Cubierta Tomo IV Vol 4_Maquetación 1 29/11/18 11:02 Página 1

El proceso de cambio en la organización de la Monarquía que se produce en la segunda mitad del siglo XVII no es centralización sino devolución de sus atribuciones al rey de España, quien no sólo responde a las exigencias de sus súbditos para ser premiados y atendidos por su señor natural, sino Temas también porque la idea de Monarquía que se está construyendo es muy diferente a la que concibió los virreinatos como instrumentos con los J. Martínez Millán que hacer efectiva una Monarquía Universal. Tras la paz de Westfalia, R. González Cuerva Tomo cualquier proyecto universal quedaba proscrito, pues nacía un sistema M. Rivero Rodríguez internacional fundamentado en el equilibrio. En consecuencia, ya no (dirs.) había razón para mantener el modelo virreinal existente, concebido para IV gestionar un sistema que permitía a Felipe IV ser el soberano de todos los

reinos de la tierra. ) Al describir este proceso como reconfiguración de la Monarquía se hace Vol. referencia a la necesidad de reinventar sus estructuras y buscar nuevas finalidades a sus instituciones. El proyecto “desconcentrador” de Olivares, de ilimitada confianza en las élites de las provincias, se deshizo al fracasar 4 su proyecto universal, lo que provocó su desintegración al alzarse las élites de diferentes reinos, pues no veían horizonte alguno en el rumbo que había 1621-1665

tomado el valido, como bien recuerda Gaspar Sala en su defensa de los ( catalanes. IV

ISBN: 978-84-16335-55-8

J. Martínez Millán, R. González Cuerva, M. Rivero Rodríguez (dirs.) Reconfiguración de la Monarquía católica Reconfiguración La Corte de Felipe La Corte de Felipe Cortes virreinales y Gobernaciones americanas La Corte de Felipe IV (1621-1665) Reconfiguración de la Monarquía católica Cortes virreinales y Gobernaciones americanas Portadillas Tomo IV Vol 4_Maquetación 1 1/12/18 13:36 Página i

Colección La Corte en Europa Temas

Consejo de Dirección: Profesora Doctora Concepción Camarero Bullón Profesor Doctor Mariano de la Campa Gutiérrez Profesor Doctor José Martínez Millán Profesor Doctor Carlos Reyero Hermosilla Profesor Doctor Manuel Rivero Rodríguez Portadillas Tomo IV Vol 4_Maquetación 1 1/12/18 13:36 Página ii Portadillas Tomo IV Vol 4_Maquetación 1 1/12/18 13:36 Página iii

José Martínez Millán, Rubén González Cuerva, Manuel Rivero Rodríguez (dirs.)

LA CORTE DE FELIPE IV (1621-1665): RECONFIGURACIÓN DE LA MONARQUÍA CATÓLICA

Tomo IV - Volumen 4

Cortes virreinales y Gobernaciones americanas

Madrid, 2018 Portadillas Tomo IV Vol 4_Maquetación 1 1/12/18 13:36 Página iv

Ilustración de cubierta: Fray Juan Bautista Maino: La recuperación de Bahía de Todos los Santos, 1634-1635, Museo Nacional del Prado, Madrid (detalle)

Esta obra se publica con el apoyo de los proyectos HAR2015-68946-C3-1-P (De Reinos a Naciones), HAR2015-68946-C3-2-P (La transformación de las Cortes virreinales) y CMM-Court-Tourist-CM (H2015/HUM-3415) (La herencia de los Reales Sitios).

Colección La Corte en Europa, Temas 9 (Tomo IV - Volumen 4)

© Ediciones Polifemo Avda. de Bruselas, 47 - 5º 28028 Madrid www.polifemo.com

ISBN (Obra Completa - Tomo IV): 978-84-16335-51-0 ISBN (Volumen 4): 978-84-16335-55-8 Depósito Legal: M-38925-2018

Impresión: Nemac Comunicación, S.L. Avenida Valdelaparra, 27 - naves 18 y 19 28108 Alcobendas (Madrid) Portadillas Tomo IV Vol 4_Maquetación 1 1/12/18 13:36 Página v

LA CORTE DE FELIPE IV (1621-1665): RECONFIGURACIÓN DE LA MONARQUÍA CATÓLICA

Tomo IV - Volumen 4 Cortes virreinales y Gobernaciones americanas Portadillas Tomo IV Vol 4_Maquetación 1 1/12/18 13:36 Página vi Portadillas Tomo IV Vol 4_Maquetación 1 1/12/18 13:36 Página vii

Índice de Autores (Tomo IV - Vols. 1, 2, 3 y 4)

Arrigo AMADORI (CONICET/Universidad Nacional de Tres de Febrero) Ezequiel BORGOGNONI (CONICET/Universidad de Buenos Aires/Universidad Católica ) Giovanni BRANCACCIO (Università “G. D’Annunzio” di Chieti-Pescara) Alessandro BUONO (Università di Pisa) Rossella CANCILA (Università degli Studi di Palermo) Daniela CARRASCO (Universidad Nacional de Salta) Alessandro CATALANO (Università degli Studi di Padova) Maurizio D’AVENIA (Universitá degli Studi di Palermo) Valentina FAVARÒ (Università degli Studi di Palermo) Bruno FEITLER (Universidade Federal de São Paulo) Amparo FELIPO ORTS (Universitat de València) Alfredo FLORISTÁN IMÍZCOZ (Universidad de Alcalá) Silvano GIORDANO (Pontificia Università Gregoriana) Antonino GIUFFRIDA (Università degli Studi di Palermo) Rubén GONZÁLEZ CUERVA (IULCE/CSIC) Ana Mónica GONZÁLEZ FASANI (Universidad Nacional del Sur/Universidad Salesiana) Lothar HÖBELT (Universität Wien) José Eloy HORTAL MUÑOZ (IULCE/Universidad Rey Juan Carlos) Pavel MAREK (Univerzita Pardubice) José MARTÍNEZ MILLÁN (IULCE/Universidad Autónoma de Madrid) Alicia MAYER (Universidad Nacional Autónoma de México) Pierpaolo MERLIN (Università degli Studi di Torino) Giovanni MURGIA (Università di Cagliari)

vii Portadillas Tomo IV Vol 4_Maquetación 1 1/12/18 13:36 Página viii

Índice de Autores

Aurelio MUSI (Università di Salerno) Guillermo NIEVA OCAMPO (CONICET/Universidad Nacional de Salta) Elisa NOVA CHAVARRIA (Università degli Studi del Molise) José Pedro PAIVA (Universidade de Coimbra) Daniele PALERMO (Universitá degli Studi di Palermo) Carmen PÉREZ APARICIO (Universitat de València) Pilar PONCE LEIVA (Universidad Complutense de Madrid) Blythe Alice RAVIOLA (Università degli Studi di Milano) Javier REVILLA CANORA (IULCE/Universidad Autónoma de Madrid) Rodrigo RICUPERO (Universidade de São Paulo) Manuel RIVERO RODRÍGUEZ (IULCE/Universidad Autónoma de Madrid) Michael ROHRSCHNEIDER (Universität Bonn) Porfirio SANZ CAMAÑES (Universidad de Castilla-La Mancha) Kalina Vanderlei SILVA (Universidade Estadual de Pernambuco) Ryszard SKOWRON (Universidad de Silesia) Giulio SODANO (Università della Campania Luigi Vanvitelli) Enrique SOLANO CAMÓN (Universidad de Zaragoza) Franco Luciano TAMBELLA (CONICET/Universidad Nacional de Salta) Fernando TAVEIRA DA FONSECA (Universidade de Coimbra) Gianfranco TORE (Università di Cagliari) Ana Paula TORRES MEGIANI (Universidade de São Paulo) Xavier TORRES SANS (Universitat de Girona) Koldo TRÁPAGA MONCHET (Universidad Rey Juan Carlos) Rafael VALLADARES (Escuela Española de Historia y Arqueología en Roma, CSIC) Paola VOLPINI (Sapienza Università di Roma)

viii Portadillas Tomo IV Vol 4_Maquetación 1 3/12/18 17:14 Página ix

ÍNDICE

TOMO IV - VOLUMEN 1

Índice de autores ...... vii Índice general ...... ix Siglas y abreviaturas ...... xv

PRESENTACIÓN J. Martínez Millán, R. González Cuerva, M. Rivero Rodríguez ...... xix

DELAMONARQUÍA UNIVERSAL A LA MONARQUÍA CATÓLICA. LA GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS Coordinadores: José Martínez Millán y Rubén González Cuerva

INTRODUCCIÓN: LA GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS Y EL HUNDIMIENTO DE LA MONARQUÍA DE FELIPE IV J. Martínez Millán, M. Rivero Rodríguez, R. González Cuerva ...... 3

1. I RAPPORTI TRA LA MONARCHIA CATTOLICA E ROMA DURANTE IL PONTIFICATO DI URBANO VIII Silvano Giordano ...... 43

2. LA RED CLIENTELAR ESPAÑOLA EN LA CORTE IMPERIAL EN LA ÉPOCA DE OLIVARES Pavel Marek ...... 117

3. “IL STATO ECCLESIASTICO È TANTO DEFORME, CHE IL REFORMARLO HA DEL METAMORFICO”. LA RICONQUISTA SPIRITUALE DELLA BOEMIA E LA SITUAZIONE POLITICO-RELIGIOSA ALL’INIZIO DELLA GUERRA DEI TRENT’ANNI Alessandro Catalano ...... 173

4. EL EMPERADOR, EL IMPERIO Y ESPAÑA BAJO EL REINADO DE FERNANDO III Lothar Höbelt ...... 211

ix Portadillas Tomo IV Vol 4_Maquetación 1 1/12/18 13:36 Página x

Índice del Tomo IV

5. LA SEPARACIÓN DE LAS DOS RAMAS DE LA CASA DE AUSTRIA: LA PAZ DE WESTFALIA (1648) Michael Rohrschneider ...... 259

6. FELIPE IV Y POLONIA Ryszard Skowron ...... 293

7. DIPLOMACIA, “PAZ ARMADA” Y PRAGMATISMO RELIGIOSO. FELIPE IV E INGLATERRA Porfirio Sanz Camañes ...... 337

8. UNA RECIPROCA DIFFIDENZA. SAVOIA E SPAGNA AGLI ESORDI DEL REGNO DI FILIPPO IV (1618-1631) Pierpaolo Merlin ...... 393

9. LE INFANTE DI SAVOIA: PERCORSI DINASTICI E SPIRITUALE DELLE FIGLIE DI CATALINA MICAELA E CARLO EMANUELE I FRA PIEMONTE, STATI ITALIANI E SPAGNA Blythe Alice Raviola ...... 471

10. FERNANDO II DE’ MEDICI E LA CORTE DI SPAGNA. RELAZIONE E PRATICHE FRA SOVRANI, PRINCIPI E AMBASCIATORI Paola Volpini ...... 503

x Portadillas Tomo IV Vol 4_Maquetación 1 12/12/18 16:58 Página xi

Índice del Tomo IV

TOMO IV - VOLUMEN 2

Índice de autores ...... vii Índice general ...... ix Siglas y abreviaturas ...... xv

LAS CORTES VIRREINALES PENINSULARES Y FLANDES Coordinador: José Martínez Millán

CORONA DE ARAGÓN 1. POLÍTICA, FUEROS Y CONFLICTOS EN EL ARAGÓN DE FELIPE IV Enrique Solano Camón, Porfirio Sanz Camañes ...... 543

2. FELIPE IV Y EL REINO DE VALENCIA Amparo Felipo Orts, Carmen Pérez Aparicio ...... 599

3. CATALUÑA EN LA MONARQUÍA DE FELIPE IV Xavier Torres Sans ...... 655

NAVARRA 4. FELIPE IV DE CASTILLA Y VI DE NAVARRA (1621-1665) Alfredo Floristán Imízcoz ...... 761

PORTUGAL 5. EL PORTUGAL DE FELIPE IV (1619-1668) Rafael Valladares ...... 865

6. PORTUGAL, 1640-1668 Fernando Taveira da Fonseca ...... 977

7. FELIPE IV E A INQUISIÇÃO DE PORTUGAL José Pedro Paiva ...... 1101

FLANDES 8. LA CORTE DE BRUSELAS DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV: RECONFIGURACIÓN Y CONSOLIDACIÓN INSTITUCIONAL José Eloy Hortal Muñoz, Koldo Trápaga Monchet ...... 1147

xi Portadillas Tomo IV Vol 4_Maquetación 1 12/12/18 16:58 Página xii

Índice del Tomo IV

TOMO IV - VOLUMEN 3

Índice de autores ...... vii Índice general ...... ix Siglas y abreviaturas ...... xv

CORTES VIRREINALES Y GOBERNACIONES ITALIANAS

NÁPOLES Coordinador: Aurelio Musi

1. IL REGNO DI NAPOLI NELL’ETÀ DI FILIPPO IV. INTRODUZIONE Aurelio Musi ...... 1229

2. LA RIVOLTA DEL 1647-1648 Aurelio Musi ...... 1253

3. CORTE E VICERÉ DI NAPOLI NELL’ETÀ DI FILIPPO IV Elisa Novi Chavarria ...... 1307

4. LE ARISTOCRAZIE NAPOLETANE AI TEMPI DI FILIPPO IV Giulio Sodano ...... 1335

5. L’ECONOMIA DEL REGNO DI NAPOLI NELL’ETÀ DI FILIPPO IV Giovanni Brancaccio ...... 1381

SICILIA Coordinadora: Rossella Cancila

6. LA SICILIA NELLA MONARCHIA DI FILIPPO IV. POLITICA E SOCIETÀ Rossella Cancila ...... 1449

7. “SANGUE DEL POVERO E TRAVAGLIO DEI CITTADINI”: LA DEPUTAZIONE DEL REGNO E LE SCELTE DI POLITICA FISCALE NELLA SICILIA DI FILIPPO IV Antonino Giuffrida ...... 1525

8. LA SICILIA E LA DIFESA DELLA MONARCHIA (1621-1648) Valentina Favarò ...... 1571

9. SICILIA IN CRISI: RIVOLTE E CONFLITTI NEL 1647 Daniele Palermo ...... 1603

xii Portadillas Tomo IV Vol 4_Maquetación 1 1/12/18 13:36 Página xiii

Índice del Tomo IV

10. LA CHIESA DEL RE. ISTITUZIONI ECCLESIASTICHE E REGIO PATRONATO NELLA SICILIA DI FILIPPO IV Fabrizio D’Avenia ...... 1657

CERDEÑA Coordinadores: Gianfranco Tore y Giovanni Murgia

11. IL REGNO DI SARDEGNA NELL’ETÁ DI FILIPPO IV (1621-1642) Gianfranco Tore ...... 1721

12. ECONOMIA E SOCIETÀ NELLA SARDEGNA DI FILIPPO IV DI SPAGNA Giovanni Murgia ...... 1765

13. LOS ÚLTIMOS VIRREYES DE FELIPE IV: EL GOBIERNO DE CERDEÑA (1650-1665) Javier Revilla Canora ...... 1795

MILÁN

14. EL GOBIERNO DE LA NECESIDAD: GUERRA, ÉLITES DE PODER Y CUERPOS LOCALES EN EL ESTADO DE MILÁN DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV Alessandro Buono ...... 1815

xiii Portadillas Tomo IV Vol 4_Maquetación 1 1/12/18 13:36 Página xiv

Índice del Tomo IV

TOMO III - VOLUMEN 4

Índice de autores ...... vii Índice general ...... ix Siglas y abreviaturas ...... xv

LAS CORTES VIRREINALES AMERICANAS Coordinadores: José Martínez Millán y Manuel Rivero Rodríguez

VIRREINATO DE NUEVA ESPAÑA 1. EL “IMPERIO DE LAS INDIAS”. NUEVA ESPAÑA DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV Alicia Mayer ...... 1867

VIRREINATO DEL PERÚ Coordinador: Guillermo Nieva Ocampo NOTA INTRODUCTORIA: VIRREINATO DEL PERÚ Guillermo Nieva Ocampo ...... 1955

2. DINÁMICAS DE PODER ENTRE Y MADRID DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV: ENTRE EL REFORMISMO Y LA INTEGRACIÓN DE LA ÉLITE LOCAL EN LA MONARQUÍA HISPÁNICA Arrigo Amadori ...... 1957

3. EL GOBIERNO EN LA AUDIENCIA DE QUITO. CONFLICTO JURISDICCIONAL Y PRÁCTICA POLÍTICA (1621-1665) Pilar Ponce Leiva ...... 2035

4. EL TUCUMÁN DE FELIPE IV Guillermo Nieva Ocampo, Daniela Carrasco ...... 2091

5. LA GOBERNACIÓN DE BUENOS AIRES DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV A. M. González Fasani, E. Borgognoni, F. L. Tambella ...... 2139

BRASIL 6. O BRASIL DE FILIPE IV R. Ricupero, K. V. Silva, B. Feitler, A. P. Torres Megiani ...... 2203

xiv Portadillas Tomo IV Vol 4_Maquetación 1 1/12/18 13:36 Página xv

SIGLAS Y ABREVIATURAS

Cod. Códice Doc. Documento Exp. Expediente Inv. Inventario Leg. Legajo Lib. Libro Ms. Manuscrito Vol. Volumen

ARCHIVOS, BIBLIOTECAS Y COLECCIONES

AAE Archives des Affaires Étrangères (Paris La Courneuve) ACA Archivo de la Corona de Aragón (Barcelona) CdA Consejo de Aragón ACC Archivio Comunale di Castelvetrano ACD Archivo del Congreso de los Diputados (Madrid) ACDF Archivio per la Congregazione della Dottrina della Fede (Ciudad del Vaticano) S. O., St.St. Sanctum Officium, Stanza Storica ACG Archivo Capitular de Gerona ACN Actas de las Cortes de Navarra (1530-1829), ed. L. J. Fortún, Pamplona 1991-1996, 19 libros en 16 volúmenes. ADA Archivo de los Duques de Alba (Madrid) ADZ Archivo de la Diputación del Reino (Zaragoza) AGI Archivo General de Indias (Sevilla) AGN Archivo General de Navarra (Pamplona) AGNA Archivo General de la Nación (Buenos Aires) AECBA Acuerdos del Extinguido Cabildo de Buenos Aires AGP Archivo General de Palacio (Madrid) AGR Archives Générales du Royaume (Bruselas) SEG Secrétairerie d’État et de Guerre AGS Archivo General de Simancas E Estado GA Guerra Antigua SP Secretarías Provinciales SPS Secretarias Provinciales Sicilia AHN Archivo Histórico Nacional (Madrid) E Estado OM Órdenes Militares

xv Portadillas Tomo IV Vol 4_Maquetación 1 1/12/18 13:36 Página xvi

Siglas y Abreviaturas

AHPC Archivo Histórico de la Provincia de Córdoba (Argentina) AHPM Archivo Histórico de Protocolos de Madrid AHU Arquivo Histórico Ultramarino (Lisboa) AMG Archivo Municipal de Gerona AMV Archivo Municipal de Valencia AMZ Archivo Municipal de Zaragoza ANE Archivo Nacional de Ecuador (Quito) ANTT Arquivo Nacional Torre do Tombo (Lisboa) CGSO Conselho Geral do Santo Ofício APF Archivio della S. Congregazione de Propaganda Fide (Ciudad del Vaticano) SOCG Scritture Originali nelle Congregazioni Generali APW Acta Pacis Westphalicae, Münster 1962 - 3 series, 48 vols. ARV Arxiu del Regne de València ASC Archivio di Stato di Cagliari AAR Antico Archivio Regio ASCC Archivio Storico del Comune di Caltanissetta CI Curia iuratoria ASCCg Archivio Storico del Comune di Cagliari ASCL Archivio di Stato di Caltanissetta ASCMI Archivio Storico del Comune di Milano ASCP Archivio Storico del Comune di Palermo CC Consigli civici ASDN Archivio Storico Diocesano di Napoli ASFi Archivio di Stato di Firenze MP Mediceo del Principato ASGe Archivio di Stato di Genova ASM Archivio di Stato di Milano ASN Archivio di Stato di Napoli ASP Archivio di Stato di Palermo AM Archivio Moncada DR Deputazione del Regno ND Notai defunti PR Protonotaro del Regno RSI Real Segreteria-Incartamenti TRP Tribunale del Real Patrimonio AST Archivio di Stato di Torino PS Paesi di Sicilia ASV Archivio Segreto Vaticano FB Fondo Borghese Misc. Miscellanea SS Segreteria di Stato

xvi Portadillas Tomo IV Vol 4_Maquetación 1 1/12/18 13:36 Página xvii

Siglas y Abreviaturas

AVA Allgemeines Verwaltungsarchiv (Viena) FA Familienarchiv BAV Biblioteca Apostolica Vaticana Barb. Lat. Barberiniani Latini Chig. Chigiani Vat. Lat. Vaticani Latini BC Biblioteca de Catalunya (Barcelona) BCK Biblioteka Czartoryskich (Cracovia) BCP Biblioteca Comunale di Palermo BGUC Biblioteca Geral da Universidade de Coimbra BL British Library (Londres) Add. Mss. Additional Manuscripts BNE Biblioteca Nacional de España (Madrid) Mss. Manuscritos BNF Bibliothèque Nationale de France (Paris) BNN Biblioteca Nazionale di Napoli BUB Biblioteca Universitaria de Barcelona BUC Biblioteca Universitaria di Cagliari CCE Correspondance de la Cour d’Espagne sur les Affaires des Pays-Bas, ed. de H. Lonchay, J. Cuvelier y J. Lefèvre, Bruxelles 1923-1937, 6 vols. CCLP Collecção chronologica da legislação portugueza, ed. de J. J. de Andrade e Silva, Lisboa 1854-1859, 11 vols. CHRC The Cardinals of the Holy Roman Church, recurso digital editado por S. Miranda, Florida International University Libraries: www2.fiu.edu/ ~mirandas/cardinals.htm CODOIN Colección de documentos inéditos para la Historia de España, Madrid 1842-1895, 113 vols. CSP Clarendon State Papers, Bodleian Library (Oxford) CSPD Calendar of State Papers, Domestic (James I, 1603-1625), ed. M. A. Everett Green, London 1857-1859, 4 vols., y Charles I, 1625-1649, ed. de J. Bruce et al., London 1858- 1897, 23 vols. CSPV Calendar of State Papers Relating To English Affairs in the Archives of Venice, 1202-1675, London 1864-1947, 38 vols. DBI Dizionario Biografico degli Italiani, Roma 1960-, 86 vols. DGC Dietaris de la Generalitat de Catalunya, dir. J. M. Sans i Travé, Barcelona 1994-2007, 10 vols. DHP Dicionário de História de Portugal, dir. de J. V. Serrão, Lisboa 1963-19712, 6 vols. FLG Fundación Lázaro Galdiano (Madrid) FG Fuero General de Navarra

xvii Portadillas Tomo IV Vol 4_Maquetación 1 1/12/18 13:36 Página xviii

Siglas y Abreviaturas

HHStA Haus-, Hof- und Staatsarchiv (Viena) FK Familienkorrespondenz KrA Kriegsakten SDK Spanien, Diplomatische Korrespondenz SpV Spanien, Varia IPM Instrumentum Pacis Monasteriensis , en APW, ser. III, t. I.1 KA Kriegsarchiv (Viena) AFA Alte Feldakten MHE Memorial Histórico Español, Madrid 1851-[1948-1963], 50 vols. MP Médiathèque de Perpignan (Perpiñán) MZA Moravský Zemský Archiv (Brno) RAD Rodinný Archiv Dietrichštejn NA Národní Archiv (Praga) APA Archiv Pražského Arcibiskupský OÖLA Oberösterreichisches Landesarchiv (Linz, Austria) HSF Herrschaft Steyr, Familienarchiv Steyr Herrschaftsarchiv Steyr, Familienarchiv Lamberg PG Patrologiae cursus completus, series graeca, ed. J.-P. Migne, París 1857-1866, 161 vols. PL Patrologiae cursus completus, series latina, ed. J.-P. Migne, París 1844-1855, 221 vols. RAH Real Academia de la Historia (Madrid) CSyC Colección Salazar y Castro RB Real Biblioteca (Madrid) RLI Recopilación de Leyes de Indias, Madrid 1943, 3 vols. SOA Statni Oblastni Archiv (Český Krumlov, Litomerice/Decin y Zamrsk, República Checa) FA Familienarchiv

xviii Portadillas Tomo IV Vol 4_Maquetación 1 1/12/18 13:36 Página 1

LA CORTE DE FELIPE IV (1621-1665): RECONFIGURACIÓN DE LA MONARQUÍA CATÓLICA

Tomo IV Los Reinos y la política internacional

Volumen 4 Cortes virreinales y Gobernaciones americanas

Coordinadores: José Martínez Millán y Manuel Rivero Rodríguez Portadillas Tomo IV Vol 4_Maquetación 1 1/12/18 13:36 Página 2 4 Vol 4-34 Mayer_Maquetación 1 1/12/18 13:37 Página 1865

VIRREINATO DE NUEVA ESPAÑA 4 Vol 4-34 Mayer_Maquetación 1 1/12/18 13:37 Página 1866 4 Vol 4-34 Mayer_Maquetación 1 1/12/18 13:37 Página 1867

El “Imperio de las Indias”. Nueva España durante el reinado de Felipe IV

Alicia Mayer Universidad Nacional Autónoma de México

EL CONTEXTO EUROPEO Y EL MARCO DE REFERENCIA AMERICANO

Hace más de una década, en 2005, tuve el privilegio de ser invitada por José Martínez Millán a describir la situación de la Nueva España en la época de Feli- pe III, para la publicación que entonces él preparaba sobre este reinado 1. Llevé a cabo esta tarea con mi colega, el historiador Peer Schmidt, de la Universidad de Erfurt, quien lamentablemente falleció pocos años después. De nueva cuenta, ahora se me solicita proseguir con el relato de lo que sucedió en México, esta vez en la época de Felipe IV, empresa que acojo con gusto y gratitud y, ciertamente, con un viso de nostalgia por el recuerdo de esos años en que con entusiasmo pre- parábamos nuestra colaboración a aquella obra 2. Estoy segura de que si Peer Schmidt viviera volveríamos a unir nuestros esfuerzos para presentar en este vo- lumen la situación de Nueva España durante el gobierno del Rey Planeta. Felipe IV subió al trono el 31 de marzo de 1621, a unos meses de que se cum- pliera un siglo de la conquista de México Tenochtitlán, el acontecimiento que definió que España se convirtiera en un imperio de dimensiones globales. El mo- narca reinó hasta el 17 de septiembre de 1665, más que cualquiera de los Austria

1 J. MARTÍNEZ MILLÁN y M. A. VISCEGLIA (dirs.): La Monarquía de Felipe III. La Casa del Rey. La Corte. Los Reinos, 4 vols., Madrid 2008. 2 Nuestra colaboración en aquel volumen se titula: “De las ínsulas al reino de Nueva España: El virreinato de México en la época del Quijote y Felipe III”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN y M. A. VISCEGLIA (dirs.): La Monarquía de Felipe III, vol. IV: Los Reinos, op. cit., pp. 638-728.

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Alicia Mayer

que le precedieron. Gobernó sus dominios apoyado en la figura de un valido, don Gaspar de Guzmán y Pimentel, el conde-duque de Olivares (g. 1621-1643) quien se hizo nombrar Canciller Mayor de las Indias, honor que le daba injerencia di- recta en los asuntos americanos. El objetivo de su gestión fue implementar un programa reformista centralizador, que buscaba homogeneidad política y jurídi- ca de todos los territorios que componían la Monarquía 3. Esto respondió al contexto que entonces vivía España, que enfrentaba rivales política y confesional- mente opuestos y poderosos, en lo que se conoce como la Guerra de Treinta Años (1618-1648), un conflicto que trajo muerte y desolación en Europa. Los ejércitos españoles luchaban simultáneamente en Italia, en los estados germánicos y en los Países Bajos. Las crisis financieras y las conspiraciones políticas debilitaron al go- bierno peninsular, que se declaró en bancarrota en 1627, sumido en una espiral de inflación. Francia le declaró la guerra en 1635 y, tanto los holandeses como los ingleses acechaban los mares, poniendo en peligro constantemente sus costas aquende y allende el Atlántico. Al decir de John H. Elliott, Durante aquellas décadas centrales del siglo, desde los años 1630 a los 1650, parecía como si la monarquía española estuviera al borde de la desintegración. La monarquía era tan extensa, sus líneas de comunicación tan frágiles, sus limitados recursos estaban expuestos a una presión tan intensa como consecuencia de la tensión de la guerra que se estaba librando simultáneamente en varios frentes, que había razones para temer que una parte tras otra se fueran desgajando o que sucumbieran a los ataques de los enemigos 4. Las guerras continentales y la mala situación interna generaron una creciente necesidad de recursos que la Corona buscó obtener en sus posesiones america- nas. Olivares implementó una política indiana que condicionó los intercambios de Nueva España y Perú con la metrópoli 5 y que los sujetó a la enorme presión de un “fiscalismo arbitrario” 6.

3 A. GARCÍA ABÁSOLO: “Nueva España en el siglo XVII”, en L. NAVARRO GARCÍA (coord.): Historia de las Américas, vol. II, Madrid-Sevilla 1991, pp. 416-421. 4 J. H. ELLIOTT: “España y América en los siglos XVI y XVII”, en L. BETHELL (ed.): Historia de América Latina, vol. II: América Latina colonial: Europa y América en los siglos XVI, XVII y XVIII, Cambridge-Barcelona 1984, p. 39. 5 M. SUÁREZ: “Reseña” a A. AMADORI: Negociando la obediencia. Gestión y Reforma de los virreinatos americanos en tiempos del conde-duque de Olivares (1621-1643), en América Latina. Historia Económica (ALHE) 22/2 (2015), pp. 206-211. 6 J. H. ELLIOTT: “España y América…”, op. cit., p. 38.

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El “Imperio de las Indias”

Además, hacia 1640, con los levantamientos de Cataluña y Portugal, la Mo- narquía vivió el amenazante reto de su disgregación interna, tal vez ya presagia- da en la revuelta novohispana de 1624, que derrocó al virrey de Gelves, y que mostraría su debilidad. En suma, el siglo XVII fue un período de profundas di- ficultades para España y esa situación se reflejó en la política trasatlántica y en el rumbo que tomarían las colonias por casi medio siglo 7. Como se puede apreciar, en este trabajo se presenta el desafío de explicar lo que sucedió en el inmenso territorio del virreinato de México, durante un largo y crítico reinado, en un contexto mundial complejo. El reto es llevar a cabo una síntesis que refleje de la manera más completa posible este ámbito en los casi cua- renta y cinco años de reinado de Felipe IV. La primera propuesta es establecer una línea de continuidad con el estudio que aborda la situación del virreinato en tiempos de Felipe III, presentado en 2008 8. La presente contribución destacará no solo la situación política, social, económica, religiosa y cultural del reino novo- hispano, sino también las circunstancias particulares consideradas más trascen- dentes que moldearon su esencia, sin olvidar el contexto mundial de más amplio espectro. Así, se pondrá atención a aspectos concretos, como el levantamiento de 1624 en la ciudad de México, la gestión del obispo-virrey Juan de Palafox y Men- doza (1600-1659), la administración de los virreyes, la colonización del norte, la institucionalización de la Iglesia en Indias, el guadalupanismo, la preponderancia, influencia y poder de los jesuitas, la mentalidad novohispana, el desarrollo del criollismo y cómo se desplegó la cultura barroca. Podrá imaginar el posible lector la cantidad inaudita de estudios históricos que existen sobre esta época. Además, cada hecho particular tiene, a su vez, un inmenso repertorio de análisis especializado. No se puede en este espacio llevar a cabo una revisión pormenorizada de las tendencias historiográficas actuales

7 J. H. ELLIOTT: Spain, Europe and the Wider World, 1500-1800, New Haven-London, 2009, p. 17. En el trabajo ya citado sobre la Nueva España en la época de Felipe III (ver nota 2), se discutió si el término “colonia” puede aplicarse a los reinos de la Monarquía hispana. No redundaré aquí, por tanto, en ese análisis. Basta decir que considero que, en cuanto al estatus político y económico, la Corona entabló una relación colonialista con el virreinato. No había Cortes americanas, los miembros de la burocracia real y los virreyes provenían de España, las leyes se generaban en la metrópoli, la población nativa fue reducida y explotada y, sobre todo, se veía a estos territorios como fuentes de riqueza y de materias primas primordialmente en beneficio de Castilla. 8 Ver nota 2.

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sobre el mundo novohispano durante el reinado de Felipe IV 9. Tampoco es po- sible acompañar este trabajo con el vasto aparato crítico que hay detrás de las investigaciones sobre cada suceso. Por todo esto es que he seleccionado las obras y autores que considero más representativos. Confío en que las referencias bi- bliográficas contenidas aquí puedan orientar al estudioso interesado en indagar más ampliamente sobre alguno de los temas de referencia. John H. Elliott, quizá el mayor especialista en nuestro tiempo sobre la Espa- ña de esta época, llama la atención acerca de la dimensión imperial que Améri- ca había añadido a la Corona hispánica 10. Es difícil calcular, a falta de una demarcación precisa de fronteras, sin mapas puntuales, con regiones aún inex- ploradas, la gigantesca masa continental que poseía España en el septentrión continental 11. Tan solo el territorio de la Nueva España era aproximadamente ocho veces más grande que el tamaño de la Península Ibérica y el vasto océano Atlántico separaba ambos mundos. Al decir de Cayetana Álvarez de Toledo, tres elementos condicionaron el go- bierno en las Indias: la lejanía, el absentismo y la dificultad para recaudar im- puestos 12. Aún con grandes obstáculos, España pudo gobernar razonablemente bien esas lejanas provincias y sacar mucho provecho de ellas. La Corona res- pondió a los retos sin precedentes de la distancia que la separaba de los reinos americanos y mantuvo –según observa Elliott– un aceptable grado de orden pú- blico y respeto a su autoridad 13. En algún momento se consideró que el siglo XVII novohispano había sido una época de suyo monótona; un paréntesis entre dos centurias cuyo devenir había generado mayor interés. Actualmente se acepta que esta centuria no fue

9 O. MAZÍN ha hablado, incluso, de “renovación historiográfica” para este periodo en su “Reseña” a A. AMADORI: Negociando la obediencia…, en Historia Mexicana 257 (2015), pp. 424-431. 10 J. H. ELLIOTT: “España y América…”, op. cit., p. 7. 11 Para dar una idea de la magnitud del territorio bajo la soberanía de España en el septentrión americano, éste abarcaba la actual República Mexicana, California, Nevada, Colorado, Utah, Nuevo México, Arizona, Texas, Oregón, Washington, Florida, parte de Idaho, Montana, Wyoming, Kansas, Oklahoma y Luisiana. así como la parte suroeste de la Columbia Británica (actual Canadá). 12 C. ÁLVAREZ DE TOLEDO: Juan de Palafox, obispo y virrey, Madrid 2011, p. 163. 13 J. H. ELLIOTT: “España y América…”, op. cit., p. 7.

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rutinaria y mucho menos estuvo exenta de alteraciones. No fue este “un perio- do tranquilo” en que la vida de la colonia “se deslizaba sin ruido y sin brillo” 14 y tampoco se trataba de un espacio que, por ser periférico, se encontraba igno- rado por las autoridades metropolitanas. Pierre Ragon ha hablado de una “vida política agitada” durante el periodo de 1610 a 1660 15. Nueva España en el si- glo XVII observaba un gran dinamismo, como respuesta a las tensiones produci- das por el absolutismo hispano y por la propia transculturación. Fue este un momento conformativo de la forma de ser de lo que después sería la nación me- xicana. En contraste con la metrópoli, el virreinato adquiriría su madurez eco- nómica y cultural hacia 1640 y adoptaría su propia fisonomía, distinta a España. Cuando Felipe IV subió al trono, ya destacaban elementos de identidad bien definidos en sus posesiones de ultramar, con matices propios expresados de di- ferentes formas, en que se reconocían los novohispanos como parte del conglo- merado imperial español, pero además, y al mismo tiempo, como hijos de una tierra distinta y distante de la Península. En este trabajo se verá que el siglo XVII fue una época de tensión, de conflic- tos y continuas pugnas entre los diversos sectores de la sociedad, al crearse nue- vos códigos de socialización y de control. La línea divisoria entre Iglesia y Estado en la América española nunca estuvo demasiado definida, y los conflic- tos entre obispos y virreyes fueron un rasgo constante en la vida colonial 16. Pero también los hubo –y muy fuertes– en las filas de la propia Iglesia, entre el clero regular y el secular. De la misma forma, la polarización entre los españoles pe- ninsulares y los nacidos en América creció por la competencia en los negocios y por el acceso a los cargos públicos. Junto con las órdenes religiosas, los cabildos, las cofradías y la Universidad, empezaron a destacar nuevos sectores, como los artesanos, mercaderes, terrate- nientes y burócratas, que desplazaron a los antiguos grupos privilegiados, los

14 V. RIVA PALACIO: México a través de los siglos, t. II, México 1884, p. xii. 15 P. RAGON: “Entre reyes, virreyes y obispos, la ‘corrupción’ en debate (Nueva España, siglo XVII)”, en Debates sobre la corrupción en el mundo ibérico, siglos XVI-XVIII. Congreso, Madrid, 8 y 9 de mayo de 2017, p. 5 (Memorias en prensa) [https://hal.archives- ouvertes.fr/hal-01628573]. 16 J. H. ELLIOTT: “España y América…”, op. cit., p. 14. Por su parte, A. DOMÍNGUEZ ORTIZ informa que, en el ámbito religioso, la línea divisoria con los poderes del Sumo Pontífice nunca estuvo muy clara: La sociedad americana y la Corona española en el siglo XVII, Madrid 1996, p. 18.

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frailes, encomenderos e indios nobles 17. La sociedad se organizó a través de una estructura corporativista que originó una relación de sujeción y de obediencia. Por otro lado, se consolidó la élite criolla, no solo en el ámbito económico y so- cial, sino también en el aspecto de toma de consciencia de su lugar en el mun- do. El siglo XVII marca la reivindicación de los españoles nacidos en América frente a los europeos, lo que se muestra constantemente en un tipo de retórica de exaltación y defensa de los valores locales, de la “patria” propia, fenómeno que se ha denominado “criollismo”. Por ello, en este periodo hubo movimien- tos de oposición política, resistencias y rebeldías. América fue un entorno clave de las relaciones internacionales en la época de Felipe IV. Las circunstancias europeas y las nuevas tendencias mercantilis- tas forzaron al aumento de la interdependencia de España y las Indias. La pla- ta americana fue crucial para la actividad financiera, no solo de la metrópoli, en una época difícil para la Monarquía, sino para todo el continente 18. Al mismo tiempo, Nueva España fue un territorio en expansión, gracias al incentivo que daba la búsqueda de vetas minerales, lo que impulsó la colonización al norte de la antigua Mesoamérica y ensanchó aún más los confines del imperio. Este es, en suma, el ámbito que, de manera sucinta, se describirá en las pá- ginas que siguen.

17 A. RUBIAL: El Paraíso de los elegidos. Una lectura de la historia cultural de Nueva España (1521-1804), México 2010, p. 56. 18 El Conde-Duque pidió, en 1622, un inventario de bienes novohispanos (J. H. ELLIOTT: “España y América…”, op. cit., p. 31). De 1600 a 1620, las remesas de plata tuvieron los niveles más altos. Huguette y Pierre CHAUNU: Séville et l Atlantique (1504- 1650), Paris 1960; J. LYNCH: España bajo los Austrias, Barcelona 1973, p. 5; E. J. HAMILTON: El tesoro americano y la revolución de precios en España, 1501-1650, Barcelona 1975; P. BAKEWELL: Silver Mining and Society in Colonial México. Zacatecas 1546-1700, Cambridge 1971. También M. MORINEAU: “Un aluvión de oro y plata: Los caudales de Indias”, en G. DE CARLOS BOUTET (coord.): España y América. Un océano de negocios. Quinto Centenario de la Casa de la Contratación 1503-2003, Sevilla 2003-2004, pp. 209-222.

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DE LAS CARACTERÍSTICAS DISTINTIVAS DE LO NOVOHISPANO

Nueva España: Un mundo “barroco”

El martes 27 de julio de 1621, llegó la noticia a la ciudad de México de la muerte del rey Felipe III, acaecida el 31 de marzo de ese año. Las novedades, aún las más trascendentes, tomaban tiempo en llegar desde la otra orilla del Atlántico en las flotas que cruzaban el océano. El ayuntamiento de México preparó con gran fasto la “jura” de obediencia a Felipe IV con motivo de su ascenso al trono, reconociendo la soberanía de la nueva majestad real. El acto se llevó a cabo en la plaza Mayor de la ciudad y la composición conmemorativa fue encargada al poe- ta extremeño y capellán del cabildo, Arias de Villalobos (1568-?) 19. El festejo era propio de una ciudad opulenta, vistosa, festiva, derrochadora, escenario de múl- tiples dramas cotidianos, en que se gastaban raudales de oro y plata para engran- decerla; era, en suma, característico de una urbe “barroca”. Al decir de Iván Escamilla, los rasgos dominantes de la cultura americana son el criollismo y el barroco 20. Abordaremos en este apartado estas dos peculiarida- des y, añadiremos un elemento más, que también caracteriza al mundo aquende el Atlántico: el crisol racial. El siglo XVII se ha definido como “el siglo barroco” 21.

19 La obra de Arias de Villalobos ha merecido atención de varios estudiosos de las letras e historiadores. Ver K. KOHUT: “México fundado: El canto intitulado Mercurio de Arias de Villalobos”, en G. MARTIN, G. ALONSO DUVIOLS, J. P. DUVIOLS (eds.): Le Monde Hispanique. Histoire des Fondations. Hommage au professeur Annie Molinié-Bertrand, Paris 2012, pp. 489- 502; E. B. DAVIS: “La épica novohispana y la ideología imperial”, en R. CHANG-RODRÍGUEZ (coord.): Historia de la literatura mexicana, México 2002, vol. II, pp. 129-153. 20 I. ESCAMILLA: “La Iglesia y los orígenes de la Ilustración novohispana”, en M. del P. MARTÍNEZ LÓPEZ-CANO (coord.): La Iglesia en Nueva España. Problemas y perspectivas de investigación, México 2010, p. 105; M. MORAÑA: “Sujetos sociales: poder y representación”, en R. CHANG-RODRÍGUEZ (coord.): Historia de la literatura mexicana, op. cit., p. 49. Escamilla y Moraña coinciden en que la sociedad criolla le dio una nueva dimensión a la concepción barroca del mundo, al tiempo que ésta desarrollaba sus propios proyectos sociales e ideológicos. 21 F. RODRÍGUEZ DE LA FLOR fecha el barroco en España de 1580 a 1680, momento en que la reorganización tridentina comienza a entrar en su fase de clímax: Barroco. Representación e ideología en el mundo hispánico. 1580-1680, Madrid 2002. Por su parte, J. A. MARAVALL afirma que se da con más intensidad en España de 1605 a 1650: La cultura del barroco, Barcelona 1975, pp. 35 y 176; F. BRAUDEL: Out of Italy, 1450-1650, Tours 1989, p. 34. En Nueva España, este movimiento es perceptible en los ámbitos urbanos ya claramente después de 1620 y se prolonga hasta la tercera década del siglo XVIII.

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Conviene recordar que este término fue utilizado desde el siglo XVIII, de forma pe- yorativa, para describir el estilo artístico característico entre el Renacimiento y el Neoclásico, basado en la complicación estilística, en las líneas exuberantes, en el exceso de ornamento, en lo desmesurado y extravagante, en la riqueza y el bri- llo. En el plano literario, apunta a la aparente distorsión formal, a las frases rebus- cadas, a los giros audaces determinados por un fondo erudito y una forma artificiosa, así como al ingenio a través de la metáfora y a la estilización acentuada de rasgos que refleja, en última instancia, la tensión entre la vida y el espíritu 22. Hasta el siglo XX es que se llevó a cabo una evaluación positiva del barroco y ya no únicamente para señalar la producción plástica, artística o poética del siglo XVII, con el sentido despectivo antes mencionado, sino también para alu- dir a las múltiples manifestaciones vitales que entonces se expresaron. Así, las expectativas del término se ampliaron, y apuntaron al ámbito total de la histo- ria así como a todas las esferas de la conducta 23. Pese a ello, incidió en la crea- ción del teatro moderno y de la ópera; fue testigo de la investigación científica experimental y guió el camino en que se fundamentó la ciencia moderna. Fue, en suma, “una de las grandes edades de la historia europea” 24. Fernand Braudel señaló que, detrás de este movimiento, había, más que un estilo, una forma de ser, una particular visión de la vida y del mundo, “una nue- va forma de gusto y cultura”, que rebasó los aspectos artísticos. José Antonio Maravall habla de una transformación general y profunda, sobre todo en el mundo mediterráneo 25, debida al conflictivo periodo que caracterizó a esta época y que fue una respuesta al desasosiego y a la inestabilidad. Como fenómeno cultural, el barroco determinó un código de valores y un sistema de creencias y de costumbres. Para Maravall, regresando a él, el hombre barroco “avanza por la senda de su vivir cargado de necesidad problemática y, en consecuencia, dramática, de atender a sí mismo, a los demás, a la sociedad, a las

22 Las obras literarias se caracterizan no solo por el exceso en el detalle y los patrones prosísticos complejos, sino también en cuanto a la digresión, la moraleja, la alegoría y la intelectualización de la realidad a través de los dichos audaces del lenguaje (K. ROSS: The Baroque Narrative of Carlos de Sigüenza y Góngora. A New World Paradise, Cambridge 1993, pp. 45-46). 23 J. A. MARAVALL: La cultura del barroco, op. cit., p. 48. 24 F. BRAUDEL: Out of Italy…, op. cit., pp. 119 y 166. 25 J. A. MARAVALL: La cultura del barroco, op. cit., pp. 35 y 176.

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cosas” 26. El mundo fue visto como una lucha de opuestos donde se tejía una compleja red de situaciones contrarias que generaban angustia. El hombre se sentía como una criatura frágil en un espacio abierto, incierto y variable. Rosario Villari describe, dentro de esta esfera psíquica y sentimental, la convivencia na- tural en los individuos y, por ende, en la sociedad, de elementos contrarios: tra- dicionalismo y novedad, conservadurismo y rebelión, amor a la verdad y culto al disimulo, cordura y locura, sensualidad y continencia, misticismo y mundanidad, superstición y racionalidad, austeridad y consumismo 27. Maravall añade a estas otras características, como lo real permeado con lo fantástico, lo oscuro con lo lu- minoso, lo frenético con lo plácido y lo razonable con lo irracional, como expre- siones de la cultura de este tiempo. Es como si las características del claroscuro del arte barroco se trasladaran a las necesidades anímicas. Desde el punto de vista religioso, el barroco se expresa por sentimientos de una piedad exacerbada que en ocasiones deriva en fanatismo, en dogmatismo o en franca intolerancia. La religiosidad se manifiesta a través de elementos cuyo fin es conmover, emocionar e impresionar. El hombre se siente sometido a dudas exis- tenciales, abrumado por el peso del pecado y sobrecogido por lo milagroso o lo portentoso. La piedad popular se desplegó en lo sentimental, en lo ilógico, en lo espontáneo y, por supuesto, en las formas de culto, que no han sucumbido al paso del tiempo: las procesiones, la beatería, la milagrería, la inclinación por todo aquello que causa fervor, que despierta afectos, en el amor por lo variado y lo pro- fuso, etc. De hecho, también en el movimiento se tocan sutilmente la teología y la experiencia mística. El carácter entusiasta y triunfalista del barroco exterioriza la intensidad vital de manera teatral. Esto permite entender en el mundo novo- hispano de entonces el exceso, el esplendor, el pintoresco boato, la profusión de detalles, el exagerado ceremonial, la desmedida devoción por las imágenes y, aun- que parezca contradictorio, del placer de la belleza sensual. Es difícil sustraer el factor hispánico en el barroco. Este deriva del humanis- mo y surge en la dicotomía del movimiento histórico de la Reforma y la Con- trarreforma. Está ligado con la defensa de los valores católicos postridentinos que España hizo suyos, pero también las propias circunstancias de crisis en la época de Felipe IV, esto es, los fracasos políticos, el régimen represivo, el desor- den monetario y la depresión económica, fueron elementos que detonaron su

26 J. A. MARAVALL: La cultura del barroco, op. cit., p. 347. 27 R. VILLARI (coord.): El hombre barroco, Madrid 1991, p. 13.

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desenvolvimiento. De allí la tensión, la complejidad y el contraste. El barroco floreció más en sistemas autocráticos, jerárquicos y autoritarios. El mundo colonial de la Nueva España asimiló las formas culturales de Espa- ña y la propia experiencia americana le dio un sello especial. Braudel percibió co- mo en América el “barroco colonial puso fuertes raíces y dio como resultado una vegetación exótica” 28. Por su parte, Mariano Picón-Salas destacó el carácter pro- pio del barroco latinoamericano, con sus elementos diferenciadores en relación a Europa, entre las que primeramente despunta la “colisión de razas” 29. Para el estudio de la realidad novohispana que Antonio Rubial propone, la época de Felipe IV (1621-1665) se ubicaría entre la era del universalismo ma- nierista (1565-1640) y la del barroco (1640-1750), un periodo que, según el autor, fue de consolidación, y estuvo marcado por profundos cambios 30. No podemos terminar este apartado sin mencionar a personajes pintorescos que llenaron el imaginario popular en el ámbito barroco novohispano. Desta- can, por ejemplo, Catalina de Erauso, “la monja Alferez” (1592-1650), Martín de Villavicencio y Salazar, conocido como “Martín Garatuza” (1600-?) y Gui- llén de Lampart (1611-1659). Catalina había nacido en España y, al decir de Pa- loma Martínez-Carbajo, traspasó todo tipo de fronteras sexuales, sociales, religiosas y territoriales, caso muy raro para una mujer en aquel tiempo 31. Sien- do novicia en España, se fugó del convento, se vistió de hombre para aventurar- se libremente por el mundo. De hecho, se habla más bien de una conversión al sexo opuesto, lo que le permite que su género pase desapercibido. Incontables son las peripecias de esta mujer, que conoce incluso la cárcel, de la que se esca- pa varias veces, para parar en y Perú, donde se destaca como militar en las campañas contra los indígenas; vuelve a España y conoce personalmente a Felipe IV y poco después, cuando visita Roma, se entrevista con el Papa, quien le permite presentarse como hombre, por sus logros militares y, por último, ter- mina en Nueva España, donde muere 32.

28 F. BRAUDEL: Out of Italy…, op. cit., p. 166. 29 M. PICÓN-SALAS: A Cultural History of Spanish America, Berkeley 1963, p. 87. 30 A. RUBIAL: El Paraíso de los elegidos…, op. cit., pp. 54 y ss. 31 Consultado el 5 de junio en www.hispanetjournal.com/transgeneroErauso.pdf, diciembre de 2008. 32 J. I. TELLECHEA IDÍGORAS: Doña Catalina de Erauso: la monja alférez, San Sebastián 1992.

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Por su parte, el pícaro Martín Garatuza, se hizo pasar por sacerdote durante muchos años. Viajó por Nueva Galicia y Oaxaca, donde cantaba misa y daba la ab- solución a los fieles, incluso, engañando a obispos y arzobispos a quienes confesa- ba. Fue aprehendido y llevado ante la Inquisición y en el Auto de fe de 1648, recibió castigo en azotes y humillación pública 33. Más grave fue el asunto de Guillén de Lampart, hijo y nieto de revolucio- narios irlandeses, llegó a Nueva España en 1640, en uno de los convoyes que es- coltaba al virrey Escalona y al obispo Palafox a su nuevo destino en América. Utilizando documentación falsa, intentó hacerse pasar por hijo de Felipe III y pretendió tomar el control del gobierno del virreinato. Cuestionó la legitimidad de la conquista española y habló, incluso, de emancipar a los indios, negros y mestizos al llegar al poder. Sus planes fueron descubiertos, fue procesado por la Inquisición y, finalmente, condenado a morir en la hoguera en 1659 34.

El criollo en ascenso

El barroco hispanoamericano se relaciona con el criollo en ascenso. Ya se ex- plicó en el trabajo previo a este, el de la Nueva España en la época de Felipe III, cómo se define al criollismo y cuál fue su desarrollo en los primeros veinte años del siglo XVII. Cabe ahora señalar que, durante los casi cincuenta años del go- bierno de Felipe IV, se consolidó este fenómeno en el ámbito colonial. El español nacido en América sentía cada vez más afinidad a su propio gru- po social y lealtad a la tierra donde había nacido. Como explica Elliott, “patria” significaba una comunidad fundada en un espacio en el que se participaba y convivía, con memorias, experiencias históricas, leyes e instituciones comparti- das e igualdad de patrones de vida y comportamiento 35. Mabel Moraña, por su parte, habla de instancias protonacionales, protagonizadas por el grupo criollo en proceso de su consolidación y predominio 36. La Monarquía optó por mantener a los peninsulares en los puestos más impor- tantes y codiciados de la administración en Indias. A pesar de la discriminación

33 J. JIMÉNEZ RUEDA: Tres personajes de la época colonial en Puebla, Puebla 2002. 34 A. MARTÍNEZ BARACS: Don Guillén de Lampart, hijo de sus hazañas, México 2012. 35 J. H. ELLIOTT: Spain, Europe and the Wider World…, op. cit., p. 59. 36 M. MORAÑA: “Sujetos sociales…”, op. cit., p. 53.

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que sentían los criollos, no eran un sector oprimido o indefenso 37. Su aspiración era acceder a cargos de mayor influencia en la política y tener la oportunidad, so- bre todo, de entrar en los cabildos, principal foro de negociación política en Nue- va España, así como en el clero secular, dentro de la Iglesia. En el transcurso de estos años, fueron ganando posiciones de mayor relevancia en la administración. Asimismo, destaca su relación con las principales ciudades del virreinato, sobre todo, como observa Solange Alberro, con la de México, que fue “el crisol en el que se efectuaron los miles de intercambios que indujeron y estimularon las múltiples evoluciones colectivas e individuales que acabaron por dar a luz a los mexicanos” 38. El criollo le dio carácter a la ciudad, inyectó una nueva forma de representación social y centró en ella sus intereses, sus ansias de innovación y sus gustos estéticos. Los criollos no formaban una clase cohesionada. Había en la sociedad dos ti- pos de ellos: los descendientes de los primeros conquistadores y colonizadores, que defendían el valor y la virtud de su linaje y, por otro lado, aquellos que per- tenecían a una nueva generación de emprendedores, de gente adinerada, a quie- nes despectivamente les llamaban “advenedizos” 39. Estos últimos ganaron una mayor influencia social y personalidad en la vida pública, basada en el poder económico, adquirido a través de la acumulación de tierras, el comercio y la mi- nería. Como amasaron dinero, tuvieron la posibilidad de comprar cargos, apro- vechando la necesidad de la Corona por adquirir recursos. Sin embargo, los criollos no pudieron lograr en esta época que se les diera mayor autonomía a cambio del pago de impuestos. El español nacido en América se legitimó a través de la religión católica, de la herencia hispana y del pasado indígena, como veremos a lo largo de este estudio.

La gran urbe de México y otras ciudades del virreinato

En el estudio sobre la Nueva España en la época de Felipe III, se hizo am- plia referencia a la ciudad de México, la más grande e importante del imperio

37 C. ÁLVAREZ DE TOLEDO: Juan de Palafox…, op. cit., p. 119. 38 S. ALBERRO: Del gachupín al criollo. O de cómo los españoles de México dejaron de serlo, México 1992, p. 153. 39 C. ÁLVAREZ DE TOLEDO: Juan de Palafox…, op. cit., p. 118; J. MUÑOZ PÉREZ: “La consolidación de la sociedad indiana”, en L. NAVARRO GARCÍA (coord.): Historia de las Américas, op. cit., vol. II, pp. 627, 659.

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americano. Más tarde, en la época del “Rey Planeta”, la urbe continuó impre- sionando a propios y extraños, destacándose su posición de capital política, ad- ministrativa y religiosa del virreinato 40. María Alba Pastor, señala que “una de las características de la cultura barro- ca es la construcción de la urbe como el espacio donde se dan cita la libertad y la represión” 41. Por su parte, Maravall y Fernando R. de la Flor fijan su atención en los caracteres de la ciudad barroca 42, tan en consonancia con los intereses principescos y de Estado, donde se levantan templos y palacios, se organizan fiestas, corridas de toros y tocotines, se llevan a cabo grandes procesiones e im- presionantes autos de fe, para ser atestiguados por las multitudes. Ya Maravall había señalado que los movimientos de masas, las muchedumbres, eran carac- terísticos de la visión barroca del mundo 43, mientras que Antonio Rubial ha en- fatizado que en este tiempo, “la ciudad de México era matriz de encuentros multiétnicos y forjadora de símbolos” 44 y empezaba a imponerse como modelo y prototipo de todas las urbes del territorio. El viajero andaluz, Antonio Vázquez de Espinosa, aporta una de las mejores descripciones de la metrópoli, pocos años antes de la llegada al trono de Felipe IV. La señala como una populosa y opulenta ciudad, “de las mejores y mayores del mundo, de excelente temple, donde no hace frío ni calor, de maravilloso cielo y sanos aires”. Construida con casas labradas de finísima piedra colorada, de muy buena fábrica, anchas y derechas calles, abastecida y barata, era, en suma, “uno de los lugares más abundantes y regalados del mundo”. Además, el cronista seña- laba que la metrópoli tenía más de 80 mil habitantes indios y 15 mil españoles 45.

40 A. RUBIAL: La plaza, el palacio y el convento. La ciudad de México en el siglo XVII, México 1998; F. DE LA MAZA: La Ciudad de México en el siglo XVII, México 1968 y J. GALINDO Y VILLA: Historia sumaria de la Ciudad de México, México 1955. 41 M. A. PASTOR: “Criollismo, religiosidad y barroco”, en B. ECHEVERRÍA (comp.): Modernidad, mestizaje cultural y ethos barroco, México 1994, p. 188. 42 J. A. MARAVALL: La cultura del barroco, op. cit., pp. 125-126 y 162; R. CHANG- RODRÍGUEZ: “Poesía lírica y patria mexicana”, en R. CHANG-RODRÍGUEZ (coord.): Historia de la literatura mexicana, op. cit., pp. 153-161. 43 J. A. MARAVALL: La cultura del barroco, op. cit., p. 169. 44 A. RUBIAL: El Paraíso de los elegidos…, op. cit., pp. 199 y 209. 45 A. VÁZQUEZ DE ESPINOSA: Compendio y descripción de las Indias Occidentales (1628- 1629), Washington, D.C., 1948, p. 435.

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En su poema Mercurio, el ya citado Arias de Villalobos, encargado de la com- posición de la jura de Felipe IV, refería que México era tan grande e imponente como la misma Roma, cosa que repetiría el historiador Gil González Dávila en 1648, cuando hablaba de México como “ciudad nobilísima en el Nuevo Mundo de las Indias” 46. Arias afirmaba que la corte de Castilla aventajaba a México so- lamente por que contaba con la presencia física del monarca 47. Todo esto lo con- firmaría el viajero inglés Thomas Gage, cuyas descripciones de la ciudad de México en 1625 cabalmente coincidían con las de los cronistas anteriores 48. Por su parte, en 1642, el obispo de Puebla, Juan de Palafox comentaba que la ciudad de México merece muy bien las honras que debe esperar de la gracia de Su Majestad y de sus ministros, porque es sumamente fiel y son sus hijos resignados y prontos a su mayor servicio, por ser Metrópoli de estos reinos... 49. Cuando Felipe IV subió al trono se reporta que había en esta gran urbe ca- si ocho mil casas y para 1650 el censo reportaba unas treinta mil. Allí estaban las instancias de justicia, el asiento de la casa de moneda, los edificios de la uni- versidad y las casas del cabildo, así como el tribunal del consulado de comer- ciantes, sector que, junto con los hacendados, era, en gran medida, responsable del crecimiento económico y que se convirtió en un elemento de presión para la Corona. La plaza Mayor era el lugar de intercambio comercial, espacio de co- municación entre los vecinos, así como ámbito en que se llevaban a cabo los ri- tuales y fiestas 50. La cultura del barroco fue proclive a la fiesta y al brillo, a la

46 G. GONZÁLEZ DÁVILA: Teatro Eclesiástico de la primitiva iglesia de las Indias Occidentales, Madrid 1649, p. 3. 47 K. KOHUT: “Grandezas Mexicanas. El ‘Canto intitulado Mercurio’ de Arias de Villalobos”, en J. RODRÍGUEZ y M. PÉREZ (eds.): Amicitia fecunda. Estudios en homenaje a Claudia Parodi, Madrid 2015, pp. 31-54. Agradezco al autor el haberme facilitado su manuscrito. N. PULLÉS-LINARES: “Laudes Civitatis y los hechos de la conquista de México en Canto intitulado Mercurio (1603) de Arias de Villalobos”, Calíope. Journal of the Society for Renaissance and Baroque Hispanic Society 16/1 (2010), pp. 73-94. 48 T. GAGE: Nueva Relación de las Indias Occidentales, 1648. Para este trabajo, utilicé la siguiente edición: T. GAGE: Nueva Relación que contiene los viajes de Tomás Gage en la Nueva España, Paris 1838, pp. 124 y 170. 49 G. GARCÍA: Documentos inéditos o muy raros para la historia de México, t. VII, México 1906, p. 87. 50 I. KATSEW realiza un estudio muy interesante sobre el significado del ritual antes y después de la conquista en “Remedo de la ya muerta América. The Construction of Festive

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alegoría y la expresividad, que hace inteligibles estas aparatosas representacio- nes. En estas ocasiones se llevaban a cabo, además, los pactos entre los distintos sectores sociales. Por otro lado, los festejos religiosos, que se organizaban a ca- bo en las principales ciudades del virreinato, eran un elemento muy importante de cohesión social y de identidad cultural. Entre 1642 y 1649, Palafox terminó la catedral de Puebla, que consagró con gran lucimiento y en 1656 se dedicó la catedral de México, “el más bello edificio del reino y uno de los más hermosos templos de toda la monarquía de España” 51. Con su fina ironía, Gage afirmaba que todo cuanto deleita y divierte los sentidos abunda en la ciudad de México, y aún en los templos que deberían estar consagrados al servicio de Dios, y no dedicados al placer de los hombres 52. El dominico opinaba que por la libertad que gozaban las mujeres, la altivez e insolencia de los negros y mulatos, la lascivia de los bailes y la soberbia de los vecinos españoles que ostentaban riqueza México podía considerarse una “se- gunda Sodoma” 53. La ciudad de México sufrió fuertes inundaciones en 1623, 1627 y en 1629. Esta última dejó a la urbe bajo las aguas por más de tres años y causó centena- res de muertes. El rey incluso llegó a considerar el que se abandonase la ciudad, pero esto no se llevó a cabo. En cambio, se intensificaron los esfuerzos para me- jorar los sistemas de desagüe. Durante el reinado de Felipe IV, crecieron o se fundaron nuevas ciudades. Tras la inundación de 1629, el 70% de la población de la ciudad de México abandonó sus hogares y Puebla pasó a ser la primera ciudad del virreinato 54.

Rites in Colonial Mexico”, en I. KATSEW (ed.): Contested Visions in the Spanish Colonial World, New Haven and London 2011, pp. 151-176. 51 F. J. ALEGRE: Historia de la Compañía de Jesús en Nueva España, México 1842, p. 405. Ya había dado noticia el presbítero G. M. GUIJO en su Diario (1648-1664), México 1952, vol. II, p. 208. 52 T. GAGE: Nueva Relación…, op. cit., p. 184. 53 Ibidem, p. 179. 54 O. MAZÍN: “Los rostros de cronos o el ensanchamiento mental del Atlántico hispánico en la Nueva España del siglo XVII”, en M. E. VÁZQUEZ, K. ZIMMERMANN y F. SEGOVIA (eds.): De la lengua por solo la extrañeza.Estudios de lexicología, norma lingüística, historia y literatura en homenaje a Luis Fernando Lara, México 2011, vol. II, p. 1020.

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Generosa en conventos e iglesias que denotaban su riqueza, la ciudad angelopo- litana tenía una fuerte presencia de oligarquías locales poderosas, con negocios, sobre todo, en la minería y en actividades comerciales, que buscaba privilegios y consolidar su influencia y control. En las ciudades principales, las familias aco- modadas lograban ocupar cargos importantes no reservados a españoles, como regimientos y alcaldías y controlaban la política local. En esta época, Querétaro, a la que el historiador Alegre llamaba “El Paraíso de la América” 55 consiguió tí- tulo de ciudad y escudo de armas en 1654; San Luis Potosí, el título de ciudad en 1650.

EL CRISOL SOCIAL NOVOHISPANO

La polaridad de dos mundos: Indios y españoles

Como se enfatizó anteriormente, una de las notas más fuertemente distinti- vas del mundo americano respecto del europeo fue su población autóctona, re- ducida tras la caída del imperio mexica y diezmada por las enfermedades llegadas de Europa, que resultaron en una elevada mortandad. Con todo y la tragedia que envolvió la Conquista, los indígenas se incorporaron paulatina- mente en la vida social, económica y cultural de la colonia, lo que aseguró su pervivencia, cosa que no sucedió en los proyectos coloniales de Inglaterra y de Holanda en América en esa misma época 56. En este tiempo, fue plausible la adaptación del mundo indígena a los patrones del estilo de vida hispánico 57, pe- ro también, como refiere Elliott los dos mundos que entraron en contacto en el siglo XVI estaban “unidos entre sí en numerosos puntos, pero manteniendo sus identidades diferentes” 58.

55 F. J. ALEGRE: Historia de la Compañía de Jesús…, op. cit., p. 160. 56 J. A. ORTEGA Y MEDINA: La evangelización puritana en Norteamérica, en C. GONZÁLEZ y A. MAYER (eds.): Obras de Juan A. Ortega y Medina, México 2013, vol. II, pp. 21-401. También A. MAYER: “Angloamérica”, en A. MAYER y P. PÉREZ HERRERO (coords.): Los amerindios en la narrativa occidental, Alcalá de Henares 2010, pp. 265-301. 57 J. LOCKHART: The Nahuas After the Conquest. A Social and Cultural History of the Indians of Central Mexico, Sixteenth Through Eighteenth Centuries, Stanford 1992. Hay edición en español, México 1999. 58 J. H. ELLIOTT: “España y América…”, op. cit., p. 24.

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Una de las herencias más trascendentes del proyecto civilizador de España en América fue que se conformó un sistema social y político en el cual se dio cabida al grupo indígena. En el siglo XVII, resulta muy clara la presencia de los pueblos originarios en todas las manifestaciones visuales del mundo novohis- pano. En los arcos triunfales de esta época, aparecen “con preciosísimas ropas, con tilmas de plumería y oro, a veces bailando a los sones de la música, sus vis- tosos tocotines o mitotes” 59. Lo mismo se puede decir de la pintura, que in- forma a quien la mira de las diferentes situaciones sociales de aquel entonces, de las costumbres y de la cultura. Como explica Jorge Traslosheros, la persona jurídica llamada “indio” era el habitante de la antigua Mesoamérica que se había incorporado a la Monarquía como vasallo, sujeto de derechos y obligaciones, como resultado de la conquis- ta, encajado ya en la tradición cristiana europea, al indígena se le consideraba un ser humano de plena racionalidad. Su condición estaba ya bien definida ha- cia el último tercio del siglo XVI: era un vasallo libre, no sujeto ni a esclavitud ni a servidumbre, cristiano nuevo, inocente, de miserable condición, con derecho a su jurisdicción, a su gobierno y sus formas de propiedad, pero en situación de desventaja ante los demás pobladores de las Indias Occidentales, por lo que era considerado y tratado como menor de edad y debía permanecer bajo la tutela de la Corona y de la Iglesia 60. La crisis demográfica de finales del siglo XVI dejó sentir sus estragos en Nue- va España aún bien entrada la centuria siguiente. La mortandad indígena no paró sino hasta 1620-30 61. Para 1650, había menos de un millón de pobladores origi- narios en el virreinato 62. Esta desoladora situación favoreció la concentración de

59 M. ZUGASTI: La alegoría de América en el barroco hispánico: del arte efímero al teatro, Valencia 2005, p. 137. 60 J. TRASLOSHEROS: “Invitación a la historia judicial. Los tribunales en materia religiosa y los indios de la Nueva España. Problemas, objeto de estudio y fuentes”, en M. del P. MARTÍNEZ LÓPEZ-CANO (coord.): La Iglesia en Nueva España…, op. cit., p. 136. 61 J. MIRANDA propone el año de 1630 como punto más trágico del descenso poblacional indígena en “La población indígena de México en el siglo XVII”, Historia Mexicana 46 (1962), pp. 182-189, aquí p. 185. E. FLORESCANO y E. MALVIDO: Ensayos sobre la historia de las epidemias en México, 2 vols., México 1982, indican ya 1620 como el punto más bajo. 62 S. GRUZINSKI: La colonización de lo imaginario. Sociedades indígenas y occidentalización en el México español. Siglos XVI-XVIII, México 1988, p. 229.

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tierras en manos de españoles 63, pero también causó la falta de mano de obra pa- ra la minería y la agricultura. En la etapa que nos ocupa, los amerindios estructuraron sus instituciones co- munitarias, en que se pasó de un sistema de señoríos, a uno de ayuntamientos, con cabildos indígenas, una estructura más acorde con el gobierno de la Monarquía 64. En la ciudad de México, destacaban sus barrios, representados por alcaldes y regi- dores y con sus propios tribunales. Se habían sometido a la autoridad de la Iglesia y de los reyes de Castilla a través del “Requerimiento” (documento redactado en 1513 por el jurista Palacios Rubios), procedimiento por el cual estos pobladores quedaban sujetos a los reyes de España. Durante toda la época colonial, se dieron relaciones tanto de conflicto como de convivencia entre españoles e indios y las quejas por el maltrato de estos por parte de los colonos continuaron en el siglo XVII, por lo que la justicia buscó protegerlos de la explotación. Según Elliott, exis- tía una incompatibilidad fundamental entre el deseo de la Corona de proteger a los indios y el de incrementar sus ingresos en las posesiones americanas. La perma- nente escasez de recursos financieros condujo a no poder prescindir del tributo ni del trabajo indígena 65, y a ejercer presión sobre este grupo para aumentar la pro- ductividad, a través de funcionarios conocidos como “corregidores de indios”, en- cargados de supervisar su labor, la recaudación, y el ejercicio de la justicia, con los consiguientes abusos que esto trajo. Palafox definía a los naturales como “utilísimos y fidelísimos vasallos de las Indias”, “mansas ovejas” cuyo trabajo fecunda y hace útiles las minas, cultiva los campos, ejercitan los oficios y artes de la república... si se acabasen los indios se acabarían del todo las Indias, porque ellos son los que las conservan a ella 66. Las oligarquías regionales, que cobraban mayor fuerza a medida que se de- bilitaba cada vez más el gobierno central en Madrid 67, pugnaron por poner a

63 F. CHEVALIER: La formation des grands domaines au Mexique, Paris 1952; E. VAN YOUNG: “Mexican Rural History since Chevalier: The Historiography of the Colonial Hacienda”, Latin American Research Review 18 (1983), pp. 5-61. 64 F. QUIJANO VELASCO: Las repúblicas de la Monarquía. Pensamiento constitucionalista y republicano en Nueva España 1550-1610, México 2017, pp. 246-261. 65 J. H. ELLIOTT: “España y América…”, op. cit., p. 21. 66 J. DE PALAFOX Y MENDOZA: Virtudes del Indio, Madrid 1893, pp. 103, 115 y 125. 67 J. H. ELLIOTT: “España y América…”, op. cit., p. 27.

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los indígenas bajo su servicio, para su beneficio. Las quejas por parte de criollos terratenientes descontentos por el control que ejercían las autoridades y los frailes sobre la mano de obra indígena y el cobro de tributos fue una constante en el periodo. Al decir de Cayetana Álvarez de Toledo, los indígenas eran un ac- tivo económico imprescindible, “la base misma de la economía trasatlántica” 68. Por otra parte, se temía que, siendo los naturales “plantas tiernas en la fe”, re- cibieran mensajes doctrinales equivocados y se tendió a vigilar la buena recepción del catolicismo entre ellos, así como velar por el cumplimiento de las normas cristianas. Los amerindios estaban sujetos a los frailes, quienes controlaron la distribu- ción de mano de obra de este sector tan necesario para la producción del cam- po y la minería, hasta que la nueva política contra las órdenes mendicantes hizo que fuera prerrogativa del episcopado supervisar tanto el bienestar material como el progreso espiritual de la comunidad indígena 69. Una de las obligaciones prin- cipales de los sacerdotes párrocos –como lo ha estudiado Magnus Lundberg– fue la de evitar que los indígenas volvieran a sus idolatrías 70. Se les prohibió osten- tar adornos y atavíos de sus pasadas costumbres, cantar o bailar dentro de las iglesias según sus antiguos rituales, rendir culto a sus ídolos y se mandó destruir sus templos. Tampoco podían vivir dispersos en las montañas, sino ser congre- gados en pueblos. El Tercer Concilio Mexicano (1585), que seguía vigente como rector de la Iglesia novohispana en la época de Felipe IV, puso énfasis en la enseñanza del castellano entre los naturales, medida tendiente no solo a uniformar a toda la población bajo el mismo idioma, sino a imponer las pautas de la civilización euro- pea en las comunidades indígenas. En 1549 se había abolido el trabajo personal indígena de la encomienda y poco a poco fue perdiendo esta su eficacia institu- cional. Uno de los cambios más significativos del siglo XVII fue la nueva políti- ca de concentración de los naturales en asentamientos (reducciones) donde podían ser más fácilmente controlados, cristianizados y ulteriormente asimila- dos. Así también la Corona encontró más ventajoso apropiarse de una parte de las rentas de sus encomiendas y utilizarlos para otros fines. En el siglo XVII se

68 C. ÁLVAREZ DE TOLEDO: Juan de Palafox…, op. cit., p. 131. 69 J. H. ELLIOTT: “España y América…”, op. cit., p. 15. 70 M. LUNDBERG: Church Life between the Metropolitan and the Local, Madrid- Frankfurt 2011, pp. 145-172.

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desintegraba la “república de indios” y se daba paso al sistema de mano de obra asalariada, pero este igual generó muchos abusos. Los trabajadores indígenas reclutados eran arrancados cruelmente de sus comunidades y trasladados a los campos, a las obras públicas o a los obrajes y, sobre todo, a las minas. En 1660 ocurrió en Tehuantepec, Oaxaca, un levantamiento de indios oprimidos por el abuso en el cobro de contribuciones por parte del alcalde mayor. El entonces obispo Alonso de Cuevas y Dávalos logró calmar los ánimos, pero el miedo a una revuelta indígena de grandes proporciones fue una constante. También en esta época surgió otro fenómeno político y administrativo que tuvo que ver con la pérdida del dominio de la Corona española: el caciquismo rural. Una nueva nobleza indígena fue un sector beneficiado por el crecimien- to económico de mediados del siglo XVII en adelante. Había amasado gran po- der, controlaba las cofradías, los hospitales y, sobre todo, los cabildos en los pueblos. Las familias de caciques se distribuyeron los cargos y beneficios 71.

El mestizaje

Otro de los rasgos característicos de la sociedad novohispana que se tornaría en una cualidad distintiva de “lo mexicano” es el mestizaje, considerado, tanto desde el punto de vista biológico, como del cultural. Según Guillermo Zerme- ño, el fenómeno radica en una construcción discursiva de los siglos XIX y XX en México, que se refiere a la transformación de un accidente connotado racialmen- te en la esencia de la identidad colectiva de un pueblo 72. Ya en nuestro trabajo previo sobre Felipe III revisamos la importancia de este elemento constitutivo de la nacionalidad. El historiador Domingo Chimalpahin, indígena de antepasados nobles, muerto en la segunda mitad del siglo XVII, nos regala en su Séptima Relación es- ta preciosa reflexión sobre el mestizaje: En cuanto a los mestizos, no sabemos el linaje que tenían sus ancestros españoles, si eran nobles o plebeyos sus abuelos y abuelas en España; es decir,

71 A. RUBIAL: El Paraíso de los elegidos…, op. cit., pp. 212-213; M. MENEGUS: “El cacicazgo en Nueva España”, en M. MENEGUS BORNEMANN y R. AGUIRRE SALVADOR (eds.): El cacicazgo en Nueva España y Filipinas, México 2005, pp. 13-70.Ver también W. B. TAYLOR: “Cacicazgos coloniales en el Valle de Oaxaca”, Historia Mexicana 20/1 (1970), pp. 1-41. 72 G. ZERMEÑO: “Del mestizo al mestizaje: arqueología de un concepto”, Revista Javeriana 24 (2008), pp. 79-95 (la paráfrasis, en p. 80).

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aquellos de quienes descendían los padres de los mestizos, los cuales llegando acá se casaron con las hijas de los naturales de Nueva España. Por otra parte, los españoles desposaron a las hijas tanto de principales como de macehuales, y de estas uniones nacieron y siguen naciendo mestizos y mestizas; además, hay también mestizos y mestizas que son descendientes bastardos o ilegítimos de los naturales de esta tierra. Algunos mestizos y mestizas se honran reconociendo que descienden de nuestros linajes, pero otros se niegan sin razón a reconocer que conservan nuestra nobleza de sangre, y hasta pretenden hacerse pasar por españoles, despreciándonos y burlándose de nosotros, como hacen, asimismo, algunos españoles. Más así como a algunos españoles Dios nuestro señor los creó de sangre noble, así también a algunos de nosotros nos honró y nos distinguió, aunque nuestra sangre noble no sea la misma que la de ellos; pero si uno reflexiona y se remonta al principio del mundo, admitirá que todos descendemos de un mismo primer padre, Adán, y de una misma primera madre, Eva, si bien los cuerpos de los humanos pertenecen a tres razas diferentes 73. Así, a la par del desarrollo de la identidad criolla, se va desenvolviendo, tam- bién, la mestiza. Al decir de Juan A. Ortega y Medina, el proceso de mestizaje le dio autenticidad, apoyo y sustancia a la historia indohispanoamericana: El fecundo proceso de amalgamación racial ocurrido en los dominios españoles del Nuevo Mundo, muestra cabalmente cómo la experiencia colonial de tres siglos es conformativa del ser mexicano actual, que se constituye de la raíz indígena e hispánica y que se desenvuelve a través de las vivencias de ya más de quinientos años de historia compartida 74. La experiencia histórica de la propia Península Ibérica, por muchos siglos acostumbrada a la fusión de la sangre entre los grupos que invadieron y se asen- taron en este territorio, hizo posible el fértil proceso de asimilación y acultura- ción del indígena americano, cuya mezcla con el español produjo un nuevo tipo humano. En muchos sentidos, el mestizo ilustra el triunfo de la sociedad hispa- na y de la religión católica universalista, herederas de esa tradición milenaria del pueblo español. Lejos está el proceso de mestización de haber sido un encuentro

73 D. A. CHIMALPAHIN: Séptima Relación, prólogo de R. Tena, México 1998, vol. II, pp. 229-230. 74 J. A. ORTEGA Y MEDINA: “Mito y realidad, o de la realidad antihispánica de ciertos mitos anglosajones”, en C. GONZÁLEZ y A. MAYER (eds.): Obras de Juan A. Ortega y Medina, op. cit., vol. II, p. 657. Véase también J. A. ORTEGA Y MEDINA: “Identidad, amplitud y plenitud del mestizaje en Hispanoamérica”, en L. ZEA (coord.): Quinientos años de Historia, sentido y proyección, México 1991, pp. 129-136.

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idílico, como lo refiere la historiografía decimonónica mexicana 75. Octavio Paz (1914-1998) habla de la conflictividad implícita en el contacto entre españoles e indígenas, presente en la psique del mexicano, que genera un sentimiento de or- fandad y de sumisión propio del ente conquistado 76. Tras esta reflexión, que no entra en el debate, sino que solamente expone los amplios matices de este fenómeno histórico, se añade que los mestizos, a dife- rencia de la población negra esclava, se consideraban vasallos libres del rey, aun- que estaban sujetos a discriminación, por ser resultado de la mezcla de sangre. Generalmente se les empleaba en el trabajo de minas y factorías. Tanto a las personas de ascendencia africana cono a los mestizos se les consideraba factor de inestabilidad en el reino y se temían sus excesos. Los grupos marginados fueron un componente ineludible del ámbito virrei- nal y se expresaban también a través de una cultura discursiva propia (carnaval, exotismo, arte). Asimismo, el proceso histórico del mestizaje trajo otra dinámi- ca ideológica y vital al catolicismo. Incluso, fue en gran medida responsable de que se generaran modos originales de piedad popular. Fernando Alva Ixtlilxóchitl (†1650), historiador, descendiente de nobles indios, quien llegó a ser gobernador de Texcoco y de Tlalmanalco representa la esencia de la identidad mestiza 77, desde el lado de la intelectualidad. Escribió obras fundamentales, como La su- maria relación (ca. 1625) y la Historia Chichimeca (escrita entre 1610-1640). Mas fueron en realidad muy pocos los mestizos que destacaron en los ámbitos de po- der o en la república de las letras en la Nueva España. Visto todo lo anterior, se puede concluir, de acuerdo con Mabel Moraña, que la mestización y la transculturación fueron dos de los rasgos más caracte- rísticos en el desarrollo social del periodo 78.

75 La gran obra de la historiografía mexicana del siglo XIX, México a través de los siglos (op. cit.) reitera constantemente la importancia de la raza mestiza como parte esencial del ser mexicano. 76 O. PAZ: Laberinto de la soledad, México 2009, p. 92. 77 H. QUINT BERDAC, M. M. GALVÁN y L. MEDINA GUTIÉRREZ: “La Decimotercera Relación de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl (un estudio filológico)”, Sincronía. Revista de Filosofía y Letras 64 (2013); E. O’GORMAN: “Estudio introductorio”, en Obras históricas de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, México 1975, vol. 1, pp. 1-257; A. CHAVERO (comp.): Obras históricas de don Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, México 1892. 78 M. MORAÑA: “Sujetos sociales…”, op. cit., pp. 51-53.

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EL GOBIERNO EN INDIAS

De la manera de gobernar desde la metrópoli

En una cédula real del 11 de mayo de 1621, leída en sesión de cabildo en la ciudad de México, Felipe IV afirmaba: Le he dado poder y facultad [al virrey] para proceder y ordenar lo que pareciere que conviniese al servicio de Dios y mío y ennoblecimiento de esos reinos y beneficio universal así de los habitantes como de los naturales de ellos 79. Las Indias, consideradas como un patrimonio de la Corona de Castilla, eran concebidas como parte del conjunto de territorios conocido como la “monar- quía española” 80. Como refiere un reciente estudio, el poder descansaba sobre las redes de pa- tronazgo que permitían gobernar los territorios y obtener la lealtad de los súb- ditos. Arrigo Amadori demuestra que los virreinatos no eran mundos periféricos, sino engranajes muy importantes que la Corona tomaba en cuenta de manera prioritaria 81. Por su parte, Elliott describe una Corona “extraordinariamente bien informada” de la situación americana 82. Las colonias se encontraban en un lugar privilegiado de la agenda de Olivares quien, a través del Consejo de Indias, buscaba que se cumplieran sus disposiciones y ordenanzas, según los esquemas que animaban su proyecto de reforma 83. Esta importante institución era el ór- gano que se encargaba de todas las cosas de gobierno y administración de justi- cia de ultramar, así como de defensa, conservación y guerra, y se compuso en la época de Felipe IV por consejeros “letrados”, hombres educados en leyes en las

79 Felipe IV al marqués de Gelves, Real Cédula de 11 de mayo de 1621 leída en sesión de cabildo de la ciudad de México el 18 de octubre de 1621, en C. TORALES PACHECO: “Los virreyes de Nueva España en tiempos de los Austria”, en L. VON DER WALDE y M. REINOSO (eds.): Virreinatos - II: México 2013, p. 582. 80 J. H. ELLIOTT: “España y América…”, op. cit., p. 5. La Bula Inter Caetera de Alejandro VI de 1493 confirmó el gobierno y la jurisdicción de las nuevas tierras americanas a Castilla. 81 A. AMADORI: Negociando la obediencia: Gestión y reforma de los virreinatos americanos en tiempos del conde-duque de Olivares (1621-1643), Madrid 2013. 82 J. H. ELLIOTT: “España y América…”, op. cit., p. 16. 83 A. AMADORI: Negociando la obediencia…, op. cit., cap. I.

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universidades, así como también de algunos miembros de la nobleza 84. Una de las más distinguidas personalidades del Consejo de Indias, Juan de Solórzano Pe- reira, realizó una recopilación del cuerpo de leyes y provisiones referidas a Amé- rica en la década de 1630 85. Su obra, Política Indiana, de 1647, año en que la publicación coincidió con el levantamiento de Nápoles y Sicilia contra el domi- nio español, es de máxima trascendencia. Dedicada a Felipe IV, en ella, el jurista educado en la Universidad de Salamanca hacía un tratado de la administración de justicia en el virreinato, sobre todo en cuestión de leyes. De hecho, el Consejo de Indias mostró una enorme flexibilidad al aplicar con acierto principios jurídicos generales a realidades concretas al otro lado del Atlántico y a emplear el pactismo como vía del buen gobierno 86. Por ejemplo, tuvo que atender las crecientes de- mandas de honores por parte de los criollos. En 1630, por la presión de las nece- sidades fiscales, la Corona cambió su política y autorizó a los virreyes a poner a la venta cargos con privilegios de hidalguía en las Indias. Así se llegó a acuerdos con las élites locales. Además, durante el siglo XVII a 420 criollos se les concedió el in- greso en alguna de las órdenes militares de Santiago, Calatrava o Alcántara, antes bastante inaccesibles a los conquistadores y a los colonos de primera generación. Empero, también se formó así una innecesaria multiplicación de cargos, creándo- se un gran número de nuevos puestos en respuesta más a las necesidades del go- bierno que a la de los gobernados. El resultado fue el surgimiento de una enorme y parásita burocracia, donde los oidores o jueces de la Audiencia constituyeron la élite de la misma, que consideraba sus oficios como una inversión rentable. Al mismo tiempo, los funcionarios reales intentaron controlar a los grupos locales con influencia política. La Corona buscó impedir la excesiva concentración de poder en un solo lugar o en una sola persona, para lo cual distribuyó eficazmen- te las obligaciones administrativas, judiciales, financieras y religiosas. Así oponiendo una autoridad contra la otra, el gobierno de Madrid se aseguraba el predominio en las decisiones, mientras los primeros tenían espacio de maniobra en los intersticios del poder. Elliott añade que “fue este carácter fragmentado de la autoridad, tanto en la Iglesia como en el Estado, una de las más notables características de la América

84 J. H. ELLIOTT: “España y América…”, op. cit., p. 6. 85 La Recopilación de las Leyes de Indias, en 4 volúmenes, apareció publicada hasta 1681. Ver J. H. ELLIOTT: “España y América…”, op. cit., p. 10. 86 A. RUBIAL: El Paraíso de los elegidos…, op. cit., p. 210.

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española colonial” 87. Pero ello condujo a las disputas entre los diferentes grupos de intereses. Muchas veces las leyes no eran obedecidas y “la autoridad misma era filtrada, mediatizada y dispersa”. Así, como señala el historiador británico, el sis- tema descrito “condujo a un gobierno cuidadoso más que imaginativo, más incli- nado a regular, que a innovar” 88. Desde el siglo XIX se señaló en la historiografía de México el carácter “verda- deramente corrompido” 89 del gobierno y de la sociedad novohispana, del que Gage ya hacía amplia referencia en su obra. El viajero inglés habla de autoridades interesadas, avarientas, vanidosas, “que sacan provecho incalculable de los nego- cios” 90. Los colonos, presionados por los impuestos de todo tipo, por las restric- ciones comerciales y el monopolio ejercido desde la metrópoli, optaron muchas veces por prácticas que defraudaron a la Corona y recurrieron al contrabando y a actividades ilícitas, a espaldas del conocimiento de las autoridades. Pietschmann ha estudiado el aspecto de la corrupción en el primer tercio del siglo XVII, a la que define como “sistémica” 91. Alejandro Cañeque ha cuestionado que se juzgue co- mo “corrupto” el mundo hispánico de aquel entonces. La venta de oficios, el fa- voritismo, el clientelismo y otras prácticas propias de la burocracia centralizada eran comunes en todas las monarquías europeas. Eran, en suma, usos y costum- bres del sistema de patronazgo 92.

El levantamiento de 1624

A los pocos meses de que Felipe IV ocupara el trono español, llegó al puerto de Veracruz, el 8 de septiembre de 1621, don Diego Carrillo de Mendoza, marqués

87 J. H. ELLIOTT: “España y América…”, op. cit., p. 15. 88 J. H. ELLIOTT: “España y América…”, op. cit., p. 7. 89 V. RIVA PALACIO: México a través de los siglos, op. cit., p. 570; M. GALÍ: “Los escudos del retablo de la catedral de Puebla: herejías heráldicas en tiempos de crisis”, en C. MEDINA (ed.): La imagen política. XXV Coloquio internacional de Historia del Arte, México 2006, p. 320. 90 T. GAGE: Nueva Relación…, op. cit., p. 196. 91 H. PIETSCHMANN: “Corrupción en las Indias españolas: revisión de un debate en la historiografía sobre Hispanoamérica colonial”, en M. GONZÁLEZ JIMÉNEZ yH. PIETSCHMANN (coords.): Instituciones y corrupción en la Historia, Valladolid 1998, pp. 31-52. 92 A. CAÑEQUE: The King’s Living Image. The Culture and Politics of Viceregal Power in Colonial Mexico, New York-London 2004,

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de Gelves, designado por el monarca decimocuarto virrey de Nueva España. El nuevo gobierno venía con la instrucción precisa de aplicar en el reino de manera estricta e inmediata las reformas fiscales y morales solicitadas por Olivares. Presio- nado por los fuertes gastos en tiempos de guerra, el valido del rey se dispuso a mo- vilizar y explotar los recursos de todas las regiones que constituían la Monarquía española, incluyendo los virreinatos 93. La encomienda dada a Gelves fue que in- crementara lo más posible y sin dilación los ingresos para la Corona. Así, el fun- cionario real promovería una política austera, que orientaría la fiscalidad, la burocracia y la justicia en cumplimiento con los requisitos de don Gaspar de Guz- mán 94, lo que tendría serias repercusiones en la vida de la colonia. El 15 de enero de 1624, se produjo un alzamiento armado en la ciudad de México que involucró a decenas de miles de personas y que terminó en el de- rrocamiento del virrey 95. En un reciente estudio, Gibrán Bautista señala que se trató de una revolución en la que los habitantes y las representantes legales de la capital se vieron inmersos. Según el autor, fue una rebelión planeada y am- pliamente organizada por diferentes grupos sociales y de distintas calidades que se alzaron contra el alter ego del rey. El levantamiento “fue un crisol de fuerzas políticas corporativas y voluntades colectivas que confluyó en un solo objetivo, deponer al representante del monarca” 96. Asimismo, reflejó la alianza de todas las fuerzas de la ciudad frente al poder virreinal. Tomando parte en ella se vio a funcionarios locales, a los gremios artesanales de la ciudad, a acaudalados co- merciantes, a miembros del cabildo de México, la corporación más poderosa de la Nueva España, que representaba los intereses de las principales familias y grupos más influyentes de la sociedad, e, incluso, a clérigos y frailes armados capitaneando a la multitud 97. Aquel día se cerraron las iglesias, se suspendió el

93 El propio Conde-Duque tenía intereses económicos al otro lado del Atlántico, pues la villa familiar exportaba vino a América. 94 G. BAUTISTA Y LUGO: Castigar o perdonar. El gobierno de Felipe IV ante la rebelión de 1624 en México, Tesis de doctorado, UNAM, 2014, p. 91. 95 Ibidem, pp. 405-408; J. I. ISRAEL: Race, Class and Politics in Colonial Mexico, 1610- 1670, Oxford 1975; R. FEIJÓ: “El tumulto de 1624”, Historia Mexicana 53 (1964), pp. 42- 70. F. J. ALEGRE aporta la interesante visión de un historiador jesuita del siglo XVIII en su Historia de la Compañía de Jesús…, op. cit., pp. 137-151. 96 G. BAUTISTA Y LUGO: Castigar o perdonar…, op. cit., p. 49. 97 Ibidem, p. 116. F. J. Alegre, exonera a los jesuitas de responsabilidad en este asunto porque “algunos papeles impresos y manuscritos hacen maliciosamente jugar a los jesuitas

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culto y se atacó el palacio virreinal, que fue saqueado por contingentes que ocu- paron la plaza Mayor (símbolo del poder de la Monarquía), a lo que siguió la intempestiva huída de Gelves, quien buscó refugio en un convento franciscano. El levantamiento de 1624 significó un gran desafío para la Corona, pues la legi- timidad del propio monarca español fue gravemente cuestionada. Tras el golpe, la Audiencia, el máximo tribunal de justicia tomó el control del gobierno hasta la llegada del nuevo virrey, el marqués de Cerralbo. Prácticamente desde su llegada, Gelves había comenzado a tener problemas con la mayoría de las instituciones novohispanas y se enfrentó con casi todos los sectores importantes de la comunidad virreinal, los cuales vieron sus intereses amenazados por los proyectos reformadores de la metrópoli. El virrey hizo frente a la comunidad mercantil de la ciudad de México, intentando poner freno al contrabando, vigilando el correcto pago de impuestos y tributos a la Hacien- da Real 98, y batalló también con los terratenientes locales y con las corporacio- nes, caracterizadas por sus fuertes lazos clientelares y grandes recursos. Estas buscaban incidir en el poder político y ejercían presión sobre el representante del rey, quien encarnaba las élites imperiales y las pretensiones absolutistas de la Corona. Además, hacia finales de 1623, Gelves tuvo un sonado enfrentamien- to por problemas de autoridad y jurisdicción, con el arzobispo Juan Pérez de la Serna, involucrado él mismo en la conspiración. Más tarde, en los informes co- rrespondientes, el prelado y los oidores de la Audiencia responsabilizaron del levantamiento a la mala administración del virrey. El viajero Thomas Gage, quien visitó la ciudad de México poco después del motín, encontró aún muy vivo el recuerdo de aquel suceso 99 y consideró que el motín se había debido a la animosidad que existía entre peninsulares (privile- giados por el virrey) y criollos (defendidos por el arzobispo), así como a la ava- ricia del virrey, quien buscaba su propio beneficio a través del monopolio de grano, así como a las propias desavenencias entre Gelves y el arzobispo 100.

un gran papel en esta escena” (F. J. ALEGRE: Historia de la Compañía de Jesús…, op. cit., p. 151). 98 J. H. ELLIOTT: “España y América…”, op. cit., p. 27. 99 “Yo estuve en México cuando se instruía el proceso con más calor y supe todas las circunstancias principales” (T. GAGE: Nueva Relación…, op. cit., p. 212). 100 La élite criolla tenía el monopolio de la provisión de granos en las ciudades y, por ende, del control de precios lo manejaban a su antojo. En 1624, Gelves intentó hacer descender los

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Estudios modernos señalan a las políticas discriminatorias de la Corona y a las nuevas imposiciones como causantes de un enorme descontento entre las oligar- quías y corporaciones locales, especialmente aquellas controladas por los nacidos en América 101. Serge Gruzinski coincide en que el levantamiento fue un recha- zo a las disposiciones de Olivares y señala que el motín “constituyó claramente una reacción a la reorganización del conjunto de la Monarquía intentado por Ma- drid” 102. Jonathan Israel lo interpretó como una expresión de la crisis política que enfrentó a colonos criollos contra burócratas peninsulares, en el contexto de la recuperación económica novohispana 103. Por su parte, John Elliott, refiere que los tumultos mexicanos de 1624 representaron un desafío más dramático a la autoridad de la Corona en Indias que cualquier otro que tuviera que afrontar du- rante el siglo XVII 104, mientras que Gibran Bautista explica la revuelta en el con- texto de las situaciones de poder y su transformación, como en un espejo que reflejaba la relación del rey y los habitantes de la ciudad de México. En su opi- nión, la política de Madrid fue errática. Primero, los objetivos reformistas de Gel- ves impactaron en los intereses de las corporaciones y produjeron profundas tensiones entre los novohispanos y su gobierno 105. Luego, a la rebelión que de- rrocó al virrey le siguió un periodo de averiguaciones y de persecución. La pro- pia Audiencia llevó a cabo en julio de 1624 una investigación sobre los sucesos de enero, en que se presentó una imagen tumultuosa y espontánea del alzamiento, que derivó en la persecución y castigo de los presuntos responsables (1625-1627) a través de los juicios de residencia hechos por el visitador Martin Carrillo Alde- rete. Por último, la Corona dio un giro y una actitud de blandura que finalizó con el perdón general en 1627. Según Bautista, esta conducta respondió al deseo del rey de negociar con los sectores influyentes de la colonia para restablecer el pacto

precios, lo que lo enfrentó a los más poderosos de la ciudad (T. GAGE: Nueva Relación…, op. cit., pp. 17, 197-207). 101 J. H. ELLIOTT: “España y América…”, op. cit., p. 28 y C. ÁLVAREZ DE TOLEDO: Juan de Palafox…, op. cit., p. 142. 102 S. GRUZINSKI: “Genèse des plèbes urbaines coloniales: Mexico aux XVIe et XVIIe siècles”, Cahiers du monde Hispanique et Luso-Brasilien 84 (2005), p. 33. 103 J. I. ISRAEL: Race, Class and Politics…, op. cit., pp. 135-137. 104 J. H. ELLIOTT: “España y América…”, op. cit., pp. 28 y 37. 105 G. BAUTISTA Y LUGO: Castigar o perdonar…, op. cit., p. 92.

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soberano, a la vez que se enviaba un mensaje positivo de reconocimiento a los ve- cinos de la ciudad de México. Siguiendo a este autor, el levantamiento de 1624 fue un precedente de las graves rebeliones mediterráneas (como la de Cataluña y la de Palermo) contra la Monarquía hispana, en que esta implementó acciones ju- rídicas excepcionales en el amplio ámbito de sus dominios 106. A estas consideraciones se suma la de Antonio Rubial, quien señala la capa- cidad de adaptación, la convivencia y la colaboración de intereses muy diversos tanto en Europa como en las Indias. Según él, gracias a esta flexibilidad y a la existencia de una estructura jurídica autonomista basada en los municipios urbanos y en la idea de un reino ininterrumpido, los grupos dirigentes de Nueva España pudieron forjar una teoría pactista y obtener beneficios de ella 107. La continua confrontación y el auge de problemas tanto en la Península como en las colonias hizo que el monarca recurriera a la constante negociación polí- tica con sus vasallos y comunidades en todo el mundo hispánico. Hay distintas interpretaciones sobre el estado de la economía de Nueva Es- paña antes del motín de 1624. Según Elliott, la década de 1620-1630 fue una de dificultades económicas para el virreinato de México. Malas cosechas, pérdida de ganado y condiciones climáticas adversas coincidieron con el duro periodo de intensificada fiscalización en las Indias 108. Bautista, en cambio, habla de bonan- za económica en Nueva España, con un visible aumento de fortunas y de nego- cios durante este tiempo 109, y refiere que estos años marcan el periodo en que “se gestó la autosuficiencia económica y autonomía política de los grupos de poder en Nueva España” 110. El levantamiento de 1624 parece ser consecuencia de las tensiones que se generaron por estas circunstancias. Otro factor que permite entender la revuelta es el de la situación social del vi- rreinato, reflejada en una realidad compleja y plural. Elliott habla de esa “sociedad

106 G. BAUTISTA Y LUGO: Castigar o perdonar…, op. cit., pp. 273, 278. 107 A. RUBIAL: El Paraíso de los elegidos…, op. cit., p. 210 y G. BAUTISTA Y LUGO: Castigar o perdonar…, op. cit., p. 28. 108 J. H. ELLIOTT: “España y América…”, op. cit., p. 37. También R. BOYER: “Absolutism versus Corporatism in New Spain: the Administration of the Marquis of Gelves, 1621-1624”, The International History Review 4/4 (1982), pp. 475-503. 109 G. BAUTISTA Y LUGO: Castigar o perdonar…, op. cit., pp. 91-92. 110 Ibidem, pp. 14, 99 y 271.

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tripartita”, compuesta por españoles (peninsulares y criollos), indios y mestizos 111 que ya se describió en el apartado anterior y que constituían las llamadas “castas”. La sociedad se articulaba a través de corporaciones, que eran la unidad básica de la organización institucional, con sus costumbres, creencias y pautas de compor- tamiento 112. Se trataba de una estructura estamental, jerárquica, desigual y con poca movilidad social. Los sectores de mayor privilegio eran los peninsulares nobles y los integran- tes de la élite criolla. Los grupos dirigentes defendían sus prerrogativas y estruc- turaron un sistema en el que el clientelismo, los vínculos familiares y los lazos corporativos fueron fundamentales 113. De los mulatos, negros, indios y mestizos se refieren los letrados comúnmente a ellos como “plebe”, “tan inclinados a liber- tad, sediciones y alteraciones” 114. El obispo Palafox describía ese mosaico social novohispano: Los negros, mulatos mestizos y otros que por la mezcla de la sangre tienen diferentes nombres, son muchos; y estos y los indios y algunos españoles perdidos y facinerosos son los que forman pueblo en estas Provincias, con lo cual, quedando en pié la fidelidad de los blancos y nobles, corre riesgo entre tanta diversidad de colores, naciones y condiciones, todas ellas con poca luz de razón y ninguna vergüenza, de donde resultó el tumulto del 15 de enero con el señor Marqués de Gelves, y otros riesgos que después han padecido y que es necesario que atienda el que gobierna estas Provincias 115. Con la caída de Gelves, triunfaron los rebeldes. Al decir de Elliott, nada po- día alterar el hecho de que un virrey había sido expulsado de su puesto por una poderosa combinación de fuerzas locales determinadas a contradecir la política que había sido instruida desde Madrid 116. Si bien la rebelión de 1624 fracturó la autoridad virreinal, sobre la que descansaba la presencia institucional del rey,

111 J. H. ELLIOTT: “España y América…”, op. cit., p. 24. Ver también J. I. ISRAEL: Race, Class and Politics…, op. cit., passim. 112 G. BAUTISTA Y LUGO: Castigar o perdonar…, op. cit., p. 352. 113 A. RUBIAL: El Paraíso de los elegidos…, op. cit., p. 213. 114 Reporte de Carrillo al rey, en G. BAUTISTA Y LUGO: Castigar o perdonar…, op. cit., p. 352. 115 Palafox al virrey conde de Salvatierra, Informe del Ilustrísimo…, en G. GARCÍA: Documentos inéditos o muy raros…, op. cit., t. VII, p. 28. 116 J. H. ELLIOTT: “España y América…”, op. cit., p. 28.

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al fin y al cabo no se dirigió contra el monarca, sino contra su representante. Pierre Ragon observa que se movilizaron contra Gelves los sectores más nume- rosos de la sociedad, pero estos no estaban suficientemente cohesionados para que se lograra un objetivo más grave para la Corona española... Más allá de los análisis estructurales, el examen de los hechos invita a pensar que las crisis políticas que estremecen a la capital de la Nueva España bajo el reino de Felpe IV son el resultado de una sucesión de configuraciones políticas precisas pero variables. En un momento en que los esfuerzos de reforma impulsados desde Madrid sacuden las situaciones adquiridas y rompen el frágil equilibrio, el juego político se abre. Sin embargo, no existen ni alianzas estables entre los actores, ni proyectos compartidos, pero dependiendo de las circunstancias, de los impulsos y de las elecciones políticas de unos y otros, se dibujan unas configuraciones cambiantes... 117. Nueva España permaneció sujeta al gobierno español prácticamente dos siglos más, gracias al nuevo equilibrio que se restableció con los súbditos, mismo que se logró tras el indulto que llegó en 1627 118, lo que permitió la reconstrucción del orden monárquico, al reconocerse la fuerza económica y política de los sectores poderosos e influyentes del reino, y la gran necesidad que tenía España de lo que estos generaban. No obstante, el peligro de levantamientos estuvo siempre laten- te. Gage informa de un motín contra la provincia de Yucatán que estaba a punto de estallar, de no haber sido por la pronta intervención de los religiosos de San Francisco, quienes apaciguaron a los descontentos 119. Tuvieron que pasar casi setenta años, para que en 1692 se diera otro motín en la ciudad de México, pero tocó ya resolverlo al representante del gobierno de Carlos II, el último de los Aus- trias en el trono de España.

Doce virreyes y el arte de gobernar

Jonathan Israel, Lewis Hanke y C. Rodríguez dan un amplio panorama so- bre la administración virreinal en los años que nos ocupan, que se resumirá a continuación 120.

117 P. R AGON: “Entre reyes, virreyes y obispos…”, op. cit., p. 13. 118 G. BAUTISTA Y LUGO: Castigar o perdonar…, op. cit., p. 408. 119 T. G AGE: Nueva Relación…, op. cit., p. 240. 120 J. I. ISRAEL: Race, Class and Politics…, op. cit.; L. HANKE y C. RODRÍGUEZ: Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la Casa de Austria, Madrid 1977, pp. 71-96.

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Doce virreyes gobernaron la Nueva España en la época en que reinó Felipe IV: De estos, nueve fueron seglares y tres de ellos eclesiásticos. Juan de Palafox y Mendoza, quien lo fue por breve tiempo, señalaba que el destino de Nueva Es- paña estaba “sujeto al albedrío y buen juicio del virrey” 121. Aunque Cayetana Álvarez de Toledo señala la grave decadencia experimentada por la institución virreinal de 1620-1630 122, los hombres designados por Felipe IV al gobierno de México tuvieron aciertos y errores en la administración política. De su éxito o fracaso, mucho tuvo que ver la situación de la propia España, ya que los virreyes vivían bajo mucha presión para cumplir con las exigencias de Madrid y se puede decir que hicieron todo cuanto pudieron para responder a los requerimientos de la Monarquía, pues en ello iba la prueba de su fidelidad al monarca. Ya se ha hecho referencia al virrey Gelves (g. 1621-1624), quien fue destitui- do tras la revuelta popular de 1624. Pese a que Elliott califica su gobierno de “de- sastroso”, el marqués hizo esfuerzos, antes de su dramático regreso a España, para organizar la armada y proteger los caminos contra salteadores. Igualmente enfrentó el hambre que sobrevino como consecuencia de una fuerte sequía e in- cluso fundó una cátedra de cirugía en la Real y Pontificia Universidad de México. Le sucedió en el cargo Rodrigo Pacheco, marqués de Cerralbo (g. 1624-1635), quien tuvo la gestión más larga del periodo y fue el encargado de restaurar la menguada autoridad virreinal tras el motín. Complacido por su desempeño en apaciguar a la sociedad novohispana tras el levantamiento, el rey le dotó de pri- vilegios, cargos y honores 123. Cerralbo enfrentó la terrible inundación de la ciu- dad de México en 1629, que causó más de 30 mil indios muertos y de 20 mil familias de españoles desplazadas 124. Su reto principal fue imponer el mandato de Olivares para la Unión de Armas, por el cual las provincias americanas debían compartir los gastos de la defensa del reino con el Estado español 125, haciendo frente a las resistencias del cabildo de México para la recaudación. Rechazó con- vocar una reunión de representantes de todas las ciudades y pueblos del virreinato

121 Cit. en G. GARCÍA: Documentos inéditos o muy raros…, op. cit., t. VII, p. 69. 122 C. ÁLVAREZ DE TOLEDO: Juan de Palafox…, op. cit., p. 168. 123 D. PASTOR TÉLLEZ: Mujeres y poder: Las virreinas novohispanas de la casa de Austria, Tesis de maestría, UNAM, 2013, p. 92. 124 F. J. A LEGRE: Historia de la Compañía de Jesús…, op. cit., p. 181. 125 O. MAZÍN: Gestores de la Real Justicia: procuradores y agentes de las catedrales hispanas nuevas en la Corte de Madrid, México 2007, p. 269.

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(una especie de cortes mexicanas) para debatir el tema de las contribuciones. Ce- rralbo puso su atención en continuar las obras de desagüe para evitar las inunda- ciones y suprimió todos los repartimientos de indios, excepto aquellos orientados a las minas y al desagüe 126. Los últimos años de su gobierno fueron complicados, debido a la crisis económica causada por la recesión del comercio trasatlántico y también por los problemas que enfrentó con el arzobispo Francisco de Manso y Zúñiga, inclinado a favorecer a los criollos y a reformar las doctrinas de indios. Lope Díez de Aux, marqués de Cadereyta (g. 1635-1640), fue el único crio- llo (nacido en Lima) que ocupó la silla virreinal en el periodo. Educado en Es- paña, destacó en la Armada española y llegó con sesenta años a México. Como hombre de mar, dirigió sus esfuerzos en la defensa del comercio marítimo y sentó las bases de la que después se convirtió en la Armada de Barlovento. Ca- dereyta expropió bienes de los franciscanos, aumentó el precio del azogue y buscó sacar fondos al consulado. Mandó hacer una obra colosal para frenar las inundaciones, lo que costó mucho dinero y vidas. Organizó, asimismo, expedi- ciones de colonización al norte del territorio. Antes de retornar a España, entró en pugna con el obispo Palafox, pero el conflicto más sonado del prelado lo pro- tagonizó este con el sucesor de Cadereyta, Diego López Pacheco, marqués de Villena y duque de Escalona (1640-1642), celebrado como Grande de España, que además había estudiado en la Universidad de Salamanca. Palafox, entonces obispo de Tlaxcala con sede en Puebla, conspiró contra él en la corte, acusán- dolo de apoyar la causa de los Braganza durante el levantamiento de Portugal en 1640, debido a los lazos familiares que tenía con estos, lo cual resultó ser falso. Sin embargo, el obispo logró que el rey lo destituyera y demandara su regreso a España. Hasta las Indias llegó el eco de la larga guerra de separación de Portu- gal que inició en 1640. La población de origen portugués, la mayoría comercian- tes pudientes, fue afectada por una política caracterizada por la desconfianza, y por tanto fue señalada, perseguida y hostigada 127. Por su fuerte impronta en el contexto político de la época, por su firme per- sonalidad y por su proyecto reformador, Juan de Palafox y Mendoza, quien ocu- pó brevemente el virreinato de México, ha merecido un apartado especial más

126 A. CAÑEQUE: The King’s Living Image..., op. cit., p. 210. 127 J. I. ISRAEL: “The Portuguese in Seventeenth-Century Mexico”, Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas 11 (1974), pp. 12-32, aquí pp. 18-19; W. BORAH: “The Portuguese and the Special Donativo of 1642-43”, Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas 4 (1967), pp. 386-398.

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adelante en este trabajo. A él le siguió en el cargo García Sarmiento de Sotoma- yor, conde de Salvatierra (1642-1648). Ambos personajes chocaron, entre otras cosas, porque el virrey apoyó a los jesuitas, enemigos acérrimos de Palafox, y los favoreció en sus misiones. Antes de cederle el mando, Palafox recomendaba al virrey Salvatierra que, para gobernar, tomara en cuenta el parecer y el consejo de la Real Audiencia, pues así lo habían hecho “todos los virreyes prudentes y entendidos” 128. Salvatierra no era un letrado; tenía experiencia en la recauda- ción de impuestos. Poco más de cinco años después, fue enviado a mandar en el virreinato de Perú. Su sucesor, Marcos de Torres y Rueda, estuvo escasamente un año ejerciendo como virrey de Nueva España (13 de marzo de 1648-22 abril de 1649) tras haber sido obispo de Yucatán (1646-1649). Él sí era hombre docto y un teólogo que se había distinguido en España. La muerte le sorprendió tras una corta enfermedad y la Audiencia tuvo que hacerse unos meses con la res- ponsabilidad del gobierno, hasta la llegada del nuevo representante real, Luis Enríquez de Guzmán, conde de Alba de Liste, quien tomó el cargo en mayo de 1649. Durante su administración, se vivió una mortífera peste que afectó mu- cho a la población indígena, aunque por otro lado pudo verse un repunte eco- nómico gracias a la minería y a la producción agrícola en lo que eran en ciernes las grandes haciendas que empezarían a darle carácter al campo. El virrey hizo esfuerzos por asistir a los habitantes de las islas del Caribe, asoladas por los in- gleses, aunque España, como veremos, no pudo impedir en 1655 la invasión de Jamaica. Alba de Liste logró contener un importante levantamiento indígena en la sierra Tarahumara, antes de partir al virreinato de Perú, desde el puerto me- xicano de Acapulco, en diciembre de 1654. Le siguió en el cargo Francisco Fernández de la Cueva, duque de Alburquer- que, un aristócrata allegado a Felipe IV, con una exitosa carrera como militar y di- plomático, que permaneció como virrey de México de 1653 a 1660. Describió su apoteósica entrada en la ciudad de México el escritor novohispano Juan de Gue- vara 129. Siendo muy joven, se había ya destacado en las guerras continentales y había sido reconocido en campañas en Flandes, contra franceses y holandeses. Durante su estancia en el reino de Nueva España, el duque apoyó la colonización de territorios en el septentrión, enviando familias y misioneros, sobre todo, de la

128 G. GARCÍA: Documentos inéditos o muy raros…, op. cit., t. VII, pp. 69-70. 129 J. DE GUEVARA: Faustísima entrada en Megico de su virrey, el Excelentísimo señor Duque de Alburquerque, México 1653.

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Compañía de Jesús. Igualmente impulsó el comercio con Filipinas, cuya capita- nía general dependía del virreinato de México, y mandó acuñar moneda de oro que se utilizó profusamente para el intercambio comercial con China y Manila. A su regreso a España, Alburquerque continuó ocupando cargos importantes den- tro de los círculos de poder de la corte, siendo embajador en Austria y virrey de Sicilia. No muy afortunada fue la gestión de Juan Francisco de Leyva, conde de Ba- ños (g. 1660-1664), acusado de deficiencias en su gobierno, nepotismo y tráfico de influencias, tanto de su hijo como de su esposa, lo que trajo como conse- cuencia su impopularidad y eventual cese. Según Vicente Riva Palacio, este per- sonaje “apenas dejó recuerdos en la historia” 130. Pero, por otro lado, llama la atención que Baños haya recibido tantos elogios por parte del historiador jesui- ta Francisco Javier Alegre, quien escribió una centuria antes que Riva Palacio. Así lo describe quien fuera uno de los sabios más connotados de la Compañía de Jesús, desterrado a Italia en 1767: Ejemplos de moderación y de piedad que hemos escrito con gusto, para desvanecer las preocupaciones que acaso se tienen contra la persona de un virrey de los más ejemplares y justos que han venido a las Indias. Ni el éxito de su gobierno deberá hacer alguna fuerza a quien supiere, como debe atribuirlo más a la inconsiderada juventud de su hijo, que a la notoria piedad y justificada conducta de su excelentísimo padre. Aún en esta ocasión se manifestó bastantemente su cristiana moderación, su grandeza de alma y su generosidad, de espíritu superior a la fortuna, y mucho más después que en Madrid, en medio de la prosperidad y de la honra, lo renunció todo por consagrarse a Dios en el estado religioso entre los Carmelitas descalzos 131. Como la mayoría de sus antecesores, el conde de Baños mantuvo un conflic- to con la sede arzobispal, encabezada a la sazón por Diego Osorio y Escobar, quien acabó tomando posesión como virrey, aunque gobernó tan solo tres meses (junio a octubre de 1664). Pese al corto tiempo que estuvo en el cargo, realizó im- portantes gestiones que beneficiaron al virreinato y apoyó también a la isla de Cuba, víctima del ataque inglés de 1662. Osorio tuvo problemas con el nuevo vi- rrey, Antonio Álvarez de Toledo, marqués de Mancera, quien lo recluyó en un

130 V. R IVA PALACIO: México a través de los siglos, op. cit., p. 623. Una visión de claroscuros la da P. RAGON: Pouvoir et corruption aux Indes espagnoles. Le gouvernement du comte de Baños, vice-roi du Mexique, Paris 2016. 131 F. J. A LEGRE: Historia de la Compañía de Jesús…, op. cit., pp. 425-426.

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convento varios meses, hasta su retorno a la diócesis de Puebla, donde murió en 1673. Mancera, quien había desempeñado importantes cargos en la corte de Ma- drid, estuvo nueve años en el cargo de virrey, desde 1664, pero al servicio de Fe- lipe IV tan solo un año, por la muerte del monarca. Se había criado parte de su vida en Perú, por lo que no le era ajeno el mundo americano. Pese a que sufrió las dificultades en las arcas del erario y de la piratería, que dañaba los intereses de España, al impedir los envíos de plata al rey, Mancera fue el virrey que más recursos envió a la metrópoli en espacio de una década, en tiempos de apuro en que las posesiones se veían amenazadas por ingleses y franceses en el Atlántico. Durante su mandato, la corte virreinal favoreció las letras y las artes y fue el lu- gar que vio desarrollar los talentos de la entonces joven Juana de Asbaje, inicia- da en las letras como dama de la virreina, que se conocería posteriormente por su nombre de religiosa: Juana Inés de la Cruz (1651-1695) quien sería culmen –“Décima musa”– de las letras novohispanas. Alejandro Cañeque, estudioso del ejercicio del poder en el virreinato, mues- tra en su trabajo los mecanismos de los que se valían estos personajes para go- bernar y la forma en que se administraba justicia en la Monarquía hispánica. Las funciones del virrey consistían en mantener las provincias en paz y justicia, cuidar los recursos del rey, proteger a los indios, despachar adecuadamente las flotas, defender las costas de invasiones enemigas y prevenir los brotes de insu- rrección 132. Los virreyes compitieron con los obispos en jurisdicción, de allí que los conflictos entre los dos poderes fueran una constante durante todo el si- glo XVII. Los virreyes que llegaron a México en este periodo pertenecían a los círcu- los aristocráticos cortesanos que apoyaban al conde duque de Olivares 133 y pro- baban su lealtad al rey. Casi por lo general, se trataba de personajes preparados para el cargo, con experiencia, incluso, en otros virreinatos de España. La per- manencia y el éxito de la gestión del virrey descansaban no solo en estar bien en la corte, sino en la manera de relacionarse con las élites locales. Empero, casi por lo general, estos hombres tuvieron conflictos con las oligarquías, o grupos

132 A. CAÑEQUE: The King’s Living Image..., op. cit., p. 265. Palafox en G. GARCÍA: Documentos inéditos o muy raros…, op. cit., t. VII, p. 68. Para ver la relación de Palafox con los indios ver J. DE PALAFOX Y MENDOZA: Virtudes del Indio, op. cit., p. 101. 133 D. PASTOR TÉLLEZ: Mujeres y poder…, op. cit., p. 87. I. ESCAMILLA: “La corte de los virreyes”, en A. RUBIAL GARCÍA (coord.): Historia de la vida cotidiana en México, México 2005, pp. 371-406. Ver p. 378.

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criollos más encumbrados de comerciantes, terratenientes, funcionarios en el ayuntamiento y el clero secular. Fue particularmente ríspida su convivencia con arzobispos y obispos, pues sus opuestos intereses chocaron, lo que los llevaba a concertar alianzas coyunturales que dividieron a las élites de poder y a las dis- tintas facciones. Además, las enemistades y disputas que empezaban en Ma- drid, terminaban por reflejarse, y hasta replicarse, en las colonias. Tras el levantamiento de 1624, el rey determinó que su representante en los reinos americanos debía estar en el cargo más o menos tres años, recibir un sa- lario con ajustes, no utilizar el palio, limitar los gastos excesivos en recepciones y no traer a sus familiares directos (hijos, nueras y yernos) 134. Estas disposicio- nes no llegaron a cumplirse. Para empezar, el séquito de los virreyes estaba compuesto por más de cien personas, entre criados, funcionarios, familiares, guardia personal, asistentes y esclavos. Tomaban parte en actos ritualizados, como ceremonias, fiestas y procesio- nes, donde ante toda la sociedad novohispana ostentaban su presencia y estatus. La historia revela las relaciones clientelares y nepotistas de los virreyes, que re- partían cargos entre sus allegados y afines, como fue el caso del conde de Ba- ños. Durante los gobiernos de Cerralbo y Cadereyta, se registraron abusos cometidos por los grupos más allegados y favorecidos, y también por los alcal- des mayores 135.

La gestión de Palafox y Mendoza

En 1640, el mismo año de la sublevación de Cataluña y Portugal, que puso fin a sesenta años de unidad ibérica bajo la Corona española, llegó a México quien sería uno de los personajes más influyentes del periodo virreinal: Juan de Palafox y Mendoza, nombrado por el rey obispo de Puebla. El prelado estaba resuelto a poner en marcha un plan de reforma política y eclesiástica en el rei- no que tendría amplias repercusiones. El mismo año de su llegada, salía también publicada la obra de Juan de So- lórzano Pereira, Papel Político con lugares de buenas letras, dedicada precisamen- te al flamante eclesiástico, a quien había tratado cuando ambos funcionarios coincidieron en el Consejo de Indias. Dicho tratado hablaba sobre la variedad

134 C. TORALES PACHECO: “Los virreyes de Nueva España…”, op. cit., p. 584. 135 C. ÁLVAREZ DE TOLEDO: Juan de Palafox…, op. cit., p. 155.

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de determinaciones que los gobernantes podían hacer “así en el juzgar, como en el discurrir” 136. La justicia sería, en efecto, un tema que obsesionaría al obispo de Puebla durante toda su gestión. Una de las características más destacadas e importantes del proyecto de Palafox para la reforma de la administración fue darle supremacía a la justicia sobre la autoridad 137. La preparación universita- ria de Palafox había sido fundamentalmente jurídica. Coincidía con Solórzano Pereira cuando señalaba que el gobernante debía dejar en libertad a la justicia para que esta se ejecutara sin obstáculos, por el bien de la República 138. No es casualidad que el famoso jurista haya dedicado su tratado precisamente a Pala- fox, pero poco imaginaba Solórzano que este se convertiría en uno de los per- sonajes más importantes y controversiales de la historia colonial hispana 139. Mucha tinta ha corrido desde el propio siglo XVII sobre este singular persona- je, cuya polifacética actividad política ha sido motivo de controversias y polémi- cas en la historiografía desde entonces. Jonathan Israel señala que Palafox fue “uno de los hombres más brillantes de su generación, la figura más interesante, y tal vez la de mayor importancia, de toda la historia del México del siglo XVII” 140. Por su parte, Ernesto de la Torre lo define como “místico, alto poeta, educador, hombre espiritual, certero y recto político, constructor, benefactor y defensor del indio” 141. Gran promotor de obras de caridad, Palafox creó asimismo espacios culturales señeros 142. Fue un escritor prolífico y su pensamiento aún hoy es

136 J. DE SOLÓRZANO PEREIRA: “Papel político, con lugares de buenas letras, sobre la variedad de los dictámenes de los hombres, así en el juzgar como en el discurrir a cerca de cualquier cosa”, en Obras Varias; recopilación de diversos tratados, memoriales, y papeles escritos algunos en causas fiscales y llenos todos de mucha enseñanza y erudición…, Zaragoza, s. a. (1677). 137 C. ÁLVAREZ DE TOLEDO: Juan de Palafox…, op. cit., p. 153. 138 J. DE SOLÓRZANO PEREIRA: “Papel político, con lugares de buenas letras…”, op. cit., p. 405. 139 Para este trabajo, me he basado principalmente en las biografías de Sor C. DE LA CRUZ DE ARTEAGA Y FOLGUERA: Una mitra sobre dos mundos. La de Don Juan de Palafox y Mendoza. Obispo de Puebla de los Ángeles y de Osma, México, 1992 y de C. ÁLVAREZ DE TOLEDO: Juan de Palafox…, op. cit. 140 J. I. ISRAEL: Race, Class and Politics…, op. cit., p. 203. 141 E. DE LA TORRE VILLAR: “Don Juan de Palafox y sus biógrafos”, Boletín del Instituto de Investigaciones Bibliográficas 7 (1995), pp. 7-48. 142 G. BARTOLOMÉ: Juan de Palafox y Mendoza. Obispo y virrey. Reformador polémico y escritor sin límites (1600-1659), Madrid 2015, pp. 2-3.

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materia de estudio 143. Una de sus últimas biógrafas, Cayetana Álvarez de Tole- do, definió su proyecto trasatlántico como “revolucionario” 144. Palafox fue una personalidad que ocupó los cargos más altos del gobierno ci- vil y del eclesiástico. En España se desempeñó como fiscal del Consejo de In- dias. En 1639, fue nombrado por el rey Felipe IV obispo de Tlaxcala, con sede en la ciudad de Puebla, de la que tomó posesión al año siguiente. Durante una década de estancia en el virreinato, llegó a tener una profunda injerencia en la vida novohispana de aquel tiempo. Además de obispo de Puebla, fue visitador real, arzobispo de México, juez de residencia, gobernador y capitán general, presidente de la real Audiencia, visitador de la Universidad de México y virrey interino, en sustitución del duque de Escalona, cargo que ocupó escasos cinco meses, hasta la entrada del nuevo virrey, el conde de Salvatierra. Meses después de su llegada, Palafox envió un memorial al rey con información detallada de los problemas que aquejaban la administración del virreinato. Así, “un agudo y bien informado observador de la compleja realidad política y social novohispa- na” 145 fraguó un proyecto reformista muy ambicioso para la Nueva España, en el terreno político, el social y el económico. Para entender los objetivos del Palafox y Mendoza, es necesario comprender, primero, el talante religioso que forjó su personalidad. Este hombre representa va- rias de las tendencias más características de la religiosidad católica de la época. Al decir de Antonio Rubial, “Palafox respondía a la perfección al esquema del obispo que proponía la Contrarreforma”: dedicación al trabajo pastoral, a la defensa de la ortodoxia y a la reforma del clero 146. Su objetivo fue hacer cumplir en Nueva Es- paña los decretos del Concilio de Trento (1545-1563) y sus metas respondieron a la tendencia de implantar en estas tierras la reforma católica. Esta consistía en la exacta observación del culto divino, la reforma de las costumbres, vigilar la correc- ta celebración de las ceremonias religiosas, establecer las prácticas doctrinales en

143 J. DE PALAFOX Y MENDOZA: Obras del Ilustrísimo, excelentísimo y Venerable Siervo de Dios don Juan de Palafox y Mendoza, Madrid 1762, 14 vols. 144 C. ÁLVAREZ DE TOLEDO: Juan de Palafox…, op. cit., p. 210. 145 V. G UTIÉRREZ y E. GONZÁLEZ: “‘En tiempos tan urgentes’. Informe secreto de Palafox al rey sobre el estado de la Nueva España, 1641”, en J. PASCUAL BUXÓ (ed.): Juan de Palafox y Mendoza. Imagen y discurso de la cultura novohispana, México 2002, pp. 71-92. 146 A. RUBIAL: La Santidad controvertida. Hagiografía y conciencia criolla alrededor de los venerables no canonizados de Nueva España, México 1999; A. MAYER: Lutero en el Paraíso, México 2008, cap. V.

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los días festivos, cuaresma y adviento, celebrar las misas pontificales, uniformar la decencia del hábito del coro o rezo común, enriquecer el ornato de la Iglesia, reedificar conventos, visitar pueblos y diócesis, introducir la mayor economía en los gastos eclesiásticos sin menguar la dignidad episcopal, examinar y corregir las ordenanzas de las congregaciones, evitar los peligros y nulidades en la administra- ción de los sacramentos y poner en práctica las constituciones apostólicas y el derecho canónico. En suma, Palafox contemplaba un verdadero catálogo de reso- luciones postridentinas que debían ejecutarse en el virreinato de México, por los ideales cristianos que le animaban 147. Sus conocimientos en ciencia divina fueron muy amplios y sólidos 148. La mayor parte de la obra de Palafox, si exceptuamos su amplísima producción de carácter político, se puede considerar un verdadero catálogo de virtudes. Solo así se entiende su espíritu contrarreformista, militante y combativo contra la heterodoxia, el celo por la realización de obras, la caridad, la labor para la salvación de almas, la atención a la oración, la perseverancia en la vir- tud, la dedicación y meditación, e igualmente los valores espirituales de autocon- trol y disciplina 149, lo que le dio un toque profundamente moralista a su gestión. Esto reflejó otra faceta de su carácter, la de intolerante, autoritario y de celoso que- rellante. Como buen prelado de la Contrarreforma, promocionó santuarios, fo- mentó muchos cultos locales, tanto en el ámbito urbano, como en el indígena, y promovió al clero secular. Sensible del impacto que la espectacularidad de las ce- remonias religiosas despertaba en la grey diocesana, insistió a sus párrocos en la guarda puntual de los objetivos simbólicos de culto, por ser la representación de los signos sagrados una lección indeleble en el ánimo de los creyentes 150. Palafox

147 A. MAYER: Lutero en el Paraíso, op. cit., pp. 188-196. 148 J. SARANYANA: “Palafox teólogo”, en R. FERNÁNDEZ GARCÍA (ed.): Palafox, Iglesia, cultura y Estado en el siglo XVII, Congreso Internacional IV Centenario del nacimiento de Don Juan de Palafox y Mendoza, Pamplona 2001, p. 253. 149 Palafox, lector asiduo de Justo Lipsio (1547-1606), forjador, a su vez, de una de las corrientes ideológicas más influyentes en el siglo XVII, el neoestoicismo, refleja una serie de valores e ideales totalmente concordantes con la propuesta del filólogo y filósofo flamenco. El obispo poblano trató de conciliar la política y la ética. Ver P. SCHMIDT: “Neoestoicismo y disciplinamiento social en Iberoamérica colonial (siglo XVII)”, en K. KOHUT y S. V. ROSE (eds.): Pensamiento europeo y cultura colonial, Frankfurt 2008, pp. 181-204. 150 D. B RAVO: “Las cartas pastorales de Juan de Palafox y su misión como obispo: de la cura de almas a la oratoria sagrada”, en J. PASCUAL BUXÓ (ed.): Juan de Palafox y Mendoza. Imagen y discurso…, op. cit., p. 348.

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intentó transformar la realidad americana a partir del esquema político religioso que traía preconcebido, por lo que vino un choque inesperado con algunos sec- tores novohispanos, así como con los virreyes en turno 151. Cristóbal Gutiérrez de Medina, quien fuera capellán y limosnero mayor del virrey marqués de Villena y duque de Escalona, refiere la travesía hacia América que realizaron los recién nombrados funcionarios, Juan de Palafox y Mendoza designado obispo de Puebla y el entrante virrey Escalona 152. El viaje duró del 10 de marzo al 28 de agosto de 1640, en que estos personajes y sus comitivas en- traron definitivamente en la ciudad de México 153. Poco imaginaban los distin- guidos pasajeros de aquella embarcación que unos meses después las distintas maneras de entender el mundo que habrían de gobernar, los enfrentaría en un sonado conflicto. Palafox se erguía como defensor de los intereses de la Corona en sus virrei- natos y concretamente de la jurisdicción real sobre los asuntos eclesiásticos en las Indias. Ante todo, era un representante del Patronato Real en virtud del cual el rey de España delegaba poder en sus obispos para intervenir en la vida políti- ca, social y económica de las sociedades de ultramar. En otras palabras, la Igle- sia era una auxiliar del Estado, servidora de la Corona 154. Según Álvarez de Toledo, desde el punto de vista político, Palafox buscó una drástica reestructu- ración de la administración local, convencido de la necesidad de un cambio ra- dical del enfoque sobre el gobierno de ultramar. De allí su originalidad y, hasta cierto punto, su audacia 155. Palafox buscó limitar los privilegios de la autoridad virreinal, fortalecer las instituciones encargadas de las leyes de Nueva España y combatir la corrupción y los abusos de algunas autoridades locales, en especial,

151 P. C HINCHILLA: Palafox y América, México 1992, pp. 66-67. 152 Viaje de tierra y mar, feliz por mar y tierra, que hizo el excellentísimo señor Marqués de Villena, México, 1640. Versión moderna de M. Romero de Terreros, México 1947. 153 Ver M. ZUGASTI: “De cómo un virrey entra en México (Marqués de Villena, 1640) y de cómo los libros y relaciones de sus fastos se alojan en bibliotecas de USA”, Ventana Abierta, monográfico “Fuentes de lealtad hacia el norte y hacia el sur: México y Estados Unidos” 37 (2014), pp. 226-239. También M. ZUGASTI: La alegoría de América en el barroco hispánico…, op. cit., pp. 120-123. 154 C. ÁLVAREZ DE TOLEDO: Juan de Palafox…, op. cit., pp. 111 y 113; C. H. HARING: El Imperio español en América, México 1990, cap. X. 155 C. ÁLVAREZ DE TOLEDO: Juan de Palafox…, op. cit., p. 170.

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de los alcaldes mayores, que poseían una amplia red clientelar y cometían innu- merables abusos, además de que perjudicaban la economía al evadir impuestos. El intento de Palafox por distribuir el poder de forma distinta en el seno de la Iglesia repercutió en los intereses de los virreyes con quienes le tocó compar- tir la jurisdicción en el mando. Él se percató de que para afianzar la figura real en las Indias, se necesitaba la alianza de los criollos, en quienes recaía la facul- tad de hacer cumplir la ley y recaudar impuestos 156. Percibió así la importancia de este sector en la vida económica, social y po- lítica de Nueva España. Creyó que los españoles nacidos en América debían participar más en el gobierno de Indias y tener preferencia en la competencia por los cargos de libre designación en la Iglesia americana 157. Para ello, propuso una nueva forma de nombrar los cargos públicos y fomentó la autoridad regio- nal, lo que tuvo un fuerte impacto entre sus súbditos 158. Su tendencia refor- mista favoreció a las oligarquías criollas, quienes le dieron su apoyo, con la esperanza de ver realizadas sus aspiraciones de tener mayor injerencia en el po- der político. Por ello, estos recibieron con entusiasmo la reforma de las parro- quias, ya que aumentaban sus posibilidades de acceso a la jerarquía eclesiástica. Se aliaron a Palafox, quien así contó con un grupo con poder e influencia. Es- to contravino directamente al virrey Escalona, quien favorecía los intereses de los peninsulares. El conflicto subió de tono y la animadversión entre ambos per- sonajes contagió a los distintos grupos en la corte madrileña hasta que, en 1642, el rey destituyó al virrey de Escalona, tras lo cual Palafox ocupó unos meses el cargo de virrey interino. Por otra parte, Palafox tuvo intenciones claras de sujetar al clero regular a la autoridad o jurisdicción de los obispos, haciendo cumplir las prevenciones canó- nicas y reales. Principalmente, debía vigilar que se concretara la secularización de las parroquias, que estaban en su mayoría en manos del clero regular. Las re- formas de Palafox tendían a aumentar el poder económico y social de la arqui- diócesis, lo que se lograría a través del clero secular. Esta tendencia política favorecía a los párrocos frente a las órdenes mendicantes. En opinión de Palafox, Se van enriqueciendo los religiosos de esta América con las limosnas, fundaciones, rentas, comercio y opulentísimos negocios, y entretanto los diezmos

156 C. ÁLVAREZ DE TOLEDO: Juan de Palafox…, op. cit., p. 142. 157 Ibidem, p. 117. 158 Ibidem, p. 198.

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concedidos por la Santa Sede a nuestros católicos príncipes y por ellos con su esclarecida y regia piedad aplicados a las catedrales para su mantenimiento se consumen con tales lucros y desaparecen por completo 159. En parte presionado por el sector criollo, pero sobre todo con miras a posibili- tar la recuperación económica de la Nueva España, Palafox deseaba retirar a los frailes el control de la mano de obra indígena 160, no solo escasa, sino también tan necesaria para impulsar la agricultura y la minería, que les daba a los religiosos grandes beneficios económicos, además de que los frailes no pagaban impuestos sobre la producción de sus fincas. De hecho, toda la población hispánica estaba exenta de impuestos, mientras que el grupo indígena pagaba tributo. Atendiendo al derecho de las catedrales a reclamar el pago de diezmos, controló el cobro de es- tos ingresos de parte de las órdenes religiosas, con lo que asestó un muy duro gol- pe a los mendicantes, que tuvieron que ceder muchas de sus parroquias a la iglesia diocesana. De manera paralela, para el impulso de las reformas, el clero diocesano necesitaban más iglesias seminarios y colegios y por ello Palafox favoreció su fun- dación, con lo que se acabó por desplazar cada vez más a las órdenes religiosas. Por otro lado, vino también el grave conflicto con la Compañía de Jesús, cuando el prelado les exigió a sus miembros que presentaran licencias ministe- riales para administrar los sacramentos y solicitarles la paga de los diezmos al obispado 161. El 6 de marzo de 1645, Palafox suspendió las licencias a los jesui- tas, pues deseaba que estos reconocieran la autoridad episcopal, cosa que los pa- dres fueron renuentes a hacer. Estos se aliaron con los mendicantes y con todos los grupos que se opusieron al obispo. El problema de fondo es que los jesuitas vieron peligrar sus privilegios y no cejaron de presionar a la corte en Madrid y a través del virrey hasta lograr que Palafox regresara a España 162, requerido por

159 Palafox a Inocencio X, en G. BARTOLOMÉ: Jaque Mate al obispo virrey, México 1991, p. 292. 160 C. ÁLVAREZ DE TOLEDO: Juan de Palafox…, op. cit., pp. 127-128. 161 Cédula de Felipe II fechada en Madrid el 12 de julio de 1544 y de Felipe IV del 12 de junio de 1642, en G. GARCÍA: Documentos inéditos o muy raros…, op. cit., t. VII, p. 87. Ver los objetivos de Palafox expuestos por él mismo en su carta a Inocencio X, octubre de 1645, en G. BARTOLOMÉ: Jaque Mate al obispo virrey, op. cit., “apéndice”, p. 286. Sor C. DE LA CRUZ DE ARTEAGA refiere los pleitos sobre los diezmos en Una mitra sobre dos mundos..., op. cit., pp. 180-185 y las pugnas por las licencias para confesar y predicar, en pp. 277-279. 162 G. BARTOLOMÉ analiza de forma sintética el litigio con los jesuitas en Juan de Palafox y Mendoza. Obispo y virrey…, op. cit., pp. 5-8. También R. KURI CAMACHO: La Compañía

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el rey en 1649, para ocuparse del obispado de Osma, hasta su muerte en 1659, año en que España firmaba con Francia la Paz de los Pirineos, que evidenciaba su pérdida de poder en Europa. La experiencia de más de una década que tuvo Palafox en Nueva España transformó su forma de ver la relación entre España y sus posesiones america- nas. Él vislumbró que Nueva España, pese a su diversidad con respecto a la Pe- nínsula, debía ser considerada una parte integral de una gran unión de reinos, todos con idénticos derechos a un gobierno justo y a disfrutar los beneficios del imperio, es decir “parte de una monarquía hispánica compuesta, trasatlántica y pactista” 163. El obispo creyó en la pluralidad política y jurídica de la Monar- quía y respetó las diferentes tradiciones y leyes de los distintos territorios. Cre- yó que un gobierno exitoso solo se lograría si Madrid reconocía los rasgos distintos del virreinato, por lo que intentó formar consensos a los dos lados del Atlántico 164 y llegó a pensar, incluso, en la alternativa de descentralizar la ad- ministración de ultramar. Palafox entendió la situación de la Nueva España en el contexto de la decaden- cia que vivía su país. La Historia Real Sagrada, el tratado político más importan- te de su pluma, publicado en Puebla en 1643, ofrecía remedios y soluciones para la conservación y restauración del gobierno, e incluía al virreinato como parte fundamental de la solución de la crisis española. Esto se opondría al plantea- miento de Olivares, cuya meta era precisamente la uniformidad en términos de religión, leyes e impuestos 165. De hecho, las aspiraciones de Palafox de que los súbditos entablaran una nueva forma de relacionarse con el rey, a través de la lealtad ganada con el respeto fue una alternativa política al régimen del Conde- Duque 166. Las propuestas de Palafox de imponer nuevos tributos y aumentar las rentas dentro de un esquema de política proteccionista que favorecía solo a la Corona chocaron con las expectativas de Madrid.

de Jesús. Imágenes e ideas. La axiología jesuita, Juan de Palafox y Mendoza y otros estudios novohispanos, México 1996. 163 C. ÁLVAREZ DE TOLEDO: Juan de Palafox…, op. cit., p. 162; J. H. ELLIOTT: Spain, Europe and the Wider World…, op. cit., cap. I. 164 C. ÁLVAREZ DE TOLEDO: Juan de Palafox…, op. cit., p. 113. 165 J. H. ELLIOTT: Spain, Europe and the Wider World…, op. cit., p. 19. 166 C. ÁLVAREZ DE TOLEDO: Juan de Palafox…, op. cit., pp. 203-205.

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Según Brading, Palafox no pudo alcanzar sus metas reformistas pues afectó arraigados intereses seculares 167. Este fracaso se puede interpretar como un sín- toma de la debilidad del Estado y de la decadencia del Imperio español que im- pactó en sus colonias 168. El conde de Salvatierra tomó oficialmente el poder del virreinato el 23 de noviembre de 1642 en un ambiente de enorme tensión. Pala- fox regresó a España en 1649, cuando ya Olivares no ostentaba más la posición de influencia que había gozado por más de veinte años al lado del monarca.

LA IGLESIA NOVOHISPANA

El impacto de la Contrarreforma

Al revisar la figura de Palafox y Mendoza, se ha hecho referencia a la Con- trarreforma, o “Reforma católica”, que significó un cambio profundo para la Iglesia en el siglo XVI y que tuvo efectos trascendentes en la visión del mundo y en la cultura de España y de sus dominios americanos 169. El proyecto religioso y social del Concilio de Trento, motor de dicha reforma, impactó en las costum- bres, en los valores sociales, en las creencias y en las tradiciones culturales den- tro del complejo y heterogéneo ámbito novohispano. Sus decretos incidieron no solo en el terreno doctrinal, sino también en el de la moral y la conducta del cle- ro y del pueblo que cubrió muchos aspectos. La reforma católica hizo énfasis en la práctica de los sacramentos, en el culto mariano, en la veneración a los santos e imágenes, en las indulgencias, reliquias y procesiones, en el valor de la Iglesia como intermediaria y en las manifestaciones de religiosidad colectiva. Al igual

167 D. B RADING: Orbe Indiano: De la monarquía católica a la república criolla, 1492-1867, México 1991, p. 248. 168 C. ÁLVAREZ DE TOLEDO: Juan de Palafox…, op. cit., p. 113. 169 En trabajos previos, he analizado la influencia de este movimiento en la realidad religiosa del México colonial. Ver A. MAYER: “Política contrarreformista e imagen antiluterana en Nueva España”, Hispania Sacra 137 (2016), pp. 31-43; A. MAYER y M. A. PASTOR (coords.): Formaciones religiosas en la América colonial, México 2000; A. MAYER y E. DE LA TORRE (eds.): Religión, poder y autoridad en Nueva España, México 2004; A. MAYER: Lutero en el Paraíso, op. cit.;A.MAYER: “La Reforma Católica en Nueva España. Confesión disciplina, valores sociales y religiosidad en el México virreinal. Una perspectiva de investigación”, en M. del P. MARTÍNEZ LÓPEZ-CANO (coord.): La Iglesia en Nueva España…, op. cit.

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que en Europa, surgió en la América hispana un rígido formalismo en los cam- pos del dogma, de las formas litúrgicas, del derecho canónico y de las estructu- ras administrativas. El proceso de consolidación institucional de la Iglesia en Nueva España se fundamentó en el corporativismo que fue vehículo de integración y de unión. Las cofradías, por ejemplo, eran espacios por medio de los cuales se establecían lazos de hermandad y de solidaridad, así como importantes relaciones econó- micas 170. Fomentaban niveles de identidad, tanto colectiva o grupal, como in- dividual. Las cofradías eran asociaciones de laicos que se unían en torno a una devoción común. Asimismo, se hacían responsables de las celebraciones públi- cas del calendario litúrgico católico. Brading observa que las cofradías eran un importante ejemplo de autogobierno, financiación y organización litúrgica 171. Así, Nueva España fue parte del proyecto ecuménico del catolicismo postri- dentino, con su fuerte sello hispánico. La Contrarreforma sometió a la sociedad a normas estrictas de regulación y de control 172. En este ámbito, la reforma ca- tólica se impuso gracias a instituciones y a grupos que hicieron posible la forma- ción de una cultura autoritaria, aunque con un enorme poder de adaptación a las circunstancias locales: estos fueron un clero secular culto, egresado de los cole- gios jesuíticos y seculares, así como de la universidad, apoyado por los cabildos catedralicios y por los obispos, quienes, por medio de los concilios provinciales, aplicaron las reformas propuestas por Trento a la situación colonial. También tu- vo gran injerencia el tribunal del Santo Oficio, instalado oficialmente en México en 1571, encargado de vigilar la ortodoxia y las buenas costumbres. Pero fue la Compañía de Jesús la verdadera punta de lanza de la Contrarreforma. Sus miem- bros impulsaron una nueva espiritualidad, flexible y sincrética y llevaron a cabo una labor educativa trascendente. Destacan asimismo las provincias de carmeli- tas, dieguinos y mercedarios, fundadas para la predicación en el ámbito urbano, así como los conventos de religiosas que dieron cabida al sector femenino criollo cada vez más numeroso.

170 C. GARCÍA AYLUARDO y M. RAMOS MEDINA (coords.): Manifestaciones religiosas en el mundo colonial americano, “prólogo”, México 1997, p. 22. 171 D. B RADING: “La devoción católica y la heterodoxia en el México borbónico”, en C. GARCÍA AYLUARDO y M. RAMOS MEDINA (coords.): Manifestaciones religiosas…, op. cit., pp. 39-44; D. BRADING: “Tridentine Catholicism and Enlightened Despotism in Bourbon Mexico”, Journal of Latin American Studies 15/1 (1983), p. 14. 172 A. MAYER y M. A. PASTOR (coords.): Formaciones religiosas…, op. cit., pp. 13-37.

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El criollo jugó un papel esencial en la defensa y promoción de los valores pos- tridentinos, pero también en la formación de una religiosidad propia. Especial- mente de 1630 a 1730, el español nacido en América desplegó una devoción fincada en el amor a la tierra, en rasgos locales, que se alimentaba de la espiri- tualidad jesuita, que necesitaba de visiones, de hechos prodigiosos, reliquias e imágenes milagrosas 173. Se volcó en una abierta forma de piedad, buscó con in- sistencia que la Santa Sede proclamara santos patronos oriundos de Nueva Espa- ña y se aferró a ciertos usos y costumbres. Los novohispanos llenaron de sentido su mundo a través de la religión católica, con su conjunto preciso de conceptos, prácticas, ritos y creencias. Los criollos esgrimirían la noción de que México era un paraíso, una tierra de promisión para la realización de la historia providencial y sostenían la visión de que la Iglesia en Indias era superior, incluso, a la de Ro- ma, lastimada por los ataques de los cismáticos y las incursiones militares. Por el contrario, se insistiría en que esta tierra fuera vista como un lugar totalmente libre de herejías, donde no se habían propagado los falsos errores, donde se reali- zaría cabalmente el proyecto de la nueva catolicidad reformada, libre de la conta- minación espiritual. El virreinato de México se levantaría como mundo nuevo, como esperanza y salvación del cristianismo. Tras el cisma de Lutero en 1517, España se proclamó la campeona de la fe católica y en la Península Ibérica se impuso una Iglesia defensiva y militante contra otras fórmulas espirituales, particularmente contra el protestantismo, pero que también tuvo eco en América contra lo que se consideraban prácticas de idolatría de los pueblos originarios. La Corona hispana se valió de la religión como el sólido cimiento del dominio político, basado en la unidad religiosa y animado por una idea providencialista que haría de la Monarquía de los Austrias la gran defensora de la religión católi- ca. La rivalidad teológica contra el protestantismo se mostró en los discursos, en el imaginario religioso y en la memoria colectiva en el mundo novohispano de la época. Aunque el movimiento nunca generó un peligro real en Nueva España, co- mo lo ha notado Solange Alberro, “el tema de la ortodoxia religiosa está en el meollo de la identidad mexicana” 174. El Estado español cuidó celosamente a sus

173 A. RUBIAL: “Los santos milagreros y malogrados de la Nueva España”, en C. GARCÍA AYLUARDO y M. RAMOS MEDINA (coords.): Manifestaciones religiosas…, op. cit., p. 57. 174 S. ALBERRO: Del gachupín al criollo…, op. cit., p. 45; A. MAYER: Lutero en el Paraíso, op. cit., passim.

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súbditos americanos de toda contaminación herética. La consigna de Madrid fue preservar las posesiones ultramarinas para el catolicismo. Si bien la Contrarre- forma fue el proyecto religioso y político de la Corona, sin embargo, en Nueva España las circunstancias en el virreinato motivaron a que se diera un proceso sui generis en el desarrollo de la religiosidad. En realidad nunca se dio una com- pleta unidad de doctrina y sí una diversidad de pensamiento, que le dio a la épo- ca intensa fecundidad 175. Mucho tuvo que ver en ello la presencia indígena que impuso sus retos. Gerardo Lara Cisneros ha estudiado el tema de las idolatrías (rendir culto a un ídolo o falso dios) y otro tipo de heterodoxias 176, que fueron particularmente persistentes. Los naturales caían en este tipo de delito de fe, pe- ro dada su condición de población vulnerable, siguieron bajo la jurisdicción de los prelados y fueron, pues, atendidos no por la Inquisición, sino por los obis- pos, cuyas acciones fueron reguladas por el derecho canónico y las disposiciones conciliares ecuménicas 177. Durante el reinado de Felipe IV, no se convocó concilio provincial alguno y continuó rigiendo el Tercero que se verificó de 1584-1585, llamado por Stafford Poole “el Trento Mexicano” 178, pues mandaba guardar y cumplir los estatutos del gran Concilio italiano. Sus disposiciones habían sido ratificadas por Felipe II de España en 1591 y publicadas en 1622. Sus conclusiones se aplicaron paula- tinamente al nivel general de la población. En el curso de estos años, se pasó de

175 R. KURI CAMACHO: La Compañía de Jesús. Imágenes e ideas…, op. cit., p. 186. 176 O bien, crímenes de fe, como la bigamia, las transgresiones sexuales, la práctica de otras supersticiones como la hechicería. G. LARA CISNEROS: “La lucha contra la superstición y las idolatrías en Nueva España y Perú. Siglo XVII”, en J. DE LA PUENTE BRUNKE y A. MAYER (coords.): Iglesia y sociedad en la Nueva España y el Perú, México- Lima-Madrid 2015. 177 G. LARA CISNEROS: “La lucha contra la superstición y las idolatrías…”, op. cit., pp. 138-139. Ver también D. TAVÁREZ: The Invisible War. Indigenous Devotions, Discipline and Dissent in Colonial Mexico, Stanford 2011; J. L. MORA MÉRIDA: “Reflexiones históricas acerca del pasado idolátrico hispanoamericano en el siglo XVI”, en J. I. SARANYANA, P. TINEO y A. POZAS (coords.): Evangelización y Teología en América (siglo XVI), Pamplona 1990, p. 690. 178 S. POOLE: Pedro Moya de Contreras. Catholic Reform and Royal Power in New Spain. 1571-1591, Berkeley 1987, cap. X; M. del P. MARTÍNEZ LÓPEZ-CANO et. al. (coords.): Los Concilios Provinciales en Nueva España. Reflexiones e influencias, México 2005, pp. 41-70. N. FARRISS: La Corona y el clero en el México colonial, 1579-1821. La crisis del privilegio eclesiástico, México 1995.

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la organización misional característica del siglo XVI a la verdadera instituciona- lización de la Iglesia mexicana 179. Se procedió a la reglamentación de la vida religiosa y social de la colonia y se apuntaló con grandes bríos la reforma del clero y del pueblo 180. Como aliada y servidora del Estado, la Iglesia generó un enorme poder eco- nómico y político durante la era barroca 181. Fue un sector muy beneficiado por el desarrollo económico, sobre todo después de 1650. Basta señalar que los ca- bildos catedralicios controlaban el cobro de diezmos. De forma complementa- ria, y pese a la crisis financiera de la Corona, la Monarquía no escatimaba en gastos orientados al culto religioso, como lo describe el cronista Gil González Dávila: En el año de 1633, la majestad de Felipe IV consignó en sus rentas reales, de renta fija, 300 mil ducados, para el vino que se gastare en las misas que se dijeran en todos los conventos de Nueva España y de Perú, y para todo el aceite que fuere menester para las lámparas que arden delante del Santísimo sacramento 182. A su vez, Palafox se ufanaba diciendo que había “más plata en lámparas y sacristías que en tres o cuatro reinos de Europa” 183. La orientación que dio Es- paña a las riquezas para encumbrar a la Iglesia ha sido considerada como una de las razones de su atraso. Las acciones tomadas fueron “contrarias al ineluc- table devenir de las sociedades tecnocapitalistas en su era auroral” 184. También

179 Según Á. HUERGA, la contribución del clero secular a la evangelización fue escasa, pero su aportación a la eclesialización fue masiva: “Las órdenes religiosas, el clero secular y los laicos en la evangelización americana”, en J. I. SARANYANA, P. TINEO y A. POZAS (coords.): Evangelización y Teología en América…, op. cit., p. 595. J. F. SCHWALLER indica que los decretos del III Concilio Mexicano (1585) establecieron normas eclesiásticas para la vida diaria de la colonia y para la reforma del clero: The Church and Clergy in Sixteenth-Century Mexico, Albuquerque 1987, p. 226. 180 El concepto “pueblo” está bien explicado en la tesis de G. Bautista y Lugo como “el conjunto de corporaciones, comunidades, universidad, cabildos, cuerpos que defendían sus intereses colectivos y buscaban el bien común” (G. BAUTISTA Y LUGO: Castigar o perdonar…, op. cit.). 181 A. RUBIAL: El Paraíso de los elegidos…, op. cit., p. 211. 182 G. GONZÁLEZ DÁVILA: Teatro Eclesiástico de la primitiva iglesia…, op. cit., p. 17. 183 J. DE PALAFOX Y MENDOZA: Diálogo Político, en J. DE PALAFOX Y MENDOZA: Obras del Ilustrísimo, excelentísimo y Venerable…, op. cit., t. X, p. 81. 184 F. R ODRÍGUEZ DE LA FLOR: Barroco. Representación e ideología…, op. cit., p. 26.

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en el virreinato es visible esta ideología que hizo que “las condiciones de la cul- tura material y la conexión con el modelo de progreso occidental se vieran dra- máticamente desajustadas” 185.

Devociones e historias

La Iglesia fue “una institución que guiaba los actos y moldeaba las ideas por medio de una intervención constante en la vida cotidiana” 186. El mismo año de 1621 en que Felipe IV tomó posesión del reino de España, las autoridades ecle- siásticas en el virreinato daban fe de cómo una imagen de Cristo se estremecía “a la vista de mucha gente” en el pueblo de Ixmiquilpan 187. El arzobispo Juan Pé- rez de la Serna formó proceso del caso y el Crucificado fue llevado al convento del Ángel de la Guarda en la Ciudad de México para ser reverenciado. Al poco tiempo, este prodigio se convertiría en uno de “los más constantes y averiguados en esta Nueva España” 188. El historiador Francisco Javier Alegre menciona tam- bién a la Virgen del Pueblito, la advocación de María venerada cerca de la ciudad de Querétaro. William B. Taylor ha estudiado el aumento de la popularidad de los santuarios e imágenes milagrosas que gozaron de apoyo institucional en esta épo- ca. En 1621, Luis de Cisneros escribió una historia de la Virgen de los Remedios, una advocación muy popular en este siglo 189. En 1627, La ciudad de México obtuvo su primero y único beato, el franciscano criollo Felipe de Las Casas (Feli- pe de Jesús), quien murió crucificado en 1597 en Japón y fue proclamado patrono de la ciudad de México 190. En 1633, apareció el texto del franciscano Bernardo de Lizana sobre Nuestra Señora de Izamal y su santuario en Yucatán. Muchas de las devociones fueron importadas desde España, junto con reliquias y cuadros, otras nacieron en la Nueva España.

