Mujeres, farándula y nota roja

Bibiana Camacho

Índice

Bellezas letales Primeras divas Las bellas siempre son de la noche Bellezas letales

Un rostro hermoso, un premio en un certamen de belleza, la atención mediática. María Teresa Landa y Evangelina Tejera fueron reinas de belleza en épocas y contextos diferentes, y también fueron asesinas. Estas dos historias cimbraron la nota roja mexicana. Y con razón: no siempre las reinas de belleza son las protagonistas. Uno espera encontrar la foto de una asesina en el periódico y toparse con una mujer fea, de facciones irregulares y la maldad en los ojos. La belleza y la armonía de los rasgos siempre ha estado asociada con la bondad; pero en realidad nunca ha sido así. Ya mucho se ha escrito y analizado acerca de estas mujeres. Sus contextos históricos y sociales fueron muy diferentes, y también sus motivaciones.

María Teresa Landa

La revista Jueves de Excélsior organizó el concurso de belleza Señorita México el 28 de abril de 1928. La convocatoria invitaba a participar a mujeres entre 16 y 25 años de edad, solteras, de buena reputación moral y no ser artistas. En ese año inaugural del concurso masivo hubo varias concursantes interesadas y los lectores votaron por ellas enviando los cupones de la revista a vuelta de correos. María Teresa se había negado a participar, pero sus compañeros de universidad enviaron la fotografía y fue una de las elegidas por los lectores. Luego de la etapa de traje de baño quedaron sólo cinco finalistas con un jurado selecto, formado, entre otros, por el director de la Escuela de Artes Plásticas, Alfredo Ramos Martínez; el escultor Ignacio Asúnsolo; el escritor, poeta y crítico Enrique Fernández Ledesma y el artista Carlos González. María Teresa se quedó con la corona. No sólo era hermosa, además dominaba el francés, inglés, tenía una carrera de normalista y estaba matriculada en la universidad en la carrera de Odontología. Ella misma afirmaba que “las mujeres que estudian son tan capaces como los hombres” A pesar de que sus padres no estuvieron de acuerdo, esos días fueron de grandes festejos; subida en un carro alegórico paseó por la ciudad de México, aclamada por los comerciantes de las céntricas calles como la “Novia de la calle de Madero”. A los 18 años, la reina de belleza viajó a Texas para representar a México en otro concurso. Y aunque no ganó, recibió varias ofertas para modelar o convertirse en actriz que rechazó sin pensar. Estaba enamorada y comprometida con el general de la Revolución Moisés Vidal Corro, a quien conoció en el funeral de su abuela el 8 de marzo de 1928. En cuanto María Teresa regresó se casó a escondidas con el general de 34 años. El padre, al enterarse, los obligó a contraer nupcias con todas las de la ley. El 2 de octubre de 1928 apareció una nota en el Excélsior que anunciaba su boda en casa de sus padres, a puertas cerradas. Tuvieron una larga luna de miel que aprovecharon para conocer la tierra del general: Veracruz. Luego se establecieron en Correo Mayor número 119 en el Centro de la Ciudad de México, en el mismo domicilio de la familia Landa. Entonces surgió la verdadera personalidad del general: celosos, autoritario, desconfiado. No la dejaba salir sola a la calle, tampoco le permitía leer el periódico. Quién sabe si el general ya habría recibido alguna amenaza de su primer mujer.

