CR/T/CÓN, 71,1997, pp. 5-31.

Las edades del hombre en los libros de emblemas españoles

Antonio Bernât Vistarini /John T. Culi Universidad de las Islas Baleares, España / Collège of the Holy Cross, Worcester, MA

¿Qué es nuestra vida más que un breve día, do apenas sale el sol, cuando se pierde en las tinieblas de la noche fría? (Andrés Fernández de Andrada)

Como de tantas otras ideas y acontecimientos, también de las edades y estaciones del cuerpo a través de los años, hasta la vejez y la muerte, pudo sacar provecho la literatura emblemática. Si bien el cuerpo humano es un arsenal extraordinariamente provisto de imágenes analógicas no será el cuerpo en sí sino su devenir temporal, señalado en sus polos de infancia y vejez, lo que vamos a buscar ahora en los emblemas españoles. Según el orden natural, observaremos primero cómo tratan los inicios de la vida: la educación será aquí preocupación casi única, con la advertencia de que de la treintena de libros examinados, sólo en diez se hallan referencias útiles a nuestro propósito, y concentradas éstas mayoritariamente en los Emblemas Morales (1610) de Sebastián de Covarrubias. En segundo lugar, atenderemos a las consideraciones que suscite la vejez. De manera general, nos centraremos en los libros de emblemas españoles originales, es decir, aquellos no traducidos, que tienen el español como lengua primaria y que aparecen durante los siglos xvi y xvn, sin que, por otra parte, haga falta insistir en la importancia de Andrea Alciato como padre del género e inspirador de buena parte de estos emblemas1: recuérdese que en España, aparte de las ediciones

' En relación con el tema de este trabajo, destacamos, por ejemplo, aquellos correspondientes a los lemas ¡n iuventam, In quattuor anni témpora, Scyphis Nestoris y los dedicados a la opuesta simbología del almendro (precocidad) y el moral (fructificación tardía). 6 A. BERNAT VISTARINI / J. T. CULL Criticón, 71, 1997 latinas del milanés, más o menos comentadas (es notable la debida a Francisco Sánchez de las Brozas, 1573), circularon en castellano algunas muy divulgadas traducciones (Bernardino Daza Pinciano, 1549) o amplificaciones (Diego López, 1615) a las que eventualmente aludiremos2.

En nuestra selección de emblemas sobre la infancia, distinguimos cuatro categorías básicas: los que discuten sobre el uso del castigo y de cierto grado de violencia en la educación; los que entienden que es imprescindible el esfuerzo personal y el abandono de las comodidades; aquellos que analizan las especiales características del niño como sujeto discente; y, por último, los que, desde el ángulo contrario, hablan de las cualidades que ha de tener el maestro. El debate sobre la educación en la España del siglo xvi no era en esencia distinto al del resto de Europa. Los humanistas habían situado como eje de su pensamiento y de sus preocupaciones la renovación pedagógica, aunque alcanzar parcialmente los ideales propuestos fuese luego privilegio de una pequeña élite y particular esfuerzo de unas limitadas instituciones.3 Sin duda, la figura más divulgada del humanismo español que se ocupó de estos asuntos fue Juan Luis Vives. Sus tratados (los De institutione foeminae christianae, de 1523; De ratione studii puerilis, también de 1523; De subventione pauperum, de 1526; De disciplinis, de 1531; De anima et vita, de 1538 y los Diálogos, también de 1538) están repletos de vivas observaciones y detalles, no sólo derivables de su filiación erasmiana. Sin embargo, es arduo determinar con qué amplitud sus ideas fueron conocidas y practicadas en la Península: Vives se formó en París, pasó por Lovaina y Oxford, estuvo la mayor parte de su vida en Brujas y contaba con serios problemas para una fructífera recepción en su país. Desde luego que Vives no fue el único autor español digno de ser considerado. Por nombrar alguno más, el de mayor relevancia europea es Juan Huarte de San Juan, que en su Examen de ingenios para las ciencias (1575), lleva a cabo una importante indagación sobre las aptitudes individuales de acuerdo con la teoría de los humores4. En el siglo xvu español, el acceso a la enseñanza amplió algo su espectro socio-económico y se fue alterando profundamente el enfoque a medida que se extendían los colegios de la Compañía de Jesús y se consolidaba el ideario de su Ratio studiorum5.

2 Al final incluimos un Apéndice donde se desarrollan las abreviaturas. Para las cuestiones bibliográficas, remitimos a Pedro Campa, Emblemata Hispánica. An annotated Bibliography of Spanish Emblem Literature to the Year 1700, Duke University Press, 1990. Advertimos desde aquí que respetamos la ortografía original de las citas pero corregimos la acentuación y la puntuación. Este trabajo tiene su origen, en parte, en The Second Minnesota Conférence on Cultural Emblematics. Telling Images: The Ages of Life and Learning, que organizaron Ayers Bagley y su Emblem Studies Group en abril de 1995. ' «Como en otras facetas ampliamente comentadas de la realidad del Siglo de Oro, en la enseñanza de las primeras letras una cosa eran las leyes y deseos teóricos y otra muy distinta la realidad cotidiana» (Nieves Baranda, «La literatura del didactismo», Criticón, 58, 1993, p. 34). 4 Muchas de las ideas que irán apareciendo, ei. especial las de Covarrubias, pueden contrapuntearse abundantemente con referencias a Huarte. Ver Juan Huarte de San Juan, Examen de ingenios para las ciencias, ed. de Guillermo Seres, , Cátedra, 1989. Ver también G. A. Pérousse, «Le Dr. Huarte de San Juan: Pédagogie et Politique sous Philippe H», Bibliothèque d'Humanisme et Renaissance, XXXII, 1970, pp. 81-92. 5 No es nuestra intención trazar aquí un panorama de la educación en la España del Siglo de Oro que, por otro lado, está siendo objeto de renovados análisis en profundidad. Remitimos a Eugenio Garin, La LAS EDADES DEL HOMBRE '

Que el uso de la vara o la palmeta era común y constatado desde antiguo en España, nos lo ilustra la anécdota que cuenta el mismo Vives en sus Diálogos al hablar del preceptor cuyos consternados lamentos se oyen en todo el vecindario porque ha extraviado la vara, su más preciado instrumento de trabajo.6 Más tarde, la mención cervantina, en el Coloquio de los perros, de cómo los jesuítas aleccionan pacientemente a sus estudiantes, aunque con un puntillo de indeterminación irónica, muestra un estado de mayor sensibilidad y comprensión hacia la educación de los niños, especialmente en la Compañía de Jesús7. Con todo ello, don Sebastián de Covarrubias no podía dejar de reflejar y lamentar el excesivo uso del castigo corporal en el proceso educativo. Su Elementa velint ut discere (Para que quieran aprender las letras) presenta al conocido maestro centauro8 que tiende una golosina a un niño sentado con un libro (la cartilla) abierto. El epigrama aconseja que el maestro sea amable para que el alumno no le tenga miedo y, de este modo, vaya aprendiendo con facilidad placentera. Añade Covarrubias que si el niño es de buen natural (de noble origen) aprenderá mejor si se le recompensa con dulces que si se le reprende a golpes. En su comentario en prosa, protesta de que

los maestros que enseñan a leer y escrivir, y aun los gramáticos de primera classe que tratan con muchachos, suelen ser tan crueles que con razón los podemos llamar Tyranos... Yo no contradigo el castigarlos, pero querría fuesse con moderación y prudencia (Cent. 1, Emb. 82).

Y otro centauro, esta vez explícitamente Quirón, hace aparecer Covarrubias entre sus emblemas (fig. 1). Bajo un lema extraído de Terencio, Pudore satius quant metu (Vale más por respeto que por miedo), vemos a Quirón ante sus discípulos, blandiendo educación en Europa. 1400-1600. Problemas y programas, Madrid, Crítica, 1987; VV. AA., De l'alphabétisation aux circuits du Uvre en Espagne, xvr-xix' siècles, Paris, Éditions du Centre National de la Recherche Scientifique, 1987; C. Cárceles Laborde, Humanismo y educación en España (1450-1650), Pamplona, EUNSA, 1993. El profesor Víctor Infantes está dirigiendo un amplio proyecto de investigación que ha de poner en claro el estado real de la educación en aquellos años. ^ «Los que van a la escuela», en Luis Vives, Diálogos sobre la educación, Madrid, Alianza Editorial, 1987, p. 41. 7 Los jesuítas de Sevilla, dice, «... los reñían con suavidad, los castigaban con misericordia, los animaban con ejemplos, los incitaban con premios y los sobrellevaban con cordura» (Novelas ejemplares, Madrid, Cátedra, 1981, vol. H, p. 316). Pero es bien cierto que, exagerando la idea de la corrupción nativa del hombre y de su perfeccionamiento por el dolor, se llevaba fielmente a la práctica la máxima de que la letra con sangre entra. Así, la estampa del pedagogo se compara a la de un monstruo. Tuvo que ser aquella parte del humanismo más comprometida con una nueva civilización y con una idea menos negativa de la naturaleza humana la que, no sin respuestas airadas, hiciera oír su voz ante tales atrocidades. Ver los testimonios de Erasmo, Vives, Rabelais, Vida, Montaigne, Charron, Palmireno, Gaspar de Tejada y Juan Bonifacio recogidos en este sentido por Félix G. Olmedo en su Juan Bonifacio (1538-1606) y la cultura literaria del Siglo de Oro, Santander, Publicaciones de la Sociedad de Menéndez Pelayo, 1939, pp. 64-72. Sin duda el jesuíta Juan Bonifacio, maestro entre otros de Juan de la Cruz, tiene el mérito de ser el iniciador en España de una nueva y más dignificadora valoración de la infancia y de la práctica pedagógica, que luego se desarrollaría más. Ver C. Cárceles Laborde, op. cit., pp. 405-416. Ver también E. Garin, op. cit., pp. 75-82, para la lucha de algunos humanistas europeos contra el castigo corporal. ' Aunque no lo nombre, se trata de Quirón, ya presente en el emblema de Alciato Consiliarii principum. Ver el completo estudio de Ayers Bagley, «Chiron the Educator», en Alison Adams (ed.) Emblems in Glasgow. A Collection of Essays drawing on the Stirling Maxwell Collection in Glasgow University Library, University of Glasgow French and Germán Publications, 1992, pp. 1-24. 8 BERNAT VISTARINI / J. T. CULL Criticón, 71, 1997 un azote y representando ahora la severidad cruel. La subscriptio se duele de que alumnos de buena disposición tengan que perder su tiempo atemorizados por maestros que los castigan («Acovardan los niños generosos, / y les hazen gastar el tiempo en vano»). Una vez más, Covarrubias insiste, tanto en los versos como en el comentario en prosa, en que los maestros sean benévolos y generen estímulos positivos en sus pupilos:

La bestialidad y tiranía con que algunos enseñan y castigan a los niños me está espoleando contra ellos. Yo no digo que del todo dexen de corregirlos y amenazarlos, pero esto se deve hazer con templança y moderación, y con particular cuydado de enseñarlos, porque el tiempo que gasta un muchacho en España en leer y escrivir, basta en Italia y en otras naciones para esso, y para aprender Latín y Griego, tañer y cantar, y otras abilidades, no porque tengan mejores ingenios que nosotros, sino porque los maestros enseñan con arte y los padres no se descuidan de sus hijos (Cent. 3, Emb. 11).

Fig. 1

Covarrubias construye otros emblemas alrededor del tema del castigo corporal. Uno de ellos representa la imagen de una vara, un azote, un tintero y unos libros sobre una mesa, con el lema Quae prosum sola nocendo (Soy la única que favorezco a los que quiero hacer daño). En el epigrama, la vara personificada habla encareciendo los beneficios que reporta su utilización en orden al adecuado aprendizaje de las lecciones y al destierro de la pereza. Pero el comentario en prosa modera bastante tales aserciones; de hecho, dice, normalmente los golpes «no levantaban chichones y sonando mucho dolía poco» (Cent. 3, Emb. 37). En Parce puer stimulis (Sé parco, muchacho, en el uso de la aguijada), Covarrubias emprende otra vez la defensa de la razón frente a la fuerza: «El mancebo y el potro son briosos... / Fatigaldos, no estén jamás ociosos, / Domaldos, en el campo, y en la escuela, / El hombre con razón, y con dotrina, / Y al cavallo con vara, y disciplina» (Cent. 1, Emb. 64). LAS EDADES D F. I. HOMBRE ?

