<<

Yuyarccuni Año III N° 3 Ismael Jiménez

EVANGELIZACIÓN EN LAS MISIONES JESUITAS NEOGRANADINAS: LOS CASOS DE LOS LLANOS ORIENTALES Y LA ORINOQUÍA, SIGLOS XVII Y XVIII1

Ismael Jiménez Gómez2 Universidad Nacional Autónoma de México

Resumen

El presente artículo tiene la intención de analizar las estrategias y medidas que los jesuitas llevaron a cabo en las misiones de los Llanos Orientales y la Orinoquía, para poder lograr la estabilidad misional, lo cual se resume en la duración de las reducciones, la cantidad de indígenas evangelizados que habitaban en ellas y la producción económica con la que se lograba la autosuficiencia. Para realizar un análisis más complejo, dividimos el texto en tres apartados principales: el concepto de misión y los antecedentes centrados en el establecimiento de la Compañía de Jesús en el Nuevo Reino de Granada y las principales regiones en las que estable- cieron misiones, las incursiones jesuitas y fundaciones en la región llanera orino- quense donde se destaca la labor del jesuita Joseph Gumilla, misionero insigne del Orinoco, y finalmente los métodos de persuasión utilizados por los padres de la Compañía para lograr la estabilidad de sus misiones.

Palabras clave: Misiones, reducciones, Compañía de Jesús, Llanos Orientales, Orinoquía.

Abstract

This article intends to analyze the strategies and measures that the Jesuits carried out in the missions on the Eastern Plains and the Orinoquía, in order to achieve missionary stability, which is summarized in the duration of the Reductions, the amount of evangelized indigenous people who lived in them and the economic production which was achieved for the self- sufficiency. To carry out a more complex analysis, we have divided the text into three main sections: the concept of and the antecedents centered on the establishment of the Company of Jesus in the New Kingdom of Granada and the main regions in which they established missions, the Jesuit incursions and foundations in the Orinoco region, where the

1 Una versión previa del presente trabajo se presentó en el IV Congreso Internacional de Historia y Ciencias Sociales, realizado en el Museo Tecnológico Mina “Las Dos Estrellas” del de Tlalpujahua, Michoa- cán, México los días 29, 30 y 31 de mayo de 2019. Artículo recibido el 18 de junio de 2019 y aceptado el 1 de agosto de 2019. 2 Licenciado en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México. Actual pa- sante de la maestría en Historia en la misma institución. Contacto: [email protected] 65

Yuyarccuni Año III N° 3 Ismael Jiménez work of the Jesuit Joseph Gumilla, distinguished missionary of the Orinoco, and finally the methods of persuasion, used by the parents of the Company of Jesus, to achieve the stability of their missions.

Keywords: Missions, reductions, Company of Jesus, Orientales plains, Orinoquia.

Introducción

Una de las principales preocupaciones que tuvo la Corona Española, después del proceso de Descubrimiento y Conquista del “Nuevo Mundo”, fue la evangeliza- ción cristiana de los grupos indígenas encontrados en dichos territorios. Era ele- mental promover la difusión del mensaje de Cristo a los habitantes del nuevo con- tinente, puesto que sólo a través del aprendizaje y práctica de la doctrina cristiana podrían alcanzar la “salvación eterna” después de la muerte. La Compañía de Je- sús, fundada en 1540 por Ignacio de Loyola, tuvo como uno de sus fines principales continuar el proceso evangelizador que las órdenes mendicantes ya habían comen- zado en América. Por esta razón, durante los siglos XVII y XVIII, los jesuitas es- tablecieron misiones en diferentes partes del territorio americano, de las cuales so- bresalieron las establecidas entre la nación guaraní en los actuales territorios del , y Brasil. Sin embargo, existieron también otros conjuntos mi- sionales que, si bien no alcanzaron la misma prosperidad, lograron alcanzar cierta autosuficiencia. Este es el caso, por ejemplo, de las misiones de Maynas, localiza- das en los actuales territorios de la Amazonía peruana y ecuatoriana, y el complejo misional de los Llanos Orientales de Colombia que incluían a las regiones en donde se ubican los ríos Casanare, Meta y Orinoco. Dicho complejo alcanzó también al- gunos espacios del occidente venezolano. Así pues, el presente artículo tiene la in- tención de analizar las estrategias y medidas que los jesuitas llevaron a cabo en las misiones de los Llanos Orientales y la Orinoquía, para poder lograr la estabilidad misional.

El concepto de misión y la Compañía de Jesús en el Nuevo Reino de Granada

Posterior a la llegada de los primeros europeos al territorio caribeño después del segundo viaje de Colón en 1493, el macizo continental del Nuevo Mundo se fue poblando de forma paulatina. Gracias a esto, arribaron al territorio las órdenes re- ligiosas y algunos curas del clero secular. Según González (2010), para el caso del actual territorio colombiano, la primera presencia religiosa que se estableció fue en la fundación española de Santa María la Antigua del Darién, en el año de 1510; en este lugar se construyó un convento franciscano. El primer obispo que llegó a esta zona fue Juan de Quevedo, quien tomó posesión en el año de 1514. Junto con la

66

Yuyarccuni Año III N° 3 Ismael Jiménez fundación de ciudades mayormente pobladas en el territorio neogranadino, tam- bién se establecieron diócesis o sedes episcopales más grandes y formalmente esta- blecidas: Santa Marta, fundada en 1534, Popayán en 1546 y Cartagena en 15343. Posteriormente, como es señalado por Egido (2004), en 1567 se conformaría la arquidiócesis de Santafé de Bogotá, la cual incluiría a todas las anteriores. Respecto a la Compañía de Jesús, los primeros jesuitas en establecerse en el Nuevo Reino arribaron al puerto de Cartagena de Indias en 1598, donde estable- cerían un colegio. Sin embargo, como plantea González (2010), su establecimiento formal se daría un año después, cuando entraron a Santa Fe de Bogotá bajo el patrocinio del arzobispo Lobo Guerrero. En 1605 se hicieron responsables del co- legio de San Bartolomé y se encargarían de algunas doctrinas de indios cercanas a la ciudad. Cabe mencionar también que, en el año de 1607, se fundó la provincia del Nuevo Reino y Quito de la Compañía, la cual abarcaba las casas jesuitas de Santafé, Cartagena, Panamá, Quito, el Noviciado de Tunja, la Universidad Jave- riana establecida en 1622 y el Seminario de San Francisco de Popayán. Para fines del siglo XVII, las provincias del Nuevo Reino se separaron de Quito, por lo que se mantuvieron las casas de Santafé, Tunja y Cartagena, además de otras nuevas como Pamplona, Mérida, Mompóx, Honda, Fontibón y la provincia que confor- maban las misiones de los Llanos Orientales. Antes de empezar a hablar propiamente sobre el desarrollo de las misiones de los Llanos, es pertinente dar cuenta del sentido político y espiritual que tenía una misión, para poder entender la dimensión teórica que compone el concepto y le da cierto sentido. Jorge Enrique Salcedo señala que la misión “fue la institución a la que recurrió la Corona Española para asegurar el dominio sobre vastos sectores en tierras americanas ocupadas por una población indígena no encomendada que vivía de manera dispersa y que era resistente al poblamiento hispánico” (González, 2015, p. 20). Esto quería decir que la misión, independientemente del sentido espiritual y evangelizador que la caracterizaba, tenía la intención de establecer pequeños cen- tros de dominio, en donde se podía mantener el control social y político sobre los grupos indígenas que se encontraban dispersos en la región de los Llanos. Así pues, cada misión también conformaba un centro económico en el que se desarrollaban actividades económicas primarias para la subsistencia de sus habitantes. Otra defi- nición más compleja es la que nos ofrece el historiador Bernabéu (2009), quien