María Teresa se mostró como una esposa sumisa, pero a escondidas leía el periódico para mantenerse informada, fue así como descubrió que años antes el general se había casado en Veracruz con otra María Teresa pero de apellido Herrejón y que también había procreado dos hijos. La primera esposa puso una denuncia en el Ministerio Público acusando al general de bígamo. El 25 de agosto de 1929, cuando todavía ni siquiera cumplían un año de casados, María Teresa la segunda esposa enfrentó al general con periódico en mano; éste, aturdido, respondió con un obstinado silencio. María Teresa vio una pistola Smith & Wesson calibre 44 sobre la mesa, la tomó y amenazó con suicidarse, el general intentó desarmarla; entonces ella cambio el blanco hacia él y le vació el cargador. De inmediato intentó suicidarse, pero ya no había balas. Espantada, se arrodilló ante el general agonizante y le pidió perdón. María Teresa y su padre todavía lo llevaron al hospital, pero fue inútil. María Teresa confesó su crimen y fue llevada a la Cárcel Pública General de Belém. Gracias a los esfuerzos de la familia, el abogado José María Lozano, ex ministro de instrucción pública de Victoriano Huerta y apodado “El príncipe de la palabra” por su eficaz forma de marear al jurado, tomó su caso. El 15 de diciembre de 1929 María Teresa se presentó ante el jurado ataviada con vestido de seda, sombrero de tafeta, rebozo, velo y medias, todo negro, de riguroso luto; gracias al consejo de su abogado, quien pretendía producir una especie de seducción para despertar la simpatía y la compasión. En efecto, el público asistente quedó mudo al verla entrar enfundada en su vestido negro que dejaba ver sus curvas y con un velo que cubría su hermoso rostro dolorido. Por si fuera poco, el salón de sesiones de la cárcel estaba a reventar, la prensa le dio tanto cartel que el radio transmitió el juicio y se colocaron bocinas en la calle de Humboldt y avenida Juárez, para que los transeúntes no perdieran detalle. No faltaron los vendedores de golosinas e impresos con la noticia resumida para amenizar el show. María Teresa sería enjuiciada por un jurado imparcial compuesto por vecinos honrados. Así se estilaba en la época. El experimentado abogado defensor inició su perorata con un elogio a la civilización occidental, en especial a la cultura francesa; rememoró crímenes pasionales célebres y afirmó que su defendida era una víctima que disparó en defensa de sus ilusiones, contra quien le infligió deshonor, movida por una fuerza moral irresistible ante el temor fundado de un mal inminente. Cinco horas duró el juicio, durante las cuales el fiscal intentó acusar a María Teresa de inmoral y pervertida por supuestamente haberle vendido su cuerpo al general antes de casarse y por haber participado en un concurso de belleza que sin duda contravenía la moral de la época. El fiscal pedía la pena capital para la acusada. El defensor por su parte se encargó de destruir una a una las acusaciones, los testimonios en contra de la mujer quedaron desestimados porque se comprobó la mentira o por venir de adictos a la cocaína, como el dramaturgo Teodocio Motalbán.

La última vez que le concedieron la palabra en el juicio, María Teresa Landa dijo que los imperativos de su destino le habían llevado al arrebato de locura que la hizo destruir su felicidad matando al hombre a quien amaba con delirio. Un aplauso atronador, interminable, con el público de pie, acogió su intervención. El destino estaba echado. Tanto su belleza, como su actitud desamparada en un contexto social en el que los hombres abusaban constantemente de las mujeres, cuando la casa chica era una norma entre los machos sombrerudos del país, así como la impecable defensa de su abogado; lograron que la hermosa María Teresa fuera absuelta. La sentencia no fue bien recibida en los círculos jurídicos: la conducta de la enjuiciada no se ajustaba con ninguna de las justificantes ni en ninguna de las causas de inculpabilidad previstas por el código penal. Pero el populacho había decidido que era inocente, no había nada más que hacer.

El juicio de la Miss México fue el último que se llevó a cabo con un jurado popular. Esta modalidad había sido instaurada por el gobierno de Carranza. Pero pronto resultó evidente que los participantes, por más buena voluntad que tuvieran, no tenían conocimientos en materia jurídica; por lo que fácilmente podían ser influenciados y dejarse llevar por la emoción.

María Teresa Landa dedicó el resto de sus días a la enseñanza de Historia Universal en la Preparatoria número 1. Ella misma había afirmado durante el juicio lo siguiente: “Las mujeres que estudian son tan capaces como los hombres y a menudo logran cumplir sus deberes con mayor rapidez que ellos, puesto que tenemos bastante más paciencia, somos más diligentes y podemos asimilar hechos y conocimientos con más celeridad, ¡Dios mío, van a pensar que soy una especie de feminista rabiosa! Bueno, en fin, espero que comprendan”.

