Enrique Antuña Gancedo LA JIRA AL EMBALSE DE TRASONA UNA BREVE HISTORIA DE LA FIESTA DE ENSIDESA Enrique Antuña Gancedo Enrique • LA JIRA AL EMBALSE DE TRASONA DE AL EMBALSE LA JIRA José Ángel Gayol Exercicios d’asturianu (Notes, pensamientos, llectures)

LA JIRA AL EMBALSE DE TRASONA

Enrique Antuña Gancedo

LA JIRA AL EMBALSE DE TRASONA UNA BREVE HISTORIA DE LA FIESTA DE ENSIDESA

LA JIRA: UNA BREVE HISTORIA DE NUESTRA VIDA

a Jira, Fiesta Declarada de Interés Turístico del Principado de , es una de las referencias del calendario festivo L asturiano. Y esa idea de «referencia», más que como frase hecha o como forma hiperbólica de destacar el evento, se justifica porque, desde 1958, la Jira abre de manera oficiosa (se celebra en mayo) el ciclo de grandes romerías que se desarrollan en Asturies en Primavera/Verano y en el que se distinguen multitudinarios epígonos como «El Carmín» de Siero, «El Carmen» de Cangas, «San Timoteo» en L. l.uarca, «El Xiringüelu» de Pravia o las fiestas de «San Roque» de Llanes. La Jira ha sido y es un encuentro festivo de especial relevancia: mueve a miles de ciudadanos, dinamiza el comercio local, positiva la imagen del territorio, visibilizando las potencialidades del mismo desde todos los puntos de vista. La Jira, por lo tanto, contiene los ingredientes sustanciales de toda gran fiesta… Consecuentemente, no se diferenciaría de cualquier otra convocatoria festiva si no fue- ra porque se desarrolla en un entorno único, singular (el área del Pantano de Trasona/Tresona) y por una historia, una génesis, unos avatares que acabarán explicándonos como colectivo en un tiempo, en un espacio… Y de todo ello se ocupa y preocupa el historiador Enrique An- tuña Gancedo, en La Jira al embalse de Trasona: una breve historia de la fiesta de Ensidesa, obra de especial interés no solo para el corverano o comarcano que haya disfrutado o disfrute de esa JIRA si no para cualquier persona interesada en la Historia del Ocio, en cómo la Fiesta (en cualquier parte del mundo) se ha ido conformando como punto de encuentro ciudadano, que no solo elimina tensiones so- ciales si no que fija una suerte de marca, siempre rentabilizable y de la que poder sentirse orgulloso.

7 Antuña Gancedo recorre la Jira, centrando el estudio más en su origen y en los años de Ensidesa que en los posteriores desarrollos de los que se ha ocupado ya el Ayuntamiento como instancia admi- nistrativa representativa de todos los corveranos que ha eliminado, obviamente, la sobrecarga ideológica que la Jira tuvo en sus orígenes. Resulta curioso constatar que las tres grandes fiestas que se de- sarrollan en Corvera: Jira y Foguera (ambas declaradas de Interés turístico) y las Fiestas Populares no son en ningún caso producto de advocaciones religiosas. En dos casos, Fiestas Populares y Foguera, son productos indiscutiblemente cívicos… Y en el tercero, la Jira, de propuesta empresarial paternalista (como recoge acertadamente el autor de la obra, posiblemente inspirada en las celebraciones que se desarrollaban en los Estados Unidos con motivo del Día de Acción de Gracias) ha pasado a ser un encuentro ciudadano rubricado por el Ayuntamiento, tejido asociativo local y, por supuesto, la ciudadanía. Esta «breve historia de la fiesta de Ensidesa», en un momento en el que ya resulta complicado contar a las nuevas generaciones que fue eso de «Ensidesa», es una excelente disculpa para meternos, desde presupuestos críticos y académicos, en nuestra historia, esa historia construida, a veces con grandes acciones (la propia Ensidesa en el marco de una Dictadura o la resistencia frente al Dictador aprove- chando la propia Jira) pero, fundamentalmente, con nuestro día a día, humilde, básico, primordial… pero fundamental. En definitiva, esta obra es una inmejorable disculpa para recorrer- nos, para entendernos… Una amena, documentada y rigurosa manera de contemplar cómo nos vamos construyendo como sociedad.

Iván Fernández García Alcalde de Corvera PRÓLOGO

a construcción de la «Fabricona», aquella magna obra civil que inundó Avilés de miles y miles de forasteros, transfiguró L para siempre el paisaje y el paisanaje de la y su comarca. La desecación de las marismas de la margen derecha de la ría sirvió para asentar los cimientos no solo de una planta siderúrgica integral sino de una ciudad industrial en la que la mayoría de sus habitantes habían nacido en otros lugares. La factoría llegó a contar con una plantilla de 15 000 trabajadores, que por sí solos sumaban tres cuartas partes de lo que era toda la población avilesina previa a su cons- trucción y, contando a sus familias, hacieron que en el plazo de dos decenios se multiplicara por cuatro: de 20 000 a 80 000, en números redondos. La transformación dista mucho de ser tan solo demográ- fica y de fisonomía urbana o paisajística. La enorme concentración obrera en que se convierten los barrios que acogen a los siderúrgicos no solo altera la composición sociológica de la ciudad sino que crea una especie de dicotomía que, por muchos años, hará que se distinga entre «avilesinos de toda la vida» y «coreanos», término éste que se acuña muy tempranamente para designar a los recién llegados, cuyas primeras oleadas al despuntar los años cincuenta coinciden con la guerra de Corea. A perpetuar esta diferenciación contribuirá el hecho de que Ensidesa sea mucho más que una empresa y actúe, de hecho, como un enorme laboratorio de ingeniería social sujeto a una com- pleja y sofisticada política de paternalismo de Estado. El vasto entramado de vivienda obrera (con Llaranes como bu- que insignia), economato, «grupos de empresa», revista, equipo de fútbol, escuela de aprendices, becas de estudio y hasta juguetes de Reyes para los hijos… proporciona servicios y alternativas de ocio que convierten a la comunidad siderúrgica en un mundo aparte, autosuficiente y susceptible de desarrollar una identidad diferencia-

9 da que permite vivir física y mentalmente de espaldas a la ciudad preexistente. Un proyecto en gran medida exitoso de protección y control, capaz de modelar obreros ideales, no conflictivos, fuerte- mente identificados con su empresa, muestra una cara «social» dentro de un régimen tantas veces represivo. Casi todos los ingredientes de este proyecto paternalista tenían, fuera deliberadamente o no, un efecto segregador al marcar diferencias entre quienes pertenecían a Ensidesa y el resto. La andadura del Club Deportivo Ensidesa, riva- lizando con el equipo local de siempre (el Real Avilés) y superándo- lo, muestra nítidamente esa dicotomía de sentimientos encontrados que convertía el ser de Ensidesa en algo diferente a ser de Avilés. Pues bien, la jira del embalse, objeto del estudio que ve la luz en este libro, constituye justamente el principal elemento que surte el efecto contrario: el de integrar y fundir a la comunidad siderúrgica con la sociedad circundante. La fiesta, que nace con ligero retraso respecto a otros componentes como los grupos de empresa, incluido el equipo de fútbol, cobrará de inmediato una fuerza extraordinaria que hace que trascienda el ámbito de la compañía, con la que sin embargo se identifica de forma estrecha e inequívoca. Promovida, organizada y financiada por Ensidesa, se alza muy pronto como un evento de primera magnitud que desborda cualquier expectativa y que congrega a gente venida de toda la comarca y de muchos otros puntos de Asturias. Convertida en un evento multitudinario, surte un efecto integrador a través del cual la fábrica y sus trabajadores se proyectan y se convierten en referentes. Tampoco cabe ignorar otra dimensión integradora que la Jira de Trasona parece pretender a poco que se analicen, como perspicaz- mente hace el autor, los programas y los contenidos: desde la música de gaita y tambor hasta la sidra y el bollu preñáu, todo apunta a un afán de «asturianizar» la celebración que no puede ser inocuo si consideramos que buena parte de los «productores» recién llegados a Avilés son asturianos de adopción. La condescendencia con la que en la crónica de la revista de Ensidesa se relata, según recoge este libro, una irrupción espontánea del fado y del cante flamenco refuerza esa sensación de que la Jira sirve también para tratar de contrarrestar las dificultades de integración de tan numeroso contingente de inmigra-

10 dos. Otorgarle a la Jira el aire de una romería asturiana, enraizando en lo tradicional una fiesta sin tradición, será una decisión afortunada que probablemente está entre las claves de su éxito. Al mismo tiempo, en un universo de control como era el de la gran empresa pública, nada es dejado al azar o resulta inocente. La elección de la fecha encierra un significado evidente. Justamente cuando la Iglesia Católica acaba de «cristianizar» el 1.º de Mayo, su- perponiendo sobre la jornada reivindicativa del movimiento obrero una impostada advocación religiosa, la de San José Artesano, la jira del pantano adopta un explícito discurso de confraternización inter- clasista y de armonía social. Se trata, de hecho, de una «contraprogra- mación» que disfruta de indudables ventajas: frente a una celebración prohibida convocada por organizaciones ultraclandestinas, se alza una fiesta legal que cuenta con todos los recursos y parabienes; frente a la protesta política, la diversión aparentemente despolitizada. Los siderúrgicos de Ensidesa se erigen en negación de las connotaciones conflictivas de la clase obrera asturiana. El éxito de la iniciativa resulta incuestionable y se ve refrendado desde el primer momento por una afluencia masiva de personas que en muy pocos años hacen de la fiesta un hito consolidado y arrai- gado. Hasta tal punto es así que, cuando pasaron los años dorados, la afluencia de gente decayó y las que habían sido las bases de la fiesta desaparecieron con la retirada de Ensidesa, la Jira consiguió primero resistir y, tras un corto paréntesis, revivir con nuevos signi- ficados, nuevos contenidos y nuevos patrocinadores, reinventándose a sí misma sin perder la memoria de lo que fue. Junto a la entrada en escena del Ayuntamiento de Corvera, quizá no resulte incongruente que haya sido la UGT quien se haya convertido en heredera del espíritu originario de la fiesta, aun cuando la celebración naciera en su día con el explícito propósito de negar lo que el sindicalismo de clase significaba. A fin de cuentas, se trata del sindicato mayoritario y, en cierto modo, representativo de la herencia de aquella textura sociológica en la que el crisol de Ensidesa moldeó a los siderúrgicos. Como objeto de estudio, la experiencia ofrece un magnífico ejemplo de lo que Hobsbawm denominó «invención de la tradición» y también de los fenómenos de apropiación/reapropiación de sím-

11 bolos. Enrique Antuña, cuyas raíces familiares se hunden en aquel mundo que ahora él elige como tema de investigación, capta con notable perspicacia las diversas caras del poliedro que representa lo que para unos ojos poco avezados pudiera parecer simple y mera- mente una fiesta más. Muy al contrario, nos encontramos ante una fiesta singular, plena de significados que vale la pena desentrañar. Tal es el aliciente que el tema ofrece para los lectores interesados en la investigación histórica, sin olvidar que este trabajo, con un pie en lo académico y otro en lo divulgativo, brinda también una oportunidad para la rememoración y la nostalgia a quienes vivieron y disfrutaron la fiesta del pantano, la Jira de Trasona.

Rubén Vega INTRODUCCIÓN

Inevitablemente, el hombre es un ser festejante y, por lo tanto, festivo. Pero, inevitablemente también, los únicos seres festejantes y festivos son los seres humanos, pues sólo ellos celebran fiestas1. ara Odo Marquard, la necesidad y la voluntad de festejar forman uno de los rasgos que definen la condición humana, y P la historia, por lo que sabemos de ella –cada vez más, aunque siempre mucho menos de lo que quisiéramos–, parece darle la razón. Efectivamente, las fuentes de que disponen los historiadores, soció- logos y antropólogos sitúan las celebraciones festivas en los rincones más recónditos del globo, e incluso en los tiempos más remotos. Desde los rituales religiosos desplegados en el Egipto antiguo para honrar a los dioses hasta los festivales musicales contemporáneos masivos herederos de Woodstock, a través del espacio y el tiempo los grupos humanos han desarrollado una variedad inmensa de formas de celebrar. En muchos lugares los carnavales, en sus muy diversas expresiones, han dado lugar durante siglos a algunas de las manifes- taciones más ricas y expresivas de la cultura popular. Por su parte, los grandes regímenes totalitarios del siglo xx, al igual que el culto imperial romano o las monarquías europeas del Barroco antes que ellos, vieron en todo tipo de festejos conmemorativos un excelente instrumento potencial de propaganda2.

1 Marquard, Odo: «Una pequeña filosofía de la fiesta», enSchultz , Uwe (dir.): La fiesta: una historia cultural desde la Antigüedad hasta nuestros días. Madrid: Alianza, 1993, págs. 359-366, pág. 360. 2 Sobre Egipto y Roma, respectivamente, véase Wildung, Dietrich: «La fiesta de Opet en el antiguo Egipto»; Bringmann, Klaus; «El triunfo del emperador y las Saturnales de los esclavos en Roma», en Schultz, Uwe (dir.): La fiesta... obra cita- da, págs. 17-32 y 65-76. En cuanto a Woodstock: Schmitt, Uwe: «Una nación por

13 Esa omnipresencia histórica nos da ya pistas sobre la relevancia de lo que se cuece en este fenómeno tan extendido, y al mismo tiempo tan peculiar. En las últimas décadas, quienes estudian las sociedades humanas y sus culturas han querido profundizar en esas pistas, dándole vueltas a la fiesta, destripándola para hurgar en sus entrañas. Gracias a ello, hoy sabemos que la fiesta popular es mu- cho más que la fuente de diversión que tendemos a ver cuando nos acercamos a ella como participantes. Sabemos, por ejemplo, que los rituales festivos son algunos de los talleres más importantes en la fabricación de un producto cultural tan trascendente como es la identidad colectiva, el «nosotros» –y por extensión el «ellos», dado que uno no puede existir sin el otro–; una conciencia de pertenencia a un grupo que está en la base de la solidaridad que ha permitido sobrevivir a los seres humanos a lo largo de los milenios. Ese «no- sotros» es también la materia prima de la familia, la comunidad, la sociedad, la nación... Todas estas moléculas sociales necesitan mucho más que un grupo de individuos para constituirse; necesitan ideas y sentimientos compartidos, un cierto consenso y una cohesión impo- sibles de expresar de manera constante, en el día a día, y que por ello deben ser escenificados periódicamente, a modo de puesta a punto, por medio del símbolo y el ritual3.

tres días: sonido y delirio en Woodstock», en Schultz, Uwe (dir.): La fiesta... obra citada, págs. 343-356. En lo que se refiere a los carnavales, no se puede dejar de citar Caro Baroja, Julio: El carnaval (análisis histórico-cultural). Madrid: Alianza, 2006. Las relaciones entre la fiesta y el poder político durante el Barroco son analizadas, entre otros sitios, en Rodríguez de la Flor, Fernando, y Galindo Blasco, Esther: Política y fiesta en el Barroco. Salamanca: Ediciones de la Universidad de Salamaca, 1994. Por último, el uso propagandístico del ritual festivo en la Alemania nacional- socialista es analizado en la obra clásica de Mosse, George L.: La nacionalización de las masas: simbolismo político y movimientos de masas en Alemania desde las guerras napoleónicas al Tercer Reich. Madrid: Marcial Pons, 2005. 3 Homobono Martínez, José Ignacio: «Fiesta, ritual y símbolo: epifanías de las identidades», Zainak: Cuadernos de Antropología-Etnografía, núm. 26, 2004, págs. 33-76. Ribes Leiva, Alberto J.: «Las fiestas como expresión / simulacro de la comunidad: globalización y modernidad avanzada», Anduli: Revista Andaluza de Ciencias Sociales, núm. 6, 2006, págs. 29-42.

14 Desde luego, la región de Asturias no ha quedado al margen de esta realidad universal. Todavía hay mucho trabajo por hacer an- tes de que tengamos algo parecido a una historia social general de las fiestas populares asturianas, pero estamos recorriendo una parte fundamental del camino: la que supone reconocer sin tapujos que el tema tiene su miga. Cada día se hace más evidente que, para aspirar a comprender las acciones, intenciones y contradicciones de los ha- bitantes de la Asturias pasada, presente e incluso futura, no hay más remedio que escrutar también sus formas de festejar. Es cierto que a los historiadores parece haberles costado más que a otros científicos sociales dar a la fiesta el reconocimiento que se merece. Para ser justos, no nos faltan excusas; el trabajo de campo será bastante más agradecido para un sociólogo que se interese por el actual Martes de Campo ovetense que para un historiador que se decante por la Balesquida del siglo xv. A pesar de todo, no se parte de cero si se quiere analizar la cultu- ra festiva regional desde la perspectiva de la Historia. En los últimos años se han documentado, por ejemplo, las fiestas del Oviedo me- dieval, observándose que en ellas la liturgia católica se entreteje con las distintas expresiones de la religiosidad popular, las necesidades propagandísticas de la Corona y otros poderes políticos y las diver- siones profanas con que los ovetenses buscaban librarse por un rato de los rigores de la vida diaria. También contamos con análisis de los cambios y supervivencias de lo tradicional que se pueden ver en las fiestas asturianas contemporáneas, con la llegada de la mercantiliza- ción y el consumo de masas4. Esta visión de los historiadores, espe- cialmente atenta a las estructuras y la larga duración, se complementa con la de los antropólogos que han recorrido la región escrutando los rituales festivos, identificando sus distintos elementos, tratando de indagar en sus orígenes y significados y poniéndolos en relación

4 Álvarez Fernández, María: «“Dar bella diversión”. Ecos de fiesta y me- moria festiva en el Oviedo medieval (siglos xiii-xvi)», Erasmo. Revista de Historia Bajomedieval y Moderna, n.º 3, 2016, págs. 25-38. Uría González, Jorge: «De la fiesta tradicional al tipismo mercantilizado. Asturias a principios del sigloxx », Bu- lletin d’Histoire Contemporaine de l’Espagne, n.º 30-31, 2000, págs. 195-226.

15 con elementos similares que se han podido hallar en otros lugares del país e incluso del mundo5. En realidad, no podemos tener demasiadas quejas en lo que se refiere a la atención analítica que han recibido las fiestas populares -as turianas, y es que este tipo de preocupaciones no es ni mucho menos exclusivo de autores actuales. Una de las descripciones más locuaces de las costumbres festivas de los asturianos con que contamos data nada menos que del siglo xviii, y corre a cargo de alguien que al parecer intuyó las dificultades que entrañaba tratar de comprender a un pueblo sin conocer los motivos y la forma de sus celebraciones. Se trata de Gaspar Melchor de Jovellanos. Efectivamente, en la octava de las célebres cartas enviadas a su amigo Antonio Ponz desde tierras asturianas, Jovellanos dedicaba no pocas líneas a lo que a su entender era «la única recreación» capaz de hacer llevadera «la escasa suerte de nuestros labradores». Según afirmaba el ilustrado, «se puede decir que el pueblo no tiene en Astúrias mas diversiones que sus romerías, (...) pequeñas peregrina- ciones que en dias determinados y festivos hace á los santuarios de la comarca, con motivo de la solemnidad del santo titular». El punto de encuentro de estos desplazamientos piadosos solía coincidir con «el sitio mas llano, frondoso y agradable de las inmediaciones de

5 Eloy Gómez Pellón es un gran representante de la antropología festiva de Asturias, como puede comprobarse en su obra: «Notas para el estudio etnohistórico del complejo festivo asturiano». En Álvarez Santaló, Carlos; Buxó I Rey, M.ª Jesús; Rodríguez Becerra, Salvador (coords.): La religiosidad popular: hermanda- des, romerías y santuarios. Barcelona: Anthropos, 2003. Es igualmente interesante su trabajo, en colaboración con Gema Coma González, Fiestas y rituales de Asturias, periodo estival. Oviedo: Principado de Asturias, Consejería de Educación, Cultura y Deportes, 1986. Yolanda Cerra Bada también ha dedicado esfuerzos fructíferos a estas cuestiones, como puede verse, por ejemplo, en: «Un pueblo de la montaña occidental asturiana y su fiesta: Santa Isabel en Trascastro»,Boletín del Real Instituto de Estudios Asturianos, vol. 50, núm. 147, págs. 235-258. «Patrimonio cultural al ser- vicio del turismo: los bandos festivos de Llanes (Asturias)», en Santana Talavera, Agustín, y Prats Canals, Llorenç (coords.): El encuentro del turismo con el patrimo- nio cultural: concepciones teóricas y modelos de aplicación. X Congreso de Antropología. Sevilla: Fundación El Monte, 2005, págs. 57-69.

16 la ermita», y en él la «sencilla devocion que se nota en estas pobres gentes» convivía con «el tambor, la gaita, los cánticos y gritos de al- gazara y bullicio» que desde la víspera del día grande protagonizaban el acontecimiento. Los festejos descritos por Jovellanos estaban presididos por «la frugalidad y la alegría», y comprendían banquetes en los que «la leche, el queso, la manteca, las frutas verdes y secas, buen pan, y buena sidra, son la materia ordinaria». Pero el gijonés no dejaba de lado otras vertientes muy interesantes del fenómeno, como la eco- nómica, y señalaba que «cada romeria viene á ser una feria general, donde se venden ganados, ropas y alhajas», añadiendo agudamente que esto era muy provechoso para una población en general dispersa y que, por ello, no tenía muchas oportunidades de hacer negocio a lo largo del año, de tal forma que en estas ocasiones tenía lugar «casi todo el comercio interior que se hace en este país fuera de los mercados semanales». Tampoco se le escapaban a Jovellanos otras im- plicaciones sociológicas de las fiestas populares asturianas, como los bien conocidos combates a garrotazos de los mozos, apasionados –y apasionantes– rituales identitarios. Comenzaban cuando «en medio de la danza, algun valenton caliente de cascos empieza á victorear á su lugar ó su concejo. Los del concejo confinante (...) victorean al suyo (...) y al cabo se arma tal pelea de garrotazos, que pocas veces deja de correr la sangre». No era el orgullo local, de todas formas, la única causa por la que «la gente moza echa en estos días el resto», y es que «suelen ser estas las únicas ocasiones en que se ven y se hablan los amantes, y aun en las que se suelen zurcir y apalabrar muchas bodas»6. Esta descripción dieciochesca de las romerías asturianas, aunque pueda pecar de bucólica, es muy oportuna para un trabajo como el que comienza aquí. Por encima de todo, anima a ver la fiesta como un gran tapiz vivo, formado por innumerables historias particulares a modo de hebras entretejidas, en el que el esparcimiento se codea con

6 Jovellanos, Gaspar Melchor de: Obras publicadas e inéditas de don Gaspar Melchor de Jovellanos. Madrid: M. Rivadeneyra, 1859, págs. 298-302.

17 la actividad económica, la religiosidad convive con la profanidad, la fraternidad y la cohesión social coexisten con la violencia y la com- petitividad. Quizá de manera individual estas historias incumban únicamente a sus protagonistas, pero tomadas en conjunto convier- ten a la fiesta en un medio de primer orden para satisfacer la gran aspiración de conocer y comprender lo mejor posible una sociedad y su cultura, tanto en el pasado como en el presente, e incluso en el futuro. Después de todo, puede que en las fiestas de la segunda década del siglo xxi ya no sea tan común «zurcir y apalabrar» bodas, pero continúan siendo ocasiones privilegiadas para la formación de parejas, la reunión de grupos familiares o de amigos habitualmente dispersos, la regeneración de la comunidad como ente; son, en fin, unos espacios de sociabilidad y arropamiento del individuo en el seno del colectivo que ni las poderosas redes sociales digitales han podido –al menos por el momento­– desbancar. Como reza el título, lo que el lector tiene entre manos es una aproximación a la Jira al Embalse de Trasona, la fiesta de Ensidesa, la gran empresa siderúrgica que se asentó durante los años cincuen- ta del siglo xx junto a la población asturiana de Avilés. Algo muy simple en principio, pero conviene aclarar algunas cosas al respecto. Es «una» porque, como casi cualquier otro tema relacionado con las Humanidades o las Ciencias Sociales, éste podría abordarse de distintas maneras; una, por lo menos, por cada autor que lo inten- tara. Aun así, el libro que comienza pretende ser no un artículo de opinión o un ensayo, sino una obra en lo posible amena y a la vez respetuosa con el rigor de la Historia como disciplina científica. Casi nada, si tenemos en cuenta que los debates sobre la conciliación de la divulgación –llevar el conocimiento a la mayor cantidad posible de personas– y el rigor –garantizar en lo posible que ese conocimien- to sea fiable y se pueda seguir construyendo sobre él– están entre los más candentes de cuantos afectan a los historiadores. Tratar de quedarse a medio camino entre dos cosas siempre entraña el riesgo de que ocurra precisamente eso: que se quede uno a medio camino entre ambas, y no termine de llegar en buenas condiciones hasta ninguna de ellas. Esperemos que este no sea el caso.

18 La horda de referencias que invade el texto es la principal prueba que encontrará quien siga leyendo de que la amenidad y el rigor pue- den mantener relaciones verdaderamente difíciles. La gran mayoría de estas referencias no contiene información adicional sobre lo que se está diciendo, sino que únicamente indica de dónde sale. Todo lector haría bien en cuestionar –eso sí, preferiblemente de manera razonada y sensata, y no por puro amor al arte– lo que se le coloca delante sin que se especifique de dónde se saca, como si se supiera por ciencia infusa o por invención. Es un ejercicio especialmente recomendable hoy en día, saturados como estamos por cantidades ingentes de in- formación de dudosa calidad. Por eso, aquí se ha intentado que todo lo que se afirma y buena parte de lo que se sugiere esté apoyado por documentos de archivo, noticias de prensa, fotografías, testimonios orales o, en fin, cualquier material susceptible de ser utilizado como fuente para el estudio de una fiesta como la Jira al Embalse de Traso- na. De esta manera, quien quiera saber de dónde ha salido lo que se defiende en tal o cual sitio podrá acudir directamente a la fuente y, si no llegar con ella a las mismas conclusiones que el autor, sí al menos revisarla y decidir si se ha interpretado de manera razonable o, por el contrario, totalmente equivocada. Al mismo tiempo, se ha buscado que las hipótesis del autor, aparte de tener fundamento, puedan ser identificadas claramente como tales. Por último, las referencias han sido agrupadas al final del libro, para evitar en la medida de lo po- sible que entorpezcan la lectura. A quien esto le parezca insuficiente le queda todavía la opción de pasar olímpicamente de las referencias y hasta del texto, ya que se han incluido algunas fotos interesantes para mirar, por si después de todo fracasa la aspiración de contar algo de forma amena. Volviendo al título del libro, si se habla de algo «breve» es por- que revisar en profundidad sesenta años de historia, aunque sea la de una fiesta que solo se ha materializado durante un breve lapso de tiempo en cada uno de esos años, demanda mucho más espacio y tiempo de dedicación del que conforma esta obra. Lo que tenemos aquí es un esbozo que procede de otro, presentado hace ya algunos años como Trabajo Fin de Máster en Oviedo, y del que últimamente se ha tomado una parte concreta para dar forma a un artículo sobre

19 Ensidesa y su deporte, con la Jira como protagonista7. Esta es una completa reescritura de aquel trabajo, ampliado con nuevas fuentes. Y aun así no deja de ser un esbozo, porque los sesenta años que la fiesta se dispone a cumplir en el momento en el que se redactan estas líneas, aunque puedan parecer muy pocos si comparan con los de otras celebraciones asturianas, realmente venerables, han sido testigos de un volumen de historias individuales y colectivas al que es imposible hacer justicia aquí. En efecto, a lo largo de las décadas ha pasado por las márgenes del pantano de Trasona/Tresona un número incontable de romeros, se han sucedido los programas, las actividades y las atracciones y se ha generado y transformado el universo social generado en torno a todo ello. Por mucho empeño que ponga y por generosas que sean con él las fuentes, el historiador de las fiestas populares no llegará a contar más que con retazos de lo mucho que un grupo humano pone en juego cuando festeja. La documentación disponible y los testimonios orales y escritos siempre serán escasos. A pesar de eso, se puede tratar de abordar la historia de la Jira al Embalse de Traso- na, originalmente la fiesta de Ensidesa y sus trabajadores, que con el tiempo se ha convertido en la de muchas otras personas. Que el resultado esté o no a la altura de la tarea es otra cuestión. Por último en esta introducción, aunque no por ello menos importante, es necesario hacer agradecimientos a las personas sin cuya colaboración la realización de esta obra no hubiera sido posi- ble; al Ayuntamiento de , y en particular a Jorge Suárez y Rafa Valdés, por el interés mostrado en el trabajo; a Rubén Vega, por su seguimiento de la investigación sobre la Jira desde que no era más que un embrión y por su amable prólogo; al igualmente amable personal de los distintos archivos, museos y bibliotecas en los que se han consultado las fuentes; a Rafael Alonso, por su tiempo y testimonio; a Rubén Domínguez, por haber dado a las imágenes

7 Antuña Gancedo, Enrique: «Deporte y fiesta en el ensayo de un ocio totalitario: Ensidesa y la Jira al Embalse de Trasona (Asturias, 1958-1975)», Recorde: Revista de História do Esporte, vol. 10, núm. 1, 2017. En línea,

20 la mejor calidad posible, y a Alberto Carrero, en representación de Arcelormittal, por autorizar la inclusión de fotografías de la revista Ensidesa en el libro. Estas personas y algunas más son responsables de buena parte de lo bueno que pueda haber en esta obra; los errores y taras, por supuesto, corresponden exclusivamente al autor.

