Trafalgar 1805: El Cambio De Coyuntura
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View metadata, citation and similar papers at core.ac.uk brought to you by CORE provided by Repositorio da Universidade da Coruña 111 JOSÉ LUIS CORRAL LAFUENTE Trafalgar 1805: el cambio de coyuntura 24 DE FEBRERO DE 2005 112 JOSÉ LUIS CORRAL LAFUENTE EN 1991 ASESORÓ LA PELÍCULA 1492. LA CON- NACIÓ EN DAROCA (ZARAGOZA), EN 1957. ES QUISTA DEL PARAÍSO, DIRIGIDA POR RIDLEY SCOTT. LICENCIADO Y DOCTOR EN FILOSOFÍA Y LETRAS (SEC- DIRECTOR DE LOS CURSOS DE CULTURA E HIS- CIÓN DE HISTORIA), POR LA UNIVERSIDAD DE ZARA- TORIA MEDIEVAL DE DAROCA (1985-1992) Y DE LOS GOZA, CON PREMIO EXTRAORDINARIO. DE ALBARRACÍN (1998-2004). EN LA ACTUALIDAD ES PROFESOR TITULAR EN EL ES DIRECTOR DE LA REVISTA ARAGÓN EN LA EDAD DEPARTAMENTO DE HISTORIA MEDIEVAL DE LA UNI- MEDIA, DE LA UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA. VERSIDAD DE ZARAGOZA. COMO ARQUEÓLOGO, HA DIRIGIDO EXCAVACIONES HA SIDO JEFE DE LA ÁREAS DE COORDINACIÓN ARQUEOLÓGICAS EN TARAZONA, DAROCA, MALEJÁN Y DE INVESTIGACIÓN, Y DIRECTOR EN FUNCIONES DE Y EL CASTILLO DE TRASMOZ. LA INSTITUCIÓN FERNANDO EL CATÓLICO, DE LA DI- HA DIRIGIDO EL MONTAJE CIENTÍFICO DE VARIOS PUTACIÓN DE ZARAGOZA (1985-1990). CENTROS DE INTERPRETACIÓN HISTÓRICA, COMO LOS HA SIDO DIRECTOR DEL DEPARTAMENTO DE HIS- DE «ARAGÓN» (CASA DE PALAFOX, LA ALFRANCA TORIA MEDIEVAL DE LA UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA DE PASTRIZ) «CASTILLO DE TRASMOZ», «CENTRO (2002-2004). SOBRE LAS FRONTERAS. CASTILLO DE PERNÉENSE», COMO AUTOR ÚNICO O EN COLABORACIÓN CON «HISTORIA DE PLASENCIA. TORRE LUCIA», OTROS HISTORIADORES ES AUTOR DE MÁS DE DOS CEN- «RODRIGO DÍAZ DE VIVAR EN EL POYO DEL CID», TENARES DE ARTÍCULOS Y LIBROS DE TALES COMO: «CENTRO DE LAS CULTURAS (EJEA)» Y CENTRO DE LA FORMACIÓN TERRITORIAL DE ARAGÓN (1985), LA INTERPRETACIÓN DE LOS TEMPLARIOS (MONZÓN) Y CULTURA ISLÁMICA EN ARAGÓN (1986), LA COMUNI- DEL PROYECTO MUSEÍSTICO Y MUSEOGRÁFICO «CEN- DAD DE ALDEAS DE DAROCA EN LOS SIGLOS XIII Y XIV TRO DE HISTORIA DE ZARAGOZA». (1987), ZARAGOZA MUSULMANA (1998), HISTORIA CONTADA DE ARAGÓN (2000), LA TORRE Y EL CABA- LLERO. EL OCASO DE LOS FEUDALES (2001), MITOS Y LEYENDAS DE ARAGÓN (2002). EN SU FACETA DE ESCRITOR ES AUTOR DE LAS NOVELAS HISTÓRICAS A: EL SALÓN DORADO, EL AMU- LETO DE BRONCE. LA EPOPEYA DE GENGIS KAN, EL INVIERNO DE LA CORONA, SOBRE LA FIGURA DE PE- DRO IV EL CEREMONIOSO, EL CID, TRAFALGAR, NUMANCIA, Y EL NÚMERO DE DIOS, TODAS ELLAS EN LA EDITORIAL EDHASA. DESDE MAYO DE 2004 ES PRESIDENTE DE LA ASOCIACIÓN ARAGONESA DE ESCRITORES. HA SIDO PONENTE EN NUMEROSOS CONGRESOS, CURSOS Y SIMPOSIOS EN ESPAÑA, BÉLGICA, FRAN- CIA, MÉXICO, SUIZA E ITALIA Y HA DIRIGIDO CON- GRESOS NACIONALES E INTERNACIONALES. ACTUALMENTE ESCRIBE UNA COLUMNA SEMANAL EN EL PERIÓDICO DE ARAGÓN Y COLABORA EN RADIO ZARAGOZA (CADENA SER) Y EN EL PAÍS SEMANAL. HA SIDO CODIRECTOR DEL ATLAS DE HISTORIA DE ARAGÓN (1991), Y DIRECTOR HISTÓRICO Y GUIO- NISTA DE LA HISTORIA DE ARAGÓN EN VIDEO, PRE- MIADA CON LA MEDALLA DE PLATA EN EL XXXIV FESTIVAL INTERNACIONAL DE VIDEO Y TV DE NUE- VA YORK (1991). 