LA MUJER EN LA VIENA DE 1900 ( publicado en MISCELÁNEA VIENESA, U. Extremadura, 1998)

1. EL FIN DE UNA EPOCA: LA AFIRMACION DEL INDIVIDUALISMO, LA CRISIS DE IDENTIDAD Y EL CUESTIONAMIENTO DEL ORDEN PATRIARCAL.

Soy mujer. Nacida aquí, aquí moriré. Ningún viaje feliz abrirá mi horizonte con sus alas. No conoceré nada del mundo más allá de este muro que rodea mi hogar... Soy mujer. Seguiré en mi recinto vallado... En las épocas que conservan un surco en la memoria jamás podré revivir. Ninguna palabra que hable de mí. Soy mujer. ( Clémence Robert. 1839) .

En las dos últimas décadas del siglo XIX se produce en Austria, y más intensamente aún en Viena, la colisión de dos concepciones del mundo y de la vida: una de ellas, fundamentada sobre un rígido armazón de valores que se resisten al cambio, defiende la sociedad tradicional, semi-feudal y conservadora cuyos pilares se encuentran en la Iglesia, la burocracia y el ejército, y la otra, innovadora, liberal y racionalista pretende encarnar los valores de la modernidad. Lo que está en juego en este enfrentamiento es la vigencia de una sociedad en la que priman los valores colectivos o su sustitución por otra en la que prevalecen los intereses del individuo. El individualismo, gran eje vertebrador del mundo moderno surgido con la Ilustración, es también el caldo de cultivo en el que surgen, tanto los círculos artísticos modernistas y las corrientes científicas que bucean en la psique, como los movimientos de mujeres que para reivindicar la igualdad con el hombre tienen que apelar necesariamente a los derechos individuales, piedra de toque de su argumentación. La crisis producida por el enfrentamiento entre esos dos mundos no es un fenómeno estrictamente austriaco. En Francia se habla de gran malestar y de neurosis de fin de siglo, en el Reino Unido el desfase entre los cambios tecnológicos, las conquistas materiales y la fuerza de las tradiciones produce lo que se ha denominado “ the great unrest ”, y en la Alemania de los años ochenta Nietzsche había proclamado, a través del loco de la gaya ciencia, la muerte de Dios, el fin de los valores y el advenimiento del nihilismo. Sin embargo, en el Imperio Austro-Húngaro el choque fue frontal porque no se dio una transición gradual de un tipo de sociedad a otra, y porque, además, la naturaleza multinacional del Imperio no ofrecía tampoco ningún eje vertebrador al que poder agarrarse ( como no fuera la figura del anciano Emperador ).“ Este orden no es tan firme como aparenta - escribe Robert Musil en El hombre sin atributos - ningún objeto, ningún yo, ninguna forma, ningún principio es seguro, todo sufre una invisible pero incesante transformación; en lo inestable tiene el futuro más posibilidades que en lo estable, y el presente no es más que una hipótesis, todavía sin superar (...)”( 1 ). Ese sentimiento de inestabilidad era también compartido por una de las más célebres escritoras austriacas, Marie von Ebner Esenbach, que vislumbraba con enorme lucidez el fin del “ alegre apocalipsis ” del que hablara Herman Broch ( 2 ). Y Hofmannsthal también se refería a esa sensación cuando escribía en 1905: “ debemos decir adiós a este mundo antes de que desaparezca. Muchos ya lo saben y un sentimiento indefinible les convierte en poetas ”( 3 ). La “ era de la seguridad ” de la que hablaba Stefan Zweig en El mundo de ayer se había extinguido. “ Ciertamente intentamos en lo posible crear un orden dentro de nosotros - manifestaba Schnitzler - pero ese orden es algo artificial. Lo que es natural es el caos ” ( 4 ). Esa época “ velocífera ”, utilizando el término de Goethe ( 5 ), sufre en el plazo de unos años - entre 1887 y 1900 concretamente - la desintegración de todos los sistemas de conocimiento que estructuraban las ciencias humanas y las llamadas ciencias exactas ( 6 ). No es casual que el cine, contemporáneo de la aviación, el automóvil y la electricidad, lo sea también de los primeros trabajos de Freud sobre el psicoanálisis y de la reflexión de Bergson sobre el movimiento y la inmovilidad. Gilles Deleuze ha destacado esta relación poniendo de manifiesto que la introducción del movimiento en el concepto se produce exactamente en la misma época que la introducción del movimiento en la imagen. La electricidad, convertida en símbolo de la modernidad y como tal encarnada en multitud de esculturas de la época - y ensalzada en la Exposición Universal de París de 1900 consagrada, precisamente, al “ hada electricidad ” -, no sólo introducirá cambios sustanciales en una industria que se basaba en la hulla, sino que modificará también la percepción de la realidad al modificar la luz. Todo ello contribuye a que Ernst Mach, pionero de la historia de la ciencia, conciba la conciencia como un flujo de sensaciones que distorsionan lo que perciben, de modo que la posibilidad de diferenciar la realidad de la apariencia queda reducida prácticamente a cero. En el mundo del arte la pintura juega con la deconstrucción y la reconstrucción, y en menos de una década - entre 1890, fecha de la muerte de Van Gogh y 1906 en que muere Paul Cézanne y Picasso pinta “ Las señoritas de Aviñon ” - florecen el simbolismo, el fauvismo, el impresionismo, el cubismo y el futurismo ( 7 ). 1900 marca también una ruptura en otros dos dominios científicos: en esa fecha Freud publica La interpretación de los sueños, obra en la que, como es sabido, enuncia los fundamentos de su teoría de la psique, y Max Planck, profesor de la Universidad de Berlin, presenta su teoría de los cuantos ante la Sociedad Alemana de Física. Como afirman Einstein e Infeld en su obra La evolución de la física: “ La física cuántica no describe propiedades sino probabilidades, no formula leyes que desvelen el futuro de sistemas, sino leyes que rigen cambios de probabilidades en el tiempo, remitiéndose a grandes conjuntos de individuos ” ( 8 ). Así, el principio de incertidumbre se instala en la ciencia porque, independientemente de la perfección del instrumento de medición, el acto mismo de medir perturba al electrón. Se trata de la indeterminación cuántica que hace saltar por los aires el rígido corsé determinista de la física clásica y abre un debate de tipo filosófico al poner en cuestión el determinismo en vigor desde los tiempos de Laplace. El azar y la fantasía se consolidan en un mundo donde todas las piezas estaban minuciosamente acopladas y una estimulante incertidumbre sustituye a las certezas: “ La esencia de nuestra época - escribe Hofmannsthal - está constituida por lo indefinido y lo ambiguo. Es capaz de apoyarse en lo inestable y tiene conciencia de que aquello que otras generaciones creyeron firme, es también inestable ”( 9 ). Esa falta de fijeza es percibida por todos los autores del fin de siglo: “ El alma es un país lejano...- dice Schnitzler - . Los caminos que llevan a la oscura región del alma son mucho más numerosos que los que sueñan (e interpretan) los psicoanalistas ”. La crítica explícita a Freud se dirige contra su huida “ hacia la ilusoria regularidad de los sistemas de las ciencias naturales ” y la búsqueda de un “ falaz consuelo” en un mundo de “ orden arbitrario ” ( 10 ). Pero las transformaciones no sólo afectan a la física sino que se extienden también a la concepción del hombre y de la sociedad. Si a partir de Darwin se puede hablar de una historia de las especies, y si con el surgimiento de la Sociología se hablará de una historia de la sociedad, con el Psicoanálisis surge, por fin, la historia del individuo. Con ello se pone en cuestión la visión inmovilista del mundo en los diferentes campos del conocimiento y se sientan las bases para pensar, gracias al desarrollo del historicismo y de las teorías evolucionistas, que si la especie humana tiene una historia, la familia - y por ende, la mujer - también puede tenerla. De ahí se deduce que su papel como compañera del hombre y reproductora de la especie puede no ser tan inmutable como se había creído y que incluso la pretendida esencia femenina puede estar igualmente sujeta a variaciones. La Sociología, al introducir criterios históricos en sus análisis y describir las diferentes etapas de la evolución social desde las más primitivas a las más evolucionadas, contribuyó a reforzar las tesis feministas, a pesar de que su fundador, Auguste Comte, había mantenido siempre opiniones contrarias a la mujer. Sin embargo, radicalmente opuestas fueron las ideas de Georg Simmel que a comienzos de siglo hablaba de la posibilidad de una “ cultura femenina ” ( 11 ). Es cierto, no obstante, que de estas nuevas teorías no se deducen necesariamente argumentos a favor de la emancipación femenina y que no pocos pensadores las utilizaron para demostrar que la igualdad sexual era una imposibilidad científica. El mismo Darwin sostenía que la selección natural reforzada por la selección sexual había favorecido a los hombres, que se habían convertido en seres superiores a las mujeres ( 12 ), y Herbert Spencer, el fundador del darwinismo social, a pesar de defender la igualdad sexual en su época de amistad con John Stuart Mill, terminó por combatirla cuando tomó contacto con el movimiento feminista. Aunque al igual que Darwin no estaba muy interesado en el tema de la mujer, sostenía que las leyes de la evolución aplicadas a las relaciones entre los sexos conducen a un conflicto entre la producción y la reproducción, entre la fertilidad y la actividad intelectual de las mujeres. Dicho de otro modo, la mujer se encuentra atrapada por el papel que desempeña como propagadora de la especie, rol que impide el desarrollo de su mente y de su personalidad ( 13 ). Sin embargo, a pesar de su pesimismo y a veces, incluso, de su antifeminismo, las concepciones historicistas que se gestan en el siglo XIX acaban cuestionando las antiguas certezas sobre la esencia de la naturaleza del hombre y de la mujer, y conducen a replantearse el tema de la familia y la maternidad. Cuestiones éstas que apasionaron a los contemporáneos y que dieron pie, no sólo a reflexiones teóricas de sociólogos como Durkheim, que estudió la crisis de la familia sustentada sobre el matrimonio, sino también a utopías de lo más variopinto y a numerosas obras de ficción ( 14 ). Especial relevancia tuvieron las teorías sobre la familia que socavaron la concepción tradicional que legitimaba su origen en la Biblia y que consideraba la sociedad patriarcal como un hecho inmutable. Engels atribuía a Bachofen - el jurista e historiador suizo - la creación de la nueva historia de la familia a partir de su libro El matriarcado ( 15 ), publicado en 1861. Según la hipótesis expuesta en este libro si la familia había tenido una evolución, su primera forma habría sido el matriarcado, o lo que él denominaba “ ginecocracia ”, y su historia habría consistido en una lucha de poder entre hombres y mujeres. Bachofen señalaba a Deméter, la diosa mítica de la tierra, como la figura central de ese estadio de desarrollo que sucedió a la derrota de Afrodita, la hetaíra ( 16 ). A partir de esta tesis, los enemigos del orden patriarcal pudieron proyectar el matriarcado en el futuro como una alternativa al sistema dominante, aunque para Bachofen se trataba de una forma primitiva, a la vez real y mítica, que había sucumbido ante el patriarcado. Como afirmaba Engels en su obra El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado ( 17 ), la ley del matriarcado de Bachofen otorgaba a la mujer un poder considerable en la sociedad que sólo habría acabado con la implantación de la división sexual del trabajo entre producción y reproducción y el establecimiento de la monogamia. No se podía fechar cuándo había tenido lugar dicha revolución, aunque sí se la calificaba como “ la gran derrota histórica del sexo femenino ” (18 ). En consecuencia, el matrimonio monógamo no era el ideal a seguir, pues en lugar de reconciliar a los sexos, consagró la dominación de un sexo por el otro y perpetuó un conflicto entre hombres y mujeres que no había existido con anterioridad. La teoría del matriarcado proporcionó a las mujeres el punto de referencia al que podían acudir para reclamar sus derechos. Por otra parte, al circunscribir el orden patriarcal a una época histórica, se cuestionaban sus fundamentos y se vislumbraba la posibilidad de que algún día tocara a su fin. De acuerdo con la exposición de Engels, con la derrota del capitalismo la disolución de la familia pondría punto final al conflicto y abriría la vía para la conquista de los derechos civiles y políticos de la mujer y su acceso al trabajo remunerado. Una nueva familia surgiría de la revolución por venir. Las tesis de Bachofen tuvieron amplia repercusión entre los artistas vieneses de fin de siglo que identificaron la era arcaica de la Antigüedad con el matriarcado y que recuperaron en sus obras figuras como Atenea, la Medusa, Electra, Clitemnestra o Ariadna, - que en el libreto de Hofmmansthal para la ópera Ariadna en Naxos se convierte en un ser furioso, loco y salvaje. Son alegorías que reflejan su reacción ante un nuevo tipo de mujer que, como confiesa Hofmmansthal a Schnitzler, provoca miedo. La mujer “ lunar ” de Kokoschka tiene, asimismo, rasgos de esa divinidad primitiva, como él mismo reconoce. “ En aquellos momentos había comenzado a leer la obra que Bachofen escribió sobre el matriarcado con el mismo entusiasmo con el que otros leían los escritos de Marx ” ( 19 ). Theodor Reik, que fue discípulo de Freud, también se refiere al matriarcado describiéndolo como la era en que mujeres gigantescas parecidas a las amazonas, de gran promiscuidad e instinto maternal, gobernaban la sociedad primitiva. Pero la conclusión a la que Reik llegaba era que el hombre debía acabar de una vez por todas con el dominio de la mujer ( 20 ). Asimismo, la Electra de Hofmannsthal está llena de alusiones al mito del matriarcado, que simboliza la barbarie y el anarquismo. La terrible “ Magna Mater ”, representada en la obra por Clitemnestra, gobierna de un modo arbitrario, violento y caótico ( 21 ). Otro psicoanalista, Otto Gross, partidario de la “ revolución sexual ” mucho antes que Wilhem Reich, miembro destacado del “ movimiento erótico ” de Munich-Schwabing, y gurú del “ entourage ” femenino de Max Weber en Heidelberg, había llegado a conclusiones opuestas. Decía que todas las desdichas habían surgido con el patriarcado y reclamaba en consecuencia la reintroducción del matriarcado, la libre educación de los hijos y la libertad sexual, incluído el incesto entre madre e hijo. Deseaba reintroducir el culto de Astarté existente en la antigua Babilonia y hablaba de fundar una colonia en Nueva Zelanda, separada del resto del mundo, con aquellas personas que compartieran sus ideas. Este curioso personaje organizaba orgías terapeúticas en las que eran protagonistas el sexo y las drogas ( era cocainómano y morfinómano habitual ) y buscaba superar el “ transfert ” en sus análisis mediante las relaciones sexuales con sus pacientes ( 22 ). Apostaba, asimismo, por la búsqueda de nuevas formas de relación entre los sexos, a la vez que apoyaba la homosexualidad que muy pocas voces se atrevían por entonces a reivindicar. La verdadera liberación de la mujer consistia para Otto Gross en la supresión de la familia patriarcal y en la socialización de la responsabilidad maternal ( 23 ). Las leyes del matriarcado serán ensalzadas igualmente en muchas de las utopías de las primeras décadas del siglo XX que preconizan la revolución sexual, como La isla de la gran madre o El milagro de la isla de las damas, publicada en 1924 por el alemán y premio Nobel Hauptmann, que cuenta la historia de una colonia paradisíaca organizada por un grupo de mujeres que naufragan en una isla tropical. Aunque el único miembro del sexo masculino es un chico, las mujeres empiezan a dar a luz una tras otra, lo que simboliza la ruptura de los lazos de dependencia con los hombres y la conquista de su autonomía. Este tema de la partogénesis que aparece en la novela de Hauptmann había sido desarrollado anteriormente por algunas feministas como Charlotte Perkins Gilman en su utopía Herland, publicada en 1915. Sin embargo, La isla de la gran madre contiene ambigüedades en el tratamiento de la maternidad que hacen sospechar que más que un alegato a favor de la emancipación femenina, consiste más bien, en la glorificación de lo que en 1924 describía Hauptmann como la esencia de lo femenino: la maternidad. “ Para obtener plena conciencia de su valía, la mujer sólo tiene que comprender lo que es, es decir, la madre de todos los hombres que han existido... La función maternal es fértil y rica; una madre está formada en cuerpo y alma por la fuente de la vida ” ( 24 ). El auge de la eugenesia y del neo-malthusianismo contribuyó del mismo modo a centrar el interés en torno al tema de la maternidad. El movimiento neo-malthusiano se había desarrollado a finales de siglo principalmente en los países de religión protestante, como Inglaterra, Alemania y los Estados Unidos, pero también había calado en los países católicos como Francia y Austria. Defendía los métodos anticonceptivos y el aborto. En Inglaterra había sido apoyado, además de por Thomas Malthus, por personajes de la talla de Francis Place, Richard Carlyle, Charles Knowlton y otros, y existían organizaciones