Gregory, Stephen El rostro tras la página 1.ª ed.: setiembre de 2014 280 p.; 15 x 24 cm isbn: 978-9974-720-02-2

© 2014, Stephen Gregory © 2014, Estuario editora , www.estuarioeditora.com [email protected]

Diseño de maqueta: Juan Carve / Raúl Burguez Diseño de cubierta: Raúl Burguez Ilustración de portada: Juan Carve Retrato del autor: Matías Bergara Corrección: María Magdalena Bellini

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Cuando el escritor europeo se angustia, discute en el café. Cuando se angustia el americano, se asocia a una revolución. Mario Benedetti (1949)

De todos los rostros que nos prestaron, ¿cuál será el rostro verdadero? Mario Benedetti (2009)

para mi esposa Lilian, este Benedetti no solo uruguayo

Or d e n d e l l i b r o

Agradecimientos y aclaraciones / p. 13 Abreviaturas de títulos de obras de Benedetti / p. 17

In t r o d u c c i ó n a u n c a s o p e r d i d o / p. 19

p r i m e r a p a r t e h a c i a 1960: u n a é t i c a e n b u s c a d e s u p r ó j i m o

Capítulo Uno. Autores, personajes y lectores: ¿semejantes, vecinos o prójimos? / p. 41 El escritor, el lector y la transparencia del lenguaje / p. 41 El testigo y su testimonio / p. 56

Capítulo Dos. De testigos, situaciones y prójimos / p. 61 ¿Quién de nosotros?: el testigo implicado, ¿sabe lo que implica? / p. 61 La tregua y el otro como ajeno no rescatable / p. 68 De la situación sartreana a la ciudad benedettiana / p. 75 El prójimo, ¿otro o uno mismo? / p. 79

s e g u n d a p a r t e l a s a l a d e e s p e j o s y e l t i r o t e o : b e n e d e t t i y l a p o l í t i c a a f i n a l e s d e l o s a ñ o s s e s e n t a

Capítulo Tres. De catapultas, compromisos y complicidades: siempre la literatura pero ahora la revolución / p. 91 Sartre versus Robbe-Grillet: fervores y terrores del compromiso / p. 93 1967-1968: El congreso literario como sitio para la clarificación política / p. 97 Cuaderno cubano: libro-collage uruguayo y latinoamericano / p. 108

~9~ Capítulo Cuatro. Mario Benedetti cambia de voz: la crítica literaria y el ocaso de la democracia uruguaya, 1960-1970 / p. 123 Benedetti, la crítica literaria y Che Guevara en el Uruguay / p. 123 ¿De arielista a socialista? Benedetti y las elecciones de 1962 / p. 131 Hacia la revolución uruguaya / p. 143

t e r c e r a p a r t e b e n e d e t t i y s u p o l í t i c a d e l p r ó j i m o : e l intelectual e n t r e l a p r á c t i c a y l a d e r r o t a

Capítulo Cinco. Las elecciones como revolución sin violencia / p. 157 Una tregua no es una victoria / p. 157 De caminos, balas y votos: el M26 entre el MLN y el Frente Amplio / p. 167 Nosotros contra ellos: la izquierda y un evangelio de derecha / p. 176

Capítulo Seis. Una política del prójimo: ¡viva la maravilla del hombre! / p. 185 La resbaladiza y sediciosa política de citar y de citarse / p. 185 Un intelectual, su prójimo colectivo y la revolución posible / p. 198 De transiciones, participaciones y otras emergencias / p. 205

c o d a y c o n c l u s i o n e s l a p o l í t i c a d e l p r ó j i m o d e s p u é s d e l a m i l i t a n c i a / p. 221

Coda. Los sucedáneos del triunfo final/ p. 223 La tortura: desde la política hacia la literatura / p. 225 Del antiimperialismo cultural al antineoliberalismo capitalista / p. 238 Entre y Montevideo: siempre La Habana / p. 247 El reencuentro de Benedetti con lo mejor de sí mismo / p. 252

Conclusiones: ¿Tiene futuro una política del prójimo? / p. 257

Bibiliografía / p. 269

~10~

Agradecimient o s y a c l a r a c i o n e s

Como sugieren las fechas de publicación de mis trabajos anteriores so- bre Benedetti incluidos en la bibliografía al final de este libro, la incu- bación de algunos aspectos de este libro ha sido muy larga. Las deudas de todo tipo que se acumulan a través de veintitantos años son tan numerosas que merecen otro libro aparte. Si no las menciono, no es porque las haya olvidado. Sin embargo, hay cuatro reconocimientos relacionados a la redacción de este libro específico que no puedo dejar de mencionar. Primero, Vania Markarian de la sección de Investigación Histórica del Archivo General de la Universidad de la República, organizó en setiembre de 2009 una charla en la Facultad de Ciencias Sociales donde pude pre- sentar por primera vez un resumen de lo que en ese momento pensé que sería el contenido de este libro. Si lo que he terminado escribiendo difiere bastante de lo esbozado en esa ocasión, es porque los años no han pasado en vano. O así lo espero, por lo menos. Segundo, quisiera reconocer los esfuerzos y el trabajo de los organizadores y los asistentes de las reuniones mensuales del Grupo de Estudios del Pasado Recien- te, también de la Universidad de la República, donde en noviembre de 2013 pude presentar una versión casi final de la Introducción. Los comentarios de los participantes me ayudaron a mejorar esta sección del texto. Dos de ellos, el investigador literario José Gabriel Lagos y el historiador Aldo Marchesi, también hicieron aportes puntuales que reciben el reconocimiento que merecen en su debido momento en las notas al texto. Tercero, quisiera expresar mi profundo agradecimiento al equipo editorial que transformó la escritura de este no hispanohablante en algo más adecuado. Mi última deuda de gratitud merece párrafo aparte. Mi esposa Lilian, a quien le dedico este libro, no solo leyó borradores completos de gran parte de los capítulos que siguen, sino que también me aguantó todas las madrugadas cuando me levantaba a escribirlos, porque las horas an- tes de desayunar siempre han sido —y continúan siendo— las intelec- tualmente más fértiles para mí. Además, lectora asidua de Benedetti, Lilian desconfiaba lo suficiente del comentario analítico de este especialista no uruguayo como para

~13~ sugerir mejoras en la presentación de mis ideas para los interesados no universitarios. Esta contribución ha resultado ser especialmente perti- nente porque he buscado escribir un libro sobre la política en la vida y obra de Mario Benedetti que sea de interés para los muchísimos lectores de su obra. Sin embargo, siempre me ha parecido que ese mismo públi- co merece leer un estudio que también convenza a los especialistas en el campo de la literatura latinoamericana, sobre todo a los dedicados a la literatura uruguaya moderna. Por lo tanto, también espero que los que conocen este terreno tanto o más que yo consideren que el análisis que hago y los argumentos que manejo son lo suficientemente legítimos y sostenibles como para ofrecer un aporte original al estudio del autor. En esta época de tanta especialización y profesionalización de los es- tudios aun en el área humanística, tal proyecto se ve obligado a con- templar cómo dirigirse a lo que bien puede ser dos públicos diferentes. Como mediación entre ellos he adoptado la siguiente estrategia. Salvo en la Introducción, donde explico la motivación y la metodología del libro, y en otras secciones en que ha sido imprescindible la inclusión de un trasfondo histórico o ideológico bien documentado, he reducido al mínimo el número de referencias a fuentes secundarias que aparecen a pie de página, mientras las mucho más numerosas referencias o citas de textos de Benedetti mismo se incluyen entre paréntesis en el cuerpo del texto, adhiriéndose al esquema de abreviaturas que sigue esta nota preliminar. La bibliografía al final del volumen da los detalles de publicación de todos los libros y artículos o ensayos sueltos a los que hago referencia o alusión en el curso del libro. No es ni pretende ser un catálogo inclusivo de la obra completa de Benedetti ni de todo lo que se ha escrito sobre él. Antes de emprender este estudio, había escrito, en inglés y en español, algunos ensayos y artículos sobre distintas facetas de la obra de Bene- detti, y hago alguna que otra referencia a esos trabajos en estas páginas. Sin embargo, mi actitud y enfoque son totalmente distintos ahora, y en ningún momento recopilo ni traduzco secciones enteras de dichos trabajos, aunque en parte analizo el mismo material que estudié antes. Aunque los incluyo en la bibliografía, no deben considerarse anticipos del presente trabajo, ya que el “rostro tras la página” que emerge aquí, creo, es más completo, más positivo y más verosímil que cualquiera de los que pudieran vislumbrarse detrás de aquéllos.

~14~ Solo me resta decir que, como en cualquier emprendimiento intelec- tual o literario-crítico de esta índole, los errores o descuidos que han sobrevivido pese a toda la ayuda recibida son lo único que es estricta y enteramente mío. S. G. Mayo de 2014

~15~

Abreviaturas d e l a s e d i c i o n e s d e o b r a s d e b e n e d e t t i m a n e j a d a s e n e s t e l i b r o

45A: 45 años de ensayos, comp. Pablo Rocca, Montevideo, Cal y Canto, 1994. AB: Adioses y bienvenidas, , Seix Barral, 2004. AFR: “África 1969: Su fuerza y su vulnerabilidad”, comp. Mario Be- nedetti, “África 69”, Cuadernos de , 28, agosto, 1969, pp. 5-13. BE: Biografía para encontrarme, Buenos Aires, Seix Barral, 2010. C71: Crónicas del 71, Montevideo, Arca, 1972. CC: Cuaderno cubano, Montevideo, Arca, 1969. CC2: Cuaderno cubano, Buenos Aires, Schapiré, 1974. CJA: El cumpleaños de Juan Ángel, México, Punto de Lectura, 2003. CNC: Canciones del que no canta, Buenos Aires, Seix Barral, 2006. CRC: Crítica cómplice, La Habana, Casa de las Américas, 1971.CRC2: Crítica cómplice, 2.ª ed. ampliada, Madrid, Alianza, 1988.CUE: Cuen- tos completos, Montevideo, Seix Barral, 2009. DF: Despistes y franquezas, Buenos Aires, Seix Barral, 1994. DOC: El desexilio y otras conjeturas, Buenos Aires, Nueva Imagen, 1986. DP: Defensa propia, Buenos Aires, Seix Barral, 2004. DV: Daniel Viglietti, Madrid, Júcar, 1974. DVD: Daniel Viglietti, desalambrado, Buenos Aires, Seix Barral, 2007. EC: El ejercicio del criterio (obra crítica 1950-1994), ed. ampliada, Ma- drid, Alfaguara, 1995. EC1: El ejercicio del criterio, México, Nueva Imagen, 1981. ELR: El escritor latinoamericano y la revolución posible, Buenos Aires, Nueva Imagen, 1987. EP: Escritos políticos (1971-1973), Montevideo, Arca, 1985. ET: Existir todavía, Buenos Aires, Seix Barral, 2003. GPF: Gracias por el fuego, Madrid, Punto de Lectura, 2009. ID: Inventario Dos, Buenos Aires, Seix Barral, 2006. IND: Insomnios y duermevelas, Buenos Aires, Seix Barral, 2003. IT: Inventario Tres, Buenos Aires, Seix Barral, 2004. IU: Inventario Uno, Buenos Aires, Seix Barral, 2006. JER: Genio y figura de José Enrique Rodó,Buenos Aires, EUDEBA, 1966. LCM: Letras del continente mestizo, 3.ª ed., Montevideo, Arca, 1974. LE: Letras de emergencia, Buenos Aires, Alfa Argentina, 1973. LPC: Los poetas comunicantes, 2.ª ed., México, Marcha, 1981.

~17~ LT: La tregua, Madrid, Santillana, 2009. LU: Literatura uruguaya siglo x x , 4.ª ed., Buenos Aires, Seix Barral, 1997. MP: Marcel Proust y otros ensayos, Montevideo, Número, 1951. NRH: Nuevo rincón de Haikus, Montevideo, Cal y Canto, 2006. PC: Poetas de cercanías, Montevideo, Cal y Canto, 1994. PCP: El país de la cola de paja, 9.ª ed., Montevideo, Arca, 1973.PEC: Pedro y el capitán, Montevideo, Seix Barral, 2011. PER: Primavera con una esquina rota, Barcelona, EDHASA, 2007. PFS: Perplejidades de fin de siglo,4.ª ed., Montevideo, Cal y Canto, 1996. PN: Peripecia y novela, Montevideo, ed. del autor, 1948. PO: Poemas de otros, Buenos Aires, Seix Barral, 1993. PT: Poesía trunca. Poesía latinoamericana revolucionaria, 2.ª ed., Ma- drid, Visor, 1979. QN: Quién de nosotros, 3.ª ed., Montevideo, Alfa, 1967. RAA: Respuestas al azar, comp. Pablo Rocca, Montevideo, EBO, 1998. RP: La realidad y la palabra, Barcelona, Destino, 1991. RSP: El recurso del supremo patriarca, 8.ª ed., México, Nueva Imagen, 1990. SAO: Sobre artes y oficios,Montevideo, Alfa, 1968. SLO: Subdesarrollo y letras de osadía, 2.ª ed., Madrid, Alianza, 2002. TD: Terremoto y después, Montevideo, Arca, 1973. VA: Vivir adrede, Buenos Aires, Seix Barral, 2007.

~18~ In t r o d u c c i ó n a u n c a s o p e r d i d o

soy parcial de esto no cabe duda más aún yo diría que un parcial irrescatable caso perdido ya que por más esfuerzos que haga nunca podré llegar a ser neutral. Mario Benedetti (1979)

Este libro analiza la figura de Mario Benedetti como un caso perdido en dos sentidos. Primero, en el del poema arriba citado: Benedetti se comprometió tanto con la causa de la justicia para público, pueblo y prójimo que escribir tendenciosamente a favor de estos tres grupos le parecía una permanente obligación moral. Segundo, en un sentido no mencionado y aun menos buscado por el poeta: no se realizó la cul- minación concreta de este compromiso en la forma de la construcción de un Uruguay socialista, porque los intentos de llevarlo a la práctica, tanto el clandestinamente armado como el legalmente votado, ambos hasta cierto punto apoyados por Benedetti, fracasaron, aplastados por fuerzas reaccionarias o militares superiores aunque ni muy clandes- tinas ni muy legales. Sin embargo, una derrota política y militar tan evidente puede disfrazar el fracaso de otra política mal concebida. De ahí que la cuestión tratada minuciosamente en este estudio sea la naturaleza y las consecuencias del vínculo en el pensamiento de Benedetti entre la constancia de ciertos principios éticos y la derrota de la política que elaboró a base de ellos. Aunque no tuvo más reme- dio que aceptar la píldora amarga del fracaso de su apuesta por una versión uruguaya del modelo revolucionario cubano, Benedetti nunca se resignó a aceptar la supremacía de la democracia representativa, sencillamente porque tampoco renunció jamás a la esperanza de una justicia social y económica muy superior a lo que a partir de 1960 solía ver como la parodia hipócrita ofrecida por la combinación de capitalismo liberal y elecciones democráticas. Por lo tanto, la tesis principal de este libro es que el legado esencial de Benedetti es la totalidad de su obra escrita y publicada, precisamente porque allí se

~19~ encuentra la clave de un planteo erróneo de la relación entre ética y política socialista, planteo cuyo error básico Benedetti mismo llegó a vislumbrar en los últimos años de su vida. Podemos aceptar o recha- zar un legado, pero una herencia es siempre nuestra, y la literatura de Benedetti queda ahí, al alcance de todos, leámosla o no. Es en este sentido que son pertinentes al caso Benedetti las observa- ciones de Julio Cortázar sobre “los llamados escritores menores”: “cuán- tas buenas ideas hay en los escritores menores, cuántos fracasos aprove- chables; a un escritor menor siempre se le puede corregir, a uno mayor, no”.1 Ubicar a Benedetti dentro de esta categoría no es menospreciarlo. Todo lo contrario. Más bien es colocarlo entre esa clase de escritores que en junio de 1972 él mismo supo definir con tanta precisión minu- ciosa que da la impresión de haber sabido que se definía a sí mismo: la necesaria (casi diría imprescindible) presencia, en cualquier etapa brillante y removedora, de nombres que, sin ser los de mayor destaque o los de evidente genialidad, cumplen de todos modos, con su cuota de talento, de rigor, de trabajo, la más modesta pero nada despreciable función de sostener un clima, de conformar un interés, de posibilitar un avance cultural que no se limite a los empujes individuales sino que adquiera una dimensión más amplia (LPC, p. 11; ELR, p. 148). Incluir a Benedetti entre tales nombres es ver en su obra y vida algo así como un barómetro artístico, ideológico e intelectual de toda una época. Por lo tanto, desentrañar o desenredar las confusiones específicas que traicionan a Benedetti —y que en ciertos momentos busca corre- gir— al atar el nudo entre ética y política, puede ayudar a que eviten repetirlo no solo los que, como el autor, se encuentran a la izquierda del Frente Amplio de Uruguay, sino también los que se definan como inte- lectuales o escritores de izquierda en cualquier parte de América Latina. Como decía él mismo cuando le preguntaban “si volvería a tener las mismas posiciones políticas”: “Sí, pero teniendo en cuenta los errores cometidos para no volverlos a cometer”.2 Puede ser también para todos un paso hacia adelante en la tarea cada vez más necesaria de releer la obra, con todos sus altibajos, de quien es sin duda uno de los clásicos modernos de la literatura uruguaya moderna, en un momento cuando, hasta en las universidades donde tradicionalmente ha encontrado alber-

1- Fragmento de una carta a la autora citada en Cristina Peri Rossi, Julio Cortázar, Barcelona, Omega, 2001, pp. 32-33. 2- Federica Rocco, “Entrevista con Mario Benedetti”, Studio di letteratura ispano-americana, 32, 1999, p. 85 de pp. 81-98.

~20~ gue, apoyo y estímulo, sigue siendo cuestionada la vigencia actual de los valores humanísticos de la literatura tout court. Nuestro enfoque parte de unos pocos conceptos sacados de los escri- tos y palabras habladas de Mario Benedetti y de la crítica dedicada a su obra. Por lo tanto, conviene declarar desde el principio que no pretende ofrecer ni una mirada global sobre la totalidad de la obra de Benedetti ni una objetividad académica desinteresada hacia lo que analiza. Más bien, nuestra perspectiva intenta incorporar la exigencia resumida en las siguientes palabras de Baudelaire, otro poeta que se dedicó a la crí- tica, aunque en su caso se trataba mayormente de crítica de arte, pa- labras que Benedetti felizmente podría haber hecho suyas: “para tener su razón de ser, la crítica debe ser parcial, apasionada, política; es decir, debe ser escrita desde un punto de vista exclusivo, pero un punto de vista que abra el máximo de horizontes”.3 Salvando todas las inevita- bles diferencias y distancias, tanto con Baudelaire como con Benedetti mismo, este estudio busca ser análogo a los “ensayos no neutrales” que Benedetti afirmaba en “Soy un caso perdido” que seguramente seguiría escribiendo (IU, p. 99): un aporte comprometido con los términos y fines de la temática analizada pero al mismo tiempo dedicado al esclare- cimiento de algunas dificultades o contradicciones tejidas en la textura de esa misma temática, de tal manera que se abra otra perspectiva sobre la obra completa del autor. En términos concretos, la lectura ofrecida aquí va a menudo a contrapelo de las intenciones expresas de Benedetti y de la mayor parte de la crítica dedicada a su obra, al insistir en que la vigencia actual de esta obra no la garantiza la tan mentada coheren- cia ética expresada tanto en el comportamiento del autor como en las actitudes recomendadas en sus libros, sino más bien la secuencia de pasos titubeantes, contradictorios y en parte posteriormente lamenta- dos, arrepentidos o rechazados, que lo llevaban a la militancia política revolucionaria de los primeros años setenta del siglo pasado. La impli- cación inevitable de nuestra lectura de la trayectoria literaria, intelectual e ideológica de Benedetti es que todo lo que precede estas fechas es un preparatorio para este breve momento cumbre, y que todo lo que sigue no es más que una larga coda que busca (y a veces logra) una reconci- liación con las deficiencias y carencias de un presente que cada vez se

3- Charles Baudelaire, “¿Para qué sirve la crítica?”, disponible en www.scribd.com. Original: “À quoi bon la critique?”, en el Salon de 1846: “pour avoir sa raison d”être, la critique doit être partiale, passionnée, politique, c”est-à-dire faite à un point de vue exclusif, mais au point de vue qui ouvre le plus d’horizons”. Ver http://baudelaire.litteratura.com/?rub=oeuvre&srub=cri&id=442 (acceso el 8.5.2013).

~21~ apartaba más de otro tan ansiado al que Benedetti —junto a tantos otros— había dedicado gran parte de sus esfuerzos literarios, su trabajo intelectual, su tiempo y su energía física y emocional. En resumidas cuentas, en el lugar central donde Benedetti mismo y la mayoría de sus comentadores han inscrito su constancia ética, nues- tro enfoque sustituye su fidelidad a la política socialista, precisamente porque uno de los elementos que confirman la importancia corriente y futura de la vida y obra de Benedetti es que demuestra claramente que construir una política socialista a partir de una ética individualista es imposible, aunque al mismo tiempo son las tensiones y los tanteos asociados con este error lo que en muchos casos le da a la obra be- nedettiana el poder literario e intelectual que tiene. Por lo tanto, este estudio choca frontalmente contra las implicaciones de lecturas como la siguiente que hace Gloria da Cunha-Giabbai a base de la “revolución de conciencias” mencionada por Benedetti en el último capítulo de la primera edición de El país de la cola de paja en 1960: La comunidad estado-nación se presentaba escindida en dos imáge- nes. El Estado era la cáscara de nación imaginada como una comuni- dad desde la perspectiva de la élite gobernante y ajustada a sistemas económicos que le favorecían. Esta se oponía a la nación proyectada desde el punto de vista del pueblo como de una comunidad cuyas relaciones se sustentaban en las tradiciones propias y se unía median- te la solidaridad y la paz (...) el intelectual apareció como el líder de la revolución de conciencias para patrocinar la unión de la élite con el pueblo, concientizando al primero en favor del segundo, como el encargado de alimentar, narrando en sus obras, la nación posible, esa comunidad a la que aspiraban a partir del rechazo de la real. En realidad, la “cáscara” que tanto le fastidiaba a Benedetti era la del estado capitalista y democrático uruguayo del medio siglo y la “nación posible” a la que aspiraba era la que resultara de una revolución socialis- ta inspirada en, pero no determinada por, el modelo cubano. Además, en la escritura y la militancia del autor, el intelectual jamás se postula como “líder” de revolución alguna (tal actitud es duramente criticada en el capítulo “Mirar desde arriba” del mismo libro El país de la cola de paja), y el juicio posterior de Benedetti sobre el precio intelectual pagado por haber aceptado ser dirigente político en los años setenta es terminante, como veremos más abajo. Al contrario, la experiencia cu- bana le daba un tono político a la humildad que siempre caracterizaba el trabajo intelectual y literario de Benedetti, transformando al escritor

~22~ sencillamente en otro trabajador más, como se desprende de casi todos los ensayos literarios escritos entre 1968 y 1973 e incluidos en El escri- tor latinoamericano y la revolución posible, título cuya desfiguración en el propio de esta autora se hace posible gracias a su deshistorización de la obra de Benedetti y a su despolitización de la revolución por la que tanto trabajaba y arriesgaba: Del período revolucionario, tomándolo en el sentido de revolución de conciencias dado por Benedetti, y aproximadamente a partir de me- diados del siglo veinte, proviene la narración del intelectual nuevo de la nación desde la perspectiva del pueblo.4 La verdad lisa y llana es que Benedetti dejaba atrás la “revolución de conciencias” avalada en 1960, no porque no fuera necesaria sino porque su experiencia de vivir y trabajar dentro del proceso revolucionario cuba- no le había enseñado que no era suficiente. Además, los militares de Chi- le, Uruguay, Argentina y América Central y sus asesores estadounidenses no mataron, encarcelaron, torturaron y exilaron para suprimir cualquier posibilidad de alguna abstracta “nación posible” de estampa más o me- nos popular, sino porque quisieron y lograron impedir en toda América Latina la creación de cualquier otra nación socialista que pudiera haber- se juntado con la Cuba revolucionaria como aliados latinoamericanos del comunismo soviético en una todavía existente y muy peleada Guerra Fría. Más bien, parecen haber sido los militares, esos “nuevos intelectua- les” de la dictadura cívico-militar, los que habían querido llevar a cabo una “revolución de conciencias” con el intento de imponer su doctrina de familia sagrada, estado corporativista y “orientalidad”. De manera parecida, Mataix se permite citar el ensayo Soledad y lu- cha de clases (1972) (ELR, pp. 161-167) y las palabras de Benedetti al presentar un concierto de Nacha Guevara cantando sus versos en La Habana de 1979, sin mencionar, en el primer caso, que la transforma- ción colectiva a la que el autor se refería era la de la implantación de una sociedad socialista en Uruguay y el resto del continente latinoamerica- no por la que él mismo estaba militando en esos años en Montevideo, ni en el segundo caso, que lo que Benedetti y los espectadores cubanos hubieran entendido por “la política” era, otra vez, una política revolu- cionaria socialista y, por lo tanto, sus palabras sobre la política como otra “forma de amar” no eran (sobre todo delante de ese público) otra

4- Gloria da Cunha-Giabbai, Mario Benedetti y la nación posible, Alicante, Universidad de Alicante, 2001, pp. 56 y 79, cursivas en el original.

~23~ cosa que una glosa a una célebre afirmación del Che Guevara. Cuando Mataix concluye que “todo parece confluir hacia el reclutamiento del prójimo-lector para su militancia en un nuevo humanismo practicado sin rubores”,5 parece habérsele olvidado que al principio de su artícu- lo había citado debidamente la fuente de esta metáfora militar —“La realidad y la palabra” (EC, pp. 113-126),6 importante cuasi manifiesto literario e ideológico de 1990 al empezar el período del duro cuestio- namiento por Benedetti del neoliberalismo económico y sus conse- cuencias egoístas y consumistas, ensayo que termina recordándonos la carencia que lo inspira: “No todos podemos realizar el sueño de una realidad que se ajuste a nuestra esperanza, entre otras razones porque en cada realidad están presentes las realidades prójimas” (EC, p. 126). A pesar de este recordatorio explícito, Mateix no agrega que tal “nuevo humanismo” deseado por Benedetti era precisamente el que solo viera factible como producto de la nueva sociedad socialista que había es- perado ayudar a construir con su modesta contribución de escritor e intelectual, proyecto brutalmente arrasado por “otras realidades” exce- sivamente “prójimas”. Tal especie de evaluación vagamente moralizante y nubosamente idealista está bien resumida en un análisis reciente: una irrenunciable ética asociada a una conciencia política comprome- tida con las causas humanas, especialmente la de los desfavorecidos, los más vulnerables (...) Una coherencia impar, tan así que siempre que estuvo a su alcance, señaló las posibles contradicciones, dudas, matices de su pensamiento estético, ético y político, sin abdicar en sus valores humanizantes que configuran y atraviesan, de algún modo, to- das las etapas de su desarrollo intelectual, creativo e ideológico, ya sea con mayor énfasis en lo moral (primera etapa), en lo social (segunda etapa), en lo político (tercera etapa, tomando partido, militando, es- cribiendo desde una mirada empática con el pensamiento y la acción revolucionarios), pero siempre inscripto en lo humano, en el respeto irrestricto a los derechos humanos y a las posibilidades de mejora de la condición humana.7

5- Remedios Mataix, “Contra las soledades de Babel. La vocación comunicante en la obra de Mario Benedetti” en Carmen Alemany et al. (eds.), Mario Benedetti: Inventario cómplice, Universidad de Alicante, 1998, pp. 262-263 de pp. 257-268. 6- “El poeta es un peregrino cordial (del latín: cor, cordis), un expedicionario de los sentimientos, un reclutador de prójimos. Y claro, también es un orfebre de palabras, pero ésta no es su prioridad primera” (EC, p. 124). 7- Gerardo Ciancio, “Soñar la palabra”, en Fundación Mario Benedetti, Primer Premio Internacional de Ensayo “Mario Benedetti”, 2011, Montevideo, Seix Barral, 2012, pp. 19-20 de pp. 13-115.

~24~ Se nota otra vez en este resumen de sintaxis tan torcida el enorme esfuerzo de su autor por subordinar cualquier implicación política de la obra de Benedetti a lo que hay en ella de humano o humanista, impli- cancia que, como veremos en la Coda de este libro, llevaba a Benedetti a resistir el concepto desdentado de derechos humanos manejado en esta cita. El hecho de que la propuesta socialista avalada por Benedetti nunca se realizara no justifica otro: que los críticos que se dedican a su obra la leyeran como si su autor jamás hubiera escrito ni militado a favor de dicho proyecto. Benedetti no tuvo más remedio que aceptar como hecho el triunfo del capitalismo democrático, pero no era la his- toria que hubiera preferido vivir. Puede ser (o no) que la vasta mayoría de sus críticos acepte como inevitables o inmejorables las premisas ideo- lógicas y las consecuencias mercantiles en el campo cultural y literario que posibilita esa fórmula capitalista, pero decididamente Benedetti no las aceptaba ni se conformaba con el cuadro social y político ofrecido por un liberalismo económico globalizado. Para él, esa versión del ca- pitalismo, como cualquier otra, era solo un mal contingente, inmoral e innecesario, uno que sin duda supo aprovechar con múltiples ediciones en distintos países, pero que, a su juicio, distaba mucho de ser el mejor de los mundos realmente posibles. Además, ya que Benedetti sostuvo hasta en sus ochenta años que se había mantenido fiel al socialismo,8 escribir sobre su vida y su obra como si no fuera así es romper preci- samente con quizá la principal de las coherencias vitales e intelectuales que todos aplauden. Cabe tener en cuenta este párrafo al final de “La realidad y el gabinete”, publicado en El País de Madrid el 10 de setiem- bre de 1984: Un detalle a tener en cuenta: cuando se habla de escritores compro- metidos como instancia previa a su descalificación estética siempre se trata de escritores de izquierda. Los de derecha, que casi a diario lan- zan sus dicterios implacables contra las revoluciones populares y apo- yan con discreción y una pizca de elegante vergüenza los manotazos del imperio, merecen verdaderos ramilletes de loas y justificaciones y, si se da la ocasión, apoteosis de aniversario. En ese caso, la tajan- te posición política no es esa bazofia llamada compromiso, sino amor por la libertad, independencia de criterio, firmeza de convicciones, coherencia de actitudes. Beati possidentes (DOC, p. 203, cursivas en el original).

8- Chema Conesa, “Mario Benedetti, entrevista”, 5 de noviembre, 2000, www.elmundo.es/magazine/ m58/textos/mario1.html (acceso el 17.7.2013).

~25~ Benedetti usa algunos de estos términos para caracterizarse a sí mis- mo, así que no se trata de evitarlos en cualquier análisis dedicado a su obra, sino de indicar su contenido ideológico y no caer en la misma hipocresía denunciada por él: la de emplear fórmulas huecas o inocuas por consabidas para aprobar posiciones políticas que nunca se nombran abiertamente. Sin embargo, no hay duda alguna de que tal tipo de interpretación des- politizada recibe el apoyo de la constante perspectiva moral sobre la natu- raleza y función de la literatura que Benedetti busca fundar en una rela- ción directa entre lector y autor. Como le comentó a Alfaro poco tiempo después de su regreso a Uruguay en 1985, “llego a la sospecha de que mi hilo conductor quizá sea mi relación con el prójimo”,9 idea que repitió en otra entrevista doce años más tarde: “Ha sido muy importante para mí comunicarme con el lector como ha sido importante para mí como persona comunicarme con el prójimo”.10 Y los lectores y los prójimos se han sentido aludidos. A través de los años, serán miles, si no centenares de miles, los que podrían contar experiencias de cariño y agradecimiento correspondidos como las dos que siguen: “Cuando Benedetti publicó los Poemas de la oficina [en 1956] daban ganas de ir a buscarlo a casa para abrazarlo. ¡Qué coraje! Era como tirarse al agua”;11 cuando durante los años setenta el periodista Tomás Linn vio por primera vez en Buenos Ai- res a la mujer que sería su esposa, le dio ganas de hablarle en parte porque pudo identificar en ella cierto orgullo de ser uruguaya porque llevaba bajo el brazo un ejemplar de La tregua.12 Con razón Campanella empieza su biografía refiriéndose a los miles de jóvenes que hacían cola para escuchar a Benedetti leer sus poemas o para entregarle un libro para que lo firmara, agregando que “la coherencia y la honestidad son de agradecer”, y la cie- rra casi trescientas páginas más adelante subrayando otra vez su “dignidad y coherencia —la palabra más usada en relación con su vida”.13 Como ha entendido bien Rocca en una aproximación a la popularidad de la obra de Benedetti entre un público lector internacional de clase me-

9- Hugo Alfaro, Mario Benedetti (detrás de un vidrio claro), Montevideo, Trilce, 1986, p. 204. 10- Rocco, “Entrevista”, p. 86. La entrevista se realizó en noviembre de 1998, p. 83. 11- José de Torres Wilson, La conciencia histórica uruguaya, Montevideo, Feria del Libro, 1964, p. 31. 12- Tomás Linn, “Cultura: el turno de las nuevas generaciones”, Cuadernos de Marcha (3.ª serie), 28, 1988, p. 69 de pp. 69-71. Los militares uruguayos habían prohibido la circulación abierta de las obras de Benedetti; de allí la importancia del gesto de mostrar en público la tapa de su novela en el país vecino. 13- Hortensia Campanella, Mario Benedetti: Un mito discretísimo, Montevideo, Buenos Aires, 2008), pp. 15-16 y pp. 301-302.

~26~ dia que su autor viene afinando a lo largo de los años,14 es una combina- ción de sensibilidad fina que no rechaza alguno que otro toque cursi, de sentimientos honestos sin sentimentalismo y de conciencia clara sin au- toengaño hipócrita, lo que les ha permitido a estos lectores y espectadores de culturas superficialmente diferentes encontrar en las obras narrativas y poesías del uruguayo y en las adaptaciones que se han hecho de ellas para otros medios audiovisuales, el equivalente a lo mejor de sí mismos. Un repaso rápido de los comentarios de homenaje y despedida aparecidos en cartas a periódicos, blogs y sitios de Internet a partir del fallecimiento de Benedetti el 17 de mayo de 2009, demuestra la facilidad que tiene su obra de conectarse con las preocupaciones, emociones y deseos de su público sin despertar en él demasiadas inquietudes difíciles de resolver. Pueden servir de ejemplo estos tres fragmentos de cartas publicadas en la misma página de Brecha el viernes después de su muerte: “Te posicionaste hu- mildemente en ese preciso lugar que es el lugar de todos, como uno más, como un igual, como ese igual que es nuestro prójimo, ese tan olvidado” (de Edgardo Verzi).Saludar (...) al hombre lúcido, cargado de utopías, de emociones y sensaciones para compartir, el revolucionario compro- metido, el de la imagen campechano que nos hablaba con una sonrisa, y no se doblegaba (...) nunca se doblegaba (...) Al más emocionante poeta hispanoamericano para los jóvenes (...) Mario compañero, gracias por el fuego (de Ariel Serra).Finalmente, esta apreciación de un amigo: Mario no escribe para otros escritores, ni para los críticos, ni para los jurados de concursos literarios, ni para los directores de empresas editoriales, sino para el compañero de oficina, el amigo del café, el pasajero de ómnibus, el vecino del barrio (...) Igual que las computa- doras personales, como las que él mismo utiliza, Mario Benedetti es un escritor user-friendly. Es fácil leerlo, porque nadie como él cono- ce y comprende nuestros sentimientos de uruguayos recatados y con cola de paja, y nos habla en nuestro lenguaje, inventándolo a veces. Pensamos que habla por nosotros, que dice lo que nos gustaría decir (de Hugo Rocha).15 Algunos de los contribuyentes habrán conocido personalmente a Benedetti, pero tal eventualidad solo subraya el elemento que estas y tantas otras apreciaciones parecidas tienen en común: para muchos la

14- Pablo Rocca, “Benedetti, 75 aniversario”, Archipiélago, Vol. 1, N.º 3, 1995, pp. 25-27; “Algunas hipótesis sobre el escritor popular”, en Sylvia Lago (ed.), Actas de las jornadas de homenaje a Mario Benedetti, Montevideo, Universidad de la República, 1997, pp. 171-179; “Apuntes sobre el escritor popular”, Casa de las Américas, 256, 2009, pp. 42-53. 15- Estas y otras cartas de lectores se encuentran en Brecha, 1228, 22 de mayo, 2009, p. 18.

~27~ experiencia de leer a Benedetti termina narcisistamente en las emocio- nes que la lectura produce en el lector, el sentimiento de estar en paz con uno mismo y con sus prójimos, de satisfacción personal de sentirse incluido entre todos esos lectores-prójimos “reclutados” por una obra cuya lectura parece reproducir la sensación de haber estado con un ser humano cálido y comprensivo que sabe despertar en otros su propia capacidad para ser prójimo entrañable. Por tanto, una comentarista como Alemany Bay puede empezar su “semblanza” de Benedetti con una sección que lo describe como “autor para el próximo prójimo” y terminarla citando sus propias palabras para bautizarlo, ella también, como “reclutador de prójimos”.16 Tal acercamiento a la obra escrita como si fuera un ser humano vivo es lo que permite una evaluación despreciativa y hostil como la que concluye la pesquisa detectivesca paródica de por qué la poesía de Benedetti se encuentra en pocas anto- logías de poesía latinoamericana, llevada a cabo por el narrador de “El caso Benedetti” de Gandolfo: a pesar de haber producido sólo “unos quince” buenos poemas entre “más de cuatrocientos”, se podría decir, “ante todo, que se trataba de un buen tipo. Había abundantes testimo- nios al respecto”.17 El problema consiste precisamente en haber conseguido con tanto éxito y tanta frecuencia el fin buscado por Benedetti: que la obra habla por sí misma. La aparentemente tan fácil comunicabilidad de la obra benedettiana exige (o, por lo menos, crea la impresión de exigir) tan poco esfuerzo interpretativo de parte de sus lectores que estos pueden darse el lujo de suponer que el texto que tienen en las manos deja de existir como objeto y construcción verbal para reconstituirse como ven- tana transparente que da directamente a las buenas intenciones de su autor. Como escribió Benedetti en 1961, en un ensayo sobre la crítica literaria que después utilizaba como conclusión de todas las ediciones de su compendio Literatura uruguaya siglo x x desde 1963 hasta 1997, un creador tiene “el derecho a ser juzgado, no por lo que no hizo sino por lo que efectivamente creó”,18 citando con aprobación al final del

16- Carmen Alemany Bay, Mario Benedetti, Madrid, Eneida, 2000, pp. 11 y 64. 17- Elvio E. Gandolfo, Parece mentira, Montevideo, Fin de Siglo, 1993, p. 26 de pp. 11-26. Es justo agregar que Benedetti mismo aclaró en una entrevista que Gandolfo cambió de opinión cuando al poeta le otorgaron el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 1999. Ver Vicente Muleiro, “Sensatez y sentimientos”, suplemento ñ de Clarín, 21 de febrero, 2004, disponible en http://eclant. clarin.com/suplementos/cultura/2004/02/21/u-711739.htm. 18- Cabe recordar que Benedetti escribía esta opinión muy poco después de haber sufrido duras críti- cas a la primera edición de El país de la cola de paja porque, según sus propias palabras en el prólogo a la cuarta edición de 1963, los comentaristas habían buscado allí “un tratado de sociología que nunca

~28~ mismo párrafo un artículo de José Ortega y Gasset de 1916: “No hallo cuál puede ser la finalidad de la crítica literaria, si no consiste en enseñar a leer los libros, adaptando los ojos del lector a la intención del autor” (LU, p. 410). En la práctica, Benedetti creó su propia literatura para satisfacer el requisito evidentemente implícito en este planteo: la lectura de cualquier texto escrito en un lenguaje sencillo y eficaz deja translucir el contenido expresamente depositado allí por el autor, sin ambigüe- dades ni interferencias ni suplementos no deseados. Cualquiera puede contentarse con sentirse bienvenido a la colectividad internacional de lectores que se dan por aludidos en una literatura escrita deliberada- mente para ser comprendida por ese público, pasando por alto lo que desde otra perspectiva resultaría bastante evidente: una metáfora militar no es vacía ni vana y no se “recluta” prójimos para formar alguna fuerza “expedicionaria” sin tener en la mira algún propósito explícito. Este libro toma en serio el posible fin extraliterario de la obra, explorando su naturaleza y evolución, y la posibilidad de que este mensaje no se comunique debidamente al lector actual es el primero de los sentidos de la palabra “fracaso” en su subtítulo. Por esta razón, tampoco sirve para mucho aquí el planteo de Gilman en el que sigue siendo en muchos aspectos el análisis más agudo del involucramiento de los intelectuales y escritores latinoamericanos en la política revolucionaria de los años sesenta y setenta del siglo pasado: Para el grupo antiintelectualista, el valor otorgado a la idea de revo- lución —que tomó como ejemplo la Revolución Cubana— resigni- ficó y devaluó las posiciones antedenominadas “progresistas” que no asumían la obligación del intelectual de someterse a las decisiones de los dirigentes. Para el grupo de intelectuales que se le opuso, tratando de reflotar la noción del intelectual como conciencia crítica de la so- ciedad, la sumisión o subordinación de los intelectuales a los líderes políticos significaba otro modo de la traición de una identidad.19 Benedetti, a quien Gilman incluye entre sus “antiintelectuales”, aban- donó la idea del intelectual como conciencia crítica de la sociedad, aun- que admitió haberle dado su apoyo en los años sesenta, porque en una sociedad socialista y revolucionaria todos los ciudadanos, intelectuales o no, tenían el derecho, hasta la obligación, de ejercer la crítica al proce- so simplemente por ser revolucionarios, ya que éstos “son en verdad esa pretendí escribir” (PCP, p. 7). 19- Claudia Gilman, Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina, 2.ª ed. ampliada, Buenos Aires, Siglo XXI, 2012, p. 279.

~29~ conciencia crítica”.20 Gilman, sin embargo, no analiza ninguna alterna- tiva a la sociedad capitalista donde tiene sentido desarrollar la actividad intelectual como conciencia crítica porque, como indica su elección del término “antiintelectualismo” para definir a los que sí conciben una vida intelectual dentro de alguna alternativa socialista, para ella tal opción sencillamente no existe. Nunca parece habérsele ocurrido a Gilman que lo que buscaban escritores como García Márquez, Julio Cortázar o Roque Dalton —y a su manera sin duda más modesta, Be- nedetti también— eran nuevas formas de pensar e imaginar desde otra perspectiva menos liberal y menos individualista, y que esta búsqueda se convertía en el experimento más importante de sus vidas (y no solo de sus escritos). A fines del siglo veinte, el papel rector del intelectual que siempre avalaba Gilman se vio erosionado por la comodificación e industrialización de la producción, transmisión y almacenamiento del conocimiento producidas por el triunfo del neoliberalismo económi- co globalizado. De allí que en el posfacio agregado a la nueva edición de su libro (pp. 381-97), este derrumbe parezca haber despertado en la autora una especie de desengaño espiritualmente arrasador.21 Mien- tras tanto, como veremos más adelante en la sección del capítulo final dedicada a Perplejidades de fin de siglo, los llamados “antiintelectuales” como Benedetti habían desarrollado suficientes recursos conceptuales e ideológicos para montar una digna resistencia a este fenómeno, aun- que evidentemente carecían de las fuerzas y estructuras políticas para suplantarlo. Más bien, el enfoque de este estudio se resume en su título principal, el cual se refiere a una frase muy repetida por Benedetti a través de su trayectoria literaria e ideológico. En 1950, hacia el final de su contro- vertido y demoledor “Para una revisión de Carlos Reyles”, Benedetti citó unas palabras del escritor inglés George Orwell, sacadas de una selección de sus ensayos críticos traducidos al español: “cuando leemos a cualquier escritor marcadamente individual tenemos la impresión de ver el rostro tras la página. No tiene por qué ser el rostro real del escri- tor... Lo que uno ve es el rostro que el escritor debería tener” (LU, p. 47). Doce años más tarde, el autor uruguayo vuelve a citar las primeras

20- Hortensia Campanella, “A ras de sueño”, Anthropos, 132, 1992, p. 30 de pp. 25-32. Ver también “Las prioridades del escritor” (1971) (ERP, p. 81). 21- Vale la pena comparar el libro de Gilman con el estudio más matizado e históricamente más cons- ciente en el capítulo 3, “Territorios liberados”, de Jean Franco, Decadencia y caída de la ciudad letrada (trad. Héctor Silva Miguez), Madrid, Debate, 2003, libro que ni figuraen la bibliografía de la segunda edición de Entre la pluma y el fusil.

~30~ dos frases, ahora en el original inglés, como uno de los epígrafes de su Genio y figura de José Enrique Rodó (JER, p. 6).22 Después, en 1965, empieza así “Antonio Machado, una conducta en mil páginas”: “Allá por 1903, Antonio Machado le escribía a Juan Ramón Jiménez: ‘Yo procuro calcar la línea de mi sentimiento y no me asusto de que salga en el papel una figureja extraña y deforme, porque eso soy yo’” (SAO, p. 126), y en 1967, vuelve al concepto en un ensayo importante sobre Roberto Fernández Retamar, amigo, colega poeta y compañero político en Cuba: “Como lector, siempre me ha apasionado buscar el verdade- ro rostro del escritor”, subrayando que las antologías solo ofrecen “un enfoque algo rígido o artificial de aquel rostro verdadero”, y termina preguntando: “¿Qué antología podría dar la calidad humana que trans- miten las Poesías completas de Antonio Machado?”, para poder sostener que la Poesía reunida (1948-1965) de Fernández Retamar nos da “la imagen íntegra del poeta” (LCM, pp. 229-230). Benedetti se manten- dría lo suficientemente fiel a esta formulación como para volver a citarla en una entrevista en 1980: “la obra es un tipo de reflejo de lo que el escritor ve como ser humano. Recuerdo que George Orwell hablaba del rostro tras la página, esa es la idea”.23 Más importante es la referencia a su poeta amigo y compañero argentino, Juan Gelman, cuando en 1990, recordando la decisión de este de juntarse al grupo guerrillero los Montoneros en los años setenta, período de la mayor militancia del uruguayo también, se expresaba así: Quien estaba detrás del título [de Cólera buey], ese “rostro tras la pá- gina” que buscaba Orwell, decide un día pasar a la acción, extraerse a sí mismo de la impotencia social, y en consecuencia enfrentar al destino, dejar de tristear como un buey y asumir que puede ser blanco móvil o fijo de la muerte” (EC, p. 425, cursiva en el original). Finalmente, en una entrevista concedida en noviembre de 1998, Be- nedetti recurre una vez más a la misma analogía: Detrás de todos los escritores está el rostro del autor y eso, claro, lo tiene que ver el lector, es el lector el que tiene que reconstruir y descu- brir el rostro del autor [...] no es el rostro físico, porque éste aparece en las fotos de la solapa, yo me refiero más bien al rostro espiritual y eso creo que está no voluntaria sino involuntariamente detrás de lo

22- Benedetti quitará tanto los dos epígrafes como la dedicación “A Emir Rodríguez Monegal, en oc- tubre de 1962” (JER, p. 5) a la versión del libro incluida en Literatura uruguaya siglo x x , a partir de su tercera edición (Arca, 1988), como “Rodó, el pionero que quedó atrás” (LU, pp. 48-131). 23- Ver Miguel Alzueta, “Mario Benedetti entre mil aguas”, El viejo topo, 44, mayo de 1980, p. 70 de pp. 68-70.

~31~ que escribe cada escritor y, aunque el lector descubra un rostro que no siempre coincide con el verdadero, hay un rostro (...)24 Ha sido tan persuasivo el argumento que una autora cubana puede usarlo como parte de su propia actividad de escritora y como homenaje al autor uruguayo: Hay poemas de Benedetti que provocan la escritura del prójimo. No hay vuelta de hoja. Qué maravilla beber en sus fuentes del sur que encuentro tibias e inagotables. Ese aliento relativo al milagro de la creación está detrás de algunos de mis títulos; en ellos podrá el lector encontrar “ese rostro tras la página” (el rostro de Mario tras mis pági- nas) que propusiera Orwell.25 A veces valiéndose, a veces olvidándose, de la vaguedad de las palabras de Orwell, sobre todo con respecto a la relación entre el “rostro real” del autor y la impresión creada por su obra, el empeño con que Bene- detti recurre a la relación entre rostro y página, entre palabra escrita y persona que la escribe, vida y obra, para buscar al ser humano a través de las páginas de la literatura, es lo que convierte la relación que cree descubrir y describir entre autor, obra y lector en la fundación de lo que es al principio una ética vital, y después una perspectiva sobre la política, actitud cuyas deficiencias parece haber empezado a ver solo en los últimos veinte años de su vida. Sin embargo, una frase del citado ensayo sobre Juan Gelman en 1990 (EC, pp. 424-33) indica que Benedetti quería ir más allá de los límites textuales de la analogía: “Quien estaba detrás del título, ese “rostro tras la página” que buscaba Orwell, decide un día pasar a la acción [...] y asumir que puede ser blanco móvil o fijo de la muerte” (EC, p. 425, cursiva en el original). Lo que nuestro libro pretende es demostrar hasta qué punto la analogía entre el rostro humano y el textual, en vez de ofrecer la base convincente para una ética realista que puede conducirnos a un socialismo humanista, más bien termina demostrando exactamente lo contrario: que lo que un texto deja relucir de su autor es tan resbaladizo y poco confiable que cual- quier ética progresista solo puede ser construida a base de una posición política bien establecida con anterioridad (y no al revés), y que cualquier intento de derivar una postura política de un conjunto de actitudes éticas

24- Rocco, “Entrevista con Mario Benedetti”, p. 84. 25- Nancy Morejón, “Mario Benedetti: una poética del acontecimiento”, Alemany et al., Mario Bene- detti: Inventario cómplice, Univ. de Alicante, 1998, p. 385 de pp. 371-389.

~32~ está condenado al fracaso. Este es el segundo y quizás el más importante de los sentidos en que la palabra “fracaso” puede ayudarnos a captar la auténtica vigencia actual de la obra de Benedetti. Su importancia se subraya en esta contemplación triste, casi traumati- zada, sobre la derrota que Benedetti hizo en 1974, durante los primeros meses de lo sería un largo exilio: Aunque uno haya ido un poco de derrota en derrota, digamos, por estos lares, sobre todo en mi país, pero de todos modos uno siente que algo puede hacer, una mínima parte, pero algo puede hacer, quizá ayudar a que otra gente adquiera conciencia de esa realidad, ayudar a extraer lecciones de derrotas, y tratar de convertirlas en posibles o eventuales victorias en un futuro que ojalá sea cercano.26 Como veremos más adelante, esta conversión de derrota en triunfo fue un leitmotiv de la ensayística de Benedetti de los primeros años setenta. Sin embargo, este elemento desaparece cuando vuelve al tema con más tranquilidad un cuarto de siglo más tarde, en una de las entre- vistas concedidas en el año 2000 para celebrar sus ochenta años: Justamente las causas en las que creo y que son derrotadas son las que me impulsan, porque gracias a que las defiendo puedo dormir tran- quilo. No me siento derrotado en cuanto a mis creencias ideológicas y voy a seguir luchando por ellas. Sin éxito, eso sí.27 Benedetti anteponía las exigencias de la conciencia individual a las de una política colectiva, orden de prioridades que logró invertir sólo durante un período muy breve de su vida, como veremos abajo en los capítulos de la tercera parte, aunque no había perdido de vista ni el sentido ni la necesidad de seguir luchando por una alternativa a la hege- monía capitalista, pese a haber aceptado que él mismo no vería ningún final victorioso en los pocos años que le quedaban. La perspectiva adoptada en el proyecto de desarmar y rearmar ese “rostro tras la página” se esboza bien en las siguientes palabras de un ensayo de Benedetti sobre Ernesto Sábato: Para el lector es estimulante disentir con alguien que no es simple- mente un registro de opiniones ajenas, un títere de dogmas, sino un ser vivo y creador, un hombre que pone sus cartas sobre la mesa y asu-

26- Juan Gelman, “Mario Benedetti: El escritor es un trabajador como tantos”, Crisis, 19, noviembre de 1974, p. 49 de pp. 40-50. 27- Ezequiel Martínez, “Benedetti, el escribidor”, http://eclant/clarin.com/diario/especiales/benedet- ti/nota1.htm (acceso el 20.7.2013).

