Un Espacio Para La Literatura: La Caracas Imaginaria De Miguel Otero Silva
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Anales de Literatura Hispanoamericana ISSN: 0210-4547 0 28: 891-906 1999, n. Un espacio para la literatura: la Caracas imaginaria de Miguel Otero Silva NIEVES-MARIA CONCEPCIÓN LORENZO Universidad de La Laguna Su espacio es real, impávido, concreto sólo mi historia es falsa. Eugenio Montejo Desde los primeros cronistas hasta narradores recientes, como Ángel Gustavo Infante o Israel Centeno, distintos discursos o visiones han intenta- do definir —fundar--— la ciudad de Caracas. El devenir histórico convertirá a «Caracas la gentil» cantada por el poeta romántico García de Quevedo en una ciudad transculturada y, más recientemente, en un espacio híbrido. A raiz de la extracción petrolera que se desarrolla en Venezuela a partir de la segunda década de este siglo, el modelo cultural norteamericano pene- tra a través de distintas vías: el contacto con la mano de obra extranjera, pro- ductos importados, pero sobre todo a través de los medios masivos de comu- nicación. En los últimos lustros, advertidos ya por Luis Britto García de la «miamización» de los modos y las costumbres venezolanas’, parece que Caracas asiste a la hibridez de la cultura, que podemos definir como mezclas interculturales articuladas por un complejo haz de costumbres y moderni- dades2. Por otro lado, corresponde a Guillermo Meneses y a Salvador Garmen- dia, entre otros, anotar literariamente una ciudad compleja y hostil ——«Ca- L. Brito García. Entrevista realizada por R. Hemández, en «Suplemento Cultural» de Últimas Noticias, Caracas, 14 dc octubre de 1978, págs. 10-12. 2 Vid. N. García Canclini. Culturas hibridas, México, Grijalbo, 1994, págs. XX-XXII. 891 Nieves-María Concepción Lorenzo Un espacio paro la litemtu,u: la Caracas imaginaria de Miguel Otero Silva racas la horrible—, continuando así una ya larga tradición de las letras vene- zolanas. Orlando Araujo apunta que Rómulo Gallegos acomete «un golpe de esta- do literario» a Caracas, en el sentido de que hasta la publicación de Doña Bárbara (1929), la capital venezolana había sido el escenario de la novela nacional con algunas excepciones3. Gallegos «fue a buscarse a sí mismo y a los suyos por selva, llano, costa y lago»4. Pero esa Caracas novelesca de fina- les y principios de siglo responde a la gran aldea del costumbrismo y del crio- llismo5 y al concepto de arcadia como territorio de una situación feudal. Así, este locus atnoenus es un intento de mantener el poder sobre los pilares de la «discriminación, segregación y señorío». Pues este espacio aparentemente feliz debe su existencia al «desaliñado espíritu conservador, monolítico y exclusivista que la retardataria oligarquja latinoamericana ha hecho subsistir, e impone aún como memoria sobre los centros urbanos en los que se atrin- chera>A. Los personajes de la Caracas pastoril que precede al galleguismo O. Araujo. Narrativa venezolana contemporánea, Caracas, Editorial Tiempo Nuevo, 1972, pág. 55. Entre esos textos «raros» habria que destacar, por ejemplo, la novela Los már- tires (¡842), de Fermín Toro, ambientada en Londres, y las injustamente olvidadas Anaida e Iguaraya (distintos autores proponen diferentes fechas para la primera, pero podemos situarla entre 1860 y 1882; de la segunda sólo hemos podido averiguar que vio la luz unos años des- pués), de José Ramón Yepes. En estas novelas indianistas el telurismo (la noche, la selva, los animales) constituyen auténticos símbolos de la mitología indigena. 1-id. J. D. Parra. Orígenes de la novela venezolana, Maracaibo, Universidad del Zulia, 1913, págs. 48-JI. 4 A pesar de que las fuerzas telúricas definen toda la producción narrativa del autor de Doña Bárbara, la ciudad de Caracas se manifiesta —implicita o explícitamente-— en los cuen- tos, en Reinaldo Solar (1930) y en otros tcxtos galleguianos. Sin embargo, Araujo puntualiza que «el caraqueiiismo de Gallegos es muy evasivo», pues utiliza el tema de Caracas como medio de acceso a lo rural. Vid. O. Araujo, op. cii., pág. 55. Paralelamente a este localismo literario surge en las artes plásticas el Circulo de Bellas Artes, integrado entre otros por Federico Brant, Manuel Cabré, Rafael Monasterios y el genial Armando Reverón, que se propuso rescatar la naturaleza venezolana. Vid. M. Otero Sil- va. Pról, a El Círculo de Bellas Artes, de L. A. López Méndez, Caracas, Editora El Nacional, 1976, págs. 1-II. En estos paisajes de nueva mirada señorea la ciudad de Caracas siempre envuelta en un halo de nostalgia, especialmente en la obra de Cabrá. López Méndez ha llega- do a decir de este último que «es al paisaje criollo, lo que Rómulo Gallegos es a la novela nacional». Ibid., pág. 46. 