3 González resalta las figuras de los obispos Tomás Moro y Tomás de Ortiz, para estas primigenias diócesis. El primero, quién residió en la ciudad de Cartagena, se quejaba del gran desorden moral que prevalecía en dicho lugar; acusaba las arbitrariedades que los españoles encomenderos, cometían en contra de los caci- ques indígenas locales. El segundo, por el contrario, consideraba muy importante el proceso evangelizador, pues mencionaba que los indígenas eran “bestias” que debían ser amaestradas y posteriormente, civiliza- das. 67

Yuyarccuni Año III N° 3 Ismael Jiménez divide el concepto de misión en tres preceptos: el primero, que es de tipo jurídico, señala la autorización papal para convertir infieles en un determinado espacio, el segundo que tiene un tinte más religioso y clásico es el de los conjuntos de trabajos de cristianización y occidentalización de los nativos, y el tercero se encuentra rela- cionado con lo administrativo, geográfico y urbano, ya que es el espacio en el que se encuentran los edificios civiles y eclesiásticos, los campos de cultivo, las vivien- das indígenas, entre otros elementos característicos de un pueblo de misión. Para establecer una división que nos permita regionalizar el trabajo de la Compañía de Jesús en el Nuevo Reino de Granada, retomaremos la propuesta de José del Rey Fajardo, quien se encargó de marcar algunas divisiones geográficas determinas por el establecimiento de misiones en este territorio. Dicho autor pro- pone dos divisiones: La primera es la Línea Urbana, que incluye la fundación del Colegio je- suita de Mérida en 1628 perteneciente a la provincia de Caracas, mientras que la segunda es la Línea Llanera o de los Llanos Orientales, la cual abarca la labor rea- lizada en los siglos XVII y XVIII, específicamente desde el año de 1661 hasta 1767 con tres etapas intermedias: en la región del Meta en 1723, en la Guayana entre 1646 y 1681, y finalmente el intento de algunos jesuitas franceses en 1651 quienes entraron a la región denominada del Guarapiche, y que se fusionarían con las mi- siones de Guayana. Retomando al padre Rey Fajardo, la región de los Llanos puede dividirse en cinco regiones de establecimiento jesuita: la primera es la del Casanare, que conformaba un triángulo cuyo vértice estaba en la confluencia del río de dicho nombre con el Meta y su base en la cordillera andina. La mayor parte de los grupos indígenas que habitaban en esta región pertenecían a la familia Acha- gua. De esta familia lingüística se desprendían otros grupos como los Támaras, los Cacatíos, los Morcotes, los Guaceos, los tunebos y los chitas. Las misiones jesuíti- cas que destacaron a lo largo de los dos siglos de presencia jesuita fueron Nuestra Señora del Pilar de Patute, la Asunción, San Javier, San Ignacio, Pauto y San Sal- vador del Puerto. Esta última podía ser considerada como la misión “madre”. Es importante mencionar que la delimitación de la región casanareña se determinó en la junta eclesiástica realizada por el Arzobispado de Santa Fe el 12 de julio de 1662, donde a la Compañía se le asignó el territorio ubicado “junto al río de Pauto y de allí para abajo hasta la villa de San Cristóbal y ciudad de Barinas, y todos los llanos de Caracas, y corriendo línea imaginaria, desde el río Pauto hasta el Airico com- prendiéndole” (Rey Fajardo, 1979, p.7). La segunda subregión es el Gran Airico, también conocido por los indíge- nas como el territorio de Barraguan. Se extendía desde las villas españolas de San- tiago de las Atalayas y San Juan de los Llanos hasta las inmediaciones con el Ori- noco, dentro de los llanos del Meta. La región era habitada por los indios achaguas y salivas. En este lugar se establecieron las primeras reducciones orinoquenses que

68

Yuyarccuni Año III N° 3 Ismael Jiménez fueron arrasadas por una gran invasión de grupos caribes en el año de 1684. Des- pués de varias refundaciones, para el año de 1695 se habían convertido en un gran fracaso. Sin embargo, estas misiones de corta duración se retomarían en un mo- mento posterior para el establecimiento de las reducciones del complejo del río Meta, y la posterior entrada hacia el Orinoco.

Mapa 1: Grupos indígenas de los Llanos Orientales y el Orinoco durante los siglos XVII y XVIII

Fuente: Lina Marcela González Gómez (2015). Un edén para Colombia al otro lado de la civilización: los Llanos de San Martín o Territorio del Meta, 1870-1930. Medellín. Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas y Económicas. p. 135.

De esta región se desprende la tercera, la cual tiene por nombre Airico de Macaguane. Delimitaba al norte con el río Apure y al sur con el río Macaguane. El grupo más destacado de la región fue el betoye, de cuya familia lingüística se desprendían los grupos guanero, agualo, malafito, lolaca, anabali, quilifaye, situja y guaracapone. Este espacio se consolidó en los primeros decenios del siglo XVIII, específicamente durante la gestión misionera del padre José Gumilla y de su ayu- dante, el cacique Antonio Calaimi. Estrechamente relacionada, se encontraba la cuarta subregión denominada del Meta que comprendía el gran espacio ubicado entre la desembocadura del Casanare y la confluencia del citado río con el Orinoco. Como su nombre lo indica, en este territorio se consolidó el complejo misionero del Meta, a mediados del siglo XVIII. Para el año de 1751 se encontraban estable- cidas las misiones de Santa Teresa, San Joaquín, Beato Regis de Guanapalo y Nuestra Señora de la Concepción, las cuales lograron una mayor estabilidad eco- nómica. Al igual que las anteriores, esta región se encontraba habitada por grupos 69

Yuyarccuni Año III N° 3 Ismael Jiménez achaguas y salivas en mayor medida, pero también se encontraban los grupos de guahivos, chiricoas, cabres y amarizanes. Finalmente tenemos la región jesuítica del Orinoco, que era la más alejada de todas las que poseía la provincia de Nuevo Reino. Retomando a Rey Fajardo, se caracterizaba por la abundante presencia de mosaicos de pequeñas y diversas naciones. La mayor parte de ellas habitaban en distintos lugares de forma cíclica y rotativa; había grupos tanto nómadas como sedentarios. Podían habitar en diversos lugares a lo largo del año, ya fuera en las serranías, llanos u orillas de los cursos de los ríos. Retomando la clasificación realizada por el jesuita Felipe Salvador Gilij en el siglo XVIII, los grupos orinoquenses se dividían de la siguiente manera: en el Alto Orinoco se encontraban los indios cáveres, parenes, guipunaves, marepizanos y amuizanos. Todos ellos eran visitados eventualmente por los misioneros que pro- venían de las misiones. En la ribera izquierda del Orinoco se encontraban los indios otomacos, guahivos, chiricoas y yaruros; en esta margen del río se fundaron las misiones de Cabruta, Raudal de Maipures y ciudad de San Fernando. En la ribera derecha des- tacaba la presencia de los indios quaquas, aquerecotos, aikeam-benanó, payuros, oyes, o amazonas del cuchivero, voqueares, guaiqueríes y caribes. En esta misma ribera, justo en el centro del río, habitaban los parecas, uaracápachilí, potuaras y uara-múcure. Hacia el lado occidente de la ribera derecha estaban los indios me- pures, yaruros, mapoyes, piaroas, maipures, avanes y quirrupas. Como señala Gi- lij (1965), cercano a este lugar, a orillas del curso del río Ventuari, que era otro afluente, sobresalían los indios areverianos, maquiritares, puinaves, masarinaves. Las principales reducciones jesuíticas establecidas en la margen derecha del río fue- ron La Encaramada, la Urbana, San Borja, Carichana, Pararuma, y el Raudal de Atures. Retomando el argumento de José Eduardo Rueda (2018), las misiones je- suitas, tanto en la región de los Llanos Orientales como en la Orinoquía, tuvieron una base étnica de grupos más numerosos, los cuales eran los achaguas, los beto- yes, los salivas, los airicos y los giraras; dichos grupos tenían la característica de ser horticultores especializados en el cultivo de la yuca, ya que podía diseñar algunas terrazas de cultivos que se adaptaban a los intensas lluvias, o por el contrario, a las sequías.

