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Índice: 1. La guerra y la paz del futuro: los Mems. Nicolas Garcia Garcia y Candido Garcia Molyneux 2. Guerras posibles. Luis Britto 3. El derecho a leer. Richard Stallman 4. Área protegida. Ariel Cruz. 5. TAZ. La zona temporalmente autónoma. Hakim Bey. 6. Combate aéreo. Michael Swanwick y William Gibson 7. Historia del cine ciberpunk. (Capítulo 10) Raúl Aguiar

LA GUERRA Y LA PAZ DEL FUTURO: Los MEMS

Nicolás Garcia Garcia y Candido Garcia Molyneux

La guerra del futuro será limpia, precisa y rápida; pero no por ello nos conducirá necesariamente a una paz duradera. El malestar y desconcierto, en el que vivimos desde el 11 de septiembre, demuestran que la guerra y la paz del futuro deberán fundamentarse en la mas avanzada de las tecnologías -la Nanotecnología- y en el principio mas básico del conocimiento humano -la inteligencia global.

El estado de guerra y terror en el que nos encontramos requiere una solución basada en la optimización dentro de la teoría de juegos. Esto es, un juego dentro de un escenario con distintos agentes e intereses, de una gran complejidad y donde cualquier movimiento modifica y realimenta la totalidad del escenario. Este es el mismo juego que gobierna la biodiversidad en un ecosistema, los mercados financieros, los comportamientos sociales, las reacciones químicas, etc. En el juego de la guerra y la paz lo único que cambian son los agentes y las reglas. Por ejemplo, imagínense una población de carnívoros, omnívoros, herbívoros y plantas que habitan en un espacio delimitado y donde los unos se comen a los otros, de acuerdo con una escala trófica. ¿Cuáles serian las poblaciones estables de cada una de las cuatro especies? Si empezamos el juego estableciendo una población indeterminada para cada especie, con el tiempo las poblaciones oscilaran hasta que se estabilicen y varíen con pequeñas fluctuaciones. Pero en ningún caso será estable un sistema con una población muy grande de una especie y una población muy pequeña de otra. Habrá un momento en el que si la población de una especie es menor que un cierto valor el resultado será la extinción del resto de las especies. Por ejemplo, si mueren los herbívoros, los carnívoros y omnívoros, que no coman hierba, no podrán subsistir. El ejemplo que acabamos de describir ilustra un juego mecánico, natural (quizá perfecto), pero podemos introducir como agentes a seres humanos, que son mas inteligentes y disfrutan de tecnologías para la reproducción, la producción masiva, etc. En este caso, las poblaciones de todos los agentes podrán aumentar hasta un numero optimo, dependiendo de las técnicas utilizadas en el ecosistema. Lo que caracterizara al juego humano será el elemento "inteligencia" en su dimensión mas amplia. Esta inteligencia podrá ser global o parcial. La inteligencia global es aquella que busca soluciones que beneficien globalmente la población de todos los agentes. La inteligencia parcial es aquella que busca el beneficio o interés máximo de un solo agente. Esta ultima al final acaba siendo destructiva, porque los otros agentes perdedores reaccionan para mantener su población. La primera gran guerra del siglo XXI debe incluirse dentro de un sofisticado juego de optimización que afecta a la entera humanidad con distintos colectivos humanos como agentes. Por ejemplo, los EE.UU., Europa, los países árabes mas amigos de Occidente, los menos amigos, los enemigos, Israel, las ONGs, los grupos underground, las organizaciones terroristas, y el resto del mundo, en fin, todos. El inicio del juego ha probado (11 de septiembre) que los terroristas y sus amigos son, aparte de asesinos, fanáticos y lo que se quiera, inteligentes, al menos parcialmente, y están bien organizados. De hecho, en principio, en el primer movimiento del juego, los agentes terroristas han demostrado ser mas organizados que los servicios de información occidentales, que han sido incapaces de impedirlo. Además, hecho también muy importante, los terroristas, a diferencia de Occidente, están dispuestos a inmolarse para conseguir sus fines. Por otra parte, no estamos seguros de los medios reales, ni humanos ni materiales de que disponen los agentes terroristas. Las nuevas guerras no se hacen tomando una decisión sin consultar simulaciones de ordenador que tienen en cuenta los distintos agentes de la contienda. Las nuevas guerras se basan en simulaciones que optimizan resultados con códigos complicadísimos y potentes ordenadores capaces de manejar un enorme numero de datos y variables que deben ser obtenidos por la inteligencia. Esto es, por ejemplo, lo que ocurre en el conflicto que nos lleva. EE.UU. y sus aliados han analizado los resultados de posibles escenarios e irán escogiendo distintas opciones en el transcurso del tiempo, conforme vaya evolucionando la situación. Por eso lo que parecía que iba a ser una reacción rápida a los abominables sucesos del 11 del septiembre ha tomado su tiempo para permitir a la inteligencia actuar. El Sr. Powell y sus estrategas, de una calidad científica excelente, analizan cada posibilidad con calma, tentándose los cuartos. Sin embargo, muy a su pesar, saben que les faltan datos y no pueden actuar con la precisión deseada. De hecho, la primera guerra del siglo XXI les viene con diez años de antelación. Las agencias de inteligencia y de investigación de Occidente y el Pentágono saben que les faltan datos y actuators (medios de actuación). Nótese que, hasta ahora, toda la diplomacia que se ha llevado a cabo no ha sido sino para obtener opiniones y datos de los distintos agentes. Las distintas agencias de inteligencia buscan saber qué opinan los distintos agentes, que actitudes adoptarán, cuales serán las respuestas de sus pueblos. Todo esto no son sino datos para el ordenador que simula el escenario. Sin embargo, los datos en muchas ocasiones no son fiables. Estos dependen de tantas variables que lo que un dirigente diga tiene tantos matices según evolucione la situación y los intereses que vayan apareciendo. La diplomacia juega su papel, pero la información que obtiene es tan solo parcial. Poco importa que un agente diga si "sí" o si "no" si no se sabe realmente lo que piensa hacer. Si se quiere detener a tal o a cual persona ¿cuál es la mejor estrategia si no se conoce y no se puede actuar donde está al segundo?. Lo cierto es que la tecnología actual no dispone de los medios necesarios para obtener datos verídicos que merezcan ser introducidos en la simulación de ordenador, ni para diseñar la estrategia óptima. Esto lo demuestra el hecho de que las agencias de inteligencia han fallado de plano en su control de la seguridad en EE.UU. y en Europa. A las agencias de inteligencia les falta saber como mínimo (a) de cuantos medios humanos y materiales disponen los terroristas y donde están; (b) cuales son los siguientes pasos que piensan dar; (c) con cuantos apoyos reales cuentan en los países Árabes y con poblaciones islámicas; (d) que piensan hacer realmente estos países; y (e) cual es la actitud de Israel y Palestina. Por otra parte, a las agencias de inteligencia les faltan actuators. A pesar de su aparente sofisticación, los medios de los que dispone Occidente no son más que chatarra que no está a la altura de las exigencias de la opinión publica. Los medios actuales son bélicos, mortíferos, destructivos y groseros. A pesar de los esfuerzos técnicos, y de la propaganda informativa, los misiles de Occidente no seleccionan, sus efectos colaterales no son pequeños, afectan a poblaciones inocentes y a bienes de producción, crean inestabilidad económica, y son siempre tardíos. En resumen; los medios existentes son a extinguir, no son inteligentes, y no pueden actuar in situ de una manera limpia en respuesta a una información instantánea. Los MEMS, microelectronic mechanical systems (dispositivos mecánicos microelectrónicos), son dispositivos micrométricos inteligentes que podrán resolver los problemas descritos anteriormente y que las agencias de inteligencia e investigación de Occidente están intentando desarrollar desde hace un par de años. El mérito de los MEMS será que podrán comunicar y actuar mecánicamente, bajo órdenes dadas, en el sitio e instantes deseados, de ahí su nombre de dispositivos mecánicos microelectrónicos. La guerra del futuro se hará con estos dispositivos como armas limpias guiadas por optimizaciones de programas de ordenador cuyas soluciones se irán obteniendo por alimentación de datos obtenidos in situ. Los ordenadores darán ordenes de actuación a los mismos dispositivos que envían la información o a otros similares que tendrán capacidad de actuación y que estarán prácticamente en el mismo sitio que los informadores. Un ejemplo, supongamos que fuera posible construir un dispositivo que tuviera un tamaño de 10 micras de ancho, (una décima del grosor de un pelo) prácticamente invisible al ojo humano y que además tuviera una memoria de 10 megabits (diez millones de bits). Esta memoria sería suficiente para que el dispositivo pudiese trasmitir datos obtenidos en un sitio dado en una frecuencia determinada, así como recibir órdenes. Esta memoria además permitiría, bajo una orden dada, hacer actuar una parte mecánica que inyectara una carga letal a un objeto o persona determinada. Imagínense un “mosquito” invisible con una carga mortal y un aparato receptor y emisor. Al mismo tiempo, imaginen que este “mosquito” no necesita energía para volar porque con su tamaño flota en el aire y cualquier corriente de aire o diferencia de temperatura lo mueve. Se preguntarán como se coloca este dispositivo en un sitio deseado. La respuesta es que no se deposita un dispositivo, sino billones de ellos que a su vez se comunican entre si y se coordinan y toman decisiones. Estos dispositivos formarían un network con comunicación con superordenadores exteriores y se depositarían por medio de una inofensiva explosión de un proyectil en el sitio deseado. Ellos mismos podrían moverse y mandar información. Por ejemplo podrían insertarse, porque llevarían un sensor para ello, en el oído de las personas y nos retransmitirían todo lo que hablan todas las personas en donde se han insertado. Cuando el superodernador exterior identificase a la persona o personas decidiría si actuar contra ellas o no, etc. Otra versión podría ser que el dispositivo, que en realidad seria un micro-robot, llevase un nanosensor de hierro o del material que este hecho un fusil o arma y actuase instantáneamente si el superordenador exterior así lo decidiese. Podrían actuar contra los motores de los tanques, otras armas, y mas importante aún, contra personas determinadas. Esto que parece ciencia ficción no lo es. La nanotecnología, la ciencia que estudia los objetos en el rango del nanómetro (1 nanómetro = 0.000000001 metros) está en ello y Occidente esta gastando ingentes cantidades de dinero para conseguirlo. De hecho, lo único que se requiere es una integración de memorias individuales en el rango de los diez nanómetros; algo que ya existe a nivel de laboratorio y de lo que se conoce, desde el punto básico, su funcionamiento. Todavía falta estabilizar su funcionamiento y conseguir integrar muchas unidades. Pero esto será un hecho con las nuevas técnicas de nanotecnología que están apareciendo. Mas aún, se está pensando en la posibilidad de que estos dispositivos se regeneren y reproduzcan ellos mismos por técnicas de genética y biotecnología similares a lo que hace el camino de la vida. Esto será el desarrollo de los dispositivos GNR -genéticos-nanotecnológicos-robóticos, que combinan procesos genéticos ayudados por técnicas nanotecnológicas y robóticas. En el futuro próximo los GNR harán la labor de policía y seguridad con mucha mayor efectividad y limpieza que lo que existe ahora. En fin, lo que la guerra del futuro requerirá serán superordenadores con billones de nano-robots, lo que se llama muchos y pequeños (small and many), que no se vean, sean rápidos y limpios y que no tengan efectos colaterales. Estos dispositivos informadores, invisibles, por billones, y mortales presentarán problemas legales y éticos grandísimos. Pero aunque Occidente llegara a disponer de estos medios y por tanto tuviese todos los datos y actuators necesarios para conseguir una simulación, un resultado óptimo -una paz duradera- dependerá del tipo de inteligencia que se utilice en el juego. Si esta es parcial, es decir sus actuaciones benefician solo a una parte de los agentes, el resultado será “aniquilar o humillar” a los otros agentes. Los buenos quizás ganen la guerra pero, como en un ecosistema, la evolución del sistema conducirá pronto a la aparición de otro conflicto que habrá que volver a ganar. Un ejemplo claro es la guerra del Golfo donde Occidente ganó. Bush padre prometió un nuevo orden, pero los conflictos en la zona han aumentado, porque permanece un problema fundamental de conseguir un equilibrio entre los intereses árabes y los “occidentales” (israelíes) en la zona, que no se obtuvo a pesar de lo prometido. Ahora, tenemos tan solo mas fango con más fanatismo por medio y lo que es peor con los mismos regímenes antidemocráticos y tiranos. Una inteligencia global, junto a una sistema basado en MEMS como el descrito, permitirá eliminar el terrorismo porque el terror no puede de modo alguno conducir a una mejora de todos los agentes. De lo contrario, las nuevas tecnologías solo servirán para ir apagando fuegos, de guerra en guerra sin obtener una paz estable. El futuro muy próximo nos promete sistemas de información, de actuación e incluso de guerra casi perfectos. Sin embargo, el que todos estos nuevos sistemas sean realmente "inteligentes" dependerá, como siempre, de nuestra responsabilidad colectiva como seres humanos y de que estos dispositivos no se utilicen para privar nuestras libertades. Guerras posibles

Luis Britto García (Venezuela)

Guerra posible I / La guerra en la mente

La mente, ¿qué es la mente? El resultado de una organización determinada de impulsos electroquímicos. La guerra, ¿qué es la guerra? Han dicho algunos que es hacer entrar trozos de metal en la carne de los hombres, pero mentira, la guerra consiste en hacer variar la organización de los impulsos electroquímicos, hacer variar la mente de los hombres. Me explico: quieres gobernar cierto pueblo, good boy, alliance for progress, the free world, el pueblo no se deja gobernar: eso es una organización de la mente. Bombardeas, arrasas, envenenas, contaminas: algunos se dejarán gobernar. Algunos. Ha cambiado la organización de algunas mentes. Entonces, es obvio: guerrear es modificar mentes; triunfará siempre el que modifica sin destruir, el que propaga ideas, sobre el que modifica destruyendo, air power, overkill, total anihilation. Pero por qué el arte militar supeditado a la ideología por qué el cañón al cerebro por qué la bomba a la cultura por qué las divisiones a las guerrillas por qué por qué los omnipotentes estados mayores despedazados por la mente por qué, se preguntaban todos y no les gustaba y entonces un señor que se llamaba Kobayashi hizo sus trabajos sobre reorganización artificial de los impulsos electroquímicos del tejido nervioso y otro señor que se llamaba Tagnar Han encontró cómo se podía operar a distancia esta reorganización de los impulsos electroquímicos y al resultado lo llamaron el cañón Tagnar y al poco tiempo lo tuvieron todas las potencias y lo asestaron al enemigo y entonces zas te agarró el disparo y antes defendías tales ideas pero ya no, ya eres otro, tu cerebro ama otras cosas distintas de las que amaba antes, tu mente es otra mente, reorganizada, y cambias de bando y luchas por tus nuevas ideas y combates las antiguas y sabes que esto es justo, pero zas te agarró el disparo, qué has hecho, qué has hecho, regresas a tu anterior disposición, rechazas lo que acogiste y acoges lo que rechazaste, con mudo terror sabes que estuviste muerto, más muerto que un arenque seco, mientras tu mente era aquella otra, y te horrorizas y no quieres volver a morir pero zas te agarró el disparo y tu mente es otra vez artificialmente sustituida y se horroriza de –brevemente- haber sido otra y no quiere morir y corres y zas te atrapó el disparo, y entre uno y otro disparo de repente comprendes que las dos mentes que sobre ti se turnan son artificiales, que tus ideas, esas vagas artesanías en que te complacías antaño, están ya muertas, para siempre, que ya no hay mentes, que ya no hay ideologías, que todo eso ha muerto en el universo silencioso, que sólo hay ahora dos cañones, dos cañones que se enfrentan con sus certeros ojos de insecto y que no eres nada y gritas y gritas y te agarró el disparo y te agarró el disparo y te agarró el disparo.

Guerras posibles II / La guerra en el tiempo

Ahora lo saben hasta los niños de escuela: Einstein dijo que el espacio y el tiempo son un continuo; Milne demostró que el desplazamiento en el espacio altera el transcurrir del tiempo; Ramacharaka predijo y demostró que alcanzada la velocidad absoluta –luz- la masa se hace infinita y el tiempo no solo se retarda sino que además se detiene y revierte y zum el viaje al pasado, hurra, la máquina del tiempo, hurra, se puede visitar a Mozart, hurra, mirar pintar a Hieronimus Van Aken, hurra, decirle a Voltaire no seas pistola no te dejes meter en la Bastilla, cosas de esas, hurra. Cómo no iba a interesarle la cosa a los militares, la guerra consiste en efectos y en causas, dijeron, controlando las causas se controlan los efectos: no matar a los soldados hoy, matar ayer a los niños que ellos fueron; no eliminar hoy los árboles, envenenar ayer las semillas; no asesinar a los sabios y a los revolucionarios hoy, tronchar ayer a los colegiales que fueron. Luego: fulminar Tréveris porque allí nacerá Carlos Marx en 1818, y , por qué no, del lado opuesto, liquidar Hoboken en 1940 porque allí nacerán los posibles destructores de Tréveris; cada hecho de la historia, fasto o nefasto, atacado o protegido en una universal batalla, la guerra en el pasado, el tiempo universalmente demolido y restaurado, al final, debilitado y desplomándose, todas las causas de las cosas desapareciendo, desapareciendo por ejemplo Haendel – una bomba de deuterio en Halle, en 1685 desapareciendo Atenas, Ekhnatón, Epur si muove, Caminante si vas a Esparta di que aquí morimos, desapareciendo María Sklodowska, después Euler, después Homero, después Herschel, después Olbers, después Alejandro, Heródoto, Sófocles. El espanto de esta nueva guerra puede ser conjurado. No más terrible –los instructores te explican- fulminar el pasado para destruir el presente, que fulminar el presente para ahogar el futuro. No más terrible reducir a pavesas Vinci e impedir que nazca Leonardo, que aplastar Hiroshima y abismar en la nada mil futuros Leonardos. No más terrible quitar el pasado con las guerras nuestras, que sufrir lo que el pasado nos quitó con las guerras suyas. No más terrible desatar hoy mil megatones, que viajar al Cuaternario y exterminar al primer Neandertal porque de él descenderán tus enemigos, y comprender repentinamente –esto sí es más terrible- que de él descenderá también tu pueblo, y que la humanidad, tus abuelos, la sonrisa de tu madre, tu propio nacimiento, no solo ya no son, sino que además, ay, ya no serán, ni jamás han sido. Guerras posibles III / La guerra continua

Fue el DRU (Duplicador Restitutivo Universal) lo que posibilitó llevar el arte de la guerra al grado de perfección casi definitivo que hoy reviste. Es sencillo el principio del DRU: se le suministra modelo, se le suministra materia, el DRU transmuta la materia, reorganiza los átomos, duplica exactamente el modelo. Se produjo así la revolución del arte militar. Guerra antigua, mujer pare niño, se entrena niño, se hace con él soldado, soldado muere, dulce et decorum est pro patria mori, y así hasta que se acaban soldados, se acaban mujeres, se acaba guerra. Guerra moderna, mujer pare niño, se entrena niño, se hace con él soldado, soldado muere, se activan las células de memoria del DRU, y a partir de las informes cenizas y de los desperdigados restos el Duplicador constituye un duplicado idéntico del muerto, de su memoria, de sus armamentos, y qué importa que a este duplicado también lo maten, el DRU a la velocidad de la luz reconstituirá otro, y así con los cañones, con las ciudades, con los cohetes, con las bombas de virus, con los campos de prisioneros, con todo. Así, la continuidad de las guerras de aniquilación se ha hecho permisible. Cada adversario tiene su DRU, cada bando es totalmente destruido, y luego totalmente reconstituido, todo ello primero en semanas, luego en días, luego en horas, luego hoy, en el apogeo definitivo, en milésimas de segundo, Aún hay quienes no se acostumbran a estas ciudades relampagueantes, que mil veces mueren y mil veces renacen en un segundo, aún hay quienes sienten un recóndito espanto al saber que la persona que levanta una cucharilla de sopa no es la misma que la beberá, al saber que entre la una y la otra median mil Apocalipsis y mil génesis excesivos, que no hay continuidad del yo, que lo que creemos ser en este instante es un fantasma, un pavoroso e infinito remedo de otro fantasma, incesantemente reintegrado en este parpadeo y fulminación de la muerte que es casi una vida. Los fanáticos, proponen detener la guerra y dedicar el DRU, no a reconstruir incesantemente la miseria de los hombres, sino a remediarla. Los fanáticos, antes, proponían no construir armas, sino herramientas, no producir cartuchos, sino pan. Yo, propongo que, a los fanáticos, el DRU no los reconstituya. Yo, que entre este tic del reloj y este tac último, que entre esta palabra y esta otra, mil veces he sentido el soplo del hidrógeno, la sensación, que ya no es sensación, de ser desintegrado, convertido en la luz que es más que luz, en el calor que es más que calor, en el copo deslumbrante y aniquilador de la tiniebla. El derecho a leer

Richard Stallman

Extraído de La ruta hacia Tycho, una recopilación de artículos sobre los antecedentes de la Revolución Lunar, publicado en Luna City, en el año 2096.

El camino hacia Tycho comenzó para Dan Halbert en la Facultad, cuando Lissa Lenz le pidió que le dejara su ordenador. El suyo se había averiado, y si no se lo dejaba alguien no podría terminar el proyecto semestral. Ella no se habría atrevido a pedírselo a nadie, excepto a Dan. Esto situó a Dan ante un dilema. Tenía que ayudarle, pero si le prestaba su ordenador, ella podría leer sus libros. Además de poder ir a prisión durante muchos años por dejar que alguien leyese sus libros, la misma idea de hacerlo le escandalizó al principio. Igual que a todo el mundo, le habían enseñado desde el parvulario que compartir los libros era repugnante y equivocado, algo que sólo haría un pirata. Y era muy probable que la SPA (Software Protection Authority, Autoridad para la Protección del Software) les cogiese. Dan había aprendido en su clase de software que cada libro tenía un chivato de copyright que informaba a la Central de Licencias de quién, dónde y cuándo lo leía. (Esta información se utilizaba para coger a piratas de la lectura, pero también para vender perfiles de intereses personales a comerciantes.) La próxima vez que su ordenador se conectase a la red, la Central de Licencias sería informada. Él, como dueño de un ordenador, podría recibir el castigo más severo, por no tomar medidas para prevenir el delito.

Por supuesto, podría ser que Lissa no quisiera leer sus libros. Podría querer el ordenador sólo para escribir su proyecto. Pero Dan sabía que ella era de una familia de clase media, y que a duras penas podía pagar la matrícula, y menos aún las cuotas de lectura. Puede que leer los libros de Dan fuese para ella la única forma de terminar los estudios. Sabía lo que era eso: él mismo había tenido que pedir un préstamo para poder pagar los artículos de investigación que leía. (El 10% de los ingresos por ese concepto iba a parar a los investigadores que habían escrito los artículos. Como Dan pretendía dedicarse a la investigación, tenía esperanzas de que algún día sus propios artículos, si eran citados frecuentemente, le proporcionarían el dinero necesario para pagar el préstamo.) Más tarde Dan supo que había habido un tiempo en el que cualquiera podía ir a una biblioteca y leer artículos de revistas especializadas, e incluso libros, sin tener que pagar. Había estudiantes independientes que leían miles de páginas sin tener becas de biblioteca del Gobierno. Pero en los años noventa tanto los editores de revistas sin ánimo de lucro como los comerciales habían comenzado a cobrar cuotas por el acceso a sus publicaciones. Hacia el año 2047 las bibliotecas que ofrecían acceso libre a la literatura académica eran un recuerdo lejano.

Naturalmente había formas de engañar a SPA y a la central de Licencias.

Eran, por supuesto, ilegales. Dan había tenido un compañero en la clase de software, Frank Martucci, que había conseguido una herramienta legal de depuración y la había utilizado para saltarse el código del chivato de copyright cuando leía libros. Pero se lo había contado a demasiados amigos, y uno de ellos le delató a la SPA para obtener una recompensa (los estudiantes muy endeudados eran fácilmente tentados por la traición). En 2047 Frank estaba en la cárcel, no por practicar la piratería de la lectura, sino por poseer un depurador.