113 1. ESPAÑA ANTE TRAFALGAR En 1805, España no era el gran imperio de los siglos XVI y XVII, pese a que conser- vaba todas las tierras conquistadas en esa época e incluso las había incrementado. La marina, imprescindible para el control de tan vastos territorios, no estaba en mal esta- do, había buenos barcos y excelentes marinos, pero poca cualificación técnica de los mandos intermedios y escasísima preparación de la marinería. Pero Carlos IV era un hombre pusilánime, inane y tímido, sin capacidad para tomar decisiones y falto de fortaleza de ánimo y de carácter1, sometido a la voluntad de su esposa la reina María Luisa de Parma, una mujer tan intrigante como astuta. El rey se despreocupaba de los asuntos del Estado2; se levantaba a las cinco de la maña- na, y lo hacía para oír dos misas, leer libros piadosos y desayunar leche de cabra recién ordeñada y chocolate caliente, que sorbía con gula. Después se dirigía a los talleres de palacio, donde se dedicaba a ayudar al maestro armero a limpiar fusiles o a poner a punto pistolas y trabucos; pasaba muchas horas en el taller de carpintería, puliendo sillas, alisando tablas y dorando muebles. Casi todos los días salía de caza escoltado por un destacamento de la guardia real y dos docenas de guardias de corps, y tras ellos una numerosísima comitiva de nobles, soldados, lacayos y criados. En cada jornada de caza se movilizaba una partida de no menos de setecientos hombres y quinientos caballos3. 1 Muriel, A., Historia de Carlos IV, 2 vols., Madrid 1959. 2 Mesonero Romanos, R., El antiguo Madrid, Madrid 1861. 3 Egido, T., Carlos IV, Madrid 2001. 113 114 JOSÉ LUIS CORRAL LAFUENTE Carlos IV casi nunca acudía al despacho para dirimir los graves asuntos de Estado; cuando no estaba cazando o tomando chocolate y bizcochos con los nobles de la Corte, lijando muebles o engrasando fusiles, dedicaba las tardes otoñales a dormi- tar al calor de la chimenea o a jugar interminables partidas de naipes, durante las cuales solía quedarse dormido sobre la mesa. Le gustaba la música y tocaba, bastante mal pero con mucho entusiasmo, el violín. Las comidas y las cenas solían estar amenizadas por un cuarteto de cuerda que interpretaba piezas de Bach, Brunetti, Mozart y sobre todo Haydn, el compositor fa- vorito del monarca, por cuya música sentía verdadera pasión. Cuando sonaba alguna pieza de Haydn, el propio monarca dejaba de comer de inmediato y se incorporaba al cuarteto como segundo violín. Por el contrario, la reina prefería la seguidilla y la guitarra, y solía invitar a parejas de cantantes para que entonaran tonadillas vestidos de majo y maja. Así, la Corte vivía ajena al drama que estaba viviendo España. A principios del siglo XIX España disponía de ciento noventa y tres barcos operativos, de ellos unos cincuenta eran navíos de línea, aunque la mayoría eran viejos y estaban muy mal equipados, con buenos cascos pero malos aparejos, mástiles y velas; el último había sido construido en 1798. España había dispuesto a la muerte de Carlos III en 1788 de setenta y seis navíos de línea de entre ciento doce y cincuenta cuatro cañones, cincuenta y una fragatas de cuarenta a veinte cañones y varias corbetas, urcas, jabeques, balandras, bergantines y otros barcos menores hasta un total de doscientas noventa y cuatro embarcaciones. En 1804, se habían reducido a los ciento noventa y tres ya indicados, cien barcos menos y mucho más viejos. Inglaterra superaba a Espa- ña en al menos tres a uno, e incluso a la suma de los navíos franceses y españoles. España carecía de ingenieros