~33~ me una actitud de coraje intelectual (Ernesto Sábato, crítico practicante [1964], LCM, pp. 79-80, cursiva en el original). Se plantean aquí dos conceptos cruciales para las páginas que siguen. El primero es que este estudio no pretende ser sino una contribución a la evolución de lecturas futuras de la obra de Benedetti que se apar- ten de lo que poco a poco se va transformando en una historia oficial del autor, la que permite que su sonrisa bondadosa sirva para vender tazones para café en la feria dominical de Tristán Narvaja o dar la bien- venida a los turistas que muy bien pueden haber sido sus lectores en su país de origen y que ahora, durante una visita al “paisito” del autor, recorren la Montevideo que tan críticamente amaba en un ómnibus de dos pisos decorado con una foto enorme de su rostro, sucedáneo de ese otro “rostro tras la pagina” cuestionado en este libro. El segundo concepto que quisiera subrayar en la cita es el de “acti- tud”, la cual se encuentra delineada en otra anterior de William Faulk- ner, novelista de la fatalidad, ensayo publicado catorce años antes, en 1950, durante el período en que Benedetti se encontraba en el proceso de asentar lo que serían las bases intelectuales de toda la obra de los siguientes sesenta años: De ahí que no resulte muy justo tomar como crítica literaria lo que en verdad significa una crítica de actitudes, una censura personal ante determinada posición del hombre frente al Universo. Lo cierto es que tanto Sartre como Faulkner se mantienen en su obra literaria fielesa su metafísica y ello alcanza para garantir la legitimidad de sus mensajes respectivos (SAO, p. 101, cursiva en el original). Las páginas que siguen tampoco conforman lo que se conoce conven- cionalmente como crítica literaria aunque contienen referencias bas- tante frecuentes y en alguna ocasión extendidas, a sus novelas, teatro, poemas y cuentos. Más bien, este estudio se acerca a una “crítica de actitudes” que a veces corre el riesgo de convertirse en “una censura per- sonal”, aunque no tanto “ante determinada posición del hombre frente al Universo” sino como ante ciertas posiciones de Benedetti frente a la ética y la política. Es en este contexto que el conjunto de actitudes a las que Benedetti “se mantenía fiel” constituye (una vez más) ese “rostro tras la página” especialmente cuestionable y problemático por ser el eje enigmático y contradictorio a través del cual gira todo lo que es más valioso en la obra que traza una trayectoria literaria e ideológica emble- mática del momento histórico que le tocó vivir a su autor.

~34~ Si el libro se concentra más en los ensayos literarios y políticos del autor que en la mejor conocida obra narrativa y poética es, en parte, porque el aspecto ensayístico sigue siendo el género menos estudiado de todos los más frecuentados por el autor, pero sobre todo porque funcionaba algo así como el laboratorio donde se forjaba lo que hace casi cuarenta años Mejía Duque había llamado su sensata radicalidad, lo que permitía que la “evolución” de su “labor crítica e ideológica” toda- vía ofrezca “en estado de relativa pureza el esquema de un proceso que se vive —con banderazos y ofuscaciones más o menos memorables— a escala de toda la intelligentsia latinoamericana actual”.28 O sea, trátese de “rostro” o “figureja”, es allí donde se encuentra delineada si no la figura tan querida ni la “oficial”, entonces sí la que Benedetti esperaba e intentaba convertir en la políticamente más útil y contagiosa a nivel nacional y continental. Sin embargo, las coordenadas de esta “semblanza” ideológica no aparecen espontáneamente de una sola vez para siempre; más bien, como se desprende de las citadas frases de Mejía Duque, se van di- bujando a través del paso del tiempo y del cambio de circunstancias tanto individuales como sociales e históricas. Por eso, nuestro análisis es historicista en el sentido de subrayar la evolución cronológica de las ideas y posiciones políticas de Benedetti, haciendo hincapié en el momento exacto de su larga trayectoria en que hay que ubicar cierta publicación y en cómo se relaciona con las temporalmente cercanas, mirando hacia atrás o hacia delante. Cabe decir que en eso seguimos dos recomendaciones de Benedetti mismo, la primera de su libro sobre Rodó en 1962: “La peor injusticia que puede cometerse, con respecto a Rodó, es no ubicarlo, al considerar y juzgar su obra, dentro de un proceso histórico” (LU, p. 109), y la segunda de una reseña de 1963: “Es conveniente hacer la prueba de leer la obra de Falco siguiendo el orden de fechas en que los poemas fueron originalmente publicados (...) Sólo así se apreciará con nitidez el coherente y sin embargo dra- mático proceso de esta poesía” (LU, p. 173). Las libertades abiertas en el campo de lo coherente por este “proceso dramático” pueden dar paso a la consideración con la cual optó por terminar el citado ensayo sobre Ernesto Sábato el año siguiente: “Después de todo, todavía no está demostrado que los seres monolíticamente coherentes sean mejo- res que los contradictorios. Comunican al prójimo sus contradiccio-

28- Jaime Mejía Duque, “Ensayo y compromiso en Benedetti”, La palabra y el hombre, 13, 1975, p. 27 de pp. 21-27, cursiva en el original.

~35~ nes, en tanto que los famosos coherentes las ocultan al prójimo y a sí mismo” (LCM, p. 82). Es posible —aun deseable— que el “rostro tras la página” que emerge de este análisis resulte tan complicado, contra- dictorio o ambiguo que desilusiona a los que buscan en Benedetti a un ser “monolíticamente coherente” y sólido. El libro está dividido en cuatro partes, cada una de dos capítulos. La primera analiza respectivamente las fundaciones de la ética en la obra crítica y narrativa antes de 1960. La segunda parte enfoca los cambios intelectuales e ideológicos efectuados en la visión política de Benedetti durante los años sesenta, debido tanto a lo que pasaba en el Uruguay de la época como a su experiencia de trabajar y vivir en la Cuba revolucio- naria. La tercera parte estudia los años de militancia política del autor en Uruguay, entre 1969 y su forzado exilio en 1974, con un enfoque tanto los textos literarios como los políticos, incluidos los de autoría colectiva que el autor rechazó después. La cuarta y última parte se de- dica al antiimperialismo cultural que caracteriza los escritos del período de exilio y a las relaciones incómodas que tuvo Benedetti tanto con el neoliberalismo globalizado y sus consecuencias culturales como con las formas de la democracia capitalista permitidas bajo su tutelaje, después de poder volver a Uruguay en marzo de 1985. Estamos de acuerdo con Cabrera y Castro Urioste en que Benedetti abogaba por el socialismo como modelo de modernidad alternativo al capitalismo neoliberal,29 pero nuestro análisis enfatiza los hitos del viaje a menudo difícil y contradictorio que lo llevaba a esa conclusión. En 1948 Benedetti pudo escribir lo siguiente: el artista es hoy un solitario. La vida moderna ha logrado separarnos. Cada vez nos alejamos más de esa ambiciosa utopía socialista que a pesar de sus conquistas aparentes —y aún de las reales— inquieta única y honestamente tan sólo a los inquietos. (...) pequeño universo de la amis- tad o del amor, ¿por qué precisamente el artista, que es algo así como el barómetro de lo social, iba a emanciparse de su soledad? (PN, p. 75) Cuarenta y siete años más tarde, en 1995, en las palabras finales de “Fi- del aquí”, el artículo que cerraba la cuarta edición de Perplejidades de fin de siglo, la última que Benedetti pudo preparar en vida, se expresó así:

29- Eduardo Cabrera, “Vigencia y resignificación histórica en la ensayística de Mario Benedetti”, Re- vista de Crítica Literaria Latinoamericana, 77, 2013, p. 178 de pp. 159-180; José Castro Urioste, “Urgencias y rumores en la ensayística de Mario Benedetti: una lectura sobre El país de la cola de paja”, en su De “Doña Bárbara” al neoliberalismo: escritura y modernidad en América Latina, Cali, Universidad del Valle, 2007, pp. 65-66 de pp. 65-82 (versión actualizada de un artículo originalmente publicado con el mismo título en Anthropos, 132, 1992, pp. 82-88).

~36~ Darle [a Fidel Castro] hoy la bienvenida, después de 36 años tan car- gados de hechos y palabras, es también agradecerle su impulso, su sinceridad, su calidad humana. No descarto que algún día los latinoa- mericanos del montón recuperemos la inocencia perdida y le nombre- mos de una vez por todas nuestro Prójimo número uno (PFS, p. 279, mayúscula en el original).30 La trayectoria entre el ser solitario que busca algún otro prójimo igualmente solo y un nosotros continental que sepa relacionarse con un Prójimo con mayúscula enmarca el campo explorado en este libro. El punto culminante entre los dos extremos se resume en este párrafo sobre la Revolución Cubana, escrito en junio de 1969: en mi caso particular, su importancia ha sido (además de toda su pro- yección política, que inevitablemente incluye mi modesta persona en una gran ola colectiva de nuevas posibilidades) la de haber aventado mi pesimismo, cambiado el signo de mis pronósticos, cimentado mi confianza en el vapuleado prójimo (CC, p. 9). Para negociar el viaje entre las dos primeras citas a través de lo impli- cado en la tercera, me he visto obligado a enfatizar la importancia de varios títulos de Benedetti no reeditados en años recientes: El país de la cola de paja, Cuaderno cubano, Letras de emergencia, Crónicas del 71, Te- rremoto y después, y El escritor latinoamericano y la revolución posible. Mi mayor esperanza para este “entendimiento tranquilamente hostil con los demonios personales”31 es que sea un aporte para que los lectores de Benedetti “recuperemos la inocencia perdida” y ayudemos a asegurar que este “caso perdido” no se transforme en una causa permanentemen- te perdida en los anaqueles de bibliotecas, librerías de segundo y viejos catálogos de editorial. Los prójimos con o sin mayúscula cambian o desaparecen; la causa que quizá a todos nos pueda reivindicar, justificar o salvar —si existe— queda pendiente. Ajuntar el nombre, la obra y la vida de Benedetti a la tarea de volver a hacer factible la tarea de resu- citar esta causa, peso principal de la conclusión de este libro, es tal vez el mayor homenaje que se pueda rendir a un escritor que no solo soñó sino que —caso perdido— también tanto obró para que otro Uruguay y otra América Latina fueran posibles.

30- Por conflictos de derechos de autor todavía sin resolver, la editorial Seix Barral en su Biblioteca Mario Benedetti solo puede reproducir la tercera edición que termina con un artículo escrito en 1993. Ver comentarios del autor en una entrevista con Lucio Muniz, “Mario Benedetti: el hombre tras la página”, en su Uruguayos de memoria, Montevideo, Fin de Siglo, 1998, p. 93 de pp. 79-94. 31- En “Testimonio y creación de Mario Arregui”, 1965. (LU, p. 262), Benedetti cita esta frase usada antes por Mario Arregui con respecto a su amigo Líber Falco.

~37~

Pr i m e r a Pa r t e

Ha c i a 1960: u n a é t i c a e n b u s c a d e s u p r ó j i m o

En la comunidad política, el excluido es un actor conflictivo, que hace que se lo incluya como sujeto político complementario, portador de un derecho no reconocido o testigo de la injusticia del derecho existente. En la comunidad ética, este complemento supuestamente no tiene razón de ser porque todo el mundo está incluido. Jacques Rancière, El malestar de la estética (2004)

Ca p í t u l o u n o

Au t o r e s , p e r s o n a j e s y l e c t o r e s : ¿Se m e j a n t e s , v e c i n o s o p r ó j i m o s ?

ya que no tenemos la suficiente valentía, la suficiente franqueza como para interesarnos amistosamente por el prójimo (no el prójimo bíblico, sin rostro, sino el prójimo con nombre y apellido el prójimo más próximo...), vamos a interesarnos burlonamente por ese vecino que a través de ocho horas es siempre vulnerable.

Mario Benedetti, La tregua (1960)

El escritor, el lector y la transparencia del lenguaje

Hay que comenzar con una aclaración indispensable: al decir en el título del capítulo que estamos aquí ante un mundo “sin prójimos”, no implica que Benedetti literalmente no utilice tal concepto. Todo lo contrario. Después de editar sus primeros poemas y cuentos pero antes de la publicación de cualquiera de las obras que lo convirtieran en el Mario Benedetti que todos reconocen, el autor le escribió a a principios de 1952 lo que podría ser casi un anuncio de toda su carrera posterior: “hay mucho en la vida prójima que huele mal y no puedo evitar que la nariz literaria se me frunza”.32 Esta frase ofrece un resumen de las cuestiones enfocadas en las páginas que siguen: ¿Quié- nes y cómo son los prójimos en esta “vida prójima”? ¿Son semejantes al que habla? O, más sencillamente, ¿son sus semejantes? ¿O simplemente son vecinos, los que viven o pasan al lado suyo, que no tienen por qué ser semejantes? Pero si no lo son, ¿son igualmente prójimos? ¿Puede haber gente tan diferente, tan otra o ajena, que no merece ser mirada como prójima? ¿Cómo acercársele a un individuo tan ajeno que no puede ser prójimo? Y ¿cómo se relaciona el que habla con los que sí son sus prójimos? ¿Es uno de ellos? ¿Se identifica con ellos? Estas “na- rices literarias” que “se fruncen” ante fenómenos que “huelen mal”, ¿lo mantienen aparte, lo convierten en un “otro”, como requisito necesario

32- Ver Pablo Rocca (ed.), “Juan Carlos Onetti/Mario Benedetti: Correspondencia (1951-1955)”, en Los archivos de la literatura uruguaya, http://www.sololiteratura.com/one/onetticartas.htm (acceso el 23.2.2009).

~41~ para ser el que hace las preguntas que los demás no pueden o no quie- ren hacer por sí mismos? Y si es así, ¿sigue siendo prójimo él mismo? Y ellos, ¿siguen siendo sus semejantes? En resumidas cuentas, para usar los términos benedettianos de nuestra Introducción: ¿qué y cómo es el rostro tras la página? Y ¿cuál es su vínculo con este otro rostro, el del lector que lo mira desde esta otra cara de la página, desde enfrente y no desde atrás? Y, quizá más importante aún, ¿cuál será su vínculo con los rostros anónimos, la gran mayoría, los de esa muchedumbre que no lo lee ni lo conoce ni se sienta frente a él en plaza alguna? ¿Son también sus semejantes, sus vecinos, sus prójimos? En los años cincuenta, el prójimo no era para Benedetti lo que se- ría en las décadas que siguen, el catalizador de una visión ideológica y una militancia política, sino más bien “ese recurso novelístico” que vio rodeando a los personajes del narrador chileno José Donoso en 1958 (LCM, p. 163). Los prójimos en esta primera fase de la obra benedettia- na eran esos vecinos semejantes, esos otros con los que le tocaba vivir, y que por eso, disfrazados de autores, personajes y lectores, se convertían en el tema preponderante de esas actividades diferentes pero paralelas que eran la lectura de la obra ajena y la creación de la suya propia. Be- nedetti, intencionadamente o no, de hecho convierte su crítica literaria de los años cincuenta en un laboratorio ético donde forja la conceptua- lización de la “actitud” del escritor que orientará su propia evolución política desde principios de los años sesenta hasta los primeros años de su exilio a mediados de los setenta, después del golpe de estado militar en junio de 1973.33 En cierto sentido, todo empieza con el eco que hizo Benedetti en 1949 de algunas preocupaciones que expresaba José Ortega y Gasset en su célebre La deshumanización del arte (1924) al escribir que “todo arte que se deshumaniza pierd[e] público o [ve] restringida su reper- cusión a aquellos círculos de lectores o diletantes que buscan escapar de lo humano” (MP, p. 103). Tal miedo o duda se repite en la crítica literaria de Benedetti cada vez que opone un concepto nunca cues- tionado de lo que para él constituye el ser humano liso y llano como lector común a ciertas formas literarias y artísticas teñidas de lo que le parece ser una sobredosis de intelectualismo o formalismo. En los años cincuenta, como veremos en seguida, este deseo de evitar una literatura

33- En la segunda parte de este libro hay un análisis del concepto “actitud”, tan importante en la evo- lución literaria e ideológica del autor. Por ahora solo quisiera subrayar la importancia que ya tiene en 1963 cuando Benedetti publica “Ideas y actitudes en circulación” (LCM, pp. 9-12).

~42~ minorista se manifiesta en cierto molestar frente al vanguardismo eu- ropeo y norteamericano y a las obras latinoamericanas que enfocan las realidades locales a través de un filtro que lo incluye como ingrediente intertextual. En capítulos posteriores veremos cómo esta perspectiva se traduce en un enérgico rechazo al nouveau roman francés ejemplificado en las ficciones y teorías de Alain Robbe-Grillet y en lo que Benedet- ti ve como las evasiones políticamente peligrosas de la crítica literaria estructuralista, transmutándose a partir de los años setenta y ochenta en un repudio casi total de la jerga teórica especializada del posestruc- turalismo y el posmodernismo, aunque en los noventa rescatará unos términos ideológicamente útiles de Baudrillard y Lyotard. Pero antes de 1950, Benedetti ya había trazado las coordenadas bási- cas de un territorio estético e ideológico que exploraría, descubriendo todos sus altibajos y contradicciones, en el más de medio siglo que seguía. En el Rilke de Los cuadernos de Malte Laurida Brigge, Benedetti encontró a quien quizá supiera admirar tanto precisamente porque le revelara al tipo de poeta que nunca iba a querer ni poder ser él mismo: “cabalmente europeo”, “producto quintaesenciado (...) del ámbito de- cadente”, Rilke era de “esos primeros rebeldes [que] luchaban solos” y vieron en el pueblo “únicamente su condición dolorosa, no el devenir social y la esperanza que el pueblo entraña”, con el resultado de que “cuanto más ensanchó Rilke su horizonte, menos pudo, más impotente se sintió, más debió luchar para lograr cada vez menos (...) y cuanto menos pudo, más temió”, permitiéndole a Benedetti sostener que “la representación humana del ideal, sería para Rilke la virgen destinada a morir joven, orientada en conciencia hacia ‘su’ muerte” (PN, pp. 84- 86, 113 y 120). Nada puede estar más lejos de, ni ser más ajeno a, todo lo que Benedetti va a valorar, avalar y representar en los sesenta y unos años que siguen la publicación en 1948 de este ensayo, el que no sal- dría otra vez a la luz pública hasta que Pablo Rocca rescató su sección central en 1993 (45A, pp. 59-71). Del ensayo sobre Rilke emerge una imagen del poeta o artista como un ser solitario (en vez de solidario), depresivo, ensimismado, pesimista, que vive y trabaja de espaldas a la experiencia cotidiana de sus vecinos y semejantes, y cuya obra exuda los efectos nocivos de tal ausencia. La sombra de tal visión del escritor aislado y psíquicamente herido pesa sobre la manera en que Benedetti enfoca toda la literatura vanguardista del siglo veinte; eludir sus conse- cuencias se convierte en una de las bases de su postura ante la cuestión de cómo comportarse tanto frente a la página que va a leer o cubrir de

~43~ palabras propias como frente al mundo donde va a actuar como ser humano y ciudadano. De ahí que busque también en 1948 dividir la narrativa del medio siglo anterior entre “novela antipopular”: Joyce, Broch, Rilke, Lawrence, Faulkner y Proust (donde la inclusión de un poeta, Rilke, implica que se trata de literatura en general y no solo no- vela), y novelistas que “aprovechan, con otra intención y otra sutileza, la inagotable veta de lo humano” que hay en la tradición narrativa que heredaron: Rolland, Baroja, Romains, Martin du Gard, Pérez de Ayala, Duhamel, Sender, con unos pocos nombres (Thomas Mann, Céline, Hemingway, Alain-Fournier) que ocupan una tierra de nadie fronteriza en esta división “necesariamente un poco arbitraria” (PN, p. 39-40). No me interesa tanto la justicia o arbitrariedad de las inclusiones y exclusiones que rige tal oposición binaria (la primera de muchas en la evolución intelectual de Benedetti) como más bien señalar el deslinde que Benedetti ya había hecho antes de 1950 entre una literatura que enfatizaba las calidades humanas de seres que los lectores podían re- conocer como sus semejantes y otra deshumanizada en que el público lector como pueblo se reconocía sólo difícilmente, o (para utilizar los términos benedettianos detallados arriba en la Introducción) entre esos escritores que dejaban ver claramente retratado un rostro tras la página y los otros en cuya obra tal rostro no se veía o solo aparecía artificial- mente estilizado o grotescamente distorsionado, corriendo el riesgo de no ser comprensible ni aprovechable por un lector no todavía instruido en las formas utilizadas por la vanguardia en su ruptura con los moldes tradicionales. Ya en 1950, Benedetti vio claramente las implicaciones políticas de las elecciones literarias que estaba haciendo: La mejor novela proletaria, es decir, la que en último rigor cumplirá su intención social, acaso sea la que no descuide su condición artísti- ca, su función primordialmente humana, su privilegio de honestidad. Cuanto más lealmente se presente el carácter del obrero que lucha por sus conquistas (...) de mayor verosimilitud se animará el retrato y la prédica poseerá finalmente el apoyo de la realidad no adulterada.34

34- “Los temas del novelista hispanoamericano” (1950), en Juan Loveluck (ed.), La novela hispano- americana, 4.ª ed., Santiago, Editorial Universitaria, 1972, pp.133-134 de pp. 129-138. Benedetti no escribirá ninguna obra proletaria propiamente dicha, prefiriendo limitarse a la clase social que conocía mejor, la clase media, pero la obra suya que mejor cumple con estos requisitos quizás sea El cumpleaños de Juan Angel (1971), ya que el acercamiento atrevidamente elíptico a la novela como forma permitido por el uso de estrofas poéticas de ritmos prosaicos no ofusca sino más bien recalca los efectos marcada- mente propagandísticos del libro (ver abajo en la tercera parte de este libro).

~44~ La idea de que una obra política o propagandística debe satisfacer ciertas mínimas exigencias estéticas para ser eficaz como instrumento didáctico será una de las constantes de la estética politizada de Bene- detti, aun en las obras de sus años de intensa militancia revoluciona- ria. No obstante, todavía más notable es la mayor importancia dada a la “función primordialmente humana” y “el privilegio de honestidad” que garanticen la lealtad realista o “verosimilitud” y la carga emocional como piedras de toque del mensaje sobre “la realidad no adulterada” y de la identificación por los lectores de la “cara tras la página” como la de un ser humano reconocible en todos los aspectos importantes como un semejante más. La clave del asunto es la relación directa y no mediatizada que Bene- detti busca establecer o encontrar entre autor y lector, siendo la obra un filtro transparente que deja pasar sin obstáculos las intenciones de aquel hacia la receptividad plena de este. Ya en 1948 había esbozado una vi- sión un poco ingenua del proceso de leer una novela como análoga al de crearla en el sentido de que los personajes son “seres vivientes” (PN, p. 17), proyecciones idealizadas de ciertos atributos del novelista estruc- turados de tal manera que los lectores reconocieran en ellos algo que ellos también podrían haber sido (PN, pp. 16-18). Esta aproximación aparece resumida con mayor sutileza en un ensayo sobre Proust escrito en 1947 y reelaborado tres años más tarde: La imagen verosímil del escritor, la verdadera aproximación a esa zona virtual en que se confunden literatura y existencia, sólo tendrá lugar cuando comparemos las intenciones del protagonista con las del au- tor. A tal punto se encuentran involucrados en cada uno de ellos la sensibilidad y el carácter del otro. (SAO, p. 54). Se puede poner la objeción de que la relación entre el autor y el pro- tagonista de En busca del tiempo perdido es un caso único del que no es posible sacar conclusiones generales, y así es, pero para Benedetti funciona al revés tal observación: este caso es especial porque ofrece un ejemplo más límpido de lo que para él es una constante. La buena lite- ratura ofrece una ventana que da directamente a la vida misma (hasta tal punto que “se confunden”) y la humanidad del que escribe es garan- tizada por las calidades humanas de los personajes que crea. Además, en “Tres géneros narrativos” (1953), se refiere a “la intriga que pretende semejar a la vida” y al novelista que quiere “influir” sobre el lector y “convencerlo de algo” (SAO, p. 27), como si se le pudiera atribuirle a

~45~ una ficción los rasgos de un ensayo de opinión. El rostro tras la página literaria es un semejante que quiere hablar con nosotros. Sin embargo, es en los estudios de escritores individuales donde apa- rece más explícito el deseo por parte de Benedetti de humanizar y natu- ralizar el proceso potencialmente enajenante de la apreciación literaria. “Las short stories de Henry James”, escrito en 1951 pero no republicado por Benedetti hasta más de cuarenta años después, intenta indagar en el “cauce sincero de su mensaje literario”, y el hacerlo ayuda al crítico a refinar su propia óptica: Si nos conformamos con lo que el escritor es, sin cavilar demasiado acerca de lo que debió ser, aquello que positivamente existe en James alcanzará para que el lector-escritor encuentre en su obra un atractivo que supera en mucho al que puede hallar el lector corriente (EC, p. 501). Benedetti no es ni será nunca un “lector corriente”, a pesar de lo que él mismo puede llegar a implicar y de lo que otros quieren ver en su obra crítica como producto de su actitud ideológica: “En su labor de crítico literario, nunca aspiró a ser más de lo que ha sido: un lector”.35 Pero Benedetti no puede ser cualquier lector precisamente porque es también escritor como aquí admite, lo cual lo convierte en un lector especial con enfoques e intereses específicos que pueden otorgar a sus comentarios la posibilidad de servir de guía para los lectores corrientes. Sin embargo, es- tas cualidades le impiden ser realmente uno de ellos sin hacer un esfuerzo artificial por ocupar tal lugar, producto intencional de un trabajo preci- samente intelectual y literario, aunque elogia lo que ve como el rechazo o entusiasmo honesto pero a veces ingenuo del “lector puro” frente a los intereses supuestamente creados o reacciones menos espontáneas del “lector-escritor” en la primera versión de El país de cola de paja (PCP, pp. 46-47).36 Cabe decir que hacer desaparecer esta diferencia importante

35- Pablo Rocca, “Un lector bien entrenado (Mario Benedetti, el periodista-crítico)”, en Carmen Alemany et al. (eds.), Mario Benedetti: inventario cómplice, Alicante, Universidad de Alicante, 1998, p. 586 de pp. 583-589. Ver también Ana Inés Larre Borges, “Lector y fábula: la opción ética-estética en la obra de Mario Benedetti”, pp. 47-52 del mismo volumen. 36- Una dificultad parecida se nota en el caso de la novelista inglesa Virginia Woolf, quien tituló las dos recopilaciones que hizo de sus muchos ensayos y rese- ñas The Common Reader (El lector corriente/común), pero lo hizo citando a otro lector poco común, el Dr. Johnson, sobre las responsabilidades y ventajas de ser tal lector corriente. Ver Virginia Woolf, The Common Reader, First Series (1925), ed. Andrew McNeillie, New York, Harcourt, 1984, pp. 1-2. Con razón señaló una reseña anónima en el New York Times (31 de mayo de 1925) que el lector corriente

~46~ entre lector corriente y “escritor-lector” es parte del empeño que hace Benedetti por esconder la existencia del texto como elemento activo en la producción de una imagen del autor, lo cual se manifiesta en la frase citada en el supuesto de que la lectura de los escritos de Henry James nos revela lo que realmente es. La suposición de que el acceso del lector a la personalidad auténtica del autor es fácil y seguro orientará toda la crítica literaria benedettiana y se encontrará también como base del realismo estético de su creación literaria. En el deseo de ver al lector como “un prójimo, un igual, un ser tan próximo como la obra de arte verbal y la rea- lidad, mediada por aquélla, permitan”, como “el interlocutor válido (...) atento y solidario al otro lado del circuito”,37 visión que Benedetti usará como fundación ética de su política del prójimo, se nutre la raíz tanto de los logros como de las limitaciones de lo que es, a mi modo de ver, el punto culminante de la trayectoria literaria e ideológica del autor. Benedetti termina su reseña de los relatos de Henry James, acercando a este elitista, casi decadente, norteamericano aislado voluntariamente en Europa, autor de una obra destinada a ser siempre lectura de mi- norías (otro derrotero, como el de Rilke, que Benedetti nunca querrá imitar), a su propia relación con la literatura: Su labor se halla a tal punto impregnada de conciencia, de un respeto tan sincero por lo genuinamente humano, de una búsqueda tan an- siosa de sus esencias, que presumiblemente es sólo su obra —sin que sea preciso establecer otra definición ni conjeturar otro sentido— la más verosímil, la más sencilla lección de este maestro (EC, p. 506). Sería difícil si no imposible encontrar otra frase que resuma en tan pocas palabras tantos conceptos fundamentales en el desarrollo intelec- tual de Benedetti —conciencia, respeto, sinceridad, “lo genuinamente humano”, búsqueda, esencia, verosimilitud, sencillez, lección— y pa- rece lógico que Benedetti quisiera incluir este ensayo en una edición

no sería ni estudioso ni crítico literario, pero que la señora Woolf era las dos cosas (además de ser narradora), es decir, una lectora muy poco común y corriente, pese a sus pretensiones algo ambiguas de serlo. Puede influir aquí otro de los muy pocos puntos en común que tienen Woolf y Benedetti: ninguno de los dos pudo gozar de una carrera universitaria. O sea, eran autodidactas que tenían que aprender el oficio de crítico o periodista literario a través de la práctica constante hasta conver- tirse, ambos en su respectivo entorno, en profesionales de primera categoría. 37- Gerardo Ciancio, “Soñar la palabra”, en Fundación Mario Benedetti, Primer Premio Internacional de Ensayo “Mario Benedetti”, Montevideo, Seix Barral, 2012, pp. 22 y 47.

~47~ reelaborada de El ejercicio del criterio en 1995,38 colección que reúne los requisitos de ser algo así como el testamento del autor como crítico literario, medio siglo después de la publicación de su primer libro. Sin embargo, la contradicción interna es evidente: si lo que más impor- ta es “lo genuinamente humano”, la obra no puede ser la “lección más sencilla” y “verosímil” de James, ya que lo literario no es humano en sí sino un producto humano que es innatamente un artefacto no natural. Dicho de otro modo, la idea de que la obra sea la lección principal de James se puede leer como una advertencia sobre la dirección tomada en la crítica literaria de Benedetti. Las referencias internas nos llevan al relato jamesiano “La lección del maestro”, comentado antes en el ensayo (EC, pp. 501-502) en que un joven escritor abandona todo, incluso a su novia, para seguir el consejo de su maestro, un escritor mayor, que le dice que se debe sacrificar todo en la vida para dedicarse a la realización de una obra artísticamente perfecta. Al regresar a Inglaterra después de unos años aus- teros en Europa dedicados a la literatura, el joven descubre que el maestro no solo ha dejado de escribir sino que también se ha casado con la que era antes novia de él. Comentando la opinión de Jorge Luis Borges de que es imposible decidir si el maestro es sincero o solo elabora un truco para sa- carse de en medio a un rival sentimental, Benedetti escribe que el maestro será “pérfido” pero el consejo puede no serlo, ya que es “una verdad pura, como una razón áspera, desagradable” que “se desprende” del que la pro- nuncia, a la que el mismo maestro no se adhiere “porque no tiene fuerzas, porque no soporta la incomodidad, y porque en vez de elegir la pasión de la inteligencia, prefiere otras pasiones harto más personales” (EC, p. 502). Pero el maestro es un maestro porque ya tiene una obra hecha, mientras que el joven discípulo evidentemente tiene todo por hacer; no son iguales, no están en las mismas condiciones, aunque los comentarios de Borges y Benedetti parecen no tomarlo en cuenta. Además, desparece cualquier consideración de las preferencias de la mujer con respecto a este asunto en apariencia puramente masculino. Lo fundamental es que leer la vida ajena o las huellas que deja esta vida en una obra literaria ajena es una tarea compleja, ambigua y siempre de difícil o dudoso acceso, dificultades que Benedetti intenta obviar al convertir la interpretación de un personaje narrativo en el equivalente de una conversación cara a cara entre un par de amigos unidos por la buena voluntad sincera que cada uno tiene con respecto al otro. Como en tantos otros asuntos en los que

38- Aunque Pablo Rocca había resucitado el ensayo sobre James un año antes (45A, pp. 72-80), lo cual quizá haya provocado una revaluación de su importancia.

~48~ pesa la “lectura cuidadosa de Sartre”39 a partir de los años cuarenta, Bene- detti aquí parece seguir la perspectiva tan discutible sugerida por el cuasi manifiesto literario de 1947 del filósofo francés: “Ya que las palabras son transparentes y que la mirada las atraviesa, sería absurdo meter entre ellas cristales esmerilados”.40 No sorprende encontrar a Benedetti explicando, en 1973, que con el cuento “Retrato de Elisa” (1956) ya se había dado cuenta de que no podía escribir “a lo Henry James” porque no le “interesaba hacerlo” y que en 1953, cuando leyó La coscienza di Zeno de Italo Svevo, descubrió que ya estaba usando la misma “tónica” y, por lo tanto, fue de Svevo de quien se sintió “más cerca, no sólo literaria, sino humanamente”.41 El ensayo que escribió sobre esta novela demuestra claramente cómo la interpretación que hace Benedetti permite que esta obra satisfaga casi a la perfección las exigencias de esta especie de verosimilitud benigna que Benedetti le hace a la literatura realista: “en Svevo, el estilo es vul- gar, coloquial, sin relieve; en su actitud reside la única pretensión de su arte. La autobiografía de Zeno es (...) tan creíble, que el lector puede suponer que Zeno y Svevo sean la misma persona” (SAO, p. 89), y aun- que evidentemente no es así, el arte de Svevo consiste precisamente en hacer creer que fácilmente podría serlo porque “todo aparece en su justa proporción, en las mismas dimensiones que las palabras y los hechos poseen en la vida corriente y poco célebre, del lector” (SAO, p. 87): [C]rea un ente ficticio, tan humano, tan vulgar, tan normalmente in- teligente, divertido y medroso, que el lector tiende a olvidar su origen, pero ese origen es, naturalmente, una ficción, y el hecho simple de que así acontezca, convierte a este testimonio, aparentemente opaco, en un tierno homenaje al hombre promedio, al ser que no piensa con excesiva brillantez, que no se siente excesivamente cretino, y que no siempre se siente al día con su precaria, ineludible conciencia (SAO, pp. 89-90). Esta descripción, que podría ser la del futuro protagonista de La tre- gua, corresponde a lo que Benedetti parece buscar tanto en la literatura que lee como en la que escribe: que haya “una suerte de complicidad, de intimidad secreta entre el protagonista y el destinatario ocasional del

39- Hortensia Campanella, Mario Benedetti: un mito discretísimo, Buenos Aires, Seix Barral, 2008, p. 51. 40- Jean-Paul Sartre, ¿Qué es la literatura?, trad. Aurora Bernárdez, Buenos Aires, Losada, 1950, p. 58. Sin embargo, es notable que el escritor francés, aunque concibe tanto la escritura como la lectura como productos de pactos de “generosidad” por parte de escritores y lectores, nunca sostiene que uno pueda ocupar la posición del otro (ver ¿Qué es la literatura?, pp. 72, 78 y 81-82). 41- Jorge Ruffinelli, “La trinchera permanente” [entrevista], en Ambrosio Fornet (ed.),Recopilación de textos sobre Mario Benedetti, La Habana, Casa de Las Américas, 1976, pp. 30 y 36.

~49~ relato” (SAO, p. 91). La yuxtaposición de las palabras “naturalmente, una ficción” acusa el ideal literario de Benedetti: crear un tipo de li- teratura en que lo ficticio aparezca tan natural que lo literario como artífice desaparezca para que la relación escritor-obra-lector pueda ser una relación interpersonal. De allí su opinión de que La coscienza di Zeno “decididamente no es una novela para críticos” debido a la carencia de “alarde técnico” de parte de su autor (SAO, p. 95). Desafortunadamente, el precio pagado por enfocar así esta novela es alto, ya que esta supuesta autobiografía tan natural es, como el prólogo explica muy bien, un informe pedido a su paciente por un psiquiatra a quien Zeno ha acudido porque la vida ha empezado a escapársele de las manos. Así que no se puede confiar en lo que dice porque no hay manera de comprobar hasta qué punto el narrador en primera persona está mintiendo, engañándose o inter- pretando mal lo que le pasa. Lo que sí podemos hacer es suponer que lo que escribe es sintomático, pero para hacerlo es preciso reinsertar lo que Benedetti ha querido eliminar: la escritura como artífice, como elemento activo en la tarea llevada a cabo por el lector, proceso que en este caso tiene que tomar en cuenta la posibilidad de que haya que des- confiar de las palabras escritas como narración de un personaje a quien la estrategia textual nos invita a tratar como si fuera una persona real. El acercamiento de Benedetti no admite la posibilidad de que el texto nos despiste o engañe y, al hacerlo, traiciona no solo el aspecto litera- rio sino también, paradojal e irónicamente, cualquier observación que, como literatura, el texto nos pueda aportar sobre cómo se relaciona con la realidad, o sea, exactamente cómo se relaciona el personaje Zeno con lo que tiene de ser humano. Termina en juego, quizá jaqueada, toda la meta literaria crítica benedettiana. Ahora, incumbe preguntarse cómo reacciona el crítico frente a una literatura que no permite tratar su forma y estructura como si fueran un vidrio transparente que no refractara y distorsionara la imagen de lo que se ve a través de él. Este es el caso de William Faulkner, en cuya obra Benedetti, en 1950, ya tuvo que hacer frente a voces narrativas cuya parcialidad, falibilidad y poca veracidad y sinceridad eran elemen- tos insoslayables de la temática novelesca. Se sintió tan frustrado al no poder distinguir fácilmente entre “actitudes aisladas” y la “actitud gene- ral” de los narradores y personajes debido al uso constante de “anécdo- tas parciales” (SAO, p. 96), que llegó al punto de sentirse casi agredido por las técnicas narrativas faulknerianas:

~50~ Arduo resulta descifrar a Faulkner, arribar al complejo sentido de su arte, pero lo más insufrible, lo más exasperante de su actitud como artista, es su total indiferencia por el lector, que a veces llega a creerse víctima de una tortura premeditada (SAO, p. 97). Las estrategias textuales de Faulkner impiden al lector identificarse con un personaje, deshumanizan el proceso de lectura de tal modo que la “actitud” del novelista enajenante parece querer excluir o rechazar al lector como ser humano que busca relacionarse con sus semejantes, exi- giéndole a cambio un esfuerzo concientemente analítico e intelectual “a fin de superar la barrera de imposibilidades que estorban aún su cono- cimiento cabal de la peripecia” (SAO, p. 98). Sin poder tener una visión global del “zigzag de la vida imaginada, su índole variable, que sirve para trazar rumbos individuales, al margen del destino común” (PN, p. 19), en el que los personajes se han venido mostrando tales cuales son, el lector benedettiano no puede tener acceso pleno a la “actitud” del autor ni a cualquier lección que allí resida. La situación se agudiza en el contexto de “esta bisoña Hispanoaméri- ca” donde, según Benedetti en 1949, “en el orden cultural, y particular- mente en el literario, la situación de dependencia ha sido hasta no hace mucho casi total” (MP, p. 67), porque es más urgente resistir cualquier influencia extranjera que dificulte el florecimiento cultural autóctono, así que cuando en 1955 reseña El llano en llamas y Pedro Páramo de Juan Rulfo, la presencia preponderante de Faulkner (LCM, pp. 134 y 138) despierta en Benedetti no poco recelo. Ve en “Macario” —cuyo antece- dente será el Benjy de Absalom! Absalom! de Faulkner— “un casi impene- trable medallón”, y en “En la madrugada” —donde las voces narrativas no confiables y la estructura fragmentaria y no cronológica anticipan la técnica narrativa de Pedro Páramo— “la indecisión y el desequilibrio ca- racterísticos del principiante” (LCM, p. 133), comentarios que parecen responder a un rechazo de lo que ve como una innecesaria complicación voluntarista de situaciones tan primitivas y miserables que requieren solo una presentación escueta y eficaz. En Pedro Páramo, no obstante, “Rul- fo, pese a su andamiaje intelectual, sigue siendo, y esto es importante, un novelista regional”, afirmación posible porque Benedetti reconoce el elemento cinematográfico en la “creación laberíntica y fragmentaria” y la “recurrencia a un hilo conductor” que le permiten vislumbrar una vez más la existencia de un “rostro promedio que va descubriendo el lector a través de las incontables versiones y caracteres” (LCM, p. 138). En otras palabras, para Benedetti las estrategias vanguardistas no han resul-

~51~ tado en una claudicación con respecto a la articulación de las realidades de la región, aunque la sensibilidad de Benedetti acepta solo con cierta dificultad inicial las yuxtaposiciones grotescas de “esa promiscuidad de muerte y vida” que son “una visible alteración en los patrones de vero- similitud” (LCM, p. 141). Sin embargo, Pedro Páramo, a pesar de no ser “una novela de lectura llana”, tampoco es “un inasible caos” ya que “debajo de la aparente anarquía” hay un orden que, aunque difícil de en- contrar, “mantiene la cohesión, el sentido esencial de la obra” (LCM, p. 139). Como anotó bien Mario Trajtenberg en una reseña de Sobre artes y oficios y Letras del continente mestizo, Benedetti había anticipado en 1955 el impacto que iba a tener en América Latina la novela de Rulfo,42 pero una nota agregada a reimpresiones posteriores del ensayo de Benedetti sugiere que llegó a entender que el intento de asimilarla a su enfoque crí- tico habitual lo había llevado a malinterpretar y subestimar sus calidades literarias reales (LCM, p. 132). Sin embargo, no rectificó su desprecio por La colmena de Camilo José Cela, ganado en parte por la soberbia de su autor (“pienso que hoy no se puede novelar más —mejor o peor— que como yo lo hago”, cita Be- nedetti) y en parte por la combinación de “algunos hábiles formalismos de la narrativa norteamericana” ya utilizados por “Sartre y Vittorini” con una “porfiada, culpable vulgaridad”, todo esto agregado a la excesiva tru- culencia encontrada antes en La familia de Pascual Duarte, prefiriendo la “geografía” realista y pintoresca de Viaje a la Alcarria (45A, pp. 104-105). Otra vez más se hace notar la frustración que Benedetti siente ante valores igualmente éticos y estéticos pero no fácilmente asimilables al concepto personalizado de lo humano que, a su modo de ver toda la cuestión de la razón de ser de la cosa literaria, el lector común debiera poder encon- trar en el rostro tras la página. Sin embargo, los elementos grotescos de un Rulfo en México y la vulgaridad, violencia gratuita o el objetivismo cinematográfico de un Cela en España eran, como el mundo narrativo construido por las estrategias vanguardistas de un Faulkner en el sur de Estados Unidos, manifestaciones de formas de otredad que rechazaban la óptica provinciana y urbana de un escritor-lector montevideano. Benedetti era consciente de tales limitaciones y hacía todo lo posible por superarlas en el caso de la obra de autores que le fascinaban o que aportaban elementos que lo podían ayudar en sus propios esfuerzos literarios. Tal era el caso de Graham Greene en 1952. Hasta el título del

42- En “El narrador como crítico”, Marcha, 27 septiembre, 1968, p. 29.

~52~ ensayo, “Arte y artificio en Graham Greene”, y el número de páginas, casi treinta, indican tanto la comprensión por parte de Benedetti de que se trataba mayormente de un asunto de forma y técnica como de la im- portancia que daba al tema. Por lo tanto, desde el principio Benedetti convierte su acercamiento a Greene en una lección sobre el conflicto entre crítico literario y lector corriente presentado por el uso que hace Greene del “nexo vulgar de lo aventurero” (SAO, p. 134, destacado en el original). Benedetti anticipa su propio flirteo con lo vulgar en las no- velas de los cincuenta y sesenta (desde ¿Quién de nosotros? [1953] hasta Gracias por el fuego [1964]), además también de la autocrítica que hace en El país de la cola de paja [1960] —“uno de los más trascendentales defectos de nuestra generación fue la rabiosa anticursilería” [PCP, p. 85])— cuando subraya la analogía entre la “frontera indecisa que separa lo falso de lo legítimo” en “lo melodramático (...) lo convencional (...) lo increíble” de una obra y el “punto flotante” en que “la vida se vuelve melodrama” o “el melodrama se vuelve vital” (SAO, p. 136). Tal enfo- que subraya su deseo irreprimible de fundir vida y obra: El crítico no debe olvidar que sus objeciones [a los nexos vulgares], aunque teóricamente irreprochables, sólo tienen estricta validez en aquellos casos en que el novelista no pudo o no quiso sobreponerse a la vulgaridad, cuando lo cursi o lo convencional o lo groseramente simbólico, tiene más fuerza que lo vital, o sea cuando el oficio y sus habilidades, la complicada estructura y los trucos formales resultan tan evidentes o reclaman tanta atención del lector, que éste se pierde lo mejor del mensaje (SAO, p. 137). Este cuasi manifiesto a favor de un realismo de sentido común no encontrado en Faulkner ni en Cela reitera que para Benedetti el ele- mento formal tiene un valor secundario, de ayudante, en el sentido de que debe servir la meta más importante de comunicar un mensaje a un lector menos preocupado por distinguir entre lo vulgar de su vida y lo cursi en lo que lee, delineación que para hacerla —irónicamente, quizá— primero hay que ser crítico: “pese a que el oficio crítico obligue a señalar [los defectos y trucos narrativos de Greene], el oficio menos comprometido de lector no puede dejar de reconocer su indudable efi- cacia, su poder de atracción” (SAO, pp. 150-151). Es con este lector menos exigente desde una perspectiva puramente libresca con quien Benedetti cree que quiere comunicarse Greene, ya que en su obra “la comunicación con el prójimo será siempre algo fascinante e irrealizable, una constante e inocua provocación de salir

~53~ de sí mismo” porque, siguiendo el patrón ya establecido entre lector y personaje, sostiene que “el prójimo vale en Greene según el lugar que ocupe en el conflicto interno del protagonista” (SAO, p. 141). Para el Benedetti de 1952, el prójimo era un ser o ente moral, abstracto, úni- co e indiferenciado, determinado por lo que pasaba en el fuero íntimo de los habitantes más importantes del mundo narrativo de Greene, donde “si se vive en contradicción con la conciencia, si no se atiende a la piedad que ésta segrega como una defensa orgánica, entonces sí está perdido para siempre” (SAO, pp. 148-149). En la práctica, la culpabilidad que tienen Joyce, Woolf y Faulkner para Benedetti se debe principalmente al hecho de que tales autores tiendan a sacrificar “la anécdota” a “la estructura” (SAO, p. 150), cuando es en lo anecdó- tico donde se pueden producir los dilemas morales de la conciencia que provoquen al lector a “salir de sí”.43 Como apunta Benedetti, tan apegado en 1952 a la peripecia narrativa como cuatro años antes: “Las novelas de Greene afectan al lector en su significancia moral casi tanto como en su peripecia. El lector siempre se siente aludido” (SAO, p. 146). Una vez más, este ideal literario benedettiano: el rostro tras la página que parece hablar directamente con su lector, prójimo que quiere reconocerse en una situación moral. El asunto de la escritura como arte minoritario (caso de James o los vanguardistas) o oficio modesto y útil (el de Svevo o Greene) y de la lec- tura como acto especializado o proceso asequible a todos se manifiesta en el título mismo de la obra donde Benedetti recoge por primera vez algunos de sus ensayos o notas sobre literatura ni uruguaya ni latinoa- mericana: Sobre artes y oficios. Como ha demostrado claramente Sennett, la conversión de oficio en arte no es solo una cuestión de talento sino de poder, autoridad y ejercicio de magisterio individual, mientras que el tí- tulo de Benedetti también recuerda la Enciclopedia o Diccionario de artes y oficios, obra maestra iluminista de Denis Diderot, descrito por Sennett como una “biblia de la artesanía”.44 Todo el empeño de Benedetti en los años cincuenta se invierte en rehuir las implicaciones elitistas de ser escritor-artista a favor de la humildad y utilidad del escritor-artesano,

43- Los personajes de la novela vanguardista no están menos consumidos por las dificultades mo- rales pero las técnicas narrativas anticonvencionales tienden a sumergirlas bajo el fluir confuso de la experiencia cotidiana. Un solo ejemplo: los muchos problemas que tiene la Señora Dalloway con los preparativos de la fiesta en la novela epónima de Virginia Woolf sirven para ofrecer un panorama de toda su vida interior y de las circunstancias que la rodean y definen. 44- Ver Richard Sennett, El artesano, trad. Marco Aurelio Galmarini, Barcelona, Anagrama, 2010, especialmente pp. 86-96, donde resume las diferencias entre artista y artesano, y p. 116.

~54~ lo cual fue producto de haber elegido enfocar el asunto de ser escritor literario desde una perspectiva que podría ser la de uno de sus propios lectores. Las palabras de Torres Wilson, historiador y futuro secretario en los años sesenta de un grupo de izquierda de origen blanco (la Agru- pación Nuevas Bases) —una trayectoria intelectual e ideológica no muy lejana de la del mismo Benedetti— expresan lo que muchos van a sentir al leer sus libros en el medio siglo que sigue: “cuando Benedetti publicó los Poemas de la oficina [en 1956] daban ganas de ir a buscarlo a la casa para abrazarlo. ¡Qué coraje! Era como tirarse al agua”.45 De Torres Wil- son había reconocido, o había creído reconocer, el rostro tras la página, precisamente porque respondía tanto a sus propios deseos. Se entiende fácilmente por qué el lenguaje poético de esa poesía parecía una ruptura tan exitosa con los modelos elitistas predominantes anteriores: permitía el regocijo mutuo de un nuevo público lector con un autor que elogiaba sus virtudes y perdonaba sus defectos. Como explicaba Ruffinelli, “estos poemas de temática tan poco prestigiosa desde el punto de vista literario nos abrieron los ojos al país gris y triste que éramos”.46 Benedetti había encontrado una ética y una práctica literarias en que lo principal era la integridad y transparencia de los sentimientos que motivaban las ac- ciones y el éxito con que estas revelaban y provocaban su contrapartida emocional en los demás. La pregunta esencial que surge de este enfoque es esta: ¿hasta qué punto el saber anticipar y reflejar con tanta precisión las actitudes del público lector podría también ser limitar o subestimar las capacidades tanto del lector como del creador que lo recrea con tanta fidelidad que los dos rostros se superponen? El prólogo a la primera edición de El país de la cola de paja, en 1960, va directamente a este nudo didáctico al subrayar que, más que un libro elaborado por un escritor, se trataba más bien de “la opinión personal de alguien hondamente preocupado por el momento que vive actualmente el Uruguay”, o sea de alguien que, en vez de su autor, muy bien podría ser cualquiera de sus lectores, siempre que compartiera sus emociones y

45- José A. De Torres Wilson, La conciencia histórica uruguaya, Montevideo, Feria del Libro, 1964, p. 31. Son reveladoras las palabras del mismo Benedetti al respecto: “[Poemas de la oficina] es un libro al que yo le guardo mucho cariño porque justamente es la obra que me puso en comunicación con el lector, que en última instancia es lo que buscamos todos los que escribimos y publicamos”, en Ernesto González Berme- jo, “El caso Mario Benedetti”, en Jorge Ruffinelli (ed.),Mario Benedetti: Variaciones críticas, Montevideo, Libros del Astillero, 1973, p. 28 de pp. 26-41. Ver también Hugo Alfaro, Mario Benedetti (detrás de un vidrio claro), Montevideo, Trilce, 1986, pp. 192-195. El hecho de comunicar importa más que el valor comprobable de lo comunicado. Más adelante veremos una consecuencia negativa de este contacto tan personalizado entre la cara tras la página y los que leen lo que dice o escribe. 46- Jorge Ruffinelli, “Mario Benedetti y mi generación”, en Carmen Alemany et al., Mario Benedetti: Inventario cómplice, Universidad de Alicante, 1998, p. 29 de pp. 25-35.

~55~ valores y no fuera uno de los dispuestos a ser “cómplices del gran silen- cio que rodea la presente crisis moral”. A Benedetti le interesa afirmar que la honestidad y sinceridad de su actitud (lo cual le iguala a lo me- jor que cada uno y todos sus posibles lectores pueden razonablemente esperar de sí mismos y de sus vecinos y semejantes) prevalece sobre la calidad de los argumentos que esgrime. Por eso, enfatiza que, como cualquier otro ciudadano, quiere estar “al día con [su] propia concien- cia” y que, por querer “verdaderamente a [su] país”, “desearía que fuese bastante mejor de lo que es”. O sea, solo después de establecer que lo que le motiva a escribir es el deseo eminentemente humano y compar- tible de habitar un país donde todos los ciudadanos pudieran vivir con la sensación agradable de tener la conciencia limpia, Benedetti por fin llega a admitir que se trata de un libro de su autoría, pero en términos que minimizan al escritor como persona dotada de ciertas capacidades especiales y enfatizan su papel de vecino que se para a charlar un rato con un amigo: “Confío en que el lector sepa reconocer aún las formas indoctas de la sinceridad; por eso he decidido hablarle claro” (PCP, p. 7). Las formas doctas le fastidian, como ya hemos visto; otra vez más, Benedetti da la impresión de preferir que escribir sea una manera de ha- blar, porque lo esencial es la claridad y la honestidad de las palabras que usa, ya que estas calidades respaldan, hasta garantizan, la entereza del que escribe (pero no el valor del contenido de lo escrito). Las palabras no hablan por sí mismas; solo suenan o trazan signos indescifrables en un papel. Al mismo tiempo, nadie habla ni escribe sin ellas. Pese al ideal de la ética literaria de Benedetti, falta el intermediario —este entrome- tido que es el intérprete, porque sin él no hay significado.