185 F. R ODRÍGUEZ DE LA FLOR: Barroco. Representación e ideología…, op. cit., p. 25. 186 L. PÉREZ PUENTE: Tiempos de crisis, tiempos de consolidación. La catedral metropolitana de la ciudad de México 1653-1680, México 2005, p. 17. 187 G. GONZÁLEZ DÁVILA: Teatro Eclesiástico de la primitiva iglesia…, op. cit., p. 59. 188 F. J. A LEGRE: Historia de la Compañía de Jesús…, op. cit., p. 137. 189 W. B. TAYLOR: Theater of a Thousand Wonders. A History of Miraculous Images and Shrines in New Spain, New York 2016, p. 47. 190 A. RUBIAL: La Santidad controvertida…, op. cit., pp. 64-66.

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Juan A. Ortega y Medina señala la gran fuerza cohesiva que representó el ca- tolicismo hispánico 191. El Concilio de Trento restauró manifestaciones de es- piritualidad medieval y dio plena libertad a todos los estamentos sociales para la devoción comunitaria, con excesos sentimentales y una comprensión supers- ticiosa de la devoción. Asimismo, subrayó las formas externas de religiosidad: las procesiones, la veneración de los santos, la intercesión por las almas del pur- gatorio, las indulgencias, etcétera, que se convirtieron verdaderamente en sig- nos de fe 192. La época que ahora reseñamos fue de expansión de devociones, de la construcción de catedrales en distintas ciudades, de profusión de literatura hierofánica (escritos aparicionistas) y de peregrinaciones 193. Antonio Rubial habla de una extraordinaria actividad en la producción his- toriográfica en la época que nos ocupa. Se produjeron importantes crónicas provinciales en Michoacán, Oaxaca y Yucatán. Basta mencionar la Crónica de la orden de nuestro padre San Agustín en la Provincia de la Nueva España, de Juan de Grijalva, que se publicó en 1624, mismo año en que murió el cronista fran- ciscano Juan de Torquemada, autor de la monumental obra La Monarquía In- diana, una historia de la conquista y del primer siglo de vida novohispana, reflejo de una época dorada de labor misionera. Otras crónicas que destacan son las de fray Alonso de la Rea (1600-ca. 1661) sobre la Provincia de San Pedro y San Pablo y la de fray Esteban García (ca. 1600-1660) sobre la Provincia mexi- cana de San Agustín. A su vez, las autoridades de España mostraron sumo inte- rés por tener una historia eclesiástica de las Indias, cosa que llevó a cabo años después el cronista Gil González Dávila, y que se publicó con el título Teatro Eclesiástico de las Indias Occidentales (Madrid, 1649-1656). En ella, el autor des- cribía la historia de cada diócesis y hacía un catálogo cronológico de los obispos, con datos biográficos y sus principales aportaciones. La obra era una justifica- ción de la conquista de México llevada a cabo por España, quien había traído la verdadera fe a estas tierras y desterrado el paganismo, la idolatría y los sacrifi- cios humanos. En 1645, Andrés Pérez de Ribas, de la Compañía de Jesús, le refería al rey que a este le pertenecía la obligación “de favorecer y amparar la fe en todo el mundo

191 J. A. ORTEGA Y MEDINA: México en la conciencia anglosajona, en C. GONZÁLEZ y A. MAYER (eds.): Obras de Juan A. Ortega y Medina, op. cit., vol. III, p. 43. 192 A. RUBIAL: La Santidad controvertida…, op. cit., p. 58. 193 A. RUBIAL: El Paraíso de los elegidos…, op. cit., p. 328.

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descubierto y lo que de él falta por descubrir” 194. Sutilmente el jesuita le recor- daba al rey que la “universal dilatación de la Iglesia” era el gran designio de los monarcas españoles. Felipe IV era considerado el vicario de la fe en América, con lo que contaba con facultades para regular todos los aspectos de la vida espiritual de la Iglesia indiana 195. Como observa Elliott, el poder del Estado era absoluto en las Indias a causa de la total concentración de poder eclesiástico en manos de la Corona a través del patronazgo. Así, el rey podía disponer los asuntos de la Igle- sia americana sin la interferencia de Roma 196. En 1649, la Bula de la Sede Apos- tólica le había concedido, además, el privilegio de la Santa Cruzada para que defendiera la fe católica 197.

El clero

Los clérigos llegaron a ser el grupo más destacado de la sociedad virreinal. Gil González Dávila habla de 6000 clérigos en Nueva España hacia 1650 198. Siempre sujetos al rey, su control sobre la doctrina, la liturgia y la moral, y a través de ellos sobre el arte, la imprenta, la educación y la beneficencia dieron a la Iglesia una ex- cepcional influencia social y cultural. Fueron los forjadores de la piedad y la reli- giosidad populares a través de sus escritos, de la fundación de cofradías, la organización de fiestas, la predicación de homilías, confesiones y dirección espiri- tual 199. Muchos miembros del clero novohispano observaron una religiosidad sin- cera y profunda, que se manifestó en la devoción, la caridad, la ayuda al prójimo, la erudición bíblica y patrística así como en la práctica de formas externas de culto.

194 A. PÉREZ DE RIBAS: Historia de los Triumphos de Nuestra santa Fe, entre gentes las más bárbaras y fieras del Nuevo Orbe, México 1944, pp. 113-114. 195 L. PÉREZ PUENTE: “El obispo. Político de institución divina”, en M. del P. MARTÍNEZ LÓPEZ-CANO (coord.): La Iglesia en Nueva España…, op. cit., p. 157; P. RUBIO MERINO: “La Iglesia Indiana en el siglo XVII”, en Historia general de España y América, Madrid 1985, t. IX/1, pp. 313-360. 196 J. H. ELLIOTT: “España y América…”, op. cit., p. 14. 197 El nombramiento de los obispos correspondía al Papado y el rey poseía solo el derecho de presentación, mas con solo ese derecho, el soberano tuvo enorme injerencia en las decisiones eclesiásticas en América. Ver L. PÉREZ PUENTE: “El obispo…”, op. cit., p. 158. 198 G. GONZÁLEZ DÁVILA: Teatro Eclesiástico de la primitiva iglesia…, op. cit., p. 17. También S. GRUZINSKI: La colonización de lo imaginario…, op. cit., p. 262. 199 A. RUBIAL: La Santidad controvertida…, op. cit., p. 54.

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El programa tridentino para México también consistió en que la reforma fuese disciplinar y canónica y que la propagación de la doctrina se hiciera ade- cuadamente, así como que se obedecieran los decretos episcopales, se viera por la salud espiritual del clero y la virtud moral cristiana. Con estas disposiciones, el carácter monástico de la Iglesia cedió paso a nuevas normas que configuraron una organización eclesiástica sometida formalmente a la autoridad de los obis- pos, cuya figura se reforzó, así como a una exigente ortodoxia, a una práctica piadosa intensa y a una atrayente visualidad 200. Leticia Pérez Puente señala que “el objetivo común de todos los prelados fue colocar a la Iglesia diocesana como centro rector del ministerio eclesiásti- co”. El obispo tenía, por razón de su consagración episcopal, plena potestad sobre la confección y administración de los sacramentos y, asimismo, era el encargado de la fe y la disciplina eclesiástica, de forma que solo bajo su autoridad se podía ejercer la cura de almas 201. Los obispos ocuparon una particular posición en la estructura del poder en Nueva España, compitiendo incluso en jurisdicción con los virreyes, por lo que tuvieron una enorme influencia en los territorios americanos 202. Como actua- ron en la esfera política como instrumentos de la voluntad real, “las crisis polí- ticas más graves del siglo XVII fueron provocadas por enfrentamientos entre clérigos y virreyes” 203, es decir, los dos representantes del rey en las Indias, quienes debatían entre sí los alcances de su poder y autoridad para hacer valer sus prerrogativas y su jurisdicción. En esta época, siguió dándose en Nueva España un fenómeno de criollización (o americanización) de la iglesia, en que los nacidos en América pugnaban por mayor espacio y presencia en las estructuras eclesiásticas. La presión llegó a ser tal que, como explica Pérez Puente, entre 1614 y 1629, el Papado, a instancias del rey de España y de algunos frailes españoles, impuso la obligación de que los

200 H. J. PRIEN: La Historia del Cristianismo en América Latina, Salamanca 1985, p. 248; E. GÓMEZ PIÑOL: “El arte indiano del siglo XVII: Del orden visual clásico al ‘océano de colores’”, en L. NAVARRO GARCÍA (coord.): Historia de las Américas, op. cit., vol. II, pp. 699-719. 201 L. PÉREZ PUENTE: “El obispo…”, op. cit., p. 166. 202 Hacia 1620, un año antes de asumir el trono Felipe IV, el número total de arzobispados y obispados en la América española era de 34 (J. H. ELLIOTT: “España y América…”, op. cit., p. 14). 203 C. ÁLVAREZ DE TOLEDO: Juan de Palafox…, op. cit., p. 113.

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cargos provinciales entre los mendicantes americanos se turnaran entre los naci- dos en Indias y los peninsulares. Las “alternativas” desataron una fuerte reac- ción en todos los medios criollos americanos que consideraban violentados sus derechos de autogobierno, lo que provocó tensión entre ambas facciones y tuvo una amplia dimensión política 204. Los últimos escritos de Juan de Torquemada, realizados en 1621 cuando el fraile era lector jubilado en el convento de Santiago Tlatelolco, hacían una apo- logía de las órdenes mendicantes, al tiempo en que se criticaba que estas se so- metieran a examen por mandato de los obispos, lo cual era parte de una reforma que venía desde finales del siglo XVI. El episcopado pretendía someter a obedien- cia a las órdenes religiosas, formadas principalmente por frailes peninsulares y convertir las antiguas doctrinas regulares en parroquias seculares 205. En concre- to, se estaban dando pasos más firmes hacia la transformación de las “doctrinas” (actividad misionera de los frailes en curatos) 206, de acuerdo a los decretos del Concilio de Trento. Los obispos chocaron con el clero regular y estas disputas caracterizaron todo el siglo XVII. El momento más álgido del conflicto ocurrió en 1641, durante la administración de Palafox, quien despojó a las órdenes regula- res de un buen número de parroquias indígenas en la diócesis de Puebla 207. Esta “antinomia”, como llama Oscar Mazín a la crisis desencadenada por los sis- temas eclesiásticos respectivos de los cleros secular o diocesano y regular, impac- tó en la organización política y social del reino 208. Antonio Rubial habla ampliamente del proceso de americanización de la Igle- sia, formada por miembros de las capas medias y acomodadas criollas y mestizas.

204 A. RUBIAL: “Las órdenes mendicantes evangelizadoras en Nueva España y sus cambios estructurales durante los siglos virreinales”, en M. del P. MARTÍNEZ LÓPEZ-CANO (coord.): La Iglesia en Nueva España…, op. cit., pp. 218-221; C. ÁLVAREZ DE TOLEDO: Juan de Palafox…, op. cit., p. 117. 205 A. RUBIAL: “Las órdenes mendicantes evangelizadoras…”, op. cit., p. 224 y J. H. ELLIOTT: “España y América…”, op. cit., p. 14. 206 M. LEÓN PORTILLA: “Prólogo” a Fray J. DE TORQUEMADA: Monarquía Indiana, México 1964, p. 46. 207 J. L. MORA MÉRIDA: “La Iglesia indiana en el siglo XVII”, en L. NAVARRO GARCÍA (coord.): Historia de las Américas, op. cit., vol. II, p. 664. 208 O. MAZÍN: “El poder y la potestad del rey: los brazos espiritual y secular en la tradición hispánica”, en M. del P. MARTÍNEZ LÓPEZ-CANO (coord.): La Iglesia en Nueva España…, op. cit., p. 62 y O. MAZÍN: Gestores de la Real Justicia…, op. cit.

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En esta época, la mayoría de los sacerdotes seglares eran criollos. Durante todo el reinado de Felipe IV, hubo ocho arzobispos nombrados a la sede episcopal 209, y solo dos eran criollos. En 1639, Feliciano de Vega, un gran jurista nacido en Pe- rú, graduado de cánones y leyes por la Universidad de San Marcos en Lima, fue nombrado para la sede metropolitana de México. Tenía una cercana relación con Palafox y con Juan de Solórzano Pereira, con quienes había coincidido en el Con- sejo de Indias y con Solórzano incluso en Lima. Por diversas circunstancias, tar- dó en salir de Perú y, cuando llegó al puerto de Acapulco, en diciembre de 1640, enfermó y murió sin haber ocupado la silla arzobispal 210. El otro, Alonso de Cue- vas y Dávalos, fue arzobispo de México de 1664 a 1665, se destacó por una bri- llante carrera eclesiástica 211. El poder de la Iglesia se debió también, por otra parte, a que dentro de ella se encontraban hombres letrados, gente influyente, con fuertes lazos familiares y clientelares, que monopolizaban las cátedras universitarias, eran los oradores en los templos urbanos y diseñaban los programas iconográficos, los aparatos festivos y tenían acceso a las imprentas “por lo cual se erigieron como los prin- cipales difusores de las redes simbólicas identitarias” 212. La unidad religiosa y política del Imperio se apoyó en un programa cultural amplio e igualmente unificante. En ello, la teología católica jugó un papel fun- damental. Se trataba de una teología académica, en la que tomaron parte tanto los españoles pasados a América, como los criollos que desarrollaron su magis- terio o participaron en importantes reuniones eclesiásticas en su tierra natal. Los grandes autores de la Contrarreforma, como Luis de Molina y Francisco Suárez, se convirtieron en los fundamentos indiscutibles de estos ideólogos,

209 Juan Pérez de la Serna (de 1613 a 1627); Francisco Manso y Zúñiga (1628 a 1635); Feliciano de Vega Padilla (1639 aunque murió a su llegada al puerto novohispano de Acapulco antes de tomar posesión); Juan de Palafox y Mendoza (1643); Juan de Mañozca y Zamora (1645-1650); Mateo Sagade Bugueiro (1655-1661); Diego Osorio y Escobar (nombrado en 1663, pero declinó la oferta) y Alonso de Cuevas y Dávalos (1664-1665). 210 P. L ATASA: “Teatralidad fúnebre novohispana: exequias en honor de Feliciano de Vega organizadas por Juan de Palafox (1642)”, en R. FERNÁNDEZ GRACIA (coord.): Doce estudios en torno a Don Juan de Palafox y Mendoza, Pamplona 2010, pp. 231-254. 211 C. DE SIGÜENZA Y GÓNGORA testifica sobre su admiración a este personaje por sus grandes virtudes, en Triumpho Parthenico, que en Glorias de Maria Santisima inmaculadamente concebida celebró la Pontificia Imperial y Regia Academia, México 1683, p. 244. 212 A. RUBIAL: El Paraíso de los elegidos…, op. cit., p. 212.

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que así tuvieron una profunda resonancia pedagógica, metafísica y teológica en la Nueva España. Por otra parte, también debido a las disposiciones tridentinas, se abrieron las puertas a las órdenes religiosas reformadas (jesuitas, dieguinos, carmelitas) al virreinato. Hay que señalar la importancia en esta época de los conventos y mo- nasterios. Destaca por ejemplo, el Oratorio de San Felipe Neri, congregación de clérigos seculares fundada a mediados del siglo XVII en la ciudad de México pa- ra reformar al clero secular. Igualmente jugaron un papel importante las órde- nes hospitalarias como la de los betlemitas, la de los juaninos e hipólitos. Solo durante la gestión de Juan Pérez de la Serna se fundaron alrededor de quince conventos y la tendencia iba en aumento. Ya para 1649, había quejas por la exa- gerada cantidad de ellos y, por ende de religiosos y religiosas 213. Los claustros femeninos sustentaron una función social y urbana trascendente en la vida no- vohispana. Surgieron de la necesidad de albergar y educar a españolas y criollas viudas, huérfanas y doncellas. Eran espacios de salvaguarda social 214. La mu- jer novohispana no tenía derecho a la instrucción escolar, pero en los conventos había mujeres más educadas: músicas, contadoras, cronistas, autoras de obras poéticas 215. Los conventos tuvieron un impacto relevante en la definición de la cultura criolla y de la espiritualidad barroca novohispana. En mayo de 1649, se llevó a cabo el mayor auto de fe de la época colonial. Hubo 109 penitenciados y 13 relajados en persona. El Santo Oficio fue una ins- titución que permitió la autoridad de los obispos sobre los colonos en materias de fe y de moral 216. Se encargó del control de la penetración ideológica y de la infiltración extranjera, pero, sobre todo, fue un regulador de la conducta y vi- gilante de las buenas costumbres dentro del propio ámbito novohispano. Irving Leonard señaló que la Inquisición mexicana se caracterizó por una moderación

213 De los tres siglos coloniales, el XVII fue el de menor número de fundación de conventos femeninos [R. LORETO LÓPEZ: “La función social y urbana del monacato femenino novohispano”, en M. del P. MARTÍNEZ LÓPEZ-CANO (coord.): La Iglesia en Nueva España…, op. cit., p. 240; G. GONZÁLEZ DÁVILA: Teatro Eclesiástico de la primitiva iglesia…, op. cit., pp. 16-17]. 214 R. LORETO LÓPEZ: “La función social y urbana…”, op. cit., p. 241. 215 P. G ONZALBO AIZPURU: “Facetas de la educación humanista de los novohispanos”, en R. CHANG-RODRÍGUEZ (coord.): Historia de la literatura mexicana, op. cit., p. 43. 216 Véanse los trabajos de S. ALBERRO: Inquisición y sociedad en México. 1571-1700, México 1998, y de G. TORRES PUGA: Los últimos años de la Inquisición en la Nueva España, México 2004.

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inesperada 217. Las circunstancias americanas, distintas a las de la Península 218, cambiaron el rumbo de sus objetivos iniciales, de persecución por motivos con- fesionales y en el virreinato acabó siendo un medio de control, normalización y estabilización social 219.

Los jesuitas

Mención especial merece en este apartado la Compañía de Jesús, que fue “la orden religiosa más compleja y multiétnica de todas las que actuaron en el te- rritorio” 220. Sus primeros miembros llegaron a la Nueva España en 1572 y en cincuenta años de ministerio en México cosecharon grandes logros en el terre- no espiritual, pero también obtuvieron gran poder, riqueza e influencia 221. Los jesuitas jugaron un papel esencial en la conformación de la ideología contrarreformista. El pensamiento y el patrimonio de la cultura se vieron in- fluidos grandemente por sus actividades, que dejaron una fuerte impronta en la vida novohispana, a través de la fundación de colegios, de su participación ac- tiva en la docencia, de su labor misional, sobre todo en las tierras más inhóspitas de la Nueva España y de sus grandes contribuciones teológicas 222. En el perio- do de mayor dinamismo de la orden, 1550-1650, al que se le ha llamado “Rena- cimiento católico”, se dio con más ímpetu la renovación de la Iglesia romana y de la teología 223. Los jesuitas fueron reflejo de la nueva eficacia cristiana y del

217 I. LEONARD: La época barroca en el México colonial, México 1986, p. 155. 218 Werner Thomas informa que en la Península, entre 1517 y 1648, hubo más de 2500 extranjeros acusados de luteranismo por la Inquisición (W. THOMAS: La represión del protestantismo en España, 1517-1648, Lovaina 2001, p. viii). En México no hay un equivalente a esta cifra, pues los efectos de esta confesión fueron tardíos y se diluyó la aspereza de la persecución contra estos en comparación con España. Ver P. GRINGOIRE: “Protestantes enjuiciados por la inquisición”, Historia Mexicana 11/2 (1961); A. MAYER: Lutero en el Paraíso, op. cit., pp. 145-183. 219 S. ALBERRO: Inquisición y sociedad en México…, op. cit., p. 150. 220 A. RUBIAL: El Paraíso de los elegidos…, op. cit., p. 271. 221 R. KURI CAMACHO: La Compañía de Jesús. Imágenes e ideas…, op. cit., p. 160. 222 G. DECORME, S.J.: La obra de los jesuitas mexicanos durante la época colonial (1572- 1767), México 1941, p. 178. 223 J. DELUMEAU: El catolicismo de Lutero a Voltaire, Barcelona 1973, pp. 45-47.

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espíritu metódico aplicado al apostolado. Los discípulos de Ignacio de Loyola dieron ejemplo del ejercicio ascético incesante 224 que dio importantes frutos. Los jesuitas pusieron el acento en la actividad, en las obras, en las instituciones. Sobre todo, persiguieron la idea del triunfo total y absoluto de la Iglesia católi- ca sobre la confesión protestante. En la bula de canonización de San Ignacio (1622) se hacía la mención de los dos frentes de batalla donde los jesuitas iban a sobresalir: en la cruzada contra la idolatría en el continente americano y en la lucha contra el cisma en el europeo. Los padres mexicanos observaron diferen- tes estrategias para transmitir los mensajes religiosos de la Iglesia católica tri- dentina entre los fieles y aprovecharon la oportunidad que brindaban el arte, la prédica, los escritos confesionales y aún las representaciones teatrales para co- municar su ideología. Fueron, además, verdaderos expertos en ejercer control sobre la sociedad a través de los directores espirituales con su persuasiva retó- rica. La orden fue muy activa, no solo en tareas intelectuales, sino también en actividades científicas. Tuvieron notoria participación, incluso, como “maestros que dispusiesen de fábrica” en las obras de desagüe para evitar inundaciones de la Ciudad de México 225. Contaron con teólogos de gran fuste, como Pedro de Ortigosa, Juan de Ledesma, Juan de Pineda, cronistas como José de Acosta, An- drés Pérez de Ribas, predicadores como Mateo de la Cruz, Antonio Núñez de Miranda o Antonio de Rivadeneyra y catequizadores como Julio Pascual, Ma- nuel Martínez o Antonio Jácome. La Compañía de Jesús administraba el culto divino en sus templos. Tenía colegios en las principales urbes como el de San Ildefonso y el de San Pedro y San Pablo. Misionaba también en la frontera norte, donde se levantaron en es- te tiempo las misiones de San Miguel de las Bocas (1630) y San Felipe (1639) entre otras, pero el impulso bajó con las rebeliones indígenas de 1632, 1644 y 1646. En el siglo XVII, los padres habían llegado hasta Arizona, Nuevo México y California. Para mediados de la centuria, la provincia mexicana de los jesuitas administraba una extensa zona misionera en Sonora y Sinaloa 226. Muchos evangelizadores murieron mártires en aquellas remotas tierras. Allí están los

224 Los jesuitas también son ejemplo de esa forma de piedad que Max Weber llama “intramundana”, aunque el autor solo distingue con ella a la ética protestante (M. WEBER: The Protestant Ethic and the Spirit of Capitalism, New York 1958). 225 F. J. A LEGRE: Historia de la Compañía de Jesús…, op. cit., p. 168. 226 S. ORTEGA NORIEGA: Tres siglos de Historia Sonorense, México 1993, p. 182 y cap. IV.

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Bendin, los Jácome, los Pascual, los Martínez y muchos más que, incluso, han quedado en el anonimato. El cronista Gil González Dávila calculó en 1636 el número de religiosos de esta orden en Nueva España en la época de Felipe IV y refiere puntualmente las ermitas, hospitales, iglesias y colegios a su cuidado. Los jesuitas gozaron de gran autonomía y amasaron importantes recursos financieros a través de ha- ciendas que otorgaban crédito y refinerías de azúcar, poseían también ganado y plantaciones y sus ingresos anuales eran considerables. La provincia jesuita es- taba formada por peninsulares y criollos y desde el siglo XVII por un sector de miembros llegados de distintos países europeos 227. Por la escasez de los desti- nados al Nuevo Mundo, Felipe IV permitió que una cuarta parte de los misio- neros destinados a las Indias españolas fueran de otros países, en especial, los que se encontraban bajo el gobierno de la casa de Austria. Se necesitaban nuevos refuerzos para la evangelización, pero hubo una rigurosa selección y vigilancia para pasarlos 228. De entre ellos destacó Cornelio Bendin, flamenco, que pasó a catequizar a los Tarahumares, y murió a manos de ellos en 1650. Andrés Pérez de Ribas, enviado a España como procurador para defender a su provincia de las pretensiones y los ataques del obispo Palafox, escribía en su obra Triumphos de nuestra santa fe, fechada en 1645 en la ciudad de Madrid y dedicada a Felipe IV, acerca de la portentosa labor misionera de sus hermanos de hábito. La obra, según Salvador Bernabéu Albert, fue un antídoto contra las acusaciones de Palafox a la Compañía por su carácter elitista 229. Pérez de Ri- bas logró colocar a los jesuitas en un plano de crucial importancia para la ex- pansión de la fe católica en el siglo XVII, en unos ámbitos de conversión difíciles y alejados de las zonas pobladas. Se trata de una relación geográfica y etnográ- fica del norte de Nueva España que describe los avance de la cristiandad en estas

227 V. D. S IERRA: Los jesuitas germanos en la conquista espiritual de Hispanoamérica, siglos XVI y XVII, Buenos Aires 1944, pp. 30 y ss.; O. KASPAR: Los jesuitas checos en la Nueva España. 1678-1767, México 1991, pp. 25 y 32. 228 Ver S. BINKOVÁ: “Antecedentes de la emigración masiva: migración en grupos. Los misioneros jesuitas y los especialistas en minería centroeuropeos en América Latina. Condiciones y resultados”, en J. OPATRNÝ (ed.): Emigración centroeuropea a América Latina, Praga 2000, pp. 67-73. 229 S. BERNABÉU ALBERT: “El gran teatro del norte. La historia de los Triunfos de nuestra santa fe del jesuita cordobés Andrés Pérez de Ribas (1645)”, en T. BARRERA (ed.): Herencia cultural de España en América, siglos XVII y XVIII, Pamplona 2008, p. 121.

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regiones, pero justificando y defendiendo la labor civilizadora de los jesuitas, particularmente con los indígenas del norte. Colocó a los protagonistas como “obedientes y humildes capellanes de Vuestra Majestad”, que habían sido “li- berales” y “dispuestos” a trasladarse a los inhóspitos confines del septentrión para convertir a gentes “bárbaras e indómitas” 230. La obra hacía alarde de que habían convertido “un ejército de 40 mil párvulos” y bautizado más de 300.000 almas 231. Andrés Pérez de Ribas escribió, además de su famosa obra Triumphos de Nues- tra santa Fe, la primera crónica jesuita editada en México, una Historia de la Pro- vincia de la Compañía de Jesús en estos territorios, que quedó inédita, tal vez por exagerar en sus ataques contra Palafox 232. Posteriormente, Francisco de Floren- cia, quien en 1668 fue enviado como procurador de su provincia a Roma y a Ma- drid, escribió la Historia de la Provincia de la Compañía de Jesús en Nueva España, que se publicó a fines del siglo XVII en México. Finalmente, los grandes hechos de los jesuitas fueron cuidadosamente consignados por Francisco Javier Alegre en su Historia de la Compañía de Jesús en Nueva España en el siglo XVIII, cerrándose así un amplio ciclo historiográfico apologético de los grandes hechos de la orden en México.

EL GUADALUPANISMO NOVOHISPANO

Uno de los rasgos más distintivos de la cultura e identidad mexicanas aún hoy en día es el culto a la Virgen de Guadalupe, también llamada del Tepeyac, por el cerro donde se apareció en 1531, según la tradición, al indio Juan Diego. Se tra- ta de una devoción que los novohispanos hicieron propia y que resultó ser un ele- mento esencialmente constitutivo y vital para los habitantes de Nueva España y, después, de la nación mexicana. La Virgen de Guadalupe es un símbolo religioso de enorme trascendencia. Venerada desde finales del siglo XVI en las cercanías de la ciudad de México, Tonanzin Guadalupe, el otro mote de la Virgen mexicana que remite a la madre tierra en la tradición indígena, fue cobrando fuerza en el

230 A. PÉREZ DE RIBAS: Historia de los Triumphos de Nuestra santa Fe…, op. cit., pp. 97 y 99. 231 Ibidem, p. 100. 232 A. RUBIAL: El Paraíso de los elegidos…, op. cit., p. 272.

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siglo XVII hasta consolidarse definitivamente como una devoción preferente en el siglo XVIII 233. El momento histórico que corresponde al reinado de Felipe IV fue crucial para el desarrollo del culto guadalupano en México, pues corresponde a una etapa de intensa promoción institucional de la devoción, llevada a cabo por el clero, los teólogos, los intelectuales e historiadores del virreinato, alentados por el poder político y eclesiástico. Antonio Rubial observa que la mayor parte de los escritores y promotores del culto guadalupano eran clérigos vinculados con el cabildo catedralicio de México. Junto con este, la otra corporación que tuvo un papel fundamental como impulsora del santuario fue la Compañía de Jesús. Pero no solo el siglo XVII fue el de la promoción de la Virgen de Guadalupe, si- no que también en esta época se dio al milagro guadalupano un sustento teoló- gico, un fundamento bíblico y escatológico, como se verá más adelante. En 1622 se concluyó la primera iglesia en el Tepeyac, que fue consagrada por el arzobis- po Juan Pérez de la Serna. En 1629, durante la desastrosa inundación de la ciudad de México, salió de este templo una nutrida procesión llevando la ima- gen de Guadalupe, encabezada por el virrey y el arzobispo, acompañados de los miembros de la Real Audiencia, los regidores del ayuntamiento, el rector y los doctores de la universidad, así como del clero, seguidos asimismo de cientos de fieles, para implorar que bajasen las aguas. En 1653, una pintura atribuida a Jo- sé Juárez describía el primer milagro de la Virgen de Guadalupe, que fue salvar a un indio herido accidentalmente por una flecha que, al decir de Elena Alcalá, refleja el carácter inclusivo del símbolo guadalupano tanto para españoles como para indígenas 234. La estructura del portento de la aparición de la imagen de la Virgen mexicana se basaba, en efecto, en antiguas tradiciones indígenas, que se colocaban en el contexto propio del mundo novohispano. La Mariofanía del Tepeyac consistía en la creencia de que el 12 de diciembre de 1531, la Virgen María se había aparecido tres veces al indio Juan Diego en el cerro del Tepeyac. La primera vez le había ex- presado a este humilde siervo recién convertido a la fe católica su deseo de que llevara el mensaje al obispo de México, Juan de Zumárraga, de que allí donde ella

233 W. B. TAYLOR: “The Virgin of Guadalupe in New Spain: An Inquiry Into the Social History of Marian Devotion”, American Ethnologist 14 (1987), pp. 9-33. 234 L. E. ALCALÁ: “The Image of the Devout Indian: The Codification of a Colonial Idea”, en I. KATSEW (ed.): Contested Visions…, op. cit., pp. 227-250.

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se había manifestado se le edificara un templo. Ante la incredulidad del prelado, que no daba crédito a las palabras del vidente, la Virgen se apareció nuevamente a Juan Diego con la misma petición a lo que él expresó que el obispo requería pruebas para creer en su palabra. Entonces la Madre de Dios le pidió que reco- giera flores en el cerro, en pleno invierno en que era difícil hallarlas y él, obedien- te, reunió decenas de ellas, las colocó en su manta y las llevó presuroso ante el obispo. Al descubrir la capa, en lugar de flores, quedó impresa la imagen de la Vir- gen en la tilma, ante el asombro de todos los presentes. Más tarde la Virgen se pre- sentaría ante el tío de Juan Diego, de nombre Juan Bernardino, quien yacía muy enfermo, a punto de morir, y le había revelado que su nombre era Guadalupe. Después el propio obispo Zumárraga sacaría la imagen de la casa arzobispal y la llevaría a la nueva ermita para que allí fuera reverenciada por todo el pueblo. El fenómeno guadalupano es harto complejo. Si bien es cierto, como lo reco- noce David Brading, que el culto a la imagen de la Virgen de Guadalupe –visto desde un punto de vista secular– aparece como un mito fundacional para los crio- llos, que remitía al surgimiento de la Iglesia en México y al nacimiento de su pa- tria, no obstante, esta percepción fue un proceso paulatino que se dio en un largo periodo de tiempo 235. Al decir de Serge Gruzinski, “lo que representa el culto de la Virgen de Guadalupe desborda el dominio de la devoción para cubrir algu- nas estrategias eminentemente políticas y socio-culturales” 236. La exégesis de la Virgen de Guadalupe se da en el contexto de la Iglesia en la época colonial pero, a la vez, dicha interpretación estuvo determinada por la situación espiritual que surgió después del Concilio de Trento. Edmundo O Gorman puso de relieve que el culto mariano y, en particular, la advocación de Nuestra Señora de Gua- dalupe, fue un estandarte de la Contrarreforma y se convirtió en la más arraigada y preferente práctica piadosa del tradicionalismo católico español en el ámbito del México colonial. Se trató de un elemento esencial de la estrategia contrarre- formista en el fortalecimiento de los valores tridentinos 237. En la Contrarreforma,

235 D. B RADING: Mexican Phoenix: Our Lady of Guadalupe: Image and Tradition Across Five Centuries, Cambridge 2001. 236 S. GRUZINSKI: La Guerra de las Imágenes: de Cristóbal Colón a “Blade Runner” (1492-2019), México 1994, p. 149. 237 E. O’GORMAN: Destierro de sombras. Luz en el origen de la imagen y culto de Nuestra Señora de Guadalupe del Tepeyac, México 1986, p. 122; W. WEISBACH: El barroco, arte de la Contrarreforma, Madrid 1948; A. MAYER: “El culto de Guadalupe y el proyecto tridentino en

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se recordará, se acentuó la devoción a la Virgen María, como reacción al rechazo protestante de su culto. Sin duda, la política de exaltación de la Inmaculada Con- cepción de María por parte de los reyes Felipe III y Felipe IV 238 rindió frutos en la Nueva España con el culto a Guadalupe. Para seguir las disposiciones del mo- narca, también el reino mexicano se comprometió a celebrar el sacro triunfo de María, limpia de pecado. Por su parte, Francisco de la Maza señaló al guadalu- panismo como una “espléndida creación barroca” 239. En el siglo XVII, los sectores sociales del virreinato vieron satisfechas sus ne- cesidades religiosas a través del culto a ciertas imágenes milagrosas, como la de la Virgen de los Remedios y la de Guadalupe 240. Estos cultos se difundían a tra- vés de sermones, retablos, pinturas, esculturas, trabajos de orfebrería, graba- dos, santuarios, cofradías o hermandades que organizaban fiestas y procesiones, es decir, coadyuvaron a que se desplegara un impresionante aparato visual y textual (códices, poesía, sermones, crónicas, hagiografía, literatura hierofánica) en rituales, espectáculos y manifestaciones artísticas 241. Jaime Cuadriello ha hecho una contribución muy significativa al conocimiento del tema guadalupa- no, sobre todo en su dimensión iconográfica. La Virgen de Guadalupe fue expresión de la eficacia de la imagen promovida por la Contrarreforma y ha ayudado a interpretar las claves teológicas e históricas de la devoción marial y

la Nueva España”, Estudios de Historia Novohispana 26 (2002), pp. 17-49 y A. MAYER: Flor de primavera mexicana. La Virgen de Guadalupe en los sermones novohispanos, México 2010. Mucho del fortalecimiento moral y material de la Iglesia se debió en esta época a la veneración de las advocaciones marianas (M. A. PASTOR: Crisis y recomposición social. Nueva España en el tránsito del siglo XVI al XVII, México 1996, p. 87). 238 L. RIVERA: “La idea y la materia: la concepción de María siempre inmaculada”; M. RETA: “El ingenio humano en favor de María Inmaculada: La defensa teológica del misterio”, e I. MARTÍNEZ: “Estandarte de la monarquía española. El uso político de la Inmaculada Concepción”, los tres trabajos en Un privilegio Sagrado: La concepción de María Inmaculada. Celebración del dogma en México, México 2005, pp. 35, 75-122 y 123-154, respectivamente. 239 F. DE LA MAZA: “Los evangelistas de Guadalupe y el nacionalismo mexicano”, Cuadernos Americanos 48/6 (1949), p. 185. 240 Como expone W. B. TAYLOR, en Nueva España, la edad dorada de las imágenes religiosas puede ubicarse de 1621 a 1850 (“The Virgin of Guadalupe in New Spain…”, op. cit., pp. 9-33). 241 A. RUBIAL: El Paraíso de los elegidos…, op. cit., pp. 56-57.

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sus estrategias de representación 242. La veneración a Guadalupe es un ejemplo de la consolidación de cultos que tuvieron muy buena acogida, primero en la ciu- dad de México y después en el resto de las poblaciones del virreinato. El culto se extendió a otras ciudades que erigieron santuarios desde mediados del siglo XVII y la difusión se hizo por medio de imágenes y retablos e incluso llegó a España y a Roma, expandida por virreyes, obispos, emigrantes indianos, sacerdotes, sobre todo jesuitas. Pronto los criollos tomaron a la Virgen de Guadalupe como elemen- to distintivo y propio de la Nueva España, como un símbolo de la elección de Dios a México y sus pobladores. Según Octavio Paz, “los criollos buscaron en las entrañas de Tonantzin-Guadalupe a su verdadera madre. Una madre natural y sobrenatural, hecha de tierra americana y teología europea” 243. En 1662, el entonces joven profeso de votos simples de la Compañía de Jesús, Carlos de Sigüenza y Góngora (1645-1700), quien llegaría a ser el más célebre po- lígrafo de su generación, escribió su primer poema intitulado Primavera indiana. Poema sacro-histórico. Idea de María Santísima de Guadalupe de México. Copiada de flores (México, Viuda de Bernardo Calderón, 1668). La primavera evoca un senti- do cálido, el tiempo en que algo está floreciendo, en pleno vigor y hermosura. Lo indiano se refiere a aquellos que eran nativos de las Indias Occidentales, y aludía no solo a los pobladores originarios o indígenas, sino también a españoles (penin- sulares y criollos) y mestizos. Sigüenza planteaba que Guadalupe se relacionaba con el surgir de su patria y, por la aparición de la Virgen, México se convertía así en un vergel, en un verdadero paraíso americano, cuyos habitantes habían sido elegidos por Dios para que María se hiciese presente en esta tierra y colmara a sus habitantes de felicidad, esperanza y protección. Sigüenza señalaba a la Virgen de Guadalupe como un blasón “del Mexicano emporio”. La gran Reina, aparecida

242 Ver J. CUADRIELLO: “Atribución disputada: ¿Quién pintó a la Virgen de Guadalupe?”, en J. GUTIÉRREZ HACES (ed.): Los discursos sobre el arte, México 1995, pp. 231-257; J. CUADRIELLO: “Del escudo de armas al estandarte armado”, en Los Pinceles de la Historia. De la Patria Criolla a la nación mexicana, México 2000, pp. 32-49; J. CUADRIELLO: “El obrador trinitario o María de Guadalupe creada en idea, imagen y materia”, en El Divino Pintor. La creación de María de Guadalupe en el taller celestial, México 2002, pp. 61-206; J. CUADRIELLO: “El signo y su significado icónico en el primer sermón guadalupano”, en M. LAVÍN (coord.): Miradas guadalupanas, México 2003, pp. 123-144; J. CUADRIELLO: “Zodíaco Mariano. Una alegoría de Miguel Cabrera”, en Zodíaco Mariano. 250 años de la declaración pontificia de María de Guadalupe como patrona de México, México 2004, pp. 21-130. 243 O. PAZ: “Prólogo” a J. LAFAYE: Quetzalcóatl y Guadalupe. La formación de la conciencia nacional en México, México 1977, p. 22.

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con el milagro de la transformación de las flores en su imagen sagrada era el or- gullo de toda la población y México era, a su vez, “el Americano Guadalupe” 244. Sigüenza y Góngora no fue el primero en hacer la simbiosis de la Virgen de Guadalupe como señal de la elección de Dios de tierras mexicanas. Siendo él muy niño, se formó la historiografía guadalupana propiamente dicha, que, ade- más, coincide con el “Siglo de Oro” de la devoción mariana en la propia Espa- ña 245. A mediados de la centuria, el legado escrito de los llamados por Francisco de la Maza “Evangelistas Guadalupanos” 246 le dio un definitivo impulso al cul- to. En la época de Felipe IV, destacaron las obras de dos de ellos, el bachiller Miguel Sánchez, y Luis Lasso de la Vega a los que se sumarían otros autores, Luis Becerra Tanco (1666 y 1675) y Francisco de Florencia (1688), que corona- rían el cuarteto restante, ya durante el reinado de Carlos II. La obra del bachiller Miguel Sánchez (1594-1674) Imagen de la virgen María madre de Dios de Guadalupe 247 de 1648 es el primer relato en castellano de la apa- rición de la Virgen y del milagroso origen de su imagen. El autor aprovechó una tradición dispersa de raíz indígena 248, le dio forma y una dimensión tanto teoló- gica como histórica que tendría gran repercusión Se trata de una obra alegórica basada en el libro del Apocalipsis. Con una genial intuición, el autor tuvo el pro- pósito de insertar a su patria, a México, en el evento escatológico del esquema de la revelación y de la salvación del cristianismo universal y esta interpretación le dio cuerpo y fundamento al milagro del Tepeyac. Este tratado tuvo un influjo de- cisivo en la difusión de la narración, del simbolismo y del culto guadalupanos 249.

244 A. MAYER: Dos americanos, dos pensamientos. Carlos de Sigüenza y Góngora y Cotton Mather, México 1998, p. 172. 245 J. SIMÓN PARDO: La devoción a la virgen en España, Madrid 2003, p. 45. 246 F. DE LA MAZA: “Los evangelistas de Guadalupe…”, op. cit. 247 México 1648. Está compilada en la obra de E. DE LA TORRE VILLAR y R. NAVARRO DE ANDA: Testimonios Históricos guadalupanos, México 1982, pp. 152-281. 248 X. NOGUEZ opina que Sánchez se valió del texto indígena llamado Nican Mopohua, atribuido a Antonio Valeriano, en Documentos guadalupanos, México 1993, p. 28, pero también manifiesta la opinión de que la influencia que ha sido considerada como la “historia” de la mariofanía guadalupana tiene su origen, de manera primordial, en un grupo de tradiciones de creación colectiva provenientes de varios contextos indígenas ya aculturados en el cristianismo, y quizá Valeriano recopiló y organizó en un solo texto varias tradiciones que circulaban entonces en el ambiente indígena de forma oral (Ibidem, p. 185). 249 A. RUBIAL: El Paraíso de los elegidos…, op. cit., p. 330.

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Siguiendo esta trayectoria, Luis Lasso de la Vega publicó en 1649 su Huei Tlamahuizoltica (“El gran acontecimiento”) seguido de breves anotaciones y de una recopilación de los prodigios obrados por la Virgen. En este texto se incluía el Nican Mopohua (“Aquí se relata...”), obra atribuida al sabio indígena Antonio Valeriano, del colegio de Tlatelolco, quien supuestamente lo habría escrito a mediados del siglo XVI y que refería la aparición de la Virgen de Guadalupe en lengua náhuatl, proyectando la devoción al mundo indígena. La Señora del Tepeyac simbolizaría el triunfo del catolicismo frente al paganismo, la esperan- za para este Nuevo Mundo recientemente integrado a la Iglesia universal y el amparo maternal de María de Guadalupe a sus nuevos hijos, los habitantes ori- ginarios del continente, miembros principales de la nueva Iglesia americana. El libro de Miguel Sánchez influyó también en los predicadores, muchos de ellos notables teólogos, quienes desde el púlpito reforzaron la devoción, hasta llevarla a la cima de la preferencia popular. La oratoria sagrada fue un medio imprescindible de afirmación de la cultura de la Contrarreforma, a través del cual se estableció una comunicación oral a un gran público, congregado en los templos. De manera conjunta, las imágenes y los sermones contribuyeron po- derosamente a promover el milagro del Tepeyac 250. Formaron una mancuerna inseparable capaz de transmitir una serie de mensajes a través de la simbología, la alegoría y los fundamentos religiosos del catolicismo. David Brading estudió la prédica de tema guadalupano, lo que cristalizó en su revelador estudio intelec- tual del guadalupanismo, Mexican Phoenix 251. Asimismo, quien esto escribe, realizó un análisis sobre la manera en que se fue construyendo el mito del Te- peyac a través de la oratoria del púlpito en la época colonial 252. En 1661, Joseph Vidal de Figueroa, nacido en México, teólogo de la universi- dad y cura colegial de Nuestra Señora de Todos los Santos, pronunció el primer

250 M. Á. NÚÑEZ BELTRÁN: La oratoria sagrada de la época del Barroco. Doctrina, cultura y actitud ante la vida de los sermones sevillanos del siglo XVII, Sevilla 2000, p. 197 y A. SORIA ORTEGA: El maestro fray Manuel de Guerra y Ribera y la oratoria sagrada de su tiempo, Granada 1991, p. 193. 251 Ver su incursión a los temas guadalupanos en “Images and Prophets: Indian religion and the Spanish Conquest”, en A. OUWENEEL y S. MILLER (eds.): The Indian Community of Colonial Mexico, Amsterdam 1990, pp. 184-204. Además, su “estudio introductorio” al libro Siete sermones guadalupanos. 1709-1765, México 1993 y la ya citada Mexican Phoenix… Esta obra está traducida bajo el título La Virgen de Guadalupe, imagen y tradición, México 2002. 252 A. MAYER: Flor de primavera mexicana…, op. cit.

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sermón de tema netamente guadalupano, Theorica de la prodigiosa imagen de la virgen Santa María de Guadalupe de México (1661), que se presentó en el marco de la disputa o discusión inmaculista. Se trata de la primera pieza oratoria consa- grada a la Virgen del Tepeyac que se conoce y en que aparece el argumento neo- platónico de que ella es la imagen hecha por Dios. Es también, según Jaime Cuadriello, “el primer sermón que vincula directamente la doctrina inmaculista con las mariofanías y las características de la imagen”, lo que tuvo una potencia- lidad hermenéutica de muy largo alcance 253. El jesuita Mateo de la Cruz publicó en 1660 en Puebla la Relación de la mi- lagrosa aparición de la santa imagen de la Virgen de Guadalupe, que se reimpri- mió en España dos años después, por instancias de Pedro Gálvez, del Consejo de Indias, motivando su difusión en la Península. El autor habla en este tratado de los dos cultos principales de María en el México de aquel entonces, el de la Virgen de Remedios (la Gachupina) y el de la de Guadalupe (la criolla), lo que, según Dolores Bravo se traducían en símbolos del vivir de los criollos en sus dos orígenes opuestos 254. Por lo anterior, la época del reinado de Felipe IV fue un hito en la historia de la devoción y del culto de la Virgen de Guadalupe en México.

ECONOMÍA, DEFENSA Y EXPANSIÓN

Comercio y defensa

En el largo periodo que cubre los reinados de Felipe III y de Felipe IV se pa- só, de 1590 a 1620, de un comercio activo entre España y México, a uno de bajo flujo comercial de 1620 a 1640. Este volvió a repuntar, y de 1650 a 1750 fue otra vez un tiempo de bonanza económica para Nueva España, gracias a la produc- ción minera y a la multiplicación de las haciendas. Si bien se mira, la década en que se registra el descenso, coincidió con los primeros veinte años del reinado de Felipe IV y, pues, con la situación de guerra que enfrentó España con naciones

253 J. CUADRIELLO sigue en esto a Brading en “El signo y su significado icónico...”, op. cit., pp. 127-128, y D. BRADING: Mexican Phoenix…, op. cit., p. 6. 254 D. B RAVO: La excepción y la regla. Estudios sobre espiritualidad y cultura en la Nueva España, México, 1997, p. 167.

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enemigas, como Inglaterra, Holanda y Francia, de 1618 a 1648 (Guerra de los Treinta Años). Esto tuvo amplísimas consecuencias para España y sus colonias en el terreno económico. Se ha hablado de recesión económica en Nueva España durante la primera mitad del siglo XVII, debido a la caída demográfica, por la alta mortandad indí- gena posterior a la conquista, a la baja demanda de productos españoles y a la retención de la plata en el virreinato, pues este metal se utilizó para atender pro- blemáticas situaciones locales, sobre todo, gastos de defensa, lo que resultó en el referido descenso en el comercio trasatlántico. En los últimos años, han apa- recido estudios que señalan que no se puede hablar de la tal depresión econó- mica en el virreinato, sino de un fenómeno de “sustitución de importaciones” y de una forma distinta de distribución del capital (la plata) en el interior del mundo colonial 255. Al respecto, Taylor afirma que

el siglo XVII no fue un tiempo de robusta prosperidad en Nueva España, pero para la mayoría de los parámetros tampoco fue una crisis general, y un crecimiento económico y demográfico más o menos extendido estaba en marcha hacia los años de 1680 256. Trabajos recientes, como este, sostienen que la economía novohispana no es- taba en recesión, sino por el contrario, se ampliaba y orientaba a inversiones pú- blicas y privadas. Lo que se paralizó fue la minería, que sufrió una depresión de 1630 a 1670, pero ello no implicó un declive general en todas las actividades 257. John Lynch señala que las colonias dejaron de necesitar de los productos prove- nientes de España, gracias a la autosuficiencia que paulatinamente les permitió generar sus propios satisfactores y los colonos se vieron forzados a diversificar su economía en prácticamente todas las actividades, principalmente en la agricultu- ra e industrias locales, donde se observó un gran dinamismo 258. En esta época,

255 E. HAMILTON: American Treasure and the once revolution in Spain (1501-1650), Cambridge 1934. 256 W. B. TAYLOR: Theater of a Thousand Wonders…, op. cit., p. 54. 257 R. MARTÍNEZ BARACS: “El desarrollo económico novohispano (s. XVII-XVIII). Tendencias historiográficas contemporáneas”, Estudios Históricos 2 (1982), p. 64. También F. DE ELHÚYAR: Memoria sobre el influjo de la minería en la industria, población y civilización de la Nueva España, México 1964, pp. 47-48. 258 J. LYNCH: España bajo los Austrias, op. cit. Ver también P. BAKEWELL: “La minería en la Hispanoamérica colonial”, en L. BETHELL (ed.): Historia de América Latina, vol. III: América

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por ejemplo, se formaron los latifundios, cuando las oligarquías locales ocuparon extensas áreas de tierra, ante el debilitamiento del control real, lo que produjo el surgimiento y desarrollo de las haciendas, que darían un toque distintivo al carác- ter rural de México hasta la revolución de 1917. La rivalidad de España en el ámbito internacional no solo se vivió en el es- cenario del continente europeo, sino también en el océano Atlántico, en el Pací- fico y en los establecimientos coloniales, sobre todo en el Caribe, en constante peligro de bloqueo, invasión y saqueo. El comercio de España con América en el siglo XVII se canalizó a través de Sevilla, mediante un intercambio regulado, y ya no se realizaba con la carabela mediterránea, sino con los galeones de trans- porte, que combinaban fuerza y peso. Como estos eran presa fácil de las ligeras, rápidas y bien artilladas naves inglesas y holandesas, la solución fue la navega- ción con escolta o convoyes, una medida entonces novedosa. La defensa de América se convirtió en prioridad del régimen de Olivares. Mucho dinero se gastó en fortificaciones para evitar la intrusión de corsarios al servicio de países extranjeros. Empero, en la época del reinado de Felipe IV, las flotas españolas sufrieron dos reveses: en 1628 el almirante holandés Piet Heyn capturó la flota española cerca de Cuba, lo que significó una cuantiosa pérdida, y en 1656 y 1657 el almirante Blake atacó a la armada una vez en aguas españolas y otra vez en las proximidades de Canarias. En 1639, subieron las alcabalas, es decir, el impuesto que gravaba el comercio 259, para la construcción de la Armada de Barlovento, que empezó firmemente sus operaciones en 1640, destinada a la de- fensa del comercio marítimo, en especial, para reforzar la zona caribeña, plaga- da de piratas y corsarios. En realidad, la pérdida del monopolio español en América comenzó a darse paulatinamente a partir de la derrota de la Armada Invencible en 1588, y entonces las potencias enemigas dieron pasos significativos para minar el control hispánico

Latina colonial. Economía, Barcelona 1990, pp. 49-91; A. VAN OSS: “Architectural activity, demography, and economic diversifacation: Regional economies of colonial Mexico”, Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas 16 (1979), pp. 97-147. 259 G. CÉSPEDES DEL CASTILLO: “En la otra orilla: Los reinos de Indias”, en G. DE CARLOS BOUTET (coord.): España y América. Un océano de negocios…, op. cit., pp. 245-247; F. MURO ROMERO: “El gobierno en las Indias en el siglo XVII”, en L. NAVARRO GARCÍA (coord.): Historia de las Américas, op. cit., vol. II, p. 415; H. PIETSCHMANN: “Actores locales y poder central: la herencia colonial y el caso de México”, Relaciones 73 (1998), pp. 52-83 (ver p. 68).

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en el Nuevo Mundo, lo que se intensificó durante la Guerra de Treinta Años (1618-1648), aprovechando la vulnerabilidad de España. En el siglo XVII, Francia, Inglaterra y Holanda establecieron con éxito los primeros poblados de carácter permanente en el continente. En 1608, los franceses habían fundado la ciudad de Quebec y para 1663, Luis XIV, acérrimo enemigo de España, convirtió a Nueva Francia en una provincia real. Por su parte, los peregrinos ingleses llegaron en diciembre de 1620 y le llamaron Plymouth al lugar elegido para empezar una co- lonia. Una década después los puritanos establecieron Boston. En 1623, los holan- deses ubicaron fuertes a lo largo del río Hudson y en el norte de la actual ciudad de Nueva York fundaron la Nueva Ámsterdam. La exclusividad de España en América terminó definitivamente y las potencias enemigas contaron ya con reduc- tos estratégicos para hacerle frente desde el propio suelo continental. España tuvo que sacrificar muchas veces las remesas enviadas de América, en favor de que sus fortificaciones y escuadras en los reinos de ultramar estuvieran en situación de operar contra las naciones enemigas en el Caribe y el Atlántico, ávi- das de arrebatarle sus posesiones, o, al menos, los navíos cargados de riquezas que eran enviadas a sus puertos. Palafox y Gage coincidían en la opinión de que Nue- va España podía ser presa fácil de las potencias enemigas. El primero aseguraba que estas Provincias se hallan en tal estado con el ocio y paz en que han vivido tantos años, que si llegasen los enemigos y echasen cuatro mil mosquetes en tierra, fácilmente tomarían sitio donde nos pusiesen en gran cuidado y confusión 260, por lo que recomendaba “tener las costas de entrambos mares limpias”, “y más no habiendo armería alguna en este reino” 261.

La presión metropolitana

Al decir de Ortega y Medina, las minas de México y Perú inundaron los mercados de Europa, provocaron la revolución de los precios y contribuyeron no poco al atraso y pues, a la decadencia de la España imperial 262.

260 G. GARCÍA: Documentos inéditos o muy raros…, op. cit., t. VII, p. 40. T. GAGE hace referencia de ello en su obra: Nueva Relación…, op. cit 261 G. GARCÍA: Documentos inéditos o muy raros…, op. cit., t. VII, pp. 33 y 34. 262 J. A. ORTEGA Y MEDINA: “La novedad americana en el Viejo Mundo”, en C. GONZÁLEZ y A. MAYER (eds.): Obras de Juan A. Ortega y Medina, op. cit., vol. VI, p. 347.

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La aseveración de este historiador muestra que los virreinatos fueron una pieza clave en el contexto mundial del conflicto europeo. La situación del declive imperial no pasó desapercibida para Olivares, quien se refería a las posesiones españolas en América como “cáliz de sangre”, por la inflación que la entrada de metales causaba en el reino, así como por la merma económica, demográfica y moral que según él estas implicaban para la Monar- quía. La emigración a Indias tenía profundas consecuencias demográficas para España, que empezó a resentir la pérdida de habitantes. Taylor ha señalado que más españoles migraron a América en el siglo XVII que en el XVI y en el XVIII 263. En 1630, el novohispano Rodrigo de Vivero y Velasco escribía Al paso que oy se camina España quedará sin gente y las Indias podrán correr riesgo de perderse pues se les va dando mucho más de lo que cómodamente cabe ni combiene en ellas 264. Elliott calcula que había alrededor de 4000 pasajeros que al año viajaban a las Indias a lo largo de esta centuria. Era relativamente fácil subir a un barco en los principales puertos de España sin licencia de viaje. El arribo de gran número de personas causó que se formara en Nueva España una población flotante sin ocu- pación que constituía una fuente constante de preocupación para las autoridades. El historiador inglés observa que en esa época se dio un primer debilitamiento de los lazos de natural afinidad entre la metrópoli y sus dominios ultramarinos, un “distanciamiento emocional que puede en sí mismo haber jugado un papel en el cambio de las relaciones entre España y las Indias en el XVII”, en el momento en que Castilla necesitó más que nunca a las Indias, tras la llegada de Felipe IV al tro- no en 1621, “cuando expiró la tregua con los Países Bajos y España se encontró una vez más sola con la carga de los enormes y pesados compromisos europeos” 265. El Conde-Duque no se equivocaba: la crisis de mediados del siglo XVII iba de la mano con los acontecimientos de los territorios ultramarinos 266 y como señala esta vez Cayetana Álvarez de Toledo, de la salud económica del virreinato

263 W. B. TAYLOR: Theater of a Thousand Wonders…, op. cit., p. 53. 264 Citado en J. H. ELLIOTT: “España y América…”, op. cit., p. 36. 265 Ibídem, p. 37. 266 R. ROMANO y J. C. CHIARAMONTE: “En torno a la recuperación demográfica y la depresión económica novohispana durante el siglo XVII”, Historia Mexicana 30 (1981), pp. 561-604; R. ROMANO: Coyunturas opuestas: la crisis del siglo XVII en Europa e Hispanoamérica, México 1993.

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dependía la estabilidad de la Monarquía 267. Los recursos se obtenían principal- mente de la producción de plata y de los donativos forzosos que se pidieron a las corporaciones comerciales de ambos virreinatos, las cuales contribuyeron con un alto porcentaje anual de ducados, sobre todo en los años de 1631, 1637 y 1641. En 1626, con la puesta en marcha del proyecto olivarista de la Unión de Armas, se esperaba que las Indias contribuyeran de forma más significativa a la Hacienda Real 268. Por ello, los virreyes tenían la enorme responsabilidad de cumplir con la encomienda de Madrid para obtener recursos. Las excesivas de- mandas fiscales de la metrópoli llevaron al sistema trasatlántico al punto del co- lapso. Elliott atribuye en parte a la crisis económica de la plata novohispana de la década de 1630 a las penurias que pasó la Corona antes del levantamiento de Cataluña y Portugal en 1640 269. Igualmente la hacienda mexicana mostraba es- tar prácticamente en quiebra 270. En cuanto a la plata, resultaba vital su llegada a la Península, para que se pu- diera hacer frente a los gastos de la guerra. Sin embargo, cuando Felipe IV subió al trono, se observa que bajaron los rendimientos de las minas novohispanas y se nota una reducción de la producción de este precioso metal, en parte por que fal- tó el abasto de azogue, pero también por la escasa demanda internacional, debida a la devaluación argentífera respecto al oro, así como por otros factores 271. En la década de 1630, las minas de Zacatecas entraron en un periodo de declive y la ma- no de obra fue escasa en muchas regiones mineras. Así, dejó de llegar la plata no- vohispana a las arcas españolas en los momentos más álgidos en que la Corona tenía que enfrentar sus mayores compromisos bélicos en Europa, lo que la llevó a aumentar la presión fiscal sobre América. Cuando la plata no pudo obtenerse, hu- bo que recurrir a varios mecanismos para extraer dinero, lo que causó que el go- bierno impusiera nuevos impuestos, con lo cual la Casa de Contratación de Sevilla recaudó importantes sumas monetarias para la Hacienda Real. Además, se llevó a cabo la manipulación de tasas aduaneras y la introducción y aumento de

267 C. ÁLVAREZ DE TOLEDO: Juan de Palafox…, op. cit., p. 132. 268 J. H. ELLIOTT: “España y América…”, op. cit., p. 38. 269 J. H. ELLIOTT presenta una interesante discusión sobre la llamada “crisis del siglo XVII” en Spain, Europe and the Wider World…, op. cit., pp. 60 y ss. 270 C. ÁLVAREZ DE TOLEDO: Juan de Palafox…, op. cit., p. 140. 271 R. MARTÍNEZ BARACS: “El desarrollo económico novohispano…”, op. cit., p. 7.

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una serie de cobros. Por ejemplo, la Corona vendió tierras o los títulos de tierras que habían sido ocupadas ilegalmente, así como oficios, privilegios y cargos pero también se valió de monopolios y donaciones. La institucionalización de los cobros y tasas no fue otra cosa más que la expresión de la paulatina pérdida de control y desarticulación del monopolio del comercio indiano por parte del Estado 272.

“De las minas al mar”

Esta afortunada frase de Vera Valdés Lakowsky, “de las minas al mar”, con la cual la autora titula su libro sobre las relaciones económicas entre Nueva España, China, Japón y Filipinas 273 sirve para introducir este breve apartado que hace re- ferencia al comercio hispánico en la zona del Pacífico durante el reinado de Feli- pe IV. La ruta de dicha actividad se hacía desde Sevilla hasta La Habana y de allí a Veracruz, puerto al que Palafox llamó “llave única de la Nueva España” 274. Lue- go se tenía que pasar por tierra hasta Acapulco para continuar a la isla de Guam y a las Filipinas, conectando con China y Japón. Se trataba de la vía de navega- ción más larga del mundo 275. Finalmente, en este tiempo, se cumplieron cabal- mente los anhelados designios de los Reyes Católicos, que consistían en llegar a Oriente por la ruta de Occidente, cristalizándose así definitivamente el programa colombino, además convirtiendo al Atlántico y al Pacífico en verdaderos mares ecuménicos de España, enormes rutas de navegación y de intercambio. América brindaba las condiciones económicas y estratégicas más favorables, al servir como un puente entre Europa y Asia. El Galeón de Manila fue el principal lazo que unía esas latitudes 276, a través de las cuales llegaban la seda, especies, oro y otros artículos muy apreciados tanto en México, como en España y el Perú. Elliott observa una incapacidad de la industria castellana para adaptarse a las nuevas y más sofisticadas necesidades del mercado indiano que exigía productos

272 G. BAUTISTA Y LUGO: Castigar o perdonar…, op. cit., pp. 27-28. 273 V. VALDÉS LAKOWSKY: De las minas al mar. Historia de la plata mexicana en Asia. 1565-1834, México 1987. 274 G. GARCÍA: Documentos inéditos o muy raros…, op. cit., t. VII, p. 39. 275 J. A. ORTEGA Y MEDINA: “La novedad americana…”, op. cit., p. 348. 276 D. O. F LYNN y A. GIRÁLDEZ: “Arbitrage, China, and World Trade in the Early Modern Period”, en D. O. FLYNN y A. GIRÁLDEZ (eds.): European Entry into the Pacific. Spain and the Acapulco-Manila Galleons, Aldershot 2001, pp. 261-280.

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de lujo de cierto tipo que España no producía. La consecuencia es que aumentó el comercio de México y el Oriente, ante la demanda de textiles, porcelana y otros enseres suntuarios. Esto supuso un viraje de intereses hacia China, que causó que la moneda de plata que se acuñaba en México fuera a parar a Asia, en vez de a Europa. La magnitud de los negocios americanos ganó la partida al monopolio hispano oficial, siempre proclive a favorecer a los comerciantes sevillanos, y la Co- rona tuvo que restringir el comercio entre las Indias y Filipinas, cuya conquista se había llevado a cabo en 1564, de la misma manera en que lo había hecho entre México y Perú, lo cual resultó en serios trastornos en la economía de Nueva Es- paña, ya que, por ejemplo, las sedas de China se manufacturaban en Puebla y te- nían gran consumo en Perú, resultando en un fructífero comercio triangular en el Pacífico entre estos tres territorios. Por otra parte, el freno al comercio produ- jo un amplio contrabando y fraude a la Hacienda Real que afectó los intereses his- pánicos 277. Lo cierto es que se trasladaban mercancías sin registrar, para lo cual, para el caso del Atlántico, se habían impuesto severos castigos, sobre todo desde 1560. Pese a todos los obstáculos impuestos por la grave situación que vivía la me- trópoli, fue el siglo XVII el de mayor expansión novohispana. La actividad en el Pacífico permitió a España establecerse, de 1626 hasta 1642 en el norte de la isla de Taiwán (llamada Formosa por los portugueses) desde donde se comer- ciaba con Filipinas, las Islas Carolinas y las Islas Marianas. Así, el océano Pací- fico, a través del puente americano que conectó con Asia, llegó a ser un mare nostrum español.

La colonización del Norte

Desde 1650 fue perceptible el crecimiento económico en Nueva España, en parte, por la colonización del Bajío y la consiguiente explotación de nuevos cen- tros mineros, lo que benefició a varios sectores sociales 278. Durante el reinado de Felipe IV, el Imperio español se expandió desde el centro de México a los territo- rios del norte, los actuales estados de Sinaloa, Sonora, Durango, Coahuila, Nue- vo León, y llegaron, incluso, a California, Nuevo México y Arizona, en pos de nuevas y promisorias tierras y de riqueza. Pero también esos inhóspitos lugares,

277 J. I. ISRAEL: Race, Class and Politics…, op. cit., pp. 106-107. 278 A. RUBIAL: El Paraíso de los elegidos…, op. cit., p. 211.

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dieron continuidad a la visión que se tenía de América como tierra de misión. Así, esta empresa de colonización fue impulsada tanto por el afán explorador como por el evangelizador, donde se conjuntaban las ansias de los pobladores y empren- dedores para obtener caudales, con el celo religioso de los evangelizadores 279. Dos motivos extraordinarios, el material y el espiritual, incentivaron el pobla- miento del septentrión mexicano. En esos duros confines, aquellos hombres, he- rederos de un pueblo curtido durante siglos en las luchas de fronteras, muchas veces acompañados de sus familias, entraron en contacto con aguerridos grupos nativos de Tarahumares, Sinaloas, Guazapariz, Tepehuanes, Nebomes, Nures y Rarámuris, entre otros muchos pueblos con gran variedad de nombres y de lenguas. Los colonos iban en pos de la bonanza minera y sus guarniciones y for- tificaciones acabaron por convertirse en centros de población. La zona de los Te- pehuanes (sur del actual estado de Chihuahua) se empezó a poblar sobre todo después del descubrimiento de las minas del Parral 280. Durante esta época, se establecieron ciudades como Cadereyta en el Nuevo Reino de León y la Villa de Alburquerque en Nuevo México, cuyos nombres hon- raban a los promotores de esas empresas, y que fueron entonces el último linde- ro de los españoles en el septentrión. Hacia 1632, Sonora era una “vasta región, de las más fértiles, más ricas y más bien pobladas de la Nueva España” y era “la última región hacia el norte de la América, en la que terminan los dominios de la monarquía española” 281. Por su parte, la diócesis de Durango comprendía un vastísimo territorio, que aglutinaba las provincias de Nueva Vizcaya, Tepehuana, Tarahumara, Topia, Nuevo México, Culiacán, Sinaloa, Sonora, Ostimuri y Pime- ría. Por otro lado, el 31 de noviembre de 1643, se preparó la expedición de Pedro Porter de Cassanate a California, pero esta fracasó en su búsqueda de lograr un establecimiento permanente 282. Ya se había intentado una en 1641, con misione- ros jesuitas. Estos fueron actores esenciales en el trabajo misional en las lejanas e inhóspitas regiones de frontera, como ya se ha dicho. En 1648 y 1662 los Tarahu- mares de Chihuahua se sublevaron con la consiguiente destrucción de pueblos y fincas, a lo que siguieron difíciles campañas de pacificación.

279 I. RUBIO MAÑÉ: El Virreinato. Expansión y defensa, México 1983, t. II, pp. 101-118. 280 F. J. A LEGRE: Historia de la Compañía de Jesús…, op. cit., p. 182. 281 Ibidem, p. 209. 282 Para este tema, I. DEL RÍO: A la diestra mano de las Indias. Descubrimiento y ocupación colonial de Baja California, México 1990, p. 68.

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EL INGLÉS-AMERICANO Y LA PRETENDIDA CONQUISTA INGLESA DE LAS INDIAS OCCIDENTALES

Sin duda, en el panorama general de la época, destaca la figura del inglés Tho- mas Gage, quien pasó más de una década como viajero en varios de los territorios de América gobernados por España. Su estadía en el virreinato de México y la posterior relación que escribió sobre las experiencias vividas revelan mucho de ese mundo, visto tras la lente de un forastero. Gage fue un fraile dominico que abjuró de su religión, más por conveniencia que por celo religioso 283, ya que se convirtió al protestantismo en la época en que el gobierno parlamentario del pu- ritano Oliver Cromwell derrotó al rey Carlos I. Todavía fiel a su hábito, Gage ha- bía llegado a México en 1625, año en que los ingleses atacaron Cádiz, y lo hizo en la flota del marqués de Cerralbo, que transportaba también al juez visitador Mar- tín Carrillo, encargado de averiguar sobre el levantamiento de 1624 y condenar a los culpables de la sedición, además de a treinta jesuitas que iban destinados a Fi- lipinas. El entonces fraile permaneció en tierras de México y Guatemala hasta 1637 y, a su regreso en Londres publicó sus memorias, The English American, His Travail by Sea and Land: or A New Survey of the West Indies 284, que mereció una segunda edición en 1655, fecha clave, en que se materializaron las ansias expan- sionistas de Inglaterra a costa de España en las Antillas. Desde 1649, tras el triunfo de la revolución puritana que llevó al poder a Cromwell, Gage pretendió interesar al Gran Protector en las posesiones espa- ñolas de América, animándolo a su conquista, señalando la vulnerabilidad de esos reinos inmensamente ricos, pródigos en minas y, en su opinión, escasamen- te fortificados. Al decir de Ortega y Medina, con esa intención es que Gage re- veló cuidadosamente las líneas defensivas y los puntos vulnerables del Imperio español 285. Alucinado por las idealizadas descripciones del áureo sueño novohis- pano de su compatriota, a finales de 1654, finalmente Cromwell se decidió a em- prender la conquista de Nueva España, apoyado en los bastiones estratégicos de las colonias inglesas en América. Formó un ejército de 2.500 ingleses, a los que se su- maron 3.500 colonos angloamericanos, hombres de Barbados, Nueva Inglaterra y Virginia y otros tantos refuerzos, sumando un total de 7.000 soldados, además de

283 J. A. ORTEGA Y MEDINA: México en la conciencia anglosajona, op. cit., p. 36. 284 London, Printed by R. Cotes, 1648. Para este ensayo, utilicé la edición de París 1838. 285 J. A. ORTEGA Y MEDINA: México en la conciencia anglosajona, op. cit., p. 102.

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los marinos que pasaban de los 1200, quienes recibieron la orden de invadir las In- dias Occidentales españolas. Empero, la Armada inglesa fracasó en su intento de apoderarse de emplazamientos importantes en Tierra Firme, que era la pretensión original del Gran Protector, al encontrar resistencia no tanto de la Armada espa- ñola, apoyada incluso desde México por el virrey Alburquerque, sino de los pro- pios colonos apostados en la isla de Santo Domingo, quienes resistieron la invasión con orgullo y determinación. Los ingleses tuvieron que conformarse con la con- quista de Jamaica, que, en el momento parecía un reducto insignificante, compa- rado con las posesiones continentales, pero que, a la postre, resultaría ser de gran valor estratégico, pues, desde allí, “la Pérfida Albión” pudo invadir y destruir en 1662 Santiago de Cuba. Gage murió en 1656, antes de que Cromwell pudiera vengar sobre él el fra- caso de su escuadra y la imposibilidad de cristalizar su Western Design 286, esto es, arrebatarle a España todo un continente. No obstante, la obra del ex domini- co tuvo un impacto negativo para España, pues se considera a su autor como uno de los principales instigadores de la llamada “leyenda negra” antihispánica 287, una sensación de resentimiento y ataque a la labor civilizadora de España en América por parte de las naciones extranjeras enemigas. Gage había pasado el mensaje a sus compatriotas de que las colonias americanas de España eran rei- nos sometidos a la tiránica autoridad tanto del rey como de la no menos tiránica Iglesia católica. A los ojos del prejuicioso ex dominico, la beatería y la intransi- gencia se juntaban en este país. Como buen propagandista anti-católico y anti- hispano, llevó a cabo severas críticas a las órdenes religiosas, a las que veía como parásitos y seres sin moralidad ni escrúpulos. Asimismo, refiere con detalle la rivalidad entre peninsulares y criollos. Pese a sus amargos comentarios contra to- do lo español, Gage no deja sin embargo de transmitir un cuadro muy interesan- te de la vida social, política, económica y cultural de Nueva España. Entre otras cosas, informa puntualmente sobre la geografía, estratégicamente tan necesaria para el conocimiento militar inglés, sobre los caminos, el comercio, las riquezas

286 Tener un reducto inglés en América para desde allí colonizar y atacar a los españoles y extender el protestantismo en detrimento de los “papistas católicos”. 287 Ver M. J. VILLAVERDE RICO y F. CASTILLA URBANO (dirs.): La sombra de la leyenda negra, Madrid 2016; R. D. CARBIA: Historia de la Leyenda Negra Hispanoamericana, Madrid 1944; J. JUDERÍAS: La Leyenda Negra. Estudios acerca de España en el extranjero, Madrid 1954; W. S. M ALTBY: The Black Legend in England, Durham 1971; P. W. POWELL: Tree of Hate, New York-London 1971.

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sin cuento de los centros mineros, pero concentrada en los tesoros “improduc- tivos” de las iglesias y habla también del carácter de los pobladores, de la con- ducta desparpajada de las mujeres, de la afición universal por el chocolate y de las exquisitas recetas culinarias del país.

PENSAMIENTO Y EXPRESIÓN CULTURAL

Este trabajo comenzó, como se recordará, haciendo referencia al barroco como elemento de expresión cultural de lo mexicano y ahora se vuelve a tomar este movimiento histórico para cerrar esta disertación. Como lo señaló Werner Weisbach hace ya tiempo, la Contrarreforma se expre- só a través del arte barroco 288 y este fue el medio de propagación más eficaz del pensamiento católico postridentino, de acuerdo con las directrices impuestas por la Santa Sede y por sus obedientes milicias espirituales, los jesuitas 289. Los dife- rentes sectores de la sociedad novohispana se revelaron en el arte y la literatura. Los temas predilectos representaban símbolos al servicio del dogma: la Ecclesia triumphans, la propagación de la fe, la lucha contra el pecado, el ataque al protes- tantismo, la exaltación de los sacramentos, la defensa de la Inmaculada Concep- ción de María y la correcta comunicación de la doctrina cristiana, entre otros. En esta época, los pintores más representativos, que dominaron el tratamiento icono- gráfico de dichos temas fueron los criollos Echave Ibía (1580?-1660) y su hijo Echave Rioja (1632-1682), así como José Juárez, artista español venido a Nueva España. En este tiempo, nacieron Juan Correa (n. 1646) y Cristóbal de Villalpan- do (n. 1649), activos a finales del siglo XVII. En el campo de las letras, cabe recordar que la España de Felipe IV vio morir a Góngora (1627), a Lope de Vega (1635), a Quevedo (1645), a Gracián (1658) y también vio transcurrir la vida de los dramaturgos del Siglo de Oro como Calde- rón de la Barca (1600-1681) y el novohispano Juan Ruiz de Alarcón. Este último había nacido en la ciudad mexicana de Taxco, en 1581, pero había partido casi de

288 W. W EISBACH: El barroco, arte de la Contrarreforma, op. cit., passim; F. RODRÍGUEZ DE LA FLOR: Barroco. Representación e ideología…, op. cit., p. 23. 289 S. SEBASTIÁN: Contrarreforma y barroco, Madrid 1989, p. 13; W. WEISBACH: El barroco, arte de la Contrarreforma, op. cit., p. 89; B. MARISCAL: “El programa de representación simbólica de los jesuitas en Nueva España”, en J. PASCUAL BUXÓ (ed.): La producción simbólica en la América Colonial, México 2001, pp. 51-66.

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veinte años a España, donde realizaría su producción más fructífera. Hacía 1625, serviría en el Consejo de Indias, hasta su muerte en 1639. En América, las obras de esos autores tuvieron fuerte eco. Particularmente persistente fue el legado gongorino 290. El barroco literario se hizo presente en certámenes literarios, jus- tas poéticas y tertulias. Al decir de Pilar Gonzalbo, el severo entrenamiento en los cursos de gramática, las rigurosas reglas de composición, las limitaciones temáticas y la preocupación por los peligros de la heterodoxia marcaron el gusto del novohispano y definieron el carácter de sus incursiones en el ámbito de la creación literaria 291. El teatro y la literatura eran las actividades culturales predilectas de la socie- dad y eran promocionadas por los poderes virreinales (Iglesia y Estado) en es- pacios festivos y ceremonias. Había teatro abierto y público, de carácter distinto al teatro misionero del siglo XVI, y ya no necesariamente animado por la temá- tica religiosa. Algunos gobernantes, como Alburquerque y Mancera, protegie- ron e impulsaron a los literatos y hombres de ciencia. Durante el siglo XVII, se cultivó sobre todo la poesía religiosa. Destacaron Miguel de Guevara (1585?-1646?), Palafox y Mendoza, Agustín de Salazar y Torres (1642-1675), Antonio de Solís Aguirre (publicó ca. 1652) o Alonso Ra- mírez de Vargas, (ca. 1668-1700), quien compuso una obra a la Virgen de los Remedios y ganó el certamen literario de 1665 292. Según Miguel Zugasti, la obra de Francisco Bramón Los sirgueros de la virgen, un alegato en defensa de la Inmaculada Concepción de María, publicada en México en 1620, es una de las más tempranas manifestaciones de la novela colonial 293. Gozo mexicano es una representación dramática que contiene una interesante alegoría del reino mexi- cano, simbolizado a través de un “gallardo mancebo con galas [...] acompañado de algunos indios”, que hace alusión a las riquezas de sus minas de oro y plata ofrecidas “al ínclito Felipo” 294.

290 R. CHANG-RODRÍGUEZ: “Poesía lírica y patria mexicana”, op. cit., p. 192. 291 P. G ONZALBO AIZPURU: “Facetas de la educación humanista…”, op. cit., p. 36. 292 Para la referencia a estos autores, ver J. M. BERISTÁIN Y SOUZA: Biblioteca hispano- americana septentrional, México 1980. 293 M. ZUGASTI: La alegoría de América en el barroco hispánico…, op. cit., p. 136. 294 Ibidem.

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Por su parte, destacó en la corte de Madrid Agustín de Salazar y Torres, naci- do en Soria en 1642, quien pasó sus primeros dieciocho años en México, donde se formó en dotes literarias 295. En su comedia Elegir al enemigo, dedicada al en- tonces príncipe heredero de España, el autor no olvidaba incorporar a América en la visión general del Imperio y México donaba su corazón al futuro Carlos II, co- mo símbolo de obediencia. Por otro lado, la emblemática barroca, con sus referencias grecolatinas de sig- nificación política le dio su sello a los tratados sobre el arte de gobernar (conocidos como “espejos de príncipes”). Este tipo de obras, dirigidas a un público culto, exi- gían de una compleja interpretación, mientras que, al común de la gente, se le ofre- cía la oratoria del púlpito, las manifestaciones estéticas y, cómo no, las diversiones populares. En ambos casos, los contenidos eran cuidadosamente meditados y la comunicación al gran público se establecía también con reglas y métodos muy pre- cisos, de acuerdo con los lineamientos del programa contrarreformista. En arquitectura, las fórmulas de gobierno se comunicaban mediante com- plejos aparatos escenográficos, como arcos triunfales, túmulos y catafalcos. En el siglo XVII, se puede ver ya muy claramente en ellos la presencia del mundo indígena, no solo en lo referente a la factura de la obra, a través de pintores y artesanos, sino en la temática misma, alusiva a los elementos distintivos de este grupo. Al cumplirse un siglo de la conquista de México Tenochtitlán, se recordó el suceso que significó la erección de un imperio trasatlántico. Después, en 1629, los restos de Hernán Cortés fueron trasladados desde Texcoco hasta el conven- to de San Francisco de la ciudad de México 296. En 1640, en la fiesta de recep- ción del marqués de Villena (duque de Escalona), marcharon en una mascarada, a los lados de un carro triunfal, dos personajes que representaban a Cortés y a Moctezuma. En su Primavera Indiana, Sigüenza y Góngora recordaría las he- roicas hazañas del “Getulio Marte” 297.

295 M. ZUGASTI: La alegoría de América en el barroco hispánico…, op. cit., p. 137. 296 A. DEVETANCURT: Teatro Mexicano: Descripción breve de los sucesos ejemplares, históricos y religiosos del Nuevo Mundo de las Indias. Crónica de la Provincia del Santo Evangelio de México, México 1971, vol. II, p. 198. 297 C. DE SIGÜENZA Y GÓNGORA: Primavera Indiana…, canto XXIII. Ver A. MAYER: “Darle a su piedad religiosa el lugar primero. Hernán Cortés como héroe de la gesta cristianizadora en México”, en M. del C. MARTÍNEZ MARTÍNEZ y A. MAYER (coords.): Miradas sobre Hernán Cortés, México 2016, pp. 179-204.

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En una ocasión festiva, se representó el águila posada en un nopal, que re- presentaba al mundo indígena, junto al águila bicéfala, símbolo de los Austrias. México aparecía como la tierra allende las columnas de Hércules. En la ya cita- da obra de Agustín de Salazar y Torres, se daba a entender que la Monarquía abrazaba a América, como un miembro más de las Españas 298. El gobierno es- pañol promovió mediante la iconografía, complicadas alegorías y otros recursos visuales, en que se transmitía la idea de dominio y obediencia. La historiografía barroca también perfiló su temática con un tratamiento sacro e histórico con tintes psicológicos, además de un exceso de conflictividad en el dis- curso y el detalle. Destaca la tendencia moralista, las notas didácticas o milagrosas, el fin patriótico y la exaltación. En 1646 el Consejo de Indias conoció la obra Me- morial y noticias sacras y reales del Imperio de las Indias Occidentales de Juan Diez de la Calle. En cuanto a la composición musical, se reconoció a Juan Gutiérrez de Padilla. Aunque dieron brillo a la Nueva España en la época de Carlos II, no pode- mos omitir los nombres de dos figuras que nacieron y vieron transcurrir sus años infantiles y juveniles en el ambiente novohispano de mediados del siglo XVII. Se trata de Sor Juana Inés de la Cruz, la monja jerónima a quien se apodó “Dé- cima musa”, quien destacaría por su inteligencia y extraordinaria pluma y el reconocido escritor, historiador y científico Carlos de Sigüenza y Góngora, na- cido en 1645, autor de importantes obras, muchas de ellas hoy desaparecidas. Ambos darían brillo a las letras mexicanas una generación más tarde. Todos es- tos personajes fueron fieles expresiones de la nueva identidad criolla. Destacó en esta época la Real y Pontificia Universidad de México. Fundada en 1551, fue el centro de la vida intelectual en Nueva España. Florecía en humanis- mo y estudios clásicos, además de que era baluarte de la ortodoxia y de la defensa de la fe. Sus recursos eran sufragados prácticamente en su totalidad por el rey 299. Se trataba de una corporación con mucha presencia, que jugaba un importante pa- pel en la movilidad social. Allí confluían miembros de las órdenes religiosas y del clero secular, funcionarios de la real Audiencia, médicos y legistas seglares 300.

298 M. ZUGASTI: La alegoría de América en el barroco hispánico…, op. cit., p. 139; A. RUBIAL: El Paraíso de los elegidos…, op. cit., p. 294. 299 E. GONZÁLEZ: “La historia de la universidad en el Antiguo Régimen”, en M. del P. MARTÍNEZ LÓPEZ-CANO (coord.): La Iglesia en Nueva España…, op. cit., p. 80. 300 L. PÉREZ PUENTE: “El obispo…”, op. cit., p. 168.

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El teólogo y cronista andaluz Antonio Vázquez de Espinosa la describía como in- signe institución que podía competir con las mejores del mundo, por su gran con- curso de doctores, maestros y estudiantes, que en letras y grandeza imitaba a la de Salamanca 301. A su vez, Palafox redactó sus constituciones, que fueron aprobadas por el claustro en 1644 y promulgadas en 1668. Había, además de la universidad, otros centros docentes que ofrecían una educación esmerada, de entre los que des- tacaban, como ya se dijo, los colegios jesuitas. En cuanto a la circulación de obras en el virreinato, Irving Leonard estudió es- te tema, así como las bibliotecas novohispanas 302. En una mascarada de 1621 se llevó a escena a los héroes populares de la caballería andante. Apareció don Quijo- te de la Mancha, lo cual demuestra cómo la obra cervantina circulaba en México profusamente 303. Existen datos de que también libros prohibidos circulaban en América, aunque no en gran medida, debido a la estricta vigilancia de la Inquisi- ción 304. En 1632, el jesuita Álvaro Arias aseguraba que “los libros de los herejes vienen de ordinario de allende el mar, para pegar su malicia donde no nacieron co- mo una plaga de langostas” 305.

A MANERA DE CONCLUSIÓN

En 1666, el cronista novohispano Antonio de Robles, en su Diario de Sucesos Notables, daba la noticia a la población del reino de la muerte del monarca Feli- pe IV 306. Dos jesuitas, catedráticos de teología del colegio de San Pedro y San Pablo, Antonio Núñez de Miranda y Francisco de Uribe, idearon las imágenes que decorarían el túmulo funerario que se edificaría para honrar su memoria. En él, Felipe IV era equiparado al emperador romano Numa Pompilio, mas el “Numa

301 A. VÁZQUEZ DE ESPINOSA: Compendio y descripción de las Indias Occidentales…, op. cit., p. 459. 302 I. LEONARD: Los libros del , México 1953; I. LEONARD: La época barroca en el México colonial, op. cit. 303 G. TOVAR Y TERESA: Miguel Cabrera, pintor de cámara de la reina celestial, México 1995, p. 69. 304 A. MAYER: Lutero en el Paraíso, op. cit., pp. 145-183. 305 Á. ARIAS: Publicación solemne (índice expurgatorio), Sevilla 1632, p. 12. 306 A. DE ROBLES: Diario de Sucesos notables (1665-1703), México 1946, vol. I, p. 23.

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Hispánico”, a diferencia del gobernante pagano, había querido que la fe guiara su vida y sus decisiones y había conducido la nave de la República orientado por la Virgen María 307. Las exequias quedaban inmortalizadas, a su vez, en la luc- tuosa despedida compuesta ese mismo año por el teólogo Isidro Sariñana, titu- lada Llanto de Occidente 308. Los novohispanos no conocieron la presencia física de un monarca español, pero interiorizaron el significado de la Monarquía a través de múltiples formas de expresión simbólica, que exaltaban los valores de la figura regia. Los “pro- ductores de metáforas”, como les llama Rodríguez de la Flor, fueron capaces de transmitir una imagen robustecida de un gobernante que en la realidad enfren- taba “la época dolorosa y triste y decadente” de la España siglodorista 309. La decadencia fue la desarticulación moral y material del Imperio, pero se vivió de muy distinta forma en los reinos ultramarinos, ajenos a la situación de guerra, desconfianza y desasosiego. Este trabajo ha mostrado también el desarrollo tangen- cial de la Nueva España; la cultura española trasplantada se desarrolló de modo distinto a la Península, de acuerdo a las circunstancias propias del ambiente ame- ricano, de lo que resultó, a su vez, una nueva y distintiva cultura, la mexicana. Este trabajo ha querido dar un panorama general del virreinato durante el go- bierno del Rey Planeta, mote que le venía muy al cuento al monarca que deten- taba la soberanía de América. Seguro que han quedado pendientes de referir acontecimientos aún inexplorados que merecen la consideración del investigador interesado en este siglo antes olvidado por la historiografía, que poco a poco va abriéndose al análisis histórico especializado, ganando paulatinamente el recono- cimiento de su importancia como periodo conformativo de una nación. Edmun- do O’Gorman reiteró en varios momentos que la herencia hispánica era el factor decisivo en la conformación del ente histórico “México” 310. Si hemos de buscar

307 D. B RAVO ARRIAGA: “Algunos poemas del túmulo a Felipe IV de Antonio Núñez de Miranda y Franisco de Uribe”, Calíope, Journal of the Society for Renaissance and Baroque Hispanic Poetry 4/1-2 (1998), pp. 29-37, la referencia en p. 31. 308 I. SARIÑANA: Llanto de Occidente en el ocaso del más claro sol de las Españas. Fúnebres demostraciones que hizo, Pira Real que erigió en las exequias del Rey Nuestro Señor Don Felipe IV…, México 1666. 309 F. R ODRÍGUEZ DE LA FLOR: Barroco. Representación e ideología…, op. cit., p. 25. 310 E. O’GORMAN: La invención de América, México 1958, pp. 79-99, p. 9; E. O’GORMAN: La supervivencia política novohispana, México 1961; E. O’GORMAN: México, el trauma de su historia, México 1977.

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lo que España y Nueva España compartían, lo hemos de hallar en las propias raíces culturales, concretamente, en la hispanidad y la catolicidad 311. Lo que las diferenciaba era, principalmente, el elemento indígena, con sus aportes pro- pios, así como el mestizaje tanto biológico, como cultural que resultó en una nueva sociedad. Pese al debilitamiento del Estado español durante todo el siglo XVII, el gobier- no centralizado de la Monarquía no solo no perdió sus posesiones americanas, sino que consiguió mantenerlas bajo la égida de la Corona por más de un siglo. La adhesión del virreinato se logró a través de la búsqueda de consensos, no exen- tos de dificultad, ya que en esta época el devenir novohispano se caracterizó por las fuertes tensiones entre peninsulares y criollos, entre virreyes y arzobispos, en- tre clero secular y regular y entre los distintos grupos que componían las clases sociales. La Monarquía pudo “pactar” con las esferas dominantes locales, a cam- bio de privilegios que fue concediendo a cuentagotas. Así, los criollos pudieron sentir que conseguían poco a poco colocarse en cargos de mayor influencia y po- dían buscar espacios de más libertad para beneficiarse del comercio, de la explo- tación de la tierra y de la mano de obra indígena. Visto el enorme espectro de las relaciones entre España y el virreinato de México, no se puede suponer que las Indias hayan estado ausentes de la aten- ción del gobierno español. Por el contrario, las decisiones del rey y de su valido respondieron a políticas económicas y de administración bien calculadas, aun- que la mayoría de las veces no siempre exitosas o correctas. Nada más alejado de la realidad que la siguiente afirmación: Si escasa fue la atención de los tres últimos Austria al gobierno de los reinos en la Península Ibérica, menos ocuparon sus mentes los asuntos de América. Estos monarcas apenas tuvieron conocimiento del acontecer novohispano. Esto es manifiesto en el desarrollo casi autónomo de los virreyes, de los reinos de 312 Nueva España y Perú durante el siglo XVII . La Monarquía logró pactar con sus súbditos americanos y llegar a un modelo de convivencia con intercambios algunas veces recíprocos y otras en desventaja para los habitantes de Indias. Lo que la Corona no pudo hacer fue darle un me- jor destino al oro y la plata que llegaban de Indias a Sevilla, que en cambio fue- ron empleados para mantener la guerra en Flandes y la desgastante lucha contra

311 A. RUBIAL: El Paraíso de los elegidos…, op. cit., p. 213. 312 C. TORALES PACHECO: “Los virreyes de Nueva España…”, op. cit., p. 599.

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Francia, Holanda e Inglaterra. Ya Vicens Vives había apuntado a que la desacerta- da política del Conde-Duque había sido “liquidar en Europa el futuro del impe- rio americano” 313. En este repaso histórico se ha demostrado que, pese a los reveses ocasionados por la carente Monarquía hispana, el mundo americano fue un enclave funda- mental de la historia atlántica y no un ámbito periférico, destinado únicamente como prolijo abastecedor de riquezas y de materia prima para beneficio exclusivo de la Península Ibérica. Es en verdad de lamentarse que el estado contrarrefor- mista español no haya cifrado sus proyectos imperiales no solo en los abundantes recursos aquende el Atlántico, sino también en sus súbditos valiosos, emprende- dores e inteligentes, en su presencia, importancia y en la novedad de su dilatado territorio.

313 J. VICENS VIVES: Aproximación a la historia de España, Barcelona 1976, p. 117.

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VIRREINATO DEL PERÚ

Coordinador: Guillermo Nieva Ocampo 4 Vol 4-35 Perú_Maquetación 1 1/12/18 13:38 Página 1954 4 Vol 4-35 Perú_Maquetación 1 3/12/18 17:24 Página 1955

Nota introductoria

Guillermo Nieva Ocampo CONICET/Universidad Nacional de Salta

La notable extensión geográfica del Reino del Perú durante el siglo XVII, su enorme diversidad regional y su desigual organización política interna –básica- mente dividido para su gobierno en audiencias y gobernaciones– que en sus di- mensiones e importancia traducen el mismo derrotero y suerte de la conquista española, dificulta enormemente la presentación de una historia completa de esas sociedades durante el reinado de Felipe IV. De este modo, lejos de querer abordar la historia de las sociedades peruanas desde un punto de vista enciclopédico, totalizador y estructuralista, queremos ofrecer una mirada más acotada, acorde con nuestras posibilidades, y centrada especialmente en su dinámica política, es decir, en la evacuación de un interro- gante: ¿Cómo se desarrolló el ejercicio de gobierno en esta amplia jurisdicción política de la Monarquía Hispana entre 1621 y 1665? Obviamente, atendiendo a los cambios que se verificaron en dicho proceso, a sus actores principales y a los recursos que se utilizaron, teniendo en cuenta los últimos aportes realizados desde la historia política. Para responder a ello, hemos optado por presentar cuatro escalas de estudio, acorde, justamente, con la organización política con que los españoles dotaron y encuadraron a las comunidades que se debían go- bernar. A saber: la corte virreinal y su territorio de influencia; las audiencias; las gobernaciones; y, por último, las ciudades. En consecuencia, la historia de las dinámicas de poder en la corte real limeña, en la Audiencia de Quito, en la Go- bernación del Tucumán y en la ciudad de Buenos Aires, se presentan como una muestra de lo ocurrido en el Perú durante el reinado de Felipe IV, según los cri- terios de edición de esta obra.

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Dinámicas de poder entre Lima y Madrid durante el reinado de Felipe IV: entre el reformismo y la integración de la élite local en la Monarquía Hispánica

Arrigo Amadori CONICET/Universidad Nacional de Tres de Febrero

Muestre pues Vuestra Magestad el quarto rostro de hombre a su Perú porque los que nacemos en él y lo han conservado y defendido de las fuerzas y poder luterano no digan con el paralítico que les falta el hombre que les dé la mano: siendo Vuestra Magestad el hombre y rey que los govierna y a quien tantas alas de querubines hazen sombra para que debaxo della broten las esperanças muertas de sus originarios hijos con el premio […] Porque el león de España no trae acaso el cordero de Austria en el pecho sino para mostrar al mundo que si tiene las garras de león para enemigos de la fe católica tiene también entrañas de cordero para vasallos que le consagran sus vidas. Sáquelos Vuestra Magestad como monarca poderoso a semejanza de aquella águila real de su prudente aguelo a bolar para que como polluelos miren alegres de ito en ito a los rayos de la justicia distributiva y desechando como el águila los hijos que no son propios, los escoja como naturales. Y si el buey toca primero con la lengua el mantenimiento que ha de enviar al estómago, toque señor Vuestra Magestad con la lengua en las necesidades de los que padecen como aquellos que dividen tan remotos mares pues el dezir y hazer de los reyes es obra sola de la voluntad y el mundo rico que sus padres ganaron conservándolo están con la misma fidelidad sus descendientes 1.

1 B. SALINAS Y CÓRDOBA: Memorial del P.B. de Salinas y Córdoba […] procurador general de la ciudad de Lima […] cuya grandeza y méritos representa a la magestad del rey nuestro señor D. Felipe IIII católico monarca en ambos mundo para que pida a su santidad la canonización de su apostólico patrón el venerable padre fray Francisco Solano, Madrid 1639, f. 29r, citado por C. GÁLVEZ PEÑA: “El carro de Ezequiel: la monarquía hispana de fray Buenaventura de Salinas y Córdova”, Histórica 31/1 (2008), p. 64.

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Arrigo Amadori

LIMA, UN ESCENARIO CORTESANO DE LAS TENSIONES TRANSATLÁNTICAS

Lima, la Ciudad de los Reyes, desempeñó un papel relevante en la Monarquía Hispánica durante las más de cuatro décadas que comprendió el reinado de Feli- pe IV. En concreto, pese a su relativa juventud, para mediados del siglo XVII con- gregaba a una población muy numerosa y acogía una intensa actividad social, política y cultural de marcado carácter cortesano, con las singularidades propias de un ámbito multiétnico. Según afirmara Bernabé Cobo, enfatizando las virtu- des del espacio local en su Historia de la fundación de Lima [1629], la extensa tra- za que en sus comienzos había sido adjudicada a la ciudad, “juzgando que por mucho que creciese la población haría harto en llegar a henchir el sitio que le se- ñalaron y dejaron repartido”, en virtud de su rápido crecimiento ocupa hoy doblado […] del que le dieron en su planta, en que se han edificado cuatro mil casas, con las del barrio y parroquia del Cercado, que son de indios, y serán hasta doscientas, las demás son de españoles y de ellas caen las seiscientas de la otra parte del río en el barrio llamado de San Lázaro. En suma, siempre según el jesuita, los vecinos españoles se contaban por cinco o seis mil, que con los entrantes y salientes serán hasta veinticinco mil almas; treinta mil negros esclavos de todo sexo y edades, de los cuales la mitad del tiempo, poco más o menos, residen en las chacras y heredades de este valle, y hasta cinco mil indios, así mismo de todas edades, con que vienen a ser sesenta mil personas, de toda suerte de gente, las que habitan la ciudad 2. Cifras que, claramente, no deben ser tomadas con rigurosidad, pero que están indicando un crecimiento notable que resultaba llamativo a los ojos de los con- temporáneos por las transformaciones operadas en la ciudad. Pese a que la adjudicación historiográfica a Lima de un carácter cortesano y, especialmente, de una cultura política cortesana virreinal –con todo lo que ello implicaba en términos funcionales, estéticos, protocolarios, discursivos, patro- nales, etc. –, parece ser un fenómeno historiográfico bastante reciente, a dife- rencia de lo que ocurrió para otros territorios de la Monarquía Católica, lo cierto es que para el período estudiado la ciudad era el epicentro de ajetreadas

2 B. COBO: Historia de la fundación de Lima, edición y estudio preliminar de M. González de la Rosa, Lima 1882, p. 50. Sobre la situación de la ciudad de Lima en el siglo XVII pueden consultarse J. GÜNTHER DOERING y G. LOHMANN VILLENA: Lima, Madrid 1992; M. A. DURÁN MONTERO: Lima en el siglo XVII. Arquitectura, urbanismo y vida cotidiana, Sevilla 1994.

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dinámicas políticas informadas culturalmente por un modelo que remedaba al de Madrid y al de sus pares del mundo hispánico 3. De este modo se ha propi- ciado la vinculación del caso limeño con las experiencias virreinales a ambos lados del Atlántico, diluyéndose así el carácter singular de cada una de ellas y acentuándose su función de articuladoras de la Monarquía a partir de espacios de poder en donde tenían lugar prácticas políticas y patrones culturales afines 4. Esta perspectiva introduce una cuestión esencial del ejercicio del poder real –o virreinal en este caso– y permite asomarse a una dimensión que contribuía no- tablemente a la integración del Perú en un sistema de valores, normas, representaciones e ideologías, que viabilizó la aglomeración de territorios muy diferentes, sea por su ubicación geográfica, por su historia o por su legitimación jurídica 5. La Ciudad de los Reyes se insertaba simbólicamente en la Monarquía de los Habsburgo a través de celebraciones políticas y religiosas que, como ocurría en otros rincones del imperio, transmitían una imagen jerárquica y ordenada del poder político-religioso y de la sociedad, contribuyendo, al mismo tiempo, a su definición identitaria dentro del complejo hispánico. Así, por ejemplo, las entra- das de los virreyes se realizaban con un gran despliegue de elementos simbóli- cos, en las que la ciudad y las diversas corporaciones privilegiadas buscaban dejar constancia de su valía, refinamiento y sofisticación 6. En este acto tenía lugar

3 La historiografía sobre Lima como espacio cortesano es realmente muy escasa y, sobre todo, reciente. Cabe destacar el trabajo pionero de P. LATASA: “La corte virreinal peruana: perspectivas de análisis (siglos XVI y XVII)”, en F. BARRIOS (ed.): El gobierno de un mundo. Virreinatos y audiencias en la América Hispánica, Cuenca 2004, pp. 341-373. Más recientemente, E. TORRES ARANCIVIA: Corte de virreyes. El entorno del poder en el Perú del siglo XVII, Lima 2006. 4 Cfr. P. CARDIM y J. L. PALOS: “El gobierno de los imperios de España y Portugal en la Edad Moderna: problemas y soluciones compartidos”, en P. CARDIM y J. L. PALOS (eds.): El mundo de los virreyes en las monarquías de España y Portugal, Madrid-Frankfurt 2012, pp. 15-16. Una perspectiva global sobre el fenómeno de las cortes virreinales puede verse en M. RIVERO RODRÍGUEZ: La edad de oro de los virreyes. El virreinato en la Monarquía Hispánica durante los siglos XVI y XVII, Madrid 2011. 5 F. C ANTÙ: “Le corti vicereali della Monarchia spagnola: America e Italia. Introduzione”, en F. CANTÙ (ed.): Las cortes virreinales de la monarquía española: América e Italia, Roma 2008, p. 12. 6 Cfr. A. OSORIO: “La entrada del virrey y el ejercicio de poder en la Lima del siglo XVII”, Historia Mexicana 55/3 (2006), pp. 767-831. Una interesante visión comparativa entre las

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un momento fundacional de la relación política entre el alter ego real y la comu- nidad, ya que implicaba el juramento del virrey que se obligaba a respetar los privilegios de la ciudad, dejando en claro la naturaleza, las condiciones y los con- tornos del vínculo que así comenzaba. Las proclamaciones reales, así como tam- bién las exequias, que en Lima alcanzaron su apogeo en el reinado de Felipe IV, respondían a un patrón consolidado a escala prácticamente planetaria, mientras que en torno al virrey y a la virreina, y a sus respectivas casas y a sus séquitos, se articulaba un espacio donde, entre otras cosas, confluían el patronazgo y los len- guajes del servicio, la obediencia y el honor, que neutralizaban las consecuencias del absentismo real, fortalecían los lazos con la Corona y contribuían a la gober- nabilidad del virreinato 7. Para principios del siglo XVII Lima estaba firmemente consolidada como ca- beza del virreinato y, en consecuencia, como el principal nexo de unión de la Co- rona con un extenso territorio, cuyos aportes fiscales representaban una porción significativa, tanto en términos cuantitativos como cualitativos, de los ingresos de la Hacienda Real a escala global. De hecho, en esos años el virreinato del Perú era el de mayor riqueza y prestigio del Nuevo Mundo y su capital era el asiento de

entradas de virreyes de Lima y Sicilia en L. DE NARDI: “Los virreinatos de Sicilia y Perú en el siglo XVII. Apuntes sobre una comparación en el marco de la historia global de dos realidades solo geográficamente lejanas”, Estudios Políticos (Medellín) 45 (2014), pp. 55-75. 7 Un análisis de la presencia simbólica del monarca en Lima y de la conformación de la ciudad como centro barroco del virreinato en A. OSORIO: El Rey en Lima. El simulacro real y el ejercicio del poder en la Lima del XVII, Lima 2004, y A. OSORIO: Inventing Lima: Baroque Modernity in ’s South Sea Metropolis, New York 2008. Resulta interesante la consulta de la crónica de J. MUGABURU y F. MUGABURU: Diario de Lima (1640-1694). Crónica de la época colonial, Lima 1917. Sobre las exequias reales, D. LEÓN PINELO: Solemnidad fúnebre y exequias a la muerte del Rey D. Felipe IV, que celebró la Rl. Audiencia de Lima, Lima 1666; A. ALLO MANERO: “Aportación al estudio de las exequias reales en Hispanoamérica. La influencia sevillana en algunos túmulos limeños y mejicanos”, Anuario del Departamento de Historia y Teoría del Arte 1 (1989), pp. 121-137; J. CAMPOS Y FERNÁNDEZ DE SEVILLA: “Exequias en honor de Felipe III celebradas en Lima en 1621”, Hispania Sacra 53 (2001), pp. 327-344; y, recientemente, J. MARIAZZA: Fiesta funeraria y espacio efímero. El discurso de la muerte y su simbolismo en las exequias de tres reinas de España en Lima en el siglo XVII, Lima 2013. Para las festividades dinásticas limeñas y sus manifestaciones simbólicas, véanse también R. CARVAJAL Y ROBLES: Fiestas de Lima por el nacimiento del príncipe Baltasar Carlos, Sevilla 1950; R. RAMOS SOSA: Arte festivo en Lima virreinal, siglos XVI y XVII, Sevilla 1992; R. ESTABRIDIS CÁRDENAS: El grabado en Lima virreinal: documento histórico y artístico (siglos XVI-XIX), Lima 2002. Sobre el entorno del poder virreinal, E. TORRES ARANCIVIA: Corte de virreyes…, op. cit., pp. 73-107.

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Portada de D. LEÓN PINELO, Solemnidad fúnebre y exequias a la muerte del Rey D. Felipe IV, que celebró la Rl. Audiencia de Lima. Lima: Imprenta de J. de Quevedo, 1666.

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un amplio conjunto de instituciones que constituían un poderoso y significativo nodo de la trama de la monarquía policéntrica, al tiempo que también lo conver- tían en una de las principales fuentes del patronazgo real 8. Todas estas circunstancias –que explican la elección del marco espacial de es- te trabajo– hicieron que la Ciudad de los Reyes se convirtiera en un escenario pri- vilegiado de las relaciones transatlánticas de poder que tuvieron lugar entre las décadas de 1620 y 1660, en un contexto en el que se acabaron revisando los tér- minos de la complementariedad entre los intereses y las necesidades del poder central de la monarquía y de las élites virreinales. A grandes rasgos, como ha apuntado John Elliott con una metáfora muy explícita, diversos factores experi- mentados a ambos lados del Atlántico provocaron la pérdida de la sincronización experimentada hasta ese momento 9. Para este autor, la relación entre Castilla y el imperio europeo, por un lado, y el espacio atlántico de la Monarquía, por el otro, puede ser representado por dos relojes que conforme avanzaba el siglo XVII deja- ron de marchar al unísono; mientras que el reloj europeo, al aumentar los com- promisos militares, se aceleró, el americano fue ralentizando su ritmo en función de la caída de las remesas y del flujo mercantil. De ahí que, paradójicamente, cuando el monarca más necesitaba de la contri- bución americana en general y peruana en particular para compensar la erosión de su principal basa fiscal, el reino de Castilla, y a hacer frente a unos compromi- sos externos cada vez más demandantes para una Real Hacienda agotada, las res- puestas del espacio local acabaron poniendo en entredicho la viabilidad de un modelo de financiación de la política exterior y de los gastos de la Corona por me- dio de las remesas indianas. Un proyecto que, además, suponía el sometimiento de las élites locales, contener el desarrollo de los sectores manufacturero y agrí- cola para neutralizar la competencia con ciertas importaciones castellanas, el fo- mento de la producción y la exportación de plata por medio del subsidio a los insumos mineros, la distribución compulsiva de la fuerza de trabajo indígena, el mantenimiento de un régimen comercial monopólico controlado por los merca- deres sevillanos, y unos gastos reducidos de la Real Hacienda 10.

8 A. AMADORI: Negociando la obediencia. Reforma y gestión de los virreinatos americanos en tiempos del conde-duque de Olivares, Sevilla 2013, pp. 151 y ss. 9 J. H. ELLIOTT: “América y el problema de la decadencia española”, Anuario de Estudios Americanos 28 (1971), p. 18. 10 M. SUÁREZ ESPINOSA: “La crisis del siglo XVII en la región andina”, en M. BURGA (ed.): Historia de América Andina, Quito 2000, vol. 2, p. 294.

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UN REINADO BAJO EL SIGNO DE LA REFORMA VIRREINAL

En el virreinato del Perú, y en concreto en la ciudad de Lima, el reinado de Felipe IV presentó la curiosa situación de que tanto su inicio como su final es- tuvieron asociados a la realización de sendas visitas generales que guardaron bastantes semejanzas entre sí. Sin duda, esta peculiar circunstancia es un buen indicador de la pujanza y de la extensión temporal del reformismo propulsado por el poder real y, sobre todo, de sus resultados. O, para ser más precisos, de la falta de ellos. Con ciertos matices, puede aceptarse que el largo reinado de Fe- lipe IV presentó un marcado carácter reformista para el Perú, aunque con alti- bajos y una intensidad variable cuya cesura puede ubicarse en los primeros años de la década de 1640, teniendo como telón de fondo el problema permanente de la distorsión de los vínculos transatlánticos, expresado en la caída de las reme- sas reales y en la pérdida de vigor de la administración. A lo largo de los dos primeros tercios del siglo XVII, tanto en América como en buena parte del mundo hispánico, especialmente en Castilla, se desarrolló no solo la percepción de experimentarse un momento de crisis, sino también una conciencia crítica que convirtió a la situación de la monarquía en el objeto de una agitada reflexión que implicó a sectores sociales heterogéneos. Entre los autores de memoriales y arbitrios que abordaron las distintas facetas del proble- ma se encontraron nobles, comerciantes, veinticuatros, religiosos, oficiales ur- banos, militares, catedráticos, licenciados, miembros de la administración o de la Iglesia, etc. 11. De este modo, se produjo una extensión del espacio político que llevó aparejado el desarrollo de una importante vertiente en el pensamien- to de la centuria que estuvo atravesado por el tópico de la crisis en el marco de una relación dialéctica entre decadencia y restauración 12. Claro que las lecturas, las respuestas al carácter de la crisis y los consecuentes remedios para revertir los desajustes resultaron variados. Por ejemplo, si se re- pasa la extensa literatura arbitrista generada incluso para –y en– el Perú, se cons- tata la presencia de interpretaciones muy dispares entre sí; planteamientos que aluden tanto a las deficiencias de la administración o a las dificultades económi- cas, como también a la decadencia moral o a la degradación organicista propia

11 Véase A. AMADORI: “Arbitrismo y cultura política en América durante el siglo XVII”, Anuario de Estudios Americanos 71/1 (2014), pp. 14-25. 12 Cfr. P. FERNÁNDEZ ALBALADEJO: La crisis de la monarquía, Madrid 2009.

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de cualquier cuerpo político. En este contexto, parece haber surgido en la cor- te y en parte de la sociedad castellana cierto desencanto respecto de los reinos americanos. Así, pese a que el fenómeno colonial había suscitado grandes ex- pectativas durante buena parte del siglo XVI, y aún para esta época continuaba siendo reputado por las potencias rivales como uno de los fundamentos del po- derío hispánico, lo cierto es que esta percepción colectiva estaba empezando a cambiar para principios del siglo XVII. Sancho de Moncada, por ejemplo, ase- guraba en su Restauración política de España que “las Indias trajeron a España la raíz de todos sus daños”, mientras que Pedro Fernández de Navarrete, en la línea del poblacionismo, asumía resignado los inconvenientes que a Castilla le había generado el inexcusable flujo migratorio hacia América que, sin embargo, hacía posible su conservación 13. Por su parte, el valido real, don Gaspar de Guzmán y Zúñiga, conde-duque de Olivares, llegó a sembrar una duda de gran calado en una intervención en el Consejo de Estado. Su alocución planteaba el interrogante de si los virreinatos indianos habían “puesto a la monarquía en tan miserable estado que se puede decir con gran fundamento que fuera más pode- rosa si tuviera menos aquel nuevo mundo” 14. De todos modos, más allá de esta inquietud del valido –que probablemente transmitiera más el agobio derivado de la sumatoria de problemas concentrados en el mundo atlántico de principios de la década de 1630 que una lectura críti- ca de la realidad o una opción para revisar la estrategia geopolítica de la Monar- quía–, era evidente para el poder central que debían introducirse cambios en las relaciones transatlánticas que tenían que apuntar en una dirección muy clara; era preciso adoptar reformas que permitieran, en primer lugar, revertir la ten- dencia decreciente de las remesas reales de plata despachadas desde El Callao y, en segundo lugar –pero con un carácter funcional a este objetivo prioritario–, regenerar el nervio de la autoridad, consiguiendo que la administración asegu- rara la obediencia y la ejecución de las disposiciones reales. Persiguiendo estos objetivos, el programa americanista de Olivares fue intenso y, si bien tuvo una

13 El texto de Moncada está citado por J. GELABERT: “La restauración de la república”, en A. FEROS y J. GELABERT (eds.): España en tiempos del Quijote, Madrid 2005, p. 214; P. FERNÁNDEZ DE NAVARRETE: Conservación de monarquías y discursos políticos sobre la gran consulta que el Consejo hizo al señor Rey don Felipe III, Madrid 1792, pp. 81 y ss. 14 La intervención de Olivares procede de J. H. ELLIOTT: “España y América en los siglos XVI y XVII”, en L. BETHELL (ed.): Historia de América Latina, Barcelona 1998, vol. 3, p. 37.

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gran envergadura que alcanzó a toda la América castellana, parece haberse cen- trado en el virreinato del Perú, circunstancia que se explica fácilmente si se atiende a su mayor aporte de remesas fiscales vinculado al auge minero que ex- perimentó el Alto Perú a partir de la década de 1580 15. La consolidación del conde-duque de Olivares como el ministro más influ- yente de la corte de Madrid marcó el inicio de un período en el que la reforma de la monarquía y la restauración del poder real, tanto dentro como fuera del mundo hispánico, se asumieron como una necesidad 16. Desde comienzos de la década de 1620, la implementación de un programa reformista adquirió un carácter urgen- te, puesto que la política dinástica de poder y reputación desplegada en el norte de Europa no solo comprometió cualquier posibilidad de alcanzar acuerdos de paz, sino que también aumentó las cargas sobre una Real Hacienda exhausta. Si- tuado en una coyuntura sumamente compleja, aunque dotado de unas respuestas que, al menos en el papel, creía apropiadas para revertir una situación crítica, el régimen del valido asignó una función muy clara a las posesiones americanas en el conjunto de la monarquía y trasladó al otro lado del Atlántico algunos de los objetivos y las medidas ensayadas en Castilla. El principal objetivo del poder central respecto de los virreinatos americanos durante las décadas de 1620 y 1630 consistió en incrementar su rendimiento fis- cal. De hecho, no se hizo esperar mucho tiempo la decisión de la Corona de car- gar a América, y en especial al Perú, con nuevas contribuciones que se tradujeran en un aumento de su participación en la financiación del aparato bélico de la mo- narquía. Unos territorios que, en comparación con las posesiones peninsulares, estaban bajo una menor presión contributiva que se consideró insostenible en una coyuntura tan complicada, sobre todo atendiendo a la riqueza minera del Perú. Pero este objetivo fiscal coincidió con un decidido esfuerzo por acentuar el control sobre las múltiples instancias de la administración trasatlántica. Ahora

15 Sobre el proyecto de Olivares para el Perú, A. AMADORI: Negociando la obediencia…, op. cit. Curiosamente, el reformismo americano del conde-duque de Olivares es un asunto que, a excepción de los trabajos de Israel, Bronner y algunos otros pocos autores, aún no ha suscitado un interés historiográfico acorde a su significación para las relaciones transatlánticos y para los mecanismos de gestión del mundo colonial. En este sentido, es revelador que el número 5 de la revista Libros de la corte (2012) dedicado al conde-duque, no aborde la cuestión americana en ninguno de sus artículos. 16 Una visión general del reformismo de Olivares para Castilla, en J. H. ELLIOTT: El conde-duque de Olivares. El político en una época de decadencia, Barcelona 2004 [1986].

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bien, aunque el intento de reformar la administración pueda considerarse como un asunto funcional al incremento de la presión fiscal, es importante señalar que en realidad persiguió una finalidad de mayor calado. De hecho, se trató de un movimiento que procuró modelar un instrumento más idóneo a los fines de un régimen interventor preocupado por potenciar el poder real, que estuvo condi- cionado tanto por circunstancias indianas como también peninsulares. Entre las primeras habría que mencionar la negligencia, el fraude, la ineficien- cia y los vínculos de los servidores reales con las élites locales, elementos que en ese momento y desde la perspectiva del poder central estaban comenzando a ad- quirir una preocupante envergadura, constituyendo una barrera para la ejecución de las medidas remitidas desde la corte. En líneas generales, el conde-duque te- nía un concepto muy negativo de la administración de su época 17. Entre las segundas, el reformismo americano de la década de 1620 no se puede desligar de la corriente de restauración que se había desarrollado en la corte en la etapa final del reinado de Felipe III y que el conde-duque había adoptado como una causa propia 18. En este sentido, Olivares se diferenció de sus antecesores por concebir e intentar ejecutar un proyecto político de gran ca- lado 19, que compartió la inclinación interventora y manipuladora de la realidad propia del movimiento arbitrista, y sobrevaloró la capacidad transformadora de la actividad política. Además, exaltó el papel de la obediencia entendida en tér- minos lipsianos, es decir como una obediencia activa íntimamente vinculada a la ejecución, procurando imponerla como virtud y principio fundamental del ejercicio de los oficios 20. Según puede apreciarse, esta reforma reclamaba una restauración moral y exigía una identificación casi absoluta con los objetivos del régimen del valido.

17 B. GONZÁLEZ ALONSO: “El Conde Duque de Olivares y la administración de su tiempo”, Anuario de Historia del Derecho Español 59 (1989), pp. 5-48. 18 J. H. ELLIOTT: El conde-duque de Olivares…, op. cit., caps. III y V. 19 I. A. A. THOMPSON: “El contexto institucional de la aparición del ministro favorito”, en J. H. ELLIOTT y L. BROCKLISS (eds.): El mundo de los validos, Madrid 1999, pp. 25-42 y “El valido arbitrista: el conde-duque de Olivares y el valimiento de su tiempo”, en J. A. ESCUDERO (ed.): Los validos, Madrid 2005, pp. 311-322. 20 R. VALLADARES RAMÍREZ: “El problema de la obediencia en la Monarquía Hispánica, 1540-1700”, en A. ESTEBAN ESTRÍNGANA (ed.): Servir al rey en la Monarquía de los Austrias: Medios, fines y logros del servicio al soberano en los siglos XVI y XVII, Madrid 2012, pp. 121-145.

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Para el caso americano, esta corriente de obediencia ejecutiva, entendida en parte como una respuesta a la crisis de la autoridad real, habría de entrar en co- lisión con una tradición firmemente asentada en los virreinatos que, fiel a la má- xima castellana, obedecía pero no ejecutaba aduciendo, las más de las veces, la influencia del factor distancia y la falta de información que provocaban la inade- cuación de algunas de las disposiciones reales –casi siempre las más comprome- tidas– al estado político de las Indias 21. Según se verá, los cambios en las relaciones transatlánticas y en los mecanis- mos de integración, al menos respecto de los grupos elitistas de la capital virrei- nal, no se ajustaron a los principios del reformismo real del tiempo de Olivares. Las disputas de poder resultaron desfavorables para las aspiraciones de Ma- drid, ya que en el largo plazo no se consiguió revertir la caída de los ingresos fiscales y aumentar la participación del Perú en la financiación de una política exterior de poder; tampoco se logró estrechar el control sobre algunos de los re- sortes fundamentales del virreinato, como la Caja de Lima, y, sin lugar a dudas, el monarca perdió buena parte de su capacidad de intervenir en el gobierno del virreinato. En el caso limeño, esta coyuntura crítica se saldó con la continuidad del reconocimiento de la autoridad y la jurisdicción reales, aunque con un in- cremento de la participación en el ejercicio del poder de las élites locales y con la creciente necesidad de la administración de contar con su colaboración para afrontar algunas de sus actividades esenciales, como la defensa o la percepción de ingresos fiscales. Ahora bien, no conviene que la adopción de una visión de larga duración ha- ga perder de vista las alternativas del complejo proceso político en el que parti- ciparon la Corona, las élites limeñas, las diversas corporaciones de la ciudad y la administración virreinal; su resultado desdibuja la dimensión agonística de las tensiones surgidas en la confluencia de la aspiración de las élites de afirmar su poder mediante diversas estrategias y de la vocación reformista de la Coro- na que, con distinta densidad y dependiendo de los sucesos peninsulares, como la crisis de 1640 y la caída del conde-duque de Olivares, estuvo presente duran- te todo el reinado de Felipe IV. El análisis de este proceso de casi cuatro déca- das revela las características de la intrincada vida política colonial desarrollada

21 Sobre la suplicación de las disposiciones reales, V. TAU ANZOÁTEGUI: “La ley se obedece pero no se cumple. En torno a la suplicación de las leyes en el Derecho Indiano”, en La Ley en América Hispana. Del Descubrimiento a la Emancipación, Buenos Aires 1992, pp. 67-144.

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en Lima, que contemplaba formas de oposición, negociación, rectificación y acuerdo en el marco de una estructura difusa de poder 22. Al mismo tiempo, permite apreciar la capacidad del poder central de la Monarquía y de sus repre- sentantes locales de conseguir la gobernabilidad del Nuevo Mundo en un mo- mento particularmente convulso. Es importante reparar en el hecho de que el incremento de la presión fiscal y hasta cierto punto administrativa que se experimentó hasta mediados de la década de 1640 en Lima no dio lugar a rebeliones ni a movimientos estructu- rados de descontento o cuestionamiento del poder real –y de sus representan- tes– como sí ocurrió en diversas partes del mundo hispánico a lo largo del decenio. Por este motivo, el reinado de Felipe IV en la capital virreinal nos ubica ante la posibilidad de establecer una comparación entre las respuestas que se dieron en diversos territorios de la monarquía al aumento de las demandas del poder central que propiciaron el incremento de la conflictividad, contribuyen- do, de esta manera, a la pérdida de la primacía externa de la Monarquía y, pro- bablemente, a la revisión del modelo de relación entre rey y reino basado en la idea de equilibrio 23.

EL CONTROL DE LA ADMINISTRACIÓN LIMEÑA

Siguiendo un esquema historiográfico consolidado, podría aceptarse que hasta bien entrado el siglo XVIII el poder real en América no volvió a ser tan fir- me como en los años finales del siglo XVI, aunque esta atenuación no fue lineal, sino que resultó especialmente resistida durante la primera mitad del reinado de Felipe IV 24. En consecuencia, con la irrupción de Olivares en el valimiento

22 A. CAÑEQUE: “Cultura vicerregia y estado colonial. Una aproximación crítica al estudio de la Historia Política de la Nueva España”, Historia Mexicana 50/1 (2001), p. 182. 23 M. RIVERO RODRÍGUEZ: “La reconstrucción de la Monarquía Hispánica: la nueva relación con los reinos (1648-1680)”, Revista de la Escuela de Historia 12/1 (Salta 2013). 24 Acerca de la pérdida del control del poder central sobre las posesiones americanas, véanse, entre otros, M. BURKHOLDER y D. CHANDLER: De la impotencia a la autoridad. La Corona española y las Audiencias en América, 1687-1808, México 1984; J. GELMAN: “La lucha por el control del Estado. Administración y élites coloniales en Hispanoamérica”, en J. HIDALGO LEHUEDE y E. TANDETER (dirs.): Historia General de América Latina, vol. IV, París

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tuvo lugar un intento decidido de la Corona de acrecentar el control sobre la ad- ministración americana. Los cambios que se propusieron durante las décadas de 1620 y 1630 no fue- ron mayormente de naturaleza formal y presentaron un carácter poco innova- dor, circunstancia que quedó evidenciada en el hecho de que la organización institucional de los virreinatos no experimentó cambios de gran calado. En teo- ría, su disposición se ajustaba estrechamente al ideal del principal ministro de Felipe IV, puesto que no contemplaba la participación de los súbditos en nin- guna instancia representativa, ni establecía otras limitaciones al poder real. Así que, el que Olivares consideraba el “negocio más importante” para el joven mo- narca, consistente en promover una unión más estrecha de Castilla con los rei- nos de la Corona de Aragón y Portugal, eliminando algunos de los obstáculos más incómodos que, tanto en razón de los fueros particulares como de la cos- tumbre, se alzaban al ejercicio del poder real fuera de los territorios castellanos, no tenía pertinencia en América. Estos territorios, en virtud del tipo de unión que tenían con la Corona, habían recibido una organización institucional afín a Castilla, aunque se había evitado reproducir o al menos atenuar el impacto de ciertas corporaciones y colectivos 25. En cambio, el esfuerzo realizado para estrechar el control sobre los servido- res reales se concentró en procurar el cumplimiento de la legislación ya existen- te y en incrementar las disposiciones que regulaban su desempeño. De manera que en este terreno el carácter distintivo del reformismo de las décadas de 1620 y 1630 se encuentra en el intento de conseguir una obediencia activa por parte de la administración, que respondiera fiel y ejecutivamente a Madrid.

1999, pp. 251-264; P. BAKEWELL: “La conquista después de la Conquista: el origen del dominio español en América”, en R. KAGAN y G. PARKER (eds.): España, Europa y el mundo atlántico. Homenaje a John H. Elliott, Madrid 2001, pp. 381-404; P. PÉREZ HERRERO: La América colonial (1492-1763). Política y sociedad. Madrid 2002; J. LYNCH: Historia de España, Tomo V: Edad Moderna. Crisis y recuperación, 1598-1808, Barcelona 2005; G. CÉSPEDES DEL CASTILLO: América Hispánica (1492-1898), Madrid 2009 [1983]; R. M. SERRERA: La América de los Habsburgo (1517-1700), Sevilla 2011. 25 G. GUZMÁN Y ZÚÑIGA: “Gran Memorial, 1624”, en J. H. ELLIOTT y J. DE LA PEÑA (eds.): Memoriales y cartas del Conde Duque de Olivares, I: Política interior: 1621-1627, Madrid 1978, pp. 96 y ss. Sobre este proyecto, R. VALLADARES RAMÍREZ (ed.): Epistolario de Olivares y el conde de Basto, Badajoz 1998, pp. 18 y ss., y I. A. A. THOMPSON: “Castilla, España y la Monarquía: la comunidad política, de la patria natural a la patria nacional”, en R. KAGAN y G. PARKER (eds.): España, Europa y el mundo atlántico…, op. cit., pp. 201-204.

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Pese a no corresponder al Perú, es significativo mencionar que la primera ma- nifestación de la proyección del reformismo a América se produjo en mayo de 1621, con el nombramiento del marqués de Gelves como virrey de la Nueva Es- paña, ya que se trató de un suceso de honda repercusión. Este personaje, fuerte- mente compenetrado con los lineamientos que desde la corte pretendían irradiar Felipe IV y su valido, fue enviado a las Indias con un programa de reforma y buen gobierno. Pero el desafío que plantearon las medidas de Madrid y la inflexibili- dad de Gelves acabó con el derrocamiento del virrey en medio de unos aconteci- mientos de extrema gravedad en los que el clero secular participó conjuntamente con parte de la audiencia y el cabildo de la ciudad de México 26. De esta manera, quedó claramente establecido un referente de lo que se debía evitar a la hora de intentar revisar los vínculos transatlánticos, ya que la alusión a los incidentes novohispanos por parte de los encargados de introducir reformas fiscales en el Perú operó como un recordatorio del rumbo que no debía tomarse 27. En el Perú, en cambio, el reformismo no tuvo un tono tan contundente; el primer virrey designado en el reinado, el marqués de Guadalcázar, marchó a su destino con unas instrucciones que no se diferenciaban de las de sus anteceso- res 28. Aquí el modo de proceder de la Corona resultó muy distinto ya que, en lugar de encomendar un programa reformista al virrey, se enviaron visitas simul- táneas a las cuatro audiencias peruanas 29. Estas averiguaciones no solo estuvie- ron focalizadas en los tribunales de justicia, sino prácticamente en la totalidad de las instituciones virreinales de relevancia. En Lima, por ejemplo, el visitador Juan Gutiérrez Flores se detuvo a investigar la Caja Real y el Tribunal de Cuen- tas, la Audiencia, las cajas de indios y bienes de difuntos y el Consulado, entre otros organismos. Además, a raíz de las irregularidades que apreció respecto del manejo de los propios y de las granjerías de los regidores en el abasto de la ciudad,

26 J. ISRAEL: Razas, clases sociales y vida política en el México colonial, 1610-1670, México 1996; C. BÜSCHGES: “¿Absolutismo virreinal? La administración del marqués de Gelves revisada (Nueva España, 1621-1624)”, en A. DUBET y J. J. RUIZ IBÁÑEZ (eds.): Las monarquías española y francesa (siglos XVI-XVIII) ¿Dos modelos políticos?, Madrid 2010, pp. 31-44. 27 A. AMADORI: Negociando la obediencia…, op. cit., p. 332. 28 L. HANKE: Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la Casa de Austria, Perú, Madrid 1978, vol. 2, p. 247. 29 Consultas del Consejo de Indias, Madrid, 1 de julio de 1622 y 17 de marzo de 1622 (AGI, Lima, 4 e Indiferente, 754 respectivamente).

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creyó conveniente investigar también al cabildo, aunque no recibió la autoriza- ción del Consejo de Indias 30. En cuanto a su desarrollo, las cuatro visitas se dilataron durante muchos años y, como era de esperar, no reportaron un cambio sustancial de la situación admi- nistrativa 31. Sin embargo, es posible interpretar la proliferación de mecanismos de control desde una doble perspectiva. En primer lugar, sirvieron como medio para conocer muchos de los problemas y las limitaciones de la administración vi- rreinal, especialmente en los organismos con manejo de hacienda. Pero, en segun- do lugar, también puede advertirse la intención del poder central, sobre todo en la primera mitad del reinado de Felipe IV, de intervenir en la dimensión simbóli- ca de la relación entre la cabeza de la Monarquía y el ámbito local. Este aspecto de la interacción entre ambos polos de poder resultaba esencial, puesto que disi- paba –de forma ficticia claro está– la gran distancia a la que se encontraba la cor- te 32. Así que parece probable que no solo se persiguiera la rectificación concreta de las irregularidades, sino que se procurara, además, dejar en claro que el nuevo monarca estaba dispuesto a hacer sentir su poder de un modo mucho más palpa- ble y activo de lo que lo había hecho Felipe III. En este marco, los mecanismos de averiguación buscaron que la presencia del rey en el ámbito local fuera más tan- gible que de costumbre y que su mano pareciera estar en todos lados 33. Esta fic- ción resultaba esencial, ya que como recordara Osorio, la materialidad del rey solo podía ser imaginada […] como se hacía la de Dios o la de Jesucristo. A pesar de esto, el poder y la autoridad del rey fueron muy reales y concretos para sus vasallos para quienes el rey español fue una figura de autoridad análoga a la figura de Dios: podía ver sin ser visto 34.

30 Carta del visitador al Consejo de Indias, Lima, 29 de octubre de 1626 (AGI, Lima, 276). A partir de 1632 esta visita fue continuada por Pedro de Villagómez, que avanzó en la averiguación con más determinación (K. ANDRIEN: Crisis y decadencia. El virreinato del Perú en el siglo XVII, Lima 2011 [1985], pp. 175 y ss.). 31 I. SÁNCHEZ BELLA: “Eficacia de la visita en Indias”, Anuario de Historia del Derecho Español 50 (1980), pp. 383-411. 32 Véase A. OSORIO: Inventing Lima…, op. cit. 33 T. H ERZOG: “Ritos de control, prácticas de negociación: pesquisas, visitas y residencias y las relaciones entre Quito y Madrid”, en J. ANDRÉS-GALLEGO (coord.): Nuevas aportaciones a la historia jurídica de Iberoamérica, Madrid 2000. 34 A. OSORIO: El Rey en Lima…, op. cit., p. 8, citado por J. MARIAZZA: Fiesta funeraria y espacio efímero…, op. cit., p. 50.

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Puesto que el envío de una visita no siempre correspondía a las autoridades metropolitanas, la Corona también persiguió forzar el cumplimiento de una prác- tica que solía estar bastante relegada entre sus representantes locales. Así, entre otras cosas, se les encargó a los virreyes que regularmente despacharan visitas y fenecieran las cuentas de las cajas de Lima y de Potosí 35 y que se retomara la cos- tumbre, caída en desuso, de que un oidor visitara el distrito audiencial limeño 36. La persecución de la obediencia se sustanció también mediante la constan- te reiteración a los virreyes de acentuar el control sobre las instancias de la ad- ministración colonial y de asegurar la ejecución de las disposiciones existentes, especialmente de aquellas relativas a los organismos de la Real Hacienda 37.Con frecuencia se les recalcó que ejercieran correctamente las atribuciones que te- nían reservadas en el gobierno al por mayor de la hacienda y que contribuyeran al desempeño de las cajas reales 38. Además, se reguló la forma en la que de- bían realizar gastos sobre la Real Hacienda 39 y se procuró estrechar el control, la mejora y la regularización del envío de información a la Península. En 1628, por ejemplo, se solicitó la elaboración de una relación del estado de los negocios graves 40. Una de las pocas novedades referidas a la administración de la capital fue la que dispuso la obligatoriedad de elaborar inventarios de bienes por parte de todos

35 Véase FELIPE IV: “Instrucción que S. M. da al conde de Chinchón, a quien ha proveído por Virrey del Perú para el ejercicio de dicho cargo y de los demás que S. M. le encomienda”, 1628, en J. H. ELLIOTT y J. DE LA PEÑA (eds.): Memoriales y cartas del Conde Duque de Olivares, II: Política interior: 1628-1645, Madrid 1981, p. 32. 36 R. VARGAS UGARTE: “Historia del siglo XVII”, en C. MILLA BATRES (ed.): Compendio histórico del Perú, Lima 1993, p. 214. 37 Un ejemplo muy claro se puede encontrar en la Real Cédula al virrey del Perú encargándole algunas cosas tocantes al buen gobierno y cobranza de la Real Hacienda, Madrid, 30 de marzo de 1627 (AGI, Lima, 572, lib. 20, f. 12r-v). 38 Real Cédula en que trata del desempeño de la Caja Real de Lima y de todas las del distrito, Madrid, 2 de abril de 1636 (RB, Mss II/1629, f. 261). 39 Real Cédula al virrey prohibiendo que se realizara gastos de defensa ante cualquier amenaza pirática sin el acuerdo de Hacienda (AGI, Indiferente, 429, lib. 37, f. 140v). 40 Decreto a los virreyes sobre el envío frecuente de información sobre los negocios graves, Madrid, 30 de septiembre de 1628 (AGI, Indiferente, 617); FELIPE IV: “Instrucción que S. M. da al conde de Chinchón, a quien ha proveído por Virrey del Perú para el ejercicio de dicho cargo y de los demás que S. M. le encomienda”, 1628, en J. H. ELLIOTT y J. DE LA PEÑA (eds.): Memoriales y cartas del Conde Duque de Olivares, II: Política interior..., op. cit., p. 46.

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aquellos individuos promovidos a las instancias superiores de la administración indiana. La normativa se produjo en enero de 1622 y estaba concebida como un potencial mecanismo de identificación y sanción del enriquecimiento irregular de los servidores reales, encuadrado en la política de limpieza de manos que Olivares y sus colaboradores aplicaron en la corte 41. Otra de las preocupaciones principales de Madrid consistió en impedir las tan temidas relaciones de los servidores reales con las sociedades de su jurisdicción 42. Por este motivo, Olivares intentó acotar la duración de la gestión virreinal y apo- yó diversas leyes para limitar la inserción social de los oficiales reales 43. Respec- to del tribunal limeño, el problema tuvo una presencia frecuente en los debates del sínodo 44, en los que se trató –a sugerencia del conde-duque– la posibilidad de reducir su período de servicio en cada audiencia. Asimismo, se revisaron los casos conflictivos de varios ministros, como Juan Jiménez de Montalvo, Alberto de Acuña y Luis Enríquez 45. Sin embargo, las soluciones que se adoptaron para solventar las irregularidades se revelaron ineficaces por la trascendencia concedi- da a la dimensión simbólica del poder –ya que no se consideraba adecuado que el monarca colocara en entredicho a los miembros del tribunal–, por la dificultad de forzar el traslado de los ministros de la capital virreinal o por los valedores que es- tos podían tener en la corte 46. Puede aceptarse, por lo tanto, que durante el pe- ríodo que nos ocupa los vínculos de los oidores con los miembros de la élite local

41 A. AMADORI: Negociando la obediencia…, op. cit., p. 99. Sobre los inventarios de bienes de la Nueva España –únicos conocidos hasta el momento– véase J. DE LA PEÑA: Oligarquía y propiedad en Nueva España (1550-1624), México 1983. 42 Decreto al Consejo de Indias, Madrid, 3 de junio de 1627 (AGI, Indiferente, 755). 43 J. DE LA PUENTE BRUNKE: “Los encomenderos y la administración colonial en el Virreinato del Perú (siglos XVI-XVIII)”, Boletín del Instituto Riva-Agüero 17 (1990), pp. 383- 399. 44 Carta de Juan de Zambrano Cepeda, abogado de la Audiencia de Lima, al Consejo de Indias, Lima, 16 de junio de 1632 (AGI, Lima 5) y Consulta del Consejo de Indias, Madrid, 10 de enero de 1622 (AGI, Lima, 4). 45 Véase Decreto al Consejo de Indias, Madrid, 3 de junio de 1627 (AGI, Indiferente, 755); Consulta del Consejo de Indias, Madrid, 10 de enero de 1622 y 18 de abril de 1622 (AGI, Indiferente, Lima, 4); Carta del abogado de la Audiencia de Lima, Juan Zambrano Cepeda, Lima, 16 de junio de 1632 (AGI, Lima, 6). 46 Decreto de S. M. al Consejo, Madrid, 3 de julio de 1629 y Consulta del Consejo de Indias, Madrid, 23 de julio de 1629 (ambos documentos en AGI, Indiferente, 755).

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se consolidaron, convirtiéndose en un fenómeno de inusitada envergadura y consecuencias administrativas, como no dejaron de advertir algunos contempo- ráneos 47. Como apuntaba el virrey Alba de Liste, los ministros de esta audiencia, en los negocios de justicia, se hallan tan embarazados con dependencias y parientes, casamientos suyos, de sus hijos y deudos, que muchas veces no les es posible acudir a su obligación. Esto necesita de gran remedio, y juzgo que no basta el de una visita, porque queda la causa en pie, sino que se fuesen decentemente mudando a diferentes Audiencias conforme su calidad y servicios. Así lo propongo y represento porque lo he experimentado en diferentes negocios con grande desconsuelo de las partes. Y esto mismo confiesan y hablan con publicidad los oidores 48. No obstante la pujanza con la que se proyectó este movimiento en los pri- meros años de la década de 1620, la influencia temporal que tuvo en la elabora- ción de normativas indianas fue limitada. La oposición tanto de las élites como de los servidores reales y la acentuación de las necesidades financieras de la Mo- narquía en Europa provocaron que el programa –si es que acaso podemos otor- garle ese carácter– perdiera consistencia. En su lugar, el condicionamiento más poderoso de las medidas destinadas a la administración se trasladó al terreno fiscal, de manera que desde finales del decenio la presión estuvo orientada, fun- damentalmente, por la aspiración de aumentar las remesas de la Corona 49. El tiempo de los cambios formales había quedado en el pasado, luego de que en la primera década de la centuria se crearan los Tribunales de Cuentas de Lima, México y Santa Fe 50. Resulta una clara evidencia del derrotero asumido por el régimen de Oliva- res el hecho de que fueron los oficiales reales, tanto los que servían en las cajas virreinales como los que lo hacían en el Tribunal de Cuentas de Lima, el princi- pal objetivo del aluvión de cédulas remitidas desde Madrid. El virrey Guadalcá- zar, por ejemplo, en 1627 recibió la orden de nombrar personas de su confianza para visitar todas las tesorerías de su distrito.

47 J. DE LA PUENTE BRUNKE: “Codicia y bien público: los ministros de la Audiencia en la Lima seiscentista”, Revista de Indias 236 (2006), pp. 143-144. 48 Carta del virrey Alba de Liste a S. M., Lima, 12 de julio de 1660, AGI, Lima, 61, citada por J. DE LA PUENTE BRUNKE: “Codicia y bien público…”, op. cit., p. 145. 49 A. AMADORI: Negociando la obediencia…, op. cit. 50 Sobre las atribuciones concedidas al tribunal limeño, véase R. ESCOBEDO MANSILLA: Control fiscal en el virreinato peruano, Madrid 1986, cap. 2.

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Según el planteamiento de Kenneth Andrien, las instituciones de hacienda se convirtieron en uno de los escenarios de la pugna entre la Corona y las élites locales, puesto que “hacían las veces de mediadores políticos dentro del impe- rio, conservando el equilibrio de poder esencial para la unidad imperial” 51. En teoría, eran los oficiales reales los encargados de mantener e incrementar los in- gresos de la Real Hacienda, asegurando la aplicación de los dispositivos fiscales de la Corona y controlando a quienes tenían manejo de hacienda, como los co- rregidores o los arrendatarios de impuestos. Es decir, constituían un elemento esencial sobre el que descansaba el funcionamiento ordinario de la fiscalidad co- lonial e incluso el equilibrio de poder en el marco de las tensiones por el control de los excedentes durante el período analizado. No obstante el esfuerzo por imponer un programa reformista, para esta épo- ca comenzó a hacerse evidente que la capacidad de incidir en los virreinatos e introducir novedades estaba desvinculándose de las instituciones para recaer en la negociación con las élites. No deja de ser paradójico que mientras que en es- tas dos décadas se elaboró un voluminoso conjunto normativo para regular las múltiples instancias de poder de la Monarquía, y pese a que el siglo XVII asistió a la madurez del Derecho Indiano, en el terreno de las prácticas se constató un alto grado de incumplimiento de la legislación y una capacidad de imposición muy atenuada de la norma escrita. El alcance restringido de las novedades contributivas provocó que, prome- diando la década de 1630, la Corona, acuciada por la necesidad de dinero, ex- tendiera el alcance de la venalidad de los oficios. De hecho, la mercantilización no solo alcanzó a plazas de gobierno con jurisdicción, sino que también se hizo más intensa en las instituciones con manejo de hacienda. Un hito importante tuvo lugar en 1632, cuando la Corona dispuso el beneficio de las plazas de los tribunales de cuentas y de las cajas reales americanas. Aunque hay que tener prudencia y no asociar automáticamente venalidad y corrupción, lo cierto es que el fondo de esta disposición estaba en clara contra- dicción con la intención de Olivares de potenciar la obediencia y estrechar el con- trol sobre los servidores reales, sobre todo porque estos objetivos habían estado precedidos de una serie de ideas de corte “burocrático” respecto del perfil de los individuos que convenía patrocinar a la administración 52. En el caso específico

51 K. ANDRIEN: Crisis y decadencia…, op. cit., caps. 3 y 4. 52 A. AMADORI: Negociando la obediencia…, op. cit., pp. 163 y ss.

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de la Caja de Lima, se constató un cambio radical en el perfil de sus integran- tes; la tendencia general consistió en la sustitución de peninsulares con larga ex- periencia en la administración, sobre todo en tareas relacionadas con la Real Hacienda, por criollos que en muchos casos no tenían la pericia suficiente para desempeñar estos oficios. Criollos que debían su ascenso al poder del dinero, lo que no dejaba de repercutir en la economía simbólica del patronazgo. A estas circunstancias habría que añadir la incidencia de los vínculos entre los oficiales y los grupos de poder local que, pese a que ya se venían dando con asiduidad, a partir de ese momento adquirieron un carácter más estructural 53. Asimismo, las deudas acumuladas por los oficiales reales aumentaron sensiblemente a par- tir de la segunda mitad de la década de 1630. Este hecho, vinculado a la com- paración del perfil de los oficiales designados antes y después del año 1632, nos estaría indicando claramente la disminución de la eficacia administrativa. En este sentido, a comienzos de la década de 1650 tuvo lugar una investigación que re- veló profundas irregularidades en la Caja de Lima y acabó con el castigo que el Consejo de Indias impuso a dos de sus contadores 54. En suma, se produjo un alejamiento de las ideas y la política que había im- pulsado Madrid desde el inicio del reinado de Felipe IV. Era claro para el vali- do que no había posibilidad alguna de incrementar la presión y los rendimientos fiscales sin la identificación de los oficiales reales con su programa 55. Siguien- do a Andrien, es posible afirmar que las necesidades fiscales de la Corona resul- taban incompatibles con las de las élites coloniales, debido a que la economía virreinal se encontraba en un momento de transición. Esta circunstancia se vio agravada por el hecho de que el elemento decisivo para resolver el conflicto era la respuesta de los oficiales reales adscritos a las agencias fiscales coloniales, cu- ya composición comenzó a alterarse con la venalidad 56. Pese a que esta pro- puesta es muy sugerente, es preciso incorporar también al análisis otros niveles

53 K. ANDRIEN: “The Sale of Fiscal Offices and the Decline of Royal Authority in the Viceroyalty of Peru, 1633-1700”, Journal of Latin American Studies 13/1 (1981), pp. 1-19. 54 K. ANDRIEN: Crisis y decadencia…, op. cit., pp. 157 y ss. Véase: carta del virrey Salvatierra sobre el estado de la hacienda según las cajas. Lima, 2 de abril de 1650 (AGI, Lima, 54). 55 Decreto de S. M. al Consejo de Indias para que se ponga orden el manejo de los tributos por parte de los corregidores, Aranjuez, 25 de abril de 1622 (AGI, Indiferente, 615). 56 K. ANDRIEN: “Corruption, Inefficiency, and Imperial Decline in the Seventeenth- Century Viceroyalty of Peru”, The Americas 41/1 (1984), pp. 18-19.

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de la gestión de las cargas fiscales, especialmente el que comprendía al virrey y a los grupos elitistas del virreinato, para poder explicar globalmente el éxito y el fracaso de los avances contributivos. Pese a que la venalidad acabó imponiéndose por la tiranía de la necesidad, la acción de los oficiales reales fue puntillosamente pautada por parte de la Corona desde principios de la década de 1620, tanto mediante la reiteración de cédulas como directamente con la creación de nuevas disposiciones. Así, en 1621 fueron excluidos de los ayuntamientos de los que hasta ese momento habían formado par- te con carácter de regidores, no solo para que la Corona se lucrara con la venta de los títulos, sino también para reducir sus vinculaciones con la sociedad local 57. Junto al incremento de las disposiciones regulatorias –cobro de impuestos, des- pacho de las flotas, pedidos de confirmación de las encomiendas, rendición de cuentas, ensaye y quinto de plata, manejo y remisión de caudales, control de frau- des, aceptación de manifestaciones, administración de tributos, etc. 58– también se dispuso un mayor control sobre las fianzas que estaban obligados a otorgar los oficiales antes de comenzar a servir sus plazas 59. Asimismo, se impusieron nume- rosos castigos e, incluso, se llegó a amenazar con la suspensión de sueldo a quie- nes no cumplieran con puntualidad sus deberes contables. La venalidad en Lima no fue patrimonio exclusivo de los oficios con manejo de hacienda, sino que el correr del dinero alcanzó también a las plazas con mane- jo de justicia. En la Audiencia de Lima se procedió a la venta de una oidoría a Juan de Padilla, que sirvió con 14.000 ducados a través de la Junta de Vestir la Casa 60. En 1640 se concedió, dinero mediante, el oficio de protector de indios del distri- to limeño, cuya venta fue severamente cuestionada por el cuerpo de consejeros 61.

57 Real Cédula, Madrid, 26 de mayo de 1621 (RB, II/1629, f. 166). Un año más tarde se prohibió que los deudos, parientes y mujeres de los oficiales reales pudieran comprar asientos en los cabildos. 58 Un ejemplo parcial pero bastante completo de estas disposiciones se pueden consultar en RB, II/1629, ff. 160 y ss., 227-234, 261, 262, 276, 321 y 322. 59 Reales Cédulas, Madrid, 23 de marzo de 1626 y 7 de diciembre 1626 (RB, II/1629, f. 228). 60 Consulta del Consejo de Indias sobre el beneficio de una plaza de oidor, Madrid, 1 de abril de 1637, citada por R. KONETZKE (ed.): Colección de documentos para la historia de la formación social en Hispanoamérica, 1493-1810, Madrid 1958, vol. I/2, pp. 359-361. 61 Consulta del Consejo de Indias sobre los inconvenientes de la venta del oficio de protector de indios, Madrid, 17 de enero de 1640 (AGI, Lima, 6).

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En 1642 se hizo lo propio con el cargo de General de Mar y Guerra de El Callao 62, sancionando una tendencia que no se abandonaría. Si bien las advertencias del Consejo fueron constantes a finales de la década de 1630, la mercantilización con- tinuó en aumento hasta que, tras la desaparición del conde-duque, Felipe IV in- tentó revertir la tendencia de los últimos años del valimiento, aunque, al parecer, sin conseguirlo. Según los datos fiscales de la Caja Real de Lima, el rubro “venta y renunciación de oficios” representó entre el 1,6 y el 2% del total de los ingre- sos en el período comprendido entre 1635 y 1654, para incrementarse hasta el 4,1% en el quinquenio 1655-1659 63. Debido a la impresión poco favorable que se tenía en Madrid de la adminis- tración de hacienda en el Perú y a la necesidad impostergable de contar con unos ingresos fijos, se propició un cambio en la forma de percibir algunos derechos fis- cales. Así, al virrey Chinchón se le encomendó recaudar las rentas reales por en- cabezamientos, asientos o arrendamientos, porque “las administraciones son costosas, sujetas a fraudes y a desconsuelos y rigores” 64. Si bien la administra- ción indirecta solía asegurar unas sumas fijas y aligeraba las cargas de la Real Ha- cienda, lo cierto es que la negociación de las condiciones de los asientos, sobre todo en épocas de dificultades, podía significar una pérdida de la preeminencia de la Corona y, por tanto, de su capacidad de alcanzar un acuerdo favorable. Además, estos contratos solían contener una serie de privilegios para los asentistas, que re- sultaron muy atractivos para el Consulado de Lima. De esta manera, la fuerza del reformismo y la restauración que Olivares pro- curó aplicar en América se fue diluyendo, al igual que ocurrió en Castilla. Según hemos visto, primero se redujo en su extensión concentrándose, por la urgen- cia económica, en las instituciones con manejo de hacienda. Pero más adelante, a raíz de la irrupción de una serie de elementos que socavaron los principios del ideal reformista, la fuerza de las situaciones de poder creadas en el virreinato acabó imponiéndose. Estas fases se sucedieron de forma escalonada y acompañaron

62 P. P ÉREZ MALLAÍNA y B. TORRES RAMÍREZ: La Armada del Mar del Sur, Sevilla 1987, p. 28. 63 Cfr. J. TEPASKE y H. KLEIN: The Royal Treasuries of the in America, Durham 1982, vol. I, pp. 296-335. El monto total del quinquenio 1655-1659 alcanzó los 593.000 pesos de ocho reales. 64 FELIPE IV: “Instrucción que S. M. da al conde de Chinchón, a quien ha proveído por Virrey del Perú para el ejercicio de dicho cargo y de los demás que S. M. le encomienda”, 1628, en L. HANKE: Los virreyes españoles en América…, op. cit., vol. 3, p. 60.

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la pérdida de la pujanza de la Corona en el terreno de la política exterior. En la práctica, a medida que la situación de las armas hispánicas en Europa era más desfavorable y que los recursos financieros disponibles resultaban insuficientes para afrontar unas cargas sobredimensionadas, la urgencia y la tiranía de la ne- cesidad comenzaron a imponerse como criterios prioritarios de la relación en- tre el poder central, la administración indiana y las élites locales. Fue así que no sólo se diluyó la aspiración reformista, sino que además se abrió una coyuntura favorable a las élites para incrementar su poder y afianzar su posición respecto de Madrid. Como se verá más adelante al abordar la cuestión fiscal, no parece ser un he- cho menor que, así como el poder central centró la presión contributiva en la capital, también lo hizo con el reformismo. Si bien, como es natural, esta op- ción está ligada a la presencia en Lima de los principales organismos de la ad- ministración real, también podría estar indicando una geografía de la capacidad de imposición de las órdenes enviadas desde Madrid, cuya intensidad se diluía en función de la distancia, sobre todo en la coyuntura específica de la primera mitad del siglo XVII. La mayor capacidad –al menos teórica– de respuesta de la sede virreinal junto con la inmediatez que se buscaba son elementos que pue- den explicar que el intervencionismo de Madrid no haya apuntado con la mis- ma decisión hacia la región altoperuana, corazón fiscal del Perú. Una manifestación de este intento de estrechar en Lima el control de las ins- tituciones con manejo económico consistió en el efímero restablecimiento de la casa de moneda de la sede virreinal. Por este medio se buscaba atenuar el impac- to de las falsificaciones de la seca potosina 65 y asegurar el pago del quinto real y del señoreaje. Además, la propuesta del conde de Salvatierra se fundaba en la conveniencia de aumentar el circulante en Lima, tanto para facilidad de la admi- nistración como de la contratación. De esta manera, el intervencionismo de la administración pretendía incrementar la masa monetaria con piezas de medio y cuartillo, que facilitarían la extensión del circulante a buena parte de las activi- dades cotidianas 66. Sin embargo, la nueva seca funcionó solo un par de años a fi- nales de la década de 1650.

65 Sobre la situación monetaria del virreinato a mediados del siglo, véase G. LOHMANN VILLENA: “La Memorable crisis monetaria del siglo XVII y sus repercusiones en el virreinato del Perú”, Anuario de Estudios Americanos 33 (1976), pp. 579-639. 66 Carta del virrey Salvatierra sobre las razones que obligan a la creación de una casa de Moneda en Lima, Lima, 31 de marzo de 1650 (AGI, Lima, 54).

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En la corte de Madrid, el fracaso del reformismo de la primera mitad del reinado se asumió a principios de la década de 1660, teniendo ya a la vista la de- bacle de las remesas reales de plata embarcadas en El Callao. La misma preocu- pación se tenía en el virreinato, lo cual llevó al conde de Santisteban a encarar una investigación sobre la hacienda. La respuesta de la corte consistió en el en- vío, en 1664, de una nueva visita que alcanzó a los principales organismos de la administración, tanto en Lima como también en los distritos mineros. Resulta revelador que la lectura que se tenía en el Consejo de Indias de la crisis no apuntara a la actividad económica, sino al colapso de la administración, lo que se correspondió con el estado de las cuentas de las cajas virreinales de mayor envergadura 67. Por este motivo, los objetivos delineados en la corte consistie- ron en reafirmar el control real sobre los organismos de hacienda, asegurar la aplicación de las cédulas referidas a la materia, recuperar el cobro de los dere- chos reales, revitalizar la minería y, finalmente, acabar con la “corrupción” de los oficiales y con el contrabando. Sin entrar a debatir acerca de la naturaleza de la crisis, valga como indicador de los problemas de la administración de hacienda que la investigación reveló que para mediados de la década de 1660 el Tribunal de Cuentas de Lima no había recibido o auditado más de cuatrocientas cuentas de distintas cajas, y que las de Potosí, Cuzco y Huancavelica no se habían ter- minado por más de veinte años. Asimismo, las deudas de los azogueros de este enclave ascendían a 115.000 pesos, mientras que las de los mineros potosinos al- canzaban el millón de pesos 68. La averiguación, que se extendió por casi cuatro décadas y conoció diversas fases, algunas de ellas de gran virulencia, acaparó la vida política limeña a tra- vés del despliegue de enfrentamientos que dieron lugar a unas configuraciones facciosas sumamente dinámicas. Asimismo, la sucesión de virreyes alteró el rit- mo de las investigaciones, así como también la intensidad de los conflictos. Al igual que la que había tenido lugar a mediados de la década de 1620, esta nue- va averiguación general acabó en un fracaso, siendo incapaz de revertir la situa- ción de la Real Hacienda 69.

