Zig-zags : colección de artículos y poesías / Francisco López Leiva ; precedidas de una carta-prólogo de Manuel S. Pichardo. López Leiva, Francisco. Villaclara : Miranda, 1891. https://hdl.handle.net/2027/hvd.32044048083653

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LeivaFranciscoLópez HARVARD COLLEGE LIBRARY CUBAN COLLECTION

BOUGHT FROM THE FUND FOR A PROFESSORSHIP OF LATIN AMERICAN HISTORY AND ECONOMICS

FROM THE LIBRARY OF JOSÉ AUGUSTO ESCOTO OF MATANZAS, CUBA

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VILLACLARA

libreria de M. Vilcaíno Imp, de Miranda ) Plaza Mayor Sancti-Spíritus 37 L SSD 1.

FRANCISCO LOPEZ LEIVA.

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COLECCION DE ARTICULOS Y POESIAS

una prólogº Prettdidas de tarta de S. Manu l PichaRpo %s

VILLACLARA 1891 e. A - 2 e /, / 3 /

HARVARD COLLEGE LIBRARY CUBAN COLLECTION

BOUGHT FROM THE FUND FOR A PROFESSORSHIP OF LATIN AMERICAN HISTORY AND ECONOMICS

FROM THE LIBRARY OF JOSÉ AUGUSTO ESCOTO OF MATANZAS, CUBA —

FRANCISCO L0PEZ LEIV. A. - 2 º. C

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- VILLACLARA

Im, de Miranda ltrui V. Vivan ( Plaza Mayor Sancti-Spíritus 37 1.891. 4.

FRANCISCO LOPEZ LEIVA.

COLECCION DE ARTICULOS Y POESIAS

Prettdidas de una carta prólogo de S. l

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VILLACLARA

1891 SAL 3b . . 3l CC). Es

MAY á 13 LAr N-AM - RCAN D, taco: ESSQRSH º F.) Nº

Fºscoto Conection s - s Es propiedad del autor.

Queda hecho el dcpósito

que marca la ley.

Santa Clara.—Imp. de Miranda, Sancti-Spíritus 37. Por el CorreO

Sr. D. Fancisco Lopez Leiva. SANTA CLARA.

Muy estimado amigo mio: De nuevo en la Habana, después de los cortos y muy gratos dias que residiera con ustedes en esa nuestra querida Villaclara, donde me he sentido revivir y he remozado los re. cuerdos imborrables de la infancia, el mejor rato y el gusto más vivo, hámelo usted 1º, proporcionado con su carta fecha en la

que me incluye, sueltas, algunas de sus

celebradas poesías, aunque no tanto como V. piden y merecen.

Las he recibido sólo para publicarlas; pero tan intensamente me han impresio II

nado, y tantas cosas buenas he leido en ellas, que, si no un juicio docto y extenso, que es el que les viene, y que yo no podría hacerles, he de comunicarle, mondo y breve, mi parecer, que sólo merecería el silencio y la indulgencia de la intimidad, y que, si al sol se muestra, es por ese afán de publicidad que se nos pega á los que escribimos, y que nos hace no reservar nada, hasta el caso, que creo no muy leja no, de que acabaremos un dia por estampar en columnas ó en páginas, hasta las cartas que escribamos á las mozas, con todas sus tonterías y requilorios. No quiero creer, amigo mio, que sea porque nuestra poesia se halle en decaden cia, aunque no andaría muy escaso de ver" dad si tal pensara; pero, leyendo sus ver sos, me ha sorprendido un suave perfume de novedad, algo que se aparta de la mo nótona rima de los salteadores del Parna" so; frescura de prado vírgen; bríos de un estro desarrollado en una bien dirigida gimnasia literaria, y en muchas estrofas, lo que poco abunda y menos reflejan nues" tros poetas pudibundos y floridos: acen tuado color de humanidad. No sé si será buena y si á V. le agrada. rá la reminiscencia—á mí me halagaría— más debe saber que con su mundana poe. III sia Ear-ángel, he recordado la musa torna solada y sonora de Manuel Reyna, en mu. chos de cuyos versos nos asaltan el rico cachemir, el lujoso damasco, el camarín á media lúz, la danza diabólica, los rechis" peos de oriental pedrería, y las talladas copas, tan finas que vibran al deshacerse en sus cristalinos bordes las burbujas del licor opalino. Su variedad de aptitudes también es co sa que me ha seducido. Con el último sollozo de la elegía, empalma V, la pri mera morisqueta del epigrama. Esto no

hay que verlo por su hecho en sí, que nada

significa, sino considerarlo en apreciacio

nes más elevadas. Yo no puedo, amigo

Leiva, con los que ven la naturaleza por y un solo prisma, así tenemos poetas jere

miacos, cuyas lágrimas no tienen intermi.

tencias, y humoristas que, tomando esta

frase en el sentído de buen humor, con”

vierten en paso de risa los asuntos más

sérios. El poeta moderno debe ser, antes y que nada, humano, lo humano es pre

sentar la vida con sus distintas expresio" y nes matices, en los que alternen, así la

queja punzante, como el grito de alborozo.

Siempre me han parecido fuera de la realidad, tanto los optimistas, desmentidos sin tregua por las amarguras implacables, - - lw.

salvo os tute couaizar eternamente con sea o as, sa se usar grie el Ocaso tiene su vascºs sores n=rrios de sol. SS., es sarro evensa uni Eistre escritora, viera a vida con sus sintiintes es el unas es esto inscura:sinc. escr=a de la que se se hoy en ef= Zei, cerso para mí tuo antes tae el auterie Lz arra, debe solocal se a l'au det, el sucine novelador le Nº o, unas pero y real, corrie, si toca lo monstruoso y lo asº ecce, nº desdeña lo y aude y lo hermoso, que de esos contras. tos es de donde surge a vezca iera familia le los hombres. \ vueltas de varias composicist:es gra N, en las que usted ama con J.A.;rsarifa, batalia con I'o º sas, perfisma con la planta, ondula con el mar, assman su fiso momia eomisa otras que le otorgan real «espacho de escritor estivo de primera vlase,

l ºe usted es merito saliente la facilidad, a tustivamente comprendida, y bueno es a lararlo, por cuante de esa frase se viene haciendo aquí un mal uso, ó una aplicación er omea. No hay poetilla que empiece ni waiadero que emborrone, a quienes no se

los aplique lo de fiel, impropiamente,

luvºto que con tal calificativo se quiere

vavattularles el elogio, de lo que resulta no V

pocas veces que se confunde con esa cua lidad lo abundoso ó lo espontáneo. La facilidad no es obra puramente ima ginativa; es más de estudio, pues que con siste en vencer las dificultades. Un dia y otro me escuece, amigo Leiva, ver cómo se prodiga y se interpreta torpemente, aplicándolo á cualquier párvulo de las le tras, el elogio que más le halagara á Bre tón, aquel fácil por excelencia, que se in— ternaba en los enve dijados laberintos de la rima, para luchar con ellos y salir, como siempre salía, airoso y triunfador. Lástima es que sus trabajos, como los de Eligio Capiró, los Gutierrez una fami lia de Antonio Vidaurreta, y otros villaclareños¿de valer, no sean tan conoci— dos como sus méritos exigirían, y de ello son culpables las causas dichas en aquel mi artículo Los rurales, de que me hablaba usted en esa. Leyéndolos, enorgullézcome muy de ve. ras de haber nacido donde ustedes, y ya que por acaso me encuentro en un medio en que la voz más se dilata, mi mejor pla

cer será publicar aquí vuestros versos, si,

como espero, seguís enviándolos al que es

de usted tan leal amigo como sincero admirador,

MANUEL S. PICHARDC).

SINFONA.

Una máxima china ó finlandesa dice: «Todo hombre que ha tenido un hijo, »plantado un árbol ó escrito un libro, ha »cumplido la ley de Dios » Yo he tratado de cumplir el filosófico precepto por cuantos medios han estado mi alcance y no he podido hasta hoy, aun - que lo he intentado distintas veces. Me casé y no he tenido hijos. He tratado de tener tierras para sembrar árboles y todavía no he podido reunir la cantidad suficiente para comprar un tiesto de flores. Fracasados mis honrados propósitos 2 F. LOPFZ LEIVA

acerca de la arboricultura y de la filicultura, me decido por el último inciso de la proposición. Y de ahí que publique este volúmen, para cumplir la ley del Señor al estilo chino ó finlandés.

Dicho esto, haré una declaración. Por muy mortificante que sea para mi amor propio, debo confesar, ante todo, que la publicación de este libro no obedece á los deseos ni á los ruegos de mis amigos. Ninguno de ellos me ha hablado jamás de semejante cosa; y se comprende que asi sea, pues aparte del poco mérito de mis trabajos, reconozco de buen grado que ni la Magdalena está para tafetanes, ni los tiempos que corren son los más favorables para que el público se aficione á estos libros de amena literatura, llamémosles así. Mis artículos y mis versos andaban por ahí desparramados en periódicos y revistas. Muchos de ellos se han pubiicado sin firma; y considerándolos «incluseros» no ha faltado algún San José que haya querido ejercer de padre putativo con ZIG ZAGS 3

ellos, poniendoles al pié un nombre y un apellido. La reivindicación de esa pater. nidad, tan legítima como otra cualquiera, me ha decidido á reunir esta colección.

3k 4 :k

Véndase ó no se venda, léase ó no se lea, creo que he cumplido un deber de con, ciencia reuniendo bajo un techo común - Otros muchos de mis hijos, quizá la mayor parte, quedan por ahí, olvidados en las columnas de los periódicos. Pero esos chiquillos,habidos en nefasto consorcio con la Política, son demasiado revoltosos para que los haga sentar junto á sus her manos los puramente literarios que por lo cándidos é inofensivos caben donde quiera,

3. :: 3%

Ya sabe usted, lector, por qué publico este libro, Ahora pase usted adelante, si gusta,

La bella pOrdiOSera.

La luz del quinqué se iba poniendo rojiza y de vez en cuando se estiraba has- - C ta el extremo superior del tubo como que- -” riendo atrapar las mariposas que evo teaban á su alrededor. Yo estaba inmóvil, con la pluma en la mano y el papel sobre la mesa, sin atre verme á trazar una sola letra. -

Pensaba . . . . ¿en qué pensaba yo entónces? Quería hacer un verso que corrie ra, sino manso como un arroyuelo, por lo

ménos, con la facilidad de un centen de y buena ley; los consonantes huían de mí. 6 F LOPEZ LEIVA

imaginación como deudor tramposo en sá bado laborable. - Quería escribir un artículo y no se me ocurría una sola idea, ni venía á mi memoria uno de esos manoseados recur. cos periodísticos de los cuales los jornale ros de la prensa sacamos abundante alfal. fa política que distribuimos á cinco centa vos la ración.

Pensaba en ella. La había visto, la mañana de aquel día, pidiendo limosna por las calles, can tando al son de una pandereta que movía con extraordinaria agilidad, al mismo tiempo que un viejo, ciego de remate y que seguramente era su padre, rascaba un acatarrado instrumento de cuerda, mitad bandolin, mitad guitarra. La habia visto y la había hallado her mosa, superiormente hermosa, fresca y tentadora. Alta, de formas redondas y mórbidas, su estraño y pintoresco trage hacía resaltar las admirables curvas de aquel busto estatuario. Era trigueña has ta la hipérbole, casi cobriza, con las meji ZIG ZA GS. 7 llas aterciopeladas y encendidas por la proximidad del fuego que brillaba en sus ojos. Estos eran negros, poderosos, pro fundos; sus largas pestañas se cerraban poco á poco, al modular la última nota del estraño canto y el que entónces la piraba creía quedarse á oscuras como si un nu barron hubiera eclipsado la luz del sol. Su boca era pequeña, pero sus lábios eran gruesos, húmedos, carnosos, encen didos al rojo cereza. De seguro que un beso de aquella mujer quemaba como una brasa.

Aquella mañana se habia detenido á. cantar en medio de la plaza, frente á mi balcón. Me chocó lo armonioso y bien timbrado de aquella voz que se dejaba oir entre la infernal algarabía de los coches, los gritos de los chiquillos y el destempla do son de la guitarra, y salí á la ventana. Ella, al verme, me presentó la pande reta. Mientras yo buscaba en el exhausto bolsillo una moneda que arrojarle, quedó en una actitud sobera namente artística, con el brazo derecho en alto y la mano iz quierda sobre las cuerdas de la mugrienta 8 - F LOPEz LEIVA guitarra que calló enseguida. — Es Vénus— pensé—Vénus Afrodita que se dedica al cante fondo . . . Arrojé el dinero y ella, haciendo un quiebro graciosísimo, una verdadera torsión de serpiente, recojió la moneda en la pan deretaº Me dió las gracias con una mira da y echó á andar llevando al ciego de la I: la Il O. La seguí con la vista hasta que se per dió á lo lejos. ¿Quién er a ella? Una zín gara, una bohemia, una gitana de esas que impropiamente llamamos moras ó furcas siendo armenias ó maronitas. De cierto,

era una pordiosera; tal vez sería una per

dida. Es hasta ridículo pensar en seme - jante mujer,—me decía para mis adentros la al recordarla por noche. no Y sin embargo, podía olvidarla. y su La veía allí con su corpiño azul saya

el rojo color de tierra; con pañuelo arro

la gracia llado á cabeza, dejando caer con la sin igual sobre el elegante torso negra

y abundosa trenza cuyo brillo pretendía

empañar el envidioso polvo Callejero. ZIG ZACS 9

A todas éstas eran las doce de la noche y yo no había comenzado á escribir el ar. tículo que debía- publicarse el día siguien. te. - El recuerdo de la «mora» me habia embargado todo el dia. Quise salir á la calle y no encontré el chaleco. Abrí la ventana y me asomé al balcón. - Una ráfaga de viento entró en el cuarto murmurando del frío que hacía en la calle, y como chiquilla revoltosa fué á tropezar con mis papeles, regándolos por el suelo. Hecha esta trastada, quiso ca lentarse dentro del tubo del quinqué, y la lúz, poniéndose roja de cólera, se apagó al instante. La noche era muy hermosa. Miré al cielo y ví las estrellas coquetear con los luceros, haciéndoles guiños misteriosos co mo si ellas fueran niñeras y ellos pertene cieran á las clases de tropa. La luna, como dueña quintañona, pre senciaba estos amoríos siderales desde el horizonte, asomando la naríz entre los pliegues de un celage negruzco. Yo miraba todo ésto sin admirarlo, como lo habia admirado otras mil veces, La imágen de la hermosa limosnera no podía salir de mi memoria. O F LOPEZ LEIVA

—¿Donde se albergará esa infelíz?— pensaba. -- Quizá esté en el ríncón de un portal, royendo el duro pan de la cari dad ...... Quizá debajo de un arco del puente, aterida de frío, junto al infelíz anciano que canturrea medio dormido la eterna copla del mendigo ...... Y él es su padre, no me cabe duda; se tratan con cariño, ella le guía dulcemente, y ésto solo se vé entre padres é hijos .. . . . Pobre niña! . . . . . Sola en el mundo, con un - ciego por único apoyo ...... ¡Qué con

trasertido! Un ciego sirviendo de amparo

á una mujer que tiene tan hermosos. . . . ejos! " . la

á tempes.

Y puse me recitar Moche - íuosa, de Zenea:

“Cuanto enfermo infeliz sin luz ni lecho,

cuanta pobre mujer sola en el mundo!...---"

es decir, el El relente municipal, sere

no, me sacó de aquella interminable série y en el de abstracciones de castillos aire,

avisándome que eran las tres de la maña ld. y to. la Entré me arrojé en cama con

y mejicanos. do ropa, como dicen los ZIG ZA GS II

Soñé que era millonario y marqués pontificio de Buenavista y que yo me habia casado con su hija. A las nueve de la madrugada me des pertó el repórter que traía el extracto de los partes de policía para ponerlos en cas tellano. Les dí un vistazo y entre sorbo y sorbo de café leí la noticia siguiente: “Remitidos al vivác, á disposición “del Juzgado dos turcos limosneros, padre “é híja, por haber participado doña Fulana “de tal, vecina de X, que habiéndoles dado “de comer, de limosna, la muchacha se “aprovechó de un descuido para robarle “tres pares de medias y un cubierto de “plata. Registrado el lío de ropa que la “acusada llevaba, fueron hallados dentro yy “de él los cuerpos del delito.

Una novela en recOrtes

De la Aurora del Vumurá, de Matan. zas. Mayo 18 de 187o ] «Ayer, momentos antes de partir el »primer tren de la Habana, ocurrió en la »estación de San Luis una escena trágica. ».Regresaba á la capital el jóven letrado »don Juan Perez y en el instante de subir »la escalerilla del wagón de primera clase, »fué detenido por un anciano y una jóven »agraciada que llevaba en brazos una »criatura de pocos meses. » Según hemos podido averiguar, »parece que había de por medio una his »toria de amor; que Pérez, bajo palabra 1 4 F. LOPEZ LEIVA

»de matrimonio, había abusado del candor »de la jóven. Ello es lo cierto que des »pués de cambiar algunas frases entre los »tres, el anciano se abalanzo sobre el jóven, »revólver en mano, y le descerrajó un tiro »á quema ropa, sin que le causara el menor »daño.

»El agredido, entonces, respondió á »la acometida agarrando á su adversario »por la cintura y luchando desesperada »mente con él. Tras breves momentos de »brega, el anciano cayó sobre los rieles en »el mismo instante que arrancaba el con - »voy. Muchas personas que presenciaron »aquella horrible escena no pudieron im »pedirla por la rapidez con que se suce - »dieron los hechos; y á pesar de los grandes »esfuerzos que hicieron no pudo salvarse »e anciano que fué recojido de la vía »espantosamente triturado por las ruedas »del wagón. El señor Pérez logrò escapar »tomando un coche de los que estaban de »punto frente á la estación. »La jóven y el niño fueron conducidos »al Hospital de Santa Isabel donde se les »prestaron toda clase de auxilios. »Identificado el cadáver, resultó que »el infeliz viejo se llam aba Jaime Puig, ex »sastre, domiciliado en la calle de América ZC ZA GS "IS

»número 15, ciudadela, La hija se nombra »Anita Puig y es costurera. »La policía brilló por su ausencia en »el lugar del suceso, y el juzgado del Dis »trito Sur entiende en el asunto. » El señor Pérez no ha sido habido.»

- e a ", • • º e • • • • • - a - e e

Del mismo periódico. Noviembre de 1874): «Anoche trató de suicid ree colocando »en su habitación una hornilla de carbon »encendido, la jóven Ana Puig, blanca, »habitante en una accesoria de la calle de »San Juan de Dios, Pueblo Nuevo. Afor »tunadamente las vecinas pudieron impe. »dir que la desgraciada llevase á cabo su »horrible propósito; pero se teme que el »hijo de la suicida que tendrá próxima »mente cuatro años, no pueda salvarse, »pues los médicos certifican que su estado »es desesperado, »Créese que el motivo que impulsara »á esta infeliz mujer, jóven y bella, á aten »tar contra su vida, sea el estado de »absoluta miseria en que se halla, pues »según declaró había pasado tres dias sin D)COl) Cr.» ...... I 6 F. LO PEZ I, EIVA

Del Diario de la Marina, de la Ha bana. (29 de Diciembre de 1878): “El lunes de esta semana se han ju. “rado eterna fé ante el ara de Himeneo “la bella y distinguida señorita Carolina “López y el jóven abogado D. Juan Pérez. “Fueron padrinos de la nupcial ceremonia “nuestro particular amigo el Excmo. Sr. “D. Caruto López, padre de la novia, y su “apreciable esposa la señora doña Encar. “nación García,—Que una eterna luna de “miel, etc. etc."......