El testigo y su testimonio Con el tiempo, Benedetti resolverá las dificultades inherentes en la situa- ción incómoda de escritor-lector al adoptar y adaptar el papel de “crítico practicante” de T. S. Eliot, pero el término muy utilizado por el autor en los años cincuenta que mejor describe su posición frente a la litera- tura ajena que lee y comenta es el “testigo implicado”, precisamente la posición del autor en El país de la cola de paja. Implícitamente, el papel que asume Benedetti como crítico o “escritor-crítico” sugiere que el men- saje transmitido al lector por este rostro tras la página no es tan claro y sencillo, ya que aparentemente necesita de un intérprete que aclare las dudas y ambigüedades que puede o suele haber en el proceso, debido a

~56~ la complejidad del mundo narrado o explicado, las carencias de la escri- tura o de su creador, o las posibles confusiones de los lectores. Al mismo tiempo, es preciso que este testigo dé su testimonio desde una situación que lo ubique al nivel de sus oyentes, y no desde alguna atalaya elevada que produzca la impresión de que se considera superior solo por tener conocimientos o capacidades que no tienen los primeros. Otra manera de caracterizar la historia principal recontada en los capítulos que siguen podría ser el trazo del viaje ideológico, literario e intelectual que va des- de la primera mención del “testigo implicado” en 1955, analizado en el próximo párrafo, hasta el uso muy diferente del mismo término en un ensayo político del 10 de noviembre de 1972: “Memoria y dignidad se fortalecen mutuamente y convierten al hombre, ese olvidado, en un tes- tigo implicado e implacable, cuya presencia no puede borrarse por simple conminación ni mucho menos por decreto” (TD, p. 192). La primera vez que el escritor-lector formula explícitamente una aproximación a su propia función testimonial es la evaluación detallada que hace en 1955 de su doble analógico, en la perspectiva narrativa que ve empleada en las novelas de E. M. Forster. Después de citar un trozo de Passage to India, la más complicada y lograda de las obras del novelista inglés, Benedetti comenta: “Forster también is after something, se halla en busca de algo que pueda explicar el patético malentendido que padecen las relaciones humanas (...) y crea su testimonio sobre los pormenores de su pesquisa” (SAO, p. 122, inglés y cursiva en el original), agregando después: “El lector (...) disfrutará de ese testimonio literario como de una transcripción fiel de la realidad, pero en ciertas ocasiones acaso se pregunte si no se tratará (...) de una realidad imaginada. Y las dos veces estará en lo cierto” (SAO, pp. 123-124). Como sus personajes, el autor busca descifrar las confusiones humanas, y en su búsqueda Benedetti le perdona el uso de cierto artífice porque no rompe con la ilusión mimética que le permite al lector mantener la impresión de encontrarse siempre ante una “transcripción fiel de la realidad”, no siendo Forster “un innova- dor formal” como (otra vez) “Woolf, Joyce o Dos Passos” (SAO, p. 115). De una manera parecida, “el novelista se siente implicado” en su mundo ficticio pero este “compromiso (...) no lesiona jamás la validez objetiva de sus criaturas” (SAO, p. 117) porque “no se identifica con ninguno de sus personajes en particular, no toma partido por ninguno de ellos” (SAO, p. 115). O sea, el lector de Forster puede sentir que su búsqueda es igual a la del mismo novelista con cuyos personajes puede comprometerse con confianza porque comparten dudas y preguntas:

~57~ [Forster] nunca es un ajeno, un frío relator de peripecias. Se introduce en ellas —como los anónimos aedos de la Antigüedad— con un co- mentario personal y bienhumorado, con una descripción estimulante y aguda. El lector siempre tiene la impresión de que el clima de la novela no es ajeno a las preocupaciones del novelista, como si éste desarrollara un tema confuso, propicio a la discusión, con el objeto primordial de aclarar sus dudas, de ayudarse a determinar de una vez por todas su posición (SAO, p. 117). El crítico presupone que, quizás como él, el lector lee a Forster en busca de ayuda para definir su “posición” frente a la condición humana y los seres que lidian con ella, y de allí el empeño en establecer la fuerte relación analógica entre la situación de un autor frente a sus personajes y la de un lector frente al trecho de vida retratado en la novela. Para que suceda esto, el lector tiene que sentirse cómodo ante el universo narra- do en la página que lee, propósito dificultado por cualquier técnica o estrategia literaria que le recuerde constantemente la artificialidad de las creaciones verbales o su inferioridad de condiciones con respecto a la voz hablante. Será por eso que Benedetti ignora el hecho desconcertan- te de que la visión del autor, construida al leer sus libros —el rostro tras la página—, no sea del escritor real sino de otro idealizado, distorsio- nado por el medio que lo produce o sencillamente inventado durante y por el acto de leer. Como para espantar a este fantasma malhechor, Benedetti subraya en bastardilla lo que admira en Forster y lo que ya había sido trasladado a su propia obra imaginativa: la objetividad de un testigo implicado (SAO, p. 115). Esta actitud, base de la crítica hecha a sí mismo y a su propia ge- neración, es la que hace al semanario Marcha en 1960: “Cualquiera que sea el tema de su nota (...), el articulista de Marcha siempre mira el problema desde arriba, es decir, sin mezclarse en él, sin participar ni sentirse mayormente complicado” (PCP, p. 81). O sea, no es un “testigo implicado”, por lo cual “las páginas de Marcha dialogan (...) con un lector cuya capacidad de esperanza, raciocinio e inconformidad, es asimismo superior a la del lector común”, y articulista y lector se pueden dar “cómplices apretones de manos” (PCP, p. 80), seguros de que su superioridad intelectual les da una visión privilegiada de todo. Benedetti reconoce las “ventajas” de tal enfoque (“objetividad, garantía de equilibrio, independencia, serenidad en el juicio”), pero prefiere una vez más la autenticidad de la intuición sobre la presentación precisa, considerando que “una falta de pasión (...) acaba por amortiguar esas

~58~ mismas virtudes”, mientras “la pasión es un estallido inevitable, enrai- zado, denso” (PCP, pp. 81 y 87). La dificultad es cómo acercarse a este pueblo que “no es sólo lecturas marxistas” sino también un montón de atributos que los intelectuales no comparten: [El pueblo] es también reductos miserables, ingenuidad del alma, ma- los olores, conciencia de clase, trabajo sin respiro, inseguridad econó- mica, resentimiento, mugre y alegrías. El pueblo tiene siempre su haz de salud y su envés de abyección, y debe ser aceptado en su conjunto si se tiene la loable intención de luchar por él (PCP, pp. 84-85). Sin saberlo en el momento, por supuesto, en estas reflexiones sobre cómo los intelectuales de izquierda deben relacionarse con el pue- blo en cuyo nombre quieren actuar y escribir y a cuya causa quieren adherirse,47 Benedetti anticipa no solo algunas de las experiencias que en la tercera parte de este libro vamos a verlo a él mismo sufrir en su militancia política de los años setenta, sino también gran parte de las dificultades experimentadas por dos generaciones de intelectuales y escritores latinoamericanos en sus negociaciones con los movimientos políticos populares más importantes de su época.48 Pero Benedetti sigue aproximándose a un testigo que se ve no solo como mejor sino completamente ajeno a lo que describe cuando denun- cia “la invasión de los pitucos” (PCP, pp. 87-98), viendo en estos nuevos ricos exhibicionistas, filisteos superficiales y ambiciosos inescrupulosos (PCP, pp. 92-93) una de las principales causas de los males que identifica en el Uruguay de fines los cincuenta: “cuando se obstruyen los canales que comunican las más importantes decisiones con la propia conciencia, entonces sí vienen el caos y la famosa crisis de ideales, y quizá estemos ya en la antesala de la corrupción” (PCP, p. 96). De manera parecida, estos defectos individuales contagian a todos los habitantes, y así a la idea de Uruguay como nación: “Para cualquier país de Latinoamérica, podría- mos ser el aliado ideal; en lugar de ello, vamos en tren de convertirnos en el vecino egoísta, incapaz de comprometerse. No sólo le damos la espalda a Latinoamérica, sino que nos encogemos de hombros”. Incluso teme

47- El historiador Carlos Real de Azúa da una idea clara de lo fundamental que era esta problemática para dos generaciones de intelectuales uruguayos en “¿Adónde va la cultura uruguaya?”, Marcha, 885, 25 de octubre, 1957, pp. 22-23, y “Legatarios de una demolición”, Marcha, 1186, 27 de diciembre, 1963, pp. 7-8. 48- Sobre estos temas, destacan Jean Franco, Decadencia y caída de la ciudad letrada, trad. Héctor Silva Miguez, Madrid, Debate, 2003, cuyo título remite a La ciudad letrada [1984] (Montevideo, Arca, 1998) de , y Claudia Gilman, Entre la pluma y el fusil: Debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina, 2.ª ed., Buenos Aires, Siglo XXI, 2012. Ver también la Introducción arriba.

~59~ Benedetti que los uruguayos del futuro puedan terminar todos hablando inglés: “una lengua que los mejores de América Latina consideran ex- tranjera a la dignidad y a la gallardía con que han defendido su derecho a existir” (PCP, p. 107). Benedetti quiere asociarse con estos “mejores”: en la misma página cita un discurso en Montevideo del revolucionario cubano Raúl Castro, a cuyo hermano más célebre, Fidel, ya ha elogiado (PCP, pp. 18 y 77), asociándolo con Baltasar Brum, “el último político [uruguayo] que, con el más irrefutable de los argumentos [el suicidio], demostró que anteponía el bien del país a su propio bien” (PCP, p. 75), y la primera versión de El país de la cola de paja de 1960 terminaba con un largo panegírico al héroe nacional Artigas, antes de cerrar con la esperan- za de que “haya llegado el momento de demostrar que somos un pueblo adulto y que podemos sostenernos al nivel de nuestras responsabilidades domésticas y continentales” (PCP, p. 115). Así surge en la escritura de Benedetti la figura tan importante del testigo cuyo testimonio busca esclarecer para él mismo o para los demás de qué manera la vida de sus semejantes podría haber sido, y todavía puede ser, diferente o mejor. En cierto sentido, se podría decir que lo que buscará este testigo a través de toda la trayectoria intelectual, literaria y política benedettiana es la creación de un mundo donde los prójimos puedan convivir tan natural y armoniosamente que cualquier testimonio será redundante. El testigo será tanto un anunciador opti- mista de este utópico futuro como un medidor obstinado del tamaño de su ausencia en el presente. De la misma manera que, como hemos visto demostrado en la crítica literaria de Benedetti, “hay una forma de leer alerta y una forma de leer para dormirse, para no pensar demasia- do, para atrofiarse, para ser convencido” (PCP, p. 30), la dificultad será siempre saber cómo ser el testigo que sepa registrar las desventajas de confundir “el sucedáneo” con “lo verdadero”, la “chafalonería” con el “oro puro” (PCP, p. 88), sin dar la impresión de formar parte de alguna elite —los intelectuales letrados, por ejemplo— que se sienta superior a las mayorías satisfechas con las imitaciones baratas. En otras palabras, la contradicción entre las implicaciones de ser “testigo” y otras buscadas en el deseo de estar “implicado” es otra de las formas asumidas por el conflicto solo a medias resuelto entre principios éticos y exigencias po- líticas en la formación de la política del prójimo benedettiana.

~60~ Ca p í t u l o d o s De t e s t i g o s , s i t i o s y p r ó j i m o s

Soy de este sitio, de esta ciudad. En esto (es probable que en nada más) creo que debo ser fatalista. Cada uno ES de un solo sitio en la tierra y allí debe pagar su cuota. Ese que pasa, ése es mi semejante (...) quizá él no se fije nunca en esta plaza, en este aire que nos hace prójimos, que nos empareja, que nos comunica. Pero no importa; de todos modos, es mi semejante Mario Benedetti, La tregua (1960)

¿Quién de nosotros?: el testigo implicado, ¿sabe lo que implica? Como bien anotó Rodríguez Monegal en su momento,49 la figura del “testigo implicado” ya había aparecido en la obra de Benedetti antes de 1955, específicamente en su primera novela, Quién de nosotros (1953), obra que, con una crudeza casi brutal, le planteó al lector el tema que hemos visto preocupando a Benedetti en su crítica literaria de toda una década: el papel de la estética vanguardista europea en la evolu- ción de un realismo adecuado para indagar en el entorno uruguayo del momento. De allí la reacción diametralmente opuesta hacia la novela de dos escritores-lectores colegas y compatriotas, el primero ya con- siderado un maestro, el segundo, como el mismo Benedetti, metido hasta el cogollo en buscar cómo nadar en el miasma. En 1954, Juan Carlos Onetti escribió al flamante novelista que Quién de nosotros le había parecido “muy bien escrita y muy bien hecha”, pero que tenía el “defecto” de haber entrado “en la categoría de intelectual”, y que como lector prefería al Benedetti “que se entrega, que piensa y planea menos”. Es más que evidente hasta qué punto esta preferencia por una escritura menos fríamente analítica y más cálida y humana (por el Benedetti que “se entrega”) de parte de un escritor ya consagrado por todos los narradores uruguayos más jóvenes como el renovador imprescindible

49- Emir Rodríguez Monegal, “Sobre un testigo implicado”, en Jorge Ruffinelli (ed.),Mario Benedetti: variaciones críticas, Montevideo, Libros del Astillero, 1973, pp. 49-58.

~61~ de la literatura nacional, se compagina a la perfección con el cuestiona- miento que hacía Benedetti sobre la forma que debería tomar su propio testimonio literario. Onetti terminó sus observaciones diciendo que le “desconcertó la crítica de Martínez Moreno”,50 lo cual no sorprenderá al lector actual porque la opinión del que iba a ser el mejor novelista uruguayo después de Onetti implicaba una alternativa muy distinta no solo para Benedetti sino para toda una nueva generación de narradores. Dado que contradicen no solo en la letra sino también en todas sus implicaciones intelectuales y artísticas al que sería el derrotero escogido por Benedetti, las opiniones de Martínez Moreno en 1953 merecen ser citadas in extenso: El lector se preguntará tal vez si Quién de nosotros tiene algo que ver con Montevideo y el Uruguay de mil novecientos cincuenta y tantos (...) o si es sólo el alquitarado producto de lecturas y absorciones, el bello pero cerrado testimonio de una literatura para literatos, sin raíz, sin asidero, sin sustancia reconocible en nosotros (...) Cuando [el lec- tor uruguayo] quiere leer, lee a Greene, a Moravia, a Gide. Cuando quiere curiosear en lo nuestro, en actitud distendida y laxa, aboga por la pobreza mental y el graficismo del cuento semanal de los narradores criollos, mortificadores fonográficos de los eternos pobres de espíritu, de las “almitas” de su pueblo y de su barrio. Si los procedimientos de la nouvelle de Benedetti no son, en inventario naturalista, muy creí- bles, la riqueza especulativa de que sus personajes son capaces no la arroja, sólo por eso, hacia la extranjería; porque hay en el país, y para ellas casi nadie escribe, gentes que quieren una literatura civilizada, y hay temas que piden ser dados sin una basta actitud de simplicidad re- franera (...) Aunque fracasen [los que tengan esa fe de otra existencia], si no les dan la entereza o el talento, por lo menos habrán apuntado hacia otras posibilidades.51 Aquí se ven huellas de la oposición entre evasión (europeizante) y arraigo (americanista), tema tan en boga en la América Latina de los cuarenta y cincuenta del siglo pasado,52 y del afán algo parricida de los

50- Pablo Rocca (ed.), “Correspondencia Onetti-Benedetti”, sin paginación. 51- Carlos Martínez Moreno, “Quién de nosotros: un libro y una narrativa” [1954], en Ruffinelli,Mario Benedetti, pp. 47-48. 52- Ver, por ejemplo, la contribución al tema de Benedetti, “Arraigo y evasión en la literatura hispanoameri- cana contemporánea” [1949] (MP, pp. 67-106), “dicotomía” que resolverá para principios de 1962 en “La li- teratura uruguaya cambia de voz” (LU, pp. 11-37], reemplazándola sintomáticamente con otra más urbana y nacional, “literatura sincera” y “literatura falluta”, ya que para el escritor uruguayo (no solo él mismo sino todos), “la sinceridad será tan suya, tan incanjeable y tan inocultable como su piel” (pp. 11-12). Para otra mirada a la misma problemática, ver Ximena Espeche, “De una isla a otra: intelectuales uruguayos y América Latina como problema a mediados del siglo xx (1952-1962)”, Anclajes, xiv, 14, diciembre de 2010, pp. 51-72, especialmente pp. 62-65.

~62~ que iban a la cabeza del futuro “boom” o auge de la novela latinoame- ricana de los sesenta. Sin embargo, para nuestros propósitos lo que más importa es que Martínez Moreno no ve contradicción alguna entre ex- plotar las observaciones e invenciones literarias extranjeras en la investi- gación sobre la propia realidad nacional, mientras que, para Benedetti, creaba un conflicto de conciencia moral el intento de evitar lo que él interpretaba como una traición a cierta esencia humana involucrada en la importación de técnicas vanguardistas cerebrales y enajenantes. Mientras no optaría por nada que pudiera confundirse ni con “pobreza mental” ni con literatura criolla, las elecciones intelectuales y estéticas que sí haría Benedetti antes del final de los cincuenta cambiarían bas- tante el significado y perspectiva de ser “testigo implicado” entreQuién de nosotros y La tregua siete años después. Si uno de los temas de Quién es “la dificultad del reconocimiento mutuo”,53 se debe por lo menos en parte a la manera en que los pro- tagonistas, sobre todo los dos masculinos, son “testigos implicados” de lo que atestiguan. Es Alicia, la mujer del triángulo amoroso, la que usa el término, al acusar a su marido Miguel de siempre elegir “el sesgo más incómodo, el de testigo implicado”, postura que ha condenado su matrimonio a ser “algo mucho más horrible” que un fracaso: “un éxito malgastado”. Después de once años, se ha ido “con el Otro que habías creado, el Lucas de tu cosecha” (QN, pp. 68-69): Once años, tú entendiéndolo todo, esperando mi prevista nostalgia que no llega, tu bendita oportunidad de mostrarte generoso y antiguo sabedor, horriblemente bien informado de mis deseos (...) si ya lo sa- bes todo, si siempre lo supiste, y qué repugnante has sido por saberlo (QN, p. 70). Alicia anticipa “cuánto hubieras [o sea, Miguel] dado por oficiar otra vez más de testigo implicado, por (...) descubrir, por fin la connivencia que profetizabas” después de haber pasado “once años imaginando el instante de devolverme a Lucas, disfrutando por anticipado de tu sa- crificio” (QN, pp. 70-71). Alicia, en la carta que es la segunda sección de la novela, revela por lo menos parte del precio pagado por el testigo implicado: la distancia que debe mantener lo condena a desgastar o malgastar la vida y hacerles daño a los demás porque, como se nota claramente en los trozos citados, a ella la ha objetivado, convirtiéndola

53- José Ramón Martínez Maestre, “Estética especular y metaficción en Quién de nosotros de Mario Benedetti”, en Carmen Alemany et al., Mario Benedetti: Inventario cómplice, Universidad de Alicante, 1998, p. 511 de pp. 507-514.

~63~ tanto en espécimen examinado con microscopio como en animal de experimento condenado a vivir en un laberinto creado específicamente para que el experimentador vea si en algún momento aprende lo sufi- ciente como para sortear todos los obstáculos y llegar por fin a comer el trocito de queso. Pero el mismo “testigo implicado” sufre una soledad olímpica en que el dudoso placer de una sabiduría total es tan maso- quista como sádico y, además, engañoso porque, sin saberlo ni tener cómo comprobarlo, corre el riesgo de inventar lo que cree saber. A pesar de que Alicia puede ironizar el “todo” que ha pretendido “entender” Miguel porque excluye lo que se necesita para vivir, la situación está aún peor de lo que Alicia puede sospechar. Miguel había sido siempre un “testigo silencioso frente a las disputas de [sus] padres”, un “acorralado testigo que nadie tenía en cuenta” que “amaba en ellos lo que ocultaban o sólo mostraban a pesar suyo” (QN, pp. 19 y 21-22) y más tarde con Alicia “callaba religiosamente toda referencia a mis temores de niño” y “eludía referirme a [la] obstinada bondad” de su madre que se manifestaba en “su intuición de los place- res ajenos” (QN, pp. 26 y 22) ya que en su matrimonio parecía haber tenido muy pocos placeres propios. Impotencia, vergüenza, ninguneo, marginalización, represión, miedo: el pasado le ha dado a Miguel más que suficientes motivos de dudar de la veracidad de su “análisis de esta zona de mi afecto”, de ver como “odioso” el “oficio (...) de testigo” (QN, pp. 22-23). Sin embargo, le ha quedado “la [esperanza] menos presuntuosa de ser sincero. Para saberme sincero he empezado estas notas, en las que castigo mi mediocridad con mi propio y objetivo testi- monio” (QN, p. 14), no ocurriéndosele la evidente contradicción entre el deseo de castigarse, así victimándose una vez más, y el de escribir una narración imparcial y desinteresada. No lo verá él, pero el lector sí, des- de los primeros párrafos de lo que escribe: “sé que ella piensa: ‘En lugar de éste podría estar Lucas, aquí, a mi lado’”; “sé que ella especula más o menos conscientemente acerca de la luz interior, del toque intelectual que tendrían esos rostros si fueran hijos de Lucas”; “Sabía que [Alicia] no era para mí. Y aun no soy capaz de reconocer si estaba equivocado” (QN, pp. 9, 11 y 34): Siempre me ha enorgullecido de ser el primero en descubrir que Lucas y Alicia estaban hechos de la misma materia. Aún hoy, en tan diferen- tes circunstancias, sigo creyendo lo mismo. Ellos, en cambio, se han obstinado en no admitir esa atracción recíproca (QN, p. 44).

~64~ Saca lo que “sabe” de su manera de intuir las cosas, nunca ve que sus intuiciones están basadas en un acercamiento a la realidad y la vida so- bredeterminado por su miedo a participar en el mundo de acuerdo a sus deseos y sentimientos y, al callar la verdadera índole de estos, rechaza la única posibilidad disponible de medir la precisión de sus percepciones: la comparación con las de otros, de sus semejantes, ya que no reconoce en Alicia a alguien semejante a él. El resultado es que todo lo más importante de cuanto piensa saber está equivocado: cuando cree haber entendido “cuántas veces [a Alicia] le había cansado con mis ordinarias, estériles axiomas” (QN, p. 53), la carta de Alicia lo corrige: No se te ocurría pensar que la otra interpretación posible —y en de- finitiva, la verdadera— permitiría conjeturar que tú y yo éramos de- masiado semejantes para estar en constante pugna, que me gustaría discutir con Lucas, pero que apreciaba mucho más la sencilla paz de nuestras conversaciones (QN, p. 66). Cuando, por un lado, Miguel pensaba que era solo el “testigo” de la otra pareja y creía reconocerse “como secundario, y conscientemente, que vegetaba a su sombra” (QN, p. 30), pese a tener que admitir que “no fue tarea fácil lograr que Alicia simpatizara con Lucas” (QN, p. 29), Alicia misma ya “sentía, presentía, que [Miguel estaba] efectuando comprobaciones imaginarias” (QN, p. 67). Este ni siquiera se deja con- vencer cuando Alicia prefiere casarse y tener hijos con él en vez de con Lucas (QN, pp. 47-52), y mantiene la convicción de que “Alicia siem- pre ha preferido a Lucas” (QN, p. 56), aunque Alicia aclara una y otra vez que “cuando te elegí, y antes de elegirte, me gustabas. Siempre me gustaste, me gustas aún” (QN, p. 65), “era tanto mejor quererte a ti”, y lo deja por Lucas solo porque quiere vivir sin sentirse obligada a “des- confiar del sobreentendido, del pudor y de la vergüenza” (QN, p. 71). Mientras tanto, Miguel, pese a estar “satisfecho” de haber “realizado [su] único principio: ser el más sincero de los mediocres, el único consciente de su vulgaridad” descubre después de escribir unas cincuenta páginas que no ha “mencionado a Teresa ni una sola vez” (QN, p. 59). Tam- poco se la mencionó a Alicia por su temor a “las situaciones violentas” (QN, p. 62), omisión reciprocada, ya que las dos mujeres se pusieron de acuerdo en no informarle a Miguel que se habían conocido e inter- cambiado opiniones (QN, p. 70). A pesar de que la relación con Teresa, al contrario de lo que imagina una Alicia ajena y posiblemente celosa

~65~ (QN, p. 70), es muy física, muy sencilla y le devuelve a Miguel un papel tradicionalmente patriarcal, hasta machista, a pesar de representar para él “una liberación, una liberación grosera, pero sin duda la única que merezco, la única que puedo disfrutar” (QN, pp. 60-61), no funciona como manera de desprenderse de Alicia y “sentarme tranquilamente en el sillón de Teresa” (QN, p. 63). Todo lo contrario, porque abandona toda pretensión bohemia, al mandarle a Alicia lo que esta llama una “empalagosa carta” (QN, p. 72), que le lee en voz alta a Oscar/Lucas en el cuento de este y en la que Miguel confiesa, en términos tiernamente cursis, lo mucho que la echa menos (QN, pp. 103-104). La novela deja abierta si este vómito de honestidad emocional ha bastado para que Alicia regrese a su vida con Miguel y los niños, aclarando las notas 1 y 34 del cuento de Lucas solo que Alicia se fue (QN, pp. 75 y 105). Guar- dar secretos meramente por miedo a las consecuencias de revelarlos y conspirar como cómplice para engañar a otro con el silencio estratégico arruina vidas, situación que quizá pueda en parte amortiguar o reme- diar el escribir la verdad, pero solo a posteriori. Es una forma de tener lo que Benedetti después llamará una “cola de paja”. Es evidente que Miguel, como “testigo implicado”, no sabe ver ni in- terpretar la realidad frente a los ojos en la que también es partícipe, pero hay otro, Lucas, que reconoce que también ocupa un lugar anómalo porque convierte su versión del triángulo amoroso en cuento, así que se asemeja mucho más que Miguel al novelista que usa al testigo impli- cado como narrador al cual Benedetti encontró en las novelas de E. M. Forster: “—Ahora soy el Otro —¿Y antes?— Tal vez no era nada. Pero el Otro era él” (QN, p. 83). Claro, aquí Lucas (que se rebautiza como Oscar en su cuento) quiere decir que ha cambiado la identidad del que ocupa la posición de tercero en el triángulo amoroso, pero también es verdad que este “Otro”, parecido al escritor-crítico que Benedetti en- contró ejemplificado en los relatos de Henry James, muy consciente de lo que hace, se explica como escritor autoreflexivo en la primera de las treinta y cuatro notas a pie de página que agrega a su texto para anali- zar sus propios métodos o aclarar en qué medida ha cambiado lo que el lector de Quién de nosotros ya conoce como el plano de la realidad dentro de la ficción: No sé contarme cuentos; sé reconocer el cuento en algo que veo o que experimento. Luego lo deformo, le pongo, le quito (...) Las notas (aunque las escriba pensando en el lector y use el tono adecuado a su interés) serán siempre impublicables, estrictamente personales, con

~66~ vigencia tan sólo para mí. Es posible que así quede registrada la defor- mación que sufre mi realidad al convertirse en literatura. Siempre que lo que escriba sea estrictamente literatura (QN, p. 75). Hacer cuentos no es algo natural o innato en el narrador; es más bien un proceso artificial que impone o aplica a su experiencia de ciertos aspectos de su entorno que le interesan como material potencialmente literario. Le quedará a Lucas alguno que otro error (la nota 29 supone que Miguel es “demasiado egoísta” para “anotar diariamente sus cavila- ciones” [QN, p. 102]) pero le permite establecer que el encuentro tan buscado por Miguel no tiene lugar: el cuento narra un acto de amor entre Lucas/Oscar y una Claudia/Alicia ya cansada de las cursilerías de Miguel/Andrés, pero una nota final desmiente el texto, confirmando que Alicia se fue convencida de que una relación con Lucas no lograba nada (QN, p. 105). Sin duda, sería peligroso buscar una conexión demasiado directa o simple entre el Lucas cuentista y el mismo Benedetti, aunque Lucas escribe un poema (QN, pp. 95-96) que reaparece como “Oración” en Poemas de la oficina en 1956 (IU, pp. 509-510). Sin embargo, las me- ditaciones metaliterarias hechas como parte de la obra misma (juego reconocido aquí en el hecho de que el lector solo pueda estar leyendo la versión publicada de lo que le dicen es “impublicable”), ejemplo del tipo de reflexiones que despertaron el recelo de Onetti y el entusiasmo de Martínez Moreno, desaparecerán progresivamente de la obra narra- tiva de Benedetti, no porque no le interese experimentar o jugar con las formas y géneros literarios, sino porque eliminará todo lo que amenace con empañar la visión que tengan sus lectores del “rostro tras la página”. Será la proyección de esta fisiognomía, primero sencillamente humana y ética, después ideológica y política aunque nunca menos humana, lo que en el pensamiento benedettiano cada vez más motivos le dará para seguir con el acto de escribir. Primero, habría que resolver, por lo menos parcial y provisoriamente, la cuestión que hemos visto explorada en los ensayos críticos y que el final de Quién de nosotros deja todavía abierta, problema ejemplificado en los arriba citados comentarios diametralmente opuestos de Onetti y Martínez Moreno a esta primera novela: ¿cómo ser testigo y al mismo tiempo ser partícipe de lo que se atestigua? O, dicho de un modo más inclusivo y más frontal que resalta el elemento ético tan importante para Benedetti: ¿es posible seguir siendo un ser humano si uno quiere

~67~ ser al mismo tiempo testigo de lo que está implicado en ser un ser hu- mano? ¿Es posible vivir y escribir sobre lo que se vive sin traicionarse o como escritor o como prójimo? Como producto estético e ideológico, La tregua, escrita en “Montevideo, enero a mayo de 1959” (LT, p. 200), toma un paso enorme en el camino que Benedetti había de seguir en su intento personal de vivir y pensar estos asuntos.

La tregua y el otro como ajeno no rescatable Para empezar, habría que eliminar algunas posibilidades: para Martín Santomé, el mar es un “testigo de la historia, testigo inútil porque no sabe nada de la historia. ¿Y si el mar fuera Dios? También un testigo insensible. Una presencia móvil pero sin vida” (LT, p. 122). El mar no sabe nada de la historia porque no participa de ella, no sufre sus consecuencias (sean logros o fracasos) por no ser parte de ella; es tan anterior como posterior a la historia humana que no sabe lo que es la vida, siendo “insensible” a cualquier emoción humana, descalificándose como testigo en el mundo benedettiano porque la empatía le está veda- da por la falta de imaginación a escala humana necesaria para entender las historias ajenas que atestigua, remodela y narra. Como explica en otro momento, Martín necesita “un Dios con quien dialogar, un Dios en quien pueda buscar amparo, un Dios que responda cuando lo inte- rrogo” (LT, p. 160), mientras que Laura responde a esta exigencia de un Dios que “tenga rostro, manos, corazón” con la idea de un Dios como “totalidad”, que puede ser “esta piedra, mi zapato, aquella gaviota, tus pantalones, esa nube, todo”, lo cual recibe un rechazo tajante por parte de Martín: “No puedo figurarme un Dios como una gran Sociedad Anónima” (LT, p. 122). Lo que resiste es la idea de una autoridad cuyas leyes y reglas del juego no estén hechas a la medida humana ni sean comprensibles por el ser humano mediano, lo cual es análogo a la voz narrativa como mero registro de lo predeterminado que Benedetti vio en Faulkner, a la lección ambigua y olímpica del maestro jamesiano y a los experimentos vanguardistas con la perspectiva narrativa que pare- cen jugar con los personajes como los antiguos dioses griegos con los seres humanos, lo cual se parece a lo que intentó hacer en Quién de nosotros. Para Benedetti, como ya hemos visto, los personajes de novela son más bien como personas a quienes uno llega a conocer en el curso del quehacer de cada día. De allí la preferencia del autor por una forma narrativa más cercana a lo que Benedetti había visto en las revelaciones

~68~ de este hombre mediano que era el Zeno de Italo Svevo: el diario en primera persona del protagonista Martín Santomé: Cuando se está en el foco mismo de la vida, es imposible reflexio- nar. Y yo quiero reflexionar, medir lo más aproximadamente posi- ble esta cosa extraña que me está pasando, reconocer mis propias señales, compensar mi falta de juventud con mi exceso de concien- cia (LT, p. 111). Esta voz narrativa es de alguien que busca entenderse a sí mismo, quedarse bien con la conciencia para dormir bien de noche y vivir tran- quilo de día (no aprovechar la autoconciencia reflexiva solo para hacer alarde de ciertas técnicas literarias), medirse a sí mismo en una balanza humana en vez de ser medido según alguna regla divina e incompren- sible. O sea, Martín quiere tratarse a sí mismo como narrador en su diario de la misma manera en que quiere tratar a los demás en su vida cotidiana. No quiere actuar arbitrariamente con aires de superioridad como alguna asociación caritativa o club político tradicional: Yo no pretendía ayudar a los menesterosos, o a los tarados, o a los mi- serables (creo cada vez menos en la ayuda caóticamente distribuida). Mi intención era más modesta; sencillamente, ser de utilidad para mis iguales, para quienes tenían un más comprensible derecho a necesitar de mí (LT, p. 50). Con razón escribió el editor de una edición anotada de La tregua que “la realidad de Benedetti, puede decirse que es una realidad con nombre y apellido, de carne y hueso”,54 pero cabe preguntarnos exacta- mente en qué consiste tal realidad. Este credo de Santomé parece ser de una modestia ejemplar, muy adecuado además a cualquiera que trabaje abnegadamente al servicio de sus jefes en alguna oficina, pero ¿quiénes son sus “iguales”? ¿Incluye a los “menesterosos”, “tarados” y “misera- bles”? ¿O son sus iguales solo los oficinistas u otros empleados más o menos del mismo nivel socioeconómico que él? Y hay que hacer tal pre- gunta porque hay un sector social definitivamente excluido del derecho de gozar de su magnanimidad: los homosexuales, de lo cual surge otra pregunta: ¿qué hace esta exclusión a la noción de “iguales”? El elemento esencial de este análisis del tema de los “maricas” en la obra benedettiana de los años cincuenta no es la supuesta homofobia o

54- Eduardo Nogareda, “Introducción” (1978) a su edición de La tregua, 22.ª ed., Madrid, Cátedra, 2009, p. 32 de pp. 11-57.

~69~ heterosexualidad ortodoxa de sus libros,55 sino el funcionamiento de la exclusión dentro de la conceptualización del “igual” como semejante. Santomé se siente rodeado por “maricas”: “Yo creo que en este lumi- noso Montevideo, los únicos gremios que han progresado en estos úl- timos tiempos son los maricas y los resignados”, y esto no está nada de bien porque los resignados son los antes rebeldes (LT, pp. 66-67) que ahora están en vías de pasar a ser los nuevos corruptos: “En el princi- pio fue la resignación; después el abandono del escrúpulo; más tarde la coparticipación” (LT, p. 67). Santomé, al asociar a los maricas con los resignados, de hecho incluye a los homosexuales en la clase de in- dividuos que se han vendido éticamente y por eso no son sus semejan- tes, no son personas frente a cuya imagen él mismo pueda reconocerse porque siente que no están hechas “de buena madera”, la frase que usa Avellaneda para explicar por qué lo quiere. Responde Santomé con el pensamiento: “Nadie me había dedicado jamás un juicio tan conmo- vedor, tan sencillo, tan vivificante” (LT, p. 150), lo cual equivale a una manera de quererse a sí mismo con un nivel de justificación negado a los que por no poder sentirse en tanta paz con la propia conciencia, no tienen derecho a experimentar tal grado de autosatisfacción. De allí las asociaciones que hace Santomé en el trozo siguiente: “Ocho de la mañana. Estoy desayunando en el Tupí. Uno de mis mayores placeres (...) Me gusta el Tupí a esta hora, bien temprano, cuando todavía no lo han invadido los maricas (me había olvidado de Jaime, qué pesadilla)” (LT, p. 135). No es solo que los maricas invadan los espacios de la ciu- dad donde el protagonista se siente más a gusto, sino que a través del recuerdo de su hijo Jaime que ha resultado ser homosexual, estos seres ajenos amenazan tanto su propia casa como el mundo interno de sus placeres privados. El problema principal para Santomé es que el homosexual es un ser diferente difícil de asimilar al criterio que usa para definir al ser humano aceptable: “¿Qué es Jaime? ¿Quién es Jaime? ¿Qué quiere Jaime?”, se pregunta (LT, p. 59). La homosexualidad de Jaime hace ineludible en el hogar mismo a esta diferencia irreducible. Jaime es diferente desde el nacimiento, ya que su madre, Isabel, muere “pocas horas después del parto”, y, además, no se parece al padre (LT, p. 146) y, cuando a los nueve años se entera de la verdadera causa de la ausencia de la figura maternal, mira al padre “con una animadversión estremecedora”, y “con

55- Para un estudio de dicha temática, ver José Otilio Umaña Chaverri, Encuentros con Mario Benedet- ti, Costa Rica, Editorial de la Universidad Nacional, 1998, pp. 193-221.

~70~ una firmeza de predestinado” le dice: “Vos vas a ser mi madre. Y si no te mato” (LT, p. 139). La relación de su padre con Avellaneda le parece a Jaime una traición a “la memoria de mamá” (LT, p. 130), se pelea con sus dos hermanos y se va de la casa familiar, mientras que Santomé reflexiona así sobre la posible reacción de Jaime a no tener madre: No me mató, claro, pero se vino a matar él. Ya que el hombre de la familia le había fallado, se dedicó a negar al hombre que había en sí mismo. ¡Ufa! Qué complicada explicación para desarrollar un hecho tan escueto, tan ordinario, tan ilevantable. Mi hijo es un marica. Un marica. (LT, pp. 139-140) Santomé no puede convencerse de lo que hay de “predestinado”, “es- cueto”, “ordinario” o “ilevantable” en ser “marica”, e insiste en buscar explicaciones sicológicas por la orientación sexual de su hijo, pregun- tándose “¿Por qué Esteban y Blanca crecieron normalmente, por qué ellos no se desviaron y el otro sí?”, concluyendo que las “explicaciones racionales y hasta razonables” le “cargarían” a él “con parte de la culpa” (LT, p. 140). Aunque sería un anacronismo injusto aplicarle a un texto de 1960 teorías, conocimientos y actitudes propios de principios del siglo veintiuno, parece lícita la observación de que en ningún momento parece ocurrírsele a Santomé la posibilidad de que los gustos afectivos y sexuales de Jaime sean tan naturales e innatos como los que le con- ducen a él a enamorarse de una mujer tan joven como su hija Blanca, y que, por lo tanto, merezcan el comentario comprensivo de su otro hijo Esteban al enterarse de los amores de su padre con Laura: “Me chocó pero lo admito, porque sé que estabas muy solo (...) así que no te juzgo, no puedo juzgarte; más bien, me gustaría que hubieras acertado y te acercaras lo más posible a la buena suerte” (LT, p. 163). Al contrario, Jaime se siente obligado a desaparecer. Lo último que sabemos de él es una carta “rencorosa, violenta” mandada a Blanca, de la que Santomé transcribe el párrafo dedicado a él: “Decile al viejo que todos mis amo- res fueron platónicos, así que, cuando tenga pesadillas en las que apa- rezca mi inmunda persona, puede darse vuelta y respira tranquilo. Por ahora”, lo cual recibe una reacción tan miope como típicamente egoísta de parte del padre: “Es demasiado odio junto para que sea verdadero. Al final voy a pensar que este hijo me quiere un poco” (LT, p. 168). No se preocupa por lo que puede ser la experiencia de Jaime en sí, sino más bien por las posibles consecuencias con respecto a él mismo. Siente más compasión por dos empleados despedidos: el incompetente Suárez después de dejar de ser amante de la hija de uno de los directores (LT,

~71~ pp. 100-101), y Menéndez, que reacciona violentamente a una broma que le hizo creer que se había sacado la lotería (LT, pp. 174-176), pero sobre todo hacia su otro hijo que quiere salir del universo moralmente ambiguo del empleo público, a quien Santomé ve como “un extraño lleno de simpatía” pero al que sin embargo puede reconocer como “mi hijo” (LT, pp. 108-109). Aquí está el meollo del asunto: Jaime no es simplemente un “extra- ño”; es también un otro totalmente ajeno, como su padre se lo admite a sí mismo en el diario, aunque se lo escondió a Laura en una conver- sación anterior sobre el hijo menor: “cuando un tipo viene podrido, no hay educación que lo cure, no hay atención que lo enderece” (LT, p. 129). Esto le permite describir a Jaime como un “marica” a la manera del “repugnante de Santini” (LT, p. 140), el “marica en la sección” (LT, p. 58) que le “hizo unas monerías bastante escandalosas” (LT, p. 169) y que se gana el epíteto “repugnante” una segunda vez (LT, p. 182), así superando al inaguantablemente cursi, grotesco e infiel pero indudable- mente heterosexual ex compañero de clase Vignale, que sólo logra ser “estúpido, empalagoso y pajarón” (LT, p. 34). Pero Jaime no es solo homosexual; su podredumbre incurable es tam- bién metafórica ya que ha traicionado los valores sólidos de la clase media, la suya: a su padre “no [le] gustan sus amigos. Tienen algo de pitucos, vienen de Pocitos (...) Se aprovechan de él (...) Ninguno de ellos trabaja, son hijos de papá” (LT, pp. 96-97). Pero no solo son ricos, mimados, ociosos; además se muestran pretenciosos frente a un arte abstracto que a Santomé le parece tan falso que lo parodia: Jaime fue llenando la casa con esos mamarrachos que precisan una explicación periódica. A veces los veo, a él y a sus amigos, extasia- dos frente a una jarra que tiene alas, recortes de diarios, una puerta y testículos, y los oigo comentar: “¡Qué reproducción bárbara!” No entiendo ni quiero entender porque la verdad es que su admiración tiene una cara de hipócrita. (LT, pp. 102-103) Santomé solo quiere un arte fácil e inmediatamente comprensible que no exija “explicación”, porque duda de la buena fe del espectador que dé o necesite comentarios, sospechando que si no entiende algo él, no es por lo que le pueda faltar a la obra sino más bien a los que sí dicen entenderla. Sus palabras rezuman un esnobismo cultural o intelectual invertido que el autor nunca compartiría, pero esta caricatura del arte abstracto tiene un fuerte antirealismo del tipo que hemos visto desper-

~72~ tar recelos en el Benedetti crítico literario que analiza el vanguardismo europeo, así que no es quizá de sorprenderse que lo que Santomé ve como el falso esnobismo artístico vaya estrechamente ligado a una es- tética no representativa, de la misma manera en que una mariconería afeminada es una deformación —desviación—de cierta masculinidad incuestionable que es parte intrínseca de cualquier hombre que Santo- mé sepa reconocer como su semejante. Además, ya en 1949 Benedetti había condenado con sorna a “estos pederastas literarios, a los que se muestra tan afecto el mercado europeo” (MP, p. 70). Todo lo cual asu- me una importancia especial si uno piensa en el arte abstracto como vehículo para la libre expresión personal,56 que es exactamente lo que le prohíbe a su hijo como individuo en nombre de ciertas normas morales y sexuales que para él son tan naturales que ni siquiera las ve. Santomé considera que la homosexualidad es una enfermedad sicoló- gica y, por consiguiente, una deformación humana, defecto si no cura- ble, por lo menos atribuible a causas que busca en su propio compor- tamiento y personalidad, y en sus recuerdos de Isabel, madre de Jaime. Sin embargo, como las voces narrativas o personajes de Quién de noso- tros, no llega a preguntarse si lo que cree saber se basa en percepciones adecuadas de la realidad o en intuiciones hechas a base de perjuicios y lugares comunes culturales tan penetrados en el entorno social que, desapercibidos, pasan a ser los andamios inconscientes de lo que se toma erróneamente por el conocimiento compartido e irrefutable de una nor- malidad tan incuestionable como las leyes de la naturaleza. Como vimos arriba, Esteban puede “no juzgar” a su padre porque puede inferir de las acciones de éste emociones y pensamientos parecidos o equivalentes a los que puede imaginarse a sí mismo experimentando en circunstancias similares (LT, pp. 162-163). Tal paso empático de verse en la situación del otro desaparece en el caso de su hermano menor, como le informa Jaime a su padre: “a Esteban lo enteré yo (...) Para tu tranquilidad, debo confesarte que reaccionó como todo un machito, y me dejó un ojo ne- gro” (LT, p. 131). Jaime es demasiado diferente; es el otro ajeno en el que Santomé no se reconoce, es el que ni siquiera llega a ser su “semejante”

56- En 1968, un Benedetti políticamente concientizado por la Revolución Cubana rechazaría la si- guiente declaración del pintor abstracto Jean Dubuffet: “Yo soy individualista. Es decir, considero que mi papel de individuo es el de oponerme a todo constreñimiento ocasionado por los intereses del bien social”. A Benedetti le parecía “increíble” que un artista pudiera pensar así, agregando que para ser “coherente” consigo mismo, Dubuffet debiera renunciar a todos los servicios sociales desde los de salud pública al metro de París. Sin embargo, hay que aclarar que Dubuffet nunca había declarado que no iba a pagar los impuestos estatales. Ver Mario Benedetti, “El boom entre dos libertades”, en LCM, pp. 33-34 de pp. 32-50.

~73~ como el desconocido que pasa en la calle (PCP, p. 165), el no prójimo que merece ser castigado por el mero hecho de no ser como los demás. Por lo tanto, cuando Santomé, como Miguel en Quién de nosotros, sigue su “impulso” (LT, pp. 49 y 111, por ejemplo), vale preguntarse si los instintos que sigue son la comprobación de la sinceridad y franqueza personal que busca practicar y expresar o solo la expresión de posturas ajenas predeterminadas, aceptadas como padrón social general pero in- ternalizadas y experimentadas como las suyas propias. Se puede objetar que Santomé no es Benedetti,57 pero al decir en una entrevista, con palabras muy citadas en la crítica sobre La tregua, que sus dos protagonistas, “sobre todo Santomé, empiezan a tener preocu- paciones políticas (...) en el año 1957, cuando transcurre la novela” y que “esa actitud los ubica un pasito más adelante del promedio de los uruguayos”,58 el autor coloca a sus personajes en una posición frente a sus compatriotas muy parecida a la que ocupa el escritor-lector de los ensayos frente al lector común. Aquel hace preguntas o observaciones y expresa dudas que pueden ser útiles para los demás precisamente por ser enunciados por un autor que está ubicado “un pasito más adelante” de ellos, en el sentido de tener preocupaciones e intereses que lo conducen a formar opiniones y perspectivas enfocadas según sus propias propósi- tos y necesidades específicos, pero que al escritor-lector también le dan la capacidad de orientar a los que no gozan de los mismos conocimien- tos y metas pero que sí leen por placer o instrucción. Además, en la misma página de la entrevista con Ruffinelli, Benedetti dice casi lo mismo de su propio enfoque como autor con respecto al libro ensayístico El país de la cola de paja, donde es lógico suponer que escribe con una voz no disfrazada de personaje ficticio, afirmando que le “sirvió mucho para buscar en [él] mismo posiciones políticas (...) en un momento en que (...) estaba lleno de dudas”. En El país escribió que al montevideano que no usaba palabrotas se le podía sospechar de “ma- riconería”, mientras que asistir a “bodas de homosexuales” se asociaba con crímenes como el narcotráfico y el contrabando (PCP, pp. 28 y 54, énfasis en el original). La juventud adinerada había empezado a pro- ducir “legiones influyentes de maricas y cretinos”, y, si en los cuarenta “pituco” hacía referencia solo “al tipo afeminado, de notorio amanera-

57- Benedetti nació el 14 de setiembre de 1920, Santomé cumple cincuenta años el 13 de setiembre de 1957 (LT, p. 178), así que hay apenas un día de diferencia en cuanto a fecha de cumpleaños pero el personaje es trece años mayor que su autor. 58- Ruffinelli, “La trinchera permanente”, en Fornet, Recopilación, p. 31 de pp. 25-44.

~74~ miento”, veinte años más tarde los pitucos eran tan numerosos que “la consecuencia más peligrosa” de esa “invasión” era “el contagio de sus hábitos” (PCP, pp. 92-93). De allí que la descripción del esnobismo o hipocresía cultural del pituco se parezca tanto a los de Jaime y sus ami- gos a ojos de Santomé en La tregua: “Su máxima aspiración es hacerse notar (...) No siempre es afeminado, pero casi siempre lo parece”: La invasión de los pitucos (grupo esnob, subgrupo maricas) en el tea- tro montevideano, representa una comprobación cada vez mas la- mentable, ya que le está quitando valor y profundidad a uno de los movimientos más generosos, sinceros e inicialmente mejor dotados que puede exhibir la breve historia de nuestra cultura (PCP, pp. 97- 98, énfasis en el original). El pituco, pero sobre todo el “marica” dentro de este sector social, es un otro que representa un peligro para lo mejor, lo más normal, vigoro- so y sano de toda la cultura uruguaya. En tal contexto, parece lícito preguntarnos si el deseo benedettiano de buscar el rostro tras la página que lee o de presentar el suyo tras la que escribe obedece reglas tan sencillas como parece creer el autor, o si más bien el intento de humanizar estos procesos no será sujeto a distorsiones inconscientes que socaven las fundaciones de cualquier construcción literaria o intelectual erigida sobre ellas.

De la situación sartreana a la ciudad benedettiana Sartre explica claramente cómo, dado que “la angustia” es el “verdadero “dato inmediato” de nuestra libertad”, “el hombre, al estar condenado a ser libre, lleva sobre sus hombros todo el peso del mundo”.59 Los poe- mas escritos por Benedetti en los años cincuenta, los primeros que ha deseado incluir en sus obras completas, captan con nitidez esta antesala dolorosa de la libertad. En “Esta es mi casa”, poesía que abre Sólo mien- tras tanto (1948-50), leemos: No cabe duda. Esta es mi casa aquí sucedo, aquí me engaño inmensamente. Esta es mi casa detenida en el tiempo ...

59- Jean-Paul Sartre, El ser y la nada, trans. Juan Valmar, Barcelona, Altaya, 1993, pp. 78 y 576.

~75~ Pero a mi casa la azotan los rayos Y un día se va a partir en dos. Y yo no sabré dónde guarecerme porque todas las puertas dan afuera del mundo” (IU, p. 519) “Como una hiedra” es casi una glosa de esos versos: “Ahora es preciso que me encuentre indefenso / a solas con la vida de mi muerte / como recién nacido / como recién asido / a la posibilidad de mi no-ser” (IU, p. 526). Esta sensación de desnudez, soledad, orfandad y vulnerabili- dad frente a la facticidad del universo (ni yo ni el entorno que me toca podemos ser otra cosa de lo que somos, y estar aquí es la única posibili- dad que tengo de ser lo que soy) será un constante en el mundo poético del autor, junto con la conciencia de las tentaciones de esa “huida” que es la “mala fe” que “tiene por objeto ponerse fuera de alcance”:60 “Pero nadie se asusta / nadie quiere / pensar que se ha nacido para esto / pensar que alcanza y sobra / con los pinos / y la mujer / y el libro / y el crepúsculo” (“Licencia” de Poemas de la oficina [1956], IU, p. 516). Todos podemos preferir olvidar nuestra fragilidad ante las exigencias de la existencia, pero la verdad neta y escueta, una verdad sin cualidades humanas porque nos precede como condición de nuestro ser, es que lo que hay es la fundación sobre la que nosotros tenemos que construir lo que nos “alcanza y sobra”: “El hombre es siempre él mismo frente a una situación que varía y la elección se mantiene siempre: una elección es una situación”,61 y para un escritor es igual: “En una palabra, el autor está en situación, como los demás hombres. Pero sus escritos, como todo proyecto humano, encierran, precisan y dejan atrás esta situación, la explican y la fundamentan incluso”.62 Sin embargo, esta situación no es topográfica o geográfica sino exis- tencial y afectiva: Un ser no está situado por su relación con los lugares, por su grado de longitud: se sitúa en un espacio humano, entre “el lado de Guermantes” y “el lado de Swann”; y la presencia de Swann o de la duquesa de Guer- mantes permite desplegar ese espacio “hodológico” en que se sitúa.63 Notable en este trozo es el uso por el filósofo de ejemplos literarios para ejemplificar su tesis sobre el elemento esencialmente humano de

60- Sartre, El ser y la nada, p. 99. 61- Jean-Paul Sartre, El existencialismo es un humanismo, Montevideo, Técnica, 1986, p. 24. 62- Sartre, ¿Qué es la literatura?, p. 148. 63- Sartre, El ser y la nada, p. 306, cursiva en el original.