Dan supo más tarde que hubo un tiempo en el que cualquiera podía poseer herramientas de depuración. Incluso había herramientas de depuración libres, disponibles en CD, o en la red. Pero los usuarios normales comenzaron a utilizarlas para saltarse los chivatos de copyright, y llegó un momento en que un juez estimó que éste se había convertido en el principal uso de los depuradores. Esto provocó que pasasen a ser ilegales, y se encarcelara a quienes los desarrollaban. Naturalmente, los programadores aún necesitaban herramientas de depuración, pero en el año 2047 los vendedores de depuradores sólo distribuían copias numeradas, y únicamente a programadores con licencia oficial, y que hubiesen depositado la fianza preceptiva para cubrir posibles responsabilidades penales. El depurador que utilizó Dan en la clase de software estaba detrás de un cortafuegos especial para que sólo lo pudiese utilizar en los ejercicios de clase. También era posible saltarse los chivatos de copyright si se instalaba un kernel modificado. Más adelante, Dan supo que habían existido kernels libres, incluso sistemas operativos completos libres, hacia el fin del siglo anterior. Pero no sólo eran ilegales, como los depuradores, sino que no se podían instalar sin saber la contraseña del superusuario del sistema. Y ni el FBI ni el Servicio de Atención de Microsoft iban a decírtela.

Dan acabó por concluir que no podía dejarle el ordenador a Lissa. Pero tampoco podía negarse a ayudarle, porque estaba enamorado de ella. Le encantaba hablar con ella. Y el que le hubiera escogido a él para pedir ayuda podía significar que ella también le quería.

Dan resolvió el dilema haciendo algo aún más inimaginable: le dejó el ordenador, y le dijo su contraseña. De esta forma, si Lissa leía sus libros, la Central de Licencias creería que era él quién los estaba leyendo. Aunque era un delito, la SPA no podría detectarlo automáticamente. Sólo se darían cuenta si Lissa se lo decía.

Por supuesto, si la facultad supiese alguna vez que le había dicho a Lissa su propia contraseña, sería el final para ambos como estudiantes, independientemente de para qué la hubiese utilizado ella. La política de la Facultad era que cualquier interferencia con los medios que se usaban para realizar seguimientos del uso de los ordenadores por parte de los estudiantes era motivo suficiente para tomar medidas disciplinarias. No importaba si se había causado algún daño: la ofensa consistía en haber dificultado el seguimiento por parte de los administradores. Asumían que esto significaba que estabas haciendo alguna otra cosa prohibida y no necesitaban saber qué era.

Los estudiantes no solían ser expulsados por eso. Al menos no directamente. Se les prohibía el acceso al sistema de ordenadores de la Facultad, por lo que inevitablemente suspendían todas las asignaturas.

Posteriormente Dan supo que este tipo de política universitaria comenzó en la década de los ochenta del siglo pasado, cuando los estudiantes universitarios empezaron a utilizar masivamente los ordenadores. Anteriormente, las Universidades mantenían una política disciplinaria diferente: castigaban las actividades que eran dañinas, no aquéllas que eran simplemente sospechosas.

Lissa no delató a Dan a la SPA. La decisión de Dan de ayudarle les condujo al matrimonio, y también a cuestionarse las enseñanzas que habían recibido de pequeños sobre la piratería. La pareja comenzó a leer sobre la historia del copyright, sobre la Unión Soviética y sus restricciones para copiar, e incluso la Constitución original de los Estados Unidos. Se trasladaron a Luna City, donde encontraron a otros que también se habían apartado del largo brazo de la SPA. Cuando la sublevación de Tycho comenzó en 2062, el derecho universal a la lectura se convirtió en uno de sus objetivos principales.

Nota del autor: El derecho a la lectura es una batalla que se libra en nuestros días. Aunque pueden pasar 50 años hasta que nuestra forma de vida actual se suma en la oscuridad, muchas de las leyes y prácticas descritas en este relato han sido propuestas, ya sea por el gobierno de Clinton, en EEUU, o por las editoriales.

Sólo hay una excepción: la idea de que el FBI y Microsoft tengan (y oculten) la contraseña de administración de los ordenadores. Ésta es una extrapolación de las propuestas sobre el chip Clipper y otras propuestas similares de custodia de clave (key- escrow) del gobierno de Clinton, y de una tendencia que se mantiene desde hace tiempo: los sistemas informáticos se preparan, cada vez más, para dar a operadores remotos control sobre la gente que realmente utiliza los sistemas.

La SPA, que en realidad son las siglas de Software Publisher's Association (Asociación de Editores de Software), no es hoy día, oficialmente, una fuerza policial. Sin embargo, oficiosamente, actúa como tal. Invita a la gente a informar sobre sus compañeros y amigos. Al igual que el gobierno de Clinton, promueve una política de responsabilidad colectiva, en la que los dueños de ordenadores deben hacer cumplir activamente las leyes de copyright, si no quieren ser castigados.

La SPA está amenazando a pequeños proveedores de Internet, exigiéndoles que permitan a la SPA espiar a todos los usuarios.

Muchos proveedores se rinden cuando les amenazan, porque no pueden permitirse litigar en los tribunales. (Atlanta Journal-Constitution, 1 de octubre de 1996, D3.) Al menos un proveedor, Community ConneXion de Oakland, California, rechazó la exigencia y actualmente ha sido demandado. Se dice que la SPA ha abandonado este pleito recientemente, aunque piensan continuar la campaña por otras vías.

Las políticas de seguridad descritas en el relato no son imaginarias. Por ejemplo, un ordenador en una de las Universidades de la zona de Chicago muestra en la pantalla el siguiente mensaje cuando se entra en el sistema (las comillas están en el original en inglés): "Este sistema sólo puede utilizarse por usuarios autorizados. Las actividades de los individuos que utilicen este sistema informático sin autorización o para usos no autorizados pueden ser seguidas y registradas por el personal a cargo del sistema. Durante el seguimiento de individuos que estén usando el sistema inadecuadamente, o durante el mantenimiento del sistema, pueden ser seguidas también las actividades de usuarios autorizados. Cualquiera que use este sistema consiente expresamente ese seguimiento y es advertido de que si dicho seguimiento revela evidencias de actividad ilegal o violaciones de las ordenanzas de la Universidad, el personal a cargo del sistema puede proporcionar las pruebas fruto de dicho seguimiento a las autoridades universitarias y/o a los agentes de la ley."

Esta es una aproximación interesante a la Cuarta Enmienda de la Constitución de EEUU: presiona a todo el mundo, por adelantado, para que ceda en sus derechos.

Copyright (C) 1996 Richard Stallman. Se permite la copia literal siempre que se incluya esta nota. Este artículo apareció en el número de febrero de 1997 de Communications of the ACM (volumen 40, número 2). Traducido del original en inglés por Pedro de las Heras Quirós y Jesús M. González Barahona

Modificado el: Mon Sep 19 01:26:04 MET DST 1998

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(*)Richard M. Stallman es el fundador del proyecto para el desarrollo del sistema operativo libre GNU (GNU's Not Unix, o sea, "GNU No es Unix") y de la Free Software Foundation, que financia y difunde el proyecto GNU. GNU se refiere tanto al desarrollo del sistema operativo completo --que incluye el kernel (núcleo del sistema) Linux, que es como se suele denominar por extensión a todo el sistema operativo-- como al proyecto cooperativo para desarrollarlo. El proyecto GNU nació en 1983 como una lucha para recuperar el espíritu de cooperación antimercantil que había a principios de los años setenta en las comunidades de hackers y eliminar los obstáculos que ya por entonces --mediados de los años ochenta-- imponían los fabricantes de software propietario. El objetivo de GNU es promover el desarrollo y uso de free software, construyendo un sistema operativo completo totalmente libre que elimine la necesidad de usar software propietario. Libre significa aquí el derecho al uso, a la copia, a la redistribución y a disponer de las fuentes para modificar cualquier programa, sin ninguna otra restricción más que la de que nadie se apropie legalmente de esas mejoras, ni de que nadie pueda impedir que otr@s las disfruten. A ese derecho --que protege el uso libre en vez de la propiedad-- se le denomina copyleft, y está plasmado legalmente en la GPL (General Public License). (N. de la Ed.)

Área Protegida ARIEL CRUZ

Anne me estaba esperando en la Terminal. Me había reservado por teléfono una habitación en un motel derruido de las afueras de Washington DC. Pero primero me dejó en la casa de John McCaffery, una linda construcción antigua. Dijo que prefería no estar presente en el encuentro, de modo que haría aún algunas gestiones relacionadas con mi visita y pasaría por mí en una hora. La vi partir sintiendo una punzada de hambre—había sido un largo viaje. Toqué el timbre decidido a resolver esa cuestión.

* * * El dueño del motel aceptaba efectivo sin hacer preguntas. Mientras pasaba por la máquina los fajos de devaluados dólares americanos (en billetes de baja denominación, precaución de Anne), el tipo comenzó a parlotear. Se jactó de la cantidad de celebridades del holomundo que han requerido sus servicios para citas innombrables. A lo lejos, gruesos vórtices de humo se elevaban de la ciudad. —¿Qué ha ocurrido? —pregunté. —Dos ataques anoche. Radiobombas. Ha estado todo el día en la holovisión. Los malditos terroristas deben estar riéndose de nosotros. —Escupió—: Pero no será por mucho tiempo. Me fui al parqueo y ayudé a Anne a bajar mis cosas del van. Eran media docena de cajas de cartón corrugado grandes, originalmente de estaciones de trabajo Apple. El recepcionista se nos unió, las manos en los bolsillos de su mugrientos jeans. —Eh, oiga, ¿qué traen ahí? —quiso saber. —Provisiones —dije—. Estamos planeando una tremenda fiesta. Era la verdad. Aquellas cajas contenían el cuerpo decapitado de John McCaffery, más cuarenta kilos de carne roja comprados en diferentes carnicerías. Mejor precaver que carecer. —¿Tiene refrigerador? —pregunté. —A solicitud de la señora McCaffery coloqué dos en la habitación —dijo el hombre. —No es la señora McCaffery —lo corté. El cabello del hombre era largo y grasiento, haciéndolo parecer mayor de lo que realmente era. Su nuez de Adán se movía de arriba abajo y, lo juro, también de forma lateral. Siguió a Anne con la vista mientras ella penetraba en la habitación con una de las cajas más livianas, y se volvió a mí, frunciendo el ceño. —Sólo estaba tratando de mostrar un poco de tacto, amigo. Cielos, ¿de qué planeta viene? Me incliné adelante. —De uno donde se comen el corazón de los entrometidos. Así que piérdete, nerdo. —John —aplacó Anne a mis espaldas, en el tono cansino de una mujer acostumbrada a lidiar con un hombre de mal genio. Tenía razón, por supuesto. Anne conoce el trabajo al dedillo. El individuo volvió a la recepción. Yo respiré profundo y miré las espiras de humo, las bajas colinas y una carretera que serpenteaba a lo lejos, entre los árboles. —¡Vaya, es un lindo lugar el que tienen aquí! Entré a la habitación.

* * * Cuando terminamos de acomodar la carne en el refrigerador (con Anne reluctante a mirar siquiera la caja marcada JOHN), me dediqué a revisar el revólver. Esperaba no tener que usarlo, pero había que estar preparado. Anne, con excelentes modales, se disculpó para ir al baño y vomitó. Incluso con mis nuevos, atenuados oídos humanos podía escuchar sus gemidos de dolor. Cuando salió, más o menos compuesta, yo estaba sentado en la cama, viendo el holovisor. En el Discovery Channel, un científico mostraba cómo un animal A se comía el cerebro de un animal B, e incorporaba en el proceso la información que este contenía. Cualquier chico nuestro entiende la lógica involucrada. Aquí lo presentaban como un discreto milagro. Anne apagó el televisor y se sentó frente a mí. —Mañana entrarás al Pentágono. ¿Tienes todo lo necesario? Yo lo había obtenido todo de John. Sus identificaciones, su cuerpo, sus recuerdos. Espécimen A y espécimen B. —¿Qué pasa, agente? —le pregunté. Ella se veía nerviosa. —Quisiera saber…quisiera saber qué pensaba John de mi. ¿Por favor? Cerré los ojos y busqué en mi interior. —Que eres elegante en el sentido maduro de la palabra. Que ese gesto de acomodar tu cabello gris tras las orejas te rejuvenece. Y que tus piernas son un plus definitivo. Varias veces estuvo a punto de invitarte a cenar, pero nunca vio indicaciones de que aceptarías. Anne frunció el ceño, obstinadamente. —¿Estaba enamorado de mi? —La infiltración aún no está completa, no estoy seguro de entender “enamorado”. Ciertamente, una vez tuvo una fantasía sexual contigo. Te miraba a hurtadillas cuando coincidían en el elevador, allá en el Pentágono. Y otra vez, bebiendo, le dijo a Paul Sirik que veinte años atrás debiste ser una nena ardiente. Anne sonrió, turbada, llorando. Se pasó a mano por los ojos. —Veinte años atrás yo estaba recibiendo de las Sacerdotisas la responsabilidad de rescatar a la Humanidad de sí misma. No es justo. Concedido, las Agentes no son el tipo de persona que uno se encuentra en una discoteca. Ver el cosmos desde nuestra perspectiva tiene ese efecto. Aunque el entrenamiento las mantiene en óptima forma física y mental, a lo largo de los siglos se ha observado una tendencia a la depresión. Y a no tener hijos. —¿Dudas, agente? —pregunté sarcásticamente. —Sobre mis lealtades, ninguna. Las Sacerdotisas me demostraron hace mucho tiempo, con hechos, que en la escala galáctica los humanos somos niños. Y los niños sin supervisión de los adultos se hacen daño. Estoy debidamente agradecida a los Mayores por todas las ocasiones en que han intercedido. Pero, ¿es realmente necesario neutralizar Apocalipsis4? ¡Parece contraproducente! Yo sólo quiero entender. Entender. Todos quieren entender. Y eso es lo que pone su sociedad en cortocircuito una y otra vez. Quieren entender en lugar de comer. Pero me llené de paciencia, y hablé. Dos horas después Anne se dispuso a partir para su casa, con un gran volumen de información nueva que procesar y, esperaba yo, su moral restaurada. Se detuvo en la puerta, y dijo, mirando fijamente a mi rostro: —Ya no sirve de nada, pero si John me hubiese invitado a salir, hubiese aceptado. Y me hubiese acostado con él. ¡Cuánto lamento no haberlo hecho! Por vida mía, yo no sabía qué demonios se responde a eso. —Pudo notificar que tenía un conflicto de intereses con relación al objetivo. —¿Hubiese cambiado algo? —Habríamos empleado otro agente. Ella sacudió la cabeza, con tristeza. —Soy una profesional, John.

* * * Cayó la noche. Los bomberos habían extinguido los fuegos, y las luces de la ciudad se encendieron. Me tendí en la cama con las manos en la nuca. En la holovisión, vi las noticias, y luego un documental sobre Apocalipsis4. La monumental iniciativa de defensa era la razón de mi estancia aquí, de modo que le presté atención. Entrevistaron a funcionarios, científicos y gente común. El preámbulo desgranó la larga y deprimente lista de atentados terroristas sufridos por América desde el 11 de Septiembre de 2001. La gran nación estaba en un punto en que el resto del mundo le lanzaba mordiscos cada vez que se presentaba la ocasión. Arrinconada, aprobó un viejo proyecto del Pentágono, el más grande jamás concebido. La cámara presentó a los colosos. El documental había sido encargado a una productora de Hollywood, y manipulaba efectivamente la sensibilidad humana. Los cuatro mega-robots cabalgaban hacia un ocaso sangriento, altos como edificios, indestructibles, con un background de hard rock. Dentro de mí, a John McCaffery se le erizaron los pelos de la nuca. Corte al plato fuerte, la parte técnica. La voz en off habló de genes modificados de pantera, halcón, serpiente y hombre. Campos de fuerza y costillas de titanio. Cada Jinete estaba comandado por una IA, conectada por banda ancha con el GPS y NavStar. Podían volar y sumergirse. Podían barrer una ciudad con láser de alta potencia, cortándola a la altura de un metro. Podían producir terremotos y generar EMP. La simbología bíblica no era casual (especialmente para ateos y paganos del mundo entero): la respuesta a futuros ataques terroristas sería brutal. Aún si América era finalmente derribada, los Cuatro Jinetes se encargarían de que el mundo sucumbiera con ella. El documental terminó con un finale sinfónico en crescendo y un mensaje textual. SOBRE LA TIERRA, EL PRÓXIMO 4 DE JULIO Apagué el holovisor. El silencio era total, y afuera los grillos cantaban suave, hipnóticamente, ignorantes de esa clase de cosas. Obviamente, los Cuatro Jinetes exterminarían la vida sobre la Tierra, pensé. Las expectativas de millones de personas tendrían que ser defraudadas. Los Cuatro Jinetes no saldrían a medrar el próximo 11 de Septiembre, ni nunca. Para eso estaba yo aquí. Tomé mi maleta de cuero, abrí una ventana al aire de la noche y el pequeño transmisor en la dirección adecuada. Reporté las incidencias a Control y confirmé la misión. Todo iba según el programa. Mis instrucciones no habían cambiado.

* * * Anne vino por mí en la mañana. Notó que había un poco de sangre en el suelo, y lo limpió sin una palabra, mientras yo me vestía con el traje que me entregó. La noche anterior me había soltado, tomando mi forma original, y me había comido el hígado de John. Estaba tan nutritivo que me produjo un eructo glorioso y mucho sueño. En mi cuerpo habitual, evolucionado para perseguir, derribar y desgarrar, suelo ser bastante chapucero. Salimos en el auto de Anne por una carretera meticulosamente mantenida, como todas en Washington, DC. Cruzamos el Potomac sin contratiempo, y entramos al perímetro eléctrico del Pentágono sin detenernos siquiera, escaneados por cámaras de seguridad que comprobaban nuestros patrones retinales. El abovedado vestíbulo del edificio rebosaba de actividad. En el acceso a los ascensores presioné mi mano contra el frío cristal del escáner de ADN. Mientras lo hacía los custodios me observaron, corteses pero alertas. Las palabras afloraron en mi boca, empujadas por la rutina como por un pistón: —Hola Martin. Hola Jeff. Martin era irlandés, Jeff negro. Sus uniformes almidonados brillaban a causa del almidón. Llevaban armas largas. Si había un momento crítico en la misión, era este. Sólo podía confiar en que la infiltración fuese completa. ¡Cuán difícil se ha tornado nuestro trabajo, en la medida en que nuestros protegés suben la cuesta del progreso! La puerta se abrió con una fría nota electrónica. Martin y Jeff perdieron todo interés en mí. Anne y John trabajaban en el mismo piso, pero en diferentes alas. A salida de los elevadores nos separamos; estaba por mi cuenta. Mi área de trabajo era un local de plano abierto, con un laberinto de tabiques revestidos en Formica. Hacía un frío glacial. Mis compañeros (los compañeros de John) zumbaban alrededor de las máquinas dispensadoras, todos conectados a sus teléfonos y su café. Las tazas de papel tenían el logotipo del Pentágono. Saludos y chistes gastados se sucedieron mientras mis pies me coducían al cubículo. Viendo a todos morder, sorber y chupar me dio hambre, pero no podía pensar en eso ahora. Me senté ante la computadora. Era un modelo cuántico, pero ya lo sabía, de nada servía lamentarse. Cubrí con mi cuerpo la holopantalla lo mejor que pude, mientras los dedos de John volaban sobre el teclado, buscando los directorios de Apocalipsis4. Stop. El servidor que custodiaba el último acceso me pidió la contraseña del día. Vacilé una fracción de segundo mientras le preguntaba a John. Encontré la contraseña y la introduje. Estaba dentro. El logotipo del proyecto era la misma imagen que yo había visto anoche en el holo. Aquí estaba todo lo que necesitaba enviar a Control. Sin perder tiempo comencé a copiar los datos en un cristal cuántico. La documentación era de 15 petabytes, y tardaría media hora en transferirse con todas sus ramificaciones. Entonces comprendí que había cometido un error de cálculo. Las computadoras cuánticas del Pentágono precisan una temperatura cercana al cero absoluto para garantizar la superconductividad en sus circuitos. A pesar del aislamiento térmico, hacía mucho más frío en la oficina que en el exterior. Mi cuerpo tuvo que emplearse a tope para mantener los preciosos 37 grados centígrados del John-metabolismo. Lo supe por el hambre desproporcionada que sentía. Mi calculada ventana de dos horas se había reducido drásticamente. La transferencia de archivos terminó luego de lo que me pareció una eternidad. Tomé el cc apremiado por la urgencia. Perdí unos segundos preciosos ante un dispensador automático, tomando café, devorando dulces y gaseosas. Todo tenía tan bajo contenido calórico que no compensaba la demora. Me convencí de que no lograría salir de allí. Cielos, los Mayores habían monitoreado por diez millones de años la emergencia de vida inteligente en este planeta sin dejarse ver. ¿Iba yo a ser el primero en volar mi fachada? Mis órdenes en una situación de riesgo eran autodestruirme antes que revelar mi verdadera identidad. Yo había sido entrenado para hacerlo. Toda vida es transitoria. ¡Pero al menos debía entregar el cc a Anne! Tomé al camino de su oficina presa de agudas punzadas. Dejé caer la leche malteada y alguien llamó mi nombre a mis espaldas, pero no me detuve. Cuando llegué a la puerta de Anne perdí el equilibrio y caí. La puerta se abrió, alguien me tomó por las axilas y me introdujo, cerrando con fuerza. —¡Sigue conmigo, John! —gritó Anne, y me ayudó a ponerme de pie. Al ver que las estrías pectorales pulsaban por salir de mi pecho, comprendió. Corrió hacia una pequeña nevera y extrajo una pieza de carne roja. Eficiente, previsora Anne. Me salvó la vida. O quizá salvó la suya. Por un fracción de segundo estuvo a punto de… No importa. Devoré la carne en cuatro mordiscos, ciego y sordo a los escrúpulos humanos. Inmediatamente me sentí mejor. Le conté lo sucedido. Ella sonrió, dando a entender que todo estaba bien. —¿Tienes la información? —Seguro —dije, y se la mostré. Quince minutos después me acompañó afuera y me metió en un taxi rumbo al motel.

* * * Aquí y allá, en distintos momentos, en el sector que monitoreamos los Mayores, se produce una situación roja. Ello significa que en algún mundo está en peligro la supervivencia de la especie dominante. Puede tratarse de una catástrofe natural, o de beligerancias internas. Entonces intervenimos. Los arreglos necesarios para el monitoreo suelen ser incómodos. Involucran crear un organismo local para la formación de Agentes, que opere en secreto con el decursar de las generaciones. Como Agentes, preferimos especimenes hembras (allí donde esta distinción tiene sentido) dotadas de descollante inteligencia, sensibilidad y responsabilidad. Cuando la situación está madura, Control envía un Auditor (c’est moi) a obtener datos concretos y luego un Interceptor para precluir la catástrofe. Dista mucho de ser un método a prueba de fallos, pero debe ser así si no queremos revelarnos. Muchos agentes han sido incapaces de ubicarse en sitios de poder. Otros han dado falsas alarmas, o han muerto en el cumplimiento del deber. Unos pocos han expuesto las sacerdotisas a la luz pública, por accidente o por traición. En ningún caso les han creído. El sistema funciona, a pesar de los imprevistos. Y nos aseguramos de aprender de aciertos y errores por igual. La razón última por la que intervenimos nunca se la decimos a los Agentes. Ha demostrado ser contraproducente. Por lo general ellos asumen que preservar la vida es un fin en sí mismo. Anne es un ejemplo brillante de lo que puede ser un Agente: fiel, preocupada, voluntariosa. Su experiencia iba a ser muy útil en la formación de las nuevas generaciones. Esa noche se reunió conmigo en el motel. Estaba excitada porque lo habíamos logrado. Me pidió ver el contenido del cc, y yo se lo mostré. Sus ojos azules recorrieron la pantalla del laptop, donde un millón de fórmulas danzaban frenéticas. —Es increíble que lo hayas logrado —dijo, apartándose el cabello de los ojos y confinándolo tras sus orejas—. ¡Increíble! —¿Eso significa que lo dudaste alguna vez? —pregunté, asomándome a la puerta del baño. —Es sólo que John, como todos los demás involucrados, tenía un entrenamiento especial. Jamás hubiese revelado las claves. Ni drogas, ni hipnosis ni tortura se la hubiesen podido arrancar. Estaban sepultadas en lo más hondo de su ser. Yo me encogí de hombros. —Todo está en la carne. Me comí la carne, y me apoderé de la clave. Ella sacudió la cabeza. —¡No es así como funciona! —Oh, sí. Incluso sus científicos lo saben. Pero ustedes prefieren disfrazar el hecho. Me pasé una esponja húmeda por el cuello, me sequé, y me desenrollé las mangas de la camisa. Salí. Anne estaba sentada en la cama, mirándose las manos. Era otra vez una chica de veinte años, inteligente y obstinada, negándose a aceptar dócilmente algo que no comprendía. —¿Me dices que la ciencia, la filosofía, el arte...que los atributos del espíritu son una ilusión, y que la naturaleza del universo es comer o ser comido? —Estoy hablando metafóricamente, Anne. Deja a un lado esos tontos escrúpulos. Sustancia, energía e información forman una pirámide alimentaria universal. Y el ojo en la cima de la pirámide es Dios, para darle un nombre que te sea familiar, que se cena el universo cada cierto tiempo para luego fabricarlo de cero. Ustedes llaman a eso Big Bang. Anne se puso de pie y encendió un cigarrillo. Ella, como yo, había tomado conciencia de lo atípico de la situación. Estaba discutiendo Dios con un alienígena. Levantó el cc. —¿Qué harán respecto a Apocalipsis4? —No soy yo quien lo decida. Detenerlo de alguna manera, eso es seguro. En Control examinarán toda la información y encontrarán la manera más eficiente de anularlo... sin dejarnos ver, por supuesto. Quizá una figura mesiánica haga el truco. O un descubrimiento científico inesperado. O la amenaza de un meteorito. Lo que sea que conserve los valores especiales de la civilización terrestre. —Ustedes nos están protegiendo para alimentarse, y así robarnos lo que hemos acumulado durante todo este tiempo. Sonreí. —No antes de que hayan madurado lo suficiente. —¿Por qué me estás revelando esto? Sus ojos fueron al transmisor junto a la ventana, y de nuevo a mí. —¿Te comunicaste ya con Control? —Sí. Y recibí una nueva instrucción. Tu relación emocional con un objetivo no te hace confiable. Pero has sido una buena agente. Necesitamos tu experiencia. Comencé a soltarme, y ella gritó. Media hora después salí de la habitación, la cerré con llave y subí al auto de Anne. El cambio de planes me vino bien, porque a estas alturas el Pentágono debía estar echando de menos a John McCaffery. Quizá incluso había dado parte a la policía. Acomodé mi pelo gris tras las orejas, me quité los zapatos de tacón y conduje hacia la Terminal. TAZ. La zona temporalmente autónoma

Hakim Bey

"Esta vez, sin embargo, vendré como el victorioso Dionisio, convirtiendo el mundo en una fiesta ... No me sobra el tiempo ..." Nietzsche

Utopías piratas

Los piratas y corsarios del siglo xviii crearon una «red de información» que envolvía el globo: primitiva y dedicada primordialmente a los negocios prohibidos, la red funcionaba admirablemente. Repartidas por ella había islas, remotos escondites donde los barcos podían ser aprovisionados y cargados con los frutos del pillaje para satisfacer toda clase de lujos y necesidades. Algunas de estas islas mantenían «comunidades intencionales», completas mini-sociedades que vivían conscientemente fuera de la ley y mostraban determinación a mantenerse así, aunque fuera sólo por una corta -pero alegre- existencia.