De La Nación, de la Habana. [Ene ro 6 de 188o): - “En Cervantes ha debutado una nue “va estrella del arte coreográfico. Llámase “Anita Puig y es conocida entre bastidores “con el simpático nombre de La Matance. “pra. “La adquisición hecha por la Empresa “es valiosísima. Anita Puig hizo maravi. “llas la noche del jueves en que por pri “mera vez se presentó ante el inteligente “público del coliseo de la calle de Consula “do. El brillo de sus ojos, la gracia de su “sonrisa, la flexibilidad de su talle de sílfide “y el modelado de sus formas delicadamen ZIG ZACS . -- I 7

“te mórbidas, le han conquistado numero. “sos y entusiastas admiradores. “Ha bastado una sola «expectación» “para que por unanimidad se le haya acla “mado como reina del Yambú y el Papa “lote. “Asegúrasenos, sotto voce, que el rico “marquista y concejal Sr. de X., abonado “perpétuo á Cervantes, ha resuelto arrui “narse por La Matancera.” ......

De La Correspondencia da España [Mayo 2o de 188o: “Al banquete que dará el sábado en “el restaurant de Fornos el acaudalado “banquero, jurisconsulto y diputado cuba “no señor don Juan Pérez, asistirán muchos “é influyentes personages de la mayoría, “quienes aprovecharán la oportunidad pa “ra hacer importantes declaraciones sobre “la política y la administración últrama “rina.” - Drama naturalista

ACTO I

(Casa pobre., Pocos muebles. El y Ella dispu tan junto á un baul viejo.) —Te digo que me dés la gargantilla, Juana. — Pues te digo que no, Perico. —Mujer, dámela y no me provoques. — Pues nó y nó! . . . La quieres para empeñarla ó venderla y luego irte á jugar á la valla. te importa, —Eso no Dámela- bien á bien ó te reviento.

— No faltaba mas! . . . La gargan tilla de la niña, que se la regaló su madri na el día que la bautizó! . . . —Dejémonos de historias y venga la prenda. Hoy es domingo y necesito rea les. ZIG-ZACS I9

— Pues trabájalos ó róbalos. Lo que es de mi no esperes nada. Ya hás acaba do con todo lo que hay en casa. -¿Si, eh! ¡Pues toma! . . . . (Suena una bofetada y la mujer grita: )

— Cobarde, bajo, darle á una mu jer Toma la llave y vende hasta las sábanas . . . ACTO II.

(Valla de gallos. Público numeroso. —Voy veinte! -- Pago! —Seis á dos —¡Onza á peso — Pica, malatobo! — Arriba, cenizo — La nunca Perdió el cenizo Gran vocerío; Perico trata de escabullirse por debajo de las gradas. Un concurrente le grita:) —Eh, amigo, vengan los díez pesos no he “casado” nada con us — Yo - ted. —¿Como que nó? ¿A ver, caballeros, ustedes no son testigos? Varias voces.]

—Sí, si, ese quiere jugar camote/ al (Pedro, pálido, cemo un muerto, salta - redon y l del dice al otro: 2O F LoPEz LEIvA

—Lo que yo hago es fajarme eon usted, só sinvergüenza! . . . . -¿Conmigo? . . Ahora veremos!... (Llueven bofetadas El estanquero guarda la am polleta y vá á buscar la policia que está refrescando con ginebra en la cantina.)

—Guardias, guardias, un pleito. . . [La policia amarra á los combatientes y los lleva á la Cárcel.l

ACTO III.

(Los portales de la Cárcel. Vendedores ambulan tes, soldados, chiquiluos. Aparece Juana con un ojo medio reventado. Trae un plato envuelto en un pa” ñuelo súcio. Pedro asomado á la reja.) —Perico, hijo, aqui tienes la comida. — Bien. No tengo apetito. ¿Vendiste la manta? ¿Traes las dos pesetas? , —Sí, aquí están; por cierto que las necesitaba para la botica; pero como tu me las pediste con tanto empeño . . . —¿Para la botica, dices? —Si, la niña está desde ayer muy mala de la garganta, y me temo no sea el cris . . . Con este polvo! . . . —Bah! Eso no será nada. (Llega un negrito harapiento y dice á Juana:) — Doña Juanita, dice mi madre que corra para allá, que á la chiquita le ha dado un ataque y se ha quedao. . . ZIG ZAGS 2I

—Hija de mi alma!. . . Madre- mia!

Juana corre desada para su casa. Perico examinando las dos pesetas que le ha dejado su mujer.] —Eh! Juana, mira, no hay mas que tres reales. ... Una de las mejicanas está rayada y tiene agujero! . . . . Muérete y Verás!.....

Ni aún en la paz de los sepulcros creo.

El legajo de cuartillas, cosido con una presilla de metal, decía así:

4tº +

Me había muerto, positivamente muer tO. Acababa de oir sobre la tapa del ataud la llovizna de tierra de perdigón que arro jaba en la fosa la pala del sepulturero; y escuchaba vagamente las palabras de con. miseración que respecto de mí y mi familia pronunciaban los concurrentes al entierro. ZIG ZAGS 23

Un señor cursi. oficiante de filósofo en las grandes solemnidades y orador fé nebre bastante disparatero, decía con en tonación campanuda:

— Et tn pulvis reverteris . . . Señores: en nombre del afligido difun. to y de su familia que ya goza de eterno descanso, doy á ustedes las gracias por haber tenido el placer de asistir á la exhu mación del cadáver . . . Un usurero que aquel mismo dia había puesto en la calle á una viuda con tres hijos que le debía un mes de alquiler de casa, exclamaba con voz entrecortada por la emoción:

—El infelíz! . . . . Me negoció un mes de paga adelantada y se murió sin devengarla ...... Deploro como el que más su sensible pérdida . . . Dios lo perdone!...... - Y arrojaba puñados de tierra á la hue sa, con tanta fuerza, que parecia que ape dreaba el féretro.

Después, se fueron extinguiendo las voces y los rumores de las pisadas sobre las baldosas de la calle central. Solamente oía el ruido de las últimas paladas de tierra cayendo en la sepultura, ruido interrum pido á intérvalos por un resoplido parti 24 F. LOPEZ LEIVA cular, como si el enterrador se limpiara la naríz con los dedos. Luego, nada más. Silencio absoluto, mútis general por la cancela de hierro cu ya mohosa cerradura rechinó cual si fuera el último rasgo de una pluma de acero en aquel misterioso proceso de la muerte.

33 :: :e

La noche había cerrado. Los sauees y los pinos preludiaban la tristísima sere nata de las tumbas. - Yo sentía todo mi cuerpo entumecido: quise revolverme en la caja para respirar con más facilidad, pero el envase era es trecho. De pronto sentí que el ataud se alza ba lentamente de su lecho de tierra. Quise levantar la cabeza, pero el esferóide cra . neano no obedeció, por vez primera, á mi voluntad. Yo, que tengo aigo de fatalis ta, de haragán ó de sagastino, dejé hacer.

La caja se elevaba poco á poco, con

dificultad, como si nuestra madre común

opusiera tenáz resistencia á dejar la presa

que por ley le pertenecía.

Al fin, el féretro llegó á la superficie Enseguida una fuerza desconocida pero ZIG-ZAGS 25

vigorosa como la de un estivador yankee, abrió la tapa. Sentí que una ráfaga de viento me azotaba el rostro. Abrí los ojos y á la in decisa claridad de las estrellas ví . . . Ví gran número de esqueletos en to. do el recinto del cementerio, sentados unos sobre las lápidas de las bóvedas, estos en las peanas de las cruces, aquellos sobre las verjas de los mausoleos. Algunas ca laveras se asomaban á las entreabiertas portezuelas de los nichos, mientras que una porcióta de ex-personas, con los dedos metidos entre las costillas cual si fueran boca mangas de chaleco, se paseaban gra vemente de dos en dos ó de tres en tres por las calles laterales de la Necrópolis, lo mismo que los propietarios y rentistas por los paseos y alamedas de la ciudad. Al rededor del féretro se reunieron como una veintena de esqueletos que fija ban en mi cadáver sus ojillos maliciosos y fosforescentes. —Mirad—decía uno que á juzgar por el gran arco que formaban sus costillares debió ser un hombre panzudo —mirad,ami gos, aquí tenemos un nuevo huésped que debe ser persona de viso, porque ha trai do gran acompañamiento esta tarde. —Bah —expuso otro encorvando la 26 F. LOPEZ LEIVA

espina dorsal para reconocerme — Este fué un lupendi toda su vida. Le conozco por que ha sido redactor de un periódico don de yo, trabajé como cajista . . . . Estoy seguro que le han costeado el entierro por suscripción y que el tramo que ocupa no está pagado . . . — Toma!-gritó otro—Si trae los zapatos remendados con hilo blanco y ro zados los filetes de la camisa! . . . ta, — Ta, ta! . . — volvió á decir el

esqueleto redondo—un periodista! . . .

¿Qué diablos vamos á hacer aquí con este ya perdulario? ¡Será posible que no mue.

ra ninguna persona decente!. —Poetas, periodistas, arrancados!.

— gruñeron varios esqueletos á la vez, ha . y ciendo gestos muecas de desagrado r k *

El que pudiera llamar el muerto gor

do dió tres palmadas que produjeron un ruido seco como el de las carracas en viér neS SantO. La concurrencia de ultratumba se fué y aumentando ensanchándose el círculo de curiosos. Yo haría grandes esfuerzos por incor ZIG ZAGS 27 porarme; pero mis miembros parecían de plomo. Solo tenía expedita la lengua y me resolví á hacer uso de la palabra. - Señores osteolitas—empecé—A la acción irresistible de un tabardillo fulmi nante complicado con una afección crónica del hígado, producto du los infinitos be. rrinches que me hizo coger en vida un es tólido fiscal de imprenta . . . . —Orden —me interrumpió el muerto cuyas costillas parecíán arcos de tonel— órden, señor cadáver. No le preguntamos á usted nada. Los necropolitanos aquí reunidos deliberarán si es ó no es usted digno de ingresar en esta comunidad, se gún antiguo uso y costumbre. Señores— agregó dirigiéndose al concurso—en mi calidad de presidente y decano de la calle 4º, tramo 2º de 1º clase concedo la palabra para tratar de la admisión de este neófito y de los demás que hoy hayan tomado tierra en nuestra der marcación. — Pido la palabra—dljo una calave ra de voz atiplada. — La tiene usía, doña Mariquita— ex puso el decano. -Señores—comenzó la preopinan te- En cuanto al niño blanco y al negro viejo que han traido hoy, no tengo nada que objetar. Angelitos al Cayo 28 F. LOPEZ LEIVA

—Admitidos—contestaron todos. — Pero tratándose de este sujeto, la especie varía. Recuerdo que cuando yo estaba en el mundo, mi marido, que santa vida halla, tenia un restaurant en el cual comía el individuo qué aquí veis No pa gaba nunca, y cuando se le pasaba la cuen: ta quería saldarla con coplas y dichos. Mas aún: era tan desagradecido que siem pre estaba echando pestes de las fondas económicas en el diario que escribía, y re cuerdo que una vez que encontró en la sopa la fosforera de mi esposo, armó un escándalo en el períódico diciendo que lo habían querido envenenar, por que él era autonomista y mi marido conservador. Otra ocasión escribió va rias gacetillas “guaseándonos,” y dicien do que en casa cocinábamos con aceite de bellotas y manteca de oso y que por eso nos salían siempre con pelos las tor tillas . . . La gente ignorante le cele braba la gracia, y al fin, después de haber nos comido por un costado, nos hizo perº der los parroquianos. Este es un hombre excesivamente burlón y no nos conviene aqui donde jamás se ha oido nna carcaja da . . . Me opongo, pués, á que se le admita y pido que se le devuelva al mun. do de los vivos. ZIC ZACS 29

—. Por mi parte—agregó otro esque leto que debió haber pertenecido á ún cuasi-gigante, “segun era de largo—por mi parte, tambien me opongo á su ingre so. Fuí, como sabeis, Fiscal de Imprenta en el mundo, y este caballerito me quemó la sangre á su gusto, haciendo epigramas y equívocos con mi apellido que era Gu tierrez Cornada . . . Todavía recuerdo que me publicó un artículo titulado Entra, bicho! .. . . Estoy porque se le declare víctima de una muerte aparente; contra riemos su ingénita holgazanería, echán dole de esta mansión de absoluta quietud y castiguemos su glotonería, haciéndole ir á comer de nuevo á lo fonda del marido de doña Mariquita. - —Me adhiero á lo manifestado por el señor—dijo una voz de bajo profundo.— Fuí, en vida, párroco de San Bibián y mi ama recogió en cierta ocasión una sobriº na suya, un angelito de dos años, que era una gloria verle. La chiquilla me tomó ca" riño y de oir á todo el mundo llamarme padre, padre aprendió á decirme, la cosa mas natural del mundo ¿y sabeis lo que hizo este granuja? Pues me puso un so: neto en el diario que decía asi, si mal no recuerdo: La sobrinita del ama, 3O F. LOPEZ LEIVA

del cura Buenaventura, “padre” al presbítero llama .

¿si habrá en lo de “padre cura”

un positivo epigrama?"

Apoyo, pues, la idea enuncíada por y y doña Mariquita el señor Cornada pido

que se le eche de aquí.

— Resumiendo —manifestó el esque y leto presidente con voz pausada solem -

ne.—. Y considerando, primero: que la dulce paz que aquí disfrutamos puede verse

turbada por la presencia de un mal sugeto; y segundo: que la unión fraternidad justa y y perfecta de esta mansión de paz olvido

no consienten la admisión de gente deso. y cupada maleante como es la que ha vi.

vido en el otro mundo haciendo crugir las y prensas de palanca de rotación; tercero:

que las representaciones de ultratumba

que llevan por la vindicta pública el señor

de las Cornadas, por el clero el padre y Buenaventura Jarretes por la industria

la señora de Salpicón, se oponen con gra

ves razones á que forme parte de esta y Eternidad el ex-periodista ex-poeta Juan Ante Portam Cuartillas, fallo: Que y lo declaro vivo efectivo, traido aquí por y equivocación víctima de una grave cata - lepsia.

— Bravol—aplaudieron los esquele . ZIG ZAGS 3 I

tos de doña Mariquita, el cura y el fiscal. —¡Bravo, aprobado! . . . — vociferó la multitud haciendo resonar aquellas ma nos sin palmas con ruido semejante á la descarga de un carro de piedras. Y después de haberme hecho algunas muecas horribles aquellas bocas sin lábios y aquellas narices desternilladas, la multi tud se disolvió, filtrándose los esqueletos y por las rendijas de las bóvedas las grie

tas de la tierra. Momentos después estaba solo; com

pletamente solo, contemplando un her y moso lucero que resplandecía en el zenit que me miraba con extraña fijeza. 3e , «Y

El dia me sorprendió sentado en el

ataud, con los pies colgando dentro de la y fosa la solapa de la levita levantada pa resguardarme del terral.

El chino sepulturero por poco se mue

re de miedo al encontrarme en aquel sitio. Con gran trabajo pude lograr que fuera

á dar aviso al capellán de aquella resu

rrección. -

Al poco rato había un gran número

de personas en el Cementerio. Mi familia derramaba lágrimas y me abrazaba. Don 32 F. LOPEZ LEVA

Matías, el usurero que me había negocia. do el sueldo adelantado, acudió tambien al Campo Santo al oir la estupenda noti cia. El buen hombre se limpiaba los ojos con un pañuelo de Madrás que parecía u. na bandera de combate, y me decía por lo bajo: —Oh! nunca hubiera podido conso larme de su sensible pérdida, amigo Cuar. tillas. Y á propósito de pérdidas ¿cuándo me recoje usted aquel recibo que me dejó al ocurrir su fallecimiento? - 0h, el honor...

-

ESCENA I.

(El vestíbulo del teatro. Momento de la 8 alida. Señoras, caballeros, gomosos, porteros, chiquillos so

äolientos. Oyese el chasquido de un beso...)

JUAN enfurecido, dirigiéndose á Pedro con Ul Il la mano levantada:)—Es usted un villano, mal nacido, me dará usted una satisfac.

ción . . .

PEDRO, y (sonriendo esquivando la bofeta.

da.} —O dos, si usted gusta, que yo para

mi no las quiero.

JUAN—Insolente, atreverse á insultar á . . de ese modo una señora . Ahí vá mitargeta. 34 F. LOPEz LEIvA

PEDRo.—Baje usted la voz. Ahí está la mia. (El público, encantado, comentando el lance y Fiendo.) — Pues no se ha quemado de veras el buen hombre . . . —Ya lo creo, si el otro le ha besado á su mujer. — Vaya un lance chistoso. — Este Juan es un loco; pero tiene la gran sombra y las grades ocurrencias. ---Es un calavera simpático. — Mire usted que fué cosa de morir. se de risa ver la cara que puso el pobre marido. . .

ESCENA II.

[Casa de los padrinos. Estos y Juan). Los PADRINos.—Pero usted debe ce der algo...

JUAN.—Imposible. Ese hombre me ha y hecho una ofensa gravísima mi honor exije que lave esa afrenta con sangre. y Pònganse ustedes en mi lugar díganme

lo que harían.... Ese mequetrefe hace tiem po que venía persiguiendo á mi esposa

con estúpidas galanterías; hoy mismo lo

he sabido. Anoche, por llevar adelante adelante una infame apuesta hecha con ZIG-ZACS 35

sus amigotes, se atrevió á besarla El caso no admite otra solución que un duelo á nn Ulerte. Los PADRINos.— Pero reflexione usted que si el lance tiene un desenlace fatal, sus hijos van á quedar desamparados; que ds. ted es pobre y su familia no tiene más ren tas que su trabajo personal. . . JUAN.— Basta. Cuando llegan estos momentos, no hay hijos, no hay familia, no hay nada. Si ustedes no quieren aceptar mi representación buscaré otros testigos. ESCENA III.

Sobre el terreno. Juan y Pedro reciben las pistolas y se ponen en guardia. Se ha convenido dis parar al mando, tantas veces cuantas sean necesa rias. Suenan dos palmadas y resuenan dos tiros) -

JUAN, (cayendo con la frente destrozada por el balazo:) -¡Ah! e .e. e PEDRo, corriendo hácia los padrinos:1--He cumplido como caballero? Los PADRINos.—Sí. (Huyen todos). JPor el foro aparece el Honor trayendo del bra zo á la Vindicta Pública y ambos, después de mirar un instante el cadáver del esposo ofendido, se reti ran diciendo gravemente:) —Estamos satisfechos. Telòn). Martina LOrda,

La insigne patricia ha muerto. La muger varonil, de corazón espar tano, que luchó á brazo partido con el in fortunio; la que supo alzar la frente, siem pre serena, ante la desgracia, ante el rigor del destino, ante el tiranuelo en soberbeci do, no existe ya. - Sucumbió en la jornada: era imposible que ella pudiera soportar la lucha de la vida por más tiempo; su organismo, por muy privilegiado que fuera, tenía que ren dirse á tan rudos embates. La ola revolucionaria le arrebató los séres más queridos de su familia: su espo. so, el desventurado Tello Mendoza, fusi . lado; su hermano el doctor Lorda, muerto ZIG-ZAGS 37 en las filas insurgentes á causa de las pe nalidades de la campaña; su primo, Guí llermo Lorda, cayendo para no levantarse más, en las sabanas villareñas, acribillado por las balas del gobierno. ¡Oh! Era bas tante para una pobre mujer . . . Tal es el sombrío primer capítulo de la historia de esta dama cubana, historia escrita toda ella con lágrimas y sangre. Después de aquellos tres rudos golpes, que debieron hacerla sufrir como si tena zas de hierro candente atarazaran sus entrañas, vino su prisión en la ermita del Cármen, su deportación al extranjero, su permanencia forzada en Puerto Rico, su escapatoria del destierro y su atrevido re greso á Cuba, de donde no fué expulsada nuevamente, gracias á la caballerosidad del capitán general señor Pieltain que tuvo conmiseración de ella.

