Mujeres, Farándula Y Nota Roja Bibiana Camacho Índice Bellezas Letales
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Mujeres, farándula y nota roja Bibiana Camacho Índice Bellezas letales Primeras divas Las bellas siempre son de la noche Bellezas letales Un rostro hermoso, un premio en un certamen de belleza, la atención mediática. María Teresa Landa y Evangelina Tejera fueron reinas de belleza en épocas y contextos diferentes, y también fueron asesinas. Estas dos historias cimbraron la nota roja mexicana. Y con razón: no siempre las reinas de belleza son las protagonistas. Uno espera encontrar la foto de una asesina en el periódico y toparse con una mujer fea, de facciones irregulares y la maldad en los ojos. La belleza y la armonía de los rasgos siempre ha estado asociada con la bondad; pero en realidad nunca ha sido así. Ya mucho se ha escrito y analizado acerca de estas mujeres. Sus contextos históricos y sociales fueron muy diferentes, y también sus motivaciones. María Teresa Landa La revista Jueves de Excélsior organizó el concurso de belleza Señorita México el 28 de abril de 1928. La convocatoria invitaba a participar a mujeres entre 16 y 25 años de edad, solteras, de buena reputación moral y no ser artistas. En ese año inaugural del concurso masivo hubo varias concursantes interesadas y los lectores votaron por ellas enviando los cupones de la revista a vuelta de correos. María Teresa se había negado a participar, pero sus compañeros de universidad enviaron la fotografía y fue una de las elegidas por los lectores. Luego de la etapa de traje de baño quedaron sólo cinco finalistas con un jurado selecto, formado, entre otros, por el director de la Escuela de Artes Plásticas, Alfredo Ramos Martínez; el escultor Ignacio Asúnsolo; el escritor, poeta y crítico Enrique Fernández Ledesma y el artista Carlos González. María Teresa se quedó con la corona. No sólo era hermosa, además dominaba el francés, inglés, tenía una carrera de normalista y estaba matriculada en la universidad en la carrera de Odontología. Ella misma afirmaba que “las mujeres que estudian son tan capaces como los hombres” A pesar de que sus padres no estuvieron de acuerdo, esos días fueron de grandes festejos; subida en un carro alegórico paseó por la ciudad de México, aclamada por los comerciantes de las céntricas calles como la “Novia de la calle de Madero”. A los 18 años, la reina de belleza viajó a Texas para representar a México en otro concurso. Y aunque no ganó, recibió varias ofertas para modelar o convertirse en actriz que rechazó sin pensar. Estaba enamorada y comprometida con el general de la Revolución Moisés Vidal Corro, a quien conoció en el funeral de su abuela el 8 de marzo de 1928. En cuanto María Teresa regresó se casó a escondidas con el general de 34 años. El padre, al enterarse, los obligó a contraer nupcias con todas las de la ley. El 2 de octubre de 1928 apareció una nota en el Excélsior que anunciaba su boda en casa de sus padres, a puertas cerradas. Tuvieron una larga luna de miel que aprovecharon para conocer la tierra del general: Veracruz. Luego se establecieron en Correo Mayor número 119 en el Centro de la Ciudad de México, en el mismo domicilio de la familia Landa. Entonces surgió la verdadera personalidad del general: celosos, autoritario, desconfiado. No la dejaba salir sola a la calle, tampoco le permitía leer el periódico. Quién sabe si el general ya habría recibido alguna amenaza de su primer mujer. María Teresa se mostró como una esposa sumisa, pero a escondidas leía el periódico para mantenerse informada, fue así como descubrió que años antes el general se había casado en Veracruz con otra María Teresa pero de apellido Herrejón y que también había procreado dos hijos. La primera esposa puso una denuncia en el Ministerio Público acusando al general de bígamo. El 25 de agosto de 1929, cuando todavía ni siquiera cumplían un año de casados, María Teresa la segunda esposa enfrentó al general con periódico en mano; éste, aturdido, respondió con un obstinado silencio. María Teresa vio una pistola Smith & Wesson calibre 44 sobre la mesa, la tomó y amenazó con suicidarse, el general intentó desarmarla; entonces ella cambio el blanco hacia él y le vació el cargador. De inmediato intentó suicidarse, pero ya no había balas. Espantada, se arrodilló ante el general agonizante y le pidió perdón. María Teresa y su padre todavía lo llevaron al hospital, pero fue inútil. María Teresa confesó su crimen y fue llevada a la Cárcel Pública General de Belém. Gracias a los esfuerzos de la familia, el abogado José María Lozano, ex ministro de instrucción pública de Victoriano Huerta y apodado “El príncipe de la palabra” por su eficaz forma de marear al jurado, tomó su caso. El 15 de diciembre de 1929 María Teresa se presentó ante