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ALGO MAS DE LA HISTORIA DE CONSEPCION LAS MINAS”

Lic. Clodoveo Torres Moss Abogado, Historiador y Sociólogo En la Revista “CONCEPCION” No. 15, -Febrero 1983- publicamos una parte de este interesante ensayo histórico que los ofreciera el distinguido historiador don Clodoveo Torres Moss. En esta oportunidad nos complacemos entregar nuestros lectores lo que serían los (3) primeros capítulos del ensayo en mención y que culmina con el aparecido en la edición de febrero del 1983.

I. El valle de la concepción en los siglos XVlll y XlX

Hablar del valle de la concepción durante los siglos XVlll y XlX, es historiografía unos de las etapas más importantes de su existencia, durante la cual surge a la vida institucional y se entrega a la estructura político-admirativa del Reino de Guatemala. Esta afirmación no significa que hasta el momento en los que los habitantes dispersos de los valles de Anguiatuya, Loa Limones San Joseph Alotepeque, San Antonio Las Cañas, La Montaña del Brujo y otros (1), se redujeran al valle de la Concepción, este hubiese surgido como tal, y que fuera precisamente por auto acordado de la Real Audiencia de 7 de abril de 1792- auto de reducción es erróneo. El valle de Concepción era tan antiguo como la hacienda del mismo nombre formada probablemente desde la primera mitad del siglo XVIII, sino de sus comienzos. Esta Hacienda se formó por denuncia y moderada composición con Su Majestad, como ocurrió la mayoría de grandes hacienda y estancias del corregimiento de Chiquimula muchas de las cuales dieron origen con del curso de los años, o núcleos poblacionales, de los cuales surgieron en la segunda mitad del siglo XIX, algunos de los actuales municipios.

Pero es necesario enfatizar en que, en el ámbito de las reconstrucciones e interpretaciones históricas, la palabra “reducción” no se refiere exclusivamente al fenómeno de trasladar o someter a un grupo de indígenas, o de personas erráticas o fugitivas, obligándolas a que se residan en determinado sitio, en el que antes nadie vivía, con fines de colonización, tributación o de concentración de mano de obra. En este caso trabase de una reducción indudablemente; pero esta resulta ser, a la vez, la fundación de un poblado, porque se forma un grupo población que antes no existía. Puede hablarse entonces, con propiedad, de una reducción-fundación. Pero ocurría también _y esto fue lo más frecuente-, que se redujesen grupos indígenas a poblaciones escasas o regularmente pobladas, existentes desde muy antiguo, los cuales conservan sus nombres primitivos y demás características, y que por efecto de la reducción resultaban sensiblemente acrecidas. Esta era la reducción propiamente dicha, aunque no se daba en ella la fundación, desde luego que el pueblo receptor de los reducidos ya existía. Empero durante la época colonial, por extensión a uno y otros movimientos migratorios se les llamaba indistintamente reducción o fundación. En el caso concreto del valle de Concepción, se dio este último caso, pues se redujeron a un lugar ya poblado por los individuos dispersos en los valles circunvecinos. Se ordenó, incluso con medidas intimidatorias, la concentración de toda esa gente, “…con el bien entendido que todos los que tengan sus chácaras y crianzas de ganado que atender, no se les incomode en cosa alguna, pues pueden en ellas mantener mayordomo e ir a asistir en el tiempo de las temporadas, o cada y cuando que les convenga: pero precisamente han de poner en dicha población su casa para vivir

Sujetos a vara y campana (léase a la autoridad y la religión): y los que no tengan que cuidar tienen el trabajo de las Minas para ganar su dinero y quitarlos de todo género de vicios en que están entregados desbocadamente…” (2) fue pues la del valle de la Concepción, una reducción en lugar o valle habitado, probablemente por los parientes, amigos y descendientes que doña Lucia Saso, dentro de la hacienda del mismo nombre. (3) De la existencia de este valle, un siglo antes de que se le escogiese como lugar de reducción, nos da el arzobispo don Pedro Cortés y Larras, quien al visitar los pueblos de su diócesis, entre 166 y 70, los describe minuciosamente, habiendo regresado a la provincia de Guatemala, procedente a la de San Salvador por el partido de Santa Ana, precisamente por el pueblo fronterizo de San Pedro Metapas, rumbo a la parroquia de Esquipulas, ocasión en que atraviesa los valles de Anguiatuya, Alotepeque, Real de Minas y La Concepción, de la que nos ofrece importantes datos. Así se expresa de ellos el arzobispo Cortés y Larraz:

“De la montaña de Esquipulas, por esta banda del sur salen varios arroyos de agua, que corren por la hondura de los valles que se forman, con los que se fertiliza la tierra y se hacen varias siembras de maíz y de caña, por lo que, aprovechando el terreno que es muy bueno se encuentran varias rancherías en todo el camino pero las principales son una o dos leguas de

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Alotepeque llamada Valle de la Concepción en donde hay bastantes familias y se fecundiza de dos arroyos, que se juntan en ella y toman el nombre de río de la Concepción; aquí cabe un pueblo muy hermoso y útil para todo género de frutos. A tres leguas más se encuentran otro valle, llamado de los Copante, igualmente frondoso y con bastantes familias, a tres leguas más de subida se da el pueblo de Esquipulas, que está a la otra caída de la montaña y así se baja también como una legua”.

Nada escapa a la mirada escrutadora del ilustre religioso, ni el pequeño ni el grande accidente de la fisiografía de los lugares, que pasan; ni las costumbres ni formas de vida de sus habitantes; ni la calidad moral y espiritual de los cura y coadjutores de las parroquias visitadas para quienes tiene a veces agrias amonestaciones o palabras laudatorias o estimulantes; ni los recursos naturales de los pueblos, para cuyo aprovechamiento da sabias recomendaciones todo, todo lo que pasa frente a sus ojos despierta su atención y le merece más de algún comentario…

Observe nuestros lectores como, al pasar por el valle de Concepción reconoce, poco más de dos décadas antes de que se acuerde la reducción, que en dicho valle cabe un “Pueblo muy hermoso y útil para todo género de frutos”. Y vaya! Si no fue este el sitio escogido para la reducción de la gente dispersa de aquellos valles 22 años después…

Sin duda alguna, el hecho más trascendente en la vida de la comunidad del valle de la Concepción, después de 1792, fue el nombramiento de alcaldes pedáneos para la población ya reducida, justamente en 1797. Al nombrarse estos alcaldes la población tuvo autoridades propias, garantes de las disposiciones relativas a la reducción y encargados de la administración de justicia en el valle. Desde entonces Concepción, aun siendo Valle tuvo municipalidad a la que renuncio hasta 1883.

La existencia de municipalidad no daba a las poblaciones en aquella época la jerarquía de municipios, desde luego que estas entidades no estaban contempladas en las leyes de Indias. Estas solo regulaban con bastante minuciosidad y amplitud los virreinatos, las audiencias, las capitanías generales, las alcaldías mayores, los corregimientos y ayuntamientos ordinarios; y entre los núcleos poblacionales, los lugares, los pueblos, las villas y las ciudades, mas no los municipios no obstante su raigambre hispánico medieval.

II. Los Valles de la Concepción y San Joseph Alotepeque

Al iniciarse el siglo XIX se produce una especie de emulación entre los valles más importantes de aquellas áreas: el de la Concepción y el de San Joseph Alotepeque, que no debe confundirse con el real de minas de Alotepeque, todos ellos pertenecientes a la jurisdicción civil y eclesiástica de Quezaltepeque. Una emulación que situó al Valle de la Concepción en la ruta de la superación constante, hasta convertirlo, antes de que concluyese el siglo, en un municipio dentro de cuya jurisdicción quedaron los valles de San Joseph Alotepeque, Limones, Anguiatuya, San Antonio Las Cañas, Copantes y otros, todos ellos de cierta importancia en la época, y que se mantienen a un dentro de esta jurisdicción a pesar de que más de alguno de ellos puede aspirar ya a convertirse en municipio.

Durante los siglos XVII y VXIII. El valle, más importante de toda esta región fue el de san Joseph Alotepeque, por la sencilla razón de que a poca distancia de él se encontraba el real de minas de Alotepeque, propiedad de la corona española, a cuya titularidad se debía su nombre. Estas minas, como toda la Hispanoamérica, pertenecían al patrimonio real, pero sobre ellas podían adquirir derechos de explotación sus descubridores, siempre que cumpliesen con los requisitos exigidos por las leyes de Indias, las ordenanzas de minerías y demás instrucciones que abundantemente fueron emitidas sobre la materia. El registro de este derecho y el permiso de explotación, constituían títulos suficientes para iniciar su laboreo o para negociar el derecho.

Se ha creído, erróneamente, que fueron los propios conquistadores españoles que lo descubrieron el real de minas de alotepeque, pero esto constituye un error. Algunos historiógrafos, incluso, han incurrido en él por falta de información. No hay documento que pruebe este infundio. De lo que si estamos ciertos es de las primeras minas de este real se descubrieron en la segunda mitad del siglo XVII y que fueran tantas y tan ricas las cartas y vetas encontradas a partir de entonces que militares de personas, españolas en su mayoría, se trasladaron a aquellos lugares y principiaron a denunciarlas. Algunas de ellas se aposentaron en el propio sitio minero, otras lo hicieron en San José Alotepeque, sin faltar las que prefirieron los otros valles comarcanos, no muy lejos del centro minero.

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Fue tal la afluencia de mineros o de buscadores de minerales, que su majestad vio obligado a nombrar un alcalde mayor para el Real de Minas de Alotepeque, recayendo este beneficio en el capitán don Sebastián de Aguilar y del Castillo, caballero de la Orden Calatrava, cuyo título se libró el 5 de mayo de 1674, sin que sepamos si llego a hacerse cargo de esta alcaldía mayor. Independiente de que hubiese ejercido o no el oficio, lo importante es que este nombramiento nos demuestra la importancia que había adquirido el Real de Minas de Alotepeque en la segunda mitad del siglo XVII.

Uno de los primeros en denunciar minas en este lugar, fue el Pbro. Fernando de Rivera, cura beneficiado del partido de Izalco, en 1674, sin que sepamos a ciencia cierta si llego a explotarla, tomando en cuenta las muchas y serias dificultades que había que vencer antes de iniciar su laboreo, tratándose de un área agreste, escarpada y de difícil acceso, siendo el uno de los primeros en internarse en esos lugares. A partir de entonces las denuncias fueron recibidas en la Real Audiencia con más frecuencia, especialmente durante los siglos XVII y XIX. En la segunda mitad del siglo XIII la lista de minas denunciadas era ya bastante largas, recordando entre ellas las de Montenegro, San Pantaleón, San Rafael Pontezuelo, San Jorge, San Antonio, San José, Guadalupe, Santa Catalina, etc., para su laboreo se ocupaban indios repartidos de casi todos los pueblos del corregimiento de Chiquimula, especialmente de Quetzaltepeque, Ipala, San Pedro Pínula, San Luis Jilotepeque, Yupiltepeque y otros lugares, porque no todos los indios soportaban la dureza de los trabajos, provocando verdaderas mortandades, fugas masivas, abandono de pueblos y reducciones, situación contraria a los propósitos colonizadores.

Informados de la situación, los monarcas españoles, prohibieron determinadamente él empleo de indígenas en las labores, de menores de edad y de mujeres, legislando abundantemente en este sentido. Una estas disposiciones ordenada que los indígenas fueran sustituidos por negros Africanos o jamaiquinos en el laborero de las minas. La legislación que dictaron en esta materia fue abundante y profundo sentido humanitario. Pero como siempre ocurría en estos casos, una cosa era las disposiciones de la corona española y otra lo que hacían sus representantes en Indias. A menudo las autoridades y los mineros burlaban las leyes y ordenanzas de la materia y empleaban indígenas pues esto les resultaba más fácil y económico. Tal desobediencia provoco, como ya lo dijimos mortandad y dispersión de indígenas, con grave perjuicio para la agricultura las cajas Reales.

No ampliamos nuestra información acerca del real de minas de Alotepeque, porque no es ese nuestro propósito, si no el de explicar por qué San Joseph de Alotepeque fue, durante los siglos XVII y XVIII un valle más importante que el de concepción por haber tenido dentro de su jurisdicción real de minas del mismo nombre, un alcalde mayor y una población que aventajaba al de esta último, circunstancias que determinaron su situación.

Tenemos en nuestro poder valiosa información estadística acerca de los índices de producción de oro y plata de este real de minas, los que para su época y no obstante los procedimientos empíricos de explotación, constituían una estimable renta para la corona española y, desde luego, para sus propietarios.