Juan Francisco Fernández de Heredia aprovecha la mitografía de Hércules sobre la que construye su peculiar libro de emblemas para defender la idea más general del sufrimiento fortalecedor, del duro ejercicio que necesitan los muchachos para alcanzar la virtud. El lema Puoltt maliens truncum (La maza desbasta el tronco) es, así, una variante del «Per áspera ad astra» y se ejemplifica en el «áspero tratamiento» de la educación del héroe obligado a alimentarse de huesos mientras se le amenaza con el azote (99-101). Fernández de Heredia aprueba, pues, si no explícita, sí tácitamente, la idea del castigo corporal en la educación de los jóvenes.

Un segundo grupo de emblemas y empresas españoles sobre la educación que se relaciona directamente con la idea del castigo físico es el que advierte de los peligros de la comodidad y del lujo excesivo en la formación intelectual del estudiante: generalmente van dirigidos al príncipe, al hijo del cortesano o a la futura autoridad eclesiástica y advierten contra el abandono permisivo a que podía dar lugar su pertenencia a una elevada clase social9. Diego de Saavedra Fajardo, cuyo libro trata en buena parte de la educación del príncipe, muestra una empresa con un coral que emerge del mar, con el lema Robur et decus (fortaleza y honor). El comentario contrasta la labilidad y brevedad de la rosa protegida en los jardines, que el viento deshace de un soplo, con el coral habituado a la rudeza de las olas y que al salir al aire se endurece. La analogía con la educación de los príncipes es inmediata:

Tales efectos, contrarios entre sí, nacen del nacimiento y crecimiento deste árbol y de aquella flor, por lo mórbido o duro en que se criaron. Y tales se ven en la educación de los príncipes, los cuales, si se crían entre los armiños y las delicias, que ni los visite el sol ni el viento, ni sientan otra aura que la de los perfumes, salen achacosos e inútiles para el gobierno, como al contrario robusto y hábil quien se entrega a las fatigas y trabajos (Emp. 3, 31-2).

Saavedra Fajardo pudo haber imitado un emblema muy parecido de Covarrubias con un grabado virtualmente similar y el lema Super aequora saxum (Roca sobre las aguas). El epigrama enfatiza el mencionado contraste de la blandura del coral sumergido en el agua y su dureza cuando se lo expone al aire: «En el profundo mar es muelle, y blando / El ramoso Coral pero subido, / Sobre las aguas, vase congelando, / En duríssima piedra convertido». Y la aplicación moral:

Tales son los cavalleros mocos nobles que en sus tierras viven regalados de sus padres, y verdes en sus pensamientos y obras, pero compelidos a salir a reynos estraños, se endurecen en el trabajo, y mudan de condición (Cent. 1, Emb. 41).10

9 Huarte de San Juan traza la explicación fisiológica de los perjuicios para el desarrollo intelectual de una infancia excesivamente regalada. F.l exceso de humedad propio de la vida muelle, dice, hace que «aunque tengan ayos y maestros y trabajen con mucho cuidado en las letras, se les pegan tan mal las ciencias» que la familia acomodada deberá abandonar algunos de sus hábitos (cd. cit. p. 674). 10 La creencia de que el coral es blando y mecido por las olas mientras está bajo el agua, y que se endurece de inmediato al contacto con el aire, es antigua. La documenta bien el mismo Covarrubias en el Tesoro: «Según Teofrasto, en el Tratado de las piedras preciosas, vide Plinium, lib. 32, cap. 2, es un arbusto blando que nace debaxo del agua, de color verde, cuya frutilla redonda es blanca. Éste, al punro que sale del agua y le da el aire, se endurece y se convierte en piedra, trocando el color verde en un roxo encendidíssimo y 10 A. BERNÂT viSTARiNi / j. T. cuu Criticón, 71, 1997

Covarrubias recomienda concretamente a la juventud española que se eduque en el extranjero, y en otro emblema anima a los padres a lanzar a los hijos al mundo en cuanto alcancen cierta madurez. Vemos unos pájaros volando alrededor de un nido: Cada qual haga su nido, dice el lema. El ave también debe ser expulsada para aprender a volar:

De ánimos viles y apocados es no saber los mocos apartarse del regalo de sus padres, y assí salen viciosos, traviesos y holgaçanes, inquietadores de la república, disfamadores de las honras de las mugeres y donzellas más recogidas, alborotadores del pueblo, y con los quales la justicia no se sabe dar maña a reprimirlos, por no afrentar a sus padres y a sus deudos. Ahí está Flandes, Italia, las dos Indias y el mundo que es muy ancho, a donde podrían salir a ser hombres, forcándolos sus mesmos padres a ello (Cent. 1, Emb. 35).

Esta noción es también central en una empresa de Saavedra Fajardo. El grabado es muy simple: un haz de varas atadas junto a cuatro árboles que crecen altos y rectos. El lema es Ex fascibus fasces (De las haces [dignidades], haces). Saavedra arguye en su comentario que los árboles no crecen correctamente por sí solos si no han sido previamente disciplinados con arte y trasplantados cuando son tiernos. Del mismo modo, los jóvenes deben ver mundo para un desarrollo moralmente positivo. Saavedra parece reconocer la extendida acusación de arrogancia hacia los españoles de esos años, cuando hace esta observación:

Ninguna juventud sale acertada en la misma patria [...] Los españoles, que con más comodidad que los demás pudieran praticar el mundo, por lo que en todas partes se extiende su monarquía, son los que más retirados están en sus patrias, sino es cuando las armas los sacan fuera délias (Empresa 66, 456-58).n

perfeto. De que se endurezca saliendo al aire, haze mención Ovidio, lib. 15 Metamorphoseon...». Quizá sea por todo ello que el coral rojo se convirtió en amuleto otorgado a los niños para propiciar su crecimiento saludable y protegerlos de hechizos, como vemos, por ejemplo, en el retrato de La infanta María Ana con sonajeros (1602) de Juan Pantoja de la Cruz. Pero, dentro del pensamiento analógico que rige la imaginación emblemática, esta aparición del coral podría justificarse aquí plenamente por la hipótesis humoral de la pedagogía de Huarte de San Juan: «Lo segundo que conviene es que en naciendo el niño le hagamos amigo con los vientos y con las alteraciones del aire y no le tengamos siempre en abrigo, porque se hará flojo, mujeril, nescio, de pocas fuerzas, y en tres días se morirá» (éd. cit. p. 676). '' Ser ciudadano del mundo era uno de los ideales rescatados por el humanismo y que se intenta llevar a la práctica educativa. Garin reproduce un largo texto de De la sagesse de Charron (1601) donde aprender, vivir, leer y experimentar se enlazan: «... Y no existirá nada que degenere y esclavice el espíritu como hacerle [al niño] conocer una única opinión, creencia o forma de vivir. Qué equivocación y qué flaqueza es pensar que todos caminan, crecen, hablan, actúan, viven y mueren como en nuestro país [...]. Este espíritu universal se debe adquirir tempranamente 1...]» (E. Garin, op. cit. pp. 195-6). En España pasan a ser proverbiales los nulos deseos de movilidad. La Condesa d'Aulnoy, por poner un ejemplo, se burlaba del abogado anciano que con un pie en la tumba da la bendición a sus hijos dicicndoles: «¿Qué mayor gloria, queridos hijos míos, puedo descaros, aparte de pasar toda vuestra vida en Madrid, que sólo abandonéis este paraíso terrenal para ir al cielo? [...] Por mi parte —apostilla la condesa— estoy persuadida de que entra por mucho la vanidad en el amor que sienten los castellanos hacia su patria» (Un viaje por España en Î679, Madrid, La Nave, s. d., p. 383). LAS EDADES DEL HOMBRE 1 1

Andrés Mendoes otro autor que dedica sus emblemas a la educación del gobernante y también ataca la molicie del joven príncipe. En uno de sus «Documentos», presenta a Licurgo entre sus subditos señalando con su cetro a un perro que en la lejanía da caza a un ciervo, mientras otro perro descansa a sus pies (fig. 2). El lema dice Educationis vis (la fuerza de la educación). La anécdota recuerda que Licurgo ordenó que un perro fuera criado en el campo y adiestrado en la caza, mientras otro, idéntico, criado en la comodidad doméstica salía holgazán e inactivo. El ejemplo, dice, ha de convencer a los ciudadanos de la importancia de una adecuada formación para la preservación de la república (Documento 1).

Fig. 2

Otros dos emblemas de Covarrubias advierten de los peligros de rodear a los niños de ocio y lujo. El primero muestra a una mona abrazando a su cría tan fuertemente que la ahoga, como anuncia el lema Sic amat ut perdat (Ama de forma que destruye). Tanto el epigrama como el comentario en prosa señalan que los padres que miman y consienten a sus hijos en la creencia errónea de que ello es signo de amor en realidad les dañan:

Difícil cosa sería persuadir a un padre imprudente y sin discurso que el regalo con que cría a su hijo y la licencia que le da para que, entanto que es niño, se salga con quanto le diere gusto y quisiere haz.er, le es perjudicial (Cent. 2, Emb. 87).

El segundo emblema representa unas altas montañas con sus cumbres ocultas bajo espesas nubes y el lema Abeunt in nubila montes (Las montañas desaparecen entre las nubes). La subscriptio compara la altura de los picos, cuya esterilidad queda disimulada por las nubes, con los envanecidos y mal educados caballeros que encubren su ignorancia exigiendo veneración por su grandeza. Maxime Chevalier recogió varios 12 A. BERNÂT V1STARINI / J. T. CULL Criticón, 71, 1997 testimonios de la jactancia poderosa de incultura, pero el ambiente general tampoco era muy estimulante12. Así, Covarrubias deplora la hipocresía ostentosa, consecuencia de la mala educación:

Temo ay gran descuydo en la criança de los hijos de los Señores, por no les dar maestros y ayos que les enseñen religión, criança, letras y virtud, teniendo por cosa baxa y de gente plebeya el saber [...]. Los que no están criados en esta disciplina, sienten la falta quando no la pueden remediar, y encubren su ignorancia con la nuve y velo de su grandeza (Cent. 2, Emb. 18).

Una tercera categoría de emblemas españoles sobre la juventud y la educación parten de la idea de que el niño es particularmente sensible al aprendizaje, representándolo como una especie de tabula rasa o materia todavía moldeable. Saavedra Fajardo, por ejemplo, incluye una empresa en que aparece una mano con paleta y pinceles frente al lienzo en blanco. En el índice, el título de la empresa es «y puede el arte pintar como en tabla rasa sus imágenes», y el lema Ad omnia (Para todo). Es una argumentación sobre la vieja polémica de arte vs. naturaleza. La relación entre el lema, el grabado y el tema de la educación se nos da en el desarrollo:

Por eso nació desnudo el hombre, sin idioma particular, rasas las tablas del entendimiento, de la memoria y la fantasía, para que en ellas pintase la dotrina las imagines de las artes y sciencias, y escribiese la educación sus documentos (Empresa 2, 23).