Evangelina Tejera

Caso distinto por circunstancias y época fue el de Evangelina Tejera Bosada, nacida en Veracruz en 1965. Creció con un padre autoritario y una madre abnegada. El padre tenía el síndrome del Castillo de la Pureza, pues solía encerrar a su familia en casa. Por si fuera poco su alcoholismo provocó varios episodios violentos, incluso amenazó alguna vez a su familia con una pistola. La madre, fastidiada, solicitó el divorcio. La pareja se separó cuando Evangelina tenía nueve años. Ella se quedó con su madre, pero ésta le reprochaba que ocasionaba muchos gastos y que como mujer difícilmente ayudaría con la manutención del hogar. Poco antes de terminar la secundaria se mudó con su padre, quien no sólo la recibió con cariño, sino que le pagó clases de tenis y piano, e hizo lo posible por mejorar su educación. En pocos años Evangelina se convirtió en una hermosa muchacha rubia de enormes ojos que atraía todas las miradas en los eventos sociales y cenas de gala a las que asistía acompañando a su padre.

A los 18 años Evangelina se convirtió en la Reina del Carnaval de Veracruz 1983, gracias a la recaudación de fondos hecha por su papá.

Antes de convertirse en reina, Evangelina acumuló una historia negra, con novios que la maltrataban, antecedentes de abuso de alcohol y de drogas. Frecuentaba lugares como Perro Salado, el antro más popular y exclusivo de los años ochenta en Veracruz, famoso por el consumo de marihuana y cocaína dentro sus instalaciones con la venia de las autoridades.

El viernes 11 de febrero a las 19:30 Evangelina y su séquito desfilaron por las calles en medio de grupos folklóricos, comparsas, agrupaciones musicales, la Banda de la Marina y alrededor de cincuenta mil personas. Llegaron hasta el Parque Zamora, en las calles de Independencia y Rayón, justo frente a un edificio de departamentos donde, años después, Evangelina cometería sus crímenes.

Pero antes de que eso ocurriera la reina del carnaval todavía tuvo tiempo de celebrar su triunfo con Lila Deneken, Dulce, Abraham Méndez (hermano menor de la actriz Lucía Méndez) y Raymundo Capetillo. Apareció además en el programa televisivo de espectáculos más famoso de la época en México: Siempre en Domingo, así como en varios noticieros y programas de televisión. Su popularidad permaneció durante algunos meses y poco a poco se diluyó, hasta desaparecer por completo. Tuvo dos hijos: Jaime y Juan Miguel Tejera Bosada de padre desconocido, quien ni siquiera les dio el apellido. Luego tuvo otros amantes, pero todos se marchaban. Su familia la ayudó un tiempo en la manutención de los niños, y toleraban que Evangelina fuera una mitómana profesional, que usaba su carisma para recibir ayuda. Luego de dar tumbos en varios domicilios, se instaló en el departamento 501 en el edificio de departamentos de la Lotería Nacional, arriba del local de Telas de México, en la esquina de las calles Rayón e Independencia, frente al Parque Zamora, donde seis años atrás había terminado su desfile inicial como Reina del Carnaval. Allí solía hacer fiestas interminables con los juniors de Veracruz, las drogas y el sexo eran las constante, mientras los niños permanecían encerrados en una habitación. La familia escandalizada por la actitud de Evangelina le retiró el apoyo.

Un día los niños desaparecieron. Juan Miguel, su hermano menor fue quien notó la ausencia y le preguntó. Evangelina, llorosa, le confesó que los niños estaban en las macetas. El hermano la denunció a la policía. En cuanto llegaron al departamento los agentes revisaron la casa y removieron las macetas, dentro encontraron los cuerpos despedazados y en estado de descomposición. Evangelina observaba el trabajo de los agentes y repetía una y otra vez que habían muerto de desnutrición.

Todavía hay quien piensa que ella no fue la asesina, se dice que pudieron haber sido sus malas amistades, algún proveedor de droga. Lo más escalofriante es el modo en que los niños fueron asesinados. El 18 de marzo de 1989, Jaime y Juan Miguel fueron azotados en el piso hasta que les destrozaron el cráneo. Luego los cuerpos fueron desmembrados y metidos en los macetones que adornaban la terraza del departamento. Ahí permanecieron hasta que Evangelina confesó dónde estaban sus hijos. Lo que nunca confesó es que ella hubiera sido la autora del crimen. De hecho afirmaba que padecía trastornos psiquiátricos y que se encontraba en tratamiento. Pero debido a su mitomanía, nadie le creyó.