3: «l d

Las últimas páginas de la hístoria de Martina Lorda, son tristés y sombrías por demás. Cuando con el transcurso de los años parecía que de su memoria se habían alejado los recuerdos de sus tremendas desventuras y sus inacabables dolores, nueva desgracia vino á cernirse sobre ella. 38 F. LOPEZ LEIVA

La infeliz perdió la razón. Era imposible que pudiera ser de otro modo; y sin em - bargo, todo el mundo se admiró de ello, cuando se hizo pública la noticia de que se había vuelto loca. Las almas pequeñas no podían comprender que un cerebro tan bien organizado, un juicio tan sereno, una instrucción tan vasta y tan sólida, se rindieran al fin. Nadie se acordaba de la muerte trá gica de Tello, ni de la de Guillermo, ni de la de Antonio, ni nadie, en estos tiempos de rebajamiento moral, recordaba tampoco que Martina, hermana y esposa, tenía co razón. Entonces la maledicencia, buscan-. do un origen impuro á la locura, se lanzó al medio del arroyo, revolvió el lodo y lo lanzó al rostro de la patriota y de la com patriota, olvidando las consideraciones que debía merecer en todo tiempo la dama, ó por lo menos, la mujer infortunada. Tal proceder determinó la crísis su prerra. Martina fué declarada demente y conducida al Hospital Civil.

:3: :k 3k

Era la desventurada señora que nos inspira estas líneas, una persona de edu ZIG-ZAGS 39 cación esmerada y de bien cultivada inte ligencia. Espresábase con gran facilidad, y algunas veces, muy pocas, escribió para el público, dando con su estilo terso y correcto, gallarda muestra de sus conoci mientos en el arte difícil del bien decir. Durante su azarosa vida, y hasta en los primeros tiempos en que sufrió la enfer medad que la ha llevado al sepulcro, seguía paso á paso, con interés creciente, la mar cha de la política de su país. Juzgaba los actos de los actuales partidos en que está dividida la opinión pública, con asombrosa exactitud y con el pesimismo natural y lógico en la mujer á quien las exigencias fatales de la guerra dejaron viuda y huér. fana en pocos meses. Durante algún tiempo se dedicó á la enseñanza; pero después que pudo reco brar alguna parte de su fortuna, cerró la escuela y se dedicó exclusivamente á sus estudios favoritos: la historia y la literatura. • La historia de las revoluciones ameri

canas y la de la gran Revolución francesa, º llegaron á serle familiares; y los que la oían comparar hechos y deducir conse cuencias, aplicando las enseñanzas de aquellos sucesos á la situación presente, tenían que bajar la cabeza y reflexionar ante la fuerza de sus argumentos. Y así 4O F. LOPEZ LEIVA vivía, caldeada la imaginación por sus san grientos recuerdos y por sus libros. Después se hizo la noche en su inte ligencia. Murió la dama y quedó la loca. Pero aún en los delirios de aquella mente enferma, en aquella fiebre perenne, en aquellos desvaríos patrióticos, cuando des - melenada y ronca pronunciaba sus incohe rentes discursos, podía ver el observador como latía en el fondo de sus palabras el santo amor de la Libertad y el amor sa. crosanto de la Patria.

e

A Martina Lorda, última represen tante de una familia en quien se cebó el furor de la contienda, puede considerársele como una víctima de las pasiones políticas. Destruido su hogar, fusilado el elegido de su corazón, muertos sus hermanos, lanzada ella misma por la tormenta revolucionaria lejos del suelo natal, nada de extraño tiene su trágico fin. Los que solo ven la su—

perficie de las cosas, tal vez no compren dan esos dolores dantescos que desgarran y el alma anublan para siempre la razón.

Ella rindió su jornada. Sus terribles padecimientos físicos y morales tuvieron

el fin natural; su tumba se alza en tierra ZIG ZAGS 4 I americana, en esta patria que ella tanto quería, donde apuró hasta las heces el cáliz de todas las amarguras y la hiel de todas las ingratitudes . . . Séale leve la tierra, y que la Misericordia Infinita acoja benévola en su seno el alma noble y gene rosa de la infortunada patriota. . . .

“La Verdad.”—Santa Clara, Enero 24 de 1888.

EL OR0

Gran metal ... Color bello, consis tencia, ductilidad y sobre todo, valor. ¡Oh, comparado con el del oro, el valor del Gran Capitán es nada! Y nada el de César, nada el de Ta merlán, nada el de Alejandro. El oro sobrepuja en valor á Diego García de Paredes, aquel pedazo de bár baro que, solo, defendió el paso de un puente contra un considerable número de enemigos. ¡Oh, el oro! º º se

No hay villanía, ni canallada, ni infamia, cuyo móvil no sea el oro. 44 F. LOPEZ LEIVA e.

¿Se quiere comprar un juez? Pues OO. ¿Se quiere seducir una jóven inocen. te? Pues oro para ella ó para la proxe netes. ¿Se necesita un editor responsable lo mismo para un folleto que para una mu jer que ha sido débil? Pues oro. Léese en un periódico acreditado la recomendación de esta ó la otra industria, la narración de tal hecho heróico—al decir del papel—llevado á cabo por determinado sugeto. Y los imbéciles se quedan con la boca abierta y tragan el anzuelo.

Nécios. Aquello tal vez se ha paga

do á tanto la línea. 3. * : 3.

El oro es el rey del mundo. Montepin

lo llama su majestad el dinero.

Con él lo mismo se edifica el asilo de

huérfanos que se paga el puñal del ase S1 }O.

Lo mismo se compran las conciencias

que se rompen las cadenas del esclavo.

Es el Proteo de la civilización, que

cambia siempre y siempre triunfa. r 3 . Avs. ZIG ZAGS 45

Dantón, un loco sublime, decía que en el mundo no era necesario más que audacia, audacia y siempre audacia, Si viviera hoy, ó si no le hubieran cercenado la cabeza en la flor de su juven tud, estoy cierto que Dantón habría recti ficado su frase, cambiándola por esta otra: Oro, oro y siempre oro.

3: M.

Hombres que se arrastran como cule. bras; mujeres que se venden; magistrados que prevarican; maridos que hacen la vista gorda, ¿todos ellos por qué? Por un puñado de metal.

a",

Vá el bandido en coche; y la multitud compuesta de hombres honrados al uso, se inclina ante el brillo de aquellos do blones. Arrastra sedas la mesalina de alto

copete; y las mujeres virtuosas la contem . plan con envidia. ¡Oh, si ellos y ellas tuvieran tanto oro omo el bandido del fracó la meretriz de los diamantes!... - 46 F. LOPEZ LEIVA. \

Eso que llamamos en nuestro ver gonzoso convencionalismo el qué dirdn, no existe para el oro. Del que se hace rico robando, se dice que tuvo suerte, que ha sido listo. El que ha sido ladrón de una gallina, irá á la cárcel.

El que haya robado una talega,- irá al teatro. /

Los desarrapados á cuya clase perte nezco, solemos llamar al oro zil metal. Lo calumniamos así por despecho. El oro no es vil. Podrán serlo mu

chos de los que lo atesoran; pero él,

In UllC3. y El oro es grande noble.

Cuenta la mitología que un amante

desdeñado se convirtió en lluvia de oro

para alcanzar el amor de su Dulcinea.

Ya ven ustedes si el poder del oro

es antiguo zIG-ZAGs 47

Hasta Júpiter, el Martinez Campos del Olimpo, ha tenido que rendirle parias ¿Quién podrá decir otro tanto?

3. 3: t.

. Eso que nosotros los embouronadores de cuartillas llamamos corriente del pro greso ó torrente de las ideas, no es más que el poder del oro. En el siglo XIX no hay nada más grande que ese metal. El pueblo más poderoso, es el pueblo InaS rl CO. Ante los dollars yankees, se rinden las águilas teutónicas. Vanderbilt fué más poderoso que Bismark, La firma de Mackey hace latir más corazones que un autógrafo del Czar de todas las Rusias. Jones, de Nevada, puede, con más facilidad, hacer subir ó bajar los valores europeos, que el mismo Guillermo de Prusia.

3, .

¡Oh, el orol Númen inspirador de todas las grandes acciones y de todas las 48 F, LOPEZ LEIVA

grandes infamias; poesía admirable cuyas estrofas cantan los silbatos de las máqui nas de vapor ó se pierden entre el ruido de los hierros del presidio, el oro siempre será el Rey de la Creación. Yo no le adoro en figura de becerro por que es un animal poco elegante y muy bruto; pero le rindo pleito homenaje en todos sus demas símbolos, Si cuando me bautizaron hubiera te nido voluntad, no habrían derramado so" bre mi cabeza un puchero de agua del pa lestino Jordán. Hubiera escogido una cuba del Pacto. lo griego ó del Plata americano. ¡Viva el oro Poetas rurales

ANTONIO VIDAURRETA Y ALNAREz

Alguien ha dicho que el poeta nace y el orador se hace; y el que tal dijo, tenía muchisima razón. Porque la verdad es que eso de pintar, por medio de la palabra escrita en renglo nes desiguales, paisages y narinas, retra tos y caricaturas, toreros y frailes, madonas y cocottes y pintarlo todo bien, es cosa que no se aprende en ninguna escuela. Y más comprensible es que pueda me terse en esos dibujos quien haya viajado algo y visto mucho y observado más. F. LOPEZ LEIVA - 5o-----

Pero que lo haga el que apénas si ha salido alguna vez de su pueblo natal . . . . Vaya, que no lo entendemos.

3. % 3é.

Antonio Vidaurreta es uno de esos artistas que sabe pintar en sus versos lo que ha visto con los ojos y lo que sólo ha vislumbrado con la fantasía. - Adherido como la ostra á la peña al pueblo que le vió nacer, quizá no haya estado ausente de Villaclara treinta dias consecutivos. Pero tiene la intuición de lo bello, un gran sentido artístico y un gusto de purado. - De ahí la precisión y la exactitud de sus descripciones. Luego, lée mucho y sabe lo que lée. Demás de esto, imita á conciencia los buenos modelos y sus poetas favoritos son, precisamente, los mas correctos. Por ejemplo: Nuñez de Arce y Lua CeS. y. 3 3:

Que Antonio Vidaurreta es poeta, nadie que lea sus versos y tenga dos de dos de frente lo pondrá en duda. ZIG ZAGS 5 I

Y no es uno de esos poetas de arri. bazón, como los que se estilan hoy. Es un poeta verdadero, que siente lo que dice y dice lo que síente. Sus versos son síempre fluidos y ele gantes. Quizá un crítico severo hallaría en alguno de ellos un exceso de lirismo, pero, seguramente, se verá obligado á confesar que es un lirismo encantador. ¿Es acaso suya la culpa de tener una imaginación vagabunda y soñadora?

d 3, .

En la poesía descriptiva es donde más brilla Vidaurreta. - Como hemos indicado antes, tiene pinceladas maestras, toques fecísimos, co" lorido admirable, En una oda (él no quiere darle este título) que dedicó á Nuñez de Arce—oda premiada en un certámen —se lee esta be

lla estrofa, en que habla del Idilio:

Ora en dorado campo,

donde al beso del aura enamorada todo respira juvenil deseo, y en el bosque frondoso y dos avecillas cantan, se enciende

la llama del amor qué delicioso 52 F. LOPEZ LEIVA

el idílico arrullo se desprende . . . Y al rumor del arroyo que serpéa más acá, junto al muro de la ermita, bañada en suave claridad febéa, cuán hechicera y cándida palpita la apasionada vírgen de la aldea!. e - e e e e e e e º e e e e e e e e

Vamos á ver, ¿quién que lea estos versos no vé el paisage, es decir, el bos. que, las tórtolas, la ermita, el arroyo y la bella aldeana? Tiene que ser ciego de nacimiento.

j. se

En una preciosa y sentida composi ción que Vidaurreta tituló A la muerte de Cortina, hemos admirado siempre estas dos valentísimas estrofas, que cualquiera de los mejores poetas de Cuba, no vacila ría en firmarlas: -

Nó al sentimiento de piedad movido, Con brazo endurecido, Ardiente redentor en su faena, Hará saltar al golpe denodado, Del siervo infortunado El torcido eslabón de su cadena. ZIG-ZAGS 53

El hijo ¡oh Cubal que de tí se aleja Ese recuerdo deja Hondo y brillante á tu congoja grave, Cual el surco de luz que en noche obscura Abre en la azúl llanura Del anchuroso piélago la nave.

Vidaurreta no se ha embarcado ja. más; y sin embargo, con cuánta exactitud pinta la estela del buque, tanto mas bri llante cuanto más cerrada es la noche!... Un poeta canijo, aunque atraviese veinte veces el oceano, jamás hará una descripción tan exacta. Se puede apostar doble contra sen - cillo.

«tº # 3.

El estro facilísimo de Vidaurreta le permite brillar lo mismo en la poesía séria que en la festiva. Sus epigramas, sus cuentos y sus equí vocos rimados, son excelentes. Copiare. mos dos, que recuerdan los de Baldoví. Vá uno:

Nació el gastador Ortega para militar valiente, pues al grave continente el aire marcial agrega. 54 F, LOPEZ LEIVA

Se luce en el ejercicio por su pericia y destreza y obra con mucha entereza por llenar bien el servicio. Ahora, otro:

Por su cédula al poblado fué el montuno Juan Corneja y le dijo el empleado: «Presénteme usté la vieja para que sea despachado». Y con intención muy sana, entendiendo lo contrario, á la siguiente mañana se presentó al funcionario trayendo á su madre anciana.

Estos dos equívocos son verdaderos epigramas, puesto que en ellos se encuen tra el doble sentido necesario para que el chiste resulte.

Lo más raro del mundo es el carácter de Vidaurreta. Jamás se exhibe: huye del aplauso y del bombo como del pecado, y nunca se átreverá á recitar sus versos en público. 2IG ZAGS 55

No una, varias veces, le hemos visto escondído en las altas localidades del tea tro ó en los sitios más obscuros del salón, cuando se han leido versos suyos en vela das, matinèes y otros excesos literarios. Y al estallar la salva de aplausos á él dedicados, entonces sale del local y se oculta como si hubiera cometido un gran delito. Cosa más rara

Si Antonio Vidaurreta viviera en una gran capital ó hubiera tenido una posición independiente, quizá entonces se le esti- maría en todo lo que vale. Pero obscurecido en un pueblo del interior, moviéndose dentro de una atmós fera viciada por los números [1), habrá tenido mil veces que cortar el vuelo de su fantasía, dejar el mundo de los sueños para volver á la cenagosa tierra oficinesca, al pantano de los cargaremes y los labra mientos.

(1) Cuando se escribió este artículo era Vidau rreta Contador del Ayuntamiento. 56 F. LOPEZ LEIVA

Contador y poeta!. . . . ¡Qué con trasentido!

3e 3.

Concluyamos. Antonio Vidaurreta no ha coleccio nado jamás sus versos. - Todos ellos andan desparramados por periódicos y revistas. En el Moro Muza, allá por el año 1876, se publicaron muchas composiciones suyas, que fueron general - mente aplaudidas. Dado su carácter, es difícil que se decida á publicar sus poesías en un libro. Y es lástima que no lo haga, porque todas ellas son de mérito sobresaliente. Pero ya lo hemos dicho en otra oca sión: Antonio Vidaurreta es un pleonasmo de modestia. Poetas-rurales II

EJUARDO RUIZ Y CARCIA

Hé aquí el nombre de otro verdadero poeta.

Un poeta de verdad verdad; si, se

ni pseudo— ni

es plagiario ñores. Ruiz no decadente. Ruiz escribe sus versos con verdadera espontaneidad, con estro fácil y admirable corrección.

de guardarropia, No es un Prometeo como esos infelices que roban estrofas

ó á Campoamor, de enteras á Nuñez Arce 58 F LOPEZ LFIVA

creyendo robarles el fuego sacro de la inspiración. El que arde en su pecho le basta y le sobra para producir versos sentidos y armoniosos, como quizá no los hace ningún otro rimador de los que se dán pisto por estos y otros campos de hierba bruja.

Le conocimos en 188o. Escribía entonces para un periódico diario y brotaban de su pluma con pasino sa fecundidad, artículos políticos y litera rios, que iuego eran pasto del vergonzoso raque que se practica en la prensa de Cuba. Un artículo de Ruiz titulado El hom bre esponja, levantó una roncha espantosa Como sucede siempre, su nombre quedaba tras el velo del anónimo de la re dacción. Pocos eran los que sabían cuan to valía aquel hombre pobremente vestido y excesivamente modesto. Algunos le tomaban por cajista de la s imprenta: otros por . . . cualquier cosa. Y, sin embargo, cada artículo suyo era una esto cada á fondo al adversario, una bomba dentro del campo enemigo. Zl G-2AGS 59

Porque Ruiz, á más de ser un buen poeta, es tambien un escritor político de - primera fuerza.

+ 3e

En casí todos los versos de Eduardo Ruiz y García hay un fondo filosófico que sorprende no solo por la galanura de la forma, si que también por la novedad de los conceptos. Aun cuando las ideas espiritualistas de este poeta sean exageradas, siempre se leerán sus versos sonoros y rotundos con verdadero placer por los aficionados á lo bueno. Ruiz ha publicado una poesía con el título Delante de mí cuerpo, como no sería capaz de escribirlas ningún zarramplín de los que nos aburren con rimados gimo teos en veladas y conversaciones liter arias. El que quiera leer esa composición que busque el periódico El Crepúsculo, de Lajas, de los últimos meses del año 83.

3: 3: :

Gaviño, reputado, y con justicia, co. un buen poeta, fué derrotado en un certámen literario por Eduardo Ruiz y García. 6o F. LOPEZ LEIVA

Y cuenta que Gaviño es urbano y se mofa de los escritores del interior. - . Y á pesar de eso, pasó por el duro trance de que un jurado compuesto de Villergas, Azcárate y Varona, le adjudi cára á él el segundo premio, en tanto que concedía el primero á un fauno, á un ru. ral, á un prriodista silvestre como nos bau Piedra y nos sigue llamando Bobadi. lla.º

3: «M-4.

Dar á conocer todos los magníficos versos que ha escrito Ruiz, nos sería im posible hoy, porque carecemos de tiempo - y de espacio suficiente. Vaya, sin embargo, este trozo de una poesía leida por él en el Casino de Sagua, en una fiesta literaria cuyos productos se destinaban á la suscripción para una cala midad ocurrida en la Península:

«Aquí también, ¡oh reina del Oriente Que ahora ciñes con brumas De infinito dolor tu heróica frente; La que baña sus pies con las espumas De dos mares de azul resplandeciente; Aquí también de tu gigante gloria Con entusiasmo enérgico palpita, Como lámpara eterna tu memoria; ZIG ZAGS 6 I

Aquí también para ilustrar su historia, Todo cubano corazón se agita . . . . Miente quien arrojó calumnia infame Al limpio rostro de la virgen bella, Que delante del Nuevo Continente, Luce de nuestra España como estrella. , .

Quien ultrajó sus timb es, miente!... Miente

Quien negó a su varones la bravura, y A sus hembras virtudes hermosura,

Y quien torpes é hipócritas les dijo . . .

Y venga á contemplar en su ánsia loca

Como se arranca un hijo

Un pan, para su madre, de su boca!»