Hace algunos años investigué un montón de material secundario sobre piratería, intentando encontrar algún estudio sobre estos enclaves, pero parece que todavía ningún historiador los había encontrado merecedores de análisis serio. (William Burroughs había mencionado el tema, como lo hizo el anarquista inglés Larry Law - pero no se había hecho ningún estudio sistemático). Me remití a la fuentes directas, y construí mi propia teoría, algunos de cuyos aspectos analizaré aquí. Decidí llamar a aquellos asentamientos «utopías piratas».

Recientemente Bruce Sterling, uno de los máximos exponentes de la ciencia-ficción cyberpunk, publicó el relato de un futuro cercano partiendo de asumir que la decadencia de los sistemas políticos desembocaría en una proliferación descentralizada de experimentos sobre formas de vida: gigantescas corporaciones de propiedad obrera, enclaves independientes dedicados a la piratería de datos, enclaves verde- socialdemócratas, enclaves de trabajo cero, zonas anarquistas liberadas, etc. La economía de la información que sostenía esa diversidad era llamada «la red»; sus enclaves -y el título mismo del relato- era «Islas en la Red».

Los proscritos medievales fundaron un «Estado» que consistía en una red de remotos valles y castillos, separados por miles de kilómetros, estratégicamente invulnerables a la invasión y conectados por un permanente flujo informativo de agentes secretos, en guerra con todos los gobiernos y dedicado exclusivamente al conocimiento. La tecnología moderna, culminando con el satélite espía, convierte esa especie de autonomía en un sueño romántico. ¡No más islas piratas! En el futuro, la propia tecnología -liberada de todo control político- hará posible un mundo entero de zonas autónomas. Pero por ahora el concepto es todavía justamente ciencia ficción, especulación pura.

¿Es que estamos condenados, los que vivimos el presente, a nunca experimentar la autonomía, a nunca habitar ni por un momento una tierra legislada sólo por la libertad? ¿No nos queda otra opción que la nostalgia del pasado o la nostalgia del futuro? ¿Tendremos que esperar a que la totalidad del mundo sea liberado del control político antes de que uno sólo de nosotros pueda exigir conocer la libertad? La lógica y la emoción se alían para negarnos la posibilidad. La razón establece que uno no puede luchar por aquello que no conoce, y nuestro corazón se rebela frente a un universo tan cruel como para imponer tal injusticia a nuestra generación, sola ante la humanidad.

Decir algo así como «no seré libre hasta que todos los humanos -o todas las criaturas sensibles- lo sean» es, simplemente, condenarnos a una especie de estupor-nirvana, abdicar de nuestra humanidad, definirnos como perdedores.

Creo que extrapolando las historias del pasado y el futuro sobre las «islas en la red» podríamos acumular suficientes evidencias como para afirmar que una especie de «enclave libre» no sólo es en nuestro tiempo posible, sino de hecho ya existente. Toda mi investigación ha cristalizado en el concepto de «Zona temporalmente autónoma» (que a partir de aquí abreviaré TAZ2). Pese a su carácter sintético forzado por mi propio pensamiento, no pretendo que el TAZ sea tomado como un ensayo -en el sentido también de «intento»-, una propuesta o una fantasía poética. Pese al entusiasmo oratorio de mi lenguaje, no pretendo elaborar ningún dogma político. De hecho, renuncio a definir el TAZ: planeo alrededor del concepto, pasando de reflejos exploratorios. Al final, el TAZ es prácticamente auto-explicativo. En el contexto del mundo contemporáneo, podría ser entendido sin dificultad ... entendido en la acción.

Esperando la revolución

¿Cómo es que todo mundo puesto patas arriba siempre termina por enderezarse? ¿Por qué siempre a toda revolución sigue una reacción, como una temporada en el infierno?

La revuelta, o la forma latina insurrección, son palabras que los historiadores utilizan para describir las revoluciones fallidas -movimientos que no completan la curva prevista, la trayectoria consensuada: revolución, reacción, traición, fundación de un estado aún más fuerte y opresivo, la vuelta de la tortilla y el retorno de la historia una y otra vez a su más alta forma: el látigo en el rostro de la humanidad por siempre.

Al fallar en el cumplimiento de la curva, la revuelta sugiere la posibilidad de un movimiento que escapa y va más allá de la espiral hegeliana del progreso, que secretamente no es sino un círculo vicioso. Surgo -levantamiento, aparición. Insurgo - levantamiento, rebelión de uno mismo. Una operación de comienzo, de toma de las riendas. Un adiós a la maniatada parodia del círculo del karma, de la fútil revolución histórica. La consigna «¡revolución!» se ha convertido de proclama en veneno, un maligno hado pseudognóstico, una fantasmagoría en la que sin importar cuánto luchemos quedamos siempre atrapados por el demonio de Aión, el íncubo del estado, de un Estado tras otro, cada paraíso regido por un ángel más maligno.

Si la Historia es Tiempo -como pretende- entonces la revuelta es un momento que salta por encima del Tiempo, que viola la «ley» de la Historia. Si el Estado es la Historia - como pretende- entonces la insurrección es el momento prohibido, una inolvidable denegación de la dialéctica -una sacudida polar que nos expulsa de lo oscuro, una maniobra chamánica realizada desde un ángulo imposible del universo.

La Historia pregona que la Revolución quiere permanencia, o cuando menos duración, mientras que la revuelta es temporal. En ese sentido una revuelta es como una experiencia límite, lo contrario del estándar de la conciencia y experiencia ordinaria. Como la fiesta, la revuelta no puede ocurrir cada día -de otra forma no sería extra- ordinaria. Pero tales momentos de intensidad dan forma y sentido a la totalidad de una vida. El chamán retornará -no puedes permanecer a tope siempre-, pero todo habrá cambiado, una diferencia se ha instaurado.

Habrá quien objete que se trata de un consuelo para desesperados. ¿Qué quedaría del sueño anarquista, del estado sin estado, de la Comuna, de la zona autónoma duradera, de la sociedad libre, de la cultura libre? ¿Vamos a abandonar toda esperanza por una especie de existencialista acto gratuito? El punto, se objetará, no es cambiar las conciencias, sino cambiar el mundo.

Acepto que esta es una crítica honesta. Pero opongo pese a todo dos objeciones. Primera, que ninguna revolución nos ha traído esos sueños. Su intuición aparece en el momento de la revuelta -pero tan pronto como la revolución triunfa y el Estado vuelve, los sueños e ideales están ya traicionados. No es que renuncie a toda esperanza o deseo de cambio -sino que desconfío del término revolución. Y segunda, que incluso aunque reemplacemos el intento revolucionario por un concepto de insurrección que espontáneamente atrae un florecimiento anarquista, nuestra particular situación histórica no es propicia para reto tan enorme. Absolutamente nada, sino un fútil martirio, resultaría de una colisión frontal con el Estado terminal, el estado de la megacorporación, de la información, el imperio del Espectáculo y la Simulación. Todas sus armas nos apuntan, mientras nuestros ridículos dardos no encuentran nada contra lo que disparar sino una histéresis, una rígida nada, un fantasma capaz de absorber cada chispa en un ectoplasma informativo, una sociedad de la capitulación regida por la imagen de la Pasma y el Ojo absorbente de la pantalla televisiva.

Brevemente: no proponemos el TAZ como un fin exclusivo en sí mismo, reemplazando todas las otras formas de organización, tácticas y objetivos. Lo defendemos porque puede proveer la clase de intensificación asociada con la revuelta sin conducir necesariamente a su violencia y sacrificio. El TAZ es como una revuelta que no se engancha con el Estado, una operación guerrillera que libera un área -de tierra, de tiempo, de imaginación- y entonces se autodisuelve para reconstruirse en cualquier otro lugar o tiempo, antes de que el Estado pueda aplastarla. Puesto que el Estado tiene más que ver con la Simulación que con la substancia, el TAZ puede ocupar estas áreas clandestinamente y llevar adelante sus propósitos subversivos por un tiempo en relativa paz. Puede que incluso algunos pequeños TAZs hayan durado vidas enteras, y ello gracias a su capacidad de permanecer ignorados, como pequeños enclaves rurales que nunca se han cruzado con el Espectáculo, que nunca han aparecido fuera de la «vida real» que resulta invisible a los agentes de la Simulación.

Babilonia toma sus abstracciones por lo real; precisamente en ese margen de error se constituye el TAZ. Ponerlo en marcha puede requerir tácticas de violencia y defensa, pero su mayor fuerza reside en su invisibilidad -el Estado no puede reconocerlo porque la Historia carece de definición para él. Tan pronto como un TAZ es nombrado - representado y mediatizado- debe desaparecer, desaparece de hecho, dejando tras de sí un vacío, resurgiendo de nuevo en otro lugar, e invisible de nuevo en tanto indefinible para los términos del Espectáculo. De esa manera el TAZ es una táctica perfecta para una Era en que el estado es omnipotente y omnipresente, pero también lleno de fisuras y grietas. Y en tanto el TAZ es un microcosmo del «sueño anarquista» de una cultura libre no se me ocurre pensar mejor táctica para trabajar por él experimentando a la vez algún beneficio aquí y ahora.

En suma, el realismo nos impone no sólo dejar de esperar «la Revolución», sino incluso dejar de desearla. Revuelta, en cambio. Revuelta sí, tan a menudo como sea posible, e incluso asumiendo los riesgos de la violencia. Los espasmos del Estado Simulador serán espectaculares, pero en la mayoría de los casos la mejor y más radical táctica será rechazar entrar en el juego de la violencia espectacular, retirarse del área del simulacro, desaparecer.

El TAZ es un campamento de guerrilleros ontológicos: golpean y corren. Mantén en movimiento a la tribu entera, aunque sólo se trate de datos en el Web. El TAZ tiene que ser capaz de defensa: pero tanto su ataque como su defensa deben, siempre que puedan, eludir la violencia del Estado, que es una violencia sin sentido. El ataque se hace contra estructuras de control, esencialmente contra las ideas; y la defensa es la invisibilidad -un arte marcial- y la invulnerabilidad -un arte oculto entre los marciales. La «máquina de guerra nomádica» conquista antes de ser notada, y se desplaza antes de que el mapa pueda ser reajustado. Por lo que concierne al futuro, sólo los autónomos podrán planificar la autonomía, organizarla, crearla. Es una operación que se autoinicia, fundacional. El primer paso tiene algo de satori: la realización del TAZ comienza con el simple acto de su realización.

Psicotopología de la Vida Cotidiana

La idea del TAZ surge en principio de una crítica de la de Revolución, en favor de la de Insurrección. La primera etiqueta a la segunda como fracaso, pero para nosotros la revuelta representa una posibilidad mucho más interesante -desde la perspectiva de una psicología de la liberación- que las revoluciones «cumplidas» de la burguesía, los comunistas, los fascistas, ...

La segunda fuerza generativa del TAZ reside en el desarrollo histórico de lo que llamaría la «clausura del mapa». El último pedazo de Tierra sin reclamar por una u otra nación fue engullido en 1899. El nuestro es el primer siglo sin terra incognita, sin última frontera. La nacionalidad es el más alto principio de gobierno mundial -ni un pedazo de roca en los mares del Sur es tierra de nadie, ni un valle remoto, y ni siquiera la luna o los planetas. Es la apoteosis del gangsterismo territorial. Ni un solo centímetro cuadrado de tierra está liberado de vigilancia o impuestos ... en teoría. El «mapa» es un sistema político abstracto de coordenadas, un gigantesco fraude reforzado por la zanahoria condicionadora del estado experto, hasta que al final para la mayoría de nosotros el mapa deviene el territorio -no más la «isla de la tortuga», sino los USA. Y justamente porque el mapa es una abstracción, no puede cubrir la tierra - con precisión 1:1. En el contexto de complejidad fractal de la geografía actual, el mapa sólo puede abarcar coordenadas dimensionales. Sin embargo inmensas extensiones plegadas escapan al patrón mesurador. El mapa no es preciso, no puede ser preciso.

Por ello -la Revolución está clausurada, pero la insurgencia abierta. En nuestro tiempo no cabe sino concentrar nuestra fuerza en «poderes insurgentes», eludiendo todo entrampamiento en cualquier «solución permanente».

Y el mapa está clausurado -pero la zona autónoma está abierta. Metafóricamente, se esconde plegada bajo las dimensiones fractales invisibles para una cartografía de Control. Y aquí es donde debemos introducir el concepto de psicotopología (y psico- topografía), como una ciencia alternativa -a la vigilancia y cartografiado del Estado y su «imperialismo psíquico». Sólo una psicotopografía puede trazar mapas a escala 1:1 de la realidad, porque sólo la mente humana posee la complejidad suficiente como para reproducir lo real. Y un mapa 1:1 no puede controlar su territorio -por la sencilla razón de que es virtualmente idéntico a él. Sólo puede ser usado para sugerir determinadas actuaciones. Buscamos en él «espacios» -geográficos, sociales, culturales, imaginarios- con fuerza potencial para florecer como «zonas autónomas» -y buscamos tiempos en los que estos espacios se encuentren relativamente abiertos, bien por desinterés del estado en ellos, bien porque hayan pasado desapercibidos a los cartógrafos, o por la razón que sea. La psicotopología es el arte de la prospección de nuevos TAZs potenciales.

Las clausuras de la Revolución y el Mapa, sin embargo, no son sino las fuentes negativas del TAZ; queda mucho por decir sobre su inspiración positiva. La reacción por sí sola no proporciona sino la energía necesaria para que se manifieste un TAZ. Pero una revuelta tiene también que hacerse para algo.

1. En primer lugar, podemos hablar de una antropología natural del TAZ. La familia nuclear es la unidad base de las sociedades del consenso, pero no del TAZ («Familias: ¡cómo las odio! Miserias del amor» -Gide). La familia nuclear, con sus «miserias edípicas», parece ser un invento neolítico, una respuesta a la «revolución agrícola» con la escasez y la jerarquía impuestas. El modelo paleolítico era a la vez más primario y radical: la banda. La típica banda nómada o seminómada de cazadores en grupo reunía a unos 50 miembros. En las sociedades tribales mayores, la estructura de bandas se completaba por los clanes de la tribu, o por agrupamientos tales como sociedades secretas o iniciáticas, de caza o guerra, de género, «repúblicas infantiles» etc. Si la familia nuclear tiene su origen en la escasez -y se resuelve en miseria- la banda resulta de la abundancia y es pródiga. La familia es cerrada, por lo genético, por la posesión machista de la mujer y los niños, por la jerárquica totalización de la sociedad agrícola/industrial. La banda en cambio es abierta -no a todos, por supuesto, pero sí a todo el grupo de los afines: los iniciados se comprometen por lazos de amor. La banda no es parte de ninguna jerarquía superior, sino parte de un modelo horizontal de relaciones, lazos de sangre extendidos, contratos y alianzas, afinidades espirituales, etc. (La sociedad Indio-americana conserva ciertos aspectos de esa estructura incluso ahora). En nuestra sociedad postespectacular del Simulacro, muchas fuerzas actúan -incluso invisiblemente- para desfasar la familia nuclear, y traer de vuelta la banda. Ciertas rupturas en la estructura del Trabajo tienen su resonancia en la «estabilidad» arruinada de la unidad-hogar y la unidad-familia. Las bandas de cada cual incluyen ahora amigos, esposas y amantes, la gente se reúne en trabajos o seminarios, por grupos de afinidad, en redes de intereses especializados o redes de correo, etc. La familia nuclear se convierte cada vez más en una trampa, en un desagüe cultural, en una secreta y neurótica implosión de átomos estallados -y la contraestrategia obvia que inmediatamente emerge desde el mismo inconsciente pasa por el redescubrimiento de la -a la vez más arcaica y postindustrial- posibilidad de la banda.

2. El TAZ como «festividad». Stephen Pearl Andrews ofreció en una ocasión, como imagen de una sociedad anarquista, la descripción de una cena-fiesta, en la que toda estructura de autoridad quedaba disuelta en la convivencia de la celebración. También podríamos invocar a Fourier y su idea de la sensualidad como base del devenir social - »tactilidad» y «grastrosofía» como himnos de respuesta a la denegación social de las implicaciones del olfato y el gusto. Los antiguos conceptos del julibeo y las fiestas saturnales se originaban en la convicción de que ciertos eventos sucedían fuera del orden del «tiempo profano», bajo la medida del Estado y la Historia. Estas festividades literalmente ocupaban vacíos en el calendario -eran intervalos intercalados. Durante la edad Media cerca de una tercera parte del año era consagrado a festividades. Es posible que las razones de la resistencia a la reforma de los calendarios tuvieran menos que ver con los «once días perdidos» que con la sospecha de que la ciencia imperial conspiraba para eliminar esos vacíos en el calendario que acumulaban la libertad de las gentes -un golpe de estado, un cartografiado de los años, un someter a medida al tiempo mismo, convirtiendo el cosmos orgánico en un universo mecánico. La muerte de lo festivo.

Los participantes en cualquier insurrección invariablemente se entregan a su aspecto festivo, incluso en medio de la lucha armada, el riesgo y el peligro. La revuelta es como una saturnal arrancada -o forzada a desvanecerse- de su intervalo que quedara libre para estallar en cualquier lugar o momento. Liberada de tiempo y lugar, posee no obstante un olfato propio para el desencadenarse de los acontecimientos, y una afinidad con el genius loci; la ciencia de la psicotopología reconoce «flujos de fuerza» y «centros de poder» -para utilizar metáforas ocultistas- en los que se puede localizar espaciotemporalmente un TAZ, o al menos ayudar a definir su relación con un momento y una localización.

El media nos invita a «venir a celebrar los grandes momentos de nuestra vida» mediante la unificación espúrea de la mercancía y el Espectáculo, el famoso no- acontecimiento de la pura representación. En respuesta a esa obscenidad tenemos, de un lado, el espectro del rechazo (descrito por los situacionistas, John Zerzan, Bob Black y otros), y por otro la emergencia de una cultura festiva distinta y aún oculta a los managers de nuestro ocio. «Luchar por el derecho a la fiesta» es algo más que una parodia de la lucha radical: es una manifestación de esa misma lucha, adecuada a un tiempo que ofrece televisiones y teléfonos como medios de «contactar y tocar» a otros seres humanos, como vías para «estar Ahí».

Pearl Andrews tenía razón: la fiesta nocturna es ya «la semilla de una nueva sociedad tomando forma en la cáscara de la anterior». Las reuniones tribales de los 60, los cónclaves de eco-saboteadores, la idílica Beltane de los neopaganos, las grandes conferencias anarquistas, los círculos gays ... Las fiestas de alquiler en Harlem en los 20, los nightclubs, los banquetes, los grandes picnics libertarios, debemos reconocer que todos ellos han sido ya «zonas liberadas» de algún tipo, o por lo menos TAZs potenciales. Ya abierta a sólo unos pocos amigos, como una fiesta-cena, ya a miles de participantes, como un Be-In, la fiesta siempre es abierta porque no está regulada, sometida a orden; puede estar planeada, pero a menos que «suceda» por sí misma es un fracaso. El factor espontaneidad es crucial.

La esencia de la fiesta: el cara a cara, el grupo de humanos que pone en común sus esfuerzos para realizar sus deseos, se trate de comida y bebida, baile, conversación o el arte de vivir; puede que incluso para el placer erótico, o para crear obras de arte colectivas, o para atraer el puro circular de la alegría. En síntesis, la «unión de los egoístas» -en el sentido de Stirner- o acaso -en términos ahora de Kropotkin- una base biológica que conduce a la ayuda mutua. También aquí cabría mencionar la «economía del derroche» bataillana y su teoría de la cultura potlach.

3. Fundamental para dar forma a una realidad TAZ es el concepto de nomadismo psíquico -o, como humorísticamente lo llamamos, un «cosmopolitanismo del desarraigo». Algunos aspectos de este fenómeno han sido analizados por Deleuze y Guattari en «La nomadología y la máquina de guerra», por Lyotard en Deriva, y por diversos autores en el número sobre el «Oasis» de la revista Semiotext(e). Utilizamos el término «nomadismo psíquico» mejor que el de nomadismo urbano, nomadología, deriva, etc., simplemente para aglutinar todos estos conceptos en un único complejo difuso, para estudiarlo a la luz del advenir del TAZ.

La «muerte de dios», en muchos aspectos un descentramiento global del proyecto europeo, abrió a una visión del mundo multiperspectiva y postideológica capaz de moverse desarraigada desde la filosofía al mito tribal, desde las ciencias naturales al Taoismo -capaz de por primera vez percibir como a través de los ojos múltiples de un insecto, cada faceta ofreciendo una visión separada de un mundo completo.

Pero esta visión está sometida a la exigencia de habitar una época en que la velocidad y el «fetichismo de la mercancía» han creado una tiránica unidad falsa que tiende a difuminar toda diversidad cultural e individual, de tal manera que «cualquier lugar vale tanto como cualquier otro». Esa paradoja crea nómadas, viajeros psíquicos que se mueven por la curiosidad o el deseo, aventureros de escasas lealtades -de hecho desleales al «proyecto europeo», que ha perdido todo charme y toda vitalidad-, no ligados a ningún tiempo ni lugar y lanzados a la busca de diversidad y aventura. Esa descripción abarca no sólo a los intelectuales y artistas de clase X, sino también a los inmigrantes, los refugiados, los homeless, los turistas, los religionarios de la cultura de la caravana, -y también a la gente que viaja por la red, aunque nunca abandone su propia habitación, (o a aquellos que, como Thoureau, han viajado mucho -en la concordia); y finalmente incluye a todo el mundo, a todos nosotros, viviendo con nuestros automóviles, nuestros teléfonos, nuestros viajes de vacaciones, nuestras televisiones, nuestros libros y películas, cambiando de trabajos, de estilos de vida, religiones, dietas etc., etc.

