Nuestro Regomeyo
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1 2 NUESTRO REGOMEYO JUAN DE DIOS GARCÍA SOTO 3 CRÉDITOS 4 NOTA BIO-BIBLIOGRÁFICA uan de Dios García Soto nació el 9 de junio de 1941 en Fuerte del Rey J provincia de Jaén, pasó sus primeros nueve años en este pequeño pueblo en compañía de sus padres y otros seis hermanos. A esta edad se trasladó con su familia a Jalance (Valencia) donde vivió hasta los dieciocho años, momento en que se fue como voluntario militar a Madrid durante cuatro años. No se decidió por la carrera militar y regresó a Valencia, donde trabajó de cartero, zapatero y, finalmente de taxista, primeramente asalariado y, posteriormente autónomo. Siempre ha sentido un gran interés por la lectura y por la escritura, en el año 1984 recogió en un libro llamado “La luz de mi silencio” medio centenar de poesías que llevaba escribiendo desde su juventud, la publicación fue por medios propios y tuvo una tirada de mil ejemplares que se vendieron íntegramente. En los años siguientes, ha seguido escribiendo poesía para propios y ajenos. En 1989 pudo finalizar los estudios de graduado escolar, ya que la infancia le había privado de poder acabarlos. Ahora, una vez alcanzada la jubilación decide escribir una narrativa corta y sencilla acerca de observaciones que en su andar por la vida han 5 suscitado su interés y crea una historia que se desarrolla entre sus dos amadas tierras la andaluza y la valenciana. 6 RESUMEN na mezcla de resignación y rebeldía acompaña durante su vida al U protagonista. Su pensamiento es abierto y solidario, busca por encima de todo la dignidad y el reconocimiento de su familia, y en general, para todos los de su entorno. Procede de una familia de bajo nivel económico, pero con gran poder de resistencia y decisión, sin amohinarse por nada le planta cara a la adversidad aunque ya desde su tierna infancia, sufre las injusticias de la época. Su padre decide acoplarse a las injusticias con resignación, para no sufrir peores consecuencias. Andrés, sin embargo, desde su corta edad supo que su puesto en la sociedad debía ser de ciudadano y no de súbdito. Llegó al convencimiento que la única forma de conseguirlo era mediante la cultura. Reglas y conceptos anquilosados tendrían que ser borrados de la vida pública para dejar paso a la sabia inspiración de la juventud, sin por ello despreciar la experiencia de los mayores. 7 NUESTRO REGOMEYO n el enorme caserón, no era la primera E vez que se producían idénticos acontecimientos, sin embargo esta vez causaba más expectación. Julián, más conocido por su apodo el tío Garrote, se encontraba rodeado de sus once hijos esperando el nacimiento de otro. Su mujer estaba dando muestras, una vez más, de su gran fortaleza. Cuando se produjo el embarazo de Juana, que así le llamaban, pensaba que era la menopausia, sin embargo fue la culminación de la docena. Julián estaba sentado en su sitio de costumbre del enorme comedor y a pesar de la altura del techo creía que se le caía encima. El grosor de las paredes le impedía oír lo que estaba pasando en la habitación de al lado. Julián encendía el cigarro con la colilla del otro, sin caer en la cuenta del cenicero, tiraba las colillas y ceniza al suelo rematándolas con un pisotón, así llevaba diez pisotones. Se abre la puerta de la habitación, le dice la partera: Julián, ya ha nacido, es un niño, puedes pasar. 8 Julián atizó un tremendo pisotón y mandó a una de sus hijas que recogiera las colillas. Entra como asustado a pesar de la costumbre, nunca conseguía tranquilizarse. Lo cogió y suspendiéndolo en el aire se lo arrima al pecho y dice: “Juana, ¡que chiquillo!, será posible que acabando de nacer este zagal, ya esté bregando con tanta agilidad que ante siquiera ha cumplió media hora y mía ningún pue decir que si se descuida nace criao. No creo haiga en toa la contorná criatura que le puea igualar”. Esto ocurría a finales del siglo diecinueve, cuando los niños venían con un pan bajo el brazo. Por eso tenían tantos. Andrés fue bautizado con el nombre de su tatarabuelo, siguiendo la tradición. Cuando vio la luz de la vida, fue como un impulso, todo su cuerpo se estremecía, todas sus extremidades se movían con gran energía, sus ojos abiertos despedían luz como dos estrellas. Igual que Julián, todos los presentes se quedaron atónitos, diciendo: esto es lo nunca visto, está tan espabilado que parece como si quisiera hablar. Así se crió Andrés: inquieto por la vida, lleno de curiosidad y ganas por saber, poniendo 9 incertidumbre en todo, queriendo buscarle solución a los problemas y no pasar de ellos. Al empezar el siglo veinte, Andrés había cumplido diez años, a tan corta