José Ramón Medina
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José Ramón Medina Publicaciones Embajada de Venezuela en Chile José Ramón Medina Una Visión de la Literatura Venezolana Contemporánea Publicaciones Embajada de Venezuela en Chile N9 7 Esta edición se terminó de imprimir el 16 de septiembre de 1962, bajo el patrocinio de la Embajada de. Venezuela en Chile, en los Talleres de Prensa Latinoamericana S. A., calle Root 537, Santiago. La edición consta de 1.000 ejemplares, todos ellos sin valor comercial, lo mismo que las demás publicaciones anteriores. PERSONAL DE LA EMBAJADA DE VENEZUELA A LA FECHA DE ESTA PUBLICACION VICEALMIRANTE WOLFGANG LARRAZABAL UGUETO EMBAJADOR Señor GILBERTO ANTONIO GOMEZ CONSEJERO Coronel RAFAEL HERRERA TOVAR AGREGADO MILITAR Lie. LUIS RODRIGUEZ MALASPINA PRIMER SECRETARIO Tte. Cnel. ALBERTO MILIANI BALZA AGREGADO MILITAR ADJUNTO Lie. ANIBAL FELIPE VALERO TERCER SECRETARIO SanSfcia'go de Chile, 18 de Septiembre de 1962, PUBLICACIONES “EMBAJADA OTRAS PUBLICACIONES DE VENEZUELA EN CHILE” EN PREPARACION 1 Varios Autores: Miguel Luis Amunátegui: FOLKLORE VENEZOLANO VIDA DE DON ANDRES BELLO Reedición, (1962) 2 Arturo Uslar Pietri: Luis Rodríguez Malaspina: LA POESIA EN VENEZUELA SINOPSIS DE VENEZUELA * (1962) J. L. Salcedo-Bastardo: 3 VISION Vicente Salías y Juan Landaeta: Y REVISION DE BOLIVAR HIMNO NACIONAL DE VENEZUELA * (Arreglo para piano y canto o piano solo, partitura de Banda y Letra). Eduardo Blanco: 4 VENEZUELA HEROICA Simón Bolívar: * ULTIMA PROCLAMA Varios Autores: 5 LOS MEJORES Arturo Uslar Pietri: CUENTOS VENEZOLANOS LA NOVELA EN VENEZUELA * 6 Varios Autores: Arturo Uslar Pietri: HOMENAJE AL POETA LAS MEJORES PAGINAS DE ANDRES ELOY BLANCO SIMON BOLIVAR (Antología) 7 José Ramón Medina * UNA VISION DE LA LITERATURA VENEZOLANA Andrés Eloy Blanco: CONTEMPORANEA. SUS MEJORES POEMAS 7 I.— LOS ANTECEDENTES El período colonial venezolano, a pesar de sus bien largos tres siglos de existencia, muy poco material ofrece para la investigación literaria. Na da hay allí que ofrezca la posibilidad de hacer balance de las Relieve letras venezolanas de ese tiempo. La época no estaba prepa- colonial rada, ciertamente, para el cultivo calificado de la literatura. Los ingenios escaseaban; y los géneros de la creación, propia mente dichos, no tenían atractivo suficiente como para satisfacer el inte rés de aquella gente empeñada en menesteres más urgentes. En su defecto, la historia y la geografía representan temas que prosperan visiblemente, y sobre ellos se escribieron algunos libros que constituyen variada inter pretación de la realidad social, política económica e histórica de la Vene zuela colonial. Sin embargo, las coordenadas del proceso histórico de las letras nacionales requieren, aunque sea someramente, precisar el señala miento de aquellos lejanos orígenes. Podría afirmarse que un nombre, el del historiador José Oviedo y Baños, destaca con suficiente claridad en el firmamento literario de la Colonia. Pero antes que Oviedo y Baños, se hi ciera presente con su magnífica obra histórica, hubo algunos personajes de inquietante indagación, que si bien no dejaron pulida obra literaria, si aportaron testimonios de irrecusable validez que muy bien podrían servir para intentar el balance sociológico de la época, como aquel poeta y cro nista Juan de Castellanos que en castigadas octavas reales relata la con quista y colonización del oriente venezolano, recogiendo admirables cuadros del mundo natural y de la historia del país; o aquel otro Joseph de Cisneros, tan bien plantado sobre el mapa nacional, comerciante y viajero a lo largo de las extendidas tierras por poblar que se extienden entre el mar y la selva, que con ojos gozosos describe y anota hechos y características —geográficos, económicos y sociales— de villas y pueblos de la Provincia de Caracas. Si no es, en realidad una literatura muy pura, en el exacto sentido de la palabra, esos testimonios escritos contribuyen, sin embargo, a plasmar la fisonomía de la realidad y de las condiciones históricas de lo que andando el tiempo iría a servir de fundamento a la sociedad venezolana, que nace como República organizada en el año de 1830. Después de la Colonia —a finales de la misma— un rico período ama nece en el horizonte de la historia patria. Es aquél que presente los prepara tivos que anteceden al gran suceso de la independencia nacional. Ideólogos y visionarios, iniciados en la fecunda experiencia de la Enciclopedia Fran cesa, que pese al cerco oficial penetró saludablemente las fronteras de Amé rica, van a realizar una de las más sorprendentes tareas de difusión del pensamiento revolucionario y a preparar las bases para la transformación política que se avecina. Libertadores y constructores de la República, como 8 Francisco de Miranda, Juan Germán Roscio y Simón Bolívar, y antes que ellos hombres de sereno dominio espiritual como Don Miguel José Sanz, se adelantan a formular programas, a debatir ideas, a difundir la doctrina revolucionaria, y a coronar esta prédica con la acción conveniente. Estos