El Museo Canario
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El Museo Canario / ENERO-DICIEMBRE 1954 AÑO XV LAS PALMAS DE GRAN CANARIA NÚMS. 49-52 DIREcTOR: SIMÓN BENÍTEZ PADILLA Correspondiente de la Real Academia de la Historia SUMARIO ARTÍcuI.os: PÁGINAS JUAN Boscn MILLARE9: Don Luis Millares Cubas, médico, escri- tor y humanista (4puntes sobre su vida y su obra). 1-50 SEBASTIÁN DE LA NUEZ CABALLERO: Un capítulo de ¡a historia de Canarias. Las Palmas, fin de siglo 51-So PEDRO TARQUIS: Santo Domingo, Las Palmas. (Datos históricos). 81-90 ANTONIO Ruiz ÁLVAREZ: Estam~tashistóricas del Puerto de ¡a Cruz. La Escuela del Gremio de Mareantes . 91-103 MISCELÁNEA: A. M. C.: Fray Matías de Escobar, escritor canario (pp. io~- 1o6).—.Noticias sobre el fabulista Don Tomds de Iriarte (pp. 1o7-1o9).---Sobre una biografía del P. Ignacio Acevedo (pp. 110-113). DOCUMENTOS: Loes A. DE LA GUERRA Y PEPA: Memorias (Conclusión) . 115-154 RESEPAS AGUSTÍN MILLARES CARLO: Poesías de Jos~DE ANCHIETA (pp. 155- 158).—VSNTuRA DORESTE: Bibliografía mexicana delsiglo XVI de JOAQUÍN GARCÍA ICAZBALCETA (pp. i 58~i6o).—V.D.: Los ~protomdrtires del Japón de AGUSTÍN MILLARES CARLO y JULIÁN CALVO (pp. a6o-i6i).----V. D.: De las Islas del ma~ Océano de JUAN Lópaz DE PALACIOS RUBIOS y Del dominio de ¡os Reyes de Esjiaíia sobre los indios de FRAY MATÍAS DE PAZ (pp. 162- i6 4).—V. D.: Patiño en laj5olítica Internacional de Felipe Vde ANTONIO BETHENCOURT MASSIEU (pp. 164-167).— Luis BENÍTEZ INGL0rC: Las Heredades de Aguas de Gran C’anaria de JUAN HERNÁNDEZ RAMOS (pp. 167-168).-—X: Na- rraciones que parecen cuento de ARMANDO YANES CARRILLO (pp. i68-i69).—J. M. C.: Sobre la tierra ardiente de ENRIQUE NÁCIIER (pp. 169-17o).-—J. M. C.: Poesías de TOMÁS DE IRIARTE (p. i7o).—J. M. C.: Va/vio’ la paz dt. ENRIQUE NÁCHER (pp. 17o-171).-—J. M. C.: C’rónicas de «Fray Lesco» de DOMINGO DORESTE (p. 171). REGISTRO BIBLIOGRÁFICO 173-201 Redacción y Administración: LAS PALMAS DE GRAIV CANARIA (?~anarias.Espal7a). Sociedad EL MUSEO GANARIO, Doctor Cliii, 33. ToeM ¿a correspondencia al Director. EL MUSEO CANARIO Revista publicada par la Sociedad del misma nombre de Las Palmas de G. Canaria I~N1)~\DAFN i1~7) INCORPORADA AL CONSEJO SUPERIOR DE INVESTIGACIONES CIENTIFICAS ANO X\T I~‘fl~RO-i)I( 11’ M IIRI 104 N~MS. 1) ~2 DON LUIS MILLARES CUBAS, Mí~I)ICO, ESCRITOR Y 1 UJ1\1I\NESTA. (IP! 1V/ES S()J3RE SU ¡iDA Y St DnA’ ¡ Por el DR. Ji \N F~os&’ii Mii i,~i~i~s J)i~ (o,~ It TI 311 ‘10 (1 \ 1h10 Del matrimonio de 1). A~ustínMillares FOI res y Doria Encarnación (‘uhas Baez, nacieron once hijos. Gregorio, ,\Ianuela, ,\laría di’l ( ‘armon, Luis, \gustín , \Lin uehi, 1raiicisca y Rosa. 1 )c eh’ ts, ( ~re~ It ancisca , Fncarnacion, l g’ot O V’ las l4rilfleraS \hifl Ltda Y Fiancisca, ulurieron sien do peqLie~ios;de los resÉ~intes,1 )olores con trajo ni~i[i’imo rijo con 1). Josi.~ (‘hiini psaur Sicilia, Medico de Sanidad de Las 1 ~diiias, que caso en se~u udas nupcias con su cu riada Manuela, al morir joven su pi inicia mujer; Mat iii del Carmen permaneció soltera hasta su muerre; \gustín, Lincemiado en Filosolí;t y Letras, \ ho~ido~ Notat jo (le esta Ciudad, caso con E)ofla 1 )olores (‘arlo ~ cdiii a, ~ cii unjan de Luis, nuestro biogriil lado, li/o htlflOsO it lima -iNOs ~\lLI, \ RFa~ Lncarnacion 1(1 Ii 1/A) a sIl \ eL (‘(‘11 Don j win Bosch Sintes, nnlerci;illLc, c&)nsií~tiatalio, ‘Irma (lar de buques y (‘onsejeio del Wtnco de 1 sp;I’lii; Fian— cisca se unió en mati’irnon jo con 1 )on 1 ~eIi al do de la lot te y Coming’es, tambión conlerciiin Le y consi~nata rio de bu ques, Rosa, la mas pequeña, lo lii,’ &‘oti Don Josó Vr:tn ch~ y Roca, \bog;ido, ‘-,eci etai jo di \ ud ieiici~1\ Idirninis tro de industria y Comercio de l~tIlepu blic;t 1 spira la en el itrio 1’)3~i. 1 2 Dr. [uan Bosch Miliareç SU INFANCIA Don Luis Millares Cubas nació en Las Palmas de Gran Canaria el 21 de Agosto de 1861, en la calle de la Gloria, hoy cAgustín Millares), en la misma casa donde vió la luz primera su padre, pocos dfas después de haber obtenido la notaría, que desempeñó hasta su vejez y que fue la base de su prosperidad. Dicha casa, que era de sus abuelos, la compró Don Agustín en el af~o1856, con el propósito, si I)ios le daba suerte, de reediticarla bajo un plano que, juntamente con su mujer, había diseñado cuando no tenían ni la m~sremota esperanza de adquirirla. Al nacer Luis, estaba construida en un solo piso, pero como los recursos de que disponían no eran muchos, de- cidieron