MEMORIA acerca de

LA INFLUENCIA QVB TUVO HL DESCUBRIMIÍNTO del NUEVO CONTINENTE DE AMÉRICA

EN LA PROSPERIDAD POLÍTICA Y MERCANTIL DE ESPAÑA

Y EN SU DECADENCIA ECONÓMICA

escrita por D. RAMÓN ALBO Y CALVARÍA

ABOGADO DEL ILUSTRE COLIGIÓ DE BARCELONA

B INDIVIDUO RESIDENTE DE LA ACADEMIA DE JURISPRUDENCIA Y LEGISLACIÓN

BARCELONA

ESTABLECIMIENTO TIPOGRÁFICO LA HORMIGA Di OPO HAMHI.A DE SANTA MÓNICA NÚMERO %.Ú I.S83 A MIS QUERIDOS SEÑORES

PADRE POLÍTICO T TÍO

D. FRANCISCO Y D. JUAN MARTI Y FÁBREGAS

NIDO á su muy distinguida familia por los estrechos Ja^os de la afinidad y del cariño, que son los que más apretada­ mente ligan acá en la tierra, tuve oca­ sión de conocer y apreciar las altas dotes con que Dios favoreció á su nunca bien llora­ do señor hermano D. José (Q. E. P. D.), verdadero genio creador y timonero de esa casa, y al no menos aprcciable D. José Oriol, á quien la muerte arreba­ tó aún en flor, robándonos á todos un dechado de elevación y criterio, acicate de la agudeza de su pri­ mer hermano, el cual con su superioridad, claro talento y grandeva de alma acometió las más colosa- — 6 —

Jes empresasy aumentó considerablemente su buena

fortuna y hi^o siempre grata su compañía, jovial y amenísimo su trato, dulce recreo de sus amigos y allegados, hasta en los postreros años de su vida, en que tantos sufrimientos devoraba. Continuadores Vds. de las obras del di junto D. José, me han hecho participe de sus glorias y pe­ sares, obligándome'en todo para todo á corresponder á tal finesa con el más sincero reconocimiento, en prueba del cual les dedico esta MEMORIA , pobre, sí, en méritos como cosa mía, pero rica en voluntad, firme é inquebrantable, como la fijeza de principios que en mi siempre habrán notado. Un solo y fer­ viente anhelo he tenido en mi vida: la constitución de una familia sinceramente católica,. apostólica, romana, en la teoría y en la práctica, sin aditamen­ tos, tergiversaciones ni distingos, á cuyo fin he in­ culcado yo personalmente á mis hijos la doctrina cristiana, que aprendí en el regado de mis cariñosos padres (Q. E. P. D.), ¡santa costumbre que fué el más noble timbre de gloria que distinguió su anti­ quísimo abolengo! á la memoria de los cuales quiero también consignar aquí un recuerdo y una plegaria:

Si he logrado ó no mi objetoy Dios lo sabe^y por los frutos se conoce el árbol, dijo Jesucristo: Vds. más — 7 — que nadie habrán podido apreciar si los hijos, nietos y sobrinos, respectivamente honran sus canas ó han humillado alguna ve% su respetada frente. Por mi parte puedo asegurar que mi conciencia está tran­ quila, y mis aspiraciones hasta el presente satisfe­ chas. Con todo el ardor y vivera de mi alma sólo deseo que en adelante sepamos corresponder y apro­ vechamos del tiempo, facultades, dones y beneficios con que nos veamos favorecidos por la divina Provi­ dencia, siempre á mayor honra y gloria de Dios nuestro Sefiory de su saniisima Madre la Virgen sin mancilla, libres de todo compromiso sectario, ajenos á las pasiones y luchas estériles y ponzoñosas de partido y exclusivamente aferrados á los prin­ cipios de nuestra sacrosanta Religión. Si esta mi norma de vida á Vds. les place y reciben propicios mi humilde trabajo, quedará sobradamente re­ compensado su siempre atento y afectísimo hijo, sobrino y S. S.

Q.. S. M. B. Ramón Albo

Fiesta de Nuestra Señora de los Dolores, patro- 11a de mi carísima esposa, 18S8. DOS PALABRAS

AL PÚBLICO HISPANO-CATÓLICO

ANZADA á los vientos de la publicidad la idea de celebrar el Centenario del descubrimiento de América, uno de los acontecimientos que más han ad­ mirado los siglos, preciso es encauzar las corrientes para legar entre todos algo de provecho á la posteridad, lijando bien el punto de partida y el fin principal que nos hemos de proponer. Nuestro glorioso pasado, que permitió á España llevar sobre las olas del Océano aquellas famosísimas carabelas, lejos de haberse extinguido, demuestra revivir en el presente siglo con las verdaderas e.pope- — lu­ yas que hemos visto sostener en la titánica lucha de la verdad con el error: y la comunicación de impre­ siones que han establecido recientes viajes de espa­ ñoles por las ricas é inmensas regiones de la Améri­ ca que fué española, es de trascendental importan­ cia y digna de llamar la atención de todo filósofo escrutador de los sucesos humanos, nunca en balde permitidos por la'divina Providencia. Este hecho y sus cronistas han puesto por relevante manera de manifiesto que se conservan ardientes todavía, de­ bajo de las cenizas de las modernas vicisitudes, los carbones de entrañable y filial afecto, que encen­ dieron en los pechos de nuestros hermanos de Amé­ rica los grandes beneficios religioso-político-sociales recibidos de la antigua y católica España, la cual, como pelícano verdadero, los alimentó por espacio de tres siglos con la mejor y más pura sangre de sus venas, aun á costa de quedar ella, como aman- tísima madre de sus más jóvenes hijos, desangrada y enflaquecida. Esto me obliga á publicar la si­ guiente Memoria, en la que sin pretender, ni mu­ cho menos, haber realizado una obra perfecta y acabada, se estudian, sin añejas preocupaciones, ni planes preconcebidos, acudiendo á las más puras fuentes de la historia, que son los documentos con­ temporáneos y oficiales, y se juzgan á la luz de los verdaderos adelantos que en multitud de cosas del orden natural, ya que no del sobrenatural, ha he- — I! — cho la ciencia positiva y calculadora de nuestros tiempos, las ventajas y desventajas que trajo á la •madre patria en el concepto político, comercial y económico el providencial acontecimiento, nunca bastantemente estudiado y ponderado, del descu­ brimiento, conquista, colonización y cristiana civi­ lización del Nuevo Mundo, que á España y á Eu­ ropa regaló Colón, persuadido de haber hallado al fin, que era lo que él se proponía, un nuevo derro­ tero para las Indias Orientales, y al cual, por los fantásticos relatos que publicó de su magnificencia, riqueza y hermosura, dio nombre, que aún conserva, más dichoso en esto que su descubridor, el aventu­ rero italiano Américo Vespucio. Los viajes, á que antes me he referido, han des­ pertado poderosas corrientes de simpatía entre los hispano-católicos de allende y de aquende los ma­ res; y nada más grato para su corazón católico y español pudiera desear el humilde autor de estas páginas como que ellas contribuyeran, en la corta medida de su escaso mérito científico, histórico, cri­ tico y literario, á convertir aquellas corrientes de mutua y pacífica inteligencia entre los miembros todos de la raza hispano-latina de ambos mundos, que han conservado integras y puras las católicas tradiciones de España, en fuerza irresistible que con perfecta unidad de pensamiento y acción, á ejemplo de nuestros comunes é ilustres progenitores, nos lie- — I» — vara á trabajar desinteresadamente en todas partes, en el antiguo y en el nuevo mundo, por el pronto y feliz restablecimiento en las leyes y en las costum­ bres del reinado social de nuestro Señor Jesucristo; que es, después de todo y dígase lo que se diga, el que, una vez conseguido por los adunados es­ fuerzos de todos y solos los católicos verdaderos, en España y en América y en el mundo todo entero nos ha de dar, aun en el aspecto político, mercan­ til y económico, ó sea en el aspecto de la felicidad terrena, todo lo demás que á los que buscan pri­ mero el reino de Dios en sus almas, en sus familias y en la sociedad de que forman parte, les ha pro­ metido el divino Redentor por añadidura. «Quarite ergo prhnum regnum Del et justitiam ejus, et luvc omnia adjicientur vobis.» (Matth. vi, 33). MEMORIA

ACERCA DE LA INFLUENCIA QJUE'TUVO EL. DESCUBRIMIENTO DEL NUEVO CONTINENTE DE AMÉRICA EN LA PROSPERIDAD POLÍTICA Y .MERCANTIL DE ESPAÑA Y SU DECADENCIA ECONÓMICA.

SEÑORES:

A acción de Dios en el mundo, manifestada por el lógico des­ envolvimiento y filosófica ex­ plicación de las causas y efectos de los sucesos humanos, para nadie es más evidente que para el que toma á su cargo el estudio detenido y pro­ fundo de la influencia que ha ejercido un aconte­ cimiento, á todas luces extraordinario, sobre la — M — prosperidad ó decadencia de la nación que, para llevarlo á cabo, ha servido de instrumento volun­ tario y libre á la Providencia divina. Así me ha sucedido á mí, que, irresistiblemente atraído por la trascendente importancia del Cente­ nario que próximamente se va á celebrar, tema ex­ celente de estudio para los verdaderos católicos de España, únicos que son capaces de apreciar con justo criterio sus legítimas grandezas, así como de deplorar, no con lágrimas estériles, sino movidos del ardiente y purísimo deseo de remediarlos, sus errores y extravíos, no he podido menos que con­ templar asombrado los altísimos designios de Dios sobre nuestra patria querida; cuya historia, refi­ riéndonos á los principios de la edad moderna, en que tuvo lugar el extraordinario acontecimiento que va á ocuparnos, pudiera muy bien intitularse: Gesta Dei per hispanos; con tan poderosos moti­ vos, por lo menos, como los que tuvieron los Papas para titular Gesta Dei per francos la historia de Francia y del mundo en buena parte de la Edad Media. — 1} —. Corría el año de 1492 cuando se verificó este asombroso descubrimiento. Atrás quedaba, como un perenne recuerdo, aquella época por demás guerrera y de sumo fervor religioso; fecunda en hechos, grande en acontecimientos; época á la som­ bra de la cual las armas se ennoblecieron y se ele­ varon suntuosos monumentos al Altísimo, se esta­ bleció sólidamente la armonía entre el sacerdocio y el imperio, entre el poder espiritual y el temporal, entre esas dos lumbreras, en una palabra, que por decreto de Dios, nunca impunemente violado, han de guiar para el cielo, moviéndose cada uno orde­ nadamente dentro de su órbita, sin estorbarse una á otra, los pasos del pobre mortal en su peregrina­ ción por la tierra, por este globo manchado por el pecado, y lavado de él con la divina sangre del Re­ dentor: época en que se difundía ya la ciencia., como por luminosos faros, en las universidades y en los claustros; la legislación en distintos códigos notablemente compilada; la justicia, tan escarne­ cida por la violencia feudal, empezaba á ser con rectitud administrada; cada día en progresivo des­ arrollo el comercio; la religión pura, la fe conser­ vada, gracias á los titánicos esfuerzos de los Papas, que se unieron por último con los de nuestros Re- — 16 — yes. En íin, parecía que el sol de la civilización de­ bía haber de llegar á su completo apogeo y que los gérmenes numerosos de fecundidad sembrados ha­ bían de dar entero y copioso fruto. ¡Época en muchos conceptos gloriosa, cuyos anales registra la historia, cuyos héroes pregona la fama en épicas leyendas, pero cuyas páginas están escritas con sangre, cuyos recuerdos desgarran el alma! En el espacio de tres siglos sufre España dos te­ rribles invasiones, que cambian, por decirlo así, la faz de la nación Ibérica. En el quinto la germana, que dio origen, como sabemos, á su nacionalidad primitiva; en el octavo la agarena, cuya reconquista dura ocho siglos, si­ glos de gloria y varoniles esfuerzos que, comenzan­ do por Pelayo y otros héroes sostenedores, en un rincón délas asturianas montañas y en los Pirineos, del Real estandarte de España, símbolo de fe y de nuestra preciada independencia, terminan por íin con la toma de Granada por los Reyes Católicos, arrancando del poder de los infieles el último ba­ luarte de sus conquistas, la última de sus codicia­ das ciudades. — 17 — Al rayar el alba del dia 6 de Enero de 1492 Fer­ nando é Isabel entraron al son de triunfal marcha en la postrera ciudad moruna, y purificada su mez­ quita, cantóse en ella un solemne Te Deum por el fausto acontecimiento, que fué saludado con sin igual júbilo, no sólo por España, sino por la Europa entera. Veíase entre la regia comitiva á un oscuro viajero, años antes llegado á la Corte de Castilla, procedente de extranjera tierra: caminaba cabizba­ jo y como si permaneciese indiferente á cuanto á su rededor pasaba, absorto en sus ideas, poseído su espíritu de amarga melancolía. Este hombre era el que debía realizar uno de los hechos más grandes entre los muchos que en el reinado de D. Fernando y D.* Isabel se efectuaron, y tal vez causar la ruina de la nación en provecho déla cual hiciera los descubrimientos y conquistara los laureles. Hablo, señores, de Cristóbal Colón. No me detendré en explicar su origen, que es por demás sabido. A últimos de 1484 llegó á Espa­ ña en época nada á propósito para que se diera en nuestra patria oídos á sus atrevidas empresas; ocupada como se hallaba en los preparativos de la guerra para desalojar para siempre á los conquista­ dores infieles. Los inmensos gastos que semejan- 2 — i8 — tes aprestos ocasionaban no eran tampoco á propó­ sito para invertir otros nuevos en las quiméricas empresas (que así se llamaban) de Colón; el Tesoro se hallaba exhausto y nadie estaba dispuesto á su­ frir nuevos tributos. Fray Juan Pérez de Marchena, Guardian del convento de la Rábida de Andalucía, á quien pri­ meramente dio á conocer sus proyectos, sus funda­ das teorías, poseído de un natural y ardiente entu­ siasmo por ser idea que también él acariciaba, le recomendó á D. Fernando de Talavera, Prior del Prado y confesor de la Reina; hombre de grande erudición y profundísimos conocimientos, pero cuyo saber, según dice Prescott (i), «era el del claustro, »jy tan mezclado de pedantería y superstición y tan ^rebajado por la servil deferencia hacia los errores »de la antigüedad, que le hacia oponerse á cuanto afuera innovaciones ó arraigadas empresas.» Juz­ gúese, pues, el resultado que tendrían en su prin­ cipio las pretensiones de Colón. En efecto, se opone; nómbrase empero una jun­ ta de sabios para examinarlas (por encargo expreso

(i) Adviértase que es autor protestante, y aunque admito su conclusión, no así sus calificaciones. - U) — de D.* Isabel), en su mayor parte compuesta de eclesiásticos; y á la vuelta de algunos años pronun­ cia su dictamen calificando «de quimérico, imprac­ ticable y apoyado en muy débiles fundamentos para merecer el apoyo del Gobierno.» (Prescott, tom. II, pág. 258). Sin embargo, el cardenal Mendoza y Deza, ar­ zobispo de Sevilla, se interesa y obtiene de la Cor­ te una esperanza, pues le dicen: «que aunque se hallan al presente muy ocupados para comprome­ terse en la empresa que proponía, sin embargo á la conclusión de la guerra tendrían tiempo v voluntad de tratar con él (J).X> Despechado con esta dilación y precedente dic­ tamen, quiere abandonar á España; empero, antes de dejarla para ir á ofrecer sus servicios al Rey de Francia, visita nuevamente al venerable Marchena, el cual hace un supremo esluerzo; se dirige y llega á la ciudad de Santa Fé en ocasión de consumarse la victoria de nuestras armas contra las huestes

(1) En las juntas de Salamanca fué Colón escuchado, y aprobado su proyecto: los Padres Dominicos lo aprobaron también, y tuvo Colón muy buenos amigos y valedores cerca de los Reyes. (P. Cappa, S. J.: Colón y ¡os españoles). — 20 — musulmanas: interesa á la Reina, ésta entabla ne­ gociaciones con Colón, que se apresura á admitir­ las; pónese en marcha y llega á tiempo de formar parte del séquito Real á su entrada en la Alhambra. Su fe no le abandona, su entusiasmo no decre­ ce: admitido después á la presencia Real para con­ ferenciar con la magnánima Isabel, expone de nue­ vo sus planes, explica y demuestra sus convicciones, y cual otro Arquímedes que en el colmo de su en­ tusiasmo, al explicar las propiedades de la palanca, exclama con la sublimidad de su pensamiento: «Dadme un punto de apoyo y levantaré el universo,* Colón pide una frágil nav$ para lanzarse á las in­ mensidades del Océano y ofrecer á la asombrada Eu­ ropa un nuevo mundo. Y la incomparable Isabel, arrobada por el cúmulo de consideraciones que á su mente se agolparon y alentada por la coopera­ ción que había siempre encontrado en su esposo para todas las grandes empresas, pudo contestar con decisión: «Gloria será para nuestra Corona to­ mar á mi cuenta tal empresa, y empeñaré aunque sean mis alhajas para ocurrir á sus gastos. Anda y descubre esas regiones desconocidas, y lleva el Cristianismo civilizador al otro lado de los mares, y difunde la fe divina entre los desgraciados habi- — 21 — tantes de esa parte ignorada del Universo.* Rasgo sublime, prueba evidente de su fe y de su genio, palabras grandiosas, que no había podido proferir hasta asegurar el triunfo del Cristianismo en Espa­ ña y arrojar á los infieles de sus naturales y here­ ditarios dominios. Por último, tras nuevos contratiempos, se firma un tratado entre él y los Reyes Católicos, en el cual se le concede: «n.°, la dignidad de Almiran­ te de cuantas tierras y continentes pudiera descu­ brir: 2.0, que sería virey y gobernador delasmis- »mas él y sus descendientes: 3.0, el derecho á la déci- »ma parte de todo objeto comerciable, deducido su acosté: 4.0, que él, ó su lugarteniente, serian los ajueces de toda causa y litigio en las regiones des­ cubiertas: y 5.0, que pudiese interesarse con la oc- »tava parte de los gastos, y tener la misma propor­ ción en los provechos, de todo armamento y con­ quista que se intentase desde las tierras por él des­ cubiertas.» (17 de Abril de 1492). En 3 de Agosto del mismo año hácese á la vela el intrépido marino con su pequeña flota compues­ ta de dos carabelas ó buques ligeros y otro de ma­ yor porte, lanzándose á desconocidos mares, sin otra guía que sus convicciones, escarnecido de los

0C1V9G1 — 22 — hombres que compadecían su locura y á los infeli­ ces que con él se embarcaron; no volviendo en sí de su asombro al pensar cómo monarcas tan sabios y virtuosos se hubiesen dejado alucinar por aquel visionario.