El que hace estos versos, el que siente y de tal modo de tal modo sabe expresar.

lo, es un hombre de corazón.

Quien hace justicia al pueblo en que vive, como Eduardo Ruíz, es, además, un hombre honrado.

¿Quién será capaz de negar á Ruiz el título de poeta? : 3, .

Nosotros no cometeremos la insigne tontería de criticar los versos de Eduardo Ruiz. -

Nos limitamos á darle á conocer como y Poeta inspirado correcto, como un escri A 62 F. LOPEZ LEIVA tor meritísimo que vejeta desconocido en la miserable escuela de un villorrio de esta Provincia. ¡Ah! Cuantos almibarados plagiarios, cuantos perfumados rapsodistas se darían con un canto en el pecho por hacer unas estrofas como las que hemos copiado! ...

3. 3 -

Nota importante: Eduardo Ruiz y García, es andaluz. El gato tuerto

Sin poderlo remedíar soy uno de los hombres más preocupados y supersticiosos que existen. Creo en todos los agüeros y hechizos. El martes tiene para mí una influencia fatídica. Si en semejante dia llueven centenes, no salgo á recogerlos por temor de que ese dinero me traiga perjuicios graves. En dia trece tampoco emprendo nin gún negocio. Las primeras calabazas me

las dieron á los trece dias después de ha -

ber enamorado á la décima tercera hija de

un hacendado que estaba en estado ar queológico, quiero decir, arruinado.

En dia trece escribí un artículo polí 64 F. LOPEZ LEIVA tico-electoral que me proporcionó dos pro cesos, un proyecto abortado de paliza y trece meses de expatriación forzosa. Si oigo graznar una lechuza en el si lencio de la noche, se me caen las alas del sombrero y las del corazón Si escucho el arrullo de una tojosa, me dán escalofríos. Cada vez que una de estas tímidas avecillas anda por las cerca nías de mi casa, me piden dinero prestado, de seguro. Los franceses, cuando oyen ahullar un perro, dicen que la muerte pasa cerca. Los ingleses no son tan preocupados; y lo sierto. - Porque si fuera así, con tener tres ó cuatro perros en casa y no dándoles de beber los sábados de seguro que los in - gleses no me visitaban ese dia. Las viudas— perdóneme esta simpá. tica clase pasiva de la sociedad—también tienen mala sombra, al decir de muchos. De ello me he convencido cuando le oí referir á un amigo la siguiente- verídica historia. Buenaventura García Santamarina es y oficial 5º, casado, con diez hijos setecien

tos cincuenta pesos de sueldo anual, salvo

que le el descuento del diez por ciento ha y puesto el Gobierno el del veinticinco ZIG ZAGS - 65

que le cobra un prestamista conservador de Zaza. Buenaventura sostiene á ambos sue gros, macho y hembra, dos cuñados y dos negros viejos, porque el desgraciado tiene ideas filantrópico—abolicionistas en los ra. tos que la hepatitis y el expedienteo se lo permiten.

Con todo y con ésto, Buenaventura tiene amistad con la comadre de su cuña do número dos, la cual comadre es trigue ña ella, gordita ella, con ojos negros y de circunstancias, pelo negro y trage negro, porque es viuda reincidente, quiero decir, en segundas núpcias, á pesar de no tener más que veinticinco años. Un dia la comadre del cuñado de Buenaventura suplicó á éste le arreglara un expediente de haberes pasivos á que creía tener derecho por haber sido su se gundo esposo, carabinero en La Guanaja, jurisdicción del Príncipe. Prometió Buenaventura arreglar el asunto, sin ocurrírsele la menor idea de chocolate oficial ni chocolate amatorio. Esto no obstante, estaba preocupado. Tra taba con una viuda y esperaba algo malo. Una noche, con objeto de hacerle sa ber un incidente de la reclamación, fué á 66 F. LOPEZ LEIVA

ver á la interesada, como él decía en su - lenguaje oficinesco. La noche era obscura y la casa estaba lejos, allá por los confines del Condado. Rodeábala una vistosa verja de piña de ratón con lanzas de piñón lechoso y arabescos de cundeamor. Buenaventura tuvo que saltar la ver ja, pues encontró cerrada la cancela. Entre los gárfios de la piña, dejó un girón del gabán, recien salido de casa del Lobo, donde había permanecido empeña do en no salir durante el verano. Se dirigió á la puerta y entre tanto caminaba, iba pensando: - — Cielos, yo por aquí, como un la drón, como un seductor, á estas horas, para ir á ver á una mujer jóven, hermosa y viuda! . . . Si el espiritu de uno de sus dos maridos el desventurado era espiri tista maniático] me sale al encuentro. si existen los celos de ultratumba! . . . si me vé la policía! . . . si . . . Y al llegar debajo del artesonado de yaguas, se quedó clavado en tierra. Habia visto en el dintel de la puerta una luz fosforescente, pequeña, y redonda, que se ocultaba y reaparecía en el mismo punto, á cada momento. ZIG ZAGS 67

Ahogó un grito y haciendo de tripas corazón intentó dar un paso adelante.

La lucecilla vino hácia él. Los pelos

del oficial quinto se pusieron de punta.

Con los tendones de sus pantorrillas po dían tocarse malagueñas, según estaban de distendidos.

--En el nombre de Dios! . . . — exclamó retrocediendo. Y echando á co

rrer saltó la cerca con perfección acrobá

tica, dejando en ella el otro faldón del gabán. -

Llegó á su casa sin resuello.

Su suegra le miró por encima de los y

espejuelos, él por poco se desmaya.

Creyó ver en el fondo de aquellos oji.

llos grises la misma lúz fosfórica que en el

portal de la viuda.

Se acostó con chaleco y pasó una no che toledana.

Al siguiente dia fué tarde á la ofici la,

La viuda le esperaba conversando amigablemente con el segundo jefe de ...

la portería.

Buenaventura se inmutó al verla. Sin

embargo la hizo pasar á su despacho. —Anoche—empezó ella sonriendo—

le estuve aguardando á usted hasta muy

tarde, Por cierto que creí oirle en el 68 . LOPEZ LEIVA

jardín, pero cuando me dirij á abrir la puerta, usted ó el que fuera, echó á correr. —Señora— dijo Buenaventura —no me hable usted de eso. Anoche he pasa. do el trance mas apurado de mi vida, Y le refirió lo ocurrido con aquella estraña lúz. La viuda lanzó una carcajada.

—Una lúz fosfórica . . ... ¡já, já... ya já! . . . Ya sé, sé, —repetía.

—¿Qué sabe usted, - preguntó Gar

cía un poco amostazado por la risa. —Nada, hombre, déjeme usted reir e

.. ¡Qué la luz que usted vió no era

cosa del otro mundo, sino el ojo de Muni

cipio, mi gato tuerto. . . . . CERRO CALV0

(A VIALDIVIA)

Sobre la superficie ondeada de la sa bána, yérguese magestuoso el màs poético de todos los contrafuertes que componen la gran cordillera del Escambray. Visto Cerro Calvo desde léjos, á distancia de una legua, presenta el aspecto de una ve merable cucurbitácea. Algunos arbustos entecos vegetan trabajosamente en su pe lada cima, como en ciertas calvicies zapa teriles aparecen algunos que otros enfer mizos cabellos. Por una de sus laderas sube jadeante un camino de herradura, que no ha tenido todavía la humorada de F. LO PEZ LEIVA enroscar sus anillos en la espalda del coloso. Aquí y allá, desparramados por su falda, vénse algunos enormes peñascos de orígen volcánico, caidos al azar, como si la mano de un titán hubiera lanzado enor. mes paladas de rocas sobre un gigantes co cedazo.- Ascendiendo un poco, en cuéntrase tal cual palma de huano espi noso agazapada entre el espartillo, del cual pugna por salir para aspirar el fresco ambiente de la tarde. Mas arriba, siguien do el zig-zag de la helmíntica vereda, la vegetación desaparece y se manifiesta tan solo por algunos raquíticos yerbajos. Ya en la cumbre, nada de árboles, nada de palmeras. Cerro Calvo padece una alo pecía vegetal crónica. Pero una vez arriba, dirigiendo la vis ta al Norte que paisage se presenta á los asombrados ojos del espectador!-Villa clara, recostada á los piés del empinado cerro, descansa muellemente en una ha maca de esmeralda, cuyos hicos, el Bélico y el Cubanicay, fueron tejidos por los son rosados dedos de un hada misteriosa. Al Nordeste se alza al eterno amante de la sultana villareña, el verde Capiro, que le envía, con sus húmedos besos cargados de oxígeno, la embriagadora música de sus ZG-ZAGS 71

palmeras, los cantos de sus pájaros y los arrullos de sus fuentes murmuradoras. Luego, volviendo la vista al encendi do Ocaso, se vé el apacible Inar de las sa bánas del Condado, con sus ondulaciones, sus blanquizales y sus tintes de un verde indefinible, agitarse á impulso de la brisa. Diríase que se respiran entonces las ema naciones salinas de las marismas, tan po derosa es la ilusión óptica. Y allí, en medio de aquella pampa de los trópicos, se vé ún pequeño espacio cuadrangular, rodeado por líneas blancuzcas. ¿Qué es aquello? ¡Oh! Aquello es el gran puerto de escala en el mar de la vida, el gran laboratorio de las transfor— maciones perennes, el modesto monumen to elevado por los hombres á la inmortali dad de la materia. Aquello que parece un punto perdido en el espacio, una im portuna figura geométrica que rompe el bello desórden del paisage, aquello es el Campo Santo,

. $ 3

Desde la cumbre de Cerro Calvo, mirando al Sur, se divisa interminable sé rie de abruptas montañas, cogidas de la a mano unas con otras y cerrando el hori 72 F. LOPEZ LEIVA

zonte como si quisieran impedir la fuga á la exuberante vegetación de los valles. — Vénse allí, en armónico conjunto y deli ciosa confusión, agudos minaretes, cúpu as atrevidas, grecas inverosímiles, volutas desesperantes. Aquí, un principio horren do cortado á pico á una altura espantosa, en cuyo fondo preludia sus primeras ar monías el caudaloso Sagna: mas adelante, los últimos rayos del soñoliento sol po niente se reflejan en una piedra brillante , y tersa como una luna de Venecia: y á lo léjos, perdiéndose entre las brumas azu. les de una tarde siciliana, se ocultan me drosamente entre las nubes los atrevidos poachos y las caprichosas almenas del grupo de Cubanacán. Y forma estraño contraste con aquel cuadro bravío, las últimas notas del canto guajiro que suben, perdidas é incompletas, pero llenas de melancólica poesía, hasta la cima del en hiesto cerro. Es de tarde; el sol, después de haber descrito en la comba de los cielos su ma gestuosa parábola, se hunde lentamente tras una montaña que cierra el horizonte del Oeste. Los celajes, como inteligentes ayuus de cámara, cubren el régio lecho con ..., más vistosos cortinajes: hasta las

nube cias que vagan por el zénit preten ZIG ZAGS 73 den agradar al gran señor y se ruborizan al verle entrar en su alcoba. El gran sá. trapa quiere deslumbrarlas: les hace un guiño y con un último y esplendoroso ra yo les muestra las incomparables liquezas de su palacio de oro y granate. Después y se acuesta corre- las cortinas del mos - quitero. . Llega el crepúsculo con sus vagas armonías, y su brisa impregnada de per fumes y aromas. Véspero, es un gran poeta, cuyos dulcísimos versos repiten las palmas, las arpas eólicas del trópico. Poco á poco, la sombra avanza, em . pujada por el imperioso mandato de la Noche. Los perfiles de las montañas se ván redondeando entre la penumbra: el verde de los árboles es cada vez más obs curo. La madre Tierra vá á apagar las luces; su esposo, el Sol, se ha puesto el gorro de dormir- y es preciso guardar si lencio. Silencio, pués, y empecemos á des cender hácia el camino, que apenas se dis tingue, mientras la sombra, como la oleada de una inundación inmensa, sube cada vez más de prisa, agarrándose con fuerza de las sinuosidades del terreno, hasta cubrir la frente despejada y meditabunda del ve nerable Cerro Calvo. ~~ ~=+ *= *ae

! Señores Magistrados. El

. . . . Cuando salí del tribunal los guardias se llevaban á aquel mocetón ru. bio. Todo, en su aspecto, en su mirada, en su lenguage, desmentía la acusación. Pero las pruebas estaban allí, las pruebas fehacientes, palpables. . . . Era un ase sino: fué condenado! . . . Y sin embargo . .. sin embargo. . . . º 4 :: :e

Señores Magistrados: El cielo se extendía negro y plomizo,

[1J Traduje este artículo en los dias que se ve rifieaban en la Audiencia de lo Criminal de esta ciudad los debates del célebre procese conocido por “El crímen de las Cruces.” s

76 F. LOPEz LEIVA sobre el campamento silencioso. De minu. to en minuto, la voz de los centinelas lan zaba al viento el alerta. El lienzo de la tienda del general sacudía sus húmedos pliegues con siniestre rumor. La lluvia caía, ya sabeis, esa lluvia menuda y fría de la noche, que cala las ropas y la piel y va á helar los huesos . . . . .

3. 3: 3.

Al lejos, á intervalos desiguales, un relámpago seguido de una detonación, la del cañón de los fuertes, dice á las avan— zadas de las trincheras: Velamos! . . . En el campamento solo se oye el ru - mor del agua corriendo por las zanjas que rodean las tiendas. Y envolviendo todo esto, colinas fantástícas perdidas en el obs. curo cielo y grandes álamos agitando al viento sus cabelleras sombrías. A las veces escúchase el paso caden cioso de una patrulla . . . —¿Quién vive? \ — Francia —Avance el jefe Brilla una linterna y el ruido de los pasos se aleja. Escúrrese el agua sobre las tien das . . . Bajo el lienzo, los pobres mozos ZIG-ZAGS 77 duermen encima de la paja húmeda, to parte que mando en ese coro feliz cantan- el reposo, la dicha y el olvido. ¡Oh, qué bellas cosas se sueñan dur

miendo sobre el duro suelo! ......

Este con el amor . . . aquel con el

dinero . . . el otro con la gloria . . ... to

dos con la vida . . . una vida larga, muy y larga . . . la vuelta al pueblo.

¡Ah! Que altas pasan las balas . . .

todavía no se han fundido las que deben - romperles la cabeza.

3. 3. 3.

Tarará—tatá, tarará—tatá! . . . .

La corneta !! ¡ Arriba, á las ar

mas! . . . Atención Atacan el cam «º «».

pamento . . . El enemigo !.

Cada cual sale, á medio equipar, aboto.

nándose el poncho, cruzándose la bando. - lera, ciñéndose el cinturón . . .

—j Rayos -grita el sargento - A

formar! . . .

3. k .

Alíneanse en silen cio, conteniendo la

respiración, las fauces secas . . . . Los 78 F. LOPEZ ,EIVA. cuerpos se estremecen y el pulso late fe brilmente. La lluvia sigue cayendo fría y fina co mo un estilete. - Los sueños de esperanza vuelan lejos, más allá del negro horizonte. Todas aque. llas gentes tienen la muerte en el alma: el campamento ha vuelto á su primitiva tran quilidad . . . . Solos los centinelas dán al viento su estúpido Centinela alerta! . . . . —Cambiar las cápsulas —manda el sargento.—Silencio en las filas! ¡De fren te, mar......

¿Dónde van? A la muerte tal vez, ¿Qué importa? Adelante! º: se l.

Cada uno ocupa silenciosamente su

puesto; un extremo del capote cubre

la recámara del fusil; el lodo les llega á las rodillas. Siguen andando: pasan las y y guardias dan el santo seña á las últi

mas avanzadas. Ahora, ¡adios! . . . El

campamento todavía es el hogar, la pá.

tria . . . pero la trinchera es el extran jero! ZIG-ZAGS 79

Marchan mucho tiempo, así . . . Al fin, el sargento, dice con voz ronca: -—Alto! . . . Silencio en las filas

3% % ::

Forman en batalla, nudos, inmóviles, prestos á defender los trabajadores de las trincheras . . . las balas les cubren tanto como el barro . . . después, poco á poco, el fuego se hace regular. Los desgraciados sienten á veces, en medio de la llúvia, algunas gotas calientes que les salpican el rostro . . .

4. 3

Pum . . . . . Un soldado que cae, gi miendo, en el lodo . . . revuélvese ahu llando de dolor, de rabia y de venganza... Un grito de horror se escapa de todos los pechos . . . y el sargento exclama con VOZ rOn Ca:

— Silencio en las filas

tr º

Entónces llega el momento terrible para los desgraciados , . . ; los recuer. 8O F. LOPEZ LEIVA dos del pasado acuden en tropel á su me

moria . . ... con los ojos cerrados, los mas

valientes, hablan á las sombras de lo que creen haber perdido para siempre.

Las manos se estrechan en la oscuri.

dad: los amigos se buscan. Un soldado, con los lábios tembloro

sos, murmura al oido del que tiene á su ado:

— Caillac, creo que esta noche lío el

petate . . . La muerte nos rodea . . . Caillac, ¿eres hombre? —Vaya una pregunta

—Si me matan . . . —No digas tonterías.

—Si me matan, no quiero qne ningu.

no de esos pillastres me birle mi crúz

¿Entiendes? Tengo tambien un portamo

nedas en el bolsillo . . .

3: S.

—Pum . . Otros dos infelices caen ; gimiendo en el lodo. . . retuércense y entre alaridos de dolor, de rabia de ven

ganza . . . El sargente repite: —Silencio en las filas y. de 3.

El desgraciado concluye con una voz casi imperceptible: ZIG-ZAGS 8. I

—Caillac, allá en mi tierra tengo una madre viejecita que no quiere comprender que uno se haga matar á los veinticinco años , . . Júrame que recojerás mi crúz y mis cuartos para llevárselos á la pobre mujer . . . —¡Caramba, eso es demasiado, me dán frio tus palabras! . . . —Caillac, júrame que tú se lo lleva rás todo! . . . / — No hablemos más de eso. Com - yo prendido. Pero tal vez sea el que coma

plomo . . . tí, —Si te toca á te haré el mismo fa

vor: ¿me lo juras, verdad? sí; —Sí, hombre, basta: se hará. —Gracias.

Pum Aquel , desgraciado cae gi

miendo, sobre el lodo. Vuélvese ahullan y y do de dolor de rabia, clama:

-Caillac, Caillac . . .

El sargento repite:

—Silencio en las filas. . . .

La lluvia cae siempre . . . El sar

gento ordena la retirada: 82 F. LOPEZ LEIVA

—Pelotón, alto el fuego Armas á discreción Doble derecha, de frente, mar! . . . Los soldados se alejan y el cañón Sigue: Pum, Pum . . .

Apunta el dia; en los fuertes y en el campamento se vá disipando la bruma. El pelotón vuelve á tomar el camino de la trinchera. . . Vá á recojer los muertos, Llega al mismo punto donde pasaron la noche; los desdichados están allí, tendi dos, destrozados, sangrientos, enlodados . . No hay heridos, sino muertos, nada más que muortos. - Dos cadáveres estan juntos; el uno presenta la blusa desgarrada sobre el pe. cho . . . . el otro tiene entre sus dedos una crúz con una cinta á la cual está ad : herida todavía un girón de paño azúl . . la otra mano está toda entera en el bolsillo de su compañero de infortunio. —Sargento.- dice un soldado—mire usted ésto. - El sargento contempla los dos des ZIG ZAGS 83 graciados con mirada de desprecio. Des pués, empuja con el pié el cadáver de Cai llac diciendo: —Dejad ésto, voto ál.... No se en tierra á los ladrones junto con los hom bres

Y el cuerpo de Caillac fué arrojado lejos del campamento, en un agujero, sin remordimientos, sin lágrimas, sin crúz. . . Desde entonces, al anochecer su alma inmolada, viene á gemir con el viento entre los pinos del bosque.

