Eramos Muchas Mujeres Web.Pdf
Total Page:16
File Type:pdf, Size:1020Kb
Éramos muchas: mujeres que narraron la Revolución mexicana (1936-1947) Mariana Libertad Suárez obtuvo mención honorífica de ensayo en el X Certa- men Internaciona l de Literatura “Sor Juana Inés de la Cruz”, convocado por el Gobierno del Estado de México, a través del Consejo Editorial de la Administra- ción Pública Estatal, en 2018. El jurado estuvo integrado por Lauro Zavala, Héctor Orestes Aguilar y José Luis Martínez. colección letras ensayo Mariana Libertad Suárez ÉRAMOS MUCHAS: mujeres que narraron la Revolución mexicana (1936-1947) Alfredo Del Mazo Maza Gobernador Constitucional Marcela González Salas Secretaria de Cultura consejo editorial Consejeros Marcela González Salas, Rodrigo Jarque Lira, Alejandro Fernández Campillo, Evelyn Osornio Jiménez, Jorge Alberto Pérez Zamudio Comité Técnico Félix Suárez González, Rodrigo Sánchez Arce, Laura H. Pavón Jaramillo Secretario Ejecutivo Roque René Santín Villavicencio Éramos muchas: mujeres que narraron la Revolución mexicana (1936-1947) © Primera edición: Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de México, 2019 D. R. © Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de México, Jesús Reyes Heroles núm. 302, delegación San Buenaventura, C. P. 50110, Toluca de Lerdo, Estado de México. © Mariana Libertad Suárez Velázquez ISBN: 978-607-490-265-5 Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal www.edomex.gob.mx/consejoeditorial Número de autorización del Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal CE: 217/01/29/19 Impreso en México / Printed in Mexico Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin la autorización previa de la Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de México, a través del Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal. Índice agradecimientos 17 Para hacerlo aquí: del México revolucionario a la obtención del voto femenino 37 Fuera del marco de la razón: los nuevos lugares de la memoria 59 El ruidoso decir: ¿cómo fueron leídas estas autoras? 83 Desde su posición de madurez: Nellie Campobello y Celia Herrera narran a Pancho Villa 115 El nuevo cometido: Magdalena Mondragón y Consuelo Delgado, lo que dicen sobre las mujeres 147 Discursos enraizados: Rosa de Castaño y María Luisa Ocampo dan cuenta de sí mismas 179 La Valentina y también yo: seis posiciones autorales frente a la Revolución mexicana Fuentes consultadas A mi maestro Ítalo Tedesco, quien me hizo conocer, comprender y amar la novela de la Revolución mexicana A la memoria de Maricarmen Galindo e Isabela Inclán, quienes sé que me ayudaron a oír las voces femeninas que habían atravesado esa historia Agradecimientos La escritura de este libro fue posible por la complicidad y el com- promiso de Liliana Pedroza, a quien debo, entre muchas otras cosas, el encuentro con las obras de María Luisa Ocampo, Celia Herrera y Rosa de Castaño; también fue fundamental la constan- cia de Pavel Morales, quien me ayudó a rastrear la novela de Con- suelo Delgado por todos los rincones de Guadalajara. El manuscrito pudo ser editado porque mis panas Reinaldo Pineda, Giovanna Valle, Anna Hidalgo y Rocío Lara lo hicieron llegar hasta Toluca. Mi andar por el camino de las mujeres que hablan de mujeres sigue en pie por la solidaridad y el soporte de Igor y Micaela Olsen Suárez, lectores y lecturas incondicionales en este caminar. A todos uste- des, muchas gracias. 13 A todas nos decían adelitas, pero la mera Adelita era de Ciudad Juárez … ella decía: ¡Órale! Éntrenle y el que tenga miedo que se quede a cocer frijoles … Éramos muchas: la Petra, la Soledá … y la mayoría sí servíamos para combatir. Tomasa García Citada en “Nuestras propias voces, las mujeres en la Revolución Mexicana” Para hacerlo aquí: del México revolucionario a la obtención del voto femenino Cuenta Paco Ignacio Taibo II (2014) que la primera vez que Pancho Villa oyó hablar del voto femenino fue cuando John Reed, perio- dista y esposo de la feminista norteamericana Louise Bryant, men- cionó aquella novedad durante una conversación. El Centauro del Norte se sorprendió de tal manera que quiso verificar si estaba comprendiendo bien a su acompañante: “¿Qué quiere usted decir con votar? ¿Significa elegir un gobierno y hacer leyes?”, preguntó. Reed, tras asentir, le explicó que en Estados Unidos ya las mu jeres sufragaban. Pese a que, en ese momento, Villa añadió que, si lo hacían “allá”, él no veía por qué “no deb[ieran] hacerlo aquí”, no estaba convencido de que aquello fuera posible. Por eso, casi de inmediato, llamó “a su mujer que esta[ba] poniendo la mesa” y le planteó una situación de guerra, para ver si ella tenía la capaci- dad de elegir y proponer alguna solución de forma razonada. Asi- mismo, en los días subsiguientes, intentó verificar si camareras y cocineras tenían alguna preferencia sobre quién debía ser el futuro presidente de México (Taibo II, 2014: 271). Lamentablemente, Taibo II no registró a qué conclusión llegó Villa; no obstante, sí dejó claro con esta anécdota que, en las primeras décadas del siglo XX, la figura de una mujer interesada en la política, capaz de debatir ideas y de proponer reflexiones controversiales todavía no se había consolidado en el imaginario nacional. 