C oplero que canta y toca

Escogidos apuntes sobre la vida y obra de

Alberto Arvelo Torrealba

Mariela Arvelo

Coplero que canta y toca

Escogidos apuntes sobre la vida y obra de

Alberto Arvelo Torrealba

Mariela Arvelo

Coplero que canta y toca Mariela Arvelo

Diseño gráfico: Haydee Sturhahn Ochoa Gustavo A. Rodríguez Primera edición (ebook): Noviembre 2019 Hecho el depósito de ley Depósito legal: LA2019000163 ISBN: 978-980-18-0915-9 © Mariela Arvelo Todos los derechos reservados

A la memoria de mi padre, quien me indicó el momento para contar su historia

A la memoria de mi madre

A la memoria de mi hermano Alberto

Los tres en este libro

a mi lado.

Mientras el cuatro me afine

y la maraca resuene,

no hay espuela que me apure

ni bozal que me sofrene,

ni quien me obligue beber

en tapara que otro llene.

Coplero que canta y toca

su justa ventaja tiene:

toca cuando le da gana,

canta cuando le conviene.

A.A.T.

(Florentino, el que cantó con el Diablo)

Índice

Agradecimientos ...... 20

Presentación ...... 21

Prefacio...... 25

Primera Parte ...... 31

Capítulo 1 Una extensa familia ...... 33 Bisabuelos y abuelos maternos ...... 33 Sobrevivientes de un fatídico viaje ...... 35 El soneto de Arvelo Larriva ...... 36 Los abuelos paternos ...... 37 Los 22 hermanos Arvelo Rendón ...... 38 El padre “explotador de los cauchales” ...... 41 La madre poetisa ...... 45 Un pequeño Ateneo ...... 52 Hermanos Arvelo Torrealba ...... 53

Capítulo 2 ¿Cuándo y dónde nació el poeta? ...... 59 Barinas a comienzos del siglo XX ...... 59 De Castro a Gómez ...... 60 Nacimiento del coplero. ¿Cuál es la fecha exacta? ...... 61 Casa de doña Atilia ...... 64 La casa paterna ...... 67 El jardín de las rosas ...... 68 El salón de los bailes y los libros ...... 69 Pobreza ...... 70

Capítulo 3 Infancia y juventud...... 72 Primeros años de Luis Alberto ...... 72 Barinitas ...... 72 ¡Se mudió! y el pescuezo degaíiito ...... 73 Mala salud y tratamiento milagroso ...... 74 La vida cotidiana ...... 75 El monaguillo y sus latinazos ...... 80 La tremenda Aura Atilia ...... 81 Don Chicho y sus ungüentos ...... 82 Santa Elena ...... 84

Capítulo 4 ...... 91 Los primeros versos ...... 91 Invierno...... 92 A mi madre ...... 92 Mi Placer ...... 95 Soneto a Barinitas ...... 96 Paisaje ...... 97 El primer amor...... 97 Talvez no me dio Amor ...... 98 Rosario vespertino ...... 102

Capítulo 5 Nuevos horizontes ...... 105 Una larga primaria ...... 105 Liceo San José de Los Teques ...... 106 Liceo Caracas ...... 107 Contacto con su primo Alfredo Arvelo Larriva ...... 109 Preceptor de escuela rural ...... 111

Capítulo 6 Música de cuatro, 1928...... 113 Prólogo de E. Smith Monzón ...... 114 5 secciones y 49 poemas ...... 115 Por la hacienda ...... 116 Entrevista a Plinio Musso ...... 118 Postal a Oliva ...... 118 Un elogioso juicio anónimo ...... 120 Un libro de versos genuinamente venezolano ...... 120 Las 18 páginas faltantes ...... 121 Dos poemas en Billiken ...... 123

Capítulo 7 De la universidad a la prisión ...... 125 Universidad Central de ...... 125 El poema de Pío Tamayo ...... 127 El frustrado alzamiento del general Gabaldón ...... 127 Aires de tierra llana ...... 128 El único premio ...... 131 Carta a doña María Teresa Márquez de Gabaldón ...... 132 Prisionero en el Castillo de las Tres Torres ...... 133 Poema a Joaquín Gabaldón ...... 133 Los tres peligros del preso ...... 135

Capítulo 8 Rezagos de un poemario extraviado en la cárcel, 1929...... 137 Un grupo de poemas ...... 137

Tríptico del hogar ...... 137 Glosa de mayo a Miriam ...... 139 Versos para una Reina ...... 141

Capítulo 9 Estudiante de Derecho...... 143 Tutor de su hermano Marco Augusto ...... 143 Profesor de Castellano y Literatura ...... 144 La patada del caimán ...... 145 Opiniones de Tomás Gibbs ...... 146 El doctor Ayala ...... 147 Dos acontecimientos dolorosos ...... 148 La noche es infinita ...... 148 Doctor en Ciencias Jurídicas y Políticas ...... 150

Capítulo 10 Las mocedades de Florentino ...... 151 Los Arvelo y el teatro en Barinas ...... 151 Veladas teatrales ...... 152 “La leyenda del tigre”, protagonizada por L. A. Arvelo Torrealba ...... 153 Presentación de “Las mocedades de Florentino” ...... 154 Copia conservada por Víctor Mazzei ...... 155 La auyama y la luna ...... 156 El poeta explica por qué destruyó el manuscrito ...... 157 Rasgos resaltantes de “Las mocedades de Florentino” ...... 157 Síntesis argumental de la obra ...... 160 Despedida ...... 171

Capítulo 11 Cantas, 1932 ...... 176 Segundo libro de poemas ...... 177 Juicios literarios de 1932 ...... 178 El poeta Arvelo define la Canta ...... 181 Tres cantas familiares ...... 182 La copla del casi casi ...... 184 Reediciones ...... 184 Fechas inconvenientes… ...... 185 Primera publicación de El canoero del Caipe ...... 186 Espinito ...... 188

Capítulo 12 Rosa Dolores Ramos Calles...... 189 Noticias sobre su vida y su familia ...... 189 Inicio de un romance ...... 191 La llanerita de mentira ...... 192 El noviazgo ...... 193 El vestido prestado...... 194 Cartas para la novia ...... 196

Carta de la madre ...... 199 La muerte del tirano ...... 209 1936 ...... 211

Capítulo 13 Familia Arvelo Ramos ...... 214 Una Luna de Miel fuera de serie...... 214 Primeros años de matrimonio. Nacen los hijos Alberto y Mariela ...... 216 Empieza la Segunda Guerra Mundial ...... 217 Profesor y abogado ...... 217 La casa hospitalaria ...... 218

Capítulo 14 Glosas al cancionero, 1940 y 1950 ...... 220 Primera edición, 1940: Prólogo de Pedro Sotillo ...... 221 El misterio de las ediciones perdidas ...... 222 Segunda edición: noviembre de 1950 ...... 223 Contenido del libro ...... 225 Glosa a su amigo Conchito ...... 225 El poeta declama ...... 227 El poema más fiel ...... 227

Capítulo 15 Presidente del estado Barinas...... 230 Nuevo escenario político ...... 230 Mudanza a Barinas ...... 231 El Marqués del Pumar y su Palacio ...... 232 Vida familiar en “La Presidencial” ...... 232 Paseos ...... 235 Cancioncilla de la Coqueta ...... 237 La Socony Oil Company...... 239 Travesura con el agua de coco ...... 239 Gestión de Arvelo Torrealba como presidente del estado ...... 240 Campaña contra el paludismo ...... 241 Caminos que andan: los ríos ...... 241 Cartas sobre ríos ...... 242 Lancha “La Trepadora” ...... 243 Internado Rural El Libertador (IREL) ...... 244 Himno del IREL ...... 245 Un maestro del IREL ...... 246 El nuevo IREL ...... 247

Capítulo 16 Año 1943 ...... 250 Separación temporal de la familia Arvelo Ramos ...... 250 Cartas y noticias del año 1943...... 252 “El Toro”...... 259

Capítulo 17 Consejero de la embajada en Francia...... 261 Liberación de París...... 261 La Marsellesa y los preparativos ...... 262 Viaje en barco de guerra ...... 263 París de la posguerra ...... 264 Sancochos para los compatriotas ...... 264 Paseos en coche de caballos ...... 265 Pastelitos de fresa ...... 267

Capítulo 18 Años felices en Acarigua ...... 268 Golpe de Estado ...... 268 Retorno a Venezuela, vía Nueva York ...... 270 El vestido con tela de paracaídas ...... 271 Las Soledades ...... 272 Acarigua. Una casona frente a la plaza ...... 273 La fotografía del maestro Gallegos ...... 274 Magistrado de la Corte Federal y de Casación...... 274 La ranchera ...... 275 Escritorio Jurídico...... 275 Tacitas de café ...... 276 El relato de un juez...... 277 Tiempos tranquilos y dichosos ...... 277 Un jugador a toda prueba ...... 283 Quinta Pentagrama ...... 285 Conferencia General de la UNESCO ...... 286 Fuente florentina ...... 288

Capítulo 19 Embajador de Venezuela en Bolivia...... 290 Asesinato de Delgado Chalbaud ...... 290 Cambios en la política...... 290 En barco hacia el Sur ...... 291 El viejo ferrocarril ...... 291 Adaptación a La Paz ...... 292 Imagen de San José ...... 294 Las revueltas bolivianas ...... 295 El salvoconducto ...... 298 Mansión de los Patiño ...... 298 Un cambio radical ...... 299 El lago Titicaca ...... 302 Chulumani ...... 303 Regreso ...... 304

Capítulo 20 Caminos que andan, 1952 ...... 306

Siempre unido a la Patria ...... 307 Carta a Maruja Vieira...... 307 Ejemplar dedicado a los suegros ...... 308 Descripción de la obra ...... 309 El enigma de los libros perdidos ...... 309 Pasión por los ríos ...... 310 Un libro emparentado con su poesía ...... 311

Capítulo 21 Ministro de Agricultura y Cría ...... 312 Regreso a Venezuela ...... 313 En casa una vez más ...... 314 Visita al Ministerio ...... 314 Otros eventos ...... 316 Actividades y gestión del ministro ...... 318

Capítulo 22 Chulumani del Junko ...... 320 Recuerdos de Bolivia ...... 320 El poeta agricultor ...... 321 Un parrillero de primera ...... 322 Cartas para Albertico ...... 323 Trabajo en familia ...... 324 El valse ...... 325 Aquellos mundos tersos ...... 326 El pequeño cazador de tigres ...... 327 Despedida de Chulumani del Junko ...... 332

Capítulo 23 Embajador en la República de Italia...... 333 Viaje a Italia con escala en Nueva York ...... 334 La nueva vida ...... 337 El mejor de los guías ...... 341 Protector de las letras y las artes ...... 343 Contrapunto ...... 344 Las caraotas de Alirio Díaz ...... 345 Noches en familia ...... 347 Paseando por Roma ...... 348 En el Vaticano ...... 350 Corto viaje a España ...... 352 15 años ...... 353

Capítulo 24 Poesía de Arvelo en Italia ...... 354 Trabajo literario ininterrumpido ...... 354 Ritual de cada día ...... 355

Traductor de Ungaretti y de Umberto Saba ...... 355 La Cabra, de Umberto Saba ...... 357 Otros poemas: Messaggio con Rose ...... 358 Versos para tu verso ...... 361 Poema a Enriqueta Arvelo Larriva ...... 361 El autógrafo ...... 362

Capítulo 25 El destino final, Venezuela...... 367 Regreso de Roma ...... 367 Dos ciclos de 4 años ...... 367 Permanencia de los hijos en Europa ...... 368 Cartas desde Caracas ...... 369 Año 1956. “Escritorio Jurídico Arvelo Torrealba” ...... 371 Un matrimonio en la quinta Mariela ...... 372 “¡Te me casas, Elita!” ...... 373

Capítulo 26 Florentino y el Diablo, 1957 ...... 376 Los otros miembros de la familia ...... 377 Florentino y El Diablo, Caracas, 1957 ...... 378 Versión definitiva del romance ...... 378 Un acontecimiento literario ...... 378 Una enigmática dedicatoria ...... 380 En negra orilla del mundo ...... 380

Capítulo 27 Último viaje a Italia, 1959 ...... 382 Los motivos del viaje ...... 382 Breve mensaje a su esposa Rosa Dolores. Opiniones sobre su hijo Alberto...... 383 Carta en italiano al “avvocato” Papadia ...... 384

Capítulo 28 Vida en familia (I) ...... 387 Residencias Junín ...... 388 La casa de los suegros en Acarigua ...... 388 Nuevo bufete “cheverísimo” ...... 390 Un terrible accidente ...... 393 El almanaque de tío Pompeyo ...... 393 Alegría y tristeza en un breve reencuentro...... 395 El relojito ...... 395 Tres meses maravillosos ...... 398 Regreso de Albertico ...... 398 Tigüitigüito ...... 401 De lo visto y oído con Antonio Estévez… ...... 403 De regreso al relato ...... 406 Poema a Santiago Musso ...... 406

Capítulo 29 La Cantata Criolla ...... 409 Estreno ...... 409 El pie doblado de doña Rosa ...... 410 Versos de dos versiones ...... 412 Carta de Alberto Arvelo Torrealba al Maestro Antonio Estévez ...... 412 El verdadero encuentro ...... 418 Apreciación de la Cantata ...... 419 La Cantata hoy ...... 422

Capítulo 30 Lazo Martí, vigencia en lejanía, 1965 ...... 423 La influencia de Lazo Martí ...... 424 Entrevista de Carlos Díaz Sosa ...... 424 Largos años de investigación ...... 425 Publicación y contenido del volumen ...... 427 Una humilde ambición ...... 429 Recibimiento de la crítica: Luis Pastori ...... 429 Las cenizas de Lazo Martí ...... 431 El chichorro robado...... 433

Capítulo 31 Un llanero cuenta-cuentos...... 436 Cuentos de selva...... 436 Testimonio de uno de sus nietos ...... 437 Cuentos del Más Allá ...... 438 El cuento que copió Albertico ...... 439 La muerta del telégrafo ...... 441 El bolero macabro...... 442

Capítulo 32 Vida en familia (II) ...... 445 En casa de nuevo ...... 446 Piñatas a medianoche ...... 446 El poeta lleva a su hija a la universidad ...... 447 Poemas para los nietos ...... 448 Romance para el niño dominguicarnavalesco ...... 448 Versos para el nuevo bebé...... 453 Fábula del Uno, Doña Cero, Conejín y Ela ...... 455 Romance para José Ángel en su primer cumpleaños ...... 457 Bautizo de Mariela II...... 458 Alberto, Solange, Beto y Silvia ...... 460 El terremoto y la medalla ...... 462 Muerte de Marco Arvelo Torrealba ...... 462 Viaje a Alemania de Albertico y familia ...... 464 Carta en verso ...... 464 Juan y Marisela ...... 466

Capítulo 33 Premio Nacional de Literatura...... 468 Paradoja ...... 468 El veredicto ...... 468 Noticia en los periódicos: La Esfera ...... 469 Artículos sin fuente ...... 471 El Nacional ...... 472 Celebración en la familia ...... 474 Acto solemne ...... 475 Carta al Dr. Gavidia ...... 477 Coplas de La Esfera ...... 478 Las inyecciones de insulina...... 479

Capítulo 34 Obra poética de Alberto Arvelo Torrealba ...... 481 Un libro de la Imprenta Universitaria ...... 482 La poesía de Arvelo reunida en un volumen ...... 483 Álbum de Mercedes ...... 484 Pinturitas del paisaje ...... 486 Tu nombre ...... 488 Ejemplares dedicados ...... 489 Crítica literaria de Angarita Arvelo ...... 490 Rosas Rosas para Enriqueta Ribé ...... 491

Capítulo 35 Académico de la Lengua ...... 494 Cuatro importantes acontecimientos ...... 494 Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua ...... 496 El discurso ...... 497 La bienvenida ...... 498 Florentino en la Academia ...... 499 Don Alberto académico ...... 499 Su amigo el doctor Caldera ...... 500

Capítulo 36 Caminos que andan, segunda edición ...... 503 Últimos trabajos literarios...... 504 Un prólogo y tres nuevos capítulos ...... 504 Contenido ...... 504 Un singular Epílogo ...... 505 Juicio sobre la obra ...... 506

Capítulo 37 Años de sufrimiento...... 509 Entereza y valor hasta el final...... 510 Temporada en Prados del Este ...... 511 Jugando ajedrez “de chaflán” ...... 512

Robo de las medallas ...... 513 Regreso a la Quinta Mariela ...... 514 El poeta declama la Silva Criolla ...... 514

Capítulo 38 Muerte del poeta ...... 516 La despedida del coplero ...... 517 Una carga de mala fortuna...... 517 El último abrazo ...... 518 Fallecimiento de mi padre...... 519 El cablegrama ...... 521 Glosa de Luis Pastori ...... 522 El Reportaje de Arístides Bastidas ...... 525 Adiós de los amigos ...... 526 La carta de Albertico ...... 529 Último poema ...... 532

Capítulo 39 Semana de Arvelo Torrealba...... 535

Capítulo 40 Fallecimiento de Rosa Dolores de Arvelo Torrealba ...... 541 Guardiana de reliquias ...... 542 Nuevas actividades ...... 542 Lágrimas de Año Nuevo ...... 543 El triste mes de enero ...... 544 Poema de Carlos Gauna ...... 545 Adiós a la quinta Mariela ...... 547

Capítulo 41 Honor a su recuerdo ...... 548 1.-Liceo “Alberto Arvelo Torrealba” ...... 548 2.-Municipio “Alberto Arvelo Torrealba” ...... 552 3.-Museo “Alberto Arvelo Torrealba” ...... 557 El Barinasuchus arveloi ...... 562 Condecoraciones y otros reconocimientos recibidos por Arvelo Torrealba, y donados por sus hijos al Museo ...... 562

Capítulo 42 Dos grandes homenajes ...... 564 Medio siglo de reconocimientos...... 564 1.-Nonagésimo aniversario del nacimiento del poeta ...... 565 2.-Centenario del Nacimiento de Arvelo Torrealba ...... 569 La Cantata Criolla en Santa Inés ...... 572 Primer encuentro nacional de poetas clasicistas ...... 572 El bolso ...... 573

Capítulo 43 Baquiano, volando rumbos ...... 575

Capítulo 44 ...... 579 Barinas, 15 de marzo...... 579

Segunda Parte ...... 589

Sección 1 La voz del poeta ...... 590 a) Reflexiones ...... 590 b) El centenario de Lazo Martí ...... 598 c) La última entrevista ...... 599

Sección 2 Discursos y conferencias ...... 606 a) Conferencia en la Universidad de Roma ...... 606 b) Conferencia en la “Galería de Tocuyanos Ilustres” ...... 617 c) Discurso de Incorporación a la Academia Venezolana de la Lengua ...... 623 d) Discurso de Bienvenida a don Luis Pastori, por su Incorporación a la Academia Venezolana de la Lengua ...... 641 e) Conversación entre amigos ...... 657

Sección 3 Colecciones de Coplas ...... 661 a) Coplas para el Almanaque de 1962 ...... 661 b) Coplas de La Esfera, 1966 ...... 678

Sección 4 Catálogo de Poemas ...... 711

Anexos ...... 725 a) Acta de Matrimonio de Alberto Arvelo Torrealba y Rosa Dolores Ramos Calles ...... 724 b) Descendencia de Alberto Arvelo Torrealba y Rosa Dolores Ramos Calles ...... 726 Hijos ...... 726 Nietos ...... 734 Bisnietos ...... 750 c) Acta de Defunción de Alberto Arvelo Torrealba...... 759 d) Acuerdos de Duelo ante el fallecimiento del poeta Arvelo Torrealba...... 760 e) Selección de poemas de 1971 y 1972, escritos en memoria del poeta Arvelo ...... 765

f) Acta de Defunción de Rosa Dolores Ramos de Arvelo Torrealba ...... 772 g) Documentos de AAT ...... 773 h) Glosa en el Álbum de Rosa Dolores…………………..…………………………..………781

Cronología ...... 781

Bibliografía de Alberto Arvelo Torrealba ...... 789

Bibliografía sobre Alberto Arvelo Torrealba ...... 792

Epílogo ...... 795

Agradecimientos

Deseo expresar mi agradecimiento a

Belkis d’Andrea, Eduardo Anzola, Beto Arvelo y Gustavo Rodríguez

- los primeros lectores de este libro –

por su paciencia e interés en revisar el texto cuidadosamente,

y ofrecerme después sus acertadas recomendaciones.

Mi gratitud también para Haydee Sturhahn, por su importante colaboración en la culminación de este proyecto.

M.A.

Presentación

Coplero que canta y toca es una obra enteramente distinta a cualquier otra que haya escrito la autora Mariela Arvelo. ¿Cuándo y porqué comenzó a escribirla? Si nos atenemos al proceso cronológico, ella afirma haberla ini- ciado en octubre de 2016, empleando casi tres años en culminarla. Se ha- bía prometido a sí misma acometer esa empresa tras la muerte de su padre, el poeta Alberto Arvelo Torrealba, como tributo a su memoria; pe- ro aun antes de eso, ella había intuido que esa era una tarea pendiente desde siempre.

Así entonces, la fuente de este libro es el tránsito vital de ese personaje tan cercano a Mariela, quien fue y ha seguido siendo su modelo y guía desde su temprana primavera hasta su reciente otoño, sabiendo sembrar en ella el afán por las letras. Por eso la autora ha sabido traducir aquel recorrido en hermosas imágenes poéticas y vívidos relatos que logra plasmar en unas páginas deliciosas.

Felizmente, ahora esta hija del autor de Florentino y El Diablo saca a la luz esta genuina joya literaria, labrada palabra por palabra, desde el amor; sentimiento sagrado e incondicional pleno del más profundo afecto y admiración hacia su padre, amor que se destila y fluye, a veces como un remanso, a veces como un torrente, mas siempre con maestría en la escri- tura de cada capítulo, mostrando una pulsión expresiva que evidencia una conmovedora y lúcida cercanía al núcleo más íntimo y esencial en

21 torno al cual gravita la trayectoria vital de aquel gran maestro de la copla llanera.

Este libro se estructura en dos partes: una primera sobre el recorrido vital del poeta y otra segunda que contiene reflexiones, entrevistas, discursos, conferencias y colecciones de coplas inéditas. Pero lo fundamental es que Mariela extiende una privilegiada invitación al lector, para adentrarse en el mundo íntimo y personal de Alberto Arvelo Torrealba; para aproxi- marse a su enclave familiar, ese pequeño “ateneo” tan pleno de cultura y literatura que moldeó su temprana vocación de trovador; para incursio- nar en los ámbitos geográficos, temporales y culturales que modelaron sus afanes; para oír sus poemas iniciáticos que luego se hicieron cantas; para especular si en su juvenil descubrimiento del poema El Gaucho Mar- tín Fierro y su representación teatral del legendario Juan Facundo Quiroga - ambos personajes arquetípicos de la pampa argentina que tienen reso- nancias con la estampa del llanero venezolano - ya se prefiguraba al catire Florentino; para saber un poco sobre el arduo y siempre inacabado proce- so de gestación de Florentino y el Diablo, y de las frecuentes tentaciones literarias que le hacía sufrir el Diablo al poeta; para explorar sus motiva- ciones, vivencias y pasiones, sus aventuras y desventuras, sus sueños y ensueños, sus experiencias dulces o amargas, sus amores y dolores; para revivir el emotivo encuentro del poeta con el profesor Antonio Estévez, quien musicalizó el poema de Florentino y el Diablo con su magnífica Can- tata Criolla; para reír con sus ocurrentes humoradas; para admirar su ex- quisito dominio estético de la lengua castellana en sus ensayos y en los discursos en ámbitos académicos o diplomáticos; para escucharlo en su faceta como divertidísimo cuentacuentos; para acompañarlo junto a su familia en su andadura como diplomático por Francia, Italia o Bolivia; para seguir su itinerario en su empeño en dejar huellas como docente for- jador de juventudes, como profesional del Derecho, como ministro de agricultura, o como gobernante regional en su nativo estado Barinas; pero sobre todo para apreciar íntegramente su irrenunciable compromiso de

22 cantar, con la voz más auténtica y humilde del lenguaje popular, su inten- sa querencia por el paisaje, la fauna, la flora y la gente de la llanura vene- zolana.

En definitiva, Coplero que canta y toca es un álbum rico en amores y memo- rias cuyas páginas, teñidas con las tonalidades sepias del recuerdo, pro- porcionan al lector un hermoso recorrido por los pasos de Alberto Arvelo Torrealba, fiel exponente de la hidalguía de una estirpe artística que ha continuado y promete seguir dando frutos con sus herederos.

Eduardo J. Anzola

23

Prefacio

Yo sabía que algún día iba a escribir un libro sobre mi padre. Lo sabía desde el día que él murió. Lo sabía desde siempre. Pero también sabía que debía prepararme para tal proyecto. Que era una empresa compro- metedora, donde estaría asumiendo una infinita responsabilidad.

Yo sabía que algún día iba a escribir un libro como éste. Pero también sa- bía que la tarea iba a producirme demasiada congoja, demasiada nostal- gia, que en vez de escribir letras dejaría mi tristeza sobre el papel. Me sentía confundida, desolada, y decidí dejar pasar el tiempo, así como él lo hizo alguna vez…

Sin embargo, eso sí, me ocupé de reunir y guardar en un par de baúles, no solamente los objetos que conservaba desde niña, sino el variado ma- terial que llegó a mis manos tras el fallecimiento de mis padres. Organicé en carpetas y álbumes las fotografías, los documentos, las cartas y tarjetas, los poemas inéditos y todos los artículos periodísticos que pude rescatar. Y aun cuando tuve que alejarme del país algunas veces, y otras tantas de- bí mudarme de casa y ciudad, transportaba conmigo, como si fuera mi mayor tesoro, las pertenencias de mis padres.

Con los ojos nublados me desprendí de una copiosa parte de aquel caudal que custodiaba con tanto celo, cuando hube de entregarlo como donación al “Museo Alberto Arvelo Torrealba”, creado en Barinas por entusiasta iniciativa de nuestro buen amigo Luis Herrera Campíns, quien era en ese entonces presidente de la República.

25 Y no es que yo me sintiera obligada, o tal vez presionada a hacer la dona- ción. ¡Nada más alejado de la verdad! Sino que cuando Alberto y yo par- ticipamos en el proyecto del museo que se estaba instalando en la Casona de los Pulido, y cuando comprendimos el alcance de tan hermosa realiza- ción, nos dimos cabal cuenta de que lo más sensato y conveniente era en- tregar el noble material de nuestra gente, para que fuera custodiado, cuidado y admirado de ahí en adelante, por todo el pueblo barinés.

Y así se hizo… Un caluroso mediodía de agosto de 1980, algunos meses antes de la inauguración, el presidente Luis Herrera llegó a mi casa de Prados del Este, junto al ministro de la Cultura, doctor Luis Pastori y al crítico de arte Rafael Pineda, quien sería el curador de la nueva creación museística. Ya la visita estaba programada y - como medida de seguridad - la guardia personal del presidente había cerrado nuestra calle en los dos extremos, y apostado soldados en azoteas y balcones. Esta inusual activi- dad causó un revuelo entre los vecinos…

El motivo de la visita no era otro que conocer, seleccionar y anotar con detalles, el material que se llevarían desde mi casa hasta Barinas, a fin de enriquecer las colecciones del museo. Finalizaba ya la tarde cuando la se- lección estuvo terminada. Entre cientos de objetos escogidos, estaban las medallas y condecoraciones de papá, los diplomas y placas, la pluma fuente con sus iniciales, el pumpá, el pelo ’e guama, la pipa, el portafolios, fotografías, piezas de la vajilla, ceniceros de plata, candelabros de bronce, acuarelas y óleos pintados por mi padre, libros autografiados y una serie de manuscritos originales. El destacado intelectual Rafael Pineda “se enamoró”, además, de las preciosas telas bordadas por mi madre (cubre- camas y sábanas, cortinas y manteles) y decidió llevárselas, muy bien en- vueltas en papel de seda, para adornar con ellas los distintos ambientes de la vieja casona.

Los lustros y las décadas fueron pasando; la vida transcurría de una ma- nera vertiginosa… Yo releía los libros de mi padre, releía documentos y recortes de prensa, releía cartas suyas, clasificadas cronológicamente, desde las bellas cartas que escribió a su novia entre 1934 y 1936. Y jamás

26 me cansaba de volver a mirar los ordenados álbumes de fotografías que yo había organizado, de acuerdo a los lugares y períodos de tiempo a los cuales pertenecían: las fotografías de Barinas, las de París y Nueva York, las de Acarigua, las de Bolivia, las de Caracas, las de las playas de Turia- mo y Cata, las de El Junko, las de Roma, las de España, y nuevamente las de Caracas.

Me crecieron los hijos y los nietos y escribí varias obras literarias. Mien- tras tanto yo seguía revisando notas y papeles y anotando en libretas y cuadernos los amados recuerdos, cientos de ellos, que se habían disper- sado por mi pensamiento a través de los años, pero que florecían como campánulas en el momento más inesperado, para hacerse presentes frente a mí.

Cuadernos y libretas de todos los tamaños fui llenando de apuntes y memorias. Apuntes, más apuntes… Centenares de apuntes que ya no me cabían en gavetas y armarios. Anotaba el sonido de las palabras de mi padre; apuntaba su voz y su silencio…

También hice entrevistas. Entrevisté a mi madre muchas veces, cuando ella decidía contarme historias sobre la vida junto a su coplero. Entrevisté a mis tíos y mis tías, y a los amigos-casi-hermanos que estuvieron por años cerca de papá. Pero yo todavía no me sentía dispuesta para escribir un libro sobre él. Yo todavía no estaba lista para escribir su libro. Y ni si- quiera lo intentaba. “El día llegará, y yo sabré reconocerlo”, me decía a mí misma.

¡Felizmente el momento ha llegado! Hoy, a mis casi 77 años, y cuando han transcurrido más de cuatro décadas desde la muerte de mi padre, percibo en mi conciencia, con una fuerza inusitada, que ha llegado la hora de sentarme a cumplir mi compromiso. Estoy segura de ello, porque ya no me aqueja la congoja que se fue desprendiendo en el camino. Muy al contrario de eso, mi corazón se llena de regocijo cuando empiezo a escri- bir esta primera página.

27 Quiero hacer, eso sí, algunos comentarios preliminares, que juzgo perti- nentes y necesarios:

Este es un libro de memorias. De lo que yo recuerdo de papá, de su ense- ñanza permanente, de sus palabras y su ejemplo, de su presencia en mi camino. Aquí se habla de nuestra familia, de mi madre y hermano, de nuestros viajes y travesías por distintas regiones y continentes, de nues- tras aventuras y desventuras, todas ellas vividas entre la fantasía y la realidad.

Pero es también un libro que se va más atrás de mis recuerdos, cuando nace el pequeño Luis Alberto Arvelo Torrealba, en los primeros años del siglo pasado. Y se va más atrás todavía, hasta los días de los abuelos y los bisabuelos… Y para rescatar esos recuerdos, que nunca y siempre fueron míos, me he refugiado, no solamente en las historias que me contó mi pa- dre, sino en una persona que fue una fuente de información para este tra- bajo. Me refiero a mi tía Aura Atilia Arvelo Torrealba, poseedora de una memoria prodigiosa, a quien estuve entrevistando sobre las mocedades de papá durante los meses de febrero y marzo de 1980. También hablé con ella sobre la gente de antes, nuestra antigua familia, nuestros antepa- sados.

En el momento de enfrentarme a aquellos personajes que se hallaban le- janos en el tiempo, me resultó forzado referirme a ellos en primera perso- na del singular, como si los hubiera visto y conocido. Y por ese motivo, por conveniencia narrativa, en lugar de escribir, por ejemplo, “Cuando mi bisabuela languidecía…” he preferido “Cuando doña Dolores languide- cía…” Por la simple razón que en ese momento yo no había nacido, deci- dí señalar la distancia, y plasmar el relato de la manera convencional, como una narradora omnipresente que está en todas partes, y que todo lo sabe y todo lo ve.

Es a partir del 27 de noviembre de 1939, día de mi nacimiento, cuando me integro a esta narración, y empiezo a desplazarme con propiedad por ca- da uno de sus episodios. Entonces sí aparezco hilvanando la historia en

28 primera persona, singular o plural, desde el yo y el nosotros de la hija de Arvelo Torrealba.

Pero aun entonces, en las páginas donde - por el tema tratado - el yo es inapropiado e innecesario, me retiro de nuevo, me distancio, y persisto en hablar desde lejos. Y algunas veces se hace el cambio en el mismo capítu- lo, en el mismo fragmento y en el mismo párrafo, sin pedirle permiso al lector… Escuchando el acento de mis apuntes, el corazón marca la pauta, y también el estilo.

Las páginas del libro que ahora empiezo diseñan el camino a su manera. Los tiempos del pasado se conjugan a su libre albedrío, como van rena- ciendo en los recuerdos. Los tiempos del pasado se confunden, se distan- cian y juntan, como un juego de niños, cuando se miran a distancia de tres cuartos de siglo.

En relación a la obra literaria de mi padre, deseo dejar constancia de que en este trabajo no se hará, de mi parte, ningún análisis de estilo ni juicio de valor sobre sus versos, ni sobre los dos libros que escribió en prosa. Ya eruditos maestros literarios se han dedicado a hacerlo, desde que apare- ció su primer libro, en 1928, hasta el texto final, la segunda versión de Caminos que andan, que él dio por terminado algunas horas antes de mo- rir.

En la presente obra colocamos sus libros en el entorno histórico de su propia vida, y describimos cada uno de manera objetiva, señalando a los nuevos lectores las características del volumen: formato y número de pá- ginas, portada, prólogo y capítulos, síntesis de la obra y varios comenta- rios y argumentos críticos que aparecieron en la prensa durante aquellos días cuando fue conocida la publicación. De igual manera, por la misma importancia documental, citamos varios textos que fueron publicados en los días y semanas posteriores a sus dos grandes reconocimientos litera- rios: el Premio Nacional de Literatura y la Incorporación como Académi- co de la Lengua Española. Por supuesto que también citamos algunos de

29 los múltiples trabajos que fueron difundidos en la prensa, cuando se supo su fallecimiento.

Presento aquí también varios versos inéditos de mi padre. Una parte de ellos, los de su adolescencia, estaban conservados en la memoria de su hermana Aura Atilia. Algunos otros versos, que ya habían sido publica- dos, los he transcrito nuevamente, debido a la riqueza autobiográfica de su contenido.

En la Segunda Parte de este libro están reproducidas dos extensas colec- ciones de coplas de Alberto Arvelo, con poemas desconocidos o poco co- nocidos. La primera de ellas es inédita y está formada por 100 coplas, elaboradas especialmente para el llamado “Calendario de las Vacas de 1962”, un gracioso proyecto de su hermano Pompeyo, que no llegó nunca a hacerse realidad.

La segunda de las colecciones está integrada por 218 coplas que el poeta estuvo publicando diariamente en el diario La Esfera, de Caracas, durante el lapso de 8 meses, en el año 1966. A menos que las coplas hubiesen sido recortadas y guardadas, como lo hizo el autor, solo pudieron ser leídas ese día, por las personas que compraron ese periódico…

Hoy me siento feliz de empezar este libro. Y me encomiendo a Dios cuando le pido que me dé lucidez para escribirlo, y me regale el tiempo de terminarlo.

El Tocuyo, 1 de octubre de 2016

30 Primera Parte

Capítulo 1

Una extensa familia

Bisabuelos y abuelos maternos. Sobrevivientes de un fatídico viaje. El soneto de Arvelo Larriva. Los abuelos paternos. Los 22 hermanos Arvelo Rendón. El padre “explotador de los cauchales”. La madre poetisa. Un pequeño Ateneo. Hermanos Arvelo Torrealba.

Bisabuelos y abuelos maternos Comienza este relato con los antepasados maternos de Luis Alberto Arve- lo Torrealba, quienes pertenecían a la familia Febres-Cordero, oriunda de las Islas Canarias. Ellos habrían llegado a Venezuela a mediados del siglo XVIII, y ya en el siglo XIX se registran los nombres de los dos bisabuelos del poeta: don Isilio Febres-Cordero Goicoechea, nativo de Guanare, y doña Hercilia Reymí de Febres-Cordero. Tres hijos tuvo la pareja: Isilio, Atilia y Dolores, quien sería abuela del poeta. 1

Los abuelos maternos de Luis Alberto fueron don José Antonio Torrealba, natural de Obispos, y doña Dolores Febres-Cordero Reymí, quien, según

1 Datos suministrados por Aura Arvelo Torrealba. Corroborados en el libro Baquiano, volando rumbos. Vida y obra de Alberto Arvelo Torrealba, de Gehard Cartay Ramírez. Fondo Editorial de la Alcaldía del municipio Barinas; Gráficas Márquez C.A. Mérida, Venezuela; mayo de 2017, pg. 48.

33 testimonio de su nieta Aura Arvelo, “era una dama triste, taciturna y pálida, que muchas veces languidecía…”. 2

Don José Antonio Torrealba y doña Dolo- res Febres-Cordero, tuvieron dos hijas: Hercilia y Atilia Pastora. La segunda era una niña poetisa, futura madre de Arvelo Torrealba.

Como los esposos Torrealba-Febres tenían una severa crisis económica, decidieron tomar una medida dolorosa, frecuente en las familias de esa región sumida en la mi- seria. Se desprendieron de su hija Atilia Pastora, para que fuera criada por la hermana de doña Dolores, que tenía solamente un hijo varón. Era Atilia Febres-Cordero Reymí, “señora de posibles y recursos”, casada con Francisco (Pancho) Pavolini, un hacen- dado de origen italiano, dueño de grandes fundos de ganado. Es decir, la tía Atilia Febres-Cordero Reymí tomó a su cargo a su sobrina poetisa, Ati- lia Torrealba Febres-Cordero.

A la pareja Torrealba-Febres le quedó solamente la hija Hercilia (el mismo nombre de la abuela), quien murió de hematuria en Barinitas. La joven había ido al piedemonte andino, tratando de escapar del paludismo, que a diario arrebataba muchas vidas en su ciudad natal. Pero la mala suerte parecía perseguirla, y la hermosa muchacha, que iba a casarse en esos días, fue una víctima más de la epidemia.

Por su parte, Atilia Pastora se fue a vivir con sus tíos Atilia y Francisco Pavolini y con el primo adolescente, Panchito Pavolini Febres-Cordero.

2 Este es el segundo de un conjunto de datos y referencias, tanto personales como familiares, sumi- nistrados por Aura Arvelo Torrealba, durante los meses de febrero y marzo de 1980. Semanalmente, durante ocho sábados seguidos, yo tomaba apuntes sobre la historia de la familia.

34 También vivía en la misma residencia doña Hercilia Reymí de Febres- Cordero, abuela de los jóvenes.

Sobrevivientes de un fatídico viaje Don Pancho Pavolini y su esposa Atilia habían organizado un viaje de placer junto a su hijo. Invitaron a doña Hercilia, madre de la señora, y a la sobrina Atilia Pastora, a quien amaban como a una hija.

La ilusión de don Pancho, desde hacía mucho tiempo, era llevar a su fa- milia a Italia, para que conocieran la bondadosa tierra de donde había sa- lido en su temprana infancia. Ahora tenía recursos suficientes y no deseaba demorar el viaje. Se hicieron los preparativos, y cuando todo es- tuvo ya dispuesto, los pasajeros subieron a un barco de vapor, de los que navegaban por caudalosos ríos venezolanos, y se fueron río abajo por el Santo Domingo, el Apure y el Orinoco, hasta llegar al mar. Y de allí con- tinuaron hasta la isla de Trinidad. Desembarcaron en Puerto España, en- cantados de disfrutar del gran hotel don- de se habían hospedado. Al día siguiente debían embarcarse en un transatlántico que los transportaría a Europa.

Cinco miembros de la familia cenaron esa noche en el elegante restaurant del hotel: los esposos Pavolini, su hijo Panchito, la joven Atilia Pastora y la abuela Hercilia. Al dar por terminada la exquisita cena, les trajeron un aromático licor, servido en co- pas de cristal. “Es una gentileza del ho- tel”, comentó el mesonero… Don Francis- co y su esposa saborearon sus copas de inmediato. Los dos jóvenes y la abuela no quisieron tomarlas y prefirieron retirarse a sus habitaciones.

35 La mañana siguiente, muy temprano, Panchito entró en el cuarto de sus padres, pues era casi la hora de continuar el viaje y le extrañaba que no se hubieses levantado… ¡Y los encontró muertos sobre el lecho! Los habían envenenado con el licor. Como si fuera poco, los asesinos les robaron el dinero y las valiosas pertenencias que se hallaban guardadas en el equi- paje.

Algunos días después regresaron a casa los tres desconsolados sobrevi- vientes. No había transcurrido mucho tiempo del malogrado viaje, cuan- do el rico heredero de la inmensa fortuna, Panchito Pavolini Febres- Cordero, moría de hematuria.

La historia fue narrada por Aura Arvelo Torrealba. Ese mismo relato, con algunas variantes, puede leerse en el volumen El tiempo indetenible, de Jo- sé León Tapia. 3

En cuanto a don José Antonio Torrealba, abuelo del poeta, era bastante joven todavía cuando enviudó de su esposa Dolores, la “dama taciturna, que algunas veces languidecía ”, y al poco tiempo contrajo nupcias con Blanca Garrido, quien le dio tres hijos: Blanca Felicia, Clemencia y José Antonio Torrealba Garrido, los hermanos menores de Atilia Torrealba Febres-Cordero.

El soneto de Arvelo Larriva “Los abuelos gerifaltes” es un soneto del poeta Alfredo Arvelo Larriva, primo hermano de Alberto Arvelo Torrealba, donde se afirma que Bolívar nombró Comandante de Caballería al abuelo barinés, quien colaboró va- lientemente con el ejército patriota durante la Guerra de Independencia. He aquí el poema:

3 Gobernación del estado Mérida, coedición IDAC/El Centauro, Mérida, 1998, pgs. 74,75). La única diferencia de importancia entre ambas narraciones, es que en el texto del afamado novelista e histo- riador no se menciona que Hercilia Reymí de Febres-Cordero y Atilia Pastora Torrealba Febres- Cordero - las que serían más tarde bisabuela y madre de Alberto Arvelo Torrealba - fueron sobrevi- vientes del fatídico viaje.

36 Al barinés don Rafael María Arvelo y Castañeda Isarrandiaga Bolívar dio la dura prez que halaga su ardor de juventud y gallardía.

Ya es Comandante de Caballería. Y lanza en ristre su escuadrón amaga a la española gente que divaga por sabanas morenas de sequía.

Busca “el monte del caño” el enemigo. Entre las frondas puede hallar abrigo la moza en flor del oficial hispano.

Carga el llanero…El triunfo le alboroza. Pero más el botín: la buena moza que a la grupa se lleva en su alazano. 4

Los abuelos paternos Los abuelos paternos de Alberto Arvelo Torrealba fueron don Juan Bau- tista Arvelo y doña Lorenza Rendón, quienes residían en Barinitas. Tuvie- ron una descendencia de 22 hijos y contrajeron matrimonio después del nacimiento de todos ellos.

De Juan Bautista Arvelo es casi nada lo que sabemos. Su nieta Aura afir- maba que era un hombre arriesgado, más valeroso que ninguno, capaz de derribar con cinco puñetazos a cinco bandoleros que se topara en el ca- mino… Aura Atilia decía que Juan Bautista era un agricultor adinerado, venido del País Vasco, y que era conocido como “el español”.

Doña Lorenza Rendón de Arvelo, “Mamá Lorenza” como la llamaban, era una matrona de duro temple y de carácter autoritario. ¡Ella mandaba y punto! Era caritativa y bondadosa, pero estricta en extremo con la disci- plina que exigía en su casa. No permitía desorden ni querellas, y ni si-

4 Alfredo Arvelo Larriva. Sones y canciones y otros poemas. Biblioteca Popular Venezolana. Edicio- nes del Ministerio de Educación Nacional No. 32, pg. 154, Caracas, 1949.

37 quiera voces altas en el ambiente familiar. Cada quien debía cumplir con las obligaciones asignadas, so pena de castigos en extremo severos. Cuen- tan que aunque ella andaba en silla de ruedas, porque graves dolencias en las piernas le impedían caminar, resolvía con destreza los múltiples pro- blemas que surgían diariamente en su familia, y que con solo levantar un dedo o hacer un guiño de ojos a cualquiera de sus 22 hijos, se le obedecía de inmediato, sin jamás replicar ni contradecirle.

Los 22 hermanos Arvelo Rendón De los hermanos Arvelo Rendón, todos bariniteños, conocemos apenas algunos nombres, y variados informes imprecisos:

Horacio fue el mayor de la extensa familia. Era un acaudalado ganadero y se casó muy joven con Carlina Pino, con quien tuvo una hija, Victoria Ar- velo Pino, un personaje muy querido en la comunidad bariniteña. Victori- ta, como era conocida entre los suyos, era una mujer culta y “muy leída” y conocía al dedillo la historia y las leyendas de su tierra natal.

En la familia de don Horacio Arvelo eran aficionados al teatro clásico y a la buena música. Su hija Victoria dirigía el grupo teatral de Barinitas. 5

Alfredo Arvelo Rendón, el segundo en la lista de los hermanos, tenía una buena situación económica en Barinitas, pues era dueño de varias vivien- das, además de un negocio de víveres y de un fundo pecuario. Contrajo nupcias con Mercedes La Riva, con quien tuvo cinco hijos: Alfredo, 1883 – 1934; Mercedes, nacida en 1885; Enriqueta, 1886-1962; Lourdes, nacida en 1890 y Aura Arvelo Larriva, 1893-1921. A causa de las guerras y revueltas

5 Victorita, “llama de los corazones y tumba de los secretos”, como le decía Aura Arvelo, era una de las primas más queridas del poeta, y ella lo visitaba frecuentemente en su casa de El Paraíso. Murió en 1981, cuando tenía aproximadamente 110 años. La recordamos como una viejita alta, delgada y encorvada, ataviada de negro, observadora e inteligente, que andaba siempre como en otra galaxia, con un voluminoso maletín lleno de antiguos documentos, con los cuales pretendía rescatar unas tierras llaneras, que ya se habían perdido hacía 200 años… Pero ella tenía fe de que su primo Alber- to, el mejor abogado del mundo, según ella, la ayudaría a recobrar su propiedad.

38 civiles, la bonanza de don Alfredo Arvelo se vino abajo a finales del siglo XIX. Murió en Barinitas, en 1941.

El tío Alfredo Arvelo y sus hijos, los hermanos Arvelo Larriva, fueron siempre queridos por el poeta Arvelo Torrealba y con ellos mantuvo es- trecha relación toda la vida.

Nicandro Arvelo Rendón fue otro de los tíos más cercanos al poeta Arve- lo, y éste lo recordaba con afecto. Era el padre de Blanca Elena Arvelo, primera esposa de Rafael Arvelo Torrealba, hermano del poeta. Don Ni- candro era dueño del hato Santa Elena, vecino de Barinas, lugar muy fre- cuentado por Alberto, y al que dedicó varios de sus poemas de adolescencia.

Nicandro Arvelo hacía frecuentes viajes a Amazonas, hacia la zona de Río Negro. Eran expediciones rodeadas de peligros, pero indispensables para el negocio que él dirigía, relacionado con la explotación del caucho. Lo acompañaban varios de sus hermanos, primos, sobrinos y otros miem- bros de la familia Arvelo, que ya eran conocidos como los “rionegreros”.

Don Nicandro gozaba de respeto y aprecio en Ciudad Bolívar y en San Fernando de Atabapo, donde era conocido como rico y honrado comer- ciante. Vivía con una joven indígena de Río Negro, con la cual tuvo un niño, que fue bautizado por la iglesia católica y llamado Herman Arvelo. El padre sintió afecto especial por este hijo, se ocupó de ofrecerle una es- merada educación y lo mandó a estudiar a Caracas. Don Nicandro, que también fue el tío preferido de Alfredo Arvelo Larriva, falleció en febrero de 1924.

Gonzalo Arvelo Rendón fue un personaje interesante. Según se comenta- ba, este curioso bariniteño había hecho un pacto con las culebras. Se enro- llaba en el cuerpo las serpientes más ponzoñosas y ellas no lo atacaban. El hombre las silbaba y las mapanares, corales y cascabeles salían de los sa- cos de café y de arroz que don Gonzalo mantenía guardados en su dormi- torio, y se deslizaban hasta donde “el amo” se encontraba. Y cuando el

39 hombre se sentaba en la mecedora o en la hamaca, se le subían por las piernas y se quedaban dormidas sobre él, como si fueran mansos gaticos.

Lo único que sabemos de Juan Bautista Arvelo Rendón – además de que llevaba el nombre de su progenitor - es que era el padre de Ana Camila, una hermosa muchacha de ojos claros, que tuvo una pasión desventurada y falleció de amor a los veinte años. Poco tiempo después, don Juan Bau- tista murió de tristeza.

El general Antonio Arvelo Rendón fue un oficial de extraordinario pode- río y voluntad de mando, que dedicó su vida a batallar por las causas más justas. Se había casado con Adela Román, a quien dejó viuda recién casa- da, cuando esperaba el primer hijo.

Antonia Lorenza Arvelo Rendón de Jiménez era una joven encantadora, de cabello muy largo, que casi le llegaba hasta los pies. Contrajo nupcias con don Joaquín Jiménez, quien la tenía como a una reina, en una casa amurallada. Antonia Lorenza murió de parto, después de dar a luz un niño prematuro.

Carmela Arvelo Rendón iba a la misa todos los días, y los muchachos de las esquinas la llamaban “la beata bonita”. Se ponía la mantilla española que le había regalado su padre, “el español”, y no se la quitaba ni para dormir. Consolaba a los huérfanos del vecindario y rezaba el vía crucis, hincada de rodillas, por las aceras de Barinitas. Carmela Arvelo, delicada y sumisa, ayudaba a su madre en los quehaceres hogareños y se encarga- ba de lavar los santos con agua bendita.

Numa Arvelo Rendón, uno de los menores de la familia, administraba la hacienda Santa Elena, propiedad de su hermano Nicandro. Fue otro de los tíos preferidos de Arvelo Torrealba, siempre presente en sus narraciones, a la hora de sentarse a conversar sobre las aventuras de su infancia.

Pompeyo Arvelo Rendón, el menor de los 22 hermanos, fue el padre de nuestro poeta. Es por ese motivo, por la gran diferencia de edad que ha- bía entre los primeros y los últimos hermanos Arvelo Rendón, que siem-

40 pre ha habido una confusión, y se piensa que los Arvelo Larriva fueron tíos de Alberto Arvelo Torrealba. La verdad es que fueron primos herma- nos, pero Alfredo, nacido en mayo de 1883, era 22 años mayor que su primo Alberto. Y Victorita, otra prima hermana, le llevaba más de 30 años.

El padre “explotador de los cauchales” Pompeyo Arvelo Rendón nació en Barinitas en 1871, y en la adolescencia se mudó a la ciudad de Barinas, donde permaneció el resto de su vida. Trabajó desde joven como comerciante y funcionario público, y por su condición de hombre honorable, “sin vicios conocidos”, fue respetado en toda la región. Su nuera doña Trina Carmona de Arvelo, guardaba sobre él afectuosos recuerdos…

Relataba doña Trina que en los buenos tiempos, cuando se hallaba sano y vigoroso, su suegro don Pompeyo comerciaba en Barinas con productos selectos, exclusivos y finos, que llegaban por vía fluvial, en bongos y ca- noas, desde puertos lejanos. Como sus mercancías gozaban de gran fama, venían a caballo decenas de compradores de todo el estado, para hacer sus negocios con él.

Además del oficio de comerciante, que lamentablemente no duró mucho tiempo, don Pompeyo prestaba servicios en oficinas públicas locales, donde cumplía labores administrativas. Ganaba un sueldo escaso, pero era la única entrada segura de dinero. Y aunque lo fastidiaba el papeleo, y la monotonía de hacer siempre lo mismo, no podía renunciar al tedioso trabajo.

Mucho más le agradaba acompañar a sus hermanos Nicandro y Numa en peligrosas expediciones relacionadas con la explotación del caucho, en las oscuras selvas de Río Negro.

41 Don Pompeyo, que sufría de diabetes desde la juventud, vivió penosa- mente sus últimos tiempos. Falleció a los 62 años, el 15 de diciembre de 1933.

De esta manera recordaba el poeta los viajes de su padre como cauchero:

Mi padre, versado explotador de los cauchales del Sur, había emprendido ya tres o cuatro viajes a la manigua del Orinoco equinoccial adonde lo acompañaron en aventura de oro y de peligro sus hermanos Nicandro y Numa, y sus primos Martín Arvelo y Alfredo Arvelo Larriva. Era la llamada, el mandato inexorable del embrujo cauchero. Como válvula de escape de sus nostalgias y aficiones, mi padre volcó sobre mi niñez y ado- lescencia el mundo inquietante de sus relatos. El viejo Santo Domingo, caudaloso antes de irse la mitad de su volumen por el díscolo Caipe; la amplitud de los estuarios en las desemboca- duras; los caimanes asoleando su hastío en los playones; los ce- rrados toldos formados por las alas del averío agreste; los manglares de alzada inverosímil por brujería del reflejo; la en- trada al Orinoco, imponente. Después, fragoso zigzaguear de la piragua entre peñones de raudales y vertiginosos remolinos, asaltos de caucheros hostiles a los campamentos, corrida de chubascos, viajes de tres días en hamaca, por regiones inunda- das a hombros de cuatro indios. Duelos de machete o a plomo, por deudas irrisorias. Viajes de 1200 kilómetros, 25 a caballo hasta Torunos y el resto sobre el río y más adelante sobre los caños sombreados por el inmenso bosque. Pared, techo y piso de selva, porque la pared es también un pedazo de selva. En el retorno, al rumbo otra vez río abajo hasta la boca del Apure. Luego, aguas arriba, los paisajes cada vez más familiares del Masparro y el Santo Domingo…6

6 Alberto Arvelo Torrealba. Prólogo de Caminos que andan, (Panorama y destino del Oeste venezo- lano). Segunda edición. Gobernación y Asamblea Legislativa del estado Barinas, pgs. 18,19. Edicio- nes de la Gobernación y Asamblea Legislativa del estado Barinas, 1971.

42 En la casa de don Pompeyo Arvelo Rendón todos eran poetas, o medio poetas, y cada quien tenía su rinconcito propio para leer, estudiar, medi- tar y escribir. Según contaban Marco, Aura y Alberto Arvelo Torrealba, su padre don Pompeyo tenía la costumbre de versificar, de manera jocosa, todos los acontecimientos hogareños, tanto los divertidos como los de mayor seriedad e importancia. ¡Cómo sería su afán de versificar, que has- ta regañaba a sus hijos en verso!

A pesar de tener un temperamento irascible, era un padre afectuoso y ab- negado, constantemente preocupado por la educación y el bienestar de sus muchachos. He aquí un divertido relato de su hija Aura Arvelo To- rrealba:

Papá era rígido y exigente conmigo, y muy débil con Alberto, quien era cuatro años mayor que yo. Le gustaba hacer versos, y todo lo mío lo versificaba. Cuando Alberto se fue a estudiar a Caracas, yo le es- cribía casi a diario, porque me hacía mucha falta. Entonces papá es- cribió unos versos que comenzaban así:

Hay una jovencita de dieciséis abriles que le escribe a su hermano que cuenta veinte y con palabras dulces y muy gentiles le cuenta la nostalgia que por él siente…

Luego ella agrega:

Yo tenía que esconderle a papá todo lo que me pasaba, porque ape- nas se enteraba, escribía un verso. Una vez mi novio se descarriló con una mujerzuela, y de inmediato papá escribió:

Yo sé de una muchacha que vive compungida metida en su casona y sin saber qué hacer, pues una mujerzuela bastante decidida le arrebató su novio, que era su gran querer…

Y sigue la divertida historia de Aura Arvelo:

43 Otra vez estaba yo de visita donde una amiga, y vino una muchachi- ta con un pedazo de cochino asado de regalo para mi novio, que también se encontraba en el salón. El tal regalo era enviado por su amante. Me enojé muchísimo y llegué desesperada a contárselo a mamá. Aunque traté de evitarlo, papá se enteró del asunto y de in- mediato escribió:

En una casona había una muchacha que estaba afligida, y tenía razón, porque una chiquilla de muy buena facha le llevó marrano a Antonio Ramón.

Como se ha señalado, Pompeyo Arvelo era un empleado de oficina en la administración pública, y algunas veces acompañaba a sus hermanos al Río Negro, en arriesgadas aventuras de índole cauchero. De aquellas tra- vesías por selva y ríos venezolanos traía, de regreso al hogar, algunas mí- nimas ganancias, para cubrir los gastos de la familia. Pero en los tiempos últimos había enfermado. Su salud empeoraba por la diabetes que sufría desde hacía varios años. Y llegó el día en el cual no pudo seguir cum- pliendo con su trabajo burocrático, ni volver a meterse en los ríos de la selva… Por otra parte, de aquellos tiempos de bonanza, cuando vendía productos finos, traídos de muy lejos, quedaban solo los recuerdos.

Entonces don Pompeyo quedó desempleado. La situación de la familia Arvelo Torrealba se hizo crítica, y desde algún lugar apareció una mano protectora…

Como recordaremos, doña Atilia Torrealba Febres de Arvelo era sobrina del general Isilio Febres-Cordero Reymí, quien ejercía el cargo de presi- dente del Estado. Entonces, para ayudar a los parientes necesitados, Fe- bres-Cordero le adjudicó a Pompeyo, su sobrino político, un sueldo mensual de 200 bolívares. El sencillo trabajo consistía en recibir y organi- zar la Gaceta Oficial que les mandaban puntualmente desde Caracas. Au- ra Arvelo Torrealba narra momentos de su juventud:

“Un día yo le dije a papá:

44 -Pero bueno papá, para que la gente no diga que usted no hace nada, ¿por qué no sacude aunque sea esas Gacetas por la ventana?

Papá tenía problemas circulatorios y le costaba caminar. A veces le costa- ba hasta moverse de la silla, y mis hermanos lo ayudaban a levantarse. Y sin embargo me contestó, con picardía y buen humor:

- ¿Acaso que yo soy tan pendejo, Aura Atilia, para ir a coger un catarro con esa polvareda?”

Como había tan marcadas carencias en la casa, el general Febres Cordero se llevó a su sobrina Atilia, con tres de los hijos menores, a pasar una temporada en la finca Espinito, de su propiedad. Y es que los Arvelo vi- vieron una etapa que no era de pobreza sino de miseria, porque los dos esposos se encontraban enfermos y los muchachos estaban muy pequeños para trabajar. Como una salida desesperada, don Pompeyo comenzó a vender el recibo de 200 bolívares a los comerciantes, para que se lo dieran adelantado en dinero, comida o mercancías. Pero los comerciantes empe- zaron a sacarle el cuerpo, porque a veces el adelanto llegaba a ocho me- ses.

La madre poetisa Atilia Pastora Torrealba Febres de Arvelo nació en Obispos en 1882 y mu- rió en Caracas de 62 años (la misma edad en que murió su esposo), el 7 de julio de 1944. Esta señora dulce y hacendosa, entregada de lleno a su fa- milia, fue maestra de escuela y desde los doce años empezó a escribir ver- sos. Contaba su hija Aura:

El desayuno de mamá era un huevo pasado por agua y un pedacito de plátano asado. Era la última en sentarse a la mesa. Y cuando al fin iba a comer, llegaba Tiomira, hija de la empleada, y mamá le daba la mitad de su desayuno. Total que la pobre casi no comía.

45 Doña Atilia tenía un escritorio antiguo, de madera oscura y tallada, que era el mueble más atractivo de la casa. He aquí la descripción de Aura Atilia:

El escritorio de mamá era un inmenso mueble que llamaba la aten- ción de los visitantes y ocupaba un gran espacio del salón. Las patas de atrás eran diferentes a las de adelante; tenía gavetas, nichos y ga- veticas, varias columnas y repisas y un departamento secreto, cerra- do con llave, que nadie jamás había visto por dentro… Y en la parte de arriba tenía cuatro torres torneadas, cuatro picachos de madera.

Aura Atilia era la encargada de limpiar diariamente la imponente pieza de mobiliario, sabrá Dios de qué estilo, y tenía que montarse en un tabu- rete para llegar a los picachos. Hacía este trabajo en la noche, antes de acostarse, con un trapito mojado de kerosén, para evitar que los temibles comejenes se acercaran a la fina madera.

Doña Atilia escribía en su escritorio durante varias horas, pero solo lo ha- cía después de terminar los múltiples trabajos de ama de casa. Antes de acomodarse frente a sus papeles, colocaba un manojo de rosas blancas, recién cortadas de sus rosales, en un florero de cristal. Aseguraba ella que las rosas blancas suavizaban sus dedos y su alma, y la hacían escribir más bonito...

Los poemas de Atilia de Arvelo se publicaban frecuentemente en revistas y periódicos locales. En 1927 su obra poética fue recogida en un volumen titulado Cantares y leyendas, editado en Caracas por la Imprenta Bolívar.7

Del poemario hemos seleccionado dos sonetos: el primero de ellos, dedi- cado a su casa y el segundo a su hijo poeta:

7 Parece sensato suponer que Alberto Arvelo, quien estudiaba entonces en Caracas y ya era conoci- do como poeta, hubiera contribuido en la edición del libro de su madre. Este libro fue reeditado por la Gobernación del estado Barinas.

46 Retorno

Retorno a mi casona soledosa - ¡Bienvenida!- me dice cantarina con su dulce trinar la golondrina que en los rosales de mi huerto posa.

¡Bienvenida! – me dice la armoniosa campana del hogar. Y la argentina dulzaina de la brisa peregrina: ¡Bienvenida!... me dice rumorosa.

Tumultuoso, inarmónico y bravío reza un salvaje miserere el río: Pienso que el río interpretó mi pena:

Porque el viejo cantor ha comprendido que hoy tengo el corazón adolorido y no me place la canción serena.

47

Nieve del trópico

A Luis Alberto

Bajo el zafir de la serena altura hacia el fresco boscal verde-lozano tienden las garzas su gentil albura ¡Y pienso, viendo el vuelo soberano

que está nevando en la feraz llanura! La nevada fugaz, cruzando el llano vuela a posar su manto de blancura sobre el verde mogote del pantano.

Coronan el verdor de los follajes como flores de nieve, los plumajes; y finge sobre el gris de los barrancos

El matorral salvaje del estero, sedeño y argentado jazminero todo florido de jazmines blancos!8

8 Atilia de Arvelo. Obra citada, pgs. 164, 169.

48

Atilia Torrealba Febres-Cordero

49 Mientras gozaba de buena salud, Atilia de Arvelo trabajaba en una escue- lita que le habían adjudicado. Salía temprano para reunirse con sus alum- nos, que muchas veces llegaban descalzos al salón de clases. La maestra los enseñaba a leer y escribir, les llevaba conservas y jugos de frutas, les leía poemas y les hablaba de Simón Bolívar... Aunque le pagaban un mí- nimo sueldo, ella lo recibía agradecida, por las necesidades de su familia y porque amaba a los pequeños.

La laboriosa doña Atilia se ocupaba también de preparar apetitosos dul- ces criollos de mandarina y de naranja. Los envasaba en frascos primoro- samente decorados, y después los rifaba entre sus amistades: 20 bolívares por frasco, 20 “acciones”, a un bolívar cada una. Ella invertía decenas de horas en la elaboración de sus productos, pero con el dinero de las ventas ayudaba a cubrir los gastos que surgían a diario. En la industria casera utilizaba sus propias frutas, porque en el “patio perfumado”, como ella lo llamaba, había matas cargadas de mandarinas y naranjas.

Otra delicia preparada por doña Atilia, además de las conservas, eran los muy famosos “nísperos de arroz”, cocinados con leche y papelón. Cuan- do ya estaban listos, colocaba los dulces en bandejas, previamente ador- nadas con hojas de limón. Las bandejas de “nísperos”, las mandaba a vender con sus niños varones en las pulperías del vecindario.

Otra modesta entrada financiera de doña Atilia, era la venta de coronas de flores que le solicitaban las instituciones gubernamentales cuando se aproximaba alguna fiesta patria y se rendía homenaje a los héroes. Ella vendía sus arreglos florales a 20 o 30 bolívares, dependiendo del tamaño, de las flores utilizadas y del tiempo invertido en el trabajo.

Cuando le hacían el encargo, doña Atilia mandaba al Capitán Mogollón (como llamaban a su asistente), a buscar un cargamento de malabares a la cercana hacienda Santa Elena, propiedad de su cuñado Nicandro Arvelo. Allí residía Numa, el otro hermano de su esposo, quien era el encargado de la propiedad. Dicen que era una imagen encantadora la del burrito que venía andando, poco a poco, por todo el medio de la calle, con las “arga-

50 nas” o los “cajones keroseneros” cargados de flores. Y al llegar a la casa, el piso se veía como una colcha blanca de malabares. Entonces doña Atilia iba al jardín a cortar rosas rojas, rosadas y amarillas. Cuando tenía dis- puestas todas las flores sobre el mesón ubicado en el patio, empezaba el proceso de armar y darle forma a las coronas. Era una actividad delicada y artística, pues todos los arreglos eran diferentes, cada uno más bello que el otro... Y allí pasaba varias horas la poetisa, sin descansar ni detenerse, hasta que terminaba su precioso trabajo.

Lo más injusto y lamentable de este período de escasez que vivió la fami- lia Arvelo, es que doña Atilia había heredado joyas muy valiosas, tanto de su tía Atilia Febres-Cordero Reymí, como de la abuela Hercilia Reymí de Febres-Cordero. Aura Arvelo Torrealba recordaba - entre otras joyas espléndidas que le había descrito su madre - un brazalete con brillantes, una cruz de esmeraldas y “un aderezo con un lagarto de oro”. Pero un día aparecieron unos parientes desconocidos que reclamaron los supues- tos derechos en la herencia. Le quitaron las joyas a la joven Atilia, y la de- jaron sin recursos...

Poco antes de morir su marido Pompeyo, doña Atilia empezó a enfermar mentalmente y estuvo enferma más de una década. Le causó mucho daño la prisión política de su hijo Alberto, cuando el llamado “Gabaldonazo” de 1929. Dicen que lo buscaba entre los jazmineros del jardín. Tenía deli- rio de persecución, y repetía incesantemente que un ser perverso cortaría sus manos y no podría volver a escribir… Los psiquiatras que la habían tratado le diagnosticaron “Psicosis Sistemática Progresiva”. Sus hijos se ocuparon de llevarla a los mejores médicos de Caracas. Pero todo fue en vano. Fue un final lamentable para una artista tan exquisita, cuyo último poema fue dedicado a la Sagrada Virgen del Pilar.

En una carta que el poeta Arvelo escribió a su novia Rosa Dolores Ramos Calles, fechada en junio de 1935, le habla de las graves dolencias de su madre:

51 …Me da una gran lástima que mamá, con ese espíritu de pura bon- dad que tiene, sea víctima de un mal tan tremendo y amargo. Una mujer pura y santa, que nunca le hizo un mal a nadie ¿por qué sufre como ella sufre? Me da una gran amargura leer sus cartas, hechas en los únicos instantes en que el dolor la desampara… Dios te guarde a ti que me la quieres.9

Un pequeño Ateneo En su biografía sobre Arvelo Torrealba, Gehard Cartay Ramírez emite es- tos conceptos acerca de los padres del poeta:

Padre y madre venían de familias barinesas tradicionales y habían formado un hogar donde los valores de la austeridad, la nobleza y el cultivo de la lectura antecedieron la enseñanza formal que los hijos adquirirían en sus estudios posteriores.10

El poeta Arvelo se extiende sobre el tema en una larga entrevista que le hizo Carlos Díaz Sosa, publicada en el diario El Nacional, el 7 de febrero de 1966. Allí el entrevistado habla sobre su casa y su familia:

Mi casa era una suerte de pequeño Ateneo. Yo me encariñé con la poesía, al comienzo influenciado por Lazo Martí y Arvelo Larriva. Después me incliné por la copla y el romance. (…) Mi madre contri- buyó a mi inclinación por el arte y la belleza. Aislada en su medio y su cultura, escribía poesía. Tenía un temperamento poético de relieve y escribió un libro de poemas, titulado Cantares y leyendas .(…) Yo, como todos los niños, trataba de ganar las tendencias del hogar. Mi hermana María guardaba en un álbum los recortes de los poemas que encontraba. Y en mi casa se recibió hasta el último número de El Cojo Ilustrado. Mi padre se sacrificaba para comprarlo. Así me fue- ron despertando el amor por las letras….

9 Los originales de esta carta y de casi todos los documentos, periódicos, cartas, revistas, tarjetas y libros citados en esta obra, pertenecen a la autora. Las excepciones se irán señalando oportunamen- te. 10 Gehard Cartay. Obra citada, pg. 35.

52 Por otra parte, durante las primeras décadas del siglo XX, la incansable doña Atilia y su hija María Lorenza, fueron grandes promotoras cultura- les de la pequeña ciudad de Barinas. Su actividad más meritoria estuvo centrada, como veremos más adelante, en el desarrollo del teatro regio- nal.

Hermanos Arvelo Torrealba Los esposos Pompeyo Arvelo Rendón y Atilia Torrealba Febres tuvieron diez hijos. Cuatro de ellos murieron en la primera infancia.

Pompeyo Arvelo Torrealba y sus sobrinos

De los seis hermanos que llegaron a hombres y mujeres, el mayor fue Pompeyo Antonio, un ganadero bonachón y simpático, de cara colorada y nariz aguileña, nacido en Barinas en mayo de 1902. Cuando sus padres le preguntaron si quería ir a Caracas para estudiar una carrera provecho- sa, respondió que su anhelo era quedarse en la sabana y ser el dueño de su propio fundo, amplio y extenso, con caballos trotones y ganado fino… Y sus deseos fueron cumplidos. Pompeyo se casó con la señorita Trina Carmona y vivió a plenitud la vida de llanero en su hato La Arenosa, de donde casi nunca se ausentaba.11

11 Los primeros recuerdos de mi vida (de mis dos o tres años, cuando mi padre fue presidente del estado Barinas), son de los camburales, los becerritos y los potros, en el fundo de los tíos Pompeyo

53 El segundo de los hermanos Arvelo Torrealba fue Rafael Ángel, quien, a diferencia de su hermano mayor, cuando era apenas un adolescente le pidió a su padre que lo mandara a estudiar a Caracas. Ansioso de que su hijo tuviera la mejor educación posible, don Pompeyo hizo los arreglos necesarios para que Rafael Ángel se fuera de inmediato a la capital. Nos contaba Aura Arvelo que sus padres tuvieron que vender las pocas reses que le quedaban a la familia, para pagar las cuotas del colegio Católico Alemán, donde ingresó el muchacho. Rafael Ángel se fue muy joven a Caracas; más adelante se inscribió en la Facultad de Derecho de la Uni- versidad Central y regresó a Barinas graduado de abogado. El doctor Ra- fael Ángel Arvelo Torrealba escribió el libro Guayabitas sabaneras y llegó a ser un prestigioso juez de la república.

Como se ha señalado, Rafael Ángel casó en primeras nupcias con su pri- ma hermana Blanca Elena Arvelo, hija de su tío Nicandro. El instantáneo enamoramiento del joven sucedió de una forma curiosa, que vale la pena referir:

Cuando don Nicandro murió en Barinitas, su hermano don Pompeyo, que se encontraba enfermo en Barinas, envió a su hijo Rafael Ángel para que lo representara en el luctuoso acontecimiento… En los momentos del entierro, el joven vio de cerca a Blanca Elena, a quien no conocía, pues su celoso tío la mantenía recluida, encerrada con llave en la casa. Era tanto el encierro que en Barinitas nadie la había visto. Rafael Ángel se enamoró de ella, dicen que locamente, y al poco tiempo se casaron. La pareja no tuvo hijos, y unos años más tarde, Blanca Elena enfermó con la “peste blanca”, como llamaban la tuberculosis, y falleció a los pocos meses.

Algunos días después (en pleno novenario de su esposa, aseguraban los vecinos), Rafael Ángel conoció a la joven Matilde Elena Vergara, con

y Trina. Como no tenían hijos y vivían solos en el inmenso caserón del hato, se desvivían por aten- dernos cuando los visitábamos. Mi hermano Alberto y yo éramos los sobrinos predilectos, y los tíos nos hacían sentir dueños de un universo maravilloso. Nuestra primera colección de cuentos, de varios tomos, La Hora del Niño, lleno de ilustraciones a color, fue un regalo de ellos, dedicado así: “Para nuestros queridos Albertico y Mariela, Barinas, 25 diciembre 1.944”.

54 quien contrajo segundas nupcias. De esta unión nació Esperanza Arvelo Vergara, su única hija.

María Lorenza Arvelo Torrealba

María Lorenza, la mayor de las niñas Arvelo Torrealba, fue una mucha- cha de gran talento y sensibilidad artística, a quien su hermano Alberto profesaba un inmenso cariño y respeto. Era amante del teatro y la buena lectura y tenía un álbum de recortes literarios donde pegaba las selectas poesías que aparecían publicadas en los periódicos y revistas. Ella apren- día de memoria los poemas que más le gustaban, y los recitaba, como una veterana actriz de teatro, en las veladas culturales de Barinas.

La joven María era una autoridad en el hogar, y tras la muerte de su pa- dre y la enfermedad mental de su mamá, llegó a ser el eje de la familia. Contrajo matrimonio con Rafael Parra Bastida (Parrita, para sus allega- dos), y aunque estuvieron casados durante más de una década, nunca tu- vieron descendencia. María Lorenza Arvelo Torrealba murió de neumonía, el 24 de junio de 1940.

Por orden cronológico en la lista de hermanos, luego vendría Luis Alber- to, protagonista de este libro, cuya fecunda historia empezaremos pronto a conocer…

55 Cuatro años después del nacimiento de Luis Alberto, el 13 de noviembre de 1909, nació Aura Atilia Arvelo Torrealba, quien gozó siempre de una vida holgada, sin grandes contratiempos ni preocupaciones. No se casó nunca ni tuvo descendencia; era vivaz e inteligente, ocurrente y aguda, lista y locuaz, y tenía una manera divertida de decir las cosas, pues utili- zaba términos arcaicos, y extraños giros idiomáticos, en las conversacio- nes de todos los días.

Como María Lorenza había muerto muy joven, Aura quedó reinando co- mo hermana menor, única hembra de los Arvelo Torrealba, siempre am- parada y consentida por sus hermanos, quienes la complacían y protegían con el mayor cariño.

Aura Atilia Arvelo Torrealba

Pompeyo, Rafael Ángel, Alberto y Marco le regalaron una casa en pleno centro de Caracas, para que allí viviera cómodamente, pero el inquieto temperamento de Aura Atilia le impidió resignarse a quedar instalada en un solo lugar. Así es que decidió alquilar su vivienda y con la renta que obtenía se fue a vivir a las Islas Canarias, junto a un par de señoras espa- ñolas, amigas de su infancia allá en Barinas. Aura viajaba a Santa Cruz de

56 Tenerife cada cierto tiempo; se iba sin despedirse y volvía de visita cuan- do menos se la esperaba… Traía regalos para los niños de la familia, con- taba cuentos de sus andanzas, pasaba temporadas en Caracas o en Barinas con sus hermanos, y emprendía su retorno a las Islas Canarias.

En los últimos años regresó a la tierra natal y se quedó en Barinas, junto a su cuñada que ya estaba viuda, doña Trina Carmona de Arvelo.12

Marco Augusto fue el menor de todos los hermanos. Nació en Barinas, el 18 de septiembre de 1910 y murió en Caracas, el 11 de febrero de 1968, a la edad de 57 años. En su juventud, además de andar “sabaneando a ca- ballo” con sus amigos, le gustaba tocar guitarra; y lo hacía con tanta des- treza que con frecuencia lo contrataban para tocar en bailes y saraos. Le pagaban 10 bolívares por noche, de los cuales le regalaba tres reales a su hermana Aura Atilia.

Marco Arvelo Torrealba y sus sobrinos Albertico y Mariela

Gran amante de la naturaleza, Marco llegó a tener una pequeña finca en Barinas, toda sembrada con frutales y flores. Fue un verdadero artista de

12 A la tía Aura Atilia Arvelo Torrealba ofrecemos palabras de agradecimiento, pues sus informa- ciones sobre la vida de la familia, han enriquecido este trabajo. Donde quiera que estés, querida tía, recibe este mensaje de cariño.

57 la fotografía, y en sus magníficos trabajos quedaron plasmadas las belle- zas naturales de Venezuela. Ya en su madurez, contrajo matrimonio con la decoradora y florista cubana Issa Mata Fernández, con quien tuvo tres hijos: Issa Ingrid del Pilar, Angelina Atilia y Pompeyo Alberto Arvelo Mata.

El doctor Marco Arvelo Torrealba, quien, como veremos más adelante, debió su educación secundaria y universitaria a su hermano Alberto, lle- gó a ser un afamado médico obstetra de la ciudad de Caracas.13

Al igual que sus padres, los seis hermanos Arvelo Torrealba eran grandes lectores, aficionados a la escritura y a los versos y cada uno tenía en la ca- sa paterna (y después en sus casas particulares), un rincón especial para leer, estudiar y escribir. Sin duda que ellos fueron los dignos herederos del pequeño Ateneo familiar.

13 Tío Marco, uno de nuestros tíos más queridos, estuvo siempre unido a la familia. Adoraba a su hermano Alberto, y aunque vivían en dos extremos opuestos de Caracas (El Paraíso - Altamira), lo visitaba dos veces al día, para llevarle frutas, periódicos, medicinas y lo que él pudiera necesitar. Estaba atento de cualquier cambio de su salud, lo llevaba a consulta con los especialistas y contro- laba que los tratamientos se cumplieran correctamente. Ofrecemos un dulce recuerdo para el tío inolvidable.

58

Capítulo 2

¿Cuándo y dónde nació el poeta?

Barinas a comienzos del siglo XX. De Castro a Gómez. Nacimiento del coplero. ¿Cuál es la fecha exacta? Casa de doña Atilia. La casa paterna. El jardín de las rosas. El salón de los bailes y los libros. Pobreza.

Barinas a comienzos del siglo XX Barinas había sido una ciudad de fama y de renombre. En el período co- lonial gozó de la bonanza y la prosperidad, fue tierra de marqueses y conservaba con orgullo aquel escudo que fue enviado por la Corona de España, “como símbolo de un ilustre pasado”. Pero a comienzos del siglo XX, cuando se inicia este relato, la ciudad de Barinas era solo una aldea abandonada.

59 Como una consecuencia de las guerras que fueron azotando a Venezuela durante el tormentoso siglo XIX, la Barinas que Alberto Arvelo conoció en su infancia era tierra de atraso, pobreza y paludismo. La ciudad había si- do saqueada, arrasada y quemada, y las vistosas casonas de teja, de altas ventanas y portones, fueron cambiadas, sustituidas, por rústicas casitas de bahareque, con piso de tierra y techo de palma.

Del famoso Marqués de las Riberas del Boconó y Masparro, don José Ig- nacio del Pumar, quedaron solamente las ruinas enmontadas de su pala- cio y el recuerdo imborrable de su contribución en la contienda libertadora. Y apenas se escuchaban, en los cuentos narrados por los más ancianos, unas palabras temblorosas, que hablaban de la gloria que ha- bían conocido.

En esa aldea lejana y solitaria nació Luis Alberto Arvelo Torrealba. El ge- neral Cipriano Castro dirigía los destinos de Venezuela.

De Castro a Gómez Castro, conocido también como “El Cabito”, llegó a la cumbre del poder el último año del siglo XIX, después de una imparable travesía guerrera, que lo llevó desde los Andes hasta Caracas en el transcurso de cinco me- ses, desde mayo hasta octubre del 99. Fue la “Revolución Restauradora”. Nueve años más tarde, en noviembre de 1908, aquejado de graves dolen- cias, el presidente de la república Cipriano Castro no tuvo más alternativa que viajar a Europa, para buscarle cura a su enfermedad. Y dejó el mando a cargo del vice - presidente, su compadre y amigo Juan Vicente Gómez, quien lo había acompañado desde los Andes.

Pero el taimado general Gómez no le jugó limpio. Y le metió una zancadi- lla. Utilizando malas mañas le hizo trampa al compadre. No lo dejó re- gresar al país y se alzó de inmediato con el poder más absoluto, durante 27 larguísimos años. Se apoderó de Venezuela. De su gente y su tierra, de todo lo posible. Y continuó mandando como dictador, dueño y señor om- nipotente, hasta el día de su muerte, el 17 de diciembre de 1935.

60 Y por esos nefastos motivos, fue únicamente la Venezuela gomecista - con su gama completa de perversidades - la que nuestro poeta conoció, hasta el año de su doctorado.

Nacimiento del coplero. ¿Cuál es la fecha exacta? Tenemos dudas sobre la fecha exacta del nacimiento del poeta Arvelo. ¡Él mismo tenía dudas! No existe su Partida de Nacimiento, pues, según una nota periodística del año 1981, escrita por Rigoberto Márquez Dávila, la que había “se despegó de los libros de registro, y lamentablemente no hubo alma que la rescatara.”

Antes de entrar en este tema, es necesario hacer notar que a comienzos del siglo XX, igual que ahora, la fecha exacta de nacimiento era muy im- portante, principalmente desde el punto de vista legal: era la fecha de re- gistro de cada nuevo ciudadano. Pero a nivel de casa, de familia, podía pasar desapercibida… A los muchachos no les interesaba mucho saberla, pues los cumpleaños no se celebraban, sino los días del santo de cada quién. La gente tenía nombres de santos: Juan, María, Pedro, Carmen, Pa- blo, Rosa, José, Isabel, Luis, Mercedes, Antonio, Rosario. No existían nombres inventados como Rolianny, Yodurme o Xiolismar… Y todo el mundo celebraba el día de su Santo y no el de su cumpleaños, que mu- chas veces desconocían. Luis Alberto Arvelo Torrealba, por ejemplo, cele- bró siempre el día de su Santo y recibía regalos el 21 de junio, día de San Luis Gonzaga. Lo de la torta con las velitas y la canción del Happy Birthday, vino mucho después, cuando ya tuvo hijos y nietos.

Siempre hemos afirmado que el poeta nació el 3 de septiembre de 1905. Esa es la información que conocemos, la que escuchamos de sus labios una y otra vez y que hemos aceptado como cierta. Tenemos aquí mismo, en nuestras manos, algunos de sus documentos personales más importan- tes que así lo testifican. El primero de ellos, su Cédula de Identidad, nú- mero 76.226, que nos suministra los siguientes datos: Fecha de nacimiento: 3.9.05; altura: 1.67; cabello: negro; ojos: pardos. Pero por otra

61 parte, hay otros documentos que no dicen lo mismo; veamos con atención uno de ellos:

Se trata de un curriculum vitae de una página, cuyo título es “Alberto Ar- velo Torrealba”, el cual fue escrito a máquina por el poeta, con papel tim- brado de su despacho de Acarigua. Era sin duda un borrador, pues tiene tachaduras y correcciones hechas a mano, con tinta negra. Y en este do- cumento – único de este tipo que hemos encontrado – el primer dato es el siguiente: Fecha de Nacimiento: 4 de septiembre de 1904. Como vemos, aquí la diferencia con los datos de la Cédula de Identidad no son sola- mente del año sino del día.

De igual manera, tenemos en la mesa de trabajo tres pasaportes del poeta. El primero de ellos es un pasaporte diplomático expedido en Caracas el 14 de marzo de 1951 y acredita a A.A.T. como Embajador de Venezuela en Bolivia. Este primer pasaporte diplomático señala como fecha de na- cimiento el 3 de septiembre de 1905, es decir, igual a los datos de la Cédu- la de Identidad.

Pero el segundo pasaporte diplomático, expedido dos años más tarde, el 12 de agosto de 1953, y que acredita a A.A.T. como Embajador de Vene- zuela en Italia, da como fecha de nacimiento el 4 de septiembre de 1904, es decir, igual a los datos del curriculum escrito por el poeta…

El tercero es un pasaporte particular - último pasaporte que tuvo Arvelo – expedido el 3 de agosto de 1959, y da como fecha de nacimiento el 3 de septiembre de 1905.

Entonces nos hacemos dos preguntas: ¿Nació el poeta el 3 o el 4 de sep- tiembre? ¿Nació en 1904 o en 1905?

En cuanto al día, no tenemos dudas: el 3 de septiembre el poeta celebraba su cumpleaños con la familia y apagaba las velitas de la torta. Por cierto que el segundo de sus nietos nació un 4 de septiembre, y entonces la cele- bración se hacía dos días seguidos: el 3 el abuelo Alberto y el 4 el nieto Gustavo Alberto…

62 Doña Trina Carmona de Arvelo Torrealba nos relató una vez que su cu- ñado había nacido el 3 de septiembre de 1905, “una noche lluviosa, casi a la medianoche”. Esta misma información la dio para el diario Ecos del Llano, en mayo de 1971, cuando fue entrevistada por la periodista Gladys Niño González. Pensamos que esa cercanía a la medianoche - un poco más acá o más allá de las 12 - pudo haber creado la confusión sobre si era el 3 o el 4 el día del nacimiento.

Pero siguen las dudas sobre el año… Y para completar el desconcierto, debemos releer la última parte de la entrevista que le hiciera Díaz Sosa al poeta:

Dice el periodista: “Nació Alberto Arvelo Torrealba en Barinas, el 3 de septiembre de 1904. Así dicen todos los documentos personales que po- see”.

Y sin embargo, en relación con el año de su nacimiento, Arvelo le hace al periodista una confidencia que nos deja asombrados:

… pero mi padre me decía que fue el 3 de septiembre de 1903. Yo lo mantenía en secreto, pero después que pasé los sesenta años, ya no había para qué.

Ante tan grande incertidumbre, lo que nos queda claro es que el poeta Arvelo estuvo siempre tan confundido como nosotros, y que no supo nunca la fecha exacta de su nacimiento.

Ahora bien, como en este trabajo sobre la vida y obra de Arvelo Torrealba debemos señalar una fecha precisa, entre las varias posibilidades que se nos presentan, nos hemos decidido por la del 3 de septiembre de 1905. Es la fecha que a él mismo le oímos señalar como verdadera, y así la coloca- mos en la Cronología, al final de esta obra.

Hay también dos razones familiares que nos inducen a inclinarnos por el 3 de septiembre de 1905 como fecha de nacimiento del poeta Arvelo:

63 La primera de ellas es el testimonio de su hermana Aura Arvelo Torreal- ba, nacida el 13 de noviembre de 1909, según su propia información, su Cédula de Identidad y su Partida de Nacimiento, documentos que llegó a mostrarnos. Ella afirmaba, categóricamente, que era cuatro años menor que su hermano. “Yo nací en el 9 y Alberto en el 5”, la escuchamos decir más de una vez, durante nuestras largas conversaciones sobre la familia.

La otra razón nos la da el padre de ambos, don Pompeyo Arvelo Rendón, en uno de los versitos ya citado, cuando refiere que Aura Atilia le escribía al hermano ausente:

Hay una jovencita de 16 abriles que le escribe a su hermano que cuenta 20…

… Aunque también don Pompeyo estaba confundido, pues una vez le dijo a su hijo que había nacido en 1903. Tal vez la única que sabía a cien- cia cierta cuándo nació el poeta, era su madre, doña Atilia… ¡Y nunca se lo preguntaron!

Casa de doña Atilia Surge ahora otra pregunta: ¿Dónde nació el poeta Arvelo? En cuál casa, queremos decir…

En 1980, Aura Arvelo Torrealba comentaba:

64 Alberto debe haber nacido en una casa de la Calle Real. Esa vivienda todavía existe. Yo no la recuerdo; solamente me acuerdo de la mu- danza a la casa paterna.

No sabemos si esa vivienda de la Calle Real de la que habla Aura Arvelo, y donde habría nacido su hermano Alberto, es la misma casa de la familia de su madre, doña Atilia. Mejor dicho, de los padres de crianza de ella, que, según señalamos en el primer capítulo, eran Atilia Febres-Cordero Reymí y don Francisco Pavolini, y donde la poetisa vivió durante su in- fancia y juventud. En uno de sus poemas ella habla de una mansión don- de había bailes con orquesta, donde bailó una vez, donde la tía le dio las joyas (que después le quitaron) y donde contrajo matrimonio… Todo lo recuerda en su poema autobiográfico titulado “Casa de mis padres”. Leámoslo:

¡Cuánto silencio… llega a mi oído sólo el lejano rumor del río y estoy a solas, en mi querido casón sombrío!

En esta sala que sólo alumbra leve destello de luz lunar, me siento hundida como en penumbra crepuscular.

Sólo el recuerdo mi alma ilumina, sólo el recuerdo de lueñe bien: cabe esta reja mi hada madrina besó mi sien.

Aquí vivieron mis Dioses Lares. En esta misma noble mansión ceñí a mi frente los azahares de la ilusión.

Aquí una noche resplandeciente, en el ocaso de mi niñez,

65 cuando era apenas adolescente dancé una vez;

¡Y era la orquesta tan melodiosa! Aquella noche mi noble tía prendió a mi veste de seda rosa su pedrería.

¡Dulce memoria de horas felices: Tiene el recuerdo tanto dulzor como perfumes en sus matices tiene la flor!

A la luz tenue que vierte el cielo las mudas sombras miro surgir de los que fueron dicha y consuelo de mi existir;

¡Y en doloroso pensar me pierdo!... que en esta añosa casona mía cada aposento guarda el recuerdo de una agonía:

¡Triste memoria de pena añeja punza mi alma con tal furor, como sus dardos hinca la abeja sobre la flor!

¡Cuánto silencio: se oye atenuado sólo el lejano rumor del río y estoy a solas, con mi acerbado dolor sombrío! 14

14 Atilia de Arvelo. Cantares y leyendas, pgs. 127,128.

66

Estado actual de la casa paterna La casa paterna Cuando nacieron los primeros hijos, la familia Arvelo Torrealba se mudó a la que sería llamada “la casa paterna”, la cual es hoy día considerada como casa natal de Alberto Arvelo. No sabríamos decir con certeza si él nació allí o llegó muy pequeño… Pero lo cierto es que ésa fue su casa.

Según nos informara Aura Arvelo Torrealba, esta hermosa casona colo- nial (que hoy todavía, en el año 2016, hace un inmenso esfuerzo por con- servarse en pie), perteneció a don Nicandro Arvelo Rendón. Luego él se la vendió a su hermano Pompeyo (padre del poeta), que ya estaba casado y tenía hijos. Cabe destacar que parte del sueldo que doña Atilia percibía como maestra de escuela, servía para pagar las cuotas de la casa.

Esta blanca vivienda, situada en la Calle Real de Barinas, “era radiante y fresca” y tenía un zaguán empedrado, igual que el resto de la casa. En el centro del piso había piedritas blancas y menudas, y las orillas, bordean- do las paredes, eran de reluciente cemento rojo. La casona tenía dos am- plios comedores con mesas redondas: un comedor se utilizaba para el almuerzo y otro para la cena. A todo lo largo del pretil que daba al jardín, estaba una pulida repisa de madera, donde doña Atilia colocaba envases con agua, alpiste y frutas, para que comieran libremente las centenas de

67 pájaros que llegaban volando. Parecía que entendían cuando ella los lla- maba, y formaban una algarabía que se escuchaba en todo el vecindario. La gente que pasaba por la calle comentaba “¡Qué alegres están hoy los pajaritos de doña Atilia!”

La gran casona de los Arvelo, construida en tiempos de la colonia y so- breviviente de las guerras e incendios que habían arruinado la ciudad, tenía dos corredores adornados con palmas y helechos. Al final de cada corredor había un tinajero y unos banquitos de madera, para los que qui- sieran sentarse a tomar agua.

El jardín de las rosas En todo el centro de la casa estaba el jardín, donde doña Atilia había hecho sembrar cincuenta rosales de rosas gigantes, “de las que no se deshojan nunca”. El jardín, sur- cado con caminitos de piedra, ocupaba toda la manzana.

Un muchacho llamado Domingo (apodado Capitán Mogollón por don Pompeyo, y ya mencionado anteriormente), era el ayudante o asistente de doña Atilia. Él se iba con su burro a las cinco de la madrugada hasta el vecino río Santo Domingo, en un viaje especial para traer agua, exclusivamente para regar las matas. El burro iba “enjamugado” con dos “arganas”, donde metía dos barriles de los más grandes, bien amarrados con mecate. El Capitán Mogollón se montaba en su burro, tarareaba unas coplas y se iba canturreando hasta el río, que quedaba muy cerca. Como a las 7 de la mañana ya estaba de re- greso.

En el jardín había una tapiecita de un metro de alto, y ahí se inclinaba el barril de agua. Abajo había un latón en forma de ponchera. El Capitán

68 Mogollón vaciaba el barril, hasta que la ponchera quedaba llena. Y esa era la medida exacta. Cuando ya el agua estaba en el jardín, la pequeña Aura Atilia traía su regadera y empezaba a regar los rosales, que era su obliga- ción de todas las mañanas, antes de ir a la escuela. Ella contaba que en Barinas no había otra casa con un jardín tan bello y perfumado.

En la Casona de los Arvelo – como era conocida esta vivienda - estaba otro muchacho que hacía mandados y barría los patios. Era un tal Cera- pio, que se la pasaba crujiendo los dientes y asustaba a Aura Atilia cuan- do corría y saltaba de un lado para otro. Cerapio se encargaba de transportar a la cocina las rumas de leña que se necesitaban para cocinar, y mantenía en buen estado las caballerizas y las peinillas para cortar el pasto… Don Pompeyo gozaba metiéndole miedo a su traviesa hija:

-Cerapito muerde… ¡Téngale cuidado, Aura Atilia! ¡Mire que se la puede tragar entera, de un solo mordisco!

El salón de los bailes y los libros Como todas las áreas en la casa paterna, el salón era también muy amplio. Era un espacio acogedor y bien arreglado, con dos ventanas hacia la calle. Allí se hallaba el juego de recibo y se efectuaban los concurridos bailes de la ciudad. Cuando se estaba preparando alguna fiesta, lo primero que de- cían los organizadores del evento era:

-¡Vamos a hablar con don Pompeyo y doña Atilia, para pedirles el salón!

Entonces acudía el Comité de Festejos – damas y caballeros formalmente vestidos - y preguntaban al dueño de la casa: “Don Pompeyo, ¿nos cede su salón para tal fiesta que se va a celebrar tal fecha?”

Cuando la respuesta era afirmativa (que era casi siempre), los organiza- dores se encargaban de llevar lámparas de kerosén, para alumbrar la sala. Después traían las sillas más elegantes del vecindario y decoraban el am- biente con jarrones de flores.

69 En el mismo salón estaba el escritorio de doña Atilia y dos altos armarios de madera oscura, llenos de libros y revistas. En un estante aparte se en- contraba la colección completa de El Cojo Ilustrado. Colgado en la pared, frente a la puerta principal, se hallaba “entronizado” el llamativo cuadro de un “Corazón de Jesús” muy particular. Tenía casi dos metros de alto y estaba hecho “como de varillitas o cintas”, que hacían variar la imagen, de acuerdo a la posición del observador. Si se miraba de frente, se veía el Corazón de Jesús; si se miraba desde el lado derecho, se veía a San Luis; si se miraba desde el lado izquierdo, se veía a San Antonio. ¡Era una verda- dera rareza! Nadie sabía ni quién la hizo ni cómo llegó allí. Y en veces se acercaban visitantes desconocidos, venidos de otros pueblos, especial- mente para contemplar la extraña obra de arte.

En las habitaciones de la casa había pocos muebles: dos o tres sillas “de esterilla”, varias mesitas para los candiles, un par de camas de altos cope- tes, un ropero, un baúl, un aguamanil y un par de hamacas. El “cuarto luminoso” era el de los varones, con la ventana siempre abierta, que daba al patio de las mandarinas. En las tardes tranquilas, el río se escuchaba desde ese cuarto. A los 15 años, Luis Alberto Arvelo Torrealba escribió un soneto que comenzaba así:

Era una bella tarde y era el mes más florido mi ciudad sonreía con altivo decoro estaba el claro cielo de intenso azul teñido y a lo lejos el río murmuraba sonoro.

Pobreza Pero no todo era paz y alegría en la casa paterna de los Arvelo. Alguna vez se pasó hambre, porque el padre y la madre tenían mala salud y en veces no podían moverse de la cama. Afortunadamente los muchachos no se preocupaban, y gozaban comiendo guayabas, naranjas y mangos, que arrancaban del patio familiar. A veces eran pasadas las once y no se había prendido la candela en la cocina de carbón. A veces se asomaba una veci- na por el solar del fondo, y llamaba a Aura Atilia o a María Lorenza:

70 - ¡Oye niña! ¡Toma esta carne y estos plátanos, para que se los frías a tu papá!”…

Había que sostenerse de cualquier manera y la voluntad no les faltaba. Las dos niñas hacían suspiros y panecitos de almidón, y los varones los llevaban a vender en pulperías cercanas, donde se vendían de inmediato.

El poeta Arvelo contaba que una noche, cuando era todavía un niño pe- queño, oyó sollozar a su querida madre. En silencio se acercó a su cuarto y la escuchó dar órdenes a la empleada Cocó:

- Mañana no me despiertes - le decía. Y a los muchachos déjalos dormir todo lo que quieran, porque no amanece ni para el guara- po…

La familia Arvelo Torrealba vivió en esa casa de la Calle Real hasta di- ciembre de 1933, cuando falleció don Pompeyo Arvelo Rendón, jefe de la familia. Entonces Pompeyo Antonio, el mayor de los hijos, decidió vender todo lo que tenían: la casa, los muebles, los cuadros y adornos, los tinaje- ros y aguamaniles, el escritorio de doña Atilia, las matas de rosa… Ven- dió la casa por 12.000 bolívares: 6.000 en efectivo y 6.000 en animales y corotos: un caballo, un burro y una máquina de amasar.

Lo que nadie podía imaginar es que, por esas circunstancias sorprenden- tes que tiene la vida, muchos años más tarde el poeta Arvelo volvería a vivir en la misma casona de la infancia. Pero esta vez con su esposa y sus hijos…

71

Capítulo 3

Infancia y juventud. (del año 5 hasta el 21)

Primeros años de Luis Alberto. Barinitas. Se mudió y el pescuezo degaíiito. Mala salud y tratamiento milagroso. La vida cotidiana. El monaguillo y sus latinazos. La tremenda Aura Atilia. Don Chicho y sus ungüentos. Santa Elena.

Primeros años de Luis Alberto Luis Alberto Arvelo Torrealba fue un muchacho delgado y enfermizo, quien sufría con frecuencia de fiebres palúdicas.

Estudió en la Escuela Federal Roscio de Barinas, dirigida por el ilustre educador don Simón Jiménez, su maestro y tutor durante toda la instruc- ción primaria. Muy positiva fue su influencia en la temprana formación del niño, que siempre recordaba sus consejos y sabias enseñanzas. En un periódico editado en la misma escuela, Ecos de la Escuela Roscio, Luis Alberto hizo público su primer poema: “Una vaquita lebruna”.

Barinitas Debido a los continuos quebrantos de salud, Luis Alberto pasaba sema- nas enteras sin poder asistir a la escuela. Por esta circunstancia, y si- guiendo el consejo de don José María Tapia, “un médico empírico, el médico amigo de todas las casas”, sus padres lo mandaban a temperar, varias veces al año, a la ciudad de Barinitas, al piedemonte andino, donde

72 vivía el tío Alfredo Arvelo Rendón, junto a sus hijos Mercedes, Enriqueta, Lourdes, Aura y Alfredo Arvelo Larriva.

Los primos hermanos eran muchos años mayores que él y le tenían un gran cariño, por lo que sus visitas eran esperadas con alegría. En esos via- jes a Barinitas lo acompañaba la niñera Cocó, quien siempre había vivido junto a doña Atilia y la había ayudado a criar a sus hijos.

¡Se mudió! y el pescuezo degaíiito Nos relataba doña Lourdes Arvelo Larriva de Angulo que el pequeño Luis Alberto era muy avispado y servicial, ágil y dispuesto, y le gustaba ser de utilidad cuando había algún problema en la familia. Una vez, cuando tenía 4 o 5 años, lo mandaron a una casa cercana para tener noti- cias de un pariente que estaba enfermo de paludismo. Se trataba de Her- man Arvelo, el hijo adolescente del tío Nicandro, que estudiaba en Caracas. La familia estaba preocupada ante la gravedad del querido mu- chacho. Las últimas noticias sobre su salud habían llegado en un telegra- ma. Lamentablemente eran malas noticias…

El niño hizo la diligencia con prontitud. Fue y regresó corriendo y gritan- do a sus primas, que lo esperaban en la puerta:

-¡Se mudió! ¡Se mudió!

De la misma época es el cuento de la “gran vergüenza” que el muchachito hizo pasar a su prima Mercedes Arvelo Larriva:

Una tarde llegó a visitarla una vecina, acompañada por su hija, que era una joven alta y espigada. Como el pequeño Luis Alberto se la quedó mi- rando fijamente, sin quitarle los ojos de encima, Mercedes preguntó, en son de broma:

-¿Te gusta la muchacha, Luis Alberto? Y el niño respondió, moviendo la cabeza negativamente: -No, no, no.

73 -¿Por qué? -¡Porque tiene el pescuezo muy degaíiito!

Mala salud y tratamiento milagroso Al recordar momentos de su infancia, el poeta Arvelo relataba que una noche terrible, de tormenta y truenos, se encontró al borde de la muerte, porque había comenzado a orinar sangre. Eran los síntomas de la hema- turia, fase casi mortal del paludismo. En la habitación, junto a la cama del enfermo, se encontraban sus padres y el médico de cabecera. Entonces Luis Alberto escuchó las palabras del doctor, cuando hablaba en voz baja con don Pompeyo y doña Atilia:

- Siento mucho decirlo, amigos míos… ¡Hay que estar preparados, porque a lo mejor el muchacho no amanece!

Inexplicablemente el niño Luis Alberto logró sobrevivir a la muerte anun- ciada. Pero su médico ordenó un tratamiento riguroso y estricto, que de- bía ser cumplido al pie de la letra: Luis Alberto debía retirarse de la escuela por una larga temporada. Necesitaba tomar sol y estar al aire li- bre, en contacto directo con la naturaleza, desde el amanecer.

¡Y el tratamiento fue milagroso! La bendición para el muchacho. Porque no solamente lo curó para siempre de las terribles fiebres perniciosas, sino que lo obligó a meterse de cuerpo y alma en el mundo extendido de la llanura. Empezó a ser llanero de verdad. Empezó a conocer desde muy cerca las grandes extensiones de sabana, los vientos y los pájaros, las la- gunas, los peones, las siembras y el ganado, las canciones de ordeño y los muchos misterios que escondía la sabana. Aprendió a cabalgar su caballo en pelo bajo los chubascos; aprendió a nadar en los ríos crecidos, apren- dió a puntear el cuatro, a tocar la guitarra, a cantar las canciones de los ordeñadores, a pescar en los pozos más hondos, a irse río abajo en la ca- noa, a orientarse en las noches por las estrellas, a cantar coplas de los co- pleros, a salir en las tardes, de cacería. Y escuchó de los peones relatos increíbles, nacidos en la sombra, llano adentro.

74 En esos años de su infancia, oyó por vez primera una antigua leyenda que habría de fascinarlo toda la vida. En su discurso de bienvenida a Luis Pas- tori, por su incorporación como Académico de la Lengua, Alberto Arvelo dice:

…. Y es de nuevo la tierra barinesa (…), la de las alongadas praderas, donde escuché de niño los retazos romanceados de la agonal aventu- ra diablo-florentinesca …15

En la muy larga pasantía al aire libre, expuesto a sol y lluvia, se sintió dueño de los Llanos. Aprendió a conocer los atributos de su flora y su fauna, montes, ríos y caminos. Y sobre todo pudo identificarse con esa forma peculiar de sentir y de actuar, de entender el destino del hombre, que tienen los llaneros.

La vida cotidiana La ciudad de Barinas ya estaba arruinada, saturada de escombros, y mu- cha gente había salido huyendo hacia las tierras de los Andes, buscando

15 El discurso completo puede leerse en la Segunda Parte de este libro.

75 abrirse paso en las montañas. Una gran parte de los que habían quedado caminaban sin rumbo, a la buena de Dios… La ciudad de Barinas no era más que una aldea solitaria, olvidada del mundo. Y ante tanto abandono circundante, ante tanta ignorancia y atraso, resaltaba la tradición de arte y cultura de la familia Arvelo Torrealba. Era un fresco remanso de agua limpia, rodeado de cenizas de la ciudad quemada.

En este ambiente familiar austero y refinado, los padres del coplero com- partían interés por la literatura, el teatro, el arte, lo que hizo de su casa un centro de veladas, música y poesía.

Quizás por su temprana inclinación poética, o por sus rasgos de carácter serio y apacible, Luis Alberto era – según contaba su hermana Aura Atilia - el preferido de sus padres. He aquí su pintoresca forma de expresarlo:

Alberto era un dije que no se podía tocar. El consentido de papá y mamá y también de Cocó. Las ovejas negras éramos Rafael y yo….

La vida cotidiana de Luis Alberto era una aventura permanente. En su casa honorable, como en la ciudad íntegra, se había instalado la pobreza, y el muchacho ayudaba, en la medida de lo posible, con el sustento de la familia. Cuando era más pequeño, vendía los huevos que ponían las ga- llinas caseras, y llevaba a vender en las bodegas los dulces y conservas que preparaban su madre y hermanas. Y ya en la adolescencia, contribuía en gran manera con la alimentación de la familia, por medio de las presas que cazaba en el monte, y los muchos pescados, recién sacados de los po- zos, que llevaba contento hasta los calderones de la cocina.

La cacería fue siempre una de sus actividades preferidas: a veces se iba desde el amanecer hasta la noche, con su escopeta al hombro.

He aquí sus palabras:

Cuando niño, mi anhelo era ser cazador (…) Me fugaba con la esco- peta a cazar. Yo tenía muy buena puntería, y dejaron de reprochár-

76 melo, porque cuando gastaba un real de pólvora, traía a la casa una pieza de dos bolívares.16

Salía de casa a media tarde. Cuando empezaba a oscurecer colgaba su chinchorro entre un par de chaparros y se quedaba hasta la noche, pacien- temente, hasta el momento de hacer el disparo.

(En próximo capítulo, cuando estemos hablando de los primeros versos, volveremos al tema de la cacería).

En relación con otras de sus mayores aficiones: el agua y los caballos, le encantaba contar sus aventuras de muchacho:

-Cada uno va a lo que le gusta. A mi hermano le gustaban los toros y re- sultó coleador. A mí me ha gustado siempre el agua. Me gustaba irme al hato de mi tío, para esperar que se pusiera el aguacero. Y luego, cuando empezaba a llover, me iba a la caballeriza, me quitaba la camisa, montaba un potro en pelo y me echaba a correr, a galope, por la llanura.

En su primer libro de versos, Música de cuatro, leemos el soneto autobio- gráfico

Baño al raso

De muchacho en el hato, fue fogoso mi instinto que floreció al impulso de la vida salvaje: Los remansos me vieron bajo el virgen ramaje la atarraya en la mano y el cuchillo en el cinto.

En plenilunio pálido y en crepúsculo tinto me dio sus gracias múltiples el pampero paisaje, Medio día de junio… al azar el rendaje a caballo alejéme del pastoril recinto.

16 A.A.T. entrevistado por Carlos Díaz Sosa. El Nacional, 7 de febrero, 1966.

77 En solitario rancho que la cañada orilla, de un aguacate súbito abrigué ropa y silla, y a hollar tornó las gramas de mi corcel el casco…

Confundíanse en lluvia la llanura y el cielo. Y gocé el baño al raso, sobre el caballo en pelo, por la pampa al galope, bajo el rudo chubasco.17

Las diversiones infantiles de Luis Alberto Arvelo eran las de cualquier muchacho de la época, que vivía entre la ciudad y el campo: se subía a las matas para comer mangos y mamones, hacía maromas en los árboles y colgaba su hamaca lo más alto posible; jugaba metras y pelota, se monta- ba arriba de los techos y pasaba horas enteras con sus amigos, dentro del río Santo Domingo, donde aprendió a nadar de esa manera peculiar que tienen los llaneros, cuando se nada contra-corriente… Y con sus compa- ñeros construía piraguas, utilizando cañas bravas que ataban con bejucos.

Fue un excelente nadador, y había aprendido a nadar “en chorreras”, es decir, donde la corriente del río es más fuerte. Una vez, varios años des- pués, ganó un concurso de natación, y él sonreía al recordar el episodio:

-El premio eran unos colgaderos de hamaca muy bonitos. Y el que me los entregó me dijo: Usted aprendió a nadar en chorreras, ¿verdad? ¿Y cómo lo sabe?- le pregunté- Porque el que aprende a nadar en chorreras, nada con el pecho afuera.

No solo fue buen nadador, sino también experto navegante. Las aventu- ras de su padre, como cauchero en la selva amazónica, lo motivaron des- de pequeño y vivió a su manera los mismos episodios… He aquí lo que nos dice el poeta Arvelo:

Bajo ese influjo, navegante de las glaucas vaguadas imaginativas, fui de todo corazón otro cauchero. A cien metros de mi casa natal discu- rría el Santo Domingo. Sonajero en las noches de verano, atronador

17 Alberto Arvelo Torrealba. Música de cuatro. Tipografía Americana, Caracas, 1928, pgs.121,122.

78 en las de invierno, no me desamparaba su incitación a la aventura ni su querella evocadora de días mejores.

Con mis compañeros de escuela, solía irme una legua del lado arriba de Barinas. Entrábamos bullangueros en el bosque del río, cortába- mos de 200 a 300 caña-bravas, las atábamos con lianas y echábamos al agua la rústica piragua. Nunca llegamos a colocar nuestra mercan- cía en el pueblo, por más que Salgari 18 nos suplía generoso alta gra- duación marinera para los tripulantes. El Corsario Pico llevaba la palanca; yo hacía de Armador; el Capitán Rubén de Timonel; el Grumete Chento de depositario de utensilios. En el último naufragio lo vimos nadando desnudo y con sombrero, con un cuchillo entre los dientes. Los Oficiales Juan Antonio y El Pelón contaban entre los más audaces expedicionarios del grupo.

Más tarde, perfeccionando mi aprendizaje, me adueñé furtivamente de la nueva canoa del Concejo Municipal. Solía deambular por la margen izquierda del río, opuesta a la ciudad. A veces era un breve recorrido de Torunos a El Real, llevando a bordo a mis hermanas y sus amigas.

18 Emilio Salgari fue un famoso escritor de novelas de viajes y aventuras, nacido en Verona, Italia, en 1862 y fallecido en Turín en 1911.

79 Esa imagen quedó impresa en una vieja cuarteta de los 20 años:

Y la excursión galana, raudal de pecho ronco por donde la curiara por el impulso mío fue plena de muchachas cual un hendido tronco que hubiera echado rosas en la mitad del río. 19

El monaguillo y sus latinazos El poeta Arvelo solía decir (no sabemos si en serio o en broma), que a él le hubiera gustado ser sacerdote y que el sacerdocio había sido su primera vocación… Lo cierto es que su vida religiosa se inició muy temprano, pues durante su infancia fue monaguillo de la Catedral Nuestra Señora del Pilar de Barinas. Y de tanto escuchar al sacerdote cuando cantaba la misa dominical, la aprendió completa de memoria… ¡y en latín! Y los sa- grados cánticos no los olvidó nunca.

Después de varias décadas, cuando el poeta se hallaba en especial estado de buen humor (temprano en la mañana algunas veces, con su bata de seda puesta y una delgada estola colgada al cuello), hacía reír a su esposa y sus hijos con unos latinazos muy bien entonados, que solía cantar, al- ternando las voces de los dos sacerdotes que oficiaban la solemne misa del domingo:

Dóminus vóbiscum – Et cum spiritu tuo / Sursum corda – Habémus ad Dóminum/Grátias agámus Dómino Deo Nostro- Dignum et justum est.

Y luego, haciendo gala de su fantástica memoria, se lanzaba con el largo y afinado solo del Prefacio, que era uno de sus cánticos preferidos:

Vere dignum et justum est, aequum et salutáre, nos tibi semper, et ubique grátias ágere: Dómine sanéte, Pater omnipotens, aeterne Deus: Quia per incarnáti Verbi mystérium, nova mentis nostrae óculis lux tuae claritátis infúlsit: ut dum visibiliter Deum

19 Prólogo de la segunda edición de Caminos que andan, pgs. 19-20.

80 cognóscimus, per hune in invisibilium amórem rapiámus . Et ideo cum Angelis et Archangelis, cum Thronis et Dominatiónibus, cumque omni militia caelestis exércitus, hymnum gloriae tuae cánimus sine fine dicéntes: Sanctus, Sanctus, Sanctus …

La tremenda Aura Atilia Luis Alberto compartía los juegos infantiles con todos sus hermanos, pero tenía una especial afinidad con su vivaz hermana Aura Atilia. Esta pe- queña era un verdadero terremoto, mucho más tremenda y arriesgada que los varones, capaz de llevar a cabo cualquier idea disparatada que se le pasara por la cabeza, sin importarle sus consecuencias. Como cuando decidió aprender a volar, pronunciando las mágicas palabras que había inventado y que su hermano Alberto nunca olvidó:

Hiedra de hiedra seca, pestaña delicada, ansida anmisadores, relámpago te hiere!

…Entonces se lanzaba al vacío, desde una tapia de dos metros de alto, con la esperanza de elevarse en vuelo. ¡Por supuesto que las caídas eran igualmente portentosas!

Como a los miembros de la familia Arvelo Torrealba les encantaba co- mentar en verso los incidentes de la vida diaria, cuando Luis Alberto te- nía 11 o 12 años vio a su hermana montada en una burra y escribió:

Es Aura Atilia Arvelo una muchacha brincona “pectorata” juguetona y llena de gran anhelo de montar. Finge su pelo cuando se vuelve amazona en una burra trotona un ave tendiendo el vuelo…

81 A propósito de juegos infantiles, he aquí dos divertidos relatos de Aura Atilia, quien, aunque quería mucho a su hermano Alberto, gozaba moles- tándolo y haciéndole maldades:

Una vez estábamos en el patio jugando. Yo cogí una lajita bastante gruesa y pesada, le apunté a Alberto y le pegué en pleno esternón. Y pegó ese muchacho un alarido, y vino papá como un oso bravo gri- tando: -¡Aura Atilia, por Dios! ¿Qué le hiciste a tu hermano? -¡Me pegó una piedra en el pecho! gritó él. Y como papá era muy severo conmigo y su especialidad eran los cos- corrones, empezó a darme por la cabeza, como pájaro carpintero en- carnizado…

Otra noche estábamos jugando en una salita con piso de cemento. Alberto era un toro y estaba en cuatro patas. Yo cogí impulso desde lejos y lo empujé con todas mis ganas y él estrelló la frente contra el suelo. Cuando el toro dio el primer mugido, vino papá en volandi- llas, enarbolando una palmeta. Por suerte había visitas esa noche, y me salvé de los palmetazos.

Don Chicho y sus ungüentos De su etapa infantil hay una anécdota, que el coplero contaba con una sonrisa:

Resulta que la familia tenía un pariente llamado don Chicho, un vende- dor ambulante, de ésos que andaban en carretas de mula, visitando al- deas, anunciando y vendiendo sus baratijas. La especialidad de este señor eran unos “Ungüentos Siderales”, que preparaba él mismo, además de amuletos, estampitas y diversas sustancias protectoras, especiales para ahuyentar serpientes y evitar sus mortales mordeduras.

Un mediodía de mayo, don Chicho transitaba por las soleadas calles de Barinas y paró la carreta frente a la casa de los Arvelo. Y a solicitud de

82 Luis Alberto, que tendría unos 8 años, sus padres le dieron permiso para acompañar al pariente en su romería de la tarde.

Llegaron a un pueblito donde había mucha gente y movimiento por las calles. Se bajaron de la carreta, y don Chicho empezó a anunciar sus pro- ductos a la curiosa vista de los aldeanos.

-¡Acérquense señoras y señores! ¡Con mis ungüentos siderales y con las estampitas milagrosas, estarán protegidos de las terribles víboras, que causan tantas muertes todos los años!

Y la gente comenzó a comprar y él a vender.

A todas estas, el muchachito se había alejado hacia las ruinas de una igle- sia vecina, por donde habían pasado unas iguanas y unas lagartijas. Y se distrajo por allá, ruinas adentro, tirando piedras, saltando tapias y excur- sionando por el antiguo templo, que estaba lleno de monte y maleza. Es- taba ya empezando a oscurecer cuando escuchó la voz del pariente, que lo estaba llamando. Al encontrar al niño, lo reprendió:

-¡Pero caramba Luis Alberto! ¿Por qué se alejó sin decirme nada? ¡Tengo un rato buscándolo! Y además, ¿cómo se le ocurrió meterse por esas rui- nas, a esta hora tan culebrosa? ¡Esos montes deben estar llenos de mapa- nares y cascabeles!

Para tranquilizarlo, el niño respondió:

-¡No se preocupe por mí, don Chicho! Yo estoy a salvo de picaduras de serpientes, porque me unté el Ungüento Sideral que usted prepara, y me colgué en el cuello un Amuleto Protector… Don Chicho replicó, más enojado todavía: -¡Póngase a estar creyendo en esas pendejadas!

83 Santa Elena Santa Elena era un hato cercano a Barinas - más allá de La Arenosa y de la quebrada Vizcaína – cuyo propietario era don Nicandro Arvelo Rendón, uno de los tíos del poeta. Allá vivía el tío Numa, quien administraba y cuidaba la propiedad.

Todos los años, durante los meses de verano, la familia Arvelo Torrealba iba de vacaciones a Santa Elena. Iban a temperar y a economizar, según decía don Pompeyo. Con entusiasmo, invitaba a sus hijos:

-¡Hay que armar viaje para Santa Elena, muchachos! ¡Es la época de comer topocho frito y carne seca!

A los pocos días emprendían el viaje en carreta de buey, o en un destarta- lado automóvil que algunas veces utilizaban. Luis Alberto los acompaña- ba solamente los fines de semana, porque desde los 14 años había empezado a trabajar, haciendo crónicas para los periódicos de Barinas. Un par de años más tarde - según informa el doctor Gehard Cartay en su bien documentado volumen - fue designado adjunto del oficial auxiliar y Archivero del Estado Zamora. “Esa responsabilidad evidenciaba – dice Cartay – la prematura curiosidad intelectual de quien apenas trasuntaba la difícil etapa de la niñez a la juventud”.20

Para Aura Arvelo, las noches que pasaban en Santa Elena, no eran del to- do placenteras... Así relata sus experiencias:

La noche en Santa Elena era el tormento de aguantar zancudos sin mosquitero, porque el mío lo había roto un gato, y por el hueco en- traba el enjambre completo … El cuarto de nosotros se llamaba “cola de pato” y era redondo. ¡Ese era el más plagoso! Y el tío Numa decía que los agujeros de las ventanas había que taparlos con ramas de es- coba amarilla, las mejores para alejar zancudos. En la noche tenía uno que andar en tinieblas, tanteando, para evitar la plaga.

20 Cartay, Gehard. Obra citada, pg. 38.

84 A pesar de la nube de zancudos, que tan malos momentos les hacía pasar, había en la familia Arvelo muchos recuerdos gratos del hato Santa Elena. Y tuvimos la suerte de escucharlos narrar directamente por los hermanos Pompeyo, Marco, Aura y Alberto Arvelo Torrealba. Cuando éste último tenía 12 años, escribió una divertida crónica rimada sobre una de las tan- tas aventuras familiares, presenciada por él y vivida junto a los suyos, donde se narra el accidentado viaje a Santa Elena de algunos amigos que pretendían sorprender a la familia con una inesperada visita nocturna... Leamos la crónica del muchacho:

Era la célebre noche del once al doce de enero, la luna estaba muy clara y era muy azul el cielo y por la pampa alejóse un automóvil. Adentro iban Parrita, Hicilito, Samuel, Horacio y Toñeco. Iban para Santa Elena y se sentían contentos, pues iban a sorprender la feligresía durmiendo.

El auto seguía cruzando la verde pampa, y el pueblo se había quedado allá atrás, se había quedado en silencio. Por fin nuestros viajadores entraron al bosque espeso de La Arenosa y pasaron sin encontrar contratiempo.

Llegaron a la Vizcaína, y en la mitad de un piedrero, se paró el motor del auto y todo quedó en silencio.

85 Los viajeros presurosos saltaron al pardo suelo, y a empujar el automóvil enseguida procedieron. Pero aquel perol pesado hacía tiempo había resuelto pasar la noche escuchando al agua que iba corriendo.

Dos horas duró la lucha entre el auto y los viajeros, hasta que al fin se cansaron y otra cosa resolvieron. Sacó Parrita enseguida unos pintones de adentro del automóvil y a pie la jornada prosiguieron. El hato estaba callado, el hato estaba en silencio. Ni siquiera murmuraban las ranas en el estero, y todos, sin excepción, todos estaban durmiendo.

Todos no, Cocó velaba, porque había oído muy lejos un ruido sordo y confuso, un ruido como de truenos. De repente eran las dos. Estalló un ladrar de perros y la centinela entonces se fue llenando de miedo y dicen que murmuraba “San Pedro, ¿qué será esto?”

Todos vinieron callados hasta pasar el tranquero, pero de ahí comenzaron con los gritos. Don Pompeyo

86 se despertó, oyó los ruidos, llamó a Numa y con el trueno de su voz interrogólos “¿Quiénes son y por qué es eso de venir a media noche?” Y como hubiera un silencio, dicen que Cocó decía “¡San Pablo, son bandoleros!”

“¡María Lorenza, levántese, mire que está amaneciendo!” dijo con voz fuerte y ronca, y ella que miraba al cielo claro y azul lo creía, y asomóse a un agujero. Al conocer a Parrita, hubo un incendio en su pecho, de entusiasmo y alegría y exclamó con tono recio “¡A levantarse muchachos, que esta noche es de contento, porque es Parra el que ha llegado, es Parra, gracias al cielo!” Aquellas Parras tronaban en sus labios y hubo un eco de Parras en los confines de aquel estrecho aposento.

Poco después todo el mundo saludaba a los viajeros. Les prepararon tortillas, unas tajadas les frieron, y a las tres de la mañana la comida les pusieron. Después de aquella comida, los noctámbulos viajeros y todos los más que habían, para el patio se salieron.

87 A un lado del grupo grande había un grupito pequeño, eran Samuelito y Blanca que soñaban. No recuerdo qué más pasó en Santa Elena aquella noche de enero suave y blanca. Sólo sé que al poco rato emprendieron el regreso y que traían la esperanza y el consuelo de que para la venida prendiera el motor. Empero aquel auto había jurado no interrumpir el silencio de aquella noche callada, suave y blanca. Y es lo cierto que a las seis de la mañana regresaron los viajeros a pie, mojados, cansados, contando este raro cuento.

Sobre el hato Santa Elena hay un poema de A.A.T. publicado en la revista Billiken y guardado en el álbum de recortes de su madre. Está fechado en Santa Elena, año 1921, y dedicado a su prima Blanca Elena Arvelo. El poe- ta era un muchacho de 16 años y todavía firmaba L.A. Arvelo Torrealba. Terminamos el capítulo con este poema:

De Santa Elena

Para mi prima Blanca Elena

No muy distante del agua pura de una cañada que va trazando ondulaciones por la llanura, Entre bambúes do el soplo blando de la distante sierra altanera constantemente vive cantando,

88 Y custodiada por una hilera de malabares que hay en la arena sobre las lomas de la pradera se alzan las casas de Santa Elena.

Cuando en oriente luz opalina el sol naciente va derramando por los bajíos y la colina, Mientras los loros que van pasando por las alturas en vuelo lento sus aventuras se van cantando, Flota en los aires un vago acento de rebramidos y de cantares y hacia otros lares se lleva el viento las agonías y los pesares.

Pasan las horas, llega el bochorno reverberante del medio día y calcinado queda el contorno; Y con la llama fiera y bravía del sol furioso de la sabana vuelve la vaga melancolía. Fugaces vahos de charca emana y en añoranza de agua y frescura la rabo blanco triste desgrana sus letanías en la espesura.

Pasan las horas… la tarde llega y guacamayas entre clamores se van posando sobre la vega, Y mientras orto de resplandores amarillentos se van tiñendo y se desmayan mustias las flores, El sol, huraño, se va escondiendo tras de la patria de los condores, y con la noche que va cayendo vienen recuerdos, tedio y dolores.

89 Mas de repente se descorre el velo de tenebrosa sombra que manchara a la azulada inmensidad del cielo: Brilla la luna esplendorosa y clara con el albor de nácar y de nieve de una veta de mármol de Carrara: Y a la luz blanca que a torrentes llueve de la bandola vibran los bordones, y - peregrinos de la ignara plebe – entonan sus romances los peones.

90

Capítulo 4

Los primeros versos

Invierno. A mi madre. Matutino. Mi placer. Soneto al amanecer. Soneto a Barinitas. Paisaje, 1921. El primer amor. Dos sonetos para una rubia. Talvez no me dio amor. Rosario vespertino.

Dibujo de Alberto Arvelo Torrealba

Además del poema “De Santa Elena”, publicado en la revista Billiken en 1921, conocemos otros poemas de la primera juventud de A.A.T. que es- tuvieron guardados por décadas en la prodigiosa memoria de su herma- na Aura Atilia Arvelo Torrealba y transmitidos a la autora de este libro por ella misma, entre los meses de febrero y marzo de 1980. Hoy nos complace presentarlos al público lector. He aquí el primero de ellos:

91 Invierno. Compuesto en 1918, cuando el joven Luis Alberto tenía 13 años, este es el primer poema de su autoría del cual tenemos conocimiento:

Ya el invierno volvió. De nuevo viste un sudario de plomo el firmamento, el sol se torna moribundo y triste, ha vuelto de la rana el vago acento cuando la noche esparce su negrura a melancolizar mi pensamiento.

El agua del raudal se torna oscura, sobre el cenit el nubarrón se explaya y ha quedado disperso, a la ventura una legión de troncos en la playa.

Ya no matizan el azul del cielo las garzas de color rojo encendido en la remisa majestad del vuelo furiosos vendavales han venido a deshojar las campesinas flores y a despojar al ave de su nido.

Huyeron del ocaso los colores que ya no le da el sol cuando declina y han quedado tristezas y dolores envueltos en un manto de neblina.

A mi madre Otro de los primeros poemas de Alberto Arvelo, lo dedicó a su madre doña Atilia, en vísperas de cumplir los 14 años. Era un muchacho “con los calzones a la rodilla” y estaba empezando a cambiar la voz.

92 A mi Madre

A mi adorada madre, en el día de su Santo. Barinas, 9 de agosto de 1919. Día de la Pastora.

Cuando viste su azul traje suave como el terciopelo y adornado con encaje finge mi madre el miraje de un puro y sereno cielo.

Vestida con traje blanco tan blanco como la espuma hoy en el día de su Santo tiene mi madre el encanto que hay en las noches de luna.

El tercer poema es del mismo año 1919

Matutino

¡Qué alegre está la mañana y qué alegre el campo está! Muge el toro en la sabana y mientras la vaca brama el rebaño vueltas da.

Dos zagalas buscan leña a orillas de una laguna y otro campesino ordeña en una taza pequeña una vaquita lebruna.

Este poema también es conocido como “La vaquita lebruna”. Con dicho título fue publicado en el periódico Ecos de la Escuela Roscio, de Barinas, cuando el joven estudiaba en el plantel.

93 Como se ha afirmado, desde que el Luis Alberto era un muchacho de cal- zones cortos, de 11 o 12 años, tenía gran afición por la cacería. Mas no contaba con experiencia y no quería pedir ayuda ni consejos a la peonada de Santa Elena, por miedo “a que le fueran con el cuento” a don Pompeyo.

Afortunadamente para el niño, por ese entonces llegó a la casa de los Ar- velo un diestro cazador, un viejo amigo de la familia, que le dio a Luis Alberto la debida enseñanza que necesitaba, y le mostró los trucos y habi- lidades que quería conocer.

Después de cierto tiempo, el joven era ya un arriesgado cazador, prepa- rado para cualquier encuentro. Casi siempre salía de noche, con su escopeta terciada al hombro, y grandes linternas, como faros, con las que encan- dilaba a los conejos, cachica- mos, palomas… Pero también cazaba temprano en la mañana, o en el momento que creía oportuno. Las presas alcanza- das las llevaba enseguida a la cocina de la casa, y eran de gran ayuda para el sustento de la familia.

A los 15 años, en 1920, escribió un soneto dedicado a su tío Ni- candro, donde describe un amanecer en Santa Elena. Allí está reflejada una escena de ca- za… ¡Y él es el orgulloso cazador!

94 Mi Placer Sentir el soplo de la brisa fría que murmura en los jobos del cercado y ver en el Oriente el sonrosado y luminoso despertar del día.

Escuchar de una copla la armonía en el corral repleto de ganado preparar la escopeta con cuidado para luego salir de cacería.

Cauteloso vagar por el sendero, llegar hasta la margen de un estero y oculto por los juncos de un pantano

A un grupo disparar con suerte plena y volver enseguida a Santa Elena con dos pares de güires en las manos.

Del mismo año 20, a los 15 años, es el

Soneto al Amanecer Aparece en Oriente un nuevo día, acaricia la brisa los cocales y despierta del campo la alegría el mugir del ganado en los corrales.

Entre la verde fronda, los turpiales arman al despertar algarabía y el soplo de los vientos tropicales purifica el ambiente de la vía.

Tras el monte del caño el sol asoma sus rayos doran la empinada loma y dan nuevos verdores al bajío.

Despide cada lirio suave aroma en cada nido canta una paloma y es perla cada gota de rocío.

95 En 1921, el joven Luis Alberto fue a caballo desde Barinas hasta Barinitas, a fin de despedirse del tío Alfredo y de sus primas Arvelo Larriva, por- que muy pronto se alejaría del hogar, para iniciar estudios de bachillera- to. En el grato paseo al piedemonte andino lo acompañó su madre, doña Atilia, quien escribió un poema el mismo día de su llegada:

Soneto a Barinitas

Tierra del cafeto, tierra perfumada por los florestales de nuestra pradera vecina de mi alta ciudad blasonada cumbre favorita de la primavera.

Tierra del cafeto, carmen de Granada lirio perfumado, rosa montañera arquilla preciosa de plata labrada entre los peldaños de la cordillera.

Con catorce lirios henchidos de mieles tejo una corona para tus vergeles para tu recinto lleno de armonía.

Para tus palmeras y tus cafetales y las claras ondas de tus manantiales y las puras brisas de tu serranía.

Al regresar de Barinitas a la casona barinesa, con la maleta lista para su prolongado viaje de estudios, nuestro poeta adolescente escribe un sone- to, publicado en Billiken en 1921, firmado por L.A. Arvelo Torrealba. Es como si el muchacho anhelara llevarse el paisaje consigo...

96 Paisaje

Rasga su velo al fin la madrugada: estremece la fronda el viento frío, y el ave dice su oración trinada entre el ramaje del bambú sombrío.

En el estero del remanso umbrío refleja el sol su luz anaranjada y como siempre mugidor bravío, el rebaño se esparce en la hondonada.

Gritan las guacharacas escondidas en los verdes mogotes del rastrojo, que coronan parásitas floridas,

El mango viste de amarillo y rojo, y tras seto de guasduas carcomidas tremola sus espigas el malojo.

El primer amor Cuando el joven coplero tenía 16 años, y antes de separarse del hogar pa- terno, asistió a un “baile de muchachos”, de los que se efectuaban en la ciudad, con el fin de reunir a los hijos y nietos de los señores barineses. Ahí conoció a una niña rubia, de su misma edad, de quien quedó devo- tamente enamorado. Fue el primer gran amor del poeta Arvelo. Escribió dos poemas para la muchacha, quien se llamaba Aura, como su hermana:

Dos Sonetos para una Rubia

I Azul era su traje, radiante y sonrosada era ella de la fiesta belleza y alegría gentil como la imagen divina de una hada y más encantadora cuanto más sonreía.

97

A todos cautivaba con su clara mirada sobre la cabellera la diadema fingía una serena barca de diamantes cargada atravesando un lago dorado por el día.

Iba a empezar el baile, transcurrieron las horas y vibraron las notas hondamente sonoras y bailé con la rubia que de cielo vestía

Que a todos cautivaba con su clara mirada que estaba más que nunca radiante, sonrosada y era más seductora cuanto más sonreía.

II Aura, mi lira ha tiempo que está callada porque no tiene cuerdas, las que tenía las perdió en una noche torva y sombría y hoy está silenciosa y abandonada.

He pedido a las fuentes, al viento, al hada un repuesto de cuerdas, y el alma mía que todo lo que siente decir ansía de esperar vanamente ya está cansada.

Y por eso he venido, pues me han contado que tú tienes de cuerdas un encantado palacio que despide raros destellos.

¡Oh, perdona! Mi alma tal vez delira He venido a pedirte para mi lira siete cuerdas de oro de tus cabellos.

Talvez no me dio Amor Del año 1922 tenemos un precioso documento, mecanografiado por el poeta Arvelo cuando era un joven adolescente de 17 años. Es un extenso canto - a todas luces autobiográfico – que está formado por 6 sonetos en-

98 decasílabos, numerados del l al VI con números romanos, y lleva como título “Talvez no me dio Amor”.

El primero de estos sonetos es, justamente, el primer texto que aparece en la Sección de Poemas Sueltos, seleccionados por el autor para su Obra poéti- ca, publicada en 1967. El poema, que comienza con el verso “La mañanita ya. Como un consuelo”, aparece en el libro como un poema independien- te, con el título de “Sendas del Alba”. 21

Creemos que los restantes 5 sonetos que forman “Talvez no me dio amor” se conservan inéditos. Para no cortar la unidad del conjunto, reproduci- mos los 6 sonetos:

I La mañanita ya. Como un consuelo me sonríe el Oriente. La neblina en el distante azul de la colina pone la albura de su frágil velo.

¡Oh el esplendor de mi llanero suelo! ¡Oh la risueña calma campesina! ¡Oh, la Sierra Nevada que se empina ruborizada del rubor del cielo!

El Llano da su música. En la clave del sol el ave da un preludio agudo y el gran mugido del rebaño es grave.

Por la senda de luz donde me pierdo al claro ritmo del acorde rudo desando los caminos del recuerdo.

21 Alberto Arvelo Torrealba. Obra poética. Prólogo de Alexis Márquez Rodríguez. Letras de Vene- zuela. Dirección de Cultura Universidad Central de Venezuela, Caracas, 1967, pg. 225.

99 II Se iba mi vida así…con la rutina, del mundo, en alas de las mismas cosas. De vez en vez un verso, en las radiosas dulzuras de una hora vespertina.

El paso deteniendo en cada esquina -vergeles sin espinas y sin rosas - flor de las urbes viejas y gloriosas que fueron grandes y que están en ruina.

Viendo los días venir. Sin hacer nada. Viviendo la quietud languideciente de la llanera reina destronada;

viendo los días pasar. Adormecida en torpe sueño material la mente, tal se pasaba, a mi pesar, mi vida.

lll Septiembre. Mes de lluvia, y sin embargo ni un cúmulo manchaba con su duelo la azul intensa majestad del cielo. Fue un momento muy dulce o muy amargo.

Viéndola desperté de mi letargo: con su faz rosa y con su negro pelo la miré cual se mira un arroyuelo en un camino bochornoso y largo.

La vi en la misa. Era domingo. Tierno recuerdo de la misa de aquel día que fue primaveral siendo de invierno.

Después la vi salir; vi sus risueños ojos llenos de luz y de alegría y le rendí mi devoción de sueños.

100 IV Me fui tras ella sin pensar en ello, me fui tras el encanto de sus ojos, llevado de mis ávidos antojos de amar lo dulce y adorar lo bello.

Me fui tras la negrura del cabello Tras la frescura de los labios rojos, Tras la rosada flor de sus sonrojos y tras la blanca morbidez del cuello.

Desde hacía tiempo que en el pueblo estaba y ya el retorno al seno de los suyos cuando la vine a ver se aproximaba.

