Decadencia Y Círculo Vicioso Del Poder
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Decadencia y círculo vicioso del poder Raúl Prada Alcoreza 1 No se encuentra en las ideas el secreto de la política, las ideas legitiman las acciones, aunque éstas no se correspondan con las ideas. No es que el secreto se encuentre en las acciones, o en el tipo de formato que siguen las acciones, sino, por así decirlo, en el consabido lenguaje estructuralista, en las estructuras subyacentes que rigen las acciones, aunque las acciones mismas puedan escapar intermitentemente a las estructuras estructurantes. Sin embargo, las ideas juegan un papel, fuera del relativo a la legitimación o de ungir discursivamente a la política; el papel de las ideas en la política es de hacer de dispositivo expresivo que acompaña a las acciones. Las acciones adquieren una tonalidad evocativa, cobrando la elocuencia de la gramática del lenguaje, habiendo sido parte de la gramática material de las prácticas. Lo que hemos venido denominando poder, con las distintas connotaciones y las denotaciones que le atribuye la teoría critica y la crítica genealógica, es, como dice Michel Foucault, un ejercicio; es más, se trata de un conglomerado de efectuaciones, por medio de las cuales se ejercen las dominaciones polimorfas. El poder no solo se corresponde con estructuras subyacentes de dominación, cristalizadas en las subjetividades y en las instituciones, sino que se expande como campo de fuerzas, campo que define sus distribuciones, sus cartografías, sus tendencias y sus conformaciones duraderas. Pero, el poder no solo queda definido en el campo o campos de fuerzas que configura, sino que se convierte en sociedad institucionalizada. Este es el nivel de institucionalización del poder, también el nivel de socialización del poder. Es así como el poder adquiere capacidad de reproducción; el poder se reproduce a través de las mallas institucionales, a través de las prácticas reiteradas en la sociedad institucionalizada, reconfigurándose a través del campo de fuerzas que lo sustentan. 2 El problema del poder es que no puede reproducirse indefinidamente, como ocurre con las reproducciones biológicas, no solo porque requiere de las condiciones de posibilidad institucionales y sociales, además de las composiciones subjetivas logradas, sino porque no funciona, como en biología, a través de los programas genéticos, que tienen su propia autonomía, por así decirlo, y capacidad creativa. El poder funciona comunicativamente; se presenta a la sociedad con el esplendor de la formación discursiva y de la formación ideológica; busca, en principio, convencer y adquirir legitimidad en la opinión pública. Empero, como el convencimiento exige, como en las antiguas reglas de la retórica, la empatía, la formación ideológica no perdura. La opinión pública es exigente, es más, requiere de su propia participación en la construcción del consenso. En consecuencia, al no poder aceptar este ejercicio democrático, el poder se traslada al ámbito de la propaganda, es decir, del montaje, de la simulación, del impacto, para lograr incidir en los comportamientos de la opinión pública, de la población que nace de sociedad. Cuando esto ocurre, se abandona propiamente el ejercicio democrático; es sustituido por el engatusamiento del impacto comunicativo, más tarde, por la economía política del chantaje. El poder adquiere distintas formas histórico-políticas, conocidas en la experiencia social, descritas por la historia política y las ciencias sociales. El análisis político se ha perdido y dejado atrapar por estas formaciones políticas, olvidando que estas formaciones no son otra cosa que efluvios de las dinámicas inherentes de las máquinas de poder, que responden a estructuras subyacentes. En otras palabras, en la sencillez de los esquematismos, las formaciones políticas liberales y las formaciones políticas socialistas, aunque se distingan en sus discursos, en la ideología, incluso en los estilos de gubernamentalidad, no hacen otra cosa que reproducir las dominaciones polimorfas, que pueden adquirir recomposiciones, dependiendo de las 3 correspondencias que se dan entre las formaciones sociales y las formaciones políticas. Lo mismo pasa con las formaciones populistas, en contraste con las formaciones neoliberales; son distintas versiones histórico-políticas-ideológicas del ejercicio del poder. Lo que hay que atender, para comprender el funcionamiento del poder, es precisamente a lo que hemos nombrado estructuras subyacentes, los campos de fuerzas, las mallas institucionales que hacen a la sociedad institucionalizada, los esquemas de comportamiento social y los esquemas prácticos. Al parecer se han agotado los recursos de la reproducción del poder, primero, sus actos de convencimiento, después, su acción de comunicación propagandística, para concluir