propósitos persistirán durante el sangriento largo período de la emanci pación, que no dejará tiempo para la tranquila y meditada producción lite raria y que quemará en su hoguera implacable a muchos destinos creadores. Pero con todo, una obra queda cumplida, un camino se ha abierto y lo que agostó la guerra servirá de abono para las generaciones venideras. Simón Bolívar yergue su figura de hombre de pensamiento y de hombre de acción en aquel violento escindirse del bloque colonial español. No sólo es el guerrero iluminado, sino también el ordenador de Precursores las ideas propias para sustentar la realidad de los pue- y maestros blos Que su espada iba creando. La obra escrita del Li bertador representa cabalmente la vigorosa expresión de aquella etapa crucial y hermosa de nuestra historia, y dentro de un recuento literario necesariamente ha de hacerse mención de lo que él sig nificó también en ese orden de cosas para las letras venezolanas. Otra figura venerable en el campo de la cultura venezolana, origen y centro de lo que ha ido creando el genio de los venezolanos en el transcurso de estos 150 años de vida institucional, desde 1811 hasta nuestros días, es Don Andrés Bello, el venezolano universal, patriarca de las letras america nas, legislador, gramático, historiador, poeta y cronista, padre de la patria chilena y mentor de las 20 repúblicas surgidas del parto prodigioso de la revolución americana. La cultura general del país, como la de toda América, pero particularmente la poesía, tienen en Don Andrés Bello el maestro in superable, la voz que orienta y estimula, la palabra armoniosa y serena y la revelación de quien busca sobre la propia realidad americana las razo nes fundamentales de la creación literaria en su más vasta formulación continental. Ya instalada la República, tras el doloroso proceso de la separación de la Gran Colombia, el país comienza a organizarse en los órdenes fundamen tales de su vida institucional. Y es lógico esperar que en el campo lite rario se produzcan las primeras revelaciones. Aunque la hqra es más para el debate que para la serena construcción de la obra literaria, algunos nombres se escapan de la demanda peren toria que la política impone a los espíritus, y aun en medio de la polémica ardorosa tienen tiempo para incursionar en los fecundos campos de las letras. Tal es el caso, por ejemplo, de un Juan Vicente González, escritor de prosa apasionada, violenta, llena de vitalidad, que comparte sus horas de periodista político de cotidiano combate con la erudita página histórica, o con la palabra luctuosa y poética de las elegías, que ilustran sus céle 9 bres “Mesenianas”. O como aquel digno representante de la mejor estirpe clásica de nuestros escritores, por su actividad severa, hija de la fidelidad a principios éticos insobornables, que fue Don Fermín Toro, hombre de acción y de pensamiento, al par, que supo expresar en certera oratoria y en pulida prosa las inquietantes contradicciones de su tiempo, en un país que entonces buscaba el mejor rumbo para su estabilidad política y social, y que anhelaba, asimismo, el trazo certero para asegurar las bases primor diales de su incipiente cultura. O también como aquel recogido espíritu de intimidad que fue Don Cecilio Acosta, quien igualmente supo decir su palabra de orden en la angustiada hora, y reclinar su amorosa tentativa lírica en páginas de imperecedera belleza: sociólogo, historiador, polemista y poeta de acusadas características, cuya obra literaria es herencia viva para los venezolanos de las generaciones siguientes. O como aquel, José María Baralt que en reposada prosa de historiador dejó imborrable huella de los sucesos que conmovieron la nación venezolana, desde sus orígenes hasta la época de la emancipación, incursionando, además, por los predios del ensayo, de la narración, de la crónica y aun de la misma poesía. La poesía tampoco estuvo muy distante de estas inquietudes y azares de los primeros tiempos republicanos. Remontando los años que van de 1840 a 1860, hay un primer brote de poesía romántica entre nosotros. La herencia de Bello continúa revelándose en el coro de los líridas venezola nos de esos años. Y la influencia de particulares poetas españoles es muy señalada por entonces. Sin embargo, cierta acusada manifestación vital del espíritu y de la realidad venezolana es posible percibir en aquellos primeros intentos autóctonos. Entre el grupo de los poetas románticos de entonces asoman dos nom bres que tuvieron en Venezuela y en algunos cuantos países hispanoameri canos largo prestigio y aceptación. José Antonio Maltín Los (1804-1874), en su apartamiento de Choroní, pueblecito románticos eclógico y semiescondido entre la lujuriante vegetación tropical, en uno de los más pintorescos sitios de la costa central venezolana, tañerá su lira de intimidad luctuosa y nos dejará uno de los testimonios elegiacos más conmovedores en toda la historia de la poesía nacional al escribir su célebre “Canto Fúnebre”, consagrado a la me moria de la señora Luisa Antonia Sosa de Maitín, su joven esposa muerta.