Y se prendió en amor el alma mía, así como se prenden los cocuyos en los mustios negrores de la umbría.

V A veces la embromaban. Son las bromas grandes amigas del amor. Con risa se hablaba de mi modo de oír misa… Como la madurez sobre las pomas,

Como el sol vesperal sobre las lomas su blanca faz se arrebolaba a prisa en medio del dulzor de una sonrisa… (¡Oh, tierna candidez de las palomas!)

Le di mis versos, y en los versos míos le dije la pasión que me cautiva todos mis anhelados desvaríos…

Me hablaba a veces con su voz de ave y a veces se quedaba pensativa. -En qué pensaba entonces? ¡Quién lo sabe!

101 VI Y todo marchó bien…¡Oh vano alarde! hasta que de su pueblo, del vecino pueblo, donde brotó su peregrino encanto, - tierno lirio que Dios guarde. Lirio de amor por quien mi pecho arde. Vinieron a buscarla, y el divino sol de los ojos y el cabello endrino dejaron la ciudad bajo la tarde.

Se fue; más ya no soy como en los días en que gastaba vida sin provecho. Hoy van muy lejos las miradas mías.

Pensando en ella el corazón se expande. Talvez no me dio amor; pero en el pecho me puso un ansia grande de ser grande!...

L.A. Arvelo Torrealba. Barinas, 1922

Rosario vespertino De ese mismo momento y lugar en la vida de Arvelo Torrealba: Barinas, 1922, existe un texto particular y muy distinto en contenido y forma a to- dos los demás que de él conocemos. Está escrito a máquina en la última página de la hoja grande y doble donde se encuentran los sonetos de “Talvez no me dio amor”. El texto está inconcluso, falta la última parte, y por lo tanto no está firmado. Es un pequeño trozo de prosa poética, don- de el poeta adolescente demuestra su recogimiento y sus vivencias en la vida cristiana.

Al leer el fragmento vale hacer la pregunta ¿Sería realmente el sacerdocio su primera y sincera vocación, como lo repitió, a través de los años, más de una vez? Éste es el texto:

102 Rosario vespertino

A Carlos Borges, poeta y sacerdote Me voy enamorado, a la infinita soledad del bosque, a rezar mi rosa- rio en compañía de los pájaros. Es silencioso el sendero por donde cruzo a pagar mis penitencias mentales en el seno del boscaje, donde me aguardan mis viejos ca- maradas con sus liras de hojas: los árboles, divinos poetas de la fron- da. Con los últimos rayos del sol que se va, comienzo mi rosario: Primer misterio: Mi espíritu con la cruz de sus sueños se encamina al calvario. Padre nuestro…. Dios te salve, quimera, flor de mis pensamientos, no te marchites nunca en el ánfora musical de mi corazón. Segundo misterio: Las gotas de sangre de las angustias de mi espíritu, manchan la fren- te de la tierra. Padre nuestro…. Dios te salve, ilusión, ramillete florido no te musties con el sol de la pena. Tercer misterio: La primera caída de mi espíritu, por el cansancio del ensueño. Padre nuestro…. Dios te salve, esperanza, falena errante, vuela y muéstrame con tus alas el camino de la Gloria. Cuarto misterio: La corona del ideal hiere con sus espinas las sienes de mi espíritu.” Última línea, fin de la página. El “Rosario vespertino” de Arvelo Torreal- ba queda inconcluso.

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Capítulo 5

Nuevos horizontes (desde el año 21 al 27)

Una larga primaria. Liceo San José de Los Teques. Liceo Caracas. Contacto con su primo Alfredo Arvelo Larriva. Grado de bachiller en 1927. Preceptor de escuela rural.

Una larga primaria Luis Alberto Arvelo Torrealba vivió con su familia, en la casa paterna de Barinas, hasta la edad de 16 años. Había estudiado en la Escuela Federal Roscio, donde era conocido como un alumno sobresaliente que siempre

105 figuraba en el Cuadro de Honor. Y sin embargo fueron muchos los años de primaria, a causa de los largos períodos de tiempo - meses enteros muchas veces - cuando no era posible asistir a la escuela por los graves problemas de salud que padeció en su infancia. Y también, por supuesto, por la prolongada “pasantía” al aire libre que le ordenara su médico.

Por otra parte, cuando se hizo un muchacho saludable y fuerte, al iniciar la adolescencia, Luis Alberto se sintió obligado a ayudar a sus padres económicamente. Y empezó a trabajar en variados oficios administrati- vos. Fue además el cronista de la prensa local.

Reunía celosamente el escaso dinero que le pagaban, sin dejar ni un cen- tavo para él, sin gastar un centavo… Por todos sus oficios lograba conse- guir 300 bolívares, que el muchacho contaba una y otra vez. Y después entregaba su fortuna, complacido y sonriente, a su querida madre.

Liceo San José de Los Teques Y fue al cumplir 16 años, cuando Arvelo Torrealba determinó alejarse de Barinas, para iniciar estudios de bachillerato en el Liceo San José de Los Teques, que funcionaba como un Internado. Este colegio, fundado en Ca- racas en 1912 y trasladado a Los Teques en 1916, fue un centro de ense- ñanza de gran prestigio a nivel nacional. Su fundador y director, el Dr. José de Jesús Arocha, se ocupaba personalmente de seleccionar los más capacitados profesores, muchos de los cuales vivían en el colegio, en las instalaciones destinadas para el profesorado.

Sobre este período de la vida del joven Arvelo es muy poco lo que se co- noce, y nadie habla de ello. Pero de lo que sí estamos seguros es que fue para él una experiencia provechosa y en extremo importante. Tanto es así que después de pasados 47 años, recordaba de manera precisa a algunos de los profesores que tuvo en el plantel.

En un discurso pronunciado en 1967, en la Galería de Tocuyanos Ilustres de El Tocuyo, expresó lo siguiente:

106 …Cuando yo ingresé al Liceo de Los Teques, por ahí por el año 21, don José Antonio Rodríguez López fue mi profesor de Física. Y yo hago un cotejo, no puedo menos de hacerlo, de mis profesores de en- tonces: Recuerdo al de Filosofía, que era un estudiante de Derecho un tanto presuntuoso, cuyas clases se limitaban a traducirnos, mal traducido del francés, el texto de Psicología Experimental de Tomá. Y me acuerdo también del profesor de Química, que era en cambio un sabio tímido, incomunicativo y profundamente caletrero. Recuer- do que nos hizo aprender de memoria las fórmulas de las materias colorantes y yo todavía - ¡Oh atrocidad de la memoria! - recuerdo la del Cloruro de Rosanilina, que parece llamarse Clorhidrato de Pen- tametilperianidorifenilmetancardinol. Ante aquellos profesores tenía que resaltar la figura de don José Antonio, hombre generoso, hombre sencillo, y dentro de su humildad, un verdadero sabio, con la parti- cularidad de que casi todos los aparatos del equipo de experimenta- ción del gabinete de Física, eran construidos por él mismo…22

Y era tanto el aprecio que el poeta sentía por el Liceo San José de Los Te- ques, que años más tarde, cuando era un estudiante de Derecho en la Universidad Central, se incorporó al conjunto de sus profesores. Poste- riormente, cuando fue Inspector de Educación Secundaria, llevó a las au- las del liceo a un ilustre profesor chileno - de visita en Venezuela - quien quedó gratamente impresionado con el excelente nivel académico de la institución.

Liceo Caracas No es fácil precisar por cuanto tiempo estudió Alberto Arvelo en el Inter- nado San José de Los Teques. Suponemos que fueron al menos dos años. Lo cierto es que en 1924, cuando él tenía diecinueve años, ya se hallaba en Caracas, y vivía humildemente en un albergue para estudiantes. Lo único

22 Palabras de A.A.T. en el acto de colocación del retrato de don José Ángel Rodríguez López en la Galería de Tocuyanos Ilustres de El Tocuyo, el 17 de junio de 1967. Homenaje a José Ángel Rodrí- guez López. Ministerio de Educación. División de Publicaciones, pg. 39. Caracas, 1980. El texto completo del discurso puede leerse en la Segunda Parte de este libro.

107 que llevaba en la maleta, además de unos cuantos bolívares que había reunido para el viaje, era una carta de don Pompeyo para su sobrino Al- fredo Arvelo Larriva, quien residía en Caracas junto a su esposa. En la misiva don Pompeyo le recomendaba a su hijo Alberto.

El joven Arvelo ingresó al Liceo Caracas, cuyo director era el afamado novelista Rómulo Gallegos, y tenía como sede una antigua vivienda en pleno centro de la ciudad. Entre sus condiscípulos se hallaban talentosos muchachos, que se destacarían años más tarde en importantes posiciones de la vida nacional. Algunos de ellos fueron Germán Suárez Flamerich, Rómulo Betancourt, , Raúl Leoni, Jóvito Villalba y Luis Beltrán Prieto Figueroa. Alberto Arvelo recibió el grado de bachiller en 1927.

Con el mismo cariño con el cual recordaba a don José Antonio Rodríguez López, su profesor de Física en el Liceo San José de Los Teques, Arvelo recordaba a uno de sus profesores del Liceo Caracas: don Antonio José Sotillo. Escuchémoslo:

… En cuanto al profesor Antonio José Sotillo, zaraceño de cuna y de soñares, fue también mi maestro, cuando estuvieron a su cargo en el Liceo Caracas las asignaturas de Castellano y Preceptiva Literaria, los años de 1924 y 1925 (…) Yo venía de la oscura provincia, ignoran- tón y ávido de no serlo, y por eso tal vez se fijó en mí su pestalozzia- na simpatía. Generoso, me ampliaba en su casa, por las noches, las lecciones del colegio. Sus clases próvidas, cálidas, nutridas de interés sustancial que se eslabonaba de episodio en episodio, no eran de las que pueden suplirse con el repaso de los textos…23

Es necesario señalar que en 1925 Alberto inició su carrera de educador, la cual duraría por más de 15 años. Y esto es así pues al mismo tiempo que estudiaba en el Liceo Caracas, comenzó a trabajar en pequeñas escuelas

23 Alberto Arvelo Torrealba. Discurso de Incorporación como Individuo de Número en la Academia Venezolana de la Lengua, pgs. 6 y 16. Imprenta de la Dirección Técnica del Ministerio de Educa- ción, Caracas, mayo de 1968. El discurso completo puede leerse en la Segunda Parte de este libro.

108 de la zona. Y es sus momentos libres – ¡si todavía quedaba alguno! – daba clases particulares a un par de niños del vecindario. De esa manera, el aventajado liceísta de 20 años, empezó a producir los medios necesarios para comprar libros y cubrir sus gastos.

Contacto con su primo Alfredo Arvelo Larriva Por ese tiempo, desde su arribo a la capital de la república y hasta 1927, Alberto tuvo una estrecha relación con su admirado primo-hermano Alfredo Arvelo Larriva, a quien había entregado la carta de su pa- dre, el mismo día de llegar a Cara- cas.

El doctor Luis Alejandro Angulo Arvelo, sobrino de Arvelo Larriva (por ser hijo de su hermana Lour- des), ofrece una importante in- formación al respecto:

Mis primeros recuerdos de Alberto (Arvelo Torrealba), provienen de 1924, cuando fue a Barinitas a despedirse del tío Alfredo y de sus primas, las Arvelo Larriva, porque seguidamente viajaría a Caracas para continuar estudios. Su padre, don Pompeyo, quería enviarlo al cuidado de “Alfredito”(…), más de veinte años mayor que Alberto y quien oficialmente residía con su esposa en la Capital. En estos días de 1924, Alberto, de 19 años, no había prescindido de su primer nombre de pila, y era todavía “Luis Alberto.24

Y continúa Luis Alejandro Angulo:

24 Esta parece ser otra evidencia del año de nacimiento del poeta Arvelo: Si en el 24 tenía 19 años, nació en 1905… En relación a la fecha de la visita a Barinitas, debe haber sido después de haberse retirado del liceo de Los Teques, pues recordemos que, según palabras del propio poeta, allí ingresó en 1921. Por lo tanto sería una segunda visita de despedida (esta vez antes de irse a estudiar al Li- ceo Caracas), que Luis Alberto hizo al tío Alfredo y las primas bariniteñas.

109 Era también “el moreno” por apodo familiar. Reflexivo aunque tam- bién jovial, como sería toda la vida, ya Alberto escribía sus primeros versos. Diez años menor que él, yo me convertí prontamente en su edecán y lo acompañaba cuando salía y le ayudaba en lo necesario, lo cual fue factor de fraternal acercamiento y de que llegase a ser pa- ra mí el hermano que no me había dado la Naturaleza.

Al año siguiente, Alberto volvió a Barinitas en sus primeras vacacio- nes. En él notábase el efecto de la inicial salida a la Capital y su nue- va experiencia estudiantil. Habíase hecho aún más taciturno o “retraído”, como decía la gente. Me parece verlo, con el gran som- brero “Borsalino” de anchas alas, que llevaba en esa ocasión.

Desde entonces, las periódicas visitas de Alberto a Barinitas, en las vacaciones de mediados y fines de año, se hacían más frecuentes. Mas no fueron muchas las veces que allí coincidieron él y mi tío Al- fredo (éste se ausentó de Venezuela en 1927) para platicar en función literaria con mi tía Enriqueta; pero fueron muy celebradas esas con- tadas ocasiones en que los tres poetas, vinculados por la sangre y por el arte, se constituyeran en núcleo de ese íntimo e inolvidable parna- so familiar… No dejaban de suscitar interés, o cuando menos curio- sidad estos intercambios de los tres poetas; pero generalmente muy pocos se atrevían a “pasar adelante”, por explicable timidez.25

Sobre estos años del Liceo Caracas y el constante contacto que Alberto tuvo con su primo Alfredo, comenta de nuevo Luis Alejandro Angulo. Pero esta vez en otra publicación:

… Alberto estaba muy joven, de unos 20 años, y lógicamente había venido a Caracas muy recomendado a su primo hermano Alfredo quien, ya poeta consagrado y 20 años mayor, tenía gran ascendiente y ejercía sobre aquél una lógica tutela personal y familiar; y aun lite- raria, pues Alberto, que comenzaba a escribir, aunque quizás no to- davía a publicar en Caracas, siempre iba a casa de Alfredo a mostrarle y consultarle las primeras cosas que escribía. La esposa de

25 Luis Alejandro Angulo Arvelo. El fauno cautivo, Biografía de Alfredo Arvelo Larriva. Monte Ávila Editores, Caracas, 1986, pgs. 271, 272.

110 Arvelo Larriva, mi tía Mercedes Aguilera, que presenciaba este inter- cambio entre los primos, nos lo refería años después.26

Es importante recordar que Arvelo Torrealba fue un estudioso y un pro- fundo conocedor de la poesía de Arvelo Larriva, la cual había leído y ad- mirado desde su niñez. No solamente eso, sino que Alberto Arvelo siempre reconoció la poderosa influencia que tuvo el primo Alfredo en su etapa inicial como poeta.

Los dos primos Arvelo, con más de 20 años de diferencia, unidos en el arte y la poesía, estuvieron muy cerca, en contacto afectuoso, entre 1924 y 1927.

Ante estas evidentes circunstancias, es fácil suponer que Arvelo Larriva fue el primer crítico y lector de aquellos manuscritos originales que pron- to integrarían el libro Música de cuatro, primer poemario de su joven pri- mo.

Años más tarde, en 1934, ante la muerte inesperada de Arvelo Larriva en la ciudad de Madrid, su primo Alberto sintió un inmenso abatimiento. Andaba de flux negro, y así, de luto rígido, daba clases en los liceos y co- legios, y asistía como alumno a la Universidad.

Preceptor de escuela rural 27 Apenas se graduó de bachiller, Alberto Arvelo regresó a Barinas. Deseaba ver a su familia, pues ya su madre estaba delicada de salud y presentaba los primeros síntomas de la terrible enfermedad que sufriría hasta su muerte. Él ansiaba ingresar a la universidad, pero el centro de estudios estaba cerrado por los disturbios estudiantiles. Los estudiantes universi- tarios se encontraban “alzados”, en rebelión constante contra la dictadura

26 Luis Alejandro Angulo Arvelo. Alfredo Arvelo Larriva, obras completas, Ediciones de la Presi- dencia de la República, Caracas, 1977, Tomo 2, pg. 155. 27 Preceptor, y no maestro, es la palabra que Arvelo utiliza en el ya comentado borrador de su Cu- rriculum.

111 de Juan Vicente Gómez. Había huelgas y presos todos los días, la repre- sión del régimen rondaba por las aulas y el caos lo envolvía todo. Para no perder tiempo, el joven barinés decidió regresar a Barinas y buscar un empleo provisional.

Tuvo a su cargo una escuelita rústica, rodeada de árboles, en los campos cercanos a Barinas. Allí era una delicia trabajar. Y sus alumnos lo aprecia- ban inmensamente, porque decían que era el mejor maestro que habían tenido.

Después de terminar el horario de clases, el bachiller Arvelo jugaba béis- bol con los muchachos, les enseñaba a cultivar el huerto y los domingos muy temprano se iba con ellos a caminar por la sabana.

Una mañana llegó Arvelo a la vivienda de una viejita amiga de doña Ati- lia, que estaba a unos cien metros del plantel. Se alarmó la señora al verlo llegar:

-¿Qué pasó, Alberto? ¿Qué estás haciendo aquí, en vez de estar dando tus clases en la escuela?

Alberto contestó que a la hora del recreo le había preguntado a los alum- nos si querían ir a La Carolina a comer mangos, y como todos habían res- pondido que sí, les había concedido el permiso… Y terminó diciendo:

-Los muchachos se fueron corriendo, felices y contentos, y yo aproveché el ratico libre para venir a tomarme una tacita de café retinto, de ése que usted prepara tan sabroso…

112

Capítulo 6

Música de cuatro, 1928.

Prólogo de E. Smith Monzón. 5 secciones y 49 poemas. Por la hacienda. Entrevista a Plinio Musso. Postal a Oliva. Un elogioso juicio anónimo. Un libro de versos genuinamente venezolano. Las 18 páginas faltantes. Dos poemas en

Billiken.

113 Prólogo de E. Smith Monzón En la Caracas gomecista de 1928, la Tipografía Americana, de P. Valery Rísquez, publicó el libro de versos Música de cuatro, del joven poeta bari- nés Alberto Arvelo Torrealba, quien se había graduado de bachiller el año anterior. La dedicatoria de la obra dice así:

A mis llanos, que guardan mi hogar. A mis padres. A mis hermanos. El libro tiene un breve prólogo del periodista, poeta, maestro y ensayista falconiano Esteban Smith Monzón. Lo transcribimos íntegramente, por- que es sin duda el primer acercamiento, desde un punto de vista muy personal, a la obra poética de Arvelo Torrealba.

Barinitas, 7 de agosto de 1928 Señor Bachiller Alberto Arvelo Torrealba. Barinas

Poeta: Su libro no necesita la recomendación de un prólogo. Es el caminito de Castalia que abre en el bosque de laurel el conquistador eximio. Toca usted su flauta en todos los tonos y Pan está contento de su me- lodía.

En esta época yankee del mundo, en que bien se holgaría el escudero de Alonso Quijano, su libro es manjar de espíritu, la copa que toda- vía sirve Hebe en el festín de los dioses.

Maneja usted dos cualidades muy suyas, que son los dos polos de su personalidad literaria: el subjetivismo y el objetivismo. El jardinero de Psiquis hace el ramillete para Dulcinea y luego sube a la torre más alta del castillo interior, a ver lo que pasa en la vida. Su visión es la pampa inmensa, que usted se absorbe, que usted hace sensación sutil en su libro.

114 Más allá del rancho pampero está la fuente sagrada en el bosque de laurel, la Cólquide de Lazo Martí que le conquistará su Musa.

De usted cordialmente,

E. Smith Monzón

5 secciones y 49 poemas El libro Música de cuatro, con portada de MEDO 28 que muestra a un joven tocando cuatro, es un pequeño volumen de 128 páginas y consta de 49 poemas, de los cuales 30 son sonetos. De esta manera nos informa el autor sobre su primer libro.

Ya se ve una transición de la poesía culta hacia la poesía que tomó sus fuentes en las corrientes populares con las cuales estuve en con- tacto desde muchacho. Tiene ese libro muchos sonetos de corte nati- vista con la influencia de Lazo Martí y Arvelo Larriva, pero compensada la influencia con nuevas corrientes que luego se encau- zaron por lo popular, que sí fue de mi preferencia.29

El poemario está dividido en 5 secciones, tituladas Tonadas Galantes, Ai- res Criollos, Rimas en Sol Menor, Vidas Agrestes y Rasgueos. He aquí los títulos de los poemas de cada sección:

Poemas de “Tonadas Galantes”: Por la hacienda; A la del 49; Flores; Oyendo a un pájaro; Fuente, río y mar; Dominó entre cuatro; Travesura; Romance de cariño ausente; Por tu gracia; Postal a Oliva; Lirio oculto; Cantares de primavera.

Poemas de “Aires Criollos”: La hierra; En la vega; Loros y mangos; Auro- ra sabanera; Los tábanos; Visión palustre; Vesperal; La guanábana; El ba- ño; La bestia triste; El cacho; Pueblo gris.

28 Seudónimo del caricaturista barinés Mariano Medina Febres. 29 Alberto Arvelo Torrealba. Entrevista de Carlos Díaz Sosa. El Nacional. Cuerpo C. Caracas, lunes 7 de febrero de 1966.

115 Poemas de “Rimas en Sol Menor”: Dos Caminos; Ardor veraniego; Postal apureña; Cinegética; Contigo; La rabo blanco; Carreteros.

Poemas de “Vidas Agrestes”: La ardilla; La garza; Alcaravanes; Gavilán; Conejo; Iguana; Venado; Jaguar; Boa; Noche sabanera.

Poemas de “Rasgueos”: La gloria nacional; El escudo de Zamora: A Gua- yana; Dr. Rafael Medina Jiménez; Fragmento de una epístola; Glosa de pueblo pequeño; Baño al raso; Primavera, río y amor.

Por la hacienda El libro Música de cuatro se inicia con el poema “Por la hacienda”, donde el autor, que se encontraba lejos de su llanura, describe con detalles mo- mentos entrañables de su temprana juventud. Por el valor autobiográfico y por considerar que se trata de un texto poco conocido, que introduce de lleno la poesía de Arvelo, nos complace ofrecerlo a los lectores:

No recuerdas aquel día? Cruzó, entre risas parleras, por las fragantes praderas la carreta encarrozada del primor engalanada tuyo y de tus compañeras.

Miel de abrileños donaires, música y charlas, sin cuento! Era un arrullo tu acento. Cayó, sin luna, la noche, mas tu encanto fue un derroche de luz por mi pensamiento!

Ya en la hacienda amplia y fecunda fue de alegrías tu gesto, y guardó el hogar modesto los juveniles primores… Tal un manojo de flores bajo la urdimbre de un cesto.

116 Al otro día…cruzamos por el sendero sombrío. Halaga el ensueño mío la luz de tu traje blanco. Mas de repente un barranco y al pie del barranco el río.

De mis manos, una a una, -no sé si alegre o si triste- bajar tus amigas viste… entre riente y pensativa. ¿No te acordarás, esquiva, que la última tú fuiste?

Ya tu mano entre mi mano, miraste el río, el cañedo, y con tu sonreír ledo me resarciste de enojos, pues me dijeron tus ojos que ibas bajando sin miedo!

Y después, con linda carga, la canoa en movimiento, y detrás el manso viento rizando la estela blanca. En mi pecho la palanca, tu gracia en mi pensamiento!

Verduras espeja el río en seno silente y manso. Yo por oír, sin descanso, risas y gritos de miedo, los brazos cruzo, en remedo de que nos lleva el remanso…

Río que al indio alegre viste y hoy triste tu curso estancas! Frente a tus altas barrancas, que de crecientes son dique,

117 imaginéme un cacique ladrón de muchachas blancas!

¡Musa de las alegrías en cuyo frescor me pierdo! Simpatías sin acuerdo, sueños que nunca supiste… Música de cuatro, triste, fluye del dulce recuerdo! 30

Entrevista a Plinio Musso En mayo de 1971, el diario Ecos del Llano publicó una entrevista que J. A. Salazar le hizo a don Plinio Musso Urdaneta, un gran amigo del poeta Arvelo. Allí don Plinio comenta sobre el afecto que los unió desde que eran muy jóvenes:

Conocí al poeta aún siendo adolescente, cuando apenas cursaba sus estudios en Caracas. Fue en la simpática población de Barinitas, donde se encontraba disfrutando de unas vacaciones y recuerdo que fue por el año 1925 (…) Más tarde, allá por el año 1927, acompañé al poeta en un recorrido por Timotes y luego a la pintoresca población de Pueblo Llano, habiendo pernoctado en la posada de Saturnino Or- tiz. Por cierto que el poeta iba ilusionado por una muchacha llamada Oliva, a quien le dedicó unos versos (…)

Postal a Oliva He aquí el poema “Postal a Oliva”, que el coplero dedicó a la muchacha de Timotes, en 1927. Los versos se publicaron un año después, en la sec- ción “Tonadas galantes” de Música de cuatro:

Te dejo esta canción. Soy el viajero de las pampas dolientes y tranquilas. Mi pensamiento cual mis llanos, grave,

30 Música de cuatro, 1928, pgs. 13 a 15.

118 doblégase a escuchar tu acento suave y a alumbrarse en el sol de tus pupilas.

¡Gracias! Paso a tu lado nostálgico de hogar, mustio de hastío… tu abril florece en el ensueño mío, y me deja tu gracia en primavera la ilusión de una estrella prisionera en el cristal de un río.

Que tu nívea hermosura resumen es de cuanto bello existe: del sol que al valle de corolas viste, del terso lirio y de la esbelta palma… Bajo tu cielo azul eres el alma El alma blanca de tu pueblo triste.

Timotes, 1927 31

31 Música de cuatro, pgs. 33, 34.

119 Un elogioso juicio anónimo En un álbum de recortes que perteneció a doña Atilia de Arvelo, encon- tramos lo que parece ser el primer juicio crítico sobre Música de cuatro. Fue publicado en la revista Billiken en 1928, pero desconocemos el autor del artículo y la fecha exacta de la publicación. Con el título de “Música de Cuatro”, el texto comienza así:

Alberto Arvelo Torrealba es uno de los muchachos inquietantes de nuestra novísima generación poética. Llanero de pura cepa, en sus poemas predomina la nota vernácula, pero fiel al paisaje nacional, vista a través de unas pupilas sinceras y sutiles, alquitarada en un espíritu exquisito de poeta, al calor de una sincera e intensa emoción de artista.

Arvelo Torrealba acaba de editar en Caracas un tomito de sus poe- mas, que bajo el título de Música de cuatro, circula con éxito desde ha- ce varias ……(línea cortada)….. redacciones, no habíamos acusado recibo en la debida oportunidad del ejemplar que tuvo la galantería de dedicarnos.

Después de señalar las partes en que está dividido el libro, el periodista comenta algunas de las 49 composiciones, principalmente las de la sec- ción “Vidas Agrestes”. Luego afirma:

Vidas Agrestes” son sonetos admirables, a través de los cuales, como en un maravilloso jardín zoológico, desfila toda la fauna venezolana, observada sutilmente, con exquisito espíritu artístico (…)

Poemas de los 20 años, mensajes líricos a la primera novia, paisajes y cosas de su llano, son los temas de los poemas de este libro. En todas las composiciones se ve la garra del cachorro, el estro del futuro gran poeta venezolano…

Un libro de versos genuinamente venezolano Con ese título, leemos un artículo en El Heraldo de Barquisimeto, firmado por Nicolás Perazzo y fechado en 1929. El comentario se inicia así:

120 Alberto Arvelo Torrealba ha publicado en Venezuela un libro de versos genuinamente venezolano. Esta primera frase de mi crónica, francamente, a primera vista trasciende a perogrullada. Nada más lógico que un poeta venezolano, como lo es Arvelo Torrealba, publi- que en Venezuela un libro de versos venezolanos.

Sin embargo, aún con la acentuada tendencia criollista de la actual generación literaria del país, el caso no es tan frecuente (…)

En los siguientes párrafos, Perazzo explica el alcance y sentido de su “pe- rogrullada”, y al referirse a Alberto Arvelo, termina diciendo:

Su libro Música de cuatro es, con Tierra nuestra de Juan España, lo más genuinamente venezolano que hasta ahora he visto en materia de versos. Arvelo Torrealba me da la impresión de uno de esos impro- visadores rurales que se van por nuestras fiestas de pueblo “sacando cantas” al compás del cuatro y las maracas. Uno de esos poetas sen- cillos y oportunos de nuestros campos. Sólo que éste ha templado su cuatro en pautas eruditas, sabe del donaire de los malabarismos gramáticos, ha engalanado su instrumento con cintajos bordados en oro y pedrería de buena ley.

Las 18 páginas faltantes A pesar de tan elogiosos comentarios, el poeta Arvelo Torrealba no quiso nunca reeditar Música de cuatro. Reeditó Cantas un par de veces; reeditó Glosas al cancionero, corrigió y aumentó cientos de versos del romance Flo- rentino y el Diablo para sus diferentes versiones y publicaciones, y hasta su primer libro en prosa, Caminos que andan, tuvo nuevos capítulos y fue re- editado… Pero no se ocupó de su primer poemario. Por diversos motivos que no dio a conocer, se lo entregó al olvido, y nunca quiso volverlo a edi- tar. Y fue en 1967, casi 40 años después de su primera y única publicación, que el poeta Arvelo decidió incorporar Música de cuatro al libro Obra poéti- ca, donde se encuentra toda su poesía.

121 El único ejemplar que conocemos de Música de cuatro (el único que Arvelo poseía el día de la entrevista de Carlos Díaz Sosa, y el único que estaba entre los libros del poeta para el momento de su fallecimiento), está en pésimo estado de conservación: rota la portada, deshojado en gran parte y saturado de correcciones y tachaduras, que después el poeta intentó bo- rrar con corrector de tinta, aunque se ven las marcas de la pluma fuente.

Ahora bien, en la Obra poética, editada en 1967 por la Universidad Central de Venezuela, UCV, y supervisada directamente por el mismo autor, se encuentran los poemas de Música de cuatro que él quiso rescatar del aban- dono definitivo.

A pesar de las tachaduras ya mencionadas que se ven en nuestro ejemplar (algunos poemas estaban tachados completamente, de arriba- abajo), para la edición de la UCV el poeta desechó aquellas drásticas correcciones, he- chas quién sabe cuándo, e hizo apenas unos mínimos cambios. Eliminó, eso sí, varios poemas que estaban incluidos en las secciones de “Vidas Agrestes” y “Rasgueos”.

Debemos repetir que el único ejemplar que el autor conservaba de Música de cuatro está casi deshecho. Pero no solo eso, sino que además está in- completo: de la página 100 pasa a la página 119… ¡Faltan 18 páginas!

Según el Índice del libro, en esas páginas estaban los poemas titulados Venado, Jaguar, Boa, Noche sabanera, La gloria nacional, El escudo de Zamora, A Guayana y Dr. Rafael Medina Jiménez. Y los primeros cinco de los poemas antes señalados, faltan también en la edición de la Obra poética, publicada por la UCV en 1967.

Nos preguntamos: ¿Fue intencional la eliminación de algunas de las pá- ginas que faltan? ¿El poeta entregó a la Imprenta Universitaria su único libro, que estaba incompleto, y no tenía copias de cinco poemas que allí se encontraban? ¿O es que definitivamente renegó de ellos y los quiso rom- per y borrar para siempre? Dejamos en el aire esas preguntas…

122 Dos poemas en Billiken En 1928 la revista Billiken publicó dos poemas de Arvelo Torrealba. Di- chos textos, titulados Galantería filial y Paradoja afectiva, no estuvieron incluidos en el libro de versos Música de cuatro, que salió a la luz ese mis- mo año. Los conocemos porque su madre doña Atilia, a quien estaban dedicados los poemas, recortó la decorada página de la revista y la pegó al inicio de su álbum de poesías.

Cerramos el capítulo con estas dos composiciones arvelianas, casi desco- nocidas para los lectores:

Galantería filial

Yo sé que son mis cartas, madre luceros de tu vida, aerolitos fugaces que las noches de mi ausencia te subrayan con luz de alegría.

Y así mis cartas, hechas bajo mi emoción de sombra, son para ti advenimientos aurorales y te iluminan.

Por eso, a tu recuerdo, un soplo de ternura inefable me agita. y siento tu cariño tan único que hay algo que quiero más que a ti, madre mía: ser bueno y triunfar noblemente, para que te alegres tú y pensando en mí te sonrías!

Paradoja afectiva

Hay dos musas rivales en mi vida para la emoción dilecta: (Emoción de cariño de madre,

123 de fraterno agasajo de nostalgia hogareña; de besos en los ojos de la amada -endrinos ojos mágicos que alumbran con tiniebla-) Una es musa clara de alegrías y otra musa gris de penas.

Mas, la rival alegre esta mañana se llenó de amargura discreta, por un anhelo dulce de poder alegrarme la vida, en lo hondo, como la tristeza!

Alberto Arvelo Torrealba Caracas, 1928

124

Capítulo 7

De la universidad a la prisión (años 28 y 29)

Universidad Central de Venezuela. El poema de Pío Tamayo. El frustrado alzamiento del general Gabaldón. Aires de tierra llana. La Rosa de Oro de El Heraldo. El único premio. Carta a doña María Teresa Márquez de Gabaldón. Prisionero en el Castillo de Las Tres Torres de Barquisimeto. Poema a Joaquín Gabaldón. Los tres peligros del preso.

Universidad Central de Venezuela En 1928, al terminar su transitoria ocupación como maestro de una escue- la rural barinesa, Alberto Arvelo Torrealba regresó a Caracas y se inscri- bió en la Universidad Central de Venezuela, con la intención de estudiar Medicina. El médico y poeta Francisco Lazo Martí, cuya vida y poesía ha- bían inspirado a Arvelo Torrealba desde la niñez, fue un decisivo elemen- to de estímulo a la hora de escoger profesión. Sobre su interés por la Medicina, dijo una vez:

… Ahí se ve la influencia de Lazo. El hombre que se sacrificó en la provincia. A mí también me gustó la Medicina… Tal vez hubiese re- sultado mejor médico de lo que soy como abogado…32

32 Entrevista de Carlos Díaz Sosa.

125

Alberto Arvelo Torrealba

126 El poema de Pío Tamayo Pero el año 28 fue de enormes conflictos políticos en la capital venezolana. La muchachada universitaria reaccionó fuertemente contra la tenebrosa dictadura, y ésta tomó sangrienta venganza contra los idealistas enemigos que se atrevieron a hablar de Libertad, con la voz del poeta Pío Tamayo, en un poema escrito para la Reina de los Estudiantes. Fue en la Semana del Estudiante, durante el acto de coronación de Beatriz I, efectuado en el Teatro Municipal. El teatro estaba completamente lleno y Pío Tamayo leyó su poema “Homenaje y Demanda del Indio”. Allí pedía a la Reina que mandara a los súbditos en busca de su novia que le habían quitado: ¡El nombre de su novia era Libertad! Pío Tamayo fue de inmediato hecho prisionero y enviado al Castillo de Puerto Cabello, de donde no salió sino 7 años más tarde, casi agonizante, algunos meses antes de morir.

El frustrado alzamiento del general Gabaldón Arvelo estuvo al lado de los jóvenes que buscaban el fin de la terrible pe- sadilla. Como era de esperarse, por razones políticas, al poco tiempo de iniciar los cursos de Medicina, fue expulsado de las aulas universitarias. Entonces regresó a los Llanos. Esta vez fue a Acarigua, en el estado Por- tuguesa, pues se encontraba comprometido - junto a un grupo de amigos revolucionarios - con el alzamiento del general José Rafael Gabaldón, el llamado Rebelde de Santo Cristo.

La fecha establecida para la acción se había fijado para el 28 de abril de 1929, pero por un inesperado aplazamiento de la fecha y alguna confu- sión que se produjo al transmitir la orden, el golpe fracasó. He aquí como narra los hechos Joaquín Gabaldón Márquez, uno de los protagonistas del frustrado episodio:

Por aquellos días, finales de abril de 1929, un grupo de jóvenes revo- lucionarios, frente al Dictador J.V. Gómez, esperaba en Acarigua la fecha – 28 de abril, luego fijada para el 5 de mayo – del alzamiento

127 del General José Rafael Gabaldón, que habría de tener lugar en los Estados Portuguesa, Lara y Trujillo, y que efectivamente estalló el día 28 de abril – parcialmente - , por no haber llegado a tiempo al General Gabaldón, el aplazamiento dispuesto por el Comité Revolu- cionario de Caracas. Alberto Arvelo Torrealba, junto con Luis Tomás y Benito Muñoz, y Félix Ramón Briceño – poeta como Arvelo To- rrealba – eran parte del grupo. El retardo produjo la prisión de los nombrados en Acarigua, el día 28, sin que hubieran podido tomar parte en “el golpe de mano” que se iba a practicar contra la guarni- ción de aquella ciudad, entonces capital del Estado Portuguesa.33

Como resultado de este contratiempo, cientos de implicados fueron en- viados al Castillo de las Tres Torres, de Barquisimeto. Entre la multitud de detenidos iba el propio general Gabaldón junto a su hijo Joaquín Ga- baldón Márquez, Julio Alvarado Silva, Carlos Sequera Cardot, el poeta Alcides Lozada, Mariano Yépez Gil y el poeta Alberto Arvelo Torrealba.

Aires de tierra llana En esos días de abril de 1929, Arvelo recibió su primer premio literario, en un concurso promovido por el periódico El Heraldo, de Barquisimeto. La obra ganadora se titula “Aires de tierra llana”, y el premio consistió en un broche con la forma de una Rosa de Oro.

Presentamos aquí el poema premiado, el cual, además de ofrecer nume- rosos aspectos autobiográficos del autor, muestra en vivos detalles su vi- sión del llanero y la llanura:

¡Oh acervo de dulzuras con que el Llano encariña! Se echa a volar la mente y el corazón se expande y fluye del recuerdo la horizontal campiña esmeralda tendida del Orinoco al Ande.

33 Joaquín Gabaldón Márquez. “A la Sombra de Sócrates. Alberto Arvelo Torrealba”. Revista Kena, No. 163, abril de 1971, pgs. 34,35.

128 Infancia dulce y libre. Veces que abrí la brecha tras la miel de las cañas por lanceolada fronda. Me incitaron los pájaros la intención de la flecha y sentí mi alma india con la primera honda.

Ternura de acuarela de la azul tardecita, índiga luz que enflora remansos de pizarra, mientras del campo grave que ya el viento no agita fluye un dúo doliente de tórtola y chicharra.

Clara orilla palustre que llevo en mi pupila: El juncal que se riza, o el rebaño que bebe, o el garcero radioso junto al agua tranquila como el ardor del trópico cuajado en luz de nieve.

La noche entre la selva, cuando – tropel incauto – plantamos tienda rústica sobre fluvial ribera, donde el eco está virgen del estruendo del auto y se respiran juntos olor a flor y a fiera.

Y la excursión galana. Raudal de pecho ronco por donde la curiara bajo el impulso mío fue, plena de muchachas, cual un hendido tronco que hubiera echado rosas en la mitad del río.

El turpial en su trino, la mañana en su lampo, ovacionan mi carga de bullangueras ninfas, y mi hermana, risueña, cual la reina del campo, hunde sus brazos ágiles en las trémulas linfas.

Y al mogote que incurva sus pennadas varillas porque copien las ondas su templador donaire, lindas manos le roban las gualdas campanillas que coronan lucientes las melenas al aire.

Trabajo de los hatos: peonada que madruga y ¡a correr! porque apenas así el día le alcanza. Un asalto sugieren tras las reses en fuga y en la soga de cuero se hizo curva la lanza.

129 Así en las madrugadas del reseco verano ha cruzado los bancos un tropel de carreras: son los peones que hienden la tiniebla del Llano tras los toros salvajes de las cimarroneras.

Y en la noche, cansados, frente al mudo teatro de la hazaña increíble gozan rato de holgura, y hermanos en el cedro, la bandola y el cuatro llenan sus almas recias de lírica ternura.

¡Oh, el pastoreo tardo de las greyes en torno que al quemado despuntan los gérmenes del tallo! allí el gandul se abriga del cenital bochorno bajo el toldo fraterno que le brinda el caballo.

Coruscan los esteros, soñando con la sombra. Viento y sol hacen visos por el gramal adentro, y en el pampero círculo de verde-seca alfombra la inmensidad es rayo y el peregrino es centro.

Mientras por el bajío, bajo el solar maltrato, entumen sus corolas los sabaneros lises y allá lejos, difuso, pone un consuelo el hato: Trapezoidal relieve de sus techumbres grises.

Pueblo llanero y solo, donde la paz se hospeda y con sonrisa agreste le dora el infortunio. Borda enero a sus calles gris chal de primavera donde en lodo se cuajan las lágrimas de junio.

Frescas muchachas, mieles de hogareña ternura que con rubores cándidos ponen de gracia el mingo, cuando salen del templo, con el alma más pura a dorarse los sueños bajo el sol del domingo.

Día nacional de fiesta. El sol fulgece rubio… El entusiasmo anida bajo el florido toldo y la fronda se llena de rusticano efluvio por la cecina tierna que se asa al rescoldo.

130

Y las noches sonoras… Orilleras barracas donde los zapateos van del delirio al borde y el baile bullanguero y el son de las maracas se entremezclan al ritmo del aire tetracorde.

Y cuando el epigrama sobre el festivo arrullo pone su clara chispa de alardeo y piropo en los pechos se topan alegría y orgullo porque en lengua del Llano dice ¡Patria! el joropo.

La noticia del premio de Arvelo Torrealba fue recibida con agrado entre los medios literarios del país. Un diario de Caracas informaba:

El Heraldo de Barquisimeto. Resultado de su Concurso Literario Noticia telegráfica, llegada ayer a esta ciudad, desde la capital laren- se, nos trae la grata nueva de que en el certamen literario, celebrado por el importante diario barquisimetano El Heraldo, obtuvo el pri- mer premio de verso el inspirado poeta barinés Alberto Arvelo To- rrealba, con un primoroso poema titulado “Canción de tierra llana” en el que evoca, en sugestivos ritmos, la melancolía saudadosa del terrazgo natal y soleado…34

El único premio Con gusto hemos transcrito “Aires de tierra llana”, desde el comienzo hasta el final, porque éste es un poema afortunado. Es un poema excep- cional que logra destacarse entre los otros del poeta Arvelo. La razón principal de esta distinción es que ganó la Rosa de Oro. Y esa Rosa de Oro que le entregó El Heraldo de Barquisimeto, esa Rosa de Oro, amigos lec- tores…

34 El recorte de prensa, pegado en el álbum de Atilia de Arvelo, no muestra la fecha ni el nombre del periódico.

131 ¡Fue el único premio a su poesía que recibió Arvelo Torrealba en el trans- curso de su vida!

En 1966, 37 años después de la Rosa de Oro, ganó el Premio Nacional de Literatura… ¡por un trabajo escrito en prosa!

Carta a doña María Teresa Márquez de Gabaldón Al recibir la Rosa de Oro, y ante la certidumbre de que sería hecho prisio- nero en cualquier momento, Arvelo decidió entregar la joya a María Ga- baldón Márquez (hija del general José Rafael Gabaldón), para que la cuidara y protegiera, mientras él podía llevarla a Barinas, como especial regalo para su madre.

El 27 de abril de 1929, la víspera de su encarcelamiento, escribió una carta a doña María Teresa Márquez de Gabaldón, madre de la muchacha:

Acarigua, 27 de abril de 1929

Señora Doña Teresa Gabaldón. Barquisimeto

Muy distinguida señora:

Perdóneme que insista en que María, la que de sus niñas conocí primero, me guarde la rosa de El Heraldo, antes de verla mi madre. ¡Quién sabe cuánto tiempo pasará sin que yo vaya por casa!

Mientras tanto, por la estirpe y la gentileza, ¿cuáles manos más dignas que la de una de sus hijas para guar- darme el broche que mi cariño a la Patria quiere engalanar con una cin- ta tricolor?

132 Por su benevolencia, señora, yo confío en que protegerán en su casa la flor, pobre por mía… Y así, la gentilísima jardinera, Musa de “la primera estrofa”, será mentora de otra flor: la de una ambición mía, la de un anhelo de glorioso realce que tendrá por rocíos el beso de la naciente libertad y el recuerdo de ese hogar nobilísimo.

Por sus bondades, señora, mil gracias.

A sus pies, cordial y atentamente,

Alberto Arvelo Torrealba 35

Prisionero en el Castillo de las Tres Torres Como sabemos, Arvelo fue apresado en Acarigua en abril de 1929 y man- dado a prisión en el Castillo de las Tres Torres, de Barquisimeto. Poste- riormente, algunos compañeros de infortunio fueron enviados al Castillo de Puerto Cabello o a trabajos forzados en las carreteras de Oriente. Arve- lo y otros jóvenes universitarios tuvieron mejor suerte, y recobraron la libertad entre los meses de noviembre y diciembre de ese mismo año. Sin embargo, para toda la vida, quedó grabado en la piel del poeta el filo de un sablazo.

Poema a Joaquín Gabaldón Entre los manuscritos de Arvelo Torrealba hemos hallado uno bastante singular. Se trata de un poema que no tiene título y que difiere, tanto en su forma como en contenido, de todos los poemas que de él conocemos. Es un poema de tinte político, sin métrica y sin ritmo convencional, dedi- cado a un amigo y compañero de cautiverio: el poeta Joaquín Gabaldón Márquez, de quien ya hemos hablado, y uno de los primeros representan- tes de la poesía vanguardista en Venezuela. Se nos ocurre presumir que

35 Fotografía del original de la carta y copia del texto, insertos en el artículo de Joaquín Gabaldón Márquez antes citado.

133 los versos a los cuales hace referencia Alberto Arvelo, corresponden al poema “Cristo de Piedra”, que Gabaldón escribió en 1929, cuando se ha- llaba preso, junto a Arvelo, en el Castillo las Tres Torres de Barquisimeto. He aquí el poema arveliano:

A Joaquín Gabaldón Márquez

Leí tus versos, poeta, tus versos que son diana de sonorosa rebeldía, donde tu talento golpea sobre la roca del despotismo, tronador y sereno como un tímido chorro de agua.

Feliz tú, que has oído la música reciente de las balas… Tú, que enlazaste en tus bosques nativos la vanguardia hispeante de tus poemas con la gloria procera de pelear en vanguardia.

América es el surco, poeta, y la semilla… la semilla es el oro espiritual que forjó el aula.

Por eso hoy nuestra causa echa un retoño, porque nuestra raíz es el espíritu, y en esa raíz que ni se tala ni se quema, bulle, germen de flor, la mejor savia.

Yo te mando un abrazo, poeta, un abrazo fraterno, por la Universidad y por las Musas, y por el fuego noble que nos incendia el alma.

¡Salud! Iremos juntos, en las manos los picos,

134 al tobillo el grillete, con la triste veste de infamia; mas iremos contentos cuando más curvo el dorso con la frente más alta, como quien siembra patriotismo…

En forma que mañana, cuando el mundo pregunte ¿quién vive? en la gran patria de Bolívar pueda uno siquiera responderle: ¡Patria!

A.A.T. Las Tres Torres, Barquisimeto, junio-julio-agosto 1929

Los tres peligros del preso Acerca de su etapa de prisionero – sobreponiéndose a la penumbra y el desencanto que se encuentran plasmados en el poema anterior - Arvelo recordaba ratos de buen humor y de compañerismo. Estas son sus pala- bras:

Compuse mis primeras décimas – siempre me ha complacido recor- darlo – en Las Tres Torres de Barquisimeto, en 1929. El General José Rafael Gabaldón, el último venezolano culto que peleó contra Gó- mez, cuya voz, desde el calabozo vecino, nos daba austero estímulo para la rebeldía, promovía, entre su vecindario de cautivos, un con-

135 curso cuyo primer premio eran cuatro tacitas de café, preparadas por él mismo. El tema prefijado versaba sobre los tres más graves peli- gros que corre un preso: el hambre, la claudicación y el desvío por cuya causa el retrato de Dorian Gray fue apuñalado. Yo obtuve el ga- lardón con unas décimas de cruda zumbonería carcelera, de las cua- les la número uno tan solo ha escapado del olvido:

En este encierro en bochinche la ley que el Bagre promulga se cumple a pico de pulga de carángano y de chinche. Justo es que uno la berrinche más por encima de eso de día con largo bostezo y de noche a son de pito, aglomerado y contrito tres peligros tiene un preso.

Al salir de la cárcel ya la glosa, como fórmula lírica de ir a toparse con una vivencia popular de tradición al fin de cada estrofa, me pe- día rienda.36

36 Entrevista de Carlos Díaz Sosa.

136

Capítulo 8

Rezagos de un poemario extraviado en la cárcel,

1929.

Un grupo de poemas. Tríptico del hogar. Glosa de mayo a Miriam. Versos para una Reina.

Un grupo de poemas Con el título de Rezagos de un poemario extraviado en la cárcel, aparece en la edición de la Obra poética de 1967 un grupo de poemas que, según indica Arvelo Torrealba, formaba parte de un poemario que se le extravió en el calabozo de Las Tres Torres de Barquisimeto, cuando estuvo allí prisione- ro.

Se inicia la sección con el poema “Aires de tierra llana”, el cual hemos leí- do en anteriores páginas, y ganó la Rosa de Oro en un concurso literario. Sigue a continuación “Tríptico del hogar”, formado por tres sonetos en honor a su madre. El primero de ellos habla de los rosales de doña Atilia; el segundo soneto es un recuerdo al dulce de guayaba en un platillo de cristal; el tercero menciona los pájaros del huerto.

Tríptico del hogar Como ya es evidente para los lectores, en nuestro libro sobre la vida y obra del poeta Arvelo hemos incorporado, no solamente el material inédi-

137 to, sino los textos que nos ofrecen sentimientos y situaciones autobiográ- ficas del autor, aunque hayan sido publicados con anterioridad. En este sentido, no podíamos dejar de un lado los tres sonetos que escribió a su madre, los cuales nos invitan a adentrarnos en la tranquila intimidad ho- gareña. Y también nos señalan el encanto de la casona de Barinas, que era llamada “la casa paterna”.

I Añoro, oh madre, las señeras cosas que de tu aliento son luz y atavío: tu rosaleda bajo el sol de estío que cruzan sendas grises y polvosas.

Cuando da el viento matinales glosas bañas tus rosas en bondad del río y fulgece más pura que el rocío el agua de tu riego entre tus rosas.

Con qué constancia tu bondad deslíes sobre enjuto rosal! Cómo sonríes al orlarlo abrileñas aureolas.

Y ante tu altar cobra calor de nido el níveo lazo de tu fe prendido al dulce amanecer de tus corolas. 37

II La blanca luz con que en mis sueños brillas riega en mi sombra un diáfano beleño… Es cual si tú por no turbar mi sueño entraras a mi alcoba de puntillas.

37 En una de las Cantas que publicaría tres años más tarde, Arvelo vuelve sobre el tema de los rosa- les de su madre

138 Caro arbusto de frutas amarillas es gala rubia en tu jardín risueño: Cómo evoca, lozano por tu empeño manojo de pascuales campanillas.

Caricias tuyas, suavidad de nardo que por las noches del regreso tardo no perfumaron mi coplero acíbar.

Mas me guardabas tú dulce sorpresa: platillo de cristal sobre mi mesa, fruta aromosa en sonrosado almíbar.

III Frutas y agua a los pájaros les muda tu mano altiva en matinal recreo. Pajarillo en quietud te evoca un reo y ves la jaula cual prisión sañuda.

Bajo el alero que tu amor escuda cuelga el racimo aurífero trofeo donde loca de trinos y aleteo la banda arisca a tu bondad saluda.

Y ves en el festín cielo sin brumas, colegiala canción, himnos del aula… Luz del patrio pendón te dan las plumas.

Por ti es la ofrenda de fulgor y arrullos, porque en tu huerto – peregrina jaula – los pájaros son libres y son tuyos.

Glosa de mayo a Miriam Los últimos poemas de Rezagos de un poemario extraviado en la cárcel, son dos “Sonetos del adiós” y “Glosa de mayo a Miriam”. Esta glosa es, sin duda, una de las primeras que escribió Arvelo. El poema está fechado en Barquisimeto, Cárcel de las Tres Torres, mayo de 1929. Leámoslo:

139 Ya mayo enfloró la huerta y encendió la Cruz del Sur: ¿Cuándo serás mayo en mi alma con flores y estrellas tú? (Música de cuatro)

Fluye por tu amor la diana del romántico saludo íntimo paisaje mudo sueña su musa lejana. Desde mi torva ventana a limpio azul entreabierta engarza el alma desierta tu imagen con un suspiro y por los barrotes miro: Ya mayo enfloró la huerta.

Soy pozo en noche sin luna espinado por la zarza, tú la soñadora garza de mi espiritual laguna; mas los sueños de fortuna me arrasa adversa segur, y en vano – vernal augur prez de las noches de mayo – seductora y de soslayo se encendió la Cruz del Sur.

Como en torrente serrano -cristal con risa de hierro- cambia el bullicio del cerro por el silencio del llano, tal a tu influjo galano mi pecho sus odios calma. Clavel, lucerito y palma con tus recuerdos ajunto y en soledad me pregunto: ¿Cuándo serás mayo en mi alma? Bambú soñando el relente

140 fue mi coplera divisa donde aprendí con la brisa el son del cuatro doliente, cuando se enluta occidente ya sin cintas de tisú: y en copas de ese bambú, bizarra garza morena, te posas sobre mi pena con flores y estrellas tú.38

Versos para una Reina Aunque no pertenecen a Rezagos de un poemario extraviado en la cárcel, del mismo año 1929 son unos versos que Arvelo Torrealba escribió en Barini- tas para Lolita Angulo, Reina del Carnaval, dos meses antes de ser dete- nido y enviado a prisión.

A comienzo de los años ochenta tuvimos el placer de conocer a Lolita quien - en generoso gesto de amistad - nos regaló la postal donde el poeta Arvelo escribió su homenaje. He aquí el poema, hasta hoy inédito:

Versos para la Reina

(A Lola Angulo Urdaneta)

Todo en ti es luz que exulta la ciudad de tu cuna Tu virtud nimba de oro la hogareña fortuna… Como en ti no vio el campo más donaires de Abril.

Y hasta dicen leyendas que entre la piedra bruna, las fontanas esperan a que salga la luna para dar tus acentos y acordarse de ti!

Riego de estrellas níveas y de claveles rojos ofrenda digna fuera para tu juventud. Sirio, cuando está alegre, se parece a tus ojos

38 Los poemas de Rezagos de un poemario extraviado en la Cárcel que se presentan en este capítulo, se encuentran en la sección de “Poemas Sueltos” de la Obra poética, en las páginas 81, 82, 83, 86 y 87.

141 y las rosas más lindas casi son como tú!

La emoción de tus gracias en mi ensueño dibujo y así, con tinta ingenua te escribo mi postal… Y al mandarte mis versos me imagino un cocuyo que, por anhelo noble de ser cautivo tuyo, prende su gema humilde sobre tu frente real!

Alberto Arvelo Torrealba Barinitas, 1929 39

39 Lolita Angulo tuvo fama de ser una de las mujeres más bellas de Barinas. Cuando la conocimos tendría unos 70 años, y en la dulzura de su rostro destacaban los luminosos ojos azules. Una vez escuchamos decir que probablemente ella, o aquella jovencita a la cual el poeta escribió “Dos sone- tos para una rubia”, fue inspiradora de “Ojos color de los pozos”.

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Capítulo 9

Estudiante de Derecho. (entre los años 30 y 35)

Tutor de su hermano Marco Augusto. Profesor de Castellano y Literatura. La patada del caimán. Opiniones de Tomás Gibbs. El doctor Ayala. Dos acontecimientos dolorosos. La noche es infinita. Doctor en Ciencias Jurídicas y Políticas.

Antigua Universidad Central de Venezuela

Tutor de su hermano Marco Augusto Cuando le dieron la libertad en la prisión de Las Tres Torres, el poeta Ar- velo se trasladó a Barinas para pasar algunos días con su familia y entre- garle a su madre, como eran sus deseos, la Rosa de Oro que había ganado en el concurso literario.

Poco después volvió a Caracas a continuar estudios universitarios. Pero esta vez puso de un lado la Medicina y se inscribió en la Facultad de De- recho de la Universidad Central de Venezuela.

143 En este viaje se llevó consigo a Marco Augusto, el hermano menor, quien había descuidado sus obligaciones estudiantiles en Barinas, y estaba en una etapa de abierta rebeldía contra la disciplina que le imponían sus pa- dres. Pero el poeta Arvelo se había propuesto ayudar a su hermano a salir adelante, y desde ese momento costeó todos los gastos del muchacho, desde el alojamiento hasta la ropa, libros y comida.

Afortunadamente no fueron vanos los sacrificios, porque en Caracas, bajo la guía y tutela de su hermano, el joven Marco (Marquillo, como le decían en familia), resultó un excelente estudiante, y años más tarde se graduó con honores de médico, especializado en ginecología. Es conveniente ha- cer notar la inmensa gratitud que Marco sintió siempre por el hermano a quien debía su formación profesional.

Profesor de Castellano y Literatura En 1930 Alberto Arvelo Torrealba volvió a la Universidad caraqueña e inició la carrera de las Leyes. Al mismo tiempo que cumplía con sus debe- res universitarios, y a fin de solventar todos sus gastos y los de Marco, comenzó a trabajar como profesor de Castellano y Literatura y de Histo- ria de la Literatura Española en algunos liceos y colegios de la capital. He aquí los nombres de los institutos, según él mismo lo señala en su curricu- lum vitae:

Colegio Corazón de Jesús de Los Dos Caminos; colegios Sucre, San Agus- tín e Instituto San Pablo de Caracas y colegio San José de Los Teques. También fue profesor en los liceos Caracas, Andrés Bello, Fermín Toro, e Instituto Pedagógico de Caracas. Años más tarde, tuvo a su cargo la cáte- dra de Preceptiva Literaria en el Liceo Lisandro Alvarado, de Barquisime- to.

Se hace difícil imaginar la inmensa gama de responsabilidades que en esos años tuvo el joven Arvelo, cuando era estudiante universitario y pro- fesor de cientos de liceístas al mismo tiempo. Difícil es imaginar el per- manente ir y venir de los colegios y liceos a la Universidad… Pero al final

144 su esfuerzo fue recompensado, no solamente en la culminación de su exi- tosa carrera de las Leyes, sino que, por sus méritos en la faena pedagógi- ca, en 1940 fue nombrado presidente del Consejo Técnico de Educación y en 1949 fue galardonado con la Medalla de Instrucción Pública.

En todos los planteles donde prestaba sus servicios, Alberto Arvelo era apreciado, tanto por los alumnos, como por los colegas profesores, quie- nes reconocían su profesionalismo y gran dominio de las materias que tenía a su cargo. Según decían los estudiantes, destacaba en Arvelo la bri- llantez de sus exposiciones y su perfecto conocimiento del idioma espa- ñol. Se cuenta que la gente que caminaba por las calles se detenía frente a las ventanas del instituto para escuchar sus clases, y que cuando el poeta- profesor terminaba de hacer su exposición, lo ovacionaban con un largo aplauso.

La patada del caimán Entre los institutos donde dio clases durante varios años, Arvelo siempre recordaba el colegio Corazón de Jesús de Los Dos Caminos, al cual lo unieron lazos de afecto toda la vida. He aquí una anécdota de aquellos tiempos, relatada por uno de sus ex alumnos:

Una tarde, en horas del recreo, los muchachos jugaban fútbol y lo invita- ron a participar:

-¡Venga a jugar con nosotros, profesor Arvelo!

El joven profesor, aficionado a todos los deportes, aceptó complacido.

Por esos mismos días, en el mundo del fútbol se había puesto de moda una jugada muy famosa, llamada la “patada chilena”, donde el jugador esperaba la pelota acostado en el suelo, y, con una certera patada, lanzaba el balón para atrás, hacia la malla.

145 Bien, resulta que el profesor Arvelo entró al juego, y de improviso se lanzó a la cancha, como si fuera a nadar en un pozo. Realizó una vol- tereta extravagante, lanzó una pa- tada hacia atrás, le pegó al balón… ¡y metió un gol!

Los muchachos de ambos equipos, asombrados, vinieron a felicitarlo:

-¡Caramba, profesor! ¡Nos ha deja- do boquiabiertos! Pero díganos, ¿cómo se llama esa jugada maestra que usted acaba de realizar? Nos parece mucho más complicada que la “patada chilena”…

Muy serio, él respondió:

-¡Ésa, muchachos, es la “patada del caimán”!

Opiniones de Tomás Gibbs Sobre los estudios universitarios del poeta, comentaba el doctor Tomás Gibbs, quien fue su condiscípulo, compadre y uno de sus mejores amigos durante toda la vida:

Apenas si asistió dos o tres veces al recinto universitario, donde en el primer año recibíamos clases los que fuimos sus condiscípulos. Y con esa esporádica asistencia – que los profesores toleraban porque co- nocían la causa – deslumbró y sorprendió a todos con la nota máxi- ma de 20 puntos en Derecho Romano, asignatura difícil que para entonces dictaba el inolvidable Maestro doctor Juan José Mendoza. El poeta justificaba su triunfo explicándolo: “… porque logré impri-

146 mir emoción poética a las páginas adustas de la obra de César Can- tú”, expositor clásico del antiguo Derecho.

Y continúa Tomás Gibbs:

Era el jurista en agraz que luego brillaría en el Foro Patrio con triun- fales intervenciones por ante la Corte Suprema de Justicia y la Corte Marcial en Caracas y en los Tribunales de Apure y de Anzoátegui y de Barinas y de Lara y de Portuguesa. Densos artículos jurídicos vie- ron luz en los diarios y revistas caraqueños y también en los de pro- vincia, donde aún perduran los sueños de Juan Parao, el del caballo jerrao/con el casquillo al revés/pa que lo busquen pa un lao/cuando po el otro se fue.40

El doctor Ayala De aquellos años universitarios, el poeta guardaba nítidos recuerdos de los compañeros y los profesores. Entre éstos últimos, le era muy grato re- ferirse al doctor José Ramón Ayala, cuyo sillón vacante - más de 30 años después - ocuparía en la Academia Venezolana de la Lengua. Leamos las

40 Tomas Gibbs. “In Memoriam. Alberto Arvelo Torrealba”. El Universal, Caracas, domingo 30 de julio, 1972.

147 palabras del poeta Arvelo sobre el doctor Ayala, con quien cerraba el trío de sus más entrañables profesores.41

Para fortuna y deleite de mi curso universitario (promoción de abo- gados de 1935), lo tuvimos como profesor de Práctica Forense. Sus lecciones inolvidables zarpaban certeras de las radas jurídicas, nave- gaban un trecho por la mar normativa de los códigos, para ir a anclar siempre, a mitad o al final de las clases, en bellos y sonoros puertos de donosura y poesía. A menudo, al estéril esquema de un contrato de compraventa, o de una demanda de divorcio, o de algún libelo in- terdictal, seguía un lindo soneto de Lupercio Leonardo de Argenso- la, o el sereno madrigal de Gutiérrez de Cetina.42

Dos acontecimientos dolorosos El 15 de diciembre de 1933, el poeta Arvelo tuvo la desdicha de perder a su padre, don Pompeyo Arvelo Rendón, aquel cauchero del Río Negro que sufrió de diabetes durante oscuros y angustiosos años. Nos contaba su compañero de estudios, el doctor Tomás Gibbs, que en esos días Alber- to iba a las clases “enlutado de pies a cabeza, triste y cabizbajo, más pesa- roso y callado que nunca”.

Una nueva tristeza vino a conmoverlo cinco meses después, en mayo de 1934, al enterarse del repentino fallecimiento, allá en Madrid, del primo hermano Alfredo Arvelo Larriva, a quien unieron lazos de infinito cariño. Y continuó enlutado, triste y pesaroso, por una larga temporada.

La noche es infinita 1935 fue un año decisivo y de importancia trascendental en la existencia de Arvelo Torrealba. Estaba a punto de graduarse en la Universidad Cen-

41 Recordemos que los otros dos fueron el profesor José Antonio Rodríguez López, del Liceo San José de Los Teques, y el profesor Antonio José Sotillo, del Liceo Caracas. 42 Discurso de Incorporación a la Academia de la Lengua, pgs.5 y 6.

148 tral de Venezuela y debía estudiar intensamente ante la cercanía de los exámenes finales. Pero a la vez el tiempo se le hacía escaso, por los enor- mes compromisos como profesor en diversos planteles de la capital. Era evidente que de día no tenía tiempo para estudiar.

Afortunadamente, desde que Arvelo se inscribió en el Liceo Caracas para estudiar bachillerato, hizo el descubrimiento de que “la noche es infinita”. Y este descubrimiento maravilloso lo ayudó de manera efectiva en esos meses previos a su graduación. Arvelo se dio cuenta – y eso lo relataba con satisfacción muchos años después – que cualquier tema, por difícil que sea, se puede aprender perfectamente durante una noche intensiva de estudio. Y eso es así porque la noche es infinita. De esta manera lo ex- plicaba:

Cuando yo era estudiante de bachillerato, empecé a trabajar en algu- nas escuelas primarias, y no me quedaba tiempo libre para estudiar los temas que nos mandaban en el liceo. Entonces me di cuenta de la cantidad de minutos que hay entre las doce de la noche y la una de la madrugada; y entre la una y las dos, y entre las dos y las tres, y en- tre las tres y las cuatro, y entre las cuatro y las cinco, y entre las cinco y las seis. ¡Es una inmensa cantidad de tiempo! Y si sabemos utilizar- lo… ¡es una eternidad!

Ahora estaba en el año 35, en vísperas de su graduación de abogado. El poeta Arvelo refería que cuando regresaba a la pensión caraqueña donde se alojaba - después de sus labores como estudiante y como docente - ce- naba algo ligero y se acostaba a dormir un rato. El despertador sonaba a medianoche, cuando ya él había dormido tres o cuatro horas y se sentía recuperado. A esa hora se levantaba y se ponía a estudiar hasta el amane- cer.

Y concluía diciendo:

-A las seis en punto de la mañana me tomaba la sexta tacita de café, me daba un baño de agua fría, me perfumaba con colonia y me iba tranquilo a presentar examen.

149 Doctor en Ciencias Jurídicas y Políticas Los desvelos, trasnochos y esfuerzos valieron la pena y al fin llegó el momento que tanto había anhelado: El 30 de julio de 1935, el bachiller Al- berto Arvelo Torrealba se graduaba de Doctor en Ciencias Jurídicas y Po- líticas.

Sobre otros pormenores, hechos y circunstancias del año 35, seguiremos hablando más adelante.

Carta de doña Atilia a su hijo Alberto

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Capítulo 10

Las mocedades de Florentino

Los Arvelo y el teatro en Barinas. Veladas teatrales. “La leyenda del tigre”, protagonizada por A.A.T. Presentación de “Las mocedades de Florentino”. Copia conservada por Víctor Mazzei. La auyama y la luna. El poeta explica por qué destruyó el manuscrito. Rasgos resaltantes de “Las mocedades de Florentino”. Síntesis argumental de la obra. Las primerísimas versiones de El Reto y La Porfía. Despedida.

Los Arvelo y el teatro en Barinas En las primeras décadas del siglo XX, don Pompeyo Arvelo Rendón y doña Atilia Torrealba de Arvelo fueron personas influyentes desde el punto de vista cultural, y dieron gran impulso a corrientes artísticas del suelo barinés.

Doña Atilia Pastora, poetisa de conocida trayectoria, además de una culta maestra de escuela, fue promotora de la actividad teatral de la ciudad, a la cual se uniría, varios años más tarde, la mayor de sus hijas, María Lo- renza.

Según reseñaba la prensa local de la época, las representaciones teatrales eran frecuentes en las escuelas de Barinas. Un ejemplo es el acto cultural realizado el 19 de diciembre de 1915, en la Escuela Federal Roscio, donde

151 las niñas Aura Atilia Arvelo y Blanca Torrealba llevaron a la escena un “cuadro vivo”.

Ese mismo año 15, fue presentada una pequeña pieza escénica, en la que figuraron varios escolares. Entre ellos se encontraban los niños Luis Al- berto Arvelo Torrealba y sus hermanas Aura Atilia y María Lorenza.

El 29 de octubre de 1918, un periódico local reseñaba la representación de dos veladas, en las noches del 11 y el 12 de octubre, a beneficio del templo de la ciudad. Su organizadora era doña Atilia de Arvelo. Dice la nota que las piezas puestas en escena fueron muy bien representadas.

Vale la pena hacer notar que en esos tiempos llegaban a Barinas, con bas- tante frecuencia, algunas compañías españolas de teatro, como la del ac- tor Guillermo Bolívar, quien, a mediados de 1921, presentó en Barinitas y en Barinas su repertorio clásico. Sostenía el estudioso de la cultura bari- nesa Dr. José León Tapia, que la presencia favorable de compañías espa- ñolas, tuvo una gran influencia en la afición y el gusto de las familias barinesas por el arte teatral.

Veladas teatrales Doña Atilia de Arvelo iba siempre adelante en la organización y promo- ción de la vida teatral en Barinas. En esta actividad vino a unirse su hija María Lorenza, quien también hacía gala de inquietudes artísticas y tenía habilidad para seleccionar y preparar los noveles actores. Y por esos mo- tivos, las llamadas “veladas teatrales” eran representadas en la residencia de don Rafael Parra Bastida y su esposa María Lorenza Arvelo. He aquí una reseña periodística de la época:

En la noche del 28 de octubre de 1924, tuvo lugar en la casa de habi- tación del Sr. Rafael Parra Bastida una velada de arte promovida por las honorables señoras Atilia de Arvelo y María Lorenza de Parra Bastida, con el piadoso objeto de arbitrar fondos para continuar los trabajos que se han venido efectuando a nuestro templo parroquial. La pieza llevada a escena fue “Un Marido Ideal”, de Oscar Wilde.

152 “La leyenda del tigre”, protagonizada por L. A. Arvelo Torrealba La representación teatral de “La leyenda del tigre”(obra de Valentín de Pedro, basada en un episodio de la vida de Juan Facundo Quiroga), fue organizada por María Lorenza Arvelo de Parra Bastida y presentada al público en 1924. José León Tapia, quien había escuchado la narración por boca de su padre, conocía los detalles de esa velada memorable. Estas son sus palabras:

Era un escenario inmenso, en la casa de los Parra Bastida. De golpe llegaban unos hombres a caballo y entraban por el patio de la casa, haciendo mucho ruido. Uno de ellos era don Pompeyo Arvelo Ren- dón, padre del poeta Arvelo. Otro era mi papá. Llegaban vestidos de gauchos, y entonces comenzaba la representación…

El elenco principal estaba formado por:

Luis Alberto Arvelo Torrealba, de 19 años, en el papel protagónico de Juan Facundo Quiroga.

Aura Atilia Arvelo Torrealba, de 15 años, en el papel de Severa Villafañe.

En esa ocasión también actuó Pompeyo Arvelo Torrealba y un escogido grupo de actores, recién venido de Barinitas.

La obra obtuvo un éxito extraordinario; la gente no dejaba de comentarla, y a petición del público fue presentada en varias ocasiones. Escuchemos el episodio, contado con la gracia de Aura Arvelo Torrealba:

Alberto era muy buen actor, y como eso iba unido a su porte de ga- lán, recibía aplausos atronadores. En “La leyenda del tigre” él hacía el papel principal de Juan Facundo Quiroga, que era un guerrero muy temible. Él le puso los ojos a la Severa Villafañe, (que era yo), y la perseguía a todas partes. Ella se refugió en un convento, y hasta allá la fue a buscar… En “La leyenda del tigre” yo fallecí dos veces en brazos de Alberto y una vez en brazos de Pompeyín…

153 Relataban algunos aldeanos entrados en años, que por un largo tiempo se recordó en Barinas y Barinitas la excelente actuación de aquel grupo tea- tral, “que nunca jamás fue superado”.

Las veladas teatrales causaban cada vez mayor entusiasmo, y todos anhe- laban participar, si no como actores, como espectadores. El 12 de octubre de 1927, el periódico Patria y Unión, reseñaba:

Bajo la dirección de las distinguidas señoras Atilia de Arvelo y María Lorenza de Parra, se prepara una velada artística a beneficio del templo de esta ciudad…. La pieza que se llevará a escena es “Doña María la brava”, de Eduardo Marquina.

Presentación de “Las mocedades de Florentino” Con el estímulo innegable que recibió de su familia y sus paisanos, y el contacto que tuvo desde niño con el mundo del teatro, no es de extrañar que el joven poeta Arvelo Torrealba quisiera probar suerte en el campo teatral.

Y así sucedió. A comienzos de los años 30 (o tal vez antes), Arvelo trabajaba en una obra de teatro, cuyo único título conocido – con el cual el poeta solía nombrar ese trabajo inacabado – era y es “Las mocedades de Florentino”. Fue su primer acercamiento a la vieja le- yenda que escuchó en la infancia, sobre el coplero apureño que una noche de truenos se enfrentó con el Diablo.

Se trataba de una pieza en 4 Actos, basada en las andanzas del joven

154 Florentino, sus frustrados amores con Maruja y el encuentro que tuvo con el Diablo… según contaban los peones de la hacienda.

Cuando el autor todavía escribía la obra, entre los años 1932 y 1933, em- pezaron de lleno los ensayos para hacer su montaje y representación. És- tos, como hemos dicho, se llevaban a cabo en la casa de María Lorenza, quien iba realizando diariamente las necesarias adaptaciones, del papel a las tablas. El cuñado y la hermana del poeta eran los más activos colabo- radores de las veladas, y sus amplios salones fueron los escenarios prefe- ridos para los esperados acontecimientos culturales.

Los ensayos los dirigía María Lorenza Arvelo, quien había conseguido gran experiencia como directora, y era perfeccionista al igual que su ma- dre, sumamente exigente con la actuación de actrices y actores: Si no da- ban la talla necesaria, se reemplazaban de inmediato por una serie de aspirantes que aguardaban ansiosos, “en lista de espera”.

La pieza teatral se presentó una sola vez en la ciudad de Barinas y tuvo como protagonistas a Aura Arvelo Torrealba, en el papel de Maruja, y a Alberto Arvelo Torrealba, en el papel de Florentino. Años más tarde fue escenificada - según informa Víctor Mazzei González - en las fiestas pa- tronales de Libertad de Barinas, en enero de 1940.

Copia conservada por Víctor Mazzei Según el investigador y estudioso de la obra de Arvelo, Víctor Mazzei González – quien en su inmenso archivo sobre el poeta conservaba una copia completa de la versión “en prosa dialogada”, antes de que el autor destruyera el original - la obra fue comenzada poco después de 1930.

Y es justamente sobre ese texto que deseamos hacer un comentario…

155 La auyama y la luna Haremos un gran salto en el relato, de 50 años hacia delante, para ubicar- nos en la década de los 80…

Una tarde, llegó Víctor Mazzei a nuestra casa de Caracas, para solicitar- nos la opinión sobre algo que le preocupaba sobremanera, algo que “no le cuadraba”, dentro de la obra de teatro de Arvelo Torrealba. Nos alegra- mos al verlo llegar con la carpeta en la mano, porque desde hacía años deseábamos leer, aunque fuera una parte de ese trabajo inédito, que ja- más habíamos visto, y que nos parecía inalcanzable.

Pasamos a la sala, y tras unas palabras introductorias, Víctor Mazzei co- menzó a leer… Era un fragmento del texto en prosa, donde Florentino, que estaba despechado pues la bella Maruja había preparado dulce de higos para su otro pretendiente, exclamaba:

“¡Caramba! ¡Qué linda está la media luna! …¡parece una misma tajá de auyama!”

Comentaba don Víctor que un escritor tan cuidadoso como Arvelo, jamás habría escrito una oración “tan chabacana”. Suponía que un intruso había puesto su mano sobre el papel, para alterar las frases originales. Por lo tanto, pensaba, tal vez era preciso darle al escrito un cambio, hacerle una pequeña modificación, para dejarlo un poco más elegante.

Releímos el texto una y otra vez, desde el comienzo de la página, y le di- mos nuestra opinión: A nuestro entender no había que cambiar nada, pues conocíamos bien ciertos rasgos de humor del poeta, y lo de la luna con forma de “tajá de auyama” nos parecía una de sus travesuras. Por lo tanto creíamos que él había escrito el texto tal y como estaba en el papel… Le pedimos a Víctor que esperara un poco, mientras hacíamos algunas averiguaciones.

Al poco tiempo fuimos a Barinas, al hato de doña Trina Carmona, viuda de Pompeyo Arvelo Torrealba. Le preguntamos si ella había asistido, mu- chos años atrás, a la representación de la obra de teatro, donde el poeta

156 Arvelo había actuado como Florentino, y si recordaba algo del espectácu- lo. Respondió que sí, que la obra había sido magnífica, que había ido mu- chísima gente, que no cabía ni un alma más en la sala, pero que no recordaba los detalles. Y concluyó diciendo:

-¡De lo único que me acuerdo clarito, como si lo estuviera oyendo ahorita mismo, es cuando Florentino dijo, con sorna, que la luna parecía una taja- da de auyama!

El poeta explica por qué destruyó el manuscrito En la entrevista que le hizo Díaz Sosa al poeta Arvelo, a propósito del li- bro Lazo Martí, vigencia en lejanía que recientemente había publicado, Ar- velo hace mención de esa primera y única versión en prosa de la leyenda de Florentino, que nunca fue concluida y mucho menos publicada. A la pregunta del entrevistador sobre el por qué el poeta consagrado había decidido escribir un libro en prosa sobre Lazo Martí, Arvelo le confiesa:

He escrito otros trabajos en prosa literaria, los cuales, por una suerte de destino adverso, nunca publiqué, y cuyos originales ni siquiera existen. Tenía yo casi concluida, en prosa dialogada, la primera ver- sión que concebí de la leyenda “Florentino y El Diablo”, cuando apa- reció Cantaclaro, del Maestro Gallegos. Mi humilde relato no soportó el cotejo con aquella admirable novela. En gesto que no fue sino vo- luntad de superación, rompí el legajo de cuartillas y empecé a traba- jar en el poema.

Rasgos resaltantes de “Las mocedades de Florentino” Ahora bien, en mayo de 2008, algunas décadas después de los sucesos antes comentados, la esposa de Víctor Mazzei, nuestra apreciada amiga Carmen Mannarino, tuvo la gentileza de remitirnos la referida obra de teatro, que se había conservado en los archivos de su casa desde 1939. Ella envió el material a la ciudad de Mérida, a la casa de mi hermano Alberto, quien ya se hallaba seriamente enfermo. Después de su fallecimiento,

157 acaecido en julio de 2010, su viuda Solange nos remitió el paquete que tiempo atrás había mandado Carmen Mannarino.

Fue una gran emoción recibir el encargo que había salido de Caracas - con escala en Mérida - y llegaba a El Tocuyo… Fue una gran emoción desatar la envoltura. ¡Al fin leeríamos la pieza teatral que por decenas de años habíamos deseado tener en las manos! De la inconclusa obra de teatro, conocíamos tan solo los fragmentos incorporados al ensayo Los Florenti- nos, de Víctor Mazzei González, publicado por la Casa de Bello en 1987. Dicho trabajo había sido leído por su autor en el Ateneo de Valencia, du- rante el ciclo de conferencias organizado en homenaje a Rómulo Gallegos. Y muy amablemente, Víctor nos dedicó un ejemplar de la publicación.43

Pero esta vez no eran solo fragmentos. ¡Ya podríamos leer “la inconclusa obra”… completa!

Abrimos el paquete. En primer plano venía una carta de Carmen Manna- rino, dirigida a los hermanos Arvelo Ramos, donde explicaba una serie de aspectos relacionados con el trabajo que nos enviaba. La carta se iniciaba de esta manera:

Caracas, mayo de 2008

Queridos amigos Alberto y Mariela:

Siento un gran placer en poder entregar hoy a ustedes, los naturales herederos del poeta Alberto Arvelo Torrealba y dueños de toda su obra, la primera versión de Florentino y el Diablo, escrita como obra de teatro. Era una secreta propuesta que me había hecho y solo aho- ra logré.

Nos explica ella luego que su esposo Víctor había deseado concluir “el libro”, para entregárnoslo junto a la “versión primigenia” de la obra. La- mentablemente – comentaba - no pudo ser así, pues Mazzei “no logró

43 18 años después, en 2005, y en ocasión del centenario del nacimiento del poeta Arvelo, las Edicio- nes Niebla y la Fundación Cultural Barinas reeditaron el ensayo Los Florentinos

158 terminarlo antes de enfermarse con arterioesclerosis cerebral”, grave do- lencia que aún padecía y le impedía realizar “trabajo intelectual conti- nuado”.

Estas afirmaciones nos dan a entender que al momento de enfermarse, Víctor Mazzei González trabajaba en un libro sobre la obra de teatro de Alberto Arvelo , distinto y posterior a Los Florentinos. Sobre ese supuesto nuevo libro, no tenemos más referencias.

Carmen Mannarino termina la carta diciendo:

En fin, amigos y compañeros en comunes sueños, quede en sus manos la pequeña obra, para los fines que ustedes decidan.

En nombre de Víctor, el espontáneo albacea,

Carmen Mannarino de Mazzei. 44

Señalaremos a continuación algunos rasgos resaltantes del material que nos ocupa, el cual comienza con un texto escrito por Víctor Mazzei:

Notas testimoniales sobre el origen de la primera versión (teatral) de Florentino y El Diablo

Cómo obtuve copia de la obra. La obra fue copiada a máquina por mí, en agosto de 1939, en Libertad de Barinas, de un manuscrito a lá- piz. Es posible que aquel manuscrito no fuese el original de la obra elaborada por el poeta Arvelo. Era de una letra menuda y clara. Esta fuente manuscrita fue llevada a Libertad para que la obra fuera esce- nificada en una fiesta patronal (24 de enero de 1940).

Mi conversación con Arvelo Torrealba en 1948, en Mijagual:

Dígame adónde debo ir para llevársela.

44 Víctor Mazzei González, historiador y catedrático, apasionado en el estudio de la poesía arvelia- na, falleció en el año 2011 a la edad de 95 años. Su interés y respeto por la obra de teatro de Alberto Arvelo, permitió rescatarla del olvido, cuando su propio autor la había olvidado. Su esposa, Car- men Mannarino de Mazzei, destacada académica de la Lengua, también fue especialista en la poe- sía de los Arvelo, principalmente en la obra de Enriqueta Arvelo Larriva. Ella murió en el año 2015. Va el agradecimiento de nuestra familia a tan ilustres y nobles amigos.

159 No. No tengo el menor interés en continuarla.

Y a mi insistencia:

Cuando yo tenía elaborado el trabajo como tú lo conoces, apareció el Cantaclaro de Gallegos. Ahora cualquiera podría pensar que ella es un plagio de la obra de Gallegos. No debo continuarla.

Desde 1948 esperé que Arvelo me hiciera saber, por alguna vía, que tenía interés en recibir la copia de su obra de teatro que conservo. Nunca lo hizo.

La obra de teatro fue llevada a Libertad de Barinas y puesta en esce- na en las fiestas patronales de enero de 1940, sin que Arvelo hubiera manifestado la menor oposición. Debo advertir que se trataba de una obra no sólo inédita, sino incompleta…

Síntesis argumental de la obra La versión de los años 30 de Florentino y El Diablo, conocida entre los familiares y allegados de Arvelo como “Las mocedades de Florentino”, es una pieza teatral, sin título en el manuscrito, copiada en Libertad de Bari- nas por Víctor Mazzei González, durante el mes de agosto de 1939.

Se trata de una obra escrita en prosa, con fragmentos en verso. Se desarro- lla en 4 Actos y tiene una extensión de 30 páginas mecanografiadas, ta- maño oficio.

Hemos hecho un resumen argumental de la pieza teatral que nos envió Víctor Mazzei:

Personajes de la obra de teatro

(Tal y como aparecen en el texto):

Don Fidel Araujo, pulpero (40 o 50 años); Don Críspulo, padre de Maruja; Pancha, hermana de Don Críspulo; Chepa, hermana de don Críspulo; Doctor Bermúdez; Carmen, madre de Florentino; Florentino; Maruja; Ma-

160 cario Salcedo, hatero, ya entrado en años; Cruz, Santico y Anselmo, peo- nes del hato de don Críspulo; Ramón, muchacho criado de Florentino; un desconocido que personifica al Diablo.

Acto Primero: la primerísima versión de “El Reto”

El primero es el único de los 4 Actos que está escrito totalmente en verso. Se desarrolla en la pulpería de don Fidel Araujo. Allí Santico y Cruz le cuentan a don Fidel el percance que tuvo Florentino la última tarde de toros coleados. Se habla además de las artes de Florentino como coplero, y de su enamoramiento con Maruja. De pronto Fidel menciona un suceso donde se presenta (creemos que por primera vez en la obra de Arvelo), al coplero Florentino frente a un desconocido cantador recién llegado…

Es la primerísima versión de “El Reto”. Oigamos:

…y a propósito compadre por ai cargaban un cuento que a Florentino una tarde dizque lo desafió un tercio que no lo conoce nadie pa cantar ahora en agosto en las fiestas patronales…

Entonces Santico empieza a contar el “cacho” que escuchó de una amiga:

Ella dice que ahora meses Florentino y que se fue una tarde de cuaresma dos novillos a coger. A golpe de cinco y cuarto pasó el último caney. Las chicharras estiraban el amargo anochecer. Florentino iba cansao de soguear y de correr. En el caño de Los Muertos

161 se paró, muerto de sed, y entre las patas del rucio vio relucir el jagüey. Florentino tiró el cacho, lo sacó para beber, y, con ojos de sorpresa, colmo de arena lo ve. La luna venía asomando faz de menguante recién, por encima de las palmas con trágico fulgecer. Ojo e garza, Florentino coge el camino otra vez, cuando con trote sombrío oye un jinete tras él. Bajo el ancho pelo-e-guama la cara no se le ve; pasó de largo y le dijo sin la mirada volver, alejándose al galope por el mudo terraplén: “Esté en el primer joropo de las fiestas de El Magüey, que yo lo voy a buscar para cantar con usted…

Un momento después, un Desconocido entra a la pulpería. Lleva pelo-e- guama, alpargatas y un pañuelo rojo al cuello. Tres botones de la blusa desabrochados le dejan ver la faja. Pide una copa de “caña pura” y paga con una moneda de oro . Cuando el Desconocido se retira, Santico co- menta:

Ése es el hombre! Vieron como le relumbra el oro en la boca? ¿Vieron…? Y el pañuelo colorao ¿vieron cómo se lo anuda…? ¡Y ese puñao de cochanos que carga, compadre, que no lo junta

162 uno en diez años…! Y anda armao: Cuando se subió la blusa se le asomó jeme y medio de puñal en la cintura…

Acto Segundo

A diferencia del primero, el Segundo Acto está totalmente escrito en pro- sa dialogada. En verso leemos solamente un corrido que Florentino le cantó a Maruja.

La acción se desarrolla en la ha- bitación de Florentino, quien es- tá recuperándose de una caída del caballo donde se golpeó el hombro y la muñeca. Mientras lo atiende, su madre Carmen le cuenta que Maruja estuvo en la casa, para interesarse por su sa- lud. Le pide que se aquiete y se case con la joven, que es muy buena… Pero Florentino le re- cuerda que, aunque los dos se quieren, el rico hacendado Ma- cario Salcedo es pretendiente de la muchacha y tiene más posibi- lidades que él…. Cruz, Santico y Fidel llegan a visitar a Florentino. También llega el doctor y lo examina. Los amigos conversan un rato, mientras Santico puntea el cuatro. Cuando se retiran Fidel, el doctor y Santico, Florentino le cuenta a su madre que, hacía poco, le había cantado un corrido en la ventana a Maruja, y que a ella le había gustado mucho. Le pide a Cruz que lo toque en el cuatro, pa- ra que su madre lo escuche. El cuatro suena con golpe de joropo llanero. Alternativamente cantan Cruz y Florentino:

163 Quién fuera güire yaguaso le dije a mi corazón, míralos como se van solitos de dos en dos. Solitos de dos en dos los yaguasos del estero se van pa la fundación, y yo siempre me pregunto si nos iremos tú y yo. Si nos iremos tú y yo, asómate a mi silencio pa que lo apague tu voz. Pa que lo apague tu voz, el cedro de mi guitarra hace tiempo no echa flor, para punzarme a mí mismo tiene la espina del son. Asómate a mi sabana pa que en ella salga el sol y tenga las crines de oro mi caballo corredor. Mi caballo corredor, por el camino del hato de madrugada me voy, el lucero becerrero tiene pena en el fulgor. Tiene pena en el fulgor, yo voy soñando solito cuando vayamos los dos. Aunque la noche está negra tengo claro el corazón, la llanura está temblando entre tus labios y yo… Telón

Acto Tercero

Se desarrolla en la casa de don Críspulo. En la sala está Chepa, hablando con Macario Salcedo, el rico pretendiente de Maruja, quien habló for-

164 malmente con el padre de la joven sobre sus intenciones de casarse con ella; pero se encuentra desesperanzado, ante la indiferencia de la mucha- cha, y su notoria predilección por el joven Florentino. La interesada tía trata por todas formas de animarlo, diciéndole que Maruja lo estima de veras, pero que es muy penosa; que pasó todo el día en la cocina, prepa- rándole un dulce de higos; que lo de Florentino y ella es pura amistad… El hombre se va aliviado y promete volver más tarde. Entran Pancha y don Críspulo y discuten sobre el futuro de Maruja. Las dos tías insisten en que ella debe aceptar de inmediato al hacendado, mientras que el pa- dre les pide calma, pues, aunque sabe que Macario es el mejor partido, no pretende obligar a su hija a casarse. Por eso llama a Maruja, quien entra en la sala. Allí le aconseja que se decida por Macario y le pide a la joven que tome pronto la decisión. Al poco rato llega Florentino de visita. Es recibido cordialmente por la familia y le ofrecen dulce de higos. Mientras Maruja lo busca en la cocina, la tía Pancha no pierde la oportunidad para decirle al joven que Maruja lo preparó para Macario, pues tenía que “pa- garle unos aguinaldos.” Florentino come el dulce con cierto disgusto, y allí es donde comenta, mirando hacia el cielo:

-Caramba, qué linda está la media luna. Parece una misma tajá de auyama!

Y cuando Maruja le ofrece un vaso de agua, él lo rechaza, respondiendo:

-Déjame el gustico amargo del dulce ajeno.

Florentino y Maruja quedan solos en la sala. Él se pone de pie, se coloca junto a ella y le habla así:

Por algo venía soñando con el alba entre la sombra, esta noche al fin, Maruja, podemos hablar a solas. Oye como va gimiendo el viento entre el espinito, y al igual en ti, Maruja, yo me perfumo y me espino.

165 Ya mayo florió los campos y encendió la Cruz del Sur. ¿Cuándo será mayo en mi alma mayo de mis sueños, tú…? Maruja le responde:

Si tu voz trae la queja del viento entre el espinito, ojalá no hubieras nunca hablado a solas conmigo. Continúa Florentino:

Pregúntaselo a la copla que por ti solita vuela que un penar nomás me agobia y un solo soñar me alegra. Yo miré tus iniciales entre las constelaciones; el lucero solitario era el punto de tu nombre. Yo miré la tarde muda en los esteros del llano, así como están mis sueños entre tus ojos remansos. Las cintas de mi guitarra tánto nombrarte me oyeron que por ti suspiran solas cuando las agita el viento. Un solo soñar me alegra -el viento entre el espinito- pero si tú, si me niegas si me niegas el cariño…

Maruja lo interrumpe, para dejarle saber su decisión de alejarse:

Mira en el atardecer el vuelo de las chusmitas: sólo les vemos tristezas, tal vez llevan alegrías. Si yo no te puedo dar

166 la dicha con que tú sueñas, eso no importa y no quita que como amiga te quiera. Y aunque nunca oiga tu cuatro ni troche tu misma pica, tendré flor de alma si puedo hacerte bien algún día.

Florentino acepta, entristecido:

Maruja, está bien. Sin ti me quedan solo en el mundo me quedan no más mi vieja y mi guitarra y mi rucio. Por los llanos solitarios yo me iré de fundo en fundo, y el sentimiento amargao me hará en la garganta un nudo. Lo desolao del pecho me irá temblando en el pulso y cuando pulse las cuerdas el son me saldrá de luto. Para que no tenga sombra en mi camino sin rumbo, se me esconderán las matas tras los horizontes mudos. Soga de verdes lejanos me abrirá sus vuelos curvos y preso en mi libertad tendré la pena por muro. Y me acordaré de ti cuando en sus potros desnudos salgan los peones del alba a enlazar cañas y juncos; Y me acordaré de ti cuando el chicuaco errabundo se pare en la palmaseca a ver morir el crepúsculo; Y me acordaré de ti cuando en las noches de luto

167 bajen taros de leyenda a beber en mi infortunio; Y así dirá tu recuerdo, -lo solo que llevo tuyo- que no hubo rincón amargo por donde no fuimos juntos…!

Cae el telón lentamente.

Acto Cuarto: la primerísima versión de “La Porfía”

Han pasado dos años desde los anteriores acontecimientos. La acción se desarrolla en el patio del hato de Macario Salcedo, quien ya está casado con Maruja. Los peones hablan sobre los rumores que han corrido de que Florentino cantó con el Diablo. Creen que son cuentos de camino, hasta que Anselmo les relata que él estuvo presente esa noche…

Y aquí nos encontramos con la primerísima versión de “La Porfía”…

Cuenta Anselmo:

“La noche estaba oscurita, y ese palón de agua como cosa del otro mundo. Ya le digo, nos ha- bíamos reunío desde temprano en el rancho e las López. Floren- tino todavía no había perdío a la vieja y andaba a medio palo, pe- gao con la chinga e Lionzo. Te- níamos una bandola e primera, zambas de flor y caña pa rajá. Después de un golpe largo, Flo- rentino se puso a contrapuntiar-

168 se con vale Cruz… Cuando menos acordamos entró el tercio: un indiecito, trigueño él, lampiño, ojitos negros y avispao. No cargaba cobija, pero te- nía el chambergo y la ropa seca y las alpargatas lustrocitas. ¡con aquel ba- rrialón, catire, que había tenío que rejendé pa llegá al rancho! Ya le digo, al principio yo no sentí nada, pero el compadre Eusebio jura que desde el primer momento le pegó el olorcito a humo e triquitraque...

Pues bueno, Florentino fue el primero que se fijó y de una vez le dijo al maraquero: “Oiga vale, ése que llegó sí es Mandinga. Fíjese como viene, sequito.” Y fue que ai mismo el tercio se puso pal lao e la música y se aclaró el pecho. Y se colgaron, catire. Canta va y canta viene. Florentino al principio le aflojó cuerda, pero cuando le fue a tapá la boca como él ha hecho con los otros, ¡qué va! ¡A hombrecito refaloso!... Cuando llevaban como una hora pegaos, le quitó las maracas al maraquero, se paró en un lao de Florentino con el sombrero echao pa atrás y comenzó a cantá más duro, ¡pero duro catire, que se nos paraban los pelos!

Falta un cuarto pa la una hora de coger camino; con el adiós de los gallos yo cargo con los rendíos. Zamuro de la barrosa del alcornocal de Frío, albricias pido, señores, que ya Florentino es mío.

Toítos estábamos pegaos a la pared temblando. En ese momento arreció el aguacero y comenzó a relampaguear. Al viejo Ambrosio se le cayó la bandola de las manos, pero Florentino siguió golpeando el cuatro y rajó de golpe, con la voz clarita:

…que ya Florentino es mío… Si usté dice que soy suyo será que me le he vendío; si me le vendí me paga porque yo a nadie le fío; yo no soy pájaro bobo

169 pa está calentando nío. Zamuros de la barrosa del alcornocal de abajo ahora es cuando van a ver al Diablo pasar trabajo. Déjenlo que pare sones, yo sabré si lo barajo, déjenlo que barajuste, que yo en mi rucio lo atajo; antes que toque la una se lo lleva quien lo trajo, quién ha visto dorodoro cantando con arrendajo. Zamuros de la barrosa salgan del alcornocal pa que miren a Mandinga el brinco que va a pegar: válganme las tres Marías Santísima Trinidá, el Santo Niño de Atocha, San Pedro de Bogotá.

Catire, nadie supo lo que pasó. De golpe quedamos en lo oscuro to el mundo y como tocaos de centella, y cuando pasó el alboroto y prendieron la luz, del indiecito ni el rastro. ¡Y aquel jedentinón a azufre! Florentino quedó cantando solo, sin pará el golpe, y después quería que siguiera el parrandón…”

A todas éstas don Macario, que andaba en viaje de negocios, vendió un ganado y se comprometió a ponerlo en dos días en la costa del Apure. Todos los peones reciben la orden de salir de inmediato y van a cumplir el mandato del señor. Maruja los despide y queda sola. Se pasea cerca de la empalizada y dice así:

¡Qué angustia! ¡Qué noche triste! La sabana oscura y lóbrega. Gimen ayes de leyendas en las agoreras notas

170 que gotea la cañada por entre picas de sombras. Sabana, ¡Sabana! ¡Tierra…! Una con mi alma en lo sola que gime en tu desamparo; ¿quién en tu pecho solloza? Florentino… el llano duele, ¡duele al igual de tu copla!

Despedida Florentino, que ha comprado el hato vecino, aparece tras el alambrado. Maruja se sorprende al verlo y él le dice que viene a despedirse.

Las cuatro páginas finales de la obra de teatro son protagonizadas por la pareja de enamorados, en su despedida final. Hemos caído en la tentación de transcribir estas líneas…

Florentino

… ¿Y te asombra que esta vez así me vaya por donde me fui la otra…? A sentir sobre mi suerte el beso fiel de la sombra, a pisar la arena amarga que es hembra que no la compran… Maruja

… ¡Calla, por Dios, no seas malo! Tenme piedad, Florentino; Piedad ayer que fui cruel matando tu amor y el mío; piedad hoy para mis lágrimas -agua orillando el abismo- ¡que me empozan su amargura entre el deber y el cariño!

171 Florentino

Si no es por malo. Ojalá esta muerte con que vivo se te volviera retoños entre tus placeres íntimos. Pero pregúntale al sol que ayer me clavó su filo hasta cuándo voy a andar con el anhelo marchito. Pregúntaselo a la luna que me alegró versos niños por qué hoy tan triste me quiere la que alegre no me quiso. Pregúntaselo al cañaote que se está viendo en el río quién tiene el fondo más negro, mi suerte o el remolino. Pregúntale a los vaqueros que ayer andaban conmigo dónde está aquel cuatro noble que ya ni llora el corrío. Pregúntale a la sabana quién tiene más hondo el ritmo la brisa en la palmaseca o el amor en tus suspiros… Maruja

Yo pasaría mi mano entre tus cabellos si lo que piensas tan triste se quedara entre mis dedos. Florentino

¡Dicha que no alcancé nunca…! tu mano entre mis cabellos, como el lirio en el quemao, como entre la palma el viento. ¡Dicha que no alcancé nunca…! ¿quién me la puso tan lejos

172 que aunque la tengo a mi lao a mi lao no la tengo? ¿Y de qué me quejo yo? ¿de qué, mi vida, me quejo…? Hace dos años que dos la misma rosa quisieron: uno con ella se va; otro con sus sufrimientos… …¡Adiós, Maruja! Maruja

Adiós no, ¡Hasta mañana, hasta luego! Florentino

Óyeme pues, por vez última: Ya no es tiempo y aún es tiempo. ¿No ves en la noche muda la esperanza floreciendo como un lucero fugaz que clava el espacio negro…? Si aún hay quejas en mi cuatro y aún hay ardor en mi pecho, y aún tiene bríos mi rucio, y aún brilla el alba en tu sueño, y para nido de dos aún hay llanura y cielo, ¡Maruja! Maruja

Calla por Dios…! Es verdad… vete… prefiero que se me seque la vida por entre el alma en desierto! Florentino

Adiós. Que halles la alegría bajo el alar hogareño. A calentar tu regazo vendrán los cariños nuevos

173 y un aire de lloros niños pulsarán tu sentimiento; un aire de lloros niños cuando te gima en el pecho. Entonces se apagará en la palma de tu huerto como la espina de un son la chicharra del recuerdo. Y si acaso alguna vez paso por tu pensamiento encobijado y sombrío tendré para ti, de lejos, la inofensiva tristeza de los vespertinos vuelos… Mira como van solitos, mira como se murieron los besos que no nos dimos, se los tragó el llano inmenso…!!!

(Mientras Florentino da media vuelta para salir, se corre lentamente el telón, sin dejarlo desaparecer definitivamente) FIN

Y este es el final de la obra de teatro de la cual el poeta Arvelo no quiso saber nunca más…45

45 Las ilustraciones de este capítulo fueron realizadas por Alberto Cedrón para el libro Florentino y el Diablo de 1982 – BIV.

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Capítulo 11

Cantas, 1932

Segundo libro de poemas. Juicios literarios de 1932: Billiken, Jacinto Fombona Pachano, y José Nucete Sardi. El poeta Arvelo define la Canta. Tres cantas familiares. La copla del casi casi. Reediciones. Fechas inconvenientes… Primera publicación de El canoero del Caipe. Espinito.

176 Segundo libro de poemas Entre los textos del Rezago de un poemario extraviado en la cárcel, de 1929, y la publicación del libro Cantas, de finales del 32, hubo una notoria evolu- ción en la poesía de Arvelo Torrealba. Fueron años de búsqueda, expe- riencias y hallazgos. El poeta dejó correr el tiempo, según afirma en sus propias palabras; puso de un lado los sonetos, forma poética que había prevalecido en Música de cuatro, y se dio a la tarea de crear una nueva manera de expresarse: la Canta.

A finales de 1932 (y no en 1933, como aseguran todos, inclusive el poeta), Arvelo Torrealba sacó a la luz pública su segundo libro de versos: Cantas. Fue publicado por la Editorial Elite, de Caracas, con carátula de MEDO (el mismo artista que diseñó la portada de Música de cuatro). El libro con- tenía 45 Cantas numeradas, que iban seguidas de algunos otros poemas, entre los cuales destacaban “El canoero del Caipe” y “Ojos color de los pozos”.

177 Juicios literarios de 1932 El nuevo libro del poeta llanero fue recibido con interés en los círculos literarios venezolanos. Aunque en los años que han transcurrido desde su aparición se han publicado numerosos artículos sobre Cantas, deseamos resaltar- no solamente por su valor histórico sino por el alcance de sus conceptos - los primeros comentarios que en la prensa se hicieron sobre la obra. Ellos fueron escritos a finales de 1932, por destacados periodistas y críticos del momento.

En una nota de esos días, aparecida en la sección “Publicaciones Recibi- das” de la revista Billiken, podemos leer:

A nuestra Redacción ha llegado el libro de Alberto Arvelo Torrealba Cantas. El libro del poeta barinés era esperado con entusiasmo en los círculos intelectuales. La labor poética de Arvelo Torrealba en su an- terior libro: Música de cuatro, y su constante colaboración en diarios y revistas, concedían a sus compañeros y al público en general derecho a esperar en su nuevo libro una confirmación de su talento y origina- lidad.

Y su libro Cantas, recién salido de la prestigiosa Editorial Elite ha ve- nido a asegurar al poeta llanero un puesto destacado entre los mejo- res poetas nacionales. Auténtica y fuerte poesía venezolana es la de Cantas. Libro nuevo y original es este de Alberto Arvelo Torrealba, quien enrumbado en las nuevas corrientes líricas, ha sabido poner todo lo emocional que le sugiere su tierra llana y sincera, amplia y acogedora como el espíritu del poeta.

La portada del libro la ilustró MEDO, llanero también como el poeta, y cuya prestigiosa firma es orgullo de muchos libros nacionales.

“Arquero”, quien cuenta entre sus más asiduos colaboradores al au- tor de Cantas, hace muy suyo el triunfo merecido del gran poeta lla- nero”.

El domingo 13 de noviembre de 1932, Jacinto Fombona Pachano publicó una denso artículo de prensa titulado “Alberto Arvelo Torrealba, Poeta de Tradición”. Entre otras reflexiones, asevera:

178 Alberto Arvelo Torrealba, poeta llanero que, en su juventud de bre- ves años afirma una personalidad de las más netas e interesantes, desde el punto de vista de la trascendencia o finalidad vernáculas, contribuye con un nuevo libro de versos, Cantas, a correr el lazo que debe estrechar nuestro presente literario con lo poco de tradicional – por lo disperso y generalmente desechado – que poseemos como fuentes genuinamente puras de poesía venezolana.

(…) La aparición de Cantas de Alberto Arvelo Torrealba, libro todo él impregnado de tradición venezolana, alma y voz del llano – no me cansaré de repetirlo – abre ancho margen para orientar la poesía por senderos propios, para el cultivo disciplinado de lo que todavía permanece silvestre en las voces de los copleros. Libro admirable, Cantas, singularmente por su parentesco legítimo con las manifesta- ciones poéticas del alma vernácula, y por su sello tan característico de lo nuestro, unido a un depurado anhelo de sabias expresiones modernas, coloca a su autor entre los poetas de más definida perso- nalidad que de vez en cuando han solido reforzar la tradición. Pero al lado de los cantores cultos, que como él son exponentes de la tie- rra, es de justicia determinar, en Arvelo Torrealba, una particulari- dad esencial de su obra: la perspicacia con que ha descubierto la copla o “canta” del pueblo como rudimento nativo de poesía, rico bajo muchos aspectos, y susceptible de más amplias modelaciones. La “canta” viene a ser para nuestro poeta, por decirlo con un símil concreto, lo que el romance y la copla misma a la poesía evoluciona- da de los castellanos, esto es, tradición que se depura y se eleva …

Y termina Fombona Pachano con estas palabras:

…Libro de trascendencia es Cantas, que augura para nosotros una red de caminos intransitados por donde podrán jalonarse anchas y luminosas jornadas de poesía nueva y nuestra.

Pocos días después, el 25 de noviembre de 1932, Pascual Venegas Filardo escribe un artículo en El Heraldo, titulado “Un Nuevo Libro de Arvelo Torrealba”. En él expresa:

179 Cantas: he aquí la nueva obra de Arvelo Torrealba. Nombre breve, pero nombre que tiene en nuestra tierra toda la significación de un poema esplendoroso.

Aún no había aparecido entre nosotros la poesía que tuviera todo el sabor del alma nacional, del alma del llano, en donde parece recon- centrada con toda su pureza el alma del venezolano, sin mezclas y sin prejuicios de un modernismo que a veces llega hasta la estupidez.

Ya teníamos la novela de la llanura en Doña Bárbara, así como Co- lombia tuvo la novela de la selva, en La Vorágine y Argentina la no- vela de la pampa, en Don Segundo Sombra, pero aún nos faltaba a nosotros la verdadera poesía de la llanura; parece como si hubiera que salir ésta de uno que sintiera el Llano, con todo su cúmulo de grandezas, de uno que hubiera nacido en el mismo Llano.

Arvelo Torrealba ha sido el primero que ha sabido narrar en versos sencillos, en estrofas encantadoras – quizás algo influenciadas por modernos españoles – todo el divino sabor de esa tierra, que como él mismo dijera en vez anterior, es “esmeralda tendida del Orinoco al Ande”… El verso de Arvelo Torrealba – permítasenos decir - es el verso del pueblo, es la copla que lanza al viento la boca del llanero y que hace de manojo de armonías la vibración del cuatro y el alegre repiquetear de los capachos…

La belleza y la naturalidad, la espontaneidad y la nitidez del paisaje, son las cualidades predominantes en Cantas. Por la naturalidad con- que pinta Arvelo al Llano, podría llamarse a este poeta “el poeta de la Pampa venezolana”; al leer sus estrofas, vemos reflejado en ellas, con una naturalidad verdaderamente maravillosa, el paisaje llanero, con todo el caudal de bellezas que encierra.

No solo son cantas las que integran el libro de Arvelo Torrealba; al fin de la obra se encuentran varias otras composiciones, entre las cuales resalta por la belleza de su forma “El canoero del Caipe”, una joya poética de valor incomparable, donde dominan todas las cuali- dades que hacen de Arvelo Torrealba un poeta lleno de sublimidad y de verdadera inspiración.

180 Casi me atrevo a asegurar que Arvelo Torrealba ha lanzado al públi- co la obra que lo ha de consagrar…

Cerramos la sección de los primeros juicios literarios sobre Cantas, men- cionando el trabajo de José Nucete Sardi, publicado también en noviem- bre de 1932. El título del mismo es “Cantas de Llano y de Emoción” (Especial para el número aniversario de Billiken). He aquí algunos frag- mentos del comienzo y final de la página:

He leído el libro de un poeta. Una, dos, tres veces. Y aún he de leerlo muchas más. Porque este libro de Alberto Arvelo Torrealba – apare- cido hace poco – es en verdad un libro de honda poesía nuestra, poe- sía de la llanura honda y simple a la vez; fina de emociones, en la cual triunfa la imagen original sin alardes de rebuscamiento, sin po- ses ni afectaciones.

Triunfa la imagen clara, matinal, fresca; vive la fantasía arrancada a la realidad, lo objetivo y lo subjetivo combinados, amalgamados, di- ciéndonos con fuerza de pulmón joven, el encantamiento que embru- ja el espíritu del poeta, ante su ancha tierra tendida, tierra que a través de su temperamento de artista, se nos da con todo su ambien- te en estas Cantas plenas de intimidad del poeta con su llano, con su sabana que juega recuerdos:

“Espadas de las espigas: la sabana y yo jugando con tu recuerdo y la brisa”. … Una, dos, tres veces he leído el libro de este gran poeta joven que nos da poemas con sabor a tierra nuestra, y he de leerlo muchas más. Porque son cantos de emoción, con dolor, verdad y vida.

El poeta Arvelo define la Canta Tal vez algún lector se ha hecho esta pregunta: ¿Qué es una “canta”? He aquí lo que el poeta responde al respecto:

181 Dejé correr el tiempo desde el 28 hasta el 33, cuando publiqué las Cantas, que en cierto modo fue el producto de una actividad que in- ventó Pedro Sotillo, cuando era director de El Heraldo.

Luego presenta la definición:

La canta es un micropoema de once versos, dos coplas y un terceto. La segunda copla versa sobre un tema distinto de la primera. En cambio, el terceto toma el pie de la primera copla y viene a ser como un comentario de ésta. Al crear esta forma, traté de reproducir, con la segunda copla, unos compases del cuatro y la bandola, intercala- dos entre las dos voces de quienes cantan alternativamente. 46

Tres cantas familiares Como ejemplo concreto de la anterior definición, nos complace mostrar tres de las cantas arvelianas: las números 8, 9, y 28, que sin duda tuvieron gran valor afectivo para el poeta, pues están dedicadas a su padre, a su madre y a su tío Nicandro:

8 Oros de paja marchita sobre los lejos se azulan. En la copa de una palma el chiriguare me anuncia.

Aquí estuvo el hato, padre, que nos dio sombra otro tiempo: en este alambre caído se me enredaron los sueños.

El chiriguare me anuncia. En la copa del recuerdo grita la nostalgia, muda.

46 Entrevista con Carlos Díaz Sosa.

182 9 Mi madre bordó en cariños su rosaleda fragante: le pagaron poda y riego con hondo amor los rosales.

Una vez cruzó mis sueños silenciosa y de puntillas y se quedó toda alegre cuando me vio una sonrisa.

Con hondo amor los rosales. Qué perfume el de tus rosas rosaleda de mi madre!

28 En su curiara mi tío por el Orinoco bravo -azogue en alma cauchera- corrió amores y chubascos.

Capitán de la candela el viento va pensativo: si pasa con sed mañana ¿dónde beberá rocío?

Corrió amores y chubascos. Rodaron por Río Negro oros de sus veinte años. 47

47 Alberto Arvelo Torrealba. Cantas. Tercera edición. Tipografía y Librería La Torre, Caracas, di- ciembre de 1950, pgs. 19-20, 21-22, 59-60.

183 La copla del casi casi Existe otro poema que fue siempre querido por el poeta Arvelo. Se trata de la Canta número 40, que dice así:

Hoy casi me puse alegre, casi de puro soñarte, casi parodié por ti la copla del casi casi.

Alma del hato lunero viene en las brisas un són: ¿qué tendrá el cedro del cuatro tan seco y echando flor?

La copla del casi casi. casi es lindo como tú el lucero de la tarde. 48

La predilección que el coplero sentía por este poema tenía un especial motivo, y es que él le hizo un armonioso arreglo musical. Y llegado el momento, muchos años más tarde, solía cantarlo con su esposa y sus hi- jos. El poeta tocaba guitarra, su hijo Albertico el cuatro, y todos en familia se ponían a cantar la que conocían como “La copla del casi casi”.

Reediciones El libro de poemas Cantas fue reeditado en 1938, y doce años después, el 6 de diciembre de 1950, los talleres de la Tipografía y Librería La Torre, de Caracas, publicaron la tercera edición del poemario, con portada diseña- da por Virgilio Trómpiz. Los varios ejemplares que tenemos de la obra fueron editados en 1950, y por lo tanto pertenecen a la tercera edición. No recordamos haber visto nunca los ejemplares de la primera o de la segun- da publicación. Ni siquiera el poeta los conservaba en su biblioteca.

48 Cantas, pgs. 83, 84.

184 Además de las 45 cantas numeradas, en la tercera edición del poemario (la única que conocemos), están incluidos otros 7 poemas. Ellos son, en el orden que aparecen en el libro: El canoero del Caipe; Meneno; Álbum de Ana Mercedes; Álbum de Mariela; Ojos color de los pozos; Lotería senti- mental y Juan Parao.

Fechas inconvenientes… Hablando aquí como la hija del poeta, es necesario señalar que, de los 7 poemas adicionales que completan el libro Cantas en su tercera edición, al menos uno de ellos, el Álbum de Mariela, se publicaba por primera vez. Lo afirmo con certeza, puesto que el poema estaba dedicado a mí y en 1932 y 1938, fechas de la primera y la segunda edición, yo no había naci- do… En 1950 tenía 10 años, y fue tal vez un año antes, cuando mi padre me escribió el poema.

Ahora bien, en la Obra poética de Arvelo, publicada en 1967 por la Univer- sidad Central de Venezuela, cuando se inicia el libro Cantas, se coloca como única fecha de publicación el año 1933, y no se especifica que hubo dos reediciones posteriores. Y allí aparecen todos los poemas que inte- graban la tercera edición (la de 1950), incluyendo el “Álbum de Mariela”.

Hoy me divierte recordar el disgusto que tuve en ese entonces, porque, pensaba yo, si en el 33 yo era una niña grande, de cabello largo – como se aprecia en el poema - debería haber nacido por allá, por los años veinti- tantos. Y hace 50 años, cuando yo era una mujer joven, esa confusión so- bre mi edad, donde gratuitamente se me agregaba más de una década, ¡era poco menos que imperdonable!

He aquí el final del precioso poema infantil, que relata la vida de Tío Conejo:

185 … Ahora cae la noche -mamá luna entre las cañas- Él camina que camina la llanura iluminada. Lindas consejas del río mudas las oyen las playas. En los cañales del cielo tiemblan espigas doradas. Él mira y mira feliz, parado solo en dos patas.

Y se imagina el cariño -ah malhaya y ah malhaya!- de una niña alegre y dulce: la voz, rumor de quebrada, flor de espinito los sueños, la risa, alisio en la palma, pajal con noche el cabello donde un caminito pasa; despierta, sol en los lirios, dormida, luna en el agua, porque el buen Dios le rocía los maizalitos del alma.

Sueños de Tío Conejo yo los cuento y tú los cantas.

Primera publicación de El canoero del Caipe En relación al poema “El canoero del Caipe”, conviene señalar que en el año 1930, el diario El Universal tenía una sección literaria llamada “Ro- mances de Tierra Adentro”, donde se publicaban - ilustrados con grandes dibujos - los romances de algunos destacados poetas venezolanos como Luis Barrios Cruz, Pedro Sotillo, y Leoncio Martí- nez. En esta sección apareció (suponemos que por primera vez), el ro- mance “El canoero del Caipe”. Está firmado por Alberto Arvelo Torrealba, Caracas, 1930, y su recorte original está pegado en el álbum

186 que conservaba doña Atilia de Arvelo. Este poema fue luego publicado en Cantas, a finales de 1932 y en las posteriores reediciones del libro.

La mencionada publicación periodística indica que “El canoero del Cai- pe” fue escrito poco tiempo después de los poemas que conforman los “Rezagos de un poemario extraviado en la cárcel”, de 1929.

187 Espinito Entre los documentos importantes que hemos conservado del poeta Arvelo, se destaca uno muy especial, relacionado con la Canta número 13. Se trata de una partitura para canto coral; un manuscrito original del maestro Juan Bautista Plaza, escrito a lápiz sobre papel de música y fechado en Caracas, el 9 de diciembre de 1934. El título de la composición es “Espinito”.

Según lo indica el manuscrito en su encabezamiento, es un “Allegretto gra- zioso para 3 voces blancas”, cuyos autores son - según lo indica la partitu- ra - A. Arvelo Torrealba y Juan Bautista Plaza.

Recordemos aquí la Canta en referencia:

Espinito pura espina sin hojas y medio seco cuando vengan las garúas te retoñarán luceros.

La siesta escurrió su sed bajo los viejos palmares y las chicharras estiran de penca en penca su alambre.

Te retoñarán luceros para pagar con perfumes la amarga burla del viento.

No recordamos haber oído nunca esta composición del maestro Plaza, con letra de una Canta de Arvelo Torrealba. Presumimos que fue uno de los temas que diez años más tarde cantaban los muchachos del orfeón del IREL, (Internado Rural “El Libertador”), cuando el poeta Arvelo fue pre- sidente del estado Barinas. Este mismo asunto se volverá a tratar en el ca- pítulo 14.

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Capítulo 12

Rosa Dolores Ramos Calles.

Noticias sobre su vida y su familia. Inicio de un romance. La llanerita de mentira. El noviazgo. El vestido prestado. Cartas para la novia. La muerte del tirano. 1936

Noticias sobre su vida y su familia Sería inconcebible para la autora escribir un trabajo sobre la vida de Arve- lo Torrealba, sin dedicarle al menos un capítulo a su gentil esposa Rosa Dolores, la compañera de toda la vida, quien estará presente en el relato a partir de este instante.

Su nombre de pila era Rosa Dolores Catarina María, hija del farmaceuta doctor Buenaventura Ramos Moreno y de doña Ana Calles Unda de Ra- mos, sobrina del ilustre prelado monseñor José Vicente de Unda, repre- sentante por Guanare al Congreso Nacional de 1811 y uno de los firmantes del Acta de la Independencia. La honorable familia Ramos Ca- lles se había residenciado en Acarigua, estado Portuguesa, donde el doc- tor Ramos tenía su farmacia.

Rosa Dolores nació en aquella ciudad llanera el 25 de noviembre de 1907, y falleció en Caracas el 31 de enero de 1974. Fue la mayor de cuatro her- manos, y la única hembra de la casa. La joven recibió la cuidada educa- ción que se le daba entonces a las llamadas “niñas bien” de la provincia: estudió en la escuela de monjas, recibió lecciones de piano, conocía bien el

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Rosa Dolores Ramos Calles

190 idioma francés, leía a Gabriela Mistral y a Juan Ramón Jiménez, cantaba en el coro de la iglesia, escribía bellísimas cartas, y bordaba los más deli- cados manteles y sábanas que utilizaría luego para su ajuar de novia. De carácter alegre, de trato encantador, simpática y amable, generosa y ri- sueña, era amiga de todos y todo el mundo la adoraba.

Rosa Dolores disfrutaba de una dichosa vida de familia en su pueblo na- tal. Junto a su madre doña Anita, participaba de las actividades sociales y religiosas de la localidad: fue Hija de María, Reina del Carnaval, Madrina de la Prensa, y tenía una decena de admiradores a los que ella trataba cordialmente, sin mostrar preferencia por ninguno. Los escritores, artistas y poetas de la región escribían inspiradas palabras, y hasta pintaban acuarelas en el Álbum de Autógrafos de la agraciada señorita y ella agra- decía complacida...

Un día llegó a Acarigua el apuesto poeta Alberto Arvelo Torrealba, quien estudiaba Leyes en la capital y ya gozaba de merecida fama por sus libros de versos. Venía de Caracas, y llegó a la casa de Rosa Dolores acompaña- do por Raúl Ramos Calles, hermano de la joven y estudiante de Medicina, quien sería años más tarde un famoso médico psiquiatra. Aunque un tan- to mayor, el poeta Arvelo era su amigo y compañero en la Universidad, y Ramos Calles lo había invitado, para que conociera su casa y su familia.

Inicio de un romance El flechazo de amor solo tomó un instante para surtir su efecto venturoso. Con pluma-fuente y tinta verde-esmeralda, Arvelo escribió un verso en el Álbum de Autógrafos de Rosa Dolores, e ilustró sus palabras con un pai- saje de la llanura. Así empezó el romance…

Como dato curioso señalamos que pocos meses antes del primer encuen- tro, un diario barquisimetano publicó una fotografía del poeta Arvelo, junto a un comentario sobre su poesía. Al lado opuesto de la misma pági- na, apareció la imagen de la bonita Rosa Dolores, cuando fue designada Madrina de la Prensa. Son coincidencias de la fortuna, decían más tarde

191 los amigos, pues la pareja no se conocía… Tiempo después, cuando ya eran novios, Rosa Dolores le envió el periódico que él no había visto. Al- berto respondió de esta manera:

Mucho me contenta que me hayas mandado el periódico: eso de que estemos hace un año en una misma hoja es como para ponernos des- tinistas.

La llanerita de mentira La refinada señorita Ramos Calles era una llanerita de mentira, según de- cía Arvelo Torrealba, pues no sabía montar a caballo, ni le gustaba bañar- se en los ríos, ni meterse en el monte, y nunca había subido a una canoa… Sin duda alguna eran personas muy distintas; y sin embargo ella, con amor y buen juicio, dedicación e inteligencia, supo amoldarse a su cople- ro. Y a pesar de tener caracteres distintos – él taciturno, introvertido; ella alegre y sociable – complementaron sus destinos y vivieron unidos por 35 años. Solamente la muerte logró distanciarlos.

192 El noviazgo Alberto y Rosa tuvieron un noviazgo fuera de lo común, porque después de aquella visita inicial, y de los versos en el álbum, el poeta regresó a Ca- racas y no se vieron nuevamente hasta meses más tarde. Se inició, eso sí, una etapa de cartas, que iban y venían por correo.

Cuando el poeta volvió a Acarigua, pidió la mano de la muchacha, pues tenía intenciones de casarse con ella apenas se graduara de abogado. Se hicieron novios formalmente, cruzaron aros de compromiso, y el estu- diante de Derecho regresó a las aulas universitarias en la capital. Tiempo de cartas, nuevamente…

Mientras tanto, como era la costumbre en algunas familias de la época, el vestido de novia y varias piezas del ajuar para Rosa Dolores, fueron en- cargados a España. El trámite se hizo a través de una Casa de Comercio de Barquisimeto que mostraba en catálogos las mercancías que podían traerse al país. El arribo del traje, vía marítima, demoraría un par de me- ses.

Por otra parte, la relación de la muchacha con la familia de su novio fue franca y cariñosa, y tanto doña Atilia como sus hijas María Lorenza y Au- ra Atilia sentían por ella gran simpatía, lo mismo que Pompeyo Antonio, Rafael Ángel y Marco Augusto. En ese tiempo, además, el doctor Rafael Ángel Arvelo Torrealba, quien ya estaba graduado de abogado, vivía con su esposa y su hija en Acarigua, lo cual hizo posible que entre las dos fa- milias se establecieran nexos muy cordiales.

El 30 de agosto de 1935, día de Santa Rosa, doña Atilia le envió a su futu- ra nuera un ramo de flores. La tarjetica, timbrada con su nombre, llevaba escritas estas palabras:

Miel y jazmines para la rosa de mi hijo, con todo mi cariño, hoy día de su santo.

El 28 de enero de 1936, cuando ya el matrimonio de los jóvenes estaba próximo a efectuarse, doña Atilia le escribió de nuevo a Rosa Dolores,

193 quien había estado quebrantada de salud. Esta vez lo hizo desde la ha- cienda Santa Eduvigis, en Barinas, lugar de residencia de su hija María Lo- renza. El poeta Arvelo también vivía en Barinas en ese entonces, y en su ciudad natal intentaba ejercer la nueva profesión de abogado. La carta enviada por doña Atilia dice así:

Mi pensada Rosa: mucho sentí ausentarme dejándote enferma; muy mortificada por tu enfermedad estuve hasta que supe habías mejo- rado. Y ayer recibí la alegría de tu carta, y el regalo de tu cariño que aprecio y recibo con muchísimo gusto. ¡Linda la tela, gracias! Y gracias por el ofrecimiento de tu casa; para todos la expresión de mi gratitud.

Alberto se une a mí para recordarlos con todo nuestro cariño. No olvides escribirme. Te abraza y bendice,

Atilia

El vestido prestado El 12 de febrero de 1936 tuvo lugar en Araure (ciudad vecina de Acari- gua), un jubiloso acontecimiento para la familia: el matrimonio de Adolfo Ramos Calles, uno de los hermanos de Rosa Dolores, con la señorita Enri- queta Escalona Roldán. La ceremonia y la celebración fueron magníficas, pero, aunque el poeta Arvelo había sido invitado, no pudo estar presente en los esponsales.

Once días más tarde, Arvelo Torrealba llegó a la casa de los Ramos Calles y pidió hablar con el doctor Buenaventura Ramos, padre de su novia. Cuando lo tuvo al frente, después de saludarlo, le habló así:

-Doctor Ramos, debo salir en viaje de trabajo para los llanos apureños, y quiero llevarme a mi esposa conmigo. Por eso pido su permiso y el de doña Anita, para casarme con Rosa Dolores dentro de tres días…

194 Al escuchar su nombre, doña Ana se les acercó. Demás está decir que las palabras de Arvelo Torrealba causaron conmoción en los esposos. Se tra- taba de la única hija hembra, luna y sol de sus ojos, como ellos decían, e iba a casarse sorpresivamente. ¡Eso no podía ser! Ante el silencio y estu- por de su esposo, fue doña Anita la primera en hablar:

-¿Dentro de tres días, Alberto? ¿Y cómo se le ocurre esa insensatez? ¡La muchacha no tiene ni traje de novia!

Luego habló el doctor Ramos:

-¿Y qué dice mi hija, doctor Arvelo?

- Dice que quiere casarse conmigo - respondió el poeta.

-Pues vamos a llamarla, para oír su voz. Cuando fue interrogada sobre los planes de su prometido, la joven res- pondió que estaban de acuerdo y que ya habían hablado con el sacerdote que oficiaría la ceremonia… Y ante los argumentos de su madre, añadió unas palabras para tranquilizarla:

-¡No se preocupe por el traje de novia, mamá! ¡Recuerde que Enriquetica y yo tenemos la misma talla y yo me casaré con su precioso vestido blan- co! - ¿Y te vas a casar con un traje prestado, niña? -¡Así es mamá! ¡Y así fue! La ceremonia se celebró tres días después, Día de Ceniza, el 27 de febrero de 1936, en la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Cor- teza de Acarigua. Se encontraban presentes los familiares y amigos ínti- mos de la familia.

195 Años más tarde Rosa Dolores comentaba lo divertido que había sido ca- sarse con un traje prestado. Y aunque los zapatos de su cuñada le moles- taban, no había dicho ni una palabra a nadie.49

Cartas para la novia Con el más firme compromiso de no llegar a irrespetar la intimidad de Alberto Arvelo, y pidiendo su venia, nos hemos permitido transcribir esta serie de cartas, o fragmentos de ellas, pues dichos documentos no sola- mente pintan el alma del poeta, sino que se hallan llenos de importantes noticias y datos biográficos que acontecieron aquellos días, principalmen- te durante el año 1935, cuando recibió el título de abogado.

La primera carta de Arvelo para Rosa Dolores Ramos Calles la escribió en Caracas, en su casa situada de Mercedes a Salas No. 15, el 16 de enero de 1934. Dice así:

Para Rosa Dolores Ramos Acarigua. Gentilísima: Le envío, conforme a mi ofrecimiento, unas revistas. También le va “Platero y Yo”. Me pareció tan primorosa y sugestiva la edición que me acordé de Ud. Páguele Ud. a las páginas andaluzas rociándolas con su miel espiritual.

Dije varias veces allá que volvería en Semana Santa, pero he resuel- to dejar este viaje para carnaval. Raúl debería aguardarme en ésa.

Mis respetuosos saludos para la gente seria de su casa.

De Ud. devotamente,

Alberto Arvelo Torrealba

49 El Matrimonio Civil se realizó la víspera, el 26 de febrero, en la residencia de la familia Ramos Calles. La copia del Acta de Matrimonio puede leerse en la sección de Anexos, Segunda Parte de este libro.

196 Hay el salto de un año en la correspondencia que hemos conservado, y la segunda carta de Alberto Arvelo para Rosa Dolores es del 1º de febrero de 1935. Aparentemente no hubo mayor contacto entre ellos durante el año 34, pues, aunque se intuye cierto acercamiento y se vislumbran algu- nas vivencias y una que otra visita a Acarigua, el tratamiento que él le ha- ce, sigue siendo formal:

Gentilísima:

Recibí su telegrama, fresco y cordial como cosa venida de Ud. Me complace que haya tenido tan buena memoria en lo relativo al luce- ro; y le confieso que el episodio más pintoresco de mi vida de estu- diante coplero, son estas gracias que me ha traído Venus, quien en estos cielos avileños asoma casi tan dulce como Ud.

Como le dije, estoy estudiando tesonera y optimistamente. Mis com- pañeros están pasmados de que yo asista a la Universidad, y hasta se murmura que yo fui embrujado en Acarigua, cambiado, sustituido completamente por otro. Si esto es así, yo tengo que haberme queda- do allá, y le agradecería darme los informes que estén a su alcance. Aunque Ud. a lo mejor lo olvida, como ha olvidado tal vez que yo tengo su álbum, que Raúl – a quien no he podido ver - sigue loco de vahos lilas, y que no debe rezar por Ud. sola.

Perdone que le escriba sin permiso suyo, sobre todo ahora, por ser reincidente. Le confieso que pensé hacerle solo dos líneas y que no he resistido la tentación de la hoja en blanco. Castígueme Ud. si quiere no contestándome. Pero desde ahora le ofrezco que la próxima vez le irán las revistas, las cuales le envío disfrazadas de Billiken para que no se pierdan. ¿Quién va a robarse un Billiken?

Mis cordiales saludos a los suyos. De Ud. atentamente

Alberto Arvelo Torrealba

Tres semanas después, el 22 de febrero, le escribe nuevamente:

197 Le escribo bajo la impresión de rocío de su segunda carta; segunda porque la tarjetica que me entregó Raúl, aunque tan pequeña dice tantas cosas gentiles y cordiales que yo la he elevado a la categoría de carta completa.

Esta la recibirá Ud., pienso, el sábado de carnaval. A mí me ha toca- do quedarme, por circunstancias de estudio, trabajo y conveniencias, las cuales habría vencido por encima de todo, si no me quedara el recurso de Semana Santa, que me representa unos días allá, más so- segados y menos cortos. Si fuera ahora, no podría volver en abril.

De manera que le acompaño a ésta mis deseos de que baile y se di- vierta mucho. Solamente le encargo que no vaya a poner en ayuno absoluto a Platero, porque a lo mejor, con ese carnaval de candela no les va a quedar ramita verde en el contorno. Platero es muy amigo mío y me lo contará todo al llegar…

Y esa Semana Santa del 35, aparentemente, se hicieron novios… En abril él le escribe:

Mi Rosa: 4 fases de la luna canta de 4 renglones guitarra de 4 cuerdas 4 letras de tu nombre.

Tu retrato está aquí sobre mi mesa, dulce y bueno, y mirándolo sien- to la copla a flor de labios: “De los cielos bebe el río, yo de tus ojos le- janos.” Así escribí, mi vida, cuando no te quería y ahora en el alma de esos versos siento el calor de tu cariño puro y noble. Tu retrato – copla, luz, miel, perfume- es ahora la alegría de mi cuarto, el jefe de mis libros…

198 El 13 de mayo, el poeta le habla a su novia sobre la culminación de sus estudios universitarios:

Hoy inicié las tramitaciones para el grado: mañana presento la primera tesis. Probablemente entre en el primer grupo, que será más o menos el 22 de julio...

En una corta correspondencia escrita el mismo mes, le comenta:

Terminé la tesis de doctorado; tuve que hacer un trabajo breve para salir del paso, más que todo…

Carta de la madre Intercalamos aquí una carta que en esos días recibió el poeta de su madre, doña Atilia de Arvelo, fechada en Acarigua el 27 de mayo de 1935. En ese entonces doña Atilia, quien se encontraba severamente enferma, pasaba temporadas en Barinas, en la finca Santa Eduvigis, donde vivía María Lo- renza, y otras temporadas las pasaba en Acarigua, junto a su hijo Rafael Ángel.50

Los hermanos Alberto y Marco estudiaban en Caracas.

50 Recordemos que a la muerte del padre de familia, don Pompeyo Arvelo Rendón, en diciembre de 1933, su hijo mayor vendió la casa paterna.

199 Esta es la única carta - entre las muchas otras que doña Atilia le debe ha- ber escrito a su hijo Alberto - que hemos logrado conservar. Y por ese mo- tivo la transcribimos íntegramente:

Sr. Alberto Arvelo Torrealba

Caracas

Mi adorado hijo:

Con Aura recibí la alegría de tu carta, breve y buena; desde luego disculpada tu brevedad por lo mucho que estudias. ¡No imaginas có- mo te considero y te pienso! Quisiera ser un rayito de luz para estar a tu lado, iluminándote lo que sea difícil de aprender.

Me preocupa mucho la idea de que Uds. no se cuidan nada cuando estudian; no se acuerdan de los débiles cuerpos que es necesario ali- mentar; hasta para triunfar, porque el cerebro de un cuerpo mal alimentado se oscurece. Quisiera estar al lado de Uds. para cuidarlos. ¡Tú no sabes lo que gozaba cuando les hacía aquellas confortables y aromáticas tazas de café con leche! Dile a Marco que ésta también es para él; que así como están unidos en mi corazón para quererlos, quiero unirlos para abrazarlos y enviarles mi bendición. Dios los guarde y bendiga y les dé mucha suerte y felicidad.

Tuve el gusto de pasar unos días con María Lorenza; tuve el gusto de ver a Aura Atilia, pero me quedé más triste cuando se fueron. ¡Po- brecitas nosotras las madres, que luego de tener en un nido nuestro amor, vemos como las aves, volar dispersos nuestros cariños, tal co- mo si cada vuelo se llevara un girón de nuestro ser!

Hoy recibí cartas de Aura y María; están buenas y contentas; me dicen que Pompeyo Antonio está bien. Aquí buenos. Esperanza cada día más linda y querida. Todos se unen a mí para abrazarte.

¿Y tu novia? De intento la dejé para terminar, y al fin hacerte sabo- rear este panal: tu novia es la más buena y la más cariñosa de las hijas en agraz.

200 Te quiere mucho tu mamá

Atilia

Dejamos la ternura de la madre, y retomamos las misivas del poeta para Rosa Dolores. El 26 de junio le escribe apresuradamente:

…Perdóname que te escriba otra vez corto, en gracia a empezar los exámenes dentro de 4 días… Estoy estudiando como 12 horas diarias. El lunes comienzan los exámenes. Durante esos días no te escribiré, sino que te avisaré los resultados telegráficamente.

En relación a unos pañuelos bordados por su novia, que ella le mandó de regalo, él le comenta, en son de broma (y un poquito “picado”, por unos versos que Barrios Cruz le escribió a la joven):

…Estoy vanísimo con los pañuelos; a mi cuarto vienen algunos com- pañeros a buscar libros o a estudiar, y se los he mostrado; tengo que convencerlos – mostrándole la puntica de los hilos en túnel – de que sacaste una hebra y metiste otra. Con razón, mi vida, te escribió Ba- rrios Cruz en el álbum: “Eres linda y eres buena - como la flor del na- ranjo – si el naranjo fuera bueno – y lindo como tus manos.