que habían comenzado a publicitar varios sistemas de anticoncepción. También en Francia, en 1902, Madeleine Pelletier, Nelly Roussel, Gabrielle Petit y Claire Galichen defendían las ideas neomalthusianas y reclamaban el derecho al aborto. En Ginebra un grupo neomalthusiano editó a partir de 1908 “ La vie intime ”, en el que se defendía claramente la planificación familiar y existía un periódico, “ L´exploitée ”, que abogaba por la contracepción y el aborto, al igual que lo hacía el periódico alemán “ Die Vorkämpferin ” ( 25 ). Entre los autores austriacos que se pronunciaron a favor del aborto figura Fritz Wittels, quien escribió numerosos artículos sobre el tema en la revista de Karl Kraus, “ Die Fackel ”, aunque siempre con seudónimo ( 26 ). También Josef Popper, el reformador utópico influenciado por las ideas neomalthusianas, escribía a favor del aborto e incluso del infanticidio para el supuesto de una grave escasez de alimentos ( 27 ). Pero estas actividades encontraban a su paso grandes dificultades; Annie Besant, miembro de la Liga Malthusiana inglesa, fue arrestada por publicar un libro sobre el control de la población en 1877. En Francia el Código Penal de 1810 establecía pena de prisión para la persona que hubiera realizado el aborto así como para la embarazada, independientemente de que ésta hubiera autorizado o no la operación ( 28 ). En Austria, el aborto estaba castigado con cinco años de cárcel más trabajos forzados, lo que provocaba muchos embarazos no deseados y una elevada mortalidad infantil. Aunque tanto la dureza de las leyes como la influencia de la tradición católica dificultaron considerablemente la aceptación de estas ideas entre las mujeres vienesas, se pusieron las bases para concebir la maternidad, no como la esencia de la feminidad, sino como una elección libre de la mujer. A ello contribuyó Freud de manera decisiva con su teoría de la sexualidad. Como es sabido, el nacimiento del Psicoanálisis se produjo como consecuencia de las experiencias clínicas de Freud en el tratamiento de la histeria que tuvieron lugar a finales de los años 80 a su regreso de París donde había estudiado con Charcot. Al cambiar el punto de mira del sexo a la sexualidad y al afirmar la universalidad del deseo sexual que comparten hombres y mujeres e, incluso, dirá más tarde, niños y adultos, Freud estaba sentando las bases para una percepción igualitaria de la sexualidad, aunque ésas no fueran ciertamente sus intenciones ( 29 ). El reconocimiento de una pulsión sexual en la mujer - cuya represión era causa frecuente de enfermedades mentales - abría la posibilidad de una liberación del erotismo femenino y consagraba la desacralización del sexo. Sin duda, esa desacralización era un rasgo no sólo de Viena, sino de la cultura europea en su conjunto que surge con la liquidación de la visión religiosa que tiene lugar con la Ilustración y que produce obras literarias como Justine de Sade o, más tarde, Lucinde de Schlegel, en las que los tabúes sexuales saltan en pedazos. Pero Viena era un caso excepcional; Lou Andreas-Salomé ha dejado testimonio de ello en Mirada retrospectiva: “ Si tuviera que describir la atmósfera vienesa en comparación con la de otras metrópolis, diría que en aquel entonces me pareció caracterizada primordialmente por la confluencia de la vida intelectual con la erótica ” ( 30 ). Esta intensa erotización de la vida vienesa afectaba no sólo a los “ milieux ” artísticos y al “ demi-monde ”, así como a las clases altas que llevaban una intensa vida social, sino también a las clases más bajas, como lo demuestra la popularización del tipo de la “ Süsses Mädel” o muchacha ingenua de los barrios obreros, que resultaba siempre una fácil conquista para los seductores del tipo del Anatol de Schnitzler. En el ámbito literario la descripción más vívida de ese ambiente es la ofrecida en las memorias de la prostituta vienesa la Mutzenbacher, escritas, curiosamente, por el autor de uno de los cuentos infantiles más leídos de la historia, Bambi. El alarmante cuadro de la prostitución vienesa está confirmado por las estadísticas de la policía y de las autoridades sanitarias de la época. El número de prostitutas y su variedad - de baile, de fonda, de comercio de carrera, ocasional, etc. - da idea de la magnitud del problema (31). También eran frecuentes las relaciones con menores, así como las relaciones incestuosas que – parece ser - se daban también en otros países europeos, como lo prueba el hecho de que tanto el escritor irlandés Oscar Wilde como el alemán Wedekind se hagan eco de ello en Salomé y Lulú respectivamente. Pero fuera de estos círculos predominaba el rigor de la ética victoriana y la doble moral, que mantenían a la mujer de clase media ignorante de todo tipo de cuestiones sexuales y convencida de que el sexo tenía que ver únicamente con la procreación. Fue gracias a las tesis de Freud ( y de Schnitzler ) como se abrió la vía al conocimiento científico de la sexualidad femenina y a la comprensión de los problemas que acarrea su negación, así como a una reivindicación del propio cuerpo como fuente de placer, algo que la visión tradicional había negado siempre a la mujer. El cuerpo se percibía, en sintonía con el dualismo platónico y escolástico todavía en vigor, como fuente del mal, como el mayor obstáculo en el camino de la salvación o, en el mejor de los casos, como la encarnación de la existencia alienada de una mujer servidora de la especie ( 32 ). El corazón, por el contrario, simbolizaba la identidad femenina así como las cualidades ligadas a ella como la emoción, la sensibilidad, el altruismo, la generosidad y el espíritu de sacrificio. La oposición entre ambos se acentuó en esta época en que la veneración del Sagrado Corazón de Jesús se propaga en los países católicos, y se produce toda una iconografía relacionada con este culto. Sólo en aras de la necesaria tarea de traer hijos al mundo acepta con resignación la mujer de los círculos conservadores el uso de su cuerpo. Frente a estas actitudes morales la teoría freudiana posibilita, quiéralo o no, una liberación del cuerpo que conducirá a la libertad sexual y, más peligrosamente aún, al cuestionamiento de la maternidad - auténtico tabú de la época - al poner en tela de juicio el orden patriarcal y la existencia de una esfera de poder reservada al hombre. Ante esta amenaza cunde la alarma produciéndose una alianza de fuerzas masculinas en la que tradicionales y modernistas se alinean bajo la bandera de la defensa de la maternidad y el culto a la madre. Sólo contadas voces masculinas quedan al margen. Mientras tanto, entre las feministas de toda Europa se empieza a gestar una nueva ética sexual en la que se perfilan dos tendencias: una de ellas es la abolicionista, movimiento fundado en Inglaterra por Josephine Butler cuyo objetivo era abolir la intervención estatal en el ámbito de la moralidad, en especial en lo que se refería al control policial de la prostitución. El planteamiento que subyace tras esta exigencia es el de que las mujeres no debían ser castigadas por ejercer la prostitución mientras se permitiese a los hombres comprar sus servicios con total impunidad. El ideal de los abolicionistas era la elevación de la moralidad de toda la población al modelo de castidad femenino. Al insistir en los peligros de la sexualidad, estas activistas esperaban convencer tanto a los hombres como a las mujeres de la necesidad de la continencia sexual como antídoto contra la doble moral existente. La otra tendencia era la de la “ nueva moralidad ” que abogaba, no por la represión moral, sino por la libertad sexual. Entre sus defensores destacaban la feminista sueca Ellen Key y el escritor August Strindberg quien en su prefacio a Casadas, de 1884, atacaba el matrimonio y la familia y tenía duras palabras contra el feminismo sueco al que definía como represivo y demasiado próximo al moralismo pietista. En cuanto a Key, condenaba la abstinencia sexual promovida por las feministas de la organización Frederike Bremer ( 33 ). En Alemania la máxima representante de esta corriente fue Helene Stöcker, líder de la Liga para la protección de la maternidad y de la reforma sexual quien, a partir de 1905, luchó a través de esa organización y del periódico “ Die Neue Generation ” contra la estigmatización de las madres solteras y de los hijos ilegítimos, contra la idea generalizada de que las mujeres eran castas por naturaleza, y a favor de una extensión de los métodos anticonceptivos ( 34 ). Aunque la posición de Stöcker fue rechazada por las feministas moderadas como moralmente permisiva, y en 1910 la Alianza de las Sociedades feministas alemanas se negó a reconocer su asociación - e incluso muchas radicales se apartaron de ella por su toma de posición a favor del amor libre - sus ideas fueron compartidas por personalidades como Minna Cauer, Anita Augspurg, Lida Gustava Heymann, Klara Müller, Margarete Beutler, Maria Janitschek, y simpatizantes varones del movimiento como Hauptmann. En Viena desarrolló en la “ Wiener Ethische Geselleschaft ” - fundada en 1894 - una “ ética profana ” que pretendía rehabilitar la sexualidad femenina y el erotismo; intervino activamente en la campaña contra la regulación de la prostitución por el Estado y denunció el apoyo tácito que éste le prestaba. También la feminista Else Jerusalem exigía en Gebt uns die Wahrheit de 1902 una educación sexual que permitiese la unión de las emociones y el sexo, y se declaraba a favor de las relaciones sexuales prematrimoniales. En Der heilige Skarabäus, Jerusalem, a través de su protagonista, se lamentaba del rigor de la moral sexual que se imponía a las mujeres: “ (debes) castigar tu carne, sojuzgar tu sangre, sofocar la voz de la naturaleza. Debes esperar hasta que tu joven e impetuoso corazón enmudezca y sólo se oiga la voz de la razón ” ( 35 ). Otra feminista, Thusnelda Vortmann, se manifestó a favor de un acercamiento científico al tema combatiendo al mismo tiempo el matrimonio que, al estar basado en la sumisión de la mujer y el egoísmo del hombre, era inmoral, ineficiente y “ démodé ”. En su lugar proponía un matrimonio temporal que durase entre cinco y diez años como preludio al amor libre y a la maternidad protegida por el Estado. Sólo así las mujeres serían liberadas de la esclavitud sexual y se implantaría un único código moral para ambos sexos; de este modo la humanidad podría alcanzar finalmente la felicidad ( 36 ). En la teoría freudiana ( en realidad en la de uno de los primeros colaboradores de Freud, Wilhelm Fliess ), se encuentra otra tesis que fue interpretada como un elemento positivo para la liberación de la mujer; nos referimos a la hipótesis de la bisexualidad originaria de los seres humanos expuesta también por Weininger en Sexo y carácter y retomada por la escritora Rosa Mayreder. Aunque las consecuencias que se podían extraer de esta teoría eran notablemente diferentes, como lo prueba el hecho de que fuera compartida, a la vez, por el creador de la teoría antifeminista por excelencia y por una de las máximas figuras del feminismo vienés, cabía la posibilidad de cuestionar - a partir de ella - la tesis de las esencias, es decir de la existencia de una esencia femenina identificada por sus cualidades físicas o mentales pero siempre determinada por la reproducción, y una esencia masculina asociada comúnmente a la inteligencia y al poder. Para Weininger, a diferencia de Freud, la bisexualidad no es la excepción sino la regla. La experiencia, dirá, no nos muestra hombres y mujeres, sino lo masculino y lo femenino en cada hombre y en cada mujer. Las leyes de la atracción sexual se basan en la proporción de componentes masculinos y femeninos que tiene cada individuo. De aquí se deduce que la emancipación de la mujer tiene que ver con la proporción de elementos masculinos que hay en ella: sólo el hombre que hay en ella quiere emanciparse, afirma Weininger. Desde esta perspectiva la mujer “ masculina ” es sinónimo de progreso frente a aquélla en la que predominan los componentes femeninos que Weininger asocia con falta de alma, de voluntad y de moral ( 37 ). Esta misma tesis será retomada por Rosa Mayreder para quien la teoría de la bisexualidad posibilita la superación de la contraposición hombre-mujer y el surgimiento de un modelo común sintético y andrógino. Partiendo de las ideas evolucionistas en boga, Mayreder confía en que la humanidad camine hacia una etapa superior de desarrollo caracterizada por la aparición de una nueva raza de hombres que superará la oposición entre el instinto y el intelecto, entre la naturaleza y el espiritu, trascendiendo así el arcaísmo hombre-mujer ( 38 ). Gracias a estas argumentaciones se podrá cuestionar la división de los roles sociales que se legitimaba en las diferencias biológicas existentes entre hombres y mujeres y se podrá entender, como lo hace Mayreder, como resultado de las tradiciones culturales. Como consecuencia, los pilares sobre los que se sustenta el orden patriarcal quedan heridos de muerte. Pero no sólo la liberación del cuerpo se convierte en una posibilidad real, sino que al desvelarse las conexiones entre las enfermedades del cuerpo y la psique se abre la vía a la comprensión de las enfermedades mentales relacionadas con la sensibilidad - a “ las enfermedades de los nervios ”, como se las calificaba en la época - y, por lo tanto, a la vida psíquica. Y esto a pesar de que la abundancia de casos de neurosis entre las mujeres que trataron Otto Breuer, Theodor Meynert, Schnitzler y Freud, hacía pensar que la naturaleza femenina era naturalmente histérica - aunque es cierto que Freud habló también de la existencia de una histeria masculina. El Psicoanálisis contribuyó, asimismo, a consolidar la percepción del hombre o la mujer en su individualidad, en su subjetividad. Y este aspecto tendrá repercusiones importantes para la emancipación de la mujer a la que hasta entonces sólo se la contemplaba desde la perspectiva y los intereses del grupo, bien sea éste la familia, la clase, la sociedad o la humanidad. En el campo de la psique, el inconsciente y lo paranormal numerosas mujeres como Rosa Mayreder, Marie Lang, Lou Andreas-Salomé, Helene Druskowitz, la princesa Bonaparte o Anna Freud más tarde, tendrán un papel destacado. El auge de estas disciplinas se produjo a partir del año 1880 cuando el celo religioso disminuyó y una ola de espiritismo sacudió Viena. La hipnosis, que abría la puerta al descubrimiento de la mente, apasionaba a los vieneses desde Krafft-Ebbing a Schnitzler o Freud. En cuanto al espiritismo vienés estaba ligado a la creencia en una forma peculiar de inmortalidad que había sido formulada por un filósofo de Silesia, Gustav Theodor Fechner, y que era ampliamente aceptada por los católicos austriacos. Según esta doctrina la inmortalidad consiste en el impacto que una persona muerta ejerce en el alma de quienes la sobreviven ( 39 ). Estas ideas constituían un magnífico caldo de cultivo para el desarrollo de actividades espiritistas y para la proliferación de medíums que aseguraban poder comunicarse con los espíritus de los fallecidos. Precisamente uno de estos falsos medíums, que utilizaba una auténtica parafernalia para entrar en contacto con los muertos, fue desenmascarado en una sesión preparada a tal efecto por el príncipe heredero Rodolfo, que no creía en esas cosas, como nos cuenta Berta Szeps en sus memorias ( 40). Pero tanto en la Viena finisecular como en el resto de la Europa culta, la actitud generalizada no era de escepticismo, sino de auténtica pasión sobre todo entre los círculos científicos. Esta actitud se prolongará en las primeras décadas del siglo XX siendo conocida la participación de científicos como William Crookes, el descubridor de los rayos catódicos e, incluso, de premios Nobel como Eugene y Marcel Osty, en sesiones de espiritismo y parapsicología. Entre los expertos en Lógica, Física y Matemáticas que formaban parte de la tertulia de Moritz Schlick fundada en 1924 y que sería luego el Círculo de Viena, alguno como Hahn, asistía regularmente a dichas sesiones con la pretensión de introducir en ellas rigurosos métodos experimentales. También Carnap estaba interesado en la Parapsicología y ésta fue una de las razones que motivó el alejamiento de Wittgenstein que era extremadamente escéptico al respecto. La mística, el “ otro estado ”- como definía esta realidad Robert Musil que la consideraba la más esencial, la más plena, la más total - también estaba a la orden del día entre los sectores bohemios e intelectuales y también apasionó a muchas mujeres ( 41 ). Uno de los primeros pensadores que elaboró la crítica del lenguaje, Fritz Mauthner, estaba influenciado por el maestro Eckhart, alquimista místico del siglo XVII, al igual que Rosa Mayreder, quien en los años inmediatamente posteriores a 1890 leyó sus obras, así como las de Jacob Boehme y la Cábala. A finales de los 80 Mayreder se relacionaba con un círculo ocultista y teosófico que tenía como eje a la feminista Marie Lang y entre cuyos miembros destacaba , que había nacido en Hungría y estudiado en el Politécnico de Viena y que más tarde fundaría el movimiento teosófico. También participaban Julius Mayreder, el cuñado de Rosa Mayreder, Franz Hartmann, el conde