ISSN: 0514-7336

EL DE : CONSIDERACIONES SOBRE SU INTERPRETACIÓN

The verraco -sculpture ofYecL· de Yeltes: considerations about his interpretation

Ricardo MARTIN VALLS* y Pedro Luis PÉREZ GÓMEZ**. * Departamento de Prehistoria, Historia Antigua y Arqueología. Universidad de ** Arqueólogo

Fecha de aceptación de la versión definitiva: 18-02-04

BIBLID [0514-7336 (2004) 57; 283-301]

RESUMEN: Se presenta en este trabajo una escultura de verraco, hallada durante los trabajos de acondi­ cionamiento del entorno del castro salmantino de Yecla de Yeltes, concretamente en las cercanías del lienzo septentrional de la muralla. El hecho de que el descubrimiento tuviera lugar en un cierto contexto arqueo­ lógico, matizado por la excavación que se hizo con posterioridad, da pie a plantear de nuevo la problemá­ tica sobre la finalidad y cronología de estas esculturas zoomorfas mesetefias. Palabras clave: Edad del Hierro. Romanización. Península Ibérica. Meseta. Castros. .

ABSTRACT: This paper presents a ferrate-sculpture, found in the hillfort of Yecla de Yeltes during the works to prepare the area next to the northern stretch of the wall. As the find had approximately an archaeological context, later variegated for excavation labours, it is possible to state again the purpose and chronology of these zoomorphic sculptures of the Iberian Northern Plateau. Key words: Iron Age. Romanization. . Iberian Northern Plateau. Hillforts. Zoomor­ phic sculptures.

En las dos últimas décadas, el castro sal­ remodelación de las fincas, consecuencia de la mantino de Yecla la Vieja o del Lugar Viejo, concentración parcelaria, propiciando el que situado en el término municipal de Yecla de Yel­ tanto el castro como su entorno hayan pasado tes, ha sido objeto de importantes trabajos de a propiedad pública, lo que permitirá de ahora limpieza y consolidación, centrados fundamen­ en adelante una intervención en el mismo sin talmente en la recuperación del paramento ningún tipo de trabas1. exterior de la muralla. El resultado no ha podi­ Así las cosas, durante la primavera de 1999 do ser más espectacular: la muralla, notable­ se decidió —no sin amplia discusión, porque al mente bien conservada, puede seguirse en todo fin y al cabo se iba a alterar el paisaje consolida­ su perímetro; a las tres conocidas, una do de los últimos siglos— la eliminación de las de ellas dudosa, se han incorporado dos más y cercas que cerraban los cortinos situados entre la se han localizado también las barreras de pie­ ermita de Santiago, extramuros, y la entrada dras hincadas, densas y aún inhiestas en las inmediaciones de la entrada principal, la que 1 Un breve comentario sobre la la restauración se abre a septentrión. Tales trabajos se han visto del castro puede verse en Martín Valls y Benet, 1997: complementados, en su última fase, por la 116-118.

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principal del castro, precisamente en la zona donde afloraban las barreras de piedras hincadas y se localizaba la necrópolis tardorromana. Fue en el transcurso de estos trabajos, cuando se tuvo la suerte de encontrar la pre­ ciosa escultura zoomorfa que es obje­ to de estas líneas.

Circunstancias del hallazgo y des­ cripción de la escultura

El hallazgo se produjo, concreta­ mente, al limpiar la pared de un cor- tino situado a unos cincuenta metros del paramento septentrional de la muralla, entre la entrada principal y otra, de menor importancia, que se abre un poco más al sur. La escultu­ ra se encontraba invertida, aprisiona­ da por el muro en uno de sus costados y encajada en otra pared de mayor consistencia, que apareció durante los trabajos de extracción, dándose la circunstancia de que esta última no está absolutamente alinea­ da con el muro mencionado. Es evi­ dente, pues, que la pieza se había FlG. 1. Plano del castro de Yecla de Yeltes y situación del verraco. y- reutilizado en la construcción de esa pared, cuya cronología no ha podi­ do establecerse, aunque haya que pensar en una fecha relativamente antigua, cuando estas escul­ turas no se valoraban en absoluto2. Se trata de un jabalí, esculpido en granito, que mide 1,37 m de longitud, 1,06 de altura y 0,39 de anchura. Como suele ser norma, la efi­ gie del animal y su peana o plinto están labrados en un único bloque de piedra, destacando, en una inicial aproximación, el esmero con que se ha realizado la primera y la notable tosquedad de la segunda. También en nuestro caso, siguiendo la costumbre general, las patas aparecen unidas dos a dos, dejando un espacio calado entre el

2 El verraco fue trasladado al "Aula Arqueológica" de Yecla de Yeltes. Agradecemos a Nicolás Benet, arqueó­ logo territorial, sus gestiones para la posterior realización FlG. 2. Dibujo del verraco. de excavaciones arqueológicas en el lugar del hallazgo.

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por una profunda incisión, al igual que los orificios nasales. Las paletillas y los cuartos traseros se acusan mediante cierto volumen. Otros elementos anatómi­ cos, como la espina dorsal, el rabo, el ano y los órga­ nos genitales aparecen en relieve y con bastante deta­ lle. Las patas, en cambio, se han labrado de manera es­ quemática; sin embargo, las delanteras se muestran avan­ zadas y las traseras ostentan los corvejones. El plinto, como ya indicamos, es muy tosco, dando la impresión que se talló para permane­ cer enterrado.

Otros hallazgos significativos

En el transcurso de los mismos trabajos que permi­ tieron encontrar el verraco, se hallaron quince estelas completas o fragmentos, dato que no podremos ig­ norar a la hora de establecer la finalidad de la escultura e incluso su encuadre crono­ lógico. También se habían reutilizado como material de construcción en las cer­ cas de los cortinos y todas ellas presentaban las mismas características que las defi­ nen como pertenecientes a la necrópolis altoimperial FlG. 3. Vistas del verraco. del castro. Sería ocioso estu­ diarlas todas, por lo que vamos a referirnos a las más vientre del animal y el plinto. La cabeza, perfec­ significativas, bien por su estado de conservación, tamente individualizada del cuerpo, se ha tallado bien porque ostentan epígrafes relevantes. con todo esmero, destacándose las orejas, el hoci­ 1. Estela de granito, fragmentada en su costa­ co y los colmillos en relieve, mientras que los ojos do izquierdo y por la parte inferior. Mide actual­ se representan por un círculo y la boca se marca mente 0,79 m de longitud, 0,28 de anchura y

