Las Edades Del Hombre En Los Libros De Emblemas Españoles
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CR/T/CÓN, 71,1997, pp. 5-31. Las edades del hombre en los libros de emblemas españoles Antonio Bernât Vistarini /John T. Culi Universidad de las Islas Baleares, España / Collège of the Holy Cross, Worcester, MA ¿Qué es nuestra vida más que un breve día, do apenas sale el sol, cuando se pierde en las tinieblas de la noche fría? (Andrés Fernández de Andrada) Como de tantas otras ideas y acontecimientos, también de las edades y estaciones del cuerpo a través de los años, hasta la vejez y la muerte, pudo sacar provecho la literatura emblemática. Si bien el cuerpo humano es un arsenal extraordinariamente provisto de imágenes analógicas no será el cuerpo en sí sino su devenir temporal, señalado en sus polos de infancia y vejez, lo que vamos a buscar ahora en los emblemas españoles. Según el orden natural, observaremos primero cómo tratan los inicios de la vida: la educación será aquí preocupación casi única, con la advertencia de que de la treintena de libros examinados, sólo en diez se hallan referencias útiles a nuestro propósito, y concentradas éstas mayoritariamente en los Emblemas Morales (1610) de Sebastián de Covarrubias. En segundo lugar, atenderemos a las consideraciones que suscite la vejez. De manera general, nos centraremos en los libros de emblemas españoles originales, es decir, aquellos no traducidos, que tienen el español como lengua primaria y que aparecen durante los siglos xvi y xvn, sin que, por otra parte, haga falta insistir en la importancia de Andrea Alciato como padre del género e inspirador de buena parte de estos emblemas1: recuérdese que en España, aparte de las ediciones ' En relación con el tema de este trabajo, destacamos, por ejemplo, aquellos correspondientes a los lemas ¡n iuventam, In quattuor anni témpora, Scyphis Nestoris y los dedicados a la opuesta simbología del almendro (precocidad) y el moral (fructificación tardía). 6 A. BERNAT VISTARINI / J. T. CULL Criticón, 71, 1997 latinas del milanés, más o menos comentadas (es notable la debida a Francisco Sánchez de las Brozas, 1573), circularon en castellano algunas muy divulgadas traducciones (Bernardino Daza Pinciano, 1549) o amplificaciones (Diego López, 1615) a las que eventualmente aludiremos2. En nuestra selección de emblemas sobre la infancia, distinguimos cuatro categorías básicas: los que discuten sobre el uso del castigo y de cierto grado de violencia en la educación; los que entienden que es imprescindible el esfuerzo personal y el abandono de las comodidades; aquellos que analizan las especiales características del niño como sujeto discente; y, por último, los que, desde el ángulo contrario, hablan de las cualidades que ha de tener el maestro. El debate sobre la educación en la España del siglo xvi no era en esencia distinto al del resto de Europa. Los humanistas habían situado como eje de su pensamiento y de sus preocupaciones la renovación pedagógica, aunque alcanzar parcialmente los ideales propuestos fuese luego privilegio de una pequeña élite y particular esfuerzo de unas limitadas instituciones.3 Sin duda, la figura más divulgada del humanismo español que se ocupó de estos asuntos fue Juan Luis Vives. Sus tratados (los De institutione foeminae christianae, de 1523; De ratione studii puerilis, también de 1523; De subventione pauperum, de 1526; De disciplinis, de 1531; De anima et vita, de 1538 y los Diálogos, también de 1538) están repletos de vivas observaciones y detalles, no sólo derivables de su filiación erasmiana. Sin embargo, es arduo determinar con qué amplitud sus ideas fueron conocidas y practicadas en la Península: Vives se formó en París, pasó por Lovaina y Oxford, estuvo la mayor parte de su vida en Brujas y contaba con serios problemas para una fructífera recepción en su país. Desde luego que Vives no fue el único autor español digno de ser considerado. Por nombrar alguno más, el de mayor relevancia europea es Juan Huarte de San Juan, que en su Examen de ingenios para las ciencias (1575), lleva a cabo una importante indagación sobre las aptitudes individuales de acuerdo con la teoría de los humores4. En el siglo xvu español, el acceso a la enseñanza amplió algo su espectro socio-económico y se fue alterando profundamente el enfoque a medida que se extendían los colegios de la Compañía de Jesús y se consolidaba el ideario de su Ratio studiorum5. 2 Al final incluimos un Apéndice donde se desarrollan las abreviaturas. Para las cuestiones bibliográficas, remitimos a Pedro Campa, Emblemata Hispánica. An annotated Bibliography of Spanish Emblem Literature to the Year 1700, Duke University Press, 1990. Advertimos desde aquí que respetamos la ortografía original de las citas pero corregimos la acentuación y la puntuación. Este trabajo tiene su origen, en parte, en The Second Minnesota Conférence on Cultural Emblematics. Telling Images: The Ages of Life and Learning, que organizaron Ayers Bagley y su Emblem Studies Group en abril de 1995. ' «Como en otras facetas ampliamente comentadas de la realidad del Siglo de Oro, en la enseñanza de las primeras letras una cosa eran las leyes y deseos teóricos y otra muy distinta la realidad cotidiana» (Nieves Baranda, «La literatura del didactismo», Criticón, 58, 1993, p. 34). 