1. CAMINO DEL PANTANO: ORÍGENES Y CONTEXTO DE LA FIESTA DE ENSIDESA

1.1. La revolución siderúrgica de Avilés

n su día, el concepto de revolución industrial no fue fácil de aceptar para algunos historiadores y economistas. La idea E de revolución hacía referencia a cambios profundos, pero también rápidos. Había quienes no tenían claro que unas transfor- maciones que por lo menos abarcaban, en el pionero caso británico, un buen número de décadas entre los siglos xviii y xix pudieran considerarse realmente revolucionarias. La extensión del proceso a otros lugares del planeta multiplicaba las variables, de forma que en algunos territorios los cambios se hacían notar en no demasiado tiempo, mientras que en otros se volvían patentes solo a largo plazo. Ya estaba bien entrado el siglo xx cuando la revolución industrial pasó a formar parte indiscutida del vocabulario de la Historia econó- mica y social8. Probablemente no habríamos tenido que esperar tanto si aquellos escépticos hubiesen podido echar un vistazo al Avilés sobre el que aterrizó Ensidesa. A principios de la década de 1950 España atravesaba una situa- ción delicada. La economía nacional, nunca a la altura de las grandes potencias industriales del continente y maltratada recientemente por la guerra civil, se encontraba además aislada en el plano interna- cional. Las simpatías mostradas por el régimen franquista hacia los fascismos europeos, durante los últimos años 30 y la Segunda Guerra Mundial, aun generaban desconfianza entre las democracias liberales occidentales. En este contexto, el Instituto Nacional de Industria,

8 Hobsbawm, Eric: En torno a los orígenes de la revolución industrial. México, D. F.: Siglo XXI, 2004 (1971), págs. 89-92.

23 principal promotor de la industrialización del país, recibió entre otras la misión de encontrar un lugar adecuado para la instalación de una potente factoría que permitiese a la nación autoabastecerse de acero, con el fin de sostener y potenciar el desarrollo económico patrio. Tras barajarse distintas opciones, el emplazamiento seleccionado para acoger la flamante Empresa Nacional Siderúrgica, S. A., ENSIDESA, fue Avilés9. Las obras de construcción de la fábrica –en las que destacó como primera gran empleadora la empresa Entrecanales y Távora– y, después, la progresiva entrada en funcionamiento de las distintas instalaciones productivas, supusieron la llegada masiva de trabaja- dores de todos los rincones de Asturias y de la península10. Las polí- ticas autárquicas que habían impulsado el gran proyecto siderúrgico avilesino perderían fuelle muy pronto, sobre todo tras el famoso Plan de Estabilización de 1959 y la subsiguiente liberalización de la economía, pero Ensidesa seguiría creciendo en el marco del llamado «desarrollismo», y arrastrando a Avilés tras de sí. Los trabajadores continuarían llegando, logrando poco a poco traer con ellos a sus familias o formándolas en la vieja villa. En 1960 la plantilla de la «Fa- bricona», como pronto se la conoció popularmente, se acercaba a los 7 500 empleados, con cuyo trabajo se producían 800 000 toneladas de acero líquido al año11. Como consecuencia de semejante aluvión, Avilés experimentó un espectacular crecimiento demográfico, vien- do cómo su población se duplicaba holgadamente a lo largo de la década de 195012. Acomodar a semejante legión de personas era una tarea que abrumaba por completo a una villa sosegada, uno de los principales puntos tradicionales de partida de los emigrantes asturianos hacia

9 Madrid, Juan Carlos de la: Avilés: una historia de mil años. Avilés: La Voz de Avilés-El Comercio, 2002, págs. 296-298. 10 Bogaerts, Jorge: El mundo social de Ensidesa: Estado y paternalismo indus- trial (1950-1973). Avilés: Azucel, 2000, págs. 41-51. 11 Madrid, Juan Carlos de la: Avilés... obra citada, págs. 298-299, 315. 12 Erice, Francisco; Uría, Jorge. Historia de Asturias. Oviedo: Mases, 1988, pág. 181.

24 las Américas. Como apunta Juan Carlos de la Madrid, Avilés estaba «más acostumbrada a ver salir a sus hijos que a recibir en avalancha a los hijos de los demás»13. Pero poco importaba a qué estuviera acos- tumbrada o no la población costera; el gigante siderúrgico necesitaba mano de obra en cantidades industriales –nunca mejor dicho–, y los ingentes problemas derivados de ello favorecieron que Ensidesa tomara parte activa en el apresurado crecimiento urbano que tuvo que asumir la comarca. Así, al mismo tiempo que levantaba su fábri- ca junto a la ría avilesina, la empresa construía su propio conjunto habitacional, formado por distintos núcleos de viviendas en Llaranes, La Rocica, la céntrica calle González Abarca o Trasona/Tresona, pa- rroquia esta última del vecino municipio de Corvera. Con varios miles de trabajadores en plantilla, y subiendo, era imposible para la siderúrgica proporcionar a todos ellos hogares y servicios con los que poder presumir al mismo tiempo de genero- sidad y de maña urbanística. A partir de principios de los años 60, El Barrio de La Luz/La Xungarosa ofrecería un inmejorable ejemplo de esto último, convirtiendo un proyecto inicial que prometía una urbanización moderna con todas las comodidades apetecibles en una barriada plagada de problemas desde sus primeros días de vida14. Tampoco era deseable satisfacer las necesidades de todo el mundo, ya que el limitado número de viviendas, perfectamente jerarquiza- das según el puesto que ocuparan sus habitantes en el escalafón de la factoría, ofrecía posibilidades muy interesantes; con residencias exclusivas se podía atraer a trabajadores cualificados que ya perci- bían un buen sueldo en otros lugares, así como premiar esfuerzos y conductas especialmente valorados15. Efectivamente, el diseño y hasta la misma existencia de los po- blados no respondían a una generosidad desinteresada de la empresa para con sus trabajadores; ni siquiera solamente al interés que tenía la siderúrgica en que Avilés y sus cercanías fuesen capaces de aco-

13 Madrid, Juan Carlos de la: Avilés..., obra citada, págs. 338. 14 Adams Fernández, Carmen: «La Luz: una villa contemporánea para Avilés», De Arte: Revista de Historia del Arte, n.º 2, 2003, págs. 193-202. 15 Bogaerts, Jorge: obra citada, págs. 182-186.

25 ger a la gran masa de personas que necesitaba para funcionar. No podemos olvidar que Ensidesa, al igual que el resto de empresas del INI, era poseída y respaldada por un Estado autoritario con necesi- dades e intereses propios y bien definidos. De hecho, esta era para la gran industria española una oportunidad sin precedentes desde los primeros años de la centuria. Hacía medio siglo, los ambiciosos proyectos ideados por los patronos para mantener las vidas de sus trabajadores bajo control, también fuera de la fábrica y en beneficio de la producción, habían tenido que ser abandonados. El desarrollo en España del liberalismo político había llevado a la consagración de ciertos derechos individuales, considerados inviolables e inalie- nables, dibujándose con ellos una línea roja que el capital industrial ya no podía cruzar tan fácilmente como antes. Eso había puesto coto a aquellas estrategias englobadas bajo lo que se ha dado en lla- mar paternalismo industrial. El espacio doméstico estaba –al menos teóricamente– vedado, y aunque existían fórmulas para influir en la sociabilidad popular, las asociaciones musicales, casinos y clubes para el ocio dirigidos o influidos por intereses patronales tenían que enfrentarse a la dura competencia ofrecida por alternativas como los ateneos republicanos, las casas del pueblo de las organizaciones obreras o las tabernas mismas16. Con la «Nueva España» surgida de la victoria de Franco en la guerra civil, las cosas habían cambiado. Los principios jurídicos del liberalismo habían sido abolidos, y el movimiento obrero y los partidos políticos de izquierdas, desbaratados. En los puestos direc- tivos de las grandes empresas estatales, como Ensidesa, Endasa o Seat, se fundían los intereses económicos y los políticos, frente a las diferencias, mayores o menores, existentes entre ambos en la época liberal. El Estado franquista perseguía lo mismo que los grandes capitales industriales: la configuración de un ejército disciplinado de

16 Jorge Uría ha trabajado intensamente estos temas. Véase, por ejemplo, Uría, Jorge: Una historia social del ocio: Asturias, 1898-1914. Madrid: Unión Ge- neral de Trabajadores, 1996, págs. 181-191. «La taberna: un espacio multifuncional de sociabilidad popular en la Restauración española», Hispania: Revista española de historia, vol. 63, núm. 214, 2003, págs. 571-604.

26 «productores», que no ya obreros, que asumieran sin aspavientos su papel subordinado en la escala laboral y social, en aras del engrande- cimiento de la economía patria. Ésta era la esencia del mensaje del nacionalsindicalismo, convertido en doctrina oficial del Régimen17. El poblado de Llaranes, donde Ensidesa echó el resto, es el pa- radigma de esto. Aquí, en el extremo sudoriental del municipio de Avilés, la empresa construyó más de mil viviendas, completadas con varios cientos más en otros poblados cercanos. Aunque no se cum- plieron las previsiones iniciales, y pese a la celeridad de las obras –el grueso de las cuales concluyó en apenas tres años–, el resultado fue digno de reseñar. Los nuevos habitantes de Llaranes, muchos de los cuales procedían de zonas rurales en las que el agua corriente y la luz eléctrica eran comodidades muy recientes, cuando existían, pasaron a disfrutar de viviendas bien equipadas, en las que la reparación de posibles desperfectos corría a cargo de la siderúrgica. Además, el poblado contaba con su propio economato, colegios para los niños, abundantes zonas ajardinadas, avanzadas instalaciones deportivas y, como no podía ser de otro modo dado el contexto político, una lustrosa iglesia. También existía una plaza mayor, presidida por un edificio con muy poco que envidiar en cuanto a monumentalidad y funciones a los principales ayuntamientos asturianos. Este centro era la sede del Departamento de Asuntos Sociales de Ensidesa, encarga- do de gestionar el microcosmos social generado por la siderúrgica, en todos los órdenes: organizando la distribución de las viviendas y el funcionamiento de la infraestructura educativa, velando por la seguridad y diseñando e implementando la oferta de ocio de los trabajadores y sus familias 18. Las vidas de las más de 5 000 personas residentes en Llaranes, que en 1957 funcionaba ya casi en su plenitud, estaban así tuteladas en su mayor parte por Ensidesa. Los trabajadores y sus familias vi-

17 Andreassi Cieri, Alejandro: «Trabajo y empresa en el nacionalsindicalis- mo», en Andreassi Cieri, Alejandro; Gallego, Ferran; Morente, Francisco (eds.): Fascismo en España: ensayos sobre los orígenes sociales y culturales del franquismo. S. l.: El Viejo Topo, 2005, págs 13-42. 18 Bogaerts, Jorge: El mundo social... obra citada, págs. 159-160.

27 vían en las casas diseñadas por la siderúrgica, sus relaciones sociales fuera del trabajo tenían lugar fundamentalmente en el poblado, donde también asistían a los servicios religiosos y enviaban a sus hijos al colegio, y ocupaban el grueso de su ocio en las variadas acti- vidades ofrecidas por el Grupo de Empresa. Esta situación generaba el ambiente propicio para la creación de una auténtica identidad colectiva en torno a la empresa, que envolvía a sus trabajadores, y en particular a los habitantes de sus complejos poblacionales, y los distinguía del resto de la población del entorno, como en su día mostró con claridad Jorge Bogaerts19. Podríamos decir, en pocas palabras, que, con todas las precauciones que se quiera, existía una especie de «nacionalismo ensidesil», con Llaranes como capital. En suma, al inaugurarse el año 1958 a las propiedades de Ensidesa les faltaba poco más que disponer de sus propios festejos para con- vertirse de facto en un pequeño estado, y esa situación no duraría mucho tiempo.

1.2. Las coordenadas de la Jira al Embalse de Trasona

Según el relato de un testigo presencial, el origen de lo que se convertiría en la Jira al Embalse de Trasona fue bastante casual. José Luis Martín Menéndez, responsable del Departamento de Asuntos Sociales de Ensidesa a la altura de 1958, había visto en el cine Flo- rida de Avilés una película estadounidense en la que se celebraba una comida campestre como parte de los festejos del Día de Acción de Gracias. Inspirado, Martín Menéndez pondría después sobre la mesa la idea de que la empresa organizase algo similar para sus tra- bajadores, obteniendo un entusiasta visto bueno de los principales responsables de la factoría avilesina. Fuera como fuere, la fiesta que se planeaba quedó acomodada rápidamente a la política paternalista de Ensidesa. El propósito de la siderúrgica al celebrar el evento era disponer de «una forma de

19 Bogaerts, Jorge: El mundo social... obra citada, págs. 106-145.

28 contentar a los trabajadores para que pudieran estar cómodos y así aumentase la producción de la factoría», implicándose también a sus familias20. Este objetivo no era muy diferente del que tenía en mente Manuel de Luxán, predecesor de Martín Menéndez, al organizar el por entonces Servicio de Asuntos Sociales: atender al personal perteneciente a la Empresa (...) y conseguir para ellos el mayor bienestar posible, logrando de esta manera que se identifiquen con ella consiguiendo la consideren «su» no «la» Empresa, produciendo en consecuencia inconscientemente un aumento de su rendimiento que redundará en beneficio de la misma21. Una vez definidos los fines de la celebración había que es- tablecer sus coordenadas, es decir, el lugar y la fecha en los que se ubicaría. Seguramente no era fácil afinar el número de posibles participantes que tendría la fiesta antes de su primera edición, pero si lo que se planteaba era dedicarla al conjunto de los trabajadores de Ensidesa y sus familias, el contingente potencial alcanzaba varios millares, aun suponiendo que solo se consiguiera convocar a una fracción del total. En consecuencia, hacía falta un espacio razona- blemente amplio. La mayor parte de los terrenos que habían pasado a ser propiedad de la siderúrgica durante su asentamiento en suelo asturiano estaban ocupados por las instalaciones productivas y los poblados. Llaranes podía presumir de un desahogo espacial que lo acercaba a la condición de ciudad jardín, pero probablemente el flamante, cuidado y ejemplar corazón del universo social de Ensi- desa no era la mejor opción para acoger una fiesta multitudinaria y bulliciosa. Además, la factoría contaba con otras propiedades, como las que habían sido adquiridas para garantizar el suministro hídrico necesario para el funcionamiento del proceso productivo; entre ellas destacaban dos amplias extensiones, situadas en los lugares de La

20 Fernández, Horacio: «La Jira nació para contentar a los trabajadores y a sus familias», El Comercio, 26 de abril de 2008, en línea, http://www.elcomercio. es/gijon/20080426/corvera/jira-nacio-para-contentar-20080426.html [Consulta: 08/06/2017]. 21 Bogaerts, Jorge: El mundo social... obra citada, pág. 161.

29 Granda y Trasona/Tresona, en las que la empresa había construido sendos embalses de agua dulce22. Los entornos de los pantanos se presentaban como las alterna- tivas más recomendables como escenario para la jira campestre que se proyectaba. De los dos, el de La Granda era el que estaba más alejado de Avilés y tenía un acceso más complicado, por encontrarse en una zona de terreno más irregular y agreste. El de Trasona/Treso- na, oficialmente bautizado como de Santa Cruz, reunía en cambio condiciones favorables; se encontraba a poca distancia del centro urbano de la comarca, en un lugar de colinas suaves, cubiertas de praderías perfectas para una romería. De hecho, antes de la instala- ción de Ensidesa se celebraba junto al río Alvares la romería de San Pelayo, más o menos en el mismo sitio que más tarde ocuparía el embalse, y a hacia ella convergían en largas marchas gentes de todo Avilés y sus alrededores. No podemos saber si esto influyó en la elección del entorno para la futura Jira pero, de ser así, estaríamos ante una hábil maniobra con la que se habría aprovechado el tirón del antiguo San Pelayo entre avilesinos y corveranos para ofrecer a la fiesta de Ensidesa una base potencial de participantes, animados por la costumbre23. Podemos seguir especulando con los motivos que llevaron a que la fiesta se celebrase en los márgenes del embalse de Trasona/ Tresona, y es que en él se despliega una simbología muy interesan- te. Para empezar, es cierto que estamos ante un espacio cercano a Avilés y a los distintos poblados obreros de Ensidesa, muy accesible por tanto para aquellos a quienes está dirigido el festejo. Al mismo tiempo, sin embargo, esta parte de Trasona/Tresona –en las cercanías del pequeño caserío de Overo– es un paraje eminentemente rural, por completo opuesto al Avilés urbano que a finales de la década de 1950 se encuentra en plena efervescencia industrial. Aquí, el en- torno invita a descansar del ambiente fabril al que se enfrentan a

22 Madrid, Juan Carlos de la: Avilés... obra citada, pág. 316. 23 Entre las fotografías que acompañan al libro puede encontrarse una tomada en el San Pelayo anterior a la construcción del embalse.

30 diario los trabajadores de la siderúrgica, que es precisamente lo que busca la empresa. En este vergel próximo a los escenarios del día a día, y a la vez alejado de los humos, los ruidos y las aglomeraciones cotidianos, el productor puede llenar sus pulmones de aire puro y estirar los músculos entumecidos por la labor; podrá experimentar con todo su ser, en definitiva, el asueto que le debe servir para rege- nerar su fuerza de trabajo. Inmediatamente después de la primera Jira, desde las páginas de La Voz de Avilés se confirmará el buen gusto de quienes hubieran tomado la decisión: «en aquellos extensos terrenos comprendidos entre el secular palacio condal de Peñalver, hasta y La Consolación, ¡vaya Parque natural que tiene allí ENSIDESA!»24. Parque natural, sí, pero uno en el que el productor no podrá olvidar a quién debe esa jornada de tregua, que es el mismo a quien debe su puesto de trabajo y, en el caso de residir en un poblado como el de Llaranes, todos los servicios que lleva aparejados. Tra- sona/Tresona es un remanso de naturaleza para los trabajadores de Ensidesa, pero el espacio en el que se va a desarrollar la Jira aparece dominado por un símbolo insoslayable del poder de la empresa, y no cualquier cosa, sino una obra de ingeniería tan impresionante como es un embalse. Un elemento que, además, no va a ser una simple pieza del paisaje, sino que va a actuar como columna vertebral del lugar de la fiesta, como núcleo en torno al cual se van a articular los distintos componentes de la celebración. Lo que se propone podría hacerse en otros puntos del contorno del pantano, pero mientras la organización corra a cuenta de Ensidesa se hará exactamente en el lugar en el que se alza la presa, en cuya transitable parte superior, que se conocerá popularmente como «puente», se colocará el arco que sitúa el acceso al suelo de la fiesta. De este modo, el día de la Jira el productor va a poder descansar en un entorno favorable, pero teniendo presente en todo momento el poderío de su empleador, que es, en última instancia, el Estado.

24 Moreno, A. de: «Romería junto al lago», La Voz de Avilés, 2 de mayo de 1958, pág. 2.

31 Sin salir de los dominios de la especulación, porque las fuentes manejadas no revelan datos concretos sobre las circunstancias especí- ficas que rodean la colocación espacial y temporal de la Jira, en lo que será el espacio festivo hay otros elementos interesantes. Por una parte tenemos un hórreo, representante por excelencia de la arquitectura popular asturiana y, en general, de la asturianía. El hórreo recibirá importantes y variadísimas atribuciones durante toda la vida de la fiesta. Será punto de información de la organización, soporte de los sistemas de megafonía y del teléfono, botiquín, cobijo de puestos de venta, plataforma de lanzamiento de globos y expositor de trofeos y estrado para su reparto; un auténtico cuartel general de la Jira25. Pero, sobre todo –y quizá por eso le fueron concedidas tantas funciones–, el hórreo aportará siempre al evento un toque regionalista, segura- mente interesante para una empresa recién llegada que pretende crear casi de cero –contando con el precedente de San Pelayo– un festejo sin la legitimidad que otorga la tradición. Cerca del hórreo se levanta el mencionado palacio de Peñalver, o de los Rodríguez de León, legado arquitectónico de la nobleza rural de Trasona/Tresona. El palacio también tendrá su aprovechamiento en el discurrir de la historia de la fiesta, aunque en general sus fun- ciones serán escasas y tendrán menos relumbre que las del hórreo. En distintos momentos será, por ejemplo, sede de los servicios instalados provisionalmente para atender las necesidades básicas de los romeros, o de los estacionamientos creados para facilitar la llegada de vehícu- los. En general, el palacio no será el elemento protagonista de la Jira, salvo en los años en que la lluvia obligue a poner bajo techo algunas actividades pensadas para tener lugar al aire libre y a los festeros que quieran disfrutar de ellas, cosa que, por otra parte, y como veremos en su momento, tampoco es que vaya a ser demasiado infrecuente26.

25 Un buen número de las misiones encomendadas al hórreo se puede apreciar en el plano del espacio de la Jira trazado en 1964 por el Departamento de Asuntos Sociales, incluido entre las imágenes. 26 De nuevo, el plano del 64 es una buena fuente. En él se refleja el uso del palacio como «W.C. señoras», y su patio frontal como uno de los dos lugares de

32 El hórreo –enclavado en un sitio alto, desde el que se dominan los alrededores, pero de pequeñas dimensiones– y el palacio –grande, pero claramente desmejorado ya a mediados del siglo xx– ocupan un lugar periférico en el dominio de la fiesta, lo que realza su subordi- nación a la recia y moderna mole de la presa. Fuera conscientemente o no, esta disposición venía a representar bastante bien el juego de fuerzas que se había generado con el establecimiento del franquismo. El palacio parecía un reflejo de la situación de la nobleza española tal y como había quedado después de la Guerra Civil: basada en el respeto del estatuto social aristocrático, pero también en una supe- ditación total de los intereses nobiliarios a los del nuevo Estado, que pronto dejó claro que no tenía intención de restituir la monarquía en la que se enmarcaban los viejos privilegios27. En esa línea, la pre- sencia del hórreo y la importancia que se le daría en la Jira podría tener que ver con la actitud del franquismo hacia los regionalismos y localismos, a los que se intentó desproveer de todo posible tras- fondo político y colocar al servicio de un folclorismo con el que se pretendía reforzar un nacionalismo español compatible con la diversidad28. En el espacio de la Jira, el símbolo del poder de la gran siderúrgica parece ejercer su dominio visual sobre los símbolos de la vieja Asturias, que seguirán teniendo un lugar en el nuevo orden; eso sí, claramente secundario. Si trasladamos nuestra atención a las causas por las que se esco- gió el primer día de mayo como jornada para la celebración de la Jira, salimos del terreno especulativo. La fecha «se eligió por ser la festivi- dad de San José Obrero, reconocida como fiesta de los trabajadores desembarco para los romeros que llegaban al embalse en autobús de línea. Acerca del largo idilio que ha mantenido la Jira con el mal tiempo, puede verse el capítulo 5.2. 27 Langa Nuño, Concha: De cómo se improvisó el franquismo durante la Gue- rra Civil: la aportación del ABC de Sevilla. Sevilla: Centro de Estudios Andaluces, 2007, págs. 624-627. 28 Núñez Seixas, Xosé M.: «La región y lo local en el primer franquismo», en Michonneau, Stéphane; Núñez Seixas, Xosé M. (comp.): Imaginarios y re- presentaciones de España durante el franquismo. Madrid: Casa de Velázquez, 2014, págs. 127-154.

33 cristianos por la Iglesia católica y porque el Estado la había declarado fiesta laboral a nivel nacional»29. Desde finales del sigloxix , la del 1 de mayo era una jornada importante para los trabajadores de todo el mundo. El Congreso Internacional Socialista celebrado en París en 1898 la había convertido en cita reivindicativa oficial del proletariado mundial, con la vista puesta en la principal reivindicación obrerista de aquellos tiempos, la jornada laboral de ocho horas. Se recogía de este modo el simbolismo de que ya gozaba la fecha en los Estados Unidos de Norteamérica; allí, las organizaciones sindicales habían fijado ese punto del año1886 como límite a partir del cual no esta- rían dispuestas a tolerar la falta de cobertura legal de las ocho horas, y en Chicago la lucha derivada se había cobrado víctimas, convertidas en mártires del movimiento obrero. A partir de entonces, el 1.º de Mayo se iría expandiendo por todo el mundo, incluida España desde 1890, como ocasión anual de concentración e intensificación de las reclamaciones de los trabajadores, adquiriendo paralelamente una naturaleza festiva cada vez más visible30. A mediados del siglo xx, con el 1.º de Mayo asentado desde ha- cía más de media centuria, el papa Pío XII decidió tratar de recuperar la capacidad de influencia sobre las clases trabajadoras perdida por el catolicismo ante las ideologías de izquierdas. La estrategia empleada para ello recuerda al viejo sincretismo religioso que ya había servido provechosamente al cristianismo primitivo para avanzar por Europa. Entonces, por ejemplo, los santos cristianos habían absorbido rasgos de antiguas divinidades paganas, haciendo que resultase más fácil para las poblaciones evangelizadas aceptar el nuevo dogma. Ahora, se aprovecharía la popularidad y arraigo en las mentalidades colectivas del 1.º de Mayo para crear una auténtica contra-fiesta en el mismo

29 Fernández, Horacio: «La Jira nació para contentar a los trabajadores y a sus familias», El Comercio, 26 de abril de 2008, edición electrónica, http://www. elcomercio.es/gijon/20080426/corvera/jira-nacio-para-contentar-20080426.html [Consulta: 08/06/2017]. 30 Una visión exhaustiva de esta efeméride durante sus primeras décadas de vida, y con una perspectiva global, se puede encontrar en Dommanget, Maurice: Historia del Primero de Mayo. Barcelona: Laia, 1976.

34 día con la que disminuir el éxito de la anterior. En 1955 se introdujo, así, la nueva festividad de San José Obrero en el calendario católi- co, y al año siguiente se celebró por primera vez en Milán, con un impresionante despliegue de medios que incluía toda una batería de pantallas de televisión, con las que la multitud podía seguir cada acto de la jornada, y un helicóptero encargado de pasear una imagen de Cristo caracterizado como obrero. El lema de la convocatoria, «obreros de todo el mundo, unámonos en Jesucristo», parece una clara contraposición al llamamiento «¡Proletarios de todos los paí- ses, uníos!» lanzado por Marx y Engels en el Manifiesto del Partido Comunista31. En España el Estado, firmemente católico y atento a las inicia- tivas vaticanas, acogería la nueva festividad, aunque ello obligaba a aplicar cambios significativos en el calendario nacional. Ya durante la guerra, en 1937, el franquismo se había propuesto eliminar el 1.º de Mayo, como celebración referencial de los trabajadores izquierdistas españoles, que además les vinculaba con el abominable movimiento obrero internacional. Pero el bienestar de las gentes del trabajo, ahora «productores», era una pieza clave del discurso falangista, y desde el punto de vista político no convenía privar de su fiesta a una propor- ción del país tan amplia y decisiva para la estabilidad del Régimen. La solución tomada consistió en cambiar la fecha del evento, uno de los rasgos de una fiesta que más significado simbólico contienen. Por si las intenciones del cambio no estuvieran lo suficientemente claras, la nueva fecha sería el 18 de julio. La que se llamaría Fiesta de Exaltación del Trabajo, destinada a ensalzar el modelo de productor abnegado y no revoltoso, pasaba así a coincidir con el aniversario del «Glorioso Alzamiento» contra la República32. Pese a todo, la adhesión de España a los festejos en honor de San José Obrero sería inmediata y entusiasta, declarándose el 1 de mayo, ya en 1956, fiesta laboral abonable y no recuperable. Se conservaba

31 Calle Velasco, María Dolores de la: «El Primero de Mayo y su transfor- mación en San José Artesano». Ayer, núm. 51, 2003, págs. 98-99. 32 Molinero, Carme: La captación de las masas: política social y propaganda en el régimen franquista. Madrid: Cátedra, 2005, págs. 49-51.