De ahí también que el valle de San Joseph Alotepeque fuese relativamente poblado, según lo revelan los padrones de la época, que el oro y la plata atrajesen a mucha gente de “mal vivir, malentretenidos y vagabundos”, que años más tarde, que al agotarse las vetas auríferas y argentíferas o tornarse a adversa las circunstancias, se dispersaron por toda la región, constituyendo un peligro social que hubo necesidad conjuntar mediante la reducción de dicha gente al valle de la concepción. Cuando San Joseph Alotepeque era un floreciente, a mediados del siglo XVIII, concepción era una de las tantas haciendas de aquella región, tal vez la más importante, con un pequeño núcleo poblacional asentado, a no dudarlo, en el mejor sitio de la heredad. Esta pequeña población deben haberla integrado los parientes, trabajadores y algunos amigos de doña Lucia Sazo, en la moderna carretera que conduce a dos fronteras centroamericanas.

Hacia 1830 el valle de San Joseph Alotepeque, según lo informa el padre Ramón Ruano, no era más que: “… una cañada bastante escabrosa con una quebrada al medio, que cuando llueve hace bastante daño; no tiene más de provecho soplo para el trabajo de metales: todo lo demás se reduce a edificios arruinados: sus habitantes son sumamente pobres y desmoralizados: sus casas muy miserables y algunas cubiertas de hojas de maguey: estos, s esfuerzo mío y de algunos vecino, levantaron ya un oratorio, en donde tiene los utensilios necesarios para el servicio de la parroquia proyectada…”

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Mientras este fenómeno de empobrecimiento se operaba en San Joseph Alotepeque, desde principios del siglo XIX, como consecuencia en la merma de la producción minera, el valle de concepción fue levantándose y adquiriendo cierta importancia político administrativa, al señalársele como centro de la reducción, nombrársele un alcalde de pedáneo, y convertirse virtualmente, por estas y otras circunstancias, en algo así como el centro de la cabecera de los valles aledaños, muy a pesar de que allí cerca el valle de la Ermita pretendía ser la cabecera del curato que se proyectaba y residencia de su párroco, como adelante lo veremos.

En el informe enviado a la Secretaria de Cámara por el corregidor de Chiquimula, don Tomas de Mollinedo y Villavicencio, el 8 de mayo de 1804, en relación con las familias españolas y ladinas residente en los pueblos de la provincia de Chiquimula, registra, dentro de la jurisdicción de Quetzaltepeque, los valles de la concepción y los limones juntos, los cuales poseían en aquel momento: En “villas y haciendas: 54 familias; propietarios de tierras: españoles 30, ladinos 15, arrendatarios: españoles 33, ladinas: 149”

Los datos transcritos son de sumo interés para explicarnos el auge que desde principios del siglo XIX tomaba el valle de la concepción, aun examinados conjuntamente ambos valles. El hecho mismo de solo estos dos valles hayan merecido la atención del corregidor, nos indica la importancia que a juicio de este funcionario tenían. No es difícil advertir el mayor número de españoles europeos como a los criollos o naturales de la tierra, sobre el de los ladinos, dentro del cual se contaban los negros, los mulatos, los pardos y aun los mestizos y los jornaleros y de oficios. Más tarde, como es lógico suponerlo este número aumentó como se comprueba con otros datos estadísticos.

En este mismo informe el corregidor señala al presidente de la Real Audiencia que en Valle de la Real Concepción había los estanquillos de agua ardiente. Este dato nos sugiere que el consumo de licor, sin ser excesivo, rebasa un tanto los límites de la moderación, tratándose de una comunidad pequeña, afición no propia de ella, sino de todos los pueblos de corregimiento y aun del reino, como lo observaba otro corregidor años más tarde.

En el patrón general del valle de la Concepción de 1824, levantado con fines fiscales, sus contribuyentes con “labores de ganado”, poseedores de 1 a 100 cabezas, no pasaban de 1.200, cantidad superior a la de otros valles, que hacía del valle de la Concepción una buena comunidad desde el punto de vista tributario, y que, además, nos muestra como sus habitantes iban aumentando a medida que los años transcurrían.

En este mismo padrón, levantando nominalmente, encontramos en los apellidos más frecuentes en el valle ese año, eran los siguientes: Martínez, Figueroa, Sagastume, Solís, Rodríguez, Duarte, Nova, Erazo, Niño, Lemus, Garza, Soto, Girón, Suriano, Raymundo, Posadas, Vásquez, Guerra, Folgar, Pérez, Ladino, Román, Alonzo, Quijada, Velásquez, Godoy, Hernández, Acevedo, Leiva, Gonzales, Sanabria, Monroy, Argueta, Villeda, Salguero, Morales, Alarcón, García y otros. No se mencionan en este padrón apellidos indígena alguno, hecho de que ninguna manera debe hacernos pensar que no existían indígenas en esos lugares, pues se trataba de un área chortí. La ausencia de apellidos indígenas explica por las instrucciones que habían recibido el corregidor de no incluirlos en los listados, y porque, como es de todos sabido, es una verdad histórico-sociológica en el hecho de que en el antiguo corregimiento de Chiquimula (actual zona oriental, aproximadamente) el proceso de mestización fue intensivo durante la época colonial.

Piénsese, por otra parte, en lo atinente a los valles que ahora estudiamos en la presencia del real de minas de Alotepeque, que atrajo durante los siglos XVII, XVIII y buena parte del siglo XIV a numerosos españoles y a uno que otro europeo no español, lo que incluyo decididamente en ese proceso de mestización de que hablamos. La absorción de apellidos españoles por los indígenas, aun conservando su propia sangre, permitida en algunas épocas por los monarcas españoles o consentidos por los encomenderos y titulares de repartimiento, convirtió en “ladinos” a muchos indígenas, que, desde el punto de vista étnico, continuaban siendo indígenas.

III. El Valle de Concepción pretende Convertirse en Parroquia

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En 1821, algunos vecinos del valle de concepción se dirigen al gobierno eclesiástico de Guatemala solicitando el nombramiento de un párroco, exclusivo de los valles de la Concepción, los Limones Alotepeque, Anguiatuya, la Ermita San Antonio las cañadas copantes y otros, argumentando: “que por la distancia en que se valla de esa cabecera (Quetzaltepeque) y lo fragoso de los caminos, cuyo transito se dificulta a veces por los ríos, se hallan en necesidad de que se provea de ministro, que residiendo en el mismo valle les administre los santos sacramentos y reporta el pasto espiritual con más facilidad y prontitud…”

Eclesiástico, no se consideraba del todo viable, pues se sabía, por informes del párroco de Quetzaltepeque, presbítero Ramón Ruano, “que los proventos que produce aquel valle, no serán manutención de un ministro”…, a pesar de la amplia colaboración ofrecida por los vecinos para el ajuste de esa congrua, incluyendo la oferta de 50 pesos anuales de don Seberino Duarte, síndico procurador de la municipalidad del valle de concepción, uno de los más interesados en el nombramiento del párrafo y de la información de una nueva parroquia.

El gobierno eclesiástico creyó conveniente, antes de resolver, recabar la opinión del cura, beneficiado de Quetzaltepeque, el presbítero Ramón Ruano, quien no hacía mucho tiempo se había hecho de este curato, de amplia jurisdicción, pues comprendía la propia cabecera del cuarto, Quetzaltepeque, 3.700 almas, San Jacinto 1.442, San Nicolás 270 y Cubilete 280; por el otro rumbo el valle de la Concepción, 730, los Limones 272, Alotepeque 262, Ruano administraba el pasto espiritual, según sus propias palabras, a 5.892 almas, por los rumbos oeste y suroeste; y a 1.999 de los valles del sur y suroeste de su curato; número excesivo para un solo párroco si se toman en cuenta las condiciones en que le tocaba movilizarse de un lugar a otro. Precisamente por ello los vecinos de Concepción acudían al gobierno eclesiástico solicitando el nombramiento de párroco propio, petición que entrañaba lógicamente la división del curato de Quetzaltepeque.

Mas como este proyecto entrañaba la división jurisdiccional de su parroquia, mantenida inalterable desde mediados del siglo XVIII, cuando Esquipulas paso a ser cabecera de curato, tal propósito parece ser que no fue de agrado del padre Juan aunque no lo revelase en sus informes al gobierno eclesiástico, ni a los propios vecinos de aquellos valles cuando inquirían sobre este particular.

La proyectada parroquia, además de dividir la suya, lo cual le restaba ingresos, pondría enfrente a otros párrocos, en un momento en que toda aquella dilatada religión se le repartían los párrocos de Esquipulas, en el. Pero lo que más debe haber lastimado su dignidad de religioso, deben haber sido los argumentos empleados por los peticionarios, hechos tal vez sin el menor ánimo de ofender, sobre que las distancias y lo fragoso de los caminos no le permitían les administrarse el pasto espiritual con la prontitud y diligencia que ellos necesitaban y la naturaleza de sus problemas reclamaba. El padre Ruano, no obstante observar este nombramiento nunca llego a declararlo.

Es oportuno indicar que este sacerdote, quien tuvo a su cargo la parroquia de Quetzaltepeque por más de 30 años, fue uno de los más diligentes, entusiastas y humanitarios de cuantos tuvo este beneficio. Murió probablemente 1856 y fue sepultado en la iglesia parroquial de este pueblo, en cuyo interior recordamos haber visto su lápida mortuoria cuando éramos niños, arrancada en alguna de las reparaciones posteriores que se le hicieron a esta monumental iglesia.

El padre Ruano, sin oponerse declaradamente a la creación de la parroquia que gestionaban los vecinos del valle de la Concepción, objeta muy hábilmente el proyecto, argumentando que los proventos no eran suficientes para formar la congrua del nuevo sacerdote. Para mayor abundamiento en su informe al gobierno eclesiástico acompaña un presupuesto de todo lo que necesitaba un sacerdote para vivir decorosamente, con todo y los 50 pesos ofrecidos por don Severiano Duarte y la colaboración del vecindario. Y concluía su informe el padre Ruano: “Me disiento de las acusaciones que hacen de falta del ministerio, tan falsa; pero protesto que a cualquier violencia que resulte sin contar con mi consentimiento, pediré que se me haga cargo para yo hablar…” persona de mucho crédito en el gobierno eclesiástico de Guatemala, el padre Ruano demostró con estos y otros argumentos la insuficiencia de los ingresos parroquiales de aquellos valles para el sostenimiento de un cura especifico y con solo esto basto para que aquel alto organismo religioso dejase las cosas como estaban, no sin antes recomendarle diese algunas solución al problema, que no fuese, naturalmente, la creación de la pretendida parroquia.

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Las gestiones en este sentido continuaron durante los próximos años. En 1825 el padre Ruano aún era requerido en este sentido por los vecinos del valle de Concepción, sin que se accediese a las pretensiones de aquel ansioso vecindario.

Algo sin embargo debió hacer este religioso para calmar el justo clamor del vecindario. Porque el, sin aceptar la responsabilidad de la poca asistencia espiritual de los habitantes de aquellos valles, consideraba inconveniente la división de su parroquia y el nombramiento de otro párroco por las razones que ya hemos expuesto en párrafos anteriores. Creyó que esta situación podría resolverse o al menos atemperarse con el nombramiento de un coadjutor que se ocupase exclusivamente de ellos y logró su nombramiento. Un coadjutor sujeto a su autoridad, naturalmente. Este nombramiento probablemente se produjo a principios de 1825. El coadjutor que en 1830 aún tenía a su cargo este ministerio el señor Martin Torres, oriundo de Usulután, provincia de San Salvador, quien cumplía con su trabajo espiritual a satisfacción a juicio del padre Ruano. Sin embargo – explicaba este sacerdote en nota enviada en 1825 a sus superiores – el área siempre “es bastante trabajosa para administrarla de su centro, porque desde este pueblo (Quetzaltepeque) se ven ramificadas las municipalidades que en el plan se advierten…”

Por lo visto, el coadjutor no se fue a residir a ninguno de los valles, asistiéndolos desde Quetzaltepeque- cabecera de parroquia- , porque sin duda el padre Ruano lo ocupaba en la administración de la otra parte de su amplia jurisdicción eclesiástica.

El problema, pues, persistía a pesar del nombramiento del coadjutor especifico. Esta situación, a fin, convenció al padre Ruano de la necesidad de organizar la nueva parroquia, gestionada desde hacía 10 años por los vecinos del valle de la Concepción, especialmente por el síndico procurador de su municipalidad, don Severino Duarte. Y como por otra parte las gestiones en este sentido no se habían interrumpido durante ese lapso, esta vez las apoyo y sugirió al gobierno eclesiástico de Guatemala la conveniencia de organizar la otra parroquia, cuya sede debería ser, a su juicio, el valle de la Ermita, centro de todos aquellos valles, y que “tiene un oratorio, en el que refaccionándolo puede oficiarse interinamente…”. “Conviene pues – expresaba el padre Ruano – en hacer la nueva parroquia en la Ermita, y uniendo todas las familias dispersas, principalmente tantos que hay sin fincas ni ganado que cuidar, es indispensable que se haga una población regular, pues así introducido resultan tener 1.999 almas, número capaz de sostener no solo un párroco sino también una escuela lucida de primeras letras.