Dejemos á Cristóbal Colón navegando hacia el Nuevo Mundo. Echemos una rápida mirada al estado en que se encontraba á la sazón nuestra patria bajo el aspecto político, mercantil y económico, pues para apreciar la influencia que ejerció el descubrimiento de las Américas en la prosperidad ó decadencia de la mis­ ma nos es necesario, absolutamente indispensable conocerlo. En tiempo de los Reyes Católicos se unen Ara­ gón y Castilla, se unifica la monarquía. La autori­ dad Real recobra toda su fuerza, la creación de los ejércitos permanentes da el golpe decisivo á la feu­ dal aristocracia, ya por demás abatida y mermada su importancia (por sus- mismos abusos) desde la pu­ blicación de las Partidas por el rey D. Alonso el Sabio, rasgando el Fuero Viejo de Castilla de Fa%a- — 2) — ñas y albedrios, y más aún por la sucesiva conce­ sión de cartas-pueblas á los municipios. La legis­ lación con tendencias á la unidad, si no completa y realizada en aquella época, notablemente adicio­ nada y científicamente corregida. Con la toma de Granada fué octaviana en España, las artes florecieron, desarrollábase paula­ tinamente el comercio. La ciencia económica era aún desconocida. En aquella época brillan en política un Cisneros, en la milicia un Gonzalo de Córdoba, en la marina un Colón. Es, en una palabra, la época más brillante de nuestra historia.

En 12 de Octubre de 1492, después de un viaje penosísimo y cuyas dificultades no me detendré en explicar, dio la embarcación que marchaba de ata­ laya el grito de «¡Tierra! ¡Tierra!» y un cañonazo de la NIÑA encerró dos mundos en la corta extensión de su sonora onda: felicísima expresión del P, Cappa en la obra antes citada. ¿Cómo explicar el júbilo de los atrevidos navegantes? Acércanse á las america­ nas playas, bótanse las chalupas, vístense las tripu- laciones de gala, enarbólanse vistosos gallardetes en los topesy rinden un tributo de gracias al Altísi­ mo, espontáneo brote de la gratitud de sus almas; coge el Almirante e1 estandarte de Castilla y toma en nombre de los Reyes de España posesión de la primera isla, que apellidó de San Salvador. Qiiédan- se algunos meses los intrépidos viajeros en explorar aquel rico suelo; atónitos contemplan su vegetación lozana, sus frondosos bosques, sus sabrosas frutas, sus vistosos pájaros cubiertos de bellos y capricho­ sos plumajes; extasiados admiran su cielo, aspiran sus aromas, recréanse con sus brisas y fraternizan en fin con sus sencillos naturales. Los incrédulos y mofadores habían sido derrotados, y la justa ven­ ganza de tanto sufrimiento la expresó Colón con estas palabras: «Bendito sea Dios, que da el triunfo y la victoria á quien sigue sus caminos.» En el mes de Enero de 1493 da la vuelta á Es­ paña y le reciben los Reyes Católicos en Barcelona con sin igual entusiasmo de toda la nación, ¡Admi­ remos la mano de Dios! Apenas ve España corona­ da la obra de sus constantes afanes de ocho siglos, apenas logra expulsar de su territorio los últimos restos de los dominadores de Oriente y de Medio­ día, apenas ha lanzado de su suelo á los tenaces — 25 — enemigos de su independencia y de su fe, cuando la Providencia por medio de un hombre le depara, como en galardón de tanta perseverancia y de tan­ to heroísmo, la posesión de un mundo entero. Refiere Colón sus aventuras, da cuenta de sus descubrimientos, pondera la fertilidad de aquel suelo, conforme prueba con las muestras que traía, los abundantes metales que dentro sus entrañas se encerraban, y entró por último en extensas conside­ raciones, observa Prescott, «sobre el ancho campo »que al celo cristiano se ofrecía para esparcir la luz ':»del Evangelio sobre una raza de gentes, cuyas al- »mas, lejos de estar subyugadas por ningún género »de idolatría, se hallaban en estado (á causa de su ^extrema sencillez) de recibir una doctrina pura y »sana.» No hay para qué dudar lo mucho que afectarían á D.* Isabel estas consideraciones, sobre todo la úl­ tima, sabido su ardiente celo por la causa de Dios. ¿Quién llevara, señores, á aquellas gentes á tan remotos climas? ¿habían permanecido siempre se­ parados por la inmensidad del Océano ambos Con­ tinentes? ¿no se habían comunicado nunca los po­ bladores del nuevo y del viejo mundo? ¿cómo se ha­ bían establecido allí nuestros hermanos? Misterios — 36 — insondables de la creación, donde el hombre tiene que bajar abrumada su cabeza bajo el peso de su ignorancia, donde se le representa en toda su gran­ deza la omnipotente imagen, los impenetrables de­ signios del Hacedor Supremo, único Dios verda­ dero.

No me ocuparé en los ulteriores descubrimien­ tos, de las más modernas conquistas: las doy por de todos sabidas. Veamos sus resultados políticos, su influencia mercantil, sus ventajas é inconvenientes econó­ micos. A fin de dar la debida regularidad á mi trabajo, á fin de condensar materia tan vasta en los estre­ chos límites de una Memoria, voy á plantear su­ cintamente las proposiciones que me propongo de­ mostrar: j .* En lo político la natural extensión de terri­ torio aumenta el poderío de nuestros monarcas, que desde entonces toman la denominación de Reyes de las Españas. Siendo la misión de todo Gobierno asegurar la paz y el bienestar de sus subditos, el — 27 — respeto de sus derechos, la garantía de estos mismos derechos, y en una palabra la realización del fin mo­ ral para que han sido creadas las sociedades, ó sea, establecer acá en la tierra el reinado social de Jesu­ cristo para lograr la vida eterna, civilización por excelencia, colmo de todo progreso; probaré que en América á despecho de los Reyes se cometieron algunos excesos, varios abusos y muchos errores propios de la época y de las circunstancias en que se hallaron los gobernantes que allí fueron; pero que siempre atendió la Nación todas las quejas, execrando y corrigiendo en lo posible tales excesos, y dictó las más sabias leyes, las más prudentes dis­ posiciones para reprimirlos y favorecer en todo á los Indios á fin de poder llenar aquella sagrada mi­ sión, que cumplió en buena parte. 2.* En lo mercantil, á causa de los errores polí­ ticos ó mejor económicos y las guerras, no fué en su principio tan eficaz y decisiva como lo hubiera sido su influencia. Sin embargo, al descubrimiento de América se debe el inmenso vuelo que en nues­ tros días ha adquirido el comercio. */ En lo económico por desconocerse aún esta •ciencia, que puede decirse que es de ayer, dio orí- gen á absurdos, entonces muy al revés apreciados, — 2% — que contribuyeron en gran manera á neutralizar el éxito de aquel descubrimiento; absurdos reprodu­ cidos hoy por un sistema diametralniente opuesto con la marcada tendencia al funesto libre-cambio y á una libertad mal entendida, que han de acabar, si así prosiguen, con todos los restos de nuestra pa­ sada grandeza. — a9 —

PROCEDAMOS POR PARTES I «Al considerar los horrores que acompañaron á los descubrimientos, tal vez hubiera sido preferible que tales países permaneciesen ignorados:» así opi­ nan algunos de nuestros detractores, mal avenidos con la grandeza española. Mas cuando veo que entre las atrocidades come­ tidas en las Indias por todos los europeos, las de los españoles son comunmente las más nombradas, y comparo estas con las cometidas por las demás naciones sin disputa más crueles, generales y afren­ tosas, no dudo en asegurar con el abate Nuix «que nuestra misma humanidad y grandeza son las razo­ nes principales por que padecemos dicha infamia.» Por esto dice muy oportunamente el citado autor: «Viendo España que el nuevo mundo, que iba des­ cubriendo para hacerlo feliz eterna y temporalmen­ te, era bañado en la sangre de los Indios por la cul­ pa y furor de los soldados particulares y de los ofi­ ciales subalternos, se llenó de horror é ira á vista de la dureza de aquellos hijos, que alejándose de su — jo — seno degeneraban, y se enterneció por la infelici­ dad de los Indios, compadeciéndose de ellos como si fueran hijos suyos. Los soldados mismos detesta­ ban altamente la ferocidad de sus compañeros: los oficiales y gobernadores se oponían á los excesos: los religiosos y eclesiásticos gritaban á una voz, acordando la mansedumbre cristiana: los obispos más celosos, particularmente el Sr. Garcés (primer obispo de Tlascala) y el Sr. Zumárraga (primer Ar­ zobispo de Méjico), conmovían al mundo todo, ha­ ciendo las más vivas representaciones á nuestra Corte y á la de Roma en solicitud de la protección del Papa y del Rey en favor de los Indios. Estos ge­ midos, lamentos, voces y clamores, continuados siempre con igual vigor por espacio de cincuenta años, alcanzaban, así del Papa como del Rey, el de­ seado patrocinio: mas al mismo tiempo resonaban en toda Europa, y la llenaban de odio contra aque­ llos españoles inhumanos, y de compasión hacia los débiles Indios. Entre los sacerdotes y escritores más fervorosos contra aquellos verdugos se distin­ guió sobre todos el famoso D. Bartolomé de las Ca­ sas. El año de 1546 dio al mundo el retrato más horrible de los conquistadores de América, á quie­ nes representaba como otros tantos leones ó diablos. Este libro (i), que dejadas á parte las falsedades y las exageraciones, en el fondo y fin de la acusación era solamente un eco de los repetidos lamentos de casi todas las naciones, debía mirarse como un nue­ vo testimonio de la humanidad española. Pero ya por lo inmoderado de las aserciones, ya por la en­ vidia y odio de los extranjeros, comenzó entonces y continuó después á ser mirado como un monu­ mento de la mayor barbarie. Como casi todas las naciones, creyendo que la potencia Española des­ pués de conquistada la América intentaría sujetar á toda la Europa, ó descubierta ú ocultamente eran enemigas de España; el nuevo libro les daba una bellísima ocasión de poder oscurecer sus glorias, é inspirar el odio que deseaban contra la nación con­ quistadora . . ' Fué traducido en todos los idiomas., y se repitieron' siempre las ediciones á proporción del odio y temor de las armas españolas.

(i) El Iltre. P. Fr. Juan Meléndez (Verdadero Tesoro de las Indias) es de sentir que algún francés, enemigo capital de la reputación espa­ ñola, lo imprimió bajo el especioso nombre de aquel Obispo, no en Se­ villa, como supone, sino en León de Francia. Otros autores dicen, que con la sangre y apellido francés Casaus había heredado y conservaba un cierto odio contra la nación española, y llevado de ambición, in­ tentó hacer odiosos á los conquistadores españoles con el fin de gran­ jear para con Carlos V la gracia de los favorecidos flamencos. — 32 — Ved aquí, pues, como España por haberse conmo­ vido toda en favor de los Indios y por haber tenido tales príncipes, tales sacerdotes, y entre esos el se­ ñor Casas, que alzaron la voz, y obraron y escribie­ ron contra las violencias ejecutadas en la América, fué y es aún infamada como bárbara; de modo que la compasión con que siempre procuró el remedio, parece que solamente ha dejado en la memoria de los extranjeros la funesta idea del mal. Por cuyo motivo la misma lástima y celo que debía haber conciliado á España la opinión y el nombre de hu­ manísima, solamente ha servido para acarrearle la infamia de dura y cruel. Lo contrario ha sucedido á las otras naciones, á las cuales su insensibilidad é indiferencia por las atrocidades que sus subditos cometieron en las Indias, conservó, en Europa el buen nombre y reputación. Acaso el descomedido Raynal podría con igual fundamento decir respec­ to de todas estas naciones lo que dijo de la Gran Bretaña, «que por nueve millones anuales ha aban­ donado á la tiranía de sus vasallos particulares el ^destino de doce millones de hombres.» Lo cierto es, que por confesión de los mismos acusadores de España las violencias que se vieron en la América inglesa, en las islas del Archipiélago Americano, — 33 — en el Asia y en otros establecimientos europeos no son inferiores á las tan decantadas de Méjico y del Perú. La única ó principal diferencia que hay en­ tre estas y aquellas es, que las injusticias de los españoles fueron siempre descubiertas desde sus principios, examinadas con exactitud, pintadas menudamente con el mayor horror, lamentadas por las bocas y plumas de los españoles, y finalmente condenadas y abominadas de toda la nación. Al contrario, las inhumanidades cometidas por los ex­ tranjeros quedaron sepultadas en los mismos países donde se ejecutaron: lejos de haber sido lamenta­ das, ni aún fueron referidas históricamente, y ape­ nas las hemos podido oir y saber por alguna des­ cripción nada circunstanciada. El interés que saca­ ron del África, del Asia y de las islas de América, cegó sus ojos, ha hecho enmudecer sus lenguas y endurecido todos sus corazones. Y aunque la indi­ ferencia é insensibilidad de las naciones es el tes­ timonio más evidente de su inhumanidad y dureza, sin embargo no estorbaron que á los ojos de Europa, que ignoraba tantos males, hayan conservado la apariencia y el nombre de cultas y humanísimas. .