67 K. ANDRIEN: Crisis y decadencia…, op. cit., p. 215. 68 Ibidem. 69 Véase todo el proceso en Ibidem, pp. 206-243.

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LA FISCALIDAD: PROCESOS Y RESULTADOS DEL AVANCE DEL PODER REAL

El acceso al trono del joven rey en el año 1621 se produjo en medio de una gran preocupación por la acusada caída de las remesas reales de plata que des- de El Callao se enviaban a la Península. La abrupta contracción de la segunda mitad de la década de 1610 provocó que Felipe III ordenase la averiguación de sus causas, al tiempo que sugirió la adopción de un conjunto de medidas que anticiparon algunos de los mecanismos contributivos impuestos entre 1625 y 1650 70. Ya con Felipe IV, el problema se abordó con mayor decisión, aunque con escasa originalidad, puesto que las medidas adoptadas, especialmente en la primera mitad de su reinado, tendieron a extender a América mecanismos fisca- les castellanos o a ejecutar arbitrios propuestos al Consejo de Indias con anterio- ridad. Asimismo, se recurrió a disposiciones ya ensayadas o se intensificaron algunas de las cargas existentes. La voracidad fiscal de los años de Olivares, conjugada con la necesidad cada vez más apremiante de atender a las dificultades de la Real Hacienda en medio de la proliferación de focos de conflicto incluso en América, con la afirmación de las élites y con un proceso de transformación económica, dio lugar a una compleja disputa cuyo resultado acabó siendo muy claro: coincidiendo aproximadamente con la caída de Olivares, la presión fiscal se atenuó pese a que la preocupación por la remisión de los excedentes de la Real Hacienda hacia la Península no desapare- ció, especialmente porque en el último cuarto del período considerado se produ- jo una caída muy abrupta de los ingresos de la Caja de Lima y de las remesas. Posiblemente en ningún otro aspecto puedan analizarse más claramente las ca- racterísticas de la intensa vida política colonial, las dinámicas imperiales y el sitio central que ocupaban el consenso y la negociación entre el poder central y el ám- bito local que en el terreno de la fiscalidad. Por este motivo, es esencial rescatar la dimensión eminentemente política que en buena medida contribuye a explicar el desenvolvimiento fiscal del Perú, que –hasta cierto punto– dependía del equili- brio de poder limeño entre la administración y los grupos elitistas. De hecho, tan- to el proceso que antecedió a la imposición de medidas o arbitrios sobre los súbditos, como el propio volumen contributivo –del mismo modo que la asigna- ción del gasto– no resultaban ser fenómenos exclusivamente económicos.

70 La Real Cédula, de 13 de noviembre de 1620, está reproducida en F. LÓPEZ DE CARAVANTES: Noticia general del Perú, Madrid 1989, vol. VI, pp. 13-15.

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El repertorio más intenso de remedios fiscales y contributivos para el Perú durante el reinado de Felipe IV se concentró en un largo período comprendido entre mediados de la década de 1620 y principios de la de 1640. Se trata de un período que para este territorio posee un gran interés desde el punto de vista fiscal, puesto que no solo representa el intento más importante del siglo XVII de aumentar las cargas a las que estaba sometido, sino también porque revela las posibilidades del intervencionismo regio, las dinámicas administrativas propias de la gestión colonial y los cambios en los ramos fiscales de la Caja de Lima. Este análisis que pretende una aproximación política y cualitativa de la fis- calidad colonial se centra en la Caja de la Ciudad de los Reyes por su papel cen- tral en el entramado institucional del virreinato. Sus resúmenes de cuenta son susceptibles de ser tenidos como un indicador de las tendencias fiscales genera- les de buena parte del espacio virreinal, puesto que el organismo, que funcio- naba como su caja matriz, recibía los excedentes de las tesorerías del Alto y Bajo Perú y redistribuía las sumas ingresadas. Además, su cercanía con el virrey, con la audiencia y con los grupos locales le daban un carácter político a su funcio- namiento, ya que era precisamente aquí donde, al calor de las circunstancias y de los equilibrios de poder, se decidía el destino de los ingresos. Es decir, cuán- to se retenía para los gastos locales, cuánto se remitía en concepto de situados y cuánto se enviaba a España 71. El avance fiscal comenzó en 1625, cuando se ordenó la implementación en la Audiencia de Lima de la Unión de Armas, que, en el Perú, en lugar de suponer la aportación de hombres pertrechados, acabó convirtiéndose en un ingreso fis- cal para el cual se creó un ramo específico que debía ser enviado íntegramente a la Península 72. El montante total que debía aportar el virreinato era de 350.000 ducados, prorrateados entre las cuatro audiencias de la jurisdicción. La suma correspondiente a Lima se situó en la alcabala, cuya tasa ascendió del 2 al 4%; en la avería, que del 1 pasó al 2%, y en el aumento del almojarifazgo sobre las botijas de vino. Si en un primer momento fue establecida por 15 años, final- mente acabó adquiriendo un carácter permanente, aunque los ingresos genera- dos no alcanzaron a cubrir las sumas asignadas.

71 M. SUÁREZ ESPINOSA: Desafíos transatlánticos: mercaderes, banqueros y el Estado en el Perú virreinal, 1600-1700, Lima 2001, p. 54. 72 F. B RONNER: “La Unión de Armas en el Perú. Aspectos político-legales”, Anuario de Estudios Americanos 23 (1967), p. 1134. La tramitación de todo el asunto puede seguirse en el legajo “Gastos de Armada: Unión de Armas, 1621-1673 (AGI, Indiferente, 2690).

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Entre 1629 y 1631 la fiscalidad peruana alcanzó un umbral desconocido. En este período se produjo un intenso proceso cortesano en el que se debatió sobre el incremento de la contribución peruana, sobre todo limeña, a la política dinás- tica, en el que participaron distintos organismos junto al Consejo de Indias 73. Su resultado fue la definición de un conjunto de diecinueve arbitrios que se re- mitieron al virreinato en 1633, cuyo contenido era sumamente heterogéneo. Las cédulas comprendían la composición y venta de tierras baldías; la venta de los oficios de provinciales de la Hermandad, escribanías y alguacilazgos de corre- gimientos, receptorías de censos de los indios y su juzgado. También establecie- ron el pago de 2% de las cosechas de aquellas viñas que se hubieran plantado sin licencia real, el diezmo en el quintado de las joyas de oro y plata, la petición de un servicio gracioso en todo el reino, la incautación de plata de las cajas de comunidad, la prorrogación de una tercera vida en las encomiendas y situacio- nes de repartimiento de indios con cierta retribución, la composición de oficios renunciables anticipando la paga de la mitad o un tercio, la concesión, previo pago, de títulos de villas y ciudades a los pueblos que las solicitaren, la venta de hidalguías, el establecimiento del estanco de pimienta en todo Perú, y, final- mente, el envío a España de todo el oro que se cobrase en las Cajas Reales 74. A los mecanismos referidos debe añadirse la introducción de la mesada en 1625 y, posteriormente, de la media anata en 1632 75. Cabría mencionar, asimis- mo, las sisas y gabelas que se colocaron en Lima sobre varios productos de con- sumo cotidiano, el beneficio de diversos asientos, los estancos de nieve y aloja, la venta de oficios, el pedido de varios donativos, y la promulgación de la Bula de la Santa Cruzada. Para completar el panorama, habría que atender a otros dos expedientes: las sucesivas ventas de juros de los años 1639, 1640 y 1641, y

73 F. B RONNER: “Tramitación legislativa bajo Olivares. La redacción de los arbitrios de 1631”, Revista de Indias 165-166 (1981), pp. 411-441; A. AMADORI: “Privanza, patronazgo y fiscalidad indiana en la corte de Madrid durante el reinado de Felipe IV (1629-1631)”, Revista Complutense de Historia de América 34 (2008), pp. 63-84. 74 El texto de las cédulas se puede consultar en AGI, Indiferente, 429, lib. 37, ff. 227-252. 75 Real Cédula al virrey del Perú con el arancel y la instrucción para la cobranza del derecho de la media annata, Madrid, 2 de junio de 1632 (AGI, Indiferente, 429, lib. 38, ff. 1- 4). Un estudio jurídico pormenorizado del derecho de media annata puede consultarse en E. RODRÍGUEZ VICENTE: “El derecho de la media annata”, en Poder y presión fiscal en la América española (siglos XVI, XVII y XVIII), Valladolid 1985, pp. 455-464. Las cédulas se reproducen en F. J. A YALA: Diccionario de gobierno y legislación de Indias, Madrid 1991, t. 9, pp. 55 y ss.

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la introducción del impuesto del papel sellado en 1640 76. De cualquier modo, las imposiciones, especialmente aquellas que recayeron sobre el comercio, que fueron las más voluminosas, no se ciñeron a aquellas percibidas en Lima, sino que también habría que añadir las sucesivas incautaciones y trueques de plata de los mercaderes limeños dispuestos por la Corona en Sevilla. Cierto que las medidas focalizadas en la Ciudad de los Reyes también se conjugaron con dis- posiciones referidas a las zonas mineras y a otras áreas productivas, aunque pa- recería que el avance fiscal y contributivo se concentró claramente en los distintos sectores urbanos de la capital virreinal. En términos cuantitativos, este aumento de la presión sobre los súbditos pe- ruanos se tradujo en un incremento sostenido de las remesas reales de plata en- viadas desde El Callao a España y de los ingresos de la Caja de Lima 77.De todas maneras, cada uno de estos dos apartados presentó un ritmo propio y unas características singulares que reclaman una explicación particular 78.

76 Reales Cédulas al virrey del Perú sobre la venta de juros, Madrid, 17 de septiembre de 1639, 4 de julio de 1640, 13 de diciembre de 1641 (AGI, Lima, 572, lib. 22, ff. 76v y ss., 128 y ss., 147v y ss.); K. ANDRIEN: “The Sale of Fiscal Offices…”, op. cit., pp. 1-19, y M. L. MARTÍNEZ DE SALINAS ALONSO: “La sala del papel sellado del Consejo de Indias”, en Poder y presión fiscal en la América española…, op. cit., pp. 455-464. 77 Para la organización y el funcionamiento de la Caja de Lima existen dos obras contemporáneas imprescindibles, G. ESCALONA Y AGÜERO: Gazophilacium Regium Peribicum, Madrid 1775 [1647], y F. LÓPEZ DE CARAVANTES: Noticia general del Perú, op. cit., vol. V, especialmente el libro IV, discurso XXIX. 78 Este análisis se basa en los sumarios recopilados por TePaske y Klein para la Caja de Lima, en la reelaboración que Andrien realizó de estos datos a la luz de otras series documentales virreinales y en las cartas cuenta de las remesas trasatlánticas publicadas por Báncora Cañedo y Rodríguez Vicente. Véase C. BÁNCORA CAÑEDO: “Las remesas de metales preciosos desde El Callao a España en la primera mitad del siglo XVII”, Revista de Indias 75 (1959), pp. 35-88; E. RODRÍGUEZ VICENTE: “Los caudales remitidos desde el Perú a España por cuenta de la Real Hacienda. Series estadísticas (1651-1739)”, Anuario de Estudios Americanos 21 (1964), pp. 1-24. Desde que fueron publicados, los sumarios de TePaske y Klein han dado lugar a un intenso debate. Indudablemente, el eje de las críticas fue la cuestión de su pertinencia para indicar tendencias económicas. Las limitaciones que se les han señalado son de diversa naturaleza y apuntan, fundamentalmente, a los procedimientos contables de la época, a la corrupción o a la incidencia de una sociedad de antiguo régimen, conformada por individuos de diversa condición jurídica y fiscal, en los registros. Una rápida revista de algunos de los problemas en H. KAMEN y J. ISRAEL: “The Seventeenth-Century Crisis in New Spain: Myth or Reality?”, Past & Present 97 (1982), pp. 144-156; H. KLEIN y J. BARBIER: “Recent Trends in the Study of Spanish American Colonial Public Finance”, Latin American Research

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Las entradas de la Caja de Lima experimentaron un aumento prácticamen- te constante, pero de carácter moderado, entre 1625 y 1655 –sobre todo si se lo compara con las remesas oficiales a Castilla– que sirvió para volver a colocar los ingresos en valores superiores a los alcanzados hasta 1610. Pero a partir de ese año muestran una fuerte retracción que se extendió hasta finales del reinado. En la Caja de Lima, como en el resto de las cajas reales indianas, la contabi- lidad de los ingresos y los egresos se realizaba a partir de decenas de ramos fis- cales. No obstante, en la sede virreinal muy pocos de estos apartados poseían relevancia cuantitativa. Entre ellos ocupaba un lugar central el ramo “venido de afuera”, correspondiente a las remesas de los distritos mineros y de aquellos con numerosa población indígena, los cuales generaban excedentes fiscales que se enviaban a Lima. Fundamentalmente destacaban los enviados de Potosí, que se complementaban con los de Oruro, Cailloma, La Paz, Cuzco, Arequipa o San Antonio de Esquilache, entre otros. En el período que analizamos este ramo al- canzó a representar entre el 80 y el 48% de los ingresos. Por este motivo, es pre- cisamente aquí donde se evidenciaron las principales dificultades de la hacienda virreinal durante estos años, introduciendo no solo una precisión cualitativa si- no también geográfica de los problemas. Desde comienzos del siglo XVII hasta finales de la década de 1630, en Lima se habían recibido importantes sumas procedentes de las cajas subordinadas. Sin embargo, durante las décadas de 1640 y 1650 se produjo un descenso que solo se revirtió temporalmente en el quinquenio 1650-1654. A partir de este año tuvo lugar una caída muy pronunciada con graves consecuencias no solo por su repercusión porcentual a los ingresos de la Caja de Lima, sino también porque componía la parte principal de las remesas a Castilla, ya que en teoría debían re- mitirse directamente a la Península sin poderse aplicar a gastos locales.

Review 3/1 (1988), pp. 35-62; H. KLEIN: Las finanzas americanas del imperio español. 1680- 1809, México 1994, cap. I; B. SLICHER VAN BATH: Real Hacienda y economía en Hispanoamérica, 1541-1820, Ámsterdam 1989, introducción. Es fundamental la consulta del trabajo de P. PÉREZ HERRERO: “Los beneficiarios del reformismo borbónico: metrópoli versus élites novohispanas”, Historia Mexicana 41/2 (1991), pp. 207-264. Apuntes sobre el caso peruano en M. SUÁREZ ESPINOSA: “El Perú en el mundo atlántico (1520-1739)”, en C. CONTRERAS (ed.): Compendio de Historia Económica del Perú, Tomo 2: Economía del período colonial temprano, Lima 2009, pp. 254 y ss.

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GRÁFICO Nº 1. Caja Real de Lima: Ingresos brutos, ingresos netos, venido de afuera y remesas a Castilla, 1600-1669 79

No obstante, entre 1630 y 1654 los ingresos netos de la Caja de Lima no se redujeron, sino que incluso se incrementaron levemente, para luego descender de manera abrupta. De modo que los ingresos netos totales de la Caja de Lima dejaron de tener una dependencia tan estrecha del ramo “venido de afuera”, co- mo se puede constatar en el GRÁFICO 1. Esta circunstancia revela algunas de las características del incremento fiscal del reinado de Felipe IV. En primer lugar, el aumento de los ingresos, tanto netos como brutos, se debió a las importantes su- mas percibidas dentro de los siguientes rubros (CUADRO 1): ventas y composi- ciones de tierras, Unión de Armas, media anata, venta y renunciación de oficios, papel sellado, censos, donativos, Bula de la Santa Cruzada, mesada eclesiástica, especial –estancos de nieve, aloja, tabaco, azogue–, extraordinario 80, y tributos

79 Elaboración propia basada en J. TEPASKE y H. KLEIN: The Royal Treasuries of the Spanish Empire…, op. cit., vol. I, pp. 296-335. Los valores están expresados en pesos de ocho reales. 80 Se trataba de un ramo de bastante magnitud que, como indica su propia denominación, se utilizaba para registrar aquellos ingresos para los que no había una categoría específica. Por lo tanto, incluía sumas de diversa procedencia, aunque era frecuente que consignara el dinero generado por las ventas de azogue, madera para la construcción naval, licencias, o lo remitido en concepto de extraordinario desde Cuzco, La Paz u Oruro.

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Dinámicas de poder entre Lima y Madrid... Juros Mesada Bulas de de oficios de tierras Donativos eclesiástica Quinquenios Papel sellado Papel Composición Media annata Tributos vacos Tributos Extraordinario Santa Cruzada Unión de Armas Unión de Venido de afuera Venido Venta y renunciación y renunciación Venta 1620-1624 80,7 1,9 0,6 0 0 2,3 4,1 0 1,6 0 0 0

1625-1629 77,2 3,9 0,1 0 0 0,9 3,5 0 2,2 0 0,2 0

1630-1634 80,4 4,5 0 0 0,5 1,5 4,4 0 0,7 0 0,4 0

1635-1639 72,7 6,6 0 0 2 2 3,8 0 2,7 0,3 0,4 0,3

1640-1644 65,5 4,3 2,6 3,4 2,4 1,2 3,6 1 1,8 5,6 0,3 1,6

1645-1649 55,5 7,6 10 3,5 3 1,2 2,9 1,1 0,5 5,6 0,2 0,6

1650-1654 59,2 9,6 0,9 1,6 2,1 1,6 3,9 1,2 0 4,6 0,3 0,4

1655-1659 62,2 9,8 0,9 0,2 2,6 4,1 3,9 1,3 1,3 3,7 0,2 0

1660-1664 48,8 13,9 0,9 0 2,7 2,1 2,6 1,2 0 4,4 0,1 0

CUADRO Nº 1. Composición porcentual de los ingresos de la Caja de Lima, 1600-1669 81

vacos 82. Asimismo, pese a que algunos de los medios ordinarios generaron su- mas significativas, los rendimientos fiscales alcanzados entre 1630 y 1650 no se explican sin los mecanismos extraordinarios que se impulsaron desde Madrid y que le dieron a la fiscalidad de la época un carácter peculiar. En este sentido, los ingresos de naturaleza financiera tuvieron un papel muy importante. Entre 1640

81 Elaboración propia con base en J. TEPASKE y H. KLEIN: The Royal Treasuries of the Spanish Empire…, op. cit., vol. I, pp. 296-335. 82 Para un análisis pormenorizado de la fiscalidad de estos años, véase A. AMADORI: Negociando la obediencia…, op. cit., cap. IV.

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y 1655, el porcentaje correspondiente a los juros respecto de los ingresos netos totales osciló entre el 1,6 y 3,5%, alcanzando cierto impacto por primera vez en la centuria. Los servicios graciosos también aportaron cantidades considerables, aunque afectaron a la relación política de la elite local con la corona. Así, por ejemplo, en los quinquenios 1621-1625, 1635-1639 y 1640-1644, alcanzaron 1,6, 2,7 y 1,8% de los ingresos netos totales. Es decir, que la compensación del descenso de lo “venido de afuera” se con- siguió con la suma de todas las novedades contributivas dispuestas durante las décadas de 1620, 1630 y 1640, cuyo peso recayó en la jurisdicción limeña, sobre todo en la actividad comercial, en la administración y en la Iglesia. En su gran mayoría se trató de rubros para los cuales se dispuso que fueran enviados a la Península por cuenta aparte 83. Las remesas a Castilla mostraron una clara ruptura con la tendencia decre- ciente que habían experimentado desde los primeros años del siglo XVII. Desde 1625 hasta 1645 se evidencia un aumento que resulta especialmente significati- vo en la segunda mitad del período, para luego revelar una fuerte contracción hacia finales de la década de 1640, un repunte hacia 1655 y un desplome que comenzó hacia 1660 y se extendió por más de una década. Pero hay que reparar en el hecho de que el incremento de los ingresos guar- dó una relación estrecha con las remesas a Castilla y también con los egresos de la tesorería limeña. Por este motivo, conviene atender tanto al aumento de la presión fiscal, como a la asignación de los gastos de la Real Hacienda virreinal, que en cierto modo respondía a la decisión del virrey, de la Corona y de las ne- gociaciones con los grupos de poder local. Durante el reinado de Felipe IV, los principales egresos de la Caja de Lima correspondieron a las remesas a Castilla, los gastos defensivos, los subsidios a Huancavelica, el rubro extraordinario y el mantenimiento de la administración. En una coyuntura de internacionalización del Caribe y de aumento de la presen- cia y de las incursiones enemigas en América, los gastos defensivos constituye- ron uno de los apartados fiscales que mayor incidencia tuvo en la distribución de los egresos de esta tesorería. Esta circunstancia se fue acentuando conforme avanzaba la centuria y se reducían las remesas, tanto las exteriores a Castilla co- mo las internas a los distritos mineros, convirtiéndose en uno de los ramos so- bre el cual descansaba la posibilidad de enviar más o menos plata a la Península.

83 Sobre esta cuestión véase G. ESCALONA Y AGÜERO: Gazophilacium Regium Peribicum, op. cit.

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GRÁFICO Nº 2. Caja de Lima: composición porcentual de los egresos (1600-1669) 84

De hecho, las erogaciones propias de la estructura bélica del virreinato no riva- lizaban con ningún otro egreso, a excepción de las remesas a Castilla. Con estas últimas, en cambio, tenían una estrecha relación que quedó explicitada con el movimiento que experimentó cada uno de estos ramos durante las décadas que nos ocupan. Los frecuentes encargos de economizar que solían hacerse a todos los virreyes y los mecanismos de control del gasto adquirieron un especial sig- nificado durante el período en el que se estableció un vínculo problemático entre las necesidades del ámbito local, las de la Corona en Europa y la crisis fiscal virrei- nal 85. En la práctica, puede hablarse de una tensión no resuelta entre intereses

84 Elaboración propia basada en J. TEPASKE y H. KLEIN: The Royal Treasuries of the Spanish Empire…, op. cit., vol. I, pp. 296-335. Los valores están expresados en pesos de ocho reales. 85 La importancia dada por la corona a la economía de gasto, especialmente a los de carácter defensivo, puede verificarse en las instrucciones dadas a los virreyes para guiar su gestión. Véanse las de Chinchón y Mancera en L. HANKE: Los virreyes españoles en América…, op. cit., vols. 2 y 3.

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que indudablemente tenían puntos en común, concretamente la defensa eficaz del virreinato, pero que divergían en lo que respecta a la distribución de las car- gas militares y de los excedentes de la Caja de Lima. En esta dinámica, los vi- rreyes debieron actuar armonizando estos intereses y sopesando las necesidades de cada una de las partes en momentos concretos para adoptar decisiones que afectaban el equilibrio entre el dinero que permanecía en el virreinato y el que se enviaba a Castilla. Según se verá más adelante, salvo un impasse experimenta- do durante la década de 1630, los gastos militares se mantuvieron casi constan- tes hasta 1680 86. Asimismo, sobre todo para finales del período, conviene detenerse a conside- rar la aplicación y el volumen del rubro extraordinario, ya que es el factor que complementa la explicación de la fluctuación de las remesas junto con el aumen- to de los ingresos y la variación de los gastos militares. Este rubro, que incluía a todos aquellos ingresos o gastos para los que no existía un ramo específico, tuvo un carácter irregular durante las primeras décadas del siglo, pero a partir de 1635 marcó una firme tendencia al alza que no se interrumpió hasta 1670. Durante la segunda mitad de la centuria, los egresos totales, incluyendo las remesas a Castilla, muestran una tendencia decreciente, mientras que los prin- cipales rubros de gastos en el interior del virreinato se mantuvieron constantes o, a lo sumo, presentaron pequeñas variaciones 87. Con lo cual se concluye, por un lado, que las autoridades locales contaban con un grado de maniobra bastan- te estrecho para reducir los gastos en el ámbito local, circunstancia que se fue acentuando aún más con el correr de los años. Por otro lado, cabe deducir que los envíos a la Península solo podían producirse después de que los ingresos hu- bieran alcanzado un umbral bastante consolidado que se aplicaba a los gastos fi- jos 88; es decir, que “la crisis fiscal minera fue transferida a España” 89. En este contexto, los oficiales reales, forzados en buena medida por las circunstancias,

86 J. TEPASKE: “The Cost of Empire: Spending Patterns and Priorities in Colonial Peru, 1581-1820”, Colonial Latin American Research Review 1/1 (1993), p. 10. 87 Ibidem, pp. 10-11. 88 Véanse K. ANDRIEN: Crisis y decadencia…, op. cit., p. 95 y B. SLICHER VAN BATH: Real Hacienda y economía en Hispanoamérica…, op. cit., p. 104. 89 H. NOEJOVICH: “La economía del virreinato del Perú bajo los Habsburgo y la denominada crisis del siglo XVII”, Boletín del Instituto Riva-Agüero 24 (1997), p. 327. Véase E. RODRÍGUEZ VICENTE: “Los caudales remitidos desde el Perú…”, op. cit., pp. 23-24.

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habían establecido como norma el incumplimiento de las órdenes recibidas. Así, pese a que estaban obligados a enviar a la Península lo remitido desde las Cajas de Potosí, Oruro y La Paz, rara vez lo cumplieron “porque los gastos que se ha- cen no se pueden suplir en otra parte” 90. En suma, la mayor avanzada fiscal se saldó con un aumento importante de los ingresos que se extendió hasta 1655 y de las remesas a Castilla que experimenta- ron un incremento sensible hasta esa misma fecha. A partir de aquí, los recursos enviados a la Península se ajustaron a la evolución decreciente de los ingresos, provocada tanto por la contracción de lo “venido de afuera” como por la reduc- ción de algunos de los ramos establecidos o potenciados durante los años de Oli- vares, como la Unión de Armas, las composiciones de tierras, la media anata, los donativos, los tributos vacos, el estanco de la nieve o los censos 91. Todos estos datos parecen indicar el carácter precario de los logros fiscales y contributivos de la Corona, que debemos situar justo a mediados de la centu- ria. En realidad, a partir del año 1655 comenzaron a sentirse claramente los sín- tomas del agotamiento de esta “nueva” fiscalidad, que a largo plazo resultó incapaz de revertir la tendencia de los distritos mineros y, por lo tanto, las difi- cultades de fondo de la hacienda virreinal. En este sentido, dicha compensación se produjo mediante una doble sustitución de ingresos, geográfica y cualitativa, que no fue sino un indicador de la naturaleza precaria del incremento fiscal conseguido, fundamentalmente, a golpe de gestión política, del control del gas- to y de la redistribución de los rubros que componían la data. La precariedad de esta situación estuvo dada por varias circunstancias. En primer lugar, por el hecho de que algunos de los ramos que más se incrementaron tuvieron, a raíz de su naturaleza, una vigencia temporal muy circunscrita o un margen de cre- cimiento muy limitado. Por ejemplo, las composiciones de tierras sufrieron una contracción muy acentuada hacia 1650, al igual que la media anata y la mesada eclesiástica. El rendimiento del estanco de la nieve, que nunca fue significativo, dependía del atractivo que pudiera suscitar y de la existencia o no de personas interesadas en pujar por él. Además, en 1655 dejó de aportar a la Real Hacien- da. Con la Unión de Armas ocurrió algo semejante, ya que el monto de su

90 F. L ÓPEZ DE CARAVANTES: Noticia general del Perú, op. cit., vol. VI, p. 85. Para una relación entre lo enviado a Lima desde Potosí y Oruro y lo remitido a Castilla puede consultarse K. ANDRIEN: Crisis y decadencia…, op. cit., p. 98. 91 A. AMADORI: Negociando la obediencia…, op. cit., pp. 370 y ss.

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recaudación, una vez que logró comenzar tras una larga negociación, dependió del Consulado de Lima y, además, en el medio plazo, presentó una tendencia decreciente 92. En segundo lugar, una porción de los ingresos procedía, precisamente, de car- gar a quienes tenían la responsabilidad de ejecutar la avanzada fiscal propiciada desde Madrid. Pensemos en la mesada, la media anata, las contribuciones gracio- sas, etc. En tercer lugar, algunos ingresos como los préstamos, los servicios gra- ciosos y, fundamentalmente, la venta de oficios socavaba la capacidad de acción de la administración y, en el corto plazo, incluso complicaban aún más la situación de la Real Hacienda. En cuarto lugar, porque todos estos elementos se combina- ron con una política de concesión a la élite mercantil y capitular limeña del dere- cho de percibir algunos de los principales ingresos de la Real Hacienda. Así, la dinámica del avance fiscal y contributivo brindó elementos a las éli- tes locales para afianzar su mayor participación en el ejercicio del poder, sancio- nándose una tendencia contrapuesta a las intenciones de la Corona. De hecho, no conviene soslayar que la aquiescencia de los grupos de poder local resultó decisiva en varios momentos del incremento fiscal 93. Ahora bien, esta circunstancia, que demostró los límites económicos y polí- ticos del aumento de la fiscalidad en la capital virreinal, no debe hacernos per- der de vista que el incremento de los ingresos y de las remesas fue considerable, sobre todo en un momento en el que los conflictos que mantenía la monarquía en Europa no tenían un resultado claro, como puede parecer desde la actuali- dad, y la llegada de la plata americana en ocasiones podía suponer un peso in- contestable en la balanza de poder.

LA CONSOLIDACIÓN DE LA ÉLITE LIMEÑA EN UNA COYUNTURA CAMBIANTE

Desde finales del siglo XVI, las importantes alteraciones sucedidas tanto en el ámbito interno como externo de la Monarquía Hispánica generaron cambios sig- nificativos en la relación entre la Corona y los grupos de poder de los distintos rei- nos que, para el caso americano, parecen haber dado pie a tendencias divergentes que afectaron a la complementariedad entre las Indias y la política dinástica. El

92 A. AMADORI: Negociando la obediencia…, op. cit., pp. 370 y ss. 93 Ibidem.

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afianzamiento de las élites indianas, que en muchos casos experimentaron un cam- bio cualitativo que les hizo abandonar su dependencia de las formas de apropia- ción de excedentes anejas de la conquista y tomar el control de las actividades lucrativas de una economía más madura, siguiendo una proyección tentacular que se plasmó en la adopción de estrategias económicas, sociales y políticas, abrió las puertas a una nueva fase de las relaciones transatlánticas. En consecuencia, este proceso forzó al poder central de la Monarquía a contar cada vez más con su cola- boración para asegurar la gobernabilidad, la fiscalidad y, sobre todo, el flujo de las remesas reales de plata a la Península. De esta forma, los vínculos de la Corona con los grupos elitistas presentaron un carácter ambiguo, ya que estos últimos actua- ban, al mismo tiempo, como un eslabón necesario de la cadena de poder que ase- guraba el control en el interior de espacio virreinal, pero también como un freno a las aspiraciones de Madrid. En la práctica, dichos grupos adquirieron a lo largo del siglo XVII un grado de autonomía cada vez más significativo y asumieron al- gunas funciones propias de la administración, reformulando la distribución de espacios de poder con la administración real, aunque siempre en el marco del reconocimiento de la autoridad y la jurisdicción del monarca. Como se verá puntualmente para el caso limeño, aquellos grupos ocuparon un lugar cada vez más importante en el mantenimiento del nexo político con la cabeza de la Mo- narquía, ya que, en la práctica, el marco concebido desde Madrid había sido adaptado por y para las élites indianas. Este fenómeno se asentó en una coyuntura especialmente crítica para la Coro- na, que coincidió con importantes cambios en la economía virreinal. Por un lado, las dificultades atravesadas en varias regiones de Castilla, la grave crisis de la Real Hacienda, la pérdida de efectividad de la administración y el estado de guerra per- manente, pusieron de manifiesto la desproporción entre los compromisos exterio- res de la Corona y los medios con los que se contaba para enfrentarlos. Esta circunstancia, que a pesar de los esfuerzos de Olivares se acentuó durante su vali- miento por la proliferación de los focos de enfrentamiento, acabó con el relega- miento de la Monarquía en el escenario europeo durante la segunda mitad del siglo XVII 94.

94 Para una visión general del reinado de Felipe IV, véase F. TOMÁS Y VALIENTE (coord.): La España de Felipe IV: gobierno de la monarquía, la crisis de 1640 y el fracaso de la hegemonía europea, Madrid 1983; R. STRADLING: Felipe IV y el gobierno de España, 1621- 1665, Madrid 1989; J. ALCALÁ-ZAMORA Y QUEIPO DE LLANO (ed.): Felipe IV: el hombre y el reinado, Madrid 2005; P. FERNÁNDEZ ALBALADEJO: La crisis de la monarquía, op. cit.

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Este estado de crisis enmarcado en un enfrentamiento de escala global tu- vo sus repercusiones en América. Por un lado, resultó imprescindible aumen- tar el potencial defensivo indiano, especialmente en el Caribe e incluso en las costas del Pacífico, con lo cual debió elevarse el gasto para que la Corona pu- diera preservar sus posesiones transatlánticas y cumplir con sus obligaciones con los súbditos virreinales. Pero por otro lado, estas demandas locales sobre- venidas chocaron de frente con las intenciones de Madrid de aumentar la ren- tabilidad de los virreinatos e incrementar su participación en la financiación de la política dinástica. De esta manera se planteó un importante foco de tensión, que la Corona buscó atender procurando aumentar la capacidad de acción de la administración que, al menos desde su perspectiva, estaba perdiendo eficacia, entre otras cosas por el avance elitista, lo que se evidenciaba en la tendencia de la fiscalidad. En el Perú, ya desde las primeras décadas de dicha centuria comenzaron a sentirse las consecuencias de unas transformaciones que llevaban algunos años desarrollándose. Así, en el plano económico la historiografía de las últimas dé- cadas ha realizado ciertos aportes con implicancias para la comprensión del fun- cionamiento del sistema político virreinal del siglo XVII. Uno de ellos ha sido la revisión de la largamente debatida tendencia experimentada por la producción minera, que ha estado acompañada de un mejor conocimiento de la distribución de los metales preciosos 95. Aquí se ha disociado la disminución de los ingresos fiscales de la Real Hacienda de una contracción semejante del volumen en la producción argentífera. En consecuencia, la disparidad en el descenso de cada uno de los apartados, sumada a la reconstrucción del volumen de los flujos mer- cantiles y a las remesas ilegales de plata, permitió cuestionar, en primer término, la hipotética crisis del comercio transatlántico, vinculándola solo al monopolio; es decir, a la pérdida de vigencia de la organización mercantil oficial 96. Pero, en segundo lugar y lo que resulta más significativo, parece haberse constatado que la caída de las remesas reales, que dominó la mayor parte del siglo XVII, ha- bría respondido en buena medida a la incapacidad de la administración virrei- nal de obtener excedentes fiscales. Como complemento a estas explicaciones, algunos autores han propuesto la posibilidad de que una mayor cantidad de plata,

95 J. LYNCH: Historia de España, Tomo V: Edad Moderna…, op. cit., p. 92. 96 M. MORINEAU: Incroyables gazettes et fabuleux métaux: Les retours des trésors américains d’après les gazettes hollandaises (XVIe.-XVIIIe. siècles), Paris 1985.

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perteneciente a particulares, haya permanecido en América y desempeñado un papel relevante en la economía interna 97. En el comercio transatlántico, dominado hasta principios de siglo por comer- ciantes establecidos en Sevilla, se constató la presencia cada vez más importante de mercaderes americanos y extranjeros. El relegamiento de los sevillanos se produjo tanto en la actividad mercantil como en los fletes, y se tradujo en su pér- dida del control sobre la periodicidad y la composición de las flotas 98. En el ám- bito local, los grandes comerciantes peruanos, los denominados peruleros 99, adquirieron gran influencia, diversificando sus actividades y consolidándose co- mo un apoyo indispensable para la administración, mientras que los intercam- bios transatlánticos sufrieron alteraciones profundas. Tras su crecimiento entre 1579 y 1592, se produjo un estancamiento que duró aproximadamente hasta 1620. A partir de este momento y hasta 1650, el comercio se hundió hasta nive- les muy bajos, tanto en número total de embarcaciones como en el tonelaje 100. Claro está que hay que reparar en que el amplio universo de la actividad ilegal presumiblemente haya atenuado la envergadura de la caída. De cualquier forma, parece claro que la retracción afectó especialmente a la Nueva España, ya que el Perú incrementó su participación porcentual en dicho flujo. A lo largo de la cen- turia se produjo la disminución de los beneficios mercantiles, entre otras cosas por la reducción del poder adquisitivo de la plata y por el reordenamiento del mercado, que se hallaba frecuentemente saturado y con unos precios decrecientes. De este modo, los mercaderes perdieron capacidad de financiación y los plazos del circuito comercial se volvieron cada vez más largos 101. Todas estas circunstan- cias aumentaron la incertidumbre y promovieron el desarrollo de nuevos patrones

97 Véase F. PEASE y E. NOEJOVICH: “La cuestión de la plata en los siglos XVI-XVII”, Histórica 24/ 2 (2000), p. 377. 98 M. SUÁREZ ESPINOSA: Comercio y fraude en el Perú colonial. Las estrategias mercantiles de un banquero, Lima 1995, pp. 43-44; L. GARCÍA FUENTES: El comercio español con América: 1650-1700, Sevilla 1980, p. 206. 99 Sobre este colectivo véase, L. GARCÍA FUENTES: Los peruleros y el comercio de Sevilla con las Indias, 1580-1630, Sevilla 1997 y M. SUÁREZ ESPINOSA: Comercio y fraude en el Perú colonial…, op. cit., pp. 22 y ss. 100 Véase A. M. BERNAL: La financiación de la carrera de Indias (1492-1824). Dinero y crédito en el comercio colonial español con América, Madrid 1992, p. 209. 101 Para este tema, véase M. SUÁREZ ESPINOSA: Comercio y fraude en el Perú colonial…, op. cit., pp. 27-28.

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de inversión por parte de los grandes comerciantes limeños, esta vez orientados hacia el interior del espacio peruano. También dentro del ámbito mercantil transatlántico se han enfatizado los cambios en la demanda americana de productos europeos, que repercutieron en los términos y en la composición de los intercambios. Los productos agrícolas, que dominaron a lo largo de la mayor parte del siglo XVI, fueron sustituidos, so- bre todo por textiles y quincallería, estableciendo un claro testimonio de los cambios producidos en las economías americanas. Puede resultar ilustrativo que para principios de la centuria solo el 9% de los productos que se consumían en Potosí eran de procedencia transatlántica 102. En definitiva, siguiendo a Mar- garita Suárez, puede afirmarse que el siglo XVII se caracterizó por “un cambio en los circuitos y agentes comerciales y, por lo tanto, en la distribución de las ganancias provenientes de la carrera de Indias” 103. Para el espacio interno del virreinato, que en estas economías preindustria- les era el ámbito en el que operaban los fenómenos de mayor impacto en la vi- da cotidiana, se han elaborado trabajos que no solo sopesaron la influencia de los factores económicos endógenos, sino que también cuestionaron la visión de una supuesta crisis atravesada por el Perú durante el siglo XVII, revelando ni- veles de producción y de precios crecientes 104. La expansión agrícola expresa- da en productos como el vino, la harina y el azúcar estuvo acompañada de la producción de tejidos de lana, algodón, vidrios, objetos de cuero, pólvora, y del desarrollo de la construcción naval y de la actividad artesanal 105. A su vez, par- tiendo de estudios como los de Assadourian, Garavaglia o Moutoukias 106, se ha

102 J. LYNCH: Historia de España, Tomo V: Edad Moderna…, op. cit., p. 309. 103 M. SUÁREZ ESPINOSA: Comercio y fraude en el Perú colonial…, op. cit., pp. 27-28. 104 R. ROMANO: Coyunturas opuestas. La crisis del siglo XVII en Europa e Hispanoamérica, México 1993, caps. II y III y Mecanismos y elementos del sistema económico colonial americano. Siglos XVI-XVII, México 2004; K. ANDRIEN: Crisis y decadencia…, op. cit., cap. II; H. NOEJOVICH: “La economía del virreinato del Perú…”, op. cit., y “Nivel de precios y actividad económica: comparaciones regionales en el virreinato del Perú (siglos XVI-XVIII)”, Fronteras de la Historia 13/2 (2006), pp. 375-398; M. SALAS OLIVARI: “Manufacturas y precios en el Perú colonial”, en C. CONTRERAS (ed.): Compendio de Historia Económica del Perú, op. cit., tomo 2, pp. 447-537. 105 M. SUÁREZ ESPINOSA: Comercio y fraude en el Perú colonial…, op. cit., pp. 19-20. 106 C. S. ASSADOURIÁN: El sistema de la economía colonial. Mercado interno, regiones y espacio económico, Lima 1982; Z. MOUTOUKIAS: Contrabando y control colonial en el siglo XVII, Buenos Aires 1988, y “Power, Corruption and Commerce: The Making of the Local Administrative

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podido apreciar la envergadura, la funcionalidad y la estructuración de los mer- cados internos coloniales, los cuales poseían un gran dinamismo, constituyén- dose en el motor de crecimiento de amplias regiones y articulando grandes extensiones territoriales. Todos estos elementos han sugerido una profunda revisión de la evolución económica peruana a lo largo del siglo XVII, permitiendo conceptualizar a la centuria como un tiempo de transformación que dio lugar a un desarrollo in- terno más equilibrado, autónomo y diversificado 107. Como expresaba fray Mar- tín de Murúa en su Historia General…, “solo le falta al Perú seda y lino, para con ello tenéllo de sobra y no aver necesidad de mendigar ni esperar nada de otro ningún reyno ni provincia del mundo” 108. Actualmente se reconoce que la región andina, eje neurálgico del virreinato, mantuvo su dinamismo a lo largo de todo el período 109. La producción de plata contribuyó a diversificar la eco- nomía, crear mercados y expandir el consumo, lo que fue decisivo para la arti- culación del espacio interno 110. De esta manera, la comprobación de que la economía peruana atravesó un período de cambio, que en ciertos ámbitos pue- de ser catalogado de crecimiento, mientras que Castilla –pilar contributivo de la Monarquía– vivía una aguda crisis general, ha llevado a hablar de coyunturas contrapuestas a ambos lados del complejo atlántico hispánico 111. Los fenómenos descritos no dejaron de repercutir o tener consecuencias en el plano social y político limeño. Aquí, un grupo de grandes comerciantes, apo- yado en el control del mercado interno y de la producción de plata, desafió el

Structure in Seventeenth-Century Buenos Aires”, Hispanic American Historical Review 68/4 (1988), pp. 771-801; J. C. GARAVAGLIA: Mercado interno y economía colonial, Rosario 2008 [1983]. Véase también J. GELMAN: “Una historia dada vuelta. Los aportes de C. S. Assadourian a la historia económica y agraria rioplatense”, Nuevo Mundo Mundos Nuevos [en línea], (2012), consultado el 3 de octubre de 2014. 107 J. LYNCH: Historia de España, Tomo V: Edad Moderna…, op. cit., pp. 283-310; G. CÉSPEDES DEL CASTILLO: América Hispánica…, op. cit., pp. 145 y ss.; K. ANDRIEN: Crisis y decadencia…, op. cit., pp. 29 y ss.; R. M. SERRERA: La América de los Habsburgo…, op. cit., pp. 245 y ss. 108 Citado por C. S. ASSADOURIÁN: El sistema de la economía colonial…, op. cit., p. 138. 109 M. SUÁREZ ESPINOSA: “El Perú en el mundo atlántico…”, op. cit., p. 304. 110 M. SUÁREZ ESPINOSA: Desafíos transatlánticos…, op. cit., p. 11. 111 Véase R. ROMANO: Coyunturas opuestas…, op. cit., pp. 145 y ss.

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monopolio sevillano y comenzó a participar directamente en el comercio tran- satlántico 112. Como explica Suárez, estos mercaderes intervinieron directa- mente en las funciones propias de la administración, lo que les permitió “tomar decisiones políticas que los llevaran a defender sus propios intereses y a socavar el régimen de flotas y galeones” 113. Esta deriva experimentada por el Perú era claramente advertida en Madrid, al punto de que cuando el conde de Chinchón fue encargado de la implementación de nuevas cargas fiscales y contributivas se le aclaró que los virreinatos indianos eran muy diferentes de los reinos [peninsulares] no sólo en el poder que los vasallos tienen en estos casos, sino en la calidad de ellos, que aunque hay caballeros de calidad en quienes corren todo este género de mercedes suelen ser los que tienen menos mano en ayudar a estos arbitrios 114. El propio virrey pudo constatar este hecho cuando gestionó la imposición del paquete fiscal que se le encargó imponer desde Madrid, que supuso una lar- ga negociación de casi una década. Años más tarde, el virrey Alba de Liste rati- ficaba estas impresiones cuando en su relación de gobierno sentenciaba que el Comercio de Lima encierra en sí toda la sustancia del Perú [de modo que] procurar el alivio de los mercaderes es mirar por la causa pública, por la conservación del reyno y por el servicio del rey 115. A principios de la centuria, el colectivo de los grandes mercaderes adquirió plasmación institucional con la fundación del Consulado de Lima 116, que fue utilizado no solo como un organismo de carácter estrictamente mercantil, sino también como un mecanismo para acrecentar la participación del grupo en las actividades propias de la administración. De modo que, durante casi todo el pe- ríodo que nos ocupa, la percepción de una porción significativa de los ingresos de la Real Hacienda dependió del Consulado. Por ejemplo, durante las primeras

112 M. SUÁREZ ESPINOSA: Desafíos transatlánticos…, op. cit., p. 7. 113 Ibidem, p. 9. 114 Respuesta a la carta del virrey Chinchón a S. M., Madrid, 14 de marzo de 1628 (AGI, Indiferente, 2690). 115 Relación de gobierno del virrey Alba de Liste, en M. SUÁREZ ESPINOSA: Desafíos transatlánticos…, op. cit., p. 255. 116 Sobre el Consulado de Lima véase E. RODRÍGUEZVICENTE: El tribunal del Consulado de Lima en la primera mitad del siglo XVII, Madrid 1960.

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tres décadas del reinado de Felipe IV la corporación asumió la administración de la alcabala en 1619-1621, 1622, 1623-1631, 1632-1640 y 1650 117. Asimismo, se hizo cargo de los asientos del almojarifazgo entre 1621 y 1624, 1635 y 1637 y 1648 y 1651 por un monto que osciló entre los 53.000 y los 56.000 pesos ensaya- dos. Sin embargo, a diferencia de la alcabala, el Consulado no asumió la percep- ción del almojarifazgo de forma permanente porque la administración virreinal no le concedió todos los privilegios que exigía 118. Pese a que el avance de los comerciantes fue significativo entre 1620 y 1650, en realidad fue a partir de aquí cuando el Consulado se convirtió en el princi- pal contribuyente de la hacienda virreinal, deviniendo en el administrador de los impuestos que ellos mismos debían pagar 119. De hecho, durante los prime- ros años de la década de 1660 se suscribieron asientos para que la corporación administrara las averías del Mar del Norte –luego de que se suprimieran los im- puestos ad valorem en la ruta atlántica– y del Mar del Sur, los almojarifazgos, las alcabalas y la Unión de Armas 120. Por las averías la corporación debía pagar 350.000 ducados y 102.500 pesos respectivamente, a los que habría que añadir 127.000 pesos de las demás cargas, un aporte gracioso de 60.000 pesos en cada armada y un préstamo de 150.000 pesos anuales 121. Esta delegación de funcio- nes conllevó nuevas e importantes concesiones y privilegios que convirtieron al colectivo en un resorte fundamental de la gobernabilidad del Perú, condicio- nando las decisiones de la administración virreinal y manteniendo el vínculo transatlántico, como se verá a continuación 122.

117 F. L ÓPEZ DE CARAVANTES: Noticia general del Perú, op. cit., vol. V, pp. 115 y ss. El valor de los asientos osciló entre los 52 y 62 mil pesos ensayados, siendo más elevado cuando estuvo en manos del Consulado. El primer asiento con el Consulado de Lima se había firmado en tiempos del príncipe de Esquilache. Luego Guadalcázar firmó un nuevo contrato por 62.000 pesos que fue renovado por Chinchón en 1631, por nueve años y el mismo monto. 118 Ibidem. 119 M. SUÁREZ ESPINOSA: “El Estado virreinal”, en AA. VV.: Historia de la cultura peruana, Lima 2000, vol. I, pp. 277-292. 120 M. SUÁREZ ESPINOSA: Desafíos transatlánticos…, op. cit., p. 310. Para los antecedentes políticos de los cambios en la vía atlántica, véase J. M. DÍAZ BLANCO: Así trocaste tu gloria, Guerra y comercio colonial en la España del siglo XVII, Valladolid-Madrid 2012. 121 M. SUÁREZ ESPINOSA: “El Estado virreinal”, op. cit., p. 291. 122 M. SUÁREZ ESPINOSA: Desafíos transatlánticos…, op. cit., pp. 309 y ss.

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Los asientos asumidos por la corporación mercantil limeña solían traducirse en un incremento de los ingresos respecto de los momentos en los que corría a cargo de los oficiales reales, aunque estaban precedidos por arduas negociaciones que con frecuencia se saldaban con importantes concesiones para el colectivo en la fiscalización de los flujos mercantiles y con un gran beneficio para algunos de sus miembros 123. No hay que olvidar que las sumas para contraerlos solían ade- lantarse por algunos grandes comerciantes, lo cual repercutía naturalmente en la repartición de los beneficios 124. En cuanto a las concesiones, según apunta Suá- rez, el Consulado consiguió nombrar a sus propios maestres de plata, decomisar las mercaderías llegadas subrepticiamente e inspeccionar los navíos que venían de cualquier punto del Pacífico. Asimismo, [sus agentes] podían abrir los fardos sospechosos de contrabando –cosa que nunca se les permitió a los oficiales reales– y, detalle importante, podían portar armas. Incluso en el asiento de 1635, el virrey accedió a que los mercaderes pudieran manifestar géneros prohibidos o llegados de contrabando en El Callao, así que, mediante el pago de una suma, las mercaderías podían ser ingresadas legalmente en el virreinato 125. También fueron exceptuados de pagar algunas cargas, entre ellas los gastos de invernada. En el terreno simbólico, los miembros del Tribunal del Consulado consiguieron el tratamiento de “señoría”, sitios de prestigio en las festividades y una gran cantidad de hábitos de las Órdenes Militares castellanas. Nuevamente según Suárez, la Corona habría concedió a los mercaderes limeños vinculados en el Consulado al menos 17 hábitos de Santiago, 4 de Calatrava y 4 de Alcántara 126. Pero la dependencia de la Real Hacienda de los grandes comerciantes no se res- tringió a la percepción de ciertos derechos, sino que tuvo una de sus bases en el endeudamiento que se produjo a través de diversos mecanismos. La Hacienda so- lía contraer préstamos con los mercaderes, tal como ocurrió con Juan de la Cueva y Bernardo de Villegas, que entre 1615 y 1631 suministraron 3.137.690 pesos. Ya en la década de 1640, luego de las dificultades generadas por la quiebra de aquel, la hacienda virreinal continuó dependiendo de los préstamos, de los juros y

123 Las cifras se pueden consultar en E. RODRÍGUEZ VICENTE: El tribunal del Consulado de Lima…, op. cit., pp. 176 y 198 y ss. La diferencia es más acusada en la década de 1630 que en la de 1620 y en ciertos años suele superar el 40%. 124 Ibidem, p. 187. 125 M. SUÁREZ ESPINOSA: Desafíos transatlánticos…, op. cit., p. 302. 126 M. SUÁREZ ESPINOSA: “El Estado virreinal”, op. cit., p. 291.

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de los censos para prevenir la erosión de la base tributaria 127. Se trató de una prác- tica que, aunque tal y como estaba la situación de la Real Hacienda resultaba necesaria, se procuró atajar desde Madrid sin éxito, entre otras cosas porque no se debe perder de vista que durante el período los gastos no se movieron al com- pás de los ingresos, sino que el déficit financiero se maquilló con un importante ni- vel de endeudamiento que, para todo el siglo XVII, arrojaría un monto mínimo de 22 millones de pesos 128. Este hecho se atestigua claramente en el incremento sig- nificativo y constante que tuvieron los préstamos en los gastos totales de la Caja de Lima durante la década de 1650. Podrían señalarse, además, los préstamos de los comerciantes a miembros de la administración, que alcanzaron a una parte signi- ficativa de los servidores reales, y se encaminaron, entre otras cosas, a afrontar las fianzas que debían depositarse antes de tomar posesión de un cargo 129. Claro que también hay que atender a los donativos y a los empréstitos forzo- sos que, indudablemente, tenían un elevado coste político e intervenían directa- mente en la economía de la gracia entre el poder central y el poder local. La primera solicitud de un donativo gracioso tuvo lugar en el año 1622, coincidien- do con el inicio del reinado del joven Felipe. En esta ocasión se asentó una fórmu- la definitiva para dirigirse a los súbditos americanos y para llevar a cabo la recaudación. De hecho, con pocas diferencias la solicitud se repetiría en 1625, 1631, 1634, 1636, 1641, 1644, 1647, 1654, 1657, 1660 y 1664 130. Parece super- fluo recordar que de estas donaciones participaban los miembros de la adminis- tración, que debían dar el ejemplo a seguir, y, naturalmente, los sectores elitistas. En ocasiones los donativos a la Corona se convirtieron en un camino directo a la legitimación de situaciones ilegales y a la obtención de mercedes. Pero también turbaron la relación con la Corona. Así, luego de la solicitud de dos importantes donativos durante el virreinato de Alba de Liste con motivo de la bancarrota de

127 K. ANDRIEN: Crisis y decadencia…, op. cit., p. 88. 128 AGI, Lima, 572, lib. 22, ff. 24 y ss.; M. SUÁREZ ESPINOSA: Desafíos transatlánticos…, op. cit., p. 269; F. PEASE y E. NOEJOVICH: “La cuestión de la plata…”, op. cit., pp. 326-327. 129 M. SUÁREZ ESPINOSA: Desafíos transatlánticos…, op. cit.; F. BRONNER: “Church, Crown and Commerce in Seventeenth-Century Lima: A Synoptic Interpretation”, Jahrbuch für Geschichte von Staat, Wirtschaft und Gesellschaft Lateinamerikas 29 (1992), p. 85. 130 M. E. MARTÍN ACOSTA: El dinero americano y la política del imperio, Madrid 1992, pp. 274 y ss.; A. DOMÍNGUEZ ORTIZ: “Los caudales de Indias y la política exterior de Felipe IV”, Anuario de Estudios Americanos 13 (1956), p. 317.

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la hacienda real, en los que se obtuvieron 40.000 y 57.000 pesos respectivamente, los súbditos quedaron muy descontentos por la presión que se ejerció sobre ellos para que colaboraran 131. Los empréstitos forzosos a la élite limeña se practicaron por medio de incauta- ciones de la plata enviada a la Península y, como compensación, solían librarse ju- ros. Las incautaciones del dinero consignado en las flotas a cambio de juros –o de moneda de vellón con el correspondiente premio– fueron muy frecuentes desde los años finales de la década de 1620, añadiendo aún más incertidumbre al tráfico transatlántico que soportaba una importante presión fiscal y propiciando el ocul- tamiento de la plata 132. La primera de ellas ocurrió en 1621 y la segunda en 1625. Pero a partir de 1629, cuando la Corona tomó algo más de 1.000.000 de ducados, fueron cada vez más comunes. De hecho, se produjeron sucesivas incautaciones en 1630 –500.000 ducados a cambio de juros 133–, 1635, 1636, 1637 –en estos tres años se trocaron cerca de 2.000.000 de ducados–, 1641, 1642 y 1649 134. Aunque este procedimiento alcanzó a tener un papel significativo en la financiación de los gastos bélicos, en realidad acababa desalentando el uso de los canales comerciales legales y colocaba a la Corona en una posición cada vez más dependiente de las co- munidades mercantiles 135. Para estas últimas, la conversión forzosa de la plata en

131 G. LOHMANN VILLENA: “Virreyes y gobernadores”, en J. A. BUSTO DUTHURBURU (ed.): Historia General del Perú, Lima 1994, vol. V, p. 166. 132 P. B RADLEY: “The Loss of the Flagship of the Armada Del Mar Del Sur (1654) and Related Aspects of Viceregal Administration”, The Americas 45/3 (1989), p. 401. 133 En esta ocasión Felipe IV dirigió una cédula a los virreyes y gobernadores de Indias en la que prometía y aseguraba “que de ninguna manera, por necesidad que tenga ni para ningún efecto, por urgente que sea, tomaré ni me valdré más de ninguna plata, oro, reales, ni mercaderías que viniesen registradas en los galeones y flotas de las Indias, ahora ni en ningún tiempo, y así lo daréis a entender a las personas interesadas en el comercio de esa provincia y me avisareis de haberlo hecho” (Cédula de 14 de marzo de 1631 citada por A. DOMÍNGUEZ ORTIZ: “Los caudales de Indias y la política exterior…”, op. cit., p. 346). 134 Ibidem, pp. 336 y ss.; M. E. MARTÍN ACOSTA: El dinero americano y la política…, op. cit., pp. 285-288. 135 Según escribía Pedro de Castillo, en 1633 los mercaderes limeños dudaban en enviar su plata a la Península por la vía ordinaria, a raíz de la avería y, sobre todo, de la amenaza de los préstamos forzosos. Tan sólo se decidieron a remitirla cuando el virrey les comunicó la noticia de que el monarca ya había concretado los asientos para los gastos de Flandes y que la avería alcanzaría al 10% de lo despachado (Carta de Pedro Guzmán del Castillo al Consejo de Indias, Lima, 18 de mayo de 1633, AGI, Lima, 5).

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juros solía representar una pérdida significativa de dinero, ya que la necesidad que tenían los comerciantes para aplicarla a operaciones mercantiles los llevaba a des- prenderse de los títulos a un precio muy inferior a su valor nominal. Por su parte, algunos de los grandes mercaderes limeños, especialmente aquellos que diversificaron sus actividades y establecieron bancos públicos, se volvieron imprescindibles para que la Real Hacienda indiana pudiera cumplir con algunas de sus principales transferencias de dinero: las remesas a Castilla, el situado de Chile y el subsidio a Huancavelica. Incluso, su participación fue esencial en la defensa que, como se verá más adelante, durante estos años se constituyó en un problema fundamental de la administración virreinal. Por ejemplo, el incremento de los gastos defensivos demandó la participación pri- vada –con el consiguiente beneficio– mediante la compra de víveres, vestidos, construcción de navíos y fortalezas, armamentos o transporte de situados. Otro aspecto significativo del avance elitista fue su acceso o su vinculación con miembros de los organismos de la administración real establecidos en Lima. En buena medida, este fenómeno estuvo vinculado al incremento cualitativo y cuan- titativo de la venalidad de los oficios. Huelga referirse al cabildo, donde a raíz de la venta de oficios municipales consiguieron introducirse algunos de los próspe- ros mercaderes que participaban tanto de los flujos transatlánticos como de los re- gionales y los intercoloniales. De hecho, entre 1630 y 1660 tuvo lugar el apogeo de la presencia de los mercaderes en el ayuntamiento 136, quienes también se hicie- ron fuertes en el Tribunal de la Inquisición, obtuvieron títulos militares honora- rios y hábitos de las Órdenes Militares 137. Entre otros, podría destacarse el acceso al cuerpo municipal de Juan de Figueroa, Melchor Malo de Molina, Juan Sánchez de León, Francisco de León, Francisco de la Presa, Juan Arias de Valencia, Pedro Sánchez Garcés, Felipe de Espinosa y Mieses, Juan de Salinas, Pedro del Castillo Guzmán, Diego Núñez de Figueroa, Diego Núñez de Campoverde y Juan Caba- llero de Tejada 138. En algunos casos, incluso cabe identificar la presencia de varios

136 G. LOHMANNVILLENA: Los regidores perpetuos del Cabildo de Lima (1535-1821). Crónica y estudio de un grupo de gestión, Sevilla 1983; M. SUÁREZ ESPINOSA: Desafíos transatlánticos…, op. cit., p. 191. 137 Ibidem, p. 192. Véase G. LOHMANNVILLENA: Los americanos en las Órdenes Nobiliarias, Madrid 1993. 138 M. NAVADIJO PÁRRAGA: La élite mercantil limeña y sus relaciones con la Corona durante el reinado de Felipe IV: una aproximación desde los hábitos de las Órdenes Militares castellanas, Tesis de máster, Universidad Complutense de Madrid, 2014, pp. 44-45.

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miembros de un mismo linaje coincidiendo en el cuerpo, o de individuos relacio- nados entre sí con vínculos muy estrechos 139. El control del cabildo por los mer- caderes no solo tenía implicancias simbólicas, sino que les permitía beneficiarse del abastecimiento urbano, para lo cual muchos de ellos poseían fincas y propie- dades en las proximidades de la ciudad. Durante el reinado de Felipe IV se produjo un incremento apreciable de la concesión de los hábitos de las Órdenes Militares castellanas –presumiblemente asociadas en muchos casos a la venalidad 140–, que representaron un aspecto im- portante de la afirmación del poder de la élite limeña, sobre todo de aquella porción dedicada preponderantemente al comercio 141. Por ejemplo, en 1629 se remitió una cédula al virrey Chinchón en la que se le encargaba la gratificación de los co- merciantes que hubieran estado implicados en la toma de la plata de ese año 142. También podría citarse el caso del banquero Juan de la Cueva, que recibió un há- bito para su hijo como compensación por sus servicios pecuniarios a la Corona 143. Del mismo modo, en 1633 se dieron al virrey del Perú cédulas con cuatro merce- des de hábito para distribuir entre personas destacadas del comercio 144. Este fenómeno no fue exclusivamente americano, pero en este espacio los hábitos tuvie- ron un papel destacado en la articulación de las relaciones entre el poder central y las élites americanas, puesto que, en cierto modo, complementaron los intereses de cada una de las partes implicadas. No solo propiciaban el servicio a la Corona o compensaban actos ya realizados –que podían ser de naturaleza fiscal, militar o po- lítica– sin cargar a la Real Hacienda, sino que incluso generaban un ingreso signi- ficativo a las arcas reales y satisfacían las ambiciones de la élite mercantil 145.

139 G. LOHMANN VILLENA: “Los regidores del cabildo de Lima desde 1534 hasta 1635 (estudio de un grupo de dominio)”, Revista de Indias 127-130 (1972), pp. 207 y ss. 140 Decreto de S. M. al Consejo de Indias, Madrid, 23 de marzo de 1635 (AGI, Indiferente, 618). 141 M. NAVADIJO PÁRRAGA: La élite mercantil limeña y sus relaciones…, op. cit., pp. 40-42. 142 Real Cédula al conde de Chichón, Madrid, 23 de noviembre de 1629 (RB, II/1629, ff. 203-204). 143 Acta del Cabildo de Lima de 14 de enero de 1636, en Libros de Cabildos de Lima, 1963, tomo XXII, p. 310. 144 E. POSTIGO CASTELLANOS: Honor y privilegio en la Corona de Castilla. El Consejo de las Órdenes y los Caballeros de Hábito en el siglo XVII, Soria 1988, p. 119. 145 Véase A. AMADORI: Negociando la obediencia…, op. cit.

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Entre aquellos mercaderes más poderosos, en muchos casos la obtención de un hábito estuvo acompañada de la adopción de un tipo de vida aristocrático que se plasmó también en inversiones suntuarias y en el establecimiento de ma- yorazgos. Así, podría señalarse del linaje Malo de Molina. Melchor Malo de Molina y Alarcón, mercader dedicado al comercio esclavista y a las recuas que alcanzó una importante fortuna con la cual fundó un mayorazgo en 1638, man- dó a construir una casa señorial y estableció una capilla en la catedral de la Ciu- dad de los Reyes. Su hijo, Melchor José Malo de Molina y Ponce de León y Ribera, fue Alguacil Mayor de la Real Audiencia de Lima, General de la Caba- llería del Reino del Perú y recibió el hábito de Santiago en julio de 1646. Más adelante, a Melchor José Malo de Molina y Aliaga Sotomayor, hijo del anterior, Carlos II le concedió el marquesado de Monterrico. A su vez, el acceso de los miembros de la élite a organismos clave de la ad- ministración colonial, como la Caja de Lima y el Tribunal de Cuentas, también por medio de la venalidad, abrió nuevas posibilidades a los grupos locales, al tiempo que minó aún más las posibilidades de introducir cambios en las rela- ciones transatlánticas de poder. Por esta vía, algunos comerciantes radicados durante mucho tiempo en Lima, como Juan de Quesada y Sotomayor y Balta- sar de Becerra accedieron a la caja de la capital virreinal. En el Tribunal se efec- tuaron doce ventas que, exceptuando dos casos, beneficiaron a criollos. Entre ellos se encontraron los limeños Alonso Bravo de la Maza, titular de una enco- mienda en el distrito, y Álvaro de Alarcón, hijo de un oidor. A estos individuos habría que sumar algunos otros que adquirieron oficios de hacienda y entabla- ron o estrecharon vínculos con potentados limeños, o participaron de activida- des económicas vedadas. En la segunda mitad de la centuria, el Tribunal había pasado a ser un bastión de los sectores de poder local 146. Al parecer, los lazos entre este organismo y el cabildo se constituyeron temprano, ya que en 1635, los regidores, con el apoyo de los contadores del Tribunal de Cuentas de Lima, solicitaron que se les concediera la facultad de nombrar tenientes para servir sus plazas, ya fuera para reemplazarlos mientras estaban ausentes o para servir otros cargos que hubieran comprado 147.

146 Véase K. ANDRIEN: Crisis y decadencia…, op. cit., pp. 149 y ss., y E. RODRÍGUEZ VICENTE: El tribunal del Consulado de Lima…, op. cit., pp. 146 y ss. 147 Consulta de S. M. al virrey Chinchón, Madrid, 14 de julio de 1638 (AGI, Lima, 572, lib. 22, f. 35).

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A pesar de que nos encontramos en un período que antecede a la venta ma- siva de oidorías americanas –algunas de las cuales ya se enajenaron durante el valimiento de Olivares– podemos constatar, conforme avanzó el siglo, el aumen- to de los magistrados criollos en la Audiencia de Lima 148. Aparentemente, Juan de Padilla fue el primer peruano que obtuvo un cargo en la audiencia de la ca- pital virreinal a cambio de un servicio monetario. Además, entre las numerosas acusaciones que se presentaron por sus excesos, se encontraba la de estar casa- do con una mujer nacida en la Audiencia de Lima 149. En el transcurso de los años que nos ocupan se produjo una aproximación muy clara del tribunal con la élite virreinal, sin que fueran efectivos los inten- tos que se realizaron de trasladar a los magistrados a otras audiencias 150. Los casos de oidores que contrajeron matrimonio con mujeres de su jurisdicción, muchas de ellas hacendadas y pertenecientes a importantes familias locales, son realmente numerosos. Por ejemplo, Andrés de Villela y Larraondo, natural de Santa Fe de Bogotá, recibió el nombramiento de oidor de Lima en 1635, plaza que sirvió hasta principios de la década de 1670. En 1641 contrajo matrimonio con la cuzqueña Antonia de Esquivel y Cáceres, hija del poderoso encomendero Rodrigo de Esquivel, quien había comprado una licencia real para poder casar- la legalmente con cualquier miembro del tribunal limeño. Su caso fue aborda- do por el Consejo de Indias, que se opuso a su continuidad en la audiencia de la capital virreinal, aunque sin lograr su traslado. Felipe IV declinó el parecer del sínodo, respaldando así el pedido del virrey conde de Salvatierra. En 1663, aunque fue designado oidor de México, decidió permanecer en Lima como ma- gistrado jubilado, ciudad en la que no solo tenía vínculos de distinta naturale- za, sino también una gran influencia y un patrimonio consolidado. Años más tarde, ya durante el reinado de Carlos II y la gestión del conde de Lemos, con- cedió graciosamente 40.000 pesos al virrey, que se los había solicitado en prés- tamo. Las condiciones de este servicio fueron un hábito de Santiago para su primer hijo, una plaza de oidor para el segundo, y una canonjía en el caso del

148 J. DE LA PUENTE BRUNKE: “Las estrellas solo lucen cuando el sol se pone. Los ministros de la Audiencia de Lima en el siglo XVII y sus expectativas”, Illes e Imperis 14 (2012), p. 53. 149 J. DE LA PUENTE BRUNKE: “Codicia y bien público…”, op. cit., p. 143. 150 J. DE LA PUENTE BRUNKE: “Las estrellas solo lucen cuando el sol se pone…”, op. cit., pp. 58 y ss.

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tercero 151. En este ejemplo se puede contemplar claramente el camino ascensio- nal desde una plaza de oidor hasta el establecimiento de un poderoso linaje local. Alberto de Acuña, que sirvió su plaza de oidor desde 1607 a 1630, contrajo matrimonio con Ana Verdugo, titular del repartimiento de Copacabana. Fue pa- drino de bodas de una importante familia limeña y tuvo vinculaciones con co- merciantes peruleros 152. Juan de la Celda, por su parte, se casó con Isabel de Reyna y Verdugo, natural de Potosí. Una de las hijas de este matrimonio hizo lo propio con José de Vega, alcalde de Lima en 1662 y 1672, mientras que otra se vinculó con Bartolomé de Larrea, caballero de Alcántara y contador del Tribu- nal Mayor de Cuentas de la sede virreinal. Un hijo de aquel matrimonio se de- sempeñó como alcalde de Lima en 1665 y 1684 153. También podrían citarse Juan de Loaysa Calderón, Bernardo de Iturrizara y Mansilla, y Alonso Pérez de Salazar, todos ellos casados con criollas limeñas fuertemente vinculadas con la sociedad local 154. Es significativo señalar que esta afirmación elitista se vio acompañada por el desarrollo de un discurso que podemos denominar criollista, que si bien tuvo diversas manifestaciones se inclinó decididamente a fortalecer las aspiraciones del ámbito local limeño 155. Así, es posible identificar este discurso criollo, de

151 Véase J. DE LA PUENTE BRUNKE: “Los oidores de la sociedad limeña: notas para su estudio (siglo XVII)”, Temas Americanistas 7 (1990), pp. 26-27. 152 Ibidem, p. 34. Sobre este tema también pueden consultarse M. MOREYRA PAZ SOLDÁN: Biografías de oidores del siglo XVII y otros estudios, Lima 1957. 153 J. BROMLEY: “La ciudad de Lima en 1630”, Histórica 24 (1959), p. 291. 154 Ibidem, y J. DE LA PUENTE BRUNKE: “Justicia e intereses particulares: el caso de un oidor del siglo XVII”, Boletín del Instituto Riva-Agüero 24 (1997), pp. 443-452. 155 Sobre el criollismo pueden consultarse A. ACOSTA: “Sobre criollos y criollismo”, Revista Andina 2/1 (1984); B. LAVALLÉ: Las promesas ambiguas. Ensayos sobre el criollismo colonial en los , Lima 1993, y “El criollismo americano y los pactos fundamentales del imperio americano de los Habsburgos”, en J. A. MAZZOTTI (ed.): Agencias criollas. La ambigüedad “colonial” en las letras hispanoamericanas, Pittsburgh 2000, pp. 37-53, y el dossier “Patrie(s) et nation(s) dans l’Amérique des Habsbourgs”, publicado en la revista Nuevos Mundos-Mundo Nuevo, coordinado también por B. LAVALLÉ, que incluye su artículo “Le clocher et l’empire: tensions et contradictions de la patria criolla dans la vice-royauté de Lima au XVIIe siècle” (2010); M. BURKHOLDER y D. CHANDLER: De la impotencia a la autoridad…, op. cit.; S. ALBERRO: Del gachupín al criollo. O de cómo los españoles dejaron de serlo, México 1992; El Águila y la Cruz. Orígenes religiosos de la conciencia criolla. México, siglos XVI-XVII, México 1999; J. ISRAEL: Razas, clases sociales y vida política…, op. cit.; P. PONCE LEIVA: “El discurso del

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carácter corográfico, en un extenso conjunto de obras producidas durante la primera mitad del siglo XVII, en las que se exaltan los méritos de la patria chica en el contexto de la monarquía compuesta. De esta manera se colocaba a la ca- pital virreinal en pie de igualdad con las urbes que eran tenidas como sus pares del Viejo Continente y de la antigüedad clásica, en una operación informada de una fuerte carga identitaria. Entre los principales exponentes de este grupo pueden destacarse el jesuita Bernabé Cobo, autor de la Historia de la fundación de Lima, el agustino Antonio de la Calancha, con su Corónica moralizadora del orden de San Agustín en el Perú y el franciscano Buenaventura de Salinas y Cór- dova, responsable del Memorial de las Historias del Nuevo Mundo Pirú. También cabe señalar que hubo un ambicioso proyecto de Antonio de León Pinelo para escribir una historia de Lima que finalmente no llegó a redactar 156. Utilizando un tono hiperbólico, propio de este género reivindicativo, Salinas y Córdova se refería a la ciudad como a la Roma peruana, la Salamanca de las Indias y la Atenas de América, mientras que Cobo procuraba rescatar del olvido “los grandes sucesos y circunstancias notables que han intervenido en la funda- ción de esta gran república española” 157. Entre la descripción de su presente y

o el poder del discurso: el criollismo quiteño en el siglo XVII”, Procesos 10 (1997), pp. 3-20; P. LATASA: “¿Criollismo peruano versus administración española?”, Ponencia presentada en el Primer Congreso Internacional de Peruanistas, Harvard 1999; G. CÉSPEDES DEL CASTILLO: América Hispánica…, op. cit., pp. 295 y ss.; J. A. MAZZOTTI: “La heterogeneidad colonial peruana y la construcción del discurso criollo en el siglo XVII”, en J. A. MAZZOTTI y J. CEVALLOS AGUILAR (eds.): Asedios a la heterogeneidad cultural. Libro homenaje a Antonio Cornejo Polar, Filadelfia 1996, pp. 173-195 y “Épica barroca y esplendor limeño en el siglo XVII: Rodrigo de Valdés y los límites del nacionalismo criollo”, en M. SERNA y G. SERÉS (eds.): Los limites del océano. Estudios filologicos de crónica y épica en el Nuevo Mundo, Barcelona 2009, pp. 135-173. 156 Véase G. LOHMANN VILLENA: “La Historia de Lima de Antonio de León Pinelo”, Mar del Sur 9 (1953), pp. 1-20 157 P. G UIBOVICH PÉREZ: “Cultura y élites: las historias sobre Lima en el siglo XVII”, en B. SCHÖTER y C. BÜSCHGES (eds.): Beneméritos, aristócratas y empresarios. Identidades y estructuras sociales de las capas altas urbanas en América hispánica, Madrid-Frankfurt 1999, p. 56. Salinas saludaba a su ciudad natal como “la Roma santa en los templos, ornamentos y divino culto de Lima; la Génova soberbia en el garbo y brío de los que en ella nacen… Florencia hermosa, por la apacibilidad de los temples… Venecia rica, por las riquezas, que produce para España y pródigamente reparte a todas, quedándose tan rica como siempre… y Salamanca por su florida Universidad y Colegios”. Cfr. D. BRADING: Orbe indiano. De la monarquía católica a la república criolla, 1492-1867, México 2003, p. 348.

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el recuerdo de su pasado, este género participaba de la creación de un sí mismo colectivo, al tiempo que satisfacía la demanda de un sentido del arraigo de una ciudad floreciente que buscaba proyectar su singularidad en un cuerpo político plural. Este movimiento presentó una composición heterogénea, ya que un fuer- te sustrato identitario y sentimental, resuelto en el concepto patria, se articuló con un discurso político y constitucional al que claramente potenció 158. La prosperidad económica de los comerciantes limeños, el florecimiento cultural y artístico de la urbe, signado por el establecimiento de una universi- dad, de varios talleres de imprenta y de importantes bibliotecas particulares, su carácter de civitas cristiana dado por la gran cantidad de iglesias y conventos fundados, la lealtad de la ciudad o el lustre de sus habitantes, eran circunstan- cias que parecían legitimar tanto un papel preponderante para la ciudad en la Monarquía como una mayor participación de los criollos en su administración. Aquí encontramos nuevamente a Salinas, quien escribía para “conmover la con- ciencia del rey y alertarlo del peligro de la condenación si falla en sus deberes para con sus súbditos americanos” 159. Y, precisamente, una de sus obligaciones consistía en compensar la deuda que había contraído con los limeños por los servicios prestados desde la fundación de la ciudad. En esta línea debemos si- tuar toda una corriente de memorialistas en la que podemos ubicar a Ortiz de Cervantes, Luis de Betancurt y Figueroa, Juan de Padilla, Alonso de Solórzano y Velasco, Vasco de Contreras y Valverde, Gaspar de Villarroel, Gutiérrez Velás- quez de Ovando, Pedro de Bolívar y la Redonda, que jalonan una disputa dis- cursiva muy seria sobre la distribución del patronazgo que no casualmente se desarrolla en un momento de consolidación material e identitaria que coincidió –en lo que respecta a la primera mitad del reinado de Felipe IV– con un incre- mento de las demandas de Madrid. El proceso de afirmación de un discurso reivindicativo criollo no fue un fe- nómeno exclusivamente limeño, ya que, en la práctica, la omisión de beneficiar a los americanos en el ejercicio del patronazgo, tanto virreinal como real, y las presiones recibidas desde la corte potenciaron sentimientos e intereses de natu- raleza local, que en muchos casos generaron el extrañamiento de la política di- nástica y distorsionaron la imagen de equidad que se asociaba con el monarca.

158 Véase A. COELLO DE LA ROSA: “Alonso de Solórzano y Velasco y el patriotismo limeño (siglo XVII)”, Illes e Imperis 14 (2012), pp. 87-111. 159 P. G UIBOVICH PÉREZ: “Cultura y élites…”, op. cit., p. 56.

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Cabría añadir, siguiendo a Elliott, que en América la relación entre la lealtad real y los sentimientos locales estuvo condicionada por la base “constitucional” que tuvo la patria en el Nuevo Mundo, lo que fortaleció aún más las demandas crio- llas 160. Demandas que, aunque tenían un carácter permanente, cobraron una in- tensidad especial y un nuevo sentido durante las décadas que nos ocupan, y se fueron canalizando parcialmente por medio de la venalidad que favoreció el ac- ceso de los criollos a la administración y dio lugar a un nuevo punto de equili- brio en la relación entre rey y reino. Esta circunstancia permitió un aumento de la participación de los criollos en el ejercicio del poder, en un marco en el que la autoridad de la Corona nunca fue cuestionada durante el siglo XVII 161. Como su- girió Muro Romero,

para estos años del siglo XVII la posesión de fortuna, en momentos de necesidades de numerario por parte de la monarquía, se convierte en la mejor fuente para adquirir mérito 162. El problema de la participación de los criollos en la administración dio lugar a un conjunto de opiniones emitidas no solo por americanos que peticionaban ante el Consejo de Indias, en ocasiones a través de densos memoriales con una fuerte carga doctrinal 163, sino también por miembros de la élite administrativa indiana. La posición de algunos de estos personajes, que en muchos casos po- seían una larga experiencia indiana e incluso también se identificaban con el re- formismo de los años de Olivares, puede ser tenido como un claro indicador del fracaso del intento centralizador del valido y como un testimonio del sesgo que estaban teniendo las relaciones entre Madrid y las élites americanas, que acaba- ría marcando los rasgos específicos del siglo XVII. Así, por ejemplo, Juan de Solórzano –coincidiendo con varios tratadistas contemporáneos–, a pesar de sostener un pensamiento definidamente regalista,

160 J. H. ELLIOTT: “Rey y Patria en el mundo hispánico”, en J. H. ELLIOTT: España, Europa y el mundo de ultramar (1500-1800), Madrid 2009, pp. 231-254. 161 Cfr. A. AMADORI: Negociando la obediencia…, op. cit., cap. 3. Para los argumentos jurídicos correspondientes al ejercicio de la justicia distributiva, J. ZAPATA Y SANDOVAL: De iustitia distributiva et acceptione personarum ei opposita disceptatio, Madrid 2004 [1609]. 162 F. M URO ROMERO: “La reforma del pacto colonial en Indias”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas 19 (1982), p. 60. 163 Para el caso limeño véase J. DE LA PUENTE BRUNKE: “Las estrellas solo lucen cuando el sol se pone…”, op. cit.

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era un defensor de la participación de los criollos en el gobierno e indirectamen- te del fortalecimiento de las élites trasatlánticas 164. A su vez, en su Tratado de confirmaciones reales, Antonio de León Pinelo realizó una defensa de la prelación criolla en la concesión de oficios y en la asignación de encomiendas 165. Pero aún más lejos llegaron los virreyes Chinchón y Guadalcázar o el visitador Juan de Palafox. Durante la década de 1630, cuando estaba en Lima encargado de la gestión del programa fiscal definido por Olivares, Chinchón procuró rectificar ciertos aspectos de la política de patronazgo realizada desde Madrid, entre los que des- tacaron su oposición a conceder rentas de encomiendas a peninsulares 166. Ade- más, luego de tomar conocimiento de la política limeña, solicitó al monarca la potestad de entregar hábitos de las tres Órdenes Militares a quienes contribuye- ran en la ejecución de la Unión de Armas y la promoción de los americanos a ofi- cios relevantes de la monarquía. Concretamente pidió que se les concedieran a los criollos oficios en las casas del rey y de la reina, y propuso que para las va- cantes de prelacías, prebendas eclesiásticas y oficios seculares fueran nombrados criollos beneméritos, lo mismo que reservarles dos plazas en el Consejo de In- dias 167. El sínodo, por su parte, se opuso a establecer una relación directa entre el avance fiscal y la concesión de hábitos y otras mercedes, que podría sentar un precedente para futuras reclamaciones 168. Asimismo, procurando una nueva pla- taforma desde la cual negociar la imposición de algunas de las cargas que debía asentar, Chinchón realizó una propuesta a la Corona, cuya adopción hubiera supuesto un cambio importante en el programa recibido de Madrid. Por un lado,

164 Véase E. GARCÍA HERNÁN: Consejero de ambos mundos. Vida y obra de Juan de Solórzano Pereira (1575-1655), Madrid 2007, pp. 29-32. 165 A. LEÓN PINELO: Tratado de confirmaciones reales de encomiendas, oficios y casos en que se requieren para las Indias, Madrid 1630, cap. XV. 166 Sobre el virrey Montesclaros véase P. LATASA: “¿Criollismo peruano versus administración española?”, op. cit. Para Palafox puede consultarse la obra de C. ÁLVAREZ DE TOLEDO: Juan de Palafox, obispo y virrey, Madrid 2011. 167 Consulta del Consejo de Indias sobre una carta del virrey del Perú, Madrid, 3 de abril de 1635 (AGI, Indiferente, 2690); Carta del conde de Chinchón a S. M., Lima, 31 de marzo de 1633 (AGI, Indiferente, 2690). 168 Copia de carta del virrey Chinchón al Consejo de Indias, Madrid, 14 de marzo de 1628 (AGI, Indiferente, 2690).

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sugirió permitir que las cuatro ciudades cabeceras del virreinato enviaran procu- radores cuando se convocaran las cortes de Castilla para “tratar de los negocios públicos que se ofrecieren” y jurar al príncipe 169. Por otro lado, con el fin de ha- cer menos rigurosa la presión fiscal, el virrey sugirió adoptar una dirección que la Corona había querido evitar por todos los medios. Su propuesta contemplaba la venta de juros sobre las alcabalas, el almojarifazgo y la avería, perpetuar las en- comiendas y ciertos oficios y enajenar jurisdicciones 170. Es decir, en lugar de asentar mecanismos de recaudación estables que recayeran en el comercio, reco- mendaba unos medios coyunturales que en el largo plazo incluso reducirían las remesas de plata a Castilla y la libertad de la Corona. Pero si las denuncias de los criollos a lo que consideraban una mala distribu- ción del patronazgo, tanto real como sobre todo virreinal –que era el que concen- traba las quejas– eran justificadas, lo cierto es que también parecen haberse dado un uso instrumental y oportunista del argumento del respeto a la legislación que mandaba beneficiar a los beneméritos. Este hecho constituye una operación cons- tante que debe ponernos en guardia ante los significados más profundos de los argumentos esgrimidos y de la distribución de la gracia real, y también de la frag- mentación de los grupos de poder local. Un ejemplo de esto lo encontramos en el ejercicio del patronazgo realizado por el virrey Chinchón y la visión historiográfica que sobre esta cuestión se construyó. No obstante la gran trascendencia y significación de la agencia de Chinchón, aún contamos con escasa bibliografía sobre la década en la que sir- vió en el Perú, circunstancia que se ve agravada porque los pocos trabajos pu- blicados tienden a reproducir las opiniones apologéticas de sus criados respecto de la política de patronazgo del virrey. Además, las obras más modernas plan- tean una serie de cuestiones como la de la corrupción que, aunque puntualizan sus características específicas durante el siglo XVII, continúan manteniendo an- tagonismos y categorías escasamente dinámicas que dificultan la interpretación de la funcionalidad de la casa virreinal y del patronazgo asociado.

169 Con esta posición se acercaba a una demanda que había estado presente desde las décadas siguientes a la conquista, y que el cabildo de Lima continuaba solicitando, de conceder representación en las cortes a las ciudades americanas. Véase Cartas de Cabildos hispanoamericanos: Audiencia de Lima, Sevilla 1999, vol. I, p. 76. 170 Copia de carta del conde de Chinchón a S. M., Lima, 31 de marzo de 1633 (AGI, Indiferente, 2690).

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La bibliografía más anticuada –en espíritu, que no necesariamente en términos cronológicos– resalta la sobriedad y la capacidad de trabajo del virrey y encomia su intento de agraciar a los criollos y de sustraerse a las dinámicas patronales. Tam- bién pondera su negativa a viajar al Perú con un amplio número de criados y ser- vidores 171. Estas ideas guardan estrecha relación con la imagen del virrey que nos ha legado el memorial de su secretario y criado, Diego Pérez Gallego 172, y con el resultado de su juicio de residencia. Al igual que la mayoría de sus antecesores y también de sus sucesores, entre los cargos que se le hicieron a Chinchón se encon- traba el de haber beneficiado a parientes, criados y allegados. Pese a las evidencias, la sentencia del Consejo de Indias fue contundente, ya que desestimó la acusación y encomió al conde por bueno, recto virrey y juez, [por] y haber mantenido en paz y quietud aquellos reinos con su vigilancia y cuidado, con gran beneficio, aumento y defensa de la real hacienda 173. El trabajo de Torres Arancivia, por su parte, uno de los más recientes que se nutre de la renovación de la historia política colonial, inserta correctamente el ejercicio del patronazgo en la corte virreinal en su contexto cultural y político 174. Sin embargo, prioriza el antagonismo entre criollos y peninsulares –otorgándole gran relevancia al discurso criollista de denuncia del incumplimiento de las leyes que regulaban el patronazgo– sin reparar en el hecho de que los oficios y las dis- tinciones repartidas por los virreyes en general, y por Chinchón en particular, no siempre pueden ser analizadas reparando exclusivamente a la condición de penin- sular o americano del beneficiado. En primer lugar, sabemos que, aunque los discursos guardaran cierta adecua- ción con las prácticas concretas, lo cierto es que tenían un apreciable grado de autonomía respecto de ellas, convirtiéndose, con asiduidad, en instrumentos

171 J. L. MUZQUIZ DE MIGUEL: El conde de Chinchón, virrey del Perú, Sevilla 1945. 172 D. P ÉREZ GALLEGO: “Alguna parte del acertado y prudente gobierno que tuvo en los Reynos del Perú el Excelentísimo señor conde de Chinchón, virrey desde el año de 1629 hasta el de 1640, con algunas advertencias para el aumento de la Real Hacienda y bien común, para que se represente a Su Majestad”, 1640, en J. L. MUZQUIZ DE MIGUEL: El conde de Chinchón…, op. cit., pp. 295-326. 173 Consejo de Indias, “Sentencia de la residencia del conde de Chinchón”, Madrid, 4 de julio de 1643, en L. HANKE: Los virreyes españoles en América…, op. cit., vol. 3, pp. 85-86. 174 E. TORRES ARANCIVIA: Corte de virreyes…, op. cit.

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políticos circunstanciales que no ofrecen necesariamente una lectura exhaustiva de las relaciones entre criollos y peninsulares. En segundo lugar, y esto es lo más im- portante, la concesión de mercedes a miembros del círculo del virrey debe tener en cuenta sus vínculos con las sociedades locales. De modo que el beneficiario de un oficio o una distinción no debe ser entendido solo en términos individuales, ya que era habitual que el virrey otorgara una merced a un criado que había contraí- do matrimonio con la hija de un miembro de la élite limeña, o a una criada casada en la capital virreinal con un joven perteneciente a alguno de los grupos de poder local. Lo mismo podría decirse sobre los miembros de la corte virreinal. Por su parte, la documentación generada por la Casa de la Contratación re- vela que lejos de la prudencia que supuestamente habría inspirado la elección del séquito que acompañaría al nuevo virrey al Perú, el conde de Chinchón rea- lizó el viaje atlántico con 80 personas 175. El minucioso listado que acompaña la concesión de las licencias de viaje nos permite recrear la composición de la casa del virrey, ya que este conjunto estaba formado por criados y servidores de dis- tinta naturaleza, dedicados a las más variadas labores, tanto en el ámbito públi- co como en el doméstico del conde. A este grupo habría que sumarle el séquito de la condesa de Chinchón, doña Francisca Enríquez Rivera, menos numeroso que el de su marido pero también significativo 176. La casa del virrey –y también la de la virreina– operó como una plataforma para la inserción social y la integración de una configuración relacional en el ámbito local limeño. Esta inserción tuvo un carácter tentacular, puesto que los criados y allegados de Chinchón se incorporaron a los distintos sectores y espa- cios de poder de la capital virreinal, accediendo de este modo al Consulado y a los mercaderes, al cabildo, a la milicia, a la Universidad, a la Iglesia, etc. Con- templada desde esta perspectiva, la situación del virrey se presenta de un mo- do más dinámico, ya que se relativizan las visiones que resaltan las fracturas o los antagonismos formales –sobre todo de carácter institucional– y se plantean en otros términos cuestiones ya muy debatidas como la capacidad, las posibili- dades, los recursos poder de los representantes americanos del monarca, así co- mo también la racionalidad de sus acciones.

175 Expediente de información y licencia de pasajero a Indias del conde de Chinchón Luis Jerónimo Fernández de Cabrera, virrey y capitán general de Perú, a Perú, Sevilla, 21 de abril de 1628 (AGI, Contratación, 5400, n. 45). 176 E. TORRES ARANCIVIA: Corte de virreyes…, op. cit., p. 151.

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En concreto, el virrey había establecido una buena relación con el cabildo, sustentada en su idea de consensuar las imposiciones fiscales que se tradujo en una dilatada búsqueda de un acuerdo con la corporación, en la protección que brindó al comercio y en los vínculos que algunos de sus clientes tenían con los regidores. Un testimonio de este acuerdo es la carta que en 1635 envió el ayun- tamiento al Consejo de Indias para encomiar la gestión del virrey y pedir que se le concediera alguna merced 177. Por medio de su clientela, Chinchón se vinculó estrechamente con algunos de los miembros de los sectores más encumbrados de la sociedad local. Dos ca- sos de un conjunto numeroso sirven de ejemplo: su secretario de cámara y corre- gidor de Canta, Sebastián Ramón de Capdevila, se casó con la hija del acaudalado comerciante limeño Sebastián González Salgado 178. En el mismo sentido, la ca- marera mayor de la virreina contrajo matrimonio con Juan Carrión y Cabeza de Vaca, gentilhombre de la Compañía de Lanzas que en 1635 adquirió una regidu- ría en Lima 179. En cuanto a los miembros de la corte virreinal, junto con el re- ferido Capdevilla, cabría mencionar al arequipeño José de Cáceres y Ulloa, secretario mayor de la gobernación, quien estaba casado con una limeña 180. Asi- mismo es posible destacar los casos del capellán y mayordomo del virrey, Fernan- do de Contreras, de su confesor, Diego de Torres Vázquez, de su médico, Juan de Vega, del capitán de la sala de armas del palacio, Rodrigo de Ojeda, o del de la Compañía de los Gentileshombres de Lanzas, Luis Fernández de Córdoba, quie- nes por medio de su participación en la administración, en los corregimientos, en el protomedicato o en la universidad podrían haber actuado como enlaces –todos estos casos precisarían un estudio particular– con los espacios en los que se desem- peñaron y la corte virreinal 181. Así se van desdibujando los límites entre institu- ciones por medio de un entramado relacional que indudablemente cuestionaba el enfrentamiento entre criollos y peninsulares presente en las denuncias sobre el mal

177 Carta del Cabildo de Lima a S. M., Lima, 1 de junio de 1635 (AGI, Lima, 109). 178 E. TORRES ARANCIVIA: Corte de virreyes…, op. cit., p. 155. 179 A. SUARDO: Relación diaria de lo sucedido en la ciudad de Lima desde 15 de mayo de 629 hasta 30 de mayo de 639, hecha por el doctor Antonio Suardo, clérigo, Lima 1936, vol. I, p. 89. 180 J. BROMLEY: “La ciudad de Lima en 1630”, op. cit., pp. 272 y 289. 181 Cfr. Ibidem; A. SUARDO: Relación diaria de lo sucedido en la ciudad de Lima…, op. cit., yM. MENDIBURU: Diccionario biográfico del Perú, Lima 1874-1890.

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ejercicio del patronazgo. Los casos podrían multiplicarse, pero los aquí expuestos sirven para resaltar el papel que desempeñaban el patronazgo virreinal, así como también las casas del virrey y la virreina en la integración entre el espacio político y los distintos sectores de la élite limeña 182.

LAS DEMANDAS CONTRAPUESTAS EN EL CONTEXTO DE UN ENFRENTAMIENTO GLOBAL

El comienzo del reinado de Felipe IV coincidió con la reanudación de la gue- rra en el norte de Europa que, rápidamente, se convirtió en un conflicto de escala global en el que las posesiones americanas desempeñaron un papel significativo. De hecho, desde comienzos de la década de 1620 ambos virreinatos –además del Brasil portugués– sufrieron ataques e incluso intentos de asentamiento por parte de holandeses, franceses e ingleses, que en algunos casos resultaron exitosos, sobre todo en el área caribeña. La conflictividad en este espacio resultó ser intensa y sus consecuencias significativas para la configuración territorial americana 183. Para finales del siglo XVII, el Mar de las Antillas, que los monarcas hispáni- cos habían procurado preservar como un mar interior, acabó convertido en un espacio en el que varios estados europeos habían conseguido establecerse y la pi- ratería se había apoderado de algunos enclaves estratégicos y amenazado las ciu- dades españolas. Del mismo modo, el océano Pacífico, que fuera tenido durante un tiempo como un mare clausum hispánico, también experimentó sucesivas in- cursiones desde el último cuarto del siglo XVI, que se extendieron de forma más o menos frecuente hasta mediados del siglo XVII, para reanudarse hacia la últi- ma parte de la centuria. Estas acciones acabaron con una supuesta inviolabilidad del espacio que se había fundado en la distancia y en la dificultad de acceder a él por la ruta atlántica, al tiempo que echaron por tierra una situación de relati- va comodidad 184.

182 A. SUARDO: Relación diaria de lo sucedido en la ciudad de Lima…, op. cit., y P. LATASA: “Poder y favor en la corte virreinal del Perú: los criados del marqués de Montesclaros (1607- 1615), Histórica 36/2 (2012), pp. 49-84. 183 A. GUTIÉRREZ ESCUDERO: “Colonización inglesa y francesa en el Caribe durante el siglo XVII”, en L. NAVARRO GARCÍA (coord.): Historia de las Américas, Sevilla 1991, pp. 795- 812 y J. ISRAEL: La República Holandesa y el mundo hispánico, 1600-1661, Madrid 1997. 184 A. AMADORI: Negociando la obediencia…, op. cit., cap. 5.

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“El Caribe a fines del siglo XVII”, en G. CÉSPEDES DEL CASTILLO: América Hispánica…, op. cit., p. 277.

Ya para comienzos del reinado de Felipe IV se puso de manifiesto la necesidad de abordar el problema defensivo americano con mayor decisión de lo que se ha- bía hecho hasta ese momento. Sin embargo, la proyección de la guerra europea a América planteó un dilema cuya solución no resultaba sencilla en la coyuntura de contracción fiscal que se atravesaba desde los primeros compases del siglo y que luego de la interrupción de la caída contributiva experimentada desde mediados de la centuria se agudizó sensiblemente. La necesidad de adecuar del mejor mo- do posible los dispositivos defensivos establecidos en las Indias a la nueva realidad resultó ser un proceso largo, complejo y, sobre todo, costoso en el que concurrie- ron intereses contrapuestos y fuertes tensiones entre los actores implicados. Para el monarca, la defensa de las posesiones americanas se perfilaba no solo como una obligación propia de sus deberes reales, sino también como una necesi- dad para asegurar el flujo de plata americana que, aunque decreciente, continuaba

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siendo significativo para alimentar el complicado sistema de financiación de la política dinástica en Europa. De este modo, pese a que el problema militar plan- teado en América no ocupó un papel prioritario en la agenda de la corte, lo cier- to es que se posicionó como una cuestión relevante a la que se le prestó atención en el marco de una política dinástica desplegada a escala global. Así, especial- mente durante la primera mitad del reinado de Felipe IV, se hicieron esfuerzos por establecer un sistema defensivo con cierto grado de coordinación entre los dos virreinatos, que focalizó su atención en el espacio circuncaribe y, funda- mentalmente, en las Antillas, pero que también atendió a la fachada del Pacífi- co, al Río de la Plata, a las fronteras internas y, como no podía ser de otro modo, a la ruta transatlántica 185. Allí se procedió al fortalecimiento o a la construcción de nuevas estructuras defensivas, al establecimiento de la Armada de Barloven- to y también se mejoró el sistema de financiación, enviando situados incluso desde el Perú 186. De cualquier manera, la Corona nunca abandonó el ideal de evitar sobredimensionar los gastos, sobre todo de aquellos destinados a las de- fensas terrestres de carácter permanente 187. Así, por ejemplo, en 1631 Felipe IV ordenó que ante la presencia de enemigos en el Perú no se acrecentaran los gas- tos, sino que se optimizasen las defensas ordinarias y se organizaran las compa- ñías de número de la ciudad de Lima, Cuzco y otras partes del virreinato. También mandó que se preparasen lanchas y se reparasen las trincheras 188. Con la misma finalidad, ante la multiplicación de los puntos que debieron in- crementar su poderío defensivo, la Corona procuró que los nuevos gastos se fi- nanciaran a nivel local mediante la imposición de mecanismos extraordinarios que no afectaran a la fiscalidad establecida. El proceso de mejora de la defensa americana tuvo especial repercusión en Lima, puesto que durante el reinado de Felipe IV la vertiente del Pacífico fue

185 A. AMADORI: Negociando la obediencia…, op. cit., cap. 5. 186 Desde los primeros años de la década de 1640 se produjo una sustitución de la fuente de los situados de Santo Domingo y de San Juan de Puerto Rico, que comenzaron a enviarse desde Cartagena; es decir, desde el virreinato del Perú en lugar del de la Nueva España (R. B. REICHERT: Socorros de la Nueva España para la población militar de los puertos españoles en la región del Gran Caribe, México 2010 [tesis doctoral inédita], pp. 190 y ss.). 187 P. B RADLEY: “Maritime Defense of the Viceroyalty of Peru (1600-1700)”, The Americas 36/2 (1979), p. 155. 188 Capítulo de carta al virrey Chinchón, Madrid, 22 de mayo de 1631 (RB, II/1629, f. 312).

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objeto de dos importantes ataques que dieron continuidad a lo ocurrido en las dos primeras décadas del siglo. En 1624, la escuadra enemiga más grande que hasta ese momento se había internado en el océano Pacífico se dirigió a los prin- cipales enclaves costeros del Perú. Además de dedicarse al contrabando y a pro- curar el apresamiento de la flota de la plata, esta escuadra tenía órdenes de penetrar en el territorio peruano para acceder a las minas argentíferas. Se tra- taba, indudablemente, de un objetivo que ponía de manifiesto el escaso conoci- miento que poseían los holandeses de las características geográficas locales, pero que respondía a una intención que se mantendría durante varios años 189. La escuadra bátava permaneció durante varios meses en las costas del Perú, aunque no pudo hacerse con la flota de plata. Mantuvo bloqueado el puerto de El Callao, sin conseguir su rendición, y saqueó en dos oportunidades la ciudad de Guayaquil. Incluso, algunas pocas naves de la escuadra incursionaron en Acapulco 190. Finalmente, los atacantes no pudieron desembarcar en el virrei- nato ni apoderarse de un botín que compensara los enormes gastos realizados. De modo que la empresa constituyó un fracaso absoluto que provocó que has- ta principios de la década de 1640 los holandeses no volvieran a atacar las cos- tas del Pacífico. Hacia 1643 el virreinato del Perú fue nuevamente objeto de una incursión, cuando cinco naves enviadas a través del Estrecho de Magallanes se establecieron en Valdivia y buscaron una alianza con los araucanos. El fracaso del intento de atraer a los indígenas y formar un bloque contra el dominio his- pánico, la muerte del comandante de la expedición y la demora de los refuerzos enviados desde Pernambuco motivaron la retirada de los holandeses, que demo- lieron el fuerte que habían levantado 191. En su carácter de cabeza de virreinato, de caja matriz y de enclave marítimo expuesto a los ataques enemigos, Lima debió asegurar la defensa de buena par- te de la costa del Pacífico y la financiación de los dispositivos militares del puer- to de El Callao, de varios de los puntos del Pacífico y del envío de la plata hasta Panamá. Todo esto en el marco de una importante disputa por la obtención y la

189 J. L. PHELAN: El reino de Quito en el siglo XVII, Quito 1995 [1966], p. 168. 190 Para un relato de los sucesos puede consultarse P. BRADLEY: “The Lessons of the Dutch Blockade of Callao (1624)”, Revista de Historia de América 83 (1977), pp. 53-68. 191 A. SZÁSZDI NAGY: “Las armadas holandesas, inglesas y francesas y las bandas de piratas en el Pacífico”, en D. RAMOS PÉREZ y G. LOHMANNVILLENA (eds.): Historia General de España y América, vol. IX/2, Madrid 1985, pp. 63 y 64.

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apropiación de los excedentes fiscales generados en el virreinato. En suma, la defensa –al igual que la fiscalidad– no dejó de ser otra actividad que generó im- plicancias políticas y en la que estuvo presente la negociación entre la administra- ción y los grupos de poder local. En esta disputa, los virreyes tuvieron un papel decisivo, puesto que, si bien recibían instrucciones de la Península, tanto para la mejora de las defensas del virreinato como también para el recorte del gasto, disponían, al mismo tiempo, de una gran autonomía en la materia que, en defini- tiva, solía acabar condicionando las alternativas del proceso de mejora de la ca- pacidad militar del Perú y de las asignaciones de la Caja Real de Lima. Estas recaían sobre todo en tres grandes rubros de gastos: la Armada del Mar del Sur, las defensas costeras y los situados. Desde la perspectiva de Madrid, Chinchón resultó ser un hábil gestor del antagonismo de intereses, puesto que, en un marco de permanente amenaza de incursiones holandesas que nunca llegaron a materializarse, consiguió revertir el incremento de los gastos defensivos respecto de las sumas remitidas a Casti- lla, sin descuidar demasiado las necesidades militares locales. Según se ha vis- to, logró aumentar los ingresos de la Real Hacienda, reducir los gastos militares, aunque al mismo tiempo realizó una importante actividad para mejorar la situa- ción de la defensa naval y también de la del puerto de El Callao 192. En cambio, los años del marqués de Mancera tuvieron un signo distinto. Coincidiendo con el aumento de los ingresos de la Caja de Lima, como resultado de las medidas fiscales asentadas por Chinchón, el último virrey del valimiento de Olivares se dedicó a mejorar el sistema defensivo incrementando los recursos y las estructuras militares en contraposición a las instrucciones recibidas desde Ma- drid. En estos años no solo se construyeron las mayores embarcaciones de la his- toria de la Armada del Mar del Sur, sino que también se fortificó el puerto de El Callao con una muralla perimetral de piedra y cal. El coste total de la obra ascen- dió a 876.000 pesos 193. Asimismo, el esfuerzo defensivo se dejó sentir en las pla- zas de Valdivia y Arica. Cuando en Madrid se tuvo noticia del incremento del gasto se escribió inmediatamente al virrey ordenándole que dejara las cosas como

192 “Relación del Estado en que el conde de Chinchón deja el gobierno del Perú”, en L. HANKE: Los virreyes españoles en América…, op. cit., vol. 3, pp. 69 y ss. y 78 y ss. y carta del conde de Chinchón a S. M., Panamá, 26 de julio de 1640 (AGI, Lima, 6). 193 “Relación del estado del gobierno del Perú que hace el marqués de Mancera al virrey conde de Salvatierra”, en L. HANKE: Los virreyes españoles en América…, op. cit., vol. 3, p. 179.

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Planta de El Callao con la nueva fortificación con que la ciñe el Señor Marqués de Mancera, Virrey, Gobernador y Capitán General del Perú. Año de 1641, AGI, MP-Perú Chile, 8

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estaban y que esperara nuevas instrucciones 194. Aparentemente, la intención consistía en recuperar el equilibrio alcanzado durante la gestión anterior. Los años del conde de Salvatierra remedaron en cierto sentido la coyuntura de la gestión de Chinchón. Habiendo heredado una poderosa flota y cesado las amenazas, recibió instrucciones de reducir los gastos. Sin embargo, a diferencia de aquel, se produjo un debilitamiento notable de la Armada del Mar del Sur que debió ser reforzada por el conde de Alba de Liste, quien se encontró con una es- cuadra formada por solo dos embarcaciones 195. No obstante la oposición, proce- dió a la construcción de dos galeones y un patache que entraron en servicio a comienzos de la década de 1660. De este modo se construyó la última flota finan- ciada directamente por la Corona durante el siglo XVII. Para el año 1663, el virrey Santisteban reportó que había solo tres buques operativos que conformarían la armada hasta la llegada del duque de la Palata en la década de 1680 196. Un claro indicador de la pérdida del potencial defensivo del virreinato que acompañó la caída del tráfico entre Lima y Panamá 197. Pese a la presión de la Corona, los gastos, salvo en muy pocos años, no volvie- ron de forma persistente a los niveles alcanzados al final de la gestión de Chinchón. En términos absolutos, si se contabilizan los egresos defensivos por décadas, se constata una firme continuidad desde 1620 hasta 1680, solo interrumpida duran- te la década de 1630 198. Los gastos militares de distinta naturaleza que, según se ha señalado, tenían una relación directa con la posibilidad de enviar remesas reales a Castilla, pasaron a ocupar una mayor proporción absoluta en el total de los egre- sos de la Caja de Lima. Así, si para la primera década de la centuria la proporción era de 64 a 36% a favor de los envíos de plata a Sevilla, en la de 1660 la relación se había invertido, hasta alcanzar el 15 y el 85% respectivamente 199.

194 P. B RADLEY: “Historia marítimo-militar del Virreinato del Perú. Siglos XVI-XVIII”, en C. MILLA BATRES (ed.): Compendio histórico…, op. cit., p. 477. 195 Para la situación defensiva durante el virreinato de Alba de Liste véase P. BRADLEY: Society, Economy and Defense in Seventeenth-Century Peru. The Administration of the Count Alba de Liste (1655-1661), Liverpool 1992, pp. 72-92. 196 P. B RADLEY: “Maritime Defense of the Viceroyalty of Peru…”, op. cit., pp. 167-169. 197 Sobre este tema véase L. CLAYTON: “Trade and Navigation in the Seventeenth Century Viceroyalty of Peru”, Journal of Latin American Studies 7/1 (1975), pp. 1-21. 198 J. TEPASKE: “The Cost of Empire…”, op. cit., p. 19. 199 K. ANDRIEN: Crisis y decadencia…, op. cit., p. 95.

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GRÁFICO N° 3. Gastos militares de la Caja de Lima (1622-1666) 200

Si bien esta circunstancia no supuso necesariamente –como señalara Lynch– una mayor disponibilidad de plata en el virreinato –recordemos, por ejemplo, que Moutokias indicó hace ya algún tiempo que la plata salida por Buenos Aires du- rante la segunda mitad del siglo XVII alcanzó niveles significativos que rivalizaban con la ruta monopólica 201– lo cierto es que aseguró un gasto constante que, en un contexto de caída de los ingresos de hacienda, continuó alcanzando a ciertos sectores limeños. Es verdad que el mecanismo de financiación militar benefició al

200 Elaboración propia a partir de P. BRADLEY: “The Cost of Defending a Viceroyalty: Crown Revenue and the Defence of Peru in the Seventeenth Century”, Ibero- Amerikanisches Archiv 10/3 (1984), pp. 283-287. Las cifras están expresadas en pesos de ocho reales. 201 Z. MOUTOUKIAS: Contrabando y control colonial…, op. cit.

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sector mercantil, pero también que incidió en los sectores populares que servían directamente en las armas 202. A pesar de esto, la presión fiscal en Lima y la extensión de la guerra al Pací- fico que planteó la cuestión defensiva con especial virulencia propició las críti- cas al papel que le había correspondido al Perú en el conjunto de la Monarquía e introdujo elementos distorsionantes en la relación entre la Corona y los gru- pos privilegiados virreinales 203. Aunque algunas voces reclamaban a Felipe IV desde Lima que aplicara con mayor decisión una política dinástica confesional que hiciera posible la anhelada recuperación de los Santos Lugares, lo cierto es que, fundamentalmente desde el estamento eclesiástico comenzaron a oírse discur- sos que cuestionaban el programa americano de Olivares y el ahínco con el que estrechaba el cerco contributivo para transferir plata para las empresas milita- res europeas. Es decir, que comenzó a cuestionarse la función que le había sido asignada a los virreinatos americanos en el complejo hispánico y a señalarse las consecuencias que este hecho había provocado. Aquí, la voz más contundente fue la de Salinas y Córdova, uno de los críticos más enconados al programa ame- ricanista del valido 204. Según denunciaba este autor, Flandes cuesta a Su Majestad más de doscientos y ochenta y cuatro millones de oro y plata y más de trescientos cincuenta mil hombres; y yo digo, y todos lo dirán, que la parte no puede recompensar lo gastado, cuanto más lo que va gastado. Pues mucho será que habiendo dado el Perú su sangre y su sustancia, fundida en tantos millones a sus reyes, lo menosprecien y se olviden del cuando lo apuran y combaten enemigos y entrando tantos por su estrecho nunca los siga en su favor España, y siempre le aten las manos a un virrey, para que no gaste en beneficio suyo 205. También desde las filas de las órdenes religiosas, fray Juan de Silva hizo una reafirmación del criollismo y de un planteamiento constitucional al afirmar que

202 Sobre la participación de los sectores mercantiles, véase M. SUÁREZ ESPINOSA: Desafíos transatlánticos…, op. cit. 203 S. ROSE: “Un sueño para un rey: la carta de Antonio de Maldonado a Felipe IV”, en S. ROSE, P. SCHMIDT y G. WIEBER: Los sueños en la cultura iberoamericana (siglos XVI-XVIII), Sevilla 2011, pp. 359-384. 204 Como ha señalado Carlos Gálvez Peña: “como sucede con las narrativas histórico- religiosas del siglo XVII, Salinas usa un tema pío para introducir al lector en otras demandas”. Véase C. GÁLVEZ PEÑA: “El carro de Ezequiel…”, op. cit., p. 50. 205 B. SALINAS Y CÓRDOBA: Memorial de las historias del Nuevo Mundo Perú, Lima 1631, p. 255.

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estos reinos de las Indias son de por sí independientes de España y no subalternos, y así principalmente se ha de mirar por el bien de esta república sin subordinarla a otra ninguna 206. En este caso, el problema de fondo era la naturaleza del vínculo que tenían entre sí los territorios que integraban la monarquía de Felipe IV. En el contexto del valimiento de Olivares, las dificultades financieras, traduci- das en el aumento de las presiones sobre los súbditos, supusieron un duro desa- fío para la idea de que la justicia era la base de la organización política. También provocaron respuestas contundentes, tanto en la esfera de la práctica como en los discursos políticos. Según se sabe, en el pensamiento político de la época las con- tribuciones o los tributos debían poseer ciertas características para que fueran considerados justos. Además de estar establecidos por quien tuviera autoridad le- gítima para hacerlo, debían orientarse a la utilidad pública y adecuarse a la capa- cidad de los súbditos 207. Estas ideas cobraron una vigencia excepcional en el Perú durante las décadas de 1620 y 1630, cuestionando la presencia del ideal de equi- dad en las acciones del monarca e, incluso, en la política dinástica propulsada por Olivares. Finalmente habría que señalar un problema derivado de la naturaleza com- puesta de la Monarquía y de la crisis desatada en 1640: la situación de los por- tugueses establecidos en el virreinato. La Unión de Coronas había facilitado el establecimiento en el virreinato del Perú de un conjunto significativo de portu- gueses –que nunca dejaron de ser considerados extranjeros pese a la existencia de diversos causes legítimos para residir en Indias–, llegados tanto por mecanis- mos legales como ilegales. Como apunta Sullón Barreto, las medidas prohibiti- vas se mantuvieron a lo largo de todo el siglo XVII, aunque varió su aplicación en función de diversas circunstancias, entra las que indudablemente hay que seña- lar la posición de Olivares al frente de la Monarquía 208. La presencia lusitana fue muy importante en la capital virreinal y también en varios enclaves portuarios, como Cartagena y Buenos Aires, donde se dedi- caron al comercio negrero y al contrabando aprovechando sus vínculos en el

206 Citado en F. ALTUVE-FEBRES LORES: Los Reinos del Perú. Apuntes sobre la monarquía peruana, Lima 2001, p. 91. 207 J. ZAPATA Y SANDOVAL: De iustitia distributiva…, op. cit., p. 30. 208 G. SULLÓN BARRETO: Vasallos y extranjeros: portugueses en la Lima virreinal, 1570- 1680, Madrid 2014 [Tesis inédita], pp. 45 y ss.

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mundo atlántico. Asimismo, cabe destacar su rápida y eficaz integración en las so- ciedades locales, donde, por lo general, establecieron vínculos estrechos con casi todos los sectores sociales. Aunque el comercio a diversas escalas fue la principal ocupación de la comunidad lusitana limeña, también los súbditos portugueses se dedicaron a las actividades navales y a los oficios mecánicos artesanales. De cualquier manera, al menos en Lima los lusitanos no estuvieron exentos de las persecuciones de la Inquisición y también de las represalias originadas por el reconocimiento de Juan IV como rey de Portugal. En 1625, 1639 y 1641 se realizaron tres autos de fe que tuvieron un objetivo punitivo muy definido. En los dos primeros sobresalió el cargo de judaizar que recayó, casi exclusivamente, sobre portugueses nativos o sus descendientes. El auto de 1639 fue una conse- cuencia de lo que se denominó la “Complicidad Grande” 209. Las persecuciones provocadas por este proceso hicieron mella en la comunidad lusa, que perdió par- te de su poder como grupo significativo en la vida del virreinato 210, aunque no acabaron completamente con su presencia. A partir de 1640, el límite que dividía las posesiones castellanas de las portuguesas en Sudamérica volvió a adquirir su significado tradicional de frontera, y la presencia de lusitanos, tanto en el Perú co- mo en la Nueva España, comenzó a ser vista como un riesgo tanto desde la corte como también desde algunos sectores del ámbito local. En el Perú, por ejemplo, la desconfianza llegó a convertirse en temor a raíz de los rumores, más o menos fidedignos, acerca de posibles ataques portugueses, ya fuera a través del puerto de Buenos Aires o mediante la ruta amazónica descubierta en 1637 211. En consecuencia, desde la corte se adoptaron decisiones enérgicas, si bien los portugueses no hicieron ninguna manifestación pública de resistencia, actitud que en muchos casos quedó reservada para el ámbito privado 212. Así, en 1641 se

209 Véase R. MILLAR CORBACHO: “Las confiscaciones de la Inquisición de Lima a los comerciantes de origen judío-portugués en la gran complicidad de 1635”, Revista de Indias 171 (1983), pp. 27-58. 210 Ibidem, p. 54; H. CROSS: “Commerce and Orthodoxy: A Spanish Response to Portuguese Commercial Penetration in the Viceroyalty of Peru, 1580-1640”, The Americas 35/2 (1978), p. 167. 211 R. VALLADARES RAMÍREZ: “El Brasil y las Indias españolas durante la sublevación de Portugal (1640-1668)”, Cuadernos de Historia Moderna 14 (1993), pp. 160-161. 212 Sobre la situación de los portugueses tras la rebelión, véase S. SCHWARTZ: “Panic in the Indies: the Portuguese Threat to the Spanish Empire, 1640-1650”, Colonial Latin American Historical Review 2/1-2 (1993), pp. 165-188.

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le enviaron varias órdenes al virrey para que estableciera un estrecho control so- bre los lusos, entorpeciera sus actividades económicas y sus comunicaciones, los privara del ejercicio de cualquier ocupación relevante y, eventualmente, los in- ternara veinte leguas tierra adentro. Mancera, por su parte, procedió al desarme masivo de los portugueses y, en 1642, dispuso el internamiento de los que resi- dían en Lima y en otros puntos del virreinato, medida cuyo cumplimiento fue bastante limitado 213. Ese mismo año, el virrey escribió a Madrid para informar que aún negociaban quinientos portugueses en Lima 214. Años más tarde, en 1649, el conde de Salvatierra ordenó la publicación de un bando en el que se dispuso el empadronamiento de todos los portugueses de cualquier estado o condición que permanecieran en el virreinato, lo cual es un claro indicio de la continuidad de una comunidad lusitana en el Perú 215.

LA VIDA POLÍTICA LIMEÑA Y LAS DINÁMICAS TRANSATLÁNTICAS DE PODER: CONSENSO, NEGOCIACIÓN Y UN NUEVO EQUILIBRIO FUNCIONAL

Parece claro que en el estudio de las dinámicas políticas en clave transatlán- tica la corte limeña, organizada en torno a la figura del virrey, ocupa un lugar preponderante. Al igual que lo ocurrido en otros reinos, la “virreinalización” de la monarquía, que se saldó con el establecimiento de un representante real, un alter ego que procuraba conjurar simbólicamente el absentismo del monarca, creó un denso espacio cortesano en donde tuvo lugar una fuerte imbricación entre los distintos organismos limeños, tanto de los que representaban al rey como de los que daban voz a la república, especialmente el cabildo y el Consu- lado. Este complejo sistema fue expuesto a fuertes tensiones a raíz de las de- mandas que el poder central concentró en la sede virreinal entre las décadas de 1620 y 1640, propiciando el desarrollo de una intensa actividad política que re- vela las características de la gestión, de la gobernabilidad de los territorios co- loniales y también la búsqueda de un nuevo punto de equilibrio funcional en las

213 F. S ERRANO MANGAS: “Judíos y portugueses. La Inquisición”, en D. RAMOS PÉREZ (ed.): Historia de España. La formación de las sociedades iberoamericanas (1568-1700), Madrid 1999, vol. XXVII, pp. 260 y ss. 214 Ibidem, p. 238. 215 G. SULLÓN BARRETO: Vasallos y extranjeros…, op. cit., p. 50.

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relaciones transatlánticas, siempre dinámicas y cambiantes. De hecho, lo que comenzó como un firme avance del poder real sobre los súbditos virreinales acabó dando lugar a una situación en la que los grupos de poder local fortale- cieron su posición en diversos espacios clave del virreinato, reduciendo de este modo la capacidad de intervención de la Corona, aunque nunca se puso en en- tredicho su autoridad y su jurisdicción. Si bien este proceso tuvo unas raíces profundas, ya que dependía de fenó- menos peninsulares y americanos, conectados entre sí de un modo más o me- nos estrecho, e implicaba aspectos tan variados como la coyuntura económica y la situación de la Real Hacienda en los territorios en cuestión; la relación con los demás miembros de la monarquía compuesta; el panorama social o político interno; las consecuencias y resultados de las empresas imperiales; el estado, la composición y la predisposición de la estructura burocrática; e incluso circuns- tancias menos palpables como los sentimientos identitarios, las lealtades de los individuos y las expectativas de las élites indianas, lo cierto es que en términos políticos se manifestó fundamentalmente durante la gestión del virrey Chin- chón y, en menor medida, del marqués de Mancera. Chinchón marchó a América con el encargo de imponer un programa fiscal y contributivo con el que aumentar la participación de los súbditos peruanos, especialmente los limeños, en la financiación de la política dinástica. Para ello recibió instrucciones no solo de algunos de los especialistas en la gestión india- na de la corte, como el consejero Rodrigo de Aguiar y Acuña, sino también del propio Olivares. Aquel, de un modo muy ilustrativo, se encargó de caracterizar las dinámicas políticas de la capital virreinal y la forma de proceder en el esta- blecimiento de novedades. Aguiar puntualizó que en las Indias no hay votos en cortes ni junta de ayuntamiento, sino que hacen los virreyes juntas de ministros y llaman algunos vecinos, cuales les parece, y con aquellos acuerdos, y comunicándolo con los corregidores y los prelados, fácilmente se introduce la materia en los cabildos eclesiásticos y seglares, cuando conviene y se halla dispuesto. De suerte que lo más consiste en la traza del virrey y el deseo de tenerle agrado. Porque tiene premios de que hacerles gratificación 216. Una vez en Lima y frente a este panorama, Chinchón, que estaba especial- mente presionado por el valido, abrió un largo y prudente proceso de negociación

216 Respuesta de Rodrigo de Aguiar y Acuña a una carta del conde de Chinchón, Madrid, 14 de marzo de 1628 (AGI, Indiferente, 2690).

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con los sectores privilegiados de la capital, especialmente con los mercaderes, que no solo afectó al ritmo de imposición de las reales cédulas, sino también a la selección de los mecanismos fiscales que efectivamente se asentaron, a las di- námicas institucionales y a los términos de su aceptación por parte de la élite virreinal 217. De esta manera, el representante del rey forzó al poder central a tolerar un retraso de casi una década en el establecimiento de unas medidas contributivas que en la corte se juzgaban urgentes, transigiendo ante los intere- ses de la élite local en un proceso que acabó resultando ambiguo. En concreto, Chinchón introdujo la materia lentamente por medio de sucesivas reuniones con los representantes del cabildo y del Consulado, hasta hacerla tolerable y asumible, aunque sin dejar de proponer cambios de relevancia en la naturaleza de los mecanismos contributivos 218. Su accionar reveló, por un lado, sus propias ideas acerca cómo debían ser las relaciones entre rey y reino. Chinchón enfatizó la importancia de un elemento central que no estaba en sintonía con las urgencias del régimen del valido: su convencimiento de la necesidad, o al menos de la conveniencia, de establecer una forma de representación que les permitiera a los cuerpos políticos de la mo- narquía manifestar la aceptación –e incluso eventualmente el rechazo– de las cargas fiscales 219. Así, el virrey tomaba distancia de la corriente de obediencia que durante los años del conde-duque se proyectó desde Madrid e intersectaba la tradición constitucionalista, firmemente mantenida en Indias por los grupos elitistas, en la que el pacto social, el acuerdo y la reciprocidad tenían un papel central 220. En este sentido, no conviene olvidar que el primer acto político de un nuevo virrey del Perú consistía en jurar preservar los fueros de Lima 221. Por esta razón, Chinchón, como recordaba su secretario “aborreció […] todo géne- ro de arbitrios por parecerle que no hay ninguno que sea de las calidades que debe tener para ser bien admitido” 222. En su lugar, seleccionó los

217 Véase este proceso en A. AMADORI: Negociando la obediencia…, op. cit., pp. 323 y ss. 218 Ibidem. 219 Cfr. copia de carta del conde de Chinchón a Felipe IV, Madrid, 14 de marzo de 1628, y carta del conde de Chinchón a Felipe IV, Lima, 31 de marzo de 1633 (en AGI, Indiferente, 2690). 220 B. LAVALLÉ: ““El criollismo americano y los pactos fundamentales…”, op. cit. 221 A. OSORIO: “La entrada del virrey y el ejercicio de poder...”, op. cit., pp. 767-831. 222 D. P ÉREZ GALLEGO: “Alguna parte del acertado y prudente gobierno…”, op. cit., p. 316.

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medios […] menos gravosos a los pobres y sin gasto para su administración y de tan fácil exacción, y que no requerían ni breve apostólico para la contribución de eclesiásticos, ni concesión precisa de las ciudades por ser derechos legales, y que dejaban libres los mantenimientos para cualquier sisa que fuese menester cargarles en tiempos y ocasiones de necesidades de las repúblicas, fundamentos que se aprobaron en dos juntas de todos los ministros de justicia y hacienda de esta ciudad, con quienes lo comuniqué 223. Por otro lado, su gestión evidencia la merma de la capacidad de la Corona de controlar el avance contributivo, cuya implementación quedó a cargo del vi- rrey, que se desempeñó con gran autonomía. En el marco de un imperio nego- ciado, en el que los acuerdos funcionales entre sus múltiples polos de poder estuvieron a la orden del día, contribuyendo de forma decisiva al manteni- miento del vínculo político entre la Corona y las posesiones americanas, los servidores reales más encumbrados del gobierno colonial podían constituirse, alternativamente, en factores de estabilidad o en detonantes de enfrentamien- tos y rebeliones dependiendo de cómo gestionaran las instrucciones del poder central y su inserción relacional en el ámbito de su jurisdicción 224. El conde de Chinchón disfrutó de un importante margen de maniobra y, en la práctica, actuó como un intermediario entre la Corona y la elite limeña que tendió a buscar puntos de acuerdo. Incluso, en ciertas ocasiones se alineó decididamen- te con las reclamaciones de este último colectivo. Por ejemplo, no solo secun- dó varias alternativas para incrementar institucionalmente el poder de las elites indianas por medio de su participación en las cortes de Castilla, sino que tam- bién procuró dar una mayor presencia a los criollos en la alta administración de la Monarquía. En suma, las alternativas y características del programa fiscal asentado fun- damentalmente por Chinchón y completado por Mancera supuso un momento significativo de las relaciones transatlánticas; si bien, según se ha constatado, los ingresos obtenidos y las remesas a Castilla fueron considerables durante unos años, la coyuntura abierta por la necesidad de la Real Hacienda en conjunción con otras circunstancias ya referidas propició el incremento del poder de los gru- pos elitistas limeños por algunos de los mecanismos introducidos para obtener

223 “Relación del Estado en que el conde de Chinchón deja el gobierno del Perú”, en L. HANKE: Los virreyes españoles en América…, op. cit., vol. 3, p. 71. El resaltado es mío. 224 A. AMADORI:“No es menos servicio el diferir que el ejecutar. El programa fiscal de Felipe IV para el Perú y la gestión del virrey Chinchón”, Histórica 46/1 (2013), pp. 9 y ss.

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recursos. Durante los años de Felipe IV los criollos no fueron promocionados a los organismos indianos de la corte, ni a las altas instancias del gobierno; tampo- co accedieron masivamente a las audiencias, como ocurriría durante el reinado de Carlos II 225. Pero consiguieron conquistar los principales resortes del poder local, convirtiéndose en el eslabón fundamental de la gobernabilidad del virrei- nato, con un papel de intermediación decisivo que se iría acentuando aún más durante la segunda mitad de la centuria. Pese a que este cambio en el equilibrio de poder no estuvo exento de fuertes tensiones, es importante precisar que a lo largo de estos años y al menos en la ca- pital virreinal, la vida política se conformó más como un ámbito de acuerdo y ne- gociación que de conflicto. Cierto que el resultado acabó favoreciendo a la élite limeña, pero también hay que apuntar a otras dos circunstancias que diferencia- ron a la experiencia limeña de lo ocurrido en México. En primer término, cabría resaltar el carácter conciliador de los virreyes que atravesaron los momentos más controvertidos del pulso contributivo. En segundo término, conviene atender a una cuestión esencial. En general, podemos decir que durante el reinado de Feli- pe IV la relación entre la administración real y los distintos organismos del esta- mento eclesiásticos, aunque a veces fueron tensas, no llegaron a confrontaciones abiertas y decididas con el poder real, tal y como ocurrió en la Nueva España. Chinchón, de hecho, mantuvo buenas relaciones con el arzobispo Arias de Ugar- te, lo que sirvió para disuadir cualquier conato de resistencia 226. Cierto es que la Corona veía con preocupación el notable incremento de su poder económico, las dificultades en torno al cobro del diezmo, ciertas resisten- cias respecto de algunos nuevos mecanismos fiscales –como la del cabildo ecle- siástico ante la Unión de Armas–. Además, hay que señalar el hecho de que, coincidiendo con lo ocurrido en la Península, también comenzó a elaborarse un discurso acerca de la necesidad de controlar su expansión y evitar la prolifera- ción de amplios contingentes improductivos, de ahí que se buscara contener su incidencia 227. Así, por ejemplo, desde Madrid se ordenó varias veces que no se

225 M. BURKHOLDER y D. CHANDLER: De la impotencia a la autoridad…, op. cit. 226 R. VARGAS UGARTE: “Historia del siglo XVII”, op. cit., p. 289. 227 M. SATO: “Cabildo eclesiástico de Lima bajo la Unión De Armas, 1639-1648”, ponencia presentada al XVII Congreso de AHILA, Berlín 2014; F. ARMAS MEDINA: “Las propiedades de las Órdenes Religiosas y el problema de los diezmos en el virreinato peruano en la primera mitad del siglo XVII”, Anuario de Estudios Americanos 23 (1966), pp. 681-721.

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establecieran conventos sin autorización real 228. No hay que soslayar que algu- nos de los virreyes mantuvieron problemas con alguna de las corporaciones re- ligiosas, como Alba de Liste, que tuvo un enconado enfrentamiento con la Inquisición, ni el hecho de que sobre todo desde las órdenes, con fuerte partici- pación criolla, se elaboró un discurso a veces sumamente crítico con el gobierno de la Monarquía 229. Sin embargo, los antagonismos fueron puntuales y su viru- lencia poco significativa, lo que permite afirmar que desde los estamentos ecle- siásticos se produjo un respaldo más que una oposición a la administración real. Asimismo, es importante tener presente que, aunque desde comienzos del siglo XVII parece haberse acentuado el sentido de pertenencia al espacio local que estuvo acompañado de ciertas reivindicaciones políticas, en la capital vi- rreinal el factor “nacional” no mediatizó de un modo tan intenso como en los reinos peninsulares las relaciones con el poder central de la Monarquía. Proba- blemente, a diferencia de lo ocurrido en Portugal y Cataluña, la conformación de los virreinatos americanos como espacios políticos en virtud de la conquista castellana debilitó la posibilidad de establecer una continuidad con la historia y el ordenamiento político anteriores a su incorporación a la Monarquía. También que el carácter multiétnico de las sociedades coloniales propició puntos de acer- camiento a la Corona por parte de las élites, que la contemplaron claramente –no cabía otra posibilidad– como un elemento que garantizaba la continuidad del orden social. Situando al caso limeño en el espacio de la Monarquía y adoptando una perspectiva de larga duración, el reinado de Felipe IV atraviesa la ajetreada co- yuntura de la década de 1640, que contempló numerosos movimientos contrarios al poder real y sublevaciones que llevaron a la fragmentación del conglomerado político de los Habsburgo. Desde esta óptica, lo ocurrido en el Perú se presen- ta como otro escenario tanto para el análisis de la crisis de la Monarquía como también para apreciar la conformación de un nuevo acuerdo tácito en el que los distintos sectores de la élite local se convirtieron en un elemento indispensable para el gobierno del virreinato y el mantenimiento del vínculo transatlántico. Es así que durante estos años podemos constatar la revisión de un modelo de go- bierno –al tiempo también de un esquema historiográfico– que estaba en crisis cuyo origen, como señalara Juan de Palafox, no se encontraba en el avance de

228 Respuesta sobre varios asuntos al virrey del Perú, AGI, Lima, 572, lib. 22, f. 10. 229 C. GÁLVEZ PEÑA: “El carro de Ezequiel…”, op. cit.

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Olivares sino en las características que le habían sido impuestas ya en tiempos de Felipe II 230. El nuevo equilibrio de poder alcanzado a partir de la mitad de la centuria nos sitúa ante las posibilidades que durante el siglo XVII se ofrecían para gestionar una monarquía transatlántica, resaltando –más que lo que la his- toriografía muchas veces ha denominado como limitaciones– la fortaleza de un sistema consolidado a partir del incremento de la participación de las élites loca- les en los espacios de poder virreinal. De este modo parecen adquirir todo su sen- tido las palabras de aquellos que, como Chinchón, Palafox o incluso Salinas y Córdova, proponían desandar el camino que conducía al fortalecimiento del po- der real frente a los súbditos, redimensionando la relación política con la metró- poli a partir del fortalecimiento de la élite local y de la autonomía del reino 231.

230 M. RIVERO RODRÍGUEZ: “La reconstrucción de la Monarquía Hispánica…”, op. cit. 231 C. GÁLVEZ PEÑA: “El carro de Ezequiel…”, op. cit., p. 60.

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El gobierno en la Audiencia de Quito. Conflicto jurisdiccional y práctica política (1621-1665)

Pilar Ponce Leiva Universidad Complutense de Madrid

INTRODUCCIÓN

¿Cómo se gobernaba el territorio comprendido en la jurisdicción de la Audien- cia de Quito durante el reinado de Felipe IV (1621-1665)? Es esta una pregunta sencilla de formular pero difícil de responder: la pregunta remite necesaria- mente a una diversidad de temas por considerar y a una fluctuante combinación de factores –estructurales unos y coyunturales otros– cuyo ensamblaje resulta extraordinariamente complejo. La pregunta remite, asimismo, a la cultura polí- tica dominante en la Monarquía Hispánica analizada a partir de las teorías y las prácticas de gobierno, lo cual hace de ella un desafío inquietante ya que cada uno de los términos empleados implica por sí mismo un nuevo interrogante. Partiremos de una noción de cultura política que remite a un conjunto de discursos y prácticas que caracterizan la actividad política de una determinada comunidad, entendiéndose dicha actividad como la articulación, negociación y puesta en práctica de una serie de derechos por los que compiten individuos y grupos diversos 1. En la cultura política imperante en la Europa de la Edad Moderna, en la que la Monarquía Hispánica ha dejado hace tiempo de ser considerada como una

1 K. BAKER: The French Revolution and the Creation of Modern Political Culture, Vol. I: The Political Culture of the Old Regimen, Oxford 1987, pp. XI-XIII, cit. por A. CAÑEQUE: “Cultura viceregia y estado colonial. Una aproximación crítica al estudio de la historia política de la Nueva España”, Revista Mexicana 51 (2001), p. 7.

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“anomalía”, una “excepción” y una “entidad política poco operativa” 2, el Es- tado –sin la connotación adquirida en el siglo XIX pero con pleno sentido y ope- ratividad entre los coetáneos– se entiende constituido por un marcado pluralismo de cuerpos, estados y núcleos políticos dentro del propio estado, cada uno de los cuales tiene pretensiones de autoridad y poder; por una capacidad y deseo de actuar por parte del gobierno central y de los organismos públicos muy limitados; e incluso por una cierta inclinación institucional a limitar sus propias prerrogativas y reconocer formas separadas y particularizadas de organización política 3. Tal búsqueda de equilibrio entre particularismo e integración, entre cuerpos desagregados (por la distancia y las normas) y la necesaria trabazón entre los reinos, imprescindible para su debida conservación, fueron las pautas rectoras de la gestión política en la Monarquía Hispánica, y por ende en sus territorios americanos 4. Desde el punto de vista de la teoría política, en el periodo que nos ocupa ca- be distinguir dos formas de entender el ejercicio del poder: una tradicional, que hundiendo sus raíces en la Edad Media considera el hecho de impartir justicia como atributo máximo de soberanía y otra, desarrollada desde comienzos del si- glo XVI por una Monarquía en expansión como fue la Hispánica, en la que se fue imponiendo la división de competencias entre diferentes “ramas” de la ad- ministración que se trasluce en una clara diferenciación entre iurisdictio y gober- naculum 5. Ambas concepciones reflejaban diferentes formas de gestionar una cultura política que, siendo cada vez más compleja, buscaba nuevos modelos que permitieran afrontar las nuevas situaciones conservando, a la vez, concep- ciones seculares sobre la naturaleza del poder y la forma de gestionarlo. La ten- sión entre dos formas de entender el ejercicio del poder –una propia de los

2 X. GIL PUJOL: La fábrica de la Monarquía. Traza y conservación de la Monarquía de España de los Reyes Católicos y los Austrias, Madrid 2016, p. 22. 3 G. CHITTOLINI: “The ‘Private,’ the ‘Public,’ the State”, Journal of Modern History 67 (1995), pp. 45-46. 4 X. GIL PUJOL: La fábrica de la Monarquía…, op. cit., pp. 121-189. 5 A. GARCÍA GALLO: “La división de las competencias administrativas en España e Indias en la Edad Moderna”, en Los orígenes españoles de las instituciones americanas. Estudios de Derecho Indiano, Madrid 1987, pp. 759-776; C. GARRIGA: “Las Audiencias: justicia y el gobierno de las Indias”, en F. BARRIOS PINTADO (coord.): El gobierno de un mundo. Virreinatos y audiencias en la América Hispana, Cuenca 2004, pp. 711-794.

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juristas, otra más acorde con los tiempos políticos y las necesidades administra- tivas– explica en gran medida los constantes y en ocasiones agudos enfrenta- mientos mantenidos entre la Audiencia de Quito y el virrey del Perú, como iremos viendo en las páginas siguientes. Junto a los principios rectores de la acción política, a la tratadística y al len- guaje propio de la época, interesa hacer un seguimiento lo más pormenorizado posible de las prácticas concretas que permitan identificar los elementos sobre los cuales las monarquías ibéricas basaron su expansión y conservación […] Este enfoque permite entender no tanto (o no solo) lo que ocurría en la corte, sino cómo una realidad imperial fue construida en el nivel cotidiano y local 6. Una visión cada vez más amplia y comprehensiva de los territorios america- nos integrados en la Monarquía Hispánica está permitiendo –si bien aun tími- damente– modificar la idea de que Lima y México representaron, lideraron y protagonizaron la historia política de la América Hispana; de hecho, y paradó- jicamente, ambas ciudades por el hecho mismo de ser cortes virreinales fueron la excepción y no la norma en el gobierno de las ciudades americanas. Suscribiendo la afirmación de que “si no es posible entender el conjunto sin atender a lo particular en tiempo y espacio, tampoco es posible entender lo parti- cular si no es insertándolo en un contexto más amplio” 7, en el presente capítulo pretendemos analizar la cultura política (como combinación de teoría y práctica) que reguló el proceso de toma de decisiones en el territorio de la Audiencia de Quito a través de la documentación generada por el propio tribunal, por las re- laciones entre Madrid y Quito a través de la correspondencia entre el consejo y la audiencia y, las relaciones entre Lima y Quito a través de la gestión de los vi- rreyes reflejada en sus memoriales y correspondencia. Se trata, en definitiva, de entender las relaciones entre Madrid, Lima y Quito a partir de la gestión desem- peñada en sus respectivos ámbitos de decisión política, personificados tanto en el Consejo de Indias como en la figura del virrey y el presidente de la audiencia, dando por sentado que la acción política no se sitúa exclusivamente en las insti- tuciones; sabido es, que las acciones y decisiones de los agentes rectores no están

6 P. CARDIM, T. HERZOG, J. J. RUIZ IBÁÑEZ y G. SABATINI (eds.): Polycentric Monarchies. How did early modern Spain and Portugal achieve and maintain a Global Hegemony?, Eastbourne/Portland 2012, p. 5. 7 Ibidem,p. 4.

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aisladas del contexto social y económico en el que se insertan, sino que en gran medida responden a él, o por lo menos a determinados sectores sociales y gru- pos con intereses compartidos. Por último, pero no por ello menos importante, conviene recordar que si bien existe hoy en día un amplio consenso sobre la necesidad de hacer estudios partiendo de la práctica del poder –no sólo de la teoría institucional, legal o po- lítica–, de las coyunturas precisas y de los espacios diferenciados, aún no se ha alcanzado completamente el requisito fundamental para dar solidez a las pro- puestas formuladas, y es su obligada sustentación en pertinentes y explícitas fuentes documentales. Si algo ha quedado claro sobre la gestión del distrito de la Audiencia de Quito entre el siglo XVI y mediados del XVII es la distancia exis- tente entre determinados planteamientos teóricos y las prácticas reflejadas en la documentación; de hecho, identificar, localizar y tener acceso a las fuentes ne- cesarias ha sido, sin duda, una de las principales dificultades a superar en la pre- sente investigación. No ha sido posible localizar, ni en Lima ni en Quito, la correspondencia en- tre el virrey, los gobernadores y el presidente de la audiencia. Del tono de la misma y de algunos de los temas tratados sólo queda constancia en copias con- servadas en el Archivo de Indias en Sevilla, inserta a su vez en la corresponden- cia entre el consejo y las autoridades americanas. Este dato nos pone sobre aviso en relación a la intensidad de la relación bilateral Madrid-Quito frente a las co- nexiones interamericanas, dicho sea esto con toda cautela, ya que puede deber- se únicamente a una cuestión de conservación de la documentación. En cuanto a la documentación generada por la Audiencia de Quito, su acción de gobierno quedó recogida en los Autos y Reales Provisiones dictadas al mar- gen de cualquier causa judicial, pero no se ha conservado ese tipo de fuente para la época analizada 8. Las anteriores Provisiones bien aparecen incluidas en corres- pondencia dispersa, o adjuntas en expedientes de diversa temática o, no fueron conservadas en su día en la Secretaría del Real Acuerdo. En 1664, Alonso Sánchez Maldonado, escribano de Cámara, dice que en su escribanía se habían puesto en papel una serie de Provisiones de oficio y despachos (relacionados con renuncias de oficios, venta y pregones, exhibición de confirmaciones de regidurías, tesore- rías, arrendamiento de obraje de pólvora) y pide que se le dé ayuda de costa para

8 En el Archivo Nacional de Ecuador (ANE), la Caja 1 de la Sección de Reales Provisiones comienza en 1660.

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pagar el papel sellado y oficiales. Los documentos que había puesto en papel eran “Provisiones despachadas de oficio en la Secretaría de Cámara” 9, y no se encuen- tran en las ediciones de Autos publicados hasta el momento, lo cual permite aven- turar que documentación expedida por el tribunal de la Audiencia puede estar aún entre los protocolos notariales correspondientes a los diversos escribanos de cámara de Quito. En el Archivo Nacional de Ecuador se encuentran 15 volúmenes de Autos Acordados procedentes de la Corte Suprema de Justicia que cubre el periodo de 1578 a 1812. De ellos se encuentran publicados tres, pero uno de ellos es en la actualidad virtualmente ilocalizable 10. Pese al título del libro “Autos de jus- ticia y gobierno” del publicado en 1971, los Autos incluidos son sentencias en juicios entre partes, en los que no siempre consta o se entiende el caso visto. En otros, no se especifica ni siquiera la materia del caso 11.

EL DISTRITO DE LA AUDIENCIA DE QUITO: UN TERRITORIO COMPLEJO

Situada entre la Audiencia de Lima y la de Santa Fe de Bogotá, los límites ju- risdiccionales de la Real Audiencia de Quito comprendían por el norte hasta el puerto de Buenaventura por la costa y hasta Popayán por el interior (ambas actual- mente en Colombia), por el sur hasta Paita (actualmente Perú), por el oeste hasta el Pacífico, por el este no se le señalaron límites determinados –dejando abierto el campo para nuevos descubrimientos– y por el sudeste hasta el Amazonas. El inmenso territorio comprendido, sólo superado por el correspondiente a la Audiencia de Charcas, presenta tres regiones naturales claramente diferencia- das –la costa, la sierra, y el oriente (o selva amazónica)–, con alturas que oscilan

9 Para la referencia a Alonso Sánchez Maldonado véase “Autos Acordados de Gobierno de la Real Audiencia de Quito 1578-1722”, en J. REIG SATORRES (ed.): Anuario Histórico Jurídico Ecuatoriano II, Guayaquil 1971, pp. 99 y 100. 10 “Autos Acordados… 1578-1722”, y “Autos de Justicia y de Gobierno, 1610-1629”, en J. REIG SATORRES (ed.): Anuario Histórico Jurídico Ecuatoriano X, Guayaquil 1997. El tercero es del Libro de Acuerdos de la Real Audiencia. 1610-1641, Quito, 2 vols. 11 Sobre esta documentación véase J. FREILE GRANIZO: “Introducción”, en J. REIG SATORRES (ed.): Anuario Histórico Jurídico Ecuatoriano II, op. cit., y J. REIG SATORRES: “Breve Estudio. Real Audiencia y Chancillería de Quito”, en J. REIG SATORRES (ed.): Anuario Histórico Jurídico Ecuatoriano X, op. cit., pp. I-C.

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entre el nivel del mar y los 6.000 metros; tal variedad en altitud y longitud favo- rece la existencia de múltiples microclimas y nichos ecológicos con marcadas di- ferencias medioambientales, lo cual confiere al territorio una gran riqueza de recursos naturales y una variada gama de formas sociales. El primer aspecto que llama la atención sobre la Audiencia de Quito en los siglos XVII y XVIII es el desequilibrio en la ocupación del espacio: frente a la más o menos intensiva ocupación y explotación de la costa central y la sierra, tanto los extremos norte y sur de la región costera como el oriente, aparecen como áreas escasamente pobladas con una utilización mínima de sus recursos 12. A es- ta desigualdad demográfica cabe añadir una precaria red de comunicaciones. Desde el siglo XVI se establecieron los respectivos cabildos en las ciudades que paulatinamente se fundaron (Popayán, Quito, Guayaquil, Cuenca, Loja... por citar las principales) quedando el oriente sin un centro aglutinador estable, pero con varios asentamientos reconocibles. En cada uno de estos espacios, su- jetos todos a la jurisdicción de la Audiencia de Quito, se fueron desarrollando di- ferentes sociedades con peculiaridades propias, con economías complementarias en unas épocas y contrapuestas en otras. Tal desarticulación regional existió, por lo tanto, desde el siglo XVI, pero fue en el XIX cuando alcanzó su momento más crítico 13. Salvo en zonas puntuales del páramo y la costa, la variedad de climas, la fer- tilidad del suelo, la existencia de diferentes alturas con respecto al nivel del mar (hábil y secularmente utilizada por los indígenas), el potencial económico que ofrecía la Audiencia, en definitiva, fue un tema central en cuantas obras, infor- mes y relaciones se escribieron sobre el territorio 14; si la sierra ofrecía una im- portante riqueza agropecuaria y una reconocida tradición manufacturera de textiles, que en el siglo XVII se distribuían ya “por todos estos reinos desde San- ta Fe, hasta el Tucumán y Chile” 15; tampoco la costa ofrecía dudas en cuanto a

12 J. P. DELER, N. GÓMEZ y E. M. PORTAIS: El manejo del espacio en El Ecuador. Etapas Claves, Quito 1983. 13 P. PONCE LEIVA: “Un Espacio para la controversia; la Audiencia de Quito en el siglo XVIII”, Revista de Indias 195-196 (1992), pp. 169-195. 14 P. PONCE LEIVA: Relaciones Histórico-Geográficas de la Audiencia de Quito. Siglos XVI- XIX, t. I, Madrid 1991 (2ª ed., Quito 1992). 15 Informe que hace a S. M. el presidente de Quito (Munive) en los puntos que contiene la Real Cédula de 22 de febrero del año 1680 cerca de los obrajes (AGI, Quito, 69).

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la variedad de sus recursos naturales, que iban desde sus maderas de alta calidad –que convirtieron a Guayaquil en el principal astillero del Pacífico sur hispano– hasta el cacao, pasando por tabaco, pita, sal o azúcar. Por último, el oriente, con su aptitud para el cultivo del algodón, la canela y el cacao es descrito como un mundo de incalculables e inexplotadas riquezas. Sólo los metales preciosos no tuvieron cabida en este panorama de fertilidad y abundancia, aun cuando algu- nas minas de oro se explotaron en Zaruma y especialmente en Popayán. En términos generales, en definitiva, el desequilibrio en la ocupación espa- ñola del territorio, una precaria pero muy utilizada red de comunicaciones, una enfatizada riqueza natural que dio lugar a economías diversificadas y con plena integración en el espacio andino, un marcado carácter multiétnico y su posición alejada de la corte virreinal de Lima aparecen como los rasgos que definen el distrito bajo jurisdicción de la Audiencia de Quito. Desde el punto de vista jurisdiccional, el territorio de la Audiencia de Qui- to estaba dividido en cuatro gobernaciones: la de Quito, la de Quijos, la de Ya- guarzongo-Bracamoros (subsumida por la de Mainas en 1638) y la de Popayán. Cada una de ellas tenía su propio gobernador nombrado por el rey o el virrey, excepto la de Quito, cuyo gobierno –al igual que en Charcas– pasó al virrey a partir del establecimiento de la Audiencia en 1563. Así, el gobierno del territo- rio quedaba repartido entre cuatro autoridades (virrey y tres gobernadores); el gobierno superior de las gobernaciones de Quito, Quijos, Yaguarzongo y Mai- nas correspondía al virrey del Perú, mientras que la supervisión de la goberna- ción de Popayán correspondía al presidente de la Audiencia (pretorial) de Santa Fe de Bogotá 16. La jurisdicción de la Audiencia comprendía, por lo tanto, las cuatro gobernaciones, al margen de quien ejerciera en ellas el gobierno ordina- rio y superior. De las cuatro gobernaciones, las únicas que estuvieron de forma permanente bajo el control efectivo de las autoridades reales y acabaron siendo efectivamen- te rentabilizadas económicamente fueron Quito y Popayán. Varios intentos por abrir rutas hacia Esmeraldas no tuvieron resultados y las gobernaciones de Qui- jos y Mainas (antes Yaguarzongo y Bracamoros) hacia 1635 se encontraban bajo una situación de mínimos; durante el siglo XVII no hubo más de 100 españoles en

16 A. SZÁSZDI: “Virreyes y Audiencias en Indias en el reinado de Felipe II: algunos señalamientos necesarios”, en F. BARRIOS PINTADO (ed.): Derecho y administración pública en las Indias Hispánicas. Actas del XII Congreso Internacional de Historia del Derecho Indiano (Toledo, 19 a 21 de octubre de 1998), Cuenca 2002, vol. 2, pp. 1709 y 1710.

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Mainas (en San Francisco de Borja), siendo éste un territorio de misiones con- troladas por los jesuitas hasta 1680.

GOBIERNO Y JUSTICIA EN LA AUDIENCIA DE QUITO

Desde 1567 y hasta 1706 formalmente el gobierno del distrito lo ejerció, siempre desde Lima, primero el pre si dente Lope García de Castro y después los virreyes sucesivos del Perú 17. Así quedó establecida la norma de gobierno en el distrito correspondiente a la Audiencia de Quito, y así quedó recogida en la Recopilación de Leyes de Indias 18: la práctica seguida en los 250 años si- guientes, sin embargo, trascurrió por otros derroteros.

Poniendo un poco de orden: Fundación de la Audiencia

Para entender cómo se gobernó el extenso territorio que comprendía la Audiencia de Quito, y sobre todo para dar sentido a los constantes conflictos observados entre el virrey, los gobernadores y la Audiencia, es necesario remon- tarse a mediados del siglo XVI, cuando se establece en Quito el tribunal. La fun- dación de la audiencia en 1563 fue el resultado final de la confluencia de tres coyunturas precisas desarrolladas en tres ámbitos diferentes; la corte de Madrid, el virreinato peruano y el propio territorio quiteño. Entre las décadas de 1560 y 1580 se produjo una profunda remodelación en el modelo político y administra- tivo de la Monarquía bajo la influencia directa del por entonces Presidente del Consejo de Castilla, el cardenal Diego de Espinosa (1512?-1572). En una coyun- tura en la que aún se estaban definiendo la organización polisinodial de la Monar- quía, las atribuciones de los virreyes y las relaciones que debían existir entre unos y otros ámbitos de poder, Espinosa acometió una serie de medidas destinadas a

17 I. SÁNCHEZ BELLA: “Quito, Audiencia Subordinada”, separata del Anuario Histórico Jurídico Ecuatoriano 5, Quito 1980, p. 3. 18 “Damos poder y facultad a los Virreyes de el Perú, para que por sí solos tengan y usen el gobierno, así de todos los distritos de la Audiencia de la Ciudad de los Reyes como de las Audiencias de los Charcas, y Quito en todo lo que se ofreciere. Y mandamos a los Presidentes y Oidores de los Charcas, Quito, que no se entrometan en el gobierno de los distritos de sus Audiencias... y los Virreyes provean todo lo que en sus distritos vacare...” (RLI, 3, 3,6).

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menguar (o al menos controlar) el influjo de la nobleza reformando la adminis- tración cortesana. Como representante de Espinosa en el Consejo de Indias, el vi- sitador Juan de Ovando convirtió a éste, de hecho, en una entidad autónoma encargada del ejercicio de la jurisdicción real en América 19. A diferencia del sis- tema implantado en otros consejos de la Monarquía 20, el de Indias ejerció siem- pre las competencias de justicia, gobierno, hacienda y guerra, supervisando, además, la gestión de los virreyes en América, con quienes mantenía correspon- dencia directa (véase infra). La separación entre iurisdictio y gubernaculum –que como queda dicho no se observa en el Consejo de Indias–, da un salto en la jerarquía institucional y po- dría explicar la implantación en 1563 de tres audiencias en Indias sustancial- mente diferentes a las implantadas hasta entonces: surge así el modelo de “audiencia subordinada” como fueron denominadas las de Quito, Charcas y Guadalajara. Frente a los buenos augurios que tal planteamiento pudo generar entre los consejeros del rey a mediados del XVI, las décadas siguientes se encar- garon de demostrar las dificultades que conllevó su aplicación práctica, entre otras cosas por enfrentarse al concepto de justicia propio de la época. Los con- flictos generados entre el presidente y Real Acuerdo de la Audiencia de Quito, por un lado y el virrey por otro serán la tónica dominante a lo largo de los si- glos XVI y XVII. La situación en el virreinato peruano a mediados del siglo XVI, por su parte, influyó decisivamente en la percepción desde la corte de que algo era necesario reformar en un territorio de vital importancia económica y que, por diversos, motivos aun no acababa de serenarse. Tras su creación en 1543, el virreinato fue escenario de agudos enfrentamientos internos y conflictos externos de la más variada índole (desde las sublevaciones indígenas y las guerras civiles, hasta la

19 J. MARTÍNEZ MILLÁN: “La articulación de la Monarquía española a través de la Corte: Consejos territoriales y cortes virreinales en los reinados de Felipe II y Felipe III”, en F. E. CANTÙ (ed.): Las Cortes virreinales de la Monarquía española: América e Italia, Roma 2008, pp. 48, 52. 20 En los cuales el resultado final del largo proceso iniciado por Espinosa fue el diseño de un sistema dual, en el cual la teoría política diferenciaba entre iurisdictio y gubernaculum, siendo la primera competencia de los consejos y audiencias y el segundo facultad privativa del rey y de los virreyes. Véase al respecto J. MARTÍNEZ MILLÁN: “La articulación de la Monarquía española…”, op. cit., p. 60, y M. RIVERO RODRÍGUEZ: La edad de oro de los virreyes: el virreinato en la Monarquía Hispánica durante los siglos XVI y XVII, Madrid 2011, especialmente pp. 108 y ss.