35 la Fiesta de Exaltación del Trabajo del 18 de julio, pero buena parte de su carga propagandística pasaba a San José Obrero, llevándose a cabo durante este día multitud de actos oficiales que involucraban a los principales organismos y personalidades estatales relacionados con el mundo de trabajo. El epítome de este punto de encuentro – no siempre armonioso– del nacionalsindicalismo con el catolicismo obrerista lo constituirán las llamadas «demostraciones sindicales», rituales masivos a medio camino entre lo deportivo y lo folclórico que representaban el modelo ideal de trabajador franquista discipli- nado. El estadio Santiago Bernabéu de Madrid será la sede de estos desfiles, organizados por la Obra Sindical de Educación y Descanso, sección del sindicato vertical encargada de dirigir el tiempo libre de los trabajadores, y presididos por el propio Franco33. Con el tiempo, esta versión franquista del 1.º de Mayo irá res- quebrajándose debido a los cambios sociales y culturales operados en España, y en especial como consecuencia de la labor de todo tipo de grupos obreristas opositores que utilizarán San José Obrero como vía para comenzar a reivindicar los derechos de los trabajadores negados por el Régimen, restituyendo con el tiempo el sentido primitivo de la jornada. En su momento trataremos de ver cómo se tradujo esto con- cretamente en el caso que nos interesa. En cualquier caso, a finales de la década de 1950 la adaptación española de la iniciativa vaticana se encontraba en pleno esplendor. Los ideólogos de la Jira al Embalse de Trasona no debieron de tener, por tanto, demasiados problemas para decidir en qué lugar del calendario colocarían su creación.

33 Una descripción minuciosa de una de estas demostraciones sindicales, en «El jefe del Estado clausuró ayer en Madrid los juegos deportivos sindicales», El Comercio, 2 de mayo de 1958, pág. 1. 2. LOS AÑOS DORADOS (1958-1975)

2.1. El despegue (1958-1965)

a idea de celebrar una fiesta para los trabajadores de Ensi- desa y sus familias cuajó por fin en1958 . Para la dotación L económica de esta primera celebración la empresa se mostró precavida, cosa lógica; al carecerse de precedentes se podían hacer conjeturas sobre el posible éxito, pero no tener certezas. Además, la siderúrgica, aunque gozaba ya de unas dimensiones y una capacidad productiva más que respetables, no dejaba de ser joven. La partida destinada a la organización del evento ascendió a 5 000 pesetas, de las cuales solo se gastaron 3 345, lo cual hace pensar que en este primer año, aunque se tuviese la firme intención de dar a luz a una fiesta atractiva y con posibilidades de triunfar, también se quería tantear el terreno para observar la reacción de los trabajadores y diseñar, sobre esa base, la ruta a seguir en años sucesivos34. Así pues, en los dominios de Ensidesa el 1 de mayo de 1958 se desperezó a las nueve de la mañana, obligado por el «disparo de potentes palenques», el equivalente festivo de las campanadas, un recurso clásico para recordar a la comunidad que se avecina un día de celebración. A las once, el coro de la siderúrgica ofrecía una actua- ción en el cine Ráfaga de Villalegre. A las tres de la tarde, una nueva descarga pirotécnica señalaba el inicio de la Jira propiamente dicha, una comida campestre desarrollada en las márgenes del embalse de Trasona/Tresona que contaba con música de baile y del país, puestos de venta de comida y bebida y embarcaciones motorizadas con las que los romeros podían pasear por la superficie del pantano. A las

34 Archivo Histórico de Asturias (en adelante AHA), fondo Ensidesa, Grupos de Empresa, Expediente de fiestas y festejos, caja132662 /2, San José Obrero 1958- 1962, «Justificación de gastos,1958 ».

37 seis se procedía a la suelta de globos aerostáticos no tripulados, y me- dia hora más tarde la Sociedad Colombófila Avilesina, colaboradora habitual de las fiestas de la comarca, hacía lo propio con una bandada de palomas. La jornada culminaba, a las ocho de la tarde, con el rezo desde lo alto de la presa de un rosario «en acción de gracias y por los productores fallecidos en acto de servicio»35. En este primer programa, todavía modesto, encontramos ya elementos muy interesantes, algunos de ellos decisivos para entender la historia posterior de la Jira. Por una parte, el acto del cine Ráfaga nos advierte que las actividades que tienen lugar en los contornos del embalse, aunque sean las más numerosas, populosas y llamati- vas, se integran en un conjunto más amplio. De hecho, en Avilés encontraríamos un interesante programa deportivo desplegado en honor de San José Artesano, antes incluso de llegar a los dominios de la joven Ensidesa: El esfuerzo del diario quehacer se tomó unas horas de descanso que se aprovecharon para asistir al partido jugado en el Estadio «Suárez Puerta» por los equipos de casados y solteros de la Empresa Construc- tora «Huarte y Compañía», S. A., que destinaba los ingresos habidos a engrosar los fondos de la Campaña Nacional contra el Cáncer y a cuyo beneficio se postuló también en las calles, (...) por la tarde, los aficionados a los espectáculos fuertes, se trasladaron al cuadrilátero de la A. A. A., donde púgiles destacados medían y contrastaban su valer36. En los años que siguen a 1958 veremos cómo la Jira al pantano se convierte en el núcleo de unos festejos de San José Obrero que incluyen también actividades celebradas en los poblados, con las que se asegura que el ambiente creado en la fiesta alcance igualmente a los trabajadores que decidan no desplazarse a Trasona/Tresona. Aun así, será en las orillas del embalse donde se pondrá toda la carne en el asador, aprovechándose las posibilidades ofrecidas por la masa de agua, como se hace ya en este primer año con los paseos en barca.

35 AHA, Fondo Ensidesa, Grupos de Empresa, Expediente de fiestas y festejos, caja 132662/2, San José Obrero 1958-1962, «Programa, 1958». 36 «Romería junto al lago», La Voz de Avilés, 2 de mayo de 1958, pág. 2.

38 Los globos, por su parte, llegarán a convertirse en uno de los símbo- los por excelencia de los festejos de Ensidesa. Más adelante, cuando nos acerquemos a la dimensión ideológico-política de la Jira, habrá que volver a echar un vistazo a este programa originario. Parece que los trabajadores y sus familias acogieron con entu- siasmo notable esta primera oferta festiva que les hizo la empresa, barajándose para ella la cifra de 3 000 asistentes37. Esto debió de alimentar el interés de la siderúrgica por el proyecto, porque a partir de esa primera edición de 1958, y durante más de un lustro, veremos cómo presupuesto y número de asistentes de la Jira crecen expo- nencialmente año a año. Será una especie de círculo virtuoso en el que la cálida acogida de los romeros incentiva la organización de programas cada vez más cuidados, que a su vez atraen a más gente en cada ocasión. En la segunda edición de la Jira, en 1959, Ensidesa aprobó des- tinar 15 000 pesetas a fondo perdido a la organización de la fiesta, esto es, el triple de lo que aportara el año anterior. Finalmente no fue necesario tanto, ya que, aunque los gastos ascendieron a la friolera de casi 69 000 ptas., lo obtenido con las ventas de los puestos de comestibles, gestionados por personal de la propia factoría, supe- raron las 59 000, resultando un déficit total de menos de 10 000 ptas38. Estas cifras hacen evidentes dos cosas. Por un lado, tan solo un año después de aceptar la idea de crear unos festejos para sus productores, Ensidesa estaba dispuesta a invertir en ellos un volumen de recursos realmente elevado, y por tanto debía de considerar que de alguna manera el efecto causado sobre la plantilla compensaba el esfuerzo económico asumido. Por otra parte, la nada desdeñable suma recaudada por los puestos indica que la cita se estaba haciendo verdaderamente popular en Avilés y sus alrededores. El compromiso de la siderúrgica con la fiesta se hizo notar en el programa. En 1959 ya se formaba un pasacalles con sección de gaitas,

37 Fernández, Horacio: «La Jira nació...», obra citada. 38 AHA, Fondo Ensidesa, Grupos de Empresa, Expediente de fiestas y festejos, caja 132662/2, San José Obrero 1958-1962, «Justificación de gastos,1959 ».

39 que recorrería a primera hora Trasona/Tresona, La Marzaniella y Llaranes. En la plaza mayor de este último poblado, por la mañana, se reunían jóvenes de Acción Católica de toda Asturias para asistir a un oficio conducido por el obispo auxiliar de Oviedo. Esto nos puede llevar a pensar que, de alguna manera, los festejos en honor a San José Obrero organizados por Ensidesa –en la que todavía es su segunda edición, recordemos– se han convertido ya en un referente importante a escala regional. De nuevo la jornada llegaba a su clímax a orillas del pantano, en la comida campestre con música apoyada por altavoces, una suelta de globos a imagen de la del año anterior y, como novedad, un concurso de bolos. Además, se daban facilidades a todos aquellos que quisieran acudir al pantano y no estuvieran por la labor de hacerlo caminando, a la manera romera tradicional, ofre- ciéndose durante toda la jornada un servicio continuo de autobuses que enlazaban Trasona/Tresona con Avilés y Llaranes39. El crecimiento exponencial continuó durante el cambio de dé- cada. En 1960 los organizadores recibían de caja 20 000 ptas., que en 1961 se convertían en 25 000, y siempre se conseguía que la diferencia entre ingresos y gastos, generalmente negativa, quedase por debajo de esa cantidad. Y no debía de resultar fácil, ya que, conforme el pro- grama y la afluencia crecían, también lo hacía, lógicamente, la suma a desembolsar. En 1961, solo la vertiente musical de la Jira costaba casi el doble de lo que se había gastado en la totalidad de la fiesta en 195840. Los puestos estaban atendidos por personal de Ensidesa, pero éste recibía remuneración y almuerzo por su colaboración, y también se proporcionaba una bolsa de comida a los miembros de los distin- tos cuerpos policiales y de seguridad que se concentraban junto al pantano para garantizar el orden y, sobre todo, controlar el creciente volumen de tráfico rodado. A estos efectivos no les faltaba trabajo; al embalse «afluían autobuses, automóviles, motos y bicicletas de todas las localidades asturianas. (...) Gente andando por los cami-

39 AHA, Fondo Ensidesa, Grupos de Empresa, Expediente de fiestas y festejos, caja 132662/2, San José Obrero 1958-1962, «Programa día 1 de mayo, 1959». 40 AHA, Fondo Ensidesa, Grupos de Empresa, Expediente de fiestas y festejos, caja 132662/2, San José Obrero 1958-1962, «Justificación de gastos,1961 ».

40 nos de los cuatro puntos cardinales (...) convergían en esta Jira»41. Los ingresos por la venta de comida y bebida, aun siendo elevados, estaban limitados por la presencia de empresas privadas, a las que se permitía instalarse y vender sus productos a precio de coste con fines publicitarios, buscándose con ello hacer más atractiva la cita42. La masificación era un síntoma de éxito y una fuente de in- gresos, pero también disparaba los gastos y generaba numerosas dificultades para los organizadores. En ese mismo año de1961 se calculaba que la concurrencia se situaba ya entre las 12 000 y las 15 000 personas, lo cual significaría que se habría multiplicado casi por cinco en solo tres años. Ello creaba problemas de espacio, «pues la propiedad de la empresa está delimitada por todas partes por terreno de cultivo particular», a pesar de lo cual «se procura hacer que la gente se desparrame lo más posible», separándose los bandines de música y colocándose mostradores que, según se afirmó en el resu- men de la jornada, llegaron a superar los 80 metros de longitud. Las necesidades espaciales obligarán, en años sucesivos, a destinar parte del presupuesto al alquiler de parcelas privadas con las que hacer sitio a la fiesta en pleno crecimiento43. El deporte daba pie a uno de los capítulos de gasto más im- portantes, y no era para menos dada su exitosa carrera en la España contemporánea. Entre finales del siglo xix y principios del xx, el hasta entonces llamado sport, patrimonio de la minoría aristocrática y burguesa que disponía de los recursos y el tiempo libre necesarios para practicarlo, empezó a popularizarse y a transformarse en el mo- derno deporte de masas. En Asturias, y en concreto en sus principales poblaciones, con los primeros años de 1900 hicieron ya su aparición

41 «Jira al embalse de Trasona. Fiesta para todos»: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 89, 1966, pág. 24. 42 AHA, Fondo Ensidesa, Grupos de Empresa, Expediente de fiestas y festejos, caja 132662/2, San José Obrero 1958-1962, «Jira al Embalse de Trasona. Festividad de San José Obrero. 1 de Mayo». 43 AHA, Fondo Ensidesa, Grupos de Empresa, Expediente de fiestas y festejos, caja 132662/2, San José Obrero 1963 a 1965, cheques dirigidos a distintos particulares por el alquiler de prados para la celebración de la Jira.

41 distintas prácticas deportivas, muchas de ellas importadas del ex- tranjero por jóvenes de familias acomodadas que habían tenido la oportunidad de conocer otros lugares de Europa y Norteamérica. Jorge Uría nos cuenta, por ejemplo, cómo en el plazo de una década aparecía el base-ball en Avilés, surgían competiciones y clubes de natación en Gijón/Xixón y Navia o se creaba una sociedad en Ovie- do que fomentaba el aprovechamiento del puerto de Pajares para la práctica del sky. Algunas de estas actividades no llegarían a tener una gran proyección social, pero otras moverían a auténticas multitudes, y el ciclismo y el fútbol fueron los mejores ejemplos de esto último, asistiendo a la creación de equipos y aficiones de dimensiones cada vez mayores. Aunque luego consolidaran su independencia, los deportes tu- vieron siempre gran afinidad con las fiestas populares. Las carreras ciclistas y los encuentros futbolísticos proliferaron en los festejos ur- banos de principios del siglo pasado, y prácticas más apropiadas para paisajes campestres, como el tiro de pichón, se hicieron recurrentes en los programas de las romerías44. Para finales de los años cincuenta las relaciones entre fiesta y deporte estaban más que asentadas, y en el caso de la Jira de Trasona se sumó a ello el vivo interés demostrado por Ensidesa hacia el deporte, que se hizo patente en la creación de un potente Grupo de Empresa que contaba con ramificaciones para todo tipo de prácticas deportivas. Algunas de las modalidades para las que se establecieron equipos e instalaciones, como el balonmano, enraizarían en Asturias en buena medida gracias al impulso recibido por parte de la siderúrgica45. En 1961, el precio de la organización y celebración de las prue- bas deportivas en el marco de San José Obrero se acercaba a las 16 000 ptas.46. La oferta, reflejo de la vitalidad del poliédrico Gru-

44 Uría, Jorge: Una historia... obra citada, págs. 208-213. 45 Es el caso del balonmano, del que se llegará a decir en la primera mitad de los setenta que es el correspondiente grupo de empresa de Ensidesa el único que le da vida. Oremor: «Coctelera» Balonmanística», La Voz de Avilés, 5 de enero de 1973. 46 AHA, Fondo Ensidesa, Grupos de Empresa, Expediente de fiestas y festejos, caja 132662/2, San José Obrero 1958-1962, «Gastos generales».

42 po de Empresa, era realmente amplia. A la altura de 1962 existían ya trofeos San José Obrero de piraguas, bateles, ciclismo, fútbol, atletismo, balonmano masculino y femenino, mus y ajedrez, y las competiciones no involucraban solo a los trabajadores de la planta avilesina. En 1963, año el que las pruebas deportivas consumían casi 22 000 ptas. del presupuesto para la organización de la fiesta,El Co- mercio ilustraba la capacidad de convocatoria del deporte desplegado por Ensidesa en torno al 1 de mayo: Tomaron parte las empresas Enesa, de Ponferrada; Solvay, de Mieres; Ensidesa, de Madrid; Cristalería Española y Ensidesa, de Avilés, además de las sociedades piragüísticas de Avilés, Ribadesella, Grupo Covadonga de Gijón, Ensidesa, «Los Rápidos de Arriondas» y el Club Ciclista Llaranes, Peña Bahamontes, de Avilés; Club Ciclista Avilesino, Peña Real Gijón, de Llaranes...47

Los equipos de otras grandes empresas, como Altos Hornos de Vizcaya, se medían habitualmente con los de Ensidesa en este con- texto. El 1 de mayo avilesino y sus aledaños eran utilizados, además, como sede de encuentros de cierto alcance, como el Campeonato de España de Baloncesto Juvenil celebrado en 1964, o los sucesivos campeonatos organizados por Educación y Descanso a escala pro- vincial48. Si tenemos en cuenta que San José Obrero era una fiesta de carácter nacional, con actos celebrados de manera simultánea en todo el país –y desde luego en las dos principales ciudades asturianas, Oviedo y Gijón/Xixón–, podemos llegar fácilmente a la conclusión de que el apoyado por Ensidesa adquirió pronto un lustre especial. Es cierto que los esfuerzos económicos destinados al deporte no se concentraban solamente en Trasona/Tresona. De hecho, muchas de las pruebas no tenían cabida en las inmediaciones del pantano,

47 «Finalizaron los festejos de San José, en Trasona», El Comercio, 3 de mayo de 1963, pág. 4. Los recursos invertidos en las pruebas deportivas, en AHA, Fondo Ensidesa, Grupos de Empresa, Expediente de fiestas y festejos, caja132662 /2, San José Obrero 1963 a 1965, «Gastos». 48 AHA, Fondo Ensidesa, Grupos de Empresa, Expediente de fiestas y festejos, caja 132662/2, San José Obrero 1963 a 1965, «Programa Jira 1964».

43 que carecían del espacio y las instalaciones necesarios para satisfacer por sí solas la ambiciosa oferta deportiva de la empresa. Si recorda- mos el programa de 1958 veremos que, ya en su primera edición, la fiesta promovida por Ensidesa no había quedado confinada al espa- cio ocupado por la jira campestre. Desde ese mismo año, San José Obrero había ido colonizando los distintos poblados de trabajadores y otros puntos de la comarca avilesina, de tal modo que a principios de los años sesenta sus actos se inauguraban ya en la segunda quin- cena de abril, siendo la Jira del 1 de mayo la culminación, a modo de día grande, de un calendario festivo bastante extenso. En particular, Llaranes absorbía buena parte de esa intensa actividad que precedía a la romería del pantano, dando cobijo a los deportes de pelota en sus campos y canchas perfectamente dotados y a las pruebas ciclistas y atléticas en sus calles49. Con todos estos ingredientes se explica el crecimiento vertigino- so experimentado por la Jira en sus primeros años. En 1962 –quinta edición de la fiesta– se habrían vendido 8 374 bocadillos, 3 108 bo- tellas de sidra y 1 808 de vino, y todo ello sin contar lo expendido por los proveedores independientes50. Al año siguiente los bollos con chorizo vendidos pasaron de los 12 000, y «se repartieron dos mil regalos en la tómbola montada al efecto en el campo, ya que con cada consumición se entregaba un vale con opción a premio»51. La tómbola se convertiría en otra de las señas de identidad de la fiesta de Ensidesa. Había surgido como parte de una estrategia ideada para atajar el gran desperdicio de envases que se producía durante la romería, un gasto importante para la organización. La «operación devolución de envases», como se la denominó, comprendía la entrega de un boleto a los asistentes por cada recipiente que se devolvía en

49 AHA, Fondo Ensidesa, Grupos de Empresa, Expediente de fiestas y festejos, caja 132662/2, San José Obrero 1963 a 1965, «Programa Jira 1964». «La romería del Embalse de Trasona, una de las principales de Asturias», La Voz de Avilés, 27 de abril de 1966, pág. 5. 50 AHA, Fondo Ensidesa, Grupos de Empresa, Expediente de fiestas y festejos, caja 132662/2, San José Obrero 1958-1962, «Resumen Jira 1962». 51 «El día de ayer», La Voz de Avilés, 2 de mayo de 1963, pág. 1.

44 buenas condiciones tras la consumición, con el que se optaba a un obsequio. La tómbola eran una muestra más de la fortaleza económi- ca y del esfuerzo organizativo que Ensidesa estaba decidida a emplear en su fiesta; en1963 los premios a los que se optaba eran: tan valiosos como jamones, lotes de chorizos, lacones, productos coloniales, conservas, bebidas y licores de las más acreditadas marcas, regalos propios para camping y playa y una extensa gama de productos de las más variadas facetas52.

En pocos años, la bien surtida tómbola permitió acuñar para la Jira el eslogan «la fiesta de la que nadie regresa sin regalo». En 1964 se anunciaba por todo lo alto la operación devolución de envases, que contaba con aportaciones de más de medio centenar de empresas, algunas de ellas con proyección en todo el país, como Carbonell, El Caserío o Cuétara, y otras especialmente bien conocidas por los asturianos, como Chocolates Kike y Productos Campanal, ambas de Gijón/Xixón, o café Toscaf, con sede en Peñaullán, Pravia. En con- junto, la tómbola repartía centenares de paquetes de pastas y galletas, de café, malta y achicoria y de arroz, así como latas de aceite y conser- vas, botellas de refrescos y licores y todo tipo de embutidos53. Aunque a mediados de los sesenta no se estuviera ya en los más duros tiempos de la escasez, se entiende fácilmente la popularidad que llegó a alcan- zar la tómbola para las familias, dentro del programa de la romería. El año 1965 supuso un hito para la fiesta. En esta edición, la octava, la organización puso toda la carne en el asador, figurada y literalmente. Solo en los bollos preñaos, alrededor de 20 000, fueron gastadas casi 150 000 ptas. La venta de los propios bollos, de tabaco y de banderines permitió recuperar buena parte de esa inversión,

52 «Finalizaron los festejos de San José, en Trasona», El Comercio, 3 de mayo de 1963, pág. 4. 53 Sobre el eslogan, por ejemplo: «1.º de mayo. San José Obrero, nuestra fies- ta»: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, n.º 137, 1970, pág. 18. La lista de empresas colaboradoras en la operación devolución de envases de 1964 y de sus productos, en: AHA, Fondo Ensidesa, Grupos de Empresa, Expediente de fiestas y festejos, caja 132662/2, San José Obrero 1963 a 1965.

45 y el Departamento Administrativo de la factoría había consignado inicialmente 87 000 ptas. a gastos de organización, pero el coste total de la fiesta superó finalmente las 273 000 ptas. La prensa asturiana y los cauces de comunicación de la propia Ensidesa dibujaron una hor- quilla de participación oscilante entre dos cifras astronómicas: los 30 000 y los 50 000 romeros. Según los datos manejados por la prensa se habían vendido, además de los 20 000 bollos con chorizo, 1 200 cajas de sidra, 700 litros de vino y 2 000 cajas de bebidas refrescantes, y se habían dado cita en el pantano 1 200 vehículos particulares y 20 autocares. El clima, eterno dolor de cabeza de las fiestas populares asturianas y con el que los organizadores de la Jira habían manteni- do una tormentosa –también figurada y literalmente– relación en los años previos, sumó su fuerza a la popularidad acumulada por la romería desde 195854. Debemos tomar las cifras de asistencia como meras referencias, ya que los organizadores no tenían forma de cuantificar con exacti- tud a los romeros, y cabe esperar que redondeasen generosamente las estimaciones. Aun así, a la vista de los datos económicos y de algunas de las fotografías disponibles tampoco parece recomendable despre- ciar la capacidad de convocatoria de la fiesta de Ensidesa. Fueran cuales fueran las cantidades precisas de personas reunidas en torno al pantano, es evidente que para mediados de los sesenta la Jira de Trasona era ya un festejo de primer orden.

2.2. El auge (1966-1975)

Con la apoteosis de 1965, la Jira tocó techo. Por muchos recursos que pusiera Ensidesa en juego y por elevado que fuera el entusiasmo de los asturianos, toda fiesta tiene un límite imposible de superar. En los años posteriores la celebración conservará su vigor, con unas asignaciones presupuestarias y una capacidad de convocatoria bas-

54 AHA, Fondo Ensidesa, Grupos de Empresa, Expediente de fiestas y festejos, caja 132662/2, San José Obrero 1963 a 1965, «Grupo de Empresa “Ensidesa”, Jira al Emb. de Trasona, 1965».

46 tante estables en el tiempo. Lo cierto es que, si aceptamos las cifras de asistentes planteadas anteriormente, aun con todas las reservas que queramos ponerles, difícilmente se podía aspirar a que la Jira siguiese creciendo. Por otra parte, hay que recordar que los tiempos más propicios para el mensaje paternalista que estaba en la base de la fiesta de Trasona/Tresona, y que más adelante veremos en detalle, habían pasado con los inicios de la apertura económica de España al exterior. También es cierto que, desde mediados de la década de los sesenta y hasta la primera mitad de la de los setenta, el sector side- rúrgico español vivió una época de crecimiento que permitía a una empresa como Ensidesa destinar recursos a actividades secundarias, sobre todo si se creía que podían resultar positivas para la produc- ción55. Probablemente no sea casualidad que esa etapa coincida con el esplendor de la Jira. En todo caso, y aunque se hubiera agotado el brutal empuje de los años anteriores, tras el hito del 65 se mantuvo la voluntad de continuar mejorando el programa. La potencia que estaban alcan- zando los festejos en honor a San José Obrero en toda Asturias era un arma de doble filo, porque creaba un marco que arropaba a lo celebrado en Avilés, pero también generaba alternativas que podían desperdigar a las multitudes que de otro modo se congregarían en la villa industrial. Y es que en 1966 pocas localidades asturianas se quedaron sin actividad entre finales de abril y principios de mayo: «Ablaña, Barros, Ciaño de Langreo, La Felguera, Gijón, Mieres, Ribadesella, Sama de Langreo, Santa Cruz de Mieres, Sotrondio, (...) Ujo» y, por supuesto, Oviedo; todas ellas contaron con actos dedicados al patrono de los trabajadores56. Avilés, con Ensidesa a la cabeza, necesitaba hacer acopio de fuerzas para no ser una más, de tal forma que en 1967:

55 Fernández de Pinedo Fernández, Emiliano: «Desarrollo, crisis y re- conversión de la siderurgia española a través de una empresa vizcaína, AHV (1929- 1996)». Ekonomiaz: Revista vasca de economía, núm. 54, 2003, pág. 44. 56 «Programa de actos para la festividad de San José Obrero», El Comercio, 30 de abril de 1966, pág. 3.

47 El «Grupo de Empresa», y el jurado de Empresa, que con ac- tividad envidiable y ejemplar dedicación funcionan en la Empresa Nacional Siderúrgica, S. A., junto con las Asociaciones de Cabezas de Familia de los barrios de La Luz, Llaranes, Trasona, y la Junta de vecinos del poblado «Francisco Franco», de La Magdalena, integrarán sus esfuerzos para (...) la festividad de San José Obrero. El fruto de esta colaboración sería, entre otras cosas, un re- fuerzo de la parte folclórica de la fiesta, con la organización de un concurso de parejas y agrupaciones de música y danza regionales con premios en metálico. El concurso estaría acompañado por actua- ciones de grupos regionales asturianos y foráneos. La organización pretendía, de esta manera, «ofrecer el contraste del folklore patrio, y satisfacer los deseos de la gran familia de todas las regiones que ahora reside en Avilés por circunstancias laborales»57. Por otro lado, se haría coincidir San José Obrero con el «mes de la seguridad» de Ensidesa, con el que la empresa pretendía dar visibilidad a sus esfuerzos en favor de lo que hoy llamaríamos prevención de riesgos laborales, entre otras cosas, con una cabalgata de carrozas alegóricas celebrada el 1 de mayo58. Es también en estos años cuando se introduce en la Jira algo llamativo: una misa de campaña. Esta práctica había sido común en las fiestas y, sobre todo, en los diversos actos propagandísticos de la posguerra, pero estaba en claro retroceso a mediados de los sesenta, cuando habían pasado los años dorados del nacionalcatolicismo y las necesidades y el aspecto público del Régimen habían cambiado. Aun así, la misa de campaña quedará establecida como uno de los elementos más destacados del programa de la romería del pantano, recibiendo un toque regional al tener en ocasiones al «“asturianísimo” hórreo» como «capilla improvisada»59.