Los estragos ocasionados por los españoles fueron 3 — 34 — tan clamoreados, porque todo el mundo vio entre ellos manos compasivas y remedios famosos. Al contrario, los males causados por los extranjeros casi son desconocidos; y apenas se ha hablado entre ellos de muertos y heridos, porque no había allí mé­ dicos, ni remedios. Si estas naciones, así como han producido hombres iguales en la fiereza á los con­ quistadores de Méjico y del Perú, hubieran dado también hombres semejantes á tantos españoles en humanidad y compasión; si á lo menos hubiera ha­ bido entre ellos un solo Casas, entonces, viendo todo el mundo su ignominia, se cubrirían el rostro de vergüenza. Pero ¿por qué ha de ser título de infamia aquella humanidad propia de España? Bárbara é in­ humana debe llamarse, no aquella nación que alzó siempre la voz, que se compadeció, que detestó y condenó constantemente las violencias cometidas por algunos de sus subditos; sino aquella que, vien­ do las calamidades y ruinas conque sus individuos asolaban las provincias extrañas, miraba con ojos enjutos todos aquellos excesos, callaba y disimulaba, no gritaba, no se compadecía de los infelices, no condenaba ni refrenaba á los tiranos. Sola, pues, la España que descubrió y condenó á los ojos del mundo todos aquellos horrores, es la nación que — 35 — sobre todas puede tener la gloria de humana y sen- sible.» Hé ahí cómo se expresa el abate D. Juan Nuix en la serie de ^Reflexiones imparciales que descri­ bió sobre la humanidad de los españoles en las In­ dias, contra los pretendidos filósofos y políticos para ilustrar las historias de MM. Raynal y Ro- bertson.» No me detendré en demostrar, conforme sigue el mismo autor, las exageraciones desmedidas del célebre Obispo de Chiapa; ni que los atentados contra la libertad y bienes de los Indios son repeti­ damente calumnias mal fundadas; ni que las vio­ lencias verdaderas fueron menores de lo que se podía temer, atendidas las circunstancias, ó á lo menos distan muchísimo de las que cometieron las otras naciones; ni que todas fueron acciones privadas de ciertas individualidades, pero siempre condenadas y corregidas por el Gobierno de la nación en todo cuanto hasta allí su benéfica influencia podía al­ canzar, con la particularidad ¡oh justicia de Dios! que la trágica muerte de muchos de esos desnatura­ lizados conquistadores dejó vengada á la América de los excesos que en ella pudieron haber cometido; ni que todos los males fueron recompensados ven- -36 — lujosamente con mayores bienes y de un modo especialisimo por el incomparable, infinito, permí­ taseme la expresión, de regenerar aquella gente con las aguas del Bautismo, y extender hasta sus confi­ nes la religión del Crucificado, la verdadera civili­ zación: no me detendré en demostrar, repito, todo lo dicho, porque seria alejarme del tema propuesto para la presente Memoria, y basta sólo fijarse en la filosofía de la historia imparcial de aquella época prodigiosa, traducida en leyes, fiel expresión de su carácter dominante. La Recopilación de leyes de In­ dias ofrecerá siempre á la posteridad un mentís á la calumnia, un monumento perenne de las eleva­ das miras de nuestros monarcas á favor de los In­ dios, y no se encontrará una sola ley que desdiga de su grandeza, que no justifique la humanidad con que querían fuesen tratados sus nuevos subditos, y no evidencie finalmente que nuestra conducta allende los mares fué inmensamente más caritativa, más civilizadora, más noble, más humana y más santa que la de todas las demás naciones que tuvie­ ron imperio en aquellas apartadas regiones. Desde las primeras instrucciones que dieron los Reyes Ca­ tólicos á Colón, al emprender su segundo viaje, hasta la última ley de Indias que se conserva en -37 - nuestros archivos, justifican plenamente lo que lle­ vo dicho. Permítaseme recordar algunas. Encargan los Reyes á Colón al despedirse para su segundo viaje (i) «que se abstuviera de todame- »dida violenta, y les tratara bien y con dulzura prefiriéndose á aquellos naturales), manteniendo »con ellos un trato familiar, haciéndoles cuantos »servicios pudiera y distribuyéndoles regalos délas ^mercaderías y demás que SS. AA. habían man- »dado poner á bordo de los buques con este objeto; »y para que castigara finalmente de una manera ^ejemplar á los que causasen á los naturales la más ^pequeña vejación.» Véase cuan elevadas eran las miras de nuestros Monarcas, cuan religiosas y santas sus intenciones. ¡Ojalá se hubiesen siempre cumplido, no sólo por Colón, sino por todos los que á él siguieron! Mas luego se originaron disturbios en la colonia, cuyos rumores se extendieron hasta la Metrópoli, y llega­ ron á hacer dudar á los Reyes, siempre solícitos

(i) Véanse las instrucciones originales en Navarrete, Colecciói de viajes, Doc. Dipt.; Muñoz, Hist. del Nuevo Mundo; Ferreras, Hisi dl Espagne; Herrera, Indias Occidentales; Zúftiga, Anales de Sevilla -j8 - por la suerte de sus nuevos vasallos, de la apti­ tud de Colón para gobernarlos. Quisieron poner un remedio y agravaron el mal con el nombramiento de Bobadilla, quien, llegado allí con los poderes al efecto recibidos, abusó y se extralimitó de los mis­ mos, y escuchando solamente las quejas de los per­ turbadores, lleno de envidia, manda prender y car­ gar de cadenas al admirado del mundo entero. ¡Juz­ gad, señores, cuál sería el gobierno de aquel infame! ¡cuan opuesto á la nobleza y carácter de la magná­ nima Isabel! Conocido por los Reyes su error en tal nombra­ miento, sustituyeron á Bobadilla y pusieron en su lugar á Ovando, hombre de grandes conocimientos, sí, pero no á propósito para aquel gobierno. «En­ cárgale Isabel la suavidad para con los indios y ^declara que todos son naturalmente libres y que »sin su voluntad no se les podía reducir á servi­ dumbre.» Se la hizo presente que sin obligarles al trabajo no se conseguiría su civilización y la con­ versión de sus almas, y colocada la Reina entre los que consideraba mandatos de la religión y los generosos impulsos de su alma, se limitó «á re- acomendar la moderación y que se templase la se­ veridad con la dulzura.» En su testamento, otor- — 39 — gado en Octubre de 1504, después de asegurar que su principal intención había sido introducir en los nuevos descubrimientos la religión y las buenas costumbres, encarga estrechamente que se tratara con suavidad y justicia á sus moradores. Este len­ guaje era conforme á la conducta que había obser­ vado ella misma. Siento no poder seguir la historia por tener que pasar por alto hechos gloriosísimos de nuestros vi- reyes, que honran su memoria, y debo fijarme en la legislación, eco fidelísimo de las aspiraciones de nuestros monarcas, y razón suprema del estudio lilosóíico que me propongo hacer. Don Fernando creó y fundó los establecimientos más útiles para mantener el orden y el estado de nuestras colonias: abrió en Sevilla por Real Cédula de 7 de Febrero de 1502 la Casa de Contratación que arreglase el comercio; mas sobre todo atendió á la religión. Confióse á los Tribunales más sabios é incorruptos (1) la administración de justicia civil

(1) Entablóse un pleito entre D. Fernando y su antiguo paje, don Diego Colon, y sentencióse contra el Rey: «acto muy honroso para aquel Tribunal, dice Prescott, Hist. del reinado de los Rejes Católicos» parte II, cap. XVIII—nota, y que manifiesta que la independencia de — 4o — y criminal; erigióse en la Corte el Consejo de las Indias, como el Consejo Supremo del nuevo mundo. Paulo III en el año 1534 declaró «que los Indios, aunque fuesen infieles, no podían ser despojados de sus bienes, pues eran dueños de ellos;» y esto no porque ya no se supiese muy bien por otra parte, sino como dice Sepúlveda «para contener á los sol­ dados, los cuales sin autoridad ni orden al o una del principe, hacían esclavos.» Muchos años antes que Roma había hecho nuestra Corte la misma declara­ ción, y entre otras en el año 1502. Tanto ella como toda la nación juzgaron siempre que los indios te­ nían derecho y dominio incontrastable sobre sus bie­ nes, y manifestaron este sentir en las leyes promul­ gadas y observadas en todo tiempo. En la ley 2, tít. 1, lib. 4, de la Recopilación de Indias se manda «que los descubrimientos se encarguen á personas »de satisfacción y buen celo, de forma que haya en »tera satisfacción de que no les harán perjuicio en »sus personas ni bienes, y que por su virtud y ver­

la administración de justicia, baluarte de la libertad civil, estaba bien establecida bajo el reinado de D. Fernando.» ¡Qué diferencia éntrela noble independencia del Consejo de Indias español y la servil Cáma­ ra estrellada de los ingleses! — 4i — ¿dad satisfarán á nuestro deseo y obligación, que atenemos de que esto se haga con toda cristiana ^providencia, amor y templanza;» y con el fin de asegurar su buena administración ordenaron, ley 68, tit. 2, lib. ), y ley 8, tit. i, lib. 5, «que ninguno apudiese ser admitido á oficio sin testimonio de ha- aber presentado el inventario de sus bienes.» En la ley 6 del citado tit. 1, lib. 4: «Se excuse esta pala- abra conquista, porque no ocasione ó dé color para aque se pueda hacer fuerza ó agravio á los indios.» En la ley .10, id. tit., y 8, tit. 4: «Los descubridores ano les hagan mal, ni daño, ni tomen sus bienes, asi no fuese por rescate, ó dándoselos ellos mismos apor su voluntad.a Y si alguna vez se mandó que se tomase posesión de algunas tierras en nombre del Rey, siempre se entendió ó de las vacantes, ó de las otras por vía de rescate, ó de cesión voluntaria. Es de admirar la paternal solicitud que demos­ traron los Reyes en las leyes del tit. i.°; 11 y 13; tit. 7, lib. i.°, y 8, tit. 2, lib. 2, para que los indios se convirtieran á la fe católica sin la menor vejación. La ley 9.* del mismo tit.° y lib. 2 dispone «que el aConsejo provea lo conveniente para el buen tra- atamiento de los indios, castigando con rigor á alos que lo contrario hicieren para que con esto los 4findios entiendan la merced que les deseamos ha- »cer, y conozcan que haberlos puesto Dios debajo »de nuestra protección y amparo, ha sido por bien »suyo, y para.sacarlos de la tiranía y servidumbre »en que antiguamente vivían.» Las mismas leyes, lib. 6, tit. 2, prohiben severí- simámente que los españoles hagan esclavos á los infelices indios, que por su mísera condición tan fácilmente podían ser reducidos á tal estado: ni si­ quiera permiten que se les prive de su modo de vi­ vir, pues en la ley 4, tit. 1, lib. 2, se ordena «que »se guarden las leyes y costumbres que los indios atenían antiguamente para su gobierno y las que ^se hicieren de nuevo:» la 5.* «que las leyes que afueren en favor de los indios se ejecuten sin em- »bargo de apelación, so las penas en ellas conteni­ das, y demás de la nuestra merced, y de perdi- »miento de todos sus bienes para nuestra cámara y »fisco, y suspensión de sus oficios;» la ley 5.*, tit. 4, lib. 4, «que los indios sean bien tratados, mirados »y favorecidos como próximos, y no consientan que »se les hagan fuerzas, robos, injurias, ni malos tra- »tamientos; y si lo contrario se hiciere por cual­ quier persona, sin excepción de calidad ó condición, >las justicias procedan conforme á derecho:» «que ~ 4) — »las audiencias tengan cuidado del buen tratamien­ to de los indios,» ley 83, tit. 25, lib. 2; y la 1.', tit. 5, del mismo lib. 2, prescribe «que al fiscal to- »ca saber cómo se cumple lo proveido y la protec­ ción de los indios;» mandando también al Consejo, ley 25, tit. 2, lib. 2, «que procure saber cómo se ^ejecuta lo proveido y ordenado por Nos, casti- »gando con rigor y demostración de justicia á las »personas que por malicia ó negligencia lo dejaren »de cumplir ó ejecutar.» Para obviar toda vejación se nombró en todas las Audiencias un Protector es­ pañol y un cacique por parte de los indios (1598); y en el reinado de Felipe IV, á fin de que dichos protectores pudiesen acudir con mayor autoridad al amparo y defensa de aquellos vasallos, se nom­ braron para este empleo letrados, condecorándolos con garnacha y título de Protectores-Fiscales; lo cual duró hasta el año de 1776, en que por decreto de 11 de Marzo se agregó este encargo á los fiscales del crimen (i\ Y no sólo estos jueces tienen por las leyes el oficio de proteger á los indios, sino que es-