~76~ su concepto de “situación”, combinación que le permite a Benedetti es- cribir con cierta vergüenza y culpabilidad en 1960 que para “algunos de nosotros [de la generación de Marcha] (...) Yoknapatawpha [en Faulk- ner] y Combray [en Proust] quedaban más cerca que el Paso Molino” en Montevideo (PCP, p. 85). Hay una diferencia fundamental aquí. No solo estaban las primeras dos localidades en el extranjero (la de Faulkner en Estados Unidos y la de Proust en Francia, dos países cuyas culturas tenían un peso especial en Uruguay), siendo ambas tan ficticias como el Macondo de García Márquez, mientras que Paso Molino era —y sigue siendo— un barrio obrero de un Montevideo solo demasiado real. O sea, Benedetti ha abandonado uno de los elementos principales de la si- tuación sartreana, ubicándola en, y atándola a un lugar específico en el planeta. Esto nos devuelve a la temática benedettiana del escritor-lector como testigo más o menos privilegiado de su contorno, con las limi- taciones que hemos visto implicadas en los ejemplos analizados arriba, todo lo cual a su vez significa que puede ser Santomé, personaje prota- gónico de La tregua, el que resume mejor esta versión personalizada y “montevideanizada” de la actitud filosófica de Sartre: Soy de este sitio, de esta ciudad. En esto (...) creo que debo ser fatalis- ta. Cada uno es de un solo sitio en la tierra y allí debe pagar su cuota. Yo soy de aquí. Aquí pago mi cuota. Ese que pasa (el de sobretodo largo, la oreja salida, la renquera rabiosa), ese es mi semejante. Toda- vía ignora que yo existo, pero un día me verá de frente, de perfil, de espaldas, y tendrá la sensación de que entre nosotros hay algo secreto, un recóndito lazo que nos une. Que nos da fuerzas para entendernos. O quizá no llegue nunca ese día, quizá él no se fije nunca en esta plaza, en este aire que nos hace prójimos, que nos empareja, que nos comunica. Pero no importa; de todos modos, es mi semejante (LT, p. 165, mayúsculas en el original). Santomé aquí como en otros momentos busca en el “prójimo” a un “semejante”, y ya hemos visto lo que hace cuando se enfrenta a un “pró- jimo” que no es su “semejante”, uno que, como su hijo Jaime a causa de ser homosexual, no puede funcionar como espejo en que pueda com- probar que su propia identidad sigue siendo la misma, como espejo que le devuelva una imagen de sí misma que no sea la de un “otro” ajeno a la concepción que tiene de sí mismo. En 1949 Benedetti supo ofrecer una visión optimista de un papel social bien definido para el escritor:

~77~ El arraigo del escritor ciudadano podría consistir en fijar el desarraigo ambiente, en enfrentarlo. Una colectividad que marcha a la deriva, representa, buena o mala, una realidad, y el declararla, y declarar con ella las afinidades y repulsas que la encaminan o la desorientan, signi- fica, en el peor de los casos, un testimonio. Y sobre un testimonio es posible construir (MP, p. 73). Pero ahora podemos ver que esta declaración, que debe en su mo- mento haber parecido transparente, plantea más preguntas de las que soluciona, preguntas análogas a las expuestas al comienzo de este capí- tulo: ¿Hasta qué punto puede ser este escritor un ciudadano como los demás? Y esta “colectividad a la deriva”, ¿no puede ser simplemente un conglomerado más o menos numeroso de seres que, como Jaime, por no ser “semejantes”, le dan la impresión de estar “a la deriva” solo a un testigo que no sabe lo que ve? ¿Y qué tipo de testimonio podemos esperar de un testigo que ni sabe mirar ni estar seguro de identificar correctamente lo que tiene ante los ojos? ¿Qué mundo puede construir una sociedad que dependa de tal testimonio? Urge tener en mente tales preguntas cuando, una década más tarde, Benedetti afirma con igual certeza: Falta que el escritor (...) sienta que su lector le espera y que la sim- ple comprobación de que ambos están inmersos en un mismo azar, detenidos en una misma encrucijada, le empuje a sentirse solidario con él, a anhelar como una necesidad imperiosa y vital la repercusión humana que pueda tener su propia obra en ese condominio de su destino. (PCP, p. 55) La magnífica imagen del “condominio del destino”, espacialización específica de una distribución fortuita del “azar”, puede disfrazar un costoso malentendido: si el escritor ofrece como testimonio solo lo que el lector espera, puede ser que lo que le ofrece equivalga únicamente a un lugar privilegiado desde donde pueda confirmar sólo lo que el lector cómodamente ya imagina como lo mejor de lo que es capaz, convirtien- do la solidaridad misma en otro espejismo identitario.

~78~ El prójimo, ¿otro o uno mismo? Para aclarar este asunto, hay que preguntarse no quién es mi semejante sino qué es un prójimo. En 1965, una apreciación del poeta español Antonio Machado marcó un hito en el desarrollo ideológico de Bene- detti, porque, como escribió en el subtítulo que puso a su ensayo (“Una conducta en mil páginas”),64 Machado ejemplificó para él la posibilidad de captar el retrato esencial y fidedigno de un ser humano auténtico en un número suficiente de páginas: Sin demagogia, sin falso énfasis, sin alaridos y también sin proster- naciones, el Machado total (quizá sea más exacto nombrarlo como el Machado íntegro) es una lección de autenticidad, de fidelidad consigo mismo, de comprensión del prójimo, y resulta una tarea higiénica arrimarlo a la obra de otros escritores, actuales o pretéritos, así como fenómenos políticos y sociales de éste y otro tiempo, para comprobar cómo hay páginas (a veces célebres) que se desmoronan, se averían, se gangrenan, al no poder soportar la proximidad de ese poeta de veras, de ese hombre cabal (SAO, pp. 12-18, énfasis en el original). A la luz de la visión del propio autor de la coherencia y consecuencia de su vida y obra65 y de opiniones muy posteriores al respecto como las de Campanella citadas arriba en la Introducción y la enfatizada por el autor mismo, resulta fácil perdonar a cualquiera que quiera ver en estas palabras un reflejo de qué era lo que Benedetti esperaba que otros vie- ran en él mismo, pero lo esencial es recalcar en esta imagen de Machado la idealización de la humildad e integridad personales que le permiten un justo comportamiento respecto al “prójimo” en comparación con tantos otros que fallan en uno o más aspectos. Es de notar, sobre todo en la segunda mitad de la oración, cómo Benedetti pasa de páginas a atributos humanos y al revés como si las palabras e imágenes realmente pudieran tener una conducta como las personas. Por esa razón, puede escribir una página después que “la verdadera biografía, y las actitudes que en ella se engarzan, reside plenamente en su obra de escritor”, su- brayando la fuerza de la imagen expresiva de “engarzar” al repetir que “la verdadera vida del poeta transcurre en su millar de páginas” y que

64- El libro al que se refería Benedetti es Antonio Machado, Obras: Poesía y prosa, ed. Aurora de Albornoz y Guillermo de Torre, Buenos Aires, Losada, 1964. Aunque no menciona a Benedetti, Luis Bravo estudia la importancia de Machado para muchos poetas uruguayos del medio siglo en su Voz y palabra. Historia transversal de la poesía uruguaya 1950-1973, Montevideo, Estuario, 2012, pp. 80-84 y 335-356. 65- Por ejemplo, Federica Rocco, “Entrevista con Mario Benedetti”, Studi di letteratura ispano-ameri- cana, 32, 1999, pp. 84-85 de 81-98.

~79~ “la vida de Machado está en sus actitudes, nada sensacionalistas pero siempre irreprochables, y también está en sus escritos, que son algo así como articulaciones entre actitud y actitud” (SAO, pp. 129-130). Las repeticiones indican su importancia, y la verdad es que nunca llegó Be- nedetti a definir más sucintamente que en estas páginas lo que pasaba a ser el eje central de toda la base ética de su carrera como hombre de letras, en el doble sentido de escritor e intelectual público: la interpene- tración de rostro humano, palabra escrita y esas reacciones intuitivas y literalmente entrañables, las “actitudes”, captadas por la palabra y reve- ladoras de la esencia detrás del rostro, que son la verdad que une a todos los tres aspectos. Con razón, en “Peregrinación a Machado”, poema muy posterior escrito en agosto de 1987, después de una vista a Baeza, lugar de residencia de Machado, Benedetti confiesa que no ha venido “a ver Baeza / sino a encontrarse a don antonio”, describiéndose explícita- mente como “un peregrino de los suyos” (ID, pp. 204-205). Benedetti quiere contemplar sólo el rostro moral completo, en los dos sentidos de entero e íntegro; fijarse demasiado en lo estéticamente hermoso de algún rasgo específico es una evasiva peligrosa. En 1967, Benedetti volvió a esta combinación de obra completa y hombre íntegro en una larga reseña de Poesía reunida de Roberto Fer- nández Retamar66 (LCM, pp. 229-241), donde, después de quejarse de que las antologías tiendan a proporcionar solo “un enfoque algo rígido y artificial [del] rostro verdadero” del autor, se pregunta a sí mismo y a los lectores: “¿Qué antología podría dar la calidad humana que trans- miten las Poesías completas de Antonio Machado?” (LCM, p. 229), para dar paso a la siguiente explicación: Mucho del atractivo de esta Poesía reunida viene de la franqueza, a la vez humilde y orgullosa, a la vez convicta y desconcertada, con que el poeta asume, en nombre de una insegura promoción, de una clase alarmada, su inconfortable función transitiva, su condición de ines- table, casi improvisado puente entre dos épocas pugnantes, hostiles (LCM, p. 231). El espacio dedicado por Benedetti a la cuidadosa y repetida precisión de los términos usados (LCM, pp. 230-231, 236-240) sugieren el grado de simpatía y autoidentificación con que el uruguayo se sintiera aludido por las dificultades que experimentaron “esta poesía de brazos abiertos”

66- Roberto Fernández Retamar, Poesía reunida, La Habana, Ediciones Unión, 1966. A su manera, el cubano también reconoce el valor continuo del ejemplo de Machado (véase la ironía de “Tumba para Antonio Machado”, p. 168).

~80~ y “el cálido ser humano que es Fernández Retamar” en efectuar la “tran- sición” personal y política (LCM, pp. 230 y 240) necesaria para partici- par en la revolución de 1959. El poeta cubano logra hacer esta ardua ta- rea precisamente gracias a calidades que, para Benedetti, comparte con el autor español, observación apoyada por la apreciación hecha por el mismo Fernández Retamar del papel de la lectura de Machado durante su juventud y por el recuerdo constante que el cubano retiene de un “epigrama admirable” del español: “El ojo que ves, no es / ojo porque tú lo veas. /Es ojo porque te ve”.67 Refiriéndose a un comentario del poeta salvadoreño Roque Dalton, colega y compañero tanto del uruguayo como del cubano, sobre la relación entre “sencillez” y “complejidades” en Poesía reunida, Benedetti recurre a Machado como ejemplo: Ese uso de la sencillez es precisamente, en el mejor sentido, de la pala- bra, subversivo. Para hallar un antecedente de esta actitud, habría qui- zá que retroceder hasta Antonio Machado, cuya sencillez era (...) un modo peculiar de meterse en honduras, y de traernos, desde ellas, sus convicciones más lúcidas y conmovedoras. (...) La comunicación [en la poesía reciente de Fernández Retamar] es abanico de problemas, dignificación del prójimo como interlocutor válido, confrontación revolucionaria de las distintas interpretaciones o formas o actitudes, del ser y el estar revolucionarios. (LCM, pp. 238-239) El prójimo aquí es un lector (¿como Dalton o Benedetti mismo?), adecuado pero no idóneo, pero sí lo suficientemente eficaz como para leer una poesía conscientemente elaborada de una manera análoga a la participación de todos los ciudadanos (es decir, no solo los ya experi- mentados como lectores literarios) en la evolución del discurso revolu- cionario desde dentro del proceso de la revolución. Las vacilaciones o alternativas ofrecidas aquí atestiguan el grado en que Benedetti, en su comentario sobre este producto literario del nuevo período histórico cubano, reproduce las dudas, temores y avances a tientas de un Fernán- dez Retamar como escritor todavía inseguro de cómo seguir su oficio dentro de la gesta revolucionaria. Es en este contexto que el mismo Fernández Retamar cita “la frase clásica de Antonio Machado: ‘Escribir para el pueblo, que más quisiera yo”’, para resumir una situación ideal en que escribir “para el pueblo” solo ocurre cuando el escritor escri- be “como pueblo”, lo cual a su vez puede ocurrir únicamente “cuando es pueblo” (LPC, p. 179, cursivas en el original). Benedetti resuelve

67- Ver Roberto Fernández Retamar, Para una teoría de la literatura hispanoamericana, Santa Fe de Bogotá, Instituto Caso y Cuervo, 1995, pp. 16-17 y 316.

~81~ esta temática difícil de otra manera: la “humanización de las cosas y de la naturaleza, (...) forma casi militante de asumir la realidad, ese ‘vivo río de todo”’, esta manera en que “los amigos lo llaman como temas” (LCM, pp. 234-235, cursiva en el original), aseguran que el prójimo sea como un amigo reconocible y no un otro ajeno, y que la revolución quizá sea una realización idealizada de la concepción benedettiana de las relaciones entre prójimos y no la transformación del ser humano en otro tan nuevo y diferente que permanece todavía desconocido. Como Benedetti escribió en las frases finales de la reseña de 1965 del volumen de Machado: “el lector, cuando emerge de estas obras completas, tiene la impresión de haber estado dialogando con lo mejor de sí mismo” (LCM, p. 132, cursiva en el original). En cierto sentido, esta frase re- sume el tema que este libro intenta rastrear: Benedetti quiere convertir este diálogo de lector con “lo mejor de sí mismo” en una definición del prójimo que pueda servir de base para la intervención política, sin darse cuenta de las limitaciones de tal enfoque sobre la relación entre ética y política. Benedetti se mantenía leal a la necesidad instintiva de ver claramente el “rostro tras la página”, así que en 1977 en el prólogo de su antolo- gía Poesía trunca, Benedetti como compilador aclaraba que “cuando se entrega la vida, los otros matices y prioridades se diluyen en ese gran holocausto” (PT, p. 9), generalización que reduce la obra a ser mero apéndice de la vida de su autor, opinión glosada con más detalles al final del mismo texto: La vida del poeta puede ser despedazada, pero la obra, trunca pero intacta, queda, y al final se convierte en su vida. Y hasta puede seguir creciendo, siempre y cuando nuevos jóvenes se acerquen a esa poesía interrumpida, la enlacen con su propia juventud, la continúen con su propia vida en revolución. Ojalá que esta antología facilite esa conti- nuidad (PT, p. 14). Una vez más, las fronteras entre obra y vida desparecen, pero ahora no solo la obra se transforma en vida una vez muerto su autor (como en el caso de Machado en 1965), sino que el propósito de la obra es influir directamente en la vida de los lectores hasta tal punto que algunos pue- den estar dispuestos a correr los mismos riesgos por haberse entregado a los mismos compromisos que los poetas asesinados. Puede sorprender, hasta chocar, la sangre fría con que Benedetti parece querer asumir la responsabilidad de animar o invitar a otros a arriesgar la vida en la lucha

~82~ armada, sobre todo cuando se sabe que a principios de los tan difíciles años setenta él mismo rechazó la oportunidad de llevar un arma, aun- que fuera solo para defenderse, a pesar de la presión de algunos compa- ñeros. “Benedetti no es Juan Ángel” [protagonista de El cumpleaños de Juan Ángel, empleado bancario que se convierte en guerrillero urbano], comenta Paoletti; “su coherencia triunfaba contra las circunstancias que ejercían presión sobre su conducta”, acota Campanella, citando las pa- labras de Benedetti a Carlos Martínez Moreno: “Yo soy un escritor: no sé qué haría con un arma”.68 Parece necesario matizar la coherencia de su conducta apuntada por Campanella: puede ser que haya una cons- tancia ética entre la actitud de intelectual revolucionario y la negación de llevar arma aun en situaciones de peligro provocadas por la propia militancia. No obstante, parece haber un evidente conflicto lógico y práctico entre adoptar tal postura ética y escribir textos que promulgan una política de lucha armada a la cual uno espera persuadir adherirse a otros que no hacen tales reparos. En abril de 1985, durante la Feria del Libro en Buenos Aires, días antes de volver a Montevideo por primera vez en trece años, Benedetti recibió un muy fuerte recordatorio de las posibles consecuencias de esta contradicción: La caseta donde él firma sus libros en la Feria se transformará enton- ces en una especie de túnel del tiempo: un matrimonio aparece con una bolsa de libros suyos, ondulados y sucios, los clásicos libros que han pasado mucho tiempo enterrados. Entre ellos, un Cumpleaños de Juan Ángel lleno de anotaciones en los márgenes. —Parece que a este libro lo leyeron —comenta Mario. La respuesta: —Sí. Era de nuestra hija desaparecida.69 Paoletti no recoge ningún otro comentario del autor ni agrega uno propio, mientras la referencia a los libros enterrados y la palabra clave “desaparecida” tienden a desviar la atención hacia la dictadura militar y los responsables por la “desaparición” de la hija. Sin embargo, es difícil no ver en esta militante anónima desaparecida a una lectora perfecta de la obra benedettiana: ha leído como si se tratara de la experiencia vivida

68- Mario Paoletti, El aguafiestas: Mario Benedetti la biografía, Madrid, Alfaguara, 1996, p. 158; Hor- tensia Campanella, Mario Benedetti: un mito discretísimo, Montevideo, Seix Barral, 2008, pp. 137- 138. 69- Paoletti, El aguafiestas, p. 208. Campanella no menciona el episodio, aunque sí la presencia de Benedetti en la Feria del Libro de Buenos Aires (Mario Benedetti, p. 217).

~83~ de una persona real, la historia de Osvaldo Puente —“puente” en los dos sentidos de ser “hombre de transición” según el significado dado a la frase en el poema Roberto Fernández Retamar (tiene que adaptar una herencia prerrevolucionaria a las exigencias nunca previstas de la lucha y la vida dentro de la revolución)70 y en el de ser literalmente el vehículo por medio del cual se produce este cambio de ser consumista obediente de clase media a ser rebelde y miembro de la guerrilla urbana, proceso resumido en la adopción del nombre clandestino Juan Ángel. En otros términos, la joven parece haber seguido la manera de leer recomendada por Benedetti, haciendo desparecer el artífice literario como si fuera un envase de vidrio perfectamente transparente, ha entendido cabalmente la lección sobre su responsabilidad en la lucha por cambiar las bases socia- les y políticas de su sociedad, ha actuado de acuerdo a estos valores y ha terminado pagando las mismas consecuencias que los siete poetas nom- brados en “Estos poetas son míos”: “solos con sus amores al prójimo a la prójima”, “estallados de fe / muertos de pena / dejaron de aspirar” solo cuando por fin “cambiaron la amargura tibia / de pequeño burgués por la de mártir” (IU, pp. 57 y 60). Esta lectora sin nombre no será poeta, pero ¿no es también, de algún modo, suya? ¿No se ha comportado como una prójima ideal? ¿No es por eso mismo que ella también es ahora mártir? ¿No tiene el autor responsabilidad alguna por su papel en la forja de la “actitud” de esta rebelde?71 ¿Cómo puede producirse la impresión de que a esta hija no solo la desaparecieron los militares, sino que también ha desaparecido tragada por el abismo en el mundo intelectual de Benedetti entre la ética de escribir y la política de leer? Ha llegado el momento de volver a Antonio Machado y a su visión del prójimo. Hacia el final de su reseña de las Obras del escritor español, inmedia- tamente antes de expresar la opinión citada arriba que leer al Machado entero es para el lector como dialogar con lo mejor de sí mismo, Bene- detti transcribe esta frase de una carta de Machado a Unamuno en la noche de año nuevo, 1914, a principios de la primera guerra mundial: “En caso de vida o muerte, se debe estar con el más prójimo” (SAO, p. 132, cursiva en el original), implicando que es lo mejor de nosotros mismos lo que nos induce instintivamente a querer estar con él. Pero ¿cómo

70- Véase Fernández Retamar, “Usted tenía razón, Tallet: somos hombres de transición”, Poesía reunida, pp. 324-327. 71- Ver “El testimonio de Arturo Barea” (1951) (SAO, pp. 169-179), reseña de La forja de un rebel- de, donde Benedetti escribe que esta trilogía de novelas “es la obra de un hombre corriente que por añadidura es un marxista. En Barea la actitud política no es lo principal; lo principal es la actitud del hombre” (SAO, p. 171), lo cual ya reflejaba lo que iban a ser también las prioridades del uruguayo.

~84~ traducir este sentimiento entrañable individual en un sistema político colectivo? En una evaluación de lo que ha sido el significado filosófico del si- glo veinte para las primeras décadas del veintiuno, el pensador francés Alain Badiou ofrece dos observaciones que resumen la urgencia que es- tos asuntos podrían haber despertado en un socialista como Benedetti, pero sin resolver las contradicciones implicadas por cualquier decisión de encontrar una salida política para sus preocupaciones. “Es indudable [escribe Badiou] que el máximo deseo del siglo, antes de encallar con- tra el individualismo competitivo, fue la fraternidad”, mientras que, en la introducción cien páginas antes, había afirmado que únicamente “un proyecto político, grandioso, épico, violento” podría llegar a saber “¿qué hacer con este hecho: la ciencia sabe hacer un hombre nuevo?” Badiou llega a la triste conclusión, que veremos confirmada en las Per- plejidades de fin de siglo de Benedetti, que a falta de tal proyecto, “no serán las comisiones de ética las que responderán a la pregunta”, sino que “el lucro dirá qué hacer”.72 Pocas frases ofrecen un testimonio tan brevemente elocuente de la enormidad del precio pagado por los indivi- duos del presente por el fracaso, por temporario que sea, de las políticas de la fraternidad del siglo pasado. En uno de los tres ensayos que conforman un volumen colectivo so- bre las dificultades planteadas para la política por la cuestión del próji- mo, Kenneth Reinhard hace la que es la pregunta fundamental porque resume el problema que hay que resolver para construir una ideología política sobre una base ética: “¿Cómo podemos encontrar el lugar del prójimo entre el dos del amor y los tres de la política?”.73 Esta pregunta reconoce que las dificultades que busca elucidar o eliminar tienen su punto de origen en las contradicciones sobre el asunto encontradas no solo entre el antiguo y nuevo testamento de la Biblia sino también den- tro de los evangelios y libros escritos después de la prédica de Cristo. Pablo en Romanos 13:9 llega a afirmar que “cualquier mandamiento, en esta sentencia se resume: amarás a tu prójimo como a ti mismo”, pero en Mateo 5:43 escuchamos a Cristo recordar a sus oyentes “habéis oído

72- Alain Badiou, El siglo, trad. Horacio Pons, Buenos Aires, Manantial, 2011, pp. 122 y 22, respectivamente. 73- Kenneth Reinhard, “Hacia una teología política del prójimo”, en Slavoj Zizek, Eric L. Santner y Rein- hard, El prójimo. Tres indagaciones en teología política, trad. Cristina Piña, Madrid/Buenos Aires, Amorrortu, 2010, p. 98. El ensayo de Reinhard (pp. 21-103) y Zizek, “Prójimos y otros monstruos: un alegato en favor de la violencia” (pp. 181-253) serán las piedras de toque de la presentación en esta sección de las cuestiones que surgen en el intento de pasar de la ética a la política a través de la figura del prójimo.

~85~ que se dijo amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo”, refiriéndose, como Pablo citado arriba, a Levítico 19:18: “No te vengarás ni guarda- rás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Al introducir la noción de odio que no está en Levítico, Jesús recalca la referencia allí al pueblo de cada uno de sus oyentes, la cual im- plica que los que son hijos de otro pueblo no pueden ser tus prójimos, por lo cual en Mateo 5:44 continúa así: “Pues yo os digo: Amad a vues- tros enemigos y rogad por los que os persigan”. Aquí se subraya una de las diferencias básicas entre el cristianismo y el judaísmo, aplicando el primero a la humanidad en general el amor que el segundo reservaba al pueblo judío, aunque el sabor del viejo testamento judaico se mantiene en Lucas 14:26: “Si alguien viene hacia a mí y no odia a su padre y a su madre, a su esposa y sus hijos, a sus hermanos y hermanas —sí, incluso a su propia vida— no puede ser mi discípulo”. Esta breve secuencia de citas y contra citas bíblicas descubre todas las ambigüedades latentes en cualquier intento de buscar relaciones fáciles y simétricas entre el amor al prójimo basado en el amor a sí mismo y un tratamiento justo y equitativo del otro ajeno a lo que uno mismo es. Si tenemos que renunciar al amor a los que Machado llamaba nuestros “más prójimos”, ¿en qué consiste el amor a mí mismo que supuesta- mente es la base del amor al prójimo? Si es necesario olvidar el amor a mi vida y mi familia para tratar con justicia al otro que viene de afuera, ¿cómo es posible basar la idea de la justicia en el amor? Y si el amor al prójimo es la base de la conducta hacia el otro en forma de respeto, ¿no será que el único modo de amarme a mí mismo que puede ser la fun- dación de tal comportamiento sea un amor a mí mismo precisamente como si yo fuera otro? ¿Qué exactamente viene a ser el prójimo? ¿Y no será precisamente el amor a este prójimo donde reside el peligro más grande para cualquier política que busque la justicia para todos ellos? De todas estas consideraciones se deriva la pregunta de Reinhard: para pasar de la ética a la política, hay que admitir la presencia de un ser humano más, pero es ineluctablemente esta presencia lo que amenaza transformar todos los criterios útiles para regular el tratamiento de cara a cara que uno intenta transferir al campo extendido. Reinhard, en un recorrido intelectual que comprende a Freud, Aren- dt, Agamben y Carl Schmitt —a cuya “teología política” basada en la oposición amigo-enemigo volveré más adelante al analizar la posición ideológica de Benedetti alrededor de 1970—, termina, al comentar la “relación asimétrica y no recíproca con el otro como ‘prójimo”’ en que

~86~ se funda la ética de Emmanuel Levinas: es precisamente el desconocido que no reconoces al mirarle el rostro el que plantea toda la cuestión de la política, por lo tanto, es solo a través de él que se puede llegar a una ética del prójimo: Lo político es la condición de lo ético, el único terreno por el cual podemos acercarnos a la ética, y no al revés. El amor al prójimo no puede generalizarse en un amor social universal; únicamente desde la perspectiva de lo político en su no relación radical con la ética puede surgir el amor como tal: (...) el dos no puede crearse sino pasando por el tres.74 Sin embargo, es Slavoj Zizek, en un análisis típicamente chispeante, el que más provocadoramente invierte lo sugerido por el sentido co- mún. Después de preguntar qué pasa con cualquier ética del prójimo si la cara del otro es precisamente donde no me reconozco, así haciendo imposible que lo ame como a mí mismo, Zizek llega a una “conclusión antilevinasiana radical”, siendo la ética de Levinas un sine qua non de casi todas las consideraciones actuales de esta temática: el verdadero paso ético es el que va más allá del rostro, del otro, el de suspender el influjo del rostro, el de elegir contra el rostro, por el tercero. Esta frialdad es la justicia en su estado más elemental (...) Así, la justicia verdaderamente ciega no puede fundarse en la relación con el rostro del Otro o, dicho en otras palabras, en la relación con el prójimo. La Justicia no es decididamente justicia para —con respecto a— el prójimo.75 Hasta Sartre, tan citado por Benedetti, en una versión destinada al gran público de su entonces todavía controvertido existencialismo ateo, ofreció en su visión de la libertad como compromiso una forma mucho más débil y menos radical de la idea de que la libertad de uno mismo dependía de la elección anterior de la de los otros, estos terceros no vis- tos personalmente: “no puedo tomar mi libertad como fin si no tomo igualmente la de los otros como fin”. Si “el hombre es un ser en el cual la esencia está precedida por la existencia, (...) he reconocido al mismo tiempo que no puedo menos de querer la libertad de los otros”.76 El filósofo inglés Simon Critchley resume el embrollo en un aforismo tan atractivo como ambiguo: “Si la ética sin la política es hueca, la po-

74- Reinhard, “Hacia una teología”, pp. 69 y 71, cursiva en el original. 75- Zizek, “Prójimos y otros monstruos”, pp. 244-245, cursiva y mayúsculas en el original. 76- Sartre, El existencialismo, p. 25.

~87~ lítica sin la ética es ciega”.77 Sin embargo, no se trata de construir una política separada de cualquier aporte ético, sino de invertir un orden de prioridades aparentemente axiomático que supone que la ética tiene que preceder a sus consecuencias políticas. Benedetti seguía esta norma, confiando en que una clara estética realista pudiera ser la base de una ética que funcionara de eslabón hacia una política socialista: “la con- fianza del pueblo en el pueblo (como forma actualizada, materialista y militante de la vieja enseña bíblica del amor al prójimo), se irá creando la nueva y rigurosa moral política, capaz de revolucionar una sociedad” (“Tiempos y hombres de transición” [2 de julio de 1971], C71, p. 71; EP, p. 34).78 Como veremos en todas las páginas restantes de este libro, Benedetti iba a dedicar gran parte de su obra y su vida al intento de construir un sistema socialista basado en la fundación anterior de una base ética individual. Parece que fue solo con la derrota de esa gesta que empezó a vislumbrar que, para elaborar cabalmente una posición ética, primero había que aclarar una postura política, y no al revés.

77- Simon Critchley, Ethics-Politics-Subjectivity (1999), Londres, Verso, 2009, p. 283. Critchley repite la frase en su Infinitely Demanding. Ethics of Commitment and Politics of Resistance, Londres, Verso, 2007, p. 13 (trad. de S. G.). 78- Ver abajo la tercera parte de este libro para la relación entre Crónicas del 71 y Ensayos políticos.

~88~ Se g u n d a p a r t e

La s a l a d e e s p e j o s y e l t i r o t e o : Be n e d e t t i y l a p o l í t i c a h a c i a f i n a l e s d e l o s a ñ o s s e s e n t a

El vínculo orgánico entre propiedad privada de los medios de producción, es decir desigualdad estructural y radical, y “democracia” ya no es un tema de la polémica socializante, sino la regla del consenso. Sí, el marxismo triunfa: las determinaciones subyacentes del parlamentarismo, su vínculo necesario con el capitalismo y con el lucro, son cabalmente lo que el marxismo decía que eran. Alain Badiou (1998)

Ca p í t u l o t r e s

De c a t a p u l t a s , c o m p r o m i s o s y c o mplicidades : Si e m p r e l a l i t e r a t u r a p e r o a h o r a l a r e v o l u c i ó n

En realidad es la trinchera metida en el salón. Desde hoy puede anunciarse: a partir de hoy, los salones ya no serán los mismos. Mario Benedetti (1963)

A medida que pasaban los sesenta, el periodismo literario de Benedetti versaba mayormente sobre la literatura latinoamericana, contexto con- tinental que formaba el marco dentro del cual se iban dibujando las coordinadas de su acercamiento a cuestiones literarias teóricas o gene- rales. Esta tendencia reflejaba el perfil internacional cada vez más im- ponente que iban adquiriendo la poesía y la narrativa latinoamericanas, pero más que nada Benedetti se sentía cada vez más convencido de que la crisis social, económica y política uruguaya vinculaba al país al resto de América Latina y de que cualquier solución a largo plazo, nacional o continental, tenía que pasar por el ejemplo planteado y ofrecido por la Revolución Cubana. Estas dos vertientes, el literario-crítico y el político, se convergían en los años 1967-1969, que Benedetti pasaba como direc- tor fundador del Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas en La Habana, período en que para Benedetti la experiencia cotidiana de vivir y trabajar dentro de un flamante proceso de cambios revolucionarios se combinaba con una proyección continental tanto de sus intereses literarios como de sus preocupaciones nacionales. Estas consideraciones determinan la división de esta parte del libro en dos capítulos. El segundo analizará un campo poco explorado: la crítica literaria como puerta de entrada a la evolución de la posición política de Benedetti frente a la situación uruguaya entre la primera (de 1960) y últi- ma (de 1970) ediciones de El país de la cola de paja. Por otro lado, dentro de un marco más latinoamericano, este cubrirá el terreno paralelo de la relación entre escritura y revolución en la teoría literaria-crítica de Bene- detti desde su aplicación del concepto sartreano del compromiso del es-

~91~ critor en “La literatura como catapulta” (SAO, pp. 36-45) de 1962, hasta la complicidad cortazariana de “copartícipe y copadeciente” (CRC, p. 11) de Crítica cómplice, cuya primera edición cubana la terminó de redactar en junio de 1970, según el prólogo (CRC, pp. 7-8). En muchos sentidos, la obra principal de este sector de la trayectoria intelectual e ideológica de Benedetti es Cuaderno cubano, volumen misceláneo o libro-collage que, a pesar de su título pero a causa de su contenido y estructura, termina siendo implícitamente lo que es más explícitamente también el final de la versión completa de El país: un abrecaminos y una invitación a participar en la preparación del terreno donde florecerá una revolución uruguaya. Por muy inverosímil que hoy parezca, Benedetti hizo a su manera igual- mente heroica aunque a escala modestamente menor, un peregrinaje que seguía los pasos del Che Guevara que había abandonado todas sus cargas en el gobierno cubano, había pasado un breve período de recapacitación guerrillera con grupos insurgentes activos en África, para tratar inútil y fatalmente de usar su experiencia como combatiente en la exitosa guerra revolucionaria de la isla caribeña para implantar las semillas de una revo- lución continental entre los campesinos de la selva boliviana. Benedetti, también a partir de su experiencia cubana y a través de una breve estadía en África, volvió a su Uruguay natal para buscar casar sus convicciones éticas con sus esperanzas políticas al intentar transferir los objetivos de la lucha clandestina tupamara a una versión combativa de la contienda electoral. Tanto Guevara como Benedetti fracasaron, pagando Guevara con la muerte después de ser herido en el campo de batalla, y Benedetti con el exilio y el reencuentro mayormente feliz pero a veces incómodo con un Uruguay posdictadura que reconocía como suyo pero que distaba mucho de ser el que había esperado ayudar a construir. En 1968, Benedetti escribió que “el intelectual experimenta a veces la sensación de encontrarse en medio de una sala de espejos donde tiene lugar un tiroteo” (LCM, p. 32; SLO, p. 13). Allí se refería a la perple- jidad que podía sentir el escritor frente a las exigencias de una realidad cada vez más acuciante y a las preguntas cada vez más urgentes sobre cómo responder a esta situación que se les hacían a los creadores lite- rarios en nombre de sus lectores cada vez más numerosos. Los cambios violentos —el tiroteo— ya existían como parte inexorable de esa reali- dad y, como reza el epígrafe de este capítulo sacado del final de una re- seña de la antipoesía chilena de Nicanor Parra en 1963 (LCM, p. 121), las implicaciones si no el sonido y las balas de los disparos ya habían empezado a invadir los recintos privados donde antes uno se dedicaba

~92~ cómodamente a leer y escribir. A juicio de Benedetti, no se podía hacer más una escritura a ventanas y persianas cerradas. Para 1970, sabría qué había de hacer él mismo ante tal coyuntura.

Sartre versus Robbe-Grillet: fervores y terrores del compromiso Un mojón en la evolución de Benedetti como escritor e intelectual en los sesenta es su aplicación del concepto sartreano de compromiso en 1962, el mismo año en que, como veremos con más detalle en el capí- tulo siguiente, frente al empeoramiento de la crisis uruguaya durante el primer gobierno blanco después de las elecciones anteriores de 1958, la obligación moral no solo de definirse sino de actuar lo lleva a ofrecerse como candidato del Partido Socialista. Es comprensible que en estas cir- cunstancias Benedetti vea como clave del asunto la relación en la teoría de Sartre entre la situación y la libertad del escritor. Si, como ya vimos en la Primera Parte, el moralista que siempre habitaba en Benedetti lo había conducido a preferir el realismo literario, se entiende fácilmente por qué, al hacerse la pregunta “¿qué significa, en última instancia, el compromiso del escritor?”, contestaba que “significa proceder frente a la realidad, pronunciarse frente a su época, pero siempre de acuerdo a su conciencia” (SAO, p. 42, cursivas en el original), ya que para Sartre estar situado significaba “la facultad de escoger y escogerse entre varias opciones” (SAO, p. 40), por mínimas que fueran, y para Benedetti, elegir en contra de los dictados de la conciencia era inconcebible y no tendría sentido. Por lo tanto, en un momento cuando “el fenómeno po- lítico (...) planea, victorioso y totalitario, sobre otros aspectos del desa- rrollo humano” (SAO, p. 39), si el escritor acepta hacer “una obligación partidaria”, tiene que hacerlo “con los ojos bien abiertos”, a sabiendas de que “de ahí en adelante, otros elegirán por él”, para no terminar mintiendo (a sí mismo o a la sociedad) (SAO, p. 42). Como veremos más adelante, si el compromiso limitado con el Parti- do Socialista en 1962 no resultaba ser una trampa moral de esta índole para Benedetti, sus propios comentarios posteriores a la militancia con El Movimiento de Independientes 26 de Marzo una década más tarde muestran que esta sí lo era. Podía darse así porque Benedetti heredaba de Sartre una dificultad conceptual que ninguno de los dos iba a po- der resolver satisfactoriamente: parten de un concepto del individuo como soberanamente completo en sí y radicalmente separado de otros

~93~ individuos parecidamente constituidos que pasan a ser rivales en un universo de recursos limitados. Sartre buscaría en vano integrar este individuo a un marxismo modificado en una serie de proyectos frustrá- neos e incompletos desde La crítica a la razón dialéctica hasta los varios volúmenes del interminable estudio biográfico de Flaubert. A su vez, aunque en un plano filosóficamente bastante menos elaborado, Bene- detti experimentaría en su propia vida como escritor e intelectual qué pasaba si esa conceptualización del individuo se estrellaba contra un proyecto vital y político que presuponía una individualidad hecha de elementos psicológicos, lingüísticos e ideológicos colectivamente for- mados y concebidos como socialmente compartidos. Mientras tanto, en 1963 el moralismo individualista de Benedetti todavía cuajaba bien con un existencialismo politizado y, al cerrar su metáfora extendida so- bre la literatura como catapulta hacia la acción sobre y en el mundo, podía elogiar el “compromiso activo” sartreano a través del cual “el in- telecto saldría al encuentro del hecho político” como posiblemente “la gran (y acaso la última) oportunidad del intelectual” de poder “cumplir consigo mismo, y también con el género humano” (SAO, p. 45), si no todavía con algún “próximo prójimo” específico. Sin embargo, escondida entre los párrafos de su apreciación del pro- yecto de Sartre, se encontraba una referencia entre paréntesis al nove- lista francés que pasaría a ser el símbolo extremo de otro acercamiento literario que desplazara del centro de su enfoque todo lo que Benedetti más valoraba de la psicología individual: “la actitud de Robbe-Grillet, cuyos personajes ignoran lo político, me parece frustránea y limitada; desde un punto de vista narrativo, me parece suicida” (SAO, p. 43). En “El ‘nouveau roman’ o la nueva retórica”, también de 1963, después de escuchar una charla de Robbe-Grillet en Montevideo, Benedetti vuelve al tema, y explica con más detalles lo que eran para él las carencias o lagunas de esa tendencia que amenazaba con tener tanta influencia en América Latina: las novelas parecían escritas según fórmulas teóricas elaboradas de antemano (SAO, pp. 241-242); “su obsesión número uno” parecía ser “oscurecer al personaje e iluminar el objeto” (SAO, p. 242), lo cual borra de un plumazo la insistencia benedettiana en un realismo crítico social orientado por una perspectiva ética individual, implicación que a su vez motiva la admiración de Benedetti por La modification de Michel Butor, que le parecía una “obra maestra” preci- samente porque en ella su autor había “decidido construir una novela psicológica” (SAO, p. 243, cursiva en el original).

~94~ Además, a juicio de Benedetti, la “nueva novela” francesa cultivaba una ambigüedad “de ardua captación, de esquiva y reluctante actitud” que podía “ser válida en un registro meramente intelectual, un inventa- rio de posibilidades latentes” pero no en una novela. Benedetti rechaza- ba de plano un relativismo implícito en un universo narrativo que redu- cía la realidad a un formalismo “de inminente filatelia” que no pasaba de ser una mera colección de “significaciones (...) parciales, provisorias, contradictorias, etc.” (SAO, pp. 244-245). Agregando una “etc.” soca- rrona, el uruguayo citaba dos veces en el mismo párrafo estas tres pala- bras de Robbe-Grillet, quien explicaba en ese momento de su ponencia que la estética del nouveau roman obedecía a un deseo de representar “el mundo que nos rodea”, cuyas “significaciones sólo son parciales, provisorias, contradictorias, y siempre pueden ser impugnadas” (SAO, p. 244). Benedetti parece haber reconocido aquí un resumen somero de una nueva forma perturbadora de realismo lingüístico y epistemológico que pusiera en tela de juicio no solo todo lo que sustentaba su propia visión del mundo sino también los límites de todo lo que era posible saber de él, cuestionamiento que corría el peligro de invalidar o socavar las fundaciones filosóficas de cualquier política de liberación, conside- ración que lo llevaría constantemente a rechazar o satirizar todo tipo de neovanguardismo estructuralista, posestructuralista o posmoderno hasta su descubrimiento de un rechazo al neoliberalismo parecido al suyo en ciertas obras de Baudrillard y Lyotard en los noventa. El nouveau roman y su secuela de formalismos antirealistas y cómo- damente lúdicos llegan a ocupar dentro de la perspectiva ideológica de Benedetti un lugar análogo —pero no idéntico— al que tenía la ama- nerada teatralidad pituca de El país de la cola de paja o el arte abstracto poco varonil asociado con el marica u hombre afeminado en el punto de vista de Santomé en La tregua. O sea, vienen a ser un hito que indica la frontera de lo moralmente aceptable y políticamente aprovechable cuyo significado y alcance son determinados por lo que se excluye. Por lo tanto, al oponerse al papel protagónico dado por Robbe-Grillet al tiempo verbal de la narración en L’étranger de Camus, Benedetti puede decir que “la forma novelesca hace al novelista, siempre y cuando exista previamente un contenido” (SAO, pp. 242-243, cursiva en el original) y lamentar que en La jalousie “el lúcido fanatismo de Robbe-Grillet lo llev[e] a dedicar varias páginas a un insecto aplastado, en tanto que ig- nora la palabra Argelia” (SAO, pp. 243-234). Bien puede ser que Bene- detti subestime las posibilidades narrativas de la técnica aparentemente

~95~ objetivista del francés, pero tal conclusión no impide que el enjuicia- miento tajante de Benedetti haga su papel de marcar límites. Tres años después, en 1966, en un artículo muy perspicaz sobre los primeros libros de Jean Marie Le Clézio, que ganaría el Premio Nobel de Literatura cuatro décadas más tarde, Benedetti insiste en su con- cepto de un contenido que existe antes del intento de plasmarlo en palabras, previo a la forma literaria que busca representarlo, al sostener que Le Clézio ya superaba lo que había aprendido de “la técnica ob- jetiva” de sus “maestros” del nouveau roman, porque “incorpora a ese legado (...) un sencillo motor espiritual: tiene algo que decir” (SAO, p. 267). En el mismo ensayo, como indicación del giro latinoamerica- no que iba tomando la crítica literaria de Benedetti, pudo escribir, sin duda con no poco alivio, que “novelistas latinoamericanos como Carlos Fuentes, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Vicente Leñero y otros” no habían seguido al pie da la letra “las recetas francesas” y habían sabido aprovechar solo “ciertas técnicas del nouveau roman” (SAO, p. 266). Si ya hemos notado arriba en el segundo capí- tulo que por los mismos años su adhesión a la poética politizada del cu- bano Fernández Retamar en 1967 le había recordado el encuentro con el español Antonio Machado en 1965, aquí el enfrentamiento con la nueva novela francesa a partir de 1963 lo conducía a los ensayos sobre, entre los novelistas nombrados, Cortázar, Fuentes y Leñero en 1965 (ver LCM, pp. 90-109, 202-219 y 247-252, respectivamente) y García Márquez y Vargas Llosa en 1967 (LCM, pp. 191-201 y 253-275). Es sintomático del conflicto de lealtades y afinidades provocado por esta gradual desviación de la mirada crítica desde Europa hacia América Latina, que las complicaciones se manifiesten más nítidamente en la encrucijada de la terminología de un poeta y dramaturgo inglés adop- tivo, T. S. Eliot, y el acercamiento híbrido de un científico, pensador y novelista argentino, en “Ernesto Sábato como crítico practicante” (LCM, pp. 78-82) en 1964. Lo que es más, tal fusión se celebra exac- tamente donde Benedetti ve en El escritor y sus fantasmas “el enfoque más brillante y demoledor que se haya escrito jamás sobre el autor de La jalousie”, observación que da a la siguiente, igualmente aplicable a Benedetti como otro “crítico practicante”: “Es casi prodigioso que un libro ajeno pueda provocar en Sábato tanto impulso propio, tanta entusiasta ironía, tanto despliegue de ingenio” (LCM, p. 81). Ya que este ensayo parece ser un punto medio entre el Benedetti moralista de

~96~ los cincuenta y el político de los setenta, no sorprende que su autor encuentre en Sábato a un escritor “igualmente sincero en su actitud política y en su quehacer literario” (LCM, p. 81), que figura, según una frase ya citada en la Introducción, más bien entre “los contradictorios [que] comunican al prójimo sus contradicciones” que entre “los mo- nolíticamente coherentes” que “las ocultan al prójimo y a sí mismos” (LCM, p. 82). En el caso de Benedetti, el “libro ajeno” le ayudaba no tanto a revelar sus propias “contradicciones” como a superar o negociar sus vacilaciones o imprecisiones.

1967-1968: El congreso literario como sitio para la clarificación política En 1967, Benedetti publicó dos ensayos de reflexión literario-crítica que significaron un avance en la tarea de redefinir para sí mismo la relación entre el trabajo cultural e intelectual y la responsabilidad social o las implicaciones políticas de los productos de ese trabajo. También participó en un muy controvertido congreso de escritores en México, lo cual le dio cierta experiencia de las posibles consecuencias de ser ética- mente consecuente en la coyuntura política del momento. “Situación del escritor en América Latina” desarrolla y extiende el marco teórico e ideológico de “Ideas y actitudes en circulación”,79 título donde Benedetti dio un giro propio a una frase de Rodó con la que se sentía identificado desde 1962 (ver LU, p. 117, y el siguiente capítulo de este estudio). En una charla de unos veinte minutos, esboza una nueva situación social del escritor latinoamericano en la que, además de leer las palabras y las ideas, el público lector “tiene mejores ocasiones de calibrar la conducta del escritor”: “El hombre corriente, ese lector- promedio, que antes era poco menos que un fantasma, se ha convertido en un ser de carne y hueso”, “un sector de público” que “quiere saber cuál es la actitud del escritor. Lo interroga, lo urge, lo presiona” (LCM, p. 10). La combinación de desconfianza en la honestidad de las élites políticas, una crisis social y política cada vez más insoslayable “en nues-

79- Este último ha dado lugar a ciertos malentendidos debido a una fecha errónea repetida en varios compendios de los ensayos de Benedetti, que dan a entender a sus lectores que la fecha de publicación original era 1963 (ver EC1, p. 38, LCM, p. 12 y SLO, p. 12). En realidad, “Ideas y actitudes en circu- lación” fue presentada como charla en marzo de 1967, en el Congreso de Escritores Latinoamericanos celebrado en distintas ciudades mexicanas, y publicada por primera vez, junto con las ponencias de otros tres escritores sobre “la función social del escritor”, en Casa de las Américas, 43, julio/agosto 1967, pp. 102-103.

~97~ tros países (desnivelados, caóticos, y, por supuesto, subdesarrollados)” y la carencia de un lenguaje profesional asequible que la ilumine, ha asegurado que “el público vigila la conducta de un intelectual” (LCM, p. 12). De repente, el autor que antes escribía sólo para una minoría letrada, en un “estupor” ante la necesidad de “definirse” (LCM, pp. 11-12), se vio transformado por las circunstancias en un intelectual público cuyo “pensamiento y (...) palabra tienen eco, (...) importan socialmente” (LCM , p. 12). En unas meras 1200 palabras Benedetti logra dar fe de su propio “estupor” frente a la realización de un sueño que es producto de su posición ética, de su propia “actitud” hacia lo que es la escritura y el acto de practicarla, pero también frente a la conciencia del precio a pagar por esta culminación. Por un lado, puede ver conseguida la tan deseada relación directa entre escritor y lector que da la impresión má- gica de hacer desaparecer la página, obra y palabras que median entre los dos. Por otro, las constantes referencias a la vigilancia pública, uno de cuyos “síntomas” era el número de “reportajes” o entrevistas pedidos a los escritores literarios (LCM, p. 10), indican cuánto pesaba la res- ponsabilidad social asociada a su nuevo “papel de orientador” en una “historia” que “en un abrir y cerrar de ojos incluyó revoluciones, acabó con imperios, provocó catástrofes” (LCM, p. 11). Sin embargo, queda la cuestión que Benedetti no vio o no quiso ver: las “actitudes” y la “conducta” no tienen sentido si no son también lenguajes legibles e in- teligibles; no hay medio que borre las posibles ambigüedades peligrosas de la interpretación. “Situación del escritor” agrega poco a este panorama, pero ejemplifica el drama al preguntar, en base a algunas posturas reaccionarias de Bor- ges (LCM, pp. 17-18 y 20), si el hecho de que un autor produzca obras brillantes “no sirve precisamente para acrecentar su responsabilidad en el orden político” (LCM, p. 17). El eje del ensayo, sin embargo, es el contraste entre Europa, donde Borges consiguió primero su fama inter- nacional, y América Latina. “No somos europeos”, escribe al principio de una larga sección donde invierte socarronamente la evaluación este- reotipada de la casi siempre supuesta superioridad cultural de Francia, sosteniendo que, por ser “producto del subdesarrollo”, los intelectuales latinoamericanos “no hemos alcanzado aún la fría capacidad de con- templar el mundo a través de un inteligente cansancio” manifestado tanto en el nouveau roman como en la nouvelle critique (LCM, p. 18),

~98~ porque “mientras América Latina busque, así sea caóticamente y a em- pujones, su propio destino y su mínima felicidad”, sigue necesario ver en el escritor a “alguien que enfrenta una doble responsabilidad: la de su arte y la de su contorno” (LCM, p. 19). Los párrafos finales buscan con dificultad un punto medio entre las consecuencias de esta responsabilidad y la libertad artística, ya que Be- nedetti sigue sosteniendo que un compromiso político que “desvita- liza” o “poda” la calidad estética es inválido por ser contraproducente (LCM, p. 19-20), e intenta demostrar dónde se puede encontrar este elusivo punto medio en unas frases en que la conciencia como fuente de los valores morales del individuo, base de toda la crítica benedettia- na a su propia sociedad, se contagia por una conciencia de clase que va aprendiendo en su experiencia dentro de la sociedad revolucionaria cubana. “No se trata ya de aquella conciencia pura”, afirma: “No, ahora la conciencia del ser humano está contaminada por la conciencia del prójimo” (LCM, p. 20), pero a falta de mostrarnos cómo se manifiesta tal “contaminación”, Benedetti se ve obligado a recurrir a la mera afir- mación de que se ha efectuado: (...) la sociedad está dentro de la conciencia, y ésta, en sus famosos e inapelables dictados, ya no puede evitar los condicionantes sociales. La pequeña (y válida) conciencia social del individuo, y por ende la del escritor, integra asimismo la conciencia social de su contorno, de su país, y llevando el término a una acepción más amplia, también la de la América Latina. No queda nada claro exactamente cómo se expresa “la conciencia social de su contorno” en la “conciencia social del individuo” ni en qué consiste la diferencia entre las dos, de la misma manera en que Bene- detti tampoco explica cómo el “nosotros” con que termina el ensayo debe responder a su última recomendación: estar fuera del alcance de la “presunta neutralidad ideológica de los técnicos” es “un riesgo”, pero también “es una hermosa ocasión para sentir la estimulante presencia del prójimo. No la desperdiciemos” (LCM, p. 21). Si estos dos ensayos proyectan la imagen de un Benedetti todavía a medio camino entre la conciencia moral individual que conoce de sobra y una conciencia colectiva más política que es para él terreno todavía mayormente desconocido, el conflictivo Congreso de Escrito- res Latinoamericanos en México en marzo de 196780 donde presentó

80- Para un estudio reciente de los debates ocurridos durante y después del Congreso, ver Claudia

~99~ el primero como ponencia y donde creyó escuchar “un patético canto de cisne del escritor puro” (LCM, p. 21), le brindó la oportunidad de saborear la experiencia de poner en práctica, aunque con consecuencias admitidamente limitadas, esta nueva conciencia individual presionada por las exigencias del entorno. El propósito explícito del Congreso era llevar a cabo la resolución, aprobada en el anterior en Chile seis años antes, de crear una comunidad latinoamericana de escritores. En las circunstancias muy cambiadas y más urgentes de principios de 1967, esta tarea rápidamente se transformó en otra: elegir entre una entidad que reprodujera la política norteamericana de rechazar donde pudiera la inclusión de la Cuba revolucionaria en organizaciones continentales, y otra que se opusiera abiertamente al imperialismo cultural de Estados Unidos. Así nació la llamada “Declaración de los 20”, leída por Bene- detti y firmada por él y otro uruguayo, Carlos Martínez Moreno, junto con dieciocho escritores latinoamericanos más, los cuales afirmaban su intención de abstenerse de votar porque “Hoy en día, no se puede pre- tender que un escritor de izquierda integre la misma Comunidad que otro, de militancia proimperialista, o comprometido con las oligarquías nacionales, u omiso frente a los enemigos”. La exigencia política del momento dividía a la familia literaria o intelectual, porque “las comu- nidades se crean con puentes, nunca con abismos”.81 En 1968, la unesco le dio a Benedetti la oportunidad de explayarse sobre el papel social de la literatura al invitarlo a escribir una de tres contribuciones a la sección sobre “Literatura y sociedad” (las otras eran brasileñas: el célebre “Literatura y subdesarrollo” de Antonio Candido y “Situación del escritor” de J. G. Merquior) de un volumen colectivo de gran envergadura sobre la literatura latinoamericana. A su ensayo Benedetti le puso el título “Temas y problemas”,82 ya que la imagen e idea orientadora era que “cuando el tema se convierte en problema (...)