El nomadismo psíquico como táctica, lo que metafóricamente Deleuze & Guattari llamaron la máquina de guerra, transforma la paradoja de pasiva en activa -e incluso violenta. Los últimos estertores de dios se han prolongado durante tanto tiempo -en las formas del Capitalismo, Comunismo y Fascismo, por ejemplo- que todavía queda mucha «destrucción creativa» por hacer, para ser satisfecha por los comandos post- bakunianos y post-nietzscheanos, o por los apaches -literalmente, «enemigos»- del viejo Consenso. Estos nómadas practican la razzia, son corsarios, virus. Necesitan y desean TAZs, campos de tiendas oscuras bajo las estrellas del desierto, interzonas, fortificados oasis escondidos en las rutas de las caravanas, pedazos liberados de jungla y tierras baldías, áreas prohibidas, mercados negros y bazares underground.

Estos nómadas guían sus movimientos por estrellas extrañas, que pueden ser clusters luminosos de datos en el ciberespacio, o quizás meras alucinaciones. Coloca un mapa de la tierra; sobre él superpón un mapa de los cambios políticos; sobre él, otro de la red, particularmente de la antired que enfatiza el flujo de información clandestina -y finalmente, sobre todos ellos, el mapa 1:1 de la imaginación creativa, de los valores, de la estética. Las coordenadas resultantes cobrarán vida, animadas por gotas y olas de energía inesperada, coágulos de luz, secretos túneles, sorpresas.

La red y el Web

El siguiente factor que contribuye a la formación de TAZs es tan vasto y ambiguo que necesita una sección por sí mismo.

Hemos hablado hasta ahora de la red, que definiríamos como la totalidad de la información y el flujo comunicativo. Algunos de estos flujos son privilegiados, y limitados a alguna élite -lo que le da a la Red un cierto aspecto jerárquico. Otros flujos permanecen en cambio abiertos a todo el mundo -lo que en cambio le da a la red, a la vez, un cierto carácter de horizontalidad no jerárquica. Los datos militares y de Inteligencia son restringidos, como lo son los bancarios, los de divisas, etc. En su mayor parte, en cambio, los datos telefónicos, el sistema postal, los bancos de datos públicos, etc., son accesibles a todos y cualquiera. De tal manera que dentro de la red ha empezado a emerger una especie de secreta contra-red, que llamaremos el Web (como si la red3 fuese una red de pescador, mientras la Web fuese una especie de tela de araña tejida en los intersticios y secciones rotas de la red). Normalmente usaremos el término Web para referirnos a la estructura horizontal, alternativa, del sistema de intercambio de informaciones, a la red no jerárquica, y reservaremos el término antired4 para referirnos los usos clandestinos, ilegales y subversivos del Web, incluyendo la actual piratería de datos y otras formas de sabotaje de la propia red. La red, el Web y el antired son todos parte del mismo modelo complejo y global, y se funden mutuamente entre sí en innumerables puntos. No son términos que pretendan describir «áreas» -sino sugerir tendencias, modos de uso.

(Disgresión: antes de que se condene a la Web o la Antired por «parasitismo» -y por tanto por no poder ejercer una fuerza auténticamente revolucionaria-, piénsese en qué consiste la «producción» en la era del Simulacro. ¿Cuál o qué es la «clase trabajadora», productiva? Quizás haya que admitir que tales términos han perdido su significado. De cualquier manera, las respuestas a preguntas semejantes son tan complejas que el TAZ tiende a ignorarlas por completo y se limita a tomar aquello que puede utilizar. «La cultura es nuestra naturaleza» -y somos los mirlos ladrones, o los cazadores grupales de la era de la Técnica). Las formas actuales de la Web inoficial son -habrá que suponer- todavía muy primitivas: la red marginal de «zines», las redes de BBS, la piratería de software, el hacking, el phone-phreaking, algo de influencia en la prensa y la radio -y prácticamente ninguna en ninguno de los otros grandes media: nada de estaciones de televisión, ningún satélite, nada de fibra óptica o cable, etc. No obstante, la red se presenta como un patrón de relaciones cambiantes y en evolución entre sujetos (usuarios) y objetos (datos). La naturaleza de esas relaciones ha sido exhaustivamente explorada, de McLuhan a Virilio. Costaría páginas y páginas probar lo que a estas alturas todo el mundo sabe. Y mejor que reescribir todo ello de nuevo, me interesa preguntarme cómo este tipo de relaciones en evolución hace posibles modos de implementación para el TAZ.

El TAZ tiene localizaciones temporales -pero efectivas- en el tiempo y en el espacio. Y también ha de tener una «localización» en el Web, y esa localización es de distinto tipo, no efectiva sino virtual, no inmediata pero sí instantánea. El Web no sólo proporciona soporte logístico para el TAZ, ayuda a que aparezca. Hablando crudamente: puede decirse que el TAZ existe tanto en el espacio de la información como en el «mundo real». El Web puede compactar grandes cantidades de tiempo - como hace con los datos- en espacios infinitesimales. Ya hemos apuntado que, por su carácter temporal, el TAZ debe necesariamente renunciar a las dimensiones de la libertad que significan duración y una localización más o menos fija. El Web ofrece una especie de sucedáneos de esas ausencias -puede informar al TAZ, desde su mismo inicio, con enormes cantidades concentradas de tiempo y espacio «sutilizadas» como datos.

En este momento de evolución del Web, y considerando nuestras demandas de sensualidad y encuentro directo, debemos considerar el Web en primer lugar como un sistema de soporte, capaz de llevar información de un TAZ a otro, de defenderlos, de convertirlos en invisibles o agresivos si la situación lo requiere. Pero es más que eso: si el TAZ es un campo nómada, el Web puede ofrecer la épica, las canciones, las genealogías y las leyendas de la tribu; revela las rutas de las caravanas y las ocasiones de asalto que alimentan la economía de la tribu; incluso contiene muchos de los caminos que recorrerán, muchos de los sueños que experimentarán como signos y portentos.

El Web no depende para su existencia de la tecnología informática. El boca-a-boca, el correo, la red marginal de fanzines, los árboles telefónicos y cosas de ese tipo ya constituyen una Web de información. La clave no es el tipo o el nivel de la tecnología implicada, sino la apertura y horizontalidad de su estructura. En todo caso, el concepto de red implica el uso de ordenadores. En toda la imaginería de la ciencia ficción, la Red de ordenadores opera como condición del ciberespacio (como en Tron o Neuromancer) y la pseudotelepatía de la realidad virtual. Como fan del cyberpunk no puedo sino imaginar la hacker reality como algo con un papel fundamental en la creación de TAZs. Como Gibson y Sterling, asumo que la red oficial nunca conseguirá clausurar la Web o la antired -la piratería de datos, las transmisiones no autorizadas y el libre flujo de la información nunca podrá ser detenido. De hecho, y tal y como yo la entiendo, la teoría del caos establece justamente que ningún sistema de control universal es posible. De cualquier forma, y dejando al margen cualquier especulación futurística, debemos afrontar una cuestión crucial en relación al Web y la tecnología que implica. El TAZ persigue por encima de todo eliminar la mediación, experimentar la existencia como inmediatez. La misma esencia de su acontecer es el contacto directo -»pecho con pecho», como dirían los sufíes, o cara a cara. En cambio, la esencia del Web es mediación. Las máquinas son aquí nuestros embajadores -la carne se convierte en irrelevante excepto como terminal, con todas las siniestras connotaciones del término.

Puede que el TAZ encuentre su espacio propio justamente liándose a la cabeza la manta de dos aparentemente contradictorias actitudes en relación al hi-tech y su apoteosis, la red: una, la que podemos considerar característica del Quinto Estado -la posición Neopaleolítica Post-situ ultraverde, que se construye como un argumento lúdico contra la mediación y la red; y, dos, la de los utopistas cyberpunk, futurolibertarios, reality hackers y sus aliados, que contemplan la red como un paso adelante en la evolución y asumen que cualquier posible efecto negativo de su mediación puede ser superado -al menos una vez hayamos liberado los medios de producción.

El TAZ coincide con los hackers porque puede advenir precisamente, en parte, a través de la red, incluso a través de la mediación de la red. Pero también coincide con los verdes porque defiende una intensa autoconsciencia de uno mismo como cuerpo y siente repulsión sólo por la cybergnosis en cuanto intento de trascender el cuerpo mediante la simulación. El TAZ tiende a contemplar la dicotomía «técnica/antitécnica» como una dicotomía falaz, como la mayoría de las dicotomías, en la que opuestos aparentes son en realidad falsificaciones o incluso alucinaciones provocadas por la semántica. Dicho de otra forma: el TAZ quiere existir en este mundo, no en la idea de otro mundo, algún mundo visionario nacido de alguna falsa totalización -todo verde o todo metálico- que no puede ser sino pura fantasía vacía -o como diría Alicia, mermelada ayer o mermelada mañana, pero nunca mermelada hoy.

El TAZ es utopista en el sentido de que defiende una intensificación de la vida diaria o, como los surrealistas habrían dicho, la irrupción de la magia en la vida cotidiana. Pero no puede ser utópico en el sentido efectivo del término, de «no lugar», el lugar sin lugar. El TAZ es y está siempre en algún sitio. Se sitúa en una intersección de fuerzas, como una especie de centro de fuerza pagano en la confluencia de misteriosas líneas cósmicas, reconocibles al adepto en aparentemente invisibles fragmentos de tierra, paisaje, flujos de aire, agua o animales. Pero ahora las líneas no están todas trazadas en el espacio-tiempo. Algunas existen sólo en el Web, incluso aunque se entrecrucen con tiempos y lugares reales. Puede que algunas de estas líneas sean no- ordinarias, en el sentido de que no hay convención que pueda calificarlas. Son líneas que podrían ser estudiadas mejor a la luz de la teoría del caos que a las de la sociología, la estadística o la economía. Los patrones de fuerza que hacen brotar un TAZ tienen algo que ver con aquellos «atractores extraños» que aparecen, por así decir, entre las dimensiones.

Por su naturaleza, el TAZ se apropia de cualquier medio que le permita realizarse: puede venir a la vida lo mismo en una caverna que en una ciudad espacial. Por encima de todo, existirá, ahora, tan pronto como sea posible, dondequiera pueda, sin tener en cuenta ninguna ideología ni anti-ideología. Usará el ordenador, porque el ordenador existe, pero también utilizará múltiples poderes tan apartados de la alienación y el simulacro que lograrán asegurar un cierto paleolitismo psíquico para el TAZ, un espíritu primordial-chamánico que infectará la propia red -ese es el significado del cyberpunk, como yo lo entiendo. En tanto el TAZ es intensificación, derroche, exceso, potlach, vida consumida en vivir en vez de en sobrevivir (ese lamentable bienestar de los 80), no podrá ser definido ni por lo técnico ni por lo antitécnico. Se contradice a sí mismo sin dudarlo, porque se quiere a cualquier coste y sin perseguir ninguna perfección -que supondría su inmovilidad final.

En la serie de Mandelbrot y su realización gráfica por ordenador observamos -en un universo fractal- mapas contenidos y de hecho escondidos dentro de otros mapas dentro de otros mapas ..., hasta el límite de la propia capacidad del ordenador. ¿Para qué sirve todo ello, este mapa que en cierto sentido comporta una relación 1:1 con una dimensión fractal? ¿Qué podemos hacer con él, aparte de admirar su elegancia psicodélica?

Si imagináramos un mapa de la información -una proyección cartográfica de la totalidad de la red- tendríamos que incluir en él los agentes del caos, que han comenzado a aparecer, por ejemplo, en las operaciones de procesamientos complejos en paralelo, en las telecomunicaciones, en las transferencias de dinero electrónico, virus, pirateo guerrillero, etc.

Cada una de estas áreas de caos podrían ser representadas en topografías similares a la serie de Mandelbrot, como penínsulas inscritas o escondidas en el mapa -a punto de desaparecer. Esta «escritura» -que en parte permanece escondida, y en parte se desvanece- representa el proceso mismo en el que la red está inmerso, incompletable en su propia representación, en última instancia incontrolable. En otras palabras, la serie Mandelbrot, o algo parecido a ella, puede demostrarse útil para representar la emergencia de una antired como proceso de caos, una «evolución creativa» en palabras de Prigogine. Si no como otra cosa, la serie Mandelbrot sirve como metáfora para cartografiar el interfaz del TAZ con la red en términos de desaparición de información. Cada «catástrofe» en la red es un nudo de fuerza para el Web, para la antired. La red se verá dañada por el caos, pero al contrario el Web se expandirá en él.

Ya mediante el simple pirateo de datos, ya mediante desarrollos más complejos de su actual manejo del caos, el pirata web -los cibernautas del TAZ- encontrará sistemas para sacar ventajas de las perturbaciones, problemas y caídas de la red (maneras de producir información desde la «entropía»). Como un bricoleur, como un escarbador de escoria informática, como un contrabandista o un difusor de correo negro, incluso quizás como un ciberterrorista, el hacker TAZ trabajará a favor de la evolución de conexiones fractales clandestinas. Estas conexiones, y la información diferente que fluye en ellas, formará poderosos dispositivos de salida capaces de albergar el nacimiento de un TAZ -como si alguien robara electricidad de los monopolios energéticos para iluminar una casa de okupas.

De esa forma el Web -con el fin de producir situaciones que conduzcan al TAZ- parasitará la red; pero también cabe concebir que la estrategia tiene por objetivo construir una red autónoma y alternativa, «libre» y no parasitaria, que pueda servir como base para «una sociedad naciente de la cáscara de la anterior». La antired y el TAZ pueden ser considerados en la práctica objetivos en sí mismos -pero también teoréticamente pueden ser considerados formas de lucha por una realidad diferente. Dicho todo ello, todavía debemos admitir algunas quejas contra los ordenadores, considerar algunas preguntas no contestadas, especialmente acerca del ordenador personal.

La historia de las redes de ordenadores, BBSs y varios otros experimentos de «electro- democracia» han sido un gran hobby para muchos. Muchos anarquistas y libertarios declaran gran fe en el PC como arma de liberación y autoliberación -pero en realidad no es visible su ventaja, no hay logros, no hay ningún grado palpable de libertad conquistada gracias a él.

Tengo muy poco interés en esas hipotéticamente emergentes clases de autoempleados en el procesamiento de datos que muy pronto serán capaces de administrar una gran industria rural o una fabrica de comida rápida trabajando para varias corporaciones y burocracias. No hace falta mucha lucidez para sospechar que esta clase desarrollará su propia subclase -una especie de yupp-proletariado: amas de casa, por ejemplo, capaces de traer a casa un segundo sueldo convirtiendo sus casas en una especie de electro- tiendas, pequeñas tiranías-obreras en las que el «jefe» es una red de ordenadores.

Tampoco me impresiona el tipo de servicios e informaciones que ofrecen las actuales redes «radicales». En algunos lugares -se dice- existe información económica. Puede que sí, pero la mayoría de la información que circula en las BBSs «alternativas» consiste sobre todo en chismes y «chateo». ¿Es eso una «economía»? De acuerdo: los PCs han creado una nueva revolución impresora. De acuerdo también en que las redes marginales están evolucionando. Y de acuerdo en que ahora puedo por ejemplo mantener seis conversaciones telefónicas a la vez. ¿Pero qué cambia todo eso de mi vida cotidiana?

La verdad, todavía hay grandes cantidades de información que pueden enriquecer mi percepción, en libros, televisión, teatro, teléfonos, el servicio postal, los estados alterados de conciencia, etc. ¿De veras necesito un PC para tener más de todo eso? ¿Es que acaso se me ofrece información secreta? Bueno, puede que me sienta tentado -pero todavía reclamo secretos maravillosos, no simplemente números telefónicos que no aparecen en las guías de políticos y policías. Más que nada, me gustaría que los ordenadores me ofrecieran información sobre bienes reales -las «cosas buenas de la vida», como las definía el preámbulo de la IWW. Y aquí, y en tanto acuso a los hackers y usuarios de BBS de no irradiar sino vaguedades intelectuales, me veo obligado a descender de las nubes barrocas de la Teoría y la Crítica y explicar con precisión lo que quiero decir cuando hablo de «bienes reales».

Digamos que por razones a la vez políticas y personales deseo comida buena, mejor de la que puedo obtener del capitalismo -comida no polucionada, bendecida con sabores y olores naturales. Para hacer la cosa más complicada, imagínense que la comida que me apetece es ilegal: leche natural, por ejemplo, o el exquisito mamey cubano, que no se puede importar a los USA porque -se supone- su semilla es alucinógena. No soy granjero. Imaginemos que soy un importador de raros perfumes y afrodisíacos, y compliquemos de nuevo el juego suponiendo que parte de mi stock es también ilegal. O que por ejemplo quiero ofrecer mis servicios de procesamiento de textos para rizomas orgánicos, pero no quiero comunicar mi trabajo a Hacienda (a lo que obliga la ley, se crea o no). O imagínese que me apetece contactar a otros humanos para realizar con ellos actos de mutuo placer consensuados aunque no legales -algo que evidentemente se ha intentado, pero ahora todas las BBSs de sexo duro han sido desmanteladas, y qué sentido tienen las actuales redes underground, carentes de suficiente seguridad. En definitiva, asúmase que me alimento simplemente de información, el fantasma de la máquina. De acuerdo con los apólogos, los ordenadores podrían ser capaces de facilitar la satisfacción de todos mis deseos de comida, drogas, sexo, evasión de impuestos ,... Entonces, ¿qué ocurre? ¿Por qué todo ello no está ocurriendo?

El TAZ ha acontecido, está aconteciendo y seguirá aconteciendo con o sin ordenadores. Pero para que el TAZ alcance todo su potencial, tiene que tratarse menos de un proceso de combustión espontánea que de un tema de «islas en la red». La red, o mejor la antired, asume el compromiso de un aspecto integral del TAZ, un sumatorio que aumentará exponencialmente su potencial, produciendo un «salto cuántico» - extraño que esa expresión haya pasado a significar un «gran salto»- en complejidad y significancia. El TAZ tiene que empezar a existir en un mundo de espacio puro, el mundo de los sentidos. Liminar, incluso evanescente, el TAZ debe combinar información y deseo para completar su aventura -su acontecimiento-, para habitar su propio límite, para saturarse en su propio existir.

Quizás la escuela neo-paleolítica tiene razón cuando defiende que toda forma de alienación y mediación debe ser destruida o antes de que nuestros objetivos puedan realizarse -o quizás la verdadera anarquía sólo pueda realizarse en el espacio exterior, como defienden algunos libertarios futurísticos. Pero el TAZ no tiene realmente que ver con lo que «fue» o «será». Sino con resultados, con ataques efectivos y realidad consensuada, rupturas hacia una vida más intensa y abundante. Si el ordenador no sirve para ello, entonces no prosperará. Mi intuición sin embargo es que la antired se está constituyendo, e incluso que quizás en efecto existe ya -pero no puedo demostrarlo. Toda mi teoría del TAZ se basa en parte en esta intuición. Por supuesto que el Web es más amplia que la mera red de ordenadores, e incluye por ejemplo al samizdat o el mercado negro. Pero el gran potencial de una red de información no jerárquica, lógicamente, reposa en el ordenador como herramienta por excelencia. Ahora, queda esperar que el trabajo de los hackers demuestre que estoy en lo cierto. ¿Dónde están mis rizomas?

Nos vamos a Croatan

No tenemos deseo alguno de definir la TAZ o de elaborar dogmas acerca de cómo debe ser creada. Nuestro argumento es más bien que ha sido creada, que será creada, y que está siendo creada. Por tanto resultaría más valioso e interesante observar algunas TAZs pasadas y presentes, y especular sobre manifestaciones futuras; evocando unos pocos prototipos podemos calibrar el alcance potencial del complejo, e incluso quizás atisbar un "arquetipo". Más que intentar cualquier forma de enciclopedismo adoptaremos una técnica de tiro disperso, un mosaico de retazos, comenzando algo arbitrariamente con los siglos XVI-XVII y el asentamiento en el Nuevo Mundo. La apertura del "Nuevo" Mundo fue concebida desde un primer momento como una operación ocultista. El mago John Dee, consejero espiritual de Isabel I, parece haber inventado el concepto de "imperialismo mágico" e infectado a una generación entera con él. Halkyut y Raleigh cayeron bajo su embrujo, y Raleigh utilizó sus conexiones en la "Escuela de la Noche", una cábala de eruditos progresistas, aristócratas y adeptos, creada para avanzar las causas de la exploración, la colonización y la cartografía. La tempestad(1) fue una pieza de propaganda de la nueva ideología, y la colonia de Roanoke su primer experimento de laboratorio.

La visión alquímica del Nuevo Mundo lo asociaba con la materia prima o hyle, el "estado de naturaleza", la inocencia y la potencialidad ("Virginia"), un caos embrionario que el adepto transmutaría en "oro", es decir, en perfección espiritual al igual que en abundancia material.

Pero esta visión alquímica está también informada en parte por una fascinación efectiva por el rudimento, una furtiva simpatía por él, un sentimiento de añoranza por su forma informe que toma como foco el símbolo del "Indio": el "Hombre" en estado natural, incorrupto por el "gobierno". Caliban, el salvaje, está alojado como un virus en la misma maquinaria del imperialismo ocultista; los animales/humanos del bosque están investidos desde un principio con el poder mágico de lo marginal, lo excluido y lo desterrado. Por un lado Caliban es feo, y la naturaleza una "inmensidad aullante"; por otro, Caliban es noble y soberano, y la naturaleza un Edén. Este desdoblamiento en la conciencia europea precede a la dicotomía romanticismo/clasicismo; se encuentra enraizado en la Alta Magia del Renacimiento. El descubrimiento de América (El Dorado, la Fuente de la Juventud) lo cristalizó; y precipitó sus esquemas efectivos para la colonización.

En el colegio nos enseñaron que los primeros asentamientos en Roanoke no fructificaron; los colonos desaparecieron, dejando sólo tras sí el críptico mensaje "nos vamos a Croatan". Informes posteriores acerca de "indios de ojos grises" fueron desacreditados como leyenda. Lo que realmente ocurrió, según el libro de texto, fue que los indios masacraron a los indefensos colonos. Sin embargo "Croatan" no era una especie de El Dorado; era el nombre de una tribu vecina de indios amistosos. Aparentemente el asentamiento fue simplemente trasladado de la costa a los pantanos de Great Dismal y absorbido por la tribu. Así que los indios de ojos grises eran reales; aún están allí, y aún se llaman a sí mismos Croatans.

Por tanto, la primera colonia del Nuevo Mundo decidió escindir su contrato con Prospero (Dee/Raleigh/el imperio) y pasarse a los salvajes con Caliban. Se descolgaron. Se convirtieron en "indios", se hicieron "nativos", optaron por el caos sobre las roñosas miserias de la servidumbre a plutócratas e intelectuales de Londres.

Tal como América vino a existir donde una vez estuvo la "Isla Tortuga", así Croatan permaneció embebida en su psique colectiva. Más allá de la frontera, el estado de naturaleza (es decir, el no Estado) aún prevalecía; y en la conciencia de los colonos la opción silvestre siempre acechó, la tentación de abandonar la iglesia, el trabajo agrícola, la alfabetización, los impuestos -todas las cargas de la civilización- e "irse a Croatan" de una forma u otra. Además, mientras la revolución en Inglaterra era traicionada, primero por Cromwell y luego por la Restauración, olas de radicales protestantes escaparon o fueron transportadas al Nuevo Mundo (que se había convertido ahora en una prisión, un sitio de exilio). Antinomianos, Familistas, Cuáqueros vagabundos, Niveladores(3), Cavadores(4) y Ranters se veían ahora expuestos a la sombra oscura de lo indómito, y corrieron a abrazarla.

Anne Hutchinson y sus amigos son sólo los más conocidos (es decir, los más aristócratas) de los Antinomianos -habiendo tenido la mala suerte de haber sido atrapados en la política de la colonia de Bahía- pero un ala mucho más radical del movimiento existía claramente. Los incidentes que Hawthorne relata en The Maypole of Merry Mount son enteramente históricos; aparentemente los extremistas habían decidido renunciar de plano al cristianismo y retornar al paganismo. Si hubieran prevalecido uniéndose a sus aliados indios el resultado podría haber sido una religión sincrética antinómica/celta/algonquina, una especie de santería en la Norteamérica del siglo XVII.