(1) Véanse los títulos 18, 23, 24 >* 30, lib- 2: 6» 7' * l0 >* l6» lib. 6, de la Recopilación de Indias; y al Sr. Solómno, Polit. /*/.. lib. 2, hasta el 18, y el 28, n. 49- - 44 — tan ademas autorizados por ellas para hacer lo mis­ mo todos los eclesiásticos y seglares de América: todos están constituidos por la ley (14, Recop. lib. 6, tit. 6) por protectores de los americanos, y tienen autoridad para informar y dar aviso á los Magistra­ dos civiles, si algún indio es privado de sus dere­ chos y privilegios. Solamente los mestizos están ex­ ceptuados; no pueden éstos siquiera ser elegidos protectores de indios, pues dice la ley 7.*, id. lib. y tit. 6.°: «Ordenamos á los vireyes y presidentes, que »cuando hubieren de nombrar protectores de in- »dios, 110 elijan á mestizos, porque así conviene á su ^defensa, y de lo contrario se les puede seguir daño »j> perjuicio.» (Felipe II en á 20 de No­ viembre de 1578). Las leyes 13, 23, 27 y 29 del re­ petido lib. 6, tit. 6, y más principalmente aún las 3> 4> 5> 6, 7, 2:, 22 y 23 del tit. 10, tratan délas obligaciones estrictas que todos tienen de procurar el mejor tratamiento de los indios, y demuestran patentemente el esmero con que nuestros Reyes han mirado siempre su alivio. Y para que no fue­ sen letra muerta sus disposiciones halló nuestra Corte el más sabio arbitrio para preservar de la corrupción la integridad de los Gobernadores y promulgó una ley (27, tit. 6, lib. 2) por la cual se manda que «Siendo tan conveniente á nuestro ser­ vicio saber el estado en que dejan los vireyes, acuando acaban sus gobiernos, los reinos donde lo »han sido, para que según la noticia que dieren se apueda ayudar á la conservación de lo que la bue- »na disposición de las cosas pidiere, ó prevenir no alleguen á peor estado, si le tuvieren de inconve- aniente, y saber con particularidad lo que pasa en atodas partes, para que se consiga el fruto que es­ aperamos de noticia tan universal é importante: aOrdenamos que de aquí adelante por fin de la ins- atrucción se ordene á todos los vireyes en las que ase les dan, que envien á nuestras propias manos, acuando muden de puesto ó acaben el tiempo por aque estuvieren nombrados, relaciones distintas, apor diarios, del estado en que queda el reino don- ade hubieren gobernado; los negocios graves que ahubieren sucedido en el discurso de su tiempo: si aquedan acabados: la salida que tuvieron; y lo que afalta para concluirlos, con todo lo conveniente á aello. Y ordenamos á los ministros á quien tocare, aque á los dichos vireyes no se les pague el salario »del último año si no les constare que han enviado alas dichas relaciónese y á fin de hacer todavía más efectiva su responsabilidad se estableció (Lib. 5, tit. 15) la residencia de los vireyes, gobernadores y ministros, prescribiendo «que sea examinado y ^juzgado el Gobernador que muera en el empleo; »y que aquel que sea relevado de él no se ausente >del lugar de su destino hasta haber dado cuenta »de su administración al nuevo sucesor; gozando »todos la libertad de presentar sus quejas contra el ^gobernador saliente, y éste tiene la obligación de »resarcir los daños, y están sujetos á las multas:» y finalmente se manda, ley 6, tit. 2, lib. 3, «que ^ninguno sea proveído sin testimonio de la resi- »dencia antecedente, y esto se declare en los pare­ ceres que dieren nuestras reales audiencias.» ¿Qué más podían hacer nuestros soberanos en prueba de su rectitud y buen gobierno? No ha habido ja­ más nación alguna que haya dictado tan sabias y humanitarias disposiciones, ni hecho unas leyes tan oportunas como estas, ni tan ventajosas para el bien de los indios ¡Desdichada de la América si los españoles la hubiesen gobernado según el método ordinario, que usaron los extranjeros, de vender los empleos como las heredades! Podrá tal vez objetárseme que nunca salen tantas leyes sanitarias como en tiempo de epidemia; pero siendo el gobierno y las leyes aquello por donde — 47 — principalmente se gradúa la cultura y humanidad de una nación, pues ellas son como el juicio y la voluntad pública de todo el Estado; y siendo el Có­ digo de España perteneciente á las Indias el más sa­ bio y el más moderado de Europa; debemos con­ cluir, que entre todas las naciones europeas la es­ pañola fué la más moderada y humana, habiendo especialmente sido sus príncipes los más benignos y favorables al bienestar de los indios. Si explora­ dores desapiadados, excitados por la sed de oro; si codiciosos aventureros y negociantes sin entrañas, únicamente atentos al lucro, y cerrados los oídos á los consejos y los ojos á los ejemplos de la Corte, maltrataron á veces á los infelices indios y les so­ metieron á rudos é intolerables trabajos; en cambio todos los monarcas españoles desde Isabel, que fué su más decidida protectora, y tanto y más que ellos la religión católica, que ha procurado constante­ mente y ha logrado su conversión, fueron su escu­ do y amparo contra las demasías de sus egoístas opresores, por más que en algunos casos no pudiese ejercer con ellos toda su benéfica influencia. No trato por lo mismo de disculpar los excesos que se cometieron por algunas individualidades á pesar de tan sabias leyes; sí de vindicar la rectitud - 4» - y fama de nuestros monarcas, aunque están muy por encima de todo cuanto puedan decir nuestros detractores: las acciones buenas ó malas de algunos hombres particulares no caracterizan á toda una nación. Todo filósofo imparcial, para juzgar recta­ mente de la calidad de un hecho ó del carácter de una persona, debe atender, no sólo á la sustancia y al espíritu de la acción, sino también á las cir­ cunstancias. Si nuestros críticos atendieran á que lodo se resentía de la edad de hierro, á la índole de los indios, á la situación de los conquistadores, ala calidad de los lugares, á la distancia que los sepa­ raba de la metrópoli, á que los españoles guerreaban con unos pueblos tan bárbaros que sacrificaban, que comían, que quemaban á los prisioneros, y no les quedaba más remedio que vencer ó morir; lejos de pasmarse de la opresión ó demasías á que alguna vez se deslizaron, las habrían juzgado quizá necesarias y se admirarían de que los desórdenes de nuestra América no hubiesen sido mayores. Declamar des- entonadamente contra nuestra nación, é insultarla con semejante pretexto, al mismo tiempo que se celebran ó callan las atrocidades de otros conquis­ tadores, es muy ajeno á la imparcialidad filosófica, y más parece envidia, ó prurito de satirizar, que — 49 — celo de la humanidad. Examínese el asunto con ojos desapasionados, y si se hallase que los vence­ dores españoles llevaron la fiereza y crueldad más allá de lo que lo ejecutaron los más aplaudidos con­ quistadores, detéstese su memoria y sea para siem­ pre execrado su nombre: mas si resulta al revés, proclámese ingenuamente, como es debido, la ver­ dad de los hechos. Compárese la historia de todos los conquistadores del mundo con la de los españo­ les en América, y se verá la inmensa diferencia que hay entre unos y otros en favor de los últimos. El atentado más horrendo que se impropera á los es­ pañoles es el proceso que Pizarro hizo á Atahualpa; pero nótese que ni por este hecho queda eclipsada la humanidad española. El liero Pizarro tomó aque­ lla resolución; mas ¿cómo? ocultamente: lo cual demuestra el temor que tenía de sus compañeros. Apenas él indicó su voluntad, los soldados se le opusieron y protestaron contra ella. ¿Quién, pues, no ve que el nombre español queda más ilustrado con •esta desaprobación y protesta de los soldados, que manchado con aquella felonía del general? No se en­ contrará nación alguna que, políticamente hablan­ do, presente un pasado tan glorioso como el que ostenta España, esculpido en leyes indelebles de i — JO — buen gobierno en los tres- primeros siglos de su dominación en América. Ella le dio su religión, sus hijos, su idioma y sus costumbres; la colonizó y la organizó, y un siglo después de su descubri­ miento por Colón, contaba con numerosas ciudades y pueblos, magníficas catedrales y otros edificios, é instituciones de las sociedades europeas, y tenía cinco arzobispados y veintisiete obispados: es decir, había pasado del estado salvaje á pueblo civili­ zado, partícipe de los bienes de la Cruz del Reden­ tor por medio del Bautismo. En cambio las otras naciones han erigido esta- tuas y monumentos á aquellos filósofos que pusie­ ron á las naciones salvajes en la clase de los brutos; que han decidido que los hombres estuvieron desde el principio hasta pasados muchos millares de años en el estado de las bestias (Rousseau y sus secuaces, De V Bsprit, etc.); que los indios no descendían de un padre común; que Dios les hizo salir de la tierra como á los árboles y los sembró por aquellos países como esparció las plantas y los animales (Philoso- phie de l' Hisfoire, chap. 2: Essay sur V Histoire genérale, tom. 3, cap. 115, y tom. 4, cap. 137); que dan la preferencia sobre estos racionales á una repú­ blica de castores; que enseñan que la razón no debe tener preferencia sobre el instinto (Pope, Essay sur /' homme); que pretenden que el interés particular, ó real, ó imaginario, y el placer físico son la única regla de las acciones humanas; que el vicio y la virtud no son sino preocupaciones inventadas por los hombres y sujetas á leyes arbitrarias (Hobbes y toda la chusma de los materialistas); que han en­ diosado la razón, la licencia y el pillaje, favorecido por el éxito, y en fin que han sustituido la sobera­ nía, ó mejor, la anarquía del pueblo al gobierno paternal de los reyes, la filantropía á la caridad, y la masonería al Evangelio... Podría referir aquí los excesos que todos los europeos han cometido y no han condenado ni cancelado como hicieron los es­ pañoles. Podría hacer mención de la bárbara pira­ tería que ejercitaron en América por el espacio de muchos años contra los españoles unos foragidos franceses é ingleses: piratería la más injusta, la más cruel é inhumana que jamás han visto los mares, y, lo que es peor, aprobada y fomentada por las dos Cortes y aplaudida por los escritores de ambas na­ ciones. Tanto puede la preocupación de los extran­ jeros, que ha llegado á considerar á los infelices ne­ gros como á bestias, y Rainal aíirma que el estado •brillante de su comercio ha ¡iisti/icado la viola- — pa­ ción de todo derecho á los ojos de la política extran­ jera... ¡Menguado interés que abrasa y consume todo lo que no acarrea ganancia, y enseñorea á la iniquidad triunfante!!! Dejemos, empero, esta lú­ gubre historia y pongamos iín *á esta primera parte de mi trabajo con la siguiente consideración: Cuando los extranjeros, prescindiendo délo que llevo dicho y mucho más que podría añadir y omi­ to en gracia á la brevedad, levantan tanto el grito contra los españoles; cuando nos denuestan tan apasionadamente; cuando han de acudir á la infa­ me calumnia para fundar sus cargos y no conde­ nan sus crímenes verdaderos; y cuando el odio y la envidia se reflejan en todos sus escritos, preciso es convenir que algo de extraordinario ven en el po­ derío de esta nación, que humilla su mal reprimida altivez. Prueba evidente de la importancia que dio á España el descubrimiento del Nuevo Continente. Más adelántela corrupción, el masonismo, los des­ aciertos de los vireyes y de nuestros gobernantes hicieron que se levantara el grito de independen­ cia; el frágil poder que España conservaba vino á perderse, y los Estados adquirieron su autonomía: sólo conserva de su pasada grandeza la apellidada y siempre fiel Isla de Cuba y Puerto-Rico, que per- — >3 — derá también, sí se obstinan nuestros modernos po­ líticos en no mandar allí buenos administradores, fervientes católicos, que conozcan las necesidades del país y, en vez de esquilmarlo, satisfagan esa sed de justicia en que arde allá y acá todo pecho honrado. ""• M —

II

Las cuestiones que he propuesto se enlazan de una manera tal, que es imposible separarlas, por­ que todas tres á cual más se complementan. Todos sabemos el estado del comercio antes de los grandes descubrimientos. La famosa feria de Medina del Campo, en la cual en tiempo de su apogeo se giraban en una sola feria 53,000 cuentos, (ó sean más de 4,000^00,000 de reales vellón de los nuestros), según dice Luis Valle de la Cerda, del consejo del Rey y contador de la santa Cruzada, en la obra que intituló «Desempeño del patrimo­ nio de S. M., etc.,» impresa en Madrid año de 1600, fol. 36; y las de Burgos, Segovia, Victoria, Logroño, Rioseco y otros pueblos demuestran el floreciente estado en que se hallaba el comercio interior; no — 55 — siendo menor el tráfico que se hacía con los extran­ jeros por medio de factores establecidos en las prin cipales ciudades de Levante y del Norte. Pero ex­ tendida la navegación á los países conquistados, tomaron nuestras fábricas é industria tal incremen­ to, que elevaron la monarquía al más alto grado de prosperidad y brillantez. Al descubrimiento de América siguieron el del nuevo derrotero para las Indias Orientales, doblan­ do el Cabo de Buena-Esperanza, descubierto por Vasco de Gama; y el de las Islas del mar del Sud, cuyo conjunto forman hoy la quinta parte del mun­ do llamada Oceanía. Estos descubrimientos dieron origen á numerosos y ricos establecimientos de los Portugueses y Holandeses en las costas del Asia¿ del África y principalmente de la India.

Las consecuencias de este importantísimo suce­ so, que desgraciadamente no influyó, como debiera y como había comenzado, en el verdadero engran­ decimiento y poder de la nación española, se em­ pezaron á ver en Sevilla, á donde todas las riquezas del mundo anteriormente conocido venían á tro- —lo­ carse por las de Indias. Fr. Tomás Mercado, reli­ gioso dominico, en la Suma de tratos y contratos que dedicó al consulado de Sevilla, hizo la descrip­ ción más pomposa y magnífica del estado, en que habia llegado el comercio de aquella opulenta ciu­ dad (Lib. 4, cap. 3, edición de 1571), y cita las rela­ ciones que sus mercaderes tenian en Berbería, Flan- des, Florencia, Caboverde, Lisboa, Burgos, León de Francia, Toledo, Segovia, Barcelona, Medina, Roma, Amberes, Genova, Gante y en todas las In­ dias; en unos países para introducir ó extraer todo género de frutos y mercerías, en otros para asegu­ rar 3us cargamentos. «Sevilla, dice (lib. 2, cap. 1), »es la puerta y puerto principal de toda España, á adonde se descarga todo lo que viene de Flandes, »Francia, Inglaterra, Italia y Venecia A esta »causa siempre hubo en ella grandes, ricos y grue­ sos mercaderes, y fué tenida por lugar de nego­ ciantes. Pero de sesenta años á esta parte que se ^descubrieron las Indias occidentales, se le recreció »para ello una gran comodidad y una ocasión tan ^oportuna para adquirir grandes riquezas, que con- yvidó y atrajo á algunos de los principales á ser mer~ leaderes, viendo en ello cuantísima ganancia »Ansí deste tiempo acá los mercaderes desta ciudad — 57 — ase han aumentado en número, y en haciendas y acaudales han crecido sin número Ansí la casa »de la contratación de Sevilla y el trato della es auno de los más célebres y ricos que hay el día de ahoy, ó se sabe en todo el orbe universal: es como »centro de todos los mercaderes del mundo. Porque aá la verdad soliendo antes el Andalucía ser el aextremo, y fin de toda la tierra, descubiertas las alndias, es ya como medio. Por lo cual todo lo me- ajor y más estimado que hay en las otras partes an­ tiguas, aun de Turquía, viene á ella, para que por »aquí se lleve á las nuevas, donde todo tiene tan aexcesivo precio. De aquí es que arde toda la ciu- adad en todo género de negocios.» En efecto, el repentino hallazgo de la plata de las Indias había roto enteramente el equilibrio en­ tre los géneros de todas clases y los precios ordina­ rios hasta entonces conocidos, y por una consecuen­ cia inevitable condujo A Sevilla todos los efectos comerciables del mundo anticuo en busca de la plata del nuevo. Fué Sevilla por espacio de medio siglo como un estanque ó receptáculo común don­ de cayendo á semejanza de dos copiosos raudales, por un lado la plata de América y por otro las mer­ cancías y producciones de Europa y Asia, trataban mútuamente de nivelarse. Allí se verificó la gran revolución de los precios, nacida del descubrimien­ to de las Indias. El tiempo que duró esta operación fué necesariamente el período del enriquecimiento monstruoso de Sevilla; género de enriquecimiento poco estable, que debido á una causa pasajera hu­ bo de cesar con ella, cuando igualado el valor de los géneros comerciables con el dinero se restable­ ció el equilibrio, quedando sólo para Sevilla la ven­ taja del monopolio, por ser el único puerto donde se podía hacer contratación con las Indias, como lo fué Cádiz en adelante. Es claro que estas circunstancias de Sevilla de­ bieron producir al pronto una opulencia no vista ni imaginada hasta entonces y un tráfico asombro­ so cual lo describe Mercado. Durante este tiempo sus habitantes fueron los corredores y cambistas de todo el universo. El comercio de la plata y no la abundancia de sus artesanos y telares de seda, fué la verdadera causa de la riqueza de Sevilla; y lejos de fomentar las manufacturas, hubo por necesidad de absorber y aniquilar todas las demás especies de granjerias preexistentes, que no ofrecían ganancias tan exorbitantes ni tanta facilidad de hacer rápidas y brillantes fortunas; fuera de que la gran afluen- — 59 — cia de plata debia forzosamente encarecer la mano de obra, poniendo á la industria sevillana en la im­ posibilidad de competir con la forastera. Así que toda la riqueza de Sevilla en el tiempo de su mayor prosperidad nacía, no de su agricultura, no de sus fábricas, sino del comercio de América que acu­ mulaba en ella todas las preciosidades de ambos he­ misferios. La opulencia de Sevilla refluía, como era natu­ ral, en los demás dominios castellanos y extendía prodigiosamente nuestras relaciones mercantiles á todos los demás países, lo que fué causa de que floreciera igualmente en aquellos tiempos nuestra marina. Confirma esto lo que dice el capitán Tomé Cano, fol. 44, de su arte para fabricar naos, «que el »año de 1586 había en solo Vizcaya más de doscien­ tas naos, que navegaban á Terranova por ballena y ¿bacalao, y también á Flandes por lanas: en Galicia, ¿Asturias y Montaña más de doscientos pataches, ¿que navegaban á Flandes, Francia, Inglaterra y ¿Andalucía: en Portugal (entonces también de Es­ apaña) más de cuatrocientas naos de alto bordo, y »más de mil y quinientas carabelas y carabelones: ¿en Andalucía más de cuatrocientas naos, que na­ vegaban á la Nueva-España, Tierra firme, Hon- — 6o — »duras, é Islas de Barlovento, Canarias y otras apartes, cargadas de frutos y mercaderías de este »reino.» También lo acredita la grande armada que el año de i«>88 envió el rey D. Felipe II contra In­ glaterra; cuyo efectivo, según el presupuesto hecho por el célebre Marqués de Santa Cruz para esta ex­ pedición, debia subir á 510: los 150 navios gruesos, 40 urcas, y 320 navios pequeños, siendo de adver­ tir que entonces ya se sentía la decadencia de nues­ tra marina. Toda esta marina, sostenida principalmente por las sabías providencias de los Reyes Católicos (tit. 8.°, lib. 9.0 de la Nov. Recop.), fué disminuyéndose por las urgencias de la Corona, hasta que adopta­ das nuestras leyes en Inglaterra por el famoso acto de navegación de 23 de Setiembre de 1660, puso aquella potencia los cimientos á la suya, acabando de arruinar la nuestra. Podemos, pues, decir que con el descubrimien­ to, de América el comercio aumentó en su princi­ pio, ó sea durante los reinados de los Reyes Cató­ licos, Felipe I, Carlos V y Felipe II, en tanto grado, que ninguna nación igualaba á España en riquezas, ninguna sustentaba ciudades tan populosas, nin- — 6l — guna tenía marina tan floreciente: finalmente ella sola abastecía la América, era señora del comercio, y la primera y casi la única potencia del mundo. Pero en el tiempo mismo que nos admira la ri­ queza de España, iba á menos la industria y pobla­ ción. La Reina Católica había dado los primeros pasos y puesto los cimientos de la sólida prosperi­ dad nacional. Mas la empresa de elevar la nación al último grado de lustre y esplendor no podía ser obra de un solo reinado: faltaba mucho que hacer, y no siempre se acertó en lo que se hizo. Al tiem­ po y á la experiencia pertenecía ir corrigiendo las equivocaciones de los principios: por desgracia en vez de disminuirse crecieron las faltas, y prevale­ ciendo en los reinados inmediatos el método de las prohibiciones y reglamentos, se tomó el camino casi opuesto al que debiera seguirse, tanto en las cosas de la Península como en las de Ultramar: y...., trocando los papeles, hemos llegado actual­ mente á un extremo tal, bajo distintos sistemas y gobiernos, que con dificultad podrá venir otro siglo que lo haga peor. Nótese empero bien; las leyes que hoy se dic­ tan llevan todas, como siempre, perfectamente im­ preso el sello de su época y hasta el carácter ó ten- — 62 — dencias del partido que las informa; por esto se en­ cuentra pesado su yugo por todos los que se dicen desheredados, ó están fuera del poder; de ahí su instabilidad; sólo se habla de derechos, nunca de deberes, á no ser para eludirlos ó falsearlos. Eso sí salen cada año á millares las leyes y decretos. Los monumentos también que en el día se levantan á las fingidas celebridades presentes, proclamadas ta­ les por el partido en que militan, siguen la misma corriente, todos resultan parodias, ninguno puede compararse al dedicado por el gran Felipe á inmor­ talizar las glorias de San Quintín. En nuestra culta Barcelona se han erigido monumentos á Prim, á López, á Clavé, etc., etc.; pero todos ellos se hallan dominados por la colosal figura de Cristóbal Colon, que desde el pináculo de su grandeza enseña al mundo lo que va de ayer á hoy: el célebre marino, como es una gloria verdadera, está más alto que todo lo demás, se eleva majestuoso sobre la con­ dal ciudad, se remonta hasta las nubes, parece escalar el cielo con la mano, señala con los piés el raquitismo de nuestros días, que se arrastra siempre por los suelos. ¡Sabia crítica de la historia contem­ poránea, salida tal vez á despecho del autor por la .fuerza misma de la evidencia! ¡Contraste admira- ble entre el descubridor de las Colonias y los que las explotaron ó trataron de venderlas! ¡Anatema constante á la degeneración presente, que á falta de héroes se los forja, como los antiguos paganos sus dioses, pudiendo exclamar como Juvenal: O sánelas gentes, quibus Ucee nascuniur ¡n hortis Numina! Dispénsenme, señores, esta digresión, que justitica sin embargo la razón de mi estudio.