He concluido, señores magistra dos.—Alearís Bouvier.

Mariquilla la Pelusa

La primera vez que la ví me impresio. nó vivamente. Hallábase sentada bajo uno de los árboles del paseo. sobre un banco de piedra, devorando, más que comiendo, unos zoquetes de pan. Llevaba los piés desnudos y la falda, hecha girones, deja - ba entrever casi hasta la rodilla una pier na flaca, curtida por el sol y el barro. Un trapo verdinegro cubría las desnudeces de su seno; sobre la espalda caían en forma de bucles flácidos los espesos y entrecanos cabellos que á veces,cuando pasaba una rá. faga de viento, se agitaban desmelenados

y sin brillo. En la parte superior de la ca

beza formaban remolino, y algunas he

bras se entrecuzaban sobre el rostro que, 26 F. LOPEZ LEIVA

visto desde cierta distancia, parecía cu. bierto de telarañas ¿Quién era aquella mujer? Una des graciada, una mendiga loca, el ludibrio de los chiquillos desvergonzados y de la gen. te ordinária. Sus facciones conservaban todavía algun resto de belleza: sus ojos eran negros y rasgados, pero sin expre sión; su nariz fina y correcta vista de un lado, presentaba del otro una horrible abo

lladura, á causa tal vez de una pedrada, tal vez de una caída.

Pero lo que daba un aspecto caracte

rístico al semblante de la pobre loca era n sus cabellos profusos y .

Por eso, sin duda, la canalla la había

bautizado con un nombre gráfico.

Llamábala Mariqum//a la Pelusa. yo Recién llegado á la ciudad, no la

conocía. Al pasar junto á ella me tendió

la mano sin pronunciar una palabra. Com - y prendí el ademán le dí una moneda. La y arrojó en seguida mirándome con fijeza mUlrnu rO COn VOZ rOn Ca:

—Pan . . . Z1G-ZAGS 87

Me encojí de hombros y seguí andan do. Un señor anciano, de semblante ex presivo y aspecto satisfecho como de pro pietario de fincas urbanas ó jefe de admi nistración jubilado con dos mil pesos, ocupaba el banco inmediato. Había visto la acción de la loca y me miraba sonriendo bondadosamente. Cuan do llegué frente á él me dirigió la palabra sin preámbulos. — ¡Oh —dijo—Mariquilla no toma di nero nunca. Se conforma con un pedazo de pan ó con un plato de comida. La edad y el aspecto respetable del desconocido me hicieron detener á escu charle. Le saludé con una inclinación de cabeza á la que correspondió con toda cortesia. - ---Pobre mujer . . . — dije por decir algo.

— Positivamente desgraciada, créalo usted replicó aquel buen señor.—Hace muchos años que la conozco y siempre le tuve gran lástima. . . . Su historia es muy trSte. —¡Ah! ¿Hay historia de por medio? —Ya lo creo. Si quiere usted oir la . . . . . — Con mil amores. Siempre ando á caza de ellas. 88 F LOPEZ LEIVA

Y sin más ni más me senté junto al espansivo viejo.

3. 3: ;;

Hace veinticinco años estaba yo em pleado en el Resguasdo -- empezó él — y Mariquilla era entónces bonita como un sol. Vivía en la calle de***, frente á la ga rita ó casilla nuestra, y allí la conocí. Su y él, padre era pescador, catalan su ma t, dre una guajira de la cost creo que del y Mariel. A fuerza de trabajos privaciones y ya habían reunido un capitalito tenían y casa propia tres viveros en la mar. Un

día, el catalán que cuando abusaba del

Alella tenía malas pulgas, se enredó de

palabras con uno de sus patrones por n o y se qué trabacuentas, de las palabras se y fueron á mayores mi hombre cojió un y bíchero le arrió tal estacazo á su depen

diente que por un trís lo mata. La marina y formó causa, prendieron al viejo lo zam

paron en la Cárcel . . .

Usted dira que tomó la historia de

muy atrás, pero ......

—No, no, señor, no digo nada.

— Pues bien, como iba diciendo, lle y varon al catalán preso hubo necesidad y de dar pasos buscar empeños para arre. ZIG ZAGS 89

glar el sumario. La mujer, que era bas tante despejada fué á todas partes: á la Comandancia, á la Auditoría, á casa del Fiscal, siempre, naturalmente, acompañada de su hija. El fiscal era un teniente de navío, jóven, buen mozo y calavera . . . presumo el fin—dije sonriendo. < —Ya —No, no puede usted presumirlo to do. Verá usted. Efectivamente, María y el oficial se enamoriscaron de véras y el viejo salió en libertad al poco tiempo. Y aquí empieza el drama: cuando el catalán y su mujer vinieron á caer en la cuenta,las relaciones estaban muy adelantadas;vamos, que ya era tarde, que la muchacha estaba deshonrada y no podía ocultarlo . . . . El viejo montó en cólera y en vino Alella; sañó á la calle, buscó al marino y zás los primeros buenos dias se los dió con una faca, abriéndole una tremenda escotilla en él vientre, salva la parte ...... Por supuesto, á la Cárcel otra vez y entonces no valieron empeños porque aún cuando el teniente no murió, la herida fué gravísi. ma. Escribas y fariseos dieron buena cuenta de la casita y de los viveros y al

fin condenaron al pobre hombre, hacién

dole mucho favor, á cuatro años de presi

dio. La mujer murió el mismo dia que su y marido salía á picar chinas; María que 9O F. LOPEZ LEIVA

se había conservado honrada, trabajaba á matarse para sostener á su hijo y aliviar en algo la triste situación de su padre. Un domingo, como de costumbre, fué á verlo al Presidio, á llevarle un bocado y un poco de tabaco. Al penetrar en la galería oyó gritos de angustia, y avivando el paso, y estrechando al pequeño contra el seno, se dirigió al patio, Santo Dios lo que allí vió! . . . . Vió al pobre viejo catalán defendién - dose como un león de dos cabos de vara que lo molían á golpes. El infeliz tenía la cara amoratada, los ojos inyectados en sangre, y aunque devolvía dos puñetazos por cada palo, no podía contener un ala rido de dolor cada vez que la flexible vara se plegaba silbando sobre el infamante número que llevaba en la espalda. . María dejo al niño en el suelo y corrió á defender á su padre Mordió y arañó á. los verdugos, hizo prodigios de fuerzas y de valor y cuando atraídos por la gritería vinieron las escoltas y otros empleados y terminó la batalla, ella, con el cabello en desórden, las ropas destrozadas, los ojos saltándosele de las órbitas, manchados los labios con una espuma sanguinolenta, gri taba, gritaba sin cesar, hasta que cayó al suelo presa de terribles convulsiones. . . . zIG-ZAGs 9

Lleváronla al Hospital y después, al ir un alma caritativa á recojer el niño, halló entre los trapos que lo envolvían una órden de deshaucio. La pobre mujer iba á ser lanzada á la calle por débito de al - quileres. —¡Qué horror!. ---Cuando salió del Hospital ya esta ba loca. Le avisaron que su hijo estaba en la Inclusa y ni siquiera dió señal de entender lo que le decían Empezó á va gar por las calles, á dormir en los porta les y á vivir de la caridad pública porque la desgraciada estaba demasiado fea para vivir de otra cosa . . . Un día se le ocu. rrió á un borracho llamarle la Pelusa, alu diendo á sus revueltos cabellos, y desde entónces se le quedó el nombre. Porque debo advertir á usted que es fama que la última vez que se peinó fué el dia que se volvió loca . . . e 3: 4.

Una piedra rebotó junto al banco en que nos hallábamos. Volvime con preste. za y vi á la desventurada mujer huyendo de un grupo de pilletes que la perseguía cantando á voz en grito: Mariquilla la Pelusa durmió anoche en el vivac..

La hija del civil. y Gomez, cabo de la Guardia Civil, Comandante del puesto de* era viudo.

Tenía una hija muy hermosa, trigueña, de ojos negros y cabellos castaños.

Juana, asi se llamaba, estaba en la edad y de amar . . . amaba. Cuando su pa

dre salía de confronta ó de emboscada,

ella se escapaba por el platanal del fondo

de la casa cuartel, saltaba las dos cercas del camino real y ligera como una corza

corría á un bosquecillo inmediato. Alli la y esperaba su novio, un mocetón alto ro busto, y mientras las abejas zumbaban entre los aguinaldos, Juana dejaba que los

gruesos lábios de su amante rozaran, sus 94 F, LOPEZ LEIVA aterciopeladas mejillas coloreadas por el sol de la huerta de Valencia y algo tosta das ya por el sol de los trópicos . . .

6. 3 :k

Era el mes de Diciembre. El viento agitaba los árboles: las ramas se doblaban á su impulso y murmuraban estrañas que jas. Gomez se dijo: —¡Caramba! Buena noche para los bandidos; buena para venir al pueblo d por vituallas . . . ¿Me iré de embos ca da? . . . Si pudiera pillará uno sería un

gran servicio, un ascenso tal vez . . . A

ver, Coutiño, en marcha! y Y cogió el fusil, seguido del guar. y dia echó á andar, con paso rápido ner

vioso, en dirección del camino real que pa. saba detrás de casa cuartel. Apenas hubo andado cien pasos por él,

dijo á su compañero:

—Saltemos la cerca.

Y saltaron.

—Vaya, aquí està el sendero, —mur muró Gomez.

Y á la débil claridad de las estrellas,

empezó á reconocer el lugar. 9 - ZIG ZAGS 95

— Callal—dijo enseguida.—La yerba está pisoteada, por aquí ha pasado alguno. ¡Toma, una espuela! . . . Quédese usted, rodilla en tierra, y preparado. . . . Y probando el gatillo de la carabina para ver si giraba sin dificultad, siguió sus pesquisas, de puntillas, tratando de no quebrar ninguna rama seca. —¡Adelante. Es claro— se decía— vienen por dentro del potrero, saltan por aquí, de aquí á la bodega, hacen la com pra, se retiran y no estan dos minntos en el camino real. Y Y continuó andando por el sendero que conducía á un bosquecillo de guaya bos cubierto por verde pabellón de agui. naldos y campanillas. Y encorvado completamente, a gatas casi, deslizándose, arrastrándose, sin cui darse de las zarzas que le destrozaban las carnes, avanzaba con la vista fija en la obscuridad del matorral. — No me queda duda, álguien viene noche, espuela vaquera esta esa , es• de al guno ...... Y de un salto cayó debajo de un ce dro, donde le cubría la sombra enteramen

te. Sus ojos fosforescían como los de un

gato montés; apoyaba la culata de la ca ,

96 F. LOPEZ LEIV A rabina en su pecho, y con eldedo índice acariciaba el gatillo. r —. Alguien debe venir, seguía pen sando Gornez. Y apenas formuló la idea oyó crujir las ramas secas y sintió unos pasos que se alejaban en dirección del montecillo. Gomez no respiró.

El matorral apenas distaba ochenta pasos del cedro bajo el cual estaba el bra vo civil. Podía éste, pues, á pesar de la noche, descubrir la silueta del que se acer cara por aquel sitio. —Está bien —se decía--Esperaré, ya saldrá el que sea ó ya vendrá el cómplice. El rocío de la noche entumecía sus miembros; su frente se bañaba en sudor, el viento pegaba á su cuerpo las ropas humedecidas . . . . pero ¿qué importa? Gomez no sentía nada. Inmóvil en su emboscada, al acecho, solo pensaba en su presa, bandido ó encu bridor, criminal ó cómplice, en su deber, en el buen servicio que prestaba, en el a SCCIl SO , . . . . . ZIG ZACS 97

Unicamente los que han luchado con los criminales en la obscuridad de los bos. ques pueden comprender esa fiebre . . . El cerebro salta, el pecho se eleva,sil. ba la respiración, las manos que sostienen el fusil parecen de hierro y el dedo tiembla sobre el gatillo. Trascurre media hora y Gomez per. manece allí inmóvil como los árboles que le rodean. Al fin, vuelve á escuchar ruido de ho jas secas y ramas que se quiebran al paso de una persona. Gomez contrae el entrecejo; sus ojos lanzan chispas queriendo penetrar en la sombra. En la penumbra, en el mismo lindero del matorral: descubre un bulto informe, que se mueve con pasos regulares, yendo y viniendo en un mismo trecho, inclinán dose á uno y otro lado. — Toma, ahí está...... —se dice Gomez—pero el caballerito espera á ál guien . . . Ya verás. Y montó la carabina.

N, 3. % 3:

En medio del campo y de noche, el 98 F. LOPEZ LEIVA

oido se afina: con poca práctica, se distin. gue perfectamente cada ruido; el crujido de los árboles, los pasos del hombre ó el andar de los animales. Gomez tenía buen oido y sintió que se acercaba otra persona por el lado opues to donde él se hallaba. No podía ser el compañero porque éste se encontraba á su derecha, junto á la cerca de piedra y no podía apartarse de allí sin faltar á la con signa, De seguro que le habían visto y trataban de cercarle. —Cáspita! . . . Debe ser la banda completa. Pues antes que los otros lle guen, acabemos con éste. Y se volvió . . . los pasos se aproxi maban y cuando una forma negra se dibu jó en el claro. —Alto á la Guardia Civil—gritó— - y ipal ...... - Gomez disparó y el eco repercutió diez veces la detonación. El viento gimió, los árboles se agitaron y el hombre que estaba en el extremo opuesto, huyó á todo correr.

+6. 3, .

A los pocos segundos el otro guardia estaba junto á Gomez. Viendo ambos que ZIG ZAGS 99 nada se movía avanzaron hácia donde se había hecho el disparo. Gomez iba delan y te: á los pocos pasos tropezó cayó. Sus

manos, al fijarse en tierra, se enlodaron en

un charco de sangre: su cuerpo habia to.

cado otro cuerpo humano tendido en el suelo.

Gomez se levantó temblando. Por

indiferente que se sea á la muerte, el con tacto con un cadáver horroriza.

El otro guardia hizo lúz con una ceri. y lla la acercó al ensangrentado rostro de

la víctima . . .

Un grito se escapó de la garganta del y cabo, mesándose los cabellos, el desgra

ciado se arrojó sobre la yerba, prorrum

piendo en alaridos de dolor.

Gomez había matado á su hija. . .

POr una rubia.

(NARRACON CONEMPOPÁNEA.)

—Eso es nada cormparado con lo que me ocurrió á mi el año cuarenta y cuatro —siguió diciendo don Timoteo.—Aquella sí que fué aventura y aventura peligrosa. --Veamos—dijo uno de los comen sales. —Somos todo oidos—agregó otro. —. A ver, á ver, esa aventura. Quizá me sirva para un folletin—dije yo. Esta conversación tenía lugar no ha— ce muchas noches en la mesa de un res. taurant, entre cuatro amigos, y después de una copiosa cena. - IO2 F. LOPEZ LEIVA

Habíamos apurado el último plus y encendido el primer tabaco Nos preparamos todos á oir la aven tura de don Timoteo como si fuera un cuento de Hoffmann. Don Timoteo, hombre grave, entrado en años, nos inspiraba un simpátieo res peto. Su sonrisa picaresca y sus cons tantes guiños, contrastaban notablemente con la reluciente calva y los mechones de cabellos blancos que brillaban sobre sus sienes y su cogote. Ninguno de nosotros podia, ni remo. tamente, sospechar la historia del buen señor; y sin embargo, nos sonreimos. — Bien cara pagamos luego aquella sonrisa. El mojó la perilla del tabaco en el plus, chupó la breva con la fuerza de una máquina pneumática y empezó así:

«En 1844 no estaba ni siquiera traza do el ferrocarril de Cárdenas; por esto comprenderán ustedes que para ir desde Contreras á aquella población, me viera obligado á hacerlo en un jamelgo de al quiler, que pude conseguir á última hora ZIG ZAGS IO3 en la única tienda de aquel caserío, tienda que, dicho sea de paso, era á la vez res taurant y sastreria, paradero y establo. Antes de salir, cerró la noche y em pezaron á caer algunas gotas de lluvia. Sin embargo, como me precisaba llegará Cárdenas cuanto antes, me puse en cami. no encomendando mi alma á Dios y mi cuerpo à El Asturiano, célebre bandido que á la sazón merodeaba por aquella co marca, y que fué fusilado, años más tarde, junto á las tapias del cementerio de Cima rrOneS. Yo llevaba al cinto unas sesenta onzas y un machete de los llamados yaguar amas; pero, si he de ser franco, debo confesar que también llevaba una respetable canti. dad de miedo en el corazón. No había andado media legua, cuando se abrieron las cataratas del cielo y em pezó á caer uno de los aguaceros más fenomenales que jamás vieron ojos hu Imal (OS. Diluviabá; y á la la vez que diluviaba, caían rayos á centenares, y los relámpa gos brillaban incesantemente. Mi pobre cuartago, tropieza aquí, cae allí, apenas si podía adelantar un paso. De pronto rasgó las nubes un relámpa. IC4 F. LOPEZ LEIVA go intensísimo y al propio tiempo estalló un espantoso ruido casi sobre mi cabe za. Era una chispa eléctrica que acababa de descargar sobre una palma, junto al C. T11InO. Quedé sin sentido por algunos ins tantes, con las manos asidas á la montura, El caballo se detuvo y empezó á tem blar. Como ustedes comprenderán, no había de qué. Cuando me repuse algo del susto, clavé las espuelas en las paletas del pobre animal que haciendo un esfuerzo desespe rado, partió como una saeta. No recuerdo lo que duró aquella hui. da; solo sé que cuando tiré de las riendas del escuálido penco, no estaba en el camino real. - Me encontraba junto á un pequeño monte, en lo que llamamos por aqui «una ceja.» Entre tanto el agua seguía cayendo á torrentes, aunque ya no relampagueaba. La oscuridad era intensa. ¿Qué hacer? ¿Seguir adelante? ¿R troceder? ¿Marchar á derecha ó izquierda º Estaba perdido. Hice lo que todo el mundo en igualdad de circunstancias. Sol— té la rienda al caballo y lo dejé marchar, mejor dicho, trotar á la ventura. ZIG ZAGS IO5

A los diez minutos, oí resoplar fuer tenmente al caballo. En seguida, lanzó un relincho.

Torció luego á la izquierda, en un ángulo del montecillo y yo dí un grito de alegría. Una luz viva brillaba á poco mas de un tiro de fusil del lugar en que me ha. llaba.

Me dirijí resueltamente hacia el pun to luminoso.

A los pocos instantes, llegaba á una casa de buena apariencia. Era un edificio de un solo piso, de mampostería, con un espacioso portal de columnas ante el cual se estendía un jar din, rodeado por una elegante verja. Yo me acerqué á esta, y, cosa extra traña, no me ladró ningun perro. No me fijé entónces en aquella cir cunstancia y grité con fuerza: —¡Ah de casa —¿Quién vá? - contestó una voz va ronil desde adentro. —Un viajero extraviado, respondí yó. Seguidamente apareció un hombre en el portal. 1 O6 F. LOPEZ LEIVA

e II.

