Enrique Antuña Gancedo LA JIRA AL EMBALSE DE TRASONA UNA BREVE HISTORIA DE LA FIESTA DE ENSIDESA Enrique Antuña Gancedo Enrique • LA JIRA AL EMBALSE DE TRASONA DE AL EMBALSE LA JIRA José Ángel Gayol Exercicios d’asturianu (Notes, pensamientos, llectures) LA JIRA AL EMBALSE DE TRASONA Enrique Antuña Gancedo LA JIRA AL EMBALSE DE TRASONA UNA BREVE HISTORIA DE LA FIESTA DE ENSIDESA LA JIRA: UNA BREVE HISTORIA DE NUESTRA VIDA a Jira, Fiesta Declarada de Interés Turístico del Principado de Asturias, es una de las referencias del calendario festivo L asturiano. Y esa idea de «referencia», más que como frase hecha o como forma hiperbólica de destacar el evento, se justifica porque, desde 1958, la Jira abre de manera oficiosa (se celebra en mayo) el ciclo de grandes romerías que se desarrollan en Asturies en Primavera/Verano y en el que se distinguen multitudinarios epígonos como «El Carmín» de Siero, «El Carmen» de Cangas, «San Timoteo» en L. l.uarca, «El Xiringüelu» de Pravia o las fiestas de «San Roque» de Llanes. La Jira ha sido y es un encuentro festivo de especial relevancia: mueve a miles de ciudadanos, dinamiza el comercio local, positiva la imagen del territorio, visibilizando las potencialidades del mismo desde todos los puntos de vista. La Jira, por lo tanto, contiene los ingredientes sustanciales de toda gran fiesta… Consecuentemente, no se diferenciaría de cualquier otra convocatoria festiva si no fue- ra porque se desarrolla en un entorno único, singular (el área del Pantano de Trasona/Tresona) y por una historia, una génesis, unos avatares que acabarán explicándonos como colectivo en un tiempo, en un espacio… Y de todo ello se ocupa y preocupa el historiador Enrique An- tuña Gancedo, en La Jira al embalse de Trasona: una breve historia de la fiesta de Ensidesa, obra de especial interés no solo para el corverano o comarcano que haya disfrutado o disfrute de esa JIRA si no para cualquier persona interesada en la Historia del Ocio, en cómo la Fiesta (en cualquier parte del mundo) se ha ido conformando como punto de encuentro ciudadano, que no solo elimina tensiones so- ciales si no que fija una suerte de marca, siempre rentabilizable y de la que poder sentirse orgulloso. 7 Antuña Gancedo recorre la Jira, centrando el estudio más en su origen y en los años de Ensidesa que en los posteriores desarrollos de los que se ha ocupado ya el Ayuntamiento como instancia admi- nistrativa representativa de todos los corveranos que ha eliminado, obviamente, la sobrecarga ideológica que la Jira tuvo en sus orígenes. Resulta curioso constatar que las tres grandes fiestas que se de- sarrollan en Corvera: Jira y Foguera (ambas declaradas de Interés turístico) y las Fiestas Populares no son en ningún caso producto de advocaciones religiosas. En dos casos, Fiestas Populares y Foguera, son productos indiscutiblemente cívicos… Y en el tercero, la Jira, de propuesta empresarial paternalista (como recoge acertadamente el autor de la obra, posiblemente inspirada en las celebraciones que se desarrollaban en los Estados Unidos con motivo del Día de Acción de Gracias) ha pasado a ser un encuentro ciudadano rubricado por el Ayuntamiento, tejido asociativo local y, por supuesto, la ciudadanía. Esta «breve historia de la fiesta de Ensidesa», en un momento en el que ya resulta complicado contar a las nuevas generaciones que fue eso de «Ensidesa», es una excelente disculpa para meternos, desde presupuestos críticos y académicos, en nuestra historia, esa historia construida, a veces con grandes acciones (la propia Ensidesa en el marco de una Dictadura o la resistencia frente al Dictador aprove- chando la propia Jira) pero, fundamentalmente, con nuestro día a día, humilde, básico, primordial… pero fundamental. En definitiva, esta obra es una inmejorable disculpa para recorrer- nos, para entendernos… Una amena, documentada y rigurosa manera de contemplar cómo nos vamos construyendo como sociedad. Iván Fernández García Alcalde de Corvera PRÓLOGO a construcción de la «Fabricona», aquella magna obra civil que inundó Avilés de miles y miles de forasteros, transfiguró L para siempre el paisaje y el paisanaje de la villa y su comarca. La desecación de las marismas de la margen derecha de la ría sirvió para asentar los cimientos no solo de una planta siderúrgica integral sino de una ciudad industrial en la que la mayoría de sus habitantes habían nacido en otros lugares. La factoría llegó a contar con una plantilla de 15 000 trabajadores, que por sí solos sumaban tres cuartas partes de lo que era toda la población avilesina previa a su cons- trucción y, contando a sus familias, hacieron que en el plazo de dos decenios se multiplicara por cuatro: de 20 000 a 80 000, en números redondos. La transformación dista mucho de ser tan solo demográ- fica y de fisonomía urbana o paisajística. La enorme concentración obrera en que se convierten los barrios que acogen a los siderúrgicos no solo altera la composición sociológica de la ciudad sino que crea una especie de dicotomía que, por muchos años, hará