Covarrubias era autor de un emblema similar. Nos dibuja a un niño desnudo leyendo en su cartilla. A un lado, vemos abejas y sus colmenas bajo un lema, como en tantas ocasiones, tomado de Ovidio: Formas fingetur in ontnes (Es capaz de mostrarse en todas las formas). El epigrama, o subscriptio, clarifica el enigma creado por la yuxtaposición de un lema (inscriptio) ambiguo y los motivos del grabado (pictura)^; así, continúa Covarrubias: «El niño tierno es como la cera, / Que le podréis formar a vuestro modo / Y domeñar su voluntad sincera / Quando se rinde, y obedece en todo. / Mas si el castigo, y la enseñanca espera / A la madura edad, daráos del codo. / Siendo vara, podréis endereçalle; / Si es árbol, corréis riesgo de quebralla» (Cent. 2, Emb. 91). Esta idea se completa, en otro emblema del mismo autor, con la de la permanencia de la educación bien administrada durante la edad primera en los comportamientos del adulto. La pictura consiste en un muchacho que tira de una planta joven. A su izquierda

12 Maxime Chevalier, Lectura y lectores en la España de los siglos XVI y xvn, Madrid, Turner, 1976. Pero ver también Luis Zapata, Miscelánea, selección de A. R. Rodríguez Moñino, Madrid-Barcelona-Buenos Aires, CIAP, s. d., p. 83: «el vulgo tiene costumbre (que los ignorantes el vulgo es) de hacer burla de los que escriben». u Sobre la teoría del emblema hay tres estudios fundamentales: Peter M. Daly, Literature in the Light of the Emblem. Structured Parallels between the Emblem and Literature in the Sixteenth and Seventeenth Centuries, University of Toronto Press, 1979; Robert J. Cléments, ficta Poesis. Literary and Humanistic Theory in Renaissance Emblem Books, Roma, Edizioni di Storia e Letteratura, 1960; y, por supuesto, Mario Praz, Studies in Seventeenth Imagery, Roma, Edizioni di Storia e Letteratura, 1964 (trad. española, Madrid, Siruela, 1989). LAS EDADES DEL HOMBRE 13 hay un árbol bien desarrollado. El lema, que de nuevo proviene de Ovidio, es Virga fuit (Fue un retoño), y el comentario en prosa habla de nuestros temas:

Críanse desde la niñez en las escuelas unos muchachos con otros indistintamente; pero al cabo, quando vienen a ser hombres, unos han echado por las letras y otros por las armas, y muchos han quedado tan inábiles y apocados que se han contentado con oficios mecánicos... La niñez está representada en una postura nueva y tierna planta, y la edad varonil en essa mesma, quando se ha hecho árbol gruesso y robusto (Cent. 3, Emb. 52).

Las empresas de Francisco Núñez de Cepeda dedicadas a la educación del prelado también presentan al niño como materia dúctil y maleable. El grabado, basado en una antigua tradición14, muestra a una osa lamiendo al osezno recién parido para formar así sus miembros, de los que carecía al ser alumbrado. El lema es Doñee formetur (Hasta que se forme). Después de preguntarse «¿Qué otra cossa es la niñez de el hombre, que una rudeça inculta, en que apenas se ven señalados los sentidos de los afectos?», extiende la lección hacia los deberes del prelado que, «con la lengua de la enseñanca divina» ha de formar a los fieles a imagen de Cristo (Emp. 18, 293-94).

El niño pocas veces es artífice que sepa cincelarse a sí mismo sin intervención de maestro. La siguiente categoría de emblemas que examinaremos presenta los peligros del mal maestro, y un comentario es fundamental: hay que enseñar con el ejemplo. Las Empresas morales de Juan de Borja suelen ser visualmente muy simples. Así, hay un grabado que nos muestra sólo un cedazo (fig. 3), con el lema Faceré et docere (Hacer y enseñar). Y la prosa nos aclara la relación entre ambos constituyentes:

Gran lástima se deve tener al hombre de buen entendimiento, que entiende bien las cosas, y las habln y enseña bien, y, dando buena doctrina, él no se aprovecha della, no poniendo por obra lo que enseña; deste tal se dize que es, como el cedaço, que cierne y aparta la arina del salvado; pero al cabo escoge mal, porque hecha de sí la arina, y quédase con el salvado (Segunda parte, 348-49).

Es la aspiración de la nueva pedagogía a la que ya hemos aludido. El primer paso para dignificar la labor del maestro es que él mismo actúe según lo que predica. Vives, Juan Lorenzo Palmireno, Juan de la Cuesta y muchos otros subrayan la responsabilidad del maestro como segundo padre. Covarrubias también comenta las cualidades del buen maestro en un emblema que muestra una jeringa («aguatocho») cruzada con una esponja sobre una vara. El lema es Comprime et exprime (Absorbe y expulsa). Los versos lamentan la existencia de maestros que no son sino charlatanes. «Quien no aprendió, mal puede ser maestro, / ¿Y qué puede enseñar el que no sabe? / Con todo esso en este siglo nuestro, / De lo que no alcancé ay quien se alabe: / Y en fingir su maldad está tan diestro, / Que dondequiera se entremete y cabe, / Y a ser creído todo el mundo obliga / Sin otro examen más, de que él lo diga» (Cent. 3, Emb. 48). No

14 Aristóteles, Historia de los animales, IV, 30; Ovidio, Metamorfosis, XV, 379-81; Eliano, Historia de los animales, II, 19, etc. Rafael García Mahíques sigue el rastro iconográfico y el desarrollo emblemático del osezno en su edición de Núñez de Cepeda, Empresas sacras, Madrid, Tuero, 1988, pp. 110-112. 14 A. BERNAT VISTARINI / J. T. CULL Criticón, 71, 1997 queremos dejar de subrayar la alusión que hace Covarrubias a la necesidad de un «examen» que justifique la ostentación del título y controle la calidad de la enseñanza. En su Tesoro manifiesta igual recelo: «el que es docto en qualquiera facultad de sciencia, diciplina o arte, y la enseña a otros dando razón della, se llama maestro; porque si en esto falta, ha usurpado el nombre de maestro» (p. 779 a).

[FACEPL ET DQCEREJ

Fig.3

El mismo emblemista es el autor de un ataque a los maestros incapaces de pensar por sí mismos. Nos dibuja a un ave, probablemente un loro u otra con habilidades miméticas, dentro de una jaula. El lema confirma la suposición que hace el lector sobre el ave: Refert dictata (Repite lo que le han dicho), que pasa a ser símbolo de los maestros y de los predicadores que pretenden hacer pasar por propias ideas ajenas. El comentario en prosa critica a quienes desde la cátedra o el pulpito repiten ideas expuestas por otros, sin comprenderlas. (Cent. 1. Emb. 78)1'.

15 Repetir sin más, sin obras corroboradoras, tiene efectos perniciosos ya criticados por Cristóbal Villalón (ver El Scholástico, Madrid, CSIC, 1967, p. 137). Los emblemas, como se sabe, están abiertos a la entrada de loci bien comunes en la literatura occidental. Montaigne, aunque abre un interrogante mucho mayor sobre la transformación que ha de ejercer la verdadera cultura en el hombre, usa la misma comparación ornitológica: «Como los pájaros que van en busca del grano y lo traen intacto en el pico para darlo a sus pequeños, así nuestros pedantes van picoteando la ciencia en los libros y la tienen en el borde de los labios únicamente para esparcirla en el viento [...]. Sabemos decir: "Esto afirma Cicerón, así trabaja Platón, así se expresa Aristóteles", pero nosotros ¿qué decimos?, ¿qué pensamos?, qué hacemos, aparte del papagayo?». Cit. por Eugenio Garin, op. cit., p. 95. LAS EDADES DEL HOMBRE 15

Además de estos emblemas, que hemos podido agrupar en categorías coherentes, queda un interesante número de apariciones únicas que son también pertinentes para los temas que consideramos. Hemos visto que Covarrubias propone la disciplina y la perseverancia como requisitos educativos. La imagen, ahora (Cent. 2, Emb. 77), es la de un labrador revolviendo la tierra con una pala y el lema extraído de las Geórgicas es Labor improbus (Trabajo ímprobo). El epigrama traza la analogía entre el trabajo sin pausa del labrador y la tenacidad necesaria en los estudios. Pero el comentario en prosa anota una puntualización interesante. Después de comentar que los jóvenes están mejor dispuestos para el aprendizaje de la gramática que los mayores, que no gozan de tan buena memoria y además están absortos en otras ocupaciones, añade que son justamente las superiores capacidades racionales de los adultos las que les hacen temer las dificultades, y más aún cuando los maestros poco perspicaces los someten constantemente a pruebas y problemas en que son burlados. En otro lugar, Covarrubias declara no estar a favor de ceder a los jóvenes inexpertos ninguna tarea de gobierno. En uno de sus emblemas, Faetón conduce un carro tirado por dos caballos en el que una pareja está abrazándose. El lema, de las Metamorfosis, dice: Nec frena remittit nec retiñere valet (Ni suelta las riendas ni es capaz de sujetarlas). La idea desarrollada es que el joven, aunque sea educado y brillante, carece de experiencia y de prudencia. Sus decisiones precipitadas en asuntos de estado conducen inevitablemente al desastre (Cent. 2, Emb. 69). La curiosa vida de los niños sabios o precoces se examina en otro emblema de Covarrubias. Vemos a uno con una lanza en la mano, rodeado de objetos como libros, una guitarra y una silla. El lema Immodicis brevis aetas (Corta es la vida del precoz), ahora tomado de Marcial, se refiere a la creencia de que los niños que maduran con demasiada rapidez también han de morir pronto. Covarrubias se basa una vez más en la teoría humoral y atribuye la muerte prematura a que el calor y la humedad radical de estos niños se agota demasiado rápido (Cent. 3, Emb. 76)16. «All work and no play makes Jack a dull boy». Así reza el refrán en inglés. Y de hecho, la necesidad que tienen los niños de practicar juegos y de la variedad en el proceso educativo da lugar a una de las más conocidas empresas de Saavedra Fajardo. El grabado muestra un jardín en forma de laberinto o fortaleza, decorado con mirto y otros arbustos, y el lema Deleitando enseña. El comentario reitera el desarrollo conocido del utile dulci horaciano:

"" Para la elaboración del tópico del puer scnex o puer senilis, cf. Ernst Roben Curtius, «El niño y el anciano», en Literatura europea y edad media latina, México, FCE, 1984, pp. 149-153. Curtius desarrolla en estas páginas la afirmación de que «en todas las culturas, la etapa temprana y de esplendor celebra al joven y a la vez venera al anciano; sólo !as épocas tardías crean un ideal humano que aspira a nivelar la polaridad joven-viejo». Desde esta perspectiva, Covarrubias pertenecería más bien a una «edad tardía». Para él, el niño no puede ser tan sabio como el anciano sin pasar antes por un buen proceso educativo y por la lenta adquisición de experiencia. Y, además de experiencia, la progresiva maduración del cuerpo: las condiciones que provocan la sabiduría precoz, como dice Huarte, hace que los niños se críen con poca salud y «no vivirán muchos años» (op. cit., p. 673). 16 A. BERNÂT VISTARINI / J. T. cui.L Criticón, 71, 1997

Las letras tienen amargas las raíces, si bien son dulces sus frutos. Nuestra naturaleza las aborrece, y ningún trabajo siente más que el de sus primeros rudimentos [...] es menester la industria y arte del maestro, procurando que en ellos y en los juegos pueriles vaya tan disfrazada la enseñanza, que la beba el príncipe sin sentir (Empresa 5, 45-7).

Derivadamente, el juego infantil proporcionará la inspiración básica de un desengañado emblema de Covarrubias. Tres niños se entretienen con vilanos de flor de cardo que lleva el viento y que aparentemente se deshacen cuando intentan atraparlas. El lema bíblico, de Eclesiastés 1.2, Et omnia vanitas (Y todo vanidad) resume el significado: «Que el mundo es engañoso, falso y vano» (Cent. 3, Emb. 6).

Concluimos nuestra revisión de emblemas españoles dedicados a la juventud con una empresa de Francisco de Villava que recrimina a los jóvenes que sean desagradecidos con sus padres. El emblema presenta una imagen común en los siglos xvi y XVII, derivada de las creencias zoológicas. Una carnada de viboreznos desgarra el vientre de la madre en el momento de nacer provocando su muerte. El lema Sic hace ubi gratia partas (Que sea ésta para ti la gracia del parto). Epigrama y comentario amplían la idea de que los jóvenes tienen obligaciones sagradas para con sus progenitores (Segunda parte, Emp. 25)17. Queda claro que Sebastián de Covarrubias es el emblemista español más preocupado por los temas pedagógicos y por los asuntos relacionados con la infancia, cosa que conviene a uno de sus títulos: maestrescuela. Los puntos de vista de Covarrubias sobre la educación fueron relativamente avanzados para su tiempo y es especialmente combativo en su aborrecimiento del castigo corporal. Otra conclusión de interés que podemos extraer de estos emblemas sobre juventud y educación es la recomendación de viajar y aprender en el extranjero. Es una respuesta a la arrogancia y nacionalismo cerrado con que se caracterizaba a los españoles del, así llamado, Siglo de Oro. Desde el ángulo del tratamiento de la infancia, la sensación final es que estos libros de emblemas estaban bastante más conectados con las ideas reformadoras de los mejores humanistas europeos de lo que se pudiera prever.

