El Hilo De La Voz
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El hilo de la voz El hilo de la voz Antología crítica de escritoras venezolanas del siglo XX Volumen I Yolanda Pantin Ana Teresa Torres www.librosenred.com Dirección General: Marcelo Perazolo Diseño de cubierta: Federico Achler Diagramación de interiores: Flavia Dolce Está prohibida la reproducción total o parcial de este libro, su tratamiento informático, la transmisión de cualquier forma o de cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, registro u otros métodos, sin el permiso previo escrito de los titulares del Copyright. Segunda edición en español en versión impresa (primera edición en la Fundacion Polar, 2003) Impresión bajo demanda © LibrosEnRed, 2015 Una marca registrada de Amertown International S.A. ISBN: 978-1-62915-186-1 Para encargar más copias de este libro o conocer otros libros de esta colección visite www.librosenred.com Prólogo de la segunda edición La voz femenina Antonio López Ortega De manera inadvertida –como inadvertidos pasan los hitos cul- turales de nuestra empobrecida actualidad– se presentó hacia fi nes del año pasado el libro El hilo de la voz, un compendio prodigioso de mil páginas que juega a establecer una antología crítica de la escritura femenina venezolana del siglo XX. Publi- cado por la perseverante editorial Angria bajo los auspicios de la Fundación Polar, no sería una exageración plantear que este estudio parte en dos los enfoques y las valoraciones que sobre la literatura venezolana se han hecho desde sus orígenes. Que la muestra sea tan sólida, tan abarcante; que revele tantas aristas, tantos meandros perdidos; que penetre tan a fondo y extraiga del cofre de la historia destinos torcidos, mujeres inseguras, escritoras que siempre fi rmaron con seudónimos; que sea noble y amorosa con un corpus desconocido, con voces atormentadas, aniquiladas, es prueba mayor de una convicción, de un destino, de un mandato. Las antólogas del compendio –las reconocidas escritoras Yolanda Pantin y Ana Teresa Torres, poeta de voz ori- ginal la primera y novelista acuciosa la segunda– han cumplido una empresa inusitada, labor de vida en sí misma, para descu- brirnos que el espejo que veníamos viendo no era tal y que en los 5 Yolanda Pantin y Ana Teresa Torres extremos del marco o en los desconchados oscuros de la película se escondía una vida virulenta, tan o más animada que la que devuelve los refl ejos perfectos. Postular como metáfora central un “hilo de la voz” signifi ca que las antólogas han podido seguir un rastro (por mínimo que sea), han reconocido un tejido (maltrecho o invisible), han apostado a una alteridad. Las voces van surgiendo desde el muy remoto siglo XIX –cinco o seis nombres que perduran en cien años–, se prolongan con osadía con las apuestas pio- neras de Teresa de la Parra, Enriqueta Arvelo Larriva, María Calcaño, Antonia Palacios, Ida Gramcko, Luz Machado, Eli- zabeth Schön o Ana Enriqueta Terán, y abonan el terreno para que las nuevas promociones –sobre todo las que emer- gen desde los años cincuenta– den cuenta de un momento de mayor libertad, fi rmeza y riesgo personal. El estudio es enjundioso al determinar que en décadas que consideramos recientes –como la de los años sesenta e incluso setenta– el temor expresivo y la inseguridad vocacional eran variables determinantes. De allí la cantidad de autoras que con uno o dos libros emblemáticos en sus inicios se sumergían luego en el silencio más estricto, dejándonos como legado trayec- torias inconclusas. Cuesta reconocer que sea en los últimos cinco lustros cuando la vocación de las escritoras venezola- nas ha inundado todos los espacios posibles, ha conquistado géneros enteros y ha explotado referentes inéditos en la lite- ratura nacional. A la maestría de escritoras que, partiendo en la medianía del siglo pasado, dieron sus primeras señales de vida –como Elisa Lerner, Victoria de Stefano, Miyó Vestrini, Antonieta Madrid, Hanni Ossott, María Fernanda Palacios, Márgara Russotto y tantas otras–, se agrega ahora el empuje de una generación determinante que desde la narrativa como desde la poesía condicionan y orientan el momento actual. Los nombres de Laura Antillano, Iliana Gómez Berbesí, Lidia Rebrij, Stefania Mosca, Silda Cordoliani, Milagros Mata Gil, 6 El hilo de la voz. Volumen I Cristina Policastro, Lourdes Sifontes –narradoras todas–, y los de María Clara Salas, Edda Armas, Cecilia Ortiz, Blanca Strepponi, María Auxiliadora Álvarez, Maritza Jiménez, Ana Nuño, Verónica Jaff é, Laura Cracco o Patricia Guzmán –poe- tas todas–, componen un abanico colorido, complejo, variado, de temas, tensiones, propuestas, enfoques estéticos y apues- tas subjetivas que enriquecen nuestro panorama creador y lo sitúan a la vanguardia del continente hispanoamericano. La “Antología crítica