Carl zu Leiningen-Billingheim y el compositor Hugo Wolf con quien Rosa compartía la admiración por la filosofía de la naturaleza de Goethe, así como por el pensamiento de Nietzsche y de Max Stirner ( 42 ). De acuerdo con el testimonio de Marie Lang, el objetivo que perseguían era descubrir los misterios de la naturaleza y los poderes latentes en los seres humanos. Según Eckstein, el posterior interés de Lang por el feminismo debería entenderse como un rechazo del misticismo y de la teosofía en favor de los problemas sociales y de las tareas prácticas de la vida moderna, opinión no compartida por Harriet Anderson quien recuerda que en sus conferencias y contribuciones al debate sobre la mujer, Lang atribuía al feminismo la capacidad de desplegar esos poderes naturales presentes en todo ser humano que era el principal objetivo de la Sociedad Teosófica. Para Lang como para los teósofos, la Naturaleza era una potencialidad creadora omnipotente y omnipresente merecedora de culto, y el feminismo, sobre todo por sus críticas a las costumbres sexuales dominantes, contribuía a restaurar su esplendor en su totalidad mística y mítica. En una obra de 1903, Pipin. Ein Sommererlebnis, Rosa Mayreder hace una descripción mordaz de ese grupo de amigos de la Teosofía que se reunía durante el verano en las montañas de Grinzing para comentar obras filosóficas y con los que estuvo relacionada durante años. Su crítica parece ir dirigida en especial contra Steiner, a quien no apreciaba - aunque él le había dedicado públicamente muchos elogios. En otro escrito publicado en 1934, pero elaborado a lo largo de casi cuarenta años, Der Letzte Gott en el que habla de las brujas del siglo XII como antecesoras de las mujeres emancipadas por su búsqueda del autoconocimiento y de la libertad personal, el marco que dibuja es el de los francmasones, el misticismo alemán y la alquimia. Parece querer demostrar el poder de la mujer para lo oculto, lo irracional, lo misterioso e, incluso tal vez, lo diabólico. Si nos preguntamos qué tienen en común las creencias de estos grupos con la emancipación de la mujer, veremos que el nexo de unión consiste en el énfasis en la individualidad, en el despliegue de las capacidades intelectuales hasta tocar fondo en el límite de lo racional, en la exigencia de un marco de libertad en el que experimentar con uno mismo, todo ello en un plano de igualdad en el que no se cuestionan las capacidades del otro sexo. Pero la “ aventura del espíritu ” que vivieron las mujeres vienesas de fin de siglo fue sólo posible en el marco de la “ débâcle ” de valores y de la crisis de identidad. En un mundo en el que los puntos de referencia se habían perdido y en el que se cuestionaban las identidades, la mujer tuvo la oportunidad de reflexionar sobre la suya propia; para ella el colapso de una época no fue tanto un motivo de angustia como una posibilidad de escapar de su condición tradicional. Cuando los contemporáneos se preguntaban por las causas de la decadencia que estaban viviendo hallaban la respuesta en la crisis de los valores masculinos y en la feminización de la cultura. La confusión de los caracteres masculino y femenino que ya Nietzsche había detectado y que la tesis de la bisexualidad agudizaba, era uno de los motivos de alarma; la masculinidad estaba en quiebra y el arte y la literatura se hacían eco de este problema. Un ejemplo paradigmático lo ofrece la “ Jurisprudencia ” de Klimt, una de las tres pinturas que realizó para el techo del salón de actos de la nueva Universidad de Viena. La angustia de la castración es el eje de la composición en la que se ve a un hombre doblegado con la cabeza caída sobre el pecho y las manos a la espalda, indefenso, demacrado, en una desnudez llena de fealdad y atenazado por unos brazos de pulpo que lo encierran dentro de una trampa, que simboliza el útero. El hombre aparece enmarcado por tres figuras femeninas de gran belleza que aparecen desnudas y que son - siguiendo la interpretación de Carl Schörske- las tres furias que presiden la ejecución. Klimt ha invertido el simbolismo clásico restableciendo el poder de las “ hijas de la noche ”, de lo profundo, de los instintos, lo que representa no sólo el retorno de lo que antes estaba reprimido, sino su supremacía al convertirse en la parte dominante del cuadro. De todas las pinturas para la Universidad “ Jurisprudencia ” es la única que tiene a un hombre como figura central. Pero ese hombre encorvado, afligido y reducido a la impotencia está muy lejos del Teseo del primer poster de la Secesión, el movimiento artístico de ruptura que liderara Klimt. ¿Qué había ocurrido? Simplemente Klimt estaba siendo víctima, como los restantes miembros de la Secesión y de la “ Joven Viena ”, de ese cuestionamiento de la virilidad motivado por la emergencia de un nuevo tipo de mujer independiente y emancipada, muy diferente a la niña-mujer victoriana, casta, virginal y fácil de dominar que conocían. En 1902 Klimt sigue preocupado por el mismo tema. Prueba de ello es que en su contribución al homenaje tributado a Beethoven, pinta una alegoría de la felicidad representada por una pareja abrazándose y besándose en la que los cabellos de la mujer aparecen enredados en los tobillos de su amante: nuevamente la imagen de la trampa. Incluso en la plasmación por excelencia de la felicidad, el sexo se convierte en algo peligroso. Otro de los grandes temas, el de la bisexualidad, es tratado en “ Medicina ”, donde se percibe la inquietud por el hermafroditismo y el despertar homosexual de fin de siglo que se han entendido como expresiones de liberación erótica, por un lado, pero también de miedo masculino ante la impotencia, por otro ( 43 ). También en Kokoschka el poder de atracción de la “ mujer lunar ” que aparece primero como la madre, más tarde como la amante y finalmente como una figura de pesadilla, conduce a una pasión llena de riesgos que acaba finalmente en la muerte ( 44 ). La desazón que se palpa en estas pinturas muestra que el hombre de fin de siglo necesitaba apuntalar su ya vacilante identidad sexual, y quienes parecían obstaculizar esta tarea eran principalmente dos grupos, los judíos y las mujeres. ¿Qué se esconde tras la “ judificación ” y la “ feminización ” de la cultura que son percibidas como las causas de la decadencia? Según Adorno y Horkheimer el destino de la mujer y del judío van unidos como víctimas de la Ilustración porque ambos representan una provocación permanente, una profunda amenaza al orden patriarcal y al poder por parte de quienes no gozan del mismo ( 45 ). La burguesía judía encerrada en sus guettos y las mujeres recluídas en el hogar son sectores marginados, portadores de una ideología liberal que reivindica el disfrute de iguales derechos para todos los seres humanos, independientemente del sexo o de la raza. Pero esa crisis de virilidad de la que se hace responsable a las mujeres es, según la denuncia de Mayreder, un “ fantasma ideológico ”, otra trampa ( 46 ). Lo masculino ha sido y es sinónimo de competitividad, de conquista, de dominación, una imagen trenzada durante siglos de aceptación y tan asumida que ni siquiera se piensa en ponerla en cuestión. Y cuando el hombre pierde el control de un mundo que ha dejado de entender porque todas las antiguas certezas se han esfumado y ve surgir en su lugar nuevas fuerzas amenazadoras, la crisis estalla; no es que el hombre haya perdido sus atributos, es que ha perdido el poder; no es él quien ha perdido la virilidad sino su mundo el que se ha vuelto hermafrodita. Y nuevamente ése es un rasgo de la cultura europea. Un “ mundo hermafrodita ”- exclama Barbey d´Aurevilly-, poblado de “ semi- machos ”- señala Barrès-, “ un mundo cuya virilidad flaquea ”- añade Zola ( 47 ). Y esa pérdida se refleja, por ejemplo, en el confort que adquiere el hogar con la calefacción central y que Lawrence destaca en su novela La nueva Eva y el viejo Adán. La calefacción aporta una uniformidad a las habitaciones que las hace parecer incubadoras, se lamenta el protagonista, Peter Moest. Comodidad y blandura, anonimato y pasividad, hermafroditismo y falta de madurez; he ahí los rasgos de la sociedad moderna. Pero cuando el cabeza de familia, al sentir debilitarse su autoestima, se refugia en el hogar, se encuentra con que su mujer se rebela : “ Quieres que sea una extensión de tí, o peor aún, la costilla de Adán, y que esté desprovista de la más mínima autonomía. No puedes entender que soy una persona independiente ” ( 48 ). Rosa Mayreder señala que la glorificación de los valores masculinos como la fuerza o el coraje se ha convertido en un anacronismo, puesto que el modelo de hombre ya no es el guerrero medieval sino el intelectual. La vida en las grandes ciudades y las profesiones típicamente masculinas como abogado, hombre de negocios u oficinista, - añade - no requieren ya las cualidades guerreras; obstinarse en preservarlas conducirá únicamente a un conflicto entre la realidad y la propia sexualidad que esconde la negación de la evolución social ( 49 ). Ese debilitamiento del poder masculino se ve socavado aun más, como afirma Weininger, por la creciente feminización de la cultura y del arte que se manifiesta en el diseño y en el afán por lo ornamental; en la música de Strauss y en sus óperas Salomé o Electra, llenas de sensualidad; en la pintura de Klimt y en algunas telas de Kokoschka que, como se ha comentado, reflejan un matriarcado estético( 50 ). Pero dicha feminización no constituye para las mujeres un signo de decadencia como sostenían Nietzsche o Weininger, sino de refinamiento, como expone Mayreder en su libro Zur Kritik der Weiblichkeit. Una manifestación de la influencia femenina en la cultura vienesa lo constituye el florecimiento de los salones a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Aunque la aristocracia solía organizar reuniones sociales desde el siglo XVIII, los salones de fin de siglo se caracterizan por su carácter eminentemente cultural y por su proliferación entre la alta burguesía y las élites judías. El primer salón vienés - a imitación de los existentes en Berlín - data de comienzos de siglo y fue obra de Fanny von Arnsteiner, hija de un banquero judío y una de las primeras mujeres que jugaron un papel destacado en la vida cultural de Viena. A su palacio de la Burgstrasse o a su mansión del distrito de Köpenicker acudía la flor y nata de la capital del Imperio, desde el Emperador Francisco José o el poeta Franz Grillparzer a personalidades extranjeras como Madame de Staël, lord Nelson y Emma Nelson, la familia Schopenhauer, el amigo de Goethe, Reichardt, etc. Durante el Congreso de Viena de 1814 Metternich, Talleyrand y Hardenberg entre otros, asistieron a sus recepciones. A su muerte, su hija Henriette Pereira, una magnífica pianista, siguió la tradición; entre sus amigos se contaban Haydn y a Beethoven ( 51 ). Entre los salones de fin de siglo que gozaron de más prestigio destaca el de Josephine von Wertheimstein, miembro de una familia de orígenes judíos - aunque totalmente asimilada - y hermana de Theodor Gomperz - quien no sólo editó todas las obras de John Stuart Mill en alemán sino que encargó a Freud la traducción de La sujeción de las mujeres por recomendación de Brentano. En su villa del distrito de Döbling recibía la visita de pintores, científicos, médicos, industriales, gentes del teatro, de la música o de la literatura como Betty Paoli - pionera del periodismo y escritora célebre por sus poemas eróticos -, el escritor Ferdinand von Saar, Hugo von Hofmansthal - de quien se dice que leyó allí sus primeros poemas -, el pianista Anton Rubistein, el filósofo Franz Brentano y los médicos Joseph Breuer, Freud y Theodor Meynert. Era un salón literario en el que predominaba el debate intelectual - aunque las veladas musicales no estaban ausentes -, cosmopolita y liberal, y en él no prevalecía ningún credo específico sino que se respetaban todo tipo de creencias considerándose más bien de mal gusto cualquier alusión a los orígenes - judíos o no - de los asistentes ( 52 ). Sin embargo, las anfitrionas del salón de Döbling permanecían ajenas a todo lo que ocurría más allá de ese mundo culto y refinado. Como cuenta Dora Stockert-Meynert en su libro Theodor Meynert und seine Zeit, no querían saber nada de la realidad exterior ni participaban en actividades públicas pues no soportaban la visión del sufrimiento ( 53 ). Tampoco fueron receptivas a los ideales feministas como testimonia una de sus amigas, Emilie Exner, en su libro Zwei Frauen Bildnise zur Erinnerung ( 54 ). Otros salones de la época fueron el de Sophie Todesco, hermana de Josephine von Wertheimstein, el de Rosa y Helene von Lieben, el de Karoline Bettelheim, y el de las viudas de Josef Wertheimer y del Barón Friedrich Schey, que fueron asimismo focos de la actividad cultural vienesa ( 55 ). A finales de siglo el mecenazgo judío era, pues, algo corriente aunque existieron también salones entre los bautizados como el de la princesa Pauline Metternich apodada “ Notre Dame de Sion ” por su predilección por los banqueros y periodistas judíos, y que participó en numerosas obras de beneficencia y de carácter social ( 56 ). Pero la mujer que sin duda alguna actuó con más éxito como mecenas del arte de vanguardia fue Berta Szeps Zuckerkandl, hija de Moritz Szeps, también de origen judío y director del periódico liberal Neue Wiener Tagblatt, y uno de los íntimos del Principe Rodolfo. Berta, que se encargaba de las columnas de arte en el “ Wiener Allgemeine Zeitung ”, tradujo y dio a conocer a Paul Géraldy, consiguió que Rodin expusiera en Viena y que Poiret presentara sus colecciones. En su salón se gestó el movimiento de la Secesión cuyo impulsor fue Josef Hoffman y estuvo conectado con las democracias occidentales, sobre todo con Inglaterra y el prerrafaelismo. A él acudían artistas como Maurice Ravel, Johan Strauss y - que conoció allí a Alma Schindler -, así como científicos y académicos. En sus memorias Zuckerkandl describe el ambiente que en él reinaba, con Klimt y Rodin rodeados de mujeres “ modernas ” (que más tarde serían inmortalizadas por Hollywood como “ vamps ”) y Alfred Gruenfeld en el piano tocando a Schubert. ( 57 ). También jugó un papel importante en el ambito político antes y después de la Primera Guerra mundial, a favor de la paz. Otra protectora de las artes ya en la primera década del siglo XX, fue Margaret Stonborough-Wittgenstein, la hija de Karl Wittgenstein quien financió, por cierto, el edificio de la Secesión. Fue retratada por Klimt y contó entre sus amigos a . Fue también una gran protectora del arte de vanguardia - su apartamento de Berlín fue diseñado por Josef Hoffmann y - y se interesó asimismo por la filosofía y el psicoanálisis. Pero el salón que permite entender mejor las interrelaciones existentes en el mundo de la cultura fue el de Eugenie Schwarzwald, una intelectual que había estudiado filosofía en Zurich y que pertenecía a una gran familia burguesa de Czernovitz. Decorado por Alfred Loos sirvió de inspiración a Musil para describir el salón de Diotima en El hombre sin atributos. Eugenie, que aparece también en la novela de Hugo Bettauer Kampf um Wiwn, se interesó por las reformas pedagógicas, preconizó la educación primaria mixta, y en 1904 abrió junto con su marido una escuela experimental femenina, vanguardista, donde enseñaba el joven Kokoschka y los compositores Schönberg, Berg y Webern. ( 58 ). Otros salones fueron los de Alma Mahler, Frau von Littrow-Bischoff y Alice Schmutzer, que colaboró en el célebre suplemento cultural del periódico de Benedikt, Die Neue Freie Presse, y a cuyo salón acudieron figuras de la talla de R. Strauss, S. Freud, A. Einstein, Gerhart Hauptmann, A. Schnitzler, R. Musil o F. Werfel ( 59 ). El salón de Rosa Mayreder era frecuentado, entre otros, por el compositor Hugo Wolf, el protegido de Rosa que escribió la música de su libreto El Corregidor, y Lou Andreas- Salomé que durante su estancia en Viena en 1895 y 1896 asistió a sus reuniones, fascinando a los presentes con sus recuerdos de Nietzsche . No es casualidad que la mayor parte de estos salones fueran salones de mujeres de la alta burguesía pertenecientes a familias de origen judío puesto que, al margen de la ventaja que ofrecía su buena posición social, era reconocido su alto nivel cultural. Escribe R. Wistrich que la determinación con la que los padres judíos de clase media pretendían asegurar una educación de élite para sus hijos e hijas era única ( 60 ). Reflejaba no sólo el tradicional respeto judío por el estudio y el aprendizaje, sino también su lucha por la aculturación y la movilidad profesional, así como su afán de asimilación. Aunque es cierto que, en general, la cultura superior era muy apreciada en Austria por la clase media urbana liberal como señal de distinción, los judíos se volcaron en los valores intelectuales con más facilidad que otros grupos sociales y defendieron esa educación también para sus hijas ( 61 ). Era también una forma de aproximarse al ideal aristocrático al que siempre aspiró la burguesía vienesa. Los judíos jugaron, pues, un papel sociopolítico y cultural de enorme importancia en el seno de la burguesía de la época; vivían como un pueblo moderno en un mundo