el jurado ataviada con vestido de seda, sombrero de tafeta, rebozo, velo y medias, todo negro, de riguroso luto; gracias al consejo de su abogado, quien pretendía producir una especie de seducción para despertar la simpatía y la compasión. En efecto, el público asistente quedó mudo al verla entrar enfundada en su vestido negro que dejaba ver sus curvas y con un velo que cubría su hermoso rostro dolorido. Por si fuera poco, el salón de sesiones de la cárcel estaba a reventar, la prensa le dio tanto cartel que el radio transmitió el juicio y se colocaron bocinas en la calle de Humboldt y avenida Juárez, para que los transeúntes no perdieran detalle. No faltaron los vendedores de golosinas e impresos con la noticia resumida para amenizar el show. María Teresa sería enjuiciada por un jurado imparcial compuesto por vecinos honrados. Así se estilaba en la época. El experimentado abogado defensor inició su perorata con un elogio a la civilización occidental, en especial a la cultura francesa; rememoró crímenes pasionales célebres y afirmó que su defendida era una víctima que disparó en defensa de sus ilusiones, contra quien le infligió deshonor, movida por una fuerza moral irresistible ante el temor fundado de un mal inminente. Cinco horas duró el juicio, durante las cuales el fiscal intentó acusar a María Teresa de inmoral y pervertida por supuestamente haberle vendido su cuerpo al general antes de casarse y por haber participado en un concurso de belleza que sin duda contravenía la moral de la época. El fiscal pedía la pena capital para la acusada. El defensor por su parte se encargó de destruir una a una las acusaciones, los testimonios en contra de la mujer quedaron desestimados porque se comprobó la mentira o por venir de adictos a la cocaína, como el dramaturgo Teodocio Motalbán. La última vez que le concedieron la palabra en el juicio, María Teresa Landa dijo que los imperativos de su destino le habían llevado al arrebato de locura que la hizo destruir su felicidad matando al hombre a quien amaba con delirio. Un aplauso atronador, interminable, con el público de pie, acogió su intervención. El destino estaba echado. Tanto su belleza, como su actitud desamparada en un contexto social en el que los hombres abusaban constantemente de las mujeres, cuando la casa chica era una norma entre los machos sombrerudos del país, así como la impecable defensa de su abogado; lograron que la hermosa María Teresa fuera absuelta. La sentencia no fue bien recibida en los círculos jurídicos: la conducta de la enjuiciada no se ajustaba con ninguna de las justificantes ni en ninguna de las causas de inculpabilidad previstas por el código penal. Pero el populacho había decidido que era inocente, no había nada más que hacer. El juicio de la Miss México fue el último que se llevó a cabo con un jurado popular. Esta modalidad había sido instaurada por el gobierno de Carranza. Pero pronto resultó evidente que los participantes, por más buena voluntad que tuvieran, no tenían conocimientos en materia jurídica; por lo que fácilmente podían ser influenciados y dejarse llevar por la emoción. María Teresa Landa dedicó el resto de sus días a la enseñanza de Historia Universal en la Preparatoria número 1. Ella misma había afirmado durante el juicio lo siguiente: “Las mujeres que estudian son tan capaces como los hombres y a menudo logran cumplir sus deberes con mayor rapidez que ellos, puesto que tenemos bastante más paciencia, somos más diligentes y podemos asimilar hechos y conocimientos con más celeridad, ¡Dios mío, van a pensar que soy una especie de feminista rabiosa! Bueno, en fin, espero que comprendan”. Evangelina Tejera Caso distinto por circunstancias y época fue el de Evangelina Tejera Bosada, nacida en Veracruz en 1965. Creció con un padre autoritario y una madre abnegada. El padre tenía el síndrome del Castillo de la Pureza, pues solía encerrar a su familia en casa. Por si fuera poco su alcoholismo provocó varios episodios violentos, incluso amenazó alguna vez a su familia con una pistola. La madre, fastidiada, solicitó el divorcio. La pareja se separó cuando Evangelina tenía nueve años. Ella se quedó con su madre, pero ésta le reprochaba que ocasionaba muchos gastos y que como mujer difícilmente ayudaría con la manutención del hogar. Poco antes de terminar la secundaria se mudó con su padre, quien no sólo la recibió con cariño, sino que le pagó clases de tenis y piano, e hizo lo posible por mejorar su educación. En pocos años Evangelina se convirtió en una hermosa muchacha rubia de enormes ojos que atraía todas las miradas en los eventos sociales y cenas de gala a las que asistía acompañando a su padre. A los 18 años Evangelina se convirtió en la Reina del Carnaval de Veracruz 1983, gracias a la recaudación de fondos hecha por su papá.