El juez Carlos Rodríguez Moreno la envió al Instituto Psiquiátrico Veracruzano en 1990, donde le realizaron diversos exámenes para determinar su estado mental durante cuatro años. Aunque se le diagnosticó un trastorno antisocial de la personalidad con brote psicótico agudo; el dictamen final concluyó que Evangelina era responsable de sus acciones y que ningún padecimiento neurológico o endocrinológico la habría orillado al crimen.

Aunque en esta ocasión el juzgado estaba repleto, como cuando juzgaron a María Teresa Landa. La situación fue muy distinta. No hubo un juicio popular. La acusada apareció tras la rejilla de acusados con pésimo aspecto, desarreglada, sucia, con la mirada clavada al piso. Su abogado parecía extraviado y no logró ni siquiera provocar simpatía por su acusada. Por si fuera poco los veracruzanos pedían a gritos un castigo ejemplar para la filicida. Finalmente el juez Samuel Baizabal Maldonado la condenó a 28 años de prisión.

Evangelina fue recluida en el penal Ignacio Allende en Veracruz. Al principio la mantuvieron sedada y bajo vigilancia para que no se suicidara. Después compartió celda con Virginia Juárez Fernández, quien había matado a machetazos a su esposo en 1999. Paulatinamente se integró a la vida carcelaria: hacinamiento, pésima comida y condiciones de higiene, agresiones de otras presas. Poco después se adaptó tan bien que dio clases de aerobics y fue nombrada reina del carnaval de los presos. En Pacho Viejo, una prisión en Perote, a donde fue transferida, conoció a su futuro esposo El Güero Valli, Óscar Sentíes Alfonsín. Este personaje vinculado con el Cartel del Golfo era el encargado de controlar parte del tráfico de drogas dentro de la prisión. La pareja vivió su idilio en varias prisiones gracias a las influencias del Güero. Hasta que éste fue asesinado en una celda de castigo, donde se encontraba por haber organizado un motín en Coatzacoalcos. Evangelina recibió su preliberación en 2008. Nada se sabe de ella o de su paradero. Se ha convertido en la villana ideal para espantar a los niños veracruzanos: “No quieres ir al Jardín de niños de Evangelina, ¿cierto?”.

Primeras divas del cine mexicano

A finales del siglo XIX los hermanos Louis y August Lumière inventaron el cinematógrafo. En 1886 y por invitación de Porfirio Díaz, Gabriel Veyre y Claude F. Von Bernard, enviados por la familia Lumière, presentan el singular aparato en el Castillo de Chapultepec a la familia de Díaz y al gabinete. Durante ese año, Veyre y Von Bernard se dedicaron a realizar 35 filmes sobre las costumbres, tradiciones, ceremonias y la cotidianidad de México. Del mismo Porfirio Días fue el protagonista de algunos documentales: El general Díaz despidiéndose de sus ministros, El general Díaz recorriendo el zócalo y El general Díaz paseando a caballo en el bosque de Chapultepec. A partir de la llegada del aparato de los Lumière, la industria cinematográfica empezó su desarrollo. Cuarenta y cinco años después, en 1931 se filmaría la primer película en México. En este momento también surgen grandes guionistas, directores, actrices y actores que le darían una personalidad única al cine mexicano. Dos actrices que en aquella época iniciaron y culminaron sus carreras al mismo tiempo son Lupita Tovar y Lupe Vélez. Sus vidas sin embargo son diametralmente opuestas.