Primeras fundaciones jesuitas en la Orinoquía. La labor del padre Joseph Gumilla

Las misiones establecidas en esta región desde 1680, sufrieron particularmente en cuanto a su estabilidad a causa de las invasiones de indios caribes provenientes del Atlántico quienes arrasaban con los pueblos recién formados, ya que buscaban la obtención de mano de obra esclava para después comerciarlos con algunos colonos

70

Yuyarccuni Año III N° 3 Ismael Jiménez holandeses y portugueses que habitaban en la región. Por esta razón, se tuvieron que refundar algunas veces los pueblos de misión, lo cual provocaba que se volvie- ran muy inestables e itinerantes. Las primeras reducciones de la Orinoquía sobrevivieron con relativa esta- bilidad hasta el 7 de octubre de 1684, fecha en que tuvo lugar la gran invasión de indios caribes no reducidos quienes arrasaron con casi todas las reducciones. Ade- más de esto, los jesuitas encargados Gaspar Beck, Ignacio Theobast y Cristóbal Ruedel fueron asesinados, con excepción del padre Agustín de Campos quien ha- bía regresado a los Llanos de Casanare antes del acontecimiento, y el padre Julián de Vergara quien alcanzó a huir. En la crónica Historia de las Misiones Jesuitas en los Llanos del Casanare, Meta y Orinoco, el jesuita Juan Rivero describe con dete- nimiento las muertes del padre Beck y Teobast, además del robo que cometieron dentro de las reducciones. De dicha situación señala que:

Cortaron la piernas y brazos de los padres Bek y Teobast, y se los llevaron […] extendieron su rabia a cuantos pudieron […] fueron ocho, españoles e indios, […] habiendo profanado todos los demás de los templos, robaron cuanto pudieron y quisieron, y prendieron fuego a las iglesias y casas. (Rivero, 1883, p. 258)

Como se mencionó anteriormente, el padre Julián de Vergara alcanzó a salir del complejo orinoquense con 24 indios, y juntó con ellos realizó un viaje de 105 días, hasta que llegaron a la misión de San Salvador del Puerto de Casanare el 22 de enero de 1685. Con este acto, el intento de establecimiento de reducciones en la Orinoquía fracasaba de manera rotunda. A pesar de esta situación, la Compañía realizó el intento por establecer de nueva cuenta las reducciones jesuitas. Para ello recurrieron a la gestión con la Au- diencia de Santa Fe para recibir apoyo militar, y se lograría el nombramiento del capitán español Tiburcio Medina como el encargado de vigilar el cuidado de los jesuitas y de las misiones. Este sería acompañado por una escolta de 16 hombres, quienes tendrían el encargo de fundar un presidio en Carichana, el cual se estable- cería en la región del Orinoco Medio (Rey Fajardo, 1973, p. 194). La reducción de Peruba fue de las únicas que sobrevivió al ataque de 1684, al igual que la de los Adoles, por lo que el nuevo trabajo misionero no comenzaría de cero y se retoma- rían las actividades en ambas reducciones. Para su supervivencia, el presidio de Carichana se tenía que apoyar en el que ya existía en la villa española de la Gua- yana, en el actual territorio venezolano, y era necesario que se reforzara con una mayor cantidad de soldados. Por otro lado, se insistía en que la protección a la región del Orinoco fortalecería los circuitos comerciales entre los Llanos y la Gua- yana, además de que se podrían establecer puertos donde se comerciaran algunos

71

Yuyarccuni Año III N° 3 Ismael Jiménez productos como lienzos, mantas y tabaco. También se podría fomentar con mayor medida las actividades agrícolas y ganaderas. Para el nuevo intento de establecimiento en 1690, fueron destinados a la Orinoquia los padres Alonso de Neira, como superior, José Cavarte, José de Silva y Vicente Loverzo (Santos, 1992, p. 254). En 1694, la provincia jesuita acudió de nuevo a la Real Audiencia para solicitar más soldados que apoyaran a los religio- sos. Gracias a esta gestión, serían nombrados doce nuevos miembros, cuyo capitán era el español Félix de Castro. Los viajes de exploración se realizaron hacia las dilatadas montañas del Airico, región habitada principalmente de indios salivas. El primer pueblo de salivas visitado por Cavarte tenía el nombre de Quirasiveni, el cual estaba bajo la administración política de un cacique llamado Cusinituy. Dicho individuo tomaría el nombre de Antonio después de pasar por el bautismo cristiano (Rivero, p. 311). También el padre Cavarte realizó un contacto con los indios guahivos, quienes les recibieron en términos de paz. Al realizar la entrada, se hizo entrega al cacique de algunos donecillos. Gracias al convencimiento que se dio entre este grupo, los jesuitas recibieron la noticia de la existencia de naciones que se encon- traban en la región, destacando algunos achaguas. Cavarte dio noticia de lo averi- guado al superior de los Llanos, y descubrió un nuevo camino por el que se podía entrar con mayor facilidad y rapidez a esta región, que era a través de los Llanos de San Juan, ubicados al sur de Santafé de Bogotá. Por orden del visitador jesuita Diego Francisco de Altamirano, se determinó que el acceso al gran Airico debía realizarse por esta vía. Al mismo tiempo, nombró a dos nuevos miembros que te- nían que auxiliar al padre Cavarte: los padres Mateo Mimbela y Alonso de Neira, quien ya había laborado en Casanare. En uno de sus informes el jesuita Mimbela describió la manera en que el padre Cavarte realizaba las entradas de la forma si- guiente:

El día 27 de enero del presente año, salió dicho Padre Neira de este sitio de Sabana Alta, en busca del Padre Cavarte y de las Naciones pobladas del Ai- rico; fueron en su Compañía los Alcaldes de San Juan con otros seis hombres blancos y siete indios; no llevaba el padre guía […] deliberaron dirigir la de- rrota en busca del río Ariari […]

Luego que amaneció entró más adentro y halló una parcialidad de indios que se asustaron mucho viendo gente blanca, y echando mano de sus arcos y fle- chas venenosas, se pusieron en disposición de querer pelear, pero un indio Achagua de los nuestros los sosegó, […] diciéndoles que no pretendían ofen- derlos ni hacerles daño alguno. (Rivero, p. 315)