Ahora, como yo no hago versos, tengo que estarme acordando de los versos de los otros para ti…

El domingo 29 de junio el poeta estaba contento y de buen humor. Escri- bió a su novia e ilustró la carta con un paisaje llanero, dibujado con tinta verde-esmeralda. Después de saludarla le dice así:

Víspera del examen. Te quiero dedicar un pedacito de este domingo feliz: por fin, mi amor, ha llegado el mes de mi grado, los días de vernos, las charlas interminables en todo un mes de noches buenas, en la ventana, frente a los árboles generosos. Y como tú eres tan buena soñadora, he querido comenzar la carta con esa pintoresca pinturita para que, por otra parte, te des cuenta de que yo toco lo que me bailen y que en un momento puedo meterme a decorador o a pintor de zócalos.

201 1º de julio:

He pasado el día muy preocupado, porque me quedé dormido y no pude ir al examen: de manera que no podré graduarme hasta sep- tiembre y por consiguiente tendré que aplazar para octubre mi viaje a Acarigua. Yo sé que esto te afligirá mucho, pero no fue culpa mía, mi vida, me acosté rendido de cansancio y de sueño…

Y como tú te divertiste un rato a costa mía, diciéndome que habías bailado, yo tengo que cobrarme de algún modo, antes de decirte que salí bien en el examen de hoy. Ahora tengo la prueba oral para el lunes y escrita de Medicina Legal para el 6, sábado… Creo que el grado será el 25. Avisaré.

Pero pasaron tres semanas sin noticias. El 23 de julio de 1935 el poeta le escribe a su novia en papel timbrado:

Dr. Alberto Arvelo Torrealba Abogado

Después de disculparse por su tardanza en escribirle, le pregunta:

¿Cómo te parece mi papel? Esta es mi primera carta en hoja timbra- da. Otra vez que me toque escribirte lo haré, naturalmente, en papel común; pero hoy, mi vida, tenía que darte la alegría de que fueras la primera en verlo. Me parece que resulta muy bien el Dr. antes de mi nombre…

Los exámenes los rendí con toda felicidad, y con altas notas. Ahora tengo pendiente el integral para el lunes, de manera que no he tenido descanso en el repaso… No es seguro que salgamos el 1º pues yo antes de irme tengo que inscribir mi título en el Colegio de Abogados de Maracay.

A las 8 de la mañana del 24 de julio de 1935, Alberto Arvelo Torrealba le envía un telegrama a su novia Rosa Dolores. Imaginamos su felicidad en el momento de redactar la gran noticia:

202 Grado fijado 30. Salimos primero. Fieles recuerdos, Alberto

Después de su graduación, el Dr. Alberto Arvelo Torrealba se aleja de Ca- racas, pues ha decidido empezar a ejercer la profesión en Barinas, su ciu- dad natal. La siguiente carta dirigida a su novia, es de septiembre y está fechada en Guanare, “tarde del 20, 9, 35”. Le cuenta que la ha recordado mucho durante el lentísimo viaje.

De Barinas, al no más llegar, te escribiré larguísimo…

Carta a la novia

203 5 días más tarde, el 25 de septiembre, le escribe en su papel timbrado, desde Barinas:

…Es por la tardecita y llueve con un tesón que pone más fastidioso el pueblo. Y me refugio en tu recuerdo adorado como en los hoscos días de mi vida de estudiante, cuya última etapa me llenaste tú de clari- dad.

Profesionalmente hay esperanzas de que aquí me vaya bien. Hay perspectivas de algunos asuntos; y mañana en la madrugada, con- forme con lo dicho en telegrama de hoy, salgo para Ciudad Bolivia y Santa Bárbara, por 4 ó 6 días en una gira que puede resultarme de mucho interés profesional. Voy en compañía del Dr. Molina, antiguo compañero de colegio, quien es ingeniero de mucho prestigio en estas tierras. Al regresar te daré razón de los resultados de mi viaje. Por lo menos me hago conocer por Pedraza, que es el Dto. más rico del Estado…

Pero el resultado de este viaje, en el cual el poeta tenía tantas esperanzas, fue negativo. Se lo cuenta a su novia de esta manera:

Te recordé mucho en mi gira, que resultó inútil profesionalmente porque, por lo malo del camino, solo pasé un día en Santa Bárbara. Dormí tres noches en plena selva. Sin embargo hice para los gastos y me relacioné.

El 10 de octubre de 1935, desde Barinas, el poeta le escribe a Rosa Dolores una larga carta de 3 páginas, siempre en papel timbrado. Las cosas no van bien y Arvelo está abatido, pesimista. Así se lo confiesa:

…Aquí, lógicamente tiene que irme muy mal, como me ha ido hasta hoy. Tendré que irme para otra parte, a probar de nuevo, sin ofici- na, sin libros. Y mientras tanto, el tiempo pasando, y la alegría so- ñada para mi vida, la de tenerte a mi lado para siempre, retirándose cada vez más. Te ruego no decir nada de esto a tus vie- jos. Me da pena con ellos, porque mucha gente pensará que es inepti- tud mía no poder casarme en el tiempo ofrecido, teniendo una

204 profesión. Y casarme para que tú sufras miserias, nunca… Y lo que me atormenta es no poder decirte cuánto tiempo tendremos que es- perar.

Ésta te la escribo desde mi oficina, la cual abrí ayer. La pieza es muy decente y limpia; los muebles, ya podrás pensar como son. Calor mu- cho, clientes casi ninguno. Sin embargo, tengo que continuar la triste prueba hasta diciembre y hay aquí gente optimista que me asegura que conseguiré buen trabajo.

… Es el atardecer, suenan campanas de bautismos y el pueblo se va poniendo una triste máscara de fiesta. A la oración tirarán cohetes y habrá música, a tiempo que yo deje de escribirte, porque aún no me han puesto luz en mi pieza. Entonces iré al río a bañarme, nada- ré una cuadra y volveré con hambre al pueblo. Es bien triste la vida sin ti…

Es por hoy no más. Mañana amaneceré sereno y optimista. Mañana me diré a mí mismo, como Florentino: “Eche pa´lante catire, no se aflija. Eche pa’lante catire, que usté tiene talento y una muchacha como ninguna…

En Barinas, el 25 de octubre, Arvelo le cuenta a su novia sobre sus prime- ros trabajos como abogado y sobre otros temas interesantes:

… Desde mi llegada he trabajado mucho; de tal manera que ésta te la escribo de carrera. Para la próxima semana te prometo una carta larguísima. La misma tarde del día en que llegué (martes) intenté mi primera demanda. Tengo fe en que será mi primer pleito ganado.

Ayer fui objeto de una invitación a una fiesta a Barinitas, de cuya asistencia no me pude excusar. Bailé y comí carne asada. (Estas gen- tes son unos leones para comer novillas). Te recordé muchísimo: viví con el recuerdo la hermosa mañana en que cruzamos aros, y a la ho- ra de ir a la mesa, me parecía tenerte a mi lado. A quema ropa me exigió el Presidente del Estado que lo representara en unas palabras, y tuve que pararme y hablar.

205 …Cuídate mucho. Acuérdate que debes estar sana y bonita para di- ciembre. Primeras Pascuas que vamos a pasar de novios. Las otras, la de 1936, las pasaremos también en tu casa, pero ya juntos para to- da la vida.

4 días después, el 29 de octubre, le escribe la larga carta ofrecida, de 4 pá- ginas. Es una hermosa carta de amor que empieza así:

Te comienzo a escribir con dos días de anticipación, para que mi carta sea larga. Tengo ganas de estar contigo, de que mis palabras se te entren por los ojos y se bañen de ternuras en tu corazón. Así ha- cen las garzas pesarosas con los atardeceres, cuando se paran en la orilla del río… “Viendo en los pozos del río – soñar dolida la garza”. Las pobres coplas, hoy abandonadas, mi amor, las escribí sin cono- certe, y ahora las siento tuyas. Ahora, lejos de ti otra vez, me amar- ga como nunca la tristeza que rebosan… “Me acordé de tu sonrisa – en mis grises pozos de alma.

Tu cartica, como siempre, me ha llenado de un sano y tierno gozo. Ya miro, como lo vio Santos con Marisela, la plena floración de tu jardín espiritual. Y siento el orgullo de ser yo el sembrador, en tu vi- da, de un anhelo nuevo y fragante, cuyo perfume son tus cartas de ahora. Yo acabo de renunciar a los versos, al arte alardoso de perió- dicos, revistas y libros, para dedicarme de lleno al trabajo; pero te he hallado a ti, que eres mi belleza y mi bien, mi canta viva. “Iremos los dos llevando – yo el rumbo, tú la sonrisa.” Y mientras te tenga a ti, que será siempre, tendrá que haber en mis cartas, por encima de la aridez de los Códigos, un retoño, para ti Lucerito, de mis viejas saba- nas de coplero.

Haces bien en estudiar, en aprender, en dedicarle todos los días un rato a las bellas cosas del espíritu. Esos ratos se nos convertirán ma- ñana en alegría y dulzura del hogar. Desde el alba hasta el anoche- cer, el alma de mi Lucerito zurcirá para su canoero la más pulcra gasa de afecto. Y serás tan buena conmigo como era Maruja al prin-

206 cipio con el catire del poema. La única diferencia es que tú no me quitarás el amor ni de golpe ni nunca...

En la misma carta, el poeta le habla a su novia de múltiples temas, inclui- dos los planes para la boda:

Haremos un matrimonio sencillo, en familia. La fiesta íntima, la ventura indecible que nos llenará los corazones, compensará la falta de pompa exterior.

Y ya para terminar:

Lucerito: Tú has hecho un milagro en mi alma: te lo he escrito más de una vez. Me has resucitado la fe en mí mismo y me has puesto los sueños optimistas, como si tuviera 20 años. Como si no hubiera vivi- do entre los 20 y 30 dos lustros de amargura. Dios te pague ese bien que me haces y el que le haces a los míos con tu bondad y tu cariño.

El 8 de noviembre de 1935, Arvelo le escribe a su novia, desde Barinas:

Recibí tu carta y la prensa hasta el 2, con Elite. Ahora me estás re- tribuyendo lo que yo hacía con tanto gusto para ti, antes de ser no- vios. Recuerdo que no te mandaba Elite porque sabía que lo recibían en tu casa, y te confieso que cuando te hice los primeros envíos, veía tu cariño como una cosa remota y lejana. Hoy orgulloso de saber que eres mía, gozo en el recuerdo de la infancia de nuestro amor.

Lucero e la mañanita – “ya están las suertes trocadas”- Ayer te mandé revistas y hoy eres tú quien las mandas.

La corta carta del 15 de noviembre la escribió el poeta a máquina. Estaba un tanto resentido con Rosa Dolores… Veamos el motivo:

Te escribo hoy brevemente, en vista de que mi carta larga no me la has contestado todavía. Tuviste toda una semana para hacerlo, y aguardaste el sábado, para luego no tener tiempo. Cuatro letras por

207 salir del paso, escritas precipitadamente a la hora en que ya se va el correo, no son respuesta a una carta que yo hice con tanto placer y cariño. Y esto es sencillamente porque yo me pongo a escribirte dos días antes de salir el correo…

Seis días después, el 21 de noviembre, le escribe en el tono amoroso de siempre:

Vengo a arrebujarme en tu cariño puro y noble, después del ingrato ajetreo profesional de la mañana; vengo a que tu ternura y tu amor me quiten un poco esta rabia sorda de luchar contra la ignorancia y la estupidez de estos condenados picapleitos de este pueblo. Vengo a que soñemos juntos nuestra alegría, a decirte que te quiero más que nunca y que más que nunca hoy he sentido el deseo de que estés a mi lado.

Esta tarde voy a ir a escoger el punto donde voy a hacer nuestra ca- sita. Será orillera del río y al mismo tiempo cerca de la de María. Escogeré un paso donde el agua sea remansa para que paseemos en canoa las noches luneras. Allí será nuestra luna de miel, humildísi- ma y pobre pero sosegada y feliz como ninguna. Cuando me venga a mi trabajo, estaré lleno de recias energías para triunfar.

Muy pronto será esto, mi vida, si Dios quiere. Depende de que tenga un poco de suerte en mis actuales gestiones profesionales; y se necesi- ta que me vaya enteramente muy mal para que deje pasar abril sin tenerte para siempre conmigo.

Por ahora tendremos unos días juntos en diciembre. No serán más de quince, pero los viviremos plenamente, porque los días de Pascua se prestan para paseos al campo, y en el campo dicen que uno se quiere más…

Carta del 29 de noviembre de 1935:

Te escribo otra vez brevemente, pero ahora no resentido sino feliz y contento de ti. Creí desocuparme en el curso de la actual semana, pe-

208 ro se ha prolongado el asunto que más tiempo me quita y precisa- mente hoy me toca informar en el Tribunal Civil… El poco trabajo que me ha salido se me ha acumulado para unos mismos días… Estas cuatro líneas te las hago precipitadamente. Son las 9 y media y a las 10 tengo que estar en el Tribunal… En estos días necesitas rezar con más fervor, pues está para decidirse mi primer pleito civil y debo ganarlo para quedar prestigiado. En la semana pasada obtuve una sentencia favorable en un asunto criminal.

Dos semanas después que el poeta escribiera esta carta, los venezolanos celebraron una gran noticia: ¡Juan Vicente Gómez había fallecido!

La muerte del tirano El 17 de diciembre del año 35, moría en su casa de Maracay el general Juan Vicente Gómez. Con su fallecimiento terminaba la pavorosa dicta- dura de casi tres décadas, que había convertido a Venezuela en la más desgraciada de las naciones.

Al morir el tirano, Venezuela despierta de la pesadilla, y una serie de eventos importantísimos se desarrollan vertiginosamente. El primero de ellos es el nombramiento que hace el Consejo de Ministros al general Eleazar López Contreras, como Encargado de la Presidencia de la Repú- blica. Posteriormente, el Congreso Nacional ratifica a López Contreras y luego lo designa Presidente Constitucional para un período completo.

Otro hecho resaltante es el Manifiesto a la Nación de un grupo de intelec- tuales comprometidos con la nueva realidad nacional, y publicado en El Heraldo el 19 de diciembre, un par de días después de la muerte de Gó- mez. En la treintena de firmantes podemos ver los nombres de Andrés Eloy Blanco, Alberto Arvelo Torrealba, Henrique Otero Vizcarrondo, Germán Suárez Flamerich, , Pascual Venegas Filardo y Carlos Augusto León… Acerca de la firma del poeta Arvelo en este do- cumento - considerado por Gehard Cartay como “obra maestra de luci- dez, habilidad y moderación”- él comenta: “Sin duda, Arvelo Torrealba se

209 encuentra en su elemento, pues siempre será, en la política y en todo lo demás, un hombre ganado por la moderación y la conciliación, haciendo honor a su condición de poeta y humanista integral.51

Se abría de esa manera una etapa distinta y esperanzadora para el país. Bajo el mandato inteligente del general López Contreras, se iniciaba el camino de la democracia para Venezuela. Este anhelado cambio, tan es- perado y necesario para la población, afectó a todos de una manera posi- tiva. Surgieron nuevos nombres, nuevas ideas, y se pensó en el poeta Arvelo para algún puesto de relevancia…

El presidente del estado Camilo Betancourt, quien era amigo personal del joven abogado, y hasta le había pedido poco antes que lo representara con unas palabras en una reunión bariniteña (como leímos en la carta que Arvelo envió a su novia el 25 de octubre), lo nombró Secretario General de Gobierno. Sin embargo, inexplicablemente, el poeta rechazó el nom- bramiento y prefirió aceptar el cargo de Inspector Técnico de Educación Primaria en los estados Apure y Barinas. Le habían encomendado una labor que debía ser cumplida en Apure, y hacia allá estaba dispuesto a encaminarse.

Ahora bien, volviendo a las misivas para su novia, el poeta “no suelta prenda” ni le comenta nada sobre el tema político, ni sobre el Manifiesto que ha firmado junto a los otros intelectuales… Y a nosotros nos queda una laguna sobre lo que realmente sucedió. Lo más probable es que nos falten algunas cartas reveladoras, donde quizás Arvelo llegue a explicarle a su futura esposa los pormenores del asunto…

Lo cierto es que tan solo hallamos una carta que nos resulta extraña y enigmática, pero nos da a entender que la muchacha sí estaba al tanto de lo que estaba sucediendo…La carta está hecha a máquina y no tiene fe- cha, aunque creemos que fue escrita entre el 20 y el 27 de diciembre de 1935. El poeta le dice a su prometida:

51 Gehard Cartay. Obra citada, pg. 90.

210 Esta noche la comisión de Barinas habló con el General López Con- treras, y con ese motivo todos están muy contentos. Yo no he hecho sino expectar, pues no tengo ganas por ahora de ingresar en el Go- bierno, y me limitaré al ejercicio de mi profesión, por lo menos du- rante uno o dos años…Yo tendré todavía que pasar aquí unos días, pero a lo mejor resuelvo el viaje pronto y los sorprendo cuando me- nos pienses. Haré empeño por estar allá para Año Nuevo. Mientras tanto, dale a mamá y a los tuyos mi abrazo afectuoso de Pascua, con mi felicitación por la caída del Ogro.

Pero, aparentemente, no pudo ir a Acarigua para las fiestas de Año Nue- vo. El 11 de enero de 1936, Arvelo le envía un telegrama a su novia desde Barinas:

Llegué bien. Quince (15) contigo. Afectuosos recuerdos, Alberto.

1936 La primera misiva que tenemos de Arvelo, correspondiente al año 1936, está fechada en Barinas el 26 de enero, un mes exacto antes de su boda con Rosa Dolores. Se ve que el poeta ya está trabajando para el Ministerio de Educación y le cuenta a su novia una grata experiencia fluvial que acaba de vivir:

El jueves anduve en una gira embarcado como tres kilómetros. Nece- sité ir a El Real a levantar un censo escolar y como el carro no llega hasta el propio pueblo, se hace necesario completar el viaje en canoa. Me divertí muchísimo y me acordé de ti. Te prometo que recién ca- sados haremos el mismo paseo en luna de miel. El río es muy reman- so, y los árboles orilleros caen sombreando el agua, mientras garzas, guacharacas y cotúas vuelan y cantan entre los mogotes de la orilla. Yo iba manejando la canoa.

4 días después, el 30 de enero le cuenta - entusiasmado y de buen humor- sobre sus progresos en el manejo de automóviles y sobre los proyectos de viaje y matrimonio:

211 Te participo que estoy muy adelantado en el volante: ando solo, cojo curvas maravillosas, retrocedo, paso puentes, monto el carro a la balsa y hago, en fin, cuantas piruetas son necesarias realizar para coger fama de experto conductor. El carrito está muy repuesto: tiene un caucho nuevo, capota templada y otras elegancias de menor cuantía. Si lo ven los muchachos me ofrecen quinientos bolívares. El motor, como siempre, inmejorable… Mi viaje a ésa será por ahora de solo unos tres días. Regresaré enseguida y saldré a fines de febrero, o más bien a comienzo de marzo para Apure. Mi gira no durará más de veinte días. El matrimonio será en mayo.

El 14 de febrero, doce días antes del matrimonio, le escribe la penúltima carta de su noviazgo:

Tengo razón para quererte todos los días más, mi Lucerito. La noti- cia del matrimonio de Adolfo me ha hecho dar más deseos de reali- zar el de nosotros, el cual será, como te dije, en mayo. Con lo que tenga entonces me caso, porque no puedo vivir más sin ti. Ahora no nos volveremos a ver sino cuando seas mi esposa, o en los días en que ya vayas a serlo. Como tú sabes, salgo en los primeros de marzo ha- cia Apure. Escríbeme largo. No te fijes en la brevedad de mis cartas, que yo tengo mucho trabajo…

La última carta de esta importante etapa en la vida de Arvelo Torrealba, es más bien una esquela de pocas líneas, fechada en Barinas el 21 de fe- brero de 1936. Apenas 6 días antes de casarse, le dice a su novia:

Me has hecho falta como nunca en estos días de agitación. Muy pronto estaré tranquilo, a tu lado, viviendo de mi profesión, como son mis deseos. Entre tanto pídele a Dios que por ahora todo me re- sulte bien.

Pero el coplero enamorado no quiso esperar más. Cambió súbitamente los planes ya trazados y decidió llevarse a su señora esposa para el llano apureño. Y 6 días después de escribir la esquela, el 27 de febrero de 1936, en la Iglesia Parroquial de Acarigua, el poeta y abogado Alberto Arvelo

212 Torrealba y la distinguida señorita Rosa Dolores Ramos Calles, fueron unidos en matrimonio.

Dr. Buenaventura Ramos Moreno, su esposa doña Anita y la pequeña Rosa Dolores

213

Capítulo 13

Familia Arvelo Ramos

Una Luna de Miel fuera de serie. Primeros años de matrimonio. Nacen los hijos Alberto y Mariela. Empieza la Segunda Guerra Mundial. Profesor y abogado. La casa hospitalaria.

Una Luna de Miel fuera de serie. La Luna de Miel y los 35 años de vida matrimonial de los esposos Arvelo Torrealba – Ramos Calles, estuvieron colmados de un sinfín de sorpresas e inesperadas aventuras. La primera de ellas fue en pleno viaje de recién casados, a comienzos de marzo de 1936, cuando se desplazaban en un ca- rrito viejo, cuyo techo era una “capota templada”, a decir de su orgulloso propietario; en otras palabras, una lona. El chofer del vehículo era el nue- vo abogado de la república Alberto Arvelo Torrealba, que estrenaba su cargo de Inspector Técnico de Educación Primaria en el estado Apure.

Cuando iban Llano adentro, por el estrecho camino de tierra, se desenca- denó un aguacero, y como la capota estaba en mal estado, los tripulantes se comenzaron a mojar… Entonces el poeta - que se había preparado con- venientemente para cualquier eventualidad - sacó de una mochila un cordel y una aguja muy grande, de las que sirven para coser los sacos de café. Estacionó el vehículo al borde del sendero y empezó a coser.

-¡Déjame hacerlo yo!, pidió su esposa, entre asombrada y divertida.

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El poeta y Albertico, su primogénito.

215 Y empezó a realizar la faena, muerta de risa, mientras el agua les caía a torrentes sobre el cuerpo y el rostro. Y una vez que la joven hubo apren- dido el arte de coser una capota rota, bajo la furia de un aguacero, se dio perfecta cuenta de que su matrimonio con el poeta Arvelo Torrealba esta- ría lleno de emociones y sorpresivos acontecimientos.

Y cuando al fin llegaron a su destino, debieron instalarse en un caserío primitivo, con ranchitos de adobe y techos de palma, uno de los cuales era la escuela. En una fotografía de la época, puede verse a la recién casa- da, elegantemente vestida a la moda europea, junto a un grupo de niños desnudos y descalzos.

Primeros años de matrimonio. Nacen los hijos Alberto y Mariela Poco tiempo después, cuando el poeta Arvelo terminó la misión que le había sido encomen- dada en el estado Apure, la pareja viajó a Ca- racas. Allí fijaron temporal residencia, pues Arvelo había sido nombrado Inspector Técnico de Educación Secundaria en el Distrito Fede- ral. Doña Rosa Dolores estaba embarazada, y el 14 de diciembre de 1936 nació Alberto Arve- lo Ramos, el primer hijo.

Varios meses más tarde, durante el año 37, Arvelo Torrealba se desempeñó como Secretario General de Gobierno del estado Portuguesa. En este cargo - similar al que había rechazado en Barinas a finales de 1935 - estuvo poco tiempo. Luego volvió a instalarse en la capital de la república.

Allí en Caracas, el 27 de noviembre de 1939 nació Mariela Arvelo Ramos. Es decir, nací yo. Y finalmente, después de larga espera, y de 200 páginas escritas, comencé a formar parte de esta historia.

216 Empieza la Segunda Guerra Mundial Dos meses antes de mi nacimiento, el 1 de septiembre de 1939, el mundo entero se estremecía ante terribles acontecimientos políticos que llevarían a la guerra. Y es que ese día nefasto, gran parte del ejército alemán inició su invasión al vecino país de Polonia. Fue una acción rápida y demoledo- ra, conocida como “operación relámpago”, donde aviones, motoristas y tanques blindados, se lanzaron en bloque sobre el infortunado país. Por ansias de poder de un gobernante enajenado, había estallado la Segunda Guerra Mundial.

El 10 de junio de 1940, Italia declaraba la guerra a Francia. Y el 14 de junio los escuadrones de caballería alemana entraban a París. La ocupación de los nazis en Francia duraría 4 años. Poco después del final de la guerra - en misión de paz y concordia y acompañado de su familia - el poeta Al- berto Arvelo Torrealba llegaría a París.

En Venezuela, como en el resto del planeta, la población seguía, con inte- rés creciente, las terribles noticias que transmitían la radio y los periódi- cos. Los hombres se reunían en los bares y clubes y en casas de familia para escuchar las opiniones de los más entendidos y para comentar sobre los trágicos sucesos. La desastrosa guerra que empezó en Europa, se hizo un conflicto armado en el mundo entero.

Profesor y abogado Mientras Europa ardía en la guerra, la vida de nuestra familia transcurría con relativa normalidad. Entre 1937 y 1940 estuvimos viviendo de una manera itinerante, haciendo viajes permanentes entre Caracas, Barquisi- meto y Acarigua, de acuerdo a las obligaciones que mi padre debía cum- plir. Es bueno destacar que no solo ejercía su profesión de abogado, sino que continuaba dando clases de Castellano y de Literatura, tanto en Cara- cas como en Los Teques y Barquisimeto. En 1940 fue designado presiden- te del Consejo Técnico de Educación.

217 En ese tiempo fue profesor de bachillerato del liceo Lisandro Alvarado de Barquisimeto, donde tenía a su cargo la cátedra de Preceptiva Literaria. Según señala Luis Herrera Campíns, estas magníficas lecciones fueron muy gratamente recordadas entre sus alumnos.52

Allí en Barquisimeto vivimos en la quinta Jirajara. Del citado período re- cuerdo solamente ese sonoro nombre, el cual fue pronunciado infinidad de veces por mis padres en el transcurso de los años. Nunca olvidaron la quinta Jirajara, que les traía imborrables y gratas memorias. También mi hermano Alberto, que era tres años mayor que yo, recordaba esos días con alegría y nostalgia. Y en la tarjeta de mi bautizo, después del nombre de los padrinos, puede leerse: Jirajara, 26 de febrero, 1941.

La casa hospitalaria Desde el inicio de su unión conyugal, mis padres hicieron de su casa, no solamente un grato espacio para el encuentro familiar, sino un refugio hospitalario para muchos amigos que, por variadas circunstancias, afron- taban problemas y dificultades. Buenos y generosos, así fueron mis pa- dres toda la vida.

En una entrevista que Olga Hauser le hizo a mamá para la revista Varie- dades, correspondiente al mes de noviembre de 1967, la entrevistada con- tó a la periodista sobre los muchos “malabarismos” que ella tuvo que hacer, años atrás, con el escaso sueldo de su esposo, para que no faltara en casa nada indispensable. Luego le comentó:

A pesar de que teníamos pocos recursos, Alberto siempre invitaba a sus amigos a comer en casa. A veces - si estaban en muy mala situa- ción - se quedaban a dormir, y pasaban varios días con nosotros. Esa costumbre sigue fresca en Alberto todavía hoy. Por eso nuestros

52 Luis Herrera Campíns. “Alberto Arvelo Torrealba, poeta vital de la llanura”. Discurso de Orden en la Casa de la Cultura de Barinas, el 25 de mayo de 1971, al clausurar la semana de homenajes al poeta. Impreso por Acea hermanos, Caracas, 1971, pg. 9.

218 amigos dicen que en esta casa siempre hay “menú a la carta” y una habitación libre para cualquier necesitado.53

Y nuestra familia se encontraba viviendo en Caracas cuando, en mayo de 1941, el general Isaías Medina Angarita asumió el cargo de presidente de la República. Se inició entonces una etapa distinta, en extremo importan- te, para la vida del coplero.

Alberto y Mariela Arvelo Ramos

53 Olga Hauser. “Rosa: el poema más querido de Arvelo Torrealba”. Revista Variedades, pgs. 22 a 25; Caracas, 23-11-1967.

219

Capítulo 14

Glosas al cancionero, 1940 y 1950

Primera edición, 1940: Prólogo de Pedro Sotillo. El misterio de las ediciones perdidas. Segunda edición: noviembre de 1950. Contenido del libro. Glosa a su amigo Conchito. El poeta declama. El poema más fiel.

220 Primera edición, 1940: Prólogo de Pedro Sotillo En 1940, la Editorial Elite de Caracas publicó Glosas al cancionero, tercer libro de poemas de Alberto Arvelo Torrealba. Para su presentación, he- mos tomado algunos fragmentos del prólogo escrito por Pedro Sotillo, titulado “Puerta de Golpe” y firmado en Caracas el 20 de noviembre de 1940:

Encontramos el Llano y el llanero, pero lo que, esencialmente nos subyuga en los poemas de Alberto Arvelo Torrealba, es el encuentro con el hombre, con el artista hombre que, en poesía de todos los tiempos, nos está repitiendo la lección que no envejece y que hace temblar, como brisa entre palmeras, el apretado corazón de las multi- tudes y de la soledad.

No diremos nosotros que Alberto Arvelo, al igual que Cantaclaro, no hace sino repetirnos, en arrobo milagroso, las coplas que le va dic- tando la llanura, cuando él se la queda mirando. Ni siquiera se trata de esa emoción primitiva, originaria, trabajada por el buen artista, he- cha complejidad para la canción sabia y que busca los pliegues más profundos del alma. Esa sería una explicación demasiado sencilla para que se aviniera con la obra de Arvelo Torrealba, hecha con es- fuerzo y meditación, en años de faena, quizás cumplida alegremente, aunque con disciplina y sacrificio, y no penacho de alegre vagabun- deo por las trochas de las tierras predilectas, en las que firmes raíces del carácter se meten a beber en el agua manadora del nacimiento.

Lo primero que a las gentes superficiales se les ocurre, cuando se en- cuentran con una poesía y un poeta como Alberto Arvelo Torrealba, es esa pretendida explicación de que se trata de un juego fácil, por encima del cual se han ido poetas de más guáramo o que pretenden ahondar latitudes del pensamiento y del sentimiento que ofrecen di- ficultades mayores (…)

El uso del octosílabo, ritmo hecho para las grandes jornadas, a caba- llo, por tierras dilatadas y subyugadoras, contribuye a ese espejismo de la facilidad, y, lo que es peor, levanta el ardilleo de los imitadores triviales, que siempre creen superar el original. (…)

221 Ahora, en este puño de poemas de Alberto Arvelo, nos encontramos con que el barinés se nos ha ido, como quien remonta la corriente, hasta lo más sencillo, lo más originario que quisiéramos decir de nuestra poesía popular. Hay acierto espléndido en haber escogido la glosa, con su copla penachera y sus cuatro pelotones enfilados, hasta plantar el banderín del último octosílabo en el topo bien conseguido (…)

Arvelo no viene de la nueva ni de la antigua poesía, sino de la poesía de todos los tiempos. Viene de la eternidad de la poesía, que es la única dable en este plazo siempre concluyendo de la vida de los hombres…54

El misterio de las ediciones perdidas Lamentablemente, no tenemos ningún ejemplar de la edición de 1940 de Glosas al cancionero para poder hablar del libro con verdadero conocimien- to. Y peor aún, ¡el poeta Arvelo tampoco lo tenía! Por eso surgen dos pre- guntas, en torno al tema de las ediciones y reediciones de sus poemarios… La primera de ellas es ¿qué sucedió con los ejemplares de la primera y la segunda edición del libro Cantas, correspondientes a los años 1932 y 1938? ¿Por qué el poeta Arvelo no tenía ni un solo ejemplar de esas publicaciones en su biblioteca? La segunda pregunta que nos hacemos es ¿qué sucedió con los ejemplares de la primera edición de Glosas al cancio- nero, publicada en 1940? Estos libros salieron de circulación inexplicable- mente, se esfumaron, y aun suponiendo que las ediciones hubieran sido muy pequeñas, de 200 o 300 libros, resulta muy extraño que el propio au- tor no hubiese conservado ni un ejemplar de tan valiosas publicaciones… Otro tema a indagar, para futuros investigadores.

No tenemos las Glosas en su primera edición, pero sabemos que allí esta- ban, no solamente las glosas al cancionero popular venezolano, sino otros

54 Recordemos a los jóvenes lectores que la “glosa” es una composición poética que consta de una copla (en este caso del cancionero popular venezolano), seguida por cuatro décimas, las cuales to- man el pie de cada verso de la copla.

222 poemas de Arvelo Torrealba. Entre ellos, la primera versión de la leyenda de Florentino y El Diablo, la cual se presentaba como dos poemas inde- pendientes: El Reto y La Porfía. Conocíamos estos dos poemas indepen- dientes porque habían sido publicados en una revista (suponemos que Billiken), y Atilia de Arvelo tenía los recortes en su álbum. La primera versión del romance constaba de 280 versos. 55

Segunda edición: noviembre de 1950 Simultáneamente con la tercera edición del libro Cantas, el poemario Glo- sas al cancionero fue reeditado en diciembre de 1950 por la Tipografía y Librería La Torre de Caracas. Es más, podría decirse que se trata de dos libros gemelos, que salieron al público el mismo año y el mismo mes; am- bos con portadas del artista Virgilio Trómpiz y la utilización del mismo tipo de papel, el mismo formato y la misma diagramación.

La segunda edición de Glosas al cancionero – la única que hemos visto y tenido en las manos - tiene la siguiente dedicatoria:

Al Dr. Santos Luzardo; a Florentino Coronado; a Juan Parao; a Arturo Cova; a Martín Fierro; a Santos Vegas; a Don Segundo Sombra; a todos los grandes corazones que palpitan en los libros de América. A.A.T.

55 Realmente se trataba de la primera versión de la leyenda escrita totalmente en verso, pues recor- demos que varios años antes, el poeta Arvelo tenía casi lista su primerísima versión de Florentino y El Diablo, en la obra de teatro conocida en familia como “Las mocedades de Florentino”.

223

224 Contenido del libro El libro consta de 16 coplas y 64 décimas numeradas. A partir de la déci- ma No. 57, y hasta la No. 64, están las “Décimas Infantiles para Alberto y Mariela”.

Al terminar las décimas numeradas, hallamos el poema “Guariqueñita” y luego la segunda versión de Florentino y El Diablo. Esta vez el poema lle- va por título “Florentino el que cantó con El Diablo” y está subdividido en dos secciones: El Reto y La Porfía. El texto se ha extendido sustancial- mente y consta ahora de 460 versos.

El último poema de Glosas al cancionero es “Por aquí pasó”, canto al Liber- tador Simón Bolívar, dedicado a doña Ernestina Hernández de Loreto.

En el final del libro, que, por cierto, no tiene Índice, hay un glosario de “Venezolanismos usados en esta obra”. En la última página se hace cons- tar, además, que tres de las coplas que sirvieron de pie a las décimas, fue- ron tomadas de la novela Cantaclaro, de Rómulo Gallegos, y que casi todas las demás son populares.

Glosa a su amigo Conchito En el acontecer de cada día, Arvelo improvisaba versos rápidamente, casi diríamos que instantáneos, ante cualquier motivo que lo inspirara: una cara bonita, un paisaje, un recuerdo, una garza, o la dedicatoria para un amigo. Es como si su entorno se entendiera mejor entre versos. Por eso le salían tan fluidamente, “como agua de manantial”. Y lo decimos a propó- sito de la siguiente anécdota:

El Dr. Concepción Escalona (Conchito, entre los suyos), quien era un far- maceuta de Acarigua, gallero, parrandero, coplero y gran amigo del poe- ta, nos entregó una vez un trozo de papel escrito a máquina, con la siguiente información:

El inestimable doctor Alberto Arvelo Torrealba, quien me honra con su aprecio, en la hora benévola de dedicarme Glosas al Cancionero, me

225 exigió una copla llanera y entonces le recité la siguiente, que no era mía:

Malhaya sea la guayaba cuando yo me la comí, donde yo bebí el veneno para morirme por ti.

Tomó la pluma el poeta Arvelo Torrealba, y sin modificar una sílaba ni una palabra, glosó así la estrofa que me había exigido:

Recordando pena brava que sus sueños aprisiona, canta Conchito Escalona Malhaya sea la guayaba.

Por Tocuyito la vi como garza en cielo claro. Dulzor de cambur titiaro cuando yo me la comí.

En las copas de su seno ¡qué mieles para mi boca! y así bendigo la copa donde yo bebí el veneno.

Guayaba, titiaro, ají, lo que pica y lo que endulza. Copa que el recuerdo pulsa para morirme por ti.

Y pues tú me diste el pie toma mis glosas, Conchito. Yo de Curpa a Tocuyito siempre te recordaré.

A.A.T. 24 de marzo, 1951

226 El poeta declama Nos hemos permitido hacer un nuevo salto hacia delante, tal vez más de dos décadas en la distancia, pues deseamos citar con propiedad uno de los poemas preferidos del poeta, el cual se encuentra incluido entre las glosas al cancionero…

Nos ubicamos en los años sesenta, cuando todos vivíamos en Caracas… Las frecuentes reuniones de cumpleaños, aniversarios, navidades y otras festividades que celebrábamos en casa, estaban siempre amenizadas con guitarra, piano y canciones. Y repetidas veces, hacia las nueve de la no- che, se anunciaba la hora de la poesía. Entonces los amigos y parientes le pedían al poeta que recitara sus poemas. Con cierta timidez, él se ponía de pie, con su copa de brandy en la mano y sus libros de versos a un lado, por si acaso un olvido... Esperaba tranquilo hasta que la sala estuviera en silencio y los presentes se encontraran sentados; entonces comenzaba a declamar.

Nos parece escuchar su voz tranquila y armoniosa, y nos conmueve re- cordar aquel respeto que transmitía, y la fascinación con la que sus poe- mas eran escuchados por grandes y chicos.

El poema más fiel Después de los aplausos iniciales, el público pedía sus versos predilectos: “¡El Canoero, poeta! ¡Ojos color de los pozos! ¡Guariqueñita!”. Y él los complacía… Pero en algunas ocasiones, se le veía menos dispuesto a fes- tejar, y solía responder:

-Hoy diré solamente mi poema más fiel, pues jamás se me olvida: Arboli- to Sabanero.

Y comenzaba a recitar, muy quedamente…

227 Arbolito sabanero yo te vengo a preguntar si cuando ella se me fue tú me la viste pasar.

Abre sus sueños al raso la soledad sin un grito. Aspira el campo marchito la dulce flor del ocaso. Tú, pesaroso, en el paso -puro arenal- del estero, soñando el aire mayero ¡cómo tendrás de congojas que ya no te quedan ni hojas arbolito sabanero!

La copla que te saluda y en tu mudez se desgarra puso un dejo de guitarra entre tu rama desnuda. Mi cuatro en su pena ruda sabe un son que hace llorar, y por eso en mi cantar, mientras el día se muere, por ella, que ni me quiere yo te vengo a preguntar.

Yo sé el ansia del corrío que cuando la noche cierra cruza el dolor de esta tierra como un vaquero sombrío. Yo sé el sueño del rocío y el penar del cristofué, mas con todo lo que sé la amargura se me estira cuando el cantador suspira si cuando ella se me fue.

228 Arbolito de hojas finas nido de puras congojas, como ya no tienes ni hojas te besa el sol las espinas. Madrinero sin madrinas paso yo con mi cantar, y tú en tu grave callar te quedas más seco y triste. Arbolito, tú la viste, tú me la viste pasar.

Es grato recordar que algunas veces, cuando las circunstancias eran pro- picias, cantábamos la copla inicial, después de cada una de las décimas, a manera de coro. La gente de la sala se unía al canto. La música del “coro” era un arreglo del poeta Arvelo.

229

Capítulo 15

Presidente del estado Barinas. (desde el 41 hasta el 45)

Nuevo escenario político. Mudanza a Barinas. El Marqués del Pumar y su Palacio. Vida familiar en “La Presidencial”. Paseos. “Cancioncilla de la Coqueta”. La Socony Oil Company. Travesura con el agua de coco. Gestión de Alberto Arvelo Torrealba como presidente del estado. Campaña contra el paludismo. Caminos que andan: los ríos. Cartas sobre ríos. Lancha “La Trepadora”. IREL (Internado Rural El Libertador). Himno del IREL. Un maestro del IREL. El nuevo IREL.

Nuevo escenario político El 28 de abril de 1941, el Congreso Nacional nombró presidente de la República al general tachirense Isaías Medina Angarita, quien debía dirigir los destinos del país para el período 1941-1946. Una semana más tarde, ante el Con- greso Nacional, el general Eleazar López Contreras entregó el poder a su sucesor. Y el 14 de mayo, 9

230 días después de su nombramiento, el nuevo mandatario nacional designó a mi padre, el Dr. Alberto Arvelo Torrealba, como presidente del estado Barinas.56

Mudanza a Barinas En mayo de 1941, cuando iniciaba apenas el período constitucional de Medina Angarita, nuestra familia viajó a la ciudad de Barinas, donde pa- pá debía encargarse de sus nuevas y múltiples ocupaciones. Y allí en ple- na llanura permanecimos casi cuatro años, hasta febrero de 1945, cuando él fue designado a otro destino: París.

En su libro Baquiano, volando rumbos, Gehard Cartay Ramírez nos suminis- tra importantes detalles sobre las primeras actuaciones del presidente del estado:

… el 20 de mayo, el nuevo mandatario regional asume su alta res- ponsabilidad en el Palacio del Marqués, sede de la Presidencia del Estado Barinas, y escribe en el libro respectivo, en perfecta caligrafía, su primer decreto, declarándose en ejercicio del cargo. Inmediata- mente procede a nombrar su equipo de gobierno, integrándolo con personas de reconocida solvencia moral y probado prestigio entre la población barinesa.

Al final del capítulo, en una de las Notas explicativas, el doctor Cartay nos informa los nombres de sus primeros colaboradores:

---Entonces designó a su condiscípulo universitario y también abo- gado Tomás Gibbs como secretario general de gobierno, a Isilio Fe- bres-Cordero Montero en el cargo de tesorero general del estado, a Samuel Martínez Cartay como director de la sección política y a Ru- bén Tapia Peña como secretario privado. 57

56 A los gobernadores de los estados venezolanos se los llamaba “presidentes”. 57 Cartay Ramírez, Gehard. Obra citada, pgs. 112 y 128.

231 (Isilio Febres-Cordero, Samuel Martínez, Tomás Gibbs y Rubén Tapia se mantienen presentes en mi memoria. Casi formaban parte de nuestra fa- milia…)

El Marqués del Pumar y su Palacio La Casa de Gobierno, donde se hallaban las oficinas que ocupó mi padre, era el Palacio del Marqués del Pumar, joya arquitectónica construida en tiempos coloniales, a finales del siglo XVIII. Fue la casa de don José Igna- cio del Pumar y Traspuesto, Marqués de las Riberas de Boconó y Maspa- rro, el ciudadano más notable de la antigua Provincia de Zamora, no solamente por su alcurnia, sino por los servicios que prestó a su pueblo y a la gesta libertadora, en años de las guerras de Independencia.

Desde que fue construido, el vistoso palacio fue escenario de memorables acontecimientos y se conservó intacto hasta enero de 1814, cuando Bari- nas fue saqueada, incendiada y destruida. El palacio se redujo a ruinas, y al poco tiempo el Marqués del Pumar fue asesinado.

Pasaron más de 120 años de abandono y escombros… Y en 1937 el go- bierno del general López Contreras ordenó reconstruir el derruido pala- cio. Desde entonces, y hasta 1999, fue Casa de Gobierno regional.

Y era en ese palacio, hermosamente reconstruido, donde se hallaban las oficinas del presidente del estado Barinas, Alberto Arvelo Torrealba, entre 1941 y 1945.

Vida familiar en “La Presidencial” La casa de familia, donde viví junto a mis padres y mi hermano por poco menos de cuatro años, quedaba cerca del Palacio y era también grande y hermosa. Y hay algo sorprendente en este punto del relato. Y es que la casa donde vivíamos, que era llamada “La Presidencial”, residencia ofi- cial de los presidentes del estado Barinas, fue la misma casona donde vi- vió papá, junto a sus padres y sus hermanos, en las primeras décadas del

232 siglo XX… Algunos destacados barineses, que han estudiado a fondo la vida del poeta, consideran que allí nació Arvelo Torrealba. Yo no podría afirmarlo con seguridad, pero lo que sí es cierto es que en esa casona de altos ventanales, pasó su infancia y juventud.

Solo intento decir que esa honorable mansión barinesa, donde viví con mi familia durante mis primeros años, es la nombrada “casa paterna” de los Arvelo, casa de mis abuelos Pompeyo y Atilia, casa de los rosales y los pájaros, sobre la cual hablamos al comienzo del libro.

A pesar de mi corta edad – porque llegué a Barinas cuando tenía un año y medio - recuerdo claramente la residencia de altos portones y ventanales. A la entrada un portero y un policía, y después los jardines de claveles rojos. Inmensos los salones de las visitas; alegres y soleados los dormito- rios. La casa era tan grande que papá me montaba en un caballo blanco que hacía traer de la caballeriza, y me llevaba de paseo por las veredas del patio interior y por los largos corredores. Él me tomaba de la mano y me decía:

-¡Véngase Elita, que la voy montar en el caballo! ¡Y no le tenga miedo, que es mansito!

Cuando llegaba el tiempo de Navidad, mamá y las tres muchachas que la ayudaban, elaboraban un nacimiento, a todo lo largo del corredor, y des- pués le agregaban espigas de estoraque, indispensables en los pesebres barineses. Mi padre sostenía que el estoraque lleva a las viviendas el per- fume más puro de la Nochebuena, y se iba él mismo a cortar las espigas, junto a mi hermano Alberto.

-¡Llegó la hora del estoraque! – decía entusiasmado, cualquier domingo de diciembre - ¡Vámonos Albertico! ¡Vamos a la sabana para traer un buen cargamento!

Recuerdo que una vez papá nos levantó, a mi hermano y a mí, y nos me- tió en el nacimiento para tomarnos una fotografía. Yo quedé al lado de la chocita del Niño Jesús, a unos pocos centímetros de los Reyes Magos y de

233

234 varias ovejas de algodón … Y esa simple experiencia me pareció tan ma- ravillosa, que no quería salir del lugar encantado.

Paseos En otra dimensión, la de recuerdos imprecisos, difuminados por el tiem- po, reconozco también los paseos en bongo y en canoa - junto a mi padre y Albertico - por una azul laguna cercana a la ciudad.

Mamá, como hemos dicho, no se atrevía a montarse, y se quedaba sola y asustada, dando sus últimas recomendaciones desde la orilla… Pero mi padre era un experto canoero, cuidadoso en extremo con sus hijos, y con él a mi lado jamás sentí ningún temor.

El fundo de tía Trina y tío Pompeyo, La Arenosa, era un lugar privilegia- do, el preferido para nuestros paseos.

-¿Quién quiere irse conmigo para La Arenosa?- preguntaba papá, desde el extremo del corredor. ¿Quién quiere coger fresco y chupar caña dulce? ¿Quién se quiere bañar en la quebrada Vizcaína?

- ¡Nosotros! – gritábamos a un tiempo mamá, Albertico y yo.

Y para allá nos íbamos cualquier domingo u otro día festivo. El caserón de campo, los corrales vecinos, las vacas, los becerros, los toros, los caba- llos y la clara llanura circundante, están grabados juntos, con los recuer- dos más queridos de mi primera infancia.

En vacaciones de Semana Santa también nos íbamos a La Arenosa, y co- míamos pescados, que papá nos había enseñado a pescar. Todavía no ha- bía amanecido cuando empezaban los cantos de ordeño. Comenzaba la faena en el hato, y papá nos llamaba a mi hermano y a mí…

-¡A levantarse, Albertico y Elita! ¡Ya es hora de acercarnos al corral de las vacas, para tomar leche recién ordeñada, servida en totumas!… ¡Y prepa- ren las piernas, porque después caminaremos hasta la Vizcaína, a ver quién quiere darse el primer baño y sacar los primeros pescados!

235

236 Con él nos íbamos felices, porque sabíamos que después de saborear la leche en los corrales, y de pasar un rato con los ordeñadores, nos llevaría al encuentro de animalitos madrugadores y distintas sorpresas matutinas, que solamente él sabía mostrarnos.

Cancioncilla de la Coqueta Mis padres nos llevaban algunas veces a la ciudad de Barinitas. Íbamos de visita casa de Alfredo Arvelo, uno de los hermanos mayores del abue- lo Pompeyo. Él ya había fallecido, pero estaban sus hijas, Mercedes, Lourdes y Enriqueta Arvelo Larriva, con quienes mi papá estuvo siempre muy unido. Al primo Alfredo Arvelo no lo conocí, porque murió en Es- paña cinco años antes de mi nacimiento.

No puedo soportar la tentación de transcribir en este punto un precioso poemita que escribió para mí la prima Enriqueta, a causa de un “desas- tre” que yo hice con su pote de talco … Algunas veces, en los días de mi infancia, papá me preguntaba:

- ¿Tú recuerdas, Elita, cuando te echaste encima todo el pote de talco de la prima Enriqueta?

Como yo, ex profeso, le respondía que no me acordaba, él me leía el poe- ma, que yo conservo aún, en su papel original y firmado por la querida y grande prima poetisa. Para el momento de la “tremendura”, yo tenía dos años recién cumplidos…

Cancioncilla de la Coqueta

Nena, muñeca sin caja, Ela, Ela, Ela, Ela, ayer, entre cosas mías fuiste la mala coqueta.

237 Pasión instantánea, activa, por mis polvos olorosos.

¡Qué mujer tan insensata! ¡Pobre talco! ¡Pobre rostro!

Los párpados abatidos bajo la nutrida capa. Toneladas en mejillas. La frente siguió sin nada.

De mi mesa no te aparto, Ela, Ela, Ela, Ela, pero encuentra una enseñanza cuando mis cosas revuelvas:

Equilibra el coqueteo. Hazte la coqueta noble. Puede hablarte mi experiencia, hecha entre lascas y flores.

Ya tu cuerpo fino y breve, luce su destino hermoso, el de alzar, anchos y limpios tus venezolanos ojos.

Equilibra el coqueteo, Ela, Ela, Ela, Ela, y en lo llano y lo profundo sé la armoniosa coqueta.

No por defender mi talco escribo estas coplas, Ela.

Enriqueta Arvelo Larriva Barinitas, 19 de enero, 1942

238 La Socony Oil Company En 1930, la Zamora Venezuelan Petroleum Co., de la Sinclair Oil Co., dio los primeros pasos para la explotación petrolera del estado Zamora, en las inmediaciones de Quebrada Seca. Pero dichos trabajos fueron abandona- dos a los pocos años. Y fue a partir de enero de 1942 – cuando mi padre era presidente del estado - que la Socony Vacuum Oil Company de Vene- zuela” (División de Occidente), se estableció cerca de la ciudad de Bari- nas, en un lugar llamado Campo La Mesa. La compañía reinició la perforación de los pozos, con resultados satisfactorios.

Y la “Socony” resuena en mis oídos como palabra grata, muy repetida por mis padres y sus cercanos colaboradores, durante nuestra permanen- cia en la ciudad llanera. Y es que mi padre – como lo hacía con todo el mundo - mantuvo amables relaciones con la compañía recién instalada, y le prestó a sus directivos y trabajadores la ayuda y apoyo necesarios, para el buen desempeño de sus funciones.

Travesura con el agua de coco Hay un recuerdo inolvidable que va por siempre unido a la “Socony”. Se trata de una travesura de mi padre, una broma simpática, muy típica de él, que le hizo a uno de sus buenos amigos “musiúes” de la compañía pe- trolera. Se trataba de Mister Mac Neil, un señor grueso, pequeño, risueño y pelirrojo, de mejillas rosadas y llenas de pequitas, que me llamaba po- derosamente la atención…

Pues bien, mi padre se enteró de que Mister Mac Neil era ferviente aficio- nado a la Ginebra, y tuvo la ocurrencia de agasajarlo de una manera ex- cepcional… Y un día que el amigo se hallaba de visita en nuestra casa, lo invitó a tomar agua de coco bien helada, para calmar la sed de mediodía. Su huésped, recién llegado a Venezuela, jamás había tomado agua de co- co, y no estaba seguro de querer saborear aquella extraña fruta tropical. A la insistencia de papá, el amigo aceptó… ¡Pero lo que ignoraba el pelirrojo caballero, era que su anfitrión había inyectado (con una inyectadora com-

239 prada en la farmacia, especialmente para tal efecto), una buena porción de Ginebra dentro del coco!

Apenas saboreó el coctel con el pitillo, el hombre quedó absolutamente fascinado. Delirante de júbilo saltó de la silla, los ojitos azules le brillaron de gozo, y exclamó algo así como:

- Oh my God! ¡Esto gustarme mucho mucho! ¡Esto ser wonderful doctor Arvelo! ¡Esto ser fantastic! Delicious! ¡A mí encantar agua de coco!

La anécdota narrada por papá era divertidísima, porque siempre agrega- ba nuevos detalles inventados. Él la contaba con picardía, y se reía solito al recordarla…

Gestión de Arvelo Torrealba como presidente del estado Mas no todo eran chanzas y risas, paseos y buenos tiempos. Muy al con- trario, las horas eran duras y en extremo difíciles. Había en Barinas serias limitaciones presupuestarias y cientos de problemas por resolver, a fin de mejorar el nivel de la vida de los pobladores. ¡Parecían quimeras los pro- yectos ideados por el poeta Arvelo en beneficio de su tierra y su gente! Y sin embargo él, con su entereza y buena voluntad, con su disposición pa- ra el trabajo, consiguió ciertos logros, inmensamente positivos, que hoy todavía - más de 70 años después - se reconocen y se admiran.

En su reciente libro acerca del poeta, Gehard Cartay Ramírez - que fue gobernador de la entidad llanera, y conoce muy bien el tema del que ha- bla - nos suministra un detallado informe sobre la gestión de Alberto Ar- velo cuando era presidente de su estado natal.

Nos dice, por ejemplo, que en 1942 el gobierno de Arvelo Torrealba logró finalizar el acueducto de Barinas, “que había sido iniciado en 1930”. Lo- gró además “la culminación de la carretera Barinas-San Silvestre; la vía terraplén Ciudad de Nutrias-Puerto de Nutrias; arreglo de la vía Barinas- Barinitas-Altamira-La Raya (límites con el estado Mérida) y construcción del puente sobre la quebrada Parángula de la misma carretera; limpieza

240 de los ríos Pagüey y Masparro y caño Masparrito; mejora de las calles de Barinitas y edificación de su mercado municipal; arreglo de calles, aceras y cunetas de la capital de la entidad, y un hecho excepcional, como fue la mudanza de la población de Veguitas, a causa de recurrentes inundacio- nes, a un sitio más elevado, con su correspondiente construcción de vi- viendas, locales públicos y capilla, en jurisdicción del antiguo distrito Obispos, hoy, por cierto, municipio Arvelo Torrealba”.58

(También mandó a construir un parque infantil, donde iban a jugar los niños barineses cuando salían de la escuela. Yo recuerdo ese parque níti- damente, y conservo dos fotografías donde nos vemos Albertico y yo, co- rriendo por el parque, tomados de las manos…)

Campaña contra el paludismo No es de extrañar que un hombre como Alberto Arvelo, quien había esta- do al borde de la muerte en su temprana infancia, aquejado por las fiebres palúdicas, pusiera todo el esfuerzo posible (cuando las circunstancias de su alto cargo se lo permitieron), por liberar a sus hermanos barineses de tan terrible enfermedad. Y por ese motivo - en colaboración con el Minis- terio de Sanidad - emprendió una efectiva campaña con DDT, a fin de combatir el paludismo en distintas regiones del estado.

Caminos que andan: los ríos Pero sin duda alguna, una de las empresas de mayor alcance, a las cuales se entregó el poeta con cuerpo y alma durante su gestión como presidente del estado Barinas, fue la relacionada con la limpieza y canalización de los ríos barineses. Era su gran empeño hacer de nuevo navegables las na- turales vías de comunicación, como habían sido antes, desde los tiempos más remotos.

58 Gehard Cartay. Obra citada, pg. 117.

241 De ese intenso trabajo, al cual le dedicó tiempo y esfuerzo, y de sus refle- xiones sobre el “panorama y destino del Occidente venezolano”, fueron surgiendo las ideas, cristalizadas luego, varios años más tarde, en el libro de ensayos Caminos que andan.

Cartas sobre ríos Hay tres cartas escritas por Arvelo Torrealba, reunidas por él mismo en la sección “Tres Estampas del Río, en Cartas Preludio de este Libro”, y pu- blicadas en la segunda edición de Caminos que andan, en 1971. De dos de estas misivas hemos seleccionado algunos fragmentos, para escuchar la voz de Arvelo sobre los contratiempos y dificultades que se le presenta- ron cuando era presidente de Barinas, pero también sobre los logros que pudo conseguir…

En carta enviada a su discípulo Enrique Méndez, fechada en 1944, el poe- ta le cuenta lo siguiente:

Exploré personalmente, no ha mucho, por soledades de Barinas y Portuguesa, cinco rutas fluviales, recorriendo en lancha casi dos mil kilómetros. De esas vías fueron limpiadas y dadas al servicio público por el gobierno local que me honro en presidir, las del Pagüey y del Masparro en su bajo curso…59

Posteriormente, en carta escrita en 1949 para su amigo Pedro Sotillo, afirma:

… Emprendí en Barinas la limpieza de los ríos Pagüey, Masparro y Caño Masparrito. Detalles del plan que me tracé previamente cons- tan en mis mensajes presidenciales a la Asamblea Legislativa bari- nesa, donde bosquejo cinco rutas fluviales a que atribuyo importancia preponderante y para cuya personal inspección recorrí

59 Segunda edición de Caminos que andan, pg. 23

242 casi dos mil kilómetros en lancha. Anotaba además en mi proyecto las pequeñas carreteras complementarias de cada sistema.

Pero no obstante los excelentes resultados obtenidos en la primera etapa de esas labores; no obstante el innegable impulso que tuvo la navegación fluvial en aquellos días por las rutas recién despejadas, mi gestión no pasó de constituir un esfuerzo aislado. Disponía yo, por lo demás, de un situado exiguo que apenas sobrepasaba los seten- ta mil bolívares mensuales, por lo que a mi empeño se impusieron forzosas limitaciones y factores frenantes insoslayables….60

Lancha “La Trepadora” Sobre este mismo tema del coplero y sus ríos, nos comenta su amigo Pli- nio Musso en la entrevista que mencionamos en otro capítulo:

…Desde el año 25 seguí tratando al poeta y cuando fue Presidente del estado Barinas, lo acompañé en todas sus giras oficiales. Una vez fui con él a Puerto Nutrias, Distrito Sosa, en una lancha llamada “La Trepadora”, de don Manuel Carrero, la cual iba tan recargada que el peso la obligaba a arremeter contra la barranca del río. Entre los de- más acompañantes recuerdo al Dr. Tomás Gibbs, como Secretario General de Gobierno, don Rubén Tapia, Secretario Privado, el Prefec- to, que era un señor de apellido Ramos, como también José Antonio Torrealba, don Isidro Febres Cordero y el Dr. Emilio Carmona. Por cierto que cuando llegamos a Nutrias, la gente estaba alarmada por nuestra demora, ya que la noche anterior la habíamos pasado en el pueblo de San Vicente, donde el Alcalde Rafael Antonio Gilly nos obsequió un suculento hervido de gallina a la criolla.

60 Segunda edición de Caminos que andan, pg. 25.

243 Internado Rural El Libertador (IREL) Este instituto educacional - especialmente concebido para muchachos en- tre los 8 y los 18 años de edad - fue uno de los logros más relevantes del poeta Arvelo durante su gestión como presidente del estado Barinas, del cual él siempre se sintió orgulloso. Fue un internado agrícola y artesanal, una escuela-granja creada en Barrancas para beneficiar a los muchachos que no habían completado los estudios primarios, y carecían de medios para formarse profesionalmente.

Oímos una vez comentar al poeta que el IREL había sido creado para que los muchachos aprendieran un oficio útil y provechoso “ y no se queda- ran varados en sus esperanzas”.

Fue éste un instituto novedoso, de extensa y noble proyección social, donde los jóvenes de menos recursos recibían, no solamente la educación formal hasta 6º grado, sino que se adiestraban en un oficio técnico, a tra- vés de diversos talleres, como carpintería, zapatería o mecánica. Pero el objetivo primordial que perseguía la institución, el primer centro de inte- rés, era enseñarles a los alumnos a cultivar la tierra; era formarlos como agricultores.

Por otra parte, y de acuerdo al talento y al interés mostrado por los jóve- nes, recibían lecciones de música, y aprendían a tocar arpa, guitarra, cua- tro o mandolina.

Con su sombrero pelo ’e guama y liqui-liqui blanco, el poeta iba al IREL los fines de semana. A él le gustaba supervisar personalmente las diferen- tes actividades, y aprovechaba esos momentos únicos para charlar con los alumnos e intercambiar ideas con los maestros del colegio.

La disciplina era importante en la institución, y los alumnos del IREL ha- bían escuchado las advertencias del poeta:

- Repitan esta frase, como si fuera un mandamiento: “En nuestra escuela existe solamente una manera de hacer las cosas: ¡Hacerlas bien!”

244 Aunque era riguroso con las obligaciones y las normas, nuestro coplero- presidente era el cordial amigo de todos. Arribaba contento al internado, con su cuatro en la mano, y se ponía a cantar con los muchachos el amplio repertorio de canciones, que ya habían aprendido con los profesores.

Cuando Albertico y yo nos portábamos bien, papá nos daba un premio: Nos llevaba al IREL. Y esa era una gran fiesta, jubilosa y espléndida para nosotros. Lo que más nos gustaba era irnos de paseo en un tractor muy alto, que recorría las tierras sembradas.

Siempre dispuesto a llevar adelante las mejores ideas relacionadas con arte y cultura, papá invitó a su amigo, el maestro Juan Bautista Plaza, pa- ra que lo ayudara en la creación del Orfeón del IREL. Y este proyecto, al cual los dos pusieron especial entusiasmo, tuvo unos resultados extraor- dinarios.

Himno del IREL El Himno del IREL, con música compuesta por el maestro Plaza y letra escrita por el poeta Arvelo, se cantaba a tres voces por los muchachos del Conjunto Coral. Después de siete décadas en la memoria, aún nos parece estar oyendo las afinadas voces varoniles. Y todavía recordamos la músi- ca y la letra de este precioso himno. He aquí las palabras:

Coro Cantemos ante el futuro himno de amor y de fe. Voz del pecho y la guitarra para el surco y el taller. Cantemos, cantemos, cantemos himno de amor y de fe. I ¡Alza arriba, compañero que viene asomando el sol! Hora en que dobla el rocío las espigas del arroz. Hora del riego en la huerta,

245 entre canción y canción. ¡Alza arriba, compañero, que viene asomando el sol! II Somos hijos de los llanos, viviendo al Libertador. Hay que aprender a ser hombre, de trabajo y con honor, para pagarle a la Patria, lo que la Patria nos dio. Somos hijos de los llanos, viviendo al Libertador.

Vamos muchachos del Irel a trabajar con aire y sol. Vamos en tropel a cantar, vamos con ardor a labrar esta hermosa tierra del Irel.

Los resultados del IREL – el primer instituto de esta naturaleza en el país - fueron inmensamente positivos, y sirvieron de ejemplo a seguir en otras regiones. Los estudiantes y ex-alumnos del IREL, todos hombres de bien, querían profundamente al poeta Arvelo, lo consideraban su gran benefac- tor, y muchos de ellos fueron sus consecuentes y agradecidos amigos du- rante toda la vida.

Un maestro del IREL He aquí el testimonio del doctor Raúl Blombal López, quien fue una vez maestro en las alegres aulas del IREL. En su artículo “Yo también conocí al Poeta”, relata:

Sí, lo conocí en el año 1942, siendo presidente del estado Barinas, du- rante el quinquenio del general Isaías Medina Angarita, en la opor- tunidad de solicitarle un pequeño trabajo que me permitiera

246 sostenerme hasta tanto pudiera ingresar a la Facultad de Medicina. Me contestó:

-Como bachiller no sabes hacer nada. En Venezuela los bachilleres o son Mujiquitas o son maestros. Te voy a nombrar maestro del IREL

Y a ese IREL, que era un internado rural si- tuado en Barrancas, me envió con mi gran carga de esperanzas bachilleras truncas, bajo las órdenes de Be- to Lombana, otro ba- chiller que tampoco quiso ser Mujiquita, y los maestros mecáni- cos Gutiérrez y Primera. Nuestro trabajo consistía en despolillar 80 o 100 muchachos juguetones, peleones, descuidados y olvidadizos, descalzos y perdedizos, que es la manera como ellos expresan su tris- teza por la orfandad de padre o la orfandad de patria.

El IREL fue un instituto visionario, como toda obra de Poeta: escuela hasta 6º grado, agricultura práctica y rudimentos de música, tres pi- lastras para cualquier felicidad… El doctor Arvelo semanalmente de- jaba en el austero Palacio del Marqués de Boconó, el circunstancial ropaje de funcionario, para recuperar en el IREL con el cogollo, con el cuatro, con la copla y con la mano abierta, su genuina apariencia de poeta permanente.61

El nuevo IREL El IREL fue cerrado apenas Arvelo dejó el cargo de presidente del Estado, en el año 1945. No sabemos si se reiniciaron las actividades, cuando su fundador fue Ministro de Agricultura y Cría, entre los años 1952 y 1953.

61 Blombal López, Raúl. Ecos del Llano, Barinas, mayo 1971.

247 Afortunadamente, el IREL ha tenido una resurrección y en el año 2017 recibimos una grata sorpresa. Hemos hallado una valiosa información acerca del moderno IREL, una Estación Experimental ubicada en Barran- cas, municipio Cruz Paredes, distrito Obispos del estado Barinas. Es una dependencia de la Facultad de Ciencias Forestales y Ambientales, Escuela de Ingeniería Forestal de la Universidad de Los Andes, ULA.

Como noticia histórica, leída a través de la Internet, se informa que la Es- tación Experimental fue concebida como “Internado Rural El Libertador” (IREL) - ¡el mismo instituto que fundó el poeta! - y que en un principio era una escuela-granja.

Desde el año 1958, el nuevo IREL ha sido centro educativo para los estu- diantes del área Forestal, y allí se han realizado innumerables trabajos de investigación. El IREL es, pues, un aula ambiental donde los profesores y estudiantes de la Facultad de Ciencias Forestales y Ambientales, realizan pasantías, prácticas de campo e importantes estudios ecológicos. Un her- moso tributo para su fundador.

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Capítulo 16

Año 1943

Separación temporal de la familia Arvelo Ramos. Cartas y noticias del año 1943. “El Toro”.

Separación temporal de la familia Arvelo Ramos En el año 1943, cuando mi padre era presidente del estado Barinas, mi madre estuvo severamente delicada de salud y debió trasladarse desde Barinas hasta Caracas, con mi hermano y conmigo (de seis y tres años respectivamente), para seguir un riguroso tratamiento con su médico y cuñado, el Dr. Marco Arvelo Torrealba.

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En Caracas vivían mis abuelos maternos, Buenaventura y Ana, y en su pequeña casa, ubicada en la zona de Pagüita, nos alojamos durante algu- nos meses. De esta linda vivienda, que mucho me gustaba pues parecía una casa de muñecas, recuerdo sus vitrales resplandecientes, los azulejos del zaguán y la chispeante fuente del patio interior.

De esa temporada hay una serie de cartas que mi padre le escribió a ma- má, ricas en comentarios del momento e informaciones personales, donde le relataba sobre sus diferentes actividades, y sobre los deseos que tenía de reunirse con su familia nuevamente. Los sobres y el papel de la co- rrespondencia que hemos conservado, están timbrados con el Escudo del Estado Barinas, y la leyenda “El Presidente del Estado Barinas. Particu- lar”. Reproducimos a continuación fragmentos resaltantes de esas misi- vas…

251 Cartas y noticias del año 1943 En una de las primeras cartas, fechada el 13 de marzo, mi padre le escribe a mamá, con gran entusiasmo, sobre el coro del IREL, que acababa de te- ner una presentación:

…La velada resultó un verdadero éxito, aunque la circunstancia de habérsenos enfermado con gripe uno de los muchachos de mejor voz, nos echó a perder tres de los mejores números. Después me he dado cuenta de que no debí permitir que cantara. Pero en cambio, otros números resultaron extraordinarios.

Para el próximo mes pienso llevarlos a Acarigua. En esa oportuni- dad podríamos combinar que ustedes vinieran de Caracas. Así Raúl y Marco, que son peritos en la materia, podrían opinar si vale la pe- na de llevarlos, con un poco más de ensayos, al Municipal. La velada de Acarigua pienso que se realice a beneficio del templo de Barran- cas.

¿Cómo han seguido mis queridos peñecos? En noches pasadas los es- tuve recordando mucho a ti y a ellos, oyendo en el pick-up la “Cum- parsita” y “El Toro”. “Allá viene el caporal cayéndose de borracho” es igualito a las inolvidables noches de la Jirajara. Y la “Cumparsita” sin letra tiene para mí los más dulces recuerdos…

El 25 de marzo, papá le escribe de nuevo a mamá:

Te escribí brevísimo con el camión, y hoy quiero hacerte otras cuatro líneas. Como ves, la carta amplia ofrecida me va a tocar llevártela yo mismo. De acuerdo con lo que me dices en correspondencia ante- rior, iré para Semana Santa.

Por aquí se encuentran pasando unos días la madre y hermana del Dr. Orellana. Anteayer las llevé a Barrancas y hoy quizás pueda in- vitarlas a embarcarse un rato en “San Silvestre”. Es gente excelente, a quienes gustosamente presto estas atenciones.

252 Por aquí nada más de particular. La lluvia ya muy adelantada, amenazando interrumpirme los trabajos. El puente de Libertad to- davía crudo. Tengo la esperanza de que el mes de abril sea de verano y pueda aprovecharse.

¿Cómo están los peñecos? Supongo a Alberto muy adelantado y a Ela mona y bonita como siempre…

En carta del 4 de mayo, mi padre le da a su esposa noticias sobre Alberti- co, quien había viajado a Barinas, pues quería pasar unos días con su pa- pá, y se encontraba allá con él.

Entró ya mayo y por fin creo que podrás muy pronto venirte. Dame razón de tu tratamiento y de cuándo se termina…

Cuando te vengas, que será por avión, irá mucha gente al aeropuerto. Quieren hacerte fiesta. Marco dirá si es conveniente. Eso coincidirá con el segundo aniversario del arribo a estas tierras, que será el 20.

Albertico está a mi lado escribiéndote, por su cuenta. Tiene mucho fundamento y aun cuando no ha llegado a los 20 kilos, está de buen semblante y come suficiente.

Él está muy bien, cada día más vivo. Ahora se ha dedicado a hacer filosofía sobre el tiempo y ha descubierto – cosa puramente de él – que hoy es el ayer de mañana y también el mañana de ayer: que ayer es el antier de mañana y el mañana de antier; que ante- ante- ayer es el ayer de antier , y un mundo de otras diabluras que a mí mismo me tienen engalletado.

¿Cómo está mi adorada muchachita? No le permitas que deje de re- cordarme, para que no sea despegada con su papá.

Alberto te recuerda a cada instante y dice que él quiere vivir con los dos y la topochita. Así será muy pronto. Tú, por supuesto, vendrás a ocuparte un poco menos de la máquina, el piso, el servicio y demás bobadas, para dejarle tiempo a los libros, el radio y el campo.

253 Mándame dos potes de picadura Granger. Hay frente a San Francisco…

En una carta sin fecha, supuestamente del mes de julio, le dice:

Te escribo con la esperanza de que falten ya muy pocas semanas pa- ra que estén de regreso. Esto no debería pasar de los mediados de agosto.

El 30 de ese mes, día de tu Santo, son las fiestas de Calderas, adonde estoy comprometido a ir. Darás pues conmigo y los peñecos ese paseo a caballo. Así conocerás Los Andes. Debes traerte un traje de mon- tar, de modo que al no más llegar aquí, comiences a practicar. Aví- same el valor del traje para girarte. Debe ser de pantalón, porque la tal falda ya no se usa. (…)

¿Cómo están mis muchachitos? ¡Cuánto los recuerdo! Muchos abrazos y besos. A Betico que lea con mucho fundamento todos los días. Ela debe ir ya aprendiendo las letras…

Pero, aparentemente, el tratamiento médico de mamá no había termina- do, y el regreso a Barinas tuvo que posponerse.

El 5 de agosto, papá le escribe a su esposa:

…Ayer te telefonié pidiéndote me digas cuando te darán de alta. A medida que paso los días solo, me acostumbro menos a estarlo. Aun- que tú no lo creas.

8 días más tarde, el 13 de agosto le escribe:

Recibí tu cartica anoche, al venir de Barinitas. Estaba muy espe- ranzado de que estuvieran conmigo muy pronto. Si no es así, tal vez nos resultará mejor, pues estarás en Caracas para la 1ª quincena de septiembre, fecha en que iré con el IREL. Ya ves como es de verdade- ro el refrán “No hay mal que por bien no venga”… Puedes decir a los muchachitos que yo iré a buscarlos y que muy pronto estaré con us-

254 tedes. Creo que el IREL obtendrá un gran triunfo y tú estarás allá para que lo compartamos.

El 27 de agosto escribe lleno de nostalgia, anhelando estar con su familia:

…¡Cuánto deseo estar con los muchachitos para ayudarte a cuidarlos! Dímeles que al ir les vuelvo a llenar las cajitas de pesetas, para que puedan comprar miles de coroticos y libros. Y efectivamente, procu- raré salir cuanto antes, creo que del 5 al 10 de septiembre.

Los Ireles siguen adelantando y ya estamos dando los pasos para la salida. Tienen un gran entusiasmo. Creo que la gira será un auténti- co éxito...

En otra carta, mi padre retoma el tema del IREL:

El próximo domingo habrá una simpática fiesta en el Internado. Un grupo de estudiantes que pasan actualmente sus vacaciones en Bari- nitas, han sido invitados por mí para pasarse en el colegio el fin de semana. Me interesa mucho que estos doce jóvenes se vayan bien im- presionados de esta obra, la mejor que he logrado realizar en mi Go- bierno…

Sobre este agasajo en el IREL nos cuenta P.N. Tablante Garrido - uno de los jóvenes invitados - quien tuvo una cordial relación con papá en esa época. En artículo publicado en El Vigilante, de Mérida, el 15 de abril de 1971, titulado “Don Alberto Arvelo Torrealba, el Poeta de los Llanos”, Tablante expresa:

...En 1943 el Presidente Arvelo Torrealba dio fiesta en el Instituto Ru- ral El Libertador a estudiantes que de Mérida y Caracas viajamos a Barinitas y Barinas a pasar vacación. Disfrutamos de sabrosa ternera a la llanera y durante todo aquel día oímos música y poesía. Pocos días después lo acompañé en viaje desde Barinitas hasta Calderas: ese viaje en mula es inolvidable, pues fue jornada completa de poesía y prosa exquisitas, por una serranía sobremanera linda…

255 Regresando a las cartas de papá y a la permanencia de su familia en Cara- cas, debemos referir que lamentablemente fueron surgiendo contratiem- pos y seguíamos separados. Cuando mamá se recuperó completamente y estaba decidido el regreso a Barinas, se presentaron otras enfermedades: el abuelo Buenaventura cayó enfermo y a mi hermano y a mí nos dio sa- rampión…

El 3 de septiembre, día de su cumpleaños número 38, mi padre le escribe a su esposa en un tono optimista:

Te envío la presente a la mano con el señor Viloria, quien regresará el próximo jueves. Para entonces ya estará muy cercano mi viaje a Caracas, que será aproximadamente por avión, el viernes 17.

Mucho he sentido la enfermedad de tu papá y me complace que ya esté levantado. En cuanto a los peñecos, sé que están mejorando, y con la venida a ésta se restablecerán completamente.

Por aquí muy poco de nuevo. La casa muy entelarañada y la voy a hacer limpiar. El Número 1 lo dejé en Barinitas accidentado y estoy sin carro… Las fiestas de Calderas magníficas… Los Ireles cantando más que una chicharra. El arroz estupendo. Las elecciones encima. “La Mucuritas” flamante y Libertad como nunca propicia para los paseos en canoa y los suspiros… Doña Trina furiosa con Pompeyo porque a éste le salió una muerta y porque ha cogido la costumbre de afeitarse de madrugada, antes de salir para los potreros. Y 17 muje- res de Barinas, cuyos nombres tú conoces muy bien, esperándote con los brazos abiertos…

En el mismo sobre de la carta, venía una graciosa nota de papá, para mi hermano y para mí:

Queridos Betico y Ela:

Les acuso recibo de su linda cartica, y con mis bendiciones les mando, para que coman y se acuerden de su papaíto, yuca y gallinas. En

256 otro viaje les mandaré cambures, vacas y cochinos. Mucho funda- mento. Los abraza y besa,

Alberto.

Para mi hermano Alberto escribe dos cartas:

Te abrazo con todo mi cariño y deseo que al recibir ésta ya estés completamente bien del sarampión. Hoy recibí tu cartica. Yo no sa- bía que tú pintabas tan bien los venados y otros animalitos. Ahora si es verdad que muy pronto estaré con ustedes. No he ido porque quie- ro primero desocuparme, a fin de pasar allá bastantes días. Tenemos que ir a Macuto, a Caribe, a Baruta y al Coney Island. En lo que lle- gue vendo ese carro No 1 que está muy feo y compramos un carrito rojo nuevecito para que lo “ochentemos” por la carretera de Mara- cay y Rancho Grande. Pero eso sí, te agarras duro, no te vayas a caer como aquel día.

También pienso comprar aquí una lanchita de motor, para que de- mos paseos por el río Pagüey y el Santo Domingo. Esa lanchita se llamará “La Topocha” y cuando estés más grandecito la manejarás tú mismo.

En mi próxima carta voy a echarte el cuento del niñito que se fue en la lancha de su papá , sin permiso, por el Pagüey abajo. Es un cuento muy bonito, con pinturas, caimanes, culebrones y otros bichos del río.

Me le das un abrazo y un beso a tu hermanita. Te bendice tu papaíto que mucho te recuerda, Alberto.

La otra carta para mi hermano dice así:

Mi querido Alberto:

Como ya eres hombre guapo y debes tener mucho fundamento, te es- cribo esta carta. A Mariela no le escribo porque ella está todavía muy topochita y no sabe leer.

257 Yo no he podido irme porque los condenados ríos están muy hondos y no me han dejado pasar. Cuando se sequen un poco me voy en el ca- rrito amarillo. El día que llegue nos vamos para Macuto a coger fresco en la playa.

Ayer estuve en el Hato Modelo y me acordé mucho de ti. Me subí en el tranquerito donde nos montamos aquella tarde. Una perdicita es- taba tranquila escarbando, cuando de repente le llegó un gavilán- pico amarillo a comérsela. Afortunadamente vinieron dos chirigua- res y la defendieron. Ese susto se lo llevó la perdicita por andar sola por la sabana.

También estuve en el sitio donde cogimos aquellos manguitos. Ya las guayabitas se acabaron. Allí en una mata me encontré una enorme “casca”, pero por suerte la vi antes que ella me viera y no me pudo picar. Le di un solo palo por la cabeza. Si aparece el cachicamito te lo mando.

Ten mucho fundamento. Lee todos los días y escríbeme. A Marielita le das un abrazo en mi nombre. A tu mamá le escribo otra carta. Bendígote,

Alberto

Te mando diez bolívares para que te compren una escopeta que te sirva para matar las “mapas” cuando vengas.

Hasta aquí llega la correspondencia de 1943. Como no poseemos las car- tas que mamá le escribía a mi padre en respuesta a las suyas, no conoce- mos los detalles que hicieron prolongar por tantos meses la estadía en Caracas. Los motivos deben haber sido muy importantes, porque a mi madre no le gustaba estar ausente de su casa, y mucho menos dejar solo a su esposo. Y las únicas veces que se separaron, que yo recuerde, fue du- rante los viajes de trabajo que él debía realizar en el país, y cuando tuvo que viajar al exterior, por compromisos internacionales.

258 Supongo que papá viajó a Caracas, para reunirse con su familia, el 17 de septiembre, tal y como anunciara en su última carta. Y también supone- mos que luego de cumplir con otros compromisos y compartir varios días con nosotros, entre la playa y la capital, los cuatro regresamos a Barinas. Yo no recuerdo los detalles. Solamente Macuto y las olas vienen a mi memoria con gran nitidez. Nos alojamos en un hotelito frente al mar. Mis padres me llevaban de la mano, para que yo jugara con la arena, y yo me estremecía de pavor cuando veía los cangrejos…

Volvimos a Barinas y continuamos juntos, gracias a Dios, sin separarnos más, por mucho tiempo.

De lo que no tenemos conocimiento, porque se terminaron las noticias que venían en las cartas del 43, es del concierto del Orfeón del IREL, que debía realizarse en el Teatro Municipal de Caracas. ¿Se llevaría a efecto el anunciado evento musical? ¿Se haría realidad el deseo del poeta?

“El Toro” La tonada que menciona mi padre en la carta que le envió a mamá el 13 de marzo del 43, era una de las canciones predilectas de nuestra familia en esa y otras épocas. A los cuatro nos divertía cantar juntos la alegre to- nada, donde cada quien tenía su parte… Punteando la guitarra, papá co- menzaba a cantar…

Papá: Allá viene el caporal cayéndose de borracho diciéndole a los vaqueros: “¡Échenme ese toro gacho!” ¡Amarraló! Albertico, mamá y yo: ¡Ya lo amarré! Papá: ¡Tumbaló! Mamá: ¡Ya lo tumbé! Papá: ¡Echálo pa’ fuera! Albertico: ¡Ya yo lo eché! Papá: ¡Llamá a cabresto!

259 Yo: ¡Eso no sé! Todos menos yo: Pues si no sabes te enseñaré Eh!, ¡Eh!, Eh! Todos: Toma torito, toma, torito de la barranca. La vaca era colorada y el becerrito era moro, y el vaquero maliciaba que era hijo de otro toro…

Y papá empezaba de nuevo: ¡Amarraló!... Y así pasábamos un rato, can- tando y riendo… (Pero he de confesar que algunas veces yo quedaba afligida, porque todos sabían hacerle al toro lo que papá mandaba… ¡menos yo!)

260

Capítulo 17

Consejero de la embajada en Francia (1945)

Liberación de París. La Marsellesa y los preparativos. Viaje en barco de guerra. París de la posguerra. Sancochos para los compatriotas. Paseos en coche de caballos: Avenue George Cinc 27. Pastelitos de fresa.

Liberación de París. Casi 5 años había durado la guerra que estaba a punto de terminar. El desembarco de las fuerzas aliadas anglo-norteamericanas en Normandía, al Norte de Francia, fue el acontecimiento decisivo de 1944. Y preparó el final de la Segunda Guerra Mundial.

Comenzó la operación con el bombardeo de la zona de Calais. Luego fue- ron lanzados miles de paracaidistas cerca de Le Havre, y el 6 de junio 4.000 barcos de transporte, 200 barcos de guerra y 11.000 aviones condu- jeron el colosal ejército de liberación hasta las costas de Normandía.

Menos de 3 meses tardaron los aliados en llegar a París, y el 25 de agosto, el general de la Resistencia Charles de Gaulle hizo su entrada en la ciu- dad. Al día siguiente, con gritos de ¡Vive la France! y ¡Vive la Republique! se realizó el desfile triunfal por los Campos Elíseos…

Este conflicto bélico de dimensiones catastróficas, que se inició en Europa y abarcó el mundo entero, se prolongó durante varios meses más. Y fue

261 en mayo de 1945, después del suicidio de Adolfo Hitler, cuando los ale- manes del Tercer Reich firmaron el Acta de Capitulación.

En 1945, cuando volvió la paz ciudadana y todos anhelaban la tranquili- dad después de tanto horror, el general Charles de Gaulle encabezó el gobierno provisional de la república francesa.

Y en Venezuela - país partidario de la causa y las tropas aliadas desde el inicio de la contienda - se celebró con júbilo el final de la guerra.

La Marsellesa y los preparativos Como se ha señalado en anteriores páginas, Alberto Arvelo Torrealba ejercía el cargo de presidente del estado Barinas desde 1941. Y a comien- zos del 45, cuando finalizó el conflicto armado en Europa, el presidente de la República Isaías Medina Angarita lo nombró consejero de la Emba- jada de Venezuela en Francia. Fue un nuevo desafío para el poeta, quien de inmediato comenzó a alistarse para la seria responsabilidad – esta vez diplomática - que le había sido encomendada.

262 En cuanto a nosotros, sus dos hijos, las tres primeras cosas que hizo papá, apenas se enteró de la noticia, fueron: primera, mostrarnos en detalle un mapa de Francia que había desplegado sobre la mesa; segunda, darnos algunos datos resaltantes sobre ese gran país y tercera, enseñarnos a can- tar La Marsellesa.

-Es uno de los himnos más bonitos del mundo - dijo entusiasmado - y ya que vamos para Francia y asistirán a una escuela francesa, deben apren- derlo…

Nos despedimos de Barinas, de la casona de los recuerdos, del hato de tía Trina y tío Pompeyo, de la quebrada Vizcaína, de los caballos y los cam- burales… Y fuimos a Caracas, a la casita de muñecas de los abuelos Ra- mos Calles, para allí organizar el larguísimo viaje que pronto emprenderíamos.

A Albertico y a mí nos llevaron a tiendas capitalinas para comprarnos ro- pa nueva; mamá y papá tuvieron cita con la modista y con el sastre, y mandaron a hacer sus elegantes trajes a la medida, y al último momento de los preparativos, cuando ya todo estuvo dispuesto, fueron cerrados los baúles de nuestro equipaje.

Viaje en barco de guerra Ya se iniciaba la nueva aventura, y hasta tengo presente en el recuerdo cada salto que daba mi corazón. Nos embarcamos en La Guaira, y nave- gamos por el mar Caribe y el océano Atlántico en un barco de guerra, el primero que hacía la travesía con familias viajeras, pasajeros civiles, des- pués de la Segunda Guerra Mundial.

Recuerdo que mi madre no me soltaba de la mano, porque creía que iba caer al mar… Las dos teníamos que dormir en una especie de galpón, lar- go y estrecho, habilitado para las mujeres; mientras que mi padre y Alber- tico, muy retirados de nosotras, dormían en el área de los hombres, en las camas literas que habían pertenecido a los soldados.

263 París de la posguerra Llegamos a París en primavera y los jardines y los parques lucían verdes ramajes y preciosas flores. Ondeaba la bandera en cada uno de los edifi- cios y se veían pancartas que, a mis 5 años, yo podía leer con relativa faci- lidad: ¡Vive la France! ¡Vive la Republique!

La vida parisina en ese entonces se hallaba sometida a la escasez, al mie- do y a la inseguridad. La gente se veía nerviosa y asustada, y caminaba rápidamente, de un lado para otro, como si no supiera bien qué hacer o hacia dónde seguir... En nuestro apartamento, de amplias dimensiones, había puertas secretas, y por las calles se veían callejones oscuros y miste- riosos, donde se comentaba que había soldados nazis, escondidos. Se ha- blaba con horror sobre los niños secuestrados, y cientos de pequeños vagaban por las calles, porque ya habían perdido sus hogares, sus padres y familias.

Sancochos para los compatriotas La comida en París estaba estricta- mente regulada, medida y calculada gramo por gramo. Y los amigos vene- zolanos que venían muertos de ham- bre de diferentes partes del mundo donde los había atrapado la guerra, encontraban, por obra y gracia de mamá, un almuerzo seguro en nues- tra casa… He aquí el relato:

Como cada familia tenía derecho de poseer una mascota - y nosotros nece- sitábamos mayor cantidad de alimen- to, para ayudar a los hambrientos co- terráneos que se acercaban a nuestra casa - mi madre puso en práctica una estrategia muy eficaz: la de anotar

264 en el registro de la familia que también nosotros, al igual que muchos de nuestros vecinos, teníamos un perro… “Una mentira inofensiva – decía ella – para ayudar a nuestra gente”. De esa manera, empezamos a recibir la anhelada ración adicional de carne, arroz, pan y verduras.

A partir de ese instante, mi generosa madre - que entre sus muchas cuali- dades tenía la de ser gran cocinera - preparaba suculentos sancochos, a la usanza llanera, que eran la bendición y la resurrección para nuestros desamparados compatriotas. Y mientras ella los atendía, con el mayor afecto, papá los ayudaba, desde el punto de vista diplomático, a organi- zar sus documentos lo antes posible, para hacer realidad el deseado re- greso a Venezuela.

Paseos en coche de caballos Preocupantes noticias sobre el robo de niños, tanto franceses como ex- tranjeros, se repetían a diario. Mi padre se alarmó ante el peligro que Al- bertico y yo podíamos correr, y decidió, entre otras medidas de seguridad, enseñarnos perfectamente la dirección de nuestra casa, como importante protección, en caso de perdernos entre la multitud. Yo tenía cinco años, y todavía recuerdo esas inolvidables experiencias.

Mi padre había ingeniado un efectivo y divertido método, que consistía en lo siguiente: hizo un convenio con un cochero - de esos que usaban frac y sombrero de copa - para que cada tarde, durante una semana, fuera a buscarnos a la casa, en su elegante coche de caballos.

Y así se hizo. Cuando caía la tarde, emocionados y contentos subíamos al coche papá, mamá, Albertico y yo. Y empezaba el paseo por diferentes calles de París, que cada día se hacía por rutas distintas. El caballo co- menzaba a andar, y con el ritmo de sus cascos y una sencilla melodía, íbamos repitiendo nuestra dirección: Avenue George Cinq, 27

265 TOC TOC TOC TOC TOC TOC TOC TOC

A ve nue Geor ge Cinq Vingt Sept

¡Y hoy todavía, a mis 78 años, no he ol- vidado nuestra dirección en París!

Como para esa fecha, ya el aprendizaje de La Marsellesa había terminado, cuan- do a nuestro caballo se le ocurría acelerar el ritmo de su trote, papá nos preguntaba alegremente:

-¿Están oyendo cómo el caballito cambió de ritmo? Es porque nos invita a cantar La Marsellesa y quiere acompa- ñarnos… ¡Cantemos pues, para complacerlo!

Y Albertico, papá y yo empezábamos a cantar:

Allons enfants de la Patrie Le jour de gloire est arrivée Contre nous de la tyranie l’etandard sanglant est levé…

Cuando nos poníamos de lo más marciales era cuando cantábamos:

¡Aux armes citoyens! ¡Formez vos bataillons!

Mi madre sonreía y nos miraba de soslayo, así como diciendo:

-¡Qué familia la mía!

Y como en ese entonces yo era una tonta de capirote, ¡creía a pie juntillas el cuento del caballo que acompañaba el himno de Francia!

También hicimos otras giras en nuestro coche de caballos. Recuerdo que una vez fuimos a un canódromo, para ver las carreras de galgos. Y otra

266 vez estuvimos paseando por un parque que tenía una laguna en todo el centro. Y lo más asombroso es que encontramos una canoa junto a la la- guna… Yo conservo la foto de la familia Arvelo en la canoa. ¡En la laguna parisina, el canoero de Barinas va remando!

Pastelitos de fresa Casi tres décadas después de los acontecimientos antes relatados, recién muerto mi padre, fui con mi esposo Antonio a París, y le pedí que me lle- vara a la Avenue George Cinq 27, pues quería ver la casa donde yo había vivido con mi amada familia. Llegamos al lugar y nos sentamos en un banco que estaba casi al frente del edificio. Y sentí la añoranza en el dulce recuerdo. Después le dije a Antonio que camináramos por una callecita lateral.

Cuando llegamos a la esquina le indiqué: “¡Ahora crucemos a la derecha! Allí debe encontrarse la pastelería donde mi padre me compraba pasteli- tos de fresa, cuando nos íbamos, tomados de la mano, hasta la puerta del kindergarten. Y un poco más allá debe estar la escuelita”.

Así lo hicimos. Y conseguimos la pastelería, tal y como yo la recordaba. Mas la escuelita ya no estaba...

267

Capítulo 18

Años felices en Acarigua (desde el 46 hasta el 50)

Golpe de Estado. Retorno a Venezuela vía Nueva York. El vestido con tela de paracaídas. Las Soledades. Acarigua. Una casona frente a la plaza. La fotografía del maestro Gallegos. Magistrado de la Corte Federal y de Casación. La ranchera. Escritorio Jurídico. Tacitas de café. El relato de un juez. Tiempos tranquilos y dichosos. Un jugador a toda prueba. Quinta Pentagrama. Conferencia General de la UNESCO. Fuente florentina.

Golpe de Estado El 18 de octubre de 1945, un grupo de civiles y militares venezolanos, en- cabezado por Rómulo Betancourt, Carlos Delgado Chalbaud y Marcos Pérez Jiménez, le dio un Golpe de Estado al democrático gobierno del ge- neral Isaías Medina Angarita y lo sacó del poder. Rómulo Betancourt se encargó de la presidencia de la llamada Junta Revolucionaria de Go- bierno, y se inició una nueva y conflictiva etapa en la vida nacional. Para ese momento, el poeta Alberto Arvelo Torrealba era consejero de la Em- bajada de Venezuela en Francia y vivía en París con su familia, es decir, con mi madre, con mi hermano Albertico y conmigo.

Después de estos gravísimos acontecimientos políticos, que nos afectaban directamente, mi padre no aceptó recibir ni siquiera los viáticos del go- bierno entrante. Y vendimos de prisa una parte importante de nuestras pertenencias, para comprar cuatro pasajes de regreso.

268

269 Retorno a Venezuela, vía Nueva York Tomamos rumbo a Venezuela, pero primero hicimos una escala muy lar- ga en Nueva York. A esa ciudad llegamos en invierno, en el mes de di- ciembre de 1945. Fue una navidad blanca y luminosa, que nos mantuvo unidos como familia en un extraño ambiente de realidad y sueño, arboli- tos brillantes y muñecos de nieve, como los que había visto en los libros de cuentos.

Nos alojamos en el hogar de unos amigos de mis padres, donde pasamos una temporada. Papá era un exiliado político; éramos exiliados del nuevo gobierno, y pasó cierto tiempo antes que autorizaran el regreso al país de la familia Arvelo Ramos.

Nuestros amables anfitriones tenían una hija: una muchacha de veintitan- tos años que estudiaba artes plásticas en la universidad. Era una joven linda, de cabello muy corto, comprometida en matrimonio con un para- caidista norteamericano. A causa de la guerra, aquel noviazgo había re- sultado más que tormentoso, pero la larga pesadilla había terminado. El muchacho regresó a su casa sano y salvo, y por fin la pareja iba a poder casarse.

Y se iniciaron los preparativos en el apartamento. Lo primero en la lista era el traje de novia. Pero en las épocas de guerra las tiendas no vendían trajes de no- vias. Entonces decidieron con- feccionarlo. Mas surgió otro problema, porque en ninguno de los almacenes de la gran ciu- dad se encontraron los materia- les necesarios: no había sedas,

270 brocados ni encajes, ni nada parecido. Como la jovencita no quiso darse por vencida, tuvo la gran idea de hacer su vestido con el paracaídas de su novio. Y esa, aparentemente, era la única solución.

El vestido con tela de paracaídas Pero ¿dónde se hallaba la modista que se podía encargar de semejante empresa? ¿Quién iba a ser capaz de coser un vestido de novia con la tela de un paracaídas? A todas luces parecía una locura… ¿Quién se atrevía a asumir tan complicada responsabilidad?

-¡Yo voy a hacerlo!- sentenció mi madre, siempre dispuesta a serle útil a los demás, y a quien ningún trabajo le parecía imposible. Al fin había en- contrado una manera de retribuir en parte la generosidad de los amigos que nos habían recibido con tanto afecto.

Desde que era muy joven, ella aprendió a coser con fino estilo, y había confeccionado primorosos diseños a sus primas y amigas. Y por ese moti- vo no le tuvo temor al nuevo reto. Se puso “manos a la obra”, e invitó a todo el mundo a incorporarse en el nuevo proyecto de la familia.

Con el fin de evitar complicaciones, la novia dibujó en un cuaderno un traje clásico y sencillo. Y al tener el modelo en sus manos, la improvisada costurera tomó las medidas y se entregó a la faena. Utilizando cinta mé- trica, carboncillo y papel de periódicos, hizo los patrones, y se dispuso a cortar la tela.

Y recuerdo haber visto como sacaban los muebles de la sala, para dejarla limpia y vacía. Y después extendieron sobre el piso el paracaídas, que pa- recía cubrir el mundo entero. Fue una visión extraña, inolvidable, y hasta me dio tristeza cuando mamá y la madre de la novia, sentadas en el suelo, tomaron las tijeras y comenzaron a cortar.

Entre asombrado y divertido, papá miraba desde lejos. Y sin hacerle el menor caso al caos circundante, seguía con su trabajo sobre la mesa del comedor. Cuando pasaba cierto tiempo se levantaba con los papeles en la

271 mano, y caminaba de allá para acá, mientras leía en voz alta lo que acaba- ba de escribir. Esa era su rutina de todos los días.

Pero en algunas ocasiones, cuando llegaba el novio paracaidista, y la ma- dre del novio paracaidista, y la hermana del novio paracaidista; cuando la gente no cabía en la casa, y aquel bullicio de la costura salía por las ven- tanas y parecía enloquecerlo todo, mi papá nos llamaba a mi hermano y a mí:

-¡Pónganse los abrigos, Albertico y Elita, porque los tres nos vamos a pa- sear, a jugar con la nieve y a tomar chocolate caliente!

En relación al vestido de novia, surgió un nuevo problema que había que resolver urgentemente. Y es que, con la escasez dejada por la guerra, no se encontraba hilo de coser en ninguna tienda de Nueva York. No había hilo blanco en ninguna parte, y las dos costureras, junto a la novia, tuvie- ron que descoser, con el mayor cuidado, toda la ropa blanca de la casa, principalmente manteles y sábanas, para reutilizar el hilo y coser el vesti- do de la muchacha. Fue un trabajo infinito, casi interminable, que duró centenares de horas.

Hasta que al fin un día, cuando mi padre culminó sus gestiones en el con- sulado venezolano y fue autorizado para volver a Venezuela con su fami- lia; y cuando el bello vestido de novia estuvo terminado, regresamos a nuestro país.

Las Soledades Al regresar a Venezuela, permanecimos cierto tiempo en Caracas, en la casita mágica de los vitrales y la fuente, ubicada en Pagüita, donde vivían mis abuelos. Pero papá, contento y liberado de sus compromisos con la política, había decidido irse a vivir al campo, mientras podía conseguir una vivienda en Acarigua, para establecerse en la ciudad llanera y montar su bufete de abogado.

272 Entonces adquirió una casa campestre, en lo que sería luego la Colonia Agrícola de Turén, rodeada por un bosque y vecina a un riachuelo. ¡Un paraíso para el coplero! Allí tuvo la dicha de disfrutar de una breve expe- riencia como agricultor- una de las pasiones de su vida - y de poner en orden sus pensamientos, después de cuatro intensos años en la afanosa vida de servidor público. Papá estaba encantado con su propiedad, a la cual bautizó como Las Soledades.

No teníamos muebles ni otros objetos necesarios para arreglar la casa, pe- ro mi madre logró fabricar - con la ayuda y destreza de un veterano car- pintero - las sillas, mesas, bibliotecas y camas que hacían falta, para tener a punto las habitaciones y demás dependencias de la vivienda. Recuerdo que me hicieron, además de la cama y mesita de noche, una bonita peina- dora y un armario pequeño para mis vestidos. ¡Y todo estaba hecho con madera del bosque de Las Soledades! Después que la casita fue amoblada, mamá cosió cojines, cortinas y manteles. No teníamos nada más que pe- dir… Con su característico buen humor, ella contaba a sus amigas que después de tomar los licores más finos de París, en cristalinas copas de baccarat, habíamos regresado a saborear café retinto, en totumitas de Las Soledades.

La verdad es que todos nos sentíamos a gusto, y pasamos un tiempo inolvidable en nuestra primorosa casa de campo. Aunque debo admitir que algunas veces me hacían salir corriendo los inmensos ciempiés, los alacranes y alimañas extrañas de doscientas patas, que solían desplazarse por los rincones…

Acarigua. Una casona frente a la plaza Por diversas razones, principalmente porque mi padre necesitaba empe- zar a ejercer su profesión, y porque Alberto y yo teníamos que volver a la escuela, papá vendió Las Soledades y nos mudamos a una casa de Acari- gua. Era una casona colonial, como todas las de la zona, con un ancho portón seguido de un zaguán, un ante-portón y grandes ventanales de

273 balaustres, que daban a la calle. De inmediato él montó su bufete en una dependencia de la misma casa, en todo el frente de la Plaza Bolívar.

La fotografía del maestro Gallegos Cierto tiempo después, en diciembre de 1947, se efectuaron en el país las primeras elecciones universales, directas y secretas, y don Rómulo Galle- gos, del partido Acción Democrática, salió electo presidente de la Repú- blica. Tengo clara la imagen de papá, mostrándome un periódico con la fotografía del maestro Gallegos, mientras me decía: -Don Rómulo Gallegos era el director de mi colegio, cuando yo estudiaba bachillerato en Caracas. Y ahora es el presidente de Venezuela… ¡Ven un momento, Elita, para que lo conozcas!

Pero el 24 de noviembre de 1948, pocos meses después de su nombra- miento, el maestro Gallegos fue derrocado por militares descontentos, que luego conformaron una Junta Militar. Dicha Junta estaba formada por los coroneles Carlos Delgado Chalbaud (como presidente), Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez.

Magistrado de la Corte Federal y de Casación Sobre este momento histórico y profesional en la vida de Arvelo Torreal- ba, informa el Dr. Gehard Cartay:

Producido el golpe de Estado contra el presidente Gallegos, la Junta Militar encabezada por el coronel Carlos Delgado Chalbaud, desig- nará al poeta como magistrado de la Corte Federal y de Casación, junto a otros distinguidos juristas como Julio Diez, René Lepervan- che Parpacén, F.S. Angulo Ariza, Luis Villalba Villalba, Julio César Leáñez Recao y Esteban Agudo Freites. Fue una etapa brillante de su carrera como jurista, faceta muy poco estudiada hasta ahora. 62

62 Gehard Cartay, obra citada, pg. 156.

274 La ranchera En ese tiempo, se había puesto de moda en Acarigua una ranchera mexi- cana, titulada “Juan Charrasqueado”. La gente la cantaba y la bailaba, y se escuchaba a todas horas en la radio, en los pick-ups y en las “rocolas” de los botiquines. Y con la misma música de la canción, alguien compuso una parodia, cuyo tema era el derrocamiento de Rómulo Gallegos. En esos días de noviembre yo cumplía 9 años y estaba en 3er grado.

Pues bien, un caluroso mediodía yo llegué de la escuela cantando alegre- mente la parodia, que los aldeanos en la plaza canturreaban muertos de risa… Entré cantando a casa, pero mi padre me atajó con una mano sobre el hombro, y en un tono severo preguntó:

-¿Recuerdas la fotografía que te mostré del maestro Gallegos, el director de mi colegio? -Sí, papá - respondí. -Pues esa tal canción es una burla, una gran falta de respeto hacia él. ¡No vuelvas a cantarla!

Escritorio Jurídico “Escritorio Jurídico Arvelo Torrealba”: así rezaba la leyenda en la placa de bronce sobre la pared, junto al portón de nuestra casa.

Como mamá era oriunda de Acarigua, y papá tenía allá cientos de amigos y conocidos, la clientela y prestigio de su bufete crecieron de inmediato y empezó a mejorar la muy debilitada condición económica.

Con la mayor facilidad logramos habituarnos a la nueva ciudad, donde vivía gran parte de nuestra familia. Se nos abría la puerta a la felicidad y todos nos sentíamos afortunados.

275 Tacitas de café Gesto espontáneo de su amabilidad, en la mañana y en la tarde mamá servía tacitas de café a la clientela de su esposo: eran señoras y señores que esperaban su turno en un salón anexo del bufete. -¡Buenos días, amigos! saludaba ella, con su bella sonrisa y la bandeja en- tre las manos. -Buenos días, doña Rosa. ¡Ya estábamos soñando con su cafecito! Algunas veces, cuando veía a algún conocido, mi madre se acercaba para saludar… Este es el desarrollo de una conversación que logré escuchar una tarde: -¿Cómo está, don Guillermo? ¿Qué le trae por aquí? -Me voy a divorciar, doña Rosa Dolores, por eso vengo a hablar con el doctor Arvelo… - ¿Va a divorciarse? ¡Cómo es posible! Si Carmelina es una gran mujer, buena, bonita y hacendosa, la mejor de las madres… Piense en los mu- chachitos … Cuando llegó su turno de pasar al despacho, el señor ya no estaba. Había vuelto al hogar, para reconciliarse con su esposa.

-¿Qué se hizo don Guillermo? – preguntó papá, al abrir la puerta de la oficina - Él me llamó para decirme que deseaba el divorcio lo antes posi- ble y que hoy venía a entregarme los documentos…

- ¡Así es, Alberto! Pero temprano en la mañana vino Carmelina para pe- dirme que la ayudara, que conversara con su marido… Y me dio mucha lástima con ella, que parecía una magdalena. Por eso hablé con don Gui- llermo, y él cambió de opinión.

- ¡Qué buena broma, Rosa Dolores!- exclamó mi papá, más divertido que contrariado - ¡Pronto voy a prohibir las famosas tacitas de café, porque se están llevando mi clientela!

276 El relato de un juez En ese mismo campo de las anécdotas en la tarea profesional de Alberto Arvelo, el Dr. Pedro Luis Arcilagos contaba lo siguiente: “Yo era Juez y vino al Tribunal el Dr. Arvelo Torrealba para atender un caso. Mientras llegaba el momento de actuar, tomó asiento en uno de los poyos de las antiguas ventanas que aún se conservan en la casa de los Heredia Angulo (asiento de los tribunales por mucho tiempo), y distrajo su atención ha- ciendo algo sobre un papel. Cuando le tocó turno de intervenir, arrugó el papel y lo tiró hacia un rincón. Terminada su actuación, se marchó. Aque- llo no pasó desapercibido. Recogí el papel, y al desarrugarlo encontré que el poeta Arvelo Torrealba había hecho un dibujo y un verso…

Sabanera visión… sin una vaca, mas para que el silencio no se aburra… frente al rancho pampero se destaca la familiar silueta de una burra…63

Tiempos tranquilos y dichosos Nuestra larga estadía en Acarigua, fue un período feliz, que llega a mi memoria con alegría y nostalgia. Teníamos una grata vida familiar: mi hermano y yo estudiábamos en las escuelas respectivas, papá escribía poemas y trabajaba en su bufete, y mamá se encargaba de organizarlo to- do y de ponerle sal a la vida. Fue un período de amor y sosiego, que per- mitió compenetrarnos más como familia, tener más tiempo para estar unidos y compartir cada experiencia interesante.

63 Consideramos que esta anécdota corresponde a la “etapa acarigüeña” del poeta Arvelo.

277

278 Para mayor felicidad, los queridos abuelos Buenaventura y Ana, y tía- abuela Carmela, habían regresado de Caracas, y volvían a vivir en su ca- sona de Acarigua, situada a un lado de la nuestra, también frente a la pla- za. Para facilitar las idas y venidas de Albertico y mías, sin necesidad de salir a la calle, mi padre mandó a hacer - en la pared del patio que colin- daba con el solar de los abuelos - una gran abertura, un ancho y alto arco bien terminado con ladrillos. Fue una idea excelente, y chicos y grandes nos la pasábamos atravesando el arco, en un ir y venir de una casa a la otra. ¡Donde el almuerzo estaba más sabroso, ahí nos sentábamos mi hermano y yo a almorzar!

El solar de la casa, el mismo donde estaba el arco de ladrillos, era un lu- gar fantástico y lleno de atracciones. En todo el centro se encontraban unas matas de mango y de “ciruela de huesito”, y alrededor de ellas se extendía una especie de jardín zoológico, con variadas especies de anima- les, que algunos clientes agradecidos le habían regalado a papá. Entre ellos se encontraban un paují y un venado, pollos y gallinas, un pavo-real hermoso y un chivo bravo. Había además un mono llamado Pancho que se montaba arriba de los árboles, y cuando estaba de mal humor empeza- ba a lanzarle ciruelazos a todo el mundo. Para la larga familia de patos, papá mandó a construir una laguna de un par de metros, donde varios paticos aprendían a nadar… Al fondo del solar papá sembró maíz.

-¡Nunca van a faltarnos las arepas ni las cachapas de jojoto! – exclamaba contento, con sus mazorcas en la mano.

La etapa acarigüeña fue también un período de grandes enseñanzas y aprendizaje para Albertico y para mí, porque teníamos a papá como maestro particular a todas horas. Él se ocupaba a diario de nuestra forma- ción, y de complementar cada lección que recibíamos en la escuela. Nos hablaba de la Historia Patria y nos contaba sobre España, sobre Roma y Atenas, sobre los mundos del Lejano Oriente, y de tantos detalles que él sabía a perfección, como si hubiera viajado y conocido todos aquellos si- tios tan alejados de nosotros… Hablaba con sus hijos de los Mares del Sur, de las Mil y una Noches, de los más bellos versos que se han escrito,

279 de las leyendas y las fábulas, de Don Quijote y su Escudero… Pero sobre todo eso, nos animaba a leer selectos libros de su biblioteca, que él escogía con gran cuidado. Como yo estaba todavía pequeña, él me entregaba obras ilustradas con bonitos dibujos, las cuales eran mis preferidas.

Con papá iniciamos el estudio de idiomas extranjeros. Por eso en nuestra casa teníamos el famoso método Berlitz de inglés, de francés y de italiano. También usábamos el Linguaphone. Y una o dos veces por semana, papá, Albertico y yo nos sentábamos en la mesa del comedor, para escuchar en el gramófono el disco con la voz del profesor. Y en la parte final de la lec- ción, leíamos los textos en el libro, y practicábamos la ortografía de las palabras en el cuaderno de ejercicios.

Papá nos revisaba cada tarea que nos mandaba a hacer, nos corregía los errores y era bastante estricto con la ortografía: ¡cada palabra mal escrita debíamos repetirla cinco veces! Recuerdo que eran ratos encantadores y divertidos, y nos reíamos de nuestros propios disparates, al tratar de imi- tar la pronunciación correcta. Fue una enseñanza maravillosa para Alber- tico y para mí, y sumamente útil en el transcurso de nuestras vidas.

En cuanto a él mismo, mi padre tuvo siempre especial avidez de estudiar y aprender sobre diversos temas del saber humano. Y por eso estudiaba disciplinadamente las mismas lenguas que nos enseñaba. Lo cierto es que, aunque no poseía la suficiente facilidad para pronunciarlos perfectamen- te, adquirió un gran dominio de los idiomas que hemos citado. Escribió cartas y poemas en italiano y en francés, y años más tarde, cuando vivía- mos en Italia, fue el primer embajador venezolano en dictar una confe- rencia en lengua italiana, en la Universidad de Roma.64

Era también un estudioso apasionado de la lengua española, de la cual, como hemos señalado, fue profesor durante mucho tiempo. Y en nuestra casa nos causaba gracia ver a papá, en la poltrona o en la hamaca - cual-

64 La traducción completa de esta conferencia, titulada “La América frente a la Europa Superpobla- da”, puede leerse en la Segunda Parte de este libro.

280 quier fin de semana de su vida - entretenido por horas y horas, leyendo la Gramática Española o el Diccionario de la Real Academia, como si se tra- tara de la más fascinante de las novelas.

En esa temporada de nuestra permanencia en Acarigua, papá viajaba constantemente a ciudades y pueblos vecinos, y además a Valencia, Ma- racay y Caracas, para atender asuntos legales de sus clientes, así como los temas relacionados con la Magistratura. Tenía un carro marrón, marca Ford, y como siempre iba viajando por las muy transitadas carreteras de tierra, le puso a su vehículo el nombre “Marrón Tierra”.

Resulta inolvidable la imagen de mi padre en esos días: con liqui- liqui blanco, sombrero pelo ‘e guama, y un tabaco encendido. ¡Me parecía el hombre más apues- to del mundo! Para sus viajes lle- vaba un portafolios de cuero ne- gro, lleno de documentos, y una cajita de metal, donde guardaba sus medicinas. Yo me sentía des- consolada al verlo partir, y muy afortunada al verlo regresar, por- que además de tenerlo de nuevo en la casa, venía cargado de las delicias que nos encantaban: conservas de leche y de guayaba, panelas de San Joaquín, queso de cabra “de taparita” y frutas muy exóticas, como melocotones y manzanas, que le traía de re- galo a mamá.

La relación que tuve con mi padre fue siempre muy estrecha. Cuando es- taba pequeña, él me trataba con inmensa ternura y me llamaba “Topochi- ta”, un apodo que no me agradaba, pero que yo aceptaba porque venía de él. Como me fascinaban los conejos, cada vez que podía me regalaba un conejito, para que fuera mi mascota. Todavía conservo un conejo de goma llamado “Cuchineo”, que él me regaló cuando yo tenía tres o cuatro años

281 y que me ha acompañado toda la vida. Es un bello tesoro, que representa su cariño. Después - como lo mencionamos anteriormente - en su poema- rio Cantas, edición del año 50, describe la encantadora vida de Tío Conejo que…

…yo la cuento y tú la cantas como no tiene pereza se despierta con el alba y sale a pegar brinquitos porque el sueño se le vaya…

A mi padre y a mí nos encantaba el cine. Nos gustaban muchísimo las pe- lículas de Tarzán, con el auténtico Tarzán, que era Johnny Weissmuller. Y cuando vivíamos en Acarigua íbamos al Cine Alianza o al Cine Páez, donde presentaban series de Tarzán todos los domingos, a las 11 de la mañana. Cada serie duraba tres domingos seguidos; es decir, una película como “Tarzán el Hombre Mono” o “Tarzán y la Mujer Leopardo”, era cortada en tres secciones. ¡Papá y yo jamás perdíamos las series! Como él me acompañaba para ver a Tarzán, yo iba con él a los films del Oeste, donde los indios y los vaqueros se perseguían por todas partes.

Los dos éramos tan fanáticos del cine, que una vez - en una visita que hi- cimos a Nueva York y con el pretexto de que estábamos practicando el idioma inglés - ¡vimos tres películas seguidas, una detrás de la otra! La primera era de vaqueros, la segunda del Gordo y el Flaco y la última, “Escuela de Sirenas”, era un film musical de Esther Williams y su bello ballet sobre el agua. Salimos de un cine y entramos al cine vecino; salimos de ése, y nos metimos en el de la esquina… Fue una fantástica experien- cia. Papá fue mi querido compañero.

Con mi hermano Albertico, mi padre era también muy afectuoso, aunque a él lo trataba con mayor seriedad, como se tratan los niños varones en el Llano. Las “ Décimas Infantiles” que él nos dedicó en su libro Glosas al cancionero, muestran la variedad de aspectos de la vida llanera que él co- nocía perfectamente y deseaba enseñarnos, principalmente el nombre y las costumbres de los pájaros y de otros animales sabaneros.

282 Papá y mi hermano Alberto eran también grandes amigos y entablaban interminables conversaciones, demasiado profundas para mí, sobre lo humano y lo divino… Con el pasar del tiempo, los dos fueron teniendo más y más gustos similares e intereses comunes: Albertico y papá eran aficionados al juego de pelota y a las peleas de boxeo, por lo tanto, cuan- do nos fuimos a vivir a Caracas y había algún campeonato de béisbol, o alguna pelea con buenos boxeadores, padre e hijo compraban las entradas con antelación y se iban al estadio o al Nuevo Circo, en el colmo del entu- siasmo.

Tengo entendido que papá era un experto conocedor del universo de los beisbolistas y boxeadores del mundo entero. He aquí lo que nos dice su amigo Domingo Mendoza:

En la personalidad biológicamente poética de Arvelo, coincidían dos incongruencias: tenía un conocimiento profundo del boxeo y era un gran tirador de cuchillos.65

Al igual que en Barinas, donde mi padre tuvo amigos de toda la vida, en Acarigua y en Araure también cultivó la amistad de mucha gente. Infini- dad de compañeros de distintos credos y tendencias políticas: cardenales y obispos, adecos, comunistas, copeyanos, uerredistas… Y gente inde- pendiente como él, pues jamás se inscribió en un partido político. Con sus amigos se reunía de noche en el Club Araurigua, para allí conversar sobre las últimas noticias, para tomar una copa de brandy o un whisky en las rocas y para jugar una partida de dominó o de póquer, a las cuales era gran aficionado.

Un jugador a toda prueba A papá le encantaban los juegos. ¡Fue un jugador a toda prueba! Le gus- taba jugar, no solamente juegos de mesa como damas, rumy y ajedrez,

65 Mendoza, Domingo. Cuentos y recuerdos. “Recuerdos del poeta”. Edición en memoria de Do- mingo Mendoza, pg.99. Printshop, Ciudad de Panamá, 2015.

283 sino ping pong, futbolino, bolas criollas, y hasta practicaba el arco y fle- cha y el tiro al blanco con excelente puntería, como cuando salía de cace- ría allá en Barinas, en los lejanos años de su adolescencia.

Fue también un ferviente aficionado a las Carreras de Caballos. Cuando vivíamos en Caracas, lo acompañé en varias ocasiones al viejo hipódromo de El Paraíso, cercano a nuestra casa, porque él decía que yo le daba bue- na suerte en las apuestas. Durante la semana, pasaba ratos “estudiando” la Gaceta Hípica, y los sábados en la noche se reunían en casa los más ex- pertos de sus amigos “hípicos”, con los datos de última hora, para la ela- boración de los famosos cuadros del 5 y 6.

284 Quinta Pentagrama La clientela de papá seguía creciendo y extendiéndose por varias regio- nes, y muchos de sus clientes vivían en Caracas. Por ese motivo, él montó un bufete en el 2º piso del Edificio Ambos Mundos, de la ciudad capital. Años más tarde, mi padre y el Dr. Tomás Gibbs - su compadre y antiguo condiscípulo en la Universidad – instalaron su Despacho de Abogados en el edificio Central, esquina de Las Ibarras.

Algunas veces, mamá, Albertico y yo acompañábamos a papá en sus fre- cuentes viajes a Caracas. Pero como allá no teníamos casa propia, llegá- bamos a la quinta La Bellísima, residencia de tío Marco Arvelo Torrealba, situada en la Urbanización Arvelo. Una vez una señora de la misma cua- dra le preguntó a mamá:

-Doña Rosa, ¿ustedes son los dueños de esta urbanización? Y ella le respondió, jocosamente: -¡No, amiga mía! ¡Los dueños son los Arvelo ricos. ¡Nosotros somos los Arvelo pobres!. Ante las exigencias que imponía su trabajo, y los variados compromisos como Magistrado, papá consideró indispensable comprar una casa en Ca- racas. Y adquirió la quinta “Pentagrama”, situada en la Urbanización Wa- shington, Avenida Bolívar de El Paraíso. El inmueble se lo compró al conocido músico Luis Alfonso Larrain por 30.000 bolívares. Posterior- mente, cuando nos mudamos a vivir allá, el nombre de la quinta fue cam- biado por el de “Mariela”.

La quinta de dos plantas era espaciosa y fresca y estaba edificada en un vecindario de gente bondadosa y apacible: los Ferro, los Martín, los Viz- carrondo, los Michelena… En el jardín exterior había una mata de mango que fue creciendo hasta convertirse en un frondoso e inmenso árbol, que daba sombra a toda la casa, a la acera y la calle.

Como era la costumbre en los hogares de la época, en la amplia terraza interior había un bar casero. Se trataba del “Bar Don Quijote”, del que mi

285 padre estaba orgullosísimo. Lo hizo decorar con dos grandes óleos de Don Quijote de la Mancha y obje- tos alusivos al Ingenioso Hidalgo. Además había cuadros donde des- tacaban algunos consejos de Don Quijote para su escudero Sancho Panza, como aquél que decía:

“Sé templado en el beber, considerando que el vino demasiado ni guarda secretos ni cumple palabra.

Y aquél otro:

No comas ajos ni cebollas, porque no saquen por el olor tu villanería.

Con el pasar del tiempo, en el “Bar Don Quijote” hubo reuniones memo- rables de los intelectuales del país, amigos de mi padre, y sirvió como se- de de selectos conciertos musicales y recitales de poesía.

Conferencia General de la UNESCO Desde el 20 de mayo hasta el 17 de junio de 1950, mi padre asistió como delegado por Venezuela ante la Quinta Reunión de la Conferencia Gene- ral de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Cien- cia y la Cultura, UNESCO, celebrada en Florencia.

El 23 de mayo le envió a mamá una tarjeta donde se ve il Campanile de Giotto; allí le pedía que le escribiera al Grand Hotel de la ciudad. Varios días después, el 31 de mayo, nos envió a mi hermano y a mí una bellísima tarjeta desde Florencia: un panorama de la ciudad pintado al óleo. El texto era muy corto: “Mucho fundamento. Estudien mucho. Bendígolos. Alberto.”

286 Pero ese viaje, que duró dos meses, no terminó en Florencia. Tenemos una gran fotografía de papá en Roma, junto a un grupo de delegados de la UNESCO. La fotografía fue tomada en el Vaticano (“Pontificia Fotogra- fia. G. Felici”. Roma). El grupo de 13 personas, todos vestidos con el seve- ro atuendo reglamentario, está compuesto por cinco mujeres y ocho hombres, entre los cuales se encuentran dos sacerdotes.

Y el 8 de julio del año 50 papá le envió a su esposa una tarjeta desde Lon- dres donde le decía: “Rosilla: el 11 salgo para Amsterdam, el 13 en Ma- drid. Pronto con ustedes. Abrazos, bendiciones. Tuyo, Alberto”.

Yo tenía 10 años, y aún recuerdo cómo extrañé a mi padre durante su au- sencia.

287 Fuente florentina Entre los delegados venezolanos que asistieron a la Conferencia de la UNESCO, celebrada en Florencia entre mayo y junio de 1950, se encon- traba la joven pianista y pintora María Elena Lavié, quien había nacido en Carúpano el 23 de mayo de 1925. Es decir, en esos días estaba cumplien- do 25 años. Y su amigo el poeta Arvelo Torrealba, compañero de viaje, le dedicó el poema que transcribimos a continuación:

Fuente Florentina

Para María Elena

Florencia le puso marcos a tu azul y tus armiños. Yo miré tus ojos niños como dos puertos sin barcos soñando nobles cariños en la Plaza de San Marcos.

Plaza de Su Señoría donde el mármol manda y sueña… Con el lento adiós del día como en la tarde avileña de tu corazón se adueña amada melancolía.

Revive el sol de Florencia visión del nativo alero… En el comedor casero casto efluvio de tu ausencia. Para soñar tu presencia tu padre puso un florero.

Tu edad es alba que gira entre adolescentes rayos como el lirio sin desmayos que tu pensamiento aspira. La verdad casi es mentira en tus veinticinco mayos.

288 Veinticinco años sin pena. Para que nunca te roben gajes de linda y de joven, gracia de dulce y de buena Miguel Ángel y Beethoven besan tu alma María Elena. Y así tu perfil encarno para florentina fuente: en la orilla del lungarno de pies con luna en la frente, viendo las ruinas del puente en el corazón del Arno.

1950. 66

María Elena Lavié puede verse en el centro de la fotografía del Vaticano antes descrita. Vestida de negro como tres de las otras señoras, lleva un rosario en la mano. A su lado, también en primera fila, está el poeta Arve- lo Torrealba.)

66 Este es uno de los “Poemas Sueltos” seleccionados por el autor para la Obra poética de 1967, pgs. 231, 232.

289

Capítulo 19

Embajador de Venezuela en Bolivia. (años 51 y 52)

Asesinato de Delgado Chalbaud. Cambios en la política. En barco hacia el Sur. El viejo ferrocarril. Adaptación a La Paz. Imagen de San José. Las revueltas bolivianas. El salvoconducto. Mansión de los Patiño. Un cambio radical. Lago Titicaca. Chulumani. Regreso

Asesinato de Delgado Chalbaud Al empezar la década de los años 50, un espantoso hecho de sangre causó estupor y desconcierto entre la población venezolana: el 13 de noviembre de 1950, el coronel Carlos Delgado Chalbaud, presidente de la Junta Mili- tar, fue secuestrado y muerto a balazos. El asesinato, único magnicidio presidencial en la historia republicana del país, fue ejecutado por Rafael Simón Urbina, quien, aparentemente, tenía resentimientos contra su víc- tima. Mucho se dijo en torno a esta muerte, y en vano trató de encontrarse al verdadero autor intelectual…

Cambios en la política Tras el asesinato del destacado ciudadano, la Junta Militar fue reestructu- rada. Con la incorporación del abogado Dr. Germán Suárez Flamerich como nuevo presidente, el grupo gobernante pasó a llamarse Junta de Gobierno. Y el 27 de noviembre de 1950, en el Palacio de Miraflores,

290 Germán Suárez Flamerich asumió la presidencia de la Junta de Gobierno de los Estados Unidos de Venezuela.

Ahora bien, recordemos que el diplomático, jurista y profesor universita- rio Germán Suárez Flamerich - quien hasta ese momento desempeñaba el cargo de embajador de Venezuela en el Perú – había sido compañero y condiscípulo de Alberto Arvelo Torrealba en los años estudiantiles del Liceo Caracas. Entonces, cuando ocupó la presidencia de la Junta de Go- bierno y empezó a conformar su nuevo equipo de colaboradores, Suárez Flamerich designó a su colega y amigo, el poeta Arvelo, como embajador de Venezuela en la República de Bolivia.

En barco hacia el Sur En la feliz etapa acarigüeña mi padre estuvo dedicado, casi exclusivamen- te, a su bufete de abogado, a su trabajo literario y a su familia. Pero a co- mienzos del año 1951 fue nombrado embajador de Venezuela en Bolivia y el destino nos obligó a viajar de nuevo. El período de tranquilidad hoga- reña y de vida sencilla llegaba a su fin. Y nos preparamos para viajar al Sur.

La travesía la hicimos en el “Antoniotto Usodimare”, un navío italiano que viajaba entre Italia y algunos puertos del Pacífico suramericano. Se- gún lo indican nuestros pasaportes, salimos de La Guaira el 2 de abril de 1951. Luego bordeamos las costas de Colombia, Panamá, Ecuador y Perú, y el día 14 del mismo mes desembarcamos en el puerto de Arica, al Norte de Chile.

El viejo ferrocarril En Arica pasamos un par de días, mientras mi padre hacía algunas dili- gencias reglamentarias, y luego nos subimos a un trencito desvencijado y quejumbroso que nos llevó a La Paz, una ciudad rodeada de cumbres ne- vadas.

291 - ¡Pasajeros al tren! – gritaba un hombrecito uniformado, que ayudaba a montar a las señoras y a los niños. ¡Pasajeros al tren! – volvía a gritar - cuando nos deteníamos en otra estación…

La temperatura iba cambiando a medida que ascendíamos y nos retirá- bamos del mar, y el tren se movía tan lentamente, en su inclinada trayec- toria por la montaña, que cuando se cansaba de estar sentado, papá me decía:

-Este trencito viejo ya no puede con su alma, Elita. Por eso va tan poco a poco. ¡Bajémonos para hacer ejercicio y estirar las piernas!

Entonces nos bajábamos los dos, tiritando de frío, e íbamos caminando paso a paso; paso a paso sin prisa, al lado del tren… Hasta que nos cansá- bamos de andar, de frotarnos las manos y de saltar para entrar en calor… Y nos volvíamos a montar.

Adaptación a La Paz Al llegar a la fría y hermosa ciudad de Nuestra Señora de La Paz, capital de Bolivia, sentimos el aturdimiento y el mareo ocasionados por la altura y la falta de oxígeno. Parecía que escaseaba el aliento para respirar y un extraño cansancio dominaba a pequeños y grandes por igual. Eran los síntomas del llamado “soroche”, o mal de montaña.

¡Todo allí era distinto! A pesar de que en nuestra travesía en barco desde Venezuela, papá nos había hablado sobre algunos aspectos resaltantes de la cultura boliviana, la grandiosidad del nuevo paisaje y la impactante presencia de los indígenas - ¡los descendientes de los Incas! - nos dejó a todos deslumbrados.

Situada a 3.650 metros sobre el nivel del mar, La Paz era la capital más alta del mundo. Y fueron varios los embajadores y demás funcionarios diplomáticos de Venezuela y de otros países, los que no soportaron la fa- tiga causada por la altura. Y no tuvieron más alternativa que regresar a las regiones de donde habían salido.

292

293 Afortunadamente, mi padre se adaptó sin contratiempo a los nuevos ri- gores ambientales y pronto tomó el ritmo de la ciudad. Con una estricta disciplina fue elaborando su personal programa de ejercicios, y se iba a caminar temprano en la mañana por las angostas calles que subían y ba- jaban incesantemente. Cada día caminaba un poco más, hasta que sus pulmones y sus diversos órganos lograron adaptarse a la exigente reali- dad. A veces salíamos a pasear los cuatro miembros de la familia, mas debo confesar que mamá y yo quedábamos rendidas, después de un cuar- to de hora de caminata… También mi hermano Alberto sintió las conse- cuencias de la altura, fue afectado con serios problemas de salud y, después de cierto tiempo, tuvo que separarse de nosotros e irse de Boli- via.

Imagen de San José Al instalarnos en nuestra casa de La Paz, empezamos a abrir los baúles y cajas, para desempacar la inmensa cantidad de pertenencias que traía- mos: lencería, libros, ropas, objetos personales… En una caja de madera debidamente acondicionada, venía el San José de mamá, uno de sus teso- ros más preciados.

Esta antigua figura (que conservo con celo todavía), fue compañera eterna de nuestra familia, por eso ella merece una especial presentación:

Como el esposo de la Virgen María era el patrono de los Ramos Calles, mi madre poseía, desde su adolescencia, una expresiva imagen de San José, que se llevó después a su vivienda de mujer casada. A todas partes que viajábamos, San José iba con nosotros, muy bien embalado, para evitar que se dañara.

294 Pues bien, el milagroso San José de mamá le concedía todo lo que ella le pedía, motivo por el cual mi padre lo miraba con bastante recelo y desconfianza. Recuerdo que una vez, allá en Caracas, los oí discutir por un asunto sin importancia: Mamá quería asistir con él a la reunión de unos parientes “enco- petados”, que a él le parecían muy fastidio- sos. Por eso contestaba con un rotundo “¡Yo no voy!”

Ante la persistente negativa, ella expresó, en tono amenazante: -¡Voy a pedirle a San José que me acompañes a la fiesta! Frente aquella advertencia tan peligrosa, pa- pá se levantó del sillón y replicó enojado: -¡Eso sí que no, Rosa Dolores! ¡Te prohíbo que se lo pidas a San José!

Las revueltas bolivianas En Bolivia pasamos un año y cinco meses, desde abril de 1951 hasta sep- tiembre de 1952. En ese tiempo hubo desórdenes políticos y tres presiden- tes de la República: Mamerto Urriolagoitia, Hugo Ballivián y Víctor Paz Estenssoro. Recuerdo claramente esos sonoros nombres y apellidos, por- que mis padres y sus allegados los mencionaban con frecuencia. Todavía conservo fotografías de papá - tomadas en reuniones diplomáticas - con cada uno de los presidentes.

En relación a los serios disturbios que acaecían con frecuencia, tuvimos que mudarnos dos veces de lugar, porque las casas que habitábamos re- sultaban demasiado inseguras y nos hallábamos en la línea de fuego entre

295 los rebeldes opositores y los soldados del ejército. De noche se escucha- ban detonaciones muy cerca de nosotros, y una tarde tuvimos que salir hacia la casa de un funcionario de la embajada - esquivando las balas, igual que en las películas de vaqueros - pues nuestra residencia había quedado en todo el centro de la balacera.

En otra ocasión, un grupo de estudiantes universitarios, comprometidos con una de las tantas insurrecciones, pidió asilo político en la Embajada, porque los perseguían para encarcelarlos. Papá los recibió en la residencia familiar y decidió alojarlos en el extenso sótano de la vivienda, donde pa- saron varios días, bien atendidos, bien alimentados y bien protegidos.

La situación era muy tensa y una tarde, cuando empezaba a anochecer, le dieron unos golpes al portón principal. Y papá se acercó para abrir…

-¡Cuidado, Embajador! – le gritó el secretario. ¡Agáchese primero!

Y así lo hizo mi padre. Apenas entreabrió el alto portón, se sintieron las ráfagas de ametralladora dentro de la casa. Las balas rompieron espejos y lámparas, cruzaron un pasillo, llegaron hasta el baño y perforaron la bata de papá. Cuando él miró los grandes agujeros que habían quedado en la tela de paño, exclamó, con alivio:

-¡Menos mal que no la tenía puesta! 67

Para no preocupar demasiado a mi madre, papá fingió tomar a la ligera el delicado asunto, e inventó unos detalles divertidos sobre la historia de la bata y las balas… Pero aunque nos reíamos, todos nos dimos cuenta que no podíamos seguir viviendo en un lugar tan peligroso. Y a pesar de entender la gran molestia que significaba otro cambio de casa, mis padres decidieron que debíamos mudarnos nuevamente.

67 Mi padre quería mucho su desgastada bata de baño, sobreviviente de la balacera boliviana, y, llegado el momento, le celebró en familia su fiesta de 15 años.

296

Presentación de Credenciales al presidente Mamerto Urriolagoitia

Con el presidente general Hugo Ballivián

Con el presidente Victor Paz Estenssoro

297 El salvoconducto De esta azarosa y conflictiva etapa que vivió Bolivia entre los años 1951 y 1952, hay una anécdota de mi padre que yo desconocía, y que relata Fran- cisco R. Bello en la página 6 del suplemento cultural “Repertorio Lati- noamericano; hacia la integración para la cultura”, Buenos Aires - Caracas, mayo de 1976.

En su artículo “Alberto Arvelo Torrealba, la poesía llanera venezolana”, Bello asevera lo siguiente:

En 1952 lo encontré en Bolivia, agitada en ese momento por proble- mas políticos. En la Embajada de Venezuela, cuyo titular era Arvelo, se asiló un alto personaje, al cual no se quería dar el salvoconducto de estilo para que abandonara el país. Ante la demora en recibir la contestación respectiva, Arvelo Torrealba se trasladó al Palacio Pre- sidencial para expresar al Presidente que si en el término de veinti- cuatro horas no se daba el salvoconducto requerido, él mismo llevaría en su automóvil, a la frontera, a su asilado, y que solamente podrían sacárselo si acribillaban a balazos el automóvil de la Emba- jada, con su Embajador adentro. A las veinticuatro horas estaba otorgado el salvoconducto…

Mansión de los Patiño La tercera y última casa donde vivimos en Bolivia, y donde disfrutamos de una tranquila temporada, fue la mansión de los Patiño. Los “dueños del estaño”, como eran conocidos estos personajes, eran coleccionistas de obras de arte, y habían viajado por el mundo entero, para comprar las piezas de su tesoro.

En esos tiempos de alzamientos y alteración del orden público, los Patiño y otras familias ricas de Bolivia vivían con temor, ante el destino incierto que corrían sus vidas y propiedades. Y una mañana a primera hora - después de una noche de sirenas y gritos, y de incesante tiroteo - el señor Patiño se presentó en la Embajada de Venezuela con el fin de pedirle a mi

298 padre, encarecidamente, que se mudara para su casa, y que mandara a colocar lo antes posible el Escudo y la Bandera de Venezuela sobre la entrada principal. Era la única forma de proteger su propiedad, sostenía él, ante la arremetida de los resentidos y el saqueo inminente de los revoltosos.

Mi padre aceptó el ofrecimiento. Por una parte, porque estaba buscando un lugar apropiado para mudarse con su familia, y por la otra, para ayu- dar al atribulado propietario. Profundamente agradecido, esa misma ma- ñana el señor Patiño le entregó a mis padres las llaves de la casa, sin ni siquiera hacer un inventario de la inmensa fortuna que se encontraba dentro. Entre las piezas más notables, había 30 jarrones de porcelana chi- na, procedentes de antiguas dinastías, cuyo valor era inestimable…

El palacete, que ocupaba toda una manzana y estaba rodeado con altísi- mas rejas de hierro forjado, parecía un museo. Y mi madre – cuidadosa en extremo de todas las cosas, principalmente si eran ajenas - mandó a cerrar con llave los salones más regios, para evitar que alguien pudiera robar o romper cualquier objeto irrecuperable.