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0,16 de grueso. En la cabecera aparece la rueda, Línea 4: Abreviaturas de F(ilia) y ANN (orum). de seis radios curvos dextrorsos; debajo, dos Línea 5: La edad no puede suplirse con cer­ escuadras, rebajadas en la piedra, rematados sus teza, pues cabría suponer LXX o XXX. Abrevia­ brazos en corte recto. El pie ha desaparecido por turas de HI(c) S(ita). completo. El epitafio, que se desarrolla en cartel Línea 6: Abreviaturas deT(ibi) T(erra) L(evis). rectangular derecho, rebajado en la piedra, de Por la distribución de las letras, espaciadas y sepa­ 0,29 m por 0,20?, consta de seis líneas de escri­ radas por puntos, no parece problable la existen­ tura. Las letras son capitales dibujadas, midien­ cia de [S(it)], al comienzo. do 4 cm de altura, salvo en la tercera línea que El texto desarrollado dice: [D]obitei/na oscilan entre 4 y 4,5. Los puntos son circulares. Ma/[g]iloni/[sJ f(ilia) ann(orum) I [ JXX hi(c) El epígrafe dice: s(ita) I t(ibi) t(erra) l(evis). El nombre de la difunta, Dobiteina, es indí­ gena y conocido, documentándose en escasos lugares de la y curiosamente bajo esa forma y como Doviteina en la vecina localidad de Hinojosa de Duero3. El patronímico, Maguo, también indígena, es más frecuente, compare­ ciendo varias veces en la propia Yecla y distribu­ yéndose por la Lusitania oriental y Asturia4. 2. Estela de granito, fragmentada en su parte inferior. Mide actualmente 0,79 m de longitud, 0,32 de anchura y 0,14 de grueso. La cabecera aparece enmarcada por una línea, dentro de la cual se encuentran la rueda, de seis radios cur­ vos sinistrorsos, y el par de escuadras, rebajadas en la piedra y terminadas en cuernecillos. El pie, fragmentado, conserva en su lado derecho la parte alta de dos estrías rematadas en arco. El epitafio, que se desarrolla en cartel prácticamen­ te cuadrado, de 0,22 m por 0,23, tiene cinco líneas de escritura. Las letras son capitales dibu­ jadas, decreciendo en altura de arriba abajo: 3 cm en las dos primeras líneas, 3,5 en la tercera y 2,5 en las dos últimas. El epígrafe dice:

DMS FVSCVS FIPvMI AN XXX H STTLXV

FiG. 4. Estela n.° 1. 3 Plomar Lapesa, 1957: 69; Alberto Firmat, 1964: 244; Untermann, 1965: 106-107; Albertos Firmat, 1966: [DJOBITEI 106 (mapa); Albertos Firmat, 1985: 282-283; Abascal ΝΑΜΑ Palazón, 1994: 345 y 347-348. [GJILONI 4 Palomar Lapesa, 1957: 82; Albertos Firmat, [S] F ANN 1965: 110-111; Untermann, 1965: 131-132; Albertos Firmat, 1966: 143; Albertos Firmat, 1972: 298; Alber­ XX HI S tos Firmat, 1985: 286-287; Abascal Palazón, 1994: T-T-L 409-410.

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FIG. 5. Estela η." 2. FiG. 6. Estela n.° 3-

Línea 1: Abreviaturas de D(iis) M(anibus) en Yecla se documenta Firmo, perteneciente a la S(acrum). misma familia onomástica7. Línea 4: Abreviatura de AN(norum). La 3. Estela doble de granito, tal vez completa, edad se halla repartida en esta línea y la siguien­ aunque es posible que le falte parte del pie. Mide te, es decir, XXX/XV. 0,82 m de longitud, 0,46 de anchura y 0,15 de Línea 5: Abreviaturas de H(ic) S(itus) T(ibi) grueso. Se trata de dos piezas gemelas, labradas T(erra) L(evis). en un mismo bloque, cuyas cabeceras se nos El desarrollo del texto es el siguiente: D(iis) muestran independientes no sólo por la separa­ M(anibus) s(acrum) I Fuscus I Firmi I an(norum) ción que existe en la parte superior, sino tam­ XXXXVI h(ic) s(itus) t(ibi) t(erra) l(evis). bién por la falta de simetría. En éstas aparecen EL nombre del difunto, Fuscus, y el patroní­ sendas ruedas, de siete radios curvos dextrorsos, mico, Firmus, son dos cognomina latinos amplia­ la de la izquierda, y seis, la de la derecha. Los mente conocidos. El primero es muy frecuente, epitafios, de cuatro líneas de escritura cada uno, constatándose un centenar de testimonios en se desarrollan en sendos carteles derechos, reba­ Hispania5. Con respecto al segundo, hay señalar jados en la piedra, que miden 0,22 m por 0,16, que tiene menor incidencia6 y, sobre todo, que el de la parte izquierda, y 0,21 m por 0,14, el de la derecha. Las letras son capitales dibujadas,