Gilman, Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina, 2.ª ed., Buenos Aires, Siglo XXI, 2012, pp. 130-139. Ver arriba la Introducción para un comentario sobre este libro. Para la polémica despertada por el Congreso en su momento, comparar las notas siguientes: R[oberto] F[ernández] R[etamar], “Alrededores del Congreso”, Casa de las Américas, 43, julio-agosto de 1967, pp. 97-98; Juan Liscano, “El Segundo Congreso de Escritores Latinoamericanos o el imposible equili- brio”, Zona Franca, 44, 1967, pp. 2-9; y Ángel Rama, “Los desacuerdos de una comunidad”, Casa de las Américas, 43, julio-agosto de 1967, pp. 114-115. 81- vvaa, “Declaración de los 20”, Casa de las Américas, 43, julio/agosto de 1967, pp. 100-101. Los otros firmantes comprendían a cuatro cubanos (uno de ellos era Fernández Retamar), dos de Chile, El Salvador, Guatemala, Perú, y uno de Argentina, Brasil, Colombia, Haití, México y Venezuela. 82- Ver César Fernández Moreno (comp.), América en su literatura, México, unesco, Siglo XXI, 1972, pp. 354-372.

~100~ el continente entero, como otras regiones del mundo, se estremece” (SLO, p. 38).83 Debido a “su inacabada revolución política” (SLO, p. 30) y frente a las “nuevas marcas” de la presión de Estados Unidos “en la América Latina subdesarrollada” (SLO, p. 33), el “optimismo de im- pronta habanera” llega con la “presencia y sombra” de América Latina “a todos los sitios, incluido el más recóndito, aquel donde normalmente se instalan la buena y la mala conciencia”, viva donde viva el escritor que la siente (SLO, p. 35-36). Mientras tanto, el paisaje latinoamericano ha pasado a ser “latifundio (...) minas (...) factorías [y] por ende, tributo, explotación, saqueo” (SLO, p. 43), y el personaje a ser “un ente impuro, dubitativo, contradictorio, como quizá corresponda a un mundo que siempre parece a punto de explotar” (SLO, p. 47), “un continente des- esperadamente esperanzado” unido “no sólo por la afinidad de lenguas, sino también por el subdesarrollo, la explotación, el analfabetismo y la miseria” (SLO, p. 51). Nada de esto tendría mayor importancia si el público lector siguiera siendo un “factor ajeno, un marginal de la litera- tura”, una “élite reducida”, en vez de los “varios miles de ávidos consu- midores” actuales, ya que ahora el lector más bien “se siente cómplice, [se siente participante, y a veces solidario]”84 (SLO, p. 39). De allí que estos nuevos lectores necesiten no la nueva novela francesa (SLO, p. 45) ni la nueva crítica francesa de Foucault, Barthes o Lévi-Strauss (SLO 53) sino formas de análisis crítico e histórico que hablen “el idioma de nuestras necesidades, [que sepan] nuestras carencias, [que conozcan] nuestras posibilidades” (SLO, p. 54). Por ser “a la vez víctima y divi- dendo del mundo desarrollado”, el del subdesarrollo debe rechazar los excesos del formalismo, estructuralismo y racionalismo europeos (SLO, pp. 56-57), aunque al parecer no la igualmente europea teoría de la de- pendencia económica de André Gunder Frank, para “no sólo (...) crear su ética en rebeldía, su moral de justicia, sino también proponer una autointerpretación de su historia y su parcela de arte” (SLO, p. 57). El

83- Cito la edición posterior del trabajo, que lleva el título ideológicamente más explícito de “Subdesa- rrollo y letras de osadía”, que a su vez fue el del compendio homónimo al que me refiero aquí. “Temas y problemas” pasó a ser el título de la sección general o teórica de la última edición de El ejercicio del criterio (EC, p. 9), donde el ensayo también aparece con su segundo título (EC, pp. 22-41). Aunque el texto sigue igual, Benedetti cambió los subtítulos de sus seis partes, siempre siguiendo una perspectiva cultural más abiertamente antiimperialista. En su primera versión eran “En un pie de igualdad”, “El exterior, elemento homogeneizante”, “Presencia o sombra de América”, “El personaje desaloja a la naturaleza”, “Pasar por la comarca para llegar al mundo”, “Necesidad de una autointerpre- tación”; en la definitiva, vemos “Atrasos y adelantos”, “El colonialismo homogeneizante”, “Temas que se convierten en problemas” (así manteniendo el empuje original), “Sobre paisajes y personajes”, “La comarca no es el mundo” y “La palabra, esa nueva cartuja”. 84- Las siete palabras entre paréntesis rectas se omiten en mi edición de la publicación original, así que tampoco está la politización del eco cortazariano del “lector cómplice” de Rayuela.

~101~ constante énfasis en el elemento moral y ético de la creación literaria y crítica, tal vez inevitable en una publicación cuyo punto de origen fue la Organización de Naciones Unidas, no solo demostraba que Bene- detti seguía fiel a sus ideas originales sobre las fuentes deseables de una política revolucionaria, sino que dejaba de lado otro factor insoslayable y potencialmente más importante: el activismo, al que otro congreso, a principios de 1968, iba a llevar a primera plana. Un lugar común en los comentarios sobre el Primer Congreso Cultu- ral de la Habana, celebrado en enero de 1968, es que se convertía en un homenaje de la colectividad cultural e intelectual progresista latinoame- ricana y occidental a los sacrificios personales y profesionales necesarios en la lucha armada por la liberación nacional y continental, conjunto de valores encarnado en la figura de Che Guevara, herido, capturado, torturado y asesinado en octubre de 1967 por el ejército boliviano con la ayuda de sus asesores norteamericanos. En este enfoque sobre el tema, Guevara viene a ser casi canonizado como un San Sebastián laico, emblema de la figura austera y pobre del guerrillero heroico dispuesto a entregar vida y comodidades, cuerpo y alma, a la lucha popular y revo- lucionaria. Sin embargo, tal perspectiva solo reproduce y repite el error que hemos venido subrayando en los escritos de Benedetti: la tentación de trasladar sus preferencias como lector y crítico practicante por un realismo social y sicológico en la literatura a su acercamiento ético a las cuestiones ideológicas y políticas, reemplazando el análisis político propiamente dicho de un proceso con una apreciación de las calidades admirables del individuo que mejor parece ejemplificarlo. Aunque es innegable que hubo tal culto a la personalidad de Guevara —un recorrido superficial de las ponencias leídas en el Congreso de- muestra claramente que las menciones de la figura y gesta del Che son tan ubicuas que parecen casi obligatorias—, la verdadera importancia de la muerte en batalla de Guevara es otra más urgente. El triunfo de la Revolución Cubana y el éxito por lo menos parcial de las luchas armadas por la liberación en partes de África y Asia parecían sugerir hacia finales de los años sesenta que en la periferia de los viejos impe- rios europeos, aun frente a las fuerzas más numerosas y tecnológica- mente más avanzadas del complejo militar norteamericano, un puñado de hombres y mujeres determinados, tan livianamente armados como rápidamente desplegables, debidamente ayudados por grupos civiles politizados que hacían un adecuado trabajo logístico y de preparación

~102~ ideológica, podían tomar el poder por la fuerza de las armas después de una guerra cada vez menos clandestina y no muy larga, con el fin de armar un gobierno socialista con el apoyo voluntario (como en Cuba) de lo que sería a esa altura de los hechos una mayoría irresistible.85 La buena voluntad optimista implicada en esta versión de un complicado proceso social y político es lo que generó entre tantos —intelectuales, militantes, jóvenes idealistas— la sensación de la inminencia imparable de la revolución a cualquier nivel y en cualquier parte. El asesinato de Ernesto Che Guevara vino a significar si no la derrota final de esta teoría y práctica revolucionarias, por lo menos una brutal sacudida mental y de ánimos al sugerir que se trataba de todo menos de un proceso más o menos automático en que todo ocurría como la noche sigue el día y que era preciso revisar bien tanto el pensamiento revolucionario como la estrategia guerrillera para no terminar murien- do todos inútilmente, aislados, incomunicados y probablemente trai- cionados, como Guevara en la selva boliviana.86 O sea, su muerte en la brega simbolizaba la necesidad de actuar rápidamente y planificar mejor para llevar a cabo la lucha por la liberación nacional antes de ser arrasados por la ola contrarrevolucionaria financiada y promocionada por agencias norteamericanas pero llevada a la práctica por los ejércitos y fuerzas de seguridad locales y regionales, como ya había pasado con el golpe militar en Brasil en 1964. En resumidas cuentas, la necesidad de aclaración y delimitación polí- tica tanto dentro de la revolución ya lograda como dentro del proceso de la lucha por la liberación y el poder, resultado del reconocimiento del peligroso hostigamiento de renovadas fuerzas enemigas, desembo- caba en un enfoque sobre la revolución que enfatizaba la eficacia orga- nizativa menos que el vago idealismo romantizado que parecía haber sido suficiente en los primeros momentos idílicos. O sea, la muerte de Guevara venía a significar, por lo menos en parte, el difícil abandono

85- La teorización clásica para América Latina de este proceso fue el enormemente divulgado libro de Régis Debray, ¿Revolución en la revolución?, publicado casi simultáneamente en enero de 1967 por Casa de las Américas —con una introducción de Roberto Fernández Retamar— en la Habana (en español) y en marzo por Editions François Maspero en París (en francés). 86- Esta parte del proceso también fue debidamente analizada por el mismo Debray en los dos volú- menes de La crítica de las armas, publicados en París en 1974 y por Siglo XXI en México en 1975, un libro que es al mismo tiempo autocrítica constante, hermoso epitafio para los miles de compañeros anónimos muertos en la lucha, y revisión política dedicada a la erradicación de futuros errores de teoría, estrategia y táctica. El segundo volumen incluye un análisis de la campaña de los Tupamaros uruguayos hecho después de su derrota militar casi total durante 1972. Ver Régis Debray, Las pruebas del fuego, 2.ª ed., México, Siglo XXI, 1976, pp. 115-245.

~103~ de lo que había inspirado en muchos su vida. Una entrevista publicada después de su muerte contenía esta admisión: “Mire, yo no soy para ser ni el más alto funcionario de los gobiernos; soy para tirar tiros donde se luche contra el imperialismo”.87 El asesinato de Guevara junto con todas las otras pérdidas de su campaña boliviana fracasada demostraban las limitaciones de una actitud que respondía más que nada a unos cuantos sentimientos entrañables y reacciones viscerales. Mucho se ha escrito sobre este asunto, y los libros nombrados de Debray son cual- quier cosa menos la última palabra sobre el tema, pero su autor extran- jero conocía la lucha cubana y (hasta cierto punto) la boliviana y otras latinoamericanas desde adentro. ¿Revolución en la revolución? y Crítica de las armas son ellos mismos documentos históricos que ofrecen un magnífico friso filosófico, testimonial y analítico, compuesto durante y muy poco después de la batalla, de los logros y fracasos de una teoría y práctica revolucionarias de las cuales muchos de sus actores murieron intentando mostrar lo que anhelaban que fueran sus éxitos, así asegu- rando que otro tendría que ser el testigo implicado, triste pero lúcido, de lo que resultaban ser sus carencias. La breve ponencia de Benedetti en el Congreso Cultural sobre “Las relaciones entre el hombre de acción y el intelectual” (LCM, pp. 22- 31) debe leerse en este contexto en que la urgencia de las distintas si- tuaciones nacionales (incluida la cubana) impuesta por la coyuntura continental aseguraba y aceleraba la difusión de las contribuciones al Congreso y de los intercambios de opiniones y polémicas subsiguien- tes.88 El subjetivismo individual implicado en el papel predominante que Benedetti siempre daba a las intuiciones morales de la conciencia (“no hay nada más revolucionario que la sinceridad y el respeto mutuo” [LCM, p. 23]) cuajaba solo difícilmente con las implicaciones todavía oscuras pero poco alentadoras de la muerte de Guevara, incomodidad que se nota en la búsqueda ansiosa de un punto medio entre el conse-

87- María Rosa Oliver, “Solamente un testimonio”, Casa de las Américas, 47, marzo-abril, 1968, p. 94. 88- Una selección de las ponencias del Congreso se publicaron en distintas revistas de Cuba (ver, por ejemplo, Casa de las Américas, 47, 1968, y Revolución y cultura, 5, febrero de 1968), como es de esperar, pero después aparecieron en el extranjero. Ver Iguasi Riera (comp.), Literatura y arte nuevo en Cuba, Barcelona, Ed. Estela, 1971, pp. 33-116. En 1967, el número 45 de Casa de las Américas se había dedi- cado a “La situación del intelectual en latinoamericano”. Algunos debates posteriores al Congreso son Roque Dalton et al., El intelectual y la sociedad, México, Siglo XXI, 1969, que incluye a tres cubanos (Fernández Retamar, Edmundo Desnoes, Ambrosio Fornet) y René Depestre, Carlos María Gutiérrez y el propio Dalton; un casi emblemático enfrentamiento de perspectivas sobre el realismo entre Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y Oscar Collazos, recopilados del semanario montevideano Marcha, en Literatura en la revolución y revolución en la literatura, México, Siglo XXI, 1971; y Riera, Literatura y arte nuevo, pp. 7-32 y 117-287.

~104~ jo de “no crear asalariados del pensamiento oficial” (de Guevara) y el precepto de Fidel: “dentro de la revolución, todo; fuera de la revolu- ción, nada” (LCM, p. 30). La conclusión a la que llegaba Benedetti era precaria y poco clara: “el hombre de acción debe ser el abrecaminos del intelectual, y viceversa”. Cada uno podía ser una “vanguardia” para el otro, una reciprocidad que cambiaba según el contexto político e histó- rico (LCM, p. 31, cursiva en el original). En otro ensayo de 1968, Benedetti describe explícitamente las prefe- rencias políticas a las que se mantendría fiel a lo largo de los restantes cuarenta años de su vida. Los dos títulos que en distintos momentos el autor puso a este texto dan la pauta de su contenido: “El boom entre dos libertades” (LCM, pp. 32-50) subraya el contraste entre la libertad individual en una sociedad capitalista y democrática y la libertad colec- tiva de una revolución socialista; “La rentabilidad del talento” (SLO, pp. 13-29) indica las ventajas y los peligros de vender la capacidad crea- dora en un mercado que concibe la cultura mayormente en términos de ganancias o pérdidas económicas. Benedetti condena por un lado el fenómeno del auge de la novela latinoamericana como producto de la promoción en el mundo desarrollado de ciertos talentos especialmente rentables del subdesarrollo (LCM, pp. 45-49; SLO, pp. 24-28), y por otro el individualismo radical del pintor Dubuffet, famoso por cierta rudeza antiintelectual y un arte intuitivo y espontáneo, quien veía en la yuxtaposición de las dos palabras “intelectual” y “revolucionario”, una contradicción lógica (LCM, p. 15; SLO, p. 34). En contra de tales conceptos de libertad y cultura capitalista e indivi- dualista, Benedetti parte de la noción de la “libertad situada” de Sartre (LCM, p. 36; SLO, p. 17) para afirmar que “la actitud más difícil, la menos confortable pero en definitiva la única humanamente plausible” es “esforzarse por introducir el papel del individuo dentro del bien so- cial y no sustraerlo expresamente de él” porque “la revolución empie- za por fracturar algunos conceptos un poco desvirtuados: cultura, por ejemplo, o libertad” (LCM, pp. 34-35; SLO, pp. 15-16, cursiva en el original). Recurriendo a sus dos años de experiencia de ser trabajador cultural dentro del proceso cubano, Benedetti sostiene que “el intelec- tual genuinamente revolucionario debe medir su concepto de libertad en función de la liberación (social, política, y por ende, colectiva) yo no como una facultad abstracta que sólo a él concierne” (LCM, p. 37; SLO, p. 17, cursiva en el original) ya que tal concepto de “auténtica

~105~ libertad” “aporta, como elemento esencial y constitutivo, la justicia, y sin justicia no hay libertad posible” (LCM, p. 38; SLO, p. 19). Basándose en un paralelo hecho por Che Guevara (“Tras lo que dice Marx, siento latir la misma palpitación que en Baudelaire”)89 y otro suyo, ingenuo e incómodo, entre el proceso revolucionario en Cuba y la creación de una obra de arte (LCM, pp. 40-41; SLO, pp. 20-21), Benedetti termina apelando a un mundo en que “respeto de lector” y “respeto de prójimo”, divididos en el universo narrativo del boom (LCM, p. 44; SLO, p. 24), sean uno e indivisible: Así como estoy seguro de que, tarde o temprano, el ritmo de la his- toria estará marcado por el socialismo, también empiezo a intuir que habrá que inventar una nueva relación entre éste y el intelectual (...) Un mundo revolucionario tiene derecho a exigir del escritor, no una obra panfletaria, ni siquiera una obra comprometida, pero sí unaacti - tud ciudadana que significa lisa y llanamente su inserción en el medio social, una participación (así sea mínima) en la creación de los bienes colectivos que él luego disfrutará como consumidor, una acepción de la libertad individual que no se oponga a la liberación política sino que participe de ella. (LCM, p. 49; SLO, pp. 28-29, cursiva en el original) Benedetti nunca adoptó una versión seudo científica del marxismo que reprodujera la fácil y cómoda fe en el futuro de alguna creencia convencionalmente religiosa, pero en este fragmento vemos cómo su constante referencia a la “actitud” se ha transformado en firme convic- ción socialista enmarcada por una libertad concebida en términos de liberación. No hay una clara diferencia entre el antes y después de la revolución, lo cual convierte a Benedetti en un hombre de transición, no porque crea ingenuamente que la nueva sociedad es inminente e inevitable sino precisamente porque no ve otra posibilidad alguna, por difícil que sea, que garantice una mejora permanente, tanto económica como humana, de todo el pueblo de cualquier país latinoamericano. Exigir la participación del creador en la nueva formación social no solo como intelectual o artística sino también como ciudadano útil, no es en esta perspectiva un desprecio de los valores intelectuales. Más bien, para Benedetti, frente al universo del boom de la novela latinoamerica- na, donde la vinculación entre excelencia estética y ganancia económica individual equivale al desperdicio de su potencialidad real, tal partici-

89- En Oliver, “Sólo un testimonio”, p. 94. Benedetti usará la misma cita en su poema “Buenas noti- cias” al final de Cuaderno cubano.

~106~ pación es lo que asegura el arraigo de la creación literaria y artística en el contexto popular y le da su razón de ser dentro de la gama de posi- bilidades nuevas. Armado con estas nuevas convicciones políticas, Benedetti, después de volver a Uruguay en 1969, aprovechó como periodista profesional la oportunidad de asistir como corresponsal al primer Festival Cultural Panafricano, celebrado en una Argelia posrevolucionaria. No encontró lo que esperaba, y su primera reacción fue de desconcierto total: Dejar, en un día cualquiera de julio, este Montevideo que es ciudad ocupada y en consecuencia incluye toda la irritada tensión que sub- yace en todo ámbito de signo neofascista, y pasar, en menos de vein- ticuatro horas, a un Argel eufórico, orgulloso de su revolución, con las calles en compacta fiesta y con el más auténtico regocijo popular sirviendo como ideal elemento de enlace para las más distintas y dis- tantes expresiones del arte y el folklore africanos, bueno, eso represen- ta un sacudón anímico que no se lo recomiendo a nadie (AFR, p. 5). La larga serie de cláusulas introductorias, la omisión de toda mención del cambio de hemisferio y de estación de año, el momento de des- canso anticipatorio encapsulado en la palabra bueno, la sorprendente inversión de la expectativa del lector en la última frase, todo transmite la honda sensación de depresión acumulada en el Montevideo represivo de Pacheco Areco, sentimiento que solo alcanza su máxima intensidad frente al contraste de este extraño mundo en ebullición cultural y po- lítica que Benedetti encuentra en un Argel totalmente desconocido y solo parcialmente inteligible. Sin embargo, no es desánimo lo que Benedetti expresaba aquí sino el reconocimiento de las diferencias casi impenetrables representadas por el impacto del Islam y del tribalismo africano en todas sus manifestacio- nes culturales y políticas. Entendía que una combinación de tradiciones sociales y religiosas y rivalidades locales iba a demorar si no obstruir totalmente el progreso del socialismo en Argelia y probablemente en todo el continente africano (AFR, pp. 7-8): “es sintomático que el sim- posio haya empezado hablando de revolución y haya terminado con una referencia a la revolución del espíritu (el espíritu relegado a función de amortiguador)” (AFR, p. 8, cursiva en el original). Como veremos en el capítulo siguiente, era precisamente una “revolución del espíri- tu” lo que en el contexto uruguayo el pensamiento social y político de Benedetti había dejado atrás en 1960, para reemplazarla diez años des-

~107~ pués con una revolución socialista del tipo que había experimentado y compartido en Cuba. Parece debido a esta misma trayectoria que supo encontrar en Argelia una fórmula tan punzante, irónica y concisa para expresar los efectos del neocolonialismo económico africano (“Desalo- jaron al patrón, pero quedó el gerente” [AFR, p. 12]) como la que en el ensayo para la unesco había usado el año anterior para encapsular los del imperialismo en América Latina: “Resulta fácil parafrasear aquí a Ciro Alegría y decir que el paisaje es ancho y ajeno, sobre todo ajeno” (SLO, p. 43).90 Esta frase, que parece haberle gustado al autor por el giro materialista dado a las implicaciones sicológicas y metafísicas de la palabra ajeno en el título original, aparece repetida en el prólogo a Cuaderno cubano (CC, p. 10), libro que es en muchos sentidos la obra culminante de este momento de la evolución estética e ideológica de Benedetti.

Cuaderno cubano: libro-collage uruguayo y latinoamericano En 1993, en el “Envío” de Despistes y franquezas, Benedetti confesó que siempre había “disfrutado con los entreveros literarios”, nombrando como “especialista” del género a Cortázar (por La vuelta al día en ochen- ta mundos, Último round y Salvo el crepúsculo), mencionando también Miramar de Oswald de Andrade y, en términos más generales, la obra de Macedonio Fernández y Augusto Monterroso. El “libro-entrevero” le gustaba porque el “atajo” de la mera yuxtaposición de lo heterogéneo le parecía “un signo de libertad creadora y, también, del derecho a se- guir el derrotero de la imaginación y no siempre el de ciertas estructuras rigurosas y prefijadas”. Reconocía que podía haber “cierta inarmonía” en el resultado, pero, con la esperanza de que de “tantas discordancias en cadena” surgiera “una nueva armonía”, le dedicaba lo que había sido para él como autor una experiencia “particularmente alegre” de com- binar algo de dolor con “la voluntad y la vocación de juego”, a “usted, lector-mi-prójimo” (DF, pp. 7-9). Si no escribió tal libro antes de los noventa, agregaba Benedetti, fue por no haberse “sobrepuesto a cierta cortedad para la ruptura de moldes heredados” y por falta del “estado de ánimo, espontáneamente lúdico”, esencial para la confección de “semejante heterodoxia” (DF, p. 7). Pero la verdad es que sí había compuesto un libro collage antes, en 1969, a

90- La referencia es a la novela peruana El mundo es ancho y ajeno (1940).

~108~ raíz de sus dos años dentro de “la única revolución que ha seguido un proceso particularmente afín con el de una obra de arte”, como lo había expresado en 1968 (SLO, p. 21; LCM, p. 41), el “único caso” donde “tal vez (...) no me haya sentido al margen de las claves esenciales” de un país y una formación social no suyos. En todo caso, Cuaderno cubano, armado siguiendo una sugerencia de Ángel Rama (que por esa época dirigía la editorial Arca) a base de “poemas, reportajes, ponencias, ar- tículos, etc.”,91 en su mayor parte ya publicados (CC, p. 8), se parece tanto o más a los ejemplos clásicos y contemporáneos de Cortázar (La vuelta al día en ochenta mundos es de 1967 y Último Round también de 1969) que el libro posterior donde Benedetti los nombraba, preci- samente porque, como esos, Cuaderno cubano fue concebido para res- ponder a un entorno convulsionado donde se buscaba casi con urgencia casar el criterio estético vanguardista con las exigencias ideológicas de una revolución socialista ya conseguida en Cuba y, a juicio de muchos, inminente en otras partes. El vínculo entre esta utopía y el anhelo van- guardista europeo de transformar el proceso de vivir en el de hacer una obra de arte se ve inmediatamente al enfrentar una cita de las primeras páginas de La vuelta al día con otra de este libro de Benedetti. Escribe Cortázar: Mucho de lo que he escrito se ordena bajo el signo de la excentrici- dad, puesto que entre vivir y escribir nunca admití una clara diferen- cia; si viviendo alcanzo a disimular una participación parcial en mi circunstancia, en cambio no puedo negarla en lo que escribo puesto que precisamente escribo por no estar o por estar a medias. Escribo por falencia, por descolocación; y como escribo desde un intersticio, estoy siempre invitando a que otros busquen los suyos y miren por ellos el jardín donde los árboles tienen frutos que son, por supuesto, piedras preciosas.92 Como ya hemos visto, para Benedetti la Revolución Cubana ha he- cho posible que la vida se asemeje a una obra de arte, por lo cual no debe sorprendernos que en diciembre de 1968, en un análisis de la “Situación actual de la cultura cubana”, leamos lo siguiente:

91- Esta “etc.” comprende una nota que desmiente rumores del suicidio del autor, su contribución, ya analizada, al Primer Congreso Cultural de La Habana, y la explicación que los reportajes incluyen entrevistas que Benedetti hace a otros y tres más que se le hacen a él. El orden del libro es más o menos cronológico (los poemas no llevan fecha, salvo los dos dedicados a Che Guevara, fechados en abril y octubre de 1967 [CC, pp. 30-4]), empezando a mediados de 1967 y terminando en junio de 1969, la fecha al final del “Prólogo” (CC, p. 11). 92- Julio Cortázar, La vuelta al día en ochenta mundos, 5.ta ed., Madrid, Siglo XXI, 1970, tomo 1, p. 32, negrita en el original.

~109~ El hecho de que en Cuba se haya comprendido (mucho antes que en la Mayor parte de los países socialista europeos) que las dos vanguar- dias, la política y la estética, no sólo pueden sino que deben “fertilizar- se mutuamente”, ha contribuido sin duda a ennoblecer la coyuntura artística en ese ámbito revolucionario (CC, p. 101). Para Benedetti, Cuba ya era un “jardín” de “árboles” cuyos “frutos” se habían convertido en “piedras preciosas”, precisamente porque, al cumplir diez años, la vida revolucionaria ofrecía una solución a ese sen- timiento de enajenamiento que llevaba a Cortázar a escribir: El secreto quizá reside en que un latinoamericano por lo general no se enfrenta a la Revolución Cubana como mero espectador; no pue- de verla con la misma actitud (desprendida, serena) de quien asiste a un espectáculo, un museo o un mitín en las principales ciudades europeas [...] En la Cuba actual puede asimismo aprender (¡y cómo!), sobre todo en cuanto experiencia vital, búsqueda apasionada de una justicia sin fisuras, meditada asunción de una nueva dignidad [...] Se trata de una revolución alegre, pero no frívola (CC, p. 8). Descartar en el siglo xxi como ingenuidad risible esta creencia de parte de Benedetti de que vivir la Revolución Cubana como experien- cia cotidiana —cuánto se esconde y se descubre en la mera exclama- ción ¡y cómo!— resolvía las contradicciones existenciales del individuo enajenado quizá solo revele cuánto se perdió al ser derrotada la posi- bilidad de exportar su ejemplo a contextos que no sufrieran la misma escasez de recursos naturales y el mismo bloqueo de su potencialidad económica. En sus escritos cubanos, la figura austera de un Fidel Castro que casi nunca duerme parece confirmar la moral personal como fundación de la política de Benedetti. Refiriéndose a mediados de 1967 al célebre largo diálogo nocturno entre el líder revolucionario y varios escritores e intelectuales latinoamericanos, evento que podría ser visto como un cínico intento de parte del gobierno cubano de utilizar esta supuesta cercanía al poder para crear la ilusión de que la opinión de dicho grupo era especialmente importante, Benedetti saca una lección no solo dife- rente sino, a juzgar por su propio resumen del pensamiento de Fidel, contrario al sentido general de sus palabras. El uruguayo empieza enfa- tizando y alabando la sinceridad del internacionalismo antiimperialista de Fidel y la “franqueza” (CC, p. 23) con que hablaba de las deficien- cias de los primeros años del gobierno revolucionario (CC, pp. 21-22). Mucho después, en una entrevista dada a Jorge Onetti en Montevideo

~110~ en mayo de 1969, volvió al tema del papel de la moral en la revolución: “Fidel habló no hace mucho de la ‘revolución de la conciencia’, y ése es precisamente el gran motor de la recuperación cubana, incluso de la re- cuperación de su economía” (CC, pp. 138-139). No sorprende que, al empezar la misma respuesta a Onetti, Benedetti recuerde las “amargas críticas” lanzadas a la preponderancia de lo moral en El país de la cola de paja, ya que la “profunda moral política” arraigada en el “trabajo cu- bano” (CC, p. 138) parece darle la razón a su propio uso de las mismas palabras en junio de 1960: “la nuestra debería ser una revolución desde dentro mismo de la democracia, pero sobre todo una revolución de la conciencia” (PCP, p. 125, cursiva en el original).93 Sin embargo, vale la pena citar en extenso las palabras del mismo Benedetti entre su referen- cia a El país y la de Fidel a la “revolución de la conciencia”: Cuba está demostrando que la recuperación moral de un pueblo tiene una enorme importancia para recuperar la economía del país, y no al revés, ¿no te parece? Si un país subdesarrollado pone el acento en los estímulos materiales, jamás podrá salir de ese pozo, ya que, en esa ten- dencia, los costos se multiplican en tal grado que las metas van siendo cada vez más inalcanzables. La labor de convencimiento, a cargo de los dirigentes cubanos, ha sido excepcional; pero si la logrado seme- jante éxito, ello se debe en gran parte al ejemplo sin fisuras que los dirigentes brindan constantemente al pueblo. El dirigente es el que más trabaja, el que más se exige a sí mismo (CC, p. 138). Parecen escapársele a Benedetti dos elementos esenciales aquí: pri- mero, se trata de una revolución ya lograda y en pleno funcionamien- to. Segundo, los dirigentes son los que tienen más desarrollada la base política con respecto a cómo construir una economía socialista en un contexto de dramática escasez material. Para consolidar la organización socialista de la economía, era preciso que el pueblo internalizara cuanto antes los nuevos valores colectivos. Como vislumbraba Benedetti en las primeras líneas de su respuesta, se trataba del “bienestar individual (...) inscrito en un bienestar colectivo” (CC, p. 138, énfasis mía). En tal situación, una “revolución de la conciencia” significaba la socialización de la conciencia individual, exactamente lo contrario a la necesidad de que los dirigentes presentaran para los demás un ejemplo moral apa- rentemente despolitizado en una sociedad capitalista cuyo liberalismo enfatizara la satisfacción de deseos individuales. En la Cuba socialista,

93- En el capítulo siguiente vuelvo a esta frase dentro de un análisis de las distintas versiones cada vez más amplias de El país como hitos en la evolución política de Benedetti en el contexto uruguayo de los sesentas.

~111~ lo imprescindible era que los reflejos y apreciaciones subjetivas de la conciencia de cada individuo fueran automáticamente filtradas por la capacidad individual de hacer contribuciones sociales y no por el de- seo de satisfacer primero sus necesidades egoístas frente a las exigencias externas. O sea, la política económica colectiva debía regir los alinea- mientos de la nueva conciencia individual, precisamente no “al revés”, como sostenía Benedetti, que todavía sufría la tendencia de leer lo que pasaba en la Cuba revolucionaria a través del desmoronamiento moral uruguayo descrito en El país de la cola de paja. Sin embargo, es esta contradicción no totalmente resuelta entre los reflejos intuitivos largamente aprendidos, y la nueva experiencia políti- ca ofrecida como cursillo intensivo por la Revolución Cubana, lo que transforma la yuxtaposición casi azarosa de piezas en el libro collage que es Cuaderno cubano en una mirada privilegiada sobre los cambios efectuados en el enfoque político de Benedetti, el cual depende tanto de factores mayormente emocionales agrupados en el concepto de “acti- tud”. El cambio decisivo fue el esfuerzo por exportar a los demás países de América Latina un “paisaje” convertido en “geografía humana” (CC, p. 10) a través de una vitalidad joven transmitida en un marxismo adap- tado a condiciones locales (CC, pp. 21 y 27), lo cual llega a su ápice en las secciones finales, cuyo tono ascendente y cumulativo desemboca en una invitación implícita a volver a casa a hacer otra revolución allí. Los últimos cinco trabajos, que ocupan 67 de las 147 páginas de Cua- derno, comprenden un largo ensayo sobre la literatura y cultura cubana a finales de los sesenta publicado en diciembre de 1968; una entrevista que Benedetti le hizo en Cuba en febrero de 1969 a su amigo y compa- ñero poeta salvadoreño Roque Dalton;94 otra entrevista, esta vez hecha al autor en mayo de 1969, después de su regreso a Montevideo; y dos poemas, “Quemar las naves” y “Buenas noticias”, que, con “El surco” y “La señora de Lot” (CC, pp. 68-71 y 78-79),95 formarían parte de Quemar las naves (1969).96

94- Publicada primero en Marcha en el mismo mes de febrero, esta entrevista después integraba Los poetas comunicantes (1972). 95- “Habanera”, que abre el volumen, compuesto en 1966 a raíz de una visita anterior, cierra Contra los puentes levadizos (1966), mientras los dos poemas sobre Che Guevara aparecieron en A ras de sueño (1967). 96- La segunda edición de Cuaderno de 1972 incluiría el ensayo “Las prioridades del escritor”, ensayo que analizo más tarde en el contexto de los años de la militancia política de Benedetti, cuando fue escrito. Sin embargo, como se aclarará en otra nota posterior, su inclusión no cambiaba las claras im- plicaciones propagandísticas de las páginas finales de la edición original de Cuaderno.

~112~ Benedetti abre “Situación actual de la cultura cubana” aceptando una verdad necesaria sobre el papel limitado de las actividades literarias y culturales dentro del proceso revolucionario, la cual no podría sino sor- prender o alarmar a algunos lectores de Marcha, el primer público del ensayo: “Más acosada que nunca [...], más tenaz [...], más radical, más realista, más concentrada que nunca, la Revolución asume consciente- mente un estado de ánimo frente al cual la cultura humanística pasa a ser un rubro secundario”, pasando en seguida a explicar que “a veces semejante tensión da lugar a simplificaciones riesgosas, a planteos super- ficiales” de cuestiones tan importantes como la de “la cultura dentro del socialismo, y viceversa” (CC, p. 80). Suponiendo que el intercambio de opiniones entre los líderes revolucionarios y dentro del partido llevará siempre a la mejor política posible en cualquier coyuntura específica, Benedetti acepta la subordinación de todos los asuntos secundarios a lo que se considera los elementos imperantes para consolidar y extender en términos generales el desarrollo de la sociedad revolucionaria dentro de las posibilidades reales de la misma en un contexto dado. También sabe que a tal procedimiento no le faltan ni trampas ni errores, aunque no los ve como inherentes únicamente a un burocratismo socialista tropical: Si en países tan desarrollados como Estados Unidos, Francia o la Unión Soviética, es fácil toparse con especímenes burocráticos capa- ces de frenar cualquier proceso evolutivo, ¿es justo exigirle a Cuba que en sólo diez años de revolución disponga, siempre y dondequiera, del funcionario ideal con la necesaria sensibilidad como para imaginar simultáneamente la regla y la excepción? (CC, p. 82) Esta pregunta retórica busca una respuesta negativa, pero también implica entre líneas la exigencia de que se incluya dentro del sistema educativo revolucionario un programa que asegure la formación de fun- cionarios del calibre necesario, lo cual sugiere que Benedetti esperaba y confiaba en que en el caso cubano no durara más de lo absolutamente inevitable tal subordinación de la “cultura humanística”. Es dentro de esta perspectiva que parece más apto situar la opinión del Benedetti de fines de 1968 sobre el escándalo causado por la publicación de Fuera del juego, poemario de Heberto Padilla, que, después de haber sido galardonado por un jurado internacional con el Premio de Poesía de la Casa de las Américas, apareció con una introducción negativa de la Unión de Autores y Escritores Cubanos en que se le acusaba al autor de haber escrito un libro contrarrevolucionario. Después de pedirle al lector

~113~ de Marcha que imaginara “el esfuerzo descomunal que significa sacar del subdesarrollo a un pequeño país” (CC, p. 110), Benedetti pasó a opinar que, al postular la excepcionalidad de un individuo por el mero hecho de ser poeta, la obra había creado la impresión de servir “en los hechos a desarticular, así sea mínimamente (a estos efectos no importa si conscien- temente o no) ese estado de ánimo colectivo que tantas fatigas ha costado crear” (CC, p. 111). Benedetti reconocía que el pueblo y sus representan- tes en las instituciones revolucionarias tenían derecho a preguntarse a sí mismos y a los creadores por los fines implícitamente perseguidos en su obra, pero veía claramente que el equilibrio deseable y deseado entre la libertad del artista como individuo y la del pueblo como colectividad era muy difícil si no imposible de lograr y mantener: Una instancia revolucionaria no es juego de salón,97 sino dilema y desgarramiento, ruptura e impulso, pero es también la única ocasión (¡y cuidado cuando se la pierde!) que tiene el ser humano de participar en una asunción colectiva de la dignidad (CC, p. 112). El precio de la libertad individualista es que nadie tenga la obligación de darle al producto de la creatividad artística ni importancia ni signi- ficado alguno; el precio de la libertad socialista puede ser que a la obra se le atribuya tanto significado e importancia que el destino de una sociedad entera parece depender de cómo se la lea o interprete. Algo así como la venganza política de cierto escolasticismo, lo cual, como ano- taba Benedetti con todo el tacto que mereció el caso de Padilla, quizás equivalga a olvidar lo “limitado” que suele ser “el previsible radio de acción de un poeta” (CC, p. 111). La entrevista con Roque Dalton es un diálogo entre dos hombres que se consideraron amigos, poetas y compañeros de lucha, aunque hay una di- ferencia notable entre los dos: Dalton ya nadaba con mucha más agilidad y naturalidad en las aguas políticas que Benedetti, quien, como hemos dicho tantas veces, se sentía más cómodo con un planteo ético.98 Sin em- bargo, los unía algo mucho más fundamental: la experiencia que tenían

97- Esta frase parece ser una politización —ahora desde adentro— de la idea de 1963 citada arriba como epígrafe de este capítulo: “En realidad, es la trinchera metida en el salón. Desde hoy, puede anunciarse: a partir de esta invasión, los salones ya no serán los mismos” (LCM, p. 121). 98- Ver por ejemplo Roque Dalton, ¿Revolución en la revolución? y la crítica de derecha (La Habana, Casa de las Américas, 1970). Los dos ensayos de este libro, escritos durante 1968, antes de la entre- vista que tuvo lugar en febrero de 1969, ofrecen un análisis político y contextual de ¿Revolución en la revolución? de Régis Debray, páginas que Benedetti en ese momento sencillamente hubiera sido incapaz de escribir. Sin tener suficientes datos como para afirmarlo, parece por lo menos posible que Dalton funcionara para el uruguayo, aunque sea informalmente, algo así como un maestro o tutor de preparación política.

~114~ de vivir en y con la Revolución Cubana era la de militantes y escritores latinoamericanos que volverían a sus respectivos países natales para hacer su aporte a la lucha nacional a base, por lo menos en parte, de lo que habían aprendido y absorbido de su estancia en la isla caribeña. Ya que para Dalton el concepto de compromiso político estaba “li- gado” directamente con “la lucha armada” como “vía concreta de la revolución” (CC, p. 119), era más clara para él lo que Benedetti llamaba “una nueva relación entre el escritor y la revolución” (CC, p. 121): Hablaste de inventar nuevos métodos y nuevos contenidos en la rela- ción del escritor con el socialismo institucionalizado. Desde luego, se trata de una labor muy amplia, que debe ser de invención común, en la cual participen los creadores, los hombres de cultura, el Estado, las instituciones del socialismo, pero todos en relación con el pueblo, que en definitiva es el destinatario último y el productor primario de toda la materia cultural, en cuya elaboración no somos sin intermediarios. (CC, p. 122, negrita en el original) Por muy difícil que pudiera ser en la práctica el funcionamiento de un sistema tan colectivo y participativo, es indudable la claridad política de esta visión de la creación artística y su lugar en las operaciones del socialismo. Respecto a las tareas específicas en la revolución del escritor, Dalton no es menos tajante: Estamos entre revolucionarios y dejaríamos de serlo en el momento en que entregásemos las armas de la crítica; pero no simplemente como escritores, sino también como ciudadanos de un país, como revolucio- narios de fila. Además, como escritores tenemos derecho a la crítica, y a plantear los problemas al nivel que sea, y con la profundidad que nos imponga nuestra conciencia. Sin embargo, debemos estar vigilan- tes con respecto a la otra situación: seamos responsables ante nosotros mismos de esos peligros que tú has señalado [“ser fiscal de la historia, o víctima de ella” (CC, p. 123)], en la medida en que estemos dispuestos a no ofendernos por llamarnos servidores de nuestros pueblos. Si hay escritores a quienes les parece denigrante servir al pueblo, francamente no vale la pena que hablemos de ellos (CC, p. 124). Compártase o no este criterio en que el papel de la conciencia indi- vidual es secundario al de la del “ciudadano” y del “revolucionario”, la tranquila lucidez política con que Dalton encara la función de la crítica intelectual dentro de una sociedad socialista contrasta fuertemente con la preocupación moral desgarradora con que Benedetti contemplaba una temática parecida. Dalton ya había avanzado mucho más por un

~115~ sendero que Benedetti sólo empezaba a pisar, lo que le daba al primero la certeza de un destino libremente elegido: Cuba me ha servido para que yo organizara mejor mis propósitos acerca de la revolución en América latina y concretamente en mi país. Ha sido la vivencia cubana la que me ha dado los elementos fundamentales para tomar una perspectiva, un distanciamiento (para decirlo a la manera brechtiana) por cierto muy útil para apreciar el problema concreto de la revolución en mi país (CC, p. 129).99 Benedetti podría haber escrito estas palabras ya que para él también la experiencia cubana fue decisiva en cuanto a sus decisiones políticas posteriores. Sin embargo, no compartía con Dalton la claridad moral e intelectual que a este le permitía dar prominencia a la política sobre la ética. Como veremos abajo en los documentos fundacionales del Movi- miento 26 de Marzo que Benedetti ayudaría a fundar y dirigir a partir de 1971, ni siquiera la participación directa en la vida cotidiana de la Revolución Cubana podía resolver para él las ambigüedades y ambiva- lencias surgidas a resultas de un sistema de valores que enturbiaba la relación entre las punzadas constantes de una conciencia intranquila y la lucidez eficaz adecuada para llevar a cabo una política dedicada a construir una sociedad socialista para el prójimo. En “Benedetti: una experiencia cubana”, la ya citada entrevista con Jorge Onetti de mayo de 1969, después de volver a Montevideo pero antes de viajar a África como corresponsal, admite, como Dalton, que en “un sentido político” ha vivido “dos años en uno”: “Es algo incanjea- ble ver (y vivir) una revolución desde adentro” sobre todo porque pudo ver “cómo se corrige a sí misma, cómo se ajusta y se reencauza” (CC, p. 139). La impresión que había recibido de su país natal equivalía a una esperanza implícita a que se repitiera en Uruguay la experiencia cubana de derrocar un sistema democrático podrido y corrupto:

99- Dalton volvió a El Salvador en 1973, integró las filas clandestinas del Ejército Revolucionario del Pueblo, y el 10 de mayo de 1975 fue asesinado por miembros de este mismo grupo durante una lucha interna sobre la estrategia. Dalton favorecía el camino de la preparación política de los campesinos, mientras los que querían seguir enfatizando la lucha militar llevaron su lógica a las consecuencias extremas y funestas del fratricidio político. Es triste anotar que, debido a su claro y merecido perfil na- cional, continental y mundial como poeta guerrillero y teórico practicante de la revolución armada, las circunstancias de la muerte de Dalton lo han hecho más célebre que su propia obra, y es impresionante la bibliografía sobre un caso que ahora resulta casi ejemplar en la evaluación de los logros y fracasos de los movimientos revolucionarios centroamericanos de los años sesenta y setenta del siglo pasado. Para un breve estudio global, ver Luis Alvarenga, El ciervo perseguido: Apuntes sobre la vida y obra de Roque Dalton (2002, disponible como documento pdf en www.scribd.com, [acceso el 28.4.2013]). En la obra de Benedetti, ver la sección sobre su amigo y poeta compañero en Poesía trunca (PT, pp. 77-98) y “Roque Dalton, cada día más indócil” [1994] (PC, pp. 118-127; EC, pp. 439-445).

~116~ En cierto sentido, me parece que es la vez que encuentro mejor al país. Quizá te suene extraño. Sin embargo, creo que este año de cri- sis, de represión, de dificultades de todo orden, ha terminado por sacarle al Uruguay lo que alguna vez llamé la cáscara democrática. El país ha quedado al desnudo, y eso es bueno. En mucha gente veo que ha cambiado la actitud política (ya no va quedando sitio para los indiferentes) y tengo la impresión de que, en grandes sectores de la población, se está agotando la paciencia. El imperialismo y las oligar- quías latinoamericanas han actuado durante décadas, en cierto modo amparados por esa gran paciencia latinoamericana. Así que no está mal que también la paciencia entre en crisis (CC, p. 144). La referencia a la “cáscara democrática (...) casi perfecta” en “El sub- suelo de la calma” de la primera edición de El país de la cola de paja de 1960 y que en enero de 1970 para Benedetti se encontraría en sus postrimerías (PCP, pp. 74 y 189), enlaza con el poema “Quemar las naves” donde se realiza en una fantasía de destrucción purgativa la ani- quilación de los emblemas del poder económico imperialista y todas las dudas y escrúpulos (que hemos visto que Benedetti sufría) que impiden acabar con él: El día o la noche en que por fin lleguemos habrá sin duda que quemar las naves así nadie tendrá riesgo ni tentación de volver es bueno que se sepa desde ahora que no habrá posibilidad de remar nocturnamente hasta otra orilla que no sea la nuestra ya que será abolida para siempre la libertad de preferir lo injusto y en ese solo aspecto seremos más sectarios que Dios Padre Veremos que, junto con toda la población uruguaya, Benedetti nunca logrará superar “nuestros escrúpulos blandengues” para poder quemar los “hipopótamos de Wall Street”, los “cocodrilos del Vaticano” y los “cisnes de Buckingham Palace” (CC, p. 145), pero en esta conflagración apoca- líptica imaginaria está dispuesto a decretar (como el gobierno cubano con los que quieren usar balsas para remar a Miami) que nadie vuelva atrás y que todos sólo tengan acceso a un “museo de nostalgias” donde se exhi- ban los pocos “rasgos dignos de mención” de “aquel mundo arduamente derrotado”: “París / el whisky / Claudia Cardinale” (CC, pp. 145-146). Quizá fuera más fácil expresar la indignación y una nueva determinación de terminar con este mundo injusto en símbolos universalmente reco-

~117~ nocibles del imperialismo norteamericano y europeo, pero la omisión de toda referencia concreta a realidades más locales o nacionales puede indicar el recelo con que Benedetti todavía contemplaba la posibilidad de una guerra revolucionaria en su amado Uruguay. Cuaderno cubano cierra con las “nuevas en verdad alentadoras” del poema “Buenas noticias” que Benedetti transmite de sus lecturas cu- banas, incluida la cita ya mencionada de la entrevista de María Rosa Oliver con Che Guevara: “Marx se sabía su Shakespeare de memoria / y el Che sentía latir/precisamente en Marx / igual palpitación que en Baudelaire”. Merece transcribirse en su integridad la lección intelectual y política que Benedetti derivaba de esta yuxtaposición de épocas, cul- turas y hombres: qué suerte que esos dos tremendos tipos capaces de instalar sus desafíos completos para siempre en nuestras hemerotecas100 hayan tenido ganas y hayan tenido tiempo de apuntalar su cólera infinitesimal y gigantesca con esa cuña de alma ese rubor tan verosímil esa frágil e inexpugnable barricada (CC, p. 147). Marx y el Che (“esos dos tremendos tipos”)101 son autores no tanto de obras completas que se encuentren en bibliotecas, sino de “desafíos completos” que, décadas o siglos después de la muerte de sus creadores, pueden seguir inspirando protestas y otros actos de rebelión que son noticia en diarios actuales después guardados en alguna hemeroteca. Pero lo principal para Benedetti es que estos dos intelectuales y mili- tantes del comunismo internacional y la revolución latinoamericana se han inspirado en, y siguieron leyendo,102 la gran poesía occidental, esa

100- He corregido el error de imprenta en mi ejemplar de Cuaderno, que dice “hemoteca”, error man- tenido en la segunda edición (CC2, p. 147). 101- Este lenguaje coloquial disfraza otro ejemplo de la tendencia de Benedetti de reducir movi- mientos o tendencias intelectuales o políticas a las calidades de ciertos individuos que, a su juicio, las ejemplifican. Tal reduccionismo que aquí Benedetti parece usar para convencer al lector menos ins- truido abre la puerta para que críticos hostiles a su proyecto estético e ideológico hagan lo mismo con su propia obra. Por tanto, en el ejemplo paródico que mencioné en la Introducción, Elvio Gandolfo puede resumir así su investigación de la poesía de Benedetti: “ante todo, se trataba de un buen tipo. Había abundantes testimonios al respecto”. Ver “El caso Benedetti” en su Parece mentira, Montevideo, Fin de Siglo, 1993, p. 26. 102- La publicación de El cuaderno verde del Che, introd. de Pablo Ignacio Taibo ii, México, Seix

~118~ fuente espiritual (“cuña de alma”), esa pasión ajustada a las circunstan- cias (“rubor tan verosímil”), ese parapeto a un mismo tiempo aparen- temente débil por estar hecho sólo de palabras pero muy fuerte por el efecto de las mismas (“esa / frágil e inexpugnable / barricada”). Cerran- do el poema y el volumen, la palabra “barricada”, con sus insoslayables connotaciones políticas insurgentes, implica no solo una protección para los defensores escondidos detrás sino una fortaleza improvisada desde donde armar un contraataque a los que los asedian. En un estu- dio contemporáneo de la violencia en la novela latinoamericana, Ariel Dorfman comprendió muy bien la situación apuntada por Benedetti al final de Cuaderno cubano: No es la tarea primordial de la literatura señalar los caminos defi- nitivos mediante los cuales el hombre latinoamericano se librará de ese círculo vicioso [del ser tan amenazado como amenazante]. Los movimientos sociales de nuestros pueblos sabrán responder a esa in- terrogante. O no sabrán. Lo que debe hacer toda gran literatura, y lo que ha efectuado la nuestra, es instalarse dentro de ese ser que sufre la violencia y que la expulsa de sí, para poder transmitir a las futuras generaciones lo que significaba vivir y morir en esta temporalidad americana, en esta nuestra península contra la muerte.103 Como Dorfman mismo en su acercamiento al trabajo cultural del gobierno socialista chileno de Salvador Allende, Benedetti buscaría re- gresar a su país para combinar su tarea de escritor literario con otra en un movimiento social y político, montado sobre una barricada que le ofreciera la posibilidad de servir la causa popular en ambos ámbitos.104 “Copartícipe y copadeciente”, título del prólogo, fechado en junio de 1970, de la primera edición de Crítica cómplice, publicada en Cuba (CRC, p. 7), se refiere al célebre número 79 de los “capítulos prescindi- bles” de Rayuela de Cortázar, quien a través de su doble ficticio Morelli

Barral, 2007, nos ha permitido constatar que en la mochila que llevaba Che Guevara el día de su asesinato en octubre de 1967 se encontraba un cuaderno donde Guevara había copiado a mano una selección de 68 poemas de Neruda, Vallejo, Nicolás Guillén y el español León Felipe. En su prólogo al volumen, citando una entrevista al respecto, Taibo nos informa que Guevara había leído a Baudelaire en francés (pp. 15 y 17). 103- Ariel Dorfman, Imaginación y violencia en América, 2.da ed., Barcelona, Anagrama, 1972, p. 42. 104- En 1972, Benedetti agregó el ensayo “Las prioridades del escritor” (1971) a la segunda edición de Cuaderno cubano (CC2, pp. 148-167). Aunque trata mayormente sobre la agudización en 1971 del caso de Heberto Padilla, el ensayo no cambió fundamentalmente el impacto del collage textual al final de la primera edición manejada aquí, ya que termina con el fragmento de un poema de 1968 (“Grietas”, IU, pp. 353-354) que también es una provocación y una invitación a la acción decisiva: “hay una sola grieta / decididamente profunda / y es la que media entre la maravilla del hombre / y los desmaravilladores /.../ señoras y señores / a elegir / a elegir de qué lado / ponen el pie” (CC2, p. 167).