57 Ovies, Venancio: «Preparativos para la fiesta de “San José Obrero”»,El Comercio, 9 de abril de 1967, pág. 8. 58 «Programa de actos para la festividad de San José Obrero», El Comercio, 30 de abril de 1966, pág. 3. 59 «San José Obrero. 1.º de mayo»: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 149, 1971, págs. 15-17.

48 Durante esta etapa continúa asimismo la operación «mar a la vista». Ya celebrada anteriormente, con ella el Grupo de Montaña Ensidesa invitaba a la comarca a niños y personas mayores de las zonas montañosas situadas entre Asturias y León, con el objetivo de que pudieran ver el mar. Los expedicionarios eran recibidos en Llaranes, visitaban el faro de San Xuan para disfrutar de sus vistas, daban un paseo en lancha por la ría, se remojaban los pies en la playa de Salinas y, finalmente, comían en la romería de Trasona/ Tresona, antes de regresar a sus hogares. En 1967 participaban en la operación gentes de Caín de Valdeón, mientras que en el 68 lo hacía un contingente del concejo de Quirós, y en el 70 le llegaba el turno a un grupo de Leitariegos/Brañas60. La dinámica relación que se había conseguido establecer en los programas entre lo clásico y lo innovador tuvo, seguramente, mucho peso a la hora de garantizar la conservación del interés de la gente. En 1971, «aunque el día amaneció completamente cubierto de nu- bes y ha llovido a trozos durante todo el día», se estimaba aún que habían asistido a la Jira unos 30 000 romeros. Dos años más tarde, el gobernador civil de la provincia presidía, acompañado por los principales responsables de la planta avilesina de Ensidesa, distintos actos de una fiesta todavía multitudinaria y resistente a los caprichos del clima: Durante toda la jornada, pese a la inestabilidad del tiempo, con frecuentes chubascos que arreciaron por la tarde, no decayó ni la ani- mación ni el gentío. Los aparcamientos de automóviles fueron insufi- cientes (...) Sólo el mal tiempo impidió que las márgenes del embalse se llenaran por completo en toda la jornada. Pero se agotaron los veinticinco mil bollos preñados, la sidra, los números de la tómbola61.

60 Ovies, Venancio: «Preparativos para la fiesta de “San José Obrero”»,El Comercio, 9 de abril de 1967, pág. 8. Ovies, Venancio: «Fiestas de San José Artesa- no», El Comercio, 18 de abril de 1968, pág. 10. «La festividad de San José Obrero», El Comercio, 1 de mayo de 1970, pág. 10. 61 Ovies García, Venancio: «El gobernador civil clausuró la I Exposición Sindical Filatélica local y presidió un acto en la Jira del Pantano», El Comercio, 2 de mayo de 1973, pág. 10.

49 En 1973 las cifras manejadas por la organización seguían siendo realmente impresionantes. Se habían preparado 37 000 bollos con chorizo y vendido 75 000 botellas de bebida, y 41 autobuses habían transportado a todo un ejército de romeros que incluso habría cre- cido con respecto a las estimaciones de años pasados, alcanzando las 40 000 personas62. Tras quince años de celebración parecía que, si bien el crecimiento desaforado de los comienzos se había detenido, la Jira tenía combustible más que suficiente. Pronto se haría patente que esto no era así; merced a diversos factores, a la fiesta le quedaba poco para adentrarse en tiempos difíciles. Sin embargo, antes de adentrarnos también nosotros en esos años, conviene que echemos una ojeada a la simbología con que fue rodeada originalmente la romería, ya que incluye algunos elementos que son imprescindibles para comprender en su plenitud la historia de ésta.

62 AHA, Fondo Ensidesa, Grupos de Empresa, caja 132958/4, San José Obrero 1963 a 1965, «Opción al “Trofeo Ministro de Relaciones Sindicales”». 3. «LA FIESTA DE TODOS»: IDEOLOGÍA Y PROPAGANDA EN LA JIRA

omo sucede con cualquier otro fenómeno sociocultural, en la fiesta se ponen en juego más cosas de las que podemos C apreciar a simple vista. Honorio Velasco afirma que la fiesta moderna –y sin duda se podría decir lo mismo de las que conside- ramos tradicionales– «no sólo sigue un programa publicitado, sino también un programa oculto (...), es decir, no explícito, entre el desglose de actividades y espectáculos»63. Este «programa oculto» no responde necesariamente a una voluntad consciente de los organi- zadores. No tiene por qué tratarse de alguna especie de conspiración con la que se pretende engañar a los participantes en un festejo, haciéndoles creer que se divierten de manera inocente mientras se les inyecta un determinado mensaje. Sencillamente, quienes orga- nizan y celebran las fiestas son seres humanos que cuentan, a escala tanto individual como colectiva, con sus propios sistemas de ideas, creencias, prejuicios, anhelos e identidades, y que están inmersos en un contexto histórico determinado del que no podrían desligarse por completo por mucho que llegaran a desearlo e intentarlo. Aunque nadie lo pretenda, todo eso tiene su reflejo en la fiesta; en su progra- ma, pero también en el momento y lugar en que se desarrolla, en las circunstancias de su éxito o su fracaso y en el tipo de público al que pretende y consigue atraer. El «programa oculto» de la Jira al Embalse de Trasona tenía una parte consciente. Hemos visto que la intención de la fiesta era ofrecer

63 Velasco, Honorio M.: «Fiestas del pasado, fiestas para el futuro», enVelas - co, Honorio M.: La antropología como pasión y como práctica: ensayos in honorem Julian Pitt-Rivers, Madrid: Consejo Superior de Investigaciones Científicas,2004 , págs. 146-147.

51 a los trabajadores una oportunidad de descansar y divertirse junto a sus familias, pero no –al menos no solo, ni principalmente– por pura consideración hacia ellos, sino porque se creía que el «produc- tor» descansado y satisfecho estaba más entregado a la empresa y era más eficaz en su labor. Esta idea del ocio en relación con el trabajo industrial estaba extendida entre los sociólogos del tercer cuarto del siglo xx. Joffre Dumazedier, uno de los teóricos del ocio más reco- nocidos, señalaba a mediados de los años sesenta que las «actividades de distracción» permitían desarrollar un espíritu deportivo y un sano sentido de la competitividad que se podían aplicar después a la pro- ducción con resultados beneficiosos, aunque advertía también que «las relaciones de juegos pueden hacer olvidar las de tipo laboral, y la práctica de las actividades recreativas conduce con frecuencia a la negación de cualquier obligación profesional o sindical»64. Siguiendo estas teorías, a una empresa como Ensidesa le podía parecer muy atractivo, e incluso necesario, controlar en la medida de lo posible el ocio de sus empleados, para dar la vuelta a sus potenciales efectos negativos y convertirlos en estímulos para la producción. Si aceptamos lo anterior podríamos entender la Jira como una inversión que se esperaba recuperar con creces, no en el pantano mismo, con los puestos de venta, sino en la factoría, con un aumento de la productividad y una disminución del riesgo de conflictividad laboral. Se trataría, en definitiva, de una pieza más de la estrategia paternalista puesta en práctica por Ensidesa en la comarca de Avilés. No podemos perder de vista que la Jira es una fiesta creada y, durante buena parte de su historia, organizada por una empresa estatal, y que entre 1958 y 1975 –época que coincide con los años dorados de la celebración– el titular de esa empresa es un Estado autoritario que tiene unos objetivos políticos y económicos determinados. Además, Ensidesa no era una empresa cualquiera; pocas en España podían acercarse a sus dimensiones, a su capacidad productiva o al peso estratégico de su producción, y por eso lo que sucedía en ella y en

64 Dumazedier, Joffre: Hacia una civilización del ocio. Barcelona: Estela, 1968 (1964), pág. 103.

52 su área de influencia tenía una gran importancia para los poderes políticos de la comarca, de la región y del país. Todo esto habría influido en la forma inicial y en la evolución posterior de la fiesta, aunque no hubiera sido esa la intención de quienes le dieron vida. Pero había algo más que la intención de elevar la moral de la plantilla para incrementar la producción. La versión franquista de San José Obrero era más que un simple homenaje a los trabajadores. La fiesta estaba diseñada para sepultar y sustituir simbólicamente al viejo 1.º de Mayo. La antigua fiesta del obrerismo de izquierdas apostaba por la lucha de clases, y contemplaba el enfrentamiento violento como forma legítima de defender los intereses del proletaria- do. Frente a eso, el nacionalsindicalismo, la doctrina falangista ahora convertida en ideología oficial del Estado, difundía la imagen ideal del productor que aceptaba disciplinadamente el lugar que se le tenía reservado en la jerarquía social y productiva, trabajando codo con codo con el patrón y las autoridades políticas por el engrandecimien- to de la economía nacional, que era equivalente al engrandecimiento de la patria. El único cauce reconocido para las reivindicaciones de los trabajadores era la Organización Sindical Española, más conocida popularmente como «Sindicato Vertical», y que aglutinaba a todos los trabajadores y empresarios bajo los auspicios del Estado y los principios de «Unidad, Totalidad y Jerarquía»65. En el día a día, era difícil convencer a los trabajadores de las virtudes de esta forma de entender la realidad social. La jerarquía era necesaria para el funcionamiento de la economía, pero generaba diferencias evidentes entre la calidad de vida de un productor raso y la de un alto cargo empresarial, y eso podía poner en peligro el sen- timiento de unidad. Lo que se podía hacer era escenificar puntual- mente esa comunión ideal, y nada mejor para hacerlo que una forma tradicional de cohesión de la comunidad, como la romería. Llaranes ofrecía una bella imagen de las bondades del nuevo paternalismo industrial, y a la vez una prueba de que era imposible aplicarlas más

65 «Texto íntegro del “Fuero del Trabajo”», La Vanguardia, 10 de marzo de 1939, pág. 3.

53 allá de un poblado modélico de unos pocos miles de habitantes, en un país con varias decenas de millones de ciudadanos. De la misma forma, la Jira al Embalse de Trasona era una representación breve de la idílica hermandad de intereses entre los distintos peldaños del escalafón laboral y social que publicitaba el Régimen, y que era in- verosímil el resto del año. En mayo de 1959, tras la segunda edición de la Jira, la revista Ensidesa señalaba que el objetivo de la fiesta era «lograr una mayor convivencia social», defendiendo que «allí (...), sin distinción de clases, todos, desde el subdirector señor Corominas hasta el peón señor Pérez, con sus familias, en diálogo amigable, gozaban de las primicias de una primaveral tarde»66. El señor Corominas y el señor Pérez tenían, probablemente, vidas muy diferentes los otros 364 días del año. Si era peón, podemos estar seguros de que el señor Pérez no habitaba uno de los amplios apartamentos de González Abarca, o de La Rocica; y si residía en Llaranes, cosa posible, tampoco vivía en las mismas condiciones que el buen número de trabajadores de Ensidesa que ni siquiera tenía esa suerte. Pero el 1 de mayo Corominas y Pérez eran iguales. Ambos podían descansar en compañía de sus allegados, y disfrutar de la comida campestre, de las numerosas competiciones deportivas y de todas las demás actividades organizadas y financiadas por la empresa para el gozo de sus empleados. Ese día, subdirector y peón pertenecían a «la innumerable familia de Ensidesa»67. Lo dejaba claro Ramiro García Martínez, mejor conocido como García de Ledesma, quien describía la Jira como: Una explosión de paz y alegría. Eso fue ayer la jornada avilesina. Una explosión de paz, de alegría, de satisfacción y de hermandad. (...) Aquí se ha sabido comprender que esta festividad del trabajador español, ha de servir para reunirse con la familia de cada uno y esta familia con la de sus compañeros de trabajo y pasar, juntos, unidos por

66 «Así fue nuestra fiesta: San José Obrero – 1.º de mayo». Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 5, 1959, pág. 4. 67 «ENSIDESA celebró (con alegría contagiosa) la festividad de San José Obrero». La Nueva España, 2 de mayo de 1964.

54 el vínculo entrañable de la camaradería que el laborar proporciona, el día destinado a esta hermosa festividad.68

La paz social, considerada la gran aportación hecha por Franco a la en otro tiempo convulsa España, era un concepto clave, y el de San José Obrero era su día. Ya en las inscripciones preparadas para los globos de la primera Jira, en 1958, se desplegaba un repertorio de conceptos que orbitaban en torno a esa idea: «nuestra fuerza es la amistad», «ni miseria ni riqueza son estela del Amor [sic]» o «en la unión está la fuerza»69. La romería serviría para materializar esos ideales: Una vez más, los trabajadores asturianos han celebrado la fes- tividad de San José Obrero bajo el signo de la humana convivencia, presidida por el mejor amor. Fecha de paz, de júbilo popular, de fami- liar y honesto regocijo, amparada bajo la tierna advocación del Santo que fue modelo y símbolo de laboriosidad y de humildad. Asturias, la industrial, la minera, la campesina Asturias, interrumpe por unas ho- ras su afanoso quehacer y es toda ella, unida en un mismo y colectivo nuevo afán, como una explosión de luz y de color70.

Si sobre el 1.º de Mayo planeaba el conflicto social, en San José Obrero imperaba la serenidad. En Trasona/Tresona, el impresionante despliegue de fuerzas policiales y de seguridad hecho en torno al embalse, que tenía como función primordial regular un intenso trá- fico de vehículos para el que la zona no estaba preparada, sin duda contribuía también a desanimar a cualquiera que pretendiera alterar el orden. En 1964, cuando se cumplían los «XXV Años de Paz» con que la propaganda estatal celebraba la tranquilidad brindada por el Régimen a los españoles, este pequeño ejército dedicado al mante-

68 AHA, Fondo Ensidesa, Grupos de Empresa, Expediente de fiestas y feste- jos, caja 132662/2, San José Obrero 1958-1962. García de Ledesma, Ramiro: «Una explosión de paz y alegría». 69 AHA, Fondo Ensidesa, Grupos de Empresa, Expediente de fiestas y festejos, caja n.º 132662/2, San José Obrero 1958-1962. «Inscripciones para globos». 70 «Ningún pago más confortador»: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 77, 1965, pág. 1.

55 nimiento de la seguridad estaba integrado por «Guardia Civil de Tráfico, Policía Urbana de Avilés, Policía Armada, Guardia Civil, Vigilantes, Guardas Jurados de Ensidesa, y los magníficos jóvenes de La Luz, (...) la Policía Juvenil». Ese mismo año, La Nueva España describía el 1 de mayo corverano como la «estampa mejor, más elo- cuente, para reflejar el gozo de un pueblo en paz y la alegría de vivir de nuestros hombres del trabajo», y concluía que: Para los eternos armalíos, para los mal intencionados voceros de falsos descontentos, esta clamorosa manifestación de gozo popular, esta unión entrañable entre los trabajadores de ENSIDESA, desde el más modesto al de rango más alto, tiene que haber sido una sonora, una dolorosa bofetada.71

San José, trabajador abnegado, obediente y humilde, era un patrón excelente para transmitir este mensaje de unidad social72. Al mismo tiempo, el formato de la típica romería asturiana, en la que la devoción y la alegría unían a las familias y a las comunidades, en combinación con el paisaje ofrecido por el pantano de Trasona/Tre- sona, creaba un marco inmejorable. En el 65, la prensa local dibujaba una estampa de la Jira digna de una novela de Palacio Valdés: Familias enteras se presentaron a primeras horas de la mañana, dispuestas a no perder nada de cuanto se organizara. Y así fue, nada se perdieron, porque desde el campo de la romería se divisaba todo el embalse y todo cuanto se debía contemplar. (...) Y al medio día, bajo un sol que calentó y brilló por todo lo grande, la comida campestre. Olor a empanada y jugosa tortilla. Rostros quemados por el sol, se disponían al buen yantar; como en cualquier día de verano. Pero lo hacían en uno de los lugares más bonitos de toda la comarca, en el día de la fiesta de todos73.

71 «ENSIDESA celebró (con alegría contagiosa) la festividad de San José Obrero». La Nueva España, 2 de mayo de 1964. 72 Calle Velasco, M.ª Dolores de la: «El Primero de Mayo...», obra citada, págs. 98-99. 73 «Más de 30.000 personas en la Fiesta de San José Obrero», La Voz de Avilés, 3 de mayo de 1966, pág. 4.

56 Ese mismo año, la revista Ensidesa llamaba la atención sobre lo que consideraba era el auténtico espíritu de la fiesta: Por encima de las alegres manifestaciones externas, detrás de las competiciones deportivas, de las exhibiciones folkloricas, de las músi- cas y de las danzas, de las multitudes que se estrechan en espontánea y santa hermandad en ese escenario único que es el embalse de Trasona, hay algo mucho más digno de atención, más profundo y más bello. Hay –así al menos lo vemos nosotros– un patente y común anhelo de vivir, un palpitante y general sentimiento de solidaridad y una firme decisión de buen entendimiento entre los hombres, que tienen sus problemas y sus amarguras –sería ingenuo pretender ignorarlo–, pero que quieren y saben olvidarlos para acudir a esta llamada, hecha con el corazón, al amable encuentro con el optimismo de unos momentos de maravillosa unión74.

El espectacular aumento de la popularidad del evento en su primera década de vida, que le permitió desbordar con su poder de convocatoria los límites de la comarca de Avilés, favorecía el mensaje armonicista y lo proyectaba a todos los rincones de Asturias, convir- tiendo la «familia de Ensidesa» en un fenómeno de escala regional: La llamada de nuestro Grupo de Empresa ENSIDESA (...) se ha impuesto la tarea de fundir en el crisol de la verdad lazos de conviven- cia y cordialidad con gentes de acá y de acullá. Complace ver cómo en este día, vecinos de Llaranes, Luarca, Belmonte, Oviedo, Trubia, Cornellana o Soto de Luiña o Gijón, sean médicos, comerciantes, funcionarios, obreros, modistas, maestras o veterinarios, acuden a esta fiesta, muchos de ellos ligados por vínculos familiares a la compleja fa- milia de 12.000 trabajadores –45.000 personas– de ENSIDESA, cuyo nombre, de por sí, constituye felizmente, y así se interpreta, garantía de fecundidad en la economía patria75.

74 «Ningún pago más confortador», Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 77, 1965, pág. 1. 75 «Jira al embalse de Trasona. Fiesta para todos»: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 89, 1966, pág. 22.

57 Algunas de las actividades que se iban convirtiendo en clásicos de la Jira contribuían especialmente bien a la solidificación de la idea del hermanamiento entre grupos sociales y poblaciones. La ya mencionada Operación «Mar a la Vista», por ejemplo, permitía «in- vitar a que niños de los Picos de Europa, los mismos que orientan a los montañeros ensidésicos [sic] en sus caminatas por aldeas y valles, a que conozcan ese grande prado [sic] azul que es el mar», y con las competiciones deportivas se podía: tender la mano y abrazar a la embajada deportiva de Altos Hor- nos de Vizcaya, aunque sea industria privada cuya competencia tanto obliga al afán de superación de nuestros técnicos; es, al igual que otras, hermosa tarea social y sociable (...) la sincera expresión de unos hom- bres que exteriorizan aquí su alegría y felicidad, la misma que tienen cuando dentro de un buzo, chaquetilla o bata desempeñan su función laboral dentro de nuestra planta siderúrgica76. En una fecha tan avanzada como 1974, en las postrimerías del franquismo y cuando las exaltaciones doctrinales de la posguerra se habían enfriado significativamente, la apelación a la familia como núcleo de la sociedad española seguía estando presente en la romería de Ensidesa. Ese año, la Jira se convirtió en una de las sedes –junto a otros lugares de importancia simbólica, como el complejo residencial para trabajadores de Perlora– de unas «I Jornadas de recreo familiar» que incluían competiciones deportivas y otro tipo de actividades, y en las que participaban equipos de RTVE, el INI, Ensidesa-Madrid y Ensidesa-Avilés77.

76 «Jira al embalse de Trasona. Fiesta para todos»: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 89, 1966, págs. 23-24. 77 «El tiempo restó brillantez a la multitudinaria fiesta organizada por el Gru- po de Empresa “Ensidesa”», La Nueva España, 2 de mayo de 1974, pág. 17. Autor anónimo. El periodista Francisco G. Robés (marcado con una «x»), junto al río durante la romería de San Pelayo de Trasona/Tresona, antes de la llegada de Ensidesa y de la construcción del embalse, c. 1920. Fuente: Muséu del Pueblu d’Asturies.

Vista aérea del embalse de Santa Cruz de Trasona/Tresona, orientada hacia la presa, en torno a la cual se celebraba la Jira de Ensidesa. Fuente: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría. 1967. Propiedad de Arcelormittal. Plano del espacio de celebración de la Jira elaborado por el Departamento de Asuntos Sociales de Ensidesa para la organización del evento. Puede verse el emplazamiento de los distintos elementos, incluyendo el hórreo –denominado aquí «oficina central»– y el palacio –que alberga los aseos de mujeres–. Fuente: AHA. Ensidesa, Grupos de Empresa, Expediente de fiestas y festejos, caja n.º 132662, San José Obrero 1963 a 1965.

Preparativos para la suelta del globo, elemento que se convertiría en icónico de la fiesta, durante la Jira de 1959. Fuente: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 5, 1959, pág. 4. Propiedad de Arcelormittal. Fotografía tomada en la Jira de 1964, en la que puede apreciarse la gran capacidad de atracción de la fiesta en su etapa más próspera. Fuente: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm 65, 1964, contraportada. Propiedad de Arcelormittal.

Espectáculo de la Agrupación de Coros y Danzas de Gijón sobre el tablado flotante, en la Jira de 1964. Fuente: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 65, 1964, contraportada. Propiedad de Arcelormittal. Cargamento de bollos «preñaos» dispuesto para su venta en la Jira de 1966. Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría. 1966. Propiedad de Arcelormittal. Vista del espacio festivo de la Jira desde la presa, en 1966. Fuente: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 89, 1966, pág. 25. Propiedad de Arcelormittal.

Multitud concentrada junto al hórreo. Fuente: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría. 1964. Propiedad de Arcelormittal. Jira de 1966. Aunque apenas puede apreciarse debido a la multitud, el franqueo de este arco, que actúa como entrada a la fiesta, conduce al pasadizo de la presa, cuyos cerca de 300 m deben ser recorridos para llegar al corazón del espacio festivo. Fuente: Ensidesa: revista de y para el perso- nal de la factoría, núm. 89, 1966, pág. 21. Concurrencia asistiendo a una competición de piragüismo, en la Jira de 1970. Fuente: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 137, 1970, portada. Autor: Garrido. Dibujo alegórico de la Jira, con realce de su componente regionalista. Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría. 1986. Propiedad de Arcelormittal. 4. TRADICIÓN GALVANIZADA: LA JIRA DE LA ASTURIANÍA

as fiestas se encuentran en el ojo del huracán del tiempo, en- tendido como construcción humana. En estos islotes de excep- L cionalidad sedimentan ideas, actitudes y símbolos que pueden gozar de una importancia inmensa, pero para los que la comunidad no tiene sitio en el día a día, en una cotidianidad colmada de cosas tan urgentes como el trabajo, la reproducción y el cuidado de la in- fancia, la obtención de alimento, la lucha contra la enfermedad... la supervivencia individual y colectiva, en definitiva. Los rituales festivos rescatan del olvido antigüedades que han caído en desuso en la vida cotidiana y permiten hacer un uso y admiración efímeros de ellas, garantizando su recuerdo y la continuidad de su influencia sobre la comunidad, actuando en sí mismos como las procesiones que sacan a pasear la talla del santo patrón, en olor de multitud, para luego dejar que duerma el sueño de los justos el resto del año, hasta su siguiente momento de gloria. Al mismo tiempo, toda fiesta es un producto creado por un grupo humano determinado, con su bagaje cultural específico –conocimientos concretos, ideologías, prejuicios, sistemas ético-morales...–, que es mutable en el tiempo y sensible al contexto económico, social, cultural, político y geográfico. Por eso el fenómeno festivo es a la vez conservador y cambiante, y esto, que parece una paradoja, es en realidad uno de los rasgos que mejor lo definen78.

78 Pueden encontrarse dos excelentes análisis de algunos de los rasgos defi- nitorios de la fiesta, en tanto que fenómeno sociocultural, enAriño Villarroya, Antonio: «Festa i ritual: dos conceptes bàsics», Revista d’etnologia de Catalunya, núm. 13, 1998, págs. 12-15. García Pilán, Pedro: «Sociabilidad festera: retradicionalización selectiva y producción de sacralidades en la modernidad avanzada», Anduli: Revista Andaluza de Ciencias Sociales, núm. 6, 2006, págs. 77-91.

59 Probablemente ninguna realidad muestra tan bien esas con- tradicciones aparentes como el concepto de tradición. La fiesta es permanencia y cambio porque la comunidad que la celebra y los individuos que constituyen ésta también lo son, y la tradición es un referente de estabilidad, un elemento generador y conservador de certezas. Los tiempos modernos no solo no han acabado con la tradición como realidad cultural, sino que la han reforzado si cabe, como baliza de posicionamiento con la que los miembros de una comunidad pueden orientarse en un mundo que se mueve a velocidad cada vez más vertiginosa, hacia el «futuro líquido» del que hablara el sociólogo Zygmunt Bauman. Poco importa que lo que solemos llamar tradiciones sean en realidad invenciones, a me- nudo creadas, de hecho, en una época mucho más reciente de lo que podríamos pensar, como demostraron el historiador británico Eric Hobsbawm y sus colaboradores79. Las que hoy consideramos tradiciones fueron en su día introducidas como novedades, por uno u otro motivo –seguro que también menos impresionante de lo que querríamos creer, en general–, y cabe pensar que hubo quienes se opusieron a ellas en nombre de una tradición que, a su vez, habría sido novedad antes80. La Jira al Embalse de Trasona participó también en estos proce- sos en los que se negocia colectiva y permanentemente dónde colocar el marchamo de lo tradicional y lo moderno. Al ser de creación muy reciente, en comparación con otras grandes fiestas populares asturia- nas, y estar organizada por una empresa joven y a la vez potente, con acceso a grandes presupuestos, en 1958 la Jira tenía ante sí amplias posibilidades a la hora de elegir su programa y lo que lo rodearía. No dependía de las expectativas generadas por décadas o incluso siglos de celebración, como podía suceder con el Carmín de La Pola Siero o

79 Hobsbawm, Eric: «Introducción: la invención de la tradición», en Hobs- bawm, Eric, y Ranger, Terence: La invención de la tradición. Barcelona: Crítica, 2013, págs. 7-21. 80 Escalera, Javier: «Sevilla en Fiestas-fiestas en Sevilla: fiesta y anti-fiesta en la “Ciudad de la Gracia”», Antropología. Revista de pensamiento antropológico y estudios etnográficos, núm. 11, 1996, pág. 111.

60 con la Balesquida ovetense, y en principio los organizadores podían modelarla al gusto sin sentir la presión de que alguien la comparase, para bien o para mal, con las ediciones de años anteriores. Al mismo tiempo, y por las mismas causas, la fiesta de Ensidesa carecía del po- der de convocatoria con que contaban esos antiguos y renombrados festejos; tenía influencia sobre los trabajadores de la siderúrgica, pero para atraer romeros de otras partes de la provincia debería confiar en los atractivos que fuera capaz de ofrecer. Quizá fue para aprovechar esas oportunidades y sortear las difi- cultades que se combinó algunos de los elementos más innovadores del panorama festivo regional con otros de solera. En particular, el gran impulso que Ensidesa estaba dando al deporte y la gran iniciativa, dinamismo y recursos de que hacían gala los grupos de empresa hicieron de los sucesivos programas algo realmente fresco en el calendario asturiano. El piragüismo y la vela o, más tarde, el submarinismo y el aeromodelismo ofrecían espectáculos ausentes en la mayoría de las fiestas populares de Asturias. Junto a todo ello, sin embargo, había también actividades fácilmente identificables como tradicionales, buena muestra de lo cual son los concursos de madre- ñeros y de escanciadores de sidra documentados en 197081. Mantener un equilibrio entre la tradición y la innovación para tratar de satisfacer todos los gustos podía no ser tarea fácil, pero pa- rece que los distintos programas de la Jira lo consiguieron, al menos en cierta medida y durante los años de esplendor. Que nunca llueve a gusto de todos es evidente; para unos, la gran virtud de la romería del pantano era haber sido capaz de resistir la tentación modernizadora, casi natural en ella dados sus orígenes industriales, para convertirse en un sólido puntal de la tradición festiva asturiana: No cabe duda que lo que comenzó siendo una fiesta para los trabajadores de Ensidesa, desbordó ese principio y es hoy una de las primeras de nuestra región conservando el estilo asturiano de su na-

81 «1.º de mayo. San José Obrero, nuestra fiesta»:Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 137, 1970, págs. 18-19.