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rebelión de los encomenderos), que sólo comenzaron a remitir a partir de la lle- gada de Francisco de Toledo como virrey del Perú en 1569. El debate sobre qué modelo político y administrativo debería implantarse en aras de alcanzar la anhelada y aun no alcanzada estabilidad política en el territo- rio, se desarrolló a partir de 1561. Las malas experiencias obtenidas con los go- biernos de Andrés Hurtado de Mendoza, marqués de Cañete (1556-1560) y Diego López de Zúñiga y Velasco, conde de Nieva (1561-1564), aconsejaron re- ducir la autonomía de los virreyes, y al mismo tiempo descentralizar la adminis- tración –específicamente en el ámbito judicial– creando nuevas Chancillerías en La Plata, Quito y Concepción de Chile. En esa línea, se insertó la propuesta de la Audiencia de Chuquisaca que abogaba por confiar el gobierno a cada una de las audiencias, haciéndose superfluo el cargo de virrey 21. A lo largo de las décadas de 1560 y 1570, y a través de una trayectoria un tan- to zigzagueante, se optó por suprimir y luego restaurar la figura del virrey en Pe- rú, descentralizar y luego centralizar el gobierno del virreinato, afianzar la figura de los virreyes como “hombres del rey”, mientras la reforma de 1568 convertía al Consejo de Indias –como también se hizo con el de Italia– en una entidad autó- noma encargada del ejercicio de la jurisdicción real en América 22. Por motivos muy diferentes pero concordantes con los objetivos delineados en la corte de Madrid, también los vecinos de Quito eran partidarios de una reorganización en la administración de justicia y de gobierno; buscaban ante todo la implantación de un organismo que les permitiera canalizar y defender eficaz- mente sus peticiones, a la vez que dirimir sus conflictos, sin tener que trasla- darse a Lima para ello. Todos estos factores confluyeron en la instauración de la Real Audiencia de Quito el 29 de agosto de 1563 sobre lo que había sido hasta entonces la goberna- ción de Quito. La nueva institución, implantada bajo la modalidad de “Audiencia subordinada” 23 debía regirse por las Ordenanzas promulgadas en Monzón el 4

21 A. SZÁSZDI: “Virreyes y Audiencias en Indias…”, op. cit., p. 1702. 22 J. MARTÍNEZ MILLÁN: “La articulación de la Monarquía española…”, op. cit., p. 52. 23 A diferencia de las audiencias virreinales y pretoriales, presididas por un virrey o un gobernador de capa y espada, en las audiencias subordinadas el presidente era un letrado y en consecuencia firmaba como juez en las sentencias, pero estaba subordinado al virrey en todo lo que significase gobierno. La Audiencia, como los demás tribunales de Indias, tenía el rango de chancillería por disponer del sello real, lo cual le facultaba para dictar Reales Provisiones. Véase I. SÁNCHEZ BELLA: “Quito, Audiencia Subordinada”, op. cit.; A. GARCÍA GALLO: “Los

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de octubre de 1563, cuya aplicación se fue haciendo extensiva a las demás audien- cias americanas 24. La Audiencia de Quito, en cuanto tribunal, tendría plenas fa- cultades judiciales y limitadas atribuciones de gobierno, siendo éstas similares a las ejercidas por los restantes tribunales americanos 25. Desde el punto de vista local, sin embargo, no interesaban tanto las fun cio nes de gobierno adjudicadas a la Audiencia (de la que se esperaba que actuase básica- mente como lo que era, es decir un tribunal de justicia), cuanto las competencias gubernativas recibidas por su presidente. A diferencia de lo establecido en otras Audiencias, el presidente de la Audiencia de Quito –como el de Charcas– no re- cibió atribuciones en materia de gobierno y, por lo tanto, dichas funciones fueron competencia exclusiva del virrey, o de los tres gobernadores por nombramiento real en sus respectivas jurisdicciones (Popayán, Quijos y Yaguarzongo-Bracamo- ros). Tal segregación de funciones constituyó uno de los aspectos más complejos y polémicos de la historia política del distrito de Quito, siendo fuente inagotable de conflictos entre instituciones y tema para el debate entre investigadores.

¿Por qué había conflictos? La teoría sobre el gobierno

Los conflictos entre virrey y Audiencia de Quito vinieron dados por la ten- sión entre dos formas de considerar el ejercicio del poder. Como ya se indicó en

principios rectores de organización territorial en Indias en el siglo XVI”, en Estudios de Historia del Derecho Indiano, Madrid 1972, pp. 661-693; A. GARCÍA GALLO: “Las Audiencias de Indias. Su origen y caracteres”, Memoria del II Congreso Venezolano de Historia, Caracas 1975, t. I,pp. 359-432; J. REIG SATORRES: “Reconsideración del concepto de Audiencia Subordinada”, en F. BARRIOS PINTADO (ed.): Derecho y administración pública en las Indias Hispánicas..., op. cit., vol. 2, pp. 1461-1488, y A. SZÁSZDI: “Virreyes y Audiencias en Indias…”, op. cit. 24 Ordenanzas de la Real Audiencia de Quito. V Congreso del Instituto Internacional de Historia del Derecho Indiano Quito-Guayaquil. Publicación de la Comisión Organizadora, Quito 1978, pp. 19-65. Sobre la aplicación de estas nuevas Ordenanzas al conjunto de audiencias americanas véase E. SCHÄFER: El Consejo Real y Supremo de las Indias, vol. 2, Madrid 1947, p. 102. Sobre los precedentes inmediatos de las Ordenanzas de Quito y su relación con las dictadas por el virrey Antonio de Mendoza para México en 1548 y para Lima en 1552 véase J. REIG SATORRES: “Precedentes a las Ordenanzas de 1563”, en Ordenanzas de la Real Audiencia de Quito…, op. cit., pp. 69-203. 25 Sobre las competencias en materia de gobierno de la Audiencia de Quito véanse los capítulos 39-52 de las Ordenanzas de 1563 y “Traslado de las Ordenanzas que cometen cosas de Gobierno a la Real Audiencia de Quito (1563)”, 1580 (BNE, Mss. 3043, ff. 45-47).

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el comienzo de este capítulo, durante los siglos XVI y XVII no quedaron resuel- tos los problemas generados por el desdoblamiento de funciones entre lo judi- cial y lo propiamente político. En la mayoría de los casos, la tensión entre ambas vertientes del quehacer político tiende a neutralizarse con la convergencia de diferentes cargos en una sola persona que actúa desde diferentes instancias –el virrey como presidente de la audiencia de Lima–, pero resulta evidente y coti- diana por el contrario en el modelo de audiencia subordinada. Los conflictos de carácter institucional, además, interactúan y se solapan con las trayectorias in- dividuales de los agentes que integran tales instituciones, lo cual remite a un complejo universo de vínculos y relaciones interpersonales: desde tal perspec- tiva se entienden mejor las iniciativas adoptadas por presidentes y oidores del Real Acuerdo de Quito, bien para defender lo que consideran atribuciones pro- pias, bien para mantener o acrecentar una autonomía política que armonizara intereses encontrados.

Impartir justicia como expresión de soberanía En la cultura política del Antiguo Régimen, la finalidad del poder político era “garantizar el orden natural constituido por Dios y objetivado en una cons- titución tradicional” 26; si la función principal del poder político era hacer jus- ticia, declarando y protegiendo el derecho que a cada quien corresponde 27, entonces su ejercicio ha de consistir principalmente en la resolución de conflictos entre esferas de intereses diversos o, si se prefiere, componer los conflictos sociales atendiendo a los derechos y deberes constituidos o radicados en el orden jurídico 28. Esta es la razón de ser del poder político “en su configuración jurisdiccional, llamado a actuar en caso de conflicto, es decir, cuando el orden ha sido quebran- tado y para restaurarlo” 29. En coherencia con tal comprensión del ejercicio del poder, “una sociedad ordenada por el derecho debía ser administrada por los juristas en su condición

26 C. GARRIGA: “Las Audiencias...”, op. cit., p. 716; A. CAÑEQUE: “Cultura viceregia y estado colonial...”, op. cit., p. 28. 27 Iurisdictio entendida como la “potestad necesaria para decidir el derecho de cada uno” (C. GARRIGA: “Las Audiencias...”, op. cit., p. 722). 28 Ibidem, p. 719. 29 Ibidem, p. 791.

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de iunsprudentes, esto es, poseedores de un saber práctico sobre el derecho” 30; de ahí la extraordinaria importancia de las Audiencias en la estructura de gobierno de los territorios americanos, donde la justicia impartida en ellas aparece como una extensión de la administrada directamente por el rey, teniendo, además, ca- pacidad para emitir Provisiones Real –tanto procesales como de gobierno 31–al ser todas ellas chancillerías con sello real; las audiencias representaban, en defini- tiva, el desdoblamiento de la persona del rey para hacerla presente en los diferen- tes territorios. Tal fue el criterio subyacente en la teoría política hispana durante los siglos XVI y XVII, y así lo entendieron los magistrados que componían la Audiencia de Quito, quienes como jueces y como consejeros del rey tenían el po- der y la legitimidad necesarios para afirmar su autoridad frente a los intentos de los virreyes de coartarla 32.

División de competencias Coexistiendo con esa concepción de la justicia como acto supremo de sobera- nía, desde principios del siglo XVI se observan profundos cambios en la gestión de la res publica. En el caso concreto de las Indias, la organización de su administra- ción y gobierno se llevó a cabo bajo tres principios rectores: la especialización por “ramas”, la unión de oficios y competencias en un solo individuo que actúa des- de diferentes instancias y la unión de lo temporal y lo espiritual 33. Para los fines que nos ocupan, nos centraremos exclusivamente en la primera cuestión, aunque las tres se encuentren estrechamente relacionadas. Ya desde principios del siglo XVI en la administración castellana se distinguen cuatro “ramas” independientes entre sí. La primera de ellas tuvo a su cargo los

30 C. GARRIGA: “Las Audiencias...”, op. cit., p. 721. 31 A. DOUGNAC RODRÍGUEZ: “Las Audiencias indianas y su trasplante desde la metrópoli”, en F. BARRIOS PINTADO (coord.): El gobierno de un mundo…, op. cit., p. 585. 32 A. CAÑEQUE: “Cultura viceregia y estado colonial...”, op. cit., p. 30. 33 G. CÉSPEDES DEL CASTILLO: América Hispánica (1492-1898), Barcelona 1983; “La organización institucional”, en A. CASTILLERO CALVO et al. (eds.): Historia general de América Latina, (3) 1: Consolidación del orden colonial, París 2000, pp. 29-46; A. GARCÍA GALLO: “La división de las competencias administrativas...”, op. cit.; C. GARRIGA: “Concepción y aparatos de la justicia: las Reales Audiencias de Indias”, en L. OLIVER SÁNCHEZ (ed.): Convergencias y divergencias: México y Perú, siglos XVI-XIX, Guadalajara 2009; P. PÉREZ HERRERO: La América Colonial (1492-1763). Política y Sociedad, Madrid 2002; V. TAU ANZOÁTEGUI: Casuismo y sistema. Indagación histórica sobre el espíritu del Derecho Indiano, Buenos Aires 1992.

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negocios de gobierno y era global en carácter y general en sus responsabilidades, mientras que las otras tres, encargadas de la justicia, la guerra y la hacienda fue- ron específicas, requiriendo una cualificación profesional. Esta distinción de ne- gocios queda claramente recogida en las disposiciones dictadas sobre cómo debían realizar los virreyes los Memoriales al finalizar su mandato, desde 1578, para escribir la Historia General de las Indias y después para que los sucesores su- pieran el estado del virreinato al tomar posesión 34; en ellas se ordena a los virre- yes y Audiencias que en los informes que envíen traten por separado las materias de gobierno, justicia, hacienda y guerra. La distinción entre materias de hacienda y guerra era clara, pero precisa- mente debido a la concepción jurisdiccional del poder arriba expuesta, no fue en absoluto sencillo determinar cuáles fueron negocios de justicia y cuáles de gobierno 35, siendo frecuentes los conflictos por este motivo entre el virrey y las audiencias, especialmente las subordinadas, como veremos más adelante. Como ya precisó García Gallo hace décadas, en la reorganización del Consejo de Indias que Juan de Ovando delinea en la Copulata –índice de materias de la legislación dictada– y en su proyecto de Código, ambos hacia 1568, como cosas de justicia incluye la organización del propio Consejo de Indias, de las Audiencias, las autoridades provinciales y locales, las instituciones de control (visitas y residencias), los escribanos, las materias procesales y la administración de las herencias yacentes (bienes de difuntos) cuando se desconocen cuáles son o dónde se hallan los posibles sucesores. Las materias de gobernación las divide en dos clases: la gobernación espiritual, que abarca tanto la organización y vida eclesiásticas, como la Inquisición, los hospitales, cofradías, escuelas, Universidades y libros; y la gobernación temporal, en la que se incluye el ejercicio del Real Patronato que permite actuar a los reyes en la vida eclesiástica indiana, la institución de los

34 RLI, lib. III, tit. XIV, especialmente en ley 24 y A. GARCÍA GALLO (ed.): Cedulario de Encinas, Madrid 1990, t. II, pp. 314-315. Véase R. BELTRÁN Y RÓZPIDE: “Antecedentes”, en Colección de las Memorias o Relaciones que escribieron los Virreyes del Perú acerca del estado en que dejaban las cosas generales del Reino, Madrid 1921, pp. 7-8; A. GARCÍA GALLO: “La división de las competencias administrativas...”, op. cit. 35 La distinción de la gobernación y de la justicia en los asuntos indianos se consolida cuando oficialmente se da un tratamiento distinto a cada una de ellas. Según García Gallo, esto ocurre en 1551, cuando al ausentarse de España Carlos V en las Instrucciones que deja al Consejo de Indias le dice que “en las cosas de pleitos de justicia hareis lo que se acostumbra cuando yo estoy presente. Lo mismo hareis en negocios de governación” [A. GARCÍA GALLO (ed.): Cedulario de Encinas, op. cit., 1, 24; A. GARCÍA GALLO: “La división de las competencias administrativas...”, op. cit., p. 765].

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virreyes como representantes personales del monarca, la concesión de mercedes, la conquista, descubrimiento y población de las Indias, la emigración, el orden público y las buenas costumbres, el destierro de los perturbadores de ello, etc. 36. Todo ello es, por lo tanto, competencia del Consejo de Indias, donde convergía tanto la impartición de justicia como el gobierno de las Indias. Los problemas surgen cuando la separación de funciones de justicia y go- bierno se materializa en la gestión de los territorios americanos, adjudicándose las funciones de justicia a unas instituciones (las audiencias) y las de gobierno a determinados cargos (virreyes, presidentes de audiencias pretoriales y goberna- dores). Las Ordenanzas del Consejo de Indias en 1571, y su criterio es el que acaba prevaleciendo en la teoría, restringe los negocios de justicia a lo contencioso entre partes y los pleitos, y considera como de gobernación todos los demás 37. Sin embargo, y por diversos motivos, nunca llegó a superarse la indefinición de materias. Si algo queda claro en el curso de este proceso es que hay unas cosas de justicia y otras cosas de gobierno o gobernación (entre las que de manera recurrente se incluyen las provisiones de encomiendas y de oficios), pero también que no era posible distinguirlas con precisión, ni siquiera enumerar las que pertenecían a uno y otro ámbito 38. En estas circunstancias, los conflictos entre el virrey y los presidentes de audiencias subordinadas y, entre los presidentes y los oidores (de audiencias subor- dinadas, pretoriales o virreinales) no se hicieron esperar y fueron constantes.

Problemas de una Audiencia subordinada Presentada muy sucintamente la cuestión, y para sobrevivir a lo que es un auténtico laberinto de órdenes, contraordenes, aclaraciones y contradicciones, en términos generales el problema planteado tras el establecimiento de la Audien- cia de Quito fue el siguiente. Como ya vimos, desde 1561 se estaba llevando a cabo una reorganización de las atribuciones de los virreyes en el conjunto de la Monarquía hispánica, siendo ésta una cuestión especialmente sensible en el virreinato peruano por las causas

36 A. GARCÍA GALLO: “La división de las competencias administrativas...”, op. cit., p. 766. 37 Ibidem, p. 767. 38 C. GARRIGA: “Las Audiencias...”, op. cit., p. 744.

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ya mencionadas. En este contexto, por un lado “la conveniencia de mantener la unidad de mando de todo el territorio en una sola persona, que asegurase la auto- ridad y la claridad en las decisiones de gobierno”, inclinaba la balanza hacia la concentración de estas competencias en la figura del virrey 39; por otro lado, sin embargo, la alegación del factor dis tan cia –300 leguas, es decir 1500 kilómetros, entre Quito y Lima– aconsejaba la concesión de facultades de gobierno a los pre- sidentes de las Audiencias de Quito y Charcas –como solicitaban sus vecinos–, lo cual vino a reforzar la posición contraria. Con el nombramiento de Lope García de Castro como gobernador del Perú y presidente de la Audiencia de Los Reyes (1563-1569) se impulsó un nuevo rumbo al gobierno del Perú: en primer lugar se adjudicó el gobierno a un letra- do –no a un virrey de origen noble, como se había hecho hasta entonces 40–y, en segundo lugar, aunque por la R.C. del 16 de agosto de 1563 se le dio a Gar- cía de Castro el título de gobernador del Perú, se especificó que “lo que tocare al gobierno de las dichas Audiencias (Quito y Charcas) lo haga y provea el Pre- sidente de cada una de ellas en su distrito” 41. La función de gobierno, por lo tanto, se repartió entre los tres presidentes, con la excepción de la provisión de encomiendas, el nombramiento de corregidores y las visitas de indios, faculta- des reservadas a García de Castro; después de su llegada al Perú se le atribuiría también la provisión de conquistas y descubrimientos 42. Como primer presidente de la Audiencia de Quito fue nombrado Hernando de Santillán 43, hasta entonces oidor en Lima, quien debía regirse por las co- rrespondientes Instrucciones dictadas en septiembre de 1563. En ellas se especi- ficaba que no podía proveer corregimientos y repartimientos de indios, pues era

39 I. SÁNCHEZ BELLA: “Quito, Audiencia Subordinada”, op. cit., p. 7. 40 Los intentos de desvincular a la nobleza de la función de virrey fue una tendencia recurrente, pero no exitosa, en la corte de Madrid desde fines del XVI a mediados del XVII. Véase al respecto P. RAGON: “El arzobispo primado de España Moscoso y Sandoval y la herencia de Olivares: el caso del gobierno de Nueva España”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN, M. RIVERO RODRÍGUEZ y G. VERSTEEGEN (coords.): La Corte en Europa: política y religión (siglos XVI-XVIII), 3 vols., Madrid 2011, vol. 2, p. 924. 41 I. SÁNCHEZ BELLA: “Quito, Audiencia Subordinada”, op. cit.,p. 8. 42 A. SZÁSZDI: “Virreyes y Audiencias en Indias…”, op. cit., p. 1703. 43 Real Provisión concediendo al licenciado Hernando de Santillán el título de presidente de la Audiencia de Quito. Monzón, 27 de septiembre de 1563 (AGI, Quito, 211, ff. 1-2).

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competencia del presidente de la Audiencia de Lima, pero sí tenía amplias com- petencias en materia de gobierno, como eran tomar residencia a los corregido- res y oficiales puestos por el conde de Nieva; quitar todos los oficios nuevos “así de justicia como de gobernaciones y otros oficios que pusieron los virreyes Conde de Nieva y Marqués de Cañete”; revisar las tasaciones de los tributos que no estuvieran bien hechas; tomar cuentas a los oficiales reales “en lo que to- ca a la buena administración de nuestra hacienda”; convocar gente y hacer los gastos necesarios en caso de alborotos o ataques enemigos, tener gran celo y cui- dado del buen trato que se debía dar a los indios –controlando bien a los enco- menderos– y entender en materia de nuevos descubrimientos 44. Como observa Reig Satorres, Santillán, a excepción del nombramiento de corregidores –y así y todo nombró el de Quito–, se maneja con total autonomía, pues ese era para él el sentido de la Presidencia de la Audiencia, por criterio general de la legislación hasta ese momento, y por las 300 leguas que le separaban de Lima 45. Los continuos enfrentamientos entre Lope García de Castro y Santillán, refle- jados reiteradamente en la correspondencia mantenida por ambos con el Consejo de Indias, se intentaron dirimir con un nuevo cambio de rumbo en el gobierno del virreinato. Por una Real Cédula fechada en 15 de febrero de 1566, Felipe II dio poder a los virreyes para que por sí solos tengan y usen el gobierno... de las Audiencias de Lima, Charcas y Quito... Y mandamos a los presidentes y oidores de los Charcas y Quito, que no se entrometan... en el gobierno de los distritos de sus Audiencia, y si algunas cosas no sufrieren dilación, los presidentes, o el oidor más antiguo de ellas puedan proveer en ínterin lo que les pareciere que conviene, consultándolo con el virrey, o en su vacante con el oidor gobernador de la Audiencia de Lima 46. Esta disposición fue reiterada por la R.C. del 15 de febrero de 1567 despa- chada al mismo Lope García de Castro explícitamente ordenaba:

44 Real Cédula al licenciado Hernando de Santillán, presidente de la Audiencia de Quito, dándole la instrucción para el gobierno de dicha Audiencia. 27 de septiembre de 1563 (AGI, Quito, 211, lib. 1, ff. 13-22). “Instrucciones”, en Colección de Cédulas Reales dirigidas a la Audiencia de Quito, Tomo 1: 1538-1600, Quito 1935, p. 44 y ss. 45 J. REIG SATORRES: “Reconsideración del concepto de Audiencia Subordinada”, op. cit., pp. 1469-1470. 46 R. BELTRÁN Y RÓZPIDE: “Antecedentes”, op. cit., t. I, p. 21.

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Porque entendemos que así cumple a Nuestro Servicio y buena gobernación de esa tierra, habemos acordado que por ahora entretanto que por Nos otra cosa se provee, vos sólo tengáis el gobierno de todos los distritos, así de la Audiencia de esa ciudad de Los Reyes, como de las Audiencias de Charcas y Quito en todo lo que se ofreciere 47. Recapitulando la trayectoria descrita hasta ahora, puede concluirse que Lope García de Castro fue, en realidad, un experimento de gobierno en Perú, consis- tente en rebajar la categoría social del virrey –de noble a letrado– y limitar sus facultades gubernativas, trasladando parte de ellas a los presidentes de las Audien- cias de Charcas y Quito, aun cuando el gobierno superior lo mantuviera Lope de Castro como gobernador del Perú; eso fue lo que rectificaron las reales cé- dulas de 1566 y 1567. En cuanto al estatus del virrey, el regreso a la normalidad se produjo en 1568, cuando en la Junta Magna se propuso el nombre de Fran- cisco Álvarez de Toledo –muy vinculado al cardenal Espinosa– como nuevo vi- rrey del Perú otorgándole amplios poderes, que ejerció plenamente entre 1569 y 1581, llegando a convertirse en el prototipo de virrey plenipotenciario, no sólo por las atribuciones efectivamente recibidas sino por la fuerte impronta perso- nal que imprimió a su gestión. Así quedó establecida la teoría del sistema gubernativo en la región, pero la aplicación práctica de tales principios ofrece profundas discrepancias con respec- to al planteamiento inicial. Ni el rey –que por vía de comisión encomendó con fre- cuencia al presidente de la Audiencia ma terias propiamente de gobierno–, ni los presidentes de la Audiencia –bien por su concepción de lo que implicaba impartir justicia, bien porque se extralimitaran con regularidad– cumplieron en sentido es- tricto lo estipulado. Eso explicaría que la “Presidencia subordinada de Quito”, unas veces actuara como “Presidencia Gobernadora”, otras como “Audiencia Go- bernadora” 48, que se enfrentara o soslayara la autoridad del virrey o, cuando con- viniera, apelara a la legislación dictada para respaldar su argumentación.

47 Real Cédula del 15 de febrero de 1567, “que manda que el Presidente de la Audiencia de Los Reyes tenga el gobierno del distrito de las tres Audiencias que son Los Reyes, Charcas y Quito y provea los corregimientos solo” (copia de 1612. BNE, Mss. 3043, f. 286). 48 J. REIG SATORRES: “Reconsideración del concepto de Audiencia Subordinada”, op. cit., p. 1466.

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PRÁCTICAS DE GOBIERNO: NEGOCIACIÓN Y CONFLICTO

Los virreyes del Perú y el territorio de Quito

En los últimos años se ha venido presentando un conjunto de imágenes so- bre la figura del virrey que han enriquecido notablemente la comprensión de su significado en la cultura política hispánica. Bien como alter ego del rey desde la teoría política más conocida, bien presentando su evolución y su función en el entramado político e institucional desde mediados del siglo XVI, bien como fi- gura nuclear de diferentes dinámicas de patrocinio cortesano ejercido sobre clientes y miembros de las elites locales 49, la figura del virrey ofrece una am- plia gama de posibilidades de estudio. Entre ellas, y en coherencia con la línea seguida en este trabajo, en las páginas siguientes nos centraremos en el papel desempeñado por los virreyes del Perú en el gobierno de la jurisdicción de Qui- to y, necesariamente, en las relaciones mantenidas entre ellos y el tribunal de la Audiencia, sea a través de su presidente o del Real Acuerdo. Tres serán las líneas que irán hilvanado las múltiples cuestiones a considerar: la presencia de Quito en la gestión de los virreyes que ejercieron durante el reinado de Felipe IV (a través de los memoriales escritos al final de su gobierno), la impronta de los vi- rreyes en el territorio quiteño y los conflictos mantenidos entre los virreyes y la Audiencia de Quito específicamente por asuntos de gobierno. Así como no existe uniformidad total en las atribuciones virreinales, ya que a pesar de la delimitación de sus funciones recogida en la Recopilación de Leyes de Indias cada virrey recibía instrucciones personalizadas según los contextos y las épocas, tampoco puede pensarse en la relación existe entre el virrey y el territo- rio bajo su jurisdicción en términos de homogeneidad. Cuando se habla de las relaciones entre el virrey y la audiencia, o el virrey y los miembros de las elites locales, se tiende a pensar en Lima o México, es decir en las cortes virreinales y

49 Además de las ya citadas obras de Latasa, Barrios, Cantù, Martínez Millán, Rivero Rodríguez, véase A. CAÑEQUE: The King’s Living Image: The Culture and Politics of Viceregal Power in Colonial Mexico, New York 2004; P. CARDIM y J. L. PALOS (eds.): El mundo de los virreyes en las monarquías de España y Portugal, Madrid 2012; E. TORRES ARANCIVIA: Corte de virreyes. El entorno del poder en el Perú del siglo XVII, Lima 2014; M. SUÁREZ: “Política imperial, presión fiscal y crisis política en el virreinato del Perú durante el gobierno del virrey conde de Castellar, 1674-1678”, Histórica 39/2 (2015), pp. 51-87, y M. SUÁREZ: “Imperio, virreyes y arzobispos en el Perú del siglo XVII: historia de un conflicto”, en A. MAYER (ed.): Iglesia y sociedad en la Nueva España y el Perú, Lima 2015, pp. 213-226.

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sus respectivas audiencias, pero ambos casos son más bien la excepción, no la norma del panorama americano. Como ya se ha venido viendo a lo largo del pre- sente trabajo, las relaciones entre el virrey y la Audiencia de Quito no tenían na- da que ver con las sostenidas con la audiencia del cual era presidente.

Quito en la gestión de los virreyes del Perú Un repaso a la correspondencia mantenida entre los virreyes del Perú y el Consejo de Indias y a los memoriales escritos por ellos durante el reinado de Fe- lipe IV, pone claramente de manifiesto la escasa presencia que tuvo el territorio bajo jurisdicción de la Audiencia de Quito en la gestión virreinal. Tomando como ejemplo la correspondencia escrita al Consejo por el mar- qués de Guadalcázar (1622-1629) y su sucesor el conde de Chinchón (1629- 1639), podemos observar que, de las 573 cartas enviadas por el primero en sus 7 años de gobierno, tan sólo 29 se refieren a Quito; incluso la Visita General que se estaba realizando por entonces en la Audiencia de Quito es abordada en muy pocas ocasiones y de forma muy sucinta. La proporción de cartas dedicadas al territorio quiteño es aún menor en el caso del conde de Chinchón, ya que de las 1383 cartas que escribió a lo largo de los 10 años de su virreinato, sólo 36 con- templaron este espacio. Esta cuantificación adquiere relevancia si se considera que el conde dedicó 44 cartas a informar al Consejo de Indias sobre los proble- mas que había tenido con Pedro de Prado por la provisión de una canonjía en Huamanga en 1635 50. Los temas dominantes en ambos periodos son los previsibles: la real hacien- da –oro de Jaén de Bracamoros, astillero y contrabando por Guayaquil– y la de- fensa del Pacífico Sur –invasiones piráticas y establecimiento de nuevas poblaciones en la costa al norte de Guayaquil–. Durante el virreinato de Chin- chón el abanico de temas tratados a escala general se amplía notablemente –con- flictos entre religiosos, reducción general de los indios, nombramiento de oficios, nuevas medidas fiscales, etc.–, amplitud que también se refleja en los asuntos relativos al territorio quiteño. Además de la defensa de Guayaquil y Quito, preocupa al virrey la supresión de los administradores de obrajes, los conflictos entre los miembros de la audiencia y especialmente dos cuestiones de

50 Véase L. HANKE: “Catálogo de la correspondencia y documentos de los Virreyes del Perú en el AGI, 1552-1700”, en Guía de las fuentes en el AGI para el estudio de la administración virreinal española en México y Perú, 1535-1700, t. III, Köln-Wien 1977.

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importante calado político: en una carta escrita el 25 de mayo de 1637 el virrey informaba al rey de la conveniencia de aclarar que las cédulas dadas a los presidentes o visitadores de las Audiencias del Perú no es la voluntad de S.M. darles jurisdicción para materias de gobierno que pueda tocar a los virreyes 51. En otra carta del 20 de enero de 1639 se informaba al Consejo de la inespe- rada llegada a Quito de la expedición portuguesa encabezada por Pedro de Tei- xeira remontando el Amazonas, cuestión tratada ampliamente en la Memoria de gobierno del virrey Chinchón. En cuanto se refiere a la correspondencia entre virrey y consejo, la presencia de Quito, en definitiva, no es comparable a la que tuvieron lugares como Potosí, Huancavelica o Chile, auténticos protagonistas de la atención del virrey. Incluso Panamá aparece citada con más frecuencia que Quito. De ello se desprende que la interrelación entre unos centros y otros es muy desigual; a tenor de lo expues- to, Quito parece estar más aislada –o ser más autónoma– que Chile, en el sentido de que aparece mucho menos en la documentación del virrey. Los memoriales escritos por los virreyes para facilitar el relevo a sus sucesores son bastante más diversos en su temática y detallados, explícitos y personales en su redacción, que la correspondencia enviada al Consejo de Indias, en la que los temas son siempre los mismos. En dichos memoriales da la impresión de que eran los virreyes quienes llevaban el peso de la gestión, lo cual resulta muy dudoso a partir de lo que conocemos de la correspondencia mantenida con el Consejo y con la Audiencia de Quito. En todo caso, en ellos queda reflejada la amplitud de cues- tiones atendidas y los principales focos de conflicto que debería afrontar el recién llegado. En términos generales, los asuntos quiteños que reclamaron la atención de los virreyes fueron esencialmente seis: los obrajes de manufactura textil 52, la

51 Carta del virrey al Consejo sobre conveniencia de aclarar que las cédulas dadas a los presidentes o visitadores de las Audiencias del Perú no es la voluntad de S. M. darles jurisdicción para materias de gobierno que pueda tocar a los virreyes. Lima, 25 de mayo de 1637 (AGI, Lima, 48). 52 La desconfianza que la actividad económica dominante en la sierra quiteña despertaba en los virreyes por el mal trato dado en ellos a los indígenas, se materializó en un constante freno a su expansión a base de no conceder más licencias para fundar nuevos obrajes y limitar al máximo la adjudicación de mano de obra “de entero” (con lo cual se fomentó el concertaje). Ante los perjuicios causados por los administradores de los obrajes de comunidad –quienes en vez de agilizar la entrega de tributos aumentaron los rezagos–

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disposición de mano de obra mitaya 53, las nuevas entradas y asentamientos en te- rritorios despoblados, la visita general que por entonces se realizaba al espacio quiteño 54, la entrada realizada por Pedro de Texeira en 1638 remontando el Ma- rañón 55 y, las constantes interferencias en materia de gobierno por parte de la

ordenó el rey, por consulta de Esquilache, que todos se arrendasen, lo cual se pensaba sería de gran utilidad para los indios; los efectos en Quito fueron, sin embargo, más adversos que beneficiosos. Como hace constar el mismo Esquilache en su Memoria de gobierno, “en la provincia de Quito, por parecérselo así al presidente, han quedado los administradores con moderado salario, no obstante el arrendamiento, y éstos sirven de sobrestantes del trabajo y defensores de los indios” [“Memorial de Francisco de Borja y Aragón, príncipe de Esquilache”, (s. f.) 1621, en R. BELTRÁN Y RÓZPIDE: Colección de las Memorias…, op. cit., t. I, p. 241]. 53 El reparto de indios mitayos se hacía –teóricamente– en función de la población total existente: en Charcas (menos Potosí) se repartían la séptima parte, en los llanos a la sexta parte y en la provincia de Quito a la quinta, “por ser la más abundante en indios de todo el Perú”. Advierte que si Quito reclama más mitas no se le deben dar, porque está bastante proveída (“Memorial de […] Esquilache”, op. cit., p. 236). 54 Entre las pocas referencias hechas a la visita general realizada entre 1624 y 1632 a la Audiencia de Quito (véase infra), se encuentra la del marqués de Guadalcázar en relación al nombramiento del sustituto del licenciado Juan de Mañozca, quien había sido destituido por el rey. El virrey recomendó a Galdós de Valencia como nuevo visitador, pero consideró que “estando tan cerca de dejar el Gobierno, no era bien empeñarme en cosa que no podía llevar adelante por la falta de tiempo, y así lo dejé para que cuando V. E. llegase…” [“Memorial de Diego Fernández de Córdova, marqués de Guadalcázar”, Lima, 14 de diciembre de 1628, en A. d. E. ALTOLAGUIRRE Y DUVALE (ed.): Colección de las Memorias o Relaciones que escribieron los Virreyes del Perú acerca del estado en que dejaban las cosas generales del Reino, Madrid 1930, t. II, p. 20]. 55 Se trata de la imprevista llegada a Quito en 1638 de una expedición de portugueses encabezada por Pedro de Texeira procedente de Brasil, expedición que se montó tras llegar a territorio portugués (San Luis) un pequeño contingente de soldados y frailes franciscanos salidos de Quito. La llegada de Texeira a la capital de la Audiencia tomo completamente desprevenidas a las autoridades locales y despertó la lógica alarma, ya que puso de manifiesto la posibilidad de que por el camino recorrido pudieran llegar barcos holandeses y británicos. Si bien el conde de Chinchón alertó sobre el hecho en su memoria de gobierno en 1640, fue su sucesor, el marqués de Mancera, quien en 1648 destacó la gravedad del asunto. En la única referencia relativa al territorio quiteño contenida en su memorial, Mancera se muestra muy crítico con lo actuado por entonces, al considerar “lo primero, que sin orden de S. M. bajasen los frailes y soldados a descubrir aquel camino; lo segundo, la intención con que los portugueses intentaron hacerse prácticos de aquella nueva entrada; lo tercero, cómo se les permitió en Quito que volviesen a bajar por donde habían subido; pues si la causa de venir los portugueses fue como evidentemente se entiende, para reconocer el viaje al Perú, más reconocido le habían de

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audiencia, cuestión que ya ha sido tratada páginas arriba y sobre la que volvere- mos más adelante. Tal variedad de temas, sin embargo, no guarda relación con la presencia cualitativa y cuantitativa del territorio quiteño en las memorias de go- bierno, máxime si la comparamos con el protagonismo que Potosí, Huancavelica o Chile tuvieron en ellas. La impresión que dan tanto la correspondencia como las memorias de go- bierno de los virreyes es que Quito era, de alguna forma, un espacio aparte, donde ocurrían hechos que, si bien guardaban relación con el conjunto del vi- rreinato, eran afrontados y resueltos con grandes dosis de autonomía por parte de las autoridades locales. Esta imagen es, sin embargo, un reflejo tan solo par- cial de las dinámicas de poder entre Lima y Quito; para una cabal comprensión del proceso de toma de decisiones es necesario recurrir a la correspondencia mantenida entre el virrey y el presidente de la Audiencia de Quito, ya que es ahí donde aparecen los puntos de conflicto y de consenso entre ambos centros. La importancia de tal documentación parecería reforzar la propuesta según la cual la gestión de la América Hispana se llevaría a cabo a través de las relaciones en- tre los diferentes centros que la integraban 56, propuesta avalada por la ya cono- cida descentralización de la administración en los territorios ultramarinos ampliamente desarrollada en la historiografía americanista. Cabe tener presen- te, como ya se ha señalado, que dicha correspondencia no se encuentra ni en el Archivo General de la Nación en Perú, ni en el Archivo Nacional del Ecuador, sino en el Archivo General de Indias, en Sevilla, bien en la sección de Quito, bien en la de Lima, donde llego insertada o adjuntada a la correspondencia mantenida tanto por el virrey como por la Audiencia de Quito con el Consejo de Indias: este hecho pone de manifiesto el decisivo papel mediador y fiscaliza- dor del Consejo en el proceso de toma de decisiones. Cualquier decisión adop- tada por el virrey o la Audiencia de Quito podía ser ratificada, modificada o rechazada por el Consejo en cualquier momento, lo cual implica que la capaci- dad de decisión del centro metropolitano siempre estuvo latente, aunque no siempre fuera patente.

tener volviendo a bajar por la misma parte” [“Memorial de Pedro de Toledo y Leiva, marqués de Mancera”, Lima, 8 de octubre de 1648, en A. d. E. ALTOLAGUIRRE Y DUVALE (ed.): Colección de las Memorias…, op. cit., t. II, p. 205]. 56 P. CARDIM, T. HERZOG, J. J. RUIZ IBÁÑEZ y G. SABATINI (eds.): Polycentric Monarchies…, op. cit., p. 4.

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El virrey, ese gran desconocido La contraparte a la escasez de referencias sobre Quito en la documentación virreinal es el escaso conocimiento que de la persona y gestión del virrey se tenía en el territorio quiteño. Durante su transcendental mandato, D. Francisco de Toledo (1569-1581) recorrió durante cinco años buena parte del territorio bajo la jurisdicción de las audiencias de Lima y Charcas, pero nunca visitó ninguna ciudad del territorio comprendido en la Audiencia de Quito. A fines del siglo XVII, los virreyes Melchor de Liñán y Cisneros (1678-1681) y Melchor de Navarra y Rocafull, Duque de la Plata (1681-1689) pasaron por las costas de Manta y Gua- yaquil en su camino de Panamá a Lima, pero no se detuvieron más que el tiempo imprescindible para continuar viaje. Si el objetivo principal del nombramiento de virreyes en Indias era el de enviar un representante del soberano revestido de todos los atributos de la majestad real, en el cual los habitantes de las diferentes provincias y reinos viesen al perfecto sustituto del monarca o que incluso se le confundiese con él 57, está claro que ese objetivo no se cumplió en el territorio bajo jurisdicción de la Audiencia de Quito. En las declaraciones prestadas por testigos quiteños en los juicios de resi- dencia hechos a cuatro virreyes (dos de fines del siglo XVII de Lima y dos de principios del XVIII de Santa Fe), consta que algunos de ellos tuvieron un “co- nocimiento de vista” y, solo en raras ocasiones un “conocimiento de comunica- ción” tanto durante su paso por las costas quiteñas como al desplazarse los testigos a la capital virreinal, generalmente por motivos mercantiles 58. La falta de un trato directo con el virrey no resulta, en todo caso, sorprendente dada la distancia que separaba Lima de Quito: lo que si resulta más llamativo es el es- caso conocimiento que de su gestión se tenía. Preguntados los testigos por as- pectos concretos del quehacer del virrey y la opinión que de ellos tenían, los declarantes solo pudieron dar, en el mejor de los casos, uno o dos ejemplos de

57 A. CAÑEQUE: “Imaging the Spanish Empire: The Visual Construction of Imperial Authority in Habsburg New Spain”, Colonial Latin American Review 19/1 (2010), p. 30. 58 T. HERZOG: “La presencia ausente: el virrey desde la perspectiva de las élites locales (Audiencia de Quito, 1670-1747)”, en P. FERNÁNDEZ ALBALADEJO (ed.): Monarquía, imperio y pueblos en la España moderna. Actas de la IV Reunión Científica de la Asociación Española de Historia Moderna, Alicante 27-30 de mayo de 1996, Alicante 1997, t. I, pp. 820-822.

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su trabajo, siempre relacionados con ellos mismos y con su ejercicio propio co- mo agentes locales 59. Tanto los testimonios recogidos en las citadas residencias como otros indi- cios procedentes de la documentación notarial quiteña permiten constatar la di- mensión marcadamente regional que parece haber tenido la figura del virrey, a quien se vinculaba esencialmente con Lima, pero no tanto con el resto del te- rritorio bajo su jurisdicción –al menos en el caso de Quito–. Todo ello parece indicar que, frente a las amplias facultades conferidas a estos altos mandatarios y al enorme prestigio que les proporcionaban sus atribuciones en el ámbito po- lítico, económico y social, al menos en el espacio quiteño se ignoraba su supuesto papel como alter ego del rey, responsable de un territorio de gran extensión que incluía al núcleo que les servía a ellos mismos de domicilio. Es decir, al virrey se le notaba en donde residía y se le ignoraba en las demás partes 60. Esta valoración del papel desempeñado por los virreyes permite revisar la posición atribuida a Lima como Corte del virreinato peruano.

El gobierno de Quito visto por el virrey La autoridad y atribuciones del virrey abarcaban toda la función de gobierno. La misión evangelizadora, la administración de justicia, la protección a los indios. La Hacienda pública, el mando de los ejércitos y escuadras, todo, en suma, estaba bajo la suprema dirección del virrey como representante del monarca que en él había delegado su poder y sus facultases de soberano 61. Así entendieron los virreyes el llamado “gobierno superior” que les corres- pondía y, así lo hicieron constar reiteradamente en sus Memorias de gobierno. Junto a la reivindicación aparece, inexorablemente, la advertencia sobre cómo de- bían ser las relaciones entre el titular del virreinato y las diferentes audiencias que lo componía y el grado de autonomía que se les debía conceder. Hay acuerdo ge- neral entre todos ellos en que para el buen gobierno era imprescindible el mante- nimiento de unas relaciones respetuosas entre ambos ámbitos de poder, pero la vía para conseguirlas varió a lo largo del tiempo, fundamentalmente porque ni los

59 T. HERZOG: “La presencia ausente...”, op. cit., p. 823. 60 Ibidem, p. 824. 61 P. LATASA: Administración virreinal en el Perú: Gobierno del marqués de Montesclaros (1607-1615), Madrid 1997, p. 17.

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virreyes ni los presidentes tuvieron comportamientos homogéneos –poniendo de manifiesto la importancia de las personas y no sólo de las instituciones–, ni hubo siempre concordancia entre lo que se decía y lo que se obraba. El marqués de Montesclaros (1607-1615) aconsejaba a su sucesor que “no debe obrar la mano del virrey igual en todas partes” –especialmente en cuanto se refería a los gobiernos de Chile y Tierra Firme– y “así me he contentado con saber y que ellos sepan nuestra superioridad y su obligación” 62. En la Audien- cia de Quito, sin embargo, el virrey llevó a cabo un “especial seguimiento […] de los asuntos de este tribunal y, en ocasiones, incluso una excesiva intervención en sus competencias”, generalmente “por inhibición, es decir, declarando perte- necerle en exclusiva el conocimiento de determinadas causas, sin ni siquiera co- municarlo a los oidores” 63; tal sería el caso de la visita de los corregimientos del distrito encargada en 1608 a Diego Vaca de Vega con amplísimas facultades 64, re- servándose el virrey el conocimiento de cualquier apelación ante las medidas adoptadas por el juez-visitador. Ante la protesta de la audiencia, el virrey reco- noció haberse excedido y dio una nueva provisión por la cual sólo se reservaba el derecho de apelación a dos cuestiones que dependía del gobierno superior: las li- cencias para fundar obrajes y los repartimientos de indígenas hechos para dichos obrajes. La audiencia, sin embargo, no estuvo de acuerdo con tal decisión y re- mitió el asunto al Consejo de Indias 65. El príncipe de Esquilache (1615-1621) por su parte, aclaraba que:

62 “Memorial de Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros. Chácara de Mantilla, 12 de septiembre de 1615, en R. BELTRÁN Y RÓZPIDE: Colección de las Memorias…, op. cit., t. I, p. 144. 63 P. LATASA: Administración virreinal en el Perú..., op. cit., p. 88. 64 Las facultades incluían “repartimiento de mitayos, la confección de padrones, la visita de los obrajes de comunidad y particulares, trapiches e ingenios y el conocimiento de excesos del quinto y agravios de los indígenas –en concreto lo que se debía a los chasquis” (P. LATASA: Administración virreinal en el Perú..., op. cit., p. 88). 65 Carta de la Real Audiencia de Quito a S. M., Quito, 20 de abril de 1613 (AGI, Quito, 9, r. 16, n. 127, cap. 2); Comisiones que el virrey del Perú dió a D. Diego Vaca para visitar chácaras, mitayos y obrajes del distrito de Quito y envío de las apelaciones a la Real Audiencia, Los Reyes, 24 y 28 de noviembre de 1608 (AGI, Quito, 9, r. 13, n. 100); Copia de la carta que escribió el marqués de Montesclaros a la Audiencia de Quito, 22 de julio de 1609, en respuesta de otra que le escribió la dicha Audiencia (AGI, Quito, 9, r. 13, n. 100); Carta de la Real Audiencia de Quito a S. M., Quito, 20 de marzo de 1610 (AGI, Quito, 9, r. 13, n. 100). Todo el caso reconstruido en P. LATASA: Administración virreinal en el Perú..., op. cit., pp. 194 y 202.

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la gobernación de estas provincias es de solo el virrey, y las consultaciones con la audiencia voluntarias, así en hacerlas como en conformarse con ella, si bien he juzgado siempre por conveniente que traben todos de las andas, porque con esto en vez de censurar las acciones del gobierno las defienden como partícipes e interesados en ellas 66. Su reiterado afán de negociación queda reflejado al decir: en el tiempo de mi gobierno han tenido conmigo (las audiencias) muy buena correspondencia, y yo la he procurado tener con todos, y el medio más eficaz que puede haber es que supuesto que en aquellos distritos no puede haber persona más a propósito para la ejecución de las órdenes y provisiones del gobierno que los presidentes, juzgo por conveniente, como yo lo he hecho, darles mucha mano y cometiéndoles las comisiones, porque de esto siguen dos utilidades conocidas, la una su buena y efectiva ejecución, la otra es que se quite cualquier estorbo que la Audiencia puede hacer, porque no se opone a su cabeza, y ella procede animosamente con las espaldas del gobierno y con esto se consigue el fin que se pretende 67. Tal criterio, plasmado en la propuesta de que fuera la audiencia la encargada de supervisar la situación de los obrajes de Quito en vez de los visitadores-jueces enviados desde Lima 68, llevó a considerar que Esquilache fue uno de los pocos virreyes […] (que) delegó en la audiencia deliberadamente, una gestión política mucho mayor de la que le habían otorgado sus predecesores 69. Sin embargo, las tensiones entre el virrey y le presidente de la Audiencia de Quito –por entonces el conspicuo Antonio de Morga– fueron constantes, como puede comprobarse cuando el virrey expresó su profundo desacuerdo ante el hecho –consumado ya y no rectificado– de que se hubiera “introducido la Audien- cia de Quito en mudar las tasas de indios”, alterando las hechas en su día por el virrey Toledo 70 o, que impusiera su criterio en materia de defensa –oponiéndo- se a la fundación de las nuevas ciudades en la costa quiteña (en Manta y Esme- raldas)–, enfrentándose incluso a la política de poblamiento defendida por el

66 “Memorial de […] Esquilache”, op. cit., p. 247. 67 Ibidem, p. 250. 68 Carta del virrey, príncipe de Esquilache, al Rey, Lima, 23 de abril de 1620 (AGI, Lima, 39). 69 J. L. PHELAN: El Reino de Quito en el siglo XVII, Quito 1995 [1967], p. 126. 70 “Memorial de […] Esquilache”, op. cit., p. 277.

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Consejo de Indias y el presidente de la Audiencia de Quito (véase infra). En cuanto al espinoso asunto de la distinción entre materias de justicia y de gobier- no, Esquilache afirmó no haber confusión alguna: “la Audiencia puede interve- nir en grado de apelación cuando está implicado un particular, no así en las cosas que el virrey provee como tal en bien público” 71. El marqués de Guadalcázar (1622-1629) explica otros casos hay en que las Audiencias de este Reino pretenden que les toca el conocimiento de ellos, y el Virrey lo entiende diferentemente, y en los tales tiene mandado S. M. que se pase por lo que declarare, hasta que, dándole cuenta de las razones que por una y otra parte se ofrecieron, ordene lo que más convenga. Con cautela aconseja que en todos los casos dichos importa mucho la templanza en el modo de tratarlos, excusando cuanto fuere posible el extender el poder; pero alguna vez es necesario mostrar que le hay, para componer con ello cosas que de otra manera no tendrán buen asiento... lo que la experiencia de tantos años me ha mostrado 72. Las relaciones de gobierno trasmitidas de virrey a virrey ponen de manifies- to lo que por otro lado se percibe en la documentación de archivo: que con más frecuencia de lo deseado por los virreyes, la Audiencia de Quito despachaba di- rectamente con el Consejo (no sólo cuestiones administrativas, sino también de gobierno), lo que le conferencia un alto grado de autonomía con respecto a Li- ma, no así frente a Madrid. De hecho, esta línea de comunicación directa con la corte a través del Consejo que permitió al presidente de Quito puentear a su teórico superior 73, fue objeto de reiteradas quejas por parte de los virreyes, al ser posiblemente la mayor limitación de cuantas se implantaron a su autoridad 74; así lo expresó el conde de Chinchón (1629-1639) en la memoria que en 1640 dejó a su sucesor, el marqués de Mancera (1639-1648), donde afirma que: Habiendo entendido que dichos visitadores y aun los Presidentes de los Charcas y de Quito, presumían que cuando de casos de que daban cuenta a Su Majestad se les respondía algo, se hallaban con jurisdicción, aunque fuesen de

71 “Memorial de […] Esquilache”, op. cit., p. 248. 72 “Memorial de [...] Guadalcázar”, op. cit., pp. 11-12. 73 P. C ARDIM y J. L. PALOS: “El gobierno de los imperios de España y Portugal en la Edad Moderna: problemas y soluciones compartidos”, en P. CARDIM y J. L. PALOS (eds.): El mundo de los virreyes..., op. cit., p. 22. 74 J. L. PHELAN: El Reino de Quito…, op. cit., p. 195.

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gobiernos, representé los inconvenientes que de eso se podían seguir en quitar al virreinato lo que le tocaba; le advertí de ello y se me aprobó un capítulo de carta del 6 de Abril de 1638, enviándome cédula de la propia fecha, en declaración de lo que acerca de ello convenía 75. La correspondencia mantenida entre el Consejo de Indias y la Audiencia de Qui- to a lo largo del siglo XVII permite concluir que ese capítulo de carta no tuvo el efecto esperado. Ya en la segunda mitad del siglo XVII, el conde de Salvatierra (1648-1655) advertía al conde de Alba de Liste (1655-1651) sobre el repetido afán de las audiencias en querer resolver las apelaciones del Gobierno superior, pues “la de Quito no parece que de todo punto se ha ajustado a ella, y así advierto de ello a V. E.” 76. Para concluir este repaso a un siglo de conflictos en materia de gobier- no recogidos en las memorias de los virreyes, cabe resaltar la afirmación del du- que de la Palata (1681-1689), en relación a que “las Audiencias de Charcas y Quito están más subordinadas y atentas, aunque alguna vez se propasen como se dirá más adelante […]”, concluyendo que “la Audiencia de Quito es la que ha dado más que hacer a este gobierno” 77. Teniendo en cuenta la escasa presencia de Quito en las memorias de gobier- no de los virreyes, resulta significativa las constantes alusiones que todos los vi- rreyes incluyeron sobre el grado de autonomía que podía concedérsele a las audiencias y sus presidentes, y donde debían fijarse los limites. Es evidente que Quito no ceja en ningún instante de aprovechar cualquier ocasión, ya sea con la excusa de la distancia, o de un encargo directo del Rey, o porque se auto extienden más atribuciones confusas concedidas en cédulas antiguas, para inmiscuirse en asuntos de Gobierno. Esta es la razón por la cual durante siglo y medio, los virreyes elevan sus quejas al Monarca o al Consejo de Indias, a la vez que hallamos continuas recomendaciones de unos virreyes a otros que explican la continua llamada de atención del Superior Gobierno 78.

75 L. HANKE: Los virreyes españoles en América durante el gobierno de la casa de Austria. Perú III, Madrid 1978, p. 53. 76 J. REIG SATORRES: “Reconsideración del concepto de Audiencia Subordinada”, op. cit., p. 1485. 77 Ibidem, p. 1486. 78 Ibidem, pp. 1483-1484.

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La Audiencia y el gobierno de Quito

A pesar de la existencia de una normativa tendente a concentrar el gobierno en la figura del virrey, y a pesar de las constantes advertencias que en ese senti- do incluyeron los virreyes en las memorias dejadas a sus sucesores, todo parece indicar que a medida que avanza el siglo XVII el virrey del Perú controlaba con más firmeza el territorio adscrito a la audiencia virreinal que el dependiente de las otras audiencias bajo su jurisdicción, donde su autoridad fue adquiriendo un carácter de supervisión nominal, excepto en situaciones de crisis severa 79. En la práctica, fueron los magistrados de las audiencias –presidentes, oidores y fis- cales– más que cualquier otro colectivo de la administración, “los verdaderos gobernantes del imperio español” 80. La importancia fundamental de los prin- cipios de justicia y consejo en el discurso político de la Monarquía permite en- tender por qué los oidores, en su doble vertiente de jueces y consejeros, se convirtieran en figuras indispensables del cuerpo político, con “el poder y la le- gitimidad necesarios para afirmar su autoridad frente a los intentos de los virre- yes de coartarla” 81; de ahí que “pocas fueron las decisiones tomadas en el Nuevo Mundo que no hayan llevado la fuerte impronta de las audiencias” 82, siempre teniendo en cuenta que sus autos y acuerdos en materia de gobierno debían ser posteriormente ratificados o rectificados (en todo caso confirmados) por el Consejo de Indias, como debían serlo (y en gran medida lo fueron) los de todas las autoridades de la administración central destinadas en Indias 83. Como tribunal que era, la Audiencia de Quito emitía diferentes tipos de do- cumentos –con una temática y denominación diferente– dependiendo en cali- dad de qué actuara: como Sala de Real Acuerdo de Justicia, como Despacho del Acuerdo, como Tribunal de Justicia, etc. La acción de gobierno del Real Acuer- do (ya que en Quito el presidente generalmente actuó respaldado por la totali- dad de los miembros del tribunal), debió quedar recogida en los Autos y Reales Provisiones que se dictaran al margen de cualquier causa judicial. Allí debieron

79 J. L. PHELAN: El Reino de Quito…, op. cit., p. 195. 80 Ibidem, p. 197. 81 A. CAÑEQUE: “Cultura viceregia y estado colonial...”, op. cit., p. 31. 82 J. L. PHELAN: El Reino de Quito…, op. cit., p. 197. 83 J. M. OTS CAPDEQUÍ: El Estado español en las Indias, México 1975, p. 51.

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figurar, por lo tanto, las resoluciones tomadas en virtud de las competencias de gobierno adjudicadas a la Audiencia en 1608, como fueron: presentaciones ecle- siásticas, nombramiento interino de oficios menores –relator, portero, procurador, letrado, reparticiones de solares, tierras, aguas con el cabildo, nombramiento interino de corregidores y otros oficios– y concesión de libranzas en penas de estrados 84, entre otras. No es posible, sin embargo, hacer un seguimiento rigu- roso de la gestión llevada a cabo por la Audiencia dado que –como ya se ha indicado– no se conserva la documentación sistemática y completa generada por el tribunal quiteño, afectando esta carencia muy especialmente a las Reales Provisiones.

Decisiones de gobierno adoptadas por la Audiencia durante el siglo XVI La separación de funciones llevada a cabo en la Audiencia de Quito en 1563 resultó difícil de implantar y más aun de sostener, dado que atentaba contra dos principios esenciales de la cultura política en el mundo hispánico: en primer lu- gar, no era misión del rey limitar las competencias de las instituciones, sino ar- monizar las de unas con las de otras; en segundo lugar, desde la perspectiva de un magistrado, el principal fin del poder político no era otro que el de impartir justicia 85. Por eso en Quito nunca funcionó con fluidez la separación artificial de competencias, como veremos a continuación. Mal recibida y peor aceptada en Quito la R.C. de 1567 por la cual se trans- fería el gobierno de Quito al virrey del Perú, los presidentes que por ella pasa- ron –especialmente en el siglo XVII– no perdieron ocasión de reivindicar para sí las funciones gubernativas y muy especialmente todo aquello relacionado con la

84 Copia de la carta que el virrey marqués de Montesclaros escribió a la Real Audiencia de Quito por la vacante de aquella presidencia, Lima, 28 de junio de 1608 (AGI, n. 22, doc. 15) y Copia de las dudas de la Audiencia de Quito y respuestas del virrey, 24 de enero de 1613 (AGI, Lima, 36, n. 8, lib. 6, ff. 50-53v). Ambas referencias en P. LATASA: Administración virreinal en el Perú..., op. cit., cap. II, notas 194 y 195. 85 “Los diferentes ‘cuerpos’ o ‘corporaciones’ que componían la comunidad política eran titulares de unos derechos políticos que servían, a su vez, como freno y límite al poder regio o vicerregio. La función de la cabeza de este cuerpo político –el monarca o el virrey– no era la de destruir la autonomía de cada miembro, sino la de, por un lado, representar a la unidad del cuerpo, y, por el otro, la de mantener la armonía entre todos sus miembros, y garantizar a cada cual sus derechos y privilegios o, en una palabra, la de hacer justicia, que se convierte así en el principal fin del poder político” (A. CAÑEQUE: “Cultura viceregia y estado colonial...”, op. cit., p. 13).

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provisión de cargos y concesión de mercedes (entiéndase rentas, encomiendas, y licencias de obrajes) alegando, entre otras cosas, haber sido precisa mente ése el fundamento de los memoriales enviados por los veci nos al Consejo de Indias solicitando la implantación del tribunal. Aun cuando desde 1563 se suceden re- petidamente peticiones de los presidentes en este sentido, es a finales de siglo cuando adquieren mayor intensidad; así, en 1588, 1589, 1590, 1595… se pide desde Quito la autorización necesaria para poder repartir encomiendas y corre- gimientos (es decir, indios y cargos) como hacían los gobernadores en los terri- torios bajo su jurisdicción 86. Tanto en las Ordenanzas dadas a la Audiencia en 1563 como en las instruccio- nes despacha das a los diferen tes presidentes de Quito, quedaba claro que era res- ponsa bilidad suya el hacer “tasas y visitas” de indios, pero también se aclaró que la concesión de encomien das era facul tad del rey o del virrey, cosa que el presi- dente de Quito no debió de entender debidamente, dado que en 1580 el Consejo tuvo que recordarle que no podía entrometerse en proveer reparti mientos de in- dios –aunque alegara que lo hacía en virtud de Reales Cédulas “dándoles diferen- tes entendimientos”– y que enviara al virrey “que confirme los títulos de encomiendas sin testimonio de la orden que habéis tenido para proveerlas” 87. El gobierno del territorio en caso de vacante del virrey fue, así mismo, fuen- te de diversas interpretaciones. En 1568 se autorizó al presidente Lope Díez de Armendáriz que, en caso de muerte del nuevo virrey, Francisco de Toledo, vos sólo tengáis la gobernación de esa dicha provincia de Quito e distrito de esa Audiencia, e proveáis los repartimientos y corregimientos que en ella se hubiere de proveer 88. Aunque, según Sánchez Bella, “esta facultad no volverá a darse a ningún otro Presidente de Quito” 89, hasta 1606 no se revocó la orden 90, y así lo interpretaron

86 I. SÁNCHEZ BELLA: “Quito, Audiencia Subordinada”, op. cit., p. 3. 87 Real Cédula del 23 de julio de 1580. Ver I. SÁNCHEZ BELLA: “Quito, Audiencia Subordinada”, op. cit.,p.19. 88 Real Cédula del 1 de octubre de 1568, en Colección de Cédulas Reales..., Tomo 1: 1538-1600, op. cit., p. 161. 89 I. SÁNCHEZ BELLA: “Quito, Audiencia Subordinada”, op. cit., p. 18. 90 Real Cédula del 20 de noviembre de 1606, ordenando que “en vacante de virrey tenga el gobierno la Audiencia de Lima en el distrito del virrey”, en Colección de Cédulas Reales dirigidas a la Audiencia de Quito, Tomo 2: 1601-1660, Quito 1946, p. 102.

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los sucesores de Díez de Armendáriz quienes continuaron ejerciendo el gobierno del dis trito en ausen cia de virrey. Sin ir más lejos, el presidente Mi guel de Ibarra (1600-1608) concedió en 1603 un amplio número de las codiciadas licencias para fundar obrajes amparándose precisamente en esas faculta des. La trayectoria que venimos siguiendo explica la airada reacción del virrey conde del Villar en 1587 sobre que la Audiencia de Quito “se entrometía en las cosas de gobierno sin poder hacerlo” 91, lo cual fue corroborado unos meses después por el testimonio de Cristóbal Barcallo de Quiroga, nombrado por el virrey Juez visitador de obrajes del distrito de la Audiencia de Quito, donde daba cuenta no sólo de cómo la Audiencia le impidió llevar a cabo su misión por no reconocer al virrey autoridad competente para encomendársela, sino de que en toda la tierra de Quito, las cosas de gobierno que el virrey manda, no tienen en general debido cumplimiento, y en particular muchas de ellas se dejan de cumplir. Y los vecinos de aquella tierra acuden a las cosas que el Presidente e oidores de la dicha Audiencia les mandan con mucho más cuidado que no a las del virrey 92. Bien es cierto que no siempre se puede atribuir la disparidad entre norma y práctica a la propia legislación indiana, que por regla general acababa solucio- nando sus posibles con tradicciones; mayor peso tuvo la utilización que en Amé- rica se hizo de aquellos vacíos o solapamientos legales y la lentitud con que las nuevas órdenes fueron cumplidas, sobre todo cuando esas órdenes no eran acor- des con los intereses de los agentes allí destinados y de las élites locales. Un mo- mento en que tal actitud se puso de manifiesto fue en 1589, cuando el Rey ordenó a la Audiencia que vendiera todos los oficios de esa provincia cuya venta está cometida a mi virrey o a la Audiencia de Los Reyes que yo os lo cometo y encargo, que todo lo que de ellos pro cediere lo enviéis brevemente y con distinción para que se entien da de dónde procede, procurando se saque de ellos la mayor cantidad que fuera posible 93.

91 Carta del virrey al Consejo, Lima, 2 de noviembre de 1587 (BNE, Mss. 3044, f. 372). 92 “Lo cual les nace por vivir todos ellos atemorizados y temerosos a causa de las grandes vejaciones y molestias que han recibido de los ordinarios jueces que han ido con comisiones proveidas por el dicho presidente y oidores, y así de este miedo no osan hacer otra cosa más de cumplir lo que les mandan, sin hacer caudal de lo que el virrey provee” [Testimonio de Cristóbal Barcallo de Quiroga, nombrado por el virrey Juez visitador de obrajes el distrito de la Audiencia de Quito. Lima, 30 de marzo de 1588 (BNE, Mss. 3044, ff. 372-381)]. 93 Colección de Cédulas Reales..., Tomo 1: 1538-1600, op. cit., p. 449.

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La interpretación inmedia ta que de esta orden se hizo en Quito fue que la Audiencia podía despachar los títulos correspondientes a cada venta, y así se hizo. Sólo en 1606 (es decir, diecisiete años después), cuando se estableció claramente el criterio que debía regir las ventas y renuncias de cargos, se aclaró este punto orde- nándose que fuera el virrey quien expidiera los títulos por tratarse de un asunto de gobierno. La orden fue sin duda escasamente cum plida en Quito ya que, en mayo de 1632 el virrey volvió a escribir al Consejo alertando de “los inconvenientes de que el presidente de Quito admita las renunciaciones y despache títulos de los ofi- cios vendibles” 94. Dos años después, en 1634, “ante la existencia de peticionarios de confirma ción Real que presentan en España títulos de oficios vendidos o renun - ciados expedidos por la Audiencia” 95, se despachó una Real Cédula recordando la irregularidad de tal actuación. Esta orden, que se envió con un tono desa cos- tumbradamente fuerte sin duda por la continua desobediencia de la Audiencia en este punto, sí parece haber surtido efecto ya que a partir de entonces la mayoría de los compradores de oficios en Quito recibieron su título desde Lima 96. Una vez aclarado que los títulos de los oficios adquiridos por compra debía despacharlos el virrey, los conflictos en relación a la venta de cargos tuvieron di- ferentes trayectorias. Una y otra vez denunciaron desde la presidencia de Quito los inconvenientes que tenía para la Real Hacienda y los vecinos de Quito el que algunos oficios se tasaran y vendieran en Lima, donde el virrey –al parecer– no tenía conocimiento de su justo precio, de las calidades de los compradores y del negociado que posteriormente hacían estos con los oficios adquiridos. En 1622, por ejemplo, el virrey había evaluado y vendido en Lima la vara de alguacil de Quito por 7.000 pesos con carácter renunciable –cuando todavía no lo era–; el oficio lo compró un individuo que, a su vez, se lo vendió a un criado suyo; poco después un conocido y acaudalado vecino de Quito quiso comprar dicha plaza y el vendedor la tasó en 30.000 pesos 97. Casos como este permiten contemplar la posibilidad –incluso la probabilidad– de que existiera un mercado de oficios que

94 Carta del virrey al consejo, 8 de mayo de 1632, en L. HANKE: “Catálogo de la correspondencia...”, op. cit., p. 2970. 95 I. SÁNCHEZ BELLA: “Quito, Audiencia Subordinada”, op. cit., p. 36. 96 Véase Confirmaciones de oficios vendibles y renunciables del distrito de la Audiencia de Quito, 1539-1699 (AGI, Quito, 35-45). 97 Carta del presidente Antonio de Morga al Rey, Quito, 20 de octubre de 1622 (AGI, Quito, 10, r. 9, n. 114).

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transcurriera de forma paralela al oficial, en el que estuvieran implicados tanto el virrey como aquellos individuos cuyas posturas eran aceptadas en condiciones privilegiadas. En todo caso, según diferentes informes enviados al Consejo des- de la Audiencia, la consecuencia final de que los oficios se vendieran en Lima fue que la obtención de los títulos resultaba tan costosa para los comprados, que és- tos ejercían el oficio si título oficial, o directamente que el oficio quedaba vaco, con la consecuente pérdida para la Real Hacienda 98.

Morga, un presidente con carácter Las instituciones establecidas para la administración y gobierno de la Monar- quía Hispánica tuvieron, sin duda, entidad e historia propia marcadas ambas por unas atribuciones concretas y una posición determinada en la jerarquía de la ad- ministración y el gobierno. Esta comprensión “institucionalista” de la gestión po- lítica es complementaria, y por lo tanto compatible, con la recuperación del individuo como actor histórico, tendencia con fuerte presencia en la historiogra- fía reciente. En esta línea revisionista ha tenido especial influencia la tesis de E. P. Thompson sobre cómo deben ser entendidas las instituciones políticas en el con- texto de la Edad Moderna en Castilla. En esencia, la propuesta de Thompson se centra en comprender las instituciones, en sentido muy amplio, como un foro de expresión de relaciones sociales 99, foro en el que los vínculos personales entre in- dividuos de diferentes rangos, instancias y procedencias interactúan en función de múltiples factores. De ahí la pertinencia y el interés de prestar debida atención a los individuos que tuvieron responsabilidades de gobierno y a las circunstancias precisas en las que llevaron a cabo su gestión, como se verá a lo largo de las si- guientes páginas. El gran acierto de este planteamiento es que permite reintrodu- cir la importancia de los individuos como actores esenciales en ámbito del poder político y rescatar la acción como mecanismo de cambio político y social 100.

98 Carta del oidor Francisco de Prada (por presidencia vacante) al Consejo sobre diferentes asuntos, Quito, 30 de marzo de 1638 (AGI, Quito, 12, r. 5, n. 51). 99 Cita de Thompson recogida por W. TAYLOR: “Between Global Process and Local Knowledge: An Inquiry into Early Latin American Social History, 1500-1900”, en O. ZUNZ (ed.): Reliving the Past: The Worlds of Social History, Chapel Hill 1985, pp. 115-190. Referencia en A. CAÑEQUE: “Cultura viceregia y estado colonial...”, op. cit., p. 9. 100 Véase al respecto P. PONCE LEIVA: “Conflictos de poder a través de las ordenanzas municipales de Quito, 1668-1685”, en M. C. GARCÍA BERNAL y S. OLIVERO GUIDOBONO (coords.): El Municipio Indiano: relaciones interétnicas, económicas y sociales, Sevilla 2009, p. 483.

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Durante el largo reinado de Felipe IV presidieron la Audiencia de Quito cinco letrados: Antonio de Morga (1615-1636), Alonso Pérez de Salazar (1636-1642), Martín de Arriola Balerdi (1647-1651), Pedro Vázquez de Velasco (1654-1660) y Antonio Fernández Heredia (1660-1665). De muy variado talante y forma de actuar, cada uno de ellos imprimió su propio estilo a la gestión del territorio y, en especial, a las relaciones institucionales mantenidas con el virrey y con los dife- rentes titulares de las gobernaciones incluidas en la jurisdicción de Quito. Al ser algunos de ellos considerablemente más invasivos que otros frente a las facultades de gobierno adjudicadas a virreyes y gobernadores, corroboraron con su actitud la ya anunciada importancia de la impronta personal en la gestión política. El más conspicuo de todos los presidentes de la Audiencia de Quito duran- te el reinado de Felipe IV fue, sin duda alguna, D. Antonio de Morga (1616- 1636), cuya gestión se vio interrumpida por la visita general realizada entre 1624 y 1632. Hasta finales del siglo XVII, cuando asumió la presidencia Lope Antonio de Munive (1678-1689), no tendría Quito un presidente políticamen- te tan activo y tan controvertido. Al margen de sus múltiples negocios y filias personales –que se tradujeron en 72 cargos contra él en la Visita General 101–, según Phelan el doctor Morga fue un adalid incansable y expresivo de una mayor autonomía para Quito; en algunas ocasiones, casi logró plasmar en realidad esa pretensión, en otras ocasiones fracasó, pero siguió persistiendo 102. Al revisar la abundante correspondencia que mantuvo con el Consejo de In- dias a lo largo de sus veinte años de presidencia, puede comprobarse que prác- ticamente ninguna de las atribuciones del virrey en materia de gobierno que afectaran al distrito de Quito dejó de ser objeto de observaciones y comentarios críticos por parte de Morga. Retomando la consabida distancia entre Lima y Quito y el desconocimiento del virrey sobre la situación local, en 1616 –pocos meses después de tomar po- sesión de su cargo– escribió al Consejo advirtiendo del mucho daño (que) es para el remedio de todo lo susodicho el tener el gobierno de estas repúblicas, en mayor y en menor, el virrey, porque teniendo otras ocupaciones de otras provincias y hallándose 300 leguas de esta, es imposible entienda las cosas

101 Carta del oidor Alonso de Mesa y Ayala al Consejo sobre varios asuntos, Quito, 22 de abril de 1638 (AGI, Quito, 12, r. 5, n. 61). 102 J. L. PHELAN: El Reino de Quito…, op. cit., p. 141.

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como son, ni cuando le informen de ellas pueda proveerlas con la brevedad, sazón y precisión que conviene 103, argumento que volvió a presentar en 1618 insistiendo en los “conocidos daños e inconvenien tes que se sienten y experimentan cada día más” en la provin cia por este motivo 104. En su discurso, Morga no sólo recurría a consideraciones de índole práctica, sino que apelaba a una especie de “costumbre” –es decir, norma– seguida por di- ferentes virreyes. Así, cuando en 1622 se produjo la vacante de virrey y la Audien- cia de Los Reyes asumió el gobierno del territorio a la espera de que llegara el marqués de Guadalcázar como nuevo virrey, Morga reclamó para sí tal facultad recordando que el virrey marqués de Montesclaros, viendo que era más que dificultoso proveer desde Lima al gobierno de estas provincias con tantas materias, unas graves y otras menudas, con breve despacho encargó muchas de ellas al Dr. Juan Fernández de Recalde presidente de esta Real Audiencia de Quito mi antecesor; a su imitación hubo conmigo el príncipe de Esquilache, lo mismo; cuando se fue a España el virrey hubo de cesar esto; la respuesta incluida en el Consejo en el margen de esta carta fue la previsible: “Visto y no hay que responder” 105. Lo llamativo del caso, no es tanto la recla- mación de Morga –previsible y ya conocida– sino el hecho de que pusiera co- mo ejemplo al marqués de Montesclaros, precisamente uno de los virreyes más celoso de sus atribuciones y que fue acusado reiteradamente de intrusismo en asuntos de la Audiencia de Quito 106. Sea como fuere, la intención era siempre la misma: tras informar de los lo- gros conseguidos, no perdía ocasión de reclamar que “las cosas de el gobierno de estas provincias de Quito […] se sirviese encargarlas a esta Audiencia o a su Presidente” 107. En esta materia, no cabe duda, Morga marcó una línea reivin- dicativa que con mayor o menor tenacidad fue seguida por los presidentes de la Audiencia de Quito a lo largo del siglo XVII.

103 Carta del presidente Morga al Rey, Quito, 20 de abril de 1616 (AGI, Quito, 10). 104 Carta del presidente Morga al Rey, Quito, 1618 (AGI, Quito, 10). 105 Carta del presidente Morga al Rey, Quito, 15 de abril de 1622 (AGI, Quito, 10, r. 9, n. 104). 106 En P. LATASA: Administración virreinal en el Perú..., op. cit., p. 93. 107 Carta del presidente Morga al Rey, Quito, 15 de abril de 1618 (AGI, Quito, 10).

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Si no podía alcanzarse la mayor, al menos habría que negociar la menor, lo cual se tradujo en un goteo de denuncias contra las actuaciones del virrey y en constan- tes peticiones de autorización para intervenir en asuntos que reclamaban “urgen- te” solución o provocaban “graves” perjuicios a los vecinos o a los indígenas. Junto al mayor y mejor conocimiento de la tierra, otro de los argumentos utilizados fue la incompetencia y comportamiento fraudulento de los individuos nombrados por el virrey: los corregidores y los administradores de obrajes de comunidad ocupa- ron preferentemente el punto de mira del presidente, ya que apuntando hacia ellos el proyectil alcanzaría –de rebote– a quien los nombraba, es decir, el virrey. Dada la importancia que el sector textil tenía en la sierra quiteña, pues de la combinación entre el sector agropecuario, la manufactura y el comercio dependía la economía regional, todo lo relacionado con los obrajes fue objeto de especial atención para las autoridades, el vecindario en general y, muy específicamente, para aquellas comunidades indígenas cuyos tributos procedían directamente de los telares situados en sus pueblos. En una carta del 20 de abril de 1616 a propó- sito del obraje de comunidad de Otavalo, Morga denunciaba que los administra- dores puestos por los virreyes eran sus allegados, carentes de toda experiencia en la materia y menos aún interesados por el bien de los indígenas, que sólo busca- ban su provecho personal, y que si en algo se les llamaba la atención alegaban que sólo eran responsables ante el mismo virrey; en consecuencia, el obraje de Otava- lo que debía generar 20.000 pesos anuales no producía ni la cuarta parte. Este asunto sí despertó el interés del rey, por lo cual Morga recibió “jurisdicción pri- vativa y omnímoda” sobre el tema, al mismo tiempo que se le pedía una más de- tallada exposición de las causas del problema y sus posibles soluciones 108. El conflicto sobre los administradores de obrajes nombrados por el virrey no que- dó, ni mucho menos, resuelto por entonces; en 1636 aún se debatía el asunto en Quito y fue uno de los poquísimos temas relativos al ámbito quiteño mencionado por el virrey conde de Chinchón en su correspondencia con el rey 109.

108 Real Cédula al presidente Morga, 17 de marzo de 1619, cit. en C. LANDÁZURI CAMACHO: “El Dr. Antonio de Morga, Octavo Presidente de la Real Audiencia Quito, 1615- 1636”, Revista Quitumbe 3 (1973), p. 38; y Real Cédula al virrey príncipe de Esquilache, 17 de marzo de 1619, en Anuario Histórico Jurídico Ecuatoriano, vol. IV, pp. 47-49 (Cedulario de Morga), cit. en J. REIG SATORRES: “Reconsideración del concepto de Audiencia Subordinada”, op. cit., p. 1479. 109 Traslado del acuerdo tomado en la junta de Quito, sobre administradores de obrajes y sus salarios, Quito, 31 de enero de 1636; Carta del Virrey al Rey sobre que se excusen los

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Otro asunto que generó tensiones entre el virrey Esquilache y Morga fue la facultad de introducir modificaciones en las tasaciones de tributos en los repar- timientos de indios puestos en la real corona. Según el virrey, conforme a las cédulas antiguas que tratan de la visita, se ha introducido la Audiencia de Quito en mudar las tasas de indios, alternando [¿alterando?] las que con orden posterior hizo el virrey Toledo, y con esta confusión no hay noticia en el gobierno del valor de los repartimientos ni de los tributos que de ellos proceden, y así conviene que VE lo represente a SM como yo lo haré, para que ordene a las Audiencia de Quito) que no se entrometa en esto, por ser de tanto perjuicio, así del bien común como de la autoridad del gobierno, fundándose en una cédulas antiguas nunca guardadas y que por muchas se han revocado 110. La cuestión de los nombramientos hechos por el virrey siempre tuvo un pro- tagonismo especial en la correspondencia entre el presidente de la audiencia y el consejo. En esa línea, Morga alertó sobre los problemas que planteaba que el vi- rrey proveyera corregimientos a personas a quienes el rey había dado oficios en el mismo lugar; en 1621 denunció que algunos corregidores provistos por el rey, al llegar a Quito pedían al virrey otro oficio o corregimiento “de su comodidad”, de- jando el provisto por el rey en manos del virrey –como hicieron Montesclaros y Esquilache– con Diego de Ávila y Herrera –corregidor de Guayaquil–, y enton- ces lo pretendía Cristóbal Vela y Acuña –corregidor de Quito– que hacía meses que estaba en la Lima solicitándolo. Sin mencionar la posibilidad de que en estas ne- gociaciones mediara cantidad alguna –algo que consideramos más que probable– se limitó a decir: parece tiene esto inconveniente en que dejen los oficios que VM ha proveído las personas que VM eligió por idóneos para ellos y que por este camino los venga a proveer el virrey, además de que no vuelven a la residencia que deben haber a su tiempo ni a la satisfacción de los agraviados 111.

administradores de obrajes en Quito y que sus salarios se apliquen para la paga de los rezagos que deben los indios, Lima, 23 de marzo de 1636, en L. HANKE: “Catálogo de la correspondencia...”, op. cit., p. 2970, docs. 3566 y 3565. Véase al respecto J. L. PHELAN: El Reino de Quito…, op. cit., pp. 125 y ss. 110 “Memorial de [...] Esquilache”, op. cit., p. 277. 111 Carta de Antonio de Morga al Rey, Quito, 25 de abril de 1621 (AGI, Quito, 10, r. 8, n. 94).

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Quizás para compensar esas ausencias, los presidentes de Quito recurrieron al mismo sistema empleado por los virreyes en relación a los cargos de provisión real: nombrar autoridades con carácter interino... hasta nueva orden 112.

El caso Esmeraldas: Descentralización y negociación Otra fuente inagotable de tensiones entre virrey y presidente de la audiencia fueron las empresas de descubrimiento y colonización. Al ser materia de gobier- no eran, en principio, responsabilidad directa del virrey; sin embargo, el trasvase de competencias de uno a otro por parte de la Corona provocó el desconcierto en más de una ocasión. Por una R.C. de 13 de septiembre de 1621 dirigida al presi- dente de Quito, el rey se extrañaba de no haber sido informado sobre el asiento que se había hecho con Diego Vaca de Vega para la pacificación del territorio jun- to al río Marañón (gobernación de Yaguarzongo). La respuesta de Morga fue que tal asiento lo había realizado el príncipe de Esquilache y que, si él no había infor- mado antes ni informaba entonces, era porque a él nada le habían comunicado; añadía de paso, que el territorio al otro lado del Marañón había sido en su tiem- po jurisdicción de la Audiencia de Quito, pero el virrey lo había transferido a la Audiencia de los Reyes, por lo que entendía debían ser el virrey y dicha audien- cia quienes dieran las pertinentes explicaciones 113. Mientras esto ocurría en la re- gión oriental, el rey encargaba a Morga la colonización de la región de Esmeraldas en la costa noreste, ordenándole que luego informara al virrey, con lo cual se in- vertía el procedimiento 114. El “caso Esmeraldas” resulta muy interesante para observar cómo se desarro- lló una negociación que implicó a diferentes ámbitos de poder situados en Madrid, Lima y Quito, qué intereses defendían cada uno de los interlocutores –valido, con- sejo, virrey y presidente– y cómo se articularon las soluciones propuestas. La larga línea de costa que recorría el territorio de la Audiencia de Quito des- de Barbacoas hasta Túmbez (en los actuales países de Colombia y Perú), presentó

112 Nombramiento que hace el doctor Antonio de Morga, presidente de la Audiencia de Quito, al capitán Cristóbal de Troya y Pinque como Justicia Mayor de Otavalo, Quito, 9 de marzo de 1632 [ANE, Gobierno, caja 3 (1614-1648), exp. 7]; Nombramiento del señor doctor don Juan de la Concha como Fiscal y Protector General de Naturales, en reemplazo del doctor Melchor Suárez quien falleció, Quito, 13 de diciembre de 1646 [ANE, Gobierno, caja 3 (1614-1648), exp. 15]. 113 Carta de Morga al Rey, Quito, 22 de abril de 1623 (AGI, Quito, 10, r. 10, n. 132). 114 Carta de Morga al Rey, Quito, 20 de octubre de 1622 (AGI, Quito, 10, r. 9, n. 114).

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a lo largo de los siglos XVI y XVII una densidad de población muy baja, siendo Gua- yaquil el único asentamiento de consideración. Las dificultades para fundar poblaciones estables se debieron tanto a factores locales, de índole geográfica, cli- mática, demográfica, económica y cultural, como a los cambios de rumbo que adoptó la política española en materia de defensa de los Mares del Sur. Mientras el virrey marqués de Montesclaros desplegó a principios del siglo XVII una estra- tegia defensiva móvil, favorable a la creación de diferentes núcleos de asentamien- tos en la costa para proteger el territorio de posibles incursiones, entre 1615 y 1630 tanto el príncipe de Esquilache como el marqués de Guadalcázar optaron por una política defensiva estática tendente a blindar los accesos desde la costa al interior, en consonancia con la línea diseñada por el conde-duque de Olivares ante el avance holandés por el hasta entonces distante y desconocido océano Paci- fico 115. Ese cambio de rumbo desató uno de los conflictos más largamente soste- nidos entre determinados virreyes del Perú y algunos sectores de las elites serranas defendidos por el presidente de la Audiencia de Quito. Desde la perspectiva de la sierra de Quito, la apertura de una nueva ruta que pusiera en comunicación directamente la sierra norte con Panamá a través de tres puertos en la costa –Santiago, Esmeraldas y Bahía de Caráquez, de norte a sur– implicaría la liberación del control que ejercía sobre los productos serranos tanto los comerciantes, bodegueros y transportistas de Guayaquil como sus socios de Lima. A favor de la apertura de una o varias rutas de comunicación entre la sie- rra quiteña y el puerto de Panamá se esgrimió asimismo el argumento de la faci- lidad de transporte de pólvora, alpargatas y cuerdas desde la fábrica de Latacunga (ciudad próxima a la capital) hasta Audiencia de Tierra Firme en momentos de urgente necesidad 116. El presidente Morga conjugaba en su argumentación la de- fensa de los intereses locales con la obligación de cubrir las necesidades defensi- vas ante las invasiones holandesas.

115 El escaso entusiasmo del virrey Esquilache por la empresa queda reflejado en su memoria de gobierno cuando informa: Martín de Ebica (Écija), vecino de Quito, ofreció abrir camino de Quito a Bahía. Se hicieron con él las capitulaciones por orden del rey, “no obstante que juzgué que no era acertado abrir nuevos puertos en costas tan largas y mal defendidas: el camino dicen que es importante, y lo que consta de la relación que el presidente hace es breve y no dificultoso, y que mediante el pasaje se facilitará mucho la comunicación de aquella provincia con la de Panamá, y tendrán salida sus frutos por ser la navegación de 6 días” (“Memorial de [...] Esquilache”, op. cit., p. 253). 116 “Carta del presidente Morga al virrey Esquilache. Quito, 15-I-1616”, en J. RUMAZO: Documentos para la Historia de la Audiencia de Quito, Madrid, 1948-1949, t. IV, p. 241.

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Las negociaciones para establecer los tres, o al menos uno de los tres, puer- tos planeados generó una intensa e intrincada correspondencia entre los virre- yes, la Audiencia de Lima, el Consejo y el presidente Morga de muy laborioso seguimiento 117, pero sí pueden detectarse los sectores sociales y los agentes de la administración implicados en tan compleja negociación 118. La Audiencia de Quito, y muy especialmente el presidente Morga, actúo como intermediario de la conexión de la sierra central y norte con los mercados de Tierra Firme, defen- diendo así los intereses de las elites locales volcadas al comercio de textiles y de- rivados; esta línea de acción recibió el apoyo reiterado del Consejo de Indias, tradicionalmente favorable al establecimiento de nuevas poblaciones que conso- lidaran la presencia real en espacios aún no controlados. Por otro lado, los vi- rreyes Esquilache y Guadalcázar (no así Chinchón que volvió a ser favorable a la política de apertura hacia el exterior) favorecieron una estrategia de blindaje de espacios que, a su vez, fue siempre respaldada por diferentes Autos dictados por la Audiencia de Lima cuando fue consultada, en los cuales se tuvieron muy presentes los intereses de los mercaderes limeños y guayaquileños. El desprestigio del presidente Morga a lo largo de la Visita General llevada a cabo entre 1624 y 1632, el cambio de estrategia en materia defensiva adopta- do en Madrid (más por influencia del conde-duque de Olivares que por inter- vención del Consejo de Indias) y la escasa rentabilidad alcanzada por las nuevas rutas, tanto por la dificultad en la apertura de los caminos como por el escaso trasiego que generaron, favorecieron que en esa coyuntura prevaleciera la opi- nión de los virreyes, pero eso no fue así por largo tiempo. En la década de 1650 otra vez surgieron voces que animaban a buscar nuevas rutas hacia el exterior y que dieron lugar a nuevos nombramientos y nuevas empresas, que a su vez vol- vieron a fracasar… y así llegó antes la Independencia al Ecuador que la apertu- ra de una consolidada y efectiva línea de puertos. El “caso Esmeraldas”, o mejor dicho los intentos de crear una cadena de puertos en las costas de la Audiencia de Quito, evidencia la ya conocida descen- tralización de la administración hispana en Indias. De hecho, como ya observó Phelan hace casi cincuenta años,

117 Véase un desarrollo amplio del caso en J. L. PHELAN: El Reino de Quito…, op. cit., pp. 25-55 y J. RUMAZO: Documentos para la Historia de la Audiencia ..., op. cit., t. I y t. IV. 118 Correspondencia sobre los accesos a la costa por Santiago, Esmeraldas y Bahía de Caráquez entre el virrey, el presidente Morga y el Consejo de Indias en AGI, Quito, 10.

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una buena parte de las decisiones se tomaban realmente en Indias, entre varios organismos que rivalizaban entre sí, y en estas decisiones desempeñaban un papel primordial las realidades y los grupos de interés locales 119. El caso concreto analizado en la costa quiteña pone de manifiesto la influen- cia que, sin duda, podían tener las decisiones virreinales y el peso que pudo lle- gar a tener su criterio incluso yendo en contra de las directrices marcadas desde el Consejo de Indias, pero cabe tener en cuenta dos elementos que parecen atemperar el poder omnipresente del virrey: la decisión de no apoyar la apertu- ra de nuevos puertos fue propuesta y puesta en práctica por el virrey en oposi- ción al criterio defendido por el Consejo de Indias, pero en clara sintonía con las directrices marcadas por el conde-duque de Olivares entre las décadas de 1620 y 1630 para la conformación de un sistema defensivo más adecuado a un conflicto a escala mundial 120; así, la dicotomía entre centro y periferia queda aún más desdibujada si consideramos que ni el centro ni la periferia constitu- yen espacios homogéneos. El segundo factor a tener en cuenta es que en el fra- caso de la apertura de nuevos caminos hacia el mar tuvieron gran incidencia otras condiciones locales que operaron en su contra: la hostilidad de los indíge- nas –especialmente los malabas–, la extraordinaria dificultad orográfica que presenta el descenso de los Andes a la costa del Pacifico –que en apenas 200 ki- lómetros pasa de 6.000 metros al nivel del mar– las incertidumbres generadas por una política cambiante, los fracasos cosechados por costosas experiencias anteriores… todo ello acabó por desalentar las iniciativas locales. Dos consideraciones más caben desprender del “caso Esmeraldas”; por un lado, el peso que sobre los intereses locales quiteños tuvo la acción de las altas ins- tancias de poder (virrey y valido) 121 y, por otro –como complemento de la pri- mera–, el escaso eco que parecen haber tenido en el conjunto de la Monarquía las

119 J. L. PHELAN: El Reino de Quito…, op. cit., p. 50. Recordemos que la primera edición de la obra es de 1967. 120 A. AMADORI: Negociando la obediencia. Gestión y reforma de los virreinatos americanos en tiempos del conde-duque de Olivares (1621-1643), Sevilla 2013, p. 356. 121 En este sentido, no encontramos en el área y el tiempo analizados argumentos que permitan compartir la afirmación de que “la capacidad de intervención a escala local del poder imperial era muy reducida” [J. J. RUIZ IBÁÑEZ: “Una historia más allá del paradigma centro-periferia”, en A. AMADORI: Dossier “Los territorios americanos y su integración en el mundo hispánico: itinerarios historiográficos entre el paradigma colonial y la monarquía policéntrica”. Programa interuniversitario de Historia Política 78 (En línea)].

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propuestas formuladas desde los ámbitos locales (al menos desde los espacios ale- jados de las cortes virreinales). Para poder hablar de una monarquía con múlti- ples ámbitos de acción política efectiva habría que determinar si desde los espacios no cortesanos se proponían y se implementaban propuestas políticas que afectaran a un espacio más amplio que aquel desde el que surgía la propuesta; el espacio quiteño no parece haber contado con tal capacidad.

La Visita General (1624-1632) Los dos ejes principales sobre los que giro la política reformista desplegada en América por el conde-duque de Olivares en las décadas de 1620 y 1630 fue- ron el incremento de la presión fiscal –y la consecuente lucha contra el fraude–, por un lado, y la consecución de un mayor control sobre la administración in- diana, por otro, como requisito imprescindible para alcanzar cualquier medida que se pretendiera implantar 122. En el plan de reformas comenzado ya duran- te el reinado de Felipe III el papel adjudicado a las Indias resultaba esencial, no solamente porque una parte muy con siderable de las riquezas de España venían de América, sino también porque otra gran parte de esas riquezas se perdían en las mismas colonias 123. Como ocurriría un siglo después, con el reformismo borbónico, cualquier intento de sanear las finanzas o de introducir nuevos términos en la negociación política pasaba por una revisión en profundidad del funcionamiento adminis- trativo; así, “las instituciones adquirieron la doble condición de objetos y me- canismos del reformismo del valido” 124. En esta línea, ninguna medida fue considerada más eficaz que la de realizar vi- sitas generales a las instituciones radicadas en diferentes centros americanos: así, el marqués de Gelves fue enviado a México en abril de 1624 no sólo como virrey sino como visitador, un año después Juan Gutiérrez Flores iniciaba la Visita a la Audiencia de Lima, Juan Galdós Valencia hacía lo propio en Charcas, y en no- viembre de 1624 Juan de Mañozca llegó a la Real Audiencia de Quito con seme- jante cometido. La diferencia con vistas anteriores radica en que las decretadas en

122 A. AMADORI: Negociando la obediencia…, op. cit., p. 281. 123 J. ISRAEL: Razas, clases sociales y vida política en el México Colonial; 1610-1670, México 1980, p. 14. 124 A. AMADORI: Negociando la obediencia…, op. cit., p. 282.

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este momento no tuvieron como objetivo único los tribunales de justicia, sino que los visitadores estaban facultados para investigar la totalidad de los organismos de la administración incluyendo, en algunos casos, a los cabildos y a los oficiales de la Real Hacienda 125. La decisión aconsejada al rey por Olivares no se ejecutó fácilmente. Por par- te del Consejo de Indias hubo una fuerte oposi ción al despacho de visitadores ya que la experiencia había demostrado que tal medida no era, por sí misma, ca- paz de evitar el mal funcionamiento de la administración, suponía frecuen- temente grandes desembolsos para la Real Hacienda y, además, solía generar fuertes tensiones no solo con los visitados, sino con el público en general. Se trataba, por lo tanto, de una vía más punitiva que reformadora 126. Factores procedentes de la misma Audien cia de Quito contribuyeron, por su parte, a que el Consejo tomara una decisión tan cara, impopular, extraordinaria y, frecuente mente, ineficaz como era la visita general. Antonio de Morga lleva- ba nueve años presidiendo la Audiencia, desde 1593 no se había realizado una inspección a fondo de la situación en el Reino de Quito, eran ya habituales en el Consejo las quejas de particulares sobre el comportamiento y la gestión de Morga 127 y, sobre todo, las tensiones, enfrentamientos y disputas entre algunos oidores y el presidente, que indudablemente tras cen dían al resto de la pobla- ción, provocaron en el Consejo una actitud favorable a la visita 128. La primera fase de la Visita la llevó a cabo entre 1624 y 1627 Juan de Ma- ñozca, que desempeñaba por entonces el cargo de primer inquisidor en Lima. Llegó a Quito con amplios poderes ya que, como visitador representaba la má- xima autoridad civil y, como inquisid or, entendía en todos aquellos casos relati - vos a la juris dicción ecle siástica 129. Encarcelar al pre si dente y al fiscal de la audiencia fue la primera medida tomada por Mañozca; poco después serían destituidos y expulsados de la ciudad tanto el presidente Morga como la mayor parte de los oidores: la Audiencia pasó así a estar totalmente controlada por el

125 A. AMADORI: Negociando la obediencia…, op. cit., p. 284. 126 J. L. PHELAN: El Reino de Quito…, op. cit., p. 333. 127 Carta de Fr. Jerónimo de Mendoza, de la orden de Santo Domingo a S. M. enviando relación de los excesos y mal comportamiento del presidente de la audiencia D. Antonio de Morga, Quito, 4 de mayo de 1620 (AGI, Quito, 87, n. 30). 128 J. L. PHELAN: El Reino de Quito…, op. cit., p. 339. 129 F. G ONZÁLEZ SUÁREZ: Historia del Ecuador, Quito 1893, t. IV, p. 128.

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visitador. Comenzó enton ces una larga serie de enca rcelamientos, detenciones, multas y cas tigos de los que se libraron muy pocos de aquellos que, por una u otra causa, atrajeron su atención. De esta forma, pocos meses después de su lle- gada a Quito, Mañozca había conseguido formar una oposición integrada por la mayor parte de los miembros de la audiencia, el cabildo (al haber multado a su procurador), la mayoría de las órdenes religiosas (por haber intervenido en las elecciones provinciales) y buena parte de los vecinos que se habían visto afecta- dos por sus drásticas y, un tanto, arbitrarias decisiones. A lo largo de la investigación, Mañozca comprobó que la gestión de Morga y sus colaboradores no había sido todo lo eficaz y meticulosa que debiera: el Li- bro de Acuerdos de la Audiencia, se “encontraba en un completo caos” 130; en la tesorería de la Real Hacienda “hacía tiempo que los libros no se habían cerra- do al fin de año y, había gruesas cantidades gastadas sin que se supiera cómo ni en qué” 131; las tensiones entre los oidores habían creado facciones que se refle- jaban en los veredictos finales de los pleitos (traducién dose en favoritismos y abusos), etc. Todo ello hizo pensar a Mañozca que la situación requería una re- forma a fondo y, sobre todo, una serie de castigos espectaculares que sirvieran de ejemplo a los futuros gobernantes y a quienes se apoyaban en ellos para ob- tener beneficios personales. La gestión de Mañozca puede relacionarse con la que estaba desempeñando en esos mismos años su equivalente en México, el virrey Gelves. Ambos reci- bieron sus comisiones como consecuencia del afán reformista de Olivares, am- bos demostraron una enorme falta de tacto con los “visitados”, lo que les valió una oposición general y, tanto en Quito como en México las excomuniones y entredichos por parte del sector religioso fueron utilizadas contra el visitador. Existieron, sin embargo, importantes diferencias entre uno y otro que convie- ne señalar. Mientras Gelves tomó medidas inmediatas para mejorar la situación económica de la población (acabando con la especul ación de cereales, lo que fa- voreció un considerable descenso de precios), Mañozca dejó prácticamente

130 J. L. PHELAN: El Reino de Quito…, op. cit., p. 366. 131 F. G ONZÁLEZ SUÁREZ: Historia del Ecuador, op. cit., vol. IV, p. 133. Pese a la negativa imagen que este autor ofrece sobre Morga, posiblemente más por cuestiones morales que estrictamente históricas, no llegó a tanto el desbarajuste en la gestión de este presidente: la situación de la Real Hacienda entre 1624 y 1629 puede consultarse en las relaciones enviadas por Morga y los oficiales reales al Consejo en 1625 y 1631, ambas en P. PONCE LEIVA: Relaciones Histórico-Geográficas de la Audiencia de Quito..., op. cit., t. II, pp. 115-202.

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desmonetizada la provincia a base de imponer multas indiscriminadamente 132; mientras las reformas de Gelves tuvieron como resultado que durante los años de su gobierno, los reales ingresos aumentaran notablemente, la visita de Ma- ñozca costó a la Real Hacienda 66.878 pesos, convirtiéndose en “una de las más ca ras visitas generales en la historia del Imperio español” 133; mientras Gelves actuó guiado por un “ardor reformis ta”, Mañozca “como producto de la Inqui- sición, creía firmemente que los medios más efectivos para erradicar los abusos, era castigar rigurosamente a aquellos que violasen las leyes” 134. Por último, en- contramos una diferencia básica entre ambos: mientras Gelves fue derrocado, de hecho, por la rebelión del 15 de enero de 1624, cuando el palacio virreinal fue asaltado y el cabildo de México tomó el poder gracias al apoyo del clero secu lar, la élite criolla y buena parte de los oidores, a Mañozca lo destituyó el rey y hasta que la Real Cédula no llegó a Quito en septiembre de 1627 el visi- tador continuó en ejercicio. La alianza formada contra él fue similar a la mexi- cana (agentes, clero y élite), pero no se puede compa rar el poder y la capacidad de presión que podía ejercer una corte virreinal, con los informes, quejas y pe- ticiones enviadas desde una capital regional 135. A grandes rasgos, las medidas más espectaculares y conflicti vas tomadas por Mañozca fueron la suspensión de prácticamente todos los magistrados de la Audiencia, el encarcelamiento en pleno del cabildo de Quito, la intervención en las elecciones provincia les de los dominicos (con la consecuente crispación de las ten- siones ya existentes entre criollos y peninsulares) y el apoyo arbitrario a personas que habían sido castigadas anteriormente por la Audiencia. Estas decisiones influ- yeron en el Consejo de Indias a la hora de estimar la actitud del visitador como im- prudente y de excesiva dureza. Juan de Mañozca fue destituido en septiembre de 1627, siendo Galdós de Valencia (hasta entonces oidor en Lima) quien concluyó la

132 J. ISRAEL: Razas, clases sociales y vida política…, op. cit., p. 145 y J. L. PHELAN: El Reino de Quito…, op. cit., p. 413. 133 J. ISRAEL: Razas, clases sociales y vida política…, op. cit., p. 142; Informe de los Oficiales Reales de Quito sobre los gastos ocasionados por el Visitador Mañozca y los ingresos de la Caja Real, 1628 (AGI, Quito, 62); J. L. PHELAN: El Reino de Quito…, op. cit., p. 413. 134 J. ISRAEL: Razas, clases sociales y vida política…, op. cit., p. 143 y J. L. PHELAN: El Reino de Quito…, op. cit., p. 369. 135 J. ISRAEL: Razas, clases sociales y vida política…, op. cit., p. 144 y Carta de los Oficiales Reales de Quito al Rey sobre los gastos realizados y abusos cometidos por el Visitador Mañozca, 1627 (AGI, Quito, 20).

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Visita en 1632, con escaso éxito, por cierto: como el Consejo de Indias había temi- do, ésta no sirvió más que para castigar momentáneamente ciertas corrupciones y abusos de poder

Y los conflictos continuaron La visita general no supuso un cambio en la situación real de la audiencia, a lo largo de ella no se tomaron medidas espec taculares con ulteriores repercusio nes, no se produjeron durante esos años hechos que podamos considerar como hitos en la his toria políti ca del reino. Sin embargo, sí podemos afirmar que marcó, un poco desdibujadamente, el tránsito entre una primera etapa de gran actividad eje- cutiva y una segunda, marcada por la falta de brillantez; constituye un largo plazo de diez años en los que la situa ción interna y externa de la colonia va cam- biando y que puede utilizarse como punto de referencia para estudiar la evolu - ción de la historia política de la Audiencia de Quito en el siglo XVII. Partiendo de la visita general se distinguen dos etapas: una anterior a ella, de 1600 a 1632, y la otra posterior, de 1632 a 1700. Durante el primer periodo des- tacan las figuras de los presi dentes Ibarra y Morga, quienes a lo largo de sus go- biernos lleva ron a cabo nuevas fundaciones de ciudades (Ibarra, Bahía, etc.), fomentaron la colonización en el Oriente (fundación de las misio nes en Mainas), apoyaron constantemente el proyecto de pacifica ción de Esmeraldas (en especial Morga), concedieron numerosas licencias para establecer nuevos obrajes, inter - vinieron activamente en cuestiones políticas de amplio espectro (como podía ser la estrategia a seguir en la defensa del Pacífico), etc. Fue éste, en fin, un periodo de considerable actividad polí tica, de iniciativas e intentos de reforma. Durante el segundo periodo, la sensación predominante es de falta de iniciativa por parte de las autoridades, de cierta apatía. Hasta el último tercio del siglo XVII la activi- dad en materia de gobierno, tanto de los presidentes como del Real Acuerdo, pa- rece haberse centrado fundamentalmente en mantenerse alerta frente a posibles invasiones extranjeras y resolver conflictos de índole interna: bien con el obispo, con (o entre) las órdenes religiosas o entre los propios miembros de la audiencia. Tan sólo durante el gobierno de Lope Antonio de Munive (1678-1689) el tema de los obrajes recobró un claro protagonismo económico y político, generando una intensa actividad por parte del presidente. A lo largo del siglo se produjeron constantes enfrentamientos entre los virre- yes y los presidentes de la audiencia por cuestiones relacionadas con el Regio Patronato, especialmente en cuanto se refiere a la intervención de la autoridad en

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conflictos internos de las órdenes y en materia de provisión de curatos. Los reli- giosos –o cada uno de los bandos enfrentados– apelan a la autoridad que creía iba a ser más favorable a sus intereses, desatando un conflicto de competencias. Un conjunto de cartas redactadas entre 1671 y 1672, es decir ligeramente más tardías del periodo contemplado, redactadas por el presidente Corro Carrascal (1669- 1673) y el virrey conde de Lemos dan buen testimonio de las tensiones existentes entre ambos personajes, del tono que podía alcanzar la polémica y de su persis- tencia a lo largo del tiempo. En diciembre de 1671 y febrero de 1672 el virrey es- cribió al Consejo quejándose de las intromisiones del presidente en materias de gobierno, como era despachar jueces de comisión para tomar cuentas finales a los administradores de obrajes, nombrar gobernadores de los pueblos de indios e in- tervenir en los recursos de los regulares contra sus priores, “cuestión que por diferentes Reales Cédulas estaban reservadas a los virreyes, denegando su conoci- miento a las Audiencia, especialmente a las que están subordinadas al gobierno superior de este reino”. Informó asimismo que la Audiencia de Quito le había ofendido y se había dirigido a él en términos tan irrespetuosos que no se atrevió a presentar la mencionada carta ante el Real Acuerdo de Lima por no escandalizar y sobresaltar a los oidores. El virrey comunicó que ya había advertido de ello al pre- siente, pero recababa el apoyo del rey (vía Consejo de Indias), concluyendo: mucho cuidado ha comenzado a dar a este gobierno D. Diego Corro Carrascal, y así tengo por conveniente que VM le modere advirtiéndole no exceda de los límites de su jurisdicción 136. La carta que había desatado el conflicto fue remitida por Corro Carrascal al vi- rrey en octubre de 1671, informándole de la decisión adoptada por la Audiencia ante el conflicto surgido en la orden de Santo Domingo, entre algunos frailes y el prior de la orden, en materia de presentación de doctrineros; en agosto de 1671 el virrey había ordenado que el prior, Francisco de la Torre, fuera restituido a su cargo y que si los religiosos tenían algo que alegar debían hacerlo ante el superior gobierno (no ante la audiencia, que ya los había amparado desterrando a De la Torre). La Audiencia ordenó que se sobreseyese la orden del virrey alegando que una Real Cédula de 20 de mayo de 1669 les había cometido privativamente que

136 Carta del virrey al consejo acusando de intromisiones en materia de gobierno al presidente Corro Carrascal, Lima, 30 de diciembre de 1671 (AGI, Lima, 72); Carta del virrey al Consejo dando cuenta de los excesos del presidente Corro Carrascal, Lima, 28 de febrero de 1672 (AGI, Lima, 72).

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moderasen los excesos de De la Torre, sin otro arbitrio “y el haberle comunicado la dicha resolución fue por la atención que esta Audiencia reconoce a VE, y no por obligación precisa”; se fundamentan para ello en la Ley 32 T.I de la Sumaria 137, alegando que las audiencias en Indias tienen atribuciones que no tienen las de España –y lo tiene reservado el Consejo de Castilla–, y la razón fue la gran distancia que hay de ocurrir de las Indias a SM o a su Real Conejo y el peligro que podía ocasionar la tardanza, por la cual se les han comunicado muchas cosas que no se permiten a las Audiencias de España y vienen a tener casi en todo las veces del mismo Consejo y pueden conocer de causas que de otra suerte eran y son reservadas. Yendo más allá, argumentaron que habían actuado ante la violencia inmi- nente, y que si el virrey repone al Prior desterrado sin atender a tantas consecuencias como se han ponderado y al honor de los ministros que lo decretaron, sólo por la negociación que pueden haber tenido los interesados con algunos compadres suyos que asisten en esa ciudad y otras partes, siendo falsa la relación que ha hecho en sus cartas memoriales y peticiones como consta de ellos 138; la carta finaliza con lo que el virrey consideró una severa falta de respeto, ya que representa esta Audiencia a VE (el virrey) que por Real Cédula de 26 de agosto de 1664 está prevenido que los Srs. Virreyes hablen con ellas por carta y no por provisión, y en la que se remite al Sr. Presidente se altera esta forma y se juzga fue inadvertencia del secretario [‘’] y se servirá VE se le guarde el honor que SM le ha concedido.

Marcando una tónica que sería habitual a finales del siglo XVII, la decisión del Consejo no respondió al apoyo solicitado por el virrey, ya que en consulta de 1673 –tras el preceptivo informe del fiscal– el Consejo estimó que la Audiencia no se había excedido al aceptar el recurso presentado por los dominicos contra su prior; que, si se excedieron en escribir una carta poco respetuosa al virrey, que se les amonestará, pero se les quita la multa que les había impuesto el virrey 139.

137 En este periodo, cuando los magistrados citan la legislación se remiten al “Sumario” de Aguiar y Acuña y a la Política Indiana de Solórzano Pereira, al no estar disponible aun la Recopilación de Leyes de Indias (1680). 138 Carta de la Audiencia de Quito al virrey (firmada por Corro Carrascal, Inclán, Torres Pizarro y Peñalosa), Quito, 8 de octubre de 1671 (copia en Lima, 5 de marzo de 1672) (AGI, Lima, 72. Subrayado en el original). 139 Consulta del consejo al Rey, Madrid, junio de 1673 (AGI, Lima, 72).

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Relación entre la Audiencia de Quito y los gobernadores de su jurisdicción

Por más que teóricamente se acabara diferenciando entre asuntos de gobierno y de justicia –cuestión ciertamente polémica en el derecho indiano– y se fueran delimitando las jurisdicciones de unas y otras autoridades, el seguimiento de la correspondencia mantenida entre la Audiencia de Quito y el rey, por vía del Con- sejo de Indias, evidencia las constates interferencias tanto en materia de compe- tencias como en espacios jurisdiccionales. Un ámbito en el que puede apreciarse la intensidad y recurrencia de tales conflictos es en las relaciones mantenidas en- tre la Audiencia de Quito y los diferentes gobernadores que ejercían en el distri- to bajo su jurisdicción. El caso de Popayán resulta especialmente significativo, ya que reproduce a escala regional las intromisiones denunciadas por la audiencia con respecto al virrey, solo que es entonces el tribunal –con su presidente a la ca- beza– quien interfiere en las competencias del gobernador. Así, mientras los go- bernadores Juan de Borja y Gabriel Díaz de Cuesta presentaban ante el rey en 1639 y 1669 los inconvenientes que ofrecían las visitas generales realizadas por los oidores de Quito al distrito de su gobernación 140, en 1648 el presidente Martín de Arriola recordaba que los oficios vendidos en la jurisdicción de Popayán no só- lo debían seguir siendo evaluados y rematados en Quito como se venía haciendo hasta entonces –ingresándose en la caja de Quito y no en la de Santa Fe las can- tidades obtenidas–, sino que denunciaba que el gobernador “contraviniendo al estilo que se representó aVM, ha rematado algunos oficios de la ciudad de Pasto y despachado títulos”, reclamando para sí la facultad de hacerlo como el virrey hacía con los que se vendían en Quito, “porque la gobernación de Popayán no es- tá sujeta a la gobernación del Perú” 141. Al margen del conflicto económico y de competencias presentado, el interés que ofrece la carta de Arriola es que viene a recordar que Popayán, como el territorio bajo jurisdicción de la Audiencia de Santa Fe, no formaba parte del virreinato del Perú, lo cual se olvida con frecuen- cia al presentar las Indias como un mundo dividido en dos virreinatos 142. Solo a

140 Carta del gobernador Juan de Borja al Rey, Anzerma, 4 de junio de 1639 (AGI, Quito, 16). Carta del gobernador Gabriel Díaz de Cuesta al Rey, Popayán, 12 de abril de 1669 (AGI, Quito, 16). 141 Carta de Martín de Arriola, presidente de la Audiencia de Quito, a S. M. sobre los problemas de las ventas de oficios, Quito, 20 de agosto de 1648 (AGI, Quito, 13, r. 5, n. 22). 142 “Si observamos la organización territorial en tiempos del Rey Prudente, notamos que caen enteramente fuera de la jurisdicción virreinal los distritos de las Audiencias de Santo

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principios del siglo XVII el gobierno de la Audiencia de Panamá, que correspon- día a su presidente, fue puesto bajo la supervisión del virrey dada su posición es- tratégica como vía de salida de la plata procedente del Perú 143.

CONCLUSIONES

Durante el reinado de Felipe IV, como había sido y sería habitual entre los Austrias españoles, en los territorios americanos de la Monarquía Hispánica exis- tieron múltiples y diferentes centros de poder desde los que se tomaron decisio- nes políticas, más allá de las siempre mentadas cortes virreinales. La expresiva observación de Juan de Palafox sobre que la Monarquía Hispánica era gobernada por 20 individuos (rescatada para reforzar la idea de un fuerte centralismo 144), podría aplicarse al diseño de las líneas maestras de la política a seguir en los gran- des temas de Estado (lo que podría llamarse “alta política”, como el incremento de la presión fiscal o las relaciones internacionales), pero la gestión de gobierno y la toma de decisiones en los asuntos cotidianos (si es que así puede describirse la estrategia defensiva del Pacifico Sur) fue compartida, negociada, disputada y a veces impuesta entre las diferentes instancias de poder radicadas en América, y posteriormente ratificadas, o no, por el rey a través del Consejo de Indias. Siendo ésta una práctica política plenamente confirmada, las fuentes de archi- vo ponen de manifiesto, además, el selectivo e intencionado ejercicio de control, fiscalización, aprobación o rechazo que –a corto, medio o largo plazo– ejerció el Consejo de Indias sobre las decisiones tomadas por las autoridades radicadas en América, fuera el virrey, la audiencia o cualquier órgano local. Si bien la descentralización administrativa es un fenómeno ampliamente constatado en

Domingo, Guatemala y Santafé. […] en los tres Distritos mencionados existen Gobernadores y Capitanes Generales que en el Gobierno político y militar no están subordinados al Presidente de la Audiencia, sino al Rey y su Consejo” (A. SZÁSZDI: “Virreyes y Audiencias en Indias…”, op. cit., p. 1697). 143 “Real Cédula para que se cumpla y ejecute en Tierra Firme lo que el virrey ordenare en las cosas de gobierno y guerra y administración de la Real Hacienda. Madrid, 16-III- 1628”, en L. HANKE: “Catálogo de la correspondencia...”, op. cit., p. 2970, doc. 2693. 144 M. RIVERO RODRÍGUEZ: “La reconstrucción de la Monarquía Hispánica: La nueva relación con los reinos (1648-1680)”, Revista Escuela de Historia [online] 12/1 (2013).

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la historiografía americanista desde hace décadas 145, la gran mayoría de las deci- siones (por no decir todas) acabaron siendo ratificadas, rectificadas o en todo caso supervisadas cuando así lo consideró oportuno el Consejo de Indias. La capacidad de acción de las diferentes instancias de poder americanas no implicó, por lo tan- to, la suplantación del poder central; dicho de otra forma, el “centro metropolita- no” no neutralizó la autonomía de los centros indianos, pero ni mucho menos renunció a su supervisión e intervención cuando lo consideró oportuno y, más aún, cuando así se lo solicitaron desde América para dirimir o mediar en los frecuentes conflictos entre autoridades, instituciones y grupos de presión. A falta de mayores certezas, la impresión es que la intensidad de la presencia de alguna de las instan- cias de poder metropolitanas –que fueron varias– dependió del calado político y económico del asunto en cuestión. La existencia de múltiples centros desde los que eran dictadas disposiciones de gobierno en América no implicó –necesariamente– la existencia de estrechas relaciones entre ellos, y menos aún el desarrollo de una especie de “gobierno pa- ralelo” en territorio americano, donde las disposiciones adoptadas para un lugar se aplicaran en otro; lo que la documentación ha puesto de manifestó –al menos para el caso de Quito 146– es que las líneas fuertes de comunicación política se de- sarrollaron entre un lado y otro del mar y no entre los diferentes espacios andi- nos, y mucho menos entre el conjunto de los ámbitos americanos. Esta evidencia no supone, sin embargo, una recuperación de la clásica duali- dad entre centro y periferia; el panorama observado resulta bastante más comple- jo, ya que tanto en la metrópoli como en América funcionaron simultáneamente diferentes instancias de poder desde las que fueron formuladas propuestas y dis- posiciones de gobierno. Como se ha podido comprobar, si por un lado en la cor- te de Madrid no siempre fueron coincidentes los criterios defendidos por el rey, el valido o el Consejo de Indias 147 (por ejemplo, en materia de poblamiento o

145 Para el caso de Quito véase especialmente J. L. PHELAN: El Reino de Quito…, op. cit., pp. 141, 480, 491. 146 Recordemos que no ha sido posible encontrar ni en Quito ni en Lima la correspondencia mantenida entre los virreyes del Perú y la Audiencia de Quito y que las relaciones entre ambos han podido ser reconstruidas sólo a partir de copias, glosas y resúmenes de las cartas enviadas al Consejo de Indias desde Lima y Quito, actualmente depositadas en el AGI. 147 Aunque el Conde-Duque de Olivares no mantuvo grandes pulsos con el Consejo de Indias, como sí ocurrió con otros Consejos de la Monarquía, son conocidas las diferencias mantenidas entre el valido y el consejo, en especial con algunos de sus consejeros como Juan de

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defensa), en América, por su parte, la disparidad de intereses suscitaron frecuen- tes conflictos entre las instancias políticas. Las diferentes regiones que integraban la jurisdicción de cada virreinato, las instituciones que regían tales espacios y los círculos de poder en cada uno de ellos fueron múltiples ámbitos de acción que ac- tuaban en defensa de intereses puntuales, en alianzas móviles y en coyunturas cambiantes. No hubo, por lo tanto, un centro y una periferia sino múltiples esfe- ras que generaban propuestas políticas –no siempre exitosas– tanto en la Corte como en los diferentes espacios americanos, que cambiaron en función de las co- yunturas, las necesidades y los individuos que los integraron. En este sentido, ha- blar del “rey”, el “valido”, el “Consejo de Indias”, el “virrey” o la “Audiencia” como entidades estáticas e inmutables sólo por el hecho de existir a lo largo de los siglos no contribuye precisamente a la comprensión de los problemas. De la documentación consultada se deduce, asimismo, que el virrey de Lima no desempeñó el papel que teóricamente se le podría haber adjudicado como intermediario entre la metrópoli y los diferentes distritos bajo su jurisdicción –entre otras cosas porque en la práctica no se dio esa dualidad centro-perife- ria–. Al margen de la evolución que presenta la figura del virrey, con una clara pérdida de autonomía frente al Consejo hasta llegar a situaciones de auténtica humillación y desautorización a finales del siglo XVII 148, parece claro que la gestión del territorio varió sustancialmente en función de la personalidad, alianzas estratégicas, vínculos personales y dinámicas políticas desplegadas tanto por los virreyes como por los sucesivos presidentes de la Audiencia de Quito. En este sentido, el perfil que ofrecen los presidentes de Quito a lo largo del XVII es extraordinariamente variado en cuanto a su iniciativa, beligerancia o capacidad de negociación frente a la autoridad del virrey (destacando entre ellos Antonio de Morga y Lope Antonio de Munive), lo cual ratifica la afirma- ción de que “la autoridad circula entre personas antes que en una jerarquía de mando institucional” 149.

Palafox, Solórzano Pereira o el presidente Carrillo. Véase A. AMADORI: Negociando la obediencia…, op. cit.; A. HEREDIA: “La oposición al control de los servidores públicos: las resistencias a la visita de Juan de Góngora a la Casa de la Contratación y Consulado de Sevilla en 1642”, en F. G IL y A. VILLARREAL (eds.): Corrupción y anticorrupción en España y América (siglos XVI- XVIII), Almería 2017 (en prensa). 148 M. SUÁREZ: “Política imperial, presión fiscal y crisis política...”, op. cit. 149 M. RIVERO RODRÍGUEZ: La edad de oro de los virreyes..., op. cit., p. 113.

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A pesar de los sucesivos intentos y consecuentes protestas de los virreyes, Quito continuó moviéndose por la sutil frontera que conectaba la justicia y el gobierno y así lo plasmó en su comunicación directa con el Consejo de Indias. Por su parte, el Consejo si bien recordaba periódicamente al presidente de la Audiencia que el gobierno superior del distrito era competencia del virrey, des- pachaba directamente los asuntos con el presidente –sin remitirle para ello al virrey–, encomendaba a la Audiencia tareas que eran propiamente de gobierno y, respaldaba en múltiples ocasiones el criterio de su presidente frente a polé- micas decisiones procedentes de Lima, especialmente a fines del siglo XVII. La falta de acuerdo entre el virrey y la Audiencia de Quito, bien con su pre- sidente bien con el Real Acuerdo, sobre lo que eran materias de gobierno y lo que eran materias de justicia, así como las constantes injerencias de uno en la jurisdicción del otro fueron fenómenos habituales y recurrentes desde el siglo XVII hasta el XVIII. Asimismo, la distancia, la necesidad de tomar decisiones inaplaza - bles, el persistente casuismo legal, las acuciantes y recurrentes necesidades fi- nancieras de la Corona y la consolidación de influyentes sectores locales cuya ca pacidad de presión conviene tener presen te, fueron algunos factores que influ- yeron decisivamente en la persistencia de tales conflictos, sin que éstos afectaran necesariamente a la estructura administrativa, aunque si lo hicieran, lógicamen- te, a la gestión de los diferentes territorios. Revisando en detalle los Autos Acordados de la Audiencia de Quito resulta evidente que si bien el presidente quedaba formalmente subordinado al virrey (por carecer de las competencias propias de gobierno), tomaba las decisiones en unión con el Real Acuerdo, no en solitario, lo cual colocaba el gobierno de Qui- to más próximo a las Audiencias Gobernadoras iniciales que a su condición de audiencia subordinada 150. De la correspondencia mantenida entre el presidente de la Audiencia y el Consejo se desprende, asimismo, que tales decisiones fueron con frecuencia aprobadas en las consultas del Consejo de Indias y posteriormen- te convertidas en decretos, con algún que otro apercibimiento por falta de cor- tesía con el virrey 151. De todo ello se desprende que, en el caso de Quito, la práctica de gobierno no siempre se ajustó a la teoría que debía guiarla, sin que

150 J. REIG SATORRES: “Breve Estudio...”, op. cit., p. XXXV. 151 Los decretos favorables a la actuación de la Audiencia frente a las disposiciones del virrey fueron especialmente habituales a finales del siglo XVII. Véase Decretos enviados a la Audiencia de Quito (AGI, Quito, 5).

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tal desviación fuera necesariamente rectificada desde Madrid, lo que se tradujo en la existencia de amplios márgenes de flexibilidad en el seno de instituciones sólidamente arraigadas en el marco administrativo hispano. Ante realidades cambiantes, más que imponer la autoridad siguiendo una línea jerárquica, la práctica política fue desarrollando “una complicada maquinaria de pactos y re- ciprocidades que funcionaban en múltiples direcciones e intensidades” 152, má- quina que fue engrasada más que por la negociación por la adaptabilidad 153. Esa forma de entender y ejercer las relaciones políticas 154, siendo “un ejercicio rei- terado de tratos y ajustes en todos los asuntos o niveles de la gestión indiana […] no fue un pacto estático, antes bien, su flexibilidad permitió que los cambios cir- cunstanciales se incorporaran al sistema y las necesidades estructurales fueran discutidas y redefinidas” constantemente 155.

152 P. P ÉREZ HERRERO: La América Colonial (1492-1763)..., op. cit., p. 133. 153 X. GIL PUJOL: La fábrica de la Monarquía…, op. cit., p. 22. 154 F. M URO ROMERO: “La reforma del pacto colonial en Indias: notas sobre instituciones de gobierno y sociedad en el siglo XVII”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas / Anuario de Historia de América Latina 19 (1982), pp. 47-68. 155 A. VILLARREAL: “La gestión política de América durante el valimiento del duque de Lerma (1598-1618)”, cap. I (Tesis doctoral en elaboración).

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Guillermo Nieva Ocampo CONICET/Universidad Nacional de Salta

Daniela Carrasco Universidad Nacional de Salta

INTRODUCCIÓN. EL TUCUMÁN HASTA 1621

Uno de los fenómenos que más llaman la atención en la historia de la Monar- quía hispánica se refiere a la cohesión política y espiritual con que los españoles lograron mantener intacto, con pocos hombres y escaso control estatal, el vasto y complejo edificio colonial americano en época de los Austria, sobre todo en regio- nes conflictivas, periféricas y marginales, como fue el Tucumán 1. La Gobernación del Tucumán, Juríes y Diaguitas, constructo político creado por voluntad de Felipe II el 29 de agosto de 1563, ocupaba unos 700.000 kilóme- tros cuadrados de superficie al sur del territorio gobernado por la Audiencia de

1 Respecto al nombre asignado a toda la región, Jaimes Freyre considera que en 1543: “Los descubridores –Rojas y sus compañeros– después de vagar, como se sabe, entre las dos cordilleras, atravesaron la oriental y cayeron en los llanos, justamente en la comarca que los indios llamaban Tucumán, punto de encuentro de diaguitas, lules y juríes. Aquí se detuvieron por breve tiempo y después continuaron su marcha hacia el sur, siempre por la tierra llana; en ella sucumbió el heroico Diego de Rojas; en ella fundaron la ciudad de Medellín, nombre del pueblo natal de su nuevo jefe, el capitán Francisco de Mendoza, y en ella ocurrieron otros sucesos capitales que las historias consignan. Los descubridores extendieron el nombre de Tucumán a toda la región de los llanos. Esa fue la tierra cuya conquista y cuyo gobierno encomendó La Gasca a Núñez de Prado” [R. J. FREYRE: El Tucumán colonial (documentos y mapas del Archivo de Indias), Buenos Aires 1915, pp. 11-12].

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Charcas 2. A principio del siglo XVII la población española se reunía en ocho pau- pérrimas ciudades, instaladas en las tierras bajas de esa provincia, con su corres- pondiente campaña comarcana. La extensión ocupada y poseída era mínima. Esta se reducía a los oasis de las ciudades, con los poblados de indios que las circun- daban, sus encomiendas, las parcelas cultivadas y las tierras de pastoreo. Fuera de ellas y su jurisdicción, lo único español eran algunas sendas y las cintas de sus caminos 3. Entre “estantes” y “habitantes” la población de la provincia era sólo de 700 vecinos españoles y algo más de 24.000 indios encomendados. La distribución de los vecinos encomenderos era la siguiente: en Santiago del Estero, cabeza de la provincia y sede de las autoridades, 100 vecinos; en Córdoba, 60; en La Rioja, 62; en San Miguel de Tucumán, 32; en Talavera o Esteco, 33; en Salta, 30; en San Sal- vador de Jujuy, 8; y en Madrid de las Juntas, 10 4.

2 “Por cuanto al tiempo que mandamos fundar la audiencia Real que reside en la ciudad de la Plata de las provincias del Perú cometimos al Nuestro Visorey y comisarios de las dichas provincias que señalasen limites y distritos a la dicha Audiencia y se los señalaron y porque somos informados que estos fueron cortos y que a mi servicio y buena gobernación de aquella tierra conviene que a la dicha Audiencia de los Charcas se le den más limites y que estos sean la gobernación de Tucumán y Juríes y Diaguitas y la provincia de los Mojos y Chunchos y las tierras y pueblos que tienen poblados Andrés Manso y Nuflo Chaves con lo demás que se poblare en aquellas partes en la tierra que hay desde la dicha ciudad del Cuzco […] Por la presente declaramos y mandamos que la dicha gobernación del Tucumán y la Provincia de los Mojos y Chunchos y lo que allí tienen poblado Andrés Manso y Nuflo de Chaves con lo demás que se poblare en aquellas partes y toda la tierra que hay desde la ciudad de la Plata hasta la del Cuzco con sus términos inclusive la ciudad del Cuzco con los suyos y mas los limites que el dicho nuestro Viso-rey y comisarios señalaron a la dicha Audiencia estén sujetos a ella y no a la Audiencia Real de los Reyes y el gobernador de la dicha provincia de Chile” (Real Cédula de Felipe II del 29 de agosto de 1563, reproducida por R. J. FREYRE: El Tucumán colonial…, op. cit., p. 43). 3 Un estudio integral de los aspectos políticos y económicos del Tucumán y Buenos Aires durante el siglo XVII, en el marco de la historia hispanoamericana, en L. SUÁREZ FERNÁNDEZ, D. RAMOS PÉREZ y G. LOHMANN VILLENA: América en el siglo XVII: evolución de los reinos indianos, Madrid 1990, pp. 471-496. 4 H. H. BECK: “La distribución territorial de la conquista. Red de urbanización y vías de comunicación”, en Nueva Historia de la Nación Argentina, t. II: La Argentina de los siglos XVII y XVIII, Buenos Aires 1999, pp. 22-25. A lo largo del Seiscientos la población de esas ciudades se incrementó gracias al continuo aporte migratorio de la Península (especialmente de la cornisa cantábrica), a la introducción de esclavos africanos y a un creciente proceso de miscegenación con la población originaria. Véase S. FRÍAS: “La expansión de la población”, en Nueva Historia de la Nación Argentina, op. cit., t. II, pp. 92-99.

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A pesar de todo, el 19 de marzo de 1607, el gobernador Alonso de Ribera, en una carta dirigida a Felipe III, se refería al Tucumán como un vergel y como un dominio estratégico del monarca: Por lo que he visto del suelo de esta tierra y fertilidad de ella y la noticia e ynformación que tengo de personas antiguas de fee y crédito y suficiencia aunque es algo caliente y algunos años falta de aguas y sujeta a calamidades de langostas y piedra como la avido esteaño es muy buena para ser abitada y ayudar su población y conservación porque es muy sana y se dan en ellas todas las frutas despaña y de la tierra con facilidad algodón en abundancia grana y yerva para teñir multiplica mucho todo genero Deganados mayor y menor mucho trigo y maíz. Porque ay muchas acequias y rios muy caudalossos y grandes Vañados yenellos mucho pescado y ayuda el agua del cielo aunque sea poca porque ay también tierras de temporal demás de lo dicho está esta gobernación en el paso forçosso del rreyno de Chile alpiru por tierra y de la provincia del rrio de la plata al piru y se comunican todas estas Provincias y rreynos con facilidad con los despaña 5. A diferencia del Alto Perú, el Tucumán no poseía riquezas mineras de im- portancia, si bien hasta finales del reinado de Felipe IV el descubrimiento de tierras abundantes en caudales metalíferos o de tesoros incaicos escondidos se- guía siendo una obsesión de muchos y, en buena medida, movilizó la ocupación de valles y zonas marginales de esa gobernación 6. De todos modos, la mayoría de los españoles se dedicaron al aprovechamien- to de los recursos agropecuarios. Hacia 1630 las mulas y el ganado vacuno se ha- bían transformado en los principales productos de exportación con destino a Chile, al ejército apostado allí, y a las ciudades altoperuanas cercanas a los cen- tros mineros. De hecho, en las primeras décadas del siglo XVII el ejército espa- ñol en Chile dedicado a combatir en la guerra de Arauco necesitaba anualmente de 5.000 a 8.000 cabezas de ganado vacuno, que Santiago no podía aprovisionar, mientras que las ciudades del Alto Perú consumían también una enorme canti- dad de ganado de tiro que, a causa de la altura, no se podían producir allí, si- tuación que tornó imprescindible su importación desde las gobernaciones del

5 Carta del gobernador de Tucumán don Alonso de Ribera (1606-1612) al rey Felipe III, reproducida por R. J. FREYRE: El Tucumán colonial…, op. cit., p. 135. 6 Entre las leyendas que más impactó en la historia del Tucumán, se encuentra la del Paititi. Sobre este tema, véase E. DE GANDÍA: Historia crítica de los mitos de la conquista americana, Buenos Aires 1929, pp. 211-222; A. M. LORANDI: De quimeras, rebeliones y utopías. La gesta del inca Pedro Bohorques, Lima 1997, pp. 95-119.

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Tucumán y de Buenos Aires 7. A esos productos se agregaron otros, como la yerba mate y los caballos, necesarios para el ejército chileno, que provenían de Paraguay y que, a su paso, activaron comercialmente las pequeñas ciudades del Tucumán, en modo particular a Córdoba, gracias, justamente, a su posición central en las rutas comerciales interregionales 8. Y es que solamente desde Chile, los pedidos de ganado vacuno alcanzaron, a mediados de siglo, las 25.000 cabe- zas, ya que desde la vertiente occidental de los Andes se comenzó a exportar cebo hacia Perú; mientras que de allí llegaban hacia el Tucumán y Buenos Aires vinos y aguardientes, así como metálico, producto, este último, que también venía desde el Alto Perú. Estos intercambios habrían estado precedidos en el tiempo por el comercio de paños bastos, producidos en los “obrajes” gracias a la abundancia de ovejas, de algodón y de mano de obra indígena. Así lo señalaba el gobernador Alonso Ri- bera hacia 1606, poniendo de manifiesto la relevancia alcanzada por los produc- tos de las tierras tucumanas en el comercio interregional: Las Grangerias desta tierra son lienzo, alpargatas, calcetas, sobremesas, sobrecamas, pellones, pavilo para hacer velas, algunos sombreros y pocos cordobanes y badanas, mulas y ganado mayor. De todos estos generos no ay salida en Chile sino es de algún lienzo que con 20 o 30 mill varas ay bastantemente para lo que amenester aquel Reyno y también se gastan ally algunas calcetas de algodon aunque pocas. El camino para Chuquisaca secamina todo el año hasta Xuxuy y las Juntas en carretas y de ally a Chuquisaca quedan 120 leguas pocas mas o menos y se camina en Recuas de mulas y en cavallos con mucha comodidad de aguadas y pastos todo el año y los vecinos y moradores estantes y habitantes desta Provincia sacan a vender al Perú todos los generos arrivados y hallan plata en llegando por ellos con que se proveen de lo que anmenester para sus cassas y hallan crédito de

7 Véase al respecto, M. GASCÓN: “Comerciantes y redes mercantiles del siglo XVII en la frontera sur del Virreinato del Perú”, Anuario de Estudios Americanos 57/2 (2000), pp. 413-448; C. GARZÓN MACEDA: Economía del Tucumán. Economía natural y economía monetaria, Córdoba (Argentina) 1968; C. S. ASSADOURIAN: “Potosí y el crecimiento económico de Córdoba en los siglos XVI y XVII”, en Homenaje al doctor Ceferino Garzón Maceda, Córdoba (Argentina) 1973, pp. 169-183; Z. MOUTOUKIAS: “El comercio interregional”, en A. CASTILLERO CALVO (dir.): Historia General de América latina, III.1: Consolidación del Orden Colonial, Paris 2000, pp. 133- 149; A. I. FERREYRA: “Tierra, trabajo y producción en el interior del país. Una unidad de producción en Córdoba, 1600-1870”, Anuario IEHS 20 (2005), pp. 183-210; A. I. FERREYRA: “Patrimonio y producción en las tierras de los betlemitas. Córdoba, 1600-1870”, Mundo Agrario 14 (2007). 8 M. GASCÓN: “Comerciantes y redes mercantiles…”, op. cit.

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Diez y doce y Veinte mil pesos para retornos de Ropa de Castilla y los que van en grado de appellacion u otros negocios al Audiencia de Chuquisaca aunque salgan sin dinero desta provincia hallan siempre alla crédito como tengan algunas Raíces todo lo qual seria en Chile alcontrario porque es tierra pobre y no hallara salida de ninguna manera de los generos que digo 9. Este género de economía explica el desarrollo y la perduración en el Tucu- mán de la así llamada “encomienda de servicio”, sistema de explotación de la mano de obra indígena generalizado y sumamente enraizado en esa región 10. Institución que había generado la consolidación de una poderosa elite local, re- presentada por hombres como Diego Graneros de Alarcón, encomendero de San Miguel de Tucumán, una pequeña ciudad de la gobernación, quien al mo- rir en 1630 dejaba a sus herederos, sólo en esclavos, 120, lo cual era una fortu- na en aquella época, si se considera que una pieza se tasaba de 500 pesos en más. De hecho, el patrimonio de Graneros ascendía a los 200.000 pesos 11. A principios del siglo XVII la Corona había iniciado una campaña para supri- mir la “encomienda de servicio”, puesto que vulneraba los derechos del indio, al perpetuar una serie de abusos que iban desde la ausencia de cualquier tipo de instrucción religiosa –obligación primera del encomendero– a la misma apro- piación de las tierras indígenas por parte de los españoles, al trasladar a los in- dios para trabajar forzosamente en sus haciendas, en las ciudades o en otro tipo de labores lejos de sus aldeas. En este sentido, sobreabundan los informes ne- gativos realizados por los funcionarios reales, por numerosos clérigos e incluso por particulares acerca del trato brindado por los españoles a los naturales 12.

9 Carta del gobernador de Tucumán don Alonso de Rivera (1606-1612) al rey Felipe III, reproducida por R. J. FREYRE: El Tucumán colonial…, op. cit., p. 135. 10 Un estudio detallado de la institución y de su funcionamiento en el Tucumán en B. R. SOLVEIRA: “Encomiendas de indios y distribución de la tierra”, en Nueva Historia de la Nación Argentina, op. cit., t. I, pp. 477-507. 11 M. LIZONDO BORDA: Historia del Tucumán (siglos XVII y XVIII), San Miguel de Tucumán 1941, p. 33. 12 En el sínodo de Santiago del Estero de 1597 la Iglesia local había abandonado el programa lascasiano que hasta entonces había sostenido y adoptado una actitud hostil hacia las prácticas idolátricas y la hechicería. La lucha contra la encomienda de servicio fue un expediente de los años inmediatamente posteriores, sostenido especialmente por los jesuitas, recientemente instalados en la gobernación. Dicho programa dividió las filas del clero, puesto que los mercedarios, por ejemplo, no ponían en tela de juicio la institución. Para una visión general sobre la situación de las comunidades indígenas en la antigua gobernación del

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Entre otros muchos, en 1602, el gobernador Francisco de Barraza y Cárdenas, quien visitaba la ciudad de Esteco, informaba al rey: Vine por ella solo a fin de ver lo mismo que Vuestra Majestad manda por haber tenido relación de los daños que recibían los indios con el trabajo de la azequia y reparos de las casas y edificios y fui con todos los mas vecinos corriendo toda el azequia hasta donde se toma y saca del Rio y confiriendo con los que tenían opinión que se mudase y con los que no Las causas que los unos y los otros tienen y aviendo visto la azequia es verdad cierta que es trabajo intolerable el que en sustentarla se pasa y con mucha molestia de los indios y que todos generalmente dicen se consumen y mueren en ella porque la tierra es muy caliente y el azequia muy honda y la tierra por donde va tierra muerta arenosa que no tienen sosten y se derrumba por momentos y es menester estarla siempre reparando La gente que lo haze son los indios y la orden que tiene en darlos los vecinos es que el cabildo y justicia tiene repartida toda el azequia en tantas partes o suertes que llaman suyos y conforme a las heredades y chacaras que tienen cada uno reparten tantos indios a cada suyo que en tiniendo necesidad de repararla ya sabe cada vecino cuantos suyos le caben y quantos indios a de embiar y como van faltando los indios que de todo punto se acaban en algunos repartimientos se va repartiendo en los que quedan y carga todo el trabajo sobre ellos 13. Por su parte, el gobernador Alonso de Ribera, en su carta citada más arriba, había denunciado que los encomenderos no respetaban los días de descanso de los indios, ni el tiempo para ocuparse de sus sementeras, ni tampoco sus tierras. De- cía que los encomenderos robaban a los indios su ganado y que vendían todo lo que éstos cultivaban en sus pueblos, mientras la población nativa seguía disminu- yendo y continuaban los malos tratos que provocaban su huida al Perú. El gober- nador señalaba, además, que los indios eran vasallos de los encomenderos y no de la Corona y aducía que esa situación solamente podía modificarse con la partici- pación de nuevos funcionarios que fueran foráneos y desinteresados, porque los actuales eran vecinos que impedían la aplicación de la justicia real. De allí que la campaña que se iniciara con el envío de Ribera al Tucumán per- siguiese, además, el aumento de la autoridad de la Corona en la región a partir de una drástica reducción del poder de los vecinos encomenderos. Las cédulas

Tucumán tras la llegada de los españoles, véase S. PALOMEQUE: “El mundo indígena. Siglos XVI-XVIII”, en E. TÁNDETER (dir.): Nueva Historia Argentina, t. II, Buenos Aires 2000, pp. 89-143. 13 Carta del gobernador de Tucumán, don Francisco de Barraza (1602-1606) al rey Felipe III, reproducida por R. J. FREYRE: El Tucumán colonial…, op. cit., p. 126.

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que Felipe III expidió en 1601, 1605 y 1609 dan cuenta de esa nueva orientación política 14. En ellas el rey prohibía el servicio personal, recordaba la condición de hombres libres de los indígenas y ordenaba a la Audiencia de Charcas la visita a las gobernaciones del Tucumán y del Río de la Plata con el fin de erradicar la en- comienda de servicio, tasar el tributo y desagraviar a los indígenas. De ese modo, en 1611, el oidor Francisco de Alfaro realizó una extensa visita al Paraguay y luego al Tucumán. Las ordenanzas que dio para esta última provin- cia, promulgadas en Santiago del Estero el 7 y el 11 de enero de 1612, hacían de los indios sometidos vasallos de la Corona al quedar bajo un sistema similar al to- ledano, si bien permitió en algunos casos la conmutación del tributo por días de trabajo. Alfaro redujo a los indios en poblados con iglesias, caciques y cabildos, con justicia y administración propia. Consideró solamente como tributarios a los hombres aptos entre 18 y 50 años, quienes quedaron obligados a pagar, a título in- dividual, ocho pesos. Además, uno de cada seis tributarios tenía que salir de sus pueblos a ofrecer su trabajo mitayo. La única actividad productiva autorizada al encomendero dentro del pueblo de indios fue en la chacra de la comunidad, don- de este tenía que aportar bueyes, arados y aperos mientras cada tributario aporta- ba el trabajo para cultivar 4 almudes de semilla, con reparto de la cosecha por mitades. Para frenar la extracción y tráfico de hombres hacia otras jurisdicciones, prohibió el trabajo de los indios en fletes más allá de la ciudad próxima. Final- mente, para evitar la sobreexplotación con que los encomenderos pobres sometían a los indios, ordenó el reagrupamiento de las encomiendas 15. Las autoridades eclesiásticas y sobre todo los padres de la recientemente ins- talada provincia jesuita secundaron las medidas de la Corona, decisión que les restó el apoyo de numerosos miembros de las élites locales, viéndose incluso obligados a abandonar alguno de sus colegios y también a comprar fincas para

14 En buena medida, este programa político estaba vinculado a un cambio en las facciones políticas de la corte madrileña, que significó, a diferencia del reinado anterior, una mayor influencia de religiosos provenientes de las órdenes descalzas, incluidos los jesuitas, que promovían una espiritualidad más acorde con las directrices romanas y con su modo de comprender el hecho misional. Véase J. MARTÍNEZ MILLÁN: “El movimiento descalzo en las órdenes religiosas”; J. MARTÍNEZ MILLÁN: “La formación de la monarquía católica de Felipe III”, J. MARTÍNEZ MILLÁN: “Los cambios en la corte y en la forma de gobierno”, los tres en J. MARTÍNEZ MILLÁN y M. A. VISCEGLIA (coords.): La monarquía de Felipe III, vol. I: La Casa del Rey, Madrid 2008, pp. 93-111; pp. 118-122; pp. 123-135, respectivamente. 15 Un minucioso estudio sobre el personaje y su visita en E. DE GANDÍA: Francisco de Alfaro y la condición social de los indios, Buenos Aires 1939.

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sostener sus emprendimientos, que inmediatamente pusieron a trabajar con mano de obra esclava de origen africano 16. No obstante lo dispuesto por Alfaro, la práctica inveterada y una tenaz oposi- ción de los cabildos tucumanos, que en coro elevaron a la Audiencia, al Consejo de Indias y al rey memoriales contra las ordenanzas, redujeron los beneficios de la norma. Situación que fue acompañada por los mismos oficiales de la Corona durante el tramo final del reinado de Felipe III. Hacia 1620 el obispo del Tucumán, Julián de Cortázar 17, llegado hacía po- co desde la Península, comunicaba al rey: Toda esta Prouincia (Señor) esta totalmente rematada, ansi, en lo temporal, como en lo espiritual. En lo temporal, no se guarda ordenança ninguna, de las que dexo, en Vro Rl nombre, Don françisco de alfaro, para el buen gouierno della, Los Yndios trauajan, mas que los, israelitas, en egipto, y tras esso, andan desnudos, y mueren de ambre, y assí les luçe a sus encomenderos, que quiere Dios, estan tan miserables como ellos. En lo espiritual, y como en otras tengo dado qe pa V. Magd son tan largas, las Doctrinas, de este obispado y de tan grande distrito, de quarenta, cinquenta, sesenta y setenta leguas, que por esta razon, los curas, doctrinantes, por mas Diligentes y cuydadosos que sean, no pueden cumplir con la obligaçion de sus oficios. // Porque afuerça que mueran muchos destos naturales, sin los stos sacramentos y sin Doctrina alguna. Lo qual es digno rremedio, y de que V. Magd lo aga, mandando a Vro gouernador desta Prouniçia, aga reducçiones, destos Yndios, y los reduzga a lugares, como en el piru, y en el Paragoay, donde se ban reduçiendo. Y desta suerte reduçidos, seran doctrinados, Y seles administraran, los sanctos sacramentos, con cuydado, y puntualidad, y no abra escusa ninguna, para que los curas, y todos, cumplamos con nuestro deuer, y descarguemos la Rl conçiençia de V. Magd y las nuestras, y no allo otro Remedio, ninguno para esto 18.

16 Sobre la creación de la provincia jesuita del Tucumán, Paraguay y Buenos Aires, véase A. MALDAVSKY: Vocaciones inciertas. Misión y misioneros en la provincia jesuita del Perú en los siglos XVI y XVII, Sevilla 2012, pp. 100-124. Sobre la relación de los jesuitas del Tucumán con las élites locales, véase G. NIEVA OCAMPO: “Cimentar las identidades locales: los jesuitas y las elites sociales del Tucumán (1600-1650)”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN, H. PIZARRO LLORENTE y E. JIMÉNEZ PABLO (eds.): Los Jesuitas. Religión, política y educación (ss. XVI-XVIII), 3 vols., Madrid 2012, vol. III, pp. 1399-1418. 17 Por la bula Super specula del 15 de mayo de 1570, Pío V había erigido como diócesis al Tucumán, con sede en la ciudad de Santiago del Estero. Julián de Cortázar era su tercer obispo. Véase N. DELLAFERRERA: “Iglesia diocesana: Las instituciones”, en Nueva Historia de la Nación Argentina, op. cit., t. II, pp. 397-398. 18 AGI, Charcas, 137. Carta del obispo de Tucumán, Julián de Cortázar (1620).

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Y es que con la llegada del gobernador Alonso de Vera y Zárate, indiano, caba- llero de la Orden de Santiago y heredero del título de adelantado del Río de la Pla- ta 19, se vieron beneficiados una serie de personajes de la provincia del Tucumán, liderados por los hijos y parientes de Tristán de Tejeda, héroe de la conquista de la gobernación, miembro del grupo de españoles fundadores de Córdoba y, quizás, el hombre más rico del Tucumán 20. En efecto, a principios del siglo XVII Tejeda había sido probablemente el comerciante más próspero de Córdoba. Comerciaba esclavos, vinos, textiles, mulas y vacas con destino a Chile 21. Además, había de- sempeñado numerosos oficios en el cabildo local, que tras su muerte heredaron su hijo mayor y su yerno, por mediación del gobernador Vera y Zárate 22. Muchos vínculos unían a los Tejeda con el gobernador, pero quizás el más im- portante de ellos era el espiritual, puesto que frecuentaban la amistad de los pa- dres de la Compañía, teniéndolos como confesores y directores espirituales. Tristán de Tejeda había sido alcalde de primer voto cuando se concedió la prime- ra ayuda del cabildo de Córdoba en 1599 para que los padres se establecieran en la ciudad y tenía como confesor al padre Tomás de Ribera. Sabemos, además, que Leonor de Tejeda, hija de Tristán y fundadora del monasterio de las dominicas,

19 Sobre este personaje véase C. L. COLOMBRES: Don Juan Alonso de Vera y Zárate. Adelantado del Río de la Plata, Córdoba (Argentina) 1944. 20 Véase Á. J. CARRANZA (ed.): “Genealogía de los Tejeda”, Revista de Buenos Aires. Historia americana, literatura y derecho 12 (1867), pp. 28-62. 21 AHPC, Protocolos, vol. 21, docs. 387, 388, 490; vol. 27, docs. 609 y 636; vol. 23, docs. 956, 969 y 801; vol. 24, doc. 1076; y vol. 25, doc. 1165. Para sus vinculaciones políticas, ver L. COLODRERO: Cabildantes de Córdoba, Córdoba (Argentina) 1944, pp. 75 y 154-189. 22 Tejada había nacido en Deza, Castilla, pasó a América en 1558 en la expedición de Juan de Salinas de conquista del Marañón. En Perú conoció a Hernán Mejía, conquistador del Tucumán, y contrajo matrimonio con una de sus hijas, Clara Leonor, en 1569. Luego acompañó a Jerónimo Luis de Cabrera en su campaña de conquista del sur del Tucumán y participó de la fundación de Córdoba en 1573. Se afincó en esta ciudad donde ocupó sucesivamente el cargo de regidor, contador y tesorero de la Real Hacienda, alcalde ordinario de primer voto, alférez real y procurador general. Durante el gobierno de Juan Ramírez de Velasco ocupó también el cargo de teniente de gobernador de Córdoba. En premio por sus servicios había obtenido algunas encomiendas en Nono, Anisacate y Pichana, siendo propietario también de la estancia de Soto, de gran importancia por su producción textil, con mano de obra indígena. En el reparto de solares en la ciudad le correspondió la cuarta manzana. Falleció anciano a los 85 años en agosto de 1617. Véase P. BUSTOS ARGAÑARAZ: “El patriciado de Córdoba. Contribución al estudio de su génesis”, Boletín del Centro de Estudios Genealógicos de Córdoba 27 (1998), pp. 13-73.