moderno. Desde el Edicto de Tolerancia del Emperador José de 1781 - escribe W.O. Mc Cagg ( 63 ) - habían ido contribuyendo a una simbiosis cultural judeo-austriaca, y por ello no tenían en el Imperio una identidad tan claramente definida como otras colectividades judías del continente ( 64 ). Habían recibido, además, la influencia de las tesis de Moses Mendelsohn, influencia que - como escribe Nancy L. Green - tuvo importantes repercusiones para la educación femenina ( 65 ). Mendelsohn introdujo reformas en el judaísmo reinterpretándolo como religión de la razón, y reivindicó, en consecuencia, la coeducación, a pesar de la resistencia de los judíos más ortodoxos. Como resultado de sus reformas se abandonó la observancia judía y se produjo una adaptación mayor del judaísmo a su entorno. También el rabino y diputado liberal Joseph Samuel Bloch desempeñó un papel fundamental en lo que se ha denominado la Ilustración judía, al hacer hincapié en la necesidad de reforzar la identidad de esa colectividad mediante la educación y la cultura ( 66 ). No obstante, no hay que deducir de todo esto que la educación que se ofrecía a las chicas judías pretendiera prepararlas para ejercer una carrera profesional, pues tan sólo se trataba de adornar su ya elevado status social con cualidades estéticas e intelectuales. Aún así contrastaba poderosamente con la pésima situación de la educación femenina en el Imperio donde las mujeres no pudieron acceder a la Universidad hasta el siglo XX, y donde el Estado no construyó ninguna escuela secundaria femenina antes de la primera guerra mundial. Las mujeres tampoco podían asistir a los reputados Gimnasios humanísticos, ya que además de un derroche, se consideraba un peligro para la necesaria tranquilidad y estabilidad de los chicos. Sin embargo, con la difusión de las ideas liberales y su énfasis en el valor de la educación, varias fundaciones y asociaciones de carácter privado crearon escuelas superiores para chicas ( llamadas Liceos) algunas de los cuales estuvieron dirigidas por mujeres de origen judío ( 67 ). Pero antes de que se alcanzara la igualdad con el hombre en el terreno de la educación las mujeres de la burguesía judía, que tenían una creencia casi fanática en los valores intelectuales y estéticos, y que entendían la cultura como un logro espiritual o como una continuación de la herencia judía del aprendizaje, se volcaron en el estudio ( 68 ). Por eso, aunque la moda de los salones se propagó también entre los no judíos, su contribución al mundo de la cultura - que coincide con el auge del liberalismo en 1867 - fue decisiva. Los judíos austriacos de la burguesía se identificaban generalmente con una filosofía ilustrada y cosmopolita cuyos modelos eran Goethe ( uno de los autores más leídos por Rosa Mayreder, por ejemplo ), Kant, Humboldt, Lessing y Schiller, de los cuales obtenían su optimismo, su fe en la cultura y en el poder de la “ Bildung ”, así como su confianza en la humanidad. Sin embargo, aunque a finales de siglo las mujeres desempeñaban un importante papel en la cultura vienesa como impulsoras de las artes, muy pocas alcanzaron protagonismo como artistas. Ninguna pintora austriaca puede compararse a la americana Mary Cassatt o a la alemana Käthe Kollwitz, artista gráfica con preocupaciones sociales e ideología pacifista, o a Paula Modersohn-Becker, pionera del post-impresionismo. Es posible que ello se deba, como señala Johnston, a que la Viena de los Habsburgo nunca igualó a Munich o a París en la calidad de su pintura y escultura, pero tal vez la causa resida también en que a las mujeres vienesas sólo les estaba permitida la actividad artística como pasatiempo. En la literatura femenina austriaca, por el contrario, destacaron figuras de la talla de Rosa Mayreder - que practicó todo tipo de géneros incluído el libreto operístico -, Berta Szeps, conocida por sus críticas de arte y su libro de memorias, Berta von Suttner, famosa además de por la concesión del Premio Nobel por sus novelas pacifistas, o Marie Ebner-Eschenbach, todas ellas pertenecientes a los círculos acomodados o aristocráticos. Pero incluso dentro de estos círculos se les asignaba habitualmente un único campo, el de los diarios, las memorias y las cartas. El teatro les estaba vedado probablemente porque en las últimas décadas del siglo XIX aún seguía vigente la máxima de Voltaire de que el teatro era un “ asunto de testículos ” ( 69 ). Si trascendían el ámbito de los sentimientos y de la intimidad se encontraban con una hostilidad generalizada, como le ocurrió a Marie Ebner-Eschenbach con su familia, que ignoró siempre su actividad literaria. En cuanto a la literatura femenina obrera sólo muy a finales del siglo XIX y durante la primera década del XX empiezan a cobrar cierto auge las “ autobiografías desde abajo ” - según la expresión forjada por Goethe -, siendo una de las más famosas la de la líder socialista Adelheid Popp, Jugendgeschichte einer Arbeiterin (1909) ( 70 ). Pero las publicaciones más comunes eran las novelas de carácter histórico como las escritas por la católica Enrica von Handel-Mazetti, o la literatura de pura evasión que no cuestionaba nada elaborada por Eugenie delle Grazie o Emilie Matajam, seudónimo de Emilie Marrit, que aunque denunciaba la mísera situación de las jóvenes burguesas sin dote, no planteaba ninguna reivindicación. Dentro de la literatura “ seria ” hay que mencionar a Minna Kautsky, la mujer de uno de los más importantes teóricos del socialismo, que, aunque nacida en Praga, vivió en Viena hasta 1900 y escribió novela “ aktuelle ” como Herrschen und Dienen o Die Alten und die Neuen . En uno de sus relatos aparece Marx bajo la forma de uno de los personajes. Pero la figura señera de las letras austriacas es, sin duda, la ya citada Marie Ebner- Eschenbach a quien se puede catalogar dentro de la literatura social por su preocupación por las condición de las mujeres y de las clases humildes. Por su sensibilidad ante la explotación del campesinado y por su crítica a la aristocracia rural a la que sin embargo pertenecía, se halla en los antípodas de esa clase de literatura para mujeres que escribía Eugenie Marlitt para que éstas se identificaran con las tres K: “ kinder, kirche, kurche ”, es decir, niños, iglesia y cocina . Así, poco a poco las mujeres comienzan a liberarse de un silencio de siglos y a reivindicar la palabra. Ya no les basta con revelar sus emociones a su diario sino que reclaman hacerse oir. Esto es lo que simboliza el logotipo que figura en la portada del “ Periódico para el sufragio de las mujeres ”, publicación vienesa de 1913; la imagen femenina que en ella aparece tiene rotas las cadenas que mantenían cerrados sus labios y mira directamente a los ojos al mundo, fuerte como el águila y sabia como la lechuza que se posan a sus pies ( 71 ). Pero la posesión del lenguaje no está exenta de peligros; el lenguaje tiene trampas, es inadecuado, no está hecho para la mujer, (72) es un lenguaje a la medida del hombre y por lo tanto incapaz de expresar emociones y sentimientos. Lou Andreas-Salomé y Rosa Mayreder son plenamente conscientes de ello. En su obra Idolo, Mayreder investiga la relación entre lenguaje y género- un tema que sus contemporáneos ignoraban- y llega a la conclusión de que la semántica patriarcal no sirve para comunicar la auténtica realidad femenina ( 73 ). “ Los murmullos del alma femenina son incomprensibles... Lo que una puede decir no alcanza la necesaria profundidad. Las profundidades no pueden ser expresadas ” exclama Gisa, la protagonista de la obra. “ Debeís permanecer silenciosos, sueños del alma solitaria. Vosotras, juguetonas pompas de jabón, no debéis ser tocadas por las palabras ” ( 74 ). Son las lágrimas y no las palabras las que pueden servir como vehículos de comunicación porque, ¿cómo comunicar de otro modo los más intensos momentos de la vida? En la novela de Mayreder únicamente las mujeres buscan una alternativa al problema del lenguaje. Los hombres permanecen, por el contrario, atrapados en la semántica de lo público, de las convenciones de la vida cotidiana, apresados en la no-comunicación. Temen traicionar las emociones, como reconoce Lamaris, el ídolo amado por Gisa: “ en el momento en que uno habla, dice más de lo que quiere ”. Así, las palabras expresan demasiado para los hombres y demasiado poco para las mujeres, por lo que la experiencia específicamente femenina está condenada al silencio. El intento de superar las barreras entre los sexos mediante el lenguaje, fracasa; Gisa no logra romper su silencio en la esfera de lo público donde su realidad privada es calificada de “ fantasía ”( 75 ). Pero Mayreder no se limita a denunciar los límites del lenguaje, sino que en Grundzüge desenmascara el contenido ideológico que lleva implícito y que no se cuestiona. Así, en el contexto de la hipócrita moral burguesa, el término “ mujer ” remite necesariamente a conceptos como el “ honor ” de la mujer o la “ gloria ” de la maternidad. Con su crítica inaugura un análisis proseguido en nuestros días por las feministas seguidoras de Lacan, que relegan la semántica a un orden simbólico patriarcal asociando lo femenino a lo que no puede ser dicho, a lo que no es representable. Según Hélène Cixous, una de las figuras del nuevo feminismo francés, la escritura ha estado dominada por una cultura típicamente masculina en la que a la mujer nunca le ha llegado el turno de hablar. En la misma línea se manifiesta Xavière Gauthier para quien el intento de las mujeres de expresar su “ feminidad ” a través de un lenguaje “ falocéntrico ” conduce frecuentemente al silencio ( 76 ). Sin embargo, la exigencia de trascender los límites del lenguaje no era en la época un problema exclusivamente femenino. Hermann Bahr ya afirmaba a finales de siglo que la “ vieja lengua ” no bastaba cuando se trata de expresar en palabras todo lo que es extraño y extraordinario, lo que permanece oculto más allá del umbral de la consciencia y que conseguimos percibir débilmente como un gemido procedente del más remoto abismo de la naturaleza. También Fritz Mauthner aseguraba que la realidad sólo puede ser vivida y no embalsamada en palabras.

2. LA IMAGEN DE LA MUJER EN EL FIN DE SIGLO.

Tres son los arquetipos fundamentales con los que el siglo XIX representa a la mujer: el de madre, el de musa y el de mujer fatal. Los tres se encuentran abundantemente difundidos en las diferentes manifestaciones de la cultura visual europea como los grabados, los anuncios publicitarios, las fotografías, las ilustraciones de texto, la escultura y, cómo no, la pintura. “ El Baño ”, pintura de Mary Cassatt de 1891-92, es un buen ejemplo del declinar generalizado de los temas religiosos que están siendo sustituidos por representaciones de la maternidad. Otro de los temas más tratados en el arte de fin de siglo es el de la mujer seductora que Klimt inmortalizó en su “ Judith ” de 1901 que manifiesta la sensualidad en su doble faceta de atracción y de amenaza, de promesas sexuales acompañadas de destrucción. El tercer arquetipo es el de la musa que representa fundamentalmente una idea y cuya manifestación más universal es la estatua de la Libertad realizada por Federico-Augusto Bartholdi en 1884. En el campo literario - ciñéndonos exclusivamente a Viena - probablemente sea Arthur Schnitzler quien mejor refleje en su obra el imaginario femenino vienés con toda su riqueza de matices: la mujer libertina, prostituída y “ fatal ”, la “ Süsses Madel ” embaucada por el seductor, la mujer-niña seductora, la histérica y la liberada que no logra triunfar en la vida porque está marginada, o es depresiva, o es una mujer amargada o suicida ( 77 ). Por un lado la mujer, alejada de toda referencia sexual, es objeto de adoración y, por otro, como figura lúbrica y sexual fácil de conquistar, es tratada con desprecio y sadismo. Encarna, así, en su doble vertiente de virgen y de seductora, la realidad de una dualidad. El arquetipo más común, el de la madre, prolifera en el arte vienés en las décadas posteriores a la revolución de 1848 debido al interés que existía en la época por reafirmar el orden que acababa de ser cuestionado; de ahí la insistencia en los temas relacionados con el papel tradicional de la mujer, en concreto con el de la maternidad, que configura y sustenta el orden patriarcal. Como consecuencia abundan las figuras femeninas representadas como hijas obedientes y castas, madres amorosas y viudas desconsoladas. Por el contrario, a finales de siglo este orden tradicional aparece hecho pedazos en los llamados “ ídolos de perversidad ” ( 78 ), un torrente de imágenes mediante las cuales los artistas de la Secesión reaccionaron contra los valores burgueses dominantes ( 79 ). Por ello el arquetipo que entonces se impone es el de la mujer fatal, aunque junto a ella aparece también una mezcla de los tres modelos en la figura de la hetaira. El mito de la hetaira fue difundido por un psicoanalista amigo de Karl Kraus y de Sigmund Freud llamado Fritz Wittels - de quien se ha dicho que fue el primer biógrafo del fundador del Psicoanálisis - en un artículo que publicó en Die Fackel el 15 de julio de 1907, titulado “ La mujer-niña ” ( 80 ). En él la describe como de belleza precoz, libre de todo tipo de inhibiciones sexuales y capaz de conseguir placer de cualquier tipo de “ partenaire ”, hombre o mujer. Poco tiempo después Wittels presentó una versión de su artículo en la Sociedad Psicoanalítica como contribución a la psicología femenina, aunque parece tratarse más bien de una idealización típicamente masculina a tenor del torrente de artículos que, entre 1905 y 1914, aparecen en las páginas de Die Fackel glorificando la sexualidad femenina. A través de estos escritos se percibe un auténtico culto a la mujer sexualmente desinhibida y sin educación a la que en realidad se trata como mero objeto sexual. Este culto del que participa la mayoría de los intelectuales de fin de siglo aflora muy visiblemente en la obra de Schnitzler al describir el personaje de la “ Süsses Mädel ” inmortalizado por Nestroy : “Por supuesto que eres estúpida. Pero es por eso por lo que te quiero. Oh, es tan bonito que las mujeres sean estúpidas”( 81 ). En el caso de Arthur Schnitzler parece que el modelo tenía nombre y apellidos; se trataba de Jeanette Heger, una joven con quien el médico y dramaturgo había tenido relaciones ( 82 ). También la hetaira de Wittels respondía a una mujer real aunque idealizada; se trataba de Irma Karczewska, tambien amante y protegida de Kraus, que procedía de una familia obrera y católica. En su imagen ideal de hetaira Wittels combina el arquetipo de la musa, cuya excepcional belleza puede conducir a su admirador masculino a la realización de la obra perfecta - la que caracteriza al genio-, y el de la mujer dionisíaca o mujer-prostituta que refleja, de acuerdo con E. Timms, el ideal helénico. Este culto de la hetaira tan característico de la subcultura erótica vienesa del cambio de siglo tiene - según afirmaba el propio Wittels en un libro sobre Freud de 1924 - componentes homosexuales (como los tenía también en la Grecia clásica), pues lo que un hombre ama en una hetaira es a los otros hombres que han caído en sus brazos. El ideal de Kraus - la mujer sensual, salvaje, insolente y amorosa también supone una mezcla de la musa y de la mujer fatal ( 83 ) . Pero, sin duda, el arquetipo por excelencia asociado con la Modernidad es el de la “ femme fatale ”, mito tan antiguo como la literatura ya que cabría remontar sus orígenes a los poemas homéricos y, en concreto, a Helena de Troya, a la que siguieron sirenas, brujas, “ vamps ” y “ belles dames sans merci ” que han alimentado durante siglos la historia del arte. Pero la imagen de la mujer fatal alcanza su apogeo en la segunda mitad del siglo XIX. Aunque la descripción primera corresponde a Mario Praz en La agonía romántica, la primera mujer fatal de esta época fue la Cleopatra de Gautier de 1845, que, como la viuda negra, mata a sus amantes después de hacer el amor con ellos. En la literatura vienesa aparece frecuentemente retratada. En la obra de Schnitzler, por ejemplo, es una de las oponentes de Anatol que conduce a sus jóvenes amantes a la desesperación o a la muerte en el campo del honor. Ávida de placer y libre de cualquier sentimiento de culpa, lo único que logra retenerla es su reputación social y el temor a la opinión pública ( 84 ). Pero las dos encarnaciones literarias más representativas de este arquetipo se debieron a dos escritores extranjeros y fueron las ya citadas Salomé de Wilde y la Lulú de Wedekind. Lulú representa simultáneamente la belleza y la fuente del mal, la naturaleza originaria de la mujer, el instinto y la animalidad. Muestra, en consecuencia, la ambivalencia de los hombres hacia las mujeres y constituye un típico producto de la sociedad finisecular en el que están presentes los temas del incesto, el amor homosexual y la amoralidad . La pintura vienesa ofrece abundantes muestras de mujer fatal como la ya mencionada “ mujer lunar ” de Kokoschka de la que se ha dicho que representa a Alma Mahler, o las Palas Atenea o Salomé de Klimt que llevan también implícitos los rasgos de Alma ( 85 ). El tipo de feminidad angélica y llena de dulzura que pintara