Los sectarios fueron capaces de prosperar más bajo las administraciones disolutas y corruptas del Caribe, donde los intereses enfrentados de los europeos habían dejado muchas islas desiertas, o incluso por reclamar. Barbados y Jamaica en particular deben haber sido colonizadas por muchos extremistas, y cree que las influencias Niveladoras y Ranter contribuyeron a la "utopia" bucanera de Tortuga. Por primera vez aquí, gracias a Exquemelin, podemos estudiar una próspera proto-TAZ del Nuevo Mundo en cierta profundidad. Huyendo de los siniestros "beneficios" del imperialismo tales como la esclavitud, el servilismo, el racismo y la intolerancia, de las torturas de la expropiación y la muerte en vida de las plantaciones, los bucaneros adoptaron formas indias, se emparejaron con los caribeños, aceptaron a negros e hispanos como iguales, rechazaron toda nacionalidad, eligieron a sus capitanes democráticamente, y volvieron al "estado de naturaleza". Declarándose a sí mismos "en guerra con todo el mundo", largaron velas para saquear bajo contratos mutuos denominados "Artículos", tan igualitarios que cada miembro recibía una participación completa del botín y el capitán normalmente sólo 1 o 1 1/4. Los azotes y castigos estaban prohibidos; las peleas se resolvían por votación o por la ley de duelo.

Es simplemente un error calificar a los piratas de meros salteadores marítimos o incluso de proto-capitalistas, como ciertos historiadores han hecho. En un sentido eran "bandidos sociales", a pesar de que sus comunidades de base no eran sociedades agrícolas tradicionales sino "utopías" creadas casi ex nihilo en terra incognita, enclaves de libertad total que ocupaban espacios vacíos en el mapa. Después de la caída de Tortuga, el ideal bucanero permaneció vivo a lo largo de la "edad de oro" de la piratería (hacia 1660-1790), y resultó en asentamientos terrestres en Belize, por ejemplo, fundada por bucaneros. Más tarde, mientras la escena derivaba hacia Madagascar -una isla aún no reclamada por ninguna potencia imperial y gobernada sólo por un rompecabezas de reyes (jefes) nativos deseosos de aliados piratas- la utopia pirata alcanzó su expresión más alla.

El recuento que hace Defoe del capitán Mission y la fundación de Libertaria puede ser, como defienden algunos historiadores, una mistificación literaria creada como propaganda de la teoría radical whig; pero estaba contenido en The General History of the Pyrates (1724-28), la mayoría de la cual aún se acepta como fidedigna y rigurosa. Además la historia del capitán Mission no fue criticada cuando el libro apareció y muchas viejas tripulaciones malgaches aún sobrevivían. Ellos parecen haberlo creído, sin duda porque habían conocido enclaves piratas muy parecidos a Libertaria. Una vez más, esclavos rescatados, nativos e incluso enemigos tradicionales como los portugueses fueron todos invitados a unirse como iguales. (Liberar barcos de esclavos era una ocupación principal). La tierra se poseía en común, con representantes elegidos por temporadas cortas, el botín era compartido; las doctrinas de la libertad se predicaban de manera mucho más radical de lo que dictaba el sentido común. Libertaria esperaba perdurar, y Mission murió en su defensa. Pero la mayoría de utopías piratas pretendían ser temporales; de hecho las verdaderas "repúblicas" de los corsarios eran sus barcos, que navegaban bajo los artículos. Normalmente los enclaves en la orilla no tenían ley en absoluto. El último ejemplo clásico, Nassau en las Bahamas, un asentamiento de tiendas y cobertizos en el frente de playa entregado al vino, a las mujeres (y probablemente también a los muchachos, a juzgar por el libro Sodomy and Piracy de Birge), a las canciones (los piratas eran unos devotos a ultranza de la música y solían contratar bandas por singladuras enteras), y al exceso incontinente, se desvaneció de la noche a la mañana cuando la flota británica apareció en la bahía. Barbanegra y "Calicó Jack" Rackham y su tripulación de mujeres piratas se trasladaron a orillas más salvajes y destinos menos placenteros, mientras otros aceptaron humildemente el perdón y se reformaron. Pero la tradición bucanera perduró, en Madagascar donde los hijos de sangre mixta de los piratas empezaron a forjar reinos propios, y en el Caribe, donde esclavos fugados al igual que grupos mixtos negro/blanco/rojo fueron capaces de prosperar en las montañas tierra adentro como maroons. La comunidad maroon de Jamaica aún retenía un grado de autonomía y muchas de sus viejas costumbres cuando Zora Neale Hurston visitó aquello en los años veinte (ver Tell My Horse). Los maroons de Suriname todavía practican el "paganismo" africano.

A través del siglo XVIII, Norteamérica también produjo cierta cantidad de "comunidades tri-raciales aisladas". (Este término de resonancias clínicas fue inventado por el movimiento eugenésico, que produjo los primeros estudios científicos de estas comunidades. Desafortunadamente la "ciencia" sólo servía de excusa al odio por los "Mestizos" y los pobres, y la solución del problema era normalmente la esterilización forzosa). El núcleo invariablemente consistía en esclavos y siervos fugitivos, "criminales" (es decir, los muy pobres), "prostitutas" (es decir, mujeres blancas que se casaban con hombres no blancos), y los miembros de diversas tribus nativas.

En algunos casos, como el de los Seminolas o los Cherokees, la estructura ancestral de la tribu permitía asimilar a los recién llegados; en otros casos, nuevas tribus se formaban. Así tenemos a los maroons del pantano Great Dismal, que subsistieron a lo largo de los siglos XVIII y XIX, adoptando a esclavos fugitivos, funcionando como estación de paso del Tren Subterráneo, y sirviendo como centro religioso e ideológico para las rebeliones de esclavos.

La religión era el vudú, una mezcla de elementos nativos y cristianos, y de acuerdo al historiador H. Leaming Bey, a los ancianos de esta fe y a los líderes de los maroons del Great Dismal se los conocía como el "Alto Lucero de los Siete Dedos".

Los Ramapaughs del norte de Nueva Jersey (mal llamados los "Blancos de Jackson") presentan otra genealogía romántica y arquetípica: esclavos liberados por los desertores holandeses, diversos clanes algonquinos y de Delaware, las "prostitutas" de costumbre, los "Hesienses" (término para designar a mercenarios británicos perdidos, realistas descolgados, etc.), y bandas locales de bandidos sociales como la de Claudias Smith.

Algunos de los grupos reclaman un origen afroislámico, como en el caso de los Moros de Delaware y los Ben Ishmaels, que emigraron de Kentucky a Ohio a mediados del XVIII. Los Ishmaels practicaban la poligamia, nunca bebían alcohol, vivían como juglares, se emparejaban con indios y adoptaban sus costumbres, y eran tan devotos del nomadismo que construían sus casas sobre ruedas. Su migración anual triangulaba entre pueblos fronterizos con nombres como La Meca y Medina. A finales del XIX algunos de ellos abrazaron ideales anarquistas, y fueron el blanco de los eugenesistas para un pogrom particularmente cruel de "salvación por la exterminación". Algunas de las primeras leyes eugenésicas fueron aprobadas en su honor. Como tribu desaparecieron en los años veinte, por más que seguramente engordaran las filas de tempranas sectas "islámicas negras" como el Templo de la Ciencia Morisca.

Yo mismo crecí con leyendas de los "Kallikaks" en los cercanos Pine Barrens de Nueva Jersey (y por supuesto con Lovecraft, un rábido fascista fascinado por las comunidades aisladas). Las leyendas resultaron ser recuerdos folklóricos de las calumnias de los eugenesistas, cuyo cuartel general se encontraba en Vineland, Nueva Jersey, y quienes acometieron las "reformas" de costumbre contra la "miscegenación" y la "debilidad mental" en los Barrens (intuyendo la publicación de fotografías de los Kallikaks, cruda y obviamente retocadas para hacerlos parecer monstruos de la incuria).

Las "comunidades aisladas" -al menos, aquellas que han retenido su identidad entrado el siglo XX- rechazan consistentemente la absorción por parte de la cultura mayoritaria o de la "subcultura" negra en la que los sociólogos modernos prefieren categorizarlas. En los setenta, inspirados por el renacimiento nativo americano, unos cuantos grupos - incluyendo a los Moros y a los Ramapaughs- solicitaron al Departamento de Asuntos Indios el reconocimiento como tribus Indias. Aun cuando recibieron el apoyo de los activistas nativos no se les concedió estatus oficial. Si, después de todo, lo hubieran conseguido, podrían haber sentado un peligroso precedente para grupos de descolgados de toda índole, desde "peyoteros blancos" y hippies a nacionalistas negros, arios, anarquistas y libertarios; ¡una "reserva" para cada uno! El "Proyecto Europeo" no puede reconocer la existencia del salvaje; el caos verde es todavía una amenaza excesiva para el sueño imperial de orden.

Esencialmente los Moros y los Ramapaughs rechazaban la explicación "diacrónica" o histórica de sus orígenes en favor de una autoidentidad "sincrónica" basada en el "mito" de adopción india. O por ponerlo de otra forma, se llamaban a sí mismos indios . Si cualquiera que deseara "ser un indio" pudiera conseguirlo por un acto de autoproclamación, imagínate qué éxodo a Croatan tendría lugar. Esa ancestral sombra oculta todavía cautiva los vestigios de nuestros bosques (los que, a propósito, se han extendido grandemente en el nordeste desde los siglos XVIII-XIX con el retorno de vastos terrenos de tierra de cultivo a la espesura). Thoreau en el lecho de muerte soñó con la vuelta de "indios... bosques...": la vuelta de lo reprimido.

Los Moros y los Ramapaughs tienen por supuesto buenas razones materiales para definirse a sí mismos como indios -después de todo, tienen antepasados indios- pero si consideramos su autoproclamación en términos "míticos" al igual que históricos ahondaremos en aspectos de mayor relevancia en nuestra búsqueda de la TAZ. Dentro de las sociedades tribales existe lo que ciertos antropólogos han denominado mannenbunden: sociedades totémicas entregadas a una identidad con la "naturaleza" en el acto de transmutarse, de convertirse en el animal tótem (hombres lobo, chamanes jaguar, hombres leopardo, brujas gato, etc.) En el contexto de una sociedad colonial entera (como Taussig señala en Chamanism Colonialism and the Wild Man) el poder de transmutación se percibe como inherente a la cultura nativa en su totalidad; así el sector más reprimido de la sociedad adquiere un poder paradójico a través del mito de su conocimiento oculto, que es temido y deseado por el colono. Por supuesto los nativos poseen realmente cierto conocimiento oculto; pero en respuesta a la percepción imperial de la cultura nativa como una especie de "selva espiritual", los nativos tienden a verse a si mismos cada vez más conscientemente dentro de ese papel. Incluso al ser marginados, el margen adquiere el aura de lo mágico. Antes del hombre blanco, simplemente eran tribus de gente; ahora, son los "guardianes de la naturaleza", los habitantes del "estado de naturaleza". Finalmente el propio colono es seducido por este "mito". En cuanto un americano quiere descolgarse o volver a la naturaleza, invariablemente "se convierte en indio". Los demócratas radicales de Massachusetts (herederos espirituales de los protestantes radicales) que organizaron el Tea Party(8), creyeron literalmente que podían abolir los gobiernos (¡la región de Berkshire entera se autoproclamó en "estado de naturaleza"!) disfrazados de Mohawks. Por tanto los colonos, quienes de pronto se vieron marginados en el propio terruño, adoptaron el papel de nativos marginados, buscando con ello participar (en un sentido) de su poder oculto, de su fulgor mítico. De los montañeses a los boy scouts, el sueño de "convertirse en indio" fluye bajo una plétora de rastros en la historia, cultura y conciencia norteamericanas.

El imaginario sexual conectado a los grupos "tri-raciales" también conlleva esta hipótesis. Por supuesto los "nativos" son siempre inmorales, pero los renegados y descolgados raciales han de ser ya absolutamente poliperversos. Los bucaneros eran unos pervertidos, los maroons y montañeses unos miscegenistas, los "Jukes" y "Kallikaks" se abandonaban a la fornicación y el incesto (lo que llevaba a mutaciones como la polidactilidad), los niños corrían por ahí desnudos y se masturbaban abiertamente, etc. Revertir a un "estado de naturaleza" paradójicamente parece permitir la práctica de todo acto antinatural; o así lo parecería si creyéramos a puritanos y eugenesistas. Y dado que mucha gente en las sociedades racistas moralistas reprimidas desean secretamente practicar estos mismos actos licenciosos, los proyectan fuera hacia los marginados, y así se persuaden de que ellos mismos permanecen civilizados y puros. Y de hecho algunas comunidades marginales realmente rechazan la moralidad consensuada -¡los piratas sin duda lo hicieron!- y no hay duda de que efectivamente satisfacen algunos de los deseos reprimidos de la civilización. (¿No harías tú lo mismo?) Volverse salvaje es siempre un acto erótico, un acto de desnudez.

Antes de dejar el tema de los "tri-raciales aislados", me gustaría rememorar el entusiasmo de Nietzsche por la "mezcla de razas". Impresionado por el vigor y belleza de las culturas híbridas, propuso la miscegenación no sólo como una solución al problema racial sino también como el fundamento de una nueva humanidad libre del chauvinismo étnico y nacional; una premonición de "nómada psíquico" quizás. El sueño de Nietzsche aún parece tan remoto ahora como le pareció a él entonces. El chauvinismo aun campa por sus respetos. Las culturas mixtas permanecen sumergidas. Pero las zonas autónomas de bucaneros y maroons, Moros e Ishmaels, Ramapaughs y "Kallikaks" permanecen, O sus historias permanecen, como indicaciones de lo que Nietzsche podría haber llamado la "voluntad de poder como desaparición". Tenemos que volver a este tema.

La música como principio organizativo Entretanto volvemos, en cualquier caso, a la historia del anarquismo clásico a luz del concepto de la TAZ.

Antes del "cierre del mapa", una gran cantidad de energía antiautoritaria se dirigió hacia comunas "escapistas" como Tiempos Modernos, los diversos falansterios, y demás. Curiosamente, algunas de ellas no se propusieron durar "para siempre", sino sólo durante el tiempo en que el proyecto pudiera satisfacer sus designios. En términos socialistas utópicos estos proyectos fueron "fracasos", y por tanto conocemos poco de ellos.

Cuando la escapada más allá de la frontera se demostró un imposible, la era de las comunas revolucionarias urbanas comenzó en Europa. Las comunas de Paris, Lyon y Marsella no sobrevivieron lo bastante como para tomar característica alguna de permanencia, y uno se pregunta si de hecho se lo propusieron. Desde nuestro punto de vista el principal foco de fascinación es el espíritu de las comunas. Durante y después de estos años los anarquistas adoptaron la práctica del nomadismo revolucionario, desplazándose de sublevación en sublevación, buscando mantener dentro de si la intensidad de espíritu que experimentaron en el momento del levantamiento. De hecho, ciertos anarquistas de la vena stirnerita/nietzscheana llegaron a considerar esta actividad como un fin en sí misma, una forma de estar siempre ocupando una zona autónoma, la interzona que se abre en mitad o en los albores de la guerra y la revolución (la "zona" de Pynchon en Arco iris de gravedad). Declararon que si cualquier revolución socialista triunfaba, ellos serían los primeros en volverse contra ella. Por menos de anarquía universal no teman intención de parar jamás. En Rusia en 1917 congratularon a los soviets libres con entusiasmo: éste era su objetivo. Pero tan pronto como los bolcheviques traicionaron la revolución, los anarquistas individualistas fueron los primeros en volver a la senda de guerra. Después de Kronstadt, por supuesto, todos los anarquistas condenaron a la "Unión Soviética" (una contradicción en los términos) y se movilizaron en busca de nuevos levantamientos.

La Ucrania de Makhno y la España anarquista buscaron la permanencia, y a pesar de las exigencias de una continua guerra ambas tuvieron éxito hasta cierto punto: no porque duraran "mucho tiempo", sino porque estaban cabalmente organizadas y podrían haber perdurado a no ser por la agresión exterior. Por tanto, de entre los experimentos del periodo de Entreguerras me concentraré si no en la alocada república de Fiume, que es mucho menos conocida, y no se organizó para perdurar.

Gabriele D'Annunzio, poeta decadente, artista, músico, esteta, mujeriego, atrevido pionero aeronáutico, mago negro, genio y canalla, emergió de la I Guerra Mundial como un héroe con un pequeño ejército a sus órdenes: los "Arditi". A falta de aventuras, decidió capturar la ciudad de Fiume en Yugoslavia y entregársela a Italia. Después de una ceremonia necromántica junto a su querida en un cementerio de Venecia partió a la conquista de Fiume, y triunfó sin mayores problemas. Sin embargo Italia rechazó su generosa oferta; el primer ministro lo tachó de loco.

En un arrebato, D'Annunzio decidió declarar la independencia y comprobar por cuanto tiempo podría salirse con la suya. Junto a uno de sus amigos anarquistas escribió la Constitución, que declaraba la música como el fundamento central del Estado. Los miembros de la marina (desertores y anarcosindicalistas marítimos de Milán) se autodenominaron los Uscochi, en honor de los desaparecidos piratas que una vez vivieron en islas cercanas a la costa saqueando barcos venecianos y otomanos. Los mudemos Uscochi triunfaron en algunos golpes salvajes: las ricas naves italianas dieron de pronto un futuro a la república: ¡dinero en las arcas! Artistas, bohemios, aventureros, anarquistas (D'Annunzio mantenía correspondencia con Malatesta) fugitivos y expatriados, homosexuales, dandis militares (el uniforme era negro con la calavera y los huesos pirata; robada más tarde por las SS) y reformistas chalados de toda índole (incluyendo a budistas, teósofos y vedantistas) empezaron a presentarse en Fiume en manadas. La fiesta nunca acababa. Cada mañana D'Annunzio leía poesía y manifiestos desde el balcón; cada noche un concierto, después fuegos artificiales. Esto constituía toda la actividad del gobierno. Dieciocho meses más tarde, cuando se acabaron el vino y el dinero y la flota italiana se presentó, porfió y voleó unos cuantos proyectiles al palacio municipal, nadie tenia ya fuerzas para resistir.

D'Annunzio, como otros muchos anarquistas italianos, derivó tardíamente hacia el fascismo -de hecho, Mussolini mismo (el ex-sindicalista) sedujo al poeta a lo largo de esa senda-. Para el momento en que D'Annunzio se percató de su error era ya demasiado tarde: ya estaba demasiado viejo y enfermo. Pero el Duce lo hizo asesinar de todas formas -lo tiraron de un balcón- convirtiéndolo en un "mártir". En cuanto a Fiume, aunque carecía de la seriedad de la Ucrania o Barcelona libres, puede probablemente ilustrar mejor ciertos aspectos de nuestra búsqueda. En algunos aspectos fue la última de las utopias piratas (o el único ejemplo moderno); en otros aspectos quizás, fue muy posiblemente la primera TAZ moderna.

Creo que si comparamos Fiume con los levantamientos de París en 1968 (también con las insurrecciones urbanas italianas de los primeros setenta), al igual que con las comunas contraculturales americanas y sus influencias anarco-Nueva Izquierda, deberíamos percatamos de ciertas similitudes, tales como: la importancia de la teoría estética (los situacionistas); también lo que podrían llamarse "economías pirata", vivir de los excedentes de la sobreproducción social -incluyendo la popularidad de coloridos uniformes militares- y el concepto de música como forma de cambio social revolucionario; y finalmente su aire compartido de impermanencia, de estar preparados para movilizarse, transmutarse, reubicarse en otras universidades, cimas montañosas, guetos, fábricas, guaridas, fincas abandonadas; o incluso otros planos de la realidad. Nadie intentaba imponer otra dictadura revolucionaria más, ni en Fiume, ni en Paris o Millbrook. El mundo cambiaría o no. Mientras tanto mantenerse en movimiento y vivir intensamente.

El Soviet de Munich (o "república de consejos") de 1919 mostraba algunos rasgos de la TAZ, incluso a pesar de que -como en la mayoría de revoluciones- los objetivos establecidos no fueran exactamente "transitorios". La participación de Gustav Landauer como ministro de cultura junto a Silvio Gesell como ministro de economía y otros antiautoritarios y socialistas libertarios extremos como el poeta y dramaturgo Erich Mühsam, Ernst Toller y Ret Marut (el novelista B. Traven(11)) dieron al Soviet su inequívoco sabor anarquista. Landauer, que pasó años de soledad trabajando en su gran síntesis de Nietzsche, Proudhon, Kropotkin, Stirner, Meister Eckhardt, los místicos radicales, y los filósofos volk románticos, sabía desde un principio que el Soviet estaba condenado; sólo esperaba que durara lo suficiente para ser comprendido. Kurt Eisner, el mártir fundador del Soviet, creyó literalmente que los poetas y la poesía debían formar las bases de la revolución. Se pusieron en marcha planes para dedicar gran parte de B~varia a un experimento en economía y comunidad anarcosocialista. Landauer diseñó propuestas para un sistema de escuelas libres y un teatro del pueblo. Los ingresos del Soviet estaban más o menos limitados a la clase trabajadora más pobre y a los vecindarios bohemios de Munich, y a grupos como el Wandervogel (el movimiento neorromántico de la juventud), radicales judíos (como Buber), los expresionistas, y otros marginales. Por tanto los historiadores la menosprecian como una "república de café" y menoscaban su significado en comparación a la participación marxista y espartaquista en la(s) revolucion(es) alemana(s) de posguerra. Dejado fuera de juego por los comunistas y asesinado finalmente por soldados bajo la influencia de la Sociedad oculto-fascista de Thule, Landauer merece ser recordado como un santo. Aún así incluso algunos anarquistas hoy en día lo malinterpretan y condenan por "haberse vendido" al "gobierno socialista". Si el Soviet hubiera durado incluso un año, derramaríamos lágrimas con la sola mención de su belleza; pero incluso antes de que las primeras flores de esa primavera se hubieran marchitado, el geist y el espíritu de poesía fueron aplastados, y los hemos olvidado. Imagínate lo que debe haber sido respirar el aire de una ciudad en la que el ministro de cultura acaba de avanzar que los niños del colegio pronto estarán aprendiéndose de memoria los trabajos de Walt Whitman. ¡Ay! quien tuviera una máquina del tiempo...

La voluntad de poder desaparecer

Foucault, Baudrillard, etc. han discutido en gran extensión las formas diversas de la "desaparición". Aquí quiero sugerir que la TAZ es de alguna manera una táctica de desaparición.

Cuando los teóricos hablan de una desaparición de lo social se refieren en parte a la imposibilidad de una "revolución social", y en parte a la imposibilidad del "Estado"; del abismo de poder, el fin del discurso del poder. La pregunta anarquista en este caso debería ser entonces: ¿Por qué molestarse en enfrentar un "poder" que ha perdido todo su significado y se ha convertido en pura simulación? Confrontaciones tales sólo han de resultar en grotescos y peligrosos espasmos de violencia por parte de los cretinos cabezamierda que han heredado las llaves de todos los arsenales y prisiones. (Quizás sea ésta una tosca malinterpretación norteamericana de la sutil y sublime Teoría franco-alemana. Pues si es así, estupendo ¿quién ha dicho que haga falta entender una idea para hacer uso de ella?)

Tal como yo lo leo, la desaparición se muestra como una muy lógica opción radical de nuestro tiempo, en absoluto un desastre o la muerte del proyecto radical. A diferencia de la mórbida interpretación nihilista maníaca de la muerte de la teoría, la nuestra intenta minarla con estrategias útiles en la continua "revolución de la vida cotidiana": lucha que no ha de cesar ni con el último fracaso de la revolución política o social porque nada excepto el fin del mundo puede traer ni el fin de la vida cotidiana, ni nuestra aspiración por las cosas buenas ni por lo Maravilloso. Y como dijo Nietzsche, si el mundo pudiera "acabarse", lógicamente lo hubiera hecho ya; no lo ha hecho, por tanto no lo hace. Y así, como uno de los sufíes dijo, no importa cuantos vasos de vino prohibido bebamos, nos llevaremos esta sed rabiosa a la eternidad.

Zerzan y Black han señalado independientemente ciertos elementos de "rechazo" (en palabras de Zerzan) que quizás puedan ser considerados de alguna forma como síntomas, en parte inconscientes pero en parte conscientes, de una cultura radical de la desaparición, que influyen a mucha más gente que ninguna idea izquierdista o anarquista. Estos gestos se hacen contra las instituciones, y en ese sentido son "negativos"; pero cada gesto negativo también sugiere una táctica alternativa "positiva" más allá de un mero rechazo de la institución condenada.

Por ejemplo, el gesto negativo contra la escolarización es un "analfabetismo voluntario". Dado que no comparto la adoración liberal por el alfabetismo en aras de la mejora social, no puedo enteramente compartir los suspiros de desmayo que se oyen por todas partes frente a este fenómeno: uno simpatiza con los niños que rechazan los libros al igual que la basura que contienen. Hay sin embargo alternativas positivas que hacen uso de la misma energía de desaparición. La escolarización casera y el aprendizaje de oficios, como formas posibles de "hacer novillos", eluden la prisión de la escuela. El pirateo informático es otra forma de "educación" con ciertos rasgos de "invisibilidad".