~119~ describía la búsqueda de un “lector cómplice”, “una camarada de ca- mino” (agregó Cortázar, para incluir en esta complicidad a la lectora), que pudiera “llegar a ser copartícipe y copadeciente de la experiencia por la que pasa el novelista”. Al leer esta frase, Benedetti había sentido “la desconcertante sensación” de que sus “notas literarias” no eran otra cosa que “crítica cómplice” debido a la “complicidad” del crítico con la obra o autor comentado (CRC, p. 7; CRC2, p. 11).105 Hacia finales de los años ochenta, confirmaría que tal complicidad sólo involucraba esa relación íntima aparente entre autor y lector que, como ya hemos visto, siempre buscaba establecer en el acto de leer un libro, al hablar de “la comunicación entrañable con la obra”, producto de “un complejo y vital acto de amor” de un “lector cómplice que hace crítica” (CRC2, pp. 11-12, cursiva en el original).106 Al parecer, nada parece justificar dar al uso que hace Benedetti del concepto cortazariano del “lector cómplice” cualquier significado que apuntara más allá del contexto estrictamente literario crítico. No obs- tante, el propio Cortázar lo hace en el mismo capítulo en unas palabras no citadas por Benedetti donde Morelli habla de darle al lector “algo así como una arcilla significativa, un comienzo de modelado, con huellas de algo que quizás sea colectivo, humano y no individual”. Sin em- bargo, es probable que Cortázar/Morelli hable aquí más que nada del viejo deseo vanguardista de que la forma estética obligara a los lectores o espectadores a romper los moldes de su manera habitual de pensar y sentir, ya que unas palabras más adelante nos dice lo siguiente: “lo que el autor (...) haya logrado para sí mismo, se repetirá (agigantándose, quizá, y eso sería maravilloso) en el lector cómplice”,107 cuestionando así las fronteras nítidas y sólidas entre arte y vida, idea cuyo fantasma ideologizado vimos aparecer arriba en los escritos cubanos de Benedetti en el paralelo que buscaba establecer entre el desarrollo de la sociedad revolucionaria y una obra de arte. Rayuela es en muchos sentidos un logro genial de la forma de estética

105- El párrafo clave del prólogo a la primera edición de Crítica cómplice pasó a ser el primero del más largo de la segunda, ahora sin su título rayueliano (CRC2, p. 11). Cito el texto de Cortázar por la imprescindible edición anotada de Andrés Amorós (Madrid, Cátedra, 1984), p. 560. 106- Benedetti enfatizaba sus métodos intuitivos como elemento en su querella continua con lo que veía como los varios ismos literario-críticos científicos y teóricos franceses, lenguajes especia- lizados hostiles a los sentimientos del lector común, con el que se afiliaba Benedetti, que se sentía excluido por esas terminologías elitistas (CRC2, pp. 12-13). Los primeros bombardeos de esta batalla los vimos arriba al enfrentar las opiniones de Benedetti sobre Sartre y Robbe-Grillet. 107- Cortázar, Rayuela, p. 561.

~120~ narrativa experimental que Benedetti mismo abandonó en su propia obra a partir de ¿Quién de nosotros? de 1953. Por lo tanto, no debe sorprendernos que en “Julio Cortázar, un novelista para lectores cóm- plices” (LCM, pp. 90-109; EC, pp. 259-273), el ensayo muy generoso y apreciativo que dedicó en 1965 a los relatos y novelas del narrador argentino, escriba que “Cortázar busca denodadamente su kibutz en los meandros de la realidad, en los recovecos del alma humana, en las fatigas de la conciencia” (LCM, p. 108; EC, p. 272) y que no se expli- que bien “el juicio negativo expresado por Cortázar con respecto a la literatura comprometida”, pasando en seguida a preguntarse a sí mismo y a nosotros lo siguiente: La palabra reciprocidad existe. ¿No es lógico entonces que el pueblo (suma de todos los lectores posibles) aspire a que el autor se compro- meta, para usar palabras de Cortázar, en el drama que podría ser el suyo? ¿No es lógico también que esa suma de lectores aspire a hallar en un autor-cómplice, que sea copartícipe y copadeciente de la expe- riencia por la que ellos están pasando? (LCM, p. 101; EC, p. 267, cursiva en el original) En este ensayo de 1965 Benedetti no solo justificaba la politización de esa complicidad literaria armada por Cortázar y adaptada después a la tarea de crítico literario del uruguayo, sino que anticipaba precisa- mente la campaña política a la cual se dedicaría en Uruguay durante los años 1971-1974: la de utilizar al público lector nacional creciente como una de las bases, casi se podría decir, siguiendo a Debray, uno de los fo- cos, para empezar a formar, organizar y movilizar todo un movimiento radical que se juntara a la revolución socialista. En el capítulo siguiente trazaremos el camino que siguió, también durante los años sesenta, en sus escritos sobre Uruguay, para descubrir una trayectoria paralela que llevaba a Benedetti a esta misma coyuntura final.

~121~

Ca p í t u l o c u a t r o

Ma r i o b e n e d e t t i c a m b i a d e v o z : La c r í t i c a l i t e r a r i a y e l o c a s o d e l a d e m o c r a c i a u r u g u a y a , 1960-1970

Todos nuestros bienes y todos nuestros males giran alrededor de la palabra Democracia. Mario Benedetti (1962) La crítica literaria no es un lujo caro. Tony Bennett (1979)

Benedetti , la crítica literaria y Che Guevara en Uruguay, 1961 En 1997, Benedetti publicó la cuarta y última edición de su Literatura uruguaya siglo x x que, como las anteriores inevitablemente más breves de 1963, 1969 y 1988, comprendía una selección de ensayos, artículos y reseñas —más, en esa y la precedente, un estudio largo sobre Rodó que originalmente había aparecido en 1966 como volumen separado en la serie “Genio y figura” editada por la Editorial de la Universidad de Buenos Aires—, un compendio de crítica y periodismo literarios tan amplio y sólidamente analítico que sigue constituyendo para los estu- diosos del tema un punto de referencia tan necesario como Literatura uruguaya de medio siglo (1966) de Rodríguez Monegal o La generación crítica (1972) de Ángel Rama. En 1997, los textos de este volumen ocupaban 415 páginas, de las cuales casi cien llevaban la fecha 1961 y otras tantas, 1962. O sea, aun en la edición más larga y tardía, casi una cuarta parte del libro había sido escrita en cada uno de los primeros dos años de la década de los sesenta. En cambio, todas las piezas escritas en- tre los años 1966 y 1969 sumaban unas meras veinte páginas en total. Esta distribución de esfuerzos sin duda reflejaba en parte las necesida- des económicas del matrimonio Benedetti, pero sobre todo respondía a un cambio de enfoque tanto literario como ideológico por parte del autor. Por lo tanto, un poco a la manera del concepto benedettiano

~123~ de la literatura como catapulta hacia el compromiso que impulsó el proceso analizado en el anterior, este capítulo toma la crítica literaria como campo paralelo donde pensar las relaciones entre moral y políti- ca de otra manera, para seguir el desarrollo del enfoque benedettiano sobre la política uruguaya visto a través de las secciones de Literatura uruguaya escritas antes de 1970, y las sucesivas ediciones de El país de la cola de paja entre la segunda de 1963 y la octava de 1970, que fue la que proscribieron los militares después del golpe de 1973.108 Ofrecemos también unos párrafos sobre la novela Gracias por el fuego (1965) leída como la despedida implícita en su título a un Uruguay que, después de prenderle fuego, merecía ser extinguido solo en un cenicero. Esta no- vela, finalista en el concurso Biblioteca Breve de la editorial Seix Barral en Barcelona en 1963, fue escrita durante los primeros años de la déca- da del sesenta pero, prohibida en bloque por la censura franquista, no pudo ver la luz hasta su primera edición uruguaya dos años más tarde. Otro dato más ata las cuatro ediciones de Literatura uruguaya fuer- temente al año 1961: a pesar del paso de los años y de la constante adición de trabajos que determina que la cuarta versión de 1997 con- tenga tres veces más páginas que la primera de 1963, todas abren y cierran con los mismos dos ensayos: “La literatura uruguaya cambia de voz” —cuyo título he saqueado para el de este capítulo— lleva la fecha “Enero, 1962” cuando fue dada como conferencia en un congreso de escritores en Chile pero fue evidentemente redactada antes, mientras “¿Qué hacemos con la crítica?”, primera muestra de alcance más bien local de una cuestión que va a preocuparle al autor en distintos momen- tos y coyunturas de su evolución literario-ideológica, es una ponencia leída en Amigos del Arte en Montevideo en 1961 (LU, p. 9). Además, existe el hecho de que, a pesar de lo declarado en sus primeras líneas, “La literatura uruguaya cambia de voz” sea una extensión posterior a otra área intelectual, la crítica literaria, de algunas de las preocupaciones centrales de El país de la cola de paja, ese desmenuzamiento moral del estado de Uruguay cuya primera edición acababa de salir en 1960. Este acercamiento de la crítica literaria de Benedetti a su análisis de la socie- dad es lo que permite traer a primer plano la interpretación de los libros ajenos como ventana abierta a la evolución de su enfoque sobre las des- venturas de la democracia uruguaya, lo cual, como veremos, lleva como

108- Ver también en este contexto Jaime Mejía Duque, “Ensayo y compromiso en Benedetti”, La pa- labra y el hombre, n.º 13, 1975, pp. 21-27; Óscar Brando, “Mario Benedetti y la responsabilidad social del escritor”, en Sylvia Lago (comp.), Actas de las jornadas de homenaje a Mario Benedetti, Montevideo, Universidad de la República, 1997, pp. 133-142.

~124~ consecuencia el hecho de que la respuesta que da en 1961 a la pregunta “¿Qué hacemos con la crítica?” tenga ciertos puntos en común con la que da en 1970 a la pregunta ¿Qué hay que hacer con el Uruguay?”, contenida en el artículo final de la última edición de El país confiscada por la represión dictatorial. El primer párrafo de “La literatura uruguaya cambia de voz” anuncia el nuevo ensayo como revisión de uno anterior, “Arraigo y evasión en la literatura hispanoamericana contemporánea” (1949), escrito “hace once años” (LU, p. 11), lo que sugiere que la idea de aplicar los concep- tos de El país de la cola de paja a la literatura ya existía cuando termina- ba de redactar el libro de 1960. Efectivamente, mientras los términos “arraigo” y “evasión” reaparecen a lo largo de “La literatura”, dándole cierta unidad conceptual y estructural, son los conceptos sacados direc- tamente de El país —la oposición de “fallutería” y “sinceridad” (LU, pp. 11-13; PCP, pp. 9-20), la centralidad del tema urbano (LU, pp. 13-19; PCP, pp. 51-63), el “mirar de arriba” esnobista de los intelectuales (LU, pp. 19-25; PCP, pp. 74-86), la “cáscara democrática (...) sin pulpa y sin carozo” del Uruguay (LU, p. 33) y los uruguayos como “cascarodemó- cratas” (PCP, pp. 68-69)— junto con el énfasis dado a la “actitud” de los escritores (LU, pp. 25-26) como extensión de la que deben adoptar todos según dicte su conciencia (PCP, p. 78), lo que posibilita y hace vigente en “La literatura uruguaya cambia de voz” un primer intento de realizar el proyecto sólo esbozado en 1949: Una colectividad que marcha a la deriva, representa, buena o mala, una realidad, y el declararla, y declarar con ellas [sic] las afinidades y repulsas que la encaminan o la desorientan, significa, en el peor de los casos, un testimonio. Y sobre un testimonio es posible construir. (MP, p. 73) De allí que la primera de las frases que encabezan este capítulo como epígrafe —“Todos nuestros bienes y todos nuestros males giran alrededor de la palabra Democracia” (así, con su mayúscula irónica o socarrona)— fácilmente podría pertenecer al capítulo “El subsuelo de la calma” (PCP, pp. 64-73) de El país de la cola de paja, pero de hecho es citada de “La literatura uruguaya cambia de voz” (LU, p. 32), precisamente porque, a base del “testimonio” de un “testigo implicado”, este ensayo, terminado un año después de la publicación de la primera edición de El país, es donde por primera vez Benedetti vislumbra la posibilidad de transformar un “público” lector en la base de un pueblo en marcha. Como ya había

~125~ anticipado en 1949, “el arraigo del escritor ciudadano podría consistir en fijar el desarraigo ambiente, en enfrentarlo” (MP, p. 73). Veremos en el curso de este capítulo que El país de la cola de paja es por lo menos tres libros distintos: el original de 1960, el de 1963 con su “Postdata” sobre la izquierda después de las elecciones desastrosas de 1962 y, finalmente, el que agrega un número reducido de notas sobre política y sociedad uruguaya escritas entre 1964 y 1970.109 Las seccio- nes agregadas modifican o matizan la perspectiva adoptada en 1960, no en cuanto al énfasis sobre el aspecto moral bien establecido como base del proyecto intelectual de Benedetti desde 1950, como ya hemos visto, y no cuestionado en serio hasta los primeros años de la década de los setenta, pero sí con respecto a la fe algo ingenua que tenía Benedetti —junto con casi la población uruguaya entera— en la solidez de las instituciones liberales del estado: de allí su confianza quizás algo sor- prendente para cualquier lector del siglo xxi, en “la tradición civilizada y civilista” del ejército y en lo “legalistas y tranquilos [que] son nuestros militares” (PCP, p. 64). Por lo tanto, a pesar de sentirse “más cómodo políticamente en la izquierda que en la derecha” (PCP, p. 112), como si se tratara de una mera preferencia de gusto personal, puede terminar la primera edición del libro en junio de 1960 afirmando que “a diferen- cia de otras naciones latinoamericanas, el Uruguay no tiene necesidad de cruentos sacrificios para lograr una estabilidad democrática” porque “ya la tenemos”, así que “la nuestra debería ser una revolución desde dentro mismo de la democracia, pero sobre todo una revolución de la conciencia”, cuyos puntos cardenales son “Probidad, honradez, veraci- dad, entereza” porque “tenemos que ser un pueblo adulto (...) al nivel de nuestras responsabilidades domésticas y continentales” (PCP, p. 115, cursiva en el original). Por haber insistido tanto en ello, se vuelve casi superfluo llamar la atención una vez más a la tendencia benedettiana de humanizar proce-

109- Durante la redemocratización después de la dictadura y después del regreso al país del autor exilado, la editorial Arca quiso reeditar el libro. Benedetti se negó, dando la siguiente explicación: “Lo que tendría que hacer hoy, en vez de reeditar el libro anterior, es escribir otro. El país es distinto, esa clase media que yo fustigaba es distinta, y yo mismo soy distinto, el mundo es distinto, y un país que sufrió once años de dictadura ya no puede ser el mismo”, en Hugo Alfaro, Mario Benedetti (detrás de un vidrio claro), Montevideo, Trilce, 1986, p. 55. La no reedición de este libro clave en la producción de su autor distorsiona gravemente la imagen de Benedetti disponible para las generaciones de lectores actuales y futuras, y también impide el acceso a lo que es sin duda un clásico de la literatura ensayística nacional que, como tal, merece un tratamiento similar al que se le dio a otro clásico del mismo género: Carlos Real de Azúa, El impulso y su freno, pról. de José Rilla, Montevideo, Biblioteca Artigas, 2009, serie Clásicos Uruguayos, n.º 179.

~126~ sos que son realmente institucionales o sociales, ejemplificada aquí en el uso de categorías de moralidad personal o individual para caracterizar a un pueblo y a un país, así ocultando o haciendo borroso el elemento político o estructural. Las implicaciones de esta analogía casi automá- tica en Benedetti son, en este caso, que la efectividad y solidez de un sistema son garantizadas por la calidad moral de los individuos que trabajan en él, mientras en realidad es al revés: las instituciones de una democracia exitosa son lo suficientemente estables y fuertes como para superar, amortiguar y (de ser necesario) castigar cualquier comporta- miento individual que constituya una amenaza al conjunto, siempre y cuando una mayoría importante de la población se sienta debidamente amparada y favorecida por esas mismas instituciones. El énfasis en el mejoramiento ético de los individuos consolida la fe que tenía Benedet- ti en 1960 en la “estabilidad democrática”, pero será el progresivo des- moronamiento de tal fe lo que le ocasionará la cada vez más acuciante crisis intelectual e ideológica que lo conducirá a la militancia política analizada en la tercera parte de este libro. Las raíces de esa crisis se hacían ver pronto en 1961. En 1960 —o sea, antes de la invasión fracasada de Playa Girón y de la Declaración de La Habana— el tema tan “explosivo” (PCP, p. 104) de la Revolución Cu- bana podía reposar para Benedetti sobre el antiimperialismo todavía no comunista (PCP, pp. 33 y 69) y el idealismo limpio (PCP, pp. 18 y 77) de Fidel y su pueblo, contrastado con la “hipocresía” del “planteo (...) de los problemas nacionales” en Uruguay (PCP, p. 17). Sin embargo, ocurrió en agosto de 1961 un hecho que ejemplificaba y anticipaba la dirección seguida después por el pensamiento político de Benedetti. El 17 de agosto, como parte de su estadía en Uruguay cuya meta principal era la reunión de la oea en Punta del Este, Ernesto Che Guevara, repre- sentante del gobierno revolucionario cubano, pronunció un discurso en el paraninfo de la Universidad de la República. Las palabras más citadas de su ponencia ante un público entusiasta que colmó la sala e incluía a Benedetti110 siempre son las que parecen justificar lo que unos momen- tos después el mismo Guevara definía como “lo ideal” —”la aspiración del pueblo a su bienestar se puede lograr por medios pacíficos”: Ustedes tienen algo que hay que cuidar, que es precisamente la po- sibilidad de expresar sus ideas; la posibilidad de avanzar por cauces democráticos hasta donde se pueda ir; la posibilidad, en fin, de ir

110- Según Hortensia Campanella, Mario Benedetti: Un mito discretísimo, Buenos Aires, Seix Barral, 2008, p. 89.

~127~ creando esas condiciones que todos esperamos algún día se logren en América, para que podamos ser todos hermanos, para que no haya la explotación del hombre por el hombre ni siga la explotación del hombre por el hombre, lo que no en todos casos sucederá lo mismo —sin derramar sangre, sin que se produzca nada de lo que se produjo en Cuba, que es que cuando se empieza el primer disparo, nunca se sabe cuándo será el último.111 Sin embargo, afuera en la calle, entre la multitud reunida para ver y saludar al héroe guerrillero y ministro revolucionario, ocurrió algo que indicaba las posibles limitaciones de esos mismos “cauces demo- cráticos”: el oficialmente nunca aclarado asesinato de un joven docente y bibliotecólogo, Arbelio Ramírez, acontecimiento que no podía sino intensificar las implicaciones de las pocas veces citadas palabras que siguen en el discurso de Guevara: Porque no hubo un último disparo de la revolución; hubo que seguir disparando. Nos dispararon, tuvimos que ser duros, tuvimos que cas- tigar con la muerte a alguna gente; nos volvieron a atacar, nos han vuelto a atacar una vez más, y nos seguirán atacando. Estas oraciones sin duda pueden leerse correctamente como una voz de alerta sobre las posibles consecuencias del uso político de las armas, pero son al mismo tiempo un elocuente consejo sobre lo que hay que hacer cuando los mismos que dicen querer la paz son precisamente los que abandonan primero la vía pacífica: ser “duros” hasta el punto de “ejecutar alguna gente” para defender al pueblo y su revolución. Y el asesinato de Ramírez, bala errada dirigida al Che o provocación ultraderechista, ¿qué fue sino un “disparo” tirado por los que decían defender la democracia contra un nosotros que ejercía igualmente sus derechos democráticos y con el que Benedetti y otros podían muy fá- cilmente identificarse? Además, no era necesario recordar las palabras del Che para ver la lógica revolucionaria frente a la evidente fragilidad de las instituciones democráticas, ya que salieron publicadas en el pe- riódico El Popular del 21 de agosto.112 La lectura del discurso junto con

111 Por ejemplo, Campanella cita estas mismas palabras, comentando que Guevara “se pronunciaba claramente contra la lucha armada en Uruguay” (Mario Benedetti, p. 119), afirmación generalmente aceptada pero, como veremos, bastante discutible. 112- Cito las palabras de Guevara por la versión de su “Discurso en la Universidad de la República de Montevideo” de acceso gratuito en www.archivo-chile.com, pero los editores del sitio dicen reproducir la versión publicada en El Popular (21 de agosto de 1961), pp. 2 y 6. Sobre la visita del Che al Uruguay, ver la recopilación de documentos en Asdrúbal Pereira Cabrera, Para dar vuelta al mate. 1961/Ernesto Che Guevara en Uruguay, Montevideo, Ed. Rumbo, 2011. Para el caso de Arbelio Ramírez, ver Víctor L. Bacchetta, El asesinato de Arbelio Ramírez, la república a la deriva, Montevideo, Doble Clic, 2010; y

~128~ los informes periodísticos sobre el asesinato difícilmente podía ser otra cosa que un paso importante en la erosión de la fe en la democracia uruguaya que, como veremos, en el caso de Benedetti ya sería completa en mayo de 1963. Cobran especial importancia en este contexto las últimas páginas de “La literatura uruguaya cambia de voz”, ensayo que termina enfatizan- do la analogía central que ve a la literatura como la voz de un pueblo o una nación para afirmar que, a pesar del exceso de recordatorios de sus orígenes europeos y de la casi total ausencia de indicadores de su ubi- cación en el continente de América Latina (especialmente la carencia de una cultura indígena viva), “los uruguayos (...) estamos aprendien- do (...) a sentirnos partícipes” del “destino (...) de nuestros prójimos más próximos”: “los otros pueblos de América Latina”, que “no pueden saber cuánto cuesta cambiar de sueños, y cuánto reconocer la propia frustración” (LU, pp. 36-37), lo cual implica que estos “próximos” geo- gráficamente cercanos son también “prójimos” en un sentido ético si no todavía político. Dos páginas antes, Benedetti había explicado exacta- mente qué era lo que le había llevado a tal conclusión. Primero, había escrito una descripción corrosiva y furiosa de la situa- ción lamentable que, a su juicio, caracterizaba al Uruguay de finales de 1961: Con una creciente y casi desafortunada perversión de las formas de la demagogia, con una nefasta tendencia a urdir simplificaciones y a colgar etiquetas que envilecen no sólo los ataques sino también las de- fensas, el actual panorama no tiene en el Uruguay la trágica urgencia del hambre, del despojo, de la ausencia total de libertad, pero muestra en cambio otro rostro, que no sé si al final no será más infausto y más ignominioso que todo eso: es el rostro del quemimportismo, de la indiferencia, de la molicie convertida en cinismo, de la decencia convertida en bochorno (LU, p. 34). La metáfora del rostro que desde hacia más de un decenio utiliza- ba Benedetti para personalizar el proceso de lectura convirtiéndolo en una relación directa entre autor y lector (ver en el primer capítulo), la emplea aquí para formular su caracterización de la nación en térmi- nos del rechazo moral de un modo de ser individual para condenar ciertas actitudes y prácticas políticas. Además, aunque es verdad que hace unas salvedades con respecto a las ventajas del Uruguay moderno

Una bala para el Che, largometraje dirigido por Gabriela Guillermo (2012).

~129~ en comparación con otros países latinoamericanos menos estables o li- bres, paralelas a la que había hecho Guevara en su discurso, igualmente notable es su impaciencia con las limitaciones nacionales. Después de establecer que los intelectuales son “un sector” que se ha atrevido a bus- car en serio las raíces de la crisis ya que —traduce parte de la definición de “Intelligentsia” en el Oxford Dictionary— “es ‘aquella parte de una nación que aspira a pensar con independencia”’, continúa así: “Es pre- ciso reconocer que el tema de la Revolución Cubana ha desempeñado un papel fundamental” (LU 34-5), subrayando una asociación que será una constante en la obra de Benedetti hasta su muerte: los que piensan “con independencia” son los intelectuales de izquierda que apoyan a grandes rasgos la Revolución Cubana, no los que, en nombre de una supuesta independencia intelectual sólo posible dentro de un sistema democrático sin censura política, rechazaban o atacaban cualquier op- ción socialista o comunista, no sólo la cubana.113 Sin embargo, es esta última revolución, por haberse producido en un país tan “próximo” como “prójimo”, la que “sirvió para que muchos [escritores uruguayos] sintieran la necesidad de un compromiso personal”, “para que ese tema externo, aparentemente lejano, se convirtiera en reclamo nacional”, “y, sobre todo, para que el tema de América Latina penetrara por fin en nuestra tierra” (LU 35), cuestión en apariencia internacional con la que termina este ensayo sobre la literatura nacional y que determina y moti- va lo que ya hemos visto a Benedetti llamar un “cambio de voz”. Tal cambio fue signo de “algo así como la pubertad de nuestro la- tinoamericanismo” (LU, p. 37), de que “en 1960, el público [lector] pareció despertar”, sintiéndose “prójimo del personaje literario” creado por el autor (LU, p. 31), despertar que había causado un auge corres- pondiente en la importancia de la crítica aunque no en su calidad (LU, p. 404), ambos acontecimientos provocados por ese Uruguay donde,

113- O sea, Benedetti se mantuvo fiel a una manera de pensar que se opone a la de muchos de los que comentan su obra. Por ejemplo, en su documentalmente valiosa historia del involucramiento de los intelectuales latinoamericanos con la idea de revolución inspirada en el ejemplo cubano, Claudia Gilman llega a llamar la combinación “intelectual revolucionario” un “oxímoron” porque “sus dos componentes eran vehículo de dos valores que entraban en contradicción”, lo cual le permite ver toda la corriente procastrista o proguevarista como unos cuantos ejemplos de “antiintelectualismo”, de “al- gunos lineamientos” del cual Benedetti, “uno de los intelectuales de mayor prestigio político —si bien no literario— de la época”, emerge como muestra “moderada pero insistente” (Claudia Gilman, Entre la pluma y el fusil. Debates y dilemas en América Latina, 2.da ed., Buenos Aires, Siglo XXI, 2012, pp. 175 y 205). Es insoslayable el aire de superioridad que acompaña tales comentarios (ver sobre todo los capítulos “Del intelectual como problema” y “Cuba, patria del antiintelectualismo latinoamericano” (pp. 143-231), soberbia intelectual que parece producir una cosecha amargada en la desilusión casi desmesurada que resuma el “Postfacio” agregado a la segunda edición (pp. 381-397). Ver también arriba la Introducción.

~130~ “como en todos los rincones de América Latina”, “el fenómeno político ha mediatizado importantes aspectos de la vida cultural” (LU, p. 32). Esta invasión de lo literario por lo político lleva a Benedetti directa- mente a su meditación sobre las carencias de la democracia nacional (LU, pp. 32-33) y los párrafos finales ya analizados. Por la misma razón, parece válida una asociación entre una frase del prólogo fechado en junio, 1960 a la primera edición de El país de la cola de paja: “Quiero verdaderamente a mi país, por eso desearía que fuese bastante mejor de lo que es” (PCP, p. 7), y el final de “¿Qué hacemos con la crítica?” de 1961, donde Benedetti opina que le “gustaría que pudiéramos estar de acuerdo en que la respuesta adecuada fuese: “Merecer una mejor” (LU, p. 37). La combinación de condicionales y subjuntivos con la acción de mejorar sugieren lo que por ahora solo puede ser una tímida analogía entre crítica y país que permite una lectura alternativa de la ultima frase del ensayo. Allí, después de aceptar una definición del crítico como “un hombre que espera milagros”, Benedetti termina sus reflexiones así: “yo invito al lector y yo invito a mi mismo, a que lo acompañemos solidariamente en esa espera” (LU, p. 415). “Solidario” puede no tener una inevitable connotación política, pero la unión de escritor, lector y crítico es un gesto hacia la superación de la soledad a menudo y justa- mente asociada a cada una de estas categorías. En resumidas cuentas, los uruguayos merecían no solo una crítica literaria mejor; también me- recían un país mejor. Veremos no solo que estas meditaciones anticipan la respuesta en 1970 de Benedetti a la pregunta “¿Qué hay que hacer con el Uruguay?”, sino también que para el mismo año el pensamiento de Benedetti ya habrá transformado a este público literario de autores y lectores, comunes o profesionales, en los primeros miembros de un potencial pueblo de prójimos, completando una fusión de lo cultural con lo político, y posibilitando otras acciones más positivas y colectivas que la pasiva de “esperar”.

¿De arielista a socialista? Benedetti y las elecciones de 1962 En 1962, Benedetti se prestó a una candidatura al Senado en la lista del Partido Socialista en las frustráneas elecciones nacionales de noviem- bre cuando ese partido perdió toda representación parlamentaria,114 desastre que ocasionaría unos meses más tarde la recomendación de

114- Ver Campanella, Mario Benedetti, p. 90 y Mario Paoletti, El aguafiestas. Benedetti, la biografía, Madrid, Alfaguara, 1996, p. 94.

~131~ Benedetti para que la izquierda abandonara las lides electorales, con lo cual el autor se despidió definitivamente de cualquier último atisbo que le quedara de arielismo rodoniano. Algo había tenido allá atrás por el cincuenta, como se nota claramente en las últimas palabras del ensayo sobre arraigo y evasión al que ofrecía tan importantes revisiones “La literatura uruguaya cambia de voz”: “Toda época, todo espíritu de época, que busque raíces imaginarias o desee alas imposibles, al chocar contra el tiempo rebota hacia el futuro. Y éste no olvida. No olvidemos nosotros que las raíces del tiempo son alas” (MP, p. 106). En 1962, ese futuro ya había llegado y no desmentiría el pronóstico espiritual pero sí lo volvería más materialista.115 Por lo tanto, Rodó es para Benedetti uno de esos “ilustres e importantes valores muertos” que son “los escritores del 900”, uno que visitó al siglo veinte solo “como turista” (LU, pp. 130-131). Como correspondía, Benedetti enterró con un libro a esta figura que en Uruguay, como Martí entre los cubanos (revolucionarios o exiliados anticastristas), se ha convertido con el tiempo en una suerte de fantasma cuyas andanzas trazan el mapa de una tierra de nadie ideo- lógica peleada por representantes de una amplia gama de movimientos o causas que quieren promocionar sus causas apropiándose de su nom- bre, obra y prestigio.116 Por lo tanto, no es de sorprenderse que Benedet- ti lo haya enfocado desde su propia perspectiva sobre las circunstancias vigentes cuando escribía el libro, a pesar de que le pareció “abusivo confrontar a Rodó con estructuras, planteamientos, ideologías actuales” (LU, p. 130). Con razón, quizás, es en ese libro donde Benedetti repe- tía como epígrafe en inglés las palabras de Orwell que había utilizado antes con respecto a la tendencia de las páginas literarias de distorsionar el rostro verdadero del autor (ver arriba la Introducción), aunque se lo quitaría junto con la dedicatoria “A Emir Rodríguez Monegal, en octubre de 1962”117 (JER, pp. 5-6) a la versión del libro incluida en

115- También sería posible contrastar las páginas sobre Ariel en “Evasión y arraigo” (MP 73-77), que son ellas mismas casi arielistas, con el enfoque más historicista posterior (LU, pp. 108-116). 116- Como ejemplos de esta situación, conviene comparar o contrastar las siguientes contribuciones recientes a la bibliografía enorme sobre el pensamiento de Rodó: Daniel Mazzone, “Dos hombres en el callejón: Batlle-Rodó, dos equívocos de la Historia”, en su Desenfocados, Montevideo, Ediciones de La Plata, 2005, pp. 7-94; Diego Alonso, José Enrique Rodó: una retórica para la democracia, Montevideo, Trilce, 2009; Hugo Torrano, Rodó y la encrucijada revolucionaria latinoamericana, Montevideo, Ed. de autor, 2010; Ruben Tani, Pensamiento y utopía en Uruguay: Varela, Rodó, Figari, Piria, Vaz Ferreira y Ardao, Montevideo, Hum, 2011. 117- A principios de los sesenta, el destacado crítico literario Emir Rodríguez Monegal (de paso, tam- bién especialista en Rodó) se peleó con casi todos sus colegas del semanario Marcha y la revista Número, Benedetti incluido, en parte por las consecuencias intelectuales de su anglofilia y eurocentrismo, pero sobre todo debido a su rechazo de los valores de la Revolución Cubana y su decisión de ir a trabajar en París como editor responsable de la revista Mundo Nuevo, que proclamaba la independencia intelectual

~132~ Literatura uruguaya siglo x x , a partir de su tercera edición (1988), como “Rodó, el pionero que quedó atrás (LU, pp. 48-131). Dadas estas con- sideraciones, me parece innegable que el perfil intelectual del “rostro tras la página” que emerge de su estudio es tanto el del Benedetti de 1962 como el de un Rodó de fin de siglo. Benedetti ve en Rodó una maqueta preparatoria del modelo sartreano del compromiso del intelectual (LU, pp. 67 y 90) que tanto había influi- do en sus propias actitudes, citando inmediatamente después frases de Rodó que él mismo podría haber escrito en 1962 sobre la situación en Uruguay y América Latina: “Yo no aspiro a la torre de marfil; me place la literatura que, a su modo, es milicia”; “No puede haber indiferentes, en presencia de esta crisis” (LU, pp. 90-91), la primera de una carta a Unamuno en 1904, la segunda de un artículo sobre la Primera Guerra Mundial. Más tarde Benedetti, después de citar una carta de 1900 tam- bién a Unamuno, hace suyos dos conceptos rodonianos: “Los postula- dos que me parece reconocer son éstos: 1) sin estilo no hay obra realmente literaria; 2) luchamos por poner en circulación ideas” (LU, p. 117, cursiva en el original). El primer aforismo contiene una valoración de lo litera- rio que implica que sin forma adecuada, no hay contenido que valga, fórmula que orienta todo lo que Benedetti escribirá sobre las relaciones entre literatura y política,118 mientras que vuelve a citar la segunda al principio de un ensayo de 1967, que sería un hito en la evolución inte- lectual e ideológico del autor: “Ideas y actitudes en circulación” (LCM, pp. 9-12). Con razón, la descripción que en otro momento del texto da de Rodó se parece a la que en el futuro harían otros de Benedetti mismo, y en los primeros sesentas expresaba el tipo de literatura que él mismo quería y siempre iba a aspirar a escribir: “Es esencialmente un escritor que tiene algo que decir y que, por eso mismo, siente la obligación moral de comunicarlo, de hacerlo ajeno a medida que lo va haciendo suyo” (LU, p. 105). De manera casi idéntica, se le podrá aplicar a la opinión del Benedetti de los años ochenta sobre el Benedetti militante de 1970 el comentario que hacía en 1962 sobre la actividad política de Rodó: “quiere ser coherente con sus principios. Entre su conciencia y la disci- plina de partido, siempre optó por la primera” (LU, p. 88). e ideológica de su enfoque sobre la nueva literatura latinoamericana, pero después resultaba ser finan- ciada por agencias fachada de la cia. Entre muchas referencias al caso, ver los documentos reproduci- dos en Álvaro Barros-Lémez, Intelectuales y política: Polémicas y posiciones, años ‘60 y ’70, Montevideo, Monte Sexto, 1988, pp. 33-107. 118- Ver, por ejemplo, el ya mencionado “La literatura como catapulta”, también de 1962 (SAO, p. 37).

~133~ Sin embargo, adhiriéndose a su preferido enfoque historicista (LU, p. 109), frente a los “reproches” de una “actual (y cada vez más motivada) militancia antiimperialista”, el Benedetti de 1962 prefirió reivindicar el grito de alarma que, pese a no ser “hombre de izquierda”, Rodó supo dar sobre la amenaza que representaba el poder de Estados Unidos a la tranquilidad y la unión de las repúblicas latinoamericanas (LU, pp. 107 y 113-114). Por supuesto, este peligro lo vio antes y con más urgencia el cubano José Martí, como había reconocido Rodó mismo, quien había abogado por la independencia de Cuba del imperio español pero no al precio de sustituir a un amo con otro más fuerte y cercano (LU, p. 70). No obstante, Benedetti se da el lujo de expresar en un tono retórico más urgente que el de El país de la cola de paja, cuánto, a su juicio, había intensificado el mismo peligro en el curso del siglo veinte: Pero la nordomanía ha invadido, de mayor a menor, toda la vida latinoamericana. Coca-Cola y Reader”s Digest, leones de la Metro y atentados klukluxklánicos, tecnicolor y discriminaciones raciales, sex- appeal y macartismo, televisión y redadas policiales, todo se ha ido calcando sin mesura, en un estilo de grosera, inconsciente parodia, que era precisamente el más temido por Rodó y que Pedro Henrí- quez Ureña sintetizaba en dos palabras claves: “futuro fenicio” (LU, p. 113). Benedetti mezcla lo mejor e inofensivo con lo francamente nefario tanto para indicar el amplio alcance penetrativo de la cultura norte- americana como para subrayar la impracticabilidad de intentar admi- tir la entrada de lo beneficioso pero al mismo tiempo rechazar lo que se condenaba como indeseable. El peligro mayor era exactamente ese: con respecto a Estados Unidos se trataba de todo o nada, y Benedetti dudaba de la posibilidad de que América Latina pudiera mantener su independencia (tanto intelectual y cultural como política y económica) frente a esta embestida de múltiples frentes, y de este temor derivaba en parte su apoyo a la Revolución Cubana. La otra y más importante parte sería el aspecto político, pero para Benedetti en 1962 esa cuestión quedaba en ciernes aunque se encontraba en camino hacia un cambio fundamental el año siguiente para el cual esta mirada posarielista sobre Rodó ayudaba a preparar el terreno. La piedra de toque de 1963 para el desarrollo ideológico de Benedetti es sin duda el discurso que pronunció en la sede del Partido Socialista en mayo, pero otro momento clave es la sección sobre la controvertida novela El paredón, publicada y reseñada en el mismo año, en un ensayo

~134~ sobre Carlos Martínez Moreno. La obra narra una visita a la Cuba de los primeros meses caóticos después del triunfo revolucionario en enero de 1959, de un periodista, Julio Calodoro, que sale del Uruguay de las elecciones de 1958, que llevaron al poder al Partido Nacional por primera vez en 93 años, victoria que también representaba en términos uruguayos un cambio supuestamente profundo (Benedetti no mencio- na que el apellido “Calodoro” sea anagrama de “Colorado”, nombre del partido perdedor, hecho quizás alegorizado como fin de época por la muerte de cáncer del padre del protagonista). Benedetti ve el título como “símbolo de la incomunicación entre dos realidades latinoameri- canas” (LU, p. 250), pero también los revolucionarios tuvieron que eje- cutar (llevar al paredón) a algunos contrarrevolucionarios o miembros de las fuerzas de seguridad del régimen de Batista (el episodio central relata el proceso y ejecución de uno de ellos). Además, el arriba citado discurso del Che Guevara en Montevideo mencionaba que “tuvimos que castigar con la muerte a alguna gente”, mientras en Uruguay el paredón parece haber sido una inercia y una corrupción colectivas y enfermizas: “allá se muere de violencia, aquí de cáncer”, comentaba lacónicamente Benedetti (LU, p. 251). Benedetti ve claramente que El paredón no es una novela panfletaria y simplista que proponga alguna solución cubana para los problemas uruguayos (LU, pp. 247-248), sino que más bien primero, “los recuer- dos uruguayos se proyectan sobre la realidad cubana”, y después al revés (LU, p. 249). Sin embargo, Benedetti saca conclusiones muy revelado- ras del final de la novela: Una alegoría de nuestra irresolución, de nuestras cortedades, de nues- tras mañas civilizadamente fallutas, de nuestra fanática sumisión al confort y, paralelamente, de nuestra oscura conciencia de que el coraje es siempre inconfortable. De ahí que la elección final del protagonista (“que todo siga como está”) puede ser entendida como el emblema de una frustración colectiva, pero también como el alerta de un desper- tador. Sentido de conservación mediante, será preferible elegir esta última acepción. Es decir: será preferible, siempre y cuando, además, nos despertemos (LU, p. 252). La primera frase podría ser casi un resumen de algunos de los temas principales de El país de la cola de paja, pero no así las frases finales. Aquí está claro que la metáfora de despertarnos no se aplica solo al público lector (a pesar de ser las últimas palabras de un trabajo literario crítico) sino a todos los uruguayos, y hay una evidente urgencia de

~135~ hacer algo colectivamente, aunque este algo, para Benedetti, no solo sigue siendo vago e innombrable, sino también que el “sentido de con- servación mediante” indica que todavía dista mucho de ser una opción revolucionaria. Se pueden comparar estas reflexiones de Benedetti sobre El paredón con ciertas implicaciones de su propia novela Gracias por el fuego, ya terminada y presentada en 1963 al concurso para el premio Biblioteca Breve, donde fue finalista. En ese mismo año, Benedetti había cerrado una reseña de la obra del poeta español Ángel González con el siguiente aforismo: “nadie podrá pasar a lecciones superiores mientras no sacrifi- que su propia demagogia ante el espejo” (SAO, p. 233). No se le puede acusar a Benedetti de ser demagogo. Sin embargo, Edmundo Budiño, padre del protagonista de la novela, sí lo era —además de ser tirano, hipócrita, prepotente, violento, corrupto e inescrupuloso—, y una de las razones principales por las que, en vez de cometer el parricidio, su hijo Ramón opta por el suicidio, es que hereda de su padre no su ca- rencia de valores éticos pero sí la soberbia olímpica y todopoderosa que la acompaña. Es esta tendencia a verse a sí mismo como dotado de los poderes de un dios lo que ni padre ni hijo están dispuestos a “sacrificar ante el espejo”. Después del suicidio de su hijo, un Edmundo acongojado le explica a su amante Gloria que “este país es una porquería” precisamente por- que nadie, ni su propio hijo, ha tenido “suficientes cojones como para matar[lo]”, y continúa como si dictara curso: “Anota esto. Si algún día alguien me mata, entonces puede ser que este país tenga salida, tenga salvación” (GPF, pp. 297-298). El padre se ve como el barómetro que registra correctamente la medida de todo, incluso la salud moral y social del estado de Uruguay, y masoquistamente ofrece su vida como desafío a la valentía masculina nacional, como si fuera el chivo expiatorio cuyo sacrificio garantizara el futuro fértil de todos. Y Ramón responde al de- safío pero no lo puede llevar a cabo exactamente porque su manera de pensar y actuar en contra del padre, en vez de oponerse a este modo de concebir las cosas, lo repite e imita. “Tengo que matarlo” [un cuasi estri- billo cuya repetición anuncia sus propias dudas al respecto] “por el bien de todos, incluso por su bien (...) Para que el país tenga un descanso” (GPF, p. 233). Este yoísmo cósmico llega a extremos descabellados: “Sólo yo tengo el secreto de la prueba, sólo yo conozco dónde debo colocar el otro” (GPF, p. 263). Al casi repetir los errores igualmente paranoicos de

~136~ Miguel en ¿Quién de nosotros?, Ramón se coloca en la posición de reden- tor sin darse cuenta de que es un modo “falluto” de darse importancia, de arrogarse la responsabilidad por todo, corriendo el riesgo de que el peso enorme caiga sobre la espalda y exceda sus capacidades: “Todo es más fuerte que yo. El Viejo, los lugares comunes, los tabúes de mi clase, los prejuicios. Después de todo, Ramón es mi hijo (...) Los hombres de mi clase, de mi generación, no destruyen su pasado” (GFP, p. 278). Las frases en cursiva, citadas de su padre, tienen su contrapartida, que sería “Después de todo, Edmundo es mi padre”. El hijo se reconoce en el egoísmo atroz que lleva a ambos a verse como suma y símbolo de todo lo que les rodea, tanto de sus posibilidades como de sus limitaciones, como si en su perso- na se concentraran todas las fuerzas del universo entero. Efectivamente, concebido así, cualquier acto de rebelión es al mismo tiempo un acto de autodestrucción y la frontera entre asesinato y suicidio parece desapare- cer. Ramón, al eliminarse, admite no poder “destruir su pasado”, pero hace un gesto, aunque probablemente inútil, hacia la destrucción de uno de los posibles futuros que este mismo pasado está en camino de preparar. No ha podido “pasar a lecciones superiores” porque no ha logrado antes sacrificar la “propia demagogia frente al espejo”. Tales consideraciones demuestran un claro elemento alegórico en la novela debidamente reconocido por la crítica en el momento de su pri- mera publicación.119 La longevidad del padre corrupto y la impotencia del hijo dependiente indican el deterioro o agotamiento de un modelo personal y social que va perdiendo su autoridad y pertinencia al mismo tiempo que se va demostrando la imposibilidad, por lo menos tempo- ral, de superarlo y suplantarlo con otro más digno y más actualizado. La pregunta fundamental que quedaba sin contestar al final de Gracias por el fuego es la siguiente: ¿hasta qué punto está contaminado con las mismas debilidades del sistema el criterio moral usado para condenar- lo? La novela parece dar por sentado algo que hemos notado antes en la obra de Benedetti: una perspectiva que supone que lo que huele mal en el estado de Dinamarca/Uruguay no es el estado en sí sino solo los individuos que lo gobiernan. Tal mirada hace difícil que el mero acto de examinarse en el espejo sea suficiente para saber qué es lo que hay que sacrificar, porque el mismo conjunto de actitudes y juicios empleados para construir el pasado se usa ahora para cuestionarlo.

119- Ver, por ejemplo, Emir Rodríguez Monegal, “Sobre un testigo implicado” y Ángel Rama, “La situación del uruguayo medio”, en Ruffinelli, Mario Benedetti, pp. 49-58 y 74-82, respectivamente.

~137~ Afortunadamente, otro personaje consigue hacer un gesto rebelde mucho más eficaz contra el sistema de valores ejemplificado por el im- perio de los Budiño, precisamente porque no se da aires, no tiene la ilusión de simbolizar o representar a nadie ni nada fuera de su pro- pia persona. Gloria, la amante de Edmundo de dos décadas, habría pensado estar realizando la promesa implicada en su nombre al atraer veintidós años atrás las atenciones de un joven rico y prometedor (GFP, pp. 116-119) y vivir a su costo en apartamentos de lujo. Sin embargo, realmente solo alcanza ella misma cierta gloria, por reducida que sea, cuando, después del suicidio de su hijo, la debilidad y vulnerabilidad de Edmundo la permiten hacer lo que no pudo lograr Ramón —li- berarse: “También dentro de ella algo se ha quebrado. Y de la quiebra se ha rescatado a sí misma” (GPF, p. 290). Gloria se vuelve una de los uruguayos que se despertaron porque por fin supo cómo dejar de ver en Edmundo lo que tenía de prójimo, adquiriendo la dosis de cruel- dad necesaria para no reaccionar con sentimientos encontrados frente al sufrimiento que vio en el rostro del otro. Al decirle a Edmundo que se va, agrega que le “importa un comino que esté bien o que esté mal”, y al comentario que es el momento en que “más te necesito”, responde: “Vos no necesitás a nadie. En todo caso, necesitás a Edmundo Budiño, y a ése lo tenés. Que te aproveche” (GPF, p. 296). Gloria ha descubier- to que Edmundo “ya no inspira terror. Más bien tiene miedo (...) Esa amenaza que no se cumplió ha colocado muchas amenazas en el aire”. Solo en ese momento de despedida reaparece el título, frase que Gloria había utilizado por primera vez veintidós años antes, cuando Edmundo Budiño, a ella también, todavía le parecía ser esa alegórica “institución nacional” (GPF, p. 120): “Gracias por el fuego” (GPF, p. 298). Unos pocos párrafos después, a pesar de poder escuchar los “sollozos” de Ed- mundo en el dormitorio, sin siquiera sacar ropa del placar, Gloria se va, dando “un portazo” (GPF, p. 300). Se ha mirado en el espejo de la conciencia y ha descubierto exactamente qué y cuánto del pasado hay que sacrificar. Los lectores no sabemos las consecuencias y no hay nada que indique que hay que leer este gesto como símbolo de algún cambio permanente; solo sabemos que por ahora su decisión parece definitiva y que ofrece, aunque sin promesas, la posibilidad de “pasar a lecciones superiores”, en las palabras antes citadas sobre Ángel González. También sabemos que Benedetti mismo se había despertado porque nos lo dice explícitamente. En noviembre de 1963, escribió en el pró- logo a la cuarta edición de El país que “la simple operación de escribir

~138~ [ese libro en 1960] contribuyó a aclarar algunas dudas y me ayudó a tomar decisiones” (PCP, p. 8) —ya hemos visto qué otros factores tam- bién hicieron una contribución, y era esa cuarta edición la primera que reproducía el análisis de las elecciones del año anterior que Benedetti les había ofrecido a sus compañeros del Partido Socialista en mayo. Son tres los temas principales de la charla: 1) el estado pésimo de la democracia en Uruguay; 2) la situación no mucho mejor de la izquierda uruguaya; 3) la reforma de esta izquierda y el futuro de Uruguay. El primer párrafo establecía el tono de las reflexiones de Benedetti sobre la democracia uruguaya: “confieso que cada vez creo menos en las po- sibilidades parlamentarias y en los planteos electorales” (PCP, p. 116), especificando más tarde que “personalmente” opinaba que “las izquier- das no debían entrar en el juego sucio del parlamentarismo” uruguayo, que para el Benedetti de 1963 no tenía más ni “sentido ni funciona- lidad”, aunque admitía seguir creyendo en un parlamentarismo y una democracia ideales como solo se encuentran en los diccionarios (lo que llama su “sentido etimológico”) (PCP, p. 120), matización que cambia- ría solamente después de vivir y trabajar en la Cuba revolucionaria.120 Pensaba así porque veía a los políticos uruguayos como hombres cínicos y corruptos (PCP, pp. 130-131) que ofrecían favores a canje de votos, como en el caso de la “eficaz añagaza” del empleo público (PCP, p. 117), trucos explotados después del triunfo del Partido Nacional de 1958 por ambos partidos tradicionales y no solo el Partido Colorado (PCP, p. 125). Reiteraba los argumentos morales de la versión original de El país (PCP, pp. 126-127), con la implicación necesaria de que los individuos moralmente corruptos habían envenenado y debilitado tan- to a las instituciones democráticas uruguayas que estas no podían servir más para la construcción de un futuro nacional mejor. La izquierda uruguaya que vio Benedetti —y vale recordar que él mis- mo había participado en 1962 como candidato socialista, aunque sea con pocas posibilidades de salir electo121— no se encontraba en un estado

120- Veremos más abajo que Benedetti terminó prefiriendo la forma de democracia que había escu- chado al Che Guevara describir brevemente en su discurso en el paraninfo de la Universidad de la República en agosto de 1961: “el real desarrollo económico, el desarrollo económico impetuoso de los pueblos, se logra cuando éstos pueden expresarse directamente, a través de la conducción de sus fábri- cas y de todos sus medios de producción” (ver arriba Nota 3). El vínculo entre el bienestar económico popular y una democracia participativa a través del lugar de trabajo se puede comparar o contrastar con la conexión paralela que traza Benedetti entre la corrupción económica y política en el Uruguay (PCP, pp. 142-143). 121- Según Paoletti, Benedetti ocupaba la posición veinticinco en la lista de candidatos socialistas al Senado (El aguafiestas, p. 94).