Klimt en “ Schubert ”, había dejado paso a una mujer rebosante de sensualidad que despliega todas sus aptitudes para el placer, pero también para el dolor en esa dualidad de vida y muerte. Una de las características principales de estos arquetipos femeninos es que no tratan tanto de reflejar ideales de belleza como de mostrar modelos de conducta que se articulan en torno a una polaridad: la imagen femenina que no cuestiona el orden y que ofrece una visión tranquilizadora de la feminidad y otra opuesta, peligrosa y seductora. Si la primera circunscribe lo femenino al ámbito de lo doméstico, la segunda presenta a mujeres prostitutas, profesionales, activistas, obreras, o incluso de color. Si la primera presenta a mujeres muy femeninas y virtuosas que reciben como premio a su conducta la felicidad, la segunda las representa como depravadas, miserables y castigadas por la vida. La mujer finisecular es, pues, un símbolo que encarna fuerzas, cualidades y entelequias y como tal símbolo está atrapada en la imagen que de sí misma tiene el otro, pues, en definitiva, esas imágenes son el espejo en el que se reflejan los valores y la visión del mundo masculinos. Ni siquiera las grandes figuras femeninas de la época como Lou Andreas-Salomé o Alma Mahler escapan a esa idealización sino que se encuentran a medio camino entre el ideal que encarnan y la realidad. Esa “ esencialización de lo femenino ”( 86 ) continuará a comienzos del siglo XX: el manierismo del checo Mucha o la unión de Eros y Tánathos en la que el expresionismo de Klimt diluye lo femenino, testimonian la abstracción e idealización a la que queda reducida la figura de la mujer. Pero junto a esas idealizaciones, en la literatura europea de las últimas décadas del siglo XIX surgen abundantes retratos de un nuevo tipo de mujer más autónoma e, incluso, liberada: la “ nueva Eva ”. El éxito del término fue tal que lo utilizaron escritores de varios países como D.H. Lawrence y Jules Bois. Sin duda alguna los escritores de la época eran conscientes de la importancia de los cambios que se estaban produciendo en la mujer y el tema les apasionaba. Prueba de ello es la abundancia de papeles femeninos de estas características que se encuentra en el teatro europeo a partir de 1870; desde la Nora Helmer y la Hedda Gabler de Ibsen, la Laura y la señorita Julia de Strindberg a la Cándida de Shaw. En Austria tal vez sea de nuevo Schnitzler quien mejor se hace eco de la emergencia del nuevo tipo de mujer y quien mejor describe a la sociedad vienesa bajo la Monarquía Habsbúrguica en toda su riqueza y variedad. Aunque sus heroínas femeninas se enmarcan todavía en una sociedad patriarcal se percibe, sin embargo, un claro intento por trascender los roles tradicionales asignados a la mujer. El ejemplo más significativo es el de la actriz de La Ronda que adopta claramente modales masculinos al dirigirse a su amante llamándole “ mi niño ”, - apelación característica de los maridos para dirigirse a sus mujeres -, y que toma audazmente la iniciativa en la relación sexual. En efecto, cuando el conde le besa la mano, ella le sorprende devolviéndole la caricia y poco a poco va conduciéndolo hacia la cama a pesar de sus protestas y de sus reticencias a hacer el amor a la luz del día. Al apropiarse de lo que se supone que es una conducta típicamente masculina es ella quien se sitúa en una posición de dominio ( 87 ). Pero el símbolo por excelencia de la mujer que consigue liberarse es la Nora de Casa de muñecas. La obra fue traducida, leída, representada, comentada y plagiada a lo largo y ancho de toda Europa desde su aparición en 1879 hasta bien entrado el siglo XX, lo que no deja de ser sorprendente si tenemos en cuenta que el desenlace bordea claramente lo inverosímil. En efecto, Nora no solamente abandona a un marido que la quiere sin tener otro amante esperándola, sino que abandona también a sus hijos. El portazo con el que cierra esa etapa de su vida dejando tras de sí a esposo e hijos y con el que concluye la obra, no puede conducirla más que a la inseguridad y al infortunio, pues no tiene ni empleo para sobrevivir, ni ninguna vocación específica, ni capacidad o experiencia alguna. Se trata, claramente, de un salto en el vacío. Y tal vez por eso fue tan impactante. Nora inicia una nueva vida plagada de dificultades sin ninguna “ buena ” razón para ello, más allá de su deseo de no seguir siendo una posesión de otra persona, de un hombre, sea éste el padre o el marido ( 88 ). Probablemente eso fue lo que la convirtió en el símbolo de la emancipación de la mujer a pesar del propio Ibsen quien, en una conferencia ante la Liga para los Derechos de las Mujeres Noruegas pronunciada en 1898, afirmaba que él no sabía en realidad lo que era la liberación de la mujer y que lo que le preocupaba era la emancipación del ser humano ( 89 ). Sin embargo, la mejor explicación para entender el éxito de Casa de muñecas la proporcionó Robert Musil cuando escribió, refiriéndose al nacimiento del movimiento feminista, que la mujer se había cansado de ser el ideal del varón y que quería construir ella misma sus propios ideales ( 90 ). Ahora bien, si en la literatura fue Nora quien encarnó el símbolo de la mujer emancipada en la vida real fue George Sand el modelo imitado por muchas mujeres, y si ese ideal fue el masculino se debió a que aún no existían otros modelos. Si la mente femenina era sinónimo de histeria, como planteaba Charcot, ése no podía ser el modelo adecuado para muchas mujeres. Por eso fue relativamente frecuente que las mujeres emancipadas copiasen la indumentaria y los modales masculinos. En Austria, Irma Troll-Borostyáni adoptó durante un tiempo el seudónimo masculino de Leo Bergen, se vistió de traje y corbata y se cortó el pelo “ a lo garçon ” - como se dirá más tarde - desafiando así a sus amistades “ atrapadas por los prejuicios de la época ”, como ella misma declaraba ( 91 ). Probablemente en ninguna otra época histórica algo tan externo y aparentemente tan superficial como la indumentaria haya estado tan plagado de contenido simbólico y tan lleno de carga transgresora. Pero no siempre la nueva forma de vestir era sinónimo de transgresión, de liberación sexual y de ruptura de las convenciones, sino simplemente de comodidad, de libertad de movimientos y de liberación respecto a la tiranía de la moda, así como de adaptación a una vida más dinámica en la que el corsé era un auténtico estorbo. La lucha por la libertad del cuerpo se convirtió así en un aspecto de un movimiento más amplio asociado en algunos países a otras reivindicaciones. En Estados Unidos, país pionero al respecto, La Liga para la Libertad de la Indumentaria se constituyó en 1878 extendiéndose por Europa a finales de siglo. Pero mucho antes, en 1849, la norteamericana Amelia Bloomer había publicado el primer periódico femenino que abogaba por una reforma en el vestir y había puesto de moda los “ bloomers ”, los primeros pantalones de deporte femeninos. En Viena también se prestó atención a la reforma de la indumentaria, fundándose una organización, la Asociación para la mejora del vestido femenino ( Verein für Verbesserung der Frauenkleidung ), cuyo fundador y “ alma mater ” fue Hugo Klein, quien combatió el corsé y la moda de la cintura de avispa. La idea era liberar a la mujer independiente que trabajaba de la necesidad de una doncella que le ayudase a vestirse, así como- teniendo en cuenta el nuevo estilo de vida - proporcionarle una ropa que le permitiese subir y bajar de los tranvías. La nueva forma de vestir era, sin embargo, expresión de emancipación. Al vestirse de manera diferente se suponía que se podría vivir también de manera diferente, lo cual incluía liberarse de la dependencia de los hombres. En un número de “ Dokumente der Frauen ”, el periódico de la Asociación General de Mujeres Austríacas, dedicado al tema de la ropa femenina, denunciaba la utilización de la moda por las mujeres como una forma de dominar al hombre a través de su sensualidad. Los excesos de la moda - añadía - desaparecerían con la independencia económica y cultural de la mujer ( 92 ). También Berta Zuckerkandl reclamaba que las mujeres no se sometieran a los dictados de los artistas en materia de moda, sino que se vistieran de manera natural e individualizada. Estos partidarios de la reforma presentaban la nueva indumentaria como una expresión de la nueva mujer: sana, natural y personal. El énfasis en la salud estaba ligado al auge del deporte, sobre todo a la práctica de la bicicleta, que contribuyó de manera importante a transformar a la antigua mujer pasiva y sedentaria, bien entrada en carnes, en una mujer estilizada y dinámica. En 1929, “ Die Frau ”, contenía un artículo titulado “ La liberación de la mujer a través del deporte” en el que se afirmaba que un cuerpo sano, estimulado por el ejercicio físico, era un signo de emancipación espiritual ( 93 ). Opinión que Rosa Mayreder sostenía desde tiempo atrás a tenor de su afirmación de que el movimiento feminista había surgido gracias a la industrialización y al deporte, sobre todo, a la bicicleta. Pero, ¿cómo se veía a sí misma la “ nueva Eva ”? Desde luego no como la “ mujer emancipada ” que aterrorizaba a tantos de sus contemporáneos por su transgresión de las convenciones y por el abandono de sus deberes familiares, ni tampoco como la abanderada del libertinaje sexual, ni mucho menos como la mujer deseosa de imitar determinados hábitos masculinos como montar a horcajadas, fumar, llevar el pelo corto o modificar el tono de la voz, renunciando así a su feminidad. Y por supuesto no tenían nada que ver con las llamadas mujeres “ libres ” o con las prostitutas, aunque los límites entre ambas no estuvieran muy definidos en la imaginación popular; ni tampoco se consideraban a sí mismas como símbolos de la decadencia cultural . Y, salvo contadas excepciones, como Helene von Druskowitz que arremetía contra “ la horrenda promiscuidad entre hombres y mujeres ” y proponía la constitución de un sacerdocio femenino que acabara con el “ macho mortífero ”, la mayoría no trascendía los límites de la moral burguesa ( 94 ). Tampoco estaban en contra de los hombres, como manifestaba explícitamente Rosa Mayreder en 1896: “ Cada vez me resulta más difícil concebir a los hombres como enemigos de los intereses de las mujeres... por eso no creo ni en la “hermandad” de las mujeres ni en que nuestro objetivo sea unirnos contra los hombres ” ( 95 ). Las mujeres que simbolizaban la “ nueva Eva ” ofrecían en realidad un discurso bastante tranquilizador. En Austria, la mayoría - desde Rosa Mayreder a Marie Lang, pasando por Troll- Borostyáni, Marianne Hainish, Berta von Suttner o Berta Zuckerkandl - estaban casadas y casi todas tenían hijos. Las excepciones más llamativas fueron la de Auguste Fickert, líder de la Asociación General de Mujeres Austriacas y la de Helene von Druskowitz, quienes mantuvieron, cada una por separado, relaciones homosexuales estables. Pero incluso el modelo transgresor por excelencia, George Sand, había luchado por conseguir la custodia de sus hijos, y se cuenta que se dedicaba a actividades tan “ femeninas ” como hacer “ pudding ” para Jules Sandeau o tejer babuchas de lana para su ex - marido ( 96 ). Y en su obra se encuentran contradicciones difíciles de explicar, pues junto con heroínas emancipadas como Consuelo o como Lélia - con las que consiguió la fama -, dibuja también personajes femeninos llenos de dulzura, humildad y devoción como Marie o Fadette. La Marie de La mare au diable es denominada “ la pequeña Marie ” para no dejar dudas sobre su papel de mujer-niña necesitada de protección. ¿Y qué decir de Fadette? También se trata de “ la pequeña Fadette ” que, como su propio nombre indica, es además una muchacha insípida. ¿Cómo explicar la existencia de estos personajes en la obra de Sand? Se podría afirmar que se trataba de un afán de realismo y hasta de una estrategia de denuncia si estos modelos no fueran exaltados y concebidos como figuras positivas. ¿Qué oscuros sentimientos de culpa le impulsaron a ello?, cabe preguntarse con Annelise Maugue ( 97 ). Pero Sand no es la única escritora en la que se aprecian estas ambigüedades. George Eliot escribe al comienzo de Middlemarch que “ uno espera pocas ideas de la mujeres ”, y la heroína de su novela, Dorotea, aunque es una mujer que rechaza el modelo femenino tradicional termina aceptando el autosacrificio y renunciando a su ideal de autorrealización por amor. La única diferencia con las restantes mujeres es la lucidez con la que asume de manera voluntaria la vuelta al redil. El personaje ofrece un contraste sorprendente con la libertad de que hizo gala la propia Eliot en la vida real, conviviendo durante casi treinta años con un hombre casado y contrayendo matrimonio con un hombre veinte años más joven que ella. ¿Hasta que punto estaba disculpándose, mediante la creación de personajes que renunciaban a su realización, por haberse atrevido a ser ella misma en su actividad literaria y en el amor? ¿ Manifestaba así un difuso sentimiento de ilegitimidad, de no tener derecho a “ ser ” quien era, lo que Virgina Woolf denominará la “ fisura en el centro del corazón ”? ( 98 ). El mismo equívoco se plantea en las letras austriacas con Marie von Ebner-Eschenbach, una de las escritoras más importantes del mundo germano de la última década del siglo XIX. Aunque el movimiento feminista posterior suele incluirla entre sus filas, lo que parece al menos discutible, es verdad que entre las mujeres de su época gozaba de gran consideración, como lo prueba el hecho de que diez mil mujeres representantes de todas las clases sociales le enviaran felicitaciones con motivo de la concesión del primer doctorado honorario otorgado a una mujer por la Universidad de Viena en 1900 ( 99 ). En algunos de los Dokumente der Frauen se le dedican elogios porque sus obras analizan y examinan las relaciones tradicionales entre hombres y mujeres, y también porque había dejado muy claro que no quería pasar por la vida sin dejar huella alguna, a pesar de que era consciente de las dificultades que ello conllevaba porque “ una mujer inteligente tiene millones de enemigos naturales: todos los hombres estúpidos ”. Sin embargo, los personajes femeninos de sus obras están típicamente circunscritos a la esfera doméstica, encuentran su realización en el matrimonio y muy raramente invaden la esfera laboral masculina, y cuando lo hacen se trata siempre de mujeres viudas o solteras. Sólo muy ocasionalmente nos encontramos con mujeres que luchan por sobresalir en la esfera intelectual ( 100 ). El caso de la feminista Rosa Mayreder es patético por su desgarro. En su obra se puede percibir un cierto fatalismo, una desesperanza y una impotencia como si otra " ley de hierro " impidiera la consumación de la emancipación femenina. Mayreder retrata la lucha de la mujer- individuo contra la tiranía de las normas sociales y su fracaso final. En Tres cartas, por ejemplo, narra el intento de una mujer por vivir conforme a sus sentimientos y de espaldas a las convenciones que sitúan al honor por encima del amor; cuenta cómo es despreciada por su amante que se guía por esas mismas convenciones, y su capitulación final, simbolizada en su sonrisa- máscara ante los demás con la que oculta su infortunio ( 101 ). Pero incluso el ideal sintético que propone como alternativa a los otros dos modelos, el masculino y el femenino tradicional, fracasa. En Idole. Geschichte einer Liebe, los intentos de Gisa para amar trascendiendo los confines del código de relaciones establecido tampoco consiguen triunfar. Igualmente, en Übergange Mayreder da a entender que la sociedad no está madura para aceptar ese ideal y que a aquéllos que lo sigan les espera irremediablemente el sufrimiento. Y en la última etapa de su vida, en sus escritos pacifistas, ella misma parece renunciar a ese modelo y volver a la eterna dualidad de lo masculino y de lo femenino, al identificar la guerra con los instintos agresivos del hombre. En la obra de otra feminista de la época, Irma Troll-Borostyáni, encontramos el mismo problema pues mientras en sus escritos de ficción alaba el espíritu de sacrificio, la renuncia y los deberes de la mujer y presenta el sexo como un peligro y una amenaza a la moralidad, en sus textos teóricos la realización sexual aparece como necesaria para una vida sana y acorde con las leyes de la naturaleza ( 102 ). En definitiva, los trabajos literarios de estas mujeres, plagados en muchos casos de contradicciones, muestran la distancia que separa unos escritos destinados a aportar alternativas de otros en los que fluye la vida y la realidad. Pero revelan también que esas mujeres eran de carne y hueso y que por eso mismo estaban inmersas en una realidad cultural y social de la que no podían escapar. En el fondo estaban imbuídas del modelo tradicional; habían sido educadas para ser un tipo determinado de mujer. Por eso Ella Haag, después de condenar la opresión doméstica y de reprochar a los hombres ser la única causa del sufrimiento de las mujeres, no puede por menos que añorar al " hombre verdadero " que proporciona refugio y protección. Por eso también en las obras de ficción de las feministas no hay finales felices ni soluciones fáciles.

