Quiero Conocerte, Papá

Por

Adamo Karnevale

DEDICATORIA

A Dios, por este modesto talento. A José y Patricia Vicuña, mi padre y hermana por su apoyo y comprensión incondicional en todo momento; y en especial a María, ese ser que se fue temprano pero al que extraño tanto: mi madre. A Paula, Xaviera, Sebastián, estos seres que al haber jugado un rol importantísimo en mis antepasados familiares, sirvieron de inspiración para consolidar esta obra. A mis familiares y amigos, y a ustedes, amables lectores. Gracias totales.

PRÓLOGO

Nos sumerge en la apasionante historia de Paula y Giuliano, dos personajes que siendo separados por la guerra, el destino vuelve a unirlos al cabo de veinte años en una vorágine de misterios, pasiones encendidas y perdones. Paula Montiel es una agraciada muchacha que posee atracción por los hombres maduros. Ella tiene como íntima amiga a Xaviera Rivera, a quien considera casi “su hermana”; ambas comparten un problema en común: perdieron a sus respectivos padres en los hilos del conflicto bélico en Afganistán hace décadas atrás. Las guapas jóvenes ganan un crucero y viajan a Italia. En medio de aquel paseo, Paula se enamora del guía turístico Giuliano Scarole, un hombre bien parecido quien le dobla en edad. Ellos viven un romance que se torna dramático cuando comprueban que Cupido los flechó equivocadamente, puesto que su amor está prohibido para ellos. Su entrañable amiga Xaviera, equivocadamente o no, busca vengar en Giuliano todo el sufrimiento vivido por Paula y que la empujó a un desenlace inesperado; pero pronto descubrirá un revelador secreto que también la involucra con aquel italiano, desatando un baño de verdad que sorprende a propios y extraños por su impredecible final. Una obra que vale la pena ser leída hasta el final, sólo así podrán avalar que haber navegado en cada una de sus páginas es toda una odisea, y lo más importante es que nos deja como mensaje alentador que ninguna guerra en el mundo puede ni debe tener copia. Disfrútenla… porque es de ustedes.

BUSCANDO UN ANHELO CAPITULO I

Ambientada entre dos escenarios diferentes, Estados Unidos e Italia, - ambos países separados por el “gran charco del Atlántico”-, se encuentran Paula y Giuliano. Por esas ganas de molestar que a veces tiene la vida, después de veinte años un torbellino de sentimientos los envuelve en la telaraña del misterio y lo prohibido. Son los postreros días del año 2.001 en Folkland, Texas, una ciudad pequeña, sin mayor desarrollo, de gente en su mayoría con origen hispano, y conocedores de que no tienen mucho futuro a que aspirar como toda ciudad de frontera. La vegetación es inhóspita y rodeada de varios riachuelos con gran caudal, como caudalosa es también la riqueza petrolera de sus campos. Le fascina que la llamen, “Folkland, the city does not have comparison”, o, “Folkland, la ciudad que no tiene copia”, por lo que un gigantesco letrero con esa leyenda se ubica a la entrada de la urbe, convirtiéndose en la puerta que invita a gritarle al mundo que ningún conflicto bélico debe ser emulado. Aquí reside la guapa y dulce Paula Montiel, -una muchacha que bordea los veinte y un años, tez blanca, ojos cafés, cabellos castaños, de carácter alegre, aunque un tanto introvertida-. Es hija de Flordeliz Roldán, -una mujer hispana como muchas que habitan este país-, de aspecto frágil, que frisa los cincuenta y algo de años, cabellos negros y entrecanos, con apariencia de pertenecer a una buena estirpe, pero padece esquizofrenia, ya que la guerra marcó esas secuelas en ella. Flordeliz es un ser tranquilo, su vida transcurre horas tras horas dormida en su mecedora o en esa fiel hamaca que siempre la acompaña. Sus miradas perdidas y la mente en el limbo son el fiel reflejo de que es inofensiva, aunque a veces nos sorprende con sus arrebatos que rayan en lo dramático. Paula nunca ha internado a su madre en un sanatorio mental como se lo han sugerido muchas personas, porque aquello significaría alejarse de ella, ya que el hospital psiquiátrico central se encuentra en Austin, la capital del estado. Esta joven tiene una amiga muy íntima con quien ha crecido desde niña. Ella es Xaviera Rivera, -una atractiva chiquilla contemporánea en edad con Paula, piel blanca, grandes ojos negrísimos y cabellos del mismo tono, de carácter decidido, y dueña de una avasallante personalidad-, orgullosa de llevar aquel nombre al que siempre recalca que se escribe con X. Xaviera vive con su progenitora, Socorro Rivera, -otra señora de origen latino bronceada por el sol, menuda, que bordea ya los sesenta y cinco años, de temperamento afable y dadivoso-, quien estuvo unida sentimentalmente a un soldado llamado Ariosto Montalván, de quien sólo se sabe que lo dieron por desaparecido hace muchos años en una de las tantas guerras libradas por este país anglosajón. Ambas chiquillas comparten un mismo sufrimiento: nunca conocieron a su padre porque el conflicto bélico se los arrebató. A Paula la reconforta el hecho de saber que lleva el apellido paterno, Xaviera ni eso. Y en un vistazo al viejo continente, específicamente al puerto de Génova, en uno de sus viejos barrios llenos de bohemia y tertulia, habita Giuliano Scarole, -un hombre maduro, colorado, cincuentón, alto, corpulento, canoso, de profundos ojos verdes, pero mirar triste-, el mismo que perteneció a la marina de guerra estadounidense y combatió en el enfrentamiento bélico de Afganistán en la década de los ochenta. Reside en un espacioso departamento de su propiedad con Nicoletta, su hija de siete años, fruto de la relación amorosa con una italiana hace muchos años. Es viudo, y se desempeña como guía turístico de cruceros que realizan sus diferentes paseos por las bellas costas italianas. 12 DE DICIEMBRE 2.001 Esta buena mañana que ya huele a Navidad, donde los árboles y las luces propias de la fecha van adornando de a poco las residencias de Folkland, Paula llega irradiando felicidad a su trabajo de cajera en la pastelería “El Encanto”, propiedad del italiano Enrico Cipriani, -un hombre de fina estampa, alto, tez blanquísima como la nieve y con un genio de temer-. Xaviera, quien labora detrás de la vitrina atendiendo a los clientes indaga a su compañera el motivo de tanta alegría: -¿Qué te ocurre, amiga? Tal parece que le hubieses pegado al gordo de la lotería-. La muchacha de los ojos cafés responde: -Estoy dichosa. Acabo de comprobar que me he ganado un crucero con todos los gastos pagados a Italia por dos semanas, ¿no te parece maravilloso?-, concluye, abrazando a su compañera de labores y destilando alegría por todos sus poros. Xaviera continúa inquiriendo: -Pero, ¿cómo es posible aquello?-. La hija de Flordeliz responde agitando un boleto en sus manos: -Mira, “ñaña”, -un objetivo con el cual algunas veces la llama cariñosamente-, ¿recuerdas que compré unos frascos para limpiar vajillas de porcelana, e incluía un billete para sortearlo con la lotería?-, pregunta con mucha convicción. -Claro, claro que lo recuerdo. Si hasta te lo reproché por gastar el dinero en tonterías, en vez de regalármelo-, reafirma Xaviera. -Pues, me lo gané, amiga. El número 308 coincide con el boletín-, subraya Paula, comprobando con el diario en las manos la realidad de su afirmación. -Qué suerte, hermana, te felicito. Ojalá lo disfrutes, te lo mereces-, afirma la muchacha de los cabellos negro-azabache, acomodando los pasteles en las respectivas vitrinas. -¡Cómo que ojalá lo disfrutes!-, exclama su compañera de trabajo para enseguida agregar: -Debes decir: ojalá lo disfrutemos porque he decidido llevarte conmigo. ¿O piensas que me voy a ir sola?-, interroga la ganadora. -¿Estás hablando en serio, o es una tomadura de pelo?-, inquiere Xaviera, estrujando entre sus manos la franela con la que acaba de limpiar. -Pero, por supuesto que no, amiga. Si eres como mi hermana, no voy a dejarte aquí, además, recuerda que ambas salimos de vacaciones por esos días, y el premio es para dos personas. Te confieso que hubiese querido ir con mamá, pero la pobre con su problema no disfrutaría nada. Así que nos vamos y no se hable más-, sentencia la dulce chiquilla de apellido Montiel. Xaviera lanza un grito de emoción que alarma a los compradores del lugar, ella se ruboriza aunque no le da mucha importancia al hecho. En esos felices momentos desde el fondo de aquella pastelería hace su aparición un joven simpático, de unos veinticinco años, estatura mediana, fornido, de tez canela, con mentalidad progresista y pragmático, aunque algo impaciente, que responde a los nombres de Sivalter Segura, -hijo de inmigrantes mexicanos- quien funge como jefe de la bodega. Él se dirige a Xaviera: -Buenos días, corazón. Y bien, ¿aceptas la invitación para comer esta noche y luego vamos a bailar?-. -Lo siento, Sivalter. Muchas gracias por la deferencia, pero mejor invita a Susan, -refiriéndose a la chica del restaurant esquinero-. Te aseguro que ella se sentirá feliz de ir enganchada a tú brazo-, responde la hija de Socorro Rivera. -Pero, a quien estoy invitando es a ti, no a Susan-, afirma el bodeguero, mientras se acerca a ella intentando robarle un beso sin conseguirlo. -Está bien, te lo pierdes-, contesta e inmediatamente regresa a su puesto de trabajo. Xaviera al observar hacia la caja se percata que Paula luce un aspecto triste y procede a preguntarle: -¿Qué te pasa? ¿Quién te borró la felicidad de hace pocos minutos?-. Paula replica: -Es que estoy pensando en mamá. Si me voy, quién cuidará de ella, tengo miedo dejarla con alguien desconocido-. -Ay, Paula, tú y los dichosos miedos. Nunca digas: tengo miedo porque más te ocurren las cosas que temes. En cuanto a Flordeliz, de sobra sabes que mamá se encargará, es su vecina preferida, así que no te preocupes más -, afirma la amiga del alma con absoluta seguridad. Aquellas palabras tranquilizan a la cajera, quien realiza el cobro a una señora que se acerca a cancelar. 14 DE DICIEMBRE 2.001 Después de un largo viaje que cubre más de ocho horas, finalmente, Paula y Xaviera arriban a la bella, pero fría capital italiana. Son recibidas por los altos ejecutivos de la firma que patrocina el concurso, quienes les otorgan la más cordial bienvenida, siendo conducidas hasta su alojamiento en un lujoso hotel en el centro de Roma. Las hijas de Flordeliz y Socorro irradian energía, vigor, dinamismo, propios de su edad; por unos momentos han olvidado las penurias de ser chicas pobres, marginadas, sienten haber alcanzado el cielo sin tocarlo. Treinta minutos después, un autobús de primera clase las recoge con el propósito de conducirlas hasta la isla de Cerdeña, -a varias horas de distancia-, desde donde abordarán el crucero que las llevará a recorrer las bellas costas italianas. Entre los turistas que acuden en aquel automotor se encuentra una pareja de esposos. Él, -un militar en servicio pasivo-, identificado como el Mayor Robert Jameson y su señora, la atractiva Michelle Jameson, ambos frisan los sesenta y cinco años de edad. Coincidentemente, las jóvenes se sientan en la misma fila de ellos hacia la hilera izquierda del bus. De pronto, el Mayor Jameson comenta a su esposa en alta voz: -Mi amor, estos parajes que estamos admirando me recuerdan cuando estuve en la guerra de Afganistán. Los poquísimos campos que posee ese país son muy parecidos a estos, nosotros debíamos tratar de escondernos como pudiéramos, pero ellos habían realizado grandes trincheras en los desiertos, por lo que la guerra cuerpo a cuerpo estaba perdida. Sé que muchos compañeros murieron allí-, señala acongojado el viejo guerrero. Paula al escuchar aquel comentario se interesa por la conversación y acercándose a ese buen hombre indaga: -Buenas tardes. Perdón, que lo interrumpa, soy Paula Montiel, y ella es mi amiga Xaviera Rivera-, señala la primera. -Mucho gusto, señoritas-, contestan al unísono los Jameson. -Escuché sin querer que usted estuvo en la guerra de Afganistán-, puntualiza Paula. -Oh si, hace muchos años de aquello–, contesta el señor. Fui Mayor del Ejército y comandé algunas tropas en varios sectores, fue un conflicto muy difícil, muchos compatriotas fallecieron y miles desaparecieron-, asevera el militante demostrando gran pesar en su rostro. Paula se apresura en indagar: -¿Por qué se dio aquella guerra?-. -Por intereses económicos muy poderosos, como siempre-, argumenta él. -¿Cuánto tiempo duró esa batalla?-, sigue inquiriendo la chiquilla. -Algunos años, hija. No recuerdo bien, pero creo que tres o cuatro, quizás más-, puntualiza el exmilitar, a la vez que acaricia con su mano derecha la faz de Paula manifestándole: -Eres muy guapa, muchacha. Me recuerdas a mi hija cuando tenía tú edad, ahora ella vive en Suiza-. -Muchas gracias-, responde la sencilla cajera de pastelería, mientras la señora Jameson los observa y se muestra un tanto celosa. Paula continúa su interrogatorio: -¿Qué pasó con los desaparecidos de Afganistán?-. -No lo sé, y tal vez nunca se conozca. Algunos los lanzaron al mar, otros están enterrados allí mismo, muchos desertaron, y quien sabe si algunos vivan de incógnitos. A lo mejor hasta pueden estar junto a nosotros y no lo sabemos- , enfatiza el ciudadano. El veterano observa pausadamente a su interlocutora y pregunta: -Usted se muestra muy interesada en esa guerra, ¿puedo saber por qué?-. -Curiosidad, solamente eso, curiosidad-. Sin pensarlo ha transcurrido el tiempo de viaje hasta la isla de Cerdeña, el autobús hace su arribo al parqueadero del muelle. Los turistas son embarcados en el buque, esto origina que la interesante conversación sea interrumpida por uno de los botones que realiza una acotación: -Señores, por hoy pueden tomarse lo poco que resta del día. Eso sí, mañana a las nueve empezaremos nuestra travesía por este bello puerto, les rogamos puntualidad y ropa liviana, por favor. Muchas gracias-, expresa aquel hombre en perfecto español y en otros idiomas. ** En Génova, la noche ha caído ya. Giuliano, después de acostar a su hija, se dirige hasta “Galaxia”, -un café-bar situado a pocas calles de su casa-, donde suele acudir para beber un poco de leche y a relajarse de tanto estrés. Un poco de leche, sí, porque es muy conservador en cuanto a bebidas, no fuma y tampoco constituye un deleite para él acudir a las fiestas, más bien es retirado del mundanal ruido. Diego Giannini, propietario del bar, -un ser treintañero, de ojos azul cielo, cabellos negros, guapa apariencia y mirada árabe-, se acerca a dialogar con él, realizándole siempre la misma pregunta: -¿Por qué eres así, tan callado, poco animado, apático en el trato?-. Giuliano responde: -Algún día te contaré mi historia, sólo entonces comprenderás porque soy como soy-, asevera el solitario marinero. Luego comenta: -Mañana tengo que levantarme temprano, vuelo hacia Cerdeña en un crucero turístico con un grupo de personas que vienen de América. Por lo tanto, necesito estar fresco como una lechuga porque el viaje es largo, mejor será que me marche a dormir-, asevera, cancelando la cuenta y partiendo rumbo a su hogar. Su amigo lo observa salir del centro nocturno y se dice a si mismo: -¡Qué hombre más extraño! Siempre ha sido así, qué secreto guardará en su vida. Luego reflexiona: -Pero se lo ve decente y eso es lo que cuenta. Además, no es moroso, y sólo aquello debe importarme, nada más-, se consuela el dueño de la barra, que por cierto tiene una aceptable reputación. 15 DE DICIEMBRE 2.001 La mañana del nuevo día se muestra soleada. Paula trata de permanecer junto al veterano de guerra preguntando y preguntando sobre el fatídico conflicto del Medio Oriente; mientras la esposa del Mayor intenta disimular los celos y la inconformidad que le causa dicha amistad. Xaviera se percata de lo ocurrido y se lo hace saber a su amiga musitadamente, quien ríe a mandíbula batiente por tan absurdo comentario. En pocos minutos, el guía turístico, Giuliano Scarole se hace presente, comunicándoles que tiene la grata oportunidad de dirigir al grupo por toda la isla. Pero el flechazo de amor lanzado por Cupido impacta directo en el corazón de aquel hombre, al tiempo de mostrarse hechizado por la presencia de Paula, surgiendo entre ambos una atracción tan poderosa que no pueden ni quieren controlar. Miradas que se cruzan, palpitaciones elevadas, pulsos sudorosos, pícaras sonrisas, son los ingredientes que aderezan este feliz encuentro. Pero en el tour también viaja un joven de unos veinte y cinco años, agraciado, sin llegar a ser guapo, el mismo que no deja de mirar hacia el asiento que comparten las chiquillas con ancestro latino. De vez en cuando guiña su ojo izquierdo coquetamente cuando ambas lo miran, entonces Xaviera exclama a Paula: -¡Qué simpático es! Míralo, y nos está viendo, ¿qué te parece, amiga?-. Paula da una breve mirada de cabeza a pies a ese galán y con cierto desdén responde: -Ya conoces mi manera de pensar. No me gustan los jovencitos, sino los hombres hechos y derechos, con vasta experiencia, como aquel profesor de Historia que teníamos en el colegio, o por qué no, Robert Redford, pero no esos chiquillos que sólo buscan placer-, culmina. La compañera replica: -Pero, amiga, somos jóvenes. Necesitamos hombres de nuestra misma edad y energía, no estoy de acuerdo con tú forma de pensar-. Paula repone: -Allá tú, pero el día que ponga mis ojos en alguien, lo haré de un señorón. Es más, creo que ya estoy enamorada; sabes, me gusta el guía turístico de este barco, se muestra tan varonil con ese cabello ensortijado y aquella barba bien cuidada-, suspira la cajera. Pero en casa de Giuliano la fatalidad se hace presente. Su pequeña hija Nicoletta, de forma súbita cae al piso con fuertes dolores al pecho y dificultades para respirar. Casandra, la ama de llaves, -mujer cincuentona, trigueña, cabellos entrecanos, menuda, e inmigrante en este país desde hace veinte años-, acude en su ayuda, se inquieta y busca localizar al padre llamando al crucero, pero su celular está apagado. Sólo entonces decide ir al bar en busca de Diego Giannini, y entre ambos la conducen al hospital. Todo ocurre tan rápido que, en cuestión de horas, y después de rigurosos exámenes, el doctor les comunica que la niña ha entrado en coma, producto de una neumonía terminal que vuelve imperativo avisar a su familiar. En Folkland, Socorro atiende a Flordeliz quien se muestra tranquila. La dulce sexagenaria enciende el televisor buscando información noticiosa; luego dirige sus miradas a la turbada mujer y decide conducirla hasta la sala para recostarla en la vieja y descolorida hamaca. Con su brazo derecho la ayuda a mecerse. La madre de Paula se presenta dichosa junto a su inseparable y sucia muñeca de trapo que arrulla entre los brazos sin permitir que nadie la despoje de su lado, pues, Socorro ha intentado darle limpieza en muchas ocasiones pero es inútil luchar contra su postura. Simultáneamente, un suceso inesperado altera la tranquilidad reinante en el hogar, ya que en la pantalla televisiva otorgan la información de que se ha formado un organismo que aglutina a miles de personas con el objetivo de buscar a sus seres queridos que la guerra separó. Esta organización se denomina, “UNIDOS MUCHO MÁS”; y es dirigida por una joven periodista que ha iniciado dicha cruzada con el apoyo del canal 7 donde labora. Amada Moncada, es su nombre. Dueña de una estatura mediana, buen cuerpo y maquillaje, treintañera, no es bella pero tampoco desagrada, de piel blanca aunque curtida por el sol, e hija de un marinero hispano al que también busca afanosamente. Aprovechando la oportunidad que le brinda la estación televisiva exhibe fotografías y videos de archivo donde se observa a muchos soldados alistados en la guerra, lo que hace revivir a la población épocas ya superadas. Este panorama logra que Flordeliz comience a gritar, a llorar, lanzándose al piso y golpeando su cabeza contra la pared, mordiéndose a sí misma en procura de hacerse daño. Sus síntomas de esquizofrenia son impresionantes, Socorro trata de calmarla, pero la fuerza física de la que hace gala es tan poderosa que arrastra al suelo a su cuidadora dejándola inconsciente por el golpe de su cabeza contra una mesa, mientras huye por las calles de la ciudad. Giuliano continúa mostrando todo lo bello que la isla de Cerdeña ofrece a los turistas, los mismos que se sienten extasiados. Después de varios minutos, el gallardo italiano informa a los viajeros que tienen una hora para almorzar y luego retomará su periplo marítimo. Este lapso de tiempo es aprovechado por el guía turístico para acomodarse en los sillones de la cubierta en busca de un solaz descanso. Observa a Paula sentada unos pocos metros más adelante en el borde de la piscina por lo que se acerca buscando conversación: -Hola, ¿cómo te llamas?-, pregunta el navegante en un entremezclado español. -Paula-, responde ella, mordiendo su dedo meñique derecho coquetamente. -Eres muy guapa-, añade. -Gracias-, contesta y devuelve el piropo: -Usted tampoco se queda atrás-, expresa, arreglando su cabello impacientemente. Ambos empiezan un flirteo donde Xaviera sabe que sale sobrando, por lo que procura alejarse para no perturbar dicha relación. Pero “Xavi” –su nombre en diminutivo- no pierde el tiempo, sus miradas están dirigidas hacia el mismo caballero que la impresionó tanto en el transporte de bienvenida. Lo encuentra sentado bajo un parasol cercano bebiendo algo refrescante. Ella se ostenta coqueta disparando una tierna sonrisa al tipo, de quien desconoce el nombre pero que la tiene entusiasmada por ser un hombre de “pelo en pecho”. Él, como todo buen conquistador, se acerca y ataca de ipso facto: -Hola, ¿puedo sentarme a tú lado?-. -Si gustas hacerlo, adelante, que yo sepa no muerdo a nadie-, responde ella, quien al igual que Paula peina con los dedos su negrísima cabellera, en la más inequívoca señal de que el acompañante no le es indiferente. -Mi nombre es Alejandro Coronel. Soy de New York, ¿la conoces?-. -Si, he ido como dos veces-, denota, agregando: -Mucho gusto, y enseguida se presenta: -Soy Xaviera Rivera y vivo en la ciudad de Folkland, Texas-. Con una intensa mirada que casi la desnuda, Alejandro manifiesta: -Espero que lleguemos a ser muy buenos amigos. Si el destino se cruzó entre nosotros será por algo, ¿qué opinas?-. -Si tú lo dices, así será. Yo también creo en la casualidad y he venido dispuesta a desafiarla-, contesta Xaviera, abriendo su descote sutilmente como buscando guerra. Pocos metros más allá, Paula y Giuliano no dejan de prodigarse tiernas y dulces ojeadas. Mientras ella coquetea ingenuamente con la copa de vino en sus manos, él realiza la misma acción pero acompañado de su acostumbrado vaso con leche. Al cabo de unos segundos, Paula dispara una ráfaga de preguntas hacia su amor platónico: -¿Qué signo zodiacal eres?-. -Él, un tanto sorprendido por la interpelación responde: -Capricornio. Como verás, soy signo de tierra, con sentido del humor, práctico, creativo y muy apasionado. No fumo, ni digo malas palabras, y me considero sólo un bebedor social-, confiesa un tanto en broma y en serio. -¿Y tú?-, la interpela él: -Pues, te comento que estás frente a toda una cáncer. Mi signo es de agua, por lo tanto, yo te dominaría siempre porque el mundo en su gran mayoría está formado por agua, y por ello vence a -, sonríe la pícara chiquilla. -Será por eso que me tienes en tus manos desde que te vi-, dice con una suave sonrisa ese representante masculino al puro estilo Rodolfo Valentino. Paula observa detenidamente la boca de Giuliano agregando: -Me gustan tus dientes, son pequeños y muy bien delineados. ¿Puedo saber de quién los heredaste?-. -Ya veo que eres muy observadora, no es una cualidad que caracterice a los cancerianos-, reflexiona el marinero, para luego contestar: -En cuanto a tú inquietud, te digo que no sé de quien o quienes los heredé, porque ya vinieron pegados con la cabeza-, indica Giuliano de manera cómica y ambos echan a reír como dos niños de jardín. Embelesado por la frescura, el candor y la belleza de Paula, Giuliano siente que ha encontrado en aquella turista a la posible madre de Nicoletta. En medio de aquel affaire delicioso, él sigue indagando: -¿Presiento que te gustan los hombres maduros? Si es así, ¿puedo saber por qué?-. -Sí, me gustan porque con ellos me concibo segura, siento esa tranquilidad que nunca tuve por carecer de padre, por haberme criado sola con mi madre y sin el apoyo de un hombre en casa-, responde Paula prosiguiendo: -Es muy duro crecer sin la presencia masculina. Nunca supe lo que era ir al parque con él, siempre veía a mis amigas acudir a la escuela con sus papás. En cambio, yo iba acompañada por la mamá de mi mejor amiga, porque mi verdadera madre tampoco podía. Siempre me pongo triste cuando recuerdo aquello-, concluye, mostrándose afligida. Pero como no hay mejor defensa que un buen ataque, Paula trata de salir de aquel recordatorio familiar que lastima su ser preguntando al interlocutor: -Te veo algo triste, parece que llevaras una pena por dentro, ¿me equivoco? -. Giuliano evita contestar, simplemente sonríe y le estampa un suave beso. El italiano aprovecha la ocasión y realiza un cordial ofrecimiento para cenar en uno de los restaurantes del crucero donde se alojan. Ella no lo medita dos veces y acepta encantada quedando de acuerdo en que será en horas de la noche, e inmediatamente se reúnen con el resto de pasajeros para continuar el periplo. Pero en el hospital metropolitano de Génova se vive otra historia. Casandra y Diego se encuentran junto a Nicoletta, quien duerme profundamente ignorando su mal. Diego pregunta al médico qué se puede hacer por ella, éste responde en forma tajante: -Nada, simplemente esperar el final, la niña irremediablemente va a morir. Sus pulmones están completamente tomados por la neumonía-. Cuando están tratando el delicado tema se escucha un ronquido desgarrador brotando del pecho de la pequeña, es su último suspiro... Nicoletta acaba de abandonar el mundo terrenal, por lo que el llanto de Casandra no se hace esperar, a la vez que Diego intenta ahogar la pena que también está sintiendo por el infortunado suceso. En la residencia de Socorro, ésta ha recobrado el conocimiento y se levanta del suelo gracias a la ayuda de don Fulgencio Segovia, su vecino, -un señor sesentón, canoso, de tez trigueña y mirada amable-, quien se acerca al domicilio por percatarse que la puerta está entreabierta. Socorro reincorporada y en pie es interpelada por él: -¿Qué pasó doña Soco?-. -Muchas gracias por venir. Realmente, no sé qué habría hecho sin usted, gracias-, responde la anciana llevando las manos a su cabeza, pues, aún se encuentra aturdida por el golpe. Pero, súbitamente da un grito: -Flordeliz, Flordeliz, ¿Dónde está, Flordeliz? Se fue, se fue, la puerta está abierta, se fue. ¡Santo Dios!, ayúdeme, don Fulgencio, ayúdeme a buscarla. Vamos, vamos hacia la calle-, indica dicha sexagenaria presurosa y asustada. Ambos personajes se internan en las penumbras de la noche. Llueve fuerte y sus cansados cuerpos no ayudan en agilitar el proceso de búsqueda. Fulgencio empieza a vociferar: -Señora, señora-, llamando a la fugitiva. Al llegar hasta la esquina de la calle que bordea el parque central, Fulgencio logra divisar algo a lo lejos. En efecto, se trata de Flordeliz, quien está aferrada a un grifo completamente empapada. Socorro la abraza fuertemente enunciando: -Gracias, Dios mío, gracias por devolverla sana y salva-. Sin olvidarse de Fulgencio se dirige a él añadiendo: -Y a usted también, vecino. Gracias-. En la tranquilidad del hogar, Socorro atiende a la amiga, cambia sus ropas y la recuesta. En medio de esa tarea, la enferma señala con insistencia el filo del vestido que su cuidadora segundos antes ha colocado sobre el espaldar de una silla. La benefactora no toma en serio aquel indicativo, pero Flordeliz insiste en llamar la atención del atuendo. La sexagenaria le acerca la prenda de vestir, ella toca con sus manos aquel hilván y la curiosidad lleva a que Socorro palpe dicho andarivel sintiendo algo ruidoso, por lo que desgarra la costura encontrando un papel muy envuelto, el mismo que procede a leerlo. Se trata de un certificado de defunción con fotografía incluida emitido por las Fuerzas Armadas Estadounidenses en 1.981, en el que comunican que Sebastián Montiel, navegante de la marina ha muerto en combate. Socorro comprende que Flordeliz posee pequeños chispazos de cordura en su mente, por lo que decide aprovechar la ocasión para preguntarle: -¿Este es el padre de Paula?-. La enferma no responde, solamente deja rodar por sus mejillas algunas lágrimas, las mismas que su mecenas entiende de inmediato, porque sin contestarle de viva voz ya se siente respondida. La madre de Xaviera decide esperar el retorno de Paula para entregárselo. En el hermoso puerto italiano, Casandra comunica el fallecimiento a la marina italiana para que localicen al padre. Los tripulantes del barco toman nota de aquel triste mensaje tratando de encontrar al guapo grumete. Las horas transcurren velozmente y sin darse cuenta la hermosa isla de Cerdeña abre sus brazos a la brillante y mágica noche. El frío suaviza el ambiente aunque va subiendo en intensidad, sus habitantes buscan el calor del hogar; sin embargo, para Paula y Giuliano el clima no será un impedimento que les evite estar juntos. La joven enamorada, en el camarote, se acicala con un hermoso vestido color caramelo entallado a su figura. Luce regia, maquillada con suavidad y sumergida en un perfume embriagador; pero, esta ocasión de éxtasis físico es interrumpida por el repicar del teléfono con insistencia, llamada que Paula deja pasar, ya que no está dispuesta a que nadie irrumpa en su momento. Se mira y remira frente al espejo hecho en cristal de roca, se sabe y siente hermosa; levanta su cabello con un moño que deja reflejar las finas facciones de una “cara bonita”, e inmediatamente abandona la habitación sin importar que el teléfono siga sonando. Baja hacia el salón principal en espera de su amado. Minutos después hace su aparición el hermoso galán vestido de blanco entero, muy bien peinado al estilo engominado y su espesa barba ya no adorna el anguloso rostro. Pero, extrañamente, Giuliano a pesar de notar la presencia de Paula procede a sentarse en otra mesa desconcertando por unos segundos a la guapa muchacha, quien con sumo entusiasmo levanta su mano esperando ser vista por él. Giuliano se acerca, ella lo saluda de una manera muy singular: -Buenas noches, mi amor-, y estampa un beso en la boca del guapo marinero, el mismo que responde amorosamente pero con algo de frialdad. -¿Qué te pasa?-, indaga Paula. Te noto extraño, diferente. ¿Por qué fuiste a sentarte en otro lado, acaso, no me vistes?-. -Disculpa, es que no te conozco-, se apresura él en responder con pasmosa sinceridad. -Ja,Ja,Ja-, se echa a reír la simpática chiquilla, insinuándosele sensualmente: -Tan rápido te olvidaste de tú muñequita. Pues, si es así, yo te lo voy a recordar ahora-, asegura, plasmando nuevamente un apasionado toqueteo en los labios de aquel caballero que la tiene extasiada. El misterioso italiano separa con disimulo a su amada de entre sus brazos agregando: -Ya, ya me acordé. Suficiente con esa efusividad para refrescar mi memoria. Perdóname, lo que te dije tómalo tan sólo como una broma-, concluye él. Ella insiste: -¿Estás raro? ¿Ya no te gusto, o existe otra mujer?-. -No, claro que no. Lo que sucede es que eres muy apasionada y eso me agrada, sí, pero a solas. Aquí con tanto público, me apena, no te olvides que soy algo tímido a pesar de mis años; pero en la intimidad expreso toda la pasión que desees.-, afirma él. Ambos personajes cambian de locación acudiendo hasta una parte más privada en aquel centro de diversiones. Ella recorre con sus ojos toda la parte anatómica de ese trofeo de carne y hueso que tiene a su lado y se siente más enamorada que nunca. Siendo totalmente correspondida, Giuliano en forma sexy guiña su ojo derecho hacia ella y enciende un cigarrillo; todos estos actos enloquecen aún más de lujuria a Paula, quien se concibe en la cima del cielo junto al que ella califica “todo un hombre de verdad”. Pero, súbitamente, algo llama la atención de la doncella sobre su acompañante y se lo hace saber al instante: -Amor, ¿me puedes decir desde cuándo acá fumas? En la mañana dijiste que eres un bebedor social pero no un fumador-. El italiano sorprendido ante esa pregunta y visiblemente nervioso comenta con sumo cinismo: -¿Yo te dije eso?, sinceramente, no lo recuerdo. Te confieso algo: no fumo, pero cuando una situación me pone tenso enciendo uno para aplacar el estado de ansiedad, ¿me explico? Pero si te molesta el humo, no hay problema, lo apago y se acabó-. Paula asombrada por la actitud de su compañero al olvidar con suma rapidez las cosas que afirma añade: -Si, amor, me molesta ese tabaco. Por favor, no fumes, ¿quieres?-. Giuliano ahoga el fuego de aquel cigarro, pero queda en él un amargo sabor de boca porque tal parece que le satisface el vicio. Paula se percata que aquella diferencia de criterios ha tornado tenso el idilio, y para romper el hielo momentáneo lo invita a bailar; él accede gustoso y ambos se entremezclan en un solo cuerpo. Después de unos deliciosos minutos en los brazos de su amado ella inquiere: -Mi amorcito, ¿por qué te rasuraste la barba?, me gustas más con ella. Además, el cabello ensortijado te sienta mucho mejor-. -¿De veras, muñeca?-, indica Giuliano, besándola y buscando no responder. -Pero no importa, igual luces hermoso. Deseo que esta noche no termine nunca, nunca-, manifiesta la joven de los ojos cafés, abrazando a ese varón que ha cambiado el norte de su existencia. Segundos después de fogosas demostraciones amorosas, intempestivamente, hace su aparición ante ellos un jovenzuelo que vende flores y gusta tomar fotos a las parejas de enamorados, es su forma de ganarse la vida. Se acerca hacia la mesa de los amantes ofreciendo los servicios, el italiano lo ignora, pero ella no, porque da la pauta para decir: -Mi cielo, quiero tener un recuerdo de este momento junto a ti. Qué te parece si nos tomamos una foto, ¿puedes complacerme?-, interroga con la felicidad desbordándola por los poros. Él no parece tan gustoso con la idea, trata de persuadirla para hacerlo en otro momento, pero ella está firme en su decisión y se impone. Ambos se abrazan, otorgándose a la vez un tierno ósculo que es captado por la moderna cámara de aquel muchachillo; Giuliano termina su misión de caballero comprando la digital y el ramo de flores que posa sobre las manos de su compañera sentimental, la misma que agradece con una suave y pícara sonrisa. El guía turístico observa su reloj que ya marca cerca de la medianoche, por lo que manifiesta a Paula su intención de estar a solas pero en otro lugar. La guapa acompañante acepta la propuesta y abandonan el escenario del baile subiendo hacia uno de los camarotes. El momento que el marinero hace vivir a esa doncella es maravilloso, por cuanto para ella significa muchísimo el hecho de que la ingrese cargada a la habitación y la recueste en una suave y sedosa cama. La pasión sube de tono, ellos se entregan sin medida hasta donde el destino los lleve. Inoportunamente, una llamada al celular del caballero rompe por unos segundos, -cual piedra lanzada sobre un cristal-, aquel romanticismo. Dicho momento es aprovechado por Paula para expresar a su loco apasionado: -Responde, quizás se trate de algo importante-. -No. No permitiré que nada ni nadie perturbe nuestro ambiente, el mundo que espere-, aduce Giuliano, quien totalmente excitado ya no quiere hablar sino actuar. Aquel seductor navegante apaga la luz del velador y sus cuerpos se transportan al paraíso, dejándose escuchar de fondo musical algo que entona así: “cuarenta y veinte, cuarenta y veinte, es el amor lo que importa y no lo que diga la gente. Cuarenta y veinte, cuarenta y veinte, toma mi mano, camina conmigo, mirando de frente”. 16 DE DICIEMBRE 2.001 La alarma del reloj anuncia incesantemente que son ya las siete de la mañana. Xaviera despierta preocupada al darse cuenta que “su ñaña” no durmió en el camarote, pues su lecho está tendido e impecable y aquello la inquieta. En aquel instante suena el teléfono, ella se apresura en levantar el auricular, en tanto su corazón palpita fuerte imaginando malas noticias. Pero no, es Alejandro quien le otorga los buenos días invitándola a desayunar en el lobby del barco flotante. Xaviera se tranquiliza un poco, aunque manifiesta su pesar al amigo por no saber nada de su compañera. Para despabilarse acepta el ofrecimiento indicando que en pocos minutos estará en aquel lugar. El joven enamorador se siente realizado esperando la llegada de esa muchacha que trastoca su mente. Xaviera se hace presente de forma puntual; físicamente luce bien, se nota su esmero en verse bonita, ya que no puede negar que, coloquialmente hablando, ese hombre ¨le ha movido el tapete¨. Coincidentemente, aparecen los señores Jameson quienes también buscan desayunarse. Alejandro los convida a compartir la mesa y entre conversación y conversación el exmilitar realiza un comentario: -El guía turístico de este barco es un excombatiente de la guerra de Afganistán-. Xaviera se interesa y pregunta: -¿Cómo lo sabe?-. -Porque ayer logré ver en su chaqueta una medalla con el logotipo del gobierno estadounidense, es idéntica a la que tengo. Todos los que participamos en ese conflicto bélico tenemos ese distintivo -, responde el retirado caballero. Xaviera repregunta: -Por esos avatares que tiene la vida, ¿usted conoció entre sus ramas al señor Ariosto Montalván? Él era mi padre y tengo la firme convicción de que no está muerto como me han dicho siempre-. El veterano de guerra repite varias veces aquel nombre como ordenándole a su memoria recordar: -Ariosto Montalván, Montalván. No, no me suena ese apellido, es que son tantos años. Pero, ¿estás segura que así se llamaba?-, interpela acuciosamente. -Si, mi madre así me lo ha hecho saber. Pensé que usted podría conocer algo de ello-, enfatiza Xaviera, pero en su rostro se dibuja el sinsabor de no haber logrado ninguna información. Mientras esta plática se lleva a cabo, Paula ha regresado al camarote radiante de felicidad en busca de un solaz descanso después de haber vivido una noche maravillosa. Entretanto, la tranquilidad en que está envuelta la habitación de Giuliano se interrumpe por la inesperada visita de un ser que toca a la puerta identificándose como el oficial Paolo Vergani, quien expresa: -Colega, anoche recibimos la llamada de una señora que se identificó como Casandra, ¿la conoce?-. -Claro que si, es la nana de mi hija. Pero, ¿qué pasa con ella?-, indaga un tanto inquieto. El informante continúa expresando: -Tratamos de localizarlo el día de ayer a su celular pero no respondía y en la radio de su camarote igual-. El marinero explica su proceder como justificando el accionar: -Lo que ocurre es que anoche sufrí un quebranto de salud por lo que decidí quedarme a descansar. Cuando esto sucede tengo por costumbre desconectar todos los medios de comunicación para que nada perturbe mi tranquilidad-. El gendarme titubea un momento y se pregunta en su interior: ¿estará mintiendo o no? Enseguida se llena de valor y sin ningún tipo de eufemismo le comunica la muerte de Nicoletta. Giuliano se abalanza sobre la anatomía de Paolo, con sus puños lo toma de la camisa y totalmente descontrolado intenta agredirlo a puñetazo limpio, al tiempo que lo acusa de bromear sin compasión. El marinero italiano lo aparta de su lado agregando: -No estoy bromeando. Ese es el mensaje que dejó la tal Casandra, y dijo que vueles de inmediato a Génova. Lo siento, amigo, realmente lo siento-. El gallardo barquero, dejando atrás su hombría vigorosa complementada con esa recia personalidad, se quiebra emocionalmente en llanto nombrando insistentemente a Nicoletta sin encontrar explicación a su muerte. Paolo, -a pesar de la brusca primera reacción-, abraza a su colega proporcionándole consuelo, al tiempo que deja ingresar a varios compañeros para profesarle su pésame al amigo de rutas. Giuliano, -desde la recepción del crucero-, marca a su casa, pero nadie responde. Esto lo conduce a una crisis nerviosa que se apodera de él, por lo que pierde la conciencia en el lobby de dicho lugar. Xaviera preocupada por su amiga acude hasta el camarote rogando que haya retornado. Al encontrarse con Paula, ésta le muestra la fotografía tomada en el restaurant manifestándole: -Aquí está mi gran amor, ¿no te parece hermoso?-, reafirma y pregunta al mismo tiempo apretando contra su pecho dicha imagen plasmada en el papel. Xaviera contempla aquel retrato y agrega: -De veras que salió guapo y tú también. Pero te confieso que me gustaba más ayer cuando lo vimos en el crucero. Tenía otro aspecto, su barba bien poblada y ese cabello ensortijado que lo proyectaba más varonil-. -Sí, es verdad lo que dices. Yo también se lo hice notar pero no le dio mucha importancia. ¿Qué cambio tan radical dio a su apariencia, verdad?-, se inquiere la enamorada muchacha. La joven de los cabellos negro-azabache aprovecha el momento y encausa la conversación hacia otro punto, comentándole sobre el diálogo que sostuvo con el militar Jameson. Paula se muestra interesada, ya que él puede conocer algo sobre el paradero de su padre, por lo que expresa a su amiga que tratará de charlar con dicho caballero en cuanto le sea posible. Pero tan sólo a pocos metros de allí el destino le juega su rol a Giuliano. Después de haber recuperado la conciencia, el italiano desembarca a tierra firme y toma un avión que lo conduce hasta la ciudad genovesa, marchándose sin recordar siquiera a su amor platónico. Bordeando ya las doce del mediodía, Paula espera ilusionada el reencuentro con su “media naranja”. Sin embargo, uno de los altos ejecutivos de la empresa patrocinadora se dirige a los viajeros para expresarles lo acontecido con el guía turístico y asegurarles que otro tomará su lugar. La joven se muestra atónita ante la repentina partida de su guapo navegante, su semblante entristece expresando a su amiga: -¡No puede ser! Se fue sin despedirse, por qué no me esperó, me hubiera encantado estar en estos duros momentos a su lado-, señala acongojada y al borde de las lágrimas. -No lo culpes, quizás no tuvo tiempo de avisarte. Debemos comprender que es su hija la que ha muerto, no un perro callejero-, asegura Xaviera. Paula, -moviendo la cabeza de un lado a otro en señal de reprobación-, mira con cierto enojo a su compañera como dándole a entender que siempre realiza comentarios desatinados, mientras la vecina alza sus cejas en señal de inocencia. Al transcurrir algunos minutos de meditación, la muchacha de los ojos cafés sorprende a la mujer de cabellos negro-azabache con la resolución que ha tomado: -Para mí se terminó todo esto. Sin él aquí, este paseo ya no tiene sabor, me regreso mañana mismo a Folkland-. -¡Estás loca!