“EL GENERAL UBICO PRIMER PRESIDENTE QUE VISITA CONCEPCIÓN” Un suceso histórico ya olvidado o ignorado el cual ha dejado huellas que conforman páginas trascendentales en la existencia de nuestro municipio.

Al momento de redactar esta nota, nuestro pueblo ha sido visitado por cuatro presidentes de la república, en su orden: Gral. Jorge Ubico Castañeda, Dr. Juan José Arévalo Bermejo; Gral. E Ing. Miguel Idígoras Fuentes y Gral. Carlos Manuel Arana Osorio.

Agradecemos a quienes nos han proporcionado algunos datos, los cuales hemos ido hilvanando para ofrecer la presente información, solicitándoles más referencias tanto de la visita del general Ubico, como uno de los otros presidentes, Dialogamos con varios vecinos respecto a la visita del presidente Ubico, entre ellos con don Expectación Salazar e Indalecio Romero, también consultamos algunas publicaciones que se encuentran en la Hemeroteca Nacional, de todo ello concluimos que don Jorge Ubico Castañeda estuvo en nuestra población el 25 de abril de 1935 a eso de las 11 horas, viniendo de Ipala con motivo de la inauguración de la carretera “Ipala - Quetzaltepeque”.

En concepción lo recibieron el señor Alcalde (José Dolores Nova), el comandante de Armas, alumnos, maestros y vecinos; el presidente estuvo en el corredor de la alcaldía y en el borde donde se encuentra la Iglesia católica; según sabemos no pudo entrar a la iglesia por estar cerrada, pregunto si era cierto que la virgen tenía una corona de oro con piedras preciosas, que si sabían que una de las campanas de esta iglesia tenía mucha plata y que la habían regalado sus abuelos, al parecer no se le dio afirmación a estas preguntas.

No tenemos en forma precisa el número de carros que acompañaban la caravana, algunos nos dijeron que doce, otros quince, otros veintiséis, etc., pero varios sí coincidieron en que el Gral. Ubico cargaba un perrito pekinés (según sabemos, fue un regalo que le hicieron en 1932). Se le invitó a almorzar en casa de don Antonio Acevedo, pero únicamente tomo agua de coco. Cuentan que al señor alcalde le dijo: “a este pueblo yo le quiero mucho mis antepasados trabajaron en estas minas, por eso, si necesitan algo me lo pueden pedir”. El Sr. Alcalde le

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MUNICIPALIDAD DE CONCEPCIÓN LAS MINAS Departamento de Chiquimula, Guatemala, C. A. Tels.79435 –619 expreso que todo estaba bien, que el único problema era que los niños tenían muchas lombrices. La petición se cumplió, el otro día los niños tomaban “Tiro seguro y por las vegas (cafetales) y callejones eran regueros de lombrices de todo tamaño.

Don expectación Salazar manifestó que el primer carro de la de la comitiva se adelantó unos quince minutos, llegando el general Factor Méndez, jefe de la plana mayor, un personaje que a él le impresionó mucho, por el temple y chispa que reflejaba, tanta fue la admiración que don Chon que bautiza a su primer hijo con el nombre de factor.

El periodo “el liberal progresista” del 25 de abril de1935, informa que en Ipala se concentró el acto inaugural de la carretera Ipala-Quetzaltepeque, pasando por concepción fue un programa bien ordenado los días 24 y 25 de Abril siendo el punto de mayor trascendencia, el recibimiento al Sr presidente de la República. Ninguna información se hace respecto a la visita a Concepción, según la nota periodística, Ubico solamente estuvo en Ipala, Quetzaltepeque Chiquimula.

Parte de esta carretera se ha perdido, pero el Gral. Ubico la inauguró el 25 de abril de 1935, la cual fuera trazada por el ingeniero Sebastián Lira, siendo alcalde de Ipala Salvador Sagastume Girón y presidente del comité de inauguración de la carretera el Cnel. C. José María Argueta. Acompañaban al presidente, el secretario de agricultura, Dr. Cruz, el director de caminos, Gral. Rafael Aldana, el jefe de la oficina telegráfica de la casa presidencial, jefes de elementos de la Plana Mayor, el jefe político de Chiquimula, Cnel. Daniel C. Montenegro y otros funcionarios.

El Sr. Presidente regresó de Concepción a Quezaltepeque y paso la noche en la ciudad de Chiquimula, retornando a la ciudad capital el 27 de abril de eso de la una de la tarde. Deseamos que esta información sirva de motivo para profundizar sobre aspectos que se dieron en las visitas presidenciales a nuestro municipio, anhelamos conocerlas para futuras ediciones.

Don Indalecio Romero Martínez (al centro), residente en la aldea Guachipilín, con firmeza los dijo: “Por esta carretera paso el general Ubico el 25 de abril de 1935, eso fue en alboroto en todas las aldeas, esta es la famosa carretera de Ipala y el Gral. Ubico vino por esta carretera en esta fecha”. Don Indalecio tiene razón, así fue.

Queda por fuera de duda la fecha de la inauguración (bendición) de la iglesia de Concepción con el pasaje del informe del corregidor Saravia que transcribimos. La iglesia, como lo bien lo dice este funcionario, se bendijo el 24 de febrero de 1864, puesto que el informe es de marzo de ese mismo año. Se cumplirán 124 años de esta solemnidad, precisamente en los pródromos de las festividades patronales.

Queda aún la incógnita de la fecha de indicación de los trabajos de fábrica de esta iglesia, la más pintoresca quizá de cuanto se hayan construido en el país, por el sitio elegido para su erección. Ojalá que dentro de un poco podamos anunciar nuestros lectores la fecha y aún más: quienes concibieron e impulsaron la obra y con qué recursos se emprendió. Por de pronto, a lo más que podemos aventurarlos es a decirles que, según nuestras inferencias y análisis, dichos trabajos se iniciaron en la década de los 1950 como inspirada quizá por el padre Ramón Ruano y emprendida con la decidida colaboración de los vecinos de concepción.

Cuatro años más tarde, otro corregidor de Chiquimula, don Juan Bautista Peralta, en comunicación de 6 de enero de 1868, da cuenta al señor ministro de gobernación, justicia y negocios eclesiásticos, de que:

“la iglesia mayor de Zacapa, la de magdalena, la de sanare y casa conventual de concepción continúan aunque paulatinamente, en virtud de hacerse necesario dejar a los vecinos que en ellos trabajan, que atiendan a sus intereses y labores particulares”. Véase como, concluida la iglesia, los vecinos de Concepción se lanzaron a la empresa de construir la casa conventual. Esta obra constituía una nueva expresión de espíritu progresista que animaba a sus vecinos; por considerarnos que era, además un testimonio lo cuente de su nunca abandonado propósito de constituirse en parroquia autónoma. Por eso preparaban la casa en que algún día abría de alojarse el párroco que había gestionado sus antecesores desde principios del siglo XIX, o bien para que pernoctase el párroco de Quetzaltepeque cuando los visitase.

No deseo concluir este ensayo sin enfatizar en el que el valle de la concepción tuvo alcalde desde 1792, vale decir, municipalidades, y que supo mantenerlas hasta el 4 de diciembre de 1833, fecha en que” estimando justas las razones en que la municipalidad del pueblo de concepción funda la solicitud que a formulado para hacer suprimida, el general presidente

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(Justo Rufino Barrios), de conformidad con lo pedido por el ministerio público, acuerdo que se suprima”.

A partir de entonces Concepción dejo de ser municipio sin que conozcamos las razones para que su propia municipalidad y vecindarios tomaran esta determinación. Esta jerarquía la recobro, por propia iniciativa, mediante acuerdo 8 de junio de 1893, 10 años más tarde.

En todos los documentos importantes relacionados con esta población, tanto del siglo XVIII como del XIX que hemos consultado, se habla del valle o pueblo de “Concepción”, así, simplemente, sin el aditamento toponímico de “Las Minas”, el cual aparece cual aparece agregado al iniciarse en presente siglo o tal vez desde los últimos años del siglo pasado, sin duda para distinguirla la de tantas otras, pequeñas i grandes que llevan el mismo nombre. Y en verdad este agregado vino hacer más atractivo su nombre, el nombre de una bella población de nuestra querida Chiquimula.

EL REAL DE MINAS DE SAN JOSEPH ALOTHEPEQUE

El valle de san Joseph Alotepeque es sin dudas más antiguo mucho más antiguo que el de concepción las minas, en la jurisdicción de otrora corregimiento de Chiquimula de la sierra. Su propia toponimia náhuatl “Alotepeque “nos sugiere su origen prehispánico. Fue en esta época un poblado indígena cuyo origen debe remontarse a los desplazamientos máyense tardíos, que no escapo a la influencia tolteca al producirse las corrientes migratorias mexicanizantes.

Nuestro dilecto amigo y maestro, doctor Jorge Luis Arriola nos indica que la voz Alotepeque significa “en el cerro de4 los papagayos”, que la misma procede del náhuatl “alotl” : papagayo; “tepetl”, cerro; y de la partícula “co” modificado en este caso en la terminación “que” castellaniza, que es posición locativa .(1) Fray Alonso de Molina coincide con el doctor Arriola , cuando expresa que el termino Alothepeque deriva de “alo”, lengua mexicana que significa “papagayo grande” . Aunque el término lo ofrece desprovisto de las letras finales “t” y “I”, su significado no varía sustancialmente, pues este religioso nos habla de papagayo grande. (2) Las voces náhuatl alo y alotl significan pues, papagayo, no importa si grande o pequeño; ambas identifican a esa ave prensora de vistosos colores que no adundarlo existieron abundantemente en aquellos lugares pues no lejos de Alothepeque existe una aldea llamada “Guacamayas”, de la jurisdicción de Concepción las Minas, a la que debe habérsele dado este nombre en lola primeros tiempos de la dominación hispánica, en atención a la presencia de guacamayas que no más que una variedad de los papagayos.

Acerca de esta otra aldea Guacamayas, es oportuno referir que hace unos veinte años, deseando saber el origen de su nombre visite la aldea y entreviste a varios vecinos, preguntándoles por que llamaban guacamayas a su lugar de origen, y nadie excepto uno, un cual no había otro, me refirió que un tío abuelo suyo le contaba, cuando él era un niño a fines del siglo pasado, a un se veían por esos lugares las guacamayas, que las compraban buen precio los viajeros salvadoreños y hondureños. La versión de este anciano, que no recuerdo si le llamaban Tata pedro o Tata Santiago, me pareció muy lógica, explicándome no solo el origen del nombre de aquella pequeña comunidad, sino el del propio valle de Alotepeque, que durante la mitad del siglo XVII principiaran a mencionarse insistentemente al descubrirse el mineral del mismo nombre, acontecimiento que atrajo, como siempre ocurre, a buscadores de oro y plata de distintas provincias del reino de Guatemala incluso extranjeros y a cuyo descubrimientos se debió indirectamente la fundación de concepción las Minas por resolución de la Real audiencia de 7 de Abril de 1792, estableciéndose desde entonces una emulación entre ambos valles.

No hay duda pues acerca del origen prehispánico dl valle de Alotepeque y cerro del mismo nombre, de cuyas entrañas y alrededores se extranjeros, desde fines del siglo XVII, considerables cantidades de oro y plata que enriquecieron muchos mineros y fortalecieron, en ciertas épocas, las arcas reales, a la par del mineral del corpus de Tegucigalpa y de otros minerales del reino de Guatemala.

Claro que, mientras el valle de Alotepeque no estuvo en la mira de los buscadores de oro, su nombre no llegó a tener resonancia más que los viajeros que recorrían todos esos caminos de Dios para air a las provincias de y , acordado las distancias y por supuesta entre quienes denunciaron por primera vez aquellas tierras para luego componerlas con su Majestad, ignorando las riquezas que escondían en sus extrañas.

Por esa razón ni el valle el cerro de Alotepeque se encuentran registrados en documento alguno, civil o eclesiástico, del siglo XVI. Por nuestras manos pasaron centenares de esos

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MUNICIPALIDAD DE CONCEPCIÓN LAS MINAS Departamento de Chiquimula, Guatemala, C. A. Tels.79435 –619 documentos y para nada se menciona, en ellos el valle o el cerro de Alotepeque, menos aún el valle de Concepción o de la Concepción, que cobran relevancia histórica – geográfica hasta la segunda mitad del siglo XVII.

Así pues, mientras no fue descubierto el mineral de aquel cerro y sitios circunvecinos, Alotepeque permaneció ignorado y no llego a tener importancia más que para los primeros colonizadores del lugar. El hecho trascendental es un descubrimiento, ocurrió en la segunda mitad del siglo XVII, y desde entonces el valle y el cerro de Alotepeque pasaron a primer plano en la geografía económica del reino de Guatemala.