6 Vid. R. H. Moreno-Durán. De la barbarie a la imaginación, Bogotá, Tercer Mundo Editores, 1988, pág. 74. Después de la consolidación de la independencia, la estructura social de las urbes latinoamericanas sc transforma. Surge entonces un nuevo patriciado, que se erige como clase rectora en los nuevos países continentales. A partir de 1880 algunos centros urba- Anales de Literatura Hispanoamericana 892 1999, n.0 28: 891-906 Nieves-María Concepción Lorenzo Un espacio para la literaturas la Caracas imaginaria de Miguel Otan Silva «traen el doble signo de ciudadanos y propietarios rurales»7. Hemos de hacer notar que el hecho de que la vanguardia, y todas sus consecuencias de nove- dad, se vinculara tradicionalmente a la poesía y el regionalismo a la prosa ha sido un factor determinante a la hora de que la ciudad entre definitivamente en la narrativa, o por lo menos a la hora de que la crítica se percate de esa presencia citadina. Habría que esperar hasta los años cuarenta para hablar de un cambio de actitud del narrador venezolano ftente al espacio urbano. Tan- to en España como en Hispanoamérica al entusiasmo inicial que despiertan la ciudad y la tecnología8, sucederá una fase «de reflexión y de rechazo», moti- vada por la crisis económica del 29 y un mayor compromiso con las clases marginadas del progreso y desarrollo: «Es aquí precisamente donde se notan los síntomas de un cambio en la estética y en el pensamiento que posterior- mente se dará a conocer como posmodernidad»9. En el caso venezolano, Julio Miranda mantiene, por su parte, que el maniqueísmo campo-ciudad define la prosa nacional y que desde un primer momento la narrativa urbana condenó al mundo citadino que le había dado el ser>0. La modernización llega a Venezuela con el petróleo, pero sobre todo con la caída de Gómez en 1935. Este paso «de una a otra Venezuela», en pala- bras de Uslar Píetrí, se hace de forma violenta en medio de una confusión de valores y estructuras y una modernización que no termina de llegar’ k Se nos de América Latina sufrirán profundos cambios sociales, en las actividades económicas y en la fisonomía urbana. Había llegado la modernización y conella «la gran aldea» se convierte en una bulliciosa metrópoli (ciudad burguesa). Vid. J. L. Romero, op. ca. O. Meneses. Caracas en la novela venezolana, Caracas, Fundación Eugenio Mendo- za, 1966, pág. II. 8 En la literatura hispánica finisecular se aprecia ya una repulsa al modelo civilizador, industrial y urbano. De ahí que el medievalismo se erigiera en ideal social para hacer frente a la alienación inaugurada por el mundo moderno. Vid. L. Litvak. Transformación industrial y lltemíum. 295-/POS, Madrid, Eds. Taurus, 1980. Dionisio Cañas ha publicado un interesante estudio sobre la ciudad de Nueva York y escritores hispanos comoJosé Martí, Federico GarcíaLorca y el portorriqueño Manuel Ramos Otero, entre otros. Vid. O. Cañas. El poeta y la ciudad, Madrid, Eds. Cátedra, 1994, pág. 35. Desde la década del setenta se vienen desarrollando en Venezuela diversos estudios sobre el espacio urbano y sus géneros. Diversas investigaciones determinan que se aprecia en la ciudad de Caracas un giro en sus estereotipos culturales. Vid. E. González Ordosgoiti. Calendario de manWestaciones culturales caraqueñas, Caracas, Editorial Fundarte, 1992. ‘O J. Miranda. Proceso a la narrativa venezolana, Eds. de la Biblioteca, Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1975, pág. 182 y sigs. Vid. A, U. Pietri. De una a otra Venezuela, Caracas, Monte Ávila Editores, 1995. 893 Anales de Literatura Hispanoamericana 1999, nf 28: 891-906 Nieves-María Concepción Lorenzo Un espacio para la literatura: la Canicas imaginaria de Miguel Otan Silva asiste entonces a una asimilación del modelo urbano impuesto y a la implan- tación de un nuevo canon estético para interpretar estéticamente esa nueva realidad. La urbe venezolana, tal y como la entendemos hoy, es una realidad y una invención recientes. Según la idea de Carpentier las ciudades latinoa- mericanas, frente a las europeas, no tienen una identidad homogénea —el ensayista habla del «tercer estilo»—: «están desde hace mucho tiempo, en proceso de simbiosis, de amalgamas, de transformaciones —tanto en lo arquitectónico como en lo histórico—»’2. Quizás por estas razones que han gravitado sobre la polis continental, los escritores han ejercido tarde su «derecho a la ciudad»’3. Sólo entonces la «metáfora espacial de la selva como lugar privilegiado del choque del individuo con el mundo externo cede el lugar a la metáfora de la ciudad, ámbito del ehoque del individuo consigo mismo»14. A medida que el habitante latinoamericano ha ido cam- biando de escenario, de la selva a la ciudad, del campo a la nueva vorági- ne, se ha producido un trasvase del mito negativo del espacio: de la barba- rie a la nueva Babel, A partir de los años cuarenta se desata en Venezuela un acelerado pro- ceso migratorio, interno y externo, promovido por la extracción petrolera. Pero además los críticos están de acuerdo en admitir que el asedio a la ciu- dad entra definitivamente en la narrativa venezolana alrededor de la cuarta década de este siglo. Cabe mencionar nombres como Guillermo Meneses (Campeones, 1939), Humberto Rivas Mijares (Hacia e/Sur, 1942) o Andrés Mariño Palacios (Los alegres deshauciados, 1948).