-, exclama Xavi. Todavía nos falta recorrer muchísimo, tenemos tantos días de maravillas en estas tierras para que quieras devolverte-, insiste la guapa compañera. -Si quieres, quédate. No te obligo a que vengas conmigo, sería egoísta de mi parte, pero lo que soy yo me devuelvo mañana-, denota Paula con aplomo. Xaviera acota: -¡Ah no!, así tampoco. Vinimos las dos y las dos debemos regresar, no te puedo dejar sola. Bueno, qué más da, así es la vida, no cabe duda de que unas nacen con estrella y otras totalmente estrelladas-. Acto seguido tararea en son de despedida una canción de moda: -“Adiós, Italia, querida. Fue un placer conocerte y quererte unos días, aunque esos días fueran el principio y el fin, de un amor tan bonito, pero hoy me tengo que ir...la,la,la,”-. Al dejar de entonar se muestra resignada y como si le hablara al viento enuncia: -No te prometo regresar, bello país, porque ¿quién sabe cuándo lo haga? Quizás en otra reencarnación-, culmina sentenciando, mientras siente cómo la suave brisa marina golpea su fino rostro. 17 DE DICIEMBRE 2.001 Amada Moncada sigue encabezando y engrandeciendo la organización, “UNIDOS MUCHO MÁS”. Continúan los anuncios televisivos, desfiles con pancartas, llamados telefónicos, radiales, epístolas, fotografías, los detalles más íntimos, todo vale, todo se acepta para difundirlo al mundo. El gobierno nacional se muestra opuesto a todo ese “ajetreo de la chusma”, -como ellos han decidido llamarlo-; pues, considera que se está alborotando la tranquilidad del país, pero las manifestaciones son tan multitudinarias que las autoridades gubernamentales optan por no intervenir abiertamente al menos por el momento. El fiel reflejo de esta campaña ya ha dado sus frutos al presentarse los primeros casos de reencuentro entre dos hermanos, lo que es reseñado ampliamente por la prensa del país, sobre todo la escrita. Igualmente, una tía y su sobrina dan testimonio de haberse reunido al cabo de veinte años viviendo situaciones alegres y melancólicas a la vez. Toda la nación se encuentra pendiente ante esta algarabía civil. El mecanismo para encontrar a las personas es fácil: simplemente deben presentarse en las pantallas de televisión dando nombre, apellido, señales particulares de sus familiares, y esto se difunde para que cualquier persona pueda escucharlos. El éxito es cada día más grandilocuente, pero Amada aún no logra encontrar a los suyos. Valiéndose de un drama bien montado para que el crucero les permita pagarles el regreso antes de tiempo, finalmente, Paula y Xaviera han arribado a tierra estadounidense. Inmediatamente abordan un taxi que las conduzca hasta su morada, pero en medio del recorrido las chiquillas observan admiradas las grandes manifestaciones que el pueblo realiza en las calles y se preguntan una a otra: -¿Qué pasa aquí?- El taxista comenta a breves rasgos el motivo de la marcha ciudadana. Paula reflexiona: -Yo debería estar ahí engrosando aquel grupo para gritar: - “Quiero conocerte...Papá”-. Xaviera también está de acuerdo con el pensamiento de su amiga, pero ambas concuerdan en que deben seguir su camino. Socorro, -que no las esperaba aún-, manifiesta a la hija de quien cuidó con esmero que necesita hablar con ella. La recién llegada se dispone a escucharla a pesar del cansancio, por lo que la sexagenaria hace entrega de los documentos que encontró. Paula, boquiabierta, mira todos aquellos papeles y se lamenta por el hecho de que la foto esté algo manchada, ya que sólo se puede apreciar breves rasgos de un hombre joven con cabello castaño. La chiquilla se arrodilla junto a la cama de quien la engendró como agradeciéndole por aquella fotografía, ya que por fin conoce algo de la persona que le dio el ser, y se siente dichosa por conservar la esperanza de encontrarlo con vida. En el viejo continente, la hermosa ciudad de Génova acoge nuevamente a Giuliano, quien se encuentra en el hospital llorando junto al cuerpo inerte de su hija: -¿Por qué me dejaste solo?, tal como lo hizo Sofía hace muchos años. ¿Qué voy a hacer sin ti, pequeña? ¡Despierta, cariño, despierta!-, manifiesta con fe, añorando ese milagro que no se cristaliza. Después de unos segundos, eleva sus miradas al cielo y se atreve a cuestionar al Creador exclamando: -¡Dios mío, por qué te ensañas así conmigo! Por qué me quitaste lo que más quería en esta vida. ¡Qué te hice, Padre Celestial, qué te hice, respóndeme!-, vocifera, arrugando entre sus manos con mucha fuerza e impotencia esas sábanas donde reposa Nicoletta, y que ahora huelen a hiel. Casandra y Diego están a su lado tratando de ayudarlo a sobreponerse. Su amigo aprovecha la ocasión para pronunciarse: -Llora, hermano. Llora todo lo que quieras, estás en tú derecho, te comprendo-, al tiempo que es testigo del fuerte y seco apretujón que le otorga el marinero. Casandra también deja reflejar su tristeza acercándose a su patrón señalando: -Si le sirve de algo, señor, consuélese en saber que el alma de la niña ya está en el cielo. Ella es un ángel en estos momentos-, denota con total convencimiento de lo que dice la vieja ama de llaves. Aquellas palabras calan hondo en los sentimientos de Giuliano, quién vuela hacia los brazos de “su nana”, que lo acoge como si se tratara de su hijo mayor. -Gracias, viejita. Gracias, por todo, no sé qué hubiese hecho sin los dos -, expresa el guía turístico. Seguidamente, Casandra otorga un último consejo a su jefe: -Don Giuliano, los designios de Dios nadie los puede cuestionar. Él sabe por qué hace las cosas, quizás, la pequeña iba a sufrir demasiado y mejor decidió llevársela. Despídase de ella, bésela en la frente, pero no la abrace, dicen que es malo abrazar a un difunto-, sentencia. Giuliano realiza todas las acciones que ella le indica, luego de las cuales los tres personajes abandonan dicha habitación con rumbo a casa, pero el gallardo marino siente que en ese frío dormitorio se queda una parte de su ser. 19 DE DICIEMBRE 2.001 A pesar de toda la tristeza que rodea el ambiente del italiano, una genovesa mañana activa y bulliciosa los acompaña. Ésta contrasta salvajemente con el estado de ánimo que posee el papá de Nicoletta, quien regala un semblante demacrado, soñoliento, ido. Sus dos amigos lo ayudan a vestirse para que asista al funeral, objetivo que logran alcanzar con mucho esfuerzo. Pocas personas siguen el féretro, como pocos son los amigos de Giuliano. Éste, -enfundado en un terno oscuro y gafas del mismo tono-, intenta ahogar su dolor. El sacerdote europeo con rostro bonachón menciona unas plegarias realmente sesudas que hacen brotar más de un sollozo en los presentes. El sarcófago es sepultado en tierra como se acostumbra en esta ciudad. El navegante llora en silencio, de vez en cuando se despoja de sus gafas y deja circular el pañuelo blanco por su rostro. Antes de echar la última pala con tierra que sumergirá para siempre en el olvido a la difunta, el afligido padre lanza unas cuantas flores proporcionadas por Casandra; luego se aproxima hacia el ataúd, dobla rodillas y pronuncia: -Adiós, mi pequeña. Siempre te amaré, perdóname si no pude arrancarte de la muerte. Dile a tú madre en el paraíso que la adoré hasta el final-. Después de mencionar estas palabras logra divisar hacia un costado la presencia del doctor que atendió a la paciente, el mismo que se acerca a él y agrega: -Hice lo que estuvo a mi alcance, compadre. Tú más que nadie sabes cómo quería a mi ahijada, desgraciadamente, el paro cardíaco fue fulminante. Espero que también te cuides, ve por mi consultorio para realizarte algunos exámenes, sé que no es el mejor momento para decirte esto, pero vale la pena estar sobre aviso. Lo siento, lo siento mucho-, manifiesta el facultativo abrazando fuertemente a Giuliano, quien corresponde a semejante amistad. Después de las exequias respectivas, el marinero procura resarcir su pena. Recostado sobre el sofá de la sala y con las luces apagadas llora en silencio. Inesperadamente, llega a su memoria la imagen de Paula y añora tanto tenerla consigo porque siente que la ama. Aquellos instantes de evocación, sueños y recuerdos son interrumpidos osadamente por Casandra, quien se atreve a encender una pequeña lámpara inquiriendo: -Perdón si lo molesto, pero ¿puedo saber qué va a hacer ahora?-. -No lo sé-, responde el cincuentón, acomodándose aún más en su canapé preferido. Casandra insiste, algo temerosa y pecando de inoportuna, pero insiste: -Mi inquietud es: ¿me quedo o me voy de la casa, señor?-. -No se vaya, quédese. Al menos así esta residencia no resultará tan vacía-, contesta totalmente desganado y dejándose dormir. En la residencia de Socorro, Paula acude a charlar con su madre tratando ilusoriamente de hacerla reaccionar con el fin de obtener más información sobre el hombre que le dio el ser: -Mamá, ayúdame. Dime, ¿te acuerdas de papá, te acuerdas?-. Flordeliz mueve su cabeza trastornada de un lado hacia otro dando señales de esquizofrenia aguda. Paula vuelve a insistir: -Mami, ¿papá tenía algún rasgo particular en su cuerpo?-. Pero al momento todo es inútil. La joven abandona el dormitorio y se dirige a la sala para seguir contemplando la foto borrosa de Sebastián. Sorpresivamente, Flordeliz se acerca a ella, levanta el cabello de ésta tocándole los tres hoyuelos que tiene detrás de la oreja derecha. Paula no logra entender, su madre señala el mismo órgano externo en la foto que posee, sólo entonces la muchacha logra aquilatar que su progenitora entendió lo que estaba preguntando. En un arrebato único inunda de besos al ser que tanto ama devolviéndola a la habitación, pero su felicidad es tal que siente la imperiosa necesidad de compartirla con alguien, por lo que acude a charlar con Xaviera buscándola en su recámara: -Amiga, estoy que no quepo de alegría porque al menos tengo esta imagen de papá. Mírala, mírala, -le sugiere en forma insistente apuntando con su dedo índice al retrato-. Acto seguido continúa: -Claro que está un poco deteriorada, no se lo ve bien, pero al menos es algo, ¿no te parece?-. -Si-, precisa la altiva doncella de cabellos negrísimos con algo de pena en sus gestos. Al notar esta actitud, Paula agrega: -No te pongas así, -acariciando el cabello de su vecina-. Estoy segura que pronto aparecerá tú papá; ten fe, así como la tengo yo-, termina consolando a dicha dama. -Tienes razón, sólo hay que esperar un poco-, evidencia Xaviera, observando el rostro de aquella vieja digital. Con la imaginación tan aguda que la caracteriza exhorta a Paula con un consejo: -Se me acaba de ocurrir una idea. Qué te parece si cuando regrese del crucero aquel señor Jameson vuelves a charlar con él. Tengo su dirección y quizás te pueda dar más detalles sobre tú padre-. -Sí, apoyo la propuesta. Tal vez esa sea la puerta que me falta abrir-, concluye la feliz mujer. Aquella noche en su dormitorio, Paula rememora los momentos dichosos que vivió junto a Giuliano. Éste, desde Génova, -que por diferencia horaria ya se ha constituido en el día siguiente-, enciende el televisor y escucha las noticias que circulan acerca de los encuentros entre parientes que aún se suscitan en tierras americanas. Al finalizar la convocatoria pública aparece Amada Moncada, quién al cerrar el programa televisivo invoca a sus familiares, pero ahora aportando mayor información: -Papá, aquí esta tú hija, quien sólo sabe que eras marinero y te embarcaste en el submarino “Vigilia II”, en Diciembre de 1.980. Tú madre se llamaba Zoila Escobar y la tía Letty Moncada es tú hermana; te espero aquí, llámame, “Quiero conocerte…Papá”-, denota la activista tratando de detener el llanto, al mismo tiempo que la señal televisiva se borra bruscamente, como siempre, por cuestiones gubernamentales. Giuliano coloca máxima atención al escuchar el nombre de aquel submarino, como si tratara de recordar algún pasaje de su vida. 19 DE ENERO 2.002 Un mes devenga ya desde que Paula arribó de aquel viaje de turismo por mar. Las fiestas navideñas han quedado atrás, que como nunca resultaron ser muy tristes para ella. De igual manera, el final de un año marcado por la incertidumbre ya pasó, aunque una estela llena de dudas sigue alcanzándola en el nuevo calendario. Ahora se halla en casa del Mayor Jameson indagando sobre la identidad de su progenitor. Para ello, muestra la foto y el certificado de defunción que posee; el viejo y cansado militar por más que se coloca los lentes no puede divisar con claridad dicha imagen por lo deteriorada que se encuentra, pero menciona algo que llama poderosamente la atención de Paula: -Hija, no voy a engañarte. Me encantaría ser ese pilar de apoyo, pero no puedo, porque yo pertenecía al ejército y tú padre a la marina. Sinceramente, no sé cómo guiarte; asimismo, la mayoría de mis compañeros que hubiesen podido aportar con alguna información ya han fallecido, aunque tú rostro lo asocio con alguien, no sé a quien-, culmina afirmando el veterano de guerra. En ese momento aparece su esposa, la misma que, escuchándolo todo detrás de la puerta se acerca para expresar: -Disculpen, pero no pude evitar oír su conversación. Por esa razón quiero dar una ayudadita a tú memoria, querido maridito-, sostiene con algo de sarcasmo. Y así, dirigiéndose a la guapa visitante la salpica con una tremenda duda al decirle: -Yo sé a quien te pareces físicamente. Tus rasgos y miradas me recuerdan al guía turístico del barco en el que fuimos de paseo hace poco,-, sentencia con firmeza la altiva señora, con el propósito de infundirle cizaña para que no regrese, o realmente es su apreciación particular. Paula se abruma ante lo que considera una canalla aseveración y se niega a seguir oyéndola, por lo que toma sus cosas de una manera poco cortés y se marcha ante el asombro del veterano y el regocijo de la celosa madame. Pero al cabo de todos estos días pasados desde la muerte de Nicoletta, Giuliano ha decidido que no puede dejarse derrumbar, por lo que da un nuevo vistazo a su fisonomía corporal retomando el valor y energía propios de su personalidad, y se encamina en dirección a su trabajo de siempre. Rumbo al puerto se percata cómo la mayoría de los diarios italianos reseñan las noticias de los reencuentros producidos en esas lejanas tierras americanas. En Folkland, la preocupación persigue a Paula. Llega muy contrariada a casa en busca de Xaviera y le comenta lo sucedido en su visita a los Jameson. La dama de la frondosa melena azabache sólo atina en consolarla expresándole: -Cálmate, claro que no es verdad. Esa mujer lo dijo sólo para fastidiarte, no te das cuenta que es una celosa empedernida, no lo tomes tan a pecho, olvídalo ya-. Después de este amargo momento, Paula permanece pensativa por unos minutos. Acude a la cocina, se prepara una taza con café y sugiere a Xaviera que la acompañe con otra igual, pero ésta se niega, ya que no acostumbra a tomar esa bebida tan temprano. Sentada alrededor de la mesa, la joven de los profundos ojos cafés realiza una singular propuesta a “su ñaña”: -Sabes, “Xavi”, quiero pedirte un gran favor y espero que no te niegues-. -Depende de lo que me pidas, querida. Porque si deseas que me lance casa abajo, pues en ese espejo no te vas a mirar-, concluye la íntima amiga, y ambas festejan a mandíbula batiente. Paula enuncia: -Loca, eres una loca, pero así y todo te quiero-. Xaviera no tarda en responderle: -Siéntete totalmente correspondida porque bien sabes que yo te adoro igual, ñañita-. Sin pérdida de tiempo, la primera esboza su deseo: -Mi plan consiste en que aparezcas en ese programa de la televisión donde encuentran a los parientes perdidos y te hagas pasar por mí buscando a papá. Tengo vergüenza en salir allí, tú eres más arriesgada, más audaz, ¿te atreves a concederme este petitorio?-, ruega a su interlocutora, mientras absorbe un poco de café. Xaviera pregunta en forma histriónica: -¿Estás con fiebre?,- colocando la palma de su mano derecha en la frente de Paula-, añadiendo: -Cómo pretendes que haga eso. La interesada eres tú, por lo tanto, debes enfrentarlo. Me niego en hacerlo y perdóname por no poder complacerte, pero entiende, esto es algo muy serio; salir yo en televisión cuando la realidad es otra sería engañarnos a nosotras mismas y empezaríamos mal esta búsqueda. Recuerda que todo lo que empieza mal termina del mismo modo, compréndelo, por favor-, concluye con mucha verticalidad, a la vez que enciende un cigarrillo y la acompaña en la mesa. Su amiga querida inquiere: -Entonces, ¿qué hago Xavi? No quiero salir en televisión, me muero de la pena. Dime, ¿qué hago?, ayúdame con alguna sugerencia-. Xaviera le informa: -Lo que se me ocurre al momento es que vayamos en busca de Amada, segura estoy que nos puede ayudar, ¿qué te parece?-. -Es una magnífica idea, cómo no se me ocurrió antes. Te das cuenta, por eso siempre digo que dos cabezas piensan mejor que una-, afirma Paula sugiriendo rápidamente: -Termino mi café y tú el cigarrillo y nos vamos para la organización, ¿de acuerdo?-. -Muy bien-, sostiene Xaviera, lanzando una pequeña colilla al piso. Y así, ambas acuden hasta la oficina de la mentalizadora social a cumplir con su propósito. Hacen su ingreso un tanto dubitativas, la secretaria les manifiesta que esperen unos minutos porque la activista está realizando una arenga en radio. Las visitantes se sienten nerviosas, Xaviera intenta controlarse y logra su cometido mirando las fotos que adornan las paredes de la sede grupal. Súbitamente, Paula indaga a su “ñaña”: -¿Quién de las dos hablará con ella?-. -Tú, lógicamente-, sostiene Xaviera, arreglando su peinado en el reflejo que el cristal de la ventana le devuelve. -No seas así-, añade Paula. Si te traje es para que hables, o al menos hablemos las dos-, acota, dejándose llevar hacia el mismo cristal tratando de mejorar su aspecto ante Amada. Xaviera con evidente enojo en su rostro responde: -Hasta cuando voy a tener que...-. Ellas son interrumpidas por la activa dirigente, que ataviada con jeans, camiseta ceñida al cuerpo y zapatos tennis se presenta: -Hola chicas, mucho gusto. Soy Amada Moncada, adelante, ¿en qué puedo servirles?-, pregunta, invitándolas con su mano derecha a que tomen asiento. En esos momentos, Paula se apresura en hablar porque ya no está dispuesta en rogarle a su compañera: -Mi presencia aquí es porque estoy en busca de papá. En este sobre está toda la información que poseo y también una foto que tengo de él-, sostiene la joven de los profundos ojos cafés, procediendo en hacer entrega de todos los documentos que ha mencionado. Paula insiste en solicitar de favor a la famosa líder que no la presente en televisión porque el miedo y la vergüenza la invadirían. Hace hincapié en que está dispuesta a llevar a su madre hasta el set televisivo, si es necesario, para que exista mayor veracidad en la búsqueda. Amada comprende dicha situación, prometiéndole dar fiel cumplimiento a su petitorio a la vez que agrega: -Muy bien, hoy mismo lo vamos a publicar ante el mundo. Te espero en unas horas con tú señora madre, y si tienes suerte lo puedes encontrar más rápido de lo que te imaginas-, asegura con aires de optimismo. Enseguida solicita lo siguiente: -Dame un número telefónico y la dirección domiciliaria donde este ciudadano pueda comunicarse-. Allí la duda envuelve a Paula, quien desliza suavemente sus miradas hacia Xaviera; ésta voltea las suyas como no queriendo encontrarse con las de su amiga. La hija de Flordeliz no se intimida y con suma seguridad otorga los datos de Xaviera, la misma que sólo mueve la cabeza como muestra de reprobación. Paula realiza un pequeño ademán llevándose su dedo índice a la boca como indicándole que se quede callada. Amada no se percata del hecho y sólo anota lo expresado. Ambas soñadoras agradecen la colaboración prestada y abandonan el lugar. En las afueras del edificio, Xaviera lanza todo un ciclón de reclamos a “su casi hermana”. -¿Por qué hiciste eso?, ¿Por qué actúas así? Siempre soy el comodín, no te comprendo-, concluye, con su adrenalina disparándose a mil. -¿Estás molesta?-, indaga Paula. -Sí-, responde la otra-, acomodando el bolso sobre su hombro y caminando apresuradamente. La primogénita de Giuliano contesta con rebeldía: -Pues, te aguantas, porque lo hecho, hecho está-, a la vez que mira con desdén a un joven que se atreve a lanzarle un piropo. Luego de caminar por varios minutos sin dirigirse la palabra, la enamorada de aquel italiano sabe cómo contentar a su amiga. Se percata que a unos cuantos metros existe un “negocio específico” que la impulsa a esbozar un deseo: -Xavi, quiero tomarme un helado, ¿me acompañas?-, pregunta colocando su rostro angelical e inocente buscando conmoverla. Su “íntima” responde: -Eres una bandida. Sabes que los dulces son mi debilidad, por eso me trajiste a esta avenida, pero está bien, lo acepto-, sostiene la segunda de las nombradas adelantando su paso. Ambas sonríen fundiéndose en un solo abrazo, se quieren tanto que estar disgustadas no calza en sus vidas. Después de saborear su deliciosa golosina se dirigen a casa en busca de Flordeliz para conducirla a la estación televisora. En pocos minutos llegan hasta el estudio de canal 7 con los dedos entrecruzados y presas por los nervios. Con la tensión rodeando aquel lugar, Paula suplica a “su ñaña”: -Reza, hermana, reza mucho para que todo salga bien-. -Eso estoy haciendo-, indica, escuchándose murmurar en ambas: -Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tú nombre, venga a nosotros tu reino, ayúdanos a encontrar a nuestros padres(…) En Génova, Giuliano ha concluido con su diaria labor y dirige sus pasos hacia al hogar, pero antes acude al bar en busca de beber su acostumbrado vaso con leche. Diego lo observa y formula: -Amigo, te veo triste. Por qué no te consigues una mujer, mira que aquí hay muchas y de muy buen ver, comprendo que está reciente lo de tú hija, pero la vida sigue y nosotros con ella. Eso lo aprendí cuando me quedé viudo y con dos hijos; vamos, hazme caso-, asevera el dueño del “Galaxia”. -Quizás, quizás lo haga más adelante-, puntualiza el marinero sin darle mayor importancia a esa afirmación. Con el propósito de ayudarlo a disiparse un poco, Diego enciende el televisor en busca de esparcimiento. Uno de los canales televisivos reproduce la señal internacional por satélite desde Folkland donde Amada anuncia su mensaje: -Estimados amigos, hoy presentamos un nuevo caso. Se trata de la búsqueda de un marino americano llamado Sebastián Montiel, quién se enroló en la guerra en el año 1.981. Queremos decirte Sebastián, que tú esposa e hija, Flordeliz Roldán y Paula Montiel, respectivamente, te quieren y necesitan. Donde te encuentres, comunícate al teléfono que aparece en pantalla, te estamos esperando-, concluye el mensaje, mientras Amada levanta el pulgar derecho dirigido a las chiquillas en señal de victoria. Giuliano, visiblemente impresionado, se torna pálido, nervioso, mirando fijamente la imagen proyectada, y sólo atina en anotar aquellos números telefónicos que atrapan su atención. Mientras tanto, Flordeliz se muestra inquieta en las instalaciones de canal 7, tal parece que las luces de las cámaras y tantas personas a su alrededor confunden aún más su deslucida memoria. Inesperadamente, permanece mirando en forma duradera uno de los focos de las grandes lámparas que adornan el set. En su desvarío imagina aquellas luminarias como luces de algún avión bombardero, y es en ese momento cuando todo el panorama se torna dramático porque la mujer comienza a vociferar: -¡Ayyy, ayyy, Sebastián, mi amor, nos atacan, nos atacan! ¡Cúbrete, cúbrete, no quiero morir, no quiero morir. Ayyyy!-, termina implorando, a la vez que adopta la posición fetal que asemeja a un escondite dentro de una trinchera, pero ella lo hace detrás de un mueble. El personal de la estación televisiva intenta dominarla, pero es tal la fuerza física de la desafortunada señora que logra defenderse con uñas y dientes lanzando su desafío: -¡No se me acerquen, no se me acerquen, ustedes son los enemigos. Mátalos, Sebastián, mátalos. Corre, corre, mi amor, allá vienen los aviones, allá vienen. Huye, Sebastián, huye!-, es el clamor que Flordeliz dispara al mundo sin control revolcando todo su cuerpo por el friolento piso que la acoge. Las dos representantes del sexo femenino se muestran anonadadas por la actuación que está brindando aquella mujer, a la que por momentos parecen desconocer. Ambas intentan avanzar hacia ella, pero los nervios prácticamente han congelado sus piernas. Paula sólo atina a gritarle: -Mamá, mamá, cálmate, cálmate. Ayúdenla, ayúdenla, por favor-, mientras se cuestiona: -¿Por qué te traje, por qué?-. Xaviera atisba con sus ojos engrandecidos por la sorpresa, pero su corazón se apena tanto como el de Paula. Es demasiada la congoja sentida que sin medir sus palabras también expresa: -Mamá, mamita, tranquilízate. Por favor...-. Las dos damas se miran absortas ante lo dicho por esta última, pues todos conocen que Flordeliz no es su madre. De improviso, Xaviera reacciona, se suelta del brazo de su amiga y corre en procura de auxiliar a su vecina de años, pero ya ha sido dominada por varios empleados. Intempestivamente se escucha una voz que dice: -Manden a comercial, manden a comercial-. Se trata del director de cámaras, -cuyo semblante refleja ser un buen hombre-, quien acercándose a las muchachas se disculpa: -Lo siento, todo fue tan inesperado que se nos salió de las manos. Pueden llevársela-. -Gracias, gracias-, indica Paula, a la vez que dice al oído de su madre: -Vamos, mamá, vamos a casa. Ya pasó todo-, aunque Flordeliz murmura: -Hay muchos muertos. Veo sangre, dolor, sangre, son dos, son dos...-, sigue repitiendo y repitiendo mientras es trasladada a su hogar. Las cámaras de televisión vuelven a retomar la imagen donde aparece Amada pidiendo disculpas al público por el suceso ocurrido, e inmediatamente realiza el fervoroso llamado de siempre a sus familiares. Para Giuliano es imposible dormir por todo lo que ve y escucha sobre “UNIDOS MUCHO MÁS”. Piensa en Amada, la admira, recapitula en todo lo que ha sido su vida en Génova, al tiempo que se indaga a si mismo: ¿será que la sangre llama? 20 DE ENERO 2.002 El día discurre sigilosamente entre circunstancia y circunstancia, y la noche calurosa ha hecho su aparición en la ciudad fronteriza de Folkland. Paula y Xaviera llegan a casa de ésta última, la dura faena del día las tiene agotadas. La segunda de las nombradas se apresura en acudir al baño, entretanto, la primera se acomoda en el sillón aprestándose a retirar el poco maquillaje que aún retoca su rostro. Sorpresivamente, suena el teléfono y ella responde: -Hola, ¿Quién habla?-. Un largo silencio logra escuchar en el otro lado del hilo telefónico. Paula continúa indagando: -¿Quién es? Hable pronto-. En sus delicados oídos suena una voz varonil, fuerte, aclimatada, con un español entremezclado que no identifica, quien se decide a reponer: -Soy, Sebastián Montiel, el hombre que ustedes buscan. No sabía que tenía una hija e ignoraba que mi mujer aún vive, estoy tan emocionado que no puedo ni hablar-, afirma. Paula totalmente extasiada expresa: -Papá, soy tú hija, quien siempre soñó tenerte a mi lado. Te quiero, papá, te necesito, ven a vernos, mi madre está enferma. Ven porque “quiero conocerte…papá”-. Aquel interlocutor acota: -Juro que no sabía de tú existencia, siempre me dijeron que Flordeliz había muerto. Voy para allá, espérame, pediré permiso en el trabajo porque yo laboro en un…-. La comunicación telefónica se corta abruptamente y también los sentimientos que estaban aflorando entre dichos seres. Ambos lloran emocionados acariciando sus respectivas bocinas como queriendo estar frente a frente para darse el primer abrazo. Paula va en busca de Xaviera y abrazándola fuertemente ríe y llora al mismo tiempo expresando: -Llamó mi padre, llamó mi padre-. Giuliano muy entusiasmado por la existencia de aquella organización acude al bar de su amigo y por primera vez se toma una cerveza con él, manifestándole que Amada Moncada le ha devuelto la razón de vivir. El dueño del centro de diversiones lo interrumpe preguntando: -¿Estás seguro que eres uno de los que busca aquel organismo mundial? A lo mejor estás viviendo falsas ilusiones-, añade. El italiano asevera con rostro radiante: -Estoy férreamente convencido de que dicha mujer ha sido puesta en mi camino por Dios. Mira, hermano, hace muchos años llegué a Italia, me encantó esta nación, conocí a Sofía, me casé, por ella obtuve la nacionalidad, engendré a Nicoletta y pretendí borrar de mi mente un pasado que no quería recordar; pero ahora sé que tengo una familia y necesito reencontrarme con ellos. Acabo de averiguar que mañana parte un vuelo para América y he decidido irme, lo económico no me preocupa tanto, tengo ciertos ahorros que me servirán para solventar la situación hasta que logre estabilizarme-. Diego concuerda con su amigo que lo mejor es ir en busca de sus raíces. Paula, -sentada alrededor del comedor-, observa la foto de su padre y comienza a imaginárselo cómo será físicamente ahora. No puede conciliar el sueño, tantas ideas la perturban, el bichito de la incertidumbre carcome cada parte de su corazón por lo que acude en busca de su madre. Al abrir la puerta de la habitación encuentra a Flordeliz despierta, en sus manos sostiene una antigua fosforera intentando encender aquel accesorio. Su hija se aproxima y pregunta: -Mamá, ¿esto era de mi padre?, -refiriéndose al artefacto masculino-. Su progenitora no responde, ella continúa: -Mami, Dios escuchó mis ruegos y muy pronto va a cambiar nuestra vida, porque aunque no me entiendas es mi deber decirte que he encontrado a papá. Ojalá que su presencia te haga volver a la realidad, aunque los médicos digan lo contrario-, sentencia, acurrucándose en brazos de quien la trajo al mundo. 21 DE ENERO 2.002 La mañana ha hecho su presencia en forma esplendorosa. En las instalaciones del Ministerio de Defensa Nacional, el General Steven McGregor, -un norteamericano de ruda apariencia, cuarentón, corpulento, aspecto desconfiado, miradas profundas y buen dominio del idioma hispano-, ha convocado a una reunión con todos los dueños de las cadenas televisivas, radio y prensa escrita. Él se presenta imponente: -Señores, muy buenos días. A nombre del gobierno nacional los he reunido para comunicarles que el señor Presidente Constitucional de la República hace un llamado a la cordura, en busca de que los medios de comunicación no coloquen a su disposición las frecuencias para exacerbar y caldear los ánimos de la población. Todos conocemos los hechos que han sucedido durante el desarrollo de la historia de este país; por lo tanto, los caídos en combate debemos dejarlos en paz, que duerman el sueño eterno, y no tomarlos como caballo de batalla para alcanzar falsos idealismos provenientes de un puñado de personas que sólo buscan vivir del escándalo, la exaltación y mantenerse en el candelero público-, expresa con aires de soberbia. Edgardo Mendieta, -dueño del canal 7 donde labora Amada-, un ejecutivo de tez blanca, ojos negros, audaz, pragmático, proactivo, pero radical y determinante al tomar decisiones eleva su voz de protesta: -Señor Ministro de Defensa, a nombre de todo el gremio periodístico de la nación, expreso nuestro más enérgico rechazo ante esta posición adoptada por el gobierno. No pueden atentar contra la libertad de expresión consagrada en nuestra Constitución; además, detrás de nuestra prensa se encuentra todo un pueblo al que no tienen ningún derecho de matar sus ilusiones-, evidencia con total convicción en sus palabras. El General McGregor es categórico: -Hablo en nombre del Presidente, es su última palabra. En cuanto a usted, señor Mendieta, es quién más debe cuidarse o aténgase a las consecuencias. Es todo lo que tenía que informarles, gracias por su presencia-. Edgardo desiste en seguir cuestionando a la autoridad, no quiere ni debe entrar en polémica. Abandona la reunión pero con la firme creencia de que es imperativo hablar con su empleada, y sin pérdida de tiempo la aborda al llegar a la estación televisiva: -Amada, he querido ayudarte. Estoy contigo en esta cruzada que me parece por demás justa y como periodista debo apoyarte, pero...-. -¿Pero qué?-, se apresura la periodista en preguntar: Él prosigue: -Lo has escuchado ya. El estado puede retirarme la frecuencia si persisto en esta situación, y como comprenderás yo vivo de esto, tú también y cientos de centenares de empleados. Por eso, es mejor que el canal se desligue de este movimiento, pero moralmente estaré apoyándote, aunque tecnológicamente me es imposible. Eso es lo que tenías que saber-, enfatiza visiblemente apenado. Amada respira hondo y de seguro contraataca: -Comprendo tú posición, no soy estúpida. Lo que no sabía era la magnitud de la cobardía que te acompaña-. El alto ejecutivo reacciona: -¡Hey!, mide tus palabras. Mira lo que estás...-. -Te callas y me escuchas porque ahora hablo yo-, sentencia la líder. -Pensé que eras mi amigo, pero me doy cuenta que sólo eres uno más del montón. Está bien Edgardo, cuando me metí en esto sabía que no era fácil, seguiré sola, hoy mismo tendrás mi renuncia en tú escritorio, gracias por todo y adiós-, afirma la dirigente con el orgullo hinchando su pecho. Amada toma su bolso, lo acomoda sobre el hombro izquierdo y se apresta en marcharse, pero él la detiene un momento: -Te deseo mucha suerte. ¿Me permites darte un beso de despedida?-. La audaz cabecilla permanece callada, no da su consentimiento ni tampoco lo niega. Él se aproxima y cuando procede a estampar su manifestación de cariño en la mejilla, ella voltea su rostro de una manera tan altiva, tan única, rechazándolo como sólo ella puede hacerlo, por lo que Edgardo intuye que una gran amistad acaba de fenecer. En Génova, Giuliano se despide de sus amigos: -Bueno, ha llegado el momento. Gracias por los tiempos felices que pasamos juntos, ustedes sí que han sabido ser verdaderos amigos, siempre estuvieron allí cuando más los necesité. Pienso que al ser inmigrantes como yo tuvimos esa facilidad para comunicarnos, aquello nos ayudó a compenetrarnos más. Los voy a extrañar demasiado, cuídense y que Dios los bendiga-, indica el viajero, apresurándose en abrazarlos con mucho sentimiento. Hacia un costado se encuentra Casandra, quien llorosa le hace saber humildemente que las puertas de su pequeña casa siempre estarán abiertas para él. La azafata anuncia que el vuelo 507 con destino a Estados Unidos está por despegar, él toma sus pequeños bolsos y se dirige al andén perdiéndose en la inmensidad del pasillo que lo conduce a una nueva vida. Simultáneamente, en “la ciudad que no tiene copia”, Paula y Xaviera se muestran presurosas en acudir a su trabajo en la pastelería, pero Flordeliz amanece agripada, por lo que Socorro, como siempre, accede a cuidarla trasladando hasta su domicilio a la dulce enfermita. Entre idas y venidas, alborotos, bullicios y apertura de café-bares que invitan a la tertulia, la tarde se insinúa coqueta flirteándole a la noche. El reloj de la catedral indica que ya son cerca de las seis. Después de diez intensas horas de vuelo, Giuliano ha hecho su arribo a la ciudad de Folkland. Ante sus ojos se presenta una localidad que no ha cambiado casi nada desde que se marchó de allí. Lo golpea visual, física y emocionalmente la impresión de dejar una ciudad cosmopolita como Génova y encontrarse frente a la parsimonia de esta urbe. Merodea por el pequeño y límpido parque, bebe algo refrescante y toma asiento en una de las bancas tratando de acoplarse a su nueva realidad. A pocas calles de aquel centro de diversiones infantil, en la residencia de Socorro; ésta se halla en la cocina apresurándose por preparar la cena. Súbitamente, el teléfono suena y suena, la ocupada anciana se da prisa en contestar aunque refunfuña porque aquella llamada roba minutos preciosos de su valioso tiempo. Una voz masculina y bien timbrada pregunta por Paula. La doña acota que no se encuentra y su curiosidad la hace interrogar: -¿Quién la busca?-. Dicho ser contesta: -Un amigo, un gran amigo quiere visitarla. Por favor, no le diga nada para sorprenderla gratamente, tengo la dirección y estoy saliendo hacia allá-. Socorro, inocente y ajena a todo cuelga y se acelera en seguir atendiendo a Flordeliz y sus quehaceres domésticos. Tan sólo diez minutos después de aquel llamado, un hombre hace su arribo a la casa. Socorro lo recibe: -¿Quién es usted?-. En esos precisos segundos, Flordeliz abandona la alcoba con rumbo a la cocina portando una bandeja con migajas de algún aperitivo que no ha ingerido. Ella observa a dicho desconocido en el dintel de la puerta, deja caer los utensilios y comienza a gritar, reaccionando de una forma histérica e incontenible, Socorro y aquel visitante tratan de dominarla y lo consiguen conduciéndola hasta el hospital de la ciudad. Entretanto, la pastelería “El Encanto” vive una ingrata experiencia. Tres enmascarados hacen su ingreso abruptamente con el ánimo de estrucharla. Xaviera, que se encuentra limpiando la vitrina que da con el frente hacia la calle logra agacharse y acciona la alarma, los malhechores se asustan y huyen con el dinero producto de la venta del día, no sin antes realizar varios disparos y una bala perdida impacta en el hombro de don Enrico Cipriani, quien cae pesadamente al piso. -¡Dios mío, está herido!-, exclama Xaviera, ayudando a levantarlo. -No, no es nada, sólo me rozó-, indica el pastelero, para luego agregar: -Ahora es mejor que cerremos, voy a casa para curarme-, concluye el afligido señor, a quien esos desalmados le arruinaron el día. En el hospital general, después de mucho sobresalto y ajetreo, Socorro agradece al benefactor que la auxilió para luego preguntar: -¿Quién es usted? ¿Cómo se llama? ¿Por qué mi amiga reaccionó así cuando lo vio?-. -Mi doña, no sé por qué razón, pero usted me inspira confianza. Siento que tiene buenos sentimientos, su rostro no la deja mentir, por eso me atreveré a contarle la verdad. Soy el padre de Paula, el esposo de Flordeliz, el hombre que afanosamente han buscado por televisión, ese soy yo-, revela acongojado el viajero. Socorro asombrada se aleja de él dirigiéndose hacia la cama de Flordeliz, tratando de esquivar las miradas del visitante. Éste se percata de aquello e indaga: -¿Por qué se pone en esa actitud? No soy mala persona, no quise causar todo esto, no sabía que mi mujer vivía. Créame, por favor, créame, soy el primer sorprendido con esta situación-, afirma ese señor de aspecto muy llamativo que está frente a ella. Pero quien cuida de la frágil demente sigue inquieta. Se voltea hacia la ventana observando a la multitud que transita, se muestra sudorosa y prefiere no responder absolutamente nada. El hasta ahora forastero toma asiento en el negro sillón que está junto a la pared, e insiste en mirar a la sexagenaria quien lo ignora. En cortos segundos procede a extraer de su bolso un cigarrillo y cuando se apresta a encenderlo la anciana lo increpa: -No, no haga eso, cómo se le ocurre. Aquí está prohibido fumar, estamos en un hospital.- -¡Oh, lo siento! Discúlpeme, son los nervios, no me di cuenta donde estoy. Lo siento-, manifiesta el padre de Paula, a la vez que guarda el encendedor y tabaco. Este breve diálogo sirve para romper aquel hielo que se formó entre los dos. Socorro, con sábana en mano, cubre desde los pies hasta la cintura a Flordeliz y dirige sus pasos hacia el nuevo acompañante. Toma asiento a su lado y repregunta: -¿No le parece que es demasiado tarde este reencuentro?, son veinte años sin usted-, puntualiza, cuidándose de no mirarlo a los ojos. Guliano agrega: -Usted parece que oculta algo, no sostiene la mirada cuando me habla. Le confieso que he leído muchos libros de psicología y allí enseñan que si una persona no mira de frente es porque esconde algo. Siento que eso está sucediendo con usted-. Socorro se levanta del sillón y vuelve al ventanal. Él la sigue detrás recalcándole que no sabía nada sobre la existencia de su esposa y sumamente agobiado le pregunta: -¿Me cree? -Sí-, responde, agregando: -Por favor, le encargo un momento el cuidado de mi vecina, mejor dicho de su esposa. Debo hacer una llamada urgente, enseguida regreso-. -Está bien, me quedo con ella. Pero recuerde que tenemos una conversación pendiente, espero que no esté huyendo de mí-, sentencia el dueño de las vidas de Paula y Flordeliz. Socorro toma su abrigo y sale en busca de una cabina telefónica ya que siempre se ha negado a manejar celulares. La asustada anciana marca de inmediato a la pastelería para poner en conocimiento de las chiquillas lo que acontece, pero nadie responde, entonces regresa al hospital. Después de haber recorrido las pocas tiendas comerciales de la ciudad para disipar el susto, las dos jóvenes hacen su arribo al hogar extrañándose sobremanera por no encontrar a sus respectivas madres. Como siempre, don Fulgencio les explica lo ocurrido y ambas se trasladan hasta la casa de salud. Paula ingresa ofuscada y confusa encontrando a Socorro en el vestíbulo, eso la exaspera más y llorando pregunta: -¿Qué le pasó a mamá? Quiero verla-. La señora de las seis décadas y media intenta apaciguar los ánimos esbozando: -Cálmate, cálmate. Todo está bien, se encuentra en la habitación 102, pero, gracias a Dios ha sido controlada por los médicos. Fue una de sus crisis, tú ya sabes-. Enseguida busca prevenirla sobre la presencia de aquel hombre: - Hija, aprovecho para decirte que allí está...-. Pero el ánimo de Paula no está para escuchar explicaciones en esos momentos, por lo que dejando con la palabra en la boca a su madre putativa se encamina hacia la recámara de Flordeliz. Socorro intenta detenerla con un: -Espera, debo decirte que ahí está…-. Todo es demasiado tarde. La juventud y agilidad de la chiquilla galopan más rápido que la senectud de la sexagenaria. Paula se estaciona en la cama junto a la persona que le dio el ser, toma su mano y la acaricia, sólo entonces avizora una presencia masculina en el sitio. Levanta su mirada y exclama: -¡Tú!-. -¿Paula?-, igualmente inquiere él. Ella sigue indagando: -Y esta sorpresa, ¿qué haces aquí?-. -Soy...Sebastián Montiel, Flordeliz es mi esposa. -Pero, ¿y tú? no entiendo-, pregunta Giuliano, aquel ser humano que en tierras lejanas marcó una huella en la vida de esta señorita. Ellos se miran absortos revisando sus respectivas imágenes corporales de cabeza a pies. Xaviera apresurada hace su ingreso a la habitación junto con Socorro, y es ésta última quien habla: -Hija, te quise advertir pero no me diste tiempo. Mira, el señor aquí presente… es tú padre, el hombre que tanto querías conocer. Hoy ha vuelto a buscarlas-. Paula y Giuliano no salen de aquel limbo momentáneo en el que se encuentran junto a la cama de Flordeliz. Se niegan en aceptar que la vida los latigueó sin pedirles permiso. Ella se siente desnuda ante él, aún sabiendo que está totalmente vestida, y aquel hombre no atina qué decir, a pesar de dominar tres idiomas. Sus corazones comienzan a bombear con fuerza esa sangre que comparten, pero que ahora los ahoga. Súbitamente, la muchacha despierta del letargo y escapa corriendo por los pasillos del hospital aflorando de su garganta un desgarrador: -¡Nooo, Dios mío, nooo!-.