17 18 Mariana Libertad Suárez Aunque indiscutible, este hecho puede resultar desconcer- tante si se considera, por ejemplo, que Pancho Villa combatía al lado de mujeres como la profesora Mariana Gómez Gutiérrez, a quien, según propone Martha Eva Rocha Islas (1991), presentó a la tropa como la persona que iba a escribir la historia de sus batallas y de sus causas. Para el momento en que se produjo la entrevista referida por Taibo II, Gómez Gutiérrez no sólo había demostrado tener convicciones ideológicas inquebrantables, sino que se había encargado de dejar registro de ellas en varios periódicos publi- cados en Estados Unidos. En 1913, esta mujer llegó a ser un ele- mento decisivo en la toma de Ojinaga contra los orozquistas, dado que “ella iba con la carga de caballería que atacó por el lado oeste [y] al ver que las tropas desfallecían se puso al frente de ellas para infundirles ánimo” (Rocha, 1991: 116). Y en 1917, tras la ruptura de Carranza y Villa, debió exiliarse en Texas, porque era considerada una militante radical. Parece evidente que Pancho Villa y el resto de los revolucio- narios sabían que, desde el inicio del movimiento antirreelec- cionista, muchas mujeres se habían sentido identificadas con la causa. En 1910, por ejemplo, las profesoras Guadalupe y Rosa Nar- váez organizaron la Primera Junta Revolucionaria de Puebla y, unos meses más tarde, crearon un club político llamado “Carmen Ser- dán”, en honor a la heroína poblana que se encontraba por enton- ces en prisión. Además de prepararse para recibir a Madero, este colectivo editaba Soberanía del Pueblo, un boletín semanal que luego pasaría a llamarse Defensa del Pueblo (Valles, 2015: 70-71). Es decir, las Narváez, al igual que Gómez Gutiérrez, no sólo habían fijado su postura política, sino que habían hecho lo posible por argumen- tarla y hacerla circular en medios impresos. Hubo muchas otras combatientes en el campo de batalla con una actuación tan destacada que resultó imposible de silenciar. La solución simbólica que se propuso fue la masculinización de sus Éramos muchas: mujeres que narraron la Revolución mexicana 19 nombres y, por extensión, de sus identidades. Mariana Espeleta Oli- vera (2015) recuerda, por ejemplo, que la espía y experta en explo- sivos Ángela Jiménez luchó con el nombre de teniente Ángel; que la identidad jurídica de Pedro Ruiz Echabalas, teniente que dirigió un batallón que entró de manera exitosa a Ciudad de México, era Petra Ruiz; también alude a la tocaya Petra Herrera, una ma derista que combatió con el nombre de Pedro y que, cuando se escindió de Pancho Villa porque se había negado a darle el grado de ge nerala, formó una división de más de mil mujeres; finalmente, refiere un caso aún más sintomático, el del coronel Amelio Robles,1 quien había vivido con el nombre de Amelia hasta que se inició en la Revolución y que, pese a que “sus compañeros de armas sabían que había nacido como mujer”, la Secretaría de la Defensa Nacio- nal (Sedena) lo reconoció como veterano. De manera sorprendente, “Amelio Robles fue el único que se ganó el derecho a cambiar de sexo ante las instituciones gubernamentales, su comunidad y su familia” (Espeleta, 2015: 148). Si a esto se suma que en los corridos y otras manifestacio- nes de la cultura popular se registraba una importante presencia femenina en distintos espacios y momentos de la Revolución (Fer- nández, 2008: 32); que desde finales del siglo XiX, en la revista Vio- letas del Anáhuac apareció una serie de artículos en favor del voto de las mujeres; que en 1916, catorce mexicanas presentaron en el 1 Es importante destacar que, como señala Gabriela Cano, “la masculinización eficaz y permanente de Amelio Robles” no equivale al “travestismo estratégico —la adopción de vestimenta masculina para hacerse pasar por hombre— al que algunas mujeres recurren en periodos de guerra, ya sea para pro- tegerse de la violencia sexual que suele agudizarse durante los conflictos armados, o bien para acceder a mandos militares o, sencillamente, para pelear como soldados y no como soldaderas, es decir, sin las restricciones sociales de género que usualmente pesan sobre las mujeres en los ejércitos” (Cano, 2009: 16). Al contrario, la investigadora aclara que el proceso de masculinización antes mencionado tuvo dos aristas: la estratégica, que sólo buscaba violar las barreras impuestas a las mujeres que deseaban alzarse en armas, y la subjetiva, que recogía casos como el de Amelio Robles, quien “transitó de una identidad femenina impuesta a una masculinidad deseada: se sentía y se comportaba como hombre y su aspecto era varonil” (Cano, 2009: 17), lo que volvió aún más complejo el debate en torno al lugar que debía asignarle la Revolución mexicana a la mujer.