Estrategias Del Diálogo En Las «Novelas Ejemplares»
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CRITICÓN, 81-82, 2001, pp. 331-342. Estrategias del diálogo en las Novelas ejemplares Jean-Michel Laspéras Universidad de Provence, Aix-Marseille I Como reza el prólogo de las Novelas ejemplares1, la lectura «de todas juntas, como de cada una de por sí» ha de considerarse como clave esencial para cualquier investigación sobre el libro cervantino. Así se revela la extensa variedad de formas que reviste el diálogo y cómo con ciencia acertada pone Cervantes todos los recursos dialógicos al servicio no sólo de la narración sino también de la categoría poética considerada por él como fundamental, el personaje. Llega a comprobar el lector cómo la red dialógica, con sus matices irónicos y dramáticos, alterna con discursos narrativos para agilizarlos y darles vida y cómo, por otra parte, al crear un juego de ecos, enlaza las novelas, las une y las opone en el marco de una estrategia que configura una ejemplaridad siempre cuestionada. No se pretende en el presente trabajo establecer una filiación más o menos directa entre las Novelas ejemplares y los Diálogos de Luciano el Samosata, los Coloquios de Erasmo u obras de Carolo Sigonio o de Bernardo Tasso; sólo daría lugar el estudio a reminiscencias o coincidencias más que a la revelación de una inspiración fácilmente asequible. Si desde otra perspectiva se reflexiona sobre la pertinencia de una tipología o de una topología de las formas dialógicas en las Novelas ejemplares, ambos conceptos revelan sus límites en la medida en que presentan las doce novelas al diálogo en todos sus estados y formas, según la especificidad y la tonalidad del espacio narrativo en que se incluye y que a veces genera. Diversidad y variación que no se encontraban en la novela 1 Citamos por la edición de Harry Sieber, Cervantes, Novelas ejemplares, Madrid, Cátedra, 1980, 2 vols. (Letras Hispánicas, 105-106). 332 JEAN-MICHEL LASPÉRAS Criticón, 81-82,2001 corta italiana ni en los albores del género en la España del siglo xvi y de comienzos del XVII. En el libro cervantino, a cada secuencia novelesca corresponde una forma dialógica de contenido y finalidad variables, facilitada por la creación de personajes «gemelos» como lo son Andrés y Clemente en La gitanilla, Rinconete y Cortadillo en la novela epónima, Avendaño y Carriazo en La ilustre fregona, Cipión y Berganza en El coloquio de los perros. Su complementariedad no puede sino incidir en una unidad dialogal «compuesta de dos réplicas, una iniciativa, otra reactiva»2. Por otra parte, resultaría reductor contemplar el estudio de la remodelación y de la diversificación de las formas dialógicas que ostentan las doce novelas buscando las manifestaciones de una reflexión sobre la interlocución y su puesta a prueba en el marco de la ficción narrativa. Como ocurre tantas veces en la obra cervantina, no se ha pronunciado el autor al respecto. Improcedente sería además abordar el tema desde la sola faceta de la semántica y del léxico utilizado y sacar conclusiones de una supuesta «pobreza» del léxico introductor o de la escasez del metalenguaje, circunscribiéndose el primero al empleo de los verbos decir, a veces hablar o responder, sin la presencia de sinónimos o parasinónimos como en la obra de François Rabelais^, y el segundo a formas metalingüísticas como soliloquio, pláticas, razones, predicadores4. Si, inclinándonos a la invitación prologal del autor, consideramos las doce novelas ejemplares en su conjunto y tratamos de entrever una lógica y una estrategia en la economía del diálogo no como forma retórica sino desde la vertiente de los contenidos, el análisis autoriza a contemplar una vertebración y una aproximación a lo que está en juego en la escritura cervantina y que todos los sobreentendidos del prólogo no contribuyen a definir ni precisar. En Rinconete y Cortadillo, la economía de la novela se distribuye entre diálogo y relato, dominando a veces el último, mientras que, como en otras novelas ya citadas, dejaba esperar el carácter de gemelos de ambos héroes que la novela acudiera mayoritariamente a la interlocución. En la escena de «intronización» de Rincón y Cortado en la corte de Monipodio alterna un diálogo directo corto de pocas réplicas con otro indirecto de mayor amplitud, saturado de vocablos que remiten a tomas de palabra. Sirva de ejemplo esta página: —¡Alto, no es menester más! —dijo a esta sazón Monipodio—. Digo que esta sola razón me convence... —Yo soy dése parecer —dijo uno de los bravos. Y a una voz lo confirmaron los presentes... Él respondió que ... advirtiéndoles ... y los demás, con palabras muy comedidas, las agradecieron mucho. (I, pág. 216) 2 Sylvie Durer, Le Dialogue romanesque. Style et structure, Genève, Droz, 1994. 3 Véronique Zaercher, Le Dialogue rabelaisien. Le Tiers Livre exemplaire, Genève, Droz, 2000. 