LA ENCRUCIJADA DE PAULA CAPITULO II

La chiquilla entra en estado de shock conociendo la dura realidad que los abraza, por lo que su alma, cuerpo y espíritu la incitan a emprender la veloz huida, cual gacela desbocada por las calles de esta ciudad sureña, a la vez que Giuliano intenta detenerla. Ambos corren y corren cual carrera de maratón. Ella logra llegar al puente que cruza la urbe y por allí sigue su destino sin mirar hacia atrás; en tanto, va recordando todo lo que vivió en Italia junto a ese “monstruo” que viene tras de ella, aunque no está dispuesta a dejarse atrapar. La descontrolada muchacha de los ojos cafés frota sus manos fuertemente sobre los labios tratando de borrar todo indicio que huela a su, hasta ese entonces, “príncipe azul”. Paula huye con fuerza, tanta, que Giuliano por su edad no logra alcanzarla. Ella se pierde en el horizonte mientras el marinero grita: -Espera, hija, espera. Te quiero, te quiero. Regresaaa-. Después de haberse recuperado por el cansancio, Giuliano, -preguntando a los transeúntes cómo llegar-, finalmente arriba hasta el hospital donde pernocta su esposa. Ésta duerme, el ítalo-americano se acerca, acaricia su cabello y la abraza despacio; ella despierta sobresaltada, lo mira, sonríe y empieza a pasar sus dedos sobre el rostro de su acompañante. Paradójicamente, ya no siente aquel temor que le produjo cuando lo vio por vez primera. Fuera de la habitación, Xaviera totalmente sorprendida por lo que acaba de acontecer piensa en lo destruida que debe sentirse Paula y la compadece, a la vez que Socorro no se explica por qué aquella chiquilla reaccionó así ante su padre. Giuliano abandona el dormitorio y habla con la amiga de la fugitiva: -No pude retenerla. Se debe avisar a la policía, está como loca. No sé dónde encontrarla en estos momentos-. -Y cómo quiere que esté después de todo lo que ha ocurrido-, advierte Xaviera en forma grosera escupiendo el rostro del marinero. Socorro interviene: -Pero, hija, ¿qué haces?, ¿por qué tratas así a este señor que recién conoces? ¿acaso has perdido el juicio?-, cuestiona muy disgustada y nerviosa la dulce anciana, quien trata de disimular el proceder de su primogénita ante las enfermeras y el público que aborda los pasillos. Giuliano extrae de su bolsillo un blanco y arrugado pañuelo atinando en limpiar su fisonomía, pero no deja de asombrarse por el gesto de esa muchacha. La doncella, ante la insistencia de quien la engendró, decide aclararlo todo con sorprendente desparpajo: -Mamá, te parece poco el hecho de que este cobarde venga y se presente como el padre de Paula, sabiendo que convivió con ella en Italia donde dizque recién la conoció-, afirma, poseída por el coraje y la indignación. -¡Quééé!-, exclama Socorro con gran contundencia-. Giuliano también reacciona tomando a Xaviera de los antebrazos y sacudiéndola fuertemente expresa: -Qué estupideces estás hablando. Eso no es verdad, no me acosté con ella, no inventes mentiras-, grita el forastero muy alterado. -Suéltame, infeliz, mal nacido-, expresa su acusadora, liberándose de los brazos del agresor al tiempo que agrega: -No te hagas el inocente ahora que sabes el pecado tan grande que has cometido. Pobrecita, mi amiga, ha de querer morirse de tanto sufrimiento-. Giuliano hace hincapié: -No es verdad, no me acuerdo de eso. Ciertamente nos enamoramos, pero de allí a...eso. ¡No, eso no…Dios mío, eso no!-, insiste en negarlo moviendo su cabeza en total abatimiento. Luego se dirige a Socorro manifestándole: -Por favor, dígame que no es cierto. Yo no hice aquello, yo no-, termina angustiado aquel ser humano que parece sincero en sus precisiones. La anonadada “abuela” responde: -No sé, señor. Estoy tan desconcertada como usted. ¡Santo Dios!-, exterioriza, santiguándose varias veces y dejando rodar unas cuantas lágrimas por sus pálidas mejillas, ya que ahora entiende la duda que antes no lograba descifrar. Pero Xaviera no se queda callada y arremete con todas sus fuerzas: -Así son todos ustedes, cobardes, hipócritas. Primero nos engañan y luego lo niegan todo, ¿o ahora vas a tener el descaro en decir que tampoco te acuerdas de mí?-. El exnavegante responde: -Por supuesto que me acuerdo de ti, del crucero también, de los lindos días que pasamos allí. Pero de esa monstruosidad que estás hablando, eso no lo recuerdo, sencillamente, porque nunca pasó. Por Dios, créeme, hija, créeme-, indica totalmente convencido el guapo grumete. Xaviera lo toma del antebrazo derecho conduciéndolo hacia un lado del pasadizo donde procede a manifestarle: -Malvado, lárgate de aquí, no regreses nunca más. Paula te debe estar odiando tanto como yo en este momento-, reafirma con mucha determinación, hablando bajito para que no sea causa de rumores y comentarios en aquel nosocomio. Pero a pesar de haberse expresado sin aspavientos, Socorro alcanza a escuchar lo dicho por su hija entonces decide abogar nuevamente: -No trates así al señor, él también está destrozado con todo esto-, añade, mientras se apresura en presentarse ante él como madre de su interpelante. Esta última los ignora porque sólo piensa en Paula, marcando insistentemente a su celular sin obtener respuesta. Giuliano con suma seguridad en sus palabras y acciones expresa a la infamante: -Te equivocas, muchachilla tonta. Basta ya de insultos e improperios, no me voy, necesito aclarar todo esto con ella y cuando aparezca te darás cuenta de que tengo la razón. Me siento inocente, Dios sabe que lo soy, y a pesar de lo que tú creas de mí, los valientes no huimos, estoy en paz con mi conciencia y seguro que no he cometido nada avergonzante. Además, he venido a recuperar mi familia y aquí me quedo-, puntualiza, tomando asiento y procediendo en acomodar sus bolsos y maletas sin bajar las miradas a Xaviera, quien realiza el ademán de querer volver a escupirlo, pero luego se detiene expresando para sí misma en alta voz: -Sinvergüenza, no vales nada-. Sorpresivamente, la crisis esquizofrénica se hace presente en Flordeliz otra vez, sus gritos de histeria rememorando la guerra hacen acudir a doctores y familiares hasta la habitación donde le otorgan el debido tratamiento que logra calmarla. Xaviera y Giuliano la toman de cada mano y así permanecen junto a ella, en tanto, Socorro los observa desde lejos sin atreverse a cruzar la puerta, pero su corazón se acongoja en demasía. Después de toda esta revelación que ha salido a flote en la familia Montiel, la noche ha hecho su aparición con un poco de frío, junto a ello los múltiples operativos de patrullaje que realiza la policía. Dos oficiales al mando de una camioneta transitan por un viejo barrio al este de la ciudad y logran reportar el hallazgo de Paula, la misma que se muestra pestilente y turbada junto a la cerca de un garaje. Una ambulancia rompe el silencio con el repique de su sirena conduciendo a la desdichada chiquilla hasta un centro asistencial cercano, más no al hospital general, por cuanto les han informado que por el momento no hay cama para más pacientes. Paula es auscultada por el médico de turno, quien se percata que físicamente se halla en normales condiciones, pero psicológicamente está bordeando los límites del trauma por lo que le otorga los primeros auxilios. Sin embargo, el gendarme al revisar la cartera encuentra el celular de la víctima entre las pertenencias, y fisgoneando en aquel aparato tecnológico obtiene el número telefónico de Sivalter, a quien marca dándole a conocer el paradero de la chiquilla. Este último inmediatamente se comunica con Xaviera indicándole conocer el paradero de su amiga de crianza, pero no entiende por qué razón se encuentra en un centro asistencial. -¡Gracias, Dios mío, gracias!-, pondera la vecina a la Divina Providencia, por lo que llora emocionada manifestando a su interlocutor: -Luego te comento toda la desgracia que rodea a la pobrecita de “mi ñaña”; aún es temprano, salgo para allá-. -No tienes nada que agradecer, sabes que por ti hago lo que sea-, denota Sivalter, reflejando en aquellas palabras el profundo amor que siente por su compañera de trabajo y aprovecha la ocasión para enviarle un beso por medio de la bocina. Aquella expresión disgusta a la doncella, pero lo acepta porque no tiene otra alternativa. De una u otra forma concibe que es el hombre en quien puede confiar ya que le ha demostrado su apoyo en todo momento. Ella cuelga, no sin antes expresarse a si misma: -Qué lástima no poder corresponderte, quizás en algún momento encuentres la mujer que te mereces-, sentencia, abandonando en precipitada carrera su casa buscando un transporte que la conduzca hacia su “otra mitad de vida”, como ella cataloga a Paula. Al mismo tiempo, Socorro conduce al extranjero hasta una pensión cercana, gesto que el hombre agradece. Giuliano no se explica el por qué dicha compañera de la tercera edad es tan buena con su persona y se lo indaga, ella responde: -Comprendo todo lo que está sufriendo, perdone a mi Xaviera, ella está herida por lo que su amiga está viviendo. Bueno… ya debo retirarme, descanse porque creo que le vienen días muy difíciles-, concluye. Giuliano tomándola de la mano izquierda acota: -Por favor, no se vaya, no quiero estar solo. Acompáñeme, voy a contarle mi verdad, necesito desahogarme-. Socorro dubita un poco, pero luego acepta escucharlo. Ambos toman asiento en un pequeño sofá dando comienzo a un largo diálogo que promete sacrificar varias horas de sueño. Xaviera llega apresurada hacia la cama de Paula. Ésta se encuentra con las miradas perdidas, pero al constatar que su vecina está allí reacciona y rompe en llanto. Ambas se abrazan condenando el momento en que conocieron a Giuliano, aunque la primera reflexiona en algo: -Cálmate, aquí debe existir un error. Sí, tal vez él se equivocó de habitación, a lo mejor debía visitar a otra persona, debemos serenarnos y buscar una respuesta-. Paula, -que por momentos permanece con su mente en la nada-, sólo gime y gime. Debido a su estado depresivo, el ánimo de aquella víctima varía drásticamente por lo que ahora se vuelve melancólica llamando a su madre: -Mamá, mamita. Cómo quiero que estés aquí, queriéndome, explicándome por qué pasó esto. Mamá, ven, ven-, asevera, alejándose de los brazos de Xaviera y buscando el calor de su almohada que siente como un pilar de apoyo. Esta escena destroza los sentimientos de su amiga, a la cual también se le desgarra el alma viendo a la compañera de tantos años en semejante situación. 22 DE ENERO 2.002 La alborada hace su aparición. Xaviera ha dormido en una silla cualquiera acompañando a Paula en aquel centro asistencial un tanto caluroso e incómodo. Súbitamente, la chiquilla de los cabellos negro-azabache despierta aturdida por el bullicio que escucha proveniente de la calle; se asoma por el ventanal y logra observar la gran muchedumbre que con carteles en mano y gritos de alto calibre protestan por los desaparecidos de la guerra, todos ellos liderados por Amada. Xaviera siente la extraña sensación de que debe estar allí apoyando, luchando, haciendo patria. Da una mirada a su amiga y se percata que duerme profundamente, entonces acicala el cabello un poco, lava su rostro y baja a mezclarse entre el populacho. Impulsada por ese momento de arrebato se une a la activista social, quien con megáfono en mano arenga a todos: -Hola, pueblo. Aquí estamos nuevamente para decirle a este gobierno insensible que nos informe donde están nuestros parientes desaparecidos; aún te sigo buscando papá y hermano-, es la proclama de la simpática dirigente. Pero Xaviera no puede quedarse atrás, no es su estilo, por lo que solicita el altoparlante y también les regala su mensaje: -Queridos compañeros, apoyemos esta gran cruzada de solidaridad por los caídos en el conflicto, nadie podrá vencernos, vamos hasta la victoria final. Yo también te espero pap...(-); y sospechosamente, se interrumpe la energía eléctrica del sector. Desde el centro de la ciudad donde se ubican las oficinas del Ministerio de Defensa Nacional dicha autoridad expresa a sus tropas: -Les habla el General Steven McGregor, y en nombre del gobierno nacional solicito que se preparen porque en minutos estarán en las calles dispersando a todos los manifestantes. Esa revuelta tiene que ser diluida ya, sea como sea-, afirma totalmente indignado llevándose las manos a su cabellera en señal de sofocación. La gran afluencia que se aglutina en los alrededores de Amada recorre las principales calles folklenses, que por ser una ciudad pequeña, coincidentemente, cruzan por la casa de huéspedes donde se encuentra Giuliano. Socorro, aletargada en un viejo butacón da cuenta que acompañó al italiano toda la noche en aquel lugar. Advertida por el alboroto observa cómo Xaviera y Amada empiezan a correr envueltas en medio de la turba. Dicha escena golpea tanto en la psiquis de la sufrida anciana, quien baja corriendo para alcanzar a su hija recriminándola: -Xaviera, tú no debes estar aquí, no debes. Vámonos-. La chiquilla se sorprende al ver a su madre en medio de aquel conglomerado humano y la cuestiona: -¿Dónde pasaste la noche? En casa no estabas porque te marqué varias veces y nunca respondiste. Contéstame, por dónde andabas-, sentencia con suma seguridad tomando desprevenida a Socorro, quien confiesa entre los cientos de manifestantes: -Estuve con aquel forastero en esta posada, -señalando el lugar con su dedo índice-. Me comentó que es un desertor de la guerra en Afganistán de hace muchos años, explica la sexagenaria, sintiendo la presión y agitación propia de toda la gente que corren huyendo de los fuertes chorros de agua que la policía lanza sin cesar. Xaviera se alegra por la noticia que acaba de conocer aunque aparenta no darle importancia, pero tratándose de Giuliano, guarda con sumo rencor ese secreto en alguna parte de su memoria. La anciana insiste en alejar a Xaviera de aquel tumulto, pero la muchacha en forma convincente afirma: -No, mamá. Vete, debo encontrar a mi padre-, denota, mientras continúan pisando con fuerza el caliente asfalto de las calles de Folkland. Pero sin prevenir lo que está por acontecer, al doblar la esquina se presenta un fuerte batallón que toma prisioneras a las cabecillas conduciéndolas a la cárcel por alterar el orden público. Socorro se desespera por rescatar a su hija, pero es estrujada por los policías y la multitud. Ante tal situación, piensa que sólo Sivalter puede ayudarla y dirige sus pasos hacia dicha casa donde es recibida por la progenitora del bodeguero: -Buenos días, señora. ¿Qué desea?-, indaga Laura San Román, -una dama que a simple vista demuestra poseer carácter fuerte, poco agraciada, trigueña, cabellos lacios y difícil sonrisa-. Laura, sorpresivamente, asombra a Socorro manifestándole: -A usted la conozco. Sí, pero no recuerdo de donde-. La doña de los cabellos canosos, un tanto nerviosa, niega aquella afirmación: -Está equivocada, seguro me confunde con otra persona. Vengo en busca de Sivalter, necesito hablar urgente con él-, afirma la veterana, esquivando las miradas de aquella interpelante a la que también parece identificar. El joven hace su aparición ataviado con una toalla sobre su cuello y el cabello mojado preguntando: -Socorro, ¿qué hace aquí?-. Aquel nombre pronunciado por el vigoroso muchacho sobresalta a Laura, porque sin pensarlo la ayudó a refrescar su memoria. Ella mira fijamente a la visitante, pero ésta rehúsa devolverle aquel vistazo enfocando su atención en expresarle al amigo: -Xaviera está detenida en la cárcel de la ciudad. Ayúdame, antes que la maten-, suplica la angustiada mujer a punto del colapso nervioso. -Pero ¿cómo pasó?-, inquiere Sivalter. -Ahora no hay tiempo para explicaciones, en el camino te cuento. Apúrate, hijo, apúrate, por Dios-, afirma Socorro. -Está bien, alcanzo una camisa y nos vamos-, denota, mientras se dirige a su habitación. Aquel momento a solas es aprovechado por Laura para dirigirse a su conocida: -Socorro, sí, ya me acordé. Tú trabajabas en el hospital del condado, en el área de partos con el doctor Michael Schneider. Espero que ahora si me recuerdes, soy Laura San Román, yo laboraba en el área de quemados-. Socorro realiza un gesto de intriga y duda procediendo a responder con total aplomo: -Vuelvo a decirle que está confundida-, asegura en forma insistente como queriéndose convencer a si misma. Sivalter está listo y ambos se marchan con paso precipitado. Laura los observa alejarse, pero en ella permanece un amargo sabor de boca, por lo que piensa en voz alta: -Es ella. Sí, definitivamente es Socorro, pero por qué negó conocerme. Algo raro esconde esta mujer, que a pesar de los años, jamás podré confundir con otra-, enuncia convencida la sin par dama parada bajo el portal de su casa. En las oficinas del Ministerio de Defensa las jóvenes activistas se defienden de las acusaciones proferidas por el General Mcgregor. Xaviera recuerda la confesión que Socorro le proporcionó hace pocos minutos y lo utiliza a su favor expresando: -Cómo pueden ser tan crueles y ensañarse con una multitud que sólo busca reencontrarse con sus seres queridos. Son unos cobardes, toman prisioneras a dos mujeres indefensas cuando conozco de un hombre que traicionó a la patria y tal parece que es intocable-. El General, ante semejante aseveración, solicita de Xaviera que divulgue todo lo que sabe sobre aquel ciudadano: -Pero ¿qué dices, muchacha loca? ¿Cómo te atreves a indisponer a nuestras gloriosas Fuerzas Armadas? Si sabes algo, es mejor que lo digas ya. Habla, o te hago hablar-, expresa firmemente dicho funcionario con rango de ministro. Xaviera desliza su mirada hacia Amada. Ésta, sin un ápice de nervios le infunde valor realizando ademanes de fortaleza con su puño derecho cerrado en alto. Entonces, de manera inteligente y sabiéndose dueña de una fina coquetería, la hija de Socorro negocia su libertad: -Está bien, solicito que me otorgue unos días para verificar ciertos datos y prometo entregarle a un desertor, que sin duda deben estar buscando desde hace muchos años, pero a cambio quiero la inmediata liberación de las dos. Asimismo, este acontecimiento le servirá para su récord personal, ¿qué le parece?-, afirma la muchacha guiñando sutilmente su ojo derecho al General. Éste indaga en forma incrédula: -¿Quién me garantiza que no me estás mintiendo?-. -Mi palabra de mujer y el profundo rechazo que siento hacia esa persona-, asevera la chiquilla. -¿Por qué no me dices dónde está ahora? Así lo capturo en este mismo momento-, pregunta el militar. -Sencillamente, porque ese infeliz es muy escurridizo y debemos buscar el mejor momento, sólo así caerá. Pero no se preocupe, si le fallo, usted sabe dónde encontrarme nuevamente, puede ser en las calles o en la misma organización, entonces me volvería a refundir en esta pocilga-, enuncia Xaviera, bajándose un poco la falda con su mano derecha para evitar la morbosidad de su interlocutor. Steven McGregor decide liberar a dichas mujeres, ganándole al accionar de Sivalter y Socorro quienes llegan demasiado tarde a tratar de auxiliarlas. Fuera de la prisión, Amada siente la imperiosa necesidad por acudir al cementerio donde reposan los desaparecidos en la guerra, Xaviera decide acompañarla. Las peregrinas del dolor arriban al lugar y se acercan a las fosas comunes de aquellos difuntos, pero en el interior de sus corazones sienten como si se engañaran a sí mismas porque están convencidas de que sus familiares no han muerto. Su presencia allí la consideran inútil, pero igual deciden permanecer un buen rato; ambas se sientan en medio del césped que cubre dicho camposanto. Respirando aquel aire de paz y sosiego, de los labios de la activista aflora una confesión por demás desconcertante: -Xaviera, a veces tengo ganas de abandonar esta búsqueda incesante que no me ha llevado a ningún resultado familiar. Pienso que mi padre y hermano en realidad murieron-. La joven otorga valor a la líder: -No, no digas eso, lo último que se pierde es la esperanza. Yo tampoco logro encontrar a papá, pero estoy segura que en algún momento estaré frente a él. Reflexiona en el hecho de que si abandonas la organización, cuántas personas echarán por tierra las ilusiones que tú misma alimentaste-. -Tienes razón, es mejor seguir hasta que Dios me de vida-, sentencia Amada, a la vez que depositan flores en la fosa común. Sin embargo, a poca distancia de ellas se encuentra un hombre que no deja ver su rostro, solamente las acecha detrás de unos arbustos. Dicho individuo logra fotografiar cuatro veces a la dirigente sin que ésta se percate, marchándose luego apresuradamente. Después de varios minutos de descargar su pena en aquel camposanto, Xaviera narra a la audaz activista todo el problema personal por el que atraviesa Paula. Con mucha congoja en su corazón, -y en cierta medida sintiéndose culpable por lo ocurrido-, Amada acude hasta el centro asistencial para otorgarle su apoyo en estos duros momentos. Paula parece dormir, la dirigente se acerca, coloca sus manos despacio sobre la cabellera de su amiga y procede en acariciarla. Sorprendentemente, la hija del exmarinero responde: -No estoy dormida. Cierro los ojos para no pensar y tratar de olvidar. No quiero tú compasión, por favor, vete-. Xaviera interviene: -No seas así, ñaña. Déjala aquí, ella quiere y necesita que la escuches-. -He dicho que no quiero ver a nadie. Déjenme en paz, lárguense todos, no necesito la piedad de nadie, lárguense-, grita Paula, cual muchachilla engreída cubriéndose totalmente con las sábanas. Amada realiza un gesto manual a Xaviera en el sentido de que se retire porque sabe cómo manejar la situación; petición que la muchacha cumple a pie juntillas. A solas, la cabecilla procede a reafirmar: -Paula, no te portes como una niña tonta. Sé que no necesitas la compasión de nadie, he venido simplemente a decirte que estoy contigo y que siempre tendrás en mí a una amiga incondicional; siento mucho que mi movimiento reivindicador haya sido el causante de esta tragedia en tú vida. Así es el destino, amiga, allá afuera hay muchos que han logrado encontrar a sus seres queridos; llámalo suerte, coincidencia, o como quieras, otros en cambio aún no conseguimos alcanzar nuestros sueños-, subraya y prosigue con su arremetida: -No me iré hasta que estés de mi lado, del lado de las fuertes, rebeldes, de las que se rajan pero no se rompen y luchamos por conseguir a nuestros familiares aún a costa de sacrificar la propia vida. Sabes, te creía decidida, audaz, mujer hecha y derecha, y no un guiñapo que se deja vencer ante el primer temporal. ¡Qué niña tan estúpida has resultado ser!, las personas como tú que son tan tibias hasta Dios las vomita-, concluye la líder de los desaparecidos, a la vez que le retira con fuerzas las cobijas dejando totalmente descubierta a la desconsolada muchacha. Paula, envuelta en sollozos indica: -Perdóname, amiga. Te quiero, te quiero-. Amada rodea con sus brazos a la paciente. Entretanto, fuera del dormitorio y fisgoneando al filo de la puerta, Xaviera simplemente sonríe. Giuliano visita nuevamente a su esposa en la habitación del hospital general. Aprovecha la ocasión para acompañar a su mujer a pasear por el pequeño jardín de la casa de salud; su cónyuge no proporciona ningún chispazo mental que indique acordarse de él, para ella sólo es un nuevo compañero. Él arranca una flor del lugar y se lo entrega mientras se sientan en una de las bancas y allí charla con su eterno amor: -Flordeliz, soy Sebastián Montiel, tu esposo, el papá de Paula. ¿Me entiendes?-. Ella, -con la nariz olfateando aquel maravilloso regalo-, expresa: -Sientes el olor de las rosas. ¡Ahhh!, es muy lindo-. Él otorga un beso en la boca con el ánimo de hacerla reaccionar. Flordeliz sonríe, toca sus labios, lo mira y también le devuelve aquel “piquillo” en la misma parte anatómica diciendo: -Tú eres mi amigo-, y suelta una gran carcajada. El exmarino se desespera, desea una respuesta que no llega, por lo que se atreve a indagar: -Cariño, ¿recuerdas el buque Vigilia II?-. -Vigilia, Vigilia-, repite la señora como divagando. -Sí, el Vigilia II. Aquel barco donde tú ibas, el agua, el agua Flordeliz-, acota, apresurándose en ondular su mano simulando el líquido vital, pero no logra nada. La doña de las cinco décadas permanece en el limbo balbuceando palabras sin coherencia: -Agua, agua, el viento, los pájaros. Tú eres mi amigo, los patitos, los patitos,- continúa diciendo cosas que para él son tonterías. Giuliano repregunta: -¿Los patitos, Flordeliz, qué patitos?-. -Los patitos, los patitos, patitos...-, responde, al tiempo que juega con los dedos de su propia mano izquierda. A Guliano se le estruja el corazón y los sentimientos por ser testigo del estado mental en el que se encuentra su razón de vida. El navegante acaricia el conservado y terso rostro de Flordeliz, ésta realiza la misma acción con él. Súbitamente, la trastornada mujer palpa tres hoyuelos que su esposo posee detrás de su oreja derecha, sólo entonces el descontrol se hace evidente y empieza a gritar: -Sebastián, Sebastián, auxilio, nos hundimos, nos hundimos. Me muero, me muero-, vocifera sin cesar, lanzándose al piso y convulsionando sin medida. Él va en busca de los doctores quienes le procuran los primeros auxilios, colocándole aquella camisa de fuerza que destroza anímicamente a su abnegado esposo. Entretanto, Sivalter y Socorro hacen su arribo al hospital pensando encontrar a Xaviera, esa es la ocasión propicia en la cual el forastero se atreve a indagar por el paradero de Paula. Aquel bodeguero de la pastelería recorre con sus miradas de cabeza a pies a dicho individuo manifestándole que desconoce dónde ubicarla e ingresa a la habitación para saludar a Flordeliz. Dicho encuentro entre Giuliano y Socorro es aprovechado por la valerosa dama, quien se acerca al viajero expresándole: -Tome este papel. Aquí está la dirección del centro asistencial donde se encuentra internada Paula, no la pudieron traer aquí porque ya no hay cama. Pero por lo que más quiera no me delate porque entonces no lo ayudaré más-. Él se apodera del escrito guardándolo en el bolsillo de su chaqueta, no sin antes proporcionar un tierno beso en la mejilla derecha de su “mecenas” como muestra de agradecimiento. En medio de todo este drama ocasionado por la vida, el reloj ya marca las doce del día en la ciudad. En casa de Sivalter, éste se encuentra en su recámara practicando frente al espejo la forma de cómo declararle su amor a Xaviera. Su madre lo interrumpe, él la invita a ingresar y ella formula una pregunta: -Hijo, la mujer que vino a buscarte hace poco, ¿es la madre de Xaviera?-. -Si-, responde él con firmeza. Ella aprovecha para darle a conocer su punto de vista: -Yo la conozco, fue mi compañera de trabajo en el hospital, se llama Socorro Rivera. A pesar de que han transcurrido tantos años nunca olvidaría su rostro, lo que me sorprende es que no podía tener hijos y ahora aparece con Xaviera, quizás sea adoptada, ¿tú lo sabes?-, inquiere Laura. Sivalter sorprendido por la confesión que escucha inquiere: -¿Estás segura? A lo mejor te has equivocado de persona-. -Es ella, su nombre es el mismo, eso no me cabe la menor duda. Coméntaselo a Xaviera, quizás te despeje ese misterio-, induce la progenitora a Sivalter. -Si, en cuanto pueda se lo preguntaré-, denota su apuesto vástago. Entre tanto, en el centro asistencial, Xaviera aprovecha que Paula duerme un poco y abandona la habitación en busca de un refresco que calme su sed. Pero en los corredores es abordada por el doctor que atiende a su amiga, quien le solicita que lo acompañe hasta el consultorio donde la recibe con una fuerte verdad: -¿Es usted su familiar?-. -No, doctor, sólo su más íntima amiga-, responde, atreviéndose a preguntar sin pérdida de tiempo: -¿Ocurre algo?-. -Debo comunicarle que a la paciente Paula Montiel ya no se le puede suministrar más sedantes porque ella… está embarazada, aproximadamente, de un mes y días. Aún no creo oportuno decírselo dado el problema que está viviendo-, concluye aquel señor que viste de blanco entero. Xaviera, sin ser la protagonista de este drama siente derrumbarse emocionalmente. Abandona la oficina y se dirige a la recámara pensando cómo afrontar este nuevo dilema; Paula se despierta por el ruido que su “ñaña” realiza al tropezar con sus manos los frascos medicinales que caen al piso. Xavi expresa las respectivas disculpas, lo que aprovecha la paciente para confesarle que todo el stress vivido la tienen con un profundo dolor de cuerpo y vómitos, lo que la lleva a preguntarse: -¿Por qué tenía que ocurrirme esto?-. La asustada doncella responde buscando no dar a notar la angustia que la acompaña: -Debes estar tranquila, de lo contrario, no te recuperarás-. Segundos después de un profundo silencio entre ambas, Paula se dirige al baño a seguir arrojando. Suena el teléfono en la habitación, es Sivalter quien pide a Xaviera que lo espere en aquel lugar, a lo que ella accede. Arribando al nosocomio, invita a su amor platónico hasta una cafetería cercana para despabilarse un poco, la chiquilla agradece el gesto y en ese momento comenta a su amigo: -Estoy preocupada, el doctor me informó hace pocos minutos que Paula está embarazada-. -¡Santo Dios!, ¡qué pasará cuando ella se entere!-, exclama el ilusionado muchacho realizando una reflexión: -Pues, lo más probable es que no lo tenga-, se asegura la respuesta él mismo, dando por descontado que aquello debe ocurrir, a la vez que saborea el humeante y delicioso café que ya ha llegado a la mesa. -No es mala idea lo que acabas de mencionar. Paula aún está a tiempo de hacer aquello-, sentencia Xaviera. Aprovechando que la conversación ha tomado ese rumbo, el bodeguero le confiesa a su amada: -A propósito de todo este drama, sabes que mamá conoce a Socorro desde hace mucho tiempo. Dice que fueron compañeras de trabajo en un hospital, pero me dijo algo muy delicado que debes saber-. -¿Qué será?-, indaga con curiosidad la joven de los cabellos negrísimos. -Mamá jura y perjura que la creadora de tú ser no podía tener hijos. Entonces, ¿de dónde provienes tú, amor?-, se interroga aquel caballero sembrando una fuerte duda en la persona a quien dice amar con locura. -Te aseguro que la misma pregunta me estoy haciendo en este momento-, asevera la Xavi, quien nerviosa y preocupada prosigue: -Hoy mismo lo sabré. Voy a preguntárselo a quien debe responderme, gracias por la información-, sentencia con cierto aire de escepticismo dibujado en su rostro. Para ella la conversación ha terminado y, raudamente, se marcha a su hogar pero con la adrenalina quemando su sangre. La noche ya las acompaña y una suave brisa refrescante reposa sobre todo Folkland. Xaviera y su madre están cenando, la primera se muestra inquieta, Socorro se percata de aquello pero no dice nada. De pronto, la azucarera se cae de manos de la doncella, esto asusta a la sexagenaria quien pregunta: -¿Qué pasa? Te siento nerviosa, irritada. ¿Sucede algo?-. -Claro que sí, quiero hacerte una pregunta-, afirma Xaviera. -Adelante, soy toda oídos-, responde la interlocutora, aplicando mantequilla al pan. -Mamá, ¿hija de quién soy realmente porque tú no me engendraste, verdad? Sivalter me contó que su madre te conoce desde hace mucho tiempo y le hizo referencia a que no podías embarazarte. Entonces ¿soy adoptada? Por favor, dímelo sinceramente, ¿soy adoptada?-. Socorro demuestra sorpresa ante la inquietud, pero no tanto como para dejar caer las cosas, a pesar que Xaviera sigue ametrallándola con sus dudas: -¿Quién es mi padre? ¿Dónde está mi verdadera madre? ¿Acaso me abandonaron? Responde, o quieres volverme loca con ese silencio-, la interpela fuera de control y con el tono subido de voz. Socorro, -que a esa altura de la conversación se muestra ya bastante exaltada-, confiere una sonora bofetada en la mejilla derecha a su hija con el propósito de hacerla reaccionar. Xaviera se limita en observar a la madre que ha ofendido mientras soba su carrillo. La anciana, un poco más calmada, la invita a sentarse sobre la alfombra de la sala procediendo a narrar: -Es la primera vez que te golpeo, pero no puedo permitir que me faltes el respeto. Si quieres una explicación te la daré, creo que ha llegado el momento, siempre estuve preparada para esto. Escúchame con atención y no juzgues apresuradamente, sólo escúchame-. Respirando hondamente y arreglando un poco su vestimenta Socorro indica: -Es verdad que no podía tener hijos, pero luego de varios intentos y sufrimientos logré embarazarme de Ariosto Montalván. Renuncié al trabajo en aquel hospital, por lo tanto, dejé de verme con muchos compañeros de labores, por eso ella dijo lo que dijo-, subraya la sexagenaria acompañada en sus palabras por un tono de sinceridad. Xaviera llorosa interroga: -¿Es verdad todo eso, mamá? ¿No me mientes? Te digo esto porque estoy muy confundida ya que papá no aparece, y ahora con esta noticia de Paula es como para preocuparse-, menciona buscando los brazos de su progenitora quien la recibe con una pregunta: -¿Qué pasa con Paula?-. -Está embarazada. Mañana el doctor se lo va a decir y no sabemos cómo lo vaya a tomar-, afirma la muchacha sudando frío. -¡Santo Dios bendito!-, exclama la matriarca y mirando hacia el cielo cuestiona al Todopoderoso: -¡Por qué te has ensañado con esa pobre chica!-, y tratando de mantener la tranquilidad agrega: -No te preocupes, hablaré con el Padre Gregorio e iremos todos a darle fortaleza, por ahora será mejor que vayamos a descansar-, concluye “Socorrito” buscando cada quien su habitación esperando el nuevo día. 23 DE ENERO 2.002 Esta jornada promete estar candente. Socorro ha puesto en antecedentes al sacerdote sobre todo lo acontecido, éste acude hasta el centro asistencial buscando llevar un poco de luz divina a Paula. Al ingresar en la habitación, dicha feligrés se sorprende al verlo y corre hacia él cuestionándose el por qué Dios la castigó así. El clérigo se apresura en realizar su trabajo, cual es consolar a los sufridos del Señor con su mensaje de fe: -No culpes a Dios de lo que el destino hizo. ÉL está contigo, son sólo circunstancias, quizás el Ser Supremo esté probando tú fortaleza. Sé fuerte, Paula, este duro trance va a pasar porque todo pasa. Te enamorarás en algún momento y...-. Ella lo interrumpe: -No, Padre. Estoy tan marcada que jamás volveré a poner los ojos en el amor -. El Padre Gregorio la interroga: -¿Quieres a Giuliano como mujer o como hija? Esa es la gran duda que primero debes despejar en tú interior-. -No lo sé. Me siento tan confusa que mi cabeza y corazón no saben por donde seguir-, expresa la afligida joven. Xaviera, -con su mala costumbre de andar fisgoneando-, ha entreabierto la puerta y escucha cómo moral y emocionalmente su entrañable amiga está destruida; sólo entonces decide que la hora de pagar su promesa ha llegado: denunciar a Giuliano es su objetivo, por lo que intenta marcar desde su celular pero está sin saldo. No le resulta difícil acudir hasta la cabina telefónica más cercana para realizar una llamada a quien debe hacerlo: el general Steven McGregor. Sin perder tiempo, dicho funcionario acude hasta el hotel en busca de capturar al traidor a la patria. El desolado señor de las aventuras marineras se encuentra en el baño de la habitación. Acaba de ducharse, una toalla envuelve su espigada figura desde la cintura hacia abajo. Ha terminado de cepillar los dientes y se apresta en afeitar su escasa barba de tres días, al tiempo que piensa en todo lo que ha ocurrido desde que pisó tierra estadounidense. Sin sospechar nada, a su morada tocan con insistencia, él, sorprendido pregunta: -¿Quién llama? -Abra, por favor. Somos de las Fuerzas Armadas, necesitamos hablar con usted-. Giuliano siente que ha llegado el momento que tanto temía desde hace muchos años, por lo que desenjabona su rostro y el nerviosismo se apodera de todo su ser. Calla por unos segundos, necesita pensar rápido, pero no hay demasiado tiempo para ello. La tropa afuera sigue insistiendo, el desertor conoce que no tiene alternativa, sabe que si se rehúsa será peor. A su memoria llega la imagen de la guerra, de Flordeliz, de Paula, de Nicoletta, todo es un torbellino de sentimientos que irrumpen su cuerpo, y como nunca, ahora también siente miedo. Cuando dirige los pasos para abrir, es asustado por el repentino golpe de la puerta que cae derribada por el batallón, él levanta sus brazos como símbolo de rendición. El “General del martirio” hace su aparición afirmando con cara de pocos amigos: -Así que tú eres, Giuliano Scarole o Sebastián Montiel, según lo dice tú archivo. Vaya, vaya, pensaste que nunca te agarraríamos, traidor, pero te olvidaste que el mundo gira y muy de prisa. Aquí está todo un historial muy bonito para ti-, enuncia, dándose viento con la carpeta que contiene toda la información. El ítalo-americano reacciona, -mientras es tomado de ambos brazos por los oficiales- expresando que es ciudadano italiano y la ley de dicho país lo ampara. -Eso es lo que tú crees-, responde McGregor, y su boca lo invita a seguir diciendo: -La cuestión diplomática la arreglaremos después, pero ahora me acompañas porque debes responder muchas preguntas-, afirma, a la vez que con su acostumbrado ademán de cabeza ordena a los soldados que lo esposen. Giuliano va rumbo al regimiento militar pensando cómo pudieron dar con su paradero o quién se atrevió a denunciarlo. Amada continúa encabezando los grandes desfiles por las calles acompañada de miles de seguidores, al tiempo que el General McGregor a través de las noticias observa todo lo que acontece ordenando que dicho desfile sea disuelto, pero ahora con una disposición especial: Amada debe ser capturada nuevamente. La policía irrumpe con fuerza y la confrontación se vuelve inevitable. Los gases lacrimógenos llueven por doquier, los heridos y detenidos ya se cuentan por decenas; la pasividad de esta pequeña ciudad por momentos queda en el olvido, pero el pueblo no da su brazo a torcer porque están recargados de una poderosa energía que es difícil doblegar. La que se apellida Moncada es detenida y puesta a órdenes de “aquel personaje acosador” que muy bien conoce, quien le solicita que detenga esa marcha y desaparezca el organismo, “UNIDOS MUCHO MÁS”, porque de lo contrario el gobierno nacional no garantiza su integridad física. Con las agallas que la caracterizan y bañada por una impresionante gallardía la dirigente responde: -Jamás lo haré. Este es un país libre, tengo el deber moral de saber dónde están mis familiares. Escúcheme bien, no voy a claudicar, en pie de lucha estaré hasta el final junto a los cientos de miles de personas que tienen derecho a reclamar por sus seres queridos-, sentencia. Cuando la discusión entre dichos seres se encuentra en su mejor apogeo son sobresaltados por los gritos, palos y piedras que provienen de los manifestantes desde la avenida hacia el Ministerio de Defensa, exigiendo la liberación de su líder. La convulsión es total, los guardias de choque no pueden repeler la acción virulenta de más de un millar de personas. Amada lo contempla todo desde la ventana y sonríe gustosa porque siente el apoyo de su pueblo, y con pasmosa altivez se atreve a decirle a quien la tiene retenida: -Aprenda, General, esa es mi gente. Ya quisiera usted un respaldo tan grandioso como el que tengo, ¿verdad? Así que decida ahora: me deja en libertad o terminarán incendiando este lugar, le aseguro que están dispuestos a todo y yo con ellos-, subraya sin amilanarse y con las miradas fijas en su interlocutor, a la vez que toma asiento y cruza sus piernas con la seguridad de saberse muy bien puesta. Al representante del gobierno no le queda otra alternativa que firmar la orden de salida, pues conoce que si dispara contra esa turba se está jugando el puesto y una demanda mundial por parte de los Derechos Humanos. Amada vuelve a saborear la libertad, nuevamente lo ha vencido, y corre apresurada a entremezclarse con quienes son su razón de existir: los habitantes de Folkland. En el regimiento de las Fuerzas Armadas, -asentada en las afueras de la ciudad-, es recluido el desertor, quien a pesar de ser puesto bajo las órdenes de un Tribunal de Guerra Militar, tiene derecho a la defensa; por tal razón colocan a su disposición un legista que resulta ser un hombre maduro, cuarentón, con pinta de profesional destacado, de tez blanca y futuro prometedor, el mismo que lleva por nombre Rogelio Sandoval, dueño de una total seguridad en sí mismo acompañado con una estampa más de galán mujeriego que de jurisconsulto. Buscando entrar en confianza con su defendido, Rogelio expresa: -Quiero que exista total confianza entre nosotros. Por favor, nárreme todo, pero absolutamente todo lo que ocurrió en su vida, ningún detalle por insignificante que parezca lo pase por alto-, dice el abogado, acomodando su corbata. Después de unos segundos y como si no hubiera hablado en un mes, el profesional del Derecho nuevamente toma la palabra: -Giuliano, este es un caso interesantísimo para mí. Es la primera vez que voy a defender a un “desertor de guerra”, pero lo he tomado como un reto, y si es sincero conmigo lo sacaré libre. No digo que será fácil, pero ese es mi desafío-, concluye sumamente emocionado arreglando su maletín. El navegante de Génova muestra confianza en aquel hombre, lo siente como un ángel venido a él y está seguro que la Divinidad no lo ha dejado solo, por lo que indaga: -Abogado, ¿usted sabe quién me denunció? Sólo de eso quiero enterarme por ahora-. -El expediente no menciona a nadie. Pero, por favor, trátame de Rogelio, ¿de acuerdo?