— ¿Qué se le ofrece, paisano?—pre guntóme aquel sugeto. —Pues si usted no lo toma á mal, de seo mi indique el camino mas corto para llegará Cárdenas, ó que me permita pasar aquí esta noche de perros. El hombre pareció reflexionar un ins tante. Luego dió dos palmadas y apare reció otro individuo. —Anda—le ordenó con voz imperio sa—recoje el caballo de ese pasajero y lle valo á la cuadra. Amigo —siguió modifi cando el tono y dirigiéndose á mí —des móntese, y pase adelante, que ya veremos el modo de darle posada. No aguardé segunda ínvitación, Eché pié á tierra, entregué el rocín al criado, y pequeña calle central del jar atravesé la - din. Cuando subí la escalinata del portal, dí la mano al huesped y le expresé mi pro funda gratitud. -- No hay de qué—me dijo secamen te.—Supongo que traerá usted hambre, porque ya es tarde. Tenga la bondad de seguirme al comedor. - Le seguí. Al pasar por la sala z1G ZAGs Io7

principal me llamó la atención el lujo de los muebles. Un sofa, varios cuadros, hasta un piano se veía en uno de los án gulos de la estancia. El comedor no desdecía del recibiº miento. Los muebles eran de caoba. Una mesa redonda, cubierta por un hule ama rillo ocupaba el centro; en el testero prin cipal había una panoplia Coronada por una cabeza de ciervo y atestada de machetes, puñales, sables, pistolas, escopetas y láti gos. Una verdadera panoplia de sport man, en una palabra. Una vez que me hice cargo del sitio, me fijé en el dueño de la casa, en el que daba órdenes á los criados. Era un hombre de poca estatura, pe ro muy vigo: oso. Tenía el rostro cubierto por una espesa barba negra, los ojos viº vos, de mirada penetrante y el ademán rápido y enérgico como de persona acos tumbrada á ser obedecida. Representaba unos treinta y cinco años. Su traje era el de un hacendado rico, y lo único que me chocó fué que estuviera en su casa con las botas de montar pues taS. - Sirviéronme una cena con fortable en la que no faltó ni el vino esquisito ni la puntilla de coñac sobre el café, 1O8 F, LOPEZ LEIVA

El huésped sostuvo la conversación hablando conmigo de cosas indiferentes. Del tiempo, del camino, etcétera. Concluida la cena, me dijo: — Usted necesita descansar, pues de be venir molido y querrá levantarse tem prano . . . . Su cuarto está preparado. Volvió á dar una palmada y apareció. el criado con una bugía Púseme de pié, dile las buenas noches y seguí trás el fá mulo, que me condujo á una habitación interior. El cuarto estaba perfectamente pre", parado. Una cama con ropa blanca y limº pia convidaba á echar el gran sueño. Retiròse el criado dejando la luz y yó me senté en una mecedora para concluir el tabaco que habia empezado á fúmar. Mientras miraba deshacerse las espiº rales de humo, me decía para mis adentros: —¿Quién será el dueño de esta casa? Debe ser ese apreciable señor, ya lo creo, como que manda aquí como amo . . No, lo que es él es persona de viso, y se ex presa muy bien . . . pero no me ha di cho su nombre cuando le hice saber el mio . . .. Y yo nunca he oido hablar de esta lujosa quinta perdida en mitad del monte . . ... ¿Cuantas leguas habrá de

aquí á Cárdenas? • ZIG-ZACS Io9

Embebido en tales reflecciones me iba á quedar dormido en la mecedora cuando me pareció escuchar un agudo sil bido que se producía á lo lejos, á la vez sentía ruido en un extremo de la habita ción, como si corrieran un cerrojo. Me volví con presteza y en el hueco de una puerta en que no me había fijado al entrar, ví enmadrada una figura blanca y vaporosa. Una figura de mujer.

III.

Sí, señores, pero

qué .

mujer. . . la Cuando ví aparecer por aquella puerte

ci"la medio oculta en un rincón del cuarto, quedé deslumbrado. rubia, Era rubia como el oro, como

los reflejos del sol naciente. Traía suelta y y la cabellera su cuerpo airoso esbelto, con ondulaciones tentadoras y morbideces

de ofidiano, estaba cubierto con una am plísima bata blanca. y un Por momento olvidé el silbido y el de el hombre las botas sitio en que me hallaba: todas mis potencias estaban con en centradas este sentimiento: la admira. aión, IIO F. LOPEZ LEIVA

Ella se puso el dedo índice sobre los labios y me dirigió una mirada suplicante. No necesitaba pedirme silencio, Yo tenía un nudo en la garganta. —Caballero—me dijo en voz baja— Caballero . . . por favor! . . . Oiga me usted - Yo no pude más que balbucear esta palabra: —¡Señora!... . . —Silencio;todavía no estamos seguros. Y se dirigió rápidamente hácia la puer ta que comunicaba con la sala. La abrió un poco y estuvo escuchando algunos ins tanteS. No se oía otra cosa que el ruido de la lluvia convertida ya en llovizna, produ. ciendo un rumor monótono sobre las tejas. Volvió á cerrar la puerta y se dirigió hácia mí. La lúz de la bugía le dió en pleno rostro. Yo no recuerdo haber visto nada más perfecto. Naríz griega, recta y fina, como si hubiera sido modelada por Praxiteles: frente espaciosa, blanca como el marfil, con una corona de rizos rubios y sedosos; ojos de un azul intenso, sombreados por pesta ñas rizadas; boca pequeña, lábios rojos y un hoyuelo, ¡ah! un delicioso hoyuelo en la barba. ZIG ZAGS III

Pero sobre aquel hermoso semblante extendíase algo así como una ligera som bra de tristeza y sufrimiento. Su palidéz era grande y al rededor de sus ojos se ex. tendía un pequeño círculo amoratado. Aquella mujer debía haber llorado y llorado mucho, —Podemos hablar—me dijo—se han ido y no volverán hasta la madrugada. —¿Quiénes? l — El y ellos. —¿Pero quiénes son él y ellos? — ¿No lo sospecha usted? —¡Oh, nó! ¿Qué voy á sospechar?

— Desgraciado —exclamó ella con un tono de voz que me hizo estremecer. Escúcheme usted — prosiguió: he oido des. de mi habitación todo lo que ha hablado usted desde que llegó á esta casa y por eso me he atrevido á dar este paso. Tie ne usted toda la apariencia de un hombre honrado y leal, y estoy segura que no rehusará prestar auxilio á una mujer infe liz, víctima de las más horrible de las infa mias. ¿Pero es cierto que no ha sospe chado usted todavía en que lugar se en cuentra? — Repito á usted que nó, señora. Creo que esta casa pertenece al apreciable su II 2 F. LOPEz LEIVA jeto que tan bondadosamente me ha re cibido. —Pues no hay. Este es un albergue de bandidos . . . . . —San Timoteo me valga. Pero, se ñora, ¿eso es cierto? —Tan cierto, como que ese hombre que le ha brindado á usted alojamiento, es el jefe de la partida. —¡Santa Bárbara bendita! Su nom bre, señora, su nombre, el nombre del hombre de las botas! ...... — jEl Asturiano///

3 4.

Sentí un frío de cincuenta grados bajo cero y un temblor espantoso en las man díbulas y en las pantorrillas. Ni siquiera la belleza de impidió estas manifestaciones de la cerotítis, como lla man los periodistas al miedo. Todavia me extremezco al recordar aquella horri. ble revelación.—¡A ver, mozo, otro plüs! El mozo sirvió la bebida y don Timo teo prosiguió su historia que nos iba inte resando á todos. «La rubia me miró fijamente: luego continuó así: ZIG-ZAGs II 3

— Debo referir á usted por qué cúmu lo de circunstancias me encuentro en esta casa; pero el tiempo apremia y seré breve. Me llamo Fanny y soy hija de Mr. Drin king, el dueño del ingeni o Audaz, situado á cuatro leguas de aquí. Me he educado en los Esta dos Unidos y mi padre que con serva las costumbres yankees, me deja la más perfecta libertad en todas mis accio nes Nunca lo hubiera hecho que así no me vería en esta situación. Salí un dia del ingenio, sola, á dar un paseo en mi po. ney, y hube de alejarme demasiado del ba tey. Al doblar una guardaraya, me detu vieron cuatro hombres, que sin ofenderme en lo más mínímo y prevaliéndose de la sorpresa me ataron un pañuelo á la boca y me condujeron dentro del cañaveral don de permanecimos hasta que, anochecido ya, me trajeron á esta casa. Por lo que á usted sucede comprenderá lo que podria ocurrir á una infelíz mujer. El terror que esta gente me inspira es tanto, que no sé como no me he muerto. Cierto que me tratan todos con gran respeto, que tengo cuanto necesito, que El Asturiano es harto galante Lonmigo; pero ah, caballero y mi libertad, y mi familia y este secuestro que amenaza mi vida constantemente? . . . Il 4 F. LOPEZ LEIVA

—¿Cómo?- le interrumpí—Está usted secuestrada?

—. Positivamente secuestrada. El mis mo dia que me trajeron, me obligaron á escribir á mi padre, pidiéndole cincuenta mil pesos por mi rescate; pero después, ese hombre funesto, ese criminal, creo que se ha arrepentido de su intento y me ha dado á entender algo más horri. ble que la muerte, algo tan espantoso que apénas me atreve á sospecharlo. — ¿Qué es, señorita Fanny?---le pre gunté. —¡Ah, caballero! . . . / El Asturiano se ha enamorado de mi

IV.

—E-na mo-ra do de usted? —repliqué yó recalcando bien la frase. —Asi lo creo. Sus galanterías se han acentuado de tal modo que no me equivoco afirmando que ese hombre pre tende abusar de su posición y . . . . . — Pero eso sería el colmo de la mal dad —repuse yó.—Santo y bueno que exi giera el precio del rescate; pero pretender otra cosa, es una villanía sin nombre ZIG ZAGS I I 5

— Aquí, en esta casa— siguió dicie, . do Fanny—tiene él un seguro albergue. Como usted habrá observado, está apar . tada de todo caumino, rodeada de montes ca si vírgenes, incomunicada en absoluto. En las habitaciones del fondo se hospedan du. rante el dia los individuos de la partida y al anochecer salen dos ó tres á prestar el servicio de espionaje. Tan luego algun viajero atraviesa el camino, ó tienen noti cias de que se puede dar un buen golpe

de mano, salen todos, capitaneados por él,

á la operación Retornan por la madruga y da segun les he oido decir, á veces tie y nen necesidad de alejarse tres cuatro le guas. Figúrese usted, caballero, cual será

mi situación en medio de esta gente; temo

á cada instante que cometan una atroci y dad conmigo mi única esperanza es la fuga.

—Pero su padre de usted la buscará,

habrá dado aviso á las autoridades .- . .

—Mi padre está paralítico, y gacias

si este golpe que ha recibido no le ocasio

na la muerte. En cuanto á las autorida

des, todas temen al Asturiano:

—Yo prometo á usted, señora, á fé de

Timoteo, que tan pronto salga de aquí he

de venir á buscarla con Viciedo ó con Ar m Ona: II 6 F. LOPEZ LEIVA

— ¡Oh, caballero!--repuso ella—De ningún modo. Yo no estoy un instante más en esta guarida de ladrones: usted debe salvarme y con usted he de salir de aquí. —Eso es una locura, hija mía. ¿Có mo podemos escapar si yo no tengo mas que un mal caballejo y desconozco los ca minos? —En cambio yo sé montar perfecta - mente y conozco todos estos contornos palmo á palmo. ¡Ah; caballero! ¿dejará usted en tan grave peligro á una mujer desvalida? ¿No tendrá usted valor para salvar una dama? Y al decir ésto la hermosa Fanny jun. taba sus manos en actitud de súplica y de jaba temblar una lágrima en sus pestañas. Yo estuve titubeando algunos instan -

tes; pero al fin me decidí. Era tan bella y tan desgraciada! . . .

—Señorita Fanny— le dije—cuente

usted conmigo. O perezco en la demanda y ó la devuelvo à usted sana salva á su fa milia.

—¡Oh, gracias, gracias,señor don . . —Timoteo, señorita, para servirle. —Gracias, Teótimo. Permita usted

que le llame así para hacer más eufónico

su prosáico nombre. ZIG-ZAGS I 17

—Como usted guste. Ahora lo que importa es combinar la fuga. —Es sencillísimo — replicó ella — Como el bandido que está de guardia tiene órden de dejarle á usted salir sin hacerle daño, le será fácil llegar hasta la cuadra y ensi llar la cabalgadura. Monta usted y se di rige á la salida: yo lo aguardo al pié de la verja; me pone usted por delante para po der guiar el cabalio y dentro de media hora estamos en salvo. —No me parece mal el plan; sobre todo si el guardián está dormido. —Y si está despierto ¿no sería usted bastante hombre para deshacerse de él? Estas palabras las pronunció Fanny con voz concentrada; sus ojos despidieron aque. un fulgor siniestro. En el fondo de llas pupilas se conjugaba el verbo matar en todos sus tiempos, modos y voces. Yo me sentí herido en mi amor pro pio. Una mujer dar lecciones de valor y de energía á un hombre como yó! . . . Le estreché con fuerza ámbas manos: la miré fijamente y le dije á media voz: —Prometo á usted pulverizar al que aquí se me ponga delante: usted saldrá de por encima del Asturiano y de sus secua ces: Vea usted lo que hago. Me desaté el cinto donde llevaba el I I8 F. LOPEZ LEIVA dinero y se lo entregué; me ceñí el mache te, probando antes la flecxibilidad de la hoja; me eché sobre los hombros el imper. meable y me dirigí á la puerta que comu nicaba con la sala. Fanny me detuvo por el brazo y me dijo al oido, quedo, muy quedo, casi ro. zando mis orejas con sus purpurinos lábios: —Sálveme usted y no le pesará. Y me envolvió en una mirada dulce, penetrante, acariciadora; una mirada con mas promesas que manifiesto de- candidato en dias de elecciones. Me volví loco: salí con la cabeza llen a de ilusiones y el pecho palpitando con fuerza. Atravesé la sala y el comedor en pun tillas: todas las puertas estaban abiertas. Salí al patio y como no conocía la ca sa procuré orientarme; estuve escuchando un momento y oí ese rumor particular que produce el caballo cuando come maíz. El rumor venía del fondo del patio: me dirigí hácia allá: Llegué á la cuadra y á pesar de la obscuridad pude reconocer la escuálida silueta de mi rocinante: él, Al lado de sobre un borriquete, estaban los arreos todos. y Ensillé el jaco haciendo el menor

ruido posible, traté de sacarlo fuera. ZIG-ZAGS 1 I9

El corazón no me cabía en el pecho. Palpitaba con fanta fuerza que se podían oir sus latidos á una vara de distancia. Puse el pié en el estribo y en el mo. mento de tomar impulso para montar, una mano de hierro me sugetó por el brazo, á la vez que una voz bronca me decía: — ¿Dónde vá usted, paisano?

V.

Me volví apresuradamente. —¿Quién va?—pregunté; forcejeando porque me soltara aquella mano que pare cía una tenaza. —Quién puede—me contestó el hom bre—He oido toda su conversación con la hija del americano y sé que trata usted de robárnosla. Vaya, vaya, prosiguió—vuel va usted para adentro que ya arreglare mos esa cuenta cuando El Asturiano vuelva. Un pensamiento diabólico cruzó por mi imaginación. Aquel hombre, que se guramente era el centinela de los bandidos, había escuchado cuanto hablamos la rúbia y yó: pero no había visto que yo estaba armado con el yaguaramas. I 2O F. LOPEZ LEIVA

Solté, pués, la rienda del caballo y le dije con acento resignado: —Puesto que usted lo quiere, sea, volvamos para la casa. Y eché á andar delante de él: mien tras iba desenvainando poco á poco el ma chete debajo de la capa. Cuando pude preparar el arma, me volví hácia el bandolero. —¿Y si yó le diera á usted veinte on - zas, ¿me dejaría usted escapar solo? El hombre dió un paso más y se puso al alcance de mi brazo.

—Aunque me diera . . —murmuró. No concluyó la frase, porque yó le acababa de introducir un palmo de acero en las entrañas. El desgraciado alzó los brazos, lanzó un gemido, y cayó de bruces al suelo. Tiré con fuerza del machete que aún estaba hundido en el vientre del bandole ro, y al propio tiempo un chorro de sangre caliente, corriéndose por la hoja, me mojó la mano. Me extremecí horrorizado. En seguida me dirigí hácia el caballo y monté apresuradamente. Todo ésto ocurrió en menos tiempo del que necesito para contarlo. Piqué espuelas y rodeando la casa, me detuve al pié de la verja. ZIG-ZACS 2I

—Fanny, Fanny,-grité La hermosa apareció en el portal. —Vamos—le dije— vamos; no hay tiempo que perder; venga usted, huyamos, Ella corrió hácia el jardín, abrió la cancela de la verja y se detuvo jnnto á mí. Yó, que entonces era forzudo en ex tremo, la tomé por debajo de los brazos y la coloqué sobre el borrén delantero de la silla: —Pronto, pronto—volví á decirle —di. rija usted el caballo. —Sigamos á la izquierda --me contes tó ella —por aquí saldremos al camino de Cimarrones y antes de media hora estare mos en salvo. Arrée usted. Volvi á espolear el penco;y para pro tejer á mi bella compañera tuve necesidad de rodear su cintura con mº brazo. Yo no recuerdo, caballeros, lo que pa saba por mí en aquellos momentos. Por un lado el remordimiento del homicidio que acababa de cometer; por el otro la sa tisfacción de haber arrancado una víctima al feróz Asturiano, y por sobre todo ésto, los impulsos naturales de la sangre á los veinte años. Yó, jóven, no mal parecido—aunque hoy me esté feo el decirlo —constituido en I22 F. LOPEZ LEIVA A protector de una mujer hermosa y des graciada! . . . Yó, solo con una jóven por aquellos bosques, á deshora de la noche, convertido en un Amadís de Gaula! . Ella allí, estrechando sus mórbidas espaldas contra mi pecho, dejando con sus rizos acariciaran mi rostro . . . • Mis sienes latían con fuerza; iba á perder la razón; acerqué los lábios para darle un beso en la nuca, cuando una vez gritó á poca distancia, medio á medio de la vereda: — Alto - Cielos -gritó Fanny— y El Astu. rtano/ —Ira de Dios!—rugió el bandido— Ella aquil. . . —Paso, paso—exclamé yó enarbo , machete—paso rajo lando el franco ó te - hasta la crúz de los pantalones —Miserable—dijo El Asturiano— ¿Así me pagas la hospitalidad que te he dado? . . . Ahora verás. Y amartillando su trabuco naranjero, sin cuidarse de los machetazos que yo le tiraba, me puso la horrible boca del arma sobre la tetilla izquierda. Sonó una detonación espantosa; yo ZIG ZAGS I23 sentí una conmoción indefinible en todo mí sér, alcé los brazos y caí al suelo . . . .

— Córcholis, don Timoteo-dijo uno de los comensales—¿ha recibido usted un trabucazo sobre el corazón y puede contar el cuento? - Se me había olvidado decir—agregó don Timoteo—que todo ésto no fué más que una pesadilla que tuve una noche es tando en la Habana, y que el ruido que me despertó fuè el cañonazo de la ma drugada. -

A Villaclara

Coloreando iba la aurora de carmín, azur y gualda las nubes del horizonte y lo alto de las montañas; la dulce brisa en sus pliegues traía de la sabána los murmullos del arroyo, de las rosas la fragancia. Y en las gotas de rocío que en la hierba dejó el alba, los rayos del sol naciente vivos cambiantes formaban. ¡Qué hermosa estaba la aurora!... ¡Qué alegre aquella mañana! ¡Y mi corazón qué triste 13o F. LOPEZ LEIVA

y qué abatida mi alma!... Porque después de una ausencia tan penosa como larga, de nuevo el deber hacía que el pueblo natal dejara. Así entre amargos suspiros y conteniendo mis lágrimas, contemplé por mucho tiempo las lomas de Villaclara, ---

Adios, le dije, adios, pueblo!... Adios, azules montañas! Adios, tranquilos arroyos Adios, palmeras gallardas!... Quizá no aspire más nunca vuestra brisa perfumada, . ni vuelvan á ver mis ojos el cielo azul de mi patria. Aqui quedan con vosotros mis impresiones más gratas, mis ensueños de poeta, mis afecciones del alma; que el bajel de mi existencia surca el mar de la desgracia sin estrella que le guíe á puerto de bienandanza; y si alguna vez encuentra tranquilo ese mar y en calma, á nuevos escollos, siempre ZIG ZAGS I 3 I contrarios vientos lo arrastran. Y abismado en mis recuerdos ya indiferente miraba como iba el sol coloreando las lomas de Villa clara.