transformarla en dos haciendo la obra por partes, a cuyo fin en el año 1869 empezaron por la parte posterior .4 en tanto la familia se refugiaba en la anterior. De esta manera edificaron, comedor, cocina, despensa, retrete, so- bradillo y corredores en el piso alto, y en el bajo, el cuarto para criadas, retrete, carbonera, y dos habitaciones de pe- queflo tamaño, de las cuales una sirvió, durante algún tiempo, de teatro para los chicos que representaban come- dias escritas por Don Agustín. Al año siguiente, constru- yeron el resto de la casa constituído por cuarto de baño, habitaciones dormitorios, salas y despachos, y en Noviem- bre del año 1871, la casa fue terminada, viviendo en ella hasta que pudo independizarse. Su primer conocimiento del mundo exterior fue visual. Recordaba con todo detalle el comedor de la casa en que estuvo en el pueblo de Arucas cuando contaba 16 meses, en ocasión en que invadida la Ciudad por una epidemia de fiebre amarilla se trasladaron a dicho pueblo, dato que re- vela su rica imaginación, pues aunque la Ciencia registra recuerdos que remontan hasta el primer año de la vida, son realmente excepcionales y ya sabemos que los recuer- dos como los sueños, forman el material del psico-an~lisis de Freud para sondear lo subconsciente. Pon Luis II[illares Cuba~ 3 Como fue el primer varón que alegró la casa, sus pa- dres le mimaban exageradamente, motivo que contribuyó en gran parte, a formar su carácter díscolo y caprichoso, hasta el punto de que con frecuencia reñía con su herma- no Agustín no obstante quererlo tanto. Era además mal enfermo, llegando al extremo de que para tomar las me- dicinas su madre, rubia, de ojos azules, menudita y armo- niosa, se veía en la necesidad de llamar al Guardia Muni- cipal que vigilaba el tránsito y orden de las calles vecinas con su uniforme de hilo crudo y su sable, para con su presencia imponerle respeto. Inquieto y antojadizo se llevó varias caldas incluso de su padre y una VeZ su madre le dijo exasperada: «Oye, ¿quién manda aquí?» y él, paro- diando a Artagnan cuando se las tenía tiesas con Luis XIV, le respondió —~Vos, por desgracia, señora!» A los 4 años ingresó con su hermano en la Escuela de las Niñas de Mesa, donde le enseñaron a rezar y leer. Estaba situada en la calle de la Carnicería (después, Men- dizábal y hoy General Mola), frente al Callejón de Mon- tesdeoca, y en ella se daba educación a buen número de señoritas y uno muy escaso de infantes menores de 7 años. La constituían dos habitaciones conocidas con los nombres de «cuarto chico» y «cuarto grande», separadas por un tabi- que en el que permanecía colgada una lámina que represen- taba al Señor coronado de espinas y con el cetro de caña. En el cuarto chico se sentaban los infantes menores de 7 años, situándose los niños a la izquierda y las niñas a la dere- cha. Entre ambos grupos y junto a la puerta estaba la silla de la maestra, Señá Bernarda, que enseñaba las letras de la cartilla con un punzón de carey y corregía las tur- bulencias con una caña y una palmeta. En el cuarto gran- de se educaban muchachillas de 15 años bajo la vigilancia de Señá Belén, que era la directora y sus hermanos Ra- faelita y D. José gran pendolista y empleado en la conta- duna de la Catedral, preparaba a las chicas por los méto- dos rivales de Tovio e Inturzaeta, para escribir cartas a los novios futuros. En este cuarto se encerraba a los re- beldes, para vergüenza y castigo de sus conductas. Existía, además, en la escuela, un patio enarenado, repleto de macetas floridas, un gato durmiendo al sol, una pila de agua para beber, blanquísimas paredes encaladas y pulcritud y aseo que eran como el espejo del alma edn- 4 Dr. Juan Bosch Millarcç dida de aquellas mujeres que armonizaban, espléndida- mente, con el bullicio de las voces infantiles, con el can- turreo (le! silabarium (imitando a colonia de pájaros enlo- quecidos) y con el aroma persistente de las azucenas en los días de lVIayo. Al fondo de la Escuela se encontraba un pasadizo terminado en una puerta que daba a la playa, y cuando una necesidad mayor o menor obligaba a algún infante a visitar el último departamento de la casa, había que pedir a Señá Bernarda la marquita», o sea un trocito de madera pulimentada por el uso. Cada uno llevaba una banqueta o un sillón de paja de enea, según fortuna, y allí pasaban el tiempo sentados desde las 9 a las 12 y desde las 3 a las 5, inmóviles y si- lenc$Ósos, mirando el volar de las moscas.