. Y tampoco es que la mayor parte del elenco vocal estuviera especialmente brillante, aparte de la guerra contra el brutal volumen de la orquesta. Kristin Lewis tiene una voz peculiar; de fácil agudo, tiene tramos en el registro medio con muy poco volumen, y dado el maremoto sonoro de la orquesta resultaba difícil de oír. Por el contrario, en el registro más grave abusa de la voz de pecho, con un timbre más propio de Amneris que de Aida. Tiene facilidad para los agudos en pianísimo, que utiliza con profusión, pero no siempre con total acierto: muchas veces el ataque de la nota lo realiza con un sonido excesivamente plano y sin colorear, que da una impresión de afinación imprecisa. Se esforzó, con todo, por dar un cierto relieve al personaje, y cuajó algunos momentos de intensidad dramática. Fue muy aplaudida, al igual que Violeta Urmana en el papel de Amneris, que seguramente fue la mejor del trío protagonista. Urmana, como es bien sabido, tiene un timbre peculiar, tal vez no excesivamente bello pero sí enormemente eficaz. Su vibrato puede resultar quizás algo molesto, pero desde el punto de vista dramático fue la única que consiguió insuflar vida real a su personaje; no hablaremos aquí de ortodoxia vocal porque equivocaríamos el camino, hablemos pues de entrega, de pulsión dramática, de agudos un tanto gritados, y si además echamos un vistazo al contexto vocal y musical de la representación, concluiremos que Violeta Urmana fue probablemente lo mejor que se vio en la Aida vienesa. Fabio Sartori sustitía al tristemente desaparecido Johan Botha. Ofreció una interpretación plana del general Radamés. Decir que un Radamés va de menos a más, aparte de hacer una especie de verso ridículo, implica que el “menos” coincidió con Celeste Aida, que es el gran momento de gloria para el tenor. Es bien sabido que el aria es una especie de declaración de guerra al intérprete, pues tiene que ejecutarla nada más salir al escenario y con tan solo un par de frases para calentar la voz, pero así es como lo dispuso Verdi, qué se le va a hacer. Sartori hizo una faena bastante tosca con ella, con un agudo final más que dudoso. A partir de ahí, y sin que su interpretación pase a la historia, digamos que mejoró un tanto, por lo menos vocalmente, ya que como actor siguió siendo un general bastante plano. Con todo, estuvo mejor que Sorin Coliban como Ramphis, cuyo único mérito en la representación del domingo 9 fue gritar como poseído por algún siniestro dios egipcio. Un vibrato exageradísimo para una voz de bajo que precisamente en el registro más grave perdía completamente timbre y volumen. Lanzó un par de agudos estrangulados, y en conjunto, ofreció una impresión bastante pobre. Quiero pensar en algún tipo de indisposición, pero no se comunicó nada al respecto. Ambrogio Maestri era Amonasro, el padre de Aida, y sin duda fue la voz masculina más solvente de las escuchadas en la velada. Amplia, de timbre potente pero agradable, y sin recurrir a gritos ni a excesos para hacerse oír ni para intentar dar dramatismo a su personaje. Su papel no es demasiado largo, por desgracia, pues demostró ser un cantante con un muy buen nivel. Ayk Martirossian fue un rey completamente irrelevante. Agradable la invisible sacerdotisa (ni siquiera salió a saludar) de Caroline Wenborne. Tampoco es que el Coro de la Wiener Staatsoper, dirigido por Thomas Lang, estuviera particularmente brillante en sus intervenciones, sobre todo en la tumultuosa escena de la marcha triunfal y la llegada de los prisioneros etíopes, en la que más bien contribuyó a aumentar el barullo sonoro. Insisto, no es que desafinaran o estuvieran desajustados; se trata, como en el resto de los aspectos de la representación, en el nivel que se le supone a una entidad como la Ópera de Viena, y que se echó Momento de la representación de 'Aida' de Verdi. Dirección musical, Marco Armiliato. Dirección escénica, Nicolas Joel. Viena, Staatsoper, ampliamente a faltar. Y lo mismo ocurrió octubre 2016 © Wiener Staasoper, 2016 con el ballet, con unas coreografías firmadas por Jan Stripling poco inspiradas e imaginativas, tendiendo en algún momento casi a lo vodevilesco, con tanto brillo y tanta pluma. La producción, original de Nicolas Joel con Carlo Tommassi como responsable de la puesta en escena, fue bastante clásica, con el tipo de decorados y figurines ambientados en el antiguo egipto que todos esperamos ver en Aida, con algún toque quizás un tanto “jugendstilizado”, pero elegante y agradable en todo momento. Lo que no fue agradable en casi ningún momento fue la dirección escénica y actoral, si es que tal cosa existió. Cantantes estáticos hasta el hieratismo, no sé si buscado para acentuar su parecido con bajorrelieves de la época; si fue así, cosa que dudo, desde luego el efecto no se consiguió, transmitiendo simplemente una sensación de algo trasnochado. La escena con Amneris y sus esclavas cuando llega Aida fue como ver una fotografía: un montón de mujeres vestidas de egipcias y sin casi mover un músculo, algo completamente poco natural. Claro que, cuando se intentaba que hubiera movimiento, casi era peor: la escena de la marcha triunfal resultó una verdadera barahúnda. De entrada, la escenografía no dejaba demasiado espacio para mover grandes masas de coro o figurantes. De ahí que la entrada de los mismos, en filas, por unos escalones que subían desde el fondo del escenario, con los recargadísimos atuendos que portaban, recordase a un desfile de moros y cristianos de alguna localidad del levante español. Una fila de bailarinas con túnicas doradas nos llevaba, de golpe, a algún cabaret de no muy buena reputación. Soldados, estandartes, prisioneros etíopes, bailarines, sacerdotes, el rey y Amneris encaramados a unas sillas acarreadas por los correspondientes portadores, aquello parecía la arena de Verona sin elefantes. Un despropósito descomunal en el que era prácticamente imposible no perderse. Tampoco la escena de la tumba, en la que veíamos a Radamés y a Aida como a través de un corte en la piedra en la que nos hubieran instalado un cómodo mirador de vidrio, resultó convincente en absoluto. Un chasco más en la noche de los chascos; una representación en la Ópera de Viena que no estuvo ni de lejos a la altura de lo que se espera de una representación en la Ópera de Viena. © 2016 Jesús Aguado / Mundoclasico.com. Todos los derechos reservados.