~139~ mucho mejor que la democracia, principalmente porque su fragmenta- ción en distintos sectores en postura casi permanente de aniquilación mutua había impedido que se uniera alrededor de un mínimo programa en común que pudiera ser atractivo para el elector mediano (PCP, pp. 123 y 133-134). De allí derivaba lo que Benedetti veía como el problema principal para la izquierda uruguaya concretamente durante la campaña electoral de 1962 y en términos generales: su “desconocimiento del hombre disponible”. Benedetti citaba un planteo de Eliseo S. Porta, para demostrar que tal elector mediano, “el actual hombre disponible” uruguayo, era “evi- dentemente moderado, indiferente a la política, contrario a la violencia, escasamente solidario, supersticioso de la palabra libertad” (PCP, p. 124, cursivas en el original). De tal astilla no iba a ser posible moldear ningún “hombre nuevo” socialista. Por eso, a ese “hombre disponible” de clase media uruguaya le habían parecido sencillamente irrelevantes o, en el peor de los casos, amenazantes las referencias constantes a la Revolución Cubana, una reforma agraria y su secuela de triunfalismo simplista (PCP, p. 119), todo armado con un vocabulario marxista que parecía hecho para obreros o intelectuales, para “convencidos” y no para los “reacios” o “renuentes” de quienes era el “voto a conquistar” (PCP, p. 127). El conflicto no resuelto en 1963 entre la convicción de que la demo- cracia uruguaya no servía para nada y la observación de que el electora- do uruguayo realmente existente no servía para cualquier tarea radical, le dejaba a Benedetti en un callejón político sin salida. Si por un lado reconocía que cualquier parlamentarismo “tan desprestigiado entre la gente de izquierda” como el uruguayo había “sido sabiamente descarta- do por todos los pueblos que tienen verdadera urgencia en transformar su estructura económica y social” (PCP, pp. 119-120),122 refiriéndose aquí no solo al ejemplo cubano sino a todo el bloque soviético, por otro

Nils Castro parece ser el primero en cometer el error de asociar a Benedetti con fidel, la coalición de fuerzas agrupadas alrededor del Partido Comunista Uruguayo en un frente que se presentó en las elec- ciones de 1962. Ver su ensayo en gran parte iluminador, “Benedetti: la moral de los hechos aclara su palabra”, Casa de las Américas, 89, 1975, p. 84 de pp. 78-96. Luis Paredes da el mismo dato equivocado (Mario Benedetti: literatura e ideología, Montevideo, Arca, 1988, p. 12, y Sylvia Lago lo repite en su Mario Benedetti: cincuenta años de creación, Montevideo, Universidad de la República, 1996, p. 23. En realidad, como muchos simpatizantes del Partido Socialista, Benedetti tenía graves dudas sobre los partidos comunistas latinoamericanos, debido a su falta de independencia frente a los cambios de política abruptos impuestos desde Moscú por el Partido Comunista de la Unión Soviética. En el caso de Benedetti, tales cavilaciones datan por lo menos de la primera edición de El país de la cola de paja en 1960 (ver PCP, p. 105). 122- Un descuido gramatical permite que la sintaxis resbaladiza de las dos frases citadas aquí solo en parte revele la intensidad de los sentimientos del autor en este momento del ensayo: leídas literalmente, sería el parlamentarismo uruguayo el que había sido abandonado por todos los pueblos socialistas del planeta.

~140~ estaba igualmente convencido de que “la clase media uruguaya, [podía] ser (por ahora, al menos) descartable en la consideración de una actitud revolucionaria”, aunque seguiría “decisiva en un acto electoral” (PCP, pp. 127-128). Ya que no “se puede jugar la carta de la democracia repre- sentativa dentro de un planteo revolucionario” porque sería “híbrido, inhibitorio”, ni “hacer la revolución (en el sentido de una trasformación radical) paulatinamente y por etapas” porque exigiría el acuerdo de los más amenazados por tal proceso (PCP, pp. 123-124), la izquierda tenía que elegir entre “crear sacrificadamente y desde abajo las condiciones ideales para una auténtica Revolución” y “revisar concienzudamente” la “estrategia” de su “planteo electoral”. “En cualquiera de los dos casos”, continuaba Benedetti, “parece imprescindible formar una conciencia política en el pueblo, una conciencia de la que actualmente carece” (PCP, p. 131), un paso ideológico bastante más adelante de la “revolu- ción de la conciencia” fundada cómodamente en las instituciones de- mocráticas ya existentes con la que había terminado la primera edición de El país en 1960.123 La charla de Benedetti concluía con un detalle de las incoherencias a las que conduce implacablemente una lucidez que todavía no se atrevía a contemplar sus propias consecuencias, ahora que las esperanzas y con- fianza invertidas en la campaña del año anterior habían resultado frustra- das y defraudadas. La izquierda debía superar los “rencores” del pasado (pp. 134-135), “sustituir los dólares que no tiene, por la imaginación creadora que sí puede tener” (PCP, p. 133) para hacer una propaganda adecuada a la tarea de crear una “conciencia colectiva” en el pueblo y en sí misma para que todos estuvieran listos para cuando se les viniera encima el “derrumbe” causado por las políticas económicas y sociales de los par- tidos tradicionales. Ya que nos dice que “pese a los resultados del último

123- Este cambio ideológico con sus potenciales consecuencias políticas es el omitido por los que tra- tan la primera edición de 1960 como si fuera la historia entera de El país de la cola de paja. La versión más grave de esta tergiversación de la evolución del pensamiento benedettiano sobre estos temas es la de Gloria de Cunha-Giabbai, Mario Benedetti y la nación posible, Universidad de Alicante, 2001. Aquí la autora toma “la revolución de la conciencia” como punto de arranque para despolitizar la revolución socialista, convirtiéndola en una “conciencia del pueblo”, “voz plural” de “un-nosotros-pueblo” (p. 14), anticipo de la “nación posible” como expresión de una especie de nueva humanidad latinoa- mericana abstracta, haciendo desaparecer todas las dudas de Benedetti con respecto a la democracia representativa, junto con el intento de encontrar una alternativa en la participación directa popular en las organizaciones revolucionarias. Una versión parecida aunque más suave de la lectura como acto de prestidigitación se manifiesta en José Castro Urioste, “Urgencias y rumores en la ensayística de Mario Benedetti: una lectura sobre El país de la cola de paja”, Anthropos, 132, 1992, pp. 82-88, donde, a pesar de asegurarnos en la bibliografía final que maneja la sexta edición (1966) de El País, el autor simple- mente hace caso omiso del “Postdata” de 1963, así evitando tener que enfrentar las tensiones creadas para el análisis moralista de 1960 por una nueva conciencia política, aunque sea incompleta.

~141~ noviembre, no creo en la salvación del país por medio de los partidos tradicionales” (PCP, pp. 135-136), Benedetti ofrecía a sus compañeros socialistas una tímida solución que se parece mucho a la que lo hemos visto dar dos años antes a la pregunta “¿Qué hacemos con la crítica?” —una larga espera solidaria con los que creían en milagros: Sigo creyendo en que la izquierda no ha perdido aún la posibilidad de constituirse en el único rescate viable para este país aparentemente sin estímulo, sin futuro y sin salida. Pero para mantener viva esa posibili- dad, la izquierda deberá saber qué quiere exactamente. Yo hago votos para que cuando pasemos en limpio esta aspiración, la encontremos tan pujante, tan sana, tan inevitable y tan creíble, que no vacilemos en hacerlo altamente contagiosa (PCP, p. 136). La ironía de la frase “yo hago votos” es amarga, triste y reveladora, ya que hacer votos en el sentido de acumularlos electoralmente es “exacta- mente” lo que la izquierda no había sabido hacer, hecho que erosionaba aun más la poca fe que le quedaba a Benedetti en los procesos democrá- ticos uruguayos. El resto de la década lo pasaría buscando o dejándose creer en el “estímulo”, “futuro” y “salida” proporcionados por la “aspira- ción” “pujante”, “sana”, “inevitable” y “creíble” ejemplificada en la idea de una revolución socialista uruguaya. Por ahora, sin embargo, tenía que contentarse con este resultado del impulso de usar la “literatura como catapulta” a la acción comprometida recomendada en 1962 como posiblemente “la gran (y acaso la última) oportunidad del intelectual” a través de lo cual “el intelecto saldría al encuentro del hecho político para asumir frente a él su responsabilidad íntegra”. Con razón, al republicar el ensayo en 1968, Benedetti añadiría una nota para aclarar que, dadas las dimensiones cada vez mayores de la crisis uruguaya, “hay aspectos del problema que hoy creo verlos con otra claridad” (SAO, p. 45). Sin embargo, en 1963, incluso la Revolu- ción Cubana fue concebida primordialmente en términos éticos debido a “la limpieza moral con que fue hecha” (PCP, p. 126), enfoque que unas líneas más abajo recibe una glosa más extensa y explícita: Fidel hizo su revolución con coraje y convicción moral. Sin esa base inicial no hay transformación posible. Después sí incorporó al movi- miento una plataforma ideológica, un mecanismo político, porque por supuesto, con sólo coraje y convicción no se lleva adelante un radical transformación de estructura. Pero sin valor cívico, sin convic- ción moral, no es posible siquiera iniciarla (PCP, p. 127).

~142~ La casi repetición de palabras y frases sugiere la clara importancia de estas observaciones dentro del enfoque benedettiano sobre la revo- lución, pero lo único que logra es cometer el mismo error dos veces: la confusión de valores individuales con procesos sociales o colectivos. El mismo “valor cívico” y la misma “convicción moral” podrían haber sido el punto de partida tanto de una campaña electoral liberal como de una revolución comunista. Como hemos visto constantemente desde nuestra mirada en el primer capítulo sobre su tendencia a humanizar o personalizar el funcionamiento de la lectura e interpretación de los fenómenos literarios como elemento esencial en el asentamiento de las bases de su postura ética ante la realidad, Benedetti habitualmente des- confía de los procesos que no puede o no sabe reducir a tamaño huma- no, a escala personal, porque no le permiten ver el perfil del “rostro tras la página”. Esta manera acostumbrada de ver las cosas con frecuencia lo traiciona, llevándolo, como en este ejemplo, a igualar calidad moral con movimiento político, a persona con proceso, corriendo el riesgo de opacar la verdadera naturaleza de la segunda entidad que está expresa- da siempre en términos de la primera. Benedetti terminaría pasando los restantes años del decenio de los sesenta persiguiendo una opción política que incorporara, o que le convenciera por parecer haber incor- porado, sus preferencias éticas fundacionales.

Hacia la revolución uruguaya Entre 1966 y 1970, Benedetti pasó la mayor parte del tiempo fuera de Uruguay, primero en Europa supliendo a Mario Vargas Llosa en una emisora de radio en París y trabajando de traductor en la unesco. Entre 1967 y 1969, tiene su primera experiencia directa de vivir día a día con la Revolución Cubana, cuando funda y dirige el Centro de Investigaciones Literarias de la Casa de las Américas en La Habana. Fue en este segundo contexto, como vimos en el capítulo anterior, donde terminó de redondear la perspectiva que llevaría como militante polí- tico de vuelta al Uruguay a principios de la década del setenta, y que desembocaba también en El cumpleaños de Juan Ángel, publicado en 1971 pero compuesto en “La Habana, de marzo a noviembre de 1970” (CJA, p. 166). Aunque publicaba poco directamente relacionado a la situación uruguaya en esos años, este poco basta para dar una idea clara de cómo siguió evolucionando su posición entre la charla de 1963 en

~143~ la sede del Partido Socialista y la asunción de una postura inequívoca- mente antidemocrática y revolucionaria en 1970. En 1966, Benedetti encontró en , sobre todo los artícu- los y viñetas de El Uruguay y su gente, una continuación, o más bien otra manifestación diferente, del tipo de voz que le había despertado tanto entusiasmo al reseñar la obra completa de Machado un año antes, aun- que no tanto con respecto a la profundidad del compromiso ético sino al poder de persuasión con que la escritura proyectaba una sensación en el lector de poder casi tocar las convicciones más firmes del autor, de poder percibir con toda nitidez el perfil del “rostro tras la página”: “Ma- ggi prefiere dar por sentado (...) que su lector sea, exactamente como él, alguien más o menos rabioso frente al deterioro que presencia, alguien dispuesto a sacudir y ser sacudido” (LU, p. 304). Por eso, “el lenguaje de Maggi apunta a un ser muy tangible (...) ese uruguayo (...) confuso, despistado, menguado, estacionario, que no cabe en las gráficas y cua- dros comparativos pero que en cambio satura la realidad” (LU, p. 305). En 1964, con respecto al argentino Ernesto Sábato, Benedetti ya había establecido que “para el lector es estimulante disentir con alguien que no es simplemente un registro de opiniones ajenas (...) sino un ser vivo y creador, un hombre que (...) asume una actitud de coraje intelectual” (LCM, pp. 79-80); ahora, con Maggi, va un paso más adelante: no solo “prefier[e] un enfoque personal, sincero, provocativo, no siempre compartible y tal vez parcialmente erróneo” sino que “en este instante no hace falta que se ocupe de nosotros el escritor-dómine, de pobre tono magistral, sino el escritor dudante y veraz, ese que lleva el diálogo en sí mismo y ayuda a dialogar a los demás” (LU, pp. 306 y 315, cursiva en el original). Esta breve antología de citas equivale a un ars prosaica tan elocuente como cualquier ars poetica de los volúmenes de Inventario. La parciali- dad de perspectiva es una consecuencia inevitable de una mirada crítica elaborada a base de una postura ética que presupone una transparencia lingüística que permita un acceso directo del lector o destinatario a los pensamientos y sentimientos del autor que los verbaliza. La reafirma- ción y extensión de una posición que Benedetti venía desarrollando desde los años cuarenta cuajaba bien con una decisión cada vez más firme de derivar una línea política de izquierda de una ética igualita- ria. Por lo tanto, al creer que Uruguay era “un mosaico” tan “social” como “sicológico”, un “tablero de pequeñas realidades inconexas que en

~144~ su totalidad compon[ían] un irregular archipiélago social”, Benedetti podía haber hecho suya su observación sobre lo que creía que Maggi encontraba “en cada una de esas islas humanas, en cada una de esas realidades inconexas”: “junto con el deterioro de una esperanza ante- rior, otra esperanza en la mirada que vendrá” (LU, p. 306). Claro, en 1966 Benedetti acababa de publicar su libro sobre Rodó, así que se le puede perdonar —si es preciso— el gesto rodoniano hacia El que ven- drá del escritor del novecientos, pero lo esencial aquí es la concepción de un Uruguay como una nación fragmentada con una población de individuos aislados que no se comunicaban entre sí, encerrados dentro de una tradición caduca que los asfixiaba. La esperanza de Benedetti para el futuro sería precisamente que tal entidad dispersa y subyugada se transformara en un verdadero pueblo unido de próximos prójimos independientes, y que la principal razón de ser de su ars prosaica, tanto o más (aunque de otra manera) que su ars poetica, era ayudar en la tarea de preparar el terreno para que pudiera darse tal giro radical. Lo poco que publicó sobre Uruguay durante sus años en la Habana hasta 1970, o sea, las notas agregadas en la nueva sección de “Otros temas naciona- les” a las últimas ediciones de El país,124 deja lucir sin ambigüedades el camino que iba eligiendo. Las elecciones nacionales de 1966, que llevaron a los Colorados de vuelta al gobierno y fortalecieron los poderes del Ejecutivo a través de una reforma constitucional cuyas consecuencias funestas no tardarían en hacerse evidentes, solo sirvieron para consolidar la visión pesimista que en 1963 se había formado Benedetti de la democracia uruguaya y de lo que la izquierda podía esperar de ella. El 17 de octubre (o sea, dos sema- nas antes de los comicios), había escrito a Ángel Rama, entonces director de las páginas culturales de Marcha, que “el panorama de la izquierda es sencillamente desolador” debido a la fragmentación y las guerras internas entre los distintos grupos, “luchas intestinas” que no padecía una derecha unida por “la cuenta bancaria”,125 visión de la debilidad de la izquierda frente a las fuerzas políticas y económicas combinadas de la reacción ya detallada en el “Postdata” de la cuarta edición de El país. Un testimonio más claro de su evaluación de la situación uruguaya es “El voto que el

124- Con la excepción de la novena y última manejada aquí, donde se pasa directamente desde el final de “Postdata” a la primera de las notas agregadas, sin la página que lleva el subtítulo y separa las secciones (PCP, pp. 136-137). El efecto, buscado o no, es acentuar la trayectoria de la progresiva radicalización revolucionaria y socialista que se lee desde el texto de la primera edición de El país de la cola de paja hasta esta última, como un proceso natural, imparable e irreversible. 125- Citado en Campanella, Mario Benedetti, p. 105.

~145~ alma pronuncia”, idea reelaborada en 1971 como el “voto combatiente” para el Frente Amplio, pero aquí el título irónico puesto al segundo de los “Otros temas nacionales”, una apreciación publicada en agosto de 1967 del documental Elecciones, película de Mario Handler sobre la campaña de algunos de los políticos elegidos el año anterior. Benedetti vio en Elec- ciones un “higiénico esfuerzo”, un “documentado desahucio de nuestra democracia de comité” (PCP, p. 141) que, “ni panfletario ni neutral; in- tencionado sí pero veraz; amargo pero no cruel”, no era solo “acusación” sino “autocrítica”, concepto visto sin el aura negativa que después a veces tendría para el autor: “admitiendo la cuota de comodidad culposa, de responsabilidad colectiva, contraída (...) por todos los participantes (usu- fructuarios y damnificados) del sistema”. Sin embargo, la picadura mayor viene al final: en la película, según el juicio de Benedetti, el pueblo apa- recía “verosímilmente activo en lo accesorio” pero “increíblemente pasivo en lo esencial”, pero “quizá pudiéramos, con muchas miradas como ésa, llegar a invertir los términos (...), y empezar a ser pasivos en lo acceso- rio, activos en lo esencial” (PCP, p. 144). En una sola frase, Benedetti se incluye a sí mismo en este “pueblo” al que quiere ver más “activo”, al mismo tiempo que ofrece una justificación cuasi política de una estética propagandística que ayude a realizar el fin deseado, a convertir un pú- blico cultural minoritario —tanto los creadores como los espectadores de las nuevas expresiones culturales— en la base sobre la cual sea posible construir el modelo de una nueva sociedad. Hay una laguna reveladora en la evolución intelectual y política de la perspectiva que adquiría Benedetti en esos años sobre Uruguay: no hay en ninguna edición de Literatura uruguaya siglo x x ni de El país de la cola de paja, artículos fechados en 1968.126 Esta parquedad tie- ne una explicación sencilla: como ya vimos en el capítulo anterior, lo fundamental para el Benedetti de ese momento ocurría en Cuba y en un contexto más continental que nacional. Sin embargo, ambos libros contienen testimonios contundentes, escritos en 1969, de los puntos de vista que llevaban a las decisiones que iba tomando el autor. Como escribió en uno de ellos, una larga reseña de Los museos abandonados de Cristina Peri Rossi, 1968 y 1969 “probablemente serán años decisivos en la vida del país: la muerte está en las calles; la obcecación en el poder; el poder pierde las máscaras. Evidentemente es hora de abandonar los

126- Cabe decir en seguida que tal fenómeno no significa que no existe ninguno, pero sí quiere decir que Benedetti no escribió ninguno que posteriormente considerara suficientemente importante como para merecer ser recogido en cualquier recopilación.

~146~ museos (...)” (LU, pp. 378-379), para concluir más adelante: “después del abandono, la presencia fantasmal de los viejos mitos, de los antiguos moldes; después de esa presencia y de su fracaso, el estallido renovador, la destrucción para construir (...) una respuesta revolucionaria al desa- fío de este siglo, de este año, de este mes, de este minuto”. Benedetti encontraba en el libro de Peri Rossi lo que buscaba en la escritura de otros y en lo que él mismo creía: la “intención de convertir en estre- mecimiento estético un cataclismo social”, no haciendo “panfleto sino remoción” (LU, p. 380). De esta fórmula saldrían las “letras de emer- gencia” —poesías, canciones o artículos periodísticos y propagandísti- cos— que Benedetti mismo iba a producir en los años 1971-1973 para acompañar su propia “respuesta revolucionaria al desafío” del presente —había desaparecido la reticencia en usar la palabra “revolución” con claras implicaciones sociales y no solo individuales y morales como al final de la primera edición de El país de la cola de paja en 1960 o de la “Postdata” agregada en 1963. Benedetti veía a Peri Rossi como “particularmente representativa de los jóvenes-jóvenes” cuya “personalidad literaria” era “un ente total” que incluía “no sólo sus cuentos, sus poemas, sus ensayos, sino también su respuesta vital, comprometida” (LU, p. 377), ejemplo de una nueva ge- neración que quería actualizar el viejo sueño vanguardista de transfor- mar los experimentos artísticos y utopías políticas en nuevas formas de convivencia y expresión en todos los niveles de la vida íntima, familiar y social. Hacia finales de los sesenta, tal tendencia se manifestaba desde Estados Unidos y Francia hasta Australia y Japón tanto en la militan- cia política estudiantil como en los hippies con sus flores antibélicas o los modales agresivamente anticonvencionales de algunos conjuntos de música rock. Por lo tanto, en octubre de 1969 Benedetti podía ha- blar de los jóvenes en general (y no solo los intelectuales o creadores artísticos) que mostraban o expresaban las cosas tal cual eran no “con palabras, sino con actitudes” (PCP, p. 148), aunque sus propios valores morales y prioridades políticas lo llevaban a enfatizar cómo reacciona- ban las nuevas generaciones ante lo que le parecía el rasgo más ofensi- vo y repugnante de la situación nacional: “la desproporción entre ese mundo del lujo propuesto y cierta inoportuna realidad miserable, entre la frivolidad de los suntuosos y la flagrante injusticia de una sociedad desnivelada” (PCP, p. 147).127

127- Para la rebelión juvenil de los sesenta en Uruguay, ver Vania Markarian, El 68 uruguayo: El movi- miento estudiantil entre molotovs y música beat (Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2012), sobre

~147~ Seguía la condena de las deficiencias de “la veterana democracia re- presentativa” que “parece haber llegado a la edad crítica” (PCP, p. 146), pero con un nuevo valor negativo agregado que se convertiría en los primeros años sesenta en un extremo de un universo moral y político bipolar: la actuación del Presidente Pacheco, llegado al poder después del fallecimiento de Óscar Gestido en diciembre de 1967, y las medidas cada vez más represivas del gobierno que encabezaba: “Salvo rarísimas excepciones, (...) la democracia representativa ha demostrado, a lo largo y a lo ancho de este pobre orbe, su atrofia y su invalidez”. A pesar de toda esta evidencia universal (y no solo nacional o continental), a pesar de todas las “vergüenzas en cadena”, “al uruguayo le gustaba votar” (...) “como quien juega a la quiniela” (PCP, pp. 154-155), como añoranza nostálgica de “cierto Macondo llamado Batllismo” (PCP, p. 146). Con una inversión semántica que sería uno de los ejes retóricos del sarcasmo esgrimido como arma propagandística en los años siguientes, Benedetti pasaba a condenar lo que la sintaxis indicaba que iba a alabar: “Sin el providencial advenimiento de Pacheco, ¿cómo se hubiera convencido ese ciudadano que el Parlamento es un monstruo tan caro como in- útil?” (PCP, pp. 154-155). Para contrarrestar los efectos de la censura impuesta por el gobier- no sobre los términos usados para informar sobre los guerrilleros que querían acabar con esa cáscara en que se había convertido el estado, en noviembre de 1969 Benedetti recomendaba otra inversión semán- tica: transformar el terrorismo usado por el régimen para imponer sus políticas en un “terrorismo de la verdad” (PCP, pp. 149-152). Como pasaba a explicar, “si se le teme a la llamada “subversión” es quizá por la sospecha de que esta ponga verdades en circulación” (PCP, p. 150), ape- lando otra vez a la intensificación radicalizada de una idea que, como vimos arriba, Benedetti ya había extraído de Rodó. La verdad que le interesaba era impostergable por ser productiva: “En momentos como éste, agitado, conflictivo, y también fermental, la búsqueda y el análisis de causas, a cualquier persona bien inspirada pueden parecerle tareas urgentes, impostergables” (PCP, p. 151). Para Benedetti, ahora cada vez más convencido por la opción revolucionaria, el caos social y el conflicto violento producidos por el choque de ideologías puestas en acción podían ser la semilla de la visión de una nueva sociedad uru- guaya cuyas coordenadas intelectuales eran precisamente las suprimidas todo la sección “Izquierdas y estudiantes” (pp. 75-88) y el capítulo iii, “Las expresiones culturales” (pp. 99-140).

~148~ por las medidas tomadas por el gobierno de Pacheco para impedir su divulgación: “En tiempos como éstos, tan sumidos en una política de engaño, la verdad es siempre una explosión” (PCP, p. 152). De allí la repetición de una misma idea en envases parecidos casi como estribillo de canción (“En momentos como éste”, “En tiempos como éstos”, y en seguida, “Hoy en día” [PCP, pp. 151-152]), fenómeno retórico que buscaba acostumbrar al lector a la reiteración de verdades que, frente a los “engaños” de la propaganda a favor del orden reinante, amenazaban explotar como bombas terroristas en un entorno en que la objetividad resbaladiza e hipócrita era mera herramienta para disfrazar otra cam- paña fuertemente ideologizada destinada a persuadirle a la población uruguaya que cualquier alternativa al sistema vigente era no solo inne- cesaria sino inalcanzable. Por lo tanto, “el terrorismo de la verdad” debe ser actitud y práctica no solo del “escritor” sino de “todos” los uruguayos (PCP, p. 149, cursiva en el original). Es por eso que Benedetti siempre prefería la parcialidad en cualquier forma de escritura: cuando la objetividad conducía a la mentira, lo ten- dencioso quedaba como único vehículo adecuado para llegar a la ver- dad. Sin embargo, veremos en la tercera parte de este estudio que una terminología militarista que confunde palabras con balas o bombas, y que parece ser consecuencia de esta convicción, terminaba creando más problemas de los que resolvía su aparentemente atractiva eficacia inmediata como exageración dramática. Casi como justificación de tal inflación retórica, en “El diálogo en el tiempo del desprecio” (publicado en Marcha el 30 de diciembre de 1969 como despedida de año viejo), les recordaba a sus lectores un “requisito previo”: “no dialogamos con nuestros afines sino con nuestros enemigos, y en consecuencia hacerlo con todas las prevenciones, los recelos y las garantías que exige esa si- tuación”. Los adversarios políticos ya son enemigos de guerra porque, resueltas ya las vacilaciones anteriores, Benedetti ahora sabe lo que está en juego: “siempre habrá otro Uruguay disponible, joven, saludable, creador”, otro ejemplo de ese país revolucionario que ya había encon- trado en Cuba. Es fuerte aquí el uso de la palabra “disponible”, porque sugiere que Benedetti había resuelto las dudas sobre la naturaleza del ciudadano uruguayo promedio que hizo en sus reparos de 1963 al ol- vido del “hombre disponible” en la propaganda electoral usada por la izquierda en 1962, que había hecho referencia excesiva precisamente al triunfo revolucionario cubano. Tal cambio le permitía en seguida citar una carta de Artigas a Posadas en 1814:

~149~ Decláreme V. E. traidor cien veces; yo no variaré. Adopte planes des- cabellados; nada habrá capaz de arredrarnos y en medio de todos los contrastes de la fortuna, de peligros, de riesgos y complicaciones de objetos, todos seremos igualmente libres, decididos y enérgicos. Acotó en seguida Benedetti: “Este es, me parece, un buen ejemplo del tipo de diálogo que hay derecho de tener con el enemigo” (PCP, p. 163). Artigas era político y militar en pleno proceso de fundar lo que sería un país, o sea, era un hombre de acción que hacía uso de sus grandes capacidades como hombre de letras al servicio de un proyecto federal. Por lo contrario, Benedetti era un intelectual y escritor compro- metido que hacía aquí una versión uruguaya de lo que había hecho con la figura de Che Guevara en su presentación en el Congreso Cultural de La Habana en 1968: intentar traducir sus principios éticos en polí- tica revolucionaria a través de la integridad incuestionable del líder de una lucha armada que lucía para Benedetti tan justa como honrosa. La aparición de los dos conceptos diálogo y enemigo en una misma frase lo resume todo: el diálogo es el único tipo de relación entre individuos que un intelectual puede contemplar porque involucra un intercambio de ideas y perspectivas entre iguales, pero si uno de ellos ve al otro como enemigo, tal relación se vuelve imposible. Es esta contradicción la que se manifiesta en la superficialmente aceptable confusión entre palabras y proyectiles, a su vez producto del empeño por construir una políti- ca revolucionaria dinámica a base de un juego de principios morales inapelables. En enero de 1970, Benedetti saludó el año nuevo con dos artículos, “¿Qué hacer con el Uruguay?” (PCP, pp. 171-174), publicado el 5 de ese mes en De Frente, una revista progresista independiente que surgió de la coyuntura tensa y violenta vivida en el país de esos años, y “Un instante decisivo” (PCP, pp. 164-170), escrito para la agencia cubana Prensa Latina después del primero, al que hace referencia (PCP, p. 166). Dirigido a un público no uruguayo,128 “Un instante decisivo” ofrece un resumen agresivo y hastiado de la evolución de la perspectiva adoptada por Benedetti sobre su país natal que venimos rastreando desde la pri- mera edición de El país de la cola de paja, de junio de 1960, y apunta hacia la decisión anunciada claramente en la cronológicamente anterior de estas dos notas, seleccionada probablemente por esa misma razón para terminar la octava edición, impresa exactamente una década des-

128- Se publicó con el título “Uruguay en un instante decisivo” en Pensamiento crítico, La Habana, febrero de 1970, pp. 220-225.

~150~ pués en junio de 1970, y la novena del mes fatídico de junio de 1973. La no republicación del libro significa que el texto completo de El país ha corrido la misma suerte que Cuaderno cubano, libro de 1969 que, como vimos en el capítulo anterior, termina (pese a su título) también esbozando soluciones para el Uruguay, y que tampoco ha sido reedita- da. O sea, para decirlo con una palabra que, como ya hemos visto, tiene un significado especial para Benedetti, ninguno de estos dos textos en que se detallan con mayor nitidez las decisiones políticas radicales con respecto al Uruguay que el autor deducía de su tan mentada coherencia ética, está “disponible” en el Uruguay de principios del siglo veintiuno. ¿Dónde está actualmente el rostro verdadero de Mario Benedetti? ¿Re- producido con su sonrisa abierta en el exterior de un ómnibus turístico en Montevideo? ¿O más bien escondido detrás de las páginas de estos textos desaparecidos? Una descripción desoladora pinta un retrato implacable del “instante decisivo” que fue para Benedetti el Uruguay de principios de 1970: La verdad es que en el Uruguay actual hay diarios clausurados; hay palabras (perfectamente autorizadas por la Real Academia) que no pueden ser mencionadas por la prensa; hay acciones policiales en las que se ha dejado desangrar a meas de un herido; en el último año ha habido miles de encarcelados sin el debido proceso (PCP, p. 164). De esta visión triste y poco estimulante, Benedetti deducía que “la estructura del Uruguay está vencida, corrompida”, aunque no sus “posi- bilidades” “económicas” y “humanas” (PCP, p. 169), para preguntarnos y preguntarse aunque solo sea para confirmar que la respuesta era más que evidente y ya consabida por todos: ¿De qué sirve que el voto popular sea el que aparentemente decida aún, en dos o tres países de América Latina, el ascenso al poder de determinadas figuras políticas, si ese voto es inexorablemente condi- cionado, presionado, inmovilizado, embretado, por una propaganda abrumadora, calumniosa e hipócrita, que falsea todo planteo e impide que el ciudadano medio llegue a una opinión propia, legítima, me- diante el balance de todos los elementos de juicio? (PCP, p. 169) No era solo que el Parlamento se encontrara subordinado a un Ejecu- tivo cada vez más autoritario sino que la libertad del elector se hallaba arrasada por el bombardeo ideológico del capital, así que a juicio de Benedetti, la democracia quedaba carcomida no solo en su funciona- miento como institución liberal sino también como expresión de la

~151~ voluntad popular. Por eso, cuando la revista De Frente le hace la pre- gunta ¿qué hacer con el Uruguay?, no sorprende que haya contestado así: “el Uruguay parece hecho a la medida del sistema socialista (...) eso es lo que creo habría que hacer con el Uruguay: un país socialista. Que es un modo de decir: revolucionario” (PCP, p. 172). Su experiencia con el bloqueo a Cuba le había enseñado que “para cualquier país del área neocolonial, la adopción de una postura independiente incluye riesgos muy graves” (PCP, p. 166) y reconocía que “el socialismo pre- cisa muchos ajustes, puede tener muchos defectos” (PCP, p. 173), pero concuerda con el científico del siglo diecisiete Francis Bacon en que “el único modo de evitar las revoluciones, es hacer una revolución” (PCP, p. 174). O sea, hacer una revolución era inevitable, “una operación moral” que exigía “un ajuste interno de cuentas” tan necesario “como el pan”, al nivel de país como de individuo. Para el Benedetti de principios de 1970, hacer una revolución y ser un “país que se autorrescata del subdesarrollo” (PCP, p. 171), se había naturalizado, se había convertido en una necesidad de la vida cotidiana, como la justicia en “El pan del pueblo”, poema de Bertolt Brecht: “Como el otro pan / El pan de la justicia debe ser hecho / Por el pueblo. / Abundante, sano, diario”.129 Benedetti sabía que seguir esa opción era correr peligro: “Arriesgar la vida o la libertad, no es deporte comparable al tennis o al golf” (PCP, p. 173). Sin embargo, ya había escrito en una carta a Hugo Rocha en junio de 1965: “Estoy dispuesto a sacrificar mi vocación por algo; no estoy dispuesto a sacrificarla pornada (y ese algo y nada no se refieren a especies constantes y sonantes, sino a materias más profundas)”.130 A la larga, como veremos en las últimas secciones de este libro, Benedetti se vería obligado a aceptar que a sus compatriotas les parecía que tal sacrificio simplemente le exigía demasiado al país y a su población. Los ciudadanos uruguayos no se habían convencido de lo que a él y a mu- chos les parecía una verdad de la política uruguaya que rompía los ojos. De ahí que hasta la mayor parte de la izquierda se iba a reconciliar con una democracia posdictatorial que llevaría al Frente Amplio al gobier- no, hecho que Benedetti festejaría junto con tantos otros. No obstante, como veremos abajo, nunca aceptó que la combinación de capitalismo dependiente y democracia a la uruguaya fuera la mejor alternativa so-

129- Bertolt Brecht, Poems 1913-1956, Londres, Methuen, 1987), p. 435 (trad. de S. G.). 130- En la carpeta “Mario Benedetti”, guardada en la Sección de Archivo y Documentación del Insti- tuto de Letras de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad de la República (mayúsculas en el original).

~152~ ciopolítica para su país natal, ni siquiera en un Uruguay gobernado por el centro-izquierda, manteniendo intacta hasta el final su fe en la opción revolucionaria socialista, aunque tuviera que resignarse a no ver realizada esta esperanza antes de su muerte. En 1970, sin embargo, las circunstancias lo habían impulsado a optar por la lucha; no la lucha armada, pero sí algo más militante que una mera batalla de los libros.

~153~

Te r c e r a p a r t e

Be n e d e t t i y s u p o l í t i c a d e l p r ó j i m o : Un intelectual e n t r e La p r á c t i c a y l a d e r r o t a

Las palabras engañan; pero los rostros no. Mario Benedetti (1971) El pueblo... ese prójimo colectivo. Mario Benedetti (1973)

Ca p í t u l o c i n c o

La s e l e c c i o n e s c o m o r e v o l u c i ó n s i n v i o l e n c i a

Sé que [Dios] me dio la oportunidad y que no supe aprovecharla. Mario Benedetti, La tregua (1960)

Elegir los sacrificios para salvarnos es tan o más importante que elegir candidatos. Mario Benedetti en Uno por Uno (1971)

Una tregua no es una victoria Como introducción a este apartado sobre el alcance, las limitaciones y las contradicciones, o lo que otro autor de la misma generación tal vez hubiera llamado el impulso y el freno,131 de la política del prójimo llevada adelante por Benedetti a principios de la década del setenta, quiero aquí esbozar una analogía entre la tregua figurativa de la novela homónima de Benedetti publicada en 1960 y la más literal pero igual- mente frustrada declarada por el Movimiento de Liberación Nacional- Tupamaros (mln) a fines de 1970 para darle al flamante Frente Am- plio el tiempo y espacio adecuados a su participación en las elecciones nacionales de noviembre de 1971. Por distintas que sean y por tenue que parezca cualquier relación entre ellas, estas dos treguas tienen en común un punto esencial. En ambos casos se trata del intento ingenuo pero bienintencionado de buscar un final feliz para una situación indi- vidual y social intolerable, frente a autoridades que, lejos de escuchar un reclamo justo, descargan fuerzas aplastantes que no solo acaban con la tregua sino que, como si esto fuera poco, también aseguran que los intrépidos que se atrevieron a cuestionarlas terminan en situaciones aun peores que las que motivaron su proeza inicial.

131- Ver la polémica y clásica intervención de Carlos Real de Azúa sobre los logros y frustraciones del batllismo, El impulso y su freno (1964); la edición más asequible es la de José Rilla para la Colección Clásicos Uruguayos, n.º 179, Montevideo, Biblioteca Artigas, 2009. Un mero rastreo superficial de la prensa política de estos primeros años del siglo xxi comprobaría hasta qué punto el título de Real de Azúa ha pasado a ser elemento de la lengua franca del análisis político nacional.

~157~ Como han bien entendido muchos críticos desde la publicación de La tregua para adelante,132 la sencillez argumental, la sicología a veces algo mecánica de los personajes y el contexto social y político de las no- velas de Benedetti permiten, incluso invitan, una lectura de ellas como parábolas o alegorías. La tregua narra aproximadamente un año en la vida de Martín Santomé, a través de un diario que el protagonista es- cribe entre febrero de 1957 y finales del mismo mes del año posterior, período que no puede reflejar el cambio en Uruguay representado por la victoria de los nacionales en las elecciones de 1958, después de casi un siglo de gobiernos colorados, y lleva como fecha de composición “enero a mayo de 1959” (LT, p. 200), breve lapso anterior a los cambios en la perspectiva intelectual e ideológica de Benedetti efectuados por la Revolución Cubana culminada el primero de enero de ese año. Hacia el final del diario de Santomé leemos las siguientes anotaciones: Lunes 23 de febrero Es evidente que Dios me concedió un destino oscuro. Ni siquiera cruel. Simplemente oscuro. Es evidente que me concedió una tregua. Al principio, me resistí a creer que eso pudiera ser la felicidad. Me resistí con todas mis fuerzas, después me di por vencido y lo creí. Pero no era la felicidad, era sólo una tregua. Ahora estoy otra vez metido en mi destino. Y es más oscuro que antes, mucho más. Martes 24 de febrero A partir del primero de marzo, no llevaré más esta libreta. El mundo ha perdido su interés. No seré yo quien registre este hecho. Hay un solo tema del que podría escribir. Pero no quiero (LT, p. 198). La muerte inesperada y fuera de tiempo, aunque por razones naturales de enfermedad, de Laura, la mujer muy joven de quien se había enamo- rado Santomé poco antes de su jubilación a los 50 años, con toda razón traumatiza y entristece al protagonista. Sin embargo, quisiera resaltar aquí cómo se sitúa Santomé en la posición de víctima pasiva de un universo animado por un espíritu hostil que actúa intencionalmente en su con- tra. Es esta actitud sumisa la que parece llevarle al extremo de buscar una redención en fuerzas externas y ajenas, sean divinas en la forma de la mi-

132- Ver, por ejemplo, Ángel Rama, “La situación del uruguayo medio” (reseña de Gracias por el fuego); Emir Rodríguez Monegal, “Sobre un testigo implicado” (1965); y Josefina Ludmer, “Nombres femeninos como asiento del trabajo ideológico en dos novelas de Mario Benedetti” (1972), recogidos en Jorge Ruffinelli (comp.), Mario Benedetti: variaciones críticas, Montevideo, Libros del Astillero, 1973, pp. 74-82, 49-58 y 97-107, respectivamente; y, para citar solo un ejemplo más reciente, Corina S. Mathieu, “Andamios: en busca del desexilio”, en Carmen Alemany et al., Mario Benedetti: Inventario cómplice, Alicante, Universidad de Alicante, 1998, pp. 553-559.

~158~ sericordia de Dios o humanas encarnadas en el amor emocional y sexual de Laura. Negada esta salvación, su vida le parece tan carente de interés o motivación que no se le ocurre que pueda haber en el futuro otra ra- zón para escribir: como un niño irracionalmente terco, simplemente “no quiere”. Es esta autodeterminada dependencia de lo ajeno la que lo con- vierte en presa fácil de un “destino” aparentemente malévolo que quiere condenarlo a una soledad aun más penosa que la que había sufrido antes de conocer los placeres del amor de hombre mayor. Para Santomé, la vida no responde a la voluntad del que la vive, así que si a este se le niega toda posibilidad de salvación a manos de otro, no vale nada. Esta actitud an- ticipa la que ya vimos desarrollada en Gracias por el fuego, donde Ramón prefiere las consecuencias del suicidio a las del patricidio que habría sido su rebelión individual contra fuerzas muy parecidas, a las que, en La tregua, se ofrece Martín como sacrificio voluntario. Si las autoridades no aceptan renunciar por voluntad propia, hay que aceptar sus edictos porque se sabe de antemano que nada ni nadie es capaz de derrocarlas. En diciembre de 1970, ya hacía varios años que El Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros creía haber solucionado este proble- ma. Habían identificado quiénes eran esas autoridades paternalistas que sofocaban todos los derechos que tenía el pueblo uruguayo (o sea, todos los Martín Santomé, Laura Avellaneda, Ramón Budiño y Do- lores) a una vida más digna y plena. También ya habían demostrado exactamente en qué maniobras corruptas y solapadas consistía el poder que los Edmundo Budiño manipulaban para acumular su riqueza e influencia, y no estaban dispuestos más a aceptar estar enterrados en vida como Santomé ni, a la manera de Ramón, autoeliminarse como única respuesta individual factible frente a una autoridad que parecía omnímoda e invencible. Todo lo contrario; se habían preparado para hacer lo que no supo hacer él —matar al padre-estado traidor— y por eso podían terminar la introducción al documento que daba su apoyo crítico a la creación del Frente Amplio en los términos siguientes: ¿Qué ocurrirá cuando el pueblo se proponga tomar el poder y no influir en el poder? ¿Acaso esta oligarquía, que por defender sus divi- dendos, encarcela, tortura y mata, cederá sus tierras y sus bancos sin dar batalla? No. Los oprimidos conquistarán el poder sólo a través de la lucha armada. Rechazando lo que a finales de 1970 todavía podía parecer el triunfo ejemplar del debidamente elegido gobierno socialista de Salvador Allen-

~159~ de en Chile, en un lenguaje retóricamente tan claro y escueto como el de Benedetti en El país de la cola de paja, agregaban la conclusión que brillaba por su ausencia al final de la última edición de ese título y de Cuaderno cubano: “Por lo tanto no creemos, honestamente, que en el Uruguay, hoy, se pueda llegar a la revolución por las elecciones”. Hasta aquí el impulso tupamaro, pero en seguida el freno. Lamentando que se formara en el marco de unas elecciones, el mln consideraba “con- veniente plantear [su] apoyo al Frente Amplio (...) en el entendido de que su tarea principal debe ser la movilización de las masas trabajadoras y de que su labor dentro de las mismas no empieza y termina con las eleccio- nes”. Sin embargo, termina reiterando que, dado que “los problemas del país sólo serán solucionados (...) cuando los trabajadores puedan cumplir realmente el papel que por derecho les corresponda en la conducción de su propio destino y del país, (...) la lucha armada y clandestina de los tupamaros no se detiene”.133 En efecto, la tregua representada por la “ad- hesión” desganada y desconfiada delmln al Frente solo era parcial, nunca excluía acciones puntuales, en parte porque la represión, tanto a manos de las fuerzas de seguridad legales como de los grupos paramilitares de de- recha, tampoco cesaba durante la campaña.134 Sin embargo, no hace falta aceptar ni las premisas ni las conclusiones de una crítica conservadora y liberal a la visión ideológica tupamara de un Hebert Gatto, para ver en este documento una “contradicción” no resuelta “entre tiros y votos”.135 El problema del mln era el que enfrentaba Benedetti: si los Martín Santo- mé realmente querían ponerse en una situación en que pudieran por fin ser dueños de su propio destino en vez de someterse mansamente a otro ajeno, ¿cuál sería la mejor manera de conseguirlo? La respuesta que encontró Benedetti parte del concepto citado de “movilización de las masas trabajadoras” avalada por el mln y sobre el que se explayaba unas líneas más adelante: Hace tiempo que las luchas reprimidas, los luchadores destituidos, presos y torturados, y los entrañables militantes asesinados por buscar una misma justicia social debieron habernos unido en un mismo frente

133- Movimiento de Liberación Nacional (Tupamaros), “Declaración de adhesión al Frente Amplio”, en indal, El Frente Amplio y las elecciones de 1971, Heverlee-Louvain, Information Documentaire d”Amérique Latine, 1973, pp. 166-167. 134- Ver Alain Labrousse, Una historia de los tupamaros: De Sendic a Mujica, Montevideo, Fin de Siglo, 2009, pp. 90-91; Samuel Blixen, Sendic, acción y legado, 3.ª ed. ampliada, Montevideo, Trilce, 2010, pp. 223-225; Gerardo Caetano y Salvador Neves, Seregni: la unidad de las izquierdas, Montevideo, ebo, 2012, pp. 84-89. 135- Hebert Gatto, El cielo por asalto, Montevideo, Taurus, 2004, p. 312.

~160~ contra un mismo enemigo común (...) El Frente puede constituir una corriente popular capaz de movilizar un importante sector de trabaja- dores en los meses próximos y después de las elecciones. Es, o puede ser, un instrumento poderoso de movilización, de lucha por un programa nacional y popular, por la libertad de los presos políticos y sindicales, por la restitución de los despedidos, por el levantamiento total de las medidas de seguridad y de los decretos dictados bajo su amparo.136 Dentro del mln clandestino ya existía la columna 70, encabezada por Mauricio Rosencof y dedicada a la tarea de concientizar al pueblo respecto a los fines revolucionarios perseguidos por la lucha armada. Es dentro de este contexto y no el de la recuperación de la democracia (término nunca usado en este documento) donde aparece la idea de crear una organización legal que pudiera continuar abiertamente esta tarea y también canalizar a los más militantes y aptos hacia las filas mili- tares del mln, generando de paso la ambivalente y contradictoria “doble militancia” que iba a molestar tanto a Líber Seregni y a otros líderes del Frente. De esta tregua que no resultaría ser otra cosa que una confusión entre guerra revolucionaria y campaña electoral, nació el Movimiento de Independientes 26 de Marzo (M26), grupo que Benedetti cofundó y codirigió entre principios de 1971 hasta su exilio forzoso en 1974.137 Sin embargo, cabe decir en seguida que esta experiencia como diri- gente político sería la vivencia de la cual se iba a arrepentir Benedet- ti más que de cualquier otra en años posteriores, y no porque no se produjera la deseada revolución socialista. El autor asumió siempre esa derrota. En noviembre de 1998 le explicó a Federica Rocco: yo creo que he sido coherente aunque también soy un derrotado. Evi- dentemente mis ideales políticos e ideológicos han sido derrotados (...), pero esto no significa que esté arrepentido de eso, ¿no? (...) el militar ése que dio el golpe de estado (...) pues, ése es el vencedor (...) pero no tiene la razón. En tal circunstancia, aun reconociendo haber cometido “errores más bien tácticos” en “sus posiciones políticas”, no tenía “por qué sentirse mal en la conciencia”.138 De los escombros Benedetti podía salvar la co-

136- mln, “Declaración de adhesión”, p. 167. 137- No se trata de repetir lo ya hecho por otros sobre el M26 y sus relaciones con el mln y el Frente Amplio. Ver, por ejemplo, Eduardo Rey Tristán, A la vuelta de la esquina: La izquierda revolucionaria uru- guaya 1955-1973, Montevideo, Fin de Siglo, 2006, caps. 3 y 7; Labrousse, Una historia de los Tupamaros, cap. 3; Ana Laura de Giorgio, Las tribus de la izquierda, Montevideo, Fin de Siglo, 2011. En este libro me limito a lo que parece pertinente a la posición ideológica y la militancia política de Benedetti. 138- Federica Rocco, “Entrevista con Mario Benedetti”, Studi di letteratura ispano-americana, 32, 1999, p. 84 de pp. 81-98.

~161~ herencia ética de su propia actitud individual, posición que mantendría hasta el final. En 2004 pudo ser aun más directo: “Fue una derrota. Una revolución que fue derrotada. Quien niegue esto hoy es un estúpido”,139 mientras en 2007 seguía donando dinero a las familias de los desapa- recidos durante la dictadura,140 contribución personal a minimizar los efectos a largo plazo para los más afectados por la lucha que había resul- tado en esa misma derrota. Sin embargo, el alcance de su propio papel dentro de esa “revolución que fue derrotada” le causaba no pocas dificultades con el paso del tiem- po desde 1970, porque se trataba de la cuestión mucho más espinosa de lo que había sido el contenido de su propia militancia en el intento de preparar el terreno para la práctica de sus “ideales” políticos derrotados, aparentemente reunidos tan cómodamente dentro de la palabra esplén- dida “revolución”, concepto que en la realidad (en todos los sentidos de la frase) siempre había sido el más problemático de los manejados por la izquierda de esos momentos tan decisivos de la historia del Uruguay en el siglo veinte. Durante los cuatro años de su trabajo político intensivo y peligro- so, Benedetti no demostraba haber sentido dificultad alguna con los cambios efectuados dentro de su régimen personal de escritor por las exigencias de su papel como dirigente de un movimiento colectivo. En una entrevista de diciembre de 1973, se explayó sobre el tema: Estos dos o tres últimos años me han sacado mucho tiempo, me han impedido dedicarme a escribir. Y sin embargo no me arrepiento, al contrario, me enorgullezco de esa experiencia, pues ya no me puedo concebir sin ella. No puedo pensarme actualmente sin esos dos o tres años de actividad política, y pienso que hoy sería más pobre humana y literariamente de no haberlos tenido (...) Pienso que el gran error de muchos escritores bien intencionados que quieren escribir sobre temas políticos y dar un mensaje, está en querer dar ese mensaje antes de transformarse ellos como personas (...) Bueno, ese proceso se ha desarrollado en mí.141

139- Vicente Muleiro,”Sensatez y sentimientos”, suplemento Ñ de Clarín, 21 febrero, 2004, en http:// edant.clarin.com/suplemento/cultura/2004/02/21/u-711739.htm (acceso 1.11.2013). Le agradezco a José Gabriel Lagos la referencia a esta entrevista. 140- Ver el intercambio entre Benedetti y su entonces secretario privado Ariel Silva en Leonardo Ha- berkorn, “La terquedad del poeta” (2007), en su Crónicas de sangre, sudor y lágrimas, Montevideo, Fin de Siglo, 2009, p. 171 de pp. 151-176. 141- Jorge Ruffinelli, “La trinchera permanente”, en Ambrosio Fornet (comp.), Recopilación de textos sobre Mario Benedetti, La Habana, Casa de las Américas, 1976, pp. 36-37 de 25-44.