Un gesto negativo a gran escala contra la política consiste simplemente en no votar. La "apatía" (es decir, un sano aburrimiento del cansino Espectáculo) mantiene a más de la mitad del país apartado de los comicios; ¡el anarquismo nunca consiguió tanto! Tampoco tuvo el anarquismo nada que ver con el reciente fiasco del censo). Una vez más, hay paralelismos positivos: la creación de tramas como alternativa a la política se practica en muchos niveles en la sociedad, y las formas de organización no jerárquica han obtenido popularidad incluso fuera del movimiento anarquista, simplemente porque funcionan (ACT UP, y Earth First son dos ejemplos. Alcohólicos Anónimos es, curiosamente, otro).

El rechazo al trabajo puede tomar las formas del absentismo, la ebriedad en el empleo, el sabotaje, y la pura desidia; pero igualmente puede dar lugar a nuevos modos de rebeldía: más autoempleo, participación en la economía sumergida y el "lavoro nero", fraude fiscal y otras opciones criminales, cultivo de maría, etc.; actividades todas ellas más o menos "invisibles" en comparación con las tácticas izquierdistas de confrontación tradicionales como la huelga general.

¿Rechazo a la iglesia? Bueno, el "gesto negativo" por excelencia aquí probablemente consiste en... ver la televisión. Pero las alternativas positivas incluyen todo tipo de formas antiautoritarias de espiritualidad, desde el cristianismo no eclesiástico al neopaganismo. Las "Religiones Libres" como me gusta llamarlas -cultos pequeños, creados medio en serio medio en broma e influenciados por corrientes tales como el Discordianismo y el anarcotaoismo- se pueden encontrar a lo ancho de la América marginal, y proveen una "cuarta vía" en crecimiento fuera de las iglesias mayoritarias, los fanáticos televangélicos, y la insipidez y consumismo new age. También puede decirse que el rechazo principal a la ortodoxia consiste en construir "morales privadas" en el sentido nietzscheano: la espiritualidad de los "espíritus libres".

El rechazo negativo del hogar es la "falta de hogar", que la mayoría considera una forma de victimización, al no desear ser forzada a la nomadología. Pero la "falta de hogar" puede ser en un sentido una virtud, una aventura; o así se lo parece, al menos, al inmenso movimiento internacional de okupas, nuestros vagabundos modernos.

El rechazo negativo de la familia es claramente el divorcio, o algún otro síntoma de "avería". La alternativa positiva brota de la conciencia de que la vida puede ser más dichosa sin la familia nuclear, sobre la que florezcan cien flores; de la maternidad soltera al matrimonio en grupo o al grupo de afinidad crética. El "Proyecto Europeo" libra una intensa acción de retaguardia en defensa de la "familia"; la miseria edípica anida en el corazón del Control. Las alternativas existen; pero deben permanecer veladas, especialmente desde la guerra contra el sexo de los ochenta y los noventa.

¿Cuál es el rechazo del arte? El "gesto negativo" no lo habremos de encontrar en el tonto nihilismo de una "huelga artística" o en el vandalismo contra algún cuadro famoso; lo encontramos en el aburrimiento casi universal de ojos vidriosos que hace presa en la mayoría de la gente con la sola mención de la palabra. ¿Pero en qué consistiría el "gesto positivo"? ¿Es posible imaginar una estética que no esté comprometida? ¿que se emancipe de la historia e incluso del mercado? ¿o al menos tienda a hacerlo? ¿que quiera reemplazar la representación con la presencia? ¿Cómo se hace sentir la presencia a sí misma incluso en (o a través) de la representación?

La "lingüística del caos" irradia una presencia que está continuamente desapareciendo de todos los órdenes del lenguaje y de los sistemas de significado; una presencia fugaz, evanescente, "sutil", (un término de la alquimia sufí); el atractor extraño alrededor del que los átomos de significado se acumulan, formando órdenes caóticamente nuevos y espontáneos. Aquí tenemos una estética de la frontera entre el caos y el orden, el margen, el área de "catástrofe" donde la "avería" del sistema puede significar la iluminación.

La desaparición del artista es "la superación y realización del arte" en los términos situacionistas. Pero ¿de dónde nos desvanecemos? ¿y se verá u oirá de nosotros jamás? Nos vamos a Croatan; ¿cuál es nuestro destino? Todo nuestro arte consiste en una nota de adiós a la historia -"Nos vamos a Croatan"- ¿pero dónde está, y qué es lo que haremos allí?

Primero: aquí no estamos hablando de desaparecer literalmente del mundo y de su futuro: ni escape hacia atrás en tiempo a la "sociedad original del ocio" paleolítica; ni utopia eterna, ni escondite entre las montañas, ni isla; ni tampoco utopia post- revolucionaria ¡preferiblemente ni revolución en absoluto! tampoco VONU, ni estaciones espaciales anarquistas; tampoco aceptamos una "desaparición baudrillardiana" en el silencio de una hiperconformidad irónica. No tengo nada en contra de Rimbaud ninguno que escape del arte en busca de cualquier Abisinia que pueda encontrar. Pero no podemos construir una estética, siquiera una estética de la desaparición, sobre el simple acto de no volver jamás. Diciendo que no somos una vanguardia y que no hay vanguardia, hemos escrito nuestro "nos vamos a Croatan" -la pregunta entonces es ¿cómo imaginar la "vida cotidiana" en Croatan?, en particular si no podemos decir que Croatan existe en el tiempo (edad de piedra o post-revolución) o el espacio, ya como utopia o como algún pueblo olvidado del medio oeste o como Abisinia? ¿Dónde y cuándo se encuentra el mundo de la creatividad inmediata? Si puede existir, entonces existe; pero quizás sólo como una especie de realidad alternativa que hasta ahora no hemos aprendido a percibir. ¿Dónde buscar las semillas -la mala hierba creciendo en las grietas de la acera- entre ese otro mundo y el nuestro? ¿las pistas, las indicaciones correctas para buscar? ¿un dedo apuntando a la Luna?

Yo creo, o al menos me gustaría proponer, que la única solución a la "superación y realización" del arte reside en la emergencia de la TAZ. Yo rechazaría categóricamente la critica de que la TAZ en sí misma "no es más que" una obra de arte, bien que pueda tener algunos de sus entrampamientos. Sugiero que la TAZ es el único "tiempo" y "lugar" posible para que ocurra arte por el puro placer de la acción creativa, y como contribución efectiva a las fuerzas que dan coherencia a la TAZ para manifestarse.

El arte se ha convertido en mercancía en el mundo del arte, pero por debajo de eso aún yace el problema mismo de la representación, y el rechazo a toda mediación. En la TAZ el arte como mercancía se hará simplemente imposible; será más bien una condición de vida. La mediación es más difícil de superar, pero la extracción de todas las barreras entre artistas y "usuarios" del arte llevará las trazas de una condición en la que (como A.K. Coomaraswamy(15) ha descrito) "el artista no es un tipo determinado de persona, sino cada persona es un tipo determinado de artista".

En suma: la desaparición no es necesariamente una "catástrofe"; excepto en el sentido matemático de "un cambio topológico repentino". Todos los gestos positivos esbozados aquí parecen implicar varios grados de invisibilidad como alternativa a la confrontación revolucionaria tradicional. La "Nueva Izquierda" nunca creyó realmente en su propia existencia hasta que se vio a sí misma en el noticiario de la noche. La Nueva Autonomía, en contraste, bien se infiltrará en los medios y los subvertirá desde dentro; o bien nunca será "vista" en absoluto. La TAZ no sólo existe más allá del Control sino también más allá de definiciones, más allá de miradas y nombres y actos de esclavitud, más allá de las entendederas del Estado, más allá de la capacidad de ver del Estado.

Ratoneras en la Babilonia de la información

LA TAZ como táctica consciente radical emergerá bajo ciertas condiciones:

1. Liberación psicológica. Esto es, debemos realizar (hacer reales) los momentos y espacios en los que la libertad no es sólo posible sino electiva. Debemos saber de qué forma somos genuinamente oprimidos, y también de qué forma estamos autoreprimidos o atrapados en una fantasía en la que son las ideas las que nos oprimen. El trabajo, por ejemplo, es para la mayoría de nosotros una fuente mucho más efectiva de miseria que la propia política legislativa. La alienación es para nosotros mucho más peligrosa que cualquier caduca ideología moribunda y desdentada. La adicción mental a los "ideales" -que de hecho resultan ser meras proyecciones de nuestro resentimiento y nuestra sensación de victimización- nunca harán avanzar nuestro proyecto. La TAZ no es el heraldo de ninguna falsa promesa de utopia social a la que debamos sacrificar nuestras vidas para que los hijos de nuestros hijos puedan respirar un poco de aire libre. La TAZ debe ser el escenario de nuestra presente autonomía, pero sólo puede existir bajo la condición de que ya nos consideremos en efecto seres libres.

2. La contra-red debe expandirse. En la actualidad refleja más abstracción que efectividad. Los fanzines y BBSs intercambian información, lo que es parte del trabajo de fondo necesario de la TAZ, pero muy poca información de esta índole se refiere a bienes y servicios concretos necesarios para la vida autónoma. No vivimos en el ciberespacio; soñar que lo hacemos es caer en la cibergnosis, la falsa transcendencia del cuerpo. La TAZ es un lugar físico y estamos en ella o no. Todos los sentidos deben estar implicados. La trama es de alguna forma un nuevo sentido, pero debe ser añadido a los otros -los otros no deben ser sustraídos de él, como en alguna horrible parodia del trance místico-. Sin la trama, la realización completa del complejo-TAZ sería imposible. Pero la trama no es un fin en si misma. Es un arma.

3. El aparato de Control -el "Estado"- ha de continuar (o así debemos asumir) licuándose y petrificándose a un tiempo, debe progresar en su curso presente en el que la rigidez histérica viene a enmascarar más y más su vacuidad, un abismo de poder. Mientras el poder"desaparece", nuestra voluntad de poder debe ser la desaparición.

Ya hemos discutido la cuestión de si la TAZ puede ser vista "meramente" como obra de arte. Pero también querrás saber si es que es algo más que una pobre ratonera en la Babilonia de la información, o más bien un laberinto de túneles, más y más conectados, pero entregados sólo al callejón sin salida del parasitismo pirata. Contestaré que preferiría ser una rata en el muro que una rata en la jaula; pero también insistiré en que la TAZ trasciende estas categorías.

Un mundo en el que la TAZ echara efectivamente raíces puede parecerse al mundo imaginado por "P.M." en su novela de fantasía bolo'bolo. Quizás la TAZ es un "protocolo". Pero en la medida en que la TAZ existe ya, encarna mucho más que la mundanidad de la nolición. O que el pasotismo contracultural. Hemos mencionado los aspectos festivos del momento descontrolado que se conforma en una autocoordinación espontánea, si bien breve. Es "epifánico"; una experiencia punta en la escala tanto social como individual.

La liberación se realiza en la lucha; ésta es la esencia de la autosuperación de Nietzsche. La tesis presente puede igualmente tomar como señal el vagabundeo de Nietzsche. Es el precursor de la deriva, en el sentido situ de dérive y en la definición de Lyotard de driftwork.

Podemos prever una geografía enteramente nueva, una especie de mapa de peregrinaciones en el que los lugares sagrados se han reemplazado con experiencias punta y TAZs: una verdadera ciencia de la psicotopografía, quizá para llamarla "geo- autonomía" o "anarcomancia".

La TAZ implica una forma de feracidad, un crecimiento que va de la domesticación a lo salvaje, un "retorno" que es también un paso adelante. También exige un "yoga" del caos, un proyecto de "más altos" órdenes (de conciencia o simplemente de vida) que es abordado "surfeando el frente de ola del caos", del dinamismo complejo. La TAZ es un arte de la vida en continuo alzamiento, salvaje pero dulce; un seductor no un violador, un contrabandista más que un pirata sangriento, un bailarín más que un escatólogo.

Admitamos que por una breve noche una república de deseos se vio gratificada. ¿No confesaremos que la política de esa noche tiene más fuerza y realidad para nosotros que, digamos, el gobierno de la nación en pleno? Algunas de las "fiestas" que hemos mencionado duraron dos o tres años. ¿Es esto algo que merezca la pena imaginar, por lo que merezca la pena luchar? Estudiemos la invisibilidad, el tramaje, el nomadismo psíquico; y ¿quién sabe lo que hemos de conseguir?

