El Mal Metafísico [Microform]
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I ^^v ^'-^''^TWTyfpís^v^'r^rr '"BT-iTr. m«niiel oah/ei I ^ l^i M\ el nal melofísíco o edUoiial-lor H^K . '-4. ?^ ; f.^> &,",-- wí. ' *•*-.;. EL MAL METAFISICO m '^í ' ' ,mp».T' -^ 5?í»^iTr . ^^w?'^ poesía El enigma interior (agotado) Sendero de humildad (agotado) CRITICA E ideología El diario de Gabriel Quiroffa (agotado) El solar de la raza (11.500) La vida múltiple (agotado) El espíritu de aristocracia y otros ensayos La Argentina en nuestros libros (3.000) Este pueblo necesita (5.000) sociología La inseguridad de la vida obrera (agotado) NOVELA La maestra normal (16.000) El mal metaffsico (11.500) La sombra del convento (9.000) Nacha Regules (25.000) Luna de miel y otras narraciones (5.000) La tragedia de un hombre fuerte (agotada) His.toria de arrabal (8.000) El cántico espiritual (6.500) La Pampa y su pasión (8.500) Una mujer muy moderna (agotado) Miércoles Santo (5.500) Cautiverio (5.000) La noche toca a su fin (3.000) ESCENAS DE LA GUERRA DEL PARAGUAY 1. —• Los caminos de la muerte (12.000) II. — Humaitá (11.000) III. — Jomadas de agonía (9.000) ESCENAS DE LA ÉPOCA DE ROSAS El gaucho de "Los Cerrillos" (5.000) El general Quiroga (5.000) BIOGRAFÍA La vida de Fray Mamerto Esquiú (5.000) TEATRO El hermano (inédito) Nacha Regules El hombre de los ojos azules La Serpiente contra el Hombre (inédito) antología Los mejores cuentos (agotado) TRADUCCIONES Clerambault, de Romain Rolland (en colaboración con Roberto F. Giusti) ^"^^^s^^^rj^wp^^^- ^^"z^^'^^^x ^SrT^^^ '"^•^^^w^^'~ MANUEL CALVEZ EL MAL METAFISICO EDITORIAL TOR RIO DE JANEIRO 760 BUENOS AIRES ' ^1.):':' :r ::- i^f' ES PROPIEDAD •.. r.^v-;..:.;».!.- j 'j?í-»K;i»r>«?-a7;§», o • o 7 J f''~ »-::'. 'T: , PRIMERA PARTE Frente a su taza de café, Carlos Riga, en nn bar apacible, esperaba a sns amigos. Estudiaba Derecho, y se había iniciado, hacía poco tiempo, en la vida literaria. Se reunía todas las noches, con algunos co- legas de literatura y de ilusiones, en una Brasileña, y allí, con el penoso gasto de un café inspirador, pasaban largas horas definiendo la Vida, componiendo la Sociedad, maldiciendo al odioso filisteo que les ignoraba, y engañando la pobreza y la sed de gloria con fáciles ensueños vagoá. Pero como aquella noche Riga leería a sus amigos un flamante poema suyo, ha- bían acordado encontrarse en un lugar pacífico, lejos de las curiosidades burlonas de los colegas y de las miradas desde- ñosas del entonces célebre y ubicuo Celui-qui-ne-eomprend-pas. Eran las ocho y media y ee habían citado para las nue- ve. Muy temprano, antes que los demás pensionistas se le- vantaran de la mesa, Riga había salido de la casa de hués- pedes donde vivía. Le habían fastidiado en exceso las bromas de aquellos estudiantes sin dinero. Como era fin de mes, la I)enuria lógica de sus bolsillos les obligaba a quedarse en la casa, jugando al siete y medio, a un centavo el poroto, com- prometidos "bajo palabra" a pagar las deudas de esa noche al recibir los próximos sueldos o las pareas pensiones pater- nales. Y Riga que, prefiriendo sus tenidas literarias, jamás aceptara jugar, fué víctima esa noche de su vocación y de su Quimera. Se habían burlado de sus versos, de sus autores que- ridoS; de sus eamaradas. Y todavía, ya en el bar, recordaba ^ — 5 — I 1 55333 -aiSíf?:?"- MANUEL G A L V B e con indignación a Grajera, ál sinvergüenza Grajera, negro y feo como él solo, que, parado sobre una silla, con la servilleta en una mano, el tenedor en la otra, recitaba en tono lúgubre, estirando la geta, entre las risotadas de los huéspedes, aquella Sonatina en rosa y blanco que había hecho la reputación de Riga en tres o cuatro mesas de cafés. El bar de la calle Cuyo estaba solitario y melancólico. De loe picos de gas salían luces frías y tristes. Hacía calor, era Abril, y los vidrios, neblinosos de humedad, lagrimeaban perezosas go- tas de agua. Sólo había en el bar un parroquiano: un indivi- duo rubio, de chambergo en la nuca y pañuelo de seda en el pescuezo, que hablaba de las carreras, en voz alta y gangosa, con el mozo del bar. Riga, acodado sobre la meea, se miraba en un espejo que te- nía a su lado. Se encontraba interesante y simpático, con gran aire de artista; de cuando en cuando se quitaba el chamber- guito de alas cortas, arreglaba su corbata lá^alUére, se peinaba con los dedos la incipiente melena profesional. Su tipo era correcto, distinguido; tenía cara de inocencia, ojos grandes y un poco asombrados, labios finos, perfü muy suave y armo- nioso, cuello más bien largo que corto. Era un lindo mucha- cho, y no representaba, por su delgadez y su estatura mediana, por su falta de bigote