LA MUJER EN LA VIENA DE 1900 ( Publicado En MISCELÁNEA VIENESA, U
Total Page:16
File Type:pdf, Size:1020Kb
LA MUJER EN LA VIENA DE 1900 ( publicado en MISCELÁNEA VIENESA, U. Extremadura, 1998) 1. EL FIN DE UNA EPOCA: LA AFIRMACION DEL INDIVIDUALISMO, LA CRISIS DE IDENTIDAD Y EL CUESTIONAMIENTO DEL ORDEN PATRIARCAL. Soy mujer. Nacida aquí, aquí moriré. Ningún viaje feliz abrirá mi horizonte con sus alas. No conoceré nada del mundo más allá de este muro que rodea mi hogar... Soy mujer. Seguiré en mi recinto vallado... En las épocas que conservan un surco en la memoria jamás podré revivir. Ninguna palabra que hable de mí. Soy mujer. ( Clémence Robert. 1839) . En las dos últimas décadas del siglo XIX se produce en Austria, y más intensamente aún en Viena, la colisión de dos concepciones del mundo y de la vida: una de ellas, fundamentada sobre un rígido armazón de valores que se resisten al cambio, defiende la sociedad tradicional, semi-feudal y conservadora cuyos pilares se encuentran en la Iglesia, la burocracia y el ejército, y la otra, innovadora, liberal y racionalista pretende encarnar los valores de la modernidad. Lo que está en juego en este enfrentamiento es la vigencia de una sociedad en la que priman los valores colectivos o su sustitución por otra en la que prevalecen los intereses del individuo. El individualismo, gran eje vertebrador del mundo moderno surgido con la Ilustración, es también el caldo de cultivo en el que surgen, tanto los círculos artísticos modernistas y las corrientes científicas que bucean en la psique, como los movimientos de mujeres que para reivindicar la igualdad con el hombre tienen que apelar necesariamente a los derechos individuales, piedra de toque de su argumentación. La crisis producida por el enfrentamiento entre esos dos mundos no es un fenómeno estrictamente austriaco. En Francia se habla de gran malestar y de neurosis de fin de siglo, en el Reino Unido el desfase entre los cambios tecnológicos, las conquistas materiales y la fuerza de las tradiciones produce lo que se ha denominado “ the great unrest ”, y en la Alemania de los años ochenta Nietzsche había proclamado, a través del loco de la gaya ciencia, la muerte de Dios, el fin de los valores y el advenimiento del nihilismo. Sin embargo, en el Imperio Austro-Húngaro el choque fue frontal porque no se dio una transición gradual de un tipo de sociedad a otra, y porque, además, la naturaleza multinacional del Imperio no ofrecía tampoco ningún eje vertebrador al que poder agarrarse ( como no fuera la figura del anciano Emperador ).“ Este orden no es tan firme como aparenta - escribe Robert Musil en El hombre sin atributos - ningún objeto, ningún yo, ninguna forma, ningún principio es seguro, todo sufre una invisible pero incesante transformación; en lo inestable tiene el futuro más posibilidades que en lo estable, y el presente no es más que una hipótesis, todavía sin superar (...)”( 1 ). Ese sentimiento de inestabilidad era también compartido por una de las más célebres escritoras austriacas, Marie von Ebner Esenbach, que vislumbraba con enorme lucidez el fin del “ alegre apocalipsis ” del que hablara Herman Broch ( 2 ). Y Hofmannsthal también se refería a esa sensación cuando escribía en 1905: “ debemos decir adiós a este mundo antes de que desaparezca. Muchos ya lo saben y un sentimiento indefinible les convierte en poetas ”( 3 ). La “ era de la seguridad ” de la que hablaba Stefan Zweig en El mundo de ayer se había extinguido. “ Ciertamente intentamos en lo posible crear un orden dentro de nosotros - manifestaba Schnitzler - pero ese orden es algo artificial. Lo que es natural es el caos ” ( 4 ). Esa época “ velocífera ”, utilizando el término de Goethe ( 5 ), sufre en el plazo de unos años - entre 1887 y 1900 concretamente - la desintegración de todos los sistemas de conocimiento que estructuraban las ciencias humanas y las llamadas ciencias exactas ( 6 ). No es casual que el cine, contemporáneo de la aviación, el automóvil y la electricidad, lo sea también de los primeros trabajos de Freud sobre el psicoanálisis y de la reflexión de Bergson sobre el movimiento y la inmovilidad. Gilles Deleuze ha destacado esta relación poniendo de manifiesto que la introducción del movimiento en el concepto se produce exactamente en la misma época que la introducción del movimiento en la imagen. La electricidad, convertida en símbolo de la modernidad y como tal encarnada en multitud de esculturas de la época - y ensalzada en la Exposición Universal de París de 1900 consagrada, precisamente, al “ hada electricidad ” -, no sólo introducirá cambios sustanciales en una industria que se basaba en la hulla, sino que modificará también la percepción de la realidad al modificar la luz. Todo ello contribuye a que Ernst Mach, pionero de la historia de la ciencia, conciba la conciencia como un flujo de sensaciones que distorsionan lo que perciben, de modo que la posibilidad de diferenciar la realidad de la apariencia queda reducida prácticamente a cero. En el mundo del arte la pintura juega con la deconstrucción y la reconstrucción, y en menos de una década - entre 1890, fecha de la muerte de Van Gogh y 1906 en que muere Paul Cézanne y Picasso pinta “ Las señoritas de Aviñon ” - florecen el simbolismo, el fauvismo, el impresionismo, el cubismo y el futurismo ( 7 ). 