Si hay algo que defina de forma radical al pueblo de Corralejo, ese algo es su condición de punto de encuentro o encrucijada; de punto de encuentro o encrucijada entre esas dos islas que en tantos aspectos parecen una sola que son y . Para empezar, Corralejo se convierte en punto de encuentro o nudo de enlace entre Lanzarote y Fuerteventura cuando, desde las primeras décadas del siglo XV, los hombres que habían llegado a las islas de la mano del aventurero normando Jean de Bethencourt hacen de sus abrigadas y soleadas playas de aguas tranquilas privilegiada puerta de entrada de los productos de la isla conejera en la vieja Maxorata. Pequeñas embarcaciones lanzaroteñas generalmente cargadas hasta la cerreta de pescado salado, camellos, cabras, batatas, gente, leña, etc., cruzan desde entonces la Bocaina en uno y otro sentido, tratando de poner remedio a los caprichos de la naturaleza, que había separado por la cumbre dos tierras que en el fondo del mar comparten los mismos cimientos. Andando el tiempo, de este trajín marinero surgirán las primeras precarias cabañas que se construyen en sus jables indómitos y los primeros corrales de cabra de sus malpaíses más próximos. Precisamente estas viejas construcciones de piedra seca de tan humilde origen son las que van a proporcionar, muy pronto, esa denominación tan particular de toda la comarca que es Corralejo. Mucho más tarde profundiza Corralejo en su condición de punto de encuentro humano de Lanzarote y Fuerteventura cuando un puñado de familias de pescadores lanzaroteños (los Caraballo, los Morera, los Morales, los Perdomo…) que venía haciendo ranchos por esta comarca del norte de Fuerteventura desde mucho tiempo atrás decide establecerse de forma más o menos definitiva en su playa más abrigada, para explotar los recursos marinos con que la naturaleza había dotado tan generosamente los fondos de su litoral. Se trata de los primeros pescadores profesionales de viejas, de pescado blanco, de albacoras, etc., de la isla y los que, extendiéndose poco a poco de forma trashumante por el resto de sus playas y caletas más asocadas, se encargarán de difundir esta actividad humana tan vieja como el hombre por toda la costa majorera. Una vez instalados en sus rubios arenales, estos hijos de la mar venidos de Lanzarote y algún que otro majorero del interior que se había atrevido a unirse a ellos en el nuevo poblado que empezaba a emerger a la luz contraerán matrimonio con mujeres de los cercanos pueblos de Villaverde, Los Lajares, , El Roque, construirán casas algo más confortables que las viejas chozas o cuevas de los trajineros anteriores, al pie mismo de las transparentes aguas de la playa, organizarán el espacio del lugar en función de sus necesidades pesqueras y llenarán de experiencia humana sus puntillas, calas, bajas, bajones, isletas. Detrás de cada roca del litoral de Corralejo hay siempre escondida una historia de las amarguras y alegrías de estos viejos lobos de mar. Es lo que se puede adivinar todavía hoy en esos formidables documentos del pasado que son los topónimos más antiguos de esta comarca. En las denominaciones de Morro de la Vieja, Bristol, Bajo de los Bocinegros, Punta Lala, Caleta del Barco, Corralejo Viejo, La Clavellina, Marrajito, Bajo del Medio, Charco de las Agujas, Punta Prieta, Bajo Negro, Playita del Chinchorro, etc., está escrita la crónica de los anhelos, desvelos y esperanzas de este pueblo de catedráticos en marinería determinado por maresías, sebas y jables. Si se quiere ser justo y no perder de vista lo esencial, hemos de reconocer que, independientemente de quienes sean hoy sus propietarios materiales, son estos íntegros pescadores de bajura y sus descendientes los verdaderos propietarios espirituales de Corralejo, porque sus piedras y arenas están cortadas a la medida de su particular forma de ver el mundo e impregnadas de su experiencia vital más íntima. Por último, Corralejo afianza y amplia su vocación de nexo de unión entre Lanzarote y Fuerteventura cuando, ya en plena ebullición del turismo internacional, con las casas solariegas de sus viejos marineros enajenadas y transformadas en bares y restaurantes para los visitantes y ellos mismos, sin dejar de añorar los tiempos en los que la mar y la tierra circundantes estaban a su entera disposición, puestos al servicio de la nueva actividad, se construye su actual puerto comercial y empiezan a operar en él las grandes navieras de modalidad pasajero y coche. Lo que por Corralejo transita en esta nueva etapa de su historia no son solamente productos de consumo, sino más bien turistas y mercaderes, que, ávidos de curiosidad los unos y de beneficio los otros, recorren a diario La Bocaina para hacer excursiones o negocios en una u otra de estas dos porciones de tierra atlántica, convertidas ya en meros centros de ocio y recreo de gentes de todos los puntos del planeta. Es el momento en que este otrora tranquilo pueblo marinero y su complementario conejero de amplían su papel dentro del contexto regional, entrando a formar parte de lleno de ese gran proyecto que los políticos y los periodistas actuales han dado en llamar autopista marítima de Canarias, que supuestamente permitiría viajar en un solo día, alternando coche y barco, desde el punto más oriental del archipiélago, en Lanzarote, hasta su punto más occidental, en la isla de El Hierro. Las circunstancias geográficas e históricas mencionadas son las que convierten a Corralejo en un pueblo tan particular en el ámbito de la isla de que forma parte física, un pueblo tan poco majorero, podríamos decir. Hasta tal punto esto es así, que el maestro Francisco Navarro, máximo conocedor del pasado de esta comarca de Fuerteventura, nos decía frecuentemente en su vieja escuela del pueblo, con la pequeña dosis de exageración que requiere toda explicación ingeniosa, que Corralejo era más el sur de Lanzarote que el norte de Fuerteventura. Si quitamos esa pequeña dosis de exageración, podríamos decir que Corralejo fue en realidad en sus orígenes cosa de dos: Fuerteventura se encargó de poner el territorio y Lanzarote la gente y su ancestral sabiduría en las cosas de la mar. Marcial Morera