72

Yuyarccuni Año III N° 3 Ismael Jiménez

Se determinó que el padre Mateo se quedará en la población de Sabana Alta y que el padre Neira debía encontrarse con el padre Cavarte. Para apaciguar a los indios, el padre Neira se valió del recurso de entregar donecillos y herramien- tas al cacique. Este les entregó a los jesuitas algunas cartas escritas por el padre Cavarte, que el alcalde español de nombre Solórzano le había llevado para que se les entregara a los religiosos que estaban próximos a venir. De esta manera, comprendieron que el padre José se encontraba muy cerca de este pueblo. Dos días después de su llegada, el cacique llevó al padre a otro caserío de indios de otra nación, con distancia de dos leguas desde donde se encon- traban. Al llegar, el padre volvió a repartir algunos donecillos a cambio de que le entregaran algunas canoas que les sirvieran para futuras exploraciones y también de que le elaboraran cazabe para sus provisiones. Para obtener las canoas el padre les dio “una camiseta, unos calzones, un cuchillo y otras alhajuelas” (Rivero, p. 318). Con las canoas en su poder, partió por el río Guaviare hacia el sur, un mes después de haber salido de Sabana Alta, en los Llanos de San Juan. Después de un largo viaje por tierra, navegando algunos cursos de ríos y caminando a pie, Neira se topó con dos indios que cultivaban una labranza. Al ver al jesuita, estos individuos le dijeron que a medio día se encontraba el caserío de una nación llamada amarizane (Rivero, 883, p.320). Los indios le comunicaron que habían sido enviados por el cacique del pueblo de Quirasiveni quien mantenía estrechas relaciones con ellos, puesto que su esposa pertenecía a esta etnia. Los amarizanes también le dijeron al padre que la razón principal por la que lo buscaban dichos indios chanapes era para que los defendiera de algunos grupos caribes que los inquietaban. Así, desde el pueblo de los Amarizanes el padre envió un informante para que le avisara al padre Cavarte, de su llegada. Al recibir la noticia, éste fue a buscarlo. Según Rivero, a pesar de que los amarizanes estaban sobre aviso de que entraría a sus territorios un nuevo misionero, lo recibieron con armas en la mano, ya que algunos de ellos aborrecían a los blancos como conse- cuencia de las alianzas que algunos comerciantes establecían con los caribes que eran sus enemigos (Rivero, 1883, p.322). Sin embargo, el cacique logró tranquilizar a su pueblo y mandó que le construyeran al padre un lugar donde hospedarse. Para comenzar con la enseñanza de la doctrina cristiana, el padre Neira juntaba a todos los niños y niñas, mañana y tarde, en una plazuela frente de su casa, para rezar las oraciones. En cuanto al adoctrinamiento de los adultos, el do- mingo se encargaba de juntar a todo el pueblo, y por espacio de media hora expli- caba algún pasaje bíblico, del evangelio o algún mandamiento. A su vez juntaba todos los días afuera de su casa a los mozos más capaces del pueblo, y por espacio de una o dos horas intentaba catequizarlos. Gracias a las exploraciones que realizó, tuvo por bien averiguar que en el Airico había diez y siete pueblos de indios de la nación achagua; pequeños todos,

73

Yuyarccuni Año III N° 3 Ismael Jiménez y distaban uno o dos días entre ellos (Rivero, 1883, p. 327). También se dio cuenta de que se podía constituir un circuito comercial entre esta región y el Orinoco gra- cias al establecimiento de sistemas reduccionales. Existían las vías accesibles para establecer comunicación con las naciones que se encontraban en el Orinoco, des- tacando el río Guaviare, que fue por donde realizó sus viajes el padre Cavarte, desde los llanos de San Juan hasta la región del Airico en un promedio de quince días. Además de ello, sus tierras se caracterizaban por ser fértiles, por lo que el establecimiento de misiones sería más factible. Los trabajos de estos misioneros se mantendrían en un constante ir y venir hasta el año de 1715, cuando arribó a la región del Orinoco uno de los misioneros más reconocidos: el padre José Gumilla.4 Éste trabajaría principalmente con los indios betoyes, en la misión de San Ignacio de Betoyes, fundada en 1717 (Egaña, 1966, p. 999). Para el año de 1735, Gumilla había logrado establecer cuatro reduc- ciones importantes: Carichana, Nuestra Señora de los Ángeles, San José y San Ig- nacio. Las primeras etnias con la que comenzó su labor espiritual fueron los grupos betoye y lolaca, entre los años de 1715 y 1716, ubicados en la región del Airico de Macaguane. Las misiones establecidas entre estos grupos tomarían el papel de ca- beceras y serían los puntos de partida para posteriores exploraciones. El grupo betoye era conocido por los jesuitas antecesores al padre Gumilla, ya que se habían establecido algunas relaciones comerciales con ellos desde el año de 1703. Sin embargo, no tenían un misionero propio por el poco personal que existía en las misiones de Casanare y en el colegio jesuita de Santa Fe de Bogotá. De esta manera, para fortalecer la relación que los religiosos tenían con este grupo, era esencial que se conformara una misión y se le asignara un misionero propio. En la historia del padre Rivero se relata la manera en que los jesuitas rea- lizaron el primer contacto con el grupo betoye en 1703. Para comprender este he- cho, es imprescindible destacar las acciones del cacique Calaimi o Calaima, que habitaba en la misión casanareña de Tame, quien era fiel amigo de los jesuitas desde que fue adoctrinado y bautizado, y se encargó de realizar algunos viajes de exploración en busca de grupos que pudieran ser reducidos. Respecto a esta situa- ción, el padre Rivero menciona que:

4 José Gumilla nació en el año de 1686, en la villa de Cárcer, perteneciente al reino de Valencia. Sabemos que ingresó a la Compañía de Jesús en 1702 y se embarcó hacia América en 1705, donde arribaría a terri- torio neogranadino, específicamente al puerto de Cartagena de Indias. Posteriormente se trasladaría a la ciudad de Santa Fe de Bogotá, donde concluyó su formación sacerdotal en la Universidad Javeriana; gracias a ello, se ordenó como sacerdote en 1714. Después de este hecho, se trasladó al colegio que la Compañía había establecido en la ciudad de Tunja. Al año siguiente, el padre Mateo Mimbela, provincial jesuita del Nuevo Reino de Granada lo mandó llamar para que se trasladara a las misiones de los Llanos. De esta ma- nera, entre los años de 1715 y 1737 se dedicó enteramente a su trabajo como misionero. 74

Yuyarccuni Año III N° 3 Ismael Jiménez

Salió D. Antonio Calaima, girara de nación y cantor de su pueblo de Tame […] después de haber rodado fortuna por el camino de Pamplona y Tunja hasta la ciudad de Pedraza, oyó conversar en este sitio a unos indios que ra- zonaban entre sí, y aunque su lenguaje le era extraño, comprendió algunas razones por las cuales conoció que aquella lengua dimanaba de la de los Gi- raras o de la suya misma […] trabó una larga y franca conversación, en virtud de la cual le dieron noticias de cómo eran. (Betoyes, p.339)

Posteriormente, estos indios lo llevaron con otro grupo que era el de los guaneros, quienes lo recibieron cálidamente. Se quedaría a vivir entre ellos alrede- dor de un mes, con la intención de convivir y persuadirlos de que se trasladaran a la misión en donde el residía; para ello, les comentó que en la reducción encontra- rían nuevas formas de sustentabilidad. Continuaría su camino al lado de los beto- yes, y pasando cerca del curso del río Apure se encontraría con la nación de los citujas, quienes estaban organizados en tres familias, y también se mostraron ante él pacíficamente.