El descubrimiento de América había puesto á Castilla en una situación única en los anales del mundo é imposible ya de repetirse. Las venta­ jas de los pueblos antiguos más célebres por los pro­ gresos de la navegación y lo floreciente de su co­ mercio fueron mezquinas y despreciables, si se comparan con las de España en la época inmediata al Descubrimiento. Debemos no obstante ser inge­ nuos. Es preciso confesar que, aunque el Gobierno trató con la posible moderación aquellos pueblos, el plan de comercio entablado con ellos no fué di­ rigido por una política ¡lustrada. Las restricciones y los excesivos impuestos sobre los buques y las •mercaderías y frutos de la Metrópoli y las Coló- — 64 - nias casi aniquilaron el comercio. Por la falta de extracción decayeron nuestras fábricas, se debilitó la industria, y estuvo desatendida por mucho tiem­ po la agricultura en unos y otros dominios: resul­ tando de aquí otro grave inconveniente, que fué la introducción del comercio furtivo, por el cual saca­ ban de la América española los extranjeros mucha mayor utilidad que la España misma. El derecho de toneladas, al mismo tiempo que era un grande obstáculo para el tráfico," por el gravamen de los fletes redujo nuestra navegación á un corto núme­ ro de bajeles. El proyecto del palmeo promulgado el año de 1720, sin fomentar la navegación, favore­ cía á las fábricas extranjeras y perjudicaba á las propias, cuyos géneros por lo común eran pospues­ tos á los de aquellas para el embarco, á causa de adeudar más crecidos derechos por su mayor vo­ lumen. Como el dinero aumentó en un principio de una manera tan asombrosa, el precio de los frutos y manufacturas subió por lo menos al doble: de aquí era preciso resultasen, y con efecto resulta­ ron, dos males: el uno, que los españoles no ven­ díamos á los extranjeros nuestros frutos y manufac­ turas en concurrencia de las otras naciones, que los daban á precio más cómodo, por lo cual, toman­ do de ellos alguna cosa (como es necesario), tenía­ mos siempre que pagar en dinero contante: el otro, que los extranjeros iban inundando nuestro país con las mismas mercaderías en que nosotros abun­ dábamos, pues las podían dar más baratas; y por tanto nos surtían, no sólo á nosotros, sino también á nuestras flotas destinadas á América. Así, pues, el exceso de los metales preciosos arruinó en España la agricultura y las manufacturas; y á la caida de estas dos se introdujo por necesidad inevitable, en me­ dio de la opulencia de algunos pocos, la miseria común y con ella la despoblación. Hé aquí de paso la razón genuina por que aumentando las otras co­ lonias la población de su Metrópoli, sólo España perdió la suya, á proporción que extendia en América sus posesiones. Las otras naciones se con­ servaron y fueron en aumento, á causa de sus ma­ nufacturas y producciones; y con la extracción ven­ tajosa de unas y otras acrecentaron reciprocamente las mismas Colonias. Aquí debo hacer notar también que la despo­ blación americana, que sirve de fundamento á los extranjeros para fulminar los más apasionados car­ gos é invectivas contra los españoles, pretendiendo — 66 — confirmar con ella los relatos ó mejor dicho exage­ raciones del obispo Las Casas, más bien procede del penoso trabajo de las minas y abandono de la agri­ cultura y artes primitivas é industria, causa igual­ mente de la despoblación de España, que del trato que allí establecieron los conquistadores, como ple­ namente lo justifican sin quererlos mismos extran- jeros que nos motejan. Óigase primero á D. Fer­ nando Carrillo Altamirano, que dice así hablando con el Rey Católico: «En donde quiera que se cavan »minas mengua el número de los indios, pero en »las provincias de Campeche, donde no hay minas, »el número de los indios creció más de una tercera aparte desde la conquista de la América, aunque »ni el suelo ni el clima son tan buenos como en el »Perú ó Méjico.» Dejemos empero lo que dicen los españoles y fijémonos en el testimonio que de ello nos dan nuestros principales detractores. Robertson dice así en el tomo 4.a de su historia, pág. 87: «Co­ cino los naturales del nuevo reino de Granada están ^exentos de este servicio (el de las minas), que ha »destruido su casta con tanta rapidez en las otras apartes de la América; por eso se halla el mismo »reino poblado considerablemente.» Hablando de la misma Granada dice Raynal que la población desde su conquista «n' a guere diminué: parce qu' il »ne s' est pointetabli de culture meurtriere, et que »les peuples soumis n' ont eté pas condamnés aux »trabaux des mines;» y en otro lugar ocupándose de California repite el mismo concepto con estas palabras: «lis seront heureux tant qu* on ne conoi »tra pas de mines sur leur territoire. S' il y en a, ce »peuple disparoitra come tant d* autres de la surface »de la terre.» Y no es extraño que así lo confiesen, porque verdaderamente sorprende y asombra á cuantos europeos pasan á América el ver é infor­ marse de lo que son las minas de oro y plata, aque­ llas cuevas subterráneas, aquellas caribdes espanto­ sas, que devoran á casi tantos hombres como en ellas se fatigan. Dejando aparte las peores, todas las minas en general, aun las más soportables, son los abismos más funestos de la humanidad. Su­ puesta la aplicación á ellas, por un natural y ne­ cesario encadenamiento de fatales consecuencias era inevitable la despoblación. Para beneficiarlas fué preciso que los españoles dejasen sus hogares y lijasen sus establecimientos en las regiones mon­ tuosas de la Nueva-España y del Perú; que los indios fuesen también llamados allí; que esta gente acostumbrada á andar errante en la caza, y á estarse — 68 — en el ocio y en la inacción, mirase como intolerable el peso de un trabajo regular; que este fuese más molesto en medio de la cortedad de alimentos y fal­ ta de comodidades; y finalmente que le hiciesen más fatal los pestilenciales vapores de las minas y el uso de los licores, que era el único alivio de los que trabajaban en ellas. Aquella mudanza repentina de climas, aquella novedad y dureza de ejercicio, aquella infección de vapores, la fatiga, la escasez de alimento, la calidad de los mismos refrescos, debie­ ron formar una opresión que irremediablemente había de minorar ó impedir la población, y esta opresión fué uno de los efectos necesarios de la fu­ nesta industria de las minas. Hé aquí, pues, como el trabajo de estas fué el verdadero motivo de aquel género de sujeción violenta y por consecuencia de la despoblación. Los que sin embargo de esto atri­ buyen á culpa de nuestros pobladores la falta de población, vienen á decir lo mismo que si preten­ dieran que los españoles tenían la culpa de que los males fuesen males y dañasen á la naturaleza hu­ mana. Luego así como no debe atribuirse á culpa de los españoles la opresión, que era efecto necesa­ rio de aquella industria, sino sólo á la fatal combi­ nación de las circunstancias; de la misma manera - 69- tampoco debe imputárseles la despoblación, que también era una consecuencia necesaria de aquel trabajo. Mas lo que nunca podrá ponderarse justamente es el perjuicio que acarreó dicha industria al sus­ tento de los pueblos, dejando sentir asimismo sus influencias hasta la Metrópoli. Como el hombre no se mantiene de los metales, la verdadera riqueza de un Estado no consiste exclusivamente en ellos, si­ no en la agricultura y en las artes, que se llaman de primera necesidad. Sin la agricultura y artes primitivas no puede haber población, y esta crece ó mengua á medida que crecen ó menguan aque­ llas. No habiendo, pues, cosa más contraria á dichas artes que el laboreo de las minas, fué preciso que, beneficiándose estas, se disminuyese la agricultura y las demás artes, y se resintiese y minorase la po­ blación: y como las riquezas que se sacaron de las minas afluyeron en gran parte á la metrópoli sin encontrar en la misma su debida aplicación, exci­ taron la codicia en unos, la holganza en otros, el despilfarro en muchos, comenzaron las emigracio­ nes, se sucedieron las guerras, y perjudicaron igual­ mente de rechazo á nuestra agricultura y á nuestras artes, y de ahí también proviene su despoblación- — 7o — Colón aconsejaba siempre en primer lugar el cultivo de las tierras por su feracidad indescripti­ ble; comprendía muy bien en su privilegiada inte­ ligencia que la agricultura es la principal riqueza de los pueblos. Doña Isabel, no contenta con prote­ ger la libertad é ilustración de los indios, conforme hemos visto, cuidaba igualmente con esmero de la prosperidad de los países ultramarinos, haciéndolos participantes de los bienes de la civilización euro­ pea: y en el año de 1501, á los nueve del descubri­ miento ya se cultivaban en América el trigo, el arroz y todas las semillas alimenticias de España; se habían introducido las aves domésticas de nues­ tro suelo, los ganados lanar, de cerda y cabrío; el buey, el asno, el caballo ayudaban al hombre en las faenas del campo donde antes trabajaba solo; prosperaba la vegetación de la caña dulce; pagaban ya diezmo el íruto de la viña y del olivo, la seda, el lino, el cáñamo y otras culturas llevadas de la Península. Era la Reina, en una palabra, la provi­ dencia de las nuevas colonias, y en todo resplande­ cía la solicitud y buen gobierno de la excelsa Se­ ñora bajo cuya protección y glorioso reinado se había descubierto aquel país. Mas luego que faltó esta Princesa, descuidóse mucho aquel importante asunto y se trató princi­ palmente de traer plata y oro á la Península de cualquier modo. En 1509 bajo el modesto nombre de encomiendas se reprodujo el sistema de repartí- intentos de indios, que habia antes desaprobado y abolido la Reina; origen funesto, como la explota­ ción de las minas, de la despoblación de las regio­ nes de Ultramar, de la degradación de sus natura­ les; degradación que, unida á su indecible aversión al trabajo, fomentó un odio más ó menos encubier­ to á la metrópoli, que al fin produjo algunas gue­ rras de los infieles contra los indios convertidos á nuestra religión, é igualmente aquellas que muchas veces hicieron á nuestros pueblos los vasallos de otros príncipes, ocasionando siempre muchas des­ gracias. Causa horror leer las atrocidades que (sin contar con las otras guerras) cometieron los Ma­ melucos (1) contra las reducciones del Paraguay.

(i) Dióse ests nombre á una república de salteadores, que tuvo principio de lps facinerosos portugueses desterrados al Brasil, los cua­ les á fines del siglo xvi formaron la villa de San Pablo, de donde les vino el nombre de Paulistas. Era estatuto fundamental de aquella sociedad el libre é impune ejercicio de toda especie de maldades, lo cual atrajo á ella muchos bandidos de otras naciones, fugitivos de la severidad de las leyes, y deseosos de continuar sus desafueros. (Nota de D. Pedro Várela y Ulloa). — 7* — En las Cartas edificantes se dice que es opinión fun­ dada, «que han muerto, ó hecho esclavos en el espa­ rció de 130 años 2,000,000 de indios, y despobla- »do más de 1,000 leguas de país, hasta el rio de las ^Amazonas.» Cítase en las mismas Cartas un ins­ trumento auténtico, en el cual se halla la observa­ ción que de 300,000 indios, que ellos habían robado ó de que se habían apoderado en el espacio sólo de cinco años, no subsistían ni aun 20,000. En 1641 dio España permiso á los neófitos de usar armas de fuego para reprimir el furor de estas bárbaras co­ rrerías, que asolaban el país donde entraban; per­ miso humano que no dio ninguna otra nación, hasta que á principios del pasado siglo fueron sometidos á Portugal. Así fué que entre guerras, viruelas y epidemias, que diezmaron la población, el trabajo de las minas y la índole especial de los indios, que miraban siempre con indecible horror toda clase de trabajo, siguió por muchos años la despoblación de aquellas regiones, sin que pudiese imputarse sola­ mente á los españoles ser los causantes de muchas de aquellas desgracias. — V — No menos funestas fueron para el aumento de población y progresivo desarrollo de las Colonias y principalmente también para España, la distancia que separaba aquellas de la metropolita extensión de las mismas, la dificultad de comunicación, las malas pasiones y la constante perfidia de los ex­ tranjeros en buscar trabas, poner asechanzas, fo­ mentar recelos y promover guerras y disturbios á los españoles para aprovecharse ellos exclusivamen­ te de las ventajas de las Indias y vengarse asi en cierto modo de las afrentosas derrotas que habían sufrido: inconvenientes que aun hoy muchos sub­ sisten y serán siempre motivo de rencorosas discor­ dias, cuantiosos dispendios y finalmente de su pér­ dida, si no se pone con oportunidad, como he di­ cho, el debido remedio. El grito de ¡Viva la liber­ tad! ha sido siempre funesto á nuestros intereses peninsulares y ultramarinos, y á cada revuelta se ha desgajado un florón de nuestra antes rica Co­ rona, se han aumentado fabulosamente los impues­ tos, se ha derramado copiosa sangre y se han per­ vertido los corazones. Sobre las ruinas de los templos ha crecido la inmoralidad y se ha desarrollado el socialismo. Fácilmente se comprende cuan perjudiciales ha- — 74 ~ bían de ser las perturbaciones, que siempre insti­ garon y fomentaron los extranjeros, encaminadas á interrumpir el tráfico con la metrópoli, de cuya interrupción había de resultar inevitablemente el desorden en lo moral y en lo político y en lo mer­ cantil. En América, como se miraba lejos la cabeza del gobierno, apenas tenía lugar el temor de su vi­ gilancia ó de su poder; fácilmente podía eludirse el cumplimiento estricto de las leyes; el incentive de la avaricia y la esperanza de la ganancia no te- nian límites: una riqueza inmensa podia disfrazar, ó por mejor decir dorar los delitos mismos, por me­ dio de los cuales se adquiría. El único medio para restablecer el orden era una perpetua y constante comunicación con la metrópoli, que permitiera moralizar la administración, fomentar la industria, proteger los intereses y procurar la útil ocupación de los hombres, fundamento de la prosperidad de los Estados. Hasta las costumbres de algunos reli­ giosos se resintieron de esta falta ó dificultad de comunicación con sus casas matrices de Europa. De la misma manera se resintió el comercio, porque como todos sus establecimientos dependían siempre de la metrópoli (al igual que los de las demás naciones sus establecimientos respectivos), debian — 75 — recibir todo su movimiento y vida de la matriz; era necesario que la industria naciese, se fomentase y creciese á beneficio de su influjo, y faltando éste, nada tiene de extraño que pereciese. Nuestra Amé­ rica, pues, debió sufrir necesariamente una terrible crisis por dicha falta de comunicación, y de la mis­ ma debió resentirse toda la nación interesada en aquellos establecimientos. España quedó tan cansada y flaca por los gran­ des esfuerzos que hizo por mar y mayores por tierra en las guerras continuas que sostuvo contra casi toda Europa, que no pudo conservar más aquellas fuerzas naturales con que poco antes había ocupado el imperio del mar. Acabáronse sus grandes flotas; interrumpióse su navegación, y sus naves eran ro­ badas y saqueadas por enemigos que en otro tiempo habría despreciado. Para su justa y prudente segu­ ridad se tuvo la precaución de despacharlas de un mismo puerto escoltadas de navios; pero esto solo demuestra cuanto había de dificultar las comunica­ ciones, y no era posible que las Colonias recibiesen de España y viceversa las cosas necesarias; y por lo mismo estaban privadas de emplear la industria en las artes y en aquel cultivo que requería su propia comodidad. Enflaquecida la marina, nuestro co- -76- mercio quedó reducido á pocas manos; cayeron las manufacturas; cesó la industria; desapareció el di­ nero. Perdióse todo interés y todo medio de ani­ mar el trabajo. En tal situación, de ninguna manera pudo España abastecer por sí sola á sus america­ nos; y, lo que es mucho peor, tampoco pudo apro­ piarse la provisión y el trabajo de otras naciones, porque como estaba en pugna con ellas y le falta­ ban recursos, estas prefirieron hacer el negocio directamente, quedándose toda la ganancia que del trabajo se reportaba.