5 Abascal Palazón, 1994: 375-377. 7 6 Abascal Palazón, 1994: 364-365. Martín Valls, 1982: 187.

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de alturas diversas según los renglones: 4 cm en y forma en que aparecen los nombres—, lo que la primera línea de ambas inscripciones y 3, 4, nos indica que se labraron durante un periodo 5,5 / 4, 4,5, 4 en las restantes, respectivamente. muy concreto y relativamente breve de la vida La lectura de los epígrafes es como sigue: del castro. Sabemos que a comienzos del siglo I, concretamente en el año 6 d. de J. C, se colocó DMS D MS aquí o muy cerca de aquí un término augustal10, CVNT FELIC prueba evidente del avance de la romanización IRA AN ISIMA del territorio, pero es difícil, por no decir impo­ LXXV AN XXI sible, postular fechas tan antiguas para el inicio de las estelas yeclenses; ni siquiera parece proba­ ble su comienzo a mediados de dicha centuria, Línea 1: Abreviaturas de D(iis) M(anibus) como en su día defendió Maluquer para todas S(acrum), en ambas inscripciones. las salmantinas11, sino que más bien habría que Líneas 2-3 de la inscripción izquierda: El trazo pensar en el siglo II, como entrevio Navascués transversal de la Τ de CVNT/IRA no aparece. para el mismo conjunto12, sin poder precisar más Líneas 2-3 de la inscripción derecha: FELIC/ en el estado actual de la investigación. Por el ISIMA con nexo MA. contrario, el momento final es más fácil de esta­ Línea 3 de la inscripción izquierda: Abrevia­ blecer, pues tenemos argumentos arqueológicos tura de AN(norum) con nexo AN. decisivos. En efecto, en el mismo terreno en que Línea 4 de la inscripción derecha: Abreviatura aparecieron las estelas descritas, hace años se de AN(norum) con nexo AN. Es muy dudoso el hallaron otras similares que formaban parte de numeral I que parece apreciarse en la edad, habi­ sepulturas como material de construcción. Como da cuenta de la habitual costumbre del redondeo tales enterramientos pudieron fecharse en época de los años. 13 tardorromana, es decir, a partir del siglo IV , El desarrollo de los textos sería el siguiente: las estelas han de ser anteriores, lo que apunta D(iis) M(anibus) s(acrum) I Cunt/ira necesariamente a la tercera centuria. Además, an(norum) LXXV. sabemos que en aquella época y después las D(iis) M(anibus) s(acrum) I Felic/isima I sepulturas ya no contaban con estelas, por lo an(norum) XXI. que cabe concluir que éstas dejaron de labrarse El nombre de la difunta de la inscripción por entonces. izquierda, Cuntirá, es la forma femenina de Cun­ En principio, la utilización de las estelas y el tirás, bien documentado en Idanha-a-Velha y tal verraco como material de construcción en las mis­ vez presente en Plasencia8. Se trata de un antro- mas cercas, prácticamente en el solar de la necró­ pónimo indígena muy poco frecuente, aparecien­ polis tardorromana, podría avalar la hipótesis de do ahora, por primera vez, su forma femenina. que todo el conjunto procediese de una necrópo­ Por el contrario, Felicísima, nombre de la difun­ lis cercana de época altoimperial, aunque no ta de la inscripción derecha, es latino y relativa­ pueda descartarse la idea de una primera reutili­ mente habitual9, pudiéndose destacar en este zación en tumbas de baja época. Si con respecto caso la reducción de Felicissima, que es como a las estelas la cuestión es indudable, por lo que aparece normalmente, en Felicísima. se refiere al verraco se plantean ciertas dudas no Las estelas presentadas, pese a las lógicas dife­ rencias, ponen de manifiesto su homogeneidad, tanto en los elementos externos —tipología, epita­ 10 CIL, II, 5033. Actualmente se conserva en la fios y escritura— como en los internos —onomástica vecina Traguntía, donde ya se encontraba en el siglo XVIII, pero su procedencia de Yecla es indudable; véase a este respecto: Martín Jiménez, 1919: 401; Gómez-More­ no, 1967: 14. 8 Albertos Firmat, 1964: 243; Albertos Firmat, 11 Maluquer de Motes, 1956: 36. 1977: 36; Abascal Palazón, 1994: 340. 12 Navascués, 1963: 186; Navascués, 1966: 197. 9 Abascal Palazón, 1994: 360. 13 Martín Valls, 1982: 191-194.

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sólo por ser ejemplar único, sino sobre todo por­ color claro, textura arenosa y estructura suelta que su morfología apenas lo permite. En todo (UE-7), del que forma parte un conjunto cerá­ caso, el aprovechamiento de estelas y verracos mico, de escasa calidad, constituido fundamen­ como material de construcción, presumiblemente talmente por fragmentos de tipo celtibérico y traídos del mismo lugar, está perfectamente ates­ especies comunes. Este nivel, el IV, cubre estrati- tiguado en la muralla de Ávila14, altomedieval, y gráficamente en su desarrollo parte de la estruc­ lo que es más importante para nosotros, en la tura UE-19 y, lo que es muy importante, aloja fortificación del castro zamorano de Muelas del un pequeño grupo de piedras hincadas, que apa­ Pan15. Incluso en la propia muralla de Yecla, recen nítidamente clavadas en él, sin interesar tenemos el testimonio de reutilización de estelas la base natural del terreno, lo que no deja de en el lienzo cercano a la entrada principal16 sorprender. -muy cerca de donde se produjeron los hallaz­ La segunda fase de ocupación viene marca­ gos que reseñamos— tal vez a consecuencia de da por la presencia de estructuras pétreas vincu­ una reparación en época tardía. ladas a los niveles II y III, concretamente las UE-8 y UE-10, ambas muy relacionadas, pues la segunda no fue otra cosa que un mampuesto La excavación arqueológica de contención, al igual que las piedras hinca­ das, del muro o estructura UE-8, orientado de Ante esta situación, una vez extraído el verraco NE a SW. Los materiales asociados a ambas que, como señalábamos, parecía estar empotrado construcciones permiten situarlas en un marco en una antigua cerca, se planteó la conveniencia cronológico de época medieval, verosímilmente de realizar una excavación arqueológica con el entre los siglos XII y XV, sobre todo a partir de fin de contextualizar la escultura en la medida las cerámicas bruñidas encontradas. Sería enton­ de lo posible. A tal efecto se trazó un cuadro de ces cuando el verraco fue empotrado en la 8 por 8 m en el lugar del hallazgo y se fueron estructura UE-10, como simple material de levantando los niveles estratigráficos, según la construcción, lo que hace pensar que no sería metodología al uso. El resultado, por desgracia, traído de lejos. Habría que señalar también que no ofreció datos concretos sobre la posición origi­ formando parte de este mismo ambiente se naria del verraco; sin embargo, deparó la siguien­ encontró un fragmento de plinto con el arran­ te secuencia de fases de ocupación de esta zona que de la pata trasera izquierda de otro verraco, extramuros del castro17: evidentemente muy deteriorado, pero de filia­ La primera fase de ocupación se identificó ción probable. con un nivel V, al que se vincula fundamental­ La tercera y última fase de ocupación estaría mente una estructura excavada en la roca natu­ representada por el muro lindero UE-1, orienta­ ral (UE-19), en cuyo interior se documentaron do de Ε a W, perteneciente al sistema de aprove­ una serie de capas de relleno, dispuestas hori- chamiento de espacios agropecuarios establecido, zontalmente, a las que se asocian cerámicas a tanto en el interior como en el exterior del cas­ mano mezcladas con especies a torno, de tipo tro, probablemente a partir del siglo XVI y que celtibérico, que sin duda sirven para datar el ha permanecido, con escasas variaciones, hasta contexto de su colmatación. Unido a la amorti­ nuestros días. zación de esta estructura aparece un nivel de Así pues, pese a lo reducido del área excava­ da, la cubeta descrita en la base nos retrotrae a una etapa antigua de la ocupación del espacio 14 Rodríguez Almeida, 1981: 23-33 y 87-95. 15 Martín Valls y Delibes de Castro, 1982: 48-50. extramuros, desde luego anterior a la erección 16 Maluquer de Motes, 1956: 127. de las piedras hincadas en ese lugar. Su inter­ 17 Los resultados de la excavación, realizada por pretación es muy difícil; sin embargo, cabría uno de nosotros (P.L.P.G.), se plasmaron en el consi­ guiente Informe Técnico, donde figuran los planos que relacionarla con un espacio habitacional, incluso se dan ahora ligeramente modificados. anterior a la configuración del castro, sobre todo

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FlG. 7a. Planta de la excavación arqueológica, con la posición del verraco.

