Zig-zags : colección de artículos y poesías / Francisco López Leiva ; precedidas de una carta-prólogo de Manuel S. Pichardo. López Leiva, Francisco. Villaclara : Miranda, 1891. https://hdl.handle.net/2027/hvd.32044048083653
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LeivaFranciscoLópez HARVARD COLLEGE LIBRARY CUBAN COLLECTION
BOUGHT FROM THE FUND FOR A PROFESSORSHIP OF LATIN AMERICAN HISTORY AND ECONOMICS
FROM THE LIBRARY OF JOSÉ AUGUSTO ESCOTO OF MATANZAS, CUBA
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VILLACLARA
libreria de M. Vilcaíno Imp, de Miranda ) Plaza Mayor Sancti-Spíritus 37 L SSD 1.
FRANCISCO LOPEZ LEIVA.
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COLECCION DE ARTICULOS Y POESIAS
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HARVARD COLLEGE LIBRARY CUBAN COLLECTION
BOUGHT FROM THE FUND FOR A PROFESSORSHIP OF LATIN AMERICAN HISTORY AND ECONOMICS
FROM THE LIBRARY OF JOSÉ AUGUSTO ESCOTO OF MATANZAS, CUBA —
FRANCISCO L0PEZ LEIV. A. - 2 º. C
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Im, de Miranda ltrui V. Vivan ( Plaza Mayor Sancti-Spíritus 37 1.891. 4.
FRANCISCO LOPEZ LEIVA.
COLECCION DE ARTICULOS Y POESIAS
Prettdidas de una carta prólogo de S. l
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VILLACLARA
1891 SAL 3b . . 3l CC). Es
MAY á 13 LAr N-AM - RCAN D, taco: ESSQRSH º F.) Nº
Fºscoto Conection s - s Es propiedad del autor.
Queda hecho el dcpósito
que marca la ley.
Santa Clara.—Imp. de Miranda, Sancti-Spíritus 37. Por el CorreO
Sr. D. Fancisco Lopez Leiva. SANTA CLARA.
Muy estimado amigo mio: De nuevo en la Habana, después de los cortos y muy gratos dias que residiera con ustedes en esa nuestra querida Villaclara, donde me he sentido revivir y he remozado los re. cuerdos imborrables de la infancia, el mejor rato y el gusto más vivo, hámelo usted 1º, proporcionado con su carta fecha en la
que me incluye, sueltas, algunas de sus
celebradas poesías, aunque no tanto como V. ellas piden y merecen.
Las he recibido sólo para publicarlas; pero tan intensamente me han impresio II
nado, y tantas cosas buenas he leido en ellas, que, si no un juicio docto y extenso, que es el que les viene, y que yo no podría hacerles, he de comunicarle, mondo y breve, mi parecer, que sólo merecería el silencio y la indulgencia de la intimidad, y que, si al sol se muestra, es por ese afán de publicidad que se nos pega á los que escribimos, y que nos hace no reservar nada, hasta el caso, que creo no muy leja no, de que acabaremos un dia por estampar en columnas ó en páginas, hasta las cartas que escribamos á las mozas, con todas sus tonterías y requilorios. No quiero creer, amigo mio, que sea porque nuestra poesia se halle en decaden cia, aunque no andaría muy escaso de ver" dad si tal pensara; pero, leyendo sus ver sos, me ha sorprendido un suave perfume de novedad, algo que se aparta de la mo nótona rima de los salteadores del Parna" so; frescura de prado vírgen; bríos de un estro desarrollado en una bien dirigida gimnasia literaria, y en muchas estrofas, lo que poco abunda y menos reflejan nues" tros poetas pudibundos y floridos: acen tuado color de humanidad. No sé si será buena y si á V. le agrada. rá la reminiscencia—á mí me halagaría— más debe saber que con su mundana poe. III sia Ear-ángel, he recordado la musa torna solada y sonora de Manuel Reyna, en mu. chos de cuyos versos nos asaltan el rico cachemir, el lujoso damasco, el camarín á media lúz, la danza diabólica, los rechis" peos de oriental pedrería, y las talladas copas, tan finas que vibran al deshacerse en sus cristalinos bordes las burbujas del licor opalino. Su variedad de aptitudes también es co sa que me ha seducido. Con el último sollozo de la elegía, empalma V, la pri mera morisqueta del epigrama. Esto no
hay que verlo por su hecho en sí, que nada
significa, sino considerarlo en apreciacio
nes más elevadas. Yo no puedo, amigo
Leiva, con los que ven la naturaleza por y un solo prisma, así tenemos poetas jere
miacos, cuyas lágrimas no tienen intermi.
tencias, y humoristas que, tomando esta
frase en el sentído de buen humor, con”
vierten en paso de risa los asuntos más
sérios. El poeta moderno debe ser, antes y que nada, humano, lo humano es pre
sentar la vida con sus distintas expresio" y nes matices, en los que alternen, así la
queja punzante, como el grito de alborozo.
Siempre me han parecido fuera de la realidad, tanto los optimistas, desmentidos sin tregua por las amarguras implacables, - - lw.
salvo os tute couaizar eternamente con sea o as, sa se usar grie el Ocaso tiene su vascºs sores n=rrios de sol. SS., es sarro evensa uni Eistre escritora, viera a vida con sus sintiintes es el unas es esto inscura:sinc. escr=a de la que se se hoy en ef= Zei, cerso para mí tuo antes tae el auterie Lz arra, debe solocal se a l'au det, el sucine novelador le Nº o, unas pero y real, corrie, si toca lo monstruoso y lo asº ecce, nº desdeña lo y aude y lo hermoso, que de esos contras. tos es de donde surge a vezca iera familia le los hombres. \ vueltas de varias composicist:es gra N, en las que usted ama con J.A.;rsarifa, batalia con I'o º sas, perfisma con la planta, ondula con el mar, assman su fiso momia eomisa otras que le otorgan real «espacho de escritor estivo de primera vlase,
l ºe usted es merito saliente la facilidad, a tustivamente comprendida, y bueno es a lararlo, por cuante de esa frase se viene haciendo aquí un mal uso, ó una aplicación er omea. No hay poetilla que empiece ni waiadero que emborrone, a quienes no se
los aplique lo de fiel, impropiamente,
luvºto que con tal calificativo se quiere
vavattularles el elogio, de lo que resulta no V
pocas veces que se confunde con esa cua lidad lo abundoso ó lo espontáneo. La facilidad no es obra puramente ima ginativa; es más de estudio, pues que con siste en vencer las dificultades. Un dia y otro me escuece, amigo Leiva, ver cómo se prodiga y se interpreta torpemente, aplicándolo á cualquier párvulo de las le tras, el elogio que más le halagara á Bre tón, aquel fácil por excelencia, que se in— ternaba en los enve dijados laberintos de la rima, para luchar con ellos y salir, como siempre salía, airoso y triunfador. Lástima es que sus trabajos, como los de Eligio Capiró, los Gutierrez una fami lia de Antonio Vidaurreta, y otros villaclareños¿de valer, no sean tan conoci— dos como sus méritos exigirían, y de ello son culpables las causas dichas en aquel mi artículo Los rurales, de que me hablaba usted en esa. Leyéndolos, enorgullézcome muy de ve. ras de haber nacido donde ustedes, y ya que por acaso me encuentro en un medio en que la voz más se dilata, mi mejor pla
cer será publicar aquí vuestros versos, si,
como espero, seguís enviándolos al que es
de usted tan leal amigo como sincero admirador,
MANUEL S. PICHARDC).
SINFONA.
Una máxima china ó finlandesa dice: «Todo hombre que ha tenido un hijo, »plantado un árbol ó escrito un libro, ha »cumplido la ley de Dios » Yo he tratado de cumplir el filosófico precepto por cuantos medios han estado mi alcance y no he podido hasta hoy, aun - que lo he intentado distintas veces. Me casé y no he tenido hijos. He tratado de tener tierras para sembrar árboles y todavía no he podido reunir la cantidad suficiente para comprar un tiesto de flores. Fracasados mis honrados propósitos 2 F. LOPFZ LEIVA
acerca de la arboricultura y de la filicultura, me decido por el último inciso de la proposición. Y de ahí que publique este volúmen, para cumplir la ley del Señor al estilo chino ó finlandés.
Dicho esto, haré una declaración. Por muy mortificante que sea para mi amor propio, debo confesar, ante todo, que la publicación de este libro no obedece á los deseos ni á los ruegos de mis amigos. Ninguno de ellos me ha hablado jamás de semejante cosa; y se comprende que asi sea, pues aparte del poco mérito de mis trabajos, reconozco de buen grado que ni la Magdalena está para tafetanes, ni los tiempos que corren son los más favorables para que el público se aficione á estos libros de amena literatura, llamémosles así. Mis artículos y mis versos andaban por ahí desparramados en periódicos y revistas. Muchos de ellos se han pubiicado sin firma; y considerándolos «incluseros» no ha faltado algún San José que haya querido ejercer de padre putativo con ZIG ZAGS 3
ellos, poniendoles al pié un nombre y un apellido. La reivindicación de esa pater. nidad, tan legítima como otra cualquiera, me ha decidido á reunir esta colección.