Pruebas sensibles podría citar de las ventajas ó inconvenientes que resultan de la fácil ó difícil co­ municación de las colonias con la matriz, recor­ dando entre otros á los Chilenos, que por no haber tenido comunicación directa con Europa en el espa­ cio de más de dos siglos, no gozaron de las venta­ jas del despacho de sus producciones: á pesar de tener el suelo más fecundo de América, fué el que quedó más inculto; sus ricas minas se hallaban sin uso é intactas; faltando el interés, decaía la indus­ tria y por consiguiente la población, hasta que, — 77 — abolida la práctica de galeones, y establecida la na­ vegación por el cabo de Hornos en el año de 1748, empezó á levantar la cabeza y floreció cual debía la superioridad de su clima y terreno. Lo mismo sucedió en la provincia de desde que empezaron las operaciones comerciales de la Compañía de Guipúzcoa, que fué erigida en 25 de Setiembre de 1728 y despachó los primeros navios, nombrados San Ignacio, San Joaquín y la galera Guipu$coanay en 15 de Julio de 1730: la can­ tidad de cacao recogida en su distrito fué inmedia­ tamente el doble de la que producía hasta entonces; el número de reses vacunas se triplicó, y el de sus habitantes fué asimismo en progresivo aumento. La renta del Obispo, que toda provenía de diezmos, subió de ocho á veinte mil pesos. La razón de esta mayor prosperidad es, porque veintiocho años antes del establecimiento de la Compañía no navegaban más que cinco bajeles de España á aquella provin­ cia: y en diez y seis años, esto es, desde el 1706 al 1722, ni un solo navio llegó de Caracas á España. Apenas Carlos III, rompiendo de un golpe las antiguas cadenas de dos siglos y medio, concedió á sus vasallos de la Península el libre comercio á las islas de Cuba, Española, Puerto-Rico, la Margarita -78- y la Trinidad, y á las provincias de la Luisiana Yucatán y Campeche por medio del Real Regla­ mento de 24 de Agosto de 1764, art. 20 y 21; Reales Decretos de 16 de Octubre de 1765, 2^ de Marzo de 1768, y 5 de Julio de 1770; y R. O. de 23 de Abril y 15 de Agosto de 1774, afirma Robertson que «se verificó la correspondencia con aquellas ^Colonias tan rápidamente, que no tiene ejemplar »en la historia de las naciones. En menos de diez aaños el comercio de Cuba ha sido más que tripli­ cado. Aun en aquellos establecimientos donde por »el estado lánguido de la industria se necesitaban »los mayores esfuerzos para renovar su actividad, »se redobló el comercio.» Entre tanto crecieron los libros de bautizados á proporción que se aumenta­ ron los registros de las aduanas en la Habana, Puer­ to-Rico, , Buenos-Aires, , Pe­ rú, Santa Fé y Guatemala, donde se extendió tam­ bién la libertad de comercio por R. O. de 2 de Febrero de 1778 y por el Reglamento y Aranceles Reales de 12 de Octubre del mismo año, que com­ prendió y amplió las concesiones anteriores. Todo nuestro comercio por espacio de dos siglos estuvo reducido á aquellos pocos bajeles de las ilo­ tas y asociaciones de navios bajo escolta, que tu- — 79 — vieron principio con motivo de la guerra y pirate­ rías de los extranjeros; y de los galeones anuales que se establecieron por el Supremo Consejo de las Indias el año de 1574 con el nombre de Arma­ da de la Carrera de Indias. Hicieron hasta el año de 1714 cuarentidos viajes, sin bajar los retornos de treinta millones de pesos, y subiendo algunas ve­ ces á cerca de cuarenta; y desde entonces hasta 1748, que fué el de su extinción, no hicieron más que tres. En 1581 empezaron los navios de registro á Buenos-Aires para el abasto de aquella provincia y las de Tucuman y Paraguay; y en is8ó se apres­ taron los primeros para el reino de Tierra firme: después se despacharon los paquebots, ó bajeles- correos; y finalmente se abrió más de día en día el Océano con la nueva libertad y facultad concedida al comercio, viéndose constantemente que, á me­ dida que fué creciendo la navegación y correspon­ dencia, aumentó su riqueza, felicidad y población.

¿Pero á quién se debe echar la culpa de esta fal­ ta de comunicación, principal origen de todos los pasados males de nuestra América? ¿Por qué se ha- — So- llaban sin cultivo aquellas tierras, aquellos artífi­ ces sin ocupación, aquellos mercaderes sin negocio? ¿De qué les servia ser diestros en muchos oficios, decían, si apenas hay ocasión de poder ejercer uno de ellos? Y finalmente añadía un comerciante pe­ ruano hablando con sus amigos: ¿qué aprovecha te­ ner nuestros escritprios y cámaras llenos de plata, si Ja ciudad está vacia de mercaderes? Algunos auto­ res notan y repiten que las dos causas que arrui­ naron nuestro comercio antiguo fueron las exac­ ciones de la Corte y las restricciones del tráfico. Mas de estos impuestos y restricciones ¿quiénes fueron la causa? Si lo examinamos con la debida imparcialidad, seguramente hallaremos que en par­ te fueron debidos á los errores económicos, enton­ ces comunes á todas las naciones, y de un modo especial á las guerras é industrias extranjeras, que fueron y serán siempre nuestra pesadilla. Desde el principio de los descubrimientos hasta cerca del íin del siglo xvi fué España sola la madre, la señora, la proveedora de América. A la mitad del 1500 ella por sí sola abastecía sus Colonias; las mantenía y era mantenida de ellas: lab ventajas eran recíprocas. Pero bien presto las guerras de si­ glo y medio le impidieron la comunicación, como — 8i — hemos ya visto, y esta es la fuente principal de to­ dos los males. Felipe II se vio obligado á sostener guerras y las sostuvo casi contra toda la Europa. Concurrió á la Liga: conquistó á Portugal: mantu­ vo armadas y guarniciones en Italia, en África y en las dos Indias, derramando en todas partes á manos llenas los tesoros que sacaba de América y dando á los extranjeros (según algunos autores) más de mil millones de ducados, con los cuales pu­ so en manos de sus mortales enemigos el nervio de su poder. De aquí resultaron inevitablemente los dos males que he citado, ó sean, la necesidad de oprimir con nuevos impuestos á sus antiguos y nuevos vasallos, y el otro que redujo á estrechos límites su comercio por las violencias y peligros externos. Nuestras flotas y armadas fueron tan cos­ tosas, que agotaron nuestros recursos y secaron to­ dos los ramos de la industria nacional: por esto de­ cayeron todas las artes, desfalleció el espíritu del trabajo y casi se aniquiló el comercio. El Abate Reynal, considerando á España despojada de aquel inmenso tesoro, llega á decir «que los extranjeros sacaron de ella infinitamente más riqueza por la vía destructiva de las guerras, que la que habían ex­ traído por el medio pacífico del comercio, que, 6 — 82 — como él añade, ha hecho después pasar á los mis­ mos todo el oro de América.» Luego los extranje­ ros con su industria, é infinitamente más con sus guerras, fueron la principal causa de nuestro decai­ miento, y sólo pudo evitar nuestra completa ruina el genio y actividad española, que supo sacar pro­ vecho de los pocos recursos que le quedaron y más tarde rehabilitar su abatido espíritu con el propio dinero extranjero, que volvió á ingresar en España con motivo de la guerra de sucesión á la Corona, con lo que despertó otra vez el vigor nacional y se restableció la Monarquía. Otro efecto de aquellas guerras fué que el co­ mercio español tuvo que sufrir fatales interrupcio­ nes y restricciones gravísimas. Nuestros mares de Europa estaban infestados de los moros, y los de América señoreados por los Filibustieres (i), que eran los segundos argelinos más bárbaros aún que

(i) Llamáronse así de fliboat (flibote),especie de embarcación en que los primeros piratas empezaron á hacer sus depredaciones. No contentos aquellas furias, según dice D. Pedro Várela y Ulloa del Consejo de S. M., con los robos y atrocidades que cometieron en el mar del Norte, pasaron al del Sud, al cual habían ya empezado á in­ festar desde el año de 1577 otros varios piratas ingleses y holandeses, no inferiores á los mismos Filibustieres en rapacidad y fiereza. los primeros: ó por mejor decir, el Océano entero era un teatro de las violencias de todos los extran­ jeros conjurados contra nosotros. Un bajel español que pasase á las Indias, ó volviese de ellas, atraía contra sí los ojos, la codicia y las manos de todas las naciones. Los Holandeses auxiliados de otras potencias interceptaron y saquearon nuestras em­ barcaciones; y habiendo destruido la marina portu­ guesa, engrosaron la suya, extenuando y casi arruinando la nuestra. Los corsarios franceses é in­ gleses desde el principio del 1600 molestaban nues­ tras costas de América, y unas veces unidos y otras separados robaron nuestras naves; y á fin de enri­ quecerse más seguramente con nuestros despojos, el año 1625 señalaron de acuerdo un puerto y un punto de unión. Desde la Tortuga hacían las más violentas depredaciones, y el temor que los españo­ les tenían de caer en manos de estos formidables enemigos los retraía de navegar. *Telle fut (dice Raynal) Y époque d' une inaction, qui dure encoré.» ¡Parece increíble, el traidor insultar á la víctima que impunemente sacrifica! Pero así son los extran­ jeros cuando se ocupan de España; la zahieren en cuanto pueden por ostentar ésta en su pasado una gloria que les ofusca, que jamás nación alguna ha _84- podido alcanzar, y porque su proverbial nobleza pone más en relieve la rastrera conducta de ellos. En el año 1660 las mismas naciones hicieron entre sí una liga ofensiva y defensiva contra el es­ pañol, al cual miraban como enemigo común; y en consecuencia de este pacto se apoderó la Francia de las islas Martinica, Guadalupe, Granada y otras, y la Inglaterra de la Barbada, Antigua, Montserrat y otras, llegando nuestra nación á mitad del siglo decimoséptimo á quedar casi reducida á la imposi­ bilidad de restablecer su comercio. Padecía dentro de sí misma las más funestas divisiones por la re­ belión de Cataluña y de Portugal; y fuera del reino sufría convulsiones en Ñapóles, la derrota de su infantería en Rocroy y muchas pérdidas en los Países-Bajos. La Francia se aprovechaba de estas desgracias, las cuales miraba como obra toda suya. La Inglaterra se unió con ella el año de 1655 y ata­ có á Santo Domingo con el mayor vigor, aunque con infeliz éxito; pero nos quitó la Jamaica. No son para descritas las crueldades, latrocinios y pi­ raterías que hicieron sobre nuestras tierras, sobre nuestras naves y sobre nuestras personas durante toda esta época. Causan horror las atrocidades que cometieron los corsarios y extranjeros, pasando á -85- cuchillo la guarnición de Venezuela; saqueando de noche á Veracruz; haciendo lo mismo con el mayor furor y traición en Cartagena, Portobelo y Panamá; é invadiendo y desolando el Perú franceses é ingle­ ses unidos en número de cuatro mil piratas. En fin, sería cosa interminable referir todas las felonías que cometieron los extranjeros contra nosotros en el espacio de cerca dos siglos; y nada tiene de ex­ traño, pues, que debilitasen nuestra marina, inte­ rrumpiesen nuestra navegación y estorbasen nues­ tra correspondencia con América, objeto especial de su codicia. Hé ahí dónde podía haber encontra­ do Raynal la causa de nuestra forzada inacción, que tan injustamente nos echa en cara. Precisamente, como dice muy bien el P. Cappa en su citada obra, «con la conquista del continente, las demás nacio­ nes de Europa aprendieron á conocer la virilidad de que es capaz lo que se llama pueblo, cuando criado en los sanos principios de la moral cristiana se le saca del círculo de hierro en que tuera de Es­ paña é Italia lo tenía encerrado el bárbaro abuso del sistema feudal.» — 86 — Otra guerra, empero, nos hicieron los extranje­ ros mucho peor todavía, mercantilmente conside­ rada, y con mayor obstinación, la que puede lla­ marse de industria. Habiéndose aumentado prodi­ giosamente el dinero en el reino, subieron tanto por precisión los salarios y precios de los frutos y mercaderías, que los españoles perdieron inevita­ blemente la antelación, y quedaron inferiores en concurrencia de los extranjeros; los cuales con poco trabajo pudieron derribar la industria española. Minorado después el mismo dinero, y obligados á sostener las antedichas guerras con inmensos sacri­ ficios, fué preciso recurrir á las exacciones y opri­ mir con impuestos todos los ramos de la industria nacional, con lo que prevalecieron las artes extran­ jeras. En vano intentaron las leyes cerrar las puer­ tas al contrabando, porque se las abrieron el oro y la necesidad misma. Mientras España no podía subvenií á las necesidades de las colonias, y estaba prohibido á los extranjeros abastecerlas con sus gé­ neros, se inventaron y pusieron por obra mil arbi­ trios para eludir la severidad del Gobierno. Los co­ merciantes franceses, ingleses y holandeses se trans­ formaron fraudulentamente en españoles de Sevilla y de Cádiz, estableciendo en estas ciudades almace- -87- nes de todo cuanto necesitaba el consumo de Amé­ rica: cargaron de sus géneros nuestras embarcacio­ nes para Indias en cabeza de negociantes españoles, los cuales los vendían de cuenta de los extranjeros, y les entregaban con la mayor fidelidad todo su producto. Apoderáronse de nuestras flotas de ma­ nera, que de los cargamentos remitidos á América sólo la vigésima parte (i) era nacida y fabricada en la Península, si bien bajo el nombre de Españoles. Así, pues, entonces apenas participaba España de los tesoros del Nuevo Mundo, que desvaneciéndose repentinamente, ni podía enriquecerla, ni dar mo­ vimiento á su industria. A más del contrabando oculto y disfrazado con que concurrieron los extranjeros para destruir nuestra industria, practicaron otro á cara descubier­ ta. Los Portugueses y sus aliados, introducían sus

(i) El Dr. D. Sancho de Moneada, Recreac. politic., cap. 13, dis­ curso I, dice: que á principios del siglo xvn sacaban de España los extranjeros veinte millones de ducados, siendo de sus fábricas las cin­ co sextas partes de todos los géneros que ella consumía y embarcaba para América. Después, afirma Montesquieu, subió á tal grado este co­ mercio de los extranjeros, que de los cincuenta millones, en que se estimaba el tráfico anual de las Indias, sólo sacaba España dos millo­ nes y medio, que es cabalmente la vigésima parte. — 88 — géneros por el rio de la Plata, fundando ad hoc la fortaleza que llamaron «Colonia del Sacramento:» la cual por más de noventa años fué un perenne al­ macén de géneros de contrabando, mayormente durante el permiso que los ingleses obtuvieron para llevar cincuenta toneladas de bayeta para el abrigo de los negros de su asiento. Los franceses, los dina­ marqueses y los holandeses verificaban lo mismo por Cartagena y Portobelo. Los ingleses por todas partes. El mar estaba cubierto de naves extranjeras, y todas nuestras costas se hallaban sin defensa, abiertas á estas invasiones, que España no podía impedir. Los emisarios de aquel comercio ilícito informaban á sus corresponsales de lo que necesi­ taban las Colonias, y éstos proveían con exactitud, llenando los almacenes antes que llegase la flota anual de España, la cual á su arribo apenas podía vender. Este contrabando creció excesivamente con la pérdida de la Jamaica y después de la liga ofen­ siva y defensiva que hicieron Francia é Inglaterra, de que antes he hablado (i). Todavía, empero, se