La gran mansión tenía en la parte posterior un frondoso bosque, que tiempo atrás había formado parte de la propiedad. Y papá nos contaba que los primeros dueños del palacio solían salir de cacería en su bosque privado.

En los jardines de la residencia, a mediodía del 5 de julio de 1952, fue ce- lebrada la fecha patria de Venezuela. Fue una fiesta hermosísima, llena de sol y luz, donde mis padres fueron anfitriones del presidente de la Repú- blica, de la plana mayor del gobierno, de los representantes de las institu- ciones culturales y de todos los miembros del Cuerpo Diplomático.

Un cambio radical Como es de suponerse, el estilo de vida de los Arvelo Ramos había cam- biado radicalmente. De la vida sencilla que disfrutábamos en Acarigua,

299 no quedaba nada. Yo estudiaba ahora en el colegio Inglés Católico y un conductor uniformado me llevaba y me traía a diario, en la mañana y en la tarde. La casa era servida por tres chicas indígenas, que hablaban entre ellas la lengua aimara, pues conocían muy poco el idioma español. Mis padres asistían a recepciones diplomáticas, que los hacia alejarse de sus hijos, y ya mi padre no vestía liqui-liqui ni ropa de caqui, como en la épo- ca que manejaba el Marrón Tierra, sino que usaba con frecuencia trajes de etiqueta, como el paltó-levita, el smoking y el frac.

En prestigiosos centros culturales de La Paz, el embajador Arvelo To- rrealba dejó su aporte y su huella humanística. Yo asistí con mi madre a algunas de sus charlas y conferencias, donde estaban presentes las perso- nalidades más relevantes de las academias bolivianas. Recuerdo espe- cialmente el largo ciclo de conferencias sobre la epopeya de Simón Bolívar.

Como se ha dicho, nuestra corta familia tuvo que separarse en ese enton- ces, pues a mi hermano le estaba haciendo daño la altura de La Paz. Por recomendación del médico tratante, mis padres decidieron mandarlo a Buenos Aires, donde Albertico fue invitado por una amiga de la familia, la poetisa Ana Enriqueta Terán, quien desempeñaba en Argentina un car- go diplomático. Fue la primera vez que Albertico y nosotros nos separá- bamos. Un par de años más tarde, tendría que separarse nuevamente.

En nuestros años bolivianos, papá se vio obligado a hacer cortas visitas a distintas regiones del país, relacionadas con sus actividades como emba- jador. Uno de aquellos viajes fue a la zona del Beni. De allá me trajo de regalo un disco de vinil, con selectas canciones de la región, interpretadas por artistas nativos, y acompañadas musicalmente por instrumentos de origen incaico, como la quena, una especie de flauta melancólica, cuyo dulce sonido se metía en el alma…

Había en la grabación una canción muy triste que papá y yo aprendimos y cantábamos juntos. Era un precioso vals con letra de José Aguirre y mú- sica de Lola Sierra, titulado “En las playas del Beni”. Su letra dice así:

300

301 En las playas desiertas del Beni - un viajero de pálida faz - al mecerse en su hamaca pensaba - en su amor y su tierra natal.

Y mirando las ondas del río - donde duerme el temible caimán – es- pumosas se ven las cachuelas – con sus tumbos sepulcros cavan.

Y ante el negro horizonte decía – “tal vez niña no vuelva jamás” - y el rumor misterioso del bosque - contestaba “ya no volverá… 68

El lago Titicaca Con papá como guía visitamos lugares sorprendentes, como el inmenso Lago Titicaca, lugar sagrado de los Incas, que parecía un helado mar. Está situado a más de 100 kilómetros de la capital, a 3.812 metros sobre el nivel del mar. Cerquita de la luna y las estrellas, según decía mamá.

Cuando llegamos a la orilla del lago, un mediodía de junio, una densa neblina lo envolvía todo y las siluetas de la gente se veían fantasmales. Parecía una visión de otra galaxia, de unas perdidas constelaciones.

Al disiparse un poco la neblina y cuando aparecieron los rayos del sol, papá nos invitó a navegar en una barca sobre el lago. Así lo hicimos, y aunque mi madre temblaba de frío y de miedo, nos embarcamos en una “totora”, canoa tradicional de los indígenas del altiplano, uno de los cua- les era nuestro remero. Esa pequeña barca había sido tejida con fibras de una planta que crece en “totorales”, en las orillas de las islas dispersas en el lago.

Fue un paseo inolvidable, y papá aprovechó para ilustrarnos acerca de la Isla del Sol, la más grande del lago Titicaca, donde estaban las ruinas del Templo del Sol. Nos contaba el querido maestro que los incas creían que el Sol y la Luna habían nacido en esas aguas, y que por eso el Titicaca era parte importante del mito original.

68 Invito a los lectores a buscar la canción por la Internet. Con un poquito de imaginación, escucha- rán el canto del poeta Arvelo…

302 Chulumani En las cortas semanas de vacaciones, salíamos huyendo del frío de La Paz, buscando algún lugar con un poquito de calor. Entonces mi papá empezó a investigar … Lo cierto es que indagando entre los conocidos bolivianos, le informaron sobre un lugar espléndido, llamado Chulumani, que en lengua quechua significa “manantial del puma”. Este lugar, de- cían, era muy rico en atracciones naturales, y se hallaba situado a una alti- tud mucho más baja que la capital, con un clima templado y delicioso. Y apenas fuimos la primera vez, quedamos todos tan fascinados, que deci- dimos volver a Chulumani cada vez que pudiéramos.

Pero para llegar al paraíso de Chulumani teníamos que “pagar la peni- tencia”- como decía papá - y subir centenares de metros más arriba, por una angosta y peligrosa vía llena de curvas y precipicios, hasta la zona más elevada del Altiplano. Así empezaba entonces la intensa aventura… Como siempre, papá era el guía, y él nos iba enseñando el qué, el por qué y el cómo de cada nueva imagen que nos llamaba la atención.

Antes que nada, a las ruedas del carro tenían que ponerles cadenas espe- ciales, para que no se resbalaran sobre la fina capa de hielo de la rudi- mentaria carretera. Y a los lados y al frente, la impresionante vista del altiplano, hasta que se cortaba con las inmensas moles de las sierras ne- vadas.

Animales que parecían salidos de un sueño: llamas, alpacas y vicuñas se desplazaban mansamente en la helada intemperie. Papá nos explicaba sobre los indígenas que estábamos viendo, los quechua y los aimara, con sus casitas cónicas de fría piedra o de terrones apisonados. Las casitas no tenían ventanas y estaban alejadas del camino. Mi hermano hacía las pre- guntas, mi padre respondía y yo escuchaba. Mi madre, mientras tanto, nos servía chocolate caliente que llevaba en un termo, y nos pasaba grue- sas mantas para abrigarnos, porque hasta el parabrisas se cubría de hielo.

Aún conservo la imagen imborrable de los indígenas bolivianos; esos seres menudos, alejados y tímidos, acongojados y silenciosos, ataviados

303 con llamativas ropas, que masticaban hojas de coca, en las pequeñas puertas de sus viviendas. Esa era la manera que tenían- afirmaba mi padre - de adormecer un poco los sentidos, y soportar el frío, la tristeza y el hambre…

Después de la subida lenta y peligrosa, y el largo recorrido por el alti- plano, comenzábamos a descender, hasta una altura aproximada de 1600 metros. ¡Y al fin llegábamos a nuestro destino!

Chulumani era una fiesta de colores. Era un valle precioso, lleno de flores, que nos invitaba a levantarnos temprano, para salir a caminar. En la habi- tación de la posada dejábamos los pesados abrigos, guantes y bufandas, y salíamos con ropas ligeras, a recibir el sol y el aire fresco en nuestros cuerpos. Y papá aprovechaba las caminatas para hablarnos de los sem- brados de café, los naranjales y otros cultivos de la zona. Entre ellos, por supuesto, las abundantes plantaciones de coca.

Chulumani vivió en la memoria de nuestra familia. Y cuando, de vuelta a Venezuela, papá compró una propiedad en el monte de El Junko, cerca de Caracas, la llamamos “Chulumani del Junko”, en recuerdo de aquel pa- raíso perdido.

Regreso Después de haber permanecido en las montañas bolivianas durante casi un año y medio, llegó el día del regreso a Venezuela. Nos despedimos de los amigos, lugares y experiencias que se quedaban en Bolivia, y organi- zamos el equipaje para viajar de nuevo a nuestra patria. El viaje de regre- so lo iniciamos el 26 de septiembre de 1952, y después de una breve estadía en la ciudad de Lima, capital del Perú, llegamos a las costas de Venezuela.

Traíamos con nosotros un nuevo miembro de la familia: se trataba de “Lucky”, un simpático perro Dachshund – la raza conocida como Salchi- cha - que viajó en barco junto a sus dueños… con pasaporte diplomático!

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Capítulo 20

Caminos que andan, 1952

Siempre unido a la Patria. Carta a Maruja Vieira. Ejemplar dedicado a los suegros. Descripción de la obra. El enigma de los libros perdidos. Pasión por los ríos. Un libro emparentado con su poesía.

306 Siempre unido a la Patria Aunque se hallara a miles de kilómetros de Venezuela, el corazón de Al- berto Arvelo jamás fue separado de su país. Y en Bolivia escribió su pri- mer libro en prosa, el volumen de ensayos Caminos que andan (Panorama y destino del oeste venezolano), donde exponía sus reflexiones sobre la geogra- fía y naturaleza de los Llanos occidentales. Plasmaba en esa obra las expe- riencias adquiridas en su tierra natal, entre el 41 y el 45, durante su gestión de presidente del estado Barinas. Y también exponía sus ideas y propuestas, su lúcido criterio, para hacer de los ríos verdaderos caminos que unieran a las gentes y los pueblos, como había sido en otras épocas, en tiempos de las guerras, en siglos coloniales, y más atrás aún, en el má- gico entorno del mundo prehispánico. La obra fue publicada en La Paz, por la Editorial Don Bosco, en abril de 1952.

Carta a Maruja Vieira En relación con su visita a la región del Beni, nombrada en el capítulo an- terior, Arvelo envió una carta a la poetisa colombiana Maruja Vieira. La redactó en La Paz, y está fechada en el 52, cuando se publicó Caminos que andan… Le dice a la poetisa, entre otras cosas:

…Como en nuestra América no hay sitio ni rumbo que no tenga su doble, viajé en días pasados a la región del Beni, y me he topado allí con hondas resonancias de Venezuela. Qué maravillosa similitud en las líneas y la luz del paisaje; qué hermandad en la riqueza, en la preñez de porvenir, en la soledad y el abandono. Ante el fluvial em- brujo, un rezago de juventud me sacudió los músculos, y pasé el río dos veces bajo el pecho desnudo. Después, navegando solo en curia- ra sobre el remanso atardecido, me acordé de la Maruja del poe- ma…69

69 A.A.T. “Tres estampas de rio en cartas preludio de este libro”. Segunda edición de Caminos que andan, pg. 28.

307 Ejemplar dedicado a los suegros Caminos que andan, en su primera edición, es un pequeño volumen de 116 páginas, con un tamaño de 18 x 12 cm. El único ejemplar que tenemos de esta publicación – el único que había en la biblioteca del poeta para la fe- cha de su fallecimiento - es en extremo interesante por dos motivos. Pri- mero, porque está dedicado a sus suegros: doctor Buenaventura Ramos, su esposa doña Ana y la hermana de ésta, Carmelita. La cariñosa y diver- tida dedicatoria dice así:

Para el Dr. Ramos, Ana Romelia y Carmelita, con mi afecto El Taparo La Paz, agosto 1952 La segunda razón es todavía más llama- tiva, porque el poeta Arvelo, que por al- gún motivo no envió desde Bolivia, ni entregó personalmente a sus suegros (al regresar a Venezuela), el ejemplar que les había dedicado, lo utilizó para mar- car correcciones y cambios de lo que se- ría luego la segunda edición de la obra. El volumen, como veremos más adelan- te, fue ampliado y revisado por el autor, y publicado 19 años después, en 1971, un par de meses después de su muerte.

En este ejemplar tan especial, el autor tachó tres de los cuatro epígrafes que había del poeta español José María Gabriel y Galán. Además hay marcas en el margen de algunas páginas, y varias correcciones escritas en tinta y en lápiz. También numeró, con tinta negra, lo que sería tal vez el nuevo orden de los capítulos. Por otra parte, un grupo de páginas que va de la 49 a la 65, se encuentra desprendida del libro y sujetada con un clip. A partir de ese punto, no observamos más notas ni correcciones. Mas de nuevo al final, las últimas páginas están desprendidas y sujetadas con otro clip. Ya que el libro se encuentra en deplorable estado de conserva-

308 ción, y las páginas se desprenden solas, con la mayor facilidad, lo más probable es que el único fin de esos clips haya sido sujetar dos grupos de páginas sueltas… ¿Habría quizás otra razón?

Descripción de la obra La obra consta de 11 capítulos - todos precedidos por dos o tres epígrafes - cuyos títulos son: Ande y llanura; Gente donde no hay humus; Cafetales y prados; Del piedemonte a la selva nublada; Selva y sabana; Humus donde no hay gente; Nadie ataja a los pueblos; Tenencia de la otra mina negra; Estampa de los ríos realengos; Vislumbre del río domesticado; La- go, Ande y Llanura, alianza de futura grandeza.

Los textos que fueron citados como epígrafes, pertenecen a los siguientes escritores: Miguel de Unamuno, José María Gabriel y Galán, Andrés Be- llo, Julio Morales Lara, Héctor Guillermo Villalobos, Felipe Rugeles, Enri- queta Arvelo Larriva, Antonio Machado, Carlos Augusto León, Luis de Góngora, Antonio Arráiz, Federico García Lorca, Juan Zorrilla de San Martín, Miguel Ángel Asturias, Francisco Lazo Martí, Pablo Neruda, He- ráclito, Garcilaso de la Vega y Miguel Otero Silva.

El enigma de los libros perdidos Sobre esta primera y modesta edición de Caminos que andan, que debe ha- ber tenido un tiraje pequeño, de pocos ejemplares y escasa o ninguna promoción editorial, Arvelo Torrealba dijo a un periodista:

Publiqué en Bolivia mi opúsculo Caminos que andan, breves ensayos sobre el Occidente venezolano, libro de edición limitada, muy poco conocido en Venezuela.70

En cuanto a la edición de este libro de ensayos, surgen de nuevo las pre- guntas que nos hicimos antes, en relación al poemario Música de cuatro, a

70 Entrevista de Carlos Díaz Sosa.

309 la primera y la segunda edición de Cantas, y a la primera edición de Glo- sas al cancionero: ¿Dónde se hallaban los ejemplares de esas cuatro edicio- nes, de los cuales su autor no poseía ninguno, salvo un ejemplar, semi destruido, de Música de cuatro…?

Esta vez preguntamos : ¿Por qué el poeta Arvelo no conservó ejemplares de Caminos que andan, su primer libro en prosa, y las correcciones tuvo que hacerlas en su único libro, que ya ni siquiera era suyo, pues lo había dedicado a sus suegros?

Tenemos la esperanza de que algún lector, uno que se disponga a investi- gar a fondo este intrigante asunto, esclarezca el enigma de los libros per- didos.

Pasión por los ríos Arvelo Torrealba confesaba que su pasión por los ríos venía desde su in- fancia y adolescencia, y que el libro sobre los “ríos desamparados” estuvo en germen desde entonces:

… Antes de obtener mi certificado de primaria superior, antes de amar a Garcilaso y a Góngora, a Lope, a Calderón y a Cervantes, yo había aprendido dos cosas fundamentales: a nadar con personal esti- lo y a dirigir una canoa entre la trama hostil de las carameras.71

-Lo mío para los ríos es cosa de herencia – solía comentar con los amigos. Mi padre era cauchero y navegante. Por el Santo Domingo bajaba hasta el Masparro, de éste pasaba al río Apure y del Apure al Orinoco. Entonces se iba remontando el río, hasta San Fernando de Atabapo. Y luego se me- tía en curiara por la selva…

71 Prólogo a la Segunda edición de Caminos que andan, pg.20.

310 Un libro emparentado con su poesía Pascual Venegas Filardo, compañero de Arvelo desde la juventud, se re- fiere al volumen de ensayos Caminos que andan, donde el poeta “quiso darnos la visión real de la llanura…” En su artículo “Alberto Arvelo To- rrealba y su visión geográfica del Llano”, dice lo siguiente:

… Caminos que andan fue editado en Bolivia en 1952. Es un libro don- de Arvelo Torrealba mira los llanos tantas veces cantado por él, con el mismo amor con que los contempla a través de su poesía. Pero ya allí no se trata sólo de la “esmeralda tendida del Orinoco al Ande”, como en su canto laureado, sino de esa esmeralda vista con los ojos de la realidad, con su vida múltiple, con la suma de problemas que gravita sobre la dilatada extensión de esas tierras.

Asentado sobre los altiplanos más altos de América, con su pie des- cansando en el borde de la puna boliviana y a la vista de las cumbres heladas de Los Andes, ordenó las páginas de un libro, emparentado con su poesía, pero afirmado sobre la realidad, y nos entregó sus Caminos que andan (…)

Sabía él que en la estación seca las brisas juegan “un carnaval de candela”. Sabía que “en Puerto Nutrias a veces/ están las calles azu- les”, porque el Apure crecido inunda esas calles, cubre el playón y causa desolación. Y todo eso, cantado en sus poemas, había que dar- le la solución adecuada en la realidad…

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Capítulo 21

Ministro de Agricultura y Cría

Regreso a Venezuela. En casa una vez más. Visita al Ministerio. Otros eventos. Actividades y gestión del ministro.

312 Regreso a Venezuela Volvimos al país a fines de septiembre de 1952, pues mi padre había sido nombrado ministro de Agricultura y Cría y debía asumir su cargo sin di- lación. Ocupó la cartera ministerial solamente durante 9 meses, desde oc- tubre de 1952 hasta julio de 1953.

Sin duda alguna la publicación del volumen Caminos que andan tuvo una estrecha relación con el citado nombramiento, pues en los 11 ensayos plasmados en el libro que escribió en Bolivia, el autor daba cuenta de su conocimiento sobre la realidad agropecuaria del país, sobre los múltiples problemas que confrontaba, y sobre las posibles soluciones que él vis- lumbraba para el Oeste venezolano.

Pero existían también otras razones. Leamos lo que al respecto explica Gehard Cartay Ramírez:

El 6 de octubre de 1952, Arvelo Torrealba es designado ministro de agricultura y cría. En aquel mismo gabinete estarán otros acreditados venezolanos, como Luis Felipe Urbaneja, Pedro Gutiérrez Alfaro o Luis Eduardo Chataing.

¿Qué razones tuvo la Junta de Gobierno para llamar al poeta y en- tregarle tal responsabilidad? Al menos dos: la primera, integrar a su gabinete ministerial a una figura de indiscutible prestigio en el mun- do intelectual y literario de la época, aunada a su anterior experien- cia como gobernador del estado Barinas durante el gobierno del general Medina Angarita y la reciente pasantía por el mundo diplo- mático. (…)

La otra razón era también muy importante: Arvelo Torrealba había demostrado ya un especial conocimiento de los temas agropecuarios, forestales, hidrológicos y ambientales en su reciente libro Caminos que andan, aparte de haber expuesto una novedosa tesis acerca de lo que él consideraba debía hacerse en función del desarrollo del oeste venezolano. Era, en consecuencia, alguien con suficientes aptitudes y méritos para acometer una importante tarea desde aquella responsa- bilidad ministerial.

313 Por supuesto que el poeta aceptó el encargo, seguramente por dos motivos: uno, su vocación de servidor público; dos, porque pensaba que desde allí podía ser útil al país, intentando poner en ejecución la utopía contenida en Caminos que andan. No hay registro escrito de las razones que Arvelo Torrealba tuvo para asumir aquella responsabi- lidad, pero es factible suponer que, en definitiva, fueron su patrio- tismo y su compromiso con Venezuela las causas que lo llevaron a tomar tal decisión.72

En casa una vez más Al llegar a Caracas nos instalamos en nuestra casa de la urbanización El Paraíso, la quinta Mariela. Y uno de los recuerdos que conservo de esos primeros días (un verdadero torbellino de gente y de voces a todas ho- ras), fue la insistencia de algunos funcionarios del ministerio, quienes tra- taban de convencer a mi papá de que – ante la relevancia del nuevo nombramiento - debíamos mudarnos a una mansión del Country Club, la zona más lujosa de la ciudad, que ya tenían dispuesta para nosotros. Y no he olvidado nunca las palabras tajantes de mi padre:

-¡No insistan más, señores, tengan la bondad! No me voy a mudar a nin- guna parte. ¡Esta casa es mi casa, y aquí me quedaré con mi familia!

Visita al Ministerio El Ministerio de Agricultura y Cría era una residencia señorial que pare- cía un palacete y se hallaba ubicada en la urbanización El Paraíso, a pocas cuadras de nuestra casa. Y como yo deseaba conocer las oficinas ministe- riales que ocupaba mi padre, se lo había pedido varias veces… Él quiso complacerme la mañana de un sábado, y me llevó con él.

72 Gehard Cartay. Obra citada, pgs. 157, 158.

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315 Justamente ese día papá tenía en su agenda una cita informal con algunos indígenas de la etnia Wayuu, los llamados guajiros del estado Zulia. Era un grupo formado por ocho ganaderos que querían visitar al nuevo mi- nistro, en misión de amistad y acercamiento. Los hombres y mujeres esta- ban vestidos con vistosos atuendos tradicionales, y yo me emocioné al verlos llegar a la oficina de mi padre. Después de darles la bienvenida, él hizo la presentación:

-Estimados amigos de la región zuliana, tengo el placer de presentarles a mi hija Mariela.

Y me sentí dichosa de estrecharles la mano, uno a uno, para saludarlos. Esa grata experiencia no se me borra de la memoria. Unas horas más tar- de, cuando llegamos a la casa - y al igual que había hecho tiempo atrás, cuando me habló de las culturas quechua y aimara del altiplano boliviano - papá estuvo contándome sobre el complejo mundo de los guajiros, sobre sus mitos y leyendas, y sobre la importancia de esa etnia, infatigable y laboriosa, en el buen desarrollo de su región.

Otros eventos Como ya yo tenía 12 años, acompañé a mis padres a escogidos eventos relacionados con el Ministerio, como las ferias agropecuarias que se reali- zaban en distintas regiones del país. Una vez asistimos a la famosa Feria Ganadera de Santa Bárbara del Zulia, donde fueron premiados los más selectos ejemplares. Y una señora elegantísima que estaba a mi lado, de cabellera ensortijada, elevados tacones y medias nylon, traje ajustado de dos piezas, guantes y sombrero, se desmayó y cayó tendida junto a mis pies… ¡La pobrecita perdió todo el glamour, por los cuarenta y tantos grados de calor que registraban los termómetros!

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317 Actividades y gestión del ministro A pesar del brevísimo tiempo que estuvo a cargo del ministerio, la acer- tada gestión ejecutada por el poeta Arvelo, fue altamente fecunda y pro- vechosa.

En su carácter de ministro de Agricultura y Cría, realizó una serie de gi- ras por cada uno de los estados del país. Y al volver a Caracas, casi siem- pre en la noche, se reunía con su equipo de trabajo en la oficina de la casa, para planificar las siguientes etapas de cada proyecto. Viajaba sin tregua, de una región a otra, buscando alternativas y soluciones a cada uno de los problemas que se le planteaban. Se movilizaba en automóvil, en avión, en canoa, en cualquier vehículo que fuera necesario, a fin de conocer y ver directamente, sin intermediarios, los problemas del campo y de los cam- pesinos venezolanos.

Es lógico pensar que le dio un nuevo impulso a la región llanera, y que llevó a la práctica los arraigados conocimientos descritos en su libro Ca- minos que andan, publicado en Bolivia un poco antes. En Barinas fundó tres Colonias Agrícolas: Santa Inés, Santa Lucía y la Barinesa. Para llevar a cabo esta iniciativa, tuvo como modelo de inspiración la Colonia Agrí- cola de Turén, en el estado Portuguesa, donde vivió con su familia siete años antes, recién llegado de París. Y retomó también una gran parte de los proyectos que dejó inconclusos en Barinas, cuando fue presidente del estado…

¿Retomaría el proyecto del IREL? Hemos de recordar el amor y confianza que él le puso a esa escuela rural, la escuela-granja, considerada por él mismo como uno de los logros más importantes de su gestión.

Pero para cumplir con los planes previstos, necesitaba tiempo suficiente. Y ya no lo tenía. Había sido asignado a otro destino. Y retirarse del minis- terio cuando estaba iniciando su gestión, le debe haber causado cierto de- sencanto. En casa nunca hablaba sobre el tema, pero se le veía pensativo, rodeado de sus libros y papeles que debería embalar para el nuevo tras- lado.

318 Como afirmamos al inicio de este capítulo, Arvelo estuvo apenas unos meses como ministro de Agricultura y Cría. Sin duda hubo razones de índole política. Lo explica así Gehard Cartay:

… su pasantía como ministro fue breve: apenas ocho meses, pues el 15 de julio de 1953 – ya disuelta la Junta de Gobierno que encabezaba su amigo y condiscípulo Germán Suárez Flamerich – el ahora presi- dente de la República, general Marcos Pérez Jiménez, lo sustituye en el cargo por Armando Tamayo Suárez.73

Según afirma luego el mismo autor, Pérez Jiménez decidió designar como ministro a un hombre de su entera confianza política.

Así las cosas, Alberto Arvelo Torrealba, el poeta de Cantas y de las Glosas al cancionero, fue designado embajador de Venezuela en la República de Italia.

Y empezaba en el libro de la familia otro episodio extraordinario…

73 Gehard Cartay. Obra citada, pgs. 159,160.

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Capítulo 22

Chulumani del Junko

Recuerdos de Bolivia. El poeta agricultor. Un parrillero de primera. Cartas para Albertico. Trabajo en familia. El valse. Aquellos mundos tersos. El pequeño cazador de tigres. Despedida de Chulumani del Junko.

Recuerdos de Bolivia Papá tuvo la suerte de adquirir, a un exce- lente precio, una parcela de dos hectáreas en El Junko, una urbanización campestre situada en la vía hacia El Junquito, a 16 ki- lómetros de Caracas.

Ubicado en una zona boscosa de la Cordi- llera de la Costa, a una altitud de 1500 me- tros aproximadamente, El Junko posee un clima fresco, frío algunas noches de diciem- bre, que nos hacía recordar la lejana región de Chulumani, allá en Bolivia. El terreno tenía una casita de madera, que mamá de- coró primorosamente. Y desde una terraza del jardín, en las mañanas claras y sin ne- blina, podíamos contemplar la línea azul- turquesa del Mar Caribe.

320 La nueva propiedad que ahora teníamos fue una gran bendición para la familia, y llegó a ser el lugar preferido, de sosiego y descanso para todos, principalmente para mis padres, en contraste evidente con la agitada vida que debían llevar en Caracas. En las próximas páginas contaremos su his- toria en nuestras vidas; Chulumani del Junko en nuestras vidas, desde el comienzo hasta el final…

El poeta agricultor Papá puso gran parte de su vida en esa tierra prometida. Se entregó a ella con energía arrolladora y al fin llevó a la práctica – en ese pedacito de tie- rra propia - sus arraigados conocimientos sobre la agricultura.

Lo primero que hizo fue contratar a un jardinero isleño de mucha expe- riencia, para que lo ayudara en los trabajos, y para que cuidara la propie- dad de día y de noche. Y con él empezó a preparar el terreno para sembrar diversas frutas y hortalizas. Primero un cambural y un platanal, y luego un huerto donde había fresas y duraznos, perejil y cilantro, za- nahorias, lechugas, berenjenas y rábanos, pimentones, tomates, coliflo-

321 res… ¡De todo había en el huerto de papá! Y también sembró flores azules y rosadas, blancas y amarillas, como las dalias y las hortensias, que son muy apropiadas para el templado clima de la montaña.

Cuando mis padres disponían de un fin de semana desocupado, planifi- caban el paseo, y el sábado temprano partíamos para El Junko, que que- daba muy cerca, a media hora de la capital. Era importante organizar con tiempo, para no olvidar nada de lo que fuera indispensable en nuestro refugio. Y cuando al fin llegábamos, mi madre y yo nos ocupábamos de arreglar la casita, hasta dejarla reluciente para hacer más alegre nuestra estadía. Por su parte mi padre, alborozado y lleno de energía, trabajaba sin pausa junto al jardinero, en sus pequeñas plantaciones: abonaban la tierra, quitaban la maleza y preparaban cada espacio en las terrazas, para las siembras posteriores.

Algunas veces, cuando el trabajo lo requería, papá buscaba a un par de campesinos que vivía en la zona, para que lo ayudaran en las faenas más difíciles. También mi hermano y yo, y nuestros primos que iban de visita, nos poníamos a su orden para realizar trabajos agrícolas. A mí principal- mente me gustaba ocuparme de las hortensias, y resembrar los novios y geranios que crecían en macetas en las jardineras.

Un parrillero de primera A papá le gustaba organizarlo todo con sus propias manos. Y tenía siem- pre ideas novedosas, que de inmediato ponía en práctica. Nos llenaba de gozo verlo tan contento en su mundo encantado. Con Manolo, el isleño, hizo una cancha de bolas criollas, y un poco más abajo, un rústico asador, que resultó perfecto para la carne de parrilla.

¿Y por qué un asador? Porque el poeta era excelente “parrillero”, y goza- ba sirviendo a sus amigos un buen pedazo de carne asada preparada por él: la muy famosa “ternera en vara” con genuino sabor barinés. Acompa- ñaba la ternera con su tremendo “batiburrillo picoso”, una especie de sal- sa muy picante, condimentada con el ají “chirel” y una secreta receta

322 suya, que era el deleite de algunos comensales, pero que hacía saltar a los desprevenidos…

Cartas para Albertico En esta breve historia sobre nuestras vivencias en El Junko, saltamos unos años a través del tiempo, para abarcar todo el relato en un solo capítulo…

En una carta que papá envió a Albertico en 1958, cuando éste se encon- traba en la ciudad de Roma, le contaba que en un viejo y abandonado rancho cerca de Acarigua, había encontrado una “muela o quijada, suerte de molino de caña primitivo que usan los campesinos…” Y que de inme- diato la había instalado en una de las terrazas de El Junko, “cerca de don- de verdeará un pequeño cañamelar”. También le contaba que por los momentos traía la caña de los valles de Aragua.

El domingo pasado – sigue la carta – probamos el primer guarapo. Tan delicioso el líquido como divertida la faena… Pronto tendremos nuestra propia zafra…

Y continúa contándole sobre las mejoras y nuevas construcciones realiza- das:

Como los últimos aguaceros del 57 pudrieron y arrastraron las con- tenciones de madera de las terrazas bajas, hice un esfuerzo y cons- truí ahora todos los muros de concreto, con notable ampliación y embellecimiento de lo que antes era feo y angosto. La cancha de bolas quedó reglamentaria. Los sitios para colgar hamacas deliciosamente nemorosos y toldados por la arboleda que ha crecido mucho, gracias a los fertilizantes. La grama también está verdísima y hace bello contraste con el rojo de los techos y de las barandas…74

74 Los originales de ésta y de otras cartas que mi padre envió a Albertico y que se citan en esta obra, están en los archivos personales que mi hermano dejó en su biblioteca merideña. Agradezco a mi cuñada Solange Mendoza de Arvelo y a mis sobrinos Alberto y Silvia Arvelo Mendoza, por darme acceso a tan valiosos documentos.

323 Dos años después, en octubre de 1960, cuando ya mis padres se habían mudado para Acarigua, papá le escribe a Alberto sobre el trabajo en el bufete acarigüeño, sobre los planes que él tenía para su hijo y sobre sus futuros proyectos en Chulumani del Junko…

…Aquí estoy ya de fijo, trabajando hasta diez horas al día, bajo un calor abrasador…. Con las limitaciones remunerativas propias del inicio, pero firmemente dispuesto a quedarme aquí, a conquistar, para ti mañana, esta plaza que es excelente. Apenas termines tus estudios en Roma, te asociaré con el 50% de las entradas y después de tu reválida te dejaré el escritorio, con su preciosa biblioteca, remozada con tus libros y con los que adquiera de aquí a entonces. Te dejaré mi puesto profesional, con su clientela y su tradición de eficacia y rectitud que tú continuarás y esclarecerás, y me iré al Junko – viejo sueño para mis últimos años – a leer novelas del Far West, sembrar hortalizas y cuidarme los ojos. También a buen seguro a acostarme sobre la grama con el Dr. Rungo y todos los nietos que puedan venir… 75

Trabajo en familia Y así era aquel pequeño paraíso. Disfrutamos del Junko durante muchos años… Y cuando se acercaban las navidades, era el tiempo propicio para arreglar y embellecer nuestra casita de madera. Papá compraba la pintura para paredes y ventanas, compraba lijas, brochas y demás implementos necesarios, y nos poníamos a pintar. Al trabajo se unían amigos y allega- dos, a quienes fascinaba el grato ambiente, siempre animado con música grabada, o con cuatro, guitarra y maracas, a la disposición de los innume- rables voluntarios. Había también jugos de frutas y refrescos, y una que otra copita de cognac, siempre a la mano… Y lo más esperado, a las tres

75 “Doctor Rungo” era uno de los tantos apodos que yo le tenía a mi hijo Alejandro, el primer nieto de mis padres, quien para ese entonces tenía un año y medio.

324 de la tarde, las exquisitas sopas de gallina de mi madre, que se servían humeantes para calmar el frío.

El valse Estas reuniones musicales en Chulumani del Junko se convertían a veces en conciertos de gala al aire libre, pues eminentes músicos nos visitaban con frecuencia. En varias ocasiones el propio Alirio Díaz nos deleitó con su guitarra, alguna vez acompañado por el laureado violinista (y padre de mi esposo), José Ángel Rodríguez López. Y una tarde de fiesta Domingo Mendoza nos sorprendió muy gratamente con una nueva pieza de su re- pertorio: el valse titulado “Mujer barinesa”… cuya música y letra es del poeta Arvelo. La canción dice así:

Hidalga como tu tierra eres mujer barinesa Cruz de perlas de rocío quita penas y tristeza. Eres diáfana quebrada furtiva entre madreselvas Sombra verde tus miradas noble mujer barinesa. Eres orgullo del llano donde vibra tu belleza Florero de todo el año siempre con tus flores frescas. Eres tesoro del campo de tu rancho o tu mansión Cristales de los esteros donde suspiran las garzas Por la inclemencia del sol. Eres ribera del río trovadora de la playa Piña en flor de caña flota capricho de la montaña. Primavera florecida perfume de tus sabanas

325 Espiga de caña dulce espiga de caña amarga Gaviotica mensajera saludando madrugadas Himno, bandera y escudo simbolizando tu patria.

Aquellos mundos tersos Pero eso no era todo. Chulumani del Junko era también centro de estudio y de meditación, principalmente para mi padre. Algunas veces se iba solo, cuando tenía trabajo acumulado y quería concentrarse sin interrupciones. Llenaba el maletín con sus carpetas de papeles y pasaba en El Junko dos o tres días, alejado del mundo.

También tenía en El Junko provechosos encuentros con sus amigos inte- lectuales. Con placer recordamos las reuniones frecuentes con el profesor Alexis Márquez, cuando éste trabajaba en el estudio crítico Aquellos mun- dos tersos, donde se analizaba la poesía arveliana. Conversaban por horas bajo los árboles; Alexis preguntaba, escuchaba, escribía, y después regre- saban a la casita de madera, donde lograban controlar el frío con una co- pa de cognac.

En diciembre de 1966, Alexis Márquez Rodríguez le dedicó al poeta su magnífico libro, recién salido de la imprenta. Es un bello ejemplar de cue- ro rojo, cuya dedicatoria dice así: “Al poeta Arvelo Torrealba, con la se- creta esperanza de que me perdone la osadía de meterme con sus mundos tersos”.

Así seguían pasando los momentos felices e inolvidables. A la hora de ir a la cama, con el golpe y silbido del viento sobre las ramas de los eucalip- tos, agradecíamos a Dios por tantas bendiciones, y nos cubríamos hasta las orejas, con las frazadas de piel de vicuña que habíamos traído desde Bolivia.

326 El pequeño cazador de tigres Mi padre disfrutaba jugando con los niños. Y el ambiente campestre de nuestro Chulumani nacional, era propicio para crear historias sobre sel- vas oscuras y animales feroces, que fascinaban a los pequeños. Y como allá en El Junko teníamos casi siempre reuniones familiares, papá inven- taba diversiones al aire libre para los niños asistentes. Uno de ellos era Arnaldo José Garmendia Rodríguez, un sobrinito de mi esposo de 6 años de edad el cual, con su carácter aventurero, se hizo gran compañero de papá.

En marzo de 1958, un año antes del nacimiento de su primer nieto, papá le hizo un poema a su pequeño amigo. Lo escribió a mano, con grandes letras, en el cuaderno de Arnaldo José. En la página estaba el dibujo de un conejo metido en una bota... El conejito pide ayuda… Así comienzan los versos:

Arnaldo Garmendia ven pronto hacia mí ligero y con fuerza sácame de aquí de esta bota estrecha donde me metí. Recuerda que yo me parezco ti: No les tengo miedo desde que te vi ni a la selva negra con el jabalí ni al león ni a la leona ni al tistirijí…

Han ya pasado 60 años desde aquellos días, y mi sobrino Arnaldo José recuerda con cariño las aventuras que vivió con mi padre, allá en El Jun- ko, hace seis décadas… He aquí su relato, el cual transcribo íntegramente, porque, además de parecerme encantador, se encuentra lleno de detalles, exactas descripciones del ambiente y muy precisas observaciones:

327 Uno de mis recuerdos de niño, cuando apenas tenía 6 años de edad, involucra al poeta Alberto Arvelo Torrealba, padre de tía Mariela y suegro de mi tío Antonio. Él tenía una hermosa casita de campo en el sector de El Junko, donde acostumbraba invitar a familiares y ami- gos para compartir los domingos. Y entre los invitados estaba mi fa- milia.

Nunca he olvidado la salida de Caracas por la Yaguara, donde se tomaba una angosta carretera que subía por los cerros hacia la Colonia Tovar. Era una carretera angosta, con muchas curvas y abundantes puestos de comidas: chicharroneras, licorerías y ventas de golfeados. Así se iba subiendo hasta llegar a la parte más alta de la vía, que casi siempre estaba cubierta por la neblina. A mano derecha había una carreterita secundaria con un arco de concreto a manera de portal, con un letrero en la parte superior: “Bienvenidos a El Junko”.

De allí se comenzaba a bajar por la otra cara de la montaña, que tenía todo el esplendor de la selva tropical nublada, con bosques tupidos, característicos de la Cordillera de la Costa. Llegábamos a un punto donde predominaban matorrales de mediana altura y se abría la vi- sibilidad, dejando expuesto a nuestros ojos el Mar Caribe. Allí la vía se dividía en diferentes ramales que daban acceso al parcelamiento El Junko, con terrenos de entre 2 y 10 hectáreas aproximadamente, donde había algunas viviendas y donde abundaban siembras y plan- taciones de pomarrosa, pomagás, café, cacao y cambur.

Adentrándose por uno de los ramales, después de algunas curvas, había un garaje donde se estacionaba el Chevrolet Impala, modelo 57, marrón con techo blanco, del poeta Arvelo. Y a un nivel más bajo, en todo el centro del jardín, estaba una linda casita de madera.

Los invitados estacionaban sus carros en la orilla del camino y luego descendíamos por una veredita escalonada, con piedras y barandas de madera silvestre, hasta que llegábamos a una gran terraza con muchas flores y plantas ornamentales, desde donde podía verse el mar. También había una muela para exprimir caña de azúcar y sacar su jugo. Más adelante estaba la casita, de donde salía a recibirnos el

328 poeta con una gran sonrisa, y luego llegaba doña Rosa, la empleada Anita y Lucky (un perrito salchicha que fue miembro importante de la familia por muchos años). Mis tíos Antonio y Mariela estaban re- cién casados y llegaban en su automóvil.

Luego de los saludos de recibimiento, se iniciaba un inolvidable día de campo para disfrutar con la familia. Se encendía una parrillera al aire libre, repartían refrescos y bebidas y los adultos empezaban a conversar.

Nosotros los niños encontrábamos cualquier actividad para entrete- nernos. A mí particularmente me atraía la gran sala-comedor de la casita, que estaba dotada de múltiples juegos de mesa y de salón. Re- cuerdo un futbolito de mesa, las mesas con tableros de damas, da- mas chinas, backgamon, ludo, dominó y cartas… A mí me atraía especialmente lanzarle dardos a una diana que estaba fijada en una de las paredes…

Uno de esos días que estaba entretenido con los dardos, se me acercó el poeta Arvelo, quien me había estado observando sin que yo lo su- piera y elogió algún acierto que tuve en mis lanzamientos. Comenzó así una conversación que de alguna manera él orientó hacia mi dis- posición, temor o valentía para enfrentar animales salvajes, y sobre mi gusto por la cacería. A partir de allí me fue envolviendo en su mundo mágico, y quizás buscando un compañero para recorrer las plantaciones que tenía en los terrenos aledaños a la casita, me co- menzó a contar que esa era una montaña con algunos animales fero- ces y que él necesitaba revisar sus siembras, pero que necesitaba un compañero que lo ayudase a enfrentar cualquier peligro que se pu- diera presentar. Ante esta solicitud, yo inmediatamente le dije que lo acompañaría.

Sin más preámbulo salimos de la casa y subimos a otra terraza don- de había un depósito y la vivienda del guachimán, un señor que atendía las labores cotidianas de la parcela. El poeta lo llamó y le pi- dió que le entregara el pequeño rifle calibre 22 que usaban para la vigilancia, una caja de proyectiles y un machete. La situación me pa- recía muy emocionante… Y de pronto el poeta me preguntó:

329 -¿Usted es capaz de llevar el rifle? Yo cargo el machete, y tenemos que estar pendientes de cualquier cosa...

Ante tal propuesta, sin pensarlo dos veces le dije que sí. El me entre- gó el rifle, descargado por supuesto, e hizo que en mí se generara una sensación grandiosa, tanto por la confianza que me tuvo, como por la responsabilidad que me estaba encomendando. Y comenza- mos a caminar: él con el machete en la mano y yo con el rifle y nos fuimos internando a través de un sendero que nos alejaba de la casa y nos adentraba en los terrenos de cultivo. Entonces el poeta me dijo:

-Usted es el que lleva el rifle… ¡Vaya adelante por si se presenta al- guna cosa!

La parcela se encontraba en la falda de la montaña y era un terreno con una pendiente de unos 45º , acondicionada con 8 o 10 terrazas que facilitaban la siembra y evitaban la erosión. Esto lo entiendo ahora, después de haber trabajado el campo por algunos años, pero en ese momento me parecía muy curiosa y extraña esa distribución. En la medida que bajábamos recorríamos cada una de las terrazas, sembradas con matas de cambur, plátanos y algunos frutales y árbo- les de sombra. A un lado de las terrazas había terrenos bien desfores- tados, con mucha claridad y vegetación baja; pero hacia el otro lado, los terrenos estaban vírgenes, con vegetación boscosa muy tupida y poca o ninguna presencia de luz solar. El poeta no perdía oportuni- dad de recalcarme:

-Dicen que en esa montaña sale un tigre… Tenemos que andar pre- parados… ¡Vaya adelante por si acaso aparece algo!

Y yo, algo temeroso, intentaba resguardarme detrás de él, pero vol- vía a insistir:

-¡Vaya adelante usted, que es el que tiene el rifle!… Yo lo miraba, dudando un poco, pero él se colocaba detrás de mí y yo, con mucha precaución, seguía andando.

330 Al terminar de recorrer todas las terrazas, nos dispusimos a regresar a la casa por el lado montañoso y a la mitad del camino me dijo el poeta:

-¡Vamos a probar su puntería! Y colocó sobre un palo una lata vacía que encontró por ahí, cargó el rifle e hicimos algunos disparos que acertaron en la lata, lo que celebramos con algunas sonrisas, para luego continuar nuestro ascenso a la casa. Luego compartimos un ra- to más con la familia, hasta que llegó la hora de volver a Caracas.

Esta experiencia se repitió en dos o tres ocasiones más, en buena me- dida incitado por mí, porque disfrutaba grandemente de esas cami- natas y de la complicidad conque el poeta alimentaba mis fantasías.

Hasta que un domingo que llegamos a la casita de madera, me llamó el poeta y me dijo:

-Me acaban de informar que el tigre anda por ahí… ¡Vamos a cazarlo!

Yo lo miré medio incrédulo pero respondí: ¡Vamos pues! Y así lo hi- cimos. Fuimos a buscar el rifle y salimos rumbo a la zona boscosa, caminando con cierta cautela, hasta que en un punto el poeta me pa- ró y me dijo en voz baja:

-Por ahí como que está saliendo…

Me quitó el rifle, lo cargó con unos proyectiles y comenzamos a ca- minar con mucho sigilo. Y al llegar a la parte más boscosa, me detu- vo con su mano y me dijo al oído:

- ¡Allí está! ¡Dispárele!

Y me entregó el rifle. Yo miré hacia donde él me señalaba y vi entre unos mogotes una mancha amarilla con pintas negras. Se lo señalé y él asintió con la cabeza y me dijo:

-¡Sí, ése es! ¡Dispárele!

Entonces yo apunté a la mancha y disparé dos o tres veces. En ese momento él me haló por un brazo y me dijo:

331 -¡Vámonos! ¡Que puede estar herido y es muy peligroso!

¡Pero yo me había dado cuenta de que a lo que le disparé fue a un tapiz con la figura de un tigre, que tenían colgado en la pared de la casita! Es decir, el poeta Arvelo había preparado todo el juego, ¡para hacerme sentir como un pequeño cazador de tigres!

De esta manera terminó el grato episodio de mi infancia que compar- tí con el poeta Arvelo Torrealba. Yo lo disfruté inmensamente por- que fue parte de ese capítulo de mi vida que se quedó grabado en mi memoria para siempre.

Despedida de Chulumani del Junko Por cerca de dos décadas seguimos conservando nuestra casa de El Junko, y ese lugar espléndido, de tan bellos recuerdos, fue siempre frecuentado por la familia. Con el pasar del tiempo, mi hermano y yo crecimos, nos hicimos adultos, nos separamos del hogar paterno para formar nuestros propios hogares, y el Chulumani venezolano siguió brindándonos felicidad.

Más adelante, nuestros padres tuvieron la alegría de disfrutar de El Junko junto a sus nietos, quienes amaban a sus abuelos. Fueron tiempos magní- ficos de fiestas infantiles, de piñatas, disfraces, globos, serpentinas y de rondas y juegos bajo los árboles.

Hasta que la terrible enfermedad y muerte de papá cambiara el escenario por completo, y nos dejara sin aliento para volver a la casita de madera. A los tres años falleció mi madre y la tristeza nos cubrió de nuevo… Poco tiempo después, y por serios problemas que se presentaron – entre ellos la invasión de una violenta banda de delincuentes - mi hermano y yo nos vimos obligados a vender nuestra preciosa propiedad.

332

Capítulo 23

Embajador en la República de Italia. (desde el 53 hasta el 55)

Viaje a Italia, con escala en Nueva York. La nueva vida. El mejor de los guías. Protector de las letras y las artes. Contrapunto. Las caraotas de Alirio Díaz. Noches en familia. Paseando por Roma. En el Vaticano. Corto viaje a España. 15 años.

333 Viaje a Italia con escala en Nueva York En la quinta Mariela de Caracas permanecimos hasta el mes de agosto de 1953, cuando nos dispusimos a viajar a Europa, pues mi padre había sido nombrado embajador de Venezuela ante el Quirinal, la sede del gobierno de la república italiana, en contraposición con la Santa Sede, órgano supe- rior de gobierno de la iglesia católica - ubicado en el Vaticano – donde el doctor Joaquín Díaz González ejercía el cargo de embajador venezolano. El presidente de Italia, ante quien mi padre presentó sus Cartas Creden- ciales era el doctor Luigi Einaudi.

El viaje a Europa lo hicimos vía marítima, con una corta escala en la ciu- dad de Nueva York, donde mi hermano Alberto nos estaba esperando para viajar a Roma con nosotros. (Varios meses atrás, poco tiempo des- pués de regresar de Argentina y Bolivia, Albertico había viajado a Norte- américa para estudiar inglés en Houston, Texas, donde vivían unos amigos de mis padres).

Papá, mamá y yo nos embarcamos en La Guaira el 19 de agosto de 1953, en el navío “Santa Rosa”, de la compañía Grace Line. Después de cumplir una semana de navegación, el día 26 desembarcamos en el puerto de Nueva York.

¡Hubo abrazos de júbilo en el reencuentro de la familia! Estábamos los cuatro otra vez juntos, dispuestos a iniciar nuestra aventura en un país grandioso del Viejo Continente.

El verano del año 1953 fue en extremo caliente en el país del Norte, y los millones de neoyorquinos y turistas - nosotros entre ellos - andábamos huyendo del sol ardiente, anhelando la sombra de los árboles o el chorrito de agua de alguna fuente, para refrescarnos… Era finales del mes de agosto; la población sudaba a mares por las calles y todos iban y venían, tomando enormes vasos de refresco o de agua con hielo.

Y para colmo de los males, el aire acondicionado de centenares de esta- blecimientos estaba dañado, incluyendo el de nuestro hotel. Y había tanto calor en las habitaciones, ¡que Albertico decidió dormir dentro de la bañe-

334 ra llena de agua! Era divertidísimo verlo en traje de baño, plácidamente dormido en la tina, con el agua hasta el cuello. Recuerdo que durante las noches que duró aquel martirio sofocante, mi padre humedecía las sába- nas con agua fría y nos cubría a mamá y a mí, a fin de refrescarnos y permitirnos conciliar el sueño.

El 30 de agosto, día de Santa Rosa, los cuatro miembros de la familia Ar- velo Ramos estábamos desesperados de calor. Mi madre no soltaba el abanico, y papá decidió que nos fuéramos a celebrar el día de mamá en un restaurante cercano al hotel, cuyo aire acondicionado, afortunadamen- te, estaba funcionando sin problemas. Y en ese sitio encantador nos que- damos cenando, celebrando y aprovechando del aire fresco, hasta pasada la media noche.

El 3 de septiembre, papá envió una postal a su hermano Marco Arvelo Torrealba, con la imagen del Rockefeller Center. La tarjeta decía así:

Viaje estupendo, salvo aquí 99º grados, con records del siglo. Maña- na embarcamos en el “Independence”. Llegaremos el 13 a Nápoles. Abrazos, Afmo. Alberto

Y efectivamente, el 4 de septiembre de 1953 nos embarcamos en el trans- atlántico “Independence”, una nave de lujo, muy diferente al barco de guerra donde habíamos navegado años atrás, en 1945, cuando fuimos a Francia.

La primera noche de navegación, el capitán del Independence invitó a mi padre y a su familia a una cena exquisita, en un salón privado, y después nos llevaron a conocer las múltiples estancias y los fantásticos servicios que se ofrecían a bordo.

Desde que papá supo que viajaríamos a Italia, aprovechó los ratos libres, por muy cortos que fueran, para que repasáramos las lecciones de lengua italiana que habíamos iniciado tiempo atrás, en nuestra casa de Acarigua. Y no perdía oportunidad para mostrarme bellos libros de arte, y para ins- truirme sobre la historia y la cultura de la llamada Ciudad Eterna. Y por

335 eso a medida que atravesábamos el océano Atlántico, iba creciendo mi ansiedad, y contaba los días que todavía faltaban para llegar.

Tuvimos una excitante travesía de casi dos semanas, donde pasó de todo, pues recibimos el “coletazo” de una tormenta tropical, con poderosos vientos huracanados y olas gigantescas que se elevaban varios metros y llenaban de agua la cubierta del barco. Además conocimos la experiencia de un simulacro de desastre, actividad usual en los navíos que viajaban de uno a otro continente. Aunque habían informado que se haría ese ejer- cicio - y papá nos había explicado en qué consistía la actividad - el sonido insistente de las sirenas, los oficiales impartiendo instrucciones, los mari- neros atareados, ayudando a algunos pasajeros a ponerse chalecos salva- vidas, y el atropellado desplazamiento de la gente hacia la zona de los botes, parecían tan reales, que muchos niños y mujeres empezaron a so- llozar y hasta se oyeron gritos desesperados.

Finalmente llegamos al puerto de Nápoles. Allí nos esperaba un comité de recepción de la Embajada de Venezuela, que dio la bienvenida al nue- vo embajador, a su esposa y sus hijos.

-Siamo arrivati, figlia mia!- me susurró mi padre, con un guiño de ojos, cuando pisamos tierra italiana.

La comitiva de cuatro automóviles se dirigía a Roma. “Será verdad o to- davía estoy soñando?” – me preguntaba, mientras miraba por la ventani- lla… Nos instalamos provisionalmente en el Grand Hotel, junto a la Piazza del’ Esedra.

La residencia nuestra se encontraba en la vía Antonio Gramsci 42, en el tranquilo y aristocrático distrito o quartiere Parioli. Y allí nos instalamos llenos de júbilo. Después vivimos cierto tiempo en un precioso y amplio apartamento del Viale Bruno Buozzi 49, también del quartiere Parioli. Las oficinas de la embajada funcionaban en la Barnaba Oriani, del quartiere Flaminio.

336 La nueva vida Desde el momento de llegar a Roma, mi padre pareció haber recibido do- nes maravillosos, que lo hicieron más sabio, más admirable ante mis ojos. Más cercano a nosotros, frente a aquel escenario de arte, historia y cultura que él había conocido, y había estudiado en libros desde pequeño, y aho- ra podía vivir a plenitud.

El primer acto protocolar al que acudió, tuvo lugar en el Palacio del Qui- rinal. Era la Ceremonia de Presentación de Cartas Credenciales ante el gobierno de la república italiana, que estaba presidido en ese entonces, por el político, abogado y profesor universitario Luigi Einaudi.

337 Luego asumió su cargo de embajador en la sede oficial de la embajada, donde fue recibido respetuosamente por funcionarios venezolanos, que serían desde entonces sus más cercanos colaboradores. Entre ellos desta- caba el poeta , quien tenía el cargo de agregado cultural.76

Ya mi padre sabía italiano. No solamente porque había viajado anteriormente a Italia, sino porque también había leído, desde sus tiempos universitarios, a los autores clásicos como Dante Alighieri- Il Sommo Poeta- al humanista Francesco Petrarca, y a Giovanni Boccaccio, el primer gran prosista italiano. Además - como se ha señalado en otro capítulo - había estudiado disciplinadamente el idioma por cuenta propia, a través del método Berlitz, el más famoso de la época. Por otra parte, en Acarigua, había tenido una numerosa clientela italiana. Eran personas procedentes de distintas regiones de la península. Muchos de ellos hablaban el italiano de Florencia - considerado el más correcto - mientras que otros hablaban los diferentes dialectos regionales. Y a él le encantaba conversar con todos.

-Parliamo italiano, prego!- les pedía, cortésmente, apenas se sentaban en su despacho.

Su dominio de la lengua italiana se hacía evidente, no solamente en sus conversaciones en círculos sociales y diplomáticos, sino en las conferen- cias pronunciadas en prestigiosos centros culturales. Recordamos su char- la sobre Agustín Codazzi, en abiertos espacios de Villa Borghese, y la conferencia dictada en la Facultad de Economía de la Universidad de Roma titulada “L’America dinanzi all Europa Superpopolata”, cuya traduc- ción al español puede leerse en la Segunda Parte de este libro.

Mi hermano Alberto y yo habíamos adquirido conocimientos básicos del idioma desde los días de nuestra infancia, y últimamente habíamos repa-

76 El poeta, abogado y diplomático Juan Beroes (1914-1975), quien ganó, entre otros, el Premio Na- cional de Literatura, fue, toda la vida, un verdadero amigo de mi padre. En 1964 publicó su libro Poesía y le llevó a la casa un ejemplar. La dedicatoria del volumen dice así: “Al doctor Alberto Ar- velo Torrealba, altísimo poeta de Venezuela, en el recuerdo de los inolvidables días fraternalmente compartidos en Roma. Con el afecto sincero de Juan Beroes. Caracas, enero de 1965”.

338 sado las viejas lecciones. Sin embargo, como eso no era suficiente, apenas llegamos a Roma mi padre contrató a una profesora nacida en Florencia, para que nos diera clases en casa antes de comenzar los cursos escolares. Así conocimos a la honorable signora Terra, una condesa culta y arruina- da, según decía papá…

Personalmente nuestro padre se ocupó de buscarnos el colegio apropiado para cada uno. Por supuesto que Albertico y yo queríamos asistir a un colegio italiano, pero el deseo no pudo ser cumplido, porque ninguno de los dos teníamos conocimientos de latín, requerimiento indispensable pa- ra ingresar a un instituto nacional. La noticia causó tristeza y decepción a la familia, y yo empecé a sentirme desorientada. “¿Entonces qué vamos a hacer? ¿Dónde voy a estudiar?” – preguntaba a mis padres. Hasta que un día papá me trajo una sorpresa:

-¡Encontré el colegio ideal para ti, Marielita! Estoy seguro que te va a en- cantar. ¡Quiero que lo conozcas ahora mismo!

339 Y me fui con él en automóvil por la vía Appia Antigua - la más famosa de las vías romanas - donde se hallaba mi nuevo centro educativo. El Mary- mount International School tenía su sede en una hermosa villa rodeada de árboles y jardines, al Norte de Roma. Un colegio de religiosas norteameri- canas e inglesas de la congregación Sacred Heart of Mary, donde estudia- ban, principalmente, las hijas de los diplomáticos, muchas de las cuales habían tenido el mismo problema que yo.

Ahora bien, aunque yo sabía bastante inglés, porque – además de las cla- ses que recibí en mi infancia - había estudiado en el colegio Inglés Católi- co de La Paz, mis conocimientos del idioma eran todavía bastante deficientes. Y las clases del Marymount se dictaban íntegramente en in- glés. Entonces papá decidió hablar con la directora de mi nuevo colegio romano. Fue a visitarla y le pidió:

-Mother Audrey, could you please help my daughter, and give her some English lessons ?

A lo que la Reverenda Madre respondió´:

-Of course Your Excellency!

Como la Madre Superiora aceptó darme clases, a partir de ese instante inicié un cursillo intensivo de inglés que duró tres semanas. Hasta que ella consideró que yo había alcanzado el nivel necesario para incorporar- me al aula correspondiente.77

Y ese hermoso instituto, el Marymount International School, situado en ple- na campiña romana, fue mi lugar de estudios durante mi estadía en la Ciudad Eterna.

Mi hermano Alberto, por su parte, fue inscrito en el Overseas School of Ro- me, un instituto para varones, con características similares a las de mi co-

77 Mother Audrey y yo nos hicimos grandes amigas, y dos años más tarde, cuando mis padres re- gresaron a Venezuela y yo quedé interna en el colegio, la simpática monja fue mi compañera y gran consuelo.

340 legio. Y en el Overseas School of Rome, en junio de 1954, el joven venezo- lano Alberto Arvelo Ramos, de 17 años de edad, se graduaba de bachiller.

Poco después, Albertico viajó a Madrid e inició estudios universitarios en la Facultad de Medicina. Meses más tarde se retiró de las aulas porque, entre otros muchos inconvenientes, estuvo seriamente enfermo de tifus. Volvió a reunirse con la familia en Italia y en la Universidad de Roma es- tudió hasta tercer año de Derecho. Pero mi hermano Alberto todavía no había hallado el verdadero camino…

Y mientras tanto ¿cómo era el desempeño de mi madre, la sin par doña Rosa Dolores? Pues bien, ella cumplía a perfección sus permanentes com- promisos de dama diplomática: era amable anfitriona en los banquetes y recepciones que debía presidir junto a mi padre; lo acompañaba a las fies- tas de gala donde eran invitados y tenía excelentes relaciones de amistad con las esposas de los otros embajadores latinoamericanos. Por otra parte, no tuvo nunca ningún problema para comunicarse con los demás. Con su derroche de simpatía y buen tacto, sabía ganarse a todo el mundo. Habla- ba un italiano muy gracioso, con vocablos y giros inventados, y en pocos meses enseñó a hablar español tanto a la mucama como al mayordomo, al cocinero y al chofer.

El mejor de los guías Desde el momento de la llegada a Roma, mi padre se ocupó de irnos mos- trando las maravillas de la Ciudad Eterna. Había pasado años de su vida leyendo y estudiando, no solamente el Derecho Romano, sino la historia, la literatura, la arquitectura y el arte de Italia. Por eso fue el más sabio de los guías para su esposa y sus dos hijos.

Con él viajamos a Florencia, a Venecia, a Génova, a Pisa, a Nápoles, a Ti- voli, a Capri, a Pompeya, a las playas de Fregene, y a Castelgandolfo, im- ponente castillo donde el papa pasaba el verano… Y en cada nuevo sitio nos daba amenas charlas, para que comprendiéramos de una manera gra- ta e inolvidable.

341 El 12 de diciembre de 1954, viajamos a Livorno, en la costa noroeste de Italia, para asistir al lanzamiento de las naves “Almirante Clemente” y “Juan José Flores”, de las Fuerzas Navales Venezolanas. Fue un acto emo- cionante, en el Cantiere Ansaldo. Como parte importante de la ceremonia, mi madre fue invitada a romper una botella de champaña en la proa de uno de los buques, momentos antes de ser lanzado al agua. Por su parte mi padre, como era de rigor, pronunció un discurso en italiano, que fue muy aplaudido por cientos de invitados reunidos junto al mar.

342 Protector de las letras y las artes En otro orden de ideas, durante su gestión como embajador, mi padre fue el más servicial y generoso de los amigos con los compatriotas que resi- dían en Roma y otras ciudades italianas. Y fue así mismo el protector – guía y consejero al mismo tiempo - de cientos de estudiantes venezolanos que asistían a universidades y conservatorios del país europeo. Les ofre- cía su apoyo diplomático, les brindaba el asilo si lo requerían, y los ayu- daba de todas las maneras imaginables, a resolver cualquier inconveniente que se les presentara.

Con el poeta Arvelo como embajador, y el poeta Beroes como agregado cultural de la embajada, no es de extrañar que - auspiciados por la dele- gación diplomática - se presentaran excelentes recitales poéticos y lectura de libros, en ateneos, academias y otras instituciones de la ciudad. Y para estos eventos se tomaban en cuenta, no solamente a los poetas y escritores venezolanos - residentes o visitantes - sino a los jóvenes talentos de otros países hispanoamericanos, que encontraban en el poeta Arvelo un gran aliado, un crítico severo y a la vez impulsor de sus trabajos literarios.

De igual manera, mi padre ejerció el mecenazgo y protegió a los músicos y artistas con escasos recursos económicos quienes, como Alirio Díaz y Rafael Suárez, hacían en Italia sus estudios de especialización. Recuerdo que al guitarrista Alirio Díaz le dio el apoyo que le hacía falta, y la Emba- jada de Venezuela fue patrocinadora de su primera temporada de con- ciertos.

En aquel período se encontraba en Roma el profesor Juan Bautista Plaza, con su esposa Nolita y sus hijas Susana y Beatriz. Las dos familias tenía- mos una estrecha amistad y compartíamos ratos muy placenteros. Mi pa- dre y el maestro - que eran amigos desde la época de “Espinito”, allá en los años 30 - se reunían en la biblioteca de la casa; mamá y doña Nolita conversaban en el salón, y Susana y Alberto se iban a “la salita de los mu- chachos”. Beatriz y yo (que teníamos 14 años y fuimos desde entonces íntimas amigas), nos reuníamos en la terraza, donde escribíamos nuestros

343 diarios, comparábamos los álbumes de “autógrafos de celebridades” y escuchábamos música de moda.

Contrapunto A propósito de música, nuestra casa de Roma conoció los inicios del Quinteto Contrapunto, o mejor dicho, el germen del quinteto, porque al principio fueron tan solo dos los integrantes de la famosa agrupación: Ra- fael “Fucho” Suárez y Domingo Mendoza.

El primero de ellos, Rafael Suárez, era estudiante de composición en el Conservatorio Santa Cecilia de Roma, y había logrado realizar singulares arreglos musicales para algunos corridos populares venezolanos, que mi padre había rescatado del olvido. Rafael se reunió luego con Domingo Mendoza, ex integrante del Orfeón Universitario de Caracas. Muy pronto los dos músicos unieron sus talentos, entraron en fecunda sintonía, conci- bieron un nuevo proyecto y las ideas empezaron a fluir. Entonces Rafael Suárez se dio a la tarea de escribir sus arreglos para dos voces. No había pasado mucho tiempo cuando el dúo comenzó a interpretar, de una ma- nera novedosa y única, la música folclórica venezolana.

Años más tarde, a comienzo de los 60, el barítono Rafael Suárez (en su papel de director, arreglista e intérprete del cuatro venezolano), y el bajo Domingo Mendoza, se reunían a tocar y cantar en nuestra casa de Cara- cas. Al dúo inicial se agregaron las voces de las mezzo-sopranos Aída Navarro y Morella Muñoz y del tenor Jesús Sevillano. ¡Se había formado el Quinteto Contrapunto! Muy pronto se produjo el lanzamiento de su primer disco, el cual logró un grandioso éxito.

El propio nombre del conjunto, “Contrapunto”, fue sugerido por mi pa- dre, a quien los músicos consideraban su padrino. Algunas veces, como gesto de afecto hacia la familia, ensayaban en la quinta Mariela y le ofre- cían a papá un sitial de honor. Él hacía comentarios que los cantantes to- maban en cuenta, y aplaudía jubiloso las fantásticas interpretaciones.

344 Entre las piezas musicales del Quinteto Contrapunto, se encontraba “La Puerca”, divertido joropo popular, de muy vieja data, que les había ense- ñado mi padre. En fiestas familiares, él disfrutaba con la jocosa pieza, y cantaba con gracia el solo de “la vieja”, adaptando su voz a la muy tem- blorosa del personaje:

¡Muchacha espantá esa puerca, porque me quiere quitá la vía. Escuchála como hace, escuchále el ronquío, Jo Jo Jo Jo!

… Cuando finalizaba la canción, todo el mundo se echaba a reír.

Entre los otros temas que le enseñó mi padre a Contrapunto, se encontra- ban “Cándida María” y el “Corrido de los Pájaros”. Sobre esta última composición hablaremos en otro capítulo.

Las caraotas de Alirio Díaz Todavía a propósito de música y en el capítulo de Roma, deseo relatar una anécdota de aquellos venturosos días, que a mi padre le encantaba contar a sus amigos:

Como se ha relatado, nuestra espaciosa residencia en Roma, era una suer- te de casa de la cultura, abierta a todos, donde se reunían artistas, escrito- res, músicos y pintores de todas las tendencias. Al menos un par de días al mes había tertulias literarias, pero también grupos de músicos, que en alguna salita se reunían a ensayar…

Un sábado, temprano en la mañana, llegó a la casa el joven guitarrista Alirio Díaz. Había traído su guitarra y estaba nervioso. Según ya había acordado con mi padre, se reuniría con el maestro Plaza, quien lo escu- charía tocar en privado, y haría las correcciones necesarias en las piezas que Alirio iba a tocar durante el próximo concierto. Efectivamente, poco

345 rato después se presentó el profesor, y mi padre les cedió su estudio para que trabajaran a puerta cerrada, sin interrupciones.

Pasaron tres, cuatro horas. Oíamos las notas de la guitarra. Y levemente oíamos las voces del maestro, cuando interrumpía a Alirio para aplaudir- lo o para “halarle las orejas”.

Cuando ya eran las dos de la tarde, salieron del estudio. Alirio, sudoroso; el maestro, risueño. Había llegado la hora de almorzar y juntos camina- mos hacia el comedor. Para ocasión tan grata, y aprovechando la circuns- tancia de que teníamos en la despensa caraotas negras, recién llegadas de Venezuela, mi madre había enseñado a Domenico, el cocinero, a preparar “pabellón criollo”. Y ése era el menú del día.78

Los ojos de Alirio se iluminaron de felicidad cuando vieron las humean- tes caraotas. ¡Hacía ya tanto tiempo que no las saboreaba! Mientras el me- sonero servía las viandas, se inició una grata charla entre mis padres y sus dos invitados. (Me parecía graciosísimo ver al mesonero, elegante y for- mal, sirviendo las “negritas” con servicio de plata y guantes blancos).

Mas cuando Alirio se disponía, por fin, a llevarse a la boca el primer bo- cado, el caraqueño maestro Plaza, que estaba a su lado, lo atajó en seco, preguntándole:

-Alirio, ¿no le quieres poner un poquito de azúcar a las caraotas?

El caroreño Alirio Díaz respondió de inmediato, estremecido de pavor ante la sugerencia:

-No. Gracias, maestro.

Pero el maestro Plaza no quería darse por vencido e insistía, una y otra vez… Ya con la cucharilla de azúcar sobre el plato de Alirio, pronunció estas palabras:

78 El “pabellón criollo” es un plato típico venezolano, que consiste en caraotas (frijoles negros), car- ne “desmechada”, arroz blanco y tajadas de plátano frito. En Caracas se suelen comer las caraotas con un poquito de azúcar, pero esa costumbre es casi un sacrilegio en el resto del país.

346 -Prueba un poquito, Alirio, para que veas que quedan muy sabrosas…

¡Alirio ya no pudo más! Tapó su plato con las dos manos y replicó en voz alta:

-Maestro Plaza, sigo al pie de la letra sus indicaciones sobre la músi- ca…¡Pero con mis caraotas no se meta!

La carcajada fue general.

Noches en familia Algunas noches, cuando la ocasión lo permitía, nuestra corta familia se reunía en una sala íntima, vecina al comedor, para conversar sobre los acontecimientos de la jornada, para leer o para escuchar música. De vez en cuando papá buscaba el cuatro, empezaba a “puntearlo” y, con la nos- talgia a flor de piel, nos poníamos a cantar canciones venezolanas inter- pretadas por “Los Torrealberos”, como aquella que tanto nos gustaba y decía así:

Adiós llanos del Oeste matorrales y caminos, no sabes con qué dolor de tu lado me despido…

Una vez - quizás rememorando nuestros paseos en coche de caballo, allá en París – me dijo:

- Aquello que se aprende con música y ritmo, no se olvida nunca, Elita. Esta es una enseñanza útil de seguir, cuando se trata de aprender idio- mas…

Teniendo esas palabras como inspiración, y aprovechando que, según de- cían, yo cantaba bonito, él empezó a comprarme aquellos discos donde se interpretaban las canciones de moda, tanto en italiano como en francés e inglés. De esa manera, decía él, aumentaría rápidamente mi conocimiento

347 de las tres lenguas extranjeras. Escogía los mejores intérpretes, los que tenían mejor dicción y cantaban con mayor claridad y me aconsejaba:

-Escucha con cuidado; trata de repetir exactamente la voz y entonación de los cantantes, y tu pronunciación será perfecta. ¡De esa manera, mientras aprendes, cantas!

Recuerdo que en las noches, después de cena, nos íbamos los dos al sa- loncito, y allí escuchábamos, una y otra vez, las más bellas canciones del Festival de San Remo de 1954, como Canzone da due soldi, interpretada por Achille Togliani, y Aveva un bavero, por el cuarteto Cetra. Todavía yo las canto, y cuando canto pienso en él…

Paseando por Roma Caminando a su lado conocí, con verdadero asombro y fascinación, las muchas maravillas de la Ciudad Eterna: las catacumbas y los foros, el Co- liseo y las basílicas, las plazas y las fuentes, los museos y palacios, los tea- tros, restaurantes, las villas y las calles, las grandes avenidas y la Ciudad de El Vaticano.

Nuestro primer paseo (y guardo bellas fotos del momento), lo hicimos en coche de caballos la misma noche de nuestra llegada. La Fontana di Trevi estaba iluminada y allí nos detuvimos. Lanzamos moneditas al agua, y papá nos habló de la costumbre de los turistas - de acuerdo a una vieja leyenda romana - de lanzar sus monedas al agua de la fuente, como pro- mesa para volver a la ciudad. Un par de años más tarde se puso de moda la canción Arrivederci Roma, que hace una referencia a la leyenda:

…Ce sta ‘na leggenda romana legata a ‘sta vecchia fontana, Per cui se ce butti un soldino costringi er destino a fatti tornà…

348

349 En el Vaticano A la Capilla Sixtina fuimos varias veces, y mi padre disfrutaba mostrán- dome hasta los mínimos detalles del gigantesco fresco de la pared del fondo, donde – por encargo del papa Pablo III - Michelangelo Buonaroti pintó el Juicio Universal. Hacía hincapié en un novedoso descubrimiento artístico, hecho recientemente por el embajador venezolano ante la Santa Sede, Dr. Joaquín Díaz González. Él había vislumbrado en el inmenso fresco (donde se hallan 391 figuras en torno al Cristo que juzga), no sola- mente el perfil del Dante, sino la imagen de Cristo muerto. Mi padre tenía el libro (que hoy todavía conservo intacto ), dedicado a él por el autor, y después de estudiar las láminas expuestas en sus páginas, nos íbamos de nuevo a la Capilla Sixtina, para constatar, “en vivo”, el extraordinario descubrimiento artístico.

Este libro de arte, escrito en italiano, cuyo título es Scoperta d’un grande segreto dell’arte nel Giudizio Universale di Michelangelo, tiene la siguiente dedicatoria: “A mi apreciado amigo y colega el Embajador Dr. Alberto Arvelo Torrealba, muy cordialmente, Joaquín Díaz González. Roma, 15- XI-54”79

También en esos días tuvo lugar nuestra audiencia especial con Eugenio Pacelli, su santidad el papa Pío XII, en sus privadas oficinas de la Ciudad del Vaticano. Mi padre habló con él a solas, por veinte o treinta minutos. Y luego el Santo Padre se acercó a saludar a las otras personas de la fami- lia. Con el papa Pío XII nos tomaron una fotografía que tengo aquí con- migo, y recuerdo que él me tomó de las manos e hizo algunas preguntas sobre mis estudios. Era un hombre mayor. Parecía agotado y murió pocos años después, en Castelgandolfo. Yo lo veía como un ser celestial: ¡era el representante de Dios en la Tierra y eso era demasiado para mi entendi- miento! Y aunque ya había ensayado lo que iba a decirle, estaba enmude- cida, deseaba escapar, y no me fue posible pronunciar palabra…

79 Scuola Salesiana del Libro, Roma, 1954.

350

Audiencia de la familia Arvelo con el Papa Pio XII

351 Corto viaje a España Después que Albertico obtuvo el grado de bachiller en el Overseas School of Rome, decidió irse a Madrid, e iniciar los estudios de Medicina en la Universidad. En diciembre de 1954 mis padres y yo fuimos a visitarlo, para pasar con él las navidades. Nos alojamos en el Hotel Plaza, y desde allí planificamos la visita, a fin de aprovechar cada minuto de la mejor forma posible. Fue un viaje memorable. Fue mi primer encuentro con Es- paña, y recibí de mi papá algunas clases complementarias sobre la histo- ria y la cultura de la Madre Patria, que se habían iniciado en mi infancia. Esta vez yo podía comprender plenamente cada una de las lecciones reci- bidas en aquel entonces.

Nos sentíamos felices de estar juntos de nuevo, y comenzamos una gira fantástica que duró 15 días. Primero, por supuesto, paseamos por Madrid durante siete días y siete noches. ¡Nos parecía un pecado ir a dormir cuando nos esperaban tantas maravillas! Después viajamos a Toledo, la Toletum romana, capital de Castilla la Mancha, donde conocimos la casa y

352 el mundo de El Greco. Fuimos luego a Segovia, que está asentada sobre una colina, y comimos cochinillo asado en el Mesón de Cándido, justo al frente del soberbio acueducto romano del tiempo de Augusto. Y también visitamos el monasterio de San Lorenzo el Real del Escorial, mandado a construir por Felipe II. El último día, antes de regresar a Roma, fuimos al gran palacio de Aranjuez, que fue una vez la residencia veraniega de los reyes de España. Esa última noche estuvimos presentes en un tablao fla- menco madrileño, y papá me contaba sobre algunos gitanos que viven en las cuevas de Granada, y cuyos cantos parecen lamentos...

15 años En la Ciudad Eterna cumplí 15 años y el acontecimiento fue ce- lebrado en casa con un espléndi- do banquete, donde asistieron mis mejores amigas del colegio. ¡Eran ocho muchachas de ocho países diferentes! Yuiko, del Ja- pón; Ann, de Holanda; Nora, de México; Naseema, de Pakistán; Christine, de Estados Unidos; Hwei Lin, de China, Stellina, de Italia y Anabella, mi amiga ve- nezolana.

Cuando se levantaron las 16 co- pas para el brindis, mi padre embajador se puso de pie, y me ofreció unas bellas palabras, que lamentablemente no quedaron escritas.

353

Capítulo 24

Poesía de Arvelo en Italia

Trabajo literario ininterrumpido. Ritual de cada día. Traductor de Ungaretti y de Umberto Saba. Otros poemas: Messaggio con Rose. Versos para tu verso. Poema para Enriqueta Arvelo Larriva. El autógrafo.

Trabajo literario ininterrumpido Alberto Arvelo Torrealba no descuidó jamás su labor literaria. La poesía era el impulso vital de su existencia, y no importaba donde se encontrara - en un barco, un avión, una cabaña o un hotel – y no importaba el cargo

354 que desempeñara, o cualquier cúmulo de responsabilidades que debiera cumplir, su poesía iba adelante! Siempre encontraba tiempo para ella, y dedicaba parte de la noche - o de la medianoche si era necesario - para leer y escribir, y para corregir sus textos literarios.

Ritual de cada día Cuando vivió en Italia como embajador, entre los años 53 y 55, se ence- rraba a escribir en su oficina, principalmente los fines de semana, y des- pués completaba el ritual que había seguido siempre: salía del encierro con sus papeles en la mano, y caminaba de allá para acá, por la amplia terraza llena de flores, para leer en voz alta, una y otra vez, su trabajo del día.80

Una de las “empresas” literarias más importantes en las que estuvo in- merso durante la época romana, fue la ampliación y revisión de su ro- mance “Florentino y el Diablo”, el cual, como sabemos, ya había tenido dos versiones y publicaciones anteriores, en las ediciones de 1940 y 1950 de Glosas al cancionero.

Como veremos más adelante, la tercera y última versión del poema se editaría en Caracas en 1957.

Traductor de Ungaretti y de Umberto Saba Durante su estadía en París como consejero de la Embajada venezolana, Arvelo Torrealba escribió algunos poemas en francés, entre ellos el deli- cado “Madrigal”, fechado en 1945. Leámoslo:

Hier près de toi… Ta main, tes yeux, ton geste, étoiles si lointaines de ma tour. Nuit adorée! Je tiens ce qu’il m’en reste:

80 Mi hermano Alberto tenía otra versión. Él decía que papá aprendía de memoria sus creaciones poéticas del día, las repetía en voz alta, y solamente entonces las copiaba en la máquina de escribir. Pudo haber sido así en algunas etapas de su vida. Pero eso no es lo que yo recuerdo.

355 l’aube d’ esprit de ton régard celeste… ta vie jamais, ton souvenir toujours .81 Pero creemos que fue en Roma, cuando Arvelo inició su faceta de traduc- tor. Tradujo, entre otros, el poema I fiumi, (Los ríos), del italiano Giuseppe Ungaretti, figura principal del llamado hermetismo literario.

Hijo de italianos, Ungaretti nació al Norte de Egipto en 1888, en la ciudad de Alejandría, cuando su padre trabajaba en la construcción del canal de Suez. Y en el país del gran desierto el poeta vivió su infancia y adolescen- cia. Según su concepción, el Sena es el río de la conciencia, el Serchio es el río de la memoria y el Nilo el del origen de los sentimientos…

Ante el encanto y la fascinación que Arvelo tuvo siempre hacia el agua y los ríos, resulta comprensible la selección de I fiumi, a la hora de escoger un texto de Ungaretti para llevarlo a la lengua castellana.

La traducción de este poema (cuyo original mecanografiado conserva- mos), fue publicada en la Obra poética de Arvelo en 1967. Para aquellos lectores que no lo conocen, hemos seleccionado algunos versos:

Los ríos

(Traducción de I fiumi, de Giuseppe Ungaretti)

… El Isonzo corriendo me pulía cual si yo fuera uno de sus guijarros. Eché abajo mis cuatro huesos y me fui como un acróbata bajo el agua… … Recorro las etapas de mi vida… Estos son mis ríos. Este es el Serchio donde cogieron agua dos mil años quizás de gente mía campesina y mi padre y mi madre. Este es el Nilo que me ha visto nacer y crecer ardido de inocencia en inmensas llanuras. Este es el Sena, en cuyas turbulencias hundí las sienes y me conocí.

81Alberto Arvelo Torrealba. Obra poética, pg. 241.

356 Estos son mis ríos, contados en el Isonzo. Es mi nostalgia, que en cada uno de ellos se me trasparenta ahora cuando es la noche cuando me parece mi vida una corona de tinieblas. 82

La Cabra, de Umberto Saba Arvelo Torrealba también tradujo al poeta italiano de origen judío Um- berto Saba, nacido en Trieste en 1883 y muerto en Gorizia en 1957.

La traducción mecanografiada que conservamos del poema “La Cabra”, tiene al fin de la página un comentario escrito a mano por mi hermano Alberto, que dice así: “Encontrado en 1974 dentro del ejemplar de A.A.T. de la Antologia della Poesia Italiana 1909-49”.

Aquí es preciso comentar que en enero de 1974 falleció nuestra madre, y fue a partir de entonces cuando mi hermano y yo entramos de lleno en la biblioteca de papá, para empezar a organizar sus documentos y sus libros…

He aquí el poema de Umberto Saba. Consideramos que esta traducción nunca había sido mostrada al público:

La Cabra

Hablé con una cabra. Sola en el prado, atada. Sacia de hierba, húmeda por la lluvia, balaba.

Unísono el balido era fraterno a mi dolor. Y yo le contestaba primero como en broma, después porque el dolor es eterno y nunca su voz cambia.

82 : Alberto Arvelo Torrealba. Original mecanografiado y corregido a mano. Posteriormente publi- cado en Obra poética. Caracas, 1967, pgs. 238-240.

357 Esa voz la sentía gemir en una cabra solitaria.

En una cabra de facha semítica escuché querellarse todos los otros males, todas las otras vidas.

Umberto Saba (Canzoniere) Traducción de Alberto Arvelo Torrealba Otros poemas: Messaggio con Rose En una carpeta marrón tamaño oficio, identificada en una tarjeta de cartu- lina como: “Literarios II” el poeta Arvelo guardaba una serie de poemas de su autoría, dedicados a sus amigos y miembros de la familia. El prime- ro de ellos, “Messaggio con rose”, escrito en italiano, está corregido en tinta con su puño y letra. Este poema, sin fecha en el manuscrito original, está fechado en 1953 en el volumen Obra poética. Sin embargo, pensamos que el hermoso Messaggio no fue escrito en la Roma de 1953, sino que ya exis- tía desde los días de su viaje a Florencia, en 1950 (el mismo año de “Fuen- te florentina”), cuando el poeta asistió a la Conferencia de la UNESCO. Leamos:

Messaggio con Rose

Piazzale di Michelangelo. Notte accanto a te. Dall’eco del tramonto sorge pulcra la città: luce, mistero.

Quando si assaggiano sogni e brindano vino schietto le tre grazie del tuo volto: occhi, sorriso, pensiero;

quando vai contando y ponti e in mezzo al racconto ameno

358 ilumina eternità sagoma del Ponte Vecchio.

Quando incede fra le nuvole Brunelleschi, grave, altero e l’alba dei campanili colma la notte del cielo.

Quando si ascolta il destino mosso dal cuor ogni gesto: per amare il mare amaro ci fa Fiorentini Americo.

Quando il tuo ridere scatta se nel limpido ruscello della tua favella lirica getto il sasso dello scherzo.

Quando galleggia il tuo nome nello stagno del silenzio, il tuo april nel madrigale e nel’ Arno il sogno sveglio.

Quando affacciando l’addio Petrarca ci preme il petto, e va dicendo “Sospira” Dante al paesaggio sereno.

Quando canta il rosignolo prima di nascere il verso italica leggiandria giardino dal fior eterno.

Allora per risvegliare la musa dal garbo snello tue sorelle le rose sono il miglior messaggiero 83

83 Original mecanografiado y corregido por el autor. Publicado en Obra poética, pgs. 244, 245.

359

360 Versos para tu verso En la misma carpeta “Literarios II”, hallamos el soneto titulado “Versos para tu verso”, el cual está fechado en Roma, octubre de 1953. Por lo tanto fue escrito cuando el poeta Arvelo tenía muy poco tiempo de haber llega- do a la Ciudad Eterna. Aun cuando este soneto se encuentra incluido en la sección Poemas Sueltos de la Obra poética, nos complace presentarlo a los lectores:

Rubí de Ocaso en fugas de zafiro, monte que se desangra en el torrente, flumen entre el pinar bajo mi puente, nardo del bosque fiel donde te aspiro.

Mañana de mi luz que a ciegas miro, noche augusta preñándose de Oriente, crecida de dolor que inunda frente, tempestad prisionera en el suspiro.

Rumor de la lejura entre la huella del beso anclado orillas de la estrella por la honda sed que sólo en sed se sacia.

Hacha del soñador que labra día, cielo de nunca, palma de porfía, cósmica fortaleza de la gracia.

Poema a Enriqueta Arvelo Larriva El 1º de enero de 1954, desde Roma, el poeta Arvelo envió un especial mensaje de año nuevo a su querida prima-hermana. Es un poema de añoranza, recuerdos familiares y vivencias de los veinte años, allá en Barinitas:

1954 Para Enriqueta

Voy a ti en Año Nuevo con el mundo en la frente. Llevo el traje y los dones que nos dio la mañana:

361 Pantalón de veinte años, camisa de torrente, voz de saeta niña, pecho de resolana.

Un dulce ayer es ruta y espuela en el impulso. Alba, café, repiques. Cigarras en la siesta. A tus nombres los oigo resonando en mi pulso cual sonaba sus cascos mi caballo en la cuesta.

Enriqueta, Mercedes, Lourdes, las de las cruces en orgullo que llora, en sonrisa que reza. El hermano en la sombra, Corsario de las Luces, el padre, alegre y noble Señor de la Tristeza.

Voy a ti en Año Nuevo bajo una estrella maga, la que acuna en los pozos semilla de universo. ¿Quién apaga las selvas prendidas? ¿Quién apaga candelas solitarias en la pulpa del verso?

Alba, café, repiques, comedor de alegría, charla infantil, verdores que en mis pupilas llevo. Uno más cogió el rumbo de la Gran Lejanía. Lejanías balbucen la voz del Año Nuevo.

Roma, 1º de enero de 1954 84

El autógrafo Cuando vivíamos en Roma, todas las chicas de mi edad tenían un álbum de autógrafos para coleccionar, no solamente los mensajes y firmas de familiares y amigos, sino de las decenas de celebridades que se veían a diario por las calles romanas. Cuando me regalaron el álbum, yo le pedí a papá que escribiera su autógrafo en la primera página. ¡Para mí él era la primera celebridad! Y allí escribió los “Versos del Retorno”. Este poema, familiar e íntimo, es un recorrido imaginario por lugares queridos que visitaríamos, y las vivencias que tendríamos, al regresar a nuestra patria:

84 Texto original mecanografiado por el autor. Fue publicado en la Obra poética, pgs. 234, 235.

362 Versos del Retorno

(Para Mariela)

En la noche llega el barco. Tempranito te despierto. Tía Aura y tío Marco nos aguardan en el puerto.

Desayuno del arribo. Los que comen son 40. Yo me quedo pensativo por lo gordo de la cuenta.

De repente se oyen voces: se avecina un perro bravo. Es Luckyto, te conoce, culebrea con el rabo.

Larga cola de amiguitas, las de al lado, las de Chela. En el Este dos visitas: Esperanza, Marianela.

Apertura de petacas. Los cariños dando guerra. 4 días en Caracas y después andar la tierra.

Porque nada quede trunco lo cercano es lo primero. Con la noche nos da El Junko su friíto sabrosero.

Tú nos tejes un estambre caminero de canciones. Son señuelos para el hambre mangos, piñas y mamones.

363 En Turiamo, con la lancha, por el mar nos vamos lejos. En la playa bella y ancha te saludan los cangrejos.

Madruguera la tertulia. Queso fresco, arepas grandes. Nace el alba ya en el Zulia y dormimos en Los Andes.

Abanicos del oleaje por el lago, por el río. Tu cabello en el paisaje es macolla con rocío.

Por las filas del collado los anhelos hacen nidos en el pecho descarnado de los páramos dormidos.

Por honduras infinitas tiende el río clara cuerda. casa sola en Barinitas quinta “Lourde” nos recuerda.

Con los pastos floreciendo la sabana es una pompa. A caballo vas corriendo por el hato de tío Pompa.

Por fin tienes lo que añoras: sol alegre de Acarigua y un bañito de 3 horas en las aguas del Durigua.

La cabaña sabanera te cobija del sol guapo. Mientras sirven la ternera nos refrescan con guarapo.

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Cómo endulzan la vivienda los verdores fraternales! En el riego de la hacienda se ven lindos los barriales.

Buenamoza la Chavita Albertico está perplejo mientras canta la Rosita: “Dejaló morir de viejo.”

Goricita, Ana, Graciela brincan pozos, pisan fango. Todas hablan con Mariela en la pata de aquel mango.

Con el blanco te luciste en las horas del ocaso. 8 tiros solo hiciste, 8 huecos en el vaso.

Ya el poniente borda en flores tus pañuelos de llanura. Tarde tuya en los colores en la paz y en la ternura.

Tus ensueños se enjazminan, tus recuerdos se aureolan, tus cantares se iluminan, tus canelas se arrebolan.

El cariño versos labra y en el álbum de Mariela suena linda la palabra Venezuela!

A. Arvelo Torrealba. Roma, marzo 1954

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Capítulo 25

El destino final, Venezuela.

Regreso de Roma. Dos ciclos de 4 años. Permanencia de los hijos en Europa. Cartas desde Caracas. Año 1956. Escritorio Jurídico Arvelo Torrealba. Un matrimonio en la quinta Mariela. “¡Te me casas, Elita!”

Regreso de Roma Por no estar de acuerdo con determinadas políticas del gobierno de Mar- cos Pérez Jiménez, mi padre renunció a su cargo de embajador y regresó a Venezuela de inmediato. La fecha exacta: 18 de septiembre de 1955, cuando estaba cumpliendo dos años de su llegada a Italia. Mi madre permaneció en Roma, organizando una serie de asuntos pendientes, y re- gresó a Caracas un mes más tarde.

Dos ciclos de 4 años Terminaba así, con 10 años exactos de diferencia entre uno y otro, el se- gundo ciclo de 4 años que vivió mi padre como diplomático y servidor público de su país:

El primer ciclo, de 1941 a 1945, como presidente del estado Barinas y con- sejero de la embajada de Venezuela en Francia.

367 El segundo ciclo, de 1951 a 1955, como embajador de Venezuela en Boli- via, ministro de Agricultura y Cría y embajador de Venezuela en Italia.

A partir de ese entonces, y hasta el fin de sus días, se ocupó solamente de su bufete de abogado, de su trabajo literario y de su familia.

Permanencia de los hijos en Europa Después de la partida de mis padres, yo quedé consternada, sin entender muy bien lo que había sucedido… Permanecí en Italia durante un año más, interna en el colegio Marymount International School.

El antiguo y austero edificio donde funcionaba el internado, no tenía na- da que ver con la preciosa escuela en la campiña, donde yo había estu- diado hasta entonces. Y las noches tan largas me parecían muy tristes. Mi prima Graciela Ramos Elia, compañera de cuarto, hacía menos notoria mi soledad.

El internado no estaba en la Via Appia, sino en Via Nomentana, y como las lecciones las recibíamos en la villa campestre, las otras jóvenes internas y yo debíamos desplazarnos diariamente en el transporte del colegio. Atra- vesábamos la ciudad, en la mañana y en la tarde. Aquellos largos recorri- dos me causaban una gran nostalgia, pues recordaba a cada instante mis felices momentos romanos, al lado de mi gente.

Mi hermano Alberto se quedó en Europa durante varios años. Como para el momento del retorno de nuestros padres a Venezuela ya él había regre- sado de Madrid, fue mi representante ante Mother Audrey, la Madre Su- periora del colegio.

Albertico vivía en la casa de huéspedes de la signora Mariza, quien era vie- ja amiga de la familia. Tenía además un carro propio: un pequeñísimo Fiat Millecento donde paseábamos los fines de semana. Y como éramos adictos a los museos, íbamos a uno diferente cada siete días. Con el ma- yor cariño, Alberto nos buscaba en el colegio (a mi prima y a mí), todos

368 los sábados en la mañana, y nos llevaba de regreso el domingo en la tar- de. Albertico fue siempre mi mejor compañero.

Cartas desde Caracas Mis padres me hacían demasiada falta. Nunca antes nos habíamos sepa- rado. Y solo me alegraban sus mensajes, que me llegaban semanalmente por correo aéreo. En la primera carta que me escribió papá desde Caracas, pocos días después de su regreso a Venezuela, me daba cuenta de varia- das noticias , principalmente de las recientes travesuras de mi perrito Lu- cky, y también de la quinta Mariela, que había sido habitada por tío Marco Arvelo Torrealba durante nuestra ausencia de Caracas. Papá me hablaba así:

La casa está muy bonita. Tu tío Marco, al saber que viene tu mamá, la ha hecho pintar casi toda. Tu cuarto está como lo dejaste, muy limpio y elegante y apenas ha habido necesidad de un ligero retoque, junto a la puerta…

Además me hablaba de Chulumani del Junko:

La casita del Junko la estoy arreglando también con pintura nueva y reparación general… La sigo mejorando y ampliando. Le estoy ha- ciendo otro cuartico, corredor y nuevos jardines. El sitio está bello. Ya los arbolitos están grandes y hay muchas flores. Cuando vengan ustedes en junio, tendremos esa linda casita de campo, con terneras y demás, para superalegrar los sábados y domingos…

En otra de sus cartas me contaba en detalle, lleno de entusiasmo, sobre el bello refugio de la montaña:

Chulumani del Junko, 22 de octubre de 1955

Querida Marielita:

Te escribo desde esta preciosa posesión que tanto nos recuerda las re- giones semitropicales de Bolivia. Son las 7 am. Sin neblina, cosa ex-

369 cepcional. Un Sol radiante ilumina los campos cargados de rocío, mientras a lo lejos azulea la línea del mar, por donde ustedes retor- narán dentro de 9 meses.

En estos días he estado sembrando frutales y flores. Ayer, por ejem- plo, me trajeron 25 hortensias, 27 hijos de cambur, 6 mandarinos, 4 californios, 2 aguacates, 2 ciruelos, 2 grapefruits y un pomagaz. La semana pasada se sembró una remesa igual. Cuando vengan podrán comer de todas estas frutas, pues los arbolitos los estoy escogiendo ya grandes (de metro y medio a dos metros de alzada)…

Y las cartas se extienden, de semana en semana, en alegres proyectos y planes para nuestro regreso.

370 Año 1956. “Escritorio Jurídico Arvelo Torrealba” Me había causado hondo pesar tener que separarme de mis padres por primera vez. Y fue en el mes de julio de 1956 cuando volví a mi patria, para reunirme de nuevo con ellos.

Encontré a mi papá satisfecho y rebosante de energía. Lo encontré traba- jando fervorosamente en la ampliación y corrección de su romance “Flo- rentino y El Diablo”, que había crecido sustancialmente y sería publicado un año después, como libro completo e independiente. A la vez ejercía su profesión de abogado, única actividad que le proporcionaba los medios necesarios para vivir.

Ya liberado definitivamente de compromisos diplomáticos y políticos, él retomó con renovada intensidad su trabajo profesional, del cual se había alejado temporalmente. Su noble y fiel clientela estaba esperándolo, y por eso muy pronto reinició su trabajo en el bufete, el cual se hallaba ahora en un pequeño anexo, dentro de la vivienda de El Paraíso.

Antes de irse de viaje a Europa, había guardado bajo llave los documen- tos de sus clientes, y había logrado mantenerlos, perfectamente organiza- dos por orden alfabético, en un enorme archivo que tenía en su despacho, al lado izquierdo del escritorio… Ya el abogado estaba en casa, y el “Es- critorio Jurídico Arvelo Torrealba” había abierto de nuevo sus puertas.

371 Sin embargo, aunque su horario de trabajo era de sol a sol, sin pausa ni descanso, la situación económica de la familia era precaria. Y en diferen- tes círculos se escuchaba decir: “El poeta Arvelo salió de la política mu- cho más pobre de lo que entró…” ¡Y esa era la verdad! Pero esos comentarios, en vez de preocu- parnos nos llenaban de orgullo; porque en aquella época, cuando muchos políticos carecían de es- crúpulos y se enriquecían rápi- damente, todos reconocían la ho- nestidad de Alberto Arvelo.

Eran días difíciles. Afortunada- mente, el alegre y risueño carácter de mi madre seguía haciendo mi- lagros, y nunca permitía que exis- tieran tristezas a su alrededor. Pa- ra todo problema hallaba solucio- nes inteligentes; sabía salir airosa de los conflictos, y alegraba la vi- da de los suyos con su eterna son- risa y buen humor.

Un matrimonio en la quinta Mariela El 27 de noviembre de 1957, el día que cumplí 18 años, contraje matrimo- nio con el ingeniero tocuyano Antonio Rodríguez Tamayo, a quien conocí pocos meses después de mi regreso a Venezuela. La honorable familia de mi prometido congenió de inmediato con mi familia, y nuestra relación se hizo cordial desde el primer momento.

Comenzó el ajetreo reglamentario, y la boda civil se celebró en la quinta Mariela, que ese día se encontraba esplendorosa y llena de flores. Mis pa- dres fueron los anfitriones de la tarde, y la sencilla ceremonia los había

372 emocionado. Entre los testigos que firmaron el Acta de Matrimonio, se encontraban algunos de los grandes amigos de nuestra casa, como el inte- lectual Pedro Sotillo, el mismo que escribió “Puerta de Golpe”, en las primeras páginas de Glosas al cancionero.

“¡Te me casas, Elita!” Antonio y yo tuvimos una doble celebración, en dos localidades diferen- tes, pues la boda eclesiástica se realizó tres días más tarde, el 30 de no- viembre, en la llanera ciudad de Acarigua. Tomamos esa decisión pues por razones de salud, mis abuelos Ana y Buenaventura no podían viajar a Caracas. Y como deseábamos que estuvieran presentes, resolvimos casar- nos en la vieja casona de provincia, donde yo había pasado momentos tan felices de mi niñez… Mis padres y mis suegros y los ancianos abuelitos, estuvieron felices con la decisión.

¡Y así se hizo! Para asistir a la segunda celebración, que fue como la otra: alegre y muy sencilla, viajaron con nosotros algunos invitados desde Ca- racas y Valencia. Y otras pequeñas caravanas viajaron a Acarigua desde Barinas, El Tocuyo y Barquisimeto.

La residencia de mis abuelos Ramos Calles, quedaba al frente de la Plaza Bolívar de Acarigua, y en la otra esquina se encontraba la Iglesia Parro- quial de San Miguel Arcángel. Entonces papá y yo – con atuendos de gala y acompañados por los amigos y familiares – recorrimos la plaza a paso lento y ceremonial. Iba adelante la madrina, mi prima Ana Enriqueta, se- guida por los niños del cortejo. Un violinista improvisado, de esos que tocan en las verbenas, decidió acompañarnos en el camino.

-¡La novia es hija del poeta Arvelo! – decían a voces los parroquianos, que se agolpaban en la esquina para vernos pasar.

Era una hermosa boda de pueblo, tal como yo la había soñado…

Cruzamos la ancha calle y entramos a la iglesia. Papá volteó a mirarme y dulcemente dijo:

373 -¡Te me casas, Elita!

No me sentí con fuerzas para responderle y solamente le tomé la mano. Al compás de la música seguimos caminando. Monseñor Pedro Pablo Tenrreiro, obispo de Guanare, oficiaría la ceremonia. Al compás de la música de un violinista improvisado, mi querido papá me condujo al altar.

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En la Boda Civil

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Capítulo 26

Florentino y el Diablo, 1957

Los otros miembros de la familia. Florentino y el Diablo, Caracas 1957. Versión definitiva del romance. Un acontecimiento literario. Una enigmática dedicatoria. En negra orilla del mundo.

376 Los otros miembros de la familia Desde hacía mucho tiempo, mi padre había llevado a sus famosos personajes a convivir en casa, con nosotros. Floren- tino y el Diablo eran los otros miembros de la familia, porque papá decía que ellos eran sus hijos mayores. En nuestra casa fue el saludo formal que los dos se dieron. Allí se fueron desarrollando y afinando sus voces para la gran contien- da final.

Por eso era imposible no involucrarse en el contrapunteo y la pelea que sostenían los copleros rivales, de uno a otro extremo de la mesa del co- medor. Y por supuesto, entre nosotros, cada uno tenía sus preferencias... A mí me conquistaba Florentino, porque decía las cosas que yo quería es- cuchar, mientras mi hermano Alberto celebraba las diabluras del Diablo. Mi madre por su parte - que era gran diplomática y no quería quedar mal con nadie – sostenía que a ella le gustaban los dos.

Algunas veces, poco antes del almuerzo o de la cena, se acercaba papá, satisfecho y sonriente, con sus papeles en la mano, dispuesto a leer en voz alta. Entonces nos llamaba a mamá, a Al- bertico y a mí:

-Siéntense para que oigan esta nueva sa- lida de El Diablo!... Quiero que me digan cómo les parece...

Y después de leer:

- Pero ahora escuchen cómo se le atravie- sa Florentino y pone a echar salticos a Mandinga!

377 Recuerdo que mi hermano a veces opinaba sobre varios vocablos que es- taban “en veremos”, según decía papá. Lo cierto es que los versos que se agregaban al poema, siempre eran celebrados con nuestros aplausos.

Florentino y El Diablo, Caracas, 1957 Mi padre continuó su ininterrumpido trabajo literario, y en 1957 publicó la tercera y última versión de su romance “Florentino y el Diablo”, en el cual trabajó durante media vida.

El poema, ilustrado con 10 dibujos del profesor Dimas Parra, fue publica- do como volumen independiente en diciembre de 1957, por la Editorial Rex de Caracas.

Versión definitiva del romance El prolongado contrapunteo, en su versión definitiva, consta de 1200 ver- sos, de los cuales casi 800 estaban inéditos.

Se encuentra dividido en ocho cantos: El Reto; Santa Inés; el Diablo cam- bia la Rima; Coplero que canta y toca; Albricias pido, Señores; Embosca- da; Ahora verán, Señores y Ecos lejanos repiten.

Un acontecimiento literario Al igual que había sucedido con la obra anterior del poeta Arvelo, la pu- blicación de Florentino y el Diablo , en su tercera y última versión, fue un acontecimiento literario, reseñado con entusiasmo en la prensa nacional.

El jueves 19 de diciembre de 1957, la Página de Arte del diario El Nacio- nal, en la sección Cantaclaro, destaca la noticia con grandes titulares:

Alberto Arvelo Torrealba Publica Versión Definitiva de “Florentino y el Diablo.

378 La nota periodística, con el dibujo del Diablo pintado por Dimas Parra y firmada por “K” , explica a los lectores algunos rasgos fundamentales del poema:

El poeta Alberto Arvelo Torrealba acaba de editar una versión defi- nitiva, la tercera que escribe, de su famoso poema “Florentino y el Diablo”, la mejor lograda versión poética de una densa leyenda de los llanos venezolanos, según la cual Florentino Coronado, el catire coplero sin parangón, venció al diablo en un duelo de versos al pie del arpa, en un contrapunteo legendario y magnífico.

Arvelo Torrealba ha rescatado para la poesía culta la hermosa leyen- da de los llanos venezolanos, y la ha desarrollado a lo largo de mil doscientos versos, de los cuales ochocientos estaban inéditos hasta la fecha.

(…)La nueva versión consta de ocho cantos, en los cuales se cuenta el encuentro de Florentino con el Diablo en plena sabana, de cómo el agua se convertía en arena cuando el coplero quería beberla, de có- mo se concerta el famoso desafío y de cómo éste se realiza una tem- pestuosa noche, en alardes de ingenio y de versificación rápida en la cual el poeta emplea la manera peculiar de hablar del venezolano llanero, sus giros característicos, sus refranes y alusiones a las cosas llaneras, en el lenguaje más auténticamente inspirado en la Natura- leza circundante en la sabana inmensa…

Florentino y el Diablo trenzan una porfía sin par en la literatura ve- nezolana. La leyenda es de tal fuerza y tiene tal vigencia, que mu- chos otros poetas han ensayado sus versos para cantarla…

Es importante señalar que nueve años más tarde, en 1966, mientras pre- paraba la edición de sus obras poéticas completas (que luego publicaría la Universidad Central de Venezuela), Arvelo realizó las últimas modifica- ciones del poema, en el cual había trabajado durante 30 años.

379 Una enigmática dedicatoria Hoy encontramos un tesoro. Entre los pocos ejemplares que hemos con- servado de Florentino y el Diablo, en su versión definitiva de 1957 (algunos de los cuales estaban en la biblioteca del poeta, para el momento de su fallecimiento), tomamos uno, al azar, para así continuar con la lectura y el trabajo. Y al abrirlo tuvimos una sorpresa: el libro estaba dedicado por el autor para un amigo suyo… La dedicatoria dice así.

Del coplero al Poeta, de Florentino a Pablo mi dolida saeta con el amor del Diablo. A.A.T. Octubre, 1958 Y no podemos menos que preguntarnos: ¿a quién estaba dirigida la dedi- catoria? ¿Quién era ese Pablo - Poeta, con mayúscula - frente al cual Flo- rentino se consideraba solamente un coplero? ¿Sería quizás Pablo Neruda?

En negra orilla del mundo Entre los numerosos juicios críticos de alto relieve que se han escrito so- bre el romance Florentino y el Diablo, en sus tres versiones fundamentales85 queremos destacar el libro de Humberto Febres Rodríguez En negra orilla del mundo, (Florentino y el Diablo), ensayo ganador del Premio de Literatu- ra Orlando Araujo 1990. Leemos en el texto de contraportada una apro- ximación a su contenido: “…es un intento de desentrañar no sólo la leyenda llanera, sino también el mundo de Alberto Arvelo Torrealba, fino poeta que cultivó, en pleno siglo XX, una poesía donde lo personal propio

85 En el transcurso de los años, y para definidas ocasiones, el poeta escribió varias sub-versiones de Florentino y el Diablo.

380 se disuelve en el sentir colectivo del pueblo con el cual se identifica. Esas voces que cantan vienen de lo hondo de una cultura, el poeta es sólo un intermediario, una caja de resonancia. Poeta colectivo en el siglo del indi- vidualismo. Este es un intento de entender ese esfuerzo.”

El ensayo de Febres Rodríguez es un trabajo fascinante. Son reflexiones que parten del origen, de la propia leyenda del coplero que cantó con el Diablo: esa que vino de los Llanos en los inicios del siglo XX , y se dio a conocer en los ambientes académicos en el año 1924. A partir de ese pun- to, se extienden los dominios del análisis: Arvelo se apodera de la leyen- da, decide hacerla suya y reinventarla por obra y gracia de sus versos.

El ensayo de Febres Rodríguez resulta una lectura necesaria para enten- der mejor cómo se van tejiendo los hilos del poema, cómo se van traman- do sus misterios y símbolos, y cómo van saliendo, luminosos y limpios, hasta volver a la llanura.86

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86 Humberto Febres Rodríguez; En negra orilla del mundo (Florentino y el Diablo). Colección El Viento Barinés. Editorial Litho-Centro, Mérida, junio 1994.

381

Capítulo 27

Último viaje a Italia, 1959

Los motivos del viaje. Breve mensaje a su esposa Rosa Dolores. Opiniones sobre su hijo Alberto. Carta en italiano al “avvocato” Papadia.

Los motivos del viaje A mediados de 1959 mi hermano Alberto - que estudiaba Derecho en la Universidad de Roma - estuvo seriamente quebrantado de salud, y papá decidió visitarlo. Se proponía, además, tener contacto con algunos amigos, entre ellos un par de emi- nentes juristas.

Salió de Maiquetía el 17 de agosto (según lo indica su pasaporte, ex- pedido en Caracas el 3 de ese mis- mo mes) y su avión aterrizó en el aeropuerto de Ciampino, en la ciu- dad de Roma.

382 Breve mensaje a su esposa Rosa Dolores. Opiniones sobre su hijo Alberto Un par de días después de su llegada, le escribió a mamá. (Para entender mejor uno de los fragmentos de la carta, debo hacer resaltar que en esa fecha ya yo estaba casada y tenía el primer hijo, Alejandro, un bebé de seis meses, a quien yo llamaba “Conejín Centella”). La carta de mi padre a su señora decía así:

Querida Rosilla:

Ésta, brevísima, es de todos modos mucho más larga que el cable ofrecido, y debe llegar a tus manos el domingo 22, con lo cual quedan automáticamente economizados 10 dólares.

A Alberto lo he encontrado ya completamente bien. Hemos tenido tiempo de hablar larguísimo, porque debido a que se me torció una cuerda de la pierna derecha en el avión, por haber dormido en una mala posición, no he salido de casa estos dos días. Él me ha sido muy útil en el estudio y redacción de una consulta que voy a hacerle a un gran experto de la Universidad de Roma, Profesor de Civil, sobre el caso de Pompeyo con la petrolera; y me ha llenado de placer constatar su capacidad y alcance en un problema jurídico de tal importancia.

Abrazos para Ela, Antonio y el querido nieto. Y mil bendiciones. Los 10 dólares del cable te los llevo en encargos. Muy de paso, el día de mi llegada, vi cosas lindas para Conejín Centella. Espero poder llevar algunas. Te abrazo, con todo mi afecto

Alberto.

El viajero regresó un mes más tarde, el 17 de septiembre de 1959. De Roma vino cargado de libros y pequeños recuerdos para la familia. Para Alejandro, su amado nieto de seis meses, trajo una maletica llena de ropas y juguetes. Pero trajo además la más maravillosa de las sorpresas: Mi hermano Alberto vino con él a Venezuela, y pasó con nosotros algunos meses.

383 Este viaje fue el último que l’avvocato Arvelo Torrealba hizo a Europa, y nunca más salió del país.

Carta en italiano al “avvocato” Papadia A propósito del citado viaje a Roma, conservamos tres cartas en italiano que estaban archivadas en una carpeta. La primera de ellas es de mi pa- dre, y las otras dos son de su colega y gran amigo Enrico Papadia. Las tres cartas están relacionadas con la consulta sobre el “caso de Pompeyo con la petrolera”, al cual se refiere papá en la nota que escribió a su espo- sa. En la primera misiva también se menciona a otro abogado, una emi- nencia de apellido Tempesta, cuyo criterio, según comenta jocosamente papá a su amigo Papadia, sería una inesperada tempestad, que caería de repente sobre sus adversarios…

También en son de broma, en el último párrafo sostiene que en cuanto a su italiano, lo consuela y alivia el chiste de un notable novelista portu- gués, quien aconseja: “debemos hablar y escribir las lenguas extranjeras patrióticamente mal”.

Suponemos que esta carta fue escrita a comienzos de octubre de 1959. He aquí el texto:

Avvocato Enrico Papadia

Roma

Carissimo amico:

Ho il piacere di accusarLe la ricevuta della sua lettera datata il 21,9,59, a cui è accluso il magnifico parere del avvocato Tempesta, vera tempesta scatenata all improvisso sui i miei avversari come il fulmen sul ombra del flumen. Congratulazione e grazie infinite al pregiato collega di viale Mazzoni, per il suo depurato e tagliante pensiero giuridico.

384 Sono tanto sodisfatto pure del trattamento, che mi permetto di rimettere all ordine di Tempesta un assegno per duecento dollari, in vece delle L.100.000 da lui richieste come onorario. Le annesso anche un altro assegno (cento dollari) per ricavare le spese causate, e per l’acquisto di una piccola opera giuridica, la quale mio fratello Pompeyo prega Lei di acettare coi suoi cordiali saluti.

Tornando al parere di Tempesta, ho una legera osservazione da fare sulla parte finale del testo, dove dice: “Non è chi non veda quale enorme e pregiudizievole paralisi una simile situazione determinerebbe in tutto il vitale settore nazionale dell industria petrolifera.” L’idea e giusta in principio, però si come lo Stato venezuelano ha conferito fino ad oggi centinaia e centinaia de concessioni, tutte in attuale sfruttamento, e d’altra parte, il Governo ha dichiarato recentemente che non se ne concederanno più, quel asserto potrebbe sembrare esagerato. Sarebbe quindi preferibile limitare la portata del paragrafo ai grandi pregiudizi che una simile situazione potrebbe determinare nel futuro in tutto il vittale settore &. Per compensare la forza che perde così la conclusione ed attualizare il rischio di danno, penso che si potrebbe accennare, nella stessa clausula, ai pregiudizi della servitù gratuite che, secondo le pretese della Socony in risguardo all’ articolo 53 della legge speciale, dobrebbe conferire lo Stato venezuelano ai concessionari, al di fuori delle concessioni, cioè in tutta l’area dei “baldíos”, ovunque si trovino, in detrimento della agricoltura nazionale.

Per quanto la breve modifica suggerita non influisce sul fondo del parere, cui rimane intatto, e per quanto si tratta di una obiezione cagionata da un fatto nuovo (la predetta dichiarazione del Governo), mi permetto di pregarLa che pregue al bravissimo avvocato amico di rifare l’ultima pagina del suo lavoro, se trova giusta la mia osservazione.

Annetto finalmente a questa lettera i miei saluti per la sua gentilissima sposa e la sua mabile sorella.

385 Mia moglie e Mariella gradiscono e ritornano i suoi ossequi. Alberto ed io, traendo a collazione ricordativa quele serate indimenticabili dal condividere pane, vino, arenella e pensiero, ci sentiamo buona terra per il seme de la gratitudine.

Quando al mio italiano, mi consola e solleva lo scherzo di un notevole romanziere lusitano: doviamo parlare e scrivere le lingue straniere patrioticamente male.

Stringe cordialmente la sua mano il suo amico

Alberto Arvelo Torrealba

386

Capítulo 28

Vida en familia (I)

Residencias Junín. La casa de los suegros en Acarigua. Nuevo bufete “cheverísimo”. Un terrible accidente. El almanaque de tío Pompeyo. Alegría y tristeza en un breve reencuentro. El relojito. Tres meses maravillosos. Regreso de Albertico. Tigüitigüito. De lo visto y oído con Antonio Estévez… De regreso al relato. Poema a Santiago Musso

387 Residencias Junín Cuando contrajimos matrimonio, Antonio y yo pasamos una temporada en la casa de mis padres, en El Paraíso. Allí arreglamos una dependencia íntima y agradable, prácticamente independiente del resto de la casa. Do- ce meses más tarde, ante el cercano nacimiento del primer hijo, compra- mos un apartamento en las Residencias Junín, Urbanización La Paz, también de El Paraíso, y nos mudamos poco después.

Entonces mis papás, que no deseaban separarse de nosotros cuando ya se acercaba la fecha de mi alumbramiento, alquilaron su casa y decidieron adquirir un apartamento al lado del nuestro, en el piso 5 de las Residen- cias Junín. El apartamento de nosotros era el 5-J y el de ellos, más amplio y en esquina, era del 5-K. Recuerdo que, para llevar a cabo la negociación, mamá vendió su hermosa platería, que había comprado años atrás en Pe- rú y en Bolivia a un precio sumamente económico. Sonrío al recordar aquella etapa maravillosa donde nos encontrábamos, según decían papá y Antonio, “juntos, pero no revueltos”.

Año y medio después, Antonio, nuestro hijito Alejandro y yo tuvimos que viajar a Estados Unidos, pues mi esposo había sido becado para hacer un posgrado en la Universidad de Southern California, en la lejana ciudad de Los Ángeles. Fue una noticia emocionante, que trajo al mismo tiempo alegría y tristeza. Y aunque mis padres nos felicitaban por la magnífica oportunidad que había surgido, ellos y yo sabíamos que sería difícil la separación. Y así, súbitamente, de un día para otro, nuestro pequeño mundo, tan confortable y organizado, tomaba otro destino.

La casa de los suegros en Acarigua Fue dolorosa la despedida. Mamá y yo lloramos a mares en el aeropuerto de Maiquetía, y papá tuvo sobre los hombros al nietecito de un año y me- dio – como siempre lo hacía, para deleite del pequeño - casi hasta el mo- mento de subir al avión.

388 Con nuestra partida, mis padres quedaron solos en Caracas. Como narramos en el capítulo anterior, mi hermano Alberto había venido de vacaciones a Venezuela (en ese viaje conoció a su cuñado y a su sobrino), pero debió volver a Italia, donde cursaba estudios. Por lo tanto, mis padres tomaron una nueva deci- sión... Vendieron el apartamento y se mudaron a Acarigua, a la amplia casona de mis abuelos Ramos Ca- lles, donde había habitaciones y es- pacio suficiente para que ellos se establecieran con comodidad.

Algunos meses antes, cuando Albertico regresó a Roma, papá quedó ape- sadumbrado. También la certidumbre de nuestro próximo viaje a Estados Unidos lo había entristecido. El 1º de agosto del año 60, le escribió una carta a su hijo mayor:

Cuánta falta nos estás haciendo! Guitarra y cuatro enmudecieron definitivamente. Compré el disco de los hermanos Gómez y a través de esa música, tu recuerdo tomó posesión exclusiva de los dos apar- tamentos.

Completando la expectativa de soledades, está ya resuelto el viaje de Antonio y Mariela para mediados de este mes. El Dr. Rungo cada día más inteligente y simpático, se está pareciendo mucho a ti cuan- do tenías su edad. Cuando se vayan, saldremos nosotros seguidamen- te para Acarigua, pues aparte de la pena de quedarnos solos, la perspectiva profesional sigue aquí cada vez peor…87

87 Como se dijo anteriormente, “Dr. Rungo” es otro apodo que yo le daba a mi hijito mayor.

389 El original de esta carta está escrito en papel timbrado, con el siguiente membrete: Dr. Alberto Arvelo Torrealba – Abogado - Edificio San Jacinto, 3er piso - Gradillas a San Jacinto – Caracas – Teléfonos - Bufete: 424961- Habitación: 23414)

Apenas se mudaron a Acarigua, la excelente clientela de papá volvió a aparecer y él decidió alquilar una casa, en la cercana “Villa de Curpa”, especialmente para instalar su bufete. El abuelo Buenaventura había esta- do enfermo y no era conveniente que ni él ni abuelita, los dueños de la casa, tuvieran que alterar su acostumbrado y tranquilo ritmo de vida, con el continuo entrar y salir de la gente. Entonces se dio a la tarea de organi- zar su nueva oficina.

Nuevo bufete “cheverísimo” Y se inició una larga etapa de mensajes escritos, que iban y venían cons- tantemente de Acarigua a Los Ángeles y de Los Ángeles a Acarigua…

En una carta que me envió papá el 20 de septiembre de 1960, me narraba con gracia y buen humor cómo había concebido, diseñado y montado su nueva biblioteca:

Querida y recordada Marielita:

En la Villa de Curpa, caluroso terruño de tu mamá, estoy montando un bufete cheverísimo. Me llevé la biblioteca con todo y tablas, y co- mo la pieza escogida para oficina es mucho más grande que el reco- veco del 5-K, no tuve necesidad de encaramar la armadura número 1 sobre la número 2, y preferí extender, a todo lo largo de una pared y cruzando hacia la otra, un armonioso armatoste de siete leguas, con solo tres tramos superpuestos, donde, eliminados los libros viejos y los chiquitos, dí asiento a la más vistosa colección de volúmenes que ja- más hayan visto ojos villanos en todos los Llanos de Occidente. Para completar tan ingeniosa distribución, utilicé unas 15 tablas que no habían tenido cabida en la armadura originaria, en tramos com- plementarios escalonados, con vértice hacia el rincón, con una sime-

390 tría asimétrica completamente novedosa y sugestiva. Reemplacé luego la merma de lo desechado con libros que aún no me había traí- do de Acarigua, con todo lo cual podrán ustedes explicarse la sensa- ción de inmenso latifundio de la ciencia y de las ideas que está dando mi escritorio, aún antes de haberle dado los últimos toques…

Por esta misma fecha, en octubre de 1960, y con el mismo alegre estado de ánimo, papá le escribía a Albertico, y le contaba sobre las hazañas organi- zativas de su esposa:

…Tu mamá contentísima por tu carta y por haber demostrado a to- dos que es una maga en la multiplicación del espacio vital, pues logró meter en una sola habitación los corotos de cuatro casas (El 5-J, el 5- K, la “Mariela” y El Junko) sin que tales corotos se vean, valiéndose para tan prodigiosos logros de closets mastodónticos que llegan al te- cho y siguen para arriba…

Tres meses después, el 1º de diciembre, me escribía con palabras de amor y añoranza:

…Ayer anduve, en gestiones de un secuestro judicial, por las sabanas de Durigua y los estuve recordando a ti y a Alberto, pues por ese mismo sitio íbamos todas las tardes, quizás te acuerdes, yo con tu mamá y con ustedes. El campo está precioso, pues ha llovido los últi- mos días, amén de que el color y aromas de la Pascua empiezan ya a aparecer en la campiña, a través de la infloración de salida de aguas. Reconocí el lugar preciso donde tú, corriendo, te diste una gran caída, y otro donde el “papagallo” de Alberto se enredó y rom- pió entre los árboles. Lejos ustedes y lejos aquellos días, me son gratos esos sencillos recuerdos. Por eso brotan en mi memoria como dulces estoraques íntimos. Cuando venga Alejandrito, pienso, haré con él el mismo recorrido, y jugaré con él entre las viejas matas. Entonces, una buena tarde, estaremos allí todos juntos. Conejín y yo adelante; tú y doña Rosa luego, cortando flores para el pesebre; el Dr. Antonio y Alberto, rezagados, hablando de Física Atómica, o bebiendo poción en totuma. Queda hecha la cita, si Dios quiere para muy pronto…

391 Ese mismo día, el primero de diciembre del 60, papá le escribía una larga carta de tres páginas a su hijo Alberto, quien estudiaba en Roma. El her- moso mensaje terminaba así:

…Diciembre, mes de alegrías, de estoraques, de nacimientos. ¡Cuántas evocaciones de infancia y juventud! Cuánta sugestiva resonancia muda en el olor del campo. De todo lo cual sólo me quedan canas. Y el amor de mis hijos. Te abraza y bendice, Alberto

392 Un terrible accidente Dos semanas después de esas dos cartas, el 17 de diciembre de 1960, un terrible accidente automovilístico, justo a la entrada de Acarigua, acabó con la vida de mi tío Adolfo Ramos Calles, hermano de mamá, quien, más que un cuñado, había sido un verdadero hermano para mi padre. Y fue él quien nos avisó la desgracia a través de un cablegrama. Nunca he olvida- do las palabras que me trajeron tanta pesadumbre:

Murió Adolfo accidente automóvil. Doctor Ramos bien, demostran- do admirable entereza. Escribo. Abrazos, Alberto

Dos días después del accidente, y luego de mandarle un cable con la noti- cia, mi padre le escribió a su hijo Alberto, con los detalles sobre lo ocurri- do:

…Ha sido un golpe tremendo para todos, una tragedia de pesadilla, de la cual ya nunca se despierta. De mí, bien sabes lo que he perdido, pues él y yo, desde que nos conocimos hace 25 años, fuimos aún más hermanos que si viniéramos de los mismos padres…

El almanaque de tío Pompeyo Comenzó el año 1961 y el 16 de marzo papá nos escribió una carta a Los Ángeles, donde nos informaba sobre un proyecto de su hermano Pompe- yo Arvelo Torrealba. La carta decía así:

Queridos Antonio y Mariela: Pompeyo tiene un proyecto muy sim- pático: Hacer, para 1962, comenzando desde ahora mismo, un alma- naque con los nombres de las vacas; una vaca, por lo menos, cada día. Me ha pedido mi colaboración, y yo, en los ratos de ocio, he he- cho las cien coplas cuya copia les mando, seguros de que en ellas ten- drán un fresco recuerdo de la vida pintoresca y picaresca de la tierra venezolana. Hablaré con Elena,88 juglaresa de fino sentido

88 Se refiere a Elena Rodríguez Tamayo, mi cuñada.

393 criollo, para que me haga algunas. De igual modo quiero que ustedes, guiados por el comprobado espíritu coplero del Dr. Antonio, me manden algunas.

Los nombres de las vacas son, como dice el verso de Lazo Martí, casi siempre de arbustos, flores y aves errabundas. Pompeyo los ha ex- tendido a otras cosas de la llanería, tales como corotos de cocina, úti- les de trabajo, bichitos del monte de toda clase y nombres varios, con alusiones personales disimuladas. En este último sentido encontrarán una que alude al doctor Gibbs (Periquera), otra para Rafaelito, el mayorcito de don Juve (Cara e Gofio) y otra para José Pío (Picardía).

Ustedes tienen mano libre para escoger entre los nombres que inven- ten. Después se hará la selección y se eliminarán los nombres que re- sulten repetidos. Le estoy mandando a Alberto otra copia.

Perdonen que por lo duro del trabajo (frecuentes incursiones a Turén, Guanare, Barinas, San Rafael, Quíbor etc.), haya dejado una larga laguna en mis cartas, pero siempre los cargo en mi recuerdo… Reciban mi abrazo afectuoso, con mil besos y bendiciones para Conejín.

Alberto

En la Segunda Parte de este libro pueden leerse las cien coplas que el co- plero escribió para el Almanaque, el cual, lamentablemente, nunca llegó a terminarse. Como anticipo de la grata lectura, presentamos una de las co- plas:

El agua de tus lagunas se pone más soñadora si la garza colorada se para sobre la bora. Corocora, Corocora.

394 Alegría y tristeza en un breve reencuentro En agosto de 1961, en vísperas del nacimiento de mi segundo hijo, Anto- nio, Alex y yo hicimos un corto viaje a Venezuela, pues deseábamos que el niño naciera en nuestra patria. Mis padres viajaron desde Acarigua, pa- ra recibirnos en el aeropuerto de Maiquetía y todos estábamos felices con el reencuentro. Pero la alegría se vio eclipsada con una gran tristeza, y un día después del nacimiento de Gustavo Alberto, mi querida abuelita Ana Calles de Ramos – quien había quedado muy afectada, después de la muerte de su hijo Adolfo - tuvo un derrame cerebral y falleció súbita- mente.

El relojito Mi hijo nació en Barquisimeto y al salir de la clínica, en vez de dirigirnos a Acarigua, donde todo estaba dispuesto y organizado para nuestra lle- gada, marchamos a la casa de mis suegros, en El Tocuyo. Y no fue sino varios días más tarde, después del novenario de la abuela, cuando mis padres pudieron trasladarse de Acarigua a El Tocuyo para, por fin, cono- cer a su segundo nieto.

En medio de la pena que nos afligía, había un motivo de felicidad: el na- cimiento de Gustavo Alberto. Y ese día, con la llegada de papá y mamá, nos sentíamos alegres. Don José Ángel y doña Rita, como siempre, fueron cordiales anfitriones y atendieron con gusto a sus consuegros.

Cenamos tarde, y mi cuñada Elena nos sirvió como postre un delicioso dulce de guayaba que había preparado para la ocasión. La sobremesa se prolongó hasta pasadas las diez de la noche. A esa hora papá comentó que al día siguiente debía levantarse a las cuatro de la madrugada, para estar muy temprano en los tribunales de Guanare. Pero le preocupaba quedarse dormido, porque había olvidado su reloj despertador.

-Yo puedo prestarle uno, doctor Arvelo – ofreció amablemente Elena – Lo malo es que es un relojito muy pequeño, y la alarma casi no se escucha.

395 Ella le dio el despertador y todos fuimos a dormir. Temprano en la ma- ñana, después del desayuno, Elena entró al cuarto vacío donde había dormido papá. Y en la mesa de noche, bajo el despertador, encontró una tarjeta personal de “Alberto Arvelo Torrealba- Abogado”. Volteó la tarje- ta y tuvo la sorpresa de un corto poema… escrito a las cuatro de la ma- drugada:

Soñaba en sueños como si un dulce de áureas guayabas me diera usté. Alguien cantaba: “Deja que impulse fuerza en mi brazo y ala en tu pie”. Después de súbito lloró el bebé. Gritos, consultas… Me adormité… Y el relojito sonó tan dulce que de milagro no me quedé.

396

José Angel Rodríguez López, Rosa de Arvelo, Antonio y Mariela, Rita de Rodríguez y el poeta Arvelo

397 Tres meses maravillosos Después del nacimiento de nuestro segundo hijo, Antonio regresó a Los Ángeles, para continuar estudios de posgrado, y yo permanecí durante tres meses en Acarigua, con los dos niños y mis padres. Fueron tres meses de mucho cariño y unión familiar, y la presencia de mis hijos ayudó a mi- tigar la gran tristeza que envolvía la casa del abuelito Buenaventura. Mamá y Carmela, mi tía-abuela, me ayudaban con el recién nacido, mien- tras que papá y su nieto Alex, que ya tenía casi tres años, se hicieron compañeros inseparables: muy temprano se iban para el campo, veían los animalitos del monte y daban grandes paseos por la sabana.

En una carta para Alberto, fechada en Acarigua el 15 de septiembre de 1961, papá le escribía:

Marielita está en El Tocuyo. Se viene con nosotros el próximo jueves 21. Antonio regresó a Los Ángeles el 12, o sea el mismo día del entie- rro. Alex, el pistolero, y Gustavo Alberto, el vástago recién retoñado, son la alegría de todos, y harán mucho bien en la casa…

Interrumpo, porque hoy se reinician las labores judiciales y los clien- tes apremian.

Los tres meses pasaron rápidamente y volvieron las lágrimas de otra des- pedida en el aeropuerto de Maiquetía. En diciembre del año 1961 regresé con los niños a Los Ángeles, donde mi esposo nos esperaba.

Regreso de Albertico Afortunadamente, como anhelado alivio para tantas tensiones por las que habían pasado papá y mamá, ya estaba próximo el definitivo regreso de Albertico a Venezuela.

Él se encontraba entonces en Berlín, haciendo un curso de alemán. Papá le había escrito, haciéndole una serie de recomendaciones importantes, rela- cionadas con su regreso, pero como el curso había terminado en esos días, y papá no sabía si su hijo se encontraba todavía en Berlín, o ya había re-

398 gresado a Roma, le envió la misma carta a las dos ciudades… En la larga misiva, la cual transcribimos casi íntegramente, le aconseja que regrese en barco a Venezuela y le encarga unos cuantos libros de Derecho.

Acarigua, 26 de diciembre, 1961

Señor Alberto Arvelo Ramos

Roma, Montevideo 8

Querido Alberto:

Te escribí a Berlín el 18 de los corrientes, enviándote un cheque por 160 dólares. Considero que ya debes haber recibido esta correspon- dencia…

Por si hubieras recibido esa carta antes de salir de Berlín, y en vir- tud de ella hayas retardado un poco tu salida para Roma, he creído conveniente, y así lo hago, remitirte un doble de la misma a West Germany.

El caso es que, después de leer tu carta para tu mamá, encuentro como lo más conveniente que te vengas, no inmediatamente, pero sí en el término de cuatro semanas a partir de hoy.

Creo que el viaje debes hacerlo en barco. Ello ofrece las siguientes ventajas: Primera, el pasaje cuesta mucho menos; segunda, puedes traer todas tus cosas; tercera, puedes traerme los libros que te encargo.

En consecuencia, si fuere el caso que aún estés en Berlín, debes salir inmediatamente para Roma. Si ya estás en Roma, tanto mejor.

El juguete bancario por 655 dólares que te acompaño, cubre las si- guientes partidas: Pasaje en el “Surriento”, el cual zarpa de Nápoles el 24 de enero, según guía que te mando, 310 dólares; tu giro mensual, 150 dólares; para traerme algunos libros, 100 dólares; para transpor- te a Nápoles o imprevistos, 95 dólares.

399 Queda a tu elección escoger otro tipo de pasaje. Todos son, según puedes verlo en la guía, más baratos que el tipo por mí señalado.

Los libros en que estoy interesado son: Manzini, Diritto Penale, (10 volúmenes), 37.800 liras; y Massineo, Manuale di Diritto Civile e Commerciale, (7 volúmenes), 20.000 liras. Esos son los precios dados al Profesor Pino en la Librería “Ricerche Editrice”, Roma, Via del Liburni, 16. Presumo que esos libros deben estar encuadernados, pues su precio no es muy módico que se diga; pero si así no fuere, mánda- melos a empastar, pues no me gustan libros exteriormente feos en nuestra biblioteca. En esta última hipótesis, debes escribirme inme- diatamente, indicándome el valor de la encuadernación, para girár- telo en seguida.

De todas maneras, tu carta inmediata al recibo de ésta es indispen- sable, para que me des tu aprobación sobre el itinerario que te pro- pongo y me precises el día de salida. Puede ser que haya otro barco que se haga a la mar antes, y aún que te resulte más barato, y en ta- les conjeturas tienes elección libre.

La urgencia de escribirme dentro de las 24 horas después de recibir ésta estriba, además, en que tengo interés en otras obras jurídicas, cuyo precio quiero averigües inmediatamente, para transmitírmelo en esa carta, pues si no se trata de mucha plata, podré tener tiempo de hacerte una pequeña remesa complementaria.

Acaso parezca extraño y aún un poco temerario que bajo un verano económico como el que atravesamos, me muestre yo tan preocupado por aumentar los gastos con estos encargos. Pero me he puesto a pen- sar que trajes, camisas, zapatos etc., se consiguen aquí todos los que quieran; que los casimires italianos a mí me han resultado malojillos; que con la subida del dólar no hay mayor diferencia en los precios; y que finalmente, no debo perder esta oportunidad de que tú me trai- gas obras de Derecho que aquí no se consiguen y que, de hallarse, mal traducidas, sí son en Caracas mucho más caras que en Roma.

400 Los libros cuyo precio deseo me indiques son: Un texto moderno de Medicina Legal; una monografía buena sobre Letra de Cambio; Fa- llimento (3 volúmenes) por Bonelli-Andrioli; Titoli di Credito, por Fe- rri; I Fatti illiciti, por Scognamiglio; una monografía sobre Derecho de Tránsito (me interesa muchísimo pues aquí no hay nada ni en doctrina ni en jurisprudencia sobre esa materia); y finalmente algo sobre Derecho Administrativo y Casación Civil italiana (dos o tres tomos de jurisprudencia). El libro de Bonelli-Andrioli sobre quiebra que arriba te indico, está en la lista de Pino por 7.200 liras. Del pre- cio de los demás no tengo idea.

Todos por aquí muy contentos con tu regreso. Tu abuelito no hace sino sacar cálculos sobre el día de tu llegada. Tu mamá tiene la casa revuelta…

Te abrazo con todo mi cariño,

Alberto

Tigüitigüito Por fin, a comienzos de 1962, papá y mamá tuvieron la alegría de recibir en casa a su hijo Alberto, quien tenía varios años viviendo en Europa.

Por ese entonces, cuando mi esposo y yo vivíamos en Los Ángeles con los niños, mis padres disfrutaban de un lugar campestre cercano a Acarigua, a orillas de un riachuelo, donde había una cascada y un pozo de aguas cristalinas. A ese lugar privilegiado le dio mi padre el nombre de Tigüiti- güito, y cuando su trabajo se lo permitía, se iba allí a descansar, a leer y a escribir. En poco tiempo el Tigüitigüito se convirtió en paseo predilecto de los amigos y familiares que disfrutaban de los días de campo.