Mapa 2: Misiones religiosas en los Llanos Orientales y el Orinoco durante los siglos XVII y XVIII

Fuente: Lina Marcela González Gómez (2015). Un edén para Colombia al otro lado de la civiliza- ción: los Llanos de San Martín o Territorio del Meta, 1870-1930. Medellín: Universidad Nacional de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas y Económicas, p. 143.

Con algunos de ellos trabó muy estrecha amistad. Al final de su viaje con los betoyes, arribó al caserío de Isabaco, nombre tomado de su cacique quien era

75

Yuyarccuni Año III N° 3 Ismael Jiménez el más longevo. Siguiendo el relato de Rivero, el recibimiento no fue del todo agra- dable en un inicio, pues lo recibieron con algunas armas en mano al tratarse de un desconocido (Rivero, 1883, p. 340). En este lugar, Calaimi permaneció por algunos días, para después regresar a su hogar en la misión de Tame, acompañado de diez y seis indios betoyes de diferentes familias. Estos indios serían los primeros en ser bautizados y adoctrinados por el jesuita Juan de Ovino, quien era el encargado de dicha reducción. Este religioso encargó a Calaimi que regresara a las tierras de los betoyes y que intentara conven- cerlos de trasladarse a Tame, pero esta vez acompañado por él mismo. Gracias a la persuasión ejecutada por el cacique, se logró que los indios recibieran en térmi- nos de paz al misionero. Sin embargo, el padre Ovino padeció el traslado de los betoyes a la reducción de Tame, ya que les costó mucho trabajo abandonar su lugar de origen y no querían realizar un viaje largo. A pesar de que el jesuita logró la mudanza de la mayoría y les señaló algunas tierras para que realizaran sus labran- zas, algunos de ellos comenzaron a enfermar como consecuencia de la travesía que habían realizado y fueron muriendo poco a poco hasta que quedó solo la mitad de la población betoye que se había trasladado. Por dicha razón, los sobrevivientes decidieron huir al interior de la selva, ya que su permanencia en la misión era riesgosa. Como consecuencia de esto, Ri- vero menciona que:

Fue en su seguimiento D. Antonio, como cacique suyo, y habiendo cogido presos a los dos capitanes de aquella tropa, trajo otra vez a Tame a los fugiti- vos, [aunque estos] se huyeron segunda, tercera y cuarta vez, sin ser suficientes las razones con que procuraba persuadirles lo contrario el Padre. (p.343)

Como se puede apreciar en la crónica de Rivero, las huidas de los indios fueron una constante en las primeras reducciones establecidas entre los betoyes. Por esta razón, se llegó a la relativa solución de establecer un pueblo en otro sitio. El jesuita Ovino resolvió que diez familias se retirasen a un sitio llamado Casiabo, cerca del curso del río Cravo, el cual corría a las espaldas de Tame. Para obtener con mayor seguridad el consentimiento de los indios, se determinó que Antonio Calaimi se fuera a vivir con ellos y ejerciera el oficio de cacique y misionero a la vez explicar esto. La población de Casiabo se mantuvo hasta la llegada del padre Gumilla a la región orinoquense, en 1715. Es posible apreciar que la presencia y la labor del cacique Calaimi fue determinante para que los jesuitas pudieran ejercer su ministerio entre infieles. De otra manera, la situación se hubiera complicado aún más para ellos. El cacique Calaimi siguió ejerciendo el papel de cacique y además tomó el

76

Yuyarccuni Año III N° 3 Ismael Jiménez cargo de embajador para el establecimiento de alianzas con grupos indígenas pró- ximos a la reducción y que no habían sido reducidos. De esta manera, la alianza entre Gumilla y Calaimi representó una de las estrategias más destacadas de la Compañía en sus misiones, para poder establecer una comunicación y una alianza efectiva y duradera con los gobernantes indígenas (Cairo y Rozo, 2006, p. 157). Estos a su vez, se encargarían de persuadir a su grey de reducirse. Esta sería la primera fundación realizada por el padre Gumilla en la región orinoquense.

Métodos de persuasión jesuita en la Orinoquía

En cuanto a las estrategias realizadas por los jesuitas del Orinoco para el manteni- miento de sus misiones, destacaba la gestión política que realizaban con las auto- ridades políticas del Nuevo Reino. Dicha medida fue utilizada desde los primeros intentos evangelizadores en el territorio orinoquense, específicamente en el año de 1679. En ese año, los padres Ignacio Fiol y Felipe Gómez fundaron las misiones de Cataruben, Santa María Adules, Peruba, Cusía y Duma en territorio orino- quense, y para mantener la estabilidad y duración de estas reducciones, solicitaron a las autoridades de Santa Fe de Bogotá la mudanza de algunas familias españolas, cuyas principales cabezas podían cumplir la función armada para la protección de los misioneros; también solicitaron la donación de dos estancias de tierra, en donde se conformarían hatos de ganado indispensables para el sustento económico. El presidente de la audiencia Francisco Castillo de la Concha accedió a ambas peti- ciones, y dio instrucciones al gobernador de los Llanos Orientales Pedro Daza y Espeleta el 2 de enero de 1682 para que se cumpliera la solicitud (Pacheco, 1959, p. 402). Esta se haría oficial con la expedición de la cédula de 17 de febrero de 1683, firmada por el rey español. Para realizar los primeros contactos con los indios orinoquenses, los jesui- tas debían realizar las entradas a su territorio con la intención de persuadirlos y convencerlos de que la vida en reducción era su mejor opción. Es importante men- cionar que la persuasión fue un método utilizado por otras órdenes religiosas paras el establecimiento de misiones, especialmente la orden franciscana. La primera es- trategia de persuasión tenía lugar dentro de las excursiones que los misioneros rea- lizaban al interior de la selva en distintos períodos anuales (Rey Fajardo, 2005, p.161). El procedimiento consistía en la salida de un misionero de la reducción principal para realizar una visita evangelizadora orientada a grupos de la misma etnia de esta última, con el previo conocimiento de la lengua del grupo con quien iba a tratar, y de esta manera establecer re laciones mayormente estrechas con el o los caciques (Rueda, 178). En estos viajes de exploración se conformaba una especie de embajada con indios ya reducidos que tenían conocimiento de los grupos próximos a reducir.