Lupita Tovar Lupita Tovar fue la actriz que encabezó el elenco de la primer película sonora en México: Santa. Como una premonición, la historia basada en una novela homónima de Federico Gamboa resume la idiosincrasia mexicana. Una chica de singular belleza pero humilde se enamora de un militar quien finalmente la abandona, rechazada por su propia familia y la sociedad se convierte en una cínica prostituta que trabaja en un burdel. Esta película realizada en 1931 y estrenada un año después no sólo fue un acontecimiento por la sonoridad, sino que la historia misma sacudió algunas buenas conciencias, en una época en la que incluso en las salas de cine se separaba a los hombres de las mujeres. Tovar, como varias actrices de la época, inició su carrera en Estados Unidos, en las compañías Fox y Universal. Esta hermosa oaxaqueña nacida en 1910, tenía 19 años cuando filmó su primer película en Estados Unidos: The Veiled Woman. Dos años después aceptó el protagónico de Santa. Estaba tan interesada en la trama que incluso se entrevistó con Federico Gamboa, el autor de la novela que fue el primer best seller mexicano con 60,000 copias vendidas cuando murió el autor. Gracias a Gamboa, Tovar supo que la mujer en la novela realmente existió en Chimalistac, donde se ubica la historia. Y además tuvo la oportunidad de conocerla. El escritor y la actriz platicaron acerca del personaje, acerca de todos esos pequeños detalles que el escritor no puso de manera explícita en la novela. Santa es una de las películas más importantes de la historia del cine mexicano. Guadalupe Natalia Tovar Sullivan, mejor conocida como Lupita Tovar, quien tiene 105 años, estudiaba en el Parque Lira el segundo año de labores domésticas: bordado, corte y confección, cuando fue elegida para presentar una audición ante Robert J. Flaherty para la Fox. La prueba de Tovar consistió en recrear una escena en la que le informan que su madre ha muerto. Pasó la prueba sin problemas. Sin embargo hubo reticencias de la familia, en aquella época dedicarse a la farándula no era bien visto. Para su fortuna, la Foz se ofrecía a pagar el pasaje de una acompañante del sexo femenino. Su abuela S. de Sullivan, quien además había vivido en Estados Unidos y hablaba inglés fue su mejor compañía. Ya en Hollywood y a petición de la Fox, se adjudicaría el nombre artístico de Lupita Tovar, pues no querían que la confundieran con Lupe Vélez, otra mexicana que ya trabajaba en Hollywood. Tovar aprendió rápido el idioma y se adaptó a las exigencias de la industria con disciplina: tomaba clases de guitarra, baile, actuación. Luego de filmar seis películas en Hollywood, una de ellas Drácula al lado de Bela Lugosi, regresó a México para filmar Santa. En realidad primero se pensó en Dolores del Río y en Lupe Tovar, pero el tema de la prostitución resultaba demasiado polémico para dos estrellas glamorosas y ya establecidas en Hollywood. La película fue un éxito. El melodrama que marcaría a la época del cine de oro mexicano se mostraba en todo su esplendor. La actuación de Lupita y el tema musical compuesto por Agustín Lara, así como la novedad del sonido hicieron de esta película un éxito. Tovar trabajó de manera intermitente tanto en Estados Unidos como en México, hasta que a mediados de los años cuarenta decidió retirarse definitivamente para dedicarse a su familia.

Lupe Vélez Caso muy distinto es el de su tocaya Lupe Veléz, quien nació en San Luis Potosí en 1908 y murió justo cuando Lupita Tovar se estaba retirando de la farándula. A diferencia de su tocaya, Vélez siempre estuvo en la mira de los chismes en Hollywood. El último y más escandaloso fue su muerte. En el libro Hollywood Babilonia de Keneth Anger, un chismoso profesional de la época. El autor afirma que Vélez habría preparado el escenario de su muerte. Llenó su habitación con veladoras y flores, se vistió con un hermoso camisón de seda, estaba perfectamente peinada y maquillada. Luego de una cena copiosa, se tragó varias pastillas de Seconal. Pero la cena y las pastillas provocaron una reacción inesperada. Vélez se levantó para ir a vomitar al baño, pero no llegó. Se resbaló con su propio desperdicio, se golpeó en la nuca con el lavabo y murió. Según Anger, el camino de la cama al baño estaba lleno de vómito y la habitación apestaba cuando encontraron su cuerpo. Investigaciones recientes, desmienten este incidente y sólo indican que Lupe fue hallada en el pasillo camino al baño. Sin embargo se creó una leyenda alrededor de ella que difícilmente podrá borrarse, sobre todo porque el expediente de la investigación desapareció de los archivos de la policía.

María Guadalupe Villalobos Vélez nació en San Luis Potosí en 1908. A los 19 años inició su carrera en Hollywood. En aquella época sería un equivalente a la Sofía Vergara de ahora. Era una mujer hermosa de fuerte temperamento que a diferencia de Lupita Tovar mantuvo y acentuó su acento latino, lo que le daba un toque sensual y extravagante a sus actuaciones. Hizo casi toda su carrera en Hollywood y se codeó con grandes artistas de la época como el Gordo y el Flaco o Gary Cooper. También hizo comedias musicales en Broadway y filmó dos películas en Inglaterra. De las cuarenta y siete películas que hizo, sólo tres fueron mexicanas. La diva solía decir: “yo no soy salvaje, soy Lupe”. La mayoría de los papeles que interpretó en Estados Unidos eran de una mujer latina de clase media baja, revoltosa, vulgar y dicharachera. Lupe en la vida real era muy temperamental, se enfurecía con facilidad, era voluntariosa y manipuladora. En cuanto al idioma, Lupe hablaba un inglés impecable, algunas veces lo demostró en la pantalla.