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Véndase ó no se venda, léase ó no se lea, creo que he cumplido un deber de con, ciencia reuniendo la familia bajo un techo común - Otros muchos de mis hijos, quizá la mayor parte, quedan por ahí, olvidados en las columnas de los periódicos. Pero esos chiquillos,habidos en nefasto consorcio con la Política, son demasiado revoltosos para que los haga sentar junto á sus her manos los puramente literarios que por lo cándidos é inofensivos caben donde quiera,
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Ya sabe usted, lector, por qué publico este libro, Ahora pase usted adelante, si gusta,
La bella pOrdiOSera.
La luz del quinqué se iba poniendo rojiza y de vez en cuando se estiraba has- - C ta el extremo superior del tubo como que- -” riendo atrapar las mariposas que evo teaban á su alrededor. Yo estaba inmóvil, con la pluma en la mano y el papel sobre la mesa, sin atre verme á trazar una sola letra. -
Pensaba . . . . ¿en qué pensaba yo entónces? Quería hacer un verso que corrie ra, sino manso como un arroyuelo, por lo
ménos, con la facilidad de un centen de y buena ley; los consonantes huían de mí. 6 F LOPEZ LEIVA
imaginación como deudor tramposo en sá bado laborable. - Quería escribir un artículo y no se me ocurría una sola idea, ni venía á mi memoria uno de esos manoseados recur. cos periodísticos de los cuales los jornale ros de la prensa sacamos abundante alfal. fa política que distribuimos á cinco centa vos la ración.
Pensaba en ella. La había visto, la mañana de aquel día, pidiendo limosna por las calles, can tando al son de una pandereta que movía con extraordinaria agilidad, al mismo tiempo que un viejo, ciego de remate y que seguramente era su padre, rascaba un acatarrado instrumento de cuerda, mitad bandolin, mitad guitarra. La habia visto y la había hallado her mosa, superiormente hermosa, fresca y tentadora. Alta, de formas redondas y mórbidas, su estraño y pintoresco trage hacía resaltar las admirables curvas de aquel busto estatuario. Era trigueña has ta la hipérbole, casi cobriza, con las meji ZIG ZA GS. 7 llas aterciopeladas y encendidas por la proximidad del fuego que brillaba en sus ojos. Estos eran negros, poderosos, pro fundos; sus largas pestañas se cerraban poco á poco, al modular la última nota del estraño canto y el que entónces la piraba creía quedarse á oscuras como si un nu barron hubiera eclipsado la luz del sol. Su boca era pequeña, pero sus lábios eran gruesos, húmedos, carnosos, encen didos al rojo cereza. De seguro que un beso de aquella mujer quemaba como una brasa.
Aquella mañana se habia detenido á. cantar en medio de la plaza, frente á mi balcón. Me chocó lo armonioso y bien timbrado de aquella voz que se dejaba oir entre la infernal algarabía de los coches, los gritos de los chiquillos y el destempla do son de la guitarra, y salí á la ventana. Ella, al verme, me presentó la pande reta. Mientras yo buscaba en el exhausto bolsillo una moneda que arrojarle, quedó en una actitud sobera namente artística, con el brazo derecho en alto y la mano iz quierda sobre las cuerdas de la mugrienta 8 - F LOPEz LEIVA guitarra que calló enseguida. — Es Vénus— pensé—Vénus Afrodita que se dedica al cante fondo . . . Arrojé el dinero y ella, haciendo un quiebro graciosísimo, una verdadera torsión de serpiente, recojió la moneda en la pan deretaº Me dió las gracias con una mira da y echó á andar llevando al ciego de la I: la Il O. La seguí con la vista hasta que se per dió á lo lejos. ¿Quién er a ella? Una zín gara, una bohemia, una gitana de esas que impropiamente llamamos moras ó furcas siendo armenias ó maronitas. De cierto,
era una pordiosera; tal vez sería una per
dida. Es hasta ridículo pensar en seme - jante mujer,—me decía para mis adentros la al recordarla por noche. no Y sin embargo, podía olvidarla. y su La veía allí con su corpiño azul saya
el rojo color de tierra; con pañuelo arro
la gracia llado á cabeza, dejando caer con la sin igual sobre el elegante torso negra
y abundosa trenza cuyo brillo pretendía
empañar el envidioso polvo Callejero. ZIG ZACS 9
A todas éstas eran las doce de la noche y yo no había comenzado á escribir el ar. tículo que debía- publicarse el día siguien. te. - El recuerdo de la «mora» me habia embargado todo el dia. Quise salir á la calle y no encontré el chaleco. Abrí la ventana y me asomé al balcón. - Una ráfaga de viento entró en el cuarto murmurando del frío que hacía en la calle, y como chiquilla revoltosa fué á tropezar con mis papeles, regándolos por el suelo. Hecha esta trastada, quiso ca lentarse dentro del tubo del quinqué, y la lúz, poniéndose roja de cólera, se apagó al instante. La noche era muy hermosa. Miré al cielo y ví las estrellas coquetear con los luceros, haciéndoles guiños misteriosos co mo si ellas fueran niñeras y ellos pertene cieran á las clases de tropa. La luna, como dueña quintañona, pre senciaba estos amoríos siderales desde el horizonte, asomando la naríz entre los pliegues de un celage negruzco. Yo miraba todo ésto sin admirarlo, como lo habia admirado otras mil veces, La imágen de la hermosa limosnera no podía salir de mi memoria. O F LOPEZ LEIVA
—¿Donde se albergará esa infelíz?— pensaba. -- Quizá esté en el ríncón de un portal, royendo el duro pan de la cari dad ...... Quizá debajo de un arco del puente, aterida de frío, junto al infelíz anciano que canturrea medio dormido la eterna copla del mendigo ...... Y él es su padre, no me cabe duda; se tratan con cariño, ella le guía dulcemente, y ésto solo se vé entre padres é hijos .. . . . Pobre niña! . . . . . Sola en el mundo, con un - ciego por único apoyo ...... ¡Qué con
trasertido! Un ciego sirviendo de amparo
á una mujer que tiene tan hermosos. . . . ejos! " . la
á tempes.
Y puse me recitar Moche - íuosa, de Zenea:
“Cuanto enfermo infeliz sin luz ni lecho,
cuanta pobre mujer sola en el mundo!...---"
es decir, el El relente municipal, sere
no, me sacó de aquella interminable série y en el de abstracciones de castillos aire,
avisándome que eran las tres de la maña ld. y to. la Entré me arrojé en cama con
y mejicanos. do ropa, como dicen los ZIG ZA GS II
Soñé que el ciego era millonario y marqués pontificio de Buenavista y que yo me habia casado con su hija. A las nueve de la madrugada me des pertó el repórter que traía el extracto de los partes de policía para ponerlos en cas tellano. Les dí un vistazo y entre sorbo y sorbo de café leí la noticia siguiente: “Remitidos al vivác, á disposición “del Juzgado dos turcos limosneros, padre “é híja, por haber participado doña Fulana “de tal, vecina de X, que habiéndoles dado “de comer, de limosna, la muchacha se “aprovechó de un descuido para robarle “tres pares de medias y un cubierto de “plata. Registrado el lío de ropa que la “acusada llevaba, fueron hallados dentro yy “de él los cuerpos del delito.
Una novela en recOrtes
De la Aurora del Vumurá, de Matan. zas. Mayo 18 de 187o ] «Ayer, momentos antes de partir el »primer tren de la Habana, ocurrió en la »estación de San Luis una escena trágica. ».Regresaba á la capital el jóven letrado »don Juan Perez y en el instante de subir »la escalerilla del wagón de primera clase, »fué detenido por un anciano y una jóven »agraciada que llevaba en brazos una »criatura de pocos meses. » Según hemos podido averiguar, »parece que había de por medio una his »toria de amor; que Pérez, bajo palabra 1 4 F. LOPEZ LEIVA
»de matrimonio, había abusado del candor »de la jóven. Ello es lo cierto que des »pués de cambiar algunas frases entre los »tres, el anciano se abalanzo sobre el jóven, »revólver en mano, y le descerrajó un tiro »á quema ropa, sin que le causara el menor »daño.
»El agredido, entonces, respondió á »la acometida agarrando á su adversario »por la cintura y luchando desesperada »mente con él. Tras breves momentos de »brega, el anciano cayó sobre los rieles en »el mismo instante que arrancaba el con - »voy. Muchas personas que presenciaron »aquella horrible escena no pudieron im »pedirla por la rapidez con que se suce - »dieron los hechos; y á pesar de los grandes »esfuerzos que hicieron no pudo salvarse »e anciano que fué recojido de la vía »espantosamente triturado por las ruedas »del wagón. El señor Pérez logrò escapar »tomando un coche de los que estaban de »punto frente á la estación. »La jóven y el niño fueron conducidos »al Hospital de Santa Isabel donde se les »prestaron toda clase de auxilios. »Identificado el cadáver, resultó que »el infeliz viejo se llam aba Jaime Puig, ex »sastre, domiciliado en la calle de América ZC ZA GS "IS
»número 15, ciudadela, La hija se nombra »Anita Puig y es costurera. »La policía brilló por su ausencia en »el lugar del suceso, y el juzgado del Dis »trito Sur entiende en el asunto. » El señor Pérez no ha sido habido.»