77

Yuyarccuni Año III N° 3 Ismael Jiménez

Después de la entrega de herramientas y donecillos a los caciques locales, los reli- giosos intentaban hacerles ver a los nuevos grupos las ventajas y beneficios que traía la vida en reducción. El padre Gumilla señalaba en su crónica que gracias a la entrega de herramientas y obsequios se podía facilitar la reducción de los grupos locales. Siguiendo el argumento de José del Rey Fajardo, las entradas misioneras se planificaban con meses de anticipación (Rey Fajardo, 2005, p. 140). La emba- jada debía estar presidida por el misionero, quien iba acompañado de 12 o 14 indios y algunos pocos soldados. El misionero debía averiguar con anterioridad si los gru- pos por reducir eran dóciles u hostiles, si eran o no comunidades guerreras, si te- nían una población fija o era más bien itinerante. Se enviaban con anticipación a algunos embajadores, quienes debían tratar con los caciques y agasajarlos con ob- sequios o herramientas de trabajo. Algunos de los embajadores debían conocer las lenguas de los grupos próximos a reducir. Estos daban la promesa de que se redu- cirían, aunque en ocasiones tardaban largos períodos de tiempo para trasladarse a las reducciones jesuitas, y en varias ocasiones nunca se lograba el objetivo de la reducción. Estas visitas debían realizarse una o dos veces al año. La mayoría de las veces se acudía a los integrantes de una familia lingüística ya conocida, además de que se buscaban enclaves comerciales existentes entre grupos reducidos y no redu- cidos sobre los cursos de los ríos, lo que permitía tener mayor conocimiento sobre los segundos. También la presencia de los llamados “misioneros volantes” (Rey Fajardo, 2005, p. 161), los cuales se mantenían recorriendo permanentemente la geografía misional en busca de indios nómadas o desconocidos para congregar. De esta manera, el establecimiento de una misión representaba un proceso prolon- gado, desde la captación del indio en el territorio que habitaba, su instalación en la misión, la adaptación y la aceptación de las estructuras y leyes que regían dentro del nuevo régimen misional. La estrategia de la construcción y conformación de las misiones mismas también merece ser atendida. Antes que nada, se debe mencionar que la reducción hacía referencia a la ciudad clásica renacentista, con una Iglesia, ayuntamiento y plaza de mercado (Rey Fajardo, 2005, p.162). De este modo, pervivía un balance entre el aspecto religioso, el político y el económico. Esta concepción jesuita de la ciudad ordenada se debía adaptar a las condiciones geográficas determinadas en cada territorio donde se pretendían establecer complejos misionales; estos se con- formaron como centros urbanos en miniatura, con capacidad de ser autosuficientes e incluso producir ciertos excedentes que satisficieran a los mercados regionales externos. Retomando al padre Gilij, misionero del Orinoco, los jesuitas defendían el establecimiento de las reducciones en las regiones tropicales a la orilla de los ríos (Tovar, 1965, p. 8), para tener una comunicación práctica entre cada una de ellas.

78

Yuyarccuni Año III N° 3 Ismael Jiménez

La congregación de los indios era la primera etapa en todo el proceso de acultura- ción5. Sin lugar a duda, la “vida en policía” tendría un nuevo régimen de tiempo. Con ella, se crearon nuevas relaciones personales, estructuras familiares y sistemas de creencias entre indios y misioneros. Este hecho originó cierta “desestructura” de la organización social de cada uno de los grupos orinoquenses (González Gó- mez, p.36), por la conformación de familias más reducidas, poblamientos centra- dos en regiones más específicas y la conformación de poblaciones fijas y que pu- dieran ser estables. De esta manera, los jesuitas actuaban como agentes del cambio cultural, al apartar a los indios de sus formas de vida tradicionales para poder inte- grarlos a los pueblos de misión, y con eso podrían integrarse a la creencia de la fe cristiana y a las prácticas del orden social y cultural impuesto. (Del Río, p.164) En cuanto a la arquitectura de las misiones, cabe mencionar que su traza urbana podía ser regular o espontánea. Retomando a González Mora, es posible notar una evolución tecnológica entre las misiones orinoquenses y sus predecesoras como las establecidas en Casanare ya que hubo un paso de una arquitectura natu- ral, en la que destacaban el uso de hojas de palma y teja, a una maderera (González Mora, 2003, p.115). Se usaba también la técnica de calicanto, tapia y barro cocido para elaborar las tejas y los ladrillos de cada una de las construcciones. De esta manera surgió una arquitectura de tipo mixta, a partir del uso de técnicas europeas y locales. La mayoría de las misiones mantenían cierto arquetipo de construcción. Las construcciones más importantes serían la Iglesia, la casa del misionero, la es- cuela de primeras letras y de música, así como también los talleres de distintos oficios. Respecto a la producción agrícola y ganadera de las misiones del Orinoco, se realizaba la técnica de rotación de cultivos, se criaban animales como las reses, puercos y aves de corral, se utilizaba el arado para las prácticas agrícolas y también se fomentó el cultivo de árboles frutales como complemento; se conformaron tam- bién sementeras de yuca y plátano. En las reducciones el establecimiento de las escuelas de música y arte, así como talleres de oficios era esencial, ya que se consideraba que la enseñanza era la base del cambio social, económico, moral y religioso (Rey Fajardo, 2005, p.36). Sobre todo, las esperanzas del futuro de las reducciones se ceñían a los miembros más jóvenes de la reducción. A estos se les moldeaba según los valores de la nueva

5 Para definir el término de aculturación, retomamos el concepto utilizado por Nathan Watchel quien lo define como la aportación de la cultura occidental a las americanas y como la evolución cultural de un pueblo, marcado por algunas innovaciones en sus formas de vida. Sin embargo, otro elemento que comple- menta la idea de Watchel es el que propone Ignacio del Río, dentro del cual se enmarca la presencia de una autoridad dominante, en este caso los misioneros, quienes intentaban regir la vida cotidiana de los indios al provocar que se alejaran de sus formas de vida tradicionales. Ver Nathan Wachtel (1985). “La acultura- ción”. En Jacques Le Goff y Pierre Nora (eds.) Hacer la historia I: Nuevos problemas, Barcelona, Editorial Laia, 1985, 136 e Ignacio del Río (1998). Conquista y Aculturación en la Jesuítica 1697-1768, Mé- xico, IIH-UNAM, 1998, 164. 79

Yuyarccuni Año III N° 3 Ismael Jiménez misión, y era uno de los primeros pasos para la conversión del indio en súbdito de la Corona. Así pues, la escuela era una necesidad primaria en toda misión, se en- señaba el catecismo en lengua vernácula por la mañana, en la tarde después de la misa se enseñaba la doctrina y la enseñanza del rosario se impartía al oscurecer, generalmente fuera de la casa del misionero. En cuanto a la enseñanza de los adul- tos, se centraba su atención los sábados, mientras que el domingo se impartía en castellano el sermón de la misa (Rey Fajardo, 2005, p. 167). Por otro lado, en rela- ción con el ámbito educativo, las escuelas de primeras letras también eran escuelas de música. El cultivo de la música en las reducciones era un medio didáctico esen- cial para el proceso de evangelización. Entre los misioneros jesuitas, estaba la pre- sencia de algunos maestros de música, así como también de aquellos indios que tenían una gran habilidad para ejecutar los instrumentos (Bermúdez, 1998, p.152). A partir de la enseñanza musical, se desprendía la participación de las etnias en eventos litúrgicos y públicos, puesto que en ellos se interpretaba música y cantos religiosos. Por ejemplo, en la misión de San Ignacio de Betoyes, el padre Gumilla fundó una escuela de música para niños con maestros no jesuitas, a quienes pagaba con su propio peculo, mientras que en la misión de Guanapalo el padre José Ca- barte contrató un maestro de música para la enseñanza de los niños, en el año de 1723 (Rueda, p. 195). De esta manera, la enseñanza del canto en las escuelas de primeras letras, así como de la ejecución de instrumentos musicales eran dos as- pectos que no podían faltar en las reducciones. Si bien la existencia de fuentes primarias que nos aporten una idea sobre los inventarios de instrumentos musicales y libros de canto dentro de las misiones orinoquenses es prácticamente nula, si existen para los complejos del Casanare y Meta, los cuales se encontraban íntimamente relacionados con los de Orinoco. Se- gún lo que mencionan dichas fuentes es que, en las iglesias jesuitas de Casanare, específicamente la de Pauto, contaban con instrumentos musicales como el órgano, los violines y las flautas. También se contaba con diversos libros de oración escritos en latín, así como también de villancicos. En la misión de San Ignacio de Betoyes y en la de San Francisco Javier de Macaguane también se contaba con un órgano mediano, una clave, y una buena cantidad arpas, violines y flautas (Bermúdez, p. 156). Gracias a los registros que se tienen, es posible pensar que la consolidación de la enseñanza musical en Casanare tuvo mayor impacto que en la región orino- quense. Sin embargo, es probable que en la segunda también se contara con una gran cantidad de instrumentos musicales, así como también de maestros jesuitas e indígenas ejecutores. Retomando todos los puntos señalados, se puede decir que, a través de la enseñanza de la doctrina cristiana, se desprendían tres formas esen- ciales para transmitir el Evangelio: a través de la liturgia, la predicación y el arte misional, relacionado con las pinturas, imágenes de santos y arquitectura presentes