Tuvo varios amantes, entre los más famosos figuraron Charles Chaplin, Clark Gable y Gary Cooper. Pero todos huían de sus celos, de las escenas que armaba en la calle, de que los persiguiera y agrediera física y verbalmente. Su matrimonio con Johnny Wessmuller, el primero en interpretar a Tarzán en el cine, tampoco fue afortunado. Fueron cinco años de dramas, separaciones y reconciliaciones; eran la comidilla de Hollywood y los reporteros siempre andaban atrás de ellos, seguros de obtener alguna nota escandalosa. En 1937 Vélez filmó La Zandunga al lado de Arturo de Córdova. A pesar de que ambos estaban casados iniciaron una aventura que derivaría en exigencias de Lupe a Arturo para que se divorciara y se casara con ella. Arturo no se divorció, sobre todo porque su esposa Ena Arana se negó rotundamente. Poco a poco la relación se enfrío y Córdova hacía lo posible por evitarla. En un último y equívoco intento por retenerlo, Lupe hizo creer a Arturo que estaba por quitarse la vida por él. Arturo fue de inmediato a visitarla y la encontró tirada en la cama con la boca espumosa. Las carcajadas de Lupe que había fingido todo, lo sacaron de quicio. Meses después Lupe le informó que estaba embarazada, no era una treta, era la verdad. Córdova pensó que el mejor modo de no dejarla desprotegida y de librarse de ella era casándola con un amigo: Harold Ramon. La situación de Lupe no mejoró, al contrario. Los rumores dicen que decidió suicidarse cuando encontró a su reciente marido Harold Ramon y a Arturo de Córdova en la cama. Lupe era una mujer convencional que anhelaba casarse y formar una familia. Ser una madre soltera, incluso en Hollywood no era una cosa bien vista. De por sí ya tenía problemas con productores y colegas por su temperamento y su afán de notoriedad. Un embarazo quizá terminaría con su carrera. Preparó el escenario perfecto para que la encontraran en el esplendor de su belleza. Tenía treinta y seis años.

Con el tiempo la industria cinematográfica mexicana se consolidó y se convirtió en la más importante después de Estados Unidos, e incluso a veces mejor, sobre todo durante la Segunda Guerra Mundial. Varias estrellas han desfilado por el celuloide, pero sin duda Lupita Tovar y Lupe Vélez tienen un lugar privilegiado.

Las bellas siempre son de la noche

El terremoto de 1985 que sacudió a la Ciudad de México dejó una ola de destrucción jamás imaginada. No sólo arrasó con edificios y casas, también con miles de vidas. Por si fuera poco transformó la ciudad que de por sí ya tenía años en franca mutación; el terremoto no hizo más que acelerar la decadencia. Durante los años setenta e inicios de los ochenta, una parte muy inmportante de la ciudad vivió momentos de gloria: la noche. La entrañable época del Cine de Oro mexicano estaba ya sepultado, pero las frondosas rumberas que acapararon gran parte de esas películas habían dado paso a las vedettes, quienes no sólo participaban en el cine sino que montaban tremendos espectáculos en vivo, en centros nocturnos de gran tradición. En 1975, la película Bellas de noche también conocida como Las ficheras de Miguel M. Delgado, inició la saga de películas catalogadas como cine de ficheras. La trama gira en torno a un antro de ficheras llamado El Pirulí y a lo que ocurre con los personajes que trabajan ahí y a sus clientes.