61 cimiento y sin dar entrada a ningún detalle de modernismo que mate su alto valor típico82. Para otros, al contrario, lo que daba lustre a la fiesta era pre- cisamente su capacidad de adaptación a los nuevos tiempos y a los cambios sufridos por los gustos de los potenciales romeros. Este punto de vista valoraba «las innovaciones (...), pues los organizadores tienen por lema (...) el de renovar constantemente todo, llevando a más las actividades según se inician y suprimir aquellas que no llegan a ser del completo agrado». La perspectiva más conciliadora venía, como es lógico, de la revista de la empresa, y para ella ese equilibrio entre lo tradicional y lo moderno era, justamente, lo que hacía de la fiesta algo original y atractivo para cada vez más gentes de fuera de la comarca. La Jira era vista, así, como «una concepción moderna de fiesta al trabajo, [que] va de año en año ganando más romeros, más campos, más in- terés, en una acertada combinación de la tradición con la actualidad, del ayer con el hoy, en costumbres y en folklore»83. La combinación era acertada hasta el punto de haber permitido a la Jira hacerse un hueco en el calendario festivo asturiano, entre sus pesos pesados: Así sucedió que en una región como la asturiana, donde las ro- merías, folklore y tipismo tanto cuenta, donde brillan con luz pro- pia fiestas de resonancia, incluso allende de nuestras fronteras, como Carmín de la Pola, Granda, Flor de Grado, Huevos Pintos, etc. –con punto y aparte para la romería de Llovio, final de ese espectáculo único e incomparable que es el Descenso Internacional del Sella– pronto quedó incorporada a este calendario la Jira al Embalse de Trasona, cuya fama se acrecenta de año en año84. Tradición y asturianía venían a ser sinónimos en esta búsqueda de la perfecta armonía entre lo nuevo y lo viejo, a la que no podían

82 «Miles de romeros celebraron la festividad de San José Artesano», La Voz de Avilés, 2 de mayo de 1967, pág. 1. 83 «Paz y alegría en nuestra fiesta de San José Obrero»: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 125, 1969, págs. 17-19, págs. 18-19. 84 «Jira al embalse de Trasona. Fiesta para todos»: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 89, 1966, págs. 21-25, p. 21.

62 escapar los distintos componentes de la fiesta. La comida y la bebida, productos estrella incluso en una romería tan particular como la que tenemos entre manos, se vieron afectados por la «asturianización». La oferta inicial de los puestos colocados por los organizadores era bastante variada y no demasiado orientada al regionalismo, como podemos ver en la lista de precios de 1958:

Productos ofertados por la organización en la Jira de 1958, con sus respectivos precios Cerveza «Águila de Madrid» 5 ptas. Cerveza «Águila Negra» 6 ptas. Coca-Cola 4 ptas. Kas 3 ptas. Gaseosa 1 pta. Vino blanco de 3/4 7 ptas. Vaso de sidra 6 ptas. Bollo relleno de chorizo 5 ptas. Bocadillo de jamón 7 ptas. Bocadillo de lomo 7 ptas. Bocadillo de queso 4 ptas. Lata de anchoas 6 ptas. Lata de sardinas 7 ptas. Lata de aceitunas 7 ptas.

Fuente: elaboración propia a partir de datos hallados en AHA,fondo ENSIDESA, Grupos de Empresa, expediente de fiestas y festejos1962-1973, San José Obrero 1958- 1962, «Artículos con precios de venta al público», caja 132662.

Salvo por un par de productos, ya más propios de la tierra, el catálogo es el que podríamos esperar encontrar en los puestos de cualquier fiesta popular española de la época. Poco después, sin embargo, los organizadores comenzaron a plantearse intervenir so-

63 bre las provisiones alimentarias. Si en 1961 La Voz de Avilés alababa «el bajo precio y la suculencia de los “sandwiches”, que con la sidra clásica y vino constituían las mesas (...) de la Organización»85, en el 62 una telegráfica lista de previsiones y recomendaciones para la Jira siguiente aparecía encabezada por el deseo de «eliminar bocadillos», para dejar «solo bollos». Se aconsejaba también librarse del vino, dándolo «a cualquier proveedor que desee venderlo, a su precio». Si eran esas las intenciones originales, no parece que se llegara a aplicar realmente una censura estricta, y los vendedores particulares que pronto colonizaron la fiesta, y en número cada vez mayor, podían compensar con creces las limitaciones que pudiesen afectar a los puestos de la organización. Por lo demás, estas medidas respondían seguramente al mayor éxito que tenían los bollos y la sidra frente a otro tipo de productos, que hacían más rentable para la empre- sa centrarse en los primeros y dejar de lado los segundos. Fueran cuales fuesen los motivos, en esa misma lista de recomendaciones se hacía hincapié en la importancia de los bollos, abogándose por aumentar su número –«10.000 por lo menos», para 1963–, así como el de puestos para su venta, y por conseguir de los suministradores mejores precios86. La sidra y, sobre todo, los bollos –que, sin cambiar su composi- ción, con el tiempo pasaron de ser «bollos rellenos de chorizo» a los más típicos «bollos preñaos»–, se convirtieron en los protagonistas gastronómicos de la Jira al Embalse de Trasona; en los menús de las familias que comían en las orillas del pantano rivalizaban con la tortilla y la empanada, suculentas, pero también menos folclóricas. Al formar parte del repertorio de símbolos con los que se ha cons- truido la identidad regional asturiana contemporánea, bollo y sidra reforzaron fuertemente la relación de la fiesta con la asturianía. Ya en los sesenta, los banderines alegóricos con que se anunciaba la romería

85 «La fiesta de ayer tuvo su número culminante en la jira al Embalse de Tra- sona», La Voz de Avilés, 2 de mayo de 1961, pág. 4. 86 AHA, Fondo Ensidesa, Grupos de Empresa, Expediente de fiestas y festejos, caja 132662/2, San José Obrero 1958-1962, «Previsiones y recomendaciones para Jira de 1963».

64 los incluían, utilizándose como reclamo el «rico bollu preñau [sic] (...) con chorizo cuyo color rojizo se asemeja a los laminados del tren estrutural [sic]» y el «sabor delicioso de la espumosa, rica y dorada sidra»87, y durante muchos años la cantidad de estos productos que se consumía fue la referencia para valorar el éxito o el fracaso de la Jira, ya que eran cifras que la organización podía controlar con mu- cha más precisión que las de asistencia total. Todavía en 1974 «los típicos bollos preñados, (...) al igual que las botellas de sidra, para que la fiesta resultase de mayor asturianía, se vendían al precio de quince pesetas»88. Así, en las no pocas ocasiones en que el tiempo hacía dudar del triunfo de la convocatoria, el néctar y la ambro- sía de los asturianos en fiesta salían al rescate, de forma que «ni el desapacible tiempo» impedía, «aunque desluciese ciertos actos, que fuesen millares de personas (...) las que se acercasen al embalse de Trasona para comer el clásico bollo de pan y de chorizo y escanciar unos “culines”»89. Si el paladar era un buen cauce de entrada de la asturianía en la Jira, el oído no lo era menos. La música, otro de los ingredientes capitales de casi toda fiesta, era parte integral de las celebraciones en honor de San José Obrero de la comarca, que comprendían actua- ciones habituales en este tipo de conmemoraciones, como las de la veterana Banda de Música de Avilés, y otras más especiales, como la que ofreció en 1960 la vedette Lolita Perlés en el marco de un festival artístico llevado a cabo en el Teatro Palacio Valdés90. La actividad musical tampoco fue descuidada en el pantano, donde dio además su nota de tipismo. El nacimiento de la romería contó ya «con acentos agrios de gaita y golpe de asturiano tambor», que convivían, eso sí,

87 «Jira al embalse de Trasona. Fiesta para todos»: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 89, 1966, pág. 22. 88 «El tiempo restó brillantez a la multitudinaria fiesta organizada por el Gru- po de Empresa “Ensidesa”», La Nueva España, 2 de mayo de 1974, pág. 17. 89 «San José Obrero. 1.º de mayo»: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 149, 1971, págs. 15-17. 90 «Programa sindical conmemorativo de las fiestas de San José Obrero», La Voz de Avilés, 1 de mayo de 1960, pág. 2.

65 con «música de mambo y de chotis, entreverada de jacarandosos pasodobles»91. Las pequeñas bandas y la música grabada para bailables, por un lado, y las parejas de gaitero y tamborilero, por el otro, formaron desde el principio la columna vertebral de la vertiente musical de la Jira, que no obstante fue pronto más allá en este aspecto, como en otros. A pocos años de la primera edición del festejo comenza- ron a aparecer en él agrupaciones de renombre como La Estrada, Los Lirios, Brisas del Cantábrico, Los Carbayones o Los Ribanavia, realmente omnipresentes en las fiestas asturianas de aquellos años y que vendrían a ser, mutatis mutandis, el equivalente de entonces a las grandes orquestas festeras modernas92. De hecho, puede que ya por entonces la organización las considerase excesivamente modernas, dado que les exigía ir ataviadas con un «uniforme asturiano» para concurrir a la «gran fiesta típicamente asturiana (...) en las márgenes del Embalse de Trasona». En 1964 se llegó a descartar la contratación de alguna de esas agrupaciones, por haberse decidido establecer ese año «la uniformidad de asturiano, tanto en gaita y tambor como en orquesta»93. No deja de ser cierto, por otro lado, que las novedades musicales llegadas de fuera a una España cada vez más permeable tuvieron su hueco en el pantano; aunque el sonido de la gaita y el tambor fuera «incomparable», ya en 1966 se verificó el «compromiso firme de varias agrupaciones de las denominadas por la juventud de

91 Moreno, A. de: «Romería junto al lago», La Voz de Avilés, 2 de mayo de 1958, pág. 2. 92 «La fiesta de ayer tuvo su número culminante en la jira al Embalse de Trasona», La Voz de Avilés, 2 de mayo de 1961, pág. 4. «La jira al embalse de Trasona fue la nota más destacada de la jornada de ayer, Fiesta de San José Obrero», La Voz de Avilés, 2 de mayo de 1962, pág. 1. «Alegría y colorido en nuestra fiesta de San José Obrero»: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 101, 1967, pág. 21. «1.º de mayo. San José Obrero, nuestra fiesta»: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 137, 1970, págs. 18-19. 93 AHA, Fondo Ensidesa, Expediente de fiestas y festejos, caja n.º132662 , San José Obrero 1963 a 1965, correspondencia de la dirección del Departamento de Asuntos Sociales de Ensidesa.

66 “incansables” que serán los encargados de amenizar los bailes “ye-yés” tan en moda»94. Puede que la danza fuera incluso más importante que la música –aunque ambas estén íntimamente relacionadas, y sean complemen- tarias– en la introducción del elemento asturiano en Trasona/Treso- na. En este sentido, es necesario dedicar unas líneas a una institución que jugó un papel decisivo a la hora de decidirse los derroteros que habría de seguir el folclore, en sus múltiples versiones, durante las décadas de existencia del franquismo en España: los Coros y Danzas de la Sección Femenina de Falange. Uno de los principios del discurso social del franquismo pasaba por distinguir con claridad meridiana las misiones que correspondían a los españoles según su sexo. La segregación escolar –que Ensidesa plasmó magistralmente en el diseño y construcción de sus dos cole- gios, para niñas y niños, en Llaranes– es una de las mejores muestras de ello. No se trataba solo de mantener a chicos y chicas separados espacialmente, que también, para evitar un contacto que era con- siderado potencialmente peligroso en términos de la moral oficial, sino, sobre todo, de desarrollar currículos escolares diferenciados. En la escuela, además de en conocimientos básicos y comunes, cada sexo era instruido en las tareas que le estaban reservadas según la ideología vigente. Así, en Llaranes, los niños recibían una educación que pretendía fundamentalmente servir de puente para el ingreso en la Escuela de Aprendices de la empresa, convirtiendo al poblado en una fuente regenerativa de trabajadores para la misma, mientras que las niñas contaban con una escuela-hogar en la que aprendían bordado, punto, corte y confección y otras actividades tipificadas como femeninas. Para estas últimas, se creó un Bachillerato Téc- nico Administrativo que estaba orientado al mundo laboral; eso sí, limitándose a las ocupaciones que se creían dignas para ellas, como la de secretaria95.

94 «Jira al embalse de Trasona. Fiesta para todos»: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 89, 1966, pág. 22. «La romería del Embalse de Trasona, una de las principales de Asturias», La Voz de Avilés, 27 de abril de 1966, pág. 5. 95 Bogaerts, Jorge: El mundo social... obra citada, págs. 331-338.

67 En este reparto de funciones la maternidad, convertida en un deber patriótico, era la base del patrón ideal franquista de mujer, e incluía no solo el proceso de dar a luz y cuidar a los hijos, sino también el de inculcarles el amor a la patria96. Esto, unido a que actividades como la enseñanza musical y el ejercicio de la danza también fueran consideradas propias de las mujeres, puede ayudar a explicar que la defensa del folclore fuese asumida por la Sección Fe- menina falangista, y en concreto por sus grupos de Coros y Danzas. Creados en 1938, estos grupos hicieron suya la misión de recuperar de los archivos y de la memoria de los ancianos unas tradiciones que se creían en peligro de extinción, para enseñarlas a otras mujeres y volver a implantarlas en las distintas regiones españolas. El éxito de los Coros y Danzas durante el primer franquismo les permitió convertirse en auténticas embajadas culturales de España en el ex- tranjero, especialmente en Hispanoamérica, pero lo que aquí nos interesa es que su presencia fue constante en las fiestas populares de todo el país, convertidas en ocasiones propicias para llevar a cabo esa revitalización del folclore97. Al margen de lo que bailaran los romeros por su cuenta, impo- sible de medir, los Coros y Danzas de la Sección Femenina fueron el eje de esta vertiente de la fiesta en Trasona/Tresona. Durante el periodo de esplendor de la celebración fue constante la participación de grupos de las cercanías, como los de Avilés, Oviedo y Gijón/ Xixón, pero pronto comenzaron a animarse otros venidos de lu- gares más distantes, como Lugo, A Coruña, Palencia o Valladolid;

96 Blasco Herranz, Inmaculada: «Género y nación durante el franquismo», en Michonneau, Stéphane y Núñez Seixas, Xosé M. (comps.): Imaginarios y representaciones de España durante el franquismo. Madrid: Casa de Velázquez, 2014, págs. 54-55. 97 Aguilar Carrión, Isabel: «La participación activa de la mujer en la sección femenina: su labor cultural (1939-1952)», Investigación y género, inseparables en el presente y en el futuro: IV Congreso Universitario Nacional «Investigación y Género». Sevilla: Unidad para la Igualdad-Universidad de Sevilla, 2012, pág. 44. Amador Ca- rretero, Pilar: «La mujer es el mensaje. Los Coros y Danzas de Sección Femenina en Hispanoamérica», Feminismo/s, núm. 2, 2003, págs. 101-120.

68 Ensidesa, por su parte, contó con su propia Agrupación de Danzas, que por supuesto fue asidua de la Jira. Parece que las actuaciones de danza creaban gran expectación entre el público, y no es de extrañar; aprovechándose el elemento más característico del entorno de la Jira, el embalse, se llegó a colocar un templete flotante sobre el que los grupos desarrollaban sus actuaciones, que ganaban así enteros en originalidad y espectacularidad98. El tomar como base las formas tradicionales de festejar de los as- turianos era algo natural y, a la vez, una estrategia que tendría mucho que decir en el éxito de la Jira. No dejaba de ser asturiana la mayoría de las personas que convergían masivamente en Avilés y su comarca desde la década de 1950, atraídas por el reclamo del trabajo industrial. Como pasaba con el paisaje, los rasgos de asturianía del programa festivo podían ayudar a esos nuevos avilesinos, muchos de ellos ve- nidos de zonas rurales, a disfrutar de una fiesta con inevitables tintes industriales y modernizantes y a sentirse identificados con lo celebra- do en ella. Ahora bien, al seno de Ensidesa también habían llegado contingentes de fuera de la región, que quizá fueran minoritarios en términos comparativos, pero aglutinaban en conjunto a varios miles de personas –más sus familias– ajenas en principio a las costumbres festivas nativas99. Si los organizadores no integraban de motu proprio algunas expresiones culturales propias de las latitudes originales de estos foráneos, ahora asturianos de pleno derecho, ellos mismos esta- ban dispuestos a dejar huella en la que también era su fiesta: Estamos en el hórreo. Se acerca un muchacho. —Eu quero cantar un fado. —Bueno, hombre, bueno. Conectan, y el muchacho seriote, con cara de..., sí, con cara de fado, echó una cantata que extrañó a

98 «El día de ayer», La Voz de Avilés, 2 de mayo de 1963, pág. 1. «Actos a cele- brar con motivo de la festividad de San José Artesano», El Comercio, 1 de mayo de 1966, pág. 10. «1.º de mayo. San José Obrero, nuestra fiesta»: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 137, 1970, págs. 18-19. «La romería del Embalse de Trasona, una de las principales de Asturias», La Voz de Avilés, 27 de abril de 1966, pág. 5. 99 Un recuento minucioso de los trabajadores de la siderúrgica según su lugar de origen en Bogaerts, Jorge: El mundo social... obra citada, págs. 41-51.

69 todos, no solo porque el muchacho lo hacía francamente bien, sino porque aquello de los fados en su puro estilo no acababa de encajar con todo el ambiente asturiano que se respiraba entre la hierba, los gaiteros y los grupos folklóricos esos de la montera picona. Y cuando acabó de cantar el muchacho ilusionado no se le ocurrió otra cosa que decir —¿Cuánto debo? Sonrisas y agradecimiento para este muchacho, (...) portugués de sentimiento y de nacimiento, que dio la iniciativa, porque en seguida se solicitó el «micro» para unos que querían cantar flamenco y que lo hicieron extraordinariamente100. Este mosaico cultural no solo era capaz de sobrevivir rodeado de tanta asturianía, sino que parece que se entreveraba perfectamen- te en ella. Probablemente no podía ser de otra manera para una comunidad celebrante a la que unía algo muy distinto a la proce- dencia particular de sus miembros, todos los cuales, además, eran ya asturianos de facto. Por eso, ya en el año fundador de 1958, «en babélica baraúnda de acentos de las distintas regiones españolas se hizo honor al yantar y se escanciaron el tintillo, la sidra y la cerveza, dando así color y sabor de auténtica romería asturiana a esta jira de maravilla»101.

100 «Lo que se ha dicho de nuestra fiesta»: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 77, 1965, pág. 16. 101 Moreno, A. de: «Romería junto al lago», La Voz de Avilés, 2 de mayo de 1958, pág. 2. 5. EL DECLIVE (1976-1992)

5.1. Un duro lustro: la segunda mitad de los setenta

os años centrales de la década de los setenta supusieron un punto de inflexión para la Jira, que perdió la estabilidad de L que había hecho gala los últimos diez años y entró en una decadencia que desembocaría, a principios de la década de 1990, en la etapa más dura de toda la historia de la romería de Ensidesa. A partir de entonces se hizo notar un retroceso tanto del número de asistentes como de la brillantez de los programas, y lo cierto es que en ese periodo convergieron distintos factores que nos pueden ayudar a comprender la decaída. El primero de ellos fue un suceso puntual y fortuito, pero que sacudía la estabilidad de una fiesta en la que la alegría debía ser protagonista y que, además, se había querido asociar siempre a la armonía y la tranquilidad. En 1975, un joven romero perdió la vida en las aguas del pantano, a las que se había lanzado queriendo refrescarse en una jornada calurosa. Las potentes medidas de seguridad por las que siempre se había caracterizado la organización no pudieron evitar algo que, sin duda, se había temido durante los casi veinte años transcurridos desde la primera celebra- ción del festejo. La revista de la empresa dio cuenta de cómo el triste acontecimiento había segado el clima festivo: Todo es prometedor, alegre. Todo augura un día maravilloso en los alrededores del embalse. (...) Y de pronto algo se quiebra en el ambiente. Sobre todos cae el hálito de la desgracia. Una imprudencia inadmisible, pero que ahí está, da al traste con todo... Cesa el alegre aire de los altavoces; mueren las notas dulces en el puntero; las cuerdas de las guitarras se envaran rígidas. Una vida joven, floreciente, se ha quedado allí, entre el abrazo poderoso de las aguas... Ya poco importa que la tarde se inunde de sol, que el gentío sea enorme, que... Ya poco importa. La fiesta se quedó triste, sin luz. Fiesta del primero de mayo

71 en el embalse de Santa Cruz. Algo hermoso que este año no pudo ser completo102. Apenas dos años más tarde se producía un nuevo hecho signi- ficativo. El18 de febrero del 77, el Ministerio de Trabajo aprobaba por Real Decreto el calendario anual de fiestas laborales, del que desaparecía San José Obrero. Desde las páginas de El Comercio, Ve- nancio Ovies advertía que, aunque ese año el 1 de mayo cayese en domingo, en lo sucesivo solo habría dos opciones de supervivencia para la romería de Ensidesa, a saber: que fuera trasladada a un do- mingo próximo al primer día de mayo, o bien que el concejo de Corvera hiciese un hueco entre sus fiestas locales oficiales –que por entonces eran las mismas que las de Avilés, el lunes de Pascua de Resurrección y San Agustín– para incluir la Jira de Trasona entre ellas. «Aun con ello», insistía el periodista, «se corre el riesgo de que la concurrencia de “romeros” a las márgenes del pantano, descienda considerablemente»103. Dicho y hecho. En 1978, las márgenes del pantano apenas eran capaces de atraer a 8 000 personas, que aun así, según la revista En- sidesa, eran «muchas más de las que se esperaban»104. Es cierto que la modificación del calendario tampoco fue, ni mucho menos, la única causa de ello. Estos años también fueron testigos de un cambio de actitud por parte de la empresa, ya no tan dispuesta como antes a desembolsar grandes sumas en la organización de los festejos dedi- cados a sus trabajadores. Parece que, poco a poco, la siderúrgica se iba preparando para un inminente abandono de la Jira de Trasona, tratando de implicar en su preparación a otras entidades para que

102 «1.º de mayo: glosa en color de una fiesta», Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 197, 1975, pág. 35. 103 Ovies, Venancio: «La gira [sic] al embalse de Trasona puede quedar per- judicada si se mantiene el nuevo calendario laboral de fiestas»,El Comercio, 23 de febrero de 1977, pág. 28. 104 «Una fiestamuy nuestra que todo el mundo conoce». Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 149, 1971, pág. 15. «La fiesta deportiva del Embalse de Trasona». Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 232, 1978, pág. 25.

72 recogieran el testigo llegado el momento. En 1977 se pusieron en práctica «medidas, dictadas por una necesaria política de austeridad, para restringir gastos, y para procurar que los municipios de Corvera de Asturias y de Avilés, organismos y entidades, colaboraran a su modo»105. Como resultado de esas medidas, «por iniciativa de Ensi- desa no habrá tómbola ni puestos de bollos preñados y sidra (aunque la iniciativa particular puede suplir con sus propias instalaciones estos puestos)», y a consecuencia de ello, según Venancio Ovies, «ha decaído en parte el interés de muchas personas, por estimar que no va a tener tal jira los atractivos de pasados años»106. El creciente desapego de Ensidesa para con su antigua fiesta, en la que tanto había puesto en juego en el pasado no tan lejano, responde probablemente a dos realidades. Por un lado, los viejos planteamientos paternalistas fomentados por las necesidades de la economía autárquica y la desarrollista, así como por la ideología del Estado, estaban caducos en la España de los setenta en adelante. Si uno de los fines fundacionales de la Jira era respaldar esos plantea- mientos, es lógico que a estas alturas la empresa ya no tuviera tanto interés en ella. Por otra parte, aunque en relación con lo anterior, la situación económica de la siderúrgica era bien diferente a la de la década de 1960, y destinar grandes cantidades de recursos a este tipo de actividades no resultaba tan fácil como antes. Efectivamente, al iniciarse el último cuarto del siglo xx la industria cantábrica, muy concentrada en torno a los sectores minero y siderometalúrgico y poco flexible ante el cambio, en buena medida debido a la preemi- nencia del modelo de gran empresa casi monolítica –del que Ensi- desa es un ejemplo excelente–, experimentó en toda su crudeza los ecos de la crisis económica internacional. Como consecuencia de la necesaria reconversión que debía permitir a la industria adaptarse a las exigencias macroeconómicas, Asturias perdía más de un 10 % de su empleo entre 1977 y 1981, Avilés llegaría a ser declarada en 1985

105 Ovies, Venancio: «Normalidad y animación en la jira al pantano de Santa Cruz de Trasona», El Comercio, 10 de mayo de 1977, pág. 28. 106 Ovies, Venancio: «La Banda de Música posiblemente amenizará la jira al pantano de Santa Cruz de Trasona», El Comercio, 27 de abril de 1977, pág. 27.

73 Zona de Urgente Reindustrialización, y uno de los efectos de todo el proceso fue la integración final de la antigua Ensidesa en la empresa privada Arcelor, del grupo Mittal107. Los tiempos de los recursos prácticamente ilimitados para la celebración de la Jira habían quedado atrás, en definitiva. Ya en 1978, Ovies juzgaba el programa anunciado por los organizadores a finales de abril poco apropiado para una fiesta declarada de interés turístico. Al contar con ese título, se suponía que la celebración debía estar a la altura de: otras –contadas por decenas– de tradición ancestral en todos los rincones de España y con peculiaridades propias. Quienes promo- vieron tal expediente, podrán comprobar ahora que tal designación ha servido, a la postre, sólo para patentizar una postura «paternalista» porque esa jira, a la vista del programa que hace público el Grupo de Empresa Ensidesa, (...) se queda en «fiesta deportiva del embalse de Trasona».

Nuestro ya bien conocido periodista avilesino reconocía el valor del programa deportivo, y que junto a él se habían preparado otras cosas, como un concurso de pintura y dibujo al aire libre o una exposición, acompañada de charla y coloquio, de la recientemente creada rama de micología del Grupo de Empresa. Sin embargo, se lamentaba de que no se incluye ningún espectáculo folklórico, y ninguna atracción que permita seguir hacer creyendo que lo que se celebre pueda ser con- siderado de interés turístico. Ojalá que todo ello sea sólo consecuencia de dificultades de tipo económico, y que para el futuro, se cuide en el programa coordinar los atractivos de tipo deportivo –pruebas con categoría y trascendencia– con otros de tipo folklórico y que sean

107 Pascual Ruiz-Valdepeñas, Henar: «Reconversión y reestructuración in- dustrial en Asturias», Ería: Revista cuatrimestral de geografía, núm. 28, 1992, págs. 151-163. Urbano, José María: «De ENSIDESA a ArcelorMittal: evolución y avatares de la siderurgia española», en Álvarez Areces, Miguel Ángel: Del hierro al acero: forjando la historia del patrimonio industrial metalúrgico. Gijón: Centro de Iniciativas Culturales y Sociales, 2008, págs. 207-214.

74 exponente de la variedad y riqueza de las tradiciones asturianas. De no ser así, los mismos que instaron ese expediente de declaración de «fiesta de interés turístico» deberían formular otro de anulación108.