80

Yuyarccuni Año III N° 3 Ismael Jiménez en cada uno de los templos misioneros (Rey Fajardo, 2005, p.148). De esta manera, existía una enseñanza paralela entre la doctrina, la liturgia y la música. Esto se complementaba con la enseñanza de algunas de las bellas artes, como la pintura y la escultura para la ornamentación de las iglesias, así como también algunas arte- sanías como la mueblería y la cestería (Salcedo, 2000, p.106). Después de contextualizar un poco el desarrollo misional de los jesuitas en el oriente del territorio neogranadino y de mencionar los nombres de algunos jesuitas dignos en la zona, es pertinente detallar algunas técnicas o métodos que empleó la Compañía para lograr su objetivo evangelizador. Las primeras activida- des eran elegir un lugar lo más ameno posible para asentar un pueblo misional y buscar los grupos humanos a reducir. Este sitio debía encontrarse cercano al río por dos razones: para que la tierra fuera muy fértil para el desarrollo de los cultivos y para que la misión tuviera un fácil acceso y se encontrara comunicada con otras reducciones o con pueblos españoles (Pérez Ángel, 1998, p.94). Para facilitar el acercamiento con los indios, los jesuitas podían acercarse a miembros de una misma familia lingüística o localizar algunos enclaves comerciales que los nativos mantenían entre ellos (Rey Fajardo, 2005, p.161) para, de esta manera, ubicar los lugares de mayor afluencia poblacional. Otro método de convencimiento al que recurrieron los misioneros fue la entrega de herramientas de cultivo, cuchillos, ha- chas, cuentas de vidrio y demás obsequios que podían ser atractivos para los grupos indígenas (Rey Fajardo, 2005, p.162). Además, es preciso mencionar que el aprendizaje de las lenguas o dialectos locales por los padres de la Compañía era necesario para facilitar la comunicación y la enseñanza de la doctrina. Es por ello que los religiosos que llegaban al Nuevo Mundo a trabajar en los pueblos de misión debían tener ciertas cualidades que res- pondieran a las necesidades de estos últimos. Una de ellas era la capacidad de aprender lenguas ajenas, o mínimo una que fuera posible generalizar. Por esta ra- zón algunos de los jesuitas de la región escribieron catecismos y gramáticas en dia- lectos locales para facilitar el aprendizaje de estos (Egaña, p.545). Para dar a conocer la doctrina cristiana, los padres de la Compañía sepa- raban a los más jóvenes de los ancianos, y conformaban dos grupos de enseñanza. Confiaban en que los indígenas de temprana edad pudieran aprender y memorizar con mayor facilidad sus contenidos, además de que era posible que se adaptaran rápidamente al nuevo sistema misional. Retomando el concepto de “cultura reduc- cional” de David Block, especialista en el desarrollo de las misiones jesuitas de Moxos y Chiquitos en el actual oriente boliviano, es posible señalar que los religio- sos de los Llanos tenían el objetivo de constituir pequeños centros urbanos autóno- mos, autosuficientes económicamente y que fueran capaces de surtir y beneficiar a los mercados españoles (Rey Fajardo, 2005, p.139). Para ello, introdujeron méto- dos que innovaran la producción agrícola como el uso de nuevas herramientas, la 81

Yuyarccuni Año III N° 3 Ismael Jiménez rotación de cultivos, el surco de suelos y el uso de arado para raspar la tierra; ade- más, también establecieron hatos de ganado vacuno y caballar. Respecto a la pro- piedad de la tierra, prevaleció la existencia de los dos tipos: privada y comunal (Pérez Ángel, p.194). También se construyeron pequeños talleres de herrería, car- pintería, tejería y adobería para que los indígenas aprendieran un oficio, y se logra- ron formar algunos maestros artesanos que se dedicaban a la enseñanza de la pin- tura, la escultura y la mueblería (Salcedo, p. 106). En cuanto a la composición urbana de las misiones casanareñas y de la Orinoquia, es pertinente mencionar la presencia de las construcciones religiosas e institucionales importantes. En primer lugar, se encontraba la plaza principal la cual era el componente espacial más importante de toda la reducción (González Mora, 2005, p.422). Dentro de ella, se realizaban las procesiones religiosas, los bailes y las actividades recreativas. A un costado de ésta, se encontraban la iglesia de la misión y la casa donde residía el misionero; a los otros tres costados de la plaza, se encontraban las casas de la escuela, la herrería, la carpintería, el cuartel y las viviendas de los indígenas. Como complemento de la plaza, en las esquinas del espacio central, se podían localizar algunas capillas posas, que eran utilizadas para colocar la custodia con el Santísimo Sacramento durante las procesiones del Cor- pus y la Semana Santa. Otras construcciones eran las viviendas de los indígenas, volúmenes rectangulares largos y altos, construidos con materiales perecederos como el bahareque y la palma; la casa del misionero, localizada a un costado de la Iglesia o en medio de la plaza; la escuela de primeras letras para los niños, la he- rrería, la carpintería, la cocina, el hospital; el cuartel, que era un espacio de uso estrictamente militar, construido como consecuencia de los ataques de indios cari- bes y la casa del cabildo, espacio que se ocupaba para la reunión de los integrantes del cabildo indígena (González Mora, 2005, pp. 425-431). El aparato político local establecido al interior de las reducciones por los religiosos puede ser considerado como otra estrategia de persuasión jesuita para mantener el orden y la estabilidad en estas mismas. Los caciques nombrados por las autoridades civiles y religiosas gozaban de dignidad perpetua y hereditaria; usa- ban el bastón de mando lo cual era símbolo de su autoridad, y en la Iglesia ocupa- ban un sitio de honor. Por otro lado, se elegían alcaldes y fiscales de forma anual, cuyas actividades más importantes era el dar cumplimiento a la justicia interna de la misión y ejecutaban algunos castigos hacia los individuos que no cumplían con el aprendizaje de la doctrina o que alteraban el orden social (Rey Fajardo, 2005, p.143). Retomando a José del Rey, otra de las figuras políticas de las misiones eran los indios escoltas que tenían funciones policiales y de vigilancia, por lo que debían custodiar el orden al igual que los fiscales (Rey Fajardo, 2005, p.174). De cierta manera, las jerarquías políticas de las naciones pervivieron a pesar de la introduc- ción del nuevo modelo de vida reduccionista.