navales experimentados a causa de la falta de escuelas superiores, los oficiales y la marinería apenas tenían entrenamiento por lo costoso que los ejercicios navales resultaban y desde que Carlos IV subiera al trono no se había invertido en la construcción de nuevos barcos. A los dirigentes del país no les preocupaba otra cosa que las ordenanzas y los reglamentos, como si sólo a base de leyes y normas pudiera forjarse una gran Armada. Las nuevas ordenanzas de 1793 insistían en dar más relieve al carácter militar de la marinería, pero no aportaban otra cosa que inútiles disposiciones reglamentistas que no provocaban sino más contradic- ciones entre las muchas ya existentes entre la jurisdicción política y la militar. Pero tras las frías cifras, la valoración que presentaban los expertos de la Ar- mada era terrible: afirmaban que en España no se sabía construir buques según las técnicas más modernas, que faltaban miles de marineros para completar las tripula- ciones y que los que había a bordo no estaban lo suficientemente preparados pues carecían de instrucción, de entrenamiento adecuado y de conocimientos mínimos de navegación. Y los artilleros todavía estaban peor capacitados, pues apenas ejercita- ban el disparo, no tenían formación técnica y carecían de conocimientos de artille- ría moderna. TRAFALGAR 1805: EL CAMBIO DE COYUNTURA 115 Inglaterra poseía alrededor de ciento cincuenta navíos de línea operativos y decenas de fragatas, mejor equipados y artillados que los españoles, y sobre todo dotados de unas tripulaciones más preparadas y mejor entrenadas, no tanto en los oficiales como sobre todo en la marinería. Sabedora de su superioridad en el mar, Inglaterra deseaba la confrontación bélica con España y con Francia. Hacía tiempo que la guerra era un gran negocio para los grandes propietarios rurales que domina- ban la economía, el parlamento y el gobierno ingleses. La guerra constituía para esas clases nobiliarias la mejor manera de mantener su modo de vida en sus lujosas resi- dencias de campo, con sus extensísimos cotos de caza y sus exclusivos privilegios aristocráticos. Para la mayoría de los británicos la guerra era una ruina, dolor y san- gre, pero para unos pocos privilegiados la guerra reportaba enormes beneficios; tras la guerra se construían carreteras y puentes, depósitos y fábricas de municiones, au- mentaba la intendencia, se desarrollaba la industria textil y la metalúrgica. La guerra hacía ricos a comerciantes, a los altos mandos militares, a los propietarios de tierras, a las compañías coloniales inglesas y holandesas y sobre todo a los banqueros. Para- dójicamente, los barcos franceses se aseguraban en caso de guerra en Londres. Napoleón había apostado por un modelo de imperio continental, en tanto que Inglaterra basaba toda su estrategia de fuerza en las colonias y en su poderosísima Armada. Inglaterra había estado al borde del desastre cuando franceses y españoles se unieron a los norteamericanos en su guerra por la independencia. Pero las convulsio- nes que siguieron a la Revolución en Francia y la decadencia política, militar y econó- mica de España, en donde había gran temor a que se extendieran por sus colonias americanas las ideas de independencia y libertad de los estadounidenses, salvaron la crítica situación y, gracias a ello, los británicos se rehicieron pronto.