A papá le encantaban esas reuniones al aire libre y se divertía en ellas más que ninguno. Allí se daban cita arpistas, guitarristas y copleros, y se cocían sobre leña suculentos hervidos de gallina, o ternera en vara, que

401 era especialidad de los días festivos. (Todo me lo contaba mi madre por correo, y yo moría en deseos de acompañarlos…)

El 14 de abril de 1962, papá escribió una carta dirigida a mi esposo, a los niños y a mí, donde nos daba cuenta de un paseo a la selva con Antonio Estévez y Albertico. También hablaba del Tigüitigüito:

Mis queridos Los Cuatro:

Les hago esta cartica para significarles que los hemos recordado mu- chísimo en esta Semana Santa que ya toca a su fin y que hemos pa- sado entre Acarigua, Barinas y el Tigüitigüito, con Raúl y toda su gente.89.

Yo me eché una escapada de un día y una noche a la selva, con Al- bertico y Antonio Estévez, quien quedó encantado de la Portuguesa, del sancocho de cachama y de la música popular en la región adonde fuimos. Dormimos bajo los árboles y allí tuvimos un arpista y dos

89 Se refiere a mi tío Raúl Ramos Calles, hermano de mamá.

402 cantadores tocando y cantando hasta la media noche. Fueron ratos inolvidables.”…

Al final de la carta, mi padre se despide con un mensaje de cariño:

“Favor escribirme la fecha aproximada del retorno. Hay que vivir del pan nuestro de hoy y de las esperanzas de futuras alegrías. Uni- dos en el afecto, tengamos fe en el alba diáfana de las sonrisas infan- tiles.

Los abraza y bendice quien mucho los quiere y recuerda,

Alberto.

De lo visto y oído con Antonio Estévez… Debo hacer un paréntesis en el relato, para mirar de cerca esa “escapada de un día y una noche a la selva con Albertico y Antonio Estévez”, en abril de 1962…

Y es que en días recientes, organizando el material para este libro, encon- tré un poema de mi padre que yo no conocía. Fue publicado a un cuarto de página en el diario El Nacional, el martes 7 de febrero de 1967, acom- pañado de una ilustración de Luisa Palacios.

A manera de título puede leerse: “De lo Visto y Oído con Antonio Esté- vez, Orillas de la Portuguesa, en Carnaval Lírico y Agreste”. Lo cierto es que creemos que el poema no ha sido publicado en ninguna otra parte sino en ese periódico. Ni siquiera está incluido en la sección de Poemas Sueltos de la Obra poética, que salió a la luz el mismo año 1967. Ignoramos por qué… Lo que parece bastante probable es que fue escrito en 1962, con la cercana inspiración de la ya mencionada escapada a la selva con Anto- nio Estévez. He aquí el poema:

403 De lo Visto y Oído con Antonio Estévez, Orillas de la Portuguesa, en Carnaval Lírico y Agreste

Se enmarca en fluvial orilla tarda, la pesquera flota. Palancas siembran en barro el cedro de las canoas. Húmedas tarrayas cuelgan en curvas lianas las blondas cabelleras de los cáñamos con cintas de sucias ropas. Salmodia el río profundo sus cantatas ilusorias mientras plantan los bongueros campamento en paz de fronda.

Arpa atracó la primera y en el barranco sin hora cogollitos del arpegio buscan luna entre las copas. Por desagües del Poniente van mansas y cimarronas besando playas las quirpas y manglares las chipolas.

Sobre la hoguera las ramas y bajo las ramas ronda del agua dulce lamiendo en la peña soledosa. Sueños que salen del río al río fieles retornan con el alma taciturna de la gente pescadora.

Arpa del viejo camino que no llega y siempre ronda. Habla y se va por el mundo recordándonos congojas de dolidos olivares

404 en otras tierras que lloran. Sueña y queremos sentirla desgarradamente airosa escribiéndonos su música en la mitad de la sombra.

Va hacia donde nace el río lar de las ramas con gotas. Viene de La Unión abajo vagabunda y pescadora, deteniéndose en las vueltas al pie de erizadas chozas, cual si quisiera anidar en las varas y macollas de los cardones humanos arrendajos de su aurora.

Arpa del indio apureño que tejió en su bravo idioma las tarrayas del pasaje con los dedos y las notas; siempre galana y sencilla atravesada y recóndita como quien señala rumbo firme las veinticuatro horas.

Pero ya no está en las playas, su bordón lejos rezonga. Se fuera a colmar errante corralejas querellosas por hatos y pulperías hasta el bar de la rocola donde los altoparlantes llenan la selva y la asombran. En el barranco del río ya no hay gente pescadora. Los que quedan bajo el árbol ven su tierra ajena y sola.

405 De regreso al relato Retomamos los cuentos de la familia, interrumpidos por el poema… An- tonio, los dos niños y yo volvimos de Los Ángeles a mediados de 1962, y regresamos a nuestro apartamento de Residencias Junín.

Aunque mis padres nos recibieron llenos de gozo en Maiquetía, y nos acompañaron durante varios días, mientras desempacábamos y ponía- mos en orden la casa, volvieron a Acarigua, donde ya estaban residencia- dos. Y allí permanecieron hasta finales de 1964, cuando se establecieron nuevamente en la quinta Mariela de Caracas.

. Poema a Santiago Musso El 16 de mayo de 1964 se produjo un trágico accidente donde perdió la vida Santiago Musso, un compañero de mi hermano Alberto desde la in- fancia barinesa, e hijo menor de dos grandes amigos de la familia, doña Clemencia y don Plinio Musso.

La desgracia tuvo lugar cuando mis padres vivían en Acarigua. Nadie supo muy bien lo que pasó… Al parecer Santiago se quedó dormido ante el volante, en una de esas rectas infinitas que tienen los caminos de la lla- nura. Nuestra empleada Anita, quien trabajaba en Acarigua con papá y mamá, recuerda que a ellos les avisaron a medianoche, y que al amanecer se fueron a Barinas, donde vivían los Musso.

Hago esta referencia porque en una carpeta donde papá guardaba textos literarios y material inédito, encontré un poema mecanografiado, sin títu- lo ni fecha. El texto dice así :

Para ti Santiago Musso que te nos fuiste en el alba no hay sollozos ni suspiros en la nativa sabana. Hay alcornoques con brisa

406 de pies con su flor morada que se van por el sonoro camino de las chicharras. Hay lagunas con la linda flor de la chusmita blanca, güiriríes pico rojo bacos de búlicas alas y entre el verde de los juncos corocoras coloradas. Amados recuerdos tuyos que unos con los otros se hablan desde El Tigre a las Mayitas y del Pagüey al Arauca.

No hay elegías ni lloros Santiago, por ti en el arpa. Hay sobre la soledad un potrerito con agua, bambúes con nidos nuevos y en los nidos paraulatas que cantan a tu recuerdo desde por la madrugada. Hay en los barrios del pueblo arpegios de tu guitarra y en los balcones con luna quejas de tu serenata. Por eso el Llano te dice en su quirpa solitaria: “Tu juventud se nos fue generosa con el alba y hoy vas cruzando tu tierra en los sueños de la canta.

Este poema lo hallamos también reproducido en un periódico de Barinas, fechado en mayo de 1971. Con una fotografía del joven fallecido, la nota de prensa se titula: “Un Recuerdo para Santiago Musso Jiménez, de Al- berto Arvelo Torrealba”.

407

408

Capítulo 29

La Cantata Criolla

Estreno. El pie doblado de doña Rosa. Versos de dos versiones. Carta del poeta Arvelo al maestro Estévez. El verdadero encuentro. Apreciación de la Cantata. La Cantata hoy.

Estreno Como es de todos conocido, la Cantata Criolla “Florentino el que cantó con el Diablo”, obra cumbre del laureado maestro Antonio Estévez, está basada en el poema de mi padre. Fue estrenada en el Teatro Municipal de Caracas el 25 de julio de 1954, cuando él se encontraba en Italia, desem- peñando sus funciones como embajador de Venezuela. Pocos meses des- pués la Cantata – obra sinfónico-coral de tres movimientos, concebida para orquesta, coro y dos solistas - fue presentada en la Concha Acústica de Bello Monte, con motivo de un festival de música latinoamericana.

Y fue solo a finales de 1961, siete años después de su estreno, cuando la ya famosa Cantata Criolla pudo ser presentada de nuevo, ante el ansioso público capitalino. Fue en ocasión del centenario del Colegio de Ingenie- ros de Venezuela, por el apoyo e iniciativa del ingeniero Humberto Peña- loza. El concierto, que logró conseguir un clamoroso éxito, tuvo lugar en el Aula Magna de la Universidad Central de Venezuela. Una semana más tarde, en los primeros días de diciembre de 1961, la Cantata Criolla, diri-

409 gida por Antonio Estévez, fue presentada en el estadio de la ciudad de Maracay.

Mi padre regresó de Europa en 1955. En 1961 vivía en Acarigua con su esposa, ejercía su profesión de abogado y no había tenido la oportunidad de escuchar en vivo la que es considerada como composición nacionalista venezolana más importante del siglo XX. Hasta finales de ese año, cuando logró escucharla por primera vez, sentado en la grama como uno más del público, de incógnito, en el estadio de Maracay, estado Aragua. Una carta narra los hechos…

El pie doblado de doña Rosa El 4 de diciembre de 1961, mi madre me escribió a la ciudad de Los Ánge- les, donde yo residía temporalmente con mi esposo e hijos. Me comentaba con detalles sobre un grandioso espectáculo musical al que había asistido con papá. Me daba pormenores, nada menos, de la primera vez que ellos pudieron escuchar en vivo la Cantata Criolla. La carta dice así:

Querida hija: El domingo antepasado la Orquesta Sinfónica de Vene- zuela presentó la Cantata Criolla en la Universidad Central, con mo-

410 tivo de los cien años del Colegio de Ingenieros. ¡Nos dicen que fue to- do un éxito! Pero como nosotros no asistimos, y repitieron el concier- to este domingo en Maracay, de un momento a otro tu papá resolvió ir al evento…

Cuando estábamos almorzando hablamos del asunto. Alberto decidió que fuéramos a Maracay esa tarde, y a mí me pareció muy buena idea. Como verás por el folleto que te mando, la obra está muy bien montada. Había más de 5.000 personas en el público y fue brillante la interpretación.

Tu papá fue de incógnito. Estuvimos mezclados entre la gente, sen- tados en la grama, y algunas personas llevaron sillitas plegables. Cuando todo se terminó, Alberto quiso salir entre los primeros, para evitar que lo viera algún conocido y surgieran complicaciones, sobre todo porque había estado muy quebrantado y le mandaron un tra- tamiento estricto.

Pero pasó algo inesperado: ¡como el terreno tenía un desnivel, pisé en falso con los tacones altos, se me dobló el pie y me fui al suelo como puede hacerlo un niñito pequeño! Todos se asustaron y Alberto me ayudó a levantar. Afortunadamente no me pasó nada. Pero en la rueda de gente que se formó a mi alrededor nos reconocieron, y no nos salvamos de ir con Estévez, Lauro y muchos otros músicos al Ho- tel Maracay, donde tenían preparada una recepción y una cena de maravilla. Estévez y su Sra. estuvieron atentísimos con nosotros. Hubo una emotiva presentación del “gran poeta Arvelo” con discur- sos y más discursos. Y tu papá, que ya se tenía por olvidado, tuvo una gran satisfacción. Nos trataron como a personas muy queridas e importantes y nos acompañaron hasta el carro casi a las 12 de la no- che. ¡Y además tu papá firmó como doscientos autógrafos en los pro- gramas! ¡Qué te parece, hijita!…

411 Versos de dos versiones En cuanto al poema “Florentino y el Diablo”, para aquellos lectores de Arvelo Torrealba que han escuchado atentamente la Cantata, y han que- dado confundidos con esa “mezcla” de los versos de las dos primeras versiones del romance presentes en la obra musical, es conveniente desta- car algunos asuntos:

…Antes que nada que Antonio Estévez, quien ni siquiera conocía al poeta Arvelo, tenía ya casi terminada su composición musical, basándose en la letra de la primera versión del poema, publicada en 1940 en Glosas al can- cionero. Pero cuando, en 1950, apareció la segunda versión - mucho más amplia que la primera – el músico entendió que tenía frente a sí un pro- blema difícil, que debía resolver urgentemente.

-¡Me pareció que el mundo se desplomaba sobre mis hombros!, lo escu- chamos decir una vez.

Entonces decidió rehacer su obra. No era posible otra alternativa. Mas de- cidió rehacerla parcialmente. ¡Recomenzar de cero era impensable! Y esto fue lo que hizo: Transformó sustancialmente la primera parte: “El Reto”, y mantuvo la versión de 1940 para “La Porfía”, es decir, para el contra- punteo.

En la carta que ahora reproducimos, enviada a Antonio Estévez por el poeta Arvelo, se explican con detalles estos hechos…

Carta de Alberto Arvelo Torrealba al Maestro Antonio Estévez 90 He aquí la carta pública que el poeta le envió al músico pocos días des- pués del concierto en Maracay. Le habla, entre otros temas de interés, de la profunda emoción que le causó la interpretación de la Orquesta Sinfó- nica de Venezuela y la de los solistas Antonio Lauro y Teo Capriles…

90 Impresa como carta pública en el diario El Universal, de Caracas, el 13 de diciembre de 1961.

412 Acarigua, 6 de diciembre de 1961

Señor Profesor

Antonio Estévez

Caracas

Querido y admirado amigo:

Conocía su estupenda Cantata Criolla sólo por grabaciones. Hoy, después de haberla escuchado en el estadio de Maracay, con inter- vención de la Orquesta Sinfónica de Venezuela, de los solistas Anto- nio Lauro y Teo Capriles y de varios selectos grupos corales de Caracas; y tras el cordial entusiasmo con que usted, su gentil esposa y todos los artistas del proscenio nos agasajaron, después del acto a mí y a mi mujer, al reconocernos entre la multitud, quiero reiterar y ampliar por escrito lo que en esa oportunidad esbocé en breves pala- bras imprevistas.

Convalecía entonces de fuertes quebrantos en mi salud, y la emoción, es cierto, halló campo favorable para conmoverme en forma inusita- da al comienzo del acto, casi hasta inhibirme de gozarlo en plenitud. Esa sacudida afectiva se revivió en los episodios del “aljibe de arena”. Pero contrariamente a lo que podía presumirse, cuando resonaron los cascos del caballo, heraldos del vaquero sombrío; cuando el solo de Lauro, trágico y desafiante, hondo de llanería diablesca, encarnó la presencia del espanto, y los coros “tremoliaron” hasta desvanecerla; y sobre todo, cuando la voz de Capriles, inmensa y solitaria, estiró aquel “sabana, sabana, tierra que hace soñar y querer”, como en- rumbada hacia las señeras soledades “sin jorobas”; entonces aspiré una saludable sensación del patio familiar tranquilo. Entré en mi mundo. Me di cuenta de que aquella era la misma gente mía, mis propios hijos mayores, a quienes puse una vez a pelear por prepoten- cias ideales y que ahora tornan a mí, vestidos de gala, ricos y enalte- cidos, pero con el mismo amor y el mismo dolor de la patria con que de mí se fueron.

413 Mucho debe mi poesía a los preclaros músicos y compositores que la han interpretado. Majadero inquisidor de mis propios versos, aún de aquellos ya incorporados a mis libros, creo, sin embargo, que la mí- nima retribución al regalo de un aire musical selecto para una poe- sía, es mantener a ésta intocada, inmune a la propia inconformidad, como reverencia espiritual a la música que la enaltece. Tal regla, con todo, he dejado de cumplirla con respecto a “Florentino el que cantó con el Diablo”. Hecho por el cual debo a usted y al público una expli- cación.

A principios de 1950, decidí reestructurar la versión originaria de ese poema, para darla a la edición extraordinaria de “El Nacional” de ese año. Como quedaban pocos meses para el arreglo, y dado el ca- rácter antagónico de los personajes, procedí, en fiel introversión de sus fueros, a darles plazo fijo para presentar su pliego de “puntas”, réplicas y contrarréplicas, en la ampliación de la porfía. Vencido ese lapso, con el juicio contradictorio de los coplistas aún en fogueo, di por clausurada la nueva versión y la mandé puntualmente al perió- dico. Pero los pensamientos rivales quedaron trabajando, en los tér- minos toldados del subconsciente. Ardides del decir, retruques, saetas, refranes alusivos, retruécanos, alardeos epigramáticos, se multiplicaban, esgrimidos por los contrincantes, en clave recíproca. En virtud de esa íntima querella, a raíz de publicada la nueva ver- sión, ya se gestaba otra de mayor amplitud, aun sin yo quererlo.

Para ese momento - agosto de 1950 – según me lo explicaba en Roma el insigne Profesor Plaza, ya usted tenía casi lista la “Cantata Crio- lla”. Acaecieron, a partir de entonces, varios hechos artísticos extra- ordinarios.

En primer lugar, usted se impuso la tarea titánica, perdiendo quizás varios años de trabajo, de rehacer la partitura, precisamente en la parte de la misma que debió llevarle más tiempo: todo el Reto más el comienzo de la Porfía. De este modo, la Cantata Criolla interpretaba, en su mitad inicial, la versión de 1950, mientras que el resto de la

414 obra quedaba sin cambios de fondo, concordado a la versión origina- ria de 1940.

Por otra parte, al estrenar usted su obra, la música rebasó la poesía. Por el cauce estrecho de mi Apure coplero, usted puso a correr el Orinoco de su fantástica imaginación musical. A los versos del con- trapunteo se asociaron, despertando sugestiones insospechadas, los austeros contornos de las melodías. A cada lado de las estrofas inter- pretadas, y por ende a la vera de todo el poema, quedaron, por ma- gia de la música, cual en la vecindad de los ríos después de las crecidas, inmensos charcos luminosos, grávidos de imágenes inéditas. Por eso en los últimos toques que di a mi obra al forjar en 1957 la versión definitiva, tuvo que haber algo, acaso mucho de interpreta- ción a esos ecos de su interpretación.

Finalmente esa música, como una clarinada, como un alerta de ga- llos madrugueros, reactivó el espíritu combativo de mis personajes. Y sucedió lo que tenía que suceder: en la nueva planificación de la obra los copleros rivales, en contumacia casi anárquica, se prevalieron de mi entusiasmo, para desbocarse en el desahogo ilimitado de sus ar- gumentos reprimidos.

Así nació, con posterioridad a la Cantata Criolla, la versión última de mi poema. La última, digo, porque me propongo no ceder ni un palmo ante el influjo de los personajes. Están ahora otra vez en trance de viva reyerta, pidiéndome que siga la porfía. Categórica- mente enfatizo que no lo lograrán.

Sé que el jinete de trote sombrío anda diciendo por los hatos de Bari- nas que pedirá la nulidad del poema, porque en su último canto hubo “milagro”, patentizado en adelanto fraudulento de la aurora. Son alharacas y artificios muy propios de él. Jurista de altura, bien sabe que las leyes naturales no admiten prueba en contrario. Bien sabe también que si algo aparece como axiomático en mi poema, es el ha- ber cruzado yo impávido, entre las dos figuras querellosas, sin dife- rencias ni desigualdades.

415 Más todavía. En alardeo de esa imparcialidad, bien puedo confesar ahora, cuando ya sólo soy un tercero en la litis, que si alguna tenta- ción de preferencia tuve en el poema, fue hacia el Diablo. Florentino es más fresco de lirismo, más ágil de epigrama, más sabio de imagen pechera, más brujo de rasgueo en las cuerdas, más rico de atropello en el cantar. Pero el grave Autócrata de la Tiniebla es más hondo, más poeta, más músico, más humano en las resonancias de la trage- dia y la amargura. Rebelión y sufrimiento son el signo cardinal sa- tánico. Cuando en el último drama de Byron, Caín pregunta: “¿Qué hacer para alcanzar un destello de la eternidad?” – “Sufrir! Ya estás en ella” fue la respuesta del díscolo y taciturno Arcángel Desterrado.

Para mí fue el propio Diablo, por confiado en su prepotencia retóri- ca, pero acaso menos zahorí que su adversario, el que invirtió el ló- gico desenlace de la tremenda supremacía controvertida. Porque él no ha debido aceptar nunca la asonancia aguda en la primera vocal que le planteó su contrincante para el último episodio de la instan- cia. Y si la aceptó, ufano de su baquía poética, pregonando que los graves y los agudos le dan lo mismo, ha debido cambiar tal rima después de la segunda réplica. Olvidó, y eso le costó un triunfo que él mismo ya había pregonado, que esa asonancia es asaz propicia para exultar pompa y arrobamiento religiosos, y sobre todo para la evo- cación mariana en cadenas, ráfaga final de desespero, con que Flo- rentino logró enmudecerlo.

Esa es la realidad. Lo del milagro con los “lebrunos del día” surgentes en la alta madrugada, es una despechada fabulación del Tenebroso, quien ya otra vez fue sorprendido por el alba, según pintoresco pasa- je de Milton. Acaso se propone coaccionarme moralmente para que yo siga la porfía. Más, “sepa el cantador sombrío” que me inhibo de- finitivamente de la misma, la cual él y su adversario bien pueden continuar por su sola cuenta; y que si insiste en la sediciente acción de nulidad, la cual por lo demás ya está prescrita, remitiré todos los recaudos poéticos y musicales relativos al caso al señor Obispo de mi

416 jurisdicción eclesiástica, para que éste decida la controversia, ya que los milagros, como figura jurídica, pertenecen al Derecho Canónico.

Siento mucho, mi distinguido amigo, que no me sea dable finalizar esta carta con un juicio técnicamente apreciativo de su gran obra, por ser yo un perfecto profano en la especialidad artística donde us- ted campea. Mi vieja llanería si puede, en cambio, intuir la siguiente apreciación objetiva:

Armonizando antítesis, como en dialéctica de embrujo, su Cantata se nos revela sosegadora e inquietante, llana y profunda, universal y criolla, popular y erudita, real y fantasmagórica. Su fondo perma- nente es rebeldía. Su fuerza humana, la virtualidad de conmover muchedumbres y de pasmar maestros. Su proeza artística, hacernos oír, bajo el cielo de América, con virgen voz americana, el ronco son de remos con que aun golpean a los siglos los trágicos barqueros de Estigia y el Aqueronte. Dentro de lo musical, la concurrencia de esos rasgos tipifica el signo demoníaco. Lo cual da a usted sitio de honor entre los grandes músicos de inspiración diabólica que patrullea Pa- ganini.

Por todo eso empiezo a sospechar, dilecto amigo, que entre los dos co- pleros, fraternos en el arte, antagónicos en el rumbo y en la meta de la esperanza, usted ha tenido también su poquito de preferencia por el Diablo.

De usted, cordialmente,

Alberto Arvelo Torrealba 91

91 La segunda vez que se publicó esta carta, fue como Anexo del Libro Florentino y el Diablo (donde se recogen las tres versiones principales del poema), editado por la Editorial Vitrales en agosto de 1985. “Vitrales” fue una pequeña editorial, propiedad de Alberto y Mariela Arvelo Ramos, que solamente publicó dos o tres libros.

417 El verdadero encuentro El verdadero encuentro del poeta con el maestro Antonio Estévez, tuvo lugar en El Tocuyo poco tiempo después, a comienzo de 1962, en la casa del profesor don José Ángel Rodríguez López y doña Rita Tamayo de Rodríguez, consuegros de Arvelo Torrealba. El poeta y Estévez se habían apenas conocido la noche del concierto en el estadio de Maracay, y coin- cidieron un día luminoso en el hogar de don José Ángel. Fue un aconte- cimiento memorable, que parecía montado como obra de teatro, con esmerada escenografía:

El dueño de la casa había invitado a un selecto grupo de intelectuales y músicos larenses, y todos se sentaron en un patio interior, rodeado con macetas de geranios. El poeta y el músico estaban frente a frente, y en el centro una pequeña fuente con un surtidor... Se hizo silencio y comenzó a escucharse la grabación de la Cantata Criolla, que se había hecho en vivo en el Municipal, el día del estreno. Los oyentes estaban concentrados, emocionados. De vez en cuando Estévez se ponía de pie, detenía la músi- ca del gramófono y explicaba el pasaje musical en relación con el romance escrito. Y el contrapunteo de los copleros seguía adelante. Hablaba Esté- vez nuevamente y se aclaraban los conceptos. El poeta escuchaba, enmu- decido.

Al fin llegó la invocación que se hacía a las vírgenes, y el negro bongo que se echaba a andar… Terminó la contienda. Terminaba la música y los ver- sos. El público callaba, sin moverse, y contenía la respiración. Los dos ar- tistas se pusieron de pie en el mismo momento. Caminaron. Y al lado de la fuente, con los ojos bañados de lágrimas, Arvelo y Estévez se dieron el abrazo que desde entonces los mantuvo unidos, verdaderos amigos, ver- daderos hermanos, hasta el día de la muerte.

418 Apreciación de la Cantata Entre las muchas reflexiones que se han hecho, en el transcurso 60 años, sobre esta colosal composición, hemos seleccionado el importante juicio de Humberto Peñaloza, escrito en 1964 y publicado en la contratapa del disco “La Cantata Criolla”. Este disco recoge, en cinta magnetofónica, la grabación original, realizada en vivo en el Teatro Munici- pal, el 25 de julio de 1954, día del estreno. El ingeniero Peña- loza, fundador de la emisora cultural 97.7 FM fue presiden- te de la Orquesta Filarmónica Nacional, y brindó firme apo- yo a las acciones culturales. Fue además, por su impulso, que la Cantata Criolla se pre- sentó en el Aula Magna, a fi- nales del año 61. He aquí fragmentos de su texto:

1

Seguramente hay varias maneras de definir o calificar la Cantata Criolla “Florentino, el que cantó con el Diablo”. Los elogiosos co- mentarios que ha recibido de compositores, directores y críticos mu- sicales de América como Héctor Villa-Lobos, Aaron Copland, Virgil Thompson y Alberto Soriano, bastarían para completar el cuadro de valorización que hoy la coloca en muy merecido sitial de distinción en el panorama de la composición musical americana. (…)

No es casual que el texto poético de Alberto Arvelo Torrealba que da nombre a la obra musical y lo que dejara en el pentagrama la labor creadora de Antonio Estévez, provengan de dos llaneros cabales, de esos poseídos de lo que Pedro Sotillo llama “el demonio lírico de los llanos”. Ni es accidente que poesía y música se complementaran en la Cantata Criolla con tal fuerza y naturalidad, con tanta simpatía

419 mutua, como para dejar en el oyente la impresión de un todo indivi- sible, pensado al unísono y satisfecho con el mismo espíritu.

2

En rigor, la poesía fue primero. Ya para 1940 el bardo había plasma- do en lenguaje sencillo y pulcro, con esmero y fina sensibilidad, la descripción del gran trozo de la patria donde se confunden soledad y cielo, donde el Sol seca la sangre y deja la tierra muerta de sed y donde hasta la Luna evade al jagüey que encierra misterios. Recogió también, con precisión y hondura, los motivos humanos que llevan a amar a Dios en la sabana desnuda, a buscar la salvación del ánimo en el lucero remoto, y a desafiar la mala sombra hasta en la noche os- cura del chubasco. Finalmente, dejó en el contrapunteo de Florentino y el Diablo una viva y aguda discusión de cuestiones del alma, cuando lo sagrado y lo profano se reunieron en la casa de un peón que en Dios cree y a las vírgenes recurre. (…)

3

La música vino después. La Cantata Criolla se estrena el 25 de julio de 1954 en el Teatro Municipal de Caracas - Primer Premio del Con- curso Vicente Emilio Sojo de ese año – con la participación de los so- listas Teo Capriles y Antonio Lauro, un grupo coral de ciento veinte voces y la Orquesta Sinfónica Venezuela, todos bajo la dirección del propio Antonio Estévez. La sola masa humana que se reúne en el es- cenario es reflejo exacto de las proporciones y ambiciones de la obra musical. Quizá fue la intención del compositor que toda ella siguiera el contrapunteo de Florentino y el Diablo y atestiguara el triunfo fi- nal y apoteósico de lo sagrado.

Con un lenguaje moderno, de atrevidos efectos armónicos y orques- tales, Antonio Estévez sigue cada detalle del texto poético. En el Re- to, usa los coros para describir la llanura, animar el desandar de Florentino y relatar su encuentro repentino con el espanto. En la Por- fía, se vale de los instrumentos oscuros de la orquesta para producir el dramatismo de la noche tormentosa en la cual discuten Florentino y el Diablo; deja a los coros la descripción del ambiente de expectati-

420 va que sigue al Reto y luego abandona los cantores a su suerte, ofre- ciéndoles apenas un motivo sencillo de identificación. El triunfo de Florentino llega con los últimos compases, cuando el nombre de la Santísima Trinidad lo cantan coros y orquesta en un clímax de im- presionante grandeza. (…)

4

La Cantata Criolla tiene el poder de transportar el oyente al corazón mismo del llano y de hacerlo partícipe de la noche legendaria en que catire y espanto se tropiezan en la oscuridad. No se la puede oír en actitud contemplativa porque es mucho lo que pasa en ella de lucha grande, de canto vivo, de agudeza imaginativa; porque son muchas las sorpresas que deparan sus logros efectistas, su delicadeza des- criptiva y su bien lograda Porfía.

Cuando los coros cantan “parece que para el mundo la palma sin un vaivén”, la música se desvanece por completo, dejando al oyente so- lo, perdido en la inmensa sabana, solícito de una chicharra o de un capacho. La música describe más adelante, palabra por palabra, la sorpresa de Florentino, su paso por el jagüey de arena pura. Ante la presencia del Diablo los coros apresuran el relato como si las voces temieran al espanto. La aceptación que Florentino hace del reto es- pectral comienza con una frase larga que parece perderse en la saba- na misma. El chubasco está repetido con tal exactitud, que uno está tentado a buscar refugio en la palma vecina. Toda la Porfía entre Flo- rentino y el Diablo está hecha de chispa y gracia llanera, como si la improvisación naciera allí, en el escenario, de los juglares y del inge- nio presentes.

Con la Cantata Criolla, la voz del llano que vive en Alberto Arvelo Torrealba se hace música culta; el silbido llanero de Antonio Estévez adquiere dimensiones inconmensurables de refinamiento, y Vene- zuela gana la seriedad de una obra que habla y canta con motiva- ción, fervor e impacto de la belleza de una tierra y de la nobleza de sus hombres: El Llano y los llaneros.

421 La Cantata hoy La Cantata Criolla de Antonio Estévez, con letra del poema de Arvelo To- rrealba, sigue vigente hoy, a mucho más de medio siglo de su estreno en el Municipal. No solamente en Venezuela sigue intacta su fama, sino en países europeos y en todo el continente americano.

Como un ejemplo de lo antes dicho, vemos hoy un anuncio, así, al azar, que nos llega a través de las redes sociales. Es una invitación para el Con- cierto que habrá de realizarse el 13 de abril del presente año 2018…

Antonio Estévez-Alberto Arvelo Torrealba CANTATA CRIOLLA Teatro Jorge Eliécer Gaitán. Sinfónica de Colombia. Director Invitado Felipe Izcaray (Venezuela) Florentino: Tenor Cristo Vassilaco (Venezuela) El Diablo: Barítono Juan Tomás Martínez (Venezuela) Coro Uniandes Sinfónico. Coro de la Pontificia Universidad Javeria- na La Cantata se extiende por el mundo. Florentino y el Diablo van con ella.

422

Capítulo 30

Lazo Martí, vigencia en lejanía, 1965

La influencia de Lazo Martí. Entrevista de Carlos Díaz Sosa. Largos años de investigación. Publicación y contenido del volumen. Una humilde ambición. Recibimiento de la crítica: Luis Pastori. Las cenizas de Lazo Martí. El chinchorro robado.

423 La influencia de Lazo Martí La vida y obra del médico y poeta Francisco Lazo Martí, tuvieron gran influencia en Luis Alberto Arvelo Torrealba, desde que era un muchacho adolescente, que apenas se iniciaba en sus primeros versos. Según conta- ba el barinés, él siempre tuvo por Francisco Lazo una profunda admira- ción, hasta el punto de haber influido en la escogencia de la carrera de medicina, como su propia profesión. Quería seguir su ejemplo. Deseaba hacer el bien a cada uno de sus semejantes, como lo hizo el guariqueño, que se marchaba solo en su canoa, por los crecidos ríos del Llano, para llevar aliento a sus enfermos…

Con el pasar del tiempo, Arvelo fue adentrándose en los signos poéticos de Lazo Martí, en su conocimiento sobre el paisaje, sobre cada elemento de la naturaleza guariqueña. Y se compenetró de tal manera con “La Silva Criolla”, que se dio a la tarea de descubrirla verso a verso, metáfora a me- táfora, desde diversas perspectivas, principalmente en las esencias de su estilo.

Ese profundo y minucioso estudio, llevado a cabo por más de una déca- da, fue recogido en el libro de ensayos Lazo Martí, vigencia en lejanía, cuyo subtítulo es: “ensayo de análisis estilístico sobre la Silva Criolla.” Y la publica- ción de este trabajo, al que había puesto todo el amor y esfuerzo que le fue posible, le produjo una intensa satisfacción.

Entrevista de Carlos Díaz Sosa El lunes 7 de febrero de 1966, el diario El Nacional publicaba una larga entrevista, que Carlos Díaz Sosa le hiciera al poeta Arvelo, a propósito de su libro sobre Lazo Martí, recién salido de la imprenta. De esa entrevista hemos tomado las citas textuales que señalamos a continuación, y en otros segmentos de este capítulo…

Sobre su deuda con Lazo Martí y sobre la obra recién publicada, Arvelo se expresaba de esta manera:

424 Mucho le debe mi poesía al gran poeta guariqueño. A través de su Silva Criolla me compenetré mucho más aún con la solemne natura- leza de nuestra llanura. Y muchísimo le debemos como hombres los venezolanos, en el duro y dolido forjarse de la conciencia cívica na- cional. Su obra, como pocas, nos enlaza los mundos de lo bello y lo noble…

Luego agrega:

Desde hace muchos años debía este libro. Me lo debía a mí mismo; se lo debía a la conciencia lírica de la patria, a la memoria del inmortal guariqueño y a la juventud de Venezuela.

Largos años de investigación Según su propia confesión, Arvelo trabajó en este proyecto durante trece años. Es decir, antes del viaje a Italia inició su faena de investigación so- bre la Silva del guariqueño. Oigamos sus palabras:

El único antecedente del libro fue la conferencia sobre la Silva Crio- lla, dictada en el año 1943.92 En ella suministré solamente datos par- ciales, que no tienen nada que ver con el libro, el cual había conservado completamente inédito. Luego, en el año 1953 93 empecé a realizar viajes a Calabozo, para hacer la investigación que dio por resultado la obra Lazo Martí, vigencia en lejanía.

Y ya de regreso a Venezuela, en 1955, se iniciaron los tiempos de dura faena, de transitar durante días y semanas por las llanuras y otras regio- nes del país, para observar, medir, tomar apuntes, comparar datos, hacer preguntas y entrevistas, encontrar las respuestas y certificar como hecho

92 Cuando era presidente del estado Barinas. 93 Cuando era ministro de Agricultura y Cría.

425 cierto cada uno de los elementos del paisaje llanero descritos por Lazo Martí en su Silva Criolla.94

De esa manera, los permanentes viajes que Arvelo realizaba por la pro- vincia del país se relacionaban, no solamente con las exigencias de su pro- fesión de abogado - visitando juzgados y tribunales de la república - sino con la observación e interpretación de los fenómenos naturales, que tan bien describía Lazo Martí en su Silva. El poeta Arvelo estudiaba los vien- tos, las estaciones de invierno y verano, la inundación y la sequía, las va- riantes del clima, la flora y la fauna, todo lo que el poeta guariqueño logró plasmar poéticamente en su magna obra. Investigó también, detalle por detalle, la corta vida del guariqueño:

Lazo Martí nació en 1869 y no en 1864, como dice al pie del monu- mento que tiene en Calabozo. Murió a los 40 años de edad. Esa par- tida queda confirmada con la partida civil del segundo matrimonio de agosto de 1905, donde se sostiene que Lazo tenía para esa fecha 36 años.

Contaba el poeta Arvelo que tuvo inmejorables colaboradores durante los períodos de investigación. Los principales fueron Oscar Maggi, Ricardo Montilla y “el veterano llanero” José Rafael Viso… Cuando llegaba a Ca- labozo, se iban juntos de gira a los sitios precisos que había frecuentado Lazo Martí. He aquí como relata un largo recorrido con José Rafael Viso:

En esa oportunidad recorrimos todas las islas que están entre Apure y Apurito, que Lazo Martí menciona. Muchos no sabían que esas is- las existen. Ocupan unas 100.000 hectáreas, que se inundan durante el invierno, y son fértiles en el verano. Nosotros navegamos todos los caños que le dan la categoría de islas a ese territorio.

Francisco Lazo Martí también vivió en Barinas cierto tiempo. Y siguiendo sus pasos, allá fue a investigar el poeta Arvelo. Oigámoslo:

94 Sin duda alguna, en esos años el poeta “atacaba dos frentes al mismo tiempo”: por una parte, el estudio y análisis de la Silva Criolla, y por la otra, la revisión y ampliación de la tercera y última versión de su romance “Florentino y el Diablo”, que sería publicado en 1957.

426 Hice un viaje a Barinas y estuve en Dolores, donde conversé con al- gunas personas que llegaron a conocer a Lazo. Visité la casa de altos, de estilo colonial, donde el poeta vivió con su segunda esposa. Esa casa merece ser conservada.

Publicación y contenido del volumen Lazo Martí, vigencia en lejanía, tiene diseño gráfico de Alirio Palacios y fue publicado en Caracas por el “Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes”, INCIBA, el 28 de diciembre de 1965, día de los Santos Inocentes. Corresponde al título 105 de la Biblioteca Popular Venezolana, su tamaño es de 12x16 cm. y tiene 360 páginas. A continuación, señalamos su contenido:

La Dedicatoria del libro dice así:

a Calabozo, cuna del poeta. a Rosa Dolores, mi esposa. a Alberto, Mariela, Antonio y Solange, mis hijos. En soledad de llanura y amor de Venezuela.95 El volumen se divide en dos secciones. La Primera Parte consta de 9 capí- tulos, a saber:

La patria en los días del poeta; La poesía continental a fines de siglo; Hombre y paisaje; Pensamiento y poesía; El manuscrito de Nutrias; Imá- genes; Los estratos sonoros; Sinéresis. Hiato. Sinalefa; Rima y Ritmo.

La Segunda Parte del libro tiene 6 capítulos:

95 El día del bautizo de la obra, le pedí a papá que me dedicara un ejemplar. Sonriente, él me recor- dó que el libro estaba dedicado a todos nosotros… Como insistí diciéndole que yo quería uno que fuera mío y de más nadie, tomó un ejemplar y en la primera página escribió: “Para Marielita sola, propiedad privada. Con el corazón de Alberto”. Como libro de consulta en nuestro trabajo, hemos utilizado otro valioso ejemplar dedicado por el autor. La dedicatoria es la siguiente: “Para Francisco Lazo, hijo del gran Lazo Martí. Con mi alto aprecio. A. Arvelo Torrealba. Caracas, 1967.

427 Tres estrofas y un verso de la Invitación; La salida de aguas; La trashu- mancia; El incendio; La entrada de aguas; El invierno.

Para escuchar la voz de Arvelo Torrealba y apreciar el encanto de su pro- sa, leamos al menos un fragmento de una cualquiera de las primeras pá- ginas…

Página 39:

Trochas de juventud

Francisco Lazo Martí, hijo de Francisco Lazo y Margarita Martí, na- ció en Calabozo, sobre el paralelo 9 del mapa, en todo el centro de la llanura guariqueña, el 14 de marzo de 1869, conforme a su partida de bautismo, hallada por el doctor Rafael Loreto Loreto, en la iglesia de Nuestra Señora de las Mercedes de Calabozo. Estudiante de ejemplar tesón, que ganaba ya su pan de adolescente en faenas magisteriales, Lazo Martí cursó la educación secundaria, así como los estudios su- periores de Medicina, en su propia ciudad nativa. Se graduó de mé- dico en Caracas, a los 21 años, el 21 de agosto de 1890.

De Calabozo a Caracas, se va hoy en tres horas y media. Para fines del siglo pasado el mismo trayecto podía cubrirse, si no surgían con- tratiempos, en 8 jornadas. Eran noventa leguas, 30 de llanuras, el res- to de colinas y montañas. El norte del Guárico, antes sur de Aragua, es zona de orografía bastante abrupta, y lo es más aún el trecho entre Cagua y Caracas, donde el viejo camino de recuas, en fatigoso sube y baja, seguía sensiblemente el mismo trazo que hollaron los libertado- res. El cruce de aquellas montañas, enchamarradas de neblinas, del lampo madruguero hasta la caída del sol, oyendo acaso por vez pri- mera el ritmo doliente de los cascos en los guijarros de las cuestas, colmas las pupilas del vacío de andar sin horizonte, debió parecerle interminable al joven caminante guariqueño de espíritu y músculos templados frente a la inmensa plenitud…

Es de hacer resaltar que todo el libro se enriquece con numerosas notas a pie de página, donde el poeta Arvelo nos aclara conceptos de su denso estudio, y señala al lector algunos puntos resaltantes de su investigación.

428 Y ya al final del libro, entre las páginas 337 y 352, podemos leer íntegra- mente “La Silva Criolla”: La Invitación y los 10 Cantos del poema dedica- do por Lazo “a un bardo amigo”. A pie de página, al terminar la Silva, Arvelo indica lo siguiente: “Redacción publicada en Calabozo después de la muerte del poeta, con incorporación de las variantes del Manuscrito de Nutrias analizadas en esta obra.”

Una humilde ambición Cuando Carlos Díaz Sosa le pregunta a Arvelo por qué un poeta consa- grado decide escribir un libro de ensayos, él responde:

-El motivo fundamental es una humilde e inofensiva ambición. Quería que me conocieran también como prosista…

Recibimiento de la crítica: Luis Pastori El volumen de ensayos Lazo Martí, vigencia en lejanía causó un revuelo inusitado en las esferas culturales del país. Y de inmediato empezó a ser reseñado en los periódicos nacionales por algunos de los más destacados comentaristas literarios, poetas y escritores, como Francisco Salazar Mar- tínez, Luis Pastori, José Carrillo Moreno, y Rafael Angarita Arvelo.

Como una muestra resaltante de estos trabajos críticos, citaremos frag- mentos del artículo escrito por el poeta Luis Pastori, publicado en Cara- cas, en enero de 1966.96

El texto lleva el siguiente título: “Una Obra Clásica en Prosa de Alberto Arvelo Torrealba sobre Lazo Martí” y se encuentra ilustrado con dos fo- tografías de gran formato; una de Lazo y otra de Arvelo. He aquí varios fragmentos del artículo:

96 Aunque al recorte de prensa que poseemos le falta el nombre del periódico, pensamos que se trata de El Nacional.

429 …Este libro de ahora de Alberto Arvelo Torrealba sobre Francisco Lazo Martí, aguardado con expectación en los ambientes culturales – dado la similitud entrañable que va de biógrafo a biografiado – y que acaba de aparecer en pulcra edición del Instituto Nacional de Cultu- ra y Bellas Artes, ha sobrepujado en mucho cuanto de él se esperaba. Por la calidad de la prosa, calificada por la más severa crítica como de “dimensiones extraordinarias”, por la pujanza del pensamiento telúrico que la alienta; y por la objetividad y rigor científico utilizado en la búsqueda y evaluación de los datos – aspecto este último en que, a no dudarlo, esta obra será también de utilidad a los lectores de habla no hispana- Lazo Martí, vigencia en lejanía marca un hito en la historia de la crítica literaria en el país. (…)

El libro no permanece en el nivel de la espuma literaria. Va más hondo. Estudiar el estilo es para Arvelo desentrañar al hombre. Y buscando la humana solidez de la obra poética, recorre los linderos biográficos del revolucionario soñador, “garcilasiano guerrillero” y se pone a navegar por aquel tiempo herido en renovadas ráfagas de

430 barbarie, frente a cuyo embate el pueblo – “heroico rezago de la hombría nativa” – compartió con el poeta “la increíble fidelidad de la esperanza”.(…)

De este maestro del romance nativo, que hoy nos sorprende con este extraordinario libro en prosa, dijo Pedro Sotillo en el prólogo de Glo- sas al cancionero “No viene de la nueva ni de la antigua poesía, sino de la poesía de todos los tiempos. Viene de la eternidad de la poesía, que es la única dable en este plazo siempre concluyendo de la vida de los hombres.”(…)

Épica e imperiosa es la visión de esta gran Vigencia en Lejanía… Épica e imperiosa es la voz de Arvelo Torrealba en este libro. Sacude las fibras de la conciencia patria. El poema en manos suyas se agi- ganta, brinca por encima de los confines y barreras de la métrica y la forma, se hace voz de pueblo, voz de “la raza en desventura”.

Las cenizas de Lazo Martí Debemos alejarnos del laureado trabajo sobre la Silva Criolla de Lazo Martí, por cuanto en este punto tenemos que acercarnos a un tema dolo- roso, insólito, pero imposible de evitar y desconocer:

El 22 de junio de 1967, el diario El Nacional trasmitía una noticia sor- prendente, que dejó consternada la nación: ¡Los restos del poeta guari- queño Francisco Lazo Martí, que yacían en la Catedral de Calabozo desde 1913, habían sido botados como desechos de albañilería, junto con los es- combros del piso de la iglesia!…

La información fue suministrada - según reseña Víctor Manuel Reinoso en su reportaje de El Nacional – por el periódico Nuestra Tierra, en la voz de su director Ángel Acosta. La alarmante noticia periodística de Reinoso, que lleva por título “Vida, Pasión y Desaparición de Lazo Martí”, es más o menos la siguiente:

Francisco Lazo Martí falleció en Maiquetía en 1909, y cuatro años más tarde sus cenizas fueron trasladadas a Calabozo, su ciudad natal, y sepul-

431 tadas en la Catedral. Pero en 1957, la Junta pro reforma de la Catedral en- cargó a la constructora Arretium- cuyo dueño era el ingeniero italiano Lu- dovico Redi - la tarea de cambiar el piso de la iglesia. Lo cierto es que el ingeniero Redi, que no tenía idea de quién era Lazo Martí ni otros ilustres venezolanos cuyos restos mortales se hallaban allí sepultados, “ordenó romper a la diabla el piso de mosaico; los obreros le cayeron a picazos a todo lo que hallaron allí, y la lápida que señalaba el sitio donde reposaban desde el año 1913 las sagradas cenizas del bardo llanero, fue rota en pe- dazos”. Después pusieron una losa en el mismo lugar. Pero si la noticia es verdadera…¡ la sepultura está vacía!

¿Y el ingeniero Redi qué explicó al respecto? Él no explicó nada, porque se marchó a Italia y no volvió más.

A propósito de este indignante acontecimiento, el periodista Víctor Ma- nuel Reinoso pidió la opinión de varios escritores, expertos estudiosos de la vida y la obra de Lazo Martí. Los literatos entrevistados fueron Edoar- do Crema, Oscar Sambrano Urdaneta, José Luis Salcedo Bastardo y Alber- to Arvelo Torrealba. He aquí los comentarios del poeta Arvelo:

La noticia me ha confundido. Hace 3 años, cuando yo preparaba mi libro, recorrí todos los sitios donde Lazo Martí vivió y escribió. Tam- bién estuve en la Catedral de Calabozo. En todas estas andanzas me acompañó un gran guariqueño llamado José Rafael Viso. Incluso hi- cimos fotografías. Hicimos fotografías del rancho del hato El Tapiz, donde él vivió con Panchita Rodríguez, quien fue su primera esposa; de la laguna El Tapiz, de la que dijo el poeta

“la silente laguna en cuyo espejo invisible dolor vertió cenizas”. Fotografiamos la casa donde vivió en Calabozo y la Catedral. De la losa también tengo una foto. Es una lástima que esté tan borrosa, pe- ro se puede leer su nombre. Yo pensaba utilizar todas estas fotos cuando publicara el libro, pero cuando el Inciba se ocupó de la edi- ción, vi que era imposible. Y por ahí tengo las fotos. Entre las perso- nas con quiénes hablé estaba Antolina Matos, quien murió

432 recientemente, con más de cien años. Esta viejecita fue aya de Lazo Martí. En esas andanzas tras las huellas de Lazo Martí, encontré el documento de su segundo matrimonio, fechado en Puerto Nutrias en 1905. Esta señora, Duteria de Lazo Martí, le sobrevivió hasta 1950.

Escribe el periodista: “El poeta Arvelo Torrealba, a pesar de haber foto- grafiado la losa de Lazo Martí, se ha llenado de dudas con la afirmación de que los restos del vate fueron aventados”.

Continúa Arvelo: “Si esto sucedió, me parece algo terrible. Y si esa es la verdad, el INCIBA, que el año pasado solicitó al Congreso que estos res- tos fueran trasladados al Panteón, debería promover una investigación. Como abogado que soy le puedo decir que quien haya botado los restos de este poeta, ha caído bajo la sanción de los artículos 171 y 172 del Códi- go Penal. El último de estos artículos pena con 6 meses a 3 años de cárcel a quienes profanen lugares donde hay tumbas y lápidas”.

El chichorro robado Después de conocer la infausta noticia sobre los restos de Lazo Martí, deseamos suavizar el tono del relato, para que los lectores terminen el ca- pítulo con una nota de buen humor. Por eso les brindamos esta historia:

De la época de los viajes de estudio sobre la “Silva Criolla”, hay una anécdota graciosa, que Arvelo recordaba con agrado:

Contaba él que una vez fue invitado, junto a un grupo de amigos, a pasar un fin de semana en una hacienda guariqueña. Llevaba entre sus cosas un pequeño instrumento, desconocido para sus compañeros. Se trataba de un anemómetro, el cual servía para medir la dirección y fuerza de los vientos, en cada época del año.

Al llegar a la casa de campo, lo primero que hicieron los hombres fue col- gar sus chinchorros y hamacas en las vigas del corredor. Entre ellos des- tacaba el magnífico chinchorro del poeta, un regalo que había recibido recientemente, tejido con palma de moriche por los indígenas warao, del

433 Delta del Orinoco. Esta preciosa pieza artesanal se convirtió en la admira- ción, y hasta en la envidia de los amigos…

Después de colgar el chinchorro, y con ayuda de su chofer, llamado Lié- bano, el poeta Arvelo colocó el instrumento para medir los vientos en el borde del techo. Esa corta y sencilla maniobra pasó desapercibida por los presentes.

Era una fresca tarde, y la fuerte brisa llanera hacía que los chinchorros se mecieran solos… Pasaron las horas festivas, se sirvieron los whiskies re- glamentarios y los amigos disfrutaron de una copiosa cena con ternera asada.

Pero cuando llegó la hora del descanso, Arvelo se dio cuenta que su chin- chorro había desaparecido. Risas, bromas y chanzas, miradas cómplices entre los hombres, pero el chinchorro no aparecía…

La broma era pesada y el agraviado estaba molesto. Tuvo que descansar en una hamaca que no era suya, y no pudo dormir ni siquiera un minuto. Antes de amanecer se montó en su automóvil, y sin decirle adiós a nadie se retiró con Liébano, compañero de viajes durante muchos años.

Llegó a Barinas pensando en su trabajo sobre Lazo Martí. Lo primero que hizo fue enviarle un telegrama a su compadre Clímaco, el dueño de la ha- cienda donde había pasado la noche anterior. El telegrama decía así:

Estimado compadre: Ruégole me disculpe repentino regreso. Favor anotar con exactitud, cada dos horas, dirección, velocidad y fuerza de vientos, según indica anemómetro instalado en extremo noreste de techo. Gracias, Alberto.

Apenas leyó el incomprensible mensaje, el compadre quedó muy preocu- pado… Pensó que se trataba de una indirecta… ¿Lo estaría el poeta cul- pando de algo? Y de inmediato respondió, con otro telegrama:

Estimado Alberto: Comunícole que quien se cogió el chinchorro fue su tocayo Alberto Pérez. De nada. Clímaco.

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Capítulo 31

Un llanero cuenta-cuentos.

Cuentos de selva. Testimonio de uno de sus nietos. Cuentos del Más Allá. El cuento que copió Albertico. La muerta del telégrafo. El bolero macabro.

Cuentos de selva Como llanero auténtico, mi padre era un experto narrador, gran echador de cuentos y leyendas, consejas y fábulas. Este difícil arte de contar ha- blando y mantener en vilo a los oyentes - sin que ninguno se moviera, ni respirara, ni le quitara los ojos de encima - lo había aprendido de sus pa- dres y tíos, y también de Cocó, aya del niño Luis Alberto, que le contaba a diario los más fantásticos relatos.

Cuando mi hermano y yo éramos pequeños, disfrutábamos de los Cuen- tos de Selva que papá inventaba cada noche, cuando llegaba la hora de dormir. Eran cuentos vibrantes, de emociones intensas, cuyos protagonis- tas eran siempre un niño y una niña, el abuelito aventurero y siete perros valerosos, llamados Onza, Tigre, León, Huracán, Ventarrón, Come- Candela y Mano ‘e Pilón.

Como sabíamos que nosotros éramos los personajes infantiles, y estába- mos inmersos en la historia, Alberto y yo vivíamos a plenitud cada mo- mento, y a veces yo, que era chiquita, me estremecía de tantos sustos que pasaba en los montes oscuros, llenos de brujos voladores, capitaneados

436 por el brujo Trifón. Afortunadamente, mis valerosos perros Onza y León llegaban a salvarme en el último instante, antes que los malvados logra- ran atraparme.

El ambiente del cuento variaba siempre: las intrincadas selvas venezola- nas tenían cunaguaros, jaguares y víboras y algunos indiecitos de caras pintadas, que tenían sus chozas sobre los árboles.

En nuestras excursiones imaginarias el abuelito siempre llevaba su esco- peta, a fin de protegernos del váquiro salvaje que tenía un solo ojo. Y un gran cuchillo al cinto, para cortar frutas silvestres que los tres compartía- mos en la merienda. Algunas veces, después de mucho andar llegábamos al borde del río Orinoco y nos montábamos en una lancha que se llamaba “Topochita”·

Pero las aventuras por las remotas selvas africanas eran más peligrosas e impresionantes, porque oíamos muy cerca los rugidos del león-de-azul- melena, y andábamos huyendo de unos caníbales enanos, con dientes afi- lados, que nos querían devorar… Hasta que el abuelito los dispersaba y los hacía volar de nuestro cuento, con unas flechas mágicas que él mante- nía guardadas bajo el sombrero.

Muchos años después, también mis cuatro hijos pudieron disfrutar de los Cuentos de Selva que el abuelito Alberto inventaba para ellos, si la oca- sión lo permitía. Esta vez, por supuesto, las narraciones se adaptaban a una nueva época y a nuevos personajes principales que eran tres mucha- chitos y una niña pequeña, la menor en el grupo de aventureros. El abue- lito Alberto continuaba presente, como guía de los niños y de sus siete perros, como principio y fin de cada historia.

Testimonio de uno de sus nietos En este punto del relato deseo presentar el testimonio de mi hijo Gustavo Alberto, quien es naturalista, biólogo y ornitólogo:

437 Los recuerdos que tengo de mi abuelo Alberto son relativamente po- cos, pues cuando él murió, yo era todavía un niño pequeño. Sin em- bargo, conservo nítidos en la memoria no solamente algunos rasgos de su personalidad, sino los viajes que realicé con él, y sus fascinan- tes cuentos y anécdotas - todos centrados en la naturaleza - que yo escuchaba al lado suyo, con especial agrado e interés.

Mis recuerdos más viejos de la geografía venezolana, cerros, ríos y lagunas, fauna y flora, particularmente de los Llanos y costas, pro- vienen de los viajes que hice con mi abuelo durante los primeros años de mi vida. Él me mostraba y explicaba detalladamente las co- sas importantes que íbamos viendo y se cruzaban en nuestro camino.

Por otra parte, sus cuentos sobre sitios remotos del planeta, eran ma- ravillosos. Y era tan grande la precisión con la que describía los pai- sajes, los aborígenes y las fieras selváticas africanas, que yo creía que mi abuelo había estado en el África. Sus relatos o fábulas inventadas, y las anécdotas reales de sus aventuras en las selvas y llanos venezo- lanos, unido a su perfecto conocimiento de los animales y las plantas, me maravillaban de tal manera que podía pasar horas enteras escu- chando sus cuentos, mientras mis hermanos se iban a jugar.

Cuando llegábamos con mis padres a visitar a los abuelos en su casa de El Paraíso, yo corría al cuarto de abuelo Alberto – que ya se en- contraba bastante enfermo - para empezar a oír sus aventuras.

No tengo duda de que los viajes que hice con él y las grandes histo- rias que me contaba, marcaron mi carácter para siempre, inculcando en mi vida un gran amor por la naturaleza y orientando mi forma- ción futura como naturalista, biólogo y científico.

Cuentos del Más Allá Pero donde mi padre era una estrella sin parangón, era contando Cuentos de Muertos. Estos terroríficos eventos tenían lugar en nuestra casa de Acarigua y por supuesto eran nocturnos. Cuando papá anunciaba: “¡Más tarde vendrán los espantos!”, mi hermano y yo invitábamos a nuestros

438 amigos y primos, para que nos hicieran compañía. También se nos unía la gente grande de la casa y una que otra visita ocasional, que no quería perder una experiencia tan escalofriante.

Los más pequeños nos acomodábamos en el suelo, haciendo un semi- círculo alrededor de mi papá, que ya nos esperaba sentado en un sillón, parecido al asiento de los obispos. Se apagaban las luces, se encendían las velas del candelabro, y comenzaba la función…

Él era un gran artista para imitar los cuchicheos de los difuntos, los rezos de las ánimas en pena y los susurros de otros sujetos de ultratumba que movían sus batolas en el relato… El narrador era también experto en pro- ducir aullidos y quejidos, y variados efectos especiales que ayudaban a crear un ambiente de horror. Por supuesto que al terminar el cuento, o incluso antes del espantoso desenlace que se sentía llegar, las niñas ya es- tábamos gritando, y salíamos corriendo despavoridas.

El cuento que copió Albertico ¿Y cómo eran realmente aquellas narraciones? Mi hermano lo comenta en un manuscrito que él mismo consiguió entre viejos papeles:

“A mi padre le gustaba la forma, la contundencia oscura, el deleite del miedo. Jamás contaba los cuentos de día. Jamás sin la correcta escenogra- fía: el corredor de una casa, o casucha, preferiblemente si estaba en rui- nas; coro de mujeres y hombres; las sillas puestas contra la pared, para proteger las espaldas.

Esa vigorosa manifestación del arte popular, que yo sepa, nadie ha inten- tado recopilarla. Le propuse que hiciéramos una Antología de Cuentos de Muertos. En fin de cuentas, con la enorme memoria de mi padre, ya la investigación estaba hecha. Tenía grabado en su disco duro un centenar de cuentos de este género.

Negó, rotundamente, considerar esa “chata antología”. No fue por falta de tiempo. Su gusto era decirlos en voz baja, silbar y ulular en los mo-

439 mentos justos del escalofrío. Me arrepiento de no haberlos grabado. El cuento que sigue, lo garrapatée en una bolsa de papel en la casa de Plinio Musso, de Barinas. He aquí el cuento de papá:”

En los tiempos de mi abuelo, al sur del Pagüey, había un gran hato, que tenía de longitud como siete leguas. En la época de los trabajos, se iban algunos peones con un caporal, a un ranchito deshabitado, casi en ruinas, que quedaba como a siete horas de distancia de la ca- sa mayor del hato. Allí permanecían algunos días. Una noche, tras un día de mucho trabajo, mala comida y ninguna mujer, les despertó un “ÑEE, ÑEE”, el llanto de un niño recién nacido.

Tuvieron escalofríos de miedo. No vivía nadie en muchas leguas a la redonda. ¿Quién podía haber llegado, sigiloso, a traer al niño, sin alborotar los perros? A la luz tenue de las lámparas de kerosén, encontraron a un niño, envuelto en telas buenas. Metieron al niño en la choza, lo acostaron en un chinchorro y, en grupos, en torno suyo, se pusieron a buscarle un parecido, tratando de identificar a la madre o al padre… El llanto “ÑEE, ÑEE” seguía ininterrumpido, desesperado.

-Se está muriendo de hambre! – opinó el caporal.

- Hagamos los preparativos para que esta misma noche alguien se lo lleve hasta donde haya mujeres.

- La casa más cercana, con mujeres, está como a seis horas de camino.

- Se puede morir en el trayecto. Hay que ordeñarle alguna vaca, dar- le algo de leche antes de que se vayan…

El niño los miró, uno a uno. Los ojos suyos comprendían todo. Abrió la boca de par en par, mostró dos filas de colmillos agudos y pregun- tó, en voz baja y nasal:

-¿Leche con estos dientes?

440 La muerta del telégrafo Pero también había Cuentos de Muertos contados con tal gracia que re- sultaban divertidos, y a veces terminaban con una carcajada general del público.

Es importante recordar que los llaneros de esa época (mi padre y tíos en- tre ellos), eran supersticiosos en extremo, y aseguraban que eran ciertas las nocturnas visitas fantasmales y las apariciones del Más Allá. El si- guiente relato lo contaba papá como un hecho verídico, y utilizaba su arte de narrador para que sus oyentes estuvieran atentos, sin moverse.

Contaba él que una vez, allá en sus años mozos, andaba con su amigo Roque Carmona, en un asunto de trabajo. Llegaron a caballo, tarde en la noche, a la localidad de Sabaneta. Estaban fatigados y no encontraban hospedaje para alojarse por algunas horas, antes de continuar el viaje al amanecer. Todos los habitantes del pueblo dormían y los portones de los amigos y conocidos ya estaban cerrados… Entonces Roque, que era tele- grafista y había trabajado tiempo atrás en Sabaneta, le comentó:

-Bueno Alberto, yo tengo aquí las llaves de una casa vieja y destartalada, donde funcionaba antes el telégrafo. Si tú quieres, podemos pasar la no- che allá, y mañana tempranito seguimos camino… Lo malo es que dicen que ahí hay un entierro, y que aparece la vieja que enterró el tesoro, segu- ramente para decir dónde está escondido … Hasta ahora nadie ha tenido el valor de meterse de noche. ¿Qué dices tú?

-¡Que nos vayamos para allá ahora mismo! Y si la vieja nos informa dón- de está el tesoro, pues lo sacamos.

Entraron entonces a la casucha, llena de mugre y de murciélagos. Pren- dieron unas velas para alumbrarse y colgaron sus chinchorros, uno al la- do del otro, separados tan solo por una mampara de papel.

Contaba papá que estaba casi dormido, cuando vio que del rincón del cuarto, empezó a surgir la forma de una vieja encorvada y fea. Él se frotó los ojos, para saber si estaba soñando, cuando vio que la mujer empezó a acercarse a su chinchorro. Parecía que no caminaba, sino que patinaba,

441 flotaba hacia él. Cuando la vieja llegó a su lado, inclinó su cuerpo y trató de decirle un secreto Psss Psss Psss… En ese momento papá, aterrorizado, gritó con voz ronca -¡Roooque! ¡La muerta está aquí! -¿Adóoonde? -¡¡Aquí!! ¡¡Al lado mío!! La muerta trató de acercarse más y más, con su Psss Psss Psss… y ya casi le rozaba la cara … Entonces papá cogió impulso y ZAZ, atravesó la mampara de papel y cayó en el chinchorro de Roque. Éste, creyendo que le había caído la muerta encima, saltó al suelo y salió pegando gritos.

Más atrás iba papá. Y llegaron a la Plaza Bolívar, corriendo en interiores a las 4 de la mañana. Allá los atajó un policía, quien se los quería llevar pre- sos, por andar en paños menores en la calle, alborotando a los vecinos.

El bolero macabro Dentro de esta faceta de papá como narrador de cuentos terroríficos, exis- te una variante menos conocida: las canciones macabras, en las que desco- llaba como gran intérprete.

De nuestra etapa en Acarigua, recuerdo una de estas canciones, que a mis primas y a mí nos causaba espanto y fascinación al mismo tiempo. Se tra- taba del bolero “Bodas Negras”, cuya letra, según se decía, era del sacer- dote y poeta venezolano Carlos Borges. El poema fue posteriormente musicalizado. Para hacer su tenebroso montaje teatral - que presentó solo una vez- papá aprovechó una reunión familiar con tíos, abuelos, primos y amigos ínti- mos. Nos invitó a pasar a la sala, que estaba a media luz, iluminada sola- mente con dos o tres velones. Cuando el público estuvo reunido, llegó él muy serio - con paltó negro y sombrero negro- y sin decir una palabra tomó la guitarra y se sentó. Entonces empezó a tocar y cantar, imitando la cavernosa voz del enterrador.

442 Oye la historia que contóme un día el viejo enterrador de la comarca: Era un amante que por suerte impía su dulce bien le arrebató la Parca.

Todas las noches iba al cementerio a visitar la tumba de su hermosa la gente murmuraba con misterio Es un muerto escapado de la fosa.

En una horrenda noche hizo pedazos el mármol de la tumba abandonada cavó la tierra y se llevó en sus brazos el rígido esqueleto de su amada.

Y allá en su triste habitación sombría de un cirio fúnebre a la llama incierta sentó a su lado la osamenta fría y celebró sus bodas con la muerta.

Ató con cintas los desnudos huesos el yerto cráneo coronó de flores la horrible boca la llenó de besos y le contó sonriendo sus amores.

Llevó la novia al tálamo mullido y se acostó junto a ella enamorado y para siempre se quedó dormido al esqueleto rígido abrazado.

Cuando encendieron las luces del salón, él estaba de pie, agradeciendo los aplausos.97

97 El padre Carlos Borges, supuesto autor de este poema que después tuvo música de bolero, es el mismo poeta al cual el joven Luis Alberto Arvelo Torrealba dedicó su “Rosario Vespertino” en 1922, cuando tenía 17 años. Se decía que el muy polémico sacerdote, a quien se le había muerto una ama- da novia, había expresado el propio sufrimiento a través del poema “Bodas Negras”.

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El abuelo cuenta-cuentos

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Capítulo 32

Vida en familia (II)

En casa de nuevo. Piñatas a medianoche. El poeta lleva a su hija a la universidad. Poemas para los nietos. Romance para el niño dominguicarnavalesco. Versos para el nuevo bebé. Fábula del Uno, Doña Cero, Conejín y Ela. Romance para José Ángel en su primer cumpleaños. Bautizo de Mariela II. Alberto, Solange, Beto y Silvia. El terremoto y la medalla. Muerte de Marco Arvelo Torrealba. Viaje a Alemania de Albertico y familia. Carta en verso. Juan y Marisela.

445 En casa de nuevo En esta historia que va y viene, que se aleja y regresa sin detenerse, reto- mamos el tema del hogar y la vida en familia, que habíamos iniciado en el capítulo 28…

Cuando mi esposo y yo volvimos de Los Ángeles, con nuestros niños Ale- jandro y Gustavo, nos instalamos en el apartamento de Residencias Junín, y mis padres viajaban constantemente de Acarigua a Caracas para visi- tarnos. Algunas veces volvían al Llano con sus nietos, y pasaban con ellos una o dos semanas en Acarigua. Por supuesto que eran días de fiesta para los pequeños, para los abuelos Alberto y Rosa, para el bisabuelo Buena- ventura y para tía-abuelita Carmela. Todos se desvivían por atenderlos y hacerlos felices.

Piñatas a medianoche Como nuestros hijos sufrían de fre- cuentes problemas bronquiales, y en veces les costaba conciliar el sueño, mamá y tía Carmela les organizaban especiales “piñatas nocturnas”, a cualquier hora de la noche (¡o de la madrugada!), para que los niñitos la pasaran bien, a pesar del quebranto y los medicamentos … El primero en taparse los ojos con un pañuelo y darle palos a la piñata era papá, mientras los niños gritaban de júbi- lo. ¡Toda una locura de consenti- miento! Y lo mejor del cuento es que la inusitada medicina lograba hacer milagros: los niños se curaban de la tos y se dormían plácidamente.

446 Cuando nació nuestro tercer hijo, en agosto de 1963, Antonio y yo deci- dimos vender el apartamento y comprar una casa – nuestra casa de Pra- dos del Este - pues con tres niños el apartamento resultaba demasiado pequeño. Y durante la larga temporada que dedicamos a buscar casa, a preparar mudanza y a mudarnos, los dos niños mayores - de cuatro y dos años - estuvieron con sus abuelos en Acarigua. Por supuesto que cada vez que teníamos oportunidad, éramos nosotros los que viajábamos a la caso- na acarigüeña, donde disfrutábamos de encantadores ratos familiares.

El tiempo iba pasando. En el año 1964, cuando murió el abuelo Buenaven- tura Ramos y nació nuestra niña, mis padres regresaron a Caracas, a vivir en la quinta Mariela de El Paraíso. Y, exceptuando unas breves ausencias, se quedaron allí para siempre.

El poeta lleva a su hija a la universidad Pocos años después ingresé a la Universidad Central de Venezuela. ¡Y parece mentira, pero me fui a inscribir como una colegiala, tomada de la mano de mi padre! He aquí los hechos:

Resulta que, como contraje matrimonio demasiado joven, y a los 25 años ya era madre de cuatro niños, tuve que demorar por largo tiempo mi an- helo de estudiar literatura en la Universidad Central de Venezuela. Hasta que al fin, cuando mi hija menor entró a la escuela preescolar y me liberé un poco del cuidado de niños pequeños, pensé que había llegado el mo- mento apropiado de cumplir mi deseo. Conversé con mi esposo y des- pués con mis padres, y todos se alegraron con mi decisión. El más entusiasmado fue papá, quien de inmediato dijo:

-Soy gran amigo del director de la Escuela de Letras, el profesor Pedro Beroes, hermano del poeta. Si tú quieres, Elita, mañana mismo podemos visitarlo en la Universidad, para que te inscribas de una vez.

447 Y así lo hicimos. Cuando llegamos a la Facultad de Humanidades y Edu- cación, los dos estábamos emocionados y nos tomamos de la mano. Papá exclamó entonces, con un notorio dejo de nostalgia:

-¡Cuántas sorpresas da la vida, Marielita! Cuando tenías cinco años te ins- cribí en Kindergarten, allá en París; y ahora, más de veinte años después, me toca acompañarte para que te incorpores a la universidad…

Poemas para los nietos Como todos los abuelos del mundo, mis padres adoraban a sus nietos. Mi madre era la abuela cariñosa, la que lograba complacer, contra viento y marea, cada deseo y capricho de los niños que venían los domingos a visi- tarlos. Llegaban encantados a aquel entorno de maravillas, de golosinas y regalos, donde ellos se sentían únicos dueños. Mi padre, por su parte, era el abuelo de las aventuras al aire libre, de los paseos al zoológico, al mar y a la montaña. Mi padre era el abuelo de los poemas infantiles.

Romance para el niño dominguicarnavalesco Alejandro José, nuestro primogénito, era, además de primer hijo, el pri- mer nieto y el primer bisnieto. Y por esos motivos, su llegada a este mun- do fue un acontecimiento familiar, celebrado por todo lo alto. Para alegrar la fiesta de su llegada, decidió adelantar la fecha ya prevista por el médi- co, y nació muy temprano, el día Domingo de Carnaval del año 1959. Los abuelos Alberto y Rosa Dolores se hallaban ese día en la casita de la mon- taña, Chulumani del Junko, y allí nos esperaban para pasar el día en fami- lia…

Al recibir la buena nueva, mis padres regresaron de inmediato a Caracas. Y lo primero que hizo papá, después de conocer a Alex en la clínica, fue salir a comprarle un sombrerito de carnaval, con el cual aparece el peque- ño, en sus primeras fotografías. Y siete días más tarde le escribió un ro-

448 mance lleno de encanto, donde se hablaba, en términos jocosos, del uni- verso familiar.

Para empezar, mi padre juega en verso con nuestros nombres y los ape- llidos de las dos familias: los Rodríguez-Tamayo de mi esposo y mis Ar- velo-Ramos-Torrealba. Además, “de hombre a hombre”, el abuelo aconseja a su nieto sobre variados temas de importancia, para tener en cuenta en el transcurso de la vida… He aquí una buena parte de la com- posición:

Saluda el romance al niño dominguicarnavalesco, chivato como un Rodríguez buenmozo como un Arvelo, ojinariz Antoñado Marielipicarifresco, Tamayoso el estornudo como Rameado el berreo, con dos dientecitos blancos Torrealbándole el bostezo, por lo que moja, chicharra, por lo chupón, sanguijuelo. Fushín, mentado Alejandro, rosadito y pelo negro, con sopotocientos tíos, mil primos y cuatro abuelos, dos veces bisabuelado por título acarigüeño.

Aquí te vengo a cantar en la octavita estos versos, porque al mirarte las manos abricerrando los dedos, como quien pulsa guitarra con aguajes medio eléctricos, pienso que serás un día mandinga por los arpegios,

449 musical-riti-fantástico y artístico-joseangélico. Por eso en este romance te digo sin recovecos: Alejandrito Rodríguez, tú serás muy caraqueño, pero no puedes negar que en tu sangre está revuelto El Tocuyo con el Caipe, la sabana con el cerro.

Hoy por eso de hombre a hombre vengo a darte los consejos: Cuando llegues a la edad de brincar y de andar suelto, no permitas que te enjaulen porque tú no eres jilguero sino pichón de aguilucho que le bate alas al viento. Métete en los pajonales casa de tu tío Pompeyo, chupa caña tocuyana que da fósforo al cerebro; que digan: ahí va a caballo y atrás dejó ese polvero, porque el muchacho aprendió marramuncias de don Chelo (…)

Procura como Arnaldito matar leones con denuedo, tirándoles al codillo que es por donde quedan muertos. Ten presente que en el mundo lo más real en vivo aliento son las imaginaciones de donde nacen los sueños.

Mas tarde pela los ojos como un Rodríguez Arvelo.

450 Bien puedes comer de todo pero nunca comas cuentos. Acostúmbrate a vivir en la ley del más y el menos: si te aprietan los zapatos ponte los zapatos viejos. Con los parientes más ricos sé gallardo y zalamero, con los que no tienen plata sé más gallardo y risueño. Procura por donde pases dejar los buenos recuerdos, querendón con las bonitas y con las otras discreto, que es don para asegurar fama de gran caballero.

Nunca olvides que la mano sirve para estar defenso en decoro y alegría, en cariño y en derecho. Tiéndela franca al amigo, dásela humilde al pequeño, rehúyesela al bellaco, sacúdesela al grosero.

Sé siempre madrugador porque así ganarás tiempo sobre todo cuando empiece la jeringa del colegio. Sé formal en el estudio y en el estadio el primero. Con tu papá y tu mamá mucho cariño y respeto. Las cosas como es debido, no como te pida el cuerpo (…)

Y cuando tengas tus dudas consulta con tus abuelos,

451 que el diablo sabe por diablo pero sabe más por viejo. Son El Tocuyo y Barinas engarzados en tu afecto versificada medalla que hoy pongo sobre tu pecho con la cara de dos hombres asomadas a tu sueño: señor de la buena hombría el tocuyano dilecto; y el barinés, no se diga, un santo que con sus rezos a Rita y Rosa y sus hijas libra de la paila hirviendo.

Aqúí termina el romance del niño carnavalesco chivato como un Rodríguez, buenmozo como un Arvelo. Caracas, octavita de Carnaval de 1959.

Después, cuando ya Alejandro tenía seis o siete meses de edad, papá se lo sentaba en una rodilla, a modo de caballo saltarín, y le cantaba, cambian- do la voz de acuerdo a la aventura del caballito y su pequeño dueño y ji- nete:

Este caballito Taca Taca Taca para Alejandrito lo compré en Caracas. Taca Taca Taca Es un caballito muy patacaliente, con un lucerito pintado en la frente. Por tierras de Quíbor pasó como un rayo, porque un bicho feo le espantó el caballo. Entre los rastrojos del Carabalí, le peló los ojos el tistirijí. Dice Alejandrito, templándole el freno: ¡Este caballito si me salió bueno! Taca Taca Taca…

452 Versos para el nuevo bebé. El segundo nieto, Gustavo Alberto, nació dos años y medio después, el 4 de septiembre del 61. En el álbum del niño, y con fecha 11 de noviembre de ese año, mi padre le escribió el siguiente poema:

Versos para el Nuevo Bebé:

Del Mar de las Ternuras entró en el puerto lindo bebé que llaman Gustavo Alberto.

¡Qué caramelos! cacheticos rosados con dos hoyuelos.

Es don que te dio el Hada cuando sonríes para que no te asusten tistirijíes.

Y entre las bellas para que por ti lloren no tú por ellas.

Los bichitos del monte vinieron todos a rendirle homenaje y a alzar los codos.

“Callen la boca! No le hagan bulla” grita la chiricoca.

Pregunta la pavita desde un bejuco: “¿Pa’ onde va tan alegre don Guarracuco?”

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Y él le contesta: ”Pues para donde Lilo que allá es la fiesta”.98

El león mandó a bordarle ¡Qué cosa buena! chinchorrito con lana de su melena.

Y otro con rayas de plumas tricolores las guacamayas.

El monito se peina por verse lindo y se cuelga a las ramas del tamarindo.

“Yo hoy me divierto” dice “porque ha nacido Gustavo Alberto”.

Tío Tigre refunfuña con malos modos: “Le enviaré cualquier cosa como hacen todos”.

“No muy barata pues si no Alejandrito viene y me mata”.

Después llega brincando don Conejito: “Mi mami aquí le manda un fluxecito.

98 Alude a mi cuñada Luisa Cristina Rodriguez Tamayo de Coloma, apodada Lilo. Ella y su esposo fueron padrinos del niño.

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Es moda inglesa: los botoncitos rojos son de cereza…”

Fábula del Uno, Doña Cero, Conejín y Ela A finales de 1961, como hemos relatado, Antonio y yo vivíamos en Los Ángeles con nuestros hijos Alejandro y Gustavo. El 28 de diciembre de ese año, mis padres enviaron, desde la lejana Acarigua, un chequecito de 10 dólares, como regalo de Reyes para sus nietos. El cheque venía acom- pañado con un poema infantil titulado Fábula del Uno, Doña Cero, Conejín y Ela. Leámoslo:

El 1 raquítico se fue a California junto a doña Cero que está barrigona.

Ella nada vale cuando viaja sola, mas con su marido se ve buenamoza.

Llegan a Los Ángeles vistiendo a la moda con su credencial de familia Dollar.

Boulevar arriba a Mariela nombran, la dirección hallan y a la puerta tocan. Sale Alejandrito con una pistola y al ver los que llegan pícaro reporta:

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-Aquí vienen, mami como en las maromas el señor Palillo con misia Pelota!

-Asómate tú para que los oigas: él es sin cachetes y ella cachetona!

Elita a la puerta del cuarto se asoma y al reconocer al don y la doña, sale a recibirlos con muchas lisonjas, Gustavito en brazos, cual lirio entre rosas.

-Buen día, doctor, siéntese señora… Perdonen al niño, lo que dice es broma, pues es Conejín que en veces se aloca y solo está quieto si juega en las lomas.

Perdonen también que les salga sola, pues como es temprano, mi marido ronca!

Conejín Centella hurga a la señora, pues la cree piñata por lo muy redonda.

456 Mami lo regaña: -¡Eso no se toca! ¡Alex, no señor! ¡No diga esas cosas!

-Sepa que ésta es gente muy encantadora de primer copete entre copetonas,

Que se han molestado trayéndonos torta que mandan de Reyes el Gordo y la Gorda.

Romance para José Ángel en su primer cumpleaños Dos años más tarde, ya de regreso en Venezuela, nació nuestro hijo José Ángel. Pero fue en su primer cumpleaños cuando el abuelo Alberto le es- cribió su Romance para José Ángel en su primer cumpleaños. El poema co- menzaba así:

Abuelito le hizo a todos versos al no más nacer, como a mí no me los dio me los da un año después. Como castigo, abuelito, por retardar tu deber en el romance que me hagas me vas aclarar muy bien unas cuantas cuentecillas de personal interés que a la gente de esta casa les hago por tu papel. Me le reclamas a mami y a papaíto también que no me hicieron piñata como es de moda y de ley barrigoncita y brincona

457 maromeando en el cordel con caramelitos mil y con jugueticos cien. Que no me hicieron piñata y me la tienen que hacer…

Bautizo de Mariela II En diciembre de 1964, cuando nació nuestra hija Mariela, mi padre y doña Rita Tamayo de Rodríguez, la abuela paterna, fueron padrinos del bauti- zo, ceremonia que fue efectuada en la Iglesia de la Santísima Trinidad de Prados del Este. En la primera página del Álbum del Bautizo papá escri- bió un soneto para su ahijada. Por cierto, este poema fue escogido por él para ser publicado en la sección de “Poemas Sueltos” de la Obra poética. Los invito a leerlo:

Bautizo de Mariela II

Guarde Dios a la ahijada gentil de floral sonreír picaresco. Mar azul, almo sol, campo fresco doran ya tu donaire infantil.

Caraqueña preciosa entre mil, de Acarigua con aire chinesco, tocuyana en primor principesco barinesa hecha rosa de abril.

Mediecito en bautismo, diverso del que dan los padrinos de ahora para ti, Marielita, este verso.

Es piñata de miel manadora, terroncito de claro universo, caramelo dorado de aurora.

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459 Alberto, Solange, Beto y Silvia En mayo del año 1964, mi hermano Alberto contrajo matrimonio con la artista textil Solange Mendoza Ramírez, hermana del cantante y guitarris- ta Domingo Mendoza, un viejo amigo de la familia.

Al poco tiempo de casados, Alberto y Solange decidieron mudarse para la casa de mis padres, la quinta Mariela de El Paraíso. Para ocasión tan es- pecial, con el proyecto y la supervisión de mamá, se realizó una completa remodelación de la casa, y la planta alta quedó convertida en un bonito apartamento, con las comodidades necesarias para la pareja, y con entra- da independiente.

En febrero de 1966, la familia completa recibió jubilosa el nacimiento de Alberto Arvelo Mendoza, Beto, el quinto nieto de mis padres. Y año y medio después, en noviembre de 1967 dimos la bienvenida a Silvia Atilia Arvelo Mendoza, sexta y última nieta de papá y mamá.

Por supuesto que ellos se sentían complacidos y en extremo dichosos. Era motivo de felicidad tener a Alberto y su familia en la misma vivienda, ba- jo los mismos techos y sentir a los niños jugando en el jardín. ¡Fueron tiempos gloriosos para los abuelos!

Para mi padre era una bendición poder pasar horas enteras - hasta la ma- drugada muchas veces – charlando, discutiendo, intercambiando ideas con su hijo mayor, sobre los muchos temas de interés que ambos compar- tían. Alberto, con su extensa cultura y erudición, fue el mejor compañero e interlocutor en las largas tertulias con su padre sobre literatura, arte e historia, idiomas, filosofía y política… Y fueron muchos los paseos que hicieron juntos, disfrutando a sus anchas de los bellos paisajes venezola- nos, como cuando viajaron a Carúpano, la ciudad natal de Solange.

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Los tres Alberto Arvelo

461 El terremoto y la medalla Mi padre era devoto de la Santísima Trinidad, y desde niño llevaba al cuello su medalla. Lo menciono a propósito de un terrible suceso, que nos dejó a todos consternados:

El 29 de julio de 1967, a las 8 de la noche, la ciudad de Caracas fue sacu- dida por un terremoto que causó muerte y destrucción en varias zonas de la capital. Era sábado, y mi marido y yo nos arreglábamos para asistir a la reunión de unos amigos en Altamira, una urbanización al Este de Caracas que fue muy afectada por el temblor. Papá y mamá asistirían con noso- tros a la fiesta, y estaban en camino hacia Prados del Este, de donde se- guiríamos juntos, en nuestro automóvil. Cuando empezó a temblar la calle, mis padres regresaron a su casa de El Paraíso, y al poco rato logra- mos comunicarnos telefónicamente. Todos en la familia estábamos bien, pero el edifi- cio de Altamira, donde vivían nuestros amigos, se vino abajo completamente, y hubo varias personas fallecidas. Lo cierto es que si el sismo hubiera sido un poquito más tarde, nosotros cuatro hubiéramos estado en el edificio que colapsó… Que- damos conmovidos e impresionados ante la inmensidad de la tragedia. Y mi padre afirmaba que nos había salvado la Santí- sima Trinidad.

Muerte de Marco Arvelo Torrealba Al empezar febrero de 1968 sufrimos una pérdida terrible, que nos dejó sumidos en la tristeza. Todos - principalmente mi papá, quien amaba a su hermano menor- quedamos consternados con la gravedad súbita y el fa- llecimiento de ese ser generoso y admirable a quien tanto queríamos.

462 Las causas de la muerte de tío Marco no estuvieron muy claras, y sus co- legas médicos hablaban de un derrame cerebral, pero a la vez mostraban algunas dudas al respecto. Y hasta se comentaba en los pasillos de la clí- nica sobre posibles fallas técnicas y humanas en el quirófano, a la hora de operarlo de emergencia.

Lo cierto es que mi tío, quien poseía una pequeña plantación en Barinas, viajaba los fines de semanas desde Caracas, para “darle una vuelta” a los sembrados y transportar sacos de abono y de nutrientes para los frutales. Aunque tenía una bella familia con esposa y tres hijos, generalmente ha- cía el trayecto solo, en su Volkswagen. Y una noche sin luna, de regreso a Caracas, tuvo un colapso en su automóvil.

Al saber la inquietante noticia, nos fuimos a la clínica y allí pasamos va- rios días, sin alejarnos del enfermo, quien se encontraba en estado de co- ma. Mi padre no aceptó separarse ni un solo minuto de su querido hermano. Lloraba en silencio a un lado suyo, y estuvo allí con él, hasta el final. Tío Marco falleció el 11 de febrero de 1968.

Esta profunda pena, de la que nunca se repuso mi padre, minó de gran manera su ya debilitado estado de salud. Porque tío Marco era, no sola- mente el hermano afectuoso, que lo visitaba dos veces al día, para llevarle frutas y periódicos, sino su médico de cabecera, siempre atento y pen- diente de cualquier urgencia, de cualquier nuevo síntoma, cualquier signo alarmante que él pudiera observar… Entonces lo llevaba a la con- sulta con los especialistas, y se reunía con ellos cuando era necesario, para intercambiar puntos de vista, y estar al tanto de sus opiniones.

Al fallecer su hermano Marco, mi padre quedó devastado, inconsolable en su tristeza, y pasó varios días sin pronunciar una palabra.

Yo siempre he estado convencida de que si el tío Marco no hubiese falle- cido tan prematura e inesperadamente, los últimos dos años de mi padre hubieran resultado menos dolorosos, y tal vez su existencia se hubiese prolongado un poco más.

463 Viaje a Alemania de Albertico y familia Solo un año más tarde, tanto papá y mamá como todos nosotros tuvimos otra pena, de muy distinta índole, afortunadamente.

Y es que en el año 1969, mi hermano Alberto, su esposa Solange y sus pe- queños hijos Beto y Silvia se despidieron de la familia para irse a vivir a Colonia, Alemania, donde Alberto haría un posgrado en Filosofía.99

Y de nuevo papá se sintió desolado. Ya se había acostumbrado a la pre- sencia en casa del hijo y los nietos, a quienes veía a diario, y con quienes pasaba encantadoras horas de paz familiar.

Carta en verso Pero a pesar de la distancia, Albertico y papá lograron mantener una constante y fresca correspondencia, que los hacía sentirse cerca uno del otro. Una noche del mes de noviembre papá le escribió a Alberto una car- ta en verso:

Querido Alberto: Por fin me siento a escribirte una carta de verdá sin apuros de flojera

99 Alberto no culminó los estudios de Derecho en la Università degli Studi di Roma. Después de su regreso a Venezuela, estudió Filosofía en la Universidad Central y obtuvo la licenciatura en 1969.

464 que es causa fundamental de “te hago este papelito pues no hay tiempo para más”. Te la mando en borrador eso sí, porque tratar de pulir cosa impulsiva es cual dar bulla a la paz de los desiertos y amén silencio al rumor del mar. Que broten los octosílabos como ellos quieran brotar sin mordazas de conceptos ni freno gramatical. Que tú en Colonia los oigas cuando te lleguen allá sin saber por lo que digan - que tal vez no lo dirán – si es que son tigüitigüito o si serán garza real, si su origen es Barinas o vienen de Cumaná. Es privilegio llanero con tumulto o soledad que el buen amor coja vuelo ganoso de retozar. Y así te va este romance que no es para ti no más: Es también de Beto Beto catire “come caimán” “mata brujas”, “burla tigres” que por los bosques de acá no dejó bichos mañosos y en Colonia muy formal transportando los otoños siembra la felicidad. Y es también de Silvia dulce la muñeca angelical que dice a los que están lejos: recordarla es suspirar

465 por sus ojos y cabellos y la clara luz que dan. Y también de Solangita que en casa es la mandamás que por la cuenta del Banco se quiere desesperar…. …Ya es media noche y el numen se me esconde en un alar de cosas vagas y umbrosas que vienen y se me van: hamaca, largos caminos canoa crepuscular, pasitrotes de misterio en la fuga de lo real… Sabrosura de ir durmiéndose y por hoy no pensar más. Cuando el párpado se cierra para su dedo el juglar. La máquina queda sola muere la luz del fanal. Mas la carta ya está lista toda alas para volar. Alberto 100

Juan y Marisela Cierto tiempo después de la partida de Albertico y los suyos, llegaron nuevos habitantes al apartamento de planta alta de la quinta Mariela. Se trataba de mi cuñado Juan Rodríguez Tamayo y de su esposa Marisela Colmenares, quienes estaban recién casados y tenían una niña pequeña.

Quiero aquí señalar, con el mayor agradecimiento, que Juan Rodríguez Tamayo se portó con mis padres como si fuera un hijo más. Y que en todo momento, principalmente cuando la enfermedad de mi papá se hizo más crítica, se mostró servicial y afectuoso, decidido a ayudarlos en lo posible.

100Alberto, Solange y los niños regresaron a Venezuela en 1971, después del fallecimiento de nues- tro padre.

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Antonio, Mariela, Alberto y Solange, hijos del poeta.

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Capítulo 33

Premio Nacional de Literatura. 1966

Paradoja. El veredicto. Noticia en los periódicos: La Esfera. Artículos sin fuente. El Nacional. Celebración de la familia. Acto solemne. Carta al Dr. Gavidia. Coplas de La Esfera. Las inyecciones de insulina.

Paradoja Por un extraño juego del destino o una desconcertante paradoja, el único trofeo que Alberto Arvelo Torrealba recibió en la vida por su obra poéti- ca, fue aquella Rosa de Oro que ganó en un concurso de Barquisimeto, cuando tenía 24 años, en abril de 1929. Y 38 años después, casi al final de su camino, recibió el Premio Nacional de Literatura, por uno de sus li- bros… ¡que estaba escrito en prosa!

El veredicto El 7 de febrero de 1966, el Premio Nacional de Literatura, Mención Prosa, le fue otorgado a Alberto Arvelo Torrealba, por su libro de ensayos Lazo Martí, vigencia en lejanía.

El jurado, integrado por , Guillermo Meneses, Augusto Mija- res, Juan Manuel González y Ramón J. Velázquez, dieron a conocer el ve- redicto, cuyas primeras líneas dicen así:

468 Los suscritos, designados por el Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes para formar el Jurado del Premio Nacional de Literatura en Prosa, (bienio 1964-1965), hemos llegado a la conclusión de concedérselo al escritor Alberto Arvelo Torrealba, por su libro “Lazo Martí, Vigencia en Lejanía”, cuyas cualidades de investigación, construcción y fina interpretación de un poeta excepcional y, en muchos casos poco conocido, sirven para lograr un volumen de indiscutible unidad…101

Noticia en los periódicos: La Esfera El 4 de febrero de 1966, tres días antes de que los miembros del jurado dieran a conocer el veredicto, La Esfera publicó un elogioso artículo sobre el poeta Arvelo, escrito por Ernesto Luis Rodríguez y titulado “Arvelo Torrealba, el Maestro”. Su emocionado comentario se inicia de esta forma:

Alguna vez dije – y ahora me complace ratificarlo – que yo conside- raba a Alberto Arvelo Torrealba como el más alto poeta nacional que tenemos actualmente. Su poesía es un caño transparente donde espe- jea, luminoso y profundo, todo el cielo de Venezuela. Allí hemos ido muchas veces a beber el agua dulce de sus octosílabos y a recibir la poderosa influencia de su veteranía. (…)

Escribo estos comentarios para referirme al libro reciente de Arvelo Torrealba: “Lazo Martí, vigencia en lejanía”, una obra que debe galopar con el Premio Nacional de Literatura, no solamente por su magnífico valor literario, sino porque representa la consagración definitiva de un hombre, de un escritor venezolano que ha fraguado su vida en el ejercicio poético, en el estudio, en la perseverancia, en la honestidad y la hidalguía.

El martes 8 de febrero, el mismo diario caraqueño destacaba en su prime- ra página - con grandes titulares y una fotografía del poeta - la esperada noticia: “Alberto Arvelo Torrealba, Premio Nacional de Literatura”. En la

101 Copia del veredicto original, mecanografiado y firmado por los miembros del jurado.

469 breve reseña se comenta: “Con su libro Lazo Martí, Vigencia en Lejanía, el Dr. Alberto Arvelo Torrealba ha obtenido el Premio Nacional de Literatu- ra (prosa), correspondiente al bienio 1964-1965. El escritor laureado, pres- tigioso colaborador de La Esfera, cuenta con una sólida y bien enraizada trayectoria en la literatura venezolana, en la cual su poesía, imprimiendo nuevas y originales formas a la esencia de la copla llanera, ha conquistado posición de relieve indiscutible como fuente y concreción de nuevos alientos líricos. El premio ahora adjudicado al Dr. Alberto Arvelo To- rrealba, constituye, así, un natural reconocimiento a la obra de un escritor que, con fervor y entereza, se ha consagrado a forjar un aporte estimable al patrimonio cultural de la nación”.

Ese mismo día, La Esfera muestra una entrevista hecha al galardo- nado por un periodista cuyo nombre desconocemos. El título del reportaje es:

“Alberto Arvelo Torrealba necesi- tó 13 años de trabajo para escribir la obra premiada”. La entrevista lleva el siguiente subtítulo: “En preparación una biografía del Dr. y Gral. Roberto Vargas.”

Dice el periodista: “Con motivo del premio visitamos al autor en su residencia de El Paraíso. Esta- ba recibiendo muchas felicitacio- nes. Al recibir la de La Esfera, comentó: Se ve que ustedes están bien enterados. Si van a hacer preguntas se las voy a contestar con mucho gusto, pero que sean breves” Cuando se le pregunta acerca de su próximo trabajo, el poeta responde:

470 Durante la búsqueda y la investigación sobre Lazo Martí, me encon- tré con un personaje estupendamente biografiable. Se trata del doc- tor y general Roberto Vargas. Esa será mi próxima obra.102

El mismo 8 de febrero, en el mismo diario La Esfera, Carlos Díaz Sosa es- cribe un artículo titulado “Alberto Arvelo Torrealba, Poeta y Prosista”, donde afirma:

Quienes ya conocían partes del libro Lazo Martí, Vigencia en Lejanía, de Alberto Arvelo Torrealba, esperaban con justo interés que la obra fuese publicada. Con los últimos días de diciembre, apareció el ensa- yo de análisis estilístico sobre la Silva Criolla. (…)

Pocas obras entre cuantas se han editado últimamente, aparecieron antecedidas por un interés tan especial, como esta de Alberto Arvelo Torrealba, a quien más conocíamos como poeta que como prosista. Tal vez esta sea una de las razones que contribuyeron a crear un in- terés superior respecto a un estudio crítico que se fue escribiendo a través de doce años de intensa labor de análisis y comparación.

Artículos sin fuente En un artículo titulado “Alberto Arvelo Torrealba, Premio Nacional de Literatura, del cual no tenemos ni la fuente periodística, ni la fecha, ni el nombre del articulista, podemos leer, en sus primeras líneas:

Hace pocos días se llevó a efecto el certamen para otorgar el Premio Nacional de Literatura. Alberto Arvelo Torrealba es uno de esos se- ñeros valores de nuestras letras quien desde hace tiempo viene sien- do víctima de la postergación de sus obras.

El 13 de febrero, en la sección Pizarra de los Domingos de no sabemos cuál medio impreso, Juan B. Chávez escribe:

102 Lamentablemente, entre los documentos que guardaba el poeta Arvelo en sus archivos, no en- contramos apuntes, notas ni referencias de ningún tipo, relacionados con el nombrado trabajo en preparación.

471 El martes es un día de júbilo para las letras. El Premio Nacional de Literatura se le acreditó al doctor Alberto Arvelo Torrealba, por su denso libro de crítica Lazo Martí, vigencia en lejanía.(…)

…AAT es uno de esos valores de la literatura nacional que virtual- mente han estado siendo premio Nacional de Literatura mucho antes de concurrir al certamen. ( …) Arvelo Torrealba es de esos premios que siempre han contado con el voto favorable del público, que al fin y al cabo es el que no deja morir de hambre al escritor.

El Nacional El día que el jurado discute y da su veredicto sobre el Premio Nacional de Literatura, el 7 de febrero de 1966, el Cuerpo C de El Nacional publica un Foro sobre Alberto Arvelo Torrealba, que ocupa una página completa. El autor del texto es Carlos Díaz Sosa, el mismo periodista que al día si- guiente, el martes 8 de febrero, escribiría en La Esfera – como lo hemos señalado en líneas anteriores – otro artículo sobre el poeta Arvelo.

El Foro de Díaz Sosa, que lleva como título “Alberto Arvelo Torrealba: El Gran Poeta es la Conciencia de una Colectividad” es un interesante y bien cuidado documento que hemos citado y seguiremos señalando muchas veces a lo largo de nuestro trabajo. Se centra, por supuesto, en el libro de ensayos sobre la “Silva Criolla” de Lazo Martí, que se había publicado dos meses antes. Pero es también un recorrido hecho sobre la vida y obra del poeta. Lo que consideramos más relevante es que, al responder pre- guntas del entrevistador, Arvelo nos revela, no solamente historias auto- biográficas, sino que nos presenta, con sus propias palabras, el desarrollo de sus versos, sus primeras lecturas, sus primeras influencias, y los múl- tiples signos de su poesía.

El día siguiente, en su edición del martes 8 de febrero, el diario El Nacio- nal publica en su primera página la noticia: “Alberto Arvelo Torrealba Premio Nacional de Literatura 1964-1965”. Y luego informa:

472 Ayer a las 11 a.m. se reunió el jurado nombrado por el INCIBA, para otorgar el Premio Nacional de Literatura (Prosa), Bienio 1964-65. Luego de un largo debate, que se prolongó hasta las 2 p.m., los jue- ces, por mayoría, llegaron a la decisión de otorgar el galardón al es- critor Alberto Arvelo Torrealba por su libro Lazo Martí, vigencia en lejanía. El ganador se hizo pues acreedor a Medalla de Oro, Diploma y la suma de 20 mil bolívares.

En la Página de Arte de ese mismo día, El Nacional publica una entrevista de Arístides Bastidas que lleva como título: “Alberto Arvelo Torrealba: No existe Crisis en la Literatura Venezolana”… Y como subtítulo: “Entre Florentino y El Diablo, creo que este último es más poeta, dice el Ganador del Premio Nacional de Literatura” Y luego las palabras del entrevistado:

Haber recibido el Premio Nacional de Literatura ha sido una gratí- sima sorpresa. Yo sé que había entre los concurrentes prosistas muy insignes y meritorios, con una trayectoria en la prosa literaria más extensa que la mía...

Y antes de entrar de lleno a responder a las preguntas, le dice al periodis- ta:

Usted confirma sin duda la notificación que oficialmente me hizo apenas hace unos minutos el presidente del INCIBA, doctor José Luis Salcedo Bastardo…

El domingo siguiente, 13 de febrero, el Papel Literario de El Nacional - dirigido por José Ramón Medina - le hace un sobrio homenaje al poeta Arvelo:

Por una parte, publica en una página completa (ilustrada con sugestiva estampa de un llanero a caballo), la “Selección Parcial de la Obra de Alberto Arvelo Torrealba”. Allí aparecen varios poemas de sus libros de versos, como “Por la hacienda”, de Música de cuatro; tres de las Cantas; “Guariqueñita”, de Glosas al cancionero y un fragmento de La Porfía, de Florentino y el Diablo. Además se publica, bajo la foto del jinete, un extenso

473 fragmento del capítulo “Hombre y paisaje”, de Lazo Martí, vigencia en lejanía.

Por otra parte, el Papel Literario presenta, en la sección “A título perso- nal”, firmado por José Ramón Medina, el artículo “Alberto Arvelo To- rrealba, Premio Nacional de Literatura”, que comienza con estas palabras:

Alberto Arvelo Torrealba, el poeta de Cantas y Glosas al Cancionero, ha sido el ganador del Premio Nacional de Literatura este año. Según las bases recientemente reformadas del certamen, la distinción debía acordarse tomando en cuenta la trayectoria y obra literaria del autor, con motivo de un libro publicado en el bienio 1964-1965. Se trataba, esto es, de un reconocimiento consagratorio, mediante el cual el Es- tado venezolano premia el trabajo creador del escritor en el tiempo. No habrá quien discuta, por eso, la justicia del premio discernido en esta oportunidad al poeta Alberto Arvelo Torrealba. Por detrás del libro que orientó ahora la elección, están años y años de dedicación sin tregua al noble y dilatado oficio de escribir. Sus libros son testi- monio de una clara, definida y constante pasión poética: Música de Cuatro (1928); Cantas (1932); Glosas al Cancionero (1940) y Florentino y el Diablo (1957)

Celebración en la familia Con la noticia extraordinaria, nuestra familia se puso en plan de celebra- ción. Antonio y yo nos fuimos, junto a los cuatro niños, hacia la casa de El Paraíso, para abrazar al papá-abuelo que había logrado tan importante reconocimiento. Lo encontramos dichoso, y a la vez sorprendido con la buena nueva que le acababan de anunciar. El timbre del teléfono no cesa- ba un minuto de sonar, ya comenzaban a llegar las visitas y mi madre, sonriente, arreglaba las copas para un primer brindis.

Por su parte mi esposo - que admiraba y quería a su padre político pro- fundamente - invitó a los poetas, músicos y escritores más allegados de papá, y a los parientes y amigos íntimos, para que fueran el sábado si- guiente a celebrar en nuestra casa. Me tocó hacer a mí los preparativos

474 para que todo saliera a la perfección. Y sí valió la pena el inmenso ajetreo, pues fue una fiesta alegre e inolvidable que duró casi hasta el amanecer.

Mi padre estaba contentísimo, entre el grupo de amigos de toda la vida: recitó sus poemas preferidos - entre los cuales destacaban Arbolito saba- nero, Ojos color de los pozos y El canoero del Caipe - y, acompañado al piano por Antonio, cantó conmigo los tangos Volver y Caminito, muy al estilo de Carlos Gardel.

Acto solemne

475 Pocos días después, en un acto solemne llevado a cabo el 15 de febrero de 1966, en la Sala de Lectura de la Biblioteca Nacional, (con la presencia de su director Luis Barrios Cruz), el doctor José Luis Salcedo Bastardo, pre- sidente del Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes, INCIBA, entregó los Premios Nacionales de Música y Literatura a los ganadores del certa- men: los músicos Blanca Estrella de Méscoli e Inocente Carreño, y el escri- tor Alberto Arvelo Torrealba.

Mi hijo Alejandro, de siete años – formalmente vestido de flux y corbata- acompañó a su abuelo a recibir el premio, que consistía en Medalla de Oro, Diploma de Honor y veinte mil bolívares.

A fin de celebrar debidamente tan jubiloso acontecimiento, mis padres ofrecieron una recepción en su residencia de El Paraíso. Allí asistieron, entre muchos otros, José Luis Salcedo Bastardo, Juan Manuel González, Gustavo Jaen y los poetas Luis Pastori, Carlos Augusto León, José Ramón Medina y Miguel Otero Silva.

Recuerdo que la torta, hecha por una experta repostera, tenía la forma y el diseño exacto del libro ganador. ¡Una obra de arte de repostería!… En una de esas fotos que valen un tesoro, se ve a mi padre junto a la mesa del comedor, inclinando su rostro sobre la torta, con la boca abierta… ¡dis- puesto a darle el primer mordisco!

476 Carta al Dr. Gavidia En marzo de 1966, el Ateneo Popular de Guanare le rindió un homenaje a mi padre a propósito del Premio de Literatura, y él asistió al evento, junto a mamá. Al día siguiente, el 12 de marzo, desde Acarigua, escribió una carta de agradecimiento. He aquí la misiva:

Dr. Rafael R. Gaviria

Guanare

Dilecto amigo:

Una vez Alfredo Arvelo Larriva, en uno de sus más celebrados sone- tos, se llamó a sí mismo doctor en amargura. Después de haberme compenetrado con sus múltiples facetas epigramáticas y de tenerlo como un auténtico Quevedo venezolano, consideré un desacierto aquel título, y le di el que en verdad se merece: Preclaro Doctor de la Alegría y de la Gracia. Pero anoche, cuando les agradecía a todos los miembros de ese Ateneo Popular, con palabras imprevistas, el home- naje tributado, sentí en hondo aleteo espiritual, estirárseme la amargura, pues Ud., más que en acostumbrada presentación, me lle- vó por los anchos caminos del recuerdo… La lancha “Mucuritas”, “la que volaba y no corría”; el Caño del Jobo; la permanente porfía de los copleros rivales en contumacia casi anárquica; el I.R.E.L., internado que fundé en Barinas, con miras a que los jóvenes aprendiesen un oficio provechoso y no se quedaran varados con sus esperanzas, y enseñarles también el amor que debemos al Padre de la Patria y a nuestros valores sustantivos. Todo esto me llenó de hondo mutismo. Recordé la amargura del poeta, que a pesar de cárceles y sombras, siempre tuvo rendijas de luz para el canto… De todo esto le hablé después a mi mujer y al Dr. Ramos Calles, ya que siempre estaré atado a ese amor que siento por los valores deprimidos de mi pueblo: Pan, Belleza y Canto.

Muchas gracias para todos, y en especial a Enzo Colangello, quien con su arte me obsequió ese cuadro que llevaré a mi casa, porque allí

477 dejo la propia gente mía, mis hijos mayores, peleando por prepoten- cias ideales, y que se fueron de mí, Florentino y el Diablo… Cordial- mente

A. Arvelo Torrealba

Coplas de La Esfera Saliéndonos ahora de la temática del Premio Nacional de Literatura, vale la pena destacar un trabajo inusual, casual e inesperado que mantuvo a mi padre entretenido - en los momentos libres que tenía - durante varios meses de ese año:

En enero de 1966, unos días después de la publicación de Lazo Martí, vi- gencia en lejanía, él empezó a escribir una serie de coplas, especialmente solicitadas por el diario La Esfera. De hecho, el 2 de enero, el periódico informa la incorporación del escritor a su selecto grupo de colaboradores.

El titular de la noticia dice así: “Nuevos Colaboradores de La Esfera: Al- berto Arvelo Torrealba”. La nota, acompañada con una fotografía, es la siguiente:

Desde hoy comienza a colaborar de manera permanente, en nuestra página 4, el poeta Alberto Arvelo Torrealba. Siendo tan conocida y apreciada, por valiosa, la obra poética del doctor Arvelo Torrealba, sólo tenemos que agregar la complacencia que para la nueva admi- nistración de la empresa significa la incorporación de su prestigiosa firma al grupo de intelectuales y periodistas que se ha empeñado en hacer de La Esfera, un órgano de expresión digno de los valores mo- rales que le dan prestancia al pueblo venezolano.

La citada colaboración consistía en escribir y publicar en el periódico una copla diaria. Y esto lo estuvo haciendo Alberto Arvelo durante los prime- ros 8 meses de 1966: desde el 2 de enero hasta el 31 de agosto. No recor- damos los motivos por los cuales no terminó de completar el año, hasta el mes de diciembre. Mas presumimos que fueron problemas de salud los

478 que se lo impidieron. En los últimos años de su vida, estuvo varias veces hospitalizado.

El tema de las coplas era libre. El único requisito era su relación con un asunto de interés actual, en el acontecer nacional o internacional. Por ejemplo, ante el absurdo de que un litro de leche empezara a costar 1 bo- lívar, mientras un cuarto de litro costaba un real, es decir, la mitad de 1 bolívar, escribió:

Aritmética de insomnio álgebra de los lecheros: En precio un cuarto de litro es mitad de un litro entero.

Las coplas salían a diario en el periódico, y por cada una de ellas le paga- ban 20 bolívares. Aunque me agradaba la nueva idea, porque veía a papá divertido y entusiasmado con el nuevo reto, le comenté que deberían pa- garle un poco más por un trabajo tan especial: ¡no era tan fácil conseguir a diario la noticia apropiada para hacer una copla! ... Pero él me replicó:

-¡No importa, Elita! Esos 600 bolívares mensuales me sirven para comprar algunas medicinas.

Los pasos a seguir para adquirir y conservar las coplas impresas eran los siguientes: Todos los días, temprano en la mañana, papá compraba el dia- rio en el kiosquito de la esquina. Recortaba la copla de la página 4 y luego la pegaba en una agenda de 1966, que había adquirido especialmente pa- ra ese fin. Poseemos la agenda original, y en la Segunda Parte de este li- bro, presentamos las coplas del coplero, con una breve nota introductoria.

Las inyecciones de insulina Había pasado el tiempo. Mi padre ya tenía 61 años y su salud se resentía rápidamente por la diabetes, la misma enfermedad que había sufrido mi abuelo Pompeyo, y que también él padecía desde su juventud. Aun cuando mamá le preparaba la dieta apropiada: vegetales variados, carne

479 sin grasa y pocos carbohidratos; aun cuando le inyectaba la dosis indica- da de insulina; y aun cuando él se tomaba media docena de medicamen- tos cada día, papá no se cuidaba y gozaba violando la ley de los doctores. Hacía caso omiso a las indicaciones que le hacían y disfrutaba de los ali- mentos que tenía prohibidos: arroz con leche, arepas con nata, pastas y acemita… Parecía un niño haciendo travesuras, cuando comía chucherías en la calle, o cuando abría la despensa a media noche, a escondidas de todos, y aprovechaba de hacer de las suyas… ¡Era imposible controlarlo!

El proceso de la inyección de insulina era un divertido ritual en la casa, y el procedimiento se repetía exactamente igual, todos los días, semana tras semana, lustro tras lustro.

Como no existían inyectadoras desechables, mi madre ponía a hervir la inyectadora de cristal, en una cacerolita alargada de peltre blanco, utili- zada exclusivamente para desinfectar la inyectadora de papá. Después ella traía algodón y alcohol, le frotaba el brazo, e intentaba introducir la aguja. Pero como el poeta fue canoero de los ríos llaneros, remero y na- dador desde la infancia, tenía los brazos fuertes y musculosos… Y la agu- ja no entraba. Entonces empezaba el divertido forcejeo:

-¡Quédate quieto, Alberto, que no me dejas inyectarte!

-¡Pero caramba Rosa Dolores! ¿Hasta cuándo vas a hacer lo mismo? ¡Tie- nes 30 años tratando de puyarme en el mismo hoyito, y sabes que por ahí no entra la aguja!

-¡Yo no tengo la culpa, Alberto! ¡Si tú no te la hubieras pasado nadando y remando cuando eras muchacho, hoy no tendríamos este problema!

Y así seguían un rato. Ellos desarrollando los más disparatados argumen- tos, y nosotros riendo desde lejos. Hasta que al fin entraba la aguja, y terminaba la función del día…

480

Capítulo 34

Obra poética de Alberto Arvelo Torrealba 1967

Un libro de la Imprenta Universitaria. La poesía de Arvelo reunida en un volumen. Álbum de Mercedes. Pinturitas del paisaje. Tu nombre. Ejemplares dedicados. Crítica literaria de Angarita Arvelo. Rosas Rosas para Enriqueta Ribé.

481 Un libro de la Imprenta Universitaria El 11 de octubre de 1967, el diario El Nacional anunciaba con grandes ti- tulares, la aparición del nuevo libro:

“La UCV editó Obra Poética de Alberto Arvelo Torrealba”.

El volumen, con prólogo de Alexis Márquez Rodríguez, fue publicado en la colección “Letras de Venezuela”, por la Dirección de Cultura de la Universidad Central. El rector era en ese momento el Dr. Jesús M. Bianco y el poeta Carlos Augusto León ejercía el cargo de director del Departa- mento de Publicaciones.

En la presentación del libro, Carlos Augusto León se expresaba de esta manera: “El poeta Arvelo, popular y culto como los clásicos, ha llegado a crear algo suyo inconfundible, con las más simples y sencillas formas poé- ticas, partiendo de la copla, galopando en octosílabos”.

Y añade luego: “Pocas veces se logra el milagro de que utilizando versos que la preceptiva llama de “arte menor”, con giros tomados del habla po- pular, con palabras que cualquier enamorado podría decir a su amada, con todos esos elementos primarios, se logre poesía alta y cierta”.

Al preguntarle si esto lo había logrado el poeta Arvelo de manera intuiti- va, de una sola vez, o si su poesía era fruto de trabajo y disciplina, él con- testa:

La obra poética de este trovero de Barinas, reunida por primera vez en un solo volumen, responde a estos planteamientos. Al río hay que mirarlo desde su propia fuente, oculta en matorrales intrincados en lo alto de la montaña o cuando era arroyuelo insignificante. Al poeta en su humano devenir. Esta Obra Poética comienza por el principio, dicho sea con pleonasmo, por aquella Música de Cuatro del año 28, de ingenuos versos que el poeta ha dejado intactos en su ser de enton- ces, cargados de reminiscencias románticas y modernistas, y con otros donde apunta el cantor que vendría luego, con raíz en su tierra llanera, y altas ramas en el viento encendido.

482 Después de comentar el primer libro, Carlos Augusto León pasea su mi- rada sobre los otros poemarios de Arvelo Torrealba, que están unificados indivisiblemente. Considera que Cantas “es el hallazgo de un camino, en- tre los innumerables de la poesía”; que Glosas al Cancionero es “la afirma- ción del hallazgo”, y que Florentino y el Diablo “es la culminación”. Hace también referencia a los “Poemas Sueltos” que Arvelo incorporó a la obra. De ellos dice: “si bien no añaden en general nada nuevo a su obra, seña- lan sin embargo matices de su personalidad”. Y termina diciendo:

Estamos muy contentos de haber participado en la edición de esta Obra Poética. No lo pensamos nunca en los tiempos de nuestra anti- gua amistad, cuando hablábamos de poesía con Arvelo, mientras comíamos parrillas a la llanera. Agradezco a la vida esta oportuni- dad. Estamos contentos en la UCV, donde la idea de esta edición en- contró aliento y estímulo en Jesús Carmona, al frente de la Dirección de Cultura; en el Rector y demás autoridades universitarias. La Uni- versidad presta con la edición de la Obra Poética de Arvelo Torrealba, inestimable servicio a las letras nacionales, presentando al poeta de cuerpo entero, de poesía entera.103

La poesía de Arvelo reunida en un volumen El libro, de 303 páginas, muestra en su carátula una fotografía del Llano tomada por Alfredo Boulton, y contiene la obra poética del autor, desde Música de cuatro, de 1928, hasta Florentino y el Diablo, de 1957. El extenso prólogo que antecede los versos fue escrito por el profesor Alexis Már- quez Rodríguez.

La obra incluye el siguiente material poético: Música de cuatro, con prólo- go de E. Smith Monzón, 1928; Rezagos de un poemario extraviado en la cárcel, 1929; Cantas, 1932, 1938, en su edición de 1950; Glosas al cancionero, con prólogo de Pedro Sotillo, 1940, en su edición de 1950; Poemas sueltos; y Florentino y el Diablo, en su versión definitiva de 1957. Al final del libro,

103 El Nacional, 11 de octubre de 1967. Nota sin firma.

483 antes del Índice, puede verse el glosario de americanismos y venezola- nismos usados en la obra.

De los poemas que se mantenían inéditos hasta ese momento, los 14 Poemas sueltos incorporados al vo- lumen fueron especialmente selec- cionados por su autor para la Obra poética. Son los siguientes:

Sendas del alba, 1922; Álbum de Mercedes, 1921; Romance para la hija de Juan España, 1932; Río aba- jo, 1934; Fuente florentina, 1950; Versos para tu verso, 1953; 1954, 1º de enero 1954; Pinturitas del paisa- je, (letra para un antiguo joropo barinés), 1956; Los ríos, (traducción de I fiumi, de Giuseppe Ungaretti); Madrigal, 1945; Al modo de Hugo en “Los Duendes” (escrito en francés), 1945; Messaggio con Rose (escrito en italiano), 1953; Bautizo de Mariela II, 1965; y Oración, 1956.

Álbum de Mercedes Al igual que sucede con los textos de Rezagos de un poemario extraviado en la cárcel (al cual dedicamos el capítulo 7 de este libro), la selección de “poemas sueltos” que hizo Arvelo Torrealba para la Obra poética, no había aparecido en ninguno de sus libros anteriores. Por lo tanto, estos versos son poco conocidos por sus lectores.

Tres de estos poemas, a saber: 1954, Los ríos y Bautizo de Mariela II, ya han sido transcritos y comentados en diferentes páginas del presente tra- bajo. Ahora queremos dar a conocer otro de estos “poemas sueltos”. Se

484 trata de Álbum de Mercedes, escrito por el joven Luis Alberto en 1921, cuando tenía 16 años.

I Bulliciosa bandada de azulejos: pájaros que lleváis en el plumaje el tinte claro y dulce del celaje y del Ande mirado desde lejos;

Pajarillos que amáis a los reflejos moribundos del sol, cuando el paisaje se sume en soledad, entre el ramaje suave preludio de romances viejos;

Pajarillos azules: dadme un trino y una azulina claridad del cielo para este álbum radioso y peregrino...

Así dije a los pájaros del huerto mientras la brisa murmuraba un vuelo en las hojas de tu álbum entreabierto.

II Y dijeron los pájaros: ¿Para qué pides trinos para ella? ¿No es ella la que canta con brisa y fuente y sol en la garganta? ¿Para qué pides trinos para ella? ¿Pedirías aroma para el lirio? ¿Pedirías luz para la estrella? 104

104 Alberto Arvelo Torrealba. Obra poética, pgs. 226, 227.

485 Pinturitas del paisaje (letra para un antiguo joropo barinés)

Especial mención deseo hacer de esta composición, cuya música es muy antigua, y cuya letra es de mi padre. Este joropo ha sido interpretado por diferentes grupos musicales - entre ellos el Quinteto Contrapunto - con el título de “Corrío de los Pájaros”.

“Pinturitas del paisaje” me resulta un poema muy querido, pues estuve presente, muy cerca de mi padre, cuando escribió los versos. Pero corrijo: él no escribió los versos; tan solo los dictó, mientras cantaba y manejaba el automóvil, en uno de los tantos viajes que hicimos, desde Caracas hasta Acarigua, entre agosto y diciembre de 1956, después de mi regreso de Italia.

Aquella vez, iban papá y mamá en el asiento delantero, y en el de atrás estaba yo, junto a mis primas Rosita y Ninina, nuestras dos invitadas para el paseo de fin de semana. A las tres jóvenes nos gustaba cantar, y papá nos pedía las canciones que quería escuchar en el trayecto: corridos llane- ros, boleros de Los Panchos y tangos de Gardel… Mi madre, que tenía bonita voz, también se unía al grupo, y algunas veces papá se entusias- maba a cantar con nosotras una de sus baladas predilectas. ¡El automóvil parecía un gramófono andante!

De pronto, cuando íbamos pasando por Turmero, papá nos preguntó: -Muchachas, ¿quieren aprender el corrido de los pájaros? - ¡Síii! - respondimos -¡Pues anótenlo!, porque ahorita mismo lo voy a inventar… ¡Ahí les va la primera estrofa, cantada con la música de un viejo joropo!

Mamá me pasó un lápiz y un block de papel, y yo empecé a copiar apre- suradamente, mientras él cantaba y dictaba a la vez:

486 La paloma, pobrecita, la mató el gavilán cuando estaba en los copitos del caujaro: yo lo vi cuando pasó para el entierro con su luto y su querella el taro-taro.

La repitió un par de veces para darme tiempo de copiar… Y después or- denó: -¡Ahora cántenla ustedes! Cantamos una y otra vez, hasta que papá dijo, satisfecho: -¡Muy bien! Ya saben la primera. Ahora debo pensar en la segunda estrofa… Mamá y nosotras permanecimos en silencio, para que él pudiera concen- trarse… No había pasado ni media hora cuando nos habló, muy entu- siasmado: -¡Listo jovencitas! ¡Anoten la segunda!... Él empezó a cantar, y mis primas y yo a escribir:

Las chenchenas del Masparro tienen un parrandón que se escucha llano arriba y llano abajo: yo lo vi cuando pasó para la fiesta de amarillo y paltó negro el arrendajo.

Continuamos nuestro alegre y musical recorrido hacia Acarigua: cada tantos kilómetros una estrofa nueva para el antiguo joropo barinés.

Llevábamos ya cinco estrofas anotadas y aprendidas, cuando nos para- mos en un restaurancito de la carretera para almorzar. Hacía mucho calor cuando retomamos el rumbo hacia Acarigua y por un rato mis primas y yo permanecimos en silencio, con deseos de dormir y pocos ánimos para seguir cantando…

Refrescaba la tarde, cuando papá nos llamó la atención:

487 -¡Llegó la hora de despabilarse, señoritas! Ya vamos a llegar a Acarigua y todavía nos falta la última estrofa. ¡Anoten rápido, antes que se me vaya la idea!

Y nosotras cumplimos cabalmente con la parte final de la faena: Estába- mos parándonos frente a la casa de los abuelos, cuando copiamos y can- tamos la última estrofa de la canción :

Allá vienen la camata, el tucán y el paují apostando a quién más grita y quién más vuela: yo los vide, pinturitas del paisaje sobre el verde corazón de Venezuela.105

Tu nombre En la carpeta “Literarios II”, donde se hallan guardados varios de los “Poemas Sueltos” que forman parte de la Obra poética, encontramos un poema que no está incorporado al grupo, y creemos que se conserva iné- dito. Sin duda el poeta Arvelo lo dedicó a su madre Atilia Torrealba Fe- bres, y su título es “Tu nombre”. Leamos el poema:

Alba en el alba de tu nombre, torre mástil de la pupila hacia el lucero, apunta entre mi pecho mensajero de esta voz que mis ámbitos recorre.

Parábola de amor: arco del día, espejo de la vida ineluctable, fuero de la memoria y su teoría, desprendido raudal de un tiempo amable.

Lo encuentro por mi lámpara diuturna en el plinto de fuego del poniente, en la libre fragancia que desmiente cautiverio de rama taciturna.

105 Alberto Arvelo Torrealba. Obra poética, pgs. 236, 237.

488 Desciende del clavel y su mudanza, del tenue corazón de la tristeza, del nido solo y su letal pobreza, de la pasión que el vendaval alcanza.

Cumbre de claros cielos que evidencia banderas de la llama y del aroma. Oh valle del color por donde asoma mi lampo de crepúsculo y ausencia.

Y torno a ser por su esperanza urgida, el cáliz de la flor en la que espero, el carcaj de su dardo más artero, el palmo de mi tierra prometida.

En torre de pasión enciende en malva el cirio del fulgor que me sostiene y de torre de azules alba viene. Arcoiris que va del alba al alba.

Ejemplares dedicados El ejemplar de Obra poética de Alberto Arvelo Torrealba que hemos utili- zado para nuestro trabajo, está dedicado en su primera página. La dedica- toria la escribió el poeta en Caracas, sin señalar la fecha. Dice así:

Para la gentilísima Georgette, alba de abril los ojos, junco el talle, alas el gesto, miel espiritual la sonrisa.

Cordialmente, A. Arvelo Torrealba

¿Quién era Georgette? Creemos recordar que era una joven secretaria que estuvo trabajando con papá durante dos o tres semanas, en los últimos toques de la Obra poética.

En otro ejemplar de Obra poética, Arvelo escribió un poema-dedicatoria para su gran amigo Luis Beltrán Guerrero.

489 Mensaje a Luis Beltrán Guerrero

Sólo me habláis de aquel cardón enteco, como si fuera el único redoble en mi timbal”, dijiste. Y dijo el eco: “Si hay en tu Musa mirto y cedro y roble, y laurel, no es del cardo triste y seco la culpa. ¡Es de tu canto bello y noble!”

Alberto Caracas, 15-10-67 106

Crítica literaria de Angarita Arvelo En julio de 1968, 9 meses después de la salida al público de la Obra poética de Arvelo Torrealba, Rafael Angarita Arvelo escribió un artículo en la Sección Crítica Literaria 107, cuyo gran titular es “Obra Poética”.

El crítico comienza señalando la débil atención que se presta a la poesía en el país, pues, sin mayor repercusión, desde el año anterior estaba circu- lando la selección antológica de la poesía de Alberto Arvelo Torrealba. Dice Angarita Arvelo:

Comprende lo más sobresaliente de Música de Cuatro (1928), Cantas (1933), Glosas al Cancionero (1940), Florentino y el Diablo (1957). Poe- marios capitales para el estudio de la moderna poesía venezolana. Muy adentro del alma, del ambiente, de los seres y del paisaje de nuestro Llano, el poeta crea con lucidez lírica nacionalista, armoniosa obra que del presente sobre el porvenir asume consistencia ejemplar.

Angarita centra su análisis en el primer poemario de Arvelo Torrealba, Música de Cuatro, considerado por “algún comentarista” como un “poe- mario inseguro e incipiente”. Este concepto, según Angarita no es acorde

106 Como algo poco usual, el poeta Arvelo sacó una fotocopia de esta dedicatoria, antes de entregar el libro a Luis Beltrán Guerrero. Es tan solo esa fotocopia la que conservamos. 107 Creemos que de El Nacional.

490 con la realidad. Y se extiende en mostrarnos las muchas virtudes y ha- llazgos del joven poeta que en 1928 apenas tenía 23 años.

Angarita Arvelo termina su artículo con estas palabras:

Lo que no podrán menguar o impugnar es la obra general de este poeta que pertenece ya con personalidad en ascenso a la historia grande definitiva de la poesía de Venezuela. Porque su divisa está en la primera de sus Cantas:

El horizonte y yo vamos solos por la llana tierra: Me enlazó todos los rumbos su audacia de soga abierta.

Rosas Rosas para Enriqueta Ribé

Pocos meses después de la publicación de la Obra poética, en los primeros meses de 1968, asistí con mi esposo y mis pa- dres a la clausura de una exposición de pintura de Enriqueta Ribé, esposa del gran amigo y académico Luis Beltrán Guerrero. El tema principal de la expo- sición eran las flores, y papá quedó des- lumbrado ante una obra que llevaba por título “Rosas Rosas”. Escribió entonces un soneto para la artista, con el mismo título del cuadro. He aquí el poema:

491 Rosas Rosas

Abren tus rosas rosas tu ternura donde el arte esfumó tiempo y distancia. Del lienzo en la mirífica prestancia una inefable palidez fulgura.

Miro tu muestra en la vernal clausura: nativo ensueño, y cuna y sol de Francia. ¡Cómo entra por los ojos la fragancia de esta Enriqueta iluminada y pura!

Sublimas tu rescoldo de sosiego, mujer que eres alisio, y palma y riego en jardín de serenas mariposas.

Así veo tu luz, así te aspiro, Musa de Luis Beltrán, cuando el suspiro anida el verso entre tus rosas rosas.

Enriqueta Ribé recibió el poema. Y un par de días después llegó a la casa de mis padres, junto a su esposo Luis Beltrán. Traían un regalo para la familia, que fue recibido con gratitud y colocado en un lugar de honor, en la pared de fondo del salón. ¡Eran las “Rosas Rosas” de Enriqueta!

Como el poema – uno de los últimos de mi padre – fue escrito después de la publicación de su Obra poética, no está impreso en ninguno de sus li- bros. Yo lo conocía, pues lo oí declamar en la voz de papá, el día que la pintora le hizo entrega de su obra de arte. Entonces él leyó el soneto… Fue un momento grandioso y muy difícil de olvidar. Después hallamos el poema reproducido en una revista, de la cual no tenemos el título. Ni te- nemos la fecha, ni el nombre del autor del corto reportaje. La nota, segu- ramente escrita en relación a la citada exposición, lleva por título “Las flores de Enriqueta Ribé”.

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Capítulo 35

Académico de la Lengua 1968

Cuatro importantes acontecimientos. Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua. El discurso. La bienvenida. Florentino en la Academia. Don Alberto Académico. Su amigo el doctor Caldera.

Cuatro importantes acontecimientos En los últimos años del poeta Arvelo se sucedieron cuatro acontecimien- tos extraordinarios, uno detrás del otro, relacionados con su obra literaria. Estos eventos fueron inmensamente gratos para el escritor, y lo llenaron de satisfacción.

El primero de ellos, en diciembre de 1965, fue la publicación de su libro de ensayos Lazo Martí, vigencia en lejanía. Un par de meses más adelante, en febrero de 1966, obtuvo el Premio Nacional de Literatura, Mención Prosa. Año y medio después, en octubre de 1967, salió a la luz pública la Obra poética, donde se recogen todos sus versos. Y en cuarto lugar, al ini- ciarse el año 1968, Alberto Arvelo Torrealba fue incorporado como Indi- viduo de Número a la Academia Venezolana de la Lengua.

Sobre los tres primeros acontecimientos nos hemos extendido en anterio- res páginas. Hablaremos ahora sobre el cuarto de ellos, que es el último…

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495 Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua El 28 de enero de 1968, los diarios nacionales se ocuparon de dar la buena nueva a sus lectores. Con foto del poeta, El Nacional difundía la informa- ción con el siguiente titular: “ Por unanimidad, Alberto Arvelo Torrealba Miembro de la Academia Venezolana de la Lengua”. El texto continuaba de esta manera:

Ha sido electo por unanimidad Individuo de Número de la Acade- mia Venezolana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española, el poeta venezolano Alberto Arvelo Torrealba, Premio Na- cional de Literatura 1966.

La Academia ha esperado los dos meses reglamentarios para su de- signación, una vez hecha la propuesta, y en su última sesión firmó el acuerdo unánime por el cual se oficializa la incorporación del poeta al grupo de nuestros académicos. Alberto Arvelo Torrealba ocupará el sillón que perteneció a José Ramón Ayala.

Cuatro meses más tarde, el viernes 31 de mayo, el mismo medio informa- tivo anunciaba a sus lectores:

El Poeta Arvelo Torrealba Ingresa hoy en la Academia Venezolana de la Lengua

La información completa se presentaba a continuación:

Esta tarde, a las 5.30 pm, en el Paraninfo del Palacio de las Acade- mias, se recibirá como Individuo de Número de la Academia Vene- zolana de la Lengua, el poeta Alberto Arvelo Torrealba. La contestación a su discurso protocolar de ingreso, la hará el académi- co Dr. Rodolfo Moleiro (…)

El tema del discurso de incorporación a la Academia versará sobre el elogio analítico de la personalidad y la obra de dos eminentes vene- zolanos, maestros del Dr. Alberto Arvelo Torrealba: Dr. Antonio José Sotillo, ejemplar pedagogo cuya obra docente impresiona por su mística vocacional y de servicio colectivo a un país, y el Dr. José Ra- món Ayala, destacado jurista del foro venezolano. El sillón dejado

496 vacante por el fallecimiento del Dr. José R, Ayala, es el que ocupará el académico que esta tarde se recibe.

La Tarjeta de Invitación para el acto dice así:

La Academia Venezolana de la Lengua Correspondiente de la Real Española tiene el gusto de invitar a Ud.(s) a la Recepción, como Indi- viduo de Número de esta Institución, del Doctor Alberto Arvelo To- rrealba. Contestación del Académico Doctor Rodolfo Moleiro. Día viernes 31 de mayo de 1968. Hora: 5 y media p.m. Traje: corriente. Lugar: Paraninfo del Palacio de las Academias.

Ese mismo día, la columna Meridiano Cultural de El Universal, muestra una nota cuyo autor desconocemos, titulada “Arvelo Torrealba en la Academia” Comienza así:

Se incorporará hoy como Individuo de Número a la Academia Vene- zolana de la Lengua, el poeta Alberto Arvelo Torrealba. Un poco tardío este ingreso del poeta llanero a la docta corporación. Cuando apareció su libro Cantas, allá por 1934 ó 35, él se ganó un sitio en la Academia de la Lengua. Pero habrían de pasar más de treinta años para que llegase la fecha en la cual se pudiese oír en la tribuna del Palacio de las Academias, una de las lenguas más puras que en el verso, ha hablado la lengua venezolana. Porque venezolano, esen- cialmente nativo, es el idioma que emana de los octosílabos, de los sonetos, de las glosas, del romancero de quien lleva en sí la represen- tación de una familia de poetas, de un nombre de poetas.

El discurso En su discurso de incorporación, el cual se reproduce íntegramente en la Segunda Parte de este libro, Arvelo destacaba la trayectoria del jurista Jo- sé Ramón Ayala (cuyo sillón vacante ocuparía), y la de don Antonio José Sotillo, otro de sus insignes profesores.

Abrió su alocución de esta manera:

497 Señores Académicos:

Señoras; Señores:

Cuando los integrantes de la Academia Venezolana de la Lengua, entre quienes señorean tantas altezas de la nativa intelectualidad, me confirieron la elevada distinción de incluirme en sus filas, al revivir yo imaginativamente cuanto fuera en mi juventud móvil generoso de acercamiento al mundo de las letras, el espíritu se me concentró, por asociaciones conceptuales y emotivas, en la evocación de dos ilustres varones extintos: el doctor José Ramón Ayala y el Profesor Antonio José Sotillo…

La bienvenida Le dio la bienvenida a la Institución otro poeta de la llanura, el doctor Rodolfo Moleiro, quien inició el discurso diciendo lo siguiente:

Honorables Académicos:

La Academia Venezolana de la Lengua correspondiente a la Real Es- pañola, se honra en recibir hoy en su seno como su Individuo de Número al poeta y escritor doctor Alberto Arvelo Torrealba.

Por su vida y su obra, él tenía señalado, desde tiempo atrás, un asiento en estas aulas, donde su incorporación es acogida de modo unánime y donde sus aficiones hallarán campo propicio. Al cumplir el grato encargo de darle la bienvenida, siento que ir al encuentro del nuevo académico, es para mí ocasión de reanudar un diálogo que despierta las más fieles sugestiones, de proseguir un relato inte- rrumpido en el curso de los días…

El domingo 2 de junio, El Nacional destaca el Acto de Incorporación: “El Poeta Alberto Arvelo Torrealba, Académico de la Lengua”. Acompañaba la nota periodística una gráfica del nuevo académico en el podium, en momentos de pronunciar su discurso.

498 Florentino en la Academia En la columna Ése y Otro, El Universal publica el artículo “Florentino en la Academia”, firmado por Luis Ruiz (Pedro Sotillo), y fechado en mayo de 1968. Allí se hace un poético recuento de la vida y la obra de Arvelo Torrealba, desde que era estudiante en la escuelita de Barinas… Y termina la nota con estas palabras:

Y ahora Florentino está en la Academia. Buen trecho, jalonado de al- tos logros, si se mira hacia lo remoto de la llanura coplera.

Don Alberto académico El miércoles 5 de junio, a propósito de la Incorporación del poeta Arvelo a la Academia de la Lengua, El Nacional publica una entrevista que, en la sala de su casa de El Paraíso, le hizo el periodista Arístides Bastidas. El diario titula: “Don Alberto Arvelo Torrealba” y a cuatro columnas desta- ca las palabras del nuevo académico: “Me llegó la Hora de la Academia, pero no la de enmendar las Obras de mi Juventud.” Conozcamos fragmentos de la entrevista: -No voy a enmendar mis poemas de juventud! Me parece que les restaría su principal fuerza: la de la espontaneidad. -Es cierto que está usted alejado de los versos? -La mejor etapa de la poesía es la de la juventud. Es también la eta- pa de los amores, de las ilusiones, del fuego creador… -Pero en la vejez se han produci- do grandes obras…

499 - En la vejez podemos ocuparnos en campos intelectuales que requieran menos fuerza imaginativa. La historia, por ejemplo, es un magnífico pre- dio para nosotros… - ¿No conoce usted poetas ya maduros que siguen produciendo versos? - Hay excepciones: Miguel Otero Silva, que cada año nos brinda una magnífica creación. -¿A qué atribuye esa facultad? - Miguel Otero no envejece, sino que enmuchachece... Unos meses más tarde, en octubre de 1968, don Luis Pastori se incorporó a la Academia Venezolana de la Lengua. La contestación estuvo a cargo de su gran amigo, el académico don Alberto Arvelo Torrealba. El discurso completo de bienvenida a la Institución – el último discurso que pronun- ció el poeta Arvelo - puede leerse en la Segunda Parte de este libro.