¡Oh, Dios mío!... Cuanto sufre el que abandona su patria y no vuelve á ver su cielo, su cielo puro y sin mancha...

Poble expatriado! ... En la ausencia

su corazón se desgarra

al mirar desvanecidas ilusiones y esperanzas... Montes, brisas, prados, flores,

hilos corrientes de plata,

testigos de mi alegría,

compañeros de la infancia, esta pobre despedida entre vosotros guardadla

como la flor el rocío entre sus pétalos guarda;

que si ví la luz primera bajo esas esbeltas palmas, quizá, infelice, muy lejos

halle la postrer morada.

Y al ver cubrírse sus lomas de brumas en lontananza,

adios, le dije á mi pueblo, adios, adios, Villaclara!... La R0chejaquelein

Aprestándose á entrar en la pelea, en la mano el acero centellante, el ceño torvo, pálido el semblante, está el jefe inmortal de la Vendea. Mira en la torre de cercana aldea la enseña tricolor, al mismo instante que de Rouget el himno resonante escucha que la aclama y victorea. Estalla del cañón el vivo fuego; y al chocar los aceros inhumanos prorrumpe el héroe de corage ciego: «Seguid conmigo sin temores vano «si doy un paso atrás, matadme luego; «si perezco, vengadme, vendeanos!...» Ex-ángel

EN EL DE C. S.

Pues que á tu frente,como el mármol blanca, la aureola de pureza no circunda; pues que en tus ojos negros y rasgados el deleite encendió su llama impura; pues que sonrisa de bacante miro en tus labios más rojos que la púrpura y por tu seno de alabastro flota la destrenzada cabellera oscura, oye, mujer: dejemos de la orgía un instante no más la sala inmunda, y al terrado salgamos donde esplende Su tibia claridad la blanca luna. e- a s e e E o e e º e e e e I 34 F. LOPEZ LEIVA

Hermoso panorama!... El mar tranquilo plácida queja sin cesar murmura, y en la playa deshace enamorado sus franjas de zafiros y de espumas..., Hermoso panorama!... El bosque hojoso que en lejano horizonte se columbra. El valle y en el valle el ancho río como sierpe tendido en la llanura . El pequeño jardin con los rosales que al impulso del áura se colúmpian . y las mil armonías de la noche, y los encantos mil de la penumbra . ¡Ah! Si tu comprendieras cuanto dice al alma llena de inquietud y angústia, el rumor caden cioso de las ólas, el rayo amarillento de la luna. . . . ¡Ah! Si romper pudieras un momento del vicio las doradas ligaduras y con la mente libre el ráudo vuelo tender por esa inmensidad cerúlea!.

Pero no, no es posible: de la orquesta el armonioso acorde ya se escucha, y el chocar de las copas y los besos en el brillante camarín retumba. Volvamos á la orgía: viva llama mi elegiaco laud presto consuma, y allí en la alegre bacanal cantemos las glorias del placer y la hermosura. Tu talle cimbrador mi brazo estreche: ZIG ZAGS I 35 en almo fuego tu pupila luzca, y apuremos la copa donde salta del dorado licor la hirviente espuma. Luego.... un beso vendido de tu boca.... otra caricia de tu vil ternura . . . y después en sonora carcajada trémulo el lábio sin cesar prorrumpa, Que el idioma brutal de los sentidos tu ardiente corazón no más escucha, y ya las alas rotas, pobre ex-ángel, del cieno no alzarás el vuelo nunca, Por que sonrisa de bacante miro en tus lábios más rojos que la púrpura; por que en tus ojos negros y rasgados el deleite encendió su llama impura . . . Mirando sus ojos

Detén ¡oh tiempo detén Un punto tu raudo vuelo, En tanto mis ojos vén Todas las glorias del cielo En los ojos de mi bien. Deja un instante gozar En dulce, apacible calma, La inmensa dicha de amar, Que luego podrás borrar Las ilusiones del alma. Deja, entre tanto la miro Forje la mente en su giro Un siglo en cada segundo, Un cielo en cada suspiro Y en cada sonrisa un mundo. zIG-zAGs I 37

Deja que al ver los serenos Negros ojos de mi amada De luz y promesas llenos, Pueda á mi afán, á lo ménos, Besarlos con la mirada, Y aunque no tornen jamás Estas dulces ilusiones, Deja latir á compás Un instante nada más Dos amantes corazones. Y entanto mi gloria dura Deja que arroje la cruz De mi negra desventura . . . ¡Que brille en mi noche oscura Un solo rayo de luz

Padeceres ignorados, Duda horrible y punzadora, Sollozos entrecortados, Quedad, quedad olvidados, Dejadme soñar ahora.

Ternura, esperanza, fé, Amantísimas querellas

Que en esos ojos hallé, . . Sereis mentiras . lo sé; Pero mentiras tan bellas

Y tú, dorada ilusión,

Que á la realidad combate, que en Haz olvide mi pasión

Cuan triste y enfermo late F. LOPEz LEIvA

En mi pecho el corazón. Haz que á su risa hechicera Renazcan los sonrosados Sueños de mi edad primera, Cual reverdecen los prados, Al soplo de primavera. Deja que disipe ahora Del alma el constante anhelo Su pupila brilladora, Como disipa la aurora Todas la sombras del cielo. Y en tanto mi gloria dura Deja que arroje la cruz De mi negra desventura . ¡Que brille en mi noche oscura Un solo rayo de luz ¡Ay!...

[DE CURRos ENRIQUEz.

¿Como ha sido?... . Encontrábame fuera cuando horribles viruelas le dieron; con premura avisome su madre, y volvime corriendo.

Pobrecillo! . . Sintiendo mis pasos hácia mí levantaba los ojos. ¡Al no verme gimió! ... Los tenía cieguecitos del todo . . .

No recuerdo las horas que estuve sobre él lecho fatal arrojado; solo sé que al erguirme llevaba mi hijo muerto en los brazos. I4O F. LOPEZ LEIVA

Mariposa dorada que vienes á posarte en el lecho vacío, pues por él me preguntas, ya sabes lo que fué de mi niño . . dolorOSa. Mater

ExPLICACIÓN DE UN GRABADo.

¿La vés? Junto á la cuna dó mil veces arrullando á su niño le dormía, el cáliz del dolor hasta las heces esa madre infelíz apura un día. Con la áurea cabellera destrenzada á la cuna se acerca delirante: inmóvil y sin brillo la mirada, como el mármol de Paros el semblante. Y con mano febril el lecho toca y alzando la cortina sin rüido, se figura que vé, la madre loca, al rúbio serafín allí dormído. De su delirio luego en el exceso el punto besa en que su amor dormía, I 42 F. LOPEZ LEIVA y le habla á su niño de aquel beso, sin mirar que la cuna está vacía.

«Duerme, le dice, bien mío, duerme, amor de mis amores, tu madre vela, no llores,

que está muy cerca de tí. Mañana cuando sonría

tu bella faz placentera,

de tu risas, la primera

será, niño, para mí . . .

El arcángel de la guarda

que el sueño tuyo vigila,

sobre tu frente tranquila con tus rizos jugará;

Y la madre que te adora, amante como ninguna,

mientras te duerme en la cun

á Dios por tí rogará . . .

Asi habla la infelíz: llega la aurora y al rasgar de la noche la penumbra, mientras los cielos con su luz colora

la triste alcoba despiadada alumbra.

Y la madre cayendo desplomada

lanza un grito de fiera en la agonía .

porque á la luz del alba sonrosada

ha visto que la cuna está vacía! . . . Echando las cartas.

(DE M. CURRos ENRíQUEz.) I.

—Prende, niña, esas brozas y echa leña, que arda bien el hogar, tu padre vendrá pronto y cuando llegue se querrá calentar.

-Que Dios lo saque en bien de esta jornadal. -¡Amén, pequeña, amén Retira esa ceniza esparramada para que prenda bien.

—¿Cuántas bestías llevó? —Todas las suyas y las dos de Pardal. l.44 F. LOPEZ LEIVA

—Pues de esta somos ricos... Dos y siete... Nueve cargas de sal!

—¿Ricos?... ¡Ay, ojalá!... ¿quien se enriquece con la contribución? --Nueve cargas de sal á tres y pico . . ¿cuántas pesetas son? ÍI.

Así al calor de mortecina lumbre y la madre la hija están, y mientras el humo sube la cabaña

azota el huracán.

Y de un candil como candil de muerte

al triste resplandor

en los naipes la madre ansiosa busca

noticias de su amor . . . III.

«Alegre, por camino, en la de copas

pensando. . . En mí!... . Pues nó

«Entre gente de espadas»..... ¿Serán tropas?

«Con fortuna rompto» . . .

¿Qué rompió? Pues sosiega, no te espantes, no latas, corazón,

que las cartas hablando á los amantes algo embusteras son. ZIG ZAGS 145

«Peligros con victoria, cavilando en prendas de valer». . . ¡Ah! ¿Se salvaron él y el contrabando? Quien lo verá correr

¡Pero, calla . . «Tras él, con picardia,

cuatro hombres de armas ván.

desgracia en la vereda»..... ¡Ave María, que cosas se me dán

¡Bah! Por fuerza está mal esta baraja, -

pésia á quién la inventó, siempre me pronostíca una mortaja y siempre me-engañó.

jNo lo digo..... á Ya tocan la puerta; hija vé sin tardar, yo en tanto avivo la lumbre muerta, que le pueda secar.

IV.

¡No mintieron las cartas, no mintieron!......

cuando la niña abrió

dar crédito sus ojos no pudieron á lo que entonces vió. F, LEIVA 146 LOPEZ

Por los carabineros atrapado, viniendo el infelíz de Portugal, llegó, sobre una bestia atravesado, el traficante en sal. Definición

de las estrellas del cielo: suave fulgor de la luna que refleja el mar inmenso. Nota que vaga perdida en los cendales del viento: liquida perla que empaña ojos azules ó negros: sollozo que muere ahogado dentro la cárcel del pecho; perfume de nardo y rosas que lleva la brisa lejos, con los rumores perdidos de suspiros y de besos. Flores de trapo

Vió el pobre Becquer un día sobre el seno de una hermosa - una bellísima rosa de perfume embriagador; y en sus sueños de poeta dudando se preguntaba que como vivir lograba sobre el volcán una flor.

Para resolver su duda la rosa pidió á la bella y diósela al punto ella con un gracioso ademán. Más al verla, del poeta cesó la duda afanosa . . que era de trapo la rosa y el perfume.... ilang ilang! L0 natural

¿Me pides, mozo cenceño, un cuento sentimental? Voy á salir del empeño; veremos si te dá sueño, pues será muy natural. —Pues, señor; era Isidora una niña encantadora cuando yo la conocí . . . ¿Sonríes, taimado, abora, porque el cuento empiece así? Prosigo. De su belleza era grande el poderío, y su virtud, su pureza . . . pero ¿vuelves la cabeza? ¿no me escuchas, niño mío? F. LOPEZ LEIVA

Muy bien: amaba la tal Isidora á Juan Canella maestro municipal, y Juan la adoraba á ella. ¿Hay cosa más natural? Como en él jamás menguaba aquel dulce sentimiento, la dijo que si pagaba un sueldo el Ayuntamiento enseguida se casaba. Pero el grave consistorio que en un continuado holgorio N gastaba lo que tenía, no pagaba; y el casorio del pobre Juan no se hacía. Viendo la boda tardarse la niña tan pura y tan . . . dicen que llegó á enfadarse; con otro quíso casarse y á paseo mandó a Juan. De un viejo y rico industría la mano tomó Isidora con buena carta dotal, diciéndose la traidora: Esto sí que es natural/ Renegando de su estrella matarse quiso Canella pero luego así pensó: —«No es natural que por ella muera un hombre como yob, ZIG-ZAGS - 151

Isidora, por su mal tuvo más de un devaneo y decía cada cual: —Si el marido es viejo y feo el percance es natural . . Viéndose así escarnecido cuando creyó ser amado, el egoista marido exclamaba entristecido: lº Es natural, la he comprado

Ahora, mozo, te diré del cuento que me has oído la moral que yo saqué . . . pero . . ¿no me escuchas? ¿Eh? jEs natural: se ha dormido..... Fausto

La eterna verdad buscaba Fausto, con creciente afán y nunca, nunca la hallaba, aunque al buscarla empleaba la flema de un alemán. Y aún cuando mucho sabía de ciencias el buen doctor y mucha filosofía, maldito si comprendía el a-b c del amor. Halló una mujer bonita que le hizo perder la calma, y en una noche maldita compró al diablo, con su alma, el amor de Margarita. - ZIG-ZAGS 153

Después que su fin logró quiso el doctor anular

el contrato que firmó; pero, que

quieras que nó al infierno fué á parar.

No aprovecho la lección:

que en mi amorosa pasión vendiera, con ánsia loca, no un alma sola, un millón

de tu boca:

que al lograr que al pecho rmío se el una tuyo, en tierno afán...

yo también, cual Fausto impío, vendo al Diablo mi albedrío

sin ser doctor ni alemán. mandó mas Condestable pues vuestro —Si y el y al

ni Cerca tanto —Que Muy ilustre Papa un al ver Y que de dijo manda pelo jóven exclamó mérito rey tal jóven, de

gran el rey conmigo su

el rostro modo

embajador: Don comprendo de de Fadrique era la barba Santa señor casi

dais en Castilla. de embajador irritado: pensais

su lampiño, nombre mal

niño; el enviado, tiene. Silla

bien, se aviene á quién ZIG ZAGS 155

á la barba y tanto honor, decir puedo, Padre mío, al rey don Cárlos primero, que no os mande un caballero, que os mande un macho cabrío. El rob0 de Sabina la

La guajira más hermosa que paseó su delantal desde Malezas á Bérnia, desde Níguas al Bagá, tuvo de novio á un guajiro buen mozo á carta eabal, zapateador incansable, quimerista contumáz. La familla de la niña que era gente principal, pues hasta alcalde de barrio una ocasión fué el papá, contra aquel amor opuso su estólida voluntad ZIG ZAGS 157 por no estar el pretendiente muy sobrado de metal. Pero los dos se querían con mucha necesidad y se enviaban cada pliego que ardía como un cuabal. Sabina, así se llamaba la hermosa, adoraba á Blas, y Blas por ella habría dado. . . hasta su potro alazán, Así las cosas, un día que la regañó el papá, y diz le solto un lampreazo con la vara de aguijar, prueba que aún conservaba sus golpes de autoridad), ella le escribió á Blasillo con sintáxis garrafal, refiriéndole llorosa el hecho de péá pá, y expresando que aún tenía el verde en el costillar. Resoplaba cual ballena leyendo la carta Blás y juró romperle un ojo al vejete mostagán que aquella espalda de nieve, y aquel torso escultural, F. ElOPEZ LEIVA

apaleaba cual si fuera árbol horro por San Juan. Mas en calma al día siguiente quiso el mozo montaráz poner término á las cuitas de su guajira deidad. A esta le mandó unas letras por una negra gangá, Mercurio sin caduceo, que hacía el servicio postal. Lo que le dijo se ignora, pero es ello la verdad que transcurridas tres noches en su potro montó Blás y á casa de la su dueño se dirigió sin tardar, bien afilado el machete, bien cinchado el alazán. Saltó una cerca de piedra, internóse en la heredad y aguardó, sin desmontarse, media hora ó poco más. Al fin, un bulto medroso acercóse à aquel lugar: era la bella Sabina, ya el lector lo supondrá. Breves, muy breves palabras cambiaron dama y galán; ZIG ZAGS 159

de un beso se oyó el chasquido perderse en el platanal, y iuego viose el mancebo que con rápido ademán asiéndola por el talle a trajo á sí á la beldad, sentóla sobre la silla, espoleó al potro viváz y á escape, á campo atraviesa, se perdió en la obscuridad, • s Hubo después peotera y sumario y juicio oral, y en la cárcel del partido dió con su persona Blas; mas buena coartada tuvo y hasta salió en libertad, pues que probó su defensa sin los hechos violentar,

que si antaño los romanos, padres del derecho actual, robaron muchas sabinas para poblar su ciudad,

no incurre ogaño en delito aquel guajiro galán que roba en tierra de Cuba una Sabzma no más. La rubia Gretchen

SUSPIRILLo GERMANICo]

Era muy rubia Grétchen: sus pupilas azules cual las ólas de la mar tomaron de la estrella de la tarde la dulce claridad;

Era muy rubia Grétchen: sus cabellos dorados por el sol primaveral coronaban la frente pensativa de la joven deidad.

Yo la adoraba; y á buscar fortuna á la joven América marché; y diez años mas tarde, al verme rico, quise á Báden volver. ZIC-ZAGS I6 I

Yo la adoraba; y al subir ansioso á la guardilla de mi caro bien, mi corazón amante palpitaba de dicha y de placer. .

—¿Dó está mi Grétchen?-—á su madre dije y la pobre señora se asustó; reconociome luego y en sus labios se produjo un temblor. -¿Dó está mi Grétchen? pregunté de nuevo y la anciana con miedo balbuceo: - —Pues . . . al fin se casó con un hulano y viven en Franfort!. . . ------——

A Juan M. Villergas

Villergas: si contra mí hoy te revuelves airado por haberte dedicado un soneto baladí; si ya la calma perdiste del periodista discreto y en mi inocente soneto un procáz insulto viste; como siempre rendí culto. á las canas y al saber, quiero hacerte comprender

que no hubo tal insulto escribí, en los versos que

porque en ellos se aludió

nu:ica al caballero, nó, ZIG ZAGs 63

siempre al político, sí.

¿Pues cual nombre se dará por estraña, al que razón

en España es si demócrata es conservador acá? Ese nombre, con empeño hablo; de

lo busqué, veras y hallé un grafico vocablo.

en el caló madrileño.

Calamar fué la expresión, pues ¿no te agradó? advierte que me pareció más fuerte, decírte camaleón. soy En suavizar no diestro estilo,

la aspereza del y en eso bien me asimilo tí, Juan, mi á don maestro. te Te ruego que no enfades faltó,

el discípulo, si que aquel que vientos sembró solo coje tempestades. Tú afirmaste sin razón,

que era Cañete un zoquete, Narváez un natasiete y Bretón, un

el gran brutón.

al diablo, ¿Y te quejas, voto

porque un sinsonte rural

ó mal,

te aplicara, bien un inocente vocablo? ¿Te quejas tan sin razón, 164 F. LOPEZ LEIVA

cuando de tí, sin jactancia, me separa igual distancia que á tí de Manuel Bretón?

No lo creyera jamás; pero con pena estoy viendo que con la edad vas perdiendo y el . . . oído el compás. Si en mi literario afan ves ridículas monsergas,

pégame un palo, Villergas, no mas te irrites, don Juan. Que los periodistas viejos cuando, como tú, claudican

al punto, incautos, se aplican el cuento de los cangrejos.

Y basta: quede probado, pues rindo á tus canas culto,

que no existió tal insulto en el soneto citado.

Que de todo cuanto habló Imí musa inexperta allí,

tan solo á un ente aludió...

¿Será al caballero?. Nó.

¿Será al político? Sí.