-, agrega el defensor. -Está bien-, accede el apuesto grumete manifestándole sus dudas: -Tengo la sospecha de que puede ser una muchacha llamada Xaviera Rivera que pertenece a esa organización que agrupa a los desaparecidos de la guerra. Quiero que la busques, es muy importante que me entreviste con ella, necesito aclarar muchas cosas, ¿puedes hacerlo?-. -Claro, averiguaré su dirección y te prometo hablarle para que te visite-, sentencia el letrado, quien recoge unos documentos que han resbalado de su portafolio, estrecha la mano de su nuevo cliente y se marcha dejando al apóstata nuevamente solo en esa fría celda. La televisión continúa reseñando, -aún a riesgo de ser clausurados-, breves notas sobre el reencuentro entre padre e hijos, abuelos y nietos, madres y vástagos, tíos y sobrinos, amigos y vecinos, etc., después de tantos años de separación. Amada se siente satisfecha, regocijada, feliz, por lo que ha logrado. Centenares de personas le exteriorizan su agradecimiento a través de abrazos, cartas, felicitaciones, regalos, etc., aunque su dicha no es completa porque sus seres queridos aún no aparecen. Desde la sede de su organización realiza el ferviente llamado de siempre: -Donde quiera que te encuentres, Joaquín y Octavio Moncada, los sigo esperando, a pesar de que el mundo me diga lo contrario, siento que no han muerto. Los amo demasiado, por ustedes estoy aquí, no me fallen. Los adora Amada-, sentencia esta agobiada mujer que experimenta un pequeño quebranto en su voz llevada por el sobrecogimiento. En forma inesperada hace su aparición hasta dicho lugar la guapa Xaviera acompañada de Sivalter. La sin par chiquilla solicita por unos minutos el megáfono a la activista para evocar a su padre emotivamente: -Hola, papá. Soy Xaviera Rivera, la hija que te adora y desea conocerte. No tengo una foto tuya, sólo sé que te llamas Ariosto Montalván, eres alto, cabellos negros, ojos cafés, y posees un lunar en el lado izquierdo de los pómulos; tú tipo de sangre es O positivo, tienes una cicatriz en la mano derecha y donde quiera que te encuentres, búscame. Al igual que Amada, yo tampoco pienso que hayas muerto, por eso “quiero conocerte…papá”. Mi madre es muy tímida, por lo tanto no quiere venir aquí, su nombre es Socorro Rivera, en cualquier lugar del mundo que te encuentres, búscanos, este es el momento. Gracias, papá-. Esta dama abandona la tarima y sufre un leve desmayo por lo sublime del momento, al tiempo que su acompañante se apresura en auxiliarla. Todos estos acontecimientos son escuchados por Socorro, a través de una pequeña radio que tiene sobre el mesón de la cocina aflorando por sus mejillas sollozos de emoción. Para disipar la pena que embarga a Xavi, Sivalter y su doncella acuden hasta el parque central de Folkland. Sentados sobre el césped el joven bodeguero declara su amor a la muchacha quien sorprendida repone: -Lo siento, pero no te amo. Además, siempre me has comentado que tienes actitud para la carrera militar, por lo que viviría con el corazón en la boca sabiendo que en cualquier momento te irás de mi lado a cumplir con la Patria, y la historia volvería a repetirse como pasó con mamá y no quiero vivir aquello nuevamente. Compréndeme, no lo resistiría, sigamos siendo los mejores amigos, ¿de acuerdo?-, reafirma, abrazándolo como a un hermano, pero dejando un agrio sabor en él. Un par de horas después de haber disfrutado con la naturaleza del parque, la noche se está anunciando fuertemente, por lo que el desencantado conquistador acompaña a su amada hasta el hogar. Xaviera es advertida por su madre que un abogado la está esperando en la sala. La chiquilla, contrariada por aquella visita, acude hasta el lugar indicado encontrándose con el extraño visitante: -Buenas noches, ¿quién es usted?-, se apresta en inquirir. -Soy el abogado Rogelio Sandoval, legista defensor del señor Giuliano Scarole-, apunta a señalar el jurisconsulto acomodando su terno, pues, sin duda alguna dicha mujer lo ha impresionado de tal manera que no puede apartar su mirada. Xaviera con mucho recato sigue indagando: -¿Y me puede decir qué desea? Le advierto que no quiero saber absolutamente nada de ese infeliz-, apunta en forma corajuda. -Bien, mi defendido solicita comunicarle si puede visitarlo en la celda 603 del regimiento militar, ya que necesita hablar con usted de algo muy importante-, sugiere, mirando coquetamente a la atractiva jovencita. -¿Qué será lo que quiere ese ruin?-, pregunta y de inmediato continúa manifestando: -Me imagino que usted lo sabe. Puede decírmelo sin necesidad de trasladarme hasta allá-, enuncia, sintiendo el morbo visual de aquel hombre por lo que cubre sus pechos con buen disimulo. Él responde: -Realmente no sé por qué desea verla. Pero, por favor, no se rehúse, quizás quiere limar asperezas o decirle algo que usted necesita saber-. -No quiero verlo. Dígale que lo detesto con todas mis fuerzas por lo que hizo. No iré y punto-, revela convencida y con mucha seguridad la “ñaña” de Paula. Rogelio arremete: -No sea tan dura e injusta porque pierde su belleza cuando adopta esa postura-, la piropea para luego proseguir: -Todos los seres humanos tenemos derecho a una segunda oportunidad. No condene, quizás mañana alguien lo haga con usted, recuerde que con la misma vara que mide será medida-, manifiesta, pasando los dedos entre sus cabellos buscando acomodar el peinado ante ella. Por la sagacidad que lo caracteriza y los años de experiencia en el trajinar legal se adelanta al pensamiento de su interlocutora expresando: -Mañana vendré por usted a las 09H00. Me ofrezco a llevarla en mi auto, luego podemos tomarnos un café, y más tarde la devolveré hasta aquí como debe ser tratándose de una señorita-, asegura. Xavi reflexiona por unos segundos todas las palabras que el jurisconsulto ha mencionado, entonces decide responder de manera convincente: -Está bien, iré, pero por mi cuenta, no necesito de su automóvil. En cuanto a lo del cafecito no se haga ilusiones porque desde ya mi respuesta es: no-. Rogelio, a punto de devorar con las miradas a Xaviera, obliga a que ésta tome prudente distancia dirigiéndose hacia la ventana. El letrado añade: -Correcto. Gracias por recibirme, ha sido un placer conocerla, espero que no sea la última vez que nos encontremos. Aunque suene repetitivo vuelvo a decirle que es usted demasiado atractiva-, concluye, estirando su mano en busca de la despedida, a lo que Xaviera corresponde en igual forma pero con total y fría indiferencia. Socorro ha logrado escuchar, -escondida detrás de las paredes-, la conversación sostenida por su hija y decide abordarla en el pasillo para indagarle el por qué Giuliano está preso y desea verla. Xaviera al sentirse descubierta confiesa a su madre que lo denunció ante las Fuerzas Armadas, la anciana se altera en demasía reclamando el mal proceder: -Cómo pudiste cometer semejante maldad con aquel pobre hombre que tiene destrozada la vida. Y tú, mi hija, lo entrega a la cárcel, no puede ser que tengas tan poco corazón; y desde ahora te digo que de mi no heredaste esos genes-, afirma la sexagenaria sintiendo vergüenza ajena. La Rivera cuestiona aquella actitud de quien la engendró: -No te inquietes así, me confunde tú postura. Bien sabes que no tolero a ese tipejo, nosotras éramos felices hasta que este bandolero apareció, mejor hubiese permanecido muerto para siempre. Lo aborrezco-, reafirma, al tiempo que Socorro le brinda sus brazos como consuelo pero también añade: -¡Que Dios te perdone por tanto desatino!-. 24 DE ENERO 2.002 El amanecer se muestra nubloso, friolento, gris. Los folklenses empiezan un día más de labores con la pereza reflejada en sus rostros, pero ese mismo semblante no acompaña a la gracil Xaviera, quien presurosa toma un taxi rumbo al regimiento militar. En el fondo de su corazón la carcome aquella intriga por saber qué se trae entre manos ese tal Giuliano. Después de aquel bochornoso chequeo de rutina propio de los rangos militares, “que más parece un manoseo corporal que raya en el morbo”, la oficial de la puerta otorga el paso a Xaviera, quien se dirige hacia la celda asignada. Dicho ocupante no se encuentra, el custodio, -con miradas un tanto lujuriosas-, divulga a la mujer que el reo está aseándose en el baño del patio. Ella decide esperarlo, aunque con sus dedos pulgar e índice cubre su nariz como dando a entender “que todo le apesta en aquel lugar”. A los cinco minutos, el ítalo-americano se hace presente con el torso desnudo. Luce fresco, varonil y sorprendido al observar la presencia de Xaviera. Inmediatamente la invita a ingresar en “su aposento” como él lo llama. Se atavía rápidamente colocándose una límpida camisa color azul-cielo expresando a su visitante: -Gracias por acudir a este llamado. Pensé que no vendrías-, dice, mientras la invita a sentarse, gesto que ella no acepta y ni siquiera agradece. Xaviera es contundente: -Vine por simple curiosidad, pero no tengo tiempo para malgastarlo y mucho menos con quien no lo merece. Dígame rápido que quiere de mí-. El exmarinero realiza un gesto de mano al guardia indicándole que los deje solos. Finalmente abre la boca: -Quiero saber por qué me denunciaste. La lógica dice que tú lo hiciste porque la única persona a quien divulgué mi secreto es tú madre y asumo que ella te lo contó. No soy culpable, entiende, no sabía que Paula estaba prohibida para mí. Por qué razón te ensañas conmigo colocándome al borde de una condena por tu estúpida irracionalidad-. Ella escucha y luego ataca: -Yo no lo entregué, señor. Perdón, lo de “señor”, le queda grande. Asimismo, no puedo aborrecerlo porque sea como sea usted es el padre de Paula, de mi mejor amiga, le juro que no lo entregué-, denota, levantando su mano derecha como juramento, pero con sabor a hipocresía-. Después de realizar una pequeña pausa la doncella lo sigue recriminando: -No sé cómo se enteraron de su paradero ni me importa. En todo caso, usted ha destruido la vida de una mujer que tenía la plenitud de un futuro por delante y eso debe pagarlo. Si fue casual o la mala estrella los juntó no es mi problema, sólo sé que apuesto por Paula, por ella soy capaz de hacer lo que sea y espero que le haya quedado claro-. Giuliano aduce: -Aunque lo niegues, las miradas te delatan. Me denunciaste, pero no entiendo por qué razón mi persona evita detestarte como lo mereces. ¡Qué lástima!, siendo tan hermosa me apena comprobar que sólo eres cuerpo y carne sin nada de sentimientos-. La orgullosa muchacha reacciona al instante -¿Qué quiere decir con eso? Que si no fuese mala como usted me cataloga, ahora mismo me cortejaría, viejo morboso-, e intenta abofetearlo, pero el desertor detiene su mano manifestando: -Si fueras buena y sincera llegaría a quererte como una hija, así como adoro a mi Paula-, refiere el exaltado exnavegante. Xaviera sonríe sarcásticamente agregando: -Las palabras se las lleva el viento, mi estimado. Me atrevo a darle un consejo: si estuviera en su lugar me suicidaría. Piénselo, es la puerta que le abro para que no se moleste en tocar-, subraya, al tiempo que llama a uno de los guardias indicándole que se marcha. El prisionero 603 ve alejar a su visitante y se muestra totalmente pensativo en las palabras dichas por quien él llama, “su enemiga gratuita”. Dentro de esta telaraña de mutuas acusaciones, el día ha corrido tan rápido que la tarde los saluda con el clima caluroso y húmedo amenazando llover. Giuliano -con un permiso especial otorgado por el Consejo de Guerra y conseguido por Rogelio-, se atreve en acudir hasta el centro asistencial para visitar a su hija. En sus manos porta un hermoso ramo de rosas rojas acompañado con un enorme oso de peluche bañado en blanco con los cuales arriba hasta la habitación de Paula. Ella, pensando que se trata de Xaviera responde: -Entra, está abierto-. Él ingresa un poco temeroso expresando: -Buenas tardes, hija. ¿Cómo estás?-. Paula se muestra aturdida ante aquella inesperada visita que atrevidamente intenta perturbar su tranquilidad. Recostada en la cama, voltea la espalda hacia su padre y opta por enmudecer, dicho silencio comunica a Giuliano que la pregunta estuvo demás. El recluso lo asimila y avisora que debe manejarse con mucho tacto, entonces continúa: -He venido porque el corazón y la razón me dicen que te debo una explicación sobre todo lo que ha ocurrido en nuestras vidas-, afirma, colocando las flores sobre la mesita de noche y prosigue: -Por favor, dame la oportunidad de expresar lo que pasó-, y acto seguido le hace entrega del segundo presente manifestando: -Toma, esto también es para ti. Acéptalo como mi primer regalo de padre-. Paula observa el muñeco, pero no lo toca, y con desdén afirma: -Mire, Giuliano, pienso que es hora de escucharlo porque quiero entender muchas cosas, pero no se acerque, espero me comprenda-. El progenitor toma una silla y se sienta a unos pocos metros lejos de ella, dando comienzo a una narración que le duele tanto a él como a ella: -Yo era un joven marino lleno de ilusiones, sueños, anhelos. Cuando conocí a Flordeliz me enamoré locamente de ella y nos casamos, luego vino la guerra y tuvimos que enrolarnos obligadamente. Un buen día nos enteramos que iban a separarnos por órdenes superiores, por eso aquella noche del 31 de Enero de 1.981 nos amamos con locura. Fui a comandar un buque, Flordeliz partió como ayudante de cocina a otro barco, ya que en el arte culinario no había quien la supere-. Después de realizar una pequeña pausa para hacer circular el pañuelo por su frente secando el sudor que origina la tensión, Giuliano sigue con su relato: -Por más que intenté asignarla conmigo no lo permitieron, y así transcurrieron tres meses en que no supimos nada de ambos. Cierta mañana, un marino que había sido compañero de rutas me informó que el navío donde operaba Flordeliz fue atacado y no hubo sobrevivientes-. Cumple con otro breve paréntesis para beber un sorbo de agua, respira profundo y desemboca su narración al filo del llanto: -Hija, no puedes imaginarte cuánto lloré por ella. Hice averiguaciones y todas coincidían con la misma versión: la flota había sido hundida por fuerzas enemigas entrando a una bahía. Mi corazón se llenó de dolor, rabia, e impotencia al conocer que por esa maldita guerra había perdido al amor de mi vida; entonces decidí desertar al día siguiente. Junto a otro navegante nos lanzamos al mar y después de varias horas en las turbulentas aguas nos recogió un barco que iba hacia Italia; me aferré a esa linda tierra, valiéndome de varias influencias adopté otro nombre e hice una nueva vida, y tú conoces todo lo demás. Esa es mi verdad, la misma que nos hubiese ahorrado tantas desdichas. Ahora te pregunto: -¿Me crees? Dime que si, hija, para no volverme loco-, afirma totalmente desconcertado. Paula con el rostro un tanto incrédulo expresa: -¿No me está mintiendo? ¿O será que se enamoró de otra mujer y olvidó a mamá?-. -Por favor, no me hieras así. Ni yo mismo me explico cómo pudo salvarse Flordeliz, a veces pienso que quizás me mintieron, no lo sé, sólo tú madre conoce lo que sucedió, -replica Giuliano-, deslizando su mano derecha suavemente por los pies de quien engendró buscando acariciarlos, pies que ella retira rápidamente escondiéndolos debajo de la sábana. Pero la conciencia de aquel viejo lobo de mar le grita que debe seguir dando explicaciones, por lo que no se detiene y afirma: -Realmente no comprendo cómo pudo pasarnos todo esto. Recuerdo que aquella noche de nuestro pactado encuentro en el salón, dejé con la recepcionista un mensaje para que te informe que no iría a la cita, ya que mi presión arterial estaba descompensada; e inclusive di órdenes para que me visites en el camarote, pero nunca llegaste, por lo que me dormí profundamente a causa de los analgésicos-. La joven de Folkland realiza una sonrisa sarcástica como diciéndole: me quieres engañar, y a manera de burla lo interroga: -Entonces, ¿quién fue por usted a la cita, acaso un fantasma? ¿O yo estoy loca, dígame, acaso piensa que estoy loca?-. -No, no, por favor, no me confundas más. Sé que padezco de ciertas lagunas mentales, por eso, no sé...no sé-, apunta a decir el ítalo-americano como intentando salir airoso ante ella. La “dama de las dos décadas y un poco más” toma un pequeño espejo de mango que está en el buró, observa su cara cansada y sufrida como no dando importancia a las palabras de su progenitor. Deja transcurrir varios segundos y se decide a enfrentar serenamente la situación mencionando: -Es mejor que no se mienta asimismo, porque si continúa así jamás curará el mal mental que dice padecer-, reafirma aquella “señora” que está tratando de sobrellevar ese rol impuesto por la vida. A pesar de todo el drama vivido, Paula es una mujer de buenos sentimientos. Sin darlo a notar, su corazón se acongoja por el crítico estado emocional de quien tiene al frente, por lo que, tratando de animarlo y cuidándose de no llamarlo papá le hace saber: -Estoy consciente que no somos culpables, pero necesito olvidar, quiero olvidar, y para lograrlo no debo verlo más. Estoy demasiado confundida y será mejor que nos demos tiempo, luego Dios dirá-, señala, devolviéndole el peluche. Ante la sorpresa de él por el rechazo del obsequio ella acota: -Lléveselo porque cada recuerdo suyo me hará más difícil borrar de la mente lo pasado. Por favor, cierre la puerta cuando salga-, denota la primogénita acomodando su cuerpo bajo las cobijas. Giuliano se retira de aquella alcoba con la derrota dibujada en su rostro, encontrándose afuera con las frías e imperturbables miradas del guardia que lo espera para custodiarlo hasta la cárcel. 25 DE ENERO 2.002 Como pocas veces el clima de la ciudad está agradable, y en una pequeña oficina del centro asistencial, el doctor Gonzalo Ugalde, -un hispano treintañero, alto, frentón, de grandes anteojos y con una seriedad atrayente-, recibe a Paula, la misma que acude atendiendo a su llamado -Aquí estoy, doctor ¿qué pasa?-, indaga algo preocupada mientras arregla su cabello-. -Te solicité que vengas porque deseo decirte algo que es mi obligación hacerlo. Espero sepas asimilarlo con madurez y tranquilidad para que puedas sobrellevar esta situación, que quizás en otra mujer sería hermoso, pero dado tus antecedentes realmente no sé cómo lo receptarás-, asevera el facultativo. -¿Qué ocurre? Dígame lo que tenga que decirme, pero antes que todo quiero saber por qué razón vomito, tengo mareos, y me ha suspendido los tranquilizantes que tanto necesito-. -La razón por la que no puedo suministrarte más calmantes es porque...estás embarazada, tienes mes y días de gestación-, responde el conocedor de medicina. Paula con sus miradas perdidas recorre todo el lugar y luego expresa: -¿Por qué juega así conmigo, doctor? Esto es una broma, ¿verdad?-. Pero rápidamente se percata que no es un juego, ya que la seriedad en el rostro del médico así se lo confirma, por lo que no le queda más que exclamar: -¡No, no puede ser! ¡Nooo,..nooo… nooo!-. La joven madre toma su cabeza entre las manos y se lanza contra las paredes del consultorio en forma aparatosa. El galeno trata de controlarla pidiendo la ayuda de una enfermera, quien al ingresar deja la puerta entreabierta por lo que Xaviera observa todo lo que ocurre con su “ñaña”. Ayudado por varios asistentes coloca una camisa de fuerzas a Paula, acción que destroza los sentimientos de su íntima amiga, la misma que tratando de impedirlo agrega: -Doctor, no haga eso. A ella no, a ella no, por favor-. -Cálmese y salga de aquí, ahora-, ordena el galeno, pero Xaviera hace caso omiso a dicho petitorio. En forma intempestiva, el médico coloca toda su mano derecha con mucha fuerza sobre el rostro de Paula, y ésta cae desmayada. Xaviera se asusta y acusa con vehemencia -¿Qué ha hecho, estúpido? La mató, la mató-. -No, tranquila. Tengo estudios de hipnosis y lo que hice es aplicarle esa técnica, así dormirá algunas horas ya que no puedo darle más somníferos. Ahora la trasladaremos hasta su habitación y te quedarás junto a ella-, sentencia él. Pero el día corre tan de prisa como de prisa es también lo que viven estas damas que sin darse cuenta la media tarde ya las cobija. Paula, -recuperada en su ánimo por todo lo que vivió en la mañana-, recibe la visita de una profesional con vasta experiencia en el campo del psicoanálisis: -Soy la psicóloga Elena Ocaña, -quien porta como fina estampa una tez trigueña, cabellos negros muy lacios, alta, de mirada penetrante como todo el que maneja esta profesión, dulce y pausada en su hablar-. Este ser tan metódico que estudia y comprende el comportamiento humano sigue manifestando: -Desde este momento quiero que me consideres una amiga. Conozco el problema que atraviesas actualmente, también sé cómo estás afrontando la situación, por eso te afirmo que esta tragedia no es el fin del mundo ni de tú vida-. Tratando de inyectarle vigor y energía prosigue con sus palabras, a pesar de que a la joven madre poco le importa prestar atención a dicha galeno: -¡Vamos, mujer, arriba! Reacciona, por favor, tú hijo te necesita y todos los que te quieren también-, revela. Paula sumergida en un mundo de quemeimportismo acota: -Bien se nota que usted no ha vivido este drama, por eso puede hablar así, pero déjeme decirle que yo jamás seré feliz. Míreme, sólo tengo veinte y un años y mi vida se destrozó por completo. Jamás me volveré a enamorar como ya se lo dije al Padre Gregorio, lo que deseo es morir-, grita desesperada la intolerable víctima. La doctora trata de calmarla, pero Paula corre hacia el baño encerrándose con pestillo, al tiempo que vocifera desde dentro que la deje tranquila y se marche. En aquellos traumáticos momentos Xaviera arriba a la habitación, - puesto que ha bajado a la cafetería esquinera en busca de una taza con café-, y asustada por aquella discusión indaga a la facultativa por el proceder de su compañera. Elena la conduce hasta su consultorio donde se sincera con la íntima amiga de Paula: -Esta muchacha está pasando por momentos muy duros, pero no quiere salir de sus recuerdos, no se deja ayudar, lo suyo más que un problema se ha convertido en una obsesión-. Xaviera indaga: -¿Puede volverse loca?-. -Algo hay de eso. Debemos tener mucho cuidado porque puede intentar suicidarse, peor aún con el embarazo a cuestas, por ello soy de la idea que debe internarse por varios meses en un hospital psiquiátrico en la capital del estado donde existen mejores recursos técnicos-. -¡Oh no, eso no!, sería demasiado dolor y la historia volvería a repetirse como ocurrió con su madre-, denota Xaviera. 8 DE FEBRERO 2.002 El paso inexorable del tiempo ha devengado dos semanas desde que la vida colocó a Paula en la disyuntiva de escoger entre sus dos congéneres. Son alrededor de las doce del mediodía. Ella ha tomado la decisión de acudir a la cárcel y hablar con Giuliano solicitando a Xaviera que la acompañe, pues necesita que esta última le otorgue las fuerzas anímicas suficientes porque segura está que no podrá sola. El desertor las recibe gustoso, pero Paula es directa en su expresión: -He venido porque necesito confesarle algo que jamás hubiese deseado que ocurriera-, manifiesta la futura mamá con aires de vergüenza en su mirada. Giuliano preocupado indaga: -¿Qué pasa? ¿Qué te aflige? Dime lo que sea, porque por muy duro que parezca sabré afrontarlo-. La infeliz mujer antes de gesticular palabra dirige sus ojos hacia la esquina de la celda donde se encuentra Xaviera, quien está de pie con los brazos cruzados como mera observadora. Ésta le infunde ánimo con un movimiento de cabeza como diciéndole: ¡vamos, habla! Sólo entonces, Paula arremete con ímpetu y de un solo golpe baña a su padre con la impactante noticia: -Giuliano, estoy embarazada, y ese bebé fue...fue engendrado por los dos-. -¡Queeé!, ¡queeé!, ¡Eso no es verdad, no lo es!-, exclama el exmarinero dando muestras de total asombro, temor e incertidumbre. Paula no realiza ademán alguno para calmarlo. Todo lo contrario, reafirma su postura de hacerle saber la determinante resolución que ha tomado: -He pensado poner fin a este embarazo lo más pronto posible-, sostiene, sin comprender cómo ni de dónde obtiene la fuerza de voluntad suficiente para afrontar este momento. El reo afligido por todo ese acontecimiento, afirma serenamente unas sesudas palabras como advertencia a su primogénita: -No hagas eso, hija. No puedes llegar a esa conclusión, corre peligro la vida de ambos y no quiero eso para ti-, indica el otrora navegante intentando abrazar a su retoño, pero Xaviera se lo impide interponiendo su cuerpo. Aquel acto de entrometimiento hace que el ítalo-americano pierda su serenidad e increpa el proceder de la visitante: -Perdona, pero no debes meterte en esto. Ella es la única que puede negar o ratificarme su cariño, más no tú-, sugiere el desertor. -Será su hija, pero también es mi amiga y su sola presencia le causa daño, señor-, puntualiza el amor eterno de Sivalter con mucha fuerza de carácter como buscando enfrentamiento. Paula interviene: -No peleen más. Ya basta, ya no más-, a la vez que dirige unas palabras a su padre: -Giuliano, sólo vine a decirle lo que voy a realizar. Estoy consciente que debo escoger entre mi felicidad y la suya y como comprenderá más me quiero yo, aunque suene egoísta-. Él enuncia: -Si eso es lo que quieres no puedo hacer nada. La vida de ese ser está en tus manos, procede como mejor juzgues, total, ya estoy acostumbrándome a este lugar. Lo único que te pido es que no te dejes influenciar por mezquinos sentimientos de personas que dicen quererte, pero que a lo mejor no se quieren primero a sí mismas-, argumenta, depositando sus miradas con altivez sobre Xaviera. Esta última se siente aludida por lo que no puede quedarse callada y lo atropella verbalmente: -Mire, señor, no se olvide que usted está aquí porque debe pagar ante la ley su delito, porque del pecado cometido, ese castigo lo tiene pendiente con Dios- , subraya la orgullosa mujer de la melena azabache, quien muy ofuscada invita a su amiga para marcharse de aquella celda, a lo que Paula accede. Antes de abandonar el sitio, el hombre de los ojos verdes intensos solicita a su primogénita: -¿Puedes darme un abrazo de despedida?-. Ella no se anima a dar un paso, sólo le otorga un frío apretón de manos. En medio de aquella escena Paula manifiesta: -Quizás este es el último encuentro entre nosotros-, mientras Xaviera y el prisionero se atisban con ojos de venganza, porque el conocedor de los mares no está dispuesto a olvidar ni perdonar a la persona que lo denunció. Ambas se retiran de aquel reclusorio. Paula lleva consigo el agridulce sabor del desconsuelo, sin sospechar que su compañera va relamiendo gustosa los labios por la dulce sapidez de la vendetta. 10 DE FEBRERO 2.002 Atrevidamente en este día, Rogelio se desplaza hasta la habitación de Paula sin pérdida de tiempo porque algo que ronda en su memoria necesita de gran diligencia. La hija de Giuliano se asusta por aquella presencia masculina que desconoce por lo que reacciona furtivamente: ¿Quién es usted? No lo conozco, salga de aquí o gritaré-. -No, no grite, por favor. Soy el doctor en leyes, Rogelio Sandoval y vengo en nombre de mi defendido, su señor padre. -Paula angustiada de sólo escuchar ese nombre anuncia: -No quiero saber nada de él. Váyase y dígale que se olvide de mí-. Aquel jurisconsulto comprende dicha actitud que su presencia ha generado expresando a la paciente que está importunando: -Disculpe que la moleste, pero es necesario que hablemos de algo muy serio que acabo de enterarme. Compete a los dos razonar sobre este hecho-, formula el abogado tomando una silla que encuentra cerca de la ventana disponiéndose en acomodar su espigada figura. Paula lo incrimina: -No lo he invitado a sentarse, no sea atrevido. Ni siquiera se ha tomado la molestia de preguntarme si deseo hablar con usted-. Rogelio, poniéndose de pie, se apresura en mencionar que es muy importante lo que está por decirle. Ella observa de cabeza a pies a ese intruso y acepta charlar, pero le sugiere que lo haga con prontitud porque necesita descanso. El representante de la abogacía vuelve a sentarse con firmeza satisfecho de saber que ha vencido ante la futura madre y enuncia: -Primeramente, la felicito si cabe el término por su próxima maternidad. En segundo lugar, quiero pedirle que lleve a feliz término su embarazo-. -¿Cómo puede pedirme semejante estupidez?-, expresa muy alterada la interlocutora añadiendo: -Usted llegó demasiado tarde. Apenas me enteré de aquello estoy segura que mi único camino es no tenerlo y el papá ya lo sabe -. Rogelio contraataca, aunque de sutil manera a la hija de su defendido: -Por favor, déjeme explicarle: -En sus manos está la posibilidad de salvar a Giuliano de la sentencia. Si el bebé nace, tomaré este argumento para pedir al Consejo de Guerra que mi prontuariado quede en libertad porque debe mantener a ese hijo, ya que usted no se encuentra en condiciones físicas y emocionales para hacerlo. No ventilaremos lo que pasó entre ustedes ante nadie, estoy seguro que libraré a mi cliente de la pena máxima-, afirma con total convicción el sagaz abogado expresando: -Estoy consciente que no debe sentir ni una milésima de afecto por la persona que le dio el ser, pero por humanidad no intente interrumpir su gestación. De lo contrario, llevará sobre su conciencia doble crimen: la muerte de ese niño y la condena de su padre. Usted elige-, termina afirmando. El jurista abandona la habitación no muy convencido de lograr algo con ella, pero dejando a Paula quebrada en un mar de sollozos. Xaviera, -oculta tras un pilar de los pasillos-, ve alejarse a dicho profesional y raudamente ingresa al dormitorio. “Su ñaña” se abraza a ella: -¿Oíste lo que me dijo? ¿Qué hago, dime qué hago, hermana?-, pregunta atormentada la madre soltera. Xaviera con igual desconcierto, pero con algo de madurez en los pensamientos sólo atina en decirle: -No logré escuchar lo que hablaron, pero me imagino que te pidió no declarar en contra de ese mal nacido-, se refiere con indignación. Paula, entre confundida y alejada de la realidad, interpela: -¿Por qué está detenido si no lo he denunciado?- -Según me enteré lo acusan de traidor a la Patria, ya que huyó de una guerra que hubo hace muchos años y ahora lo castigarán como se merece. Ya verás que no saldrá vivo de allí-, sentencia la vecina de años, cuidándose de que Paula ni siquiera sospeche que es ella quien lo entregó a las autoridades, mientras continúa lanzando su veneno: -Ahora cuando tú confieses todo lo que te hizo se hundirá mucho más-, argumenta con aires de satisfacción, sin contar con la reflexión que su íntima hace a continuación: -Estás equivocada, no te ciegues. Él no me hizo daño, sólo fue una brutal coincidencia en nuestras vidas, nada más-, afirma la nerviosa señora buscando nuevamente los brazos de “su hermana”. Ésta, al observar que Paula se encuentra amilanada procede a manipularla como sólo ella sabe hacerlo: -Amiga, no te dejes influenciar por nadie, da los pasos que tú conciencia y corazón te dicten, déjate guiar por los sentimientos, ellos te darán la respuesta. Lamentablemente, la vida te ha puesto a escoger entre ese canalla y un ser inocente, y no te puedes equivocar-, culmina la pragmática Xavi, endosando en el corazón de Paula el mismo rencor que ella siente por Giuliano. Para la dama de los profundos ojos cafés es imposible dormir aquella noche. Cómo puede hacerlo si su conciencia, su alma, su identidad, están sumergida en un remolino de sentimientos encontrados. Se levanta de la cama y enciende una pequeña lamparilla. Mira por la ventana, las calles lucen desiertas haciendo juego con ella misma. Lleva la mano derecha a su boca y comienza a comerse las uñas producto de los nervios. Regresa a su lecho, antes de acostarse toca su vientre y un halo de arrepentimiento por querer cegar una vida parece aflorar en su corazón. Pero en la orilla opuesta se encuentra Xaviera durmiendo a pierna suelta, quien está allí como mudo testigo para recordarle que no puede dar marcha atrás. De pronto, el inalcanzable amor de Sivalter despierta: -¡Ay ñaña!, ¡qué impertinente eres para encender esa luz a estas horas! ¿Qué pasa, por qué no te acuestas?, mañana te espera un día muy duro-. Paula, -al borde de un stress profundo-, contrapregunta: -Xavi, ¿y si tengo al bebé? Crees que yo...-. Xaviera salta de aquel colchón como expulsada por un resorte, se pone de pie y arreglando su camisón color uva toma furibunda de los hombros a su vecina de crianza agregando: -Ni lo pienses. Debes seguir con el plan, si te arrepientes destruirías tú vida. Amiga, ya lo hemos discutido suficiente, por tú bien hazlo y punto, es la única salida-, concluye, invitándola a recostarse. Paula cierra los ojos fingiendo haber encontrado el sueño anhelado, entretanto, Xaviera piensa para si: -Mañana a estas horas ya nada te unirá a nosotras, malvado Giuliano. Mañana serás pasado en su vida-, asevera, destilando toxinas en cada uno de sus pensamientos, procediendo en apagar aquella luz que tanto la importuna. 12 DE FEBRERO 2.002 Las horas de la madrugada pasan sin cesar, y en medio de toda esa angustia vivida por las jovenzuelas, el canto de un gallo ronco perteneciente al garaje contiguo da cuenta que el alba se acercó presurosamente. La enfermera aborda la habitación y prepara a la paciente para el desenlace final. Después del correspondiente aseo personal, Xaviera se despide de su entrañable “hermana”: -Fuerza, amiga, fuerza. Verás que todo saldrá bien con la ayuda del Divino. Ánimo, que la vida te espera con un cúmulo de ilusiones por delante, no desmayes, nunca desmayes. Si en algún momento sientes desfallecer, acuérdate que aquí estoy para levantarte-, reafirma contundentemente. Paula con la honestidad reflejada a flor de piel responde a la chica de su barrio: -A Dios no lo metas en esto, ni siquiera lo menciones. Es demasiado sucio lo que voy a realizar como para mancharlo a Él-. Después de esta reflexión, la joven de los veinte y un años es conducida por la profesional de enfermería hacia el quirófano. La psicóloga Elena Ocaña está junto a ella, y afuera Socorro se encuentran nerviosa, angustiada, tensa. Paula acostada en la camilla y con los nervios rebasando toda su geografía humana, recuerda aquellas palabras que hace días le mencionó la doctora en una de las tantas terapias: “Cuando sientas y escuches aquella máquina depredadora dentro de tú cuerpo, ya no podrás dar marcha atrás. Si quieres arrepentirte, ahora es el momento, Paula, ahora es el momento de tú gran decisión”-. Pero en la mente de la angustiada mujer también se hace presente el recuerdo de Giuliano en prisión y todo lo que está sufriendo, por lo que la encrucijada del destino la envuelve sin escapatoria como camisa de fuerza aplicada sobre un demente. Inmediatamente retorna a la realidad al escuchar la voz del doctor, quien con blancos e inmaculados guantes y su rostro cubierto por la mascarilla le informa: -Bien, estamos listos. Quiero hacer hincapié en lo que te dije hace poco en el sentido de que, si he accedido a realizar este desagradable suceso es porque así lo has decidido. Eres mayor de edad, por lo tanto salvo mi responsabilidad ya que diste la última palabra,- indica el galeno, ordenándole a sus asistentes: -Procedamos-. En ese instante, Paula rompe en llanto y grita: -¡Nooo, nooo! Por favor, no puedo hacerlo, no quiero, no lo deseo! Deténgase, deténgase. Doctora, ayúdeme, ayúdeme-, al tiempo que busca desesperada la imagen de Elena. Dicha profesional termina abrazándola y ordena que se suspenda el proceso dirigiéndose a su paciente con sublime ternura: -¡Ay, chiquilla inmadura, impulsiva! Sabía que no lo harías, hasta el último momento le pedí a Dios y a los ángeles que te iluminaran y me han escuchado. Felicitaciones, te acabas de graduar como toda una mujer-. Ambas lloran azidas al umbral de la emoción. Los rostros de todo el personal apostado en la sala quedan enmarcados en un aire de satisfacción porque están conscientes que acaban de salvar una vida.

