Herederos Del Jaguar Y La Anaconda Nina S
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Herederos del jaguar y la anaconda Nina S. de Friedemann, Jaime Arocha Contenido SEPULCROS HISTÓRICOS Y CRÓNICAS DE CONQUISTA ...................................................... 3 PREFACIO ....................................................................................................................................... 25 PRÓLOGO A LA EDICIÓN DE 1982 ............................................................................................. 30 1. DEL JAGUAR Y LA ANACONDA ............................................................................................ 35 2. GUAHÍBOS: maestros de la supervivencia .................................................................................. 60 3. AMAZÓNICOS: gente de ceniza, anaconda y trueno .................................................................. 86 4. SIBUNDOYES E INGAS: sabios en medicina y botánica ......................................................... 120 5. CAUCA INDIO: guerreros y adalides de paz ............................................................................. 152 6. EMBERAES: escultores de espíritus .......................................................................................... 184 7. CUNAS: parlamentarios y poetas ............................................................................................... 208 8. COGUIS: guardianes del mundo ................................................................................................. 232 9. GUAJIROS: amos de la arrogancia y del cacto .......................................................................... 254 BIBLIOTECAS (CLAVE DE SIGLAS) ......................................................................................... 287 GLOSARIO ..................................................................................................................................... 289 2 SEPULCROS HISTÓRICOS Y CRÓNICAS DE CONQUISTA Hace quinientos años solamente, los europeos que llegaron a América quedaron atónitos al ver en la Sabana de Bogotá, asiento de la civilización Muisca, las laminitas de oro que titilaban en las ramas de los árboles al ritmo de la brisa. Los troncos de esos árboles demarcaban los cementerios de los indios a tiempo que absorbían su savia y su sabiduría. Pronto aprendieron que la música de esas chagualas de oro anunciaba la presencia de riquezas codiciadas: jefes indios enterrados, embalsamados y sujetos con cintas de oro, con sus aberturas nasales, las cuencas de sus orejas, la boca y el ombligo taponados con espléndidas esmeraldas. Al abrir más sepulcros los soldados se dieron cuenta de que allí yacían también indios trabajadores, enterrados con sus husos, telares y ollas, con sus cuentas de collares y provisiones de comida. En la mayoría de los enterramientos estaban las efigies de los dioses queridos y temidos por los indios. Y todos, ricos, pobres, mandatarios y súbditos, niños y viejos emprendían viaje hacia el futuro, a través del tiempo con sus insignias sociales y políticas y con una muestra de sus haberes terrenales. En realidad, el encuentro de los entierros hubiera podido representar desde entonces el hallazgo de trozos increíbles de la historia de América. Una historia que desgraciadamente no fue percibida por la soldadesca española que saqueaba el oro y las piedras preciosas de las tumbas. Los quimbayas por ejemplo, enterraban a sus deudos en tumbas con pozo para descender y cámara lateral para depositar el cuerpo y las ofrendas. Los indios en San Agustín fueron sepultados bajo grandes lajas de piedra y los de Tierradentro construyeron hipogeos, admirables monumentos subterráneos de arquitectura funeraria. Personajes de la élite cacical de los indios emprendieron su viaje funéreo acompañados de diez o más personas, ornamentados con telas bordadas con plaquitas de oro y collares con cuentas de mopa- mopa. También con los honores de la música de las flautas de pan y los cascabeles de oro. El sudor del sol y las lágrimas de la luna como parte de su pensamiento filosófico también quedó en esas tumbas de Miraflores en los extraordinarios discos rotatorios de tumbaga bruñida y pulida. Con la empresa de la conquista llegaron no solamente guerreros y misioneros católicos, sino escribanos y cronistas. Hubo así testigos, que luego de ver y oír, al menos contaron y escribieron lo que creyeron ver y lo que quisieron oír. Cronistas como Pedro Cieza de León, fray Pedro Simón y Lucas Fernández de Piedrahita, durante los siglos XVI y XVII dieron cuenta en sus noticias del nuevo mundo y de sus habitantes, los indios. Sin embargo, la candidez y fidelidad con que describieron el paisaje natural y las riquezas del suelo son cualidades que no caracterizaron sus narraciones sobre los indígenas. No 