4 Respectivamente, El celoso extremeño, II, págs. 103 et 114; Rinconete y Cortadillo, I, págs. 216, 227; La fuerza de la sangre, II, págs. 79, 80; La ilustre fregona, El coloquio de los perros, II, págs. 79, 80, 311. EL DIÁLOGO EN LAS NOVELAS EJEMPLARES 333 En estas líneas, el diálogo, vivo, animado, cumple con su función tradicional, la de dinamizar el relato y presentar la tonalidad del mismo e incluso, como si fuera acotación, de informar del estado anímico de uno o de varios personajes. En El celoso extremeño, la comunicación que se establece entre Leonora y la servidumbre revela cómo se apropia la joven esposa la tonalidad y el léxico de criadas y «dueñas de monjil negro» —«ronca como un animal» (II, pág. 124)—, lo que la aisla aún más del viejo celoso y justifica a posteriori y de modo simbólico la palabra soliloquio, cuyo empleo reiterativo ritma una parte del texto. Al manifestar el diálogo entre ama y criados su carácter entremesil, contribuye a preparar el desenlace y parte de la ejemplaridad de la novela enunciada en las últimas líneas. Como inversión de las perspectivas dialógicas, en el momento del desenlace, Carrizales no deja a nadie la posibilidad del «turno de palabra», y Leonora se queda muda o casi por el consabido motivo de su desmayo y por su voluntad de difícil aprehensión para nosotros de no disculparse en una de las escasas tomas de palabra del narrador hacia el narratario: Sólo no sé qué fue la causa que Leonora no puso más ahínco en disculparse y dar a entender a su celoso marido cuan limpia y sin ofensa había quedado en aquel suceso. (II, pág. 135) En El casamiento engañoso, la distribución del diálogo revela dos procedimientos. En el uno, más sencillo, actúa de «regulador»5 el licenciado Peralta al retomar las palabras del alférez Campuzano: —Bien se acordará vuesa merced, señor licenciado Peralta... —Bien me acuerdo —respondió Peralta. (II, pág. 283) El otro se sitúa después del casamiento del alférez con doña Estefanía y se puede emparentar con la tonalidad ya notada en El celoso extremeño. Aquí la dimensión entemesil del diálogo se debe primero al estatuto social de los personajes y al tema de la burla, rematado por la autorreferencia cervantina de Hortigosa, «la dueña que [Carrizales] llevó consigo»6, la cual, por tener el mismo nombre, remite a la vecina del Viejo celoso. Quizá sea La fuerza de la sangre la novela ejemplar de un diálogo que se podría calificar de «truncado», en la medida en que un personaje se dirige a otro presente que no contesta y cuya voz sólo existe a través del estilo indirecto que llena los intersticios de la comunicacón entre personajes: Con este pensamiento tornó a anudar razones que los muchos sollozos y suspiros habían interrumpido, diciendo... (II, pág. 80) Se defendió con los pies, con las manos, con los dientes y con la lengua, diciéndole... (II, pág. 81) 5 Catherine Kerbrat-Orecchioni introduce el concepto de regulador («régulateur»), el cual confirma al otro en su papel de hablante («L'énonciation», en De la subjectivité dans le langage, Paris, Armand Colin/Masson, 1997, págs. 186-187). 6 Novelas ejemplares, II, págs. 287-288. 334 JEAN-MICHEL LASPÉRAS Criticón, 81-82,2001 A esto replicó el padre... (pág. 83) Este mismo relato ofrece ejemplos de inversión de la perspectiva dialógica que se acaba de describir: La respuesta de Rodolfo a las discretas razones de la lastimada Leocadia no fue otra que abrazarla... (pág. 81) En su parte nuclear, la misma novela propone uno de los ejemplos más acabados de diálogo «truncado» en la escena de la famosa «confesión» —en el sentido más extenso de la palabra— de Leocadia en presencia de doña Estefanía. En presencia, pero a exclusión de la participación activa de la misma, ya que el parlamento iniciado por Leocadia alterna con una fase de discurso indirecto, manteniéndose el vínculo dialógico mediante acotaciones. Las unas son explícitas: «Admirada y suspensa estaba doña Estefanía escuchando las razones de Leocadia...» (pág. 88); otras, más bien implícitas, solicitan la participación del lector por las actitudes, expectativas, mímicas que sugieren, ya que como metalepsis retoma el discurso indirecto el contenido de la información narrativa: Y sin decirle ni replicarle palabra, esperó todas las que quiso decirle, que bastaron para contarle la travesura de su hijo, la deshonra suya, el robo, el cubrirle los ojos, el traerla a aquel aposento... (pág. 88)7 No contento con mantener y alargar un diálogo «a una voz», el relato va a abrir otro, de la misma índole, con la figura del crucifijo esta vez. Dirigiéndose a él y diciéndole de tú, lo toma Leocadia como testigo de su pasión hasta acabarse la tensión dramática creada en el desmayo —o sea el término del diálogo— de la protagonista. Como se ha notado en la literatura crítica relativa a la interlocución, todas estas notaciones y alternancias participan de la elaboración de la ficción y confirman al lector en la impresión de ser testigo y de ocupar un sitio privilegiado.