II. DESCUBRIMIENTO DEL MINERAL DE ALOTEPEQUE

Hasta el momento no hemos llegado a establecer si el descubrimiento de las ricas catas y vetas auríferas y argentadas del valle de Alotepeque, fue meramente casual o la culminación de la búsqueda febril de los buscadores de minerales – oro y plata principalmente que se dispersaron por todos los rumbos del reino de Guatemala, después de asegurado en proceso de colonización.

El examen de texto de las primeras denuncias de minas que se hicieron en el último cuarto del siglo XVII, nos permite opinar – aunque no de manera incluyendo -, que el descubrimiento de las primeras minas de ese valle fue casual y el nombre de un sacerdote, el bachiller Fernando de Rivera clérigo presbítero domiciliario de arzobispado de Guatemala y cura de beneficiado por el real patronato del pueblo de Izalco, no fue ajeno a este acontecimiento, pues en un memorial que dirigiera al presidente de la real audiencia de Guatemala, don Fernando de Escobedo, el 26 de abril de 1674, este religioso la manifiesta: “…que como parece de los recaudos, presenté y tengo registrados dos descubrimientos de mina ante la justicia ordinaria de la villa de Sonsonate, las cuales tienen los nombres, una que registre primero, Jesús María Joseph y la otra, segunda, San Andrés, ambas entre la jurisdicción del corregimiento de Chiquimula y la alcaldía Mayor de San Salvador, la cual no se halla hasta hoy decidida…”

Fueron pues las minas del bachiller Rivera, denuncias conforme a las ordenanzas y reales disposiciones que regulaban la materia, si no las primeras, una de las primeras, pues resulta difícil de mostrar que se hubiesen denunciado otras anteriormente o que de hecho principiaran hasta explotarse alguna de ellas, tal vez durante el lapso de 1670 a 1673. Pero insistimos en que el nombre del presbítero Fernando de Rivera no fuese ajeno a este descubrimiento, que cronológicamente puede localizarse entre 1670 y 1673. Así lo sugiere el nombramiento del primer alcalde mayor del mineral de Alotepeque, que continuación reproducimos.

“el 5 de mayo de 1674 nombro su señoría por alcalde mayor de mineral que se había descubierto en el partido de Chiquimula de la Sierra, al capitán don Sebastián de Aguilar y de Castilla, caballero de la orden calatrava, no se declara si debe o media nata de este nombramiento, si no consta por la certificación mencionada de dichos jueces y oficiales reales la haya pagado del susodicho que es, por no haber noticia, se halla poblado semejante mineral en dicho partido, no se carga media a nata, ni ha crecido, porque solo hay en allá cercanía al mineral de gracias a Dios que según se dice ha días que está poblado.

Aunque el texto de este acuerdo no se menciona expresamente de que mineral se trata, no cabe duda que se trata del mineral de Alotepeque, pues en el asiento del libro de registro de aprovisionamiento de un alcalde mayor. Sin el texto de esta prevención se omite el nombre Alotepeque, probablemente se debió a una omisión del escribano, pero con el encabezamiento citado el asunto queda fuera de duda.

Por otra parte, no es casual que en 1674 el bachiller Fernando de Rivera comparezca ante la real audiencia pidiendo que se le ratifique en la posición de las dos minas que había denunciado ante el la justicia mayor de Sonsonate, desde 1672 o 73. No es casual que también en 1674 el valle de Alotepeque no se encontrase poblado, mientras que el de gracias a Dios, en la provincia de Honduras si lo estaba. En la provisión indicada el término “poblar” no se refiere exclusivamente al asentamiento de familias españolas para la formación de un núcleo poblacional, si no también y quizá de manera específica a la presencia de mineros que iniciaran la explotación de minerales recientemente descubiertos. Era obvio que, siendo las minas del padre Rivera y de otros que llegaron inmediatamente después, las primeras en denunciarse, todavía aquel valle fuese de indígenas, escasamente poblado. Los mineros y gurruguses principiaron a llegar desde el momento en que se difundió la noticia de descubrimiento de aquel

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MUNICIPALIDAD DE CONCEPCIÓN LAS MINAS Departamento de Chiquimula, Guatemala, C. A. Tels.79435 –619 mineral, de primeros lugares y pueblos circunvecinos, después de lugares más distantes, y en el siglo XVIII mineros de nueva España.

Entre los colonizadores que llegaron al valle de Alotepeque en el último cuarto del siglo XVII y primera mitad del siglo XVIII, había gente buena, honrada y laboriosa, que esperaba encontrar en aquellas minas un medio de mejorar su situación económica y hacer fortuna si la ocasión se les presentaba. Pero al mismo tiempo llego una legión de buscadores de oro y plata de gurruguses como se les llamaba en aquellos tiempos, muchos de ellos “delincuentes, vagamundos, gente mal hacer y mal vivir”, que luego sembraron la zozobra y la intranquilidad en el valle de Alotepeque y lugares circunvecinos.

De estas concentraciones de buena y mala gente surgieron durante la época colonial núcleos poblaciones que, como es de Alotepeque, tuvo relevancia económica en el corregimiento de Chiquimula y aun en el reino de Guatemala, en la medida en la que la explotación mineral se acrecentaba o disminuía por la incidencia de numerosos factores, humanos unos y materiales otros, que no siempre pudieron superarse o neutralizarse con la prontitud que la circunstancias exigían. La escases de mano de obra indígena, al racionamiento del azogue para el beneficio de los minerales, las malas y escasas vías de comunicación, el acoso de la delincuencia y las enfermedades, etc., fueron algunos de estos factores, sin contar con la corrupción y el compadrazgo entre las autoridades locales y los concesionarios de minas, para burlas las disposiciones relativas a la tributación y tratamiento de los indígenas.

A fines del siglo XVII el valle de Alotepeque fue modificando su nombre primigenio. De simple valle de Alotepeque principio a llamarse “mineral de Alotepeque”, poco después “mineral de san Joseph Alotepeque “, y al iniciarse en el siglo XVIII, a este nombre se le antepone el apelativo “real”, siendo entonces su nombre “real de minas de san Joseph Alotepeque”, que sirve precisamente de título a este trabajo. El apelativo real se le antepuso para dar a entender que se trataba de un bien de la corona española, de su patrimonio, porque hemos de saber que la corona se reservaba la titularidad de bienes valiosos como las minas como encomiendas vacas o de notoria densidad de indígena con tierras realengas., etc.

Desde entonces hasta los últimos tiempos de la colonia, ya no se habló del valle de Alotepeque si no del real de minas de san Joseph Alotepeque. Sin embargo, durante la época republicana este histórico nombre se fue abandonando poco a poco, al ir adquiriendo relevancia el valle de concepción o de la concepción y mucho más al elegirse en municipio este último por decreto de la asamblea legislativa del 27 de agosto de 1836. El histórico y evocador nombre de real de minas de Alotepeque fue sustituido por el de minas de Alotepeque o “Minas de Concepción”, simplemente; y en los últimos tiempos, al abandonarse los trabajos de explotación minera, no sabemos exactamente porque causas, ya casi no se habla del mineral de Alotepeque si no solamente de Concepción Las Minas.

No sabemos con exactitud porque se tomó como patrono de este mineral al señor san José, ni a que especiales circunstancias se haya debido a esta escogencia. Pensamos asta advocación derivo del hombre que el presbítero Fernando de Rivera dio a una de las primeras minas que denunciarse. Recuérdese que a una de ellas le dio el nombre de “Jesús María y Joseph”, la otra “San Andrés”, desde entonces lo que el principio fue el nombre de una mina, se le diese al mineral y a todo el valle como patrón. Si así ocurrió, esta advocación no le fue dada al mineral intencionadamente, sino la propia comunidad la fue tomando insensiblemente desde el momento mismo principiaron a explotarse las primeras minas.

EL REAL DE MINAS DE SAN JOSEPH ALOTEPEQUE.

III se despierta la fiebre de los minerales

A partir de 1674 año en que oficializa la existencia de aquellas minas con denuncia de las primeras de ellas, la noticia de su descubrimiento se difundió por los confines del reino de Guatemala favoreciera esta disfunción por encontrarse dicho mineral en la proximidades de las fronteras de el Salvador, Honduras y Guatemala de esa zona que en los momentos actuales ase llama aspaventosamente “trifinio”. Las primeras denuncias de minas de este valle no se hicieron ante la audiencia sino ante el corregido de Chiquimula- la autoridad más próxima-, lo que dejo de causar problemas a los primeros denunciantes, que a menudo planteaban litigios relacionados con la presencia en el otorgamiento de las concepciones. Es de suponerse durante el último cuarto del siglo XVII la denuncias planteadas ante este funcionario debe haber

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MUNICIPALIDAD DE CONCEPCIÓN LAS MINAS Departamento de Chiquimula, Guatemala, C. A. Tels.79435 –619 sido numerosas, desafortunadamente solo queda testimonio de algunas de ellas. Lo mismo acurre con las planteadas en la primera mitad del siglo XVIII. Existe un cambio referencias abundantes acerca de los problemas que afrontaban los mineros durante este lapso, derivados de la carencia de mano de obra indígena para conocer los duros y agotadores trabajos micros. Las autoridades mismas, locales y corregimentales, se refieren con frecuencia a los altibajos de la producción minera en aquellos tiempos, lo cual incidía de la captación de tributos para las Reales cajas.

De las denuncias planteadas durante la segunda mitad del siglo XVIII nos han quedado algunos valiosos testimonios que pueden darnos una idea del curso de la explotación del oro y la plata del mineral de san Joseph Alotepeque. Así por ejemplo en 1773 el corregidor de Chiquimula otorga licencia a los señores José Ignacio Montoya y José Miguel Leal “descubridores de una cata y beta nombrada Monte Negro” en el cerro de Alotepeque, que fue confirmada el 4 de febrero de este año por la Real audiencia. Esta carta y beta argentadas, fueron cedidas con posterioridad don Joaquín Pacheco este mismo año el señor Pacheco y don Juan Antonio Martínez, aposentados ya en aquel valle, denuncian otra mina situada en el cerro de Alotepeque (ya no se habla de cerro Monte Negro), a la que dieron el nombre de san Rafael esta mina fue registrada en 1781 a nombre de don Julián Calderón.

Este mismo año – 1773 don Bernardo y Echeverría denuncia, por medio de apoderado una mina llamada dulce nombre, en el valle de Alotepeque años más tardes, en 1786 don Tomas Cáceres, denuncia otra mina en el mismo valle sin darle nombre alguno don Antonio Sánchez hace lo propio con otra misma descubierta en el cerro Monte Negro (de nuevo se habla de cerro de Monte Negro), en 1791. A ya para finalizar el siglo XVIII – 1794 –URBANO Ortiz se suma a la isla de los denunciados con otra denuncia de una mina en el mismo lugar. Mismo queda expuestos, durante la segunda mitad del siglo XVIII las denuncias de minas en san Joseph Alotepeque se suceden casi interrumpidamente, algunas de las cuales fueron registradas y expendidas las exceptivas licencias de explotación; otras se quedaron en simples denuncias por no llenar los requisitos de ordenanzas leyes de la materia sin embargo se explotaban clandestinamente a la “vista ciencia y paciencia de las autoridades locales” Alcaldes Mayores, ordinarios y pedáneos, jueces de minas y tenientes de corregidor quienes además tolerar los actos de explotación de los indígenas en comandados repartidos, como aparecen en numerosas denuncias hechas en aquellas épocas, administraban justicia muchas veces ignorando los intereses de los indígenas y de la corona misma. Más de un teniente de corregidor fue sometido a procedimientos renimal por su complacencia o tolerancia con actos reñidos con las ordenanzas de mineros y de las Reales disposiciones relativas al trato de quienes laboraban en las minas.

En nuestro ensayo titulado “algo más sobre concepción las minas”, publicado en las páginas de El Imparcial y de la Revista Concepción, en 1987, dijimos sobre el particular:

“A partir de entonces (1674) las denuncias fueron recibidas en la Real Audiencia, especialmente durante los siglos XVII y XVIII. En la segunda mitad de este último siglo, la lista de mina denunciadas era bastante larga recordamos entre ellas las de Montenegro, San Pantaleón, San Rafael Pontezuelo, San Jorge, San Antonio, San José, Guadalupe, Santa Catalina, etc. Para su laboreo se ocupaban indios de caso todos los pueblos del corregimiento de Chiquimula, especialmente de Quetzaltepeque, Ipala, San Pedro Pínula San Luis Jilotepeque, Yupiltepeque y otros lugares, porque no todos los indios soportaban la dureza de los trabajos, provocando verdaderas mortandades, fugas masivas abandono de pueblos y reducciones situación contraría a los propósitos colonizadores”. Hacia 1773 –un siglo después del descubrimiento del mineral de Alotepeque-, las defraudaciones a la real hacienda, el trato cruel e inhumano que se daba a los indígenas repartidos o encomendados y la concentración de gente de mal hacer y el mal vivir era tantos, que el vecindario de aquellos lugares reiteradamente elevadas sus quejas al corregidor y presidente de la real audiencia, incluso a los monarcas españoles, exponiéndose dramáticamente la situación que se vivía y naturalmente, pidiéndoles protección y una acción más decidida y enérgica de partes de las autoridades locales y corregimentales, pues la acción de los sujetos “mal vivientes” y vagamundos hacia prácticamente imposible la vida en la comarca.