(i) El autor del libro Intereses de Inglaterra mal entendidos en la guerra del año 1704, dice «que el comercio ilícito que hacía Inglate­ rra por la vía de Jamaica le producía el retorno de seis millones de pesos en oro, plata y cochinilla.» aumentó más con las guerras contra Francia y la Inglaterra y finalmente con la de sucesión, por quedar entonces abiertas y sin defensa todas las costas y todos los puertos de nuestra América. Concluida la guerra, Felipe V vióse precisado por las circunstancias á conceder en la paz de Utrecht á los ingleses dos privilegios á cual más desas­ trosos, tales fueron el permiso de proveer de ne­ gros á nuestras colonias y la facultad de enviar todos los años á la feria de Portobelo un navio cargado de mercaderías europeas; á consecuencia de los cuales los negociantes ingleses que trafica­ ban en nuestro continente americano, informados de todo cuanto necesitaba, proporcionaban exactamen­ te sus cargas al despacho que podían tener, y el con­ trabando se practicaba con toda facilidad y felicidad sin que sirviera de nada la armada establecida el año de 1648, llamada de Barlovento, que se extinguió en 1748, ni los bajeles guarda-costas de Tierra Fir­ me que se aprestaron en 1725; hasta que queriendo los mismos ingleses defenderlo con violencia como lícito, lo perdieron con la guerra del año 1739. De este modo, pues, casi todo el tráfico con América estaba monopolizado por los extranjeros, y aquel comercio inmenso, que antes había enriquecido á — 90 — España, vino á quedar en poco, ó casi nada, pues la ilota, reducida á dos mil toneladas, apenas servía sino para traer á España las rentas Reales proceden­ tes del quinto sobre la plata. Queda, pues, demostrado que á los extranjeros principal y casi exclusivamente, y no á los españo­ les, debe atribuirse nuestra falta de comercio, de agricultura y de industria, y de consiguiente tam­ bién la miseria y despoblación de las Indias. Y con todo eso aquellos mismos que turbaron, persiguie­ ron é imposibilitaron nuestro comercio con las Co­ lonias, nos tildaron después de descuido é inacción; y aquellos que han tenido el mayor influjo en el empobrecimiento y despoblación de América nos motejan y condenan como á sus opresores y des­ pobladores! Quis tulerit Gracchos de seditione gucvrentes? ¿Se ha visto jamás injusticia más evi­ dente? Así, empero, se escribe muchas veces la his­ toria de la vida, tergiversando los hechos y encu­ briendo ó falsificando las causas que los motiva­ ron, sin estudiar la razón filosófica del ser de las mismas. — 9> — A los males que, parte por culpa ajena y parte por ignorancia, reportamos de las colonias, debemos oponerles grandes bienes: los progresos de la cien­ cia geográfica y etnográfica, el perfeccionamiento de la navegación: el antiguo comercio era casi todo terrestre, el marítimo se reducía casi sólo al de ca­ botaje, y desde el descubrimiento de América se en­ grandeció sobremanera el marítimo. Agotados los minerales, ó cuando menos siendo costosa su extracción, dedicáronse las Colonias á la agricultura, que en mal hora descuidaron. La Amé­ rica en los modernos tiempos ha adquirido—gra­ cias á su privilegiado suelo y al excesivo aumento de su población—un desarrollo asombroso; el azú­ car, el café, el algodón y el tabaco son su principal riqueza; el comercio transatlántico es inmenso, y casi podríamos decir sin exageración que el nú­ mero de velas que cruzan hoy día los mares se cuentan por el número de almas que pueblan el universo. La ciencia económica bien comprendida, aunque por cierta escuela mal aplicada, empieza á ejercer su saludable influencia, y la industria de las Américas marcha al frente de las más adelantadas del mundo: falta empero todavía mucho que hacer para llegar al colmo de su apogeo y de su gloria; — 9» — extirpar el bandolerismo y el masonismo, plantear una buena administración y establecer la práctica del Evangelio, que es la salvaguardia de la justicia. Toda la sociedad está desquiciada, harta de intri­ gas é iniquidades, y es preciso volver á Dios per quem reges regnant y á quien hemos de dar todos estrecha cuenta de nuestros actos. Voy, señores, para concluir á tratar rápidamen­ te la última de las cuestiones propuestas: la eco­ nómica. Venimos ya indicando en el decurso de este tra­ bajo, que España no supo, ni pudo en ciertas oca­ siones, aprovecharse de las inmensas riquezas que la posesión de las feracísimas é ilimitadas regiones conquistadas por Colón y sus sucesores le ofrecían, antes al contrario se empobreció en medio de su riqueza. Creyó entonces la nación, á causa tal vez de desconocerse la ciencia económica, que la riqueza consistía en la abundancia del oro, y descuidaron la que tenían en la superficie de la tierra para ir á buscarla en sus entrañas. A medida que circulaba — 94 — más el oro, el valor de la moneda decrecía, los pre­ cios de los productos se aumentaban; la población industriosa emigró á las Américas; las artes queda­ ron abandonadas, sin cultivo los campos; las leyes restrictivas, que habían heredado de sus antepasa­ dos, se aplicaron con todo su rigor prohibiendo la extracción del oro; ni aun la ventaja del comercio de los metales preciosos, que hubieran podido mo­ nopolizar convirtiéndolos en moneda, muebles, adornos, etc., etc., supieron aprovechar; de modo que siendo la nación más rica en metales preciosos, llegó á ser casi la más pobre del universo. ¿Qué sucedió? lo que suceder debía: como las necesidades aumentaban y los medios de satisfacer­ las habían en la nación desaparecido por lo que dejamos transcrito, tuvimos que hacernos tributarios del extranjero, viniéndose á cumplir aquel adagio de que «los tesoros de América vinieron á ser como »un caudaloso rio que cruzaban por un puente que »era España;» pues, si bien la extracción estaba prohibida, la necesidad le buscaba salida por medio del contrabando. ¿De qué dimanaban estos males? del desacerta­ do y por demás absurdo sistema colonial, que se planteó bajo los siguientes principios, tenidos en- — 95 — tonces como buenos.—«Primero, prohibición abso­ luta á las Colonias de consumir efectos que no ^fuesen de la metrópoli: 2.0, prohibición de produ­ cir más que para la metrópoli: 3.0, prohibición de ^ejercer ciertas industrias por no convenir á los in­ tereses de la metrópoli; y 4.0, prohibición de cier­ ros cultivos por perjudicar dichos intereses.» Este sistema fué inaugurado por los españoles, é imitado por las demás naciones. A la sola enunciación de estos principios se ve ahora lo erróneo de sus fun­ damentos, los contrarios efectos que surgir debie­ ran á los resultados que, al dictarlos, sus autores se propusieron. Eran, empero, errores comunes enton­ ces á todas las naciones, y no pueden de consiguien­ te imputarse á nosotros solos. Sin embargo, preciso es confesarlo, tan tristes re­ sultados se debieron en gran parte, además de las causas que llevamos anteriormente expuestas, al proceder de los mismos colonos y á la absoluta in­ dolencia de los indios para todo trabajo, de cuya indolencia nacían dos gravísimos inconvenientes: i.°, el abatimiento y desesperación de los naturales, la cual podía dañar la conservación de los indivi­ duos é impedir la propagación déla especie: y 2.°, el embarazo de los señores, los cuales ni por interés - 96 - ni por otro medio podían proveerse de los brazos suficientes para la labranza. El concordar el cultivo con la libertad y conveniencia de los indios fué el mayor negocio y el importante objeto que ocupó gloriosamente por espacio de muchos años toda la atención de la Corte, como hemos visto al tratar la primera parte, digan lo que quieran sus frivolos impugnadores; y fué tanta la generosidad de Espa­ ña, que algunas veces se puso á pique de perder las colonias por conservar y aliviar á los indios. De este modo vinieron muchas tierras á quedar eriales: pero los españoles podían justamente complacerse de que el sol las viese y alumbrase, y mirarlas no sólo sin vergüenza, sino antes con satisfacción y gloria; pues la misma falta de cultivo manifestaba el genio americano y la humanidad española. A fin de avivar el interés privado dictáronse varias órdenes por los mismos Reyes Católicos. Se concedió á los que iueran á establecerse á la Espa­ ñola el pasaje libre de todo gasto, la propiedad ple­ na y absoluta de los terrenos que se comprometie­ ran á cultivar, la exención de impuestos, etc., etc.; más racional y más aceptable á los principios eco­ nómicos que la que se estableció más tarde. En 1495 se concedió licencia bajo ciertas ba- — 97 — ses(i) para que los particulares pudieran empren­ der viajes por su cuenta, lo cual contribuyó á fo­ mentar los descubrimientos, al aumento y desarro­ llo de las colonias. El Gobierno reservóse una parte de los productos ó mejor de las rentas; después vi­ no el monopolio y con él los males que dejamos in­ dicados. Es axiomático en economía el principio de que para el desarrollo del comercio se exige la li­ bertad de industria, la libertad en el trauco, que avivando el móvil del interés privado engendra la concurrencia. Pues bien, en un principio se limitó este derecho sólo á los españoles, creando aun privilegios entre estos mismos; excluyendo á los moros, judíos(2) y extranjeros, no sólo de comerciar, sino hasta de recorrer sus nuevos dominios, puesto que creían que sólo para los Iberos se conquista­ ron. El sistema protector era aún desconocido; sólo se practicaba el más absoluto prohibicionista. El mal estaba de consiguiente en una serie de concau-