3. LA MOVILIZACION DE LAS MUJERES.

A pesar de estas ambigüedades, hubo un número considerable de mujeres en la Viena de fin de siglo que tomaron conciencia de su situación y se organizaron para denunciarla. Pero el asociacionismo femenino había comenzado ya en 1866 cuando debido a la derrota de los austriacos ante Prusia las mujeres tuvieron que ponerse a trabajar para paliar la ruina de las clases medias. Se creó entonces en Viena una asociación filial de otra masculina de carácter liberal ( la Verein für Volkswirtschaftlichen Fortschritt ) que se llamó Wiener Frauenerwerbsverein, una de cuyas líderes fue Iduna Laube, de origen judío y de ideas liberal-reformistas, que confiaba en que la educación conduciría a la independencia femenina. Sin embargo, las primeras organizaciones de mujeres son incluso anteriores, y se remontan a la revolución de 1848, cuando una manifestación de ochocientas trabajadoras afectadas por los recortes salariales fue dispersada por la Guardia Nacional y terminó en un baño de sangre. Se fundó entonces la primera asociación femenina que defendió ideales democráticos bajo la dirección de la aristócrata Karoline von Perin. Aunque duró sólo dos meses porque Viena cayó enseguida en poder de las fuerzas contrarrevolucionarias, lo cierto es que durante el breve periodo revolucionario aparecieron libelos y artículos de prensa que hablaban de la emancipación femenina y que pedían el derecho al voto; además se autorizaron las organizaciones de mujeres ( 103 ). Pero fue durante las últimas décadas del siglo, con el auge de la industrialización, la crisis de los años setenta y la incorporación de la mujer al trabajo, cuando realmente las mujeres se movilizaron. Básicamente pueden distinguirse dos movimientos: el de las burguesas de clase media, de carácter más intelectual, autónomo y apolítico - y por ello, también, menos influyente - dentro del cual se distinguen, a su vez, una rama más conservadora liderada por Marianne Hainisch, la Liga de Asociaciones de Mujeres Austriacas ( Bund Österreichischer Frauenverein ), y otra más liberal y progresista dirigida por Auguste Fickert, la Asociación General de Mujeres Austriacas ( Allgemeiner Österreichischer Frauenverein ), y el movimiento feminista organizado dentro del partido socialdemócrata austriaco. Hubo también una organización de mujeres católicas conservadoras, la Asociación de Mujeres Socialcristianas de Viena ( Wiener Christliche Frauenbund ), constituída en 1897 a instancias del propio líder del partido, Karl Lueger. Su primera presidenta fue Emilie Plattner. Este grupo, que no exigía la igualdad de derechos con el hombre, estaba vinculado a la Iglesia Católica, compartía los prejuicios antisemitas, anticapitalistas y antisocialistas del partido, defendía la moralidad, el matrimonio y la política social y se oponía a la reforma de la ley del divorcio, a la concesión del voto a las prostitutas y al uso de anticonceptivos. Mediante la creación de una extensa red de asociaciones de apostolado, profesionales y educativas, así como de la fundación de su propio periódico, “ Frau und Volk ”, intentó poner coto a la implantación de las organizaciones feministas más radicales. Respecto al origen de la Liga de Asociaciones de Mujeres Austríacas, se halla en el llamamiento del Consejo Internacional de Mujeres de 1899, políticamente moderado, para que se enviase una delegada al Consejo de Londres. La elegida fue Marianne Hainisch, mujer pragmática, conservadora y convencional ( “ la cara respetable del feminismo” ), cuyo objetivo consistía en ayudar a las mujeres de clase media, solteras o viudas, a encontrar un empleo después de haber recibido la educación adecuada. A su regreso de Inglaterra en 1902 fundó la Liga con trece asociaciones y aunque pretendía incluir a todas las mujeres sin excepción, las católicas y las socialistas declinaron su participación. En 1914 contaba ya con ochenta asociaciones y seguía en su empeño de apoyar a todas las organizaciones individuales en su lucha por la igualdad y los derechos de la mujer desde una perspectiva política no radical. Sin embargo, pronto hubo diferencias entre la Liga y la Asociación General, y esta última la abandonó en 1906. En cuanto a la Asociación General de Mujeres Austriacas, fue fundada como consecuencia de unos mítines de protesta organizados por las profesoras Marie Schwarz y Auguste Fickert en 1890 y 1891 contra la abrogación del derecho al voto para la Asamblea Provincial de la Baja Austria, derecho que habían adquirido las mujeres en 1848. Dicho sufragio, limitado y no uniforme, había sido concedido a las mujeres propietarias a las que el Código Civil de 1811, inspirado en los ideales de la Ilustración, reconocía poderes legales sobre sus propiedades, lo que explica en parte su apatía y poco interés por la causa feminista ( 104 ). En lo que a la actividad política se refiere, el párrafo treinta de la Ley de Asociaciones de 1867 prohibía expresamente las organizaciones femeninas, aunque dicha prohibición se eludía fácilmente excluyendo de los estatutos toda referencia a la política y subrayando el carácter educativo o cultural de la asociación. Esto es lo que hicieron Schwarz y Fickert en 1893 cuando decidieron la creación de la Asociación que contó entre sus miembros a Irma Troll, Minna Kautsky y Rosa Mayreder. La mayoría vivía en Viena, era de clase media y pertenecía a la intelligentsia progresista; abundaban, al menos en un primer momento, las profesoras solteras y de origen judío. Había también algunos hombres, como Emil Reich o Engelbert Pernerstorfer, y otros como Viktor Adler o August Bebel, apoyaron su fundación. Así, algunos de los hombres más progresistas y liberales del momento, como Ernst Mach, figura de una influencia sin precedentes en la Viena de fin de siglo, el profesor de Derecho Edmund Bernatzik, el anatomista Emil Zuckerkandl, el zoólogo Carl Brühl, Theodor Gomperz, Eugen von Philippovich, el arquitecto Max von Ferstel, el filósofo Friedrich Jodl, H. Bahr, el físico Ludwig Boltzmann y los políticos Julius Ofner y Karl Renner secundaron la actividad de la Asociación. Todos ellos entendían que los objetivos que se proponía no se limitaban a reclamar los derechos de las mujeres - que eran, por cierto, inaplazables pues, como sostenía Ernst Mach, una mujer sin educación contribuiría a perpetuar la superstición -, sino que perseguía el progreso de toda la humanidad. Fueron estos “feministas”, que Liebenfels calificaría de colaboradores castrados que cooperaban en el exterminio de la raza heroica y aristocrática, quienes defendieron la lucha por el sufragio, presentaron peticiones en el Parlamento, hablaron en sus mítines y escribieron en sus periódicos, ( sobre todo en los Dokumente der Frauen editado por Mayreder, Fickert y Lang ). Algunos miembros de la Secesión también colaboraron en algunas actividades de las feministas; por ejemplo, Kokoschka, Loos y Schönberg, además de ocuparse de la decoración del liceo femenino que fundó Eugenie Schwarzwald, impartieron clases a las alumnas, algunas de las cuales se convertirían en el futuro en las esposas de intelectuales de renombre, como Bertolt Brecht. Lo que caracteriza, sobre todo, a estos movimientos de mujeres es la gran cantidad de actividades que desarrollaron y que contrasta vívamente con la apatía y el apoliticismo tan extendidos entre los artistas e intelectuales del fin de siglo vienés. H. Anderson subraya a este respecto lo frecuentemente que se olvida la “ rebelión de las hijas ” que no sucumbieron a la introversión tan común en ese periodo ( 105 ). Pero también se diferencian del entorno femenino de los salones - donde brillaban Alma Mahler, Lou Andreas-Salomé, Alice Schmutzer, Eugenie Schwarzwald, Grete Wiesenthal, Else von Thurn, Adele Bloch-Bauer, Berta Zuckerknadl o Berta von Suttner- por su compromiso social y por su dedicación a la causa de la mujer, volcándose en actuaciones propagandísticas y educativas con mítines y manifestaciones, congresos, clases y lecturas de libros, así como con la redacción de todo tipo de escritos. Apoyándose en firmes creencias liberales confiaban en que las ideas podrían provocar un cambio radical en la situación de la mujer liberándola de ataduras psicológicas y morales. Anderson califica a este feminismo de “ visionario ” por su creencia en que el verdadero instigador del cambio eran las palabras y las ideas más que las condiciones materiales. A este respecto escribía Marie von Ebner-Eschenbach que la lucha por la igualdad de derechos surgió en el momento en que una mujer aprendió a leer ( 106 ). Por el contrario, la mayoría de las mujeres de los salones que pertenecían a la alta y media burguesía no se organizó para reclamar sus derechos civiles y políticos ni trató de concienciar a sus congéneres. Lou Andreas-Salomé, por ejemplo, en un artículo publicado en 1899 en Neue deutsche Rundschau hacia hincapié en las diferencias sustanciales entre hombres y mujeres debido a la específica biología de estas últimas, y calificaba de trampa la pretensión de querer igualarse a los hombres ( 107 ). Este feminismo de la diferencia que representa Lou abarcaba un amplio espectro de creencias que iban desde la simple afirmación de la diferencia a la legitimación de la superioridad de la mujer, como en el caso de Helene von Druskowitz. El objetivo que perseguían estas feministas no era tanto alcanzar la igualdad, como la libertad para desplegar su personalidad; no en vano señala Berta Szeps-Zuckerkandl en sus memorias que el Imperio Austro-Húngaro, tan justamente criticado por otros motivos, permitió sin embargo el florecimiento de todo tipo de individualidades, desde los genios y las mentes más creativas, a los individuos mas originales (108). No significa esto que estas mujeres carecieran totalmente de sensibilidad social o fueran indiferentes a los proyectos reformistas - ya hemos dicho que Josephine von Wertheimstein, su hija Franciska o la princesa Pauline Metternich-Sandor destacaron por su filantropía y su dedicación a las obras sociales -, pero sí se desinteresaron o permanecieron alejadas del movimiento feminista organizado e igualitario; algunas, como la Premio Nobel Berta von Suttner, por su dedicación al pacifismo, otras como Lou Andreas, por una cuestión de principios ( 109 ). Pero a pesar de todo fueron mujeres emancipadas que en el reducido espacio de libertad de los salones lograron afirmar su individualidad. En ese marco abierto y cosmopolita la transgresión de las convenciones sociales y de los valores morales tradicionales era más frecuente y más aceptada. El salón, ámbito intelectual femenino por excelencia frente al café, les permitía escapar del estrecho campo de relaciones del ámbito familiar, demostrar sus dotes artísticas e intelectuales y situarse en pie de igualdad con el otro sexo. Les ofrecía, asimismo, la oportunidad de superar sus frustraciones al desarrollar sus talentos e interesarse por otras muchas cuestiones, además de las relacionadas con el matrimonio y la maternidad. A este respecto es significativo que Berta Zuckerkandl apenas hable en sus memorias de su hijo y muy poco de su marido, extendiéndose, por el contrario, en el relato de sus actividades literarias y políticas ( 110 ). Los salones vieneses, herederos de los salones literarios del siglo XVIII como el de Mme.d’Epinay, aparecen así como pequeños “ guettos ” en los que se reconocía el talento de esas mujeres cultas y a menudo liberadas, y donde la igualdad con los hombres se hacía más real. Aunque el ámbito público les seguía estando vedado lograron imponerse en el terreno privado. Ellas fueron la vanguardia del feminismo individualista que retomaba una de las máximas aspiraciones de los ideales ilustrados: la autodeterminación del sujeto. Pero también las mujeres de la Liga o de la Asociación, o las socialdemócratas, estaban interesadas en conseguir su realización personal; los ideales ilustrados de libertad, de emancipación y de igualdad de todos los seres humanos en tanto que seres racionales, así como la confianza en el progreso y la educación - que a pesar de todas las dificultades habían logrado penetrar en el Imperio Austro-húngaro-, se hallaban en la base de todas estas organizaciones. Es cierto, sin embargo, que el pensamiento ilustrado contenía ambigüedades y que la polémica sobre los sexos en torno a si las diferencias entre hombres y mujeres eran producto de la naturaleza o de la cultura se había saldado - según Olympe de Gouges - sin que se obtuviese ventaja alguna para su sexo. Es más, el desarrollo de las ciencias naturales y en especial de la biología durante el siglo XVIII aportó argumentos a los detractores de la igualdad. Pero como afirma Anne Marie Käpelli, la Ilustración ofreció a la causa feminista un importante arsenal de armas que blandir ( 111 ). Las mujeres a quienes desde pequeñas se había enseñado a ceder y a subordinar sus opiniones a las de los hombres, al leer a Mme.de Staël o más tarde a John Stuart Mill, encontraron múltiples argumentos para reclamar que los derechos individuales se hicieran efectivos también para ellas. Además, este individualismo ilustrado se vería posteriormente reforzado por las corrientes subjetivistas y narcisistas herederas de Nietzsche y de Wagner de tanta impronta en Viena. Pero en el movimiento feminista igualitario, ese individualismo aparece muy mitigado, cuando no claramente superado, por los objetivos colectivos que perseguía. Aún se seguía aceptando “ la errónea doctrina inculcada a la mujer - en palabras de John Stuart Mill - de que ha nacido para la abnegación ” ( 112 ) y de que su vida está al servicio de alguna causa externa a ella misma. La dedicación a un ideal, aunque ahora se trate de la emancipación femenina, se vive con el espíritu de sacrificio y entrega propios de la abnegada mujer tradicional. En realidad, las organizaciones feministas no buscaban tanto la emancipación personal como el objetivo más utópico de liberar al mundo. La confianza en la evolución y el progreso, así como el énfasis en la regeneración moral de la sociedad, son rasgos generales de estas asociaciones. Como el agente del cambio será la mujer, ésta tiene ahora una nueva misión que cumplir que ya no se circunscribe al hogar, sino que desborda esos estrechos límites. La nueva tarea trasciende la conquista de los derechos de la mujer y se propone, nada más y nada menos, que la redención de la humanidad. El objetivo colectivo, la “ causa ”, impide así la realización de la liberación individual aquí y ahora que queda aplazada a un futuro lejano en el que se producirá la transformación de toda la sociedad. De nuevo las mujeres se ven a sí mismas como partes de un todo y no como seres independientes y autónomos; viven para los demás, pero no para sí mismas. Esa regeneración de la sociedad era una meta común a todos los grupos. Estaba presente en la Asociación General de Mujeres Austriacas cuya secretaria Fickert afirmaba que el reconocimiento de los derechos de la mujer era tan sólo una precondición. La mujer - declaraba - tiene una misión ética que cumplir como ser moralmente superior que consiste en trascender la barbarie, es decir, la lucha por el poder, y conducir a la humanidad hacia una nueva era gobernada por la razón, en la que hombres y mujeres fueran felices y libres, en la que se garantizase el desarrollo personal y en la que las relaciones de explotación - en particular las existentes entre los sexos - quedasen eliminadas. En este proceso de evolución las mujeres debían desempeñar un papel dirigente. Ese deber de elevar al género humano a un nivel más alto se encuentra también en Marianne Hainish, la dirigente de la Liga, aunque expresado de manera más general y circunscrito al terreno educativo y moral exclusivamente, pues Hainish no hace ninguna mención ni a la necesidad de acabar con las relaciones de explotación ni a la posibilidad de garantizar el desarrollo personal. También Berta Suttner se refiere a la mujer como la guardiana de la moral que representa la alternativa a la moral masculina corrompida ( 113 ). Hasta las mujeres socialdemócratas hacían más hincapié en la transformación cultural y moral de la sociedad que en el cambio económico, lo que se debe a que en Austria más que en cualquier otro país, se creía que el socialismo era un movimiento que conduciría a la verdadera humanidad. La lucha por la emancipación de la mujer se inscribía así en el marco mas amplio de ese objetivo general y constituía un medio para alcanzar un fin más elevado. Por eso las feministas trataban de convencer a los hombres de que la libertad, independencia y educación que reclamaban, al mejorar la cultura y la moral, así como la propia institución de la familia y el matrimonio, acabarían beneficiando a toda la sociedad. Pero lo que llama la atención en estos planteamientos es que parece suficiente que la mujer cambie para que cambie el mundo, y apenas se contempla la posibilidad de que el hombre deba también modificar su conducta. La única excepción fue, una vez más, Rosa Mayreder, quien se refirió a la grave crisis de identidad que padecían los hombres de su época y al hecho de que el feminismo, lejos de ser la causa, era más bien una consecuencia de la crisis: el hombre ha abandonado la cultura - declara - dejando un campo en ruinas que la mujer debe reconstruir (114 ). En esta visión de la mujer como agente de la renovación existe también un fuerte componente religioso que se manifiesta claramente en Irma Troll que escribió un resumen del movimiento feminista alemán en forma de catecismo, en Meisel-Hess que concebía la reproducción como algo espiritual, y en Rosa Mayreder que decía sentirse predestinada para escribir porque su misión consistía en ser el heraldo de la nueva feminidad. Troll afirmaba, asimismo, que la verdadera moral se basa en el autosacrificio y en la autonegación, y que la superioridad moral de la mujer estriba en su capacidad para refrenar los deseos de su cuerpo. Algunos historiadores han establecido una relación entre el despertar de la conciencia femenina y la religión protestante. Evans, por ejemplo, afirma que el feminismo es un asunto de la clase media protestante por cuanto la Reforma reforzó el individualismo al afirmar que la salvación era una responsabilidad individual, y también porque algunas sectas protestantes favorecieron la igualdad entre los sexos. Pero en Austria, donde el catolicismo lo impregnaba todo y donde la clase media era escasa y débil, no cabe establecer esa vinculación, pues el elemento religioso parece mas bien una rémora, al contrario de lo que ocurría en Alemania donde algunos teóricos católicos como Rupp defendieron la concesión de derechos políticos a las mujeres. Por ello no debe sorprendernos que Louise Otto contemplara el movimiento católico alemán como uno de los máximos impulsores de la emancipación femenina. Las mujeres austriacas vivían el compromiso con el movimiento de emancipación como una intensa vocación que se manifestaba claramente en su vida personal y que les impulsaba a soportar todas las dificultades y todas las humillaciones. Su feminismo estaba aún plagado de rasgos tradicionales como el espíritu de sacrificio, la abnegación o el ideal del amor, componentes clásicos de la feminidad que no sólo no habían superado sino que a menudo habían sido potenciados. La ideología del amor era compartida por muchas feministas de la época, sobre todo mujeres solteras como Auguste Fickert que no habían podido hacer realidad sus sueños de casarse y tener hijos ( puesto que más del cincuenta por ciento de la población vienesa de más de veinte años permanecía aún soltera, según los datos de 1860), y que encontraron en el feminismo una vía para encauzar su afectividad hacia metas más generales y más elevadas ( 115 ). El objetivo de redimir a la humanidad a través del amor suponía otorgar a la mujer una función religiosa y mesiánica, y elevarla al status de segunda salvadora. Pero a la vez implicaba la aceptación por parte del movimiento feminista de las convenciones ideológicas de la época, puesto que si bien la mujer trascendía su papel de educadora dentro del marco de la familia era para convertirse, no en un individuo con sus propios intereses, sino en la salvadora del género humano, en la madre universal. La maternidad espiritual que de este modo se asumía, tanto en la versión de la nueva madre de Meisel-Hess como de la ciudadana parangón de virtud de Irma Troll, o incluso de la activa transformadora de la sociedad ensalzada por las socialistas, dejaba a salvo el orden patriarcal. Sólo el modelo de Rosa Mayreder, el de la mujer intelectual que ha alcanzado el ideal sintético, andrógino y que se plantea la maternidad como una posibilidad, no encaja dentro de estos moldes porque no acepta la supeditación del individuo a la colectividad. Esta contradicción entre los derechos del individuo y los intereses colectivos se manifestó de forma particularmente intensa en el feminismo socialdemócrata que subordinó su objetivo de liberar a la mujer a una causa universal de naturaleza superior: la revolución obrera. Dicha supeditación fue legitimada por el padre del socialismo austriaco, Victor Adler, en nombre del interés social ( 116 ). De ahí las dificultades de las mujeres socialistas como Therese Schlesinger, Kaethe Leichter o Emmy Freundlich, para conciliar el ideal de la emancipación de la mujer con la causa de la nueva sociedad socialista. En muchas ocasiones las mujeres del partido socialdemócrata austriaco se doblegaron, no sólo a los intereses de la socialdemocracia alemana en general, sino a los objetivos de sus camaradas que, salvo contadas excepciones, no veían con buenos ojos sus reivindicaciones, puesto que, en el fondo, compartían los mismos prejuicios de la sociedad tradicional sobre el diferente papel asignado a los sexos. Los obreros del partido veían el trabajo femenino como algo que les perjudicaba, que era más competitivo porque los salarios de las obreras eran más bajos y, a pesar de toda la retórica socialista, estaban convencidos de que la mujer debería estar en casa o trabajar sólo hasta que se casara. El ideal de la respetabilidad de la clase obrera requería que la mujer se quedara en el hogar dedicada a sus tareas “ naturales ”. No les gustaba que las mujeres crearan sus propios sindicatos o que se manifestaran en las calles. Les costaba asimilar los cambios que había provocado la revolución industrial al convertir el hogar de lugar de producción en unidad de consumo, y al sustituir el trabajo de la mujer en su casa por el trabajo industrial asalariado. La disciplina y el sometimiento al partido de las mujeres socialdemócratas austriacas les impidió aliarse con asociaciones burguesas aunque defendieran intereses comunes, y les condujo a una postura claudicante cuando la dirección del partido, aprovechando la revolución rusa de 1905 y la fragilidad del propio Imperio, lanzó una campaña en pro del sufragio universal masculino, y les pidió que se abstuvieran de reivindicar su derecho al voto para que no peligrase la campaña. El primer Congreso Internacional de Mujeres Socialistas reunido en Stuttgart en 1907 y dirigido por la alemana Clara Zetkin condenó esa traición, y la propia Zetkin reprendió severamente a las socialistas austriacas ( 117 ). Pero el movimiento feminista austriaco también se supeditó a otros objetivos como el nacionalismo, sobre todo en Galicia, Hungría y Bohemia. En esta última región del Imperio las feministas llegaron a exigir que la International Woman´ Suffrage Alliance adoptase el checo como cuarta lengua oficial junto al inglés, el francés y el alemán. En Praga hubo también salones burgueses que se convirtieron en el centro de la Praga patriótica, como los de Karolina Svetlá, Augusta Braunerová y Anna Lauermannová, quien tenía un salón literario que ayudaba a las mujeres checas a “ liberarse ” de la cultura austroalemana, y que buscaba en Francia el camino de la emancipación intelectual. También F. Plamnikova fundó un club de mujeres y un comité para el sufragio de la mujer, ambos de orientación muy nacionalista. Como recuerda Evans, el movimiento feminista checo culpaba de su situación, no a los hombres checos, sino a la política de los Habsburgo en Viena ( 118 ). En Hungría destaca el papel de la líder del movimiento sufragista de origen judío, , y el de las condesas Batthyany, Apponyi y Andrassy, casadas con políticos conservadores del nacionalismo magiar ( 119 ). También aquí el sometimiento del feminismo a una causa superior - en este caso la libertad de la nación oprimida - conllevó que en más de una ocasión las mujeres rechazaran aliarse con sus congéneres austríacas por motivos nacionalistas. Lo mismo ocurrió en la parte más oriental del Imperio, en Galicia, entre los grupos de polacas y ucranianas cuyas reivindicaciones se subordinaban también muy fácilmente a las aspiraciones del nacionalimo. El feminismo no logró, pues, imponerse a la solidaridades nacionales como tampoco pudo hacerlo frente al patriotismo durante la primera guerra mundial. Aunque existió una fuerte vinculación entre pacifismo y feminismo antes de 1914, el pacifismo feminista fue el credo de una minoría. Al estallar la contienda se produjo una escisión en el movimiento feminista entre quienes pensaban que en esos momentos lo importante era apoyar a los hombres que estaban en el frente - caso de la Liga, más nacionalista y patriótica, y algunas socialistas que vieron en la guerra una oportunidad revolucionaria - y una minoría que se mostró radicalmente en contra del conflicto. Entre estas últimas hay que citar además de a Berta Suttner, a Rosa Mayreder, a Berta Zuckerkandl - cuyo ideal liberal y cosmopolita dejó reflejado en su diario - así como al movimiento feminista socialista en general.