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FlG. 7b. Sección de la excavación arqueológica. si valoramos los fragmentos cerámicos fabricados este momento cronológico el conjunto de la a mano encontrados en su interior, uno de los obra de fortificación, sobre todo si la valoramos cuales decorado con un mamelón nos llevaría como un todo orgánico inseparable; por otro, cronológicamente al final de la Edad del Bronce. considerar que las barreras de piedras hincadas Es preferible esta hipótesis a la de vincular tal son anteriores, al igual que todo el sistema cavidad con una presunta área cementerial corres­ defensivo, y que aquéllas sufrieron una reorga­ pondiente a la segunda Edad del Hierro no sólo nización en esa zona, la que cubre la puerta sep­ por las características de los escasos materiales tentrional, en época celtibérica. encontrados, sino también por la topografía del lugar y la excesiva cercanía al lienzo septentrional de la muralla del castro. Interpretación y cronología Otra novedad que ofrece la excavación es el hallazgo de un pequeño grupo de piedras hin­ Pese a los trabajos efectuados en los últimos cadas en un contexto estratigráfico claramente tteinta años, los problemas que plantean los celtibérico18. Ante ello caben dos interpretacio­ verracos en cuanto a su finalidad y cronología nes: por un lado, pensar que estas defensas no han sido resueltos de manera definitiva y ello yeclenses fueron erigidas en la etapa celtibérica se debe fundamentalmente a la carencia, salvo del castro y apurando el argumento situar en contadísimas excepciones, de hallazgos in situ. Por ello, el verraco de Yecla, al haberse encon­ 18 Sobre la problemática general de las piedras trado dentro de un cierto contexto arqueológico, hincadas en los castros de la Meseta y de las tierras veci­ aunque bien es verdad que no en su posición ori­ nas portuguesas, véanse, respectivamente, los recientes trabajos: Esparza Arroyo, 2003; Romero Carnicero, ginaria, ofrece un cierto interés a la hora de valo­ 2003; y Redentor, 2003. rar la problemática aludida.

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ganado, simbolizando una magia de mm»imM pastos y tal vez de reproducción. Todo ello se apoyaba en el hallazgo, "se puede decir in situ", de una figura de jabalí y las de dos toros en fragmen­ tos junto al camino y cerca de la entrada del segundo recinto del cas­ tro, interpretado como encerradero de ganado20. Esta sugestiva hipótesis de Cabré parecía descartar definitivamente la finalidad funeraria de los verracos -también defendida desde antiguo, como veremos— al hallarse las escultu­ ras muy lejos de la importante necró­ polis de Las Cogotas, al igual que algún FlG. 8. El verraco en el lugar del otro ejemplar localizado recientemente en la misma zona, y en cambio cerca­ No parece que pueda dudarse de la relación nas al castro, prescindiendo incluso del presunto de las esculturas zoomorfas que comentamos con uso ganadero del segundo recinto. En todo caso, la ganadería y en este sentido resulta altamente el argumento arqueológico de su hallazgo en posi­ significativa su distribución geográfica por las ción originaria hizo que numerosos investigadores penillanuras del occidente de las dos mesetas y posteriores aceptasen tal interpretación con gran aledaños portugueses, en áreas de tradicional facilidad, aunque bien es verdad que en algunos vocación ganadera; incluso la mayor incidencia casos adaptándola a circunstancias particulares21. de las representaciones de toros hacia las zonas Dentro de esta óptica, es decir, poniendo en orientales, singularmente las abulenses, frente a relación los verracos con actividades ganaderas, las de cerdos en las occidentales, caso de las tie­ hay que destacar los recientes trabajos de Álva- rras salmantinas y la proyección portuguesa de rez-Sanchís, quien pretende esclarecer la finali­ Trás-os-Montes, no hace sino recalcar un apro­ dad de las esculturas ajenas al ámbito de los vechamiento agropecuario específico que ha lle­ castros y sus respectivas necrópolis, que como es gado hasta nuestros días. sabido son las más numerosas. Así, partiendo de Esta vinculación de los verracos a activida­ su ubicación en el paisaje y la consiguiente dis­ des ganaderas fue planteada hace más de un tribución espacial de un número de ejemplares siglo por el erudito placentino Paredes Guillen, en el valle del Ambles, defiende la idea de consi­ tan injustamente olvidado, quien defendía que derarlos hitos y delimitadores de pastos, que se tales esculturas eran puntos de referencia que divisarían incluso desde los propios castros. Los servían para indicar los caminos que seguían los verracos se convertirían, pues, en símbolos de la ganados trashumantes. Tal deducción, que hoy riqueza ganadera del entorno, que sería controla­ nos puede parecer un tanto simplista, se basaba do y explotado por grupos de alto rango social, en la coincidencia de las antiguas cañadas con normalmente unidos a la posesión de armas, la distribución geográfica de un buen número cuya existencia se percibe en los ajuares de las de verracos19. necrópolis22. En principio, la hipótesis es muy Años más tarde, en 1930, Cabré sugirió, a raíz de sus excavaciones en el castro abulense de 20 Las Cogotas, que los verracos pudieron haber Cabré Aguiló, 1930: 39-40. 21 Como ejemplos: Maluquer de Motes, 1954: sido representaciones mágicas protectoras del 103; Martín Valls, 1974: 74; Hernández Hernández, 1982: 234; Álvarez-Sanchís, 1990: 227. 22 Álvarez-Sanchís, 1990; Álvarez-Sanchís, 1999: 19 Paredes Guillen, 1888: 163-164. 281-294.