AI afrontar ahora la visión de la vejez tendremos que calibrar también la evolución en la manera de considerar el paso del tiempo. Petrarca se quejaba a Guido Sette de que la vejez es la peor desgracia. Pero una vez más dará voz a su época y no sólo a su propia desazón cuando, en una memorable epístola, consigue salvar la imagen destructiva de los años proponiéndole a Boccaccio perseverar en la dignidad atemporal del estudio y el cultivo de las letras para redimirse de la mortalidad —«parar las aguas del olvido» lo

17 La deuda con los padres está abundantemente representada en nuestros libros de emblemas bajo la simbología de la cigüeña. Con tal sentido, esta ave, desde el impulso dado por Horapolo, Valeriano y Alciato, aparece en las obras de Covarrubias (Cent. 2, Emb. 89 y Cent. 3, Emb. 88), Saavedra (Emp. 35), Hernando de Soto (Emb. 59), Pérez de Herrera {Proverbios morales, f. 1 y Amparo de pobres, f. 49), Remón (f. 4Ir) y Núñez de Cepeda (Emp. 26). Umberto Eco menciona recientemente esta tradición en La búsqueda de la lengua perfecta en la cultura europea, Barcelona, Crítica, 1994, pp. 131-132. Ver también infra, nota 49. LAS EDADES DEL HOMBRE 17 llamaría, después, Garcilaso. Insiste entonces Petrarca en que la edad avanzada es incluso mucho mejor que la temprana. «La vejez es una enfermedad para el cuerpo, pero un bien para el espíritu [...]», dice, sobre todo, porque el tiempo enseña a decantar lo importante de lo trivial, los deleites pasajeros de la satisfacción profunda que percibe sólo quien ha aprendido a aproximarse a la Verdad más directamente18. Con todo, en otros textos la consideración de la vida humana como algo compuesto de la misma inapresable sustancia del tiempo zarandeará al poeta entre sentimientos contrarios que vamos a ver con frecuencia repetidos19. Es bien sabido, por ejemplo, que en los Trtonfi la idea, de tan honda raíz humanista, de que la vida de la Fama se alcanza por medio de las letras, aunque al principio del fragmento dedicado al Tiempo parezca el más alto objetivo, al final sólo será otra ilusión frente a la contundencia aniquiladora de ese Tiempo, figurado por una iconografía que el barroco exacerbará20:

Tutto vince e ritoglic il Tempo avaro; chiamasi Fama ed è morir secondo, ne più che contra'l primo è alcun riparo (vv. 142-144).21

En España, y directamente ligada a la recepción petrarquista, hallamos una primera representación visual «proto-emblemática» sobre nuestro tema. Es el grabado que antecede al «Triunfo del Tiempo» en la primera traducción al castellano de los Triunfos, la de Antonio de Obregón (Logroño, 1512)22. El Tiempo aparece aquí sobre un carro tirado por dos ciervos23y encabezando una larga procesión de hombres ancianos que salen de una ciudad con los muros cuarteados. Domina la aridez del paisaje un árbol sin hojas sobre unas peñas. La personificación del Tiempo es la de un

'8 Petrarca, Seniles, XVII, il, «A Giovanni Boccaccio diciéndole que la edad no debe ser motivo para abandonar el estudio», en Obras I. Prosa, ed. bilingüe de Francisco Rico, Madrid, Alfaguara, 1978, pp. 299- 322. Fechada en abril de 1373, es uno de los últimos escritos del autor. 19 «Allor tenn' io il viver nostro a vile / per la mirabil sua vclocitate / vie più ch' innanzi nol tenca gentile, / e parvemi terribil vanitate / fermare in cose il cor chc'l Tempo preme / che, mentre più le stringi, son passate» («Consideré yo entonces vil la vida, / a causa de su rápida carrera, / más vil aún que noble la creía, /y vanidad terrible parecióme / aferrarse a las cosas temporales, / pues cuanto más se abrazan más se alejan»), vv. 37-42 del «Triunfo del Tiempo.» Triunfos, ed. bilingüe de Jacobo Cortines y Manuel Carrera, Madrid, Editora Nacional, 1983, p. 176. 20 F.n parte es la nueva irrupción de los antiguos tonos medievales. Ver Vera M. Gaye: «11 Petrarca, precursore del Barroco,» t'orum Italicum, 1975, pp. 385-408. 21 «Todo lo arrasa y vence el Tiempo avaro, / y lo que llaman Fama es otra muerte, / igual que la primera, inevitable». Contra esta desengañada conclusión, expresada contradictoriamente por algunos muy respetables ancianos y «eruditissimi viri», se rebelará León Battista Albcrti en el segundo capítulo de su De co"'»iodis litterarum atque incommodis (1428). 22 Francisco Petrarca con los seys triunfos de toscano sacados en castellano con el comento que sobreños se hizo..., Logroño por Arnao Guillen de Brocar, 1512. 23 Entre la muy variada significación del ciervo en la tradición iconográfica (renovación periódica de la naturaleza, melancolía, longevidad, deseo de unión con Dios...), aquí destacan los componentes de velocidad en la huida: la ligereza con que anda la carroza del Tiempo. F.s lo más frecuente en la emblemática española. Así, encontramos este uso en Covarrubias (Cent. 1, Emb. 46) con la imagen de un ciervo alado y, dentro de este libro, dos veces más para distintas interpretaciones morales de la huida (Cent 3, F.mb. ley 39). F.n Villava (2' P., Fmpr. 33) y en Horozco (Lib. 2, Emb. 12), el ciervo herido que huye con la saeta clavada no escapa, sin embargo, de la muerte al igual que el pecador no puede separarse ni huir de su conciencia. 18 A. BERNAT VISTARINI / J. T. CULL Criticón, 71, 1997 viejo de frente apesadumbrada y larga barba, dotado de unas alas enormes24 pero que ha de aferrarse a la vez a unas muletas para caminar premiosamente. Con independencia de la tradición iconográfica sobre la que se forma la imagen, la esencia contradictoria del tiempo no se puede visualizar mejor que tomando el cuerpo de un anciano: el tiempo, como la vejez que nos llega sin sentir, anda con la lentitud aparente de unos imperceptibles pasos que, en última instancia, habrán sido tan veloces como el vuelo prometido por las potentes alas. Este mismo anciano alado lo encontramos por tres veces en los libros de emblemas españoles. El más fiel al canon de hibridación renacentista (Cronos-Saturno) que impulsan los Triunfos está en Covarrubias (Cent. 3, Emb. 8). Además de las alas y una pierna de palo, el repertorio iconográfico suma una guadaña y un reloj de arena. La utilidad moral de la poco enigmática figura es amonestarnos sobre la brevedad de la vida, y así lo acaba de aclarar el epigrama: «El tiempo buela, sin pararse un ora, / Aunque os parezca coxo y pereçoso [...] / ¡O grande engaño, o loco pensamiento, / Si en su comparación es tardo el viento!»25. Más ricos son los dos emblemas que don Juan de Horozco, hermano de Sebastián, compone con la misma figura. A la significación primaria que conllevan alas, guadaña y pierna de madera, se añade en el primer caso una tea encendida: el viejo Tiempo, no sólo vuela sino que también se filtra, como la luz de la antorcha, en los rincones oscuros y hasta en lo más profundo de las conciencias para revelar con su acción —lenta y ligera— lo que se quería oculto y descubrir así cualquier engaño (Lib. 3, Emb. 29). La explicación en prosa ahonda la intuida identificación entre este Tiempo Revelador y Dios Omnisciente: Y pues el saberlo Dios es cosa tan sabida, que aun los que estaban ciegos lo echavan de ver [...] lo vee y lo oye todo que ninguna cosa se le puede encubrir, el saberlo o no los hombres importa poco.

El tercer grabado es, a la par que el más complejo, el más exactamente centrado en la reflexión sobre la vejez; en concreto, la búsqueda de una longevidad fructífera. De nuevo tenemos al anciano de las alas, la pierna de madera y la guadaña pero ahora no está solo (fig. 4). Se nos presenta formando una verdadera familia con la Medida (mesura) y la hija de ésta, la Moderación, que da la mano al «Durar perpetuo», hijo del propio Tiempo (Lib. 2, Emb. 40). Con este emblema estamos ya ante una curiosa preocupación expuesta con frecuencia en los libros españoles del género: la recomendación de especial moderación a los que se dedican al trabajo intelectual. Este

2"* No es una representación muy acorde con el texto de Petrarca. Curiosamente, la personificación parece copiada del Triunfo del Tiempo de Jacopo Capcasa di Codeca (Vcnecia, 1493) pero el resto de la composición sigue fielmente a Gregorio de Gregorii (Trieste, 1508). Ver estos dos grabados, así como el estudio de la reunión humanista de las iconografías de Saturno y Cronos y la aparición de las alas y los demás atributos, en Erwin Panofsky: «El Padre Tiempo», en Estudios sobre iconología, Madrid, Alianza Editorial, 1972, pp. 93-117, y Raymond Klibansky, Erwin Panowsky, Fritz Saxl: Saturno y la Melancolía, Madrid, Alianza Editorial, 1991, pp. 210-214. ¿5 El lema, ovidiano, ya es aclaratorio: fallit volatilis aetas. La reducción de todos los significados posibles al único de la rapidez inadvertida con que escapa es coherente con la explicación que da Covarrubias en el Tesoro, donde presenta como imágenes del tiempo a la culebra silenciosa y al veloz centauro (p. 961). LAS EDADES DEL HOMBRE 1 9 tipo de trabajo, se nos dice, contiene un privilegio y un peligro. El privilegio reside en que la obra intelectual permanece en los escritos y en la memoria y proporciona una suerte de vida eterna, el peligro deriva de ser un trabajo que desgasta enormemente y de cuyo abuso, como hemos visto arriba, se sigue la muerte prematura:

Y si los demás trabajos tienen necessidad de alivio y descanso, ninguno la tiene tanta como el estudio, que verdaderamente fatiga y gasta la vida, no siendo con moderación (ibid.).26

Fig.4

Pero no hemos acudido de entrada a Petrarca obligados sólo por la frecuente superposición de la imaginería petrarquista y la emblemática27. Los Trionfi, en concreto, son antecedente de uno de los primeros libros de emblemas españoles: la obra de Francisco de Guzmán Triunfos Morales (1557)28. En el despliegue alegórico de la