82

Yuyarccuni Año III N° 3 Ismael Jiménez

Conclusiones

A través de estas reflexiones, nos hemos dado cuenta de que las misiones jesuitas del Casanare, del Meta y del Orinoco conformaron centros geopolíticos, económi- cos y espirituales con una gran importancia para la Provincia jesuita del Nuevo Reino de Granada, las cuales permitieron un control relativamente práctico para la Corona española sobre territorios fronterizos que, a pesar de ser conocidos, eran inexplorados en su gran mayoría. Es importante destacar la metodología jesuita y la labor educativa que rea- lizaron los jesuitas dentro de las misiones orinoquenses, sobre todo hacia los más jóvenes de las reducciones, quienes eran los que podían memorizar con mayor fa- cilidad las enseñanzas recibidas y se encontraban más expuestos a adoptar las nue- vas formas de sociabilidad establecidas por los religiosos. Algunas de estas eran las actividades de producción, tanto agrícolas como ganaderas, el nuevo sistema de creencias y nuevo régimen de tiempo en el que se distribuían las actividades. Sin embargo, a pesar de que los padres de la Compañía tenían una gran vocación edu- cativa para aquellos que no conocían la doctrina, siempre se les presentaron algu- nas situaciones adversas que no estaban en sus manos. Estas podían ser dificultades de tipo regional como la geografía, la fauna y el clima de la región, que en ocasiones podía ser de difícil adaptación para los misioneros. También podían existir conflic- tos con algunos sectores civiles, como los encomenderos o gobernadores, quienes no estaban de acuerdo con los métodos que los jesuitas practicaban para evangeli- zar a los indios, puesto que les quitaban un buen porcentaje de mano de obra que afectaba a sus propios intereses. Finalmente, otra de las dificultades que padecieron las misiones neogranadinas fueron las invasiones de indios caribes quienes se alia- ban con colonos holandeses y portugueses de la región en su búsqueda de mano de obra esclava. Por esta razón, muchas de ellas tuvieron que ser reinstaladas en otros lugares. Las misiones jesuitas en la región de los Llanos Orientales y la Orinoquía tuvieron logros importantes en la enseñanza y en el adoctrinamiento cristiano de los grupos indígenas. Lograron construir reducciones con conceptos urbanos y ar- quitectónicos definidos que obtenían una manutención económica considerable que convertía a las misiones en pueblos autosuficientes. A lo largo de su desarrollo padecieron condiciones adversas, ya fueran regionales, políticas o sociales que po- dían dificultar los objetivos de civilización y evangelización. Pero, a fin de cuentas, tuvieron que vivir y lidiar con ellas.

83

Yuyarccuni Año III N° 3 Ismael Jiménez

Referencias

Bermúdez, E. (1998). “La música en las misiones jesuitas de los Llanos Orientales colombianos, 1725-1810.” Ensayos. Historia y Teoría del Arte Núm. 5: 143- 166. Bogotá.

Bernabéu, S. (2009). El Gran Norte Mexicano: indios, misioneros y pobladores entre el mito y la historia. Sevilla: Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

Cairo, C. y Rozo, E. (2006). “El salvaje y la retórica colonial en El Orinoco Ilus- trado (1741) de José Gumilla S.J.” Fronteras de la Historia Núm. 11: 153- 181. Bogotá.

Egaña, A. (1966). Historia de la Iglesia en la América Española. Desde el descubrimiento hasta comienzos del siglo XIX. Hemisferio Sur. Madrid: Editorial Católica.

Egido, T. (2004). Los jesuitas en España y en el mundo hispánico. Madrid: Fundación Carolina, Centro de Estudios Hispánicos e Iberoamericanos, Marcial Pons.

Gilij, F. [1784] (1965). Ensayo de Historia Americana. Traducción y estudio prelimi- nar de Antonio Tovar. Caracas: Biblioteca de la Academia Nacional de Historia.

González, F. (2010). “Evangelización o conquista espiritual. La Iglesia colom- biana en la Conquista y la Colonia”. Colombia. Preguntas y respuestas sobre su pasado y presente. Bonnett, D., La Rosa, M. y Nieto, M. (coords.). Bo- gotá: Facultad de Ciencias Sociales-Departamento de Historia, Univer- sidad de los Andes, Ediciones Uniandes.

González, L. (2015). “El papel de las crónicas misionales coloniales en la confi- guración de los Llanos Orientales de Colombia y en la producción so- cial de las diferencias”. Historia y Sociedad, 29, pp. 17-42. Medellín.

Gonzáles, L. (2015), Un edén para Colombia al otro lado de la civilización: los Llanos de San Martín o Territorio del Meta, 1870-1930. Medellín: Universidad Nacio- nal de Colombia. Facultad de Ciencias Humanas y Económicas.

González, F. (2003). “Arquitectura y urbanismo en las reducciones y haciendas jesuíticas en los Llanos de Casanare, Meta y Orinoco. Siglos XVII- XVIII”. Apuntes, 23, 97-117. Bogotá.

Gonzáles, F. (2005). “Aspectos arquitectónicos, urbanos y espaciales en las reduc- ciones y haciendas jesuitas en los Llanos de Casanare, Meta y Orinoco.” En Negro, Sandra y Marzal, Manuel M. (coords.) Esclavitud, economía y

84

Yuyarccuni Año III N° 3 Ismael Jiménez

evangelización: las haciendas jesuitas en la América virreinal. Lima. Pontificia Universidad Católica del Perú: 417-447.

Pacheco, J. (1959). Los jesuitas en Colombia. Bogotá: San Eudes.

Pérez, H. (1998). “Impacto de las misiones religiosas y de las guerras de indepen- dencia en la construcción de pueblos y ciudades coloniales en los Lla- nos.” En Colombia Orinoco. Bogotá. Fondo Fen: 187-201.

Rey, J. (1973). Documentos jesuíticos relativos a la Historia de la Compañía de Jesús en Venezuela. Tomo II. Caracas: Biblioteca de la Academia Nacional de la Historia.

Rey, J. (2005). “Aportes para el estudio de cambios y permanencias en las misiones jesuíticas de la Orinoquía”. En Hernández Palomo, José Jesús y Moreno Jeria, Rodrigo (coords.) La misión y los jesuitas en la América Española, 1566- 1767: Cambios y permanencias. Sevilla. Consejo Superior de Investigacio- nes Científicas: 117-150.

Rey, J. (2005). “Función religiosa, social y cultural de las haciendas misionales en la Orinoquía”. Negro, Sandra y Marzal, Manuel M. (coords.) En Escla- vitud, economía y evangelización: las haciendas jesuitas en la América virreinal. Lima. Pontificia Universidad Católica del Perú: 155-181.

Rey, J. (1979). Los jesuitas y las lenguas indígenas venezolanas. Caracas: Universidad Católica Andrés Bello, Instituto de Investigaciones Históricas, Centro de Lenguas Indígenas.

Rivero, J. [1736] (1883). Historia de las misiones de los Llanos de Casanare y los ríos Orinoco y Meta, escrita en el año de 1736. Bogotá: Imprenta de Silvestre y Compañía.

Rueda, J. (2018). Campos de Dios y Campos del Hombre. Actividades económicas y polí- ticas de los jesuitas en el Casanare. Bogotá: Universidad del Rosario.

Salcedo, J. (2000). “Las misiones jesuitas en Colombia: las regiones del Casanare y el Meta durante los siglos XVII y XVIII”. Un reino en la frontera. Las misiones jesuitas en la América Colonial, 97-115. Negro, S. y Marzal, M. (coords.). Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú.

Santos, A. (1992). “Las misiones en el Nuevo Reino”. Los jesuitas en América, 243- 257. Madrid: Mapfre.

85