Desde España se reiteraron las ordenes al presidente de la audiencia de Guatemala, para que se procediese con energía y sin contemplaciones contra todo sujeto que no tuviese oficio conocido y aún contra quienes, teniéndolo, violándose las leyes y ordenanzas vigentes. Al mismo tiempo se ordenaba que se formasen reducciones con los elementos de mal hacer y mal vivir y se les previniese enérgicamente que de no aplicarse trabajo y no respetar la vida comunitaria, se les aplicarían las penas más drásticas contempladas en las leyes criminales,

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MUNICIPALIDAD DE CONCEPCIÓN LAS MINAS Departamento de Chiquimula, Guatemala, C. A. Tels.79435 –619 entre ellas las confiscación de bienes-si los tenían-, trabajos forzados, prisión, destierro y azotes, cuando no la pena de muerte.

Al mismo tiempo se recomendaba a la real audiencia se pusiesen en vigencia, sin pérdida de tiempo, las ordenanzas de mineros, tomado como modelos las que regían en la Nueva España, cuya copia certificada había llegado el reino de Guatemala desde 1733, las cuales no obstantes haber transcurrido tanto tiempo, no se habían agotado, si se había redactado las propias del reino, tal vez porque hasta entonces no había hecho necesaria una regulación de esta naturaleza. Más tarde, empero, los graves problemas y difíciles situaciones creadas en las explotaciones mineras, especialmente en Alotepeque, actualizo el asunto de las circunstancias, en 1786 don José dc estuchería, presidente de la audiencia relato un proyecto de ordenanza para mineros, que según parece provoco las largas y acaloradas discusiones entre los señores oidores, siendo apoyado en su propósito por los señores Martínez Zelaya y Juan Martínez de Trujillo. Para zanjar el asunto de Domingo de Sánchez propuso en 1787, que se pusieron en vigencia las ordenanzas de Nueva España, las que parece se pusieron, a final de cuentas, en vigencia, si no literalmente en sus aspectos fundamentales.

A las márgenes del río “Macho” que pasa por la Ermita y muy cerca de esta población se encuentran unas misteriosas ruinas, creyendo que sean parte de algún monasterio, iglesia o de un centro de operaciones de lo que fueron en el Real minas de San Joseph Alotepeque, posiblemente un día tengamos con más certeza, el conocimiento de ellas.

IV REORGANIZACIÓN DE LA REAL DE MINAS DE SAN JOSEPH ALOTEPEQUE

Hasta 1732 cuatro mineros controlaban la producción de la Real de Minas de Alotepeque: José Arrechavala, Francisco Seaxe, Juan de Dios Sobrado Domingo Mena, todos expertos y con amplia experiencia en el laboreo de minerales en otros lugares y provincias del reino. Se establecieron en el valle de Alotepeque en 1731 y 1733. Al darse cuenta de la riqueza de las catas y betas de sus minas desde entonces principiaron a gestionar sus licencias y despachos para la obtención de indios y encomiendas en repartimiento de los pueblos, de donde mejor les pareciera. No les fue difícil lograr ambas cosas, pues la mayoría de las minas del valle estaban abandonadas desde hacía varios años y la producción se había reducido a los peores límites desde su descubrimiento. Con ello las reales cajas habían dejado de percibir los tributos de mineral de Alotepeque, no obstante las reiteradas disposiciones de la Real Audiencia y de la corona para que se promoviese su explotación.

Don José de Arrechavala, minero llegado de Nueva España en 1731, comisionado para la “inspección y reconocimiento de mineral de Alotepeque”, cumplido su encargo decidió establecerse en dicho valle para dedicarse a la explotación minera, haciendo todos los arreglos para que se le permitiese dedicarse a dicha actividad y se le diesen indios en encomienda. Trabajando afanosamente logrando en poco tiempo, “y levantar su hacienda” no sin antes vencer innumerables dificultades materiales y humanas. En 1732 su ingenio se encontraba, según sus propias palabras, en estado de moler metales, pero no había podido lograrlo en vista de que otros mineros que se habían establecido en valle casi al mismo tiempo que el – Juan de Dios Sobrado, Francisco Seaxe y Ramón Mena, habían comprado a don Antonio Peraza una de las principales minas, abandonada en el momento de la operación, e invocado derechos adquiridos por este último, habían obtenido un despacho en que se le daba preferencia en la obtención de indios en encomienda del pueblo que descara a hacerlo especialmente de San Francisco Quetzaltepeque, pueblo indígena próximo al mineral de Alotepeque. Esa preferencia creaba una situación difícil al señor Arrechavala y en general a todos los mineros, porque la mano de obra había escaseado alarmadamente hasta el punto de no haber indígenas para ninguno de ellos. Serias dificultades y malquerencias surgieron entre aquellos mineros y el señor Arrechavala, quien hubo que recurrir en demanda de justicia a la Real Audiencia.

Los indígenas más disputados por los mineros de Alotepeque eran los de San Francisco Quetzaltepeque, no porque fuesen expertos en estos trabajos o especialmente dotados para los mismos, si no por tratarse de un pueblo intensamente poblado de indígenas y, particularmente por residir cerca del valle de Alotepeque, circunstancias que proporcionaban mano de obra barata o quizá gratuita a los concesionarios de minas y de aquel valle.

Como ya lo indiciamos, la situación que se había creado entre los señores Arrechavala, sobrado, de Seaxe y Mena, fue planteada por el primero ante el presidente de la audiencia, reclamando la precedencia en su despacho para la obtención de indios en encomienda de aquellos pueblos. En su exposición el señor Arrechavala señalaba en alguna forma al

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MUNICIPALIDAD DE CONCEPCIÓN LAS MINAS Departamento de Chiquimula, Guatemala, C. A. Tels.79435 –619 corregidor de Chiquimula, coronel Joseph Gonzáles de Rivera y Rancaño, de ser el responsable de la situación, presumiendo estuviese de acuerdo con sus adversarios al igual que sus lugarteniente en el mineral de Alotepeque.

El coronel Gonzáles, funcionario probo y respetuoso de la ley como no podía ser de otra manera, fue consultado por la audiencia por este asunto él lo de agosto de 1732, y al evacuar la consulta, hace una serie de consideraciones razonables y justas destacando la naturaleza especial y riesgosa del trabajo de minas, que con frecuencia ocasionaba la muerte o enfermedad de los indígenas: el temperamento malsano de la región: el maltrato de palabra y de hecho de que eran objeto de su escasa o ninguna orientación que se les daba: el salario miserable que se les pagaba, cuando no se burlaba esta disposición haciéndolos trabajar gratuitamente: las distancias desde las cuales se les hacía llegar: abandonando sus familias, escasas pertenencias y cultivos: el fin, el corregidor, con espíritu justiciero y humanitario.

Porque no los consideré tan ciertos como me los ha hecho la experiencia que no tuvo recién llegado. El otro inconveniente de que se puede originar disturbios en la paz que tanto debo ponderar a Vuestra Alteza es que, hallándose con comisión de la acordad, don Joshep de Arrichavala, no sé en qué casos y casas tenga lugar jurisdicción, porque asistiendo este soló a lo que es su utilidad en las minas, y estando estas poblado, pudieran tocar a su jurisdicción por estar dentro de él no hay tocan al ordinario mí, como lo califico el estado presente en que me hallo entendiendo, y que por el bien de la paz no he cobrado lo que debiera . Había surgido ya, como lo expresa el coronel González Rancon su informe a la Real audiencia, cierto conflicto de jurisdicción, por no decir de autoridad, entre el comisionado Arrechavala y el lugarteniente de corregidor, lo cual estaba a punto de perturbar la paz en aquel mineral, de por sí ya deteriorado en cuanto a su producción en aquella época. El corregidor acusaba a Arrechavala de entrometerse en asuntos que no eran de si jurisdicción y de proteger sus intereses valiéndose de la representación que ostentaban; Arrechavala, por su parte, el lugarteniente de corregidor y al corregidor mismo e actuar con parcialidad y de proteger a los otros mineros, con grave juicio de sus intereses, pues habían transcurrido varios meses y no había podido poner en funcionamiento su ingenio de moler metales. El conflicto, como hemos visto llegó a la audiencia, la que, como siempre, atendía, si era justas y legales las recomendaciones de sus representantes corregimentales. Y en este caso, con mayor razón, porque el coronel González Rancaño era un funcionario que le merecía a los señores oidores toda la confianza, pues tratábase de un viejo servidor de la corona tanto en la península como el América.

Sugería el coronel González Rancaño que diese más autoridad a los alcaldes mayores de los reales de minas y a los lugarteniente de corregidor- y en Alotepeque los sabia o bien a los alcaldes ordinarios para que fuese ellos los que tomarse las inmediatas y necesarias providencias tenientes a garantizar no sólo los intereses de los mineros y de la corona, sino también, y de manera preferente de los indios, tan explotados y castigados en el laboreo de las minas. Todo parece indicar que la resolución de la real audiencia, de 27 de agosto de 1732, que establecía al “… Alcalde Mayor de Chiquimula, Don Joseph Rancaño, reparta con igualdad a los indios de Alotepeque, Don Francisco Seaxc., Don Ramón de Mena, Don Joseph de Arrichavala y don Francisco de Dios por iguales partes cupieren dentro de la cuarta parte para la asistencia y trabajo de los minerales, sin dar lugar al que por falta de esta providencia pronta cese de ninguna manera la labranza de aquellos minerales... llevo la concordia aquel valle, objeto de la codicia de estos mineros, y aseguró la producción hasta el último cuarto del siglo XXIII, tanto los recursos humanos y minerales lo permitieron. A ello contribuyó también la vigencia de las Ordenanzas de Mineros que desde el 1732, venía gestionando, año en que se hizo venir una copia certificada de estas ordenanzas de Nueva España si adoptase ninguna resolución sobre el particular sino hasta 1786 u 87; igualmente debe mencionarse, en este proceso de saneamiento y pacificación de aquel valle, tan rico y codiciado, las sabias disposiciones dictadas por la corona y la real audiencia , tenientes a reducir a poblado, bajo apercibimiento de la imposición de severas penas, a todo sujeto “mal hacer y mal vivir”, que encontrase por estos lugares.

EL PUEBLO DE CONCEPCION EN EL PROCESO DE INDEPENDENCIA

La provincia de Chiquimula tuvo durante la época colonial y aún la mantiene, una ubicación geopolítica privilegiada, pues lindaba en una gran parte de su territorio con las provincias de Honduras y el Salvador, activo centro de fermentación política y de oposición al régimen colonial desde finales del siglo XVIII. Nadie ignora que fue precisamente en la ciudad de San Salvador donde se produjo el primer grito de independencia en la madrugada del 4 al 5 de noviembre de 1811, acaudillado por el padre, Arce, los hermano Aguilar, Lara, Celis y otros

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MUNICIPALIDAD DE CONCEPCIÓN LAS MINAS Departamento de Chiquimula, Guatemala, C. A. Tels.79435 –619 patriotas seguidos por los sectores populares, especialmente por la “plebe”, que estuvo presente en casi todas las insurrecciones de esta provincia.

En Guatemala el ambiente de subversión no era menos. La capital del reino, por su condición de tal, reunía al gran número de intelectuales, universitarios profesantes de las ideas ilustradas; artesano, seguidos muchas veces por los obreros y las clases populares, llamadas despectivamente breves, fueron elementos que inspiraron y dirigieron el proceso de independencia. A la prédica sistemática de ellos, pública y privada, se debió la preparación del clima propicio y la producción de toda una serie de insurrecciones y conjuras que se produjeron a lo largo y ancho del territorio del reino de Guatemala, desde 1808 hasta la proclamación de la independencia el 15 de septiembre de 1821.

Mencionamos de manera especial, dentro de este proceso, en movimiento autonomista de los Acasaguastlanes, Chimalapenses y Magdalenenses el, 23 de febrero de 1812, acaudillado por Francisco Cordón, Fulgencio Morales y Miguel Calderón, que puso sobre las armas a centenares de habitantes de la provincia de Chiquimula.