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atractiva e incluso convencionalmente correcta, dentro de las líneas de investigación al uso, pero para que tuviera viabilidad habría que demostrar que las esculturas están in situ y sobre todo que su cronología fuese prerromana. Con respecto a la primera cuestión, sabemos que muchos verra­ cos han sido trasladados de lugar en épocas pre­ téritas, incluso los de grandes dimensiones23; sin embargo, también es cierto que otros, como el gigantesco de , han debi­ do de permanecer en su lugar originario, en este caso concreto en una zona muy rica en pastos y con abundantes manantiales24, que se encuentra ciertamente muy lejos, a unos 30 km, de los grandes castros de La Mesa de Miranda y Ulaca. Por lo que se refiere a la segunda, su datación prerromana, ello sólo es posible para aquellos pocos verracos que proceden de castros que no alcanzaron la romanización, pero aun así la cues­ tión es vidriosa. Casi al mismo tiempo, a fines del siglo XIX, en que se producían los primeros intentos de rela­ cionar los verracos con actividades ganaderas, sur­ gía la opinión de adjudicarles una finalidad funeraria. En efecto, el célebre epigrafista alemán Emilio Hübner constató repetidamente que algu­ nos verracos portaban en el lomo o incluso entre las patas delanteras inscripciones romanas. La hipótesis de vincularlos a enteiramientos de época FlG. 9. Vista de la estructura excavada en la roca y de altoimperial, con una función similar a la de las las piedras hincadas. estelas, estaba servida25. Estas relaciones con el mundo funerario se sepulturas, a las que también se asociaban estelas vieron reforzadas por unos modestos hallazgos que romanas. El hecho se repitió en El Pino, pero aquí se produjeron en tierras zamoranas a comienzos con la particularidad de que la tumba en la que de la centuria siguiente y que en su momento se halló la figura zoomorfa estaba formada por dos pasaron bastante desapercibidos. Así, Gómez- piedras largas y dos estelas con letras en los cabe­ Moreno durante los viajes que hizo por aquella ceros26. Estos datos que, al ser repetidos, parecen zona para la realización de su Catáhgo Monumen­ firmes, ofrecen un gran interés no sólo porque tal recogió la noticia de que en Moral se hallaron demuestran la asociación de esculturas zoomorfas esculturas de cuadrúpedos de piedra berroqueña, a tumbas de inhumación, sino también porque, "que remedaban embrionariamente perros o bece­ al menos en el segundo caso, las estelas aparecie­ rrillos y eran del tamaño de un gato grande", en ron reutilizadas, lo que confiere al entetramiento una cronología tardía dentro de la época romana

23 y consiguientemente también a la escultura de Entre los varios ejemplos que podrían aducirse, cuadrúpedo que contenía. cabe citar un toro (2,31 x 1,25 χ 0,67 m) procedente de Mufiogalindo, que hoy se conserva en Ávila, junto a Pese al intetés de estos hallazgos, es cierto la fachada del Palacio de los Verdugo (Ballesteros, 1896: que se necesitaba un argumento arqueológico 64 y 76 = Álvarez-Sanchís, 1999: 351, n.° 90). 24 Álvarez-Sanchís y Ruiz Zapatero: 316-318. 25 Hübner, 1888: 254. 26 Gómez-Moreno, 1927: 29 y 36.

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feaciente para resolver de manera definitiva la responden a tipos muy distintos -desde grandes cuestión. En la década de los 70 uno de no­ toros naturalistas, hasta pequeños cuadrúpedos sotros, ensayando una tipología de los verracos, geométricos, pasando por ejemplares más o logró relacionar ciertas esculturas de toros muy menos esquemáticos de tamaño intermedio— lo geométricos con bloques prismáticos provistos cual posibilitaría, en virtud de analogías morfoló­ de cavidades rectangulares, sobre todo a partir de gicas, ampliar el número de ejemplares con esa ciertos ejemplares que se encontraban empotra­ función considerablemente, siempre y cuando se dos juntos en el caserío de Gemiguel, en Rio- admita, como parece razonable, que verracos e frío, llegando a la conclusión de que toros y inscripciones son de la misma época30. bloques configurarían monumentos funerarios Llegados a este punto, tras el análisis forzo­ de época romana27. La confirmación de esta samente esquemático de los problemas que plan­ hipótesis se produjo sorprendentemente al poco tean los verracos, hemos de referirnos al ejemplar tiempo. de Yecla bajo una serie de aspectos: su encuadre En efecto, con ocasión de unos trabajos agrí­ tipológico, la vidriosa cuestión de su finalidad y colas rutinarios, que se llevaron a cabo en el pago cronología y, por último, su presunta relación denominado El Palomar, en el pueblo abulense con la entrada del castro y con las barreras de de , se descubrieron cinco escul­ piedras hincadas. turas de toros y varios bloques prismáticos de El paralelo más cercano que puede aducirse granito, como los aludidos anteriormente. La para el verraco de Yecla es el conjunto de suidos excavación y consiguiente estudio realizado per­ de Cabanas de Baixo, en el concejo trasmontano de mitieron reconocer la existencia de varios monu­ Moncorvo. Es difícil señalar una pieza concreta mentos sepulcrales, fechados con toda precisión de las que se conservan en bastante buen estado, entre los siglos II y III d. de J. C. e integrados pero los detalles anatómicos y sobre todo la con­ por el bloque prismático en cuestión, en el que cepción de las esculturas es idéntica, aunque bien se abría una cavidad rectangular para contener es verdad que el ejemplar yeclense las supera en las cenizas y el ajuar del difunto, comunicada cuanto a calidad técnica. con el exterior mediante un canalillo para las Los verracos de Cabanas de Baixo se descu­ libaciones, y una escultura zoomorfa, en este caso brieron a finales del siglo XIX en el paraje cono­ de toro, colocada encima para cerrar y señalar el cido con el nombre de "Olival dos Berróes" y depósito funerario, es decir, una versión muy han sido objeto de un estudio pormenorizado particular del conocido enterramiento de tipo en época reciente31. El grupo está formado por cupa entre los romanizados28. siete ejemplares, de los que cinco son represen­ El alcance de los hallazgos de Martiherrero es taciones de cerdos y dos de jabalíes, dándose la muy notable no sólo porque, al ser las esculturas circunstancia de que uno de ellos, probable­ halladas de tipo naturalista y esquemático, cabe mente un cerdo, está a medio hacer, lo que ha extender el significado funerario a piezas formal­ mente muy distintas, sino también porque, al lle­ var uno de los toros naturalistas una inscripción 30 La polémica sobre la hipótesis de que los verra­ funeraria romana, se puede asegurar, ya sin lugar cos fueron reaprovechados con fines funerarios, añadién­ a dudas, que todas las esculturas que presentan doles inscripciones mucho después de su creación, ha esa particularidad, sean toros o cerdos, tuvieron durado una centuria. Tal punto de vista fue defendido a comienzos del siglo XX (Paris, 1903: 59), frente a opi­ la función de señalar enterramientos de época niones de cierto calado en contra (Hübner, 1888: 254; romana. Hoy conocemos una veintena larga de Gómez-Moreno, 1904: 154; Leite de Vasconcellos, esculturas zoomorfas con epígrafes29, que a su vez 1913: 36). Muchos años después se han mantenido pos­ turas razonablemente matizadas (Maluquer de Motes, 1954: 104) o de rechazo total (Blanco Freijeiro, 1984: 8-9). Recientemente se ha admitido la reutilización, 27 Martín Valls, 1974: 74-81. excepto para un escaso número de ejemplares considera­ 28 Martín Valls y Pérez Herrero: 1976. dos romanos, valorándose^ muy restrictivamente los 29 Blanco Freijeiro, 1984: 8-10; López Monteagu- hallazgos de Martiherrero (Alvarez-Sanchís, 1999: 280). do, 1989: 125-138. 3° Santos Júnior, 1975: 109-119.