2*> Con toda probabilidad, la frecuencia de esta idea en los libros de emblemas españoles proviene de que Alciato la había formulado espectacularmente bajo la figura del murciélago («vespertilio») y aludiendo a Querofonte, discípulo de Sócrates que perdió el color por trasnochar estudiando. 27 Ver Mario Praz, «Petrarca e gli emblematisti», Ricerche anglo-italianc, Roma, Edizioni di Storia e Letteratura, 1944, 303-319; y los dos trabajos de Pilar Mañero Sorolla, Imágenes petrarquistas en la lírica española del Renacimiento, Barcelona, PPU, 1990, y «Petrarquismo y emblemática», en Sagrario López Poza (éd.), Literatura emblemática hispánica. Actas del I Simposio Internacional. Universidade da Coruña, 1996, pp. 175-201. 28 En realidad nos encontramos ante una filiación más limitada de lo que en principio pudiera parecer. Guzmán, ya en sus últimos años y alejado de anteriores ocupaciones guerreras, quiere «gozar del sin plazer invierno» (fol. 6) escribiendo la síntesis moral de su experiencia. De este modo, la obra se inicia con la exposición de las peculiaridades de la niñez y los primeros años de la vida (fols. 8-11). Es el momento de armarse contra los vicios y, cosa que le preocupa notablemente, de aprender a combatir toda suerte de herejías, en especial la de la Reforma de Lutcro. Cito por la ed. de Alcalá (Andrés de Ángulo, 1565). La 1J ed. se publica en Amberes, en casa de Martín Nució el año 1557. Es una obra de cierto éxito editorial pues, 20 A. BERNÂT VISTARINI / j. T. cu L L Criticón, 71, 1997 obra, los peores vicios están tópicamente representados por personajes caracterizados como viejos o, peor aún, viejas. Avaricia, Envidia y Gula son ancianas que —tanto en los grabados como en su descripción textual— compiten en repugnancia con el mismo Caronte: un «viejo ya podrido / de triste y asquerosa catadura, / que sólo ver su rostro desabrido / provoca los que pasan a tristura» (fol. 15rP. No obstante, merece señalarse que aunque la descripción de la vejez no aparezca de forma independiente al ir derivando la obra hacia otros intereses («Loores al Emperador Carlos» o «Discurso de las Guerras que el Rey don Felipe nuestro señor hizo contra el Rey Enrique de Francia», fols. 187-201), sí se salpicará el texto de reflexiones positivas sobre la misma. Esto es lo que más importa a nuestro propósito: la vejez aparece, ante todo, como la edad adecuada para el «Triumpho de la Prudencia» y para el «Triumpho de la Justicia». Incluso la amistad y el amor son vivencias más profundas al aquilatarlas los años: «De suerte que requiere ser prudente / quien ama, y en edad también madura / y entonces amicicia permanece / que mucho más allí razón florece» (fol. 104r); y no hay ulteriores alusiones a la decrepitud del cuerpo. En el libro de Guzmán aparece, pues, la imagen del hombre anciano diseñada sobre la que más a menudo retenemos en el Humanismo y que veíamos defender a Petrarca. Una edad privilegiada por la acumulación de experiencia e idónea para cumplir el último designio de salvación. Sírvanos, pues, como ejemplo de la visión optimista de una vejez sabia, en perfecta coherencia con el programa vital de la dignitas hominis humanista*.

Bien distinto es el diálogo que el barroco español mantendrá con el Tiempo. Y la emblemática española es, sobre todo, barroca. Entrando en el siglo xvn, los valores humanistas sufren una compleja degradación y la vida del hombre se entiende cada vez con mayor insistencia como un viaje poco feliz de la cuna a la sepultura. Desde este núcleo ideológico se va a presentar también, en buena medida, la última edad humana en los libros de emblemas. Apelando a la autoridad de Gracián —otro autor que aplica además de las eds. citadas, sale en Sevilla 1575, Sevilla 1581, 1587 y Lisboa (?) 1587. Con todo, no ha merecido apenas atención por parte de la crítica. Ver Pedro Campa, obra citada supra, en la nota 2, pp. 41-43. 29 Es obvia la relación de la vieja Envidia de Guzmán con el emblema LXXI de Alciato: «Se pinta la Envidia como una mujer sucia que come víboras, a la que duelen los ojos y que devora su propio corazón, delgada y lívida, llevando en la mano dardos espinosos» (Alciato, 106). También son dos ancianos en Guzmán Temor y Deseo, peleándose aquí ante la mediación de la Razón que intenta reducirlos («Y assí los dos contrarios muy ancianos / vinieron de palabras a las manos [•••]»), cosa que al final consigue como corresponde a su Triunfo (fols. 48r-49r). •'"Ver las palabras de Francisco Rico sobre la lectura que el mejor humanismo cristiano lleva a cabo de obras como el De senectute cicerionano, y otros asuntos conexos, en El sueño del humanismo. De Petrarca a Erasmo, Madrid, Alianza, 1993, pp. 133-159. Pero, por otra parte, hay que tener en cuenta que el naciente gusto ensayístico llevará a polemizar con los clásicos. Así, Fernando del Pulgar rebate a Cicerón punto por punto en una de sus Letras titulada «Los males de la vejez», que sentencia: «así que, para las enfermedades que vienen con la vejez, fallo que es mejor ir al físico remediador que al filósofo consolador» (reciente edición por Jesús Gómez, El ensayo español. 1. Los orígenes: Siglos XV a XVII, Barcelona, Crítica, 1996, pp. 78-82). También afilará su pluma 1-ray Antonio de Guevara en los irónicos «cincuenta previlegios que tienen los viejos, dignos de leer y no menos de notar» (Epístolas familiares, Madrid, RAE, 1952, vol. Il, pp. 389-399; y ver, complementariamente, vol. 1, 218-232, que contiene una lista de las obligaciones del hombre de edad, especialmente en lo relativo al trato con mujeres y amores). LAS EDADES DEL HOMBRE 21 abundantemente emblemas y técnicas emblemáticas—, usaremos la antítesis de los «honores y horrores de Vejecia»31. Ineludiblemente, estamos en la edad en que se han trocado «los fervores de la sangre en horrores de melancolía». Más que dignidades, la vejez ofrecerá un único aprovechamiento, negativo y difícil: el Desengaño. «Entre todas [las monstruosidades], la más portentosa es estar el Engaño en la entrada del mundo y el Desengaño a la salida: inconveniente tan perjudicial que basta a echar a perder todo el vivir» {Criticón, p. 634). El pesimismo es tan amargo que Critilo implica al Creador en semejante desaguisado y Gracián tiene que acabar subrayando que no se trata de un error divino sino responsabilidad exclusiva de los hombres que «todo lo han revuelto de alto abaxo» (p. 635) sin obedecer las señales de aviso. La necesidad de este subrayado pone de manifiesto que ahora la visualización del cuerpo parte ante todo de su inestabilidad. Es simplemente el vehículo que nos conduce a la muerte («Los cuatro humores llevan la carroza de nuestra vida sobre las alas del tiempo», dice Enríquez Gómez);32 o es tiempo puro, sólo visible en el engaño terrenal: «diré que es tierra, que es polvo y nieto de la nada» (Gracián en la Agudeza, xxxix). Desengaño y pesimismo hasta desembocar en la repugnancia instruyen, por tanto, la percepción barroca de la vejez, coherente con el cansancio detectado en todos los órdenes de la realidad: «Tardóme en parirme / mi madre, pues vengo / cuando ya está el mundo / muy cascado y viejo [...]»33.

31 Es el título de la Primera Crisi de la 3* Parte de El Criticón («En el invierno de la Vejez», Madrid, 1657). Citamos por la ed. de Santos Alonso, Madrid, Cátedra, 1980. Al palacio de Vejecia se llega por entre el fragor guerrero de los Años, «espiones de la muerte que con unas muletillas dcxaban de correr y volaban hacia la sepultura» (p. 548); es la misma disposición antitética del grabado antes comentado y que en el Criticón encontramos de forma insistente. Por ejemplo, a los que llegan a la vejez se les reparten «báculos, que ellos dezían darles palos, y muchos se vieron llevados en el aire sin afirmarse ni tocar en tierra [...]» (pp. 551-552). Pronto vemos el trabajo de estos esbirros: el más quevedesco desmembramiento del cuerpo y el consiguiente desvelamiento implacable de la vanidad de hombres y mujeres. Desde luego, el talante pesimista del jesuíta carga más las tintas en los «horrores» que contempla Andrenio que en los «honores» alcanzados por unos pocos varones ante los ojos de Critilo. Los males y vicios propios de la vejez aquí son largos: vecindad de la muerte, enfermedades (gota, tos, pérdida de los sentidos y la agudeza), melancolía, doblez, tendencia a la murmuración y malicia, afectación de juventud y apariencia ridicula. Aparece en especial la vieja como colmo y «prototipo de monstruos, espectro de fantasmas, idea de trasgos, y lo que es más que todo, una vieja» (pp. 554-555). Es revelador, en este sentido, que cuando se trata de demostrar la inoportunidad intrínseca de la Muerte (Crisi undécima, especialmente, pp. 773-785) ésta actúa sobre las figuras del joven, el viejo, la guapa, la fea, el rico, el pobre, pero no aparece «la vieja», dejando la sospecha en el lector de si en este caso la muerte actuaría de forma conveniente (ver infra). En cambio, por lo que hace a los valores positivos de la vejez en estas páginas, todos se reducen a los emanados de la adquisición de experiencia: «saben mucho porque han visto y leído mucho» (p. 561). Para la relación entre Gracián y la emblemática, ver: Théodore Kassier, The Truth Disguised: Allegorical Structure and Technique in Gracián's «Criticón» (Londres, Támesis, 1976); E. Melé, «II Gracián e alcuni Emblemata dcll'Alciato», dómale Storico delta Letteratura Italiana 79, 1922, pp. 373-74; C. L. Nicolai, «Baltasar Gracián and the Chains of Hercules», Modem Language Notes, 20, 1905, pp. 15-16, y Karl-Ludwig Selig, «Gracián and Alciato's Emblemata", Comparative Litcrature 8, 1956, pp. 283-87. Y relacionado con nuestro tema, aunque no con la emblemática, Hilary Dansey Smith, «The Ages of Man in Baltasar Gracián's Criticón",Hispanófila, 32.1 [Número 94], 1988, pp. 35-47. 32 Vida de don Gregorio Guadaña, cap. V. 33 Francisco de Quevedo, Obra Poética Completa, Madrid, Aguilar, vol. III, p. 97. Metido en este mundo fatigado donde hasta las auroras no son sino una «risueña enfermedad» (op. cit., I, p. 155) el hombre no puede desear más que abreviar el tránsito: «Grande bien es no llegar a viejo a verme muerto» (Francisco de 2 2 A. BERNAT VISTARINI / J. T. CULL Criticón, 71, 1997

Así pues, desde Petrarca y sus primeros imitadores españoles, hasta Gracián y sus contemporáneos podemos dibujar todo el arco de sensibilidades de nuestro Siglo de Oro. Atendamos ahora, bajo él, a los distintos tonos de la literatura emblemática en el tratamiento de la vejez humana. Como en el apartado anterior, creemos lícito, dadas las características del género, estudiar este corpus de manera sincrónica. Ya no nos sorprenderá la cuantitativa importancia del tema en la obra de Sebastián de Covarrubias. No es por casualidad: Covarrubias, por edad, formación e intereses, recoge a la perfección los varios mundos que coexisten a principios del xvn34. Simplificaremos la organización rastreando primero las veces en que se salda positivamente el paso de los años, viendo por medio de qué imágenes y desde qué presupuestos. En segundo lugar, procederemos a la búsqueda e interpretación de las ideas opuestas. Avanzamos una conclusión: las ocasiones en que el tiempo benefactor conduce a una vejez sabia son muy escasas. Unas primeras apariciones de la vejez nos confirmarán la deuda con Alciato. En los traductores y comentaristas españoles del italiano está, por supuesto, el emblema de Hércules viejo, a quien la edad ha hecho más prudente y ha sustituido la fuerza por la mejor arma de la elocuencia (Daza, 156-7; y explicación de Diego López, 614-616)'5; y también está el emblema de la firme encina, que nos explica cómo lo viejo es soporte imprescindible de lo nuevo (Daza, 220)^. De estos dos emblemas, la imagen más fecunda es la botánica. Así, otra encina con el mismo fin simbólico se encuentra en Covarrubias (Cent. 3, Emb. 25): frente al frondoso árbol, un leñador cansado completa la imagen reflexionando que es «[...] en vano / Querer, que lo que en cien años se cría / A un solo golpe rinda su dureza». El lento crecer y desarrollarse de los árboles, y la longevidad de algunos, parece ser la mejor comparación ennoblccedora de la vida humana. Juan de Horozco, en la misma línea,

Quevcdo, De los remedios de cualquier fortuna, en Obras en prosa, ed. de L. Astrana Marín, Madrid, Aguilar, 1941, p. 887). No vamos a entrar aquí en las conocidas invectivas contra la vejez, el viejo y, sobre todo, la vieja lanzadas por Quevedo y repetidas a lo largo del siglo XVII.

