Esperando a Lozada Jean Meyer
Total Page:16
File Type:pdf, Size:1020Kb
Esperando a Lozada Jean Meyer EL C®LEGIO DE MICHOACAN CON ACYT„■ Esperando a Lozada Esperando a Lozada Jean Meyer © EL C®LEGIO DE MICHOACAN CONACYT Diseño portada: Jabaz. Cuidado de la edición: Armida de la Vara y Alvaro Ochoa. c El Colegio de Michoacán, 1984 Consejo Nacional de Ciencia Madero 310 Sur y Tecnología 59600 Zamora, Mich. Circuito Cultural Impreso y hecho en México Centro Cultural Universitario Printed and made in Mexico México. D.F. ISBN 968-7230-04-5 INDICE Prólogo 9 Absolución (al interrogatorio en lo que pertenece al pueblo y jurisdicción) de Jalisco, 1814 17 Los movimientos campesinos en el occidente de México en el s iglo XIX 23 El pueblo de San Luis y sus pleitos 49 La rebelión “indígena” de Jalisco 1855-1857 61 La desamortización de las comunidades en Jalisco 111 La desamortización de 1856 en Tepic 141 Ixtlán de Buenos Aires, 1858 171 La Casa Barrón y Forbes 197 La cuestión de Tepic 219 El Tigre de A lica 227 El reino de Lozada en Tepic (1856-1873) 235 El origen del mariachi 257 7 PROLOGO El título algo literario Esperando a Lozada se debe en tender como un compromiso adquirido por el autor ha cia sus eventuales lectores, hacia sí mismo y hacia Ma nuel Lozada. Cuando mis investigaciones sobre La Cristiada me llevaron a viajar por el occidente de la Re pública y a remontar en el tiempo, para buscar eventua les raíces de inconformidad o de protesta populares, me encontré casualmente con el personaje de Manuel Lo zada. Digo casualmente porque mi ignorancia era gran de. Y fue entonces cuando leí, a fines de 1967 si mal no recuerdo, que: hay allá, muy en el interior de la República Mexicana, al ex tremo occidental del Estado de Jalisco, una extensa comarca, sobre cuya faz y cuya historia han impreso un profundo sello de originalidad las lozanías y excrescencias de una naturale za agreste y volcánica, y las terribles resistencias indígenas operadas primero contra la civilización, española y después contra el progreso liberal. Esa región se llama Nayarit y tam bién Alica, nombres que toma de las montañas que erizan su seno, y déla mesa que le forma, con sus bosques de árboles fru tales, una corona deetem ofollaiey verdura. Al pie de la sierra corre el río tan bronco éste que el nadador audaz, como ruda aquélla para la planta del viajero... Se diría un castillo de ro cas bordeado por un puente de siempre alzado rastrillo. Se ne cesita todo el arte práctico de los indios de aquel rumbo para pasar el rio á caballo, obligando el animal, por medio de pal madas en la boca y en el cuello [operación que se llama cache teo! a avanzar en línea oblicua, sin dejarse arrastrar por la corriente impetuosa. según palabras escritas por Salvador Quevedo y Zubie- ta en 1883. En 1968 Jean Marie LeClezio me llevó a la sierra, entramos por Valparaíso, Huejuquilla y Tenzompan, cruzamos el río a caballo y pasamos la Semana Santa en Santa Catarina. Regresé deslumbrado por el paisaje y por la gente que se identifica con ese paisaje. “ El alica era, pues, una especie de Vendée indiana, tanto más terrible que la de los chouanes, cuanto más áspero es aquel riñón de la sierra que las colinas y espe suras de la Bretaña” , escribía don Salvador y, llegando a Manuel Lozada no dudaba en apuntar: pero no bien había concluido la primera mitad del presente si glo (XIX). cuando las tierras del Nayarit empezaron a experi mentar un sacudimiento m ás desastroso que el que les produ ce la explosión de sus volcanes: el dram a sangriento se hizo allí donde sólo reinaba la bucólica de ún pueblo sencillo dado a las faenas del campo, se vió al indio laborioso trocar la este va de su arado por el arm a d éla rapiña y de la m atan za, y se vió al indómito montañés de los tiempos de la conquista con vertir aquellos sus antiguos baluartes de la Sierra Madre en sacrificaderos inmensos, donde sirviendo a la invasión y al poder reaccionario, hicieron morir a más de 50 000 mexicanos, soldados todos ellos de la libertad y de la independencia de su patria f...l leyenda muy nueva, pero de colores antiguos, con algo de la guerra de Yughurta y de los movimientos asolado res de Gengis Khan, en la cual el fogozazodela fusilería, la luminaria del campamento al borde de la cañada, y el resplan dor de las cabañas y los trigales incendiados proyectan su luz sobre una figura de terror reclamada mucho tiempo y ganada al fin por el patíbulo, y en que los gritos del soldado republica no. los alaridos del indio rebelde y los ayes de un pueblo consu mido por una guerra de veinte años, resuenan a