(1) Prescott, Navarrete, Muñoz, ya citados. (2) Debo hacer constar que esta prohibición, si bien pudo con­ trariar el desarrollo de la riqueza colonial, fué por otros conceptos muy laudable é hija de preferentes interese*. 1 sas, algunas de las cuales hemos examinado ya, y en el sistema, como en su raíz; y era forzoso que re­ toñasen de continuo los abusos que se oponían á su riqueza, base de la población y fomento de las co­ lonias. Las antiguas leyes castellanas desde el siglo xiv prohibían la extracción del oro y la plata; se temía que no quedase dentro lo bastante para el tráfico y demás usos interiores del reino. Estas leyes eran, empero, inútiles, como hemos apuntado ya: porque si la balanza del comercio con el extranjero era, co­ mo se dice, favorable y salían más géneros que en­ traban, la moneda en vez de salir vendría espontá­ neamente de otros países á España: y si nuestro comercio en último resultado era pasivo, se haría forzoso saldar las cuentas con plata, y su salida era inevitable, no obstante la oposición de las leyes. Don Fernando y Doña Isabel, á petición de las Cor­ tes de Toledo de 1480, confirmaron las providencias que hallaron establecidas, y después volvieron á confirmarlas,"prohibiendo la extracción del oro y la plata, no sólo en pasta, sino también en moneda, vajilla ni otra manera. En aquel tiempo había las mismas causas aparentes que antes para la prohibi­ ción, y el error tenía alguna disculpa: pero luego ~ 99 — que, pasados algunos años del descubrimiento, em­ pezó á ser sensible en la Península el aumento de los metales preciosos, las circunstancias eran diver­ sas, y absurdo el objeto de las leyes que vedaban su extracción. Los metales debían mirarse como una primera materia sobreabundante, y por consecuen­ cia embarazosa si no se le proporcionaba consumo y salida, lo mismo que nos sucedería con las lanas, la seda y el hierro. España no podía consumir por sí sola todos los metales que recibía de Ultramar; los sobrantes debían ser artículo natural de comercio con-las otras naciones. Mas lejos de conducirse por estas máximas se hizo todo lo contrario; las leyessun- tuarias limitaban su consumo en lo interior del rei­ no, y los fiscales condenaban su salida para el ex­ tranjero. Las pragmáticas de Toledo de 9 de Marzo de 1534, de Valladolid de 29 de Junio de 1539 y de Toro de 29 de Diciembre de 1551 vedaron con igual ó mayor rigor que otras anteriores el uso de telas, o-uarniciones, hilos de oro y plata, en una palabra, el comercio de estos metales en los trajes bajo nin­ guna forma; y al mismo tiempo continuaban en toda su fuerza y vigor las leyes contra la extrac­ ción en pasta, moneda ó muebles. Estas leyes, sin embargo, no se observaron, porque nunca se ob- — íoo servan las que se oponen de frente al curso natural de las cosas y al interés general de los particu­ lares. Por esto las Cortes de Valladolid de 1548, ha­ blando al Emperador en la petición 148 de la saca de moneda de oro y plata, decían: «Allende de la que se saca para V. M. y llevan los que van en su servicio, que es en gran cantidad, por otras vías así de negociación como de ganancia que en ella se sien­ ten, se saca; y por esto procuran por vías esquisitas de sacalla por lo que estos reynos se empobre­ cen cada dia más, y vienen á ser Indias de extran­ jeros.» En la pragmática de Madrid de 11 de Marzo de 1552 acerca de los cambios, decía así el Empera dor: «Por los procuradores del rey no y por muchas ciudades y personas particulares nos ha sido supli­ cado que mandásemos poner remedio para que la moneda de oro y plata que en mucha abundancia por la merced de Dios N. S. en estos reinos más que en otros hai, no se saque dellos para los estra- traños, poniendo graves penas á los que la sacasen ó dieren favor ó entendieren en ello, porque las que están puestas por leyes de nuestros reinos no paresce que es bastante remedio para los que por sus intereses y ganancia que hallan la dejen de sa- — 101 — car á reinos estraños: lo cual ha venido en tanta desorden, que aunque cada día entra y viene á estos reinos gran cantidad de oro y plata, se siente y vee la falta que hai dello, y cada día se sacará más, é se podrían seguir adelante mayores daños é incon­ venientes, si no se pone remedio.» lis decir; se re­ conoce el mal y no se atina en su curación: España padecía de hartazgo de plata, y no querían que se la purgase. El lustre de los reinados de Carlos V y Felipe II se debió en gran parte al comercio de la plata con otras naciones, aunque clandestino; pero la tenaz oposición del Gobierno á este tráfico, y las conti­ nuas trabas, restricciones y reglas impuestas á los demás ramos fueron destruyendo los labores produc­ tivos; y nuestra industria hubo de morir de apople­ jía de plata, aun cuando no hubiera bastado para su ruina la observancia de las leyes establecidas en la materia. Pero seamos justos, y no demos toda la culpa al Gobierno: las ideas generales y comunes del reino y las peticiones de sus Cortes provocaron muchas de 1as providencias que se tomaron en or­ den á los oficios y á los comercios; todo efecto de los errores de aquella época. Se quería que viniese oro y plata de América, y — 102 — que no fuesen allá los productos de nuestra indus­ tria: y este trueque tan natural entre los efectos in­ dustriales de la metrópoli y la plata de sus posesio­ nes ultramarinas, que tan patentemente convenía á una y otra parte, se graduaba de dañosa á ambas. Verdad de que pudiera dudarse si, además délas indi­ caciones suministradas por la historia económica de aquella época, no se hubiese manifestado tan expre­ samente en las peticiones de las Cortes de Vallado- lid del año 1548. Oigamos las propias palabras de la petición 214: «Otrosí decimos que como quiera que há muchos días que por experiencia vemos el creci­ miento del precio de los mantenimientos, pañosy se­ das y cordobanes y otras cosas de que en estos reinos hai general uso y necesidad, y habernos entendido que esto viene de la gran saca que destas mercade­ rías se hace para las Indias, por parescernos justo que pues aquellas provincias eran nuevamente ga­ nadas y acrescentadas á la corona y patrimonio real de V. M. y unidas á la destos reinos de Castillai era razonable ayudarles en todo, no se ha tratado dello hasta agora que, mui poderoso Señor, las cosas son venidas á tal estado, que no pudiendo ya la gente que vive en estos reinos pasar adelante según la grandeza de los precios de las cosas universales, y — »°3 - mirando en el remedio para suplicar por él, habe­ rnos entendido que de se llevar destos reinos á las di­ chas Indias estas mercaderías, no solamente estos reinos mas las dichas Indias son gravemente perju­ dicadas, porque de las más de las cosas que se les llevan dellas tienen en ellas proveimiento bastante, si usasen del, porque como es notorio, en aquellas provincias há mucha lana y mejor que en estos reinos, de que se podrían hacer buenos paños y mui gran cantidad de paños de algodón, de que es general costumbre de vestirse en aquellas partes; y así mismo en algunas de las provincias de las dichas hai sedas de que se podrían fabricar y hacer mui buenos rasos y terciopelos, y dellas se podrían pro­ veer las demás; y en ellas hai tanta corambre que se proveen otras provincias y reinos dello, como es notorio. Lo cual todo dejan los que en ellas viven de hacer y fabricar por llevárselas hecho destos rei­ nos, ansimismo en ropas y vestidos hechos que de acá se les llevan, de que los dichos indios y estos vuestros reinos de Castilla son mui perjudicados Suplicamos á V. M. mande que pues es así que los de aquellas partes pueden completamente pasar con las mercaderías de sus tierras, V. M. defienda la saca dellas destos reinos para las dichas Indias» — io4 — porque con el crescimiento é riqueza que las unas tierras y las otras harán y derechos de rentas ordi­ narias que V. M. podría llevar de loque se vendie­ re y contratare en las dichas Indias, V. M. podrá recibir mayor servicio y aprovechamiento de los unos reinos y de los otros que agora recibe con los derechos que de la saca dellos V. M. lleva: y como en cosa tan universal y de tanta importancia le suplicamos mande proveer con la brevedad y mira­ miento que el caso requiere.» No alcanzaban los procuradores de aquellas Cor­ tes que la subida de precios, que tanto los aqueja­ ba, era consecuencia inevitable de la redundancia de los metales preciosos, y que el remedio era dis­ minuir la plata de la Península ó aumentar los envíos á Indias, y más bien uno y otro. El gobierno se contentó con responderles que había dispuesto que el Consejo Real y el de Indias reunidos exami­ nasen la cuestión y consultas en sobre ella; felicísimo acuerdo: pero aunque de momento no se accedió enteramente á los indiscretos deseos de las Cortes, se impusieron tales trabas y formalidades al comer­ cio de Ultramar (motivadas muchas por las referidas guerras), que el sistema participó luego de los in­ convenientes de la prohibición absoluta del tráfico. — ¡o* — El reino junto en Cortes durante el gobier­ no del mismo Carlos V pidió y obtuvo que se man­ tuviese la prohibición de extraer granos y carnes de Castilla sin poner coto ni excepción alguna; co­ mo puede verse en las de Valladolid de 1518, Pe- tit. 67, y del 1523, Pet. 69; las de Toledo de 1525, Pet. 21; las de Madrid de 1528, Pet. 35; las de Sego- via de 1532, Pet. 45; y las de Valladolid de 1537, Pet. 141, y de 1^48, Pet. 153: alegando por causa las de 1523, 25,32y48 1a escasez de ambos artículos y la subida de los precios, sin conocer que esto pro­ venía de la abundancia de los metales preciosos y la prohibición de sacarlos del reino; que las quejas contra el aumento de precios eran infundadas en todas las clases, porque para todas había bajado igualmente el valor de la moneda; que era injusti­ cia manifiesta querer que fuesen baratas unas cosas cuando todas las demás iban caras; que la prohibi­ ción de extraer granos y carnes en los años abun­ dantes, únicos en que pudiera ser útil la extracción á los propietarios, tiraba en derechura contra la la­ branza y la ganadería, las cuales disminuidas, por necesidad debían encarecer sus productos y excitar el contrabando; y que por consiguiente el remedio propuesto en vez de curar el mal lo agravaba. Las — io6 — citadas Cortes, que no eran sino de Castilla, hasta pedían que se extendiese la veda á los países de Aragón y Navarra, como si fuesen estos reinos ex­ tranjeros ó enemigos, no recordando ya ó preten­ diendo anular lo que había dispuesto Doña Isabel en Toledo el año 1480: «que fuese libre el paso de ganados, mantenimientos y mercaderías á las pro­ vincias de la Corona de Aragón, reunida por su ma­ trimonio á la de Castilla.» ¡Tanto habían degene­ rado las ideas económicas en el espacio de medio siglo! El comercio interior de granos padecía los efec­ tos de otras equivocaciones de la legislación que regía en esta materia, no menos funestas que las anteriores. La tasa del precio de los granos, estable­ cida en Castilla (Madrid, 23 de Diciembre de 1502, Arch. de Simancas), destruía las ventajas de la com­ petencia y de la libertad eñ el tráfico, siempre per­ judicial á vendedores y consumidores. La pragmá­ tica de Madrid de 28 de Junio de 1530 prohibió á toda clase de personas el comercio interno de gra­ nos con tal rigor, que anuló las compras hechas antes de la publicación de la pragmática, y excep­ tuó sólo á los trajineros, á quienes se permitió to­ mar en grano á los retornos, y á los proveedores — io7 — inmediatos de los pueblos con obligación de ven­ derlo en ellos sin detención. Y como si esto aún fuera poco, las Cortes de Valladolid de 1537 y 1548 pidieron que se agravasen las disposiciones de la pragmática contra los arrendadores de las rentas del pan, y así lo consiguieron; resultando de ello la disminución de vendedores respecto del público, y respecto de los particulares la baja de las rentas del pan y el perjuicio de los arrendatarios. En suma, la tasa del precio de los granos era adversa al coseche­ ro sin ser favorable al consumidor, porque en los años de escasez, únicos para que pudo establecerse la tasa, el cosechero la eludía fácilmente, quedando mal parada la ley; y la prohibición del comercio era adversa al consumidor sin ser favorable á los cosecheros, porque para aquel disminuía el núme­ ro de vendedores y para éstos el de compradores, con perjuicio común de todos. Lo mismo sucedía en el comercio de caballos, cuya exportación estaba igualmente prohibida. Mas claro está que, si en España no hubiesen habido los necesarios para los usos domésticos, no habrían sa-*- lido del reino; y si hubiesen habido de sobra, la prohibición no sólo habría sido inútil, sino perjudi­ cial. D. Alfonso XI la prohibió nada menos que — io8 — con pena de muerte, y la reina Isabel, siguiendo las ideas recibidas, confirmó las leyes antiguas, mandando (pragmática de )o de Setiembre de 1499 y de 20 de Enero de 1501} «que nadie cabalgue en »mula ensillada fuera de clérigos, frailes y mujeres, »á fin de aumentar la cría caballar:» pero eran tan ineficaces estas disposiciones, que las Cortes de To­ ledo de 1525 decían en la petición $4 «que había tantos caballos espanotes en Francia como en Casti­ lla.» Las Cortes de Valladolid de 1523 solicitaban (Pet. 81) que se guardasen las leyes antiguas y las pragmáticas, y que no se sacasen caballos del reino: las mencionadas de Toledo suplicaban que se refor­ mase la pragmática y se permitiese la salida de las jacas: las de Valladolid de 1537 y 1542 que se qui­ tase la pragmática ó al menos se moderase. Todas querían que hubiese muchos caballos; peronoaca- baban de comprender que para conseguirlo conve­ nia que alzasen las leyes y dejasen en libertad la cría y protegiesen el comercio del ganado caballar; que este era el camino indicado por la experiencia en la abundancia de caballos de que hablaron las Cortes de 1537 y 1542, la cual nacía según todas las apariencias del mayor consumo ocasionado por la salida de los ejércitos á expediciones extranjeras — 109 — y del disimulo con que se permitió la extracción, causas ambas mencionadas en la pragmática de 1534; y que ampliándose de esta suerte el mercado y el tráfico, el mismo interés de los criadores sin otro estímulo hubiera producido la abundancia ex­ cusando que se fatigasen las Cortes y el Gobierno. Así continuaron las restricciones, siguiendo el sis­ tema establecido por las antiguas leyes; hasta que en tiempos ya muy posteriores se creó una Junta especial destinada á intervenir las operaciones de los dueños de las yeguadas, y con esta nueva traba acabóse de arruinar la cría, desapareciendo en bue­ na parte la antigua y celebrada raza de caballos es­ pañoles á poco de establecidos los reglamentos. Iguales inconvenientes produjeron las ordenan­ zas que se dictaron para la fabricación y obraje de paños y lanas durante el reinado de D.* Isabel pri­ meramente; después en el año 15 n su esposo en nombre de su hija D.* Juana extendiéndolas hasta 118 artículos; y Carlos V en los años de 152*, 29 ys2 haciendo otras leyes, declaraciones y modifica­ ciones, sin contar la pragmática de Bruselas de 26 de Febrero de 1549,hecha en ocasión déla petición 169 de las Cortes de Valladolid de 1548, ni la de Ma­ drid de 25 de Mayo del propio año, que prohibió — no — la primera bajo las más severas penas la fabricación en Castilla de paños más finos que veinticuatrenos; á los que mejorasen la calidad de los paños más de lo preciso para cumplir con las ordenanzas; á los que, separando la lana según su mayor finura, te­ jiesen paños de primera y segunda suerte; á los fa­ bricantes que pusiesen en los paños sus nombres, ar­ mas ó señales, porque el crédito y reputación de la fábrica podía ocasionar que se vendiesen más caros; con otras disposiciones las más absurdas: y la segun­ da que mandó «que no se sacasen fuera de estos reí­ anos paños, ni frisas, ni sayales, ni jergas, ni cosa »hilada de lana, ni cardada, ni peinada, ni teñida »pára labrarlos,» todo con el errado pretexto de ob­ tener la baratura por no concebir que el encareci­ miento de que se quejaban provenía de la abun­ dancia de metales. Desde entonces las labores de lana, mortificadas ya de antemano con numerosas reglas, desalentadas nuevamente con la reducción del mercado, y oprimidas con el altó precio de los jornaíes que no se trataba de remediar, hubieron de decaer y correr rápidamente á su ruina. El mismo pretexto de la baratura destruyó (prag­ mática de Valladolid de 13 de Diciembre de 1550, de Madrid de 5 de Febrero de 1552, la de 25 de Ma- — III — yo del propio año, y la de Monzón de 9 de Octu­ bre del mismo año 52) los progresos de las fábricas castellanas de cueros, cordobanes, badanas y demás productos de esta primera materia, que tan excelen­ tes resultados estaban dando en el país, según se desprende de la petición 70 de las Cortes de Madrid de 1528; de la petición 56 de las de Valladolid de 1537, y de la 151 de la misma ciudad del año 1548. Otro tanto aconteció con la seda en virtud déla citada pragmática de 25 de Mayo de 1552, cap. 8, que previno «que no se sacase de estos reinos por »mar ni por tierra seda floja, ni torcida, ni tejida,» al revés de lo que había sabiamente dispuesto la reina D.* Isabel en 20 de Agosto del año 1500 y que tan felices resultados había dado, conforme así mismo se desprende de los documentos relativos á la materia, que se insertaron en la Recopilación de las leyes del Reino, lib. 9, tít. 30, de los que resul­ ta, que después de proveerse la Península, salía mucha seda por mar para Genova, Florencia y Túnez. En fin, las Cortes de Valladolid de IS48, como si temieran que el. mar no tuviese bastante pesca para España, pedían (Pet. 73) que no se permitiese sacar fuera del reino la que se cogía en las costas — 112 — de Galicia y se obligase á los pescadores á venderla más barata: y las mismas Cortes, y por las mismas mezquinas razones, suplicaban en la petición 178, que se comprendiese al hierro y al acero entre las cosas vedadas, y se prohibiese su extracción del reino.

Bastan creo, Señores, los citados ejemplos para convencerse de los errores económicos que domi­ naban en aquella época, por otra parte no imputa­ bles á nosotros solos, por ser comunes á todos. Ver­ daderamente causa grande admiración el ver que la nación misma, que imponía la ley al mundo y hacía recelar el establecimiento de la monarquía universal, tratase de cortar los vuelos á su riqueza, de inutilizar los sobrantes de su consumo, y de ex­ tinguir su comefcio activo de paños, seda, granos, carnes, cueros, caballos, hierros, etc., etc. Hemos visto sin embargo ya algunas de las contrariedades que conspiraban contra nosotros, y no es extraño de consiguiente que, al eclipsarse los genios que die­ ron vida á la nación más poderosa del globo, se que­ brase también este poderío inmenso, enriquecido con los descubrimientos del Nuevo Continente. Las naciones como las familias necesitan de una cabeza que dirija y de un corazón que gobierne, como al­ ma y cuerpo unidos, que representen la divinidad de la religión y la autoridad legítima del imperan­ te. Faltando ó torciendo los legítimos caminos de una ú otra, la sociedad se desquicia. Hoy día algunos de los males que he apuntado, de los inconvenientes que he descrito, no existen; la economía científicamente explicada, práctica-. mente á veces comprendida, los ha remediado nota­ blemente; pero existen otros no menos perniciosos y funestos, que no puedo detenerme en explicar por no ser demasiado prolijo y considerarlos aje- nos al tema propuesto, que, si prosperan, han de causar indefectiblemente la ruina completa^de to­ das las naciones en cuyo corazón se infiltren, por­ que son el germen de toda corrupción y de muerte. Por fortuna en nuestros días ha desaparecido la esclavitud de nuestros dominios de Ultramar, y de­ bo hacer constar aquí mis fervientes anhelos de que desaparezca igualmente para siempre el parlamen­ tarismo, cáncer maligno que roe las entrañas de la sociedad presente, y triunfe en todas partes la ver­ dad evangélica: es aquella medida un paso decisivo, — H4 — no sólo en pro de la ciencia que imperiosamente lo exigía, sino en pro de la misma humanidad que lo reclamaba. La libertad en el trabajador es uno de los principios fundamentales de la economía políti­ ca; la libertad del hombre es principio consignado por Dios, y nunca es aquel más libre que cuando se sujeta á la fiel observancia de los preceptos di­ vinos, base fundamental de todo bienestar y de to­ do progreso verdadero. La esclavitud era antiquísima en Europa, pero con el islamismo se renovó. La trata adquirió un increíble desarrollo á la vuelta de algunos años, y los ingleses, que blasonan de tan humanitarios ins­ tintos, fueron los que más la fomentaron; pues en la paz de Utrecht pidió dicha nación el monopolio de aquel tráfico por treinta años, y en el espacio que media de 1789 á 1819 los ingleses solamente lleva­ ron á Cuba 300,000 negros, de los cuales 50,000 murieron en el camino. Basta decir que he visto datos estadísticos, de los que resulta que en 1864 se contaban todavía en las Américasmás de 9.000,000 de esclavos. No quiero explicar los horrores que á este tráfi­ co indigno acompañaban. Sólo diré que en una porción de nuestra católica España era ignominioso - tíS — que tan fea mancha existiera. La nación que tan gloriosamente ha derramado su sangre en cien com­ bates por su fe y por su inapreciable independen­ cia no podía querer, no podía consentir la esclavi­ tud. Lo que ha de procurar es que impere la ley en todas partes y sea esta, como la define el Angélico Doctor de Aquino, mina disposición de la ra%ón, enderezada al bien común y promulgada por aquel que tiene el cuidado de la comunidad;'» no la que sale de la mayoría de votos muchas veces corrompi­ dos. Es preciso volver á los tiempos en que, dice el P. Cappa, «los hombres veían en los reyes, no sólo al representante de Dios, sino también la encarna­ ción de la patria que los había hecho guerreros y legisladores contra los enemigos de la cruz en su modesto municipio.» Podemos decir, para conclusión, que las conquis­ tas de las Indias hechas por los españoles, bien que fueron las más afortunadas y las que mayor bien han acarreado a los pueblos conquistados, no obs­ tante fueron obra humana, por lo cual no estuvie­ ron exentas de defectos. Sin embargo, así como los españoles en estas conquistas fueron superiores á los demás europeos, del propio modo se vencieron á sí mismos en otro género de conquistas, que po- — 116 — demos llamar enteramente divinas por haber estado libres de toda violencia é injusticia. Las provincias de Mojos, de la California y del Paraguay no fue­ ron sojuzgadas por ejércitos armados, ni por sol­ dados mercenarios que derramasen la sangre in­ diana, sino por misioneros que vertían la suya propia. «La dulzura (dice Mr. Buffón, Histoire »nat. t. 6), el buen ejemplo, la caridad, y el ejerci­ cio de las virtudes constantemente practicado por >>los misioneros, han ablandado á estos salvajes y »vencido su desconfianza y fiereza. ^Muchas veces fueron espontáneamente á pedir »que les enseñasen aquella ley, que hacía á los ^hombres tan perfectos: y de hecho se sujetaron á »esta ley, y se han unido en sociedad con subordi­ nación á ella (habiéndose puesto bajo la protección »del Rey Católico). Ninguna cosa es tan gloriosa á »la religión (ninguna tan honorífica á la nación ^española) como el haber civilizado á estas nacio- »nes, y echado los cimientos de un Imperio con las asólas armas de la virtud.» Casi en un instante le­ vantaron los misioneros españoles á aquellos pue­ blos miserables á un grado de sabiduría y de felici­ dad, al cual después de muchas generaciones no han podido los extranjeros conducir á sus vasallos — ii7 — de América. En este punto todo filósofo que se precie de imparcial tiene á honor hacer justicia á la ínclita Compañía de san Ignacio de Loyolay de­ más Órdenes religiosas, concediendo principalmen­ te á los Jesuítas la gloria de haber hecho triunfar en aquellas regiones la religión y la humanidad. Prosígase, pues, este camino, que la experiencia ha demostrado ser el mejor y dar los más opimos fru­ tos: valen más y cuestan menos las Comunidades de religiosos que los ejércitos y armadas.

Hemos llegado al límite de nuestro trabajo. Fá­ cilmente se comprenderá que no he podido hacer más que presentar en globo la historia, enunciar principios, sentar proposiciones y demostrarlas de llano con el examen de la legislación en la mano: entrar en minuciosos pormenores y referir todos los hechos era imposible: el campo es dilatadísimo y el espacio de una memoria siempre corto para un tema tan complejo: parécemesin embargo queque- da bien probado lo propuesto. Consideramos el descubrimiento de América — 1x8 — para el comercio de trascendental influencia: en economía, de perniciosos resultados para España: en política, de importantísimas consecuencias.

UNA OBSERVACIÓN Fuimos grandes por haber sido fieles á Dios y obedientes al Rey. Si un día renace la antigua íe de España, y, libres de las discordias y pertur­ baciones que nos aquejan, podemos tremolar nue­ vamente la bandera de nuestras pasadas glorias bajo el cetro de un caudillo poderoso y justiciero, unido con la Iglesia de Cristo ó su representante en la tierra, reconquistaremos lo perdido, y, escarmen­ tados con los yerros que sufrimos, será nuestra única divisa el lábaro santo de la cruz, que ha sido siem­ pre nuestro triunfo, que lejos de estar reñido con los verdaderos adelantos los bendice, patrocina y vivifica, y á su benéfica sombra florecerá la ciencia verdadera, brillarán las armas, se fomentará el co­ mercio, se explotarán los campos, se desarrollará la industria, tomará inmenso vuelo la riqueza públi­ ca y nuestra influencia será decisiva en el Antiguo y en el Nuevo Mundo. HB DICHO