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había tomado a los jesuitas como directores espirituales, al igual que su hermano Juan de Tejeda, fundador del monasterio de las carmelitas, y que el mismo gober- nador Vera y Zárate tenía al antiguo provincial del Tucumán, padre Diego de To- rres, como albacea testamentario al morir en Charcas, en 1633 23. En definitiva, hacia 1620 los Tejeda eran la familia más importante de la gober- nación y la mejor relacionada, en virtud de matrimonios y negocios 24. A la muer- te de su padre, Juan de Tejeda se desempeñó en varios oficios capitulares e incluso retuvo la plaza de alcalde de primer voto en 1621, hecho excepcional, ya que su co- metido era el ejercicio de la justicia y, como dicha actividad representaba al rey, los alcaldes no podían ser reelegidos sino hasta pasados dos años de haberse desempe- ñado como tal 25. Además, se trataba de un oficio no vendible, a diferencia de las

23 Sobre este asunto y la munificencia que practicó Tristán de Tejeda hacia los religiosos y las fundaciones religiosas realizadas en la ciudad, véase Á. J. CARRANZA (ed.): “Genealogía de los Tejeda”, op. cit., pp. 50-51. 24 “Para 1610/1620 este proceso de rápido ascenso social y político de europeos o mestizos de escasos recursos ha concluido. Esta situación se manifiesta, entre otras exteriorizaciones, a través de la composición de los sucesivos cabildos, en los cuales ya no se encuentra –a partir de la última de esas fechas– a individuos que no estén asociados a grupos familiares destacados en lo económico, lo político y lo ritual. A partir de entonces se consolida una élite política, económica y sociocultural que impone su impronta al resto de la sociedad, aspiración que, por otra parte, los grupos de poder locales manifiestan desde muy temprano” [J. P. FERREIRO: “Elites urbanas a principios de la temprana colonia. La configuración social de Jujuy a principios del siglo XVII”, Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas 33 (1996), pp. 63-98]. 25 El Cabildo se componía de la siguiente forma: 1- Teniente de Gobernador, cargo de mayor jerarquía, lugarteniente designado por el gobernador, a su vez, cumplía la función de Justicia Mayor de ciudad y Capitán de Guerra, podía administrar el reparto de las tierras y organizar la defensa o el ataque militar. Por varios años una condición para ocuparlo exigía que quien lo hiciera no esté involucrado con los intereses locales, algo que se cumplió en pocas oportunidades; 2- en segundo lugar, se encontraba el Alcalde Ordinario de 1º y 2º voto, estos ejercían justicia y debían administrar el “bien común de la rrepublica” junto a los demás miembros del Cabildo. Cuando el Teniente de Gobernador se ausentaba, los alcaldes los reemplazaban. En cuanto a su elección se dio mediante votación de los capitulares en elecciones anuales y este cargo nunca se arrendó; 3- El Alférez Real cumplía una función simbólica y se encargó de encabezar todos los actos públicos, civiles y religiosos, por lo que debían portar el estandarte de la ciudad y del rey. Esta figura alcanzó mucha importancia dentro de la sociedad, y su nombramiento fue definitivamente rentado a partir de 1618; 4- Los regidores se encargaron de representar políticamente a los vecinos y generalmente eran 4 o 6 por ciudad, a partir de 1597 el cargo fue propietario, pero anteriormente era electivo. Por Real Cédula, en 1620 son vendibles; 5- El Alguacil Mayor era designado por el gobernador, rentado desde 1597. Entre sus funciones estaba la observancia de las disposiciones capitulares y de las ordenanzas

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regidurías, de allí su importancia incluso simbólica, puesto que era concedida por el rey a individuos que habían beneficiado a la “república”. Cuando finalmente Juan de Tejeda abandonó sus responsabilidades concejiles a raíz de sus intereses piadosos, su cuñado, Luis de Peso, casado con su hermana María de Oscariz, ocu- pó el cargo de alcalde de primer voto entre 1622 y 1629 26. Paralelamente, el go- bernador nombraba para presidir los consejos municipales (cabildos) a parientes, criados o allegados suyos, que finalmente se radicaron en la gobernación y engro- saron el número de vecinos de las ciudades tucumanas 27. Por otro lado, al llegar al Tucumán, Alonso de Vera y Zárate había anulado las encomiendas de algunos personajes prominentes, solicitando, a su vez, la suspen- sión de los oficios concejiles que ocupaban en Córdoba. Dicha medida había afec- tado a Pedro Luis de Cabrera, entonces alcalde ordinario, a Antonio Montero de Bonilla, alguacil mayor, a Luis de Argüello, fiel ejecutor y regidor, a Luciano Fi- gueroa, depositario general, a Gaspar de Acevedo, alférez real, y a Francisco Nú- ñez y a Juan Celis. Es decir que el gobernador había favorecido a una poderosa familia (a la de los Tejeda) y a sus allegados, y había perjudicado a sus opositores 28.

reales y de la gobernación, también se encargó de la seguridad urbana y de la cárcel; 6- El Fiel Ejecutor controlaba los pesos, precios y medidas en pulperías y tiendas, a su vez, debía observar el cumplimiento de los aranceles fijados por la Real Audiencia y el cabildo mismo. A partir de 1596 el cargo fue electivo, en 1623 Vera y Zárate mediante una ordenanza reguló su ejercicio, y en 1635 el arrendamiento fue a perpetuidad y quedó en manos del gobernador; 7- El Alcalde de la Santa Hermandad era un cargo electivo del cabildo y su función era observar el cumplimiento de las “leyes” en áreas rurales de la jurisdicción. Estos personajes no participaban de las decisiones del cabildo y por lo general eran miembros secundarios de las familias importantes; 8- El Procurador General era elegido anualmente y sólo tenía voz en el cabildo, no voto. Este personaje representaba en el cabildo a los principales miembros de la élite local y muchas veces presentó estrechos vínculos con la gobernación y la Audiencia; 9- Los Mayordomos eran cargos electivos y se encargaban de administrar los recursos de la ciudad o el hospital. Véase J. P. FERREIRO: “Todo queda en familia… Política y parentesco entre las familias notables del Jujuy del XVII”, en Beneméritos, aristócratas y empresarios: identidades y estructuras sociales de las capas altas urbanas en América hispánica, Frankfurt-Madrid 1999, pp. 255-256. 26 L. COLODRERO: Cabildantes de Córdoba, op. cit., pp. 154, 192. 27 Tal como sucedió con Juan de Ochoa y Zárate, quien fundó y se radicó en Jujuy después de haber ocupado el cargo de teniente de gobernador en Córdoba; o con Juan Martínez de Iriarte, quien fuera teniente de gobernador de San Miguel de Tucumán, donde finalmente se radicó al casarse con Claudia de Vera y Aragón. 28 El trasplante a América del oficio castellano de gobernador, así como los mecanismos previstos para su designación, suscitó numerosos estudios cuyas conclusiones conviene tener

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REGENERACIONISMO MONÁRQUICO Y GUERRAS CALCHAQUÍES

Hacia 1627, un nuevo gobernador, Felipe de Albornoz, constataba la super- vivencia de la encomienda de servicio, si bien muy menguada y en situación de- sigual según cada región, a raíz, no tanto de la aplicación de las ordenanzas de Alfaro, sino por el decaimiento demográfico que había sufrido la población indí- gena. Solamente en Santiago del Estero existían reducciones de indios, como Titingasta, que superaban las doscientas almas, mientras que en San Miguel de Tucumán únicamente Chicligasta tenía cien indios y en Córdoba las encomien- das eran definitivamente “muy cortas y tenues”. A su vez, en Salta, si bien las encomiendas aparentaban ser más “gruesas”, en realidad allí los Indios del dicho valle de calchaquí no están subjetos ni pagan tributo y aun que entran algunas veces los españoles es con prevencion de yr armados y haciéndose escolta 29.

presente. Sobre dicho oficio sabemos que puede ser considerado como una magistratura, con la cual se designaba, en un sentido amplio, a todo aquel que ejercía la función de gobierno. Los gobernadores designados por la Corona –solo interinamente lo hacía el virrey– ejercían el cargo por un periodo que duraba entre tres y cinco años, según estuviesen residiendo en América o proviniesen de España, pero estos plazos no eran muy estrictos, hubo casos de prórroga y aun de designación vitalicia. En su inmensa mayoría eran militares o funcionarios con experiencia en el oficio. Al reunir las funciones de gobierno, justicia y guerra, los gobernadores acumulaban amplios poderes, pero encontraban diversas limitaciones que les impedían proceder a su arbitrio. Por un lado, las funciones de gobierno eran compartidas con el cabildo y los alcaldes, y por otro, también convergían sobre aquéllos varios organismos de control que se ponían en movimiento apenas se percibían excesos en su conducta: el virrey, la Audiencia y el Consejo de Indias. Asimismo, los obispos y otros eclesiásticos, en informes y memoriales, se ocupaban de la actuación de los gobernadores ejerciendo así algún tipo de control sobre ellos. Véase V. T. ANZOÁTEGUI: “La Monarquía. Poder central y Poderes locales”, en Nueva Historia de la Nación Argentina, op. cit., t. II; O. J. TRUJILLO: “Los gobernadores de Bs. As. a mediados del siglo XVII: mediación y conflicto en los confines de la Monarquía Hispánica”, História, histórias 2/3 (2014), pp. 92-108. Trujillo subrayó que el gobernador indiano fue un representante del poder central en zonas alejadas de las sedes virreinales. Es por esa razón que debemos estudiarlos como actores políticos, más que meros funcionarios. 29 A ello el gobernador agregaba: “Las encomiendas como se ha referido son cortas y de las calidades dichas y en Algunas han acostumbrado los Governadores a cargar algunas Pensiones para personas pobres conforme la calidad dellas. Tendrá toda la Provincia çiete mil yndios tributarios que efectivamente los paguen entrando los del Valle de calchaquí que no acavan de estar pascificos aunque los mas estan bautisados. Destos unos le pagan asta cosa de diez pessos por año que son los que estaban encomendados antes de la visita general y los

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En una carta fechada el 2 de diciembre de 1629, en la que criticaba las me- didas tomadas por el oidor Alfaro, don Felipe de Albornoz ponía al rey al tanto de la fuerte disminución de la población indígena tributaria en toda la goberna- ción y de los aprietos que esto ocasionaba en algunas ciudades: Siendo tan pocos los indios de esta Jurisdiçion que apenas pasan de mil quinientos los que son de tasa aviendo tenido ochenta mil esta ciudad en su fundación según pareçe por los libros antiguos del Cavildo que fue el año de 1553 y esto en treinta leguas al contorno de ella y a este rrespeto en las demás ciudades con que todos los indios de esta provincia apenas serán de siete a ocho mil indios y es tan grande su diminuçion que en la Jurisdiçion de la ciudad de esteco no abra mas de treçientos y algunas personas tal vez no comen carne en su casa por no tener un yndio de servicio que se la compre con que a vuestra maggestad se le viene a quitar su proveimiento y el rrecurso a muchos pobres beneméritos que se rremedian ellos y sus fmilias con qualesquiera encomienda de estas y la esperança a los que sustentaban pendientes de ella 30. Esta situación, que perjudicaba sobre todo a ciudades como Santiago del Es- tero y Esteco, sumamente vinculadas a la producción de paños en los obrajes, y mucho menos a Córdoba, volcada a la producción ganadera, se vio agravada con el arribo de nuevos inmigrantes venidos desde la Península con el gobernador Albornoz. En consecuencia, la necesidad de tierras y de mano de obra acrecen- tó las fricciones con las comunidades indígenas todavía no sujetas. Puesto que los españoles no habían logrado ocupar las tierras altas de la pre- cordillera andina, los así llamados “Valles Calchaquíes”, por falta de medios, pero sobre todo porque esas poblaciones resistían con fiereza la conquista, ha- cia 1630 se inició la guerra 31. A pesar de que los indios “de guerra” y los “su- blevados” habían quedado fuera de la jurisdicción de los encomenderos, ya que Francisco de Alfaro había prohibido las “entradas y malocas” al valle, salvo con orden expresa del virrey, el gobernador Albornoz organizó una expedición en la

que después aca se van encomendando Le pagan a cinco pessos. Las Doctrinas y beneficios que ay son pocos” [Carta del gobernador de Tucumán, don Felipe de Albornoz (1627-1637) al rey Felipe IV, reproducida por R. J. FREYRE: El Tucumán colonial…, op. cit., pp. 159-161]. 30 La transcripción integral del documento en E. DE GANDÍA: Francisco de Alfaro…, op. cit., pp. 526-529. 31 Un estudio general acerca de las así llamadas Guerras Calchaquíes en A. M. LORANDI: “Las rebeliones indígenas”, en E. TÁNDETER (dir.): Nueva Historia Argentina, op. cit., t. II, pp. 287-329.

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zona norte, desde Salta, con la excusa de castigar el asesinato del encomendero Juan Ortiz de Urbina, quien había pretendido explotar algunas minas en Cal- chaquí. Albornoz explicó así su decisión: convocando los vecinos feudatarios desta provincia entré con doscientos hombres […] resolví que se hiciese […] reedificación de las hechas, debajo del nombre de Nuestra Señora de Guadalupe de Calchaquí, dejando […] un fuerte con cincuenta soldados, proveídos de todas armas mosquetes como arcabuces y dos esmeriles 32. El clima belicista que dominaba por esos años la política de la corte madri- leña y las dificultades financieras que experimentaba hacia 1630 el gobierno de la Monarquía, explican en buena medida la actitud del gobernador del Tucu- mán, desde muchos puntos de vista novedosa respecto a la que habían practica- do sus predecesores en la provincia. En efecto, con el acceso al trono de Felipe IV en 1621 habían llegado al gobier- no de la Monarquía Baltasar de Zúñiga y su sobrino Gaspar de Guzmán, conde de Olivares, hombres de la Casa del hasta entonces príncipe heredero, dando al tras- te con el valimiento ejercido durante dos décadas por los Sandoval (el duque de Lerma y el duque de Uceda). Tal como afirma Francesco Benigno: El recuerdo del reinado del Rey Prudente [Felipe II] y la propensión a recoger y volver a lanzar al corazón de Europa el desafío a la reputación española constituían para los nuevos gobernantes los principales referentes de una explícita crítica a las opciones del reinado de Felipe III […] La caída de los Sandoval arrastraba en cadena la de toda una plétora de criados secretarios, tesoreros, sirvientes y hasta confesores, cuyas vacantes se repartían entre los miembros del nuevo grupo dominante […] El clima de “purificación” que acompañó los primeros actos políticos del nuevo régimen, entre ellos la decisión de condenar a muerte a Calderón y de procesar a Osuna, Lerma y Uceda, se orientó, pues, contra una élite política a la que se tenía por responsable de una profunda degeneración de las orientaciones y métodos de gobierno […] El mecanismo de toma de decisiones pasaba de pronto a ser controlado por un nuevo y distinto grupo de aristócratas, pertenecientes a la red parental Guzmán-Zúñiga-Haro, mientras que Olivares asumía sólidamente la dirección del gobierno […] Olivares tenía de su parte una serie de condiciones favorables que no cabe infravalorar: el palpable clima de preocupación de la opinión pública por la incipiente “declinación” y la consiguiente y difundida conciencia de la necesidad de reformas radicales para

32 Carta del gobernador Albornoz a S. M., Santiago del Estero, 7 de septiembre de 1631, Biblioteca Nacional de Argentina, Colección Gaspar García Viñas, t. 213, p. 15.

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hacerle frente; la popularidad, al menos inicial, de un programa casi puritano de austeridad y moralización del que era parte nada irrelevante cierta propensión a considerar la guerra como vía obligada para el resurgimiento nacional 33. Olivares, elevado en julio de 1621 a grande de España, comenzó a intervenir en el Consejo de Indias desde 1623. Felipe IV había restaurado el oficio de “Gran Canciller de Indias”, suspendido desde 1575, y lo atribuyó al conde-duque y a su descendencia. Ese cargo suponía voz en el Consejo y voto en los negocios de gracia, aunque no en las causas de justicia, además de 3.000 ducados de sa- lario. Sin embargo, tras la muerte de Zúñiga en 1622 y su elección como procu- rador de Madrid en las Cortes de Castilla, se produjo un aumento en las responsabilidades de Olivares en el gobierno de la Monarquía. A partir de en- tonces, fue el marqués de Toral, su yerno, quien le mantendría informado de las decisiones que tomaba el Consejo de Indias 34. Y es que la importancia de las Indias a lo largo de reinado de Felipe IV se acre- centó enormemente, situación que explica el renovado poder de ese Consejo, que por esos años reclamaba el mismo status y prerrogativas que el Consejo de Casti- lla, sólo segundo en jerarquía después del Consejo de Estado. En ese sentido, el fiscal del Consejo de Indias, don Juan de Solórzano y Pereira, en junio de 1628 presentaba su Memorial sobre que el Real Consejo de las Indias debe preceder en los actos públicos al Consejo de Flandes 35. Lo cierto es que la guerra europea terminó por promover políticamente al imperio hispánico en América. Felipe IV había heredado del reinado anterior los compromisos bélicos en Ale- mania. No obstante, el 22 de abril de 1621, apenas había accedido al trono, deci- dió reiniciar la guerra con Holanda. Los requerimientos en ese sentido venían realizándose desde 1619, cuando expiró la tregua de los doce años con Holanda y

33 F. BENIGNO: La sombra del rey. Validos y lucha política en la España del siglo XVII, Madrid 1992, pp. 115, 116, 118, 142 y 146. 34 De todos modos, Olivares consideraba que los Consejos eran obstruccionistas e intentó reducir su actividad al ejercicio de la justica regia, prefiriendo gobernar con Juntas ad hoc, conformadas por sus clientes, que le permitían tomar decisiones rápidas, necesarias en el clima bélico característico del reinado. Véase I. A. THOMPSON: “The Government of Spain in the Reign of Philip IV”, en Crown and Cortes, Government, Institutions and Representation in Early Modern Castile, Aldershot 1993, pp. IV y 1-85. 35 F. M. VALLAMA (ed.): Obras varias posthumas del doctor don Juan de Solórzano Pereyra. Cavallero de la Orden de Santiago, del Consejo de su Magestad, en el Supremo de Castilla y de las Indias, Juan de Guerra de ellas, y de la de Minas, Madrid 1776, pp. 167-200.

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el Consejo de Estado efectuó una consulta a los Consejos de Indias y Portugal pa- ra reanudar la guerra. La respuesta afirmativa de esos dos organismos era conse- cuencia directa de las incursiones realizadas por los holandeses en el Índico y en el Pacífico durante la vigencia de la mencionada tregua, lo cual afectaba no sólo a los negocios de los mercaderes portugueses y a los ingresos de la Corona, sino también a las delicadas relaciones entre Castilla y Portugal 36. Para dar solución a dos problemas, los gastos que ocasionaban una guerra en varios frentes y la crisis económica que afectaba al reino de Castilla, Olivares di- señó un programa político que era básicamente un conjunto de medidas financie- ras y económicas 37. De hecho, hacia 1626 más que de reformas constitucionales, se hablaba de inquietudes inmediatas: hombres y dinero 38. Fue en medio de ese cambio de orientaciones políticas y de agentes del go- bierno en la corte española, que se habría producido el nombramiento don Fe- lipe de Albornoz como gobernador del Tucumán 39. Era hijo de un caballero toledano de la Orden de Calatrava, Francisco de Albornoz, y de Felipa Polo de Espinosa, sobrina del cardenal Diego de Espinosa, y también era hermano de Gil de Albornoz, quien por esas fechas ya había sido virrey de Navarra y ocu- paba una plaza en el Consejo de la Inquisición 40. Felipe era, además, caballero de la orden de Santiago y gentilhombre de cámara de Felipe III, por lo tanto, pertenecía al entorno doméstico del monarca. Sin embargo, no se había visto

36 J. H. ELLIOTT: El conde-duque de Olivares. El político en una época de decadencia, Madrid 2009, pp. 89-90. 37 Ibidem, pp. 225 y ss. 38 “El primer ímpetu reformista de 1621 a 1627 se limitó virtualmente a un ajuste de cuentas con los ministros más señalados del régimen anterior, a la proliferación de juntas, planes y programas que no resolvieron las dificultades financieras, advertidas en la sesión del Consejo de Estado de noviembre de 1625. El caótico despliegue de reformas no resolvió los problemas de la Hacienda, que se agravaron de tal manera que Felipe IV tuvo que decretar su primera suspensión general de consignaciones en enero de 1627” (M. RIVERO RODRÍGUEZ: La monarquía de los Austrias. Historia del Imperio español, Madrid 2017, p. 233). 39 C. BRUNO: Gobernantes beneméritos de la evangelización en el Río de la Plata y el Tucumán (época española), Buenos Aires 1993, pp. 97-101. 40 L. SALAZAR Y CASTRO: Historia Genealógica de la Casa de Lara, justificada con instrumentos y escritores de inviolable fe, t. III, Madrid 1697, pp. 399-400; A. M. MONGE: “El cardenal don Gil de Albornoz (1579-1649): consejero y diplomático de Felipe IV”, Tiempos Modernos 34 (2017), pp. 91-107.

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muy favorecido por la herencia dejada por su padre, que tuvo que litigar con un vecino de Ávila, de allí que solicitara al rey un oficio en Indias, siendo este el corregimiento de Potosí. Sin embargo, el rey concedió a Albornoz el gobierno del Tucumán. Un destino poco deseado, ya que su propia comitiva lo abando- nó y le obligó a buscar nuevos criados en Sevilla a último momento, cuando se aprestaba en el mes de abril de 1626. Numerosas dificultades no le dejaron lle- gar al Tucumán hasta el mes de junio del año siguiente 41. Su arribo a la provincia coincidía con una etapa triunfalista de la Monarquía hispánica, tras las victorias de los ejércitos imperiales en 1625 y 1626 que marca- ron, a su vez, el punto más brillante del programa regeneracionista del conde- duque de Olivares 42. Sin embargo, para Felipe de Albornoz el gobierno del Tucumán no sería nada fácil. La correspondencia de sus primeros años de gobier- no pone al descubierto, por un lado, que el gobernador se había encontrado con un enmarañado y consolidado sistema de gobierno parental en las ciudades tucuma- nas, que hacía difícil la integración de nuevos elementos sin el concurso y autori- zación de los patronos de esas élites. De hecho, el nuevo gobernador describía en 1629 la administración de la provincia en los siguientes términos: El modo de gobierno que ha tenido y tiene esta provincia es que los governadores han nombrado y nombran en cada una destas ciudades un teniente con titulo de Justicia mayor y capitán a guerra los quales no tienen salario ni gajes ningunos mas de tan solamente los derechos de las firmas en las causas que ante ellos pasan y cada uno en su distrito administra justicia y mas de dos alcaldes hordinarios que eligen cada año los cavildos y otros dos de la Hemandad los quales hacen algunas salidas por los distritos. Para que los Indios tengan algún modo de gobierno y acudan al entero y pagas de sus tributos se dejo hordenado por el Vissitador general desta provincia que se nombrase administradores de entre los mismo encomenderos que asistiesen en los partidos conforme a la distancia y doctrinas y esto se ha usado y los Governadores han dado y dan alguna mano de justicia a estos tales administradores para que puedan conocer de las causas leves y substanciarlas y en estado de determinación Remitirlas a las Justicias y las graves al governador. No hay en esta Provincia otro genero de provisiones y para estas

41 Al entrar al Tucumán, Albornoz había excedido sobradamente los nueve meses que se le había dado para llegar a su destino, a causa de las dificultades para conseguir medios para llegar y unas fiebres que había tenido en Panamá, que le obligaron a detenerse allí un buen tiempo (AGI, Charcas, leg. 26, r. 10, n. 80, f. 1r). 42 Una valiosa síntesis, con un amplio apéndice bibliográfico, sobre los problemas bélicos y diplomáticos de la Monarquía, en F. NEGREDO DEL CERRO: La guerra de los Treinta Años. Una visión desde la Monarquía Hispánica, Madrid 2016.

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ningunos salarios ni situaciones […] Los officios [vendibles] que en esta Provincia he alcanzado a saber ay son los Regimientos de los cavildos, Los alferazgos de las ciudades, Las depositarias, Los fieles ejecutores, los alguacilazgos, las escrivanias 43. Por otro lado, y probablemente porque el mismo Albornoz tenía criados y parientes a los que debía premiar, se observa su intención de someter de forma autoritaria a los miembros de las elites encomenderas tucumanas, intervinien- do directamente en el gobierno de las ciudades a partir de la suspensión de los oficios no vendibles de justicia: Y en caso que perdiesen algo del suyo por quitarles la dicha facultad que tenían de elegir alcaldes, esta se les puede subrogar y suplir en dejarlos por sustitutos de los tenientes en cualquiera falta y ausencia suya prefiriendo el alférez real al regidor de primer voto y éste a los demás regidores, pues con esta preeminencia se les satisface y entera la que en las dichas varas se les quitase 44. Asimismo, ordenaba que a los oficiales de la aduana seca de Córdoba, creada en 1621 para impedir el comercio de productos extranjeros que entraban por vía de contrabando desde el puerto de Buenos Aires, se les quitasen las “varas de justicia” que le habían sido otorgadas por la Audiencia y por las mismas autori- dades del cabildo 45. De ese modo, con la intención de combatir las violencias y arbitrariedades con que estos personajes desde los cabildos y demás institucio- nes de gobierno dominaban la región, el gobernador pretendía ejercer un domi- nio directo sobre las comunidades urbanas, a través de sus propios tenientes de gobernador, que le permitirían incluso realizar un nuevo reparto de tierras, di- neros y de oficios, y asentar mejor la autoridad del rey, sin que pudiesen inter- venir los oidores de la Audiencia de Charcas, celosos defensores del interés de los señores del Tucumán, con quienes estaban asociados. Y es que la misma Audien- cia había establecido que los alcaldes se eligiesen entre los naturales de las ciuda- des, según costumbre de la tierra, pero violando las leyes de Indias, por lo que he experimentado en los años y medio que aquí estoy en este gobierno, no hay que esperar en ellos justicia, porque toda será de compadres y

43 Todos los oficios vendibles y renunciables de la gobernación se sacaban a pregón en las ciudades donde vacaban y el remate se efectuaba en Potosí. Los títulos se otorgaban en Lima y la confirmación en Madrid (Carta del gobernador de Tucumán, don Felipe de Albornoz al Rey, reproducida por R. J. FREYRE: El Tucumán colonial…, op. cit., pp. 161-163). 44 Carta al Rey de 25 de abril de 1629 (AGI, Charcas, leg. 26, r. 10, n. 78). 45 Segunda carta al Rey de 25 de abril de 1629 (AGI, Charcas, leg. 26, r. 10, n. 79).

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enderezada a sus fines particulares de odios, venganzas, amistades y parentescos en la manera que por la dicha información hallará V. Magd. pues solo para ese efecto se diligencian las varas 46. Por todo ello, Albornoz solicitaba al rey, se sirva de proveer y mandar que se observe y no se innove en la ley Real que la dicha Real Audiencia no me impida la facultad que Vuestra Magd. me concede para nombrar tenientes a mi elección con aprobación suya, pues soy el que ha de dar cuanta de este gobierno que si cada día se libran provisiones en ella para que se guarde cualquiera ordenanza de las que hizo en esta provincia el visitador don Francisco de Alfaro sin estar confirmadas por V. Magd. cuanto más deber librar para que se guarden las leyes reales y no derogarse por ellas 47. Lo cierto es que su proyecto no obtuvo el apoyo ni del rey ni del Consejo de Indias, y, a pesar de que insistiese también ante el monarca para que se realiza- ra un reordenamiento de las encomiendas, tal como lo había dispuesto Alfaro, pero apartando en la ejecución de esa medida a los alcaldes de los cabildos por contravenir las leyes de Indias al ser naturales de las mismas ciudades que go- bernaban, tampoco consiguió en esto el apoyo de Madrid. En este contexto apareció nuevamente el interés por recomenzar la guerra y conquistar las tierras altas de la gobernación, donde se creía que se escondían

46 Carta al Rey de 6 de septiembre de 1629 (AGI, Charcas, leg. 26, r. 10, n. 84). Podemos mencionar algunos trabajos sobre tenientes de gobernador que observan su figura como agentes mediadores de poder. Darío Barriera estudió a los tenientes en la Santa Fe de la gobernación de Buenos Aires del siglo XVII, advirtiendo que los Austrias querían evitar la superposición entre el servicio real y los intereses locales; por ello, buscaron asegurar una actuación “imparcial” de dichos tenientes, manteniéndolos aislados de su entorno y disponiendo, a partir de una Real Cedula de Felipe II en 1569, que éstos no debían ser vecinos de la ciudad de donde ocupasen el cargo, ni residir en ella, ni estar emparentado con los vecinos. Evidentemente, en el Tucumán observamos prácticas contrarias a las dispuestas por esta Real Cédula. Cfr. D. BARRIERA: “Resistir al teniente con la letra del Rey: La conflictiva relación del Cabildo de Santa Fe con la Gobernación del Río de la Plata durante los años 1620”, en G. DALLA CORTE et al. (coords.): Homogeneidad, diferencia y exclusión en América. X Encuentro-Debate América Latina, ayer y hoy, Barcelona 2006, pp. 65-71. Para Corrientes podemos citar a F. L. COLLINO: “Un teniente de Gobernador de Corrientes en el temprano S. XVII”, Revista Escuela de Historia vol. 15/2 (2016). Un caso tucumano fue estudiado por M. M. ARANA: “Enfrentamientos en el Cabildo entre miembros de la elite de San Miguel de Tucumán en 1654: La elección del teniente de gobernador”, Andes 24 (2013). 47 Carta al Rey de 6 de septiembre de 1629 (AGI, Charcas, leg. 26, r. 10, n. 84).

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tesoros milenarios 48, pero también con la intención por parte del gobernador de ganarse a muchos tucumanos con la promesa de que una parte de los indios de los valles les sería dada en encomienda. Promesa que, sin embargo, pronto se vio frustrada por la oposición de la Real Audiencia 49. De todos modos, la expedición inicial que dirigió Albornoz en 1630 a Calcha- quí fue exitosa para los españoles, pues se ajustició a varios caciques, se destruye- ron sembradíos y se obtuvo una buena cantidad de cautivos. Sin embargo, al año siguiente, las tribus del segmento meridional de los valles, es decir, Yocavil, Andal- galá y Aconquija, se confederaron bajo el liderazgo del cacique Chalemín y dieron muerte a diez encomenderos de esa región. Así comenzaba “el gran alzamiento”, cuyo objetivo era, nada menos, que la definitiva expulsión de los españoles de sus ciudades y de sus haciendas. Fray Jerónimo Godínez, en un memorial dirigido a Felipe IV, redactado en Santiago del Estero el 1 de enero de 1631, señalaba que el levantamiento indígena fue obra de la codicia de Albornoz, que decidió poblar en Calchaquí sin autorización del rey y contra las reales cédulas que lo vedaban 50.

48 En una carta fechada en el mes de abril de 1630, Albornoz justificaba la entrada a los valles del siguiente modo: “ha mucho tiempo que los vecinos interesados en aquel Valle piden una población de españoles que los tengan sujetos y en obediencia a las dos Majestades, de que no sólo se seguirían estos dos efectos tan importantes, de la religión y justicia, y gozar los encomenderos del fruto del permio de sus trabajos y servicios en cuya consideración se les hizo merced de sus encomiendas, pero también se podría conseguir de camino hallar una gran riqueza de minas de plata, y oro, de que se dice haber antigua noticia, y descubrir de la otra Banda de la Sierra que mira al mar del Sur alguna cala, o puerto de importancia para abreviar en las ocasiones en que lo son la gran tardanza y prolijidad con que caminan los avisos por tierra de los enemigos que tan de ordinario infectan las costas del Mar Océano” [Carta al Rey de 16 de abril de 1630 (AGI, Charcas, leg. 26, r. 10, n. 88)]. 49 “Y en tanto enviar convocatorias a las ciudades para que los que quisiesen de su voluntad su costa y misión ir a la población del dicho Valle se alistasen con los aparejos y armas que se ofrecían así jurando a todos hacerles en nombre de V. Magd. merced según sus méritos y servicios así en la tercera parte de la encomienda del dicho Valle de que han hecho dejación sus encomenderos para este efecto, como de las que en esta Provincia se proveyesen. Y estando muchos dispuestos y apercibidos para ello, se me mandó, por la Real Audiencia que los indios que fuesen vacando se pusiesen en cabeza de V. Magd. que de sus tributos hubiese para pagar los salarios de los gobernadores y oficiales reales de esta provincia con que todos se han desanimado de suerte que nadie de los ofrecidos a esta jornada muestra ya voluntad a ella viendo que para la paga de estos salarios es menester casi un tercio de las encomiendas de esta provincia” [Carta al Rey de 6 de septiembre de 1629 (AGI, Charcas, leg. 26, r. 10, n. 84)]. 50 AGI, Audiencia de Charcas, leg. 148. Los indios se rebelaron, “según Lozano, porque Albornoz hizo azotar y cortar el cabello, por cierto desmán, a unos caciques principales que

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Opinión secundada por Juan de Carvajal y Sande, oidor de la Audiencia de Char- cas, que en una serie de cartas se encargó de informar desde Potosí periódicamen- te al rey sobre la situación del Tucumán y sobre las decisiones tomadas por el gobernador Albornoz 51. La contienda tuvo dos claros períodos. En el primero, hasta 1633, los indí- genas lograron destruir el poblado de Londres y asediar La Rioja, así como ata- car Salta y San Miguel de Tucumán. Los españoles liderados, entre otros, por Jerónimo Luis de Cabrera, nieto del fundador de Córdoba y vecino encomen- dero de la misma ciudad, plantearon más bien una lucha defensiva 52. En 1635 se produjo una seria crisis de liderazgo entre los españoles, motivada sobre todo por la defección de Cabrera, ya que los vecinos de Córdoba se negaban a participar en la guerra, pues su ciudad se encontraba lejos del escenario del con- flicto y no veían compensados sus esfuerzos con la concesión de indios para sus

habían ido a saludarlo cuando entró a la provincia. Dicho gobernador cuenta en cambio, que por los autos y averiguaciones que se hicieron con motivo de la rebelión inicial en el Valle, sus indios se alzaron porque el encomendero a quien dieron muerte primero descubrió unas minas que ellos querían mantener ocultas, para que no se les obligase a trabajarlas como habían visto hacerlo a otros en Potosí. De estas dos versiones más fundada es la última” (M. LIZONDO BORDA: Historia del Tucumán…, op. cit., p. 34). 51 Colección P. PASTELLS: Documentos relativos a la Historia de las Provincias y Misiones de las Indias Occidentales de la Compañía pertenecientes a la Asistencia de España. Copiados de los existentes en el Archivo General de Indias de Sevilla, Secretaría del Perú, Virreinato del Perú, Audiencia de los Charcas, t. II, pp. 29-35, 57-58; t. III, pp. 93-94. 52 Este personaje fue un miembro importante del linaje de los Cabrera, quienes, a su vez, fueron un ejemplo claro del parentesco que se prolongó y extendió más allá de la jurisdicción de una ciudad. Es decir, entre los miembros de esta familia se encontraron fundadores, conquistadores, agentes institucionales, vinculados por lazos matrimoniales, que lograron combinar intereses y participar en diversos cargos en altas jerarquías locales y regionales. Véase H. R. LOBOS: Historia de Córdoba. Una sociedad peculiar, t. II, Córdoba (Argentina) 2009, p. 413. De hecho, don Jerónimo Luis, además de capitán de guerra durante las Guerras Calchaquíes, desempeñó a lo largo de su vida otros oficios de gobierno: teniente general de gobernación, regidor perpetuo de Santiago del Estero, alcalde de 2º voto del cabildo de Córdoba y alférez real interino, lugarteniente general del Tucumán, gobernador interino de Buenos Aires (1641-1646), y Gobernador del Tucumán designado por Felipe IV en 1660, último cargo interrumpido por su muerte en 1662. Según Martínez Villada don Jerónimo Luis tuvo “vida de caballero, [era] jefe de gran casa, contento con esa presidencia moral que le acordaba su nombre, en una sociedad en que era [él] el primero”. Véase L. G. M. VILLADA: “Conquistadores y Pacificadores. Los Cabrera”, Revista de la Universidad Nacional de Córdoba 24/3-4 (1937), p. 494. Dicho autor reconstruyó, además, la genealogía de los Cabrera.

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encomiendas, a la vez que percibían la campaña como una empresa particular de Felipe de Albornoz, cuyo objeto era la recompensa de sus deudos y parientes 53. Sin embargo, al año siguiente, los españoles recuperaron la iniciativa y pu- dieron ingresar al valle en campañas de represalia. En una de ellas dieron muer- te a Chalemín y atacaron a las poblaciones del valle de Andalgalá, realizando el primer extrañamiento de unos ochocientos indígenas al Fuerte del Pantano, en el norte de La Rioja. A mediados de 1637 se inició una tregua favorable a los es- pañoles que dio fin al segundo período de la guerra. A partir de entonces, el comando sur quedó en manos del capitán Francisco de Nieva y Castilla, encomendero de Catamarca originario de Esteco, quien se enfrentó al creciente problema de la falta de recursos para proseguir la guerra. Sólo pudo reunir una tropa consistente recién en 1642, tras prometer a los es- pañoles que los cautivos serían entregados a sus captores para servicio personal. No obstante, al año siguiente, el desenlace de la rebelión indígena se debió, más que al ímpetu guerrero de los europeos, a los desacuerdos y a las traiciones pro- ducidas entre los mismos indígenas, sobre todo de los pulares. En 1658, en una carta dirigida al rey, fray Melchor Maldonado, obispo del Tucumán, recordaba la guerra pasada y revelaba las concesiones que habían he- cho los españoles para pacificar al valle: Fueron expelidos, rompieron guerra, duró quince años, arruinaron ciudades, valles, estancias, ganados, hombres y armas, y a V.M. le gastaron mucho, que por orden de los Virreyes se envió de Potosí. En fin Dios y no las armas los redujo a la obediencia de S. M. y a la paz que hemos gozado desde el año de treinta y cinco que estribaba en dejarlos en sus valles, que enviasen una mita voluntaria a las ciudades circunvecinas, y que saliesen cuando y como querían a arrear mulas y vacas al Perú, Salta y Potosí 54. El saldo final del “gran alzamiento” fue el confinamiento de un gran número de indios en el Fuerte del Pantano y el traslado de otros a Córdoba y a La Rioja, a tierras de los españoles, fortaleciéndose y perpetuándose con ello la encomienda

53 Cfr. V. D. SIERRA: Historia de la Argentina. Consolidación de la labor pobladora (1600- 1700), Buenos Aires, 1965, p. 278. 54 Carta del obispo Melchor Maldonado a S. M., Córdoba, 13 de septiembre de 1658 (AGI, Charcas, leg. 121). Ha sido trascrita por A. LARROUY: Documentos del Archivo de Indias para la historia del Tucumán, t. I, Buenos Aires 1923, pp. 201-208. A ello se deben agregar los pactos realizados con numerosos caciques “amigos”, que preservaron sus jefaturas a lo largo del siglo XVII. Véase S. PALOMEQUE: “La ‘historia’ de los señores étnicos de Casabindo y Cochinoca (1540-1662)”, Andes 17 (2006), pp. 139-194.

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de servicio. De hecho, muchos encomenderos pudieron aumentar el número de sus encomiendas y satisfacer su ambición al lograr la prolongación de esa conce- sión regia por dos o más vidas, tal como sucedió con Francisco Nieva de Castilla y sus descendientes en Catamarca, en el valle de Pomán 55. Pero además, la guerra, protagonizada en gran medida por soldados y oficiales pertenecientes a las milicias tucumanas, coronó las exigencias políticas de sus lí- deres, al convertirlos, a partir de entonces, en tenientes de gobernador de sus ciudades. Con lo cual, lograban el pleno control sobre los cabildos locales, situa- ción que había comenzado a gestarse en las décadas anteriores, cuando los crio- llos pudieron ocupar los cargos de alcaldes e incluso ser reelegidos en el ejercicio de dicho oficio 56. Y es que, desde mediados de 1620, tal como lo habría señalado Alonso de Vera y Zárate, los poderes de un gobernador en el Tucumán estaban muy me- diatizados, sobre todo porque debía compartir las atribuciones de justicia con los cabildos. De allí la imperiosa necesidad por parte de los gobernadores de con- tar con apoyos entre los miembros de las familias de beneméritos tucumanos 57.

55 Véase G. DE LA ORDEN DE PERACCA: Pueblos indios de Pomán. Catamarca (siglos XVII a XIX), Buenos Aires 2006. Los indios que lograron escapar se refugiaron en los valles altos. Por parte de los españoles, a lo largo de la guerra se registró la muerte de 150 personas, entre hombres, mujeres y niños, cifra relativamente alta para la escasa densidad demográfica de la población europea en el Tucumán. 56 E. NOLI: “Social y culturalmente ambiguos: criollos-mestizos de Tucumán, siglo XVII”, Memoria Americana 18/2 (2010), pp. 239-266. 57 En un sistema negociado de gobierno, las relaciones personales, con vínculos de reciprocidad y obligaciones mutuas en el marco de una lógica de servicio, son esenciales. Asunto particularmente significativo cuando se analiza el gobierno en los territorios indianos, un espacio en el que se ha reconocido en modo categórico el peso de las elites locales como mediadores sumamente influyentes. Véase A. ESTEBAN ESTRÍNGANA: “El servicio: paradigma de relación política en los siglos XVI y XVII”, en A. ESTEBAN ESTRÍNGANA (ed.): Servir al Rey en la Monarquía de los Austrias. Medios, fines y logros del servicio al soberano en los siglos XVI y XVII, Madrid 2012; A. TURNER BUSHNELL y J. P. GREENE: “Peripheries, Centers and the Construction of Early Modern American Empires. An Introduction”, en C. DANIEL y M. V. KENNEDY (eds.): Negotiated Empires: Centres and Peripheries in the Americas, 1500-1820, Nueva York-Londres 2002, pp. 1-15; A. AMADORI: Negociando la obediencia. Gestión y reforma de los virreinatos americanos en tiempos del conde-duque de Olivares (1621-1643), Madrid 2013; M. BERTRAND: “Poder peleado, poder compartido: familias y Estado en la América española colonial”, en S. MOLINA PUCHE y A. IRIGOYEN LÓPEZ (eds.): Territorios distantes, comportamientos similares. Familias, redes y reproducción social en la Monarquía Hispánica (siglos XIV-XIX), Murcia 2009, pp. 235-236.

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Vera y Zárate negoció a partir del apoyo a la facción más poderosa de la región, la de los Tejeda, mientras que Felipe de Albornoz, “olivarista” y, por lo tanto, promotor del autoritarismo regio, que en la práctica suponía limitar la autono- mía de los diferentes dominios imperiales, no pudo negociar con los señores del Tucumán, protegidos por los lazos que los unían con los oidores de Charcas. De allí su proyecto de supresión de las facultades judiciales de los cabildantes o la promoción de la misma guerra en los Valles calchaquíes, con la que pensaba ga- narse el apoyo de algunos potentados locales ofreciéndoles, con el triunfo, un tercio de los indios que fueran encomendados. Sin embargo, el mismo Vera y Zárate, con gran perspicacia, había notado que existía otro agente de la Corona en el Tucumán, más versátil, cuyo poder en la región era mucho mayor que el suyo. De hecho, don Alonso, a raíz de un enfrentamiento que había tenido con el obispo Julián de Cortázar, pudo com- prender lo siguiente: “no tienen los obispos ni arzobispos juez en estas partes, ni esperan [juicio de] residencia, como lo tienen y han de esperar los goberna- dores para mal de sus pecados”. De lo que resulta que “si Dios no los tiene de su mano, se salen [los obispos] con todo, muy a costa de la autoridad y estima- ción de la jurisdicción real”. Por otra parte, “los gobernadores y corregidores son temporales, y al cabo de cuatro o cinco años se les acaban sus oficios, y pa- decen mil desaires” 58. Efectivamente, la actividad del clero y especialmente del episcopado, que en buena medida sobrepasó la mera actividad pastoral, garantizando la adhesión de las elites locales a la política real, fue de suma importancia para el gobierno de la Monarquía, sobre todo desde los inicios del siglo XVII 59. Melchor Maldonado de Saavedra, obispo del Tucumán desde 1634, es un buen ejemplo de ello.

58 C. BRUNO: Historia de la Iglesia en Argentina, vol. I, Buenos Aires 1966, pp. 514-515. 59 Al respecto se ha señalado que “las actividades de los obispos adquieren un sentido nuevo si atendemos a sus relaciones permanentes con el Consejo de Indias. Su título de miembros del Consejo del rey no fue meramente honorífico y tampoco se restringió a su capacidad de acceder directamente al monarca. En consecuencia, su representación en Madrid se vio redimensionada en comparación con otros cuerpos igualmente capaces de contar con procuradores o delegados en la corte […] Los obispos estaban convencidos de que las catedrales no se ‘asentarían’ sino en la medida que se desmantelara el orden social surgido de la conquista y se consolidaran los avances del arraigo y poblamiento hispánico en los territorios diocesanos” [Ó. MAZÍN: “Representaciones del poder episcopal en Nueva España (siglo XVII y primera mitad del siglo XVIII)”, en Ó. MAZÍN (ed.): Las representaciones del poder en las sociedades hispánicas, México 2012, p. 380].

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LOS PODERES DE UN OBISPO

El Tucumán no era sólo una gobernación indiana de la Monarquía hispana. Por la bula Super specula, del 15 de mayo de 1570, Pio V había creado la dióce- sis del Tucumán, con sede en la ciudad de Santiago del Estero. Se trataba de un obispado sufragáneo del arzobispado de Lima hasta 1609 y desde esa fecha del arzobispado de Charcas 60. Melchor Maldonado de Saavedra era su quinto obispo 61. Este eclesiástico había nacido en la Gobernación de Santa Marta, en Indias, donde se había es- tablecido su padre el capitán Francisco Maldonado, quien pertenecía a una in- fluyente familia de origen sevillano con intereses económicos en el Caribe. De hecho, el abuelo paterno del obispo Maldonado, nieto a su vez del primer conde de Castelar, era señor de Almensilla y caballero de la Orden de Santiago, y se había desempeñado como Veinticuatro de Sevilla, procurador de la ciudad ante la Corte y tesorero de la Casa de Contratación 62. La fortuna de este personaje provenía en buena medida de la explotación de perlas en el Caribe, negocio que había heredado de su suegro Juan de Barrera 63. Puesto que su familia procedía de Sevilla, el joven Melchor Maldonado fue enviado a esa ciudad a realizar sus estudios y en 1605 había profesado allí como fraile agustino, justamente en una orden religiosa donde también lo habían hecho seis tíos suyos, entre los que se contaba al célebre fray Pedro Maldonado, quien fuera confesor del duque de Lerma y autor del Tratado del perfecto privado 64.

60 N. DELLAFERRERA: “Iglesia diocesana: Las instituciones”, op. cit., t. II, pp. 397- 398. 61 Para una versión más extensa del pontificado de Maldonado véase G. NIEVA OCAMPO: “Vasallo del rey y pastor de su Iglesia: Melchor Maldonado de Saavedra, obispo del Tucumán (1632-1661)”, en G. NIEVA OCAMPO, R. GONZÁLEZ CUERVA y A. NAVARRO (coords.): El príncipe, la corte y sus reinos. Agentes y prácticas de gobierno en el mundo hispano (ss. XIV-XVIII), Tucumán 2016, pp. 315-364. 62 D. ORTIZ DE ZÚÑIGA: Anales eclesiásticos de la M.N. y M.L. ciudad de Sevilla, t. IV, Madrid 1796, p. 44. 63 M. A. EUGENIO: “Una empresa de perlas: los Barrera en el Caribe”, en B. TORRES RAMÍREZ (coord.): Huelva y América. Actas de las XI Jornadas de Andalucía y América, Universidad de Santa María de la Rábida, marzo-1992, vol. 2, Huelva 1993, pp. 9-38. 64 J. DURAND: “Andanzas del Padre Maldonado y su ‘Privado’ ejemplar”, Nueva Revista de Filología Hispánica 29 (1980), pp. 312-342.

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Sus estudios superiores los había realizado en Salamanca y había sido ordena- do sacerdote en 1612. Los superiores agustinos habían perfilado desde muy tem- prano la vocación de Maldonado hacia la actividad pastoral en Indias. De hecho, entre 1621 y 1624 había participado en un par de misiones realizadas por los agus- tinos recoletos de Sevilla con el fin de reducir a los indígenas de la provincia de Urabá, en el golfo de Darién, donde se desempeñaba como gobernador el padre de fray Melchor 65. De vuelta en Andalucía fue elegido prior del convento de Cá- diz y calificador del Santo Oficio, cargos que desempeñaba cuando fue nombra- do obispo del Tucumán 66. Fray Melchor Maldonado pertenecía al linaje de los Arias de Saavedra y, por lo tanto, era primo de los condes de Castellar, de la marquesa de la Puebla y del mar- qués de Malagón 67. Sus estudios y conocimientos, y estas vinculaciones explican

65 AGI, Panamá, 243, leg. 1, ff. 35v-37r, 53v-54r, 43v-44r, 31r-31v, 38v-40r. Véase, además, S. T. SERVINO: Historia documentada de la iglesia en Urabá y el Darién: desde el descubrimiento hasta nuestros días, vol. IV, Bogotá 1956, pp. 15, 19, 103. 66 Véase M. E. ASTRADA y J. CONSIGLI (eds.): Actas consistoriales y otros documentos de los obispos de la diócesis del Tucumán (s. XVI al XIX), Córdoba (Argentina) 1998, pp. 93-145. La preferencia de religiosos, y no de miembros del clero secular, para el gobierno de las diócesis indianas era una norma general observada desde el siglo XVI, puesto que se trataba de reputados pastores y predicadores –lo cual los hacía aptos para asumir el gobierno de jurisdicciones con grandes necesidades de orientación teológica– y cuyo perfil concordaba con el “modelo tridentino”. Situación que durante el reinado de Felipe IV parece que se extendió a la misma Península, a causa de la estrecha vinculación de patrocinio entre Corona y órdenes religiosas. Sobre el tema véase, H. RAWLINGS: “Las órdenes religiosas y la crisis en el nombramiento de obispos en Castilla bajo Felipe IV (1621-1665)”, Manuscrits. Revista d’Història Moderna 30 (2012), pp. 125-137; I. FERNÁNDEZ TERRICABRAS: “Al servicio del rey y de la iglesia: El control del episcopado castellano por la Corona en tiempos de Felipe II”, en F. J. GUILLAMÓN ÁLVAREZ y J. J. RUIZ IBÁÑEZ (eds.): Lo conflictivo y lo consensual en Castilla: sociedad y poder político, 1521- 1715. Homenaje a Francisco Tomás y Valiente, Murcia 2001, pp. 205-232. 67 Se trataba de unos parientes muy integrados en la corte de Felipe IV: “Don Francisco Davila y Guzmán, quinto Marqués de Loriana, sexto Conde de Uzeda, y primer Marqués de la Puebla de Ovando, por merced del Rey Don Phelipe IV, e hijo tercero de los primeros Condes de Uzeda, fue Colegial Mayor de Cuenca, en Salamanca, Cavallero del Orden de Alcántara, y Comendador de las Casas de Toledo, en la de Calatrava, Assistente de Sevilla, Mayordomo del Rey Don Phelipe IV, del Consejo de Hacienda, y después Presidente de él, y de sus Tribunales, del Consejo de Estado, y Capitán General de la Artillería de España, casó con Doña Francisca de Ulloa, viuda de Don Juan Gaspar de Saavedra, quarto Conde de Castelar, su primo-hermano, de quien tenía a Don Fernando, quinto Conde de Castelar, y de Villalonso, Marqués de Malagón, a Don Joseph de Saavedra, primero Marqués de Ribas,

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en buena medida su promoción episcopal 68. De hecho, el respaldo de esa podero- sa parentela hacia los Maldonado ya se había manifestado en 1615 cuando uno de sus tíos, fray Hernando Saavedra de Maldonado, había sido propuesto para un obispado en Indias por su prima Doña Francisca Ulloa de Sarmiento, III condesa de Villalonso, marquesa de la Puebla y condesa de Castellar 69. De ese modo, no re- sulta extraño que el Consejo de Indias lo propusiera el 30 de junio de 1631 para que ocupase la sede vacante del Tucumán. Cabe destacar que Maldonado era un fraile agustino, y tal como afirma Ne- gredo del Cerro, si hay un calificativo que pueda definir a los hijos del de Hipona […] es el de agentes del poder en sus más variadas acepciones, desde espías a obispos, de

y a Doña Beatriz de Saavedra, Dama de la Reyna Doña Isabel, y mujer de Don Joachin Carroz y Centellas, Marqués de Quirra, y de Nules. Era la Marquesa Doña Francisca, hija de Don Juan Gaspar de Ulloa, primer Conde de Villalonso, Mayordomo del Rey Don Phelipe III, y de Doña Teresa de Saavedra, su mujer, que tuvo por padres a Don Juan Arias de Saavedra, tercer Conde de Castelar, y a Doña Ana de Zúñiga, hermana de Don Francisco, quarto Conde de Miranda, y del Cardenal Don Gaspar de Zúñiga, Arçobispo de Sevilla. Tuvieron dos hijas los Marqueses de Loriana y de la Puebla, Doña Leonor María Dávila Guzmán y Saavedra, que continúa la sucesión, y Doña Inés Dávila Guzmán y Saavedra, que casó con Don Pedro Lasso de la Vega y Figueroa, segundo Conde de los Arcos y de Añover” (J. YÁÑEZ: Memorias para la Historia de don Felipe III, Rey de España, Madrid 1723, pp. 119-120). 68 Los candidatos a un obispado en el siglo XVII debían contar “con un importante capital relacional, financiado por dos fuentes principales: su propia familia y su condición de colegiales. Ambas características les hacían contar con importantes valedores en la corte, que es donde, como se ha visto, se fraguaban los nombramientos episcopales, de tal modo que podían ser recomendados ante los confesores reales o los miembros de la Cámara de Castilla o el Consejo de Indias, instancias implicadas en las provisiones episcopales” [A. IRIGOYEN LÓPEZ: “Un obispado para la familia: Francisco Verdín Molina, prelado de Guadalajara y Valladolid en la segunda mitad del siglo XVII”, Historia Mexicana 58 (2008), p. 568]. 69 AGI, Quito, leg. 86, n. 55. El 12 de enero de 1644, “murió la señora Doña Francisca de Ulloa, Marquesa de la Puebla, hermana y heredera del Señor Marqués de Malagón, Conde de Villalonso. Dexa de su primer marido, Don Gaspar Juan Arias de Saavedra, quinto Conde de Castellar, tres hijos: los Señores, Conde de Castellar que hoy es, el Marqués de Rivas y la Señora Beatriz de Saavedra, Marquesa de Quiria en Valencia. Y del segundo casamiento con el Señor Marqués de la Puebla dexo dos hijas” (A. VALLADARES: Semanario erudito que comprende varias obras inéditas, críticas, morales, instructivas, políticas, históricas, satíricas y jocosas de nuestros mejores autores antiguos y modernos, Madrid 1790, p. 126).

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consejeros de gobernantes a enviados especiales para difíciles negociaciones […] más que su piedad y religiosidad, la corona utilizó sus dotes políticas 70. A fray Melchor “la Magestad de Felipe Quarto le presentò para la Iglesia de Tucuman en Setiembre de 1631 y la gracia se passò en Roma en 16 de febrero de 1632” 71. Promovido por Urbano VIII, el 8 de marzo fue consagrado en Sevi- lla y tras visitar al rey en Madrid se dispuso a comenzar el largo viaje que lo con- duciría a su diócesis, a la que gobernaría por un espacio de veintisiete años 72. Maldonado embarcó en Cádiz el 27 de junio de 1632 en la armada de don Antonio de Oquendo 73, llegando el 5 de septiembre a Portobelo. Allí presidió

70 F. NEGREDO DEL CERRO: “La capilla real: los confesores”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN y E. HORTAL MUÑOZ (coords.): La Corte de Felipe IV (1621-1665): Reconfiguración de la Monarquía Católica, tomos I, Madrid 2015, vol. I, pp. 613-658. 71 G. GONZÁLEZ DÁVILA: Teatro Eclesiástico de la primitiva Iglesia de las Indias Occidentales, vidas de sus arzobispos y obispos y cosas memorables de sus sedes, en lo que pertenece al Reyno del Piru, t. II, Madrid 1655, p. 53. Sobre el mecanismo de elección, promoción y designación de obispos durante el siglo XVII véase A. DOMÍNGUEZ ORTIZ: La sociedad española en el siglo XVII, II: El estamento eclesiástico, Madrid 1992, pp. 19-27. 72 C. BRUNO: Historia de la Iglesia en Argentina, op. cit., vol. I, pp. 235-352. 73 Desde 1629, Fadrique de Toledo, capitán general, y Antonio de Oquendo, almirante, se desempeñaban como custodios del tránsito de la flota, “que, esta vez, y con la lección de Matanzas muy bien aprendida, se había ‘militarizado’ por completo, poniéndola bajo la protección de la Armada del mar Océano y sus mandos, y relegando a la Casa a la simple función comercial. Toledo y Oquendo actuaban como tácticos y estrategas, […] se les ordenó también la misión de atacar los nidos piráticos de las Pequeñas Antillas, es decir, Nieves, San Cristóbal y San Martín, ínsulas contiguas a las Vírgenes y no lejanas de Puerto Rico, que se sabían refugio de la más recalcitrante y facinerosa piratería anglo-francesa” (V. SAN JUAN: La batalla naval de las Dunas. La Holanda comercial contra la España del Siglo de Oro, Madrid 2007, pp. 230-233). Hay que señalar que la destinación de Oquendo como almirante de la Carrera, respondía no tanto a la coyuntura belicista desatada por la invasión de los holandeses al Brasil, sino, más bien, a un amplio programa de reformas que era anterior a esos sucesos y que tenía como fin fortalecer el vínculo de España con las Indias. De hecho, a comienzos del reinado de Felipe IV, entre las medidas “regeneracionistas” más sonadas figuraba la creación de una repartición especial del Consejo de Guerra (¡y no de Indias!), la Junta de Armadas, reedición del organismo institucionalizado por Felipe II en 1594 y desaparecido posteriormente, cuyo objetivo era administrar y militarizar la defensa de la Carrera de Indias. Su contribución fue muy importante durante el otoño de 1632, cuando Olivares la mantuvo trabajando cuatro horas al día en las nuevas regulaciones para la flota del Atlántico. Esas Ordenanzas, publicadas en 1633, incluían medidas tendientes a bajar el costo de los viajes y a reducir el fraude. Véase D. GOODMAN: Spanish naval power, 1589-1665. Reconstruction and Defeat, Cambridge 1997, pp. 33-34.

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una junta y obligó al presidente de la Audiencia de Panamá a que autorizase una feria extraordinaria, para vender los productos que traía la Armada de Oquen- do, sin conocimiento de la Casa de Contratación. Y es que las necesidades fi- nancieras de la Corona obligaban al rey en ese momento a acudir a cualquier tipo de arbitri 74. Por ello, en buena medida, concedió al religioso unos poderes extraordinarios, tal como el mismo Maldonado explicaba a Quiñones de Oso- rio, presidente de la Audiencia: Sepa que desde la vaia de cadiz el fiscal que a hecho las partes de su magestad e sido yo advirtiendo y rreparando todo lo que era contra la fidelidad de su servicio y dando quenta desde aquel puerto y desde este de lo subcedido hasta el dia en que salgo del y esto no de oficio sino mandado 75. Por otra parte, en Madrid se pensaba que no existía un control real de esos te- rritorios y que amenazaba el peligro de una fragmentación, tal como se había pues- to de manifiesto desde 1624 cuando se produjo la rebelión de México contra el marqués de Los Gelves 76. De allí que se optó nuevamente por los eclesiásticos

74 Felipe IV, desoyendo los consejos en contrario que daba el Consulado de Sevilla, había enviado la armada de Oquendo a Panamá: “Porque el enemigo no viese que se interrumpía el venir más armadas y lo atribuyese a temor o flaqueza de caudal gente y navios que los vasallos no se desalentasen viendo estas costas sin armadas y con tantas del enemigo que tuviesen pasaje para los efectos del comercio que trugesen los azogues y que su magestad fuese socorrido con su tesoro para el aprieto de las guerras de Alemania palatinada Flandez que estaba mui apretada ytalia que aunque no avia rrompido [sic] tenia exercito en Milan y avia muchas revoluciones […] nunca su Magestad a tenido mas ocasiones de valerse de marineros soldados artilleros navios vasallos y hacienda y nunca a tenido menos de todo esto” (Carta del obispo de Tucumán al presidente de la Audiencia de Panamá, Portobelo, 7 de octubre de 1632, en R. LEVILLIER: Papeles eclesiásticos del Tucumán. Documentos originales del Archivo de Indias, vol. II, Madrid 1926, p. 6). 75 Carta del obispo de Tucumán al presidente de la Real Audiencia de Panamá, Portobelo, 7 de octubre de 1632, en R. LEVILLIER: Papeles eclesiásticos del Tucumán..., op. cit., vol. II, p. 5. 76 En abril de 1621, inmediatamente después del ascenso al trono de Felipe IV, sus nuevos ministros decidieron imponer un control más estrecho sobre las Indias, enviando a cuatro visitadores generales a las provincias del sur y nombrando a don Diego Pimentel, marqués de Los Gelves, virrey de México. Este se abocó a reducir en forma contundente los privilegios de los funcionarios, jueces y clérigos, con el fin de aumentar el poder de la Corona, y para atajar el fraude en torno a diversos asuntos. La cuestión pasó a mayores cuando el virrey intentó corregir los abusos en el suministro del maíz en la capital, en el que estaban involucradas las autoridades locales. Cuando apostó soldados a las puertas de un monasterio donde se había refugiado uno de los principales culpables, el arzobispo de México, Juan Pérez de la Serna,

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para actuar como agentes de la Corona. De hecho, en Nueva España, como conse- cuencia de la participación de la Audiencia en el derrocamiento del virrey, se pri- vó a ésta del poder de gobierno durante las vacancias y se prefirió el nombramiento de prelados-virreyes 77. Por otra parte, en Perú, el conde de Chinchón no daba muestras de querer colaborar en modo decidido con los proyectos fiscales del equi- po de Olivares y Castrillo 78, de allí la necesidad de enviar agentes más resueltos. En consecuencia, asegurar la autoridad del rey, de quien era su “vasallo na- tural”, y colaborar con el proyecto regeneracionista del equipo de gobierno de Olivares, fueron los objetivos principales con los que partió hacia Indias Mel- chor Maldonado 79. Lo había expresado en varias ocasiones antes de llegar a su diócesis y lo haría reiteradamente a lo largo de su dilatado pontificado. En efec- to, al presidente de la Audiencia de Panamá había recordado que el auxilio de la Monarquía, “es la causa común, este su crédito, estas sus fuerzas porque lo es la de su Magestad que hace y vela por la de todos”. Asimismo, desde Portobe- llo había dicho al conde de Castrillo: Voy a mi yglesia a cumplir mi obligación y buscando ocasiones en que servir a su magestad siendo exemplo a otros para que hagan lo mismo y en orden a esto no perdonaré a mi vida ni hazienda todo lo pongo a los pies de Vuestra Excelencia para que disponga como fuere servido 80.

que ya se había enfrentado por otros motivos con el virrey, proclamó el interdicto en la capital. Finalmente, el 15 de enero de 1624 estalló una rebelión, que dio lugar al derrocamiento y prisión del marqués de Los Gelves. Véase Ó. MAZÍN: Gestores de la Real Justicia. Procuradores y agentes de las catedrales hispanas nuevas en la corte de Madrid, México 2007, pp. 272 y 276; G. PARKER (coord.): La crisis de la Monarquía de Felipe IV, Madrid 2006, pp. 57-59. 77 Ó. MAZÍN: “Representaciones del poder episcopal en Nueva España…”, op. cit., pp. 382-383. 78 A. AMADORI: “No es menos servicio el diferir que ejecutar. El programa fiscal de Felipe IV para el Perú y la gestión del virrey Chinchón (1629-1641)”, Historia (Santiago) 46/1 (2013), pp. 7-37. 79 El que los eclesiásticos fuesen vasallos por naturaleza del Rey Católico, era el tema central de un debate urticante entre Madrid y Roma durante esos años. Debate que también dividía las mismas filas del clero, sobre todo por la presión financiera que ejercía la Corona sobre la Iglesia y sus bienes. El tema ha sido estudiado por J. I. FORTEA PÉREZ: “Olivares y la contribución del clero en la monarquía católica: la décima de 1632”, Pedralbes. Revista d’historia moderna 28 (2008), pp. 31-84. 80 Carta del obispo de Tucumán al presidente del Consejo de Indias, Portobelo, 18 de octubre de 1632, en R. LEVILLIER: Papeles eclesiásticos del Tucumán..., op. cit., vol. II, pp. 11-12.

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Localismo y poderes locales en el Tucumán

Recién en agosto de 1634 Maldonado llegó a su diócesis, la que se hallaba en plena campaña militar a causa del “gran levantamiento calchaquí”. Se puede decir que durante sus primeros tres años de gobierno se enfrentó con todos los actores políticos de la gobernación: con el gobernador Felipe de Albornoz, a quien acusó de ser el causante de la rebelión indígena; con los jesuitas, a quie- nes quitó la dirección del seminario; e incluso con el hombre más poderoso del Tucumán, Jerónimo Luis de Cabrera, nieto del fundador de Córdoba y capitán de las milicias criollas que habían luchado en Calchaquí, a cuyos deudos había quitado en una visita episcopal los indios que tenían encomendados 81. Sin embargo, a partir del año 1637, terminada la guerra y tras comprobar la imposibilidad de valerse del clero local, a causa de la falta de sujetos, su actitud comenzó a ser más conciliadora, llamando a los jesuitas a hacerse cargo nueva- mente del seminario, y también otorgándoles amplios poderes para desarrollar su actividad eclesiástica en los valles y en las ciudades del Tucumán 82. A continua- ción, tras la visita a Córdoba realizada en 1640, y coincidiendo con la crisis del sis- tema olivarista abierto en la Península tras las rebeliones de Cataluña y de Portugal –que en la corte tuvo como protagonistas a varios exponentes del clero, al servicio de la reina o del conde de Castrillo, presidente del Consejo de Indias, y que concluyó con la caída en desgracia del valido del rey en 1643– Maldonado pasó a defender abiertamente los intereses de las ciudades tucumanas. Desde el mes de octubre de 1640 hasta septiembre de 1646, el cabildo más po- deroso de esa provincia, el de Córdoba, y don Melchor Maldonado de Saavedra, hasta entonces enfrentados, hicieron sucesivamente causa común contra los gober- nadores Francisco de Avendaño, Baltasar Pardo de Figueroa y Gutiérrez de Acos- ta y Padilla, quienes venían a la gobernación con órdenes terminantes de reclutar tropa en el Tucumán para auxiliar con ella a Buenos Aires, pues se temía una in- vasión, ya sea de los holandeses como de los vecinos portugueses 83. Invasión que

81 S. PALOMEQUE (ed.): Actas del Cabildo Eclesiástico: Obispado del Tucumán con sede en Santiago del Estero, 1592-1667, vol. I, Córdoba (Argentina) 2006, p. 358. 82 S. BARBERO, E. ASTRADA, J. CONSIGLI: Relaciones ad Limina de los obispos de la Diócesis del Tucumán, Córdoba (Argentina) 1995, pp. 50-51. 83 En estos términos Francisco Avendaño había comunicado al obispo Maldonado la rebelión e independencia de Portugal y los peligros que ello entrañaba: “El Duque de Braganza se había coronado por Rey, y que le había dado obediencia el Brasil, y que está en mucho riesgo

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finalmente nunca se produjo y que llevó al procurador del cabildo de Córdoba, Manuel Correa de Sáa, a decir que mientras los socorros para Buenos Aires se pe- dían sin causa, arruinaban a las ciudades que se veían obligadas a prestarlo 84. Y es que desde 1641 el virrey del Perú Pedro de Toledo y Leiva, marqués de Mancera, había designado a Córdoba como única plaza de armas para socorrer a Buenos Aires. Situación que obligó a los gobernadores, en calidad de capitán de guerra, a llevar desde 1642 hombres armados al puerto 85. Por otro lado, las preocupaciones del obispo Maldonado, que traducía la de buena parte de las oligarquías tucumanas, estaban alejadas del miedo a una in- vasión por el puerto de Buenos Aires y se centraban, ante todo, en la situación de los indios derrotados y desnaturalizados en el Fuerte del Pantano, mal inte- grados y susceptibles de ser arrastrados a una nueva rebelión por los indios hos- tiles que habitaban los valles próximos, sobre todo el de Malfín. Maldonado, informado por los curas doctrineros del fuerte, sabía que los in- dios habían sido encomendados a individuos que no residían en San Juan de la Rivera de Londres, el poblado más próximo, sino en La Rioja, en flagrante con- travención a las ordenanzas reales que obligaban a tener casa poblada en la ciu- dad más cercana a la encomienda. Esta situación forzaba a los encomenderos a delegar sus responsabilidades en pobleros, quienes se interesaban solamente en extraer una ganancia de la mano de obra indígena, ya sea de las indias en los hi- lados como de los indios en la siembra y cosecha de los campos. Por otro lado, esos mismos pobleros, junto con los oficiales destinados al fuerte, no aplicaban los castigos correspondientes para contener los vicios, sobre todo las borrache- ras y los desmanes continuos de una indiada indisciplinada, e incluso, tal como informaban los curas doctrineros, promovían esas diversiones para contentar a

aquel puerto [Buenos Aires] y esta provincia, y pidió que se hiciese encomendar a Dios, para lo cual Su Señoría ha despachado orden a todo el obispado, y que le dijesen que sería bien hacer en esta catedral algunas plegarias y unánimes y conformes acordaron que se hiciese un novenario descubierto el Santísimo Sacramento y yendo en procesión a todos los conventos donde en cada uno se diga diferente misa, y el pueblo acuda con preces, oraciones y ayunos el viernes de aquella semana, y cada día un prebendado impetre y pida la limosna que el pueblo quisiere dar, y el último día se reparta a los pobres” [S. PALOMEQUE (ed.): Actas del Cabildo Eclesiástico…, op. cit., vol. I, p. 360]. 84 Un detallado estudio de la actividad de esos gobernadores en V. D. SIERRA: Historia de la Argentina…, op. cit., pp. 281-292. 85 H. R. LOBOS: Historia de Córdoba…, op. cit., p. 22.

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una población embrutecida. A esto se agregaba que la acción evangelizadora y socializadora de los misioneros y doctrineros se veía entorpecida porque los in- dios reunidos en el Pantano provenían de tribus diversas que hablaban distintas lenguas. De allí que el obispo solicitara continuamente a los gobernadores su in- tervención, sin resultados efectivos. De hecho, Francisco de Avendaño, por ejemplo, había enviado al capitán Gil de Oscáriz para poner orden en la reduc- ción, pero este, encomendero a su vez, ya que estaba casado con una hija del ex gobernador Juan Alonso de Vera y Zárate, había terminado por autorizar el nombramiento de pobleros, legalizando finalmente la institución 86. Por otro lado, a Maldonado le preocupaba la pobreza material en que se halla- ban las ciudades tucumanas tras el “gran levantamiento”. De hecho, el 18 de di- ciembre de 1643, el obispo, en una insólita sesión del cabildo de Córdoba, argumentó que la población de la ciudad se hallaba desconsolada por haberse or- denado que los vecinos encomenderos, que tenían indios a su costa, debían cum- plir con sus obligaciones militares de defensa del puerto de Buenos Aires, cuando hacía poco se habían invertido 25.000 pesos para enviar una hueste con el mismo destino, con las consecuentes pérdidas de las sementeras al no quedar hombres para dirigir la cosecha 87. Agregó que la ciudad no podía seguir realizando esos

86 V. D. SIERRA: Historia de la Argentina…, op. cit., pp. 281-283. 87 Una explicación al inusitado acercamiento del obispo a la posición de los vecinos encomenderos de Córdoba se debe buscar en las opiniones vertidas por el cabildo eclesiástico de la diócesis en 1641, cuando el gobernador Felipe de Avendaño había querido reclutar milicias para defender Buenos Aires de los portugueses. En aquella ocasión los capitulares habían expresado en presencia del obispo: “que sobre ello se escriba, informe y pidan al Real Acuerdo y al señor Virrey dos cosas de donde depende la conservación pública de todo el reino y la particular de esta provincia. La primera que estas provincias están desarmadas y sin arcabuces ni municiones, y las armas que hay están fallidas, y no hay armeros ni herrero que bien las entienda sino remendones, que no tienen gente, por lo menos el Tucumán que es frontera de guerra que por varias partes tiene peligro, porque hay indios enemigos y las ciudades están desmanteladas y sin gente y no se puede mover la poca que hay, dejando por defender casas ajenas, desamparadas los propios hijos y mujeres. Que asimismo se informe que en cualquier suceso de los inminentes se requiere cabeza que entienda y gobierne la guerra, y que hoy no la tiene esta provincia del Tucumán porque el gobernador de ella está impedido con un sino canceroso sobre el corazón en la tetilla izquierda con muchas bocas en él abiertas, sin poder acudir a tantas y tan distantes partes como requiere la provincia […] Y Su Señoría Ilustrísima el obispo mi señor se conformó y dijo que se debe hacer y recurrir al Príncipe con verdadera relación, para que con ella y entera noticia a partes tan remotas se provea de breve remedio” [S. PALOMEQUE (ed.): Actas del Cabildo Eclesiástico…, op. cit., vol. I, pp. 363-364].

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gastos extraordinarios, “a que no están obligados porque son en otra provincia y ciudad […] a quien otras veces ha socorrido y aquella provincia no ha socorrido a esa ciudad en iguales necesidades que ha tenido”. Propuso, finalmente, que los encomenderos enviaran soldados por su cuenta, pues ellos atenderían a conservar la ciudad, el campo y la hacienda en sus casas, lo que era más del servicio del rey. El obispo fundamentó su autoridad para intervenir en el cónclave en su calidad de pastor, pues como tal debía dar cuenta a Dios de los perjuicios que la comuni- dad de fieles pudiera padecer por su negligencia, y, además, “otro motivo tene- mos temporal anexo al oficio espiritual que es ser consexero de su magestad y el mas antiguo de este rreyno y encargarnos estas direcciones El Exmº señor mar- quez de mancera”, virrey del Perú 88. En 1644 Felipe IV, además de encomendar al obispo Maldonado que conti- nuasen rezándose en las iglesias de su obispado las misas y los ruegos para que Dios favoreciera sus armas, le había renovado el encargo de que velase por el cumplimiento de la justicia real en el Tucumán, con particular aplicación y celo haciendo castigar con todo rigor qualquiera vejación o molestia que injustamente padecieren mis vasallos por defectos de ministros de justicia o personas que con la mano que tienen en la Republica los aflixen 89. Además, el rey le ordenaba que enviase informes periódicos sobre el comporta- miento de los oficiales reales. La puja del obispo del Tucumán con los gobernadores de la provincia pone al descubierto el creciente localismo que afectaba en la década de 1640 a todas las sociedades hispánicas 90, que en este caso le valió a Maldonado el apoyo sin

88 Archivo Municipal de Córdoba, Actas Capitulares, Libro Noveno, Córdoba (Argentina) 1952, pp. 11-20. Cuando en 1645 se repita el pedido, un cabildo abierto del día 22 de octubre resolverá enviar veinte soldados pagos por cinco meses, costeados por los vecinos encomenderos, además de armas, bagajes bastimentos y carretas adquiridas con contribuciones voluntarias y forzosas. Un nuevo reclutamiento se realizará en 1650 por temor de una invasión portuguesa y también en el año 1651 y 1652. Véase H. R. LOBOS: Historia de Córdoba…, op. cit., p. 23. 89 Felipe IV al obispo Maldonado, Fraga, 31 de mayo de 1644 (AGI, Charcas, leg. 137, reproducida por R. LEVILLIER: Papeles eclesiásticos del Tucumán..., op. cit., vol. II, pp. 113-114). 90 Males que se achacan actualmente a lo mucho que habían cambiado las condiciones estructurales de la Monarquía, véase M. RIVERO RODRÍGUEZ: “La reestructuración de la Monarquía Hispánica. La nueva relación con los reinos (1648-1680)”, Revista Escuela de Historia 12 (2013).

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reservas de las elites locales. Resulta significativo en este sentido que las discor- dias terminasen cuando los gobernadores se ocupaban en atender asuntos rela- tivos al gobierno de la provincia. De hecho, el obispo obedeció puntualmente la orden del rey cuando se le encargó que acompañase al gobernador Gutiérrez de Acosta y Padilla en la difícil tarea de reducir el número de pueblos de indios de Santiago del Estero. De hecho, cuando posteriormente se hicieron cargos contra Gutiérrez de Acosta ante la Real Audiencia de Charcas, Maldonado no dudó en apoyarlo escribiendo al rey para que amparase la honra del gobernador, destacando que era muy pobre y había servido a la provincia con lealtad. Don Gutiérrez, quien había gobernado el Tucumán por espacio de seis años, en 1650 abandonó el cargo y en la mayor pobreza se quedó a vivir en la provincia cuan- do le sucedió Francisco Gil Negrete. Otro ejemplo notable de la defensa de los “fueros” de la provincia del Tucu- mán por parte del obispo Maldonado se presentó cuando el gobernador Alon- so de Mercado y Villacorta, héroe en el sitio de Barcelona y caballero de la Orden de Santiago, había ordenado el 24 de mayo de 1656, para “procurar co- mo lo requiere El estado presste. todos los aumentos de su real hacienda”, arrendar las pulperías tal como se hacía en Perú desde 1631 91. Dispuso además que el número de pulperías fuera proporcionado a la población, pregonando a remate cuatro en Córdoba, dos en la Rioja, una en Londres, tres en Santiago, dos en San Miguel de Tucumán, una en Esteco, cuatro en Salta y dos en Jujuy. Se adjudicaría al “mayor ponedor”, el que obtendría el monopolio de la venta de géneros ya que se prohibía la apertura de otras pulperías. Sin embargo, el rey dirigió una carta al gobernador y a los cabildos advirtiendo, que don fray Melchor Maldonado […] nos dio quenta y aviso de cómo bos El nuestro gobernador que al presente sois aviades proveydo un auto ordenando y señalando las pulperías que en cada ciudad de esa dicha provincia avia de aber para que en Ellas y no en otra parte se bendiessen todos los mantenimientos y cosas necesarias para sus vecinos y moradores y demás personas que entran y salen y que se arrendase por quenta de nuestra real persona con ciertos gravamenes que se contenían en dicho Vro auto suplicándonos no diese mas lugar a que tuviese Efecto su execucion por ser contra todo derecho y tener obligación a rrepresentarlo como a pastor de la iglesia y ser ansi mesmo contra conciencia y nuestras leyes rreales 92.

91 Archivo Municipal de Córdoba, Actas Capitulares, Libro Décimo, Córdoba (Argentina) 1953, pp. 588-590. 92 Ibidem, pp. 587-588.

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A partir de allí se inició un contencioso, puesto que el fiscal de la Audiencia de Charcas, a quien se había recurrido, daba parcialmente razón al prelado tu- cumano y ordenaba que no se ejecutase el auto del gobernador, por ser contra lo dispuesto en la rreal cedula de veinte y siete de mayo del año de treinta y uno en que se dispone que primero se señalen a las ciudades las necesarias para su abasto y provision y las demás que quisieren tener pulperías las abran y tengan componiendose con su magestad y que pagasen las que se abriesen desde quito hasta guamanga en treinta pesos y desde allí todas las del callao y sus contornos en treinta y cinco y las de la provincia de charcas a quarenta lo qual sea executado en todo El piru y aunque en dicha cedula y arancel de pulperías no viene yncerta la provincia del tucuman paraguay y buenos ayres se a de servir Vra altesa de mandar que el govor. o su lugarthente. junto con el cabildo de cada ciudad señalen las pulperías para que sean de la ciudad necesarias sin que della paguen cosa algunas los que las tuvieren y que quien quisiere abrir y poner pulpería pueda hacerlo componiéndose primero con su magestad y pagando treinta pessos en cada un año pagando la mitad al principio del y la otra mitad al medio año 93. A continuación, el obispo volvió a suplicar que se derogase la norma, por- que la real cédula de 1631, inserta en el expediente, no mencionaba al Tucumán, lo cual, a su juicio, denotaba que la real voluntad no fue de gravar aquellas miserables provincias con nueva impresión como quien sabe la suma necesidad y pobreza en que se hallan sus vasallos y abitadores dellas que a su costa le defienden las tierras de las ynbaciones de los enemigos ynidos calchaquíes mocobies y otras naciones belicosas 94. No obstante, el fiscal, Diego Benítez de Maqueda y Villalón, consideró que no es bastante El que no aya venido comprehendida en la cedula de pulperías para que quede exceptuada dicha provincia de este reconocimiento a su rrey y señor natural pues lo que escribe a su govor. o provincia es visto ser su disposición para todas 95. Por lo tanto, la Audiencia dispuso la aplicación de la real cédula de Felipe IV y ordenó al gobernador señalar, junto a los cabildos, las pulperías necesarias para ca- da ciudad de la provincia “sin que dellas paguen cosa alguna los que las tuvieren y quien quissiere abrir o poner pulpería lo pueda hacer componiéndose primero

93 Archivo Municipal de Córdoba, Actas Capitulares, Libro Décimo, Córdoba (Argentina) 1953, pp. 590-592. 94 Ibidem, pp. 594-595. 95 Ibidem, p. 597.

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con nuestra rreal persona”, tal como había dispuesto el fiscal 96. Con esta norma se aceleraba el traslado del sistema fiscal castellano, que gravaba sobre todo al con- sumo y nunca la propiedad, a una de las regiones más distantes de la Monarquía. No obstante, la intervención de Maldonado había edulcorado la aplicación de la norma. Y es que el interés de Melchor Maldonado por el Tucumán se veía reforzado en esos años gracias al afincamiento de sus familiares en la provincia. En efecto, un sobrino suyo, Jacinto Maldonado de Saavedra, había obtenido en 1649 las en- comiendas vacantes de Siquinano y Salavina, en la jurisdicción de Santiago del Estero, por ser persona noble hijodalgo notorio y que a servido a su Madgd. en esta Prova. en las facciones de guerra que se han ofrecido con mucho lucimiento de su persona y a su costa y aver usado en propiedad los oficios de Juez oficial Rl. de toda ella y alcalde Hordº de la ciudad de Santiago del Estero 97. Pero, sobre todo, Jacinto recibió las encomiendas en premio por los servicios prestados por su tío, el obispo Maldonado que, en tiempo de los alzamiendos del dho. valle de Calchaqi sirvió para el socorro y vestuario de los soldados que militaban en la guerra con quinientas camissas y otras tantas bulas de la Santa Cruzada. Y aviendo salido de visitar y exercer su oficio Pastoral a la Frontera de San Juan de la Rivera y pasado a la ciudad de la Rioja en ocasión que el Sr. Virrey de los reynos me mandava que socorriese al Govr. Del Río de la Plata y para guardar y fortificar el fuerte de Buenos Ayres por rezelo que el enemigo Olandez y Portuguez del estado del Brasil le venían a infestar el dho. Señor Obpo. ofreció voluntariamente dos mil pesos que con efecto dio y entregó para el dho. socorro y assimesmo aviendose pedido donativo para su Magestad le sirvió con mil mulas chúcaras que se vendieron en seis mil y quatrocientos ps. y en todas las demás ocasiones qe se han ofrecido el dho Sr. Obispo a mostrado el gran zelo que a tenido en srvº de s Magd. 98. A todo ello se agregaba que gracias al matrimonio de este sobrino con doña Ca- talina Villarroel y Ugarte, nieta de Juan Ramírez de Velasco y bisnieta de Jerónimo

96 Archivo Municipal de Córdoba, Actas Capitulares, Libro Décimo, Córdoba (Argentina) 1953, pp. 598-599. 97 Merced acordada al Capitán don Jacinto Maldonado de Saavedra, de la encomienda de Salavina y Siquinano. Santiago del Estero, 12 de septiembre de 1649. Reproducido en Revista del Archivo de Santiago del Estero 1 (1924), pp. 31-37. 98 Ibidem.

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Luis de Cabrera, fundador de Córdoba, el obispo Maldonado había ingresado al círculo de parientes de lo más granado de la Gobernación del Tucumán. Por otro lado, el obispo, al igual que los jesuitas, entendieron muy pronto que uno de los problemas de las elites tucumanas a mediados de siglo se centra- ba en la creciente endogamia practicada entre las pocas familias españolas de la gobernación. Un ejemplo de ello lo constituyen los mismos Cabrera, que desde tiempos de la fundación de Córdoba habían logrado vincularse por matrimonio con los demás capitanes de conquista, al punto de tejer una maraña de paren- tesco desde Perú al Paraguay, pasando por el Tucumán e, incluso, Chile 99. Y es que la práctica de matrimonios entre primos era un asunto corriente, que se co- rrespondía con la necesidad de crear redes clientelares y de solidaridades en torno al honor y al prestigio. De ese modo, encontramos a don Melchor Mal- donado no sólo otorgando a los jesuitas facultades para que ellos concediesen dispensas matrimoniales, sino dándolas él mismo 100. Como sucedió cuando Teresa Engracia de Carranza y Cabrera contrajo matrimonio con su primo en segundo grado, Pedro Luis de Cabreara y Arias de Saavedra, y el obispo Mal- donado, pariente también de los contrayentes por vía de su sobrino Jacinto, im- partió el sacramento 101. Al finalizar su obispado, quizás no exista mejor prueba del reconocimiento de la estrecha vinculación de Maldonado con las elites tucumanas, que la mer- ced que realizó, en 1661, Jerónimo Luis de Cabrera, por ese entonces goberna- dor del Tucumán, para la reconstrucción de la catedral de Santiago del Estero. Como la catedral necesitaba reparaciones y también se precisaban dineros para construir el edificio del nuevo seminario: En este estado pues el gobernador de la provincia, el señor don Gerónimo Luis de Cabrera gobernador y capitán general por Su Majestad, con noticia de lo que dicho es y como ministro del Rey tan cristiano y con celo de caballero, adjudicó para la ejecución de tan grandes reparos e impedir tan gran ruina, indios del valle de Tafí, sobre que ha hecho extraordinarias diligencias y esfuerzos en la ciudad de

99 H. R. LOBOS: Historia de Córdoba…, op. cit., pp. 493-498. 100 Para los jesuitas la concesión de dispensas matrimoniales por parentesco próximo, así como la admisión en sus filas de vástagos naturales de miembros de las elites tucumanas, fueron algunos de los medios que les permitieron congraciarse con los señores del Tucumán. Véase G. NIEVA OCAMPO: “Cimentar las identidades locales…”, op. cit., pp. 1414- 1416. 101 H. R. LOBOS: Historia de Córdoba…, op. cit., p. 496.

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San Miguel de Tucumán para que esta acción no se impidiese, haciéndolo algunos vecinos con poco temor de Dios quitándoles las mujeres y los hijitos y escondiéndolos, y obrado en esto dicho señor gobernador con eficacia y demostración de amor al servicio de Dios 102. El obispo y el cabildo catedralicio decidieron honrar al gobernador y por ello dispusieron, “en reconocimiento perpetuo fincarle una memoria perpetua en Todos los Santos, y que esto juzgaban era debido y que se le diese cuenta a Su Majestad y que esto les parecía” 103.

El servidor leal

No obstante lo dicho, Melchor Maldonado de Saavedra se cuidó de que el interés por la prosperidad de su diócesis y de sus habitantes no diera lugar a du- das acerca de su lealtad al rey. De hecho, en la década de 1650 se encargó de de- mostrar en reiteradas ocasiones su fidelidad a la Corona y a la Casa de Austria. En 1653 elevó una carta al Consejo de Indias para denunciar a un fraile mer- cedario, Juan de Torreblanca, “hijo de padres mui humildes, nieto de una india por su madre y por su padre por todas las líneas del reino de Portugal”, quien instigaba a la rebelión y al deservicio hablando en sus sermones contra del rey y contra su autoridad soberana 104. Decía que Felipe II había sido “el mas mal Rei y de mala conciencia que a avido en el mundo, y que esta en los infiernos” a lo que agregaba, que Felipe IV “posee este imperio y reino de las indias, con titulo injusto y tiránicamente, y que tanto tiene el y cualquiera otro hombre co- mo Vuestra Magestad”. Incluso se atrevía a promover la adhesión a la causa de

102 En la carta que posteriormente enviaron al gobernador señalaban: “Ha hecho Vuesa Señoría a Dios grandísimo servicio y a Su Majestad, pues como patrono de este reino quedaba cargada su conciencia inmensos gastos y a esta iglesia y a nosotros grandísima merced. Así lo conocemos y confesamos y le rendimos y damos las gracias, y le aseguramos de parte de Dios en su persona, hijos y nietos la remuneración, porque es muy agradecido y fiel, y de nuestra parte se lo suplicaremos y de la de Su Majestad le aseguramos lo propio, a quien esta iglesia dará cuenta y pedirá la remuneración y gracias y se sirva de confirmar la acción de Vuesa Señoría, y asimismo por nuestro reconocimiento quedará por perpetua memoria lo que en ese cabildo se contiene de los sufragios desde tres de noviembre” [S. PALOMEQUE (ed.): Actas del Cabildo Eclesiástico…, op. cit., vol. I, pp. 425-427]. 103 Ibidem. 104 Carta de Maldonado al Consejo de Indias, reproducida por R. LEVILLIER: Papeles eclesiásticos del Tucumán..., op. cit., vol. II, pp. 142-146.

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los Braganza: “Dice mas que si el tirano vergansa, llamándole por don Juan 4º viniese a este reino le asistiría y aiudaria y con el otros y es tanto este afecto que a una mula que tiene la llama vergansa”. El Consejo de Indias ordenó el apre- samiento del fraile y su envío a España, práctica tradicional ejecutada con reli- giosos contraventores de la ley en Indias, a los que se prohibía, además, regresar a América. En este punto hay que decir que, si bien la inmigración europea durante el si- glo XVII fue mínima, de entre ellos, fueron numerosos los portugueses. De hecho, en la ciudad de Córdoba, entre 1620 y 1700, de los 642 inmigrantes europeos in- dividualizados, 196 son portugueses. Situación fomentada, particularmente en la década de 1640, por la independencia de Portugal, que obligó a las autoridades vi- rreinales a ordenar la internación de los portugueses afincados en Buenos Aires, en particular durante el gobierno de Jerónimo Luis de Cabrera. De allí que mu- chos de ellos fueran obligados a trasladarse a Córdoba, lugar donde en general terminaron afincándose, como sucedió también en el resto del Tucumán, donde fueron recibidos y ayudados por familias del mismo origen, que estaban allí des- de la segunda década del siglo, dedicados, en principio, al comercio esclavista 105. Los contados triunfos de las armas españolas fueron una ocasión extraordi- naria para celebrar a la Monarquía y a su rey. Así lo hizo Maldonado el 18 de agosto de 1653 cuando tuvo noticias de la recuperación de Barcelona, ordenan- do Te Deum de acción de gracias con el sacramento descubierto, rogativas, leta- nías y misas solemnes en todas las iglesias del obispado 106. Pero sobre todo, el obispo Maldonado promovió con insistencia la exaltación de la Casa de Austria, aun cuando los cabildos seculares denunciasen la pobreza de la provincia como excusa para retrasar las conmemoraciones regias (bodas, de- funciones, nacimientos, etc.) 107. De hecho, en muchas ocasiones ordenó que se realizaran los festejos en todas las iglesias de la gobernación, sin dar cuentas al gobernador o a los ayuntamientos, prescindiendo que se realizaran otro tipo de conmemoraciones en las ciudades, en un acto de representación exclusiva de la

105 H. R. LOBOS: Historia de Córdoba…, op. cit., pp. 212-213. 106 Ibidem, pp. 134-135. 107 Sobre la sacralización de la Casa de Austria y las fiestas religiosas véase F. NEGREDO DEL CERRO: “La sacralisation de la Monarchie Catholique. Les cérémonies religieuses au service de la couronne dans les églises madrilènes au XVIIe siècle”, en B. DOMPNIER (dir.): Les cérémonies extraordinaires du catholicisme baroque, Clermont 2009, pp. 229-242.

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dinastía en la provincia. Sirvan de ejemplo los festejos que el obispo Maldonado prescribió que se hicieran en 1658 en homenaje al recién nacido príncipe Felipe Próspero 108: Damos a Vuestra Señoría mil parabienes de la singular merced que Dios ha hecho a la Cristiandad y más en particular a los reinos de España siendo servido de dar príncipe heredero al Rey nuestro señor. Tenemos el aviso en el navío del padre Simón de Ojeda que entró en el puerto de Buenos Aires con pliegos de Su Majestad, que pasan con este chasque al señor virrey y otro al señor gobernador de esta provincia, donde juzgamos le tendremos de aviso del Rey nuestro señor, y ninguna catedral tiene mayor obligación de asistir con las demostraciones a un contento tan común y tan debido a nuestro Rey y señor natural, y la mayor demostración es rendirle a Dios las gracias y suplicarle conserve la vida y la salud de Su Majestad y de Su Alteza. Y así luego haga Vuestra Señoría que se repique en esa catedral y se cante el Tedeum Laudamus asistiendo todo el clero, y una misa el capítulo con toda la solemnidad posible, y que los curas cada uno diga la suya también cantada. Y a los conventos se les avise con recaudo nuestro que repicando la catedral hagan lo propio y canten el Tedeum Laudamus y una misa. Y el señor deán como provisor y vicario general ordenará a los curas del término de Santiago que canten en su partido el Tedeum Laudamus y una misa por lo propio, y den aviso a los fieles de la merced que Dios nos ha hecho y que le den gracias y recen lo que tuvieren devoción rogando a Dios por la salud de Su Majestad y de Su Alteza. Y al secretario de Vuestro Señor le mande que saque de esta carta las copias necesarias y le envíen luego a las ciudades, por la cual ordenamos a los vicarios que hagan lo mismo ellos en sus parroquias y lo hagan notorio a los pueblos y a las religiones de nuestra parte y a los curas de los partidos, para que todos acordes hagamos lo mismo en todo el obispado, y esta carta se escriba en el libro del cabildo para que los venideros sepan la ejecución de tan grande obligación 109. Asimismo, brindó su consejo y su apoyo desde 1657 al gobernador Alonso de Mercado y Villacorta, quien no supo atajar un nuevo alzamiento de los calchaquíes,

108 Como consecuencia de los sucesivos lutos que experimentaba la familia real desde 1641 y por la falta de heredero varón de la Corona desde 1647, en toda la Monarquía los festejos en honor del malogrado príncipe fueron muy sonados. Véase R. STRADLING: Felipe IV y el gobierno de España, Madrid 1989, pp. 343-350, 474-478. Dan cuenta de la magnitud del suceso las “treinta y tres obras, que van del pliego suelto y del modesto folleto a obras voluminosas de quinientas páginas, han sido consagradas a describir y a fijar para la posteridad las fiestas celebradas en esta ocasión a través de toda España” [L. CLARE: “Una poesía vasca compuesta con ocasión del nacimiento del príncipe Felipe Próspero (1657) y publicada por la Universidad de Salamanca en 1658”, Fontes Linguae Vasconum 18 (1974), p. 401]. 109 S. PALOMEQUE (ed.): Actas del Cabildo Eclesiástico…, op. cit., vol. I, pp. 415-416.

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al desoír el consejo del obispo y apoyar los planes que le había presentado el im- postor Pedro Bohorques, quien, diciendo ser el último Inca, se había convertido en líder indiscutido de los indios de los valles y prometía ponerlos bajo la autori- dad del gobernador. De hecho, Mercado llegó a otorgar a Bohorques el título de “teniente de gobernador” en un intento por legitimar las negociaciones que desa- rrollaba de espaldas a Lima y a Madrid 110. Si bien fue imposible evitar la traición de Bohorques y, en consecuencia, la guerra con los indios, tras la captura y el extrañamiento del falso Inca dos años después, un octogenario y respetado Melchor Maldonado intervenía en el liti- gio logrando que varios caciques aceptaran la paz. La guerra no terminaría has- ta 1667, y este sería uno de sus últimos servicios al rey y una muestra más de la amplia autoridad alcanzada por el obispo del Tucumán. Durante el conflicto, Felipe IV reprendió al obispo por intervenir en la ju- risdicción real, puesto que Mercado y Villacorta, para cubrir su desacierto, ha- bía acusado en ese sentido a Maldonado. Esto dio ocasión para que el prelado tucumano desmintiese los dichos del gobernador y expresara su lealtad en los siguientes términos: Señor, soy un pobre religioso, el más inútil hombre que tiene la iglesia, lleno de miserias y de pecados; debo mucho a Vuestra Magestad; debenselo mis padres y abuelos; no he hecho lo que dice don Alonso de Mercado […] he luchado con don Alonso sobre introducir en esta provincia a Don Pedro de Bohorquez por legitimo Ynga, representándole el paradero en que nos vemos […] Tengo un precepto divino, tengo muchos mandatos de Vuestra Magestad, y en este pliego ultimo uno muy apretado, y en varias cedulas descarga vuestra Magestad su Real conciencia en la mía, y yo en ponerlo en sus ojos y sus oídos de vuestra Magestad descargo la mía. Lo que vuestra Magestad me manda en esta razón de su jurisdicción es santo y bueno, y se que es pecado mortal usurpar jurisdicción, y beso mil veces sus Reales pies porque me lo manda, y debajo de ellos respondo que lo debo hacer, y que lo hare con obediencia ciega, y si como hombre he tenido algún defecto con el ejemplo en lo de adelante lo enmendare 111. Unos meses después, en agosto de 1659, en respuesta al cabildo de Tucu- mán, que agradecía la asistencia espiritual y material enviada por el obispo a esa

110 Sobre la aventura de Bohorques y la tercera guerra Calchaquí, véase A. M. LORANDI: De quimeras, rebeliones y utopías…, op. cit., pp. 120-257. 111 Carta del obispo Maldonado al Rey, Santiago del Estero, 29 de enero de 1659 (AGI, Charcas, leg. 137). Ha sido trascrita por A. LARROUY: Documentos del Archivo de Indias…, op. cit., t. I, pp. 214-219.

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ciudad, este respondía al ayuntamiento recordándole sus obligaciones como pastor de la iglesia tucumana y vasallo del rey: “Yo hallo que fue niñería mi ac- ción, pero muy grande mi obligación de vasallo de su Magestad y de pastor a mis ovejas; nada hice, mucho debí hacer, poco pude” 112. Maldonado jamás fue promovido a otra diócesis de mejor calidad y renta, pro- bablemente a causa de la influencia que ejercía sobre el rey su confesor fray Juan Martínez, muy celoso del control del Patronato Regio y muy crítico con la polí- tica de traslados de obispos 113, pero sobre todo por la creciente identidad del pre- lado tucumano con los intereses de las elites regionales, que, al mismo tiempo, le hizo mantener una relación difícil e incluso por momentos hostil hacia los gober- nadores del Tucumán. Quizás fuese por ello que redactó el 9 de agosto de 1659 una larga y en muchos puntos sorprendente carta dirigida al soberano. Sería la úl- tima. En ella Maldonado, adhiriendo a una tradición inaugurada durante las pri- meras décadas del reinado de Felipe IV por arbitristas y oficiales indianos 114, reclamaba al monarca la falta de atención hacia sus vasallos tucumanos, en quienes no había sabido premiar sus servicios con mercedes y oficios. Consideraba que con ello, no sólo se ofendía y frustraban las aspiraciones de los locales, sino que se co- rría el riesgo de perder el control sobre la misma provincia: Yo que se poco solo estoy obligado en conciencia y por descargo de la de vuestra Majestad a decirle que esta región está muy lejos de sus ojos y que es la mayor desdicha de los vasallos que lleguen sus meritos y justicia a su Rey por relaciones, y no viendo quien las ha de premiar y quien es servido […] Es Rey Cristiano, soy su consejero, muy viejo, y el más viejo padre que tiene la iglesia en occidente. Óigame, Señor, que hago a Vuestra Majestad el mayor servicio que puedo en decirle la verdad, y esta provincia es la más importante del Perú; al

112 A. LARROUY: Documentos del Archivo de Indias…, op. cit., t. I, p. 227. 113 En el año 1633 el conde de Chinchón había propuesto al Rey la promoción de Maldonado a la sede vacante de Santa Cruz de la Sierra. Pedido que, evidentemente, no fue atendido. Colección P. Pastells, AGI, Sevilla, Simancas, 20, Secretaría del Perú, Virreinato del Perú, Audiencia de Lima, t. X: Años 1621-1635, pp. 427-428. Sobre la influencia del padre Martínez sobre el rey, y su pensamiento acerca de los obispos, véase F. NEGREDO DEL CERRO: “La capilla real: los confesores”, op. cit., p. 487. 114 A. AMADORI: “Que se dé diferente modo al gobierno de las Indias, que se van perdiendo muy a prisa. Arbitrismo y administración a principios del siglo XVII”, Anuario de Estudios Americanos 66/2 (2009), pp. 147-179; A. COELLO DE LA ROSA: “Alonso de Solórzano y Velasco y el patriotismo limeño (siglo XVII)”, Revista Illes i Imperis 14 (2012), pp. 87-112.

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virrey y al Presidente lo escribo, y doy las causas; su conservación importa la del reino; ha sido y es provincia muy leal, y con guerras, socorros al Puerto, peste, toda es un hospital. Han servido, sirven hoy sin merito, que quien no le ha recibido, no lo espera; quien no puede ir con memoriales a los pies de vuestra Majestad no los pide; quien no tiene que comer ni que vestir en sus casas, no tiene con que sustentar un agente en esa corte. Yo, Señor, no conozco dentro ni fuera de esta provincia hijo natural de ella ni persona que en ella haya servido a vuestra Majestad, no lo he oído decir, que haya recibido premio ni merced de vuestra Majestad. Señor, el candil arde con aceite, y si los vasallos sirven con amor y fidelidad también la naturaleza crece en ellos honrados y premiados, y más en regiones remotas ¿qué aliento han de tener estos vasallos sirviendo, muriendo, destruyéndose por amor y lealtad a su Rey y si su Rey no se acuerda de ellos, y ellos juzgan este olvido porque no han visto merced de habito de honra de renta mayor ni menor, ni en sus personas, hijos, ni antepasados? 115. El prelado criticaba, además, las mercedes y oficios que el rey otorgaba en el Tucumán a foráneos, consciente que durante el año 1658 se había reprobado la concesión de un hábito de la Orden de Santiago a Jerónimo Luis de Cabrera 116. Sin embargo, en 1660 este potentado local era nombrado gobernador interino del Tucumán por el conde de Alba de Liste, virrey del Perú. Maldonado, que falleció en 1661, no llegó a saber que el rey había enviado a don Jerónimo la cé- dula de confirmación de su nombramiento a principios de 1662 117.

115 Carta del obispo Maldonado al Rey, San Miguel de Tucumán, 9 de agosto de 1659 (AGI, Charcas, leg. 137). Ha sido trascrita por A. LARROUY: Documentos del Archivo de Indias…, op. cit., t. I, pp. 228-231. 116 “A efectos de mantener el orden social en sus posesiones lejanas, el rey tenía la obligación de velar por la distribución justa de los oficios. Por lo tanto, fue éste uno más de los argumentos esgrimidos por los obispos: los cargos de gobierno e impartición de la justicia debían confiarse a los sujetos más aptos «naturales de la tierra»” (Ó. MAZÍN: “Representaciones del poder episcopal en Nueva España…”, op. cit., p. 376). 117 A pesar de la inflación de títulos nobiliarios durante los últimos años del reinado de Felipe IV y sobre todo con Carlos II, la Corona recién concedió el primer título en Tucumán al primer marqués del Valle de Tojo, en 1708. Sobre la política real y el otorgamiento de títulos véase M. M. FELICESDELAFUENTE: “Recompensar servicios con honores: el crecimiento de la nobleza titulada en los reinados de Felipe IV y Carlos II”, Studia historica. Historia Moderna 35 (2013), pp. 409-435; R. MARURI VILLANUEVA: “Poder con poder se paga: títulos nobiliarios beneficiados en Indias (1681-1821)”, Revista de Indias 69 (2009), pp. 207-239.

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CONSIDERACIONES FINALES

Detrás del reproche y del pedido al rey que realiza Maldonado, se esconde el deseo por parte de los “beneméritos”, descendientes de “conquistadores y antiguos pobladores”, de obtener más mercedes y rentas de la Corona, en unas provincias donde estos hombres se encargaban de agregar territorios, justamen- te cuando en otros se perdían 118. Se trataba de los líderes de las familias de una elite social regional que a lo lar- go del siglo, y al igual que otras pertenecientes al Reino del Perú, ya habían obte- nido encomiendas, ocupado tierras y ampliado sus recursos mediante la práctica de una política matrimonial endogámica, a la que se habían sumado la adscripción permanente a los cabildos locales, a través, sobre todo, de la compra de los regi- mientos 119. A todo ello se debe agregar, quizás, la concesión extraordinaria que hizo la Corona a los habitantes del Tucumán para fundar en Córdoba dos monas- terios de monjas, que a otras provincias les había sido negado 120. Un adorno para la ciudad, un espacio de devoción e intercesión, un lugar de cobijo hono- rable para hijas y descendientes de conquistadores, unas activas unidades de cré- dito, pero también un espacio de memoria, legitimación y reconocimiento de una familia sumamente poderosa, la de los Tejeda, a la que estaban unidas todas las tucumanas por vía de parentesco 121.

118 La desagregación de territorios de la Monarquía en la cuarta década del siglo XVII, sobre todo en Europa, sería el origen de una reconfiguración de las directrices de gobierno desde Madrid. Véase, M. RIVERO RODRÍGUEZ: La monarquía de los Austrias…, op. cit., pp. 274-281. 119 Sobre el mismo fenómeno en otros ámbitos virreinales, véase, J. PRESTON MOORE: The cabildo in Perú under the Habsburgs. A study in the origins and powers of the Town council in the viceroyalty of Perú 1530-1700, Durham, N.C., 1954; F. BRONNER: “Elite Formation in Seventeenth Peru”, Boletín de Estudios latinoamericanos y del Caribe 24 (1978), pp. 3-26; J. DE LA PUENTE BRUNKE: Encomienda y encomenderos en el Perú: estudio social y político de una institución colonial, Sevilla 1992; M. C. GARCÍA BERNAL: “Las élites capitulares indianas y sus mecanismos de poder en el siglo XVII”, Anuario de Estudios Hispanoamericanos 58 (2000), pp. 89-110. 120 G. NIEVA OCAMPO: “Crisis económica e identidad religiosa de un monasterio femenino en época de los Austrias: Santa Catalina de Córdoba del Tucumán (1613-1700)”, Hispania Sacra 122 (2008), pp. 423-443; A. M. GONZÁLEZ FASANI: “Jesuitas y conventos de monjas en los confines del Virreinato del Perú: Córdoba del Tucumán en el siglo XVII”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN, H. PIZARRO LLORENTE y E. JIMÉNEZ PABLO (eds.): Los Jesuitas…, op. cit., vol. III, pp. 1599-1616. 121 G. NIEVA OCAMPO: “Mujeres de clausura: identidad social y recambio generacional entre las dominicas de Córdoba del Tucumán (1613-1750)”, Archivo Dominicano 29 (2008),

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A los bienes obtenidos hasta ese momento, que permitía a los beneméritos del Tucumán exhibir distinción social y acercase con ello al modelo señorial cas- tellano, correspondía, a continuación, la obtención de hábitos de las órdenes mi- litares, como sucedáneos de los títulos nobiliarios. Circunstancia, esta última que, si bien en el Tucumán aún no se producía, se trocó con la concesión por parte del rey de oficios de gobierno provincial. Premio, ante todo, por el servicio de armas a raíz de las guerras en los valles y de las ayudas militares a Buenos Aires. Situación que parece persistir a finales del reinado de Felipe IV, a pesar de que tímidamente esos elementos de la identidad criolla tradicionales –como el conoci- miento del país y la gente, e incluso un cierto mestizaje cultural– entraron en con- tradicción con un nuevo modelo de “nobleza de letras”, y no de armas, promovido desde Charcas, según el estilo cortesano imperante en Lima y en Madrid 122. Mo- delo, este último, que se impondrá en el Tucumán en el reinado siguiente, sobre todo a raíz del esfuerzo realizado en ese sentido por los jesuitas, en unidad con el clero diocesano que se formó en sus centros de estudios 123. Por último, queda por señalar que los frecuentes matrimonios entre parien- tes pertenecientes a distintas ciudades de la gobernación, la formación de los jó- venes miembros de las elites locales en los colegios y en la universidad de los jesuitas –circunstancia que creaba una importante solidaridad entre todos ellos–, y la misma guerra, terminaron por consolidar una identidad regional de las elites, que en algunas ocasiones se tradujo en la resistencia a contribuir a la defensa de otra gobernación o, inclusive, en la mención explícita del Tucumán

pp. 263-305; A. M. GONZÁLEZ FASANI: “El monasterio de San José de Córdoba del Tucumán: espacio de devoción y de promoción social”, en G. NIEVA OCAMPO, S. G. A. BENITO MOYA y A. M. NAVARRO (coords.): Servir a Dios y servir al Rey: el mundo de los privilegiados en el ámbito hispánico (ss. XIII-XVIII), Salta 2011, pp. 141-164. 122 E. NOLI: “Social y culturalmente ambiguos...”, op. cit., pp. 239-266; P. LATASA VASALLO: “Transformaciones de una elite: el nuevo modelo de nobleza de letras en el Perú (1590-1621)”, en L. NAVARRO GARCÍA (coord.): Elites urbanas en Hispanoamérica (De la conquista a la independencia), Sevilla 2005, pp. 413-433. Sobre Charcas como corte, véase, E. BRIDIKHINA: Theatrum mundi: entramados del poder en Charcas colonial, La Paz 2007. 123 G. NIEVA OCAMPO y A. N. CHILIGUAY: “El clero del Tucumán durante el reinado de Carlos II”, en J. MARTÍNEZ MILLÁN, F. LABRADOR ARROYO y F. M. VALIDO-VIEGAS DE PAULA-SOARES (eds.): ¿Decadencia o reconfiguración? Las monarquías de España y Portugal en el cambio de siglo (1640-1724), Madrid 2017, pp. 525-560

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como patria en algunos documentos familiares 124. Fenómeno propio de esta so- ciedad provincial durante el reinado de Felipe IV, que expresa la emergencia de una primera identidad política local, en el marco de un conjunto de territorios, señoríos y reinos –la Monarquía–; unidos por la lealtad al mismo rey y “señor natural” 125.

124 Tal como se puede leer en el testamento de Francisco de Ayala y Murga, oriundo de Córdoba, quien en 1653 dejaba sus bienes a la Compañía de Jesús, pero pedía al provincial que fueran aplicados para la construcción de un colegio en Salta, en el Tucumán, puesto que la provincia jesuita comprendía también las gobernaciones de Buenos Aires y del Paraguay: “en provecho común de la Patria que tengo ya por mía, y de la dicha gobernación […] que todo mire al lustre y adelantamiento de la ciudad [de Salta] y provincia y bien espiritual y temporal de los de ella” (G. FURLONG: Entre los vilelas de Salta, Buenos Aires 1939 p. 171). 125 X. GIL PUJOL: “Un rey, una fe, muchas naciones. Patria y nación en la España de los siglos XVI y XVII”, en A. ÁLVAREZ-OSSORIO ALVARIÑO y B. GARCÍA GARCÍA (eds.): La Monarquía de las Naciones. Patria, nación y naturaleza en la Monarquía de España, Madrid 2004, pp. 39-76.

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La gobernación de Buenos Aires durante el reinado de Felipe IV

Ana Mónica González Fasani Universidad Nacional del Sur/Universidad Salesiana

Ezequiel Borgognoni CONICET/Universidad de Buenos Aires/ Universidad Católica Argentina

Franco Luciano Tambella CONICET/Universidad Nacional de Salta

INTRODUCCIÓN

En el marco de la Monarquía hispánica y el virreinato del Perú en los siglos XVI y XVII, la ciudad de La Trinidad y puerto de Santa María de Buenos Aires se encontraba en una posición marginal. En tanto ciudad portuaria, se localiza- ba en una zona secundaria para el sostén de los territorios americanos. Buenos Aires era un puerto alejado de la ruta central del sistema de flotas y galeones, pero sirvió muchas veces como puerto atlántico por el cual ingresaban personas y mercancías destinadas a las gobernaciones del Paraguay, del Tucumán e inclu- so para Chile. Por ello, si se tiene en cuenta la escasa población de la zona y la distancia a los centros más importantes de la Monarquía, el puerto rioplatense cumplía funciones muy significativas en el área, pero en el momento de compa- rarlo con grandes puertos centrales del comercio indiano, como el de Portobe- lo en Panamá, la región palidece en importancia 1.

1 E. VILAVILAR: “Las ferias de Portobelo: apariencia y realidad del comercio de Indias”, Anuario de estudios americanos 39 (1982), pp. 275-341. En la comparación se puede arribar a varias conclusiones interesantes. Por un lado, el rol secundario de Buenos Aires frente a los

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A. M. González Fasani, E. Borgognoni, F. L. Tambella

Las principales fuentes de ingreso de este puerto eran el situado, los navíos de registro y la actividad portuaria de legalidad relativa. Cada una de éstas se- rán tratadas más adelante, pero es interesante destacar que todas ellas genera- ron una relación muy estrecha y creciente en el tiempo con el centro de la Monarquía 2, mientras que las articulaciones regionales ocuparon un segundo lugar, tanto con el resto del virreinato (aunque con un vínculo notable con Po- tosí y Charcas), como con el Brasil y Chile 3. Como se verá en el desarrollo del capítulo, esta situación llevó al desarrollo de una gobernación con un carácter fuertemente monárquico y fidelista, que no faltó a una sola de las celebraciones y conmemoraciones de la corona y de la dinastía, aún con la escasez de recur- sos de las que todos los gobernadores hicieron reclamo. Las funciones portua- rias y de defensa de la Monarquía aparecen constantemente en las peticiones de recursos y privilegios por parte de la ciudad y su gobernación como el destino principal de la gran mayoría de los bienes y dineros conseguidos, pero, se repa- rará en que, si bien ambas funciones fueron cumplidas, eran más bien modes- tas y con un impacto primordialmente regional.

CREACIÓN DE LA GOBERNACIÓN DEL RÍO DE LA PLATA

Al finalizar el siglo XVI la Monarquía había conquistado la extensa goberna- ción hasta entonces llamada Paraguay y Río de la Plata, sobre las cuáles ejercía un control muy laxo. En repetidas ocasiones, diversas autoridades en cartas y memo- riales elevados al monarca y al Consejo Real de las Indias, propusieron la división del extendido territorio en dos o más gobiernos. La petición se fundamentaba en

centros del comercio indiano como Panamá, tanto en los montos manejados, como por la cantidad de personas involucradas y la articulación regional de cada uno. Por otro lado, puede observarse, desde una perspectiva más amplia, la cuestión del contrabando, no como un fenómeno exclusivamente rioplatense, sino americano, ya que se practicaba en diferentes centros de comercio y era comúnmente considerado como un mal necesario que ayudaba al sostén de los territorios. 2 M. WASSERMAN: “Real situado y gestión patrimonial del recurso fiscal. Remesas para la defensa del puerto de Buenos Aires en el siglo XVII”, en Nuevo Mundo, Mundos Nuevos, Débats, en línea desde 7 de julio de 2016, consultado agosto 2017 (http://nuevomundo.revues. org/69317, se puede visualizar en gráfica I y II). 3 Ibidem, pp. 21-22.

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la imposibilidad material de que una persona pudiera recorrer y visitar lugares tan distantes 4. El tesorero Hernando de Montalvo 5, en el valioso informe del 15 de no- viembre de 1579, aconsejó la división de la gobernación en tres distritos: una formada por la región del Guayrá hasta el océano, otra por el Paraguay propia- mente dicho y una tercera por el Río de la Plata, la zona de influencia del río Paraná. En 1581 el padre franciscano Juan de Rivadeneyra 6, propuso la crea- ción de dos gobernaciones, al igual que lo hiciera el arcediano Martín del Bar- co Centenera 7, en un memorial suscripto en 1587. Por su parte, Hernando Arias de Saavedra 8 adhirió a la idea de la separación del territorio, que sin duda fue la que defendió el gobernador Diego Marín de

4 D. BARRIERA: “Ordenamiento jurídico y política en los bordes de la monarquía católica. Reflexiones en torno al oficio de alguacil mayor (Santa Fe, Gobernación del Río de la Plata, 1573-1630)”, Revista de Historia del Derecho 39 (2010), pp. 1-36. 5 Natural de Castilla, sirvió en Italia y Flandes, partió al Río de la Plata siendo nombrado tesorero de las provincias. Se hizo cargo de los libros de Buenos Aires en 1585 y comenzó a servir de alcalde ordinario en el cabildo. 6 Fray Juan de Rivadeneyra fue fraile misionero franciscano nacido en Galicia en 1531 y formado en San Francisco de Salamanca. Pasó de Perú a Tucumán en 1566, erigió diversos conventos de la Orden en el área desde Tucumán a Asunción y asistió en 1580 a la erección de la ciudad de La Trinidad, donde tomó posesión de la manzana en la que se construyó el convento e iglesia de la Orden. 7 Martín del Barco Centenera, de origen extremeño, participó activamente en la conquista y colonización de la región del Río de la Plata. Se le recuerda especialmente por ser el autor del “poema histórico” (como él mismo lo denomina) Argentina y conquista del Río de la Plata con otros acaecimientos de los reinos del Perú, Tucumán y el Estado del Brasil (1602), en el cual aparece por primera vez el topónimo “Argentina” para designar a esta región. 8 Don Hernando Arias de Saavedra nació en 1564 en Asunción, hijo del gobernador del Río de la Plata y Paraguay Martín Suárez de Toledo y de doña María Sanabria hija y hermana de adelantados enviados a fundar ciudades en estas provincias, sin poder cumplirlo. Hernando Arias de Saavedra era bisnieto por parte de padre del mariscal de Castilla Hernán Arias de Saavedra. Fue capitán de varias expediciones en el área, nombrado teniente de gobernador de Asunción a mediados de 1592 hasta 1594, siendo en 1593 gobernador interino rioplatense-paraguayo, tras un interregno de dos años, y desde 1596 ocuparía sucesivamente el cargo titular de gobernador del Río de la Plata y del Paraguay, haciéndolo con solvencia durante tres períodos, hasta 1618. Se convirtió en una importante figura política de la Gobernación durante los reinados de Felipe III y Felipe IV [M. FIGUEREDO y E. DE GANDÍA: “Hernandarias de Saavedra”, en R. LEVENE (ed.): Historia de la Nación Argentina, t. III, Buenos Aires 1937, pp. 269-271; R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires, 1580-1720, Buenos Aires 2000, p. 66].

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Negrón 9 en 1611, invocando las enormes distancias y la imposibilidad de que los gobernadores visitasen las ciudades dado que se veían obligados a permane- cer mayor tiempo en Buenos Aires al cuidado de su guarda y defensa 10. Final- mente, el procurador general de la región del Plata, Manuel de Frías, gestionó el pedido en la Corte 11. Felipe III manifestó su conformidad con lo propuesto y el 16 de diciembre de 1617 el monarca extendió la Real Cédula que nombra- ba como primer gobernador a don Diego de Góngora y Elizalde 12 al tiempo que expresaba: He tenido por bien que el dicho gobierno se divida en dos, que el uno sea del Río de la Plata, agregándole la ciudad de la Trinidad, puerto de Santa María de Buenos Aires, la ciudad de Santa Fe, la ciudad de San Juan de Vera de las Corrientes, la ciudad de Concepción del Bermejo y el otro gobierno se intitulará del Guayrá, agregándole por cabeza de su gobierno, la ciudad de la Asunción del Paraguay y la del Guayrá, Villa Rica del Espíritu Santo y la ciudad de Santiago de Jerez 13.

9 Nacido en Málaga en 1560, era hijo de don Diego Marín y de doña María Muñoz Negrón. Don Diego Marín Negrón sirvió durante veintisiete años en Italia y Flandes, de donde volvió con recomendación del archiduque Alberto de Austria, por lo que fue recompensado con el nombramiento en la gobernación del Río de la Plata y el Paraguay en 1609 por sugerencia del Consejo de Indias. Falleció envenenado en su cargo en junio de 1613, siendo uno de los principales sospechosos el escribano Simón de Valdez. Su labor de acondicionamiento de la Ciudad de La Trinidad fue notable (R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires…, op. cit., p. 448). 10 En 1612 presentó un nuevo proyecto que proponía una gobernación compuesta por las ciudades de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba; otra, que comprendiera Tucumán y la Concepción del Bermejo y una tercera y última que abarcase Corrientes, Asunción, Ciudad Real, Villa Rica y Santiago de Jerez. 11 J. TORRE REVELLO: “Los Gobernadores de Buenos Aires (1617-1777)” en R. LEVENE (ed.): Historia de la Nación Argentina, op. cit., t. III, pp. 460-463. Véase también R. GONZÁLEZ LEBRERO: La pequeña aldea. Sociedad y economía en Buenos Aires (1580-1640), Buenos Aires 2002, pp. 67 y ss. 12 Don Diego era natural de Pamplona, hijo de Antonio Góngora y Espeleta y de doña Juana Elizalde, siendo vástago de una antigua familia navarra. Fue nombrado caballero de Santiago en 1615 habiendo luchado por más de siete años en la campaña de Flandes, de la que regresó con una elogiosa recomendación del duque de Lerma que le valió su nombramiento de gobernador del Río de la Plata (R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires…, op. cit., p. 305). 13 V. SIERRA: Historia de la Argentina. Consolidación de la labor pobladora (1600-1700), Buenos Aires 1957, p. 127.

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Desde entonces la nueva gobernación contó con una gran extensión territo- rial con escasa presencia de cristianos y una dispersa población nativa. Hacia 1621 la provincia estaba compuesta por cuatro ciudades principales, cada una con un escaso número de reducciones de indios. La primera y más importante ciudad era La Trinidad y puerto de Buenos Aires, con alrededor de dos mil ha- bitantes contando las tres reducciones anexas 14. A la llegada del primer gobernador, la ciudad estaba ampliamente desprote- gida, con escasas municiones, poco armamento y casi ninguna fortificación 15. Contaba con unas casas fuertes levantadas por Fernando de Zárate 16 ayudado por Hernando Arias de Saavedra en 1594, y posteriormente rectificadas por el gobernador Diego Marín de Negrón. Las primeras casas fuertes eran unas sim- ples tapias de barro que requerían constantes reparaciones en los meses de llo- viznas copiosas 17. Con poco más de doscientos vecinos 18, el de Buenos Aires era el principal puerto de la gobernación, sin ser un puerto natural y con más de veinte leguas de tierra donde los barcos podían descargar o desembarcar personas 19, por lo que era muy difícil controlar el contrabando y, en caso de invasión, poder de- fender la ciudad. La conexión más importante de éste eran los puertos del Bra- sil, con viajes que se realizaban regularmente por los navíos de registro y los ilegales, o vagamente legales si se quiere hacer justicia a los usos de la época 20.

14 J. TORRE REVELLO: “Los Gobernadores de Buenos Aires…”, op. cit., p. 298. 15 Diego de Góngora a Felipe III, 8 de febrero de 1619 (AGI, Charcas, 27, r. 11, n. 114, f. 1). 16 Don Fernando de Zárate, natural de Sevilla, fue gobernador del Río de la Plata y del Tucumán en 1593 por orden de Felipe II. Su padre había sido nombrado caballero de la Espuela Dorada por Carlos V en Aquisgrán debido a sus servicios en Flandes y posteriormente caballero de Santiago, mientras que él recibió el hábito de caballero de la Orden de Santiago en el viaje que comenzó para ocupar sus gobernaciones en el Río de la Plata y el Tucumán. Las mismas habían sido sugeridas por su primo, Juan Ortiz de Zárate encomendero en Charcas, la primera, y por el virrey, García Hurtado de Mendoza, III marqués de Cañete, la última (R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires…, op. cit., pp. 393-394). 17 Diego de Góngora a Felipe III, 20 de julio de 1619 (AGI, Charcas, 27, r. 11, n. 120). 18 J. TORRE REVELLO: “Los Gobernadores de Buenos Aires…”, op. cit., p. 298. 19 Diego de Góngora a Felipe III, 8 de febrero de 1619 (AGI, Charcas, 27, r. 11, n. 114). 20 Z. MOUTOUKIAS: “Burocracia, contrabando y autotransformación de las elites. Buenos Aires en el siglo XVII”, Anuario del IEHS 3 (1988), p. 214.

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A través de ellos se importaban bienes suntuarios, azúcar, esclavos y harinas (hasta 1625), al tiempo que se exportaba algunos metales preciosos como la pla- ta y algunos productos locales de origen bovino. Las tres reducciones de la ciudad eran las del Cacique don Juan Bagual, la del Cacique Tubichamini, y la de Santiago de Baradero 21, las cuales estaban a veinte leguas de la ciudad. Éstas contaban con alrededor de doscientos indios hacia 1620, entre hombres adultos, mujeres y niños. La mayoría de ellos no es- taban bautizados y muchas veces conservaban sus costumbres nativas, con la ex- cepción de la reducción de Santiago de Baradero que estaba mejor organizada y adoctrinada. En su mayoría las reducciones se encontraban desatendidas por los encomenderos, con poca presencia de religiosos y con iglesias que consistían en poco más que casas grandes, casi sin ornamentos. A cien leguas de Buenos Aires se encontraba la ciudad de Santa Fe, que era un puerto sobre el Río Paraná y la principal vía de comunicación con el resto de la provincia que se expandía ampliamente hacia el norte 22. La ciudad tenía al- rededor de ciento sesenta vecinos (se puede estimar que cerca de ochocientos habitantes españoles), y alrededor de doscientos sesenta indios 23. Tenía las re- ducciones de San Lorenzo de Mocoretaes, San Miguel de los Calchines y San Bartolomé de los Chanás en su jurisdicción con alrededor de mil nativos redu- cidos. Las dos primeras estaban bien asentadas, mientras que la tercera carecía de ornamentos para la iglesia, que era de madera, y de doctrinante, siendo la mayoría de esos indios no bautizados. La ciudad de San Juan de Vera de las Siete Corrientes estaba asentada sobre el Río Paraná, en donde hoy se encuentra la ciudad de Corrientes. Contaba con alrededor de quinientos habitantes españoles y cerca de cien indios 24. Tenía en

21 Diego de Góngora a Felipe III, 2 de marzo de 1620 (AGI, Charcas, 27, r. 11, n. 131). 22 Diego de Góngora a Felipe IV, 20 de mayo de 1622 (AGI, Charcas, 27, r. 11, n. 154, f. 1). 23 D. BARRIERA: “Organizar la extensión. Occidentalización y equipamiento político del territorio”, en D. BARRIERA: Abrir puertas a la tierra. Microanálisis de la construcción de un espacio político. Santa Fe 1573-1640, Santa Fe 2013, pp. 125-127. Según datos consignados por el autor, al momento de la fundación, es decir, cuando se realiza el poblamiento europeo del área, podría hablarse de unos 70 a 80 vecinos. Entre 1573 y 1590, osciló entre los 70 y 100 vecinos; al borde del primer cuarto del siglo XVII la situación no parece haber variado sustancialmente. 24 Diego de Góngora a Felipe IV, 20 de mayo de 1622 (AGI, Charcas, 27, r. 11, n. 154, ff. 6, 7 y 8).

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su jurisdicción tres reducciones que sumaban alrededor de mil doscientos nati- vos, los de la reducción de la Limpia Concepción de Ytatí, al sur de la ciudad, con Iglesia, cura, en su mayoría bautizados y con costumbres cristianas por de- más, mientras que la de San Francisco en la otra margen del Paraná y Santa Lu- cía de Astor no tenían iglesia, y solo eran ocasionalmente visitadas por un fraile franciscano. Por último, la ciudad de Concepción de Buena Esperanza del Río Bermejo se encontraba a doscientos sesenta leguas del puerto de Buenos Aires sobre el Río Bermejo en la actual provincia de Chaco 25. Era una comunidad chica con ochenta y un vecinos y moradores (por lo que podemos hablar de menos de qui- nientos habitantes criollos y españoles) y alrededor de cuatrocientos indios na- tivos, con una población total que se acercaba a los mil habitantes. A siete leguas de ella, estaban las reducciones de Matará y Guacara con alrededor de mil na- tivos. Estas reducciones estaban mejor establecidas que las de Buenos Aires, los mataraes y guacaras habían adoptado mejor las costumbres cristianas, tenían iglesias con ornamentos y doctrinantes que conocían su lengua, pero el princi- pal problema de la jurisdicción eran las naciones de indios que no aceptaban las reducciones y atacaban regularmente las poblaciones 26. En definitiva, la provincia era una articulación de cuatro ciudades a lo largo de tres grandes ríos que las comunicaban, con menos de diez mil habitantes fieles a la corona entre españoles, criollos, e indios nativos, con una inmensa extensión de más de 260 leguas y de muy difícil comunicación por las irregularidades en su navegación.

25 La ciudad actualmente no existe, ya que en 1631 fue arrasada por una fuerte entrada de indios que atacaron a los nativos mataráes y obligaron a la población a refugiarse en Corrientes, disolviendo su cabildo en 1645 ante la imposibilidad de volver a poblar la zona. Por estos ataques surgieron las protestas del gobernador Pedro Esteban Dávila en 1637 en contra de la división consumada de las Provincias del Paraguay y el Río de la Plata, de la que argumentaba se había restado fuerza a los gobernadores para defender el territorio de las incursiones de los nativos (J. TORRE REVELLO: “Los Gobernadores de Buenos Aires…”, op. cit., p. 296). 26 Diego de Góngora a Felipe IV, 20 de mayo de 1622 (AGI, Charcas, 27, r. 11, n. 154, ff. 4 y 5).

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LAS PERPETUAS DISPUTAS

El reinado de Felipe IV comenzó en la gobernación de Buenos Aires con un gobernador nombrado en el reinado anterior, don Diego de Góngora. Desde el momento de su llegada a la ciudad de La Trinidad, puerto de Buenos Aires, el nuevo gobernador se enfrentó a una feroz oposición política por sus vínculos con Simón de Valdez 27. La historiografía argentina ha reconocido a dos importantes facciones en pug- na por el predominio en Buenos Aires en el siglo XVII, identificándolos con los nombres de “beneméritos” y “confederados” 28. La facción de los beneméritos 29 corresponde, en gran medida, a las familias fundadoras de las ciudades de la go- bernación que se habían hecho con el control del poder político original y parti- cipaban ampliamente en los cabildos de las ciudades. Según las tesis clásicas, la facción de los confederados estaba mayoritariamente compuesta por un número importante de mercaderes atraídos por las posibilidades comerciales de un puer- to en el Atlántico tan cercano al Brasil, siendo ellos tanto de origen español como

27 Simón de Valdez era canario nacido en Tenerife, de familia prominente. Había sido tesorero de la ciudad y lugarteniente de la gobernación en la primera década del siglo. No se debe confundir con Simón de Valdez “el mozo” también tesorero de la ciudad durante la gobernación de don Diego de Góngora. Al acabar la gobernación de Diego Marín Negrón en 1615, Hernando Arias de Saavedra, quien lo había propuesto para la lugartenencia, lo apresa por diversos cargos entre ellos haber conspirado para el envenenamiento del gobernador Negrón. Apresado es llevado a Castilla donde es absuelto por no aparecer el expediente de sus causas. Hacia 1618 traba amistad con don Diego de Góngora. La historiografía argentina ha revelado que el propio viaje para tomar cargo del nuevo gobernador se convirtió en un vehículo al contrabando encabezado por estos dos personajes (R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires…, op. cit., pp. 749-750). 28 Quien comenzó con esta distinción de grupos de la elite porteña fue Jorge GELMAN en su artículo “Cabildo y elite local. El caso de Buenos Aires en el siglo XVII”, Revista de Historia Económica y Social 6 (1985), pp. 3-20. Desde entonces muchos historiadores han usado esta distinción que nos ha parecido válida para explicar el faccionalismo en Buenos Aires durante el reinado de Felipe IV [Z. MOUTOUKIAS: “Burocracia, contrabando y autotransformación de las elites…”, op. cit., pp. 213-248; M. PERUSSET VERAS: “Comportamientos al margen de la ley: contrabando y sociedad en Buenos Aires en el siglo XVI”, Historia Crítica 33 (2007), pp. 158-185; L. LOSADA: Historia de las Elites en la Argentina. Desde la Conquista hasta el surgimiento del Peronismo, Buenos Aires 2009]. 29 Z. MOUTOUKIAS: “Burocracia, contrabando y autotransformación de las elites…”, op. cit., p. 244.

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portugueses 30. La caracterización de “mercaderes” en este grupo es, cuanto me- nos confusa, ya que muchos de ellos eran hidalgos llegados en segundas oleadas inmigratorias que se dedicaron al comercio una vez asentados en la ciudad-puer- to. Lo cierto es que llegaron a practicar el comercio, pero más aún, que no eran del grupo de apoderados fundadores de las ciudades con quienes tuvieron fuer- tes disputas por alcanzar las posiciones prestigiosas de la gobernación. Para Gel- man, el gobierno de la ciudad de Buenos Aires se mantuvo en manos de los beneméritos desde su segunda fundación hasta 1620, época en que fueron despla- zados por la facción de los confederados. La venalidad en Buenos Aires, que co- menzó en 1607, habría propiciado el fortalecimiento del sector confederado en el poder. Sin embargo, Macarena Perusset ha demostrado que los confederados ha- bían logrado introducirse en el cabildo con anterioridad a la venta de oficios va- liéndose de mecanismos no institucionales y sacando provecho de sus relaciones familiares 31. Por otra parte, destacamos que los descendientes de los primeros fundadores no desaparecieron del escenario político en las décadas sucesivas. Las figuras más prominentes de la facción confederada eran Juan de Vergara 32 y Diego de Vega 33, y ambos tenían estrechas relaciones con Simón de Valdez, al

30 Z. MOUTOUKIAS: “Burocracia, contrabando y autotransformación de las elites…”, op. cit., p. 244. 31 M. PERUSSET VERAS: “Elite y comercio en el temprano siglo XVII rioplatense”, Fronteras de la Historia 10 (2005), pp. 285-304. 32 Nacido en Sevilla proveniente de una familia de hidalgos, pasó a América con sus hermanos a muy temprana edad. Se avecinó y casó en Tucumán, ejerciendo una tenencia local en Talavera de Madrid. Se mudó a Buenos Aires donde fue nombrado teniente gobernador en mayo de 1609 por Hernando Arias de Saavedra. Luego de la muerte del gobernador Diego Marín Negrón, Arias de Saavedra lo culpa de contrabando y debe exiliarse a Charcas donde logra escapar de la persecución. Al comienzo de la gobernación de Diego de Góngora vuelve a Buenos Aires donde se convierte en unos de los principales “confederados” nuevamente y se enfrenta a Hernando Arias de Saavedra (R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires…, op. cit., pp. 775-776). 33 Portugués, nacido en 1570 en la isla de Madeira, hijo de padres lisboetas, mercader y dueño de varios navíos que le permitieron comerciar desde la costa de Brasil con Buenos Aires. Construyó hacia el 1600 una casa en La Trinidad para la Orden de San Francisco. En 1607 se casó con una hija de una prominente familia de Madeira, con quien se muda en 1613 a La Trinidad-Buenos Aires con licencia de Felipe III. A la muerte del gobernador Diego Marín Negrón es apresado y encarcelado por Hernando Arias de Saavedra, aunque luego es liberado por el nuevo gobernador don Diego de Góngora (R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires…, op. cit., pp. 760-761).

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grado que volvieron a sus actividades luego de ser exiliado uno y apresado el otro durante la última gobernación de Hernando Arias de Saavedra, quien los identifi- caba como el cúmulo de todos los males que existían en la ciudad. A pesar de su cercanía a esta facción, el gobernador Diego de Góngora tenía una agenda propia que lo llevó a levantar acusaciones al rey contra Vega en 1621 34. La principal preocupación del gobernador en esos primeros años del reinado de Felipe IV fue consolidar el poder y la dignidad de su cargo, al tiempo que busca- ba proteger de la mejor manera posible el puerto 35 y quería controlar la circula- ción de personas en la ciudad-puerto, en especial de los portugueses 36. El choque de los intereses del gobernador con el portugués Vega fue de importancia, pero el poder fáctico ejercido por el segundo se mostró muy difícil de desarticular debido a sus amplios contactos con las elites locales y, según afirmó el gobernador, con una red de mercaderes portugueses que llevaban hasta el mismo presidente de la Real Audiencia de Charcas, don Diego de Portugal 37. La otra facción, la de los “beneméritos” estaba encabezada en Buenos Aires por Hernando Arias de Saavedra y su familia más cercana. Al momento mismo de la llegada del gobernador, éste contaba con la activa oposición de estas familias de primeros pobladores por sus contactos con Simón de Valdez y por un incidente en el viaje con dos religiosos que se dirigían a Buenos Aires 38. Además de Hernando Arias, dentro de la facción de beneméritos se encontraban el alguacil mayor de mar y tierra Francisco González Pacheco 39 y el escribano del cabildo Cristóbal

34 Diego de Góngora a Felipe III, 21 de mayo de 1621 (AGI, Charcas, 27, r. 11, n. 142, ff. 3 y 4). 35 Diego de Góngora a Felipe III, 20 de julio de 1619 y 2 de marzo de 1620 (AGI, Charcas, 27, r. 11, n. 120; y n. 132, f. 1). 36 Diego de Góngora a Felipe III, 20 de julio de 1619 (AGI, Charcas, 27, r. 11, n. 117). 37 Diego de Góngora a Felipe III, 21 de mayo de 1621 (AGI, Charcas, 27, r. 11, n. 142, ff. 5 y 6). 38 Diego de Góngora a Felipe III, 20 de julio de 1619 (AGI, Charcas, 27, r. 11, n. 121). 39 Nacido en Plasencia alrededor de 1580, era hijo legítimo de Francisco González Pacheco y Juana González. Hidalgo, llegó a Buenos Aires desde Perú donde había conseguido una pequeña fortuna gracias a un ingenio de metales en Potosí. Compró su cargo en 1618 con buena parte de sus riquezas y también las casas del tesorero Simón de Valdez aprovechando su exilio. La vuelta del tesorero junto al nuevo gobernador lo ponen en un serio aprieto y debe huir de la ciudad junto con su hermano luego de ser apresado por intentar acusar a Diego de Góngora de contrabando de azogue (R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires…, op. cit., p. 323).

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Remón 40, quienes fueron encontrados culpables de conspirar contra don Diego de Góngora derramando mercurio en la puerta de las casas reales del gobernador para inculparlo de contrabandista. A esta misma facción terminó acercándose el li- cenciado Matías Delgado Flores 41, llegado en 1619 a Buenos Aires buscando prender a Simón de Valdez por contrabando. Su acercamiento a Arias de Saavedra y a los Cabrera de Córdoba (emparentados con Hernando Arias) 42 preocupó se- riamente a don Diego de Góngora, quien fue procesado por Delgado Flores. Es- to levantó una protesta generalizada en su contra, por lo que el licenciado tuvo que refugiarse en el convento de San Francisco de la ciudad. Poco tiempo después fue condenado al destierro en Orán por diez años y expulsado de la ciudad en 1622. El nuevo gobernador dedicó los primeros años de su gobierno a recorrer la provincia y reconocer la población y sus problemas, como lo muestran sus car- tas 43. La gobernación se encontraba sin obispo, y el gobernador demandaba que se enviase a quien entendiera de la situación particular de la zona, princi- palmente para afrontar en conjunto la oposición de una gran parte de la élite porteña 44. La recorrida permitió saber hacia 1622 que el ordenamiento de la mayoría de las reducciones de la provincia había sido organizado por Hernando Arias de Saavedra hacia 1616 45. Al mismo tiempo, arrojó los datos poblacionales que se han revelado al comienzo del tratamiento de este capítulo; sin embargo, un brote

40 Natural de Alcalá de Henares, partió a Buenos Aires en 1605, compró su título de escribano del cabildo y se desposó con Ana de Naharro y Humanes. De vida muy turbulenta, fue expulsado dos veces de Buenos Aires hasta que consiguió el favor de Hernando Arias de Saavedra, junto a quien se encargó de perseguir judicialmente a Juan de Vergara. Fue encontrado culpable del derrame de azogue en el caso de intento de culpar a Góngora de contrabando, por lo que fue expulsado por tercera vez de la ciudad luego de ser torturado en busca de información sobre sus cómplices (R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires…, op. cit., p. 608). 41 Era sobrino de Sancho Flores, licenciado y ministro del Consejo de Indias. Fue designado juez pesquisidor en todo lo relativo al contrabando en Buenos Aires (Ibidem, p. 196). 42 Diego de Góngora a Felipe III, 2 de marzo de 1620 (AGI, Charcas, 27, r. 11, n. 133). 43 Cartas de Diego de Góngora de Buenos Aires a Felipe III y Felipe IV desde el 8 de febrero de 1619 hasta el 20 de mayo de 1622 (AGI, Charcas, 27, r. 11, n. 114 a 153). 44 Diego de Góngora a Felipe III, 4 de mayo de 1620 (AGI, Charcas, 27, r. 11, n. 134). 45 Diego de Góngora a Felipe IV, 20 de mayo de 1622 (AGI, Charcas, 27, r. 11, n. 154).

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de viruela semanas antes de la partida del gobernador había causado estragos en la ciudad de La Trinidad, puerto de Buenos Aires 46. En su amplio recorri- do de 1621 se encontró con un grave conflicto de nativos cerca de la población de Concepción del Río Bermejo 47, el que acabó con la ejecución de uno de los caciques implicado en la muerte de muchos mocovíes de otra reducción vecina. La visita dio a este primer gobernador una cabal comprensión de la extensión de la gobernación y el fuerte impacto que el grupo de los beneméritos había te- nido en su ordenamiento. El breve gobierno de Góngora estuvo teñido por el conflicto con la facción de los beneméritos, en especial con su antecesor Hernando Arias de Saavedra, y por sus intentos de llevar adelante los mandatos que el monarca enviaba para estas tie- rras. Durante ese período fue muy común que varios barcos llegasen al puerto cargados de mercancías y de esclavos de África, angoleños en su mayoría 48. El tratamiento que les dio a todos aquellos barcos que ingresaban sin registro o per- miso fue requisarlos y vender en la Real Almoneda su carga, aportando los bene- ficios a la Caja de Buenos Aires, a Charcas y a Sevilla, de acuerdo a lo que dictaban las leyes y ordenanzas. A partir de 1620, los barcos que llegaban al puerto comen- zaron a traer noticias de posibles ataques por parte de los holandeses, pero solo el primero recibió un trato mejor por la nueva 49. Si bien esta práctica también es considerada como manera de contrabando, hay que considerar ese concepto co- mo algo mucho más fluido que el mero comercio ilícito a espaldas de la corona 50. Esta forma de tratar a los esclavos ingresados ilegalmente era bien conocida por la corona, ya que el propio gobernador informaba sobre ella. Además, constituía el grueso de los ingresos de la Caja de Buenos Aires y la mayor parte de lo que és- ta enviaba a Sevilla y Charcas. Al mismo tiempo, el gobernador solicitó la licencia para enviar navíos de re- gistro y así comprar los suministros básicos en la vida del puerto de Buenos Aires

46 Diego de Góngora a Felipe IV, 20 de mayo de 1622 (AGI, Charcas, 27, r. 11, n. 154). 47 Ibidem. 48 Cartas de Diego de Góngora a Felipe III y Felipe IV, desde el 20 de julio de 1619 hasta el 6 de junio de 1622 (AGI, Charcas, 27, r. 11, n. 123, 125, 135, 138, 145, 146, 152 y 160). 49 Diego de Góngora a Felipe III, 30 de julio de 1620 (AGI, Charcas, 27, r. 11, n. 138). 50 Z. MOUTOUKIAS: “Burocracia, contrabando y autotransformación de las elites…”, op. cit., pp. 220-221.

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y la Ciudad de La Trinidad 51, por los cuales se realizaba buena parte del co- mercio semi-legal de la ciudad 52. La lucha contra el contrabando, en cambio, pasó por una cuestión étnica, ya que acusó sistemáticamente a los portugueses de contrabandistas hasta que finalmente consiguió expulsar a aquellos que no contaban con el permiso adecuado para habitar en la ciudad 53. Enterado de la vacancia en la presidencia de Chile, solicitó su traslado, enu- merando sus servicios y enviando un memorial al Consejo de Indias y al propio rey en 1621, que probablemente hubiera sido desoído por el fallecimiento del monarca 54. Sin embargo, la muerte sorprendió a Góngora en Buenos Aires ocupando aún su cargo.

EL NUEVO OBISPADO

La llegada del obispo Pedro de Carranza en 1621 55 llevó algún ordenamien- to mayor a la situación de los religiosos de la provincia. Al llegar al puerto 56, Góngora se encontró con cuatro órdenes de religiosos, con pocos regulares ca- da una, que se encargaban del servicio y cura de almas de los habitantes de la ciudad y de algunas reducciones. Las órdenes eran la de los franciscanos, quie- nes poseían un guardián, varios frailes jóvenes, hijos de vecinos que el guardián educaba, y un sacerdote que brindaba misa y adoctrinaba a los reducidos en

51 Diego de Góngora a Felipe III, 20 de julio de 1619 (AGI, Charcas, 27, r. 11, n. 118). 52 Z. MOUTOUKIAS: “Burocracia, contrabando y autotransformación de las elites…”, op. cit., pp. 223-234. 53 Diego de Góngora a Felipe III, 2 de septiembre de 1621 (AGI, Charcas, 27, r. 11, n. 153). 54 Diego de Góngora a Felipe III, 21 de octubre de 1621 (AGI, Charcas, 27, r. 11, n. 139). 55 La bula de erección canónica del obispado de Buenos Aires por Su Santidad Paulo V está fechada el 30 de marzo de 1620 y su ejecución tuvo lugar el 19 de enero de 1621. El obispo Carranza era monje carmelitano, nacido en Sevilla en 1567 hijo legítimo de don Francisco Carranza y doña Elvira de Salinas. Tomó el hábito a los quince años y estudió en la Universidad de Osuna, de donde se graduó en teología y leyes. Fue prior de varios conventos, luego definidor y provincial de su orden, antes de ser nombrado para el obispado de Buenos Aires (R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires…, op. cit., p. 148). 56 Diego de Góngora a Felipe III, 8 de febrero de 1619 (AGI, Charcas 27, r. 11, n. 114).

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Santiago de Baradero 57. También estaba la orden de Santo Domingo, con un prior y compañero lego que brindaban servicio e instruían en la fe a los nativos que vivían en la ciudad. Los mercedarios eran muy pocos, sólo el comendador, un religioso y algunos ayudantes. Por último se encontraba la Compañía de Je- sús, con alrededor de cinco religiosos articulados por un rector y encargados de la formación de los hijos de los vecinos de la ciudad, a quiénes Góngora no de- jó de recomendar y ayudar mientras duró su gobierno 58. En Concepción del Río Bermejo oficiaba un cura doctrinero llamado Fran- cisco de Guzmán 59, quien hablaba la lengua de los nativos y fue el que dio no- ticia al gobernador en Santa Fe de la matanza ocurrida en 1621. San Juan de Vera de las Siete Corrientes contaba con religiosos de la orden de San Francis- co, dos de los cuales se encargaban de la doctrina de las reducciones cercanas a la ciudad 60. En Santa Fe la iglesia estaba muy descuidada y solo hay registro de un clérigo de nombre Andrés Espinosa, que atendía la reducción de San Loren- zo de los Mocoretaes, y del religioso de la orden de San Francisco fray Pedro “de San Francisco” que dictaba misa, doctrina y cura de almas en la reducción de San Miguel de los Calchines. El gobernador en su paso por la ciudad orde- nó a su lugarteniente que reconstruyera la iglesia, pero se tardó muchos años en hacerlo por las carencias de la zona. Debido a la pobreza de la tierra, Felipe IV nunca autorizó la venida de la Or- den de San Juan de Dios pese a los arreglos que se habían hecho con el cabildo de la ciudad:

57 Diego de Góngora a Felipe III, 20 de julio de 1619 (AGI, Charcas 27, r. 11, n. 119). 58 Cabe mencionar que el gobernador en su primer encuentro con las etnias del otro margen del Río Uruguay, al saber que eran muchas personas con intenciones de acercarse a los españoles y a la fe católica, recomendó que se crearan reducciones que fueran dirigidas por religiosos de la Compañía. Diego de Góngora a Felipe III, 6 de agosto de 1619 (AGI, Charcas, 27, r. 11, n. 127). 59 Nacido en Paraguay en 1572, era hijo natural de Ruy Díaz de Melgarejo, posteriormente fue cura de Santa Fe (R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires…, op. cit., p. 344). 60 Uno era el guardián fray Pedro de Montaner quien no conocía la lengua de los nativos y solo dictaba misa en la reducción de San Francisco. El otro era fray Juan de Gamarra, natural de Paraguay que sí conocía la lengua de sus feligreses y mantenía una iglesia con ornamentos en la reducción de la Limpia Concepción de Itatí. Diego de Góngora a Felipe IV, 20 de mayo de 1622 (AGI, Charcas, 27, r. 11, n. 154).

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Que por orden de sus Prelados ha venido a estas Provincias a hacer las Capitulaciones para poblar Hospital, y que hechas se hagan saber a sus Prelados para que envíen religiosos para poblar la dicha casa según sus Constituciones 61. Un siglo después seguían los religiosos “juandedianos” ofreciendo una fun- dación, pero la suerte estaba echada y fueron los betlemitas quienes consiguie- ron la autorización para hacerse cargo del hospital de San Martín 62. Tampoco vieron los porteños cumplido su deseo de fundar un convento de monjas de Santa Teresa, como solicitó el procurador general, el capitán Juan de Saavedra, tras la epidemia que azotó a Buenos Aires en 1653. La petición del capitán transparenta la preocupación de “prevenir de remedio a tantas señoras no- bles y doncellas principales […] que deseosas de servir a Dios en alguna religión, no tienen en toda la esta provincia un convento”. Sin embargo, pese a la necesidad manifiesta y a los beneficios previstos: lugar de oración y remedio de grandes ma- les; amparo de la honestidad de las doncellas; seguro de la reputación de las casa- das en ausencia de sus maridos y lugar de crianza y enseñanza religiosa para las niñas nobles, el rey nunca llegó a otorgar la esperada autorización. Es probable que lo escaso de la población y la pobreza del lugar se encuentren entre las causas 63. El obispo de Buenos Aires fue consagrado luego de tomar posesión el 9 de enero de 1621, en la ciudad de Santiago del Estero por el obispo de esa ciudad, Julián Cortázar. En su paso por Santa Fe, fundó una escuela para niños y confir- mó en la Fe a más de setecientos nativos. Al llegar a la ciudad-puerto se propu- so remediar el problema de la falta de seminario y catedral 64. La escasez de dinero y religiosos le hizo imposible crear un seminario propio, por lo que enco- mendó al provincial jesuita Pedro de Oñate, por medio de un convenio, la for- mación de los jóvenes estudiantes de gramática en el colegio de la Compañía de

61 El 9 de enero de 1635 compareció en la reunión capitular fray Alonso de Benavides Cadena, vicario provincial de la Orden de San Juan de Dios con patente del padre prior provincial de dicha Orden, fray Juan de Buena Ventura. Véase reunión del Cabildo de Buenos Aires, 9 de enero de 1635 (AGNA, AECBA, t. V, lib. IV, pp. 455-457). 62 Con fecha de 23 de septiembre de 1745 llegó a Buenos Aires la Real Cédula que disponía la venida de los betlemitas, quienes, procedentes del Alto Perú, llegaron a fines de 1748. Sobre el tema puede consultarse la obra de C. MAYO: Los Betlemitas en Buenos Aires: convento, economía y sociedad (1748-1822), Sevilla 1991. 63 A. FRASCHINA: Mujeres consagradas en el Buenos Aires colonial, Buenos Aires 2010, pp. 35-36. 64 C. BRUNO: Historia de la Iglesia en la Argentina, t. II, Buenos Aires 1967, pp. 123-125.

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Jesús. Se estipuló que a la Compañía se le adjudicaría el tres por ciento de la ren- ta eclesiástica y se le pediría que los estudiantes se formaran en canto y ceremo- nias para que, al menos tres de ellos pudiesen acudir los domingos a asistir con la misa. En cuanto a la catedral, su edificación tuvo que esperar medio siglo ya que en un principio se erigió sobre la única iglesia de clérigos de la ciudad. La pobreza era muy grande y el propio obispo no dejaba de mencionarla en sus misivas al rey. En su carta de 4 de mayo de 1621 escribía: está tan indecente (la catedral) que en España hay lugares en los campos de pastores y ganados más acomodados y limpios; no hay sacristía, sino una tan vieja, corta e indecente, de cañas, lloviéndose toda con suma pobreza de ornamentos. Y más adelante: El Santísimo Sacramento está en una caja de madera tosca y mal parada… Y en cuanto toca al edificio, es forzoso el entablarla y acomodarla, so pena de que dará toda en tierra y nos iremos a una Iglesia de un convento a hacer catedral 65. Junto con el nuevo obispo llegó la Real Orden que mandaba que los religio- sos de la provincia recientemente creada no pudiesen abandonarla, ya que uno de los principales problemas que tenía la gobernación era que quienes debían impartir doctrina o asistir en la cura de almas seguían su camino a provincias más ricas como la del Tucumán, o incluso a Charcas y Potosí 66.

MUERTO EL REY, VIVA EL REY

Tanto al gobernador don Diego de Góngora, como al obispo Pedro de Ca- rranza, les sorprendió la noticia de la muerte de Felipe III, que arribó el 5 de febrero de 1622. Junto con la novedad, llegó la Real Cédula en la que el nuevo monarca mandaba que se hicieran las exequias y honras fúnebres: que vos y todos estos Reinos […] como tan buenos y leales criados y vasallos y para que en esas partes como en estas se hagan las demostraciones exteriores y que en semejantes ocasiones se acostumbran ordenéis que esa ciudad y vecinos de ella

65 C. BRUNO: Historia de la Iglesia en la Argentina, t. II, Buenos Aires 1967, p. 125. 66 Diego de Góngora a Felipe III, 4 de mayo de 1620 (AGI, Charcas, 27, r. 11, n. 134) y Diego de Góngora a Felipe III, 15 de julio de 1620 (AGI, Charcas, 27, r. 11, n. 151). Esta última se encuentra actualmente mal catalogada ya que pertenece a la fecha de 15 de agosto de 1621.

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y de las demás ciudades y lugares de esa provincia se vistan de luto y con él hagan las obsequias y honras con la solemnidad que en tal caso se requiere 67. La Real Cédula fue “recibida, besada y oída con acatamiento” por el cabildo y, de inmediato los regidores propusieron medidas para hacer frente a la ceremo- nia teniendo en cuenta la falta de propios y la estrechez de la ciudad. Se decidió recoger las bayetas y anacotes y “todas las cosas negras de que se puedan hacer lutos” 68. La extrema pobreza de Buenos Aires, manifestada por el cabildo y el gobernador Góngora, no impidió la ejecución de las honras a Felipe III: Toda la ciudad ha hecho la demostración que le ha sido posible en lutos y lágrimas y doble universal de campanas, que el túmulo fue muy suntuoso, acompañado de mucha cera, con el concurso de todas las religiones que asistieron a la vigilia del 8 de abril en la Catedral 69. Las honras fúnebres, el “arte” de los túmulos y el luto fueron las formas en que los vasallos exteriorizaban el sentimiento de dolor con ante la pérdida de la “cabeza” del cuerpo político y social, el rey. Las ceremonias se manifestaron co- mo el elemento más fuerte del mensaje legitimador de la corona 70. Seguidamente tuvo lugar el juramento al nuevo rey al que se le reconocía co- mo centro del poder político y del cuerpo social. Acordaba el ayuntamiento que para la jura de Su Majestad convendría que la ciudad hiciese fiestas […] juego de cañas, toros y luminarias y demás cosas que les pareciese conveniente para ellas porque pasado el día de las honras y obsequios de su majestad se ha de poner en efecto y mandase se notifique a los dichos diputados para que lo acepten 71.

67 Real Cédula, 5 de febrero de 1622 (AGNA, AECBA, t. V, lib. IV, p. 184). 68 Un mes después el cabildo da cuenta de la falta de paños negros que dificultaba el inicio del luto. Por su parte el gobernador ofreció cubrir los gastos de cera, túmulo, insignias y otras cosas que fueran necesarias. Acuerdo del 17 de marzo de 1662 (AGNA, AECBA, t. V, lib. IV, pp. 198 y 199). 69 Carta fechada el 20 de mayo de 1622 del obispo Carranza a la Reina informando sobre los actos realizados en las exequias a Felipe III (AGI, Charcas, 27, r. 11, n. 139). 70 H. ZAPICO (coord.): De prácticas, comportamientos y formas de representación social en Buenos Aires (S. XVII-XIX), Bahía Blanca 2006, pp. 110-111. 71 Acuerdo del Cabildo de Buenos Aires, 30 de marzo de 1623 (AGNA, AECBA, t. V, lib. IV, pp. 205-206). Dos meses después se disponía “para la coronación de Su Majestad como para celebrar las dichas fiestas con más regocijo convendría que saliese una compañía de infantería de la gente forastera que está el día de hoy en esta ciudad” [Acuerdo del Cabildo de Buenos Aires, 30 de mayo de 1622 (AGNA, AECBA, t. V, lib. IV, p. 217)].

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De igual modo la ciudad celebró con “fiesta en la Iglesia Catedral, lumina- rias, gente de a caballo y repique de campanas” el nacimiento del príncipe Bal- tasar Carlos “[y] como se acostumbra se hagan también fiestas reales de toros y de cañas para un día después del Señor Santiago” 72. Una vez más, los escena- rios del júbilo fueron el templo y la plaza.

LA POSIBILIDAD DE PREMIAR Y DE ENRIQUECERSE

Don Diego de Góngora falleció el 21 de mayo de 1621 debido a unas fiebres muy fuertes. El sargento mayor, Diego Páez de Clavijo, fue nombrado interina- mente por éste en su lecho de muerte y le fueron legadas las Reales Cédulas a cum- plir 73. Clavijo fue quien informó al rey que el motivo de la fiebre que causó la muerte de Góngora fueron las calumnias y falsas acusaciones que contra él vertie- ron los vecinos, a quienes podemos entender como la facción de los beneméritos. Si bien es difícil dar crédito a tal aseveración, podemos inferir de ella que la per- secución al primer gobernador fue constante, y por lo que se ha estudiado en cuan- to a las facciones porteñas, se puede decir que hasta el momento de su muerte los beneméritos constituyeron una oposición constante al gobierno de Góngora. El brevísimo gobierno interino de Páez de Clavijo siguió tratando el problema de las arribadas de barcos de la misma manera que lo hizo su antecesor. Negó el ingreso de los barcos sin licencia, a los que requisó y vendió su carga en la Real Almoneda, y permitió el ingreso de todos aquellos que sí contaran con permiso 74. También, durante su ejercicio, hubo de organizar una colecta de donativos y em- préstitos al notario apostólico Pedro de Ledesma 75, para quien contribuyeron con bienes y algún dinero escaso los vecinos, el obispo y los religiosos 76.

72 Acuerdo del Cabildo de Buenos Aires, 25 de junio de 1631 (AGNA, AECBA, t. VII, lib. IV, p. 206). 73 Diego Páez de Clavijo a Felipe IV, 5 de octubre de 1623 (AGI, Charcas, 28, r. 1, n. 2). 74 Ibidem. 75 Natural de Granada, hijo legítimo de Francisco de Ledesma y Sebastiana de Hurtado, llegó a Buenos Aires en compañía del obispo Pedro de Carranza y llegó a ser sargento mayor de la ciudad y alcalde ordinario en 1634 (R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires…, op. cit., p. 393). 76 Diego Páez de Clavijo a Felipe IV, 5 de octubre de 1623 (AGI, Charcas, 28, r. 1, n 1).

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Durante su interinato llegó a Buenos Aires el oidor Alonso Pérez de Salazar 77, comisionado desde Charcas con el fin de juzgar a don Diego de Góngora por las acusaciones de contrabando que había contra él. A su llegada Góngora había muer- to y, ante el interinato de Páez de Clavijo, la Real Audiencia de Charcas y el virrey lo nombraron gobernador de la provincia 78. Su ejercicio fue de poco más de un año, y se encargó de las cuestiones tendientes al tránsito del puerto, aplicó las mis- mas penas que sus antecesores y recibió un navío llegado a fines de diciembre de 1624 a nombre del nuevo gobernador nombrado por el Consejo de Indias don Francisco de Céspedes, a propuesta del conde-duque de Olivares 79. Se puede ver claramente cómo las intenciones de Salazar nunca fueron per- manecer en la ciudad de La Trinidad, y siempre abogó por estar en contacto con los problemas del Alto Perú, sobre todo del trato a los trabajadores de las minas y la necesidad de lucro de algunos españoles, particularmente los vascos 80. Pe- ro la premura de los tiempos llevó a que Salazar debiera oficiar de gobernador por la toma en 1624 de la ciudad de Bahía por parte de los corsarios holande- ses, en la cual se perdieron algunos barcos cargados con bienes para Buenos Aires y uno que contenía un fuerte cargamento de plata salido sin permiso 81. Salazar montó las defensas con las que disponía la ciudad para defenderse de un posible ataque corsario y Céspedes, que recibió la noticia en Río de Janei- ro, apuró su viaje y entró en el puerto de Buenos Aires el 17 de septiembre de 1624, a fin de reforzar las protecciones 82. Su primera acción fue incrementar

77 Nacido en Santa Fe de Bogotá, hijo legítimo del licenciado Alonso Pérez de Salazar, integrante del Real Consejo de Indias, fiscal y oidor de Nueva Granada. Era oidor de Charcas y había sido enviado para montar una aduana seca en la ciudad de Córdoba del Tucumán, de donde pasó a Buenos Aires en 1623 (R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires…, op. cit., pp. 572 y 573). 78 R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires…, op. cit., p. 573. 79 Nacido en Sevilla, fue alférez de la armada del marqués de Santa Cruz en 1587 y tres años después fue capitán de caballería y alcalde de la fortaleza de Santa Olaya. Acompañó a Felipe III a Portugal y fue nombrado regidor perpetuo de la ciudad de Sevilla. Fue nombrado en 1623 gobernador de Buenos Aires, donde arribó con sus hijos (Ibidem, p. 168). 80 Alonso Pérez de Salazar a Felipe IV, 15 de agosto de 1624 (AGI, Charcas, 28, r. 2, n. 4). 81 Alonso Pérez de Salazar a Felipe IV, 19 de marzo de 1625 (AGI, Charcas, 28, r. 2, n. 5). 82 R. LEVENE (ed.): Historia de la Nación Argentina, op. cit., t. III, p. 301.