LA SENTENCIA DE GIULIANO CAPITULO III

4 DE SEPTIEMBRE 2.002 Transcurren siete largos meses y algunos días más en los que la desesperación de Paula se hace más evidente. Es Miércoles por la mañana, la señora ha vuelto al quirófano del hospital general, pero esta vez para alumbrar un hermoso varón, de piel rosácea, cabellos castaños claro, buen porte y peso, llorón como ninguno y con tres hoyuelos en su oreja derecha. Junto a ella la inseparable Xaviera y guardando un perfil bajo también Socorro. Mientras tanto, Giuliano se enfrenta al juicio por traición a la Patria. Su abogado presenta ante el Consejo de Guerra la respectiva petición de amnistía porque un hijo que está por nacer necesita de su protección y manutención. Los jueces proceden en acoger ese petitorio para analizarlo, mientras el apuesto grumete no deja de pensar en Paula. El legista acusador, de nombre Teófilo Ruilova, -un señor que frisa los sesenta y cinco años, de porte elegante, semicalvo, pero de severa mirada-, arremete con todo frente al acusado expresando: -Aquí entre nosotros se encuentra un vulgar traidor, un cínico, al cual no le importó que cientos de compatriotas murieran en el campo de Afganistán, al tiempo que él huía como lo que es, un cobarde. Por ello se merece la máxima pena que contempla la legislación militar de este país. Pido al jurado que no se deje convencer por los falsos argumentos y pruebas que presente la defensa-, sentencia el alto letrado. El turno de Rogelio llega y éste contraataca con total contundencia: -Quiero dejar sentado ante ustedes señores Jueces del Consejo y también a la opinión pública, que si bien mi defendido desertó por cuestiones ya ampliamente ventiladas, no es menos cierto que el señor Montiel entregó información y datos fidedignos que contribuyeron para que la guerra finalmente sea ganada por el ejército estadounidense-. Prosiguiendo con mucha convicción y flameando en sus manos varios papeles dice: -Tengo en mis manos los croquis, detalles, conversaciones, paralelos y bisectrices, fechas, horas, días, y demás elementos que llegaban anónimamente a las gloriosas Fuerzas Armadas y que fueron proporcionadas por él, como lo demuestran los documentos que adjunto y que son fieles copias del original que reposa en poder de mi defendido; pero que también debe constar en los archivos secretos de la institución militar. Por lo tanto, es de total justicia que se considere todo aquello a la hora de determinar el fallo respectivo-. Mientras la audiencia sigue su desarrollo normal, Rogelio recibe la noticia al oído -por parte de un amigo que ha ingresado a la sala judicial- de que el alumbramiento de Paula ya ha tenido lugar. El legista comunica a Giuliano que acaba de ser padre e inmediatamente proporcionan la información al Consejo de Guerra. Indudablemente, aquella noticia proporciona fuerza anímica al presidiario para seguir en la fría y solitaria celda donde lo vuelven a recluir terminada la sesión. El exdesertor solicita a Rogelio que tramite el permiso respectivo porque desea conocer a su vástago. En la sede de “UNIDOS MUCHO MÁS”, Amada continúa en su lucha diaria reencontrando a tantas personas separadas. Al terminar una de sus muchas arengas, un compañero de la activista se acerca a informarle en voz baja que en la oficina contigua se encuentra un hombre solicitando hablar con ella. Ésta acude a dialogar con aquel desconocido -Buenos días, ¿quién es usted?-, interroga con asombro. -No sé si estoy equivocado, pero creo que..., creo que..., soy tú hermano Octavio-, expresa un caballero de unos cuarenta años, tez blanca y simpática fisonomía, quien luego prosigue: -Hace pocos días escuché tú llamado y me hago presente porque mi padre llevaba como nombre Joaquín Moncada. Soy su hijo, y para comprobarlo te manifiesto que poseo el tipo de sangre A positivo que él nos endosó; asimismo, ésta es la única foto que conservo de él-, subraya, mostrándole una imagen en buen estado así como un examen de sangre que confirma la veracidad de lo expuesto. El visitante continúa su alocución: -No hay duda, tú debes ser mi hermana, la pequeña que dejé de ocho años-, concluye el joven, abrazando a esa mujer que también lo ha impresionado. Amada se quiebra emocionalmente. Corresponde a ese abrazo, observa la digital nuevamente comparándola con la que ella posee, está consciente de que no existe ningún error. También se incorpora el hecho de que tiene el mismo tipo de sangre, se siente dichosa, como cuando de niña recibía el más bello juguete. Sin pérdida de tiempo lo conduce en su automóvil hasta el ansiado hogar para charlar con tranquilidad porque sabe que tienen tantas cosas que contarse. Camino a casa, anuncia totalmente regocijada: -Por fin, hermano. Gracias, Dios mío, por haberme escuchado. Te quiero, te quiero. Abrázame, por favor, abrázame-, solicita de Octavio, el mismo que se muestra un tanto aturdido pero contento. En el trayecto de varios minutos, la dirigente empieza a bombardearlo con muchas preguntas haciendo gala de su profesión como periodista titulada: -Dime, ¿dónde está papá? ¿Sabes si vive?-. -No, hermana. No sé nada de él, tal parece que nuestro padre murió en aquella guerra. Nos separamos un día y nunca supe más, si no ha venido hasta ti es porque seguramente falleció-, enuncia aquel hombre con aire apesadumbrado. Amada se torna llorosa pensando en el ser que la engendró, Octavio la consuela expresándole sutilmente: -Ya deja de sufrir, mejor pensemos que él debe estar feliz donde se encuentre. Yo también lo quise mucho, pero la vida sigue, y lo más placentero es que nos quedemos con su mejor recuerdo-. -Si, tienes razón-, afirma ella para luego añadir: -Ya no voy a llorarlo más. Al contrario, lo recordaré con alegría como hubiese querido que lo haga, mejor hablemos de nosotros-, corrobora, mientras lo atosiga con más preguntas: -¿Dónde estuviste todos estos años?-. -Viví en un campamento de misioneros en la frontera norte cerca de Afganistán. Allí hice de todo, lavé platos, cociné, trabajé en el campo y en las minas, en fin, busqué ganarme el pan de cada día. Hasta hace poco en que oí el llamado de la organización, y aquí estoy dispuesto a no separarnos nunca más- , refiere él. En forma intempestiva, esta amena conversación se rompe cuando suena el celular de la dirigente. Ella sostiene un diálogo: -Ahora estoy con mi hermano, no puedo acudir. Pero ¿es necesario que vaya en este momento?-, afirma un tanto molesta, aunque luego se resigna a reponer: -Está bien, en treinta minutos estoy allí-, denota. El recién llegado aprovecha el momento para inducir a que su hermana piense diferente: -Si ya conseguiste el objetivo que era nuestro encuentro, es mejor que poco a poco vayas dejando ese organismo y disfrutemos juntos el tiempo que nos queda por vivir. Es mi forma de pensar y espero que también sea la tuya, ¿estás de acuerdo?-. La menor de los Moncada se muestra sorprendida al escuchar esa manifestación que le suena a egoísmo por parte de su consanguíneo, y ya arribando a casa le responde: -Octavio, no pensé oír eso de tu parte, no puedo hacer lo que me pides. Comprende, mi vida está puesta en esta batalla, no sólo debo pensar en mí, sino en todos los demás. Bueno..., más adelante discutiremos aquello, ¿te parece? Ahora siéntete cómodo en este que es tú nuevo hogar, vuelvo enseguida, porque “UNIDOS MUCHO MÁS” me espera-. Amada se despide de Octavio mostrándose segura de conocer que su vida ha dado un vuelco total desde este momento, aunque el comentario realizado por él ha dejado un pequeño mal sabor que intenta no darle importancia. Aquel joven aprovecha la ocasión de encontrarse a solas en la residencia para realizar una llamada telefónica que lo comunica con alguien a quien no identifica, sino que simplemente manifiesta como si hablara en clave: -Ya estoy dentro, no me llames, te indicaré cuando hacerlo. Amada está muy feliz, y así debe permanecer hasta que le demos la sorpresa final-. Desde el otro lado de la bocina otorgan la aprobación a sus palabras, ocasión por la cual Octavio cuelga rápidamente y se dirige a la nevera en busca de alimentos, pues, hace uso a pie juntillas de las palabras dichas por su hermana: “esta es tú casa, siéntete como en ella”. Rogelio se hace presente en el nosocomio buscando nuevamente charlar con Paula. Aproximándose a la habitación toca delicadamente a la puerta, no sin antes desnudar con la mirada a una agraciada enfermera que transita por los pasillos. La paciente da el consentimiento para que ingresen: -Adelante, está abierto-. -Buenos días, señora-, se apresura en mencionar el atractivo legista-. Luego prosigue: -Vengo en nombre de mi defendido, el señor Giulia…- -Si, ya lo sé, déjese de verborrea, ¿qué desea?-, pregunta con displicencia. -Por petitorio de mi cliente solicito a usted le permita ver a su hijo. Él tiene derecho como padre, por lo tanto necesita y quiere realizar esa visita-, indica, a la vez que acicala su vestuario esperando la respuesta de su interlocutora. Ella fríamente acota: -En ningún momento me he negado, la única condición que propongo es no verlo cuando llegue-, asevera, acomodando su camisón en forma pudorosa porque conoce de las miradas inquietas del personaje que tiene enfrente, al tiempo que le da la espalda. Rogelio continúa: -Como guste, señorita. Perdón, señora, es que usted es tan joven que...-. -No quiero oír sus comentarios. Ahora, váyase, quiero estar sola-, sentencia la reciente mamá. El jurisconsulto la interroga suavemente: -¿Desea enviarle algún mensaje a su padre?-. -No-, contesta, acompañado de un profundo resentimiento. Rogelio toma su maletín, se acerca a la cuna del bebé y contempla tiernamente cómo duerme aquel angelito agregando: -Es un bello producto, la felicito-. Como todo buen abogado, es atrevido, por lo que extrae de su portafolio una pequeña cámara fotográfica e intenta plasmar al niño en un recuerdo imperecedero. Paula se arroja con presteza sobre el penalista y arrebatándole aquel artefacto añade con hidalguía: -No, eso sí que no. Nadie robará una foto del pequeño, mucho menos usted-. -Pero, es para su padre-, responde el jurista. -Cuando él se haga presente podrá tomarle cuantas desee, pero sólo él. Está claro-, subraya como una fiera la guapa progenitora. -De acuerdo-, anuncia Rogelio, mientras guarda la máquina de retratar y abandona dicha habitación admirando el carácter de aquella mujer que sin duda alguna lo heredó de Giuliano. El jurisconsulto encamina los pasos hacia su bufete, pero en los pasillos del lugar se encuentra con Xaviera quien expresa al letrado: -Buen día, ¿me recuerda usted?-. -Claro, una dama tan cautivante no se olvida fácilmente, al menos yo no-, se apresura en puntualizar el entendido en leyes prestando mucha atención a lo que desea decirle. Ella expresa: -Dígale a su cliente que se olvide de su hija y del bebé, que no haga más daño. Mi amiga está tratando de salir de aquella crisis, de rehacer su vida, por lo tanto, si realmente dice quererla que se aleje de ellos para siempre-, exterioriza convencida de que su petitorio es lo correcto. Rogelio reafirma que no puede hacer aquello porque es su padre y tiene derecho, haciéndole hincapié en que esa criatura es la carta de salvación para no sucumbir en la cárcel. Seguidamente extiende una formal invitación a tomar un tinto en una cafetería cercana, a lo que ella accede ya que le interesa seguir conversando con él. Arriban al sitio escogido, toman asiento y ordenan lo pactado, el defensor procura sentarse muy junto a Xaviera, ésta se aleja un poco, cual paja huyendo del fuego. Él insiste en aproximarse, y como es su costumbre, en forma confianzuda entrelaza su mano con la de su acompañante dejando aflorar un caudal de sentimientos reprimidos que finalmente se desbordan: -Xavi, soy hombre de muchas palabras porque la profesión me obliga, pero en cuestiones del amor soy parco y directo; por eso quiero decirte que... estoy enamorado de ti. Desde que te vi aquel día en tú casa sentí que eres la mujer a la cual quiero y debo pertenecer. Yo soy el que durante meses te ha enviado aquellas flores que seguramente adornan tú habitación-, expresa un poco ruborizado, pero con mucha sinceridad en sus palabras. Luego continúa su declaración porque Xaviera le permite hacerlo: -Quizás estés impresionada, pero no es necesario que me contestes ahora. Piénsalo, medítalo, yo sabré esperar, eso sí, cuando llegue esa respuesta quiero que sea positiva. Tengo una vida casi hecha, te puedo hacer muy feliz y darte lo que mereces-, vuelve a denotar con unas tiernas miradas, mientras aprieta la mano de su amada procurando que sienta el calor varonil. La joven sorprendida exclama: -¡Así que ha sido usted mi admirador secreto!-. -Sí, te admiro por el valor que tienes para enfrentarte al mundo si es preciso. Eres guapa, joven, vital, carismática, definitivamente, la mujer con la que aspiro compartir mi vida -, indica el declarante tocando suavemente la barbilla de su platónico amor. Xaviera enuncia -Realmente no esperaba que fuera usted el de las flores, se lo agradezco Rogelio, pero he prometido no enamorarme por ahora. Estoy muy confundida por lo ocurrido con Paula y por ello tengo recelo; amén de aquello, usted defiende a un hombre al que yo aborrezco y eso lo hace diferente ante mis ojos-, concluye, absorbiendo un sorbo del provocativo y humeante café que acompaña dicha charla. Mientras está conversación se lleva a cabo en los bajos del centro asistencial, a la habitación de Paula hace su arribo Sivalter en visita a la flamante mamá. Después de charlar trivialidades el bodeguero indaga por el paradero de Xaviera, entonces Socorro le menciona que deben estar en la cafetería por cuanto los vio ingresar allí. El bodeguero, con visibles muestras de estar molesto acude hasta el sitio referido, no sin antes despedirse de la hija de Flordeliz. En aquel lugar donde expenden el aroma a tinto, este fiel amante no correspondido observa cómo Xaviera y Rogelio se profieren un ósculo en aquella parte del rostro que alberga los dientes. Esta acción decepciona completamente al corpulento muchacho, tanto que no se atreve a intervenir, simplemente se aleja del lugar sin ser visto. Pero Xaviera, -quien reacciona tardíamente a la acción de Rogelio-, se aparta rápidamente del abogado, por lo que éste expresa: -Perdóname por haberte robado un beso-. -No debiste hacerlo, sinvergüenza-, denota con marcado enojo la joven, abofeteando al mancillador de sus labios y abandonando el lugar, a la vez que el apuesto profesional sonríe pícaramente. En los calabozos del penal militar, uno de los presos se acerca hasta Giuliano y lo aborda con cierta propuesta: -Hola, italiano. Así es como te dicen, ¿no?-, exterioriza Tony, alías ¨El Pipo¨, -un hombre de tez pálida, fornido, semi calvo, mediana estatura, y marcado con una cicatriz que cruza su mejilla izquierda-, quien está pagando una condena de quince años por traficante de armas oficiales y terrorismo. -Hola-, contesta Giuliano, colocándose en posición defensiva por si necesita contraatacar. “El Pipo” sonríe y manifiesta: -Tranquilo, varón. No tengas miedo, sólo quiero conversar contigo-. -Está bien, te escucho, pero no creas que tengo temor-, se apresura en puntualizar y enseguida lo enfrenta: -Sólo es cuestión de precaución, con la gente desconocida nunca se sabe-. Tony se cuida en hablar bajito como queriendo no ser oído por los guardias del lugar: -Mañana un grupo de “los nuestros” vamos a realizar un motín, te queremos en el para que nos ayudes a planificar detalles y corregir errores. Sé que no eres tonto, te he estado “ojeando” mucho, tenemos casi todo preparado, vente con nosotros si quieres la libertad-, formula el reo, con ademanes de secretismo, a la vez que patea una pelota en el patio para despistar a los celadores. Giuliano deja pasar unos segundos como meditando la respuesta, luego responde: -Sí que eres audaz, atreverte a realizar un amotinamiento aquí es como cavar tu propia tumba. Por supuesto que no voy a apoyarlos en eso, es muy peligroso. Si fallamos, no veré nunca más la luz del día; acuérdate que estamos en una cárcel de alta seguridad que no es cualquier cosa. Yo estoy seguro que saldré en libertad, además, expondríamos la vida de mucha gente-, se apresura en referir el ítalo-americano dando una patada al mismo balón contra la pared. Tony, con aire de molestia, lo cuestiona: -Te echas para atrás, varón. No seas cobarde, lo que tenemos entre las piernas debemos llevarlos bien puestos-, reafirma. Giuliano aclara: -En primer lugar, no soy un jovencito, me siento un poco cansado, sé que me agarrarían rápido. En cuanto a si tengo testículos o no, pues, con saber que si los poseo me basta y sobra porque con eso no se piensa. Lo que digas tú o los demás no me interesa, lo único que puedo ofrecerte como ayuda es mi silencio. Sí, mi silencio, cuenta con él, total, es tú destino y el de los que quieran seguirte-, puntualiza el ex-desertor, a la vez que sus miradas se muestran azarosas ya que un guardia desde hace algún rato los observa conversar y eso no le gusta nada.- Tony sabe que aquel apóstata no es fácil de convencer por lo que hace uso de la amenaza: -Bien, varón, como quieras. Si no te arriesgas es tú problema, ojalá no te arrepientas después. Pero te advierto, si el plan falla y me entero que el soplón has sido tú, date por muerto, ya lo sabes-, señala, e intenta “pechar” a Giuliano, quien en forma prudente lo retira con sus manos expresándole: -Tranquilo. Ya te dije que por mi boca nadie lo sabrá, te doy mi palabra de “varón”, como tú dices. Pero, escúchame algo, si te descubren, necesariamente, no seré yo quien te haya denunciado porque tienes muchos enemigos; así que cualquiera te puede traicionar, inclusive los mismos que ahora están a tu lado. Ten cuidado, no confíes en nadie, en nadie. Armar una revuelta no es nada fácil, yo que te lo digo-, concluye, mojando su cabeza con el agua que brota de una llave abandonada en aquel recinto, mientras Tony, - con el torso desnudo y sudoroso-, lo recorre con su mirada de arriba hacia abajo. El sedicioso utilizando un modismo propio de su lengua latina agrega: -La “plena” es lo que dices, pero no va a fallar nada, todo está calculado. Lo que si te digo es que mañana seré hombre libre, al fin voy a disfrutar de la vida-. El recién llegado de Génova regala una sonrisa entretorcida a su compañero de prisión y acota: -Te deseo toda la suerte de este mundo y de los otros mundos si es que existen. Confía en que todo te saldrá bien y así será-, subraya el exmarinero con pinta de forastero. Tony se retira a su celda, Giuliano lo observa alejarse y con el balón entre sus manos manifiesta para sí mismo: -Estúpido, eso es lo que eres y pretendes arrastrarme en tu fango. Pero no, yo soy más inteligente que tú, al menos si me considero más inteligente que tú-, reafirma el reo 603, dando un último puntapié a dicha pelota y dirigiendo sus pasos hacia el aposento carcelario. Sivalter se ha escapado hasta el conocido bar, “El bodegón”, y luego de permanecer varias horas emborrachando su cuerpo se marcha a casa. Al hacer su arribo, Laura recibe al hijo de sus entrañas con profunda preocupación preguntándole: -¿Por qué, hijo?, ¿Por qué te maltratas así?, ¿Es por Xaviera, verdad?-. -Sí, mamá, porque ahora me percato que no soy dueño de su amor. Acabo de descubrirla besándose con ese abogadillo de cuarta, me siento un desgraciado, quiero morirme-, sentencia, desparramando todo su cuerpazo sobre el sofá principal. Laura lo aconseja: -No eches tú vida a la basura por ella, no lo merece. Vales mucho, hijo, mucho. Por qué no realizas un viaje hacia otros destinos, quizás, eso te haga olvidar la cruel obsesión-, puntualiza. -Tienes razón, tal vez lejos de ella logre olvidarla. Ahora si estoy convencido que la perdí, con lo que vi hoy ya no abrigo ninguna esperanza. ¿Sabes si parte algún navío por estas fechas?-, indaga el joven acompañado de un insoportable aliento a licor. -No sé, pero te lo averiguo en pocos días-, responde la señora San Román, conduciéndolo a la habitación para recostarlo. En medio de todo este panorama, la noche insiste como todos los días en hacerse presente. Descansando en su recámara, súbitamente, a Socorro la invade un profundo deseo de retroceder hacia el pasado, por lo que extrae de su closet el cofre de recuerdos que pertenece a Flordeliz. Suavemente procede a sacar las llaves de entre su busto y lo abre empezando un recorrido por cartas, anillos, llaveros, fotografías, direcciones, postales, que su vecina jamás contestó. Xaviera arriba al hogar un poco antes de la hora acostumbrada, coloca su bolso sobre la silla y llama insistentemente el nombre de su madre. Al no recibir respuesta acude hasta la habitación; la sexagenaria intenta guardar la pequeña caja rápidamente pero sin lograrlo. La chiquilla al verse frente a esa gran evidencia inquiere: -¿Son los recuerdos de papá, verdad? Dime, ¿aquí puedo hallar la verdad que tanto busco?-. -No, Xaviera. Ya te dije que todo lo mío se quemó en aquel incendio, este es el joyero de Flordeliz-, explica Socorro con total aplomo, aunque disimula un nerviosismo que sólo ella sabe por qué lo siente. -Déjame ver-, dice su hija husmeando entre las cosas, mientras agrega calmadamente: -¡Ahhh!, aquí está el medallón que me ponías de pequeña. Es muy lindo, me trae tantas añoranzas-. -Si, Flordeliz tenía dos que los heredó de sus antepasados, según contó aquella amiga cuando me entregó estos recuerdos. Pero sabes que eso no te pertenece, así que debes regresarlo adonde lo encontraste-, enuncia Socorro. -No, mamá. Por favor, quiero quedarme con el-, suplica Xaviera. -¡Pero…hija!-, se molesta la anciana. -Por favor, deja quedarme con él para volver a revivir mi niñez y adolescencia junto a Paula, aunque sea sólo por un ratito-, insiste la agraciada muchacha, a lo que su madre accede. Después de unos minutos de recorrer y recorrer por todo el pequeño cofrecillo, Xaviera rompe en llanto diciendo -¿Por qué no aparece papá? Siento que él no ha muerto, pero, ¿dónde está, Ariosto Montalván? En la organización todos están encontrando a su familia, menos yo-, culmina diciendo, al tiempo que abraza a su progenitora quien responde -No lo sé, pero no sufras más. Acepta la realidad de que él murió en la guerra-, declara la veterana de apellido Rivera, a la vez que Xaviera devuelve el collar a su sitio y ambas cierran el accesorio de madera y roble con profundo pesar dirigiéndose a dormir. Pero la dueña de esa hermosa cabellera negra azabache no puede conciliar el sueño ante tanta preocupación. Se levanta y acude hasta la nevera en busca de un vaso con leche. Al pasar por la alcoba de Socorro se percata que ésta habla fuerte y decide abrir logrando escuchar: -Por favor, Xaviera, perdóname, perdóname y tú también Paula. Las amo-, expresa envuelta en una profunda pesadilla. Xaviera se acerca lentamente hasta su madre con el ánimo de despertarla, pero la revelación de nuevos testimonios la detienen con el fin de seguirse enterando: -Giuliano, usted no es culpable de nada, yo sé quién lo es. ¡Ay, Javier, Javier, mi amado!, ¿dónde estás que nunca te encuentro? No, por favor, Giuliano, no lo mate, no lo mate, Xaviera no merece eso, yo soy la que debe estar ahí, no ella, no ella-, delira la matriarca de Folkland. Observando que Socorro está muy exaltada, su hija decide intervenir en aquel sueño -Mamá, despierta mamá, despierta, por favor-, mientras remece su cuerpo. La cansada mujer logra reaccionar -¿Qué pasa?-. -Tuviste una sucesión de imágenes desagradables. Pero, dime, ¿qué debo perdonarte? ¿Por qué dices que ese malvado de Giuliano no es culpable, por qué lo nombras?-, pregunta sumamente preocupada la joven que escribe su nombre con X. -No me hagas caso, estaba soñando algo horrible pero no me acuerdo qué. Creo que esto de Paula me ha afectado mucho, por favor, alcánzame las pastillas para los nervios que están sobre la mesita-, indica la señora, dejando pasar sus manos por el rostro como tratando de despabilarse. Xaviera cumple la orden a pie juntillas otorgándole la medicina junto al vaso con leche, al tiempo que recibe el consejo de su dulce anciana -Anda, hija, duérmete ya, tienes que trabajar mañana. Gracias por haberme despertado, y vuelvo a repetirte, no hagas caso a mis cosas de vieja-. La chica besa a la progenitora de su ser y se retira al dormitorio, pero una gran duda lleva sembrada en su mente y corazón, duda que está dispuesta a despejar lo más pronto posible. 5 DE SEPTIEMBRE 2.002 Aquella mañana, Paula observa a la pequeña criatura que duerme plácidamente en su cuna. Esto la empuja a revivir los momentos que pasó junto a Giuliano, martirizándose nuevamente. Corre hacia el baño y empieza a ducharse con soberbia como ordenándole a su cuerpo olvidar; una enfermera la encuentra sumida en la tristeza dentro de la bañera y se apresura en ayudarla a retornar hasta su cama. Xaviera arriba con algunas frutas para ella y un juguetito como cariño para el bebé. Al quedarse a solas, Paula inicia el diálogo -Sabes, cómo quisiera querer a ese niño pero no puedo, no me nace, cada vez que lo veo me acuerdo de él-, expresa y voltea su rostro para no mirarlo. Xaviera, como siempre tan inoportuna en sus comentarios, dice algo que hiere aún más a su ñaña: -Se parece al papá, ¿verdad?-, y presurosa realiza el ademán de morder su lengua en señal de que volvió a ser imprudente. Pero ella es tan natural que rápidamente olvida lo sucedido afirmando: -¿Qué nombre piensas ponerle?-, a la vez que juguetea con el regalo que ha llevado. -No lo sé-, acota Paula, desperezando todo su cuerpo. -A este pequeño lo bautizo desde ahora como Christopher, ya que así se llamaba aquel guapo profesor de Historia que tanto nos gustaba en el colegio, ¿lo recuerdas?-, anota Xaviera y ambas sonríen. -Si, claro que lo recuerdo-, dice con tristeza la naciente mamá. Pero adelantándose a los acontecimientos, Xaviera pregunta -Ñaña, ¿has intentado cargarlo?-. -No-, contesta la amargada señora-. -¿Quieres hacerlo? Yo te lo paso-, insiste su amiga. -No, no lo hagas-, asevera la hija de Flordeliz. Pero Xaviera hace caso omiso a la negativa y conduce a Christopher hasta los brazos de su madre. En ese emotivo momento, Paula rompe a llorar abrazando fuertemente al pequeño, pues su corazón se ha conmovido. El bebé gime porque tal parece que el hambre lo consume, entonces es el momento propicio en que Xaviera se apresura en sacar el seno derecho de Paula, pero allí reacciona la joven en forma tajante -No, eso no, ni lo intentes. Llévatelo, llévatelo, o no respondo-, amenaza la progenitora. El niño ya se encuentra en brazos de su tía putativa, quien le alcanza una mamadera y la ingiere tranquilamente. Paula se limita en observar aquel tierno panorama y considera que es la oportunidad para expresarle a su querida vecina: -Hermana, desde este momento te nombro madrina oficial del niño. Noto que lo quieres tanto como si lo hubieras parido. Prométeme, que pase lo que pase, cuidarás de él-. -No puedo prometerte aquello-, contesta Xaviera. -¿Por qué?-, indaga Paula con visos de preocupación. -Porque no está circuncidado aún, entonces, cómo voy a hacer de él un hombre de bien-, sentencia la hija de Socorro, tomando entre sus manos los genitales del niño y ambas sueltan a reír a mandíbula batiente. Es que así es esta dama, tan jocosa, tan fresca, tan única, que suele pasar de la seriedad a la risa de una forma espontánea como lo hace ahora: -Por fin te arranqué una sonrisa. Pero, ¡claro que cuidaré de mi sobrino!, no faltaba más, porque es mi sobrino aunque no sea de sangre, pero lo es, ¿verdad?-, inquiere con un poco de inocencia. Paula atina a sonreír levemente asintiendo con la cabeza. Luego de varios minutos y después de haber recostado al pequeño, Xaviera realiza un comentario buscando una opinión: -Hermana, quiero decirte que me muero por testificar en contra de Giuliano en aquel juicio. Voy a realizar todo acto que esté en mis manos para que se pudra en la cárcel, diré que te violó y que como consecuencia tiene un hijo, eso lo hundirá mucho más-, exterioriza la muchacha de los cabellos negro-azabache con el regocijo reflejado en su rostro. Paula con el semblante desmejorado por tanto sufrimiento manifiesta a su amiga: -No me importa lo que ocurra con él, lo que te pido es no martirizarnos más. Si piensas realizar lo que dices seguro me llamarán a declarar y no quiero más problemas, ya lo hablamos. Por favor, deja las cosas como están, sólo Dios sabrá castigar a quien tenga que hacerlo. Además, basta ya de resentimientos, tú debes dedicarte a pensar en ti también,- argumenta la madre de Christopher. Luego de cepillar un poco su cabello, Paula vuelve a reafirmar: -Enamórate. Busca un hombre que te haga feliz, cásate, forma tu propia familia, si yo no pude hacerlo, mi anhelo es que tú alcances el sueño de toda mujer. Ahí tienes a Sivalter, es un buen chico, trabajador, honrado, y te quiere bien, físicamente no está mal, por lo tanto, persigue tu felicidad y olvídate de lo pasado-, insiste en animarla mientras ambas se abrazan con nostalgia. Xavi responde: -No, Sivalter no es mi tipo, eso lo tengo bien definido y él lo sabe. Creo que el amor no ha nacido para mí todavía, o quizás no me case nunca-, reafirma con mucha elocuencia en sus palabras la señorial chiquilla, y enseguida retoma el tema inicial: -Entonces, lo de Giuliano, ¿en qué quedamos?-. -Ya te di mi respuesta. Si yo que soy la afectada lo trato de ignorar igual debes hacerlo tú. Sé feliz, no permitas que el odio carcoma tu alma, ¿me lo prometes?-, precisa Paula. -Está bien, pero que conste que sólo lo hago por ti-, denota Xaviera, aunque su promesa no suena sincera. En dichos momentos, uno de los internos ingresa a la habitación e inyecta un suave sedante a la paciente ordenándole descansar. Rogelio acude hasta la prisión en busca de otorgar una buena noticia a su defendido, pero ante la angustia que trae reflejado en su rostro el exnavegante, se atreve a sugerirle que el mejor camino es someterse a un ADN, sólo así saldrá de aquella incertidumbre que lo está matando. Giuliano conoce del tema que le está proponiendo su defensor, pero no lo acepta, sería como dudar de la integridad de Paula, de su pudor. Ella lo aborrecería aún más y con toda razón, ese riesgo difícilmente lo desea correr porque no lo soportaría. Además, está seguro que ella tampoco permitirá aquello-, deduce el apuesto ítalo-americano reafirmándole a su abogado: -Sé que nos besamos, sentí el calor de su cuerpo en aquel crucero maravilloso, y si ocurrió lo que ocurrió debo afrontarlo como hombre. Soy consciente que todo este problema se debe a mis lagunas mentales que impiden acordarme de lo que pasó. -Pero..., -persiste Rogelio-, aunque su cliente lo manda a callar: -No insistas. Por favor no me hagas dudar más-, sentencia el exreo, mientras sus desorbitados ojos recorren toda la celda como buscando una salida. -Está bien, es tu decisión y la respeto-, denota el jurisconsulto, aunque es un convencido de que sólo ese examen de sangre pondría al descubierto quien miente a quien. Inmediatamente pregunta a su cliente: -¿Quieres que realice los trámites para que tu hijo lleve el apellido Montiel?-. -Sí, claro que si, y lo más pronto posible, por favor. Creo que no habrá problemas porque doy por descontado que Paula otorgará su consentimiento-, indica el recién estrenado papá. Enseguida se sienta en la vieja silla corroída por el tiempo y apoya sus codos en lo que queda de la maltrecha mesa de madera que lo acompaña. Súbitamente, a la memoria de Giuliano viene un nombre el cual pronuncia con insistencia: -Santos…, Santos-. Rogelio indaga: -¿Quién es Santos? ¿Por qué mencionas ese nombre, acaso recuerdas algo de esa persona?-. -No lo sé. Siento como si fuera alguien muy cercano a mí, quizás un familiar, o tal vez el nombre de mi padre. Realmente, no lo sé, pero bueno..., no le demos mayor importancia, ya me acordaré después-, subraya el distraído exmarino. Para relajar un poco aquel tenso ambiente, el legista en derecho penal inyecta su acostumbrada vitalidad con una anotación: -Bueno, para mejorar ese ánimo es obligación de un abogado traer buenas noticias-, expresa, esbozando una amplia sonrisa. -¿A qué te refieres?-, indaga preocupado el presidiario. -Es el permiso que te concede el Consejo de Guerra, -a pedido de la Comisión por los Derechos Humanos-, para que puedas visitar al niño-. Una gran felicidad embarga a este hombre que, finalmente, conocerá a su hijo, o en el mejor de los casos al que dicen que es su retoño, por lo que busca un espejo donde reflejar su fisonomía para acicalarse y salir apresuradamente. Socorro ha tomado la decisión de acudir hasta el sitio de reclusión para entregarle a Giuliano aquel cofre de recuerdos. Pero no se percata que Xaviera, -quien está de regreso después de visitar a Paula-, la observa salir con aquel bulto extraño envuelto en una bolsa y decide seguirla a prudente distancia, segura de que su sexto sentido le anuncia que la progenitora de sus días oculta algo. La señora de los sesenta y cinco años se embarca en el autobús, Xaviera toma un taxi, y ambos automotores las conducen hacia un mismo destino: el reparto militar de Folkland. Amada sigue envuelta en la vorágine de dos sentimientos: por un lado está feliz ante la aparición de Octavio, pero triste a la vez por no encontrar al progenitor de sus días y así se lo hace saber a su hermano. Éste agrega mientras beben algo: -Hermana, ya no te apenes más. Papá murió, pienso que así fue porque varias personas en la marina me lo confirmaron. No busques más, te haces daño, seamos felices juntos, sólo nos queda venerar su recuerdo-. -Sí, tienes razón. La guerra me arrebató un ser querido, pero Dios me devolvió otro-, señala regocijada la dulce dirigente otorgando un beso en la mejilla al tipo que comparte sus genes. Finalmente afirma: -Hoy mismo encargaré la organización a otro líder-, expresa con absoluta certeza en sus palabras la combativa activista, decisión que complace sobremanera al hermano mayor. Socorro y su hija han arribado al regimiento. La primera se coloca en fila para la revisión respectiva. Muchos metros atrás está Xaviera con igual propósito, pero con la intriga carcomiéndola al no saber qué pretende su madre con esta visita. Ambas logran pasar los filtros de revisión propios de esa entidad, y en medio del patio principal, la chiquilla sorprende con voz de mando a la autora de sus días, mientras la toma con fuerza del antebrazo derecho inquiriéndola -¿Qué haces aquí, mamá? ¿Qué vienes a hablar con este mal nacido y por qué?-. Socorro sorprendida pregunta: -Xaviera, ¿tú? No entiendo-. Cuando ambas mujeres están discutiendo se escuchan unos fuertes gritos provenientes de la parte alta del reclusorio. Alguien anuncia con un vozarrón -Ahora, a ellos, a ellos-. Varios prisioneros con pistolas y cuchillos en mano comienzan a tomar como rehenes a los visitantes. En ese grupo caen Socorro y Xaviera: el amotinamiento acaba de empezar. “El Pipo”, quien comanda la fuga grita a uno de sus secuaces -No, a la vieja no, estúpido. Te dije que sólo a jóvenes, a viejas inservibles no-. El reo que tiene cautiva a Socorro procede en lanzarla al suelo, la anciana es ayudada a ponerse de pie por un soldado que la ubica detrás de unos postes. Los gendarmes intercambian un profundo tiroteo con los reos, mientras los muertos y heridos ya se cuentan por doquier. Todo es confusión, angustia, gritos, Xaviera como nunca antes siente miedo y tragándose el orgullo del que a diario hace gala implora y exclama a su agresor -¡Por favor, déjeme! ¡Mamá, sálvame, sálvameee!-. Socorro adolorida por el golpe al caer no atina qué hacer. Detrás del pilar logra divisar cómo aquellos infelices se llevan a su hija en medio del fuego cruzado. De súbito, la sexagenaria siente un fuerte empujón en su espalda que la termina lanzando hacia la calle. Dicho impulso proviene del mismo soldado que minutos antes logró rescatarla quien le vocifera: -Huya, señora, huya-. Mencionadas estas palabras, el oficial es alcanzado por las balas de un presidiario frente a la presencia de ella; ésta no hace más que persignarse ante el difunto pero sin olvidar que no puede ni debe soltar el cofre. A varios kilómetros de este motín, y ajenos a los acontecimientos, Amada acude hasta la sede activista acompañada de su hermano y al micrófono anuncia -Compañeros, amigos, familia, pueblo en general. Hoy es un día especial para mí porque Dios escuchó las súplicas y me ha devuelto un ser querido. Por ello, quiero compartir mi alegría con todos ustedes-, enuncia, a la vez que la intensa muchedumbre la aviva. Ella prosigue: -Les presento a mi hermano, Octavio, el que creía muerto, pero ya ven, al fin logré recuperarlo-. Después de los respectivos vítores por parte de la gente hacia el nuevo integrante de la lid, la dirigente anuncia con voz entrecortada: -Queridos, conciudadanos. Hoy les informo con mucha pena que abandono la organización, por cuanto necesito tiempo para disfrutar con los míos todos los años que no pude hacerlo. Pero de ustedes depende que este emblema no decaiga ni muera porque pueden elegir a otro y seguir avante-. Los manifestantes demuestran su pesar por la noticia, pero están dispuestos a continuar con o sin la presencia de ella y así se lo hacen saber. Esta afirmación realizada por Amada es vista y escuchada por el General McGregor y sus oficiales, quienes se muestran satisfechos de saber que la activista ha renunciado. Sólo entonces dicha autoridad militar enuncia una opinión que halaga a sus colaboradores -Ahora sin esa tipeja en nuestro camino será más fácil disolver ese nido de ratas que se han atrevido en alborotar el pasado. Es indiscutible que esta mujer es una líder, pero ahora serán los dólares los que hablen. Señores, a trabajar, porque ese “engendro de organismo” debe desaparecer-, arenga el General de División a su tropa. Sin embargo, esta alocución dada por la jefa ante miles de seguidores también llega a oídos de su tía Letty Moncada, -una guapa anciana que bordea los setenta años, de saludable apariencia, tez blanca, tinturados cabellos castaños-, quien proyecta ser una mujer desconfiada y con mucho mundo recorrido, en definitiva, toda una dama. Ella reside en el condado de San Antonio y al observar a su sobrina por televisión manifiesta en voz alta: -Pero ¿cómo es posible que Amada no me comunicó a tiempo la aparición de Octavio?-. Luego reflexiona: -Pero ¿qué cambiado está mi sobrino? Ahora mismo voy a Folkland para apretarlo entre mis brazos-, asegura aquella madame, sabiendo que en menos de dos horas estará reunida con sus congéneres. Rogelio y Giuliano arriban al centro asistencial. El segundo de los nombrados acude hasta la habitación de su hija. Al abrir aquella puerta se muestra totalmente extasiado al encontrarse frente a frente con su hijo, por unos momentos ahoga sus ganas de cargarlo, besarlo, mimarlo. Paula intenta abandonar la habitación, pero su padre la detiene expresándole que no pueden ni deben seguir huyendo toda la vida, sino enfrentar esa realidad. Paula deja bien claro que sólo trajo esa criatura al mundo porque su conciencia y principios religiosos así se lo dictaron, pero que el recuerdo de lo ocurrido en Italia siempre rodeará su existencia. Giuliano exterioriza un petitorio a la mujer que lleva su sangre: -Hija, ¿me permites tomarte una foto junto al niño? Sé que es un atrevimiento lo que te pido pero lo necesito tanto para levantar mi ánimo. Además, es la primera fotografía que tendré de tú persona y juro que la conservaré como oro en polvo. ¿Estás dispuesta a regalarme esa pequeña felicidad?-, suplica el conocedor de tantos mares. Paula nada dice, sólo asiente con la cabeza en forma positiva. Sin arreglar siquiera su apariencia personal se coloca en el borde de la cuna y posa de mala gana para la cámara que Giuliano ha extraído segundos antes de su chaqueta. El ilusionado padre intenta mostrarle cómo retrataron ante el lente sus dos grandes amores, pero ella se niega a mirar. Él no insiste y guarda el artefacto con mucho cuidado en su vestimenta. Ella dirige sus pasos hacia la cómoda, extrae un sobre que lo entrega a quien la engendró diciéndole -Por favor, cuando llegue a la cárcel abra esta carta, allí comprenderá muchas cosas de mí. Prométame que la abrirá sólo cuando llegue al penal-, insiste su primogénita. -Está bien, hija-, contesta el simpático hombre, e intenta abrazarla, pero ella coloca distancia entre ambos procediendo a salir de la habitación, dejando sólo a padre e hijo para que se compenetren como Dios manda. Sivalter hace su llegada al centro asistencial para visitar a Paula también, pero en los pasillos se encuentra con Rogelio. El bodeguero lleno de celos e indignación adopta una actitud desafiante que acompaña con un reclamo: -Con que tú eres el tinterillo de cuarta que quiere quitarme a Xaviera. Pues, fíjate que ella me quiere y no permitiré que nadie se interponga entre nosotros- , sentencia el fornido enamorado. Rogelio reacciona -Ándate con cuidado, galán de vereda, porque te puedo destruir. Ella necesita un hombre, no un pelele como tú-. Sivalter golpea de puño al abogado y éste responde de igual manera. Ambos se enfrentan en el pasadizo de la casa de salud, a la vez que los enfermeros y galenos los expulsan de aquel lugar de sanación. Al continuar su discusión en medio de la calle, aquel eterno enamorado se marcha ensangrentado jurando matarlo la próxima vez. Rogelio, igualmente lesionado, logra escuchar por medio de la radio encendida en un automóvil cercano sobre el motín producido. El jurisconsulto se apresura en acudir hasta la habitación donde se encuentra su defendido para informarle del acontecimiento, al mismo tiempo que le otorga un dudoso consejo a su cliente -Giuliano, ésta es tu oportunidad. Huye, huye, yo diré que fui golpeado por tu persona, que estabas en complot con el motín, etc, etc. En cuanto al guardia que está afuera vigilándonos, sabré como arreglármelas con él. Es el momento preciso para obtener tu libertad, yo te apoyaré en todo-. El papá de Paula lo observa muy intrigado advirtiéndole -No, Rogelio, jamás haré aquello. No tengo edad para eso, soy un hombre de palabra. Amén de aquello, confío en la justicia y en tú trabajo. Me sorprende que hagas semejante proposición-. El abogado, un tanto confuso y sabiendo que cometió un error dice -Sólo estaba probando tu honestidad, eso es todo-, dice sabiendo que su imprudente sugerencia tuvo el tamaño del mundo. Giuliano indaga -Pero ¿por qué ese golpe en la cara?