34 ycr |os siguientes trabajos: Christian Bouzy, «El Tesoro de la Lengua Castellana o Española: Sebastián de Covarrubias en el laberinto emblemático de la definición», Criticón, 54, 1992, pp. 127-144; E. Cordero de Ciria, «El erasmismo en los Emblemas morales de Sebastián de Covarrubias», Boletín del Museo c Instituto Camón Aznar, 27, 1987, pp. 5-15; M. Darbord, «L'emblématique espagnole: les Emblemas Morales de Sebastián de Covarrubias», en Emblèmes et devises au temps de la Renaissance, ed. J. Davies, Paris, Université de Paris-Sorbonne. Centre de recherches sur la Renaissance, 1981, 6, pp. 103-106; M. Morreale, «Los Emblemata de Alciato en el Tesoro de la Lengua Castellana de Sebastián de Covarrubias», NRFH, XL.l, 1992, pp. 343-382; I. Rothberg, «Covarrubias, Gracián and the Creek Anthology», Studies in Phihhgy, 53, 1956, pp. 540-552. 35 Daza, en su traducción, responde a la extrañeza que le causa ver a un Hercules con sus atributos de clava, piel de león, arco... «Mas no le quadra aquello que está cano, / Como hombre ya de edad vieja y madura.|...] Las armas con la paz no ayan porfía, / Pues aún a los muy duros corazones, / Doma con buen hablar sabiduría» [op. cit.). 36 La encina vieja, que alimentó a los antiguos con sus bellotas (mito de la Edad de Oro) ahora da sombra a los jóvenes. Independientemente de la imagen usada, la idea está en De senectute VI, 20: «.Que si queréis leer u oír las historias extranjeras, encontraréis los más potentes estados arruinados por la gente joven, pero sostenidos y restaurados por los ancianos» (Marco Tulio Cicerón: Catón. De la Vejez, texto, traducción y versión interlineal de Eduardo Valentí Fiol, Barcelona, Bosch, 1971, p. 47). Hay otra encina en Alciato como símbolo de la firmeza y comparada a! Emperador Carlos (Emb. XI.1I). LAS EDADES DEL HOMBRE 23 nos presenta un árbol indeterminado a cuya sombra benéfica crecen los arbolillos jóvenes. Con el lema Tempore virga fui (antes fui una vara), la reflexión deriva en este caso hacia cómo la nobleza de sangre no es nada sin una correspondencia en las acciones. Pero la flora emblemática es riquísima. Así, más profundamente relacionado con el sentir del paso del tiempo, nos expone Covarrubias las características del moral (Cent. 3, Emb. 57), árbol de carga simbólica opuesta a la del almendro. En tanto que éste, por lo temprano, casi extemporáneo, de su floración nos advierte de los riesgos de la precocidad, el lento moral nos enseña la prudencia y la cautela. Con su fructificación tardía, el moral asegura que no se malogren los fines: la vejez es, por lo tanto, el momento idóneo para recoger la cosecha de una vida37. No es casualidad que sea el tardo-humanista Covarrubias quien complete la serie de emblemas donde el tiempo actúa de manera positiva hasta la vejez. Nos presenta este autor a dos ancianos recostados: uno vuelca una tinaja de la que mana agua y el otro una cornucopia de la que caen riquezas. El tiempo engrandece y mejora, viene a decirnos, así como el torrente se transforma en río. Pero aparte de las virtudes del ahorro que recomienda la cornucopia, y que en cierto modo concreta la cosecha genérica del emblema anterior, introduce un subtema que nos parece especialmente interesante aquí: la idea de que el conocimiento científico es la suma y perfeccionamiento progresivo de los trabajos individuales. Al final, si bien Covarrubias nos deja claro que la muerte, cuando llega, todo lo acaba y las riquezas acumuladas sirven de poco, desde el punto de vista de las ciencias, un hombre sabio legará el escalón sobre el que se apoyen los conocimientos posteriores"'8. Y esto es todo: como vemos, en un corpus de cerca de 2.000 emblemas ha cabido poca confianza sobre la acción del tiempo. Mucho más importante, en cambio, es la responsabilidad que los emblemistas descargan sobre el hombre anciano como ser próximo a la muerte. El eje alrededor del que gira este grupo de emblemas es el de la gravedad decisiva de las últimas acciones del hombre, porque, como dice el bien barroco jesuíta Sebastián Izquierdo en su Práctica de los ejercicios espirituales con eficaz metáfora de timba: «Es la muerte la suerte última del juego, en que va todo el resto, y si se pierde, queda todo perdido» (p. 57). Por supuesto, el hombre del siglo xvn, mientras aliente, no se librará de este imperio de la Fortuna que es para él la vida; y a veces, cuando más confiaba pasar una vejez plácida, le ha de ocurrir como al anciano Creso, rey de Lidia, quemado a manos de Ciro en el emblema de Covarrubias: «Ninguno se puede llamar bienaventurado en tanto que viviere, pues está sujeto a las

& «El moral como bobo es perezoso, / opuesto al antuviado almendro, y echa / Quando a passado el tiempo riguroso, / Y su fruto se goza y aprovecha. / El ingenio precoz y fervoroso, / Tras grande muestra, danos ruin cosecha, / El tardo, y manso, vase poco a poco, / Este es moral, y el otro, almendro loco» (f. 257). 38 «Este mesmo conceto se puede aplicar a la invención de algunas artes o doctrinas, cuyo primer autor descubrió los principios, y después se le animaron otros, añadiendo y perfecionando su obra» (loe. cit.). Ahora bien, el anciano con sus riquezas esconde otra creencia muy frecuentemente usada en su caracterización negativa: su especial codicia. Pedro Mexía, citando como autoridad la Ética de Aristóteles, dice que es mal «casi incurable, porque va cresciendo con la edad; y la vejez haze avarientos y, quando se menguan las fuerças y la vida, se acrecienta la cobdicia y avaricia» (Silva de varia lección, Madrid, Cátedra, 1990, ed. de A. Castro Díaz, vol. I, pp. 427-428). 24 A. BERNÂT viSTARiNi / j. T. CULL Criticón, 71, 1997 mudanças de fortuna» (Cent. 1, Emb. 98)39. El viejo ha de saber que el peso de las últimas acciones es lo bastante grande para condenar por toda la eternidad a un hombre virtuoso. Pero esta pedagogía de la vejez —si se nos permite la expresión— le deja al anciano una nota de consuelo derivada por igual de la importancia concedida a las postrimerías: el arrepentimiento último basta para salvar al pecador. Y así adoctrina Lorea por medio de una serpiente que muda su piel en la grieta de un tronco: «Sabe la Culebra, ya que no retroceder sus días y el tiempo que de su edad ha pasado, rejuvenecer de modo que, siendo anciana, se queda nueva» (p. 454). El más espectacular de los emblemas de este grupo es, a nuestro juicio, el pavo real (fig. 5) que sitúa Núñez de Cepeda al borde de un sepulcro abierto y debajo del mote Pandit in extremis lumina (Despliega las luces en lo último). Combina Núñez de Cepeda todas las ideas que hasta aquí hemos visto exponer para los instantes finales de la vida. Y lo hace con el estilo del más persuasivo barroco que conduce el pensamiento hacia un evidente c inapelable desengaño del mundo: «el desvelo más provechoso de la ancianidad es fabricar una buena muerte»40. Saavedra Fajardo, por último, enfoca estas reflexiones hacia la responsabilidad política del anciano gobernante: «de todo lo dicho se infiere cuánto deben los príncipes trabajar en la edad cadente para que sus glorias pasadas reciban ser de las últimas» (663).

& El mismo Covarrubias insiste, con más fácil metáfora náutica: «Gran lástima y suma desgracia es que un hombre aya corrido la carrera desta vida sin torcerse ni repararse, y al cabo della pare con fealdad y peligro» (Cent. 3, Kmb. 32, f. 232). La imagen nos habla de que a veces es más peligrosa la entrada en el puerto, por exceso de confianza, que sortear tormentas en el océano. Sobre la comparación marítima nos asegura Lorea: «Es el mar el sínbolo más claro para representar el mundo que abitamos [...]» (118). Otros emblemas con el mismo contenido están en Zárraga, que dibuja un esqueleto con guadaña, ataúd y huesos en el suelo bajo el mote Fmis coronal opus (El fin corona la obra): «Las últimas acciones del hombre son las que le eternizan en la fama [...). Aunque a las hazañas esclarecidas es devida la alabanza, no califican éstas al sugeto, hasta que con la muerte se assegure no pueden deslucirse con obras desatentas» (356); y en Borja, que ofrece una vela casi consumida que brilla con fuerza: «quanto más cerca está a acabarse una vela, tanto mayor luz y claridad da» (174-175). Ver sobre estos asuntos, Francis Cerdan, «Los afectos del pecador arrepentido a la hora de la muerte. Tensión anímica y expresión poética en el siglo xvn», en F.liseo Serrano Martín (éd.), Muerte, religiosidad y cultura popular. Siglos xill-XVlli, Zaragoza, Institución Fernando el Católico, 1994, pp. 531-550. * Emp. 40. F.s el conocido emblema del pavo real que deshace la rueda de su orgullo con mirarse a los feos y discordantes pies. Pero hay aquí muchas otras ideas que extractamos: «Cuando la juventud halle para su ceguedad alguna disculpa en el ardor y viveza de la sangre, en la precipitación de los deseos que la impresionan con ligereza, la edad madura, sorda ya a semejantes bullicios, debe ser Argos, que con la vista a las espaldas llore los descuidos pasados, y disponga con las luces del semblante el acierto en lo que resta de la carrera. F.l estudio más feliz de la juventud es disponer una buena vida, y el desvelo más provechoso de la ancianidad es fabricar una buena muerte [...]. Ningún colirio tan eficaz para aclarar los ojos de los que viven, como el que se confecciona de los polvos de un cadáver. Es por su naturaleza la ancianidad el más común hospedaje de la avaricia. Las riquezas dan sed de otras, pero el desengaño que imprime la memoria de la muerte borra afición a bienes de tierra. Ninguno aspira tan fervoroso a la perfección como el más desengañado, y ningunos desengaños más vivos que los que nos ofrecen a la vista, como en espejo, los muertos [...]. Altíssimo cuidado es de la providencia juntar lo ínfimo a lo supremo, y para deshacer la rueda de la vanidad, poner en su centro un punto de desengaño» (685-686). Ver también los comentarios de Rafael García Mahíques, éd. cit., pp. 186-190. LAS EDADES DEL HOMBRE 25

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Fig. 5

Con todo y que siempre cabe la salvación o la condenación in extremis, hasta aquí hemos visto a la emblemática presentarnos la vejez partiendo de una idea acumulativa, y generalmente perfeccionadora, del tiempo. Este tiempo sedimenta la vida y conduce hasta una vejez prudente que no es sino decisivo precipitado de las acciones anteriores, depuración necesaria del cuerpo que se prepara para la vida eterna. A fin de cuentas, se trata del eco de las consoladoras palabras de Catón el Mayor en el De senectute ciceroniano: «Tened presente que en todo este discurso mío, yo elogio aquella vejez que descansa sobre los fundamentos de la juventud» (xvín, 62)41.