edad ya le marcó la vida. Su padre creyó que ya tenía edad suficiente para trabajar y, así se lo expuso a Juana. La madre de Andrés opinaba que, en vista que había otros hermanos mayores, la situación económica no era tan acuciante como para no poder estudiar. Julián se opuso radicalmente, alegando: Si dejamos que Andrés estudie nos despreciarán, diciendo y con razón, que los estudios son para los ricos que se los pueden costear. Nosotros tenemos que encaminarlos y, sobre todo, enseñarlos a trabajar y no invadir el terreno de los ricos. No, Juana, se reirían de nosotros, por orgullosos, queriendo igualarnos con los potentados. Ellos –continúa diciendo Julián—están por encima de nosotros en todo y para todo con sus riquezas. Nosotros si queremos vivir en paz, no tenemos que entrometernos en su terreno. Lo primero que harían si le dejáramos estudiar, sería negárselo todo para que le sirviera de escarmiento. Julián, creo que sacas las cosas de quicio, sigo pensando que las personas con estudios sabrán defenderse mejor. 10 Bah, bah, calla mujer, estás totalmente equivocada. No hablemos más, a partir de mañana a trabajar, que es como será un hombre de provecho. Julián no estaba completamente convencido de la decisión, por lo que le habló así a Andrés: “Hijo mío, me penso que naide en su sano juicio, envía tan joven a su hijo a bregar por la vida. Pero a los provees la necesidá nos obliga”. Julián, en muchas ocasiones, hablaba con el léxico, según decía “de los suyos”. Los potentados tenían una finura que a él no le cuadraba. Para sus adentros decía: - “¡pobre hijo mío!”, si hay que reconocer que sus fuerzas físicas son las adecuadas para jugar y estudiar”. Pero, se sentía coaccionado oyendo tan disparatados comentarios: “Con tu edá yo ya trabajaba y mía, aquí estoy y no me ha pasao ná”. La decisión la tenía tomada. El dueño de medio pueblo, don Nicolás que así le llamaban, tenía entre otras cosas una almazara. Allí se encaminó Julián con Andrés. “Don Nicolás, aquí tiés a mi hijo, está educao, como me educaon a mí –aguanta a pie firme sin chistar, sin bufar, sin gemir --. Y, si no lo jaciera, que lo duo, sin tan siquiera eguntarle, tie el mio 11 permiso, y pues pegar, pa que se haiga un hombre de verdá”. La sensibilidad liberadora de Andrés quedó traumatizada, no llegaba a comprender la actitud de su padre. Quedó callado por miedo a una bofetada, pero no podía llegar a entender que su propio padre autorizara a alguien, aunque fuera el más rico, para que le pegara. Ya no estaba de acuerdo con los azotes de su padre y menos los de otra persona. Le parecía que su padre daba permiso para ser marcado a hierro, como un animal. El hecho más que debilitar, fortaleció su mente, lo consideraba un abuso pero no mermaría su resistencia para hacer frente a semejante arbitrariedad. Los fines de su padre, quizás él no los comprendía y fueran ejemplares, aún pensando lo contrario. Creía que el único ejemplo razonable que le serviría, sería para que él no hiciera lo mismo con los demás. El tío Garrote según sus creencias:- “el garrote, que de ahí le viene el mote, hace milagros y mantiene a las personas con el pie asentao y la sesera, sin holgazanear y no yendo y viniendo, sin pensar en ná güeno”. Sin embargo, su hijo no pensaba igual. Se preguntaba:-“¿por qué los hijos de los ricos eran bien tratados: trabajan de mayores y de niños juegan y estudian?”. 12 Andrés no comprendía que había nacido en una sociedad clasista de educación obsecuente. Él se resistía y, desde su edad temprana, buscaría por encima de todo la dignidad humana. De momento, lo ideal era esperar a formarse y aprender a vivir con la discriminación sectaria aguantando la humillación impuesta. Andrés ignoraba que no le tendrían piedad ni consideración, aún en el hecho de ser un niño. Don Nicolás, el dueño de la almazara, tenía dos mozalbetes estudiando en la ciudad. Sólo frecuentaban el pueblo al tomar las vacaciones al final del curso. Nicolás y Javier que eran sus respectivos nombres, se regodeaban de sus paisanos con insolencia, con el único propósito de rebajarlos. Pero, con Andrés llegaron a extremos insospechados, orgullosos les gustaba demostrar ante él lo mucho que ellos creían que sabían, riéndose descaradamente, con el sólo interés de hacerse los importantes. En muchas ocasiones, no comprendían sus argumentos y divagaciones que, disfrazaban de toda realidad y las convertían en simples elucubraciones sin sentido. Andrés con hábil sutileza se introducía en sus mentes vanidosas y en su lengua sin cultivar les decía: 13 “Querría y perdonar por mi osadía, paecerme a vusotros tan listos, me pregunto, ¿cómo os habéis apañao pa saber tanto?”.