Equinoccio de primavera, 1990

COMBATE AÉREO Michael Swanwick y William Gibson

Lo que él quería era seguir, bajar directo hasta Florida. Pagarse el pasaje traficando armas, tal vez sumarse a un ejército de rebeldes mercenarios allá abajo, en la zona de guerra. O tal vez —pues el billete era válido mientras no dejara de viajar— sencillamente nunca se apearía... El Holandés Errante de los autobuses. Le sonrió a su débil reflejo en el vidrio frío y grasiento mientras las luces del centro de Norfolk pasaban deslizándose; el bus se inclinó sobre las ruedas gastadas cuando el conductor emprendió bruscamente una última curva. Al fin frenó sacudiéndose en la terminal, una superficie iluminada de hormigón gris, áspera como el patio de una cárcel. Pero Deke pensaba que se moriría de hambre, tal vez en una tormenta de nieve a la salida de Oswego, con la mejilla pegada a la ventana del mismo bus, y ya veía cómo un viejo balbuceante vestido con un descolorido mono de trabajo, echaba sus restos afuera, en la siguiente parada. De cualquier modo, concluyó, poco le importaba. Sólo que tenía la impresión de que las piernas se le habían muerto. Y el conductor acababa de anunciar una parada de veinte minutos: Tidewater Station, Virginia. Era un edificio de bloques de concreto con dos entradas para cada lavabo; remanente del siglo anterior. Con las piernas como maderos, se acercó sin muchas ganas al mostrador de baratijas y novedades, pero la negra de detrás estaba muy alerta, custodiando el escaso contenido de la vieja caja de vidrio como si estuviese jugándose la vida. Tal vez así sea, pensó Deke, dándole la espalda. Al otro lado de los lavabos, una puerta abierta ofrecía JUEGOS, y la palabra titilaba endebles destellos de plástico biofluorescente. Desde donde estaba alcanzaba a ver un grupo de jóvenes vagabundos apelotonados alrededor de una mesa de billar. Sin ningún propósito, con el aburrimiento siguiéndolo como una nube, asomó la cabeza. Y vio un biplano, de alas no más largas que un dedo pulgar, una llama brillante y anaranjada. Cayendo en tirabuzón, dejando una estela de humo, se desvaneció al chocar contra el fieltro verde de la mesa. —¡Eso es, Tiny —vociferó uno de los mirones—, agarra a ese hijo de perra! —Ey —dijo Deke—. ¿Qué pasa? El muchacho más cercano era un larguirucho con una gorra Peterbilt de red negra. — Tiny está defendiendo el Max —dijo, sin quitar los ojos de la mesa verde. —¿Ah, sí? ¿Y eso qué es? —Pero en seguida lo vio: una medalla de esmalte azul en forma de cruz de Malta, con el eslogan Pour le Mérite dividido entre los brazos. El Blue Max descansaba sobre el borde de la mesa, justo frente a una masa enorme, perfectamente inmóvil, embutida en una silla de tubos cromados y aspecto frágil. La camisa kaqui que llevaba el hombre colgaría de los hombros de Deke como una vela plegada, pero sobre aquel torso inflado abultaba tanto que los botones amenazaban con salir disparados en cualquier momento. Deke recordó a los soldados sureños que había visto en el viaje; aquellos endotipos de vientre pesado; se balanceaban sobre piernas escuálidas que parecían pertenecer a algún otro. Tiny podría tener ese aspecto, si se levantase, pero en mayor escala: un pantalón talla cuarenta que tendría que tener una banda de hilos de acero para soportar tantos kilos de vientre hinchado. Si Tiny llegara a levantarse alguna vez, pues Deke acababa de descubrir que el lustroso asiento era en realidad una silla de ruedas. Había en el rostro de aquel hombre algo turbadoramente infantil, una consternadora insinuación de juventud, y hasta de belleza, en facciones casi enterradas entre pliegues y papada. Sintiéndose incómodo, Deke apartó los ojos. El otro hombre, sentado frente a Tiny al otro lado de la mesa, tenía patillas pobladas y una boca fina. Parecía que tratase de empujar algo con los ojos, de donde partían arrugas de concentración... —¿Eres idiota o qué? —El de la gorra Peterbilt se dio vuelta, y advirtió por vez primera los téjanos a lo proleboy, las cadenas de latón en las muñecas de Deke.— ¿Por qué no te pierdes de vista? Aquí no queremos tipos como tú. —Y volvió a observar el combate aéreo. Se hacían apuestas. Los mirones sacaban el material fuerte, el antiguo, dólares con la cabeza de la Libertad, monedas de diez centavos de la época de Roosevelt, mientras que los apostadores más prudentes sacaban antiguos billetes plastificados. Un trío de aviones rojos surgió de la neblina volando en formación. Fokkers D VII La sala quedó en silencio. Los Fokkers se ladearon majestuosamente bajo la órbita solar de una lámpara de doscientos vatios. El Spad azul salió verticalmente de la nada. Dos más irrumpieron desde el techo sombrío, siguiendo de cerca al primero. Los mirones gritaron, uno se rió. La formación se rompió de golpe. Un Fokker se precipitó casi hasta el fieltro sin lograr deshacerse del Spad que tenía a la cola. Se puso a zigzaguear furiosamente por encima de las llanuras verdes, pero en vano. Por último se elevó, con el obstinado enemigo detrás, demasiado empinado, y no alcanzó a apartarse a tiempo. Alguien recogió una pila de monedas de plata de diez centavos. Los Fokkers habían sido superados en número. Uno tenía dos Spads en la cola. Un rocío de trazos puntiagudos le atravesó la cabina. El Fokker se dejó caer doblando a la derecha para ladearse sobre un Immelmann, y quedó detrás de uno de sus perseguidores. Disparó, y el biplano cayó revoloteando. —¡Así se hace, Tiny. —Los mirones se apretaron alrededor de la mesa. Deke estaba paralizado de asombro. Era como volver a nacer. La Parada de Camiones de Frank estaba a unos tres kilómetros de la ciudad, en la carretera de Sólo Vehículos Comerciales. Deke se había fijado en ella, por la inercia del hábito, desde el autobús, poco antes de entrar en la ciudad. Ahora regresaba caminando entre el tránsito y las vallas de protección de cemento. A su lado pasaban en tromba camiones articulados, enormes, de ocho segmentos, desplazando cada vez una masa de aire que amenazaba con sacarlo del camino. Las paradas de SVC eran sitios fáciles. Cuando entró en la de Frank, nadie dudó que acabara de apearse de alguno de los camiones, y así pudo saquear la tienda de regalos con toda tranquilidad. La estantería de electrónicos, con los discos proyectivos de dotación líquida, se extendía entre una pila de camisas vaqueras coreanas y una exposición de guardabarros Fuzz Buster. Una pareja de dragones orientales se retorcía en el aire por encima de la estantería, luchando o fornicando, Deke no estaba seguro. El juego que quería estaba allí: un disco con la etiqueta de SPADS & FOKKERS. Le llevó tres segundos robárselo, y aún menos tiempo deslizar el imán —que la policía de D.C. ni siquiera se había molestado en confiscar— sobre la banda de seguridad magnética. Antes de salir, se birló dos unidades de programación y un pequeño facilitador Batang de control remoto que parecía un antiguo audífono. Escogió un bloque de viviendas al azar y metió en el autoagente de alquiler la tarjeta que venía usando desde que perdiera la pensión por desempleo. Nadie verificaba la operación; el estado se limitaba a contar los cuartos ocupados y a pagar. Él cubículo olía un poco a orina, y alguien había garrapateado eslóganes del Frente Duro de Liberación y Anarquía. Deke desalojó a patadas la basura de un rincón, se sentó de espalda a la pared, y desgarró el envoltorio del disco. Había una hoja de instrucciones con diagramas de circuitos, bobinas e immelmanns, un pomo de pasta salina, y una lista computerizada de posibles operaciones. El disco era de plástico blanco, con un biplano azul y un logo de un lado, rojo del otro. Lo volvió una y otra vez en las manos: SPADS & FOKKERS, FOKKERS & SPADS. Rojo o azul. Se ajustó el Batang detrás de la oreja tras haber untado de pasta la superficie del inductor, conectó al programador la cinta de fibra óptica, y la enchufó en la toma mural. Luego introdujo el disco en el programador. Era un equipo barato, indonesio, y mientras ejecutaba el programa, sintió en la base del cráneo un zumbido molesto. Pero cuando hubo terminado, un Spad azul celeste se puso a revolotear en el aire, frenético, incansable, a pocos centímetros de su cara. Casi resplandecía, era tan real. Tenía esa extraña vida interior que suelen tener los minúsculos modelos de museo, pero mantenerlo activo le exigía una total concentración. Si se distraía una fracción de segundo, perdía nitidez y al fin se disolvía en el aire. Estuvo practicando hasta que la pila del auricular se le acabó. Entonces se dejó caer contra la pared y se quedó dormido. Soñó que volaba en un universo de nubes blancas y cielo azul; no había debajo ni arriba, ni ningún campo verde donde estrellarse. Despertó al rancio olor de tortas de krill fritas, y se retorció de hambre. No tenía dinero, tampoco. Bueno, en el edificio había muchos estudiantes. Era probable que alguno necesitara una unidad programadora. Salió al corredor con el otro juego que había robado. No muy lejos había una puerta con un cartel que decía: HAY TODO UN BUEN UNIVERSO EN EL CUARTO PRÓXIMO. Debajo había un paisaje estelar con un conglomerado de pastillas multicolores, arrancado del anuncio de alguna empresa farmacéutica y pegado luego sobre una atrayente foto de la «colonia espacial» que estaba en construcción desde antes que él naciera, VAMOS, decía el cartel bajo un collage de hipnóticos. Llamó a la puerta. La puerta se abrió hasta el extremo de la cadena de seguridad y reveló una franja de seis centímetros de cara de muchacha. —¿Sí? —Vas a pensar que es robado. —Se pasaba el programador de una mano a otra.— O sea, porque es nuevo, virgo cien por cien, y todavía tiene el código de barras. Pero oye, no voy a discutir. No. Te lo voy a dejar por la mitad de lo que pagarías en cualquier sitio. —No me digas, ¿en serio? —El fragmento de boca visible se torció en una extraña sonrisa. La chica extendió la mano, con la palma en vertical. Se la acercó al mentón.— ¡Mira! Tenía un hueco en la mano, un túnel negro que le corría a lo largo del brazo. Dos lucecitas rojas. Los ojos de una rata. Corrieron hacia él, creciendo, brillando. Algo gris se precipitó hacia adelante y le saltó a la cara. Gritó, alzó las manos para protegerse. Se le doblaron las piernas, y cayó aplastando al programador. Se arrastró sujetándose la cabeza, esparciendo escamas de silicato. La cabeza le dolía... Le dolía mucho. —¡Ay, Dios mío! —La cadena de seguridad cayó con un chasquido, y la chica apareció encima de él.— Oye, aquí, mira, ven. —Sacudió una pequeña toalla azul.— Agárrate y yo te alzo. La miró a través de una película de lágrimas. Estudiante. Ese aspecto de bien alimentada, camiseta grande, dientes tan rectos y blancos que podían servir de referencia bancaria. Una fina cadena de oro en un tobillo (cubierto de pelusa, advirtió, fino pelo de bebé). Corte de pelo a la japonesa. Dinero. —Ésta imbécil va a ser mi cena —se dijo, compadeciéndola. Se aferró a la toalla y dejó que ella lo levantase. La chica le sonrió, pero retrocediendo, apartándose de él, acobardada. —Déjame indemnizarte —dijo—. ¿Quieres comida? Era sólo una proyección, ¿de acuerdo? Entró detrás de ella, cauteloso, como un animal que entra en una trampa. —No me lo puedo creer —dijo Deke—, esto es queso de verdad... —Estaba sentado en un destripado sofá, arrinconado entre un enorme oso de peluche y una desmoronada pila de flopis. Dos palmos de libros, ropa y papeles cubrían el suelo. Pero la comida que le sirvió (queso Gouda, carne enlatada y auténticas obleas de trigo de invernadero) venía directamente de las Mil y Una Noches. —Ey —dijo ella—. Aquí sabemos cómo se trata a un proleboy, ¿eh? —Se llamaba Nance Bettendorf. Tenía diecisiete años. El padre y la madre trabajaban (maricones avaros) y ella estaba especializándose en ingeniería en la William and Mary. Sacaba las notas más altas excepto en inglés. —Supongo que tienes todo un problema con las ratas. ¿Te asustan? El miró la cama de soslayo. En realidad no se veía; era sólo un abultamiento en la colcha. —No es eso. Me hizo pensar en otra cosa, nada más. —¿En qué? —Se acuclilló frente a él; la camiseta dejó al descubierto buena parte de un muslo sedoso. —Bueno... ¿alguna vez viste... —la voz se le hizo involuntariamente más alta y se comió las palabras— el monumento a Washington} ¿De noche? Tiene como dos... lucecitas rojas en lo alto, señales para la aviación o algo así, y yo, y yo... —Se puso a temblar. —¿Le tienes miedo al monumento a Washington? —Nance ahogó un grito y se enrolló de risa, agitando unas piernas largas y bronceadas. Llevaba unas bragas bikini de color carmesí. —Prefiero morirme antes que volver a verlo —dijo quedamente. Entonces ella dejó de reírse, se incorporó, le estudió la cara. Dientes blancos y parejos consternados bajo el labio inferior, como si estuviera demorándose en algo en lo que no quería ni pensar. Por fin se atrevió. —¿Bloqueo cerebral? —Sí —dijo él amargamente—. Me dijeron que nunca volvería a D.C. Y los muy hijos de puta se echaron a reír. —¿Por qué te detuvieron? —Soy un ladrón. —No iba a decirle que el alegato real era robos reincidentes en tiendas. —Muchos viejos programadores se pasan la vida programando máquinas. ¿Y sabes qué? Que el cerebro humano no se parece en nada a una máquina. No programan de la misma manera. — Deke ya conocía esa penetrante, chillona, desesperada conversación, esa cháchara interminable y circular que el solitario le suelta al raro oyente; la conocía de cien noches frías y vacías en compañía de extraños. Nance se perdió en un largo monólogo, y Deke, asintiendo y bostezando, se preguntaba si conseguiría mantenerse despierto cuando por fin cayeran en esa cama de ella. —Construí esa proyección yo misma —dijo, recogiendo las rodillas hasta el mentón—. Es para los ladrones, ¿sabes? La tenía en la mano por casualidad y te la arrojé porque me pareció que era tan cómico, tú tratando de venderme esa pequeña mierda de programadora indojavanesa. —Se inclinó hacia adelante y estiró la mano.— Mira aquí. —Deke retrocedió.— No, no, no pasa nada. Te lo juro, ésta es diferente. —Abrió la mano. Una llama azul y solitaria le bailaba allí, perfecta y siempre cambiante. —Mira eso — dijo, maravillada—. Mira. Yo lo programé. No creas que es un montaje de siete imágenes. Es un circuito continuo de dos horas, siete mil doscientos segundos, nunca se repite, ¡cada instante es tan individual como un copo de nieve! El núcleo de la llama era un cristal glacial, las aristas y las caras destellaban, se retorcían y desaparecían, dejando detrás imágenes cuasisubliminales, tan brillantes y agudas que lastimaban los ojos. Deke hizo una mueca de dolor. Gente, en su mayoría. Gente chiquita, bonita, desnuda, fornicando. —¿Cómo diablos lo hiciste? Nance se levantó; los pies descalzos le resbalaron en revistas brillantes, y con gesto melodramático se puso a apartar pliegos de papel continuo de un anaquel de madera terciada. Vio entonces una ordenada hilera de pequeñas consolas de aspecto austero y costoso. Hechas por encargo. —Esto que tengo aquí es material de verdad. Facilitador de imágenes. Y esto mi módulo de barrido rápido. Y aquí un mapa cerebral, analizador de funciones. —Recitaba los nombres como una letanía.— Estabilizador de fluctuaciones cuánticas. Empalmador de programas. Una ensambladura de imágenes... —¿Necesitas todo eso para hacer una llamita? —Y que lo digas. Todo esto es lo último, equipo profesional de dotación líquida proyectiva. Está años por delante de cualquier cosa que hayas visto. —Ey —dijo Deke—, ¿sabes algo de SPADS & FOKKERS? Ella se echó a reír. Y entonces, porque le pareció que el momento era adecuado, él se acercó a tomarle la mano. —No me toques, hijo de puta, ¡no me toques jamás! —chilló Nance, y se golpeó la cabeza en la pared al retroceder de un salto, blanca y temblando de terror. —¡Está bien! —Deke alzó las manos.— ¡Está bien! Ni siquiera estoy cerca de ti. ¿De acuerdo? Nance se alejó de él. Tenía los ojos redondos y bien abiertos; y unas lágrimas le bajaron rodando por las mejillas pálidas. Por fin, sacudió la cabeza. —Perdona, Deke. Debería habértelo dicho. —¿Haberme dicho qué? —Pero Deke se sentía inquieto. La forma en que ella se agarraba la cabeza. La forma débilmente espasmódica en que abría y cerraba las manos.—Tú también tienes un bloqueo cerebral. —Sí. —Ella cerró los ojos.— Es un bloqueo de castidad. Los imbéciles de mis padres pagaron para que me lo hicieran. No soporto que nadie me toque, ni siquiera que se me acerquen. —Los ojos se le abrieron de odio ciego.—Ni siquiera hice nada. Un comino de nada. Pero los dos tienen empleo y están tan empeñados en que yo estudie una carrera que no pueden ni orinar recto. Tienen miedo de que descuide mis estudios si llego... ya sabes, a meterme con el sexo y esas cosas. El día que se me acabe el bloqueo cerebral buscaré al más vil, al más sucio, al más peludo... Se había vuelto a agarrar la cabeza. Deke se levantó de un salto y se puso a revolver en el gabinete de medicamentos. Encontró un frasco de vitaminas de complejo B, se echó algunas al bolsillo por si acaso, y le llevó dos a Nance, con un vaso de agua. —Toma — le dijo, cuidando de mantenerse lejos—. Esto te calmará. —Sí, sí —dijo. Y luego, casi entre dientes—: Pensarás que soy una latosa. La sala de juegos de la estación Greyhound estaba casi vacía. Un solitario quinceañero de quijada larga estaba inclinado sobre una consola, moviendo una colorida flota de submarinos en el sombrío reticulado del Atlántico Norte. Deke entró, con su nuevo atuendo, y se apoyó en una pared de cemento, pulido por innumerables capas de esmalte verde. Había desteñido su remendada ropa de proleboy, el pantalón y la camiseta de la Buena Voluntad, y había encontrado un par de zapatones en el armario de un sauna con sistema de seguridad barato. —¿Has visto a Tiny por ahí, amigo? Los submarinos dispararon torpedos de neón. —Depende de quién pregunte. Deke se tocó el mando a distancia que llevaba detrás de la oreja. El Spad saltó sobre la consola, ágil y delicado como una libélula. Era hermoso; tan perfecto, tan de verdad, que hizo que toda la sala pareciese una ilusión. Lo acercó al reticulado, a milímetros del vidrio, aprovechando el efecto de fondo. El chico ni se molestó en levantar la mirada. —En Jackman's —dijo—. Al final de la avenida Richmond, más allá de los excedentes. Deke dejó que el Spad se desvaneciese a media altura. El Jackman's ocupaba casi toda la tercera planta de un viejo edificio de ladrillos. Lo primero que encontró Deke fue Los Mejores Excedentes de Guerra, y luego un anuncio de neón roto en lo alto de un vestíbulo a oscuras. La acera de la entrada estaba ocupada por otra clase de excedentes: veteranos damnificados, algunos de ellos de la época de Indochina. Ancianos que habían dejado los ojos bajo soles asiáticos estaban sentados en cuclillas junto a chicos espasmódicos que habían inhalado micotoxinas en Chile. Deke se alegró al oír las maltratadas puertas del ascensor se cerraban detrás de él con un suspiro. Un polvoriento reloj Dr. Pepper en el otro extremo de la sala larga y espectral le dijo que eran las ocho menos cuarto. El Jackman's había sido embalsamado veinte años antes de que él naciera, sellado tras una amarillenta película de nicotina, grasa y aceite para el pelo. Justo debajo del reloj, desde una foto enmarcada, los ojos chatos de un ciervo embalsamado miraban a Deke. La foto tenía el lustroso color sepia de las alas de las cucarachas. Se oían los ruidos secos y los susurros del billar, el chillido de una bota de trabajo que se doblaba sobre linóleo cuando un jugador se inclinaba sobre la consola. Poco más arriba de las lámparas verdosas pendía una tira de campanas navideñas de papel, de marchito color rosado. Deke miró de una pared a otra. Ningún facilitador. —Tráete uno, por si nos hiciera falta —dijo alguien. Se volvió y se encontró con la mirada blanda de un calvo con gafas de montura de acero—. Me llamo Cline. Bobby Earl. Usted no tiene pinta de jugador de billar, señor. —Pero no había amenaza ni acritud en la voz de Bobby Earl. Se quitó las gafas y empezó a pulir las lentes con un pliegue de gasa. A Deke le recordó a un instructor de taller que con santa paciencia había tratado de enseñarle las técnicas de instalación de biochips invertidos.—Yo soy un apostador —dijo el calvo, sonriendo. Los dientes eran de plástico blanco—. Ya sé que no lo parezco. —Estoy buscando a Tiny —dijo Deke. —Bien. —El hombre volvió a ponerse las gafas.— Pues no lo vas a encontrar. Ha ido a Betsheda para que la A. V. le limpie la cañería. De todos modos él no volaría contra ti. —¿Por qué no? —Pues, porque no estás en el circuito, si no yo te conocería. ¿Juegas bien? —Y como Deke asintiera, Bobby Earl le gritó a alguien al fondo del Jackman's.— ¡Ey, Clarence! Trae el facilitador. Tenemos aquí un joven volante. Veinte minutos después, habiendo perdido el control remoto y el dinero que le quedaba, se alejó pasando junto a los soldados rotos de Los Mejores Excedentes. —Y ahora déjame que te diga, muchacho —le había dicho Bobby Earl en tono paternal mientras, mano en el hombro, acompañaba a Deke hasta el ascensor—, tú no le vas a ganar a un veterano de combate... ¿me escuchas? Ni siquiera yo soy tan bueno; no soy más que un viejo soldado raso que pasó quince, tal vez veinte minutos hipercolocado. El viejo Tiny, en cambio, era piloto. Pasó todo el servicio colocado hasta la médula. Tiene la membrana atenuada al máximo... tú no le vas a ganar. Era una noche fría. Pero Deke ardía de rabia y humillación. —Jesús, qué cosa tan burda —dijo Nance cuando el Spad ametralló un montículo de calzones rosados. Deke, echado en el sofá, se quitó de detrás de la oreja el control remoto de Nance, un Braun pequeño y lustroso. —No vengas ahora a burlarte de mí, señorita-rica-que-va-a-tener-un-empleo... —¡Ey, tranquilo! No tiene nada que ver contigo... es sólo tech. Ese disco que tienes es de lo más primitivo. Tal vez para la calle sea de lo mejor. Pero comparado con lo que yo hago en la universidad es... uf. Deberías dejar que te lo reprograme. —¿Cómo dices? —Déjame incrementarlo. Todas esas porquerías están escritas en hexadecimal, ¿entiendes?, porque los programadores industriales trabajan sólo con computadoras. Así es como ellos piensan. Déjame llevarlo al lector-analizador del departamento, le corro un par de cambios, lo traduzco a un licualenguaje moderno. Le elimino todos los intermediarios redundantes. Eso te recortará el tiempo de reacción, cortará el circuito de retroalimentación por la mitad. Así volarás mejor y más rápido. Te convertirás en un verdadero profesional, ¡en todo un as! —Nance dio un sorbo al bong y se dobló hacia adelante, ahogada de risa. —¿Lo dices en serio? —preguntó Deke, incrédulo. —Ey, ¿por qué crees que la gente compra remotos con cables de oro? ¿Por el prestigio? Una mierda. La conductividad es mejor, le quita unos cuantos nanosegundos al tiempo de reacción. Y tiempo de reacción es como se llama el juego, ¿sabes? —No —dijo Deke—. Si fuera tan fácil, la gente ya lo tendría. Lo tendría Tiny Montgomery. Él sin duda tendría lo mejor. —¿Pero es que no escuchas? —Nance dejó el bong; una lámina de agua parda cayó de plano al suelo.— El material con que trabajo está tres años por delante de cualquier cosa que encuentres en la calle. —¿De verdad? —dijo Deke tras un largo silencio—. Quiero decir, ¿podrás hacerlo? Era como pasar de un Modelo T a un Lotus noventa y tres. El Spad maniobraba como un sueño, respondía al menor pensamiento de Deke. Pasó semanas jugando en las videogalerías, sin gastar un centavo. Voló contra los adolescentes del lugar y de a uno y de a tres fue derribándoles los aviones. Hacía pruebas, jugaba a sorprender. Y los aviones caían... Hasta que un día, Deke estaba guardándose el dinero ganado, y un negro larguirucho que estaba apoyado en una pared se enderezó para hablarle. Miró los billetes laminados en la mano de Deke y sonrió. Un diente de rubí le brilló en la boca. —¿Sabes una cosa? —le dijo—. He oído decir que hay un tío que sabe volar, que está batiendo a los chicos. —Jé —dijo Deke mientras untaba mantequilla danesa en una barra de pan de algas—. Barrí ú piso con esos negros. Aunque eran buenos. —Me alegro, cariño —balbuceó Nance. Estaba trabajando en su proyecto final, metiendo datos en una máquina. —¿Sabes?, me parece que tengo mucho talento para esta clase de cosas. ¿Sabes? O sea, el programa me ayuda, pero yo tengo lo que hace falta para sacarle provecho. Me estoy haciendo toda una reputación ahí fuera, ¿sabes? —Impulsivamente, encendió la radio. Las trompetas de un rayado dixieland estallaron en la habitación. —Ey —dijo Nance—. Si no te importa... —No, es que estoy... —Movió el sintonizador hasta que encontró una música de pacotilla, lenta, romántica.— Ahí está. Vamos, ponte de pie. Vamos a bailar. —Ey, ya sabes que no puedo... —Claro que puedes, tonta. —Le arrojó el enorme oso de peluche y recogió del suelo un vestido de algodón a cuadros. Lo sujetó por la cintura y la manga, y apretó el cuello con la barbilla. Olía a pachulí, y más débilmente a sudor.— ¿Lo ves? Yo me quedo por aquí, tú te pones allí. Y bailamos. ¿Entiendes? Parpadeando, despacio, Nance se levantó y abrazó el oso con fuerza. Bailaron, pues, lentamente, mirándose a los ojos. Después de un rato, ella se puso a llorar. Pero seguía sonriendo. Deke soñaba despierto, imaginaba que era Tiny Montgomery, conectado a su avión de despegue vertical. Imaginó a la máquina respondiendo a la más imperceptible crispación de las neuronas, los reflejos aumentados al máximo, el hiper fluyéndole libremente por las venas. El suelo del apartamento de Nance se convirtió en selva, la cama era una meseta de las estribaciones andinas, y Deke piloteaba el Spad a máxima velocidad, como si fuera una máquina interactiva de combate totalmente integrada. Jeringas hipodérmicas computarizadas le inyectaban lentamente en el torrente sanguíneo una efectiva mezcla intensificadora. Tenía unos sensores directamente conectados al cráneo, que provocaban un giro supersónico en el cuenco verdiazul del cielo que cubría la selva subtropical boliviana. Tiny habría sentido el paso del aire sobre las superficies de control. Abajo, los soldados avanzaban a empellones por la selva, con bombas de hiper sujetas en los brazos; las bombas les darían una dosis extra de furia en la danza mortal del combate, una inyección de infierno líquido en una ampolla de plástico azul. Tal vez fueran diez minutos de una semana. Pero acercándose a ras de los árboles, con los reflejos potenciados al máximo, volando tan bajo, las tropas de tierra nunca te veían llegar hasta que te tenían encima, soltabas los agentes de fosgeno, te alejabas y desaparecías sin darles tiempo ni a levantar la punta del fusil... Era preciso pues un goteo constante de hiper. Y el interfaz neuronal directo que lo conectaba al jet era una calle de dos direcciones: las computadoras de a bordo llevaban un monitor bioquímico y decidían cuándo abrir las compuertas y proporcionar al componente humano un toque homicida de ansia de combate. Dosis así te consumían. Te comían hasta el fondo, lentas, constantes, abrasando la superficie del cerebro, erosionando las membranas del cerebro. Si no te retiraban de la aviación a tiempo, terminabas con un debilitamiento de las células cerebrales; reflejos demasiado rápidos para tu cuerpo y el reflejo de lucha-o-escapa estropeado para siempre... —¡Llegué al tope, proleboy! —¡Ah? —Deke levantó la cabeza, asustado, al tiempo que Nance entraba en tromba tirando los libros y el bolso en el montón más cercano. —Mi proyecto final... Me eximieron de los exámenes. El profe dijo que nunca había visto nada parecido. Eh, baja un poco las luces, por favor. Esos colores me irritan los ojos. Deke la complació. —Bueno, muéstrame. Muéstrame esa maravilla. —Bien, de acuerdo. —Nance enarboló el control remoto, abrió a patadas un espacio en la cama para ponerse allí de pie, inmóvil un instante. Una chispa le estalló en la mano y se convirtió en llama. Como una línea de mercurio se extendió subiéndole por el brazo, enroscándosele en el cuello. Ahora era una víbora, de cabeza triangular y lengua intermitente. Colores fundidos, naranjas y rojos. Se le deslizó entre los pechos. —La llamo serpiente de fuego —dijo Nance con orgullo. Deke se acercó un poco, y ella saltó hacia atrás. —Perdona. ¿Es como tu llama, no? O sea que por dentro se ven esos minienanitos fornicando. —Más o menos. —La serpiente de fuego se le escurrió hacia el vientre.— El mes próximo voy a empalmar doscientos programas de llamas, con justificación de fundido entre ellos para obtener las imágenes. Luego aprovecharé la imagen corporal mental para que se oriente a sí mismo. Así podrá recorrerte todo el cuerpo sin que tengas que pensarlo. Te lo puedes poner para bailar. —A lo mejor soy algo tonto, pero, si todavía no lo has hecho, ¿cómo es que puedo verlo? Nance soltó una risita. —Eso es lo mejor: todavía falta la mitad. No tuve tiempo de ensamblar las piezas en un programa unificado. Enciende la radio, por favor. Quiero bailar. —Sacudió los pies para quitarse los zapatos. Deke sintonizó una música movida. Luego, ante el pedido de Nance, bajó el volumen hasta casi un susurro. —Conseguí dos dosis de hiper, ¿sabes? —Estaba dando saltos en la cama, moviendo las manos como una bailarina balinesa.— ¿Lo has probado alguna vez? Increíble. Te da una concentración absoluta. Mira esto. —Se puso en pointe— Nunca lo había hecho. —Hiper —dijo Deke—. De la última persona que fue descubierta con esa mierda encima sé que le cargaron tres años en infantería. ¿Cómo lo conseguiste? —Se lo compré a la veterana de un colegio. Salió el mes pasado. La visualización es perfecta. Puedo mantener la proyección con los ojos cerrados. Me ensamblé el programa en la cabeza como si nada. —¿Con sólo dos dosis? —Una. La otra la guardo de reserva. El profe quedó tan impresionado que me va a concertar una entrevista. Un reclutador de la I. G. Feuchtwaren visitará el campus dentro de dos semanas. La ampolla de hiper le va a vender el programa y me va a vender a mí. Voy a salir de la universidad con dos años de adelanto, directamente a la industria, sin pasar por la cárcel ni pagar doscientos dólares. La serpiente se enroscó y se alzó como una tiara ígnea. Deke tuvo una rara sensación de malestar al pensar que Nance se alejaba de él. —Soy la bruja —cantó Nance—. La bruja del wetware. —Se sacó la camisa por la cabeza y la tiró al aire. Los senos, perfectos y alzados, se le movían libres, armónicos, al compás del baile.— A lo más alto —ahora entonaba una canción de moda— voy a... ¡llegar! —Tenía los pezones pequeños, rosados, endurecidos. La serpiente de fuego se los lamía y se retiraba en coletazos. —Ey, Nance —dijo Deke, incómodo—. Cálmate un poco. —¡Estoy celebrando! —Enganchó el pulgar en las bragas doradas y brillantes. El fuego la abrazaba en espirales de la mano a la entrepierna.— Soy la diosa virgen, nene, ¡y tengo el poder! — Cantando de nuevo. Deke apartó la mirada. —Tengo que irme —balbuceó. Tenía que irse a casa y masturbarse. Se preguntó dónde habría escondido esa segunda dosis. Podría estar en cualquier sitio. El circuito tenía su protocolo, un orden tácito de deferencia y precedencia tan elaborado como el de la corte de un mandarín. No importaba que Deke estuviera de moda, que su reputación se estuviera extendiendo como un fuego desatado. Ni siquiera un chico-mosca de renombre podía desafiar a quien quisiera. Tenía que escalar las jerarquías. Pero si volabas todas las noches. Si estabas preparado para el reto de cualquiera. Y si eras bueno... la escalada podía ser rápida. Deke llevaba un avión de ventaja. Era un torneo, tres aviones contra tres. No muchos espectadores, unos doce, quizá, pero era una buena refriega, y el público metía ruido. Deke estaba inmerso en la maníaca serenidad del combate cuando de pronto advirtió que habían callado. Vio que los mirones se movían inquietos. Los ojos miraron todos más allá de él. Oyó las puertas del ascensor que se cerraban. Fríamente, se deshizo del segundo avión de su adversario, y se aventuró a echar un rápido vistazo por encima del hombro. Tiny Montgomery acababa de entrar en el Jackman's. La silla de ruedas avanzó susurrando por el oscurecido linóleo, guiada por las levísimas crispaciones de una mano no del todo paralizada. La expresión de Tiny era severa, vacía, tranquila. En ese instante, Deke perdió dos aviones. Uno por un fallo de resolución —se desenfocó y el facilitador lo quito de escena— y el otro porque su contrincante era un auténtico luchador. Se lanzó sobre Deke en barrena a una velocidad asesina, se deslizó junto a él, y le ametralló el biplano. El aparato cayó en llamas. Los dos últimos aviones de cada bando compartían altitud y velocidad, y al volverse, buscando una posición adecuada, entraron por lógica en un movimiento circular. Los mirones se apartaron al tiempo que Tiny se acercó rodando hasta pegarse a la mesa. Bobby Earl Cline caminaba detrás, larguirucho y relajado. Deke y su adversario se miraron y sacaron sus aviones de la mesa de billar para que el hombre hablase. Tiny sonrió. Tenía unas facciones pequeñas, apretadas en el centro de una cara pálida y fofa. Un dedo se le crispó levemente sobre el apoyamanos de cromo. —He oído hablar de ti. —Miró a Deke a los ojos. Tenía una voz suave y extrañamente dulce, una voz de niña pequeña.— He oído decir que eres bueno. Bobby asintió con un lento movimiento de la cabeza. La sonrisa abandonó el diminuto rostro de Tiny. Los labios, blandos, carnosos, se le distendieron en un puchero natural, como si esperasen un beso. Los ojos, pequeños y brillantes, estudiaron a Deke sin malicia. —Veamos qué sabes hacer, pues. Deke se perdió en el frío juego de la guerra. Y cuando el enemigo cayó, envuelto en humo y llamas, para estallar y desvanecerse en la mesa, Tiny giró la silla, sin decir una palabra, rodó hasta el ascensor, y se marchó. Cuando Deke recogía sus ganancias, Bobby Earl se abrió paso hasta él y le dijo: —El hombre quiere jugar contigo. —¿Sí? —Deke no estaba ni remotamente a la suficiente altura en el circuito como para desafiar a Tiny.— Explícamelo. —Uno que iba a venir mañana de Atlanta canceló la cita. Y el viejo Tiny tiene ganas de volar contra alguien nuevo. Así que parece que ahora te toca a ti, en el Max. —¿Mañana? ¿Miércoles? No me da mucho tiempo para entrenarme. Bobby Earl sonrió amablemente. —No creo que eso importe mucho. —¿Por qué, señor Cline? —Muchacho, tú no tienes jugadas, ¿me entiendes? No tienes sorpresas. Vuelas como un principiante, sólo que más rápido y con más habilidad. ¿Entiendes lo que trato de decirte? —No estoy seguro. ¿Quiere ponerle un poco de emoción a la cosa? —Para serte franco —dijo Cline—, estaba esperando que me lo dijeras. —Se sacó un cuaderno negro del bolsillo y lamió la punta de un lápiz.— Te doy cinco a una. No habrá apuesta mejor. Miró a Deke casi con tristeza. —Pero Tiny es por naturaleza mejor que tú, y es que nunca ha tenido otra cosa, muchacho. Vive para ese maldito juego, nada más. No puede salir de esa maldita silla. Si crees que puedes ganarle a un hombre que pelea por su vida, te engañas. El retrato del coronel de Norman Rockwell miraba a Deke desapasionadamente desde el Kentucky Fried que estaba al otro lado de la avenida Richmond, frente a la cafetería. Deke sostenía la taza con manos frías y temblorosas. El cráneo le zumbaba de cansancio. Cline tenía razón, le dijo al coronel. Puedo volar contra Tiny, pero no puedo ganar. El coronel le devolvió la mirada con ojos serenos, quietos y no particularmente amables; su mirada abarcaba la cafetería, la tienda de excedentes y todo el reino de arrastrados de la avenida Richmond. Esperando a que Deke admitiera la cosa tan terrible que tenía que hacer. —La zorra ésa está planeando dejarme plantado, de todos modos —dijo Deke en voz alta, lo que hizo que la negra del mostrador lo mirara con extrañeza y luego desviara rápidamente los ojos. —¡Papi llamó! —Nance entró bailando en el apartamento y cerró de un portazo.— ¿Y sabes qué? Dice que si consigo el empleo y lo conservo seis meses, hará que me eliminen el bloqueo cerebral. ¿Puedes creerlo, Deke? —Vaciló un instante.— ¿Te sientes bien? Tenía la piel de la cara anormalmente tensa, una máscara de pergamino. —¿Dónde escondiste el hiper, Nance? Lo necesito. —Deke —dijo, insinuando una sonrisa que en seguida se desvaneció—. Deke, es mío. Mi dosis. La necesito. Para mi entrevista. Deke le sonrió despectivamente. —Tú tienes dinero. Siempre podrás conseguir otra ampolla. —¡No de aquí al viernes! Escucha, Deke, esto es muy importante. Toda mi vida depende de esta entrevista. Necesito esa ampolla. ¡Es lo único que tengo! —¡Mira, nena, tienes todo el puto mundo. Mira un poco a tu alrededor: ¡seis onzas de hashish rubio libanes! Anchoas en lata. Seguro médico ilimitado, si lo llegas a necesitar. —Nance retrocedía, se apartaba de él, tropezando con las estáticas olas de las sábanas sucias y con las arrugadas, lustrosas revistas que se encrespaban al pie de la cama.— En cambio yo, yo nunca tuve ni el olor de todo esto. Nunca tuve los estímulos que hacen falta para salir adelante. Y esta vez lo voy a hacer. Tengo un jodido partido en dos horas y lo voy a ganar. ¿Me oyes? —Se estaba enfureciendo cada vez más, y eso era bueno. Necesitaba la rabia para lo que tenía que hacer. Nance alzó un brazo, con la mano abierta, pero Deke estaba preparado y se la apartó de un golpe sin siquiera alcanzar a ver la entrada del túnel oscuro, y mucho menos los ojitos rojos. Entonces los dos rodaron al suelo, y él quedó encima de ella, y el aliento de Nance le llegaba a la cara, rápido y caliente. —¡Deke! ¡Deke! Yo necesito esa mierda, Deke, es mi entrevista, es lo único...Tengo que... tengo que... —Volteó la cara, lloraba mirando a la pared.—Por favor, Dios mío, por favor, no... —¿Dónde lo escondiste? Clavada a la cama bajo el cuerpo de Deke, Nance comenzó a sacudirse en espasmos, todo el cuerpo en convulsiones de miedo y de dolor. —¿Dónde está? La cara de Nance era ya carne gris de cadáver, desangrada, y el horror le ardía en los ojos. Deke torció la boca. Ahora era demasiado tarde para detenerse; había traspasado la línea límite. Deke sintió asco y náuseas, sobre todo porque, a un nivel inesperado y desagradable, estaba disfrutando. —¿Dónde lo tienes, Nance? —Y, despacio, con mucha suavidad, se puso a acariciarle la cara. Deke llamó el ascensor del Jackman's con un dedo que se movía tan rápido y recto como un avispón; delicadamente, como una mariposa, se posó en el botón de llamada. Deke estaba lleno de vigorosa energía, y la tenía toda bajo control. Mientras subía, iba manoteando sus propias sombras y le reía a su reflejo en el cromo manchado de dedos. Tenía las pupilas como puntas de alfiler, casi invisibles, y no obstante, el mundo brillaba como el neón. Tiny estaba esperando. La boca del lisiado se le curvó hacia arriba en una dulce sonrisa al advertir los iris de Deke, la exagerada calma de sus movimientos, el vano intento por fingir una torpeza exenta de drogas. —Bueno —dijo con esa voz aniñada—, parece que me espera todo un manjar. El Max estaba apoyado en uno de los tubos de la silla. Deke saludó con una reverencia, no del todo burlona. —A volar. —Como retador, volaría a la defensiva. Materializó sus aviones a una altitud moderada: bastante altos como para caer en barrena, bastante bajos para estar alerta cuando Tiny atacase. Esperó. El público lo saludó. Un gordo de pelo con brillantina puso cara de asustado; un ojeroso sureño empezó a sonreír. Los murmullos subieron de tono. Los ojos se movían en cámara lenta en cabezas paralizadas por los tiempos de reacción del hipen Le llevó tal vez tres nanosegundos detectar la fuente de ataque. Deke miró hacia arriba, y... ¡Hijo de puta, estaba ciego! Los Fokkers bajaban en picada desde una bombilla de doscientos vatios, y Tiny lo había obligado a mirarla de frente. La visión se transformó en luz blanca. Deke cerró con fuerza los párpados sobre ojos empozados de lágrimas y mantuvo frenéticamente el escenario visualizado. Dividió su escuadra llevando dos biplanos a la derecha, uno a la izquierda. Hizo que todos se torcieran en una media vuelta, una y otra vez. Tuvo que desviarse al azar: no sabía dónde estaban las hostiles aves de guerra. Tiny soltó una risita. Deke podía oírlo entre los ruidos del público, los hurras y las maldiciones y las monedas que caían sobre la mesa en un momento sincopado al margen del flujo y reflujo del duelo. Cuando recobró la visión, un instante después, un Spad caía en llamas. Los Fokkers mordían la cola de sus aparatos sobrevivientes, uno a uno y dos al otro. Tres segundos de juego y ya había perdido uno. Esquivando las balas trazadoras de Tiny, bajó en barrena al solitario perseguido y llevó el otro hacia el punto ciego entre Tiny y la bombilla. Las facciones de Tiny se distendieron. No había en aquella serenidad la menor sombra de desprecio o decepción. Siguió a los aviones con aire tranquilo, esperando el turno de Deke. Entonces, justo antes del punto ciego, Deke arrojó su Spad en barrena, los Fokkers aceleraron, se ladearon abruptamente, y se torcieron buscando las posiciones de combate. El Spad continuó su zambullida detrás del tercer Fokker, que había sido perseguido por el otro avión de Deke. La descarga alcanzó las alas y el fuselaje rojo. Durante un instante no pasó nada, y Deke pensó que había errado el disparo. Entonces la pequeña mariposa roja viró a la izquierda y cayó, dejando un rastro de humo negro y aceitoso. Tiny frunció el ceño; unas diminutas líneas de desagrado le estropearon la perfección de la boca. Deke sonrió. Uno a uno. Ambos Spads eran seguidos de cerca. Deke los apartó a los lados y los volvió a juntar desde las bandas opuestas de la mesa verde. De este modo neutralizaba la ventaja de Tiny, pero no podía disparar sin poner en peligro sus propios aviones. Deke lanzó las máquinas a velocidad máxima, y las enfrentó una contra otra. Un instante antes de que chocasen, Deke hizo que los aviones se cruzaran, uno subiendo y otro bajando, mientras abrían fuego y viraban. Tiny estaba preparado. El fuego inundó el aire. Entonces un avión azul y otro rojo salieron rugiendo, disparados en direcciones opuestas. Tras ellos, dos biplanos se engarzaron en el aire. Las alas se tocaron, se golpearon, y los aviones cayeron juntos, casi en picada, al fieltro verde que se extendía abajo. Diez segundos de juego y cuatro aviones derribados. Un negro veterano frunció los labios y silbó. Otro espectador meneó la cabeza, incrédulo. Tiny se había erguido inclinándose un poco hacia adelante en la silla de ruedas: los ojos intensos y fijos, las manos blandas apretando débilmente los brazos de la silla. Se acabó la comedia de poses divertidas y relajadas; tenía la atención clavada en el juego. Los mirones, la mesa, el mismo Jackman's, no existían para él. Bobby Earl Cline le puso una mano en el hombro; Tiny no se dio cuenta. Los aviones estaban en esquinas opuestas de la sala, ganando altitud trabajosamente. Deke pegó el suyo al techo, apenas visible tras la niebla de humo. Echó una rápida mirada a Tiny, y los ojos de los dos se encontraron. Frío contra frío. —Vamos a ver hasta donde llegas —musitó Deke entre dientes. Juntaron los aviones. Ahora el hiper estaba llegando al máximo, y Deke pudo ver las balas trazadoras de Tiny que rasgaban el aire entre las máquinas. Tenía que poner el Spad en la línea de fuego y disparar al blanco, y luego doblar y ladearse para que las balas del Fokker le pasaran por debajo del fuselaje. Tiny hacía exactamente lo mismo, esquivando el fuego de Deke y volando tan cerca del Spad que los trenes de aterrizaje casi se enganchaban unos con otros. Deke estaba forzando a su Spad con un apretado rizo inverso, cuando tuvo la alucinación. El fieltro se arrugaba y retorcía: se convirtió en el infierno verde de la selva tropical boliviana que Tiny había sobrevolado en combate. Las paredes se alejaron hacia un gris de infinitud, y sintió el metálico confinamiento de un jet cibernético que se acercaba a él. Pero Deke se había preparado. Estaba esperando las alucinaciones y sabía cómo enfrentarlas. Los militares nunca suministrarían drogas que los soldados no pudiesen dominar. Spad y Fokker se entrecruzaron en un nuevo acercamiento. Podía leer las tensiones en el rostro de Tiny Montgomery, los ecos del combate en el cielo profundo de la selva. Acercaron sus aviones, sintiendo las tensiones que llegaban al cerebro directamente desde los instrumentos, las bombas de adrenalina inyectando desde las axilas, la fría, veloz libertad del flujo de aire sobre piel de jet mezclándose con los olores de metal caliente y sudor de miedo. Las trazadoras le rozaron la cara, y se echó hacia atrás sin quitar los ojos del Spad que se acercaba de nuevo al Fokker, ambos intactos. Los espectadores parecían locos, agitando sombreros y pateando el suelo, como auténticos desaforados. Deke volvió a encontrar los ojos de Tiny. Sintió entonces que una cierta malicia crecía en él, y aunque tenía los nervios en tensión como las agujas de cristal de carbono que impedían que los jets reventaran con esas imposibles volteretas sobre las cimas de los Andes, fingió una sonrisa natural y guiñó un ojo, inclinando la cabeza a un lado, como para decir «Mira eso». Tiny miró. Fue sólo una fracción de segundo, pero más que suficiente. Deke aceleró un Immelmann a una velocidad y fuerza —justo en el límite de tolerancia teórica— que nunca se había visto en el circuito, y se pegó a la cola de Tiny. Vamos a ver cómo sales de ésta, cabrón. Tiny pasó en vuelo rasante sobre la mesa verde, y Deke lo siguió. Sostuvo el fuego. Ahora tenía a Tiny justo como quería. Corriendo, como en cualquiera de sus misiones de combate. Borracho de exaltación y de hiper, quizá, pero corriendo, asustado. Ahora estaban sobre el fieltro, volando por encima de las copas de los árboles. Termina, pensó Deke, y aumentó la velocidad. Alcanzaba a ver de soslayo a Bobby Earl Cline, que observaba el partido con una mirada extraña. Una mirada como de súplica. La compostura de Tiny había desaparecido; tenía un rostro torcido y atormentado. Tiny cedió al pánico y zambulló su avión entre la gente. Los biplanos daban vueltas y serpenteaban. Algunos mirones saltaron hacia atrás y otros se pusieron a manotear el aire y a reírse. Pero había en los ojos de Tiny un brillo de terror que hablaba de una eternidad de miedo y confinamiento, dos filos cortándose entre sí interminablemente... El miedo era muerte en el aire, el confinamiento un encierro metálico, primero el del avión, luego el de la silla. Deke podía leérselo todo en la cara: el combate era lo único que Tiny había tenido alguna vez. Hasta que un nacionalista anónimo armado con un arcaico SAM lo derribó del verdiazul cielo boliviano para tirarlo de golpe y directamente a la avenida Richmond y al Jackman's y al joven, sonriente matador al que se enfrentaba por última vez sobre el paño descolorido. Deke se mecía en la punta de los pies; la cara le ardía con una sonrisa de un millón de dólares: la marca de la droga que ya había freído a Tiny antes de que nadie se molestara en arrancarlo del cielo en un amasijo de metal caliente y carne lacerada. Entonces todo vino al mismo tiempo. Vio que volar era todo lo que sostenía a Tiny. Ese diario roce con la muerte, para luego volver a levantarse del ataúd de metal, de nuevo vivo. Había mantenido el colapso a raya por pura fuerza de voluntad. Si esa fuerza de voluntad se rompía, toda la mortalidad le entraría a borbotones. Tiny se inclinaría hacia adelante y vomitaría en su propio regazo. Y Deke lo llevó hasta el final... Hubo un momento de silencio estupefacto cuando el último avión de Tiny se desvaneció en un destello de luz. —Lo hice —susurró Deke. Y luego, más alto—. ¡Hijo de puta, lo hice! Frente a él, al otro lado de la mesa, Tiny se retorció en la silla, agitando los brazos espasmódicamente, con la cabeza ladeada como un muñeco de trapo. Detrás, Bobby Earl Cline miraba fijamente a Deke con ojos de carbón en brasa. El apostador recogió rápidamente el Max y con la cinta envolvió un fajo de billetes laminados. Sin avisar, se lo arrojó a Deke a la cara. Sin esfuerzo alguno, con naturalidad, Deke lo pescó en el aire. Entonces, por un instante, pareció que el apostador se le iba a echar encima, a saltar sobre la mesa de billar. Un tirón de la manga lo detuvo. —Bobby Earl —murmuró Tiny, con voz ahogada en humillación—, tienes que... sacarme de aquí. Rígido, furioso, Cline empujó la silla de su amigo, y se alejó, desapareció en la sombra. Deke echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada. ¡Dios, qué bien se sentía! Se metió el Max en un bolsillo de la camisa, y allí lo sintió colgar, frío y pesado. Embutió el dinero en los bolsillos del pantalón. Dios, tenía que saltar; el triunfo se le movía dentro como una cosa salvaje, delgada y fuerte, como los flancos de un macho cabrío que vio un día en los bosques desde un Greyhound; y por una vez, en aquel único momento, le pareció que todo aquello valía la pena, todo el dolor y la miseria que había pasado, para ganar por fin. Pero el Jackman's estaba en silencio. Nadie gritó hurras. Nadie se acercó a felicitarlo. Recuperó la compostura, y vio las caras, mudas y hostiles. Ninguno de aquellos mirones estaba con él. Irradiaban desprecio, e incluso odio. Durante un momento interminablemente prolongado el aire tembló de violencia potencial... entonces alguien se dio vuelta, carraspeó, y escupió al suelo. El grupo se disolvió, murmurando, uno a uno fueron perdiéndose en la oscuridad. Deke no se movió. Un músculo de una pierna empezó a crispársele, heraldo de la inminente bajada del hiper. Sintió que se le dormía la parte alta de la cabeza; tenía un gusto horrible en la boca. Por un segundo tuvo que apoyarse en la mesa con ambas manos para no caer para siempre hacia la sombra viva de debajo, y mientras tanto colgaba, atravesado en el aire por los ojos muertos del ciervo de la foto, junto al reloj Dr. Pepper. Un poco de adrenalina lo sacaría de todo eso. Necesitaba festejar. Emborracharse o drogarse y comentarlo, repetir el momento de la victoria una y otra vez, contradecirse, inventar detalles, reír y fanfarronear. Una noche estelar como aquella exigía un gran discurso. Pero, parado allí, rodeado por la vasta y silenciosa sala del Jackman's, se dio cuenta de que no tenía a nadie a quien contárselo. Realmente a nadie.