de escritoras venezolanas del siglo XX” –según reza el subtítulo del compendio–, que en estos tiempos de parcialidades y medianías nos han entregado las también escritoras Yolanda Pantin y Ana Teresa Torres constituye un esfuerzo mayor, capital, de estudio, reconocimiento y reorde- nación de un vasto campo de la creación literaria venezolana. La densidad del trabajo, el estudio minucioso, el rescate de autoras olvidadas, el reconocimiento de un patrimonio oculto, los nombres revelados o revisitados, los vasos comunicantes entre las distintas apuestas estéticas, la irrupción de una his- toria secreta… todo apunta a la concepción de una obra pro- verbial, única, profundamente reivindicadora y muy cuidada en todos sus detalles de investigación. El sentimiento que se desprende de esta lectura es que lo que han hecho las mujeres poetas y narradoras venezolanas es un ejercicio épico, trascen- dente. La literatura venezolana no podrá leerse de la misma manera porque es como si el cuerpo integral de nuestro dis- curso hubiera recuperado su sombra fundamental. Se salda con esta obra una deuda enorme, pues de su lectura salimos más íntegros, más completos de lo que creíamos ser. Caracas, diario El Nacional, 4 de mayo de 2005 7 Un territorio sin cartografía. Criterios y algunas observaciones metodológicas La cronología de este libro, por un lado, sugiere un cierre de la retrospectiva e invita al panorama; por otro, abre una pre- gunta acerca de su sentido y fi nalidad. ¿No contamos ya con sufi cientes recolecciones en el país? Bastaría una somera revi- sión para comprobar que Venezuela ha sido terreno fértil en materia de antologías, las cuales, en especial las de poesía, se han producido desde antaño y con diversos criterios: genera- cionales y regionales, epocales, de género, entre otros. Resulta por ello indispensable formular los sostenidos en la presente muestra. No nos apartamos en nuestra perspectiva de la tradición antológica, en el sentido de que inevitablemente comporta una mirada personal. La lectura de diversas selecciones nacio- nales e internacionales revela, explícita o implícitamente, que los antólogos pueden ser acertados o desacertados pero nunca “objetivos”, si se entiende por ello la puesta en práctica de cri- terios indiscutibles. Dicho de otro modo, una antología tendrá siempre el destino de la inconformidad. No sólo porque puede impugnarse tanto la ausencia o presencia de los nombres esco- gidos, como la pertinencia de los textos seleccionados, sino también por las inevitables transformaciones del gusto, de los paradigmas críticos y de las concepciones acerca de las fronte- ras literarias; además de la gravitación de juicios extraliterarios derivados de diferentes circunstancias, entre ellas las políticas y comerciales. 9 Yolanda Pantin y Ana Teresa Torres No ha resultado fácil para quienes también son escrito- ras, pero no investigadoras académicas, establecer un punto de vista desde donde leer los textos. Diríamos que hemos leído “con todo” lo que constituye nuestro equipamiento, es decir, con nuestro propio repertorio acumulado a lo largo del tiempo, con nuestra personal apreciación de la producción literaria venezolana, y particularmente la correspondiente a las mujeres (Pantin, 1999; Torres, 2000), con la experiencia con- formada en tanto escritoras del mismo país que el de aquellas que constituyen la materia de este libro. Pero podríamos decir también que hemos leído “con nada”, y que hablamos desde un no lugar, según Kristeva, en tanto, si bien la crítica ha dejado referencias que hemos valorado, éstas no alcanzan en conjunto a constituir un cuerpo teórico articulado acerca de la escritura de mujeres en Venezuela. No partimos, por lo tanto, de una discusión previa, ni pretendemos el rigor para susten- tarla. Queremos, más bien, “entrar en lo bárbaro” –palabras de Enriqueta Arvelo Larriva que mucho citamos en este estu- dio, y que fueron, en cierta forma, su origen y estímulo– para así transitar por una geografía insufi cientemente explorada. El propósito fundamental ha sido presentar una mirada que persigue la construcción del imaginario literario –“tejido imaginario alternativo”, dice Beatriz González Stephan refi - riéndose a algunas novelas de las escritoras venezolanas–, sin consideración de las vicisitudes del gusto, éxito o dictados ofi - ciales de la crítica. La selección quizá sorprenderá a algunos, precisamente porque no parte del criterio establecido o de la opinión común: a veces es coincidente, otras no. Cuando la lectura nos ha llevado a nombres consagrados, los hemos reco- gido dentro de la importancia que merecen, pero igualmente hemos dado cabida a nombres olvidados y desechados. Esa marginalidad y pérdida a lo largo de las impuntuales citas entre la escritura y la recepción que caracteriza a nuestro país, esa