1900 marca también una ruptura en otros dos dominios científicos: en esa fecha Freud publica La interpretación de los sueños, obra en la que, como es sabido, enuncia los fundamentos de su teoría de la psique, y Max Planck, profesor de la Universidad de Berlin, presenta su teoría de los cuantos ante la Sociedad Alemana de Física. Como afirman Einstein e Infeld en su obra La evolución de la física: “ La física cuántica no describe propiedades sino probabilidades, no formula leyes que desvelen el futuro de sistemas, sino leyes que rigen cambios de probabilidades en el tiempo, remitiéndose a grandes conjuntos de individuos ” ( 8 ). Así, el principio de incertidumbre se instala en la ciencia porque, independientemente de la perfección del instrumento de medición, el acto mismo de medir perturba al electrón. Se trata de la indeterminación cuántica que hace saltar por los aires el rígido corsé determinista de la física clásica y abre un debate de tipo filosófico al poner en cuestión el determinismo en vigor desde los tiempos de Laplace. El azar y la fantasía se consolidan en un mundo donde todas las piezas estaban minuciosamente acopladas y una estimulante incertidumbre sustituye a las certezas: “ La esencia de nuestra época - escribe Hofmannsthal - está constituida por lo indefinido y lo ambiguo. Es capaz de apoyarse en lo inestable y tiene conciencia de que aquello que otras generaciones creyeron firme, es también inestable ”( 9 ). Esa falta de fijeza es percibida por todos los autores del fin de siglo: “ El alma es un país lejano...- dice Schnitzler - . Los caminos que llevan a la oscura región del alma son mucho más numerosos que los que sueñan (e interpretan) los psicoanalistas ”. La crítica explícita a Freud se dirige contra su huida “ hacia la ilusoria regularidad de los sistemas de las ciencias naturales ” y la búsqueda de un “ falaz consuelo” en un mundo de “ orden arbitrario ” ( 10 ). Pero las transformaciones no sólo afectan a la física sino que se extienden también a la concepción del hombre y de la sociedad. Si a partir de Darwin se puede hablar de una historia de las especies, y si con el surgimiento de la Sociología se hablará de una historia de la sociedad, con el Psicoanálisis surge, por fin, la historia del individuo. Con ello se pone en cuestión la visión inmovilista del mundo en los diferentes campos del conocimiento y se sientan las bases para pensar, gracias al desarrollo del historicismo y de las teorías evolucionistas, que si la especie humana tiene una historia, la familia - y por ende, la mujer - también puede tenerla. De ahí se deduce que su papel como compañera del hombre y reproductora de la especie puede no ser tan inmutable como se había creído y que incluso la pretendida esencia femenina puede estar igualmente sujeta a variaciones. La Sociología, al introducir criterios históricos en sus análisis y describir las diferentes etapas de la evolución social desde las más primitivas a las más evolucionadas, contribuyó a reforzar las tesis feministas, a pesar de que su fundador, Auguste Comte, había mantenido siempre opiniones contrarias a la mujer. Sin embargo, radicalmente opuestas fueron las ideas de Georg Simmel que a comienzos de siglo hablaba de la posibilidad de una “ cultura femenina ” ( 11 ). Es cierto, no obstante, que de estas nuevas teorías no se deducen necesariamente argumentos a favor de la emancipación femenina y que no pocos pensadores las utilizaron para demostrar que la igualdad sexual era una imposibilidad científica. El mismo Darwin sostenía que la selección natural reforzada por la selección sexual había favorecido a los hombres, que se habían convertido en seres superiores a las mujeres ( 12 ), y Herbert Spencer, el fundador del darwinismo social, a pesar de defender la igualdad sexual en su época de amistad con John Stuart Mill, terminó por combatirla cuando tomó contacto con el movimiento feminista. Aunque al igual que Darwin no estaba muy interesado en el tema de la mujer, sostenía que las leyes de la evolución aplicadas a las relaciones entre los sexos conducen a un conflicto entre la producción y la reproducción, entre la fertilidad y la actividad intelectual de las mujeres. Dicho de otro modo, la mujer se encuentra atrapada por el papel que desempeña como propagadora de la especie, rol que impide el desarrollo de su mente y de su personalidad ( 13 ). Sin embargo, a pesar de su pesimismo y a veces, incluso, de su antifeminismo, las concepciones historicistas que se gestan en el siglo XIX acaban cuestionando las antiguas certezas sobre la esencia de la naturaleza del hombre y de la mujer, y conducen a replantearse el tema de la familia y la maternidad.