con el agotamiento de sus formas de convocatoria institucionales, las cuales se deformaron en formas clientelares, retornando a los perfiles descarnados del ejercicio del poder, la recurrencia a la violencia desnuda. Incluso se habría agotado este recurso intermitente de la violencia descarnada. Entonces, al parecer, el poder se encuentra en plena crisis estructural, ya no puede reproducirse, salvo virtualmente. La historia de las formaciones políticas parece reiterativa; hay regularidades recurrentes sorprendentes, no atendidas por las ciencias sociales. Una de estas, mencionada varias veces por nosotros, es que el decurso romántico de la política en la modernidad, que tiene como epicentro a la revolución, repite una fatalidad, por así decirlo; las revoluciones cambian el mundo, pero, se hunden en sus contradicciones. Las revoluciones, después de los primeros cambios, restauran lo que derribaron, claro que en otras condiciones y 4 situaciones1. Los revolucionarios están demás una vez que se toma el poder; se requiere de funcionarios. Por el otro lado, las formas liberales, que también tienen una revolución como antecedente, que intentan prolongar como república la institucionalidad de la democracia formal, logra conformar un Estado de Derecho, incluso una malla institucional estable, empero, en la medida que el ejercicio democrático exige consensos sociales y participación, la institucionalidad se va convirtiendo en un referente, que no se cumple plenamente, y el Estado de Derecho queda petrificado como ideal jurídico-político, sin poder realizarse, como corresponde. Los Estado liberales ingresan también a las contingencias de la crisis; sus mallas institucionales son atravesadas por las formas paralelas del poder, las instituciones se corroen y se termina haciendo política de una manera también demagógica. En consecuencia, no parece adecuado tomar en serio las delimitaciones ideológicas, como si las formaciones políticas fuesen irreconciliablemente antagónicas, mas bien, desde la perspectiva compleja, se las puede considerar complementarias, en un largo plazo, inclusive mediano, dependiendo de las circunstancias. Se trata entonces de formaciones políticas complementarias en lo que respecta a la reproducción del poder. Por lo tanto, los referentes del análisis político no parecen adecuados; por ejemplo, en los más conocidos y usados trilladamente, como el relativo al esquematismo dualista de “izquierda” y “derecha”. Como dijimos antes, el liberalismo hace hincapié ideológicamente en el ideal de la libertad, en tanto que el socialismo lo hace en el ideal de justicia; empero, no hay que olvidar que el acto inicial ideológico y político, más bien, expresaba ambos 1 Ver Paradojas de la revolución, también Fetichismo ideológico. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/paradojas_de_la_revoluci__n. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/fetichismo_ideol__gico. 5 ideales de manera conjunta e integrada; esto se dice en el conocido slogan de la revolución francesa de libertad, igualdad, fraternidad, también de solidaridad. Se puede interpretar que lo que pasa después corresponde a una escisión arbitraria de tales ideales. En otras palabras, tanto el socialismo como el liberalismo tienen la misma raigambre en el nacimiento de la política en la modernidad. En una arqueología de la ideología podemos encontrar que la oposición y hasta el antagonismo político entre socialismo y liberalismo se debe a la diferenciación entre los ideales de libertad y justicia, como si fueran disociables. Desde este punto de vista, la formación discursiva liberal y la formación discursiva socialista se conforman sobre la base de la desintegración de la utopía política moderna inicial. Asombrosamente ocurre como lo que ocurre con las religiones monoteístas, que tienen como nacimiento enunciativo y simbólico la abstracción de lo Uno o la Unidad arcaica, que proviene de la filosofía antigua, aunque también de la narrativa religiosa zoroástrica. La religión de jehová, la religión judía, se escinde en la religión cristiana y más tarde en la religión musulmana. Aunque ciertamente, la escritura sagrada va a transformarse y llegar a plasmarse de manera distinta, estableciendo diferentes convocatorias religiosas, pasando de la convocatoria al pueblo escogido por Dios a la convocatoria a todos los pueblos del mundo, universalizando la salvación y el privilegio de ser hijos de Dios. Lo que se repite entonces, tanto en la historia de la religión como en la historia de la política, es la diferenciación de los desplazamientos narrativos y simbólicos, también imaginarios, respecto de su substrato religioso cultural, en un caso, político cultural, en el otro caso. Visto el asunto de esta manera, podemos también conjeturar que el substrato de la ideología se encuentra en el imaginario religioso,