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las medidas tomadas por Salazar reedificando el fuerte y cavando trincheras, al tiempo que informaba al virrey de Perú la caída de Bahía y solicitaba refuerzos a todas las ciudades 83. Alonso Pérez de Salazar partió del puerto muy conforme con la actuación de los primeros meses del nuevo gobernador, en especial por continuar el mismo trato al “descamino” de negros dado por sus antecesores y por buscar la defensa y el mantenimiento de la población porteña. A su vez, el oidor prometió velar por ellos desde Charcas para evitar que la provincia se des- poblase, lo que se demostró de gran valor al momento en que Salazar fuese nom- brado años después presidente de la Audiencia de Charcas, luego de su paso por la de Quito 84. La labor de este nuevo gobernador con las reducciones se mantuvo en línea con la de Góngora, asentando definitivamente las misiones de la otra ribera del río Uruguay, encomendadas a la Compañía de Jesús como había sugerido Gón- gora 85. La tarea en las reducciones fue considerable y se mantuvo a lo largo de toda la gobernación 86; sin embargo, fue cuestionada por el obispo bajo la acusa- ción que los reducidos eran usados con fines de cría de ganado en beneficio de los hijos de Céspedes. En los primeros años de su gobierno no hubo mayores incidentes entre su persona y el obispo Carranza, pero el carmelita había mostrado cercanía al gru- po de los confederados contando con el beneplácito de Góngora desde su llega- da 87, que podía ser confirmada por su parentesco con Juan de Vergara 88. Los beneméritos se habían mostrado como una facción muy difícil de controlar y solo cuando Hernando Arias de Saavedra se retiró de la ciudad hacia Santa Fe pudo haber tranquilidad en el puerto 89.

83 Francisco de Céspedes a Felipe IV, 25 de septiembre de 1625 (AGI, Charcas, 28, r. 3, n. 9). 84 R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires…, op. cit., p. 573. 85 Cartas de Francisco de Céspedes a Felipe IV, desde el 10 de mayo de 1626 hasta el 20 de septiembre de 1628 (AGI, Charcas, 28, r. 3, n. 11-16 y 30). 86 R. LEVENE (ed.): Historia de la Nación Argentina, op. cit., t. III, p. 302. 87 C. BRUNO: Historia de la Iglesia en la Argentina, op. cit., t. II, p. 138. 88 Ibidem, p. 139. 89 Francisco de Céspedes a Felipe IV, 10 de mayo de 1626 (AGI, Charcas, 28, r. 3, n. 10).

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Sin embargo, el gobernador no había llegado solo, sino acompañado de sus hi- jos, José y Juan de 18 y 22 años respectivamente, y junto a ellos, se hizo cargo de buena parte del comercio de la ciudad 90. La estrategia del gobernador fue nom- brar maestre de campo y alcalde ordinario a su hijo mayor Juan de Céspedes, y sar- gento mayor al hijo menor, José de Céspedes, para poder controlar así el total de los barcos que arribaban al puerto antes que nadie más tuviese acceso a ellos. Este apoderamiento del comercio semi-legal del puerto rápidamente devino en conflicto con los confederados, en especial con el mencionado Juan de Verga- ra, quien había comprado los cargos de notario del Santo Oficio y de tesorero de la Santa Cruzada 91. De inmediato el obispo tomó partido y comenzó a acusar al gobernador y a los suyos de cometer arbitrariedades contra los vecinos en lo to- cante al comercio, ya que los negocios enriquecían al grupo del gobernador, pero “traen muy afligidos a estos pobrecitos vecinos y moradores” 92. Por estos conflictos en torno al comercio del puerto de Buenos Aires, las dos facciones agudizaron sus diferencias, por lo que estallaron una sucesión de hechos violentos en el último cuarto del año de 1627 93. Por un lado se encontraba el gru- po formado por la facción de los confederados, articulados en torno a Juan de Ver- gara y el obispo Carranza. Al mismo tiempo, Vergara se había casado en segundas nupcias en 1620 con Isabel de la Vega, sobrina de Diego de Vega, consolidando el núcleo central de la facción, y había comprado el cargo de regidor de primer voto al tiempo que conseguía hacer ingresar en el cabildo a tres de sus parientes y de- pendientes. Al mismo tiempo, la facción contaba con el apoyo de buena parte del escaso clero secular, pero sobre todo de los dominicos y de los mercedarios. Al frente de este grupo tan consolidado se encontraba la pujante facción de Céspedes y sus hijos, quienes habían conseguido el apoyo de buena parte de los vecinos convertidos en clientela a raíz de la relación que tenían con el comercio portuario 94. A su vez contaba con el apoyo del fraile Juan de Vergara 95 y de los

90 C. BRUNO: Historia de la Iglesia en la Argentina, op. cit., t. II, pp. 138-139. 91 R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires…, op. cit., pp. 775-776. 92 C. BRUNO: Historia de la Iglesia en la Argentina, op. cit., t. II, p. 141. 93 Ibidem. 94 C. BRUNO: Historia de la Iglesia en la Argentina, op. cit., t. II, p. 139. 95 Natural de Sevilla, lector de teología y calificador del Santo Oficio, fue nombrado segundo vicario provincial de la provincia del Río de la Plata, Paraguay y el Tucumán, fue guardián del convento de Córdoba del Tucumán y del de Buenos Aires. Durante el gobierno

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franciscanos junto al deán Zaldívar 96, quien estaba enemistado con el obispo y era cercano a Fernando Trejo y Sanabria, a su vez medio hermano de Hernan- do Arias de Saavedra. Cuando en agosto de 1627 Francisco de Céspedes mandó a apresar al comer- ciante Juan de Vergara por contrabando, los comisarios de Cruzada y del Santo Oficio trataron de interceder para su liberación sin llegar a acuerdo alguno 97. Al poco tiempo, el propio obispo Pedro de Carranza intercedió a favor del pre- so, pero fue insultado por los hijos de Céspedes dado que las relaciones entre el gobernador y el obispo ya no eran buenas 98. Fracasados los intentos pacíficos de negociación, el obispo encabezó una “multitud” que, a grito vivo de Carran- za, asaltó la prisión rompiéndola y liberando a Vergara. El gobernador sintió el duro golpe de ese acto político, pero continuó con- vocando tropas y armando las defensas de la ciudad con la excusa de la amena- za de buques holandeses 99. La movilización en la ciudad provocó la inquietud de ciertos vecinos que podemos identificar como los confederados, quienes so- licitaron al cabildo que condenara las actividades del gobernador. Las acciones, la negativa del ayuntamiento y la acusación de alzamiento de Céspedes contra los vecinos y cabildantes, culminaron con la excomunión del gobernador. Los jesuitas se habían mantenido al margen de las discusiones y se presentaron como los interlocutores objetivos para garantizar la paz 100. Una vez calmados los ánimos del gobernador, los jesuitas consiguieron que el obispo levantase el anate- ma, pero el conflicto siguió por medio de la correspondencia al monarca 101. A su

de Céspedes fue nombrado para la conversión de los charrúas al otro lado de la rivera del Río Uruguay donde fundó dos reducciones: San Francisco de los Olivares y San Antonio de los Charrúas (R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires…, op. cit., p. 775). 96 Francisco de Zaldívar, nacido en Asunción, fue un clérigo presbítero formado en los colegios de San Felipe y San Marcos en Lima. Sirvió como cura de fronteras, visitador de la provincia de Tucumán y provisor del obispado del Río de la Plata (Ibidem, p. 791). 97 C. BRUNO: Historia de la Iglesia en la Argentina, op. cit., t. II, p. 143. 98 Francisco de Céspedes a Felipe IV, 20 de septiembre de 1628 (AGI, Charcas, 28, r. 3, n. 27). 99 C. BRUNO: Historia de la Iglesia en la Argentina, op. cit., t. II, p. 147. 100 Ibidem, p. 150. 101 Francisco de Céspedes a Felipe IV, 20 de septiembre de 1628 (AGI, Charcas, 28, r. 3, n. 22).

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vez, Hernando Arias de Saavedra volvió a la ciudad a instancias del gobernador y le ayudó en la pacificación de la población. En medio de la vorágine, la Audiencia de Charcas envió a Diego Martínez del Prado para investigar las mutuas acusaciones de contrabando que los confedera- dos y los adeptos de Céspedes echaban unos contra otros 102. Sin embargo, el co- misionado cargó contra el gobernador, quien buscó su remoción y consiguió que se nombrase en su lugar a Hernando Arias de Saavedra. Éste abogó por su fac- ción y, dentro de ella, por el gobernador, consiguiendo que el obispo fuese mul- tado fuertemente y Juan de Vergara quedase preso 103. A pesar de esta resolución, el conflicto perduró hasta los últimos años del go- bierno de Céspedes 104, y las facciones en pugna siguieron pujando por su cuota de poder en la gobernación.

BUENOS AIRES Y LA DEFENSA DE LAS FRONTERAS DE LA MONARQUÍA

El 6 de diciembre de 1631 el cabildo de la ciudad de Buenos Aires recibió a don Pedro Esteban Dávila “del hábito de Santiago por gobernador de estas pro- vincias” 105. Don Pedro presentó el nombramiento y título dado por el rey el 8 de octubre de 1629 y quitado el sombrero de la cabeza le tomó en sus manos [el título], besó y puso sobre su cabeza y lo mismo hicieron los dichos alcaldes, alguacil mayor y alférez real y fiel ejecutor y todos dijeron que lo obedecían y obedecieron como título y provisión real de su rey y Señor Natural 106.

102 C. BRUNO: Historia de la Iglesia en la Argentina, op. cit., t. II, p. 149. 103 Ibidem, p. 153. 104 Francisco de Céspedes a Felipe IV, 8 de septiembre de 1630 (AGI, Charcas, 28, r. 3, n. 36). 105 Acuerdo del Cabildo de Buenos Aires, 6 de diciembre de 1631 (AGNA, AECBA, t. VII, libs. IV-V, pp. 288-291). 106 Acuerdo del Cabildo de Buenos Aires, 6 de diciembre de 1631 (AGNA, AECBA, t. VII, libs. IV-V, pp. 288-291). En la España de los Austrias, la obediencia no fue solamente una virtud espiritual sino un concepto político. A partir del Concilio de Trento, con el discurso de la obediencia tamizado por los teólogos de la Compañía de Jesús, la religión se erigió en guía de la política. En España y en toda Europa, desobedecer sería un grave delito además de un pecado.

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En la misma ceremonia el gobernador saliente, don Francisco de Céspedes se levantó de su silla y se la cedió al recién llegado a quien entregó, asimismo, la vara de la Real justicia que traía Juan de Tapia de Vargas, su teniente general. Junto a los cabildantes se hallaban Enrique Enríquez 107, Amador Báez 108, Manuel de Al- poin 109 y Juan Gutiérrez de Humanes 110, capitanes de las compañías de a caba- llo del puerto quienes, nombrados por Céspedes entregaban el bastón en señal de aceptación como capitán general. El maestre de campo y caballero de la Orden de Santiago don Pedro de Ávila o Dávila había servido a la Corona en Flandes e Italia por unos treinta años, habiendo ejercido también el cargo de castellano en el castillo denominado

La obediencia, pues, salió de los claustros y se extendió a los no eclesiásticos. Durante los últimos años de Felipe II y comienzos de Felipe III el tema de la obediencia cobró mayor peso y se agudizó la cuestión de cómo imponer el tipo de obediencia ejecutiva al que aspiraba la corona como una práctica cotidiana. Obedecer consistía, en lengua española, “en la ejecución de los que se nos manda” [R. VALLADARES: “El problema de la obediencia en la Monarquía Hispánica, 1540-1700”, en A. ESTEBAN ESTRÍNGANA (ed.): Servir al rey en la monarquía de los Austrias. Medios, fines y logros del servicio al soberano en los siglos XVI y XVII, Madrid 2012, pp. 121-146]. 107 Enrique Enríquez de Guzmán de Amaya y Mendoza, hidalgo, llegado al país en 1611. Nacido en la villa de Vejer de la Frontera, España, en 1580. Fue regidor, alférez real, alcalde ordinario, procurador, tesorero de la Real Hacienda, capitán de dos compañías de caballería, maestre de campo y teniente de capitán general de caballería. Poseía estancia y valiosos bienes (R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires…, op. cit., p. 216). 108 El capitán Amador Báez de Alpoin fue bautizado en Buenos Aires en 1602. Fue teniente gobernador de Corrientes y luego de Santa Fe. 109 También nombrado Cabral de Alpoin, era natural de San Miguel, Azores, nacido en 1591. Fue alcalde de la Hermandad en 1621. Al refutar el cargo de portugués que se le hizo, Juan de Vergara lo llamó “benemérito”, por sus servicios y los de su padre, y ser alférez de caballería de lanceros, sirviendo a la defensa de la ciudad. En 1625 se hallaba radicado en Corrientes, designado teniente de gobernador, cargo que seguía ocupando en 1634. En 1636 fue designado teniente general de la gobernación (R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires…, op. cit., p. 130). 110 Natural de Buenos Aires. Capitán de lanceros “de milicia y número, de caballos de lanza ligeros”; luego teniente de capitán general de la guardia de Pedro Esteban Dávila el 7 de febrero de 1632. Desempeñó muchos cargos edilicios, militares y de gobierno: regidor, alférez, teniente general de la gobernación y capitán de guerra en el gobierno de Francisco de Láriz. Hijo de primeros pobladores al servicio de armas de Su Majestad, recibió una merced de tierras en el Rincón de San Pedro. Contrajo matrimonio con Ana Serrano de Paz y de los Reyes, natural de Arequipa, hija del teniente gobernador del Tucumán (R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires…, op. cit., p. 336).

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Monte de Brasil en la isla Tercera de las Azores 111. El militar en las tropas del rey siguió siendo, a lo largo del siglo XVII, un signo de prestigio social y la vía más rá- pida para poder conseguir un ennoblecimiento. Seducidos por la profesión de las armas y por las interesantes perspectivas de incrementar su prestigio y servir al rey en la carrera política, varios exponentes de la buena sociedad española se dedica- ron por décadas al servicio militar. Sin embargo, fue sobre todo la nobleza “me- nor”, la que se aprovechó de las ocasiones ofrecidas por parte del servicio militar para poder aumentar la reputación de sus familias o conseguir un mayor rango en el escalafón jerárquico de la aristocracia 112. En 1625 su gobierno en la isla Tercera provocó un levantamiento civil que mo- tivó su suspensión, de la cual fue sobreseído en 1630, pero mientras aguardaba el resultado, Dávila se proponía obtener un mando político militar en América, am- bición que el conde-duque de Olivares canalizó hacia la gobernación del Río de la Plata, ya que tras conocerse la toma de Pernambuco por los holandeses se le pro- puso que fuera a ocupar el gobierno de Buenos Aires 113. El título de capitán general y gobernador de las provincias del Río de la Pla- ta le fue expedido por Real Cédula del 11 de octubre de 1629. Llegó acompa- ñado de setenta y cinco soldados y seis criados para su servicio, los dos que estaban casados trasladaron también a sus familias 114. Personalmente se encargó de resaltar que su aceptación del cargo de gober- nador de Buenos Aires se fundamentó en el “real servicio”, y que “acepté sólo

111 Pedro Esteban Dávila nació en Las Navas del Marqués en 1584, hijo natural de Pedro Esteban Dávila y Enríquez de Guzmán, III marqués de Las Navas, V conde del Risco y señor de Villafranca, alférez mayor perpetuo de Ávila, comendador de la Orden de Alcántara y mayordomo de Felipe III de España, y de Jerónima de Ocampo, natural de Zaragoza y dama de su madre, la marquesa Jerónima Enríquez. Ingresó al Real Ejército y desde 1601 sirvió en Italia y en la campaña de Flandes. En junio de 1616, por influencia de su padre, fue nombrado maestre de campo de las fuerzas a enviar como refuerzo a Filipinas y en 1621 se resolvió favorablemente su expediente de hidalguía. El nombramiento de castellano, o gobernador de una plaza era el primer paso en dirección hacia metas más importantes en los ejércitos de la Monarquía. Además de los oficiales generales del ejército en campaña, en la jerarquía de mando, tanto en Flandes como en Italia, había algunos castellanos que, ya fuere por la importancia de su plaza como de su persona, eran verdaderos generales [D. MAFFI: En defensa del Imperio. Los ejércitos de Felipe IV y la guerra por la hegemonía europea (1635-1659), Madrid 2014, p. 332]. 112 Ibidem, pp. 340-341. 113 J. TORRE REVELLO: “Los Gobernadores de Buenos Aires…”, op. cit., p. 302. 114 Real Cédula, 11 de octubre de 1629 (AGI, Buenos Aires, 2, 5, f. 262).

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por conocer que era puerto arriesgado y tener los enemigos tan vecinos como lo están en las costas del Brasil, osados y victoriosos”. A decir de Óscar Trujillo, la exageración, la omisión y la mentira no faltaron en estos egodocumentos dónde el propio pretendiente era el encargado de construir un discurso sobre sí mismo como leal servidor al Monarca, esperando una justa retribución 115. Ante la amenaza de una posible invasión por parte de los holandeses, el gober- nador activó la defensa de la ciudad y la construcción del fuerte al que denominó don Juan Baltasar de Austria 116. En la reunión capitular del 6 de septiembre de 1632 fueron elegidos como procuradores de la ciudad Juan de Vega, Juan de Sa- lazar y Sebastián de Aguilar 117 con el objetivo de suplicar al rey y al Consejo de Indias que “favorecieran y ampararan” al puerto con gente del presidio que pu- diera ayudar a su defensa. Además los procuradores debían insistir en la obten- ción del permiso para comerciar los frutos de la tierra, harina, cecinas, cuero y lana; en la apertura de una audiencia a fin de que los pobladores no estuvieran obligados a viajar hasta la lejana Charcas y en que no se enviaran jueces de comi- siones porque “la pobreza reinante en la ciudad” impedía el pago de sus honora- rios e informar, como era ya costumbre, de la “enorme pobreza de la tierra” que impedía el envío de procuradores generales a corte 118.

115 Expediente incompleto promovido por Pedro Esteban Dávila con los Padres Jesuitas sobre ciertos descubrimientos, 1632 (AGI, Charcas, 28, r. 4 n. 49; Ó. TRUJILLO: “‘La mano poderosa’: Los Gobernadores de Buenos Aires y los juicios de Residencia (mediados del siglo XVII)”, en X Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia. Escuela de Historia de la Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional del Litoral, Rosario 2005. 116 Se comenzó a construir en 1590 y fue recibiendo mejoras a lo largo del tiempo. Cuando en 1658 el viajero francés Acarete de Biscay llegó a Buenos Aires lo describió de la siguiente manera: “[la ciudad] tiene un pequeño fuerte de tierra que domina el río circundando por un foso y monta diez cañones de hierro siendo el mayor calibre de a doce. Allí reside el gobernador y la guarnición se compone de sólo 150 hombres en tres compañías, mandadas por tres capitanes nombrado por este a su antojo” (A. DU BISCAY: Relación de un viaje al Río de la Plata y de allí por tierra al Perú con observaciones sobre los habitantes, sean indios o españoles, las ciudades, el comercio, la fertilidad y las riquezas de esta parte de América, Alicante 2001, p. 23). 117 La ciudad entregó el poder a Juan de Vega y, previendo su posible ausencia o muerte se nombró a Juan de Salazar, ambos agentes de negocios en el Real Consejo de Indias. En caso de la desaparición de ambos la representación de la ciudad recaería en Sebastián de Aguilar, residente en la corte. 118 Acuerdo del Cabildo de Buenos Aires, 6 de septiembre de 1632 (AGNA, AECBA, t. VII, libs. IV-V, p. 363).

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Durante su gobierno Dávila persiguió el cuatrerismo y procuró contener el contrabando; sin embargo, fue acusado de abuso de poder por el presidente y el fiscal de la Audiencia de Charcas 119. Acabado su mandato de cinco años, fue necesario el nombramiento de otro experimentado hombre de guerra para una ciudad cada día más temerosa de las actividades de los holandeses en el Brasil 129. Se habían recibido avisos desde la metrópoli, con cartas de Brasil y otras del conde de Bañolo, del maestre de campo Manuel Días de Andrade y de la princesa Margarita, dirigidas a Felipe IV, infor- mándole que los holandeses no ocultaban sus propósitos de extenderse hacia el Río de la Plata. En la ciudad de Buenos Aires se temían los ataques ya que no tiene más de doscientos hombres efectivos y sacando de ella gente es quedar indefensa, demás que los vecinos y moradores eran pobres que apenas se pueden sostener 121. Simultáneamente llegaban noticias alarmantes de otros lugares de la gober- nación como, por ejemplo, del levantamiento de indios caracaraes, o de la exis- tencia de columnas de bandeirantes paulistas dispuestos a arrasar las reducciones jesuíticas. Quien resultó elegido para realizar la defensa de la ciudad fue el maestre de campo Mendo de la Cueva y Benavides, caballero de la Orden de Santiago, nom- brado gobernador de Buenos Aires por Real Cédula de 22 de diciembre de 1635 122.

119 Por Real Cédula del 15 de abril de 1636 se encargó al virrey del Perú, conde de Chinchón, para designar un juez competente que le tomara la residencia de su gobierno. El designado licenciado Gaspar González Pavón llegó a Buenos Aires en febrero de 1638 para actuar como juez residenciador pero Dávila había escapado a Madrid y allí elevó al rey un extenso memorial donde relataba sus actos de gobierno y la animadversión que en la ciudad había acumulado. 120 El 3 de mayo de 1639 el cabildo informaba que “el tiempo presente es el más peligroso que se ha visto ni sabido desde que se pobló, por las muchas relaciones y nuevas que han venido del Brasil, por tierra y mar, y de la ciudad de Santa Fe, de lo hecho por los enemigos holandeses e indios alzados” (V. SIERRA: Historia de la Argentina…, op. cit., p. 246). 121 Acuerdo del Cabildo de Buenos Aires, 3 de abril de 1636 (AGNA, AECBA, t. VIII, lib. V, p. 33). 122 Otra Real Cédula lo autorizaba a trasladarse con su mujer e hijos, vía Brasil, debiendo embarcar en el puerto de Lisboa, que era la ruta corriente usada desde la unión de las dos

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Al igual que su padre, su abuelo, bisabuelo y tatarabuelo, había servido con sus ar- mas a la Corona. Don Mendo, miembro del Consejo de Guerra 123, asistió leal- mente a su rey durante más de cuarenta años en Flandes 124. Fue recibido por el cabildo el 29 de noviembre de 1637 y en su honor se lidiaron toros 125.

coronas. Juan Bernardo, su hijo, que había servido con él en Flandes, recibió en Buenos Aires el título de teniente general (AGNA, AECBA, t. VIII, lib. V, p. 356). A su hija, Isabel de la Cueva y Benavídez, nacida en Flandes, la casó con el comerciante portugués Francisco de Acosta y Alberguería. Sobre de la Cueva, Óscar Trujillo afirma que obstaculizó la labor del licenciado Gaspar Pavón, juez enviado a investigar la gestión de su antecesor, afirmando que “Don Pedro era su primo y que lo iba a ayudar” [Ó. TRUJILLO: “Los gobernadores de Buenos Aires a mediados del siglo XVII: mediación y conflicto en los confines de la Monarquía Hispánica”, en História, histórias 2/3 (2014), p. 97]. 123 El Consejo de Guerra, dependiente directamente del monarca, órgano supremo de la dirección política de la guerra y el ejército. Con Felipe III se observa un fortalecimiento de la parcela militar a través de la consolidación de órganos directivos vinculados al monarca. Sobre el Consejo de Guerra, J. C. DOMÍNGUEZ NAFRÍA: El Real y Supremo Consejo de Guerra (Siglos XVI-XVIII), Madrid 2001. 124 Servicio del capitán don Mendo de La Cueva y Benavides, 21 de agosto de 1635 (AGI, Indiferente, 161, n. 184): “que ha servido en ellos [en los estados de Flandes] desde diciembre de 1593 que pasó en el tercio de don Agustín Medina que son cuarenta y un años […] Hallóse también en los sitios y tomas de Cambrai y de Calais donde el día del asalto no habiéndole tocado a su compañía pidió licencia para hallarse en él como Luis en la compañía de Baltasar López del Árbol y en los sitios de Haade y Hulst en el asalto. Hallóse en el socorro de Amiens […] Después se halló en el sitio de Ostende donde el día de la gran salida que los enemigos hicieron peleó con mucho valor hasta llegar a las manos como también lo hizo cuando el enemigo acometió al digno del conde de Luca y recuperó una cañonera que el enemigo tenía guardada donde se señaló de manera que fue causa que el enemigo se retrase con gran pérdida a la villa Halte. […] En el socorro de Brujas, en Mastrique donde sirvió aquella campaña con una pica en la compañía de su hijo don Juan Bernardo de la Cueva y Benavides, en la fortificación de la isla de Estembergen procediendo en todo con particular valor y satisfacción de sus superiores. […] Presento copia de una información en la ciudad de Trujillo por donde consta de la nobleza del suplicante y que a don Juan de la Cueva, su padre lo mataron de un cañonazo en la jornada que el marqués de Santa Cruz hizo a la tercera y que su abuelo, don Hernando de la Cueva de enfermedad natural en la guerra de Gante estando sirviendo en ella con una compañía de a caballo y su bisabuelo y tatarabuelo murieron en el Real servicio. Es copia de la relación que se sacó de la chancillería de estado de la negociación de Flandes de los papeles que presentó en ella el capitán Mendo de la Cueva y Benavides. Agosto 1635”. 125 Acuerdo del Cabildo de Buenos Aires, 29 de noviembre de 1637 (AGNA, AECBA, t. VIII, lib. V, p. 125). Acuerdo del Cabildo de Buenos Aires, 7 de diciembre de 1637 (AGNA, AECBA, t. VIII, lib. V, p. 130).

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A la hora de presentar fiadores, lo hizo en la persona de Francisco Velázquez Menéndez, uno de los miembros del entorno del anterior gobernador. Es que la lealtad a un gobernador, o el parentesco, podían ser un capital importante en términos de aceptación, promoción y enriquecimiento. Como gobernador, también estaba a su alcance la posibilidad de premiar, y así lo hizo con don Gaspar de Gaete, hidalgo, nacido en Trujillo. Había servido a Su Majestad en las guerras de Flandes como alférez y sargento. Llegado a Buenos Aires se casó y ocupó diversos oficios concejiles. Fue alcalde ordinario en 1623, 1626, 1637, 1640 y 1644; procurador general en 1644 y alférez real en 1637. En ese mismo año don Mendo de la Cueva lo nombró su teniente gene- ral 126. Recomendando a Juan Tapia de Vargas por sus méritos y lo bien que ha- bía servido a la Corona y nombrando a Juan de Miranda, otro importante miembro del cabildo, Mendo reforzaba los vínculos con los hombres más pode- rosos de la ciudad, con los que podía mantener negocios no muy lícitos y enta- blar algunas lealtades que le permitieran transitar su juicio de residencia de la mejor manera 127. No obstante, su enemistad con el obispo Aresti le acarreó la excomunión y con ella el final de su carrera en la ciudad de Buenos Aires ya que, pese a con- tar con el apoyo del cabildo, la Real Audiencia de Charcas decidió citarlo a de- clarar 128. Una vez finalizado el conflicto y demostrada la inocencia de Mendo de la Cueva, no se lo envió a ocupar su cargo anterior, sino que fue nombrado por el rey corregidor de la ciudad de San Felipe de Austria y asiento de las mi- nas de Oruro. Mendo de la Cueva buscó mejorar las defensas de Buenos Aires, distribuyó armas y municiones, mandó a buscar al Brasil cañones y pólvora 129. La falta de ar- mamento fue una constante, ya que la capacidad productiva española, como expli- ca Magdalena de Pazzis Pi Corrales, era muy escasa. Tampoco contaban con mano

126 R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires…, op. cit., p. 261. 127 Ó. TRUJILLO: “Los gobernadores de Buenos Aires…”, op. cit., p. 99. 128 Sobre ello las actas de cabildo indican: “El obispo fray Cristóbal de Aresti excomulgó al gobernador sin merecerlo ni dar causa legítima”. Acuerdo del Cabildo de Buenos Aires, 29 de diciembre de 1637 (AGNA, AECBA, t. VIII, lib. V, p. 142). Sobre los desacuerdos entre el obispo y el gobernador véase C. BRUNO: Historia de la Iglesia en la Argentina, op. cit., t. II, pp. 31-42. 129 J. TORRE REVELLO: “Los Gobernadores de Buenos Aires…”, op. cit., p. 305.

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de obra cualificada, por lo cual la dependencia extranjera en materia de armamen- to era francamente perjudicial 130. Ante las noticias de la pérdida de Pernambuco y otras plazas, dispuso centinelas de a pie y a caballo en la costa del río: Doy cuenta a V. M. de que cuando entré en este gobierno por no hallar artillería de V. M. con el apresto conveniente para la defensa ni tener pólvora con que hacerla me resolvía a enviar a Río de Janeiro por la maderas necesarias para encabalgar catorce piezas que S M tiene en su Real Fuerte y la pólvora que se envía a pedir harán más de 500 ducados de gasto y nada del ha de ser de la hacienda de V. M. ni de la de los naturales sino de condenaciones que aplicaré para ello porque de la Real Caja, primero me sacaría los ojos que llegar a ella por llevar mira de tener siempre en ella de diez a doce mil pesos para lo que se ofreciera de accidentes del servicio de V. M. Buenos aires 20 de noviembre de 1638 años 131. También proveyó de caballos cimarrones a las tropas que actuaban en Chile 132. Decidido a poner fin a los conflictos con los indígenas, el gobernador comunicó al cabildo su decisión de visitar en persona la ciudad de Santa Fe y nombró a su hijo como su lugarteniente general 133. Allí promulgó unas ordenanzas relativas

130 La escasez de balas de cañón, la pelotería, también obligaba a su importación desde el exterior, siendo Milán y las provincias holandesas los principales centros abastecedores [M. DE PAZZIS PI CORRALES: “La armada de los Austrias”, Estudios, 27 (2001), p. 29]. 131 Acuerdo del Cabildo de Buenos Aires, 29 de diciembre de 1637 (AGNA, AECBA, t. VIII, lib. V, p. 142). 132 Mendo de la Cueva y Benavides a Felipe IV, 9 de noviembre de 1638 (AGI, Charcas, 28, r. 5, n. 51). “Considerando el continuo gasto que Vuestra Majestad tiene en el reino de Chile y la ordinaria necesidad que en él hay de caballos pues sin ellos no se pueden esperar buenos sucesos en la guerra me he determinado a hacer mil o dos mil caballos de los de esta campaña que prueban bien en aquel país para con ellos mi vida y sangre servir a la Majestad y para el efecto tengo hechos ya 600 y los tengo en potrero cerrado marcados con su Real marca de Su Majestad y hecha la cantidad que mas pudiese los despacho a mi costa hasta entregarlos en aquel Reino a quien el gobernador ordinario y si pudiera señor hacer otro servicio a S. M. los hiciera porque mi principal desvelo y caudal solo está fundado en esto y lo estuvo 44 años continuos que desde que tuve uso de razón serví en aquella campaña de Flandes”. 9 de noviembre de 1638. 133 Acuerdo del Cabildo de Buenos Aires, 4 de junio de 1640 (AGNA, AECBA, t. IX, lib. V-VI, pp. 33-39): “y el dicho señor gobernador le dio y entregó al capitán don Juan Bernardo de la Cueva y Benavídez, teniente general de gobierno, su hijo legítimo el cual hincado de rodillas le recibió [el estandarte real] y juró como caballero hijodalgo metiendo sus manos en las del señor gobernador hizo pleito homenaje de tener el dicho real estandarte en su poder”.

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a encomiendas, trato y guerra con los indios 134 y preparó una campaña contra los calchaquíes que amenazaban a los vecinos de la ciudad 135. En sus informes periódicos no dejó de comunicar sus méritos, como fue el del 12 de noviembre de 1638: en todo doy cuenta a V. M. como en los primeros cuatro meses que he servido a V. M. en este gobierno de Buenos Aires tengo entrada en su Real Caja diecinueve mil setecientos cincuenta y nueve pesos y dos reales. Suma mayor que todas juntas las que entraron en el gobierno pasado 136. Alicia Esteban Estríngana explica que dado que el monarca era el soberano propio y privativo de cada entidad político-territorial que componía el reino, la relación entre ellos se cimentaba en la fidelidad que, a su vez, presuponía una reciprocidad basada en obligaciones mutuas y en derechos bilaterales. Quienes se involucraban en una relación de fidelidad adeudaban porque prometían y, al mismo tiempo, se convertían en acreedores de promesas ajenas que esperaban que se cumplieran. Así la fidelidad, en el sentido de conformidad entre partes con obligaciones y derechos equivalentes, se concebía activa y debía materializarse en actos concretos 137. Por ello, cuando el gobernador redactó al rey un memorial so- bre sus servicios resaltó el concepto de que todo servicio conlleva un premio:

134 En lo esencial repetían las de 1603 dadas por Hernando Arias de Saavedra, con el agregado de la relación que debía mantenerse con los charrúas. Se impuso la obligación de pagar salario a los indios e indias encomendados. 135 Calchaquí es la denominación histórica recibida por un grupo de parcialidades de la etnia diaguita o pazioca que habitaban las actuales provincias de Salta, Catamarca y Tucumán. Los españoles fueron resistidos por estos pueblos originarios que organizaron tres alzamientos: la primera guerra calchaquí se desató en 1560 y fue conducida el cacique Juan Calchaquí; la segunda duró siete años (1630-1637) y fue dirigida por el curaca Chalamín. Los diaguitas volvieron a destruir las ciudades instaladas por los españoles, Londres II y Nuestra Señora de Guadalupe. En 1637 el ejército español atrapó y ejecutó al curaca Chalamín. Los habitantes del Señorío Diaguita que condujo la guerra fueron deportados y reducidos a la esclavitud. La tercera se extendió por ocho años (1658-1667) [A. M. LORANDI: “La resistencia y rebeliones de los diaguito-calchaquí en los siglos XVI y XVII”, Revista de Antropología 6 (1988), pp. 3-17; R. BOIXADOS: “El fin de las guerras calchaquíes. La desnaturalización de la nación Yocavil a la Rioja (1667)”, Corpus. Archivos virtuales de la alteridad americana 1 (2011), pp. 1-15]. 136 Mendo de la Cueva y Benavides a Felipe IV, 12 de noviembre de 1638, AGI, Charcas, 28, r. 5, n. 52. 137 A. ESTEBAN ESTRÍNGANA (ed.): Servir al rey en la monarquía de los Austrias…, op. cit., pp. 11-12.

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Después que llegué esta provincia gobierno de Buenos Aires a servir a V. Majestad he hecho con particular cuidado las diligencias necesarias para reconocer el estado de la tierra de que tengo dado a V M bastante relación en esta ocasión y por la que obliga a informar a V M de las personas de partes y valor, méritos y servicios de sus vecinos para que V.M. tenga noticia y haga merced en remuneración de lo que cada uno merece. Debo hacerla con bastante concepto de la del general Joan de Tapia de Vargas por lo bien que ha acudido a la Real Corona y como a centro dende han de hallar el premio= Remite sus papeles y memorial a V. M en que suplica se manden leer que puestos en manos tan liberales poderosas de tan gran señor que están produciendo gracia y merced a sus vasallos premiando a unos y obligando a otros ya que todos desean la ocasión de su Real Servicio para emplearse en ellas. Sírvase Vuestra Majestad de honrarle y hacer merced en las cosas que por su memorial representara o en lo más que fuera su Real voluntad de que lo que de ella procediera la estimara y tengo por muy particular. Dios guarde la católica y Real persona de V. M como la cristiandad la ha menester en su feliz monarquía y acrecentamientos de mayores reinos y señoríos. Buenos Aires 138. La situación del resto de la gobernación no era auspiciosa. La ciudad de Santa Fe, que estaba gobernada por Bernabé de Garay, nieto del fundador, vi- vió también el problema de la frontera y sufrió la destrucción de sus estancias, las continuas ausencias de los vecinos con motivo de las expediciones contra los indios vecinos y el éxodo de los pobladores. Ante el pedido de socorro, Mendo de la Cueva prometió una ayuda que pudo efectivizar con un fuerte costo polí- tico 139. También la situación de Corrientes a lo largo del período se hizo difícil dado el desgaste de hombres por las expediciones, la despoblación de la costa y la inseguridad constante en las comunicaciones hacia el sur. El capitán Cristó- bal de Garay y Saavedra, otro nieto del fundador, tomó a su cargo la defensa y aseguró el tránsito por la ruta que unía la ciudad con la de Santa Fe. Sin em- bargo, todo ello repercutió en la organización y economía de la ciudad, obligando a los habitantes a vivir constantes alertas de guerra, reseña de milicias, rondas y guardias permanentes (que sólo se alzaban por pedido del cabildo en épocas de cosechas), y vigilancia de las costas del Paraná por medio de balsas de patrullaje.

138 Mendo de la Cueva y Benavides a Felipe IV, 1638 (AGI, Charcas, 28, r. 5, n. 54). 139 Cuando Mendo de la Cueva consideró necesario organizar una campaña militar, el cabildo de Buenos Aires se opuso a que abandonara la ciudad y obligara a sus vecinos a integrar expediciones militares fuera de su jurisdicción. No obstante, el gobernador no cambió su idea y designó por teniente de gobernador a su hijo, Juan Hernando de la Cueva y Benavídez, no sin antes levantar un acta explicando lo sucedido. Los vecinos de Buenos Aires no tardaron en llevar sus quejas ante la Audiencia de Charcas.

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El gobernador Mendo de la Cueva decidió conducir personalmente una entra- da al Chaco con la ayuda de los guaraníes de las misiones jesuíticas. No obstan- te, esta expedición no logró estabilizar la frontera 140. También el avance de los indígenas, esta vez los caracaráes, llegó a destruir la reducción de Santa Lucía de Astos en Corrientes. El 21 de enero de 1641 –cuando todavía no había llegado a Buenos Aires la no- ticia del levantamiento de Portugal– entró triunfante a la ciudad luego de la cam- paña contra los calchaquíes: había escarmentado a los insumisos, había levantado un fuerte, e impuesto ordenanzas de convivencia y trabajo entre indígenas y en- comenderos. Sin embargo, nadie acudió a recibirlo, mudaron a su familia a una casa de “barro” y el cabildo le pidió que tuviera “su casa por cárcel”, que se abs- tuviera de hablar mal de los vecinos y que diera residencia del tiempo que usó de su cargo 141. Citado por la Audiencia de Charcas a raíz del pleito con el obispo, la gober- nación de Mendo de la Cueva acabó antes de lo previsto. Durante su ausencia se ordenó que don Francisco de Avendaño y Valdivia, gobernador del Tucumán, se hiciera cargo momentáneamente de la administración de Buenos Aires: Presentación del nuevo gobernador, caballero del Orden de Santiago 142, gobernador, capitán general, justicia mayor de las provincias por su Majestad […] para venir a servir los de esta gobernación del Río de la Plata mediante haberse mandado por autos de vista y revista de la dicha Real Audiencia que el señor Mendo de la Cueva y Benavídez, propietario de dichos oficios pareciese ante los señores de ella dándole orden pusiese en su lugar persona […] pues por ahora no venía a recibir merced sino a sustituir la ausencia del señor don Mendo 143. El interinato de Francisco de Avendaño se prolongó hasta el 13 de diciembre de 1640, cuando entregó la gobernación al señor don Ventura de Mújica, también

140 M. L. SALINAS: “Élites, encomenderos y encomiendas en el Nordeste argentino. La ciudad de Corrientes a mediados del siglo XVII”, Bibliográfica americana. Revista interdisciplinaria de estudios sociales 6 (2010), pp. 1-23. [http://200.69.147.117/revistavirtual/] 141 Acuerdo del Cabildo de Buenos Aires, 17 de diciembre de 1640 (AGNA, AECBA, t. IX, lib. V, p. 122). 142 Había sido admitido el 13 de diciembre de1635. Expediente de limpieza de sangre de Mendo de la Cueva y Benavides (AHN, OM, Caballeros Santiago, exp. 750). 143 Acuerdo del Cabildo de Buenos Aires, 8 de noviembre de 1640 (AGNA, AECBA, t. IX, lib. V-VI, pp. 68-79).

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caballero de la Orden de Santiago, que llegaba a la ciudad presentado cédula y provisión de Su Majestad, a bordo del navío Nuestra Señora de Nazaret. Cuatro días después nombró al capitán Pedro de Rojas y Acevedo como teniente general de gobernador 144. El mandato de Mújica, o Moxica, duró apenas veintiséis días ya que falleció, ordenando en su testamento que continuara en sus funciones Rojas. Su fiador, Juan Gutiérrez de Humanes, era otro de los nombres importan- tes del cabildo local. Había logrado ascensos militares con el gobernador Dávi- la, como capitán general de la guardia; había recibido mercedes de tierras de parte de Hernando Arias y, posteriormente, obtendría ascensos y favores del go- bernador Láriz, de quien se dice fue amigo íntimo 145. Informada la Real Audiencia de Charcas, su presidente, por Provisión Real del 14 de marzo 146, nombró gobernador interino a Andrés de Sandoval, vecino

144 Natural de Garachico, pueblo vecino a Santa Cruz de Tenerife, entroncado con la hidalga familia de los Azevedo. Vino a Buenos Aires con su hermano Gaspar, que fue escribano de registros y Hacienda Real. A la muerte de su hermano heredó la escribanía real, a la que añadió la del cabildo y la gobernación. Fue alcalde ordinario en 1626, teniente general en 1640 y, a la muerte del gobernador, fue reconocido como tal por el cabildo. Falleció en 1642 dejando una cuantiosa fortuna como casas de morada, tierras, chacras, estancias y veintitrés esclavos. Además, entre sus bienes muebles se destacaban ricos trajes de “terciopelo labrado negro”, otro de “picote de Córdoba leonado y negro”, otro sobre tafetán negro y uno más de “jergueta de Segovia”. No faltaban en su casa cuadros, un exquisito mobiliario, y vajilla de plata. Estaba casado con María de Vega, natural de Santiago del Estero. Fue enterrado en la iglesia de San Francisco en la capilla de San Antonio de Padua (R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires…, op. cit., pp. 659-661). 145 Molina relata que, a pesar de los favores y amistad con Láriz, Humanes se presentó en el juicio de residencia del gobernador para acusarlo de malos tratos. “No obstante su probanza don Láriz, éste le hizo dar de palos” (Ibidem, p. 338). 146 Era presidente de la Real Audiencia de La Plata don Juan de Lizarazu, del Consejo de Su Majestad. Sus padres fueron Juan de Lizarazu y Marcilla de Caparroso, señor del Palacio de Jaurrieta, y la dama sangüesina Ana María García de Recáin. Como hijo segundo, le correspondió seguir la carrera de letrado. De retorno a Navarra, ocupó de manera sucesiva los cargos de alcalde de la Corte Mayor y oidor de la Cámara de Comptos (1626). Nombrado presidente de la Real Audiencia en 1633, se trasladó al Perú junto a su mujer, hijos y criados. En 1640 se le concedió el hábito de la Orden de Santiago y dos años después recibió nombramiento como presidente de la Real Audiencia de Quito. Sobre los Lizarazu véase E. BRIDIKHINA: Theatrum mundi: entramados del poder en Charcas colonial, La Paz 2007.

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de Potosí, alcalde mayor de la Casa de la Moneda, quien se puso de inmediato en camino a Buenos Aires 147. Cinco días antes, en una sesión de cabildo, se había abierto una carta escrita por el propio Sandoval en la que les informaba que había salido rumbo a la ciudad, por lo que se decidió nombrar al alcalde ordinario Pedro de Pedraza Santillán y al regidor Juan Barragán 148, para que fueran a recibirlo. Entró a la ciudad el 17

147 Informaciones de Juan de Sandoval, 1637 (AGI, Charcas, 91, n. 5). En ellas se lee: “En la villa imperial de Potosí a nueve días del mes de marzo de mil y seiscientos y treinta y siete años […] Juan de Loysa Hurtado criado del rey Nuestro Señor que por su poder hago oficio de veedor de estar real armada certifico que conozco a don Andrés de Sandoval y Solís, ha servido de su majestad en la dicha armada de soldado aventajado y cabo de la escuadra del capitán Antonio Gómez Galiano”. El general Juan Gutiérrez de Garibay, del hábito de Santiago certificó “sus muchas y buenas partes” y le dio su escuadra “con la cual sirvió muy honradamente acudiendo a las cosas que le tocaban con mucha puntualidad y cuidado y hoy en día lo está continuando muy a satisfacción de sus oficiales como lo ha hecho en el tiempo que ha andado embarcado en la armada de la Guardia de las Indias […] don Lope Díaz de Armendaris, gentilhombre de la boca de su majestad y su capitán general de la Real Armada de la guardia de las Indias [lo nombró] mayordomo de los enfermos de la Real Armada”. El gobernador don Francisco Sarmiento de Sotomayor, corregidor y alcalde mayor de la ciudad de La Plata y Villa Imperial de Potosí, lo nombró en 1622 ayudante de sargento mayor. “Don Felipe Manrique, corregidor y justicia mayor de esta ciudad de Cuzco y su jurisdicción […] porque don Gerónimo Porcel que hasta ahora ha servido el oficio de alguacil mayor de esta ciudad ha cumplido con el tiempo de su nombramiento que en él fue hecho y conviene nombrar persona que ejerza el dicho oficio en el ínterin que el señor virrey de estos reinos provee el dicho oficio y confiado de las partes y calidades de don Andrés de Sandoval le fue adjudicado”. En 1628 fue elegido alcalde de soldados y regulares por mayoría de votos. “Fallo atento a que por la pesquisa e información secreta que he hecho y fulminado en la causa de residencia contra el dicho Andrés de Sandoval del tiempo que fue alcalde ordinario de esta ciudad no hallo de que poder hacer culpa”. [1636] “Y quede por procurador general de la ciudad don Andrés de Sandoval, alcalde de soldados por haber muerto don Rodrigo de Espinal […] Don Felipe de Arrieta, alguacil mayor que era de la Casa de la Moneda en esta Villa ha dejado el dicho oficio y según se ha dicho, se ha ido de esta provincia a las de Buenos Aires y no se sabe cuándo vendrá y el dicho oficio no puede estar sin que en él sirva y ejerza para la expedición de los negocios de la dicha casa de la moneda y porque don Andrés de Sandoval, vecino de esta villa es de las partes y calidades que se requieren […] el conde de Chinchón, virrey de estos reinos […] elige y nombra por alcalde de la dicha Casa de la Moneda a dicho don Andrés de Sandoval”. 148 Nacido en Perú en 1592 compró la regiduría de cuarto voto en Potosí, en la que fue confirmado por el rey el 15 de junio de 1620 y que ejerció hasta su muerte, acontecida en 1653. Fue alcalde de la Hermandad en diversas oportunidades y procurador de la ciudad en 1641 (R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires…, op. cit., p. 92).

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de julio de 1641 y luego de presentar sus títulos y designaciones se le extendió la vara. Fue durante su gobierno que llegaron las primeras noticias del levanta- miento de Portugal el 14 de mayo de 1641. Lo ocurrido en Lisboa el 1 de diciembre de 1640 tuvo una proyección inme- diata en los territorios americanos. El alzamiento de la metrópoli lusa brindó una magnífica coartada a las autoridades de los virreinatos americanos para des- plazar e incluso eliminar la presencia de los infiltrados portugueses. Por un la- do, los tribunales inquisitoriales de México y Lima se lanzaron con sospechosa intensidad contra los grupos conversos de origen portugués. Por otro lado, se los marginó y privó del ejercicio de cualquier ocupación llevados, en parte, por el miedo a posibles traiciones 149. El temor que sintió la población del puerto de Buenos Aires no fue infundado puesto que, efectivamente, desde Lisboa se plani- ficó un ataque procedente del Brasil por lo menos en tres ocasiones (en 1643, 1644 y 1650) sin que nunca se llevara a la práctica 150. Entre febrero y marzo de 1641 todo el Brasil se sumó al levantamiento bragancista, al mismo tiempo que desde Madrid se daban órdenes para evitar que la sublevación de la metrópoli portu- guesa se extendiera a sus territorios. Se despacharon órdenes a la América his- pana para que la población lusa que residía allí fuese desarmada y retirada hacia el interior del territorio. En agosto de ese mismo año, el gobernador de Buenos Aires informaba al rey la falta de hombres, armas, pólvora y municiones para la defensa de la ciudad “por el alzamiento y rebelión de los portugueses ocurrido en las ciudades de la vera del río” 151. Sandoval permaneció al frente del gobierno hasta fines de octubre. En sus tres meses de gobierno se dedicó a “proveer para la defensa de la ciudad” man- dando a fabricar carretones, planchadas, ruedas, reductores, explanadas de madera con piezas de bronce grandes, dieciséis ruedecillas arqueadas con dos arcos de hiervo cada

149 R. VALLADARES: “El Brasil y las Indias españolas durante la sublevación de Portugal (1640-1668)”, Cuadernos de Historia Moderna 14 (1993), pp. 151-172. 150 El objetivo era forzar el restablecimiento del comercio entre el Río de la Plata y el Brasil para acceder los portugueses al metal argentífero que desde el Potosí descendía a Buenos Aires (Ibidem, p. 162). 151 Acuerdo del Cabildo de Buenos Aires, 8 de agosto de 1641 (AGNA, AECBA, t. IX, libs. V-VI, p. 170).

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una y ocho ejes y otras fortificaciones con gastos sin haber ayuda de la Real Audiencia 152. El 29 del mencionado mes entregó el gobierno a don Jerónimo Luis de Ca- brera, quien había sido nombrado interinamente por el virrey del Perú, Pedro de Toledo y Leiva, marqués de Mancera 153. Sin duda, se requería a un hombre con experiencia militar 154: por los singulares servicios que ha hecho a Su Majestad en la provincia de Tucumán así en el descubrimiento del paraje de los Césares como en la guerra que hubo en ella contra los calchaquíes llevando cuarenta soldados españoles a su costa y por el conocimiento particular que tiene de los sitios y parajes de dicha provincia y de la de Buenos Aires y séquito grande de los caballeros y demás vecinos de entrambas provincias por la autoridad de su persona y por el agrado y buen tratamiento que les hace […] [destaca] su valor, fineza y buen proceder. […] el marqués de Mancera 155. Descendiente y, a la vez, emparentado por matrimonio con los más promi- nentes linajes, ejerció el cargo hasta el año 1646 156. Llegó a la ciudad con ochen- ta hombres, quienes se alojaron en casas que el cabildo alquiló cercanas al fuerte

152 El 23 de octubre el cabildo de la ciudad elevó un informe dando cuenta del “cuidado y diligencia conveniente y debida al servicio de toda materia del gobierno, guerra y milicia para la buena guardia y defensa de esta ciudad”. Además, se le entregó poder para que a su regreso a Potosí atendiese, en nombre de la ciudad, en todos los pleitos, causas y negocios civiles, criminales y eclesiásticos. Acuerdo del Cabildo de Buenos Aires, 23 de octubre de 1641 (AGNA, AECBA, t. IX, libs. V-VI, pp. 176-182). 153 El virrey no tuvo en cuenta el nombramiento que tres meses antes había hecho la Real Audiencia a favor de Andrés de Sandoval. 154 En 1612 fue elegido alcalde de 2º voto y alférez real interino del cabildo de Córdoba; así como en 1615 y 1618 ocuparía, respectivamente, los cargos de teniente de gobernador y procurador general de esa ciudad. En 1621 emprendió, con la aprobación de las autoridades de la provincia, una expedición hacia el legendario país de los Césares, que se creía repleto de oro y plata y llegó hasta el sur de Chile. Nueve años después secundó al gobernador de Tucumán, Felipe Albornoz, en la campaña destinada a sofocar el alzamiento calchaquí. Repobló Londres y en todas partes impuso el orden con mano dura, al extremo de hacer descuartizar al cacique rebelde Coronilla. Sobre los Cabrera véase F. V. ARENAS LUQUE: El fundador de Córdoba don Jerónimo Luis de Cabrera y sus descendientes, Buenos Aires 1939. 155 Fragmento de los títulos presentados ante el Cabildo de Buenos Aires el 29 de octubre de 1641 (AGNA, AECBA, t. IX, libs. V-VI, pp. 183-190). 156 Fue dueño de las estancias cordobesas “La Lagunilla”, “San Pedro”, “San Lorenzo”, “San Francisco”, “San Bartolomé” y del puesto “El Tambo”, y encomendero de los indios

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de la ciudad 157. En su comitiva venía su hijo, Francisco Luis, a quien nombró capitán. Al asumir el mando presentó dos fiadores, el maestro mayor Marcos de Se- quera y Pedro Guerrero, quien también había sido fiador del gobernador inte- rino Avendaño. Sequera, que desempeñaba funciones en el cabildo, era un hombre de gran fortuna gracias a las mercedes de tierra que había recibido del gobernador Dávila. A fin de seguir tendiendo redes con la población porteña, promovió a Luis de Aresti, sobrino del controvertido obispo, por teniente general de justicia y guerra 158. Una vez en Buenos Aires, el nieto de Garay y sobrino e hijo políti- co de Hernando Arias fue quien llevó a cabo el registro, desarme y expulsión de los lusitanos avecindados o residentes en dicho puerto y también en Santa Fe y Corrientes 159. Asimismo, el acostumbrado rigor de Cabrera se puso de manifiesto

comechingones de “Costasacate” y de Río Cuarto. Estuvo casado con su prima hermana Isabel de Saavedra Becerra o de Saavedra y Garay, hija del gobernador Hernando Arias de Saavedra y de su mujer Jerónima de Contreras Garay, una de las hijas del fundador de Buenos Aires. En 1646, fue trasladado al gobierno de Chucuito, en el Perú, de donde retornó al Tucumán, en 1659, con la jerarquía de gobernador y capitán general de esa provincia, encargado de liquidar la guerra calchaquí que desatara Bohórquez. Ocupado en tales preparativos bélicos murió, víctima de un cáncer de laringe, el 18 de junio de 1662 [A. MOYANO ALIAGA (coord.): Don Jerónimo Luis de Cabrera, 1528-1574. Origen y descendencia, Córdoba (Argentina) 2003]. Es interesante notar que don Jerónimo solicitó el hábito de Santiago. Un extenso expediente de más de 500 folios finaliza reprobándolo porque al encontrar una gran cantidad de folios mal acomodados y problemas con los testigos: “se reconoce que los testigos de Sevilla hablaron con poca luz” (AHN, OM, Reprobados Santiago, exp. 62, 1649). Sin embargo, no sería desacertado pensar que el verdadero motivo del rechazo se encontraba en que no era oriundo de la Península. Véase A. JIMÉNEZ MORENO: “Nobleza, guerra y servicio a la Corona: los caballeros de hábito en el siglo XVII”, Universidad Complutense de Madrid, 2011 [tesis doctoral inédita], p. 539. 157 Acuerdo del Cabildo de Buenos Aires, 21 de octubre de 1641 (AGNA, AECBA, t. IX, libs. V-VI, pp. 174). 158 Maestre de campo en el Paraguay y Río de la Plata, acompañó a Esteban Dávila en las guerras del Calchaquí. En 1637 fue designado almirante. Fue alcalde de primer voto entre 1655 y 1658, alférez real, sargento mayor y general de caballería. El gobernador Cabrera le concedió una merced de tierras lindante con las de Alonso de Vera (R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires…, op. cit., p. 62). 159 Por Real Cédula de 7 de enero de 1641 se ordenó suspender a los portugueses que ejercían cargos públicos, desterrándolos. Cabrera dispuso el registro y desarme de los avecindados

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en un escarmiento contra los indómitos charrúas, que intranquilizaban la re- gión santafesina. Ante el peligro que significó la separación de Portugal, el virrey de Perú de- signó a Córdoba plaza de armas “para dar socorros a la del Río de la Plata […] contra los enemigos de Europa” 160. Para mayo de 1642 los soldados cordobeses se encontraban en Buenos Aires, conducidos por el recientemente nombrado go- bernador del Tucumán don Baltasar Pardo de Figueroa, y allí permanecieron por un tiempo de tres meses. A partir de ese momento los llamados de auxilio a Cór- doba fueron continuos 161. En aquellas circunstancias importaba reforzar las obras del fuerte y organizar los elementos de defensa. Cabrera hizo levantar dos bastiones en la boca del Riachuelo y construir unas tartanas para disponer de ele- mentos fluviales destinados a la defensa del puerto. Al peligro bélico se sumó la grave situación económica por la que pasaba la ciudad como resultado de la total clausura del puerto y del corte de intercam- bios mercantiles entre Buenos Aires y el sur de Brasil 162.

en la gobernación, lo que dio un total de ciento ocho sobre una población de mil quinientas personas. El cabildo eclesiástico notificó a los religiosos y clérigos portugueses que salieran de Buenos Aires. Finalmente, el 26 de enero de 1643 se dio a conocer por bando la expulsión (V. SIERRA: Historia de la Argentina…, op. cit., p. 295). Se sirvió para ello del ayudante Cristóbal de Ahumada, sobrino de un fraile dominico con quien traficaba esclavos a Chile, criado del gobernador Dávila, quien pasó a ser el principal agente de la inteligencia del gobernador Cabrera contra los portugueses sospechosos, vigilándolos y requisándolos (Ó. TRUJILLO: “Los gobernadores de Buenos Aires…”, op. cit., p. 100). 160 H. R. LOBOS: Historia de Córdoba, t. II, Córdoba (Argentina) 2009, p. 22. 161 A fines de 1645 marchó un contingente de treinta soldados pagos por cinco meses al mando del capitán Miguel de Medina. A fines de 1650 se realizó un nuevo reclutamiento ante la noticia que los portugueses intentaban tomar Buenos Aires. Tras cinco meses de permanencia en el puerto, los soldados se retiraron sólo para volver al año siguiente ante una amenaza similar (Ibidem, pp. 22-23). 162 Para entonces en la ciudad comenzaba a experimentar en el comercio de cueros, que iba a tener un verdadero auge a partir de 1680. Hasta ese momento, la actividad ganadera importante era la cría de mulas destinadas al mercado peruano. Esta actividad fundamenta una de las riquezas de la región. Sobre el tema puede consultarse J. C. GARAVAGLIA: “De la carne al cuero. Los mercados para los productos pecuarios (Buenos Aires y su campaña, 1700-1825)”, Anuario del IHES 9 (1994), pp. 61-96; F. JUMAR: “El primer boom de la exportación de cueros y la sociedad local. Río de la Plata. Fines del siglo XVII y comienzos del XVIII”, en XXI Jornadas de Historia Económica, 23 al 26 de septiembre de 2008, Caseros, Argentina [http:// www.fuentesmemoria.fahce.unlp.edu.ar/trab_eventos/ev.712/ev.712.pdf]

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El 13 de octubre de 1645, con un año de demora, llegaron al cabildo de Bue- nos Aires las noticias del fallecimiento de la reina Isabel de Borbón. El cabildo mandó de inmediato que se hicieran las exequias y honras fúnebres: que la po- blación se vistiera de luto, que hubiera misa solemne y sermón, novenario y tú- mulo. El cabildo correría con los moderados gastos del adorno y la cera, teniendo en cuenta la falta de propios y la penuria de la ciudad. Se inició la bús- queda de cera y de las bayetas y anacotes y “todas las cosas negras de que se puedan hacer lutos” pero no les fue posible encontrarlas, tal como sucedió “en otra ocasión de la muerte del rey Felipe III” 163. La extrema pobreza de Buenos Aires, nuevamente manifestada por el cabildo, no impidió la ejecución de las honras el día 31 de octubre con “la cera blanca que se hallara y con vigilia y mi- sa cantada y que se aderece el túmulo y que se le den dos mil maravedíes de pro- pios para los lutos” 164. El interinato de Cabrera finalizó cuando llegó a la corte la noticia de la muer- te del gobernador Ventura de Mújica y el rey buscó un sucesor. Designó a tal efecto a don Jacinto de Láriz y Orellana, caballero de Santiago, que había gana- do el grado de maestre de campo en las guerras de Flandes e Italia 165. El 2 de mayo de 1645, por Cédula Real, se le expidió el título de gobernador y unos días después, otra en la que se le encomendaba hacer el juicio de residencia a sus antecesores 166.

163 Acuerdo del Cabildo de Buenos Aires, 21 de octubre de 1641 (AGNA, AECBA, t. IX, libs. V-VI, pp. 487-490). Para el estudio de las honras fúnebres de Felipe III véase H. ZAPICO: “Liturgia política, poder e imaginario en el Buenos Aires del siglo XVII: las fiestas reales”, en H. ZAPICO (coord.): De prácticas, comportamientos y formas de representación…, op. cit., pp. 97-158. 164 Acuerdo del Cabildo de Buenos Aires, 31 de octubre de 1645 (AGNA, AECBA, t. IX, libs. V-VI, p. 490). 165 “Por no haber aceptado don Rodrigo de Mendoza, residente en la Provincia del Perú, el cargo de gobernador del Río de la Plata”. Acuerdo del Cabildo de Buenos Aires, 2 de mayo de 1645 (AGNA, AECBA, t. X, lib. VI, p. 43). 166 Sobre los juicios de residencia en el Río de la Plata véase Ó. TRUJILLO: “Fieles y leales vasallos. Agentes subalternos y poder en los juicios de residencia. Buenos Aires, mediados del siglo XVII”, en D. BARRIERA (comp.): Justicias y fronteras. Estudios sobre historia de la Justicia en el Río de la Plata. Siglos XVI-XIX, Murcia 2009, pp. 51-64. Sobre los juicios en Hispanoamérica J. M. MARILUZ URQUIJO: Ensayo sobre los juicios de residencia indianos, Sevilla 1952; A. CARO COSTAS: El juicio de residencia a los Gobernadores de Puerto Rico en el siglo XVIII, San Juan de Puerto Rico 1978. Entre otros, M. PONCE: El control de la gestión

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El 16 de abril del año siguiente llegaron cartas al cabildo de Buenos Aires en las que se le informaba que el nuevo gobernador había llegado al reino de Chi- le y que iba a permanecer unos días en Mendoza 167. Dos meses después se pre- sentaba ante el cabildo, que lo recibió y reconoció como gobernador y capitán general de Buenos Aires, Santa Fe y San Juan de la Vera de las Corrientes del río Bermejo por el término de cinco años. Cabrera le entregó el bastón y las in- signias del cargo 168. El citado Juan Gutiérrez de Humanes recibió el título de teniente de gober- nador del que fue merecedor por sus servicios propios como de sus pasados, que el capitán Pedro López Tarifa, su abuelo es notorio y consta había servido uno de los primeros conquistadores y pobladores de esta ciudad y puerto […] y ser la voluntad de su majestad que las tales personas de partes y servicios sean premiadas y ocupadas en oficios y cargos preeminentes 169. Fue además regidor, alférez real, capitán de guerra y alcalde, “hechura y ami- go íntimo” del gobernador Láriz, según don Felipe Herrera Guzmán 170. Una vez más se comprueba la importancia de la fidelidad y la obediencia como principios

administrativa en el juicio de residencia al Gobernador Manuel González Torres de Navarra, Caracas 1985; L. VACCARI SANMIGUEL: Sobre gobernadores y residencias en la provincia de Venezuela (Siglos XVI, XVII, XVIII), Caracas 1992; T. HERZOG: “La comunidad y su administración. Sobre el valor político, social y simbólico de las Residencias de Quito (1653- 1753)”, Mélanges de la Casa de Velázquez 34/2 (2004), pp. 161-184. 167 Allí residía su medio hermano el general Francisco de Láriz y Deza. Acuerdo del Cabildo de Buenos Aires, 16 de abril de 1646 (AGNA, AECBA, vol. 10, lib. VI, pp. 18-19). 168 Al llegar tomó residencia al gobernador y a los demás ministros. Por otra parte, se sabe que el Rey le permitió pasar armas y 2000 ducados en joyas y plata labrada (Ibidem, pp. 43-50). 169 El documento agrega que: “a cuya conquista de los indios naturales entró en los reinos de España con licencia de su majestad sirviendo a su costa y mención como leal vasallo y haber acudido a lo mismo el capitán Pedro Gutiérrez su padres de más de cincuenta años a esta parte que ha, entró a esta ciudad y puerto también debajo de licencia de su majestad con el gobernador don Diego Rodríguez de Valdés y de la Banda, ocupando cargos y oficios como ha sido el de contador, juez, oficial real, regidor, alférez real, alcalde y sargento mayor, teniente de gobernación y justicia mayor de esta ciudad, y haber continuado el dicho Juan Gutiérrez Umanes a imitación de sus pasados” (Ibidem, p. 172). 170 R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires…, op. cit., p. 338.

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básicos en las sociedades de Antiguo Régimen, aún en lugares tan remotos como la austral ciudad de Buenos Aires. Lealtad y fidelidad eran los elementos clave en el vocabulario y la práctica política 171. Recién llegado presentó a sus fiadores en las personas de Pedro Giles, extre- meño, comerciante, propietario de esclavos, casas, chacras y estancias; Cristóbal Cabral de Melo, capitán de origen portugués; el médico vizcaíno Alonso de Ga- rro y Arechaga y otro vizcaíno, Roque de San Martín, quien había llegado a Buenos Aires acompañando al gobernador Dávila. Le tocó al nuevo gobernador recibir al tercer obispo de Buenos Aires, al do- minico fray Cristóbal de Mancha y Velasco 172. Ocho años había pasado la dió- cesis sin pastor, gobernada por el cabildo eclesiástico 173. El prelado entró a la ciudad el 6 de octubre de 1646 y lo acogieron “con el cabildo, justicia y regi- miento y lo más del pueblo” 174. Entre las primeras medidas adoptadas, destacó la visita al obispado disponien- do la erección de la parroquia de San Juan Bautista. Luego visitó las reducciones

171 X. GIL: “The good law of a Vassal: fidelity, obedience and obligation in Habsburg Spain”, Revista Internacional de Estudios Vascos. Cuadernos 5 (2009), pp. 83-106. 172 Fraile dominico nacido en Lima. Hijo legítimo de don Cristóbal de la Mancha y Velasco y de doña María de Contreras. Tomó el hábito en su ciudad natal y de allí pasó al Cuzco a servir la cátedra de teología por doce años, al mismo tiempo que ejercía de cura doctrinero en varios pueblos. Su buena reputación como teólogo y doctrinero lo llevaron a España y Roma como procurador de su provincia. En Madrid fue calificador del Consejo de la Inquisición. Electo obispo del Río de la Plata, fue consagrado en Lima en 1645 y al año siguiente, el 6 de octubre, entraba a Buenos Aires “sábado, a las tres y media de la tarde, poco más o menos” (C. BRUNO: Historia de la Iglesia en la Argentina, op. cit., t. II, p. 52; R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires…, op. cit., p. 442). 173 Al partir fray Cristóbal Aresti para Charcas, a mitad de 1638 dejó como provisor y gobernador del obispado a don Gabriel de Peralta, homónimo del licenciado que ocupara igual oficio en la anterior vacante. Muerto el obispo Aresti a fines del año siguiente, el cabildo eligió al licenciado Luis de Azpeitia como provisor y vicario general quien después de dos años y medio de gobierno renunció por falta de salud. En el nombramiento de un nuevo provisor el cabildo se decidió por el canónigo Gabriel Peralta (C. BRUNO: Historia de la Iglesia en la Argentina, op. cit., t. II, pp. 43-46). 174 “Así que llegó, en la esquina de doña Victoria de Alderete, donde estaba puesto un altar se apeó Su Señoría Ilustrísima; y, hincado de rodillas, hizo la profesión de la fe ante los señores Deán y Arcediano. Montó de nuevo en su mula y, bajo el palio, cuyas varas sostenían los regidores, llegó a las puertas de la catedral y entró solemnemente en ella, con ornamentos pontificiales” (Ibidem, p. 53).

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y las misiones jesuíticas con el objetivo de delimitar definitivamente el obispa- do, separándolo del de Paraguay. Por auto del 5 de noviembre de 1648, los pue- blos situados al sur del río Paraná quedaron bajo el de Buenos Aires. Otro de los actos trascendentes fue la convocatoria del sínodo diocesano de Buenos Aires en 1655 175. Una de las grandes preocupaciones del obispo fue dotar a la ciudad de una nueva catedral que reemplazara a la existente 176. Dice Bruno que veneró el obispo con singular fervor el Santísimo Sacramento y mostró su devoción no sólo en la que tenía en la festividad del Corpus Christi sino en que, llevándose antes el Santísimo con poca decencia a los enfermos y de ordinario encubierto, el señor obispo instituyó una cofradía de los esclavos del Señor, de la gente más lucida de esta ciudad, en que se alistó, firmándose en la erección fray Cristóbal, esclavo de los esclavos del Señor 177. Fiel a su rey, don Cristóbal sobresalió también en su devoción a María y en la propagación de su culto. Como es bien sabido, la monarquía de los Habsburgo apostó por la ortodo- xia católica recogiendo los dogmas y principios que la caracterizaron, como por ejemplo la Eucaristía y, en el caso específico hispánico, la Inmaculada 178. A lo

175 En la reunión se trató de resolver cuestiones relacionadas con los curatos, que los jesuitas desempeñaban en los pueblos misioneros. Por esta razón se resienten las relaciones con los representantes de la Compañía de Jesús, que se niegan a entregar sus jurisdicciones al obispo, y también con el gobernador Baygorri, defensor de los jesuitas (C. BRUNO: Historia de la Iglesia en la Argentina, op. cit., t. II, p. 443). 176 La obra se proyectó en 1662 y se terminó nueve años después. 177 C. BRUNO: Historia de la Iglesia en la Argentina, op. cit., t. II, p. 54. En la primera década del siglo XVII ya funcionaban al menos cinco cofradías identificadas como Cofradía del Santísimo Sacramento, de San Martín, Ánimas del Purgatorio, Limpia Concepción de Nuestra Señora y Santísimo Rosario de Mayores. A lo largo del siglo fueron surgiendo nuevas como Santa Veracruz, San Telmo, San Sebastián, Santísima Virgen de Guía, Nuestra Señora del Carmen, San Antonio de Padua o el Nombre de Jesús. Todas ellas fundadas en las primeras décadas. Hacia mediados, encontramos, entre otras, a Nuestra Señora de la Soledad, Señores Soldados del Presidio de Buenos Aires, Hermandad del Santo Cristo y Hermandad de San Pedro [A. M. GONZÁLEZ FASANI: “El espíritu cofradiero en el Buenos Aires colonial (siglos XVII-XVIII)”, en H. ZAPICO (coord.): De prácticas, comportamientos y formas de representación…, op. cit., pp. 261-295]. 178 F. N EGREDO DEL CERRO: “La palabra de Dios al servicio del Rey. La legitimación de la Casa de Austria en los sermones del siglo XVII”, Criticón 84-85 (2002), pp. 295-311; J. A. PEINADO GUZMÁN: “La monarquía española y el dogma de la Inmaculada Concepción:

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largo del siglo XVII la dinastía se presentó como llamada a combatir la herejía o el infiel y el monarca como pacificador y justiciero. El púlpito fue, en toda la ex- tensión de los territorios de la Monarquía, un altavoz privilegiado para difun- dir ideologías concretas orientadas a la aceptación de los valores demandados por el poder. Mediante la devoción eucarística, los católicos se convertían en los hijos verdaderos de Dios, ya que las iglesias reformadas rechazaban este dogma. Así, “de la casa de Austria se pasaba a la Fe de Austria y de la Fe, al Dios de Aus- tria. Comulgar se convirtió en la mejor forma de agradar a Dios” 179. Junto a la Eucaristía, la Inmaculada se presentó como otro “aglutinante mís- tico” especialmente defendido e impuesto por Felipe IV. María se distinguió como abogada especial de la Monarquía. En Buenos Aires el obispo Mancha apoyó y difundió el culto a la Purísima Concepción 180. Si bien en principio la convivencia fue pacífica 181, el gobierno de Láriz des- tacó por las constantes controversias con el obispo originadas por la prepotencia del primero, que lo llevó a quebrantar prácticas y costumbres de la ciudad 182. El

fervor, diplomacia y gestiones a favor de su proclamación en la Edad Moderna”, Chronica Nova 40 (2014), pp. 247-276. 179 F. N EGREDO DEL CERRO: “La palabra de Dios al servicio del Rey…”, op. cit., pp. 300-301. 180 “Tuvo en todo el discurso de su vida muy cordial devoción a la Virgen; defendió y apoyó siempre su purísima Concepción, aun cuando vivía en los claustros religiosos” (C. BRUNO: Historia de la Iglesia en la Argentina, op. cit., t. II, p. 54). 181 El 26 de noviembre de 1646 el gobernador informaba: “También llegó a este puerto a los primeros de octubre de este año, el obispo de esta provincia que tan bien le ha servido a la ciudad, de consuelo y con su buen celo y mucha capacidad, da muestras de procurar el bien de las almas y servicio de V.M. paz y quietud de la república en que en esta parte y con este fin hemos muy conformes al obispo y gobernador cosa que para todos es de mucho consuelo y gusto. Ha tratado de reedificar la iglesia de que necesita nuevo por estar muy maltratada y también de fundar el seminario que debe haber en todas las iglesias catedrales pero esta como es tan pobre lo uno y lo otro tendrá mucha dificultad, no obstante el buen ánimo del obispo, si V.M. con su mucha caridad, no favorece esta iglesia y ciudad que está en suma pobreza, en particular socorriéndola, o para la reedificación de la iglesia o para el seminario, con los dos novenos que pertenecen a V.M. de los diezmos” (Jacinto de Láriz a Felipe IV, 26 de noviembre de 1646 [AGI, Charcas, 28, r. 6, n. 56]). 182 Enrique PEÑA ha estudiado diligentemente el período gubernativo de este irascible personaje en Don Jacinto de Láriz, Turbulencias de su gobierno en el Río de la Plata, 1646- 1653, Madrid 1911.

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obispo Mancha había dispuesto la erección de un seminario, sin embargo, cuan- do estaba todo dispuesto, el gobernador no lo permitió y expulsó a los sacerdo- tes. Esta y otras acciones derivaron en su excomunión 183. Además, se ha comprobado que tanto él como sus sucesores y el presidente de la Audiencia, Joseph Martínez de Salazar, toleraron y autorizaron, a pesar de la prohibición, el comercio con navíos extranjeros arribados, y no se detuvieron allí. Láriz intentó personalmente promover el comercio con el Brasil 184. Entre sus múltiples acusaciones, el gobernador Láriz contaba no sólo con la de desterrar al tesorero Juan Vallejo, sino de asesinarlo: “había mandado le die- sen veneno” por mano de uno de sus confidentes, el mencionado Cristóbal de Ahumada 185. Durante su gobernación, Láriz forjó una red de leales. No obs- tante, las relaciones que entabló con las élites no fueron duraderas. Si su gobierno fue “tumultuoso”, su juicio de residencia no le fue a la zaga. Al- gunos de los numerosos cargos por los que debió responder el conflictivo gober- nador en 1659 incluyeron el no haber hecho bautizar a los indios, “ni haberles dado más doctrina que de hacer carbón, cortar madera y leña y carretear [...] sin darles la paga de la ordenanza” 186. En febrero de 1651, el Consejo de Indias nombró como gobernador del Río de la Plata a un nuevo caballero del hábito de Santiago. De los venidos desde la Península sólo uno, Pedro Dávila, no obtuvo esta distinción, los demás fueron

183 C. BRUNO: Historia de la Iglesia en la Argentina, op. cit., t. II, pp. 61-66. En carta explicativa enviada al rey con posterioridad al suceso disculpaba su insólita conducta: “De veinte y tres de junio recibí una Cédula Real de V.M. del año de cuarenta y nueve en que me manda avise de un seminario que trataba de hacer el obispo de este puerto recién entrado en él. Como […] que no savia la capacidad que tiene la tierra por su mucha pobreza y en este particular del seminario no es practicable porque era una casa que un hombre que aquí murió dejó para pobres del lugar. Y el Reverendo obispo quiso introducir seminario la casa se cayó de suerte que hoy no hay forma ninguna porque en la otra casa se encierran ganados y nos es de provecho y en lugar de este seminario se podía levantar la iglesia mayor […] por estar toda destrozada y sin torre. Teniendo las campanas colgadas en un palo, cosa de gran lástima y que V.M. podía mandarlo remediar al ser del servicio de Dios” [Jacinto de Láriz a Felipe IV, 26 de enero de 1651 (AGI, Charcas, 28, r. 6, n. 56)]. 184 Z. MOUTOUKIAS: “Burocracia, contrabando y autotransformación de las elites…”, op. cit., pp. 213-248. 185 Juicio de Residencia del gobernador Jacinto de Láriz, 1653 (AGI, Escribanía, 893). 186 Sentencia del Consejo por el Juicio de Residencia del gobernador Jacinto de Láriz, 1659 (AGI, Escribanía, 1190, 4 sentencias).

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caballeros y aún comendadores. Parece fuera de duda, y así se viene realzando por la historiografía más reciente –española, francesa, italiana y portuguesa–, que existe un acuerdo social espontáneo y ratificado por la corona de aceptar las órdenes de caballería como definidoras de nobleza y de los valores relativos a ella, en especial, el del honor y, junto a él, la virtud 187. Sin duda, la persona titular de la merced de caballero adquiría un gran pres- tigio social. Es más, no solamente eran caballeros de la Orden de Santiago, lo que acreditaba nacimiento, riqueza y limpieza de sangre, sino que habían lucha- do en Flandes 188. En el caso de Láriz y Baigorri fueron compañeros de armas, de donde nació una profunda enemistad después de una discusión. Fue a este Pedro de Baigorri Ruiz a quien el rey extendió el título de gober- nador del Río de la Plata por cédula del 23 de octubre de 1651 189. En febrero de 1653, arribó al puerto de Buenos Aires en el navío San Salvador y una de sus primeras actuaciones fue juzgar a su predecesor, Jacinto de Láriz, que por su

187 E. POSTIGO CASTELLANO: “El honor de concepción caballeresca. Consideraciones sobre el concepto de honor en los tratadistas de las órdenes de caballería en Europa (siglos XVI-XVII)”, Anuario IEHS 14 (1999), p. 258. Sobre la limpieza de sangre, requisito con el que se intentaba evitar la “infiltración” de personas de origen converso en las instituciones de la época (universidades, órdenes religiosas, cargos municipales, ejército, etc.) puede consultarse la tesis doctoral inédita de D. VALOR BRAVO: Los Infantes-Comendadores. Modelo de gestión del patrimonio de las órdenes militares, Universidad Rey Juan Carlos, Madrid 2013, pp. 126-137. 188 Hubo dos claves en la política exterior de los Felipes: 1. Asegurar las rutas marítimas y terrestres que unían la Península ibérica con las tres capitales de su imperio continental, Nápoles, Milán y Bruselas, así como el de las que enlazaban a éstas entre sí; 2. Conservar Flandes. Habida cuenta de que las indicadas vías de comunicación apuntaban todas ellas hacia Flandes, la ambición de la monarquía podría reducirse en Flandes y sostenerse allí. Es que el dominio de Flandes, de los caminos que conducían a él y del Mar del Norte significaban para Madrid tanto como la independencia política y económica y la tranquilidad de las Españas ultramarinas. Nada más y nada menos. El conde-duque de Olivares acertó a expresar con exactitud el alcance de las pretensiones hegemónicas de su patria: “para ser el primero del mundo le sobra mucho (a V. M.); ser solo no es posible” [J. ALACALÁ-ZAMORA: “Velas y cañones en la política septentrional de Felipe II”, Cuadernos de Historia Jerónimo Zurita 23-24 (1970-1971), p. 226]. Sobre la centralidad de Flandes véase, entre otros, del mismo autor, España, Flandes y el Mar del Norte, (1618-1639), Madrid 1975, y la clásica obra de G. PARKER: The Army of Flanders and the Spanish Road, 1567-1659, Cambridge 1972. 189 Confirmación de Oficio: Jerónimo Luis de Cabrera, 20 de febrero de 1627 (AGI, Charcas, 67, n. 54).

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descaro en las prácticas de contrabando fue condenado a inhabilitación, destie- rro perpetuo y confiscación de bienes. El nuevo gobernador de Buenos Aires era natural de la ciudad de Corella (Navarra) y caballero de la Orden de Santiago desde el 7 de abril de 1650 190. En Europa, previamente se había destacado en el terreno militar como capitán y sargento mayor. Posteriormente, había obtenido el grado de maestre de cam- po por “sus destacados servicios en Flandes” 191. Cuando Baigorri Ruiz llegó a Buenos Aires, la ciudad sufría una terrible epi- demia, habían muerto numerosos vecinos y una importante cantidad de indios y esclavos negros 192. Las estancias habían quedado despobladas y el servicio de mi- licias también se afectó por la falta de reclutas. En el contexto de la guerra con Portugal, la desmilitarización de Buenos Aires y la presencia de portugueses en Brasil, libres del enemigo holandés, constituían una amenaza que debía ser aten- dida. Para solucionar esto, el gobernador compulsó a los mozos ociosos y sin ocu- pación para completar la guarnición del fuerte, bajo la pena de ser declarados

190 Expediente de Pureza de Sangre de don Pedro Baigorri Ruiz, 7 de abril de 1650 (AHN, OM, Caballeros Santiago, exp. 810). 191 P. DE ANGELIS: Colección de obras y documentos relativos a la historia antigua y moderna de las Provincias del Río de la Plata, t. II, Buenos Aires 1836, p. 204. 192 “Cuando salí a tierra hallé poco número de gente de todos estados, y esa convaleciente, o todavía en el rigor del contagio de peste que había once meses que los afligía y todos sobre la barranca del puerto, que a la voz de nuevo gobernador habían salido y con manifiesto peligro de sus vidas algunos. Porque si el contagio y peste les había durado once meses, el rigor de mi antecesor, siete años. En el contagio murieron según estoy bien informado, por el cuidado que el Rdo. Obispo Maestro don fray Cristoval de Mancha Velasco puso en las matrículas más de 1500 personas. Los dos tercios de gente de servicio, negros e indios y la otra parte de españoles, afligiendo más el mal a las mujeres, de quienes fue el mayor número, y el menor de niños, a quienes hizo menos impresión. Y de lo que gozoso doy cuenta a V. M. para gloria de Dios el Reverendo obispo, que no murió ninguno sin los santos sacramentos, ni en la ciudad ni en el campo, de los que tenían conocimiento de Dios, Nuestro Señor, porque había y hay muchos indios en esta provincia bautizados por el indiscreto fervor de sacerdotes, pero atentos a lo principal, juzgando que harían gran hazaña en bautizar adultos, sin la prevención de doctrina necesaria, y a los pequeños dejándolos entre la infidelidad y barbarismo de sus padres, daño reparado por el prelado, no para lo pasado porque la falta de sacerdotes e imposibilidad de reducir en buena forma estos indios, lo imposibilita pero ayudaré a este santo celo y trabajaré cuanto mis fuerza alcanzaren, y sin el amparo de V.M. no se conseguirá jamás, por lo que diré en esta relación” [Pedro Baigorri Ruiz a Felipe IV, 6 de diciembre de 1653 [AGI, Charcas, 28, r. 7, n. 62]).

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vagabundos y malhechores, con internación o destierro. En una carta enviada a Su Majestad, Baigorri Ruiz destacaba la encomiable actuación del obispo Cristó- bal de la Mancha y Velasco quien, en tiempos de la peste, se había encargado de que nadie muriera sin los sacramentos. Por entonces, las relaciones entre el go- bernador y el obispo Mancha eran cordiales, pero con el devenir de los aconteci- mientos la evolución de este vínculo habría de malograrse. En Santa Fe, los indios calchaquíes y sus aliados asediaron la ciudad y amena- zaron con extender el levantamiento a otras ciudades santafesinas y correntinas. El gobernador describió a los calchaquíes como “indios feroces que se comen muer- tos unos a otros, por heredarse el valor y no enterrarlos” 193. Estos territorios ame- nazados estaban bajo la jurisdicción de Baigorri Ruiz, quien no vaciló en designar a Juan Arias de Saavedra como teniente de gobernador y capital de guerra de di- chas ciudades y de las reducciones de la jurisdicción de Buenos Aires para sofocar los focos rebeldes 194. En 1655, los indios asesinaron al hijo mayor de Arias de Saavedra en el ataque a una de sus estancias. Finalmente, las tropas comandadas por Arias de Saavedra –integradas por santafesinos, correntinos, santiagueños e in- dios amigos– atacaron a los calchaquíes y capturaron al cacique Francisco López y a su hijo Fernando. El historiador Vicente Sierra ha relatado como afectó la visi- ta del oidor Juan Blázquez de Valverde en Corrientes a la gobernación de Arias de Saavedra 195. El oidor visitó en Corrientes la reducción franciscana de la Limpia Concepción de Itatí, donde los misioneros expusieron que Arias de Saavedra les ordenaba enviar indios a sus vaquerías. El P. fray Juan Baqueano, cura de la Reduc- ción de Santiago Sánchez, denunció los abusos cometidos por Arias de Saavedra al explotar el trabajo de los indios de dicha reducción sin pagarles salario alguno y solicitó que se haga efectivo el cumplimiento de la Real Provisión que establecía que los tenientes debían ser vecinos de la localidad. El afectado, interpelado por el cabildo, sostuvo que las acusaciones eran calumniosas pero que no se opondría a las reales órdenes. En 1657, Baigorri Ruiz designó para sucederle al vecino Miguel

193 Pedro Baigorri Ruiz a Felipe IV, 6 de diciembre de 1653 (AGI, Charcas, 28, r. 7, n. 62). 194 Copia del título de superintendente de armas de Santa Fe y Corrientes otorgado al maestre de campo Juan Arias de Saavedra por el gobernador Pedro de Baigorri Ruiz, en Buenos Aires, para la dirección de la guerra contra los indios Calchaquíes, 23 de diciembre de 1654. Actas del Cabildo de Santa Fe, t. III B, I-1-1/III-F451v-I-1-1/III-F.453.[https:// www.santafe.gob.ar/actascabildo/default/ficha/991 2_de_Abril_de_1655] 195 V. S IERRA: Historia de la Argentina…, op. cit., pp. 315-316.

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Viergol de Vergara, quien permaneció en el cargo por un año y luego fue sucedido por otro vecino santafesino, Roque de Mendieta y Zarate. El substituto fue Sebas- tián Crespo Flores quien, denunciado por el protector de indios Gabriel López de Arriola de proteger a un maltratador de indios, fue suspendido del cargo hasta que en 1660 presentó un auto del entonces gobernador Mercado y Villacorta para desempeñar la tenencia hasta 1663, cuando el gobernador Martínez de Salazar de- signó a Pedro Gómez de Aguiar. Durante el gobierno de Baigorri Ruiz tuvo lugar el primer combate naval en el Río de la Plata. A fines de la década de 1650, aparecieron tres navíos franceses en actitud de guerra al mando de Timoleón de Osmat, el caballero de La Fontai- ne. El gobernador convocó a las armas a los vecinos de la ciudad porteña, que pronto se vieron auxiliados por hombres de la gobernación de Tucumán, de las reducciones de los jesuitas, de Corrientes y algunos indios amigos. Después de ocho meses de bloqueo portuario, arribó el buque de registro Santa Agreda y se inició la batalla entre las fuerzas hispanas –con la ayuda de un buque holandés– y francesas. Concluida la derrota francesa y expulsado los invasores, Felipe IV pre- mió a Baigorri Ruiz ampliándole por un año su título de gobernador. El asunto de los curatos y las reducciones de indios llevó a un enfrentamiento entre el obispo Mancha y la Compañía de Jesús. Mientras que los curatos de in- dios y aún los curatos de españoles apenas si rendían la congrua suficiente para sustentar a los pocos clérigos que allí se encontraban, los pueblos organizados por los seguidores de San Ignacio se presentaban prósperos y florecientes. En 1658, el obispo Mancha recorrió las reducciones y fundó parroquias en cada uno de los pueblos dejando allí misioneros en calidad de párrocos. Esta visita episcopal ter- minó por convertir varias misiones jesuíticas en curatos de naturales, es decir, pa- rroquias incorporadas a la jerarquía eclesiástica y por lo tanto comprendidas en la jurisdicción del obispado de Buenos Aires. Según el régimen general del Real Patronazgo y el Sínodo de Buenos Aires de 1655, la provisión de los párrocos de- bía efectuarse ahora por medio de oposiciones. Las mencionadas constituciones sinodales eran particularmente agresivas con los jesuitas 196. El obispo Mancha

196 “Que los jesuitas no pueden ser curas, pues ello corresponde a los clérigos seculares, cuyo premio es una parroquia; que los jesuitas no tienen posesión de curato ni parroquia, y que todas ellas se proveerán de acuerdo a la ley; que los jesuitas necesitan permiso del obispo para administrar sacramentos; que cuestiona a todo miembro de la Compañía de Jesús el título de párroco; que mientras no haya clérigos pueden los jesuitas ejercer de párrocos en los pueblos del Paraná, llenando las formalidades del Patronato; que aun así no se entregarán los curatos

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comenzó a cubrir las vacancias de los curatos de las reducciones jesuíticas de ma- nera inconsulta, es decir, no presentó los candidatos al gobernador de Buenos Aires, como correspondía por ley 197. Por Real Cédula del 15 de junio de 1654, Felipe IV había mandado que “han de ser Doctrinas y se han de tener por tales las que llaman Reducciones y Misiones de los Religiosos de la Compañía de Jesús que residen en las Provincias del Paraguay” debiendo cumplirse en ellas el dicho Real Patronato. Si la dicha religión de la Compañía de Jesús no se allana al cumplimiento de esta orden […] han de disponer se pongan clérigos seculares, y en falta de ellos, religiosos de otras Órdenes en las tales doctrinas […] Pero en caso de allanarse los religiosos de la Compañía a guardar en todo y por todo lo dispuesto por mi Real Patronazgo, es mi voluntad y mando que hayan de quedar y queden poseyendo y administrando las doctrinas que llaman reducciones, pues de religión tan grande se debe esperar los efectos que corresponden a su santo Instituto 198. En este contexto, el gobernador Baigorri Ruiz instó al cumplimiento de la Real Cédula y se alineó a la posición de los jesuitas granjeándose de inmediato la enemistad del diocesano. Por aquellos años, identificamos dos grandes ban- dos enemistados: el bando del gobernador y el bando del diocesano. Por un la- do, Baigorri Ruiz, los jesuitas, la casa de los Rojas y Azevedo y el licenciado Martínez de Eulate, todos atentos a la observancia de las leyes de la Corona y a los intereses de los vecinos. Por otra parte, el obispo Mancha, Alonso de Mer- cado y Villacorta, el canónigo Agustín de Mesa, el licenciado Manuel Muñoz de

a sacerdotes extranjeros; que en el caso de que los jesuitas no acepten esa condición pasen sus misiones a la tutela de los frailes dominicos y franciscanos; que queda revocada la facultad concedida al superior jesuítico para remover a sus religiosos sin facultad del diocesano; que aun en el caso de tener bulas de privilegio, los jesuitas debían acatar la resolución del Concilio de Trento, porque el Papa Gregorio XV había abolido toda franquicia que importara independizar a los religiosos del diocesano” (I Sínodo de Buenos Aires, Colección Mata Linares, Sesión primera, decimocuarta constitución). Sobre este tema véase S. TERRÁNEO: “El sínodo de Buenos Aires y la lengua de la predicación”, Revista de Historia del Derecho 36 (2008), pp. 325- 364. 197 La Real Cédula del 15 de junio de 1654 declaraba que para proveer las reducciones de curas en todas ellas los jesuitas debían presentar tres candidatos, de los cuales el gobernador nombraría uno. La cédula confiaba a los arzobispos y obispos vigilar el estricto cumplimiento de sus disposiciones. 198 Cédula y Título del Real Patronato. Citado en F. ACTIS: Actas y documentos del cabildo eclesiástico de Buenos Aires, t. II, Buenos Aires 1943-1944, pp. 22-44.

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Cuéllar y algunos dominicos y franciscanos. Ciertos frailes de la orden francis- cana fueron arrestados por hacer circular panfletos difamatorios contra los je- suitas. El gobernador Baigorri Ruiz denunciaba a los religiosos revoltosos y al propio obispo Mancha por negarse a acatar la cédula de 1654. En 1657, llegó a Buenos Aires el licenciado José del Corral Calvo de la Banda, nombrado fiscal de la Real Audiencia de Charcas, para poner fin a los conflictos. El obispo Man- cha se sintió agraviado e inició una campaña de difamación que afectaba a los integrantes del bando opuesto, fundamentalmente al gobernador. Como si la oposición del obispo Mancha y sus seguidores no fuese suficiente para disminuir el prestigio del gobernador, Baigorri Ruiz fue acusado de ejercer comercio ilegítimo clandestino, habiendo permitido el arribo de varios navíos ho- landeses. Entre 1654 y 1657, se conservan en el Archivo General de Indias seis reales cédulas en donde se instituye al gobernador qué debe hacer frente al asun- to de los navíos holandeses 199. El obispo Mancha acusó ante la Corte al goberna- dor y a sus consejeros –el P. Juan de la Guardia y el teniente de gobernador Eugenio de Castro– por su inoperatividad e implicancia en estos negocios ilícitos. El licenciado Manuel Muñoz de Cuéllar, a quien el Consejo de Indias envío a Buenos Aires para investigar el acatamiento de la cédula de 1654 200, se unió al bando del diocesano y comunicó a la Corte el 22 de junio de 1658 que el gober- nador por omisión o descuido no defendía correctamente el puerto, descuidaba los fuertes, no hacía escuadrones y dejaba la ciudad expuesta a cualquier invasión. En el contexto de esta campaña difamatoria, el historiador Vicente Sierra sostie- ne que se terminaban “mezclando hechos ciertos con otros caprichosos” 201. Las sospechas de contrabando y las denuncias secretas ante la Corte madrileña deri- varon en la deposición del gobernador Baigorri Ruiz quien fue reemplazado por Alonso Mercado y Villacorta.

199 Registro de oficio para el Río de la Plata, desde el 6 de diciembre de 1646 hasta el 15 de julio de 1661 (AGI, Buenos Aires, 2, leg. 6, ff. 126-159). 200 Ibidem, ff. 157-158. 201 V. S IERRA: Historia de la Argentina…, op. cit., p. 329.

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LA GOBERNACIÓN EN TIEMPOS DE CAMBIO

El 26 de mayo de 1660, mientras Manuel Muñoz de Cuéllar iniciaba el jui- cio de residencia de Baigorri Ruiz, el catalán Alonso Mercado y Villacorta se hi- zo cargo del gobierno de Buenos Aires 202. Hasta entonces, Mercado y Villacorta se había desempeñado como gobernador de Tucumán 203. Sus méritos militares contraídos en la toma de Barcelona (1652) explicaban la confianza depositada en su persona para la defensa de Buenos Aires. La principal responsabilidad que la Monarquía atribuyó a Mercado y Villacor- ta fue la de restaurar el estado defensivo de Buenos Aires. En perspectiva históri- ca, podemos ver que el gobernador cumplió con la tarea asignada. Ya en junio de 1659, se le encargaba por Real Cédula “la defensa y seguridad del puerto de Bue- nos Aires” 204. En 1661, Mercado y Villacorta contaba con el apoyo de los vecinos armados y estaba autorizado a disponer de la gente del presidio y de los indios, armas y municiones que los jesuitas tenían en Paraguay en caso de que Buenos Aires fuere atacada 205. Por Real Cédula del 15 de julio del mismo año, se autori- zaba al gobernador a que en caso de producirse alguna invasión extranjera, notifique de ello al virrey de Perú y a los gobernantes de Tucumán y Paraguay para que le socorran y asistan como se les tiene mandado 206. Para mejorar las prácticas de tiro desde la fortaleza (ubicada en la actual Casa Rosada, donde reside el poder ejecutivo) expulsó en 1662 a los jesuitas de su pre- dio original. Por entonces, durante los tres años de su gobierno, se fortificó el puerto y se batalló contra las incursiones indígenas en la zona del Río Salado. La ciudad de Santa Fe fue trasladada a su nueva ubicación sobre el Río Saladillo. La historiografía ha destacado que desde los primeros meses de su gobierno, Mercado y Villacorta se mostró proclive a reprimir el contrabando. Sin embargo,

202 Registro de partes para la gobernación del Tucumán, desde el 20 de septiembre de 1649 hasta el 10 de abril de 1672 (AGI, Buenos Aires, 5, leg. 2, ff. 136-137). 203 Libro de toma de razón de títulos y nombramientos de los provistos para Tierra Firme, de 1647 a 1655 (AGI, Casa de Contratación, 5794, leg. 1, ff. 264-267). 204 Registro de oficio para el Río de la Plata, desde el 6 de diciembre de 1646 hasta el 15 de julio de 1661 (AGI, Buenos Aires, 2, leg. 6, ff. 212-214). 205 Ibidem, ff. 269-270. 206 Ibidem, ff. 293-295.

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ciertos documentos conservados en el Archivo General de Indias y su posterior destitución del cargo nos invitan a problematizar esta visión. Cuando todavía era gobernador de Tucumán, en 1658, indultó a un grupo de hombres que habían in- troducido por el puerto de Buenos Aires mercancías y esclavos sin registrar y sin pagar derechos de aduana 207. En septiembre de 1662, el secretario del Consejo comunicaba al escribano de cámara Lope de Vadillo Llarena que Su Majestad ha- bía nombrado un nuevo gobernador en el Río de la Plata –se refiere a José Mar- tínez de Salazar–: a fin de que se le despache comisión para que se haga cargo de la averiguación de las arribadas maliciosas al puerto de Buenos Aires durante el gobierno de su antecesor don Alonso de Mercado y Villacorta 208. Una cierta actitud del gobernador mostrada con un navío holandés permi- tiendo el ingreso de mercancías le valió la desaprobación de la Corte, que resol- vió su destitución. No vacila en afirmar Gregorio Funes que “la Corte de España… no podía menos de reprobar este manejo” 209. El 18 de julio de 1663, el gobernador fue cesado en sus funciones. Junto con Mercado y Villacorta, fue- ron encontrados culpables Juan Miguel de Arpide, Francisco de Olivera Alta- mirano, Gabriel de Tejeda, Baltasar de los Reyes Ayllón –escribano del rey en Buenos Aires– el contador Alonso Muñoz Gadea, Juan del Pozo y Silva, Ma- nuel Ferreira y Bernardino de Acosta 210. Dos meses después, se solicitó al li- cenciado don Pedro de Rojas y Luna que concluya las causas de arribadas de navíos que había dejado pendientes Mercado y Villacorta 211. Luego de una ar- dua investigación, Mercado y Villacorta fue absuelto y designado nuevamente gobernador de Tucumán, donde retomó su campaña contra los indios calcha- quíes para pacificar la región. El éxito conseguido tras la política indígena de

207 Registro de partes para la gobernación del Tucumán, desde el 20 de septiembre de 1649 hasta el 10 de abril de 1672 (AGI, Buenos Aires, 5, leg. 2, ff. 72-73). 208 Registro de oficio para el Río de la Plata, desde el 19 de julio de 1661 hasta el 22 de enero de 1669 (AGI, Buenos Aires, 2, leg. 7, ff. 164-165). 209 G. FUNES: Ensayo de la historia civil de Buenos Aires, Tucumán y Paraguay, t. I, Buenos Aires 1856, p. 292. 210 Comisiones Audiencia de Buenos Aires, desde 1621 hasta 1662 (AGI, Escribanía de Cámara de Justicia, 881-881). 211 Registro de oficio para el Río de la Plata, desde el 19 de julio de 1661 hasta el 22 de enero de 1669 (AGI, Buenos Aires, 2, leg. 7, ff. 281-282).

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Mercado y Villacorta, le valió la designación como presidente de la Audiencia de Panamá. En junio de 1670, el marqués de Villacorta resignó el gobierno de Tucumán y se embarcó hacia Panamá donde falleció en 1681. El 23 de noviembre de 1662, el maestre de campo y caballero de la orden de Santiago don José Martínez de Salazar fue designado gobernador de Buenos Aires y presidente de la Real Audiencia, recientemente creada 212. El 28 de julio de 1663, arribó a Buenos Aires con su esposa Antonia María de Boán y Araujo y seis criados 213. Inmediatamente, se le recibió el juramento y posteriormente se le entregaron las insignias correspondientes 214. Durante sus diez años de gestión, fueron sus tenientes generales de la gobernación y hombres adictos Alonso Pas- tor (1663-1665), Amador de Rojas y Acevedo (1665-1667), Pedro de Ocampo (1667-1669) y Lorenzo Flores de Santa Cruz (1669-1674). Muchos eran los méritos que reunía José Martínez de Salazar para desem- peñar los cargos de gobernador y presidente de la Audiencia de Buenos Aires. En Europa, había tomado parte en la guerra contra Portugal y se había distin- guido en la defensa del puente de Lérida frente a los franceses. Esto último, le había granjeado la gracia del rey y lo había hecho beneficiario de una pensión vitalicia 215. También había gobernador la Puebla de Sanabria y el castillo de San Luis Gonzaga.

212 Libro de toma de razón de títulos y nombramientos de los provistos para Tierra Firme, de 1647 a 1655 (AGI, Casa de la Contratación, 5794, leg. 2, ff. 185-188). 213 Expediente de información y licencia de pasajero a Indias de José Martínez de Salazar, gobernador y capitán general de las provincias de Río de La Plata, 12 de enero de 1663 (AGI, Casa de Contratación, 5433, n. 3, r. 6). 214 Acuerdo del Cabildo de Buenos Aires, 1633 (AGNA, AECBA, t. XI, lib. XX, p. 410). 215 “Por cuanto teniendo concesión a lo que ha servido el capitán y sargento mayor don Joseph Martínez Salazar y en particular que el singular valor con que defendió el puente de la plaza de Lérida teniéndole sitiado las armas de Francia, ha resuelto hacer merced (como a virtud de la presente hago) de seis escudos de ventaja particulares al mes para que los goce toda su vida sobre cualquier sueldo o puesto que fuere, sin que le toque ninguna reformación que mandare hacer, por tanto mando a mi capitán general o persona debajo de cuya mano militare del orden que convenga para que se le hagan buenos los seis ducados [sic] de ventaja particulares de la misma manera que el de más sueldo gozare que así es mi voluntad y que de este despacho tomen la razón los oficiales del sueldo a quien tocare, dada en Aranjuez a veinte y cuatro de abridle mil seiscientos y cuarenta y ocho años. Yo el rey”. Memorial de José Martínez de Salazar, 15 de diciembre de 1662 (AGI, Charcas, 28, r. 8, n. 63).

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Los historiadores no han ahorrado elogios a la persona de Martínez de Sala- zar. Cayetano Bruno se refiere a él como “el prototipo del gobernante ideal” 216 y Raúl A. Molina lo caracteriza como “sabio gobernante y excelente militar” 217. Su labor como constructor es uno de los aspectos más recordados. Vicente Sierra ha llegado incluso a definir a Martínez de Salazar, tal vez apresuradamente, como el primer industrial porteño 218. Durante su gobernación, se levantaron las iglesias de San Francisco, la Merced y de la Compañía de Jesús. La Iglesia Catedral tam- bién fue reconstruida y se creó un hospital en Buenos Aires “con camas y otros medios que no tenía… con sala de enfermería, oficinas, todo nuevo y cubierto de teja, y en forma permanente” 219. Veinte días después de asumir el mando de la gobernación, Martínez de Sa- lazar instaló la primera Audiencia de Buenos Aires, que estuvo integrada en ca- lidad de oidores por Pedro García de Ovalle, Juan de Huerta Gutiérrez y Pedro de Rojas y Luna. El primer fiscal fue Diego Portales quien después pasó a ser oidor designándose la fiscalía a Diego Ibáñez de Faría. Asimismo, integraron la Audiencia el licenciado Manuel Muñoz de Cuéllar y el jurista Alonso de Solór- zano y Velasco. Según la Real Cédula del 20 de junio de 1661, la Audiencia de Buenos Aires había sido creada para perseguir “los fraudes que se han cometi- do y cometen… admitiendo navíos extranjeros en el Puerto de Buenos Aires al tráfico y comercio estando tan prohibido” 220. Es decir, la principal responsabi- lidad de la Audiencia era impedir el contrabando con países extranjeros. Sin embargo, el comercio ilícito jamás pudo evitarse y, perdiendo la Audiencia la ra- zón esencial de su creación, finalmente se extinguió en diciembre de 1671. Los barcos sin licencia y los permisos para comerciar aparecen constantemente en los archivos demostrando que incluso los funcionarios más rigurosos pensaban que era más beneficioso legalizar aquello que de cualquier modo se realizaría igual sin permisos. Cerrando el puerto de Buenos Aires, se cortaba la principal

216 C. BRUNO: Gobernadores beneméritos en la evangelización en el Río de la Plata y el Tucumán. Época española, Rosario 1993, p. 103. 217 R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires…, op. cit., p. 462. 218 V. S IERRA: Historia de la Argentina…, op. cit., p. 424. 219 Acuerdo del Cabildo de Buenos Aires, 12 de junio de 1671 (AGNA, AECBA, t. XIV, lib. IX, p. 163). 220 Registro de oficio para el Río de la Plata, desde el 6 de diciembre de 1646 hasta el 15 de julio de 1661 (AGI, Buenos Aires, 2, leg. 6).

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fuente de riqueza y se agudizaban los problemas de pobreza ya existentes en la aldea. Durante la década de gobierno de Martínez de Salazar, una de las preocu- paciones centrales fue reorganizar la defensa de la ciudad para protegerla de los intereses ingleses y portugueses. A tal efecto, convocó una junta de notables in- tegrada por el obispo Mancha, Francisco de Meneses, Juan Díez de Andino y Alonso de Mercado y Villacorta, entre otros. La junta decidió construir un fuer- te con foso y estacada, levantar murallas y baluartes con la tierra extraída del fo- so y mandar a la banda oriental del río en procura de madera para la estacada. El rey acordó aumentar la guarnición de Buenos Aires y que se levante un fuer- te sobre las barrancas que actualmente miran hacia la plaza del Retiro. El go- bernador no se demoró en iniciar las obras del fuerte con la instalación de una fábrica de ladrillos y tejas. Asimismo, instaló en la reducción de los indios Quil- mes una fábrica de cal y negoció con los jesuitas la colaboración de varios indí- genas que fueron empleados como constructores. Los soldados de la guarnición también trabajaron en la construcción del fuerte durante los días que no tenían servicio. La llegada de la noticia a Buenos Aires de que el pirata Morgan había capturado Panamá puso en alerta a la ciudad. Una Real Cédula de 16 de enero de 1673 participa a Martínez de Salazar de las noticias recibidas acerca de que en Londres se aprestan tres bajeles con la intención de enviarlos a las Indias ba- jo la dirección del pirata Morgan 221. El gobernador escribió a la Corte que le enviaran más soldados y el cabildo envío asimismo un memorial con el mismo propósito. El 7 de abril de 1673, durante la gobernación de Salazar, falleció el obispo Mancha después de haber gobernado la diócesis bonaerense durante veintiocho años. Sus restos mortales fueron enterrados en la catedral porteña. El deán Va- lentín de Escobar y Becerra fue designado vicario capitular en sede vacante in- mediatamente después de la muerte de Mancha. En marzo de 1674, arribó a Buenos Aires el nuevo gobernador Andrés de Robles y se procedió a la entrega del cargo junto con un balance, una memoria y un informe. La memoria que Salazar dejó al nuevo gobernador nos permite reconstruir la situación de la gobernación al promediarse la década de 1670. Sa- lazar destaca en su memoria que la mayor parte de los vecinos que vivían en

221 Registro de oficios y partes para el Río de la Plata, desde el 23 de enero de 1669 hasta el 19 de septiembre de 1675 (AGI, Buenos Aires, 3, leg. 8, f. 191).

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Buenos Aires eran pobres. Contrariamente, en Santa Fe la población era más próspera ya que se beneficiaba de las relaciones comerciales con Paraguay. En relación con los indígenas, el gobernador saliente afirmó que los “que llaman pampas” nunca habían podido ser domesticados, pero desde 1672 estaban em- padronados judicialmente y, según las parcialidades, habían sido repartidos en encomiendas. Algunos, sin embargo, permanecían en estado de rebeldía.

EL PUERTO… SIEMPRE EL PUERTO

A pesar de los intentos de los habitantes de la ciudad por convertir a Bue- nos Aires en el puerto del Atlántico Sur para la penetración comercial hacia el Alto Perú y la salida de metales preciosos, éste estuvo inhabilitado para comer- ciar prácticamente durante todo el siglo XVII. Si bien de tanto en tanto se reci- bieron licencias reales 222, no fueron suficientes para mantener abastecida la ciudad y respaldar el crecimiento poblacional de la misma. Sin embargo, Bue- nos Aires mantuvo un vínculo comercial constante con las poblaciones portu- guesas de Brasil y África. Los portugueses, en cuyas manos estaba la trata de esclavos, organizaron una vasta red de tráfico que se extendía desde Angola has- ta Potosí y Chile 223. A pesar de la prohibición existente, las mercaderías y es- clavos ingresaban al puerto y de allí eran distribuidas por las diferentes rutas continentales. Si el contrabando de mercaderías era difícil de ocultar, lo era más aún el de hombres. Sin la complicidad de los funcionarios reales éste no hubiera sido po- sible. La mayoría de los gobernadores del Río de la Plata estuvo acusada, o al menos sospechada, de connivencia con los traficantes.

222 Entre otros permisos, Felipe III por Real Cédula de 8 de septiembre de 1618 estableció que por tres años las ciudades del Río de la Plata y Paraguay podrían exportar sus frutos en dos navíos que no excedieran de 100 toneladas cada uno hacia Brasil, adquiriendo allí otros productos que se llevarían a Sevilla. Con el dinero obtenido se comprarían las mercaderías necesarias y regresarían a Buenos Aires sin hacer escala en ningún otro puerto. Se prohibía expresamente la entrada y salida de esclavos y pasajeros. Asimismo, el 10 de diciembre del mismo año autorizó a los vecinos a fletar navíos desde Sevilla o Cádiz (C. SEGRETI: Temas de Historia Colonial. Comercio e injerencia extranjera, Buenos Aires 1987, p. 35). 223 C. ASSASOURIAN: El tráfico de esclavos en Córdoba, 1588/1610, Córdoba (Argentina) 1965, pp. 1-53.

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La población de Buenos Aires, escasa por cierto 224, no estaba en condicio- nes económicas de absorber la mano de obra esclava que llegaba a sus costas. Sustentada en una economía natural que producía lo necesario para subsistir y que no disponía de moneda, sólo podía cumplir el papel de punto de desembar- co y de negociación de mercaderes extranjeros o de otras ciudades más ricas del Virreinato 225. Existía sí una elite comercial que organizaba el arribo y venta de negros, a la vez que ascendía rápidamente en su posición social y política de la ciudad 226. Durante la primera mitad del siglo XVII fueron los navíos portugueses los que arribaron mayoritariamente a las costas rioplatenses. Las otras potencias europeas donde se dio una expansión ultramarina de compañías negreras co- menzaron a aparecer durante la segunda mitad del siglo 227. Sin embargo, re- sulta obvio que sin la anuencia oficial no hubiera sido posible, año tras año, burlar Reales Cédulas, ordenanzas, visitadores de la Real Hacienda y jueces de residencia 228. De la llegada continua de esclavos dan cuenta los escritos de los jesuitas al decir de su colegio en la ciudad que:

224 Buenos Aires contaba con una población “estable” que llegaba a 1.000 “blancos” y 1.400 negros e indios, en 1622, y a 1.500 “blancos” y 1.800 “negros e indios, en 1633. 225 M. A. ROSAL: “Modalidades del comercio de esclavos en Buenos Aires durante la tercera década del siglo XVII”, Estudios Históricos, CDHRP, III, 7 (2011), pp. 1-17. Destaca la compra que realiza el capitán Juan de Tapia de Vargas a Duarte Gómez de Miranda y su mujer, doña Luisa Fernández, de una esclava negra, nombrada Inés de los Ríos, en 500 pesos, siendo el precio más alto alcanzado por un esclavo durante el lapso en estudio. 226 Para el proceso de afianzamiento de comerciantes portugueses en Buenos Aires véase J. GELMAN: “Economía natural - economía monetaria. Los grupos dirigentes de Buenos Aires a principios del siglo XVII”, Anuario de estudios americanos 44 (1987), pp. 89- 107. El origen y la modalidad del comercio de ultramar, realizado a espaldas de la Corona, pero con su complicidad, y su relación con la elite rioplatense ha sido estudiado por M. PERUSSET: Contrabando y sociedad en el Río de la Plata Colonial, Buenos Aires 2006. 227 L. CRESPI: “Contrabando de esclavos en el puerto de Buenos Aires durante el siglo XVII. Complicidad de los funcionarios reales”, Desmemoria. Revista de Historia 26 (2000), pp. 117-145. 228 Liliana Crespi señala que durante esta centuria de las prohibiciones la mayoría de los funcionarios de la Corona participaba en la introducción ilegal de esclavos. Desde alguaciles de mar hasta gobernadores, todos resultaron beneficiados económicamente con el contrabando sea formando parte de él o denunciándolo (Ibidem, p. 127).

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La gobernación de Buenos Aires durante el reinado de Felipe IV

está colocado en un sitio muy importante para poder sacar gran provecho en el nobilísimo negocio de la salvación de las almas. Todos los años llega a este puerto abundante mercadería de almas. Son ocho nuestro Padres, ocupados con este sagrado comercio y tiene cuatro hermanos coadjutores que con sus quehaceres domésticos dejan expeditos a nuestros Padres para su comercio espiritual. Por lo demás no hay novedad en esta nuestra casa. Siempre hay las mismas ocupaciones ya referidas en bien del prójimo, siendo el principal trabajo el cuidado por la inmensa multitud de esclavos negros que se importan aquí año por año 229. Los padres describen con preocupación que “llegan estos pobres en un es- tado deplorable” y que casi todos salen apestados de las bodegas de los buques 230, que son verdaderas prisiones, donde estos miserables viven apretados como arenques […] tienen por costumbre contraer enfermedades contagiosas. No se limita el contagio a ellos, sino siempre, precisamente estos últimos años, fue apestada toda la región hasta el último rincón 231. Preocupados porque “no son sólo esclavos de los hombres sino también del demonio, y no saben nada de Dios y la salvación de su alma”, algunos jesuitas aprendieron el idioma a fin de servirlos espiritualmente 232. Y agregan las car- tas que: Es, empero, colosal el número de esta escoria de la humanidad que llega anualmente a esta ciudad, por lo cual está repleta ella y sus alrededores con esclavos negros que juntamente con indios, cultivan estas tierras 233.

229 E. MAEDER: Cartas Anuas de la Provincia del Paraguay, 1637-1639, Buenos Aires 1984, p. 65. 230 De las pestes recurrentes da cuenta González Lebrero. En efecto, en 1621 y 1627, la peste se propagó producto del contagio de barcos negreros, y la primera (epidemia de viruela) coincidió con la más grave sequía del período (1620-1621), que trajo aparejado el alza del precio del pan, lo que a su vez causó el debilitamiento de la población más expuesta y con menos recursos –negros e indios sometidos– diezmándola de forma significativa (R. GONZÁLEZ LEBRERO: La pequeña aldea…, op. cit., pp. 51-52, 137 y 153-164). 231 E. MAEDER: Cartas Anuas…, op. cit., pp. 65-66. 232 Sobre uno de ellos se escribe que: “Día y noche está ocupado en ellos, buscándolos por las calles y las casa. Logróse la conversión de algunos, siendo la conversión tan sincera, que ya no quieren hacer vida común después del bautismo, con sus compañeros que todavía son esclavos del demonio. Pues es de saber que hay negros bastante inteligentes, los cuales, una vez instruidos, son muy tenaces en la religión” (Ibidem). 233 Ibidem.

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El puerto de Buenos Aires operó bajo un sistema de licencias que autoriza- ba a los vecinos a fletar navíos desde Sevilla o Cádiz; por cada una había que pa- gar una suma de dinero en metálico en función de las toneladas transportadas y su monto varió con el tiempo. Este régimen proveía a las necesidades de hom- bres, armas y pertrechos bélicos al puerto de Buenos Aires y a Chile. También venían autoridades y religiosos. Sin embargo, no debe exagerarse la importan- cia de la presencia de los navíos de registro ya que entre 1621 y 1661 arribaron una docena que también contrabandeaban 234. Con insistencia los vecinos se quejaban de la escasez y el desamparo en que vivían. Los procuradores que había enviado el cabildo a corte no habían logra- do llegar ante el rey y ser escuchados. Como no hay respuesta a las cartas que se han escrito en conformidad de las cédulas reales en que Su Majestad hace merced a esta ciudad y da permiso para que puedan ir cada dos años a la corte se nombró para reemplazarlos a Gerónimo de Medrano 235 y a Miguel Rivade- neira 236, “personas principales, casados y con hijos y bienes raíces, para que vayan a besar las manos de Su Majestad” 237. Súplicas similares se repitieron duran- te todo el reinado de Felipe IV: se le pedía al rey favorecer y amparar al puerto con gente para su defensa; quitar la prohibición del uso de la moneda debido a la gran pobreza; permiso para comerciar harinas, cecinas, cuero, lanas; que no

234 C. SEGRETI: Temas de Historia Colonial…, op. cit., p. 38. 235 Escribano público y de cabildo y juez de difuntos, comprado en suma de siete mil pesos en subasta pública. Alcalde de segundo voto en 1624 (R. MOLINA: Diccionario Biográfico de Buenos Aires…, op. cit., p. 470). 236 Natural de Toledo, hijodalgo notorio, pasó a Perú y entró al Río de la Plata en la última década del siglo XVI. Figura en Buenos Aires en la lista de “armas” de 1602 “a caballo y armada la persona”; en la de harinas de 1603, entre los últimos pobladores, y con igual título en la de permisiones de 1615, anotado también en la del barbero de 1607 y en 1622 en la de cueros. Alcalde de Hermandad en 1608 y familiar y secretario del Santo Oficio en 1610. Compró casas, aprovechó el comercio y fue activo negrero. A raíz de las pesquisas que mandó hacer la Corona debió huir y se refugió en el Perú donde compró en subasta pública el oficio de receptor de penas de cámara, con voz y voto en el cabildo, y con ese título regresó a Buenos Aires, pero se le apresó, juzgó y exigió pagar todas las deudas. En 1628 fue elegido procurador a cortes y falleció en la travesía (Ibidem, p. 619). 237 Acuerdo del Cabildo de Buenos Aires, 5 de septiembre de 1628 (AGNA, AECBA, t. VI, lib. IV, p. 445). Se nombró a Gonzalo Romero como agente de negocios en Madrid y a Juan Bautista de Mena, residente en Sevilla, como agente consular.

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La gobernación de Buenos Aires durante el reinado de Felipe IV

envíe más jueces de comisiones porque no se les puede pagar; la apertura de una audiencia en el puerto que evitara el largo viaje al Alto Perú. En más de una opor- tunidad la ciudad se vio imposibilitada, debido a la falta de fondos, de enviar pro- curadores generales con los informes debidos 238.

CONCLUSIONES

En este trabajo, nos hemos ocupado de la historia de la gobernación de Bue- nos Aires durante el reinado de Felipe IV de España. La conformación de un espacio peruano consolidado, las conflictivas relaciones entre los españoles y las poblaciones americanas, las disputas de poder entre las élites porteñas, las ten- siones con el obispado, la necesidad crónica de recursos, la amenaza militar constante, el contrabando, entre otros temas, nos han permitido comprender los modos de constitución de una ciudad marginal, ubicada en los confines del mundo iberoamericano, y fuertemente influida por su condición portuaria. Adicionalmente, nos ha interesado profundizar en el conocimiento de los sujetos históricos que tuvieron las riendas de la política local, es decir, los go- bernadores. Entre 1618, fecha de la posesión del cargo del primer gobernador porteño, y 1776, fecha de creación del virreinato del Río de la Plata, ocuparon el cargo de gobernador un total de 29 individuos. Aquí, nos hemos ocupado de los 13 gobernadores que detentaron el poder entre 1618 y 1674.

Diego de Góngora 1618-1623 Diego Páez de Clavijo 1623 (interino) Francisco de Céspedes 1624-1631 Pedro Esteban Dávila 1631-1637 Mendo de la Cueva y Benavides 1637-1640 Ventura de Mújica 1640-1641 Andrés de Sandoval 1641 Jerónimo Luis de Cabrera y Garay 1641-1646 Jacinto de Láriz 1646-1653 Pedro Baigorri Ruiz 1653-1660 Alonso Mercado y Villacorta 1660-1663 José Martínez de Salazar 1663-1674

238 En 1632 la ciudad otorgó poder a Juan de Vega y, en caso de ausencia o muerte, a Juan de Salazar, ambos atentes de negocios en el Real Consejo de Indias.

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A. M. González Fasani, E. Borgognoni, F. L. Tambella

Un 80 % de los gobernadores de Buenos Aires provenían de tierras castella- nas, navarras y catalanas. Solamente el gobernador interino Alonso Pérez de Sa- lazar, natural de Santa Fe de Bogotá, y el gobernador Jerónimo Luis de Cabrera, quien había nacido en 1586 en la ciudad de Córdoba, eran americanos. Si bien ni Pérez de Salazar ni Cabrera vistieron el hábito de Santiago, prácticamente todos los gobernadores provenientes de España gozaron de aquella dignidad. De entre todos ellos, sólo uno, el abulense Pedro Esteban Dávila, no fue caballero de la Orden de Santiago. En este sentido, creemos que existió un acuerdo social es- pontáneo y ratificado por la Monarquía española, de aceptar las órdenes de ca- ballería como definidoras de nobleza y de los valores relativos a ella, en especial, el del honor y, junto a él, la virtud. Es más, no solamente eran caballeros de la Orden de Santiago, lo que acreditaba nacimiento, riqueza y limpieza de sangre, sino que la mayoría habían luchado en Flandes y en Italia. Todos ellos, a excep- ción del gobernador interino Pérez de Salazar, eran militares. Las amenazas constantes y el miedo de invasión inminente explican el motivo por el cual se confió este cargo a individuos con trayectoria militar y las medidas comunes que éstos tomaban apenas asumían la gobernación. Casi todos los gobernadores bus- caron mejorar las defensas de Buenos Aires a través de disposiciones tales como la distribución de armas y municiones, entre otras. A partir de 1640, se incre- mentó la atracción de recursos fiscales hacia Buenos Aires con el objeto de con- solidar su rol defensivo. Igualmente, es importante señalar que prácticamente todos los gobernadores estuvieron comprometidos en mayor o menor grado con el contrabando, aspecto recurrente en los juicios de residencia. Por último, destacamos que los gobernadores actuaron como mediadores en la articulación política entre el poder central y las elites locales. Apenas arriba- ban a Buenos Aires, los gobernadores diseñaban tupidas redes de relaciones, ne- gocios y parentesco que les permitían crear vínculos de lealtad y fidelidad con los miembros de la sociedad local. Estos últimos esperaban ansiosos la llegada de un nuevo gobernador dado que esto era vivido como una “gran oportunidad” para insertarse en las dinámicas de poder sobre las cuáles se asentaba el sistema cortesano. Resulta evidente, entonces, cómo en el período colonial temprano rio- platense el poder se disputaba, pero también se negociaba. Y todo ello era posi- ble gracias a la puesta en práctica de una serie de dispositivos y mecanismos políticos que no eran privativos de Buenos Aires y que se extendían por todo el mundo iberoamericano.

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O Brasil de Filipe IV

Rodrigo Ricupero Universidade de São Paulo

Kalina Vanderlei Silva Universidade Estadual de Pernambuco

Bruno Feitler Universidade Federal de São Paulo

Ana Paula Torres Megiani Universidade de São Paulo

Discutir o Brasil no período que compreende o reinado de Felipe IV é uma tarefa que até hoje nenhum historiador enfrentou de modo integral. Não existem sequer estudos dedicados a construir uma compreensão geral das políticas dos monarcas Habsburgo que reinaram sobre os domínios portugueses na América. As razões para esta ausência podem nos levar a colocar certas hipóteses: em primeiro lugar estão as inúmeras transformações ocorridas nesta parcela da Monarquia Hispânica durante a passagem do século XVI para o XVII, e mais especificamente nas décadas de 20 a 60 do século XVII, e que exigiriam um trabalho de grande fôlego em um conjunto amplo de arquivos dispersos; em segundo lugar temos o destaque dado pela historiografia brasileira, e pela própria memória regional, à presença holandesa nas capitanias do norte, atual nordeste brasileiro no período; em terceiro a Restauração de 1640 e a retomada da América portuguesa determinaram os rumos da formação do Brasil, o que orientou a maior parte dos estudos de síntese para a busca do entendimento da continuidade da colonização lusa, e não suas intermitências ou instabilidades.

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R. Ricupero, K. Vanderlei Silva, B. Feitler, A. P. Torres Megiani

No lugar das análises mais abrangentes, podemos encontrar estudos específicos muito consistentes, sobretudo dedicados a entender determinados aspectos do período e que cada vez mais têm atraído a nova geração de historiadores. O texto a seguir foi resultado do encontro de quatro historiadores brasileiros, dentre os muitos que hoje se dedicam a estudar o período, que buscaram apresentar algumas peças chave para a compreensão do Brasil durante o reinado de Felipe IV. Deste encontro esperamos ter conseguido refletir acerca de alguns dos aspectos mais candentes do período e realizar um diálogo entre a historiografia mais recente e a mais consolidada, de modo que se tenha também um panorama do avanço das novas pesquisas, sem prescindir dos trabalhos que nos antecederam. Para realizar essa tarefa foi necessário, muitas vezes, retroceder aos reinados anteriores, já que as muitas políticas e processos que marcaram o reinado do último Habsburgo a governar o Brasil expressam permanências ou rupturas em relação aos seus antecessores, o que exigiu uma compreensão mais recuada 1. Assim, este capítulo segue um esquema ao mesmo tempo temático e cronológico, apresentando, em primeiro lugar, de um ponto de vista macro-político, a inserção da América portuguesa na monarquia dos Áustria. Numa segunda parte, faze-se uma análise mais centrada nas “capitanias do Norte” e na mudança de paradigma que se deu durante esse período na importância do Brasil para a monarquia. Numa terceira parte, procura-se, numa abordagem comparativa, ver como a organização eclesiástica da colônia se inseriu numa política mais ampla da monarquia. Finalmente, nas duas últimas partes, vemos o contexto da ruptura de 1640 e seu impacto socio-político do ponto de vista local.

1 Os autores optaram por manter a identificação da autoria em cada texto, já que a escrita apresenta estilos diferentes. Isso não invalida a proposta de conjunto que decidimos a realizar e que agora se apresenta em uma obra em conjunto com os demais historiadores dedicados ao tema.

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O Brasil de Filipe IV

O BRASIL E FELIPE IV. UMA APROXIMAÇÃO

Rodrigo RICUPERO

Qual o peso do Brasil na monarquia de Felipe IV?

Em 1622, um católico inglês a serviço da Espanha, D. Antonio Xerley, escrevia um curioso documento que pode nos dar uma primeira resposta. Tal documento endereçado ao Conde-Duque de Olivares, e conhecido como Peso politico de todo el mundo 2 descreve em mais de cem páginas as várias partes do mundo, suas relações com a monarquia espanhola, aproveitando para dar conselhos e fazer sugestões ao poderoso ministro, de quem busca o favor. Contudo, o espaço dedicado por Xerley ao Brasil, apenas duas passagens, umas poucas linhas, sinalizaria a ínfima importância do Brasil no conjunto imperial sob domínio Habsburgo. O próprio testamento de Felipe III, de 1621, sequer menciona o Brasil ao enumerar em uma longa lista seus reinos, senhorios e estados, descrevendo dessa forma as possessões da Coroa portuguesa: mis reynos de Portugal y el Algarves y otros estados en Africa y en la Yndia Oriental islas y tierras y señorios en qualquier parte y forma perteneçientes a la Corona Real de Portugal 3. O monarca espanhol apenas seguia a mesma lógica dos monarcas portugueses anteriores à União Ibérica, que como D. Manuel se intitulavam “Rei de Portugal e dos Algarves daquém e dalém mar, em África Senhor da Guiné e da conquista, navegação e comércio da Etiópia, Arábia, Persia e da Índia”. Tal situação valeria um comentário mordaz de Frei Vicente do Salvador, natural da capitania da Bahia e autor da primeira história do Brasil (1627): Disto [a dificuldade da ocupação e aproveitamento do território] dão alguns a culpa aos Reis de Portugal, outros aos Povoadores: aos Reis pello pouco cazo que ham feito deste tam grande estado, que nem o titulo quizerão delle, pois

2 A. XERLEY: Peso político de todo El mundo... (1622), Madrid 1961. 3 Testamento de Felipe III, Madrid 1982, p. 39. É verdade, diga-se, que os domínios castelhanos na América não merecem maior destaque, sendo simplesmente nomeados como “Indias y terra firme del mar oceano”.

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Rodrigo Ricupero

intulando-sse senhores de Guiné por hua caravelinha, que lá vai, e vem, como disse o Rey de Congo, do Brazil não se quizerão intitular 4.

Interessante também foi a forma como no começo do século XVII o sargento- mor do Estado do Brasil, Diogo de Campos Moreno, em uma espécie de relatório da situação das capitanias então existentes, definia o Brasil: “[a] parte oriental do Peru, povoada na costa do mar Etiópico, e repartida em partes a que chamam capitanias” 5, atestando dessa forma uma posição secundária do território. Essa percepção de uma certa marginalidade do território dentro da lógica imperial pode ser percebida inclusive nos textos conhecidos dos moradores das partes do Brasil na virada do século XVI para o XVII. Particularmente em dois pontos: na falta de ajuda da Coroa para o desenvolvimento da conquista e na falta de remuneração dos serviços feitos na América. Em relação à primeira questão, Frei Vicente do Salvador era categórico nem depoiz da morte Del-Rey D. Ioão terceiro, que o mandou povrar, e soube estima-llo, houve outro, que delle curasse, senão pera colher suas rendas, e direitos 6. Frei Vicente compartilha assim da opinião de Gabriel Soares de Sousa, que em 1587, em um amplo memorial entregue em Madrid para D. Cristóvão de Moura, no qual pretendia demonstrar as grandezas do Estado do Brasil, afirmava: de que si los reyes pasados tanto descuidaron, Al Rey Nuestro Señor, y á su buen servicio conviene mostrarle por esta relacion los grandes merecimientos de este su Estado, las qualidades, y estrañezas de el para que ponga en él los ojos, y afianze con su poder, con lo qual se engrandecería y extenderá con la felicidad que se engrandecieron todos los Estados que reynaron debajo de su proteccion, porque está muy desamparado despues que El Rey D. Juan El 3º pasó de esta a La eterna... 7. Sobre o segundo ponto, a remuneração dos serviços, tema fundamental para a época, disseminava-se nas partes do Brasil um significativo discurso, que alicerçava

4 Frei V. DO SALVADOR: História do Brazil, edição crítica de M. L. Oliveira, Rio de Janeiro 2008, f. 4v (a publicação segue a divisão do original). 5 D. de Campos MORENO: Livro que dá razão do Estado do Brasil (1612), Recife 1955, p. 107. 6 Frei V. DO SALVADOR: História do Brazil, op. cit., f. 4v. 7 Na edição espanhola, G. Soares de SOUZA: Derrotero General de la Costa del Brasil, Madrid 1958, p. 5. Para a edição brasileira, G. Soares de SOUZA: Tratado Descritivo do Brasil em 1587, São Paulo 1987, p. 39.

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O Brasil de Filipe IV

as constantes reclamações dos vassalos envolvidos na colonização do Brasil frente à Coroa e cuja formulação básica era a de que os serviços feitos no Brasil nunca eram pagos e que podem ser encontrados em quase todas as obras escritas no período. Como, por exemplo, na citada obra de Gabriel Soares de Sousa, na qual, após narrar a participação dos moradores da Bahia em diversos episódios da conquista do território, o autor queixava-se que estes permaneciam “até hoje [sem] ser dada nenhuma satisfação a seus filhos”, ainda que tendo feito estes serviços e muitos outros à própria custa, sem receberem soldo ou mantimentos, ao contrário do que se costuma fazer na Índia, concluía afirmando: e a troco desses serviços e despesas dos moradores desta cidade não se fez até hoje nenhuma honra nem mercê a nenhum deles, do que vivem mui escandalizados e descontentes 8. É falsa, contudo, a idéia de que os serviços feitos no Brasil nunca recebiam pagamento, embora nem sempre as remunerações fossem as que os vassalos reivindicassem, ou ainda que sua efetivação nem sempre fosse fácil. O mais provável é que a posição secundária ocupada até meados do século XVII pelas partes do Brasil dentro do Império português -situação que começaria a mudar a partir do início da guerra com os holandeses em Pernambuco- frente ao Oriente ou mesmo ao Marrocos, áreas que inclusive atraíam a quase totalidade dos nobres de maior estirpe, fez que os serviços realizados nestas últimas recebessem um destaque muito maior que os prestados nas demais e, conseqüentemente, maiores recompensas. O fato central é que para a Coroa Portuguesa, antes e durante o domínio Habsburgo, o Brasil era uma área secundária, fato que era percebido inclusive pelos vassalos diretamente envolvidos no processo de conquista e ocupação do território 9.

8 G. Soares de SOUZA: Derrotero General…, op. cit., p. 132. 9 O prólogo da História da Província de Santa Cruz, primeiro livro publicado sobre o Brasil, de Pero de Magalhães GANDAVO, já destacava o descaso com o Brasil, afinal sua história, passados mais de 70 anos do descobrimento, “esteve sepultada em tanto silêncio, pelo pouco caso que os portuguezes fizerão sempre da mesma província” [P. de Magalhães GANDAVO: História da Província de Santa Cruz e Tratado da Terra do Brasil (o primeiro de 1576 e o segundo anterior, permaneceu inédito), São Paulo 1964, p. 23].

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Rodrigo Ricupero

O Brasil antes de 1621

Afinal o que eram exatamente as possessões herdadas por Felipe IV em 1621, que tinham merecido figurar no testamento paterno apenas como as demais terras em “qualquer parte” sujeitas à Coroa portuguesa? As terras do novo mundo descobertas por Pedro Álvares Cabral na segunda viagem portuguesa para a Índia em 1500 só começaram a ser efetivamente ocupadas a partir da década de 1530, quando a Coroa, movida pela crescente presença francesa na área, optou pela delegação para alguns vassalos destacados da tarefa de ocupar e defender a costa do Brasil 10. A magnitude da tarefa de ocupação e exploração do território, acrescida da enorme resistência indígena, impediu o desenvolvimento do processo de colonização. Na década seguinte, a intensificação da resistência indígena levou à destruição de fazendas, engenhos de açúcar e de alguns núcleos urbanos, com a morte de muitos portugueses e a fuga dos sobreviventes. Ataques de grupos indígenas por toda costa colocaram a presença portuguesa em cheque, obrigando a Coroa a intervir. Em 1548, a Coroa retoma para si parte da tarefa de colonização, cria o Governo Geral e manda uma grande expedição para a Bahia de todos os Santos, que no ano seguinte fundaria a cidade do Salvador. A intervenção direta da Coroa mudaria a correlação de forças no litoral, mas o domínio das áreas litorâneas próximas aos centros urbanos ainda era efêmero. Só a partir da década de 1560 é que os portugueses conseguiram o domínio efetivo destas terras, dando início à expansão da economia açucareira. Em 1581, quando Felipe II é aclamado rei de Portugal, a presença portuguesa na Costa do Brasil se limitava a uma longa faixa litorânea intermitente entre a capitania de Itamaracá ao norte (hoje norte do Estado de Pernambuco) e o sul da capitania de São Vicente (hoje sul do Estado de São Paulo), com enormes vazios e pouco mais do que 10 núcleos urbanos. Mais expressivo era apenas o domínio sobre a região da Bahia de Todos os Santos, o litoral da capitania de Pernambuco e a região do Rio de Janeiro. A ocupação do interior do território era praticamente nula, salvo a vila de São Paulo, fato que permitiria, em uma comparação implícita com as conquistas espanholas na América, o comentário de Frei Vicente do Salvador:

10 R. RICUPERO: A formação da elite colonial, São Paulo 2009, em especial o terceiro capítulo “Conquista e fixação”.

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O Brasil de Filipe IV

Da Largura, que a terra do Brazil tem pera o sertão não tracto, porque athe agora não houve quem a andasse por negligençia dos Portuguezes, que sendo grande conquistadores de terras não se aproveitão dellas, mas contentãosse de as andar arranhando ao longo do mar como caranguejos 11. O processo de expansão e conquista iniciado a partir de 1560 iria prosseguir até a segunda década do século XVII derrotando a resistência dos grupos indígenas no litoral e expulsando os franceses da região. Dada a dinâmica da luta na Costa do Brasil, cada avanço frente aos povos indígenas empurrava a fronteira militar para o interior do continente, sem permitir uma vitória definitiva. As terras sob domínio português foram se ampliando em torno dos núcleos originais e novas áreas conquistadas. Sergipe, a região entre as duas capitanias mais importantes –Bahia e Pernambuco– é conquistada na década de 1580, consolidando o núcleo central da colônia. Mais expressivo, contudo, seria o movimento, iniciado também nesse momento, que estenderia o domínio português de Pernambuco até a foz do Amazonas em 1616. A costa foi sendo paulatinamente conquistada: Paraíba na década de 1580, Rio Grande do Norte nos últimos anos do século XVI, Ceará no início do XVII, Maranhão (com a expulsão dos franceses e a conquista de São Luís) e, na sequência, o Pará (dominando a foz do Amazonas), ambas na segunda década. A herança de Felipe IV, dessa forma, seria maior do que a do avô Felipe II. A faixa litorânea agora compreendia as terras desde a Capitania de São Vicente no Sul, até a capitania do Pará no Norte, as áreas efetivamente ocupadas eram significativamente maiores e o número de núcleos urbanos dobrara no período, apesar dessa ampliação da colonização do litoral, a ocupação do interior pouco avançara. Contudo, a grande diferença entre os tempos de Felipe II e Felipe IV era o significativo aumento no número dos engenhos de açúcar. A conquista efetiva da faixa litorânea iniciada na década de 1560 permitiu o grande surto da economia açucareira no Brasil, pois as guerras travadas pelos portugueses, ao mesmo tempo em que derrotavam a resistência indígena, possibilitavam a ocupação e a exploração de áreas mais amplas e o cativeiro de milhares de índios, mão de obra fundamental para as fazendas e engenhos. Os resultados das guerras empreendidas podem ser mensurados pelo número de engenhos erguidos no período. Considerando apenas as áreas mais significativas da economia açucareira – as capitanias da Bahia e de Pernambuco e as regiões

11 Frei V. DO SALVADOR: História do Brazil, op. cit., f. 6v.

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Rodrigo Ricupero

vizinhas – e, portanto, melhor documentadas, teríamos a seguinte evolução: na década de 1570 os engenhos eram aproximadamente 55, no final do século já eram o dobro. Pouco tempo depois, no começo da segunda década do XVII, já seriam 150 e em 1623, apenas para a região em torno de Pernambuco atingiam a marca de 137 unidades 12. Foi um período de grande desenvolvimento para a colônia e prosperidade para os senhores de engenho. A demanda européia pelo açúcar, um dos grandes produtos comerciais da época, garantia mercados e preços crescentes para a produção. A baixa tributação, a facilidade inicial de obter terras e escravos indígenas completavam o cenário favorável, que seria em parte turvado pela posterior necessidade de substituir os indígenas dizimados pelos escravos africanos mais caros 13. A prosperidade das camadas senhorias no período chamou a atenção dos recém chegados e foi destacada nos escritos dos moradores, interessados em destacar os resultados da conquista. Gabriel Soares de Sousa, no citado memorial, após descrever a pujança da economia açucareira em Pernambuco, com seus 40 ou 50 navios anuais carregados de produtos da terra, sentenciava: É tão poderosa esta capitania, que há nela mais de cem homens que têm de mil até cinco mil cruzados de renda, e alguns de oito, dez mil cruzados. Desta terra saíram muitos homens ricos para estes reinos, que foram a ela pobres 14. O jesuíta Fernão Cardim, secretário do Visitador da Ordem na década de 1580, dá cores aos números, quando descreve impressionado o bem estar dos senhores de engenho, ainda que condenando os excessos: Vestem-se, e as mulheres e filhos de toda sorte de veludos, damascos e outras sedas e nisto tem grandes excessos. As mulheres são muito senhoras, e não muito devotas... os homens são tão briosos que compram ginetes de 200 e 300 cruzados ... São muito dados a festas... (em certo casamento) se vestiram uns de veludo carmesim, outros de verde, e outros de damasco e outras sedas de várias cores, e

12 Sobre a evolução da economia açucareira, veja-se, entre outros, F. MAURO: Portugal, o Brasil e o Atlântico, 2 vols. (tradução), Lisboa 1988; S. SCHWARTZ: Segredos internos. Engenhos e escravos na sociedade colonial (1550-1835), São Paulo 1988, e V. L. AMARAL FERLINI: Terra, Trabalho e Poder, São Paulo 1988. 13 Processo iniciado já no final do século XVI. 14 Optamos nesta passagem em não seguir a citada tradução espanhola do século XVII (G. Soares de SOUZA: Tratado Descritivo..., op. cit., p. 58).

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O Brasil de Filipe IV

os guiões e selas dos cavalos eram das mesmas sedas que iam vestidos. Aquele dia correram touros, jogaram canas... são dados a banquetes... bebem cada ano 50 mil cruzados de vinho de Portugal... Enfim em Pernambuco se acha mais vaidade que em Lisboa 15. Os Diálogos das Grandezas do Brasil, obra inédita e anônima de 1618, atribuída ao senhor de engenho Ambrósio Fernandes Brandão, corroboram a visão de Cardim sobre a situação dos senhores de engenho, indicando como a vida faustosa destes marcava os observadores. O velho morador do Brasil, Brandônio, um dos personagens do diálogo, afirmava para o recém chegado Alviano, o outro personagem, que o gasto dos senhores de engenho é grandíssimo, com os muitos cavalos ajaezados, librés e vestidos custosíssimos que tiram de ordinário para si e seus filhos, porque a cada quatro dias fazem festas de touros, canas e argolinhas, e arrematava, talvez para não deixar dúvidas ao surpreso Alviano, que eu já vi afirmar a homens mui experimentados na Corte de Madri, que se não traja melhor nela do que se trajam no Brasil os senhores de engenho, suas mulheres... 16. A situação não passava despercebida também para os estrangeiros que visitam a região. O francês Pyrard de Laval, retornando do Oriente numa embarcação portuguesa, teve a oportunidade de passar uma temporada no Brasil e nos deixou uma impressão favorável do desenvolvimento da colônia: “A riqueza dessa terra é principalmente em açúcares... porque não julgo que haja outro lugar em todo mundo, onde se crie açúcar em tanta abundância como ali”, acrescentando ainda, com certo exagero, “nunca vi terra onde o dinheiro seja tão comum, como e nesta do Brasil, e vem do Rio da Prata... não se vê ali moeda miúda, mas somente peças de oito, quatro e dois reales...” 17. A importância da economia açucareira em franca expansão e a fama, exagerada ou não, das riquezas atraiu para a região aventureiros e mercadores

15 F. CARDIM: Tratados da Terra e Gente do Brasil (final do século XVI), Lisboa 1997, extratos da p. 256. As cartas e relações dos jesuítas são repletas de descrições das mais favoráveis condições com que os padres são recebidos em suas visitas pelos engenhos no período. 16 Diálogos das Grandezas do Brasil (1618), Recife 1962 (1ª edição integral, preparada por J. A. Gonsalves de Mello, segundo o apógrafo de Leiden). 17 F. de Pyrard de LAVAL: Viagem de... (tradução portuguesa do texto do início do século XVII), 2 vols., Porto 1944, pp. 228 e 230.

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Rodrigo Ricupero

portugueses e estrangeiros e despertou a cobiça dos inimigos da Coroa espanhola, em especial dos piratas ingleses que começaram a se aventurar pelo Atlântico Sul no final do século XVI 18. A liberdade de comércio vigente na colônia em quase todo século XVI, as intensas relações mercantis entre Portugal e outras áreas européias, em especial os Países Baixos 19, a incapacidade da marinha portuguesa em escoar a totalidade da produção contribuíram para a penetração de comerciantes estrangeiros nos negócios do açúcar, bem como a participação de embarcações estrangeiras no transporte entre o Brasil e a Europa. A escassez de fontes apropriadas dificulta uma compreensão mais precisa destas relações, mas se estima que mercadores e embarcações holandesas tenham ocupado um papel relevante na economia açucareira. Contudo, no contexto da rebelião dos Países Baixos contra o domínio Habsburgo, a Coroa espanhola procurou tolher as relações mercantis dos rebeldes com o conjunto dos reinos sob seu domínio, para tanto uma série de leis e regulamentos foram promulgados a partir de 1585, que, de acordo com a conjuntura do conflito, ora eram mais restritivos, ora mais permissivos. No caso do comércio colonial, a restrição à participação dos holandeses favoreceu a presença de navios e comerciantes de outras áreas, em especial alemães 20, ainda que, para alguns autores, os holandeses tenham recuperado parte dos seus interesses no comércio açucareiro durante a trégua dos doze anos (1609-1621). Porém, a tendência geral foi no sentido de uma restrição crescente ao comércio, levando, assim a constituição do que se convencionou chamar de “exclusivo comercial”, impondo, portanto, a obrigação que o comércio do Brasil com a Europa se realizasse apenas através dos portos portugueses 21. A chegada ao trono do novo monarca coincide com uma virada na conjuntura internacional e também na da colônia. O início pouco antes da Guerra dos Trinta

18 Destaque-se, entre outros, os ataques de Drake, Cavendish e Lancaster. 19 No caso dos Países Baixos, tais relações seriam reforçadas pela migração de judeus e cristãos que fugiam da ameaça da Inquisição. 20 O chamado “Livro das saídas dos navios e urcas” de Pernambuco indica para o período entre 1595 e 1605 uma forte participação de embarcações originárias de Hamburgo. Este documento foi publicado na Revista do Instituto Arqueológico, Histórico e Geográfico Pernambucano, vol. LVIII (1993), p. 21, com um estudo introdutório de J. A. Gonsalves de Mello. 21 F. N OVAIS: Portugal e Brasil na crise do Antigo Sistema Colonial (1777-1808), 6ª ed., São Paulo 1995, especialmente o capítulo II.

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Anos, o fim da trégua dos 12 anos com os holandeses, a recessão econômica na Europa, conformando o que a historiografia posteriormente definiria como a Crise Geral do século XVII. Na área colonial o período seria marcado pelo fim da expansão territorial e da expansão da economia açucareira, bem como pelo início de uma fase da guerra contra os Holandeses. Além disso, foi nesse momento que se estruturaram no Brasil os mecanismos do Antigo Sistema Colonial, em especial com o estabelecimento do exclusivo comercial, e também com o aumento da importância do tráfico africano de escravos e com o acirramento da carga fiscal. Situação que levaria ao fim a grande prosperidade do final do XVI e do início do XVII.

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Kalina Vanderlei Silva

PERNAMBUCO, BAHIA E AS CAPITANIAS AÇUCAREIRAS NO REINADO DE FELIPE IV

Kalina Vanderlei SILVA

Quando em 1621 Felipe IV foi coroado em Madri entre a vastidão de terras que herdou estava, por parte do Império Português, a rica e promissora área canavieira da América portuguesa: larga faixa litorânea que se estendia paralela ao Atlântico, desde o exuberante Recôncavo baiano até a estratégica área de engenhos e lavouras de cana nas várzeas da Capitania de Pernambuco e suas anexas. Uma área ainda em expansão que apesar de baseada na ruralidade das fazendas canavieiras era também espaço de núcleos urbanos crescentes: vilas e cidades fundadas antes mesmo dos engenhos; núcleos urbanos que gradualmente se transformavam em centros políticos com elites que cultivavam ao máximo a proximidade com a Corte através de práticas que julgavam afidalgantes 22. Essa América açucareira era um emaranhado de canaviais que margeavam rios e povoações que serviam de entrepostos comerciais e mantinham o controle colonial sobre áreas constantemente disputadas. Umas e outras circundando os dois principais centros políticos, culturais e econômicos do Estado do Brasil: a Cidade da Bahia, a capital, e Olinda com seu porto do Recife, cabeça da Capitania de Pernambuco 23. Pernambuco era a mais bem sucedida das capitanias privadas, e a Bahia já há muito passara para a posse real. Em torno delas circulavam grande parte dos assuntos da administração filipina na América portuguesa e em 1621 ambas já abrigavam núcleos populacionais de intenso dinamismo, fosse comercial, fosse cultural: em Olinda e em Salvador se articulavam estruturas socioculturais

22 Para a função administrativa e política dos centros urbanos da América açucareira como predecessora de sua função comercial, cf. S. Mendes ZANCHETTI: O Estado e a Cidade do Recife (1836-1889), Doutorado da Faculdade de Arquitetura e Urbanismo-USP, São Paulo 1989. E para a relação da elite açucareira com a Corte, cf. K. Vanderlei SILVA: “Estado e Ostentação: A Cultura Barroca nas Vilas Açucareiras da América Portuguesa Através das Cerimônias Públicas. O Caso da Câmara de Olinda (Séc. XVII-XVIII)”, in R. CASSAZA et al. (eds.): Artes, ciencias y letras en la América Colonial, Buenos Aires 2009, t. I, pp. 71-83. 23 Para a rede urbana em torno dos dois principais centros de Pernambuco e Bahia, cf. K. Vanderlei SILVA: Nas Solidões Vastas e Assustadoras – A Conquista do Sertão pelas Vilas Açucareiras de Pernambuco nos Séculos XVII e XVIII, Recife 2010.

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mestiças que apesar de controladas pela elite açucareira já começavam a apresentar os germes do que seriam as estruturas paralelas de poder de pretos e pardos, influentes a partir do final do século XVII 24. Isso porque o tráfico de escravos para a região tivera um considerável incremento nas primeiras décadas dos Seiscentos, ampliando também o número de mestiços e forros que começavam a tomar as ruas do açúcar: e se o visitador Heitor Furtado de Mendonça registrou, entre 1593 e 1595, que a maioria dos artesãos e comerciantes urbanos de Olinda era composta por reinóis, essa situação já era bem diferente no tempo em que Felipe IV foi coroado, com o trabalho escravo dominando as atividades manuais tanto em Olinda quanto em Salvador 25. Ao tempo, os senhores do açúcar –senhores de engenho e grandes lavradores de cana– consolidavam-se enquanto uma elite que se dedicava a transplantar as práticas fidalgas da nobreza ibérica para o Estado do Brasil 26. E pertenciam a esse grupo personagens que haviam assumido a tarefa, após a aclamação de Felipe II, de descrever o mundo americano para os reis de Espanha: caso do já citado Gabriel Soares de Souza, senhor de engenho do Recôncavo baiano 27. No momento em que o novo rei ascendia ao trono, Olinda, herança da família Albuquerque Coelho, alcançara uma situação particular na estrutura colonial, a ponto de oferecer concorrência a Salvador: controlada por administradores da

24 Cf. K. Vanderlei SILVA: “Curiosa e Suntuosa Estrutura: O Barroco de Pretos e Pardos nas Vilas Açucareiras de Pernambuco nos Séculos XVII e XVIII”, Revista Eutomia 2 (2010), pp. 1-19. 25 O grande fluxo do tráfico de escravos angolanos, iniciado em meados do XVI, tornou- se substancial a partir de 1600 com o auge do açúcar em Pernambuco e Bahia. Cf. J. C. MILLER: “A Economia Política do Tráfico Angolano de Escravos no século XVIII”, in S. PANTOJA e F. J. SARAIVA (eds.): Angola e Brasil nas Rotas do Atlântico Sul, Rio de Janeiro 1999. pp. 14-16. E para os dados compilados pelo Visitador Heitor Furtado de Mendonça sobre origens sociais e etnicidade dos comerciantes em Pernambuco no final do século XVI, cf. K. Vanderlei SILVA: Nas Solidões Vastas e Assustadoras..., op. cit. 26 Práticas tais como a entrada solene organizada para o Visitador do Santo Ofício em Olinda em 1593, cf. R. Goiana MENEZES: “Olinda Visitada: Uma Análise do Cerimonial Barroco na Chegada e Instalação da Visitação do Santo Ofício em 1593”, Anais Eletrônicos do I Encontro Nordestino de História Colonial - Territorialidades, Poder e Identidades na América Portuguesa - Séculos XVI a XVIII, João Pessoa 2006; e a aclamação de Felipe II em Salvador em 1580, cf. J. VERÍSSIMO SERRÃO: Do Brasil Filipino ao Brasil de 1640, São Paulo 1968. 27 Cf. R. RAMINELLI: Viagens Ultramarinas – Monarcas, Vassalos e Governo a Distância, São Paulo 2008, p. 37.

