Dedicamos Esta Obra a La Memoria De Amado Becquer Casaballe 1951-2013
Total Page:16
File Type:pdf, Size:1020Kb
Dedicamos esta obra a la memoria de Amado Becquer Casaballe 1951-2013 Todas la fotografías incluidas en este texto son propiedad de sus respectivos autores y ellos han permitido que se incluyan aquí. Los autores mantienen el copyright de sus fotografías. Jose Javier Soto Reola ha dado permiso para la reproducción de un relato de su autoría. To- dos los demás textos son parte de la historia de la lista Fotored donde Bec ha colaborado. La producción de este libro es de Andres Davidhazy, coordinador de la lista Fotored, con la ayuda de Jose Ja- vier Soto Reola, Jabi Soto Madrazo y Gustavo A. Deymonnaz. Diciembre de 2013. Autobiografia Nací en octubre de 1951 en Montevideo. Cuando tenía siete años de edad, mi padre -que era técnico electricista- obtuvo un empleo en una planta de potabilización de agua del interior del país y nos mudamos a la ciudad de Santa Lucía. Ahí terminé el primario y la secundaria. La vida en esa pequeña ciudad era como en todos los pueblos “provincianos”, con sus rituales sociales que se repetían semana tras semana. Los sábados y domingos a la noche, desde la primavera al otoño, no había otro lugar de paseo que no fuera la plaza, el Parque sobre el río y nada más. En el verano, los domingos íbamos a nadar, tomar sol o alquilar un bote. Los recuerdo como los momentos más felices de mi vida. En el Club Social se organizaban bailes con orquestas (siem- pre una de tango y otra moderna o tropical), que alcanzaban su máxima expresión en Carnaval. Durante un tiempo funcionó un cineclub donde podíamos ver las cintas de Bergman, Kuro- sawa, Rosellini, De Sica y de otros grandes directores. Al finalizar la función se discutía sobre la película. Yo tenía 14 o 15 años y fue para mi importante descubrir el valor de las imágenes. En 1964, gracias a una colecta pública, se hizo la estatua del General Artigas. Durante meses estuvieron discutiendo para dónde mirar: si al Sur, hacia Montevideo, o al Norte, hacia el campo. Finalmente se optó que dirigiera su vista al campo. El día que llevaron la estatua para colocarla en el pedestal, en el centro de la plaza, le pedí a mi padre su vieja cámara Agfa de cajón y compré un rollo. Hice varias tomas. Tenía 13 años de edad y fueron mis primeras fotos. Sentí una profunda emoción y algunas me salieron movidas debido a mis nervios e inexperiencia. Las que estaban aceptables se las ofrecí a la Comisión Pro-Monumento que había organizado la colecta. Me dijeron, sin mirarlas, que ya tenían un fotógrafo. Eso significó para mí una enseñanza importante: en la vida debería poner empeño para reali- zar aquellas cosas que me interesaban, sin detenerme a causa de los obstáculos que pudieran existir. A los 17 años ingresé como aprendiz de tipógrafo en la imprenta La Voz del Sur donde se edi- taba un semanario con noticias y comentarios locales. También escribía pequeños artículos, bajo la guía de Albo Prigue, su director. A mediados de 1968 comenzaron las protestas estudiantiles. Mi generación empezó a leer a Sartre, Bertrand Russel, Marcuse y también a descubrir los escritores y poetas latinoamericanos como Mario Benedetti, Mario Vargas Llosa, Pablo Neruda, Nicolás Guillén. En esos años empecé a interesarme por la fotografía como lector de imágenes: una vecina tenía coleccionadas las revistas «Life» de los años ´50 y ´60. Muchas tardes iba a su casa para hojearlas. Entusiasmado, fui a ver a uno de los fotógrafos del pueblo, Eduardo, pero me prestó muy poca 2 atención y se limitó a decirme que la fotografía era algo muy difícil. Jorge Romeo era el otro fotógrafo. Había sido corredor de bicicletas. El me estimuló para seguir adelante y siempre re- spondía a mis preguntas. A principio de los ´70, ingresé en una editorial de Montevideo como cobrador y me fui a vivir a la Ciudad Vieja. Con uno de mis primeros sueldos me compré una cámara Adox de 6 x 6. Podía controlar el obturador y el diafragma, además de la distancia, por lo que, a tientas, fui entendi- endo un poco más sobre la fotografía. Dejé la editorial y volví a vivir a Santa Lucía, donde estuve unos meses trabajando como peón de jardinería, mientras continuaba estudiando. En 1972 un amigo, Néstor Basetti, se fue a vivir a Porto Alegre para trabajar con el fotógrafo Julio Ballardini. Me propuso que si quería también podía sumarme a esa aventura. Con 21 años de edad y alrededor de 100 pesos (que era todo lo que había podido ahorrar y que equivalían al valor de dos latas de película Plus-X), llené una valija con pocas cosas y me fui. Vivir con Bal- lardini fue un tormento. Era muy agresivo, particularmente cuando se excedía con el alcohol. De todas maneras, fue quien