- e a ", • • º e • • • • • - a - e e
Del mismo periódico. Noviembre de 1874): «Anoche trató de suicid ree colocando »en su habitación una hornilla de carbon »encendido, la jóven Ana Puig, blanca, »habitante en una accesoria de la calle de »San Juan de Dios, Pueblo Nuevo. Afor »tunadamente las vecinas pudieron impe. »dir que la desgraciada llevase á cabo su »horrible propósito; pero se teme que el »hijo de la suicida que tendrá próxima »mente cuatro años, no pueda salvarse, »pues los médicos certifican que su estado »es desesperado, »Créese que el motivo que impulsara »á esta infeliz mujer, jóven y bella, á aten »tar contra su vida, sea el estado de »absoluta miseria en que se halla, pues »según declaró había pasado tres dias sin D)COl) Cr.» ...... I 6 F. LO PEZ I, EIVA
Del Diario de la Marina, de la Ha bana. (29 de Diciembre de 1878): “El lunes de esta semana se han ju. “rado eterna fé ante el ara de Himeneo “la bella y distinguida señorita Carolina “López y el jóven abogado D. Juan Pérez. “Fueron padrinos de la nupcial ceremonia “nuestro particular amigo el Excmo. Sr. “D. Caruto López, padre de la novia, y su “apreciable esposa la señora doña Encar. “nación García,—Que una eterna luna de “miel, etc. etc."......
De La Nación, de la Habana. [Ene ro 6 de 188o): - “En Cervantes ha debutado una nue “va estrella del arte coreográfico. Llámase “Anita Puig y es conocida entre bastidores “con el simpático nombre de La Matance. “pra. “La adquisición hecha por la Empresa “es valiosísima. Anita Puig hizo maravi. “llas la noche del jueves en que por pri “mera vez se presentó ante el inteligente “público del coliseo de la calle de Consula “do. El brillo de sus ojos, la gracia de su “sonrisa, la flexibilidad de su talle de sílfide “y el modelado de sus formas delicadamen ZIG ZACS . -- I 7
“te mórbidas, le han conquistado numero. “sos y entusiastas admiradores. “Ha bastado una sola «expectación» “para que por unanimidad se le haya acla “mado como reina del Yambú y el Papa “lote. “Asegúrasenos, sotto voce, que el rico “marquista y concejal Sr. de X., abonado “perpétuo á Cervantes, ha resuelto arrui “narse por La Matancera.” ......
De La Correspondencia da España [Mayo 2o de 188o: “Al banquete que dará el sábado en “el restaurant de Fornos el acaudalado “banquero, jurisconsulto y diputado cuba “no señor don Juan Pérez, asistirán muchos “é influyentes personages de la mayoría, “quienes aprovecharán la oportunidad pa “ra hacer importantes declaraciones sobre “la política y la administración últrama “rina.” - Drama naturalista
ACTO I
(Casa pobre., Pocos muebles. El y Ella dispu tan junto á un baul viejo.) —Te digo que me dés la gargantilla, Juana. — Pues te digo que no, Perico. —Mujer, dámela y no me provoques. — Pues nó y nó! . . . La quieres para empeñarla ó venderla y luego irte á jugar á la valla. te importa, —Eso no Dámela- bien á bien ó te reviento.
— No faltaba mas! . . . La gargan tilla de la niña, que se la regaló su madri na el día que la bautizó! . . . —Dejémonos de historias y venga la prenda. Hoy es domingo y necesito rea les. ZIG-ZACS I9
— Pues trabájalos ó róbalos. Lo que es de mi no esperes nada. Ya hás acaba do con todo lo que hay en casa. -¿Si, eh! ¡Pues toma! . . . . (Suena una bofetada y la mujer grita: )
— Cobarde, bajo, darle á una mu jer Toma la llave y vende hasta las sábanas . . . ACTO II.
(Valla de gallos. Público numeroso. —Voy veinte! -- Pago! —Seis á dos —¡Onza á peso — Pica, malatobo! — Arriba, cenizo — La nunca Perdió el cenizo Gran vocerío; Perico trata de escabullirse por debajo de las gradas. Un concurrente le grita:) —Eh, amigo, vengan los díez pesos no he “casado” nada con us — Yo - ted. —¿Como que nó? ¿A ver, caballeros, ustedes no son testigos? Varias voces.]
—Sí, si, ese quiere jugar camote/ al (Pedro, pálido, cemo un muerto, salta - redon y l del dice al otro: 2O F LoPEz LEIvA
—Lo que yo hago es fajarme eon usted, só sinvergüenza! . . . . -¿Conmigo? . . Ahora veremos!... (Llueven bofetadas El estanquero guarda la am polleta y vá á buscar la policia que está refrescando con ginebra en la cantina.)
—Guardias, guardias, un pleito. . . [La policia amarra á los combatientes y los lleva á la Cárcel.l
ACTO III.
(Los portales de la Cárcel. Vendedores ambulan tes, soldados, chiquiluos. Aparece Juana con un ojo medio reventado. Trae un plato envuelto en un pa” ñuelo súcio. Pedro asomado á la reja.) —Perico, hijo, aqui tienes la comida. — Bien. No tengo apetito. ¿Vendiste la manta? ¿Traes las dos pesetas? , —Sí, aquí están; por cierto que las necesitaba para la botica; pero como tu me las pediste con tanto empeño . . . —¿Para la botica, dices? —Si, la niña está desde ayer muy mala de la garganta, y me temo no sea el cris . . . Con este polvo! . . . —Bah! Eso no será nada. (Llega un negrito harapiento y dice á Juana:) — Doña Juanita, dice mi madre que corra para allá, que á la chiquita le ha dado un ataque y se ha quedao. . . ZIG ZAGS 2I
—Hija de mi alma!. . . Madre- mia!
Juana corre desada para su casa. Perico examinando las dos pesetas que le ha dejado su mujer.] —Eh! Juana, mira, no hay mas que tres reales. ... Una de las mejicanas está rayada y la otra tiene agujero! . . . . Muérete y Verás!.....
Ni aún en la paz de los sepulcros creo.
El legajo de cuartillas, cosido con una presilla de metal, decía así:
4tº +
Me había muerto, positivamente muer tO. Acababa de oir sobre la tapa del ataud la llovizna de tierra de perdigón que arro jaba en la fosa la pala del sepulturero; y escuchaba vagamente las palabras de con. miseración que respecto de mí y mi familia pronunciaban los concurrentes al entierro. ZIG ZAGS 23
Un señor cursi. oficiante de filósofo en las grandes solemnidades y orador fé nebre bastante disparatero, decía con en tonación campanuda:
— Et tn pulvis reverteris . . . Señores: en nombre del afligido difun. to y de su familia que ya goza de eterno descanso, doy á ustedes las gracias por haber tenido el placer de asistir á la exhu mación del cadáver . . . Un usurero que aquel mismo dia había puesto en la calle á una viuda con tres hijos que le debía un mes de alquiler de casa, exclamaba con voz entrecortada por la emoción:
—El infelíz! . . . . Me negoció un mes de paga adelantada y se murió sin devengarla ...... Deploro como el que más su sensible pérdida . . . Dios lo perdone!...... - Y arrojaba puñados de tierra á la hue sa, con tanta fuerza, que parecia que ape dreaba el féretro.
Después, se fueron extinguiendo las voces y los rumores de las pisadas sobre las baldosas de la calle central. Solamente oía el ruido de las últimas paladas de tierra cayendo en la sepultura, ruido interrum pido á intérvalos por un resoplido parti 24 F. LOPEZ LEIVA cular, como si el enterrador se limpiara la naríz con los dedos. Luego, nada más. Silencio absoluto, mútis general por la cancela de hierro cu ya mohosa cerradura rechinó cual si fuera el último rasgo de una pluma de acero en aquel misterioso proceso de la muerte.
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La noche había cerrado. Los sauees y los pinos preludiaban la tristísima sere nata de las tumbas. - Yo sentía todo mi cuerpo entumecido: quise revolverme en la caja para respirar con más facilidad, pero el envase era es trecho. De pronto sentí que el ataud se alza ba lentamente de su lecho de tierra. Quise levantar la cabeza, pero el esferóide cra . neano no obedeció, por vez primera, á mi voluntad. Yo, que tengo aigo de fatalis ta, de haragán ó de sagastino, dejé hacer.
La caja se elevaba poco á poco, con
dificultad, como si nuestra madre común
opusiera tenáz resistencia á dejar la presa
que por ley le pertenecía.