En el documental homónimo dirigido por María José Cuevas, que por cierto le tomó casi una década, las vedettes , , , y son las protagonistas. La cinta de 91 minutos presenta a la Breeskin, quien hizo del violín una extensión de su sensualidad, para describir el camino que la llevó al fanatismo religioso. Lyn May, la bailarina exótica por excelencia, cantante y fanática de la disciplina y la perfección. Princesa Yamal repasa los sinsabores de la carrera truncada por la nota roja. Wanda Seux, hoy acumuladora de perros, confiesa que su único anhelo era compensar a su madre que vivió la mayor parte de su vida con carencias; además la vemos combatiendo contra el cáncer. Rossy Mendoza, la cantante, se empeña en escribir un libro de metafísica. Sin emabargo, el común denominador de estas vedettes es la belleza, todas procuran mantenerse esbeltas y con buena figura: el ejercicio, los aparatos tortuosos, las mascarillas, el botox y hasta una que otra cirugía para tratar de congelar el deterioro.

Estas representantes de la úlima generación de vedettes fueron, en su momento, mujeres transgresoras, si uno tiene la oportunidad de leer entrevistas de sus épocas de esplendor, uno se dará cuenta que no eran improvisadas, estaban concientes del uso de su cuerpo y de su belleza; y la explotaban sin tapujos, no sin antes pasar por largas sesiones de ensayo, clases de baile, de canto, pruebas de vestuario, selección musical. Olga Breesken por ejemplo llegó a generar más de cien empleos en sus noches de show, entre coreógrafos, profesores, vestuaristas, costureras, bailarines, cantates, cómicos, representantes, meseros, asistentes, entre otros. Por su parte Lyn May siempre soñó con cantar ópera, Madame Butterfly para ser precisos, incluso tomó clases de manera rigurosa; no obstnate conciente del tipo de público que atraía, reconocía que los asistentes a sus shows jamás irían a Bellas Artes; y los asistentes habituales de Bellas Artes tampoco aventurarían una oportunidad para escucharla. Rosy Mendoza siempre luchó por ser reconocidda por su talento y no sólo por su cuerpo, ademmás era ávida lectora de Luis Spota y Ricardo Garibay. Algunas de estas entrevistas se encuentran en el libro Los dueños de la noche de Cristina Pacheco, publicado por Plaza Janes en 2001.

A pesar de que María José Cuevas convivió con vedettes de la talla de Tongolele porque su papá las conocía e invitaba a su domicilio, jamás pensó en trabajar con ellas. La inquietud surgió mientras ayudaba a su exnovio en la documentación del robo al Museo de Antropología, ocurrido en 1985. La princesa Yamal estuvo involucrada como cómplice en ese escandaloso caso y prácticamente acabó con su carrera, luego de pasar dos años en la cárcel. Poco a poco la complicidad entra ambas creció a tal grado que Cuevas decidió iniciar grabaciones improvisadas y sin ningún fin específico con la princesa Yamal. Luego la exvedette la llevó con sus amigas y el proyecto poco a poco tomó forma hasta convertirse en un documental memorable y entrañable que muestra a cinco vedettes que disfrutaron y explotaron la época del destape, ahora inconcebible por la corrección política; la época del show que abarcaba a un público de todas las clases sociales, pues se presentaban tanto en cabarets de lujo, palenques, películas y teatro.

Cuevas no ocupó un método específico ni un guión elaborado, les pedía que hicieran lo que ellas quisieran, que hablaran de lo que les inquietaba y que se vistieran y mostraran como desearan. Quizá por eso el documental se nota auténtico y fresco. Las vedettes se muestran tal cual son, con sus debilidades y sus miedos, concientes de los logros que tuvieron y de lo que perdieron. Ninguna de ellas se muestra arrepentida o amargada; al contrario, todas tienen planes para el futuro y sobre todo están concientes de lo que removieron en su tiempo: hicieron cine, televisión, sesiones de fotografías, daban entrevistas autógrafos y montaron shows de alta calidad con bailarines, coreografías, música en vivo, luces; en los que ellas no sólo se exhibían, cantaban, bailaban, explotaban el arte de la seducción. Justo en estos días en el Foto Museo Cuatro Caminos se encuentra la exposición Las fabulosas, que exhibe fotografías de Antonio Caballero, Jesús Magaña y Juan Ponce. Este trío logró captar con su lente la exhuberancia y sensualidad de muchas vedettes de los setentas y ochentas. Entre ellas, Lyn May, Olga Breesken, Wanda Seux, Rosy Mendoza, la Princesa Lea, la Princesa Yamal, Sasha Montenegro. Las mujeres no sólo posan con poca ropa, sino en posturas sugerentes y en ambientes bucólicos, íntimos o del espectáculo. La exposición recrea a manera de collage algunos de los carteles que anunciaban los shows o las películas donde aparecían las reinas de la noche. Esta exposición, al igual que la película muestra una Ciudad de México del pasado, con un ambiente nocturno que jamás volverá, cuando se podía fumar en los interiores, encontrar lugares abiertos al amanecer, ver espectáculos de alta calidad, caminar por calles oscuras con incertidumbre, pero sin temor.