Parece que las pruebas deportivas, que eran desde siempre uno de los platos fuertes de la fiesta y de los más cuidados por los organi- zadores, resistían mejor el paso del tiempo y las crecientes limitacio- nes presupuestarias que otras ramas del programa. En 1979 había de nuevo espectáculos de tipo folclórico, pero la prensa local ratificaba la opinión de Ovies del año anterior, destacando un «protagonismo absoluto de las actividades deportivas» compartido circunstancial- mente con una serie de actividades infantiles, por quererse conme- morar en el pantano el Año Internacional del Niño109. A estas altu- ras la Jira parecía seguir defendiéndose bien; al menos, lo suficiente como para que todavía se considerara verosímil una asistencia de en torno a las 30 000 personas, pero es evidente que en los veinte años transcurridos desde 1958 habían cambiado muchas cosas. A finales de1975 moría Franco, y, aunque la desaparición del régimen político que había construido durante casi cuatro décadas no sería total ni inmediata, esa muerte marcaba un antes y un des- pués en todos los órdenes para la vida del país. La Jira al Embalse de Trasona se había convertido en una fiesta popular en todos los sentidos, gracias a los esfuerzos organizativos de mucha gente y a su capacidad para atraer a grandes cantidades de romeros. Quizá no fuera ni de lejos tan antigua como muchas de sus compañeras, pero los años le habían permitido obtener el sello de la tradición y la costumbre, confirmándola como una cita presente en el horizonte festivo de los asturianos. En definitiva, la Jira se había convertido pronto en mucho más que una celebración creada por una empresa para obtener mayor rendimiento de sus empleados. A pesar de ello,

108 Ovies, Venancio: «La Jira al Embalse de Trasona (fiesta declarada de interés turístico) se queda en fiesta deportiva»,El Comercio, 30 de abril de 1978, pág. 39. 109 «La fiesta del embalse, dedicada a los niños»,La Nueva España, 8 de mayo de 1979, pág. 15. «Positiva fiesta deportiva»,La Voz de Avilés, 8 de mayo de 1979, pág. 14.

75 estaba irremediablemente marcada por esa condición; por ser un producto de una de las creaciones más importantes de la autarquía y el desarrollismo, que a su vez no podían dejar de vincularse con el franquismo. No podemos olvidar el contexto histórico que enmarca esta etapa de declive de la Jira. En el momento de la muerte de Franco ya llevaban tiempo aflorando en el país diversos movimientos de oposición al Régimen, estimulados por la situación política, econó- mica y social, en un ambiente de incertidumbre ante el futuro que se prolongaría todavía por algunos años. Asturias parecía una de las regiones llamadas a destacar en este sentido, por la larga tradi- ción de su movimiento obrero y, sobre todo, por ser una de las más industrializadas y con más población trabajadora concentrada. Ya en un año tan temprano como es 1962, Asturias, y en concreto las zonas de actividad minera y la ciudad de Gijón/Xixón, asistieron a una serie de huelgas de unas dimensiones nunca vistas tras la guerra civil, encabezadas por el sector minero y que sentarán las bases para la reconstrucción de la combatividad obrera en España110. En los años siguientes, el movimiento obrero español conti- nuó ejercitándose. El 1 de mayo de 1967 hacía poco que tocaran a su fin las grandes movilizaciones de los trabajadores de la empresa vizcaína Laminación de Bandas en Frío, que habían resultado ser las más largas del franquismo y habían llevado a las autoridades a declarar el Estado de Excepción. Ante unas reivindicaciones y acciones cada vez más potentes y audaces, se hacía evidente la ten- sión acumulada en torno a la antigua fiesta de la clase trabajadora; la prensa la dejaba clara con una voluntad a todas luces exagerada de retratar a un país en calma. La Voz de Avilés se esforzó por mi- nimizar los incidentes registrados en suelo asturiano, reducidos a algunas manifestaciones en distintas localidades que «resultaron un

110 Vega García, Rubén: «Acerca de la trascendencia de un conflicto obre- ro»; Erice Sebares, Francisco: «Condición obrera y actitudes ante el conflicto. Los trabajadores asturianos a comienzos de la década de 1960», en Vega García, Rubén (coord.): Hay una luz en Asturias... Las huelgas de 1962 en Asturias. Gijón: Trea-Fundación Juan Muñiz Zapico, 2002, págs. 17-49 y 93-114.

76 auténtico fracaso», a unos pocos encontronazos leves con las fuerzas policiales y a acciones simbólicas como la aparición de corbatas rojas, que fueron contrarrestadas por «muchas personas que lucían como insignia en sus trajes, pequeños lazos con los colores de la bandera nacional». Se puso empeño en hacer ver que «la tónica general de la jornada fue de auténtico día de fiesta», y había pocas muestras mejores de ello que el San José Obrero de Ensidesa, en el que, para variar, reinaba el mal tiempo, y al que a pesar de todo habían asistido «quizás veinticinco mil» romeros. La vieja retórica de la armonía volvía a la carga: Más que fiesta de San José Obrero, debe de llamarse a esta co- losal romería asturiana, «Fiesta de la Fraternidad Asturiana». Es muy agradable el hecho humano que se produce al ver a las familias en paz disfrutando de un día de fiesta111. A la Jira todavía le quedaba mucho fuelle en 1967, cuando, de hecho, acababa de alcanzar su mayor esplendor. La personalidad de la fiesta estaba asentada gracias a la continuidad de las actividades más conocidas y veteranas del programa, que se aderezaban cons- tantemente con otras más novedosas, con las que se conseguían mantener la expectación y el interés año a año. Según la mayoría de las estimaciones, la afluencia se mantenía más o menos estable, llegándose anualmente todavía a las varias decenas de miles de ro- meros. En 1967 los organizadores tomaron la iniciativa de ampliar los festejos en el pantano, celebrándose actos también el día 30 de abril, víspera de la jornada tradicional. Ese año, la revista Ensidesa dio rienda suelta a su optimismo con respecto al gentío, afirmando que los aparcamientos habilitados tenían «mucho de parecido con los del Estadio Santiago Bernabeu, cuando el R. Madrid juega un partido de la Copa de Europa, o la Plaza Monumental de Madrid, cuando torea “El Cordobés”»112. En 1969 la tómbola repartía 22 000

111 «Miles de romeros celebraron la festividad de San José Artesano», La Voz de Avilés, 2 de mayo de 1967, pág. 1. 112 «Alegría y colorido en nuestra fiesta de San José Obrero»: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 101, 1967, págs. 18-19.

77 obsequios entre los concurrentes, que podían disfrutar de concursos de artesanía y pintura al aire libre, espacios habilitados para el cam- ping y pedestrismo. En 1970 se contó con la presencia de cuatro de las conocidas agrupaciones musicales de las que ya se ha hablado, así como con seis parejas de gaita y tambor. Ese mismo año, el desarrollo de la Jira estuvo cubierto por Radio Nacional de España en Asturias, que ofrecía a sus oyentes consejos para sobrevivir a los embotellamientos aparecidos en torno al pantano113. Al año si- guiente fue Televisión Española la que se acercó a Trasona/Tresona, en la forma de treinta y cinco televisores por medio de los cuales los romeros pudieron visualizar el célebre programa «Hoy también es fiesta»; en los días anteriores, en la Plaza Mayor de Llaranes, se había grabado el último episodio: en el que muchos de los hijos de los productores, con inquietudes artísticas, aparecían en la pequeña pantalla como protagonistas, de la mano de los populares «Locomotoro», «Valentina», «Capitán Tan» y «Tío Aquiles», de una simpática fiesta infantil que toda España vio114.

Parece, entonces, que la Jira entró en la década de los setenta con buena salud, resistiendo estoicamente la fijación que parecían te- ner con ella los nubarrones –y en la que enseguida profundizaremos– y consolidando el puesto que se había labrado en el calendario festivo asturiano. De hecho, ya era 1980 cuando al fin daba sus frutos la que venía siendo desde hacía años una aspiración de la organización; en febrero, el BOE publicaba la declaración de la Jira al Embalse de Tra- sona como «Fiesta de Interés Turístico»115. Se trataba de la más baja de las tres categorías establecidas, siendo la siguiente la de «Fiesta de

113 «1.º de mayo. San José Obrero, nuestra fiesta»: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 137, 1970, pág. 19. 114 «San José Obrero. 1.º de mayo»: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 149, 1971, págs. 16-17. 115 «Hoy comienzan los actos organizados por el “Grupo de Empresa Ensidesa” con motivo de la festividad de San José Obrero», El Comercio, 29 de abril de 1973, pág. 16. «30000 personas en la “fiesta del pantano”»: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 173, 1973, pág. 2.

78 Interés Turístico Nacional» –que, en el caso de Asturias, comprendía el Día de América de Oviedo y el Día de Asturias de Gijón/Xixón– y la más alta la de «Fiesta de Interés Turístico Internacional» –a la que únicamente pertenecía en la región el Descenso Internacional del Sella–. Con ese reconocimiento, la Jira pasaba a compartir estatuto oficial con las celebraciones de La Regalina de Cadavéu, los Güevos Pintos de La Pola Siero, El Bollo de Avilés o los Santos Mártires de Valdecuna, entre otras116. La «denominación honorífica de “Fiesta de Interés Turístico”», la única que existía precisamente hasta esa ampliación de 1980, había sido creada mediante una orden firmada por Manuel Fraga, como ministro de Información y Turismo, en el 64. En dicha orden se reconocían «aquellas fiestas o acontecimientos que se celebren en Es- paña (...) que ofrezcan una importancia real desde el punto de vista turístico». El reconocimiento debía partir de una solicitud elevada por el ayuntamiento correspondiente, era «requisito indispensable para poder optar a la concesión de subvenciones del Ministerio de Información y Turismo» y podía ser revocado a las fiestas que lo hubiesen conseguido, «si perdieren la importancia y atractivos que las motivaron»117. Ahora bien, la Jira difícilmente podía quedar al margen del ambiente político y social que se respiraba en la segunda mitad de los setenta, sobre todo si tenemos en cuenta que es entonces cuando la conflictividad laboral comienza a afectar a la cabecera de Ensidesa. Hasta ese momento, Avilés había quedado casi totalmente al margen de los conflictos que comenzaban a aumentar en cantidad y volumen en otras zonas de Asturias. Aunque, al parecer, hubo en la villa un

116 Resolución 3772/1980, de 16 de febrero, por la que se publica la relación de «Fiestas de Interés Turístico de España», clasificándolas en categorías de «Fiestas de Interés Turístico Internacional», «Fiestas de Interés Turístico Nacional» y «Fiestas de Interés Turístico». Boletín Oficial del Estado, 16 de febrero de1980, núm. 41, págs. 3783-3784. 117 «Orden de 30 de septiembre de 1964 por la que se crea la denominación honorífica de “Fiesta de Interés Turístico”».Boletín Oficial del Estado, 19 de octubre de 1964, núm. 251, pág. 13626.

79 pequeño eco de las huelgas de 1962, que afectó a los trabajadores del puerto y a los de algunas de las empresas que operaban en el entorno de Ensidesa, en general la comarca se encontraba en un extremo del abanico de actitudes relacionadas con la movilización obrera, junto a Oviedo y frente a las beligerantes cuencas mineras y a Gijón/Xixón. Suele argüirse como explicación para esta situación que Avilés no tenía una tradición obrerista fuerte, ni una estructura clandestina operativa. El grueso del proletariado avilesino, traído por la siderúrgica, estaba formado en buena medida por gentes venidas del medio rural y reconvertidas en trabajadores industriales en muy poco tiempo, que tampoco estaban acostumbradas a forma alguna de reivindicación y probablemente no sentían necesidad de estarlo, dado que, una vez superados los caóticos momentos iniciales, su ca- lidad de vida había mejorado sustancialmente en su nuevo hogar. Los numerosos técnicos y trabajadores cualificados que laboraban al calor de la factoría tampoco respondían, por su posición, al tipo de obrero más combativo. Por último, la estrategia paternalista implementada por Ensidesa debió de dar sus frutos, en una u otra medida118. La situación cambió radicalmente entrados los setenta. Solo había pasado un par de meses desde la desaparición del general cuan- do, en enero de 1976, Ensidesa vivió una auténtica «huelgona» que implicó a varios miles de trabajadores y sacudió duramente, para sorpresa de casi todos, la tranquilidad de una factoría que siempre se había considerado ejemplar en cuanto a la disciplina laboral. Evi- dentemente, un suceso de esa talla no aparecía espontáneamente, sino que era posible gracias al crecimiento y solidificación en Avilés de distintas organizaciones relacionadas con el movimiento obrero durante los años anteriores. No había forma de que la Jira al Embalse de Trasona, que no dejaba de ser una escenificación de las ideas de armonía social pro- pugnadas por el franquismo y suscritas por las grandes empresas estatales como Ensidesa, escapase a los efectos de la reaparición del conflicto sociopolítico en el mundo del trabajo. Aun así, era fun-

118 Erice Sebares, Francisco: «Condición obrera...», obra citada, págs. 96-98.

80 damental tratar de transmitir una sensación de absoluta calma. En 1977 «la jornada, hay que destacarlo, se registró con normalidad, cuando se temía ingerencias [sic] de grupos que pudieran alterar el llamamiento a la convivencia y al disfrute de un día de fiesta». Es especialmente significativa la mención al hecho de que «los servi- cios sanitarios establecidos por la Cruz Roja, sólo atendieron a seis personas, de lesiones leves sufridas de forma accidental, tales como esguinces, quemaduras, cortaduras, etc.», dejándose claro que se ha- bía creído posible que hiciesen falta otras intervenciones119. Durante esos años, el reverdecimiento de la vieja simbología del 1.º de Mayo tuvo sus ramificaciones en el pantano. El llamado «puente» –la parte superior, transitable, de la presa–, fue punto de encuentro de perso- nas vinculadas a organizaciones reivindicativas, y aparecía cubierto de panfletos de las mismas120. Lo estrictamente social de la convulsa situación en la que se hallaba la España de finales de los setenta no fue lo único que afectó a la Jira. Los cambios políticos también se hacían notar. Un ejemplo es la ausencia de actividades folclóricas en el programa detectada por Ovies en el 78. Precisamente el 1 de abril del año anterior, gober- nando ya Adolfo Suárez, había quedado disuelto por decreto ley el Movimiento, y con él la Sección Femenina, aunque Coros y Danzas, al igual que otros apéndices de esta última, consiguieron sobrevivir. Un par de años antes se había tenido la precaución de convertir esas entidades en asociaciones culturales, de forma que los frutos de la labor cultural que habían llevado a cabo durante décadas pudieran esquivar, al menos en cierta medida, los efectos del desmantelamien- to de aparato político del franquismo121. Incluso en una faceta que a la gente podía parecer tan poco politizada como era la del folclore –que en realidad sí lo estaba, y mucho, como sabemos–, se hacía

119 Ovies, Venancio: «Normalidad y animación en la jira al pantano de Santa Cruz de Trasona», El Comercio, 10 de mayo de 1977, pág. 28. 120 Entrevista a Rafael Alonso, 18 de septiembre de 2017. 121 Sánchez López, Rosario: Entre la importancia y la irrelevancia. Sección Femenina: de la República a la Transición. Murcia: Consejería de Educación y Cul- tura, 2007, págs. 87-91.

81 notar una memoria que resultaba incómoda para buena parte de la nueva España democrática. En el paso a la década de los ochenta, la plantilla folclórica de la Jira tuvo que ser reconstruida con una mezcolanza de agrupaciones herederas de los viejos Coros y Danzas y de nuevos colectivos, algo que en 1981, por ejemplo, se tradujo en la participación de «los grupos “Ensidesa”, “Los collacios” de Gijón; Colegio Marillac, de Miranda; Colegio del Cerillero, de Gijón; Dan- zas de Corvera, de Castrillón y de »122.

5.2. De la fiesta de San José Obrero a la del nuberu: la Jira pasada por agua

Tampoco conviene pasar por alto las veleidades del clima a la hora de explicar el decaimiento de la Jira. Por acostumbrados que pudieran estar muchos de los romeros, asturianos de pura cepa, a la lluvia, ésta terminó por convertirse en una especie de maldición a la que la fiesta de Ensidesa parecía incapaz de escapar. Durante el debut, en 1958, el día fue «de puro verano»123, pero el clima pronto dejó de acompañar a los romeros del pantano. Al principio las inclemencias no consiguieron anular los atractivos de la fiesta; en 1960: con nordeste y sin Nordeste [sic], la gente, en avalancha, se volcó en Trasona, (...) sí, señor, millares de personas, se extendieron el do- mingo por aquel magnífico vergel, para disfrutar de (...) los muchos atractivos con los que la Siderúrgica Nacional había dotado a esta romería124.

122 Ovies, Venancio: «Programa para la fiesta del embalse de Santa Cruz de Trasona», El Comercio, 28 de abril de 1981, pág. 32. 123 Moreno, A. de: «Romería junto al lago», La Voz de Avilés, 2 de mayo de 1958, pág. 2. 124 Moreno, A. de: «En los actos conmemorativos de la fiesta de San José Obrero, ostentó la representación del Excelentísimo señor Gobernador Civil el Alcalde señor Orejas Sierra, y la del Ilustrísimo señor Delegado Provincial de Sin- dicatos, el Comarcal», La Voz de Avilés, 3 de mayo de 1960, pág. 2.

82 En 1962 se presentó una lluvia que «no pudo quitar animación al festival náutico celebrado en el Embalse de Trasona y jira al bello praderío de su contorno». De hecho, fue una lluvia «en cierto modo providencial» ya que: hizo que varios millares de personas desistieran del propósito de acudir a la jira, y gracias a dicha contingencia húmeda y refrescante, los concurrentes a la misma gozaron de más espacio. De haber mostrado la tarde el mismo buen aspecto que hasta mediodía, es seguro que hu- bieran nacido conflictos de espacio y de incomodidad, pues la afluencia hubiera sido tumultuosa y molesta, pues no en vano la jira al Embalse de Trasona es la primer romería asturiana de rango más amplio125.

En 1965 los esfuerzos del clima por hacerse notar en la fiesta de Ensidesa se redoblaron. Cayó abundante agua tanto en la víspera como en el propio 1 de mayo, y aunque «no por eso (...) dejó la gente de acudir, ni de celebrarse los actos que estaban programados», esta vez «como es natural resultaron más deslucidos. No había animación en el ambiente»126. A principios de los setenta el mal tiempo se había afirmado ya como asiduo de la celebración, y todavía a mediados de los ochenta el agua se cebó en Trasona/Tresona por dos años conse- cutivos, obligando a los grupos folclóricos a «desfilar amparados en paraguas», y a las actividades que tenían la posibilidad de hacerlo a refugiarse en el regazo del viejo palacio. En fin, esta reiterada mala suerte bien pudo terminar por calar –figurada y literalmente– en los romeros, y convertirse en una de las causas de que la romería del pantano fuese a menos con el paso del tiempo. Aunque, como puede verse, la adversidad climática fue una constante durante toda la historia de la Jira, se llegará a decir que «salvo en alguna ocasión, da la impresión (...) de que haber cambiado la fecha tradicional para esta fiesta folklórica, deportiva y romera, que

125 «La jira al embalse de Trasona fue la nota más destacada de la jornada de ayer, Fiesta de San José Obrero», La Voz de Avilés, 2 de mayo de 1962, pág. 1. 126 «El mal tiempo deslució los festejos», La Voz de Avilés, 2 de mayo de 1965, pág. 1.

83 era el día uno de mayo, (...) ha resultado “gafe”»127. Efectivamente, en 1979 la cita del pantano tuvo lugar en la segunda semana de mayo, y a lo largo de los quince años siguientes osciló entre su fecha original y los últimos días del mes de agosto. El motivo para esto, declarado reiteradamente por los organizadores, fue que de ese modo el día elegido se acercaba más al inicio del verano, y con ello aumentaban las probabilidades de que el buen tiempo acompañase a la Jira128. Gafe o no, el traslado de la Jira del 1 de mayo a otros puntos del calendario no es poca cosa. Los antropólogos que han trabajado sobre estos asuntos señalan que el tiempo, aunque esté estrechamente relacionado con la naturaleza, no deja de ser un producto cultural, y las fiestas desempeñan un papel muy importante en su diseño, ac- tuando como balizas que marcan el paso de un ciclo temporal –año, estación– a otro. La fecha en que se celebra un festejo es uno de los rasgos que más significado le confieren. En lo que se refiere a las fiestas, la aparición de lo que Honorio Velasco llama «fechas de conveniencia» puede servir para identificar la entrada en los circuitos modernos del ocio129. Si antes los festejos debían celebrarse cuando tocaba, por estar sometidos a los ritmos de trabajo agrícola y ganadero y a los cambios estacionales, conforme se consolidan las sociedades urbanas los horarios industriales regulari- zan el tiempo, estableciendo ordenada y periódicamente los descan- sos. Las vacaciones se concentran en los meses de verano, y las fiestas populares, que van dejando de estar pensadas solamente para los nativos y preparándose para atraer también a los turistas, las siguen. El honrar el día exacto del santo correspondiente pierde importancia en favor de maximizar en lo posible el número de visitantes.

127 Ovies, Venancio: «El mal tiempo restó participación en la jira al embalse de Trasona», El Comercio, 8 de mayo de 1984, pág. 34. Ovies, Venancio: «La jira al embalse, deslucida por el mal tiempo», El Comercio, 7 de mayo de 1985, pág. 36. 128 Romero, Agustín: «La romería del Embalse». Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 221, 1977, pág. 26. 129 Velasco Maillo, Honorio M. (coord.): La Antropología como pasión y como práctica: Ensayos in honorem Julian Pitt-Rivers. Madrid: CSIC, 2005, pág. 144.

84 En el caso de la Jira de Trasona pudo haber diversos motivos que hicieran atractivo un cambio de fecha, entre ellos el deseo de desvincular la fiesta de un 1 de mayo problemático se mirara por donde se mirase. Si la principal razón de las modificaciones fue la más esgrimida por los organizadores, mantener al mal tiempo alejado en lo posible, no es que se tuviera demasiado éxito. En la Jira de 1985 el clima se empleó a fondo, lanzando incluso granizo sobre los romeros del pantano; «tanto es así que esta edición, de las 28 celebradas hasta entonces, ha sido, con mucho la peor de todas y no por culpa del Grupo de Empresa Ensidesa». El número total de visitantes se contrajo hasta la menguada cifra de 5 000, la más baja de todas las estimaciones hechas de 1959 en adelante130. Quizá fuera este hecho el que hiciera que al año siguiente se tomara más en serio que nunca la postergación de la fecha, que alcanzó un au- téntico récord. La convocatoria lanzada por Ensidesa para el 86 fue modificada dos veces, hasta llegarse al 31 de agosto; se había decidi- do festejar el 22 de junio, pero hubo que abandonar la idea ante la convocatoria de elecciones generales para esa jornada, y tampoco se quiso hacer coincidir la Jira con los festejos programados para los sucesivos domingos en lugares de la comarca como El Barrio de La Luz/La Xungarosa y Valliniello, o en localidades no muy alejadas de Avilés, como Cudillero131. Algunos años se conseguía descansar del agua y alcanzar de nuevo los varios miles de concurrentes, aunque el buen tiempo tampoco garantizaba el lleno, por cuanto, en los casos en que reinaba este último, «muchas personas prefirieron darse el primer baño de la temporada en las playas»132. Habría que terminar asumiendo que, independientemente de los esfuerzos de los mortales, y como declararía la revista de la em- presa en 1991, «en Asturias la lluvia aparece cuando menos se desea y en cualquier mes del año». En aquella ocasión diluvió por la mañana,

130 «La Jira al Pantano de Trasona, pasada por agua», Ensidesa, núm. 304, 1985, pág. 20. 131 «La jira al pantano de Trasona, el 31 de agosto», Ensidesa, núm. 311, 1986, pág. 24. 132 «Jira al Pantano de Trasona», Ensidesa, n.º 327, 1988, pág. 43.

85 aunque la mejoría del tiempo por la tarde permitió salvar buena parte del programa133. Pero lo peor todavía estaba por llegar, y en 1992 el mal tiempo arreció. Esta vez no se trató de una amenaza en la víspera, ni de chubascos intermitentes el día grande; llovió copiosa- mente durante toda la jornada, y la resistencia de que habían venido haciendo gala los romeros de la Jira durante tantos años se quebró. «En las cercanías del pantano», afirmaba La Nueva España, «apenas se encontraban unas decenas de personas dispuestas a disfrutar del festejo como fuese»134. Entre unos factores y otros, a la altura del paso a la década de los noventa la situación se había deteriorado mucho para la romería del pantano, hasta el punto de que su supervivencia misma estaba en jaque. Los recursos disponibles mermaban edición por edición, y ya no era posible hacer los esfuerzos de antaño, al menos a fondo perdido. La famosa tómbola fue uno de los elementos del programa que acusó esta dinámica. En 1980 todavía se ofertaban 2 750 premios, más 500 «grandes premios», pero los boletos eran vendidos al precio de 100 pesetas, y el precio aumentó drásticamente en un lapso de tiempo muy corto, algo que redujo el interés de la gente. Frente al éxito de mediados de los sesenta, con la operación devolución de envases repartiendo miles de productos, en el 83 se dejaron «de en- tregar unos 300 premios, quizás porque el boleto valía 300 pesetas, excesivas para algunos aunque el premio fuese seguro, sobre todo premios para los niños, juguetes principalmente»135. La combinación de todos esos factores estuvo rematada por un último golpe, no menos duro por el hecho de que pudiera llevarse temiendo desde hacía tiempo: el abandono definitivo, por parte de Ensidesa, de la organización de la Jira. El fiasco de1992 , cuando la lluvia reprimió más que nunca la celebración del festejo, marcó el

133 «La Jira al Embalse de Trasona, deslucida por el mal tiempo», Ensidesa, n.º 343, 1991, pág. 45. 134 «La persistente lluvia de ayer deslució la jira al embalse de Trasona (Cor- vera)», La Nueva España, 22 de junio de 1992, pág. 7. 135 «La jira al pantano de Trasona sigue contando con el favor del público», La Voz de Avilés, 17 de mayo de 1983, pág. 4.

86 inicio de una suspensión que se prolongaría tres años136. Fue este un periodo crítico, durante el cual se comprobó hasta qué punto estaba ligada la fiesta a la empresa que la creara. En1996 , cuando la romería regrese al asumir el Ayuntamiento de Corvera el peso de la organización, comenzará la etapa de su historia que conduce hasta nuestros días.

136 Pereira, Celia: «Los romeros de mayo», La Nueva España, 26 de mayo de 1996, pág. 21.

6. LA JIRA DEL SIGLO XXI (1996-2017)

6.1. La restauración del 96

on 1996 llegó la prueba de fuego; ese año se vería si la Jira de Trasona era capaz de sobrevivir sin el apoyo de la empresa C que no había escatimado en gastos para alumbrarla y darle impulso. En su día, Ensidesa había dejado el listón de la organización bien alto, pero el languidecimiento de los últimos tiempos lo había colocado a una altura que el Ayuntamiento de Corvera, con unos recursos mucho más limitados que los que tuviera tiempo atrás la gran siderúrgica, podía aspirar a emular. Los organizadores fueron prudentes con sus previsiones para la ocasión, anunciado el deseo de que «el gran día de la jira (...) la “tómbola de regalo seguro” reparta los cuatro mil obsequios y se consuman 1.500 “bollos preñaos”, como en los mejores tiempos»137. En esto último se exageraba un poco; estas cifras quedaban lejos de los 22 000 obsequios repartidos y los casi otros tantos bollos consumidos que se contaban antaño, si damos aquellas viejas matemáticas por buenas. En la inauguración de esta nueva fase de la vida de la Jira se da una circunstancia que permite reflexionar –y especular– un poco más sobre el simbolismo de la fiesta. En 1996 volvieron a aparecer las atracciones a los pies del palacio de Peñalver, pero el Centro de Alto Rendimiento «fue el escenario de los principales actos festivos. Allí se concentró un gran número de visitantes y se celebró todo tipo de exhibiciones, desde automodelismo hasta voleibol y tiro con arco». Esta zona, alejada de la presa, acogió también la fiesta de clausura de la semana cultural de la Unión General de Trabajadores, rama del metal de Asturias, que instaló allí una gran carpa al efecto. Con

137 Pereira, Celia: «Los romeros de mayo», La Nueva España, 26 de mayo de 1996, pág. 21.

89 ese evento, UGT absorbió de facto buena parte del programa de la renacida Jira de Trasona; según el programa, el evento organizado por el sindicato incluía: Juegos infantiles, exhibición de tiro con arco, mountain bike federados, gimkana mountain bike niñas y niños de 12 a 14 años, paseo en yolas y piraguas, actuación de grupos folklóricos, exhibición-prueba de bateles y piraguas, exhibición, exposición y concurso de perros pastores alemanes, travesía del embalse a nado, campeonato de llave, rana y tiro de cuerda, actuación del grupo Quiquilimón, entrega de premios de los diferentes campeonatos, sorteo de viajes y vacaciones, sorteo de la rifa ayuda y baile.