Desde el ángulo inverso, se nos ofrece ahora la imagen de la vejez como doloroso resultado de las labores de destrucción y erosión de los años. La devastación del tiempo y la brevedad de la vida generan alusiones y representaciones del viejo como emblema de la vanidad terrena y del topos del contemptus munáif1. En especial, un blanco

41 Op. cit., p. 127. 42 Es una importante derivación del tema que aquí estudiamos. Son muchísimos los emblemas que podríamos aducir que recuerdan la vanidad de lo terreno ante el poder destructor del tiempo y la proximidad de la muerte. Entre los que reflexionan explícitamente sobre la vejez, es notable la figura del árbol que pierde sus flores u hojas. El citado almendro de Alciato es fuente directa del de Hernando de Soto, dibujado en el momento dinámico de desnudarse de flores: «Tiene fin de aquesta suerte, / La juventud y hermosura, / Que con vegez poco dura, / Con enfermedad o muerte»; y la consiguiente amplificación en prosa: «a buelta de cabeça se halla uno con muchos años a cuestas, cano, arrugado el rostro, sin pies, y manos, y al fin con 26 A. BERNÂT visTARiNi / j. T. CULL Criticón, 71, 1997 predilecto es la mujer anciana, con su belleza perdida, y los comportamientos ridículos para intentar recuperarla. Si acabamos de ver a una vieja culebra que mudando la piel abandona a tiempo su antigua vida pecadora y gana vida nueva —rejuvenece— por medio del arrepentimiento, ahora Covarrubias traza una comparación degradante e imposible: la mujer anciana que se afeita y acicala es una culebra, pero, a diferencia del animal, no puede rejuvenecer por más que para conseguirlo llegue a poner su vida en juego: «Salud y vida pone en aventura» la vieja vanidosa. «Las diligencias que una muger entrada en años haze para detenerlos y disimularlos no puede[n] detener el tiempo, ni disimular la edad, aunque los afeytes y las galas procuren entretenerla» (Cent. 2, Emb. 93)43. Otras actividades dejan en ridículo a los ancianos. Aiciato se había burlado del viejo enamorado y desatará la severidad de su comentarista, Diego López: «Es gran lástima ver un viejo enamorado, y aun muy gran risa, y si pasaran Jas cosas como era razón, cierto que merecían gran reprehensión» (537-8). Todos los tratadistas coinciden en que la vejez apacigua los ardores del cuerpo, pero estas excepciones le demuestran a Covarrubias que siempre hay que estar vigilantes. La desgraciada historia de Susana, dibujada bañándose desnuda y espiada por dos viejos, le lleva a concluir que «devemos huir las ocasiones, aunque seamos viejos, débiles y fríos, pues en fin somos pajares, como dize el refrán antiguo, y para señorearse de nosotros el apetito desenfrenado poco importa ser inábiles para executarle» (Cent. 3, Emb. 31). Al viejo le conviene, más que en ninguna otra edad, tener claras sus limitaciones. Covarrubias y Borja44 usan ambos la misma historia de Milón de Crotona —ya mencionada por Cicerón—45 para advertírnoslo. Creyendo poder partir con las manos un tronco en la soledad del bosque, el anciano Milón queda atrapado en la hendidura y muere devorado por los lobos, pues «lo que antaño fue, ya no es ogaño» (Covarrubias: Cent. 1, Emb. 56), frase que a todos nos retumba sobre el final desistimiento de Alonso Quijano.

enfadosa senetud, que ella misma es enfermedad...» (Emb. 39, f. 82). También el árbol azotado por vientos contrarios que dibuja Horozco nos dice que «Viene la fría vejez que lo destroça / blanquea con su nieve la cabeça / y no dexa en el cuerpo huesso sano» (Lib. 3, Emb. 42). En Borja encontramos una poco frecuente utilización emblemática de la hiedra como símbolo de la precocidad y fugacidad, intercambiable en su significado con el almendro anterior: la choza cubierta de hiedra seca (160-161). El recuerdo de la muerte segura se provoca con imágenes de fácil retención; así el dibujo de Soto de unas peñas rodeadas del mar embravecido («Todo lo lleva tras sí la edad, hasta el ánimo, que no puede aver debaxo del orbe de la Luna cosa estable, ni permaneciente», dice, y por lo tanto, no nos dejemos «llevar de la miseria deste mundo», Emb, 38, f. 79). Y aún más inolvidable es el patético cinocéfalo recostado que Borja pinta mirando al cielo, «del qual se escrive que mucre poco a poco, muñéndosele un día un pie, y otro día una mano, y assí se le va acabando la vida; lo que si bien consideramos, nos acontece a nosotros...» (Segunda parte, 390-1). 43 Covarrubias tiene otro curioso emblema con la serpiente (el Ouroboros) para exponer una idea similar sobre la imposible renovación y la ausencia de vuelta atrás en el caminar del tiempo. En este caso vemos una rosa rodeada por el clásico ouroboros que se muerde la cola: «Tal es la beldad y hermosura de la muger, que de un día a otro se muda... Puse una sierpe que se muerde la cola, la qual significa el tiempo, y una rosa en medio por todo lo que él gasta y consume» (Cent. 2, Emb. 3). Es imagen similar a la que construye Baños de Velasco sustituyendo la serpiente por fuego alrededor del rosal [Dum ¡uceo, cinerem labor, Question XVII, p. 270). ^Segunda Parte, 268-9. 4sDe senectute, IX, 27; éd. cit., pp. 60-1. LAS EDADES DEL HOMBRE 27

Con estos emblemas hemos rozado una etapa más allá de la vejez, donde las facultades humanas se pierden: la decrepitud, el lindero con la disolución. Pedro Mexía habla de ello en su Silva de manera elocuente. En esta edad extrema, dice, pasados los noventa años, el hombre vuelve a regirse por la influencia de la Luna, «y, assí, obran los hombres lo que los niños en las condiciones y inclinaciones»46. Es el mismo talante grotescamente lunático que recoge el emblema de Covarrubias donde dos niños y un viejo juegan con caballos de caña y molinetes. Viejos «Que bolviendo a la edad de mamantones / Si los descontentáis, hazen pucheros, / ¡O vida sin vivir, o dura suerte, / Más miserable que la misma muerte!» (Cent. 1, Emb. 91 )47.

Aglutinando la última serie de emblemas sobre la vejez, aparece aquí el tema que quizá sea más serio y que más preocupa al escritor desde un punto de vista práctico. El viejo es una difícil papeleta para la sociedad, sobre todo si no está en su juicio. La idea surge con claridad en la explicación en prosa añadida al anterior emblema del viejo loco: «Algunas naciones recogen a los tales —dice Covarrubias—, y no les dexan salir en público, especial aviendo sido personas graves y de consideración, porque no les pierdan el respeto que hasta allí les han tenido. Otros debaxo de sombra de piedad, los matan: impía y bárbara cosa» (loe. cit.). En estos emblemas, la vejez ya no es un asunto personal sino social que toca, en último extremo, al ordenamiento político («algunas naciones...»)48. Alciato es de nuevo el punto de referencia inmediato de algunas de las

46 Silva de varia lección, éd. cit., p. 523. Para el erudito sevillano, la vejez va de los 56 años a los 68 y es una edad agradablemente pintada; en ella los hombres huyen de los peligros, «aman la templanza y caridad, quieren honrra con loor, son honestos y vergonçosos» (p. 522). Después, pocos llegan a la «postrimera» edad «caduca y decrépita», que rige Saturno y va de los 68 a los 90. La que mencionamos arriba está, pues, todavía más allá y «es cosa maravillosa pasar de aquí» (p. 523). En relación con estas ideas, anota también Juan Huarte de San Juan en su Examen de ingenios para las ciencias: «De malos términos usó Hipócrates cuando dijo: "Hominis anima semper producitur usque ad mortem"» (éd. cit., p. 245); es decir, hay un punto indiscutible a partir del cual el tiempo deja de ser beneficioso para el hombre. Desde la perspectiva pedagógica, un educador de tanto prestigio como Comenius nos avisa de que «El cerebro del hombre (que antes dijimos que se asemejaba a la cera en recibir las imágenes de las cosas por medio de los sentidos) está húmedo y blando en la edad pueril, dispuesto a recoger todas las impresiones; y poco a poco se reseca y endurece hasta el punto de que la experiencia testifica que de un modo más difícil se impiiman o esculpan en él las cosas [...]. Torpe y ridículo es un viejo que empieza; ha de preparar el joven; ha de utilizar el viejo — dice Séneca en la Epístola 36» {Didáctica Magna, Madrid, Akal, 1986, pp. 61-2). Y estas ideas parecen informar directamente el emblema de Covarrubias, ya citado, cuyo grabado representa a un labrador arrancando la maleza con una pala: «... Los hombres mayores ya en edad están divertidos y son más duros en el percebir de memoria; verdad es que proceden con discurso, y esto les hace temer las dificultades [...]» (Cent. 2, Emb. 77, f. 177). 47 Este emblema lleva por lema «Bis pueri senes» (Los ancianos son dos veces niños), tomado de Horacio, Sermones II.3.247, seguramente a través de Erasmo, Adagio 1.5.36. Con este trasfondo emblemático, Goya hizo un retrato satírico de Séneca como anciano que camina apoyándose en un andador de niño. Ver Santiago Sebastián, «Un retrato satírico-emblemático de Séneca por Goya», Emblemática e Historia del Arte, Madrid, Cátedra, 1995, pp. 283-284. 48 En Covarrubias siempre se agitan preocupaciones bien concretas y palpables. Con todo, la indeterminación «algunas naciones...» remite a la más antigua literatura paradoxográfica. Ver, por ejemplo, Agatárquides, Sobre el Mar Eritreo: Los Trogoditas aplicaban la eutanasia, pues «consideran el mayor de los males que desee vivir quien no puede hacer nada digno de vivir. Por ello se puede ver a todos los Trogoditas ágiles de cuerpo, y fuertes en pleno vigor, de modo que ninguno supera los sesenta años» (Luis A. García 28 A. BERNAT VISTARINI / J. T. CULL Criticón, 71, 1997 imágenes que nos interesan; en concreto, de dos: la de las cigüeñas y la del episodio de Eneas sacando a hombros a su padre Anquises de Troya en llamas. Son imágenes bien conocidas de piedad filial cuyo significado se amplía al respeto y auxilio de los ancianos. La cigüeña que lleva a sus padres cuando éstos ya no pueden volar la encontramos en Covarrubias y en Remón49, pero adquiere mayor definición político- social en las obras de Cristóbal Pérez de Herrera, textos dedicados a reparar la marginación de amplios sectores sociales. A Eneas y Anquises los retoma Horozco y los mezcla en su explicación con la imagen tan próxima de las cigüeñas: «Es tan conocida la obligación que los hijos tienen a sus padres que el que faltare a ella no puede tener excusa, pues los animales la reconocen, y se puede dezir que la enseñan» (Lib. 3, Emb. 11). La república debe proteger al anciano que se ha ganado el descanso después de una vida de servicio. Esta es la idea que esconde Borja en el motivo del buey echado cerca de un pesebre. Como vemos, la preocupación social por la vejez es intensa, hasta el punto de hacer alusión en dos ocasiones a asuntos tan espinosos como el suicidio o la eutanasia. Acabamos de leer en Covarrubias una horrorizada alusión a los pueblos que matan a sus viejos. Más adelante, el mismo libro ahondará en lo que había sido un comentario de pasada, dedicándole un emblema completo (Cent. 2, Emb. 73). Nos dibuja a Saúl en trance de suicidarse con su espada, ayudado por un amalecita. El discurso es contrario a la muerte voluntaria pues nunca hay que usar de una prerrogativa que pertenece exclusivamente a Dios*.