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hecho pensar en la existencia de un taller32. Por Pino, hallazgos clásicos ya mencionados, y se desgracia, el contexto arqueológico en que apa­ repite en Abelón35, Fariza36, Sejas de Aliste37 y recieron no se conoce y, de momento, tampo­ Vila do Sinos38. La hipótesis es difícil de demos­ co podemos establecer conexiones entre el tipo trar, pero resulta perfectamente viable. de granito de los verracos mencionados y el de La morfología del verraco de Yecla no per­ Yecla; sin embargo, la relación tipológica es mite en absoluto pensar que hubiera formado indudable, facilitándola la proximidad entre las parte de un enterramiento de tipo cupa, como tierras occidentales salmantinas y la región por­ los de Martiherrero; la tosquedad de su plinto tuguesa aludida. hace suponer que esa parte de la escultura se Por otro lado, el verraco de Yecla podría esculpió así porque su destino era permanecer englobarse dentro del tipo 3 propuesto por Alva- enterrada. Podríamos imaginar entonces que la rez-Sanchís, donde lógicamente aparecen los ejem­ función del verraco fue similar a la de las este­ plares portugueses citados y otros muchos, bien las, es decir, señalar las tumbas, pero esta supo­ es verdad que de características estéticas un tanto sición tiene un límite importante en el hecho distintas, entre los cuales cabría mencionar aquí el de que el verraco es prácticamente único frente a las numerosas estelas encontradas a lo largo también salmantino de , sobre todo por del tiempo en esa zona, donde debió de estar ostentar en el lomo una inscripción funeraria ubicado uno de los cementerios altoimperiales, romana, lo que aboga por una cronología altoim- destruido paulatinamente por los enterramien­ perial33, que no contradice en exceso la postulada tos tardíos. Ello nos llevaría a suponer la exis­ por este investigador para el tipo, ya que lo sitúa tencia de una tumba excepcional o que varias en el contexto inicial de la romanización34. tumbas estuvieran asociadas a la escultura, El problema de la finalidad y cronología del entrando así en un terreno absolutamente pro­ verraco de Yecla es extremadamente complejo, blemático. Pese a todo, sabemos de la coexistencia porque, como hemos señalado, carece de un con­ de verracos y estelas —aunque los primeros sean texto arqueológico definido. En efecto, apareció minoritarios— en las necrópolis altoimperiales colocado en posición invertida, formando parte de Ávila39 y de los castros zamoranos de San de una cerca de filiación medieval, lo cual quie­ Esteban, en Muelas del Pan40, y Santiago, en re decir no sólo que en aquella época la escultu­ Villalcampo41. Además, resulta aleccionador el ra no se valoró en absoluto, sino también que se aprovechó por su cercanía inmediata, ya que es difícil suponer que para tal fin, servir de mam­ 35 Sevillano Carvajal, 1978: 36. puesto, se trajese de lejos. Por otro lado, sabe­ 36 Diego Santos, 1955: 41. 37 mos que en esa zona se encuentra la necrópolis Esparza Arroyo, 1987: 128 y 372. 38 tardorromana del castro y que en ella se descu­ Santos Júnior, 1975: 106. 39 Rodríguez Almeida, 1981: 87-95. brieron estelas análogas a las descritas anterior­ 40 En la reciente excavación de la muralla del cas­ mente, reutilizadas en la construcción de las tro se localizaron sesenta y tres estelas y diez esculturas tumbas. Además, las propias estelas descritas se zoomorfas, reutilizadas como material de construcción (Rodríguez Bolaños y Ñuño González, 1997: 437). No hallaron formando parte de las cercas modernas cabe duda de que todos estos elementos procedían de del lugar. Cabría plantear entonces la posible una necrópolis vecina, cuya ubicación permanece desco­ relación entre el verraco y el ambiente funerario nocida. El mismo origen, en principio, cabe adjudicar a del entorno, sobre todo teniendo en cuenta la otras estelas dispersas y a seis verracos descubiertos con anterioridad (Martín Valls y Delibes de Castro, 1982: indudable vinculación de algunos verracos a 48-50; Martín García y García Diego, 1990: 29-33). tumbas romanas altoimperiales —recuérdense las Durante los trabajos de construcción de la cen­ cupae— y otros, de pequeño tamaño, a enterra­ tral hidroeléctrica que se asienta en lo que fue castro de mientos tardíos, como sucede en Moral y El Santiago, se recuperaron cerca de cincuenta estelas (Diego Santos, 1954) y cuatro verracos (Diego Santos, 1955). Pese a que desconocemos el contexto arquológi- co preciso en que se hallaron, hay que pensar que pro­ 32 Santos Júnior, 1975: 120. cederían de una necrópolis cercana, a la que también 33 Martín Valls y Frades Morera: 1981. cabría atribuir varias estelas más y dos verracos (Martín 34 Álvarez-Sanchís, 1999: 251 y 268-272. Valls y Delibes de Castro, 1982: 67-68).

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FlG. 10. Plano del castro de Yecla de Yeltes y de las áreas cementeriales (los hallazgos de estelas se señalan con triángulos y círculos, correspondiendo los segundos a los trabajos descritos). El cuadrado refleja la excavación efectuada donde se encontró el verraco.