A todo ello se sumaba un campeonato de cross escolar, la final de un campeonato de tute, la entrega del segundo premio perio- dístico «Manuel Vigil Montoto» y el preceptivo mitin sindical. En definitiva, se trataba de un programa realmente potente para una fiesta que había experimentado una larga decadencia rematada por los años de parón. Al principal sindicato del país no se le escapaba el éxito que había llegado a alcanzar la Jira a lo largo de sus más de treinta y cinco años de vida, que le había permitido consolidarse como una cita anual ineludible para muchos avilesinos y como una referencia para el inicio de la temporada festiva veraniega de muchos habitantes de Asturias. Más allá de eso, la fiesta de Trasona/Tresona era uno de los referentes en el universo generado con la instalación de Ensidesa, y uno de los pilares de la identidad construida en tor- no a ella; era la fiesta de los siderúrgicos asturianos. La crisis de los últimos años era una oportunidad para aprovechar el simbolismo del pantano, ocupando el hueco dejado por la empresa. Trasladando el núcleo de los festejos a la zona del Centro de Alto Rendimiento se podía aprovechar ese simbolismo y, al mismo tiempo, marcar un distanciamiento con respecto a la vieja Jira vinculada a un de- sarrollismo que todavía podía tener un regusto franquista para la memoria de muchos. Bajo el lema «¡Ven con tu familia y amigos! ¡Te esperamos!», y con la importancia dada por el programa a la participación infantil, UGT apelaba a la nota familiar que siempre

90 había puesto de relieve Ensidesa, y que estaba entre los principales atractivos de la fiesta138. A partir de 1996, pues, la Jira comenzó su nueva andadura, sin poder esquivar las inevitables comparaciones con los buenos viejos tiempos de las varias decenas de miles de romeros y los grandes presupuestos. Fue, eso sí, una ocasión propicia para remozar la fies- ta, descartando aquello que había quedado obsoleto y poniendo en marcha estrategias más adecuadas a los nuevos tiempos –y recursos–. Más que nunca antes, el 1 de mayo podía dejar de ser la única posibi- lidad como fecha para la celebración. De hecho, mover en el tiempo la cita seguía siendo una medida recomendable para librar definitiva- mente a la fiesta de la antigua Ensidesa de la memoria incómoda de la que ya se ha hablado, y a la vez evitar entrar en una competencia con los actos del resucitado 1.º de Mayo que podía reducir todavía más los ya mermados números de la romería de Trasona/Tresona. Tampoco estaba de más continuar la tendencia de acercarse a junio para tratar de romper la maldición del clima. Era suficiente con no alejarse demasiado de la fecha original para mantener ciertos lazos con la tradición. En estas condiciones volvió a bullir una Jira con menos aspira- ciones, que conservaba como esencia el formato de romería familiar y procuraba en lo demás adaptarse a las expectativas de los asturianos del fin del milenio. En 1997 las gentes se reunieron en una convo- catoria que se celebró el último fin de semana de mayo, un retraso moderado con respecto a lo tradicional que resultó ser un acierto en cuanto al tiempo atmosférico, ya que, como había pasado no tantas veces en casi cuatro décadas –y seguiría sin ser habitual en lo sucesivo–, «el sol brilló durante todo el día», lo que permitió que «la afluencia de visitantes superara incluso las previsiones, animados especialmente por el tiempo veraniego». Se recordaban los tiempos de Ensidesa, y la prensa destacaba el rescate de algunas actividades de entonces, como la exposición de artesanía, pero las novedades

138 Cartel anunciador publicado en La Nueva España, 12 de mayo de 1996, pág. 32.

91 ocupaban un espacio considerablemente mayor en el programa que la herencia, y existía una voluntad declarada de marcar las distan- cias con un pasado que tenía sus luces y sus sombras. Así, «la gran atracción del día grande» fue «una “pulpada” gigante», preparada por cocineros venidos expresamente desde la localidad orensana de Carballiño, «conocida como la capital del pulpo». Con semejante despliegue culinario, que además de alimentar –dio lugar a unas 3 000 raciones de pulpo, vendidas a 800 ptas. cada una– ofrecía el espectáculo de un aparatoso montaje a base de grúas y recipientes de tamaño imponente, «el Ayuntamiento romperá cualquier tradición para imponer a la fiesta, recientemente recuperada, un nuevo atrac- tivo». Parece que el objetivo se alcanzó al menos en cierta medida, ya que «la pulpada gigante acaparó el protagonismo, que en otras ediciones habían tenido los tradicionales bollos “preñaos”»139. La tradición seguía teniendo peso en la programación de la fiesta, pero respondía a un concepto genérico, a una idea de lo tra- dicional como recurso para la atracción de visitantes jóvenes y ajenos a las formas de vida de una Asturias rural en retroceso, para los que esas formas de vida se convertían en una curiosidad que podía ser ex- plotada turísticamente. Jorge Uría ha observado esta dinámica en las fiestas asturianas de finales del sigloxix y la primera mitad del xx, en las que se recuperaban actividades casi olvidadas en los tiempos más recientes –como los bolos– y que ahora daban a las celebraciones una nota de tipismo apreciada tanto por naturales como por foráneos140. En realidad, Ensidesa venía haciendo esto desde décadas atrás, compensando la escasez de tradiciones propias de una fiesta que todavía estaba en su infancia con representaciones de una tradición más amplia, no específica de la romería del pantano. Las exposicio- nes y concursos de artesanía y las músicas y danzas folclóricos son buenos ejemplos de ello. Ya a finales del milenio, aunque se disponía de una tradición propia, se prefirió seguir apelando a esa otra, más

139 Pereira, Celia: «Sol, gaitas y romeros en la jira al pantano de Trasona», La Nueva España, 25 de mayo de 1997, pág. 13. 140 Uría González, Jorge: «De la fiesta tradicional...», obra citada, págs. 215- 216.

92 amplia, que no remitía a la vida pasada de la Jira y quizá por ello se consideraba más aséptica. En el 97 «Los juegos de antes, los de los abuelos, recuperaron protagonismo y los benjamines pudieron des- cubrir actividades tan diversas como la peonza, los aros, las chapas o los saltos de cuerda». Mientras tanto, quedaban en un segundo plano actividades verdaderamente simbólicas, asentadas en el imaginario colectivo como tradiciones propias de la Jira en sí misma –y también más costosas–; así hubo que lamentar «según algunos de los asistentes (...) la ausencia de piraguas con las que navegar con tranquilidad por el pantano»141. Por tanto, el interludio de mediados de los noventa impuso una transición inevitable que se hizo lo posible por aprove- char para garantizar la continuidad de la fiesta.

6.2. De tradiciones y modernidades: la romería del pantano entre el pasado y el futuro

Lo cierto es que la Jira al Embalse de Trasona siempre había tenido un alto valor como punto de transición, aunque en otro sen- tido. Incluso cuando su celebración comenzó a retrasarse más de un mes con respecto a la fecha original, hasta finales de junio, seguía siendo una de las primeras grandes fiestas de la temporada veraniega. Con ella quedaba inaugurada la época del año en que se concentra- ba la mayor parte de las fiestas populares de la región. Podríamos plantearnos la posibilidad de que este papel transicional que fue ad- quiriendo la romería esté relacionado de alguna forma con el hecho de que en Trasona/Tresona llegase a asentarse, también, una de las hogueras de San Juan más importantes de la comarca de Avilés. San Juan protagoniza un folclore festivo de gran importancia en Astu- rias, recogiendo tradiciones que hunden sus raíces en el paganismo prerromano y fueron fagocitadas por el cristianismo católico, y que, con modificaciones adaptativas inevitables, han logrado sobrevivir hasta la actualidad incluso en las principales ciudades de la región.

141 Pereira, Celia: «Pulpo “a feira” para la jira del pantano», La Nueva España, 26 de mayo de 1997, pág. 10.

93 Marcando el solsticio de verano, que da lugar a la noche más corta del año, las celebraciones dedicadas a San Juan orbitan en torno al fuego y el agua, y son escenario común, entre otras cosas, para la práctica de una «danza prima» que tiene una fuerte carga identitaria para muchos asturianos142. En la clásica trilogía dedicada a los festejos populares por Julio Caro Baroja, referente de la antropología con- temporánea española, San Juan hace las veces de línea divisoria entre lo que el folclorista llamó la «estación de amor» y el «estío festivo»143. Como pasaba con San Juan –a cuya fecha llegó a acercarse mu- cho debido a los retrasos cada vez mayores–, y más allá del carácter familiar que también la había definido siempre, la Jira tenía especial atractivo para la juventud. Era una especie de hito, de rito de paso es- tacional en el que debía de generar ilusión y expectación, tanto como la fiesta en sí, la promesa de todo lo que se abría en el horizonte tras ella. Para la mocedad de una región en general pluviosa y fría, con pocas oportunidades, durante la mayor parte del año, para participar en grandes expresiones de sociabilidad al aire libre que trascendieran las estrechas fronteras de la casa, el pueblo o el barrio, comenzaba la temporada más esperada. Y, como la esperanza es lo último que se pierde, siempre se podía tener alguna en que la próxima vez sería la buena y el sol se dejaría caer al fin por el pantano. La juventud estaba inscrita en el ADN de la Jira desde su misma creación. La aparición de la magnética Ensidesa había rejuvenecido espectacularmente la población de Avilés, cuya edad media en 1960 apenas superaba los 27 años. Tengamos en cuenta que quienes em- pujaban esa media hacia abajo eran precisamente los trabajadores de la siderúrgica y sus familias, que constituían la mayor parte de los romeros del pantano, aunque a partir de 1975 la villa comenzara a recuperar su tendencia al envejecimiento144. En los primeros años es

142 Rivas, David M.: Las fiestas asturianas: nuevas formas y viejos ritos. Gijón: Picu Urriellu, 2009, págs. 103-114. 143 Caro Baroja, Julio: La estación de amor (fiestas populares de mayo a San Juan). Madrid: Taurus, 1979; El estío festivo (fiestas populares del verano). Madrid: Taurus, 1984. 144 Madrid, Juan Carlos de la: Avilés: una historia... obra citada, pág. 357.

94 difícil encontrar en los medios de comunicación asturianos referen- cias más o menos extensas a la faceta juvenil de la fiesta de Ensidesa, probablemente debido al interés que se tenía en realzar el carácter familiar de la misma, más apropiado como materia prima para cons- truir la idea de la gran familia siderúrgica. Esta poca visibilidad del sector sociológico más dinámico de la cita no podía durar; los jóve- nes se encontraban entre los más madrugadores de los concurrentes a las orillas del pantano, y entre quienes más se resistían a dar por terminada la fiesta hacia el final de la tarde del día grande, haciendo obligatoria la prórroga en las verbenas de otros puntos de Trasona/ Tresona y de El Barrio de La Luz/La Xungarosa145. Desde la década de los sesenta, como en el resto de la Europa occidental, en España la juventud empezaba a despuntar como algo más que una simple etapa de transición entre la infancia y la ma- durez. Se empezaba a asumir y hacer notar que los jóvenes tenían gustos, intereses, ambiciones e identidades propios, dignos de ser tenidos en cuenta y, por lo menos igual de importante, susceptibles de ser explotados política y comercialmente. Si antes lo habitual era el paso directo de la infancia a la madurez, con el acceso al matrimo- nio y a la vida laboral –en el caso de los varones– a una corta edad, ahora había una etapa intermedia cada vez más larga. Los nuevos jóvenes empezaban a disponer de cierta cantidad de tiempo libre, dada la incorporación más tardía al desempeño de un oficio, y la podían combinar con los recursos que les proporcionaba la unidad familiar, que iban tardando más en abandonar conforme se retrasaba la edad media de los casamientos. Los cambios culturales también han propiciado que los padres tuvieran una actitud en general más tolerante con respecto a las actividades de sus hijos que la que tenían las generaciones precedentes146.

145 «San José Obrero. 1.º de mayo»: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 149, 1971, pág. 17. 146 Muñoz Carrión, Antonio: «El tiempo subjetivo de los jóvenes: hacia un régimen de la inmediatez», en Mingote, Carlos, y Requena, Miguel (eds.): El malestar de los jóvenes: contextos, raíces y experiencias. Madrid: Díaz de Santos, 2013, págs. 86, 88-89.

95 Ante esta realidad, la variable de la edad debía ser tomada en consideración por cualquier fenómeno cultural que pretendiera so- brevivir con cierto éxito en los nuevos tiempos, y la fiesta no era ninguna excepción en este sentido. La presencia de la mocedad en la fiesta de Ensidesa se fue haciendo más notoria en las crónicas periodísticas, y sobre todo se presentó como la principal fuerza re- novadora de los sucesivos programas. La gaita y el tambor propor- cionaban un sabor típico valioso para los romeros veteranos, pero no satisfacía las apetencias musicales de los más nuevos, y eso hizo que la música yeyé se abriera paso pronto entre los sones tradicionales147. Al mismo tiempo, la organización nutría sus filas con instituciones juveniles como el Frente de Juventudes, que dentro de sus posibili- dades trataba de hacer la Jira más atractiva a las nuevas generaciones, o la Policía Juvenil, a través de la cual muchachos de El Barrio de La Luz/La Xungarosa colaboraban en la regulación del tráfico rodado148. En un principio, las dimensiones familiar y juvenil se com- plementaron, formando parte ambas de una convocatoria que se enorgullecía de atraer a todo tipo de personas. La «fiesta de todos» pretendía ser ajena al lugar de nacimiento y al sexo, interclasista y también intergeneracional, con «gentes de aquí y de allá. Viejos y jóvenes, hombres y mujeres»149. Las primeras actividades del progra- ma tenían capacidad para atraer poco menos que a cualquiera, en aquellos tiempos en que las romerías carecían casi por completo de competencia como formas de invertir el ocio para niños y jóvenes tanto como para los adultos maduros y los ancianos. El lanzamiento de globos o las competiciones deportivas eran atracciones de amplio

147 «Jira al embalse de Trasona. Fiesta para todos»: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 89, 1966, pág. 22. «Alegría y colorido en nuestra fiesta de San José Obrero»: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 101, 1967, pág. 19. 148 «Jira al embalse de Trasona. Fiesta para todos»: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 89, 1966, pág. 25. «1.º de mayo. San José Obrero, nuestra fiesta»: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 137, 1970, pág. 18. 149 «Alegría y colorido en nuestra fiesta de San José Obrero»:Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 101, 1967, pág. 19.

96 espectro, y, antes de que las modas musicales foráneas empezasen a generalizarse en España, si se quería bailar no había mucho más remedio que hacerlo al ritmo de las músicas del país, se fuese joven o no tanto. Conforme discurría la segunda mitad del siglo, se iba haciendo más difícil mantener equilibrado un programa que seguía queriendo mantener contento a todo el mundo, pero cuyos distintos componentes se especializaban cada vez más. Que la juventud tome carta de naturaleza propia como grupo social implica, entre otras cosas, la creación dentro de ella de identi- dades diferentes a las formadas en otros tramos de edad. La «nueva cultura juvenil», como se la ha llamado, tiene sus materiales predi- lectos a la hora de construir esas identidades. La música es uno de ellos, debido a que la relación de los jóvenes con ella se ha mostrado especialmente intensa, hasta el punto de los gustos musicales con utilizados a menudo por la sociedad a la hora de definir a la juventud en su conjunto, como nos indica el sociólogo británico Simon Frith. Tendencias como el rock, el punk y sus muchos derivados han dado lugar a lo largo del siglo xx y de lo que llevamos del xxi a ramifica- ciones de la cultura popular que van mucho más allá de lo puramen- te musical, y en las que la población joven lleva la voz cantante150. En España, esa nueva cultura juvenil eclosionó en buena medida a partir de mediados de los ochenta, al calor de la coyuntura política, social y económica del país, unida a las influencias culturales de otros lugares llegadas gracias a una globalización que ya se dejaba sentir. Las corrientes reivindicativas que se habían gestado en Europa y Norteamérica en los años precedentes –englobadas normalmente en lo que se suele llamar «nuevos movimientos sociales», que incluyen el ecologismo, el anticolonialismo y las distintas luchas en favor de los derechos civiles–, los cambios de todo tipo derivados de la todavía reciente transición política, el paro juvenil y otros problemas rela-

150 Galán, M.ª Teresa, y Burguillo, Fernando: «Comportamiento social de los jóvenes: la cultura de la fiesta», enMingote , Carlos, y Requena, Miguel (eds.): El malestar de los jóvenes: contextos, raíces y experiencias. Madrid: Díaz de Santos, 2013, págs. 100-101. Frith, Simon: Taking popular music seriously. Selected essays. New York: Routledge, 2016 (2007), pág. 41.

97 cionados con la deriva económica... Todo ello favoreció la aparición de fenómenos como la «movida» surgida en el Madrid de Tierno Galván, que a su vez dio pie a nuevas formas de entender el acto de festejar151. Los tipos de fiesta asociados a la nueva cultura juvenil tenían poco que ver con la morfología y la estructura clásicas de las fiestas españolas. Como estas últimas, eran ocasiones de esparcimiento, pero carecían de los fuertes lazos que unían a las viejas romerías con la religiosidad popular, como también de un concepto de lo tradi- cional que estableciera relaciones decisivas con el pasado. Las formas festivas trazadas por los jóvenes hacia el cambio de milenio contaban con sus propios objetivos, complejos y hasta aparentemente contra- dictorios. Por ejemplo, tenían una gran importancia como marcos de sociabilidad en los que los participantes podían relacionarse con sus semejantes de forma más libre e intensa que en el día a día, pero al mismo tiempo podían ser vías de evasión con las que los jóvenes se aislaban entre sí y de unos mundos infantil y adulto con los que no se identificaban. El alcohol se ha ido confirmando en los tiem- pos más recientes como piedra angular de algunas formas comunes de ocio juvenil, al ser una sustancia que favorece la desinhibición y facilita esa sociabilidad. A fines particulares correspondían espacios particulares, y para sus fiestas los jóvenes buscan su propio espacio. Es interesante lo que han indicado M.ª Teresa Galán y Fernando Burguillo no hace mucho:

Ha aumentado el interés por extensos espacios de diversión nocturna al aire libre, más grandes y aislados que los del centro de la ciudad, adquiriendo gran popularidad entre los jóvenes las fiestas nocturnas al aire libre que, especialmente durante el verano, se or- ganizan. Suele tratarse de extensos espacios de diversión al aire libre, con gran aforo y situados en las afueras de la ciudad, haciendo casi imprescindible el uso del coche en los desplazamientos152.

151 Galán, M.ª Teresa, y Burguillo, Fernando: «Comportamiento social...», obra citada, págs. 100-101. 152 Ibídem, pág. 105.

98 Quizá son estas características las que han hecho que en los últimos años las nuevas culturas festivas juveniles hayan tratado de hacerse un hueco cada vez mayor en las grandes fiestas deprau astu- rianas, herederas muchas de ellas de viejas romerías que se debaten en el eterno combate dialéctico entre lo tradicional y lo moderno para tratar de asegurar su supervivencia. Como parte de ese proce- so, se han ido acoplando a las fiestas propiamente dichas satélites que comparten algunas características con ellas, y que responden a los cambios demandados por las formas modernas de festejar. Josep Martí ha dado tres ejemplos concretos de estos fenómenos: las ferias comerciales, los festivales de música y uno relacionado directamente con las pautas festivas introducidas en los últimos tiempos por la juventud: el «botellón»153. El botellón condensa algunas de las claves de la nueva cultura juvenil. Su sentido básico tiene mucho de pragmatismo: se trata de consumir alcohol a un precio más asequible que el ofrecido por los establecimientos especializados en su venta, generalmente a través de los supermercados. Pero en torno a este punto de partida se genera toda una escenografía capaz de acoger los otros componentes de esa cultura, como, una vez más, la música. El alcohol tampoco era un desconocido de las fiestas populares tradicionales, desde luego. Las romerías y demás formatos festivos eran, después de todo, momentos de catarsis, de liberación de las tensiones de todo tipo acumuladas cotidianamente, lo que Uría ha llamado «típico fenómeno de inver- sión dionisíaca que servía de contrapunto a la contención cotidiana del resto del año»154. Las bebidas alcohólicas formaban parte de la fiesta, pero no eran su piedra angular, como sucedía en estas expre- siones de la nueva cultura juvenil. Aun así, las evidentes afinidades entre las formas clásicas de festejar y las más novedosas hacían posible la hibridación.

153 Martí i Pérez, Josep: «Música i festa: algunes reflexiones sobre les pràc- tiques musicals i la seva dimensió festiva», Anuario Musical, núm. 57, 2002, págs. 277-293. 154 Uría González, Jorge: «De la fiesta tradicional...», obra citada, pág.114 .

99 En sus primeros años de vida, la Jira al Embalse de Trasona no tenía el suficiente recorrido histórico como para que le afectara significativamente ese combate entre lo tradicional y lo moderno, pero en cuanto se fueron sucediendo los programas y las actividades fueron apareciendo y desapareciendo en ellos, se hizo inevitable que prosperaran. La pérdida de interés, por parte de Ensidesa, por poten- ciar su mensaje original de hermanamiento y la retirada definitiva de la siderúrgica de su antigua fiesta, hicieron que la importancia de lo familiar ya no fuera tanta como en los orígenes. Mientras tanto los jóvenes, que hasta el momento habían estado en buena medida di- sueltos en la masa amorfa de los romeros del pantano, se abrían paso. En las actividades deportivas había ya un sesgo de edad inevita- ble, porque se requería cierta forma física para practicarlas y, aunque también fuesen muy importantes como espectáculo, en esta modali- dad se mostraban igualmente capaces de ejercer atracción en especial sobre los adultos de menor edad. En 1971, por ejemplo, «fueron muchas las personas, sobre todo jóvenes, que acudieron a Llaranes para presenciar previamente las finales de varias pruebas deporti- vas: baloncesto, balonmano, voleibol, bolos, tenis de mesa, ajedrez y mus»155, y cabe pensar que en las competiciones celebradas en la Jira propiamente dicha sucediera otro tanto. Lo mismo se podría decir de las danzas folclóricas, y la música bailable atraía con especial fuerza a la juventud. Actividades en principio al alcance de todos, como la fotografía, el aeromodelismo o la emisión radiofónica, que dieron pie a todo tipo de eventos en el embalse, podían tener un mayor atractivo para los jóvenes al contar con un aura de modernidad que las distanciaba del tipismo de corte tradicional de otras. Incluso la pintura al aire libre se fue perfilando como una actividad eminente- mente juvenil156. De esta forma, poco a poco se iban formando dos programas paralelos, representativos de sendas jiras cada vez mejor diferenciadas incluso desde una perspectiva geográfica.

155 «San José Obrero. 1.º de mayo»: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, n.º 149, 1971, pág. 16. 156 «1.º de mayo. San José Obrero, nuestra fiesta»: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, n.º 137, 1970, pág. 19.

100 Esta fue otra de las oportunidades que ofreció la regeneración de la fiesta tras el parón de los noventa. Ensidesa había mantenido siempre su gran iniciativa concentrada en el rincón del embalse más próximo a la presa. Hemos visto que ese lugar podía ofrecer nume- rosos atractivos, entre ellos la propia presa, el hórreo y el palacio, que tenían un valor tanto de uso como simbólico. Además, tener unifica- do el espacio festivo permitía ejercer un mayor control sobre él, algo que preocupaba mucho a sus responsables. Al principio había que evitar que comerciantes irregulares sacaran tajada del éxito apoteósico del San José de la siderurgia avilesina. En aquellas recomendaciones para la Jira de 1963 en las que nos fijábamos páginas atrás, se decía que «por todos los medios hay que evitar que se pongan heladeros y demás puestos en la esquina del puente en la parte del caserón», para lo cual era preciso establecer allí «vigilancia ya por la mañana»157. Más adelante, había que mantener todos los ojos disponibles pues- tos sobre la inmensa flota de vehículos que abarrotaba cada año los precarios accesos rodados, por una parte, y sobre la muchedumbre que se apiñaba en el estrecho puente. El pantano entrañaba peligros, como se comprobó en el 75, y había que tener extremo cuidado si se pretendía evitar accidentes con tantos miles de personas circulando por sus márgenes. Por último, en los años finales del franquismo se hacía necesario redoblar la vigilancia para limitar o poner fin a la actividad reivindicativa que se verificaba en Trasona/Tresona. La imposición de direcciones únicas para transportes y peatones no impidieron unos problemas por embotellamientos y aglomera- ciones que no se lograría llegar a eliminar por completo hasta que el decaimiento de la Jira alivió la presión. La falta de espacio fue un auténtico quebradero de cabeza para los organizadores durante todo el tiempo en que éstos pertenecieron a la empresa, y hasta mediados de los sesenta, cuando el desbocado número de asistentes se hubo es- tabilizado, amenazó con desbordar y colapsar los cuantiosos esfuerzos

157 AHA, Fondo Ensidesa, Grupos de Empresa, Expediente de fiestas y fes- tejos, caja 132662/2, San José Obrero 1958-1962, «Previsiones y recomendaciones para Jira de 1963».

101 puestos en juego. Dado que estas complicaciones se debían en buena parte a la concentración de las actividades y atracciones, parece que realmente Ensidesa daba mucha importancia a la posibilidad de tener la fiesta bajo el mayor control posible. En el momento del cambio de manos de mediados de los no- venta la Jira se había librado de buena parte de la presión demográ- fica sufrida en el pasado, pero también del afán que había llevado a Ensidesa a concentrar espacialmente el festejo todo lo posible. De hecho, dispersarse por nuevas áreas del entorno del embalse permitía ahora alejarse parcialmente de la antigua Jira sin dejar de aprovechar su simbología, como se ha sugerido al hablar de los actos organi- zados por UGT junto al Centro de Alto Rendimiento en el 96. Precisamente esta zona, la de Gabitos, situada en la vertiente este del pantano, se convirtió en este último tramo de la historia de la fiesta en el otro polo de actividad de la misma. Allí se contaba con instalaciones adecuadas a prácticas como el tiro y el piragüismo, pero también con el espacio suficiente como para acoger una parte de la comida campestre. El desdoblamiento espacial de la Jira se hará patente en sus ediciones más recientes, y, una vez más, con la edad como criterio destacado. Los jóvenes encontraron en la antigua fiesta de Ensidesa, esa romería celebrada en un gran espacio al aire libre, alejado de los centros urbanos, a la que siempre habían acudido grupos de amigos y en la que la comida y la bebida tenían amplia cuota de protagonis- mo, un entorno propicio en el que desarrollar formas de ocio propias de la nueva cultura juvenil. Que la juventud ganara terreno impelía a los organizadores a reforzar el elemento innovador de los programas, y eso, a su vez, atraía cada vez más a los jóvenes, que al ir entrando el siglo xxi formaban ya el grueso de los contingentes que se desplaza- ban desde Avilés hasta el pantano el día de la fiesta, para congregarse allí en sus propios espacios. Todo esto quedaba meridianamente claro en 2013, cuando la prensa hacía una descripción geográfica de la Jira: El corazón de la fiesta se situará en el área recreativa de Overo (...) Allí se ubicará el escenario que, como novedad, estará cobijado por una carpa de 600 metros cuadrados, dotada de bar y abierta al público, tanto para presenciar los conciertos y actuaciones musicales

102 como para dar buena cuenta de empanadas, tortillas, sidra y demás productos propios de una jira ‘de prao’. Por decirlo de alguna manera, el área de Overo será la zona destinada a las familias. Las atracciones de feria y los puestos se instalarán a la altura de El Palacio, al lado de la pradería que escogen los más jóvenes para celebrar el ya habitual botellón. La tercera y última zona se sitúa en el área de Gabitos, cerca de las instalaciones deportivas. Al igual que al año pasado será el esce- nario de una fiesta de música electrónica que comenzará a las diez de la mañana y no terminará antes de las nueve de la noche.