4. .-EL ANTIFEMINISMO COMO RESPUESTA:

Aunque el antifeminismo no era un fenómeno nuevo en Austria, en la última década del siglo XIX adquirió nuevos bríos como respuesta al despertar del movimiento feminista organizado en Viena. Estaba muy extendido en todos los sectores de la población y se manifestaba tanto entre los campesinos que lanzaban piedras a las mujeres que montaban en bicicleta, como entre los curas que se negaban a confesar a las mujeres emancipadas. Los círculos cultos no eran una excepción; Gustav Mahler se opuso a que su mujer Alma compusiera música argumentando que deseaba vivir con una mujer y no con un colega. Y Freud se negó a que su hija Anna estudiara en la Universidad, aunque ya mucho antes, en la época de su noviazgo con Martha Bernays, había dejado claro que quería una esposa convencional que se dedicase al cuidado de los hijos y del hogar y, en contra de la opinión de Stuart Mill, encontraba inadmisible que las mujeres se lanzaran a la calle para competir con los hombres por un puesto de trabajo ( 120 ). Las mujeres que deseaban emanciparse perdían a ojos de los hombres el encanto de la feminidad, y las que deliberadamente cultivaban una imagen andrógina y que en toda Europa imitaban a George Sand, eran vistas como " hors sexe ", como mujeres masculinas que habían renegado de su naturaleza o, peor aún, como seres mutilados. El escritor francés Émile Zola imaginaba la sociedad ideal como un lugar en el que la mujer pudiera permanecer soltera, vivir como un hombre y asumir los papeles masculinos, pero a renglón seguido se preguntaba qué beneficio obtendría la mujer mutilándose de esa manera . Para él, la mujer emancipada había conquistado ciertamente la libertad, pero había dejado de ser mujer ( 121). En parecidos términos se expresaría en Viena Otto Weininger en su famosísimo Sexo y Carácter ( 122 ). Las mujeres, aseguraba, carecen de la necesidad y por lo tanto de la capacidad de emanciparse. Sólo el hombre que hay en ellas, es decir, su parte masculina, les impulsa a liberarse ( 123 ). ¿Se les debe pedir, por lo tanto, -añadía- que se emancipen, es decir, que dejen de ser esclavas y en consecuencia que dejen de ser felices? Es sabido que Otto Weininger llevó al paroxismo la tradición occidental de la misoginía. Según Le Rider ( 124 ) sus diatribas contra la mujer traicionan una crisis de lo masculino; odia a la mujer porque le tiene miedo. Quiere volver a las leyes del patriarcado en un momento en que triunfan las tesis a favor del matriarcado, y aunque habla de una confusión original entre lo masculino y lo femenino en cada individuo, esa bisexualidad - dice - es diferente en cada sexo. Mientras que la mujer no tiene más que abandonarse a la llamada de la naturaleza, a la llamada de lo carnal y a la procreación, la realización del destino masculino supone un enorme y doloroso esfuerzo pues al hombre se le exige la genialidad. Al basarse en un principio masculino, la emancipación, el feminismo no puede ser mas que radicalmente antinatural. La obra de Weininger se leyó en Viena con enorme interés, lo que explica en parte la actitud antifeminista de numerosos artistas e intelectuales de la Secesión influenciados, asimismo, por Nietzsche y Schopenhauer quien afirmaba que la mujer había sido creada para la reproducción de la especie y que su belleza era un truco de la naturaleza para seducir a los hombres. Las ideas machistas calaron incluso entre los líderes socialdemócratas como Victor Adler que denunció lo que calificaba de protesta masculina en algunas mujeres ( 125 ). Freud también compartía la idea de que las mujeres emancipadas tenían una sexualidad " anormal "; afirmaba que su desarrollo psicosexual se había detenido, que estaban celosas de los hombres y que ansiaban sus atributos sexuales. Establecía, asimismo, una conexión entre lesbianismo y movimiento feminista y calificaba como “ viril ” a toda mujer que consideraba inteligente llegando a asegurar en El malestar en la cultura que los valores de la civilización están ligados al elemento masculino - relación de dominio con el objeto - y que el papel de la mujer en la cultura es el de correctivo y obstáculo al progreso. Y no olvidemos el comentario que hizo a su esposa en relación al libro de Mill, La sujeción de las mujeres: estaba en desacuerdo con el filósofo utilitarista porque la vocación de las mujeres hacia la maternidad les impedía hacer otras cosas, y aunque admitía la necesidad de la educación sexual, no estaba de acuerdo en absoluto con la plena igualdad. La mujer es su destino, afirmará más tarde, y está determinada por su constitución biológica para cumplir una función, la reproducción. En la literatura austriaca posterior, ya bien entrado el siglo XX, Joseph Roth asimilaba también emancipación con conducta sexual " antinatural ". En La Cripta de los Capuchinos, cuando el marido vuelve de la guerra se encuentra no sólo con que su esposa trabaja, sino que le abandona para irse con otra mujer. Quedan así de manifiesto los dos temores masculinos por excelencia: uno relacionado con el sexo, el otro con la pérdida del control y del poder. También en una obra de Hofmannsthal, Andreas, queda reflejada esa inquietud que parece esconder una repulsión hacia la sexualidad femenina o, incluso, tendencias homosexuales, como subraya Le Rider. Para todos estos autores la mujer emancipada estaba transgrediendo los límites establecidos por la naturaleza, estaba negándose a sí misma, renunciando a lo que constituía su mayor valor, su feminidad, para introducirse en la esfera del hombre, la del trabajo y el poder. Aceptaban como mal menor que las mujeres que tuvieran dificultades económicas se plantearan acceder a un puesto de trabajo, siempre, claro está, que no consiguieran casarse. Pero las demás acabarían poniendo en peligro el futuro de la especie, como escribía Lanz von Liebenfels, un autor admirado por Hitler, para quien la conquista de las profesiones masculinas por parte de las mujeres y su lucha por conseguir la independencia política, social, y económica era " un atentado contra la cultura ", más aún, " un atentado contra la vida " ( 126 ) . Ni siquiera en el momento de mayor emergencia del individualismo en el que se descubre la historia de las especies, la historia de las sociedades y la historia clínica del individuo, ni siquiera en esa época anunciadora del superhombre, del narcisismo, de la reivindicación del genio, ni siquiera entonces se le reconoce a la mujer su individualidad, la posibilidad de elegir sus fines e intereses. Permanece, una vez más, atrapada por lo que se considera su función natural. Nunca ha habido un culto tan grande a la maternidad como a finales de siglo precisamente cuando el hombre se encuentra con una mujer que empieza a cuestionarse su papel de madre. Todo el sistema patriarcal asentado sobre la familia tradicional se tambalea. Y es curioso que, salvo contadísimas excepciones, tanto los conservadores como Karl Lueger, como el núcleo duro del racismo y del antifeminismo liderado por Lanz von Liebenfels, como los miembros de la " Joven Viena ", coincidieran en lo esencial: en la necesidad de mantener relegada a la mujer en su condición de perpetuadora de la especie. Pero incluso las feministas tuvieron graves dificultades para desasirse de esas creencias que constituían el meollo de la ideología patriarcal como lo prueba el hecho de que el matrimonio y la maternidad siguieran siendo el ideal al que aspiraba la inmensa mayoría. Como comentaba con amargura Olga Waissnix a Arthur Schnitzler: “ se nos prescribe el matrimonio como única profesión que nos puede aportar la felicidad, pero si no lo logramos, tant pis, tendremos que renunciar y aguantarnos; es es el mensaje” ( 127 ). Pero la realización de la función “ natural ” de la mujer comportaba serios obstáculos debido al alto número de solteros que, según las convenciones de la época, eludían sus responsabilidades e impedían a las mujeres cumplir con su destino, prefiriendo llevar una vida de disolución y desenfreno. Para obligar a cumplir la norma social que estipulaba que todo hombre tiene el deber de tomar una esposa y toda mujer tiene el derecho de tener un marido, la feminista Sidonie von Grünwald-Zerkowitz - que durante 1889-90 fue miembro de la Asociación para la extensión de la educación de las mujeres en Viena, y que más tarde, en 1899, fue estigmatizada por el movimiento feminista - propuso imponer una tasa a los solteros y viudos sin hijos para la constitución de un fondo que permitiera otorgar una dote a las solteras sin recursos. La aceptación de la maternidad como la misión natural de la mujer era común a todas las organizaciones de mujeres. Marianne Hainish escribía que la familia era lo más importante del mundo y que la petición de igualdad de derechos no constituía una amenaza para la preservación del “ eterno femenino ”. Marie Lang, dirigente de la Asociación General de Mujeres Austriacas, criticaba la normativa sobre el celibato de las maestras no porque atentase contra los derechos de la mujer, sino por la privación emocional y antinatural que comportaba al negar a la mujer la realización de su profesión más maravillosa. Incluso Clara Zetkin, la líder socialdemócrata europea de mas prestigio y con una enorme influencia sobre las socialistas austriacas, afirmaba que la mujer sólo puede realizarse como madre. Por ello se opuso a la utilización de métodos anticonceptivos y se unió a los socialistas varones contra una huelga de nacimientos propuesta por las mujeres del partido antes de la guerra. Zetkin, que era el prototipo de la “ supermujer ” ( trabajadora y madre ), rechazó también la socialización del trabajo doméstico y la posibilidad de aligerar la doble carga de las mujeres trabajadoras, alegando que sólo la revolución socialista resolvería los problemas derivados de la maternidad. Pero si el movimiento de emancipación estuvo impregnado de elementos tradicionales, fuera de los círculos feministas las muestras de antifeminismo entre las propias mujeres fueron abundantes. Else Asenijeff, novelista, poetisa, compañera y modelo del escultor Max Klinger, consideraba degradante reclamar la igualdad de derechos con los hombres. Y Clara Schreiber marcaba asimismo distancias con " esa clase de defensoras de los derechos con quienes no tengo nada en común " y llegaba a la conclusión de que si las mujeres no pueden ser verdaderos hombres debían comportarse como mujeres, respetando la moralidad y las convenciones que estaban por encima de la felicidad ( 128 ). Pero la reacción más seria para neutralizar lo que de radical tenía el movimiento de liberación de la mujer provino de una feminista protestante, Emilie de Morsier, que convocó en 1899, en París, el Congreso Internacional de las Obras e Instituciones femeninas. En su intervención redefinía el papel que debían de jugar las mujeres y que consistía en no disputar nunca ninguna parcela de poder a los hombres, sino trabajar codo con codo con ellos en beneficio de la sociedad. Nuestra patria, afirmaba, está allí donde alguien sufre. Y en 1882 Henriette Goldschmidt reivindicaba para la mujer la misión cultural de despertar en sus congéneres de las clases bajas el " corazón maternal " y transformar de ese modo su papel pasivo e instintivo en otro consciente y tan importante como el de los hombres. También la alemana Helene Lange, quince años más tarde, invocaba a Georg Simmel para dar vida a la “ maternidad espiritual ”. Si lo que quería la “ nueva ” mujer era salir del marco de lo privado, de los límites claustrofóbicos de su hogar, se le proporcionaba una alternativa adecuada, las obras sociales. Sin embargo, aunque la práctica de la beneficiencia y de la caridad que fomentaban tanto la religión católica como la protestante habían puesto a muchas mujeres en contacto con una realidad hasta entonces desconocida y habían despertado su conciencia social abriéndoles los ojos a la situación de abusos, miseria y explotación en la que se hallaban tantas mujeres, esta actividad seguía viéndose como otra forma de ejercer su función primigenia y eterna : la maternidad. El movimiento feminista austriaco aparece así como un ejemplo de la rendición de la mujer ante el cerco de las ideologías legitimadoras de la superioridad de lo colectivo - el socialismo, el nacionalismo, el cristianismo social...- que justifican que ella deba renunciar a sus derechos como individuo en aras de los intereses de la familia, la clase o la humanidad. Se trata de un claro exponente de la derrota del individualismo ante el colectivismo, paralelo al fracaso del liberalismo austriaco. Sólo durante un breve periodo de tiempo, las espléndidas individualidades de algunas mujeres como Berta Szeps, Rosa Mayreder, Lou Andreas-Salomé o Alma Mahler brillaron en los salones vieneses donde las relaciones con los hombres se establecían en un plano de igualdad. Más tarde, con el auge del feminismo organizado e igualitario, la mujer sacrificó una vez mas sus intereses ( no tanto los más formales como el sufragio o el derecho a la educación que seguiría reivindicando, como los que afectan al desarrollo de su personalidad), para plegarse a las necesidades colectivas, al bien común. De guardiana del hogar pasó a imaginarse redentora de la humanidad o madre universal del género humano, y tomó otra vez sobre sus espaldas la pesada carga del interés social. Pero en el camino dejó para un futuro incierto su emancipación, y asumió nuevamente esa misión “ natural ” que le había asignado la sociedad y que sustentaba el orden patriarcal: la maternidad. En esa elección entre ser individuo o ser madre, optó por seguir siendo esa Eva eterna que ama, acoge y protege, por someterse a esa imagen que satisfacía los deseos y la imaginación masculina y que haría exclamar a Antonio Machado: “ amo cuanto ellas tienen de hospitalario ”.