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dato de la repetida presencia de toros y suidos veces cambiados de lugar, y los de Ledesma, hoy grabados o en relieve en las estelas de tipo Pico­ desaparecidos50; por último, cabría añadir, con te, cuya área de dispersión se encuentra en la mayores inconvenientes, los hallazgos de La Mesa región de Miranda do y tierras aledañas42, de Miranda51, Alcántara52 y Castelo Mendo53, que e incluso en otras de aspecto más romano, como se localizaron en los caminos que conducen a los la encontrada en la segoviana localidad de Ven- castros, ya bastante lejos de las entradas. 43 tosilla y Tejadilla , al otro extremo del solar de No cabe duda de que a la hora de interpre­ dispersión de los verracos; tales efigies podrían tar el significado de los paralelos mencionados ser interpretadas, aparte de otras connotaciones pesó mucho el descubrimiento de Las Cogotas simbólicas, como la memoria de los sacrificios y su consiguiente interpretación apotropaica. que se hicieron en favor de los difuntos que apa­ Así, se ha insinuado que este grupo de escultu­ recen en los epitafios. ras zoomorfas podrían haber tenido la función Si, pese a las dificultades descritas, se admite simbólica de defender el poblado y el ganado la finalidad funeraria del verraco, su cronología —al flanquear los accesos a los recintos y sobre debió de ser sincrónica a la de las estelas. Ya todo a las puertas, que eran, lógicamente, los vimos anteriormente que estos monumentos han puntos más vulnerables— de la misma manera de llevarse en su conjunto a la segunda centuria, que ocurre con ciertas representaciones anima- aunque su labra debió de continuar en la lísticas del mundo mediterráneo54. Sin embargo, siguiente. Cabría entonces situar el verraco en el no se debería ignorar el dato de que en las cer­ primero de esos momentos, lo que concuerda canías de las entradas suelen localizarse las áreas con los datos cronológicos que nos proporciona su tipología, tan alejada de la de los grandes zoo- cementeriales. morfos anteriores y de la de aquellos ejemplares, Otro aspecto, muy unido al anterior, es la de pequeño tamaño, que se encuentran en las posible relación del verraco de Yecla con las tumbas tardorromanas. barreras de piedras hincadas. Las excavaciones En otro orden de cosas, hay que señalar que que se practicaron a raíz del hallazgo de la escul­ el verraco de Yecla se encontró en las cercanías de tura pusieron de manifiesto no sólo que este arti­ la entrada principal del castro, a unos 65 m de la lugio defensivo abarcaba una zona mucho más misma. El hecho se repite en el vecino castro de amplia de la conocida, cubriendo prácticamente Las Merchanas —concretamente aquí a unos 50 m todo el frente septentrional de la fortificación y y también en una extensa zona de piedras hinca­ llegando a alcanzar una anchura de más de 70 das—44 y en el lejano de Las Cogotas —en este caso m, sino también que el verraco se encontraba a 40 m de la entrada del segundo recinto y en dentro de su ámbito. Sin embargo, las propias 45 medio del mismo artilugio defensivo— e incluso piedras apenas se conservan salvo debajo de los 46 47 en los de Castillo de Bayuela y Botija ; además, muros de los cortinos, que es donde precisamen­ podrían citarse, con cierta reticencia, los ejempla­ te apareció embutido el verraco. Ello da idea de 48 49 res de Salamanca y , tantas la dificultad de probar su relación estricta con aquéllas. Además, tampoco sabemos hasta qué punto la necrópolis romana que sin duda existió 42 Sobre la identificación del tipo, véase Tranoy, 1981: 349-350; Le Roux y Tranoy, 1984: 37-39. Las en la zona afectó a tan particular sistema defen­ representaciones de verracos son muy numerosas (Alves, sivo, si una y otro convivieron cierto tiempo o 1976: 41-42, 70, 72-74, 77-78 y 82-83; Mourinho, si el último desapareció por inservible en los lar­ 1988: 18-21, 23, 28-29, 32-33 y 122; Martín Valls, 1975: 16-17). gos siglos de la paz imperial. 43 Knapp, 1992: 294, n.° 320. 44 Maluquer de Motes, 1968: 103 y 106. 45 Cabré Aguiló, 1930: 39-40; Álvarez-Sanchís, 1993: 159. 50 Gómez-Moreno, 1967: 48. 46 López Monteagudo, 1989: 102. 51 Molinero, 1933: 434. 47 García Jiménez, 1993: 304. 52 Álvarez-Sanchís, 1993: 165, nota 10. 48 Martín Valls, 1998: 185. 53 López Monteagudo, 1989: 81. 49 Gómez-Moreno, 1967: 50. 54 Álvarez-Sanchís, 1999: 279.

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Pese a estos problemas, imposibles de solucio­ valor simbólico y disuasorio, en función de sus nar sin llevar a cabo excavaciones en extensión, afiladas defensas57. hemos de insistir en el hecho del hallazgo del Otra interpretación teórica es la defendida por verraco de Yecla en el ámbito de las barreras de Alvarez-Sanchís, a la que también hemos hecho piedras hincadas, al igual que ocurre en los cas- referencia, quien señala que un grupo numeroso tros de Las Merchanas y Las Cogotas, repetida­ de verracos, sobre todo los del valle del Ambles, mente citados. Este aspecto ha sido valorado tuvieron la función de señalizar los pastos, que recientemente por Esparza, al conferir a las pie­ eran explotados por las élites residentes en los cas- dras hincadas un contenido simbólico de protec­ tros. Por otro lado, dentro de su organigrama ción y de prestigio, basado precisamente en la idea general, este grupo de esculturas zoomorfas, de de que estos verracos tuvieron una función apo- gran tamaño y naturalistas, se reputaban de anti­ tropaica y en último extremo constituyeron una guas, desde luego prerromanas, mientras que manifestación simbólica de la comunidad residen­ otras, más pequeñas y esquemáticas, eran conside­ 55 te en el castro . radas posteriores, ya de época romana y, lo que es más importante, se les adjudicaba con razón una finalidad funeraria. Nada cabe objetar a la seria- Consideraciones finales ción tipológica general, pero la interpretación que se postula para los verracos presuntamente anti­ En resumen, en el estado actual de la inves­ guos, carece por completo de base arqueológica y tigación sobre las esculturas zoomorfas mesete- está condenada a no poderse demostrar nunca, 58 ñas ha de distinguirse muy claramente entre lo salvo contingencias muy especiales . que son hipótesis de trabajo o interpretaciones Creemos que, tras los hallazgos abulenses de teóricas, ciertamente muy meritorias, y lo que es Martiherrero, el camino de la investigación la auténtica realidad. sobre el tema ha de ser otro y son precisamente La interpretación de Cabré, recordémosla, los verracos con finalidad funeraria, los que según la cual los verracos eran representaciones deben marcar la pauta para el estudio de todos mágicas protectoras del ganado, se basaba en el los demás. hecho de que los ejemplares del castro de Las No puede dudarse de que el origen de la Cogotas aparecieron in situ y a la izquierda del escultura zoomorfa meseteña está en las magní­ camino que conducía a la entrada del segundo ficas representaciones animalísticas meridio­ recinto, que consideró encerradero de ganado, nales, cuyo desarrollo se generaliza a partir de pero no se apoyaba en ningún argumento los siglos V-rv a. de J. C.59. El momento en que los arqueológico, pues los resultados de una exca­ artesanos de la Meseta comienzan a inspirarse vación practicada en la zona fueron absoluta­ en los tipos meridionales es incierto, pero debe­ mente negativos; además, hoy sabemos que el ría entenderse este hecho como algo global, es segundo recinto, aparte de encerradero, tuvo decir, no sólo imitan las esculturas, sino que otras funciones, como las de albergar un alfar e asumen su significado, que no es otro que el incluso viviendas56. De esta manera, el único funerario, aunque adaptándolo a su propia idio­ dato constatado es la presencia de los verracos sincrasia, lo que explicaría la repetida presencia en el camino y junto a las barreras de piedras hincadas que defendían la muralla por ese lado. Sin rechazar de plano la hipótesis de Cabré, 57 Una aguda crítica a la interpretación de Cabré igual podría pensarse, por ejemplo, que las puede verse en Blanco Freijeiro, 1984: 26-30. esculturas del jabalí y de los dos toros estuvie­ 58 Frente a ciertos testimonios de la existencia de sen integradas entre las piedras hincadas, con un la demarcación de los campos con fines agrícolas duran­ te la Edad del Hierro e incluso antes (Cunliffe, 1974: 172-177, fig. 11:16), resulta absolutamente improbable la aparición de vestigios de terrenos de pastos acotados 55 Esparza Arroyo, 2003: 173-174. o incluso de espacios destinados a encerradero de gana­ 56 Alvarez-Sanchís, Ruiz Zapatero, Lorrio Alvara- do, fuera del ámbito inmediato de los castros. do, Benito-López y Alonso Hernández, 1998: 84-87. 59 Chapa Brunei, 1984: 154-161.