Al proclamarse la independencia, el 15 de septiembre de 1812, culminación de un largo proceso de lucha cívica y revolucionaría que arranca desde finales del siglo XVIII el bachiller de Juan de Dios Mayorga y Lanuza el prócer chiquimultecos, no estuve en Guatemala ni en San Salvador; presidió quedarse con lo que exigían las circunstancias históricas y política en un área de influencia, las provincias de Chiquimula, visitando febrilmente sus pueblos para promover la juramentación de la independencia por parte de los ayuntamientos y habitantes, a partir del 29 de septiembre fecha en que la juró el ayuntamiento de Chiquimula, o quizás desde el momento en que se tuvo noticia de los acontecimientos que se habían producido en Guatemala. El bachiller Mayorga, según parece, no estuvo muy de acuerdo sobre la forma en que se este ayuntamiento la había jurado, tal vez porque el alcalde don Crisóstomo Solís, había sido un antiguo partidario servidor de la corona Española, e igualmente otros miembros del ayuntamiento; en Jocotán Mayorga promovió una segunda juramentación de la independencia, en virtud de no haberse hecho la primera con “…el calor y la efusión, que exigía la magnitud del acontecimiento y el momento histórico…” No hubo pueblo de la provincia que Mayorga no visitase, invitado y hasta exigiendo que se, jurase la independencia con el Júbilo y ardor cívico propio de los actos de esta naturaleza.

Aunque no contamos con información documental acerca de la fecha y forma en que juraron los ayuntamientos de Alotepeque y Concepción ambos pueblos tenían ayuntamiento sin ser municipios aún, por a ver desaparecido sus incipientes archivos y apenas haber podido encontrar algunas referencias en otro tipo de documento, consta que el ayuntamiento de Chiquimula cumplió fielmente con hacer circular entre los ayuntamientos de la provincia el acta de independencia, la proclama de Gaínza y demás pliegos que con ese objeto se suscribieron aquel memorable día. Sabemos asimismo que en esa época integraban el ayuntamiento del pueblo de Concepción los señores Manuel Dionisio Rodríguez (Alcalde), y los concejales Casiano Guerra, Urbano Sagastume, Isidro Garza y Seberino Duarte, quien era amigo de Mayorga y se había significado desde de los años anteriores como decidido partidario de la independencia.

Durante la segunda quincena de septiembre y todo el mes de octubre de 1821, los ayuntamientos y habitantes de los pueblos de la provincia de Chiquimula juraron la independencia inspirada y dirigidos por el bachiller Juan de Dios Mayorga y Lanuza el personaje que más popularidad y ascendiente político tuvo en la provincia durante el siglo XIX.

Concluido este período de júbilo y fervor cívico, el prócer Juan de Dios Mayorga vuelve a San Salvador, acaso advertido ya de los primeros movimientos anexionistas del occidente de Guatemala y aún la ciudad capital del reino, y siendo él un adversario de las pretensiones imperialistas de Iturbide, hace causa común con los patriotas San Salvadoreño, que desde entonces se preparaba para resistir este nefasto movimiento. A medida que los pronunciamientos anexionistas se generalizaba en los pueblos de las provincias de Centro América, Mayorga, apoyado decidi-damente por los sectores publicanos del San Salvador, regresa rápidamente a Chiquimula, desde donde, después de amplias consultas con sus más íntimos elaboradores Juan Antonio Martínez (nuevo alcalde de Chiquimula), Juan José Valdez, Gabino Morales, Juan Bautista Sagastume, José Ma. Pinto, José Dolores Gutiérrez y otros, convinieron en que el alcalde don Juan Antonio Martínez convocara a una magna junta que debía celebrarse el 11 de febrero de 1822, en la que debían estar representados todos los ayuntamientos de la provincia. El propósito aparente de esta junta sería el de oponerse al nombramiento del licenciado Miguel Aragón como juez de letras y corregidor de Chiquimula; pero, en realidad, trataba de un conclave regional a la anexión al

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MUNICIPALIDAD DE CONCEPCIÓN LAS MINAS Departamento de Chiquimula, Guatemala, C. A. Tels.79435 –619 imperio mexicano, el 5 de enero de 1822, en forma precipitada y antes de que todas las provincias se manifestaran sobre tan delicado asunto. En la fecha indicada, los representantes de todos los ayuntamientos de la provincia, sin excepción, se hicieron presentes en la Ciudad de Chiquimula. En esta junta, después de amplias y acaloradas discusiones, se convino unánimemente , en oponerse y no darle posesión de su cargo al licenciado Miguel Aragón; nombrar una junta provincial de gobierno que inmediatamente asumiese el mando político, militar y hacendario de la provincia, junta que, aunque, “se declaraba unida al gobierno centrar”, gobernaría la provincia en tanto se resolvía el delicado asunto de “la anexión a México; que la junta la presidiera don Juan Antonio Martínez, alcalde 1°. De Chiquimula; y gobierno regional, se diese cuenta al Sr. Gaínza y a todas las provincias de Centro América, Chiapas y aún al propio Iturbide. IV Desafortunadamente, esta junta regional de gobierno tuvo vida efímera, infortunado el gobierno superior de Guatemala del suceso, éste actuó rápido y drásticamente, ordenando al coronel don Pedro José Arrivillaga, exocorrigidor de Chiquimula y a la sazón alcalde mayor de La Verapaz, que marchase sobre la provincia de Chiquimula y juntamente con las fuerzas acantonadas en los Llanos de Gracias, procediesen a la disolución de la junta segregacionista de Chiquimula, haciendo uno de sus fuerzas si fuera necesario.

El coronel Arrivillaga entró a la ciudad de Chiquimula el 28 de febrero de 1822, sin encontrar resistencia, pues los miembros de la junta de gobierno había defeccionado tristemente Del mismo mes, sin duda por no haber sido el apoyo que esperaban de El Salvador: Mayorga como no podía ser de otra manera, sin someterse las pretensiones del coronel Arrivillaga, se refugió en San Salvador, donde ocupó posiciones relevantes, hasta que fue electo, meses después a pesar de la enconada oposición de Gianza diputado por la provincia de Chiquimula.

A partir de entonces, uno a uno fueron defeccionando los ayuntamientos de la provincia de Chiquimula, manifestando en sus respectivas actas “haber cometido un error al apoyar la segregación de la provincia de Chiquimula del Gobierno central…”

Así cayeron los patriotas de la provincia de Chiquimula, siguiendo el digno ejemplo del San Salvadoreños, que se opusieron a las fuerzas imperialistas de Guatemala y de México. V Vale la pena reproducir, para testimonio histórico de la participación del ayuntamiento del pueblo de Concepción en aquellos trascendentales acontecimientos que conmovieron la provincia de Chiquimula en los momentos posteriores a la proclamación de la independencia, la nota que sus integrantes enviaron al brigadier Gabino Gaínza, reconociendo su error al haber participado en la junta cesionistas del 11 de febrero de 1822 y su promesa de apoyar en el futuro, en sus decisiones, al gobierno central. He aquí el texto del documento.

“Excelentísimo Señor Presidente y Capitán General del Reino, Don Gabino Gianza. En cumplimiento de oficio de de vuestra excelencia de fecha diez siocho de febrero próximo pasado, dice ayuntamiento que ciertamente a cometido yerro; pero si protesta que oi en adelante no hacer, no concurrir en caso iguales. Sala Capitular de Concepción Marzo tres de mil ochocientos veinte y dos. Se ha contestado a Esquipulas en la fecha se contestó (f) Manuel Dionisio Rodríguez (Rúbrica).

(f) Casiano Guerra (Rúbrica) (f) Urbano Sagastume (Rúbrica) En la fecha se contestó (f) Isidro Garza. (Rúbrica) (f) Seberino Duarte. (Rúbrica)

El documento anterior, histórico por muchos conceptos, es quizá el único que se conserva de las actuaciones políticas del ayuntamiento del pueblo de Concepción en aquella época, documento que interpretado dentro del contexto de los acontecimientos políticos que convulsionaron la provincia de Chiquimula en los periodos pre y post independentista, nos revela que el bachiller Juan de Dios Mayorga había logrado unificar la opinión política de sus habitantes y que estos habían adquirido conciencia de lo que la independencia significaba para el futuro de los pueblos centroamericanos.

CREACIÓN DEL MUNICIPIO DE CONCEPCIÓN LAS MINAS

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Antes de referirme a la creación de este municipio, conviene indicar que durante la época colonial concepción figuro en los padrones civiles y eclesiásticos como un valle de la jurisdicción de San Francisco Quetzaltepeque. Hace unos quince años o más en tres ensayos sobre la función de concepción y el mineral de San Joseph Alotepeque, publicados en esta misma revista, expuse que al aumentar la población de este valle y decaer la producción del mineral de Alotepeque, Concepción adquirió tal importancia que sus vecinos pensaron en hacer de él un municipio, en darle su propia municipalidad, como entonces se decía. Al emitirse la constitución del Estado de Guatemala 1825, que estableció la primera división territorial del Estado de Guatemala, y que dentro de ella “…se fijara exactamente los limites jurisdiccionales de cada municipalidad…” clasificando las municipalidades en urbanas y rurales además de conceder el derecho a tener municipalidad a las poblaciones de más de 200 habitantes.

El padre Ramón Ruano – párroco de San Francisco Quetzaltepeque por más de 30 años, en la relación geográfica y poblacional de su parroquia, que levanto en 1830, expresa que en su jurisdicción existen dos municipalidades: la de Concepción había gestionado y la de San Antonio, de modo que para entonces ya el valle de Concepción había gestionado y obtenido, en base a la Constitución de 1825, la creación de su primera municipalidad compuesta de un alcalde, dos regiones, un síndico y su respectivo escribano.

La ley…No. 288, decretada por la asamblea legislativa el 28 de septiembre de 1836, divide el territorio del Estado en 11 distritos para la administración de la justicia mediante juicios por jurados. El municipio de Concepción queda incluido desde entonces en el distrito. O sea el de Chiquimula. Tres años más tarde en 1839 a razón de la dramática caída del doctor Mariano Gálvez primer reformador de Guatemala, por ley No. 293 del 12 de septiembre de ese año, la asamblea constituyente nuevamente divide el territorio del Estado en siete departamentos y dos distritos. Chiquimula, uno de dichos departamentos, comprendía 38 pueblos y 14 curatos; Concepción, con sus 807 habitantes, quedo incluido dentro de este departamento, obviamente con su respectiva municipalidad.

Durante el período conservador la asamblea constituyente decreto, el 19 de octubre de 1851 el acta constitutiva, que en su artículo 13 establecía que “el buen gobierno y policía de seguridad y mejorar de las poblaciones está a cargo de los corregidores y municipalidades” .Que continuaría rigiéndose por las leyes vigentes, especialmente por la del 2 de octubre de 1849 o por las que en lo sucesivo se emitirán.

El 30 de septiembre de 1879 en el pleno período liberal, se emite el decreto gubernativo No. 242, que bien pude considerarse por su contenido y sistemática, como el primer código municipal, pues regula minuciosamente la estructura, organización y funcionamiento de las municipalidades.

En 1883, con fundamento en esta ley, la propia municipalidad del pueblo de Concepción solicita al presidente de la república, general Justo Rufino Barrios, la supresión de este cuerpo edilicio; y el general presidente, teniendo a la vista el informe del jefe político departamental (Chiquimula), accede a lo solicitado por los munícipes, quienes sin lugar a duda, actuaban de acuerdo con los habitantes de la población. Véase a continuación la transcripción del manuscrito que contiene el acuerdo respectivo.

¿Cuáles fueron las razones por las cuales la municipalidad y vecinos de Concepción solicitaron la supresión de su municipalidad? Seguramente de orden económico, es decir, presupuestarías, la limitada capacidad tributaria de sus vecinos para hacerle frente a las obligaciones y necesidades del municipio. Generalmente, cuando en aquellos tiempos se solicitaba la supresión de una municipalidad se hacía por razones económicas excepcionalmente por causas de otra naturaleza, malas cosechas.

Irregularidad de los inviernos, despoblaciones pestes, desastres naturales, etc. Que en final de cuentas, disminuían la capacidad tributaria de los vecinos o, en el peor de los casos los dejaban en la indigencia. Como consecuencia de la supresión de su municipalidad, Concepción paso de nuevo a la jurisdicción de Quetzaltepeque, como antes, durante el período colonia, lo había sido por más de dos siglos. Poco habría de durar esta situación jurisdiccional, que no pocas incomodidades y gastos ocasionaban a los vecinos que, para arreglar sus asuntos civiles y judiciales, debían viajar a Quetzaltepeque, pues 10 años después, siendo presidente de la república el general José María Reina Barrios (1892-1898), sus vecinos gestionan ante el gobernante la creación de su municipalidad invocando razones que fueron estimadas justas atendibles, especialmente de orden legal, por “reunir este las condiciones requeridas por la ley para constituir municipio

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MUNICIPALIDAD DE CONCEPCIÓN LAS MINAS Departamento de Chiquimula, Guatemala, C. A. Tels.79435 –619 independiente” y por supuesto tomando en cuenta los informes favorables del jefe político departamental; y el alto magistrado del municipio de Concepción.