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família donatarial desde que os filhos do primeiro donatário –fidalgos da Casa Real de D. Sebastião– haviam passado para o Reino, ela comandava não apenas a maior população colonial da América portuguesa e a mais rica economia, mas atraia também os próprios governadores gerais que relutavam em se fixar em Salvador 28. Tanto que até 1620, quando Felipe III passou finalmente uma ordem régia impedindo esses altos funcionários de permanecerem longe da Bahia, quatro governadores sucessivos despenderam ao menos um dos três anos de seus mandatos em Olinda: Diogo Botelho, que governou o Estado do Brasil entre 1602 e 1605 e que esteve por todo o primeiro ano em Pernambuco; D. Diogo de Menezes, nomeado em 1606; Gaspar de Souza, que saiu de Lisboa em 1612 diretamente para Olinda, onde permaneceria até 1615; e D. Luis de Souza, governador entre 1618 e 1621. Além disso, D. Francisco de Souza, antecessor de Botelho, após o término de seu governo prorrogou sua estadia no Estado do Brasil e, contrariando expressas ordens régias, em 1605 ainda estava em Olinda. O mesmo fez o Ouvidor-mor Ambrósio de Sequeira que também passou mais tempo em Pernambuco do que deveria 29. E a partir do governo de Diogo de Menezes as justificativas desses governadores para permanecerem nessa vila invariavelmente apresentavam a situação da conquista do Maranhão como explicação. No entanto, é bem mais provável que seus negócios na capitania –negócios ainda hoje pouco compreendidos– oferecessem um atrativo mais concreto. A coroação de Felipe IV não parece ter produzido nenhuma mudança imediata nesse cenário: a relação entre elites locais e Coroa continuava intensa, com o diálogo constante travado principalmente por intermédio dos senhores do açúcar que viviam na Corte e dos fidalgos da Casa Real enviados como governadores para Pernambuco e Bahia 30. No entanto, essa situação mudaria

28 Para os donatários de Pernambuco, Cf. F. DUTRA: “Notas sobre a Vida e Morte de Jorge de Albuquerque Coelho e a Tutela de seus filhos”, Separata da Stvdia – Revista Semestral 37 (1973), pp. 265-267. 29 J. VERÍSSIMO SERRÃO: Do Brasil Filipino..., op. cit., pp. 99, 107, 117, 122, 140, 151, 152, 159, 160, 170. D. Francisco de Souza terminou sendo nomeado Capitão Geral e Governador das Minas do Estado do Brasil, comandando as capitanias de Rio de Janeiro, Espírito Santo e São Vicente, e ainda em 1605 estava em Pernambuco lidando com seus negócios particulares relativos às capitanias do sul (Idem). 30 Entre os fidalgos da Casa Real na América açucareira, por exemplo, estava o Governador Geral Diogo Botelho (J. VERÍSSIMO SERRÃO: Do Brasil Filipino..., op. cit., pp. 89-93). E entre os muitos senhores do açúcar em Madrid podemos citar, além de Gabriel Soares de Souza, os

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drasticamente a partir de 1624 com a guerra empreendida pela Companhia das Índias Ocidentais, a holandesa WIC, às possessões filipinas na América portuguesa. Uma guerra que terminaria por findar o poderio espanhol no mundo do açúcar. E não apenas os ataques da WIC causariam o enfraquecimento do nome Habsburgo em Portugal, mas na América portuguesa desencadeariam um processo que levaria ao fortalecimento das elites açucareiras de Pernambuco frente à administração régia centralista e que continuaria forte baixo o reinado dos Bragança 31. Mas em 1621 o cenário dos Habsburgo no mundo do açúcar ainda era de expansão, inclusive física, com a dilatação das fronteiras da América açucareira. Tal investimento permitira a conquista efetiva da região entre a Paraíba e o Maranhão e culminara na fundação do Estado do Maranhão nesse mesmo ano, empreendidas ambas com expedições partidas de Pernambuco e que agregavam gente da terra a soldados e comandantes espanhóis 32.

Mendonza, cavaleiros do hábito da Ordem de Calatrava, e Duarte de Albuquerque Coelho: Para Soares de Souza, cf. R. RAMINELLI: Viagens Ultramarinas..., op. cit., pp. 37-42. Também T. C EZAR: “Quando um Manuscrito Torna-se Fonte Histórica: As Marcas de Verdade no Relato de Gabriel Soares de Sousa (1587). Ensaio sobre uma Operação Historiográfica”, História em Revista 6 (2000), pp. 37-58; ver também os processos de Bartolomé de Mendoza e Jerônimo de Mendoza no AHN, OM, Expedientillos, n. 10316; OM, Caballeros de Calatrava, exp. 1620 e 1618; e para Albuquerque Coelho, cf. F. DUTRA: “Notas sobre a Vida e Morte de Jorge de Albuquerque Coelho...”, op. cit., pp. 265-267. 31 Para o fortalecimento da elite de Pernambuco após o término da guerra holandesa e suas barganhas com os Bragança, cf. V. L. Costa ACIOLI: Jurisdição e conflito – Aspectos da administração colonial, Recife 1997. 32 Para as expedições de conquista filipinas na América portuguesa, cf. A. F. A. WRIGHT, A. MELLO: “O Brasil no Período dos Filipes (1580-1640)”, in S. Buarque HOLANDA (dir.): História Geral da Civilização Brasileira, vol. 1: A Época Colonial, Rio de Janeiro 1989, pp. 182-183. Mais recentemente Regina Célia Gonçalves descreveu o processo de conquista das capitanias de Paraíba e Itamaracá a partir de Pernambuco, discutindo a participação do governo geral e as mudanças ocorridas com a União Ibérica. R. C. GONÇALVES: “Guerra e Açúcar: A Formação da Elite Política na Capitania da Paraíba (séculos XVI e XVIII)”, in C. OLIVEIRA e R. MEDEIROS (orgs.): Novos Olhares sobre as Capitanias do Norte do Estado do Brasil, João Pessoa 2007, pp. 23-31. Também R. C. GONÇALVES: “O Capitão-Mor e o Senhor de Engenho: os conflitos entre um burocrata do rei e um ‘nobre da terra’ na Capitania Real da Paraíba (Século XVIII)”, in Actas do Congresso Internacional Espaço Atlântico de Antigo Regime: poderes e sociedades, Lisboa 2008. vol. 1, pp. 1-14. E para a conquista do Maranhão, cf. A. CARDOSO: “A Conquista do Maranhão e as

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Ao longo dos reinados de Felipe II e Felipe III poucos haviam sido os conflitos entre os colonos do mundo do açúcar e a administração filipina. Logo de início, se a aclamação de Felipe II fora realizada pela Câmara de Salvador baixo ordem régia e de forma tímida, apesar disso fora feita sem protestos. Em Olinda, por sua vez, que também celebrara a ascensão daquele rei, o fidalgo da Casa Real Diogo Botelho, Governador Geral que se perdurava em Pernambuco, causara tal impressão favorável nos senhores do açúcar que a Câmara procurou mesmo impedir sua transferência para a Bahia. A mesma recepção favorável foi dada em Salvador aos Desembargadores da Coroa após a instalação do Tribunal da Relação em 1609 33. Aparentemente os conflitos que existiram até esse momento se restringiam às fronteiras, principalmente associados à conquista da Paraíba no norte de Pernambuco, onde comandantes espanhóis suscitaram várias querelas ao serem encarregados do comando de colonos e flecheiros indígenas dentro do conturbado sistema militar da América açucareira 34. Mas, de resto, pouco se veria em termos de manifestações contra os espanhóis no mundo do açúcar, mesmo com a crise da Restauração em Portugal. Todavia, isso não impediu que a política centralizadora dos Felipes suscitasse problemas administrativos frente aos senhores do açúcar e sua tradição de autonomia. A presença constante de governadores gerais em Olinda durante o reinado de Felipe III, por exemplo, levou a protestos por parte dos Albuquerque Coelho, que sentiam que tal presença era uma intrusão da Coroa em seus

Disputas Atlânticas na Geopolítica da União Ibérica (1596-1626)”, Revista Brasileira de História 61 (2011), pp. 317-338. 33 J. VERÍSSIMO SERRÃO: Do Brasil Filipino..., op. cit., pp. 98-99, 137; E. C. PORTO: Nos Tempos de Duarte Coelho, Recife 1978. Para uitos conflitos. Cf. R. C. GONÇALVES: Guerras e Açúcares – Política e Economia na Capitania da Parayba – 1585-1630, Bauru 2007, pp. 148- 151; e R. C. GONÇALVES: “O Capitão-Mor e o Senhor de Engenho...”, op. cit., e para a turbulenta estrutura militar da América portuguesa, cf. K. Vanderlei SILVA: O Miserável Soldo & A Boa Ordem da Sociedade Colonial, Recife 2001 34 Regina Célia Gonçalves estudou o conflito entre os colonos responsáveis pela conquista da Paraíba, oriundos de Pernambuco, e as autoridades castelhanas na capitania, mostrando como durante essa campanha, ainda no reinado de Felipe II, a presença de oficiais e soldados espanhóis foi motivo de muitos conflitos. Cf. R. C. GONÇALVES: Guerras e Açúcares – Política e Economia na Capitania da Parayba – 1585-1630, Bauru 2007, pp. 148- 151; e R. C. GONÇALVES: “O Capitão-Mor e o Senhor de Engenho...”, op. cit., e para a turbulenta estrutura militar da América portuguesa, cf. K. Vanderlei SILVA: O Miserável Soldo & A Boa Ordem da Sociedade Colonial, Recife 2001

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negócios particulares 35. Esse mesmo choque levaria, já no reinado de Felipe IV, à extinção do Tribunal da Relação, também por obra e graça dos donatários de Pernambuco 36. No entanto, esses conflitos não se davam especificamente contra os espanhóis e muito menos contra o rei. Era um confronto de tradições políticas. E de qualquer forma, a arraigada tradição descentralizadora dos núcleos urbanos açucareiros chegara mesmo a ser beneficiada pela prática dos Habsburgo de incrementar o diálogo direto com as cidades coloniais.

A guerra contra a WIC no mundo do Açúcar

O governo de Felipe IV marcou o fim do poderio Habsburgo na América açucareira portuguesa. Isso porque, enfraquecida pelos problemas financeiros internos e pela crise nos Países Baixos, a Monarquia Católica sob sua coroa não conseguiu fazer frente ao desafio bélico que os holandeses lançaram em suas investidas sobre a região. Assim, apesar da vitória na Bahia em 1625, ele terminaria por perder o controle da Capitania de Pernambuco em 1630 37. O primeiro momento da invasão da companhia holandesa teve como alvo a capital do Estado do Brasil. Durou um ano, de 1624 a 1625, e assolou a cidade, mas foi barrada, não tanto pela resistência local –sobre a qual são contraditórios os relatos– quanto pelo poderio da armada de restauração enviada pelo rei. E apesar das reclamações feitas contra as tropas de resgate, principalmente devido

35 Cf. G. MARQUES: “O Estado do Brasil na União Ibérica: Dinâmicas Políticas no Brasil no Tempo de Felipe II de Portugal” Penélope 27 (2002), p. 19. Além disso, a presença de outros funcionários régios, ordenados a investigar assuntos fazendários, criou choques diversos com os donatários de Pernambuco já desde o reinado de Felipe II (Ibidem, pp. 10-11). 36 Cf. F. DUTRA: “Matias de Albuquerque and the Defense of Northeastern Brazil, 1620-1626”, Separata Stvdia – Revista Semestral 36 (1973), p. 137. 37 Segundo Evado Cabral de Mello, “No qüinqüênio entre a Restauração da Bahia e a ocupação holandesa de Pernambuco, a situação militar e financeira da monarquia espanhola deteriorara-se gravemente, o que explica em grande parte porque ela respondeu célere e energicamente em favor de Salvador mas não pode fazê-lo em favor de Olinda” (E. Cabral de MELLO: Olinda Restaurada – Guerra e Açúcar no Nordeste 1630/1654, Rio de Janeiro 1975, p. 31). Elliot também discute a relação dos problemas financeiros de Castela com o desafio holandês à Monarquia Católica, Cf. J. H. ELLIOTT: La España Imperial (1469-1716), Madrid 2006, pp. 348-390. Ver também J. M. SANTOS PÉREZ eG. F. C.SOUZA (eds.): El desafío holandés al dominio ibérico en Brasil en el siglo XVII, Salamanca 2006.

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aos saques que estas perpetraram aos armazéns portuários, a vitória que conduziram contra os holandeses amenizou muitos dos problemas que, de qualquer forma, parecem ter sido mais intensos entre os portugueses reinóis e os castelhanos do que entre a gente do açúcar e os homens de Espanha 38. Essa invasão, todavia, não foi uma surpresa, como também não o seria a de Pernambuco. De fato, desde a coroação de Felipe IV, que coincidiu com o fim da trégua com a Holanda, a Coroa se preocupava com a possibilidade, ou mesmo iminência, de uma incursão inimiga à costa oriental da América portuguesa. Isso levou a toda uma preparação para a defesa da região, um dos pontos mais vulneráveis da América baixo o controle dos Habsburgo. Assim, em 1623 o rei ordenou que o Governador Geral, então Diogo de Mendonça Furtado, tomasse as providências necessárias para defender tanto a Bahia quanto Pernambuco, passando a mesma ordem para Matias de Albuquerque, que então estava em Olinda a duplo serviço da Coroa e de seu irmão donatário, e ordenando ainda ao Conselho de Portugal que enviasse duas caravelas com soldados para guarnecer os dois principais núcleos urbanos açucareiros 39. Tais medidas se mostrariam tão necessárias quanto insuficientes, pois em maio de 1624 a frota da WIC arribou à costa da Bahia com mais de vinte naus. Assim que foi avistada, o Governador Geral teve tempo de reunir três mil homens e organizar a defesa nos fortes da cidade. Mas isso não impediu que as naus holandesas bombardeassem o porto e desembarcassem suas tropas que rapidamente foram ganhando espaço. Dois dias depois a maioria dos defensores e moradores já havia fugido para o interior, logo após o que os invasores conseguiram prender Diogo de Mendonça Furtado com outras autoridades, enviando-os para a Holanda, enquanto a notícia se espalhava pelo Estado do Brasil 40. Testemunha do acontecimento, o franciscano Frei Vicente do Salvador, escrevendo anos depois da guerra, não deixou de recriminar o que considerou a covardia de colonos e religiosos durante a invasão. Não esquecendo também de elogiar os esforços de Mendonça Furtado para sustentar as defesas da cidade. E com ironia descreveu a reação que esses esforços desencadearam nos colonos em fuga:

38 Para os relatos contraditórios acerca da participação dos colonos na resistência da Bahia, e para os saques promovidos aos armazéns baianos pelas tropas de D. Fradique de Toledo, cf. C. Ziller CAMENIETZKI e G. Grassia PASTORE: “1625, o Fogo e a Tinta: A Batalha de Salvador nos Relatos de Guerra”, Topoi 11 (2005), pp. 271-272. 39 J. VERÍSSIMO SERRÃO: Do Brasil Filipino..., op. cit., pp. 184-186. 40 Ibidem, pp. 190-191.

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como [Furtado] se não pôs em um cavalo correndo e discorrendo por toda a cidade que não lhe fugisse a gente, todos lhe foram saindo, o que não podia ser sem que os capitães das portas e mais saídas da cidade fossem os primeiros. E o bispo, que aquele dia se fez amigo com o governador e se lhe foi oferecer com uma companhia de clérigos e seus criados, pedindo estância onde estivesse, e a quem o governador, agradecendo-lhe muito o oferecimento, disse que em nenhuma parte podia estar melhor que na sua sé, tão bem a desamparou, consumindo o santíssimo sacramento e deixando a prata e ornamentos e tudo o mais. O mesmo fizeram clérigos e frades e seculares, que só trataram de livrar as pessoas e algumas coisas manuais, deixando as casas com o mais, que tinham adquirido em muitos anos. Tanto pode o receio de perder a vida, e enfim se perde tarde ou cedo, e às vezes em ocasião de menos honra 41. Ainda segundo Frei Vicente, logo que recebeu a notícia de que da Holanda partira uma armada da Companhia, Felipe IV mandara alertar o Governador Geral na Bahia para que este se preparasse pois era quase certo que o destino da armada seria o Brasil. Alerta ao qual Mendonça Furtado dera a devida atenção, avisando o Rio de Janeiro, mandando vir gente armada do Recôncavo –inclusive tropas de flecheiros– e procurando distribuir suas forças pelas fortalezas da cidade. E mesmo após ser derrotado e preso não desamparara totalmente suas obrigações, ordenando que a Câmara de Salvador convocasse Matias de Albuquerque para assumir o governo geral. Mas a dificuldade da viagem de Pernambuco para a Bahia, e a necessidade urgente de uma autoridade que organizasse a resistência, fizera com que, no meio tempo, os colonos elegessem o bispo como governador interino 42. Na esteira desses acontecimentos, Matias de Albuquerque em Pernambuco e Salvador Correia de Sá no Rio de Janeiro começaram a organizar frotas para a retomada de Salvador. Enquanto isso, a notícia chegava ao Reino causando celeuma entre os comerciantes lisboetas. E recebida com pesar em Madri, levou Felipe IV a ordenar uma reação imediata contra os holandeses, além de uma devassa para estabelecer as culpas pela perda da Bahia, em uma demonstração da política pouco confiante que o faria alienar, mais tarde, alguns de seus principais defensores na América portuguesa, como Matias de Albuquerque 43.

41 Frei V. DO SALVADOR: História do Brasil, 1500-1627, São Paulo 1982, p. 362. 42 Ibidem, pp. 362, 366. 43 Para a reação de Felipe IV à perda da Bahia, cf. J. VERÍSSIMO SERRÃO: Do Brasil Filipino..., op. cit., p. 193.

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Mas naquele momento Albuquerque ainda era um dos principais defensores do rei em terras açucareiras. Ao receber a provisão que o nomeava Governador Geral, no entanto, não se apressou em deixar Olinda. No Reino, por sua vez, apesar da ordem régia para que se aprestasse sem demora a armada para restaurar a Bahia, de início apenas duas caravelas foram enviadas de Lisboa para Pernambuco. Naus que foram recebidas com festa no porto do Recife, mais pelas notícias que traziam da preocupação do rei do que por seu pouco reforço em homens e armas 44. E a preocupação do rei era uma notícia que agradava a seus súditos no mundo do açúcar, a julgar pelo discurso de Frei Vicente. Esse, no entanto, não deixou de perceber os significados complexos por trás dessa inquietação de Felipe IV com a América açucareira portuguesa: Sabida pelo nosso rei católico Felipe Terceiro a nova da perda da Bahia, a sentiu grandemente, não tanto pela perda quanto por sua reputação, por entender que os holandeses por esta via determinavam diverti-lo das guerras que atualmente lhe fazia em Holanda, ou que, por sustentá-la e acudir aos assaltos que continuamente lhe faziam pela costa de Espanha, não poderia acudir a estoutra, como eles diziam. E, assim, para desenganá-los destes desenhos, mandou com muita brevidade aprestar suas armadas, e que entretanto se mandasse de Lisboa todo o socorro possível, não só à Bahia, mas às outras partes do Brasil, pera que os rebeldes não tomassem pé no estado, nem ainda o lançassem fora dos limites da cidade que tinham tomada, porque nisso podiam perigar as fazendas dos engenhos de açúcar que estão no recôncavo, de que tanto proveito recebem as suas alfândegas 45. O historiador franciscano não deixava de entender, assim, o interesse régio na proteção da Bahia como um efeito colateral de suas atenções aos Países Baixos, antes mesmo do que uma preocupação com as rendas produzidas pelo comércio do açúcar. Mas essa percepção não diminuía sua alegria pelo que considerava a constância da apreensão de Felipe IV com a Bahia, o que o levava também a enfatizar a boa acolhida que essa preocupação recebeu por parte dos súditos portugueses: Com muita brevidade mandou Vossa Majestade aprestar suas armadas, assim em Castela como em Portugal e Biscaia, para socorrer e recuperar a Bahia do poder dos holandeses, dizendo que, se lhe fora possível, ele mesmo houvera de vir em pessoa, o que foi causa de todos seus vassalos se oferecerem à jornada com muita vontade 46.

44 Diz Frei Vicente que traziam apenas 120 homens, 300 arcabuzes, além de pólvora, lanças e piques (Frei V. DO SALVADOR: História do Brasil, 1500-1627, op. cit., p. 381). 45 Ibidem. 46 Ibidem, p. 385.

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Um discurso, desse egresso da Universidade de Coimbra e correspondente de Manuel Severim de Faria, que reproduzia as representações elaboradas pelos súditos portugueses acerca do amor do rei espanhol pelas terras açucareiras 47. Representações que alimentaram também o apuro do autor no registro de como o rei se esmerara, após a guerra, em atender as solicitações de mercê feitas pelos portugueses que haviam lutado na Bahia: Não se poderá ver maior demonstração de amor de Sua Majestade à coroa de Portugal, pois sem consulta do estado, só pela do amor, foi servido de seu motu próprio formar um real decreto tão favorável a esta coroa 48. Nessas palavras ecoavam os artifícios retóricos da escrita cortesã dos Seiscentos que perpassavam o texto de Frei Vicente. Em sua obra, divulgada em forma de manuscrito no Reino, pululavam elementos comuns ao imaginário barroco ibérico: a ênfase na humildade do autor e na prudência do personagem; a visão aristotélica de Estado que embasava a Monarquia Católica; a celebração do rei como celebração do Estado 49. Elementos que transfiguravam seus louvores à preocupação de Felipe IV com a América açucareira em uma fórmula discursiva que procurava inserir sua região, o mundo do açúcar, no contexto global da Monarquia Católica. Entretanto, essa busca por inserção na órbita do Império Habsburgo não significava que o autor negligenciasse seu pertencimento, ou o do Estado do Brasil, a Portugal. De fato, o franciscano não deixou de elaborar uma apologia às proezas da fidalguia portuguesa ao enfatizar sua participação na armada de restauração; contando e nomeando tais personagens que, segundo ele, tão alegremente se haviam alistado e doado suas fazendas para a empreitada, e pouco mencionando a armada real de Espanha, apesar dessa constituir o grosso da frota enviada para a América 50.

47 Para a biografia de Frei Vicente, cf. L. C. Oliveira de ANDRADE: A narrativa da vontade de Deus: a História do Brasil de frei Vicente do Salvador (c. 1630), Rio de Janeiro 2004; A. P. TORRES MEGIANI: “Das palavras e das coisas curiosas: correspondência e escrita na coleção de notícias de Manuel Severim de Faria”, Topoi 8 (2007), pp. 24-47. A noção de amor ao rei, no Antigo Regime, por sua vez, pode ser vista em R. DE OLIVEIRA: “Amor, amizade e valimento na linguagem cortesã do Antigo Regime”, Tempo 21 (2006), pp. 97-120. 48 Frei V. DO SALVADOR: História do Brasil, 1500-1627, op. cit., pp. 414-415. 49 Cf. L. C. Oliveira de ANDRADE: A narrativa da vontade de Deus..., op. cit. 50 Para a apologia aos fidalgos portugueses na armada de restauração, cf. Frei V. DO SALVADOR: História do Brasil, 1500-1627, op. cit., pp. 385-391.

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A armada de restauração –mais tarde nomeada nas relações encomendadas pelo rei como a Jornada dos Vassalos 51– foi a resposta da Monarquia Católica à WIC. Composta pela frota espanhola comandada pelo grande de Espanha D. Fradique de Toledo e pela frota portuguesa, e unificada em Cabo Verde em fevereiro de 1625 depois de muitos atrasos, a armada se transformou na maior frota que o Atlântico já vira até então –segundo Padre Antonio Vieira, depois da Invencível Armada–, com seus 52 navios e mais de 12 mil homens 52. Na Bahia, principalmente na aldeia do Rio Vermelho onde os colonos haviam organizado a defesa, a chegada das naus de D. Fradique causou imediatamente uma tremenda impressão. Segundo o Padre Antônio Vieira, testemunha tanto da tomada quanto da retomada da cidade, era “a mais poderosa armada que até agora passou a linha” 53. E o ataque dos soldados de Felipe IV, associado aos defensores que lutavam, como sempre, com o apoio de tropas irregulares de indígenas e africanos, conseguiu retomar a cidade após cerca de oito dias 54. Mas a presença da armada de D. Fradique, imensa e pesada, com um porte e um volume de homens de armas jamais visto nas costas orientais da América do Sul, causaria tanta celeuma entre os colonos quanto a dos próprios holandeses. Primeiramente porque os soldados saquearam os armazéns da cidade, seguindo a prática costumeira na Europa, o que repercutiu negativamente entre os colonos; e em um segundo momento porque a própria presença de milhares de soldados ibéricos nas costas do Brasil teve um impacto social ainda não totalmente percebido pela historiografia. Além disso, as querelas não demoraram a se firmar entre os restauradores, principalmente entre os oficiais e soldados portugueses que se ressentiam de um comando castelhano que havia hasteado a bandeira de Castela na cidade recém reconquistada 55.

51 Cf. C. Ziller CAMENIETZKI e G. Grassia PASTORE: “1625, o Fogo e a Tinta...”, op. cit. 52 J. VERÍSSIMO SERRÃO: Do Brasil Filipino..., op. cit., pp. 195-196; C. Ziller CAMENIETZKI e G. Grassia PASTORE: “1625, o Fogo e a Tinta...”, op. cit. 53 Cartas do padre Antonio Vieira, t. I, p. 42, apud J. VERÍSSIMO SERRÃO: Do Brasil Filipino..., op. cit., p. 197. 54 J. VERÍSSIMO SERRÃO: Do Brasil Filipino..., op. cit., p. 197. 55 “O padre Guerreiro, narrando a entrada das forças católicas em Salvador, demonstra um profundo mal-estar com o fato de a cidade ter sido ocupada em primeiro lugar exclusivamente por fidalgos de Castela, sem a participação de oficiais portugueses, D. Manuel sintetiza suas queixas quanto ao lugar dos soldados lusitanos no simbolismo da bandeira alçada

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O episódio da reconquista da Bahia se provaria o momento de glória da relação da América açucareira portuguesa com Felipe IV. A Jornada dos Vassalos foi plenamente celebrada na Corte em uma euforia transfigurada em obras de arte encomendadas pelo rei, como a peça de Lope de Vega e a tela de Maíno 56. Mas foi comemorada mais na Corte, aparentemente, do que na própria Bahia, onde deixara como saldo um grande número de soldados a serem sustentados, e fidalgos lusos e castelhanos que não queriam perder a oportunidade de fazer um lucrativo comércio 57. E os problemas em Salvador se avolumavam: a necessidade de reconstrução da cidade destruída; a urgência da manutenção de uma estrutura defensiva que pudesse fazer frente a novas ameaças. E foi para tentar sanar esse último problema que D. Fradique, antes de retornar ao Reino, estabeleceu uma força de mil soldados portugueses como reforço das guarnições de presídio na capital 58. Além disso, para implementar as medidas que deveriam reestruturar as novas defesas da capital, Matias de Albuquerque foi chamado de Pernambuco para assumir o posto de Governador Geral. Do outro lado do Atlântico, todavia, apenas comemoração: Felipe IV e Olivares aproveitaram as notícias da vitória para ordenar festas que se espalharam por Madri e Lisboa; festas que, na capital portuguesa, foram celebradas com luminárias e salvas de artilharia, em geral eram destinadas à grande celebração de Corpus Christi 59. Mas essas comemorações apenas tiveram lugar após a ordem passada para a devassa que terminaria por atribuir a culpa da derrota ao

na cidade depois de arriado o estandarte holandês [...] Ainda que D. Fradique, comandante geral das operações, tivesse remediado o mal-estar português ao levantar outra bandeira ao lado da real de Castela, D. Manuel não se satisfez” (C. Ziller CAMENIETZKI e G. Grassia PASTORE: “1625, o Fogo e a Tinta...”, op. cit.). 56 Cf. C. MARÍN TOVAR: “El Cuadro de Batallas de Juan Bautista Maíno La Recuperación de Bahía y las fuentes literarias del siglo XVII como sugerencia para su argumento”, Enlaces: Revista del CES Felipe II 7 (2007). 57 “... ao mesmo tempo, de volta a Portugal, D Fradique de Toledo e o alto comando da Jornada dos Vassalos eram surpreendidos com grande carga de pau-brasil, contrabandeado à margem do estanco real” [W. LENK: “Aspectos sociais da resistência á ocupação holandesa (Bahia, 1624-1654)”, in Anais do Simpósio de pós-graduação em História Econômica,São Paulo 2008, p. 13]. 58 J. VERÍSSIMO SERRÃO: Do Brasil Filipino..., op. cit., p. 198. 59 Ibidem, p. 199.

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ex-Governador Geral Diogo de Mendonça Furtado, que foi então acusado de deslealdade 60. Enquanto isso, na América portuguesa a celebração foi menos festiva e mais focada em solicitações de mercês por parte dos senhores do açúcar, incentivados pelo próprio Felipe IV. Uma prática que décadas depois se constituiria em uma política cara à elite açucareira baixo os Bragança 61. Assim, nesse contexto de contradições, enquanto a Corte celebrava a restauração como um importante feito da Monarquia Católica, os colonos em Salvador –e até mesmo as autoridades imperiais na capital do Estado do Brasil– tinham que lidar com a reconstrução, a manutenção do exército e o perigo de novas ameaças. Mas tanto em um quanto em outro cenário o período que entremeou a reconquista da Bahia e a perda de Pernambuco foi de contínua preocupação com uma ameaça que estava longe de acabar. E para combatê-la Felipe IV enviou para o mundo do açúcar fidalgos experimentados como D. Vasco Mascarenhas, além de ordenar que se embarcasse artilharia pesada e mais munição na frota do novo Governador Geral, Diogo Luis de Oliveira, que aportaria na Bahia em 1625 62. Nada disso impediria, todavia, a perda de Pernambuco meia década mais tarde, com a invasão já muito prevista. De fato, há tempos os enviados da Coroa apontavam os muitos problemas na estrutura defensiva da capitania dos Albuquerque Coelho e afirmavam a necessidade urgente de lhes dar remédio. Esse foi o caso do sargento-mor Diogo de Campos Moreno, cujo relatório que daria origem ao Livro que dá Razão ao Estado do Brasil, descrevia já em 1612 a defasada situação militar da capitania 63.

60 J. VERÍSSIMO SERRÃO: Do Brasil Filipino..., op. cit., p. 193; C. Ziller CAMENIETZKI e G. Grassia PASTORE: “1625, o Fogo e a Tinta...”, op. cit. 61 Para as solicitações de mercês na restauração da Bahia cf. J. VERÍSSIMO SERRÃO: Do Brasil Filipino..., op. cit., pp. 199-200. E apara a continuidade dessa política baixo a Coroa Bragança, cf. V. L. Costa ACIOLI: Jurisdição e conflito..., op. cit. 62 Um governador que, por sinal, recebeu e desobedeceu ordens expressas para não se deter em Pernambuco. Cf. J. VERÍSSIMO SERRÃO: Do Brasil Filipino..., op. cit., pp. 203-206. 63 Cf. M. B. MOURA FILHA: “O Livro que dá ‘Rezão do Estado do Brasil’ e o Povoamento do Território Brasileiro nos Séculos XVI e XVII”, Revista da Faculdade de Letras Ciências e Técnicas do Patrimônio, Iª Série, vol. 2 (2003), pp. 591-613. Em uma versão preliminar da ‘Razão do Estado do Brasil’ Campos Moreno já afirmara sobre Olinda: “Esta Vila de Olinda conforme o sítio não tem modo algum de se fortificar, [...] a um repente dos moradores que se não juntam, nem se podem juntar mais que seiscentos homens, quando muito, em que entram os do presídio, soldados pagos, que serão efetivos até sessenta e nunca

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Apesar de suas admoestações, no entanto, aparentemente a situação continuava sem grandes mudanças durante o reinado de Felipe IV quando o próprio Matias de Albuquerque escreveu repetidas vezes expondo a necessidade de reforços e munições para a defesa da capitania 64. E Albuquerque chegou mesmo a reestruturar as fortificações da costa, apesar de que após sua saída do governo de Pernambuco as estruturas defensivas foram logo abandonadas 65. Assim, se a Coroa protelava o reforço militar na região, talvez por seguir a prática da administração militar portuguesa que consistia basicamente em estabelecer pequenas guarnições de presídio reforçadas por homens locais império a fora 66, por outro lado, a própria preocupação da elite açucareira com a defesa da capitania não a levava a cuidar melhor das estruturas defensivas, apesar de que, com as notícias da invasão da Bahia e da ameaça sobre Pernambuco, alguns senhores chegaram mesmo a financiar fortificações às próprias custas: caso de Diogo Pais Barreto que custeou o Forte de São Jorge, na barra do porto do Recife, durante a segunda gestão de Albuquerque em Pernambuco 67. Ou seja, ao mesmo tempo em que a preocupação da Coroa Habsbúrguica com a defesa de Pernambuco não conseguia se transformar em um conjunto de

passa daqui o seu número; por maneira que, nas demais forças da vila, a um repente, como digo, não acho defensa suficiente tanto pelo numero como pelos postos, que são separados e como tais também obrigam a dividir-se a gente”. In: “Relação das Praças Fortes, Povoações e Cousas de Importância que Sua Majestade tem na Costa do Brasil, Fazendo Princípio dos Baixos ou Ponta de São Roque para o Sul do Estado e Defensão delas, de seus Fruitos e Rendimentos, Feita pelo Sargento-mor desta Costa Diogo de Campos Moreno no Ano de 1609”, Revista do Instituto Arqueológico, Histórico e Geográfico de Pernambuco 57 (1984), pp. 200-201. 64 Entre os pedidos de armas e homens enviados por Matias para Madri estão: Ofício do [secretário do Conselho de Portugal em Madrid], Marçal da Costa, ao [conselheiro do Conselho da Fazenda, Luis da Silva], sobre as cartas do capitão-mor da capitania de Pernambuco, Matias de Albuquerque, nas quais ele pede munições para defensa desta praça, 05/06/1622, AHU, ACL_CU_015, Cx. 2, D. 78; Consulta do Conselho da Fazenda ao rei [D. Felipe III] sobre o pedido do capitão-mor da capitania de Pernambuco, Matias de Albuquerque, no qual solicita que se remetam homens, armas e munições para o socorro da mesma, 01/08/1624, AHU, ACL_CU_015, Cx. 2, D. 101. 65 M. ALBUQUERQUE: “Holandeses en Pernambuco. Rescate Material de La Historia”, in J. M. SANTOS PÉREZ eG. F. C.SOUZA (eds.): El desafío holandés..., op. cit., p. 112. 66 Para a cultura militar portuguesa na América açucareira, cf. K. Vanderlei SILVA: O Miserável Soldo..., op. cit. 67 M. ALBUQUERQUE: “Holandeses en Pernambuco…”, op. .cit., p. 113.

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ações eficazes devido à escassez de recursos, o repasse da responsabilidade com a manutenção das estruturas defensivas da costa para as mãos dos senhores locais também não se provava eficaz, uma vez que a disponibilidade destes para sustentá-las era no mínimo ambígua 68. Assim foi que em 1630, quando o exército mercenário da companhia holandesa surgiu ao largo do Recife, com muitos mais homens e navios que os reunidos para sua empreitada baiana, as fortificações da capitania, bem como suas tropas, não se mostraram à altura da defesa da mesma 69. E sem o apoio por mar, e com uma localidade menos fortificada do que era Salvador, os defensores de Olinda tiveram muito mais problemas em oferecer resistência aos invasores. Em razão disso a guerra em Pernambuco se estendeu por anos, baseada amplamente nas forças de terra que o comandante Matias de Albuquerque organizara segundo táticas americanas. Seu primeiro momento, que começou com a invasão em 1630, terminaria em 1637 com a queda das forças de resistência da Monarquia Católica 70. E entre 1637 a 1645 Pernambuco vivenciaria o período áureo da Companhia no Brasil sob o governo de Maurício de Nassau, logo após o qual começaria a guerra de restauração já sob a dinastia Bragança, combatida basicamente pelas tropas mazombas. Mas até 1637 a guerra de resistência foi travada pelas forças dos Habsburgo, compostas por tropas portuguesas, castelhanas e inclusive napolitanas, agregadas aos irregulares colonos de Pernambuco e suas capitanias anexas 71. Mas essa guerra, além de mais longa que a baiana –o que em si já foi razão de muitas disputas e intrigas na Corte e entre a Corte e os donatários de Pernambuco–

68 É de Evaldo Cabral de Mello a tese de que não foi um desinteresse da Coroa espanhola para com a America portuguesa, mas a defasagem de seu poderio marítimo, o que levou à perda de Pernambuco para os holandeses. Cf. E. Cabral de MELLO: Um Imenso Portugal – História e Historiografia, São Paulo 2002, p. 64. 69 “A esquadra que em 1630 chega ao Brasil, bem mais numerosa e aparelhada que a primeira, desde que largara do Mar do Norte, estava disposta mesmo a combater a temida esquadra espanhola” (M. ALBUQUERQUE e V. LUCENA: Arraial Novo do Bom Jesus – Consolidando um Processo, Iniciando um Futuro, Recife 1997, pp. 107-108. 70 Em 1637 as tropas católicas abandonaram Pernambuco, fugindo para a Bahia (E. Cabral de MELLO: Olinda Restaurada..., op. cit., p. 15). Mas já em 1635 o Arraial do Bom Jesus havia caído, o que permitira a expansão do Recife holandês (J. A. Gonsalves de MELLO: Tempo dos Flamengos, Recife 1978, p. 54). 71 E. Cabral de MELLO: Olinda Restaurada..., op. cit., pp. 15-17.

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foi combatida sob o signo da decadência financeira de Castela 72. E se isso não diminuía o interesse de Felipe IV na restauração da capitania –sobre isso teria ele dito “Eu gastarei minha Fazenda nisto e tudo o que faltará para restaurar o Brasil ao seu primeiro ser” 73– no entanto, essa conjuntura financeira já bem distinta da década anterior, menos favorável aos Habsburgo, terminaria por atrasar a montagem de uma nova armada de restauração. Enquanto isso, a frota holandesa com seus 55 navios, maior que a enviada à Bahia 74, desembarcou seus soldados na praia de Pau Amarelo, a norte de Olinda, que de lá marcharam para tomar a própria vila de Olinda e os fortes do porto do Recife 75. Mas essa vitória holandesa fulminante não se espalhou de imediato, pois, após tomar Olinda, o exército da Companhia ficou detido –por anos– no istmo do Recife, acossado pelas tropas dos moradores que estavam sob comando de Matias de Albuquerque 76. De fato, a situação pós-1630 provocou um impasse com Olinda e Recife ocupadas pelos holandeses que, no entanto, não podiam ir adiante, uma vez que as margens do rio Capibaribe e a área dos engenhos estavam sob poder das forças de Albuquerque 77. Mas este, sem o apoio metropolitano imediato –e quando este chegou foi de forma pouco efetiva– não podia fazer frente aos bem armados homens do governador da WIC, Waerdenburch que, por seu turno, estavam cercados, sem dominar o terreno inóspito, enquanto as tropas brasílicas

72 Rafael Valladares apresenta uma esclarecedora descrição das controvérsias em torno da ‘guerra lenta’ de Pernambuco, apontada por alguns inclusive como uma manobra dos Albuquerque Coelho para manter o poderio régio distante de sua capitania. R. VALLADARES: “Las Dos Guerras de Pernambuco – La Armada del Conde da Torre y la Crisis del Portugal Hispánico (1638-1641)”, in J. M. SANTOS PÉREZ eG. F. C.SOUZA (eds.): El desafío holandés..., op. cit., pp. 33-65. Por outro lado, defende Evaldo Cabral que essa estratégia de guerra lenta se coadunava com a política de Olivares para dividir o ônus da defesa imperial entre as várias coroas da monarquia. Cf. E. Cabral de MELLO: Olinda Restaurada..., op. cit., p. 35. 73 Carta régia de 1º de setembro de 1631, apud J. VERÍSSIMO SERRÃO: Do Brasil Filipino..., op. cit., p. 218. 74 Ibidem, p. 209. 75 M. ALBUQUERQUE e V. LUCENA: Arraial Novo do Bom Jesus..., op. cit., p. 114. 76 J. A. Gonsalves de MELLO: Tempo dos Flamengos, op. cit., pp. 39-41. 77 Cf. R. L. X. NASCIMENTO: Pelo Lucro da Companhia: Aspectos da Administração no Brasil Holandês, 1630-1639, Recife 2004, pp. 60-61, 64.

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se organizavam cada dia mais 78. O impasse foi prorrogado pela resposta da Coroa que, em vez da armada de restauração, enviou em 1631 apenas um reforço de mil homens para Matias de Albuquerque, comandados pelo napolitano Conde de Bagnuolo e deixados na costa pela esquadra de D. Antonio de Oquendo 79.E se tal força não fez pender a sorte da guerra a favor dos defensores, ela teve o efeito de levar os invasores a medidas mais drásticas que as até então tomadas, pois, ao receber a notícia do desembarque de Bagnuolo, Waerdenburch ordenou a evacuação e o incêndio da indefensável Olinda 80. Enquanto Olinda era queimada e a Companhia tentava construir uma nova cidade no abatido porto do Recife –e enquanto Matias de Albuquerque se refugiava com suas tropas no Arraial do Bom Jesus na várzea do Capibaribe, coração da área produtiva de Pernambuco 81–, as notícias corriam na Corte, causando tremendo impacto em Lisboa e Madri e levando Felipe IV a ordenar, além da reação e de punições daqueles que considerava responsáveis pela derrota, a celebração de cultos e procissões para buscar o perdão divino que parecia estar faltando à Coroa de Espanha 82. Mas se o perdão divino faltava à Coroa, não era o único: os comerciantes lisboetas, desgastados, não deram o suporte financeiro para o apresto da armada de restauração. E se o rei não se cansava de cobrar ao Conde de Basto, então no Conselho de Portugal, agilidade no envio dessa armada, sugerindo inclusive que a mesma fosse colocada sob o comando de D. Fradique de Toledo, ela não

78 Segundo Marcus Albuquerque e Veleda Lucena como o sistema de defesa formal em Pernambuco não fora suficiente para deter o ataque da Companhia, “Mais uma vez recorreu-se ao sistema das Companhias de Emboscadas, que apesar da desproporção numérica e de armamentos, manteve os holandeses restritos ao litoral por cerca de cinco anos” (M. ALBUQUERQUE e V. LUCENA: Arraial Novo do Bom Jesus..., op. cit., pp. 107-108). 79 Para a armada de socorro cf. R. VALLADARES: “Las Dos Guerras de Pernambuco…”, op. cit., p. 36. 80 Para o incêndio de Olinda, cf. J. A. Gonsalves de MELLO: Tempo dos Flamengos, op. cit., p. 48. E para as tropas desembarcadas por Oquendo e comandadas por Bagnuolo, E. Cabral de MELLO: Olinda Restaurada..., op. cit., p. 50. 81 E. Cabral de MELLO: Olinda Restaurada..., op. cit., pp. 50, 4, 33. 82 Pelo menos é isso que diz J. VERÍSSIMO SERRÃO: Do Brasil Filipino..., op. cit., p. 210. E para Albuquerque e a população da capitania se refugiando no Arraial do Bom Jesus logo após a rápida vitória da WIC em Olinda e Recife, cf. R. L. X. NASCIMENTO: Pelo Lucro da Companhia..., op. cit., pp. 60-61, 64.

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seria organizada por anos. Culpa da crise econômica da monarquia. E quando por fim zarpou de Lisboa, zarpou sem D. Fradique 83. Assim foi que no lugar da poderosa armada de restauração desejada pelos colonos de Pernambuco e pelo próprio Felipe IV, o Conselho de Portugal conseguiu, em curto prazo, enviar apenas armadas de socorro cuja função não era confrontar os holandeses, e sim deixar na costa americana reforços de homens e armas para as tropas de terra. E apesar da guerra sem quartel oferecida à WIC pelos defensores –ou, sob outra perspectiva, por causa da opção pela tática de ‘guerra lenta’– o ano de 1635 seria definitivo para a expansão holandesa no Brasil, com as tropas da Companhia conseguindo finalmente sair de sua instável posição na costa pernambucana e derrotando os defensores no Arraial do Bom Jesus. Até então a resistência tinha se baseado largamente na guerra lenta, também chamada pelos luso-espanhóis de guerra brasílica: ou seja, táticas de guerrilha e estratégias de emboscadas indígenas. E se tal opção fora feita devido à própria escassez de recursos militares espanhóis, nem por isso Matias de Albuquerque foi menos criticado, tanto na Corte quanto em Pernambuco, acusado de retardar a guerra propositalmente como forma de garantir os interesses da família contra a intromissão da Coroa 84. Além disso, muitos choques se deram entre as forças de Bagnuolo e os defensores, senhores de açúcar adaptados às condições coloniais de existência e apoiados por tropas, até então irregulares, de flecheiros e pretos forros. Isso porque não apenas as táticas escolhidas em Pernambuco incomodavam os homens das forças Habsburgas, mas também a própria sociabilidade com pretos e indígenas, cujos costumes confrontavam a visão de mundo dos fidalgos de Castela 85.

83 Segundo Evaldo Cabral, apesar da escassez de recursos da Coroa para socorrer Pernambuco, quando o sogro de Duarte de Albuquerque Coelho, D. Diogo de Castro, o Conde de Basto, assumiu pela segunda vez o governo de Portugal ele se esmerou em enviar socorro que veio na forma da armada de D. Antonio de Oquendo em 1631 (E. Cabral de MELLO: Olinda Restaurada..., op. cit., p. 32). 84 Para a ‘guerra lenta’ e sua má-fama na Corte Cf. R. VALLADARES: “Las Dos Guerras de Pernambuco…”, op. cit., pp. 40-41. Evaldo Cabral explica que a opção pela guerra brasílica se deu pela falta de apoio do reino, e fala sobre as acusações contra Matias de Albuquerque no Reino e em Pernambuco (E. Cabral de MELLO: Olinda Restaurada..., op. cit., pp. 33, 36-39). 85 Segundo Evaldo Cabral de Mello, os soldados do açúcar se ressentiam de que “se fazia mais caso” dos ibéricos do que da gente da terra, enquanto o comando ibérico reclamava que as tropas mazombas “acudiam poucos e demoravam-se menos” (Ibidem, p. 227).

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A derrocada do Arraial do Bom Jesus, que levou a uma retirada monumental pelo Rio São Francisco, foi o início do fim da guerra de resistência: nessa retirada, na esteira de Bagnuolo, seguiram para a Bahia seis mil emigrados, que seriam depois acompanhados por cerca de mais dois mil em 1640 86. Um revés que levou Felipe IV, sempre preocupado com os sucessos dos holandeses, a depor Matias de Albuquerque do comando. E a ordem régia para sua deposição chegou a Pernambuco a bordo de uma nova armada de socorro, comandada por D. Lope de Hoces, e lhe foi entregue por D. Luís de Rojas y Borja, seu substituto, que trazia também uma ordem de prisão para ele 87. Essa decisão política de Felipe IV terminaria por afastar um poderoso vassalo dos Habsburgo que se tornaria, após sair da prisão em 1640, defensor da causa Bragança. Somente após a queda do Arraial, último reduto da Monarquia Católica em Pernambuco, o Conselho de Portugal enviaria, finalmente, a armada de restauração. Esta partiu de Lisboa em 1637 sob o comando de D. Fernando de Mascarenhas, o Conde da Torre, mas reunida à frota castelhana em Cabo Verde depois de consideráveis atrasos causados pelos problemas financeiros, partira tão mal-abastecida que à vista do porto do Recife, e tendo notícias da superioridade bélica holandesa, o Conde da Torre decidiu não atacar, em vez disso dirigindo a armada para a Bahia onde permaneceria por meses se reorganizando. E apesar de que quando finalmente partiu para o Recife capitaneava o surpreendente número de 87 naus e dez mil homens, sua decisão de protelar o ataque deixou-o tão desprestigiado junto ao rei que ao partir já havia sido inclusive deposto do cargo de Governador Geral 88. Uma vez na costa de Pernambuco, a armada do Conde da Torre travou batalha com as forças da Companhia, mas obteve apenas um impasse como saldo. Um resultado inadmissível, que foi considerado um grande fracasso pela Coroa. Do ponto de vista da Corte, a guerra de Pernambuco apenas avolumava problemas, desde as muitas críticas que Matias de Albuquerque havia recebido por empregar estratégias e táticas de emboscada, até a recusa do herói de Breda e da Bahia, D. Fadrique de Toledo, em aceitar o comando da nova armada de restauração. Mas tudo isso era um reflexo da decadência do poderio naval espanhol, que ficara no caminho do empenho e do entusiasmo régio com a manutenção da costa

86 E. Cabral de MELLO: Olinda Restaurada..., op. cit., p. 220. 87 Ibidem, pp. 50, 4, 33. 88 R. VALLADARES: “Las Dos Guerras de Pernambuco…”, op. cit., p. 37.

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oriental da América do Sul. Um entusiasmo aparente na atenção que Felipe IV dedicava ao mundo do açúcar, em seu palpável interesse não apenas na reconquista da capitania Duartina, mas em detalhes relativos às estruturas dessa guerra e a seus envolvidos: algumas de suas ordens para Bagnuolo mostravam, por exemplo, o quanto estava bem informado acerca das estratégias e personagens do conflito, chegando mesmo a defender certa adaptação tática às regras da terra, ainda que isso alimentasse o confronto entre os rigorosos fidalgos Habsburgo, como o próprio Bagnuolo, e os defensores da guerra de emboscada, como Albuquerque 89. Entretanto, seu interesse não foi suficiente para salvar Pernambuco. Uma perda que teria grandes repercussões, provocando inclusive os ânimos anticastelhanos em Portugal 90. E se esses não eram tão visíveis no mundo do açúcar, a derrota e prisão de Matias de Albuquerque representaria o início do fim do poderio da fidalga família donatarial sobre a capitania. Isso porque, após a reconquista em 1654, Pernambuco deixaria de pertencer aos Albuquerque Coelho, fosse aquele ramo que passara para a Corte Bragança, ou o que permanecera na esfera dos Habsburgo.

89 Para o interesse de Felipe IV nos detalhes da guerra em Pernambuco, cf. J. A. Gonsalves de MELLO: “Pela Segunda Vez no Arquivo de Simancas”, Boletim Informativo da Universidade do Recife 3 (1961), pp. 36-41. 90 Valladares menciona as questões suscitadas pela perda de Pernambuco em Portugal: “Talvez se possa falar de uma «cronologia de desencanto» entre Madrid e Lisboa: tudo começa com um período de esperança, que se estende até à trégua com as Províncias Unidas, em 1609; depois, a decepção aprofunda-se até à crise do Brasil, em 1630; a partir desse ano, entra-se numa fase dominada pela sombra da sublevação. [...] Baía, capital de um Brasil açucareiro em franca expansão, foi conquistada pelos holandeses em 1624. Um ano mais tarde, uma impressionante operação naval –que contou com o apoio entusiasmado da nobreza– conseguiu recuperar a cidade. Todavia, os portugueses sentiram que o seu esforço tinha sido subavaliado. «Sempre beneficiados e sempre descontentes», escreveria alguém muitos anos mais tarde. Assim, a «Jornada dos Vassalos» à Baía, em 1625, serviu para cristalizar um confronto cada vez mais insolúvel” (R. VALLADARES: A Independência de Portugal - Guerra e Restauração 1640- 1680, Lisboa 2006, pp. 35-36).

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A IGREJA NA AMÉRICA PORTUGUESA SOB FELIPE IV (1621-1640)

Bruno FEITLER

O reinado de Felipe IV sob os domínios portugueses na América se apresenta, pelo que toca a organização da Igreja, numa certa continuidade em relação ao período em que seu pai esteve no trono. Com efeito, durante os primeiros anos da dominação filipina, apesar da importância crescente da América portuguesa, a nova dinastia não apresentou nenhum elemento de ruptura em relação ao modo como os Avis administraram o clero e a catequese naquela porção do império. É apenas sob Felipe III que uma política específica se deixa ver. Assim, ao estudar o período pós 1621, não podemos deixar de referir ao período anterior, mesmo se tampouco podemos deixar de frisar que a história da Igreja no Brasil no período filipino (1580-1640) não forma um todo coeso. Analisaremos a Igreja na América portuguesa a partir de três eixos que permitirão melhor compreender as variações e permanências dessa presença católica durante o reinado de Felipe IV: primeiramente, a importante vertente missionária, materializada antes que nada pelas diferentes ordens regulares que ali se estabeleceram, em seguida as variações na estrutura paroquial e episcopal, e, logo depois, as incursões inquisitoriais que ali se fizeram ver naquele período. Apesar de esquematicamente separarmos aqui estes três eixos, veremos que todos eles estão intimamente ligados no Brasil pelo cimento onipresente da questão indígena. A inserção dos nativos ao mundo católico e português –pela catequese e pela escravidão–, repercutiu fortemente na conformação da sociedade, e assim também, da própria malha eclesiástica local. Passaremos rapidamente pela questão das ordens religiosas. Com efeito, apesar de podermos verificar importantes mudanças no número de ordens religiosas e de estabelecimentos durante o período estudado, essas mudanças não se originaram de uma política da Coroa, mas sim especificamente do contexto local. Beneditinos, carmelitas e franciscanos começaram a se instalar na Bahia, Pernambuco e outras regiões sem nenhum apoio da monarquia por volta de 1580. Esse já não era o caso dos jesuítas, que sob os felipes continuaram a receber franco apoio régio e permaneceram os principais agentes de missionação na América portuguesa. A situação, de modo geral, muda com a subida ao trono de Felipe III, e se acelera logo no começo do reinado de Felipe IV, marcado pelo fim da trégua dos 12 anos

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com as províncias rebeldes. Pelo que toca a criação de conventos e mosteiros, se Felipe III publicou uma lei que limitava essa diversificação, Felipe IV –mostrando, aliás o pouco interesse direto que tinha sobre a questão– delegou, por um alvará de 1624, o poder de autorizar a fundação de novas casas capuchas no Brasil ao “governador das capitanias e sítios” de onde se desejasse edificar novos mosteiros 91. A legislação, contudo, aparentemente não valia para o Estado do Maranhão (separado do Brasil em 1621), pois o governador Bento Maciel Parente, antes de partir para São Luis em 1636, pediu ao rei licença para levar religiosos descalços, recebendo autorização para que o acompanhassem frades “capuchos da província de Santo Antônio, da qual estão já alguns naquele Estado, e dos da Terceira Ordem de São Francisco” 92. Como para as ordens regulares, percebe-se uma atenção maior da coroa para com as outras instituições eclesiásticas do Brasil sob Felipe III e Felipe IV. É nas primeiras décadas do século XVII que se vislumbra um desenvolvimento da organização eclesiástica secular local, o que podemos pôr na conta do aumento da importância econômica do Brasil e da expansão territorial e populacional da colônia, tanto ao norte quanto ao sul, mas também da crescente preocupação régia com a ameaça protestante. Finalmente, nos parece ser de grande importância os indícios que apontam, de certo modo em decorrência deste aumento da população e do contexto de guerra, para uma vontade específica de maior normatização da sociedade local, reflexo de uma política voluntarista mais ampla da coroa a partir do reinado de Felipe III em relação aos territórios ultramarinos, vontade essa que parece ainda mais premente sob Felipe IV. O fim da trégua dos doze anos firmada com as Províncias rebeldes em 1609, teve sem dúvida uma grande influência sobre as decisões tomadas em Madri e Lisboa no que se refere à ocupação e o controle do espaço e da população na colônia luso-americana, o medo de uma influência externa fazendo com que se pensasse em modos de melhor controlar tanto o espaço quanto a circulação de pessoas. Essa questão defensiva se materializou, por exemplo, num conjunto de tentativas do uso da estrutura e dos meios excepcionais da Inquisição para conter os hipotéticos aliados internos dos inimigos protestantes. Mas essas tentativas no

91 CCLP, vol. II (1613-1619), pp. 391-392 (carta régia de 21/12/1619) e vol. III, p. 14 (carta régia de 23/02/1624). 92 CCLP, vol. V (1634-1640), p. 92 (carta régia de 10/09/1636). Sobre Bento Maciel Parente, ver R. RAMINELLI: Viagens Ultramarinas..., op. cit., pp. 49-55.

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fim das contas frustradas de uso da Inquisição sobretudo sobre Felipe IV, assim como o alargamento do papel da Igreja secular a partir do reinado de Felipe III, parecem apontar sobretudo para uma vontade de maior controle do território e da sociedade local; para uma vontade de aceleração da normatização das instituições locais, o que implicava, teoricamente, numa secularização do clero e uma setorização da ação das ordens regulares aos territórios de fronteira. Como já foi mencionado, as medidas tomadas pela coroa em relação à organização eclesiástica local estavam todas, de um modo ou de outro, relacionadas com a questão indígena. Com a questão da possibilidade ou não de se escravizar os nativos; do controle, de modo amplo, das populações já atingidas pelo contato com o homem branco, e de modo mais específico, do controle da mão-de-obra indígena, seja da distribuição dos cativos, seja dos índios assentados, trabalhadores teoricamente livres. O embate entre jesuítas e colonos sobre o controle dos nativos não passava pela questão de quem devia ou não gerenciar a vida religiosa cristã dos índios, pelo menos não de modo claro e uniforme, como no que tocava a sua gestão civil. A supremacia dos inacianos nesta área não parece ter sido posta seriamente em dúvida, apesar da presença cada vez maior de outras ordens no palco da missionação, e também de alguns atores locais preconizarem uma expansão da rede eclesiástica secular. De toda a legislação do período, cambiante no que toca as possibilidades da escravização dos índios e quem deveria administrá-los (quando livres), apenas a lei de 1611 inova no que diz respeito aos responsáveis pela catequese e administração da vida espiritual dos índios descidos 93. A lei de 1611 foi um ato de pacificação, tendo em vista a grande resistência à aplicação da lei de liberdade dos índios de 1609, altamente contestada pelos colonos 94. Foi assim uma volta à situação anterior, já que ela previa novamente a possibilidade, sob certas condições, de se escravizar os nativos, mas ela também inovava. Trata-se da primeira vez que a legislação contestava a primazia jesuíta na catequese dos índios aldeados, perdendo eles não só a gestão temporal dos índios para capitães civis,

93 Sobre a legislação indigenista, as obras de referência são G. THOMAS: Política indigenista portuguesa no Brasil. 1500-1640, São Paulo 1982 e B. PERRONE-MOISÉS: “Índios livres e índios escravos. Os princípios da legislação indigenista do período colonial (séculos XVI a XVIII)”, in M. Carneiro da CUNHA (org.): História dos Índios no Brasil, São Paulo 1992, pp. 115-132. A carta de lei de 10/09/1611 vem reproduzida em CCLP, vol. I (1603-1612), pp. 309-310 e na obra de G. THOMAS: Política indigenista portuguesa..., op. cit., pp. 229-233. 94 Ver S. B. SCHWARTZ: Burocracia e sociedade no Brasil colonial. A Suprema Corte da Bahia e seus juízes: 1609-1751, São Paulo 1979 (1ª ed. em inglês: Berkeley 1973), pp. 108-112.

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como já havia sido o caso em tempos de Mem de Sá (1557-1572), como lembrava Gabriel Soares de Souza em 1587 95, mas também a sua administração espiritual. O que diz em relação a isto a lei de 1611? Em cada uma das ditas aldeias, haverá uma igreja, e nela um cura, ou vigário, que seja clérigo português que saiba a língua; e em falta deles, serão religiosos da Companhia; e em sua falta, das outras religiões; os quais curas e vigários serão apresentados por mim, ou pelo governador do dito Estado do Brasil em meu nome e confirmados pelo bispo; e pelo dito bispo poderão ser privados quando das visitações resultarem contra eles culpas por que o mereçam. E posto que os tais vigários e curas sejam regulares, ficarão subordinados ao Ordinário, no que toca o seu ofício de curas, conforme ao Sagrado Concílio Tridentino, e assim se declarará nas cartas que se lhes passarem. Nas aldeias que se fizerem dos ditos gentios, viverão juntamente os ditos capelães ou vigários, para os confessarem, sacramentarem, ensinarem e doutrinarem nas cousas da sua Salvação 96. Mais do que a real aplicação da lei, o que nos interessa aqui em primeiro lugar é entender de onde se originou essa importante mudança no que toca a organização da catequese e da administração dos sacramentos aos indígenas. Para já, não me parece que se pode colocar esta reviravolta na conta de um desfavor da Companhia, já que ela não foi posta no mesmo patamar que as outras ordens, tendo, muito pelo contrário, a primazia no caso da falta de padres seculares. Devemos assim colocar-nos aqui duas perguntas. A primeira: de onde teria vindo a ideia desta nova lei, e do detalhe quanto à secularização da cura de almas, quando uma lei sobre o trabalho e a liberdade dos índios havia sido promulgada pouco tempo antes, em 1609, sem tocar no assunto? A segunda: como esta secularização inseriu-se na política geral da coroa em relação à Igreja no Ultramar? O exemplo e modelo do que acontecia nas “Índias de Castela”, ou no “Peru” em relação aos nativos, aparece claramente na documentação, e isso desde bem antes da união das coroas 97. Ou seja, o exemplo espanhol esteve desde o princípio

95 Ver os capítulos já referidos em Anais da Biblioteca Nacional, Rio de Janeiro 62 (1940), p. 373 e G. THOMAS: Política indigenista portuguesa..., op. cit., pp. 89-92. 96 CCLP, vol. I (1603-1612), pp. 309-310. 97 Ver as cartas do p. Manuel da Nóbrega in A. S. LEITE (ed.): Monumenta Brasiliae, Romae 1957, vol. II (1553-1558), p. 401, nº 60 (carta de agosto de 1557). Manuel da Nóbrega encabeçou, a convite de d. João III, a primeira leva de jesuítas a chegar ao Brasil; e Ibidem, pp. 452-453, nº 66. Carta ao padre Miguel de Torres, Bahia 08/05/1588. Sobre as variações no tempo do projeto missionário teológico-político jesuíta no Brasil, ver C. A. de Moura R.

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no horizonte dos habitantes da colônia portuguesa, aparecendo como o mais apropriado tanto para a cristianização dos índios, quanto para o serviço dos colonos e do monarca, como lembraram em várias ocasiões os governadores do Brasil Diogo Botelho e D. Diogo de Meneses, durante a primeira década do século XVII. Tanto o governador do Brasil Diogo Botelho, quanto, mais tarde, seu sucessor D. Diogo de Meneses, preconizaram que as aldeias indígenas fossem organizadas nos moldes que “tem Vossa Majestade no Peru”, propondo tanto um quanto o outro, que elas fossem retiradas do controle temporal e espiritual dos jesuítas, para entregá-las a capitães que as administrassem e padres seculares que as doutrinassem 98. Finalmente, Felipe III, pela referida lei de 1611, pretendeu pôr em prática estes projetos, entregando a administração dos índios a capitães seculares, e a cura das almas preferencialmente ao clero secular, e em todo caso, colocando as aldeias, no espiritual, sob a tutela do bispo da Bahia. Os missionários, mesmo regulares, poderiam então, segundo o texto da lei, “ser privados quando das visitações [episcopais] resultarem contra eles culpas por que o mereçam”, o que anulava os privilégios e autonomia que as ordens religiosas tinham na catequese dos naturais da terra. Mas até que ponto este paralelo entre o Brasil e o “Peru” é válido? O que significava, do ponto de vista político, esta mudança aparentemente de cunho religioso? A implementação das resoluções tridentinas na América espanhola tinham um marcado cunho político. Paradoxalmente, a busca por uma normatização da Igreja sob a tutela do clero secular, ou seja, dos bispos e arcebispos –normatização preconizada por Trento em detrimento das liberdades das ordens regulares–, na

ZERON: “Les aldeamentos jésuites au Brésil et l’idée moderne d’institution de la société civile”, Archivum Historicum Societatis Iesu 151 (2007), pp. 38-74. 98 Revista do Instituto Histórico e Geográfico Brasileiro 73/1 (1910), p. 5 (carta de Felipe III a Diogo Botelho, Lisboa, 19/03/1605). Stuart Schwartz chama a atenção para a incompreensão do sistema espanhol de repartição dos índios, sobretudo da encomienda pelos brasileiros, apesar dos diversos pedidos para sua implementação na colônia portuguesa [S. B. SCHWARTZ: Burocracia e sociedade no Brasil colonial..., op. cit., pp. 106-112; e Carta de d. Diogo de Meneses ao rei, Olinda, 23 de agosto de 1608, Anais da Biblioteca Nacional, Rio de Janeiro 57 (1935), p. 39]. O governador insiste sobre a questão, criticando a lei de liberdade dos índios, de 1609, em outras cartas. cf. carta de d. Diogo de Meneses ao rei, Bahia, 8 de maio de 1610 (Ibidem, p. 69) e carta de 7 de fevereiro de 1611 (Ibidem, p. 74). Em carta da Bahia de 1 de março de 1612, o governador agradece a nova lei, “que todo este estado a recebeo por grande mercê, e eu da minha parte beijo a mão de V Mde”, dizendo tê-la posto logo em execução (Ibidem, p. 80).

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América, por causa do padroado régio, significava um reforço do poder régio. Durante os primeiros anos da colonização do Novo Mundo, a evangelização foi levada adiante apenas por frades mendicantes (franciscanos e dominicanos), que por uma bula papal, a Omnimoda, de 1522, tinham poderes praticamente equivalentes ao de um bispo. Somente algum tempo depois do começo da formação de uma malha eclesiástica secular é que os conflitos entre bispos e frades começaram a surgir, ainda mais no contexto tridentino de reforço da autoridade episcopal. A coroa manteve a partir de então uma política temporizadora, até o dia 1º de junho de 1574, quando Felipe II promulgou a ordonanza del Patronazgo, pela qual as ordens mendicantes perdiam a maioria dos seus privilégios, devendo se submeter, quando exercessem ofícios paroquiais, ao poder episcopal. Os cargos de cura de almas, inclusive nas doctrinas de índios, deveriam a partir de então ser preenchidos por oposição, o candidato aprovado pelo ordinário sendo em seguida apresentado pelo vice-rei. A instalação do candidato no benefício cabia, finalmente, ao prelado. Estas idas e vindas serviam para manter pelo menos nominalmente a supremacia régia no contexto do padroado 99. A aplicação da ordenanza, contudo, não foi fácil, tanto pela pouca disponibilidade de padres seculares qualificados, quanto pela resistência das ordens mendicantes, que não queriam abrir mão da sua preeminência enquanto apóstolos da América nem dos seus privilégios; nem das rendas de que gozavam, já que uma secularização significava igualmente a cobrança de dízimos diretamente pelas autoridades episcopais competentes 100. Assim, se a ordenanza obteve sucesso, depois de pouco tempo, ao generalizar o uso do concurso para o provimento das paróquias, não foi com ela que a coroa conseguiu total controle das ordens, nem tampouco levar a cabo a secularização das paróquias, o que se deu num processo

99 Para mais detalhes sobre a ordenanza, ver R. C. PADDEN: “The Ordenanza del Patronazgo of 1574: an interpretative essay”, in J. F. SCHWALLER (ed.): The Church in Colonial Latin America, Wilmington (Del.) 2000, pp. 41-43. 100 Diferentemente ao que acontecia no Brasil, onde era o governo civil que gerenciava a distribuição dos contratos de arrecadação do dízimo, na América Espanhola, esta arrecadação estava sob o controle dos diferentes cabidos catedralícios. Sobre a questão do dízimo na América espanhola, ver J. A. DAMMERT BELLIDO: El clero diocesano en el Perú del s. XVI, Lima 1996 e Ó. MAZÍN GÓMEZ: El cabildo catedral de Valladolid de Michoacán, Zamora (Mich.) 1996. Para uma visão geral da questão dos conflitos entre ordens regulares e o clero secular, e o problema do clero nativo, no contexto tridentino dos territórios ultramarinos ibéricos, ver C. R. BOXER: A Igreja e a Expansão Ibérica (1440-1770), Lisboa 1981, pp. 85-87 e 92-98.

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lentíssimo, efetivando-se apenas muito mais tarde 101. Enquanto em Puebla de los Ángeles, a secularização aconteceu em 1641 sob o governo do bispo Palafox, no arcebispado do México e no bispado de Michoacán ela só se efetivou sob o reformismo bourbônico, durante os anos 1750, enquanto em outros bispados, isto aconteceu ainda mais tardiamente 102. É ainda importante notar que na América espanhola, os jesuítas tiveram um papel, não na resistência a esta secularização, mas apoiando-a, sobretudo por meio do gerenciamento de seminários, enquanto relutaram ao máximo em aceitar o encargo de curas em doctrinas. Eles só o fizeram, no Peru, sob a ameaça de expulsão, a mando do vice-rei D. Francisco de Toledo (1569-1681), o que contrasta fortemente com a situação na colônia portuguesa 103. Ali eram os jesuítas que podiam reivindicar a posição de “apóstolos”, e eram eles que estavam maciçamente presentes nos aldeamentos. Vale ainda ressaltar que, apesar de gozarem de privilégios outorgados por Roma devido ao seu papel missionário, esses privilégios não eram tão alargados quanto aqueles referidos na omnimoda, que valiam apenas para as ordens mendicantes 104. Interessante notar que, apesar do claro modelo hispano-americano, uma lei similar também havia sido promulgada no contexto da Índia portuguesa em 1607, dando seguimento a um processo de distanciamento em relação às ordens regulares, começado em 1581, quando a coroa instituiu os ofícios de conservador

101 Sobre os problemas de aplicação da ordenanza de 1574, J. F. SCHWALLER:“The Ordenanza del Patronazgo in New Spain 1574-1600”, in J. F.SCHWALLER (ed.): The Church in Colonial Latin America, op. cit., pp. 49-69. 102 Ver Ó. MAZÍN GÓMEZ: El cabildo catedral..., op. cit., pp. 248 e 345. Este autor chama a atenção para a falta de estudos específicos sobre a questão. Desde então foram publicados textos como o de R. AGUIRRE: “La secularización de doctrinas en el arzobispado de México: realidades indianas y razones políticas, 1700-1749”, Hispania Sacra 122 (2008), pp. 487-505. Ver também a bibliografia aí citada. 103 Sobre esta resistência dos jesuítas: P. BROGGIO: Evangelizzare il mondo. Le missioni della Compagnia di Gesù tra Europa e America (secoli XVI-XVII), Roma 2004, pp. 106-113. 104 Sobre o privilégio outorgado por Paulo III e confirmado por Julio III, e que dava aos jesuítas sobretudo o poder de absolver delitos de heresia no foro da consciência onde não houvesse tribunal inquisitorial, ver G. MARCOCCI: “Inquisição, jesuítas e cristãos-novos em Portugal no século XVI”, Revista de História das Ideias 25 (2004), pp. 256-257. Para o seu uso (ou não-uso) no contexto hispano-americano, ver P. BROGGIO: Evangelizzare il mondo..., op. cit., pp. 166-167, e no contexto luso-asiático, B. FEITLER: “A delegação de poderes inquisitoriais: o exemplo de Goa através da documentação da Biblioteca Nacional do Rio de Janeiro”, Tempo 24 (2008), pp. 145-146.

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e juiz dos cristãos da terra, retirando assim aos regulares um importante papel na gestão civil dos autóctones 105. Pela lei de 1607, segundo Ângela Barreto Xavier, “o rei estabelecia uma hierarquia de preferências, possivelmente homóloga à sua percepção daquilo que devia ser a ordem imperial local”. Os ofícios paroquiais deviam assim ser ocupados em primeiro lugar por clérigos seculares que soubessem “a língua”, e somente na falta destes por membros das ordens, também (ao menos) bilingues. Na Índia aparece ainda uma terceira categoria que ocupava o degrau inferior da escala: “os canarins naturaes da terra” 106. O fato do exemplo goês não aparecer na documentação brasileira, não impede que ele acabe por reforçar ainda mais a ideia de que havia uma vontade normatizadora global de Felipe III quanto ao lugar privilegiado do clero secular na estrutura de controle das populações locais do seu império. Nesse sentido, seguimos ainda Xavier na sua afirmação da importância da conjunção do apostolado e da cura de almas como disponibilizadora das “estruturas necessárias para a cristianização dos locais, favorecendo a transição da conversão nominal para a verdadeira conversão cultural” 107. Mas voltemos ao exemplo hispânico. O que podemos concluir é que, apesar da vontade normatizadora tanto tridentina quanto régia, que passava em ambos os casos pela secularização das paróquias e doctrinas, este exemplo não serve como parâmetro prático, mas tão só como modelo teórico para a situação luso-americana, já que, pelo menos no que toca as questões doutrinárias e eclesiológicas, a realidade estava ainda longe de se aproximar da norma preconizada pelas ordenanzas régias. A ideia de uma matriz peruana para a lei de 1611, contudo, se mantém, pois, como vimos acima, o governador Diogo Botelho, ao se referir ao dito exemplo, evoca justamente o “regimento das ditas Índias”, e não uma descrição do que poderia ser a realidade observável localmente. Em tempos de neo-escolástica, não podemos estranhar a preeminência da regra sobre a prática enquanto paradigma de conformação dos instrumentos de governo e dominação, preeminência que explicaria, aliás, o não raro fracasso e variações das tentativas de reforma do quadro institucional local por causa da, por vezes, evidente inadequação às possibilidades práticas regionais. Contudo,

105 Â. Barreto XAVIER: A Invenção de Goa. Poder imperial e conversões culturais nos séculos XVI e XVII, Lisboa 2008, p. 184. 106 Ibidem, p. 412. 107 Ibidem, p. 168.

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também nos interessa aqui vislumbrar a quê estava subsumida a política régia em relação às instituições eclesiásticas na colônia portuguesa, ou seja, o que movia as tentativas de reformas ou de reformulações das instituições locais. E deste ponto de vista podem ser evocados tanto o exemplo peruano quanto o goês de 1609, quanto brasileiro da lei de 1611, claramente vinculados a uma vontade de enquadramento forçado da população local, tanto europeia como autóctone, à ordem ibérica, o que passava pela aplicação das normas tridentinas, ou seja, pela normatização da vida comunitária ao nível da paróquia. Tanto assim é que a lei de 1611 não deixa de mencionar que a subordinação dos vigários “ao Ordinário, no que toca o seu ofício de curas”, era “conforme ao Sagrado Concílio Tridentino”. As várias tentativas espanholas e portuguesas de vincular esse processo preferencialmente ao clero secular, mostram ainda mais a importância política deste na consolidação (sua construção era ofício das ordens regulares) do espaço imperial exclusivamente cristão “desses utópicos portugueses” 108. Ainda segundo Xavier, A par da ambição de uma integração política mais estável que a conversão ao Cristianismo parecia promover, acrescia esta outra utopia: a alteração do modus vivendi local, a criação de um mundo novo, de uma outra respublica christiana 109. Sobre os resultados da lei de 1611, temos poucas informações. O provincial jesuíta Henrique Gomes, em carta escrita da Bahia a Antonio de Mascarenhas em 16 de junho de 1614, diz que o governador Gaspar de Sousa decidira não aplicar a lei de 1611, deixando aos inacianos o poder temporal e espiritual das aldeias indígenas 110. Mas a menos que esta informação se refira apenas ao caso baiano, o provincial parece estar incorreto, e sua missiva pode ter sido uma cartada para dar ao seu superior uma imagem de perfeita concórdia e inserção da ordem na sociedade local, depois das grandes perturbações surgidas no contexto da publicação da lei de liberdade dos índios de 1609. Incorreta (ou limitada), pois sabemos que pelo menos em Pernambuco, o administrador eclesiástico nomeado em 1616, chegou a transferir algumas aldeias que estavam

108 E, diria ainda, castelhanos... (Â. Barreto XAVIER: A Invenção de Goa..., op. cit., p. 316). 109 Ibidem, pp. 342-343. 110 Apud C. de CASTELNAU-L’ESTOILE: “The Jesuits and the political language of the City: riot and procession in early Seventeenth-Century Salvador de Bahia”, in L. BROCKEY (ed.): Portuguese Colonial Cities in the Early Modern World, Farnham 2008, p. 56.

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sob a administração de jesuítas e franciscanos, a clérigos seculares 111. Somente pesquisas mais aprofundadas poderão esclarecer a questão da aplicação ou não da lei de 1611. Não tanto sobre uma total secularização das aldeias, que bem se sabe, não aconteceu, mas sobretudo no que toca um possível aumento da autoridade dos bispos e administradores eclesiásticos sobre as missões lideradas por clérigos regulares, já que a lei previa que estes clérigos fossem empossados pelo bispo, que por sua vez tinham, ainda segundo ela, jurisdição sobre eles. É quem sabe o pouco sucesso da lei de 1611 que explica por que na década seguinte, no contexto da conquista e colonização do Maranhão, foi mais uma vez o exemplo peruano e até o metropolitano, e não o brasileiro, que serviram de modelo para que personagens de relevo da política local pedissem a transferência da administração das aldeias a capitães civis e também o aumento da estrutura da Igreja secular. Em seu livro datado de 1624, Simão Estácio da Silveira pedia que as aldeias fossem dadas a “administradores casados e de cabedal”, para que estes sustentassem “Igreja e clérigo com algum moderado serviço, que para isso recebam de cada gentio cada mês, como se faz nas Índias”, terminando com um poderoso “que também os povos de Portugal são governados por ministros de Sua Majestade”. Um pouco antes, em petição de 1621, o depois governador do Maranhão Bento Maciel Parente, sugerira que fosse criado um bispado do Maranhão, e que ali fosse implementado um sistema de encomienda, também para “el sustento de este Obispo, y demas ministros Eclesiasticos que fueren imbiados a esta nueva Monarchia [...] assi como se haze en las Indias de Castilla” 112. Veremos que pelo menos a criação do bispado chegou a ser seriamente cogitada, mas nenhuma lei de teor semelhante à de 1611 chegou a ser promulgada, naquele contexto, especificamente para o Estado do Maranhão. Finalmente, num prisma mais amplo, esta política normalizadora eclesiástico- secular preconizada pelos colonos e até certo ponto assimilada pela coroa, é

111 A. RUBERT: A Igreja no Brasil, vol. II: Expansão Missionária e Hierárquica (séc XVII), Santa Maria (Rio Grande do Sul) 1981, p. 61. Sobre as discórdias e entendimentos entre jesuítas e elite local baiana, ver o texto de Charlotte de Castelnau-L’Estoile citado na nota anterior. 112 S. E. DA SILVEIRA: “Relação summaria das cousas do Maranhão [...] Dirigida aos pobres deste Reino de Portugal”, in C. Mendes de ALMEIDA (comp.): Memorias para a Historia do Extincto Estado do Maranhão cujo territorio comprehende hoje as provincias do Maranhão, Piauhy, Grão-Pará e Amazonas, Rio de Janeiro 1874, t. 2, p. 15. E “petição dirigida pelo capitão mor Bento Maciel Parente ao rei de Portugal d. Felipe III acompanhada de um memorial”, in Ibidem, pp. 35-36. Ver também R. RAMINELLI: Viagens Ultramarinas..., op. cit., pp. 50-51.

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evidente, não foi feita de modo isolado, e aparece no âmbito de uma série de reformulações administrativas de larga escala, como a criação do tribunal da Relação da Bahia em 1609, e da Repartição do Sul em 1608, dividindo a colônia americana em dois governos (Salvador e Rio de Janeiro). A criação desta repartição, sob a égide do ex-governador geral Francisco de Sousa, fracassou rapidamente por não ter conseguido encontrar as alegadas minas de metais preciosos, e o território foi reincorporado ao governo baiano em 1612 113. Seguiu ainda, alguns anos mais tarde, em 1621, a separação dos territórios mais ao norte num Estado do Maranhão. O grande entrave a essas reformas, para além da já mencionada inadequação à realidade prática local, parece ter sido de ordem financeira, o que fez com que estas medidas judiciais e sobretudo administrativas, que tinham o fito de agilizar a efetivação das ordens e do controle régios, tivessem dificuldades de alcançar o seu intento. As atividades da Relação foram suspensas em 1626, sendo retomadas apenas depois da restauração, em 1654 114. Já o Estado do Maranhão perdurou enquanto divisão administrativa até os tempos pombalinos, facilitando e tornando mais ágil a comunicação entre as instituições locais e o centro lisboeta. Nesse contexto, entende-se bem melhor o pedido régio feito ao papa, em 1611, para a criação de uma prelazia na Paraíba, a expansão para o norte da costa (Ceará, Maranhão) e a promulgação, naquele mesmo ano, da legislação régia que tirava aos jesuítas qualquer controle sobre os índios, numa vontade, nunca é demais repisar, de criar uma situação de normalidade, com índios e colonos sob os cuidados espirituais de um cura secular, e não de um religioso. A criação da prelazia do Norte fora proposta ao rei pelo bispo d. Constantino Barradas (1603-1618), após uma prolongada visita a Pernambuco e Itamaracá. Segundo Pereira da Costa, o bispo também sugerira que a prelazia do Rio de Janeiro fosse ao mesmo tempo elevada a bispado, tendo em vista não só as grandes distâncias, mas também a sustentabilidade financeira dessas regiões 115. A criação da prelazia pernambucana tinha ainda o apoio do governador geral do Brasil

113 A. WEHLING e M. J. C. de WEHLING: Formação do Brasil colonial, Rio de Janeiro 1994, p. 107. 114 Sobre este primeiro tribunal da Relação, e a retomada de suas atividades a partir de 1654, ver o clássico livro de S. B. SCHWARTZ: Burocracia e sociedade no Brasil colonial..., op. cit., e R. GARCIA: Ensaio sobre a história política e administrativa do Brasil (1500-1810), Rio de Janeiro 1956. 115 Ibidem, p. 57 e F. A. Pereira da COSTA: Anais Pernambucanos, 11 vols., Recife 1983, vol. II, p. 322.

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d. Diogo de Meneses, que, curiosamente, propõe a criação de um administrador em Pernambuco como meio de sanar as contendas jurisdicionais que tinha com o mesmo d. Constantino 116. O primeiro administrador foi nomeado por carta régia de 19 de fevereiro de 1616. Antonio Teixeira Cabral, presbítero secular formado em cânones, criou curatos e paróquias, fez visitações, e, sem dúvida no espírito da lei de 1611, transferiu missões dos jesuítas e também dos franciscanos ao clero secular 117. Teixeira Cabral morreu em 1620, e em seu lugar foi nomeado, em maio de 1622, o licenciado Bartolomeu Ferreira Lagarto. Este chegou a dar poderes de vigário- geral e provisor (ou seja, poderes jurisdicionais) ao franciscano fr. Cristóvão Severim, que estava de partida para o Maranhão (tomado aos franceses em 1614- 15), e também de qualificador e revedor de livros do Santo Ofício 118. Enquanto isso, o novo bispo da Bahia, Marcos Teixeira, reclamava da perda de verbas que a criação da administração lhe infligira, pedindo a reintegração ao bispado dos territórios perdidos. A Mesa da Consciência e Ordens, por carta régia de 9 de fevereiro de 1622, ao negar-lhe tal pedido, ordenava que se trate de criar um novo bispado na conquista do Maranhão, que tem necessidade de cabeça eclesiástica para crescer e se povoar; e no seu distrito poderá entrar parte daquele que atualmente pertence ao Administrador de Pernambuco, e se verá se o restante se deve tornar ao bispado da Bahia, donde saiu 119. Quase exatamente um ano depois, Felipe IV, por carta régia de 8 de fevereiro de 1623, reuniu a prelazia ao bispado da Bahia, o que foi homologado pelo papa em 6 de julho de 1624, mas o tal bispado, que deveria sem dúvida acompanhar a criação do Estado Maranhão, separado do Brasil desde 1621, só tornou-se realidade muito mais tarde, em 1677. A vontade normatizadora da monarquia potencializava-se com a preocupação de Felipe III e de Felipe IV para com a situação espiritual do Brasil, e também

116 Carta de d. Diogo de Meneses ao rei, Bahia 7 de fevereiro de 1611, in Anais da Biblioteca Nacional, Rio de Janeiro, 57 (1935) pp. 73-74. Sobre a “longa pendência” entre o bispo e os governadores D. Diogo Botelho e depois D. Diogo de Meneses, ver A. RUBERT: A Igreja no Brasil, op. cit., vol. II, pp. 18-21. 117 A. RUBERT: A Igreja no Brasil, vol. I: Origem e Desenvolvimento (séc XVI), Santa Maria (Rio Grande do Sul) 1981, p. 158. O decreto de nomeação de Teixeira Cabral pode ser lido em AHU, Conselho Ultramarino, 015, Cx. 5, d. 422 de 3 de agosto de 1651. 118 Frei V. DO SALVADOR: História do Brasil, 1500-1627, op. cit., p. 456. 119 CCLP, vol. III, pp. 65-66 carta régia de 9 de fevereiro de 1622.

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com a possível presença de hereges holandeses na região. Assim, a política régia também tentou se materializar por meio de instrumentos repressivos, e se fez ver na vontade de criar um tribunal inquisitorial no Brasil em 1621 e 1629 (em Salvador) e ainda em 1639 (no Rio de Janeiro). Uma primeira tentativa de criação de um tribunal foi feita junto ao Conselho Geral da Inquisição de Portugal em 1621. Felipe III queria que se criasse um tribunal na Bahia. A criação acabou por não se efetivar por causa dos altos custos que o novo tribunal implicaria, já que os inquisidores tengiversaram em entregar seus poderes ao bispo –como queria o rei–, e os custos de um tribunal completo parecerem proibitivos ao monarca. Felipe IV faria uma outra tentativa em 1629, também sem sucesso. Foi o contexto de guerra atlântica, assim como a sempre premente questão dos índios, que levou este, dez anos mais tarde, a promulgar a criação de um tribunal no Rio de Janeiro, ao mesmo tempo em que nomeava um bispo para a região, o primeiro antístite sendo o então administrador da prelazia do Sul 120. Para se entender o nexo entre a criação do tribunal inquisitorial e a questão indígena, não será despisciendo repassar rapidamente os nomes e a ação dos diferentes prelados que ocuparam a administração eclesiástica do Rio de Janeiro. A administração eclesiástica do Rio de Janeiro foi criada por uma bula de 19 de julho de 1575, alegando-se o aumento da população, a conversão dos índios e as longas distâncias que separavam os territórios do sul do bispo da Bahia. Segundo Coaracy, todos os prelados que ocuparam o cargo se indispuzeram com a população local não por uma vontade de proteger os índios, mas sim por quererem monopolizar as autorizações –contra pagamento– para a organização de expedições contra os nativos e sua consequente escravização. O administrador formava desse modo um terceiro elemento dentro das disputas em torno da mão- de-obra indígena, para além dos tradicionais jesuítas e colonos. Devemos ainda incluir nessa trama, evidentemente, uma quarta voz, a do capitão-mor, além de contar com a influência de um quinto polo: o indígena. Polo, aliás, nem sempre único, como mostra Maria Regina Celestino de Almeida em recente obra de síntese 121.

120 As tentativas de criação de um tribunal no Brasil foram tratadas de modo mais pormenorizado em B. FEITLER: “Usos políticos del Santo Oficio portugués en el Atlántico (Brasil y África Occidental): el período filipino”, Hispania Sacra 119 (2007), pp. 269-291. 121 M. R. Celestino de ALMEIDA: Os índios na história do Brasil, Rio de Janeiro 2010, sobretudo pp. 75-106. Ver também a síntese de R. WRIGHT, com a colaboração de M. Carneiro

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Se nos concentrarmos apenas no período durante o qual reinou Felipe IV, a situação é sempre a mesma. O terceiro administrador, Manoel da Costa Aborim assumiu a prelazia em 2 de outubro de 1607. Sua administração, que durou até 1629, também ficou marcada pelas disputas em torno da questão indígena 122. Aborim teria morrido envenenado (rumor que também corria sobre a morte do primeiro prelado do Rio) por causa dos conflitos de jurisdição com os governadores civis, ouvidores e a Câmara, ou por ter impedido que um cristão-novo, Manuel da Nóbrega, o “arrevessa toucinho”, tomasse posse do cargo de vigário paroquial, impedimento que se inseria perfeitamente em todo um conjunto de cartas régias que tentavam conter a entrega de benefícios e da cura de almas a clérigos cristãos- novos 123. Aborim chegou ainda a publicar excomunhões contra os que negociassem índios das reduções jesuíticas, enquanto as autoridades civis não lhe reconheciam poderes para deliberar sobre a questão da liberdade indígena 124. O administrador seguinte, o dr. Lourenço de Mendonça, foi nomeado por alvará de 22 de julho de 1631 e representa um caso senão único, ao menos um caso muito interessante de ligação entre um súdito português dentro do império habsburgo. Nascido em Sezimbra, depois de terminados os estudos, foi nomeado juiz do tribunal da legacia apostólica de Lisboa e “membro” do Santo Ofício. Transferiu-se, por volta de 1615, para as Américas, sendo comissário inquisitorial em Potosi, e depois de lá estar por cinco anos, tornou-se missionário junto aos índios de Chichas. Em 1625 foi visitador das Províncias do Sul, passando inclusive pelo Paraguai, onde pôde ter uma ideia da ação devastadora dos paulistas nas missões do Guairá. Ou seja, era uma pessoa com experiência da administração espanhola e da missionação indígena. Sua nomeação em 1631 para a prelazia do Rio não pode ser fortuita quando se pensa na política que ali devia ser implementada em relação aos apresamentos 125.

da CUNHA, “Destruction, Resistance, and Transformation. Southern, Coastal, and Northern Brazil (1580-1890)”, in F. SALOMON e S. SCHWARTZ (orgs.): The Cambridge History of Native Peoples of the Americas, Cambridge 1999, vol. III, parte 2, pp. 287-380. 122 Ibidem, p. 27. 123 Cf. cartas régias de 4 de fevereiro de 1603, CCLP, vol. I, p. 5; de 19 de abril de 1616; CCLP, vol. II, p. 200 e de 8 de junho de 1621, CCLP, vol. III, p. 46. 124 V. C OARACY: O Rio de Janeiro no século 17, Rio de Janeiro 1944, p. 72. 125 A. RUBERT: “O prelado Lourenço de Mendonça, 1º bispo eleito do Rio de Janeiro”, Revista do Instituto Histórico e Geográfico Brasileiro 311 (1976), pp. 13-33. Lourenço de

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Ao partir para o Brasil, fora Mendonça incumbido pelo Conselho de Portugal e pelo Conselho das Índias de Castela de pôr um freio às incursões paulistas. Com efeito, assim que chegou, publicou éditos em vários lugares contra os que fossem às províncias de Castela 126, mas como seus antecessores, encontrou uma forte resistência da população local, que além de atentar contra sua vida, acusou-o de delitos inquisitoriais 127. Mendonça voltou em 1637 para Portugal para esclarecer a situação sendo inocentado, tanto pelo rei quanto pela Inquisição. Foi sem dúvida perante os grandes problemas que encontrou ao chegar no Rio –problemas de autoridade, e relativos às necessidades espirituais da população negra, indígena e branca–, além de pensar em sua própria promoção, que Mendonça redigiu um largo memorial, ainda em 1631, instando que o rei elevasse a administração eclesiástica do Rio a bispado. A questão da autoridade era essencial, e um bispo, com jurisdição própria e o poder para administrar o sacramento da ordem e o crisma, não teria tido os mesmos problemas de atentados e perseguições que simples padres, como administradores, sofreram. O memorial impresso de Mendonça não foi enviado apenas aos ministros régios. Mendonça, com o apoio do coletor pontifício, conseguiu remeter o texto à Congregação de Propaganda Fide e em 1633, em resposta a ele, os cardeais da instituição romana ordenaram que “se escrevesse ao coletor pontifício em Portugal e ao núncio em Madrid para que urgissem junto aos ministros régios a criação do bispado do Rio de Janeiro” 128. Felipe IV não agiu de imediato, mas o contexto de guerra e o medo de uma invasão holandesa nas partes do sul, de onde os hereges achariam caminho fácil para o Peru, encontrou um reforço no memorial de Mendonça e na pressão

Mendonça também é o autor de vários textos nos quais descreve sua atuação, insta a criação do bispado do Rio e defende a presença de portugueses nas Índias de Castela. Ver D. RAMADA CURTO: “O padre Lourenço de Mendonça: entre o Brasil e o Peru (c. 1630-c.1640)”, Topoi 12 (2010), pp. 27-35 e P. CARDIM:“De la nación a la lealtad al rey. Lourenço de Mendonça y el estatuto de los portugueses en la Monarquía española de la década de 1630”, in D. GONZÁLEZ CRUZ (ed.), Extranjeros y enemigos en Iberoamérica: La visión del otro, Huelva 2010, pp. 57-88. Agradeço ao autor ter-me facultado a leitura deste texto. 126 R. Santaella STELLA: O domínio espanhol no Brasil durante a monarquia dos Felipes (1580-1640), São Paulo 2000, p. 202. 127 A. RUBERT: “O prelado Lourenço de Mendonça...”, op. cit., pp. 13-33. 128 Ibidem.

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romana. O estopim, contudo, foi sem dúvida um outrou memorial, escrito desta vez pelo padre Antonio Ruiz de Montoya, procurador da província jesuíta do Paraguai, entregue pessoalmente na corte em 1639. Nele, Montoya relembrava o perigo herético, mas desejava sobretudo conter a devastação que os paulistas faziam nas missões indígenas 129. De modo ainda mais claro do que no caso da criação da administração paraibana, vemos aqui a importância que a estrutura eclesiástica podia revestir para os intentos régios. No dia 19 de setembro de 1639 Felipe IV emitia duas cédulas reais fazendo do apresamento de índios um delito de foro inquisitorial a ser tratado por um tribunal carioca, dependente do tribunal de Lisboa. Elas também mencionavam a elevação da administração em bispado, “para que toda esta prohibicion y sus partes y penas se executen con mas terror, autoridad y respecto y eficacia”. Em 2 de outubro de 1639 Lourenço de Mendonça foi confirmado bispo do Rio de Janeiro pelo rei, que enviou, cinco dias depois, carta à Santa Sé pedindo a criação do bispado. A restauração portuguesa, evidentemente, deixou em suspenso e ao mesmo tempo impediu a concretização da elevação da prelazia em bispado, já que o movimento independentista acarretou a ruptura das relações entre Roma e Lisboa. O bispado do Rio de Janeiro só se tornaria realidade bem mais tarde, em 1676, no âmbito de uma reorganização geral da geografia episcopal da América portuguesa 130. Quanto à criação de um tribunal inquisitorial carioca, parece improvável que as altas instâncias do Santo Ofício português compactuassem com a ideia régia. Como nas primeiras tentativas de criação de um tribunal no Brasil, ainda em tempos de Felipe III, mesmo se a Restauração não tivesse acontecido, ela dificilmente se efetivaria. Para além desses grandes projetos régios, postos em andamento no reinado de Felipe III e levados adiante no de Felipe IV, podemos ver que o período da união das coroas se mostrou um momento de grande circulação de pessoas entre os dois territórios. Foi do Brasil, que no começo da dominação filipina, partiram os jesuítas fundadores das missões do Paraguai, para lá idos à chamado

129 B. FEITLER: “Usos políticos del Santo Oficio portugués...”, op. cit. 130 Felipe IV não parece ter-se empenhado em reivindicar seus direitos de padroado no Brasil do mesmo modo que o fez no que toca os bispados em Portugal. Em 1645 ele chegou a enviar a Roma uma lista de nomes que preconizava para vários bispados portugueses, mas dela não consta nenhum título ultramarino. Cf. A. Antunes BORGES: “Provisão dos bispados e Concílio Nacional no reinado de D. João IV”, Lusitania Sacra, t. II (1957), p. 164, n. 86.

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do bispo de Tucumán, o português Francisco de Vitória 131. Junto com os missionários foram muitos escravos e mercadorias, inaugurando-se assim, ao mesmo tempo, o comércio direto entre a Bahia e o Prata 132. Não muito depois os paulistas començaram a fazer suas incursões no território espanhol. Como visto acima, havia uma intensa circulação de paulistas e dos índios que estes capturavam no Paraguai para depois vendê-los Brasil afora, e de contrabandistas no rio da Prata, mas também de eclesiásticos. O exemplo de Lourenço de Mendonça parece indicar um limite máximo dessa circulação, apesar de existirem outros exemplos de contatos e até de uma complementaridade entre as malhas eclesiásticas lusas e espanholas na América. Por causa da distância do bispo da Bahia, ou ainda de Lisboa e de Angola, os bispados de Tucumán e de Assunção eram alternativas para os homens das terras do sul que se quizessem tomar ordens fazendo um caminho mais curto. Do mesmo modo, os portos do Brasil se tornaram escala para os prelados que se dirigiam para os bispados pratenses. Ainda no que toca a dificuldade de se fazer ordenar, em 1630, o bispo beneditino de Assunção, de passagem pelo Rio, sacramentou diversos clérigos habilitados pelo prelado do Rio e pelos superiores de outras ordens 133. O jesuíta Ruiz de Montoya, a caminho da corte para queixar-se dos paulistas, ficou no Rio entre novembro de 1637 e abril de 1638, hospedando-se no colégio dos jesuítas. Sua estadia deve ter sido bastante tensa, pois ali encontrou índios capturados no Paraguai, o que reforçou ainda mais seu intento de conter os paulistas 134. Três pontos me parecem dever ser ressaltados ao fim deste percurso durante o qual tentamos entender a política filipina relativa às instituições eclesiásticas da

131 Em 1583 a congregação provincial jesuíta da Bahia propunha que o geral da ordem mostrasse ao rei a vantagem de irem os padres ao “Rio da Prata, ao Paraguai e aos Patos”, aproveitando-se das armadas espanholas. Os padres ficariam sujeitos ao provincial do Brasil. Em 1º de novembro de 1584, Acquaviva respondeu dando seu acordo à empresa, que se efetivou somente depois da intervenção do bispo de Tucumán. Cf. A. S. LEITE: História da companhia de Jesus, Rio de Janeiro 1938, t. 1, liv. 3º, capítulo VII, p. 120. 132 P. C ALMON: História do Brasil, Rio de Janeiro 1959, vol. II, pp. 393-396; A. P. CANABRAVA: O comércio português no Rio da Prata (1580-1640), Belo Horizonte 1984, pp. 82-85. 133 Bartolomeu Simões Pereira, o 1º administrador do Rio, mandou ordenar diversos clérigos à Bahia e Paraguai (A. RUBERT: A Igreja no Brasil, op. cit., vol. I, p. 172 e vol. II, pp. 279-280). 134 V. C OARACY: O Rio de Janeiro..., op. cit., p. 92.

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colônia portuguesa. O primeiro deles, é que não houve uma política homogênea da parte dos três monarcas, mas sim um interesse, e assim, uma intervenção crescente, a medida que o Brasil se mostrava cada vez mais rentável enquanto empresa, e na medida em que surgiram ameaças externas contra a dominação católica, sobretudo depois do fim da trégua dos 12 anos com as Províncias revoltosas do norte. Assim, é somente a partir do reinado de Felipe III que se nota uma política volutarista de intervenção na conformação das instituições religiosas locais, política que se reforça sob Felipe IV. O segundo ponto é que a história indígena, a questão do apresamento, do controle e da catequese dos nativos é essencial para se entender a política dos Felipes, que tenderam a querer controlar cada vez mais o território e a população local, sobretudo por meio de uma normalização a ser feita por meio de prelados seculares e párocos, e por meios repressores inquisitoriais. Tratava-se de manter a ortodoxia católica da população de origem europeia, e de acelerar a inserção dos indígenas, por meio do clero secular, ao mundo cristão e ibérico. Finalmente, a comparação entre a história da estrutura eclesiástica do Brasil e a da porção hispano- americana do império, mostra em primeiro lugar que o exemplo hispano, sobretudo peruano, era o modelo a ser seguido segundo os poderes locais. Nota- se, por outro lado, uma convergência da política régia pelo que toca uma busca global por um melhor enquadramento episcopal e assim uma melhor integração das populações locais no império.

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Ana Paula Torres Megiani

EL BRASIL EN EL CONTEXTO DE LA GUERRA DE LA RESTAURACIÓN PORTUGUESA (1640-1668)

Ana Paula TORRES MEGIANI

Los estudios sobre la aclamación de Juan IV de Portugal en 1640 y la Guerra de la Restauración, también llamada de Guerra de Independencia de Portugal en- tre 1640 y 1668, recientemente han venido recibiendo la atención de historiado- res que, dada la búsqueda de nuevas miradas sobre el episodio y el conflicto, han aportado valiosas contribuciones. El tema fue, durante mucho tiempo, tratado de modo elocuente por la historiografía portuguesa del Estado Nuevo (1933-1974), ya que el 1 de diciembre simbolizaba el orgullo nacional por la independencia frente a la dominación castellana, considerada entonces la mayor usurpación de la autonomía política de los lusitanos, más duradera que las invasiones francesas de 1807-1808. En lo tocante a la historiografía española, el silencio sobre la Unión con Por- tugal (1580-1640) fue prácticamente absoluto, y lo mismo ocurre con la Guerra de Restauración, hasta los comienzos de la década de 1980. Fueron autores ex- tranjeros como John Elliott y John Lynch quienes le dedicaron un mayor núme- ro de páginas, reflexionando acerca del papel del reino lusitano y sus conquistas en la composición de los cuadros de poder y soberanía de los reinados Habsbur- go 135. Las guerras de Nápoles y de Cataluña, hasta tiempos recientes, han des- pertado siempre más interés en la historiografía que la rebelión de Portugal. No obstante, los temas de la Unión de Coronas y de la Guerra de la Restau- ración han necesitado ser repensados más allá de los deseos nacionalistas de la his- toriografía portuguesa del Estado Nuevo. Esto permitió, en la fase posterior a la Revolución de los Claveles (1974), la apertura de horizontes de entendimiento de las conexiones más amplias en los ámbitos europeo y mundial, así como la reo- rientación del análisis sobre los conflictos en ellas implicados según las lógicas del Antiguo Régimen. Entre los trabajos que han abierto un abanico de nuevas per- cepciones debemos recordar los estudios, de alto rigor documental, de Joaquim

135 J. H. ELLIOTT: La España Imperial (1469-1716), Barcelona 1998 (original en inglés de 1965); J. LYNCH: España bajo los Austrias (1516-1700), 2 vols., Barcelona 1993 (original en inglés de 1965).

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Veríssimo Serrão 136, João Francisco Marques y el libro del historiador brasileño Eduardo D’Oliveira França, que ha aportado una perspectiva cultural al proceso de independencia portuguesa 137. De esa manera fueron reevaluadas las perspec- tivas sobre los procesos de incorporación de Portugal en la Monarquía Hispánica y las dinámicas de la ruptura de ese vínculo. En las últimas décadas se han veni- do a sumar los trabajos fundamentales de Luis Reis Torgal, Antonio de Oliveira, António Manuel Hespanha 138 y los estudios de Mafalda Soares da Cunha, Dio- go Ramada Curto y de Fernando Dores Costa, entre muchos otros 139. En España crece, cada vez más, el grupo de historiadores interesados en los problemas de la presencia y ruptura portuguesa en la Monarquía Hispánica, des- tacando los estudios fundamentales de Fernando Bouza Álvarez, el libro de Félix Labrador Arroyo y los trabajos de Rafael Valladares 140; y además los textos de los historiadores franceses Serge Gruzinski, que considera el tiempo de la Monar- quía Hispánica como la primera mundialización, y Jean Fréderic Schaub, que se ha ocupado de Portugal en el período del conde-duque de Olivares 141. Inspirada

136 J. VERÍSSIMO SERRÃO: História de Portugal. Governo dos Reis Espanhóis (1580-1640), Lisboa 1979, e J. VERÍSSIMO SERRÃO: O tempo dos Filipes em Portugal e no Brasil (1580- 1668), Lisboa 1994. 137 J. F. MARQUES: A parenética portuguesa e a Restauração: 1640-1668. A revolta e a mentalidade, Porto 1989; J. F. MARQUES: A parenética portuguesa e a dominação filipina, Porto 1986; E. D’OLIVEIRA FRANÇA: Portugal na época da Restauração, São Paulo 1997, texto original de 1951. 138 L. REIS TORGAL: Ideologia Política e Teoria do Estado na Restauração, 2 vols., Coimbra 1981; A. M. HESPANHA: Vésperas do Leviathan. Instituições e Poder Político. Portugal séc. XVII, Coimbra 1994; A. OLIVEIRA: Poder e oposição política em Portugal no Período Filipino (1580-1640), Lisboa/Rio de Janeiro 1991. 139 M. SOARES DA CUNHA: A Casa de Bragança 1560-1640. Práticas senhoriais e redes clientelares, Lisboa 2000; D. RAMADA CURTO: O discurso político em Portugal (1600-1650), Lisboa 1988; D. RAMADA CURTO: A Cultura Política no Tempo dos Filipes (1580-1640), Lisboa 2011; F. DORES COSTA: A Guerra da Restauração. 1641-1668, Lisboa 2004. 140 F. B OUZA: Portugal no tempo dos Filipes. Política, Cultura, Representações (1580-1668), Lisboa 2000, además de diversos artículos; F. LABRADOR ARROYO: La Casa Real en Portugal..., op. cit.; R. VALLADARES: Portugal en la Monarquía Hispánica (1580-1668), Madrid 2000, e R. VALLADARES: A independencia de Portugal. Guerra e Restauração 1640-1680, Lisboa 2006. 141 S. GRUZINSKI: Les quatre parties du monde. L’histoire d’une mondialization, Paris 2004; J.-F. SCHAUB: Portugal na Monarquia Hispánica (1580-1640), Lisboa 2001 e J.-F. SCHAUB: Le Portugal au temps du Comte-Duc D’Olivares (1621-1640), Madrid 2001.

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por todos estos autores, desde mediados de la década de 1990 he dedicado mis in- vestigaciones al período de la Unión de Coronas, con énfasis en las relaciones cul- turales cruzadas y en las dinámicas de circulación de ideas y conocimientos entre los dos reinos ibéricos 142. En Brasil, el período filipino y los temas de la aclamación de Juan de Bra- gança en 1640 y de la guerra de independencia de Portugal han sido poco des- tacados, ya que acabaron siendo oscurecidos por la importancia dada a la presencia holandesa en Pernambuco, a la cual se han dedicado incontables estu- dios desde Francisco Varnhagen en 1871 143. Entre los más conocidos interna- cionalmente se encuentran los de José Antonio Gonçalves de Mello y Evaldo Cabral de Mello 144. En cierto modo, la idea de una efectiva restauración termi- nó siendo retrasada al final de la guerra de expulsión de los holandeses de Per- nambuco en 1654, considerada equivocadamente por muchos, hasta hoy en día, como la “verdadera” restauración de Brasil. A pesar de la onda expansiva de estudios sobre el Brasil holandés, fueron escasos, pero de gran importancia, los trabajos de Jaime Cortesão, Veríssimo Serrão, Charles Ralph Boxer y Alice Canabrava 145. Así como en Portugal y España, las nuevas contribuciones de la historiogra- fía brasileña y extranjera sobre Brasil se han centrado en los estudios del proce- so de recuperación de Brasil por la Corona portuguesa, entendida en el contexto más general de los conflictos y negociaciones de 1640 a 1670, aproximadamen- te. Entre los autores que más se han dedicado al tema destaco los estudios de

142 A. P. TORRES MEGIANI: O rei ausente. Festa e cultura política nas visitas dos Filipes a Portugal (1581 e 1619), São Paulo 2004; A. P. TORRES MEGIANI: “Política e letras no tempo dos Filipes: o Império português e as conexões de Manoel Severim de Faria e Luis Mendes de Vasconcelos”, in M. F. BAPTISTA BICALHO e V. L. AMARAL FERLINI (eds.): Modos de Governar. Idéias e práticas políticas no Império Português. Séculos XVI e XIX, São Paulo 2005, pp. 239-256; A. P. TORRES MEGIANI: “Memória e conhecimento do mundo: coleções de objetos, impressos e manuscritos nas livrarias de Portugal e Espanha, séculos XV-XVII”, Anais do Museu Paulista 17/1 (2009), pp. 155-171. 143 Edición más reciente, F. A. VARNHAGEN: História das lutas com os holandeses no Brasil. Desde 1624 até 1654, Rio de Janeiro 2002. 144 E. CABRAL DE MELLO: O Negócio do Brasil. Portugal, os Países Baixos e o Nordeste. 1641-1669, Rio de Janeiro 1998; E. Cabral de MELLO: Olinda Restaurada..., op. cit. 145 J. CORTESÃO: Raposo Tavares e a formação territorial do Brasil, Rio de Janeiro 1958; C. R. BOXER: Salvador de Sá e a luta pelo Brasil e Angola, 1602-1686, São Paulo 1973; A. P. CANABRAVA: O comércio português..., op. cit.

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Guida Marques 146, José Manuel Santos Pérez 147, Kalina Vanderlei y Rodrigo Bentes Monteiro, que se han enfocado en los problemas de la administración fi- lipina en la América portuguesa y de la ruptura como proceso múltiple 148. Ade- más, vale la pena todavía recordar las contribuciones de Roseli Stella y de Rafael Ruiz González 149. Sin embargo, el trabajo más importante realizado por un historiador brasi- leño y que amplia los límites del debate y de la reflexión fue el de Luiz Felipe de Alencastro, dedicado a desenredar las relaciones entre Brasil y África, en la dimensión del Atlántico Sur, y la construcción de las rutas del tráfico negrero surgidas en la primera mitad del siglo XVII 150. Finalmente, sobre el impacto de la Restauración en la vida de los colonos y de la producción de un elemento de justificación popular en las revueltas que ocurrieron en Brasil en la segunda mitad del siglo XVII, el estudio de Luciano Figueiredo nos permite concebir algunas de las formas en que circularan las ideas locales de rebelión y de resistencia 151.

146 G. MARQUES: “O Estado do Brasil na União Ibérica...”, op. cit., pp. 7-36. 147 J. M. SANTOS PÉREZ: “Brasil durante la Unión Ibérica. Algunas notas sobre el intercambio cultural entre las dos orillas del Atlántico”, in VV. AA.: Brasil e Espanha: diálogos culturais / España y Brasil: diálogos culturales, São Paulo 2006, pp. 49-80; J. M. SANTOS PÉREZ eG. F. C.SOUZA (eds.): El desafío holandés..., op. cit.; K. Vanderlei SILVA: Nas Solidões Vastas e Assustadoras..., op. cit.; K. Vanderlei SILVA: “Fidalgos, capitães e senhores de engenho: humanismo, barroco e o diálogo cultural entre Castela e a sociedade açucareira (Pernambuco, séculos XVI e XVII)”, Varia Historia 47 (2012), pp. 235-257. 148 R. BENTES MONTEIRO: O Rei no Espelho. A monarquia portuguesa e a colonização da América (1640-1720), São Paulo 2002. Cf. los trabajos recientes de G. KELLY DE ALMEIDA: Herói em processo. Escrita e diplomacia sobre D. Duarte de Bragança (1641-1649), disertacion de maestría defendida en la UFF en 2010, y de L. dos S. FERREIRA: Amor, sacrifício e Lealdade. O dote para o casamento de Catarina de Bragança e para a paz de Holanda. (Bahia, 1661-1725), disertación de maestría defendida en la UFF en 2010. 149 R. Santaella STELLA: O domínio espanhol no Brasil..., op. cit., y R. RUIZ GONZÁLEZ: São Paulo na Monarquia Hispânica, São Paulo 2004. 150 L. F. DE ALENCASTRO: O Trato dos Viventes. Formação do Brasil no Atlântico Sul, São Paulo 2000. 151 L. R. A. FIGUEIREDO: “O império em apuros: notas para o estudo das alterações ultramarinas e das práticas políticas no Império colonial português, sécs. XVII e XVIII”, in J. FERREIRA FURTADO (ed.): Diálogos atlânticos. Minas Gerais e as novas abordagens para uma história do Império ultramarino português, Belo Horizonte 2001.

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Esta breve introducción historiográfica tiene por objetivo presentar un ba- lance de lo más relevante que se ha producido en los estudios sobre las relacio- nes entre Portugal, España y la América portuguesa en el período filipino, pero sobre todo como modo de presentar cuán compleja se fue volviendo la investi- gación acerca de esas relaciones, ampliadas de manera considerable en las últi- mas décadas. En Brasil vivimos actualmente una fase de superación del descubrimiento del período de la Unión de Coronas, con la profundización de las investigaciones en los archivos ibéricos, ahora mucho más accesibles a los historiadores brasileros que hace algunas décadas. Así mismo, la Restauración de 1640 y la Guerra de Independencia se han convertido en tópicos obligatorios para quienes se dedican a escribir la historia de la América portuguesa en el si- glo XVII, aunque todavía habrá que avanzar mucho más sobre esa problemática. No estamos en condiciones para abordar los aspectos de la Guerra de la Res- tauración, o de Independencia de Portugal, en este artículo. Para ello existen los estudios recientes antes mencionados y que han contribuido de forma definiti- va al entendimiento de ese conflicto, como los de Valladares y Dores Costa. Nuestra contribución, en este sentido, se restringirá en abordar aspectos del contexto de la recepción de la aclamación de Juan de Braganza en la América portuguesa, ocurrida a partir de febrero de 1641. La ruptura de los lazos políticos acordados en Tomar en 1581, que mantu- vieron atados los territorios portugueses a la Monarquía Hispánica durante los sesenta años de la Unión de Coronas, tal vez todavía sea uno de los procesos de más difícil análisis por la historiografía del siglo XVI. Nociones de fuertes reso- nancias como vínculo de identidad, apego nacionalista o sentimiento de usur- pación ya no pueden ser utilizadas cuando se procura entender los motivos que llevaron, en tiempo muy corto, a que todas las conquistas portuguesas en Ul- tramar se declararan fieles a la aclamación de Juan IV, aunque en ellas se desa- rrollase una intensa conflictividad. La guerra que se desarrolló en el territorio peninsular hasta 1668, y que con- cluyó con el Tratado de Lisboa 152, no se experimentó de la misma manera en los dominios ultramarinos porque en esos espacios se estaban viviendo otros con- flictos bélicos, algunos con motivos bastante distintos al establecido entre las co- ronas de Portugal y España. El avance neerlandés sobre las rutas de navegación

152 Ver los libros citados de F. DORES COSTA: A Guerra da Restauração..., op. cit., y R. VALLADARES: Portugal en la Monarquía Hispánica..., op. cit.

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del Atlántico y del Índico era considerado una amenaza mucho más peligrosa por aquellos que luchaban en los espacios coloniales que el deseo, o riesgo, de permanencia de la corona en la cabeza de Felipe IV de Habsburgo 153. Entender esa conflictividad en los territorios portugueses de América exige que retomemos algunos elementos que se remontan al proceso de ocupación y explotación del territorio. Desde el punto de vista administrativo, la América portuguesa quedó estructurada a mediados del siglo XVI. Creado en 1549 por Juan III, el Gobierno General del Estado de Brasil fue instituido por el regi- miento de Tomé de Souza –el primer gobernador general–, cargo ejercido por un gobernador nominado directamente por el monarca. En 1621, durante el reinado de Felipe III de España, fue creado el Estado del Gran Pará y Mara- ñón, con el objetivo de atender particularmente a la región norte del territorio, que poseía características muy distintas de las otras partes y exigía otras estra- tegias de gestión y mando. Entre 1580 y 1640, solo portugueses natos accedie- ron al cargo de gobernador general, tal como establecía el Acuerdo de Tomar de 1581. Los nombrados, sin embargo, debían mantener vínculos de fidelidad con Madrid, hecho que contribuyó a la aparición de fragilidades en lo tocante a la autoridad del gobernador. La administración de Brasil durante la Unión de Co- ronas ha significado un desafío para los historiadores, ya que revela el creci- miento de las redes y conexiones de poder en el interior del propio territorio americano, eliminando completamente los límites previamente establecidos, aunque jamás respetados, del célebre Tratado de Tordesillas de 1494 154. Durante las décadas de la Unión de Coronas ibéricas se ensancharon conside- rablemente, en dirección oeste, los territorios de las capitanías, que eran la divi- sión interna de los estados de Brasil y del Gran Pará y Marañón. Estas capitanías consistían en los siguientes territorios: en el Estado del Gran Pará y Marañón –capital São Luis de Marañón–, tres capitanías (Pará, Marañón y Ceará); en el Estado de Brasil –capital Salvador de Bahía–, las capitanías de Río Grande del Norte, Paraiba, Itamaracá, Pernambuco, Sergipe del Rei, Bahía, Ilhéus, Porto Se- guro, Río de Janeiro, São Vicente (incluyendo Santo Amaro) y Itanhaém 155.

153 Para las guerras en territorio africano, ver L. F. DE ALENCASTRO: O Trato dos Viventes..., op. cit. 154 Sobre la gestión y las elites de este período ver R. RICUPERO: A formação da elite colonial, op. cit. 155 C. R. BOXER: Salvador de Sá e a luta..., op. cit., p. 307.

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La existencia de conflictos y tensiones en el territorio americano marcó todo el periodo de ocupación y colonización (siglos XVI-XIX), conflictos que jamás dejaron de constituir la dura realidad de la vida cotidiana de la gente nativa, de los escla- vos amerindios y africanos o de los que se fueron a establecer allí como colonos. Durante los años del periodo filipino, la conflictividad interna se colmó con otros matices, no porque los españoles fueran los nuevos señores, sino porque se amplia- ron las relaciones de producción y explotación agrícola, con gran énfasis en el cul- tivo de la caña de azúcar, lo que exigió aumentar el número de trabajadores. De ahí vino, por un lado, la intensificación del tráfico de africanos y, por otro, de la caza a los nativos, llamados “negros de la tierra” 156. Ya a finales del siglo XVI, pero prin- cipalmente en la primera mitad del XVII, el sertão de la Capitanía de São Vicente, situada al sur del territorio, pasó a ser una verdadera mina de brazos para la agri- cultura. Grupos de habitantes de la ciudad de São Paulo se especializaron en avan- zar hacia el interior del continente en bandas armados, y debido al conocimiento de los hábitos indígenas –eran mestizos, descendientes de ellos– desarrollaron una gran capacidad para trasladarse y volverse negociantes de mano de obra indígena. Así lograron llegar a todos los espacios imaginables, desde el litoral sur atlántico hasta las minas de plata del Potosí, pasando por las zonas de Guairá y Paraguay 157. Los habitantes de las capitanías del sur (Espirito Santo, Río de Janeiro y São Vicente) intensificaron, a esta altura, sus relaciones con los peruleiros, portugue- ses que se especializaron en hacer negocios entre las dos partes de la América ibérica. Según Rafael Ruiz González, las leyes más importantes del período fueron las de 1609 y de 1611, definidas a partir del proyecto de la Corona de transformar la ciudad de São Paulo en otro Perú: Era un proyecto acariciado desde hacía mucho tiempo atrás, pues las noticias sobre la plata y el oro en la región de la cuenca del Plata y del Paraná llegaron a Europa poco antes de 1530 158.

156 Para el desarrollo de la producción del azúcar en el periodo cf. S. SCHWARTZ: Segredos internos..., op. cit. 157 Para el tema nos remitimos, básicamente, a J. M. MONTEIRO: Negros da Terra. Índios e bandeirantes nas origens de São Paulo, São Paulo 1995. Los nativos del Brasil desconocían la guerra europea y la practicaban de forma ritualizada, con el uso de la antropofagia contra los enemigos capturados. 158 R. RUIZ GONZÁLEZ: “La política legislativa con relación a los indígenas en la región sur del Brasil durante la unión de las coronas (1580-1640)”, Revista de Indias 224 (2002), pp. 17-40.

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Los puertos de Santa Catalina, Santos y Buenos Aires fueron de esa manera conectados por redes de contrabando de plata y de productos comprados en el in- terior de América del Sur. Un gran número de colonos castellanos establecieron sus negocios con los habitantes de las capitanías del sur, sobre todo con los pau- listas (los habitantes de São Paulo). El trayecto realizado desde el Alto Perú hasta Santa Catalina era mucho mejor que el escarpado camino real por Salta, Tucu- mán y Jujuy hasta Buenos Aires. Además, el puerto de Santa Catalina estaba en mejores condiciones que la difícil salida de Mar del Plata, permitiendo la entra- da de un número mayor de barcos y siendo mucho más económico también que la Carrera de Indias, porque “la navegación de este mar desde el dicho puerto de Sancta Catalina a España era más breve y de menos tormentas”. El camino tenía dos ramificaciones: una hasta Santa Catarina y otra hasta São Paulo, un camino que ya existía pero estaba cerrado oficialmente. En la práctica, durante los prime- ros veinte años del siglo XVII el comercio desde la región del Plata pasando por Brasil hasta Angola estuvo abierto durante “todo el tiempo” 159. Esas relaciones mercantiles a través de conexiones establecidas por la pobla- ción de la repartición del sur y todo el poder que se construyó en el interior del continente resultan elementos de gran relevancia para marcar los reinados de Fe- lipe III y Felipe IV. Mientras, en las capitanías del norte las poblaciones de villas y gobiernos se ocupaban de proteger el territorio principalmente de los ataques holandeses. Entre los años 1624 y 1625, Bahía y la tierra adyacente convivió con la guerra externa, un conflicto que exigió el envío de grandes contingentes de sol- dados para combatir la ocupación 160. Después de la ocupación de los holandeses en Salvador de Bahía, garantizar la defensa de la costa se convirtió en un factor fundamental para evitar nuevos ataques. Sin embargo, esta preservación solo tu- vo éxito hasta 1631, cuando un nuevo ataque llegó a Pernambuco. En diciembre de 1640, cuando ocurrió la aclamación de Juan IV, el territo- rio de Brasil era un conjunto de realidades muy dispares, lo que parecía impedir que hubiese una inmediata adhesión a la causa de los Bragança. En la práctica no fue lo que ocurrió. Ya en enero de 1641, la noticia de la aclamación del Duque de Bragança co- mo rey de Portugal y sus conquistas partió sigilosamente de Lisboa a Salvador.

159 R. RUIZ GONZÁLEZ: “La política legislativa con relación a los indígenas...”, op. cit. 160 Acerca de la circulación de noticias de esta guerra, ver A. P. TORRES MEGIANI: “Das palavras e das coisas curiosas...”, op. cit., pp. 24-47.

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Se recibió de forma oficial el 15 de febrero; le cupo al gobernador general y vi- rrey, Jorge de Mascarenhas –marqués de Montalvão–, la tarea de enviar mensa- jeros a todas las capitanías con las nuevas de Lisboa. Salvador Correia de Sá e Benevides, gobernador de las capitanías del Sur, debería de ser el segundo hom- bre en ser informado de los hechos, con la intuición de que apoyaría inmediata- mente la posición del gobernador general y traería consigo la adhesión de toda la parte sur de Brasil 161. El jesuita Manuel Fernandes fue el portador de la carta y llegó a Río de Janeiro el 10 de marzo 162. La noticia de la aclamación del nuevo rey parece que fue recibida con obediencia por Montalvão y Correia de Sá, no ha- biendo sido posible identificar resistencia alguna en las fuentes disponibles. Sin embargo, en Río de Janeiro se hizo necesaria la confirmación por parte de los miembros de la Câmara municipal –el Cabildo en la América hispánica– antes de que el gobernador anunciara su apoyo. Una relación publicada en Lisboa sobre el evento describe el acontecimien- to en la ciudad de Río de Janeiro, dando énfasis al modo como se practicó la elección y la procesión que siguió después en dirección a la Iglesia de la Sé: E seguindose os votos de todos igualmente foraõ do mesmo sem que em nenhum ouuesse neutrae,lidadde [sic] que o Gouernador mandou fizesse Auto, que logo fez o Escriuão da Camara, & assinado elle primeiro fizerão o mesmo os mais, & acabado, aclamaraõ todos em gêral á imitaçaõ do Gouernador, que deu principio, viua El Rey Dom Ioaõ o IV. de Portugal. E mãdando logo trazer o Pendaõ Real da Camara sairão do Collegio em Procissão, & vnidos foraõ à Sê Matriz, donde feito hum Altar Cruzeiro della sobre hum Missal, fez o Gouernador, & a seu exemplo todos os mais solene juramento [sic], preito & menagem de ter, manter e reconhecer, & obedecer ao Senhor Rey Don Ioaõ IV. Duque que hauia sido de Braganã, por verdadeiro Rey, & Senhor de Portugal, repetindo muitas vezes o viua que o Pouo pluralizaua com notauel aplauzo 163. En la ciudad de São Paulo se localizó la única reacción contraria que se cono- ce a la aclamación de Juan de Bragança como rey de Portugal 164. Según la versión

161 Sobre Salvador Correia de Sá e Benevides ver L. NORTON: A dinastia dos Sás no Brasil a fundação do Rio de Janeiro e a restauração de Angola, Rio de Janeiro 1965. 162 C. R. BOXER: Salvador de Sá e a luta..., op. cit., p. 158. 163 Ver Relaçam da aclamação que se fez na Capitania do Rio de Janeiro do Estádo do Brasil, & nas mais do Sul, ao Senhor Rey Dom João o IV. por verdadeiro Rey, & Senhor do seu Reyno de Portugal, com a felicissima restituiçaõ, q[ue] delle se fez a sua Magestade que Deos guarde, &c, Lisboa 1641. Ejemplar de la Biblioteca Nacional de Portugal, disponible en línea: http://purl.pt/12091 164 C. R. BOXER: Salvador de Sá e a luta..., op. cit., pp. 158 y ss.

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que quedaría consagrada por la historiografía de los siglos XVIII, XIX y XX, esa reacción había sido comandada por un poderoso potentado local, Amador Bue- no da Ribeira, que habría sido aclamado por los moradores de la villa como una especie de rey local, un pasaje que quedó conocido como la Aclamación de Ama- dor Bueno. Para Bentes Monteiro y Felipe de Alencastro, esta Aclamación de Amador Bueno tiene que ser entendida como expresión de conflictos antiguos en- tre los habitantes de São Paulo y los jesuitas, siempre contrarios al aprisionamien- to y esclavización de los indígenas practicada por los moradores de la villa, como hemos visto 165. Debido a esos conflictos, los padres de la Compañía de Jesús lle- garon a ser expulsados de la villa en junio de 1640, después de la promulgación del Breve del Papa Urbano VIII en contra de la esclavización de los amerindios 166.A mediados de 1641, los residentes españoles de São Paulo resistieron al recibir la noticia de la Restauración portuguesa, que llegaba de Bahía y de Río de Janeiro. Amador Bueno, según relatos poco precisos de las fuentes de la Cámara (Cabildo), fue llamado por los españoles próximos para ser el rey de São Paulo, y prestar lealtad al monarca Felipe IV de España. Sin embargo, una disputa entre portugue- ses y españoles acaba frustrando la rebelión y Amador Bueno se declaró leal a Juan IV con miedo de ser castigado por crimen de traición y lesa majestad. No existen otras comprobaciones de que las cosas hubieran ocurrido así. El episodio fue tema de muchas reformulaciones posteriores, sobre todo al final del siglo XVII e inicios del XVIII, cuando los paulistas se tornaron incómodos pa- ra la Corona portuguesa debido al descubrimiento de oro que ellos mismos hi- cieron en Minas Gerais 167. Tratados a veces como traidores, en otras como vasallos fieles del rey de Por- tugal, y frecuentemente considerados violentos cazadores de indios, enemigos de padres, de sangre mestiza, utilizados en toda la segunda mitad del siglo XVII como los soldados más agresivos de la Corona portuguesa contra todos los tipos de amenazas a su territorio americano, en la Aclamación de Amador Bueno los colonos paulistas recibieron un tratamiento de apología heroica, exaltadora de

165 R. BENTES MONTEIRO: O Rei no Espelho..., op. cit., y L. F. DE ALENCASTRO: O Trato dos Viventes..., op. cit. 166 C. R. BOXER: Salvador de Sá e a luta..., op. cit., pp. 143 y ss. 167 A. ROMEIRO: “Leituras de um vassalo rebelde: o Portugal Restaurado e o imaginário político do levante Emboaba”, in L. ALGRANTI y A. P. TORRES MEGIANI (eds.): O Império por escrito: formas de transmissão da cultura letrada no mundo ibérico. Sécs. XIX, São Paulo 2009, pp. 453-467.

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su bravura. El relato de fray Gaspar de la Madre de Dios, Memoria para La His- toria de La Capitania de São Vicente, del siglo XVIII, afirma por ejemplo que Amador Bueno fue aclamado por los españoles sin su conocimiento y que no quería ser rey, pero la gente se lo pidió con gran entusiasmo 168. Salvador Correia de Sá, gobernador de Río de Janeiro, estaba directamente relacionado con el problema de la vinculación de los habitantes de la villa de São Paulo. Sus relaciones familiares y de negocios en el territorio español de Amé- rica eran muy bien conocidas, incluso en la corte, lo que le causaría graves difi- cultades al inicio del largo proceso de reconocimiento de la independencia portuguesa 169. Hijo y nieto de gobernadores de Río de Janeiro, pertenecía a la familia Sá, grandes señores de la corte de Avis y vinculados a la colonización de Brasil desde mediados del siglo XVI. Mem de Sá y Estácio de Sá fueron sus an- tepasados. Su padre, Martim de Sá, capitán general de São Vicente y Goberna- dor de Río de Janeiro, se había casado con una señora anglo-española, su madre –María de Mendoza y Benavides, hija del gobernador de Cádiz– 170. Salvador de Sá estuvo algunas veces en Europa, en compañía de su abuelo y de su padre, y participó de la armada que defendió Bahía contra los holandeses en 1625. En 1631 o 1632, durante una de sus expediciones a Asunción para llevar a una prima para casarse con el gobernador del Paraguay, Céspedes de Xería 171, Salvador de Sá se casó también con una criolla heredera de gran riqueza y pres- tigio en la sociedad hispánica colonial, Catalina de Ugarte y Velasco. Según Charles Boxer, doña Catalina era descendiente de la crema y nata de los con- quistadores españoles en América y la viuda más rica de la provincia de Tucu- mán, lo que aumentaría mucho la fortuna de Salvador de Sá, también propietario de inmensas tierras en Río de Janeiro 172. Salvador de Sá fue fiel a la política de defensa de la Corona española, habien- do sido llamado a socorrer a la armada portuguesa comandada por Fernando de

168 Apud R. BENTES MONTEIRO: O Rei no Espelho..., op. cit., p. 36. 169 L. NORTON: A dinastia dos Sás no Brasil..., op. cit. 170 C. R. BOXER: Salvador de Sá e a luta..., op. cit., p. 22. 171 A. J. CAVENAGHI: “Nossa herança imperceptível: uma análise historiográfica da obra Collectanea de mappas de cartographia paulista antiga, organizada por Afonso de E. Taunay, em 1922”, in 3° Simpósio Iberoamericano de História da Cartografia, Universidade de São Paulo, São Paulo, abril de 2010. 172 C. R. BOXER: Salvador de Sá e a luta..., op. cit., pp. 109 y ss.

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Mascarenhas, conde de la Torre, aportada en Pernambuco en 1640 para atacar y recuperar la ciudad de Mauricia, capital del Brasil holandés. El número de combatientes portugueses fue aumentado y abastecido gracias a la colaboración de Salvador de Sá, que mandó hombres y alimentos desde las capitanías del sur. Aún siendo un gran potentado del sur, Salvador de Sá era favorable a la li- bertad de los indios y a la presencia de los jesuitas, lo que le daba gran popula- ridad en la región, convulsionada por los conflictos entre jesuitas y paulistas a esa causa. En 1641 se traslada personalmente a São Paulo para resolver los con- flictos en torno a la presunta aclamación de Amador Bueno. Llegado a Santos, encontró mucha resistencia y los paulistas, temiendo que Sá formase una re- vuelta indígena, le acusaron de ser un colaborador de los españoles debido a su arriba referido matrimonio. En 1642 consiguió el apoyo de la Cámara (Cabildo) de São Vicente contra São Paulo. A pesar de eso, Juan IV limitó los poderes de Salvador de Sá, temiendo por su ambigüedad. Salvador le pidió al nuevo virrey que fuese sustituido en el cargo de gobernador, lo que ocurrió en 1643. Fue re- cibido por el rey Juan IV en Évora en octubre de 1643, pasando a orbitar en la corte y en el Consejo Ultramarino de Portugal con la esperanza de alcanzar un nuevo nombramiento. Después de varias tentativas, en 1647 le pidió al monar- ca el derecho de fundar una nueva capitanía entre São Vicente y el Río de la Pla- ta, ampliando de esa manera Brasil. La propuesta no fue aceptada por el rey, pero terminó nominando a Salvador de Sá nuevamente como gobernador de las capitanías del sur. Llegó de vuelta a Río de Janeiro en enero de 1648 173. El otro personaje de Brasil que vivió una situación de ambigüedad en la oca- sión de la aclamación de Juan IV fue Jorge de Mascarenhas (1597-1652), conde de Castelo Novo y marqués de Montalvão, que en 1640 había sido recién nom- brado por Felipe IV como primer virrey de Brasil. Este cargo no existía antes en la administración del territorio, pero era de carácter meramente honorífico. Recibido en Salvador de Bahía por el padre Vieira, que le dedicó un sermón de bienvenida, Montalvão encontró la región de Pernambuco tomada por los holan- deses, allí establecidos desde 1631, y a las fuerzas luso-españolas bastante desa- lentadas. Sobre ese estado de ánimo predicó Vieira: ¿Como levantaría arcos triunfales la cabeza de una provincia vencida, asolada, quemada y de tantas maneras consumida? Prudente se mostró en sus alegrías esta ciudad por no desmentir su estado.

173 C. R. BOXER: Salvador de Sá e a luta..., op. cit., pp. 234 y 266.

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Y todavía completaba Vieira: “Le aconteció a Vuestra Exc. con Brasil lo que a Cristo con Lázaro; lo llamaron para curar a un enfermo, y cuando llegó le fue necesario resucitar a un muerto” 174. Sin embargo, su permanencia en el cargo fue breve, interrumpida por la Restauración. Perteneciente a una familia con ascendiente en la corte filipina, Jorge de Mas- carenhas estaba casado con Francisca Villena y era padre de ocho hijos, entre ellos Jerónimo Mascarenhas 175, obispo y confesor de la reina, esposa de Felipe IV. Tal proximidad y distinciones concedidas a sus parientes provocaron inicialmente la desconfianza de la corte brigantina, que mandó a don Jorge de vuelta a Lisboa pa- ra sustituirlo por un nuevo gobernador. Montalvão fue sustituido por adherirse muy rápidamente a la noticia de la ruptura con Madrid. Su otro hijo, Fernando de Mascarenhas, portador de la noticia de la aclamación de Juan IV en las villas y ciudades de Brasil, también fue hecho preso al desembarcar en Lisboa. Tras pa- sar por diversas fases de desconfianza por parte de la corte brigantina, el marqués de Montalvão murió prisionero en el castillo de São Jorge de Lisboa, en 1652 176. Por otro lado, la conflictividad externa también afectó al ambiente de la Res- tauración portuguesa en América a partir de 1641, porque la presencia de fran- ceses, ingleses y holandeses aumentó de forma ostensiva en esta década y exigió altas inversiones de la Corona en un sistema defensivo, tanto terrestre como marítimo, que guarneciese toda la costa desde Río de Janeiro hasta Marañón. Los mismos paulistas apresadores de indios fueron usados por las fuerzas mili- tares lusoespañolas para que aumentaran los contingentes de soldados para im- pedir la penetración de invasores, plan que no siempre resultó bien 177. Toda la guerra y negociaciones diplomáticas que habían implicado la devolu- ción de Pernambuco a Portugal fueron estudiadas por Evaldo Cabral de Mello.

174 Sermón de la Visitación, predicado en honor al marqués de Montalvão, apud J. L. AZEVEDO: História de Antonio Vieira, São Paulo 2008, vol. 1, p. 65. 175 Sobre Jerónimo Mascarenhas, ver A. P. TORRES MEGIANI: “Memória e conhecimento do mundo...”, op. cit. 176 Sobre su hijo Jerónimo Mascarenhas, Fernando Bouza comenta: “Este hijo de Jorge de Mascarenhas, Marqués de Montalvão y antiguo Virrey de Brasil, se constituye un buen ejemplo de lo que la obediencia a Felipe IV podría proporcionar a un hidalgo portugués que por culpa de esa obediencia había quedado sin patria y sin hacienda, pero que, a pesar de eso, podría continuar a tirar algún provecho de la gracia regia” (F. BOUZA: Portugal no tempo dos Filipe..., op. cit., p. 282). 177 Cf. R. C. GONÇALVES: Guerras e Açúcares..., op. cit.

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Según este autor, “si en América la repercusión del movimiento restaurador no fue similar [a Portugal y España], es que los intereses involucrados no ejercían influencia en el consejo municipal”. El levante lusobrasileño estaba dominado por grupos de cristianos nuevos, ex judíos portugueses que tenían negocios muy lucrativos con la neerlandesa Compañía de las Indias Occidentales (WIC); des- de el punto de vista de la Corona portuguesa, podría ser descrito como un éxito y un fracaso a medias, que diplomáticamente era un verdadero desastre 178.De esa manera se enviaron embajadores portugueses para hacer las negociaciones de compra o venta del Noreste brasileño. En 1648, en una de las propuestas presen- tadas por los emisarios de la Corona portuguesa a Holanda, Francisco de Sousa Coutinho y el padre Antonio Vieira, la Corona entregaría a la WIC durante diez años el equivalente a diez mil cajas de azúcar blanco, o seiscientos mil cruzados en seis años, siendo la mitad en Ámsterdam en moneda holandesa y la otra mi- tad en Recife 179. Para el padre Antonio Vieira era necesario un acuerdo de paz, pero en la cor- te de Juan IV había grandes interesados en la guerra, sobre todo un grupo de opo- sición a las ideas defendidas por Vieira. Sin embargo, declarar la guerra a la República holandesa equivalía a hacer el juego de España. La Corona portugue- sa no estaba en condiciones de costear las guarniciones de frontera: Portugal no podía defender el Alentejo y quería defender a Brasil 180. La cuestión solo se re- solvió en Pernambuco con la guerra hasta 1654 y con los tratados de paz de 1669. En la segunda mitad del siglo XVII, el fin de la guerra contra los holandeses en Pernambuco cerró un gran período de conflictos bélicos externos e inauguró, efectivamente, la guerra contra las poblaciones del interior de las capitanías del norte –la Guerra de los Bárbaros, estudiada por Pedro Puntoni– 181. En ella se mezclarían las prácticas antes utilizadas en la guerra contra los invasores extran- jeros, dedicadas ahora a eliminar a los grupos selváticos del sertão; los principales combatientes fueron, nuevamente, los paulistas. Por otro lado, el imaginario de la Restauración y la producción escrita que de ella se hizo, constituirían aún elementos de fundamentación política en otro

178 E. CABRAL DE MELLO: O Negócio do Brasil..., op. cit., p. 61. 179 Ibidem, pp. 111-112. 180 Ibidem, p. 138. 181 P. P UNTONI: A Guerra dos Bárbaros. Povos indígenas e a colonização do sertão norte do Brasil, 1650-1720, São Paulo 2002.

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episodio conflictivo destacado en la historia de Brasil a comienzos del siglo XVIII, la Guerra de los Emboabas (1708-1709). En ella participaron portugueses del rei- no y colonos, en disputa por el control de la explotación aurífera de las Minas Ge- rais. A ejemplo de lo que había ocurrido en São Paulo con la supuesta aclamación de Amador Bueno, en las Minas fue alzado al cargo de gobernador Manoel Nu- nes Viana, comandante del grupo de rebelados. Según Adriana Romeiro 182, Nunes Viana, a pesar de ser un hombre de origen pobre, se habría tornado prós- pero por los negocios pecuarios. Llegó al liderazgo de la región, al punto de co- mandarla y de desafiar a funcionarios y órdenes regias que intentaban enmendar a los colonos envueltos en la extracción del oro. Según la autora, Nunes Viana te- nía como principal referencia, entre otras, la lectura de la obra Historia de Portu- gal Restaurado, del III conde de la Ericeira (Luis da Cunha Menezes), publicada en 1697 183. En ese nuevo contexto, afirma Romeiro, al partido emboaba no le fue difícil formular las líneas maestras de la fundamentación política del levante en los términos de una restauración cuyo modelo principal era, sin duda, la Restauración de 1640 184. A pesar de la distancia temporal de los acontecimientos, el hecho es que a inicios del siglo XVIII la Restauración podía ser considerada un éxito político- militar, pasando por alto el duro período de la guerra peninsular, la persecución a los funcionarios adeptos a la Corona española, así como las dificultades de re- conocimiento de la independencia de Portugal y expulsión de los invasores. Utilizando la oposición entre libertad y tiranía, esos colonos fueron a buscar la fundamentación política de su rebelión en la ruptura con España, y serían, pa- radójicamente, reprimidos con gran violencia 185.

182 A. ROMEIRO: “Leituras de um vassalo rebelde...”, op. cit., p. 457. 183 Conde da ERICEIRA: Historia de Portugal restaurado: offerecida ao Serenissimo Principe Dom Pedro Nosso Senhor / escritta por Dom Luis de Menezes Conde da Ericeyra, do Conselho de Estado de S. Alteza, seu Vêdor da Fazenda, & Governador das Armas da Provincia de Tras os Montes, &c., tomo I [-II], Lisboa 1679-1698. 184 A. ROMEIRO: “Leituras de um vassalo rebelde...”, op. cit., p. 459. 185 L. R. A. FIGUEIREDO: “O império em apuros...”, op. cit.

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AS LEALDADES DIVIDIDAS: LIGAÇÕES E RUPTURAS DA ELITE AÇUCAREIRA COM A COROA DOS HABSBURGO

Kalina Vanderlei SILVA

A Restauração portuguesa, de fato, pôs um fim ao intenso diálogo cultural e político travado entre a nobreza castelhana e a elite açucareira, iniciado no momento mesmo em que esta se consolidava enquanto grupo social 186. Essa ruptura, no entanto, entre a elite açucareira e a Coroa Habsbúrguica, não parece ter sido traumática –como também não o fora a própria ascensão da Casa de Áustria no Estado do Brasil– e logo os mesmos senhores que haviam servido aos Felipes com lealdades juradas se apressaram a apresentar aos Bragança pedidos de mercês pelos serviços prestados aos Habsburgo na guerra de Pernambuco. Adaptando, assim, para suas relações com D. João IV, uma prática política, essa das solicitações de mercês, incentivada por Felipe IV 187. E dessa forma se estabelecia uma continuidade nas relações da elite açucareira com a Coroa, fosse qual fosse a Casa reinante. Continuidade existente ao menos do ponto de vista da própria elite açucareira. Tal postura dos senhores do açúcar em seu tratar com o rei os levara a não tomar o partido de Felipe IV ou de D João IV, como antes não haviam escolhido lados entre o Prior do Crato e Felipe II, e a jurar lealdade e prestar serviços ao novo monarca, fosse ele quem fosse, com a mesma verve e cerimônia que prestavam ao antigo. Para os senhores do açúcar importava apenas o rei. Por outro lado, para a família donatarial de Pernambuco a situação foi bem mais complexa, uma vez que o quarto donatário –e na prática último– Duarte de Albuquerque Coelho, permaneceu em Madri após a Restauração, apesar de

186 Para a composição da elite açucareira, cf. V. L. AMARAL FERLINI: “Pobres do Açúcar: Estrutura Produtiva e Relações de Poder no Nordeste Colonial”, in T. SZMRECSÁNYI (org.): História Econômica do Período Colonial, São Paulo 2002. Aparentemente foi durante as primeiras décadas do século XVII, ou seja, auge da União Ibérica, que a elite açucareira se consolidou através da estabilização de suas famílias principais. Cf. E. Cabral de MELLO: Olinda Restaurada..., op. cit. 187 É Serrão quem aborda o incentivo de Felipe IV aos pedidos de mercê feitos pelos senhores do açúcar (J. VERÍSSIMO SERRÃO: História de Portugal..., op. cit., pp. 199-200). E para a continuidade dessa prática após a Restauração, dessa vez direcionada à D. João IV, cf. V. L. Costa ACIOLI: Jurisdição e conflito..., op. cit.

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Kalina Vanderlei Silva

ostentar títulos portugueses, enquanto seu irmão, Matias de Albuquerque, caído em desgraça perante Olivares, abraçou a causa de Bragança, tornando-se inclusive um herói da restauração contra a Espanha; ele que defendera a causa de Felipe IV por uma década na Bahia e em Pernambuco. Assim, enquanto a elite açucareira de Pernambuco transferia suas lealdades de uma Casa reinante para outra sem muitos problemas, a família donatarial entrava em crise. Uma reação devida provavelmente ao caráter fidalgo e cortesão dos Albuquerque Coelho, muito mais adaptados que eram, esses netos de Duarte Coelho que havia crescido longe de Pernambuco, à Corte, sua etiqueta e suas intrigas, do que jamais foram ao mundo açucareiro. Mas esses cortesãos eram também herdeiros da rica capitania de Pernambuco, o que entrelaçava seus interesses na manutenção da América açucareira aos da Coroa. Entrelaçava e muitas vezes opunha. E foi devido a esse entrelaçamento que Matias de Albuquerque se viu nomeado por Felipe IV para o posto de capitão-mor de Pernambuco, ainda em 1620, ao mesmo tempo em que aportava na costa oriental da América do Sul na qualidade de administrador da capitania herdada por seu irmão 188. Uma dupla função que daria margem para muita ambigüidade, e seria o germe da desconfiança do rei e seus representantes para com ele. Uma vez no mundo do açúcar Albuquerque não tardou a interagir com as práticas e a cultura política dessa região: enquanto esteve em Pernambuco se insubordinou contra D. Luis de Souza, o Governador Geral, não permitindo que este desembarcasse no Recife; também se indispôs com os desembargadores do Tribunal da Relação da Bahia quando foi nomeado ele próprio Governador Geral, aliando-se aos senhores da Câmara da Bahia para conseguir a abolição do tribunal; durante a guerra de Pernambuco aprovou a sugestão de Henrique Dias para formar uma tropa específica de homens pretos, e concedeu vários títulos de fidalguia como recompensa por serviços prestados; sugeriu a transferência dos senhores mazombos práticos para as guerras espanholas no império a fora; transformou a guerra de emboscada em sua tática básica na guerra de resistência contra a WIC; e elogiou a diligência da Câmara de Olinda em sua empreitada para cobrar da Coroa o reabastecimento das fortalezas na década de 1620 189.

188 V. M. Almoêdo DE ASSIS: “O Estado Colonial na Sociedade Açucareira Pernambucana”, Clio - Série Revista de Pesquisa Histórica 26/2 (2008), pp. 24-25, 87; F. DUTRA: “Matias de Albuquerque…”, op. cit., p. 145. 189 Cf. V. L. Costa ACIOLI: Jurisdição e conflito..., op. cit., p. 25; K. Vanderlei SILVA: O Miserável Soldo..., op. cit., pp. 63-64, 73-74; F. DUTRA: “Matias de Albuquerque…”, op. cit., p. 137.

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Todas essas medidas indicavam uma política bastante contestatória de instituições centralizadoras como o Governo Geral e o Tribunal da Relação na Bahia, ao mesmo tempo em que contemporizavam com os grupos sociais influentes na sociedade açucareira. Medidas que cultivavam uma tradição de autonomia por parte da jurisdição de Pernambuco iniciada por seu avô e que permaneceria forte nas muitas disputas que os senhores de Olinda encabeçariam contra os representantes régios a partir da segunda metade do século XVII 190. Como um todo a trajetória de Matias de Albuquerque no Estado do Brasil foi tumultuada principalmente pela complexidade de sua situação de ser ao mesmo tempo administrador do donatário e representante da Coroa, e pela conjuntura das invasões da WIC: sua situação dupla, burocraticamente complicada, só começaria a se resolver a partir de 1624 quando, devido à invasão na Bahia, ele foi nomeado Governador Geral. Somente após uma elogiada atuação nessa campanha, ele conseguiu enfim assumir totalmente as funções e prerrogativas do cargo de capitão-mor de Pernambuco em 1627, após muita insistência do irmão na Corte 191. Retornando ao reino depois de quase dez anos no Brasil, acabava de aportar em Lisboa quando a notícia do ataque da WIC a Olinda o mandou de volta à América, dessa vez no cargo de superintendente da guerra, responsável pela defesa da capitania. Mas com o fracasso da resistência sob seu comando, desprestigiado na Corte e personagem central de intrigas e boatos correntes entre os oficiais portugueses, castelhanos e napolitanos que serviram em Pernambuco, terminou sendo substituído por D. Luis de Rojas y Borja após a saída de seu parente, D. Diogo de Castro, Conde de Basto, do governo de Portugal. Isso porque grande parte de seu prestígio na Corte estivera, como era comum a qualquer cortesão, vinculado ao seu protetor e na ausência deste Albuquerque não demorou a ser culpado por todos os azares imperiais na guerra de Pernambuco; o que também era uma prática corrente na Corte dos Habsburgo. Mas se fora criticado pelos comandantes e soldados imperiais, principalmente pelo Conde de Bagnuolo com quem passara a dividir o poder após o fracasso na

190 Disputas essas que podem ser vistas em V. L. Costa ACIOLI: Jurisdição e conflito..., op. cit., e em E. Cabral de MELLO: A Fronda dos Mazombos - Nobres Contra Mascates Pernambuco 1666-1715, São Paulo 1995. 191 V. M. Almoêdo DE ASSIS: “O Estado Colonial...”, op. cit., p. 87; F. DUTRA: “Matias de Albuquerque…”, op. cit., p. 145.

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Kalina Vanderlei Silva

defesa de Olinda em 1631; se era alvo de intrigas entre seus próprios comandados, tendo inclusive escapado de um atentado a sua vida; e se era execrado pela população sujeita aos impostos cobrados para manutenção dos soldados durante a guerra; por outro lado sua presença parece ter também exercido influência favorável entre os senhores mazombos, e mesmo portugueses, que ficaram extremamente insatisfeitos quando ele foi substituído por Rojas y Borja. Gente como Pedro da Cunha Andrade, senhor da várzea do Capibaribe, que chegou a influenciar seu parente reinol, Manuel Dias de Andrade, a recusar o comando quando Bagnuolo tentou depor Albuquerque do poder 192. Apesar disso foi deposto, preso e enviado para a Corte onde permaneceu na prisão até 1640, quando passaria a lutar contra Felipe IV. Seu irmão, por outro lado, continuou em Madri onde, mesmo após a Restauração, persistiria na defesa das decisões tomadas por Matias durante a guerra em Pernambuco. Por tudo isso, talvez poucos personagens tenham representado melhor as contradições e complexidades da presença dos Habsbugo e seus vassalos fidalgos no mundo do açúcar do que Matias de Albuquerque: neto do fundador de Pernambuco, fidalgo da Casa Real de Felipe IV de Espanha, comandante das tropas de resistência contra os holandeses no Estado do Brasil, cortesão letrado, herói da Restauração portuguesa e, por fim, Conde de Alegrete. Para ele, e por causa dele, foi escrita uma das obras mais influentes na memória da elite açucareira de Pernambuco –e do discurso fundador do Brasil–, as Memórias Diárias da Guerra do Brasil, de Duarte de Albuquerque Coelho. E apesar de Matias de Albuquerque já não mais defender a causa dos Habsburgo quando da publicação da obra em Madri em 1654, a distância dos acontecimentos não parece ter tido qualquer efeito para minimizar o desgosto de Duarte com a postura da Corte para com as decisões tomadas durante a guerra em Pernambuco. Assim, em suas páginas ele criou um herói barroco, generoso, prudente, discreto. Seu irmão, o General: Sabendo-se na Espanha do apresto desta armada, e achando-se Matias de Albuquerque em Madrid, então, chegado do Brasil (aonde tinha servido de governador e capitão geral), pareceu que, tanto pela sua qualidade, valor e experiência que tinha daquele Estado, como por ser Pernambuco de seu irmão mais velho, Duarte de Albuquerque Coelho, convinha enviá-lo a sua defesa. [...] Julgou ele que, quando chegasse a Lisboa, acharia o necessário para opor-se ao

192 E. Cabral de MELLO: Olinda Restaurada..., op. cit., pp. 32-34, 37, 40-46, 184-185.

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poder do inimigo, que avisaram que ia ao Brasil. E o que achou foi uma caravela com 27 soldados e algumas munições 193. Nesse trecho, além de sustentar uma crítica para o que considerava o descaso da Coroa com a defesa de Pernambuco, Duarte apresentava também o caráter heróico do irmão e sua experiência como elementos principais para sua nomeação ao comando das forças imperiais no Brasil; elementos apresentados antes mesmo de seu status de irmão do donatário de Pernambuco. E contrapunha ainda sua elaborada figura valorosa de Matias ao despreparo da Coroa, como oporia depois também ao da elite açucareira que, segundo ele, estaria mais acostumada com ‘ócios’ do que com a guerra. Por outro lado, a defasagem numérica dos defensores apenas servia para ressaltar, em sua retórica do heroísmo, a coragem e o valor daqueles que teriam persistido na luta a despeito das circunstâncias em contrário: Para que não faltasse ao General a última calamidade, até suspeita de pouca fidelidade teve de alguns; porque não só desejavam que não tivesse o cuidado e o zelo que tinha na defesa, mas até a procuravam estorvar com toda a dissimulação; querendo antes negociar logo com o inimigo, de quem pensavam (enganados) tirar proveito, do que tratar de fazer-lhes guerra. Supondo que o melhor conseguiriam (estes não eram muitos) desembaraçando-se do General, que temiam, atreveram- se (o que não faz a maldade pelo interesse) a por fogo por duas vezes na casa da Aseca que habitava. Parecendo casual a primeira, foi a segunda com tal desvergonha, que fizeram voar as tábuas da mesma casa, deixando-o ferido no rosto. Isto obrigou o sargento-mor do estado Pedro Corrêa da Gama a meter mão á espada dizendo: traição! Traição! Ao que o general, com semblante sereno respondeu: deve ser algum desastre. Dissimulando prudentemente, mostrou que não conhecia o perigo, por não declarar suspeitos os mesmos de quem esperava alguma ajuda. Sofrer e contemporizar com tal gente por espaço de seis anos, não foi a menor ação nem a de menos mérito que do nosso general se possa escrever 194. Assim, a alegada deslealdade dos naturais da terra era usada por Albuquerque Coelho para enfatizar as qualidades de seu irmão: não apenas a bravura, mas também a prudência. Elementos que transformavam Matias em um herói gracianesco, principalmente porque sua prudência não era isenta de dissimulação. E nesse sentido o herói construído por Duarte de Albuquerque

193 D. de Albuquerque COELHO: Memórias Diárias da Guerra do Brasil, São Paulo 2003, p. 17. 194 Ibidem, p. 41.

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Coelho se apresentava como o herói hidalgo ideal, ou seja, como o homem dissimulador, racional e mecânico do barroco espanhol 195. E fora com Duarte de Albuquerque Coelho e, principalmente, com Matias de Albuquerque que os laços entre a elite açucareira de Pernambuco e a nobreza ibérica se consolidaram. Nascidos em Lisboa, ambos haviam crescido com poucas ligações com a capitania da qual eram herdeiros, mas fortíssimas relações com a nobreza portuguesa fiel aos Habsburgo: seu bisavô era o Conde de Redondo, e sua tia, D. Maria da Silva, casada com o Marquês de Vila Real, era cunhada de D. Luis Coutinho, por sua vez cunhado do Vice-Rei de Portugal no reinado de Felipe II, o poderoso D. Cristóvão de Moura. Além disso, Duarte se casaria com a filha de D. Diogo de Castro, Conde de Basto, Vice-Rei de Portugal no reinado de Felipe IV 196. A relação dos Albuquerque Coelho com a elite açucareira, e sua vivência como uma ponte cultural, permaneceu inclusive após os eventos da reconquista: na década de 1640, Simão Álvares de La Penha, filho de senhor de engenho de Pernambuco de origem castelhana, graduava-se em Coimbra, após passagem por Salamanca, tendo sido a celebração de sua graduação em Lisboa acompanhada por fidalgos e senhores do açúcar, e tomado lugar na casa do Conde de Alegrete, Matias de Albuquerque 197. O que transformava Albuquerque em uma referência reinol para a elite açucareira de sua antiga capitania. Mas as relações entre essa elite e a Corte dos Habsburgo precediam e mesmo independiam dos donatários fidalgos. Por um lado, a década de 1630 viu a chegada de diversos fidalgos de Espanha ao mundo do açúcar, alguns grandes como D. Luis Rojas y Borja e D. Fernando Mascarenhas, o Conde da Torre, além de letrados e

195 Para o herói de Gracián, cf. B. GRACIÁN: El Héroe (1669), Alicante 2005, pp. 9-10, 15, 19, 28. Também E. CANTARINO e E. BLANCO (coords.): Diccionario de Conceptos de Baltasar Gracián, Madrid 2005. E para o homem dissimulador do barroco espanhol, cf. F. R. DE LA FLOR: Pasiones Frías – Secreto y Disimulación en el Barroco Hispano, Madrid 2005. 196 F. D UTRA: “Matias de Albuquerque…”, op. cit., pp. 273, 274, 278; R. PARDAL: “Serviço Político e Ascensão Social: O Percurso dos Castro ao Tempo da Dominação Filipina (1580/1640)”, in Anales del VII Congreso de la Asociación de Demografía Histórica – ADEH, Universidad de Granada, 2004, pp. 5, 18; E. C. PORTO: Nos Tempos de Duarte Coelho, op. cit., p. 47; E. Cabral de MELLO: Olinda Restaurada..., op. cit., p. 33. Para o parentesco dos Albuquerque com a nobreza portuguesa ver F. DUTRA: “Notas sobre a Vida e Morte de Jorge de Albuquerque Coelho...”, op. cit., p. 285, e E. Cabral de MELLO: Olinda Restaurada..., op. cit., p. 32. 197 Á. M. DE DIOS: “Estudiantes de Brasil en la Universidad de Salamanca durante los siglos XVI y XVII”, Separata da Revista de História 105 (1976), p. 222.