-. -No es nada, sólo el producto de una discusión que tuve con un patanzuelo- , contesta el defensor y ambos personajes encausan sus pasos hacia la cárcel nuevamente. En las inmediaciones de aquel reparto militar, Socorro se acerca hasta el teléfono de un minimarket marcando a casa de Sivalter. La madre de este último responde, reconoce su voz y aprovecha la ocasión para negarle que su hijo se encuentra en casa, -sabiendo a ciencia cierta que él está reposando en el dormitorio-, solicitándole que no moleste más a su vástago. Esta negativa incrementa el temor en la sexagenaria, ya que en el interior del presidio, los amotinados solicitan quinientos mil dólares en efectivo y un helicóptero que debe estar ubicado en la terraza de aquel lugar, de lo contrario, matarán a los rehenes empezando por Xaviera, quien totalmente asustada no atina qué hacer, a la vez que se encuentra amordazada. Lejos de todo este berenjenal de violencia, Amada y su hermano arriban a casa. De pronto, una inesperada visita toca a la puerta justo cuando los Moncada se disponen a salir para un día de camping. Octavio procede en abrir, encontrándose frente a una persona totalmente desconocida para él por lo que pregunta: -¿Quién es usted?, ¿qué desea?-. -Acaso no me reconoces, estoy vieja pero no tanto. En cambio, yo si sé quien eres, pero déjame decirte que estás cambiadísimo, hijo-, expresa la guapa y elegante tía Letty, a la vez que Octavio la mira de reojo. En esos tensos instantes, Amada se acerca hasta la puerta exclamando -¡Tía, pero qué sorpresa! Realmente, no te esperaba ¿Por qué no diste aviso para recogerte en el terminal?-. Octavio, totalmente sorprendido por la inesperada visitante, comete la peor de las incongruencias indagando a su hermana: -¿Esta señora es nuestra tía?-. Ambas mujeres cruzan sus miradas con total asombro. Rápidamente, Amada rompe el silencio que se formó en aquella antesala expresando: -Pero, hermano, es la tía Letty. ¿No la recuerdas?-. Ante esa contundente afirmación, el cuarentón vuelve a la realidad como despertando de un letargo impuesto por la vida y afirma: -¡Ahhh…tía!, perdona que no te haya reconocido, son tantos años sin verte. Es que estoy escaso de vista, tú comprendes, son secuelas de la guerra-, acota. Tía y sobrino se entremezclan en fuertes abrazos y dulces sonrisas, pero el rostro de Letty refleja mucha incertidumbre sin dejar de mirar la mano izquierda de su pariente con suma insistencia. La activista social invita a su ilustre huésped para que los acompañe en el almuerzo, y decide que aquel paseo ha quedado suspendido por unas cuantas horas. Escasos minutos después de dicho encuentro familiar que ha llenado el hogar de felicidad, la recién llegada solicita un favor a Octavio con estas suaves palabras -Querido sobrino, perdona que te moleste, pero, ¿podrías ir a bajar mi equipaje y pagar al taxista? Necesito mis lentes de marco-. Él acepta gustoso y se dirige hasta el carro rentado, ocasión que aprovecha la simpática veterana para hablar con Amada, otorgándole una confesión que destruye como un vendaval las ilusiones de la hija de Joaquín -¡Dios mío, Amada!, me pregunto, a quién has metido en tu casa, porque ese no es tu hermano-. -¿Qué estás diciendo?-, pregunta con asombro la menuda sobrina. -Ese hombre es un impostor que te está engañando quién sabe con qué protervos fines-, acota la educada y bien puesta señora para enseguida proseguir: -Por favor, reacciona, hija. Recuerda que no me reconoció cuando abrió la puerta, y es imposible que olvidara mi rostro si se crio conmigo algunos años; además, Octavio tenía mutilado el dedo meñique de la mano izquierda, un accidente de tránsito cuando era pequeño le dejó esa secuela. Ese tipejo es un farsante, de eso no me cabe la menor duda-, afirma contundentemente la señorial matriarca. La activista siente cómo la hiel de la amargura recorre toda su sangre. Para ella el mundo entero ha caído sobre sus hombros, se resiste a creer tanta crueldad, pero logra reflexionar y sabe que la hermana de su progenitor no miente. Pero Amada es una mujer de rápido accionar, -porque la vida la ha golpeado tanto-, por lo que corre a su alcoba y extrae una pistola de la cómoda más próxima. Con ella en mano sale dispuesta a enfrentarse con dicho engañador cuando éste arribe a casa y así lo hace: -Habla, animal, puerco, sucio. ¿Quién te envió?, ¿fue ese malvado de McGregor, verdad? Habla, desgraciado, habla o te coso a balas aquí mismo-, expresa la furibunda líder, sosteniéndolo del cuello mientras él deja caer las maletas. El charlatán completamente asustado no gesticula palabra, sólo calla, pero mira fijamente a los ojos de Amada como tratando de hipnotizarla. Ella se percata de su juego y reacciona: -De aquí no sales hasta que me digas todo lo que quiero saber-, formula llena de coraje, sin dejar de apuntar con el arma a dicho personaje. Inmediatamente se dirige a Letty: -Tía, ve al dormitorio y tráeme un rollo de cuerdas que está dentro del closet, rápido-. Letty se siente temerosa en dar un paso, peor en realizar la acción que solicita su sobrina, pero ésta la anima: -¡Vamos, ayúdame! No le tengas miedo a esta basura, con las dos no va a poder-. La habitante de San Antonio indaga nerviosa: -¿Qué vas a hacer, hija? ¿Para qué quieres esas cuerdas?-. -Lo voy a amarrar en la puerta del garaje, luego le suelto al perro y vamos a ver, -dirigiéndose al simulador-, si tu jefecito te viene a salvar. Vamos, tía, muévete-, ordena Amada. Son instantes de mucha tensión los que se viven en aquella residencia, por lo que la visitante acude hasta la habitación en busca del petitorio. Pero en la sala, aquel simulador continúa mirando fijamente a la corajuda joven; ésta siente la fuerte energía de esa mirada y en un momento flaquea, lo que es aprovechado por él para lanzarse sobre sus pies tumbándola al piso. Ambos forcejean por la pistola, se escapan varios tiros que no hieren a nadie, pero asustan a la tía Letty. Finalmente, el engañador sale victorioso porque huye lanzándose por el cristal de la ventana. Amada, golpeada por la fuerte caída llama a su familiar quien se apresura en sentarla sobre una silla cercana mientras la sobrina expresa: -Maldito, maldito, se me escapó. Pero te voy a agarrar, no van a poder conmigo, claro que no-, señala con total convicción e indignación; a la vez que su tía le coloca unos paños mojados en la cabeza brindándole consuelo. Enfurecida y llenándose de valor la dirigente llega hasta el teléfono y marca hacia las Fuerzas Armadas. Con suaves artimañas logra que la secretaria pase la llamada a McGregor, éste responde y recibe de ella una verborrea de elevado calibre -Escúchame bien, sucio animal. Ya descubrí tú juego, me engañaste, tú servil huyó como un cobarde, pero prepárate porque lo que te viene no lo olvidarás nunca-, sentencia aquella morocha combatiente tirando la bocina con fuerza. Giuliano arriba a la institución donde está privado de libertad logrando evaluar la magnitud del amotinamiento. Escondida entre unos arbustos, Socorro alcanza a divisarlo y corre hacia él expresándole: -¡Santo Dios bendito!, señor, Xaviera está de rehén adentro. Por favor, se lo ruego, sálvela por lo que más quiera, sálvela-, implora desesperada. El exdesertor reacciona de mala manera con sólo oír ese nombre expresando -Por qué debo salvarla. Dígame, por qué debo ser bueno con ella cuando estoy seguro que fue su hija quien me denunció. Por la irresponsabilidad de esa muchachilla malcriada estoy aquí a punto de ser condenado, cómo puede pedirme que tenga piedad-. -Si no la salva, moriré, esos hombres van a matarla. Además, usted no tiene pruebas de aquello, hágalo por mí, aunque debería hacerlo por ella también-, indica Socorro llorando con infinita ternura, pero siempre aferrada al cofre. A Giuliano lo conmueve profundamente el drama que vive aquella señora, por lo que le enfatiza de forma muy clara que intentará salvar a su hija, pero que lo hace sólo por agradecimiento hacia ella, más no por la doncella. El exnavegante ingresa al sitio y solicita al Jefe del Reparto Militar hablar con el cabecilla de la rebelión para tratar de persuadirlo, dicha autoridad acepta que se produzca el diálogo pedido. Amada, con visibles muestras de dolor sentimental acude hasta la sede de “UNIDOS MUCHO MÁS” y anuncia a la muchedumbre: -Pueblo, estoy aquí porque quiero denunciar un terrible engaño del que he sido víctima por parte de los enemigos de estos reencuentros. Ellos me ubicaron un farsante para hacer creer que era mi hermano al que tanto añoro y busco. Gracias a Dios los descubrí y por ello ahora le pido a cada uno de ustedes que no se dejen engañar por estos traidores a la patria, asegúrense bien de que sus familiares sean verdaderos y no falsos profetas como lo anunció nuestro Dios-. Su alocución es imparable: -Ahora mismo los convoco para que salgamos a las calles en un solo puño, con honor, amor, rebeldía, e ilusión, unidos a esa esperanza sembrada en el corazón para que este gobierno se sensibilice ante nuestra tragedia-. Aquel conglomerado humano aviva con fuerza, mucha fuerza a la aguerrida combatiente, quien con sollozos de emoción comienza a engancharse brazo a brazo con los demás asistentes formando una verdadera cadena humana. Después de realizar este acto vuelve a tomar el altoparlante arengando: -Escúchame bien, Steven McGregor. Aquí vamos en busca de la verdad, intenta detenernos-, es el desafío que lanza la valerosa mujer dispuesta a cruzar veredas sin mirar bocacalles. El alto funcionario gubernamental se entera por medio de los noticiarios sobre aquella manifestación expresando a sus colaboradores -¡Maldita sea!, otra vez esa loca alborotando nuestras vidas. Por ahora, disuelvan pacíficamente esa manifestación-, pero enseguida piensa en voz alta una expresión que infunde miedo: -Hasta aquí llegaste, Amada Moncada. Mis superiores ya amenazaron con cancelarme si no doy punto final a esto, y no estoy dispuesto a perder mi cargo por ti, bastarda -, culmina sentenciando el Ministro de la Defensa golpeando con fuerza su escritorio. Paula espera que Giuliano se marche del sanatorio e ingresa a su habitación. Se acicala un poco, recoge unas medicinas que ve sobre la mesita de noche y se asegura en guardarlas al interior de una pequeña cartera de mano color negro. Luego otorga un breve, pero frío ósculo en la frente de Christopher que más sabe a despedida, y sigilosamente dirige sus pasos hasta el hospital general para visitar a su madre. Al arribar allí encuentra a Flordeliz sentada en una fría banca de aquel lugar. Se acerca a ella, ésta le sonríe, Paula se arrodilla colocando la cabeza sobre el regazo de su progenitora manifestando -Madre querida, siento que me entiendes, a pesar de tú estado. No dudes que siempre te amé, pero hoy he venido a decirte adiós, y aunque sé que no eres culpable de nada, cuánto deseé tener una mamá normal, a lo mejor contigo a mi lado nunca hubiese ocurrido este calvario que estoy viviendo-. Paula se conmueve por si sola. De pronto, escucha la voz de la autora de sus días quien balbucea -Los patitos, los patitos-, pronuncia aquella mujer que desvaría y confunde aún más a su hija. Por esa razón, ésta última termina expresándole -Adiós, mamá. Tarde o temprano nos encontraremos, me llevo el consuelo de conocer que en lo profundo de tu mente sabes quién te está hablando, porque yo como persona, ya no sé ni quien soy-. La señora de los profundos ojos cafés decide no regresar al centro asistencial y prácticamente huye, entretanto, Flordeliz observa cómo “su niña” se aleja sin comprender por qué no detiene su llanto. En los interiores del regimiento militar, Giuliano sube hasta la terraza donde se encuentran los amotinados y con megáfono en mano se dirige a Tony -Escúchame “Pipo”, por favor, no vas a sacar nada con matar a esta gente, estás rodeado. Devuélveme a la muchacha y a todos los demás, ellos son inocentes, déjalos libre, te lo pido como amigo-. El amotinado vocifera: -Apártate de aquí, italiano cobarde. No quisiste participar de esto cuando te lo propuse, ahora no te metas, lárgate-, revela con profundo rencor. El exmarinero continúa su intervención ante el asombro de Xaviera: -“Pipo”, la chica que tienes como rehén es mi sobrina que vino a visitarme. Tony, me cambio por ella, piensa que si estoy cautivo junto a ti saldrás ganando porque la policía no permitirá huir a dos convictos, entonces ellos te darán lo que pides-, acota, tratando de convencer a su compañero de celda. En el centro de la ciudad, Paula vive su propia historia. Acude hasta casa de Xaviera buscando desesperadamente hablar con ella. Golpea y golpea a una puerta que nadie apertura, continúa insistiendo y sólo el silencio obtiene como respuesta. Su tiempo se acorta, sabe que no puede esperar más por lo que expresa frente a dicha casa -Lo siento, ñaña. No puedo regresar otra vez, lo que debo hacer no tiene marcha atrás. Hasta siempre, mi fiel amiga, hasta siempre-, concluye la señora de Giuliano, sobando con su mano derecha el portón de aquella residencia ante la mirada de los transeúntes que la observan en rara forma. Camina y camina varias calles sin rumbo cierto, la tarde está cerrándose para dar paso a la mágica noche. Llega hasta el parque de diversiones, toma asiento en una banca del mismo y contempla la felicidad que unos niños irradian jugando su rol. Por circunstancias propias del momento y lugar en que se encuentra, su cabeza gira hacia un costado y observa a una pareja de enamorados prodigándose apasionados juegos amorosos. En aquel momento, siente que su cerebro quiere estallar, esas imágenes de los novios dichosos se multiplican por millones en su frágil memoria y no puede soportarlo, sólo entonces decide que el momento ha llegado: extrae de su bolso aquel frasco con pastillas que tomó del hospital y las ingiere exclamando: -¡Dios mío, por qué no pude ser feliz!-, son las palabras de una jovencilla madre que se deja dormir al filo de una fría vereda culpando al destino que, según ella, le jugó al revés. Lejos de aquel desgarrador drama, en el penal, varios militares anuncian a los amotinados que deben rendirse. Tony grita a Giuliano -No vengas con esa estúpida historia. Te vendiste y pretendes traicionarme, esta es una sucia coartada. No creo en ti, porque si traicionaste a la patria puedes hacerlo con cualquiera; a mala hora tú supuesta “sobrinita” llegó aquí, pero no la voy a soltar. Si me disparan, morimos los dos-, concluye visiblemente nervioso. En forma sorpresiva, la joven golpea con uno de sus pies fuertemente en los genitales de su secuestrador. Éste la suelta, dándose paso a una verdadera lluvia de balas por todos los frentes. Giuliano lanza su cuerpo sobre Xaviera diciéndole: -Arrástrate, arrástrate como yo lo hago y no alces la cabeza, pronto, pronto-. Ella sigue sus instrucciones a pie juntillas. La milicia apostada en todos los alrededores del edificio dan muerte a muchos de los amotinados, entre ellos “al Pipo”. Giuliano y Xaviera se ubican a buen recaudo detrás de unos tanques con agua esperando el desenlace. Cuando todo ese panorama desolador llega a su final, el ítalo-americano se incorpora de pie increpando a su delatora -Escúchame, niña tonta, no pienses que arriesgué mi vida por quien no lo merece. Si me enfrenté a ellos fue por doña Socorro que es una mujer muy bondadosa, ya que tú eres el Judas en toda esta historia. No me agradezcas nada porque sé que no lo sientes de corazón-. Xaviera, sacudiendo sus ropas, responde con esa soberbia de la que hace gala: -No pensaba agradecérselo porque nada le debo. No pedí que me defendiera, le demostré a todos que lo hubiese hecho sola. En cuanto al rol de Judas, de sobra sabemos quien es el traidor aquí-, sentencia, apartándose de él. Xaviera corre buscando a su progenitora y juntas se marchan de aquel espantoso sitial, aunque lleva un amargo sabor por lo que “su enemigo” le manifestó. Ambas mujeres deciden retornar a casa acompañadas del galán abogado quien se ofrece en hacerlo. Pero en el trayecto a su residencia, la asustada combatiente cambia de planes. Súbitamente, siente un impulso irrefrenable por acudir a la fosa común donde reposan los restos de su padre, por ello solicita a Socorro que la acompañe. Ésta acepta, no muy gustosa, pero acepta, por lo que se encaminan hacia el camposanto. Al arribar a la necrópolis, Xaviera expresa a Rogelio que las deje a solas unos minutos. Éste accede y se aparta en busca de un refresco que calme su sed. La doncella que frisa los veinte y un años se dirige a la persona que la trajo al mundo: -Ya estamos frente a este lugar al que desde pequeña me has traído. Según tú, aquí está enterrado papá, pero yo siento que él vive-. La señora de la tercera edad sólo atina a callar, parece no tener otra alternativa, a la vez que su hija aprovecha para preguntar: -¿Cómo conociste a papá? Cuéntame, por favor-, al tiempo que reacomoda algunas flores en aquella fosa que concibe muy distante. -Ya te lo he contado muchas veces-, responde Socorro. -Una vez más, si-, suplica Xaviera. -Nos conocimos en una fiesta de graduación. Él era apuesto, elegante, me pidió bailar y el amor surgió a primera vista. Me uní a él y producto de ese amor naciste tú. Pensábamos casarnos pero enseguida vino la guerra, él se enroló, y tres meses más tarde me informaron que había muerto y lo enterraron aquí. Por esa razón no pude inscribirte con su apellido y te puse el mío-, sentencia la vecina de Flordeliz. -¿Alguna vez averiguaste si era realmente su cuerpo el que está enterrado aquí? ¿Quizás pudo existir otro hombre con el mismo apellido Montalván?, ¿Preguntaste, mamá, preguntaste?-, inquiere Xaviera, observando fijamente hacia los ojos de quien le dio el ser. Socorro, acariciando el cabello de su hija, contesta: -No. Fue tan grande el dolor que preferí dedicarme sólo a ti. Amén de aquello, por la dentadura que lograron rescatar no había opción a duda-, enuncia, y simultáneamente proporciona un consejo a su primogénita: -No te martirices más. Sé feliz, hija, cásate con Sivalter que te quiere bien y enterremos ahora mismo este mal recuerdo-, acota dicha sexagenaria. Xaviera piensa que su madre se está saliendo por la tangente, así que retoma la conversación volviéndola a interrogar: -¿Por qué no me parezco físicamente a ti?-. -Sencillamente, porque eres idéntica a tú padre. Naciste guapa y bañada con toda esa prestancia que él destilaba-, responde la cansada mujer. Xaviera insiste: -Mamá, ¿por qué no recuerdo el incendio del que tanto hablas donde se quemaron las fotos de papá? Dices que eso ocurrió cuando yo tenía cinco años, pues te informo que de esa edad me acuerdo de muchas cosas, pero del incendio, no-, puntualiza. -Porque eras muy niña y quizás te asustaste tanto que de forma inconsciente borraste de la mente ese mal momento. A lo mejor tenías menos edad, ¡qué sé yo, hija!-, se apresura a contestar Socorro exclamando: -¡Y basta ya de tanto martirio! Es mejor que nos vayamos, está anocheciendo y amenaza llover-. Ambas caminan con destino a su hogar acompañadas de Rogelio, pero Xaviera no termina de convencerse sobre aquellas explicaciones por lo que piensa para si: -Dios me perdone, pero no te siento sincera, mamá-. Cuando están próximas por arribar a casa se percatan que Sivalter está esperándolas afuera de su puerta. Éste se muestra sudoroso, nervioso, tratando de esquivar las miradas de sus amigas, que inocentes a todo lo ocurrido, no pueden imaginar lo que el destino les tiene preparado. Xaviera presiente que al joven bodeguero le ocurre alguna situación inesperada y se lo hace saber: -¿Qué te pasa, Sivalter? ¿Percibo que quieres decirnos algo?-, interpela ella. Socorro agrega: -Si, también tengo esa impresión, hijo. Qué pasa, si tienes algo que contarnos, dilo ya que nos estás poniendo nerviosas-. Estas palabras levantan el ánimo que el informante necesita y llenándose de valor les menciona: -Está bien, es mejor terminar de una vez con esto. Sólo les pido que sean muy fuertes y tomen con calma lo que voy a decirles-. -¿Qué pasa?-, grita Xaviera y en seguidilla inquiere: -¿Se trata de Paula?-. -Sí, efectivamente, se trata de ella. Paula...Paula..., acaba de morir hace pocas horas, se suicidó-, termina manifestando con total frialdad en sus palabras. -¡Nooo, nooo, no puede ser, me estás mintiendo!-, exclama Xaviera fuera de control zarandeando todo el cuerpo de su amigo-. ¡-Mi Paula, nooo!, ¡Mi amiga, mi hermana, nooo!, ¡Ella, nooo, por Dios, ella nooo!-, suplica, implora, demanda, condena, reprocha, fustiga, rezonga, maldice, la “ñaña”, a la vez que termina desmayándose, al tiempo que Socorro y Sivalter la auxilian ingresándola a casa. Mientras tanto, en aquel presidio retirado de la urbe, Giuliano aprovecha que se encuentra solo y abre la carta que Paula le entregó. Procede a sentarse en el filo de la cama y presuroso lee lo que su hija señala: -Cuando lea este papel, ya no estaré con ustedes, perteneceré a otro mundo, porque les habré dicho adiós. El loco afán por “querer conocerte… papá”, destruyó mi existencia, y hoy no sé si querer al hombre o al padre, ya que ambos seres viven en una misma persona. Adiós, cuide de Christopher, él es la llave de su libertad, y comprendo que quien está demás soy yo. Por favor, no se culpe de lo que voy a hacer, allá hacia donde me dirijo espero encontrar la paz que aquí nunca alcanzaré. Llámeme inmadura, insensata, loca, nada me importa ya. También proteja a mamá, mi dulce mamá, a la que nunca pude disfrutar, pero que sé cuánto lo amó. ¡Ah!, igualmente quiera a Xaviera, ella es como la hermana que nunca tuve. Perdónela, y quiérala mucho, porque un pedazo de mí siempre estará en ella. Adiós, Giuliano o Sebastián, no lo sé, sólo le pido un favor, procure que en mi epitafio diga -Hay un pasado que se fue para siempre. Por favor, no hagan ruido que sólo estoy dormida-. Al terminar la lectura, Giuliano exclama -¡Dios mío, nooo! ¡Qué vas a hacer, hija mía! Enseguida recibe la visita de Rogelio, el mismo que con el rostro desencajado no atina cómo proporcionarle semejante noticia: -¿Qué sucede? ¿Por qué regresas a estas horas?-, pregunta el sorprendido exnavegante, presagiando lo que no quiere oír. Rogelio, sin ningún tipo de anestesia inyecta a su defendido la información sobre el suicidio de Paula. -¡Noo, nooo, nooo!-, grita el reo, a la vez que cae arrodillado aferrándose a los barrotes de la celda-. Derramando su tristeza por todo aquel escenario prosigue: -¡Mi nena, nooo, nooo!-. Es tal el grado de esquizofrenia temporal en el que ha caído que los paramédicos de aquel lugar, -a pedido de su abogado-, deben sedarlo de inmediato para poder controlarlo. Xaviera acude hasta la morgue y se postra frente al cadáver de la persona que más amó en su vida después de Socorro. Allí vive lo insufrible, lo indecible, y lanzándose sobre aquel cuerpo inerte se cuestiona: -¿Por qué, amiga? ¿Por qué te vas sin despedirte de mí?, Llévame, llévame contigo, Paula, yo tampoco quiero vivir. Hermana, tú no, tú no-, manifiesta con suma nostalgia en sus miradas y gestos, aferrándose a esa geografía corporal de “su otra mitad”, porque ella siente que también ha muerto. 6 DE SEPTIEMBRE 2.002 En este día el sol no brilla con total intensidad. La ciudad marca su ritmo habitual y taciturno de trabajo, sus habitantes circulan de aquí para allá y viceversa. Cada lugareño está enfrascado en su mundo, mientras en casa de Xaviera, ésta se alista para acudir al inesperado sepelio. La chiquilla, -ataviada de negro absoluto, sin rastro de maquillaje, cabello recogido en un moño tipo cebolla y gafas oscuras-, es acompañada por Sivalter y Socorro, así como de varios vecinos hacia la última morada de la fiel compañera. El Padre Gregorio oficia una emotiva misa que despeluca el cuerpo por su contenido cargado de sensibilidad haciendo un llamado a la resignación de todos los presentes, a orar por el alma de aquella atribulada mujer que mucho lo necesita. Terminado el acto litúrgico de cuerpo presente, los obreros del panteón comienzan su trabajo con suma diligencia, Xaviera se arrodilla frente al cerrado sarcófago expresando: -Adiós, hermana querida, adiós. Sabes que siempre te adoré, fuiste lo mejor que me pasó en la vida, contigo se va gran parte de mi ser, quiero irme también para estar juntas como siempre lo hicimos-, puntualiza llena de dolor, desesperación y angustia. Los panteoneros empiezan a descender el féretro y la lluvia de ramos y flores caen sin cesar sobre el mismo. Antes de sellar definitivamente la tumba, Xaviera pide que reabran el ataúd porque necesita realizar un último homenaje a su “ñaña”, por lo que se da cumplimiento a su petitorio. En ese sublime momento se despoja de una cadena de oro con el medallón de la virgen que cuelga sobre su pecho y lo abrocha en el cuello de Paula expresándole: -Lleva este recuerdo para que no te sientas tan sola, llévatelo como parte de mí-, agrega la joven, a la vez que observa con impotencia como vuelven a sellar aquel cenotafio que ya toca fondo. Ahora el turno es de Socorro, quien luego de santiguarse busca cercanía a la sepultura y dejando caer una flor declara: -Perdón, hija, perdón por todo. No tuve ninguna culpa, fue el destino, ese al que no se le escapa nada. Que tú alma descanse en paz, hasta siempre mi niña-, anuncia la delicada anciana con el rosario en la mano al que no deja de rezar. Sivalter se acerca al sepulcro, se persigna, pero calla. Su silencio lo dice todo ante el gran afecto que sentía por la infortunada víctima. Los presentes se retiran a seguir el camino de la vida, pero Xaviera siente un impulso irrefrenable que la induce a decir: -Quiero quedarme. Voy a quedarme más tiempo con ella, váyanse ustedes-, refiriéndose a Sivalter y Socorro. Esta última acota: -Pero, hija, no es bueno que te quedes aquí ante este suplicio. Vamos a casa, te recuestas y al despertar todo será mejor-. -He dicho que me voy a quedar, quiero estar sola, ¿es mucho pedir?-, vuelve a reafirmar la segura Xaviera. Sivalter agrega: -Es mejor que usted se vaya, doña Socorro, yo me quedaré. Sola no puede estar aquí, el panteón es peligroso-. -Está bien. Me voy tranquila-, refiere la sexagenaria mientras se marcha. La joven de los cabellos negro-azabache ni se percata sobre la presencia de su eterno enamorado. Su mundo está sumergido en lo más profundo de Paula. El bodeguero decide retirarse unos metros para no importunarla porque sabe lo que su amada está sufriendo. Giuliano aún confinado rezonga en alta voz: -Desgraciado Consejo que me negó el permiso para acompañarte hasta tú última morada. Pero siento que no soy culpable, yo no hice lo que dicen que hice, no recuerdo nada. Pero si fuera verdad, te pido mil veces disculpas, disculpas-, expresa, dejándose caer por el piso de la celda con el profundo dolor espiritual remordiendo su envergadura corporal. Él sabe que no puede insistir en dicho permiso especial, debe callar ante las autoridades militares que la difunta era su hija tal como se lo aconsejó el abogado defensor. Lo que resta del día transcurre inerte, sombrío, triste, como el domingo de un jubilado. Giuliano no deja de llorar, se niega a probar bocado y no le importa vivir. El guardia que lo custodia deja la comida en el piso de muy mala gana acotando -Allí está tu ración-. -Llévatelo, no quiero comer, ya te lo he dicho, estúpido-, grita, mientras sigue torturándose contemplando la foto que hace poco tomó a su hija junto a Christopher. Totalmente desesperado vocifera -Déjenme morir, me quiero morir. Paula llévame contigo-. Cuando el oficial procede a retirar los alimentos, el ítalo-americano cambia rápidamente de opinión porque ha logrado divisar algo que le interesa sobremanera, entonces ordena -No, espera, no te la lleves, creo que será mejor comer un poco. Vete ya-, indica el presidiario. Dicho soldado raso se retira mirándolo con desconfianza. Encontrándose a solas, toma la cuchara y con total disimulo comienza el proceso de sacarle filo junto al barrote del pabellón diciendo musitadamente -Ahora si, hija, muy pronto estaremos juntos. Espérame, espérame-, procediendo a realizar un corte en sus venas dejándose desangrar sentado en el piso de aquel tugurio. Pero los años de experiencia no han pasado en vano en la profesión del carcelero, se ha percatado que algo raro tenían aquellas miradas perdidas que vio en el exmarinero, por lo que regresa a la celda 603 comprobando que aquel recluso se está dejando morir. Inmediatamente avisa a los superiores quienes le otorgan los primeros auxilios, trasladándolo hacia la enfermería del penal en busca de salvar una vida que, irónicamente, no desea seguir. Los galenos logran estabilizar las heridas físicas que Giuliano se ha proferido, pero no las que golpean su alma. 9 DE SEPTIEMBRE 2.002 Han pasado cuatro días desde que Paula partió hacia la eternidad. Esa mañana amanece con un sol esplendoroso, pero eso lógicamente se vive afuera en las calles porque en los pasillos de aquella cárcel todos los días son grises, nefastos. El doctor encargado de aquel regimiento pasa visita a sus enfermos entre ellos a Giuliano. El atractivo exdesertor, sacrificado con un suero en el brazo derecho cuestiona al facultativo por haberlo salvado, pero el profesional de la medicina lo “convence” que vivir es sumamente hermoso, recordándole que el único sitio donde encontrará personas sin problemas será cuando visite un cementerio. Calmadamente interroga a su paciente: -¿Crees en Dios?-. -Si-, responde el adolorido suicida. -Entonces debes entender que sólo Él puede quitarnos la existencia. Mira, no sé cuáles sean tus motivos para no querer vivir, pero lo que si te digo es que adquirí un compromiso cuando me gradué llamado el Juramento de Hipócrates; por lo tanto es mi obligación salvar una vida, así sea la de mi peor enemigo. Por suerte eres un hombre fuerte y sano, no necesitaste transfusión sanguínea, las arterias y venas cicatrizarán rápidamente-, acota el galeno mientras cambia una pequeña gasa. El herido permanece callado, sólo se limita a seguir escuchando a quien no le permitió irse al más allá: -Piensa que un ser querido te espera afuera. A propósito: -¿Tienes hijos?-. Solamente aquella pregunta logra estremecer los más profundos sentimientos de Giuliano, quien recuerda que su niño lo aguarda. Allí repone: -Si, doctor. Tengo uno, el más bello de este mundo, pero créame que lo había olvidado. Por momentos sufro de ciertas lagunas mentales producidas por la guerra, y el dolor de perder a mi hi…-; mejor dicho, a un familiar hace pocos días me nubló completamente sin pensar que debo vivir por este nuevo ser-, revela, recuperando el ánimo y aceptando con resignación las gotas que dicho suero emana tan lentamente. Aquel facultativo se marcha a realizar sus múltiples ocupaciones, momento que es aprovechado por aquel forastero para reflexionar y expresarse a sí mismo: -Gracias, Dios mío, por esta nueva oportunidad. Tiene razón este hombre, por ti voy a vivir, hijo-, concluye, a la vez que acomoda su cabeza en la almohada buscando los brazos de Morfeo. 11 DE OCTUBRE 2.002 En medio de este cañaveral de intrigas, secretos, pasiones encendidas, que marca los alrededores de Folkland, un amanecer importante para Giuliano resplandece hoy. El día del juicio que sentencia su destino ha llegado, después de un mes y días de aquella pena que aún no cicatriza en su corazón por la muerte de Paula. Se vislumbra un buen augurio para él, o será sólo un espejismo, nadie lo sabe. Pero dentro del Tribunal de Guerra el ambiente es diferente, se siente la tensión, el nerviosismo, las energías pesadas que dominan aquel entorno como si se tratase de las sanguinarias decapitaciones del antiguo circo romano. Los rostros de los presentes reflejan susto acompañados de un silencio casi sepulcral, el mismo que, súbitamente, es roto al escucharse la imponente voz de un oficial diciendo a la sala: -De pie, por favor. El Consejo de Guerra compuesto por los tres generales está haciendo su ingreso-. El General de Marina expone: -Muy buenos días, estamos aquí esta mañana para conocer la resolución que el jurado ha dictaminado después de revisar todas las pruebas de cargo y descargo contra el señor Sebastián Montiel, con respecto a la acusación de “traición a la Patria” que pesa sobre él. Por favor, que pase el acusado-, ordena aquella inmaculada autoridad. Giuliano hace su ingreso al salón impecablemente enfundado en un terno color azul medianoche, corbata roja, camisa blanca, muy bien afeitado, acompañado con un corte de cabello estilo militar y haciendo gala y derroche de un suave perfume que inunda el lugar, todo esto proporcionado por Rogelio y con exquisito buen gusto. Entre sus manos lleva el rosario y un crucifijo colgando de su cuello; luce todo un señor, su imagen impresiona a más de una fémina presente, e inclusive, el propio abogado se muestra sorprendido por el cambio de aspecto que ha dado su defendido, a tal punto que se acerca a su cliente para expresarle: -Bien, amigo, nuestro momento ha llegado. No puedo mentirte, estoy nervioso, pero seguro de saber que tú saldrás ganando y yo tendré un punto más en mi curriculum. Te aprecio mucho, has demostrado lo valiente que eres, y escúchame bien: cualquiera sea la decisión de este día, considérame tú amigo por siempre-. El exmarinero sonríe, otorgándole un fuerte apretón de manos como muestra de aceptación procediendo a tomar posesión en sus respectivos asientos. Los jueces leen en silencio el veredicto que la suma de las votaciones del jurado han arrojado. Sus rostros toman un aspecto adusto, miran al acusado, Giuliano, algo tenso, extrae de entre su terno una pequeña fotografía de Nicoletta y de Paula exclamando: -¡Hijas, donde quiera que se encuentren, ayúdenme! Intercedan por mí, las amo. Amén-. Acontecida esta acción, el mismo General de Marina a nombre de los otros dos adherentes procede a dar lectura al dictamen: -Nosotros los señores miembros del jurado de este Consejo de Guerra, después de haber estudiado y revisado todo el caso a plena conciencia, y en decisión dividida, declaramos al señor Sebastián Montiel en: LIBERTAD CONDICIONAL por el lapso de un año, donde no podrá abandonar el país sin permiso previo de la autoridad legal. Concluido dicho plazo será revisado nuevamente su caso y se tomará una resolución final. Este fallo, al que lo hemos denominado como “una sanción contemplativa”, lo otorgamos por cuanto se comprobó que el acusado, a pesar de su declarada deserción, aportó en forma anónima durante la guerra valiosa información sobre el enemigo. Además, con su valerosa intervención ayudó a derrocar el motín carcelario de hace pocos días; por lo tanto, ordenamos se otorgue bajo su custodia la patria potestad del hijo, ya que la madre ha fallecido según documentación presentada por parte de la defensa. Los abajo firmantes nos ratificamos en nuestro juicio que no podrá ser sujeto de apelación-, concluye la sentencia. Son momentos llenos de dramatismo, emoción e ilusión, entremezclados en la persona de Giuliano, quien lleva sus manos al rostro en señal de sorpresa. Se abraza contundentemente a Rogelio, ambos olvidan por un momento su machismo, y como si fueran dos niños de escuela rompen en llanto por todo aquel escenario. Instintivamente, el exmarinero observa hacia atrás y se encuentra con las dulces miradas de Socorro, la misma que lo saluda con ademán de mano. El feliz ítalo-americano da un vistazo hacia su costado derecho y tropieza con la fría e imperturbable presencia de Xaviera con el pequeño Christopher en brazos. Se aproxima hacia ellos expresando: -Gracias por haberlo traído-. -No lo hice por usted, sinceramente pienso que el jurado se equivocó porque nadie devolverá la vida de Paula. Estoy aquí sólo porque ella me lo pidió alguna vez-, se apresura en declarar Xaviera, permitiéndole al sentenciado cargar a su vástago. Después de unos segundos de cariños mutuos entre hijo y padre, se lo arrebata de entre sus manos con mucha prisa añadiendo: -Cuando salga de aquí puede pasar por él a mi casa. Adiós-. Giuliano con mucha ternura en sus ojos manifiesta: -Espero que en algún momento recapacites en cuanto a tú forma de pensar hacia mi-, aduce, mientras lo conducen nuevamente a la celda hasta que los trámites de rigor le otorguen la libertad condicional. Ese momento es aprovechado por Socorro, quién se acerca al exdesertor propinándole un fortísimo abrazo que lo dice todo, al mismo tiempo ordena a su hija que se adelante un poco en el camino porque necesita hablar con Giuliano. Sin pensarlo dos veces acota: -Felicitaciones por su libertad. Siempre estuve segura que lo lograría porque en el brillo de sus ojos está grabada la inocencia que no puede ocultar. He venido a entregarle este cofre que pertenece a Flordeliz, allí encontrará todas las cartas que usted le enviaba y que ella guardó con tanto celo-, asevera la anciana haciéndole entrega de lo prometido. -Muchas gracias, Socorro, por haber mantenido este pequeño baúl tanto tiempo. Usted ha sido la más encomiable de las amigas, y quiero aprovechar la oportunidad para agradecerle por haber cuidado de ellas por tantos años. Sé que Dios tiene para usted un lugar guardado en el cielo-, afirma él, tomando las manos de aquella protectora y apretándolas de manera sincera. La mujer sollozando expresa -En el fondo del cofre se encuentra un medallón. Prométame que lo abrirá mañana después del mediodía. Cuando abra dicha joya encontrará una sorpresa de mi parte para usted, pero, prométame que lo hará después de la hora señalada-. -Está bien, prometido, pero deje ya de llorar-, culmina Giuliano con su palma derecha levantada como muestra de cumplimiento. Socorro alcanza a Xaviera y juntas regresan a su hogar. Giuliano arriba a su aposento carcelario, pero otra inesperada visita lo aguarda, la misma que se acerca hasta él mencionándole: -Buenos días, lo saluda, Amada Moncada. Soy… Él aplica una pausa: -Sé quién es, no se preocupe en presentarse porque la he visto en televisión. Usted es la persona que ha cambiado la vida de miles de personas, incluida la mía-, indica, saludando de mano a dicha mujer que admira tanto. Amada agradece con una sonrisa aquel gesto y continúa el relato del por qué su presencia allí: -Ante todo, felicitaciones, por su pronta libertad. Me encontraba entre el público y escuché todo el veredicto. Perdone que lo moleste, pero traigo conmigo una terrible inquietud que no me deja vivir y pienso que usted puede despejarla. Sé por el duro momento que ha estado atravesando y no sabe cuánto siento la muerte de Paula, pero yo también estoy muriendo y, quizás lo mío sea peor porque estoy desfalleciendo en vida. Ayúdeme, por favor-. La angustia que ella demuestra conmueve tanto a Giuliano que pone atención a su petitorio, no sin antes agradecerle por aquellas palabras de apoyo. Enseguida inquiere -¿Qué puedo hacer por ti?-. -Quiero saber si usted conoció a Joaquín y Octavio Moncada, ellos fueron enrolados en la marina y también partieron a Afganistán. Me dicen que murieron, pero no lo creo-, expresa firmemente la que lleva el apellido con M. El apuesto guía turístico se levanta de la silla dirigiéndose hacia una pequeña maleta que tiene consigo. De allí extrae un papel ya casi amarillento por el paso del tiempo y lo entrega a dicha conocida afirmando -Antes de desertar, yo era capitán y tuve mucha gente a mi cargo. Por suerte conservé esta lista, revísela, si encuentra sus nombres allí le aconsejo que no busque más porque murieron-, termina expresando con total firmeza en sus palabras. Amada empieza el recorrido de una hoja que le parece interminable. De pronto, su corazón se desgarra como si una daga lo hubiera atravesado: ha encontrado los datos que tanto temía. Rompe en llanto y antes de marcharse formula a Giuliano -No creo en esa lista. Perdóneme, pero para mí ellos no han muerto, los seguiré buscando aunque sea lo último que haga en la vida-, reafirma, retirándose de la celda. Él sólo atina a encogerse de hombros como diciendo: “yo ya cumplí”. Amada camina sola varios minutos por los alrededores de Folkland cargando con aquella pena que le parece tan macabra como el vientre de los misiles. Ha transitado tanto que sus pies la han conducido hasta el puente que cruza el río. En un primer momento piensa en lanzarse a el, pero después reacciona diciendo -No, Amada. Tú no vas a terminar como Paula, tienes que seguir porque los vas a encontrar. A mí tendrán que matarme, sólo así ahogarán este dolor-, sentencia la atribulada mujer mientras vuelve a desandar buscando su casa. Esa misma noche recostada en su recámara, Xaviera reflexiona si valdrá la pena vengar la muerte de Paula, o realizarse un examen de autoconciencia con respecto a la culpabilidad o inocencia de Giuliano. Decide entonces que, meditar en ello lo que resta del día es su derecho, jurando que no se dormirá hasta haber tomado una decisión que únicamente lo sabrá ella y Dios.