Moreno y F. Javier Gómez Espeíosín eds., Relatos de viajes en la literatura griega antigua, Madrid, Alianza Editorial, 1996, p. 219). 49 Cent. 2, Emb. 89, f. 189, y f. 41r respectivamente. Dice Covarrubias: «Vergüenca avía de tener el hombre de que los brutos le enseñen lo que la razón pide y Dios le manda». En el caso de Remón, se trata de demostrar la piedad que, entre las otras virtudes, adorna a San Pedro Nolasco. Yahemos aludido (ver supra, nota 17) a la cigüeña. Es imagen muy usada. Por ejemplo, forma parte de la puesta en escena de La elección por la virtud de Tirso de Molina. Al comienzo de la comedia, Sixto sale al tablado cargando a su débil padre, Pereto. Éste provee la subscriptio en sus palabras iniciales: «¡Peregrina / virtud!, ¡piedad singular! / Hijo, aunque viejo y cansado, / no tanto que si arrimado / a un palo los pies provoco, / no pueda andar poco a poco. / Soy ya viejo, estoy pesado; / ya de mis carnes molestas / la carga grave contemplo. / Suelta, si ya no me aprestas / de la cigüeña el ejemplo, / que lleva a su padre a cuestas». (Obras completas, ed. de Blanca de los Ríos, Madrid, Aguilar, 1969, vol. I, 324). Ver al respecto: John T. Culi, «"Hablan Poco y Dicen Mucho": The Function of Discovery Scènes in the Drama of Tirso de Molina», The Modern Language Review, 91.3, 1996, pp. 619-34 (sobre todo, nota 19, p. 624). 50 El emblema alude, por extensión, a la vejez. Vale la pena reproducir el epigrama: «Al que está con las ansias de la muerte, / No le devemos acortar la vida, / Con darle lo que pide, si es de suerte, / Que por ello, más presto se despida, / Podrá bien ser, que en aquel punto acierte / A cobrar nueva gracia, no adquirida, / Antes del punto, y trance riguroso, / Con que perpetuamente sea dichoso». Entresacamos estas palabras del comentario en prosa: «Algunos enfermeros ay tan impíos, que en deshauciando el médico al enfermo, les parece que ya no ay que curar nada del, pudiendo entretenerle con caldo esforçado y con pistos... Devrían considerar que a muchos de aquéllos [que] desamparan los médicos, favorece Dios, y viven, y quando esto no sea, deven assistirles con mucha caridad, hasta la postrera boqueada». Con todo, el famoso médico Bernardo Gordonio aconsejaba que en casos terminales «el phísico luego deve de fuir» (II.22, Pron.), aunque reconoce que la vida es algo sagrado: «comoquier que [los pacientes] se acercan de muerte, bueno es alongar la vida quando fuere posible» (V.16, Del fluxo que es en los tísicos...). Bernardo Gordonio, Lilio de medicina. Edición critica de la versión española, Sevilla 1495, eds. John Culi ôc Brian Dutton (Madison, Hispanic Seminary of Medieval Studics, 1991). LAS EDADES DEL HOMBRE 29

En nuestro repaso de los emblemas y empresas españoles dedicados a las edades del hombre, hemos visto una gran cantidad de temas y preocupaciones. Hay, sin embargo, un hilo unificador que se desprende de una lectura cuidadosa de los mismos: el ser humano en vías de formación. El joven, mediante su educación, se moldea para llevar una vida moral, cristiana y productiva. El anciano, por su parte, se somete a un aleccionamiento formativo que lo prepare para una muerte ejemplar premiada con la vida eterna; y todo dentro del marco prácticamente litúrgico en que se entiende la vida. Por ello, nos parece pertinente cerrar estas notas con un fragmento del Persiles donde Cervantes capta con imaginación emblemática el ángulo del devenir en que infancia y vejez son simultáneas. Es un ejemplo de la peculiar torsión barroca sobre los extremos para demostrar, inevitablemente, la nonada que es la vida. De hecho, en correspon- dencia con la cita de Fernández de Andrada que nos servía de encabezamiento, esta irónica confluencia de las tres edades principales del hombre —juventud, plenitud y decrepitud— en una iglesia de Luca, sirve para explicarnos lo fútil de cualquier intento de entender la continuidad del tiempo separando distintas etapas:

[...] y de allí a dos días entraron por la puerta de una iglesia un niño, hermano de Andrea Marulo, a bautizar; Isabela y Andrea a casarse, y a enterrar el cuerpo de su tío, porque se vean cuan estraños son los sucesos desta vida; unos a un mismo punto se bautizan, otros se casan y otros se entierran. Con todo eso se puso luto Isabela, porque ésta que llaman muerte mezcla los tálamos con las sepulturas y las galas con los lutos.51

APÉNDICE [Abreviaturas de los libros citados]

Alciato Andrea Alciato. Emblemas. Trad. Bernardino Daza. 1549. Eds. Manuel Montero Vallejo y Mario . Madrid, Editora Nacional, 1975. Usamos también la ed. de Santiago Sebastián, Madrid, Akal, 1985.

Baños Juan Baños de Velasco. L. Anneo Séneca ilustrado en blasones políticos, y morales. Madrid, Mateo de Espinosa, 1670.

Borja Juan de Borja. Empresas morales. Bruselas, Francisco Foppens, 1680. Ed. facs. de Carmen Bravo-Villasante. Madrid, Fundación Universitaria Española, 1981.

Covarrubias Sebastián de Covarrubias Horozco. Emblemas morales. Madrid, Luis Sánchez, 1610. Ed. facs. de Carmen Bravo-Villasante. Madrid, Fundación Universitaria Española, 1978.

5' Miguel de Cervantes Saavedra, Los trabajos de Persiles y Sigismundo, ed. de J. B. de Avalle-Arce (Madrid, Clásicos Castalia, 1970), pp. 411-12. Un trabajo complementario debería analizar ahora esta representación de la muerte en los libros de emblemas españoles. 30 BERNÂT VISTAR1NI / j. T. CULL Criticón, 71, 1997

Diego López Declaración magistral de los Emblemas de Alciato (1615). Facs. de la éd. de 1655, Duncan Moir. Menston, Scolar Press, 1973.

Guzmán Francisco de Guzmán. Triumphos morales. Alcalá de Henares, Andrés Ángulo, 1565.

Heredia Juan Francisco Fernández de Heredia. Trabajos, y afanes de Hércules, floresta de sentencias, y exemplos... Madrid, Francisco Sanz, 1682. [Hay numerosos errores de paginación.J

Horozco Juan de Horozco y Covarrubias. Emblemas morales (1589). , Juan de la Cuesta, 1591.

Izquierdo Sebastián Izquierdo, S. J. Práctica de los Exercicios Espirituales de N. Padre S. Ignacio. Roma, Várese, 1675.

Lorca Antonio de I.orea. David pecador, enpresas morales, político cristianas. Madrid, Francisco Sanz, 1674.

Mendo Andrés Mendo. Príncipe perfecto y ministros ajustados, documentos políticos, y morales. León de Francia, Boissat et Remeus,1642 (sin ilustraciones). La Ia ed. ilustrada, por los mismos impresores, 1662. [La paginación de esta edición se reinicia tres veces: 1-184 (emblemas 1-38); 1-56 (emblemas 39-49); 1-56 (emblemas 50-59) &C 1-111 (emblemas 60-80). El Emblema 46 aparece fuera de orden entre los emblemas 6 y 7]. Mendo tomó para su libro los grabados de Juan de Solórzano Pereira, Emblemata centum, regió-política (Madrid, 1653).

Núñez de Cepeda Francisco Núñez de Cepeda, S. J. Idea de el buen pastor copiada por los santos doctores representada en empresas sacras. León, Anisson &C Posuel, 1682. Ed. mod. de R. García Mahíques. Empresas Sacras. Madrid, Tuero, 1988.

Pérez de Herrera 1 Cristóbal Pérez de Herrera. Discursos del amparo de los legítimos pobres. 1598. Ed. mod. de Michel Cavillac. Amparo de pobres. Madrid, Clásicos Castellanos, 1975.

Pérez de Herrera 2 Cristóbal Pérez de Herrera. Proverbios morales, y consejos cristianos (1618). Madrid, Herederos de Francisco del Hierro, 1733.

Remón Alonso Remón. Discursos elogíeos y apologéticos. Empresas y divisas sobre las triunfantes vida y muerte del glorioso Patriarca san Pedro de Nolasco... Madrid, Viuda de Luis Sánchez, 1627.

Saavedra Diego de Saavedra Fajardo. Idea de un príncipe político cristiano (Empresas políticas). Milán, 1642. Ed. Francisco Javier Diez de Revenga. Barcelona, Planeta, 1988.

Soto Hernando de Soto. Emblemas moralizadas. Madrid, Herederos de Juan íñiguez Lequerica, 1599. LAS EDADES DEL HOMBRE 31

Villava Juan Francisco de Villava. Empresas espirituales y morales. Baeza, Fernando Díaz de Montoya, 1613.

Zárraga Francisco de Zárraga. Séneca, juez de sí mismo, impugnado, defendido, y ilustrado. , Juan de Viar, 1684.

BERNAT VISTARINI, Antonio y CULL, John T. «Las edades del hombre en los libros de emblemas españoles». En Criticón (Toulouse), 71, 1997, pp. 5-31.

Resumen. Se examina cl corpus de los libros de emblemas españoles de los siglos XVI y XVII para averiguar qué tratamiento dan a las distintas edades del hombre. La infancia y juventud aparecen ligadas, sobre todo, al tema de la educación y se aprecian aquí cuatro categorías: el debate sobre el uso del castigo, la recomendación del esfuerzo personal, el análisis de las características del joven en relación al aprendizaje y las cualidades que ha de tener el maestro. La representación de la vejez parte de las características iconográficas propias del Tiempo. La orientación barroca de la mayoría de emblemas ofrece una conclusión negativa sobre la última edad humana, aunque en ocasiones se quiere salvar la acumulación de sabiduría que supone la mayor experiencia. Las últimas acciones del hombre cargan al anciano de una definitiva responsabilidad para conseguir una preparación ante la muerte. Por último, se examina el grupo de emblemas centrado en los aspectos sociales de la decrepitud.

Résumé. Les différents âges de l'homme vus à travers les livres d'emblèmes espagnols des xvr et xvir siècles. Enfance et jeunesse sont envisagées essentiellement sous l'angle de l'éducation, avec quatre dominantes: le débat sur l'usage du châtiment, l'insistance sur l'effort personnel, les caractéristiques du jeune en tant qu'être à éduquer et les qualités requises pour dispenser l'éducation. Quant à la vieillesse, sa représentation s'inspire de l'iconographie spécifique du Temps. Le plus souvent, c'est la perspective baroque qui informe une vision négative du dernier âge de l'homme, malgré, çà et là, la mise en valeur de la sagesse née de l'expérience. Le vieillard est surtout vu, dans ses derniers actes, comme celui qui doit savoir se préparer à la mort. Finalement, sont pris en compte quelques aspects de la décrépitude, notamment dans sa dimension sociale.

Summary. This article examines the thème of the ages of man in Spanish Emblem books of the sixteenth and seventeenth centuries. Spanish emblems dedicated to youth focus on éducation and fall into four basic catégories: those that debate the use of corporal punishment; emblems that advócate personal effort and austerity; those which analyze the student's unique characteristics as a teachable subject, and those which consider the qualifies désirable in the educator. The thème of oíd age in Spanish emblems is often depicted visually in the guise of a winged oíd man with scythe, hourglass and other related motifs, who symbolizes the brevity and deceit of time and life. The Baroque orientation of many of the Spanish emblems on oíd age results in a generally négative caracterization of the effects of passing time. Very few emblems portray the crowning years as ones blessed with accumulated wisdom. Numerous emblems, on the other hand, stress the grave importance of the final actions of the elderly as they prepare for a hopefully exemplary death. Another group of Spanish emblems on oíd age focus on the follies and vicissitudes wrought by décrépitude, and on the role of the elderly in society.

Palabras clave. Emblemas. Edades del hombre. Infancia. Juventud. Educación. Vejez. Muerte. LETTRES SUP

Littératures espagnoles

Pierre Civil LA PROSE NARRATIVE DU SIÈCLE D'OR ESPAGNOL Aujourd'hui trop mal connue, la prose narrative de PIERRE CIVIL l'Espagne du siècle d'or s'inscrit dans les tensions Maître de conférences à l'université Paris III- historiques qui parcourent les xvi' et xvir siècles, Sorbonne-Nouvelle, faisant alterner suprématie et décadence. Au docteur et agrégé moment où surgissent en Europe les littératures d'espagnol, il est nationales, les œuvres de fiction en castillan l'auteur d'une thèse sur les formes du portrait suscitent un engouement général et deviennent des en Espagne, sous les modèles imités. Une puissante dynamique créatrice règnes de Philippe II et relie la Celestina et VAmadís de Caula à la Diana - Philippe III. Il a récemment publié archétype du roman pastoral -, au texte fondateur Image et dévotion dans du Don Quijote de Cervantes, au courant l'Espagne du xvr siècle picaresque qu'inaugurent le Lazarillo et le Cuzmán (Publications de la de Alfarache ou encore aux récits satiriques et Sorbonne, Presses de la Sorbonne-Nouvelle, allégoriques que portent à leur sommet les plumes 1996). de Quevedo et de Gradan. Ce volume met ainsi en perspective, dans le contexte social et culturel, un large panorama d'oeuvres riches et contrastées où se répondent l'ironie et la leçon morale et où triomphe le principe du « deleitar enseñando».

9 7821001029884 ISBN 2 10 002988 6 Code 042988 DUNOD