1883) paz

La del Zanjón un

que te ¿Por beso dí

te has enfadado conmigo?

Pongo al cielo por testigo que fué sin mala intención

sabe, si Pero lo ignoras,

que si en dí tus labios el beso,

yo soy quien lo llevo impreso en mi amante corazón.

¿Vuelves el rostro? ¿Mis frases ingrata escuchar no quieres?

Si entre todas las mujeres tú eres la más tenáz! I66 F. LOPEZ LEIVA.

Bien, un arreglo propongo: ¿no es por un beso el agravio? Pues entonces que tu labio me lo devuelva... y en paz! Lilailas

Cuando alguno me refiere sus méritos y servicios y él mismo se llama honrado y probo se llama él mismo; cuando solo halla palabras para hablar de su indivíduo de su talento, su pésquis, su golpe de vista fijo; de su audacia, su dinero, su valor y su prestigio, sus caballos, sus conquistas, sus viages, sus desafios, sus versos, sus ilusiones, su familia y sus escritos . . . mirándole hablar, entónces F. LOPEz LEIVA. para mis adentros digo: coplas de Mingo Revulgo, cantares de Calaínos.

Si el vecino se me acerca á murmurar del vecino y me cuenta mil historias que no me importan un pito: que si es gordo, que si es flaco, que si es pobre, que si es rico, si come faisán con trufas ó come pollo argentino, si la mujer es celosa, si él no se ocupa del primao, si tiene muchos ingleses, si gritan mucho los niños, si no se viste á la moda, si al sastre le debe un pico, si bebe aguardiente ô bebe nada más que agua del rio.. oigo al lenguaráz, en tanto que en mis adentros repito: coplas de Mingo Revulgo, cantares de Calaínos.

Si un diputado veleta ZIG ZAGS 169

me encomia su patriotismo y me hace un discurso ú dos, hablando de sacrificios, de deberes, elecciones, deportación, ostracismo, congresos, mitings, senados, la Tarpeya, el Aventino, el Capitolio, los copos, la Nación, el pauperismo, la Deuda, el Poder, la prensa, el Consejo de Ministros y al terminar la entrevista se vuelve pancista el niño . . . como sé que tiene hambre sígo pensando bajito: coplas de Mingo Revulgo, cantares de Calainos.

«Voz del pueblo, voz del cielo»... nos dice un refran antiguo; será verdad, mas no siempre está el adagio en lo fijo. Y aun asi, ¿qué se me importa que sea engañado un marido, que se profugue una jóven ni que le roben al fisco? ¿Qué cuenta á nadie le tiene que un usurero sea rico, F. LOPEZ LEIVA

que un cura ejerza de hombre, que ruede coche un bandido, ni que la viuda Fulana tenga ó no tenga sus líos? . . . Nada, ¿verdad? Pues entónces diga usted, lector, conmigo: coplas de Mingo Revulgo, cantares de Calaínos. El Zorro y la marmota

TRADUCCION DEL FRANCÉs)

—¿A dónde vas, compadre, tan turbado? Decía una marmota en su covacha al zorro su vecino que pasó junto á ella de escapada. —Comadre, contestó el marrajo inquieto, desterrado, proscrito, en la desgracia, de la calumnia víctima, mi nombre el mundo cruel infama. Escucha tu que mi candor conoces y mi honradez innata. Nombráronme por juez varias gallinas y al gallinero fuí dó me llamaban: 172 - F" LOPEZ LEIVA ví los gallos que fieros y celosos libraban entre sí ruda batalla; de inocentes cadáveres de pollos cubierto el suelo estaba y las gallinas todas con espanto indecible cacareaban. Sin descanso tomar ni desayuno mis oficios no ahorré ni mis palabras, de concordia extremé los argumentos y mi voz elocuente fué escuchada . . . Después de mil trabajos y fatigas logré restablecer allí la calma, y sucedió la paz á la discordia recomendando á todos la templanza. . . Sin embargo, por dolo y latrocinio me viene persiguiendo esa canalla . . . Tú, que bien me conoces, acepta mi defensa sin tardanza y pruebe mi inocencia tu honradez proverbial y acrisolada. No hay virtud al abrigo de sospecha si la calumnia en ella el diente clava. . . conmueven, dijo marmota, —Me le la - el discurso y tu traza; tu alegato es muy bello; pero miro mucha pluma en tu hocico, camarada. . .

¡Oh, cuantos zorros en el mundo vemos que cual este se alaban! . . . ZIG-ZAGS I73

De nada la conciencia les remuerde, el bien ageno siempre les embarga; mas pobres al principio, ricos luego, el palacio en la ciudad, la hermosa granja y los bronces, artesones alabastros

son las plumas que cuelgan de sus barbas. á Ayúdeme IIste sentir

Don Carlos Perez Ordiales,

propietario y usurero,

presta al cincuenta dinero sobre sueldos personales.

Y aún el judáico asegura

que es moderada la usura y que pobre va á morir...

jayúdeme usté á sentir/

El político Zenón cuyos discursos dan risa, y que al mudar de camisa

muda tambien de opinión,

dijo en una conferencia

que era caso de conciencia ZIG ZAGS 175 por los principios morir... jayúdeme usté d sentir/

La elefanciaca Vicenta que habla mas que Castelar, y si le impiden charlar como una bomba revienta, en sus críticas mordaces dice que á los lenguaraces jamás los pudo sufrir... jayúdeme usté d sentir/

Tiene la bella Leonor sin que se sepa el motivo, horror, inquina, ódio vivo á la gente de color; descastada es la chicuela, pues si es mulata su abuela según han dado en decir... jayúdeme usté d sentir/

Hoy pasa Trifón por santo, pues en lágrimas deshecho se dá unos golpes de pecho que pueden partir un canto: mas de ayer, quedan testigos de que entregó á sus amigos y al palo los hizo ir... yayúdeme uste á Sentir' 176 F. LOPEz LEIVA

Fulanez que hizo dinero del ópio en el contrabando, ahora escribe protestando en contra el fraude aduanero. Y aseguran los papeles que á la Junta de Aranceles Fulanez debiera ir... jayúdsme usté á sentir !

Y yo que al buscar disputas con mis versos maldicientes ni extracto los expedientes, ni redacto las minutas, puedo hallarme cualquier día , con la negra cesantía, y si esto llega á ocurrir... jfayúdente usté á sentir// Madrigal

Ayer, cuando tu paseabas por la orilla del arroyo, detúvose la corriente para retratar tu rostro. Yo que fijaba la vista del arroyuelo en el fondo, ví en él reflejarse un cielo con sus luceros y todo. Creyendo que era un engaño. del líquido rumoroso, alcé la vista . . . Dios ruío, no me engañaba el arroyo, que hallé en tu cara de cielo los luceros de tus ojos. . . . RIMA

Has podido olvidarme; y mi recuerdo borrarse de tu alma desleal, como letras que escritas sobre arena deshace el huracan.

Mas si del libro de tu vida puedes las amorosas páginas borrar, recuerda que lo escrito en la conciencia no se borra jamás .. . . Dulces cadenas

¡Soy libre. . . Mi razón es prepotente, nadie domina el pensamiento mío, jamas se abate mi orgullosa frente ni doblega el tirano mi albedrío.

Pero, no, no es verdad...que cuando imploro tu dulce amor y tu belleza alabo, si tus labios murmuran un «te adoro» adios mi libertad: ya soy esclavo. PrOSa rimada

(En el álbum de la stiorita ConcepciónVillanuria)

Si hoy una trova inspirada

mi pobre pluma no escribe, perdona, niña agraciada,

y benévola recibe esta prosa mal rimada.

Que para cantarte, es preciso tener, cubana,

la inspiración de Quintana,

la lira de Milanés.

Y aunque decirlo me apene, confieso, un tanto corrido,

que nunca, nunca he bebido

en la fuente de Hipocréne. ZIG ZAGS I8

Y así no me dá sonrojos decir que no puedo hallar un cielo á que comparar el cielo azul de tus ojos. Ni nunca dable me fuera pintar en ritmo sonoro aquellos reflejos de oro de tu blonda cabellera. Ni es fácil que símil halle, nuevo, a propiado, posible, para tu talle flexible como los juncos del valle. Y aunque á mi juicio es rival sin discusíón mi porfia de la sal de Andalucía la dulzura tropical; Aunque sin jactancia vana sostengo mis pareceres que entre todas las mujeres . la más bella es la cubana. No puedo, por más que quiero, tu belleza pintar hoy, y quedo tal como soy, como un inhábil coplero. Te pido otra vez perdón: que si yo cantar supiera de fijo que no perdiera esta propicia ocasión en que un poeta podría llegar hasta el mismo cielo F. LOPEZ LEIVA con el expléndido vuelo de su inquieta fantasía. Y allí cantar tu pureza, de tus ojos los fulgores, los triunfos de tus amores, las glorias de tu belleza. Hacerlo yo!... Empresa vana, que para cantarte, es preciso tener, cubana, la inspiración de Quintana, la lira de Milanés. Manifiesto

(AUNA «ELECTORA»)

Oye, niña idolatrada, con qnien me quiero casar y por quien arde en mi pecho. la llama de amor voráz: Oye un momento benigna el programa conyugal, que candidato á tu mano redacté dos meses ha; y si mi credo te agrada, no vaciles, jà votar/. Por medio del matrimonio tratamos de asimilar, tu corazón con el mío, 184 F. LOPEZ LEIVA

tu dote con mi caudal. Yo quiero de mi patrona el férreo yugo dejar y afiliarme á tu partido por esta unión lióeral; pero al casarme, deseo que me dejes conservar un poco de autonomía para que tengamos paz. La casa de tu familia y la de la mía, serán campos neutrales; la nuestra el garante de amistad. En su gobierno interior rezna absoluta serás, que quien impera en mi alma debe en mi casa imperar. En ella, querida mía, tendrás mucha libertad. . . para zurcir calcetines, coser un poco y rezar. - De mi nombre y de mi honra, soy conservador cabal y espero que tú conserves, por siempre su integridad. En los asuntos de hacienda que te incumbe administrar, la régia prerrogativa del veto me dejarás para usarla como y cuando ZG ZAGS 185 de ella me convenga usar. Mi política contigo, si ózen de atracción será con tus primos y tu madre debe ser otro cantar; que al mostrarme con la esposa asimilista pur sang no quiero colonia en casa ni congreso familiar, cuyos votos de censura rebajen mi autoridad. —Ya viste niña el programa que escribi dos meses há: si te gusta el candidato, no vaciles, y á votar/. Por favor

Perdone usted, Fulanita, que desde oculto retiro estos versos le remita; pero yo siempre me inspiro viendo una cara bonita. Cuando contemplo el brillar de dos ojos seductores que incendian con su mirar. . . sin poderlo remediar, caramba me dán temblores. Cuando un sandunguero talle encuentro alguna ocasíón, en la iglesia ó en la calle, donde quiera que lo halle me dá un vuelco el corazón!. ZIG ZAGS 187

Y cuando en boca pequeña mudo y extático veo una sonrisa halagüeña (como la de usted, trigueña), me dá entonces un mareo! . . . Tal síntoma, no es jarana, evidente de mi amor sentí al verla tan. . . barbiana; ay! quiérame usted, Fulana, hágame usté ese favor! Si el sí me concede usté, desde Cuba á la Coruña mis cantos enviar podré; pues digo si cantaré, como un canario en la uña Pero si dice que nó, si arranca, ingrata, de cuajo la ilusión que acarició la mente, me arrojo yo, no es broma, del puente abajo. Pero la dulce sonrisa que en su labio se divisa al aumentar mi ilusíón, - / hace latir más aprisa en mi pecho el corazón. No tengo un céntimo en oro ni en billetes, ni aun en plata; mas como tanto la adoro, aunque es mi fortuna ingrata tengo de amor un tesoro. 188 F LOPEZ LEIVA

Con él, no me faltarán los recursos, no es barimbolla; y si faltan, voto á sanl se pone en planta el refrán: contigo pan y . . . jceóolla/ Yo hago versos á montones: usté á las mil maravillas baila en todas las reuniones;

pues comeremos . . . quintillas y almorzaremos . . . danzones. Para nuestro amor ferviente el mundo un Eden será si podemos, felizmente, escapar de la serpiel.te, es decir, de su mamá. Que si al verla á usté, bien mío, mi pecho amante se alegra, siento un atróz calofrío cuando contemplo el trapío tan militar de mi suegra. . . . Con que ya usté, Fulanita, comprende cuan puro amor le profesa este curita; quiérame usté, señorita, hágame usté ese favor! Cuasi-doloras

I

Cierto guajiro ponía á una yegua muy enteca gafas verdes; y decía que asi la yegua veria verde la maloja seca, Engordó que fué un primor la yegua; más no me admira, pues que dice Campoamor: todo según el color del cristal con que se mira. -

II

En cierto restaurant un estofado sirvieron á un patriota desterrado; y entre la salsa, con instinto fiero, un guijarro le puso el cocinero . . Atragantóse el huésped y tosía, y al ver que deglutir ya no podía el guijarro asesino, con paciencia exclamó, perfecta y santa: —y Moriré como el mártir girondino con un canto inmortal en la garganta/ III

Desde un globo cayó don Juan Madrazo rompiéndose infelíz el espinazo; y exclamaba un filósofo de pega ante el cadáver destrozado y frio: —. Y el globo, en tanto, sin cesar navega por el piélago inmenso del vacio? A Beatriz

No incurro en grave desliz si al decir que me enamora tu garbo, linda Beatriz, afirmo que me encocora tu nariz.

No yo; cualquier trovador tal vez la cítara rompa, si al cantar en tu loor vé el porte amenazador de tu trom pa.

En las noches de retreta quedo absorto contemplando esa nariz que me inquieta ZIG ZACS 1 93

y creo que vas tocando la corneta. Eres hermosa y lo has sido sin gerónimo de duda; pero un chusco ha sostenido que eres la Vénus de Gnido nariguda. Parece tu voz melosa de arcángeles el concento: mas también parece, hermosa, tu naríz estrepitosa un pimiento. Por errores infelices pagas ageno deslices, y en tu vejéz te hallarás con tres palmos de narices. y algo más. Y aunque esté agotado el tema hay quien dice con misterio que es tu naríz un problema indescifrable, un poema joco sério. Mas yo no: que de amor loco solo á Dios pido, Beatríz, cuando su poder invoco, que recorte, niña, un poco tu naríz. Y así cesarà mi pena no viendo en tu fáz morena esa naríz importuna, 194 F. LOPEZ LEIVA

naríz que parece una berengena. Y cual no se extinguiría este pesar que me mata! Cuál no fuera mi alegría si yo pudiera algún día verte chata! . lr pOr lana...

(FRAGMENTo DE UNA COMEDIA)

BEBÉ Iº—El caso fué así.—Una vez - en un salón nos hallamos y un vals íntimo bailamos con toda aquella embriaguéz

y ese elegante abandono que requiere baile tal;

en fin, bailamos muy mal

como gente de gran tono. Allí con mi amor ardiente sostuve rudo combate, y un no hice disparate . . .

porque estorbaba la gente. 196 F. LOPEZ LEVA

De sus miradas al brillo latía mi corazón . . . . BEBÉ 2º—¿Y el marido? BEBÉ Iº —En un rincón jugaba el pobre al tresillo. Por último, le pedí una cita . . . . y me la dió BEBÉ 2º—¿Al marido? BEBÉ I9 —¡No, hombre, no A la mujer. BEBE 29 —Eso sí. BEBE 19—¡Qué noche, chico, qué noche

la de la cita! . . . . Verás: y salgo de la timba zás

almacénome en un coche;

pára en la esquina, me apéo,

sigo el callejón obscuro, su al de jardín llego muro y hago una seña, un siséo,

responde otro chist al mío . allá dentro . . es ella!... voy,

un salto tremendo doy y escalo el muro bravío;

destrózome el pantalón con un casco de botella, más pienso que allí está ella y ro siento el desgarrón, En mi buen sino confiado

me arrojo abajo, al jardín, e y espero á mi ZIG ZAGS 197

junto al kiosco, agazapado. La luna en dulce rubor esconde su fáz luciente, que es la luna muy prudente en los asuntos de amor. Yó, entre tanto, en rudo afán, siento mis sienes arder y por mis venas correr todo el fuego de un volcán. Más ... luego, un bulto medroso veo salir de la glorieta, venir á mí presuroso . . .

BEBÉ 2º— Ella, chico . . ..?

I9 esposo BEBÉ — Cá! Su

que me dió la gran galleta. Epígramas

Tanta afición demostró á los militares, Pura, que su familia dejó y á la Habana se largó detrás de un teniente - , cura.

La sobrinita del ama del cura Buenaventura, «padre» al presbítero llama . . . ¿Si habrá en lo de «padre cura» un canónico epigráma?

Trina el pueblo soberano contra el alcalde Fortún, porque éste mal ciudadano ZIC, ZACS 09

mete hasta el codo la mano. en la Caja del Común

Don Caralampio Rendueles, un viejecillo incivil, que fué nombrado oficial de una oficina de aquí, afectaba tal desprecio por todo lo del pais, que si se hablaba del tiempo, de tachuelas ó maíz, de cebollas ó de cañas, de lo más trivial, en fin, respondía el muy mastuerzo:

— Para tal cosa, Madríz!

Los aguacates un día ponderaba don Crispin

en presencia de Rendueles; y este señor al oir

que algo de Cuba era bueno (además del oro vil,)

le contesté:— Calle usté, ---para aguacates, Madríz!. . . 1) (I) Rigurosamente histórico.

FIN.

IDINTIDICTET

Por Correo, (Carta prólogo) . . . . . I

PROSA. Páginas.

I. Sinfonía ...... I

II. La bella pordiosera ...... 5

III. Una novela en recortes . . . . . 13

IV. Drama naturalista ...... 18 y V. Muérete verás! ...... 22

VI. ¡Oh, el honor...... 33

VII. Martina Lorda ...... 36

VIII. El oro ...... 43

IX. Poetas Rurales. I]...... 49

X. Poetas Rurales. III. . . . . 57

XI. El gato tuerto ...... 63

XII. Cerro Calvo...... 69

XIII. Señores Magistrados . . . . . 75

XIV. Mariquilla la Pelusa ...... 85

XV. La hija del Civil ...... 93

XVI. Por una rubia ...... IO I

VERSOS.

I. A Villaclara ...... I29

II. La Rochejaquelein ...... 132 ...... III. Ex-angel I 3.3

IV. Mirando sus ojos ...... I 36

V. ¡Ay! ...... 139

VI, Mater dolorosa ...... 141 2O2. -

VII. Echando las cartas. . . . . 143: VIII. Definición ...... 147 IX. Flores de trapo . . . . . 1 48 X. Lo natural ...... 49 XI. Fausto ...... 1 5 2 XII. Don Fadrique ...... 154 XIII. El robo de la Sabina. . . 1 56 XIV. La rubia Gretchen. . . . . I6O XV. A Juan M. Villergas . . . 62 XVI. La Paz del Zanjón . . . . . 165 XVII. Lilailas ...... 1 67 XVIII. El Zorro y la Marmota. . . 17 1 XIX. Ayúdeme usté á sentir . . 174 , XX. Madrigal ...... I 77 XXI. Rima ...... 178 XXII. Dulces cadenas...... I79 XXIII. Prosa rimada ...... 18O XXIV. Manifiesto...... 183 XXV. Por favor! ...... 186 XXVI Cuasi-doloras ...... 188 XXVII. A Beatriz ...... 192 XXVIII. Ir por lana ...... 195 XXIX. Epigramas ...... 198 6

7 I. •º

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y EN PREPARACION PEPE MARTINEZ

APUNTES PARA UNA NOVELAj ------

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