que se distinga entre «avilesinos de toda la vida» y «coreanos», término éste que se acuña muy tempranamente para designar a los recién llegados, cuyas primeras oleadas al despuntar los años cincuenta coinciden con la guerra de Corea. A perpetuar esta diferenciación contribuirá el hecho de que Ensidesa sea mucho más que una empresa y actúe, de hecho, como un enorme laboratorio de ingeniería social sujeto a una com- pleja y sofisticada política de paternalismo de Estado. El vasto entramado de vivienda obrera (con Llaranes como bu- que insignia), economato, «grupos de empresa», revista, equipo de fútbol, escuela de aprendices, becas de estudio y hasta juguetes de Reyes para los hijos… proporciona servicios y alternativas de ocio que convierten a la comunidad siderúrgica en un mundo aparte, autosuficiente y susceptible de desarrollar una identidad diferencia- 9 da que permite vivir física y mentalmente de espaldas a la ciudad preexistente. Un proyecto en gran medida exitoso de protección y control, capaz de modelar obreros ideales, no conflictivos, fuerte- mente identificados con su empresa, muestra una cara «social» dentro de un régimen tantas veces represivo. Casi todos los ingredientes de este proyecto paternalista tenían, fuera deliberadamente o no, un efecto segregador al marcar diferencias entre quienes pertenecían a Ensidesa y el resto. La andadura del Club Deportivo Ensidesa, riva- lizando con el equipo local de siempre (el Real Avilés) y superándo- lo, muestra nítidamente esa dicotomía de sentimientos encontrados que convertía el ser de Ensidesa en algo diferente a ser de Avilés. Pues bien, la jira del embalse, objeto del estudio que ve la luz en este libro, constituye justamente el principal elemento que surte el efecto contrario: el de integrar y fundir a la comunidad siderúrgica con la sociedad circundante. La fiesta, que nace con ligero retraso respecto a otros componentes como los grupos de empresa, incluido el equipo de fútbol, cobrará de inmediato una fuerza extraordinaria que hace que trascienda el ámbito de la compañía, con la que sin embargo se identifica de forma estrecha e inequívoca. Promovida, organizada y financiada por Ensidesa, se alza muy pronto como un evento de primera magnitud que desborda cualquier expectativa y que congrega a gente venida de toda la comarca y de muchos otros puntos de Asturias. Convertida en un evento multitudinario, surte un efecto integrador a través del cual la fábrica y sus trabajadores se proyectan y se convierten en referentes. Tampoco cabe ignorar otra dimensión integradora que la Jira de Trasona parece pretender a poco que se analicen, como perspicaz- mente hace el autor, los programas y los contenidos: desde la música de gaita y tambor hasta la sidra y el bollu preñáu, todo apunta a un afán de «asturianizar» la celebración que no puede ser inocuo si consideramos que buena parte de los «productores» recién llegados a Avilés son asturianos de adopción. La condescendencia con la que en la crónica de la revista de Ensidesa se relata, según recoge este libro, una irrupción espontánea del fado y del cante flamenco refuerza esa sensación de que la Jira sirve también para tratar de contrarrestar las dificultades de integración de tan numeroso contingente de inmigra- 10 dos. Otorgarle a la Jira el aire de una romería asturiana, enraizando en lo tradicional una fiesta sin tradición, será una decisión afortunada que probablemente está entre las claves de su éxito. Al mismo tiempo, en un universo de control como era el de la gran empresa pública, nada es dejado al azar o resulta inocente. La elección de la fecha encierra un significado evidente. Justamente cuando la Iglesia Católica acaba de «cristianizar» el 1.º de Mayo, su- perponiendo sobre la jornada reivindicativa del movimiento obrero una impostada advocación religiosa, la de San José Artesano, la jira del pantano adopta un explícito discurso de confraternización inter- clasista y de armonía social. Se trata, de hecho, de una «contraprogra- mación» que disfruta de indudables ventajas: frente a una celebración prohibida convocada por organizaciones ultraclandestinas, se alza una fiesta legal que cuenta con todos los recursos y parabienes; frente a la protesta política, la diversión aparentemente despolitizada. Los siderúrgicos de Ensidesa se erigen en negación de las connotaciones conflictivas de la clase obrera asturiana. El éxito de la iniciativa resulta incuestionable y se ve refrendado desde el primer momento por una afluencia masiva de personas que en muy pocos años hacen de la fiesta un hito consolidado y arrai- gado. Hasta tal punto es así que, cuando pasaron los años dorados, la afluencia de gente decayó y las que habían sido las bases de la fiesta desaparecieron con la retirada de Ensidesa, la Jira consiguió primero resistir y, tras un corto paréntesis, revivir con nuevos signi- ficados, nuevos contenidos y nuevos patrocinadores, reinventándose a sí misma sin perder la memoria de lo que fue.
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