Al fin, el féretro llegó á la superficie Enseguida una fuerza desconocida pero ZIG-ZAGS 25
vigorosa como la de un estivador yankee, abrió la tapa. Sentí que una ráfaga de viento me azotaba el rostro. Abrí los ojos y á la in decisa claridad de las estrellas ví . . . Ví gran número de esqueletos en to. do el recinto del cementerio, sentados unos sobre las lápidas de las bóvedas, estos en las peanas de las cruces, aquellos sobre las verjas de los mausoleos. Algunas ca laveras se asomaban á las entreabiertas portezuelas de los nichos, mientras que una porcióta de ex-personas, con los dedos metidos entre las costillas cual si fueran boca mangas de chaleco, se paseaban gra vemente de dos en dos ó de tres en tres por las calles laterales de la Necrópolis, lo mismo que los propietarios y rentistas por los paseos y alamedas de la ciudad. Al rededor del féretro se reunieron como una veintena de esqueletos que fija ban en mi cadáver sus ojillos maliciosos y fosforescentes. —Mirad—decía uno que á juzgar por el gran arco que formaban sus costillares debió ser un hombre panzudo —mirad,ami gos, aquí tenemos un nuevo huésped que debe ser persona de viso, porque ha trai do gran acompañamiento esta tarde. —Bah —expuso otro encorvando la 26 F. LOPEZ LEIVA
espina dorsal para reconocerme — Este fué un lupendi toda su vida. Le conozco por que ha sido redactor de un periódico don de yo, trabajé como cajista . . . . Estoy seguro que le han costeado el entierro por suscripción y que el tramo que ocupa no está pagado . . . — Toma!-gritó otro—Si trae los zapatos remendados con hilo blanco y ro zados los filetes de la camisa! . . . ta, — Ta, ta! . . — volvió á decir el
esqueleto redondo—un periodista! . . .
¿Qué diablos vamos á hacer aquí con este ya perdulario? ¡Será posible que no mue.
ra ninguna persona decente!. —Poetas, periodistas, arrancados!.
— gruñeron varios esqueletos á la vez, ha . y ciendo gestos muecas de desagrado r k *
El que pudiera llamar el muerto gor
do dió tres palmadas que produjeron un ruido seco como el de las carracas en viér neS SantO. La concurrencia de ultratumba se fué y aumentando ensanchándose el círculo de curiosos. Yo haría grandes esfuerzos por incor ZIG ZAGS 27 porarme; pero mis miembros parecían de plomo. Solo tenía expedita la lengua y me resolví á hacer uso de la palabra. - Señores osteolitas—empecé—A la acción irresistible de un tabardillo fulmi nante complicado con una afección crónica del hígado, producto du los infinitos be. rrinches que me hizo coger en vida un es tólido fiscal de imprenta . . . . —Orden —me interrumpió el muerto cuyas costillas parecíán arcos de tonel— órden, señor cadáver. No le preguntamos á usted nada. Los necropolitanos aquí reunidos deliberarán si es ó no es usted digno de ingresar en esta comunidad, se gún antiguo uso y costumbre. Señores— agregó dirigiéndose al concurso—en mi calidad de presidente y decano de la calle 4º, tramo 2º de 1º clase concedo la palabra para tratar de la admisión de este neófito y de los demás que hoy hayan tomado tierra en nuestra der marcación. — Pido la palabra—dljo una calave ra de voz atiplada. — La tiene usía, doña Mariquita— ex puso el decano. -Señores—comenzó la preopinan te- En cuanto al niño blanco y al negro viejo que han traido hoy, no tengo nada que objetar. Angelitos al Cayo 28 F. LOPEZ LEIVA
—Admitidos—contestaron todos. — Pero tratándose de este sujeto, la especie varía. Recuerdo que cuando yo estaba en el mundo, mi marido, que santa vida halla, tenia un restaurant en el cual comía el individuo qué aquí veis No pa gaba nunca, y cuando se le pasaba la cuen: ta quería saldarla con coplas y dichos. Mas aún: era tan desagradecido que siem pre estaba echando pestes de las fondas económicas en el diario que escribía, y re cuerdo que una vez que encontró en la sopa la fosforera de mi esposo, armó un escándalo en el períódico diciendo que lo habían querido envenenar, por que él era autonomista y mi marido conservador. Otra ocasión escribió va rias gacetillas “guaseándonos,” y dicien do que en casa cocinábamos con aceite de bellotas y manteca de oso y que por eso nos salían siempre con pelos las tor tillas . . . La gente ignorante le cele braba la gracia, y al fin, después de haber nos comido por un costado, nos hizo perº der los parroquianos. Este es un hombre excesivamente burlón y no nos conviene aqui donde jamás se ha oido nna carcaja da . . . Me opongo, pués, á que se le admita y pido que se le devuelva al mun. do de los vivos. ZIC ZACS 29
—. Por mi parte—agregó otro esque leto que debió haber pertenecido á ún cuasi-gigante, “segun era de largo—por mi parte, tambien me opongo á su ingre so. Fuí, como sabeis, Fiscal de Imprenta en el mundo, y este caballerito me quemó la sangre á su gusto, haciendo epigramas y equívocos con mi apellido que era Gu tierrez Cornada . . . Todavía recuerdo que me publicó un artículo titulado Entra, bicho! .. . . Estoy porque se le declare víctima de una muerte aparente; contra riemos su ingénita holgazanería, echán dole de esta mansión de absoluta quietud y castiguemos su glotonería, haciéndole ir á comer de nuevo á lo fonda del marido de doña Mariquita. - —Me adhiero á lo manifestado por el señor—dijo una voz de bajo profundo.— Fuí, en vida, párroco de San Bibián y mi ama recogió en cierta ocasión una sobriº na suya, un angelito de dos años, que era una gloria verle. La chiquilla me tomó ca" riño y de oir á todo el mundo llamarme padre, padre aprendió á decirme, la cosa mas natural del mundo ¿y sabeis lo que hizo este granuja? Pues me puso un so: neto en el diario que decía asi, si mal no recuerdo: La sobrinita del ama, 3O F. LOPEZ LEIVA
del cura Buenaventura, “padre” al presbítero llama .
¿si habrá en lo de “padre cura”
un positivo epigrama?"
Apoyo, pues, la idea enuncíada por y y doña Mariquita el señor Cornada pido
que se le eche de aquí.
— Resumiendo —manifestó el esque y leto presidente con voz pausada solem -
ne.—. Y considerando, primero: que la dulce paz que aquí disfrutamos puede verse
turbada por la presencia de un mal sugeto; y segundo: que la unión fraternidad justa y y perfecta de esta mansión de paz olvido
no consienten la admisión de gente deso. y cupada maleante como es la que ha vi.
vido en el otro mundo haciendo crugir las y prensas de palanca de rotación; tercero:
que las representaciones de ultratumba
que llevan por la vindicta pública el señor
de las Cornadas, por el clero el padre y Buenaventura Jarretes por la industria
la señora de Salpicón, se oponen con gra
ves razones á que forme parte de esta y Eternidad el ex-periodista ex-poeta Juan Ante Portam Cuartillas, fallo: Que y lo declaro vivo efectivo, traido aquí por y equivocación víctima de una grave cata - lepsia.
— Bravol—aplaudieron los esquele . ZIG ZAGS 3 I
tos de doña Mariquita, el cura y el fiscal. —¡Bravo, aprobado! . . . — vociferó la multitud haciendo resonar aquellas ma nos sin palmas con ruido semejante á la descarga de un carro de piedras. Y después de haberme hecho algunas muecas horribles aquellas bocas sin lábios y aquellas narices desternilladas, la multi tud se disolvió, filtrándose los esqueletos y por las rendijas de las bóvedas las grie
tas de la tierra. Momentos después estaba solo; com
pletamente solo, contemplando un her y moso lucero que resplandecía en el zenit que me miraba con extraña fijeza. 3e , «Y
El dia me sorprendió sentado en el
ataud, con los pies colgando dentro de la y fosa la solapa de la levita levantada pa resguardarme del terral.
El chino sepulturero por poco se mue
re de miedo al encontrarme en aquel sitio. Con gran trabajo pude lograr que fuera
á dar aviso al capellán de aquella resu
rrección. -
Al poco rato había un gran número
de personas en el Cementerio. Mi familia derramaba lágrimas y me abrazaba. Don 32 F. LOPEZ LEVA
Matías, el usurero que me había negocia. do el sueldo adelantado, acudió tambien al Campo Santo al oir la estupenda noti cia. El buen hombre se limpiaba los ojos con un pañuelo de Madrás que parecía u. na bandera de combate, y me decía por lo bajo: —Oh! nunca hubiera podido conso larme de su sensible pérdida, amigo Cuar. tillas. Y á propósito de pérdidas ¿cuándo me recoje usted aquel recibo que me dejó al ocurrir su fallecimiento? - 0h, el honor...
-
ESCENA I.
(El vestíbulo del teatro. Momento de la 8 alida. Señoras, caballeros, gomosos, porteros, chiquillos so
äolientos. Oyese el chasquido de un beso...)