3 obstante, la complejidad cultural de los indios logró en ocasiones validarse poéticamente en el verso de un cronista como Juan de Castellanos que relató su paso beligerante. [...] a compás de sus roncos tambores escuadras órdenadas por hileras como suelen cursados guerreadores [...] Unos de ellos con picas en las manos, otros, dorados arcos y carcajes, muy gallardos los mozos y los canos sobre diademas de oro sus plumajes y a su modo tan puestos y galanes. Con todo, las crónicas de conquista mostraron a las grandes civilizaciones precolombinas como engendros irracionales y producto de la barbarie. Tornaron en ídolos las representaciones de los dioses de los indios y en expresión diabólica la escultura india de piedra y madera. Ni siquiera escucharon la literatura oral en donde surgían el jaguar y la anaconda. Las obras de los cronistas, de esta suerte, contribuyeron a crear una imagen del indio desprovista de trascendencia histórica. Que sirvió claro está a los propósitos del dominio colonial sobre los indios y sus tierras. Una visión que afortunadamente empieza a superarse con el correr de los siglos y el avance de la ciencia contemporánea. A los ojos del arqueólogo un enterramiento es un segmento congelado de un momento cultural. Así al descifrar las tumbas precolombinas que sobrevivieron a la conquista en muchos lugares, afortunadamente, se han podido reconstruir períodos de la historia de nuestros países en América. La excavación sistemática no sólo de tumbas, sino de lugares de habitación y de sitios de cultivo ha permitido conocer la compleja tecnología y la organización social y política que tuvieron los aborígenes. Retratos de indios aparecen en piezas de cerámica. Un registro de fauna: reptiles, felinos, monos, anfibios, pájaros e insectos fueron inscritos en la orfebrería de taironas, sinúes, calimas y quimbayas. Narraciones de sus oficios se ven claramente en los adornos dorados de sus cuerpos envueltos en mantas mortuorias. Instrumentos musicales en concha, hueso y lámina de oro o cerámica y un repertorio de prácticas sexuales moldeadas en arcilla, enseñan un refinamiento mundano que ilumina un escenario intrincado de relaciones sociales. Como si todo esto fuera poco, en las tumbas se encuentran figurinas que ofrecen detalles que permiten deducir cuáles enfermedades padecían las gentes precolombinas, la manera de mambear la coca, el estilo de decorarse el cuerpo con pintura y hasta la forma de arrullar a los infantes. Es preciso decir que al comenzar el siglo XVI, con la empresa europea de la conquista de América, se inició también una hecatombe en el nuevo mundo que torció el destino de sus 4 civilizaciones aborígenes. Y que por ende arrasó las posibilidades de un desarrollo independiente en este pedazo del continente. EL GRAN DESASTRE Y SU POLÉMICA La opresión, el saqueo y la crueldad de los europeos contra las comunidades aborígenes enmarcaron las relaciones de dependencia y el colonialismo que han modelado la vida de países como Colombia en el nuevo mundo. El resultado del encuentro de Europa con América sencillamente puede sintetizarse como el gran desastre. El proceso de colonización, conforme dice el historiador Hermes Tovar Pinzón, generó ruptura en las comunidades indígenas. Muchos fueron los mecanismos que los europeos usaron para lograrlo. Crearon las imágenes del conquistador "civilizado" y del indio "incivilizado" o "salvaje" para instaurar un sistema de esclavitud. Según ellos, la esclavitud redimiría al indio del supuesto salvajismo. Se arrasaron modos de vivir, pensar y actuar. El pecado cultural fue ser distinto del español. Entonces quedaba justificada la imposición por la fuerza de un Sistema de control económico, social y político, concentrado en manos de unos pocos, primero españoles y luego criollos y sus actuales descendientes. En este proceso, una pirámide de clases sociales empezó a darle cabida a la concentración y al uso de ese poder, a desmedro de aquellos que como los indios fueron despojados no solamente de sus tierras, de su oro y de sus habilidades tecnológicas, sino de sus mismas vidas. La catástrofe demográfica de América y por ende de Colombia india todavía no ha sido calculada con precisión. Los especialistas en demografía histórica siguen preguntándose cuántos indios había en 1500 y consecuentemente en qué número cayeron víctimas de la "civilización" conquistadora. Hay un debate que se desenvuelve en un escenario ideológico. Unos propugnan por mostrar pocos indios, regiones despobladas y un impacto menos dramático de la conquista en términos del número de muertos aborígenes. Otros sostienen lo contrario. La leyenda rosada y la leyenda negra del desastre demográfico ocasionado por la conquista se mueven sobre censos, cálculos y cifras. En tanto que Alfred Kroeber habla de ocho millones de indios a la llegada