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aspirantes à fidalguia, não sendo raros entre esses os que se estabeleceram na terra 198. Por outro, a elite açucareira instituiu uma ponte direta com a Corte Habsbúrguica através de uma correspondência composta basicamente pelos pedidos de mercês e juramentos de fidelidade dirigidos à Madri, mas também por personagens enviados para a Corte, como a família Mendonza, natural de Pernambuco, agraciada com hábitos da Ordem de Calatrava; Gabriel Soares de Souza, o senhor de engenho baiano, oficial da Câmara de Salvador, que de Madri escrevera e dedicara seu tratado americano a D. Cristóvão de Moura; e Simão Álvares de La Penha, neto de funcionário castelhano radicado em Pernambuco que voltara para Castela como estudante na Universidade de Salamanca 199. E nesse diálogo afloravam os juramentos de lealdade dos senhores do açúcar aos Habsburgo, mesmo no auge das perdas para a WIC. Tal como relatado por D. Luís de Rojas y Borja em carta para Felipe IV em 1635, na qual sugeria que a melhor maneira de recompensar os senhores leais era lhes conceder hábitos da Ordem de Cristo de forma mais generosa que a promovida até então por Matias de Albuquerque. Nessa carta, Rojas y Borja descreveu os tais senhores leais que estiveram na perda da Paraíba e que se hallaron leales al servicio de VMg [de] y le acompañaron dejando sus ingenios y haciendas son muy dignos de q VMg [de] se lo agradezca con alguna demostración para ejemplo de los que fueron traidores y de los que no los imitaron. Corroborando essas alegadas lealdades com uma lista daqueles que haviam abandonado suas propriedades na invadida Paraíba e seguido o comando de retirada para servir a El Rey. Concluía sugerindo que o rei escrevesse cartas de agradecimento a todos esses personagens que em demonstração de “fidelidad

198 “Sobre las pesquisas que se devem hacer de los procedimientos de Matias d’Albuquerque y Diego Luis d’Oliveira; y letrado que Señora Princesa havia nombrado P[a] ir al Brasil a estas diligencias”, AGS, SP, 1478, ff. 137-138v. Também C. Ziller CAMENIETZKI e G. Grassia PASTORE: “1625, o Fogo e a Tinta...”, op. cit., p. 265. Ver também Requerimento do moço fidalgo da casa real, Lourenço de Azevedo Vasconcelos, ao rei [d Filipe III], pedindo provisão para levantar uma companhia no minho, beira e trás os montes para ir servir na guerra da capitania de Pernambuco, AHU, ACL_CU_015, Cx 2, p. 131. Também T. KRAUSE: “Em Busca da Honra: Os Pedidos de Hábitos da Ordem de Cristo na Bahia e em Pernambuco, 1644-76”, in Anais do XIII Encontro de História da ANPUH-RJ, 2008 [http://encontro2008.rj.anpuh.org/#]. 199 Para Simão Álvarez cf. Á. M. DE DIOS: “Estudiantes de Brasil en la Universidad de Salamanca…”, op. cit., pp. 215-229.

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Kalina Vanderlei Silva

largaron todo y se retiraron” da capitania perdida e contrapondo esses senhores leais aqueles que haviam ficado e se rendido aos holandeses, como “un hijo del dicho Antonio de Valladares que era labrador del ingenio el cual se decía que pusiera bandera blanca en su casa, y que per eso no le toco en nada” 200. Ou seja, esse grande de Espanha encontrava em Pernambuco razões suficientes para defender a nobilitação de senhores mazombos com base em suas lealdades juradas à Coroa Habsburga e nas práticas inspiradas por essas lealdades. Indício da interação cultural que já vinha ocorrendo no contexto dessa elite açucareira e que lhe permitia um trânsito tão fluído junto aos fidalgos de Castela. Um trânsito intensificado pela guerra com a WIC e pela própria necessidade de convivência desses personagens com os comandantes ibéricos e mesmo com o rei, uma vez que as exigências militares haviam ampliado a interação da Coroa com o mundo do açúcar, fosse através de seus comandantes fidalgos enviados, fosse através da correspondência administrativa e das petições trocadas com a América açucareira. Assim foi que, entre senhores leais a Castela, donatários divididos pela Restauração portuguesa e a fixação da WIC na região, a situação da Monarquia Católica na América portuguesa açucareira se tornou particularmente complexa no reinado de Felipe IV. Do ponto de vista da historiografia brasileira, no entanto, o governo Habsbugo na América açucareira continua a ser uma lacuna considerável. Isso a despeito da intensidade das relações estabelecidas entre a Casa de Áustria e o mundo do açúcar desde a aclamação de Felipe II. E a despeito da expansão dos limites físicos e administrativos da colonização portuguesa no Estado do Brasil; e do diálogo que levaria à construção de uma cultura elitista baseada em costumes fidalgos, que teria sua maior visibilidade após a restauração 201. Para usar as palavras de Serge Gruzinski, “Como el Mediterráneo de Fernand Braudel, La monarquía católica es un personaje complejo, embarazoso, difícil de

200 “Sobrelo que escribe Don Luis de Rojas cerca de las mercedes que se devem hacer a las personas que asisten en la guerra de Phernambuco dineros que se deven he dar, y perdon que se devem dar”, AGS, SP, 1478, f. 37. 201 Apesar da historiografia brasileira clássica ter sempre preferido se debruçar sobre o chamado “período holandês”, na ultima década uma série de trabalhos, ainda que de forma tímida, começou a focar alguns aspectos do período filipino no Estado do Brasil: R. RAMINELLI: Viagens Ultramarinas..., op. cit.; A. CARDOSO: “A Conquista do Maranhão...”, op. cit.; R. C. GONÇALVES: “Guerra e Açúcar: A Formação da Elite Política...”, op. cit.; R. C. GONÇALVES: “O Capitão-Mor e o Senhor de Engenho...”, op. cit.

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O Brasil de Filipe IV

entender; [que] escapa a nuestras medidas habituales” 202. E se essa afirmação é verdadeira para todo o império, ressoa particularmente no mundo do açúcar governado por Felipe IV e estilhaçado por invasões de inimigos externos e pelas tradições internas de autonomia.

202 S. GRUZINSKI: Las Cuatro Partes del Mundo: Historia de una Mundialización, México 2010, p. 47.

2275 4 Vol 4-40 Brasil_Maquetación 1 1/12/18 13:42 Página 2276 Índice final vol 4_Maquetación 1 1/12/18 13:43 Página 1

ÍNDICE

TOMO IV - VOLUMEN 4

Índice de autores ...... vii Índice general ...... ix Siglas y abreviaturas ...... xv

LAS CORTES VIRREINALES AMERICANAS Coordinadores: José Martínez Millán y Manuel Rivero Rodríguez

VIRREINATO DE NUEVA ESPAÑA 1. EL “IMPERIO DE LAS INDIAS”. NUEVA ESPAÑA DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV Alicia Mayer ...... 1867 El contexto europeo y el marco de referencia americano ...... 1867 De las características distintivas de lo novohispano ...... 1873 Nueva España: Un mundo “barroco” ...... 1873 El criollo en ascenso ...... 1877 La gran urbe de México y otras ciudades del virreinato . . . . 1878 El crisol social novohispano ...... 1882 La polaridad de dos mundos: Indios y españoles ...... 1882 El mestizaje ...... 1886 El gobierno en Indias ...... 1889 De la manera de gobernar desde la metrópoli ...... 1889 El levantamiento de 1624 ...... 1891 Doce virreyes y el arte de gobernar ...... 1897 La gestión de Palafox y Mendoza ...... 1903 La Iglesia novohispana ...... 1911 El impacto de la Contrarreforma ...... 1911 Devociones e historias ...... 1916 El clero ...... 1918 Los jesuitas ...... 1923 Índice final vol 4_Maquetación 1 3/12/18 17:33 Página 2

Índice del Volumen

El guadalupanismo novohispano ...... 1926 Economía, defensa y expansión ...... 1933 Comercio y defensa ...... 1933 La presión metropolitana ...... 1936 “De las minas al mar” ...... 1939 La colonización del Norte ...... 1940 El inglés-americano y la pretendida conquista inglesa de las Indias Occidentales ...... 1942 Pensamiento y expresión cultural ...... 1944 A manera de conclusión ...... 1948

VIRREINATO DEL PERÚ Coordinador: Guillermo Nieva Ocampo NOTA INTRODUCTORIA Guillermo Nieva Ocampo ...... 1955

2. DINÁMICAS DE PODER ENTRE LIMA Y MADRID DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV: ENTRE EL REFORMISMO Y LA INTEGRACIÓN DE LA ÉLITE LOCAL EN LA MONARQUÍA HISPÁNICA Arrigo Amadori ...... 1957 Lima, un escenario cortesano de las tensiones transatlánticas ...... 1958 Un reinado bajo el signo de la reforma virreinal ...... 1963 El control de la administración limeña ...... 1968 La fiscalidad: Procesos y resultados del avance del poder real ...... 1981 La consolidación de la élita limeña en una coyuntura cambiante . . . 1992 Las demandas contrapuestas en el contexto de un enfrentamiento global ...... 2016 La vida política limeña y las dinámicas transatlánticas de poder: Consenso, negociación y un nuevo equilibrio funcional ...... 2027

3. EL GOBIERNO EN LA AUDIENCIA DE QUITO. CONFLICTO JURISDICCIONAL Y PRÁCTICA POLÍTICA (1621-1665) Pilar Ponce Leiva ...... 2035 Introducción ...... 2035 El distrito de la Audiencia de Quito: Un territorio complejo ...... 2039 Índice final vol 4_Maquetación 1 1/12/18 13:43 Página 3

Índice del Volumen

Gobierno y justicia en la Audiencia de Quito ...... 2042 Poniendo un poco de orden: Fundación de la Audiencia ...... 2042 ¿Por qué había conflictos? La teoría sobre el gobierno ...... 2045 Impartir justicia como expresión de soberanía . . . 2046 División de competencias ...... 2047 Problemas de una Audiencia subordinada ...... 2049 Prácticas de gobierno: Negociación y conflicto ...... 2053 Los virreyes del Perú y el territorio de Quito ...... 2053 Quito en la gestión de los virreyes del Perú . . . . . 2054 El virrey, ese gran desconocido ...... 2058 El gobierno de Quito visto por el virrey ...... 2059 La Audiencia y el gobierno de Quito ...... 2064 Decisiones de gobierno adoptadas por la Audiencia durante el siglo XVI ...... 2065 Morga, un presidente con carácter ...... 2069 El caso Esmeraldas: Descentralización y negociación ...... 2074 La Visita General (1624-1632) ...... 2078 Y los conflictos continuaron ...... 2082 Relación entre la Audiencia de Quito y los gobernadores de su jurisdicción ...... 2085 Conclusiones ...... 2086

4. EL TUCUMÁN DE FELIPE IV Guillermo Nieva Ocampo, Daniela Carrasco ...... 2091 Introducción. El Tucumán hasta 1621 ...... 2091 Regeneracionismo monárquico y Guerras Calchaquíes ...... 2102 Los poderes de un obispo ...... 2115 Localismo y poderes locales en el Tucumán ...... 2121 El servidor leal ...... 2129 Consideraciones finales ...... 2135

5. LA GOBERNACIÓN DE BUENOS AIRES DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV A. M. González Fasani, E. Borgognoni, F. L. Tambella ...... 2139 Introducción ...... 2139 Índice final vol 4_Maquetación 1 1/12/18 13:43 Página 4

Índice del Volumen

Creación de la Gobernación del Río de la Plata ...... 2140 Las perpetuas disputas ...... 2146 El nuevo obispado ...... 2151 Muerto el rey, viva el rey ...... 2154 La posibilidad de premiar y de enriquecerse ...... 2156 Buenos Aires y la defensa de las fronteras de la Monarquía ...... 2161 La Gobernación en tiempos de cambio ...... 2190 El puerto... siempre el puerto ...... 2195 Conclusiones ...... 2199

BRASIL 6. O BRASIL DE FILIPE IV R. Ricupero, K. V. Silva, B. Feitler, A. P. Torres Megiani ...... 2203 O Brasil e Felipe IV. Uma aproximação (R. Ricupero) ...... 2205 Qual o peso do Brasil na monarquia de Felipe IV? ...... 2205 O Brasil antes de 1621 ...... 2208 Pernambuco, Bahia e as Capitanias açucareiras no reinado de Felipe IV (K. V. Silva) ...... 2214 A guerra contra a WIC no mundo do Açúcar ...... 2219 A Igreja na América portuguesa sob Felipe IV (1621-1640) (B. Feitler) ...... 2234 El Brasil en el contexto de la Guerra de la Restauración portuguesa (1640-1668) (A. P. Torres Megiani) ...... 2252 As lealdades divididas: Ligações e rupturas da elite açucareira com a coroa dos Habsburgo (K. V. Silva) ...... 2267 Índice final vol 4_Maquetación 1 1/12/18 13:43 Página 5 Índice final vol 4_Maquetación 1 1/12/18 13:43 Página 6 Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página I

LA CORTE DE FELIPE IV (1621-1665): RECONFIGURACIÓN DE LA MONARQUÍA CATÓLICA

Índice general de la obra

Tomos I, II, III y IV Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página II Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página III

LA CORTE DE FELIPE IV (1621-1665): RECONFIGURACIÓN DE LA MONARQUÍA CATÓLICA

Tomo I Las Casas Reales

Volúmenes 1, 2 y 3

Directores: José Martínez Millán y José Eloy Hortal Muñoz Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página IV Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página V

TOMO I - VOLUMEN I

Índice de autores ...... vii Índice general ...... ix Siglas y abreviaturas ...... xlv Presentación José Martínez Millán ...... xlix

INTRODUCCIÓN

1. EL REINADO DE FELIPE IV COMO DECADENCIA DE LA MONARQUÍA HISPANA José Martínez Millán ...... 3 La decadencia de la Monarquía hispana en el siglo XVII ...... 3 La decadencia durante el siglo XVIII. El atraso cultural ...... 8 El concepto de decadencia durante el siglo XIX (1812-1875): La falta de libertad ...... 14 El cambio de imagen de la decadencia de España durante el período de la Restauración ...... 26 La polémica de la ciencia ...... 27 La reinterpretación de la “decadencia” por Cánovas del Castillo ...... 32 El debate regeneracionista sobre la decadencia española ...... 36 La decadencia de la Monarquía hispana durante el régimen de Franco (1939-1975) ...... 46 La decadencia de la Monarquía hispana y el reinado de Felipe IV en la historiografía española actual ...... 49

2. ANTIESPAÑOLISMO Y DECADENCIA EN LA CULTURA ITALIANA Aurelio Musi ...... 57 Españolismo/antiespañolismo ...... 57 El antiespañolismo entre Felipe III y Felipe IV ...... 59 El crepúsculo del sistema imperial español, la academia de Medinaceli y Paolo Mattia Doria ...... 68

V Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página VI

Índice Tomo I, Volumen 1

Antiespañolismo e Ilustración ...... 75 En el romanticismo decimonónico: El mito negativo de la fundación nacional ...... 77 L’Inferiorità intellettuale degli italiani: Francesco de Sanctis ...... 77 Sismondi y el Risorgimento italiano ...... 81 El uso político del estereotipo: El “españolismo parlamentario” ...... 86 Feudalismo, parasitismo económico y Mezzogiorno español ...... 88 El antiespañolismo radical en la primera mitad del siglo XX: Gabriele Pepe ...... 93 La refundación historiográfica: de Croce a Galasso ...... 102 Distribuciones, contextos y núcleos del juicio historiográfico ...... 102 La Historia del reino de Nápoles: una obra de refundación historiográfica ...... 105 ¿Olvidar a Croce? ...... 113 Nápoles española en la interpretación de Giuseppe Galasso ...... 118

3. LA DECADENCIA DE LA MONARQUÍA HISPANA EN EL IMAGINARIO DEL SIGLO XIX Carlos Reyero ...... 130 Algunos recuerdos gloriosos del reinado de Felipe III ...... 133 En torno a la “leyenda negra” ...... 135 El ocaso de tres poderosos: Rodrigo Calderón, Villamediana y Valenzuela ...... 138 El Madrid de Felipe IV ...... 140 La privacidad de la corte ...... 142 Felipe IV y los artistas ...... 144 Fiestas en la corte de Felipe IV ...... 147 Escenas del siglo XVII ...... 149 Retratos a la moda del siglo XVII ...... 152 La siniestra corte de Carlos II ...... 158 La atracción del horror ...... 161

VI Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página VII

Índice Tomo I, Volumen 1

LAS CASAS REALES

CAPÍTULO 1 La casa del rey. La casa de Borgoña ...... 167

1. LA REAL JUNTA DE BUREO José Martínez Millán, Ignacio Ezquerra Revilla ...... 167 Contorno orgánico del Bureo en tiempo de Felipe IV ...... 169 Competencias gubernativas ...... 182 Competencias económicas ...... 195 Competencias jurisdiccionales ...... 203 La dificultosa imposición jurisdiccional del Bureo y la aprobación de las etiquetas de 1651 ...... 211 Inercia y permanencia de la fricción jurisdiccional ...... 227 Limitación jurisdiccional del Bureo en tiempo de Carlos II ...... 238 Perfeccionamiento de la jurisdicción. El asesor y su relación con el Bureo Ignacio Ezquerra Revilla ...... 249 La controvertida asistencia del asesor en el Bureo ...... 260 Perfil biográfico y funcional de los asesores del Bureo. El doctor don Pedro Marmolejo ...... 266 La revitalización de la usanza doméstica castellana en tiempo de Carlos II ...... 296 Apéndice documental ...... 310

2. LA TRANSFORMACIÓN INSTITUCIONAL DE LA CÁMARA REAL DE LA MONARQUÍA HISPANA DURANTE EL SIGLO XVII José Martínez Millán, Koldo Trápaga Monchet ...... 317 Evolución de la cámara ...... 318 Secretario de cámara ...... 333 Escribano de cámara ...... 337 El incremento de mercedes a través de la cámara ...... 340 La reforma de la cámara de 1636. El nombramiento del conde duque de Olivares como camarero mayor y sumiller de corps ...... 349 La nobleza en la cámara real José Antonio Guillén Berrendero ...... 361

VII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página VIII

Índice Tomo I, Volumen 1

La cámara real como espacio palaciego de integración Ignacio Ezquerra Revilla ...... 379 Etiquetas de actuación. Distribución, uso y restricciones del espacio interno de la cámara real en tiempo de Felipe IV ...... 380 La Instrucción para la cámara y aposento real de 22 de septiembre de 1637 . . . 385 El secretario en la articulación del espacio de la cámara real ...... 391 La cámara real como espacio dual y permeable ...... 398 El valor espacial agregativo de la cámara real de Castilla en el plano jurisdiccional: los porteros de cámara del Consejo Real y las chancillerías ...... 405 Forma de designación, funciones y posición de los porteros de cámara del Consejo Real . . . . 411 Procedencia e inserción de la función jurisdiccional en el espacio reservado del rey: los porteros de cámara de chancillerías y audiencias ...... 420 Dependencia de los porteros de cámara de las chancillerías de la casa de Castilla . . . . . 427 Forma de designación, funciones y posición de los porteros de cámara de las chancillerías . 429 Los porteros de cámara en la homologación cortesana de Consejo y audiencias ...... 434 La corte como continuidad territorial ...... 436

3. EL FUNCIONAMIENTO DIARIO DE PALACIO: LOS OFICIOS DE LA CASA José Martínez Millán, José Eloy Hortal Muñoz ...... 440 Los oficios de la casa ...... 440 Los oficios en el contexto de las reformas de la casa real . . . . 459 Condición social de los componentes de los oficios ...... 462 Cursus honorum de los oficiales ...... 468 Los médicos de Felipe IV Anastasio Rojo Vega ...... 474 Procedencia de los médicos reales ...... 474

VIII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página IX

Índice Tomo I, Volumen 1

Médicos reales, tipos y nombres ...... 479 La Medicina en el reinado de Felipe IV ...... 504 La Real Botica Mar Rey Bueno ...... 507 Antecedentes de la asistencia farmacéutica en la corte hispana (1475-1621) ...... 508 El Informe Valles (1588-1590) ...... 511 La creación de la Real Botica (1594) ...... 516 La Real Botica en el reinado de Felipe IV (1621-1665) ...... 520 Modificaciones de plantilla: Las reformas económicas de 1624 y 1630 . . . . . 521 Quiebra económica (1638-1647) ...... 523 Instrucción para el buen gobierno de la Real Botica (1647) ...... 524 Problemas con el sector médico real ...... 527 Jardines de simples medicinales y laboratorios de destilación, dependencias anejas a la Real Botica . . . . 528 La pasión de un rey antófilo ...... 529 Aguas y simples en el jardín de Aranjuez ...... 530 Los jardines y destilatorios del Alcázar madrileño . . . 532 La “mansión de las aguas” escurialense ...... 534 El oficio de destilador mayor de su Majestad . . . . . 535 La destilación real durante el reinado de Felipe IV ...... 538 La destilación del Buen Retiro ...... 541 La botica de Aranjuez ...... 544 Primeras peticiones de un servicio farmacéutico (1593-1609) . . . . . 545 Medidas encaminadas a instalar una botica en Aranjuez (1613-1615) ...... 546 La dinastía de los Coca (1615-1657) ...... 547 La botica de la reina Isabel de Borbón ...... 549 Antecedentes: la botica de Isabel de Valois ...... 549 Resurgimiento de la figura del boticario de la reina ...... 551 Una institución particular: la “enfermería de damas” ...... 552 El boticario real como científico cortesano ...... 554

IX Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página X

Índice Tomo I, Volumen 1

4. LA CAPILLA REAL José Martínez Millán ...... 561 La capilla real, “corazón” del Alcázar de Madrid ...... 562 La capilla como departamento de la casa real ...... 564 Capellán mayor, limosnero mayor y patriarca de las Indias Esther Jiménez Pablo ...... 565 Intereses castellanos en la creación del patriarcado de Indias ...... 566 Control de los asuntos eclesiásticos americanos a través del patriarcado y de la nunciatura de Indias ...... 572 Dotación económica del patriarcado en tiempos de Felipe III ...... 579 Diego de Guzmán y la unión de la dignidad del patriarcado al oficio de capellán mayor y limosnero mayor ...... 584 El patriarca de Indias durante el reinado de Felipe IV: Alonso Pérez de Guzmán “el Bueno” ...... 594 Un gran patrón en la vapilla real de Felipe IV: don Alonso Pérez de Guzmán ...... 599 El gobierno de la capilla real ...... 603 Sumilleres de cortina José Eloy Hortal Muñoz ...... 609 Confesores Fernando Negredo del Cerro ...... 613 Fray Antonio de Sotomayor ...... 620 Fray Juan de Santo Tomás ...... 640 Fray Juan Martínez ...... 650 Predicadores Fernando Negredo del Cerro ...... 659 La influencia de las circunstancias del reinado y de las luchas faccionales en la composición de los principales oficios de la capilla José Eloy Hortal Muñoz ...... 695

X Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XI

Índice Tomo I, Volumen 1

La transformación ideológica de la monarquía y su reflejo en la capilla real José Martínez Millán, Esther Jiménez Pablo ...... 700 La devoción por la Eucaristía ...... 701 La identificación del catolicismo con la dinastía de los Austria ...... 718 La capilla real, guía de la ideología religiosa ...... 742 Transformación de la música de la capilla real José Martínez Millán, José Eloy Hortal Muñoz ...... 764 Apéndice. Listados de la capilla ...... 786

XI Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XII

TOMO I - VOLUMEN II

CAPÍTULO 1 (Cont.) La casa del rey. La casa de Borgoña

5. LA CABALLERIZA, Alejandro López Álvarez ...... 795 Ordenanzas e instrucciones de la caballeriza ...... 795 Instrucciones para los oficios de gobierno ...... 796 Instrucciones para el primer caballerizo ...... 796 Instrucciones para el veedor de la caballeriza ...... 801 Instrucciones para el ayo de los pajes ...... 806 Instrucciones generales de la caballeriza o sus secciones ...... 821 La reformación de la caballeriza de 1640 ...... 821 Las ordenanzas para la casa de los pajes del conde duque, 1639 ...... 853 Ordenanzas para la casa de los pajes de 1662 ...... 900 Instrucciones para la acemilería ...... 911 Gastos de la caballeriza José Martínez Millán ...... 918 Procesos de integración y ascenso social en la caballeriza Alejandro López Álvarez ...... 938 La integración de la nobleza en la caballeriza ...... 938 Los caballerizos mayores ...... 939 Los primeros caballerizos ...... 943 Los caballerizos ...... 948 Los pajes ...... 967 Los oficiales mayores de la caballeriza y sus ayudas ...... 993 Veedor y contador ...... 994 Palafrenero y ayudas ...... 995 Sobrestante de coches o cochero mayor ...... 996 Guardanés ...... 998 Furrier ...... 999

XII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XIII

Índice Tomo I, Volumen 2

Librador ...... 1003 Varlet de corps ...... 1004 Los oficios ceremoniales de la caballeriza ...... 1005 Los maceros ...... 1005 Los reyes de armas ...... 1010 Los oficios de la música y su origen social ...... 1017 Los ministriles ...... 1017 Los trompetas ...... 1020 Los atabaleros ...... 1025 Los violones ...... 1028 La casa de los pajes ...... 1030 El ayo y su teniente ...... 1030 El capellán ...... 1034 Los maestros de latín y sus tenientes ...... 1035 Los maestros de danzar ...... 1036 La armería ...... 1037

6. LA PERVIVENCIA DE LA CASA DE CASTILLA. LA CAZA José Martínez Millán, Félix Labrador Arroyo ...... 1041 La caza de volatería ...... 1045 Antecedentes: la caza de volatería en tiempos de Felipe III ...... 1048 La situación del gremio de la caza de volatería a comienzos del reinado de Felipe IV ...... 1053 Empeoramiento de la situación económica de la caza de volatería ...... 1057 La primera etapa del marqués del Fresno al frente de la caza de volatería (1644-1649) ...... 1071 La segunda etapa del marqués del Fresno como gobernador de la caza de volatería (1651-1654) . . . 1086 La caza de montería ...... 1093 La estrechez económica de la caza de montería en tiempos de Felipe IV ...... 1103 Los privilegios de la caza de volatería y montería y la función integradora del Consejo Real ...... 1117 Consolidación final de los gremios de la caza en un contexto adverso ...... 1128

XIII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XIV

Índice Tomo I, Volumen 2

7. LAS GUARDAS REALES José Eloy Hortal Muñoz ...... 1135 El desarrollo institucional de las guardas palatino-personales de Felipe IV ...... 1135 La guarda de archeros de corps ...... 1142 El final de la capitanía del V marqués de Falces ...... 1142 Los decisivos cambios de 1623 y los primeros años de la capitanía del II conde de Solre: Las nuevas ordenanzas y el espíritu reformador ...... 1145 Las ordenanzas de 1634: El desencadenamiento de la crisis y el triunfo del Bureo ...... 1152 El gobierno del Bureo, sus conflictos con el teniente y la elección de un nuevo capitán ...... 1157 La confirmación de la decadencia: La capitanía del duque de Aerschot ...... 1160 Últimos intentos de los Cröy por reforzar la unidad y nuevos fracasos . . . . . 1164 La guarda española ...... 1168 El final de la capitanía del marqués de Povar ...... 1168 La capitanía de los marqueses de Gelves y del Carpio, el inicio del declive ...... 1174 El gobierno del Bureo y de los tenientes ...... 1177 La capitanía de don Luis de Guzmán Ponce de León . . . . 1181 Los últimos años del reinado de Felipe IV: El gobierno del marqués de Salinas ...... 1184 La guarda tudesca o alemana ...... 1186 El comienzo del reinado y la ausencia de capitán: El gobierno del teniente Lansgeneque ...... 1186 El gobierno y capitanía del conde de Sástago: La aceleración de la decadencia ...... 1190

XIV Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XV

Índice Tomo I, Volumen 2

El gobierno de la unidad por el marqués de Malpica: La confirmación del camino tomado por el conde de Sástago ...... 1194 El retorno de don Pedro Antonio de Aragón y los intentos de recuperación ...... 1199 El desinterés de don Pedro de Aragón y el nuevo gobierno del marqués de Malpica . 1206 La integración de las élites en las guardas reales ...... 1209 La guarda de archeros de corps ...... 1209 La condición social de sus miembros ...... 1209 Sistemas de previsión de la compañía ...... 1226 La guarda española ...... 1237 La condición social de sus miembros ...... 1237 Sistemas de previsión de la compañía ...... 1247 La guarda tudesca o alemana ...... 1252 La condición social de sus miembros ...... 1252 Sistemas de previsión de la compañía ...... 1263

8. LA HACIENDA DE LA CASA REAL DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV. ESTUDIO Y PERSPECTIVAS DE INVESTIGACIÓN Francisco Gil Martínez ...... 1267 La financiación de la casa real ...... 1268 El gasto de la casa real ...... 1275 Consideraciones finales y nuevas perspectivas de investigación ...... 1284

CAPÍTULO 2 La casa de Castilla ...... 1289

1. LA CASA DE CASTILLA DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV José Martínez Millán, Marcelo Luzzi Traficante ...... 1289 La relegación de la casa de Castilla durante el reinado de Felipe II (1548-1598) ...... 1294 La crítica de la casa de Borgoña durante el reinado de Felipe III ...... 1297

XV Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XVI

Índice Tomo I, Volumen 2

La quiebra del sistema durante el reinado de Felipe IV ...... 1299 Gobierno y composición de la casa de Castilla ...... 1306 Gobierno de la casa real de Castilla ...... 1307 Organización de la casa de Castilla ...... 1315 Mantenimiento económico de la casa de Castilla ...... 1320

2. LOS ESCUDEROS DE A PIE Félix Labrador Arroyo, José Eloy Hortal Muñoz ...... 1334

CAPÍTULO 3 La casa de las reinas ...... 1351

1. DE PRINCESA DE FRANCIA A REINA DE ESPAÑA: RETRATO Y EDUCACIÓN DE ISABEL DE BORBÓN Frédérique Sicard ...... 1351 La familia ...... 1353 Enrique IV ...... 1353 María de Médici ...... 1356 Las “madres de sustitución” ...... 1360 Los hermanos y hermanas: Luis, Gastón, Cristina, Enriqueta ...... 1364 La educación de los infantes de Francia ...... 1366 El palacio de Saint Germain ...... 1367 La casa de los infantes de Francia ...... 1368 La gobernadora: La baronesa de Monglat y la princesa Isabel ...... 1369 La instrucción de los príncipes y princesas de Francia ...... 1369 La formación política. Educación Habsburgo versus educación Borbón ...... 1376 Conclusión ...... 1389

2. LA CASA REAL DE ISABEL DE BORBÓN Henar Pizarro Llorente ...... 1391 La situación de la casa al comienzo del reinado ...... 1392 Las primeras propuestas de reforma (1622-1627) ...... 1398 El nuevo impulso reformístico (1628-1631) ...... 1406 La reforma de 1631 ...... 1413

XVI Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XVII

Índice Tomo I, Volumen 2

La aplicación irregular como método de resistencia (1633-1636) ...... 1422 Los intentos de ajustar las cuentas (1636-1639) ...... 1432 El último intento de implantar las reformas (1639-1644) ...... 1443

3. REGENCIA E IMAGEN DE LA REINA ISABEL DE BORBÓN, Frédérique Sicard ...... 1458 La regencia de la reina (1642-1644) ...... 1459 La propaganda alrededor de la reina en la Monarquía española ...... 1475 Panfletos ...... 1475 El heroísmo de la reina Isabel según los embajadores del Imperio y de Venecia ...... 1484 Las redes de influencia de la reina Isabel ...... 1488 Algunas objeciones sobre la minimización del papel de la reina en los argumentos empleados . . . . 1488 La reina, los embajadores y los municipios: Los vínculos no determinantes ...... 1489 La reina Isabel y la nobleza ...... 1490 La reina Isabel y los religiosos ...... 1495 ¿Un partido de la reina? ...... 1497 Conclusión ...... 1499

4. LACASADELAREINAMARIANA DE AUSTRIA DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV Y EL PERIODO DE REGENCIA, José Rufino Novo Zaballos ...... 1501 Primera casa de la reina Mariana: La jornada a Madrid (1648-1649) ...... 1501 Nuevas etiquetas y ordenanzas para la casa de la reina Mariana ...... 1516 Jornada y entrada real en Madrid ...... 1520 Contra los galanteos ...... 1525 Ajustamientos de cuentas con mercaderes y oficiales de manos ...... 1528 Nodrizas y amas ...... 1529 Mayordomo mayor de la reina ...... 1531 Veedor y contador de la caballeriza de la reina ...... 1532

XVII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XVIII

Índice Tomo I, Volumen 2

Nuevos conflictos protocolarios y administrativos sin precedentes: Las casas de la reina-regente y de la reina-madre ...... 1532 Evolución administrativa en la casa de Mariana de Austria ...... 1539

5. ESTUDIO PROSOPOGRÁFICO DE LA CASA DE LA REINA MARIANA DE AUSTRIA DURANTE SU REGENCIA (1665-1675) Diego Crespí de Valldaura, barón de Callosa ...... 1545 La camarera mayor ...... 1545 El mayordomo mayor ...... 1550 El caballerizo mayor ...... 1556 Los mayordomos de semana ...... 1559 Las dueñas de honor ...... 1570 Las damas ...... 1577 Las damas meninas ...... 1593 Los meninos ...... 1600 Apéndice documental José Rufino Novo Zaballos ...... 1602

XVIII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XIX

TOMO I - VOLUMEN III

CAPÍTULO 4 Las casas del príncipe y de los infantes ...... 1615

1. LOS ESTADOS DE FLANDES EN EL FUTURO POLÍTICO DE LOS INFANTES: LA DESIGNACIÓN DEL CARDENAL INFANTE DON FERNANDO PARA LA LUGARTENENCIA REAL DE BRUSELAS Alicia Esteban Estríngana ...... 1615 Flandes en el futuro político de los infantes ...... 1617 Flandes en el futuro político de don Fernando ...... 1653

2. LA CASA DEL CARDENAL INFANTE DON FERNANDO DE AUSTRIA (1620-1641) Birgit Houben ...... 1679 La formación de la casa bruselense de Fernando ...... 1682 La continuidad de la casa de Bruselas después del fallecimiento de la gobernadora general ...... 1686 La representación olivarista en la corte de Bruselas del Cardenal Infante ...... 1689 El ministro-dignatario de la corte ...... 1696 El favorito del gobernador general ...... 1701 Conclusión ...... 1704

3. LA CASA DEL PRÍNCIPE BALTASAR CARLOS Y SU DISOLUCIÓN Gloria Alonso de la Higuera ...... 1706 Las jornadas del príncipe Baltasar Carlos (1640-1646). Formación de su casa ...... 1715 El último viaje del príncipe Baltasar Carlos ...... 1722 La muerte del príncipe Baltasar Carlos ...... 1728 La enfermedad del príncipe ...... 1729 La exposición del cadáver ...... 1740 El cortejo fúnebre ...... 1744 El entierro de un príncipe ...... 1749

XIX Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XX

Índice Tomo I, Volumen 3

Las exequias reales ...... 1752 Los lutos ...... 1759 El cortejo ...... 1762 El templo y su túmulo ...... 1765 La liturgia y el sermón ...... 1774

4. LAS CASAS REALES DE DON JUAN DE AUSTRIA EN LA MONARQUÍA CATÓLICA (1642-1659) Koldo Trápaga Monchet ...... 1781 Los años de indefinición (1642-1646) ...... 1783 Primera planta ...... 1783 El primer servicio de la casa: Juramento de don Juan como prior de la Orden de San Juan ...... 1787 Don Juan, gobernador y capitán general de los estados flamencos ...... 1797 El servicio de don Juan como gobernador y capitán general en las tierras del priorato ...... 1803 El periplo militar (1646-1656) ...... 1807 De Ocaña a Sanlúcar de Barrameda: La formación de la casa de don Juan de Austria como gobernador general de las armas marítimas . . . . . 1807 El servicio de don Juan en la armada y fracaso del intento de recuperación de los presidios toscanos . . . 1814 El virreinato siciliano de don Juan ...... 1822 La casa de don Juan en el virreinato de Cataluña ...... 1834 Plenipotenciario de su Majestad ...... 1834 La época flamenca (1656-1659) ...... 1837 El control de la casa desde la corte de Madrid ...... 1838 Composición, financiación y reforma de la casa ...... 1846 Reforma de la casa de los gobernadores: ¿Quiebra del modelo integrador de la casa real de Bruselas? ...... 1854

5. LA CASA DE LA INFANTA MARÍA TERESA, REINA DE FRANCIA Marcelo Luzzi Traficante, Javier Revilla Canora ...... 1869 Formación de las casas de María Teresa en Madrid y París ...... 1873 Conclusión. La jornada y el matrimonio: La fallida construcción de un servicio ...... 1893

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Índice Tomo I, Volumen 3

CAPÍTULO 5 Los aposentadores ...... 1897

1. EL APOSENTAMIENTO DE LA CORTE EN EL REINADO DE FELIPE IV: LA JUNTA DE APOSENTO Francisco José Marín Perellón ...... 1897 La Junta de aposentadores entre 1606 y 1621 ...... 1900 Las “casas materiales” ...... 1902 Las “casas a la malicia” ...... 1903 La discrecionalidad del aposentamiento ...... 1907 El funcionamiento de la junta hasta 1621 ...... 1909 La consulta del visitador Diego del Corral y Arellano ...... 1912 La planta del aposento en 1621 ...... 1917 Los tipos contributivos de las casas de Madrid ...... 1919 La normalización de la Nómina de la corte ...... 1921 El funcionamiento de la junta entre 1621 y 1665 ...... 1924 Las composiciones de aposento ...... 1927 Tasas y retasas de casas ...... 1928 La media anata ...... 1930 Los límites reales del aposentamiento ...... 1932 Conclusión. La Junta de aposento en las postrimerías del reinado de Felipe IV ...... 1933 Anexo: La Nómina de la corte y el aposentamiento regio en las ordenanzas de la junta de 11 de junio de 1621 ...... 1935

CAPÍTULO 6 Los alcaldes de casa y corte ...... 1961

1. LOS ALCALDES DE CASA Y CORTE EN TIEMPO DE FELIPE IV: UNIÓN CON EL CONSEJO Y DEFENSA JURISDICCIONAL Ignacio Ezquerra Revilla ...... 1961 Introducción ...... 1961 Unidad e identificación entre el Consejo Real y los alcaldes de casa y corte durante el reinado de Felipe IV . . . . . 1965

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Índice Tomo I, Volumen 3

La policía cortesana, factor impulsor de la integración entre Consejo y alcaldes ...... 1974 Aportación y resistencia jurisdiccional de los alcaldes de casa y corte en un contexto de imposición de la casa de Borgoña ...... 1984 Los alcaldes ante la jurisdicción militar y la jurisdicción doméstica. Conocimiento limitado sobre las guardas reales ...... 1984 Otras áreas del servicio regio: Bureo, obras y bosques y aposento ...... 1996 Pervivencia, densidad y diversificación del juego comisional ...... 2004 El alcalde de los portugueses en la corte ...... 2017 Un nuevo modelo de alcalde de casa y corte en el Barroco castellano: Erudición y diletantismo literario en el doctor don Juan de Quiñones ...... 2026 Contribución literaria a las líneas políticas de la Monarquía en el “Tratado de las falsedades” y en el “Memorial de los Servicios” ...... 2038

CAPÍTULO 7 La Junta de obras y bosques ...... 2047

1. LOS SITIOS REALES Y LA CONTINUIDAD TERRITORIAL DE LA CORTE: EL ESPACIO PATRIMONIAL REGIO Y SU INTEGRACIÓN EN EL ENTORNO Ignacio Ezquerra Revilla ...... 2047 La evolución de la Junta de obras y bosques durante el reinado de Felipe IV ...... 2048 Antecedentes ...... 2048 Consolidación institucional de la junta ...... 2054 Atribuciones de la Junta de obras y bosques ...... 2066 Ejercicio jurisdiccional. El alcalde-juez de bosques y su relación con la junta ...... 2066 Concesión de medidas de gracia por parte de la junta, en su ámbito de competencias ...... 2080

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Índice Tomo I, Volumen 3

La definición de los sitios reales como un proceso restrictivo. La preexistencia de una continuidad territorial de orden cortesano ...... 2083 Interacción, imprecisión y límites entre los sitios reales y su entorno ...... 2091 Entidad orgánica y cambiante de los sitios reales. La variación de sus límites ...... 2091 Interacción y confusión de los sitios reales con su espacio limítrofe ...... 2097 La formación del territorio patrimonial de Aranjuez ...... 2106 La multiplicación de los sitios reales como fortalecimiento de la entidad cortesana en la periferia de los reinos ...... 2111 Interacción en un sentido jurisdiccional: La relación entre el Consejo Real y la Junta de obras y bosques. El sentido doméstico del Consejo ...... 2115 Transversalidad entre el patrimonio territorial regio directo y el mediado. El alcalde-juez de bosques como juez conservador de montes ...... 2136 Conclusión: Consolidación institucional de la junta e identificación con el Consejo. Reintegración formal de los sitios reales en el espacio patrimonial mediado ...... 2143

2. LA FINANCIACIÓN DE LOS SITIOS REALES (1599-1665), Félix Labrador Arroyo ...... 2150 La situación financiera de los sitios reales en tiempos de Felipe III ...... 2150 La situación financiera de los sitios reales durante el reinado de Felipe IV ...... 2168 Los primeros años del reinado ...... 2169 Desde los Millones de 1623 hasta 1644 ...... 2201 La situación entre 1645 y 1665 ...... 2215

XXIII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XXIV

Índice Tomo I, Volumen 3

3. EL REAL SITIO Y HEREDAMIENTO DE ARANJUEZ EN TIEMPOS DE FELIPE IV Virgilio Pinto Crespo, José Luis Hernanz Elvira ...... 2233 La formación del real sitio ...... 2233 Un nuevo marco jurisdiccional ...... 2236 La gestión y explotación de las propiedades ...... 2239 La organización administrativa ...... 2243 La Junta de oficiales ...... 2245 Oficios relevantes ...... 2247 La plantilla en tiempos de Felipe IV ...... 2251 La hacienda ...... 2255 Una jornada real en Aranjuez ...... 2263 La corte en Aranjuez ...... 2263 Calendario y duración de la jornada ...... 2265 El eterno problema del alojamiento: La falta de aposento para los cortesanos ...... 2267 El coste de una jornada en Aranjuez ...... 2270 El declive de las finanzas de Aranjuez y las comisiones para el cobro de los atrasos ...... 2275

CAPÍTULO 8 Reservados y pensionistas ...... 2283

1. RESERVADOS Y PENSIONISTAS: UNA NUEVA VÍA DE INTEGRACIÓN DE LOS REINOS EN LA CASA REAL José Eloy Hortal Muñoz ...... 2283 Los orígenes del sistema, de Carlos V a Felipe III ...... 2284 El auge del sistema: El reinado de Felipe IV ...... 2298 La capilla ...... 2306 La casa u oficios ...... 2308 La cámara ...... 2311 La caballeriza y la acemilería ...... 2313 Las guardas reales ...... 2318 La caza ...... 2320 La casa de Castilla ...... 2321 Los sitios reales ...... 2327 La casa de la reina ...... 2338

XXIV Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XXV

LA CORTE DE FELIPE IV (1621-1665): RECONFIGURACIÓN DE LA MONARQUÍA CATÓLICA

Tomo II Etiquetas y Ordenanzas de Felipe IV (1621-1665)

CD

Directores: José Martínez Millán y José Eloy Hortal Muñoz

Coordinadores: José Eloy Hortal Muñoz y Félix Labrador Arroyo Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XXVI Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XXVII

TOMO II - CD-ROM

Índice de autores ...... vii Índice general ...... ix Siglas y abreviaturas ...... xlv

ETIQUETAS Y ORDENANZAS DE FELIPE IV (1621-1665) José Eloy Hortal Muñoz, Félix Labrador Arroyo (coords.) Gloria Alonso de la Higuera, Javier Gómez Díaz, Isabel Hortal Muñoz, José Eloy Hortal Muñoz, Félix Labrador Arroyo, Marcelo Luzzi Traficante, Raquel Salvado, Koldo Trápaga Monchet Introducción ...... 3

CASA DE BORGOÑA 1. Capilla • De las constituciones de la capilla real, 1623 ...... 31 • Documento relativo a los mozos de oratorio, 22 de mayo de 1626 ...... 46 • Descripción del oficio de teniente de limosnero mayor, 29 de enero de 1645 ...... 47 • Documento relativo a los cantorcicos, 6 de septiembre de 1652 ...... 48 • Oficios de ministriles de la capilla real, documentos varios, 1652-1661 ...... 50 2. Oficios de la casa • Servicio del estado de los mayordomos y de la cámara de su Majestad, s. d. (ha. 1590) ...... 55 • Servidumbre del sumiller de la panatería, Gabriel de Canencia, 13 de enero de 1620 ...... 58 • Sobre el oficio de mayordomo, s. d. (reinado de Felipe IV) ...... 61 • Orden que debían guardar los mayordomos de su Majestad en falta ó ausencia del mayordomo mayor, 18 de junio de 1621-15 de agosto de 1624 ...... 65

XXVII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XXVIII

Índice Tomo II - CD

• Sobre el oficio de la panatería, 9 de septiembre de 1622 ...... 67 • Distribución de las cosas del guardamangier, cocina y servicio de estados, 6 de diciembre de 1622 ...... 69 • Servicio del estado de los mayordomos y de la cámara de su Majestad, 15 de agosto de 1624 ...... 76 • Noticia de los criados cuya provisión y juramento correspondía al mayordomo mayor, sumiller de corps y caballerizo mayor, 2 de agosto de 1625 ...... 78 • Que los mayordomos de su Majestad rubriquen los libros cada uno en su semana, 16 de junio-29 de agosto de 1626 ...... 81 • Para que en las cosas que tocan al Protomedicato se tenga y guarde el orden que se requiere, 11 de junio-12 de agosto de 1631 ...... 82 • Orden que se había de tener en la vianda de su Majestad y asistencia en la cocina de boca, 13 de enero de 1641 ...... 84 • Sobre el oficio de la cerería, 8 de mayo de 1631-19 de abril de 1681 . . . . 86 • Título de mayordomo mayor al marqués de Castelrodrigo, 19 de junio de 1649 ...... 94 • Sobre el oficio de mayordomo mayor, 1-28 de diciembre de 1649 . . . . 97 • Papel en que se comprende lo que correspondía al oficio de cerrajero de cámara, 1652 ...... 99 • Furriera de su Majestad, 5 de abril de 1655 ...... 100 • Título de pintor para Francesco Rizzi, 27 de junio de 1656 ...... 104 • Sobre la botica y la reformación, 28 de mayo de 1657 ...... 105 • Sobre los oficios de boca, 12 de octubre de 1657-1 de febrero de 1658 . . 106 • Sobre los entretenidos de los oficios, 31 de marzo de 1662 ...... 116 • Descripción de los oficios de potagier y busier, 1674 ...... 117 3. Cámara • Instrucciones del sumiller de corps para los oficios de escribano de cámara y guardarropa, 13 de junio de 1621-1638 ...... 118 • Instrucción dada por el señor mayordomo mayor del rey a los ayudas de guardajoyas, 26 de octubre de 1623 ...... 123 • Sobre las distribuciones de la cámara, don Antonio Hurtado de Mendoza, 17 de agosto de 1635 ...... 125

XXVIII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XXIX

Índice Tomo II - CD

• Noticias sobre el empleo de camarero mayor y gran chambelán de la casa de Castilla y Borgoña, 8 de abril de 1636-21 de abril de 1639 ...... 128 • Pretensión de Alonso Martínez, ayuda del guardarropa, de que se le continúe el vestido que se le daba por dar el arcabuz al rey, 4 de junio de 1647 ...... 131 • Copia del decreto original de su Majestad sobre la forma de tomarse las quentas al maestro de la cámara y recaudos que ha de entregar para ellas, 11 de enero de 1648 ...... 132 • Instrucción y orden que se ha de observar de aquí adelante en el servicio del aposento y cámara del Rey Nuestro Señor, 11 de agosto de 1649 ...... 134 4. Caballeriza Caballeriza • Título de rey de armas para Jerónimo de Becherge, 22 de agosto de 1628 ...... 162 • Instrucción para el veedor de la caballeriza de su Majestad, 15 de octubre de 1639 ...... 165 • Reformación de la caballeriza, 14 de septiembre de 1640 ...... 168 • Ejercicio y preeminencias del oficio de primer caballerizo de su Majestad, s. d. (ha. 1640) ...... 186 • Instrucción sobre los ministriles, Carlos Patiño, 26 de enero de 1652 ...... 188 Casa de los pajes • Sobre los pajes “extranjeros”, 30 de septiembre de 1626 ...... 189 • Instrucción nueva para el gobierno de la casa de los pajes de su Majestad que se ha de guardar inviolablemente desde el año de 1639 en adelante, 30 de abril de 1639 ...... 190 • Sobre el ayo de los pajes, 5 de mayo de 1639 ...... 202 • ¿Qué partes debe tener el que hubiere de ocupar el puesto de ayo de los pajes de su Majestad?, Anónimo, 22 de marzo de 1647 ...... 204 • Instrucción de lo que se ha de observar en la dicha casa de los pajes dada en 17 de agosto de 1662 por el señor don Fernando de Borja, caballerizo mayor de su Majestad . . . . . 210

XXIX Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XXX

Índice Tomo II - CD

• Instrucciones de la casa de los pajes, 3 de noviembre de 1662 ...... 212 Acemilería • Gobierno de la acemilería, 16 de julio de 1655 ...... 216 5. Guardas Archeros de corps • Ordenanzas, Madrid, 6 de enero de 1626 ...... 222 • Ordenanzas del conde de Solre en virtud de la orden de su Majestad, Madrid, 3 de septiembre de 1634 ...... 227 Guarda española • Constituciones del teniente Verdugo, 1624 ...... 236 • Concesión de exenciones a la guarda española, 4 de febrero de 1626 ...... 239 Relativo a las tres guardas • Sobre la jurisdicción de los capitanes y Bureo, cédula de su Majestad del 28 de julio de 1624 ...... 240 • Cédula sobre las preeminencias de las tres guardas, 19 de agosto de 1625 ...... 242 • Decreto de su Majestad sobre el conocimiento de los delitos de los soldados de las guardas, 7 de junio de 1643 ...... 243 • Decreto de su Majestad para el Bureo sobre las preeminencias de las guardas, 5 de enero de 1658 ...... 245 • Cédula real de preeminencias a las guardas, 16 de abril de 1658 ...... 246

CASA DE CASTILLA 1. General • Porteros de cadena y etiquetas, 6 de diciembre de 1587-23 de agosto de 1647 ...... 248 • Noticia de la forma de gobierno de la casa de Castilla introducida por su contador don Fernando de Soto de 1649 . . . . 250 • Relación de los criados de que se compone la casa real de Castilla y los gajes que cada uno goça. 16 de junio de 1653 ...... 255

XXX Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XXXI

Índice Tomo II - CD

• Instrucción y forma de los oficios de veedor y contador de la real casa de Castilla, 15 de abril de 1659 ...... 260 • Constituciones y ordenanzas que ha de observar el noble oficio de los escuderos de a pie del Rey Nuestro Señor, don Lorenzo Bautista, 26 de junio de 1665-20 de mayo de 1672 . . 268 • Relación del gobierno de la casa real de Castilla de su Majestad, que se sacó para enviar al marqués de Aytona, mayordomo mayor de la Reina, Madrid, 4 de abril de 1668 ...... 290 • Consulta sobre los escuderos de a pie, 25 de febrero de 1688 ...... 298 2. Caza • Orden al montero mayor, 23 de enero de 1623 ...... 300 • Instrucción al condestable para el oficio de montero mayor, 9 de mayo de 1628 ...... 303 • Título de cazador mayor por muerte del marqués de Alcañices al condestable de Castilla, 22 de abril de 1644 ...... 306 • Instrucción al condestable de Castilla para el oficio de cazador mayor de la caza de volatería, 22 de abril de 1644 ...... 308 • Exempciones de monteros, ballesteros y de la caza de volatería (años de 1641, 1647, 1649, 1650, 1653, 1654) ...... 310 • Orden al cazador mayor de 22 de junio de 1658 ...... 329 • Relación del vestuario que se da cada dos años a la caza de volatería, en virtud de la cédula de 6 de marzo de 1664 ...... 338

CASA DE LA REINA Y ALTEZAS 1. Reina • La horden que an de tener y guardar los reposteros de camas de la Reyna Nuestra Señora en lo tocante a su servizio, s. d. . . . . 340 • Ordenanzas de palacio sobre las entradas en la casa de las reinas, s. d. . . 343 • Observación sobre lo que deven hacer y guardar las mozas de cámara de la Reyna Nuestra Señora, 13 de septiembre de 1621 ...... 345 • La orden que han de tener y guardar los guarda de damas de la Reina Nuestra Señora en lo tocante a su servicio, 16 de marzo de 1623 ...... 346

XXXI Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XXXII

Índice Tomo II - CD

• Decreto de supresión de la enfermería de damas de la reina, 17 de febrero de 1628 ...... 348 • Etiqueta que se dio a la cava de la Reina Nuestra Señora el 1 de febrero de 1630 ...... 349 • Cuestiones relativas a los mayordomos de la casa de la reina (1643-1653) ...... 351 • Reposteros de camas de la reina, 5 de octubre de 1646 ...... 359 • Entrada pública de Reina: que el archivero de Simancas remita los papeles referentes a entradas de Reinas en la corte y ciudades por donde pasan. Y lo que se hace en fiestas públicas en que su Majestad asiste, 13 de julio de 1648 ...... 361 • Entradas públicas de Reina: Consulta sobre quién debe convidar para el acompañamiento, 20 de diciembre de 1648 ...... 362 • Entrada pública de Reina: La Junta de etiquetas envía los trabajos hechos de lo que se ha de ejecutar el día de la entrada de la Reina en esta corte, 30 de enero de 1649 ...... 363 • Entrada de la Reina: Consulta sobre quién ha de convidar á las guardas y parte de la casa para la entrada de su Majestad, 10 de agosto de 1649 ...... 364 • Don Gregorio de Guevara Altamirano, título de veedor y contador de la caballeriza de la reina, 1 de septiembre de 1663 ...... 365 • Don Gregorio de Guevara Altamirano, instrucción para el ejercicio de los oficios de veedor y contador de la caballeriza de la Reina Nuestra Señora, 1 de septiembre de 1663 ...... 365 • Sobre el mayordomo mayor de la reina, 30 de octubre de 1663 . . . . . 370 2. Altezas • Etiquetas del ayo del príncipe, ha. 1643 ...... 371 • Etiqueta de camarera mayor de la infanta, ha. 1644 ...... 375 • Etiqueta del aya de la infanta, ca. 1644 ...... 378 • Información sobre la casa de su alteza, 28 de enero de 1645 ...... 380 • Memoria de los criados que se han ajustado para ir sirviendo a su Alteza a la jornada de Aragón, 28 de enero de 1645 ...... 381 • La orden que es mi voluntad que Vos el marqués de Bedmar guardeis y executeis en el uso y exercicio del oficio de sumiller de corps de don Juan de Austria mi hijo..., s. d. (1646) . . . 387

XXXII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XXXIII

Índice Tomo II - CD

• La orden que ha de guardar el caballerizo mayor de su Alteza el señor don Juan de Austria..., 1646 ...... 393 • Noticias sobre la casa de los infantes, s. d...... 394

ETIQUETAS 1. Capilla • Puesto de los gentileshombres en la capilla y pugna con los archeros de corps, 1652-1659 ...... 395 • Etiquetas de la capilla, festividades y retablo, s. d. (ha. inicios reinado de Carlos II) ...... 406 2. Oficios de la casa • Notas sobre la etiqueta, 7 de diciembre de 1625 ...... 413 • Que sean precisamente mozos de oficio jurados los que hayan de dormir de noche en palacio, 26 de enero de 1629 ...... 414 • Consulta sobre asientos en juntas, 1630 ...... 416 • Entrada de los gentileshombres en la cámara, 13 de mayo de 1631 . . . . 420 • Instrucción de las ceremonias que se deben de observar en la frutería y oficiales della según costumbre de la casa de Castilla y Borgoña, 6 de enero de 1633 ...... 422 • Copia de orden sobre la entrada de los mayordomos en la cámara, 25 de noviembre de 1635 ...... 424 • Sobre entrada de los gentileshombres de la boca en el quarto de su Majestad, 14 de agosto de 1636 ...... 425 • Residencia de los gentileshombres y asistencia en los acompañamientos, 5 de septiembre de 1647 ...... 426 • Sobre entrada de los gentileshombres de la casa en la cámara y antecámara, 5-24 de abril de 1648 ...... 429 • Sobre el lugar de los mayordomos de su Majestad en los acompañamientos de las salidas publicas, 14 de mayo de 1648 ...... 432 • Algunos reparos á los capítulos de etiqueta tocantes al mayordomo mayor y mayordomos, 31 de julio de 1649 ...... 434 • Entrada de los gentileshombres en la antecámara, 21 de junio-28 de julio de 1657 ...... 437

XXXIII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XXXIV

Índice Tomo II - CD

• Relativo a los gentilhombres, 10 de junio-29 de agosto de 1664 . . . . . 441 3. Cámara • Entradas en la antecámara: Reales decretos concediendo a los títulos de Italia en la pieza de los embajadores y estar en ella como los de Castilla y que entren en la antecámara los caballerizos, pajes, su ayo y teniente de ayo, 18 de abril de 1625 ...... 444 • Sobre la instrucción de la cámara y entradas en el aposento de Vuestra Majestad, 22 de septiembre de 1636 ...... 446 • La Junta de las etiquetas sobre la cámara, 7 de enero-19 de mayo de 1650 ...... 448 • Orden á los porteros de cadena para la entrada de los coches en los zaguanes de palacio, 8 de octubre de 1664 ...... 454 • Copia de la orden que en nombre de su Majestad envió al duque de San Lúcar, mi señor sumiller de corps, en razón de las entradas que tienen llave de la cámara sin entrada, don Luis de Oyanguren, 24 de enero de 1665 ...... 456 • Sobre entradas de criados superiores, 9 de septiembre de 1679 ...... 457 4. Caballeriza • Relación del lugar y atribuciones que corresponden a los maceros en las ceremonias reales, s. d. (ha. 1621) ...... 458 • Asuntos de la etiqueta de la caballeriza, 1-29 de agosto de 1654 ...... 474 5. Casa de la reina e infantes • Etiqueta que deben observar los mayordomos de la casa de la reina, y lo que a ella se ha ido añadiendo por órdenes particulares, 21 de septiembre de 1621 ...... 476 • Documentos diversos sobre la etiqueta de los mayordomos de la Reina, 9 de junio de 1622-12 de enero de 1626 ...... 480 • Sobre entrada del primer caballerizo de la Reina a la comida y audiencias de su Majestad como la tenían los del Consejo de Guerra, 31 de diciembre de 1624 ...... 483 • Que el embajador de Alemania tenga en el cuarto de la Reina la misma entrada que los Grandes, 20 de octubre de 1635 ...... 484

XXXIV Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XXXV

Índice Tomo II - CD

• Aposentamiento de la casa del Infante Cardenal en el Alcázar de Madrid, s. d...... 485 • Juramento que hacen los criados del señor infante don Fernando, 25 de enero de 1636 ...... 486 • El secretario, tesorero, contralor y grefier solicitan el cumplimiento de la etiqueta de poder cubrirse en la antecámara, 10 de noviembre de 1636 ...... 487 • Sobre el lugar que debía ocupar el caballerizo de los quártagos en el acompañamiento de la Reina quando su Majestad fuese sola, 20 de mayo de 1638 ...... 488 • Tratamiento a don Juan (José) de Austria, 29 de abril de 1642-enero de 1645 ...... 489 • Orden sobre la entrada en el aposento de don Juan José de Austria, 14 de febrero y 25 de diciembre de 1643 ...... 500 • Etiqueta de la casa de los infantes con ocasión de la muerte de la Reina Madre Margarita de Austria, 21-25 de octubre de 1644 ...... 502 • Consulta del duque de Nájera sobre hospedajes en palacio y listado de los ocurridos, 14 de agosto de 1647 ...... 505 • Entradas: Reales decretos sobre que nadie esté en la saleta, sino solo los que estuvieren por razón de su oficio. Que ningún pariente hable con las damas en la antecámara sino en el banco y con orden de su Majestad. Y sobre la entrada de los galanes en el cuarto de la Reina, 29 de enero de 1649-25 de octubre de 1651 ...... 507 • Etiqueta sobre comidas y cenas de los Infantes, 19 de marzo de 1650 ...... 510 • Entrada de los mayordomos en el cuarto de su Alteza la Señora Infanta, 6 de octubre de 1650 ...... 511 • Entradas de los galanes en el cuarto de la Reina: Real decreto sobre el poco orden, compostura y moderación que se guarda, 24 de septiembre de 1653 ...... 513 • Entradas en el cuarto y antecámara de la Reina: Real decreto disponiendo que los que la tienen, guarden el decoro debido y observen las etiquetas, 15-29 de septiembre de 1658 ...... 514

XXXV Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XXXVI

Índice Tomo II - CD

• Antecámara de la Reina e Infantas: que cuando las dueñas de retrete salgan a abrirlas, no entreguen la llave a los monteros, y sí al repostero de damas; y si éste no estuviere, vuelva a cerrar su antecámara hasta que se halle presente el dicho repostero y se la entregue, 16 de noviembre de 1663 ...... 518 • Entrada en la antecámara de la Reina: Consulta sobre la pretensión que tienen los títulos de Aragón para entrar en la misma, 23 de marzo de 1664 ...... 519 • Entrada a la antecámara de la Reina: Reales decretos y consultas referentes a dichas y visitas de las damas: y entrada a los del Tusón, 3 de junio de 1664 ...... 521 • Entrada en el cuarto de la Reina: que reclama haber tenido el escribano de cámara de la Reina, 11 de septiembre de 1665 ...... 524 6. Ceremonias • Funciones en que según la etiqueta de la casa real asisten los señores del Consejo de Estado, y lugares que les corresponden, s. d...... 532 • Lo que el señor don Duarte entendió del duque del Infantado acerca de la entrada que los Grandes tenían en palacio, 24 de junio de 1622 ...... 533 • Instrumento original de la entrega en San Lorenzo el Real del cuerpo del señor don Francisco Fernando, hijo no legítimo del señor Rey Don Felipe 4º que falleció en Isasi, donde le tenía su Majestad para que le criase y educase don Juan de Isasi: Consultas del Consejo de Estado sobre si debería o no traerse en secreto dicho cuerpo y qué forma de entrega habría de hacerse en San Lorenzo el Real, 15 de marzo-4 de abril de 1634 ...... 535 • Juramento que hacen los Señores Príncipes de Asturias, sacado de las apuntaciones hechas en el que se ejecutó del príncipe Baltasar el año de 1635 ...... 537

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Índice Tomo II - CD

• Orden de su Majestad en que señala las personas que han de entrar en la comedia en palacio y el lugar que les toca, s. d. (ha. 1636) ...... 540 • Forma que se tuvo y ejecutó quando el Rey Nuestro Señor Carlos segundo (que Dios guarde) recibió el Tusón, en conformidad de lo que el Rey Nuestro Señor Don Phelipe quarto de este nombre (Santa Gloria haya), mandó por su real decreto de 15 de septiembre de 1665 ...... 541

REFORMACIONES

• Reforma del año 1626 y revisión de 1628: Las nueve Juntas en aposento del Conde Duque ...... 545 • Reformación del 6 de mayo de 1631 ...... 556 • Noticias de reformaciones de los mayordomos de semana, 13 de abril de 1633 ...... 568 • Decreto de reformación no publicado, 7 de abril de 1638 ...... 571 • Reformación del estado de cámara, 7 de julio de 1676 ...... 577

CASA Y CORTE

• Ordenanzas de aposento de la casa de Borgoña de 18 de junio de 1621 y diversas consultas del aposento de 25 de mayo de 1645 y 9 de agosto de 1647 ...... 578 • Discusiones sobre la Junta de aposento, marzo de 1621 y posteriores ...... 595 • Sobre que se observe el estilo de que asistan a hacer guardas en palacio dos alguaciles de la casa y corte, y el lugar donde pueden estar, 11 de julio de 1622 ...... 600 • Instrucción y orden que se ha de observar de aquí adelante en el aposento de su Majestad, 4 de marzo de 1637 ...... 602 • Instrucción y orden que se ha de observar de aquí adelante en el aposento de su Majestad, 22 de septiembre de 1637 ...... 616

XXXVII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XXXVIII

Índice Tomo II - CD

SITIOS REALES 1. Alcázar de Madrid • Instrucción para los oficiales de las obras del Alcázar de la villa de Madrid y casas reales de su contorno, 1615 ...... 620 • A los oficiales reales de las obras del Alcázar de Madrid, 1628 ...... 631 • Comisión para el negocio de los maestros y oficiales de las obras de palacio, 11 de junio de 1629 ...... 632 • Nombramiento de agente de las casas reales a Sebastián Hurtado, 11 de marzo de 1636 ...... 634 2. Alcázar de Toledo • Sobre la pretensión de don Gaspar de Robles, mayordomo y pagador del Alcázar de Toledo, 2 de diciembre de 1637 ...... 635 3. Alhambra de Granada • Don Ginés de Gadea Añasco, futura sucesión del oficio de veedor de las obras de la Alhambra de Granada para después de la vida de Pedro Arias Riquelme que agora lo es, su tío, y que desde luego sirva en sus ausencias y enfermedades, 17 de octubre de 1636 ...... 637 • Bartolomé Fernández Lechuga maestro mayor y aparejador de las obras de la Alhambra de Granada, 31 de diciembre de 1637 ...... 639 4. Aranjuez • Nombramiento de Juan González de Hermosa como conserje de Aranjuez, 17 de diciembre de 1610 ...... 641 • Título de aparejador de Aranjuez, 17 de mayo 1620 ...... 643 • Relación de lo que tiene a su cargo el conserje de las casas reales de Aranjuez, nueva y vieja, y de los oficios y a lo que ha de estar obligado, 31 de diciembre de 1622 ...... 644 • Relación de cómo se reparten los pavos reales de Aranjuez, 6 de febrero de 1625 ...... 646 • Auto sobre las diferencias entre el gobernador y veedor de Aranjuez, 31 de enero de 1631 ...... 648

XXXVIII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XXXIX

Índice Tomo II - CD

• Para que el monarca releve al escribano del sitio de Aranjuez de llevar el libro del pan, trigo y cebada, 13 de junio de 1633 ...... 649 • Regalo de Aranjuez, 15 de junio de 1637 ...... 650 • Al gobernador de Aranjuez sobre las pagas de los cargos principales, 8 de noviembre de 1649 ...... 653 • Al gobernador de Aranjuez sobre los nombramientos en sus ausencias, 15 de enero de 1650 ...... 654 • Carta al gobernador de Aranjuez para nombrar persona que se hiciese cargo del oficio de pagador de las obras de los molinos de Aceca, 27 de junio de 1651 ...... 655 5. Buen Retiro • Título de alcaide del cuarto real de San Jerónimo, 27 de julio de 1630 ...... 657 • Donación a perpetuidad de la alcaidía de San Jerónimo el Real, 8 de agosto de 1632 ...... 658 • Sobre la forma en que se ha de despachar nuevo título de alcaide de la casa real del Buen Retiro, al conde duque de San Lúcar, 27 de junio de 1633 ...... 661 • Título de alcaide perpetuo de la casa real del Buen Retiro, 8 de septiembre de 1633 ...... 662 • Alcaidía del Buen Retiro al conde-duque de Olivares, 8 de noviembre de 1633 ...... 665 • Título de la Junta de obras y bosques para el alcaide del Buen Retiro, 8 de noviembre de 1633 ...... 668 • Para que los oficiales que han de servir en el Buen Retiro sean por nombramiento de los alcaides, 8 de noviembre de 1633 ...... 670 • Para que los oficiales que han de servir en el Buen Retiro los nombren los alcaides y los salarios que han de gozar, 1 de diciembre de 1633 ...... 672 • Instrucción para el sitio del Buen Retiro, 23 de enero de 1634 ...... 673 • Media anata de la alcaidía, 8 de febrero de 1634 ...... 685 • Cédula de jurisdicción del alcaide del Buen Retiro, 12 de febrero de 1634 ...... 686

XXXIX Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XL

Índice Tomo II - CD

• Título de alcaide perpetuo del sitio y casa de la Zarzuela, agregada a la del Buen Retiro, al conde-duque de Olivares, 16 de febrero de 1636 ...... 688 • Ratificación de todo lo dado al Conde-Duque en el Buen Retiro, 9 de junio de 1640 ...... 690 • Memoria de los ofizios acrezentados en el sitio real del Buen Retiro desde su creación, con notizia de los que estubieron unidos y de las plazas de hordinarios que se podrán suprimir como fuesen bacando en aumento de la consignazión aplicando su ymporte para reparos y manutenzión del sitio (s. d.) ...... 692 6. El Pardo • Título de conserje de El Pardo a Carlos Valduique, 17 de febrero de 1622 ...... 697 • Relación de las cosas que han de ser a cargo del casero del castillo y casa real del Pardo y lo que ha de estar obligado, 17 de febrero de 1622 ...... 698 • Nombramiento de Pedro de la Barreda Ceballos como sobre guarda de El Pardo, 12 de agosto de 1622 ...... 700 • Nombramiento de guarda de a caballo de los límites del bosque de El Pardo a Blas de Peralta, 18 de abril de 1623 ...... 702 • El licenciado Matheo López Bravo para que conozca de los negocios tocantes a obras y bosques en el Pardo y Casa de Campo, 19 de septiembre de 1623 ...... 704 • Título de guarda montado de los límites de El Pardo a Antonio Domínguez, 22 de junio de 1652 ...... 707 • Título de alcaide de El Pardo al conde de Monterrey, 3 de abril de 1662 ...... 709 • Nuevas órdenes que se dieron en tiempos del conde de Monterrey para El Pardo, 2 de junio de 1662 ...... 711 • Unión del sitio de la Zarzuela a la alcaidía de El Pardo, 12 de octubre de 1662 ...... 713 • Instrucción para la corta de leña de El Pardo (s. d.) ...... 715

XL Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XLI

Índice Tomo II - CD

7. Ingenio de la moneda de Segovia • Instrucción al superintendente del ingenio de la moneda de Segovia, don Felipe Crel, 6 de marzo de 1624 ...... 718 8. Palacio real de Valladolid • Instrucción para Valladolid, 14 de agosto de 1632 ...... 720 • Instrucción que han de observar el teniente y oficiales reales de los Alcázares de Valladolid, 4 de febrero de 1650 ...... 722 9. Reales Alcázares de Sevilla • Título de alcaide de los Reales Alcázares en favor de don Luis de Guzmán y Haro, conde-duque de Olivares, 17 de marzo de 1648 ...... 724 10. Vaciamadrid • Título de alcaide de Vaciamadrid al conde-duque de Olivares, 29 de julio de 1634 ...... 732 11. Valsaín • Relación de las cosas que han de ser a cargo del conserje de la casa real de Valsaín y a lo que a destar obligado, 5 de agosto de 1622 ...... 735 • Título de alcaide de Valsaín al conde de Monterrey, 3 de abril de 1662 ...... 737

XLI Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XLII

Índice Tomo II - CD

APÉNDICES

APÉNDICE I: LA CASA DEL REY Introducción a los listados y a las fuentes de la casa del rey, José Eloy Hortal Muñoz ...... 741 1) Capilla ...... 749 2) Oficios de la casa ...... 753 3) Cámara ...... 760 4) Caballeriza (Alejandro López Álvarez) ...... 763 5) Guardas ...... 769 6) Caza ...... 773 7) Casa de Castilla ...... 774 8) Obras y bosques y sitios reales ...... 775

Listado alfabético de los servidores de la casa de Felipe IV José Eloy Hortal Muñoz (coord.) Gloria Alonso de la Higuera, Ana Cambra Carballosa, Javier Gómez Díaz, José Eloy Hortal Muñoz, Félix Labrador Arroyo, Alejandro López Álvarez,Marcelo Luzzi Traficante, Javier Revilla Canora, Koldo Trápaga Monchet ...... 779

Casa real de Felipe IV por oficios José Eloy Hortal Muñoz ...... 2173

APÉNDICE II: LA CASA DE LAS REINAS Introducción a los listados y a las fuentes de las casas de las reinas e infanta José Rufino Novo Zaballos, Henar Pizarro Llorente ...... 2545 Listado alfabético de los criados de Isabel de Borbón (1615-1644), infanta María Teresa (1644-1649) y Mariana de Austria (1649-1679) José Rufino Novo Zaballos, Henar Pizarro Llorente ...... 2597 Casa de las reinas e infanta por oficios (1615-1679) José Rufino Novo Zaballos, Henar Pizarro Llorente ...... 2947

XLII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XLIII

Índice Tomo II - CD

APÉNDICE III: LA CASA DE DON JUAN DE AUSTRIA Introducción a los listados y a las fuentes de la casa de don Juan de Austria Koldo Trápaga Monchet ...... 3089 Listado alfabético de los criados de don Juan de Austria (1642-1669) Koldo Trápaga Monchet ...... 3097 Casa real de don Juan de Austria por oficios (1642-1669) Koldo Trápaga Monchet ...... 3291

APÉNDICE IV: OTROS SERVICIOS

“Príncipe don Felipe, hijo del rey don Felipe III, casa que tuvo don Felipe IV siendo príncipe, año de 1605” José Martínez Millán ...... 3359 Casa del príncipe Baltasar Carlos José Martínez Millán ...... 3365 Casa real de la infanta y reina cristianísima María Teresa por oficios (1661-1663) Marcelo Luzzi Traficante, Javier Revilla Canora ...... 3371

XLIII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XLIV Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XLV

LA CORTE DE FELIPE IV (1621-1665): RECONFIGURACIÓN DE LA MONARQUÍA CATÓLICA

Tomo III Corte y cultura en la época de Felipe IV

Directores: José Martínez Millán y Manuel Rivero Rodríguez

Volumen 1: Educación del rey y organización política Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XLVI Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XLVII

TOMO III - VOLUMEN 1

Índice de autores del Tomo III, Vols. 1, 2, 3 Y 4 ...... vii Índices del Tomo III, Vols. 1, 2, 3 Y 4 ...... ix Siglas y abreviaturas ...... xvii

PRESENTACIÓN José Martínez Millán ...... xxiii

LA FORMACIÓN DE UN PRÍNCIPE CATÓLICO Coordinador: José Martínez Millán

1. LA EDUCACIÓN DE UN PRÍNCIPE CATÓLICO José Martínez Millán ...... 5

2. LOS PRIMEROS AÑOS DEL PRÍNCIPE DON FELIPE (IV): 1605-1621 Almudena Pérez de Tudela Gabaldón ...... 21 Casa y educación ...... 22 Religiosidad ...... 24 Equitación ...... 28 Armas ...... 30 Juegos ...... 35 Pintura ...... 36 Retratos e indumentaria ...... 39 Joyas ...... 43 Mobiliario ...... 53 Plata y vajilla ...... 56 Regalos ...... 59 Espectáculos y ceremonias ...... 61 Gentes de placer ...... 65 Animales ...... 67 El Alcázar y los Sitios Reales ...... 69

3. FELIPE IV Y LAS OBRAS REALES. LA INFANCIA Y JUVENTUD DEL MONARCA José Manuel Barbeito ...... 75

XLVII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XLVIII

Índice Tomo III, Volumen 1

Educando al príncipe ...... 75 Vuelve la corte ...... 75 Las obras del Cuarto de la Reina ...... 77 De Francisco de Mora a Juan Gómez de Mora ...... 82 Felipe III y la arquitectura ...... 91 El príncipe en palacio ...... 98 Lerma y Uceda ...... 103 Madrid cambia ...... 110 De vuelta al alcázar ...... 122 Llega Crescenzi ...... 130 Felipe rey ...... 137 Un nuevo rey en el alcázar ...... 137 El palacio de Olivares ...... 149 1623 ...... 157 Del cielo y de la tierra ...... 168 Siguen las visitas ...... 181 Gómez de Mora y Carbonel ...... 194 Velázquez y Rubens ...... 205 Crescenzi y Lotti ...... 214 Felipe IV y la arquitectura ...... 224

4. ESPEJOS DE PRÍNCIPES PARA LOS HIJOS DEL REY PLANETA Víctor Mínguez ...... 237 La educación de los príncipes herederos ...... 238 Saavedra Fajardo, Baltasar Carlos y Hércules ...... 241 Lecturas para Baltasar Carlos, Felipe Próspero, Carlos II y Juan José de Austria ...... 244 Séneca y Horacio en la corte hispana ...... 250 La reina como educadora ...... 256 Epílogo ...... 260

LA CORTE DE LA MONARQUÍA CATÓLICA Coordinador: José Martínez Millán INTRODUCCIÓN José Martínez Millán ...... 263

1. LA “MONARQUÍA CATÓLICA” COMO ENTIDAD POLÍTICA José Martínez Millán ...... 267

XLVIII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XLIX

Índice Tomo III, Volumen 1

La fundamentación política de la Monarquía católica ...... 270 La imposición del ceremonial de la capilla del pontífice en la real capilla ...... 277 El establecimiento de la eucaristía en la capilla del alcázar . . . 281 La imposición de las “Cuarenta Horas” en la capilla real . . . 284 La influencia de la religión en la práctica política de la Monarquía católica ...... 294 El círculo de frailes visionarios y la política de la Monarquía ...... 300 Las implicaciones políticas en los consejos espirituales de sor María de Ágreda a Felipe IV ...... 307

2. LUCHAS FACCIONALES Y REFORMAS ADMINISTRATIVAS José Martínez Millán ...... 319 La corte hasta la caída del Conde Duque (1621-1643) ...... 320 Las reformas de la administración ...... 327 La traición del Conde Duque a la construcción política de la Monarquía tradicional castellana ...... 333 Las reformas ante la nueva situación ...... 339 Gobierno por Juntas ...... 343

3. A) COLAPSO DEL SISTEMA José Martínez Millán ...... 353

3. B)LA POLÍTICA POPULAR DE FELIPE IV Luis R. Corteguera ...... 360 Vulgo, grandes y rey. El lenguaje de la política popular ...... 360 La afición del pueblo y el proyecto de reformas ...... 365 Resistencia y revueltas ...... 368 Retórica y Práctica de Gobierno ...... 377

3. C) PODEROSOSO REBELDES: LA CONJURA DEL DUQUE DE MEDINA SIDONIA BAJO EL PRISMA DE LA FRONDA NOBILIARIA Luis Salas Almela ...... 380 De la frontera de Portugal al destierro en Valladolid. La conjura (1640-1648) ...... 385 La conjura de Medina Sidonia en la historiografía ...... 395 La conjura en perspectiva. Una mirada a la Fronde Condé ...... 402

XLIX Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página L

Índice Tomo III, Volumen 1

4. A) EVOLUCIÓN DE LA CORTE TRAS LA CAÍDA DE OLIVARES José Martínez Millán ...... 423 Restablecimiento del sistema polisinodial (1643) ...... 430 Los nuevos partidos políticos ...... 433

4. B) BELTRÁN VÉLEZ DE GUEVARA, MARQUÉS DE CAMPO REAL (1607-1652) Y LOS VIRREINATOS DE NÁPOLES Y DE CERDEÑA A MEDIADOS DEL SIGLO XVII Ana Minguito Palomares ...... 444 Trayectoria y formación de Beltrán Vélez de Guevara ...... 444 Lugarteniente y virrey de Nápoles ...... 452 Gestión política de Beltrán Vélez de Guevara en Nápoles . . . 454 El regreso de Velázquez a España y la salida del Reino de Beltrán Vélez de Guevara . . . . . 463 Virrey de Cerdeña ...... 465 Gestión política en el virreinato de Cerdeña. El conflicto entre los marqueses de Villasor y Laconi . . . . 467 Asalto al poder de Matías de Cervellón y crisis económica antes de la llegada de Beltrán ...... 469 La revuelta de 1652: “Viva il re, muoia il mal governo” ...... 473

LOS ESCRITORES CORTESANOS

1. FELIPE IV Y LAS ACADEMIAS LITERARIAS DEL BARROCO Jesús Cañas Murillo ...... 479 Sobre Academias Literarias en el Siglo de Oro ...... 479 En torno a la organización de una Academia áurea ...... 485 Corte y Academias Literarias en la España del cuarto Felipe ...... 489

2. UN DRAMATURGO EN LA CORTE CATÓLICA: CALDERÓN DE LA BARCA Ignacio Arellano ...... 499 Semblanza biográfica ...... 499 Elementos para una lectura de Calderón. El conjunto. Fases y etapas ...... 505 La vertiente trágica. Géneros serios. Estructuras y motivos . 506 La tragedia española y el Siglo de Oro ...... 506 El honor ...... 507

L Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LI

Índice Tomo III, Volumen 1

La lucha generacional. Conflicto padre e hijo . . . . . 508 El poder y la ambición ...... 509 El destino y el libre albedrío. Pesimismo y esperanza ...... 510 Calderón y su sentido cómico de la vida ...... 511 Técnicas dramáticas. La expresión calderoniana ...... 514 Experimentación y espacio dramático ...... 520 Algunas obras maestras de Calderón. Los dramas serios y las tragedias ...... 521 El campo cómico ...... 531 El teatro de gran espectáculo ...... 536 La alegoría ...... 539 Mecanismos espectaculares ...... 540 Comedia burlesca y teatro breve ...... 545 Conclusión ...... 550

3. DOS GENIOS ANTE LA CORTE DE FELIPE IV Francisco de Borja Rodríguez Álamo ...... 551

4. LA FIGURA DEL REY EN LA COMEDIA NUEVA: LOPE DE VEGA Y FELIPE IV Jesús Gómez ...... 565

LOS VALIDOS EN LA POLÍTICA CORTESANA

1. BALTASAR DE ZÚÑIGA, EL PRIVADO PERFECTO Rubén González Cuerva ...... 593 Experiencia dinástica ...... 594 La privanza compartida ...... 604 El ejercicio de la privanza ...... 607 Acordes y desacuerdos ...... 612 La herencia familiar ...... 614 Escritura y memoria ...... 617

2. EL VALIMIENTO DEL CONDE DUQUE DE OLIVARES (1622-1643) Manuel Rivero Rodríguez ...... 625 Introducción. El Conde Duque como tema y problema historiográfico ...... 625

LI Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LII

Índice Tomo III, Volumen 1

“Dueño de todo”. La conquista del poder ...... 645 El valimiento vindicado ...... 654 Juntas y marginación de los Consejos ...... 661 La contribución de los reinos ...... 673 Dinastía y guerra ...... 680 El valido en su apogeo ...... 692 Sangre de Austria ...... 692 “Doblar por no quebrar”: El trance de 1628 ...... 699 Quietud perdida en Italia y rescate de la reputación (1629-1634) ...... 705 El Buen Retiro ...... 713 Crisis y transformación del proyecto católico ...... 719 El cambio de paradigma político ...... 728 Guerra política, el giro de 1635 ...... 728 Reforma de los Consejos ...... 733 La revuelta de Cataluña ...... 739 La desmembración de la Monarquía ...... 749 Caída del Conde Duque ...... 755

LII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LIII

LA CORTE DE FELIPE IV (1621-1665): RECONFIGURACIÓN DE LA MONARQUÍA CATÓLICA

Tomo III Corte y cultura en la época de Felipe IV

Directores: José Martínez Millán y Manuel Rivero Rodríguez

Volumen 2: El sistema de corte. Consejos y Hacienda Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LIV Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LV

TOMO III - VOLUMEN 2

Índice de autores del Tomo III, Vols. 1, 2, 3 Y 4 ...... vii Índices del Tomo III, Vols. 1, 2, 3 Y 4 ...... ix Siglas y abreviaturas ...... xvii

LA CORTE DE LA MONARQUÍA CATÓLICA Coordinador: José Martínez Millán

LA EVOLUCIÓN DE LOS CONSEJOS

1. EL CONSEJO REAL DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV Ignacio Ezquerra Revilla ...... 771 El Consejo Real en la consolidación de un ámbito administrativo en tiempo de Felipe IV ...... 772 El Consejo Real entre lo gubernativo, lo contencioso y lo administrativo ...... 783 Las atribuciones de la Sala de Gobierno, según las Ordenanzas de 1608 ...... 794 El impulso de la Sala sobre las competencias atribuidas ...... 798 Creación, cumplimiento e interpretación legislativa ...... 798 La “reformación” como competencia de la Sala de Gobierno ...... 800 La Sala de Gobierno, cauce de la continuidad cortesana sobre el territorio ...... 804 El pausado malogro de la reforma en la transición al reinado de Felipe IV ...... 808 Gobierno (Política), Gobierno interior (Administración), Justicia ...... 813 La creación de la Junta de Competencias ...... 820 Contexto jurisdiccional tras la caída de Olivares: Presidente versus Sala de Gobierno ...... 823 La Sala de Gobierno, ante el acoso a la jurisdicción común . . . 834 La recuperación de un concepto providencialista de “reformación” ...... 837

LV Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LVI

Índice Tomo III, Volumen 2

Superación de las dificultades. La Sala de Gobierno y el Presidente como fundamentos de la consolidación administrativa del Consejo ...... 851

2. EL CONSEJO DE INQUISICIÓN José Martínez Millán ...... 857 Los problemas de jurisdicción ...... 857 La pragmática de 1623 y su repercusión ...... 878 Cambios en la administración del Consejo ...... 886

3. EL CONSEJO DE INDIAS DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV: UN ORGANISMO CLAVE DEL GOBIERNO AMERICANO Arrigo Amadori, José Manuel Díaz Blanco ...... 891 Introducción. Esbozo de una ausencia historiográfica ...... 891 En la corte del rey ...... 896 Presencia madrileña de un organismo de dos mundos ...... 896 La situación del sínodo en la corte y la condición de las Indias. Una controversia ...... 900 Modelando un sínodo cortesano. Entre el valimiento y el sistema tradicional de gobierno ...... 903 Algunos apuntes prosopográficos ...... 910 Un entramado relacional ...... 914 El denso espacio político institucional de la administración indiana ...... 919 La participación del Consejo de Indias en el gobierno americano. La preponderancia del ejercicio de la gracia ...... 925 La venalidad de oficios indianos ...... 936 La definición de la política americanista. Un ejemplo de la dinámica institucional asociada al valimiento ...... 940 Entre Europa y las Indias ...... 946 Salamanca, Flandes e Indias: El buen gobierno y la urgencia fiscal ...... 946 La intervención sobre la Carrera de Indias ...... 951 Conclusiones ...... 956

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Índice Tomo III, Volumen 2

4. LA REFORMACIÓN DEL CONSEJO DE HACIENDA, 1618-1626 Carlos Javier de Carlos Morales ...... 959 La visita del licenciado Molina ...... 962 Los inicios de la visita ...... 963 La consulta de 12 de abril de 1621 ...... 966 La presidencia de Roco Campofrío y la Junta de Reformación del Consejo de Hacienda ...... 971 Radiografía de los consejeros ...... 972 El proyecto de ajuste del Consejo ...... 979 Las ordenanzas de noviembre de 1621 ...... 983 Olivares y la reforma del Consejo de Hacienda ...... 985 El control de los recursos, el presidente Montesclaros y las propuestas de 1622-1624 ...... 986 La junta de 1625 ...... 993 Conclusión. La “nueva creación de ministros” ...... 998

5. LAS JUNTAS DE GOBIERNO A FINALES DEL REINADO DE FELIPE IV (1661-1665) Cristina Hermosa Espeso ...... 1003 La desaparición de la Junta de Estado ...... 1007 La pervivencia de las Juntas ordinarias ...... 1016 El mantenimiento de algunas Juntas ordinarias de carácter político-administrativo por su reconocida eficacia en la administración ...... 1016 Las Juntas de Guerra y Hacienda ...... 1016 La Junta de Competencias ...... 1029 La subsistencia de aquellas Juntas ordinarias que no guardaban relación con los validos, sino con la necesidad de estudiar aparte ciertos asuntos que no debían interferir en los de estado ...... 1031 Las Juntas de la Casa Real y las Juntas que juzgaban determinadas causas ...... 1032 Juntas relativas a la Casa Real (Junta de Obras y Bosques, Juntas sobre las Personas Reales) y Juntas que juzgaban determinadas causas ...... 1032 Otras Juntas relativas a la Casa Real (la Junta del Bureo y la Junta de Etiquetas) ...... 1043

LVII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LVIII

Índice Tomo III, Volumen 2

Las Juntas sobre materias teológicas. El caso de la Junta de la Inmaculada Concepción . . . . . 1048 La formación de Juntas particulares ...... 1052 La convocatoria de las Juntas ...... 1054 La composición de las Juntas ...... 1060 Conclusión ...... 1064

LA REAL HACIENDA Y EL COMERCIO GLOBAL DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV Coordinadores: Carlos Javier de Carlos Morales y Ana Crespo Solana

LA REAL HACIENDA DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV Coordinador: Carlos Javier de Carlos Morales

1. LA REAL HACIENDA DE FELIPE IV Carlos Javier de Carlos Morales ...... 1073 Las instituciones de gobierno de la Real Hacienda ...... 1076 La evolución de la fiscalidad y sus repercusiones ...... 1080 La política monetaria. El vellón ...... 1087 El crédito dinástico. Asientos, juros y hombres de negocio ...... 1091 Conclusiones ...... 1097

2. LA POLÍTICA FINANCIERA DE FELIPE IV, 1621-1628 Carlos Javier de Carlos Morales ...... 1099 Financiando la reputación (1621-1623) ...... 1102 La oferta crediticia. Los hombres de negocios a comienzos del reinado . . . . 1103 Fin de la Tregua. Las alteraciones en la mecánica financiera ...... 1107 Aumento de los gastos exteriores y apuros del real erario. La pragmática de 8 de octubre de 1621 . . . . . 1108 El asiento general de 1622 ...... 1113 “Quitar a los genoveses del trato de sus logros...” ...... 1119 El proyecto de los erarios, “tabla única de salvación” ...... 1121 ¿Prescindir de los genoveses? Las provisiones generales de 1623 ...... 1124

LVIII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LIX

Índice Tomo III, Volumen 2

Las Cortes en 1623 ...... 1127 La senda de la bancarrota (1624-1626) ...... 1130 Las Cortes en la encrucijada. El proyecto de reconversión de deuda de 1624 ...... 1130 El coste financiero del “annus mirabilis” ...... 1134 Las provisiones generales de 1624 ...... 1135 Otras operaciones financieras de 1624 ...... 1138 Adehalas tan dañiñas: “resguardos, alternativas, condiziones y declaraziones” . . . 1141 Aprietan las necesidades ...... 1146 El asiento de 6 de mayo de 1625 ...... 1147 Más ayuda del Reino ...... 1149 Al borde del abismo ...... 1151 El asiento general de 1626 ...... 1151 El problema de la moneda de vellón y el agotamiento del mercado de juros ...... 1155 La contratación de asientos durante 1626 y la aparición de los banqueros portugueses . . . 1159 La crisis financiera de 1627-1628 ...... 1162 La suspensión de pagos de 1627 ...... 1163 El sobreseimiento de consignaciones ...... 1164 La reanudación de la contratación. Portugueses versus genoveses ...... 1169 La Diputación para el consumo del vellón ...... 1176 El consumo y reducción del vellón. La Diputación ...... 1176 Dificultades y rechazos. Fracaso del plan ...... 1183 El medio general de 1627 ...... 1187 Concierto y medio general de 17 de septiembre . . 1187 La aparición de nuevos banqueros genoveses y la factoría general ...... 1191 Conclusión. 1628, déficit y deflación ...... 1195 La negociación crediticia durante 1628 ...... 1196 ¿El crédito restaurado? Los asientos de provisiones generales ...... 1197 La financiación de la guerra de Mantua ...... 1202 La devaluación del vellón ...... 1206 Desempeño y empeño. Conclusión ...... 1211

LIX Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LX

Índice Tomo III, Volumen 2

EL COMERCIO GLOBAL DE LA MONARQUÍA HISPANA DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV (1621-1665) Coordinadora: Ana Crespo Solana

INTRODUCCIÓN Ana Crespo Solana ...... 1215

1. EL COMERCIO ATLÁNTICO-AMERICANO EN TIEMPOS DE FELIPE IV: ¿CRISIS O TRANSICIÓN? Ana Crespo Solana ...... 1217 El comercio exterior español en la llamada crisis del siglo XVII . . . . . 1217 El contexto general de la guerra atlántica ...... 1220 Comercio y cooperación ...... 1224 La visión desde las Juntas especiales ...... 1230 El mundo atlántico de Felipe IV ...... 1253 La situación del comercio de América ...... 1264 Los piratas atacan ...... 1276

2. LOS REINOS DE INDIAS Ana Crespo Solana ...... 1283 Memoriales e informes sobre el estado del Imperio. El informe de Juan Díez de la Calle ...... 1283 El “rico y poderoso imperio de la Nueva España” ...... 1290 Perú y la ruta de galeones ...... 1293 La desestabilización del imperio en el Caribe ...... 1296 Conclusión. ¿Crisis o transición? ...... 1302

3. EL COMERCIO DEL CARIBE DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV Manuel Hernández González ...... 1305 Un nuevo escenario en el Caribe ...... 1305 El comercio de Cuba ...... 1313 El comercio de Santo Domingo ...... 1318 El comercio de Puerto Rico ...... 1322 El comercio venezolano ...... 1323

4. EL COMERCIO DEL MEDITERRÁNEO ESPAÑOL A MEDIADOS DEL SIGLO XVII Vicente Montojo Montojo, Roberto Blanes Andrés ...... 1331 La coyuntura comercial ...... 1331

LX Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXI

Índice Tomo III, Volumen 2

Las comunidades comerciales entre 1621 y 1665 ...... 1336 Comercio de importación entre dos ciudades: Valencia y Cartagena ...... 1336 Las mercancías ...... 1341 Las familias de comerciantes ...... 1345 Una comunidad pleiteante (1621-1650) ...... 1349 Desplazamientos de comerciantes de Alicante y Cartagena a Cádiz a mitad del siglo XVII ...... 1355 La atracción de Cádiz sobre el Levante español ...... 1358 Los genoveses de Cádiz y Cartagena y los ingleses y flamencos de Alicante y Valencia . . . . . 1359 Las comunidades extranjeras de Cádiz y la inserción de los levantinos ...... 1360 Apéndices ...... 1367 Documentos ...... 1369

5. FELIPE IV Y EL COMERCIO HISPANO EN ASIA Y EL PACÍFICO Antonio Picazo Muntaner ...... 1371 Percepción espacial y cartografía ...... 1379 El modelo hispánico del Pacífico. Coerción, expansión y fricciones ...... 1386 El comercio español y sus conexiones portuarias en Asia y el Pacífico ...... 1398 Las redes del comercio ...... 1413

6. LOS MAPAS DEL REY PLANETA. LA CARTOGRAFÍA EN EL REINADO DE FELIPE IV Antonio Crespo Sanz, Alberto Fernández Wyttenbach ...... 1419 Antecedentes. Los grandes proyectos para trazar un mapa de España ...... 1423 El Atlas de El Escorial ...... 1424 El mapa del maestro Esquivel ...... 1430 La descripción del “Reyno de Aragón” de Labaña ...... 1439 Los proyectos cartográficos nacionales durante el reinado de Felipe IV ...... 1452 Una nueva tentativa para hacer un mapa de España: La Descripción general que el rey mandó hacer de los lugares y costas de estos reinos de España (1622-1634) . . 1453

LXI Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXII

Índice Tomo III, Volumen 2

El Compendium Geographicum de Texeira, un adelanto de la Descripción de las costas ...... 1468 El atlas del marqués de Heliche ...... 1471 La producción cartográfica en el siglo XVII ...... 1502 Los trabajos topográficos de los ingenieros militares ...... 1502 La polémica del primer plano de Madrid ...... 1504 El plano de Madrid de Texeira ...... 1505 Dibujos utilizados en litigios y pleitos judiciales ...... 1509 Los tareas cartográficas de la Casa de Contratación ...... 1510 Instituciones en las que se enseñaba cartografía ...... 1516 Otros planos, mapas y vistas singulares ...... 1518 El impulso cartográfico de Francia ...... 1523 Comparación con otros países. ¿Qué tipo de cartografía hacían nuestros vecinos? ...... 1527 Colofón ...... 1529

LXII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXIII

LA CORTE DE FELIPE IV (1621-1665): RECONFIGURACIÓN DE LA MONARQUÍA CATÓLICA

Tomo III Corte y cultura en la época de Felipe IV

Directores: José Martínez Millán y Manuel Rivero Rodríguez

Volumen 3: Espiritualidad, literatura y teatro Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXIV Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXV

TOMO III - VOLUMEN 3

Índice de autores del Tomo III, Vols. 1, 2, 3 Y 4 ...... vii Índices del Tomo III, Vols. 1, 2, 3 Y 4 ...... ix Siglas y abreviaturas ...... xvii

LA TRANSFORMACIÓN RELIGIOSA DE LA MONARQUÍA Coordinador: José Martínez Millán

1. LA IDEOLOGÍA RELIGIOSA DE LA MONARQUÍA CATÓLICA José Martínez Millán ...... 1535 La congregación Propaganda Fide (1622) ...... 1536 Primeras actividades de la Congregación. La renuncia de la Iglesia a la violencia ...... 1538 La participación de las Órdenes religiosas en las misiones de Propaganda Fide ...... 1540 La espiritualidad del Oratorio de San Felipe Neri ...... 1541 La Santa Escuela de Cristo ...... 1547 Espiritualidad de la Santa Escuela ...... 1548 Las relaciones de la Monarquía católica con Roma (1648-1665) ...... 1550

2. LA IDEOLOGÍA RELIGIOSA DE LA COMPAÑÍA DE JESÚS EN EL REINADO DE FELIPE IV (1621-1645) Esther Jiménez Pablo ...... 1559 La política del conde duque de Olivares ...... 1561 El alejamiento del P. Hernando de Salazar y el ascenso del P. Francisco Aguado ...... 1583 La Compañía de Jesús y la justificación de la “Pietas Eucharistica” de Felipe IV ...... 1598 La identificación de la Monarquía católica con el antiguo Israel en los tratados jesuitas ...... 1617 La actuación del General Vitelleschi en la Revuelta Catalana (1640) ...... 1628

LXV Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXVI

Índice Tomo III, Volumen 3

La reina Isabel de Borbón y los predicadores jesuitas en la caída de Olivares (1637-1643) ...... 1631 ¿Unión de la Casa de Austria? La Compañía de Jesús entre el Imperio y la Monarquía hispana ...... 1656

3. LA ORDEN AGUSTINIANA EN LA ESPAÑA DE FELIPE IV Ángel Martínez Cuesta ...... 1669 Estado de la Orden Agustiniana en España y sus dominios ...... 1669 El gobierno de la Orden ...... 1671 La vida de cada día ...... 1674 Recoletos y descalzos ...... 1682 La rebelión de los catalanes y la independencia de Portugal ...... 1688 Obispos, confesores de nobles y predicadores de reyes ...... 1694

4. LOS TRINITARIOS Y FELIPE IV Pedro Aliaga Asensio ...... 1709 Los trinitarios calzados y Felipe IV ...... 1714 El convento de la Santísima Trinidad de la Villa y Corte . . . 1714 El Padre Simón de Rojas, confesor de la reina Isabel de Borbón ...... 1714 El Padre Hortensio Félix de Paravicino, predicador real . . . 1720 Los obispos trinitarios de Felipe IV ...... 1722 Tres amigos trinitarios de Felipe IV ...... 1728 Los trinitarios calzados y la redención de cautivos durante el reinado de Felipe IV ...... 1730 Los trinitarios descalzos y Felipe IV ...... 1733 El Convento de la Encarnación (más tarde “de Jesús”) sede de los trinitarios descalzos en la Villa y Corte . . . . 1734 Los redenciones de cautivos por los trinitarios descalzos durante el reinado de Felipe IV ...... 1735 Fray Tomás de la Virgen, un consejero para Felipe IV . . . . . 1736 La fundación en Roma: San Carlino de las Cuatro Fuentes ...... 1739 El apoyo de Felipe IV a la causa del “culto inmemorial” de san Juan de Mata y san Félix de Valois ...... 1741 Fray Luis de San Juan Bautista y la larga vacancia de la sede de Ugento ...... 1742

LXVI Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXVII

Índice Tomo III, Volumen 3

5. EL ASUNTO DE LA INMACULADA EN EL REINADO DE FELIPE IV. DEVOCIÓN DINÁSTICA, NEGOCIO DE ESTADO Y CUESTIÓN DE REPUTACIÓN Estrella Ruiz-Gálvez Priego ...... 1745 Marco ideológico y contexto histórico-eclesiástico del inmaculismo del siglo XVII ...... 1747 La Inmaculada, imagen de la fiabilidad ...... 1748 La Inmaculada y la Monarquía hispánica ...... 1753 El inmaculismo, la fiabilidad y los “infieles” del pasado: Granada, 1588-1640 ...... 1753 El Santísimo y la Inmaculada. Dos devociones dinásticas y Roma ...... 1760 El inmaculismo fuera de España. Entre Roma y Bohemia ...... 1769 Felipe IV y la Inmaculada: 1640-1661 ...... 1775 Felipe IV y el honor de la Virgen. La sensibilidad religiosa de un perfecto caballero . . . . . 1775 El Patronato de la Inmaculada. La monja de Ágreda, mediadora entre la Virgen y el Rey (1643-1665) ...... 1780 El Rey, las Cortes del Reino y Roma (1640-1655) ...... 1795 El rey de España en la causa de la Inmaculada ante la Inquisición romana (1659-1665) ...... 1803 La campaña inmaculista de los años 1656-1659 ...... 1804 La embajada extraordinaria de Luis Crespí de Borja. Las Instrucciones del rey (1659-1661) ...... 1807 Las Instrucciones ...... 1810 El Decreto de 8 de diciembre de 1661. Negociaciones y resultados ...... 1818

LA LITERATURA EN EL REINADO DE FELIPE IV Coordinadores: Antonio Rey Hazas y Mariano de la Campa Gutiérrez

INTRODUCCIÓN Antonio Rey Hazas, Mariano de la Campa Gutiérrez ...... 1827

1. LA LITERATURA CORTESANA EN TIEMPOS DE FELIPE IV Antonio Rey Hazas ...... 1829

LXVII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXVIII

Índice Tomo III, Volumen 3

2. LA CORTE DE FELIPE IV EN EL EPISTOLARIO DEL ÚLTIMO LOPE. (31 DE MARZO DE 1621-27 DE AGOSTO DE 1635) Jesús Cañas Murillo ...... 1877 Vida, literatura y escritura en el último Lope ...... 1877 Un corpus para un estudio ...... 1880 Los años del rey Felipe IV, según el Epistolario del Fénix ...... 1883 En los inicios de un reinado ...... 1883 Acontecimientos luctuosos. Fallecimientos en la corte . . . . . 1886 La vida cotidiana en la España del Cuarto Felipe. Costumbres y usos cortesanos ...... 1887 Mediaciones, recomendaciones y actitudes serviles ...... 1888 Prebendas, peticiones y buenas relaciones ...... 1890 Los malos usos de la corte ...... 1893 Sucedió en la corte. Crónicas de actualidad ...... 1894 Crónica de sucesos ...... 1894 Crónica de sociedad ...... 1897 La vida licenciosa de los nobles ...... 1898 Policía, milicia, sociedad ...... 1899 El rey, la familia real ...... 1900 La crisis económica ...... 1901 Novedades en la corte madrileña ...... 1902 La corte se divierte. Fiestas y festejos en los primeros años del Rey Planeta ...... 1904 La vida religiosa, cultural e intelectual ...... 1907 El mundo de la farándula ...... 1912 Un capellán anciano en la corte del rey Felipe IV: Félix Lope de Vega Carpio ...... 1914 El mundo de un escritor en las postrimerías de su existencia. (Conclusiones) ...... 1921

3. FERNÁN GONZÁLEZ COMO ARGUMENTO TEATRAL EN LA CORTE DE FELIPE IV: LA MÁS HIDALGA HERMOSURA, COMEDIA DE TRES INGENIOS Alberto Escalante Varona ...... 1923 Introducción. Una rara avis en la transmisión literaria de una leyenda ...... 1923

LXVIII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXIX

Índice Tomo III, Volumen 3

Estado de la cuestión ...... 1924 Estudios académicos y ediciones críticas ...... 1924 La leyenda de Fernán González en el teatro áureo ...... 1926 Representaciones palaciegas de La más hidalga hermosura ...... 1929 La construcción dramática de un episodio sentimental . . . . 1930 Fernán González y doña Sancha como ejemplo de comportamiento regio ...... 1935 La configuración palaciega de una leyenda adaptada al teatro ...... 1945 Conclusiones ...... 1947

4. ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE QUEVEDO Y OLIVARES. UNA REVISIÓN HISTORIOGRÁFICA Isabel Pérez Cuenca, Mariano de la Campa Gutiérrez ...... 1949 Quevedo y la nobleza ...... 1952 Marañón y Elliott. La amistad de Quevedo con Olivares ...... 1963 La política de Dios ...... 1970 Carta del rey don Fernando el Católico ...... 1976 La Epístola satírica y censoria ...... 1978 Los romances dedicados a don Juan de la Sal, obispo de Sevilla, 1624 ...... 1983 La dedicatoria a Olivares de 1625 ...... 1987 Grandes anales de quince días ...... 1991 Del Patronato de Santiago al chitón de las tarabillas (1627-1630) . . . . 1998

5. LA VISIÓN DE LA CORTE DE FELIPE IV DESDE LAS RIMAS DE BURGUILLOS Ismael López Martín ...... 2013

TEATRO Y CORTE EN LA ÉPOCA DE FELIPE IV Coordinadora: Teresa Ferrer Valls

INTRODUCCIÓN Teresa Ferrer Valls ...... 2037

1. LA CORTE COMO ESPACIO TEATRAL Enrique García Santo-Tomás ...... 2045

LXIX Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXX

Índice Tomo III, Volumen 3

2. ENTRE LOS BASTIDORES DEL PODER: LOS ACTORES PROFESIONALES Y LA CORTE DE FELIPE IV Alejandro García Reidy ...... 2061

3. LOPE DE VEGA Y LA CORTE DE FELIPE IV. EL OCASO DE UNA AMBICIÓN Teresa Ferrer Valls ...... 2085

4. LOS DRAMATURGOS Y EL PODER EN LA ÉPOCA DE FELIPE IV Abraham Madroñal ...... 2105 Mecenazgo en la corte de Felipe IV ...... 2105 La llegada de Felipe IV y el nuevo gobierno: Un nuevo horizonte de expectativas ...... 2111 Fiestas y teatro. Academias y justas literarias. El impulso de los poderosos en la producción artística ...... 2113 Poetas dramáticos y mecenazgo ...... 2118 Otros dramaturgos ...... 2131

5. PEDRO CALDERÓN DE LA BARCA, DRAMATURGO CORTESANO Margaret Rich Greer ...... 2137

6. TEATRO Y MÚSICA. LOS FESTEJOS CORTESANOS EN LA ÉPOCA DE FELIPE IV Maria Grazia Profeti ...... 2155 Fiestas de damas y música ...... 2155 Cosimo Lotti y La selva sin amor ...... 2159 Baccio del Bianco y Calderón ...... 2164 Textos palaciegos y música ...... 2166 De Madrid a otras capitales ...... 2170

7. EL AUTO SACRAMENTAL Y LA CORTE EN LA ÉPOCA DE FELIPE IV Enrique Rull ...... 2175

8. UN TEATRO BREVE PARA UN REY GRANDE Javier Huerta Calvo ...... 2199 Una edad dorada para el entremés ...... 2199 Cuando el actor es un bufón: Juan Rana ...... 2206 El metateatro de la vida palaciega ...... 2211

LXX Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXXI

Índice Tomo III, Volumen 3

Contrastes violentos. De lo grotesco a lo sublime ...... 2214 Una edad dorada de las burlas ...... 2217

9. LA COMEDIA BURLESCA, UN GÉNERO CORTESANO EN EL SIGLO DE ORO Ignacio Arellano ...... 2221 Función paródica ...... 2226 Inversión de los valores serios. Ludismo y sátira ...... 2228 La escenificación grotesca ...... 2228 La comicidad verbal ...... 2230 ¿Crítica o diversión? ...... 2231 Tres casos particulares ...... 2235 Comedias burlescas citadas ...... 2239

LXXI Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXXII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXXIII

LA CORTE DE FELIPE IV (1621-1665): RECONFIGURACIÓN DE LA MONARQUÍA CATÓLICA

Tomo III Corte y cultura en la época de Felipe IV

Directores: José Martínez Millán y Manuel Rivero Rodríguez

Volumen 4: Arte, coleccionismo y sitios reales Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXXIV Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXXV

TOMO III - VOLUMEN 4

Índice de autores del Tomo III, Vols. 1, 2, 3 Y 4 ...... vii Índices del Tomo III, Vols. 1, 2, 3 Y 4 ...... ix Siglas y abreviaturas ...... xvii

FELIPE IV Y LAS ARTES Coordinadora: Mercedes Simal López

1. FELIPE IV Y EL PANTEÓN DEL ESCORIAL, Agustín Bustamante García ...... 2247

2. EL REAL SITIO DEL BUEN RETIRO Y SUS COLECCIONES DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV Mercedes Simal López ...... 2339 Orígenes del Real Sitio del Buen Retiro. De cuarto real a real palacio ...... 2339 La construcción del palacio. Causas, proyectos, improvisaciones y desarrollo de las obras ...... 2344 Alhajar un nuevo Real Sitio. Formación de las colecciones y programas decorativos del Buen Retiro (1633-1649) ...... 2354 De cómo alhajar un palacio. Compras, encargos y “regalos” para la decoración inaugural del Buen Retiro ...... 2355 Completando la decoración del palacio. Compras y encargos para el Buen Retiro en Castilla (1634-1638) ...... 2362 Pinturas ...... 2365 Esculturas ...... 2372 Tapices ...... 2373 Mobiliario ...... 2375 Alfombras ...... 2377 Traslados de obras de arte de los Reales Sitios (1633-1638) . . 2378 Encargos de obras a Italia (1633-1642). Las series de pinturas y el “caballo de bronce” ...... 2386 Las pinturas ...... 2387

LXXV Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXXVI

Índice Tomo III, Volumen 4

Las pinturas de paisajes con eremitas ...... 2388 Las pinturas del ciclo de la antigua Roma ...... 2403 Las pinturas de san Juan Bautista ...... 2415 El “caballo de bronce” ...... 2419 Envíos del infante don Fernando desde los Países Bajos (1637-1640) ...... 2424 Organización, decoración y distribución del palacio. Itinerarios públicos y dependencias privadas. Una imposible reconstrucción ...... 2428 Los accesos al Buen Retiro ...... 2439 Estancias privadas. El cuarto del rey ...... 2442 Estancias privadas. El cuarto de la reina ...... 2458 La galería de Madrid, de la leonera o de paisajes ...... 2464 La galería del cierzo. El salón del cuerpo de Guardia del Rey, el “Salón de Reinos” y la “sala de máscaras”, retrato de las “Grandezas de la Real Casa de Austria” . . . 2471 El salón del cuerpo de Guardia del Rey ...... 2475 El “Salón de Reinos” ...... 2476 La “sala de máscaras” ...... 2497 La galería del Prado. El Coliseo y el Casón ...... 2501 El Coliseo ...... 2502 El Casón ...... 2505 La escalera de bufones ...... 2507 Las ermitas ...... 2509 Los jardines del Real Sitio, el estanque grande y la leonera . . 2516 Una reflexión sobre la imposible reconstrucción de la decoración del palacio ...... 2522 Los años de Felipe IV y Mariana de Austria. Consolidación de las colecciones del Buen Retiro (1648-1665) ...... 2528 Vicisitudes del Palacio del Buen Retiro y sus colecciones durante el reinado de Felipe IV y Mariana de Austria ...... 2530 Reformas en el Coliseo ...... 2545 La decoración de la ermita de San Pablo por Mitelli y Colonna ...... 2546 El inventario de pinturas del Real Sitio de 1661 ...... 2551

LXXVI Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXXVII

Índice Tomo III, Volumen 4

3. DIEGO DE VELÁZQUEZ Y SU TALLER EN LA CORTE DE FELIPE IV María del Mar Doval Trueba ...... 2567 Pintor de la corte de Felipe IV ...... 2569 El palacio del Buen Retiro ...... 2589 El taller de Velázquez ...... 2598 Superintendente de obras reales (1643) ...... 2607 La arquitectura palatina ...... 2611 La escultura en los salones regios ...... 2621 La pintura y el mobiliario de los palacios ...... 2634

4. ¿A LA SOMBRA DE VELÁZQUEZ? LOS PINTORES CORTESANOS DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV Álvaro Pascual Chenel, Ángel Rodríguez Rebollo ...... 2643 Introducción ...... 2643 Los pintores del rey y el pintor de cámara. Horizontes vitales y perfiles institucionales ...... 2646 El pintor de cámara ...... 2651 Los pintores del rey ...... 2652 Las principales actuaciones desde comienzos del reinado hasta 1640 ...... 2654 El Alcázar de Madrid ...... 2655 El Buen Retiro ...... 2668 La Torre de la Parada ...... 2707 Los trabajos palatinos a partir de 1639-1640 ...... 2710 Los pintores decoradores. Artistas al servicio del rey hasta la llegada de Mitelli y Colonna ...... 2713 Los pintores copistas. Juan Bautista Martínez del Mazo y Benito Manuel Agüero ...... 2724

5. LOS PINTORES FLAMENCOS DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV Ana Diéguez-Rodríguez ...... 2731 La sombra de Rubens es alargada ...... 2732 El encargo de la Torre de la Parada ...... 2747 El encargo para el Alcázar y el Buen Retiro en 1639 ...... 2756 Rubens y el palacio del Buen Retiro ...... 2765

LXXVII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXXVIII

Índice Tomo III, Volumen 4

Rubens después de Rubens en la corte de Felipe IV. Las adquisiciones del Cardenal Infante y los regalos diplomáticos ...... 2766 Las secuelas de Rubens ...... 2773 Anton van Dyck ...... 2773 Jacob Jordaens ...... 2775 Gaspar de Crayer ...... 2777 Los pintores flamencos que trabajan en España. Entre Flandes y España ...... 2780

6. OBJECTS AND OBJECTIVES IN THE COURTLY STILL-LIFE PAINTINGS OF JUAN VAN DER HAMEN Peter Cherry ...... 2791 The repertoire of still-life painting: glassware, porcelain, barros ...... 2795 Glassware ...... 2795 Porcelain ...... 2801 Barros ...... 2808 Spaces of display ...... 2821 Material culture and visual culture. The still-life painting ...... 2839 Appendix ...... 2867

7. PANORAMA DE LA ESCULTURA CORTESANA Y EL COLECCIONISMO ESCULTÓRICO NOBILIARIO EN LA ÉPOCA DE FELIPE IV. ESTADO DE LA CUESTIÓN Leticia Azcue Brea ...... 2871 Las esculturas clásicas y renacentistas, existentes o reproducidas, son puestas en valor ...... 2874 Regalos a Felipe IV que incrementan su colección escultórica ...... 2902 Nuevas esculturas encargadas para la decoración de los palacios y espacios reales ...... 2907 Esculturas clásicas y modernas en las colecciones nobiliarias y eclesiásticas ...... 2923 Escultura funeraria ...... 2958 Esculturas ecuestres ...... 2967 Retratos de busto y cuerpo entero ...... 2981

LXXVIII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXXIX

Índice Tomo III, Volumen 4

Ornamentación ...... 2994 Escultores medallistas ...... 2996 Escultores civiles en cera ...... 2999

8. KING PHILIP IV OF SPAIN AS ART COLLECTOR Marcus B. Burke ...... 3003 The Royal Collection before Felipe IV ...... 3005 Felipe III ...... 3006 “Solo Madrid es Corte” ...... 3008 Felipe IV ...... 3009 The Alcázar Collection ...... 3012 The Buen Retiro, Escorial, and Torre de la Parada ...... 3016 Noble Collectors and the Royal Collection ...... 3018 Don Luis de Haro as Minister and Royal Collector ...... 3025 The International Trade in Pictures ...... 3028 The Escorial ...... 3032 The Royal Collection as a Model ...... 3040

LXXIX Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXXX Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXXXI

LA CORTE DE FELIPE IV (1621-1665): RECONFIGURACIÓN DE LA MONARQUÍA CATÓLICA

Tomo IV Los Reinos y la política internacional

Directores: J. Martínez Millán, R. González Cuerva y M. Rivero Rodríguez

Volumen 1 De la Monarquía Universal a la Monarquía Católica. La Guerra de los Treinta Años Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXXXII Indice general Tomos_Maquetación 1 12/12/18 17:15 Página LXXXIII

TOMO IV - VOLUMEN 1

Índice de autores ...... vii Índice general ...... ix Siglas y abreviaturas ...... xv

PRESENTACIÓN J. Martínez Millán, R. González Cuerva, M. Rivero Rodríguez ...... xix Política exterior de la Monarquía de Felipe IV ...... xxi El proyecto del conde duque de Olivares ...... xxiii La reconfiguración de la política exterior en el sistema de equilibrio ...... xxvii Las reformas en las cortes virreinales. Los virreinatos puros ...... xxviii La desarticulación de la Monarquía (1640-1648) ...... xxxii Reconfiguración del sistema virreinal (1648-1665) ...... xxxiii

DELAMONARQUÍA UNIVERSAL A LA MONARQUÍA CATÓLICA. LA GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS Coordinadores: José Martínez Millán y Rubén González Cuerva

INTRODUCCIÓN: LA GUERRA DE LOS TREINTA AÑOS Y EL HUNDIMIENTO DE LA MONARQUÍA DE FELIPE IV J. Martínez Millán, M. Rivero Rodríguez, R. González Cuerva ...... 3 La Guerra de los Treinta Años, conflicto confesional y enfrentamiento dinástico ...... 3 ¿Una guerra de religión internacional? ...... 3 Incertidumbre, desorden e inseguridad jurídica (1635-1648) . . . 13 El nuevo paradigma: el sistema internacional y el nacimiento de la diplomacia ...... 15 La destrucción de la Monarchia Universalis por las armas: La Guerra de los Treinta Años ...... 19 La cuestión de la Valtelina ...... 19 El problema de Mantua y Monferrato ...... 21 El ciclo de paces de Ratisbona-Cherasco ...... 26

LXXXIII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXXXIV

Índice Tomo IV, Volumen 1

La intervención de Suecia ...... 33 La entrada de Francia en la guerra ...... 37

1. I RAPPORTI TRA LA MONARCHIA CATTOLICA E ROMA DURANTE IL PONTIFICATO DI URBANO VIII Silvano Giordano ...... 43 Il disegno politico di Urbano VIII ...... 44 L’alleanza franco-spagnola contro l’Inghilterra ...... 53 Mantova e dintorni ...... 56 Richelieu, Guidi di Bagno e Mazzarino ...... 61 Il cattolicesimo nell’Impero ...... 65 La protesta del cardinale Gaspar Borja y Velasco ...... 67 Le tre missioni del 1632 ...... 70 La missione di Chumacero e Pimentel ...... 77 Congressi di pace ...... 86 Tra Catalogna e Portogallo ...... 96 I moti del Portogallo ...... 98 Miguel de Portugal, vescovo di Lamego ...... 102 Le lamine di Granada ...... 109 Urbano VIII al tramonto ...... 111 Urbano VIII e la “quiete d’Italia” ...... 113

2. LA RED CLIENTELAR ESPAÑOLA EN LA CORTE IMPERIAL EN LA ÉPOCA DE OLIVARES Pavel Marek ...... 117 Los militares al servicio de Felipe IV ...... 128 Los diplomáticos españoles en la corte imperial ...... 132 Las estrategias clientelares ...... 141 Los banquetes ...... 141 Sobornos y regalos ...... 144 Los bautismos ...... 146 Las pensiones ...... 148 La Orden del Toisón de Oro ...... 154 Las Órdenes militares ...... 164 Conclusiones ...... 169

LXXXIV Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXXXV

Índice Tomo IV, Volumen 1

3. “IL STATO ECCLESIASTICO È TANTO DEFORME, CHE IL REFORMARLO HA DEL METAMORFICO”. LA RICONQUISTA SPIRITUALE DELLA BOEMIA E LA SITUAZIONE POLITICO-RELIGIOSA ALL’INIZIO DELLA GUERRA DEI TRENT’ANNI Alessandro Catalano ...... 173

4. EL EMPERADOR, EL IMPERIO Y ESPAÑA BAJO EL REINADO DE FERNANDO III Lothar Höbelt ...... 211 Introducción: ¿marchar separados o luchar unidos? (1634-1637) ...... 211 Coyunturas asincrónicas y ayudas familiares (1638-1642) ...... 219 “El mas triste hidalgo” (1643-1646) ...... 231 Marte y Venus (1647-1648) ...... 238 Años valle (1649-1653) ...... 246 Venus y Marte II (1654-1657) ...... 249 Resumen ...... 255

5. LA SEPARACIÓN DE LAS DOS RAMAS DE LA CASA DE AUSTRIA: LA PAZ DE WESTFALIA (1648) Michael Rohrschneider ...... 259 El marco de la política española e imperial en el congreso de Westfalia ...... 263 La diplomacia del congreso ante la inminente separación: las relaciones entre las dos embajadas de los Habsburgo en Westfalia ...... 273 De la fase de apertura del congreso a la conclusión del Artículo de Satisfacción franco-imperial (1643-1646) ...... 273 Del concierto del Artículo de Satisfacción franco-imperial a la paz de Westfalia (1646-1648) ...... 283 Conclusiones ...... 291

6. FELIPE IV Y POLONIA Ryszard Skowron ...... 293

LXXXV Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXXXVI

Índice Tomo IV, Volumen 1

7. DIPLOMACIA, “PAZ ARMADA” Y PRAGMATISMO RELIGIOSO. FELIPE IV E INGLATERRA Porfirio Sanz Camañes ...... 337 ¿Un posible Spanish Match? Los escollos religiosos, Roma y el círculo católico ...... 339 La neutralidad deseada. El tratado angloespañol de 1630 ...... 355 Inactividad política en el eje angloespañol en la inestable década de 1640 ...... 371 Felipe IV y la Inglaterra de Cromwell ...... 384

8. UNA RECIPROCA DIFFIDENZA. SAVOIA E SPAGNA AGLI ESORDI DEL REGNO DI FILIPPO IV (1618-1631) Pierpaolo Merlin ...... 393 Premessa ...... 393 Una falsa armonia ...... 394 Verso la guerra ...... 409 Tra Genova e Monferrato ...... 420 Sul filo del rasoio ...... 430 Da Ratisbona a Cherasco ...... 453

9. LE INFANTE DI SAVOIA: PERCORSI DINASTICI E SPIRITUALE DELLE FIGLIE DI CATALINA MICAELA E CARLO EMANUELE I FRA PIEMONTE, STATI ITALIANI E SPAGNA Blythe Alice Raviola ...... 471 Margherita e il suo destino europeo ...... 474 Un’alleanza padana: Isabella duchessa di Modena (1591-1626) ...... 479 La vita di corte ...... 479 Disciplina, fede e modestia: un panegirico in morte di Isabella ...... 489 Fede e politica: Maria Apollonia e Francesca Caterina terziarie francescane ...... 494

10. FERNANDO II DE’ MEDICI E LA CORTE DI SPAGNA. RELAZIONE E PRATICHE FRA SOVRANI, PRINCIPI E AMBASCIATORI Paola Volpini ...... 503

LXXXVI Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXXXVII

Índice Tomo IV, Volumen 1

Spagnoli a Firenze ...... 507 I primi anni di governo di Ferdinando ...... 511 Dai soccorsi in difesa di Milano alla neutralità ...... 520 Conclusioni. Da ambasciatore a gentiluomo residente ...... 532

LXXXVII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXXXVIII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página LXXXIX

LA CORTE DE FELIPE IV (1621-1665): RECONFIGURACIÓN DE LA MONARQUÍA CATÓLICA

Tomo IV Los Reinos y la política internacional

Directores: J. Martínez Millán, R. González Cuerva y M. Rivero Rodríguez

Volumen 2 Las Cortes virreinales peninsulares y Flandes Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XC Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XCI

TOMO IV - VOLUMEN 2

Índice de autores ...... vii Índice general ...... ix Siglas y abreviaturas ...... xv

LAS CORTES VIRREINALES PENINSULARES Y FLANDES Coordinador: José Martínez Millán

CORONA DE ARAGÓN

1. POLÍTICA, FUEROS Y CONFLICTOS EN EL ARAGÓN DE FELIPE IV Enrique Solano Camón, Porfirio Sanz Camañes ...... 543 El plan de Olivares y Aragón ante la nueva coyuntura internacional: Las Cortes de 1626. Guerra, fueros y contribuciones ...... 546 La Guerra en Cataluña. De la búsqueda de la paz a la defensa de las fronteras aragonesas ...... 560 Felipe IV y las Cortes de 1645-1646. Defensa, desencuentros y negociación ...... 572 Obediencia, patronazgo y clientelismo. ¿Deslealtad a Felipe IV en tiempos de crisis? ...... 580 Westfalia, los Pirineos y Portugal. El Aragón del final de un reinado ...... 592

2. FELIPE IV Y EL REINO DE VALENCIA Amparo Felipo Orts, Carmen Pérez Aparicio ...... 599 Las relaciones institucionales. Rey y Reino ...... 599 El punto de partida ...... 599 Un escenario nuevo. La llegada de la Casa de Austria ...... 602 El ascenso al trono de Felipe IV ...... 610 El proyecto de Unión de Armas y las Cortes de 1626 ...... 615 El impacto de la revuelta catalana y las Cortes de 1645 . . . . . 626 La ciudad de Valencia. Insaculación y crisis municipal ...... 633 Los prolegómenos ...... 634 Un objetivo alcanzado. La insaculación ...... 637

XCI Indice general Tomos_Maquetación 1 12/12/18 17:22 Página XCII

Índice Tomo IV, Volumen 2

La derogación del Privilegio y la crisis de 1646-1648 ...... 640 El intento de solución. La visita de Castellot ...... 649

3. CATALUÑA EN LA MONARQUÍA DE FELIPE IV Xavier Torres Sans ...... 655 Razones para una guerra ...... 656 Un mal comienzo ...... 668 El gobierno de los letrados ...... 677 Contra la décima: la revuelta de los eclesiásticos ...... 692 Frailes y segadores ...... 709 ¿Milenarismo? ...... 720 El paradigma ambrosiano ...... 728 El pactismo en guerra ...... 745 Esperando a don Juan José de Austria ...... 753

NAVARRA

4. FELIPE IV DE CASTILLA Y VI DE NAVARRA (1621-1665) Alfredo Floristán Imízcoz ...... 761 Un reino de frontera (1621-1635) ...... 767 El aparato bélico en tiempos de paz ...... 768 El gobierno ordinario. El reino y sus comunidades ...... 777 Tensiones de fondo (1621-1628) ...... 786 Tiempos de cambio (1628-1635) ...... 790 Un reino fiel (1635-1652) ...... 799 La guerra en casa (1635-1638) ...... 800 De Fuenterrabía a Montjuich (1638-1641) ...... 804 La negociación con las Cortes (1642, 1644, 1645 y 1646) . . . 807 La visita de Felipe IV (1646) ...... 821 ¿Al borde de una revuelta? (1646-1648) ...... 827 El reconocimiento de Navarra (1652-1665) ...... 840 La metamorfosis del reino ...... 842 Reafirmación de la identidad colectiva: de Juan de Sada (1628) a José Moret (1665) ...... 853 El patronazgo celestial: San Fermín y San Francisco de Javier ...... 859

XCII Indice general Tomos_Maquetación 1 12/12/18 17:22 Página XCIII

Índice Tomo IV, Volumen 2

PORTUGAL 5. EL PORTUGAL DE FELIPE IV (1619-1668) Rafael Valladares ...... 865 Gobierno (1619-1640) ...... 870 Guerra (1640-1668) ...... 912 Tradición (1640-1800) ...... 938

6. PORTUGAL, 1640-1668 Fernando Taveira da Fonseca ...... 977 O tempo e as palavras ...... 977 “Tirar hum Rey e por outro” ...... 986 Da incerteza à acção ...... 986 Fracturas e continuidade ...... 993 A consolidação ...... 1014 Legitimação e propaganda ...... 1014 Em busca do reconhecimento ...... 1033 “Esta causa […] não a decidem as razões, hão de sentenciá-la as armas” ...... 1061 “Metade de um rei...” ...... 1076 O palácio: governo e intriga ...... 1077 Afonso, o Vitorioso, Pedro, o Pacífico ...... 1087

7. FELIPE IV E A INQUISIÇÃO DE PORTUGAL José Pedro Paiva ...... 1101

FLANDES

8. LA CORTE DE BRUSELAS DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV: RECONFIGURACIÓN Y CONSOLIDACIÓN INSTITUCIONAL José Eloy Hortal Muñoz, Koldo Trápaga Monchet ...... 1147 Un breve estado de la cuestión ...... 1147 La corte de Bruselas en el marco de la Monarquía Hispana: Breve evolución y la institucionalización con Felipe IV ...... 1151 La institucionalización política: De la regencia de Isabel Clara Eugenia a las instrucciones de los gobernadores y su relación con el Consejo de Flandes ...... 1156

XCIII Indice general Tomos_Maquetación 1 12/12/18 17:22 Página XCIV

Índice Tomo IV, Volumen 2

Las casas reales: De las casas de los gobernadores generales a la Maison Royale de Bruxelles: La reforma de 1658 ...... 1170 La gestación de la Maison Royale de Bruxelles: Los servicios de Isabel Clara Eugenia y del Cardenal Infante y el frustrado proyecto en torno a don Juan de Austria (1621-1646) ...... 1170 Las casas de los archiduques Leopoldo Guillermo y don Juan de Austria: De la consolidación a la reformación de la Maison Royale de Bruxelles (1646-1658) ...... 1187 La reformación de 1658 y la búsqueda de “un nuevo modelo” ...... 1193 Los Sitios Reales: La consolidación del sistema con los Archiduques y su continuidad ...... 1199 La justificación teórica y ceremonial de la renovada corte de Bruselas ...... 1210 La institucionalización jurisdiccional ...... 1215 Conclusiones ...... 1220

XCIV Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XCV

LA CORTE DE FELIPE IV (1621-1665): RECONFIGURACIÓN DE LA MONARQUÍA CATÓLICA

Tomo IV Los Reinos y la política internacional

Directores: J. Martínez Millán, R. González Cuerva y M. Rivero Rodríguez

Volumen 3 Cortes virreinales y Gobernaciones italianas

XCV Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XCVI Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XCVII

TOMO IV - VOLUMEN 3

Índice de autores ...... vii Índice general ...... ix Siglas y abreviaturas ...... xv

CORTES VIRREINALES Y GOBERNACIONES ITALIANAS

NÁPOLES Coordinador: Aurelio Musi

1. IL REGNO DI NAPOLI NELL’ETÀ DI FILIPPO IV. INTRODUZIONE Aurelio Musi ...... 1229 La monarchia di Filippo IV nella trazidione storiografica napoletana e negli studi recenti ...... 1229 Napoli e Spagna (1622-1665): Una proposta di periodizzazione ...... 1235 Prima della rivolta: Economia e società ...... 1237 Prima della rivolta: Politica e amministrazione ...... 1243 Nell’ultima fase della guerra dei Trent’anni: Il Regno nella politica internazionale ...... 1247 1648-1665: Una nuova fase del sistema imperiale spagnolo ...... 1250

2. LA RIVOLTA DEL 1647-1648 Aurelio Musi ...... 1253 Capitale e province nella rivolta ...... 1253 La “Real Republica Napoletana” ...... 1277 La storiografia del Novecento ...... 1283 Una nuova prospettiva comparativa ...... 1289 Rivolte e diritto di resistenza ...... 1293 Nella prospettiva delle “rivolte italiane” ...... 1294 Conflitto e lealtà nella Monarchia spagnola del XVII secolo ...... 1298 Repubblicanesimo, uso e reinvenzione dell’antico ...... 1300 “Le rivoluzioni contemporanee” ...... 1300

XCVII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página XCVIII

Índice Tomo IV, Volumen 3

3. CORTE E VICERÉ DI NAPOLI NELL’ETÀ DI FILIPPO IV Elisa Novi Chavarria ...... 1307 La città e la corte di un Re “assente” ...... 1307 I Vicerè (1622-1646) ...... 1316 I Vicerè (1646-1665) ...... 1324 La coreografia del potere ...... 1330

4. LE ARISTOCRAZIE NAPOLETANE AI TEMPI DI FILIPPO IV Giulio Sodano ...... 1335 Introduzione ...... 1335 Caratteri dell’aristocrazia napoletana ...... 1338 Una cavalgata e tre baruffe: La conflittualità politica ...... 1342 Nobili in guerra e nobili in affari ...... 1348 Tra gli anni Trenta e Quaranta: Opposizione ai vicerè e violenza nobiliare ...... 1353 Un’integrazione difficoltosa ...... 1357 Un’opposizione “nazionale” ...... 1362 La Rivolta di Masaniello ...... 1367 Nella Napoli dopo Masaniello ...... 1373

5. L’ECONOMIA DEL REGNO DI NAPOLI NELL’ETÀ DI FILIPPO IV Giovanni Brancaccio ...... 1381 La crise monetaria del 1622 ...... 1381 Il dissesto delle finanze pubbliche e gli “stati discussi” ...... 1389 Dalla crisi alla decadenza ...... 1404 Il depauperamento del patrimonio demografico ...... 1425 La rivolta antispagnola: Le conseguenze economiche ...... 1427 La riforma degli arrendamenti ...... 1429 Il persistere della recessione economica ...... 1432 L’epidemia di peste del 1656, il “rimedio provisionale” e la nuova numerazione ...... 1435 Il ruolo della capitale ...... 1438 Nelle province ...... 1441

XCVIII Indice general Tomos_Maquetación 1 12/12/18 17:26 Página XCIX

Índice Tomo IV, Volumen 3

SICILIA Coordinadora: Rossella Cancila

6. LA SICILIA NELLA MONARCHIA DI FILIPPO IV. POLITICA E SOCIETÀ Rossella Cancila ...... 1449 Un regno, due capitali ...... 1449 La questione del governo ad interim della Sicilia ...... 1467 Hombres de negocios: L’assalto alle cariche pubbliche e i conflitti di interesse ...... 1474 La fabbrica dei titoli nobiliari ...... 1483 Il Parlamento del 1642 e il problema della riduzione dei censi soggiogatari ...... 1499 La questione dei Tribunali ...... 1506 La Monarchia oltraggiata ...... 1515 Un vicerè siciliano? ...... 1521

7. “SANGUE DEL POVERO E TRAVAGLIO DEI CITTADINI”: LA DEPUTAZIONE DEL REGNO E LE SCELTE DI POLITICA FISCALE NELLA SICILIA DI FILIPPO IV Antonino Giuffrida ...... 1525 La Deputazione del Regno: Una chiave di lettura ...... 1525 La Deputazione e il governo del Regno ...... 1527 La fiscalità e il debito pubblico: Motori del cambiamento ...... 1531 Il modello del prelievo fiscale ...... 1533 Superare il donativo ...... 1538 Il dissenso sulla numerazione delle anime ...... 1543 Le difficoltà della riscossione ...... 1548 Le carenze strutturali ...... 1550 Palermo e il debito pubblico siciliano ...... 1556 Il difficile rapporto con i vescovi ...... 1567 Una riflessione ...... 1569

8. LA SICILIA E LA DIFESA DELLA MONARCHIA (1621-1648) Valentina Favarò ...... 1571 Il dibattito sull’Unión de Armas ...... 1574

XCIX Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página C

Índice Tomo IV, Volumen 3

Gli anni Trenta e Quaranta: Alla vigilia delle rivolte ...... 1587 Felipe IV y la Inglaterra de Cromwell ...... 384

9. SICILIA IN CRISI: RIVOLTE E CONFLITTI NEL 1647 Daniele Palermo ...... 1603 Drammatiche congiunture ...... 1603 La rivolta di maggio ...... 1612 La rivolta di agosto ...... 1636 Un’isola in rivolta ...... 1645 Le congiure ...... 1653

10. LA CHIESA DEL RE. ISTITUZIONI ECCLESIASTICHE E REGIO PATRONATO NELLA SICILIA DI FILIPPO IV Fabrizio D’Avenia ...... 1657 Cesaropapismo siciliano ...... 1657 Privilegio dell’Alternativa e patronage ecclesiastico ...... 1667 Dentro il Consiglio d’Italia: reggenti contro reggenti ...... 1673 Alternativa ancora senza alternanza ...... 1695 Clientelismo regio e riforme tridentine ...... 1707

CERDEÑA Coordinadores: Gianfranco Tore y Giovanni Murgia 11. IL REGNO DI SARDEGNA NELL’ETÁ DI FILIPPO IV (1621-1642) Gianfranco Tore ...... 1721 Il processo al vicerè lermista ...... 1721 Un governo forte e autorevole ...... 1726 La violenza politica come strumento di governo ...... 1728 La resistenza cetuale ...... 1733 Il proceso al vicerè Vivas. Dalla politica di forza alla ricerca del consenso: L’Unión de Armas ...... 1736 Un tercio per la guerra del Monferrato ...... 1742 Resistenza e dissimulazione politica. Letrados, consorterie, fazioni ...... 1744 Il reggente Vico e il controllo del governo del regno. Città, clientele e fazioni ...... 1752

C Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página CI

Índice Tomo IV, Volumen 3

Genova e Spagna: Due viceregati per i Doria ...... 1757 La crisi fiscale ed il collaso economico del regno ...... 1761

12. ECONOMIA E SOCIETÀ NELLA SARDEGNA DI FILIPPO IV DI SPAGNA Giovanni Murgia ...... 1765

13. LOS ÚLTIMOS VIRREYES DE FELIPE IV: EL GOBIERNO DE CERDEÑA (1650-1665) Javier Revilla Canora ...... 1795 Consultas para el nombramiento de un nuevo virrey ...... 1796 Un Parlamento en tiempos de peste ...... 1798 Un gobierno de estabilidad ...... 1802 Unos años de contratiempos ...... 1805 El último nuevo virrey ...... 1808 Algunas consideraciones finales ...... 1810

MILÁN

14. EL GOBIERNO DE LA NECESIDAD: GUERRA, ÉLITES DE PODER Y CUERPOS LOCALES EN EL ESTADO DE MILÁN DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV Alessandro Buono ...... 1815 Introducción ...... 1815 El apogeo del sistema patricio y el surgir progresivo de nuevos equilibrios ...... 1818 La reforma del ejército y la gestión del consenso ...... 1824 La integración política de las élites y de los cuerpos locales en la gestión de la reforma ...... 1828 El acceso directo a la justicia distributiva del soberano . . . . . 1834 Guerra, fisco y cuerpos locales ...... 1844

CI Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página CII Indice general Tomos_Maquetación 1 12/12/18 17:28 Página CIII

LA CORTE DE FELIPE IV (1621-1665): RECONFIGURACIÓN DE LA MONARQUÍA CATÓLICA

Tomo IV Los Reinos y la política internacional

Directores: J. Martínez Millán, R. González Cuerva y M. Rivero Rodríguez

Volumen 4 Cortes virreinales y Gobernaciones americanas Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página CIV Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página CV

TOMO IV - VOLUMEN 4

Índice de autores ...... vii Índice general ...... ix Siglas y abreviaturas ...... xv

LAS CORTES VIRREINALES AMERICANAS Coordinadores: José Martínez Millán y Manuel Rivero Rodríguez

VIRREINATO DE NUEVA ESPAÑA 1. EL “IMPERIO DE LAS INDIAS”. NUEVA ESPAÑA DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV Alicia Mayer ...... 1867 El contexto europeo y el marco de referencia americano ...... 1867 De las características distintivas de lo novohispano ...... 1873 Nueva España: Un mundo “barroco” ...... 1873 El criollo en ascenso ...... 1877 La gran urbe de México y otras ciudades del virreinato . . . 1878 El crisol social novohispano ...... 1882 La polaridad de dos mundos: Indios y españoles ...... 1882 El mestizaje ...... 1886 El gobierno en Indias ...... 1889 De la manera de gobernar desde la metrópoli ...... 1889 El levantamiento de 1624 ...... 1891 Doce virreyes y el arte de gobernar ...... 1897 La gestión de Palafox y Mendoza ...... 1903 La Iglesia novohispana ...... 1911 El impacto de la Contrarreforma ...... 1911 Devociones e historias ...... 1916 El clero ...... 1918 Los jesuitas ...... 1923 El guadalupanismo novohispano ...... 1926 Economía, defensa y expansión ...... 1933 Comercio y defensa ...... 1933

CV Indice general Tomos_Maquetación 1 3/12/18 17:35 Página CVI

Índice Tomo IV, Volumen 4

La presión metropolitana ...... 1936 “De las minas al mar” ...... 1939 La colonización del Norte ...... 1940 El inglés-americano y la pretendida conquista inglesa de las Indias Occidentales ...... 1942 Pensamiento y expresión cultural ...... 1944 A manera de conclusión ...... 1948

VIRREINATO DEL PERÚ Coordinador: Guillermo Nieva Ocampo NOTA INTRODUCTORIA Guillermo Nieva Ocampo ...... 1955

2. DINÁMICAS DE PODER ENTRE LIMA Y MADRID DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV: ENTRE EL REFORMISMO Y LA INTEGRACIÓN DE LA ÉLITE LOCAL EN LA MONARQUÍA HISPÁNICA Arrigo Amadori ...... 1957 Lima, un escenario cortesano de las tensiones transatlánticas ...... 1958 Un reinado bajo el signo de la reforma virreinal ...... 1963 El control de la administración limeña ...... 1968 La fiscalidad: Procesos y resultados del avance del poder real ...... 1981 La consolidación de la élita limeña en una coyuntura cambiante . . . 1992 Las demandas contrapuestas en el contexto de un enfrentamiento global ...... 2016 La vida política limeña y las dinámicas transatlánticas de poder: Consenso, negociación y un nuevo equilibrio funcional ...... 2027

3. EL GOBIERNO EN LA AUDIENCIA DE QUITO. CONFLICTO JURISDICCIONAL Y PRÁCTICA POLÍTICA (1621-1665) Pilar Ponce Leiva ...... 2035 Introducción ...... 2035 El distrito de la Audiencia de Quito: Un territorio complejo ...... 2039 Gobierno y justicia en la Audiencia de Quito ...... 2042 Poniendo un poco de orden: Fundación de la Audiencia ...... 2042

CVI Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página CVII

Índice Tomo IV, Volumen 4

¿Por qué había conflictos? La teoría sobre el gobierno ...... 2045 Impartir justicia como expresión de soberanía . . . 2046 División de competencias ...... 2047 Problemas de una Audiencia subordinada ...... 2049 Prácticas de gobierno: Negociación y conflicto ...... 2053 Los virreyes del Perú y el territorio de Quito ...... 2053 Quito en la gestión de los virreyes del Perú ...... 2054 El virrey, ese gran desconocido ...... 2058 El gobierno de Quito visto por el virrey ...... 2059 La Audiencia y el gobierno de Quito ...... 2064 Decisiones de gobierno adoptadas por la Audiencia durante el siglo XVI ...... 2065 Morga, un presidente con carácter ...... 2069 El caso Esmeraldas: Descentralización y negociación ...... 2074 La Visita General (1624-1632) ...... 2078 Y los conflictos continuaron ...... 2082 Relación entre la Audiencia de Quito y los gobernadores de su jurisdicción ...... 2085 Conclusiones ...... 2086

4. EL TUCUMÁN DE FELIPE IV Guillermo Nieva Ocampo, Daniela Carrasco ...... 2091 Introducción. El Tucumán hasta 1621 ...... 2091 Regeneracionismo monárquico y Guerras Calchaquíes ...... 2102 Los poderes de un obispo ...... 2115 Localismo y poderes locales en el Tucumán ...... 2121 El servidor leal ...... 2129 Consideraciones finales ...... 2135

5. LA GOBERNACIÓN DE BUENOS AIRES DURANTE EL REINADO DE FELIPE IV A. M. González Fasani, E. Borgognoni, F. L. Tambella ...... 2139 Introducción ...... 2139 Creación de la Gobernación del Río de la Plata ...... 2140 Las perpetuas disputas ...... 2146

CVII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página CVIII

Índice Tomo IV, Volumen 4

El nuevo obispado ...... 2151 Muerto el rey, viva el rey ...... 2154 La posibilidad de premiar y de enriquecerse ...... 2156 Buenos Aires y la defensa de las fronteras de la Monarquía ...... 2161 La Gobernación en tiempos de cambio ...... 2190 El puerto... siempre el puerto ...... 2195 Conclusiones ...... 2199

BRASIL 6. O BRASIL DE FILIPE IV R. Ricupero, K. V. Silva, B. Feitler, A. P. Torres Megiani ...... 2203 O Brasil e Felipe IV. Uma aproximação (R. Ricupero) ...... 2205 Qual o peso do Brasil na monarquia de Felipe IV? ...... 2205 O Brasil antes de 1621 ...... 2208 Pernambuco, Bahia e as Capitanias açucareiras no reinado de Felipe IV (K. V. Silva) ...... 2214 A guerra contra a WIC no mundo do Açúcar ...... 2219 A Igreja na América portuguesa sob Felipe IV (1621-1640) (B. Feitler) ...... 2234 El Brasil en el contexto de la Guerra de la Restauración portuguesa (1640-1668) (A. P. Torres Megiani) ...... 2252 As lealdades divididas: Ligações e rupturas da elite açucareira com a coroa dos Habsburgo (K. V. Silva) ...... 2267

CVIII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página CIX Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página CX 8 páginas_Maquetación 1 1/12/18 13:50 Página 1

Colección La Corte en Europa

SERIE TEMAS

1 - José Martínez Millán, Mª Paula Marçal Lourenço (Coords.) Las Relaciones Discretas entre las Monarquías Hispana y Portuguesa. Las Casas de las Reinas (siglos XV-XVIII) Madrid, 2008 - 3 vols. 2.296 pp. (Ilustraciones B/N) ISBN (Obra Completa): 978-84-96813-16-8

2 - Manuel Rivero Rodríguez (Coord.) Nobleza hispana, nobleza cristiana. La Orden de San Juan Madrid, 2009 - 2 vols. 1.624 pp. (Ilustraciones B/N) ISBN (Obra Completa): 978-84-96813-29-8

3 - José Martínez Millán, Manuel Rivero Rodríguez (Coords.) Centros de Poder Italianos en la Monarquía Hispánica (siglos XV-XVIII) Madrid, 2010 - 3 vols. 2.320 pp. (Ilustraciones B/N) ISBN (Obra Completa): 978-84-96813-35-9 8 páginas_Maquetación 1 1/12/18 13:50 Página 2

Colección La Corte en Europa

SERIE TEMAS

4 - Andrés Gambra Gutiérrez, Félix Labrador Arroyo (Coords.) Evolución y estructura de la Casa Real de Castilla Madrid, 2010 - 2 vols. 1.112 pp. (Ilustraciones B/N) ISBN (Obra Completa): 978-84-96813-45-8

5 - José Martínez Millán, Rubén González Cuerva (Coords.) La Dinastía de los Austria. Las relaciones entre la Monarquía Católica y el Imperio Madrid, 2011 - 3 vols. 2.240 pp. (Ilustraciones B/N) ISBN (Obra Completa): 978-84-96813-51-9

6 - Miguel Ángel de Bunes Ibarra, Beatriz Alonso Acero (Coords.) Orán. Historia de la Corte Chica Madrid, 2011 - 1 vol. 496 pp. (Ilustraciones Color y B/N) ISBN: 978-84-96813-61-8 8 páginas_Maquetación 1 1/12/18 13:50 Página 3

Colección La Corte en Europa

SERIE TEMAS

7 - José Martínez Millán, Manuel Rivero Rodríguez, Gijs Versteegen (Coords.) La Corte en Europa: Política y Religión (siglos XVI-XVIII) Madrid, 2012 - 3 vols. 2.096 pp. (Ilustraciones B/N) ISBN (Obra Completa): 978-84-96813-65-6

8 - José Martínez Millán, Concepción Camarero Bullón, Marcelo Luzzi Traficante (Coords.) La Corte de los Borbones. Crisis del modelo cortesano Madrid, 2013 - 3 vols. 2.272 pp. (Ilustraciones B/N) ISBN (Obra Completa): 978-84-96813-81-6

10 - Antonio Rey Hazas, Mariano de la Campa Gutiérrez, Esther Jiménez Pablo (Coords.) La Corte del Barroco. Textos literarios, avisos, manuales de corte, etiqueta y oratoria Madrid, 2016 - XII + 740 pp. (Ilustraciones B/N) ISBN: 978-84-16335-28-2 8 páginas_Maquetación 1 1/12/18 13:50 Página 4

Colección La Corte en Europa

SERIE TEMAS

11 - Manuel Rivero Rodríguez (Coord.) La crisis del modelo cortesano. El nacimiento de la conciencia europea Madrid, 2017 - xii + 388 pp. (Ilustraciones B/N) ISBN: 978-84-16335-25-1

12 - Concepción Camarero Bullón, Juan Carlos Gómez Alonso (Coords.) El dominio de la realidad y la crisis del discurso. El nacimiento de la conciencia europea Madrid, 2017 - XIV + 618 pp. (Ilustraciones color y B/N) ISBN: 978-84-16335-26-8

13 - José Martínez Millán, Félix Labrador Arroyo, Filipa M. Valido-Viegas de Paula-Soares (Dirs.) ¿Decadencia o Reconfiguración? Las Monarquías de España y Portugal en el cambio de siglo (1640-1724) Madrid, 2017 - xiv + 658 pp. (Ilustraciones B/N) ISBN: 978-84-16335-34-3 8 páginas_Maquetación 1 1/12/18 13:50 Página 5

Colección La Corte en Europa

SERIE TEMAS

9 - José Martínez Millán, José Eloy Hortal Muñoz (dirs.): La Corte de Felipe IV (1621-1665): Reconfiguración de la Monarquía católica Tomo I: Las Casas Reales (Volúmenes 1, 2 y 3) Tomo II: Servidores de las Casas Reales y Ordenanzas promulgadas durante el reinado (1 CD) Presentación: Estuche (3 vols. + CD) ISBN (Obra completa): 978-84-16335-07-7 8 páginas_Maquetación 1 1/12/18 13:50 Página 6

Colección La Corte en Europa

SERIE TEMAS

9 - José Martínez Millán, Manuel Rivero Rodríguez (dirs.) La Corte de Felipe IV (1621-1665): Reconfiguración de la Monarquía católica Tomo III: Corte y cultura en la época de Felipe IV Volumen 1: Educación del rey y organización política Madrid, 2017 - XXVIII + 776 pp. (Ilustraciones Color y B/N) ISBN: 978-84-16335-40-4

9 - José Martínez Millán, Manuel Rivero Rodríguez (dirs.) La Corte de Felipe IV (1621-1665): Reconfiguración de la Monarquía católica Tomo III: Corte y cultura en la época de Felipe IV Volumen 2: El sistema de corte. Consejos y Hacienda Madrid, 2017 - XXIV + 776 pp. (Ilustraciones Color y B/N) ISBN: 978-84-16335-41-1 8 páginas_Maquetación 1 1/12/18 13:50 Página 7

Colección La Corte en Europa

SERIE TEMAS

9 - José Martínez Millán, Manuel Rivero Rodríguez (dirs.) La Corte de Felipe IV (1621-1665): Reconfiguración de la Monarquía católica Tomo III: Corte y cultura en la época de Felipe IV Volumen 3: Espiritualidad, literatura, teatro Madrid, 2017 - XXIV + 724 pp. (Ilustraciones Color y B/N) ISBN: 978-84-16335-42-8

9 - José Martínez Millán, Manuel Rivero Rodríguez (dirs.) La Corte de Felipe IV (1621-1665): Reconfiguración de la Monarquía católica Tomo III: Corte y cultura en la época de Felipe IV Volumen 4: Arte, coleccionismo y sitios reales Madrid, 2017 - XXIV + 812 pp. (Ilustraciones Color y B/N) ISBN: 978-84-16335-43-5 8 páginas_Maquetación 1 1/12/18 13:50 Página 8

Colección La Corte en Europa

MAIOR

Jesusa Vega Ciencia, Arte e Ilusión en la España Ilustrada Madrid, 2010 - 528 pp. (Ilustraciones color y B/N) ISBN: 978-84-96813-48-9

Gloria Martínez Leiva, Ángel Rodríguez Rebollo El Inventario del Alcázar de Madrid de 1666. Felipe IV y su colección artística Madrid, 2016 - 672 pp. + CD (Ilustraciones color y B/N) ISBN: 978-84-16335-15-2 Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página CXII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página CXIII Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página CXI

Este cuarto volumen del tomo cuarto de La corte de Felipe IV (1621-1665). Reconfiguración de la Monarquía católica se acabó de imprimir en Madrid el día 30 de noviembre del año 2018. Indice general Tomos_Maquetación 1 1/12/18 13:45 Página CXIV Cubierta Tomo IV Vol 4_Maquetación 1 29/11/18 11:02 Página 1

El proceso de cambio en la organización de la Monarquía que se produce en la segunda mitad del siglo XVII no es centralización sino devolución de sus atribuciones al rey de España, quien no sólo responde a las exigencias de sus súbditos para ser premiados y atendidos por su señor natural, sino Temas también porque la idea de Monarquía que se está construyendo es muy diferente a la que concibió los virreinatos como instrumentos con los J. Martínez Millán que hacer efectiva una Monarquía Universal. Tras la paz de Westfalia, R. González Cuerva Tomo cualquier proyecto universal quedaba proscrito, pues nacía un sistema M. Rivero Rodríguez internacional fundamentado en el equilibrio. En consecuencia, ya no (dirs.) había razón para mantener el modelo virreinal existente, concebido para IV gestionar un sistema que permitía a Felipe IV ser el soberano de todos los

reinos de la tierra. ) Al describir este proceso como reconfiguración de la Monarquía se hace Vol. referencia a la necesidad de reinventar sus estructuras y buscar nuevas finalidades a sus instituciones. El proyecto “desconcentrador” de Olivares, de ilimitada confianza en las élites de las provincias, se deshizo al fracasar 4 su proyecto universal, lo que provocó su desintegración al alzarse las élites de diferentes reinos, pues no veían horizonte alguno en el rumbo que había 1621-1665

tomado el valido, como bien recuerda Gaspar Sala en su defensa de los ( catalanes. IV

ISBN: 978-84-16335-55-8

J. Martínez Millán, R. González Cuerva, M. Rivero Rodríguez (dirs.) Reconfiguración de la Monarquía católica Reconfiguración La Corte de Felipe La Corte de Felipe Cortes virreinales y Gobernaciones americanas La Corte de Felipe IV (1621-1665) Reconfiguración de la Monarquía católica Cortes virreinales y Gobernaciones americanas