Su amigo el doctor Caldera Aunque sea necesario retirarnos del tema del presente capítulo: la incor- poración de Alberto Arvelo a la Academia de la Lengua, nuestro relato pretende conservar cierta secuencia cronológica. Y por eso es preciso se- ñalar que en el mismo año 1968 el Dr. Rafael Caldera, quien se encontraba en plena campaña presidencial, invitó a su amigo el poeta Arvelo – jurista y académico como él – para hacer una gira por Barinas.

Con agrado el poeta aceptó la invitación, y emprendió viaje con su se- gundo nieto, Gustavo Alberto, que estaba próximo a cumplir 7 años. En días pasados Gustavo nos contaba las muchas emociones que vivió en ese viaje, hace 50 años. Antes que nada, recordaba la expresión de afecto con la cual Caldera saludó a su abuelo cuando lo recibía con los brazos abier- tos: “¡Mi querido poeta!”

De esa gira a Barinas hemos guardado una fotografía, donde se ve al poe- ta junto al político, ambos saludando desde una lancha al entusiasta gru- po de personas que se había reunido a orillas del río…

500 Conozcamos ahora la opinión del Dr. Gehard Cartay Ramírez sobre ese singular momento histórico en la vida de Arvelo Torrealba:

Si bien el poeta no volvió a inmiscuirse en la política activa desde su temprano retiro en 1955, se acercó nuevamente a ella en 1968 para dar respaldo a la candidatura presidencial de Rafael Caldera. (…)

Y fue en razón de tal apoyo que lo acompañó durante una gira del candidato socialcristiano a la natal Barinas del poeta. Recuerdo ha- berlo conocido personalmente en esa oportunidad. Yo apenas había iniciado mis estudios universitarios en Mérida, pero como dirigente juvenil de Copei en Barinas, no perdía ocasión para regresar y parti- cipar en diversos actos y reuniones electorales. Arvelo Torrealba volvió entonces a su tierra durante aquella campaña. Fue el 15 de ju- nio de 1968 (…)

Después de informarnos acerca de los diferentes actos y reuniones en los cuales intervino el poeta Arvelo ese día, Cartay expresa:

Era ya un patriarca simpático, cuyos ojos vivaces lo captaban todo, con las ocurrencias propias de quien había convertido en una virtud cotidiana el más fino humor y la alegría de vivir.108

108 Gehard Cartay. Obra citada, pgs. 218 – 220.

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El Padre Barnola, Director de la Academia Venezolana de la Lengua, entrega diploma y medalla

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Capítulo 36

Caminos que andan, segunda edición

Últimos trabajos literarios. Un prólogo y tres nuevos capítulos. Contenido. Un singular Epílogo. Juicio sobre la obra.

503 Últimos trabajos literarios. En su trabajo infatigable como poeta y ensayista, Alberto Arvelo dedicó los últimos tiempos de su vida a corregir y ampliar su libro de ensayos Caminos que andan, (Panorama y destino del Oeste venezolano), que había es- crito en Bolivia cuando era embajador, y que fue publicado en La Paz en 1952.

La segunda edición de Caminos que andan, cuya publicación era parte cen- tral de un grandioso homenaje que el pueblo de Barinas le estaba prepa- rando al poeta en vida, fue iniciativa de la Gobernación y la Asamblea Legislativa del Estado. Arvelo estaba entusiasmado con la cordial invita- ción que le habían hecho sus paisanos, y ya había confirmado su disposi- ción y deseo de asistir. Lamentablemente, ante su repentino fallecimiento, él no tuvo la dicha de estar presente en los diversos actos organizados en su honor, durante el mes de mayo de 1971. Y Caminos que andan fue pre- sentado al público apenas unos meses después de su partida.

Un prólogo y tres nuevos capítulos La perspectiva de una nueva edición de su primer libro en prosa, había entusiasmado al poeta, y parecía haberle inyectado nuevos bríos, nuevas esperanzas. Tanto es así que, no solamente revisó cuidadosamente todos los textos del libro de La Paz, sino que - especialmente para “la edición de Barinas” como él la llamaba - escribió un prólogo y tres capítulos adicio- nales, que son los tres últimos del nuevo libro.

Contenido Al igual que la edición original del año 52, la obra tiene como subtítulo Panorama y destino del Oeste venezolano. En la portada puede verse la últi- ma fotografía del poeta, tomada por su amigo Carlos Augusto León.

El contenido de la obra es el siguiente:

504 a) Nota de los editores. Donde se expresa el asombro y tristeza de los ami- gos de Arvelo Torrealba, quienes se preparaban para recibirlo con hono- res en su amada Barinas, donde le ofrecerían el homenaje… Y el poeta había muerto, sin tener tiempo de acudir a la cita. b) La última tarde del poeta. Conmovedor relato de Carlos Augusto León, donde narra detalles de la visita que le hizo al poeta Arvelo en su casa de El Paraíso, apenas doce horas antes de su muerte. c) Prólogo de la segunda edición. Escrito por Alberto Arvelo Torrealba y terminado la víspera de su fallecimiento. d) Tres estampas del río, en cartas preludio de este libro. a) De Maiquetía a Caracas, 1944; para Enrique Méndez, discípulo dilecto. b) De Caracas a Buenos Aires, 1949; para Pedro Sotillo. c) De La Paz a Popayán, 1952; para Maruja Vieira.

Luego se entra de lleno en el cuerpo del libro, formado por 15 capítulos, todos los cuales van antecedidos por un epígrafe. Los 11 primeros capítu- los son los mismos de los de la edición de 1952, ya comentada en la sec- ción correspondiente.

He aquí los títulos de los tres nuevos capítulos que escribió el poeta espe- cialmente para la “edición de Barinas”:

“Los factores frenantes: el incendio”; “Candela. Camino hacia la sed de- sértica” y “Acerca de cosas olvidadas en el prólogo”.

Un singular Epílogo El Epílogo del libro, titulado “La América frente a la Europa superpobla- da”, es la transcripción de una conferencia del embajador de Venezuela Alberto Arvelo Torrealba, ante la Facultad de Economía de la Universi- dad de Roma. La traducción de esta conferencia, que fue pronunciada en italiano, puede leerse en la Segunda Parte de este libro.

505 Juicio sobre la obra El 16 de marzo de 1972, cuando se cumplía un año del fallecimiento del poeta, la sección Meridiano Cultural de El Universal, publicó un artículo titulado “El Llano y los Ríos de Arvelo Torrealba”, firmado por L. Pérez Jil. El tema del trabajo es la segunda edición de Caminos que andan. Aquí reproducimos las reflexiones del articulista:

Una segunda edición del libro Caminos que Andan, de Alberto Arve- lo Torrealba, patrocina- da por la Gobernación y la Asamblea Legislativa del Estado Barinas, ha comenzado a circular en estos días. En verdad, el libro se terminó de im- primir el 20 de mayo de 1971, pero es ahora cuando lo tenemos a la vista. Esta obra fue es- crita por Arvelo To- rrealba cuando se halla- ba de Embajador en Bo- livia. Desde las altas sie- rras de los Andes boli- vianos, el autor tuvo ante sí el vivo recuerdo de los Llanos, y con ellos, de sus inmensos, imponentes y desaprovechados ríos que lo surcan desde el pie de las montañas hasta ir al encuentro del padre común, el Orinoco. Esos ríos son los caminos que andan.

Años antes había sido el Presidente del Estado Barinas, y una de sus preocupaciones, fueron los ríos de su región, esa misma provincia de la cual un siglo atrás había sido gobernador Agustín Codazzi. Esos deslumbrantes caminos que andan, el Santo Domingo, el Masparro, el Boconó o Chorrocó, el Caipe, el Pagüey, fueron objeto de sus des-

506 velos. Siempre se preocupó de limpiarlos, a fin de agilizar por ellos la navegación de los decadentes bongos y de las lanchas veloces. Esa misma preocupación le asistió cuando fue Ministro de Agricultura y Cría, para ese momento con dominio de todos los Llanos. Su mirada entonces fue más allá, de Barinas hacia el Guárico, hacia el Unare, hacia el Apure, hacia el Capanaparo, hacia el Guanare, hacia el Aca- rigua.

Arvelo Torrealba ve en los ríos, no solo la corriente semidormida en los meses de sequía, la corriente turbulenta, invasora de las tierras bajas, en la estación lluviosa. Ve en ellos algo dinámico, fecundo, propicio para grandes obras, para un aprovechamiento integral. Al- berto Arvelo Torrealba, en sus libros de poesía, cantó los ríos del Llano, pero en Caminos que Andan, sin olvidar el color lírico, mira al Cunaviche o al Arauca, con otra proyección: la de servir al hombre.

En las pasadas etapas históricas de los Llanos, los ríos fueron factor vital en las comunicaciones. Eran numerosos los pequeños puertos fluviales a los cuales cada día recalaban los bongos y otras embarca- ciones cargadas de mercaderías y de frutos, de pieles de res, de taba- co, de pescado salado, que iban por el Apure, por el Masparro, por el Portuguesa, con destino al puerto de Ciudad Bolívar. Poblaciones si- tuadas a orillas de los ríos, como Guasdualito, Puerto de Nutrias, Li- bertad de Barinas, Torunos, El Baúl, parte de las localidades ribereñas del Orinoco, eran centro de gran actividad comercial. El ca- fé del piedemonte barinés y portugueseño, salía para el exterior por Ciudad Bolívar.

Arvelo Torrealba, en función de los ríos, estudia la realidad y la perspectiva de los Llanos. Su libro es un libro esperanzado. En esas dilatadas extensiones cruzadas por cinturones de agua, ve el destino de una gran vitalidad, y así debemos pensar, porque no son pocas las lecciones que nos dan las llanuras surcadas por ríos, y entre ellas, las llanuras de la Europa Central, donde los ríos ensamblados por cana- les, cumplen una función dinámica y de primer orden en la vida de las naciones favorecidas por esos cursos de agua.

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Notas de A.A.T. para segunda edición de

Caminos que andan

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Capítulo 37

Años de sufrimiento.

Entereza y valor hasta el final . Temporada en Prados del Este. Jugando ajedrez “de chaflán”. Robo de las medallas. Regreso a la quinta Mariela. El poeta declama la Silva Criolla.

509 Entereza y valor hasta el final Terminaron cuatro años enmarcados en logros y satisfacciones para mi padre: el 65, el 66, el 67 y el 68. Cierto es que su salud estaba delicada, mas él sabía sobreponerse a sus quebrantos; jamás se daba por vencido y lograba salir adelante con sus proyectos y trabajos.

Pero las últimas etapas, los últimos dos años, fueron dolorosos. La incle- mente diabetes estaba haciendo estragos en su organismo. La situación se agravó tanto que, ante la inminente gangrena que se veía llegar, sus mé- dicos no hallaron otra alternativa que tomar la más drástica de las deci- siones: amputarle la pierna izquierda.

El valiente coplero recibió la noticia sin protestar, sin hacer comentarios, sin oponerse ni lamentarse. Y aceptó someterse a aquel suplicio con ente- reza, y un cierto grado de optimismo… Porque él tenía la esperanza de que esa pierna que ya no estaría, que ya no estaba, pudiera un día susti- tuirse por el soleado tronco de un árbol llanero. Sobre este tema lo oímos decir:

-Sería una forma de estar otra vez en contacto directo y permanente con la tierra, con el paisaje. Su savia renovada haría florecer de nuevo mis ver- sos. ¡Sí, sería como un renacimiento, en la estación más alta de la vida!

La operación fue realizada y su- pervisada por un destacado equipo de profesionales, entre quienes es- taban los doctores José Rafael Neri, Elías Rodríguez Azpurua, Andrés Camarán Pietri y Alberto Guinand Baldó. El lugar escogido fue el Cen- tro Médico de Caracas, en la urba- nización San Bernardino, el mismo centro hospitalario donde estuvo recluido varias veces.

510 La mala nueva se conoció rápidamente, y centenares de personas fueron al Centro Médico para visitarlo… Desde el presidente de la República, su buen amigo Rafael Caldera (quien hizo una escala en la clínica, apenas se enteró de la noticia, cuando iba al aeropuerto en un viaje de Estado), has- ta los ex alumnos del IREL, que se vinieron desde Barinas en autobús, pa- ra desearle pronta mejoría.

Las enfermeras de la clínica se preguntaban:

-¿Quién será este señor? ¿Por qué será que todo el mundo pregunta cómo sigue y se queda por horas en los pasillos, con la esperanza de saludarlo? ¿Por qué será que tiene tantos amigos?

Temporada en Prados del Este Algún tiempo después de la intervención, cuando los médicos le dieron de alta a papá en el Centro Médico, mi esposo y yo decidimos llevarnos a mis padres a pasar una temporada con nosotros, en nuestra casa de Pra- dos del Este. Era la mejor forma de tenerlos cerca y poder atenderlos de- bidamente, a cualquier hora del día y de la noche. Organizamos para ellos una habitación en la planta baja, con un baño privado y un pequeño jar- dín, para ofrecerles mayor comodidad.

En medio de las graves circunstancias en las que se encontraba, mi padre continuaba haciendo gala de la gran voluntad y fortaleza que siempre había tenido, ante las situaciones negativas por las que había tenido que pasar. Conservaba además, los rasgos esenciales de su buen humor…

Pocos días después de que le fuera amputada la pierna, le mandó un tele- grama, en términos jocosos, a su compadre y colega el Dr. Tomás Gibbs, quien vivía en El Tigre. El texto decía así:

Pata infiel fue condenada a muerte sentencia unánime junta médi- ca. No habiendo sido procedente recurso de apelación, segueta y bis- turí ejecutaron fallo en la hora en que canta la pavita y el gallo

511 menudea. Cuerpo del delito fue objeto de tremenda pita al salir ca- dalso. Compadre

Alberto Arvelo Torrealba

Pasaron seis u ocho semanas, y cuando se cumplió el plazo conveniente, le colocaron a papá una especie de prótesis provisional de madera, para que diera los primeros pasos y pronto comenzara a caminar… Y eso era justamente lo que él había deseado, desde el momento mismo de la ope- ración.

Una mañana, mientras tomaba sol en la terraza y practicaba algunos ejer- cicios que le había indicado el fisioterapeuta, me dijo estas palabras, sin dejo de amargura:

- Yo no puedo quejarme, Marielita… ¡Con esta pierna de madera, ya me estoy convirtiendo en Hombre Vegetal!

Afortunadamente, los doctores estaban satisfechos, y la convalecencia de mi padre iba avanzando por buen camino. Y por ese motivo se inició en la familia un período de relativa tranquilidad. Y también de alegría, espe- cialmente para los niños, ya que podían vivir con sus abuelos en la misma casa. Fue a la vez un reencuentro espiritual de vital importancia para la familia, porque nos permitió sentirnos cerca de día y de noche, para sen- tarnos a echar cuentos, mirar fotografías y recordar momentos entraña- bles que habíamos perdido y olvidado.

Jugando ajedrez “de chaflán” Papá y mi esposo Antonio eran aficionados al ajedrez, y durante los fines de semana se los veía inmersos en sesudas y densas partidas… La escena más frecuente era la siguiente: Papá semitendido en su lecho, Antonio al frente, sentado en una silla, y una mesita con el tablero entre los dos.

512 Un domingo en la noche, poco antes de cenar, mi madre y yo nos acerca- mos, para llevarles un aperitivo. Y papá reclamó, fingiendo estar muy enojado:

-¡Qué buena broma me han echado, señoras! Encima de que estoy en des- ventaja, porque tengo que jugar de chaflán, vienen ustedes a interrumpir mi concentración… ¡Ahora el doctor Antonio es capaz de darme un jaque mate!

Y fue imposible no soltar la risa.

Robo de las medallas En esa misma época sucedió un hecho lamentable, que a mi madre y a mí nos hizo llorar de rabia y tristeza:

Y es que la casa de mis padres en El Paraíso fue visitada por ladrones, que se llevaron buena parte de las medallas y condecoraciones que había reci- bido papá en el transcurso de su vida como educador, escritor, político y diplomático.

El caso fue extraño, casi inexplicable, y todavía hoy me atormenta el re- cuerdo. El hecho es que la quinta Mariela nunca quedó sola, porque, aun- que mis padres estaban temporalmente hospedados en la casa de Prados del Este, en su vivienda de El Paraíso permanecieron la empleada de ex- trema confianza y la tía Carmela, mi ya mencionada tía-abuelita. Por las noches iba a acompañarlas y a cuidar la casa un muchacho de Acarigua, un trigueñito malencarado de cuyo nombre no quiero acordarme, y en quien recayeron todas las sospechas.

Lo cierto es que alguien entró en el cuarto de mis padres, abrió el volumi- noso escaparate que tenía las dos puertas cerradas con llave, y extrajo de allí el cofre donde estaban guardadas las medallas. Y para colmo del ci- nismo, una vez que lo hubo vaciado, lo colocó en el mismo lugar.

513 Las medallas que se salvaron del perverso asalto (las que años más tarde mi hermano y yo donamos al Museo Alberto Arvelo Torrealba de Bari- nas), estaban en otro tramo del escaparate, un poco más altas y más ocul- tas, y guardadas en cofres independientes. De este suceso - desagradable y triste al mismo tiempo - jamás llegó a enterarse mi papá. Mamá no qui- so decirle nada, para evitar causarle un disgusto tremendo e innecesario.

Regreso a la Quinta Mariela Pasaron varios meses. Cuando mi padre estuvo medianamente restable- cido, él y mi madre decidieron que ya era hora de regresar a su casa. Y sin pensarlo mucho, volvieron a su hogar de El Paraíso, donde vivieron du- rante el resto de sus días.

Yo iba a visitarlos cada vez que podía, dos o tres veces por semana, y ha- blábamos a diario por teléfono en la mañana y en la noche. También acompañaba a mi mamá a hacer las diligencias, principalmente las com- pras del mercado. Y conversaba con papá, largo y tendido, para contarle sobre mis clases universitarias y sobre las hazañas de sus cuatro nietos. Por su parte, él me hablaba acerca del trabajo en el cual ocupaba parte del día: la ampliación de su libro de ensayos Caminos que andan, que sería re- editado próximamente por la Gobernación del estado Barinas. Y más tar- de sería presentado en el homenaje que le harían sus amigos.

El manuscrito estaba terminado y casi listo para ir a la imprenta. Sola- mente faltaban detalles menores, como algunos epígrafes, en lo cual lo ayudaba su gran amigo Carlos Augusto León. Además debía darle unos toques finales al Prólogo. Y en eso trabajaba noche y día.

El poeta declama la Silva Criolla Cursaba el año 1969. Francisco Lazo Martí había nacido en 1869, y por lo tanto se cumplían 100 años de su nacimiento. En ocasión tan resaltante, el presidente de la República, doctor Rafael Caldera, hizo un marcado es-

514 fuerzo por honrar la memoria del guariqueño. Papá formaba parte de la Comisión Centenaria y un grupo de escogidos compatriotas, expertos en la obra de Lazo Martí, organizaba los eventos conmemorativos.

Como parte importante de la celebración, se grabó un disco Long Play de vinil, que destacaba en su carátula el nombre del poeta homenajeado, las fechas de su nacimiento y muerte y el título de los poemas escogidos para la grabación: En el Lado A, la “Silva Criolla”, declamada por Alberto Ar- velo Torrealba, y en el Lado B, un grupo de poemas lazomartianos, en la voz de Ernesto Luis Rodríguez, el famoso poeta de “Rosalinda”. El fondo musical para la “Silva Criolla” fue el Concierto en la Llanura de Juan Vi- cente Torrealba, interpretado con arpa criolla.

Como hemos señalado, mi padre estaba enfermo. Su salud se agotaba. Él se agotaba. A pesar de su férrea entereza y de su fuerza de voluntad, su cuerpo decaía vertiginosamente y él no lograba levantarlo. Se movilizaba por la casa en silla de ruedas y leía y trabajaba acostado en su lecho.

Tal vez por esa circunstancia, por sentirse tan falto de energías, tan some- tido al yugo de sus dolencias, el hecho de grabar la “Silva Criolla” – un poema que amaba y que había estudiado por más de una década - le pro- dujo una emoción intensa. Parecía estar “hundido en su sentimiento” y eso se percibe claramente, al escuchar su voz…

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Capítulo 38

Muerte del poeta

La despedida del coplero. Una carga de mala fortuna. El último abrazo. Fallecimiento de mi padre. El cablegrama. Glosa de Luis Pastori. Reportaje de Arístides Bastidas. Adiós de los amigos. La carta de Albertico. Último poema.

516 La despedida del coplero Una tarde, a mediados del año 70, en una clínica caraqueña donde se ha- llaba hospitalizado, papá empezó a contarme una serie de anécdotas ma- ravillosas sobre su infancia y juventud. Y empezó a relatarme las aventuras de su padre, mi abuelo Pompeyo, quien fue cauchero en la sel- va amazónica, y se iba navegando semana tras semana, río tras río, desde el Santo Domingo hasta llegar al Orinoco…

Mi padre me contaba los sucesos con los ojos cerrados, como recuperando cada historia, trayéndola al presente, rescatándola, y volviendo a vivir los días del pasado. Me hablaba sobre cosas que nunca me había dicho. Pare- cía que quería que yo las retuviera en la memoria. El tono de su voz era distinto; muy cercano y distante al mismo tiempo. Me pareció una despe- dida.

Me emocioné al escucharlo, pero no quise que él se diera cuenta… Tan solo le propuse que no perdiera tiempo, que aprovechara aquel impulso del momento, ese momento iluminado, y escribiera los cuentos de los ríos de su infancia.

-Acepto tu consejo, Marielita – dijo al abrir los ojos.

Una carga de mala fortuna Había llegado el año 1971 con una carga de mala fortuna. La salud de pa- pá estaba decayendo inexorablemente delante de nosotros, y ante los ojos de sus médicos, que nada nos decían y nada proponían, porque ya nada podían hacer. La pierna y el pie sanos, ahora estaban enfermos, severa- mente enfermos, y la terrible historia de sufrimiento parecía querer repe- tirse.

En meses anteriores, mi padre fue hospitalizado un par de veces en el Centro Médico. Y recuerdo que un día estuvo punto de quedar postrado, en estado de coma, pues la enfermera que lo atendía confundió el tratamiento con el de otro paciente, y empezó a administrarle suero

517 glucosado… ¡Algo casi mortal para un diabético! Afortunadamente nos dimos cuenta a tiempo, cuando empezaba a delirar. Mi madre y yo rezábamos en la capilla, en todas las capillas, pero nada decíamos de nuestros temores.

El último abrazo El sábado 27 de marzo de 1971, acompañé a mi madre a la distante urba- nización El Cafetal, para asistir a la última noche del novenario de don Juan Mendoza, el padre de mi cuñada Solange, quien había fallecido la semana anterior. Y cuando terminaron las oraciones, llevé a mamá de vuelta hasta su casa. Eran casi las ocho de la noche cuando llegamos a El Paraíso y me bajé un momento del automóvil, pues quería saludar a pa- pá, desearle buenas noches y despedirme hasta el día siguiente.

La salud de papá era en extremo delicada y yo moría de angustia cada día que pasaba. Mamá y yo lo sabíamos. Su pierna y pie ya presentaban los mismos graves síntomas que lo habían aquejado un tiempo atrás, en la otra extremidad. Aunque nunca quisimos hablar del asunto, ni siquiera entre nosotras dos, a mi madre y a mí nos aterrorizaba lo que podría su- ceder… Sus médicos de siempre, magníficos amigos que lo visitaban casi a diario, tampoco decían nada. Salían juntos del cuarto y hablaban entre ellos en voz baja. Después volvían a entrar y se quedaban largo rato char- lando con papá, quien los hacía reír a carcajadas con sus coplas “pican- tes”, unas famosas y secretísimas “Décimas circunstanciales”, que yo jamás pude escuchar. Había versos y risas, pero todos veíamos el avance implacable de la enfermedad.

Sin embargo, a pesar de tan seria dolencia, Alberto Arvelo era un llanero indoblegable, valiente cual ninguno. Soportaba el dolor sin decir nada, sin molestar a nadie, ni siquiera una queja salía de sus labios. Y esa noche lo encontré tranquilo en la cama, leyendo el manuscrito de su libro Caminos que andan, que en pocos días entraría a la imprenta.

518 Esa tarde lo había visitado Carlos Augusto León, quien le llevó un regalo: las fotografías que habían tomado quince días antes, donde se veían los dos amigos en cordial tertulia, bajo el gran árbol del jardín. Después de comentar cada fotografía, estuvieron leyendo los selectos epígrafes de Caminos que andan.

Apenas entré al cuarto nos dimos un abrazo, nuestro último abrazo, largo y amoroso... Inevitablemente miré el pie enfermo y no pude menos que estremecerme. Estaba oscurecido e inflamado. Volví a mirar el rostro de mi padre y lo vi sonreír, con su sonrisa dulce e inolvidable. Y dijo, entu- siasmado, como si nada malo sucediera:

-¡Por fin terminé el Prólogo del libro, Elita! ¡Vamos a leerlo!

Lamentablemente se me había hecho tarde, y debía regresar a casa, donde me esperaban mi esposo y mis hijos. Era largo el trayecto entre El Paraíso y Prados del Este, y le ofrecí a papá visitarlo temprano en la mañana del día siguiente, como lo hacía todos los domingos. “¡Mañana pasaremos el día juntos, y leeremos el Prólogo!”- le prometí.

Pero su corazón no llegó a la mañana. Mi padre murió al alba.

Fallecimiento de mi padre Esa última tarde, después que se marchó Carlos Augusto, mientras mi madre y yo estábamos ausentes, papá le pidió a Anita, la muchacha que trabajaba en casa, que le llevara agua tibia y los variados implementos necesarios para afeitarse. -¿Y para qué se va a afeitar a esta hora, doctor Arvelo? – le preguntó ella -Porque mañana no voy a tener tiempo. Cuando hubo terminado de afeitarse, le comentó:

519 - Mira muchacha, mañana vas a tener que preparar bastantes jarras de café, porque va a venir mucha gente…109 Y así sucedió. Mi madre me llamó por teléfono a las 6 de la mañana de ese fatídico domingo 28 de marzo de 1971. Estaba muy nerviosa y apenas podía hablar. Papá estaba dormido - decía ella - pero ella lo llamaba para darle el café y la medicina y él no respondía…

Antonio y yo salimos de inmediato. En el largo trayecto hasta El Paraíso íbamos en silencio. Y yo estaba tratando de conven- cerme de que todo iría bien, que cuando yo llegara ya mi padre habría despertado, que era tan solo un susto, era sólo una alarma y nada más, que mamá estaba so- la, que ella estaba angustiada y nada más…

Pero en la entrada de la quinta nos estaba esperando el Dr. Ulises Balestrini, vecino y médico de la familia, quien me abrazó y me dijo, en voz muy baja:

-¡Lo siento, Marielita! ¡Alberto ha falleci- do!

Me costó mucho esfuerzo entrar a la casa. Las piernas no querían avanzar. Después, siglos después, pedí quedarme a solas con mi padre. Y maquillé su rostro sutilmente, un toque nada más sobre la frente y las mejillas, para que nadie nunca lo viera

109 Anita, que tiene ahora 77 años, vivió en la casa de mis padres hasta la muerte de mamá, en 1974. Y desde entonces vive conmigo.

520 ensombrecido. Fue mi ingenua manera de borrar para siempre los signos de la muerte.

El cablegrama De inmediato mi esposo transmitió la noticia a mi hermano Alberto, quien, como ya es sabido, se encontraba en Colonia, Alemania. Yo toda- vía recuerdo el texto del mensaje:

Al amanecer, con rumbo hacia sus mundos tersos, se nos marchó Florentino, el que cantó con el Diablo y se salvó con su canto.

Y sobre este mensaje deseo hacer un comentario:

Como hemos señalado, don Juan Mendoza, el padre de Solange, había fallecido diez días antes en Caracas, y ella se hallaba desconsolada en Alemania, donde vivía con Alberto, los dos niños y su sobrino Florentino Mendoza. Para aliviarla un poco de la pesadumbre, Alberto decidió viajar con la familia ese fin de semana a un pueblito vecino a París, Saint-Leu-la- Forêt, para visitar a Antonio Estévez, que estaba allí residenciado junto a su esposa Flor. Por ese motivo, cuando la noticia llegó a Colonia, mi her- mano iba en camino, rumbo a Francia, y no la pudo recibir… Afortuna- damente, él le había dado el teléfono del maestro Estévez al conserje del edificio, para que le avisara cualquier novedad. El señor, que sabía un po- co de español, leyó el mensaje sin entender nada, y llamó a Francia...

¡Antonio Estévez sí entendió el mensaje! Y, consternado, comprendió que debía informar la terrible noticia a su amigo Albertico, quien estaba pró- ximo a llegar.

Antonio y Flor los esperaban en una escalerita del jardín. Y cuando los viajeros descendieron del automóvil, se vivieron momentos de intenso dramatismo.

Me contaba mi hermano que Estévez caminó hacia él muy lentamente, y lo abrazó llorando. En el primer instante Alberto quedó desconcertado,

521 puesto que, en realidad, el duelo era de su esposa ... Un momento des- pués, sin que nadie dijera una sola palabra, supo la dimensión de la tra- gedia.

Glosa de Luis Pastori Apenas se conoció la noticia de la muerte del poeta Arvelo Torrealba, su casa de El Paraíso se llenó de gente. Fueron muchas las manifestaciones de cariño y respeto que recibimos durante ese día y esa noche, y la otra mañana, en un tiempo infinito, de horas infinitas, que parecían no acabar- se nunca.

El 29 de marzo, a las 10 de la mañana, fue la inhumación en el Cementerio del Este de Caracas. Elogiosos artículos sobre mi padre y Acuerdos de Duelo de diferentes instituciones, saturaron las páginas de los periódicos nacionales. Amigos y parientes de todos los rincones del país vinieron a rendir un último homenaje al poeta Arvelo Torrealba. Ante su tumba se regaron las flores más bonitas de los jardines y se leyeron sentidas pala- bras, entre ellas la glosa escrita y leída por el poeta Luis Pastori, quien, después de leerla, nos entregó una copia dedicada:

Llanto con tus Propios Versos

A Alberto Arvelo Torrealba

“Mata del ánima sola boquerón de Banco largo, ya podrás decir ahora: Aquí durmió Cantaclaro”.

Como la gota insistente que repleta el bernegal hoy tu partida final derrama esta amarga fuente que se llenó lentamente como el mar con cada ola. Agitada en tu corola

522 - oh flor que crece de espanto - te rebosas con su llanto, Mata del Ánima Sola.

Campo de emoción serena: si en su quietud todo es viaje ¡Qué luz tendrá aquel paisaje ya que se alivió su pena! Cruzó la garza morena sobre su último letargo, y cuando aquel sino amargo venció sus propios retiros llanto fueron tus suspiros Boquerón de Banco Largo.

Hay penas que duelen tanto que se meten en lo hondo como si alguien en el fondo de Dios encontrara el llanto. Este llanto llanto llanto que en el fiel regazo mora con esta ausencia sin hora que es tu perfecto reverso: Que eras eterno en el verso ya podrás decir ahora.

Maestro de tu destino, probaste la flor y el cardo, alma de Santos Luzardo con sueños de Florentino. Quede abierto este camino que tu muerte abre a su amparo para que a tu lecho claro llegue el río de la gente y diga con voz doliente Aquí durmió Cantaclaro.110

110 Este poema fue publicado pocos días después, el 4 de abril de 1971, en el Papel Literario del dia- rio El Nacional. Posteriormente formó parte de una lujosa edición titulada Poetas, cinco poemas

523

inéditos de Luis Pastori, con cinco imágenes originales de Jesús Soto. Los poetas homenajeados fueron Alberto Arvelo Torrealba, León de Greiff, Rafael Alberti y Pablo Neruda, a quien se dedican dos poemas. Impreso en Milán, Taller de Samuel Villa, Ediciones “S” de Caracas, noviembre de 1975. Otros poemas dedicados a la memoria del poeta Arvelo, pueden leerse en la Segunda Parte de este libro.

524 El 29 de marzo de 1971, día del sepelio, la sección Este Personaje es Noti- cia, del diario El Mundo, muestra una fotografía del poeta e informa a los lectores sobre su partida. El texto que acompaña la fotografía, firmado por J.F.R. dice así:

Vistió la décima con un ropaje estético de altísima calidad. Para la copla y la canta llanera fue el creador por excelencia. Abogado, di- plomático, pero sobre todo poeta, su vida entera fue una sola entrega a la cultura y al amor por su tierra. Nativo de Barinas, llevaba el llano pendiente en la mirada. (…) Podría decirse de Arvelo que sien- do un hombre culto y exquisito, buscó en las formas sencillas de la poesía el molde para expresar su venezolanismo. (…) Ahora ha muerto, pero cada vez que alguien quiera sentir o padecer el llano, tendrá que recordarlo en sus coplas, en el contrapunto maravilloso del paisaje – sol y extensión- de la llanura. Tan caña dulce tu boca, tan jagüeyes tus pupilas

El Reportaje de Arístides Bastidas Ese mismo día, la primera página de El Nacional muestra una fotografía de Arvelo acompañada de este titular: “Murió Ayer el Poeta Alberto Ar- velo Torrealba”. A continuación un breve texto:

Ayer la noticia de la muerte de Alberto Arvelo Torrealba, conmovió a los círculos literarios y artísticos. El ilustre escritor, Premio Nacio- nal de Literatura, estaba aquejado de una dolencia que truncara su vida que nos ha dejado una fecunda obra lírica a través de la cual las generaciones presentes y venideras podrán familiarizarse con el en- canto y la desolación de esa tierra “toda llena de horizontes” que es el llano. Arvelo Torrealba era abogado, ejerció cargos públicos y di- plomáticos, pero es como poeta, con sus libros de versos y en prosa, como mejor muestra el perfil de su personalidad y los méritos con que desde ahora mismo lo acoge la posteridad.

Más adelante, en la Página C Ultima, podemos leer el reportaje de toda una página, escrito por Arístides Bastidas, e ilustrado con cinco fotogra-

525 fías del poeta fallecido. El título del extenso trabajo: “Arvelo Torrealba nos deja la Música de la Brisa trotando por la Llanura”. Bastidas, quien lo había entrevistado el 4 de junio de 1968, a propósito de su Incorporación como Académico de la Lengua, hace un recuento de la vida y la obra de Arvelo Torrealba. Y recuerda también algunas partes resaltantes de su conversación con el poeta, donde expresa interesantes planteamientos literarios sobre la poesía culta y la popular.

Agrega el periodista: “Arvelo Torrealba tenía fe en la juventud y decía que la renovación literaria estaba en los muchachos que eran ya sus dig- nos sucesores. En aquella oportunidad en que lo vi por última vez – era el 4 de junio de 1968 – le pregunté que si estaba orgulloso de su designación como Individuo de Número de la Corporación de la Lengua y me res- pondió:

No me considero mejor que cuando mozo. Me llegó la hora de la Academia, pero no la de enmendar las obras de mi juventud.

El reportaje termina con estas palabras: “Ha desaparecido la latitud física de un trovador. Allí, en la obra, reposa con jovial entereza la otra latitud, la de la perennidad, propia de los seres que vienen a este mundo y no va- cilan en confiarle los frutos creadores de su esfuerzo y de su sensibili- dad.”

Adiós de los amigos A partir de ese día, las manifestaciones de cariño y respeto hacia el poeta Arvelo se hicieron públicas a través de diversos periódicos capitalinos y de varias ciudades del país. Los periodistas, poetas y críticos le dedicaron sus elogiosas reflexiones, donde destacaban, no solamente los valores de la poesía arveliana, sino su trayectoria como hombre ejemplar.

El miércoles 31 de marzo, El Regional de Valencia, en su Sección Cosas del Día, publicaba el artículo “Alberto Arvelo Torrealba, Cantor de los Llanos”, escrito por Rafael Alonzo De Lima.

526 El sábado 3 de abril, don Fernando Paz Castillo escribe en El Nacional un artículo titulado “Alberto Arvelo Torrealba y sus Cantas”

El día 4 de abril, el Papel Literario de El Nacional, entonces dirigido por José Ramón Medina, es dedicado, casi exclusivamente, a la memoria del poeta Arvelo. Allí se publica el texto “La última tarde del poeta”, escrito por Carlos Augusto León. El amigo relata su último encuentro con el co- plero enfermo, la tarde del 27 de marzo. Este emotivo texto sería poste- riormente la Introducción a la Segunda Edición de Caminos que andan.

Fragmentos de otros artículos de prensa publicados durante esos días, pueden leerse en la Segunda Parte de este libro. Aquí nos limitamos so- lamente a nombrarlos:

En el Papel Literario del 4 de abril, sección Vigilia, leemos el texto titula- do “Alberto Arvelo Torrealba, un Hombre de la Tierra”, y también “El último poema de Alberto Arvelo Torrealba”: Respuesta a La Cosecha (Mensaje Navideño de Carlos Augusto León). Por su parte, la escritora Gloria Stolk le dedica el artículo “Alberto Arvelo Torrealba”. En la misma publicación, el Papel Literario incluye el artículo “Arvelo Torrealba y Contrapunto”, que señala la relación del poeta con la agrupación musical.

El domingo 4 de abril, el Índice Cultural, de El Universal, muestra tres poemas de Arvelo, ilustrados con fotografías: “Por aquí pasó”, “Aires de Tierra llana” y “Fuente, Río y Mar”. También publica (no sabemos si ese mismo día) un largo artículo de Pedro Sotillo. Se trata de “Puerta de Gol- pe”, la Introducción de Glosas al cancionero, que Sotillo escribió el 20 de noviembre de 1940. Con grandes letras resalta el periódico: “El rival de Florentino, de Cantaclaro, de Lazo Martí y del mismo Diablo”.

El 29 de marzo, Alejo Santa María escribe en El Universal un artículo titu- lado “Arvelo Torrealba”. Y otro de los grandes amigos del poeta, Pascual Venegas Filardo, le dedica dos artículos en Índice Cultural: “Recuerdos de Arvelo Torrealba” y “Alberto Arvelo Torrealba y su Visión geográfica del Llano”.

527 En la Sección Cristal de los Días, de El Universal, en abril de 1971, José González González escribe un artículo titulado “Arvelo Torrealba y los Destinos del Llano”. Y Luis Ruiz, en la Sección Ése y Otro, escribe “Un Recuerdo para Arvelo Torrealba”.

El sábado 10 de abril Nicolás Perazzo publica en Ultimas Noticias su texto “El Poeta de los Llanos”. Y el 15 de abril El Vigilante de Mérida, nos en- trega un largo texto, escrito por P. N. Tablante Garrido, titulado “Don Al- berto Arvelo Torrealba, el Poeta de los Llanos”. Allí relata interesantes anécdotas vividas junto al coplero, en la época del Internado Rural El Li- bertador, IREL.

El domingo 25 de abril, el Suplemento Cultural de Ultimas Noticias pu- blica una fotografía de Arvelo Torrealba junto a un artículo de Pablo Do- mínguez. El título del texto: “El Hombre y el Paisaje”

La revista Kena No. 163, de abril de 1971, presenta un interesantísimo re- portaje de 3 páginas titulado “Alberto Arvelo Torrealba”, escrito por Joa- quín Gabaldón Márquez (hijo del general José Rafael Gabaldón), quien había sido compañero de prisión de Arvelo en Las Tres Torres de Barqui- simeto. Las palabras introductorias dicen así: “Empezamos estos apuntes casi como al azar, con el corazón encogido de dolor, en esta mañana del entierro del poeta. La nota padece, por tanto, de arbitrariedad y desor- den”.

La revista Imagen, en esa misma fecha, nos muestra un reportaje de 3 pá- ginas, densamente ilustrado y escrito por Mario Torrealba Lossi, titulado “Alberto Arvelo Torrealba”.

El 6 de abril un diario de El Tocuyo publica una fotografía del poeta Ar- velo Torrealba, con una nota de reconocimiento y duelo por su partida.

La Revista Mira de Caracas, en su número 30, correspondiente a la prime- ra quincena de mayo de 1971, nos entrega un texto con esta introducción: “La Dirección de MIRA, al expresar su honda pena por la muerte del gran poeta barinés Alberto Arvelo Torrealba, hace propia esta nota por cuanto

528 recoge a cabalidad mucho de lo que sentimos en esta casa la desaparición física de este pedazo de bondad y sentimiento que fue el poeta fallecido”.

La revista Cambio, en su número correspondiente a julio-agosto, publica un artículo ilustrado con una foto del poeta Arvelo. El texto, escrito por Manuel Caballero, se titula: “Imagen primera y última de Alberto Arvelo Torrealba”

La carta de Albertico Poco después del fallecimiento de papá, mi esposo y yo recibimos una carta de mi hermano Alberto, fechada en Colonia, Alemania, el 5 de abril de 1971. Por múltiples razones deseo transcribir íntegramente este precio- so documento:

Queridos hermanos:

¡Cómo he comprendido ahora la función humana de la ceremonia del velorio y del entierro, de la compañía, del abrazo fraterno! Los dos, Solange y yo, en esta soledad, desde la mañana hasta la media noche, con la brasa del recuerdo titilando en el alma… Los ojos fijos en un punto único, como si las cosas se desgarraran, perdieran sus velos, y, vueltas luminosas en el dolor, mostraran su única, insustituible realidad: la de la vida humana que las fecunda, la vida humana, pe- recedera e infinita.

Ante el pesar – peso, como una piedra – de no poder acompañarlo por última vez; de no poder estar con ustedes; ante el viaje a París, que quiso ser consuelo de Solange, y se volvió doble desconsuelo para ella y para mí, ha surgido, acá, en la soledad, la convicción de que no todo se ha quedado sin provecho, de que sumido en mí mismo, sumi- dos en nosotros, su imagen esclarecida, y la del otro noble Viejo com- pañero de su partida, han transmutado el recuerdo en propósitos, la amargura en tierna nostalgia. Nostalgia hacia adelante, porque el eco perdido se haga eco venidero, porque la bondad que aprendimos se quede en bondad diaria, humilde, incontenible.

529 Ya que no pude estar con ustedes, fue rara inspiración haberme de- cidido por París. Ni Solange ni Florentino sabían el rumbo del paseo, y lo vinieron a descubrir cuando prácticamente teníamos ante noso- tros la frontera francesa. No sé qué me llevó a escoger esa meta para el viaje, pero sentía un impulso incontenible de viajar a París ese día. Y allí me encontré a mi papá. Mil veces, en recodos por todas partes, en enseñanzas, en decires, en paseos, que me sorprendieron por su persistencia y nitidez, pues aquello fue en otoño de 1945. Ante la plaza de la Estrella me extrañé al ver que había cambiado de nombre, y pensé que a mi papá le iba a gustar saber que ahora lleva el nombre de un francés ilustre, de él admirado, Jefe de Estado para aquel entonces: General De Gaulle. En la Torre de Eiffel esperé que un barquito cruzara bajo el puente del Sena, pensando que de aque- llas imágenes surgió – se corroboró – el sueño para nosotros de cami- nos que andan. Pero sobre todo en la luz singular de la ciudad y en la entonación de los paisajes y de las palabras, lo veía, sentía la ter- nura de su ejemplo. Allá llegó en lo mejor de su virilidad, allá lo vi en la flor de mi infancia, en los momentos en los cuales la memoria pierde sus neblinas y se llena de tesoros ordenados.

…….

Varios días durmió la carta en este punto. Un hondo abatimiento me impedía sacar a flote mis ideas; o, acaso, más que abatimiento, nece- sidad de no hablar sino de escuchar palabras puras, viejas como el alma, presentes en lo mejor de nosotros, en lo mejor de la nostalgia y la esperanza. Hora tras hora leí y leí poemas y poemas. ¿Qué mejor compañía, qué mejor hermandad que Garcilaso ante “la tenebrosa noche de su partir…”? Y ¿qué mayor entereza que la de los peñones líricos de Manrique, que escucho siempre en la voz de papá, nostál- gica y hundida en la luz de los versos?

“Y consiento en mi morir con voluntad placentera clara, pura…” ¿Qué mejor voz para decirle

530 “Partid con buena esperanza…”? Y para decir como decía Estévez, como dicen todos, “que aunque la vida perdió dejonos harto consuelo su memoria”?

He recibido cartas y telegramas y recortes. Uno tras otro reviven la ternura del hermoso telegrama de ustedes. Carlos Augusto me envió las últimas fotos del viejo, amén de una bella carta. Tío Raúl nos es- cribió, lleno de aliento y afecto y espíritu.

Me despido Ela y Antonio. ¡Animo para ustedes, ánimo para doña Rosa, que me maravilla con su entereza; ánimo, para que se quede en los de hoy y en los que vienen la buena semilla que tuvimos la di- cha de recibir!

Reciban el más largo de mis abrazos,

Alberto

P.D. Pienso, a mi regreso, preparar una edición crítica del poema Florentino y El Diablo, desde sus primeros esbozos en la primera edi- ción de las Glosas, la versión de El Nacional, segundas Glosas y últi- mo Florentino. En un escritor tan dado a corregir, este tipo de ediciones es invalorable para toda investigación crítica venidera. Elita, creo que tú y yo debemos emprender la tarea de una edición crítica de las obras completas. Para ello debes pensar en otro tomo, de cuya edición te encargarías, de prosa: ensayos perdidos en la prensa a lo largo de más de 40 años, discursos, notas críticas etc. Luego editaríamos tú y yo el resto de los poemas. Para poder llevar a cabo estos propósitos con la seriedad debida, es preciso que cuides ce- losamente los papeles de papá, que los guardes de inmediato bajo lla- ve y, apenas tengas tiempo, que los comiences a revisar. Entre ellos hay, de inapreciable valor: a) la primera versión, inédita, de Floren- tino. El primer acto de una pieza en prosa y verso, para teatro, lla- mada “Las mocedades de Florentino”(que iría en la edición crítica de

531 Florentino) b) los únicos tres fragmentos de un libro en prosa, desa- parecido, anterior, creo, a las Glosas, cuyo título probable iba ser “Savia de la Copla”. Sería publicado en el tomo sobre prosa. Cuida también los libros que tengan anotaciones marginales. Apenas en- cuentres esos fragmentos, hazles copias fotostáticas. Esta edición crí- tica de las obras completas de papá, sería un bello homenaje que le haríamos.

(Nota para mi hermano Alberto, quien hace varios años nos dijo adiós…

Albertico: Hoy es día de mamá. Hoy es 30 de agosto de 2018, día de Santa Rosa y de nosotros cuatro como familia: papá, mamá, tú y yo. Y al releer y transcribir tu carta, siento que de una forma amorosa y sencilla, mi libro es una parte del homenaje que deseabas para nuestro padre. Siento que estamos juntos en este compromiso. Que estás aquí conmigo. Y que tengo el deber de terminar mi obra por ti y por mí. ¡Ven a ayudarme tú! ¡Ven a guiarme como siempre lo hiciste, querido hermano!)

Último poema En enero de 1970, y con motivo del Año Nuevo, el poeta Carlos Augusto León dio un regalo especial a sus amigos. Era el poema “La Cosecha”, hermosamente diagramado e ilustrado. El ejemplar que dedicó a mi pa- dre tiene la siguiente dedicatoria: “ Para Alberto, – no sé si más grande como poeta o como amigo -, cuya cercanía es abono de mi cosecha. Feliz 70 con Rosa y todos los suyos. Carlos Augusto. El poema dice así:

Este año el guayabo tuvo buena cosecha: más de una vez la dimos por concluida y amanecía de nuevo amarillo de frutas. También el aguacate más que nunca antes

532 fue fecundo. Y floreció por vez primera la rara orquídea de flores mariposas. El café está cargado: todas sus ramas se doblegan al peso de los granos. Yo también este año he escrito muchos versos. Pienso que hay alguna secreta relación en todo esto: que no porque carezca de raíces dejo de estar plantado en esta tierra.

Al recibir tan apreciado obsequio, mi padre respondió al querido amigo. Fue éste su último poema:

Respuesta a “La Cosecha”

mensaje navideño de Carlos Augusto León:

Porque tus versos aprendí a soñarlos, sed de lo inmóvil errando en tu flecha traspone lindes de tu huerto, Carlos, la espiga sagital de tu cosecha.

Alados iris de orquídeas recabas, al pie del aguacate florecido. Doran tu verde maduras guayabas. Sueña el aroma en tu café dormido.

Pulsas tu campo sereno, en la pura sien de la tierra. Dones que recatas decoran la honda paz de tu espesura, entre hojas de tus libros y tus matas. Ramajes de tu fe, donde se asombra

533 el sol y abre la luna linda brecha. ¡Qué aire de hamacas respira tu sombra! ¡Qué olor de almo futuro, tu cosecha!

Alberto Arvelo Torrealba Caracas, 1970 111

111 Publicado en el Papel Literario de El Nacional, el 4 de abril de 1971.

534

Capítulo 39

Semana de Arvelo Torrealba.

En la Casa de la Cultura de Barinas, entre el 18 y el 25 de mayo de 1971, se realizaron actos extraordinarios en honor a mi padre, quien había falle- cido dos meses atrás. Esta demostración de cariño y respeto estaba siendo planificada desde hacía cierto tiempo, cuando el homenajeado todavía vivía. Y él estaba dispuesto a viajar a Bari- nas, no solamente para asistir al acto de reconocimiento que se le ofrecía, sino para reunirse con sus viejos amigos de infancia y juventud, que todavía se hallaban en la región.

Por otra parte, uno de los aspectos fun- damentales del homenaje, era el bautizo y presentación del libro Caminos que andan, que papá había escrito y publicado en Bo- livia. Ahora era reeditado por la Goberna- ción y la Asamblea Legislativa del estado Barinas, en versión corregida y aumenta- da. El libro estaba casi listo y tan solo fal- taban algunos detalles, en los cuales traba- jaba el coplero.

Desgraciadamente, su inesperado falleci-

535 miento, acaecido el domingo 28 de marzo, casi al amanecer, le impidió realizar los deseos de volver a su tierra. Todo fue conmoción a partir de ese instante. Pero a pesar de la tristeza de sus paisanos, los planes del evento siguieron adelante. No estaría él de cuerpo presente, pero su espí- ritu estaría allí, entre los suyos. De eso estaban seguros.

Los preparativos se hacían ahora con una suerte de nostalgia, de devo- ción creciente. Se imprimió el libro, y en su portada destacaba la última fotografía de mi padre, tomada por su amigo Carlos Augusto León, dos semanas antes…

El Programa de Actos era extensísimo. ¡Siete días completos de activida- des conmemorativas, para honrar la memoria de un poeta! Se mostraban eventos de variada índole, todos cargados de una profunda significación: develación de un retrato del homenajeado, exposiciones de pintura, reci- tales de versos, demostraciones de folklor, presentación de danzas, actua- ción de corales, eventos culturales en diversos poblados, representaciones de piezas teatrales, actuación de las bandas escolares, conjuntos musicales y conciertos de gala. El pueblo entero de Barinas quiso hacerse presente en esos días tan especiales, que fueron duelo y alegría al mismo tiempo…

Entre tantos eventos importantes, destacaron las conferencias que, sobre la obra poética de Arvelo Torrealba, dictaron los escritores, profesores y críticos barineses Alexis Márquez Rodríguez y Orlando Araujo.

El día 24 se mostró ante el público la Segunda Edición de Caminos que an- dan. Las inspiradas frases de presentación estuvieron a cargo del licencia- do César E. Cova, quien inició su intervención de esta manera:

Con la venia de tu voz, expirada con el tono destellante de tu exqui- sita sensibilidad de barinés y venezolano, llegue al santuario de tu memoria, excelso poeta del sentimiento y el drama de la tierra nues- tra, lo que te ofrecimos cuando aún tenía aliento tu existencia.

Ahora te hablamos en tus coplas, en tus décimas y romances: en la sangre de los tuyos y con las palpitaciones de quienes te tenemos asido en el éxtasis de todo el mundo mágico que creaste. Porque allí

536 no morirás y seguirás los miles rumbos de Quitapesares: porque no se secarán las aguas del jagüey, el rocío de los espinitos, las aguas de los tantos ríos pedregosos ni con la sed de verano, porque ya están hechos con tus palabras perennes.

Seguirás siendo acento obligado en la onomatopeya de las infinitas manifestaciones de vida y movimiento, en todos los colores y mati- ces: en todas las emociones y sentimientos que conforman la presen- cia de tu llano. Todo lo que tocaste, amaste y creaste es tuyo y eres tú.

A tu digna esposa doña Rosa Dolores, a tus hijos Alberto y Mariela, Solange y Antonio; a tus nietos, a tu hermana Aura, a quienes le brindaste la poesía de tu amor, sacrificio y nobleza: a todo este pue- blo, lo invitamos a recibir este patrimonio espiritual que te pertenece; manifestaciones de orgullo por ti, de tu Patria y de tu Barinas.112

El último día del homenaje, el 25 de mayo en horas de la noche, el doctor Luis Herrera Campíns pronunció el Discurso de Orden sobre el poeta Ar- velo, quien fue su gran amigo. Allí se extiende en un completo recorrido sobre la obra del poeta, y nos brinda además algunos rasgos resaltantes de su apariencia física, de su persona, de su forma de ser y de vivir. Cita- remos algunas de sus apreciaciones:

…¿Quién que lo conoció no recuerda su estampa de hombre bueno? “Pesaroso en el paso”, nasal la voz que adquiría impensado humor en las anécdotas y énfasis retórico en la declamación; un aire de me- lancolía que le invadía todo el rostro, le daba cierto aletazo de triste- za a la sonrisa y hacía que con aquel típico rictus de su nariz diera la impresión de que estaba aspirando “la dulce flor del ocaso”. En su semblante distraído, llamaban la atención los ojos, como si un impul- so de curiosidad los proyectara hacia afuera, más que a buscar lo que buscaba y otros no veían, a captar la esencia de lo encontrado, su voz y su mensaje. (…)

112 “Presentación de la Obra Caminos que Andan, del poeta Alberto Arvelo Torrealba, en el gran Homenaje a su Memoria, realizado en Barinas el mes de mayo de 1971” Fragmento. Manuscrito original dedicado a la familia Arvelo por su autor, el licenciado César E. Cova.

537 Yo lo traté en Acarigua, en Caracas, en Roma, y cualquiera fuera la posición, el hombre y el amigo eran invariables, sencillos, cordiales, afectuosos, dentro de su aparente sequedad. (…)

Excelente calidad humana la de este poeta que supo coleccionar amigos y que fue siempre refractario al cultivo de enemigos. Tenía el don de hacerse querer, sin desplegar esfuerzos. Todos conocíamos que era excelente esposo y amoroso padre, y que Rosa Dolores, la esposa acarigüeña, y Mariela y Albertico, sus hijos, formaban la más luminosa constelación de cercanos afectos.113

Durante la “Semana de Arvelo Torrealba”, yo estuve en Barinas con mi esposo y mi madre. Emocionados asistimos al reconocimiento que se le hacía a papá. También fue con nosotros mi cuñada Solange, recién llegada de Alemania. Alberto regresó a Venezuela varios meses más tarde, cuan- do hubo terminado su estudio de posgrado.

Ante la ausencia de mi hermano mayor, tuve la obligación y también el honor de presentar mi agradecimiento, frente la sala llena de gente.

Me permito citar las sencillas palabras…

Queridos amigos:

¡Con cuánta dicha recibió mi padre la noticia de este homenaje que le organizaba el pueblo de Barinas! Sin duda fue su última alegría. Y con cuánto cariño conversaba conmigo y con mi madre, sobre el viaje que haríamos juntos. Y no era solamente la satisfacción de reunirse en su tierra con su gente querida, sino que lo llenaba de ilusión pa- sear por la llanura, a la caída de la tarde, como solíamos hacer en los días felices.

Con renovadas energías se dedicó a corregir y revisar los Caminos que andan, para la segunda edición que generosamente le ofreciera el Eje- cutivo del Estado. A su libro - publicado en La Paz hace 19 años-

113 Luis Herrera Campíns. Alberto Arvelo Torrealba (poeta vital de la llanura). Discurso de Orden en la Casa de la Cultura de Barinas, el 25 de mayo de 1971, al clausurar la semana de homenaje al gran poeta. Impreso por ACEA Hnos. Caracas, 1971, pgs. 7, 9, 10.

538 agregó algunos nuevos capítulos y escribió un prólogo que antes no existía. Este prólogo tiene una pequeña historia...

A mediados del año pasado, encontrándose él hospitalizado en una clínica caraqueña, quedamos los dos solos conversando toda una tarde. Papá comenzó a hablarme de su padre, que fue cauchero en el Río Negro, y vivió aventuras increíbles en la selva amazónica. Y también me contó sobre las aventuras de su propia niñez. Algunas veces lo había hecho, pero nunca antes las narraciones habían sido tan ricas en detalles y en anécdotas sorprendentes. Me habló de sus hazañas de canoero sobre las aguas del Santo Domingo, junto a sus compañeros de la escuela. Y me habló de su tío Nicandro, el her- mano mayor de su padre, quien se fue de Barinas, buscando la ri- queza del oro cauchero en las selvas del Sur. Al cabo de unos años se hizo rico y se llevó en sus expediciones a varios miembros de la fa- milia. Entre ellos iba su hermano menor, Pompeyo, mi abuelo, quien estaba muy joven todavía, pero era ya un hombre casado y con larga familia. Mi padre era entonces un niño pequeño, pero aún recordaba la angustia y la pena de aquellos días de pobreza. Me contó de una noche en que su madre, mi abuela Atilia, se acercó a su fiel criada, para decirle: “Cocoíta, mañana no me despiertes, y a los muchachos déjalos dormir todo lo que quieran, porque no amanece ni con qué preparar el guarapo…

Fueron historias tan interesantes las que me contó, que lo entusiasmé a que las escribiera… Pasaban los meses, y él continuaba en su traba- jo de ampliación y corrección de Caminos que andan. Un día me dijo: “¿Sabes una cosa, Elita?, estoy escribiéndole un prólogo al libro, y allí cuento algunas de las cosas que tanto te gustaron…”

La noche del 27 de marzo fui a visitarlo. Lo encontré contento. “Aca- bo de terminar el Prólogo, me dijo. ¡Vamos a leerlo!” Era ya muy tarde y le prometí ir al día siguiente, como lo hacía todos los domin- gos. Fui a verlo muy temprano, pero papá había muerto, con su libro en la mano y su Barinas en el corazón.

Por eso, amigos míos, no es éste el homenaje acostumbrado para un poeta fallecido. Es algo diferente, mucho más intenso. Porque mi pa-

539 dre recibió en gran parte la satisfacción de esta gran muestra de cari- ño que le daba su pueblo y sus hermanos de toda la vida.

Y tuvo la alegría de saber que muchachos andinos y llaneros ensaya- ban sus cantos y poemas, para ser presentados en su honor. Y ahora esos mismos jóvenes, con sus canciones y armonías han hecho por mi padre el más sentido duelo de amor y de esperanza.

Señores, mis palabras no muestran solamente mi agradecimiento, y el de mi madre, y el de mi hermano ausente, sino que traen a ustedes la inmensa gratitud que les dejó mi padre, antes de irse, por caminos que andan hacia el infinito.

540

Capítulo 40

Fallecimiento de Rosa Dolores de Arvelo Torrealba

Guardiana de reliquias. Nuevas actividades. Lágrimas de Año Nuevo. El triste mes de enero. Poema de Carlos Gauna. Adiós a la quinta Mariela.

541 Guardiana de reliquias Un poco menos de tres años sobrevivió mi madre a su marido, el poeta Arvelo Torrealba. Ella, tan llena de virtudes y sonrisas, tan fuerte y opti- mista, tan abnegada y encantadora, se nos marchó de pronto, con un mes agobiante de padecimiento, con solo treinta días para que comprendié- ramos que estaba muy enferma y se nos iba.

Desde el fallecimiento de mi padre, mamá continuó el ritmo de su vida con valor y entereza. Se dedicó a cuidar la casa, a mantenerla bella y llena de flores, limpia y acogedora como siempre, y a ser guardiana de las reli- quias de papá. Así las sentía ella, las reliquias y huellas de momentos pa- sados e inolvidables, que habían pertenecido a su marido. Y por ese motivo no cambió nada de lugar. Simplemente limpiaba y todo regresaba al mismo sitio donde papá lo había dejado: los libros y carpetas, la pluma fuente y los anteojos, corbatas y pañuelos, todo quedaba en orden, en el lugar de siempre.

Nuevas actividades Y así fueron pasando los primeros dos años de su viudez. Pero mi madre estaba todavía llena vida, y le llegó el momento de buscar un cambio, y de pensar en otra actividad que no fuera tan solo organizar la casa y regar el jardín… Y tomó entonces una decisión. Y es que como ella siempre ha- bía deseado dedicar parte de su tiempo a dos actividades que le encanta- ban: la repostería y la costura, se dispuso a cumplir sus deseos… Lo primero que hizo fue inscribirse en un curso avanzado de repostería y en poco tiempo empezó a hacer tortas exquisitas, con los más finos pastilla- jes y figuras de azúcar, que sus amigas le encargaban para bautizos y cumpleaños. En cuanto a la costura, estaba dando los primeros pasos para montar su taller casero, con la máquina Singer en el centro, y un mesón y una silla, como únicos equipos de trabajo. En la imprenta le hicieron las tarjetas con la inscripción siguiente:

Rosa de Arvelo. Experta en Cortinajes y Decoración

542 Y en los últimos meses del 73, le empezaron a llegar encargos para hacer las cortinas y edredones de sus amigas de El Paraíso.

Pero de pronto mamá cayó enferma y mantuvo en secreto su repentino padecimiento.

Lágrimas de Año Nuevo Como era la costumbre desde que mi madre quedó sola, a través del telé- fono nos comunicábamos dos veces al día: en la mañana me llamaba ella, y en la noche la llamaba yo… Y además nos veíamos durante la semana. Cada domingo visitábamos la tumba de papá, y llevábamos ramos de claveles rojos para adornarla. Madre siempre vestida de negro, de pies a cabeza, porque no quiso nunca quitarse el luto rígido, durante los tres años de viudez.

Juntas salíamos para la iglesia o el mercado, e íbamos de compras al cen- tro de Caracas o a las bonitas tiendas de Sabana Grande. Y siempre juntas planificábamos cualquier evento de la familia, como el cumpleaños de uno de mis niños, primeras comuniones o las festividades navideñas.

El 24 de diciembre de 1973, celebramos en nuestra casa de Prados del Este el nacimiento del Niño Jesús. Y mamá estaba con nosotros. Siete días más tarde, el 31 de diciembre, nos reunimos con ella, en su casa de El Paraíso. Era una sencilla reunión familiar, para recibir juntos el Año Nuevo. No noté nada extraño en su comportamiento ni en su semblante. Atenta y cariñosa como siempre, pendiente de sus nietos, del obsequio y la cena que pronto iba a servirse. Un poco más delgada, nada más. Y sin embargo me llamó la atención que cuando repicaron las doce campanadas de la medianoche, cuando abrazó a mis hijos y a mi esposo, cuando me abrazó a mí, su mirada se llenó de lágrimas… ¡Y mamá no lloraba sin que yo co- nociera los motivos!

¿Por qué lloraba ahora? Ya de la muerte de mi padre habían pasado casi tres años y poco a poco nos fuimos liberando de la gran tristeza… ¿Por

543 qué lloraba ahora, cuando nos parecía que seríamos de nuevo felices? No quise preguntarle, ni comentar con nadie mi estremecimiento, mis súbitos temores, pero una mala sombra se quedó en el instante del Año Nuevo.114

El triste mes de enero El día siguiente, el 1º de enero de 1974, mi madre me llamó por teléfono para decirme que se sentía mal, y que ya había llamado a tío Raúl con el fin de informarle.115

Cuando llegamos a la quinta Mariela, ya tío Raúl estaba allí y había to- mado la decisión de hospitalizar a mamá de inmediato.

-No hay tiempo que perder - nos dijo con voz grave - Creo que Rosa Do- lores tiene una severa obstrucción intestinal. Ya hablé con el especialista que va a atenderla ahora mismo.

Nos fuimos a la clínica Sanatrix, donde mi madre fue ingresada de emer- gencia y operada al día siguiente. Diez o doce días más tarde debimos trasladarla en ambulancia al Centro Médico de Caracas, donde, tras ser diagnosticada de cáncer de colon, fue sometida a una segunda operación.

Médicos y enfermeras se veían alarmados ante la inesperada gravedad de la ilustre señora, la viuda del poeta, querida y respetada por decenas de amigos que, al enterarse de la noticia, llegaban a la clínica, sobrecogidos, para tener noticias sobre su salud. Mas, desgraciadamente, en vez de me- jorar, la situación se complicaba minuto a minuto. Los mejores galenos - presididos por el Dr. Armando Márquez Reverón - la atendieron devota- mente, se realizaron juntas médicas, se buscaron salidas desesperadas, pero al final ya nada pudieron hacer.

114 Después, cuando ya todo había pasado y mamá se había ido, su empleada Anita me contaba que desde hacía algunas semanas mamá tomaba pastillas calmantes, para aliviar sus fuertes dolores. Pero le había prohibido que nos lo dijera, para no preocuparnos. 115 Su hermano médico, el doctor Raúl Ramos Calles.

544 Y allí, en el Centro Médico de la urbanización San Bernardino, el 31 de enero de 1974, falleció mi madre querida. Tenía 67 años.

Cuando me acerqué a ella para besarla y abrazarla, y sentir que me daba su bendición, retiré de su dedo el aro de bodas. Desde entonces yo llevo dos anillos juntos. Nunca jamás me los he quitado. Uno tiene grabado el nombre “Antonio”, el otro lleva el nombre “Alberto”.

Quedamos consternados y abatidos. Las manifestaciones de sentido due- lo fueron numerosas. Y al sepelio fue gente no solamente de Caracas, sino de Barinas, El Tocuyo, Valencia, Barquisimeto y Acarigua, donde ella ha- bía sembrado imborrables afectos.

Las más bonitas flores se colocaron en su tumba. Y fueron pronunciadas emotivas palabras.

Poema de Carlos Gauna El poeta Carlos Gauna le dedicó un poema, que luego fue transcrito en la tarjeta In Memoriam, el 28 de febrero de 1974, cuando se cumplía el primer mes de su fallecimiento:

Testimonio Vital

Ante la muerte de Rosa Dolores Ramos Calles, viuda del insigne poeta Alberto Arvelo Torrealba.

Se marchó Rosa Dolores cielo arriba, llano abierto, por los rumbos que hizo suyos la voz del poeta Arvelo. Se nos fue como viniera, templada en luz de silencio, iluminada en la gracia de su novio y compañero,

545 musa de perenne encanto, en el taller hogareño donde forjó la ternura de Marielita y Alberto y fue miel en la amistad de cuantos la conocieron como madre y como esposa del gran cantador llanero.

Se marchó Rosa Dolores “dice el capacho del viento” y el cuatro se quedó mudo “hundido en su sentimiento”, frente a la tarde que muere para que viva el lucero que soñó Arvelo Torrealba “en su mirar estupendo”: ese mirar que tenía todo el sol acarigüeño. Doña Rosa, le decíamos en obligado respeto a su condición de dama del más sencillo abolengo: el que le venía de cuna y le florecía de pueblo.

Por allí debe andar Gibbs ese lírico archivero, albacea testamentario en la memoria del verso. Acudo a él con tristeza, con emoción de llanero, con la lágrima que brota sin derramar el estero, para que juntos hagamos un alto en el sentimiento y guardemos para Alberto Arvelo Torrealba, muerto, y para Rosa Dolores,

546 dolor de rosa en el tiempo, una cayena muy roja encendida en el recuerdo.116

Adiós a la quinta Mariela También la casa de mis padres tuvo un lugar en esta historia, que ahora está próxima a terminar. Y a la casa también le dijimos adiós.

Tras el fallecimiento de los dueños, nos correspondió a mi hermano y a mí la tarea dolorosa de desocupar la casa íntegramente. Cestos y cestos de papeles que yo leía con los ojos nublados. Cestos y cestos de recuerdos que se lanzaban al vacío…

Vendimos unas cosas, regalamos otras, y nos quedamos con algunos obje- tos de gran valor sentimental para cada uno de nosotros. Los libros jurí- dicos de papá los donamos a la Biblioteca Nacional, y otras cientos de obras de su magnífica biblioteca, principalmente las literarias, las repar- timos equitativamente entre los dos: mi hermano se llevó las suyas a su casa de Mérida y yo llevé las mías hasta mi casa de Prados del Este.

Todavía debíamos terminar de pagar la cuantiosa deuda que nos había quedado de las dos clínicas y de las dos operaciones. La casa estaba hipo- tecada y Alberto y yo teníamos una serie de obligaciones por cumplir. No quedó entonces más remedio que vender la vivienda de El Paraíso: la muy querida quinta Mariela de nuestra infancia y juventud. Fue de nuevo otro duelo, otra tristeza. Muy diferente de los otros duelos, pero que una vez más me hizo llorar.

116 Manuscrito original de Carlos Gauna, dedicado a los hijos de doña Rosa.

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Capítulo 41

Honor a su recuerdo

1.-Liceo “Alberto Arvelo Torrealba”. Inauguración. Un poco de historia. Informaciones básicas. Himno del Liceo. 2.- Municipio “Alberto Arvelo Torrealba”. Características. Celebración de los 20 años del municipio Alberto Arvelo Torrealba; 19 de abril, 1995. 3.-Museo “Alberto Arvelo Torrealba”. Inauguración. Primer recorrido por el museo. Otras visitas. El “Barinasuchus arveloi”. Condecoraciones y otros reconocimientos recibidos por Arvelo Torrealba y donados por sus hijos al museo.

Después de la partida de mi padre, el pueblo entero de Barinas quiso rendirle honor a su recuerdo. Y lo hizo de manera extraordinaria, con un Liceo, un Museo y un Municipio, que desde entonces llevan su nombre. De las tres importantes realizaciones estaremos hablando en las siguien- tes páginas.

1.-Liceo “Alberto Arvelo Torrealba”

Inauguración. El liceo “Alberto Arvelo Torrealba” fue inaugurado el 18 de septiembre de 1971, durante el período constitucional del doctor Rafael Caldera, un gran amigo de mi padre, quien había sido electo presidente de la Repú-

548 blica en diciembre de 1968, el mismo año en que juntos hicieron una corta visita a Barinas.

El día siguiente de la inauguración, domingo 19, el diario El Nacional in- formaba sobre la gira hecha por el presidente Caldera a Barinas, con la finalidad de inaugurar varias obras ejecutadas por el Gobierno Nacional y la administración de la región. En el artículo se nombran los funcionarios gubernamentales que acompañaron al Primer Mandatario desde Caracas, y luego se apunta lo siguiente:

También vino la viuda del poeta Alberto Arvelo Torrealba, Rosa Ramos Calles, quien fue invitada especial a la inauguración de un li- ceo que lleva el nombre de su difunto esposo…

A continuación se citan las palabras del doctor Caldera, en el momento de inaugurar el nuevo plantel educativo:

Estoy muy contento de asistir a la inauguración de este edificio am- plio, moderno, funcional, sobrio, pero con toda la dotación indispen- sable para que cumpla la gran función de servir a la juventud…

A este liceo se le ha dado el nombre del gran poeta llanero Alberto Arvelo Torrealba, figura de mucho relieve en la pléyade de los can- tores de la llanura que encabeza Lazo Martí y que en las poesías de Arvelo traduce, al mismo tiempo que un amor apasionado al paisaje, una comprensión generosa del alma popular venezolana.

En la fotografía que ilustra la nota periodística se ve a mi madre, vestida de negro y sentada al lado de Rafael Caldera, durante el acto de inaugu- ración.

549 Un poco de historia La Unidad Educativa “Alberto Arvelo Torrealba” se inauguró en Barinas seis meses después del fallecimiento del poeta, durante la gestión del go- bernador Luciano Valero.

Aunque el gran edificio estaba todavía en construcción, a comienzos de 1971 se decidió que el liceo llevaría el nombre de un poeta querido y ad- mirado por sus hermanos barineses. Y Arvelo Torrealba, que se encontra- ba enfermo allá en Caracas, recibió complacido el generoso ofrecimiento. Se sentía halagado en extremo, y así lo comentaba entre los suyos:

-Un liceo con mi nombre es un honor inigualable. ¡Es el mejor regalo que mis paisanos pueden hacerme!

Y pronunciaba estas palabras con la sonrisa de gratitud. Él había sido educador durante muchos años. La docencia había sido para él una su- prema vocación. Desde sus tiempos de bachillerato hasta el año 40, había dictado clases en escuelas, colegios y liceos del país. Arvelo era un maes- tro, en toda la extensión de la palabra… Y por ese motivo, aquella buena nueva de un instituto educativo con su “nombre de pila grabado en la fa- chada”, con su presencia en los salones y en los campos de juego, lo llenó de esperanza y orgullo. Y empezó a hacer proyectos para su liceo.

Tenía deseos de ver el edificio terminado, de caminar despacio por los corredores, de entrar con los muchachos en las aulas, de conversar con ellos, de organizar con ellos la biblioteca y el laboratorio, de hablarles de los libros que había escrito, de darles los consejos necesarios, y de decirles algún día “Hay que aprender a ser hombre, de trabajo y con honor ”, co- mo había aconsejado, 30 años atrás, a los muchachos del IREL.

Sin embargo la suerte no quiso ayudarlo. Fue un destino adverso. Y el profesor Alberto Arvelo no pudo estar presente en la inauguración de su liceo.

550 Informaciones básicas Ubicado en la parroquia Rómulo Betancourt, avenida Rómulo Gallegos con avenida Bachiller Elías Cordero del municipio Barinas, el extenso y abierto liceo pertenece al sector escolar A-31B y al distrito escolar 4. Su extensión de terreno es de una hectárea, aproximadamente. Desde su fundación, ha sido un elemento educativo de especial importancia, consi- derado de primer orden, un centro indispensable de instrucción para la muchachada barinesa. La fresca construcción está rodeada de árboles, ba- jo los cuales hay bancos dispersos. Y numerosos grupos de estudiantes que se sientan a hablar, a estudiar, a cantar y reír…

Himno del Liceo Cuando mi hermano Alberto y yo visitamos la institución, atendiendo a una cordial invitación del gobernador Luciano Valero, los directivos del plantel nos comentaron que el instituto aún no tenía un himno propio. Entonces propusimos utilizar el viejo y hermoso Himno del IREL, con le- tra de Arvelo Torrealba y música del maestro Juan Bautista Plaza.117 De igual manera, sugerimos hacer unos mínimos cambios a la letra, para adaptarla a la nueva institución… Donde la letra original decía:

“… para pagarle a la Patria lo que la Patria nos dio”, sugerimos cambiar por: “para vivir en la Patria que Alberto Arvelo soñó.” La idea tuvo una favorable acogida por el gobernador y por los directivos del liceo, y apenas regresamos a Caracas buscamos la partitura del maes- tro Plaza, que teníamos guardada entre los más preciosos documentos.

117 Sobre el himno del IREL hablamos extensamente en el capítulo 15 de este libro.

551 Lamentablemente, la partitura que teníamos, y todavía conservamos, co- rresponde a la segunda voz, y no poseíamos la partitura de la primera voz, la cual marca la pauta de la melodía. Entonces grabamos con un equipo casero un cassette con la música y la letra del himno, tal y como mi hermano y yo lo recordábamos; copiamos la letra en la máquina de escri- bir y de inmediato remitimos el material, por correo expreso, al liceo de Barinas. Pero nunca supimos qué pasó después… Hasta ahora, muchos años más tarde:

Y es que cuando el doctor Gehard Cartay Ramírez, en su reciente libro Baquiano, volando rumbos, habla sobre el “Liceo Alberto Arvelo Torrealba”, transcribe la letra del Himno del Liceo , la misma letra del Himno del IREL de la cual tenemos la partitura, y que enviamos desde Caracas hasta Barinas. Cartay informa: “tomado de una publicación oficial del Liceo Al- berto Arvelo Torrealba, sin fecha, con motivo del tercer aniversario de la institución.118

Por esta información suministrada, comprendimos que sí fue recibida y aceptada la sugerencia que mi hermano y yo hicimos al liceo, hace ya casi 50 años. Comprendimos que el himno de la institución tiene la misma le- tra que escribió el poeta para el Internado Rural El Libertador, IREL, cuando era presidente del estado Barinas. Pero quedamos sin saber nada sobre la música… ¿Con cuál música se canta el Himno?... Nos propone- mos averiguarlo.119

2.-Municipio “Alberto Arvelo Torrealba” 120 En la década de los años 70, algunos distinguidos sabanetenses unieron sus esfuerzos para convertir el distrito Sabaneta en municipio. Una vez

118 Gehard Cartay. Obra citada, pg. 230. 119 En el Capítulo 44 sabremos la respuesta… 120 Conviene señalar que la información sobre el municipio “Alberto Arvelo Torrealba” la hemos obtenido, casi en su totalidad, a través de Internet. Por lo tanto no es nuestra la investigación. Es una información básica, a nivel turístico, para los visitantes de la zona.

552 logrado ese propósito, se le dio al nuevo municipio el nombre del recor- dado poeta barinés Alberto Arvelo Torrealba, quien había fallecido cuatro años antes.

El municipio se creó oficialmente el 19 de abril de 1975, por disposición del Consejo Legislativo Regional y cuenta con bandera, escudo e himno oficial.

Características “Alberto Arvelo Torrealba” es uno de los 12 municipios que forman el estado Barinas y está ubicado al Noreste de la entidad regional. Comienza en el piedemonte andino y bordea en buena parte el Estado Portuguesa. Tiene una superficie de 769 Km. 2, y su población, para el año de 2011, era de 41.232 habitantes. La capital del municipio es Sabaneta, y sus límites son: por el Norte, estado Trujillo; por el Sur, municipio Obispos; por el Este, estado Portuguesa y por el Oeste, los municipios Cruz Paredes y Ro- jas.

Ubicación del municipio Alberto Arvelo Torrealba en el estado Barinas

El municipio se divide en dos parroquias: Sabaneta, capital Sabaneta, y Juan Antonio Rodríguez Domínguez, capital Veguitas. Los principales poblados del municipio son Masparro, Veguitas, Santa Rita, Los Rastro- jos, San Hipólito, Calceta y Sabaneta.

553 El relieve está formada por una superficie plana y alta, (un promedio de 470 metros sobre el nivel del mar) que comienza en las últimas estribacio- nes de Los Andes y se dirige con pendiente imperceptible hacia el Sur, uniéndose con las sabanas del centro barinés, en forma de bancos, bajíos y esteros.

Su sistema hidrográfico está conformado por los ríos Masparro y Boconó. Destacan en el municipio los embalses de los dos ríos. Un centro turístico bastante frecuentado por los lugareños y visitantes de la zona es el bal- neario natural Pozo el Tolón, en el río Boconó, a 400 metros del centro poblado de Veguitas.

El clima es tropical de sabana con dos estaciones: invierno, de mayo a no- viembre; verano, de diciembre a abril.

La vegetación es la típica de sabana. Al Norte destacan los bosques de grandes árboles con espeso follaje. Al Sur predominan los arbustos y gramíneas.

La fauna llanera es muy variada en este municipio barinés: Abundan los conejos de monte, cachicamos, picures, lapas, venados, chácharos y ser- pientes… También se distinguen diferentes especies de aves: chocolate- ros, cristofués, cucaracheros, pericos, arrendajos, colibríes, zamuros, alcaravanes… En los ríos se encuentran numerosas especies de peces, como cachama, bocachico, chorrosco, coporo, palometas y bagres.

Por la fertilidad de sus tierras, la economía de la región se basa en la agri- cultura y la ganadería. Los principales productos agrícolas son arroz, maíz, caraota, frijol, caña de azúcar, ajonjolí, girasol, plátano, cambur, pi- ña, lechosa, patilla, tomate y pimentón. Al ganado de leche y de carne se une la cría de búfalos, de porcinos, ovinos y caprinos.

En cuanto a los aspectos culturales, gran parte de los eventos del munici- pio, se realizan en la Casa de la Cultura Eduardo Alí Rangel, dedicada al poeta de su nombre. El gran sabanetense nació en 1915 y murió a los 97 años, en octubre de 2012.

554 Una de las manifestaciones culturales más importantes del municipio es la de los Diablos Danzantes de San Hipólito. Se dice que el grupo se for- mó en 1810, y su tradición se ha conservado por varias generaciones. Los Diablos bailan polka, pero también joropo y merengue, acompañados por mandolina, guitarra grande, cuatro y maracas. Usan guantes, camisa manga larga y flecos multicolores. Su vestimenta es colorida y llaman la atención las máscaras de taparo que se ponen para bailar. Por cierto que en la parte inferior del escudo del municipio, pueden verse dos de estas máscaras. Los Diablos bailan ante el público el 24 de junio, día de San Juan.

Otro evento tradicional de la región es el Velorio de la Virgen del Car- men. El 15 de julio, al anochecer, sale la procesión de la Virgen del Car- men, acompañada con música. La fiesta popular y religiosa dura hasta el amanecer del 16, cuando se pagan las promesas ofrecidas a la Virgen. La festividad termina con la misa solemne, a las 6 de la mañana.

También son importantes las fiestas agropecuarias en honor a la Virgen del Rosario. Se realizan en Sabaneta, del 27 de septiembre al 7 de octubre. Para la conocida celebración, concurren visitantes de distintos poblados. Se presentan exposiciones artesanales y agropecuarias y divertidos juegos tradicionales como palo encebado, cochino encebado y carrera de sacos.

Pero las principales fiestas de la parroquia Sabaneta son en honor a la Santísima Trinidad, y se celebran con el oficio de ocho misas, entre el 17 y el 25 de noviembre. El día de la Santísima Trinidad, cuando termina la procesión, se inician las fiestas populares. En estos días festivos los luga- reños se preparan para divertirse, adornan con guirnaldas las calles y las plazas, las muchachas estrenan ropa nueva y se realizan juegos tradicio- nales como las bolas criollas, el tesoro escondido, toros coleados y carre- ras de cintas.

La gastronomía del municipio “Alberto Arvelo Torrealba” es reconocida por su auténtico sabor barinés. Se destacan los siguientes platos típicos:

555 Carnes: Ternera asada en vara, entreverao llanero, picadillo de carne seca, piscillo de chigüire, carne de baba. Carne de cacería asada en brasas: lapa, chácharo, picure, venado, conejo. Dulces barineses: de lechosa, higo, guayaba, toronja y coco. Bebidas típicas: licor de cubarro, ponche de San Juan, chicha de maíz y vino de palma.

Celebración de los 20 años del municipio Alberto Arvelo Torrealba: 19 de abril de 1995 El municipio que nos ocupa suele celebrar con verdadero júbilo el aniver- sario de su fundación, el cual coincide con la fiesta patria del 19 de abril.

Hemos conservado por más de 20 años un ejemplar de la Revista Imagen de Barinas, Año V, No. 38, correspondiente al año 1995, donde se encuen- tra un interesante reportaje de dos páginas – ilustrado con 8 fotografías y realizado por César Villamizar Trejo - sobre la celebración de los 20 años del municipio Arvelo Torrealba. Como un ejemplo de lo que son estas multitudinarias celebraciones aniversarias, queremos compartir el conte- nido del reportaje con nuestros lectores…

Bajo el titular de “Pueblo unido celebró los 20 Años del municipio Alber- to Arvelo Torrealba”, la revista informa: “ Personalidades de la región, encabezadas por el gobernador Gehard Cartay Ramírez y el alcalde Humberto Delgado, festejaron el nuevo aniversario de este pujante muni- cipio que lleva por nombre el del insigne poeta Alberto Arvelo Torreal- ba.”

La población del municipio se reunió en Sabaneta, para acompañar a sus representantes en cada uno de los actos programados. Allí el alcalde y el gobernador fueron los anfitriones de las ceremonias que tuvieron como invitados especiales, entre otros ilustres barineses, a Alexis Márquez Ro- dríguez, Eleazar Díaz Rangel y Eduardo Alí Rangel. El acto central fue la

556 sesión solemne de la alcaldía, la cual tuvo como orador de orden al Dr. Amador Castillo Silva.

Una misa ofrecida por las necesidades del municipio fue celebrada en la iglesia de Sabaneta, y posteriormente se hizo una ofrenda floral en la Pla- za Bolívar, ante la estatua del Libertador. De igual manera, en el marco de esta celebración, fue inaugurada la Casa de la Cultura “Eduardo Alí Ran- gel”, en presencia del poeta homenajeado.

Comenta el periodista César Villamizar que 34 personalidades de la re- gión recibieron ese día la Condecoración 19 de abril. Y que además… “La alegría se acrecentó al atardecer con la intervención del taller de arte lla- nero y la leyenda de “Florentino y el Diablo”, cuyo autor es precisamente Arvelo Torrealba; las danzas de la Unellez, Banda Show Tocuyo y los Diablos de San Hipólito. A este espectáculo musical asistió todo el pue- blo, que festejó por todo lo alto los primeros 20 años del municipio Alber- to Arvelo Torrealba”.

3.-Museo “Alberto Arvelo Torrealba”

557 El Museo “Alberto Arvelo Torrealba”, sobre el cual comentamos breve- mente en el Prefacio de este trabajo, tiene como sede una antigua mansión de la ciudad de Barinas, declarada Monumento Histórico Nacional y co- nocida como la Casa de los Pulido o Casa Pulideña.

Esta imponente casa colonial fue mandada a construir a finales del siglo XVIII por don Manuel Antonio Pulido, un poderoso y noble caballero, dueño de propiedades y de grandes riquezas en el estado. Es ya de todos conocido que en los regios salones de la casa, en 1813, se celebró un sun- tuoso baile en honor a Simón Bolívar. Y que por todo el medio de la calle, frente a sus ventanas, desfilaron mil caballos rucios que el Marqués del Pumar le había regalado al Libertador, como aporte a la gesta patriótica.

Un capítulo entero podría escribirse; todo un libro tal vez, sobre la histo- ria de esta casa y de los miembros de la familia que vivieron en ella, gene- ración tras generación. Mas debemos pasar sin detenernos, y saltar sobre el tiempo que nos separa de la famosa fiesta donde bailó el Libertador…

Porque después de doscientos años de existencia, esa histórica Casa Puli- deña se ha convertido en un museo: desde julio de 1981, la espaciosa vi- vienda – ubicada a una cuadra de la Plaza Bolívar - pasó a ser sede del “Museo Alberto Arvelo Torrealba”

La institución fue creada, no solamente con el propósito de difundir, pro- teger y estudiar la obra literaria y los objetos personales del poeta Arvelo y su familia de escritores (su madre doña Atilia y sus primos-hermanos Alfredo y Enriqueta Arvelo Larriva), sino para mostrar a cada visitante, la cultura integral del Llano y los llaneros. Esto llegó a lograrse a través de un trabajo minucioso de investigación, recolección y organización de los cientos de objetos que el hombre de los Llanos ha tenido consigo, y van por siempre unidos a su forma de ser, a su manera de vivir, a su ambiente y su historia.

Como se ha comentado, la creación del Museo - primero de su tipo en Venezuela - fue iniciativa del presidente de la República, Luis Herrera Campíns y de su ministro de la Cultura, poeta Luis Pastori. Y estuvo a

558 cargo del Ministerio de Estado para la Cultura y la Gobernación del esta- do Barinas, representada por el gobernador Luis González Puerta.

La institución fue diseñada y estructurada desde sus inicios por el museó- logo y crítico de arte Rafael Pineda, Comisionado del Ministerio de la Cultura. Pineda residió en Barinas durante varios meses, sin moverse de allí, trabajando a tiempo completo con verdadera dedicación, en la orga- nización de los espacios para exponer las colecciones.

El reto era importante, porque como hemos dicho, no solamente se trata- ba de proyectar la vida y obra de Arvelo Torrealba, sino la de su madre y primos poetas. Además, con la finalidad de dar a conocer la esencia mis- ma del llanero, en sus vivencias culturales, Rafael Pineda utilizó, según palabras suyas, “las normas universalmente consagradas como las más apropiadas, cuando se trata de diseñar, organizar y montar museos”.121

Inauguración El 7 de junio de 1981 viajé a Barinas con mi esposo e hijos, junto al presi- dente Herrera Campíns, quien nos había invitado a acompañarlo a la inauguración del Museo. Mucho era mi entusiasmo, puesto que estaba comprometida cien por ciento con el proyecto. Me sentía parte integrante de él, desde el momento del inicio, porque había compartido paso a paso, las buenas nuevas de los avances y adelantos, pero también la angustia con cada contratiempo que se iba presentando, y del cual me informaba mi buen amigo Rafael Pineda. Por otra parte, yo había brindado siempre, con entusiasmo y buena voluntad, toda la ayuda que se me había solici- tado.

La ceremonia inaugural fue inolvidable. Hicieron uso de la palabra Eduardo Alí Rangel, mi hermano Alberto Arvelo Ramos, el ministro Pas- tori y el presidente de la República. Entre otras reflexiones, Luis Herrera expresó:

121 Pronto, Barinas 1 de junio de 1981.

559 … Este “Museo Alberto Arvelo Torrealba” es el primer museo que tienen los Llanos venezolanos… Desde la muerte del poeta tuve siempre esta idea, de que acá en Barinas, una tierra de gente que tie- ne tanta afición por la cultura y por los valores del espíritu, se hiciera un museo en su honor ... Para él y para todos los de esa familia que tanto lustre le ha dado a nuestra vida intelectual y pública. Y para todos los poetas, los escritores, los amigos de la cultura, los artistas que han brotado de esta tierra generosa y fecunda…

En otra parte de su discurso, pronunció estas palabras:

Este es un museo para albergar las mejores impresiones, sensaciones y sentimientos del Llano. Este es el museo de un poeta que cantó a las cosas que a todos los llaneros nos son familiares desde la infancia y que ya se nos van esfumando, unas veces por vías del progreso, otras veces marginadas por los embates de la transculturización que sufre nuestro país…122

Primer recorrido por el Museo El primer recorrido por el Museo nos causó - a mí y a mi familia - una emoción inusitada. La imponente casona inspiraba respeto. Provocaba callarse, que todo el mundo se callara para escucharla hablar y contar sus secretos de varios siglos…

Allí estaban las fotos de mi padre, en grandes paneles tamaño natural, y las vitrinas con sus libros y manuscritos, perfectamente organizados e iluminados, y sus objetos personales, su portafolios y pluma fuente, su pipa, su pumpá, el óleo de flores que él pintó una vez, varios de sus dibu- jos a plumilla, y hasta la partitura de un rítmico vals, compuesto por mi padre, que su consuegro y compositor don José Ángel Rodríguez López transcribió musicalmente. Y las telas bordadas por mi madre adquirían ahora una nueva presencia, una nueva importancia…¡Dios mío, cuánta hermosura en las abiertas salas de la casona!

122 El Nacional, lunes 1 de junio de 1981.

560 Pero no era solamente eso, sino mucho más. Cada una de las salas de ex- posición tenía un encanto íntimo, un nuevo acercamiento a los poetas homenajeados y a la vida del Llano venezolano, en su más pura realidad.

Adentro, en el patio de atrás, en lo que fueron las caballerizas de la famo- sa Casa Pulideña, el experto museólogo Rafael Pineda - haciendo gala de su experiencia y su buen gusto - quiso mostrar al público la colección de antiguas sillas de montar y varios implementos de trabajo que, desde los días de la Colonia, habían utilizado los jinetes de la sabana. Me complace afirmar que una parte importante de esos objetos yo los había consegui- do, obsequiados por buenos amigos, como especiales donaciones para el Museo.

Esa tarde volvimos a Caracas regocijados y agradecidos.

Otras visitas Después de esa ocasión tan memorable, hemos estado en el Museo algu- nas veces más. Una de ellas en el año 2005, cuando los barineses y la Aca- demia Venezolana de la Lengua le ofrecieron a Arvelo Torrealba un cálido homenaje, para conmemorar el centenario de su nacimiento.

El Museo estaba dirigido por nuestro amigo José Alberto Pérez Larralte – Cronista Oficial del Municipio Barinas - quien gentilmente nos sirvió de guía en el recorrido. Las 8 salas de exposición estaban abiertas: 4 de ellas con muestra permanente de la vida y la obra del poeta y las 4 restantes con exposiciones itinerantes de artistas nacionales e internacionales.

Como era de esperarse, muchos eran los cambios que se habían operado en el Museo, en el transcurso de tantos años. Algunas pertenencias del coplero ya no estaban expuestas. Pero el “Museo Alberto Arvelo Torreal- ba” seguía siendo atractivo, interesante. Lo seguíamos sintiendo como nuestro museo. Y la emoción al visitarlo tuvo la misma intensidad de aquella vez primera...

561 El Barinasuchus arveloi En la visita del 2005 encontramos una sorpresa inesperada: ¡Un elemento prehistórico se había incorporado al patrimonio de la Institución! Se tra- taba de la punta de cabeza, (cráneo y mandíbula) de un fósil hallado en Barinas, bautizado por los científicos como Barinasuchus arveloi, en honor al poeta más querido de esa región venezolana. Este animal perteneció a un grupo extinto de cocodrilos venezolanos, descubierto por lugareños en 1982. El animal completo tenía aproximadamente 6 metros de largo y vi- vió en el período Mioceno, hace 13 o 15 millones de años. Por lo tanto, no era un dinosaurio, sino un feroz reptil carnívoro, que vivió en el planeta 52 millones de años después de la extinción de los dinosaurios.

Condecoraciones y otros reconocimientos recibidos por Arvelo Torrealba, y donados por sus hijos al Museo Como fue reseñado en un capítulo anterior, una parte importante de las medallas que recibió el poeta durante su vida, fueron robadas de su casa en el año 1970. Desgraciadamente no había ningún registro ni descripción de ellas… Las que no se llevaron los asaltantes, porque se hallaban más ocultas, fueron donadas al Museo. Se señalan a continuación, tal y como fueron catalogadas y descritas por el museólogo Rafael Pineda:

Medalla Francisco de Miranda. Bronce. 1950 Placa Aplauso al Mérito. Plata, Caracas, 29-11-1950 Medalla del Comité Regional Argentino, Sección Venezuela. Bronce Moneda con escudo de la ciudad de Barquisimeto. Bronce. 1952 Orden del Libertador de la República de Venezuela. Plata y oro. Con banda. Caracas. Medalla del Banco Agrícola y Pecuario. Bronce. Caracas, 1953 Orden Cavalieri Della Gran Croce de la República de Italia. Bronce y Por- celana. Con Banda. Roma, 1954

562 Estrella Della Gran Croce de la República de Italia. Roma, 1954 Botón Della Gran Croce de la República de Italia. Roma, 1954 Medalla de la Conferencia Interamericana. Plomo, Caracas, 1954 Martillo para bautizar el barco C.T. Venezolano . Madera y hierro. Li- vorno, 1-12-1954 Bandeja a su Excelencia el Dr. Alberto Arvelo Torrealba, Embajador de Venezuela en Italia. Sus colegas del Cuerpo Diplomático. Plata. Roma, septiembre, 1955. Moneda Conmemorativa de Traslación de la Estatua del Libertador Si- món Bolívar. Bronce. Nueva York, 20-4-1955.123 Medalla de la Instrucción Pública de Venezuela. Oro. Caracas. 1949 Placa Ejecutivo del Estado Portuguesa. Latón, Guanare, 12- 3- 1963 Placa Estado Guárico. Fotograbado. Concejo Municipal del Distrito Mi- randa Medalla de la Academia Venezolana de la Lengua, correspondiente de la Real Academia Española. Oro. Caracas, 1968 Medalla del Concejo Municipal del Distrito Miranda. Honor al Mérito Francisco Lazo Martí. Bronce, 1965 Placa Promoción “Alberto Arvelo Torrealba”. Liceo O’Leary de Barinas. Latón, Barinas, julio 1967 Placa Promoción “Alberto Arvelo Torrealba”. Liceo Humboldt de Cala- bozo, Latón, 1972 Placa Sociedad Damas del Colegio. Seccional de Barinas. Latón, Barinas, 25, 5, 1971

123 Esta Moneda Conmemorativa que recibió Arvelo Torrealba en abril de 1955, cuando era embaja- dor en Italia, nos da a entender que él estuvo presente en el acto realizado en la ciudad de Nueva York. En nuestros apuntes sobre la vida del poeta, no tenemos registro ni recuerdo alguno sobre ese viaje.

563

Capítulo 42

Dos grandes homenajes

Medio siglo de reconocimientos.1.- Nonagésimo Aniversario del nacimiento del poeta. Condecoración “Alberto Arvelo Torrealba”. El Compact Disc. La avenida y la estatua. Los delincuentes. 2.- Centenario del nacimiento de Arvelo Torrealba. Comisión Centenaria. Sesión Solemne. Un homenaje nacional: el concurso literario y la suite sinfónica. La Cantata Criolla en Santa Inés. Primer encuentro nacional de poetas clasicistas. El bolso.

Medio siglo de reconocimientos. Por todos los caminos de Venezuela es frecuente escuchar palabras como éstas: “El poeta Arvelo se quedó para siempre en el alma del pueblo!”. Es por ese motivo que en casi medio siglo que ha pasado desde su partida, se han ofrecido a su memoria cientos de homenajes.

Desde aquella lejana e inolvidable “Semana de Arvelo Torrealba”, un par de meses después de su muerte, muchos han sido los eventos, en distin- tos lugares y contextos, que se han llevado a cabo para rendirle muestras de admiración y afecto.

Un museo, un liceo y una región venezolana llevan su nombre con orgu- llo, como también concursos literarios, condecoraciones honoríficas y promociones de bachilleres. Conciertos y recitales de poesía se han reali- zado para homenajearlo. Destacados artistas y compositores venezolanos,

564 entre ellos Simón Díaz, Guillermo Jiménez Leal y Antonio Estévez, han musicalizado sus poemas. Y sus versos cantados pueden oírse a diario a través de la radio, la televisión y los sofisticados aparatos de alta tecnolo- gía.

Por otra parte, en el aniversario de su nacimiento y de su muerte, se es- criben en la prensa elogiosos artículos para rememorar- no solamente al querido poeta de las Cantas y de las Glosas al cancionero - sino al hombre sencillo y generoso, que dejó para todos los mejores recuerdos.

Estos honrosos reconocimientos a nuestro padre - de cuya existencia, mu- chas veces, nos hemos enterado varios meses después - nos llenan de ale- gría y gratitud. A algunos de ellos hemos asistido, a muchos otros, no… De aquellos homenajes que pudimos sentir desde muy cerca, y disfrutar a plenitud, mencionaremos solamente dos, que fueron realizados en Bari- nas, la ciudad más querida del coplero.

1.-Nonagésimo aniversario del nacimiento del poeta El 23 de septiembre de 1995, durante la gestión del gobernador del estado Barinas Dr. Gehard Cartay Ramírez, se rindieron honores al poeta Arvelo, en ocasión del aniversario número 90 de su nacimiento. Para este evento extraordinario, mi hermano Alberto y yo estuvimos presentes, como invi- tados especiales, acompañados de nuestras familias.

El homenaje fue magnífico en todos los sentidos; amplia y selecta la pro- gramación. En oportunidad tan significativa, se reeditó el romance “Flo- rentino y El Diablo”, en sus tres versiones fundamentales. También fue presentado el audio-libro Poemas Infantiles, con versos que el poeta escri- bió alguna vez para sus hijos, y ahora eran ofrecidos a las niñas y niños de su tierra natal.

565 Condecoración Alberto Arvelo Torrealba De igual forma, y mediante decreto del primer mandatario regional, se creó la “Condecoración Alberto Arvelo Torrealba”. “Distinción oficial - según dicta el decreto - que el gobierno del Estado Barinas otorga a aque- llos compatriotas o extranjeros, cuyo esfuerzo y ejemplo, en el campo de la cultura y la ciencia, los hace acreedores de tal reconocimiento”. Ade- más, como punto estelar de extraordinaria significación, la Cantata Crio- lla fue presentada por vez primera en Barinas, con participación de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Barinas y distinguidos coros venezolanos.

El Compact Disc Parte importante de la programación fue la presentación de un disco compacto (con diseño de Ángel Muñoz y textos de Leonardo Ruiz Tira- do), cuya producción fue dirigida por Humberto Febres y Guillermo Ji- ménez Leal. En la carátula del disco, el rostro del poeta. Y allí también el título: “90 años del Poeta Alberto Arvelo Torrealba. Barinas, 1995”.

Se inicia este magnífico CD con la Cantata Criolla, que fue grabada en vivo en Barinas, el día 20 de agosto de 1995. Al final del con- cierto, y ante la euforia general del público y de los músicos partici- pantes, el director de la Orquesta Sinfónica Juvenil de Barinas, maestro Henry Zambrano, expre- só que la magia y emoción colec- tiva había sido lograda, porque se había sentido la presencia del Poe- ta. Los dos solistas invitados fueron Idwer Álvarez, en el papel de Floren- tino, y Juan Tomás Martínez, como El Diablo. Participaron los coros si- guientes: Cantoría Alberto Grau, Fundación Vinicio Adames, Orfeón

566 Simón Bolívar, Schola Cantorum, Coro de Opera Teresa Carreño y la Co- ral Barinas.

La segunda parte de este estupendo disco, está compuesta por siete poe- mas de Arvelo Torrealba musicalizados e interpretados por compositores y cantantes venezolanos. Títulos de los temas: Mata del Ánima Sola, To- nada llanera, Ah malhaya un Trotecito, Montaña de Santa Inés, Préstame tu Candelita, El Canoero del Caipe, y Ojos color de los Pozos. Composito- res de los temas: Antonio Estévez, Guillermo Jiménez Leal e Ignacio (in- dio) Figueredo. Y he aquí los nombres de los cantantes: Orfeón de la U.C.V, Cecilia Todd, Luis E. Lozada, Mélida Aldana, Guillermo Jiménez Leal y María Teresa Chacín.

La avenida y la estatua Evento culminante del homenaje, fue la inauguración de la Avenida “Al- berto Arvelo Torrealba”, que sirve como entrada a la ciudad de Barinas por su parte suroeste. En el momento de la inauguración, el gobernador Gehard Cartay pronunció las siguientes palabras:

La moderna avenida que hoy ponemos en servicio, totalmente ilu- minada y con sus respectivas obras de drenaje y urbanismo, con tres canales por cada vía, la convertimos hoy en un homenaje a quien, habiendo nacido en esta ciudad hace ya 90 años, también le sirvió en su momento como gobernador, siendo, por cierto, hace ya algo más de 5 décadas, el último mandatario regional nativo de la capital de Barinas, hasta mi llegada por el voto popular a la primera magistra- tura barinesa, en junio de 1993. Curiosas coincidencias que la historia registra y que yo consigno emocionado en este momento.

Al inicio de la importante arteria vial, fue colocada una estatua pedestre del poeta. Esta obra, realizada en bronce por el escultor José Ignacio Vielma y fundida en la ciudad de Mérida, muestra a Arvelo Torrealba en liqui-liqui, uno de sus atuendos preferidos. En la mano derecha sostiene

567 el sombrero y tiene abierta la mano izquierda, un tanto levantada, como lo hacía frecuentemente, cuando decía sus versos en alta voz.

En la base del monumento, había una placa de metal con la inscripción siguiente: “ Alberto Arvelo Torrealba. Obra ejecutada e inaugurada bajo la gestión del Gobernador Gehard Cartay Ramírez (1991-1995)”

El Discurso de Orden de este acontecimiento regional, fue pronunciado por el ex presidente Luis Herrera Campíns, un viejo amigo del poeta des- de los días de Acarigua y Roma, quien expuso sus consideraciones y pun- tos de vista en torno a la poesía arveliana.

Ante la estatua del homenajeado, concluyó de esta forma su alocución:

Aquí está desafiando el tiempo: la poderosa posteridad del recuerdo proyectada en la más débil posteridad del bronce. Por si acaso aso- mara como retador algún fantasma en una “noche de oscuro chubas- co”, alzaría la voz varonil de su canto alardoso sin miedo:

Sepa el cantador sombrío que yo cumplo con mi ley, y que si canté con todos tengo que cantar con él.124

Los delincuentes La estatua del poeta Arvelo Torrealba parecía saludar, desde la altura del pedestal, a los amigos visitantes que estaban arribando a la Ciudad de los Marqueses. Y allí permaneció, en el lugar creado para la bienvenida, du- rante el lapso de 16 años. Pero el 29 de agosto de 2011, se convirtió en ob- jeto de una acción vandálica y fue derribada por delincuentes. La banda de ladrones desprendió el monumento de la base (donde quedó la firma del escultor), y lo arrastró en la calle por un corto trecho. Pero el peso del

124 Discurso de Luis Herrera Campíns, inserto como uno de los “Anexos” en el citado libro de Gehard Cartay.

568 bronce impidió a los bandidos llevarse la escultura y la dejaron abando- nada.

La estatua fue recuperada y luego trasladada a una estación de policía, donde fue protegida durante un tiempo prudencial. Posteriormente, la Municipalidad tuvo a bien restaurarla y limpiarla. Casi un año después, en junio de 2012, y como parte de la conmemoración de los 435 años de la fundación de Barinas, fue colocada en la Plaza Luis Razetti, conocida también como la Plaza de los Poetas, frente al Palacio Municipal.

En la plaza se encuentra la estatua del poeta. Se escogió ese lugar, más protegido y resguardado, para tenerla mejor custodiada, a salvo de otro ataque de los malhechores… Lamentablemente, esta vez la escultura fue instalada sin el pedestal original, motivo por el cual el artista José Ignacio Vielma consideró que su obra de arte había sido dañada y mutilada.

Por su parte el ex gobernador Gehard Cartay Ramírez - bajo cuyo manda- to se hizo el gran homenaje al poeta Arvelo - comentó, contrariado, que la mudanza de la estatua a la Plaza Razetti, había sido un acto de verdadera piratería cultural.

2.-Centenario del Nacimiento de Arvelo Torrealba En el año 2005 el pueblo barinés conmemoró, con variados eventos aca- démicos, literarios y musicales, los 100 años del nacimiento de Arvelo To- rrealba. Y no fueron tan solo el pueblo de Barinas y la Alcaldía de Barinas (presidida por el licenciado Julio César Reyes), los anfitriones del home- naje, sino que la Academia Venezolana de la Lengua quiso hacerse eco de la celebración y distinguidos académicos – entre los cuales se encontraban Oscar Sambrano Urdaneta, Alexis Márquez Rodríguez y Luis Pastori - se trasladaron desde Caracas hasta Barinas, para allí celebrar una Sesión So- lemne.

569 Comisión Centenaria Mas los preparativos se iniciaron con la debida antelación. En efecto, el 2 de abril de 2004, el Consejo Legislativo del estado Barinas, presidido por el Lic. Miguel Ángel Rosales Aparicio, acordó crear la Comisión Organi- zadora del Centenario del Natalicio del Poeta Alberto Arvelo Torrealba, la cual pasó a llamarse Comisión Centenaria Alberto Arvelo Torrealba. La nueva Comisión estaría conformada por representantes de las principales instituciones públicas y privadas del estado Barinas y sería dirigida por un Presidente y un Director Ejecutivo. Su objetivo principal era el de ela- borar y coordinar la amplia programación de actividades y eventos cultu- rales, “capaces de exaltar y divulgar la vida y obra del poeta Alberto Arvelo Torrealba, con énfasis en la cultura llanera contenida en ella…”

Diez días después de la firma del Acuerdo, el 12 de abril, el ya citado pre- sidente del Consejo Legislativo, escribió una carta a los hijos del poeta, a fin de proponer al intelectual barinés Guillermo Jiménez Leal, como can- didato a presidente de la Comisión Centenaria.

Desde su residencia merideña, Alberto Arvelo Ramos le respondió que él y su hermana consideraban acertada la escogencia de Jiménez Leal para presidir la Comisión Organizadora del Centenario del Natalicio de su pa- dre… Días más tarde, Jiménez Leal fue designado presidente.

Toda esta información la encontramos reunida en el folleto “100 Años del Poeta Alberto Arvelo Torrealba”, Consejo Legislativo del Estado Barinas, Sesión Especial con motivo de la juramentación de la Comisión Centena- ria, realizada el 25 de mayo de 2004. En esa misma publicación se encuen- tra inserta la “Biografía de Alberto Arvelo Torrealba”, escrita por el Dr. Virgilio Tosta.

Sesión Solemne Entre los días 21 y 22 de octubre del año 2005, se realizaron las principales actividades programadas por la Municipalidad de la Muy Noble y Muy Leal ciudad de Barinas, en especial la Sesión Solemne de la Academia Ve-

570 nezolana de la Lengua, con motivo del Centenario del Poeta Alberto Ar- velo Torrealba.

Mediante Resolución del licenciado Julio César Reyes, alcalde del muni- cipio Barinas, a los hijos del poeta Arvelo se les confirió la distinción de Huéspedes Ilustres, y se les entregó copia del Acuerdo.

El teatro “Orlando Araujo” fue el lugar escogido para los actos protocola- res, para las charlas y conferencias sobre la obra del poeta, y para foros y mesas de trabajo, donde ilustres expertos en la poesía arveliana, inter- cambiaban opiniones con el nutrido público asistente, y respondían a sus preguntas.

Como parte de la programación, se publicó una selección de la obra com- pleta de Arvelo Torrealba, con textos de sus libros Música de cuatro, Can- tas, Glosas al cancionero, Florentino y El Diablo, Caminos que andan y Lazo Martí, vigencia en lejanía.

Un homenaje nacional: El concurso literario y la suite sinfónica Los actos programados para honrar la memoria del poeta Arvelo Torreal- ba en los 100 años de su nacimiento, no fueron solo regionales, sino que se extendieron por toda la república. En este sentido, la Comisión de Cul- tura del Consejo Nacional de Universidades, convocó, a través de la Di- rección de Cultura de la Universidad de Los Andes, al Concurso Literario 2005 Mención Ensayo, para estudiantes de las universidades venezolanas, con el propósito de rendir homenaje al poeta barinés Alberto Arvelo To- rrealba, en el centenario de su nacimiento. El tema del ensayo era la vida y obra del poeta Arvelo. El sugestivo afiche tiene el siguiente encabeza- miento: “Concurso Literario 2005, Mención Ensayo, Homenaje al gran poeta barinés Alberto Arvelo Torrealba”.

También la Contraloría General de la República se hizo partícipe del ho- menaje, mediante el patrocinio de un concierto ofrecido por la Orquesta Filarmónica Nacional y el Coro de Ópera Teresa Carreño, enmarcado en

571 el programa para celebrar el centenario del poeta. El Contralor Clodosba- ldo Russián Uzcátegui comenta sobre el concierto: “Con un repertorio que incorpora un conjunto de obras de la inspiración de Arvelo Torreal- ba, y arreglo y orquestación de Pedro Mauricio González, los espectado- res disfrutarán lo que es el sentir en sabana y cielo tendidos, por todos los rumbos y horizontes…”

“Con el silbo y la tonada. Suite sinfónica Alberto Arvelo Torrealba”. Ése es el nombre que se dio al concierto presentado en el Teatro Teresa Ca- rreño, Sala José Félix Ribas, el 6 de diciembre de 2005. En la Primera Parte se interpretaron obras de Antonio Estévez, y la Segunda Parte fue dedi- cada a 12 poemas de Arvelo Torrealba con arreglo y orquestación de Pe- dro Mauricio González. En el Programa se nos advierte que la única excepción es “Pinturitas del paisaje”, cuyo arreglo vocal es de Rafael Suá- rez.

La Cantata Criolla en Santa Inés Pero la extensa programación para homenajear al poeta en el centenario de su nacimiento, no terminó en el año 2005. El 18 de marzo de 2006, a las 11 de la mañana, fue presentada la Cantata Criolla en la llanura de Santa Inés, con la participación de la Orquesta Sinfónica del Estado Mérida, di- rigida por César Iván Lara, y el Coro Sinfónico de los Llanos, dirigido por Cruz Taylor Almao. Actuaron como solistas Ibsen Javier Rodríguez, en el papel de Florentino y Deivi Gutiérrez, como El Diablo. En la misma opor- tunidad fue presentada la Leyenda Florentino y el Diablo, con arreglo musical de José Romero Bello y el Conjunto de la Secretaría de Cultura del estado Barinas.

Primer encuentro nacional de poetas clasicistas Los días 21, 22 y 23 de abril de 2006, todavía en el año Centenario del poe- ta Arvelo, se celebró en la biblioteca de la Universidad Santa Inés y en el Ateneo de Barinas, el Primer Encuentro Nacional de Poetas Clasicistas,

572 que fue también un encuentro regional de copleros. Guillermo Jiménez Leal, presidente de la Comisión Centenaria, escribió en el Programa las ideas y el alcance que perseguía el encuentro:

El objetivo central de la Comisión Coordinadora del Centenario del poeta Alberto Arvelo Torrealba, es la difusión de todas aquellas ma- nifestaciones culturales que se relacionen con la vida, obra y queren- cias del poeta. Esta razón nos motivó para proponerle al Ministerio de la Cultura, a través del CONAC, una serie de eventos que se diri- gen a lograr ese objetivo. En esta ocasión hemos querido reunir en nuestra ciudad de Barinas a unos cuantos poetas cultores de las for- mas literarias llamadas clasicistas, además de reunir también a los émulos del legendario Florentino, los copleros. Además el evento es propicio para acompañar a la Casa de Bello en la instalación de la cá- tedra Alberto Arvelo Torrealba…

Los tres días de trabajo fueron fecundos en ideas y propósitos. Se nos hizo difícil no caer en la tentación de transcribir íntegramente un Programa tan denso y atractivo. El bolso Deseamos terminar este capítulo con una nota pintoresca, relacionada con el encuentro antes comentado. Y es que el valioso material que fue entre- gado a los participantes – afiche, folletos, programa, y hasta una carpeta con papel timbrado para tomar notas - venía en un cómodo bolso de lona, identificado con el logo, dibujo y título del evento. Mas la palabra estrella, Clasicista, apareció impresa en grandes letras… ¡con dos errores de orto- grafía!

¿Qué hacer entonces? Ya no había tiempo para cambiar nada y mucho menos para hacer nuevos bolsos… Ante el problema inesperado, los or- ganizadores del evento resolvieron con gracia su conflicto, y con hilo do- rado anexaron al bolso una tarjeta con la copla siguiente:

573

Fe de erratas es lo mismo que confesar un error, y en el bolso, algún factor erró con el clasicismo.

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Capítulo 43

Baquiano, volando rumbos

A mediados de julio de 2017, cuando ya tenía escritas 400 páginas de mi “Coplero…”, recibí una importante llamada telefónica desde Barinas. Me hablaba el abogado, escritor y político Gehard Cartay Ramírez, a quien yo conocí en 1995, cuando él cumplía funciones de gobernador del estado Barinas y presidía el homenaje que se hacía a mi padre para conmemorar los 90 años de su nacimiento.125

Ahora me informaba, muy justamente complacido, la reciente publicación de una obra suya titulada “Baquiano, volan- do rumbos. Vida y obra de Alberto Arvelo Torrealba”.

Fue una noticia inesperada, que le hizo dar un salto a mi corazón. Entusiasmo, alegría, desconcierto, todo a la misma vez… Porque resulta que el doctor Car- tay - según él mismo me refirió esa ma- ñana – había pasado varios años traba- jando en una biografía sobre el poeta Arvelo; y yo tenía la mitad de la vida

125 Sobre los alcances de este gran evento, hablamos en el capítulo anterior.

575 preparando mi libro sobre ese mismo personaje. Pero ninguno de los dos se había enterado de la coincidencia.

Dos días después de su llamada, recibí el paquete con tres ejemplares de la obra que gentilmente me había enviado. Un libro para mí, con una amable dedicatoria. Los otros dos los entregué a mis hijos Gustavo Alber- to y José Ángel. A mi hija Mariela, quien reside en España con su esposo y sus hijos, le mandé la versión digital en pdf, que el Dr. Cartay tuvo a bien obsequiarme.

Desde el mismo momento que tuve el volumen en mis manos, una varia- da gama de sensaciones se apoderó de mi conciencia y respiré muy hon- do para serenarme. Estaba confundida, ansiosa, emocionada. Nunca fue tan certero aquel decir: “¡Tenía deseos de reír y llorar al mismo tiempo!”

¡Primera biografía de mi padre! Y allí se hallaba él, en la fotografía de la portada, mirándome de frente, con su remo en la mano, en una de sus úl- timas travesías fluviales: baquiano, volando rumbos… Allí se hallaba él, mirándome de frente, invitándome a leer su vida.

Me dio placer acariciar el libro, mas todavía no me atrevía a abrirlo. Leí las palabras de la contraportada, y me fui caminando hasta el lugar más fresco de mi patio. Me entregué a los aromas de la tarde. Pronuncié una oración. Entonces me dispuse a iniciar la lectura…

Este es un libro excepcional, amigos míos, que ha logrado llegarme direc- tamente al alma. Y no es que ya no existan magníficos estudios sobre el poeta Arvelo. Por el contrario, mucho se ha expresado - desde el poema- rio Música de cuatro, de aquel lejano 1928 - sobre sus cantas y sonetos, sus glosas y romances, y sus dos elogiados trabajos en prosa.

De todos es sabido que existen grandes libros de análisis y crítica, escritos por expertos en la materia, donde se ahonda, verso a verso, en la poesía arveliana. Baste citar dos de ellos: Contrapunteo de la vida y de la muerte, de Orlando Araujo y Aquellos mundos tersos, de Alexis Márquez Rodríguez. También hemos leído importantes trabajos sobre su vida y obra, como el

576 de Carmen Mannarino: Alberto Arvelo Torrealba. La pasión del Llano, dedi- cado a los niños, y la Semblanza de Alberto Arvelo Torrealba del profesor Alexis Márquez.

Pero este libro de Cartay Ramírez es algo novedoso y trascendente, que nunca antes se había conseguido: un todo indivisible sobre el hombre poeta, profesor, abogado, diplomático, ecologista y servidor público que delineó su vida en los linderos de la poesía, la honradez, la bondad y el trabajo. Y eso lo percibí en un mágico instante, cuando posé la mano so- bre el libro aquella vez primera, y sentí la presencia de mi padre, su ener- gía vital, en contacto con mis cinco dedos.

Eso lo comprobé esa misma tarde, al quedar fascinada con el relato deta- llado y preciso, sereno y ordenado, serio y justo, sincero y bien escrito so- bre la vida de Alberto Arvelo. Terminé la lectura en poco tiempo. ¡Juro que no quería terminarla! Y de inmediato comencé a releer el texto, pues quería disfrutarlo nuevamente, más sosegada ahora, más complacida que la vez primera, cuando ya el corazón se encontraba a sus anchas en el abierto recorrido. Y es tan grande el deleite que me produce su lectura, que desde entonces he releído el libro ya no sé cuántas veces más.

Baquiano, volando rumbos es una biografía en toda la extensión de la pala- bra. ¡Primera biografía de Alberto Arvelo! Porque es la historia de su exis- tencia íntegra; porque allí se presenta en plenitud de vida, como un hombre sin tacha, de cuerpo entero y sin fracturas, en los muchos cami- nos que fue transitando. Desde los días primeros, en la casona barinesa, hasta la madrugada de su fallecimiento.

Allí se nos presenta a Alberto Arvelo en su faceta de escritor y poeta, por supuesto, pero también como persona de acción y de lucha. Se nos mues- tra en su campo de educador, en su bufete de abogado, en sus tareas co- mo político, ecologista y académico. Y también como amigo y diplomático, como esposo amantísimo y padre de familia.

Por otra parte (y este es, a nuestro juicio, uno de los aspectos más relevan- tes de este libro), haciendo gala de su avanzado conocimiento sobre la

577 historia venezolana del siglo XX, Gehard Cartay Ramírez nos va acercan- do, en los diversos episodios, al entorno político que rodeó la figura de Arvelo Torrealba. De igual manera reflexiona, con acertados razonamien- tos, en torno a la actitud y la postura que adoptó el poeta en cada una de las circunstancias.

Nada le falta ni le sobra a este libro magnífico, que desde el mes de julio de 2017 conservo aquí a mi lado, en la mesa de noche, junto a mis otros libros de cabecera. Está tan bien documentado, tan bien desarrolladas las ideas, tan bien descritas y explicadas las distintas facetas del poeta Arve- lo, son tan interesantes los planteamientos, que da gusto y sosiego leer cada página, y volver a leer los capítulos, uno por uno…

Yo invito a mis lectores a deleitarse en la lectura de Baquiano volando rum- bos. Vida y Obra de Alberto Arvelo Torrealba, obra que hemos citado infini- dad de veces en nuestro trabajo. A los admiradores de Arvelo Torrealba, a todas las personas que han amado las Cantas y las Glosas al cancionero, a aquellos cientos de copleros, que saben de memoria los versos del contra- punteo en el cual se enfrentaron Florentino y El Diablo, a todos ellos va mi invitación.

Y a usted, Dr. Cartay, las infinitas gracias que le ofrezco en mi nombre. Las gracias en el nombre de mi hermano, a quien usted recuerda en la dedicatoria. Las gracias que le doy a nombre de mis hijos, sobrinos y nie- tos, por la demostración de respeto y cariño, que a través de su libro hace usted al baquiano que va volando rumbos…

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Capítulo 44

Barinas, 15 de marzo

Algunos meses antes de dar por terminado el libro de memorias sobre mi padre, sentí el llamado de Barinas. Lo sentí intensamente, tan nítido y preciso como si me llamara por mi nombre. Y ese claro llamado me man- tuvo intranquila durante cierto tiempo. Era una turbulencia de sentimien- tos que no llegaba a descifrar ni a comprender. Sentí necesidad de volver a aquel Llano de Alberto Arvelo, a su lugar de nacimiento, sus ríos y su paisaje. Y no era propiamente en búsqueda de datos y de referencias, sino más bien para sentirme cerca de lo suyo, de lo que fueron sus afectos ín- timos, sus vivencias tempranas. Era necesidad de respirar la brisa de Ba- rinas, de mirar los luceros de Barinas, de aspirar el perfume que tiene la sabana cuando la miras con el corazón.

La decisión ya la había tomado: ¡Yo viajaría a Barinas! Por una serie de razones sería un viaje muy corto, “de ida y vuelta”, para estar de regreso el mismo día. Así estaba previsto. Pero ¿cuándo sería el momento apro- piado? ¿En cuál instante emprendería mi viaje hacia la tierra del coplero? ¿Cómo podría planificar esa pequeña gira debidamente, para que diera el fruto deseado? ¿Quién podría ayudarme? Mi hijo Gustavo Alberto se ofreció de inmediato para llevarme cuando yo lo indicara, pero siempre surgían imprevistos y contratiempos: los compromisos con mis alumnos, problemas de salud, problemas de país, falta de gasolina, cierres en los caminos … y el tiempo iba pasando. Y mientras tanto este libro crecía, y mi edad avanzaba vertiginosamente. ¡Ya había pasado los 78 años! Por lo

579 tanto mi viaje a Barinas se hacía impostergable. Pero ¿qué era exactamen- te lo que estaba buscando? ¿Qué deseaba encontrar en esa travesía que parecía quitarme el sueño? ¿Cuáles interrogantes deseaba responder? Yo todavía no estaba segura.

Para la empresa impostergable tenía varios propósitos. Visitas muy pun- tuales en sitios específicos, que ciertamente debía hacer. Mi primer objeti- vo era llegar al camposanto antiguo de la ciudad, para rezar un Padrenuestro ante la tumba de mis abuelos Pompeyo y Atilia. A ellos quería encomendarme y presentarles mi homenaje con un ramo de flores.

El segundo propósito era plantarme en plena calle, en todo el frente de la casa donde posiblemente nació mi padre. Era la misma casa que fue lla- mada luego La Presidencial, y donde yo viví durante cuatro años, con mi hermano y mis padres, aquellos dulces días de mi primera infancia. Des- pués vendría, por supuesto, el Palacio del Marqués del Pumar, porque deseaba ver - al menos desde afuera y a través de los altos balaustres - las oficinas que ocupó papá entre los años 41 y 45.

Y también yo quería – ¡era larga la lista de deseos! – acercarme a las pla- yas del Santo Domingo. Deseaba ver el río, su eterno río, ése que se escu- chaba desde los dormitorios de “la casa paterna”, y donde Luis Alberto se hizo navegante. Y también yo deseaba entrar en la solemne Iglesia Nues- tra Señora del Pilar, donde el niño poeta era un devoto monaguillo, que cantaba en latín la misa del domingo. Y quería ver la estatua, y el Liceo y el Museo… ¡Dios mío, cuántas vivencias pretendía recoger en el mínimo lapso de siete horas!

Mi hijo me llevaría. Pero entonces, ¿qué más? Al llegar a Barinas ¿quién podría ayudarnos en el desplazamiento hacia aquellos lugares de mi es- cogencia? Mis tíos y mis tías y mis parientes más cercanos ya no estaban presentes, y los amigos de mi padre - esos que fueron sus hermanos des- de los días primeros - también se fueron yendo, uno tras otro. Tan solo me quedaban mis tres jóvenes primos, los hijos de tío Marco Arvelo To- rrealba, quienes vivieron en Barinas durante mucho tiempo. Pero ellos se

580 mudaron a otras ciudades y países, y no pude encontrarlos. ¿Amigos míos barineses? ¡Claro que los tenía! Pero no era tan fácil contactarlos, después de mucho tiempo sin saber de ellos, para solicitarles sus consejos sobre los pasos que debía seguir.

Ahora bien, desde julio del año 2017, cuando fue publicado el magnífico libro Baquiano, volando rumbos sobre la vida y obra de Alberto Arvelo To- rrealba, mantuve amistoso contacto telefónico con su autor, el Dr. Gehard Cartay Ramírez. Cuando le comenté sobre la coincidencia de nuestros trabajos, le hablé de mi intención de viajar a Barinas, y mi deseo de salu- darlo personalmente, a él y a su esposa Marisela, quien, para mi sorpresa y complacencia, es prima mía… porque su bisabuelo y mi bisabuela eran hermanos.126

Al enterarse de mi planes, el Dr. Cartay se puso a la orden, y cordialmen- te ofreció ayudarme en lo que fuera necesario. Le prometí avisarle sobre la fecha de mi visita.

Seguía pasando el tiempo y comenzó el 2018. Pasó de largo el Carnaval y llegó la Cuaresma. Yo trabajaba a diario en mi “Coplero…”, a quien sen- tía cada vez más unido a mi vida. Y la necesidad de ir a Barinas iba cre- ciendo cada mañana. No quise esperar más. ¡No debía ni podía esperar más! Y me puse de acuerdo con mi hijo para hacer nuestro viaje un poco antes de Semana Santa.

Llamé al Dr. Cartay para anunciarle la visita. Yo me conformaría con que él nos diera sus recomendaciones, nos mostrara el camino, y nos diera las pautas que debíamos seguir para lograr aprovechar el tiempo de la mejor forma posible. Por sus problemas de visión, Gustavo no podía conducir de noche y debíamos regresar con luz del día, esa misma tarde.

126 El bisabuelo de Marisela Febres de Cartay era el general Isilio Febres-Cordero Reymí, hermano de mi bisabuela Dolores Febres-Cordero Reymí. Y los dos eran hijos de Isilio Febres-Cordero Goi- coechea, nuestro común tatarabuelo.

581 Y la fecha quedó convenida para el día jueves 15 de marzo. Gustavo y yo saldríamos de El Tocuyo a las 5 de la madrugada y a las 9 estaríamos lle- gando a nuestro destino.

El Dr. Cartay quiso saber acerca de los sitios que yo deseaba visitar en mi corta estadía. Y el 13 de marzo, un par de días antes de la fecha fijada, tu- vo la gentileza de avisarme que todo estaba organizado y que me manda- ría a mi correo el programa completo de las actividades.

La autora entre el Dr. Cartay y su esposa Marisela

582 ¡No lo podía creer! Era un programa cuidadosamente elaborado minuto a minuto. Los pequeños y grandes detalles se tomaron en cuenta, y todos mis deseos parecían tomar forma de cosa cierta, de realidad posible, des- de el mismo momento de mirarlos escritos en la pantalla de la compu- tadora.

Y nos fuimos entonces, llenos de gozo. Barquisimeto, Acarigua, Guana- re… ¡Y por fin Barinas! La extensión de Barinas, los chaparrales de Bari- nas, y el horizonte abierto de par en par, para darle cabida a mis recuerdos.

Trece años atrás yo había estado en Barinas por última vez. Fue justamen- te cuando se cumplía un siglo del nacimiento de mi padre. Asistí con mi esposo, mis hijos y mi hermano al homenaje que se le ofrecía. Y nos sen- timos conmovidos en el transcurso de los grandiosos actos conmemorati- vos que tuvieron cabida en aquella ocasión. Pero este nuevo viaje del 15 de marzo era mucho más íntimo y sencillo... Ahora lo relevante era el sen- timiento.

La entrada a la ciudad por la “Avenida Alberto Arvelo Torrealba” me lle- nó de alegría: se entraba con su nombre a la ciudad de los marqueses, que ese día esplendoroso nos recibía.

Nuestros buenos amigos, los esposos Cartay, vinieron con nosotros en el extenso recorrido. También lo hizo Marinela Araque, experta en la cultura y tradiciones barinesas. Fueron los guías que nos acompañaron por aque- llos lugares que me eran tan queridos. Presenté mi plegaria ante la tumba de los abuelos y sentí que su espíritu me llenaba de luz.

La casona arveliana donde nació mi padre, donde nacieron todos mis re- cuerdos, me cubrió de tristeza y nostalgia. Porque la Casa de los Arvelo se halla abandonada, clausurada y cerrada con unas llaves que nadie tie- ne. La noble casa barinesa se encuentra a punto de caer y de borrar con ella - por siempre y para siempre – la cuna del poeta. Logré asomarme por las ventanas, una y otra ventana que fui reconociendo. Y pude ver salones desolados, y pude ver los cuartos, nuestras habitaciones solitarias,

583 donde tan solo quedan los fantasmas. Reconocí la calle. Reconocí la es- quina donde jugaba con dos niñas, las primeras amigas que tuve en la vi- da, y sentí gran pesar al despedirme de un amado tesoro, mi primera casa, que siempre había guardado en el corazón.

Los restantes paseos y visitas me produjeron sensaciones intensas, de muy variada índole. Sin entrar en detalles innecesarios, el Museo se con- serva en buenas condiciones: fresco y limpio, con sus exposiciones bien organizadas, y los bellos jardines llenos de palmas y de flores. La Casa Pulideña nos recibió amorosamente, junto al grupo de gente - afectuosa y amable - que allí labora. Volvieron los recuerdos de los primeros días del Museo, de aquella temporada de permanente agitación, cuando se orga- nizaban centenares de objetos que estarían expuestos en cada una de las salas. Había pasado tanto tiempo.

Y habían pasado tantos años desde que fue tomada la fotografía donde aparece el joven abogado Alberto Arvelo Torrealba, de 31 años de edad, con su pequeño hijo de pocos meses, montado en los hombros: Papá y mi hermano Alberto, cuando yo ni siquiera había nacido …¡Cuánta ternura yo sentí al mirarlos en esa sala del Museo!

La larga caminata por la Plaza Bolívar y sus alrededores fue otro capítulo necesario, donde volvieron las imágenes que se hallaban ocultas, tras las fronteras de la memoria. Y ante mí renacieron los contornos de un par- quecito pintado a colores, frente a la puerta del Palacio, donde Albertico y yo corríamos y jugábamos.

Y en un destello irrecuperable, en milagrosa fracción de segundos, mi fa- milia conmigo, de la mano. Yo tenía cuatro años. Papá, mamá y Alberto por la Plaza Bolívar de Barinas, conmigo de la mano, el día 15 de marzo.

La visita al “Liceo Alberto Arvelo Torrealba” fue otra experiencia indes- criptible, difícil de olvidar. Nos esperaban los muchachos en el vestíbulo. Se veían nerviosos y tan ansiosos como yo: ellos deseaban conocerme y yo deseaba conocerlos… Nos esperaba el director y un numeroso grupo de profesores, quienes nos dieron la bienvenida. Y nos reunimos a con-

584 versar informalmente, como amigos, en el Salón de Actos, que estaba pre- sidido por algunas imágenes del poeta Arvelo. Retratos y esculturas del poeta acompañaban nuestro encuentro.

Después de hacer entrega al señor director de algunos libros - míos y de mi padre - que yo había dedicado para la biblioteca del plantel, le pedí a los muchachos que cantaran conmigo el Himno del Liceo, cuya letra ha- bía escrito Alberto Arvelo más de setenta años atrás. Mas los muchachos no sabían cantarlo. Pregunté por la música. Pregunté con cuál música se cantaba el himno, cuya letra se hallaba copiada en un cuadro, con delica- da caligrafía, a la vista de todos en la sala. Pero los chicos me informaron que la letra del himno no tenía música: el himno se leía nada más. Enton- ces canté sola para los muchachos el Himno del IREL, el mismo himno del Liceo, cuya melodía, compuesta por el maestro Plaza en los años 40, nunca habían escuchado.

Ellos oyeron respetuosamente, y yo diría que emocionados. ¡Incluso me aplaudieron! Y de inmediato me obsequiaron con el más delicado de los regalos:

Un espigado joven, cursante de 5º Año, cantó el poema “Ojos color de los Pozos”, acompañando su bella voz con el cuatro llanero. La interpreta- ción fue extraordinaria, y el sentimiento que expresaba me hizo estreme- cer.

Entonces comprendí, así, súbitamente, algunos elementos importantes para el alcance de este trabajo. El estudiante del Liceo me entregó la res- puesta que yo estaba buscando, sin siquiera saberlo. El joven liceísta bari- nés de 17 años, me hizo hallar la razón de mi viaje a Barinas... Sin ni siquiera imaginarlo, yo buscaba los nexos que aún tenía Alberto Arvelo con la nueva gente, con el pueblo de ahora, con sus paisanos barineses del siglo XXI, cuando se aproximaban los 50 años de su fallecimiento.

¿Conservaría mi padre vigencia en lejanía? ¿O ya se había olvidado su presencia entre los corozales de la llanura?

585 Por arte de poesía y de cariño se borraron las dudas, y quedó la verdad expuesta ante mis ojos, clara y radiante como el sol de la tarde. Y no era solamente el erudito estudio del Dr. Cartay el portador de la respuesta. Era el grupo de jóvenes que me abrazaba en el colegio, porque soy hija de Alberto Arvelo. Eran personas que se acercaban a saludarme, con el ros- tro risueño y la mano extendida, porque soy hija de Alberto Arvelo. Eran los encargados del Museo, que se quisieron retratar conmigo, y era un vecino que me dijo, con su mano en el pecho, “¡Su padre se ha quedado en nuestros corazones!”. Y era aquel liceísta, quien al hablar conmigo unos minutos, confesó que sabía de memoria los poemas completos de las Cantas y de las Glosas al cancionero. Otro muchacho comentaba que él se reunía en un parque con sus amigos, y se llevaban una guitarra, para can- tar las coplas de Alberto Arvelo bajo la sombra de los árboles...

Ahora me siento satisfecha. Con gran felicidad lo he comprobado. Con gran felicidad lo he comprendido: ¡Vigencia en lejanía tiene mi padre!

En la parte final de la jornada se nos unió María Isabel, hija de Rubén Ta- pia - uno de los amigos más allegados a mi familia - hermanita menor de aquellas niñas, primeras compañeras que tuve en la vida y que vivían frente a mi casa. Como fino recuerdo de su amistad, María Isabel me re- galó un collar de cristales azules.

Para las 4 de la tarde estaba programada la última escala de nuestra visi- ta: El Instituto Rural el Libertador, el IREL de Barrancas, una de las reali- zaciones de mi padre cuando era presidente del estado, de la cual siempre se sintió orgulloso. Era un IREL distinto, y ahora dependía de la Univer- sidad de Mérida. Y sin embargo quería visitarlo, porque amé ese lugar cuando era niña, y porque recordaba aquellos días venturosos.