me enseñó a revelar y hacer ampliaciones. Empecé como ayudante, lavando las fotos, entregando los trabajos a los clientes. Un día Julio me dió una Rolleiflex (adaptada a 35 mm con el Rolleikin), y empecé a realizar retratos de niños. Disfrutaba de aquella juvenil bohemia pero nunca logré adaptarme a la vida en Porto Alegre. A fines del ´73 regresé al Uruguay y estuve trabajando de fotógrafo en el balneario Atlántida durante todo el verano. También hice algunos retratos en Santa Lucía. En marzo de 1974 decidí venir a Buenos Aires. Todo lo que conocía de la Argentina era a través de relatos de amigos que habían emigrado, por la televisión, el cine y algunas revistas. Al prin- cipio fue difícil. Durante unos meses estuve viviendo en San Telmo, donde alquilaba una pieza en una casa de familia. Por suerte, después de un mes, conseguí trabajo en una fábrica, en Talleres Tubío de Electromecánica, en Haedo. Eduardo Nievas era mi compañero de habitación, un catamarqueño socialista que trabajaba en la fabrica Nestlé. Un sábado, por la mañana, vinieron a buscarlo y, al otro día, apareció con el cráneo destrozado a balazos y signos de haber sido torturado. Fue una de las primeras víctimas de los escuadrones de la muerte durante el gobierno de Isabel Perón. Fui dos veces a Plaza de Mayo para ver al general Perón. No comprendía entonces muy bien el significado del peronismo. Era un simple observador de aquellos hechos. Cuando murió Perón, Raúl Kersenbaum me prestó una Canonet y fui a sacar fotos del velatorio y de las columnas de personas que pugnaban por entrar al Congreso donde estaba siendo velado. Ahí entendí el sen- timiento popular alrededor de su figura y también me di cuenta que quería y podía ser reportero gráfico. Sin embargo, tendría que esperar varios años. Conseguí un empleo como encargado en «Foto Arte Moderna» de Enrique Nudelman, en San Juan y Pichincha, donde estuve hasta principios de 1976. Aprendí muchas cosas gracias a Edu- ardo Ases, un valenciano exiliado que trabajaba ahí. 3 Por aquella época empecé a vincularme con otros fotógrafos. Eduardo me llevó a la Asociación de Fotógrafos Profesionales. Me hice socio del Foto Club Ciudad Jardín (Palomar) y, después, del Foto Club Argentino. En Agfa concurrí a un curso que dictaba Pedro Otero y trataba de leer todo lo que caía en mis manos sobre fotografía. Habían pocos libros o, los que se conseguían, eran anticuados pero, de todas maneras, se podía aprender algo. En 1976 empecé a colaborar en Fotomundo y cuando Jorge Almirón asumió como director de la revista, pasé a ser el secretario de redacción, hasta 1979. En el ´77 hice mi primera exposición en Montevideo. Conocí al Coco Caruso, por entonces jefe de fotografía del diario El Día. Era un fotógrafo muy conocido, pero nunca perdió esa humildad que solo tienen los grandes. En ese mismo año dicté cursos en la Asociación de Fotógrafos Pro- fesionales y en el F. C. Argentino. Había un grupo humano muy cálido: con Moisés Prajs orga- nizamos una exposición de fotografía soviética para mostrar otro tipo de imágenes. En 1978 la agencia Noticias Argentinas me contrató para hacer el trabajo de laboratorio durante el Mundial de Fútbol. Fue una experiencia muy enriquecedora que me vinculó con el fotoperiod- ismo. En el ´79 ingresé al diario Clarín hasta 1981, cuando fui despedido. Estuve después en la Agencia DyN, en Tiempo Argentino, Diario Popular y nuevamente Dyn. A principios de los ´80, el documentalismo no era considerado con seriedad en los ambientes cultos de la fotografía. Pude hacer mi primera exposición en Buenos Aires en el Teatro Margarita Xirgú, en 1980, durante un encuentro cultural organizado por el Partido Socialista que, a pesar de la represión de la dictadura, se las ingenió para concretar ese hecho. Entre los que actuaron recuerdo al Negro Rubén Rada y a Celeste Carballo. En la mayoría de los sitios no aceptaban mis fotografías, ya que deseaban obras “artísticas”, y como yo no soy un artista, quedaba afuera. En 1981, varios fotógrafos que pensábamos de la misma manera, inspirados en la experiencia de Teatro Abierto, nos reunimos para organizar la primera muestra «El Periodismo Gráfico Ar- gentino». Fue expuesta en la Galería Craba de San Telmo. La segunda edición la organizamos en 1982 en la OEA, y recién en 1984, pasó a manos de la Asociación de Reporteros Gráficos. Es interesante recordar que la primera edición no tuvo el apoyo de la ARGRA; es más, los diri- gentes de aquella época no veían con buenos ojos esa exposición. Por suerte eso ha cambiado. Recuerdo a la década del ´80 como un período muy creativo: se realizaron las Jornadas de Fotografía Buenos Aires/La Plata en el Centro Cultural San Martín y en el Museo de Bellas Artes de La Plata.