Desde esta fecha Concepción obtuvo definitivamente, su autonomía política y administrativa, que ha mantenido por más de un siglo perfeccionado y ampliado conforme a las leyes y disposiciones municipales que se han dictado con posterioridad. Es cierto que algunas de estas disposiciones dictadas durante el gobierno del general Jorge Ubico Cercena la autonomía municipal e introduce cambios negativos en su estructura, que la revolución de octubre de 1944 dejó sin efecto de volvimiento su autonomía a los cuerpos edilicios, consolidándola y perfeccionándola, ojalá que para siempre. Porque el municipio, constitución de origen greco- romana, recibida a través de España, cobro fuerza y vigor en las Indias y fue, no obstante el absolutismo de las monarquías hispánicas de los siglos XVI, XVII, y XVIII y principios del siglo XIX intérprete de las necesidades y aspiraciones de nuestros pueblos, un reducto democrático en medio de la opresión política, económica y social de la época colonial.

BIBLIOGRAFÍA: 1. Manual de historia del Derecho Español en Indias y del Derecho propiamente indianos: José María OTS. Capdequí. Editorial Losada. S.A. Buenos Aires. Pp. 177 y 184. 2. Memorias para la historia del Antiguo Reino de Guatemala: Francisco de Paula García Peláez. Segunda edición Tomo I Tip. Nacional. Enero de 1943. Pp. 141 y 146. 3. Teculután Histórico. Monografía histórica. Inédita: José Clodoveo Torres Moss. 1990 Pp. 1- 16 4. Al. 39, Leg. 1751, f. 3 v AGDCA. 5. Recopilación de leyes de la República de Guatemala; Manuel Pineda de Mont. Imprenta de La Paz en el Palacio, Año de 1872. Tomo l Pp. 515-527. 6. Digesto constitucional. Revista de la Facultad de Ciencias Judicial y Sociales de Guatemala. Números 2,3 y 4 Tomo VII. época III Tipografía, Nacional. Guatemala. Pp. 101, 151, 173 y 187. 7. Dto. Gob. No. 242 de 30 de septiembre de 1879. Recopilación de las leyes de Guatemala. PP. 101, 151, 173 y 187. 8. Pineda de Mont. Óp. Cit. Pp. 463, 464, 465, 470, 471 a 475. 9. Ibíd. 10. Ibíd., PP. 471 y 472. 11. Digesto, Op. Cit.: Pp. 1773 y 177. 12. Dto. Gob. No. 242 de 30 de septiembre de 1879 recopilación de las leyes de Guatemala. Tomo II. 13. Dto. Del ministerio de Gobernación del 4 de diciembre de 1873. Legajo.32882. AGDCA. 14. Dto. De 8 de junio de 1893 del ministerio de gobernación. Legajo AGDCA.

¿QUÉ SABE USTED ACERCA DEL CEMENRTERIO DE CONCEPCION LAS MINAS?

Los enterramientos en España primitiva

Los pueblos primitivos – pertenecientes al paleolítico inferior- que poblaron la España prehistórica, utilizaba para el enterramiento de sus cadáveres un sitio común que llamaba “Monumentum” y desde entonces, pese a que la península fue objeto de múltiples colonizaciones , entre las que destacan la fenicia, la cartaginesa, la griega, especialmente la romana, árabe. Esta costumbre se afirmó y fue objeto de minuciosas regulaciones religiosas, jurídicas y sociales, tendientes a garantizar los reposos de los cadáveres (cementerio significa lugar de reposo), evitar su profanación y el de las sepulturas, tanto como el absoluto respeto a su memoria. Con el advenimiento y afirmación del cristianismo la concepción sobre la muerte, la vida eterna, inmortalidad del alma resurrección se consideró que los lugares más seguros para el enterramiento de los cadáveres era el interior de los templos, sus altares, bodegas y muros, y sobre todo, los atrios o lugares aledaños a los mismos. De esa guisa los atrios de las iglesias fueron, durante siglos los cementerios de los pueblos y aldeas en la península ibérica.

Al descubrirse las Indias iniciarse el proceso de colonización, las prácticas y costumbres religiosas peninsulares se fueron imponiendo, poco a poco en los territorios de nuevo descubrimiento. Al acelerarse este proceso religioso de construirse los templos católicos, durante la segunda mitad del siglo XVI y XVII, así fuesen ranchos pajizos de bahareque, adobe, calicanto, los sitios de enterramientos de cadáveres fueron los atrios o predios aledaños a ellos. Es así como en los pueblos de Hispanoamérica los cementerios tuvieron dentro de las

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áreas urbanas durante más de tres siglos, constituyendo potenciales focos de infección contagio y contaminación del ambiente.

Recuerdo, apropósitos de los cementerios levantados en el interior de los pueblos, que en cierta ocasión en que me encontraba de descanso en mi tierra natal, Quetzaltepeque, allá por la década de los 70, algunos vecinos me refirieron en las excavaciones que se estaban realizando en el atrio de la iglesia para remodelarlo, los trabajadores encontraron, o no poca sorpresa y temor, numerosas osamentas humanas. La alarma cundió en la población y cada uno de los presenció el hallazgo tenía su propia explicación. Finalmente se aceptó como racional la versión de algunos vecinos-los más versados en la historia del pueblo-, de que se trataba de osamentas de los esclavos indígenas y trabajadores que habían muerto en la fábrica de la iglesia, lo cual, obviamente constituía una nueva mentira.

Tuve que explicarle a mis visitantes durante la época colonial los cementerios estaban en los atrios de los templos católicos y que incluso los cadáveres de los vecinos acaudalados, religiosos o altos funcionarios, se enterraban en el interior de las mismas, en sus altares mayores y en las criptas o bodegas dejadas ex profesamente en sus potentes muros. Y, le explique para su propia tranquilidad, que quizá entre esas osamentas estaban los de nuestros ancestros.

Más tarde-siglos XVIII y XIX con la difusión de las aldeas racionalistas los descubrimientos de las ciencias particularmente de la ciencia de salud, se demostró palpablemente que la existencia de los cementerios en las áreas urbanas constituía un serio peligro para las comunidades, primero en la Europa cristiana y luego en las Indias. Así lo comprendieron sus majestades, los Reyes de España, que desde fines del siglo XVIII dictaron varias reales cédula ordenando que los cementerios se sacasen de los pueblos y se eligiesen en despoblados, disipaciones que chocaron con la ignorancia y fanatismo de los habitante hábilmente explotados por la clerecía, que con disposiciones de esa naturaleza veía disminuidos sus ingresos.

LOS CEMENTERIOS EN LOS PUEBLOS DE HISPÁNOAMERICA

Las cortes españoles de 1812-13 reunidos en la ausencia de Fernando VII reiteraron estas reales disposiciones y urgieron su cumplimiento con más energía y decisión. El primero de noviembre de 1813 emitieron un decreto mediante el cual se ordenaba a todas las autoridades de India, “…que los cementerios estén fuera de poblados, prohibiéndose el enterramiento de cadáveres en el interior de los pueblos, conventos monasterios…” este mandato, por supuesto fue recibido con no poco disgusto por los sectores populares especialmente por la llamada “plebe”, que lo recibió como una ofensa a sus sentimientos religiosos. Poco a poco, sin embargo, se fue imponiendo esta práctica. Los ayuntamientos fueron designados predios de su propiedad para los cementerios, en los pueblos donde los ayuntamientos no poseían tierras, la adquirieron para dar cumplimiento a la mencionada disposición. A partir de entonces se inicia una lucha sórdida entre el poder civil y eclesiástico, en cuanto al cumplimiento al decreto de las Cortes españolas, aceptado y puesto en marcha con especial empeño por las primeras autoridades republicanas. Entre los pocos religiosos que tuvieron por bueno el decreto de las Cortes estuvo el Pbro. Canónigo, José María Castilla.

Durante la administración del doctor Mariano Gálvez se dio inusitado empuje a la construcción de los cementerios fuera de área urbana de las poblaciones. El doctor Gálvez en materia de salud, estuvo asesorado por notables médicos de época. A ellos se debió que, para el 5 de octubre de1833, el cementerio en general de la ciudad capital se hubiera por concluido y principió a prestar servicios. Luego ordeno que se formulase su reglamento y lo puso s en vigencia. En esa misma fecha la legislatura del Estado de Guatemala, ordena a los curas de las seis parroquias de la capital, que no autoricen la sepultura de cadáveres en el territorio de sus templos.

El doctor Gálvez aunque respetuoso de las costumbres de los pueblos, fue enérgico en el cumplimiento de las medidas recomendadas por la junta de Sanidad. Recuérdese, en este orden de cosas, las estrictas cuarentenas dictadas al aparecer, en 1837, el cólera morbus en el oriente de la república. De ahí en parte, el rencor inocultable del clero contra su gobierno, Gálvez, como se sabe, fue víctima de sus ideas progresistas y reformadoras, de la acción artera de los conservadores, los curas, y los liberales disidentes, que al fin como en 1838, lograron que se retirase la jefatura de Estado y un año después, iniciara su largo exilio… en nuestro entorno político, es el destino de los gobernantes progresistas y reformadores desafortunadamente éste…

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EL CEMENTERIO DE CONCEPCION LAS MINAS

Acerca del cementerio de Concepción Las Minas desafortunadamente no se puede decir mucho. La información documental es escasa, debido a que el valle de Concepción antes de ser municipio tuvo municipalidad, como Limones y Las Cañas. Y siendo así, no dejaron constancia sistematizada de su actividad administrativa. La creación del municipio dentro de los marcos jurídico, político y administrativo de las leyes municipales emitidas por la revolución del 71, este relativamente tardía. Como lo dejamos expuestos en nuestro ensayo histórico titulado la “Creación del municipio de Concepción Las Minas”, Data del 5 de junio de 1893, y es a partir de ese momento que su municipalidad deja su testimonio escrito de su actividad pública en sus libros de cabildo.

Mas como para esa fecha ya existía el cementerio actual, cabe suponer que su elección sea de la época del doctor Mariano Gálvez (1831/1838) o tal vez del capitán general Rafael Carrera (1844/1848-1851/1865). De lo que estamos seguro es que ni el valle de la Concepción, ni el municipio de mismo nombre, tubo cementerio en el atrio de su Iglesia porque la fábrica de esta es relativamente reciente, concluyéndose, como también lo hemos publicado, en 1868.

Investigando los informes de corregidores y jefes políticos de estas épocas, nos encontramos con una información valiosa que si no nos aclara exactamente la fecha de erección del cementerio, si nos aproxima a dicha fecha y nos ofrece algunos elementos de juicio para ello, aún aceptando los riesgos de las inferencias lógicas en el campo de la histórica.

Intentémoslo. Como parte de sus atribuciones imperativas tenían los corregidores y jefes políticos departamentales practicar visitas periódicas a pueblos de su jurisdicción, dictando las medidas adecuadas para resolver los pueblos los problemas ingentes de dichos pueblos en todos los aspectos de la administración pública. Estas medidas debían cumplirse rigurosamente con los propios recursos de las municipalidades y colaboración del vecindario. El jefe político lo comprobaría en su próxima visita anual.