HISTORIA DEL CINE CIBERPUNK. (Capítulo 10) Raúl Aguiar

Runaway, Brigada Especial, con guión y dirección de Michael Crichton es una película interesante y que ha sido olvidada injustamente. Un thriller de ciencia ficción, ya claramente en las filas del cine ciberpunk, localizado en una época futura en la que la alta tecnología domina el mundo, y sofisticados robots han reemplazado a los hombres en las más variadas tareas. Runaway es la unidad de la policía dedicada a desactivar los robots que, por diversos motivos, se descontrolan y suponen un peligro para las personas. Todo se complica cuando parece haber una súbita oleada de este tipo de "accidentes" . Es curioso cómo siendo Crichton un hombre de letras resulte a la vez un director nada despreciable, con un excelente sentido visual por lo demás. La trama no resulta en particular cautivante a priori, e inclusive sufre un evidente bache hacia su parte central. Sin embargo, con unos pequeños elementos, Crichton muestra una innegable habilidad para conjugar todos esos elementos y desarrollar una cinta de gran eficacia. Diversos son esos factores que favorecen al sólido resultado final del producto, como es un personaje protagonista que, a partir de parámetros conocidos, deriva en una pieza sólida y reconocible -servido por la sobriedad de Tom Selleck, un actor mejor de lo que se le suele catalogar-, la interpretación pasada de rosca de Gene Simmons, integrante del grupo de rock Kiss, que ofrece un regocijante personaje de malo, en su tono de cómic, y unos elementos visuales que otorgan lustre al producto: por un lado, esas balas teledirigidas que nos son ofrecidas por medio de unos curiosos travellings subjetivos, y esa idea propia de cine de serie B pero estupendamente resuelta como son las arañas-robot. En resumen, una película sencilla y efectiva que demuestra que con unos pocos elementos bien conjugados se puede ofrecer unos resultados más que dignos.

Tras la guerra nuclear el mundo se ha dividido en tres estados. Winston Smith, uno de los burócratas que reescribe la historia, comete el crimen de enamorarse de Julia. Todos sus intentos de escapar del control del Gran Hermano fracasarán. Por supuesto que hablamos del remake de la película 1984, esta vez bajo la dirección de Michael Radford, quien inteligentemente comprendió lo oportuno de hacerla el mismo año del título, una manera de homenajear al gran escritor George Orwell. En realidad 1984 no es una novela de ciencia ficción, ya que su autor George Orwell no la pensó como anticipación sino que ambientó en el futuro una crítica social del momento que vivió su nación luego de la II Guerra Mundial, con la pobreza y la miseria en que quedó toda Europa. Bajo esta premisa, entonces comprendemos que la película 1984 no muestre decorados sofisticados ni aparatos futuristas más complejos que un aparato de televisión. Y también se entiende que el protagonista se llame Winston (por Churchill) y Smith (por el hombre común). Winston Smith (John Hurt) es empleado de un gobierno cuyo líder es una fotografía de un hombre con bigote denominado "Gran Hermano", que permanentemente mira a todo el mundo. La tarea de Winston es analizar viejas noticias y reciclarlas en nuevas, convirtiendo la verdad en mentira. Estas noticias son luego emitidas incesantemente a través de una parafernalia de televisores que abarcan a todo el mundo y que nunca se apagan. Winston se encuentra con Julia (Suzanna Hamilton), una mujer que le hace llegar una nota en un pequeño papel que dice "te amo". En esta sociedad futurista, el amor es reemplazado con odio y la verdad con la mentira, de manera que la reproducción de la especie se realice solamente por inseminación artificial. Winston y Julia hacen el amor y se convierten en amantes, y también en revolucionarios y en "criminales del pensamiento". Winston escribe en su diario que desea un día tener la libertad para decir que dos más dos son cuatro. Esta libertad parece tener un atisbo cuando conoce a O'Brien (Richard Burton, inexpresivo y expresivo al mismo tiempo, en su último trabajo fílmico), un miembro del "partido" que le da un libro en el cual están todos los pensamientos revolucionarios de la supuesta "resistencia", de manera que Winston cree que O'Brien es un revolucionario. "Ignorancia es poder" reza el libro, y Winston comprende el "como" de la opresión (aunque sigue sin razonar el "porque"). La película penetra, con algunas reinterpretaciones, en la profundidad de la novela, y el temor primario de Orwell hacia el totalitarismo y el degradante conformismo queda perennemente retratado por el director Michael Radford.

El año 1984 vio dos traslaciones a la pantalla de la famosa novela de George Orwell. La primera era una adaptación oficial y estaba protagonizada por John Hurt y Richard Burton. Bastante fiel a la novela, y muy conseguida en cuanto a ambientación, la película sin embargo carecía casi por completo de un sentido del ritmo digno de ese nombre y su frialdad y asepsia la hacían poco atractiva para el público.

La segunda adaptación nunca fue acreditada como tal, aunque su director, el ex Monty Python Terry Gilliam, reconoció haberse inspirado en el argumento de 1984 a la hora de escribir el primer borrador de Brazil, si bien afirmó no haber leído la novela de Orwell y conocer sólo su argumento de un modo muy general. Es difícil, sin embargo, afirmar que sus co-guionistas no conocieran 1984, por cuanto Brazil, sin llegar nunca al plagio, sí que se inspira en situaciones, personajes y elementos argumentales de la famosa novela.

Gilliam afirmó también que el detonante para la película le vino dado por una imagen un tanto rocambolesca: alguien, posiblemente un operario, un trabajador, sentado en mitad de un lugar lleno de maquinaria fea, sucia y grasienta y escuchando en una radio portátil una versión de Brasil. A partir de ahí fue componiendo esa historia del hombre que, atrapado en una realidad fea, utilitaria, desagradable y mezquina, usa sus sueños para tener una vida plena y alcanzar un mínimo de realización personal.

Pero si Brazil en lo argumental bebe de 1984, en lo estético su referente es sin duda Kafka y buena parte del expresionismo cinematográfico alemán. El lugar en que se desarrolla la acción (ese “en algún lugar del siglo XX...” con el que comienza la película) es una especie de pesadilla burocrática que parece salida directamente del cerebro del autor de La metamorfosis y El proceso. Sam Lowry, el héroe de la historia, no es más que un pequeño burócrata que por las noches se escapa al reino de los sueños donde se convierte en una suerte de superhéroe alado. Su vida empezará a complicarse de forma cada vez más absurda precisamente merced a un fallo de la maquinaria burocrática (la detención de “Tuttle” en lugar de “Buttle”) que abrirá sus horizontes al mismo tiempo que lo conducirá, casi sin querer, sin pretenderlo, sin darse cuenta de lo que está haciendo, a enfrentarse al sistema para terminar ser aplastado por éste.

Porque el final de Brazil es uno de los finales más desesperados y tristes que he visto en la historia del cine: con nuestro héroe aplastado, aniquilado por la fea y gris realidad y con la tonada de Brasil como único refugio ante ella. Un final al que, en cierto modo, el propio Gilliam daría la vuelta en Las aventuras del barón de Munchaussen, al conseguir allí que su héroe termine imponiendo sus fantasías a la realidad y haciendo que sea ésta la que se rinda ante ellas y no al revés.

La película está excelentemente interpretada, comenzando por ese Jonathan Pryce (cuyo talento se desperdiciaría años más tarde cuando acabara convertido en un villano megalomaníaco en el Bond El mañana nunca muere) que interpreta con convicción y credibilidad a ese hombrecito gris que se conforma con sus sueños y que no sabe que cuando éstos empiecen a hacerse realidad están condenados a transformarse en una pesadilla. Pero también los secundarios hacen un magnífico trabajo: Robert de Niro como el electricista-terrorista Buttle, Ian Holm como el supervisor de Lowry, Michael Palin en su breve aparición como torturador, o Bob Hoskins como el hombre del servicio ténico.

Junto a eso, su mayor acierto es, sin duda, su estética: esos ordenadores con anticuados teclados de máquina de escribir y minúsculas pantallas con lente de aumento, los tubos neumáticos para la transmisión de mensajes, los feos tubos de aire acondicionado a la vista, y en general todo ese ambiente feista unido a una imaginería que enlaza con el colosalismo soviético crean un mundo agobiante en el que casi nunca es de día y donde hasta respirar resulta opresivo. Y no quisiera terminar sin comentar el espléndido trabajo de Michael Kamen: tomando como base (unas veces temática, otras simplemente rítmica) la canción de Brasil, compone una excelente banda sonora que refleja a la perfección los distintos estados de ánimo y ritmos de la película.