La compartimentación por edades, aparte de ser algo natural ante el desarrollo de gustos netamente diferenciados entre distintos sectores sociológicos de la comunidad celebrante, podía facilitar la convivencia. «En una fiesta que poco tiene ya que ver con lo que era en sus orígenes, allá por los años sesenta» –imaginemos lo poco que tenía que ver con sus orígenes, que ya ni se recordaba con demasiada precisión cuándo había surgido–, que un segmento del espacio festi- vo quedase reservado a las familias podía evitar que los romeros más veteranos, ante las nuevas atracciones destinadas al público juvenil, perdieran el interés. Y puede que lo hicieran, en alguna medida al menos, ya que el rejuvenecimiento del festejo también queda paten- te. En ese mismo año de 2013, se estimaba que habían acudido a la cita unas 2 000 personas en total, y que entre 900 y 1 100 jóvenes habían pasado por la zona de Gabitos158. La colonización juvenil no impedía que se apelase a la tradición. Como concesión a los viejos tiempos, y quizá también por la convic- ción de que la lluvia era inmune a los retrasos, a partir de 1999 la Jira al Embalse de Trasona volvió a celebrarse el día 1 de mayo. El resul- tado de esta decisión parecía venir a dar la razón a aquella hipótesis

158 Para las dos primeras citas, Galán, J. F.: «La Jira al embalse mantiene el for- mato introducido el año pasado», El Comercio, 27 de abril de 2013, en línea, [Consulta: 30/09/2017] Las cifras de asistencia, en P., A.: «La comida cam- pestre pone el broche final a la Jira al Embalse», El Comercio, 6 de junio de 2013, en línea, [Consulta: 30/09/2017]

103 según la cual cambiar la fecha había resultado «gafe»: en su nuevo debut el primer día de mayo, la romería estuvo acompañada por un clima que le permitió atraer a «gran cantidad de romeros dispuestos a disfrutar de un soleado día campestre y festivo». Si años atrás se había buscado marcar distancias con respecto a la Jira de Ensidesa, en esta ocasión se pretendía seguir la ruta inversa. Aparte de que la fiesta desprendiera «asturianía por los cuatro costados», se quiso recuperar una genuina tradición de los primeros tiempos, en realidad común a la mayoría de las romerías asturianas, y que tenía que ver más con la actitud de los participantes que con las actividades programadas. En concreto, se organizaron dos marchas a pie «con el fin de recu- perar viejos elementos de la popular romería»; una de ellas partía a las once y media de la mañana del parque de Las Vegas/Les Vegues, rumbo al pantano, y la otra se iniciaba en éste a las ocho de la tarde, dirigiéndose a un prado de la zona de Entrevías/ Entrevíes en el que tendrían lugar actuaciones musicales159. Estabilizada de nuevo alrededor del 1 de mayo y de un número de romeros más modesto que los de antaño, la Jira del siglo xxi se centró en reforzar un equilibrio entre pasado, presente y futuro que le permitiese competir con la nutrida y creciente oferta de ocio que se había ido colocando al alcance de los asturianos. Las orquestas situadas en la vanguardia musical festera de la región compartirían programa con la artesanía, las músicas y danzas y los juegos tradi- cionales, así como con otras iniciativas más originales. En 2007, por ejemplo, la Casa de la Artesanía de Villa organizó en los alrededores del hórreo una exposición con todo tipo de enseres con la intención de «recordar la vida que hacían nuestros antepasados»160.

159 «Todos al “prau” del pantano», La Nueva España, 2 de mayo de 2000, pág. 14. 160 «La actuación de una orquesta en la verbena será la novedad en la “Jira al pantano”», El Comercio, 8 de abril de 2006, en línea, [Consulta: 29/09/2017] Fernández, Horacio: «El sol salió para iluminar la Jira al Panta- no», El Comercio, 2 de mayo de 2007, en línea, [Consulta: 30/09/2017]

104 Esa competencia continua entre lo tradicional y lo moderno no dejaba de tener sus posibilidades enriquecedoras. Puede que las viejas ambiciones hubieran sido atemperadas por las nuevas circunstancias, pero si algo podemos observar en la historia más reciente de la Jira es que ésta no estaba dispuesta a desaparecer tan fácilmente como se pudo llegar a temer en los años más difíciles. Ya en 2008, todavía se cuidaba especialmente que las márgenes del pantano estuviesen de- bidamente acondicionadas para la celebración de la Jira, cerrándose parte de ellas semanas antes de la fiesta para su rehabilitación161. Ese mismo año, la Jira recibía la visita del alcalde de Saint-Nazaire, po- blación francesa hermanada con Avilés, en el marco de la puesta en marcha de nuevas actividades relacionadas con formas de turismo en alza, como el de aventura162. Algunas de estas actividades no estarían relacionadas directamente con la Jira, pero cabe vincularlas, de una u otra manera, al arraigo histórico de ésta. Quizá lo más interesante de cuanto ha sucedido en el pasado más reciente en los contornos del embalse sea, precisamente, la reva- lorización turística del entorno. Efectivamente, la Jira no ha llegado a recuperar todo su antiguo esplendor, pero se ha convertido a todas luces en un gran estímulo para que el que siempre había sido su escenario capitalice las estrategias municipales para el impulso del turismo. Para finales de la primera década del siglo xxi el entorno del pantano, donde tenían lugar las dos principales fiestas corveranas –la Jira y la celebrada en torno a la Foguera de San Xuan– se había convertido en el epicentro de la traducción municipal del Plan de Dinamización Turística, que, con una inversión de 40 000 euros,

161 «El área recreativa de Gavitos, en el pantano, se cierra hasta el 1 de mayo para su reforma», 5 de abril de 2008, en línea, [Consulta: 29/09/2017] 162 «Un tren turístico unirá el casco histórico avilesino con la playa de Sa- linas», El Comercio, 12 de julio de 2008, en línea «La diversión por bandera», El Comercio, 2 de mayo de 2008, en línea, [Consulta: 29/09/2017]

105 suponía el acondicionamiento de toda la zona que venía acogiendo a la antigua fiesta de Ensidesa desde hacía décadas. Esas intervenciones se irían completando con otras, como la que supondría la restaura- ción del viejo hórreo por parte de Arcelormittal; una actuación que implicaría, entre otras cosas, la eliminación del cierre de ladrillo que había permitido a la polifacética estructura servir también para el reparto del bollo y el vino durante la romería163. Estos últimos datos vienen a llamarnos la atención sobre la pro- fundidad que puede llegar a alcanzar algo como una fiesta popular, tenido fácilmente por una realidad trivial, con poca más importan- cia que la que le confiere el entretenimiento puntual y efímero que es capaz de proporcionar. Lo cierto es que en el momento en que un festejo hunde sus raíces en las mentalidades colectivas de una comunidad, se convierte en un auténtico reactivo social y cultural. En el momento en que se convierten en populares, las celebraciones escapan a los límites estrictos que les pudieran haber impuesto los organizadores y sus propias fronteras geográficas y cronológicas, para pasar a canalizar la apropiación humana del espacio y el tiempo. En el caso de Trasona/Tresona, esa Jira reducida a uno o unos pocos días al año fue la piedra angular de la construcción social de un paisaje que, además, era nuevo en su forma debido a la aparición del pantano. Esta reflexión parece tan buena como cualquier otra para dar paso a otras, que hagan las veces de conclusión para esta breve aproximación a la historia de la antigua fiesta de Ensidesa.

163 Bartsch, C.: «El alcalde define el área de Gavitos como “el primer eslabón del desarrollo del anillo verde”», El Comercio, 20 de junio de 2008, en línea «El hórreo ubicado junto al Palacio de Peñalver, en Trasona, será rehabi- litado», El Comercio, 18 de mayo de 2010, en línea [Consulta: 29/09/2017] A MODO DE CONCLUSIÓN: UNA AUTÉNTICA FIESTA DE TODOS

a visión histórica de la Jira al Embalse de Trasona que aca- bamos de trazar puede tener su interés en sí misma, al per- L mitirnos ver cómo ha ido evolucionando la fiesta a lo largo de las pasadas décadas. Desde luego, quienes hayan convivido con la fiesta durante ese tiempo podrán añadir mucha información a la aportada en estas páginas, o directamente impugnar lo que se ha di- cho aquí por considerar que no se ajusta a la realidad que han vivido. En el mejor de los casos, este trabajo solo cubre abundantemente una de las dos grandes partes que forman el pasado, tal y como lo entendemos los seres humanos, y que son la historia y la memoria. Lo que llamaríamos comúnmente historia se apoya en las fuentes para ofrecer un relato del pasado que pretende ser fiel a la realidad. La memoria se alimenta de vivencias, creencias, interpretaciones, deseos... con los que el pasado «real» –y habría que añadir a estas muchas más comillas– se funde inextricablemente. No es que de manera automática la historia sea objetivamente real, fiable, canónica, y la memoria tendenciosa, falsaria e indigna de confianza, ni mucho menos. Si algo están obligados a aceptar los historiadores tras siglos de discusiones es que la Historia con mayús- cula, como disciplina, está conducida por seres humanos que como tales están naturalmente incapacitados para librarse por completo, a la hora de hacer su trabajo, de la influencia que su propio contexto histórico y sus circunstancias vitales ejercen sobre ellos. Dicho de otra manera, la historia, con minúscula –aunque es la que realmente importa–, es un producto cultural, como tantos otros. Otra cosa es que, sin dejar de aceptar esto, el historiador entienda que su deber profesional es hacer todo lo posible para que esos condicionantes

107 inevitables estén siempre gobernados por el rigor exigible en toda investigación que pretenda ser científica. En realidad, la historia y la memoria no solo no son antagóni- cas, sino que se complementan, e incluso podríamos decir que son indisociables. La forma particular en que una persona o un grupo perciben un acontecimiento o un proceso histórico también forma parte de la historia. Trasladándolo al tema al que se han dedicado estas páginas, la Jira al Embalse de Trasona, como realidad histórica, tiene desde luego una base factual; fue una fiesta con unas determi- nadas características, que se desarrolló en años sucesivos con unos programas determinados y que atrajo a un número determinado de personas. La actuación de tal o cual agrupación musical, la celebra- ción de un concurso de pintura, una misa de campaña o una u otra competición deportiva son hechos verificables a través de las fuentes, pero una fiesta popular es mucho más que eso. Cada participante, en sí mismo y como parte de la comunidad, se apropia a su manera de los rituales y los símbolos que se ponen en juego en la fiesta, los interpreta para generar una memoria que no tiene por qué coincidir a pies juntillas con eso que solemos considerar hechos indubitables, y que no por ello es menos real o relevante. Un historiador debería atender tanto a una cosa como a la otra para evitar quedarse con una visión sesgada que afectaría al resultado de su investigación. Más allá de todo eso, y al margen de lo que suceda una vez que el lector se apropie de lo dicho aquí, pasándolo por el tamiz de la memoria y del sentido crítico, lo suyo sería intentar extraer algunas conclusiones de todo este conjunto de cifras, fechas y teorías. Po- dríamos comenzar por confirmar algo que se verifica cada vez que algún investigador muestra interés por las fiestas populares, y es que a través de ellas se puede hacer una auténtica radiografía cultural de las comunidades que las celebran. Haciendo un repaso histórico de la Jira al Embalse de Trasona hemos podido echar un vistazo a las formas en que sus romeros entendían el ocio y el trabajo, forjaban sus identidades opuestas o superpuestas –de proletarios o de produc- tores, de miembros de una gran familia siderúrgica, de avilesinos, de asturianos de origen o de facto y de sentimiento–. Hemos podido ver de cerca una parte de los complejos procesos mediante los cuales

108 se construyen los conceptos de tradición y modernización, así como las relaciones entre el mundo rural y lo urbano, entre lo natural y lo antrópico, entre el pasado, el presente y el futuro. Por tanto, una primera conclusión de este estudio podría ser que se cumple una vez más lo dicho, creo que muy acertadamente, por Antonio Ariño y Pedro García Pilán: la fiesta es «un campo privilegiado de producción de sociedad, a la vez que una atalaya desde la que explorar algunas de sus transformaciones. Ante ella, los científicos sociales no pueden quedar indiferentes»164. Por otra parte, aunque en relación con lo anterior, una historia de la Jira al Embalse de Trasona es también una parte de la historia de Ensidesa y su universo, que a su vez es parte sustancial de la histo- ria de Avilés y de Asturias. Esta última no se entiende sin atender al estallido demográfico avilesino de mediados del siglo pasado, al gran proyecto urbanístico y social que supusieron poblados como el de Llaranes o a los conflictos laborales que acompañaron a la traumática reconversión industrial; tampoco se entiende sin la gigantesca rome- ría que llegó a reunir anualmente a orillas del pantano corverano a decenas de miles de personas de toda la región. La milenaria villa del Adelantado y su comarca tienen todavía deudas pendientes con su historia más reciente, y para saldarlas habrá que entender ésta en toda su amplitud, incluyendo aquellos episodios que por inercia nos puedan parecer de poca importancia. Pero quizá la principal conclusión que podríamos extraer de este recorrido histórico es que la Jira al Embalse de Trasona fue y es, de hecho, una fiesta de todos. En su momento los organizadores dieron a esta afirmación un trasfondo ideológico; la fiesta era de todos porque se tenía interés en hacer ver que en ella participaban en igualdad de condiciones todos los miembros de la gran familia siderúrgica, sin jerarquías ni privilegios de por medio. Sin embargo, a la hora de hacer un balance final de la historia de la Jira, desde la

164 Ariño Villarroya, Antonio, y García Pilán, Pedro: «Apuntes para el estudio social de la fiesta en España», Anduli: Revista Andaluza de Ciencias Sociales, núm. 6, 2006, pág. 22.

109 perspectiva que ofrece el tiempo transcurrido, podríamos llegar a la conclusión de que la expresión fue más certera de lo que cabría pensar en un principio. Cuando desde Ensidesa se ideó, financió, organizó y materia- lizó por vez primera una romería dedicada a sus trabajadores, solo se podía decir de ella que era la fiesta de la empresa con todas las de la ley. Sin la iniciativa, los recursos y la capacidad organizativa de la compañía no habrían existido siquiera un embalse en Trasona/Treso- na ni, desde luego, una fiesta junto a él, al menos en ese momento y con esas características. La propia Ensidesa buscó en todo momento, como es lógico, que el evento fuese relacionado automática e indu- dablemente con ella, de forma que todo el mundo tuviera claro a quién se debía aquella ocasión para el descanso y la diversión que tanto descollaba entre muchas de las otras al alcance de los asturianos de entonces. Tampoco es que hicieran falta demasiados esfuerzos para convencer a cualquiera de que todo aquello que hacía a la Jira especial y célebre –el imponente entorno, la amplia y fresca oferta deportiva, el gran despliegue musical y folclórico– se debía al poder económico de la «Fabricona», al vigor de sus Grupos de Empresa y al margen de maniobra que le garantizaba su condición de empresa estatal. Por todo ello, es lógico que se interiorizara que la existencia de la Jira estaba íntimamente vinculada a la vida e intereses de Ensidesa. Tampoco extraña que esa certeza se convirtiera en inquietud cuando, por una parte, las vicisitudes de la economía comenzaron a generar dudas sobre el futuro del gigante siderúrgico y, por otra, este último fue dejando cada vez más claras sus intenciones de dejar de lado la fiesta que él mismo había creado. Desde mediados de los setenta, la Jira fue víctima de su apoteósico éxito anterior, ya que había gene- rado para todos grandes expectativas a base de unos esfuerzos que, sobre todo desde el punto de vista más puramente económico, no era posible mantener indefinidamente. Ensidesa ya no tenía tantos recursos como antes para sostener un gasto que, por otra parte, ya no veía tan rentable, y el círculo vicioso que se estaba generando con la pérdida de romeros y el deslucimiento de los programas no favorecía que cambiara de actitud, precisamente. Durante todo ese periodo de

110 declive, planeó sobre la fiesta el convencimiento de que la marcha de Ensidesa, ya fuera por unos motivos u otros, significaría su fin. Y sin embargo, la que parecía ser sin matices la fiesta de Ensi- desa sobrevivió a la emancipación con respecto a su creadora. Los últimos ochenta y primeros noventa fueron años muy duros, no solo por el dramático descenso del número de visitantes y la desaparición de algunas atracciones clásicas en sí mismos, sino también porque aún estaba muy reciente la edad dorada en que 50 000 era una es- timación de asistentes verosímil y los 20 000 bollos preparados se agotaban en un suspiro. Se había perdido el poderoso apoyo de la empresa, y con él una parte nada desdeñable de la identidad original de la Jira, pero ésta había sobrevivido, y lo continúa haciendo un cuarto de siglo después. Puede que la Jira al Embalse de Trasona no hubiese existido, al menos no como la hemos conocido, sin Ensidesa. Probablemente tampoco habría llegado hasta nuestros días si el Ayuntamiento de Corvera no se hubiera hecho cargo de ella, tras la retirada de la siderúrgica. Pero es igual de evidente que todos los esfuerzos de aquella empresa habrían sido vanos si sus trabajadores no hubieran respondido a la llamada, y otro tanto se puede decir de la inter- vención del consistorio corverano. Al final, independientemente de quién la organizara y facilitara los recursos para ello, la romería se ha mantenido porque generaciones sucesivas la han hecho suya, invitándola a formar parte de sus costumbres y de su concepto de tradición. Si la cita del pantano estuvo pensada en un principio para los trabajadores de la gran factoría de Avilés y sus familias, esa frontera quedó pronto totalmente rebasada, al igual que los límites municipales. La propia Jira, más que la relación que se tuviera con Ensidesa o el lugar de nacimiento o residencia, se ha ido convir- tiendo en eje de la identidad colectiva de quienes la celebran, que al fin y al cabo son los únicos verdaderamente imprescindibles para asegurar su subsistencia. Por sí solo, este hecho nos enseña algo que bien podría ser la piedra angular de los estudios socioculturales de la fiesta en general, por variada que sea la casuística de la inabarcable constelación de festejos populares que coloniza la historia humana del planeta. El

111 alma de la fiesta –en un sentido académico, entiéndase– es el sujeto que la celebra, un conjunto humano que debe ser entendido como algo más que la suma de sus partes. Puede parecer una perogrullada, pero no es tan difícil como se podría pensar perder esto de vista en- tre las montañas de datos y tipos de fuentes que suelen manejar los historiadores, sociólogos o antropólogos. Convertir a dos decenas de millares de personas en un punto dentro de un gráfico –como se ha hecho en este mismo trabajo– es inevitable si se quiere abarcarlas en términos analíticos, pero no nos debe permitir olvidar que tras ese punto hay un sinfín de pequeñas historias que se entreveran para dar lugar a la historia global de la romería. Lo dicho queda muy poético, pero también pone en evidencia la principal falta de este trabajo. Se ha buceado en el material de archi- vo y en el de prensa, y allí se ha encontrado información muy útil y necesaria para documentar el fenómeno que se quiere historiar, pero esas fuentes no aportan demasiado sobre esa comunidad celebrante que acabamos de identificar como absoluta protagonista de nuestra fiesta. Y no es que no exista forma de incorporar ese prisma a la in- vestigación, ya que las fuentes orales son utilizadas ampliamente por los historiadores para acercarse a todo tipo de temas. Pero, en este caso, pretender interpretar a escala colectiva los distintos significados de la Jira exigiría recoger cuando menos centenares de testimonios orales, y cotejarlos para hacer que fueran representativos de algo más amplio que su particular dueño. Ese trabajo desbordaría por com- pleto las posibilidades, el tiempo y el espacio disponibles para este análisis, y ahí está el motivo de que, salvando unas pocas entrevistas realizadas para conocer cuestiones muy concretas que no han dejado apenas rastro en prensa y archivos, no se haya contado con las fuentes orales. También por eso, completando aquí la explicación que se empezaba a dar en la introducción, esto no es sino «una», además de «breve», historia de la Jira al Embalse de Trasona. La disculpa es que este libro no se tiene que entender como el fin de una tentativa de historiar la Jira, sino más bien como el inicio de un proceso que no está en absoluto cerrado. Ahora que se han re- unido datos que estaban dispersos y se han propuesto algunas teorías basadas en ellos, quizá se pueda generar un debate en el que todos

112 los implicados en esta historia viva hagan su necesaria contribución. Una realidad construida colectivamente debería ser reconstruida del mismo modo, más allá de que se puedan –o no– aprovechar las artes de un especialista para ensamblar las piezas y darle forma. Hoy en día, gracias a las tecnologías de la comunicación y la información y a una convicción creciente de que la creación de conocimiento es una labor orquestal, hacer una historia colectiva como esta es más fácil que nunca. Probablemente también sea menos fácil de lo que lo será mañana, pero en algún momento hay que ponerse a ello. Esta obra puede ser entonces como una primera piedra; alguna tiene que serlo, pero un grano no hace granero. Este es simplemente un punto de partida –uno de los posibles– que aspira a abrir camino; si lo consigue, su misión estará sobradamente cumplida.

NOTA ACLARATORIA SOBRE LAS FOTOGRAFÍAS

l reconocimiento de la autoría de las fotografías incluidas en la revista de Ensidesa es un asunto complicado, porque, en E la época a la que pertenecen las que son citadas aquí –años sesenta, en su mayoría–, no se indicaba el nombre del autor de cada una de ellas, sino que en la contraportada de cada número se in- sertaba un listado de todos los fotógrafos colaboradores en él, sin más especificaciones. Ello significa que, en principio, no es posible distinguir quién hizo, por ejemplo, una fotografía de un horno alto dentro de la fábrica y quién la de una actuación musical en la Jira del pantano si ambas fueron publicadas en un mismo número. Para solventar esto en la medida de lo posible, en los casos en los que no se puede especificar más –fotografías núm.2 , 5-10– se señalan los nombres de todos los fotógrafos referenciados en el número en cuestión, tal y como aparecen allí. Aunque no hay seguridad sobre ello, en todos esos casos el autor más probable es Tomás Díaz Alonso, empleado de la empresa, a quien pertenece sin duda la foto número 11 y casi con toda seguridad las 5, 6 y 9, las tres incluidas en el mis- mo número –65, correspondiente a mayo de 1964–; las fotos usadas como portada sí solían ir acompañadas del nombre de su autor, y la de ese número, tomada en la Jira, le es atribuida a Díaz, por lo que cabe entender como probable que el resto de las tomadas ese año le pertenezcan. Por lo que ha podido averiguar el autor de este libro, y por desgracia, el archivo personal de fotografías y negativos de Tomás Díaz se han perdido. Teniendo en cuenta esa probabilidad, el lector debe estar ad- vertido de que el autor del libro no ha sido capaz de determinar con total certeza la autoría de las fotografías 2 y de la 5 a la 10, que podría corresponder a cualquiera de los nombres que se citan en cada caso, incluido el archivo fotográfico de Ensidesa. Por último, de la

115 fotografía núm. 4 ni siquiera se puede ofrecer una lista de posibles autores, ya que en ese número de la revista, uno de los primeros, no se incluía en modo alguno el nombre de los fotógrafos colaboradores; por eso se referencia como «desconocido». 1. Autor: anónimo. El periodista Francisco G. Robés (marcado con una «x»), junto al río durante la romería de San Pelayo de Tra- sona/Tresona, antes de la llegada de Ensidesa y de la construcción del embalse, en torno a 1920. Fuente Muséu del Pueblu d’Asturies. 2. Autor: Nebot, Sanso, Lorente, Tomás, Méndez, Tosal, Magín Berenguer, Rodríguez, García, Huerta, Nogueroles, Rafael Pastor o Archivo Ensidesa. Vista aérea del embalse de Santa Cruz de Trasona/ Tresona, orientada hacia la presa, en torno a la cual se celebraba la Jira de Ensidesa. Fuente: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 100, 1967, pág. 69. Propiedad de ArcelorMittal. 3. Plano del espacio de celebración de la Jira elaborado por el Departamento de Asuntos Sociales de Ensidesa para la organización del evento. Puede verse el emplazamiento de los distintos elemen- tos, incluyendo el hórreo –denominado aquí «oficina central»– y el palacio –que alberga los aseos de mujeres–. Fuente: AHA. Ensidesa, Grupos de Empresa, Expediente de fiestas y festejos, caja n.º132662 , San José Obrero 1963 a 1965. 4. Autor: desconocido. Preparativos para la suelta del globo, elemento que se convertiría en icónico de la fiesta, durante la Jira de 1959. Fuente: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 5, 1959, pág. 4. Propiedad de ArcelorMittal. 5. Autor: Armán, Brevers, Tomás, Novel, Rodríguez M. de Es- cauriaza, Huerta, Lorente o Archivo Ensidesa. Fotografía tomada en la Jira de 1964, en la que puede apreciarse la gran capacidad de atracción de la fiesta en su etapa más próspera. Fuente:Ensidesa: re- vista de y para el personal de la factoría, núm. 65, 1964, contraportada. Propiedad de ArcelorMittal. 6. Autor: Armán, Brevers, Tomás, Novel, Rodríguez M. de Escauriaza, Huerta, Lorente o Archivo Ensidesa. Espectáculo de la Agrupación de Coros y Danzas de Gijón sobre el tablado flotante, en la Jira de 1964. Fuente: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 65, 1964, contracubierta. Propiedad de ArcelorMittal.

116 7. Autor: Tomás, Rodríguez de Escauriaza, Armán, Nogueroles, Pastor, Novel, Huerta, Lorente, Ángel, Segura o Rodríguez. Carga- mento de bollos «preñaos» dispuesto para su venta en la Jira de 1965. Fuente: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 77, pág. 16. Propiedad de ArcelorMittal. 8. Autor: Tomás, Segura, Pastor, Novel, Huerta, Lorente, Fran, Velez, Rodríguez o Archivo Ensidesa. Vista del espacio festivo de la Jira desde la presa, en 1966. Fuente: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 89, 1966, pág. 25. Propiedad de Arce- lorMittal. 9. Autor: Armán, Brevers, Tomás, Novel, Rodríguez M. de Es- cauriaza, Huerta, Lorente o Archivo Ensidesa. Multitud concentrada junto al hórreo. Fuente: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 65, 1964, contracubierta. Propiedad de ArcelorMittal. 10. Autor: Tomás, Segura, Pastor, Novel, Huerta, Lorente, Fran, Velez, Rodríguez o Archivo Ensidesa. Jira de 1966. Aunque apenas puede apreciarse debido a la multitud, el franqueo de este arco, que actúa como entrada a la fiesta, conduce al pasadizo de la presa, cuyos cerca de 300 m deben ser recorridos para llegar al corazón del espacio festivo. Fuente: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 89, 1966, pág. 21. Propiedad de ArcelorMittal. 11. Autor: Tomás Díaz Alonso. Concurrencia asistiendo a una competición de piragüismo, en la Jira de 1970. Fuente: Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 137, 1970, portada. Propiedad de ArcelorMittal. 12. Autor: Garrido. Dibujo alegórico de la Jira, con realce de su componente regionalista. Fuente: Ensidesa: revista de y para el perso- nal de la factoría, núm. 311, 1986, p. 24. Propiedad de ArcelorMittal.

ÍNDICE

La Jira: una breve historia de nuestra vida, por Iván Fernández García...... 7 Prólogo, por Rubén Vega...... 9 Introducción ...... 13 1. Camino del pantano: orígenes y contexto de la fiesta de Ensidesa...... 23 1.1. La revolución siderúrgica de Avilés ...... 23 1.2. Las coordenadas de la Jira al embalse de Trasona. . . . 28 2. Los años dorados (1958-1975) ...... 37 2.1. El despegue (1958-1965)...... 37 2.2. El auge (1966-1975)...... 46 3. «La fiesta de todos»: ideología y propaganda en la Jira. . . . 51 4. Tradición galvanizada: la Jira de la asturianía ...... 59 5. El declive (1976-1992)...... 71 5.1. Un duro lustro: la segunda mitad de los setenta . . . . 71 5.2. De la fiesta de San José Obrero a la delnuberu : la Jira pasada por agua...... 82 6. La Jira del siglo xxi (1996-2017)...... 89 6.1. La restauración del 96...... 89 6.2. De tradiciones y modernidades: la romería del pantano entre el pasado y el futuro...... 93 A modo de conclusión: una auténtica fiesta de todos. . . . . 107 Nota aclaratoria sobre las fotografías...... 115

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Primera edición: abril de 2018

Todos los derechos reservados

© Enrique Antuña Gancedo, 2018 © del saluda: Iván Fernández García, 2018 © del prólogo: Rubén Vega, 2018 © de la edición: Ayuntamiento de Corvera de Asturias

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Ilustración de cubierta: Autor (ver nota aclaratoria de las fotografías): Tomás Díaz, Carlos Gutiérrez Fidalgo, S. B. Bilddient, Europa Press y Archivo de Ensidesa. Ensidesa: revista de y para el personal de la factoría, núm. 173, 1973, portada. Propiedad de ArcelorMittal.

Hecho en Asturias

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El presente trabajo se ha realizado durante el periodo de disfrute de una ayuda para la formación de profesorado universitario (FPU), financiada por el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte del Gobierno de España, con la referencia FPU14/06740 LA JIRA AL EMBALSE DE TRASONA • Enrique Antuña Gancedo