En 1875 desempeñaba la jefatura del departamento de Chiquimula el coronel y no sé si abogado, Ignacio calvillo, funcionario que se destacó por su responsabilidad y fiel cumplimiento de sus obligaciones. Don Ignacio, en la visita a los pueblos del departamento ese mismo año, justamente el 9 de febrero, hizo acto de presencia en Concepción Las Minas, y dirigiéndose a la casa de la alcaldía, donde lo esperaban la municipalidad en pleno y algunos vecinos, en sesión extraordinario, juntamente, hicieron constar lo siguiente:

“en la sala municipal de Concepción, a nueve de febrero de 1875 reunida la Concepción municipal en sesión extraordinaria, presidida por el señor jefe político, asociado algunos vecinos principales, con el objeto de acordar las providencias de interés público que se juzguen necesarias, se dio lectura al acta de visita del 25 de febrero de 1874 próximo pasado, cuyas disposiciones fueron cumplimentadas en parte; y las que no, por las dificultades que se pulsaron y expusieron los municipales. Luego se trató como negocio urgente el terreno donde conviniera situar mejor el cementerio que se haya al norte de la población, consultando la salubridad pública y el medio fácil de hacer los enterramientos por cuanto la calidad pedregosa, al sur, no permite hacerlo hacia otro rumbo; el infrascrito jefe político personalmente, acompañado de autoridades y vecinos, paso a examinar los diversos puntos donde pudieran establecerse el campo santo; y no habiendo otra cosa más aparente, se convino que continuase a donde se haya, aumentando su área y con cerco de piedra, bien construido, su puerta y llave, aseándolo perfectamente dos veces al año; y obligando a los vecinos a conducir los cadáveres de las aldeas inmediatas, formando sus recintos (cementerios) en las lejanas, de cuyas defunciones llevara apunte el auxiliar respectivo, con que dará cuanta a la autoridad local, y esta al párroco para que los mayordomos de fábrica cobren los derechos de la iglesia conforme a arancel, siendo gratis para los insolventes, previa autorización del alcalde municipal. Visitando el templo se halló aseado; pero se dispuso poner el artesonado del presbítero: construir el altar mayor, cuyo contrato se encarga a la jefatura para obtenerlo de estilo moderno y de precio equitativo como de una imagen de Concepción que es la patrona del pueblo, y además levantar el frente y el pasamano del atrio. Cuya pendiente natural es intransitable, para ascender descender sin molestia; enladrillar la planicie y circular la verja con baranda de madera pintada para evitar la descripción del pino, darle consistencia y ornato. Que para estas obras y el cerco del comentario (campo santo) se destine la suma de ciento diez y seis pesos en efectivo de fábrica y ciento ochenta y seis por cobrar, cuyo pago se recomienda al señor alcalde con la eficacia que se debida a tan importante objeto, puesto que los artesanos que se empleen deben ser pagados con puntualidad, saldo a el trabajo personal del vecindario y su cooperación pecuniaria que ofrece por buena voluntad, convencido de su utilidad…”

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Del análisis del acta del cabildo transcrito, se infiere que el Valle de La Concepción, al ser creado el municipio del mismo nombre en 1893, ya tenía su propio comentario, erigido probablemente desde fines del siglo XVIII o principios del XIX, en el sitio que actualmente ocupa, y no existen elementos probadores que demuestren lo contrario; que durante el siglo XX y a medida que sus habitantes aumentaban, el cementerio se fue ampliando y quien sabe cuántas veces, como lo demuestra el acta de cabildo que comentamos, hasta el punto, el en 1875 el propio ayuntamiento y su vecindario plantearon al jefe político, Coronel Calvillo, su traslado a otro sitio, y al no encontrar un que reuniera las condiciones de ubicación y sanitarias, optaron por la ampliación del que ya existía. Ningún otro informe de los jefes políticos posteriores concretamente de finales del siglo XIX, vuelve a referirse al tema del cementerio. Obviamente, y durante el siglo XX se hubiera planteado de nuevo el traslado, la tradición oral hubiera conservado alguna información y más de un vecino quizá lo recordara.

Amanera de conclusiones, podemos formular las siguientes: 1) Que el atrio o los sitios aledaños a la actual iglesia parroquial nunca fueron cementerios. 2)Que cementerio que tuvo el valle de la Concepción, es el mismo que actualmente tiene el pueblo del mismo nombre, que fue objeto de ampliaciones posteriores. 3) No se descarta la posibilidad que en Concepción Las Minas, como la mayoría de los pueblos de oriente, se habilitaran contra la cual el jefe de Estado, doctor Mariano Gálvez y su cuerpo de asesores médicos lucharon denodadamente.

CEMENTERIO DE CONCEPCIÓN LAS MINAS

En todas las épocas de las existencias humanas, incluso, durante la prehistoria, el hombre imperativo de la propia naturaleza y sus propias Concepciones teogónica, el terreno a sus muertos, fuese o no de familia. Esta práctica genéticamente arreigada en la conciencia y espíritu del hombre desde los primeros estadios de las civilizaciones. Practica sacralizada desde entonces los grupos humanos, han sido conservada a través de millones de años y continuada, sin duda alguna, atraves de esto los tiempos. De estas prácticas no hay testimonio de documentales, el solo hecho de que en las excavaciones practicadas en los últimos tiempos apareciesen tiempos humanos en tiempos distintos posiciones e incluso algunos de ellos momificados o petrificados, calculado su enterramiento métodos modernos, tales resto nos muestra que desde la especia humana fue creada sobre la faz de la tierra, el enterramiento de cadáveres mereció todo el respeto y la reverencia, y desde luego, los restos humanos fueron entregados a la tierra para que fuese formados en tierras, como lo expresa el mandato bíblico.

En la época histórica, el testimonio del enterramiento de cadáveres son abundantísimos -; los encontramos manuscrito, códices, monumentos, inscripciones, pinturas, etc. Según las épocas culturas. Dejar cadáveres insepultos, para que fuese devorado por las fieras o las aves del cielo constituía, no solo un hecho ilícito, sino un pecado gravísimo, penado por las legislaciones, normas y principios religiosos. En estas prácticas, todas las culturas, se han cuales fuesen sus creencias religiosas coinciden, salvo aquellas que entregaban sus cadáveres a las aguas de ríos tenido como sagrado. Lo que ha variado atreves de los milenios son los sitios de enterramientos conocidos como todos saben, son los cementerio o camposanto.

La colonización española introdujo modificaciones en la práctica de los enterramientos, especialmente en los enterramientos de los cadáveres de los ingleses. La ley II, Titulo 18, dada por emperador D. Carlos en 1554 y ratificada 90 años después por Felipe II, establece: “Rogamos y encargamos a los prelados que bendigan un sitio en el campo en donde se entierran los indios cristianos y esclavos y otras personas pobres y miserables que hubiesen muerto tan distantes del iglesia, que sería bravoso llevarlas a enterrar en ellas”.

Durante toda la época colonial los cementerios estuvieron adosados a las iglesias (Detrás, al lado, a veces adelante, de que aún quedan ejemplos rurales) aparte de las personas notables que también durante siglos se hicieron durante de la iglesia y sus claustros.

Así pues, durante la época colonial por mandato de esa ley establecida en la recopilación de leyes de Indias, los cadáveres de los indígenas convertidos al cristianismo tenían el privilegio de ser enterrados en los atrios de las iglesias y, los españoles como sus descendientes en el interior de ellas y de sus claustros. En las aldeas y caseríos instantes de las iglesias seguirían haciéndolo en los lugares seleccionados por los vecinos o autoridades.

Después de proclamada la independencia se dictaron varias disposiciones relacionadas con los cementerios o campo santo, tenientes a la secularización de los mismo, por razones de higiene

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MUNICIPALIDAD DE CONCEPCIÓN LAS MINAS Departamento de Chiquimula, Guatemala, C. A. Tels.79435 –619 y salubridad públicas. Fue el proceder don Francisco Burundi el primero en solicitar a la diputación provincial, el 27 de junio de 1822 invocando razones sanitarias y haciendo un reencuentro de las disposiciones que sobre el particular se habían dictado en el siglo XVIII, que los cementerios se levantase fueran de los centros urbanos. El 30 de noviembre de 1833, siendo jefe de estado el Doctor Mariano Gálvez, se elaboró y puso en vigencia el Reglamento de Cementerios; se dictaron, además otras disposiciones en 1836 relativas a la construcción de cementerios para evitar la propagación de la viruela y el cólera morbo.

Durante las administraciones conservadoras de la Carrera y Cerna vuelve a la práctica insalubre y medieval de enterrar cadáveres en el interior de los templos y hasta se autorizaron al arzobispado, aranceles para el enterramiento de cadáveres en el interior de los mismos.

Es necesario arribar a la revolución liberar de 1871, para que se legisle de manera definitiva sobre esta materia, estableciéndose severas sanciones para los que persistan en esta práctica que ponía en peligro la salud de las comunidades. Por decreto del 15 de noviembre de 1871 se prohíben los enterramientos en el interior de los templos y, por decreto 248 del mismo año, se ponen bajo la admiración de las municipalidades los cementerios existentes y los construyeren en el futuro.

Es obvio que el cementerio de Concepción Las Minas, del departamento de Chiquimula, siguió el mismo proceso de construcción que tuvieron los pueblos de reino de Guatemala, desde antes y después de la colonización española. Hasta el advenimiento de la revolución de 71, este cementerio se encontraba en la “parte norte de la población” pero hasta ese momento su área era ya insuficiente para el enterramiento de los cadáveres de una población que había crecido sensiblemente sobre todo, después de haberse iniciado el laboreo de las Minas. Queda seca de este hecho histórico, un testimonio documental, incuestionable como es el acta de la visita practicada a esta población por el jefe político departamental de Chiquimula, don Ignacio Calvillo, el 25 de febrero de 1874, que por considerarla de importancia, a continuación la reproducimos parcialmente.

“En la sala municipal de Concepción, a nueve de febrero de mil ochocientos setenta y cinco.- Reunida la cooperación municipal en sesión extraordinaria presidida por el señor Jefe político, asociado de algunos vecinos principales, con el objeto de acordar algunas provincias de interés política, que se juzguen necesarias, se dio lectura al acta de visita del 25 de febrero 1874 próximo pasado, cuyas disposiciones fueron cumplimentadas en parte; y las que no, por las dificultades que se pulsaron y expusieron los municipales. Luego se trató como negocio urgente el terreno donde conviniera situar mejor el cementerio que se halla al norte de la población, consultando la salubridad pública y el medio fácil que hace los enterramientos por cuando la localidad pedregosa al sur no permite hacerlo hacia este rumbo. El infrascrito jefe político, acompañado de las autoridades y vecinos, pasó a examinar los diversos puntos donde pudiese establecerse el Cementerio o Camposanto; y no habiendo otro más aparente, se convino que continuarse donde se halla aumentado su área y con cerco de piedra bien construido, su puerta y llave, aseándolo perfectamente dos veces al año; y obligando a los vecinos a conducir los cadáveres de las aldeas inmediatas, formando sus recito en las lejanas, de cuyas defunciones llevará apunte al auxiliar respectivo, con que dará cuenta a la autoridad local, y está al párroco para que los mayordomos de fábrica cobre los derechos de la iglesia conforme arancel, siendo gratis para los insolventes, previa autorización del Alcalde Municipal.- Visitando el templo se encontró aseado; pero se dispuso a poner el artezano de presbiterio y construir el altar mayor. Se encargó a la jefatura para obtenerlo de estilo moderno y de precio equitativo, como de una imagen de Concepción que es la patrona del pueblo, y edemas levantar la escala, frente y pasamanos del atrio, cuya pendiente natural es intransitable, para subir y descender sin molestia, enladrillar la planicie y circular de verja o baranda de madera pintada y evitar la destrucción del pino, darle consistencia al ornato. 3°. Que para estas obras y cercos del cementerio (camposanto) se define la suma de ciento diez i seis pesos en efectivo, de fábrica y ciento ochenta i seis pesos por cobrar, cuyo pago se recomienda al señor alcalde, con la eficacia de tan importante objeto, puesto que los artesanos que se empleen deben ser pagados por la debida puntualidad, salvo el trabajo personal del vecindario y su cooperación pecuniaria que ofrece con buena voluntad, convencido de su utilidad “.

Las visitas de los jefes políticos a los pueblos de su jurisdicción fueron establecidas por la revolución del 71, lo que significa que en la época conservadora no se hubiesen hecho estas visitas. Claro que, tanto carrera como Cerna hicieron visitas de la republica pero no fueron obligatorias ni con la prioridad con que las leyes del liberalismo la establecieron. En estas visitas los jefes políticos y su séquito se cercioraban de los pueblos y sugerían o promovían obras de beneficio común, cuando no lo habían hecho las propias corporaciones municipales.

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En 1875, fungía como jefe político y comandante de armas de Chiquimula El Coronel Calvillo, quien en la visita de ese año (1875) A Concepción Las Minas, firmó el acta que se levantó con tal motivo, seguido de los señores Pablo Duarte, Crescencio Rodríguez, José Duarte, Rafael Suriano; por el alcalde 2°. D. Faustino Sagastume: José Sanforizo Duarte, Braulio Figueroa, Juan Quijada, Felipe Quijada, Simón Duarte, Pablo Rodríguez, Rafael Sanabria, Y Manuel Ramírez, Secretario.

En esta ocasión, -9 de febrero de 1875-, se trataron importantes asuntos como el traslado del cementerio a otro sitio por ser insuficiente el área que ocupaban, empero, no habiendo otro lugar más adecuado, se convino a dejarlo en el mismo sitio, así también, práctica de exámenes de alumnos de las escuelas de ambos sexos, “a la que concurrieron cuarenta y seis alumnos y diez niñas”, poniendo a cargo esta ultimo escuela de la señorita preceptora Transito Mata de Chiquimula; es conveniente indicar que según referencia hecha en esta sesión, en la aldea Apantes habían también dos escuelas.

Para concluir, señalamos que desde 1871 se institucionalizaron las visitas de los jefes políticos a los pueblos de su jurisdicción y su obligación de enviar informes pormenorizados al Ministerio De Gobernación y Justicia, de donde se enviaban al Diario Oficial para su publicación.

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