y por algo de aniñado que había en su rostro y en sus maneras, los veinte años que acababa ahora de cumplir. Sacó de los bolsillos varios papeles y se entretuvo un buen rato revisándolos. Eran versos, estrofas comenzadas, filas de palabras aconsonantadas y cuyas líneas en blanco aguardaban pacientemente el difícil relleno que las convirtiera en versos. Había también argumentos de dramas, el plan de algún -acto, nombres de personajes, escenas delineadas. Halló el poema que leería a sus camaradas, y en voz baja, buscando gestos ade- cuados para subrayar los más bellos versos, comenzó a en- sayarse. —Créame, socio — gangoseó el carrerista golpeando el va- so contra la mesa, sin duda para dar más fuerza a su aserto; — es una fija para Pippermint, una fija... Riga le miró indignado; y como el hombre siguiera expo- niendo las razones de su sonora afirmación, tuvo que abandonar los versos. Tomó luego otro papel, y al tenerlo abierto ante los ojos hizo un gesto de desaliento. Acodado siempre sobro la mesa, sostenía la frente con una mano y en tal actitud mo- vía la cabeza tristemente. Era una carta de su padre y la ha- — tf — " j--j--:"7/- -*,''- :^' ."* ' -".: - ' >.• - ^'"r?r^¿^y-^M-^;i^~^' a 'r 'i7>™:''íí. --^¡i'y^- JcÁ^y^'r'^- ->^ EL MAL METAFI SIGO bía recibido aquella mañana. La leyó de nuevo, toda entera, por décima vez quizá. jAh, qué lucha la suya! Hacía pocos días, le había mandado a su padre, que vivía en Santiago, ciertos versos que publicara recientemente en el suplemento literario de Lía Patria. Para él era una suerte de consagración que aquel coloso del perio- dismo, tan exigente para admitir versos, insertara los suyos. Y habían tenido **un éxito colosal", no faltando, entre los con- currentes a la Brasileña, quien los reputara dignos de Ver- laine. Eran de una vaguedad, de una elegancia, de una dul- zura "enteramente nuevas en castellano", según afirmara el ruso Orloff. Y sin embargo su padre, desde Santiago, le es- cribía que se dejara de "pavadas" y estudiase. La luna, los parques y los ruiseñores no iban a salvar al poeta del cero «n Civü, con el que, como en los últimos exámenes que diera, los profesores justipreciarían su talento y su ciencia infusa. Riga quedó inmóvil, con los ojos vagos. ¿Por qué su padre le escribía así? ¿Cómo no comprendía que había en su hijo Tina vocación? ¡Pero ei el concepto de su padre sobre la lite- ratura era general en el país ! Todo el mundo consideraba como haraganes, inservibles, vividores, a los pocos altos espíritus que se consagraban a labrar la verdadera gloria de la Patria. jAsí premiaban el desinterés, el puro amor a la Belleza! í>os que, como él, sentían el don divino en el alma, no encontra- ban sino obstáculos en su sendero. Diariamente, en la Facultad, en la casa de huéspedes, entre las pocas familias que frecuen- taba, tenía que soportar la dura hostilidad del ambiente a sus ideales literarios. Las gentes despreciaban la literatura y le preguntaban, con sonrisa de lástima, ei todavía "le daba" por los versos. Recordó entonces, vagamente, su iniciación literaria. A los quince años y medio, terminados sus estudios secundarios en el colegio nacional de Santiago, la ciudad donde naciera, su padre, un procurador que veneraba religiosamente a los abo- bados y quería que su hijo fuese doctor, le llevó a Buenos Aires, para hacerle cursar Derecho. El era entonces un niño tímido, muy sensible, muy inteligente, muy nervioso. Su madre, que consideraba a Buenos Aires como un lugar de perdición, protestó, lloró con abundancia ante "el capricho" del procu- rador. Instalado Carlos por su padre en una casa de huéspe- des, se encontró solo, lleno de miedo, en la gran ciudad de sus esperanzas. En aquella casa hizo amistad con Mario Ardoino, wn muchacho salteño que estudiaba primer año de arquitectura- .¡^•i'íí'x' : M A N V E L G A Ia V E Z Frecuentaban los teatros por secciones, los cafés conciertos, la calle Florida. A fuerza de oír zarzuelitas, se apasionó por el gér nero. No hablaban sino de tiples, de autores, de cómicos, y se pa- saban las horas discutiendo acaloradamente sus preferencias. Ardoino, que leía mucho, le prestaba libros a Carlos y le hablaba con entusiasmo de algunos poetas argentinos jóvenes. Carlos, que desde las primeras clases había cobrado una invencible anti^ patía por la carrera jurídica, se dio a leer dramas y novelas». De la común afición al teatro, y, sobre todo, de la escasez de dinero, les brotaron una serie de zarzuelitas y petipiezas coq las que "ganaría ua platal". Y se pasaban los días, las sema- nas, de teatro en teatro, esperando en los vestíbulos largas toras a que les diesen la habitual respuesta: "vuelva la se- mana que viene".