JUAN enfurecido, dirigiéndose á Pedro con Ul Il la mano levantada:)—Es usted un villano, mal nacido, me dará usted una satisfac.
ción . . .
PEDRO, y (sonriendo esquivando la bofeta.
da.} —O dos, si usted gusta, que yo para
mi no las quiero.
JUAN—Insolente, atreverse á insultar á . . de ese modo una señora . Ahí vá mitargeta. 34 F. LOPEz LEIvA
PEDRo.—Baje usted la voz. Ahí está la mia. (El público, encantado, comentando el lance y Fiendo.) — Pues no se ha quemado de veras el buen hombre . . . —Ya lo creo, si el otro le ha besado á su mujer. — Vaya un lance chistoso. — Este Juan es un loco; pero tiene la gran sombra y las grades ocurrencias. ---Es un calavera simpático. — Mire usted que fué cosa de morir. se de risa ver la cara que puso el pobre marido. . .
ESCENA II.
[Casa de los padrinos. Estos y Juan). Los PADRINos.—Pero usted debe ce der algo...
JUAN.—Imposible. Ese hombre me ha y hecho una ofensa gravísima mi honor exije que lave esa afrenta con sangre. y Pònganse ustedes en mi lugar díganme
lo que harían.... Ese mequetrefe hace tiem po que venía persiguiendo á mi esposa
con estúpidas galanterías; hoy mismo lo
he sabido. Anoche, por llevar adelante adelante una infame apuesta hecha con ZIG-ZACS 35
sus amigotes, se atrevió á besarla El caso no admite otra solución que un duelo á nn Ulerte. Los PADRINos.— Pero reflexione usted que si el lance tiene un desenlace fatal, sus hijos van á quedar desamparados; que ds. ted es pobre y su familia no tiene más ren tas que su trabajo personal. . . JUAN.— Basta. Cuando llegan estos momentos, no hay hijos, no hay familia, no hay nada. Si ustedes no quieren aceptar mi representación buscaré otros testigos. ESCENA III.
Sobre el terreno. Juan y Pedro reciben las pistolas y se ponen en guardia. Se ha convenido dis parar al mando, tantas veces cuantas sean necesa rias. Suenan dos palmadas y resuenan dos tiros) -
JUAN, (cayendo con la frente destrozada por el balazo:) -¡Ah! e .e. e PEDRo, corriendo hácia los padrinos:1--He cumplido como caballero? Los PADRINos.—Sí. (Huyen todos). JPor el foro aparece el Honor trayendo del bra zo á la Vindicta Pública y ambos, después de mirar un instante el cadáver del esposo ofendido, se reti ran diciendo gravemente:) —Estamos satisfechos. Telòn). Martina LOrda,
La insigne patricia ha muerto. La muger varonil, de corazón espar tano, que luchó á brazo partido con el in fortunio; la que supo alzar la frente, siem pre serena, ante la desgracia, ante el rigor del destino, ante el tiranuelo en soberbeci do, no existe ya. - Sucumbió en la jornada: era imposible que ella pudiera soportar la lucha de la vida por más tiempo; su organismo, por muy privilegiado que fuera, tenía que ren dirse á tan rudos embates. La ola revolucionaria le arrebató los séres más queridos de su familia: su espo. so, el desventurado Tello Mendoza, fusi . lado; su hermano el doctor Lorda, muerto ZIG-ZAGS 37 en las filas insurgentes á causa de las pe nalidades de la campaña; su primo, Guí llermo Lorda, cayendo para no levantarse más, en las sabanas villareñas, acribillado por las balas del gobierno. ¡Oh! Era bas tante para una pobre mujer . . . Tal es el sombrío primer capítulo de la historia de esta dama cubana, historia escrita toda ella con lágrimas y sangre. Después de aquellos tres rudos golpes, que debieron hacerla sufrir como si tena zas de hierro candente atarazaran sus entrañas, vino su prisión en la ermita del Cármen, su deportación al extranjero, su permanencia forzada en Puerto Rico, su escapatoria del destierro y su atrevido re greso á Cuba, de donde no fué expulsada nuevamente, gracias á la caballerosidad del capitán general señor Pieltain que tuvo conmiseración de ella.
3: «l d
Las últimas páginas de la hístoria de Martina Lorda, son tristés y sombrías por demás. Cuando con el transcurso de los años parecía que de su memoria se habían alejado los recuerdos de sus tremendas desventuras y sus inacabables dolores, nueva desgracia vino á cernirse sobre ella. 38 F. LOPEZ LEIVA
La infeliz perdió la razón. Era imposible que pudiera ser de otro modo; y sin em - bargo, todo el mundo se admiró de ello, cuando se hizo pública la noticia de que se había vuelto loca. Las almas pequeñas no podían comprender que un cerebro tan bien organizado, un juicio tan sereno, una instrucción tan vasta y tan sólida, se rindieran al fin. Nadie se acordaba de la muerte trá gica de Tello, ni de la de Guillermo, ni de la de Antonio, ni nadie, en estos tiempos de rebajamiento moral, recordaba tampoco que Martina, hermana y esposa, tenía co razón. Entonces la maledicencia, buscan-. do un origen impuro á la locura, se lanzó al medio del arroyo, revolvió el lodo y lo lanzó al rostro de la patriota y de la com patriota, olvidando las consideraciones que debía merecer en todo tiempo la dama, ó por lo menos, la mujer infortunada. Tal proceder determinó la crísis su prerra. Martina fué declarada demente y conducida al Hospital Civil.
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Era la desventurada señora que nos inspira estas líneas, una persona de edu ZIG-ZAGS 39 cación esmerada y de bien cultivada inte ligencia. Espresábase con gran facilidad, y algunas veces, muy pocas, escribió para el público, dando con su estilo terso y correcto, gallarda muestra de sus conoci mientos en el arte difícil del bien decir. Durante su azarosa vida, y hasta en los primeros tiempos en que sufrió la enfer medad que la ha llevado al sepulcro, seguía paso á paso, con interés creciente, la mar cha de la política de su país. Juzgaba los actos de los actuales partidos en que está dividida la opinión pública, con asombrosa exactitud y con el pesimismo natural y lógico en la mujer á quien las exigencias fatales de la guerra dejaron viuda y huér. fana en pocos meses. Durante algún tiempo se dedicó á la enseñanza; pero después que pudo reco brar alguna parte de su fortuna, cerró la escuela y se dedicó exclusivamente á sus estudios favoritos: la historia y la literatura. • La historia de las revoluciones ameri
canas y la de la gran Revolución francesa, º llegaron á serle familiares; y los que la oían comparar hechos y deducir conse cuencias, aplicando las enseñanzas de aquellos sucesos á la situación presente, tenían que bajar la cabeza y reflexionar ante la fuerza de sus argumentos. Y así 4O F. LOPEZ LEIVA vivía, caldeada la imaginación por sus san grientos recuerdos y por sus libros. Después se hizo la noche en su inte ligencia. Murió la dama y quedó la loca. Pero aún en los delirios de aquella mente enferma, en aquella fiebre perenne, en aquellos desvaríos patrióticos, cuando des - melenada y ronca pronunciaba sus incohe rentes discursos, podía ver el observador como latía en el fondo de sus palabras el santo amor de la Libertad y el amor sa. crosanto de la Patria.
e
A Martina Lorda, última represen tante de una familia en quien se cebó el furor de la contienda, puede considerársele como una víctima de las pasiones políticas. Destruido su hogar, fusilado el elegido de su corazón, muertos sus hermanos, lanzada ella misma por la tormenta revolucionaria lejos del suelo natal, nada de extraño tiene su trágico fin. Los que solo ven la su—
perficie de las cosas, tal vez no compren dan esos dolores dantescos que desgarran y el alma anublan para siempre la razón.
Ella rindió su jornada. Sus terribles padecimientos físicos y morales tuvieron
el fin natural; su tumba se alza en tierra ZIG ZAGS 4 I americana, en esta patria que ella tanto quería, donde apuró hasta las heces el cáliz de todas las amarguras y la hiel de todas las ingratitudes . . . Séale leve la tierra, y que la Misericordia Infinita acoja benévola en su seno el alma noble y gene rosa de la infortunada patriota. . . .
“La Verdad.”—Santa Clara, Enero 24 de 1888.
EL OR0
Gran metal ... Color bello, consis tencia, ductilidad y sobre todo, valor. ¡Oh, comparado con el del oro, el valor del Gran Capitán es nada! Y nada el de César, nada el de Ta merlán, nada el de Alejandro. El oro sobrepuja en valor á Diego García de Paredes, aquel pedazo de bár baro que, solo, defendió el paso de un puente contra un considerable número de enemigos. ¡Oh, el oro! º º se
No hay villanía, ni canallada, ni infamia, cuyo móvil no sea el oro. 44 F. LOPEZ LEIVA e.