EL REENCUENTRO DE AMADA Capítulo IV

12 DE OCTUBRE 2.002 Son las 09h00. Xaviera se ducha y da comienzo a un largo peregrinar en adornar su fisonomía. Coloca a su esbelto cuerpo un vestido color rojo-fuego muy ceñido, -uno de los pocos que tiene-, se ubica un maquillaje pesado, tacones altos que los complementa con un sexy peinado en cola de caballo. Toma el bolso, se asegura en llevar las llaves de casa, acude hasta la habitación de Socorro y observa que duerme profundamente, le envía un beso volado y sale con dirección al penal militar. Al llegar hasta la esquina divisa el autobús que se acerca. En su letrero indica el recorrido hacia la cárcel entonces piensa: -Será la última vez que vaya a ese mugroso lugar, pero por ahora debo tragar mi orgullo. ¡Vamos, Xaviera, adelante!-, se anima a sí misma. Toma asiento en la primera fila y comienza a pensar en todo el argumento que debe narrar a Giuliano, al mismo tiempo deja esbozar unas pícaras miradas que acompaña con una sonrisa temeraria. Después de aproximadamente quince minutos de viaje llega al regimiento. Se muestra nerviosa, acomoda su busto con demasiada insistencia porque su turno ha llegado y también la mujer policía que indaga: -¿Dónde va?-. -A la celda 603-, responde muy segura. A paso seguido todo su cuerpo es revisado por la oficial, a quien Xaviera realiza una mueca de sonrisa cada vez que la mira hasta terminar escuchando la voz de mando que ordena: -Siga-. La dama camina firme y con decisión arribando hacia el sitio programado. El reo -recostado en su cama-, recibe al celador, el cual le indica que una visita lo espera. Giuliano observa atónito de cabeza a pies a esta doncella que tanto lo atormenta. Se muestra confundido, pero enseguida piensa en su interior: -¡Qué hermosa está, qué hermosa! Me recuerda a alguien, pero no sé a quién-. Xaviera pregunta: -¿Puedes atenderme?-. -Si, como no-, se apresura en declarar, al mismo tiempo que vuelve a la realidad. -Toma asiento, por favor-, expresa él, acercándole la silla-. -No te preocupes, de pie estoy mejor-, contesta ella y rápidamente acota: -He venido en santa paz-, y para demostrarlo enarbola un pañuelo blanco en son de broma. Luego prosigue: -Comprendo que estaba equivocada con respecto a ti, me he dado cuenta que eres un buen hombre, quizás, es una mala estrella que se ha ensañado contigo. Por eso, y solamente por eso me ves aquí, frente a ti, como nunca pensé que lo haría; te pido disculpas, no perdón, porque ese sólo lo otorga Dios, pero sí disculpas por todo lo que pasó entre nosotros. Espero que sepas entenderlo-, concluye, sonriendo levemente y tomando la mano derecha de Giuliano como símbolo de amistad. El apuesto exnavegante completamente anonadado sólo atina en admirar a Xaviera. Segundos después indica: -Claro que sí, muchacha, cómo no disculparte. Estoy sorprendido con esta actitud, pensé que nunca podría llegar este momento, pero veo que me equivoqué. Claro que te disculpo, venga un abrazo para sellar esta reconciliación, ¿lo aceptas?-, pregunta un poco incrédulo mientras abre sus brazos de par en par esperando a Xaviera. Ella acude a su llamado y se estrechan fuertemente, pero él descubre algo físico en aquel lazo de cariño que lo deja totalmente intrigado, pero prefiere callar. Es el sublime instante en que la chiquilla agrega: -Bien, ¿qué te parece si celebramos esta unión con un par de bocadillos? Ya que no podemos beber una copa de champagne, he traído unos deliciosos bombones para sellar esta unión de dulzura, paz y amor que reinará entre nosotros de ahora en adelante-, acota, extrayendo de entre sus senos el producto prometido envuelto en un papel casi imperceptible, uno de los cuales brinda a Giuliano diciéndole: -Perdona si los traje aquí, pero tú sabes que lo registran todo allá afuera. Suerte tuve en que no los detectaron-. -No hay problema-, responde el exdesertor procediendo a tomar uno de los aperitivos llevándolo a su boca. En un rápido juego de manos, ella también lleva a sus labios el dulce caramelo que saborea con marcado deleite. Después de paladear aquel delicioso manjar la guapa doncella agrega: -Bien, debo retirarme. Me voy tranquila porque mi conciencia también lo está. Adiós, Giuliano, adiós-. -Pero, ¿por qué, adiós? Es una palabra muy fuerte y fea, suena como lejana. Mejor digamos, hasta pronto-, aconseja el hombre de los ojos verdes, relamiendo sus dedos buscando degustar aquel chocolate que ya no le sabe tan agradable. -Como gustes, Giuliano, como gustes-, responde Xaviera. El celador abre la celda, ella con sutil coquetería mueve los dedos de su mano derecha en señal de despedida hacia el exreo. Éste, profundamente conmovido por la visita solo sonríe...sonríe, no tiene otra forma de expresar la sorpresa que aún lo embarga. Tan sólo quince minutos después, Xaviera hace su arribo hasta el centro de la ciudad. Se dirige hasta el conocido bar “El Bodegón”, dispuesta a disipar el profundo dolor que corroe su alma. Solicita varios tragos y llora amargamente la muerte de Paula. En medio de su descontrol expresa mirando la copa -Al fin te vengué, hermana querida. Ahora sí puedes descansar en paz, ese que llamabas padre ya está camino al infierno-, asegura, mientras su gesto de desconsuelo cambia instantáneamente por una malévola sonrisa agregando: -Ya lo hice, amiga. Ese infeliz estaba riéndose de tú desgracia, y para su suerte hasta lo dejaron en libertad-, denota, demostrando ese profundo rencor que la está ahogando. Enseguida abre su cartera, toma de ella una pequeña billetera color negro y extrae una fotografía tomada en la playa donde se muestran juntas hace algunos años. Luego de contemplarla por varios segundos manifiesta: -Paula, sé que hubieras hecho lo mismo por mí. He cumplido contigo y con mi conciencia, ¿verdad?-, se trata de convencer a si misma la angustiosa joven, a la vez que sigue emborrachando su cuerpo. Entretanto, Socorro prepara sus maletas porque ha decidido marcharse de casa, no sin antes dejar sobre la mesa una carta de despedida para su hija. Antes de partir acude hasta la pequeña habitación donde reposa Christopher, a quien besa cariñosamente expresándole: -Adiós, mi pequeño. Que el Todopoderoso te proteja-, realizando sobre el pecho de aquella criatura la señal de la bendición mientras prosigue: -Quizás no vuelva a verte más porque estoy segura que Xaviera no querrá ni verme cuando lea esta carta. Ojalá tú cariño la haga reflexionar y logre perdonarme. Eres un ser inocente, estás libre de pecado, y al menos me llevo tú recuerdo. Adiós-, concluye la abuela putativa cambiando su pañal, al tiempo que lo talquea y aprovisiona de leche calculando hasta que llegue su hija. La sexagenaria con su cansada vejez a cuesta, finalmente, abandona aquella residencia donde a su manera fue feliz. Antes de abordar el autobús que la conduzca donde unos parientes que viven al sur del estado, siente que debe hacer una visita, por lo que se acerca al hospital general -que sirve a la vez de sanatorio mental-, en busca de Flordeliz. Al hacer su arribo en la recámara encuentra a su amiga en el limbo jugando con los dedos y expresando en voz bajita -Los patitos, los patitos-, como reflexionando quién sabe que. Socorro acaricia y abraza a dicho ser mientras se arrodilla mencionando -Perdón, por los errores cometidos. No podía marcharme sin decirte esto, hoy pretendo resarcir en algo todos aquellos años que sin querer los viví por ti. Espero que en ese mundo de sombras donde transitas me hayas perdonado-. La madre de Xaviera se aleja de aquel triste lugar conduciendo sus pasos hacia donde el destino la lleve. La jornada cotidiana transcurre velozmente, y las cinco de la tarde marcan ya la faz de esta ciudad. Xaviera, bastante ebria, -pero aún manteniéndose en pie-, llega a casa por sí sola y hace entrega de toda su fisonomía corporal sobre el piso de la sala. Se encuentra inmersa en el pozo de la indecisión, del desespero, mirando hacia todos lados preguntándose dónde está el camino del resurgimiento. Sivalter acude a visitarla porque desde la ventana de su casa la ha visto llegar: -Xaviera, mi amor, abre. Necesitamos conversar-, menciona él. Ella no opone resistencia a ese llamado, se levanta taciturna y lo hace pasar, pero de tan mala gana que él se arrepiente de haberla importunado. Al verlo, la chiquilla se lanza en sus brazos preguntando incesantemente: -Por qué, Sivalter, por qué se fue Paula. Quiero morirme sin ella a mi lado, explícame por qué Dios me la quitó, por qué, por qué. Ahora qué será de mí, dime, dime-, grita al borde de la histeria, a la vez que golpea fuertemente el pecho de su amigo, quien, al sentirla totalmente descontrolada le proporciona una certera bofetada que la hace reaccionar instantáneamente. Luego se disculpa: -Perdóname, amor. Tenía que hacerlo, no quería, pero ya está-. El bodeguero intenta abrazarla, ella se deja rodar llegando hasta el piso nuevamente. Su eterno enamorado desciende agregando: -Mi amor, la vida es como es, no puedes aferrarte a un recuerdo. Paula ya no está y eso debes aceptarlo-. Seguidamente le proporciona un profundo beso en la boca que Xavi lo recibe sin chistar. Él continúa su explicación aprovechando las circunstancias: -Ahora estás tú y sólo tú. Debes pensar en ti y en mi porque bien sabes que ese futuro quiero compartirlo contigo-. Después de una pequeña pausa, Sivalter la aconseja: -Cielo, debes tener tus propios hijos, alcanzar todos los objetivos que te has propuesto en la vida. Paula murió, pero el mundo no, ese sigue girando y cada día más rápido, ¿me comprendes, amor?-, termina evidenciando el chico de la pastelería; a la vez que busca nuevamente los labios de Xaviera, quien le corresponde con un apasionado ósculo lingual que sorprende al simpático visitante. Después de aquella escena, Xaviera retira su cuerpo de aquel ser que la comprende tanto, pero que al mismo tiempo la confunde. Por momentos seca su rostro lagrimoso con las manos y añade: -Amigo, a veces me gusta tú forma de ser tan realista, práctica, desenfadada. Pero en otras ocasiones me asusta tú franqueza, tú desparpajo, esa actitud dura que le imprimes a la vida. Y allí me aturdo, no sé qué pensar de ti-, subraya, abrazándolo nuevamente. Dichas palabras matan un poco la pasión de su compañero, quien prefiere quitar los brazos de la esbelta cintura de su amada. Ella reacciona: -No, no me sueltes, si lo haces me derrumbaré otra vez. No sé si te amo o te quiero, no sé la diferencia, lo único que me importa es que estás aquí y eres un macho. Abrázame, abrázame, porque junto a ese macho quiero permanecer-. En el rostro de Sivalter se conjugan la luz del amor con el furor y la lujuria. Como todo un varón piensa que ha llegado el momento de consolidar esta relación. Ambos terminan recorriendo con sus cuerpos el suelo de dicha residencia, amándose sin medida como dos desbocados. Envueltos de pasión hacen el amor sin preocupaciones, al ritmo de una canción que a lo lejos entona así: “para que describir lo que hicimos en la alfombra, si basta con resumir que le besé hasta la sombra y un poco más”. Xaviera siente que se ha transportado hasta el paraíso, desinhibida de tanto estrés, de tanta amargura. Para Sivalter esta vivencia simboliza su sueño cumplido, pero también el sellar un amor que es sincero, tierno y sin condiciones. El lugar no es tan romántico. La sala luce descuidada, el polvo está de visita, algunos platos sucios en la mesa dicen presente, pero eso poco importa si ellos están reinventando el amor. Súbitamente, el timbre de la puerta se deja escuchar y por coincidencia también el teléfono; Xaviera y Sivalter no se inmutan porque siguen entregados al jadeo, a las caricias, al afecto sin medida. El apuesto galán sólo alcanza a empujar con la mano aquella bocina entrometida que queda colgando como mudo testigo de lo que allí se vive. En cuanto al sonido de aquel portón..., bueno, ese “vendedor, ese “vecino”, o “quien quiera que sea”, pueden esperar..., Xaviera no. Socorro arriba hasta la iglesia en busca de esa paz que sólo allí logra encontrar, ya que un profundo sentimiento de culpa no le da tregua a su conciencia. Espera pacientemente a que el sacerdote termine de oficiar la misa, luego de cumplido aquel objetivo llega hasta el púlpito manifestando al reverendo Gregorio: -Padre, tengo un grave remordimiento que está apolillando mi vida y ya no puedo más. Usted es la única persona que puede ayudarme, por eso necesito que me escuche en secreto de confesión-. -Como no, vamos al confesionario y allí seré todo oídos como siempre-, expresa el presbítero dirigiéndose hacia aquel lugar sagrado. El sacerdote coloca su estola y prepara el ritual católico, Socorro se arrodilla esperando que la orden sea dada para confesar su calvario. El Padre Gregorio expresa: -Bien, querida hija, Dios te escucha a través de mi persona-. Una desconcertada anciana empieza a narrar todo lo que según ella ha cometido como pecado a lo largo de la vida. Aquel enviado del Señor escucha atentamente y sus gestos de admiración y sorpresa no se hacen esperar, a la vez que se persigna y otorga la señal de la cruz a su feligrés. Después de varios minutos de un continuo llanto, de golpes de pecho por parte de Socorro, el clérigo eleva sus miradas hacia el firmamento diciendo: -Santo Padre bendito, perdona a esta mujer que ha cometido una cadena de errores tras errores. Tú palabra nos enseña, Señor, que no debemos juzgar, por eso lo pongo en tus manos-. Inmediatamente se dirige hacia la confesa: -Hija, lo que has hecho es gravísimo. Ante todo, la primera actitud que debes tomar es contar esa verdad a todos aquellos a quienes alcance tú daño. Por favor, no dejes pasar ni un día más. Ve y descarga tú alma, sólo así encontrarás el sosiego que no tienes-, concluye el misionero divino. Socorro tomando la mano del párroco agrega: -Tengo miedo, Padre. Miedo a lo que pueda suceder cuando se conozcan tantas verdades, miedo al desprecio que puedan sentir por mí los demás. Ese temor me ha detenido por muchos años-. El vicario la exhorta: -Si sigues callada desencadenarás graves consecuencias, y quizás nunca alcances el perdón de quien tanto dices amar. Por lo pronto, reza tres padres nuestros, tres ave marías y el rosario de igual manera, pero vuelvo a repetirte, esto es para que alcances el perdón divino, pero si no arreglas tú vida estos actos sólo quedarán en meros simbolismos. Recuerda que una conciencia limpia es la mejor de las almohadas-, sentencia con suma paciencia el enviado de Dios. Dicha mujer, con la Santa Biblia entre sus manos, e incorporándose del confesionario dice: -Tiene razón. Por ello le digo que ya me he despojado de todo este silencio a través de una carta, sólo me faltaba el perdón del Todopoderoso-. El sacerdote se siente desbordado de alegría por la acción de Socorro y sólo atina a manifestarle: -Que Dios te guarde, hija. Pídele al Creador que te provea de mucha fortaleza para no arrepentirte cuando estés frente a ellos, siempre estaré rezando porque todo resulte de la mejor manera. Ve con Dios, hija, ve con Dios-, concluye el reverendo. Pero muy cerca de aquella iglesia, en casa de Amada, ésta recibe la llamada telefónica de un hombre que en forma misteriosa charla con ella: -Buenas tardes, señorita. Soy Ricardo Palacios, usted no me conoce pero la he visto en televisión. Yo pertenecí a la marina de guerra de este país hace muchos años y tengo información valiosa que puede interesarle sobre sus parientes. No quiero adelantar criterios, sólo necesito que revise unos documentos, quizás allí encuentre lo que tanto busca: a su padre y hermano-, formula aquel hombre, a quien Amada siente con tono de franqueza en su voz, pero que al mismo tiempo cuestiona: -¿Por qué se presenta recién ahora, cuando llevo meses buscando información de mis seres queridos?-. -Hace pocos días llegué de un viaje por tierras santas con mi esposa. Allá se conoce poco sobre el organismo que usted lidera-, responde Ricardo. La dirigente indaga: -¿Conoció a Joaquín Moncada? Dígame, ¿murió o todavía vive? Si me quiere ayudar, respóndame sólo eso, entonces le creeré. No puedo arriesgarme en acudir así por así, ya intentaron engañarme-, añade furibunda la menuda activista esperando ansiosa la respuesta de su interlocutor. Aquel señor afirma con total serenidad: -No he manifestado que conocí a su padre. Sólo digo que tengo unos papeles donde aparecen varios datos, fotos, condecoraciones, etc. de marinos de aquella época. Eso le da la certeza de que no le estoy mintiendo-. Amada en forma inteligente le extiende una invitación: -Entonces, venga a mi casa y podemos charlar ¿Qué le parece?-. -Vivo en la ciudad de Freeport, comprenderá que estamos a más de tres horas de viaje en carro. Soy un hombre de setenta y ocho años, ya no estoy para esos trajines, sufro de diabetes y mi presión arterial no es buena. Además, usted es la interesada y al menos en la televisión parece ser más joven que yo-, responde con ironía y sarcasmo aquel veterano de guerra. Ella siente que dicho ser le transmite paz, ecuanimidad, franqueza. Sabe que lleva varios meses sin información de su padre, y como mujer de decisiones acepta el reto expresando: -Muy bien, voy a confiar en usted. Por favor, deme la dirección, ahora mismo viajo hacia allá, pero no juegue con mis sentimientos porque no sé lo que sería capaz de hacer si soy víctima de una canallada por parte suya-, subraya con total convicción y fortaleza, mientras anota en su libreta personal varios datos de interés para luego colgar la bocina. Amada observa su reloj percatándose que bordea ya las seis de la tarde, sabe que puede llegar a tiempo, por lo que se acicala un poco y procede a persignarse tres veces exclamando: -¡Dios mío, llévame al encuentro con mi padre! Que esta vez sea verdad lo que me dicen, porque no soportaría otro desengaño. Dios mío, guíame hacia mi padre y hermano, te lo suplico. Amén-, concluye la combativa mujer, quien se embarca en su automóvil y toma rumbo hacia el encuentro pactado. En la prisión de alta seguridad reina la confusión y angustia, ya que en el pabellón 603, Giuliano da gritos muy fuertes de dolor: -¡Ayúdenme, por favor, ayúdenme! ¡Me muero, me muero, auxilio, auxilio!-, implora el exreo, llevándose las manos al vientre, sus pupilas están dilatadas y proyecta un semblante sumamente sudoroso. Uno de los gendarmes se percata y decide acudir en su ayuda. A los pocos minutos hace su arribo el doctor Esteban Barrera, -galeno acreditado al sitio y que a su vez está de turno-, quien ausculta a Giuliano, el mismo que posee una respiración cada vez más lenta. El facultativo lo interroga: -¿Qué pasó, señor? ¿Qué pasó?-. -No lo sé-, balbucea sin fuerzas el ítalo-americano desmayándose en brazos del profesional de la medicina. Inmediatamente es ingresado al quirófano con un profundo lavado estomacal, al mismo tiempo que amerita ser conectado al respirador artificial. Rogelio, -quien casualmente se acerca a visitarlo al reparto militar-, se entera de la tragedia y trata de indagar qué ocurre con su amigo. Mientras Giuliano está luchando con la muerte, uno de los profesionales que viste de blanco desemboca hacia el pasillo, el legista lo interroga y éste responde: -El enfermo está grave. Ha sido envenenado, estamos haciendo todo lo posible por salvarlo, sólo resta ver como evoluciona. Pienso que por su madurez y fortaleza, quizás sobreviva, pero sus intestinos se verán afectados profundamente-, sentencia el interlocutor. Rogelio toma asiento en uno de los sillones del pasadizo y reacciona furibundo hacia su defendido: -Tonto, insensato. Intentar matarte ahora que has recobrado la libertad. ¡Qué estupidez!-. Pero después de esta ligera impresión el jurisconsulto vuelve a cavilar expresando: -¿O será que alguien intentó asesinarte? Sí, eso también puede ser, pero quién, quién. Es la incógnita que voy a despejar-, intuye el defensor con mucha perspicacia. Una hora y cuarenta y cinco minutos de viaje por la carretera central acompañan a Amada en busca de su verdad. Va pensando en aquella conversación telefónica y en todo el cuestionario de preguntas que deberá realizar, al tiempo que mira de forma insistente el accesorio que marca la hora. De pronto, al tomar una curva muy cerrada atisba cómo un trailer en sentido contrario se encima hacia su auto a mucha velocidad. Amada se desespera, maniobra tratando de esquivarlo pero es imposible, se aturde y acelera más, suelta el volante y se aferra a la foto de su padre gritando: -¡Papááá!. El impacto de ambos transportes es inevitable. El automóvil de Amada se desliza hacia el abismo despeñándose más de veinte y cinco metros por la quebrada, sólo varios moradores del lugar se convierten en los principales testigos de este cruel desenlace. El General McGregor acaba de lograr su objetivo: acallar para siempre la voz de “su enemiga”, e irónicamente, ella consiguió su anhelo: reunirse con su padre y hermano de manera espiritual en el más allá. Los operativos de rescate logran encontrar el cuerpo de aquella irrepetible mujer. Y así, en la quebrada de Saint Jones ha culminado su calvario. Xaviera, -después de su encuentro amoroso-, se levanta del suelo buscando la habitación que la conduzca a su cama. Al transitar cerca de la mesa observa un blanco papel que llama poderosamente su atención, es la carta donde Socorro revela la gran verdad que ella necesita saber, dando comienzo a una lectura que despeluca todo su ser: -“Hija adorada, cuando leas estas letras yo estaré muy lejos de ti, por favor no me busques. Sé que no lo harás porque conozco tú carácter, por eso nunca tuve el valor de mirarte a los ojos y decirte que Paula, era tú hermana de sangre, y que Giuliano, ese hombre al que tanto odias, es tú verdadero padre. Yo era enfermera en el hospital del condado cuando ayudé en atender el parto de Flordeliz, la mujer que te parió realmente. El doctor de aquel entonces y yo nos sorprendimos al fijarnos que ella esperaba mellizas. Primero nació Paula, después de unos minutos lo hiciste tú. Flordeliz había tenido lo que hoy se conoce como ‘‘un parto fraterno’’; pero en aquella época no existía tanto adelanto científico. Tú madre ya estaba mentalmente enferma y la guerra no perdonaba sexo, raza, religión, clase social, nada. Estaban enrolando mujeres solteras, yo tenía miedo ir, fue cuando me decidí adoptarte como hija porque sólo así me salvaría de acudir al frente de batalla. El doctor que atendió el alumbramiento falleció a los pocos meses, entonces nadie se enteró del pecado que cometí. Si tienes un poco de piedad en tú corazón, perdóname. Sé que soy culpable, y vieja como ya estoy ahora y sin fuerzas para luchar, he decidido irme de tú lado porque la conciencia no me deja en paz. La muerte de Paula me destruyó tanto como a ti, tenía terror perderte, por eso nunca te dije la verdad. Jamás las separé, siempre fueron las vecinas del barrio. Acepto que al principio te usé como escudo salvador para no ir a la guerra, pero después llegué a adorarte tanto como hoy. Ariosto Montalván, no existe, es sólo un nombre que yo inventé. Adiós, Xaviera. Siento que Dios ya me indultó, ahora sólo espero tú perdón. Cuídate, mi niña, y recuerda que siempre viví para amarte-. Firma: Socorro. Esta inesperada revelación logra despabilar la borrachera que aún cubría el cuerpo de Xaviera, son momentos donde siente que la vida se le escapa. Empieza a llorar desconsoladamente y busca herirse lanzándose contra las paredes hasta caer sollozando; mientras, -cual película de cine-, salta a su memoria en forma veloz todos los recuerdos de su niñez, adolescencia y juventud junto a Paula, a la que ahora comprende por qué amaba tanto. Anímicamente destrozada exclama: -¡Hermana, hermana querida! Tú eras mi hermana de sangre. Claro, por eso nos comprendíamos tanto, por eso nos queríamos como nos queríamos. Qué tarde, qué tarde me entero, ñañita, ñañita-, invoca, acariciando la foto de Paula que está en un portarretrato sobre la mesa de la sala. Todo aquel escándalo y gemido logran que Sivalter despierte. Asustado indaga el por qué Xaviera reacciona así, pero ésta no responde, simplemente está histérica. El bodeguero lee la carta que yace en el butacón y sorprendido concluye: -Ahora entiendo. ¡Vaya sorpresa! ¡Cómo debes estar sufriendo, amor!-. Xaviera se abraza fuerte a su enamorado rogándole que no la abandone. Segundos después, y totalmente fuera de sus cabales, corre hacia el teléfono y marca a la policía, pues está decidida a entregarse; pero Sivalter no comprende por qué el amor de su vida toma esa actitud. Cuando le responden desde aquel centro policial, ambos escuchan el llanto de Christopher, por lo que se dirigen raudamente hacia la habitación dejando desconectada aquella bocina. La primera reacción de la “madre putativa” es abrazar al bebé y expresar a su amado: -Voy a entregarme, es lo que merezco. Te das cuenta, Sivalter, acabo de quitarle la vida a mi propio padre y no lo sabía, no lo sabía-, chilla horrorizada, exacerbando aún más el llanto de su sobrino. -¿Qué estás diciendo?-, pregunta el confundido amante. ¿No entiendo, qué pasa, qué hiciste?-. Xaviera relata angustiosa: -Fui a la cárcel y envenené a Giuliano con unos dulces, en estos momentos debe ser hombre muerto. No me lo perdonaré, nunca, nunca-, vuelve a vociferar culpándose a sí misma, mientras corre en busca de tomar el auricular nuevamente para marcar al 911. Sivalter tratando de mantener la calma toma de los brazos fuertemente a su amor eterno y sacudiéndola en forma ruda manifiesta: -No seas tonta, mi amor, no te entregues. Me muero si lo haces, no eres culpable, no sabías la relación que te unía a él-. Y enseguida pregunta: -¿Alguien te vio hacerlo?, ¿Recuerdas si alguien te vio cuando le diste los dulces?-, indaga desesperado, entrecruzando los dedos sobre sus cabellos negros y alisados. -No lo sé, no me acuerdo. ¡Qué horrible, qué horrible!, es mejor no vivir, no vivir -, indica una destrozada mujer que escucha cómo desde el otro lado de la línea insisten: -Hola, 911, ¿en qué podemos ayudarle?-. Sivalter cuelga el auricular. Abraza a su querida inyectándole anímicamente un halo de esperanza, al tiempo que la recuesta en la alcoba procurando que las aguas vuelvan a su cauce y la noche concluya su ciclo. 13 DE OCTUBRE 2.002 Socorro, -quien baja de un hotelillo de mala muerte donde ha pasado la noche-, siente la imperiosa necesidad de conocer su futuro como lo viene haciendo desde hace muchos años; y para ello acude hasta “la bruja Faustina”, -una mujer de facciones toscas, vestir descomplicado, piel trigueña, cincuenta y tantos años, rostro fruncido y hablar coloquial-, que ataviada de collares y pulseras, talismanes y misterios trata de sorprender a sus clientes. No es fea, pero tampoco guapa, simplemente es como es, y presume de ser la mejor cartomántica de Folkland y los alrededores. Según ella, lee la mano, fuma el cigarro y “atrae la suerte” como nadie, tanto fetichismo en una sola persona es inverosímil, pero Socorro tiene fe y para ella eso es lo importante. La desaliñada consultante llega un tanto temerosa hasta la casa de la pitonisa. Lleva diez largos y angustiosos años visitándola, angustiosos porque ha debido cuidarse de que Xaviera no se percate de aquello. Socorro toca la puerta y dentro de aquel hogar se escucha un vozarrón que responde mientras un fuerte tufo sale de allí: -Entra, amiga. Te vi desde lejos, el humo del cigarro me anunciaba tú presencia-. Socorro ingresa y procede a sentarse mirando a su interlocutora, quien toma una botella con alcohol y lo deja correr por sus manos y cuello, es un ritual que realiza cada vez que comienza con un nuevo cliente. Faustina pregunta con tono grave: -¿Qué quieres averiguar, lo de siempre o algo especial? ¿Quieres con cartas, runas o cigarro?-, sentencia, pero enseguida la aconseja: -Aunque pienso que el cigarro es lo mejor para esa preocupación que traes tatuada en la cara-. Socorro se apresura en decir: -Que sean las cartas, y no quiero hacer ninguna pregunta, simplemente lo que salga allí-. La “negra Faustina” toma el mazo de barajas, se concentra y pide a su amiga cortarlo en tres partes iguales con la mano izquierda. La hechicera comienza a repartir los naipes sobre la mesa y su rostro poco a poco va tomando un gesto diferente. Después de unos segundos de “meditación” empieza a narrar: -Has abandonado el hogar por culpa de un profundo secreto que ya salió a la luz. Eso siempre te juega, es algo muy oscuro y enredado que existe en tú vida, pero nunca te has atrevido a contarme nada, y como comprenderás respeto esa decisión. Aquí veo un hombre que ha venido de lejos, es blanco, buena gente, a quien vas a ayudar, pero al que has engañado durante mucho tiempo; también sale tú hija, ella conocerá algo así como una noticia que transformará su vida para siempre-. De pronto, Socorro observa que el rostro de Faustina se torna tenso, frío, a lo que ella pregunta: -¿Qué pasa, negra? Dime lo que sea, quiero estar preparada. Recuerda que nos conocemos muchos años y a mí no me engañas fácilmente. ¿Qué ocurre?-, vuelve a inquirir con determinación. -Nada, nada-, enfatiza Faustina expresando: -Tranquila, que no me dejas concentrar-. A paso seguido continúa con su relato: -Mira, amiga, es posible que tú hija quede embarazada, pero ese hombre se aleja de ella porque la carta le da la espalda, no va a ser feliz con él. Te digo algo, es raro, pero esta chiquilla está como predestinada a quedarse sola en la vida. Hay algo tenebroso que la rodea, dile que se haga un baño de limpieza y otro para la suerte porque está muy cargada-. Socorro realiza una breve mueca simulando sonreír y de inmediato enuncia: -Imposible, tú sabes que ella no cree en esto. Jamás le podría decir que vengo aquí, no me lo perdonaría-. En la segunda tirada de las barajas, ahora sí, el semblante de la “negra Faustina”, cambia en forma radical. De ello se percata la consultora quien vuelve a indagar: -¿Qué pasa? ¿Has visto algo malo?-. -¿Por qué?-, pregunta la cartomántica. -No sé, me pareció ver tu rostro algo pálido y un frío intenso corrió por todo mi cuerpo-, aduce con preocupación. Faustina manifiesta en tono fuerte: -Te propongo algo. Mejor dejemos las cartas a un lado, no sale nada que valga la pena, mejor déjame verte en el cigarro, ese da respuestas más concretas-, afirma, mientras recoge apuradamente todos los “naipes mágicos” guardándolos en su lugar de siempre. Segundos después enciende el tabaco, lo mira varias veces y en la primera bocanada pregunta a quien tiene al frente: -¿Has estado en algún velatorio últimamente?-. -Sí-, responde recordando a Paula, para luego indagar: -¿Por qué?-. -Porque se ha hecho un hueco profundo en el tabaco, eso significa que una persona cercana a ti, o ya murió o le está rondando la muerte-, puntualiza con un gesto de verdad o mentira en su faz. Enseguida sigue exponiendo: -Tus caminos están cerrados, veo muchos sufrimientos. Vas a conocer a alguien en la calle que te ayudará mucho, es un hombre de uniforme, buena gente, esa amistad te conviene. También sale una reconciliación con tú hija, algo de dinero que vas a recibir más adelante, ahora estás muy alcanzada del vil metal. Te salen muchas lágrimas, vas a visitar o ya lo has hecho a un hombre que está en la cárcel y como que le entregas algo. Tú vida está llena de secretos, se forman muchos hilos chuecos, arregla tu vida, amiga, ya es hora. Eso es todo, no quiero seguir fumándote para no jalar toda esa energía negativa a tú futuro, ¿comprendes?-, concluye la “negra Faustina”, mientras deja caer el bagazo que queda sobre una vasija que reposa a sus pies. Socorro se siente tranquila con el testimonio dado por la cartomántica porque para ella es como si fuese su “dios”. De forma impetuosa extrae de su viejo bolso algunos dólares para pagar la consulta, pero la “pitonisa” expresa: -No, no te preocupes. El cigarro dijo que estás baja de billete, tú los necesitas ahora más que yo. La próxima vez me pagas, contigo nunca pierdo. ¡Ah! me olvidaba, cuida tú salud, eso también salió, no te descuides-, concluye la dueña de aquel oráculo. -Gracias-, señala la anciana y continúa: -Tú siempre tan comprensiva, por eso Dios te ayuda y veo que te va tan bien en el negocio, tienes mucha clientela esperando afuera. Bueno, hasta la próxima, y gracias nuevamente-. Socorro abandona aquel lugar con el olor del pitillo atornillado a su ropa. Después de alejarse unos cuantos metros, se voltea levantando su mano derecha como símbolo de despedida; mientras la “vidente”, -parada en el dintel de la puerta-, piensa en alta voz: -Adiós, querida Socorro, adiós. No podía decirte más, discúlpame, pero no podía-, termina sentenciando, al tiempo que se santigua tres veces, quizás por sentirse culpable de no haberle revelado algo muy importante que vio en el tabaco. La sexagenaria llega al terminal y aborda el automotor que la conducirá hasta sus parientes. En el interior del mismo, la cansada mujer comienza a llorar discretamente recordando la niñez y adolescencia junto a Xaviera, y en forma reiterativa pide perdón al Creador por todo lo que su silencio propició. En este vaivén en el que gira la vida de dicha anciana, el atardecer ya cobija a la ciudad estadounidense. Los conciudadanos se dirigen presurosos a sus residencias después de otro día de largas faenas. En casa de Xaviera, Sivalter toma un vaso con leche de la nevera acompañado de unas galletas. Dirige sus pasos hacia la sala, enciende el televisor buscando noticias sobre lo acontecido con Giuliano. Su amor de siempre se encuentra intranquila en el dormitorio mortificándose por la muerte de su padre, tratando de que sus pupilas no se perforen con más lágrimas. Está deseosa de acercarse a la cárcel para averiguar, pero el miedo a que sospechen de su persona la ha detenido, a la vez que el bendito diario local que tiene en sus manos no reseña nada sobre el acto que cometió lo que incrementa su desconcierto. Prontamente, Christopher -como mosca en dulcería-, comienza a molestar. Xaviera se apresta en atenderlo rezongando levemente: -¡Quién me lo iba a decir, cambiando pañales y dando biberón a un niño! Eras tú, hermana, la que deberías estar aquí junto a él. Bueno..., la vida no quiso darte esa oportunidad, pero yo lo hago gustosa y sabes que es verdad lo que digo-, denota la tía, otorgando un sonoro beso en ambas mejillas a su “ahijado”. De súbito, la aparente paz que reina en el hogar es sacudida por la información que el noticiero dispara a todo el mundo a través de una guapa presentadora: -Con profundo pesar damos a conocer la noticia que ha sorprendido a la comunidad. La policía informa que en la carretera hacia la ciudad de Freeport han encontrado los cuerpos de dos fallecidos. Uno de ellos es el de la conocida activista, Amada Moncada, cuyo vehículo cayó al abismo, los documentos encontrados dan fe de su identidad. La otra víctima es un motociclista que pasaba por el lugar pero que aún no ha sido identificado-, concluye la periodista. Sivalter se sorprende ante semejante noticia y con felina rapidez baja el volumen para que Xaviera no escuche, pero ésta señala: -No, no lo hagas. Ya para que, si lo he oído todo. Dios mío, hasta cuando, hasta cuando va a seguir muriendo la gente que aprecio-, grita enfurecida, colocando sus manos en la cabeza como muestra de ofuscación. Sivalter intenta serenar al amor de su vida expresándole: -Cálmate, cálmate. No te alteres porque te hace daño, debes estar tranquila para cuidar a Christopher-, acota procurando besarla, pero la hoy señora se rehúsa añadiendo: -Cómo quieres que me tranquilice, acaban de asesinar a mi amiga, mi baluarte, la mujer que de una u otra forma me ayudó para encontrar a papá. ¿Y tú me pides calma?-, refunfuña, tratando de controlar el llanto por Amada. -Está bien, acepto que es un atentado, eso no cabe duda. Quizás la policía lo hizo, pero en estos momentos yo estoy contigo porque te amo y eso también debe importarte-, expresa el ofuscado bodeguero. -Sivalter, –dice Xaviera-, esta no es la mejor ocasión para hablar de los dos. Estoy herida, ¿puedes entender eso?-, afirma, quien discutiendo en la sala se cambia de asiento en asiento buscando la tranquilidad que no encuentra procurando alejarse de él. Luego acota: -Es más, te encargo a Christopher. Debo salir-. -¿A dónde vas?-, interroga el apuesto enamorado en forma preocupada. -Voy en busca de hacerme cargo de la organización, es el mejor tributo que puedo hacer a su memoria-, indica Xaviera con mucha firmeza y coraje en sus palabras. -¿Estás loca?, ¿quieres que te maten también?-, puntualiza él y prosigue: Esa gente no perdona, es muy peligrosa, no voy a permitir eso. Déjalo para después, con cabeza fría lo pensarás mejor. Mañana yo mismo te acompaño, pero hoy no, hoy no, mejor quédate a mi lado-, ruega el afligido conquistador colocando sus rudas manos sobre los hombros de ella. Sin esperárselo, Sivalter recibe una desagradable sorpresa verbal por parte de Xaviera: -Escúchame, ahora estoy confundida con mis sentimientos, realmente no sé lo que siento por ti. Lo que pasó entre nosotros fue producto del momento, pero no te creas mi dueño tan sólo porque me entregué. Necesito tiempo para pensar, meditar, poner en orden mis ideas con respecto a nuestra relación-, señala la atribulada joven. Sivalter anonadado por lo que está escuchando pregunta: -Y cuánto tiempo necesitas, porque no estoy dispuesto a esperar por ti toda la vida. Ya no Xaviera, ya no, éste que tienes aquí se cansó y hoy te exijo un plazo-. Ante ese tono de voz la desconcertada “señora” responde: -No sé cuánto tiempo, no lo sé. Qué te parece si dejamos que las energías fluyan por sí solas, luego decidiremos. Por lo pronto, quedemos como buenos amigos-, lo sentencia en forma implacable. El bodeguero observa fijamente hacia aquella mujer que cada minuto siente más lejana, más extraña, pero decide no responderle absolutamente nada. Se sienta en el sillón giratorio color café y aquel silencio significa todo para Xaviera, quien se dirige a la cocina a cumplir con los quehaceres propios de ese espacio, al mismo tiempo que enciende tres velas pidiendo por el alma de Amada y de su padre. Súbitamente, Sivalter toma su chaqueta y con el enojo recorriendo sus glóbulos abandona aquella casa en dirección a la suya con el “corazón partío”; pero sin duda esa discusión lo ha hecho meditar y concluye que su muñequita de porcelana no lo ama como él quisiera. Tanto menosprecio lo tiene abatido, piensa que ha llegado el momento de tomar una decisión definitiva con respecto a su vida sentimental, por lo que, al llegar a su hogar se acuesta a dormir con la firme convicción de que el nuevo amanecer ya no será lo mismo ni para él ni para Xaviera. 15 DE OCTUBRE 2.002 Los funerales de Amada se llevan a cabo en la pequeña capilla del viejo cementerio que acompaña a la ciudad desde hace cuarenta años. Xaviera presenta sus condolencias a quien debe hacerlo, luego se persigna ante el cuerpo inerte de su amiga prometiéndole que ese mismo día tomará las riendas de “UNIDOS MUCHO MÁS”. La tía Letty, -ataviada con un traje negro misterio, elegante sombrero y guantes de seda del mismo tono-, llora discretamente la muerte de su sobrina. Se arrodilla junto al féretro y pronuncia unas palabras hacia ella como si realmente pudiera escucharla: -¿Por qué sobrina, por qué te ocurrió esto? Si eras tan buena gente, tan linda, mi niña adorada, lo único que me quedaba de los Moncada. Siempre te recordaré, con tú muerte te has llevado una parte de mí. Espero que ya te encuentres con tú padre y hermano-. Al incorporarse buscando asiento donde depositar su pesado cuerpo, se acerca a Letty un hombre corpulento, trigueño, de buen aspecto y vestir, con gafas oscuras que adornan su rostro, pero que al mismo tiempo le imprimen un aire al más puro estilo mafioso. Dicho ser le manifiesta al oído: -Lo siento mucho, señora. Reciba mi más sentido pésame, pero también le digo que entierre a su familiar y se marche lo más pronto de aquí, si no quiere correr con la misma suerte. No intente gritar ni decir nada de lo que acaba de escuchar en estos momentos, porque muchos muertos habría en este funeral, incluida usted-, concluye aquel desconocido. Letty intenta descubrir quién es aquel ser que tiene encima, pero los nervios la invaden, el temor se apodera de ella, mientras aquel siniestro personaje se aleja rápidamente. Sólo entonces la aturdida tía comprende que el mensaje proviene de quien o quienes acabaron con Amada, y ahora posee la certeza de que fue asesinada. Decide callar porque no tiene otra alternativa, se acerca nuevamente al sarcófago indicando: -Perdóname, sobrina, pero debo sobrevivir, si no me matarán. Perdóname por no poder vengar tú muerte, pero esa cuenta déjaselo a la Divinidad. Él se encargará, sólo Él-, concluye, deseando que la pesadilla vivida le otorgue las fuerzas necesarias para seguir adelante. Giuliano ha regresado a prisión, -recuperado de su salud después del atentado que Xaviera propició-, y recuerda el cofre que Socorro le entregó. Va en busca de él procediendo en abrirlo tal como ella se lo pidió. Allí realiza un recorrido por todas las cartas, fotos, recuerdos, que vivió en su momento junto a su esposa. Melancólicamente exclama mirando al tumbado de aquella celda: -¡Dios mío, no he podido ser feliz! Los seres que amo me los arrebatas. Ahora que pensé haber encontrado una familia, ya no está Paula, y Flordeliz es como si hubiera muerto. Asimismo, tengo el resentimiento permanente de esta chiquilla que quiso matarme y de lo cual mi corazón se niega en aborrecerla a pesar de su maldad-. El señor de las cinco décadas sigue revisando la composición de aquella caja. Al llegar hasta el fondo del mismo encuentra un sobre de color blanco, esto llama su atención por lo que voltea el contenido expresando asombrado: -Pero, ¿qué es esto?-, se pregunta, observando dos mechones de cabello atados cada uno con un nombre diferente. A pocos centímetros halla un medallón de oro en forma de trébol, procede en abrirlo topándose con una pequeña foto de Xaviera y Flordeliz abrazadas junto a una nota que reza: -Giuliano, usted no debe sentirse solo, soy yo la que me quedé vacía porque usted tiene a Xaviera. Busque a su hija, ella es sangre de su sangre. Para que entienda mejor lo que digo, en este cofre está una copia de la misma carta que estoy dejándole a ella donde cuento mi verdad. Adiós, señor, no puedo llamarlo Giuliano, porque usted es un señor, así con todas sus letras. Ojalá pueda disculparme algún día. Firma: Socorro-. En aquel instante, el exmarinero comprende lo que aquella mujer quiere decirle con ese mensaje. En medio de este testimonio que acaba de entrar en su vida, y aún sin asimilarlo todavía, es abruptamente sorprendido por su abogado defensor quien se hace presente con el fin de entregarle una agradable sorpresa: -Hermano, conseguimos el objetivo. Aquí está la boleta de libertad, ya eres hombre libre, y yo más famoso aún por haber ganado este juicio que para muchos era caso perdido-, recalca, entretanto, su ego está henchido que casi desborda la propia vestimenta. Giuliano toma aquel documento en sus manos y por unos minutos se queda pensativo introduciéndose en su acostumbrado mundo del limbo. El jurisconsulto se preocupa ante esa actitud e indaga: -¿Qué pasa, hermano? No te veo feliz, alegre, otro en tú lugar no cabría de la dicha-. El ahora exreo responde: -Estaba meditando sobre todo lo que ha pasado en mi vida. Acabo de enterarme por medio de esta carta que Xaviera también es...mi hija. Te das cuenta en el torbellino que se ha convertido todo esto, esa chiquilla lleva mi sangre, y ahora me pregunto: -¿Qué voy a hacer? A veces pienso que sería mejor desaparecer de esta tierra-. -No digas eso, no seas tonto. Sal a disfrutar de la libertad, debes rehacer tú vida y olvidar, eso es lo más importante, olvida, hermano, olvida. Si no tienes donde ir cuenta con mi humilde casa-, expresa este abogado que ha sucumbido ante la sencillez de Giuliano que casi lo considera su familia. El ítalo-americano dejándose llevar por un impulso irrefrenable abraza al legista expresándole: -Gracias por todo. Sinceramente, te pasaste, una defensa tan vehemente como la tuya no la he visto ni por televisión. Si de algo te sirve saberlo, eres el mejor penalista de esta nación-. Rogelio, ante semejante halago, da un pequeño soplo en los dedos de su mano derecha. Luego los frota sobre el límpido terno que lo acompaña en inequívoca muestra de que se percibe “inigualable”. Ambos sonríen y se entremezclan en un fuerte apretón de manos. El profesional de las leyes se marcha a sus quehaceres judiciales, Giuliano permanece pensativo sobre todo lo charlado con su amigo; sólo entonces reacciona y decide que es hora de hacer uso de aquel pasaporte que lo transporta a la emancipación. Presuroso empaca las pocas cosas que posee y se marcha en busca de “ella”, seguro de saber que en algún momento se ganará el amor de su segunda hija. El atractivo grumete dirige sus pasos hacia casa de Xaviera dispuesto a perdonarla, porque un padre siempre perdona. Próximo en llegar a la residencia anhelada, Giuliano se encuentra con la presencia de Sivalter, a quien indaga por el paradero de Xaviera; este último decide llevarlo hasta allí. Al ingresar por la puerta trasera del patio que se encuentra abierta, el exprisionero escucha el llanto de Christopher, esto lo conmueve tanto que obtiene suficiente razón para olvidar cualquier rencor que haya albergado su corazón. Pero a Sivalter lo invade un profundo deseo por hacerle daño a Xavi. Está deseoso de que experimente el mismo dolor que él ha sufrido por su rechazo; por tal motivo decide entregarle el niño a Giuliano aconsejándole que se lo lleve muy lejos y lo más pronto posible, ya que Xaviera puede hacer de esa criatura un objeto de su venganza por la incontenible hostilidad que posee hacia él. El exdesertor indaga -¿Dónde está Xaviera? Quiero hablar con ella, necesitamos poner en claro tantas cosas-. El desilusionado amante aprovecha la ocasión para indisponerla con el ser que lleva su sangre diciéndole: -Comprenda, señor. No la busque, ella lo aborrece y nunca le perdonará que por su culpa murió Paula. Por eso, es mejor que se vaya lejos donde ese nefasto sentimiento no pueda alcanzarlos-. -¿Usted la ama, verdad?-, pregunta el interlocutor. -No, la amaba. Pero tarde comprendí que no me corresponde de igual manera, por lo que mañana comenzará una nueva vida para mí-, expresa con total convicción el fornido hijo de Laura San Román. Giuliano agradece al joven todo el favor recibido y decide seguir su consejo llevándose a Christopher. Sivalter abandona dicha casa sintiéndose seguro de que nadie los ha visto, pero no se percata sobre la presencia clandestina de Marlene Mendoza, -aquella vecina de apariencia menuda, tez blanca, rasgos asiáticos, cabello corto y entrecano, dueña de un olfato felino y miradas escudriñizas con las cuales saca provecho detrás de las cortinas-, quien lo ha observado todo desde su ventana con vidrios oscuros que hacen juego con su forma de ser. Entretanto, Xaviera en la sede central de “UNIDOS MUCHO MÁS” y con megáfono en mano lanza un furibundo discurso: -Amigos, compañeros, camaradas. Estamos aquí más unidos que nunca, jamás piensen que nos han vencido. En nombre de nuestra gran Amada, de la única, de aquel personaje que inició todo esto, vamos a continuar con esta lucha hasta el final, porque así lo hubiera querido ella; tenemos derecho a saber, indagar, buscar y guerrear por nuestra sangre. Les digo a los asesinos de esta gran luchadora que lograron acallar su voz, pero no su misión, ni la visión que ella se propuso. Esta lucha se inició con nuestra líder, pero no morirá con ella-, agrega, sintiendo el apoyo de un pueblo cada vez más decidido a reencontrarse con los suyos, por lo que la gran muchedumbre comienza a vitorear su nombre y a lanzarle silbidos de admiración que casi la resfrían. Después de unos minutos en que ha secado sus lágrimas por recordar a su amiga de lucha, aprovecha esa oportunidad para confesarle a los presentes: -Amigos, ahora que me sobra un poco de tiempo quiero revelarles que gracias a esta unidad compartida por los aquí presentes, yo también encontré a papá, pero lo ubiqué de una manera diferente, ajena, atípica. Así como llegó a mi vida de forma tan repentina, así mismo lo he perdido porque sin saberlo maté...-. En ese momento lleno de dolor y rabia, una fuerza todopoderosa hace que Xaviera calle por unos segundos y sopese las palabras que está por decir. Recapacita, sabe que no puede confesar en público lo que hizo con Giuliano porque sería su final. Acto seguido retoma la alocución aduciendo: -(...) quise decir que muchas veces maté mis esperanzas por la poca fe-, termina sollozando, pero acomodando el mensaje la inteligente mujer. Después de volver a pasar las palmas de las manos sobre sus mojadas mejillas, realiza un dramático llamado que sorprende a todos: -Donde quiera que te encuentres, Socorro Rivera, te pido que regreses a mí, es necesario que hablemos. Regresa a casa, por favor. Estoy esperándote, sé que volverás, porque perdí a papá pero el destino no puede separarme también de ti-, sentencia efusivamente. Esas sensibles palabras son escuchadas en el autobús donde viaja Socorro, ya que dicha unidad de transporte lleva el dial encendido. La dulce veterana, ante ese contundente llamado sufre un pequeño desvanecimiento por la emoción, sumado a esto que el cansancio ya le pasó factura. Charles Spencer, -un doctor cuarentón, de aspecto sereno, tez bronceada, estatura media, y dueño de una graciosa sonrisa -, quien comparte con ella el asiento de junto así lo confirma al tocar su pulso. Ante esta inesperada situación presentada en el interior del automotor, dicho galeno decide auxiliarla, por lo que solicita detener la marcha del vehículo y desciende con ella conduciéndola en un taxi hasta la clínica particular donde él presta sus servicios. Su labor humanitaria lo empuja a velar por esta anciana mujer que le inspira compasión pero también respeto. Después de haber recuperado su conciencia, el galeno expresa que la ayudó porque su presencia le recuerda a su madre que falleció hace dos años. Socorro lo escucha con atención, pero luego la lleva a quejarse: -¡Ay, me duele, me duele mucho! Es aquí debajo, no sé que tengo. ¡Ay, me duele, doctor!-, se lamenta la sexagenaria llevando sus manos hacia aquella parte dolorosa de su cuerpo. El médico se preocupa y empieza a auscultar la figura de Socorro, ella con cierto pudor y recato acomoda su vestimenta en señal de vergüenza. Posteriormente, el hombre que viste de blanco entero inquiere: -¿Desde cuándo tienes ese dolor?-. -¡Uhhh!, desde hace un par de años. Pero, como no tengo dinero para hacerme revisar de uno igual que usted, lo he dejado pasar. Aunque no me dolía mucho, doctor, hasta ahora-, afirma la inocente señora de la tercera edad. La nueva paciente es sometida a varios análisis médicos, y como es natural se muestra aturdida ante tanta tecnología junta a su alrededor. Al cabo de varios minutos se hace presente una enfermera, quien pretende con aguja en mano pulsar esa parte de su ser buscando realizar otros exámenes. Socorro se impone y alejando de su cuerpo la mano de dicha profesional indaga: -¿Qué pasa, doctor? ¿Por qué me hace todo esto? Yo no me voy a dejar meter esa aguja en ninguna parte, mejor será que me vaya-. -No, espera, madrecita, no te pongas nerviosa. Mira, ya empezamos con este procedimiento y ahora debemos terminarlo-, acota Spencer señalando: -Te explico. Según lo que pude palpar algo raro ronda tú cuerpo, debemos saber si “esa cosa extraña”, es beneficiosa o no que siga en el organismo, ¿me comprendes?-, indica, mientras con un ademán de su rostro señala a la ayudante que prosiga con su trabajo. Finalmente, logran convencer a Socorro quien se deja atender sin chistar. El tiempo transcurre en el pasillo de aquella clínica, la anciana sigue acostada en la fría camilla esperando los resultados. Hasta que aquello acontezca recorre con sus miradas perdidas todo el tumbado rememorando a su hija: -Xaviera, será sincero todo lo que dijiste, o es una trampa para hacerme volver y castigarme con toda tú fuerza. Cómo quisiera abrazarte, acariciar ese lindo rostro, querida-, suspira, dibujando en su semblante toda la tristeza que la acompaña. Apenas culmina su pensamiento ingresa el facultativo, el mismo que se muestra directo y frontal con su paciente: -Bueno, madrecita, después de haberte examinado tanto ya tenemos los resultados. Estos arrojan algo que debes saber y tener mucha entereza para afrontarlo-. -Está bien-, asegura ella, colocando toda su atención en el nuevo amigo. -Lo que tienes es un tumor grande y ha resultado ser maligno. En otras palabras, tienes cáncer de seno-, denota el profesional con el aplomo que le otorgan los años de experiencia en dar este tipo de noticias. Socorro con una serenidad que asombra al comienzo inquiere: -¿Cuánto tiempo voy a vivir?-, subraya, y antes de que le responda prosigue: -Sé de esto porque fui enfermera. Recuerdo que hace años a una vecina le dijeron lo mismo, por eso pregunto, doctor, y le suplico que me diga la verdad, ¿cuánto tiempo más voy a estar en este mundo?-, vuelve a interrogar, pero en su rostro ya se palpa una marcada preocupación que hace humedecer sus ojos. El galeno trata de ser lo menos implacable con ella. Revisa nuevamente todo el material que tiene a mano, e infundiendo ánimo a su singular doliente la invita a luchar por la vida, pero en su fuero interno sabe que no le queda más allá de un año. A esa altura de las circunstancias, Socorro ya no tiene fuerzas para seguir fingiendo. Se quiebra emocionalmente y su llanto contenido se vuelve violento, a tal punto que cuestiona mirando al cielo: -¿Por qué Dios, por qué a mí? ¿Quizás es un castigo por lo que hice con Flordeliz? Pero no le robé nada, sólo me encargué de sus hijas. ¿Por qué mi Dios, por qué?-, termina preguntándose angustiada, al tiempo que sus desorbitados ojos buscan en cada rincón del consultorio una respuesta a semejante fatalidad. Después de esta impactante noticia, -que cual huracán ha arrasado con sueños, planes y retos-, la desahuciada mujer decide ir en busca de la “bruja Faustina”; pero ahora va con la firme determinación de encararla porque se siente traicionada. En menos de quince minutos de lo que tarda el recorrido, Socorro, -con bastón en mano prestado por el médico y con paso lento-, desciende del taxi llegando hasta la puerta de la cartomántica. Golpea dos veces, nadie responde, ella insiste, a la tercera ocasión se escucha esa retumbante voz ronca e inconfundible que rezonga: -¿Quién jode a esta horas?-. La anciana calla, piensa que si escucha su voz no le abrirá. Sigue golpeando y la exasperación de la “clarividente” es tal que abre la puerta de forma furibunda: -¿Quién hijo de..., jode tan…?, ¡Ah, eres tú!, ¡Cómo así por aquí nuevamente!-, exclama la bruja retirando algunas trancas de la puerta. -Sí, soy yo. He venido a consultarme, pero también a mirarte de frente para saber si aún eres capaz de decirme verdades o mentiras-, asevera la amiga de Faustina, a la vez que alcanza una silla para asentar su cansada humanidad; entretanto, reposa el sostén de madera sobre la mesa, situación de la que se percata la pitonisa gritando enfurecida: -Quita eso de ahí, no ve que me traes mala suerte-, asegura, retirando raudamente el artículo y botándolo al suelo. -Disculpa, no sabía de eso-, responde Socorro para proseguir: -Quiero que me digas por qué fuiste capaz de mentirle a tú amiga, negra. Supiste muy bien lo que salió en el cigarro hace poco, vistes mi enfermedad y también la muerte rondándome, ¿verdad?-. -¡Yooo!-, se cuestiona hipócritamente a sí misma la pitonisa tratando de disimular. -Negra… tengo cáncer de seno. Estoy condenada, ya papá Dios me llama, quizás esta sea la última visita, no me mientas más-, suplica Socorro. -Sí, es verdad, vi todo lo que te iba a ocurrir. Pero, compréndeme, no podía decirte eso. Hace muchos años cuando pasó algo terrible con una cliente me prometí que jamás diría a nadie cuando “la muerte” se haga presente en el cigarro, mucho menos a ti, amiga-, concluye la sibila, arreglando su desordenada cama y las cobijas también. Enseguida pregunta: -Y ahora, ¿Quieres que te lea las cartas otra vez?-. -Tengo mucho miedo, pero ya no hay qué perder. Si quiero, pero que ahora sea el cigarro, aunque no le tengo mucha confianza, veamos qué pasa con eso-, manifiesta la visita. -Tabaco no tengo, se me terminaron justo ayer y no he bajado a la ciudad a comprar-, acota la negra. Para no desanimar a su fiel compañera, toma las cartas y comienza su rutina de siempre. Después de todo el proceso que conlleva barajar y cortar las mismas le realiza una advertencia: -Te recuerdo que apenas hace dos días estuviste por aquí y bien sabes que es peligroso mirar el futuro tan seguido porque desgastas tú destino. No quiero que después me eches la culpa si te ocurre algo malo. Cantada esta aclaración, ahora dime: -¿Quieres hacer una pregunta especial?-. -Sí-, responde Socorro y continúa: -Yo ya no importo, que me pase lo que sea, da igual. Sólo deseo saber de Xaviera, ella se va a quedar sola y quiero ver si la ayudo con las últimas fuerzas que me quedan. ¿Qué pasará con mi niña?, esa es mi gran duda-, afirma, a la vez que lleva sus toscas manos al rostro como muestra de tormento. La vidente de Folkland se coloca “en trance”, vuelve a bañar su cuerpo en el acostumbrado alcohol y empieza a decir sus “verdades”: -Ella va a tener un hijo, es un varón, pero como ya te lo he dicho antes le rodea soledad en el amor. Piensa mucho en unos seres que ya están muertos, veo lágrimas de amor, como que un hombre al que ella ama o amará se aleja-. Súbitamente, la pitonisa respira hondo, mira en forma detenida las cartas y también a Socorro, balancea su organismo hacia atrás con silla y todo al tiempo que sonríe un poco y dice: -Aquí sales tú. La enfermedad es de Dios, no es brujería. Pero, ¡qué raro!, yo no veo muerte en ti, estás enferma, sí, pero no hay llanto ni nube oscura rodeándote-, asevera con seguridad la hechicera de tez morena. Socorro con voz temblorosa agrega: -No me engañes, negra, ya para que. Lo único que te pido es que no me engañes, por favor-. -Es que no lo estoy haciendo. Mira, aquí está la carta de la muerte, el tres de espada, pero al otro lado sale el as de bastos que borra todo lo malo, y a tus pies tienes la rueda de la fortuna que significa el triunfo. Por eso te digo: para mí no vas a partir aún, algo extraordinario ocurrirá en tú vida. No sé, pero parece como si la Divinidad no te quisiera por allá arriba todavía-, denota la bruja. Socorro se reafirma en lo dicho anteriormente. Tocando con su mano derecha el seno izquierdo dice: -Te lo repito, estoy desahuciada. El doctor me dio muchas esperanzas de vida, pero en sus ojos vi que no tuvo valor para desgarrar mi corazón. Un palpito me grita que queda poco tiempo, negra-. -Amiga, -interviene Faustina-, yo no sé de doctores, ni de hospitales, ni de esas fotos que nos toman en una pantalla. Pero de mi trabajo sí conozco, no te olvides que tengo treinta y ocho años en esto, y aquí no veo muerte para ti, es lo único que te puedo decir, y cuidao con desconfiar en la verdad de las cartas- , asevera con total convicción. En segundos agrega: -Alégrate, mujer, alégrate tanto como lo estoy yo. Vas a vivir, vas a vivir, ya lo verás, no soy Dios, pero aquí dice –señalando las barajas con el dedo índice- que vas a vivir-, concluye, abrazando a Socorro y ambas lloran emocionadas. Luego la consultante esboza una sonrisa media retorcida e incrédula volviendo a preguntar: -¿Ves algo más?-. -Sale tú hija, nuevamente. A su lado un hombre blanco que va a llegar de visita en su casa, quizás en estos días. Es como… es como si fuese su familia, su sangre, pero ella le da la espalda porque así se muestra la carta. Vuelve a jugarte el reencuentro con esa niña y un sacerdote en medio de las dos, aparte vas a recibir un dinero y algunas reuniones con felicidad donde estarás presente, eso es todo-, dice con mucha seriedad la famosa bruja de Folkland. La llamada “vidente” nuevamente abraza feliz a Socorro y vuelven a llorar. De súbito, reacciona la negra exclamando: -Pero, ¡qué cojudas somos! Cierto que no se debe llorar porque después todo lo bueno se voltea y no se cumple. No más lágrimas, amiga, ten fe y verás que aquí te esperaré para que me des la buena noticia de tú sanidad-, concluye la agorera, quien habita en un barrio tradicional de hispanos que huele a pobre. Socorro, -después de cancelar esta consulta y la anterior que ahora sí le cobra la hechicera-, abandona aquella humilde vivienda acompañada del bastón y un pequeño halito de felicidad en el rostro, porque Socorro equivocada o no, juega a dos dioses: Dios propiamente dicho y “la negra Faustina”. Pero, ¡cómo es de irónica la vida!, que la afligida anciana al abandonar “el oráculo de aquella adivina”, se siente vacía. Su conciencia, su alma, le pide a gritos la necesidad de acudir a una iglesia. Caminando por una calle cualquiera divisa una capilla llamada “Christ the Redeemer”, no precisamente la que regenta su conocido Padre Gregorio, pero qué más da en esos momentos, si en todas está la Presencia Divina, y eso es lo que necesita esta mujer que siente cómo su vida se va lentamente aunque las cartas le digan lo contrario. Ingresa al sitio, se persigna, busca la imagen de su devoción que resulta ser la Virgen de Guadalupe, quien se halla inmaculada y señorial hacia el altar derecho del templo. Socorro enciende una vela y reza el Padre Nuestro junto con su Ave María acostumbrado y doblando rodillas realiza una promesa: -Virgencita, si me haces el milagro de recuperar la salud, de no morir todavía, te prometo alejarme de aquella adivina para siempre. Sé que es un grave pecado lo que cometo, pero entiéndeme, soy humana y flaqueo. Intercede por mí ante tú hijo, quiero vivir, necesito hacerlo por mi Xaviera, por Christopher, porque los quiero tanto y no es justo que se queden solos, no es justo, virgencita-, sentencia dejando rodar sus lágrimas. Minutos después de realizar esta plegaria abandona aquel lugar divino y continúa su camino. Transita varias calles hasta llegar al santuario del Padre Gregorio. Ingresa y calladamente se sienta a escuchar la misa que se está oficiando. La sexagenaria extrae de entre sus senos el viejo pañuelo ya descolorido que a todas partes la acompaña procediendo a secar el sudor que baña su cara y cuello. Finalmente, el clérigo conduce a su feligrés hasta la sacristía donde ella le comenta con muchos detalles todo lo acontecido en su vida, a la vez que ruega al sacerdote que le de albergue por unos días, petición que él acepta gustoso. Xaviera regresa a casa proveniente de la organización. Al ingresar a su hábitat se dirige hacia la habitación del bebé observando su cuna vacía. Los nervios y sus malos pensamientos se apoderan de ella, quien intuyendo lo peor dice: -No, no puede ser lo que estoy pensando...no. Sivalter, no puedes hacerme esto-, reflexiona, mientras corre hacia la calle en dirección al hogar del bodeguero. En medio de la vía, una figura femenina se cruza en su camino, se trata de la habitante contigua Marlene Mendoza que al verla desesperada pregunta: -¿Qué tienes, amiga? ¿Qué te pasa?-, tomándola de ambos antebrazos. -El eterno amor de Sivalter fuera de sus cabales la interroga: -¿Usted vio quién se llevó a mi niño?-. La vecina, -con aires de mujer digna y de ningún modo chismosa-, trata de calmar a la joven expresando: -Hija, no es que me guste el chisme, ni mirar la vida ajena. Sabes que eso no va con mis principios, pero una tiene ojos y.…-. Xaviera ululando fuertemente la interrumpe: -¿Vio o no vio a mi sobrino? Dime, ¿quién se lo llevó?-, a la vez que estruja fuertemente a “doña chismosa”. Ante semejante actitud, Marlene se asusta y empieza su desfile de narración con pelos y señales: -Yo vi que tu marido... !ay, perdón!, ese amigo con el que andas, entregó esa criatura a un hombre alto, de semblante colorado, barbón, y algo canoso. Se marcharon por allí-, señala la entrometida, pero astuta dama, con su dedo índice apuntando hacia la calle lateral. Por las características dadas, Xaviera deduce que quien se llevó a Christopher no puede ser otro más que Giuliano, por ende, concluye que no ha muerto. Desesperadamente, sigue corriendo hasta llegar a la residencia de Sivalter tocando varias veces a su puerta. La madre del atribulado caballero pretende abrir, pero éste la detiene dirigiendo su dedo índice derecho hacia la boca de la progenitora como indicándole que se mantenga en silencio. Laura indaga en voz baja el porqué de su accionar, Sivalter responde musitando -Para que sufra como lo he hecho yo. Creo que estoy dejando de quererla, mamá-. Xaviera insiste en golpear y llorosamente agrega -Sé que estás allí, amigo. Por ese amor que dices tenerme, te lo imploro, ábreme, dime dónde está mi padre y Christopher. Hazlo por mí, abran, sé que están aquí-, los increpa en duros términos, dejándose resbalar sobre la puerta hacia el piso completamente mojada por una repentina lluvia. Estas desgarradoras palabras estremecen al joven, el mismo que, entre confundido y arrepentido abre y ayuda en levantar a su amor expresándole -Sí, tú padre vive. Sólo porque no sé si aún te amo o te desprecio voy a decirte donde está, pero después de esta conversación no quiero volver a verte, no me hagas sufrir más-. -¿Dónde está, dónde?-, chilla exaltada. Su ahora ex-pareja, ya sin nada que perder y con su resentido sentimiento echado a la espalda señala: -Le entregué a Christopher porque es su padre y tiene derechos. Dijo que tomaría el próximo barco-, denota, sin mostrar un ápice de arrepentimiento. Xaviera, -instintivamente o tal vez en forma premeditada-, otorga un fuerte y estremecedor beso en la boca a ese amor platónico en señal de agradecimiento por la información y corre hacia el andén. Aquel dulce gesto consigue revivir, en pocos segundos, toda la pasión en el guapo Sivalter, tanto, que intenta ir tras ella, pero ahora es su madre quien lo detiene expresándole -No, no lo hagas, hijo. No te engañes, deja que sola resuelva su vida. No te ama, y en el corazón no se manda-. Aquel bodeguero está consciente que la creadora de sus días tiene razón, y refrenando los impulsos por correr tras la fémina de sus sueños, sólo atina en cerrar el portalón fuertemente, sabiendo que con esa actitud acaba de sepultar sentimentalmente a Xaviera por siempre. Giuliano con Christopher en brazos se ha dirigido al panteón en busca de visitar la tumba de su amada hija. Al arribar, extrae de su bolsillo una pequeña y filuda navaja procediendo a dar fiel cumplimiento al petitorio que Paula le sugirió en aquella carta, por lo que graba su epitafio. Después de cumplir la promesa, el ítalo-americano dice al infante -Hijo, siempre te hablaré de Paula y Xaviera. De lo bellas que fueron, pero también de lo mucho que sufrieron por mi culpa. La estrella de la vida nos jugó la peor de las cartas, es una historia muy triste que espero algún día logres comprender-. Luego se arrodilla, coloca su mano sobre el cenotafio manifestando -Discúlpame, hija. Ojalá que lo hayas hecho ya, mi dulce niña-mujer-. Giuliano se marcha porque siente caer la lluvia que anuncia tempestad, pero también lo aleja el hecho de querer intentar escalar como polizonte buscando llegar a Italia. Sabe que no será fácil con el niño a cuestas; igualmente, está consciente de que volverá a romper las leyes que le impiden salir del país, pero como buen hombre de mar es un convencido de que “quien no espera vencer, ya está vencido”, por lo que dirige sus pasos hacia el andén retando a la vida. Xaviera, corroída por un sentimiento de impotencia y rabia, -al no permitírsele abordar el barco para buscar a los suyos-, observa cómo el navío se aleja y gritando exclama -¡No te vayas, papá, no me dejes! Tú hija, la que siempre quiso conocerte, te necesita. Ven, ven a mí, no quiero perderte otra vez-, implora cayendo de rodillas, a la vez que su cuerpo es bañado por el aguacero que ya arrecia sin cesar. De pronto, siente la ruda mano de alguien que deja caer sobre su hombro izquierdo inquiriendo -¿Por qué lloras?-. Ella se voltea, segura de saber que quien está detrás es Sivalter, pero la sorpresa es grandiosa al toparse frente a frente con la espigada figura de…su padre. Ambos se entremezclan en el más sublime de los abrazos, de los besos, de las caricias contenidas por tantos años, sus rostros quedan enmarcados entre el agua del temporal y los gemidos propios. Es el conmovedor instante en que ella deja aflorar todos los sentimientos hacia quien le dio el ser -Ay papito querido, perdóname por lo que te hice. Ahora comprendo por qué no podía encontrarte, pero...sabes que también soy tú hija, ¿verdad?, porque Paula y yo éramos mellizas, mellizas-, sostiene con vehemencia. -Sí, claro que lo sé. Lo sospeché aquel día en la prisión cuando me visitaste. Al momento de abrazarnos, vi y palpé en tú oreja derecha los tres pequeños hoyuelos que heredaste de mí, entonces me invadió la duda porque sólo los Montiel tenemos esa huella genética. Desde entonces comprendí que también llevas mi sangre pero no podía comprobarlo, sólo ahora lo confirma la carta que Socorro me dejó. Cómo no perdonarte, Xaviera, si mi mundo acabó cuando murió Paula, pero ahora vuelvo a revivir junto a ti. Vamos a darnos una nueva oportunidad de ser felices-, expresa Giuliano completamente extasiado. -Por supuesto, papá. Busquemos esa felicidad que hasta ahora nos ha sido esquiva sin que nos quede nada por dentro-, afirma Xaviera, entrelazando sus cuerpos junto al de Christopher.