Bellas de noche obtuvo el premio a Mejor Documental en la 14 edición del Festival Internacional de Cine de Morelia, realizado del 21 al 30 de octubre 2016, y el del Público Cinemex a Mejor Película Mexicana en la V edición del Festival Internacional de Cine de Los Cabos. Ya se proyectó en el Telluride Film Festival 2016, el Toronto Film Festival (TIFF) 2016 y el International Documentary Film Festival Amsterdam (IDFA) 2016. A lo largo de 93 minutos, la película muestra las personalidades de mujeres que son más recordadas por su físico. Mujeres que a pesar de tener más de 60 años y haber llevado, en ocasiones, su vida al extremo, se muestran llenas de vida, desinhibidas y con ganas de transmitir su alegría, con pose y sin pose. Se muestran entre el personaje y la persona. Existe una línea difusa entre la interpretación y la realidad que, muchas veces, ni ellas logran distinguir. Hay momentos en los que pareciera que están actuando frente a la cámara, pero luego se revelan de una manera que deja claro que no es actuación, ellas simplemente son así.

Cuevas intercala imágenes de la vida actual con aquellas donde aparecen aduladas, consentidas, veneradas, cuando sus nombres brillaban en las marquesinas de los centros nocturnos más conocidos de México, causaban escándalo en las portadas de las revistas, se codeaban con políticos y empresarios poderosos; cuado disfrutaban de coches, casas, joyas, viajes, fiestas, programas de televisión y entrevistas. Eran bellezas nocturnas, que trabajaban en la oscuridad iluminada por reflectores y que despertaban a la hora de la comida.

José Luis Martínez publicó también en 2016, año de estreno de la película, el libro El día que cambió la noche. Memorias de un noctámbulo en editorial Grijalbo. En este libro, el autor narra sus primeros años como periodista en una Ciudad de México plagada de antros con variedad, con una vida nocturna activa y generosa para prácticamente todos los bolsillos. José Luis Martínez desde su visión de periodista y escritor retrata una ciudad menos opresiva, más libre, en la que cabían los shows de Olga Breesken y los antros de mala muerte. El autor narra su vagancia por la noche, hace un breve homenaje a sus maestros Don Vicente Ortega colunga y Renato Leduc. Cuenta que un buen reportero cubría la noche y el día, sin hacer distinciones. De hecho el autor afirma, sin temor a equivocarse que hoy en día: “vivimos en una noche oscura. La noche perdió su fulgor, perdió sus reflectores, perdió sus candilejas, ya no están esas marquesinas donde se anunciaban las grandes estrellas.”

La Ciudad de México ha perdido la belleza en todos sus ámbitos: arquitectónico, de paisaje, de personas, de ambiente. Las vedettes que engalanaron los centros nocturnos más prestigiados han perdido el esplendor y no hubo quien las reemplazara.

Cuevas logra, en su documental, registrar los cambios en el paradigma de belleza, hoy en día los estándares contemporáneos tienen poco que ver con lo que hace algunas décadas llamaba la atención. Y muestra a mujeres con un estilo muy particular, hábiles en la danza y el canto, con personalidad explosiva y una figura cuya arma principal eran las curvas. La vanidad, belleza, la vejez, la fuerza y la fragilidad son parte de estas mujeres que, hace algunos años, con sus cuerpos perfectos, anchas caderas, torneadas piernas y generosos senos, cubiertas de lentejuelas, encajes, plumas y pedrería, formaron parte de una agitada y envidiable vida nocturna de la Ciudad de México.

Bellas de noche no sólo retrata a las vedettes de una época dorada, también retrata a una ciudad que se fue, a un concepto de la belleza que no regresará y una fuerza vital que, pese a todo, continua latente en esta caótica realidad.