¿Se quiere comprar un juez? Pues OO. ¿Se quiere seducir una jóven inocen. te? Pues oro para ella ó para la proxe netes. ¿Se necesita un editor responsable lo mismo para un folleto que para una mu jer que ha sido débil? Pues oro. Léese en un periódico acreditado la recomendación de esta ó la otra industria, la narración de tal hecho heróico—al decir del papel—llevado á cabo por determinado sugeto. Y los imbéciles se quedan con la boca abierta y tragan el anzuelo.
Nécios. Aquello tal vez se ha paga
do á tanto la línea. 3. * : 3.
El oro es el rey del mundo. Montepin
lo llama su majestad el dinero.
Con él lo mismo se edifica el asilo de
huérfanos que se paga el puñal del ase S1 }O.
Lo mismo se compran las conciencias
que se rompen las cadenas del esclavo.
Es el Proteo de la civilización, que
cambia siempre y siempre triunfa. r 3 . Avs. ZIG ZAGS 45
Dantón, un loco sublime, decía que en el mundo no era necesario más que audacia, audacia y siempre audacia, Si viviera hoy, ó si no le hubieran cercenado la cabeza en la flor de su juven tud, estoy cierto que Dantón habría recti ficado su frase, cambiándola por esta otra: Oro, oro y siempre oro.
3: M.
Hombres que se arrastran como cule. bras; mujeres que se venden; magistrados que prevarican; maridos que hacen la vista gorda, ¿todos ellos por qué? Por un puñado de metal.
a",
Vá el bandido en coche; y la multitud compuesta de hombres honrados al uso, se inclina ante el brillo de aquellos do blones. Arrastra sedas la mesalina de alto
copete; y las mujeres virtuosas la contem . plan con envidia. ¡Oh, si ellos y ellas tuvieran tanto oro omo el bandido del fracó la meretriz de los diamantes!... - 46 F. LOPEZ LEIVA. \
Eso que llamamos en nuestro ver gonzoso convencionalismo el qué dirdn, no existe para el oro. Del que se hace rico robando, se dice que tuvo suerte, que ha sido listo. El que ha sido ladrón de una gallina, irá á la cárcel.
El que haya robado una talega,- irá al teatro. /
Los desarrapados á cuya clase perte nezco, solemos llamar al oro zil metal. Lo calumniamos así por despecho. El oro no es vil. Podrán serlo mu
chos de los que lo atesoran; pero él,
In UllC3. y El oro es grande noble.
Cuenta la mitología que un amante
desdeñado se convirtió en lluvia de oro
para alcanzar el amor de su Dulcinea.
Ya ven ustedes si el poder del oro
es antiguo zIG-ZAGs 47
Hasta Júpiter, el Martinez Campos del Olimpo, ha tenido que rendirle parias ¿Quién podrá decir otro tanto?
3. 3: t.
. Eso que nosotros los embouronadores de cuartillas llamamos corriente del pro greso ó torrente de las ideas, no es más que el poder del oro. En el siglo XIX no hay nada más grande que ese metal. El pueblo más poderoso, es el pueblo InaS rl CO. Ante los dollars yankees, se rinden las águilas teutónicas. Vanderbilt fué más poderoso que Bismark, La firma de Mackey hace latir más corazones que un autógrafo del Czar de todas las Rusias. Jones, de Nevada, puede, con más facilidad, hacer subir ó bajar los valores europeos, que el mismo Guillermo de Prusia.
3, .
¡Oh, el orol Númen inspirador de todas las grandes acciones y de todas las 48 F, LOPEZ LEIVA
grandes infamias; poesía admirable cuyas estrofas cantan los silbatos de las máqui nas de vapor ó se pierden entre el ruido de los hierros del presidio, el oro siempre será el Rey de la Creación. Yo no le adoro en figura de becerro por que es un animal poco elegante y muy bruto; pero le rindo pleito homenaje en todos sus demas símbolos, Si cuando me bautizaron hubiera te nido voluntad, no habrían derramado so" bre mi cabeza un puchero de agua del pa lestino Jordán. Hubiera escogido una cuba del Pacto. lo griego ó del Plata americano. ¡Viva el oro Poetas rurales
ANTONIO VIDAURRETA Y ALNAREz
Alguien ha dicho que el poeta nace y el orador se hace; y el que tal dijo, tenía muchisima razón. Porque la verdad es que eso de pintar, por medio de la palabra escrita en renglo nes desiguales, paisages y narinas, retra tos y caricaturas, toreros y frailes, madonas y cocottes y pintarlo todo bien, es cosa que no se aprende en ninguna escuela. Y más comprensible es que pueda me terse en esos dibujos quien haya viajado algo y visto mucho y observado más. F. LOPEZ LEIVA - 5o-----
Pero que lo haga el que apénas si ha salido alguna vez de su pueblo natal . . . . Vaya, que no lo entendemos.
3. % 3é.
Antonio Vidaurreta es uno de esos artistas que sabe pintar en sus versos lo que ha visto con los ojos y lo que sólo ha vislumbrado con la fantasía. - Adherido como la ostra á la peña al pueblo que le vió nacer, quizá no haya estado ausente de Villaclara treinta dias consecutivos. Pero tiene la intuición de lo bello, un gran sentido artístico y un gusto de purado. - De ahí la precisión y la exactitud de sus descripciones. Luego, lée mucho y sabe lo que lée. Demás de esto, imita á conciencia los buenos modelos y sus poetas favoritos son, precisamente, los mas correctos. Por ejemplo: Nuñez de Arce y Lua CeS. y. 3 3:
Que Antonio Vidaurreta es poeta, nadie que lea sus versos y tenga dos de dos de frente lo pondrá en duda. ZIG ZAGS 5 I
Y no es uno de esos poetas de arri. bazón, como los que se estilan hoy. Es un poeta verdadero, que siente lo que dice y dice lo que síente. Sus versos son síempre fluidos y ele gantes. Quizá un crítico severo hallaría en alguno de ellos un exceso de lirismo, pero, seguramente, se verá obligado á confesar que es un lirismo encantador. ¿Es acaso suya la culpa de tener una imaginación vagabunda y soñadora?
d 3, .
En la poesía descriptiva es donde más brilla Vidaurreta. - Como hemos indicado antes, tiene pinceladas maestras, toques fecísimos, co" lorido admirable, En una oda (él no quiere darle este título) que dedicó á Nuñez de Arce—oda premiada en un certámen —se lee esta be
lla estrofa, en que habla del Idilio:
Ora en dorado campo,
donde al beso del aura enamorada todo respira juvenil deseo, y en el bosque frondoso y dos avecillas cantan, se enciende
la llama del amor qué delicioso 52 F. LOPEZ LEIVA
el idílico arrullo se desprende . . . Y al rumor del arroyo que serpéa más acá, junto al muro de la ermita, bañada en suave claridad febéa, cuán hechicera y cándida palpita la apasionada vírgen de la aldea!. e - e e e e e e e º e e e e e e e e
Vamos á ver, ¿quién que lea estos versos no vé el paisage, es decir, el bos. que, las tórtolas, la ermita, el arroyo y la bella aldeana? Tiene que ser ciego de nacimiento.
j. se
En una preciosa y sentida composi ción que Vidaurreta tituló A la muerte de Cortina, hemos admirado siempre estas dos valentísimas estrofas, que cualquiera de los mejores poetas de Cuba, no vacila ría en firmarlas: -
Nó al sentimiento de piedad movido, Con brazo endurecido, Ardiente redentor en su faena, Hará saltar al golpe denodado, Del siervo infortunado El torcido eslabón de su cadena. ZIG-ZAGS 53
El hijo ¡oh Cubal que de tí se aleja Ese recuerdo deja Hondo y brillante á tu congoja grave, Cual el surco de luz que en noche obscura Abre en la azúl llanura Del anchuroso piélago la nave.
Vidaurreta no se ha embarcado ja. más; y sin embargo, con cuánta exactitud pinta la estela del buque, tanto mas bri llante cuanto más cerrada es la noche!... Un poeta canijo, aunque atraviese veinte veces el oceano, jamás hará una descripción tan exacta. Se puede apostar doble contra sen - cillo.
«tº # 3.
El estro facilísimo de Vidaurreta le permite brillar lo mismo en la poesía séria que en la festiva. Sus epigramas, sus cuentos y sus equí vocos rimados, son excelentes. Copiare. mos dos, que recuerdan los de Baldoví. Vá uno:
Nació el gastador Ortega para militar valiente, pues al grave continente el aire marcial agrega. 54 F, LOPEZ LEIVA
Se luce en el ejercicio por su pericia y destreza y obra con mucha entereza por llenar bien el servicio. Ahora, otro:
Por su cédula al poblado fué el montuno Juan Corneja y le dijo el empleado: «Presénteme usté la vieja para que sea despachado». Y con intención muy sana, entendiendo lo contrario, á la siguiente mañana se presentó al funcionario trayendo á su madre anciana.
Estos dos equívocos son verdaderos epigramas, puesto que en ellos se encuen tra el doble sentido necesario para que el chiste resulte.