4 Muchas de las ideas que irán apareciendo, ei. especial las de Covarrubias, pueden contrapuntearse abundantemente con referencias a Huarte. Ver Juan Huarte de San Juan, Examen de ingenios para las ciencias, ed. de Guillermo Seres, Madrid, Cátedra, 1989. Ver también G. A. Pérousse, «Le Dr. Huarte de San Juan: Pédagogie et Politique sous Philippe H», Bibliothèque d'Humanisme et Renaissance, XXXII, 1970, pp. 81-92. 5 No es nuestra intención trazar aquí un panorama de la educación en la España del Siglo de Oro que, por otro lado, está siendo objeto de renovados análisis en profundidad. Remitimos a Eugenio Garin, La LAS EDADES DEL HOMBRE ' Que el uso de la vara o la palmeta era común y constatado desde antiguo en España, nos lo ilustra la anécdota que cuenta el mismo Vives en sus Diálogos al hablar del preceptor cuyos consternados lamentos se oyen en todo el vecindario porque ha extraviado la vara, su más preciado instrumento de trabajo.6 Más tarde, la mención cervantina, en el Coloquio de los perros, de cómo los jesuítas aleccionan pacientemente a sus estudiantes, aunque con un puntillo de indeterminación irónica, muestra un estado de mayor sensibilidad y comprensión hacia la educación de los niños, especialmente en la Compañía de Jesús7. Con todo ello, don Sebastián de Covarrubias no podía dejar de reflejar y lamentar el excesivo uso del castigo corporal en el proceso educativo. Su Elementa velint ut discere (Para que quieran aprender las letras) presenta al conocido maestro centauro8 que tiende una golosina a un niño sentado con un libro (la cartilla) abierto. El epigrama aconseja que el maestro sea amable para que el alumno no le tenga miedo y, de este modo, vaya aprendiendo con facilidad placentera. Añade Covarrubias que si el niño es de buen natural (de noble origen) aprenderá mejor si se le recompensa con dulces que si se le reprende a golpes. En su comentario en prosa, protesta de que los maestros que enseñan a leer y escrivir, y aun los gramáticos de primera classe que tratan con muchachos, suelen ser tan crueles que con razón los podemos llamar Tyranos... Yo no contradigo el castigarlos, pero querría fuesse con moderación y prudencia (Cent. 1, Emb. 82). Y otro centauro, esta vez explícitamente Quirón, hace aparecer Covarrubias entre sus emblemas (fig. 1). Bajo un lema extraído de Terencio, Pudore satius quant metu (Vale más por respeto que por miedo), vemos a Quirón ante sus discípulos, blandiendo educación en Europa. 1400-1600. Problemas y programas, Madrid, Crítica, 1987; VV. AA., De l'alphabétisation aux circuits du Uvre en Espagne, xvr-xix' siècles, Paris, Éditions du Centre National de la Recherche Scientifique, 1987; C. Cárceles Laborde, Humanismo y educación en España (1450-1650), Pamplona, EUNSA, 1993. El profesor Víctor Infantes está dirigiendo un amplio proyecto de investigación que ha de poner en claro el estado real de la educación en aquellos años. ^ «Los que van a la escuela», en Luis Vives, Diálogos sobre la educación, Madrid, Alianza Editorial, 1987, p. 41. 7 Los jesuítas de Sevilla, dice, «... los reñían con suavidad, los castigaban con misericordia, los animaban con ejemplos, los incitaban con premios y los sobrellevaban con cordura» (Novelas ejemplares, Madrid, Cátedra, 1981, vol. H, p. 316). Pero es bien cierto que, exagerando la idea de la corrupción nativa del hombre y de su perfeccionamiento por el dolor, se llevaba fielmente a la práctica la máxima de que la letra con sangre entra. Así, la estampa del pedagogo se compara a la de un monstruo. Tuvo que ser aquella parte del humanismo más comprometida con una nueva civilización y con una idea menos negativa de la naturaleza humana la que, no sin respuestas airadas, hiciera oír su voz ante tales atrocidades. Ver los testimonios de Erasmo, Vives, Rabelais, Vida, Montaigne, Charron, Palmireno, Gaspar de Tejada y Juan Bonifacio recogidos en este sentido por Félix G. Olmedo en su Juan Bonifacio (1538-1606) y la cultura literaria del Siglo de Oro, Santander, Publicaciones de la Sociedad de Menéndez Pelayo, 1939, pp. 64-72. Sin duda el jesuíta Juan Bonifacio, maestro entre otros de Juan de la Cruz, tiene el mérito de ser el iniciador en España de una nueva y más dignificadora valoración de la infancia y de la práctica pedagógica, que luego se desarrollaría más. Ver C. Cárceles Laborde, op. cit., pp. 405-416. Ver también E. Garin, op. cit., pp. 75-82, para la lucha de algunos humanistas europeos contra el castigo corporal. ' Aunque no lo nombre, se trata de Quirón, ya presente en el emblema de Alciato Consiliarii principum.