porfía como para formar las sílabas de un hombre temido: LOZADA. Desde aquel entonces la figura de Manuel Lozada no ha dejado de acompañarme. En 1969publiquéun ar tículo en Historia Mexicana, “El ocaso de Lozada” ; en dos años había juntado bastante material para publi car un libro, como se pudo ver en un capítulo de mi anto- 10 logia Problemas agrarios y movimientos campesinos 1821-1910 (México SEP70, 1974). Pero la historia, historia personal de uno, historia colectiva de las naciones, puede divertirse y hacerle trampa a uno. Después de trabajar cuatro años muy a gusto en El Colegio de México, tuve que regresara Eu ropa y, a la hora de sentarme a redactar “ Manuel Loza- da” , en 1972, en seguida después de haber terminado La Cristiada, se me atravesaron los señores Barrón y Forbes, muchos años después de su muerte, claro, pues fueron contemporáneos y coterráneos de Lozada. Quie ro decir que me metí a los archivos franceses e ingleses para aprender algo sobre la famosa casa comercial, fi nanciera, industrial, sin anuencia de la cual no se mo vía —dicen— una hoja en Tepic. Cuando me encontré con Lozada empecé de ma nera romántica —sigo de manera romántica, pero más lúcida— o sea siguiendo el esquema del bandido social, del indígena, de la guerra campesina de comunidades que se levantan contra las haciendas para recuperar los terrenos perdidos. Todo lo cual es cierto, pero no es sino una parte de la historia completa. Soñaba con una república campesina y su jefe cora, huichol o mestizo de todos los pueblos serranos; Manuel Lozada capaz de imponer su voluntad a gobiernos tan diferentes como los de la Reforma, del Imperio y de la República Restau rada, durante cerca de 20 años... Rob Roy, Robin Hood, Emiliano Zapata, Mandrin, Stenka Razin, Emiliano Pugachev, ¿cuál niño no ha soñado con ustedes? Además me encontré radicalizado por los adversa rios postumos de un personaje que me gustaba. Hasta la fecha sigue poderoso, en Guadalajara, más que en Tepic, pero en Tepic también, el grupo de los que no ven en Lozada más que a un bandido, un forajido, un crimi nal. Contra esa leyenda negra, quise creer que Lozada y los lozadeños eran nobles, inteligentes, idealistas; di ll cho de manera más pedante, que se trataba de un movi miento popular autónomo. Después de varios años de investigación, investi gación entrecortada por largas pausas —estancias en Europa, compromisos docentes y editoriales en Méxi co— acepté que Lozada pudo existir solamente dentro de la historia nacional e internacional, o sea que no era un ángel, que no era un mito, sino que deveras había existido. Existido dentro de la vida política nacional que le ofreció la oportunidad —su genio consiste en aga rrar la fortuna por su único cabello— de luchar por sus intereses y conquistar posiciones políticas. Ni Lozada, ni sus jefes, ni los pueblos, ni los indios serranos, ni los trabajadores del plan y de la costa se encontraban so los. Ahí estaba la ciudad de Tepic, con sus clases, con sus extranjeros, con el puerto de San Blas; ahí estaba la ciudad de Guadalajara, y esa historia se desarrollaba en los años de Ayutla, la Reforma, la guerra de Tres Años, las guerras de la Intervención y del Imperio... Pa rece evidente y, sin embargo, tardé en entender las im plicaciones de tal evidencia. Cuando las entendí, enten dí también que no tenía derecho a escribir el libro que estaba ya ideado en mi cabeza, con los documentos ne cesarios a la mano. Guardé mi lápiz, mi plumafuente y mi máquina de escribir. Volvía a los archivos de París, Londres y México, me metí más y más a los de Guadala jara y Tepic, públicos y particulares; escuché, platiqué, leí. Y el libro, en mi cabeza, estuvo creciendo, creciendo, hasta tomar proporciones inmensas. Una investiga ción bien puede no terminar nunca, por flojera, por de sidia o, como lo entiendo ahora, pórque uno le ha toma do demasiado cariño. Acabar, sería acabar con el tema, hace morir a Lozada otra vez, acercarse a su propia muerte. Por eso sigo “Esperando a Lozada” . El presente libro es una mera compilación de artícu los y de documentos que no son iguales entre sí. El pro pio Lozada está siempre presente, pero no aparece per sonalmente, o más bien aparece una sola vez, y tan bre 12 vemente que se puede decir que no: “ El Tigre de Alica” evocación publicada en la Revista déla UNAM, en 1973, con motivo del primer centenario de su muerte violenta. “Absolución” es un documento inédito, encontra do en los archivos de Catedral en Guadalajara, igual que el último sobre “El origen del mariachi” , publicado una vez en la revista Vuelta (No.