Lo más raro del mundo es el carácter de Vidaurreta. Jamás se exhibe: huye del aplauso y del bombo como del pecado, y nunca se átreverá á recitar sus versos en público. 2IG ZAGS 55
No una, varias veces, le hemos visto escondído en las altas localidades del tea tro ó en los sitios más obscuros del salón, cuando se han leido versos suyos en vela das, matinèes y otros excesos literarios. Y al estallar la salva de aplausos á él dedicados, entonces sale del local y se oculta como si hubiera cometido un gran delito. Cosa más rara
Si Antonio Vidaurreta viviera en una gran capital ó hubiera tenido una posición independiente, quizá entonces se le esti- maría en todo lo que vale. Pero obscurecido en un pueblo del interior, moviéndose dentro de una atmós fera viciada por los números [1), habrá tenido mil veces que cortar el vuelo de su fantasía, dejar el mundo de los sueños para volver á la cenagosa tierra oficinesca, al pantano de los cargaremes y los labra mientos.
(1) Cuando se escribió este artículo era Vidau rreta Contador del Ayuntamiento. 56 F. LOPEZ LEIVA
Contador y poeta!. . . . ¡Qué con trasentido!
3e 3.
Concluyamos. Antonio Vidaurreta no ha coleccio nado jamás sus versos. - Todos ellos andan desparramados por periódicos y revistas. En el Moro Muza, allá por el año 1876, se publicaron muchas composiciones suyas, que fueron general - mente aplaudidas. Dado su carácter, es difícil que se decida á publicar sus poesías en un libro. Y es lástima que no lo haga, porque todas ellas son de mérito sobresaliente. Pero ya lo hemos dicho en otra oca sión: Antonio Vidaurreta es un pleonasmo de modestia. Poetas-rurales II
EJUARDO RUIZ Y CARCIA
Hé aquí el nombre de otro verdadero poeta.
Un poeta de verdad verdad; si, se
ni pseudo— ni
es plagiario ñores. Ruiz no decadente. Ruiz escribe sus versos con verdadera espontaneidad, con estro fácil y admirable corrección.
de guardarropia, No es un Prometeo como esos infelices que roban estrofas
ó á Campoamor, de enteras á Nuñez Arce 58 F LOPEZ LFIVA
creyendo robarles el fuego sacro de la inspiración. El que arde en su pecho le basta y le sobra para producir versos sentidos y armoniosos, como quizá no los hace ningún otro rimador de los que se dán pisto por estos y otros campos de hierba bruja.
Le conocimos en 188o. Escribía entonces para un periódico diario y brotaban de su pluma con pasino sa fecundidad, artículos políticos y litera rios, que iuego eran pasto del vergonzoso raque que se practica en la prensa de Cuba. Un artículo de Ruiz titulado El hom bre esponja, levantó una roncha espantosa Como sucede siempre, su nombre quedaba tras el velo del anónimo de la re dacción. Pocos eran los que sabían cuan to valía aquel hombre pobremente vestido y excesivamente modesto. Algunos le tomaban por cajista de la s imprenta: otros por . . . cualquier cosa. Y, sin embargo, cada artículo suyo era una esto cada á fondo al adversario, una bomba dentro del campo enemigo. Zl G-2AGS 59
Porque Ruiz, á más de ser un buen poeta, es tambien un escritor político de - primera fuerza.
+ 3e
En casí todos los versos de Eduardo Ruiz y García hay un fondo filosófico que sorprende no solo por la galanura de la forma, si que también por la novedad de los conceptos. Aun cuando las ideas espiritualistas de este poeta sean exageradas, siempre se leerán sus versos sonoros y rotundos con verdadero placer por los aficionados á lo bueno. Ruiz ha publicado una poesía con el título Delante de mí cuerpo, como no sería capaz de escribirlas ningún zarramplín de los que nos aburren con rimados gimo teos en veladas y conversaciones liter arias. El que quiera leer esa composición que busque el periódico El Crepúsculo, de Lajas, de los últimos meses del año 83.
3: 3: :
Gaviño, reputado, y con justicia, co. un buen poeta, fué derrotado en un certámen literario por Eduardo Ruiz y García. 6o F. LOPEZ LEIVA
Y cuenta que Gaviño es urbano y se mofa de los escritores del interior. - . Y á pesar de eso, pasó por el duro trance de que un jurado compuesto de Villergas, Azcárate y Varona, le adjudi cára á él el segundo premio, en tanto que concedía el primero á un fauno, á un ru. ral, á un prriodista silvestre como nos bau Piedra y nos sigue llamando Bobadi. lla.º
3: «M-4.
Dar á conocer todos los magníficos versos que ha escrito Ruiz, nos sería im posible hoy, porque carecemos de tiempo - y de espacio suficiente. Vaya, sin embargo, este trozo de una poesía leida por él en el Casino de Sagua, en una fiesta literaria cuyos productos se destinaban á la suscripción para una cala midad ocurrida en la Península:
«Aquí también, ¡oh reina del Oriente Que ahora ciñes con brumas De infinito dolor tu heróica frente; La que baña sus pies con las espumas De dos mares de azul resplandeciente; Aquí también de tu gigante gloria Con entusiasmo enérgico palpita, Como lámpara eterna tu memoria; ZIG ZAGS 6 I
Aquí también para ilustrar su historia, Todo cubano corazón se agita . . . . Miente quien arrojó calumnia infame Al limpio rostro de la virgen bella, Que delante del Nuevo Continente, Luce de nuestra España como estrella. , .
Quien ultrajó sus timb es, miente!... Miente
Quien negó a su varones la bravura, y A sus hembras virtudes hermosura,
Y quien torpes é hipócritas les dijo . . .
Y venga á contemplar en su ánsia loca
Como se arranca un hijo
Un pan, para su madre, de su boca!»
El que hace estos versos, el que siente y de tal modo de tal modo sabe expresar.
lo, es un hombre de corazón.
Quien hace justicia al pueblo en que vive, como Eduardo Ruíz, es, además, un hombre honrado.
¿Quién será capaz de negar á Ruiz el título de poeta? : 3, .
Nosotros no cometeremos la insigne tontería de criticar los versos de Eduardo Ruiz. -
Nos limitamos á darle á conocer como y Poeta inspirado correcto, como un escri A 62 F. LOPEZ LEIVA tor meritísimo que vejeta desconocido en la miserable escuela de un villorrio de esta Provincia. ¡Ah! Cuantos almibarados plagiarios, cuantos perfumados rapsodistas se darían con un canto en el pecho por hacer unas estrofas como las que hemos copiado! ...
3. 3 -
Nota importante: Eduardo Ruiz y García, es andaluz. El gato tuerto
Sin poderlo remedíar soy uno de los hombres más preocupados y supersticiosos que existen. Creo en todos los agüeros y hechizos. El martes tiene para mí una influencia fatídica. Si en semejante dia llueven centenes, no salgo á recogerlos por temor de que ese dinero me traiga perjuicios graves. En dia trece tampoco emprendo nin gún negocio. Las primeras calabazas me
las dieron á los trece dias después de ha -
ber enamorado á la décima tercera hija de
un hacendado que estaba en estado ar queológico, quiero decir, arruinado.
En dia trece escribí un artículo polí 64 F. LOPEZ LEIVA tico-electoral que me proporcionó dos pro cesos, un proyecto abortado de paliza y trece meses de expatriación forzosa. Si oigo graznar una lechuza en el si lencio de la noche, se me caen las alas del sombrero y las del corazón Si escucho el arrullo de una tojosa, me dán escalofríos. Cada vez que una de estas tímidas avecillas anda por las cerca nías de mi casa, me piden dinero prestado, de seguro. Los franceses, cuando oyen ahullar un perro, dicen que la muerte pasa cerca. Los ingleses no son tan preocupados; y lo sierto. - Porque si fuera así, con tener tres ó cuatro perros en casa y no dándoles de beber los sábados de seguro que los in - gleses no me visitaban ese dia. Las viudas— perdóneme esta simpá. tica clase pasiva de la sociedad—también tienen mala sombra, al decir de muchos. De ello me he convencido cuando le oí referir á un amigo la siguiente- verídica historia. Buenaventura García Santamarina es y oficial 5º, casado, con diez hijos setecien
tos cincuenta pesos de sueldo anual, salvo
que le el descuento del diez por ciento ha y puesto el Gobierno el del veinticinco ZIG ZAGS - 65
que le cobra un prestamista conservador de Zaza. Buenaventura sostiene á ambos sue gros, macho y hembra, dos cuñados y dos negros viejos, porque el desgraciado tiene ideas filantrópico—abolicionistas en los ra. tos que la hepatitis y el expedienteo se lo permiten.