Al terminar la última visita, le diríamos adiós a nuestros compañeros, y yo regresaría con mi hijo a El Tocuyo. Pero un cierre en la vía, de esos que padecemos casi a diario, nos decretó cambio de planes, nos detuvo los pasos, y no tuvimos más alternativa que volver a Barinas.

586 Volvimos a la casa de nuestros anfitriones, los esposos Cartay, quienes amablemente nos ofrecieron alojamiento. Y regresamos a su casa de lujo, el lujo del buen gusto, el lujo del afecto, el lujo de saber hacer las cosas en el momento y el lugar exactos.

Partimos con el alba y el sabroso sabor del cafecito recién colado. Parti- mos con el gusto del abrazo. Partimos llenos de gratitud. Y en la sabana abierta, con los ojos clavados en la llanura, entoné suavemente una vieja canción de Los Torrealberos que yo cantaba con mi padre, cuya primera estrofa dice así:

Adiós llanos del Oeste matorrales y caminos, no sabes con qué dolor de tu lado me despido…

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Visita al Museo y al Liceo Alberto Arvelo Torrealba

588 Segunda Parte

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Sección 1.

La voz del poeta

a) Reflexiones

Es relativamente poco lo que contó el poeta Arvelo sobre el origen, fuen- tes y desarrollo de su poesía. Pocas también fueron sus opiniones expre- sadas acerca de otros temas literarios… Transcribimos aquí algunos textos, palabras suyas pronunciadas en las escasas entrevistas que llega- ron a hacerle a través de los años y fueron publicadas en los periódicos nacionales.

Todas, o casi todas las reflexiones del poeta que presentamos en las si- guientes páginas, se encuentran recogidas en las siguientes entrevistas: 1) Foro de Carlos Díaz Sosa; El Nacional, lunes 7 de febrero de 1966; 2) En- trevista de Arístides Bastidas, El Nacional, 5 de junio de 1968.

Algunos de estos comentarios ya los hemos mostrado en secciones distin- tas del presente libro. Pero en este segmento hemos querido unirlos como un todo, organizarlos juntos, repetirlos tal vez, para que los lectores pue- dan oír la voz de Alberto Arvelo – sin demasiados cortes e interrupciones - hablando sobre él mismo, sobre el inicio y evolución de su poesía, sobre las fuentes primigenias, sobre las dos influencias primordiales, sobre cada una de sus obras, y sobre los conceptos acerca del alcance de su poesía. Nos entrega también su percepción y puntos de vista sobre lo que llama- mos poesía culta y poesía popular. Además aconseja a los jóvenes que

590 comienzan a andar por las muy transitadas callejuelas poéticas. Oigamos sus palabras, recogidas de aquí y de allá…

Mi madre contribuyó a mi inclinación por el arte y la belleza. Aislada en su medio y su cultura, escribía poesía. Tenía un temperamento poético de relieve y escribió un libro titulado Cantares y leyendas.

Mi casa era una suerte de pequeño Ateneo. Yo me encariñé con la poesía al comienzo influenciado por Lazo Martí y Arvelo Larriva. Después me incliné por la copla y el romance.

El timbre, el tono y las dimensiones de mi poesía no son hechos ca- suales. Obedecen a una inclinación tradicional de ánimo y tempera- mento. Desde temprana edad conocí en Barinas, cuando esta ciudad era la capital del paludismo en el mundo, por El Cojo Ilustrado, por hogareños libros “de recortes”, donde nunca se coleccionaron coplas y por una bella antología escolar de Amado Nervo que cayó en mis manos, la obra de los más altos poetas de habla castellana. Según es- to, antes del reflujo popular, me llegó la onda de la poesía culta.

Pero la apreciación es aparente. Echando atrás la memoria, en exa- men minucioso, me doy cuenta de que había en mí desde niño una invencible vocación que yo llamaría trovadoresca. Tendría diez años – es pasaje indeleble, en las primeras páginas de la memoria – cuan- do pasé toda una noche, voluntariamente desvelado, en la elabora- ción – jamás letra escrita – de mi primera copla. Infantil, fluvial y agreste, ésta entró desde entonces, con el esquema de su forma, en mi conciencia lírica:

El canoero del Caipe le dijo al del Boconó: “Mi río es más ancho que el tuyo!” y al otro no le gustó.

Hoy puedo seguir, huella a huella, los rasgos evolutivos que sin darme cuenta, recorrí desde entonces. Las saetas populares atraían

591 mi interés y la copla se hizo canta, forma micropoemática por mí ideada, en que la cuarteta del medio sugiere unos compases de cua- tro entre las dos voces de un contrapunteo breve y estilizado.

Después me subyugó, siempre en la barriada octosilábica, la sexteta hernandiana de Martín Fierro, con esa “valentía del cuarto verso que cambia el consonante”. Intuí en esa forma un rezago de la décima, a la cual podáramos la redondilla inicial. Ya en Música de cuatro, 1928, se puede leer:

Río que al indio alegre viste y hoy triste tu curso estancas: frente a tus altas barrancas que de crecientes son dique imaginéme un cacique ladrón de muchachas blancas.

Cuando escribí esto, en atisbo de la espinela tradicional española, y muy dentro de lo suramericano, ya estaba en el camino de Glosas al cancionero.

Desde Música de cuatro hasta Florentino y el Diablo

En 1928 Arvelo Torrealba publica el poemario Música de cuatro. He aquí sus comentarios sobre esa obra. Además sobre Cantas y sobre Glosas al cancionero… Y también, por supuesto, sobre el coplero Florentino.

Sobre su Música de cuatro, reflexiona:

Ya se ve aquí una transición de la poesía culta hacia la poesía que tomó sus fuentes en las corrientes populares con las cuales estuve en contacto desde muchacho. Tiene ese libro muchos sonetos de corte nativista, con la influencia de Lazo Martí y de Arvelo Larriva, pero compensada la influencia con nuevas corrientes que luego se encau- zaron por lo popular, que sí fue de mi preferencia.

Después habla de Cantas:

592 Dejé correr el tiempo desde el 28 hasta el 33, cuando publiqué las Cantas, que en cierto modo fue el producto de una actividad que in- ventó Pedro Sotillo cuando era director de El Heraldo, en la que con- taba con la compañía de Luis Barrios Cruz y Víctor Manuel Rivas.

La canta es un micropoema de once versos, dos coplas y un terceto. La segunda copla versa sobre un tema distinto de la primera. En cambio el terceto toma el pie de la primera copla y viene a ser como un comentario de ésta. Al crear esta forma, traté de reproducir con la segunda copla, unos compases del cuatro y la bandola intercalados entre las dos voces de quienes cantan alternativamente.

He aquí sus comentarios sobre el tercer poemario:

Compuse mis primeras décimas – siempre me ha complacido recor- darlo – en Las Tres Torres de Barquisimeto, en 1929. El general José Rafael Gabaldón, el último venezolano culto que luchó contra Gó- mez, cuya voz, desde el calabozo vecino nos daba austero estímulo para la rebeldía, promovió, entre su vecindario de cautivos un con- curso, cuyo primer premio eran cuatro tacitas de café preparadas por él mismo. El tema prefijado versaba sobre los tres más graves peli- gros que corre un preso: el hambre, la claudicación y el desvío por cuya causa el retrato de Dorian Gray fue apuñalado. Yo obtuve el ga- lardón con unas décimas de cruda zumbonería carcelera, de las cua- les la número uno tan sólo ha escapado al olvido:

En este encierro en bochinche la ley que el Bagre promulga se cumple a pico de pulga de carángano y de chinche. Justo es que uno la berrinche, mas por encima de eso, de día con largo bostezo y de noche a son de pito, aglomerado y contrito tres peligros tiene un preso.

593 Al salir de la cárcel ya la glosa, como fórmula lírica de ir a toparse con una vivencia popular de tradición al fin de cada estrofa, me pe- día rienda …

Después vino el romance, cabal romance criollo que realicé en Floren- tino y El Diablo, cual lo hace el pueblo en sus juglarías, con la rima perfecta e imperfecta alternadas en balanceados episodios.

Sobre su acercamiento a la vieja leyenda del coplero que cantó con el Dia- blo, el poeta relata:

Tenía yo casi concluida, en prosa dialogada, la primera versión que concebí de la leyenda de Florentino y el Diablo, cuando apareció Cantaclaro, del Maestro Gallegos. Mi humilde relato no soportó el co- tejo con aquella admirable novela. En gesto que no fue sino voluntad de superación, rompí el legajo de cuartillas y empecé a trabajar en el poema.127

Y en cuanto a si él ha sido un poeta popular, Arvelo aclara los conceptos:

Quienes derivamos poéticamente de España, quienes hemos regado toda la vida la fronda del rosal trovadoresco y aspirado la rosa sin marchitez de los romances viejos, no podemos vacilar en contestar esa pregunta. La poesía popular castellana, la de la rima imperfecta alterna sobre los versos pares (que originariamente se escribían en una sola línea de dos versos) viene dándole palpitante vida y vigor a la erudita, desde el Poema del Cid hasta García Lorca. En la mitad de ese trayecto de ocho siglos, el teatro romanceado español da a los pueblos de habla hispana – almo manantial inagotable – sus burbujas de eternidad. El pueblo de España llegó a reconocer su propia postu- ra espiritual y su propio aliento, en los versos de Lope, Calderón, Alarcón, Guillén y Tirso. La poesía popular le inyecta a la poesía cul-

127 Esa primera versión, “en prosa dialogada”, no es otra que la incompleta obra de teatro conocida como “Las mocedades de Florentino”, sobre la cual hablamos en el capítulo 10 de la Primera Parte.

594 ta, o también llamémosla erudita, una fuerza vital, medular, que emana de las mismas fuentes de la nacionalidad y del pueblo.

Y sobre la importancia del folklore como materia prima del poeta:

La que se deriva de su misma fuente popular… Una forma prístina dentro del arte universal que ha sido capaz de estructurar la profun- da literatura de todos los tiempos, desde el Poema del Mío Cid hasta nuestros días. Si nos apartamos de la literatura popular castellana, podríamos concluir igualmente que aún La Odisea y La Ilíada son poesía popular. Resulta muy difícil no encontrar en las grandes obras de la literatura, este río de las vivencias populares tratadas, claro es, de modos diferentes, pero invariablemente presentes.

Y luego Arvelo nos entrega la más conmovedora de las confesiones:

Por eso, ser un poeta popular, que la gente me oiga, me sienta y me recite, en retorno al pueblo de lo que de él me vino, es a cuanto aspi- ro como fama.

En relación al tono que debería tener la gran poesía venezolana, y quién la ha escrito, sostiene:

Ese tono sería el que más fielmente espeje la imagen de la patria, y a través de ella, de la humanidad. El que más en alto ponga nuestra cédula de venezolanos y de ciudadanos del mundo. Tenemos una irrenunciable tradición de valía extraterritorial, cuya base es el des- comunal movimiento popular y heroico de la independencia, carac- terizado por la ignorancia quijotesca de adversidades y fronteras para el ideal.

Nuestra mejor poesía ha de tener esa misma visión y ese mismo al- cance. En estructura ese estilo no tiene perceptiva. La tiene en esen- cia, en idea, en impulso, en amor y aun en odio. Para mí, quien se acerca más a ese ideal es un poema de hogar, trágica y airosamente preclaro, es el Andrés Eloy de Giraluna. Con mira a esa misma honda admiración, yo agregaría que hoy por hoy la más saludable postura de los intelectuales patrios será la que defienda, con mayor tesón y valentía de cruzado, los fueros del idioma y la continuidad de nues-

595 tra conciencia ética y estética, tan duramente golpeados en los ámbi- tos de la vida ciudadana, y en el propio seno de la familia, por una propaganda utilitaria, movida en el fondo por quién sabe qué turbios designios, agobiadora e insaciable…

Cuando se le pregunta si el poeta tiene que ser persona culta, responde prontamente:

Mi respuesta es que sí. Pero la frase no tolera el retruécano. Una na- turaleza poética destacada, un gran poeta en modo virtual y poten- cial, se diafaniza y se ahonda, hasta realizar en plenitud la vigencia de su atributo, a medida que se perfecciona su cultura. El gran poeta es la conciencia de una colectividad. Es la cultura la que ensancha su horizonte, la que amplía las coordenadas de su mundo afectivo y lo hace apuntar lejos, para sentir y saber la total dimensión del pueblo en cuyo nombre da sus creaciones. Mas si no se trata de un poeta sino de quien pretende serlo, de nada le valdrá entonces trasegar a su espíritu el zumo de todas las ciencias y de todas las artes. “La más abismada de las ignorancias – apunta una vieja verdad – suele ser mejor que una cultura cerrada, superficial y sectaria.

Así alcanzamos a entender la enorme fuerza que siempre han tenido las corrientes populares literarias. Trovadores rústicos como ésos que cumplen en los hatos las faenas del ordeño – diamantes sin facetas, como los llamó Lazo Martí – suelen tener más pura estrella lírica que muchos recios y rancios académicos.

Y cuando el periodista le pregunta por qué no ha vuelto a escribir poe- sía…

La verdad es que yo no sabría responderle con certeza sobre si he de reincidir o no en esas modalidades líricas de mis tres últimos libros de versos. Lo que pasa es que escribir poesía, entregarse de lleno por una temporada al trance creador lírico, o dejar de escribirla en otra etapa, aún en la hipótesis de que uno tuviera siempre sobrado tiem- po para la labor artística, carecen de respuesta en cuanto al porqué de la acción o la omisión. Tiempo y espacio fijan, con cierto mandato de azar, las coordenadas del impulso creador y del verso. A lo mejor

596 yo mismo, partiendo de cualquier evento circunstancial, me entu- siasmo algún día espontáneamente con una segunda parte de las Cantas o del Glosario; o bien me resuelvo a acceder a las instancias persistentes del catire Quitapesares y de su sombrío adversario, quienes se desviven porque yo les dé una nueva oportunidad de pe- ripecia querellosa, ahora no en Santa Inés, sino en el palmar de Cu- naguaro. Parece ser que hay novedad inquietante en el asunto, porque el Diablo insiste en pedir la nulidad de la última parte del poema, alegando otra vez, con terquedad muy suya, que hubo ade- lanto fraudulento de la aurora. Así se lo he hecho saber en nueva no- tificación a Antonio Estévez, quien está preocupado con razón, ya que él tendría que rehacer el último episodio de la Cantata, si por al- guna absurda influencia o palanca llega a prosperar aquel reclamo.

El entrevistador desea saber por qué Arvelo Torrealba presenta un libro en prosa, Lazo Martí, Vigencia en Lejanía, cuando todos lo admiran princi- palmente como poeta… Él responde:

El motivo fundamental es una humilde e inofensiva ambición. Que- ría que me conocieran también como prosista. Casi todos los poetas suramericanos han sido también escritores, y los modernistas de primera línea, con excepción de Chocano, fueron todos insignes pro- sadores. Sin ir muy lejos, Fernando Paz Castillo y Luis Beltrán Gue- rrero (…), son estupendos y donosos artífices de la buena prosa.

Hay además algo que usted y el público ignoran. He escrito otros trabajos en prosa literaria los cuales, por una suerte de destino ad- verso, nunca publiqué, y cuyos originales ni siquiera existen (…) In- sistí después (de la ya citada versión “en prosa dialogada”), hace veinticinco años, en análisis estilístico sustanciado a mi modo, con una serie de episodios en prosa sobre la copla vernácula, a los cuales alude Pedro Sotillo en el prólogo de Glosas al Cancionero. Ya casi ter- minado ese estudio, el más preciado por mí en aquellos días, se lo leí a Antonio Arráiz, quien me dio su estímulo cálido, emocionado y generoso. Por desgracia era una sola copia, y la perdí irreparable- mente esa misma tarde, cuando del automóvil me robaron el porta- folio que la contenía.

597 Publiqué unos años después, en Bolivia, mi opúsculo Caminos que andan, breves ensayos sobre el Occidente venezolano, libro de edi- ción limitada, muy poco conocido en Venezuela. Y reincido hoy en la prosa con Lazo Martí, vigencia en lejanía, porque desde hace muchos años debía ese libro. Me lo debía a mí mismo, y se lo debía a la con- ciencia lírica de la patria, a la memoria del inmortal guariqueño y a la juventud de Venezuela.

b) El centenario de Lazo Martí

El domingo 16 de febrero de 1969, El Universal publicó un trabajo de Al- fredo Schael relacionado con el centenario del nacimiento de Francisco Lazo Martí, quien había nacido en Calabozo, en marzo de 1869.

El reportaje lleva el título de “Lazo Martí en la Poesía Venezolana”, y en él se encuentran las opiniones sobre el poeta guariqueño emitidas por Pe- dro Sotillo, Rodolfo Moleiro, Alberto Arvelo Torrealba, José Ramón Me- dina, Ernesto Luis Rodríguez, Pedro Díaz Seijas y J. A. de Armas Chitty. El periodista hizo a los entrevistados la misma pregunta: ¿Qué aportación trae Lazo Martí al mundo poético venezolano?

Transcribimos aquí la respuesta del poeta Arvelo, porque no solamente nos deja conocer su juicio crítico sobre la poesía lazomartiana como tota- lidad, sino porque estas fueron, posiblemente, las últimas ideas y opinio- nes de Arvelo Torrealba que aparecieron en la prensa antes de su muerte:

Al lado de Bello y de Pérez Bonalde, Francisco Lazo Martí cuenta en- tre nuestras altezas literarias de más relieve y significación. Aparte el entusiasmo nativista y la afinidad del terruño, pienso que en él des- tacan atributos líricos de primer orden, en todos los estratos de la gaya poesía. Su lumínica y múltiple personalidad, así como su obra, lucen muy por encima de lo que de él pensaron sus contemporáneos y aun literatos y críticos de principios de este siglo.

598 Hoy ha cambiado de signo con radioso realce, la valoración de sus quilates como Poeta de la Patria, sin lindero territorial. Sobre todo después de los trabajos analíticos – suma de verdad y de justicia esté- tica admirables – del insigne profesor Edoardo Crema. En ecos de esa crítica edificante estamos llegando, frente a Lazo Martí, a la altu- ra de sus cabales merecimientos.

Cuando el hijo de “la vieja ciudad” filosofa, clásico y erudito, en al- gunas de sus “Crepusculares”, y en varios trozos de “Consuelo”, desciende, para mi gusto, en su postura de actitud literaria; pero su baja de temple lírico es corta y fugaz. “La Canción de las Olas”, “Vi- sión Postrera” y otros muchos poemas suyos, están a la altura de su preclara “Silva Criolla”. Dicción y trasfondo son acabados y profun- dos. Admirable su adjetivación: espumas desentrañadas, pávidas es- trellas. Mientras muchas de sus imágenes pasman y deslumbran: Frondoso muro son para él las selvas que amurallan el río; Dolorosa, dame a besar tus dardos sueña con decirle a una pálida viajera enlu- tada; Grises tapicerías ve en las cerrazones de invierno; lo agobia la canícula como Torrente luminoso que De cumbre cenital se precipi- ta; y se ve a sí mismo cautivo de nocturnal y noble pesadumbre, co- mo Naufrago en la noche sin ribera. Con tal donosura de palabra y de conceptos, el Poeta de la Pampa lleva el arte nativo al tope de las metáforas más excelsamente logradas en lengua castellana.

c) La última entrevista

En junio de 2006 mi hermano Alberto Arvelo Ramos - quien falleció en Mérida el 18 de julio de 2010 - nos envió a mi esposo y a mí un documen- to con una nota que decía así:

Queridos Mariela y Antonio:

La búsqueda de los materiales para el film de Augusti, llegó al nivel Jurásico de mi archivo. Ahí descubrí lo que yo había perdido hace 35 años: una entrevista inédita con mi papá (que realicé pocos meses

599 antes de mi partida para Alemania), y la transcripción de un único cuento diabólico. La entrevista la va a publicar la Página Literaria de El Nacional. Aquí van esos textos prehistóricos. Abrazos,

Alberto 128

En efecto, el sábado 16 de septiembre de 2006, el Papel Literario de El Na- cional publicó el trabajo que Alberto nos había mandado, con el título “Ultima Entrevista con Alberto Arvelo Torrealba”. En la misma página se publicó el “cuento diabólico”. Leamos la entrevista que el hijo le hizo a su padre:

“AAR: Partamos de que un mal poeta puede escribir unos versos excelen- tes.

AAT: Es así, para su desgracia: la perfección de uno muy malo consistiría en que todos sus versos fueran pésimos.

AAR: Y un poeta regular podría escribir numerosos versos de buena cali- dad. ¿Tienes un criterio para distinguir los poetas regulares de los bue- nos, sin necesidad de leer toda su obra?

AAT: Uno infalible: la prosa. Un versificador puede meter gato por liebre a veces. Pero su prosa lo delata sin misericordia. Fíjate en el peruano San- tos Chocano; las orquestaciones metafóricas se le vuelven hojarasca, cuando se queda desnuda su prosa.

AAR: ¿A qué se debe eso?

AAT: A lo del pensamiento. La poesía es pulir y pulir las mismas piedras, hasta que les llega su forma verdadera. Hay que distinguir los pensa- mientos de los razonamientos. Los pensamientos nos adentran en nues- tros mundos. Son las realidades duras, de las cuales no es posible escapar.

AAR: ¿Pesadillas?

128 La entrevista debe haberse realizado en 1969, año en el cual Alberto y su familia viajaron a Ale- mania.

600 AAT: Pesadillas y remansos. De pesadillas te contaré una, muy interesan- te. Un día soñé con el Diablo, mi viejo amigo. La pesadilla consistía en que él me perseguía para encarcelarme en una llanura suya. Él venía por un paisaje pedregoso – una playa de río muerto, alambradas caídas, árbo- les secos – cosas para dejar jirones. Y estaba a punto de agarrarme. Enton- ces habló. Es la única vez que le he oído la voz, y no era baja como la de Lauro, sino chillona y destemplada como la del gabán. Me dijo: ¿Por qué huyes, bolsa? Pero ahora será peor. Ahora lo que te queda es la nada… Y me citó a mí mismo: “sin alante, sin orilla/ sin arriba y sin atrás”. Y se me fue el paisaje. Se me fue la candela. Se me fue el miedo que le tenía, susti- tuyéndolo por algo que no era miedo. Que ni siquiera era frío. Fue en aquella desolación sin riberas que comprendí que le tenía mucho afecto. Él era mi gran compañero de viaje. ¡Es que me agarró desprevenido!¡Con el Diablo nunca se sabe! Siempre es seguro su ataque, pero no se sabe dónde y cuándo. Es mentira que anda pendiente de hacerle mal a uno. Por lo contrario, es sumamente distraído.

AAR: ¿O sea que los seres humanos podemos llevarnos al Diablo?

AAT: ¡Por supuesto! ¡La connotación de la “pelea”, requiere que cual- quiera de las partes pueda ganar! De lo contrario no sería pelea sino cace- ría. Si la victoria está cantada por anticipado, el Diablo se convertiría en un antecesor milenario de los modernos fraudes electorales. Pero él sí sa- be que hay riesgos con la gente, y anda con cautela. Lo peleamos como los boxeadores que huyen buscando el descuido del contrincante.

AAR: El que el Diablo se sepa vulnerable ¿no se manifiesta en que su poesía es mucho más humana que la de Dios?

AAT: El único Dios que es accesible para los humanos es la rebeldía.

AAR: Alguna vez le escribiste a Antonio Estévez que Florentino era me- nos poeta que el Maligno...

AAT: Florentino es más zorro. Lo engañó con “la dolida tentación de flo- recer”.

601 AAR: ¿No fue entonces por más poeta que Florentino triunfó en la ma- drugada de Santa Inés?

AAT: No he dicho eso. Florentino fue justo, porque estaba jugándosela. Ahí vale el dicho: “En las puertas del Cielo, primero yo que mi padre”.

AAR: ¿Qué vas a hacer entonces? Porque la gente está engañada, y tú contribuiste al engaño.

AAT: No haré nada, porque el Diablo prefiere que las cosas se queden ahí. Y lo enfurece que se sepa que es posible tentarlo. Tiene su fama, y por lo que he podido averiguar, se la ha ganado bien. Aunque a veces me cuesta aguantar las ganas de cambiarle el final al poema. No gusta que el Diablo se lleve a Florentino. Quizás porque lo contrario de rebelde es ser- vil, me parece que Florentino es servil con la Santísima Trinidad y con el rosario de Vírgenes conque termina el poema.

AAR: Con ese propósito tú me contaste que habías hablado sobre la re- beldía del Diablo con Giovanni Papini.

AAT: Durante el transcurso de ocho años, conversé dos veces con Papini sobre el Diablo. La primera vez estaba lleno de vigor, en pleno ejercicio de sus facultades intelectuales. Yo le hablé de un viejo cuento suyo de la juventud, casi de la infancia. Lo había olvidado por completo. Me pre- guntó por el título, al decírselo, se le iluminó la cara con un destello de memoria. En ese cuento, Dios no podía dejar de amar a Lucifer, porque lo atraía su dignidad y su rebeldía. Eso es tema de su famosísimo libro de ensayos, Il Diavolo. Pocos años después, yo lo compré traducido al espa- ñol, y tuve la impresión que el recuerdo que yo había hecho del cuento, había desencadenado la fértil imaginación de Papini, para catapultarlo a la fama internacional. Eso me lo corroboró en la segunda conversación que tuve con él. Lo encontré muy desmejorado. El año siguiente las letras italianas se cubrieron de luto por el fallecimiento de ese notable ensayista. Me dijo que Il Diavolo surgió de la primera conversación que habíamos tenido. Y me lo puso por escrito en la dedicatoria de su excelente libro. Ya casi no veía, fueron garrapatas fugaces. ¡Maldigo al grancarajo que me

602 robó ese libro tan querido por mí! Yo siempre sospeché de un barbero ita- liano de Acarigua, que era un apasionado de Papini.

AAR: Cuéntame de tus dificultades de expresión.

AAT: Soy muy bruto, no tengo facilidad de expresión. Cuando escribo, me cuesta mucho escuchar lo que ando buscando. Tengo que tantear, pu- lir…”

Siguen a continuación algunas apreciaciones de mi hermano Alberto, so- bre la forma que utilizaba nuestro padre para crear sus poemas:

En realidad “pulir” es la palabra que lo describe. Organizaba 4 o 6 versos, los repetía en voz alta, casi siempre paseándose, con una voz que parecía frotarlos, para que quedaran al descubierto. A estos ver- sos les iba arrancando aristas y pedacitos de palabras. Silencio du- rante 10 o 20 idas y vueltas, mientras chupaba o mordía su tabaco. (Hablo de su momento más fecundo, cuando podía fumar a su anto- jo). Y de nuevo a rezar los versos. A veces avanzaba con otro peque- ño trozo del poema, y podía componer así, paseándose entre humos y palabras, de 20 a 30 versos de un tirón, sin escribir ni una línea. Só- lo entonces se sentaba en la máquina de escribir. Esa es la razón de por qué no existen originales de su puño y letra. A veces copió con su propia letra poemas galantes y casuales. Pero sus poemas princi- pales los transcribía en máquina, donde las tachaduras eran de in- mediato aniquiladas.

Envidio a Pedro Sotillo, que puede sentarse en la máquina y escribir de un tirón un artículo. Bien sabes que por cada artículo mío me desvelo por varias semanas.

Lo decía a la defensiva, cuando le pedía que fijase notas críticas o re- cuerdos. Sólo una vez logré sacarlo de su silencio y estimularlo para que le diera forma orgánica a juicios e ideas. Fue con motivo de su interpretación de la Silva Criolla, del poeta guariqueño Lazo Martí. En sus años mozos había tocado ese tema en una conferencia. Bajo el estímulo de críticas posteriores, resumió durante muchos años las

603 observaciones e interpretaciones de casi todo el poema. Pero no se decidía a escribir un libro y decía eternamente:

Lo tengo pendiente, cuando encuentre un fresquito en mi tiempo…

Una circunstancia, de cierta manera exterior, lo llevó a comenzar el libro. Trabajó febrilmente, enloquecido de entusiasmo, hasta termi- narlo en dos meses y medio. ¿La causa de ese apuro? Que yo le conté en Acarigua una conversación que tuve en Caracas con Antonio Es- tévez, el cual tenía planeado hacer otra Cantata Criolla con la letra del gran poema de Lazo Martí. Estévez me dijo: “Como yo no cono- cía a tu papá, me tuve que fajar en solitario a desentrañar los senti- dos de Florentino y el Diablo. ¡No sé cómo pude ser tan “requetegüebón” de no gestionar que algún amigo común, el Maes- tro Plaza, por ejemplo, me presentara a tu papá! Le contesté que él le podría ser de gran ayuda: “Él está proyectando un libro sobre la Sil- va Criolla”.

Antonio se entusiasmó mucho, y quedó a pasarse una semana con nosotros en Acarigua. Y allí, bajo los chirimoyos, en una “encerrona al aire libre”, conversaron cuatro días. Entre el anuncio del viaje de Antonio y el inicio de esa conversación, mi papá escribió los dos primeros capítulos de “Vigencia en Lejanía”.

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Sección 2.

Discursos y conferencias

a) Conferencia en la Universidad de Roma

La América frente a la Europa Superpoblada

Conferencia del Embajador de Venezuela, doctor Alberto Arvelo

Torrealba, ante la Facultad de Economía de la Universidad de Roma.

(Traducción y arreglo de la versión taquígrafa)129

Desconocemos la fecha exacta de esta conferencia. Suponemos que fue en el segundo semestre de 1954).

129 Epílogo de la Segunda Edición de Caminos que andan; Gobernación y Asamblea Legislativa del Estado Barinas, 1971.

606 Excelencias, señoras, señores:

Todo hombre, cualquier hombre común – ha dicho el filósofo inglés Ber- trand Rusell - puede contribuir hoy a mejorar el mundo. Esta frase me da alientos para hablaros, sin títulos técnicos en respaldo, como hombre de este siglo, despierto a la responsabilidad que la hora histórica a todos nos señala. Por eso, cuando el excelentísimo Profesor Hugo Papi, insigne eco- nomista, Rector de la Universidad de Roma y jefe de la Delegación de Ita- lia ante la FAO, me dio a elegir el tema para mi disertación, me decidí por el que hoy motiva mi presencia en este augusto recinto: el problema de la subnutrición en el mundo, y las razones que hacen de la América un con- tinente privilegiado en la lucha contra esa calamidad.

La palabra subnutrición, modo elegante de llamar el hambre, según Wi- lliam Vogt, trae a la conciencia una serie de realidades que no pueden de- jar de impresionarnos. La primera es la limitación de la capacidad alimentaria de la tierra. Cuantitativamente, la superficie cultivable de que disponemos, correspondería, en relación con los habitantes del mundo, a menos de media hectárea por persona. Cualitativamente, los suelos más ricos se están deteriorando en tal manera por las erosiones, que un nota- ble técnico norteamericano, Ward Shepard, ha llamado este siglo la era de los cataclismos geológicos provocados.

La segunda realidad alarmante es el aumento vegetativo de la población. Pensemos que cada día hay 1000 italianos más, 7000 rusos más, 15000 eu- ropeos más, 80000 habitantes más sobre la tierra. Vale decir que cada doce días, los labrantíos del mundo deben producir alimentos para la pobla- ción de la tierra, más los intereses demográficos de aquélla en los doce días anteriores, o sea un millón de estómagos complementarios. Cada in- cremento de densidad se capitaliza automáticamente, y hace aumentar el índice de la progresión; y, si el potencial biológico de los suelos es el divi- dendo y los hombres son el divisor, los teoremas de la Aritmética elemen- tal nos revelan su fatal vigencia: a menor dividendo, menor cociente; a mayor divisor, menor cociente. Evidencia trágica, porque ese cociente que se empequeñece en doble ración geométrica, es el salario biológico de la

607 humanidad. Resucita así en la mitad de nuestro siglo aquel principio de Malthus que el propio filósofo escocés borró de la segunda edición de su libro: “El hombre que nace en un mundo ya ocupado, no encuentra cu- bierto en el banquete de la Naturaleza, y la Naturaleza le ordena que se vaya”.

Una tercera realidad surge, trayendo en sí la virtualidad de una solución, por lo menos un paliativo, al crudo interrogativo que afrontamos. Me re- fiero a la irregular distribución cuantitativa de los hombres sobre la tierra. Se calcula que las zonas de alta densidad, aquellas que pasan de 100 habi- tantes por kilómetros cuadrados, suman una superficie no mayor de 3.500.000 kilómetros cuadrados y en ella se aglomera más de una cuarta parte de la población total del mundo; mientras que las regiones de bají- sima presión demográfica, con densidad menor de uno, alcanzan a 50.000.000 de kilómetros de superficie.

La solución, a primera vista, sería simple y segura. Bastaría equilibrar el desbalance, transfiriendo la gente de las tierras colmadas a las tierras ociosas. Pero el problema es más complejo de cuanto parece. También los números tienen su espejismo. De esos cincuenta millones de kilómetros cuadrados, veinte millones son desiertos. Los desiertos crecen. Es el deli- rio imperialista de los arenales. El de Sahara aumenta su radio a razón de 800 metros anualmente. Lindera del erial está la zona subdesértica, caren- te del mínimo de condiciones bióticas y ambientales que requeriría el hombre para establecerse en ella de modo permanente. En consecuencia, el paso previo en materia de emigración es levantar un inventario de las zonas de baja presión demográfica, para determinar cuáles, y hasta qué densidad son ecuménicas, es decir, habitables. Y por cuanto las regiones que aún ofrecen amplia disponibilidad espacial se encuentran casi todas en la Zona Tórrida, me propongo trazar un bosquejo de sus características geográficas y meteorológicas, como premisas de mi personal apreciación sobre su capacidad receptiva.

La característica de más relieve en la zona intertropical, es la casi unifor- midad térmica de las estaciones. Estas son, en realidad, dos: seis meses de

608 sequía y seis de lluvia. La variación se produce, según los técnicos, a cau- sa de la circulación atmosférica. Sobre el ecuador, y sobre los paralelos más próximos a éste, el aire se calienta y se eleva. Es zona de atmósfera superficialmente enrarecida, de bajísima presión. En las regiones templa- das, por el contrario, durante el invierno, el aire frío aumenta de peso. Es zona de alta presión atmosférica de saturación aérea superficial. Es intui- tivo que las masas de aire denso de las zonas templadas afluyan alterna- tivamente, de Norte a Sur en el invierno boreal, y de Sur a Norte en el austral, a llenar el vacío que deja el aire ascendente en las proximidades del ecuador. Se originan así los vientos generales o alisios que modifican progresivamente su rumbo con desviación occidental, a medida que se aproximan al equinoccio, y arrastran el vapor de agua de las zonas de pa- so, produciendo sequías de seis meses que corresponden al período de lluvias en el hemisferio eterénico.

Ya sobre el ecuador los alisios ascienden, aligerados por la falta de tempe- ratura, y al enfriarse en los estratos elevados, sus vapores se condensan y producen las lluvias equinocciales permanentes. Por último, operado este inmenso proceso de destilación atmosférica, las masas de aire ascendente divergen en abanico hacia los polos y completan su ciclo, porque al trans- poner los límites de la Zona Tórrida, pierden temperatura, aumentan densidad, y caen sobre la línea de los trópicos, como caen las cenizas, después del incendio de la sabana.

Nutrida desde arriba por una fuente continua de aire seco, la atmósfera saturada de los trópicos se hace centro de una zona de altísima presión, cerrada, impenetrable a las corrientes húmedas de regiones vecinas. Es zona anticiclónica, en cuyos dominios, salvo las excepciones que luego apuntaré, la lluvia es fenómeno extraordinario. Los trópicos están lejos de ser, como podría creerse, el optimum del verdor y la fertilidad. Son, por el contrario, el eje de la arena en el mundo, la huella de llama que imprime sobre la tierra la frenada del sol, cuando aparentemente se para, al iniciar su retorno al otro hemisferio. Así, de los trece mil kilómetros que recorre el trópico de Cáncer sobre el continente, nueve mil pasan sobre el desier-

609 to, del Oeste del África al Noreste de la India; y de los seis mil kilómetros de recorrido del trópico de Capricornio sobre la tierra firme, cuatro mil cruzan el desierto en Australia y África del Sur.

Mas hay dos regiones tropicales de privilegio, con lluvias y verdor: India e Indochina en el hemisferio Norte, y América en ambos hemisferios. ¿Cuál es la razón? La razón depende de la amplitud de los océanos en el hemisferio austral, del rumbo Oeste que en la vecindad del ecuador to- man los alisios y de la posición de los sistemas orográficos en los conti- nentes. He aquí los datos que corresponden a cada uno de ellos:

Australia. Su sistema orográfico se alza sobre la costa oriental y se conti- núa, más allá del mar, hacia el Norte, con las altas montañas de Nueva Guinea. Todo el territorio se encuentra en el hemisferio Sur y no hay re- lieves montuosos en la costa occidental. Como consecuencia, los alisios del Sureste, dejan sus vapores en las montañas, apenas en contacto con el continente, y al llegar a la banda Oeste de la inmensa isla, sin encontrar obstáculo alguno, arrastran hacia el océano los rezagos de humedad de que son portadores. Interferidos por el calor ecuatorial y por el sistema orográfico de Nueva Guinea, los alisios del Noreste sólo llegan a Austra- lia en las masas de aire descendente y resecas que saturan la zona antici- clónica tropical.

Sur de Asia. Durante el estío, la India y la Indochina, aisladas de la atmós- fera ártica por el Himalaya, constituyen una de las regiones más tórridas de la tierra. Los alisios australes del Indico encuentran la línea ecuatorial sobre el océano, y como éste se calienta menos que los continentes, la temperatura no basta para determinar el proceso de condensación equi- noccial. El Asia central del Sur se comporta entonces como ecuador térmi- co, y el trópico deviene así zona de baja presión ecuatorial, hacia la cual afluyen, plenos de humedad, los vientos generales del hemisferio opues- to. Es el régimen monzónico que da a la India y la Indochina lluvias pe- riódicas estivas durante seis meses.

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611 África . Las montañas preponderantes se perfilan, como en Australia, so- bre la costa oriental. No hay relieves montuosos en la de Occidente, salvo el núcleo aislado vecino al Golfo de Guinea, donde nace el Níger. Los ha- ces de vientos generales que arriban al ecuador continental producen llu- vias equinocciales permanentes y caen luego sobre los trópicos, conforme al proceso explicado. Pero las corrientes de alisios que alcanzan la costa atlántica antes de llegar al ecuador, arrastran los vapores hacia el océano, por falta de relieves orográficos que las retengan.

América. Los sistemas preponderantes de montañas, los Andes y las cade- nas con que éstos se continúan hacia el Norte, se alzan sobre la costa occi- dental, sin perjuicio de otros relieves en las Guayanas y en el centro del Brasil que limitan las cuencas del Orinoco, el Amazonas y el Río de la Pla- ta. Por causas sensiblemente iguales a las del régimen monzónico en el Sur del Asia, el inmenso proceso de destilación equinoccial no se produce sobre el ecuador oceánico, y así los alisios atlánticos más orientales aflu- yen hacia el ecuador térmico de ambos hemisferios; y vemos así como la región de las grandes Antillas se comporta como zona de baja presión y alta pluviosidad, no obstante ser su latitud idéntica a la del desierto de Sahara. Por otra parte, los alisios más occidentales entran al continente. Los que cortan la línea ecuatorial causan las lluvias amazónicas; pero los que se aproximan a la costa pacífica aún distantes del ecuador, encuen- tran la inmensa valla andina, ascienden, se enfrían, condensan sus vapo- res, y los entregan a la tierra americana en la ofrenda profusa de las vertientes. De este modo, a los efectos de la precipitación acuosa, los An- des son como otro ecuador, tendido de Norte a Sur a lo largo de todo el continente, al cual aseguran el don del agua en todas las latitudes. Tal precipitación se corrobora con la presencia de pequeñas zonas desérticas en Chile, Perú y México. Se trata de regiones que se encuentran tras la inmensa “sombra de lluvias” que proyecta la cordillera.

La trilogía alisios, ecuador, montaña, da a América – además de las zonas de pluviosidad periódica – la maravilla de siete millones de kilómetros cuadrados bajo el régimen de precipitaciones sensiblemente permanentes.

612 Tal territorio se reviste de dos tipos de selvas pluviales: las ecuatoriales propiamente dichas (Amazonia, Este de la Guayana, Delta del Orinoco, Sur del lago de Maracaibo) y las selvas pluviales templadas, que se alon- gan a todo lo largo de las altas cuencas orientales andinas.

Como síntesis de lo expuesto, hay dos regiones tropicales privilegiadas en la tierra: el centro del Asia meridional y toda América. Respecto al Sur de Asia – sin hablar de las profundas diferencias étnicas, religiosas, idiomá- ticas; sin tomar en cuenta la vecindad no del todo amigable del hormi- guero amarillo ultracortina – la Indochina y especialmente la India son zonas ya superpobladas. Así, por eliminación, nos encontramos frente a una América que surge, como continente ecuménicamente preferible, pa- ra la emigración europea.

No quiero decir que en América no haya hambre. La hay. Pero podría no haberla si nos disponemos a desarrollar una acción enérgica para erradi- carla. El notable técnico brasileño Josué de Castro, hoy Presidente de la FAO, traza en su excelente libro “Geografía del Hambre” un cuadro muy significativo de la subnutrición en cinco regiones de su patria. Pero reco- noce que tal calamidad no obedece a factores de naturaleza geográfica, sino más bien a la estructura socio-cultural y a deficiencias de carácter técnico. Demográficamente, apunta de Castro, Suramérica, más que un continente es como un archipiélago, con “gotas de gente” diseminadas en inmensas regiones solitarias; y es tal la prepotente hurañía del bosque equinoccial, que el esfuerzo del hombre aislado resulta ineficaz para ven- cerla. Requerimos en consecuencia un refuerzo de aliento humano, como necesidad primaria; pero también en este aspecto el problema es menos sencillo de cuanto parece, porque nada sería tan peligroso para la econo- mía agraria de América como un aumento brusco de la población, sin controles técnicos adecuados.

En efecto, si es verdad que la erosión eólica no azota las tierras tropicales de América, no podemos olvidar que nuestros suelos, especialmente los de montaña, donde aparecen los climas más atrayentes, son extremada- mente sensibles al arrastre aluvional, por la abundante pluviosidad que

613 los condiciona. Hasta ahora el equilibrio de los suelos altos en el frente oriental andino se mantiene por la acción reguladora de las selvas pluvia- les. Pero en razón del incremento demográfico, la mano del hombre, irra- cionalmente impulsada, puede romper ese equilibrio. La población del occidente americano ha venido apiñándose, desde la colonia, en los valles y altiplanos tendidos entre los dos sistemas, uno interior y otro exterior, que estructuran la cordillera andina. La razón es la carencia, durante si- glos, de una sólida vialidad hacia el corazón del continente. Hoy ya se han construido, y siguen construyéndose, perpendicularmente al eje de los Andes, modernas carreteras de penetración, y éstas estimulan una co- rriente migratoria local de la montaña hacia las llanuras. Antes de llegar a éstas, que atesoran incalculables virtualidades de poderío para nuestras industrias madres, la zona virgen de las selvas pluviales templadas es tentación demasiado halagüeña para aventuras agrícolas de fácil prove- cho inmediato, pero que podrían afectar, de modo irreparable la econo- mía agraria del continente, porque perdemos las cuencas íntegras de nuestros grandes veneros fluviales si sus cabeceras se erosionan.

La conservación de los recursos naturales es antes que todo, en cada caso, un problema de carácter nacional. Cada país debe proveer a que tengan siempre más aliento y pujanza las fuentes cardinales generadoras de su vitalidad. Pueblo fuerte, y potencial biótico defendido y renovado sobre el agro, se fusionan en clave recíproca. Cada Gobierno debe aceptar como un axioma, que producir alimentos y defender la virtualidad de producir- los son problemas inseparables; y tales ideas deben arraigarse en la con- ciencia colectiva. El ordenamiento jurídico de la tierra podría prestar preciosa ayuda a ese respecto. El Derecho Agrario ha sido hasta hoy, a través de su evolución, la expresión de una lucha secular entre la propie- dad y la posesión material de los fundos rurales. El legislador moderno se preocupa, y ello es muy justo, en favorecer la condición de quienes “tra- bajan por sus manos”; pero suele olvidarse de que si un campesino ara y siembra en el sentido de la pendiente, abriéndole camino a la fuga del suelo, corregir ese error es mucho más urgente que transformar al jorna- lero en arrendatario, o al arrendatario en dueño absoluto de la hacienda

614 agrícola. Y es que la tierra, en función de pan para centenares de genera- ciones, a la par que objeto, debe ser sujeto de derecho, tutelada por el Es- tado, para que el hombre que con ella pacta, la ponga a producir sin aniquilarla.

Sólo hay dos medios por los cuales una nación puede aumentar su terri- torio: uno, la guerra y los protocolos leoninos en detrimento del más dé- bil; otro, la transformación interna del espacio estéril en espacio fecundo. Guerra y tratados leoninos son injustos y sus resultados a menudo fuga- ces e ilusorios. Queda no más la faena pacífica que por fortuna aquí y en mi país nos orientan: disecación de pantanos, riego de las zonas resecas, forestación de las colinas y los valles desnudos, amparo al régimen seden- tario de los ríos. Política hidráulica, que es la gran urgencia del mundo. Tenéis de lo que afirmo una experiencia muy reciente: el Gobierno ita- liano de la preguerra aumentó más el territorio de esta gloriosa patria con el Agro Pontino que con sus conquistas territoriales.

Pero la salvaguarda de los suelos, aún en las regiones más apartadas de la tierra, tiene también un alcance internacional evidente, porque toda merma del capital biótico con que cuenta el mundo es factor limitativo de la nivelación demográfica a través de la emigración; y porque todos te- nemos interés en defender la cuota alimentaria que nos corresponde en la distribución total del granero de todos, que son las heredades de todos los climas y de todas las latitudes.

Debo concluir. Temo que pueda caer sobre vosotros el soplo desértico del fastidio. Pero permitidme aún dos palabras. América está de pie para la gran cruzada de la integridad biológica del hombre, que es base de toda integridad. No tenemos eriales sobre la línea de los trópicos. Nuestras montañas atajan los alisios, y éstos nos ofrendan el regalo de su gran car- ga cósmica. En nuestras manos está nuestro destino. Culpa nuestra será si las mismas fuerzas telúricas que nos enriquecen, nos arruinan.

615 Si perdemos la partida de los recursos naturales que aún quedan intactos en la tierra, será el caso de vivir la visión dantesca del juego del azar. Re- cordadla:

Quando si parte il gioco della zara culoi che perde si riman dolente repetendo le volte, e tristo impara: con l’altro se ne va tutta la gente.

Si perdemos esa partida, nos tocará quedar dolientes, aprendiendo cuan- do no haya remedio, lo que debimos saber y realizar en tiempo oportuno. Sólo que el panorama será más sombrío que el del tahur vencido, porque no habrá ganador con quien irse. Solo quedará victorioso el desierto.

Más no es éste el pensamiento del Dante con que quiero terminar mi di- sertación. Es el de la esperanza. Sois un pueblo dinámico, fecunda espe- ranza, y por eso habéis reconstruido la patria en cortos años. Tenéis el privilegio de un suelo rico; tenéis el privilegio de convivir con el pasado artístico más luminoso de todos los tiempos; tenéis el privilegio de ser el domicilio de la luz cristiana. Sois, perdonadme la metáfora, zona de alta presión espiritual que irradia sobre el mundo. Por algo los tres libros de la Divina Comedia terminan con la palabra estrella, que es el símbolo de suprema esperanza.

Por eso tengo fe en la contribución de Italia, sede de la FAO, para la tarea gigantesca que aquí, y en América y en todas partes debemos realizar, en inquebrantable voluntad de subsistir. Sacra lucha, cuyo ideal podemos resumir en un voto, casi diríamos en una imagen: Hay que eternizar el verdor sobre todos los campos de la tierra. Eternizado racionalmente, en perfecto equilibrio con la suprema armonía de la Naturaleza. Sólo así po- dremos conquistar y merecer una paz dignificadora y duradera, bajo el signo augusto de

l’amor che muove il sol e le altre stelle.

616

b) Conferencia en la “Galería de Tocuyanos Ilustres”

Palabras del Dr. Alberto Arvelo Torrealba en el Acto de Colocación del retrato de Don José Ángel Rodríguez López en la Galería de “Tocuyanos Ilustres” en la ciudad de El Tocuyo el día 17 de junio de 1967

617 Señoras, señores:

Yo pude haber traído a este acto un discurso escrito. El tema es más que fecundo; nos lo dice así claramente cuanto hemos escuchado en este Acto y cuanto nos falta por escuchar de labios del Orador de Orden a quien estamos ansiosos de oír: el Dr. Blas Bruni Celli. Pero pensé que sería más apropiado no restringir, ni limitar el efluvio emocionado de mis palabras con unas cuartillas ya preparadas; y pensé que corresponde más, incluso a mi posición de pariente político de don José Ángel, venir aquí en la pos- tura del diálogo ante la viuda, ante los hijos, ante los familiares, ante este pueblo de El Tocuyo que tiene a timbre de alta gloria haberle dado cuna, haberle dado residencia y refugio durante toda su vida. Yo miro a don José Ángel desde distintos puntos de vista, que correspon- den a diferentes estratos o facetas de su pensamiento: lo miro y admiro antes que todo como Educador. Durante cerca de treinta años o tal vez más, atendió a la Clase de Física y a otras asignaturas en el Colegio Federal, que después se llamó Liceo Eduardo Blanco. No tuve la suerte de contarme entre los discípulos de don José Ángel ni entre sus compañeros en el profesorado; pero puedo decir que por una casualidad, me llegó, digamos así, un anticipo de la donosura profesoral ya no de don José Ángel, sino de la familia Rodrí- guez López, porque cuando yo ingresé al Liceo de Los Teques, por ahí por el año 21, un Rodríguez López, don José Antonio, el Dr. Rodríguez como lo llamaban, fue mi profesor de Física. Y yo hago el cotejo, no pue- do menos de hacerlo, de mis profesores de entonces. Recuerdo al de Filo- sofía, que era un estudiante de Derecho un tanto presuntuoso, cuyas clases se limitaban a traducirnos, mal traducidos del francés, el texto de Psicología Experimental de Tomá. Y me acuerdo también del profesor de Química, que era en cambio un sabio tímido, incomunicativo y profun- damente caletrero. Recuerdo que nos hizo aprender de memoria las fór- mulas de las materias colorantes y yo todavía -¡Oh atrocidad de la memoria!- recuerdo la del Cloruro de Rosanilina, que parece llamarse Clorhidrato de Pentametilperianidotrifenilmetancardinol.

618 Ante aquellos profesores tenía que resaltar la figura de don José Antonio, hombre generoso, hombre sencillo y dentro de su humildad, un verdade- ro sabio, con la particularidad de que casi todos los aparatos del equipo de experimentación del Gabinete de Física, eran construidos por él mis- mo. Años más tarde, cuando fui Inspector de Educación Secundaria, visité a don José Antonio Rodríguez López en Los Teques con el Profesor Parodi, uno de los físicos venidos de Chile, y a la salida de aquella inspección tengo la alegría de que el Profesor Parodi se mostró sorprendido de que con tan escasísimos recursos dentro de aquel medio de tantas limitacio- nes, se pudiera llevar a la Ciencia de Galileo a un grado tan relativo de adelanto, en comparación con el medio en que aquel humilde profesor actuaba. Muerto don José Ángel, cuando ya yo había contraído con él el vínculo de afinidad que por siempre nos une, visité en el Liceo Eduardo Blanco el Gabinete de Física, y me encontré con que tenía aparatos, unos reparados por él, otros completamente construidos y hasta ingeniados por él mismo, tal como uno que me ha impresionado profundamente y que consistía en una columna de madera de la cual pendía una cinta métrica anexada a ella por una polea, y con aquel aparato podía medir con mucha más pre- cisión que lo hacen los que corrientemente nos vienen del extranjero, po- día medir y regular las leyes de la caída de los cuerpos. De igual manera construyó sistemas de poleas para leyes ópticas y sistemas para compro- bar, por medio de unos cilindros giratorios, la fuerza centrífuga. La Física, bien lo sabemos, es tal vez la Ciencia que más ha evolucionado en los últimos años. Hoy los físicos nos dicen que no son tres, sino cuatro, las dimensiones del espacio, y hasta cinco, podrían admitirse. Todo en Física cambia; pero estos sencillos instrumentos de aprendizaje construi- dos por don José Ángel Rodríguez López, para bien de sus alumnos, éstos no pueden cambiar en el valor que nosotros le atribuimos porque están tocados, digamos así, por la varita mágica de una intuición generosa y humanística.

619 El segundo aspecto, el segundo perfil, el segundo estrato en que yo veo la personalidad y el pensamiento de don José Ángel es como Compositor. No se trata de que yo venga, sin tener facultad para ello, a hacer elogios de su música. Sabemos todos que su música sagrada es solemne; que el vals que acabamos de escuchar “Lo que los labios callan”, es sencillamen- te conmovedor; que sus polkas y sus galopas y sus danzas tienen una ale- gría fina y picaresca; que hay un profundo romanticismo en casi todas sus composiciones. No es esto lo que yo quiero destacar aquí. ¡Es la forma como nació esa música! Esa música nació en un rinconcito de su casa, alumbrado a veces con al- guna vela, cuando no había la luz eléctrica suficiente, o cuando había al- gún impasse en el motor que iluminaba la ciudad. Un rinconcito solitario donde estaba el piano, y después venía la segunda etapa: la de dar a los vientos, a los aires del barrio, aquella música, lo cual hacía él con el violín, en conspiración con su esposa doña Rita, a quien me es profundamente conmovedor tender desde aquí, a sus hijas e hijos, un abrazo de amigo y de compañero. Y después era el salir de aquella música a la calle; el ir a las orquestas por él mismo creadas: la “Euterpe”, la “Armonía”, la “Aurora” y el ir después a formar parte del patrimonio musical de El Tocuyo, del estado Lara y de toda Venezuela. A todo esto se agrega la función docente en el campo mismo de la música, que era otro medio de expansión de aquella capacidad fantástica para de- cir en el lenguaje de las notas, el lenguaje del corazón. Pero hay una tercera faceta del pensamiento de don José Ángel muy cer- cana a ésta, pero que no se confunde con ella. Se trata de su gran vocación folklórica, de su gran amor por las humildes e ingenuas inspiraciones del pueblo. Me parece estarlo oyendo, bajo los árboles de su jardín, director de una orquesta improvisada, deleitándonos con los sones varios del Ta- munangue, o alentándonos - porque su figura transmitía un profundo optimismo dentro del arte - para que coreáramos todos los golpes de

620 “Cándida María” o “La Puerca” o el llamado Golpe Tocuyano que co- mienza “¡Ah mundo Barquisimeto!” Como cuarto perfil del insigne tocuyano, yo quiero señalar su amor, su profundo amor por la naturaleza física. Era guardián y jardinero de su propia casa. Amaba las montañas de Turén, porque le producía una delei- tación magnífica el contacto con ellas y el aire que le hacía falta a su pen- samiento de fino artista. Y tenía aquí en El Tocuyo, fuera de su casa, un huerto donde había árboles y arbustos que él mismo regaba y aporcaba y donde tenía también unas abejas que le pagaban con miel, el esfuerzo del cuido. Por eso quizás tuvo el secreto de llevar a su hogar el influjo del campo, porque sus hijas y esposa eran al mismo tiempo flores y abejas para darse en perfumes, o usando una expresión de Francisco Fombona Pachano, “para darse en perfumes y hacer cantando la labor de la casa”. Por eso su música tiene ese rumor, ese flujo de los manantiales que brotan de las laderas y ese dulzor, ese calor de los cañamerales de San Pablo y esa dulzura de la miel que recogía de sus colmenares. Por eso también él tenía la fina tendencia de interpretar musicalmente las cosas que escucha- ba en el canto; y está aquí la anécdota de la paraulata: La paraulata la oía él - y se lo explicaba así a su esposa pocos días antes de morir- como el ruiseñor americano. Y decía que la paraulata canta de una manera espe- cial que no la usan para sus trinos los otros pájaros, porque son una serie de temas su canto, y cada tema comienza con las últimas dos o tres notas del tema anterior. Según esto, por la interpretación de Don José Ángel, la paraulata realiza dentro de la música, lo que los poetas llaman en poesía “concatenación”. Es aquella famosa estrofa de un poeta nativo que dice: Juvenil y picaresca Picaresca y un primor Un primor de gracia fresca Fresca vida sin dolor. Y por último, me falta de don José Ángel la faceta del hogar: fue siempre un maestro, y supo hacer del jardín de su casa una escuela. Una escuela de dignidad, una escuela para que sus hijos aprendieran que el pan hay derecho a partirlo, cuando lo hemos ganado con el esfuerzo del pensa-

621 miento o con el sudor de la frente. Una escuela de bondad, de bien, de belleza, de virtud; una escuela que comenzaba con una lección de econo- mía doméstica hermosa, porque don José Ángel en los días de estrechez económica fabricaba él mismo los juguetes para sus hijos, con igual un- ción de como fabricaba los instrumentos para que sus alumnos aprendie- ran la Física. Por eso, señores, a mí me parece la figura de don José Ángel realmente extraordinaria. En esta época que está viviendo el mundo, en que la voca- ción colectiva podríamos decir que es el lucro, es ejemplo de dignidad, de seriedad, de profunda honradez; es algo que bien se merece que don José Ángel, junto con el poeta don Arturo Tamayo, haya venido hoy a este re- cinto, a quedar junto con las glorias de este pueblo; junto con los Gil For- toul, los Montesinos, los Alvarado y todas las demás grandes figuras egregias que ornan este recinto. Yo he leído el Canto, el hermoso Canto de Jorge Manrique en honor a la muerte de su padre, y encuentro, señores, que casi todas las coplas de ese Canto, que está considerado como la más alta gloria de la Literatura Cas- tellana, podría ser aplicada a don José Ángel Rodríguez López. Por eso quiero terminar estas palabras recordando las dos últimas estrofas de esa joya de Jorge Manrique, a la muerte de su padre; dice así: Así, con tal de entender todos sentidos humanos conservados Rodeado de su mujer y de sus hijos y hermanos y criados dio el alma a Quien se la dio El Cual, la ponga en el cielo en su gloria que aunque la vida perdió dejónos alto consuelo su memoria.130

130 Homenaje a José Ángel Rodríguez López. Edición patrocinada por el Ministerio de Educación. División de Publicaciones. Litho-Tip CA, Caracas, 1980. Pgs. 39 – 43.

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c) Discurso de Incorporación a la Academia Venezolana de la Lengua

Academia Venezolana de la Lengua Correspondiente a la Real Española Discurso de Incorporación como Individuo de Número de Don Alberto Arvelo Torrealba Acto celebrado el día 31 de mayo de 1968 en el Paraninfo del Palacio de las Academias Caracas (Imprenta de la Dirección Técnica del Ministerio de Educación)

623 Señores Académicos,

Señoras, Señores:

Cuando los integrantes de la Academia Venezolana de la Lengua, entre quienes señorean tantas altezas de la nativa intelectualidad, me confirie- ron la elevada distinción de incluirme en sus filas, al revivir yo imagina- tivamente cuanto fuera en mi juventud móvil generoso de acercamiento al mundo de las letras, el espíritu se me concentró, por asociaciones con- ceptuales y emotivas, en la evocación de dos ilustres varones extintos: el doctor José Ramón Ayala y el profesor Antonio José Sotillo.

El primero fue preciado hijo de Caracas, sagaz jurisconsulto, catedrático fervoroso, sapiente tratadista en derecho y versificación, poeta de estrella parnasiana, orador de cálido estilo, que talló en dicción clásica y maduro pensamiento su original relieve para la tribuna y el foro.

El primer eco de su inquietud artística me llegó al aislado terruño casi por azar, cuando mi adolescencia, en aquel canto a su ciudad nativa, parodia y crítica al poema de Eduardo Marquina “En loa y elogio de la ciudad de Caracas”. De aquella glosa lírica de Ayala, donde el hálito estético sobre- puja toda otra intención, ha perdurado en mi memoria por casi medio si- glo una cuarteta que, sobre la gracia rítmica, es testimonio del apego fiel del poeta a las fuerzas y donaires autóctonos del solar avileño.

Tú la soñabas una odalisca o la creías ultramontana. Pero no tiene sangre morisca: Es una virgen americana.

Para fortuna y deleite de mi curso universitario (promoción de abogados 1935) lo tuvimos como profesor de Práctica Forense.

Dictaba su cátedra en aula no distante de esta tribuna, en este mismo sa- grado recinto. Sus lecciones inolvidables zarpaban certeras de las radas jurídicas, navegaban un trecho por la mar normativa de los códigos, para ir a anclar siempre, a mitad o final de las clases en bellos y sonoros puer-

624 tos de donosura y poesía. A menudo, al estéril esquema de un contrato de compraventa, o de una demanda de divorcio, o de algún libelo interdic- tal, seguía un lindo soneto de Lupercio Leonardo de Argensola, o el se- reno madrigal de Gutiérrez de Cetina. Y más de una vez fluían, como latiguillo de sus brillantes motivos docentes, frases de loa y estímulo para el buen decir, salpicadas de adustas advertencias. “Tened presente – era tema preferido para su admonición – que de poco os valdrá el acato de las normas más eficaces y combativas en la lid profesional, si conculcáis en vuestros escritos la tácita garantía constitucional de la inviolabilidad del idioma. Pureza y corrección expresivas son el primer deber y el arma más eficaz del jurista. Estudiad los códigos, pero leed también los clásicos. Calderón y Cervantes, Shakespeare y Milton, Hugo y Balzac, pueden con- tribuir más al éxito de un litigio, que los más ponderados comentaristas de la ley”. Tales eran su pensamiento, su doctrina y su programa de cate- drático.

Preexistía, pues, señores, el más dilecto vínculo perdurable entre la me- moria procera del doctor José Ramón Ayala y quien les habla. Tal nexo no hace hoy sino fortalecerse, enalteciéndome, a la hora de honor en que he de ocupar la plaza que él dejó vacante en este ilustre refugio académico, donde su presencia pagó siempre con liberalidad su cuota de arte, de ciencia, de decoro y de señorío. Su vida puede resumirse en aserción la- pidaria de Luis Beltrán Guerrero: “Fue un Caballero del Orden Jurídico, del Orden Moral, del Orden Estético”.

Cuanto al profesor Antonio José Sotillo, zaraceño de cuna y de soñares, fue también mi maestro, cuando estuvieron a su cargo en el Liceo Caracas las asignaturas de Castellano y Preceptiva Literaria, los años de 1924 y 1925. He tomado episodios resaltantes de su vida como eje y aliento de mi discurso, porque considero que él, espíritu de altos quilates en todos los estratos del hombre y del ciudadano; él, que para rescoldo de su hogar y de su oficio no dejó apagar nunca el brasero del buen soñar y de la calla- da altivez, es, entre los valores nativos semi-ignorados, señor de señera ejecutoria, que se merece el conocimiento y el reconocimiento de la Patria.

625 De sus realizaciones específicamente literarias, de sus anécdotas, de sus aventuras de caminante por casi toda Venezuela; de sus conceptuosos apuntes y argumentos de clases, nos queda apenas lo que bulle en la tra- dición viva del pueblo, o en una que otra nota dispersas por periódicos de provincia. La causa de tal carencia de información escrita es, entre otros, el hecho de que todos los libros, cuadernos, manuscritos, apuntes y recor- tes de prensa del maestro, desaparecieron cuando fue saqueada la biblio- teca de Pedro Sotillo, hace 22 años.

La vida de los hombres suele tener una encrucijada tempo-espacial donde se hace alto, no para solazarse en huelgo y reposo, sino para otear nuevas trayectorias conscientes hacia metas soñadas. Tiempo y espacio se cruzan entonces en coordenadas y clave de destino. El hombre acepta la jornada a la hora en que paisaje y vida circundantes crean y descifran el enigma sagital del rumbo renacido en la huella. Y para don Antonio José Sotillo ese paraje y ese tiempo, grávidos de acción y de caminos, fueron la cuen- ca del Unare a principios de este siglo. Fue- limitando aún más la zona del influjo – el pueblecito de San José de Unare, al cual da nombre el mismo caribe flumen que lame las gredas y areniscas de Zaraza por el ve- cindario levantino.

Por ahí viene Quebrada Honda ese fluvial venero de curso envolvente que encorrala en glauco semicírculo a la antigua Chaguaramal de Perales, por el Ocaso levemente declinado hacia el Sur, por el Norte franco y aun por el Nor-Este. Por eso se pasa sobre sus aguas turbias cuando se va para Zaraza mirando hacia los golfos de Levante y cuando se sale de Zaraza siguiendo el mismo rumbo. Destino insular del pueblo airosamente bio- grafiado por De Armas Chitty, villa que se enclava en el corazón de nues- tros bajos llanos del Nor-este, donde el Unare y el Ipire, de mayo a octubre, les completan a los zaraceños el encierro del aguazal. Realidad insular que no se aprecia bien en nuestros mapas, porque la mayor parte de ellos; los escolares, los de las petroleras, y hasta el último de fuente ofi- cial, el que nos muestra al Sur, contra el Atlántico, el apéndice tan justo y

626 tan remoto de nuestra Guayana Esequiba, tienen, al menos en el rasgo hidrográfico, la característica común de la inexactitud.

Corre el empalme de los dos siglos, sin variación alguna para la suerte querellosa de la Patria. A pocas leguas de su ciudad natal, en San José de Unare, mora con su familia el profesor Antonio José Sotillo. Allí está con- finado, por mandato del Gobierno, después de sendas carcelerías sin deli- to en la Rotunda de Caracas y en “Portugal” de Barcelona. Tiene apenas como físico desahogo sus breves escapadas, en canoa por invierno, a ca- ballo en verano, hacia “Conoropo”, antigua hacienda de caña hoy desola- da, para entonces de la propiedad de los padres de su esposa, la amable y dulce doña Eugenia Correa de Sotillo. Como en el fondo es un poeta (so- bran criterios acordes en que lo era), a buen seguro que musitaría sus tro- veros motivos nunca publicados, ante el palustre mutismo de los cilancos, guarnecidos de alas y juncos. Con tan limitado radio de acción, establece en San José una escuálida bodega, la cual surte por las chalanas que cu- bren el trayecto fluvial hasta Puerto Píritu. Vende víveres y medicinas. El paludismo devasta la cuenca y él en poco tiempo se transforma en médi- co y mentor gratuito de todo el vecindario.

En boca de personas mayores, por callejas y chozas de San José, perdura un pasaje anecdótico que es testimonio de coraje y reciedumbre de este rubio bachiller recetador y recitador, que no tuvo a menos un día el ser pulpero provinciano. En junio de 1902, ya nacido o para nacer Pedro Soti- llo, ocurrió el incidente. Concepción Soto, cabecilla revolucionario, quien parece que tenía tropas ocultas cerca de San José de Unare, se aventuró, acompañado sólo por un asistente, a entrar en el caserío. Pasó por la úni- ca casa de tejas del pueblecito, esquina de los Pinos, donde tenía su bode- ga el confinado. Frente a la Plaza Bolívar rima doliente pasitrote el caballo peruano del guerrillero, cuando los adversarios prevenidos le dieron voz de arresto. Al tratar de hacer resistencia, media docena de balas acribilló su pecho. Huyó el espaldero y el caballo pasó a ser botín de los matado- res. Y todavía con el olor de la pólvora en el campo de la tragedia, el ba- chiller Sotillo salió de su vecina pulpería, sin que lo demorara en el

627 impulso su ingénita cojera. Pasa otra vez ante sus ojos la semblanza de la barbarie. Llamó gente, y afrontando con un grupo la camorrera expectati- va gobiernista, levantó el cadáver y lo trasladó a un rancho vacío, frente a su negocio, donde el victimado tuvo esa noche la rezada piedad del velo- rio.

Paisaje y vivencias humanas que rebullen en el hábitat, suelen ser núcleo raigal de la postura anímica y de la acción futura, con mucha más fre- cuencia de cuanto nos imaginamos. Tendencias, alientos, ansias, impul- sos, borbotones del pensamiento y del corazón, tienen su asomo prístino en el hondón telúrico. Su influencia ha de ser variada y múltiple, como es varia y múltiple la fisonomía agreste sobre la tierra. El cielo del Llano es redondo. Así lo ve Barrios Cruz en una de sus lindas “Canciones a cuatro cuerdas”. Bajo esta redondez espacial que abismó al poeta, entre congojas de su reciente ocaso, señorea hoy el aliento de su admirable poesía:

Yo me quedé triste y mudo mirando al cielo redondo.

En cambio, el cielo de los Andes es rectangular, hexagonal, trapezoidal, fusiforme, de todos los contornos posibles, menos de aquellos que evo- quen sensorialmente una esfera. La tierra en el Llano es paralela a la pro- yección de las miradas. En el Ande es oblicua y aun perpendicular a la visión del caminante. Por eso el llanero, que tiene así ante sus ojos de fijo la tentación del latifundio, define, desde los tiempos de Doña Bárbara, la alambrada de su lindero con una suerte de adivinanza paradójica:

“Mientras más lejos más cerca”.

Y por eso el andino no tiene la intuición de la uniformidad de las distan- cias. Cruzando yo a caballo por la cordillera, pregunté cierta vez a un rús- tico: ¿Cuánto falta para llegar a Las Piedras? “Dos leguas – me contestó sin vacilar – pero la última legua es largona”. “La última legua – añadió tras una pausa – son como dos leguas y media”. Y tenía razón, porque estos cinco kilómetros finales eran un suplicio de vaivenes. De repecho en quebrada y de quebrada en repecho, un agobiante sube y baja sobre lodo

628 y pedruscos: sudoroso ondular que, como los eriales de Gloster en suges- tivo episodio del drama de Shakespeare, “estiran las leguas y aumentan la fatiga”. Continuando el cotejo, por último, el agua del llano es remansa, sombría y silenciosa, mientras que en Los Andes rebulle sonora, cristalina y turbulenta.

¿Podrían hombres que capten desde niños mensaje sensorial tan diverso, podrían, pregunto, sustraerse a ese influjo irrefragable de la experiencia cotidiana? ¿No sería más acorde con la armonía del mundo que tal in- fluencia nos condicione en todos los estratos de la psique y de la conduc- ta?

Lo dicho a propósito del Ande y la Llanura sigue siendo valedero si com- paramos las diferentes zonas de la Llanura misma. Entre las tierras llanas de Barinas y las del Guárico hay por lo menos dos diferencias sustancia- les: el llano barinés despega – ya en plenitud de plenitud – del propio pie de la serranía. Hacia el Oeste del piedemonte ya no hay más llanuras. Ha- cia el Este ya no hay más cerros, ni relieve orográfico alguno que interfie- ra la horizontalidad. Mientras en el Guárico, la rama interior del sistema costeño va entrando en la pampa con lentitud intermitente, parsimoniosa y ondulante. Galeras, morros, terremonteros, pretiles, lomas, mesas, se prolongan hasta más al Sur del paralelo de Calabozo, que es el mismo que pasa entre El Socorro y Santa María de Ipire. Corolario de estas reali- dades geográficas, los ríos barineses corren todos hacia el Sureste; en tan- to que los guariqueños – cercanas y aún entrecruzadas sus cabeceras – van a dar unos al Orinoco y otros al Caribe. Tal la evidencia que Rodolfo Moleiro, poeta genuino, fino y hondo, hijo preclaro de Zaraza, bosqueja en “Un País”:

Lanzaremos cuesta abajo dos balones invencibles: uno hacia el Llano hacia la mar el otro.

No osaría yo extremar mi aserto sobre la influencia de lo telúrico en lo humano, hasta pretender que todo fenómeno social tenga su génesis in-

629 mediato en la naturaleza física. Pero quiero destacar dos movimientos culturales simultáneos en dos pueblos venezolanos distantes y distintos; movimientos que bien podrían tener relación con factores geográficos comunes. A nadie se escapa que hay como una suerte de destino lumino- so en las dos cuencas del Caribe de mayor drenaje territorial: la del Tocu- yo y la del Unare. ¿Qué de común en ellas? Aparentemente nada y tal vez mucho. La una queda en la depresión larense del sistema de Los Andes. La otra, a cien o menos metros sobre el nivel del mar, constituyen nues- tros Bajos Llanos Nor-Orientales. Pero las asemejan – ejes de verde fron- da, hilos de silencio agrario en rumbo del playero rumor- los álveos llenos de los ríos, de donde se nutre el patrimonio agrícola y zootécnico de las dos regiones; y las asemejó hasta hace poco el encierro, el aisla- miento en interiores soledades. El destino insular, fluvial hacia Levante, orográfico hacia Occidente, que incitó por igual a zaraceños y tocuyanos a emprender jornadas milagrosas, ideal y firme, hacia el auto- abastecimiento de su cultura. Se dirá que hay mucho de hipérbole ilusoria en estas conjeturas. Pero los llaneros solemos creer (¡a mucha honra!) en la realidad de la ilusión; y yo encuentro que hay como una inquietud de oleajes marineros que se mete tierra adentro por las citadas dos bocas del alisio, para rebullir y transfigurar, aquí o allá, por puntos de ortos o de ocasos, el espíritu de los hombres, en función de Verdad, de Belleza y de Virtud.

De los que emanaron de la fontanera tocuyana quiero nombrar aquí, sin distingos cronológicos ni limitaciones preestablecidas por la fama, a Egi- dio Montesinos, el Maestro; a José Gil Fortoul, el Historiador; a Lisandro Alvarado, el Sabio; a Pío Tamayo, el Patriota Mártir; a Alcides Lozada, el Poeta; a José Ángel Rodríguez López, el Músico. Allí están los seis junto con los otros ilustres a quienes no nombro, reverenciados todos por el pueblo, en el Salón de Tocuyanos Ilustres de El Tocuyo, presididos por la figura ínclita del general Morán.

En la misma etapa que abarca el fin del pasado siglo y los primeros lus- tros del que cursa, surge en la cuenca del Unare una pléyade de educado-

630 res insignes y de científicos proceros. Los más eran nativos de Zaraza. Otros provenían de regiones vecinas, atraídos por aquel borbollón cultu- ral de la cuenca unareña. Sin que la omisión de nombres implique menos- cabo de valores y virtudes, recordaré, entre los que coronaron sus estudios universitarios, a Pedro Itriago Chacín, José Manuel Hernández Ron, Carlos y Odoardo Morales, Carlos Irazábal, Rafael Cabrera Malo, Manuel R. Egaña, Luis Loreto Hernández, hermanos Gimón, hermanos Moleiro, Rosendo Gómez Peraza, Francisco Torrealba, Miguel Lorenzo Ron Pedrique, Julio de Armas. Y entre quienes consagraron su vida a la labor docente que hizo posible tan brillante cosecha de científicos, al doc- tor Félix Loreto, a Eduardo Delfín Méndez, quien trabajó 56 años en el colegio San Gabriel y otros institutos; a José Ramón Camejo; a José R. Camejo Farbós, otro paladín del medio siglo en la enseñanza; a Vicente Peña, selecto músico y eficaz maestro de su especialidad; a Gabriel Cala- trava; al ilustre Monseñor Alvarez ; y a este revoltoso y elocuente bachi- ller Antonio José Sotillo, quien en 1903 regresó a Zaraza de su obligado apartamiento, todo renuevo en su vocación profesional. Seguro de que el solo camino de las reivindicaciones soñadas para el pueblo es el que pasa entre los bancos y pupitres de las escuelas, y no el que él siguió una vez tras la hazaña del heroísmo estéril y fugaz; convencido ahora de que a la cruzada espantosa del aniquilamiento fratricida debe reemplazarla la nueva gesta del espíritu sereno, enrumbado por derroteros de estudio y de trabajo.

Atrás quedan 35 años de su vida. Nacido el 15 de setiembre de 1870, no tuvo parentesco alguno, al menos cercano, con aquellos Sotillos federales, apodados los Macabeos, por la guerra estirpe. Se había graduado de Ba- chiller en Zaraza a los 20 años, junto con Carlos Irazábal y Salvador Itria- go Chacín. Su tesis de grado “La Luz y sus Fenómenos” fue chispazo y revelación de sus dotes profesionales. Como delegado del censo demo- gráfico de 1891, tuvo a su cargo una vasta Sección, que comprendía a La Pascua, Zaraza, Altagracia y poblaciones intermedias. Para cubrir emo- lumentos y expensas de ese mandato, incluyendo la centralización en La Pascua de todos los recaudos (18 cajas de libros), percibió ochenta y cinco

631 pesos. Pero el mayor tiempo entre los 20 y los 30 años lo había consumido la aventura, revivida en los reiterados alzamientos de aquel Mocho como de leyenda que llegó a ser una especie de brujeador del fanatismo multi- tudinario.

Sin duda durante su confinamiento tuvo tiempo y holgura para leer ma- terial literario selecto y orientadoras obras de Pedagogía. A un siglo de Pestalozzi, aquel maestro de Zurich forjado en los alientos de Rousseau lo había apasionado profundamente. Vino tal vez la afinidad por el fracaso del pedagogo suizo en la agricultura, equiparable al cierre de la poblana pulpería del zaraceño. O quizás, más bien, por la postura docente común, al valorar en primer plano de la enseñanza las fuerzas intuitivas de la conciencia juvenil, el primordial papel del lenguaje, y el permanente tor- cedor que en el espíritu de ambos representó la escuela para el niño desamparado. Por eso, tan pronto como recobra su plena libertad, vemos al bachiller Sotillo inquebrantable en el optimismo y la acción (para honor suyo quijotescos), fundando en Santa María de Ipire su colegio Pestalozzi, hoy de emocionada rememoración entre los ancianos de aquel pueblo. No era el nombre ni manejo de vana ostentación ni bandera de propaganda. Era, a la cara de la posteridad, testimonio de vigente, comprobado y si- lencioso altruismo. Cuentan que un día se detuvo a la ventana del salón de clases, a la hora de la lección de Lengua Castellana, un niño que venía de un hato vecino a vender quesos en el pueblo. Fernando Medina era su nombre. “¿A quién esperas tú?”, le preguntó el profesor, y el muchacho balbuce: “A nadie… que me paro aquí a oír, porque me gustan sus cla- ses”. “¿Y por qué no entras, entonces?” El interpelado insinúa como res- puesta su desamparo económico: no tiene los quince bolívares, valor mensual de la enseñanza en el instituto. Al día siguiente Fernando Medi- na era discípulo regular del colegio Pestalozzi, y además, comía y dormía en la casa del director. Como el cincuenta por ciento de los alumnos esta- ba en las mismas condiciones de pobreza, muchos de ellos recibían edu- cación gratuita.

632 Cuando un sencillo hecho extraordinario, como el que acabo de narrarles, o como aquél que se produjo a la muerte de Concepción Soto en San José, es recordado así, a través de más de medio siglo, con aliento de afectuosa veneración por las gentes humildes, cual si el pasaje mismo fuera cáñamo vivo para anudar el hoy con el ayer, es porque el protagonista de aquellos actos está en el umbral de la historia.

La esposa contribuía diligente a completar el presupuesto familiar, con los provechos de una escuelita de quince alumnas. Hogar aquél como pa- ra leudar conciencias, donde marido y mujer goteaban cada día la leva- dura de la idea, en la hogaza espiritual del niño. Pero los hijos crecían en tamaño y número, y fue forzoso el retorno a Zaraza, a principios de 1905. Y continuó la edificante trashumancia del maestro. Altagracia de Orituco lo tuvo en su seno como subdirector de Colegio Federal. (Por destino co- mún, él y Lazo Martí jamás llegaron a ser directores de planteles oficia- les). Torna al pueblo nativo y funda otra escuela privada, la cual perdura hasta la caída de Cipriano Castro. Y como los cambios en la política, así sean de un indeseado por otro indeseado, encarnan siempre un reasomo de esperanza, abre el educador un breve paréntesis en sus actividades, y actúa como secretario privado del General David Gimón, en Calabozo y de Manuel Sarmiento, en Coro.

Ya para marzo de 1910, con domicilio en Los Teques y de nuevo afanado en la noble siembra de la cultura, su forma expresiva ha cobrado el realce de un estilo propio, intachable, mesurado y austero. Oíd unos párrafos de su homenaje al Pbro. Dr. Arturo Celestino Álvarez, con motivo de cum- plir éste los 40 años de edad, cuando aún no había sido designado obispo del Zulia. Permitidme hacer la transcripción, por ser una de las pocas muestras escritas del pensamiento literario del maestro.

“Este asceta ha pulido como una joya su alma, y por cualquiera faz que se le considere se ve que refleja luz divina. El pobre bendice su caridad inagotable; la sociedad admira su labor docente en el púlpito y en la prensa; y la Patria es deidad que él ama y a la cual sirve con hermosa prédica de paz y fraternidad, con el alto ejemplo de su vida, con su óbolo

633 para toda obra civilizadora. Porque su pobre hucha está abierta siempre para el que invoca su caridad y su patriotismo. De él podría decirse lo que del Cura del poema de Campoamor: “Como todo lo da no tiene na- da”.

¿Cómo puede llegarse a ese grado de perfección? ¿Cómo conseguir que el alma humana sea a manera de un jardín florido, donde no se deslizan ás- pides, ni crecen flores venenosas, y sólo se oye rumor cristalino y zumbar de abejas hilando rica miel? ¿Cómo llegar a modelar la vida en la turque- sa inmortal del Evangelio?

Yo sólo sé que este sencillo sacerdote es joya que refulge en el Clero de la Pampa; que ha conseguido la incomparable belleza de la verdad, sin las asperezas de un puritanismo intransigente, ni las claudicaciones de los caracteres débiles; y que tiene entereza, inteligencia e integridad para guiar el rebaño humano por las sendas que señaló Jesús”.

A fines de 1910, por vez primera, el errante maestro se avecinda con su familia en Caracas. Pero es entonces cuando de verdad se inaugura su ilímite peregrinaje por todos los rumbos de la Venezuela de aquel tiempo, sin gente y sin caminos. Ejerce el cargo de Inspector Técnico de Instruc- ción Pública. El sueldo es escaso. Incluyendo los viáticos tal vez no sobre- puja los Bs. 800 mensuales. Mas lo esencial era la vocación en vela y la tarea siempre cumplida. Y siguieron sus largas travesías, en su mayor parte a caballo, fatigantes, polvorientas o torrentosas, fecundas hasta donde él lo pudo, en su tarea abnegada contra la rebelde trinchera del analfabetismo. No se limita a inspeccionar planteles. Guía y orienta y es- timula al magisterio. Da clases y dicta conferencias aún en los institutos privados. “En el pueblo humilde, en el salón de paredes carcomidas, o en los viejos patios, bajo la fronda de los naranjos olorosos”. Así lo apunta José Manuel Hernández Ron en homenaje que la Casa del Guárico rindió a la memoria del maestro, hace 17 años. Su versación docente, su conoci- miento de la realidad nativa y sus innatos ideales de educador, los puso así el profesor Sotillo al servicio de aquella estupenda reforma de nuestra pretensa instrucción gratuita y obligatoria; de aquella postura de realce y

634 dignificación educativa ideada y cumplida por el doctor Felipe Guevara Rojas, uno de los personajes de la cultura nacional más dignos de loa, admiración y respeto.

Cuentan que una vez (no sé si antes o después de muerto el insigne Mi- nistro cantaurense), siendo nuestro nómada zaraceño Inspector Técnico de Escuelas en el Guárico, postuló para maestras, con ocasión de crearse nuevos planteles, a esposas, viudas o hijas de hombres sepultados en las cárceles de Gómez, o muertos en el cautiverio. Cumplía el inspector con aquel acto doble propósito: utilizar personas en verdad competentes para la enseñanza, y salvar de la miseria a familias dignas de amparo, agobia- das por la implacable hostilidad de los esbirros. Y por cuanto el previsivo funcionario temía que sus candidatas pudieran ser políticamente vetadas por el celo de los aduladores, usó nombres supuestos en las postulacio- nes; se hicieron los nombramientos, y las nuevas maestras ejercieron sus cargos bajo la pantalla de simulados patronímicos.

¿Falta? ¿Error? ¿Delito? Sí, responderán los que piensan con apego a una moral pacata y sumisa; los que gambetean su opinión en la cancha de la conveniencia utilitaria, la mojigatería o el simple miedo. Nó, dirán los demás. Y nó, no porque invoquemos como único argumento de esa acti- tud aquel terrible lugar común de que el fin justifica los medios, sino por- que la estatura moral de don Antonio José Sotillo, su rectitud a prueba de mil pruebas, la absoluta carencia de “animus nocendi” y “animus lucran- di” en la acción cumplida, desvanecen en aquel gesto todo viso de inten- ción delictuosa. Pero admitamos que se tratara de una grave infracción; de un tremendo fraude, por haber roto la feroz armonía de la inmiseri- cordia en la causa del autócrata. ¡Y qué! Ello sólo sería exponente de un grado de hombría capaz de afrontar y resolver dilemas entre el valor cívi- co y el servilismo, a espalda de influjos burocráticos, desafiando positivos riesgos y atenido sólo a la ley de la conciencia. Ello nos señalaría a un ciudadano que se aposta a leguas de aquella vulgaridad mayoritaria que tan severamente enjuicia Unamuno; y que hace a Kierkegaard volver el alma de Shakespeare y el Antiguo Testamento, exclamando: “Allí se sien-

635 te que es el hombre el que habla. Allí se ama, allí se odia, se mata al enemigo, se maldice su descendencia por generaciones, allí se peca”. Va- lle Inclán, por boca del atolondrado Fusso Nego en “Cara de Plata”, nos previene: “Hay que pecar. El que no peca se condena”.

Y estamos por fin, señores, en la etapa culminante del Educador. Ahora es director del Museo Boliviano de Caracas y catedrático de Educación Se- cundaria, así como profesor de la Escuela Normal, actividad esta última que lo consagra maestro de maestros. Me cupo en suerte entonces, como antes lo apunto, ser su discípulo. Bien lo recuerdo desde el día que oí su primera clase: mediana la estatura, un macizo destello de cielo llanero en los ojos, austero el vestir, rubicundo el rostro, el gesto expresivo, pulcra- mente articulado y de noble timbre el acento, todo como para infundirle realce a su cojera de la pierna zurda, en estampa de serena y subyugadora dignidad. Yo venía de la oscura provincia, ignorantón y ávido de no ser- lo, y por eso tal vez se fijó en mí su pestalozziana simpatía. Generoso, me ampliaba en su casa, por las noches, las lecciones del colegio. Sus clases próvidas, cálidas, nutridas de interés sustancial que se eslabonaba de epi- sodio en episodio, no eran de las que pueden suplirse con el repaso de los textos. Porque a menudo suscitaban o removían comentos sobre hechos o decires de espirituosa actualidad. Cierta vez un poeta – buen poeta y buen hombre – dijo en los dos últimos alejandrinos de un soneto irregu- lar:

“Porque sobre la burla de arcaduces de noria las ideas se quedan y los hombres se van”. “Elegante similcadencia” – nos comentó el maestro, en la lección de ese mismo día – pero eso no es de él. Es de Carlos Borges. Son los versos fina- les del conocido madrigal: “Así como en la clara corriente de los ríos las estrellas se quedan y las aguas se van”. “Aunque ese sugestivo pensamiento – añadía – tampoco es del Padre Borges: yo lo he hallado, con idéntica estructura formal en la Historia

636 Romana de Duruy. Si bien entiendo que la imagen tampoco es creación de Duruy, pues antes la usó Shakespeare en una de sus tragedias. Y para que ustedes se percaten, jóvenes – insistía en comentar – de cómo las ideas parece que caminaran hacia atrás en el tiempo, sepan que la origi- naria paternidad de ese pensamiento paradójico se remonta aún más le- jos, y es posible que venga de Heráclito de Efeso, más de cinco siglos antes de Cristo, pues al afirmar el filósofo griego aquello de “no entras dos veces en un mismo río” nos está diciendo que el agua fluvial se cam- bia por otra agua segundo tras segundo, y que del río donde ayer nos ba- ñamos, sólo quedan hoy las estrellas reflejadas”

Era extremadamente puntual en sus clases. Cierta vez que hubo de faltar a la de Preceptiva Literaria, mandó a su hijo Pedro a reemplazarlo. Por cierto que la presencia en el aula del joven y ya famoso poeta de 22 años, saludado por Arvelo Larriva en aquellos días por travesura tal vez, o aca- so por licencia lírica, como “nieto del Centauro Sotillo/aquél que a lanza y cuchillo/labró su ilustre gloria”; por cierto que la presencia del joven intelectual en el aula, repito, nos desconcertó un tanto. “Qué les toca para hoy?”- preguntó al tomar asiento , con aire que a mí se me antojó erudito y severo. Cuando supo el tema prefijado, el novel profesor sonrió de oreja a oreja , para decirnos con circunspecta zumbonería: “Es hora de que se- pan, jóvenes, que yo de eso no sé nada. He venido aquí, hoy, por encargo de mi padre, sólo para apacentarlos”.

A través de fecunda faena, el maestro nos contagiaba su vigoroso nacio- nalismo, su pasión de la tierra y del terruño. Una vez (comenzábamos el estudio de Analogía en Primer Año), me interrogó sobre el género de los nombres, atendiendo al significado. Los de ríos son todos masculinos, respondí, para luego –orondamente apegado a la letra de la Gramática de la Academia – agregar: menos la Huerva y la Esgueva, que son femeni- nos. “Bien aprendido - me atajó sonriente – aunque los ejemplos son in- necesariamente exóticos, porque en el lar nativo hay ríos de género femenino, tales como la Yuca y la Portuguesa, los cuales deben ser, por lo menos, incluidos en el recuento. Recuerden – apuntaba con énfasis – que

637 Bello una vez, para traducir Alpes en un poema de Hugo, escribió An- des.”

Fue cristiano de austeras convicciones; y por lo mismo, nada incitaba tan- to su rebeldía como el sectarismo y la injusticia. Por sobre el paso de los siglos improbaba, con actualizado impulso pasional, aquel lustro de cár- cel que encapuchados juzgadores impusieron a Fray Luis de León. Des- pués de leernos la versión de El Cantar de los Cantares conforme a la Vulgata, y la del glorioso catedrático de la universidad salmantina, solía completarnos el estudio con las anotaciones interpretativas de los Santos Padres y Expositores. “Por haber sido fiel al arte del texto prístino – apun- taba airado – sufrió larga prisión inquisitorial aquél que fue – lo decía con símil de Cecilio Acosta – rival de Horacio hasta en la lengua”. Y después, con un cálido E pur si muove centelleándole en las pupilas: “Digan lo que digan exégetas alucinados o enceguecidos, esos racimos del Canto VII, versículo 7, de ese gran poema, son los pechos de la Sulamita y nó el An- tiguo y el Nuevo Testamento”.

Conocía a fondo el espíritu y la lógica del idioma. Una tarde se detuvo a la puerta del salón antes de entrar en clase. Hablaba con alguien. De los retazos de conversación oídos, pudimos inferir que el visitante era un examinador terriblemente riguroso, quien las vísperas reprobara a 19 de un grupo de 25 alumnos en examen de Castellano de la Escuela Normal. El severo interlocutor se despidió del maestro con esta frase: “La culpa fue de ellos. Yo se los dije: que estudiaran”. El viejo Sotillo (así lo llamá- bamos, por afecto, aunque sólo contaba para entonces 55 años), entró al salón con disimulada sonrisa, como rumiando el tema para la clase de aquel día. La inició con un resumen del incidente, y luego nos espetó el dilema: “¿Cómo debe decirse en este caso?: ¿Yo se los dije o Yo se lo dije? Todos nos pronunciamos por la oración con el tercer pronombre en plu- ral, por ser varios los estudiantes prevenidos. “Esa es la raíz del error – explicó. Es absurdo pluralizar el acusativo lo, pronombre neutro que re- presenta la cosa dicha y que no admite plural, sólo por no ser posible agregarle la s al se invariable, dativo, forma átona del pronombre perso-

638 nal de tercera, dicción que reproduce la única idea plural del juicio: la de las personas a quienes se hizo la advertencia. “Yo se lo dije” es lo correc- to, y quien quiera despejar la anfibología del segundo pronombre , tendrá que añadir, según sea el caso, una de las formas terminales equivalentes: a él, a ella, a ellos, a ellas. “Ese caballerito – sentenció al final – que dice Yo se los dije, y que alardea de haber reprobado a 19 en Gramática, debió completar la veintena, incluyéndose él mismo entre los réprobos”.

Lejos estoy de presumir, señores, haber delineado la semblanza fiel del Educador. La síntesis de su vida que antecede es apenas inconcluso bos- quejo de su densa complexión moral y varonil. Debéis perdonar rasgos y contornos difusos que no alcanzan a configurar el modelo. Mas con todos los esfuminos en que se me escapa su perfil de patriarca bíblico, aquí lo tenéis:

Vivió, como el idioma, de la voz y la idea dignificadas. Espíritu forjado en soledad y mutismo de sus llanuras, ¡cómo lo asombraría hoy, entriste- ciéndolo, el mercadeo insaciable de las modernas pulperías donde se venden las palabras! No ejerció altos destinos públicos; pero fue obrero infatigable, virtuoso de severo civismo, en el ejercicio del mandato boliva- riano: moral y luces para el pueblo.

No dejó obras escritas; pero cumplió por mil rincones de la patria la mi- sión de los buenos libros, que es encender, junto a la lumbre de las evi- dencias, el fuego sagrado del idealismo en el cerebro y el corazón de los hombres. No perteneció a Academia alguna; pero habría merecido que su castellano impecable hubiera resonado a la hora de cada sesión en este cenáculo del signo y del concepto, del lenguaje y de las vivencias aními- cas que éste encarna y depura; del alma venezolana de la cual fue efluvio dilecto y generoso.

Debéis perdonar también, señores, si como brisa franca de verano entre moriches, el trémolo emotivo sacude hoy mi gesto y mis palabras. Porque a fe que me estáis regalando, sin que me asista justo título, escritura de

639 coindivisario en heredad cual ninguna granida y promisora. Me estáis dando arrimo a la gran mesa de la lengua madre. La que aflora su edifi- cante señorío en la crudeza monorrítmica de la gesta cidiana; en el donai- re trágico y picaresco de lázaros y celestinas; en el paso octosilábico del epos legendario; en la soñadora vigilia insondable de Sagismundo; en la prosa austera de la loyolesca caballería cristiana que nos dice ser milicia la vida de los hombres sobre la tierra, guerrilla en la conquista del castillo interior. Me estáis ofreciendo terrón para encendida huella, frente al hori- zonte inmenso por donde van juntos los grandes troperos de la hispánica poesía, bajo la portentosa jefatura de Manrique y Garcilaso; hueste ven- cedora en cuya ala atlántica Bello y Darío llevan la bandera y el clarín de la “Legión América”. Me estáis brindando palco ante escenario luminoso, donde miden el ritmo de la eternidad, compitiendo en genética locura, los magníficos y cenceños Hidalgos del Avila y de la Mancha.

Por todo ese racimo de agobiantes dones y por la bondad de haberme oí- do, señoras, señores, gracias infinitas.

640

d) Discurso de Bienvenida a don Luis Pastori, por su Incorporación a la Academia Venezolana de la Lengua

Academia Venezolana de la Lengua correspondiente a la Real Española

Acto celebrado el día 8 de octubre de 1968 en el Paraninfo del Palacio de las Academias, Caracas, Venezuela.

641 Señores académicos, señoras, señores:

La Academia Venezolana de la Lengua, cada vez que promueve el adve- nimiento a sus filas de un nuevo elegido, cada vez que dispone el entre- cruce de dos pensamientos desde esta procera tribuna: el de aquél que se incorpora a la Institución y el de quien le da la bienvenida, cumple una finalidad de acercamiento interregional aneja a la del acto mismo, que co- bra relieve por su hondo sentido de patria, en el proscenio palpitante de las letras nativas. En los tres eventos de incorporación de 1968 han lleva- do la palabra en este sitial de honor Rafael Caldera y Fernando Paz Casti- llo. Prosista y tratadista del Derecho, el primero, hondo poeta y crítico prestigioso el segundo, en recepción de elite y multitud, le dieron a la asamblea estupendo realce con su personal acopio estético y científico. Pero en el fondo, los intuimos tácitamente como personeros de las regio- nes geográficas de donde son nativos, como hijos de sus terruños comi- tentes. La del uno es voz del Yaracuy, fecunda comarca de promisión, refugio central de selvas pluviales que configuran, con las de Los Andes y las de la Costa, verde sudadero para el espinazo de la patria; y la del otro, conseja y aliento del Avila adusto, de ese monte que – es verso inmortal de Díaz Rodríguez – “al tumulto de los mares / impone el silencio de la altura”.

Me toca a mí después traer a este recinto la voz alerta de la sabana occi- dental, y es Rodolfo Moleiro, poeta de los bajos llanos zaraceños, el que me responde, hermanado en el grito, con la sed de una misma lejanía, una misma desolación y una misma esperanza.

Esta noche Luis Pastori sacude los ámbitos austeros del noble Paraninfo, otra vez en asamblea de elite y de multitud, con el soplo alado de su dis- curso. Me toca a mí afrontar la carga honorífica de responderle; y es así de nuevo la tierra barinesa, la de los ríos paralelos y realengos con sus bos- ques de galería, la de las alongadas praderas donde escuché de niño los retazos romanceados de la agonal aventura diablo-florentinesca; es esa solitaria región, repito, aislada cuna de los Arvelo Larriva y residencia por siete años de Francisco Lazo Martí, la que hoy, saltando sobre media

642 Venezuela, viene, otra vez por mandato a contrapuntearse mano a mano y pecho a pecho con los Valles de Aragua, lar de Luis Pastori, solar agra- rio y lírico, donde los dos ramales de la cordillera costera se distancian, como para anidar entre ellos un breve ensueño de llanura. Huerto próvi- do donde Sergio Medina, no lejos de cordiales bahareques, domesticó ci- garras; labradoresco distrito con el que Andrés Bello soñó volver a soñar, bajo garúa de nostalgia que lo lleva, desde su exilio dilecto al campo de la infancia, “do vecino a mis rústicos hogares, entre peñascos corra un arro- yito”. Dulce arroyo por el cual suspiran todos los poetas, a cuya orilla – oid, que es ahora Luis Pastori el que nos habla – “a cuya orilla siempre crece un pino”. De este modo, a través de un canje cordial de conceptos y emotividades que estos actos encarnan, nuestra Academia va integrando, en el conocimiento recíproco de sus miembros, la unidad telúrica de las letras patrias, la geografía literaria de Venezuela.

Luis Pastori es el primer intelectual venezolano nacido en la tercera déca- da de este siglo que ingresa como Individuo de Número a este ilustre cuerpo. Moldea él su poesía las más veces en cantera de estratos sonoros, la afina en secuencia de timbre y tono nuevos, la ahonda en sutil pensa- miento, con o sin velos, la sobrecarga con sobornal de lumbres y sombras emotivas. Suele usar el verso libre, pero jamás lo desgonza a la manera de Lugones. Su romance es novedosamente juglaresco. En su heredad digni- ficada la gama artística va del bardo al rapsoda, en la más señorial y po- blana acepción de cada una de estas dos palabras. Ni cegueras ni reticencias ha tenido la fortuna para con él en la caballeresca conquista de su renombre. Gana en 1944 el Primer Premio en evento lírico promovido por la Federación de Estudiantes de Venezuela, con su romance a María Luisa Primera, bella Reina Universitaria; repite la hazaña dos años des- pués, cuando gana el concurso para la letra del Himno de la Universidad; con su poemario Tallo sin Muerte obtiene el Premio Municipal de Poesía en 1950. El Premio Nacional de Literatura (poesía) para el bienio 1961- 1962 con su doliente Elegía sin Fin. Intima con los más altos poetas hispa- noamericanos del día. Francisco Luis Bernárdez, relevante lírico y certero crítico argentino, acoge en ponderado prólogo el último de los libros

643 mencionados; y Pablo Neruda, el amazónico y oceánico chileno, tan dis- cutido como admirado, le escribe un poema-pórtico para el libro Trofeos de Casa, actualmente en prensa, y del cual Pastori acaba de darnos un sa- broso anticipo en su discurso. Puede decirse que para la combativa preva- lencia del cantor aragüeño, en su mocedad lírica, sólo ha existido el primer plano. O lo logra, o no hay para él otra figuración. La única vez en que lo he visto placenteramente relegado a puesto secundario, fue cuan- do, en fraternal galantería para su esposa, que es gran mujer y gran artis- ta, les escribí en la dedicatoria de uno de mis libros:

Para poeta y poeta: Beatriz gallarda y don Luis, en cuyos versos por tris se rompen leyes del mundo, porque Luis es el segundo y la primera es Beatriz.

Pocos poetas nacionales han acumulado para su obra dictámenes con la calidad literaria de los que ha merecido la poesía de Luis Pastori. “En To- ros, Santos y Flores – apunta Picón Salas – Luis Pastori, andaluz de los Va- lles de Aragua, es lumínico y alegre, como esa campiña donde nació el joropo”. En salteados trozos del prólogo para Elegía sin fin, dice Francisco Luis Bernárdez: “Luis Pastori es, de cuantos poetas conozco, el que de modo más claro y con gesto decidido encarna este ya vasto movimiento de resistencia contra lo caótico, lo bastardo y lo irracional. Nutrido en las fuentes españolas de los mejores siglos, y atento al mismo tiempo a las últimas voces de los más diversos países y de las más distintas culturas, el autor de Tallo sin Muerte empieza a perfilarse como uno de los más serios continuadores de la verdadera tradición poética de América”. Y más ade- lante añade: “Pero es en los sonetos donde Pastori logra sus mayores triunfos expresivos. Pocos hay en América que manejan el difícil esquema métrico estrófico con la seguridad y con la limpieza del joven poeta vene- zolano”. Y Andrés Eloy Blanco, en el prólogo sin velos de Poemas del Olvi- do dictamina: “Podría decir que Luis Pastori descuella en su generación; pero he de decir más: Descuella entre los de su generación y entre los de

644 todas las generaciones: es uno de los más grandes poetas de esta tierra. Para explicar su don de la metáfora o su “impresión” de mudez cuando el soneto puro o el romance sin par terminan, como si dijeran algo que no se dice y que se siente; para comentar ese don de hablar por señas del espíritu, cuando la mano maestra ha completado el gran poema, sería preciso re- currir a aquellas teorías de Federico García Lorca sobre los duendes. Y se resumiría todo diciendo que Luis Pastori tiene duende”. Y añade: “Es uno de mis poetas predilectos. Antes de recomendar a la gente la lectura de sus poemas, he de quedarme aquí, un buen rato, “escampando” bajo el techo de su zaguán, a la vera de su Musa triunfante”.

Coinciden, como se ve, Francisco Luis Bernárdez y Andrés Eloy Blanco, al cotejar las formas poéticas de Pastori, en darle preferencia al soneto. Al soneto y al romance, proclama Andrés Eloy Blanco. Al soneto y a las for- mas octosilábicas todas – entre ellas la décima – me atrevo a sugerir yo, para darle así cabal cabida, al lado del venero culto y elitesco que destila la poesía pastoriana, a lo mucho de diáfanamente popular y trovadoresco que bulle en la misma.

De aquí, señores, mi selección de tema lírico para esta noche: el soneto y la décima de Luis Pastori, con la salvedad de que, por razón de la breve- dad requerida para este acto, habré de referirme a un solo soneto y a una glosa única, a dos poemas que tipifican, para mi gusto, lo más granado, lo más granido, en gracia, belleza y hondura, dentro de la obra ya bastante fecunda del joven poeta académico.

Para mí, nacido en lejana provincia, en retardo por lo menos dos lustros frente a la evolución artística de la patria, disertar sobre un soneto de Luis Pastori – joya adscrita a la contemporaneidad más novedosa de la poesía hispano americana – es tarea particularmente difícil y compleja. Hasta por la circunstancia de que yo he incurrido, lo confieso, en pecado de so- netismo primario, fotográfico, de retórica pintoresco romántica, en mi li- bro primigenio Música de Cuatro. El Sombrío Autócrata de las Tinieblas, quien suele aún visitarme, esperanzado en duelo de revancha, para ha- blarme mal de Florentino, a quien odia, porque jura que el coplero le ga-

645 nó con trampa, me sugirió recientemente que yo invoque contra los más viejos sonetos de aquella obra el beneficio de la prescripción de medio siglo que es, dice él, la más extintiva de culpa en el Código Lírico de An- tro Doliente. Yo he pensado que no es para tanto, y que ésas a lo mejor son intrigas del Despechado contra ese “cándido hermano mío” de la adolescencia y la primera juventud que, siendo apenas un orejano de las letras, un cimarrón de la cultura, se aventuró un día a coleccionar en ese opúsculo sonetos que van de los 14 a los 23 años.

Con esa advertencia previa, que da el mérito de la audacia para la com- prometedora tarea enunciada, me arriesgo a emprender un breve análisis del soneto número 12 de Luis Pastori, uno de los más sugestivos de su volumen Poemas del Olvido. Oídlo:

Casi sonando al fin campana leve, menudo pie de luz y abierta herida, yerba en la noche, yerba sorprendida y al aire, flor, cuando en la noche llueve.

Toca el cielo sus arpas en la leve premura de imitar tu voz ardida, península de sed, lumbre perdida hacia donde mi sombra no se atreve.

Esgrime el aire en torno espada fresca. Gentil alada llama y dulce pesca de amable sonreír o quieto duelo.

La tarde inicia en miel azul cursillo. Y en la pequeña casa del bolsillo hablan de amor mi pluma y tu pañuelo.

Estos catorce endecasílabos justifican a plenitud la voz ya transcrita de Andrés Eloy, cuando éste nos glosa, en sutil despliegue de adivinación intuitiva, el hermetismo de Pastori. Hermetismo, pienso yo, como el de la alta noche, con rendijas de retoñada luz, no sólo en el astral parpadeo, sino cuando el tímido desvelamiento de los rojos del alba, a la hora en

646 que la madrugada preña de presagios luminosos el círculo asombrado de la llanura. Brujo poderío el de los significantes, en manos de un poeta que vivifica lo fantástico. Cuando a veces se enneblina lo que pudo decirse, y se desvela, como en llama de meteoro, aquello que se quiso callar. El fon- do del soneto en análisis, su referente integral, los eventos espaciales y anímicos que lo decoran, caen, en verdad, bajo mandato subjetivo. Es anochecer de mocedad en rescoldo de novia ensoñada. Hay como un leve rumor de bronce, y abierta herida, donde el badajo siembra macollas de garúas, y es al aire flor, cuando en la noche llueve. Queda desterrada del canto la golondrina lugoniana del revuelo oscuro, porque hay una lumbre perdida, hacia donde la sombra del poeta no se atreve. Hay después una llovizna fresca, gentil, alada; y cuando el velo de poesía se descorre, todo se sella en ternura de amistad amorosa y de soñares, porque “en la pe- queña casa del bolsillo hablan de amor mi pluma y tu pañuelo”. El poema se refunde en el eco vaguísimo del casi. Casi sonando la campana. Como el casi me quisiste del cantar anónimo, o como “el beso adolescente, casi puro” de Manuel Machado. La dicción se hace así múltiple en imágenes. El poeta nos da libertad para seguirlas y escogerlas.

Mas no son sólo los del fondo conceptual-afectivo los quilates líricos que me propongo destacar en el soneto analizado. Son también los de la for- ma, los de la moldura métrica rítmica. Con la raíz bien hundida en humus prístinos, veamos ahora cómo el artista pone a sonar sus ramas al son del viento y las lloviznas.

En este nuevo campo de apreciaciones el soneto 12 de Poemas del Olvido, sin menoscabo de los otros, sigue siendo admirable. Rondó y nunca ser- ventesio es aquí, como en todo el libro, el hierro de petrarquista señorío, mientras todas las estructuras clásicas, menos la trenzada, rigen para las estrofas finales. Consonancia discreta. Valiente dignidad expresiva. Sutil armónica tonal entre sonido y sentido, cual una voluntad permanente de insuflarle a los ornamentos de rima y ritmo la valencia de significantes accesorios que complementan los contornos, netos o vagos, del contenido. La rica secuencia cadencial en este soneto – intuición para ritmar confor-

647 me a un esquema perfecto, o voluntad deliberada de hacerlo, que estéti- camente valen lo mismo – son lujo de armonía interior. Los versos 1, 2, 9, 10 y 12 ostentan cada uno cinco acentos rítmicos, de ellos cuatro de cabal onda yámbica, con las apoyaduras acentuales sobre las sílabas pares. Oíd- los de nuevo:

Casi sonando al fin campana leve menudo pie de luz, y abierta herida esgrime el aire en torno espada fresca. Gentil alada llama y dulce pesca. La tarde inicia en miel azul cursillo.

Para percatarnos de cómo es de señera la ondulación yámbica de estos cinco versos, bastaría observar que de los 180 sonetos que integran la ex- celente compilación de Pedro Pablo Paredes El soneto en Venezuela tan solo 13 contienen endecasílabos del lujoso modelo acentual en referencia. En- tre otros, el de Alfredo Arvelo Larriva “San Francisco de Asís”; el de Ja- cinto Fombona Pachano, “El Avila”; el de Luis Beltrán Guerrero, “El cardón”; el de Juan Liscano, “Cuerpo del mar”; el de Aquiles Nazoa, “Ba- ñista”; el de Pedro Rivero, “Rocío”; el de José Tadeo Arreaza Calatrava, “A la Patria”.

Lejos estoy de afirmar que ese ritmo pueda ser por sí sólo índice de valo- ración para un poema, ni menos que el poema pierda categoría de no rea- lizarse siquiera en uno de sus versos la quíntuple apoyadura tónica. Sonetos magníficos los hay, clásicos o modernos, carentes de ese enrare- cido ornamento. Tales, en la misma citada obra, “Al Avila”, de Manuel Díaz Rodríguez; “Pregúntaselo al mar”, de Juan Beroes; “Voz de respues- ta”, de ; “A un caballo blanco”, de Ana Enriqueta Terán; “Desnudez”, de Pálmenez Yarza; “La que no vuelve”, de Andrés Eloy Blanco; “Monte Avila”, de Enriqueta Arvelo Larriva; “Alma y paisa- je”, de Andrés Mata; “Acto”, de Luis Barrios Cruz; “Amazona llanera”, de Pedro Sotillo; “Como orores maduros”, de Lazo Martí; “El aire ya no es aire”, de Miguel Otero Silva.

648 Lo que yo quiero poner de relieve, no con juicio valorativo abstracto, sino con muestras de excelsitud estética, es que ese raro compás endecasilábi- co de Luis Pastori, revela un desvelo, una actitud de reverencia ante el pasado lírico del mundo, pocas veces logradas en las nuevas generacio- nes. Ante los grandes maestros del endecasílabo a través de los años y de los siglos. Ante la pompa de los versos inmortales de nuestra lengua que han sido y son; ante aquel “de manto azul que abril bordó en luceros” del autor de Sones y Canciones; ante aquel “la línea, el ancho lote siempre al raso” de la “Silva Criolla”; ante aquel “subido mar que a monte alzarse pudo” de Jacinto Fombona; ante aquel “Yo soy aquél que ayer no más de- cía” de Rubén Darío; ante aquel “la vieja vida en orden tuyo y nuevo” de Antonio Machado; ante aquel “tinieblas es la luz cuando hay luz sola” de Unamuno; ante aquel “pavón de Venus es, cisne de Juno”, de Góngora; y – saltando en el tiempo sobre mucha poesía inmortal – ante aquellos dos preclaros renglones de Le Rime, donde Petrarca, no dentro de la onda yámbica perfecta, que por lo demás derrocha a granel en su poesía, pero sí con la quíntuple secuencia, sobre armarse caballero de la amargura amatoria sin fronteras, asume de por siempre la gallarda postura de pa- dre del soneto en todos los idiomas:

O viva morte, o dilettoso male Come puoi tanto in me s’ io nol consento? Cuanto a la glosa del novel académico que he de comentar, como la otra ala de este discurso, para no repetirme en pensamiento con nuevas pala- bras, permitidme que inserte aquí un trozo de mi prólogo a su libro de décimas Tiempo de glosa, el cual, editado en España, aún no ha circulado en Venezuela. Ya veréis como el bravo lírico aragüeño es tan señor de su orbe estético en diez como en catorce versos, en once como en ocho síla- bas. Oídlo:

Yo quiero estarte mirando treinta días en el mes, siete días la semana, cada minuto una vez.

649 l Por el Este de la rosa, por el Este de la brisa, rosa de brisa que a prisa parece una mariposa. Por el Este de la hermosa carta de olvidar, amando, dolor de estar contemplando morir el pelo en tu hombro: por el Este de tu asombro yo quiero estarte mirando. ll Acopla el pecho su olvido al filo de mis puñales, y tu voz en los rosales nace sin haber nacido. Lo por tener, lo tenido, lo que se perdió una vez, todo este olvido después, será amor de lo olvidado: Si quiero estar a tu lado treinta días en el mes. lll Ay, que dura geografía la que en tu escuela he aprendido: Profundas aguas de olvido, costas de melancolía. Esta historia, día a día, de tu ternura lejana, y no me cambias la plana ni dejas que quede trunca: Escribir mil veces “nunca” siete veces la semana. lV Y tanto, maestra riela tu frialdad en mi postigo, que muchas veces me digo: -Voy a mudarme de escuela. Pero el pensamiento vuela,

650 cuando recuerdo después que cinco y cinco son diez y diez años amo ahora, mientras tu olvido me llora cada minuto una vez.

Saludé así, en el citado prólogo, la múltiple donosura de estas décimas:

“… Por eso, para no perderme en el galano latifundio de la fantasía pas- toriana, quiero quedarme en el lindero, junto a la puerta entornada de la primera glosa. Tal preferencia no implica valoración de calidad. Glosas tan bellas como la primera las hay a granel en el volumen. Mas, de pasear todo el poemario por la orilla, prefiero ahondar un poco en el más cer- cano de sus recodos.

Carente a menudo de contornos visualizables, la imagen de Pastori, ads- crita a la jefatura lírica de la paradoja, es sagital, de revuelo, de rumbo. No bosqueja la rosa. Busca el Oriente de su verticilo. No mide el golpe de la brisa en el alero vibrador. Le basta inquirir de dónde el soplo viene. Y así pregona lo que en poesía venezolana se sabe, desde Lazo Martí: que es la del Este, alegre y zumbadora, la ráfaga eólica que regula los ciclos vita- les de la campiña equinoccial.

Dinámica, antítesis de toda inmovilidad contemplativa, la clave de estos primeros cuarenta versos viene a ser, en buen análisis, permanente signo de renuevo, azogada magia de prestidigitación farandulesca. Por eso, allí donde el desvelado paralelo del alisio se corta con el meridiano del matiz y del perfume, la energía del giro cósmico se hace fecunda y se transmuta en mariposa:

Por el Este de la rosa, por el Este de la brisa, rosa de brisa que a prisa parece una mariposa…

No obstante la gracia musical del trozo, abanderado de personal donaire modernista, lo de más relieve en esta cuarteta inicial no es el susurro del

651 seseo silábico, sino la prístina idealización de los referentes. La rosa de los vientos se desmigaja en alas por las señeras heredades estéticas del libro. Estamos apenas en su portada. Sobre las lloviznadas gredas persiste el derrotero levantino. Y a mitad de la estrofa hallamos los primeros rastros de un alba de querencias. Ahí se ve, sobre la arena, un querelloso as de corazón, que es la carta del olvidar amando, misterio gozoso del primer desvío paradojal. Después, ya no nos sorprenden los otros estupendos hallazgos: el dolor de que caiga el pelo de la amada sobre su hombro, y no sobre la frente del amador; y el asombro de ella, visto también por flanco de aurora, cuando incide en el fin de la estrofa el férvido tropo in- nominado que orienta hacia el Oriente todo el calor y la luz del bosquejo fantástico.

La imagen está ahora en el vértice de lo inmaterial, mas también en el to- pe de lo soñado. Porque hacia ese Este de tu asombro concurren en ofrenda, todos los giros figurativos del trozo: rosa, brisa, prisa, mariposa, carta tahuresca. Por donde descubrimos que toda esta jauja de decoración imaginística, todo este despliegue floral, ventoso, alado, trovadoresco, sensitivo, sólo ha sido un pretexto para que el poeta se quede suspirando, balbuciendo, la primera décima de su poemario, donde preside, con fer- vor madrigalesco, el perfil de la amada:

Por el Este de la rosa, por el este de la brisa, rosa de brisa que a prisa parece una mariposa. Por el Este de la hermosa carta de olvidar, amando, dolor de estar contemplando morir el pelo en tu hombro, por el Este de tu asombro yo quiero estarte mirando.

Mal de amores el del poeta los días en que compartió con estas décimas su gozada congoja. Verdad es que, ni aun de adolescente, Luis Pastori in- curriera en gemidoras querellas neorrománticas. Mas, ¿quién podría, en

652 estricto rigor, proclamarse ileso de las garúas del pesar, en pleno mayo de la pasión fecunda? ¿Quién, de mozo, entre los amadores de la poesía, no murió alguna vez de pesadumbre por un pleito con la novia, en atisbo afanado de la sonrisa o el suspiro conciliadores? En su mocedad juglares- ca, Pastori intuyó el secreto de los trinados amoríos, patentado por arren- dajos y soisolas. Supo que en la Gramática del Buen Querer, como en la Ilógica de los Ensueños, predominantes en planas y cartillas copleras, “la mujer es la que sabe”. Por eso, apechando el olvido, lo acuna sobre pun- zadoras almaradas; y destila el zumo del suyo, que es amor solitario, en el contraprincipio de la no identidad. Para que la voz de la preceptora dilec- ta le nazca inefable, sin haber nacido, y para que todo su patrimonio lírico y sentimental se refunda – dolido alivio – en el amor de lo olvidado, con dejo que sería quevedesco, de no tener su pura fuente en Garcilaso.

Pero el lirismo del poeta no se queda cautivo en el hermético jardín don- de fluyen las trovas. Es vivencia expansiva que en el mundo sellado del evento anímico no halla parangones. Y el poeta sale a buscarlos, piloto de adustas soledades, en la Geografía desamparada de lo azul, grave esfu- mino de los contornos bellos y distantes:

Profundas aguas de olvido,

costas de melancolía.

Es el mismo naufragio, bajo ráfagas de claro infortunio, bosquejado en uno de los más pulcros sonetos de Gerardo Diego. Sólo que éste llega a su tenebrosa esclavitud de isleño partiendo de los sombríos roquedales que lo circundan:

Yo insomne, loco en los acantilados,

las naves por el mar, tú por tu sueño.

Mientras que Pastori zarpa de la rada íntima, de la grave sique acongoja- da, hacia el oleaje impávido de las marineras lejuras:

653

Ay, qué dura geografía la que en tu escuela he aprendido; profundas aguas de olvido, costas de melancolía… Por eso, a la mitad de esta tercera décima, ya está firme y ejecutoriado el proceso de la lírica personal del poeta. El bizarro decimista queda confeso de rendición incondicional ante la tiránica maestra. La que con tal mayero embrujo le puso plana de escribir mil veces “nunca”, que el poeta copió insuflándole a la voz el optimista fuego semántico del “siempre”. Mien- tras más helado el alero del soñador, más alardoso el incendio votivo de la corazonada.

Y tanto, maestra, hiela

tu frialdad en mi postigo

que muchas veces me digo:

voy a mudarme de escuela.

Soplan ardientes, renovados efluvios. Suben atormentadas mareas desde otras fronteras del cosmos: “Frescas mordeduras en sangre de flor de lis”; alba, “mirto del mundo”; amor, “romántico mosquetero”; Apure, “capi- tán de los barrancos, ánima del sanseviere”; “Ni plumas hay para el sue- ño”; “Escuela de la aceituna, baile de los ruiseñores; “… sed en tu fronda”; “Potro con Dios en el anca”.

Imágenes. Señorío del tropo por el almo alcázar estético. Es la voz carga- da – sobornal de donaire y donosura – con el aliento de otra voz. Antifaz de la idea. Bullente escondite de los significados. Bajo su influjo el verso es gota ilímite. Tigana que graba su grácil jeroglífico en el borde atezado del cilanco. Viaje del pratense perfume en la carreta eólica. Dedos del le- bruno celaje punteando las quirpas del sol anochecido. Todo eso, vivifi-

654 cado en cadencia a la par culta, poblana y campesina, posa, discurre y alienta en este libro.

Pese al anuncio de su retiro despechado, el poeta no se cambió de escuela. Por el Este de la maestra airosa, en el hogareño rescoldo, chispeante de reídas algarabías a media lengua, Luis Pastori, poeta y economista ordena y orienta espinas y espinelas de este glosario. Después, le sobrará tiempo para suspirar con Góngora:

Déjame en paz, Amor tirano,

Déjame en paz.

Señores académicos, señoras, señores:

Hace cinco lustros, Andrés Eloy Blanco, mucho antes de escribir el prólo- go de Poemas del Olvido, en su memorable conferencia “Aragua Lírica”, dictada en el Ateneo de Maracay, dijo que Luis Pastori era un samán jo- ven que habría de darle a su tierra muchos días de gloria, así como un viejo samán le había dado varios siglos de sombra. Audaz hipérbole en- tonces, porque el elogio recaía sobre novel trovador que apenas cruzaba el lindero de la adolescencia. Hoy, cuando la Academia Venezolana de la Lengua lo incorpora a su seno, en reconocimiento de 25 años de arte pre- claro, enriqueciendo lengua y lírica castellanas; hoy, cuando esta magnífi- ca concurrencia lo agasaja en fogoso aplauso bien ganado y bien concedido, pienso, y mi pensamiento se conmueve en la triple fraternidad de la tierra, la amistad y la poesía, que el más alto y noble timbal de orgu- llo para Luis Pastori, es el haber sabido conquistar prócer cimera artística, para que se cumpla, como cumplida está, aquella espléndida y fervorosa profecía del ínclito cantor de Giraluna.131

131 Academia Venezolana de la Lengua. Discurso de Incorporación como Individuo de Numero de Don Luis Pastori. Contestación del Académico don Alberto Arvelo Torrealba. Imprenta del Ministe- rio de Educación, Caracas, pgs. 19 a 30.

655 Un comentario adicional: El título de la glosa de Pastori analizada por Arvelo en su discurso es “Glosa de la rosa en brisa”. El ejemplar del poe- mario Tiempo de glosas que Pastori dedicó a su prologuista, tiene la si- guiente dedicatoria:

Como capitán en celo de su captora amorosa, entre estas glosas, Arvelo prefirió la de la Rosa.

Luis Pastori

656

e) Conversación entre amigos

En junio de 1997, el escritor publicó un artículo en El Nacional, titulado “Gracias, Don Alberto…”. Allí recuerda una conferen- cia del poeta Arvelo, que realmente no llegó a ser conferencia, sino una conversación entre amigos… Oigamos hablar al gran novelista:

“Hace algunos años, tuvimos el privilegio de escuchar a Alberto Arvelo Torrealba. Fue en el Aula Magna de la Universidad de Los Andes. Se tra- taba de una conferencia, que al fin no lo fue, felizmente, porque el maes- tro, sutilmente, forzó un cambio de suerte y todo quedó en una conversación entre amigos. (…)

La sala estaba repleta de jóvenes que escuchaban con auténtica venera- ción a aquel caballero provinciano de estampa recia y discurso pausado y benévolo. Algunos de los presentes ya no éramos tan jóvenes, por cierto, pero el recogimiento con que participábamos, algo tenía de palpitación juvenil.

Hablaba don Alberto de cómo el temperamento diverso de andinos y lla- neros, venía moldeado de muchas maneras por los modos de ser del pai- saje. Lo que se escuchó aquella tarde se quedó en mi memoria, grabado con tan perfecta claridad, que hoy me atrevo a intentar su reproducción en esta nota. (…)”

Escuchemos ahora la voz del poeta Arvelo, reproducida por Salvador Garmendia:

657 Un hombre de la montaña sale cualquier día a la puerta de su casa y en ese mismo momento, sin darle tiempo a pestañear más de dos ve- ces, ve que en la primera curva del camino, a una distancia de más o menos diez pasos, aparece la figura de un desconocido que al pare- cer viene a su encuentro. Nuestro hombre no ha tenido tiempo de pensar; quién es éste, qué quiere, de dónde viene y ni siquiera le ha sido posible apreciar con detalles la figura, porque en ese momento un pase de neblina borró esa parte del paisaje y cuando finalmente consigue distinguir de un golpe las facciones, el porte, el caminar, la ropa del recién llegado, es porque ya lo tiene delante por completo, listo para lo que sea.

Pero ya el vecino no está en condiciones de dar un paso atrás y cerrar la puerta, de modo que opta por el recurso ficticio de retroceder y ce- rrarse él mismo, para de esa manera seguir mirando desde su rejilla interior, sin permitir que la mirada y el gesto verdadero lo delaten frente al desconocido. Así, permanece en observación, dibujando en su mente esa fisonomía, como si mirara por un agujerito. Está inten- tando compensar con el cálculo y la previsión, lo que la observación objetiva no le permitió percibir; pero ocurre que en el otro lado está sucediendo exactamente la misma cosa; allí están, como quien dice, dos gallos de pelea, resabiados, mirándose y arrastrando el ala antes de decidirse.

De allí en adelante, para ambos contendores, las armas serán las de la astucia, el recelo, la desconfianza, el habla tú primero…

Pero pasemos las manos por encima. Vamos a alisar el paisaje. Ce- rros y hondonadas, laderas y quebradas se aplanan y van desapare- ciendo hasta que la tierra queda llana, sin una sola arruga y el horizonte recupera su lugar en el fondo, limitado por una línea tira- da a escuadra. Sólo que si damos la vuelta sobre nosotros mismos (porque donde quiera que nos encontremos, siempre estaremos pa- rados en el centro), vamos a ver cómo esa raya se va volviendo curva hasta cerrar el círculo, en el momento justo en que volvemos a estar donde mismo habíamos empezado. Esto quiere decir que estamos en el llano.

658 Es de mañana. El sol empieza a calentar y un llanero ha salido a re- costar su silla en el frente de su casa, donde ya está creciendo una franja de sombra. Lleva un rato sentado allí, con las cotizas apoyadas en el travesaño de la silla y las manos cruzadas entre ambas rodillas, mientras la mirada se dirige al único punto adonde le es posible de- tenerse. Él sabe que no tiene elección, ese punto es el uno y el todo.

Apaga el hombre las pestañas e intenta penetrar una señal que muy lentamente está comenzando a delinearse, más acá de la raya del ho- rizonte. Es un jinete. Sin duda es un jinete. Ya se percibe la nube del caballo, aunque sólo como un temblor en el aire. Ya se distingue, en- cima, la persona, pero todavía sin detalles. Y cuando la figura se per- fila con trazos más seguros, resistentes al resplandor, resulta que ya no es uno sino dos. Dos en el mismo caballo. El que se acerca no ca- balga solo. Otra persona viene en el anca…y no es un compañero: Es una mujer, una mujer ajena; porque quien viene llegando, a una dis- tancia que ya empieza a recortarse en el aire como un cuadro, es una persona conocida. Claro que lo es. Es su compadre, su compadre Rubén Darío, pero quien viene en la grupa no es la comadre. Pero ¿dónde se habrá sacado ésta mi compadre? Y en la limpidez del aire que separa a ambos hombres, casi puede verse cómo se entrecruzan a mitad de sabana los pensamientos del hombre que espera y los del jinete que se aproxima. Ya sé lo que está pensando mi compadre, di- ce el jinete. Se estará preguntando de dónde me habré sacado a esta mujer, y yo sé lo que le voy a contestar. Es una catira buenamoza, comenta el primero. El compadre siempre ha tenido suerte.

La esgrima de los pensamientos continúa por un rato, mientras uno y otro hombre ha tenido tiempo suficiente para inventariar todo lo que vale la pena constatar: Si el caballo que trae mi compadre es el rosillo y no el zaino, si la montura es colombiana y no es la misma del año pasado, si la catira que trae parece resabiada o montuna; y el que llega también viene pintando el cuadro que le va saliendo por delante, y así siguen los dos un rato; que si esto o aquello, lo de más allá y lo de más acá… Hasta que las dos mitades separadas del tiem- po se juntan. Ya el jinete desmonta, ayuda a apearse a la mujer. Ya el otro se ha parado de su silla, y viene saliendo de la franja de sombra,

659 ahora el sol los descubre a los dos que están parados frente a frente; pero ya nada tienen qué decirse, ya se dijeron todo.

Salvador Garmendia concluye de este modo:

“Saquen ustedes sus conclusiones, muchachos, nos dijo aquella vez don Alberto. Yo no era un muchacho, pero sentí que el amoroso sustantivo, también venía dirigido a mí.”

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Sección 3.

Colecciones de Coplas

a) Coplas para el Almanaque de 1962

Como fue señalado en la Primera Parte de este libro, durante el año 1961 el poeta Arvelo estuvo dedicándole sus ratos libres a un “simpático pro- yecto” ideado por su hermano Pompeyo Arvelo Torrealba: el de hacer un almanaque para el año 1962, utilizando para cada día una copla con el nombre de una vaca… Aunque el almanaque no llegó nunca a terminar- se, el poeta le escribió 100 coplas, las cuales se presentan a continuación.

Es interesante observar que las 100 coplas arvelianas están distribuidas a lo largo del año, de enero a diciembre: desde la número 1, correspondien- te a enero, “Torbellino”, hasta la número 100, correspondiente a diciem- bre, “Mes Florido”. Cada uno de los 12 meses tendría unas 8 coplas del poeta. Los supuestos colaboradores del proyecto (entre ellos sus hijos Al- berto y Mariela), deberían completar y “rellenar” el calendario, con las coplas de los 265 días faltantes. El orden de las coplas y su ubicación de- finitiva en el calendario se haría al final…

661 1 Los doce meses del año apostaron su destino: Enero ligó la mano 31 relancino. Torbellino, Torbellino. 2 Los doce meses del año apostaron un sancocho. Febrero perdió corrido porque se plantó en 28. Jarro mocho, Jarro mocho. 3 Yo tengo mi cañalito en el pie de la montaña: las macollas están verdes porque la acequia las baña. Jugo ‘e caña, Jugo ‘e caña. 4 Por ir al maizal de noche sin que ninguno te viera el alambre de la roza te raspó la gurupera. Conuquera, Conuquera. 5 El agua de tus lagunas se pone más soñadora si la garza colorada se para sobre la bora. Corocora, Corocora. 6 Te fuiste para muy lejos por la senda vespertina y quedaste en mi recuerdo como el sol en la neblina. Peregrina, Peregrina. 7 El arbusto de mi patio le da su sombra a la arena

662 y sus flores encendidas al talle de mi morena. Cayena, Cayena. 8 Chiquita como un titiaro pequeña como el meñique, lo que tú me has explicao no hay nadie que me lo explique. Alfeñique, Alfeñique. 9 Doña iguana se embarcó en la represa de Cagua. Un viejo retaco lleva el timón de la piragua. Mato de Agua, Mato de Agua. 10 Te pedí tu amor primero pero tú no me lo diste. Hoy que me lo quieres dar zamuro no come alpiste. Vieja triste, Vieja triste. 11 Tu cariño se me fue y me quedaron tus cosas. Hoy paso cerquita de ellas como el viento entre las rosas. Mariposa, Mariposa. 12 Morrocoy dijo a tortuga cuando entraron en pelea: “A mí me hace mala sangre bicho que no se menea”. Jicotea, Jicotea. 13 Novillita se murió en el paso ‘e la quebrada: Por el aire fue llegando la gente toda enlutada. Zamurada, Zamurada.

663 14 Yo vide a los doce meses jugando bolas en Cúa. Cuando abril le ganó a marzo retoñó la túa-túa. Guarúa, Guarúa. 15 La entrada de aguas se fue al campo con un gentío: Arroz verdió la sabana maizal las vegas del río. Labrantío, Labrantío. 16 Donde usté las carga puestas le pulo sus baratijas: No necesita quitarse la medalla y la sortija. Prenda fija, Prenda fija. 17 Tiene que estar en lo suyo quien pretenda ser el amo: Al que trabaja pa’ lapa no le queda ni el reclamo. Cachicamo, Cachicamo. 18 Callecita de mi pueblo con lluvia y después el sol. En la empalizada frutas y en la fruta el arrebol. Cundiamor, Cundiamor. 19 Aquí me pongo a pintar las ramas de este arbolito: Hojas y espinas menudas y la flor un lucerito. Espinito, Espinito. 20 Por los tunales de Quíbor donde el verde se desmaya,

664 A Dios no pido dinero sino que me ponga onde haya. Pitajaya, Pitajaya. 21 Asomada entre la reja te vide ayer de mañana. Cuando te fui a saludar cerró el viento tu ventana. Casquivana, Casquivana. 22 Mujer que no quiere al hombre los embustes que le inventa: “Yo estaba onde la modista” y el hombre no se da cuenta. Cornamenta, Cornamenta. 23 Échele huevo a la yuca y deje el bollo bien frito. Póngale ahora miel de abeja que es como abre el apetito. Buñuelito, Buñuelito. 24 La cintura de mi negra al compás de la chipola se dobla igual que la palma cuando el viento la tremola. Palmasola, Palmasola. 25 Comentó el cabo Zaraza y nadie lo pone en duda lo guapa que es para el plomo la mujer pierna peluda. Chal de Viuda, Chal de Viuda. 26 Los pollos que yo tenía en el rancho de Ocumare mi suegra se los comía y culpaba al chiriguare. Canapiare, Canapiare.

665 27 Detal de caña pusimos por ver quien más trabajaba. Yo le compraba a mi socio y mi socio me compraba. Caña brava, Caña brava. 28 Por andar fuera ‘e la cerca en la sombra ‘e los caujaros a la polla taparuca le salió el negocio caro. Cunaguaro, Cunaguaro. 29 Vide una vieja escotada en la iglesia ‘e Cocorote y santigüándome dije: Dios me libre del escote. Monigote, Monigote. 30 Dices que te da jaqueca la comida si es barata. y que te produce fiebre la roncha e la garrapata. Monifata, Monifata. 31 Con 20 libras de más rellenaste tu silueta. Gastas la plata en masajes y comes ración completa. Zaporreta, Zaporreta. 32 Las cortezas de este palo las echaré en un aljibe para curtir los pesares del que pesaroso vive. Dividive, Dividive. 33 Lo dijo la negra Clara casa del compadre Ambrosio

666 que el mayorcito ‘e don Juve está que es un escorrofio. Cara ‘e gofio, Cara ‘e gofio. 34 Dijo el capitán Tomasio contemplando la pradera que mujer ojos dormidos no se rinde en la trinchera. Periquera, Periquera. 35 Échale hasta que se llene macetica ‘e mil colores que conmigo son las chanzas y con otros los amores. Ramo ‘e flores, Ramo ‘e flores. 36 Me gusta ver la laguna cuando mayo la decora y luce entre lirios de agua la pluma ‘e la corocora. Flor de bora, Flor de bora. 37 Don Claudio es un veterano en cretona y muselina; y le averigua también la marca a la tela fina. Cortina, Cortina. 38 Allá arriba de aquel cerro tengo enterrado un tesoro, pa’ gastar bastante plata si alguna vez me enamoro. Grano de oro, Grano de oro. 39 Comadre la felicito repítame la ración y si queda en la tapara eche el plato copetón. Chicharrón, Chicharrón.