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de representaciones de suidos, tan comunes tam­ - (1966): La onomástica personal primitiva de His­ bién en las fíbulas, que en cambio están ausentes pania: Tarraconense y Botica. Salamanca. en el mundo meridional. Sería, por tanto, un - (1972): "Nuevos antropónimos hispánicos", Eme- proceso similar al que ocurrió con otras produc­ rita, XL, pp. 287-318. ciones artesanales, caso de la orfebrería o la cerá­ - (1977): "Correcciones a los trabajos sobre ono­ mica celtibéricas, que alcanzan carta de naturaleza mástica personal indígena de M. Palomar Lapesa globalmente en el siglo II a. de J. C. y en lo que y M. Lourdes Albertos Firmar", Emérita, XLV, pp. 33-54. toca a la segunda prolonga su desarrollo en el - (1985): La onomástica personal indígena del nor­ tiempo, desembocando en las ricas producciones oeste peninsular ( y galaicos)". En HOZ, de tradición indígena de los primeros tiempos J. de (éd.): Actas del III Coloquio sobre lenguas y altoimperiales. culturas paleohispánicas, Lisboa, 1980. Salamanca, Dentro de esta línea, los primeros verracos pp. 255-310. mésetenos serían posteriores al desarrollo de las ÁLVAREZ-SANCHÍS, J. R. (1990): "Los Verracos' del grandes necrópolis de los castros abulenses, en valle del Ambles (Ávila): Del análisis espacial a la las que brillan por su ausencia, y contemporá­ interpretación socio-económica", Trabajos de Pre­ neos a los últimos momentos de los mismos, historia, 47, pp. 201-233. que podrían fijarse, caso de Las Cogotas y La - (1993): "En busca del verraco perdido. Aportacio­ Mesa de Miranda o incluso Ulaca —donde exis­ nes a la escultura zoomorfa de la Edad del Hierro ten diversas esculturas zoomorfas— hacia la en la Meseta", Complutum, 4, pp. 157-168. mitad del siglo I a. de J. C. Apoyaría en cierta - (1999): Los Vettones. Bibliotheca Archaeologica manera esta cronología y la propia finalidad Hispana, 1. Madrid. funeraria uno de los famosos toros de Guisan­ ÁLVAREZ-SANCHÍS, J. R. y Ruiz ZAPATERO, G. do, que ostenta en el costado una inscripción (1999): "Paisajes de la Edad del Hierro: pastos, romana, cuyos caracteres epigráficos permiten ganado y esculturas en el Valle de Ambles (Ávila)". En BALBÍN BEHRMANN, R. de y BUENO RAMÍ­ llevarla a época augustea60. REZ, P. (eds.): // Congreso de Arqueología Peninsu­ Estas observaciones, se compartan o no, per­ lar, Zamora, 1996, III. Madrid, pp. 313-323. mitirían explicar satisfactoriamente la continuidad ÁLVAREZ-SANCHÍS, J. R.; RUIZ ZAPATERO, G.; de todo el conjunto de la escultura zoomorfa LORRIO ALVARADO; Α.; BENITO-LÓPEZ, J. E. y meseteña, tanto desde la óptica de la evolución ALONSO HERNÁNDEZ, P. (1998): "Las Cogotas: estilística, como en lo tocante a su significado, anatomía de un oppidum vettón". En MARINÉ, lejos de los sobresaltos que produce el pretendido M. y TERES, E. (coords.): Homenaje a Sonsoles cambio de función, desde haber señalado los pas­ Paradinas. Asociación de Amigos del Museo de tos propiedad de las élites vettonas hasta haberse Ávila. Ávila, pp. 73-94. convertido en guardianes de las tumbas, ya en ALVES, F. M. (1976): Guia epigráfico do Museu do época romana. Abade de Bacal. Bragança. BALLESTEROS, E. (1896): Estudio histórico de Ávila y su territorio. Ávila. BLANCO FREIJEIRO, A. (1984): "Museo de los verra­ Bibliografía cos celtibéricos", BRAH, CLXXXI, pp. 1-60. CABRÉ AGUILÓ, J. (1930): Excavaciones de Las Cogo­ ABASCAL PALAZÓN, J. M. (1994): Los nombres per­ tas, Cardeñosa (Avila). L El Castro. MemJSEA, sonales en las insripciones latinas de Hispania. 110. Madrid. Murcia. CHAPA BRUNET, T. (1984): La escultura ibérica zoo­ ALBERTOS FIRMAT, M. L. (1964): "Nuevos antropó- nimos hispánicos", Emérita, XXXII, pp. 209-252. morfa. Madrid, — (1965): "Nuevos antropónimos hispánicos (con­ CUNLIFFE, B. (1974): Iron Age Communities in Bri­ tinuación)", Emérita, XXXIII, pp. 109-143. tain. London-Boston. DIEGO SANTOS, F. (1954): "Las nuevas estelas astu­ res", BIDEA, XXIII, pp. 461-491. 60 CIL, II, 3052; Gómez-Moreno, 1983: 39; - (1955): "Cuatro esculturas zoomorfas", BIDEA, López Monteagudo, 1989: 130-131. XXIII, pp. 38-48.

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