Con todo y con ésto, Buenaventura tiene amistad con la comadre de su cuña do número dos, la cual comadre es trigue ña ella, gordita ella, con ojos negros y de circunstancias, pelo negro y trage negro, porque es viuda reincidente, quiero decir, en segundas núpcias, á pesar de no tener más que veinticinco años. Un dia la comadre del cuñado de Buenaventura suplicó á éste le arreglara un expediente de haberes pasivos á que creía tener derecho por haber sido su se gundo esposo, carabinero en La Guanaja, jurisdicción del Príncipe. Prometió Buenaventura arreglar el asunto, sin ocurrírsele la menor idea de chocolate oficial ni chocolate amatorio. Esto no obstante, estaba preocupado. Tra taba con una viuda y esperaba algo malo. Una noche, con objeto de hacerle sa ber un incidente de la reclamación, fué á 66 F. LOPEZ LEIVA
ver á la interesada, como él decía en su - lenguaje oficinesco. La noche era obscura y la casa estaba lejos, allá por los confines del Condado. Rodeábala una vistosa verja de piña de ratón con lanzas de piñón lechoso y arabescos de cundeamor. Buenaventura tuvo que saltar la ver ja, pues encontró cerrada la cancela. Entre los gárfios de la piña, dejó un girón del gabán, recien salido de casa del Lobo, donde había permanecido empeña do en no salir durante el verano. Se dirigió á la puerta y entre tanto caminaba, iba pensando: - — Cielos, yo por aquí, como un la drón, como un seductor, á estas horas, para ir á ver á una mujer jóven, hermosa y viuda! . . . Si el espiritu de uno de sus dos maridos el desventurado era espiri tista maniático] me sale al encuentro. si existen los celos de ultratumba! . . . si me vé la policía! . . . si . . . Y al llegar debajo del artesonado de yaguas, se quedó clavado en tierra. Habia visto en el dintel de la puerta una luz fosforescente, pequeña, y redonda, que se ocultaba y reaparecía en el mismo punto, á cada momento. ZIG ZAGS 67
Ahogó un grito y haciendo de tripas corazón intentó dar un paso adelante.
La lucecilla vino hácia él. Los pelos
del oficial quinto se pusieron de punta.
Con los tendones de sus pantorrillas po dían tocarse malagueñas, según estaban de distendidos.
--En el nombre de Dios! . . . — exclamó retrocediendo. Y echando á co
rrer saltó la cerca con perfección acrobá
tica, dejando en ella el otro faldón del gabán. -
Llegó á su casa sin resuello.
Su suegra le miró por encima de los y
espejuelos, él por poco se desmaya.
Creyó ver en el fondo de aquellos oji.
llos grises la misma lúz fosfórica que en el
portal de la viuda.
Se acostó con chaleco y pasó una no che toledana.
Al siguiente dia fué tarde á la ofici la,
La viuda le esperaba conversando amigablemente con el segundo jefe de ...
la portería.
Buenaventura se inmutó al verla. Sin
embargo la hizo pasar á su despacho. —Anoche—empezó ella sonriendo—
le estuve aguardando á usted hasta muy
tarde, Por cierto que creí oirle en el 68 . LOPEZ LEIVA
jardín, pero cuando me dirij á abrir la puerta, usted ó el que fuera, echó á correr. —Señora— dijo Buenaventura —no me hable usted de eso. Anoche he pasa. do el trance mas apurado de mi vida, Y le refirió lo ocurrido con aquella estraña lúz. La viuda lanzó una carcajada.
—Una lúz fosfórica . . ... ¡já, já... ya já! . . . Ya sé, sé, —repetía.
—¿Qué sabe usted, - preguntó Gar
cía un poco amostazado por la risa. —Nada, hombre, déjeme usted reir e
.. ¡Qué la luz que usted vió no era
cosa del otro mundo, sino el ojo de Muni
cipio, mi gato tuerto. . . . . CERRO CALV0
(A VIALDIVIA)
Sobre la superficie ondeada de la sa bána, yérguese magestuoso el màs poético de todos los contrafuertes que componen la gran cordillera del Escambray. Visto Cerro Calvo desde léjos, á distancia de una legua, presenta el aspecto de una ve merable cucurbitácea. Algunos arbustos entecos vegetan trabajosamente en su pe lada cima, como en ciertas calvicies zapa teriles aparecen algunos que otros enfer mizos cabellos. Por una de sus laderas sube jadeante un camino de herradura, que no ha tenido todavía la humorada de F. LO PEZ LEIVA enroscar sus anillos en la espalda del coloso. Aquí y allá, desparramados por su falda, vénse algunos enormes peñascos de orígen volcánico, caidos al azar, como si la mano de un titán hubiera lanzado enor. mes paladas de rocas sobre un gigantes co cedazo.- Ascendiendo un poco, en cuéntrase tal cual palma de huano espi noso agazapada entre el espartillo, del cual pugna por salir para aspirar el fresco ambiente de la tarde. Mas arriba, siguien do el zig-zag de la helmíntica vereda, la vegetación desaparece y se manifiesta tan solo por algunos raquíticos yerbajos. Ya en la cumbre, nada de árboles, nada de palmeras. Cerro Calvo padece una alo pecía vegetal crónica. Pero una vez arriba, dirigiendo la vis ta al Norte que paisage se presenta á los asombrados ojos del espectador!-Villa clara, recostada á los piés del empinado cerro, descansa muellemente en una ha maca de esmeralda, cuyos hicos, el Bélico y el Cubanicay, fueron tejidos por los son rosados dedos de un hada misteriosa. Al Nordeste se alza al eterno amante de la sultana villareña, el verde Capiro, que le envía, con sus húmedos besos cargados de oxígeno, la embriagadora música de sus ZG-ZAGS 71
palmeras, los cantos de sus pájaros y los arrullos de sus fuentes murmuradoras. Luego, volviendo la vista al encendi do Ocaso, se vé el apacible Inar de las sa bánas del Condado, con sus ondulaciones, sus blanquizales y sus tintes de un verde indefinible, agitarse á impulso de la brisa. Diríase que se respiran entonces las ema naciones salinas de las marismas, tan po derosa es la ilusión óptica. Y allí, en medio de aquella pampa de los trópicos, se vé ún pequeño espacio cuadrangular, rodeado por líneas blancuzcas. ¿Qué es aquello? ¡Oh! Aquello es el gran puerto de escala en el mar de la vida, el gran laboratorio de las transfor— maciones perennes, el modesto monumen to elevado por los hombres á la inmortali dad de la materia. Aquello que parece un punto perdido en el espacio, una im portuna figura geométrica que rompe el bello desórden del paisage, aquello es el Campo Santo,
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Desde la cumbre de Cerro Calvo, mirando al Sur, se divisa interminable sé rie de abruptas montañas, cogidas de la a mano unas con otras y cerrando el hori 72 F. LOPEZ LEIVA
zonte como si quisieran impedir la fuga á la exuberante vegetación de los valles. — Vénse allí, en armónico conjunto y deli ciosa confusión, agudos minaretes, cúpu as atrevidas, grecas inverosímiles, volutas desesperantes. Aquí, un principio horren do cortado á pico á una altura espantosa, en cuyo fondo preludia sus primeras ar monías el caudaloso Sagna: mas adelante, los últimos rayos del soñoliento sol po niente se reflejan en una piedra brillante , y tersa como una luna de Venecia: y á lo léjos, perdiéndose entre las brumas azu. les de una tarde siciliana, se ocultan me drosamente entre las nubes los atrevidos poachos y las caprichosas almenas del grupo de Cubanacán. Y forma estraño contraste con aquel cuadro bravío, las últimas notas del canto guajiro que suben, perdidas é incompletas, pero llenas de melancólica poesía, hasta la cima del en hiesto cerro. Es de tarde; el sol, después de haber descrito en la comba de los cielos su ma gestuosa parábola, se hunde lentamente tras una montaña que cierra el horizonte del Oeste. Los celajes, como inteligentes ayuus de cámara, cubren el régio lecho con ..., más vistosos cortinajes: hasta las
nube cias que vagan por el zénit preten ZIG ZAGS 73 den agradar al gran señor y se ruborizan al verle entrar en su alcoba. El gran sá. trapa quiere deslumbrarlas: les hace un guiño y con un último y esplendoroso ra yo les muestra las incomparables liquezas de su palacio de oro y granate. Después y se acuesta corre- las cortinas del mos - quitero. . Llega el crepúsculo con sus vagas armonías, y su brisa impregnada de per fumes y aromas. Véspero, es un gran poeta, cuyos dulcísimos versos repiten las palmas, las arpas eólicas del trópico. Poco á poco, la sombra avanza, em . pujada por el imperioso mandato de la Noche. Los perfiles de las montañas se ván redondeando entre la penumbra: el verde de los árboles es cada vez más obs curo. La madre Tierra vá á apagar las luces; su esposo, el Sol, se ha puesto el gorro de dormir- y es preciso guardar si lencio. Silencio, pués, y empecemos á des cender hácia el camino, que apenas se dis tingue, mientras la sombra, como la oleada de una inundación inmensa, sube cada vez más de prisa, agarrándose con fuerza de las sinuosidades del terreno, hasta cubrir la frente despejada y meditabunda del ve nerable Cerro Calvo. ~~ ~=+ *= *ae