EL SUEÑO DE XAVIERA Capítulo V

4 DE NOVIEMBRE 2.002 Tres semanas de mutua convivencia entre padre e hija dicen que todo malentendido ha sido superado. El calendario indica que es Lunes, ese fastidioso y largo día que muchos detestan. El alba raya la ciudad que aún duerme, pero Xaviera despierta por el llanto de Christopher quien busca ser atendido en su cambio de pañal. Luego de aquella rutina acude sigilosamente hacia el dormitorio de Giuliano, abre la puerta y lo observa acostado en el piso totalmente ebrio y asido a una botella de ron que ella guardaba en la nevera. La profunda depresión en la que está sumido lo ha hecho beber hasta decir basta y balbucea unas palabras que ella intenta descifrar: -No me acosté con Paula, no lo hice, no lo recuerdo-, anuncia angustiado mientras sigue soñando: -Paula, no me acuerdo, hija, no me acuerdo-. Xaviera realiza un gran esfuerzo físico y lo conduce hasta la cama, se sienta a su lado y acaricia la canosa cabellera de quien la procreó. Él se calma, voltea su cuerpo hacia el lado izquierdo y vuelve a dormir plácidamente. En aquellos estresantes momentos la atribulada mujer expresa en voz baja: -Pobre papá, cómo sufres por tú error. Esas lagunas mentales no te permiten recordar. Malvada guerra, ojalá nunca hubiera sucedido-, evidencia con indignación desviando sus miradas hacia el reloj de la mesita de noche percatándose que ya marcan las 06:30 am y es hora de lavar algo de ropa. Empieza calladamente a escoger las vestimentas de su progenitor. Al sostener en sus manos un descolorido pantalón azul, la billetera se deja caer. Xaviera la recoge y -llevada por la curiosidad propia de las féminas-, comienza a escudriñar lo que contiene aquel accesorio masculino. Halla varias tarjetas de crédito caducadas, direcciones que desconoce, tarjetas de amigos, fotos de su exesposa, etc. Sorpresivamente, salta a su presencia una fotografía desgastada por el tiempo, Xaviera afirma para sí: -Es papá, pero qué distinto está. Claro, era más joven, aquí a lo mucho tendrá unos veinte y cinco años. Pero qué guapo ha sido, razón tuvo mamá al enamorarse de él-, subraya y luego se cuestiona: -Pero en este retrato no tiene barba, su cabello es más bien lacio y los ojos de un color verde más claro. Qué raro, papá no es así, definitivamente, cómo cambian las personas con el paso del tiempo-, termina reflexionando. Al intentar guardar la foto en su sitio, ésta resbala de sus manos y cae al piso con el reverso hacia ella donde se lee un nombre: -Santos Montiel, año 1977. Rápidamente se indaga: -¿Por qué esta imagen tiene un nombre distinto? ¿Por qué?-. Simultáneamente, expresa convencida: -No me voy a quedar con estas dudas, papá tendrá que responder todas estas inquietudes porque necesito saber, claro que voy a saber-, sentencia, colocando la vestimenta en la máquina lavadora. En consecuencia, se dirige hasta la habitación de Giuliano, e importunándolo en forma insistente procura despertarlo: -Papá, despierta, despierta. Dime, ¿quién es el hombre de esta fotografía? ¿Eres tú, eres tú, papá?-, inquiere preocupada, mientras el exmarinero mira de reojo aquella figura y aún perezoso contesta: -No sé, no me acuerdo-. Después de unos segundos apunta: -¡Ah, ya sé!, este es el mandamás del buque donde estábamos. Sí, es el vicealmirante Anderson, aunque, mirándola bien, parece ser el almirante Reynolds. Ay, no sé, déjame en paz-, agrega, llevando sus manos a la cabeza como queriendo descifrar sus lagunas mentales, o quizás olvidar. Xaviera se muestra desconcertada al verlo en esas condiciones. Lo abraza tiernamente y dejando rodar varias lágrimas exclama: -¡Pobre papito!-. Qué daño hicieron en tú cerebro, sólo espero que mañana no dejes de reconocerme como hija. La guerra me devolvió un papá diferente, pero con todo eso, te amo, te amo-, concluye, a la vez que se acurruca sobre él buscando ese calor que añoró durante veinte años. En esa posición transcurre varios minutos hasta que se apresura en arreglarse y sale de casa raudamente, va en busca del bus que la conduce hacia su trabajo en una pequeña florería donde oficia de cajera. Sí, porque Xaviera no labora más en la pastelería de don Enrico Cipriani, ya que él falleció pocos meses atrás, víctima de complicaciones por aquel disparo en el hombro por lo que sus herederos decidieron liquidar el negocio. Como si aquel día todo estuviera en su contra, el automotor va muy apretujado. Sólo queda resignarse a ir de pie, pues ya se ha hecho a la idea de que nadie le cederá el asiento porque en estos días la caballerosidad quedó en el olvido. Aquel medio de transporte realiza su cansino recorrido. Ella continúa pensando en aquella extraña fotografía que la ha impactado tanto, y el recuerdo de Paula galopa en su memoria como caballo desbocado. Pequeños sollozos ensombrecen su límpido rostro carente de maquillaje, a la vez que se molesta por los empujones propios de aquellos pasajeros. Repentinamente, su humanidad es sacudida por alguien que ha tropezado con ella golpeándola con un portafolio. Es un joven que se apresura a decir: -Disculpe-. Xaviera asiente con la cabeza pero sin mirar a ese tipo. Inesperadamente, aquel hombre llama la atención de la señora preguntándole: -¿Xaviera?-, y en el acto vuelve a inquirir: -Tú eres, Xaviera, ¿verdad?-. La despistada mujer eleva sus grandes ojos hacia dicho personaje dejando esbozar una hermosa sonrisa y dice: -¡Alejandro, qué sorpresa! ¡Cuánto tiempo sin verte!-, reafirma, abrazándose a él y besándolo tiernamente en su mejilla derecha. -Claro que soy yo-, responde aquel personaje, a quien ahora Xaviera observa con ojos de amigo, más no de conquistador como lo conoció durante el crucero. Tal parece que el destino estuviera de acuerdo con este encuentro, porque segundos después dos asientos del bus quedan vacíos y ambos se apresuran a ocuparlos comenzando un diálogo que viene fluido: -¿Cómo estás?-, indaga él primeramente. -Bien, bien-, contesta ella, enredando los cabellos entre sus dedos y acomodándolos con normal coquetería. Enseguida lo aborda como es su costumbre: -¿Cómo así por estas tierras? ¿Qué aires te lanzaron por acá?-. Alejandro añade: -Vine por cuestiones de trabajo. Soy ejecutivo de ventas de repuestos automotrices y debo cubrir algunos clientes de esta zona, pero nunca pensé encontrarme contigo-. Al mismo tiempo, el simpático vendedor realiza una pregunta que desvirtúa por completo la conversación hacia otro giro: -¿Qué es de Paula? ¿Cómo está ella?-. El rostro de Xaviera cambia de expresión, sus ojos se humedecen y después de unos profundos segundos de silencio acota: -Ella no está más con nosotros. Murió hace poco tiempo-. Alejandro sorprendido por la noticia y arreglando su chaqueta agrega: -Lo siento muchísimo, sé que era como tú hermana. La chiquilla irradiaba una belleza interesante, definitivamente, tenía lo suyo. De veras, cuánto lo siento, pero ¿cómo sucedió?-, pregunta preocupado, tratando de hacer conciliar su cuerpo con el asiento que viene pequeño para él, aprestándose atentamente a escuchar el relato de su compañera de viaje. -Fue por amor, por un cruel amor. La vida le jugó una mala pasada, a veces pienso que la felicidad no estuvo para ella-, afirma la mujer de Sivalter volviendo en arreglar su cabello mientras la brisa del viento juega con él. A ese nivel de conversación, Alejandro mira con ojos de pasión a su interlocutora por lo que interrumpe la charla con una exclamación: -¡Qué hermosa estás! Me dan ganas de...-, acercando sus labios a los de Xaviera con la firme intención de besarla. Ella reacciona al instante: -Cuidado, no te atrevas. Si lo haces, aquí mismo termina todo-, denota con marcado coraje. Pero aquel galán no se deja intimidar, al contrario, prepara toda su artillería amorosa y dispara: -Al menos dame la oportunidad de demostrarte cuánto me gustas. Si retomamos el idilio que quedó pendiente aquella vez pienso que podría...-. -No-, grita Xaviera, elevando la voz y llamando la atención de los viajeros quienes los observan con sorpresa. La dama se ruboriza y él sonríe tratando de tomar la mano de su afecto, pero ésta lo rechaza en forma tajante. Después de varios segundos de sepulcral silencio entre ambos, el atrevido caballero se dirige a ella expresándole: -Bien, si no quieres mi amor, te lo pierdes-. Y retomando la conversación pendiente manifiesta: -Finalmente, ¿de quién mismo se enamoró Paula, del guía turístico o de su hermano?-. Xaviera, -quien todo el tiempo ha llevado su mirada hacia la ventanilla-, de pronto, salta del sillón como si un resorte la hubiese impulsado abruptamente. A paso seguido exclama: -¡Qué acabas de decir, estúpido! ¡Repítelo!-, ordena con suma preocupación y casi al borde de tomarlo con sus puños por el cuello de la camisa. Alejandro reacciona: -¡Hey, nena, tranquila! No te sulfures, sólo he dicho que si Paula se enamoró del guía o de su hermano-, termina manifestando el aprendiz de gigoló esbozando una fácil sonrisa. Xaviera rozando el límite de la exacerbación inquiere: -¿Giuliano tiene un hermano?-. -Claro-, se apresura en puntualizar el joven y luego acota: -¡Ah!, ya recuerdo. Cierto que ustedes no lograron enterarse porque se regresaron antes de que finalice el crucero. Pero te cuento que al día siguiente del percance que tuvo el capitán con su hija, se presentó otro hombre que se identificó como hermano del anterior capitán. Eran como dos gotas de agua y (...)-, Xaviera no permite que Alejandro concluya el relato porque velozmente obtiene contundentes conclusiones, y como si un potente tsunami viniera contra ella corre hacia la puerta de salida del autobús, la que cada vez observa más lejos, atropellando con su cuerpo a todo el que se interponga en su paso. Oportunamente, llega a la bajada y sigue por las calles con rumbo cierto hacia su casa, mientras el vendedor de repuestos alcanza a gritarle desde la ventana: -Espera, al menos despídete. No seas tan mier...-, deslizando la lengua sobre sus propios labios como imaginándose el tierno y húmedo ósculo que hubiera estampado en la dulce boca de esa dama. Ante esa confesión que acaba de entrar cortante como cuchillo filudo en la vida de Xaviera, ésta sólo piensa en su padre, por lo que aborda un taxi que se hace presente en el lugar. pregunta cordialmente: -Buen día, señorita, ¿hacia dónde vamos?-. -A la Avenida Principal No. 100, pero lo más pronto posible, es de vida o muerte, por lo que más quiera vaya a mil-, ordena descontrolada. Ni bien arranca el automotor vuelve a fustigar al taxista: -¡Vamos, hombre! Siga más rápido, más rápido, no comprende que la felicidad de mi familia está en juego-. El conductor un poco asustado acota: -No puedo ir más veloz, me citarían y usted lo sabe. Pronto llegaremos, no se preocupe-, expresa, mientras observa por el retrovisor como su pasajera marca desde el celular con la esperanza de que Giuliano responda. Xaviera se anima a si misma esperando el retocar de la llamada: -Contesta, papá. Por favor, contesta, contesta, lo que debo decirte nos cambiará la vida. Responde, bendito seas, responde-. Giuliano totalmente en el limbo, y sin que el mundo le importe un alfiler escucha el sonar del aparato, toma el auricular pero lo deja caer nuevamente. Al otro lado de aquel hilo telefónico que parece interminable se escucha a su hija gritando: -Papá, papá, me escuchas. Espérame, necesito hablar contigo, quizás no seas culpable de nada, no estás loco ni te acostaste con mi hermana-, indica con varias lágrimas corriendo sobre sus carrillos, al tiempo que el conductor escucha con asombro y se santigua exclamando en voz baja: -¡Vaya, qué familia ésta!, el padre que se acuesta con la hija. Ay, mi Dios, lo que hay que escuchar en este mundo-. Ella continúa: -Hola, hola, papá. Háblame, háblame-, insiste desesperadamente, aunque en el fondo de su corazón sabe que no obtendrá respuesta. El exreo se levanta de la cama, observa la bocina descolgada que ni siquiera vuelve a colocar en su sitio, toma su chaqueta y busca la puerta de salida. Pero el fuerte y alterador gemido de Christopher disipa un poco su estado de ánimo, por lo que acude hasta la cuna y contempla al supuesto producto de su apasionado amor con Paula. Luego de jugar con sus dedos en el rostro del pequeño sentencia: -Tú eres fruto de ese mal momento en mi existir, por lo tanto tampoco mereces vivir. Cuando te conviertas en un hombre serías un infeliz al saber cómo fuiste concebido, es mejor que los dos vayamos al encuentro con mamá-. Giuliano toma al bebé en sus brazos y sin cobijarlo siquiera sale presuroso dirigiéndose por el camino que conduce al puente tarareando: -Duérmete, mi niño, duérmete por Dios...-, mientras la criatura deja de gemir por unos minutos. La población camina y camina por las estrechas calles de la ciudad ajena a lo que ocurre con aquel ciudadano. Éste ha hecho su arribo al lugar indicado con la firme decisión de lanzarse y terminar con todo de una vez y por siempre. Cuando está a punto de lograr su cometido, un policía que lo ha visto desde lejos se apresura en interrogarlo: -¡Ehh, señor!, ¿qué intenta hacer con esa criatura?-. El ítalo-americano observa al gendarme y su cuerpo empieza a tambalear buscando caer. Las turbulentas aguas del río que lleva el mismo nombre de la ciudad también lo invitan a entregarse en su paraje. Christopher comienza a llorar y los transeúntes se percatan lo que está próximo a ocurrir. Giuliano grita: -Espéranos, Paula, espéranos.- El agente policial se abalanza cual fiera salvaje sobre el suicida y arranca de sus brazos al niño, pero le es imposible detener las ciento ochenta y cinco libras de peso del embriagado sujeto, quien cae a la considerable masa de agua perdiéndose en su inmensidad. Todo un conjunto de brigadas acordona la zona, al tiempo las sirenas de sus autos repican sin cesar. El taxi no puede pasar, la confusión reina en todo el lugar. Xaviera se desembarca, -no sin antes lanzarle por la ventanilla unos cuantos billetes al chofer-, y al llegar hasta la barandilla del puente no necesita adivinar lo que ha ocurrido: las zapatillas de color negro brillante que días antes regaló a su padre están sobre la calzada como mudos testigos de lo que allí ocurrió. Ella grita conociendo lo peor: -¡Nooo, papá, nooo! ¡No puedes dejarme ahora, no te mueras, papito, no te mueras!-. Varios curiosos la toman en sus brazos para evitar que ella también se lance, Xaviera atisba cómo los buzos especializados están rastreando el cuerpo dentro de esa corriente incontrolable como la vida misma de Giuliano. La señora de la frondosa melena negro-azabache no resiste y culmina desmayándose en medio de todo ese panorama. Mientras tanto, Sivalter ha decidido tomar la oferta que su señora madre le sugirió días atrás, por lo que en el muelle la despedida tiene un tinte emotivo: -Ha llegado este momento que nunca hubiese querido vivir, el del adiós, mamá. Cuídate mucho, vete a vivir con la tía Rosita, no es bueno que te quedes sola en casa; estaré llamándote cada vez que pueda, recuerda que te adoro mucho. Hasta ahora eres todo lo que tengo en la vida-, denota aquel joven de fuerte apariencia acompañado por el dolor que lo embarga al partir hacia otras culturas. Abraza a la creadora de sus días, besa muchas veces sus maquilladas mejillas y lloran por igual de emoción. Laura consuela a su vástago: -No digas, adiós, sólo hasta luego. Que Dios te bendiga, sabes que es mejor así, dar este paso tan duro es preferible a tener que vivir desgraciado toda la vida. Sé feliz, anda en busca de tú dicha, trabaja mucho, mucho, pero también enamórate, recuerda que quiero muchos nietos-, añade esta señora que se cuida demasiado en mencionar el nombre de la culpable de esta separación. Pero el amor que Sivalter aún siente por la mujer de aquella pastelería es tan grande, que olvidarla no ha sido fácil, por ello antes de abordar dice a su progenitora: -Mamá, si Xaviera...-. Ella lo interrumpe: -¡Shhh, no es necesario que ese desagradable nombre esté entre nosotros porque...!-. Él coloca la palma de su mano derecha en la boca de Laura señalándole que ahora es ella quien debe callar porque él está dispuesto a ser escuchado: -Mamá, si en algún momento pregunta por mí dale la dirección. De todas maneras, ya habrá miles de kilómetros de por medio que nos separen y al menos su amistad la quiero conservar. No me despido de ella porque estoy seguro que me quebraría y no tendría el valor de marcharme, ¿de acuerdo?-, manifiesta el apuesto bodeguero que espera una respuesta de quien lo trajo al mundo. Laura medita unos segundos, luego titubea. Finalmente, las profundas miradas de su hijo la llevan a contestar: -No me gusta tu decisión, pero si te vas feliz y tranquilo, está bien. Le diré dónde te encuentras siempre y cuando me lo pregunte-. Ambos se envuelven en fuertes abrazos, a la vez que el navío anuncia su última llamada. Sivalter lo aborda y con su mano derecha levantada la agita suavemente en señal de despedida. Laura, con pañuelo en mano, despide a su razón de vivir mientras seca ligeramente sus sollozos expresando: -Mejor será que me vaya, no quiero ver partir este buque, me destrozaría aún más. Hasta luego, hijo, sé que te irá bonito-, enfatiza, otorgando la bendición a todos los pasajeros, y por ende, a Sivalter. En este mar de complicaciones y sucesos imprevistos, el cuerpo inerte del exmarinero es extraído de las aguas y conducido hasta la morgue de la ciudad. Xaviera recobra el conocimiento después de varios minutos gracias a los métodos auxiliares, gesto que ella agradece, pero inesperadamente, recibe de la socorrista una infalible confesión: -Amiga, usted debe tener mucho reposo y evite impresiones fuertes porque todo eso lo asimila el bebé.- Las órbitas de los ojos se engrandecen en Xaviera y sin pérdida de tiempo interroga a quien la atiende: -¿Qué está diciendo con eso... del bebé?-. -Simplemente, le estoy sugiriendo que se cuide porque su embarazo tiene poco tiempo y es cuando existe mayor peligro de que lo pierda-, corrobora con preocupación la reservista de la Cruz Roja. Xaviera, en medio de su dolor comienza a gemir y a gemir, pero paradójicamente, ahora es de alegría mezclada con regocijo y ternura. En forma espontánea se aferra fuerte a la enfermera suplicándole que confirme aquella maravillosa noticia que ha levantado su ánimo. Luego de un examen de sangre y pocos minutos de espera obtiene el diagnóstico final: está embarazada de pocas semanas. Dios la ha bendecido, y sin imaginárselo siquiera, las premoniciones de la “bruja Faustina” no se equivocaron. Ahora la nueva “señora” acaricia su vientre donde se está gestando aquel ser y en forma melancólica eleva sus miradas al cielo añadiendo: -Paula, hermana, ya tienes un sobrino. Papá, ya te premié con otro nieto-, sentencia. Pero la alegría de la futura madre es trastocada nuevamente en amargura cuando el sheriff procede a preguntarle: -¿Usted es familiar del fallecido?-. -Soy su hija-, responde, momento que la autoridad la sorprende con una cruel realidad: -Si no existe dinero para un entierro particular el señor será sepultado en una fosa común. Decida ahora-, denota el funcionario. Xaviera observa con las miradas perdidas a todos y cada uno de los oficiales presentes en aquella oficina. Sabe que está carente del vil metal para un sepulcro digno, sólo entonces asiente con la cabeza agregando: -Procedan, por favor. Gracias por todo.- El pequeño Christopher es colocado nuevamente en los brazos de su tía. La señora Rivera abraza fuertemente a su sobrino y a través del ventanal se despide de su padre: -Adiós, papá. Contigo se va una parte de mi ser, las raíces de mi vida y de mi sangre-, son sus últimas palabras, ya que a los pocos segundos una pulcra sábana blanca que dejan caer sobre el cuerpo de Giuliano la desconecta de él para siempre. 15 DE NOVIEMBRE 2.002 El paso del tiempo es inexorable y varios días están de por medio desde que se efectuó el sepelio de Giuliano. Xaviera, -revitalizada un poco ante tanta congoja junta-, decide acudir con su sobrino hasta casa de Sivalter, en busca de ese macho que la hizo mujer para darle la más bella de las noticias. La madre del bodeguero es quien la recibe y con suma satisfacción le hace conocer que su hijo tomó otro camino lejos de ella. La ahora “señora de Sivalter”, -porque un hijo que lleva en sus entrañas le acredita ese título-, exclama: -¡No puede ser que mi amor se haya ido! Él no puede hacerme esto, yo debo decirle que...-. Laura, como es su costumbre, la interrumpe abruptamente: -No me interesa nada tuyo. Olvídate de mi hijo y de esta familia, déjanos en paz, o la próxima vez te enviaré al infierno-, sentencia Laura San Román, mostrándole una pequeña pistola que extrae de su cartera. -Está bien, señora. Si no desea darme su dirección, al menos hágale llegar esta carta porque sé que le interesará mucho conocer lo que allí expreso-, agrega Xaviera, haciendo entrega de la misiva que tal parece ha traído escrita con antelación. Laura, con semblante de pocos amigos y de muy mala manera toma el sobre, lo mira con acidez y responde: -Quiero que te quede claro algo que ya te lo he dicho muchas veces, Sivalter es demasiada arena para tu camino, ¿entiendes? Sólo porque antes de irse me pidió que te tratara bien acepto tomar esta carta y se la haré llegar, pero lo hago por él. Espero que esta sea la última vez que te apareces ante mi-, reafirma contundentemente la insolente matrona, adoptando en el dintel de la puerta una posición de enfrentamiento si es preciso. Xaviera coloca sutilmente las manos sobre su vientre como protegiendo a su bebé de aquellas malas vibras de la futura abuela, observa con recelo a su “suegra” y decide que es mejor marcharse. Laura ve alejarse a quien se negó a tener como nuera, da una mirada de reojo a lo que tiene en sus manos y expresa para si misma: -Si crees que con esto vas a destruir el destino de mi hijo, te equivocas, ramera. Tampoco me interesa lo que aquí menciones, seguramente, será porquería como lo es todo en tu vida. Por lo tanto, hoy mismo te sepulto, vagabunda-, enfatiza con mucha soberbia en sus palabras, rompiendo aquella misiva y lanzándola al bote de la basura; sin sopesar la gran verdad que aquella esquela hubiese significado en la vida de los Segura-San Román. Laura ingresa a su casa, pero el sentimiento de culpa remueve lo que aún le queda de conciencia, a tal punto que acude a la habitación de Sivalter, toma una foto que reposa en el buró de noche, lo besa, y dice: -Hice lo correcto, mi amor. Sigue feliz allá, que tú madre sabe lo que hace, ninguna loca volverá a lastimar tus sentimientos, eso lo juro-, finaliza la dama, respirando hondamente y apretando el retrato contra su pecho. En los alrededores del cerro que rodea Folkland, específicamente al cementerio viejo, arriba un taxi del cual se desembarca la tía Letty disfrazada de monja, ya que inocentemente piensa que con ese atuendo engañará a quien intente hacerle daño. Compra un ramo de flores, vigila hacia un lado y otro y decide proseguir a la tumba de su sobrina. Se persigna ante ella, deja doblar sus rodillas en señal de respeto, coloca el ramillete en la fría lápida y su tristeza contenida se desborda caudalosamente: -Aquí estoy, nuevamente a tu lado. Cuánta falta me haces, chiquita. Todas las mañanas pido a Dios que perdone todos los errores y pecados a tu alma y que brille para ti la luz perpetua-. Luego exclama: -¡Ay Amada!, te metiste a un juego peligroso y no supiste ganar. Esos asesinos no te dieron tregua, no comprendieron tú dolor, ni el mío, ni el de nadie. A ellos qué les interesa, y en ese quemeimportismo me dejaron sin ti. Te quiero, mi niña, si pudiera revivirte, si pudiera-, manifiesta totalmente acongojada. De pronto, la distinguida madame siente que no está sola. Escucha pasos y una fuerte respiración que se acercan presurosos, palpa que el peligro la acecha, no se atreve a mirar hacia atrás, piensa que su final también ha llegado y la única acción que realiza es rezar. Enseguida, una mano velluda cae pesadamente sobre su hombro derecho que la lleva a gritar: -¡Ayyy!-, y voltea rápidamente para comprobar que es el taxista, quien sorprendido por aquel chillido dice: -Lo siento. Disculpe si la asusté, pero acabo de ver un hombre escondido en aquel árbol que no deja de mirarla en forma sospechosa, entonces pensé que usted necesitaba ayuda. Parece ser un ladrón-. Letty responde, presumiendo de quien se puede tratar: -Sí, seguro es un ratero. Pero no se preocupe, ya me robó, y lo que más quería. Acto seguido pregunta: -¿Dónde está ese tipo?-. -No lo sé, estaba allí pero se esfumó. Realmente, era muy sospechoso-, agrega el chofer totalmente extrañado por aquella desaparición. El conductor del pequeño auto adopta una posición de estar en guardia argumentando: -¿Nos vamos, señora?-, mientras sus miradas vigilantes bailan de un lado hacia el otro del cementerio. -Si, vamos-, denota ella, y otorgando un último vistazo al panteón de Amada se dirige pausadamente hacia el carro. Letty aborda el automotor, baja la ventanilla y logra divisar al hombre que la vigila. Rápidamente lo reconoce, cómo no hacerlo si es el impostor que se atrevió a ingresar en la vida de Amada aquella vez; él también le devuelve la mirada, pero acompañada de una cínica y retorcida sonrisa. Ella sólo atina a elevar nuevamente el cristal de la puerta, pues está consciente que si quiere sobrevivir, hasta allí llegó su misión. Xaviera camina sin rumbo cierto manifestando incesantemente: -La historia volvió a repetirse, la historia volvió a repetirse-, a la vez que llora llamando a Paula y Giuliano. Completamente sola y con Christopher en brazos procede a sentarse en una fría banca del parque central. No sabe hacia dónde dirigirse, a su memoria llegan de golpe todos los recuerdos de lo que ha sido su vida, los sufrimientos, las alegrías, aquellos sinsabores y logros. Al acordarse de su melliza, la nostalgia vuelve a embargarla y decide acudir al cementerio que se encuentra cerca de allí. En aquel solitario y triste lugar coloca unas flores sobre el sagrado sitio, se arrodilla en el suave césped, sienta al niño en su regazo y descarga su yo emocional: -Mira, mi vida, -refiriéndose al bebé-, aquí está tu mamá. Prometo que siempre vendremos a visitarla porque ella bien lo merece.- Después de unos segundos exclama: -¡Ay hermana, cuánta falta me haces! Por qué nuestras vidas tuvieron que ser así. Esa abominable guerra destruyó nuestro destino, y no sólo a nosotros sino también a miles de familias. Me consuela el hecho de saber que ahora estás con papá; dile que no fue culpable de nada, dale ese mensaje que no alcancé a contarle. Paula, juro que cuidaré de mi sobrino y siempre haré que tu recuerdo esté presente en él. Hasta siempre, hermana,-. Xaviera busca afanosamente una tabla de salvación, siente que el mundo es demasiado grande en ese y en todos los instantes por venir. Abandona el sitio y sigue caminando hasta que, alzando su mirada, logra divisar la ventana del bufete de Rogelio Sandoval, su eterno enamorado. Pensando mezquinamente, aspira a que él se constituya en el pilar de apoyo al cual aferrarse; decide subir y se anuncia ante la secretaria, pero en aquel momento el famoso legista deja su oficina felizmente abrazado de una hermosa y escultural dama. Rogelio reconoce a su examor y se alista en abordarla: -Hola Xaviera, que gusto verte. Ven, te presento a mi novia, Adelina Muñoz-. La tía de Christopher siente como si un balde con agua helada hubiesen lanzado sobre su débil geografía humana. Disimulando no importarle la noticia de haber perdido ese lazo de amor, y con las pocas fuerzas que aún conserva, estrecha la mano de quien ahora considera su rival diciéndole: -Mucho gusto-. -Igualmente-, responde Adelina, -una guapa treintañera, de ojos pardos, tez bronceada, cabellos castaños y estampa de modelo. -¿Qué sorpresa? ¿Puedo saber qué haces en mi oficina, en qué puedo ayudarte?-, indaga aquel hombre que defendió gallardamente a Giuliano. Xaviera conociendo el terreno que pisa acota: -Pasaba por aquí y subí para agradecerte por lo que hiciste con papá. Sabes cuál es el vínculo que me ligaba a él, y digo me ligaba, porque murió hace pocos días como creo que te habrás enterado ya. Pero bueno…me retiro, no sin antes hacer una pregunta indiscreta: -¿En qué fecha es la boda?-. Adelina contesta feliz: -Aún no lo sabemos, pero creo que será dentro de dos meses-, puntualiza, mientras envuelve entre sus brazos cálidamente a Rogelio, quien mostrándose dichoso corresponde a ese afecto, al tiempo que aprovecha la ocasión para otorgarle el pésame a la visitante. -Gracias, sé que eres sincero. Felicidades, nuevamente, a los dos-, añade Xaviera, despidiéndose con un beso en la mejilla de cada personaje. En la iglesia central, el Padre Gregorio, -como todos los días-, sigue consolando a Socorro: -Tal parece que el destino se hubiera ensañado contigo, buena mujer. Lo único que puedo decirte es que no pierdas la fe, el Señor te ayudará a seguir adelante.- -Si, Padre, lo sé-, responde la sufrida sexagenaria añadiendo: -Ahora lo que más deseo es el perdón de mi hija. No me importa morir, ya he vivido lo suficiente, pero me dolería mucho irme sin las disculpas de Xaviera, porque ella es mi niña, mi pequeña-, subraya. A corta distancia del templo religioso, la amargada Xavi, -quien fue en busca de aquel hombre que una vez le ofreció su amor y ella rechazó-, continúa caminando. Sus pasos la han conducido nuevamente hasta el parque central, toma asiento y llorando exclama: -¡Qué sola me siento! ¡Cómo te extraño, mamá! ¡Cómo te extraño! Si supiera dónde estás-, y enseguida acota: -Hasta tú me abandonaste. Te quiero, mamá, claro que te perdono. Si volvieras a mí, todo sería distinto-, agrega observando su reloj muñequera, pero también a unos malhechores que merodean cerca suyo, por lo que decide apartarse precipitadamente de allí. Ante tales circunstancias, la futura madre recuerda que sólo tiene un refugio donde nadie podrá echarla y quizás allí encuentre la paz interior que tanto necesita, por lo que pensando en voz alta manifiesta: -El Padre Gregorio. Sí, quien más, sino él-, y en forma apresurada dirige los pasos hacia la basílica. Al arribar a la misma, el sacerdote acoge como siempre con mucho cariño a dicha feligrés, a la que vio crecer hace muchos años. Xaviera se abraza implorándole: -Por favor, Padre, abráceme fuerte, muy fuerte. Deme las esperanzas que necesito para no quebrarme ahora mismo porque debo seguir por Christopher y mi futuro bebé-. -Pero, ¿Qué dices, hija? ¿Cuál bebé?-, inquiere el religioso. -Estoy embarazada de Sivalter, hace poco acabo de enterarme. Fui a buscarlo, pero él se marchó de Folkland. Se da cuenta, Padre, la historia vuelve a repetirse, igual que papá y mamá hace muchísimos años. Me siento tan sola, ayúdeme, por favor-, demanda la futura madre, al tiempo que el representante de Dios en la tierra no sabe cómo ocultar y disimular la presencia de Socorro. Pero Xaviera no es tonta, y como mujer hace uso de su sexto sentido, por lo que intuye, siente, percibe, que algo no está bien en aquella casa bendita ni en su párroco. Socorro ha escuchado la voz de su hija y rompe en llanto contenido de alegría, está consciente que sólo una pared las separa de la felicidad. Sus primeros impulsos le gritan que debe salir al encuentro, pero luego se refrena y busca esconderse detrás de las gruesas cortinas de la sacristía por si ingresa la muchacha. En la parte exterior, Xaviera realiza una propuesta: -Padre, si no es molestia podemos ir a su oficina, allí hablaremos con más calma-. -No, allí no. Mejor quedémonos aquí, creo que es lo correcto, aquel lugar está desordenado y un poco polvoso, no es un buen ambiente para el niño-, asegura un tanto sobresaltado el presbítero, mientras mira la imagen de Jesucristo y mentalmente pide perdón por la mentirilla. -Insisto, a usted lo noto raro, como si me ocultara algo, ¿me equivoco?-, asevera Xavi, cubriendo al bebé con un pañal que extrae del bolso porque el sueño ya le ha ganado la partida. -Vuelvo a repetirte que son ideas tuyas. Ven, vamos a conversar-, anuncia la autoridad mientras se acomodan en los fríos asientos de madera. En aquel momento, el religioso ya no puede más y expresa a la joven madre: -Hija, no tienes por qué sentirte sola. Dios está contigo y alguien más también, por favor, voltéate y comprobarás lo que digo-. Xaviera se incorpora y al mirar hacia atrás escucha una voz que dice: -Yo también estoy sola y te necesito, juntas podremos sobrellevar un solo dolor. Me permites entrar en tú vida nuevamente y besar a mi nieto-, asevera Socorro, quien ha decidido hacerse presente y cerca del altar extiende sus brazos llenos de amor esperando a su retoño. Xaviera titubea, su orgullo y soberbia la detienen, pero luego manda al diablo esos nefastos sentimientos y corre hacia su madre exclamando: -¡Mamá, no me dejes otra vez!, ¡Por favor, no me dejes otra vez! Te necesito tanto, porque aún soy la pequeña que no puede vivir sin ti-, suplica sollozando como niña de escuela en su primer día de clases. Ambas se entremezclan en el más sublime y emotivo de los encuentros, a la vez que el Padre Gregorio otorga gracias a Dios por aquel maravilloso acto de amor. Xaviera dobla rodillas ante la imagen del Todopoderoso como signo de agradecimiento expresando a Socorro: -No tengo nada que disculparte. Si eres esa madre que siempre estuvo allí, la que Paula y yo amamos tanto. Fui una estúpida si en algún momento me atreví a condenarte, pero hoy tengo la inmensa fortuna de haberte reencontrado-. Los dos personajes del género femenino abandonan el recinto de Dios dirigiéndose hacia su hogar de siempre, pero ahora con la firme convicción de no separarse jamás, al menos hasta que el cáncer se interponga entre ellas. 16 DE NOVIEMBRE 2.002 Xaviera ha decidido que es hora de conocer mucho más sobre aquellos genes que corren por sus venas porque así se lo demanda interiormente su cuerpo. Socorro ya se ha incorporado al trajín diario, pero su semblante se muestra pálido, al mismo tiempo que saluda con un beso en la mejilla a su hija putativa. Ésta corresponde de igual manera con aquel gesto, luego la abraza y conduciéndola hasta la sala aprovecha la ocasión para interrogarla: -Mamá, cuéntame, ¿cómo se te ocurrió ponernos esos nombres a Paula y a mí?-. -Es una larga historia-, responde Socorro mientras continúa: -Amé mucho a un hombre que conocí en un baile. Era alto, fornido, simpático, sin llegar a ser hermoso. Me uní a él, pero no logré casarme porque la guerra no dio tiempo para ello; con él descubrí el amor, la pasión, la vida misma. Un buen día, él se fue al llamado de la Patria y me quedé sola, así como me había llegado el amor de un solo golpe, también lo perdí, y al poco tiempo descubrí que no podía tener hijos-, denota, a la vez que acomoda con su mano derecha la blanca pijama que lleva puesta y aprovecha en acariciar el rostro de Xaviera. Ésta la incita a proseguir: -Siempre fui una hoja seca, pero nunca me amargué ni quise ser vengativa por eso. En mi corazón no se albergaron jamás esos sentimientos, porque Dios, la vida, llámalo como quieras, me premió con dos niñas preciosas que Flordeliz no podía atender; a Paula le puse ese nombre por el recuerdo de mi madre que así se llamaba, en cuanto a ti me decidí por nombrarte Xaviera en honor a ese hombre al que tanto amé, mi único y gran amor, Javier Roldán-. La joven señora indaga: -¿Por qué a mi ese nombre y no a Paula, mamá?-. -Porque a pesar de no ser su hija biológica, desde que te vi supe que serías como él: aguerrida, de carácter y temple, de esas que al nacer lloran muy poco, casi nada. Cuando te estirabas lo hacías con determinación y mucha rigidez, lo que no ocurría con Paula, quien era más sensible, parecía de cristal. Pienso que cuando te puse el nombre también te transmití la poderosa energía que Javier emanaba, aunque al inscribirte en el Registro Civil, el empleado se equivocó y anotó el nombre con X, pero decidí dejarlo así porque ya no quería más problemas. Esa es mi verdad, hija, ¿quieres saber algo más?-, interroga Socorro secando unas pequeñas lágrimas que no puede evitar. Xaviera acaricia con amor los hombros de su anciana querendona, besa muchas veces la frente de su madre agregando: -Mamá, cuán valerosa has sido. Hacerte cargo de dos niñas que no eran tuyas, y de una mujer que mentalmente estaba mal, fue un sacrificio muy grande. ¿Cómo te conociste con mamá?-. Socorro piensa por unos segundos tratando de ordenar sus ideas, como si recordar le fuese bastante difícil ya. Respira profundamente y enuncia: -Una noche estando de guardia en el hospital, de pronto, llegaron varios heridos en muy mal estado. Dicen que habían sobrevivido con suerte a un ataque enemigo, entre ellos estaba Flordeliz con su embarazo a cuestas. Se mostraba con su mente y miradas perdidas, yo la atendí y así fue como me hice cargo de todas ustedes con el paso de los meses-, expresa. Luego sigue acotando: Como tenía mis ahorros de varios años de trabajo, y Javier me había dejado “algunos dolaritos” logré salir adelante. No podía dejar sola a tu mamá, jamás me lo hubiera perdonado, porque de cierta manera me dio la razón de vivir que eran sus dos niñas; por eso nunca las separé de su madre, te consta que crecieron junto a ella. Por lo demás, esta casita la heredé de mis padres y tener un techo ya era bastante, en cuanto a la comida, pues esa la conseguía de la única forma que sabía: trabajando como enfermera-. Xaviera interrumpe: -¿Qué pasó con Javier Roldán, tu gran amor?-, a la vez que se acomoda mejor en el viejo y descolorido butacón porque le interesa la respuesta que está por venir, mientras reposa la barbilla sobre su mano derecha. La madre de crianza contesta: -Pregúntaselo a la guerra, ella me lo quitó. Nunca más supe de él, pienso que murió, porque si viviera me hubiera buscado aunque sea debajo de las piedras, de eso estoy totalmente segura. Tengo guardada su última carta que en algún momento te la enseñaré-. Su interlocutora indaga como siempre: -¿Puedes mostrármela ahora?-. -No, no me pidas eso porque me echaría a llorar. Otro día, quizás, otro día-, afirma Socorro, sobando su seno con disimulo para que no se percate sobre la enfermedad que está minando su existencia. La guapa madre soltera añade finalmente: -Está bien, mamá. No te sientas presionada, cuando lo creas conveniente me la muestras. Sabes, mami, después de todo me gusta mi nombre: Xaviera Rivera, suena bien y va de acuerdo con mi personalidad. Además, no es común-, sentencia con aires de orgullo acomodando los almohadones en su sitio dentro de la butaca. De inmediato, realiza una última pregunta: -Mamá, ¿por qué Paula si llevaba el apellido Montiel y yo no?-. Socorro pasa a contestar pausadamente, pero deja notar en sus gestos que ya le molesta tanto cuestionamiento, es que su salud le está ganando la batalla por lo que hace hincapié: -Hija, es la última pregunta que te respondo. Me siento cansada y quiero irme a recostar, ¿de acuerdo?-. -De acuerdo-, se resigna en admitir la mujer de Sivalter. Socorro relata: -Lo que ocurrió es que meses después encontré dentro del cofre de Flordeliz su acta de matrimonio, entonces me acerqué al Registro Civil y eso bastó para que Paula lleve el apellido Montiel. Lógicamente, a ti no podía inscribirte otra vez porque ya te había puesto mi apellido, además, no me convenía-. -¿Satisfecha?, pregunta sin ganas la sexagenaria, mientras sigue sobando su seno, y extrañamente, Xaviera no se percata de eso. -Si, mamá, satisfecha-, responde la futura madre, aunque intuye que algo oculta pero no se atreve a cuestionarla otra vez. Minutos siguientes, “la joven señora de los cabellos negro-azabache” se dirige a la cocina y prepara el desayuno con una alegría desbordante. Empieza a tararear una canción de moda y entona otras melodías que llenan el ambiente de una energía positiva. De pronto, toda esa jovialidad de la que hace gala se esfuma realizando un comentario a la sufrida anciana: -Mamá, después de todo lo que ha ocurrido en nuestras vidas, me había olvidado de un ser que también es muy importante: mi verdadera madre. Necesito ir a visitarla, tengo tanto que decirle-. -Como no, hija, estás en todo tú derecho. Ve, visítala, dale muchos cariños de mi parte, dile que siempre la he querido y que jamás le robé nada-, expresa Socorro, dirigiéndose a la habitación en busca de su cama, ya que el cansancio ha hecho presa de su débil cuerpo. Xaviera se atavía de forma elegante porque quiere que su progenitora biológica la vea hermosa como es ella. Polvorea su faz, tintura los labios, peina su cabello y sale al encuentro con el ser que la llevó nueve meses en su vientre. Después de unos diez minutos de recorrido llega a lo que ya se conoce como el “nosocomio improvisado” del hospital general. Ante su visión irrumpe Flordeliz sentada en una mecedora donde parece estar feliz, con sus pies descalzos se otorga el propio vuelo mientras sonríe observando el vaivén de la silla. Xaviera se acerca, hinca sus rodillas, detiene aquel objeto en movimiento, y dirigiéndose verbalmente a la infeliz mujer expresa: -Hola, mamá. Soy Xaviera, tú hija, la que siempre sintió un cariño muy intenso por ti cuando éramos vecinas, sin saber que corría la misma sangre por nuestras venas-. La desorbitada señora la observa detenidamente, acaricia el rostro de su amiga repitiendo en forma insistente: -Xaviera, Xaviera-, y luego calla. Después de realizar ese pausado silencio vuelve a decir: -Te pareces a mamá. Sí, a mamá-, indica, recorriendo con sus dedos cada una de las facciones de su segunda hija. Xaviera acaricia los plateados cabellos de Flordeliz, besa su frente e indaga con inocencia: -Mami, ¿te acuerdas de tú hija Paula?-. Flordeliz sólo repite: -Paula, Paula-. Súbitamente, pequeños chispazos de lucidez se hacen presentes en su memoria comenzando a narrar: -Sabe, señorita. Me voy a casar con un marino muy guapo y vamos a tener dos patitos. Sí, sí, sí, ya estoy vestida de blanco entero, míreme. Pero ¿y mi marino? No aparece, no lo veo. ¿Usted sabe dónde está, señorita? No lo veo-, desvaría en un letargo que desgarra hasta el corazón más duro. Y enseguida cae nuevamente en lo más profundo de su demencia señalando: -Yo soy la reina de las batallas. Sí, he peleado en muchas de ellas, por eso el Rey de las Caballerizas me pidió en casamiento. Pero, aquí entre nosotras, - mientras realiza el ademán de contarle un secreto al oído-, no lo quiero, me gusta el marino-, anuncia con insistencia. Luego de unos segundos, su aspecto se torna furioso, y en un arrebato de alucinaciones, Flordeliz imagina que frente a ella tiene a su madre por lo que la llena de cuestionamientos: -Pero, ¿por qué te opones, por qué no lo quieres? ¡Ahhh, ya sé!, es que te confundes, mamá. Pero no debes hacerlo, Sebastián es el que tiene los dientes pequeños, el otro no, ese tiene dientes grandes, no me gusta-, concluye la señora de los cincuenta años. Sin lugar a duda, Xaviera se percata que su progenitora sabía de la existencia de los mellizos, e ingenuamente se lo pregunta abrigando la esperanza de que le responda con raciocinio: -Mamá, ¿conociste a Santos? Te dice algo ese nombre: Santos Montiel-. Flordeliz se muestra pensativa. Luego repite y repite hablando en tiempo presente: -Santos, Santos, Santos. ¡Ah sí!, es el señor que me vende las flores en el mercado, muy atento, pero feo. También me enamora, pero nadie me alejará del marino-, se reafirma la aún guapa señora. Inesperadamente, el ambiente pone nerviosa, enojada y tensa a la demente mujer que al seguir confundiéndola con su madre agrega: -Eres mala. No quieres que me case, pero yo tengo dos patitos, ¿dónde están mis patitos?-, pregunta con insistencia, a la vez que se aparta de su primogénita. La intempestiva presencia de la enfermera rompe aquel contacto maternal. La profesional del cateterismo expresa a la visitante que su estadía ha terminado porque la paciente se está tornando violenta y eso no es conveniente; Xaviera comprende la situación y solicita de favor que la deje despedirse, a lo que dicha asistente del hospital accede pero bajo su vigilancia. La chica de los cabellos negrísimos y rizados abraza a Flordeliz, ésta primeramente se rehúsa, pero luego se deja llevar, parece reconocer el calor que proporcionan los brazos de una hija, porque a pesar de su demencia siente cómo la sangre llama, claro que llama. Su segundo retoño se despide: -Hasta pronto, mamá. No te digo adiós porque siempre regresaré a visitarte, prometo que te sacaré de este lugar muy pronto. Te dejo mi bendición, mamita, sé que Paula y mi padre también te están cuidando desde donde ellos se encuentren-, agrega secando sus lágrimas. En forma instintiva, el semblante y la actitud de Flordeliz cambian rápidamente volviéndose más amorosa. Xaviera se concibe la mujer más dichosa mientras prosigue: -Mamá, si la guerra no hubiese destruido esta familia, cuán felices hubiéramos sido, cuán felices-, concluye. La enfermera conduce a la paciente hacia su habitación por un largo y frío pasillo, Xaviera la observa alejarse hasta el final. De pronto, su madre se voltea para regalarle a su hija el más bello beso volado que jamás ha recibido. El astro rey se hace presente sobre la piel de esta ciudad recordándoles que la humedad viene detrás para calcinarlos con su calor. Xaviera regresa a casa y emprende los pasos hacia la cocina en busca de preparar un delicioso almuerzo. Socorro aún duerme a pierna suelta, ocasión que la madre soltera aprovecha para recapitular en todas las verdades de las que se ha enterado poco a poco. Cuando está sumida en ese profundo pensamiento suena el timbre. Ella se sorprende porque está segura que no espera a nadie, acude apresurada hasta el espejo de la sala en busca de arreglar su vestimenta y retocar el cabello. Sólo después de sentirse muy bien puesta procede en abrir para llevarse la más estremecedora de las sorpresas exclamando: -¡Papá!-. El hombre que está bajo el dintel de aquella puerta manifiesta sorprendido: -Buenas tardes, creo que me confundió con su papá, lo cual es un halago para mí al imaginarme que poseo una hija tan hermosa-. Segundos después de mutuas y atrayentes miradas, aquel atractivo caballero inquiere: -Perdone, ¿vive aquí el señor Sebastián Montiel? Quiero verlo, dígale que soy Santos, su hermano-, afirma este ser que por unos instantes ha deslumbrado a Xaviera. -Mucho gusto, señor-, expresa la dama, refrenando sus ganas de abrazar a ese tipo que le recuerda tanto a Giuliano. En su interior piensa: -¡Dios mío!, es idéntico a papá. Y pensar que por tú culpa sucedió todo lo que sucedió-, reflexiona, sintiendo que nuevamente renacen los sentimientos de ese rencor que ya había apagado en su corazón. Ella se apresura en aclarar las cosas: -Perdón, lo confundí con mi padre, no por su parecido físico, sino porque acaba de llamarme y viene en unos minutos, pensé que era él quien tocaba-. Santos indaga: -¿Qué le pasa, señorita? Me mira de una forma muy rara. ¿Sucede algo?-. -No, nada. Vuelvo a repetirle que usted me recordó a esa persona tan especial-, subraya la Rivera. Xaviera lanza un furtivo vistazo de cabeza a pie a su tío, y de inmediato repara en que se trata de un contumaz mujeriego, incapaz de amar a nadie en serio. Luego lo aborda con una pregunta: -¿Quién le dio esta dirección, puedo saberlo?-. -Fue Casandra, la vieja ama de llaves que mi hermano tiene en Italia. Hace más de dos meses él le escribió una carta donde menciona estos datos, llevo mucho tiempo sin verlo. Pero –a propósito-, ¿dónde está él?-, interroga el turista. Xaviera percibe que Santos no sabe absolutamente nada de lo ocurrido con Giuliano. También siente que no la reconoce como su sobrina, entonces toma la más implacable de las decisiones: -El señor Sebastián Montiel vivió aquí pero se marchó hace dos semanas. Dijo que regresaría a Italia y no hemos sabido más de él-, concluye la hermana de Paula, con suma suspicacia disfrazada de amabilidad. Santos, un tanto incrédulo, indica: -¿Qué raro? ¿Sebastián regresó a Italia? Estoy seguro que Casandra me lo hubiera dicho-, acota. -Así ocurrieron las cosas, no tengo porque mentirle-, asegura Xaviera con total convicción. En aquel difícil momento, Christopher rompe en llanto dentro del coche que está a un costado de la sala. La dueña de casa se apresura a tomarlo en brazos y su nerviosismo se hace evidente; Santos observa fijamente a ese bebé, parece como si la sangre le enviara un mensaje. El visitante le sonríe y con sus dedos realiza ciertos jugueteos que el niño responde con una suave sonrisa. Él intenta cargar al pequeño, pero la tía reacciona: -No, lo siento. El bebé no se da con nadie, sólo conmigo-. Santos extrae del bolsillo de su pantalón un papel que contiene algunos datos y se lo entrega a su desconocida sobrina diciendo: -Estaré en este hotel por tres semanas. Por favor, si conoce algo de Sebastián, avíseme pronto, ¿de acuerdo?-. -De acuerdo-, responde ella, mientras Christopher sigue sonriéndole al ilustre desconocido ajeno a todo el destino que tiene a cuestas. Antes de marcharse, Santos, -quien viste inmaculadamente de terno color blanco, barba rasurada, grandes dientes y peinado engominado-, inquiere: -Disculpe, ¿usted significa algo en la vida de Sebastián? ¿Acaso es su amiga, o su a...?.- -Cuidado con lo que va a decir, señor, no me ofenda. Sólo fui la vecina de su hermano-, se apresura en responder Xaviera, pero ya su actitud altiva y rebelde se ha puesto de manifiesto, a tal punto que Santos lo percibe y sólo se atreve a realizar un último comentario: -¡Qué hermosa criatura! ¿Es su hijo?-. La dura prueba de fuego ha llegado para Xaviera. Siente como si fuera a desfallecer, jamás había estado frente a una pregunta tan difícil de responder; sus piernas tambalean y un frío sudor fluye por todo el organismo. A su memoria llega el recuerdo de Paula, de Giuliano, de Flordeliz, de todos aquellos seres que fueron alcanzados por el estigma de ese aciago conflicto bélico, entonces recapitula mentalmente para sí diciendo: -Ahora comprendo que papá decía la verdad. Él nunca se acostó con Paula, quien acudió a la cita de amor aquella noche en la isla de Cerdeña, fuiste tú, desgraciado. Claro, por esa razón nunca entendimos por qué la carencia de barba y los dientes grandes entre uno y otro, el peinado diferente, su gusto por fumar, y tantas otras cosas que abrían un abismo entre ambos-. El recién llegado, al notar que la dueña de esa casa está en el limbo sin responderle, vuelve a inquirir: -¿Este hermoso niño es su hijo, verdad? La mujer de Sivalter no se amilana, nunca lo ha hecho ni lo hará, es más astuta que un gato y tan pura como una paloma cuando se lo propone. Balbucea silenciosamente unas palabras como pidiendo perdón a Paula, respira profundo, acomoda mejor a Christopher entre sus brazos y con voz firme decide responder a su tío: -Usted lo ha dicho, señor. Es mi hijo…sólo mío-. Dichas estas palabras, Xaviera siente como si unas ocultas miradas estuvieran vigilando su hogar y eso la conduce a preguntarse: -¿Será Sivalter, que finalmente, no se embarcó?, ¿Es el espíritu de Giuliano y Paula?, o ¿El malvado General McGregor me está vigilando?-, por lo que procede a gritar furiosa ante el asombro de Santos: -¿Quién tiene la osadía de espiar a Xaviera?, ¿Quién?-. Es la interrogante que flota en el ambiente buscando una respuesta. Sorpresivamente, se escucha una voz sonora acompañada por un suave movimiento de manos sobre un cuerpo diciendo: -Despierta, Xaviera, despierta-. Se trata de Paula que, sin cesar, pronuncia dichas palabras. La chiquilla de la frondosa melena negro-azabache se niega a volver al mundo real. Su semblante nos dice que se encuentra dichosa imbuida en un profundo sueño. Paula insiste con fuerza: -¡No seas vaga, levántate ya!-. Xavi abre sus grandes y bellos ojos, se despereza con sutil gracia como gata en celo tratando de no hacer rechinar la cama de madera. Luego incorpora tan sólo media anatomía sobre el colchón y limpiando sus legañas indaga: -¿Por qué me despertaste? Paula responde: -Estabas muy alterada, gritaste sin control algo que no entendí y tú corazón palpitaba a mil, me asusté pensando que morirías. Además, hoy es domingo, debes acompañarme al mercado y ayudar a limpiar la casa. Xaviera abraza desesperada y con fuerza a “su amiga”, mientras la atiborra de besos por todo su rostro exclamando emocionada: -¡No estás muerta. No estás muerta!-, a la vez que dobla rodillas dando gracias a la Divinidad. Paula no entiende el proceder de su vecina, tan sólo se deja llevar por las acciones. Su compañera de años se calma, desenreda un poco su cabello y se dirige al baño sin decir palabra. Es el momento en que “su íntima” repregunta: -Tengo una duda: ¿soñabas o delirabas? Desde aquel excusado donde los pudores del ser humano pueden dar rienda suelta al desenfreno, Xaviera responde: -Yo me entiendo-, para luego agregar: -Creo que soñaba. Pero al mismo tiempo todo aquello se convertía en delirio, en despropósito, en cosas inverosímiles-, acota, saliendo del aposento y cerrando con tanta fuerza la puerta que asusta a “su ñaña”. Enseguida rodea con su brazo derecho el hombro de “su íntima” diciéndole: -Ven a mi lado, voy a contártelo todo-. Paula aterriza las blancas zapatillas sobre el piso dejando caer su esbeltez en las cobijas usadas hace poco por Xaviera. Esta última comienza su narración en un ambiente desordenado que huele a polvo, y tan sólo adornado con el color de un bello girasol que da hacia la ventana de la calle: -Soñaba que las dos viajábamos al viejo continente. En un navío conoces a un hombre llamado…llamado…!ay, no me acuerdo!, creo que Giuliano, si, Giuliano(…) Mientras aquel relato se lleva a efecto, afuera en las calles se escucha el rugir de los rumores anunciándole a la población de Folkland, sin sueños ni devaneos, que el país del Tío Sam ha incursionado en una nueva guerra, y por ende, el reclutamiento nuevamente se avecina en “la ciudad que no tiene copia” (The city does not have comparison).