667 40 Una viejita me dijo en el hato de El Yaguazo: Si no fuera por mi fe ya hubiera dado un mal paso. Porrazo, Porrazo. 41 El tigüitigüito tiene su cayuquito equipao para ir a coger sardinas con el sol de los venaos. Caricuao, Caricuao. 42 Yo tengo un disgusto serio con un doctor de valía: Mamerta le vende frutas y él quiere la frutería. Picardía, Picardía. 43 Mayo y junio echaron coa con afán de conuqueros. Julio sin sembrar un grano comió jojoto primero. Aguacero, Aguacero. 44 Los doce meses un día se cayeron a balazos: Agosto mató a setiembre con un tiro a campo raso. Centellazo, Centellazo. 45 Pata corta y cola larga con la pluma jabeadita No se moja en la quebrada porque anda por la orillita. Tiranita, Tiranita. 46 No aceptes como lindero palo güeco aunque tenga hoja:

668 Tu abogado te lo fija y el contrario te despoja. Tranca floja, Tranca floja. 47 Novillita se murió en la pata del bucare. Tiene su entrada al banquete todo el que cerca se pare. Chirigüare, Chirigüare. 48 Con el cuatro en mi chinchorro yo revivo el Llano abajo: La prima me dio alegrías y el bordón penas me trajo. Arrendajo, Arrendajo. 49 Ya vino la paraulata paraulatica ajicera, anunciando que por fin va a llegar la primavera. Mensajera, Mensajera. 50 Ahí donde ven a la niña con su camisa mugrienta, tendrá zapaticos de oro y el banco le abrirá cuenta. Cenicienta, Cenicienta. 51 Un amor cura otro amor un clavo saca otro clavo. si se encumbra y cabecea le falta peso en el rabo. Pluma ‘e pavo, Pluma ‘e pavo. 52 Te la pasas añorando tu libertad de soltera y te ven en la canasta la tarde y la noche entera. Parrandera, Parrandera.

669 53 En la troja de mi rancho tengo una ruleta maga donde juega el color verde porque es el que mejor paga. Verdolaga, Verdolaga. 54 Me puse a conjeturar en llanuras de El Regalo si vivir del zumo de otro será que no es ni tan malo. Matapalo, Matapalo. 55 Tengo una vaca mañosa que ni el becerro la aguanta. Cual bicho grande del monte no cruza cuando se espanta. Pecho ‘e danta, Pecho ‘e danta. 56 Un zorro muy veterano ganó el pleito con patrañas y el rabipelado dijo: “Ah hijo de la Gran Bretaña”. Vieja maña, Vieja maña. 57 Otro zorro se escondió en la frontera ‘e la zona: Se llevó todo el pan grande y nos dejó las boronas. Amazonas, Amazonas. 58 El que te mató el marrano no sabe el bien que nos hizo: Tenemos carne, manteca chicharrón, bofe y chorizo. Olla ‘e guiso, Olla ‘e guiso. 59 Ni me encandilan tus joyas ni me importa tu caudal.

670 Eres capilla y te crees fachada de catedral. Pavo real, Pavo real. 60 Una vieja murmuraba en las fiestas de San Roque: “Tendré que buscar un nicho Pa’ que ninguno me toque”. Alfondoque, Alfondoque. 61 Ah malhaya un trago de agua de los quebrantos de arena y una yerba milagrosa para curar esta pena. Yerba buena, Yerba buena. 62 Esta novilla lebruna hoy a recordar me invita el color del pan de afrecho aliñado en Barinitas. Acemita, Acemita. 63 Alcaraván se empinó en sus paticas de estaca Y dijo: “A mi me repugna bicho con canilla flaca”. Guacharaca, Guacharaca. 64 Igual que la Portuguesa la embustera no descansa: Por dentro se arremolina y por fuera se arremansa. Agua mansa, Agua mansa. 65 Los güires andan de a mil y de a cien andan los loros: Yo solito en el chaparro soñando con la que adoro. Doro-doro, Doro-doro.

671 66 Al eco de los mugidos despierta la paraulata y un negrito cantador echa coplas en la mata. Pico ‘e plata, Pico ‘e plata. 67 No me venga con historias que aquí no hay hambre que dure con tanta fruta en los palos por las costas del Apure. Merecure, Merecure. 68 El que jalla una colmena sus pesares dulcifica y si se va pegajoso es porque la miel es rica. Miel de arica, Miel de arica. 69 Mi suegra en el amasijo gana la plata segura: Esponja el bollito enano y vende la esponjadura. Levadura, Levadura. 70 De físico no eres fea ni conversando eres gafa, pero Dios te echó largota como pescuezo ‘e jirafa. Puya ‘e guafa, Puya ‘e guafa. 71 En la orilla del estero te dijo el pájaro baco “Mordéme con esos dientes dienticos de mai-cariaco”. Pajarraco, Pajarraco. 72 Da penas pero no mata mujer que al hombre no quiere:

672 Por picarse con ají ningún cristiano se muere. Chirere, Chirere. 73 La soga de la humarea las nubecitas amarra y el atardecer solloza como un bordón de guitarra. Chicharra, Chicharra. 74 Por la soledad remota de la medianoche oscura el suspiro ‘e los arrieros va alumbrando la llanura. Guarura, Guarura. 75 La laguna amaneció en la mitad del quemao “Paren la quema” gritaba un negrito encandilao. Carrao, Carrao. 76 La garza real sus airones en los espinos engarza como deshojando lirios sobre el dolor de las zarzas. Pluma ‘e garza, Pluma ‘e garza. 77 Hablando de los perfumes comentaba María Elena que en amores un detalle es mucho al que lo sofrena. Chenchena, Chenchena. 78 Del color de tu partido escogiste la cretona. Ahora la quieres teñir porque lo ves en la lona. Camaleona, Camaleona.

673 79 Unos decoran su quinta y hacen el pago con cheque. Otros miran los bichitos brincando en el bahareque. Tuqueque, Tuqueque. 80 Me paré frente a tu reja con la luna entre las matas: Yo dándote mis canciones la luna gastando plata. Serenata, Serenata. 81 Opinó la sobadora donde el curandero Santos: “Será muy buena esa yerba desde que la buscan tanto.” Culantro, Culantro. 82 Como novilla me gustas por lo cerrera y brincona. Tan solo le tienes miedo al diablo y a la pelona. Cimarrona, Cimarrona. 83 Les diré como se llama la vaca más buenamoza. Con el alba entra al corral rosadita y olorosa. Pomarrosa, Pomarrosa. 84 De la fundación al pueblo me iba por la mañanita cargado con carne seca y cuajada fresquecita. Orurita, Orurita. 85 Del Durigua las burbujas y también lo cristalino,

674 del Portuguesa la espuma del Ruende los remolinos. Copa ‘e vino, Copa ‘e vino. 86 En mitad de aquella mata hay un palón de mijao donde escondo mis tristezas cuando estoy medio pelao. Anisao, Anisao. 87 Turpial al cucarachero le gritó desde la acacia: “Desocúpeme ese nido despídase y dé las gracias”. Diplomacia, Diplomacia. 88 La luna zagaletona se va a dormir a la una. Cuando esté más grandecita amanece en la laguna. Claro ‘e luna, Claro ‘e luna. 89 Yo tuve una discusión con un doctor de El Tocuyo sobre cuál alumbra más entre mi farol y el suyo. Cocuyo, Cocuyo. 90 Hacia las vegas del río cuando la luz se desmaya va una banda tricolor por los cielos de la playa. Guacamaya, Guacamaya. 91 El curandero Trifón a mi mama se lo dijo: “Pan caliente con guarapo alebresta el entrecijo”. Amasijo, Amasijo.

675 92 Con el clavel se casó la alegre flor campesina: Fue padrino el azahar y la rosa la madrina. Clavellina, Clavellina. 93 Los pájaros del estero juegan dominó en el banco. Chusmita dijo a zamuro: “Si no se acuesta lo tranco”. Doble blanco, Doble blanco. 94 Los pajarracos del monte juegan dominó en la arena. Ñénguere perdió la tranca con toa la tribuna llena. Doble cena, Doble cena. 95 Mochuelo dijo al comprar una conserva ´e membrillo: “El dia de gastar se gasta” y tiró los dos cuartillos. Bocadillo, Bocadillo. 96 Ratón compró en una tienda un juego de uñas barato Y el mono dijo con burla “Ahora si se fregó el gato”. Araguato, Araguato. 97 Si me pides y te doy te pones dicharachera y me obsequias al retorno natilla y resbaladera. Zalamera, Zalamera. 98 El manglar es verde blusa y falda azul es el agua.

676 La espuma que el barco deja es el borde de la enagua. Piragua, Piragua. 99 Por aventajar a octubre noviembre salió ventiando y peinó los corocitos cerca de Corozo Pando. San Fernando, San Fernando. 100 Diciembre florió estoraques y en la paja puso un nido. El nido fue eternidá de Jesús recién nacido. Mes florido, Mes florido.

677 b) Coplas de La Esfera, 1966

En el capítulo 31 (Primera Parte de este trabajo), señalamos que el poeta Arvelo recortaba diariamente las coplas de su autoría que – durante los primeros ocho meses del año 1966 - fueron apareciendo impresas en el diario La Esfera de Caracas. Luego pegaba los recortes en una Agenda del año 66, de acuerdo al día correspondiente. De esa fuente original las he- mos tomado, y se incorporan a esta obra en el mismo orden de su publi- cación.

La primera copla es del 2 de enero de 1966 y la última del 31 de agosto. Vale indicar que las coplas publicadas no tenían numeración. Las hemos numerado con el único fin de identificarlas y darles una mínima organi- zación. Deseamos señalar, de igual manera, que en esta sección se han eliminado las coplas que no escribió Arvelo Torrealba, sino que están fir- madas por autores como Lope, Calderón y Góngora. Ese es el motivo por el cual, para el mes de enero, por ejemplo, tengamos solamente 26 coplas de Arvelo Torrealba.

Antes de comenzar la lectura, conviene recordar lo que se expuso ante- riormente: que el requisito único que le exigió el periódico al poeta, en cuanto al tema de las coplas diarias, era su conexión o relación directa con cualquier noticia destacada del momento, a nivel nacional o internacional. Debemos, por lo tanto, tratar de ubicarnos mentalmente en el año 1966. Es decir, en el mundo de hace medio siglo.

678 Coplas de Enero

1 Que Año Nuevo nos dé paz noble rumbo y paso altivo desde el Delta hasta Los Andes del Avila al Esequibo. 2 El sol de estos claros días desnudo en celeste marco, por ciudades y campiñas espigue en mies de trabajo. 3 Echemos una apuestica a quién burla más la ley: La señora Lotería le dijo a Don Cincoiseis. 4 Pongamos en la donosa ara de los Reyes Magos zapatitos invisibles por quienes viven descalzos. 5 Más rebelde que la palma más hermoso que la oliva: Galope del potro heráldico por Venezuela esequiba. 6 El viejo Compae Facundo preguntó a María Tolete: ¿Cuántos teteros de baja mide el alza de la leche? 7 ¿Qué es una pinta pa’ un tigre y un AY! entre mil canciones? ¿Qué son pa’ quien tanto debe tres mil quinientos millones? 8 Voz del gaucho Martín Fierro es cual brisa en el palmar:

679 “No pinta el que tiene ganas sino el que sabe pintar”. 9 Dos soles hay en la tierra de por donde sale el sol: En nobleza el Mariscal en belleza Andrés Eloy. 10 Turpial despoja al guatí y al cachicamo la lapa. Los que gozan casa y dieta son los que menos trabajan. 11 Con los lebrunos del día me iluminó tu recuerdo. ¿Qué va uno a hacer con el alba, noche de sin ti por dentro? 12 Aritmética de insomnio, álgebra de los lecheros: En precio un cuarto de litro es mitad de un litro entero. 13 Preguntó un viejo llanero, paisano de Trina Omaira: ¿Hasta cuándo más nos cobran la autopista de La Guaira? 14 América libre toda bien sabe el patrio confín: Por tierra hasta el Esequibo por gloria hasta el Potosí. 15 Dejen la vida como es: que el pollino coja el trote; que el viejo sude sus reales y el muchacho se los bote.

680 16 Si el Caipe ya no tiene agua no es porque rieguen sus bordes: Es porque viene del cerro y en el cerro ya no hay bosques. 17 Entre pared de ancha base y gerentuchas espadas, directiva de Cadafe quedará desenchufada. 18 ¿Quién podrá con manguareo si echan a un buen funcionario porque retiro a ochocientos ociosupernumerarios? 19 Maraquero aventajao le dijo a Venancio Laya: “No pido a Dios que me dé, sino que me ponga ’onde haya” 20 Echale hasta que se llene ramilletico de flores, que conmigo son las chanzas y con otro los amores. 21 Hay que aprender a jugar la sortija vaya y venga: Quien no trabaje esté pobre y el que trabaje que tenga. 22 Maña y fuerza le bastaron para el despojo a Inglaterra. Invencible la razón baste y sobre a Venezuela. 23 La escuela predica al niño bien, verdad, cariño, aplomo.

681 La televisión le grita: atraco, machete, plomo. 24 El progreso de Acarigua no es sólo mies, rola y vacas. Es juventud pensadora que abre surco y siembra Patria. 25 Le dijo la negra Clara a la catira Matea: Si no va a comprar los gofios ¿pa’ qué me los manosea? 26 Los meses del año juegan a los naipes su destino: Enero ligó de mano 31 relancino.

Coplas de Febrero

27 Desde los valles de Aragua hasta el confín apureño bandos de humareda anuncian el crimen de los incendios. 28 En boca ‘e La Portuguesa el bonguero pegó un grito: ¿Cómo puede haber tanta agua en tanto mundo marchito? 29 El árbol que yo prefiero el árbol de acacia es: Echa las vainas primero las flores vienen después. 30 Hoy por la boca esequiba viene pasando la Reina:

682 Que mire lo que nos toca y sabrá lo que les queda. 31 En el bravo mundo, Indira, de tu luz y de tu sombra besas de Nehru la espina y resucitas su rosa. 32 Dijo una lora enigmática mirando un toma-corriente: En la rosca burocrática ¿hasta cuándo enchufan gente? 33 Capital, delegaciones, Calabozo, huyen de ti. Todo te podrán quitar menos a Lazo Martí. 34 Nueva tarifa del agua -dijo un cauto- me trasnocha de imaginar que nos suban los refrescos a tres lochas. 35 Nos vimos en el espejo mis sienes junto a tus ojos, como sauces taciturnos espejándose en el pozo. 36 Al doble un tambor de grasa por las nubes un tractor, al triple arado y repuestos: ayuda al agricultor. 37 Como hermanos Florentino y el Diablo en brava chipola, huellen junto al Esequibo la Patria cautiva y sola.

683 38 Locha por vaso nos quita la resolución conjunta: Lo que en Caracas un real son tres lochas en el Zulia. 39 Los ex ministros del MAC tras enjuiciar quema atroz vil tiña, tala feroz, entre verdades profusas suspiraron por las tusas de aquel “Venezuela Dos”. 40 Uñas fieras se clavaron al gañote los curruñas: Opinión metió sus cuñas creyendo que era asonada y después no pasó nada ¡Cójanme este trompo en la uña! 41 El rico para la olla da la carne y el aliño; mas como lisiado el niño sabe lo que vale el cobre, contribuye hasta el más pobre con su locha de cariño. 42 Un milagro ha de pasar pa’ resucitar la fe: que tanto envite y azar se vuelva trabajo y ley. 43 Si hay que correr el telón del esequibo escenario nunca domeñe el corsario la razón del patrio elenco y cuenten con este renco que se irá de voluntario.

684 44 Se alonga el amparo ardiente frente a la frontera glauca y miran los presidentes desamparos del Arauca. 45 El quemado está de luto como una flor de cuaresma porque las brisas dejaron un carnaval de candela. 46 Su disfraz, Momo lo fragua con visión de erial y aniego: los pueblos juegan con agua y las campiñas con fuego. 47 Consigna carnavalesca por llaneros horizontes: Plomo con los animales y candela con el monte. 48 Quemas y talas y quemas ¿nunca irá a aprender la Patria lección de roca y ceniza que da la cuenca del Chama? 49 ¡Ah malhaya un trago de agua de los jagüeyes de almíbares, y un amor que perdurara sin joyas y sin bolívares! 50 Dicta artículo primero para la ley del embudo morrocoy cuando le dice a cachicamo conchudo. 51 En el mundo de la crítica yo no sé cuál es más fraude,

685 si el de a quien nada le gusta o el de quien todo lo aplaude. 52 Los meses del año juegan a los naipes un sancocho: febrero perdió el envite porque se plantó en 28.

Coplas de Marzo

53 Cuado ornó tus sienes lindas, Margrethe, el sol de Claragua bebió cielo el campo ardido en tus ojos de agua clara. 54 Dio al tránsito la campana trascendentes soluciones, con sólo vestir de verde a los fiscales marrones. 55 En la orilla del recuerdo me puse a considerar que de recordar con lloro más vale no recordar. 56 ¿Quién es por fin quién se queja cuando el fuego lame el agua, el agua porque se quema o el fuego porque se apaga? 57 Ah! malhaya cien represas de diez mil leguas regar pa’ que espigue pan de tierra en vez de hundirse en el mar. 58 No te gustan, soñadora ni entrada de aguas sin lirios

686 ni estero donde no hay garzas ni arbustos donde no hay nidos. 59 En la alcabala de Ortiz vide a un loco preguntando: ¿Cuántas son ¡ay! las candelas que hay de aquí hasta San Fernando? 60 Orillas del Orituco me preguntó la palmera: ¿Cuántas agüitas secándose hay de aquí a Mangas Coveras? 61 En terapéutica crítica no hay certidumbre de escuela. Nadie sabe lo que hiela ni tampoco lo que entibia: Lo que al terecay lo alivia tal vez al sapo le duela. 62 Cuando no me quieren quiero cuando me quieren olvido: El camino lo desecho el deshecho lo camino. 63 Ponderaban los cimientos como de primera clase y al soplar el primer viento se desplomó la Ancha Base. 64 En manga de astral faena para un prodigio morocho al raudo cohete Agena lo coleó el Geminis Ocho. 65 ¿Qué vale no querer irse en voz de quien ya se va? ¿Qué delito hay en la espina si uno se quiso espinar?

687 66 Barloventeña al pasar sabroso que mueve el cuerpo. Policamburado ocioso sabroso que cobra el sueldo. 67 Cómo quedaron con ganas Pedro, Ramón y José, dobla triple la campana por el cambur que se fue. 68 ¿Qué es lo que da más renombre del burócrata en la plana: La banana tras el hombre o el hombre tras la banana? 69 Faenas de maravillas las de este César Girón que clava sus banderillas del pueblo en el corazón. 70 El morirme no me espanta - dijo un indio en el desierto – sólo me aflige el tiempaje que me toca durar muerto. 71 Apure a sus tributarios reclama, ardido de pena: Ya ustedes no me traen agua sino suspiros y arena. 72 Del Arauca en la ribera me puse a pensar un día que si el Catire volviera tal vez se devolvería. 73 Por ruta de hojas quemadas ya marzo se fue al exilio,

688 quiera Dios que abril nos traiga garúas, toldas y lirios.

Coplas de Abril

74 Del poema del Mio Cid vivid ternura y fragores: Madruga en los sinsabores del destierro el fiel vasallo “Apriesa cantan los gallos e quieren crebar albores”. 75 Si usted marca el 00 busque la cama y se acuesta, porque repica tres horas y ningún diablo contesta. 76 Penca de palma con rosas y fe de niño ofrendamos a la dulce Dolorosa este Domingo de Ramos. 77 Quiero pedirte un milagro frente a incendio y arenal Virgen de Peña Admirable patrona del manantial. 78 La suerte de los teléfonos no podrá ser de las peores, pues por mas que boten técnicos quedan tecnivividores. 79 Pesca, fuego y cacería colman la tierra de espanto ¡Ah malhaya aquellos días del santo Miércoles Santo!

689 80 Atómicos taumaturgos contad la cosa como es: Apenas la Luna 10 gira y gira desde el martes y hace años es prez del arte el Giraluna de Andrés. 81 Jesús que hoy resucitado al alma tu aliento soplas, si nos ves desacoplados danos el don de las coplas. 82 Por el calor que registran termómetros caraqueños, marzo no fue tan marcista ni abril es tan abrileño. 83 Dejó la Semana Santa sobre los patrios caminos saldo de sesenta cruces y de seiscientos heridos. 84 Un congreso se me antoja el estero “engabanao” líder con bufanda roja preside el garzón soldao. 85 La cintura de Yolanda al compás de la chipola se curva igual que la palma cuando el viento la tremola. Palmasola. 86 Desde mi bongo solito te he recordado otra vez: Los remansos de hoy tan míos tan tuyos los del ayer!

690 87 Los pajarracos del monte juegan dominó en la arena: Zamuro perdió la tranca con todas las gradas llenas Doble-cena. 88 Margariteña en el llano elevó al cielo su grito: ¿Por qué no hay pescao de mar en los bucos de “Uverito”? 89 Los pájaros laguneros juegan dominó en el banco: Chusmita le mostró el juego a los juncos del cilanco. Doble-blanco. 90 Ciento sesentiseis años hace hoy que con Madariaga por la arcada de la gloria pasó don Francisco Salias. 91 Ah malhaya una brisita que nunca arreara candelas. Y en mitad del campo un río con hilo de agua en las vegas. 92 Dijo un loro futurista: o se entienden los acólitos o han de quedar en la pista -horaciocuriacia lista- tres de Arturo y tres de Jóvito. 93 La moda subió las faldas el MAC nos subió la leche, el INOS nos subió el agua y el Municipio los frentes.

691 94 El hogar con sus quehaceres a la esposa no le basta: Tiene que cumplir deberes como el de jugar canasta. 95 Las cortezas de este palo las echaré en un aljibe para curtirle las penas a quien pesaroso vive. Dividive. 96 Turpial al cucarachero le gritó desde la acacia: Desocúpeme ese nido despídase y dé las gracias. Diplomacia. 97 Ah malhaya una querella como la que tú me diste más tristona que estar triste a ver si pulso en los trastes voz de cuando me llegaste y de cuando te me fuiste. 98 Dices que te da jaqueca la comida si es barata y que te produce fiebre la roncha ‘e la garrapata. Monifata. 99 Con la lluvia hemos mirado desde trémulos tendidos toros sutes mal toreados y partidos mal partidos. 100 Yo vide a los doce meses jugando bolas en Cúa: cuando abril le ganó a marzo

692 retoño de la tuatúa. Garúa. 101 De puro reflexionar te abisma la pensadera: Eres tan gran pensador que no piensas que uno piensa.

Coplas de Mayo

102 Mojado el pecho en lloviznas sudor de villas y campos, aire y luz de alma pechera brilla el Primero de Mayo. 103 Espinitas que no espinan anaranjado primor: empalizadas del pueblo con la fruta en vez de flor. Cundiamor. 104 La sed del cardo se cuaja en las mieles de la tuna: A veces quien más trabaja es el primero que ayuna. 105 En honor de la verdad verdades se están diciendo y en verdad nos falta sólo que acaten lo verdadero. 106 Mi madre bordó en cariños su rosaleda fragante le pagaron poda y riego con hondo amor los rosales. ¡Qué perfume el de tus rosas rosaleda de mi madre!

693 107 La selva del Ticoporo dijo a la del Suripá: Estas reservas que quedan pa’quién las reservarán? 108 Me gusta ver la laguna cuando mayo la decora y luce entre lirios de agua la pluma ’e la corocora. Flor de Bora. 109 Hacia las vegas del río cuando la luz se desmaya va una banda tricolor por los cielos de la playa. Guacamaya. 110 Allá arriba de aquel cerro tengo enterrado un tesoro pa’gastar bastante plata si alguna vez me enamoro. Grano de Oro. 111 Tienes tiempo de otro apuro que te ponga vieja y chocha mucho antes de que el Seguro te pague esas siete lochas. 112 Reglamentación del brinco cuadratura del escollo: Rozar una alcantarilla es peor que caer en un hoyo. 113 Los pobres en sus pollinos y los ricos en sus potros por ley son todos iguales unos más iguales que otros.

694 114 Escondimos la verdad porque ninguno la viera y fue casi una alegría el mutis de la tristeza. 115 Líbano bordó en cedrales sus montañas por milenios, nosotros en medio siglo acabamos con los cedros. 116 Un Maquiavelito criollo dijo en las fiestas del Real: La mano enemiga bésala si no la puedes cortar. 117 ¿Do los poblanos concursos con campanas de infalible propaganda? ¿Qué fue de tantos discursos? La Venezuela Posible ¿Por dónde anda? 118 Dijo un granjero a su socio pintándole hipotenusas: A mí me toca el maíz y a usté le quedan las tusas. 119 Gloria que te sobrevive sobre la poblana greda surco labra. Cual estrella en el aljibe honda y fiel, Alirio, queda tu palabra. 120 Por ternura de tu gracia nos vimos en el espejo: Tú con tus veintiséis mayos y yo con mis cuatrocientos.

695 121 Si a muchos dolos y males quieren ponerles remedio, después de los terminales quiten principios y medios. 122 Años luz cavan eterno el cuarto hondón del espacio: Cuando ves los cielos de hoy miras milenios pasados. 123 Dijo la Rochefoucauld: Nunca corran ese albur. ¿Cómo puede meter gol un partido sin cambur? 124 Cantando va el Cuyuní con la grave voz del río: Laudo y fuerza desafío como la palma a los truenos, nunca sufrí por lo ajeno lucho no más por lo mío. 125 Agua, leche, frentes, bus -todito menos la luz- suben inmisericordes ¡Ay José, María y Jesús! ¿Cómo diablos vive el pobre? 126 Este Guerrero que adora la paz que en su alma florece despunta su íntima aurora al año trescientas veces. Candideces. 127 San Fernando ya no cree ni en espantos de camino ni en caimanes del Apure ni en alcaldadas del chino.

696 128 Gozad la crónica viva tan alta y tan de nosotros: Va entre la palma y la oliva buscando el rumbo del potro. Ése y otro.

Coplas de Junio

129 Mayo gime de infortunio por bosques, prados y aleros porque nombraron a junio capitán del aguacero. 130 Al que en mitad del discurso vacila, traga y se azora o es que se le va la idea o es que el banano lo atora. 131 Un solo temor me asusta al ver que te vas de viaje: Como nada se te olvida que te acuerdes de olvidarme. 132 Suavecito fue el impacto -como el pato en la laguna- cuando puso el artefacto sus tres patas en la luna. 133 Un mono politiquero le dijo a misia lechuza: Por amor a las musáceas me están gustando las musas. 134 Lulú comparte discreta su labor de cada día: Entra, marca la tarjeta y va a la peluquería.

697 135 Por alcalde así yo doy a fuerte las morocotas: Sepa quien la paz azota con delitos y parrandas que allá en Apure se manda sin cuatreros ni patotas. 136 Con tierrita de la copla te aporqué los melonales: Recogiste la cosecha y ni un melón me mandaste. 137 Mula te llamé una vez y fue terrible tu rabia, puse tu nombre a mi mula y el bautizo te hizo gracia. 138 ¿Qué son escombros condales cuatricentenariamente sino guiños? Haya real o no haya reales debajo de cada puente duermen niños. 139 Match de bochas estupendo sin oficiales distingos nos brindó Santo Domingo al salir de su quebranto: Como Bosch arrima tanto, Balaguer le bochó el mingo. 140 Justicia alumbra linderos fuerza no valida laudos, libertad no mata fueros ni da a lo nulo respaldo. 141 Dos titanes, San Antonio, prez de tu nombre atestiguan:

698 Con la espada el de Ayacucho con la lanza el de Acarigua. ¡Sol de Manzanares! ¡Sol entre el Curpa y el Durigua! 142 El comején en la viga, en la chamarra del cochocho: Unos doran su lomito y otros asan su topocho. 143 A copla de ayer se debe esta corrección muy breve: en la chamarra el cochocho. ¿Quién ha visto verso ‘e nueve colado entre versos de ocho? 144 El águila venaera le gritó a la cacatúa: ¡O es que estás sorda de veras o es que te haces la musiúa! 145 La esperanza se avecinda en verde rincón de patria: Tras la selva de Guatopo la represa de Altagracia. 146 Sobre lo verde en Caracas langostas alzan su vuelo: Son las plagas del flagelo llegadas con el mal gusto y por eso los arbustos los podan a ras del suelo. 147 Así el prestigio se esparce y así se ganan honores metiéndoles multa y cárcel a los especuladores.

699 148 Si uno estuviera obligado -dijo un juez en lo penal- a saber de lo que opina nunca pudiera opinar. 149 Si de las multas en boga el pez gordo se ha librado es que al reventar la soga revienta por lo delgado. 150 El que cultiva la tierra pan de su tiempo recoge: Quien la reforesta amasa pan de cien generaciones. 151 Como buen renco que soy ni corro ni me encaramo, ni acelero al morrocoy ni sofreno al cachicamo. 152 Dos votos esperanzados hoy ante San Juan elevo: Comer lomo a seis el kilo y andar en autobús nuevo. 153 Entre las criollas vituallas ya es muy raro quien lo muerde y quien lo probó se calla suspirando por si vuelve. Cambur verde. 154 A fe que es luz de la idea en realidades y símbolo darle al bulto de la escuela el almo don de los libros. 155 Brujeador del Bajo Apure le dijo al paisa Tereso:

700 ¿Cómo critican el cincho gustándoles tanto el queso? 156 Campesino vende a uno camionero pide a tres, el que esconde sube a quince ¿Cómo se detalla a diez? 157 Repicaste con tronío tu son multitudinario y después de aquel gentío te derrumbas solitario. Campanario. 158 No es cuestión de carestía ni de vida por las nubes: Son abasto, droguería quincalla y carnicería que apuestan a quien más sube.

Coplas de Julio

159 Julio, teniente de brumas baja del Ande bravío desenfrenados de espuma los ruanos potros del río.

160 Ah malhaya un cabo ‘e soga siquiera de unas tres varas, para amarrarte la lengua a ver si por fin la paras. Curicara. 161 Despilfarro es como el fuego con brisa en el pajonal

701 que mientras más paja quema más paja quiere quemar. 162 Oíd al pueblo que expande su alma por los cuatro puntos: Oriente, llanuras, Andes, lago y selva en un conjunto. Contrapunto. 163 Con espada y pensamiento fundidos en grito augusto Himno y Blasón y Bandera nos forja el 5 de julio. 164 Aunque retarden el juicio con sofísticos recaudos hija de laudo con vicio hereda el vicio del laudo. 165 Aclara un antiguo texto que en reajustes burocráticos la clausura es un pretexto para cobrar nuevos viáticos. 166 Por un plato de lentejas vendió su fuero Esaú, hoy la libertad del voto se cambia por un cambur. 167 Tras de la copa el aplauso tras el fracaso el rezongo: De tanto frenar al crack ya todos creen que es un chongo. 168 La palanca para el puesto para el negocio el engrase pa’quien pierde tres a cero un jonrón con tres en base.

702 169 Por algo andarás pensando que te burla mi sonrisa: Al que lo mordió macagua lo asustan las lagartijas. 170 Dijo un santo con despecho al hojear las nuevas normas: Lutero fue un niño ‘e pecho al lado de estas reformas. 171 Dijo un líder medio arisco como quien salva su voto: Mejor es quitar el disco si siguen ese alboroto. 172 Brindemos café de afecto al hermano policía que en claro pasa las noches y nunca aclara sus días. 173 Dijo un loco grave y tieso con voz de sanctus santorum: Pongan gratuito el Congreso y verán que no hay más cuórum. 174 Por fregona doña urraca le puso al refrán su placa: Si el sapo brinca y se estaca ¿qué culpa tiene la estaca? 175 En el cuero la polilla en la tabla la carcoma: No siempre es quien va a salir el primero que se asoma. 176 Volvamos los ojos turbios al amor del labrantío:

703 Arroz verdeó la sabana maizal las vegas del río. 177 Del color de tu partido escogiste la cretona y ahora la quieres teñir porque lo ves en la lona. Camaleona. 178 Te llevo unos treinta añitos pero arrugas saldan cuentas: Cuando yo doscientos cumpla tú tendrás ciento setenta. 179 Construcción cogió la punta del libre juego al amparo. La tributaria rezonga: Déjenla que yo la paro! 180 ¿Qué tanto andan y desandan? ¿No van a saber ya ustedes cómo es la horma? ¿No pregonan los que mandan que aún sin el quorum veredes la reforma? 181 Vuelque hoy sus rosas profusas el ensueño pastoril por la gloria de las musas en el premio de Beatriz. 182 Si la oposición no suma y se empeña en dividir le multiplican las restas y hasta le extraen la raíz. 183 Me paré junto a tu reja con la luna entre las matas: Mi guitarra hilando quejas

704 la luna gastando plata. Serenata. 184 Cuatro puntas tiene el pueblo lo mismo que el tenedor: Tiene fe, tiene vergüenza tiene hambre y tiene razón. 185 Para vengarse de Londres la afición lo que desea es un árbitro argentino con público de Corea. 186 Este era un rey que tenía un socio de calva austera, una enorme minoría y un cuorum que casi no era. 187 Pesadillas de lo ignoto insomnio de ley nonata: Si no ceden ¿con qué votos? y si ceden ¿con qué plata?

Coplas de Agosto

188 Burócrata se pronuncia por congresil alboroto: Cada cargo una renuncia y cada renuncia un voto. 189 En los brujeadores hípicos hay que pensar otra vez: Acuñan seis batacazos y salen cuadros con seis. 190 El saludo de dos hombres con la honda mar de por medio

705 tiende hoy entre el Sur y el Norte voz del boliviano credo. 191 Escribió un loco sofístico que en el censo de los peores no está de más lo humorístico pa’ identificar traidores. 192 Machete es el que da el corte garabato es el que engancha, ají bravo es el que pica cambur verde es el que mancha. 193 Contemplo con estupor caprichos del estipendio al peor superincapaz lo pagan como estupendo. 194 Para el estero la bora para el novillo la ceba: Pa’ lapa madrugadora perro que duerma en la cueva. 195 Guacas, loros y pericos: Sabed ser fieles al trato de unificar con recato los heterogéneos picos frente a las uñas del gato. 196 Va llegando hasta el Congreso la canción del Riquirrán: Los maderos de San Juan gritan que no quieren queso pero que sí piden pan. 197 Tu plata frente al espejo la pones con gesto franco: Regalas la del reflejo y mandas el resto al banco.

706 198 Naturaleza responde en las furias del Caparo: Primero talas y quemas después muerte y desamparo. 199 A fe que es bien que se nombra y ya revive el aliento: Darle clorofila y sombra a la ciudad de cemento. 200 Si el que la chilla se salva - dijo un brujo - es por un tris: Devaluación querrá el bis si impuesto no pone el mingo, y a lo mejor se va el chingo pero llega el sin nariz. 201 Cambur que se compra verde casi siempre se madura: Si lo compras madurito gástalo antes que se pudra. 202 Ocho millones y pico somos los venezolanos: Importando caraotas nos toca a kilo por año. 203 Dijo el tuqueque raquítico al gordo mato-pollero: Para echártelas de crítico aprende a escribir primero. 204 Dictan auto a quien un cheque da sin fondos en su cuenta: Si eso es justicia al Seguro le han de dictar camioneta.

707 205 Patrón del bongo nativo: poned ruta austera y rápida… Si al mal virus le dáis lápida daréis a la Patria remos y en Navidad comeremos tranquilos la multisápida. 206 No me achaquen lo importuno metiéndome en esos líos: Si el sentido no es más que uno no busquen doble sentío. 207 Cuentan que el Diablo una vez refunfuñó con malicia: Más vale una cuarta ‘e juez que cien varas de justicia. 208 Al caerte en la primera se descogota tu ahínco, mas con todo y dar un brinco no ves el nunca del cuando y te consuelas pensando que tal vez pegas con cinco. 209 Déjenme el cantar tranquilo: Podrán ser sueños de pobre mas oros del buen soñar valen más que contar cobres. 210 Fiel a Dios, al lujo huraño, brazos y sienes sin ocio… De vuestra gloria peldaños son, Cardenal, cuarenta años de preclaro sacerdocio. 211 Para rubicundo el sol, para jipata la luna,

708 para infortunio ser ciego, para ciega la fortuna. 212 En la mano decisiva al negro le dijo el blanco: Si no se acuesta lo ahorco y si se acuesta lo tranco. 213 Con mi mero real y medio compré la cabra nativa: Esta salta a la deriva mas me da profusos dones de quesos y requesones… y siempre tengo mi chiva. 214 ¿Se puede acaso un domingo sumar la mar de millones que en despilfarros y déficits den trece sub-comisiones? 215 Como ya el pueblo no abriga en el Seguro esperanza déjen que el refrán lo diga: Seguro mató a confianza. 216 Pita el torito amarillo en la puerta ‘e los corrales: Como no puedo salir me arrejunto con quien sale. 217 Erosión en crudo asedio va del Neverí al Caparo y otra erosión sin remedio del Conde hasta el Guarataro. 218 El maizal en el conuco, el jobo en la empalizada: Ventarrón es el que tumba machete no tumba nada.

709 Esta última copla fue publicada el miércoles 31 de agosto de 1966, y su recorte está pegado en la correspondiente página de la agenda. A partir de allí no hay nada más, y las páginas de los últimos cuatro meses del año se encuentran el blanco.

Al terminar de copiar las 218 coplas que el poeta Arvelo publicó en La Esfera entre enero y agosto de 1966, nos damos cuenta que él utilizó al- gunas de las coplas que había escrito cinco años antes, en 1961, para el “Almanaque de las Vacas”. Como el proyecto del almanaque nunca se realizó y las 100 coplas quedaron inéditas, su autor aprovechó algunas de ellas para publicarlas en el periódico.

Podemos observar que para el Día de la Madre - segundo domingo de mayo - Arvelo escogió la primera y la última parte de una de sus Cantas (identificada en esta colección con el No. 106), dedicada a su madre doña Atilia y publicada por primera vez en el libro Cantas, de 1932. Para La Es- fera acortó el texto, y en vez de los 11 versos originales, utilizó solamente 6. El poema, uno de los preferidos de su autor, fue publicado en el perió- dico el domingo 8 de mayo de 1966.

710

Sección 4.

Catálogo de Poemas

El poeta Arvelo organizaba, con extremo cuidado, cada detalle de su tra- bajo. No solamente en las labores relacionadas con el ejercicio de la abo- gacía - para lo cual tenía clasificados, en carpetas timbradas y orden alfabético, los documentos de cada uno de sus clientes - sino en lo con- cerniente a sus poemarios.

Hemos conservado un singular informe mecanografiado de 10 páginas, que lleva como título “Poesía de Alberto Arvelo Torrealba”. Allí el autor hizo un listado de los poemas de cada uno de sus libros de versos.

El orden del catálogo es el siguiente: Primero el título del volumen y des- pués el listado. Éste está organizado en doble columna: a la izquierda, “Título del Poema”, y a la derecha, “Primer Verso”.

Suponemos que este trabajo fue realizado por el poeta en los últimos años de su vida - entre 1968 y 1970 - porque en él aparecen dos grupos de poemas que solamente fueron publicados en la Obra poética de 1967: la selección de “Poemas Sueltos” y “Rezagos de un Poemario extraviado en la Cárcel”. Por otra parte, su poema más largo, Florentino y El Diablo, se nos presenta dividido en 8 secciones, tal y como aparece en la versión de- finitiva del romance.

He aquí la transcripción del documento, exactamente igual al manuscrito.

711 LIBRO: MÚSICA DE CUATRO

Título del poema Primer Verso

POR LA HACIENDA ¿No recuerdas aquel día?

A LA DEL 49 Gemas hermanas, juntas han abierto

FLORES ¿Para quién? Para alguien que vino

OYENDO A UN PÁJARO Flautista fino y gárrulo, travieso

FUENTE, RÍO Y MAR Amada: tú tienes tan jovial la risa

DOMINÓ ENTRE CUATRO Sales, y enmediolutan negros puntos

TRAVESURA Se casa – dice el niño – con su aquella

ROMANCE DE CARIÑO AUSENTE Es una noble tristeza

POR TU GRACIA Ayer, ayer nomás era tu risa

POSTAL DE OLIVA Te dejo esta canción. Soy el viajero

LIRIO OCULTO Es un botón de encantos la sobrina del cura CANTARES DE PRIMAVERA Ya mayo enfloró la huerta

LA HIERRA Al dorado fulgor de luz postrera

EN LA VEGA La casa junto al bosque. Con frescores

LOROS Y MANGOS Es un bosque de mangos. Cuando arde

AURORA SABANERA Rasga su velo gris la madrugada

LOS TÁBANOS Por el quemado, la campiña ostenta

VISIÓN PALUSTRE Juncos, zarzas, gramíneas, en enredo

VESPERAL Junto a la orilla, bajo la enramada

LA GUANÁBANA Oculta de la fronda en la espesura

LA BESTIA TRISTE Pobre burro de carga

712 EL CACHO Margen fluvial, en cuyo opuesto lado

PUEBLO GRIS Camino, a pie, el pueblito

DOS CAMINOS ¡Sol de Mayo! Te insinúas

ARDOR VERANIEGO Tarde estival recia y rubia

POSTAL APUREÑA Copia el Apure bravío

CINEGÉTICA Amanece. Engalanada

CONTIGO La curiara, con su estela

LA RABO BLANCO Patas color de amapola

CARRETEROS Traquetean las carretas

LA ARDILLA De la dulce heredad y el bosque rudo

ALCARAVANES A veces, sobre el pueblo, pasa un bando

EL GAVILÁN Pirata de los ámbitos: se goza

TÍO CONEJO Pícaro roedor. Duerme a su antojo

LA IGUANA Silente poblador de la floresta

AL ESCUDO DE BARINAS ¡Oh! Glorioso blasón del pueblo mío

A GUAYANA Tierra gallarda que al armado pecho

EN LA MUERTE DEL DOCTOR Fue en el Llano su ciencia alivio cierto RAFAEL MEDINA JIMÉNEZ

FRAGMENTO DE UNA EPÍSTOLA Mas lo grave apartemos y lo amargo

BAÑO AL RASO De muchacho, en el hato, fue fogoso mi instinto GLOSA DE PUEBLO PEQUEÑO Es en un raquítico pueblito del Llano

PRIMAVERA, RÍO Y AMOR Por el camino sombrío

713 REZAGOS DE UN POEMARIO EXTRAVIADO EN LA CÁRCEL

Título del poema Primer Verso

AIRES DE TIERRA LLANA I: ¡Oh acervo de dulzura con que el Llano encariña! II: Trabajo de los hatos: peonada que madruga III: Pueblo llanero y solo, donde la paz se hospeda TRÍPTICO DEL HOGAR I: Añoro, oh madre, las señeras cosas II: La blanca luz con que en mis sueños brillas III: Frutas y agua a los pájaros les muda SONETOS DEL ADIÓS I: Ayer me dio su claro azul marchito II: Por tu donaire de amapola y trigo GLOSA DE MAYO A MIRIAM Ya mayo enfloró la huerta

714

LIBRO: CANTAS

Título del poema Primer verso

CANTA 1 El horizonte y yo vamos

CANTA 2 Oros de los arenales

CANTA 3 El quemado está de luto

CANTA 4 El candil en los caneyes

CANTA 5 Allá va el encobijado

CANTA 6 Palmarito en el Apure

CANTA 7 Junto a Platero trotando

CANTA 8 Oros de paja marchita

CANTA 9 Mi madre bordó en cariños

CANTA 10 La tarde como con pena

CANTA 11 Van los vaqueros del viento

CANTA 12 El crepúsculo viajero

CANTA 13 Espinito pura espina

CANTA 14 Me acordé de aquella copla

CANTA 15 La noche cambió en realitos

CANTA 16 Los dos por la tierra larga

CANTA 17 En Puerto Nutrias a veces

CANTA 18 Dicen que pagan amores

715 CANTA 19 Tras mí le quedó temblando

CANTA 20 El morichal busca el agua

CANTA 21 Viendo en los pozos del río

CANTA 22 El triángulo de mi choza

CANTA 23 En las cantas fugitivas

CANTA 24 Bambú de caña batiente

CANTA 25 De puro mirar el Llano

CANTA 26 Los pétalos de tu risa

CANTA 27 Cómo se fue la garúa

CANTA 28 En su curiara mi tío

CANTA 29 La madrugada entrecruza

CANTA 30 Agua de Laguna Negra

CANTA 31 Contándole al caño viejo

CANTA 32 Tú que has visto la tristeza

CANTA 33 Al sesgo el pelo de guama

CANTA 34 Mis manos tahúres abren

CANTA 35 Me voy por esta sabana

CANTA 36 Los arreboles temblaron

CANTA 37 Tal vez mañana me vaya

CANTA 38 Con el dejo de este cuatro

CANTA 39 Hombre de la tierra hermana

CANTA 40 Hoy casi me puse alegre

716 CANTA 41 Si a la sombra de Quevedo

CANTA 42 El horizonte y yo vamos

CANTA 43 Aguárdeme, compañero

CANTA 44 Espérame, palmasola

CANTA 45 Se toparon los vaqueros

EL CANOERO DEL CAIPE Al canoero del Caipe

MENENO Meneno, esta mañanita

ALBUM DE ANA MERCEDES El lucero en la laguna

ALBUM DE MARIELA Vida de Tío Conejo

OJOS COLOR DE LOS POZOS Me voy para los esteros

LOTERÍA SENTIMENTAL Nocturna loto de números

JUAN PARAO Yo canto lo que soñé

717

LIBRO: GLOSAS AL CANCIONERO

Título del poema Primer Verso

GLOSA 1 ¡Ah caramba compañero!

GLOSA 2 Clavelito colorado

GLOSA 3 Los luceros en el caño

GLOSA 4 A mí mismo me da miedo

GLOSA 5 Noche oscura y tenebrosa

GLOSA 6 Arbolito sabanero

GLOSA 7 Para abajo corre el río

GLOSA 8 Mata del Anima Sola

GLOSA 9 Al pensar que no me quieres

GLOSA 10 Canta el patico yaguazo

GLOSA 11 ¡Ah malhaya un trotecito

GLOSA 12 Cuatro veces te he mentado

GLOSA 13 No olvides esta postal:

GLOSA 14 Se toparon los vaqueros

718

DÉCIMAS INFANTILES

DÉCIMA 1 La guacharaca de Apure

DÉCIMA 2 Ahí viene la paraulata

GUARIQUEÑITA Tan caña dulce tu boca

POR AQUÍ PASÓ Por aquí pasó, compadre

719

POEMAS SUELTOS

TÍTULO DEL POEMA Primer Verso

SENDAS DEL ALBA La mañanita ya. Como un consuelo

ALBUM DE MERCEDES Bulliciosa bandada de azulejos:

ROMANCE PARA LA HIJA DE JUAN Cuarenta y cuatro vaqueros ESPAÑA

RÍO ABAJO Soledad, agua y sol. Y no desgarro

FUENTE FLORENTINA Florencia le puso marcos

VERSOS PARA TU VERSO Rubí de Ocaso en fugas de zafiro

1954 Voy a ti en Año Nuevo con el mundo en la frente PINTURITAS DEL PAISAJE La paloma, pobrecita, la mató el gavilán

LOS RÍOS Me apoyo en este árbol mutilado

MADRIGAL Hier prés de toi…Ta main, tes yeux, ton geste AL MODO DE HUGO EN “LOS Ce soir tu m’expliques DUENDES”

MESSAGGIO CON ROSE Piazzale di Michelangelo

BAUTIZO DE MARIELA II Guarde Dios a la ahijada gentil

ORACIÓN Moro el bridón, el paso de realeza

720

LIBRO: FLORENTINO Y EL DIABLO

Partes del libro Primer Verso

EL RETO El coplero Florentino

SANTA INÉS Noche de fiero chubasco

EL DIABLO CAMBIA LA RIMA Si me encuentra el que me busca

COPLERO QUE CANTA Y TOCA No importa si lo patea

ALBRICIAS PIDO, SEÑORES El que va a dormí en el suelo

EMBOSCADA La copla del terraplén

AHORA VERÁN, SEÑORES A ver si topa el atajo

ECOS LEJANOS REPITEN Yo se lo puedo cambiar

721

Anexos

a) Acta de Matrimonio de Alberto Arvelo Torrealba y Rosa Dolores Ramos Calles

“Hoy a las cinco de la tarde del día veintiséis de febrero del año mil nove- cientos treinta y seis, constituido el Presidente del Concejo Municipal del Distrito Páez, ciudadano José Rafael Casal, asistido de su respectivo Se- cretario, ciudadano Eligio Bustillos, en la casa de habitación del ciuda- dano Doctor Buenaventura Ramos, con el fin de presenciar el matrimonio del Doctor Alberto Arvelo Torrealba y la señorita Rosa Dolores Ramos, compareció Alberto Arvelo Torrealba, soltero, mayor de veintiún años, de profesión abogado, natural de Barinas, Estado Zamora y de tránsito en esta ciudad, hijo legítimo de Pompeyo Arvelo y Atilia Torrealba de Arve- lo, y compareció también Rosa Dolores Ramos, soltera, mayor de veintiún años, de hogar, natural y vecina de este domicilio, hija legítima del Doctor Buenaventura Ramos y Ana Calles Unda de Ramos, con el fin de celebrar el matrimonio que tienen convenido, y siendo suficientes los documentos producidos para proceder al acto y el funcionario que suscribe, el elegido por los contrayentes para presenciarlo, el Secretario dio lectura del Capí- tulo X, Título V, Libro Primero del Código Civil, que trata de los derechos y deberes de los cónyuges, acto continuo el Presidente interrogó al Doctor Alberto Arvelo Torrealba ¿Quiere y recibe usted por mujer a la señorita Rosa Dolores Ramos? y contestó en alta, clara e inteligible voz: Sí la quie- ro y la recibo. Seguidamente a la señorita Rosa Dolores Ramos ¿Quiere y recibe usted por marido al Doctor Alberto Arvelo Torrealba? y de igual manera contestó: Sí lo quiero y lo recibo. Incontinenti, dirigiéndose a los dos les dijo: Quedan ustedes unidos en matrimonio, en nombre de la Re- pública y por autoridad de la Ley. Los testigos presenciales de este acto fueron: Doctor Félix Angulo Ariza y Mercedes Casal por si y en represen- tación de la señora Rosa Felicia de Angulo Ariza, Ernesto Tamayo R. y Lucía Romelia Acosta de Tamayo, Pedro Zaraza y Lilia Escalona, Buena- ventura Ramos y Ana Calles de Ramos, Pompeyo Arvelo Torrealba y Ati- lia de Arvelo, Ernesto Ramos y Belén Cazorla de Ramos, Rafael Parra Bastidas y María Arvelo de Parra, Doctor Rafael Arvelo Torrealba y Ma-

724 tilde de Arvelo Torrealba, Doctor Jesús María Casal y Trina de Casal, Luis Peraza y Noemí de Peraza, Marcos Arvelo Torrealba y Aura Arvelo To- rrealba, Enriqueta Arvelo Larriva, Luis Alejandro Angulo y Lourdes Ar- velo de Angulo, Raúl Ramos Calles y Gorizia Elia, Adolfo Ramos Calles y Enriqueta de Ramos, Doctor C. Escalona S. y Eumelia Ramos de Escalona, José Ramos Calles y Carmen Calles Unda, Pbro. Doctor R. I. Calles y Te- resa Calles Unda. Extendida inmediatamente la presente Acta en el Libro de Registro Civil correspondiente, se leyó a las personas que deben sus- cribirla y habiendo todos manifestado su conformidad, firman: El Presi- dente del Concejo (fdo.) José Rafael Casal; el contrayente (fdo.) Alberto Arvelo Torrealba; la contrayente (fdo.) Rosa Dolores Ramos; testigos (fdos.) Félix Angulo Ariza, Mercedes Casal, Ernesto Tamayo R., Lucía Romelia de Tamayo, Pedro Zaraza, Lilia Escalona, Buenaventura Ramos, Ana Calles de Ramos, el Secretario (fdo.) Eligio Bustillos.”

El suscrito: Helio N. Suárez, Secretario del Concejo Municipal del Distrito Páez, Estado Portuguesa, hace constar que la copia que antecede es tras- lado fiel y exacto del original que la contiene, el cual se encuentra inserto en el Libro de Matrimonios llevado por este Despacho para el año de 1.936, de cuya exactitud doy fe.- Copia que expido, a petición de parte interesada y con la autorización previa, en Acarigua, a los trece días del mes de abril de mil novecientos cincuenta y tres. El Secretario del Conce- jo: Helio M. Suárez.

725 b)Descendencia de Alberto Arvelo Torrealba y Rosa Dolores Ramos Calles

En este punto del trabajo, la autora cede la palabra a los descendientes de Arvelo Torrealba, entre los cuales se encuentra ella misma…

Hijos Albertico y Mariela, unidos en el tiempo y la distancia, nos hablan de su historia y de sus sueños.

726 Alberto Arvelo Ramos. (Caracas, 14-12-1936; Mérida, 18-7-2010)

Transcribimos aquí el Curriculum Vitae de Alberto Arvelo Ramos, el cual fue redactado y copiado por él mismo. Este documento original, fue escri- to a máquina posiblemente en la década de los años 80:

“Nace en Caracas el 14- 12-1936, primer hijo del matrimonio de Alberto Arvelo Torrealba y Rosa Ramos Calles de Arvelo, de quienes, pocos años después nace Mariela, su única hermana. En 1941, habiendo sido su padre designado presidente del Estado Barinas, es trasladado a la ciudad del mismo nombre, en los llanos occidentales, donde la familia Arvelo ha te- nido su asiento durante varios siglos. Allí cursa las primeras letras y per- manece hasta 1945. Luego, en rápida sucesión, París, con el padre diplomático, Nueva York, en exilio después del golpe de estado de 1945, y, en 1946, la otra ciudad llanera que signará su vida, Acarigua, donde, entre voraces lecturas de Julio Verne y Alejandro Dumas, termina la pri- maria y comienza el bachillerato. En 1949 se reanudan los viajes y las rup-

727 turas de los ciclos de estudios, que son la norma familiar. Primero Cara- cas, con la lectura casi aplastante del Zaratustra y de Unamuno, y un primer cuaderno de poemas, bajo la influencia de Rubén Darío. En 1950- 52 el padre Embajador en Bolivia, y residencia en La Paz. En 1951 viaje a Buenos Aires y estadía en la casa de la poetisa Ana Enriqueta Terán. Ella lo introduce a Fray Luis de León, a Rimbaud y a Gaugin. Decide ser es- cultor, y tras inscribirse en una academia, el proyecto es frustrado por la imperiosa llamada hacia La Paz, por parte del padre. En 1952, Caracas, con el padre Ministro. La vida social del ministro lo aleja de la familia, y, con el apoyo de su tío Raúl Ramos Calles, quien es entonces su padre es- piritual, obtiene permiso para marcharse solo a U.S.A. Permanece unos meses en Houston y Nueva York estudiando inglés. Lee Dostoyewsky, Kierkegaard y, permanentemente, Unamuno. En 1953 se une a la familia que viaja a Roma, donde su padre será embajador durante dos años. En 1954 culmina la educación secundaria en el Overseas School of Rome. Viaja una temporada a Madrid e inicia estudios de Derecho en la Univer- sità degli Studi di Roma.

En 1958 el golpe de Estado contra Pérez Jiménez sacude de manera defi- nitiva su vida. Lo respalda calurosamente e inicia sus lecturas de marxis- mo que lo llevarán, poco tiempo después, a su inscripción en el Partido Comunista de Venezuela. La lectura y la actividad política se vuelven la preocupación fundamental. Estudia en el Instituto Gramsci de Roma, di- rige la célula del PCV en Italia, y es electo Presidente de la Asociación An- ti-Colonial de Italia. En 1961 se traslada a Berlín, para dedicarse profesionalmente a la formación política.

En Venezuela es fundador y co-director de la Revista “Cambio” y miem- bro fundador del Movimiento al Socialismo (M.A.S.). Durante ese período escribe numerosos artículos y ponencias sobre política y crítica cultural. Simultáneamente con la dirección de “Cambio”, estudia Filosofía en la Universidad Central de Venezuela. Obtiene la licenciatura en 1969. Estu- dia el Idealismo Alemán, en particular a Hegel, en torno al cual se espe- cializa en la Universität zu Köln, en Colonia, Alemania, de 1969 a 1971.

728 En 1972 es profesor de Metodología de las Ciencias Sociales en la Univer- sidad Central de Venezuela. Simultáneamente de Filosofía Contemporá- nea y de Filosofía de las Ciencias en la Universidad Católica “Andrés Bello”. En 1973 se traslada al Departamento de Filosofía de la Universi- dad de Los Andes, Mérida, Venezuela, donde es profesor de Estética y de Lógica.

Desde 1974, junto con el activismo político, surge un creciente esfuerzo en la creación y en la investigación estética. Publica dos libros de poemas, Poemas de Enero (1975) y Laguna (1983). Realiza durante dos años una in- vestigación sobre el artista montañés Juan Félix Sánchez, que culmina en la publicación del libro del mismo nombre (1981), y en los catálogos de dos exposiciones, “Lo espiritual en el Arte” y “Arte Contemporáneo en Mérida”, en el Museo de Arte Contemporáneo de Caracas (1982). En el mismo período traduce una antología de la poesía contemporánea ale- mana (1976) y el “Matrimonio del Cielo y el Infierno” de Blake (1979).

Junto con sus funciones profesionales, se desempeña actualmente como Director General de Cultura y Extensión de su Universidad, y como miembro de la Dirección Nacional del MAS.”

Desconocemos la fecha exacta en la que Alberto Arvelo Ramos escribió este conjunto de datos. Pero lo cierto es que importantes aspectos de su trayectoria profesional, y los trabajos publicados en sus últimos años, no se mencionan en el texto. Haremos lo posible por completar la informa- ción:

Respecto a su obra escrita - y en su carácter de promotor cultural y ensa- yista – Alberto Arvelo Ramos publicó tres libros sobre instrumentos po- pulares de Venezuela: El violín de los Andes (1991); El cuatro (1992) y La bandola venezolana ( 2000). Los tres libros están ilustrados con fotografías de J.J. Castro. Escribió también dos libros de teoría política: En defensa de los insurrectos ( 1992) y El dilema del chavismo (1998). En el año 2005 publicó

729 su primera y única novela, titulada Honestidad, considerada por los críti- cos como un “Thriller social”, “una alegoría contemporánea”.

En relación a sus últimos trabajos académicos, fue profesor y coordinador de la Maestría de Filosofía de la Universidad de los Andes y recibió el Doctorado en Filosofía de esa Universidad el 31 de enero de 2007. Su tesis de grado fue el trabajo titulado Deus Inversus. Los universos religiosos, polí- ticos, ontológicos y poéticos de William Blake. El libro, en formato tradicional de papel, y la edición en formato digital pdf., fueron presentados en di- ciembre de 2010, en el homenaje nacional que se le rindió al profesor Ar- velo en Mérida, cinco meses después de su fallecimiento.

Alberto Arvelo Ramos estuvo casado durante casi medio siglo con Solan- ge Mendoza Ramírez, con la cual tuvo dos hijos, Alberto y Silvia Arvelo Mendoza. Falleció en Mérida a los 73 años, el 18 de julio de 2010.

730 Mariela Arvelo Ramos. (Caracas, 27 -11-1939)

Una parte importante de mi vida – un poco más de la mitad, posiblemen- te - se encuentra ya narrada en la Primera Parte de este libro. Como en el caso de cualquier familia, la trayectoria de mi padre condicionó notable- mente y marcó el rumbo a mi existencia, sobre todo durante las décadas de infancia y juventud. Y aún después de eso, ya que en mi faceta de mu- jer casada y madre de cuatro hijos, estuve tan unida a la casa paterna, que hija, padres y nietos seguíamos compartiendo las novedades de cada día, y aquellas circunstancias, venturosas o adversas, que se plantaban frente a nosotros.

Sin embargo, en este espacio que hemos destinado para la descendencia de Arvelo Torrealba y de su esposa Rosa Dolores, debemos repetir infor- maciones fundamentales, y señalar algunas que no era necesario mencio- nar anteriormente.

731 Nací en Caracas, el 27 de noviembre de 1939, y muy pronto empecé la larga etapa de viajera, que se extendería durante 16 años con el siguiente itinerario: Caracas, Barinas, París, Nueva York, Turén, Acarigua, La Paz, Caracas, Roma. Y Caracas de nuevo, en 1956. En 1957 contraje matrimonio con el ingeniero Antonio Rodríguez Tama- yo, con quien tuve cuatro hijos: Alejandro José, Gustavo Alberto, José Ángel y Mariela. Estudié Letras en la Universidad Central de Venezuela y obtuve la licenciatura en 1975. Viví dos años en Los Ángeles, viajé a Mé- xico, Puerto Rico, España y a otros países del viejo y nuevo mundo. En 1980 asistí como escritora invitada al International Writing Program de la Universidad de Iowa, USA. Mi obra literaria consta de los siguientes títulos: Vitrales, relatos, 1975; El trueno fue una de mis tumbas, novela, 1979; una trilogía de novelas indíge- nas: Akaida, en torno a los waraos, 1981; Orasimi, sobre los yanomami, 1982, e Irena, sobre la etnia barí de la Sierra de Perijá, 1987; La canción de Lawino, traducción del libro del ugandés Okot p´Bitek, 1983; La dama de los cardos, cuento, 1982 y Azahara y el Califa, novela ambientada en la España musulmana del siglo X, 2004. Mis trabajos incluyen cinco libros en formato digital: Cuaderno del adiós, Pradera de los astros, Aquella vez un campo, La Sultana Aurora, y la 2ª edición de Azahara y el Califa, todos publicados entre 2017 y 2018.132 Perdí a mi hijo Alejandro en el año 2009, a mi hermano Alberto en el 2010, y a mi esposo Antonio en el 2013. ¡Como para morirme yo también y vol- ver a inventarme desde la nada! Desde comienzos del siglo XXI, fijé la residencia en El Tocuyo, tierra natal de Antonio. Y allí resido con José Ángel, a una corta distancia de Gustavo Alberto. Y también vivo con la buena Anita, compañera de juegos en Aca- rigua y después nana de los hijos y nietos. Mi hija menor, Mariela, per-

132 Estos últimos libros pueden leerse gratuitamente a través de la Página Web www.marielaarvelo.wordpress.com

732 manece en España con su esposo y sus hijos, pero charlamos casi todos los días. He escrito una serie de libros educativos y cuentos infantiles, inspirados en mitos y leyendas indígenas. Todos han sido publicados por la Editorial “Tecnocolor”. He trabajado siempre con grupos de niños, y les he dado lecciones de in- glés, de francés, de italiano, de teatro, de arte, de historia del mundo. En las tardes reúno a los alumnos en los jardines de mi casa, bajo la sombra de una trinitaria que da flores rosadas, moradas y blancas.

733 Nietos A excepción de Alejandro, que ya no estaba entre nosotros cuando empe- zamos este libro, todos los nietos de Arvelo Torrealba escribieron los tex- tos que presentamos a continuación de la manera que lo creyeron conveniente, a la medida y gusto de cada uno. Tuvieron plena libertad para hacerse presentes en estas páginas, y decidieron cómo hacerlo: con una informativa Hoja de Vida, o bien con un enfoque más emotivo y per- sonal, como es el caso de Mariela Rodríguez Arvelo y de Alberto Arvelo Mendoza.

734 Alejandro José Rodríguez Arvelo. (Caracas, 8-2-1959; Montreal, 6-6-2009)

El presente texto fue escrito por Carolina Ramírez Taborda, viuda de Ale- jandro.

Alejandro nació con triple primicia: fue el primer hijo, primer nieto y primer bisnieto de la familia Rodríguez Arvelo. Su llegada y carácter es- tuvieron marcados por el hecho de que su nacimiento, el 8 de febrero del 59, cayó un Domingo de Carnaval. Nacer entre fiestas, disfraces y tanta alegría marcaron su carácter, haciendo de él una de las personas más ale- gres y risueñas que haya conocido.

Las piñatas nunca faltaron en su infancia. No sólo las de sus cumpleaños, sino las que le organizaban sus abuelos Alberto y Rosa y su nana Anita, cuando no tenía ganas de dormir… Ipso facto, los llantos eran cosas del olvido y la alegría de su sonrisa retornaba al hogar.

735 Creció rodeado de mascotas. Sus padres le forjaron el sentido de la res- ponsabilidad y el respeto, y el valor de la amistad y el cariño. El “Viejo”, su perro favorito, lo acompañaba en la ruta desde su casa, en Prados del Este, hasta el Instituto Escuela, donde finalizó los estudios de primaria y bachillerato. ¡Los saltos del Viejo sobre el muro de 2 metros de altura eran de película! El Viejo lo acompañaba hasta el colegio y regresaba solito después…

En esa etapa de adolescente nació su amor por la música. La frustración de no poder tener una motocicleta, sueño obligado de los muchachos, fue apaciguada con el ofrecimiento de una guitarra. ¡Y ese regalo cambió su mundo! Sus primeras andanzas musicales las compartió con sus vecinos de Prados, Nelson Sardá (baterista) y Francisco León (pianista).

Su amor por el cine, como espectador y como compositor de música para diversas series y documentales, nacieron también en sus años mozos. La creación colectiva de obras filmadas en 16 mm junto a sus primos y sus hermanos, abrieron espacio para otras facetas de su alma de artista.

Alex supo aprovechar las oportunidades que le dio la vida. En 1976 fue becado por la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho, y viajó a Estados Unidos para cursar estudios universitarios. En Miami, además de formar- se a nivel académico, tocaba en grupos de diversa índole, tuvo su primer gran amor y sembró amistades que durarían toda la vida… Enrique, Carmen, Germán, Joaquín, Nelson y su hermano José Ángel compartieron con él su viaje histórico al Carnaval de Nueva Orleáns, donde tocaron una famosa batucada brasilera…

Alex regresó a Venezuela en 1981 con una licenciatura en Ingeniería Mu- sical y Electrónica de la Universidad de Miami. Desde su llegada formó parte del Sistema Nacional de Orquestas Juveniles Simón Bolívar, como Ingeniero de Sonido. En paralelo, comenzó su carrera en los Estudios So- no Dos Mil y en Audio Uno. Allí comenzaba uno de los momentos más importantes del movimiento musical pop de artistas venezolanos de los ochenta. Guaco, Ilan Chester, Evio di Marzo, Adrenalina Caribe, Karina,

736 Ricardo Montaner, Aquiles Báez, Taumanova Álvarez, Ensemble Gurru- fío, Cheo Hurtado, Cristóbal Soto, entre otros - a la par de los mejores so- listas y compositores nacionales e internacionales del medio clásico que visitaban nuestro país y el Sistema de Orquestas del Maestro Abreu - pa- saban todos por sus “riles” y cintas, primero analógicas y luego en digi- tal…

Alejandro tuvo una formación intensa y muy variada. Las influencias musicales venían por todos los flancos… Las tertulias musicales abunda- ban en la época: con los grupos “Entre Amigos” y “Gurrufío”, el grupo de gaitas “Repique”, en las fiestas de Alonso y Luis Julio Toro, en las veladas de las hermanas Faría … Fue esa exposición holística a tal diversidad de estilos y ritmos venezolanos, clásicos y extranjeros, lo que definió también sus propias composiciones, la síncopa característica y la musicalidad ve- nezolana en sus composiciones, los arreglos de vientos y orquestas de sal- sa para terceros y las producciones que quedaron para la posteridad de su trabajo musical realizado con el Grupo Maroa, y luego en Canadá, con Ensemble Çavana.

Como lo describió Paul Desenne en su reseña en El Nacional el 6 de sep- tiembre de 2009 “A finales de los años ochenta Alejandro fundó “Produc- ciones Musicarte” con su compañera de vida, Carolina Ramírez Taborda, con el propósito de producir discos de compositores venezolanos. Su primer trabajo fue uno de corte institucional sobre el maestro Sojo. A dife- rencia de las productoras dedicadas al renglón institucional, la joven pa- reja decidió invertir todo su tiempo y su pequeño capital en la creación y distribución comercial de una discografía totalmente nueva: música de concierto con un perfil netamente venezolano, cuidando todos los detalles de la producción, y en la Venezuela del Caracazo, no en la saudita, lo que incrementa el mérito de un idealismo que se atrevió a invertir en años di- fíciles. Cuestión de fe.(…) Pero Alejandro hizo más que controlar la cali- dad de las tomas de sonido; buscó pichones de compositores de nueva música clásica venezolana, estimuló grupos que apenas nacían, e imaginó propuestas novedosas que exigían milagros, estirando las horas de graba-

737 ción nocturna y de edición para que los minúsculos presupuestos pudie- ran generar un catálogo palpable de novedades en esa franja tan poco comercial, pero tan importante para elevar la identidad de una nación. Lo lograron. El legado de Musicarte es importante no por la cantidad de pie- zas sino por el sentido mismo de la propuesta. Permanece (…) no la lista de trabajos destacados que no mencionaré, sino el haber colocado por en- cima del mero negocio un ideal musical claramente enfocado en Venezue- la.”

Alex cuidaba siempre el alma de la obra, su valor artístico, y se rigió por el mismo principio en su país de exilio, Canadá, donde llegó con su fami- lia en el 2001. Soraya Benítez, René Orea, Rosana Matecki, Víctor, Ingrid, Evans, entre otros, compartieron con Alex su carrera musical en Mon- treal. Allí continuó produciendo discos e inició la musicalización de series y documentales de cine.

Como padre fue un ser excepcional. Se me corta la voz, porque es difícil describir a alguien a quien amé intensamente y con quien compartí la responsabilidad de formar a nuestras hijas. El gusto por la creación de historias lo avivó con ellas, inventándoles cuentos exóticos, con los cuales las niñas gozaban, y le pedían que se los contara, una y otra vez. Su carác- ter apacible y su paciencia para enseñar, le permitieron ser el mejor profe- sor, tanto en casa como en el IUDEM, donde enseñó en los años 80. Su generosidad con los amigos y con la gente desamparada que deambula en las calles inculcó en las pequeñas el amor al prójimo y una profunda sen- sibilidad social. Haber emigrado a Canadá nos permitió, como familia, apreciar lo que se tiene, compartir lo que no se tiene, soñar en grande y tener la certeza de que un futuro mejor es posible…

La vida quiso que se despidiera de nosotros el 6 de junio del 2009. 50 años plenamente vividos en paz, libertad, llenos de alegría, de risas y de amor. Nos deja el legado de su música, su generosidad y la pícara luz que ilu- mina los ojos de sus tres hijas, para siempre.

738 Gustavo Alberto Rodríguez Arvelo (Barquisimeto, 4-9-1961)

En la sección “Testimonio de uno de sus nietos” del capítulo 31, Gustavo Alberto explica la enorme influencia que tuvo su abuelo en su aprendizaje de la naturaleza, la geografía, la flora y la fauna del país, y cómo esto in- fluyó definitivamente en su futura formación como biólogo y ornitólogo. Con los siguientes datos sobre su vida, se complementa la información:

En 1984, Gustavo Alberto se graduó de Licenciado en Biología en la Uni- versidad Simón Bolívar de Caracas. Su tesis de grado fue un estudio so- bre las “babas” ( nombre que se le da en Venezuela al llamado caimán de otros países de habla hispana). Desde ese momento comenzó a trabajar como biólogo en distintas regiones del país, incluyendo el Hato Piñero en el Estado Cojedes. Posteriormente, en 1986, viajó a Panamá y permaneció durante dos años en la isla Barro Colorado. Allí trabajó para el Instituto Smithsonian, en un proyecto con iguanas y con mamíferos de bosque.

739 Tras su regreso a Venezuela, trabajó nuevamente con babas para el Minis- terio del Ambiente y diversos fundos privados. También realizó inventa- rios de fauna y comenzó sus estudios de ornitología, en los cuales se especializaría por el resto de su carrera profesional.

Trabajó durante 15 años como guía de ecoturismo para diversas compa- ñías especializadas en la observación de aves o “bird watching”. En esa época, cuando no había el problema de la inseguridad, los amantes de las aves de todo el mundo venían a observar aves a Venezuela, el sexto país con mayor diversidad de aves del planeta.

En 1993 contrajo matrimonio con Haydée Sturhahn Ochoa y en 2001 se certificó como Programador de Microsoft. También en 2001 se mudó con su esposa a Alemania, donde permanecieron cerca de 8 años. Allá trabajó como profesor de lenguas y realizó actividades voluntarias en diversas organizaciones de estudio y conservación de las aves.

A su regreso a Venezuela en 2009, Gustavo trabajó por dos años para el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC) como director de un proyecto de inventario de aves a nivel nacional. Recientemente, en el 2017, la editorial inglesa Bloomsbury publicó - como parte de la serie “Helm Field Guides” - la nueva guía de aves de Venezuela, en inglés, donde Gustavo Rodríguez figura como coautor.

En los últimos años ha trabajado como diseñador de páginas web y dia- gramador de libros. Además ha dictado talleres de observación y de foto- grafía digital de aves. Por otra parte, ha realizado numerosas actividades voluntarias de educación ambiental, y tiene en su haber más de 15 publi- caciones científicas, entre libros y artículos en revistas especializadas en ornitología.

Nuestro personaje es miembro de varios comités en el área ornitológica, como el Comité de Nombres Comunes de Aves de Venezuela (CNCAV), de la Unión Venezolana de Ornitólogos (UVO) y el South American Clas- sification Committee, o comité de clasificación de aves (SACC) de la American Ornithologists’ Union (AOU).

740 Gustavo Alberto ha estado siempre muy ligado a los ambientes musicales y artísticos del país, y en su juventud fue miembro de la Orquesta Nacio- nal Juvenil de Venezuela, donde tocaba fagote. También tocó instrumen- tos de percusión y fagote para diversos grupos nacionales. Y hoy todavía conserva su afición al cuatro, el instrumento que siempre ha tocado. Por cierto que algunas noches “de fiero chubasco “, con el cuatro en la mano y la garganta bien afinada, este nieto del poeta Arvelo y algún otro coplero aficionado, se fajan a cantar el romance completo “Florentino y El Dia- blo”.

Actualmente, en el 2018, Gustavo vive en las montañas de Sanare, Estado Lara, junto a su esposa Haydée y su perro Vango. Trabaja como coautor de una nueva serie de libros de aves de Latinoamérica.

Más detalles sobre su vida, actividades, carrera profesional, publicaciones y otros datos, se pueden encontrar en el siguiente sitio web: https://gustavoarodrigueza.wordpress.com .

741 José Ángel Rodríguez Arvelo. (Caracas, 23-8-1963)

Tercer hijo de Antonio Rodríguez Tamayo y de Mariela Arvelo Ramos, José Ángel nació en Caracas el 23 de agosto de 1963. Nieto del destacado compositor José Ángel Rodríguez López y del poeta Alberto Arvelo To- rrealba, heredó de ellos la sensibilidad artística, y ha dedicado su vida a la música.

A los cuatro años inició los estudios musicales en la escuela de María Lui- sa Ortiz de Stopello y a los seis comenzó a estudiar piano, su principal instrumento. Recibió clases, entre otros, de los profesores Amílcar Rivas, Mariela Pérez Loreto y Harriet Serr. También ha dedicado parte de su tiempo al estudio del violín, bajo tutela de profesores como Antonio Urea y Carlos Hananías.

742 En 1977, a los 14 años, ingresó como violinista y miembro fundador de la Orquesta Juvenil de Venezuela (núcleos El Tocuyo, Caracas y Mérida). En esta institución permaneció durante cuatro años.

Al graduarse de Bachiller en Humanidades en el “Instituto Escuela” de Caracas, viajó a Estados Unidos, y durante tres años cursó estudios de Piano, Violín, Composición, Armonía, Contrapunto, Fuga y Canto Coral en las universidades de Miami y de Iowa. Más adelante, de regreso a Ve- nezuela, cursó estudios de Composición en el Conservatorio “Vicente Emilio Sojo” de Barquisimeto, bajo la guía del profesor Blas Emilio Atehortúa.

Ha tenido actuaciones como solista de piano en el Ateneo de Caracas, en el Museo del Teclado, en la Universidad Simón Bolívar, en la Universidad Central de Venezuela y con la Orquesta Sinfónica de Lara. Algunos de sus recitales fueron transmitidos por la Radio Nacional de Venezuela.

José Ángel Rodríguez Arvelo reside en El Tocuyo, donde trabaja como profesor de piano para niños y jóvenes. Allí ha sido solista de piano y te- clado con la Orquesta Sinfónica Juvenil e Infantil de El Tocuyo, con la Es- tudiantina “José Ángel Rodríguez López”, en la “Galería de Tocuyanos Ilustres” y en casi todas las iglesias de la ciudad.

En junio de 2010 José Ángel dio un concierto de piano en el Auditorio “Ambrosio Oropeza” de la Universidad Centroccidental de Barquisimeto, donde fue condecorado junto a otros músicos del Estado Lara.

743 Mariela Rodríguez Arvelo. (Caracas, 12-12-1964)

Los recuerdos más lejanos que tengo de mi vida, están relacionados con mi abuelo Alberto: el canto de su turpial en la casa de El Paraíso, la pri- mera vez que lo vi en silla de ruedas al abrirme la puerta de la casa - probablemente para que yo viera su nueva condición como algo natural-, sus ejercicios de rehabilitación en unas barras que instalaron en el jardín, e incluso, su voz, ya difusa, pero que por muchos años guardé en mi me- moria, cuando abuela le decía que no comiera chicharrones y él le recla- maba “¡Pero Rosa, chica…!”.

Me recuerdo llorando en la biblioteca de la casa, mientras escuchaba la radio que transmitía y retransmitía la noticia de su muerte, recuerdo las flores, y recuerdo lo vacía que quedó su casa sin él.

Perdí a mi abuelo Alberto, quien también era mi padrino de bautizo, cuando tenía 6 años. No tengo casi recuerdos de él, pero su vida, transmi-

744 tida a través de mi mamá y mi tío, su nombre y su obra, me han acompa- ñado toda la vida.

Mi infancia y adolescencia tuvieron mucho que ver con su persona, al igual que con quien fue mi abuelo paterno. Mi casa siempre estuvo llena de artistas: escritores, pintores, músicos… Me crie entre libros y música clásica, que formaban parte de mi día a día. Para mí todo era algo natural, como era natural que las personas que iba conociendo, supieran quien era Alberto Arvelo Torrealba.

Mis inclinaciones siempre oscilaron entre la música clásica, heredada por el lado paterno, y las letras, del lado materno. Estudié piano desde los tres años y mi afición a las letras se vio ampliada a través de la lectura. Nunca me planteé escribir, sin embargo, el gen Arvelo es demasiado fuerte, y, habiéndome venido a vivir a España, un día le escribí un cuento a mi hijo mayor, Mauricio, sobre un periquito venezolano, que iba dándole a cono- cer los diferentes lugares de Venezuela. Tiempo después, cuando nació mi hija Verónica, le escribí el cuento titulado “El manual de las hadas”, pu- blicado en Venezuela por la Editorial Monte Ávila. A ese cuento le siguió una novela juvenil, “Los hombres de Muchaca” publicada en España por Bambú Editorial. Como señalo en la primera página de la novela, esta aventura está inspirada en situaciones reales, vividas por mi hermano Gustavo y por mí, cuando trabajábamos como guías de turismo.

Sigo viviendo en España, con mi esposo e hijos, y mi lectura preferida si- gue siendo un poema que comienza:

“Salve Dios a la ahijada gentil…”

745 Alberto José Arvelo Mendoza. (Caracas, 5-2-1966)

Escribir una reseña para un libro de Alberto Arvelo Torrealba, mi abuelo, es un viaje entrañable, porque el abuelo es de esas figuras que cohabitan con nosotros. Desde niño su legado, su sabiduría, su palabra y su voz han marcado mi vida, como seguramente la de todos sus nietos y bisnietos.

Cuando me enteré que mi madrina Mariela estaba escribiendo un libro sobre el abuelo, lo celebré junto a Solange, mi madre: “Nadie mejor que Mariela para escribir ese libro”. Sabíamos que esa obra aparte de épica era además necesaria. Sé que la tía Mariela había hablado mucho con mi pa- dre de ese proyecto, pero entre libro y libro, la idea se fue posponiendo. Coplero que Canta y Toca es, pues, un viejo sueño familiar. Entre otras cosas este libro tiene la curiosa particularidad de ser el tributo que una gran es- critora le rinde a su maestro, que además es su padre.

Cuando Mariela pidió a todos los nietos y bisnietos que hiciéramos una breve nota, me quedé pensando por días cómo escribir algo así. Final-

746 mente entendí que lo que tenía que narrar era la historia de la única cosa que he hecho desde niño con pasión y sin tregua: escribir. Recuerdo que de pequeño, mientras escribía mis primeros cuentos, tuve siempre la ex- traña sensación del peso que conlleva el saber que cinco o seis generacio- nes de tu familia no han hecho otra cosa que escribir.

Yo no elegí escribir. En mi caso fue simple: una noche, en mitad de un ataque de asma, descubrí que lo que más me divertía en el mundo era sentarme a imaginar personajes e historias. El cuento de un niño asmático que se encuentra de pronto con una fauna de personajes imaginarios en su jardín, terminó trayéndome como premio una guitarra en un concurso colegial. Entonces, con la guitarra en la mano, supe que aquella pasión también podía ser una forma de vivir. Desde aquellos días no he hecho otra cosa que escribir. Pero luego el cine, mi verdadero trabajo, me llevó a escribir guiones para películas, esa otra artesanía de la literatura.

Mi hijo Sebastián Alberto es el segundo Arvelo merideño, después de su primo Mikel y antes que su prima Ainoha, tres montañeses. Sebastián na- ció en septiembre, el último año del siglo. Como todo Arvelo, Sebastián tuvo tempranas incursiones en la escritura, aunque en su caso debo decir que el piano pareció poder más que la pluma.

Cada vez que vuelvo la mirada al llano siento que vuelvo a mi padre y a mi abuelo, siento que vuelvo a los Arvelo. Cada vez que pasamos una temporada allí, vuelven las canciones, los recuerdos infantiles de Palma Sola y La Arenosa, los hatos que visitábamos cada verano, forjando una generación más de afecto.

La huella del abuelo me ha acompañado tanto en el amor por una tierra como en su obsesión por la palabra. No exagero en decir que esa huella está con nosotros cada día. Entre los Arvelo, por ejemplo, la forma inequívoca de llamarnos unos a otros es silbar Clavelito Colorao, y cada vez que brindamos repetimos aquel brindis del abuelo, heredado de tiempos heráldicos: Salud señores, el Alba bebiendo en el Paso Real.

747 Silvia Atilia Arvelo Mendoza. (Caracas, 20-11-1967)

Soy Silvia Atilia Arvelo Mendoza. Nací en Caracas el 20 de noviembre de 1967 y vivo en Mérida, ciudad que mis padres escogieron para vivir y trabajar desde 1977.

Mis padres, Silvia Solange Mendoza de Arvelo, artista plástico, y Alberto Arvelo Ramos, filósofo, hicieron de nuestro hogar un espacio dedicado a las artes, la música y las letras.

Mis estudios y mi vida transcurrieron en esa pequeña ciudad universita- ria de Los Andes venezolanos. En 1990 me gradué como licenciada en Historia del Arte en la Universidad de Los Andes, ULA.

A los 21 años me casé con Iñigo Fontoba Goñi, un vasco, hijo de emigran- tes españoles, quien también se había venido a Mérida con sus padres, escapando del ajetreo de Caracas.

748 Montamos un pequeño restaurante en las afueras de Mérida, cerca de nuestra casa, en la que construimos un taller de carpintería y vitrales. Allí trabajamos por muchos años, hasta que decidimos mudarnos a la ciudad de Mérida, donde abrimos un restaurante, café concert: “Mogambo Café”.

En 1997 nació mi primer hijo, Mikel, y en el 2000 mi hija Ainhoa. Un par de años después del nacimiento de los niños nos mudamos a San Sebas- tián, España, donde trasladamos nuestro negocio familiar y permaneci- mos durante 4 años.

En el 2012 nos mudamos con nuestro “Mogambo” a Bariloche, Argentina, y pasamos un par de años en tierras patagónicas.

En 1987 mi hermano Alberto Arvelo Mendoza se atrevió a realizar su primer largometraje, el cual llevamos a cabo con la participación de toda la familia y el apoyo absoluto de mis padres. Desde esa fecha me he man- tenido cercana al mundo audiovisual hasta hacer lo que hoy es mi oficio permanente. He trabajado en producciones cinematográficas como: Una vida y dos mandados, de Alberto Arvelo; Una casa con vista al mar, de Alber- to Arvelo; La virgen negra, de Ignacio C. Cottin; El manzano azul, de Olega- rio Barrera; La jaula, de José Ignacio Salaverria; Libertador, de Alberto Arvelo; Azul como el cielo, de Andrea Ríos; La residencia, de Jossi Cohen; El hombre de la luz, de Daniel Osorio; serie documental Condiciones, de Carlos Molina; Sad Face, de José Ignacio Salaverria; Reality El concurso by Osmel Sousa, de Kerman Zuccaro e Ismeria Nuñez, entre otros.

749 Bisnietos

Los ocho bisnietos de Arvelo Torrealba, que son los más jóvenes de sus descendientes, también participan de este proyecto de familia y nos per- miten escuchar sus voces:

750 Alexandra Rodríguez Ramírez. (Caracas, 6-1-1992).

Alexandra Rodríguez Ramírez nació en Caracas, Venezuela, el 6 de enero de 1992. Su infancia estuvo rodeada de plantas, animales, arte y aventuras tro- picales, que marcaron unos años de gran estímulo y felici- dad. A los 9 años, se mudó a Montreal, Canadá, junto a sus padres Alejandro y Carolina y sus hermanas Gabriela y An- drea. Allí descubrió la nieve y el francés. El deseo de reencontrarse con sus raíces latinoamericanas la llevaron a participar en un intercambio cultural en Brasil en el año 2009, tiempo du- rante el cual vivió con una familia de artistas brasileros y aprendió a ha- blar portugués. Un año más tarde se mudó a Suiza, donde comenzó sus estudios universitarios en la rama de Comunicación. Terminó la carrera en la Universidad de Concordia de Montreal, en el año 2015. Durante es- tas experiencias internacionales, Alexandra cultivó dos lenguajes univer- sales: la música y el arte visual, que la acompañan donde quiera que vaya.

Una de sus experiencias laborales favoritas, luego de finalizar los estudios universitarios, fue trabajar como curadora en el Museo de la Ciudad de Tuxtla Gutiérrez, México, donde coordinó exposiciones temporales y es- tableció el Festival de las Artes.

Alexandra es licenciada en Comunicación Social, con especialización en Multimedia. Hoy en día es una artista independiente que utiliza la músi- ca y el arte visual para crear experiencias sensoriales, inspiradas por la naturaleza, el folclor y la fantasía.

751 Gabriela Rodríguez Ramírez. (Caracas, 17-10-1994).

Gabriela, bisnieta de Alberto Ar- velo Torrealba, se fue con su fami- lia a vivir en Montreal, Canadá, a la edad de seis años. Allí nacieron muchos de los mejores recuerdos de su infancia, y en especial aque- llos vividos con su padre, Alejan- dro, quién falleció en 2009.

A los catorce años, se mudó con su madre y hermanas a Ginebra, Suiza, donde fue descubriendo el gran anhelo de viajar y conocer el mundo. Al regresar a Canadá, en 2013, descubrió su pasión por la poesía, implantada en su corazón por el bisabuelo.

Empezó su blog Pug Tales, en el cual relataba anécdotas personales y nu- merosos desafíos y éxitos, con la intención de inspirar a los demás a vivir la vida plenamente. En 2017, Gabriela publicó su primer poemario, titulado Corazón abierto, el cual fue presentado en la Asociación de Escritores de Montreal. El libro, con hermosa y sugestiva portada, fue diseñado y diagramado por su hermana Alexandra. Actualmente Gaby escribe Atardecer rosa, su segundo libro de versos. Llena de la misma identidad nómada y aventurera de su bisabuelo, Ga- briela se mudó a Londres a los veintidós años. Y no ha cesado de viajar por los pueblos andaluces y franceses, sumergiéndose en sus encantos, descubriendo su gastronomía mediterránea y escribiendo sus memorias, siempre inspirándose de las maravillas que la rodean. Gabriela es licenciada en Estudios Internacionales y Ciencias Políticas por la Universidad de McGill de Montreal.

752 Andrea Rodríguez Ramírez. (Caracas, 23-6-1996)

Andrea es la menor de las hermanas Rodríguez Ramírez, hija de Alejan- dro Rodríguez Arvelo y bisnieta de Alberto Arvelo Torrealba.

Aunque se mudó de Venezuela a Montreal con solo cinco años, se sintió siempre muy conectada a la cultura venezolana y latinoameri- cana. Con la influencia de su padre músico, desde pequeña pasaba los días escuchando música latina, en particular artistas como Juan Luis Guerra, Oscar D’León y Calle Cie- ga… Y hasta llegó a tocar un poco de piano y de guitarra eléctrica.

En su adolescencia, especialmente durante los años que vivió en Ginebra, Andrea descubrió su interés por la literatura y la poesía latinoamericana. Y se convirtió en una apasionada lectora de las novelas de Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa y de los poemas de Pablo Neruda. A pesar de poder hablar, leer y escribir en cuatro idiomas (español, inglés, francés y portugués), el español sigue siendo su idioma preferido para la lectura.

Andrea es licenciada en Administración e Historia del Arte, y al terminar su programa universitario en McGill University de Montreal, en el verano de 2018 completó un programa intensivo de danza, canto y teatro en la escuela Broadway Dance Center en Nueva York.

Andrea trabaja en una agencia de consultoría de Marketing Digital, que opera con compañías de música.

753 Mauricio Negreira Rodríguez. (Caracas, 8-12-1999)

Me llamo Mauricio Negreira, tengo 18 años, soy hijo de Henry Negreira Hernández y Mariela Rodríguez Arvelo, y nací en Ca- racas, Venezuela el 8 de diciem- bre de 1999. Desde hace más de 15 años estoy viviendo en Cas- telldefels, pequeña ciudad situa- da a las afueras de Barcelona, España, a orillas del Mar Medite- rráneo.

Estudié primaria en el Colegio Antoni Gaudi de Castelldefels; cuatro años de secundaria en el Colegio Frangoal, y los últimos dos años de bachillerato científico y social en el Colegio Sagrada Familia, de Gavá. Ahora estoy estudiando Anima- ción en la Universidad L’Idem, de Barcelona. La decisión vino después de pensar en ser paleontólogo, médico, agente de la policía científica, y va- rias cosas por el estilo…

Me gusta dibujar, las películas de acción, y los videojuegos competitivos. También he descubierto que me gusta esculpir con arcilla, aunque toda- vía no tengo mucha práctica. Me gustaría ir a hacer tiro con arco más se- guido, aunque regreso de la universidad bastante cansado y generalmente prefiero hacer algo más relajado… Y bueno, obviamente me gusta animar, aunque apenas estoy empezando la carrera.

754 Verónica Negreira Rodríguez. (Santiago de Compostela, 10-10-2002)

Nací en Santiago de Compostela el 10 de octubre de 2002, y tengo 15 años. Vivo en Castelldefels, Barcelona, España con mis padres, y mis cuatro hermanos: Ivi, Kylo, Samy y Mía. (Ivi es Mauricio; Kylo y Samy son nuestros perros y Mía es mi gata).

Estudio quinto año de secundaria (en España son 6 años) en el Colegio Sagra- da Familia, y entre mis asignaturas fa- voritas destacan la Química y la Biolo- gía. En un futuro deseo dedicarme a una actividad profesional relacionada con la medicina o la investigación científica. Hace 2 años participé en unas pruebas matemáticas a nivel de toda Espa- ña y quedé dentro del 15% de estudiantes con mejor puntuación.

Entreno en piragüismo en el Canal Olímpico 6 días a la semana. Antes de dedicarme a este deporte, practiqué otras disciplinas como Natación Sin- cronizada y Kickboxing. He participado en varias competencias de pira- güismo, la última de ellas fue en Asturias, en el Campeonato de España. Entre cientos de participantes, quedé en un lugar destacado.

La música y la lectura son otras de mis aficiones favoritas. Durante cierto tiempo estuve tocando en un coro de campanas, donde mi mamá era la profesora. También me gusta tocar el piano.

En cuanto a la lectura, creo que el mejor regalo que me pueden hacer es un libro. ¡A veces tengo en la cama tres libros que estoy leyendo al mismo tiempo! Y casi todas las semanas voy a la biblioteca pública de la ciudad, para devolver los libros que ya he leído y traer a casa nueva lectura.

755 Sebastián Alberto Arvelo Vincent. (Mérida, 13-9-1999)

Sebastián nació en Mérida, en la mañana del 13 de septiembre de 1999, hijo de Alberto Arvelo Men- doza y Deborah Vincent Vielma. Sus abuelos fueron Solange Men- doza de Arvelo, Elma Vielma, Al- berto Arvelo Ramos y Laurence Vincent.

Sebastián cursó sus estudios de primaria en el colegio "Mi Pequeño Mundo" de la ciudad de Mérida. Sus primeras aficiones fueron el piano y el fútbol, una pasión que ha seguido cultivando a lo largo de su juventud.

A los 9 años Sebastián se mudó con su madre a la ciudad de Taos, en Nuevo México, lugar de origen de su familia materna. Los siguientes años de Sebastián discurrieron entre Taos y Mérida, y durante esos años siguió cultivando su pasión tanto por el fútbol como por el piano, que es- tudió en el Núcleo de Mérida del Sistema Nacional de Orquestas Infanti- les y Juveniles de Venezuela.

En 2014 se mudó con Alberto, su padre, a la ciudad de Los Ángeles, don- de ingresó en las filas del equipo de fútbol Los Ángeles Galaxy U16. Se- bastián se graduó de bachiller en 2017 en el San Marino High School de la Ciudad de Los Ángeles.

Actualmente estudia Business Communication en la Universidad de Ari- zona, ASU, en la ciudad de Phoneix. En 2018 Sebastián participó en la composición de la música del documental "Free Color", basado en la vida y el legado del Maestro Carlos Cruz Diez.

756 Mikel Fontoba Arvelo (Mérida, Venezuela, 5-2-1997)

Mikel nace en la ciudad de Méri- da el 5 de febrero de 1997, y es el hijo primogénito de Silvia Arvelo Mendoza e Iñigo Fontoba.

Pasa su infancia entre el País Vasco, Argentina y Venezuela, y durante su niñez y adolescencia se desempeña como violinista en el Sistema de Orquestas Juveni- les Venezolanas.

A los 18 años se muda a San Sebastián y estudia en un instituto de Marke- ting y comunicación digital. Después de dos años decide regresar a Vene- zuela para realizar sus estudios universitarios.

Actualmente (2018), es estudiante de segundo año de Derecho en la Uni- versidad Católica Andrés Bello, y complementa sus estudios trabajando en una firma de abogados en la ciudad de Caracas.

757 Ainhoa Fontoba Arvelo. (Mérida, Venezuela, 20-10-2000)

Ainhoa nace en Mérida el 20 de octubre de 2000 y es la hija menor de Silvia Arvelo e Iñigo Fontoba

A los 3 años viaja a San Sebastián con sus padres y su hermano Mi- kel. Allí cursa parte de la primaria en un colegio bilingüe euske- ra/castellano.

Desde temprana edad comienza estudios de piano, y forma parte del Sistema de Orquestas Juveniles venezolanas.

A los 10 años se muda a Bariloche con su familia, y allí continúa los estu- dios de piano.

Su grado de bachiller lo obtiene en Mérida, Venezuela. Al finalizar los estudios de secundaria, se traslada a Inglaterra para estudiar inglés.

Actualmente, Ainhoa vive en San Sebastián, España, y estudia en una academia de Diseño de Interiores. Además trabaja y forma parte del equipo de fútbol femenino de Pasajes, Guipúzcoa.

758 c) Acta de Defunción de Alberto Arvelo Torrealba

El suscrito: Primera Autoridad Civil de la Parroquia La Vega, Departa- mento Libertador del Distrito Federal, hace constar que en los Libros de Registro Civil de DEFUNCIONES, llevados por este despacho durante el año de 1971, folio 97, acta No. 193, se encuentra inserta una partida que copiada textualmente dice así:

“Acta No. 193. Richard Odor Torres, Jefe Civil Interino de la Parroquia La Vega, Departamento Libertador del Distrito Federal, hago constar: que hoy, veintinueve de marzo de mil novecientos setentiuno, se ha presenta- do ante este despacho Antonio Rodríguez Tamayo, mayor de edad de es- te domicilio y expuso que: ayer a las siete y treinta antes meridiem, en la Urbanización Washington, Calle Bolívar, Quinta “Mariela” de esta juris- dicción falleció Alberto Arvelo Torrealba y según noticias adquiridas apa- rece que tenía sesenticinco años de edad, portaba cédula de identidad No 76226, natural de Barinas, Estado Barinas, donde nació el tres de septiem- bre de mil novecientos cinco. Abogado, estaba casado con Rosa Dolores Ramos, de sesentiun años de edad, de oficios del hogar, natural de Acari- gua, Estado Portuguesa. El finado deja bienes de fortuna y dos hijos de nombres Alberto y Mariela, de treinticinco y treintidos años de edad res- pectivamente. Según certificación médica expedida por el Dr. Rafael José Neri, la causa de la muerte fue Cardiopatía Asquémica. El finado era hijo de Pompeyo Arvelo y de Atilia de Arvelo (difuntos). Fueron testigos de este acto: Julio Delgado y Alcibíades Musso, mayores de edad de este domicilio. Terminó, se leyó y conformes firman: el Jefe Civil (fdo.) ilegi- ble; el Exponente (fdo.) ilegible; los Testigos (fdo.) ilegible; la Secretaria (fdo.) ilegible”.

CERTIFICO: que la copia que antecede es traslado fiel y exacto de su ori- ginal que se expide a petición de parte interesada, previa la cancelación del Impuesto Municipal. La Vega, 10 de junio de 1971.

El Jefe Civil: Aurelio Castro Travieso

759 d) Acuerdos de Duelo ante el fallecimiento del poeta Arvelo Torrealba

El 29 de marzo de 1971, los periódicos de Caracas y de varias regiones de Venezuela, principalmente las del Llano, publicaron acuerdos de duelo e invitaciones para el sepelio del poeta Alberto Arvelo Torrealba, quien ha- bía fallecido al amanecer del día 28. Citaremos algunas de las institucio- nes que se hicieron presentes en tan luctuosas circunstancias:

Concejo Municipal del Distrito Federal

Academia Venezolana de la Lengua, correspondiente de la Real Española

Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes, INCIBA

Quinteto Contrapunto

Colegio de Abogados del Distrito Federal

Instituto de Previsión Social del Abogado

Promoción “Doctor Alberto Arvelo Torrealba”, Barquisimeto

Asesores Empresariales Suramericanos, AESA

Ministerio de Agricultura y Cría, MAC

Asociación de Institutos Psiquiátricos Privados (AIPP)

Personal Médico del Sanatorio Carrizal

Colegio Médico de Barinas

Transcribimos el texto completo del siguiente Acuerdo:

“Dr. Luciano Valero, Gobernador del Estado Barinas;

Considerando:

760 que en el día de hoy falleció en la ciudad de Caracas el Poeta Alberto Ar- velo Torrealba;

Considerando: que el Poeta Arvelo Torrealba fue hijo esclarecido de este Estado, donde ejerció la Primera Magistratura Regional;

Considerando: que su dilatada Obra Literaria llenó toda una etapa de la Poesía Nativista:

Acuerda:

1.- Declarar tres días de duelo en todo el territorio del Estado.

2.- La Bandera Nacional será izada a media asta por el término del duelo.

3.- Hacerse representar en las exequias por el doctor José González Puerta y los ciudadanos Diputados al Congreso Nacional Rafael Clarencio Gon- zález Pérez y Jesús Traspuesto Delgado.

Barinas, 28 de marzo de 1971. El Gobernador del Estado, Dr. Luciano Va- lero. El Secretario General de Gobierno, Dr. Hilario Pujol Quintero”.

De igual manera, la Gaceta Oficial de la República de Venezuela, número 29.475 del martes 30 de marzo de 1971 señala:

“El Senado de la República de Venezuela

Considerando:

Que ayer falleció en esta capital el poeta Alberto Arvelo Torrealba;

Considerando:

Que la obra poética del desaparecido compatriota exalta figuras, paisajes y leyendas venezolanas, formando un rico acervo del espíritu nacional, fuente permanente de castizo lirismo y renovadora tradición;

761 Considerando:

Que cumple a esta Cámara rendir tributo a la memoria de las personali- dades esclarecidas por la fecundidad de su pensamiento;

Acuerda:

1.- Asociarse al duelo que aflige a las letras nacionales;

2.- Presentar a la familia del extinto, la condolencia del Senado de la Re- pública por medio de una Comisión de su seno, portadora del texto de este Acuerdo.

Dado, firmado y sellado en el Palacio Federal Legislativo, en Caracas, a los veintinueve días del mes de marzo de mil novecientos setenta y uno. Año 161 de la Independencia y 113 de la Federación. El Presidente, J.A. Pérez Díaz. El Secretario, J.E. Rivera Oviedo”.

También la Asociación de Escritores manifestó su duelo institucional:

Acuerdo de Duelo de la AEV por la Muerte de Arvelo Torrealba.

La Asociación de Escritores de Venezuela

Considerando:

Que en el día de hoy ha fallecido en esta ciudad el poeta Alberto Arvelo Torrealba;

Considerando:

Que el poeta llenó toda una etapa de la lírica venezolana contemporánea, siendo el más alto representante de la poesía nativista de nuestro tiempo;

Considerando:

Que es deber de la institución rendir homenaje a sus más esclarecidos miembros:

762 Acuerda:

1º - Declarar motivo de hondo pesar para la AEV la muerte del poeta;

2º -Suspender toda actividad en la institución durante los tres días si- guientes al presente acuerdo;

3º - Destacar una comisión del seno de la Junta Directiva, encabezada por su Presidente, para hacerse presente en las exequias y entregar copia del presente acuerdo a los deudos.

Caracas, 28 de marzo de 1971.

Para cerrar esta recopilación de luctuosas resoluciones, debemos señalar que la Sociedad Bolivariana de Venezuela también se hizo presente en el duelo nacional. El 30 de marzo dictó un Acuerdo sobre la muerte del poe- ta, y lo dio a conocer en especial publicación que lleva por título “Home- naje al Poeta Alberto Arvelo Torrealba”. Reproducimos el primer texto del homenaje:

“Con el muy sentido motivo de la muerte del Doctor Alberto Arvelo To- rrealba, acaecida en esta ciudad el 28 de marzo pasado, la Directiva de la Sociedad Bolivariana de Venezuela dictó en honor a su memoria el Acuerdo que transcribimos a continuación:

“La Sociedad Bolivariana de Venezuela

Considerando:

Que el día 28 de marzo falleció súbitamente en esta ciudad el jurista y poeta Doctor Alberto Arvelo Torrealba;

Considerando:

Que en el seno de esta Institución contribuyó el Doctor Alberto Arvelo Torrealba, con el talento y el fervor que eran distintivos de su carácter, a

763 la consecución de los fines patrióticos y culturales que orientan sus labo- res;

Considerando:

Que en su obra de poeta y de ensayista dejó invalorables testimonios de sus sentimientos de respeto y admiración por la figura del Libertador;

Acuerda:

1.- Hacer suyo el duelo de la República por la desaparición de tan emi- nente Hombre de Letras venezolano.

2.- Transmitir a la honorable familia del ilustre ciudadano y gran boliva- riano el Acuerdo de Condolencia de esta Corporación.

3.- Publicar en edición especial su admirable poema al Libertador.

Dado, firmado y sellado en Caracas, en el Salón de Sesiones de la Junta Directiva, a los treinta días del mes de marzo de mil novecientos setenta y uno.

Luis Villalba Villalba, Presidente

J.A. Escalona-Escalona, Secretario General”.

En las siguientes páginas del “Homenaje…”, vemos las expresiones de respeto que ofrecen al poeta tres de sus amigos: el presidente de la insti- tución Luis Villalba Villalba, el ilustre prelado Pedro Pablo Barnola – compañero de Arvelo en la Academia Venezolana de la Lengua - y J.A. Escalona Escalona. Las últimas dos páginas de la publicación están dedi- cadas al poema que Arvelo Torrealba le dedicó a Simón Bolívar, sin llegar a nombrarlo: “Por Aquí Pasó”.

764 e) Selección de poemas de los años 1971 y 1972, escritos en memoria del poeta Arvelo

Alberto Arvelo Torrealba fue admirado y querido por la nación venezo- lana. Una muestra de ello son los emocionados homenajes de sus amigos escritores, que, después de su muerte, se fueron publicando en suplemen- tos literarios, revistas y periódicos de distintas regiones del país. He aquí una selección de dichos textos:

Cantas para Arvelo Torrealba

Con su tristeza más honda lo dijo la paraulata: soñando el sueño de un sueño se marchó Arvelo Torrealba.

Se quedaron los caminos sin quien las huellas cantara mientras la brisa llanera pone luto en la sabana.

Se marchó Arvelo Torrealba, que Dios lo tenga en la Gloria en un sepulcro de Cantas. FLORENTINO 133

GLOSA

Por la muerte de Alberto Arvelo Torrealba

“Soñando el sueño de un sueño se marchó Arvelo Torrealba, que Dios lo tenga en la gloria en un sepulcro de cantas”.

133 La musa errante. El Nacional, Caracas, 3 de abril de 1971.

765

FLORENTINO, en La Musa Errante

Tremolando sutileza/la brisa por la sabana en sinfonía que desgrana/un remanso de tristeza. La llanura en su grandeza/ le dejó su noble empeño: decir en tono risueño/su verso, todo armonía cuando al final se dormía/soñando el sueño de un sueño.

Surcando limpio camino/por aguas del canoero la copla llega al estero/en busca de su destino, donde El Diablo y Florentino/- “Con los versos en el alma”- alentando con el alba/una tonada indecisa que va diciendo en la brisa:/se marchó Arvelo Torrealba.

Pienso que se fue soñando/ “con la sabana en la sien” y en el “ancho terraplén”/la tarde quedó sangrando, y la canta sollozando/ - como narrando la historia – en memento a su memoria, /bajo el desnudo espinito implorando al infinito:/ que Dios lo tenga en la gloria!

En comunión de pesares/la torcaz, la paraulata, el cristofué, el pico ‘e plata/ponen luto a sus cantares. Enmudecen los palmares/y las garzas – como santas… tantas veces, como tantas/llevan la cruz en el vuelo para dejarla en el cielo/en un sepulcro de cantas. Manuel Pérez Cruzatti134

“Alberto Arvelo Torrealba” Hermano de la luz y del lucero, caballero del aire en lejanía, sueña el llano en tu canta todavía con la glosa filial del cancionero.

134 Suplemento Cultural, Ateneo Popular de Guanare, No. 4, Guanare, septiembre 1971.

766 Caminas con bondad por el sendero con tu verso de amor por compañía, donde descifra Dios tu poesía y tu cantar de llano misionero.

Hoy mi voz interroga silenciosa al mundo de la luz y de la rosa dónde tu corazón quedó sembrado.

Y a mi voz le responden los caminos: Alberto está en el aire y en los trinos con su metal de corazón llorado. César Lizardo135

135 El Universal, Caracas, 25 de abril de 1971.

767 Leco de Ausencia

A la Memoria Ilustre de Alberto Arvelo Torrealba

Viaja por el nunca vuelve/el capitán de la canta cuando el ñénguere se abisma/sobre la cuenca sin agua, cuando por el Caipe cruza/lánguida voz de chicharra y se quedan los manglares/con chamarra de nostalgia, cuando la gaviota negra/rompe silencio de playa y va llegando la noche/como Maruja enlutada.

Soltó el bongo y nos dejó/el capitán de la canta, estela que no se borra/ rumor que nunca se acaba leco que señala rumbos/por “los caminos que andan” como arterias donde late/el pulso de la esperanza del amor que agosto arrea/y la fe que marzo amarra, y nos dejó la cobija/azul de tela muy amplia sobre fondo del paisaje/que le floreció en el alma y le dio para su remo/ansias de nube y de garza.

El ayer de Florentino/nunca lo borra el mañana y su estampa en el caney/se queda y se pone larga. El caporal de la copla/al llano entero arrebiata del caballo que relincha/en la sangre y la garganta desde Cojedes al Meta/desde Uribante a Zaraza.

En la ciudad de Barinas/dejó bandola encintada al pie del fecundo cedro/de la puerta de su casa, junto al arbolito aquel/que lo vio como pasaba en las tardes con recuerdos/de la querencia temprana: remedaba al cristofué;/tenía pecho de torcaza. En calles de Puerto Nutrias/se le quedó la guitarra con “bordones de agua dulce”/del azul de la resaca que los apamates riegan/con lluvia de flor morada cuando decimos: Adiós/Alberto Arvelo Torrealba. Eduardo Hernández Guevara 136

136 Conservamos el original de este poema, que fue dedicado por el autor a doña Rosa de Arvelo. Aunque el texto aparece sin fecha, suponemos que fue escrito en abril de 1971.

768

Glosa para despedir a un Poeta

Hay un diálogo sombrío en la pata del urero suspiran en las lejuras voces del Caipe y del viento. A.A.T.

Trocha de horizonte y cielo/en las huellas del destino, abierto queda el camino/para pastorear tu anhelo. El llano viste de duelo/y está de luto el corrío, porque se fue tu albedrío/como una flor fugitiva y por tu palabra viva/hay un diálogo sombrío.

Tú que labraste el panal/de la más criolla armonía y le madrugaste al día/a orillas del medanal, dejaste solo al turpial/con su emoción de trovero mirando triste el lucero/que se llevó tu canción, cuando enterró el corazón/en la pata del urero.

Vi más seco el terronal/cuando supe tu partida, triste la tierra escondida/como señalando el mal, triste la pena total/para las horas más duras, sonámbulas las guaruras/y las colmenas sin miel. Versos de luz en tropel,/suspiran en las lejuras.

Tarde gris del cabrestero/para el recuerdo sencillo! Dolor de Pedro Sotillo/sobre su temple llanero! Llanto del amor coplero/ en humos de pensamiento! Chusmitas de sentimiento/que miran la canta herida y alargan tu despedida/voces del Caipe y del viento.

Eduardo Alí Rangel. Sabaneta de Barinas, 1971 137

137 Suplemento Cultural ya citado, Ateneo Popular de Guanare

769

La Musa del Llanto

Poeta de Florentino,/tus glosas, cantas y llanto, con versos de albo mastranto/calman la sed del camino. El pájaro del destino/cruza por la tierra sola con un dolor de chipola/que funde amor y ternura en el minuto que apura/su pulso de ánima sola.

Va por el río de tu ensueño/una canoa en diligencia y en el rumbo de tu ausencia/naufraga limpio el empeño. Apresura el paso un sueño/que en tu chinchorro medita y la noche se encabrita/con un reflejo de pena cuando la luna en la arena/te alumbra la última cita.

La guitarra en desconsuelo/pone a sonar el bordón y por el ancho Cajón/inicia un llanto su vuelo al manso y sereno cielo/que fue testigo fecundo de cuando, a ras de tu mundo/se te iba el afán viajero descubriendo el gozo arriero/de tu llanto tan profundo.

Lo dijo la palmasola/y la chusmita viajera, la golondrina primera/y la candela que inmola; la prisa que viaja en ola/por esta tierra angustiada. Y la noticia, clavada, hizo un muñón en el alba: Alberto Arvelo Torrealba/ cruzó con rumbo a la nada.

José Raúl Escalona. 14-4-71138 (6)

138 Suplemento Cultural citado, Ateneo Popular de Guanare.

770 Señor de la Llanura

Así se titula un largo poema de cuatro partes, publicado en cuidada edi- ción en 1972, cuyo autor es Antonio Simón Calcaño. La obra lleva como subtítulo “Evocación de Alberto Arvelo Torrealba”. Dice Calcaño, poco después de comenzar el Canto I: …“¿Cómo hiciste, maestro,/ para así recoger tanto horizonte? Pues ese fue tu signo./Tener a la Llanura en el llano pequeño de tu mano”... Y más adelante, en el Canto II: “Van hoy a tu Llanura/ los hermanos del mar. Los que descienden de montañas/floreadas por el frío. … Guiados van por el arpa/que afina tus cantares. Los crótalos que alegran tus decires/y el cuatro que te aduerme los silen- cios. Quieren saberlo todo. /La imagen de tus letras. Dicen que el horizonte/es una raya de tu cuaderno. … De las vastas porciones/de la patria que amamos -Costa, montaña, llano -/fuiste cacique de una, Señor de la Llanura./Cacique de la mirada larga. Cacique/que no abundaba plumas. Sólo una, tu pluma. Tu pluma de la mano”…139 En diciembre de 1972, el autor del poema nos llevó a casa un ejemplar de la publicación. Cuando llegamos a la puerta para saludarlo, ya el señor Calcaño había partido… Nunca pudimos contactarlo para agradecerle su homenaje a nuestro padre.)

139 Antonio Simón Calcaño. Señor de la Llanura. Poema. Talleres Gráficos Mersifrica, Caracas, 1972.

771 f) Acta de Defunción de Rosa Dolores Ramos de Arvelo Torrealba

“No. 140.- Jesús Castro García, Jefe Civil Encargado de la Parroquia Can- delaria, Departamento Libertador del Distrito Federal, hago constar que hoy primero de Febrero de mil novecientos setenta y cuatro, se ha presen- tado en este Despacho Alberto Arvelo Ramos, mayor de edad y expuso que el treinta y uno de Enero del corriente a la una post meridiem en el Centro Médico falleció: Rosa Dolores Ramos de Arvelo Torrealba, cédula 2118068, de sesenta y seis años de edad, oficios del hogar, natural de Aca- rigua, Estado Portuguesa, hija de Buenaventura Ramos y de Ana Calles de Ramos, ambos difuntos, viuda de Alberto Arvelo Torrealba, deja dos hijos de nombres Alberto y Mariela Arvelo Ramos, deja bienes de fortuna. Según certificación Médica expedida por el Doctor Armando Márquez Reverón, la causa de la muerte fue: shock septico por contaminación, re- tracción de colostomas.- Fueron testigos del acto Eymart Cordero y Wins- ton Monasterios, mayores de edad y de este domicilio.-Terminó, se leyó y conformes firman.- El Jefe Civil.- Jesús Castro García.- Exponente.- Alber- to Arvelo Ramos.- Testigos.- Ilegibles.- Secretaria Interina.-Julieta García.- La presente partida es copia fiel de su original la cual corre inserta al folio 70 del Libro de Registro Civil de Defunciones, llevados por este Despacho durante el año de 1974, la que expido y certifico a petición de parte in- teresada. Caracas, ocho de febrero de mil novecientos setenta y cuatro.

El Jefe Civil: Jesús Castillo Machez.”

772 g) Documentos de AAT

A continuación presentamos varios pasaportes y otros documentos del Poeta Arvelo Torrealba, entre ellos dos valses compuestos por él.

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778 h) Glosa en el Álbum de Rosa Dolores

Glosas al cancionero (a Rosa Dolores)

Canta el patico yaguaso la laguna se secó dice la garza morena ahora si me muero yo

Álbum de muchacha amiga Tu que eres Rosa de raza por cuyas páginas sopla y tienes risa de rosas brisas con alma de copla no le hagas caso a esas glosas aire con sueños de espiga despechos de Luis Peraza. justo es que en glosa lo diga Mientras tu nocturna plaza pues soy coplero en ocaso: de rudas risas se llena que en tus ojos a tu paso en la laguna serena la noche mayera vi soñando tiempos mejores y en el estero, por ti ojos de Rosa Dolores canta el patico yaguaso. dice la garza morena.

Deja que mi cuatro en pena Hoy te nos pusistes grave con vieja dicha restaure por unos versos perversos … que hoy la laguna de Araure Si yo muy bien sé que en versos esta clara y esta llena. la mujer es la que sabe Te voy a enseñar por buena y si escondieran con llave lo que el agua me enseño: a cuanta … entendió la dulce lluvia cayó lo que el verso suspiró los remansos florecieron yo con la vida …zarza mas si las garzas se fueron diria como la garza: la laguna se secó ahora si me muero yo.

Alberto Arvelo Torrealba Acarigua, 24 de agosto 1934

Cronología

1905. Luis Alberto Arvelo Torrealba nace el 3 de septiembre en la ciudad de Barinas, antiguo Estado Zamora. Hijo de Pompeyo Arvelo Rendón y la poetisa Atilia Torrealba Febres-Cordero de Arvelo.

1908. El general Juan Vicente Gómez desplaza al presidente Cipriano Castro y se hace dueño del poder por 27 años.

1909. El 9 de agosto muere en Maiquetía Francisco Lazo Martí. Cuatro años más tarde, sus restos son llevados a Calabozo, cuna del poeta.

1912. Luis Alberto entra a la Escuela Federal Roscio, dirigida por el ba- chiller Simón Jiménez. Su salud delicada no le permite asistir a clases re- gularmente. Por orden médica, pasa gran parte del día al aire libre.

1917. Rodeado de un ambiente refinado y culto, escribe sus primeros versos.

1918. Con algunos compañeros de clase funda el periódico Ecos de la Es- cuela Roscio.

1921. Su tío Isilio Febres-Cordero le da el cargo de adjunto del oficial au- xiliar y archivero del Estado Zamora. También trabaja como cronista. Al terminar la educación primaria ingresa al Liceo San José de Los Teques, donde inicia estudios de secundaria.

781 1923. A los 18 años se muda a la ciudad capital. Prosigue estudios de ba- chillerato en el Liceo Caracas, cuyo director es el escritor Rómulo Galle- gos. Empieza a dar clases de Castellano en escuelas vecinas.

1927. Recibe el grado de bachiller en el Liceo Caracas. Durante algunos meses es maestro de una escuela rural en Barinas. Se interesa en la vieja leyenda que escuchó desde niño, sobre el coplero que cantó con el Diablo. Atilia de Arvelo, madre del poeta, publica en Caracas su libro de versos Cantares y leyendas.

1928. De nuevo en Caracas, publica Música de cuatro, su primer libro de versos. Profesor de Castellano y Literatura e Historia de la Literatura Es- pañola en varios centros educativos. Se inscribe en la Escuela de Medicina de la Universidad Central de Venezuela.

1929. Expulsado de la Universidad por motivos políticos. Con su poema “Aires de tierra llana”, gana la Rosa de Oro, Primer Premio en el concurso de poesía de El Heraldo, de Barquisimeto. Es el único premio a su poesía que recibe en la vida. Poemario extraviado en la cárcel. Los “Rezagos” de este poemario fueron publicados en su Obra poética de 1967. Preso duran- te varios meses en el Castillo Las Tres Torres de Barquisimeto, por estar comprometido con el alzamiento del general José Rafael Gabaldón.

1930. Comienza a trabajar el tema de Florentino y el Diablo en una obra de teatro escrita “en prosa dialogada”. Esta obra inconclusa se conoce como “Las mocedades de Florentino”. Desiste del estudio de Medicina e inicia la carrera de Derecho en la Universidad Central de Venezuela. Asume la tutela de Marco, su hermano menor, y lo lleva a estudiar a Ca- racas.

1932. A finales de año publica su segundo libro de poemas: Cantas. Son consagratorios los juicios críticos de Jacinto Fombona Pachano y Pascual Venegas Filardo. Ambos textos críticos aparecen en la prensa capitalina durante el mes de noviembre. El libro fue reeditado en 1938 y en 1950.

782 1933. El 15 de diciembre fallece en Barinas don Pompeyo Arvelo Ren- dón, padre del poeta.

1934. El 13 de mayo muere en Madrid su primo hermano, el poeta Alfre- do Arvelo Larriva. Rómulo Gallegos publica la novela Cantaclaro.

1935. En julio se gradúa de abogado y doctor en Ciencias Políticas en la Universidad Central de Venezuela. El 17 de diciembre muere el dictador Juan Vicente Gómez. Asume la presidencia de la República el general Eleazar López Contreras, quien inicia el proceso de democratización del país.

1936. El 26 de febrero contrae matrimonio en Acarigua con la señorita Rosa Dolores Ramos Calles. Inspector Técnico de Educación Primaria en el estado Apure. Posteriormente Inspector Técnico de Educación Secun- daria en el Distrito Federal. El 14 de diciembre nace en Caracas Alberto Arvelo Ramos, su primer hijo.

1937. Secretario General de Gobierno del estado Portuguesa.

1939-41 Presidente del Consejo Técnico de Educación Nacional. El 27 de noviembre de 1939 nace en Caracas su hija Mariela Arvelo Ramos.

En septiembre de 1939, con la invasión de Polonia por parte del ejército alemán, comienza la Segunda Guerra Mundial.

1940. Publicación del tercer libro de poemas de Arvelo Torrealba: Glosas al cancionero. Allí aparece la primera versión del romance “Florentino y El Diablo”. El 24 de junio fallece María Lorenza Arvelo de Parra, hermana del poeta.

1941. El 28 de abril el Congreso Nacional nombra presidente de la Repú- blica al general Isaías Medina Angarita.

1941-1945. A los pocos días de haber asumido el cargo, Medina Angari- ta nombra al poeta Alberto Arvelo Torrealba presidente del estado Bari-

783 nas. El 20 de mayo asume el cargo en el Palacio del Marqués. Desempeña sus funciones durante 4 años, hasta febrero de 1945. El 24 de diciembre de 1941 inaugura el Internado Rural El Libertador, IREL.

1944. El desembarco del Ejército Aliado de Liberación en las costas de Normandía, iniciado el 6 de junio, anuncia el final de la Segunda Guerra Mundial. En agosto las tropas aliadas entran a París. El 7 de julio fallece doña Atilia Torrealba Febres-Cordero de Arvelo, madre del poeta.

1945. Agregado cultural de la Embajada de Venezuela en Francia. Arvelo y su familia viven en París de la posguerra. El 18 de octubre un Golpe de Estado, encabezado por Rómulo Betancourt y los oficiales Carlos Delgado Chalbaud y Marcos Pérez Jiménez, saca del poder el general Isaías Medi- na Angarita. Rómulo Betancourt es nombrado presidente de la Junta Re- volucionaria de Gobierno. A finales de año el poeta Arvelo y su familia viajan a Nueva York, donde residen como exiliados durante varios meses.

1946. Al regresar a Venezuela, a mediados de año, la familia Arvelo pasa una temporada en Las Soledades, una granja en Turén, estado Portuguesa.

1946- 50. La familia Arvelo Ramos reside en Acarigua, donde el poeta ejerce la profesión de abogado. Dedica el tiempo libre a la poesía y la fa- milia. Tranquilidad y sosiego hogareño.

1947. En diciembre se realizan las primeras elecciones universales, direc- tas y secretas de Venezuela. El escritor y maestro Rómulo Gallegos es ele- gido presidente.

1948. El 24 de noviembre es derrocado el presidente Rómulo Gallegos. Su mandato dura apenas 9 meses. El gobierno queda en manos de la Jun- ta Militar, formada por los coroneles Carlos Delgado Chalbaud (como presidente), Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez.

1949. Se le otorga a Arvelo Torrealba la Medalla de Instrucción Pública. Es nombrado Magistrado de la Corte Federal y de Casación.

784 1950. Delegado por Venezuela ante la Quinta Reunión de la Conferencia General de la UNESCO, celebrada en Florencia, Italia.

El 13 de noviembre es asesinado el coronel Carlos Delgado Chalbaud, presidente de la Junta Militar. Germán Suárez Flamerich (abogado y compañero del poeta Arvelo desde los tiempos del Liceo Caracas), susti- tuye a Delgado Chalbaud en la presidencia de la Junta, que pasa a llamar- se Junta de Gobierno. Suárez Flamerich designa a reconocidas personalidades como colaboradores.

El 10 de diciembre, la Librería y Tipografía La Torre publica dos libros “gemelos” de Alberto Arvelo Torrealba: la tercera edición de Cantas y la segunda edición de Glosas al cancionero. En este último libro aparece la se- gunda versión del romance del coplero Florentino, titulado esta vez “Flo- rentino el que cantó con el Diablo”.

1951-52. La Junta de Gobierno, presidida por Suárez Flamerich, lo nom- bra embajador de Venezuela en Bolivia. Cumple sus funciones durante un año y cinco meses. En abril de 1952 publica, en La Paz, su libro de en- sayos Caminos que andan (Panorama y destino del Oeste venezolano).

1952-53. Regreso a Venezuela. El 6 de octubre la Junta de Gobierno lo nombra ministro de Agricultura y Cría, cargo que desempeña durante 9 meses, hasta julio de 1953. Comienza a hacer los primeros apuntes sobre la “Silva Criolla” de Lazo Martí. Trabaja el tema durante 13 años.

1953. El general Marcos Pérez Jiménez asume la presidencia de la Repú- blica.

1953-55. Arvelo Torrealba ocupa el cargo de embajador de Venezuela ante la República de Italia.

1954. El 25 de julio se estrena en Caracas la Cantata Criolla del composi- tor Antonio Estévez.

785 1955. Arvelo renuncia al cargo de embajador. En septiembre regresa a Venezuela y se retira definitivamente de la política.

1957. Publica el libro Florentino y El Diablo con la versión definitiva del romance. Arvelo había trabajado en el mismo tema por más de 25 años. Matrimonio de su hija Mariela con Antonio Rodríguez Tamayo.

1958. El 23 de enero es derrocado Marcos Pérez Jiménez.

1959. Rómulo Betancourt es elegido presidente de la República.

1956-1969. Arvelo ejerce su profesión de abogado en el bufete instalado en su casa de Caracas. Entre los años 1959 y 1964 nacen Alejandro, Gusta- vo , José Ángel y Mariela Rodríguez Arvelo, los primeros cuatro nietos del poeta.

1961. En el mes de marzo fallece Pompeyo Arvelo Torrealba, hermano mayor del poeta. En diciembre, Arvelo escucha la Cantata Criolla, en vi- vo, por primera vez.

1962. Fallecimiento de la poetisa Enriqueta Arvelo Larriva.

1963. Raúl Leoni es elegido presidente de la República.

1964. El hijo del poeta, Alberto Arvelo Ramos, contrae matrimonio con Solange Mendoza Ramírez.

1965. En el mes de diciembre, el Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes, INCIBA, publica el segundo libro en prosa de Arvelo Torrealba, titulado Lazo Martí, Vigencia en Lejanía (ensayo de análisis estilístico sobre la Silva Criolla).

1966 . El 7 de febrero gana el Premio Nacional de Literatura, mención Prosa, bienio 1964-1965, por su libro Lazo Martí, Vigencia en Lejanía.

1966-67. Nacimiento de Alberto y Silvia Arvelo Mendoza, los dos últi- mos nietos del poeta Arvelo.

786 1967. Publicación de la Obra poética, de Arvelo Torrealba, editada por la Universidad Central de Venezuela. El 29 de julio, un terremoto sacude la ciudad de Caracas.

1968. El 11 de febrero fallece el Dr. Marco Arvelo Torrealba, hermano menor de Alberto Arvelo. El 31 de mayo se incorpora como Individuo de Número de la Academia Venezolana de la Lengua, correspondiente a la Real Española. Ocupa el sillón “N”. En diciembre, el doctor Rafael Calde- ra es elegido presidente de la República.

1969-70. Rápido deterioro de su salud a causa de la diabetes y deben amputarle una pierna. Sin embargo, trabaja intensamente en la prepara- ción de la segunda edición de Caminos que andan.

1971. Al amanecer del 28 de marzo, muere Alberto Arvelo Torrealba, a la edad de 65 años y 6 meses. Mes y medio después de su fallecimiento se publica la segunda edición, ampliada y corregida, de Caminos que andan. Inauguración del Liceo Alberto Arvelo Torrealba.

1974. El 31 de enero, a la edad de 66 años, fallece doña Rosa Dolores Ra- mos Calles de Arvelo Torrealba, esposa del poeta e inseparable compañe- ra suya durante 35 años.

1975. Creación del municipio Alberto Arvelo Torrealba, del estado Bari- nas.

1978. Luis Herrera Campíns es elegido presidente de la República.

1981. Inauguración del Museo Alberto Arvelo Torrealba de la ciudad de Barinas.

1995. Celebración del noventa aniversario del nacimiento del poeta en la ciudad de Barinas.

2005. Homenaje al poeta Arvelo en la ciudad de Barinas, para conmemo- rar el centenario de su nacimiento.

787 2009. El 6 de junio, a la edad de 50 años, fallece en Montreal, Canadá, el músico e ingeniero Alejandro Rodríguez Arvelo, nieto mayor del poeta Arvelo Torrealba.

2010. El 18 de julio, a los 73 años, fallece en Mérida el profesor, escritor y filósofo Alberto Arvelo Ramos, hijo mayor de Alberto Arvelo Torrealba.

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Bibliografía

de Alberto Arvelo Torrealba

Música de cuatro. Prólogo de E. Smith Monzón. Tipografía Americana, 128 pgs. Caracas, 1928.

Cantas. Poemas. Librería y Tipografía La Torre, Caracas, 123 pgs. Prime- ra edición: 1932; segunda edición: 1938; tercera edición: diciembre 1950.

Glosas al cancionero. Versos. Librería y Tipografía La Torre, Caracas, 188 pgs. Prólogo de Pedro Sotillo. Primera edición: diciembre 1940; segunda edición: diciembre 1950.

Caminos que andan. ( Panorama y destino del Oeste venezolano.) Editorial Don Bosco, 116 pgs. La Paz, Bolivia, abril de 1952.

Caminos que andan. Segunda edición, revisada y aumentada, 176 pgs. El libro, con prólogo del autor, fue publicado poco después de su falleci- miento. En la portada vemos la última fotografía del poeta. Ediciones de la Gobernación y Asamblea Legislativa del Estado Barinas, Barinas, 1971.

Florentino y el Diablo. Versión definitiva del romance, editada como li- bro independiente por la Editorial Rex, Caracas, 1957. ( La primera ver- sión del poema es de 1940 y apareció en la primera edición de Glosas al cancionero. La segunda versión - la más popular y conocida - apareció en 1950 en la segunda edición de las Glosas).

Florentino y El Diablo. Edición especial, a cargo de Alberto Arvelo Ra- mos y Mariela Arvelo de Rodríguez. Patrocinada por el Banco Industrial de Venezuela, con presentación de su presidente, Alí Cordero Vale. En la edición - ilustrada con 34 dibujos del artista argentino Alberto Cedrón - se

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recogen las tres versiones completas del poema. Gráficas Armitano C.A. Caracas, 1982.

Florentino y El Diablo. Las tres versiones completas del poema (de 1940, 1950 y 1957). Ilustraciones de Alberto Arvelo Mendoza, Editorial Vitrales, 112 pgs. Lito Jet CA, Caracas, 1985.

Florentino y El Diablo. Prólogo de Luis Alberto Crespo. Contiene la ver- sión definitiva del poema (1957) y el poemario Glosas al cancionero. Monte Avila Latinoamericana C.A. Colección Eldorado, 161 pgs. Caracas, 1991.

Florentino y El Diablo. Florentino and The Devil. Translated by Timothy Adès with Gloria Carnevali. Edición bilingüe. Shearsman Books, 104 pgs. Bristol, the United Kingdom, 2014.

Lazo Martí, vigencia en lejanía. Ensayo de análisis estilístico sobre la Silva Criolla. Instituto Nacional de Cultura y Bellas Artes, INCIBA, Bi- blioteca Popular Venezolana 105, 360 pgs. Caracas, diciembre de 1965.

Obra poética. Prólogo de Alexis Márquez Rodríguez. Dirección de Cultu- ra, Universidad Central de Venezuela, 303 pgs. Caracas, 1967.

Obra poética. Segunda edición. Prólogo de Alexis Márquez Rodríguez. Monte Ávila Editores Latinoamericana/Fundación Cultural Barinas, 294 pgs. Caracas, 1999.

Discurso de Incorporación como Individuo de Número de la Academia de la Lengua: Contestación del Académico don Rodolfo Moleiro. Imprenta de la Dirección Técnica del Ministerio de Educación, 35 pgs. Caracas, ma- yo de 1968.

Discurso de Bienvenida al Académico Luis Pastori. Academia Venezola- na de la Lengua. 8 de octubre de 1968, pgs. 19-30.

Breve antología regional de Alberto Arvelo Torrealba. Editorial Monte Avila, Caracas, 1972.

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Antología poética de Alberto Arvelo Torrealba. Con la segunda versión de Florentino y el Diablo. Selección y Prólogo de Ángel Eduardo Acevedo. Monte Ávila Latinoamericana C.A. 168 pgs. Caracas, 2005.

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Bibliografía

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Epílogo

He terminado el libro bajo la luna de El Tocuyo. El calendario indica que es 21 de abril de 2019. Hoy es Domingo de Resurrección. Dentro de pocos meses alcanzaré la edad de 80 años, y me siento orgullosa de haber cum- plido el compromiso que me había impuesto: contar la historia de mi pa- dre.

¿Fallas? Tal vez hay muchas. ¿Confusiones? ¿Olvidos? Sin duda que los hay. Y pido mil disculpas por las faltas y errores que pude cometer. Pero yo juro a mis lectores que escribí cada página con el mayor cuidado posi- ble, con amor y respeto, con alegría y dedicación, dándole a cada línea, a cada pensamiento, la reflexión y el tiempo que estimé necesarios.

Fue una tarea minuciosa, pues los apuntes salían del armario atropella- damente. Todos querían destacarse y yo debía organizarlos, y después dedicarme a escoger los mejores. Entonces fui alcanzando cada superficie, cada libro de versos, cada acontecimiento, cada nueva experiencia, cada nuevo país y cada nuevo idioma, en los días venturosos de nuestra exis- tencia. Mi padre iba adelante, marcándonos la senda: capitán de la ruta, guía tutelar de nuestro mundo.

Permaneciendo fiel a los recuerdos, emprendí la aventura de cruzar los tiempos, y remonté las décadas hasta el lindero de mis añoranzas.

Fue una tarea fascinante. Reconstruí los colores que nos rodeaban. Re- construí los perfumes. Reconstruí la belleza de mi casa, llena de flores ro- jas que mi madre extendía en los manteles.

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Reconquisté el camino de mi padre, reviví sus pisadas. Transité los sen- deros de mi madre y de mi hermano Alberto. Los tres en este libro, a mi lado.

Me siento complacida. También maravillada. Porque al llevarlos a la pa- labra escrita, al describir los hechos y las circunstancias, no solo de mi padre sino de mi familia, los fui recuperando dulcemente, inesperada- mente, como por arte del cariño, y ahora se quedan en mi espíritu con una nueva intensidad, con una eterna fascinación. ¡Toda la historia de mi gente, que he rescatado para siempre entre la brisa que nunca muere!

Ahora no tengo miedo de alejarme. La historia ya fue dicha para mis hi- jos, y para mis sobrinos y mis nietos. La historia fue contada para mis lec- tores. Ya compartí con todos, nuestros radiantes y oscuros momentos, nuestros aciertos y desatinos, contradicciones y virtudes, nuestra manera de enfrentar los retos, de llorar y reír, de asumir las caídas y levantarnos, de acompañarnos en la noche, y de empeñarnos por seguir unidos.

Entrego aquí la historia de mi padre, para que nuestros jóvenes lo reco- nozcan y lo miren pasar hacia el allá del horizonte que le enlazaba todos los rumbos. Para que aprendan a leerlo, a descubrirlo, para que en la fres- cura de la tarde, repitan cada verso de sus Cantas y de sus Glosas al cancio- nero.

Hoy me libero de este compromiso. He concluido mi libro el día Domingo de Resurrección. Y agradezco a Jesús Resucitado, porque me dio la luz para escribirlo y me regaló el tiempo de terminarlo.

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Mariela Arvelo nació en Caracas y es Licenciada en Letras por la Universidad Central de Venezuela. Su obra literaria comprende los siguientes títulos: Vitrales, relatos, 1976; El trueno fue una de mis tumbas, novela, 1979; Akaida, una novela en torno a los waraos, 1981; Orasimi, novela sobre los yanomami (Premio Municipal de Literatura 1982); Irena, 1987, sobre los barí. Con esta obra cerró su trilogía indígena.

En 2004 fue publicada la primera edición (impresa) de Azahara y el Califa, una novela ambientada en la España musulmana del siglo X. En 2018 esta obra salió en formato digital (e-book). En 2017 se publicó La sultana Aurora, primer e-book de la autora, que continúa la temática de Azahara y el Califa y la proyecta hacia el futuro.

En 2016 se publicó el libro de M.A. El caballero andante y la pluma de oro, biografía del ilustre político Rafael Arévalo González. En 2017 la autora publicó tres poemarios en formato digital: El libro del adiós, Aquella vez un campo y Pradera de los astros.

En relación a la obra que hoy hacemos pública, debemos señalar que Mariela Arvelo pasó varios años escribiendo Coplero que canta y toca, el libro de memorias sobre su padre. Ahora, ya terminada la tarea, tiene el propósito de corregir sus libros inéditos y también reeditar, como e-books, la poesía de Alberto Arvelo Torrealba.