NOTAS:

(1) Robert MUSIL., El hombre sin atributos, vol. I., Seix Barral, Barcelona, 1993, pág. 305. (2) José María VALVERDE., Viena, fin del Imperio, Planeta, Barcelona, 1981, pág. 249 y ss. (3) Carl E. SCHORSKE., “ La cultura estética en Austria, 1870-1914 ”, Revista Debats., número monográfico sobre Viena 1880-1938, Institució Valenciana d´etudis i investigació, Edicions Alfons el Magnanim, nº. 18, diciembre 1986, pág. 10. (4) Josep DVORAK., “ La revolución en el diván: Psicoanálisis y Jugendstil ”, Debats., op. cit., pág. 87. (5) Véase de Marie Claire HOOCK-DEMARLE., La femme au temps de Goethe, Editorial Stock, París, 1987. (6) M.C. HOOCK-DEMARLE., op. cit., pág. 42 (7) Marc. NOUSCHI., Historia del siglo XX. Todos los mundos, El mundo., Editorial Cátedra, Madrid, 1966, pág. 48. (8) M.C. HOOK- DEMARLE., op. cit., pág. 44. (9) C. E. SCHORSKE., op. cit., pág. 10. (10) Ibidem, pág. 87. (11) Geneviève FRAISE., " A Philosophical History of Sexual Difference", citado por la edición inglesa de G. DUBY y M. PERROT., A History of Women in the West. Emerging Feminism from Revolution to World War, IV.V., 1993, pág. 77. Existe traducción española, Historia de las mujeres en Occidente, editorial Taurus, Madrid, 1993. (12) G. FRAISSE., op. cit., pág. 73. (13) Ibidem, pág. 74. (14) En su utopía de 1889 Tierra libre Theodor Hertzka proponía que las mujeres fueran mantenidas por el Estado y relegadas a funciones meramente reproductivas o estéticas. (15) Edición española, J.J. BACHOFEN., El matriarcado, Akal, Madrid, 1987. (16) G. FRAISSE., op. cit., pág. 71. (17) Edición española, Friedrich ENGELS., El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, Fundamentos, Madrid, 1987. (18) G. FRAISSE., op. cit., pág. 72. (19) H. BISANZ., " Oskar Kokoschka ”, Debats, op. cit., pág. 43. (20) Debats., op. cit., pág. 92. (21) Jacques LE RIDER., Modernité viennoise et crises de l ‘ identité, Puf, Paris, 1990, pág. 85.. (22) J. DVORAK., op. cit., pág. 91. (23) J. LE RIDER., op. cit., pág. 155. (24) Gail FINNEY., Women in Modern Drama. Freud, Feminism and European Theater at the Turn of the Century, Ithaca, Cornell University Press, 1989, pág. 143. (25) A. Marie KÄPELLI., “ Feminist Scenes”, en G. DUBY y M. PERROT., op. cit., pág. 498. (26) Edward TIMMS., " The "Child-Woman": Kraus, Freud, Wittels, and Irma Karcewska", en E. TIMMS, y R. ROBERTSON (ed.)., 1900 from Altenberg to Wittgenstein, Edinburg University Press, 1990, pág.88. (27) William JOHNSTON., The Austrian Mind: an Intellectual and Social History. 1848-1938, University of California Press, Los Angeles, 1972, pág. 309. (28) Nicole ARNAUD-DUC., “ The Law´s Contradiction”, en G. DUBY y M. PERROT., op. cit., pág. 80 y ss. (29) Es cierto, sin embargo, que esta tesis no es tan original como a veces se ha sostenido, pues ya se encuentra esbozada por A. Schnitzler en sus obras teatrales, particularmente en La Ronda donde aparecen tratados todos los temas relacionados con el sexo que preocupaban al autor. (30) Citado por Miguel Angel VEGA., Introducción al libro de A. SCHNITZLER., La Ronda, Anatol, ensayos y aforismos, Cátedra, Madrid, 1996, pág. 72. (31) Véase George E. BERKLEY., Vienna and its Jews. The Tragedy of Success. 1880s-1980s, Abt Books-Madison Books, pág. 21. (32) Yvonne KNIBIEHLER., “ Bodies and Hearts”, en G. DUBY y M. PERROT., op. cit., pág. 325. (33) A. Marie KÄPELLI., op. cit., pág. 510. (34) Sobre el feminismo alemán en general pueden consultarse las siguientes publicaciones: R. EVANS., The Feminist Movement in Germany, 1894-1933, London, Sage, 1976; Amy HACKETT., “ Feminism and Liberalism in Wilhelmine Germany, 1890-1918 “ en Berenice CARROLL., Liberating Women´s History: Theoretical and Critical Essays, University of Illinois Press, Urbana, 1976. Para un periodo anterior, Marie HOOK-DEMARLE., La femme au temps de Goethe, op. cit., . También la tesis doctoral, inédita, de Marianne WALLE., Contribution á l ´histoire de femmes allemandes entre 1848 et 1920 á travers les itineraires de Luoise Otto, Helene Lang, Clara Zetkin et Lily Braun, Lettres et Sciences Humaines, Bibliotheque de l´Université de París VII y fínalmente de G. FINNEY., op, cit., pág. 140. (35) Citado por Harriet ANDERSON., Utopian Feminism. Women’s Movements in “fin de siecle” Vienna, New Haven, Yale University Press, 1992, pág. 220. (36) H. ANDERSON., op. cit., pág. 142. (37) Otto WEININGER., Sexo y Carácter, Ed. Península, Barcelona, 1985, pág. 183 y ss. (38) J. LE RIDER., op. cit., capítulo VII, (39) W. JOHNSTON., op. cit., pág. 167. (40) Berta SZEPS., My Life and History, Nueva York, 1939, págs. 98-101. (41) Kart DINKLAGE., “ Robert Musil. 1880-1942 ”, Debats, cit., pág. 78. (42) H. ANDERSON., op. cit., pág. 54. La Sociedad Teosófica que tuvo un considerable éxito entre gran parte de la intelligentsia de la Viena finisecular fue fundada por Helena Petrovna Blavatssky; sobre su vida y personalidad puede consultarse de Giulio DE MARTINO y Marina BRUZZESE., Las filósofas, editorial Cátedra, Madrid, 1996, pág. 332 y ss. (43) Carl SCHORSKE., Viena fin de siglo, G. Gili, Barcelona, 1981, pág. 249 y ss. (44) H. BISANZ., op. cit., pág. 44. (45) J. LE RIDER., Modernité viennoise, op. cit., pág. 209. (46) Annelise MAUGUE., " The new Eve and the old Adam", en G. DUBY y M. PERROT, op. cit., pág. 526. (47) Ibidem, pág. 526. (48) Citado por A. MAUGUE., op. cit., pág. 527. (49) H. ANDERSON., Utopian Feminism, op. cit., pág. 168. (50) J. LE RIDER., Modernité viennoise, op. cit., capítulo VI, (51) Robert S. WISTRICH., The Jews of Vienna in the Age of Franz Joseph, Oxford University Press, 1990, pág. 22. Ver también Hilde SPIEL., “ Jewish Women in Austrian Culture ”, en J. FRAENKEL (editor), The Jews of Austria. Essays on their Life, History and Destruction, Vallentine, Londres, 1970, pág. 102. (52) Ilse BAREA, Viena, leyenda y realidad, Eds. GP., Barcelona, 1969, pág. 357 y ss. También Hilde SPIEL., op. cit., pág. 97 y ss. (53) Dora STOCKERT-MEYNERT., Theodor Meynert und seine Zeit, Österreichischer Bundesverlag, Viena, 1930. (54) Emilie EXNER., Zwei Frauen Bildnise zur Erinnerung, Viena, 1907, pág. 77: “ Für alles hatte man im Hause Wertheimstein Verstandnis, für eines nicht, für die moderne Frauenbewegung”. (55) Hilde SPIEL., op. cit., pág. 104. (56) I. BAREA., op. cit., pág. 392. Fue ella quien introdujo a los Rothschild en los círculos aristocráticos de Viena según cuenta Celia BERTIN en La femme á Vienne au temps de Freud, París, 1989, pág. 63. (57) B. SZEPS., op. cit., pág. 142-145. (58) Rita THALMANN., La communauté juive á Vienne jusqu´á l ´Anschluss., Rouen, 1988, pág. 82. (59) I. BAREA., op. cit., pág. 392. Sobre Lou Salomé, Rudolph BINION., Frau Lou. Nietzsche´s Wayward Disciple, Princeton, 1968, pág. 190 a 207. (60) Robert WISTRICH., op. cit., pág. 59. (61) La cuestión de la mayor o menor relevancia del judaísmo en la cultura de la Viena de fin de siglo es una cuestión polémica. Stefan Zweig en El mundo de ayer afirmaba que prácticamente toda la cultura vienesa a partir del siglo XIX era obra de los judíos, mientras que Carl E. Schörske, por el contrario, considera exagerada dicha afirmación y cree que fue la burguesía liberal en su conjunto la que se volcó en la producción cultural para compensar su impotencia política.Véase al respecto, Steven BELLER., Vienna and the Jews, 1867-1938. A Cultural History, Cambridge University Press, 1989, e Ivar OXAAL, Michael POLLAK, Gerhard BOTZ (eds.)., Jews, Antisemitism and Culture, London, 1987. Por último trata también este asunto, Heinz GSTREIN., Jüdisches Wien. Wien- München, 1984. (62) Véase Marscha L. ROZENBLIT., Die Juden Wiens, 1867-1914. Assimilation und Identität, Bohlau Verlag, Viena, 1989. (63) William O. MC-CAGG., Les Juifs des Habsbourg, 1670-1918, PUF, París, 1996. (64) La leyenda que Adolf Hitler consideró como cierta al relatar sus impresiones sobre la Viena de los años 1911-14, en el sentido de que los inmigrantes judíos procedían todos de Galicia, que no se integraban y que vivían agrupados en el antiguo guetto de la Leopoldstadt y en el distrito pobre de , no se corresponde con la realidad según Rita Thalmann que afirma que sólo un dos por ciento de los judíos vieneses procedía de Galicia, si bien es verdad que se diferenciaban del resto de los inmigrantes porque no buscaban la integración y porque seguían hablando yiddisch, vistiéndose con sus caftans y reuniéndose en el sector que se llamó Mazzesinsel ( isla de los panes ácimos ). Véase R. THALMANN., op. cit., pág. 78. (65) Nancy L. GREEN., “ The Making of the Modern Jewish Woman ”, en G. DUBY y M. PERROT., op. cit., pág.213 y ss. (66) Rita THALMANN., op. cit., p.80. (67) Hasta el mes de septiembre de 1878 el Ministerio de Educación y Cultos no permitió a las mujeres realizar el examen de “ madurez ” que correspondía hacer junto con el examen de bachillerato. Y aunque una candidata aprobada obtuvo su título, se omitía en él la claúsula de admisión a la Universidad. De hecho, las mujeres fueron aceptadas en la Facultad de Filosofía de Viena sólo en 1887, y en la de Medicina en 1900. En 1888 se había creado la “ Union para una cultura femenina ” para lo cual las mujeres habían contado con el inestimable apoyo de Edmund Bernatzik, catedrático de Derecho y de Economía Política de la Universidad de Viena que desde 1899 luchó para que las estudiantes fueran admitidas en las clases y pudieran realizar exámenes. ( C. BERTIN., op.cit., p.128 y 143 ). En 1895 en había en Viena sólo cinco escuelas secundarias para chicas y todas eran de pago; la creación de escuelas preparatorias para el acceso a la Universidad fue rechazada por el Ministerio. ( H. ANDERSON., Utopian feminism, op. cit., p. 32 ). (68) H. SPIEL., op. cit., pág. 110. (69) G. FINNEY., op. cit., pág. 17. (70) A. POPP., Jugendgeschichte einer Arbeiterin, 1909. Fue publicado con una introducción de A. Bebel. Existe traducción al inglés con el título de The Autobiography of a Working Woman, Londres, 1912. (71) H. ANDERSON., Utopian Feminism, op. cit., pág. 117. (72) Ibidem, pág., 243. (73) H. ANDERSON., " Rosa Mayreder ", en Donald G. DAVIAN ( de.)., “ Mayor Figures of Turn of-the-Century Austrian Literature, Ariadne Press, Riverside, California, 1991, pág. 268. (74) Ibidem, págs. 268-269. (75) Ibidem, pág. 268. (76) G. FINNEY., op. cit., págs. 17-18. (77) J. LE RIDER., Modernité viennoise, op. cit., cáp. IX. (78) Anne HIGGONET., " Images-Appearences, Leisure, and Subsistence ", en G. DUBY, y M. PERROT., op. cit., pág. 247. (79) Bram DIJKSTRA., Idolos de perversidad. La imagen de la mujer en la cultura de fin de siglo, Ed. Debate, Barcelona, 1994. (80) E. TIMMS., " The Child-Woman ", en E. TIMMS y R. ROBERTSON., Vienna 1900, op. cit. pág.87. Recientemente han aparecido las memorias de Fritz Wittels en castellano: E. TIMMS., Freud y la mujer-niña. Memorias de F. Wittels, Seix Barral, Barcelona, 1997. (81) G. FINNEY., op. cit., pág. 45. (82) Sobre Jeanett Heger, véase A. SCHNITZLER., Jugend in Wien. Eine Autobiographie, Fischer Taschenbuch Verlag, Viena, 1968. (83) J. LE RIDER., Modernité viennoise, op. cit., cap. VI. (84) M. A. VEGA., op. cit., pag. 65. (85) Isabel MARGARIT., Alma Mahler. La gran dama de la seducción, Planeta, Barcelona, 1994, pág. 142. (86) Ibidem, pág. 58. (87) G. FINNEY., op. cit., págs. 44-48. (88) A. MAUGUE., op. cit., pág. 522. (89) G. FINNEY., op. cit., pág. 149. (90) Robert MUSIL., Ensayos y conferencias, Visor, Madrid, 1992, pág. 216. (91) H. ANDERSON., Utopian Feminism, op. cit., pág. 151. (92) Ibidem, pág. 82. (93) Ibidem, pág. 9. (94) Sobre Helene von Druskowitz, véase G. DE MARTIN y M. BRUZZESE., Las filósofas, op. cit., pág. 358. (95) H. ANDERSON., Utopian Feminism, op. cit., pág. 16. (96) Nike WAGNER., “ La literatura ”, Debats, cit., pág. 18. (97) Annelise MAUGUE., op. cit., pág. 517. (98) Ibidem, pág. 113. (99) También recibió el Premio de las artes y las ciencias en 1899. Véase Danuta S. LLOYD., “ Marie von Ebner-Eschenbach ”, en Donald G. DAVIAN., op, cit., pág. 109 y ss. (100) Helga H. HARRIMAN., " Marie von Ebner-Eschenbach in Feminism Perspective ", en Modern Austrian Literature, vol. 18., nº. 1, 1985, pág. 30. (101) H. ANDERSON., " Rosa Mayreder “ en D.G. DAVIAN (ed.)., op. cit., pág. 264. (102) H. ANDERSON., Utopian Feminism, op. cit., págs. 240-246. (103) Véase Gabriella HAUCH., Vom Frauenstandpunkt aus: Frauen im Parlament 1919-1933, Verlag für Gesellschaftskritik, Viena, 1995, (104) J. LOVENDUSKI., " Women and European Politics: Contemporary Feminism and Public Policy", Brighton Sussex, Wheatsheaf Books, 1986, pág. 51. (105) H. ANDERSON., Utopian Feminism, op. cit., pág. 253. (106) Danuta S. LLOYD., op. cit., pág. 117. (107) Recogido en Die Erotik, Patthes und Seitz Verlag, Munich, 1979. (108) Berta SZEPS., op. cit., pág. 247. (109) Sobre el pensamiento de Lou Andreas-Salomé, véase el libro de Arantzazu GONZÁLEZ., El pensamiento filosófico de Lou Andreas-Salomé, Cátedra, Madrid, 1997. (110) B. SZEPS., My Life and History, op. cit., pág. 177. Debido a su parentesco político con los Clemenceau pudo trabajar por la reconciliación con Francia y por el fin de la guerra; no en vano llegó a convertirse en delegada no oficial de Austria ante la Comisión Hoover. (111) Introducción de Alicia H. PULEO a La Ilustración olvidada: la polémica de los sexos en el siglo XVIII, Instituto de la mujer, Madrid, pág. 14 y ss. Y A. Marie KÄPELLI., “ Feminist Scenes ”, en G. DUBY y M. PERROT., op. cit., pág.483. (112) J. STUART MILL., La dominación de la mujer, en Sobre la libertad y otros escritos, Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, Madrid, 1991, pág.169. (113) Véase su libro Der Menschheit-Hochgedanken, Berlín, 1911. Hay traducción al inglés con el título, When Thougts will soar. A Romance of the Inmediate Future, Londres, 1914. (114) J. LE RIDER., op. cit., capítulo VII. (115) De ahí la burda crítica masculina de que el feminismo era un asunto de “ solteronas”. (116) W. JOHNSTON., op. cit., pág. 99 y ss. (117) R. EVANS., Comrades and Sisters. Feminism, Socialism and Pacifism in Europe, 1870- 1945, Sussex: Wheatsheaf Books, 1987, págs. 87 y 88. Véase también de Irgun LAFLEUR., “ Five Socialist Women: Traditionalist Conflicts and Socialist Visions in Austria, 1893-1934 ”, en Marilyn BOXER y Jean QUATAERT., Socialist Women: European Socialist Feminism in the 19th and Early 20th Century, Elsevier, Nueva York, 1978. (118) Ibidem, pág. 49. (119) Sobre las relaciones entre el nacionalismo y el feminismo en el Imperio Austro-Húngaro puede consultarse, Martha BOHACHEVSKY-CHOMIAC., " Socialism and Feminism: The First Stages of Women´s Organitations in the Eastern Part of the ", en Tova YEDLIN ( ed.)., Women in Eastern Europe and the Soviet Union, Praeger Publishers, Nueva York, 1980, págs. 44-64. (120) La carta de Freud es del 15 de noviembre de 1883; Celia BERTIN., op. cit., pág. 87-88. Sobre la relación entre Psicoanálisis y feminismo, véase Juliet MICHELS., “ El Psicoanálisis en la Viena de principios de siglo “, en Psicoanálisis y Feminismo: Freud, Reich, Laing y las mujeres, Anagrama, Barcelona, 1982, págs. 422-439. (121) A. MAUGUE., The new Eve and the old Adam, op. cit., pág. 516. (122) Véase, O. WEININGER., Sexo y carácter, op. cit. (123) Ibidem, pág. 74 y ss. (124) J. LE RIDER., op. cit., pág. 109. (125) W. JOHNSTON., op. cit., pág. 99 y ss. (126) H. ANDERSON., Utopian Feminism, op. cit., pág. 3. (127) Ibidem, pág. 8. (128) Ibidem, pág. 142.