~162~ Lo absolutamente esencial en esta evaluación de su propia experien- cia en la lucha es la inversión de las categorías normalmente asociadas con las consideraciones, tanto las suyas propias como las ajenas, sobre el tema de las relaciones entre lo personal y lo político en la literatura de Benedetti. Aquí el autor mismo antepone, de buena voluntad y con agradecimiento y gratitud, las prioridades del criterio político a la ética individual de la escritura, actitud que es la realización de una opinión expresada dos años antes, donde había aclarado que la combinación del “vínculo con una realidad revolucionaria [en Cuba]” con el “posterior y decisivo nexo con la realidad de [su] propio país” le había “ayudado sin duda a establecer mis prioridades como escritor, a ver claro en mí mismo, a orientar mi compromiso, a afrontar mi riesgo”. De tal autoa- nálisis había llegado a la conclusión de que un “nuevo Uruguay empieza a levantarse, y se levantará. Con salida electoral o sin ella”, contexto que llevaba a Benedetti a la frase que utilizo arriba como segundo epígrafe de este capítulo: “Elegir los sacrificios para salvarnos es tan o más im- portante que elegir candidatos”.142 Estas dos frases no solo resumen un proceso interno y personal sino que también anuncian claramente las consecuencias políticas de la desconfianza en los procesos electorales uruguayos cuya evolución hemos visto en las sucesivas ediciones de El país de la cola de paja a partir de la primera de 1960. En 1985-1986, más de una década después de los años de intensa lu- cha política y al final de un exilio forzoso de once años, durante el cual había tenido que habérselas con las consecuencias de la derrota, Bene- detti expresó sus recuerdos de esa etapa de su vida en términos muy dis- tintos. Sin embargo, a pesar de la amargura y desilusión que rezuman sus palabras, será importante fijarnos también en lo que no dice, ya que una lectura apresurada puede inducir la conclusión errónea de que el autor llegó a renegar de todo lo que había dicho, escrito y hecho duran- te esos días tan apasionantes como difíciles y decisivos.143 Se expresó así a Hugo Alfaro, amigo y compañero de las páginas de Marcha: Fui empujado a la dirección política. Digo: nadie más que yo es res- ponsable por esa opción. Pero te apremian, a mí los compañeros me embretaron (...) mi vida cambió cuando no supe decir No a los com- pañeros (...) De parte de ellos fue (...) como una apelación a mi con-

142- Norma Osnajanski y Sergio Sinay, “Mario Benedetti: De opciones y prioridades”, Uno por Uno, 11, 1971, pp. 18-19 de 18-20. 143- En lo que sigue, discrepo en muchos detalles con el enfoque y conclusiones de mis propios artí- culos anteriores en inglés y español sobre las actividades propagandísticas y militantes de Benedetti. Ver detalles en la bibliografía al final de este libro.

~163~ ciencia cívica para exigirme la aceptación de responsabilidades de la dirección política. Y una vez que la asumí, me entregué de lleno y casi no me quedó tiempo para otra cosa. Te lo digo clarito: no lo hice bien. Habré puesto entrega, pasión, probidad, lo que uno es. Pero me faltó lo que sé que no tenía: (...) vocación de dirigente. A pesar de todo lo que Benedetti había aprendido en Cuba, su mili- tancia en Uruguay empezó como una cuestión moral, una “apelación” a su “conciencia cívica” individual, a la cual no encontró en el momento clave suficientes razones éticamente convincentes que le permitieran rechazar los argumentos de los “compañeros”. A partir de ahí, su pro- pia entereza escrupulosa lo obligó a entregarse a la tarea, pero aunque supo recurrir a su experiencia cubana y al ideario del mln (entre otras fuentes) para llenar las lagunas de su formación política y contribuir al programa político del M26, el punto de partida fue el terreno in- telectual cuyas coordinadas Benedetti ya llevaba más de veinte años explorando y trazando en todos los géneros literarios y periodísticos: el de la integridad moral personal. Este hecho sería determinante en lo que seguía, ya que repetía en los hechos el mismo enigma insoluble que hemos visto que Benedetti trataba en vano de resolver al nivel de las ideas: intentar derivar una posición política colectiva a partir de una posición ética individual. También había otros puntos de conflicto. Primero, no tenía talento alguno de orador; más bien “leía artículos periodísticos”, “sospechando que la gente no entendía y se aburría”. Pero sobre todo, existían “las limitaciones, obvias, que te impone la pertenencia a un grupo político (...) que te desalientan. No podés decir lo que quieres ni lo que, a veces, tendrías el deber de decir; es algo ingrato”. Entendió que era “de la naturaleza de la cosa política”, pero no de la suya. “O sea, una reacción individual”, comentó Alfaro, a lo cual Benedetti admitió: “Lo sé. Pero así lo sentí y lo digo”, aunque también sostuvo lo “enriquecedora” que había sido siempre “la experiencia de ir a los comités de base en barrios marginales” donde había tenido “un trato abierto, fraternal, con com- pañeros que de otro modo no hubiera conocido”.144 Más tarde, en una de las entrevistas que marcaban la ocasión de sus ochenta años en 2000, Benedetti todavía recordaba por qué no servía para dirigente político:

144- Todas las citas son de Hugo Alfaro, Mario Benedetti (detrás de un vidrio claro), Montevideo, Trilce, 1986, 129, pp. 132-133.

~164~ Para un intelectual es muy duro, porque llega a conclusiones, mien- tras el partido precinta actitudes determinantes que el dirigente está obligado a defender. Yo me encontré a veces hablando a sesenta mil personas haciendo planteamientos en que no creía, y esto me dejaba un malestar de conciencia espantoso.145 Solo dos años antes de su fallecimiento el recuerdo amargo siguió vivo: “Muchas veces tuve que defender en público algo que el grupo había decidido, pero en lo que yo no creía. Pasé contradicciones internas muy feas”.146 O sea, la transformación política que a principios de los setenta Benedetti estaba seguro de que ya se había operado en él, resultaba ser una quimera que no resistía la puesta a prueba de la práctica cotidiana de la “cosa política” a la que dedicaba sus esfuerzos. La sustituía una es- crupulosidad moralista ofendida por los sacrificios que le exigía la prác- tica de una política colectiva en escala menor —la democracia directa y participativa del comité ejecutivo del Movimiento de Independientes 26 de Marzo— que condenaba a todos los participantes a estar obliga- dos a aguantar una situación en que ninguno de ellos obtuviera todo lo que quería como individuo. Adelantándonos un poco, cabe anotar aquí que este cambio de opinión explica una aparente contradicción: los dis- cursos pronunciados por Benedetti a nombre de M26 fueron incluidos con notas explicativas en los dos libros de su autoría individual Crónicas del 71 y Terremoto y después (1972 y 1973); pero sin explicación alguna, fueron excluidos de Escritos políticos, la antología de estos dos libros que preparó poco después de volver al Uruguay en 1985. El trabajador político de principios de los setenta aceptaba un fluir constante y de doble carril a través de una frontera borrosa entre ensayos que firmaba como individuo y discursos que expresaban puntos de vista colectivos; el resucitado intelectual individualista de los ochenta rechazó tal confu- sión, optando por republicar sólo una selección de lo que había escrito y firmado como autor individual. El propósito principal de dividir esta parte del libro entre un capítulo dedicado a textos firmados por un “nuevo” Benedetti casi colectivizado y otro que analiza los compuestos por el autor convencional es convencerle al lector de que la diferencia entre los dos es mucho menos clara, mucho menos grande, de lo que parece indicar un cambio tan absoluto. Por tanto, no está de más recordar que a principios de los sesenta, el autor mismo les había alertado a sus compañeros escritores com-

145- Chema Conesa, “Mario Benedetti, entrevista”, en www.elmundo.es/magazine/m58/textos/mario/html (acceso 9.2012). 146- Haberkorn, “Terquedad del poeta”, p. 169.

~165~ prometidos en el sentido sartreano de la palabra, contra una situación parecida. En “La literatura como catapulta” (1962), había escrito que si un escritor optase por permitir que un partido político actuara como “tutor de la propia conciencia”, debería hacerlo: con los ojos bien abiertos, y no con la ingenua esperanza de que su libertad seguirá tan indemne como hasta ese momento (...) para no brindar luego el lamentable espectáculo de aquellos que se refugian en las nostalgias de una libertad que ellos mismos perdieron libremente. (SAO, pp. 42-43) Si fuera una exageración sostener que en los años ochenta el autor ofrecía tal “espectáculo”, tampoco hay duda alguna de que, para Be- nedetti, la transición no se convirtió en una tan anhelada transforma- ción, aunque, como ya sabemos, se mantenía leal a los “marginados” a quienes “de otro modo no hubiera conocido” y de quienes son an- tecedentes los compañeros vecinos revolucionarios —otros “próximos prójimos”— a quienes tampoco “hubiera conocido” de no haber vivido y trabajado dos años seguidos en la Cuba de fines de los años sesenta y dos años más después de haber sido obligado a exiliarse. Por lo tanto, el resto de este capítulo se dedica a estudiar precisamen- te los elementos que, a partir de su exilio, Benedetti como intelectual independiente rechazaba de su experiencia como dirigente de M26: su plataforma política y los discursos que el autor hacía como uno de sus portavoces, terminando con unas notas sobre la manera en que los térmi- nos de este movimiento colectivo reproducía sin querer algunos aspectos de la perspectiva reaccionaria que buscaban vencer. El capítulo siguiente analizará los elementos de esos mismos años de su militancia política más intensiva que después Benedetti no llegaba a rechazar: Escritos políticos (la antología de sus ensayos políticos de 1971-1973 que preparó para la editorial Arca en 1985), Letras de emergencia y El escritor latinoamericano y la revolución posible, todos escritos bajo la influencia de su experiencia cubana pero también, y sobre todo, a la luz de su deseo de crear una po- sibilidad igualmente revolucionaria para su propio país. Quisiera cerrar este apartado con una pregunta que nos devuelve a la analogía que hice arriba entre la tregua otorgada a Martín Santomé en la novela de 1960 y la otra declarada un poco a regañadientes por el mln durante la campaña electoral nacional de 1971. Hacia el final deLa tre- gua, como nos lo indica la frase usada como el primer epígrafe de este ca- pítulo, Santomé se da cuenta de que la tregua que representó en su vida

~166~ la aventura amorosa y sexual con Laura Avellaneda no se convirtió, no pudo convertirse, en otra cosa más permanente y transformadora porque él mismo no se lo mereció, porque “no sup[o] aprovecharla”. Y ahora, la pregunta: ¿será posible que la opción revolucionaria no haya podido lograrse en Uruguay porque los que tuvieron las mejores posibilidades y mayores capacidades para realizarlo no supieron aprovecharlas y que la tregua parcial hecha por el mln haya sido sintomática de esta carencia? De lo cual surgirían dos preguntas más: ¿Hasta qué punto la aversión posterior que sentía Benedetti por sus actividades como un trabajador político y cultural entre tantos a favor de la opción revolucionaria so- cialista no representará el reconocimiento no explicitado del papel que jugaba en el fracaso del proyecto en su totalidad, su propia preferencia continua e inamovible por lo ético sobre lo político? Tal prioridad de la ética individual, ¿no es otra cosa que una especie de tregua no merecida que condene cualquier lucha revolucionaria a ser derrotada?

De caminos, balas y votos: el M26 entre el m l n y el Frente Amplio El documento “Principios políticos y plan de lucha” del M26, de mayo de 1971, comienza con dos frases que resumen la ambivalencia frente al conflicto entre revolución y elecciones que caracteriza toda la posición política adoptada por el grupo, la que, a su manera, parece ser solo una proyección hacia afuera de las contradicciones generadas dentro del mln entre la disciplina necesaria para un movimiento armado clandes- tino y las inevitables informalidades de otro de masas supuestamente destinado a ser su vidriera legal y pública en la contienda electoral que culminó el 28 de noviembre del mismo año. La primera frase es un epígrafe sacado del Quijote de Cervantes: “La importancia es el camino y no la taberna”; la segunda, la primera del texto propiamente dicho, es una afirmación urgente: “Estamos en el tiempo de los hechos y no de las palabras”. Serán pocas las plataformas políticas uruguayas o lati- noamericanas de izquierda que empiezan citando un clásico castellano cuyo protagonista padece confusiones y delusiones que no le permiten lograr distinguir entre molinos de viento y gigantes malévolos, lo que lo lleva frecuentemente a modos de actuar cuyos resultados son contrarios a los fines perseguidos; aun más conmovedora es la insólita yuxtapo- sición de tal cita literaria y el aforismo inicial que afirma que todos viven en una coyuntura en que las palabras importan menos que los

~167~ hechos.147 Es difícil no ver en esa ambivalencia frente al valor relativo de la palabra y el acto un paralelo asimétrico y especular tanto con la situación de M26 como punto medio inestable y resbaladizo entre el compromiso del Frente Amplio con la campaña electoral y el del mln con la lucha armada revolucionaria, como también con la situación de Benedetti mismo como individuo cuyos planteos éticos conducen tan inevitablemente a un socialismo que privilegia el bien colectivo sobre el egoísmo personal como a una repugnancia casi visceral ante la violencia revolucionaria necesaria para implantarlo. Sin embargo, es más probable que la referencia a un camino sin des- tino cuyo nombre y significado se descubrieran más en el proceso de emprender el viaje que en cualquier descripción o prescripción verbal que se pudiera hacer o leer antes de salir en camino (o en alguna taberna al lado de él), hubiera actuado, para los potenciales militantes de 1970- 1971, como una referencia cifrada a ciertos elementos (¿igualmente quijotescos?) bien difundidos del programa del mln.148 De hecho, se perdía una parte esencial de la razón de ser de la existencia de M26 si era demasiado difícil descifrar detrás del lenguaje de sus documentos y declaraciones públicas y legales las alusiones veladas a la organización clandestina para la cual el M26 siempre funcionaba como el sucedáneo visible. O sea, era necesario que el público pudiera aprender a hacer bien (si no lo sabía ya) lo que don Quijote hacía tan mal: reconocer una alegoría o una metáfora por lo que era y no tomar como realidades con- sabidas y no mediadas lo que eran signos textuales cuyos referentes en el mundo real solo se descubrían a través de un proceso interpretativo. Sin embargo, descubriremos en seguida que, en otro plano, los planteos de Benedetti y el M26 implican que tal proceso había de ser tan fácil que

147- Estas contradicciones me recuerdan otras que a primera vista parecen idénticas en unos poemas escritos solo tres años más tarde en El Salvador por Roque Dalton, el amigo, compañero poeta y cuasi mentor político de Benedetti en Cuba. Su “Arte poética 1974” dice: “Poesía/perdóname por haberte ayudado a comprender / que no estás hecha sólo de palabras”. Sin embargo, hay que tener en cuenta que Dalton escribió estos versos en la clandestinidad de su actividad como soldado guerrillero del Ejército Revolucionario del Pueblo y sus poemas tenían que circular de mano en mano bajo seudóni- mo, ya que su autor llevaba las armas como consecuencia lógica de su posición política a favor de la lucha armada revolucionaria. Por lo tanto, Dalton podía escribir sin la capa de incoherencias que tanto afligían a un Benedetti que se negaba a aceptar la necesidad del vínculo violencia/revolución: “Y sigues siendo bella / compañera poesía / entre las bellas armas reales que brillan bajo el sol / entre mis manos o sobre mi espalda” (de “A la poesía”). Ver Roque Dalton, Poemas clandestinos/Clandestine Poems (edición bilingüe, San Francisco, Solidarity Publications, 1984), pp. 34 y 30, respectivamente. 148- Cabe decir que también se parece a unos versos que Benedetti bien podría haber leído en un célebre poema de Antonio Machado en el volumen que había reseñado en 1965: “caminante, no hay camino, / se hace camino al andar”. De “Proverbios y cantares”, n.º xxix, Obras: poesía y prosa, Buenos Aires, Losada, 1964, p. 203.

~168~ en la práctica desaparecía porque la transparencia de lo que era preciso interpretar hacía casi innecesario el proceso de evaluar significados. En breve, en un contexto absolutamente distinto, nos encontraremos de repente e inesperadamente frente al mismo grupo de problemas que ya vimos en el Capítulo uno, en el análisis de la estética realista en la crítica literaria de Benedetti: paradójicamente, el escritor quiere que el medio —las palabras que escribió— desaparezca precisamente en el momento de leerlas, dejando que el referente buscado por su autor luzca en todo su esplendor cándido y auténtico. Benedetti nunca se asociaba formalmente al mln pero compartía con sus integrantes el desprecio por el frecuente abismo hipócrita entre lo mucho prometido por las palabras de individuos o instituciones y lo poco cumplido por sus actos: de allí la atracción de un programa polí- tico que empezaba por afirmar la honestidad esencial de lo que se hace frente a la lamentable elasticidad engañosa de lo que se dice: “El prin- cipio de que la acción revolucionaria en sí, el hecho mismo de armarse, de prepararse, de pertrecharse, de procesar hechos que violen la legali- dad burguesa, genera conciencia, organización y condiciones revolucio- narias”. Así reza la respuesta a la primera de las “Treinta preguntas a un tupamaro” de julio de 1968;149 tres años más tarde, cuando el M26 es- taba en proceso de consolidarse, en lenguaje más escueto pero aun más afirmativo, el “Documento 5” del mln nos informa en el apartado tres de la sección sobre la “situación nacional”: “La Organización como tal es en sí un logro fundamental y ello actúa sobre las perspectivas tácticas y estratégicas (...) Ya somos un hecho que a su vez determina otros”.150 Como versaba una aseveración atribuida a Raúl Sendic, fundador em- blemático del mln a quien Benedetti ya había dedicado El cumpleaños de Juan Ángel: “Los hechos nos unen, las palabras nos separan”. Ya que los “hechos” revolucionarios eran honestos en sí mismos, no era ne- cesario darles un destino preciso de antemano. Como recordaba un miembro del mln: “La teoría se iba a ir construyendo después, en la marcha”.151 No hay mejor glosa sobre estas afirmaciones que este trozo de “Hemos decidido ayudar a la historia”, discurso pronunciado por Benedetti un mes antes de las elecciones de noviembre de 1971:

149- Ver http://www.cedema.org/ver.php?id=1722 (acceso el 18.11.2013). 150- mln, “Documento 5” (julio de 1971), Centro de Estudios Miguel Enríquez (ceme)-Archivo Chile, pp. 4-5. 151- Citados en Clara Aldrighi, La izquierda armada. Ideología, ética e identidad en el mln-Tupamaros, Montevideo, Trilce, 2001, p. 89 y Alfonso Lessa, La revolución imposible, Montevideo, Fin de Siglo, 2003, p. 75, respectivamente.

~169~ Nuestros militantes de base saben que la voz del [M26] se forma de todas sus voces, que esas voces tienen la oportunidad de discutir un punto, de lanzar e impulsar una iniciativa, de expresar una opinión. Esta riqueza de matices (...) representa de algún modo el estilo de vida del “26”,152 lo que constituye su dinámica, su fortaleza, su demostrada posibilidad de crecimiento (...) Nuestra prédica será siempre la verdad lisa y llana; primero, porque la verdad siempre ayuda a las causas po- pulares (...) y luego, porque en lo que a la política se refiere, confiamos mucho más en la elocuencia de los hechos y de las actitudes que en el vano y momentáneo fulgor de las palabras, que tan frecuentemente son borradas y desmentidas por los traidores de vocación (C71, p. 174). Aquí se ve netamente la combinación que caracteriza el M26 y ex- plica su atractivo para Benedetti: la participación popular horizontal e informal que iba a ser tan importante en los movimientos sociales de los ochenta,153 más el énfasis ya comentado en los comunicados del mln sobre la honestidad de los hechos frente a las hipocresías y mentiras que pueden ser disfrazadas por las meras construcciones verbales, idea que se repite con la misma convicción ingenua el 29 de noviembre de 1972: “Nuestro concepto de la unidad pasa fundamentalmente por la palabra actitud; pasa necesariamente por los hechos”, explicando por qué con una cita de un discurso propio anterior: “la unidad no debe quedarse en las palabras. La unidad que luego no es refrendada por los hechos, contribu- ye a la desunión” (TD, pp. 221-222, cursiva en el original). Aquí, como en cualquier otro momento de su trayectoria intelectual e ideológica, el paso de actitud a hecho o acción es inmediato y transparente, perspec- tiva que vuelve incuestionables ambos términos, ya que para Benedetti nunca se trata de cómo leer actitudes o hechos o acciones, porque los tres hablan por sí mismos. Parece no ocurrírsele la posibilidad de que alguien cometa un error al convertir su actitud en una acción en el mundo, y por ende en un hecho que otros también tienen que interpretar correc- tamente. Para nuestro autor, una actitud moralmente correcta y justi- ficable debe producir casi automáticamente una acción políticamente

152- Este funcionamiento de los comités y reuniones del M26 reproduce en miniatura el modelo de la democracia directa y participativa que Benedetti había admirado tanto en la organización barrial y laboral del Partido Comunista Cubano. 153- Y que tanto le había impresionado en Cuba, donde no había “más que un partido: el Partido Co- munista Cubano”. Sin embargo, “en la composición del Congreso cubano figuran muchos diputados que no pertenecen al pcc. Son simplemente ciudadanos. ¿Cómo están ahí, quién los eligió? Los eligie- ron los vecinos (...) En Cuba, (...) las bases se reúnen solas. Lo hacen sin necesidad de convocatoria, en los lugares de trabajo, en los Comités de Apoyo a la Revolución y en las manzanas de cada barrio”. Palabras de Benedetti en Hugo Alfaro, Mario Benedetti (por un vidrio claro), Montevideo, Trilce, 1986, pp. 77-78. Esta entrevista es el lugar donde más se explayaba Benedetti sobre su experiencia del fun- cionamiento cotidiano de la revolución como sistema político.

~170~ correcta y justificable. Parece importante recordar en este contexto que Benedetti habla como dirigente político, ya que en Cuba, por ejemplo, esta posición corre el riesgo de justificar de antemano la condena por el gobierno de cualquier compañero como contrarrevolucionario, puesto que un acto contrarrevolucionario solo puede ser el producto evidente de una actitud contrarrevolucionaria. Anulada la pertinencia de cual- quier cuestión de interpretación, se borra toda posibilidad de discrepan- cia legítima sobre el significado de una acción dada o un hecho dado. La única manera de parar los procesos involucrados en el acto de evaluar o interpretar una realidad (verbal o material) es por decreto. Benedetti nunca parece darse cuenta de esta debilidad intelectual y política de una posición que da tanta importancia a los asuntos de la limpieza moral y la conciencia tranquila que amenaza abolir la frontera entre ética y política junto con la diferencia entre estas dos esferas. Ya que “la senda” estaba “trazada” (“nos la mostró el Che”), como declaraba el verso de una canción de Daniel Viglietti que podría servir casi como himno “cheguevariano” continental, no sorprende que en M26 la lección sobre la importancia relativa de los hechos frente a las palabras conduzca directamente al camino a seguir: “los hechos, mucho más que las palabras, son los que van abriendo nuevos caminos; los he- chos, empecinados y tenaces, fueron siempre y son ahora, la vanguardia de una transformación profunda” (14 de julio, 1972; TD, p. 105). A su vez, este “camino” que es también “transformación profunda” remite al camino del mln: la “toma del poder para la revolución socialista es el objetivo y la tarea estratégica del mln”, para lo cual, “la lucha arma- da será el camino fundamental” (“Situación nacional”, apartado 2 del “Documento 5”). Esta formulación parece ser solo una versión más generalizada de la respuesta número 7 de las “Treinta preguntas”: “Los principios básicos de una revolución socialista están dados y experi- mentados en países como Cuba y no hay más que discutir. Basta adherir a estos principios y señalar con hechos el camino insurreccional para lograr su aplicación” (cursiva agregada en ambos casos). El M26 no podía adherirse abiertamente a esta doctrina revolucio- naria (a pesar de adoptar la misma metáfora del “camino”), en parte por una simple cuestión de legalidad pero, sobre todo, porque uno de sus propósitos era ganar el apoyo de los que, como Benedetti mismo, estaban a favor de soluciones radicales populares a los problemas po- líticos y económicos nacionales aunque al mismo tiempo rechazaban

~171~ cualquier programa que prolongara la violencia represiva en las calles o las cárceles, prefiriendo intensificar el trabajo político al nivel del ciu- dadano medio. De allí, antes de los comicios de noviembre de 1971, la confusión ya mencionada entre balas y votos, la que se expresaba así en un documento oficial del Movimiento: El 26 de Marzo combativamente, sin confiar en el valor de los nú- meros ni en el significado que en el pasado tenían las elecciones de timba y taba en los campamentos de los caciques, va a votar el 28 de noviembre. Va a votar y sus militantes colaboran y colaborarán con sus máximos esfuerzos en todas las tareas electorales en el entendido que organizarlas es organizar al pueblo y practicarlas es dar garantías al pueblo de nuevos y sucesivos pasos en el largo pero inevitable sen- dero de la liberación nacional (...) Votar no es entregar posiciones revolucionarias sino apurar todos los procedimientos que acalambren la capacidad de maniobra de la oligarquía; no es empantanarse en la cancha que ella elige para esperar luego cinco largos años si el resul- tado de las urnas nos es adverso, sino achicar el poco aire que le resta a una mal herida ave de presa (...) Un voto positivo, pues, un voto beligerante.154 Esta larga cita justifica varias observaciones. Primero, indica la ma- nera en que el M26 —y con ellos, Benedetti— logra, aunque sea solo puntualmente, resolver el dilema de preferir que la izquierda no parti- cipe del juego sucio de la democracia uruguaya, posición claramente adoptada por el autor en la “Posdata” agregada en 1963 a El país de la cola de paja, sin verse obligados a aceptar la consecuencia lógica de la re- volución armada adoptada por el mln. Segundo, el sarcasmo y la fero- cidad de la condena de las fuerzas de derecha, reforzados por imágenes dignas del Neruda de Canto general que lanzaba sus invectivas contra Franco y los generales que se sublevaron contra la legítima república española en 1936 (“las elecciones de timba y taba en los campamentos de los caciques”; “una mal herida ave de presa”), subrayan el argumento implícito del segundo párrafo: se estaban rápidamente agotando —si no estaban agotadas ya— todas las opciones que, según Che Guevara en su discurso en el paraninfo de Universidad de la República en agosto de 1961, los compañeros uruguayos debieran probar antes de pensar seria- mente en perseguir una solución militar como en Cuba (citado arriba en el Capítulo 4), posición no rechazada por el Benedetti que volvió del exilio en 1985, como veremos en el capítulo siguiente.

154- M26, “El “26 de Marzo” y las elecciones” (5 de mayo, 1971), indal, El Frente Amplio, pp. 164- 165 de 163-165.

~172~ Mientras tanto, el concepto del voto combatiente reaparecía en los discursos de Benedetti, dirigente del M26: “Queremos que el voto sea uno de los modos activos de la militancia” (el 30 de julio, 1971; C71, p. 108, cursiva en el original); “vamos a penetrar en ese reducto (que parecía inexpugnable) de la ley de lemas (...); vamos a penetrar en la fortaleza de la famosa democracia representativa, que ellos utilizaron y luego traicionaron, (...) con cientos de miles de votos populares” (el 23 de octubre de 1971; C71, p. 178). Sin embargo, en una elección determinada precisamente por la acumulación de esos números en que no creía el M26, cualquier voto combatiente podría ser anulado por cualquier otro voto pasivo en contra. Por tal razón, el voto militan- te siempre se mencionaba junto al otro elemento más importante del trabajo político constante de concientización y organización que no terminaba con la acción de echar un papelito en la urna. Así que en las dos ocasiones citadas, “antes y después de votar, sabremos que ninguna oligarquía fue despojada de sus privilegios en sólo 24 horas” (C71, p. 108), mientras que, en octubre, “el otro significado de las elecciones” era “la consigna de las bases en lucha”, la que “para los tiempos que se avecinan, más que una consigna será un programa” (C71, p. 179). Estas formulaciones son la extensión durante la campaña del segundo de los “principios básicos” del M26 como grupo: Consideramos como postulado fundamental la unión permanente y combativa del pueblo mismo para que sea en la realidad de los hechos el protagonista de la lucha, instrumentándola en lo político en la for- mación de numerosos comités de base del Frente Amplio, creando un gran ejército civil democrático cuya permanencia orgánica y fun- cional es esencial desde ya, antes y después de las elecciones, y más si éstas fueran impedidas o burladas por la oligarquía.155 Esta promesa de un trabajo político sacrificado y continuo es en efec- to el equivalente para el M26 de la campaña armada que sigue adelante hasta la victoria en la plataforma del mln, por lo cual es el elemento más constante de todos los discursos pronunciados por Benedetti en nombre del M26 entre 1971 y 1973. En el primer acto público del M26 a fines de julio de 1971, Be- nedetti le dice a un público de miles en el Estadio Platense que “es importante que las bases sepan que la transformación empieza en ellas y no en distantes, inaccesibles plataformas” y que “sin pueblo, no es

155- M26, “Principios políticos y plan lucha” (12 de mayo de 1971), indal, El Frente Amplio, p. 160 de pp. 159-161, mayúsculas en el original.

~173~ posible ninguna transformación que nos acerque siquiera a las famo- sas vías de desarrollo” (C71, p. 107, cursiva en el original).156 En el último discurso público pronunciado por Benedetti en nombre del M26 en una emisión de radio el 9 de abril de 1973, solo dos meses y medio antes del golpe de estado, evocando un artículo del guerrillero peruano Héctor Béjar, aboga por “una verdadera y efectiva participa- ción, en la que las comunidades y las organizaciones populares extrai- gan de su seno a sus propios dirigentes, compartan faenas y responsa- bilidades, y en especial ejerzan una real y crítica vigilancia sobre todo el proceso” (TD, p. 263). Entre estas dos fechas, el 23 de octubre de 1971 dice que “debemos estar preparados para afirmarnos como pue- blo, para organizarnos como pueblo, para movilizarnos como pueblo (...) en las urnas y en las calles (...) en la actitud colectiva y en la dig- nidad individual, en todas partes” (C71, p. 176); dos semanas antes de las elecciones le recuerda al público (y a los demás miembros de la dirigencia del Frente Amplio) que “la línea auténticamente nacional y democrática, cuyo trazado empieza en Artigas y llega a las bases en lucha, no termina el 28 de noviembre, sino que debe seguir hasta en- contrar esa meta humana y esplendorosa que es la revolución” (C71, p. 211). Y después de las elecciones de 1971, al contemplar la derrota de las demasiado ingenuas esperanzas invertidas por tantos miles en la victoria electoral de un flamante Frente Amplio y encarar la repre- sión cada vez más severa bajo el gobierno de Bordaberry, los títulos mismos de la versión impresa de algunos de los discursos hablan de las posibilidades todavía a la espera de ser convertidas en realidades a través de un proceso arduo y largo: “En política no hay milagros” (5 de abril de 1972; TD, pp. 54-63); “Revolución es participación” (14 de julio de 1972; TD, pp. 104-114); “Acción política permanen- te” (29 de noviembre de 1972; TD, pp. 193-198); “Hacia un poder popular” (14 de marzo de 1973; TD, pp. 253-259). En términos del pensamiento político de Benedetti, este proceso culminó en su último discurso, emitido el 9 de abril de 1973 por Radio Vanguardia en la audición El pueblo responde, del M26. Allí comentaba una gira que el Presidente del Frente Amplio, Líber Seregni, iba a hacer por “esa América Latina que empezó a reencontrar su dignidad hace veinte (la gesta del Moncada fue quizá un asalto a lo imposible, pero hoy nadie duda que sirvió como trampolín hacia una revolución posible)” (TD,

156- Esta terminología resume un artículo de su autoría individual: “La transformación empieza en las bases”, Cuadernos de Marcha, 41, 1971, pp. 25-27, número dedicado a la fundación y el programa del Frente Amplio.

~174~ p. 265, cursiva en el original), una referencia más a la utilidad para el continente entero del ejemplo socialista que comenzó con un acto guerrillero fracasado en 1953 en Santiago de Cuba pero triunfó casi seis años después con la entrada alegre a La Habana de un ejército revolucionario encabezado por Fidel Castro y Che Guevara, mientras que para la mayoría de los lectores de Benedetti, las palabras en cur- siva recordarán infaliblemente un título que vamos a comentar en el capítulo siguiente: El escritor latinoamericano y la revolución posible (1974), libro de ensayos del que no renegó su autor “desexiliado”. Después de haber anticipado un viaje de Seregni en “La hora de Amé- rica Latina” (el título dado al discurso), Benedetti terminó con un imaginado regreso político a un posible futuro uruguayo: nuestro modesto, inédito proceso de liberación, que asimila (pero no copia) experiencias ajenas, y con coraje e intuición, con imaginación y con sufrimiento, va creando su propia senda, va elaborando y me- reciendo su real posibilidad de salvación, su ardua revolución sin re- troceso (TD, p. 265). La palabra “salvación” ilumina lo que es la secularización políticamen- te radicalizada de un proceso que en sus orígenes era religioso. “Senda” es sinónimo de “camino”, que recuerda la trinidad cristiana completada con los conceptos de “luz” y “verdad”, y la Revolución Cubana cumple aquí para Benedetti y el M26 el papel profético del Juan Bautista de la revolución nacional y continental que, como vimos al principio de este apartado, ya jugaba en el mln, antecedente principal de toda la plata- forma política del M26 y de Benedetti como uno de sus dirigentes. Hay en la trayectoria trazada aquí una serie de analogías tan inquie- tantes (ahora) como casi incuestionables —o por lo menos poco o nada cuestionadas— en los días turbulentos alrededor de 1970: el mln no dudaba de la pertinencia directa del ejemplo cubano al contexto uru- guayo; el M26 no dudaba del proyecto fundamental del mln —la im- plantación de un socialismo revolucionario a la cubana— aunque dis- crepaba, en público si no siempre en privado al nivel individual de cada uno de sus dirigentes y miembros, con el método elegido para lograrlo; invitaba a sus adherentes también a no vacilar en aceptar el mismo proyecto. Lo que estos tres pasos tienen en común es la presuposición de que todos los problemas asociados a un proyecto de tanto alcance habían sido resueltos en la etapa anterior y que, por tanto, era posible adherirse al plan sin sentir necesidad ni deseo de cuestionar nada. La

~175~ base ha sido establecida en otro lugar; se trata de tomar prestada una política elaborada por otros, no por uno mismo. Así concebido, se ve claramente uno de los resultados de no definir el fin que esperaba al final del camino. Si uno de los elementos que más habían dividido la izquierda uruguaya en el pasado había sido preci- samente la imposibilidad de ponerse de acuerdo sobre una definición del tipo de sociedad revolucionaria que se buscaba construir, el haber encontrado una manera de convencer a todos de que tal fin se podía venir formando espontánea y naturalmente a medida que los revolu- cionarios dedicados pasaban por el camino hacia el momento y lugar de su construcción, equivalía a abolir el destructivo conflicto interno al precio del riesgo de que cualquier grupo o individuo quedara casado con su propia imagen de cómo debería ser la nueva sociedad que había que construir. Quizá no sea demasiado masoquista o cruel recordarnos que al final de la novela de Cervantes, cuando don Quijote por fin recupera la cor- dura, es el criado realista Sancho el que quiere que su amo vuelva a las andanzas, tal vez porque había conocido, él también, el placer insólito de subir a la cumbre de ciertas delusiones tan convincentes como vero- símiles durante su estadía en una isla. Pero esta sugerencia quizá no sea tan determinante como parece: ¿no es posible que Sancho haya tenido razón?

Nosotros contra ellos: la izquierda y un evangelio de derecha Para el mln “la contradicción principal es la que opone al imperialis- mo con los países subdesarrollados y que, en nuestro caso, se expresa a través de la contradicción oligarquía-pueblo”, con esta glosa posterior: “enemigos: la oligarquía y todos cuantos ocupan un estatus y tienen una actitud en función de ella, el imperialismo las oligarquías vecinas. Amigos: el pueblo en general y dentro de él los más golpeados (estatus) y los más conscientes (actitud)”.157 La “Declaración constitutiva” del Frente Amplio, fechada el 5 de febrero de 1971, igualmente declaraba que “la coyuntura histórica conducía a una polarización entre el pueblo y la oligarquía que se hubiera cumplido de cualquier modo, ya que los trabajadores, los estudiantes y todos los sectores progresistas resistieron

157- mln, “Situación nacional”, apartado 1 y “Tesis política”, apartado 7, en “Documento 5”, pp. 4 y 6.

~176~ las imposiciones antinacionales”.158 La “Primera declaración” del M26, dirigida “al pueblo oriental”, empieza así: stamos en un Uruguay dividido. Hay dos bandos. El de la oligarquía y los banqueros por un lado. Y por otro, el pueblo unido y combatiente. La dictadura pachequista ha unido a los banqueros y latifundistas. Han robado al Uruguay y lo custodian con las fuerzas represivas. Ese Uru- guay, el nuestro, debe ser rescatado. El pueblo oriental con sus manos, debe rescatarlo. Para que sea de quienes lo han construido combatiendo a los mismos malos criollos que combatió Artigas. El pueblo al rescate de la nación por la ruta que marcó el Jefe de los Orientales, para que sea de los más infelices y no de los más privilegiados. Arrancar de nuestra tierra a la oligarquía y al latifundio. Esa es hoy por hoy la consigna. Por ella el pueblo oriental se ha unido al Frente Amplio. Esa es nuestra trinchera. Desde allí debemos combatir.159 En esta formulación metafórica y retórica (para no decir literaria o qui- jotesca), el M26 se encontraba comprometido en una gesta doblemente ineludible: por un lado, una guerra que databa de los primeros días de la nación, entre un “ellos” (oligarcas, banqueros y latifundistas) y un “noso- tros” (“el pueblo unido y combatiente”); por otro, un cuento de hadas en que una hermosa doncella llamada “Uruguay” había sido raptada (“roba- do”) por un ogro terrible (los “malos criollos”) y debía ser “rescatada” por un caballero (Artigas), de cuyos seguidores fieles (“los infelices”) somos los herederos legítimos y cuya “ruta” (sinónimo de “senda” o “camino”) es también nuestro deber seguir. Esta sencilla historia dual, militar y sen- timental (y, en ambos casos, machista) es nuestro destino inevitable, la “trinchera” donde ya estamos desde siempre y para siempre. Como se ve fácilmente de este breve catálogo, la oposición binaria y bélica, agresivamente formalista, de ellos/nosotros o oligarquía/pueblo contaminaba (o constituía) la base del programa de gran parte de la iz- quierda uruguaya desde el mln hasta el Frente Amplio, a pesar de la dis- crepancia esencial entre sus respectivas metodologías y tácticas. Por lo tanto, no es de sorprender que sobre todo durante los años 1971-1972, también aparecieran repetidamente en los discursos pronunciados por Benedetti en nombre del M26 indicaciones de que el grupo preferiría una guerra a una campaña electoral. Por ejemplo, en su primer acto público descubrimos un “nosotros-pueblo” “asesinado por los enemigos del pueblo (...) colonialmente entrenados para destruir al que constru-

158- indal, El Frente Amplio, pp. 49-50. 159- indal, El Frente Amplio, p. 161.

~177~ ye”; el 23 de octubre de 1971, el M26 era parte de “la larga lucha que el pueblo oriental libra contra su enemigo natural: la oligarquía” (C71, pp. 104 y 173). Después de la asunción del nuevo gobierno en marzo de 1972, se repite que “el enemigo implacable, el enemigo natural, es la oligarquía, la alta burguesía de banqueros, latifundistas e industriales”, mientras el discurso del 14 de julio recordaba a sus oyentes que “la guerra entre pueblo y oligarquía hace mucho que empezó en el país, porque hace mucho que empezó en la historia” (TD, pp. 57 y 107). Es posible sostener que estos recursos discursivos se debían a una com- petencia semántica e ideológica por resignificar a favor de un bando u otro los sentidos de palabras básicas como “pueblo” y “nación”, contien- da verbal que corría paralela a la política desde hacía por lo menos una década y que se había intensificado desde los primeros días del gobierno de Presidente Pacheco que asumió en diciembre de 1967 después de la muerte repentina del General Gestido.160 Sin embargo, Benedetti y el M26 estaban oscuramente conscientes de que esta retórica de la violencia formaba parte de un discurso derechista o reaccionario: “Reconozcamos además que los reaccionarios criollos de hoy, bien respaldados por el Im- perio y sus sabuesos (...) han ayudado sin quererlo a que las consignas de la izquierda oriental se hayan ido convirtiendo en decisiones de cada militante” (C71, pp. 108-109); “sabemos que los dueños del poder (...) decidieron liquidar de una vez por todas ese Uruguay liberal que ya no les servía, y optaron por la mordaza, la desinformación y la calumnia, (...) la represión, la tortura y la muerte” (TD, p. 225). Parece legítimo ver un intento de contrarrestar los efectos de tal polarización discursiva, tanto dentro de la izquierda misma como de la sociedad en general, en la énfasis puesta por el Frente Amplio y Líber Seregni en el principio del diálogo abierto con todos,161 aunque Benedetti y el M26 sostenían que “el enemigo no debe asistir nunca a [los] diálogos de pueblo” (discurso del 12 de noviembre de 1971; C71, p. 209). Siguiendo la lógica de esta visión de las cosas, toda la izquierda prac- ticaba lo que se puede llamar una política de reacción, en el sentido de

160- Ver Francisco Panizza, Uruguay: Batllismo y después. Pacheco, militares y tupamaros en la crisis del Uruguay batllista, Montevideo, ebo, 1990. 161- Ver, por ejemplo, los discursos de Líber Seregni reunidos en La autoridad del pueblo (ed. Germán Wettstein), Montevideo, Índice, 1984, especialmente pp. 22-23, 28-29, 42, 64, 66 y 70. En las “Bases programáticas” de la versión original del Frente, se lee que “la amnistía se usará como un instrumento que (...) permita reintegrar a la convivencia política legal a todos los sectores de la sociedad”, mientras el Artículo 26 de su “Reglamento de organización” establece que “como norma general se agotarán las formas de lograr acuerdo unánime en todos los temas que no sean de simple procedimiento”, indal, El Frente Amplio, pp. 51 y 57.

~178~ sentirse obligada a adoptar una serie de “actitudes” contestatarias o vio- lentas frente a situaciones sociales y políticas surgidas solo a raíz de ciertas reglas del juego impuestas e implantadas por los que desde hacía dece- nios o siglos eran los que podían decidir cuáles serían dichas reglas. En tal contexto, en palabras del mismo apartado 7 de la “Tesis política” del mln, “definir quiénes son nuestros amigos y quiénes nuestros enemigos es cuestión primordial”. Sin embargo, este modo de concebir la “cosa política” —como la llamaba Benedetti en una frase citada arriba de su larga entrevista con Hugo Alfaro— reproducía precisamente las presupo- siciones e implicancias del pensamiento derechista que supuestamente la izquierda intentaba vencer, como se desprende de una breve mirada a la “teología política” de Carl Schmitt (1888-1985), filósofo político y juris- ta alemán que ejercía sus funciones normalmente en el estado fascista de Hitler durante los años treinta y cuarenta del siglo pasado. Después de empezar su Teología política (1922) con la frase lapidaria “Soberano es quien decide sobre el estado de excepción”, aclara poco después que “la soberanía, y con ello el Estado mismo, consiste en de- cidir la contienda, o sea, en determinar con carácter definitivo qué son el orden y la seguridad pública, cuándo se han violado, etc.”162 Para nuestros propósitos, esto puede servir de preámbulo a una breve con- sideración de El concepto de lo político (1932), que también comienza con un arranque epigramático del tipo que evidentemente le fascinaba a Schmitt: “El concepto del Estado supone el de lo político”, para pasar a establecer que “la distinción política específica (...) es la distinción de amigo y enemigo”, definiendo al “enemigo político” como “simplemen- te (...) el otro, el extraño” siempre que “sea existencialmente distinto y extraño en un sentido particularmente intensivo”. Para Schmitt, que aquí formula conceptos de relevancia directa a la situación uruguaya de los años sesenta y setenta del siglo pasado, tales provisiones claramente vienen al caso “cuando dentro de un Estado las diferencias entre parti- dos políticos se convierten en las diferencias políticas a secas”. En tales circunstancias, hay que proceder “en materia de confrontación armada” como si el enemigo interno fuera externo, porque “es constitutivo del concepto de enemigo el que en el dominio de lo real se dé la eventuali- dad de una lucha”.163 O sea, para Schmitt la esencia de lo político es la guerra entre los que quieren arrogarse el derecho soberano de declarar

162- Carl Schmitt, Teología política (trad. Francisco J. Conde), Madrid, Trotta, 2009, pp. 13 y 16. 163- Carl Schmitt, El concepto de lo político, disponible en www.lexweb.cl/media/users/10/23229/files/49917/Schmitt/pdf, pp. 1-2 y 5 de 1-13 (acceso 9.2013).

~179~ el estado de excepción, lo cual consiste antes que nada en hacer valer el poder de quien asuma el papel de soberano, ya que ese individuo o gru- po es en sí la primera y única excepción en el sentido de ser el único no afectado por las decisiones que luego toma. En el Uruguay de los años 1970-1973, lo que estaba en juego era precisamente quién iba a ejercer este poder en nombre del estado y pueblo, lo cual permitía que los dos bandos, una izquierda y una derecha cada vez más armadas y literal- mente beligerantes, actuaran como si la política interna fuera la guerra, posición para la cual, como ya hemos visto, el Frente Amplio buscaba (a principios de los setenta, en vano) proponer como alternativa puntual el diálogo entre iguales.El estado de cosas específico en Uruguay repetía lo que era para Schmitt una verdad general: la guerra era la esencia de toda política, lo que peligrosamente hace borrosa la distinción no solo entre guerra y política sino también entre adversario y enemigo.164 Es lógico que un gobierno represivo y unos militares a la larga golpistas hubieran repetido, aun sin saberlo, una erosión de diferencias conceptuales propia de un pensador que había simpatizado y colaborado con los nazis, ya que tal confusión de términos expresaba la especie de soberanía que ellos mismos respetaban y ejercían. Sin embargo, una izquierda que esperaba construir un futuro estado socialista podría haber aceptado esa lógica re- accionaria solo si hubiera llegado tácitamente a la conclusión de que no había alternativa política real en la coyuntura específica a la de luchar en campo de un enemigo al que no le interesaba el diálogo, y si no hubiera creído que, pese a esa enorme desventaja, iba a ganar. El mln definía así la coyuntura que posibilitaba la creación del M26: Se trata de formar la fuerza social de la Revolución paralelamente al proceso de violencia revolucionaria, armonizando ambas cosas: junto a la pureza y combatividad de la línea, especialmente a través de la lucha armada. Amplitud y flexibilidad para ganar, neutralizar, orga- nizar y movilizar a todos cuantos puedan ser amigos, sin enajenarnos a nadie. Antes era imposible plantearse esto, no había condiciones y éramos Débiles. Ahora es posible: hay condiciones y somos fuertes. La sobrevaloración de las fuerzas propias casi inevitablemente pro- ducida por el excesivo voluntarismo de una visión revolucionaria cuya

164- El acercamiento que hace Schmitt de los conceptos guerra y política parece ser la base principal de la crítica a su filosofía política hecha como producto del creciente interés por su obra que surge con la nueva amenaza al estado social-democrático representada después de la caída del muro de Berlín por la galopante hegemonía de un neoliberalismo económico globalizado. Ver, por ejemplo, para nombrar solo dos ejemplos bien conocidos, en Francia, La política de la amistad de Jacques Derrida, y en Amé- rica Latina el enfoque sobre la democracia en varias obras de Norbert Lechner.

~180~ lógica buscaba lucir natural e inapelable, fácilmente pasaría inadverti- da por una ética como la benedettiana, basada casi exclusivamente en las intuiciones supuestamente transparentes de la conciencia tranquila. Incluso el mln parece haber tenido fe en la suficiencia de este trasfon- do ético individualista: “Con relación al resto de la izquierda, hacer uso de nuestro peso e influencia en actitud dinámica buscando unificar fuerzas a los fines revolucionarios con los actores honestos. La hones- tidad se define en la práctica”.165 Puede ser o no que la honestidad se defina en la práctica, pero no es necesario ni inevitable que la práctica en cuestión sea la de una revolución socialista. Extrañamente, lo que desaparece aquí es precisamente la política, borradura hecha necesaria, tal vez, por el reconocimiento de que la batalla tendría lugar siempre en terreno enemigo, pero una desaparición que también cuajaba bien con la posición resumida por Benedetti y M26 en un discurso emiti- do en la radio el 17 de octubre de 1972: “las garantías y los derechos individuales son imprescindibles, pues, para quienes creen en el indi- viduo como base fundamental de una construcción colectiva, de una construcción que beneficie a todos, y no tan sólo a los usufructuarios y distribuidores del privilegio” (TD, p. 175). La revolución política está como abandonada a la intemperie, a la merced de demasiadas presupo- siciones ideológicas respecto de la “honestidad” esencial de cierta acti- tud, concepto resbaladizo que cruzaba demasiado fácilmente la barrera casi invisible entre un nudo de emociones irracionales y viscerales que constituyen la conciencia personal, y una deseada posición intenciona- damente adoptada frente a una situación social. Hacia el final del primer discurso pronunciado por Benedetti en nombre del M26, a pesar de tratarse de “algo que dice el protagonista” en un libro escrito “hace aproximadamente un año” (Benedetti estaba dirigiendo la palabra en el primer acto público del M26 el 30 de julio de 1971), citó unos versos de El cumpleaños de Juan Ángel, “porque hoy lo podría suscribir no solo como autor sino como militante del 26”: “El azar es un poco nuestra ley / pero nosotros debemos planificar el azar / intentar el arduo montaje de la suerte / porque si dejamos el azar al azar / entonces sí lo planifica el enemigo” (C71, p. 112; CJA, p. 85). Esto lo piensa Osvaldo Puente, protagonista del Cumpleaños, al cumplir 26 años, cuando está bastante avanzado —topográficamente a la mitad, en número de páginas— en el “camino” de su transformación en Juan Ángel (trayectoria que termina el día en que “confieso treinta y cinco”

165- Apartados 20 y 24, sección Tesis política del “Documento 5”, p. 8.

~181~ [CJA, p. 165]). Esta cita literaria, de la literatura de Benedetti mismo y no la de algún prójimo, por próximo que fuera, proféticamente resume bastante bien la posición política de su autor que hemos venido anali- zando en este capítulo. El primer verso —“El azar es un poco nuestra ley”— bien podría ser otra glosa a la idea originalmente tupamara de subrayar la importancia de dejar que lo que pase en la coyuntura determine en última instancia el camino que lleva el revolucionario en vez de forzar las cosas para que se conformen a algún proyecto idealista y abstracto determinado como destino antes de emprender el viaje. En otras palabras (también de Cumpleaños), “si podemos convertir una cloaca en la ruta de acceso al albedrío / cómo no vamos a convertir esta ollita de frustración en un país de veras” (CJA, p. 161), como piensa el mismo protagonista, ahora plenamente transformado en el guerrillero urbano clandestino “Juan Ángel” de 35 años, antes de dejarse caer al “pozo” de las cloacas para es- capar del cerco de las fuerzas represivas al final de la obra. Pero este final es el que anuncian los otros versos de la primera cita: cercar los grupos revolucionarios es parte de la campaña enemiga de “planificar” su fin y no dejarlo “al azar”; hallarse obligados a recurrir a las cloacas como ruta de huida es uno de los resultados previsibles de estar siempre condena- dos a luchar en tableros de ajedrez diseñados por “el enemigo”, de estar uno mismo “planificando” un “azar” cuyas coordinadas realmente ya habían sido trazadas por este mismo “enemigo”. Benedetti nunca resolvió el dilema pronosticado en El cumpleaños de Juan Ángel, simbolizado en este final donde Octavio Puente, empleado bancario e hijo de familia burguesa, ha logrado transformarse en guerri- llero revolucionario de pseudónimo clandestino Juan Ángel pero, gracias a las elipsis narrativas permitidas por la aplicación de técnicas de poesía lírica, sólo en el preciso momento en que se ve amenazado con ser mata- do a balazos por las fuerzas que dicen estar defendiendo el mismo sistema social y familiar que el nuevo hombre Juan Ángel busca rechazar y des- truir. Unos años después de regresar al país al final del exilio, Benedetti explicó por qué le había dado tanto placer escribir este libro: [CJA] fue un libro que me gustó mucho escribir. Que disfruté casi como un desafío. Tenía por un lado el lenguaje poético y al mismo tiempo era una novela. Era un libro muy político sobre los tupas, y al mismo tiempo una obra experimental. Yo creo que inconscientemen- te le busqué tantas dificultades artísticas para que no fuera panfletario.

~182~ Quería que estuviera allí, en la novela, el hombre que era Sendic, y no sólo el líder político. Disfruté muchísimo escribiéndolo y lo escribí muy rápido: seis meses.166 En esta convergencia híbrida de novela y poema Benedetti parece haber creído tener resuelto el eterno problema estético vanguardista de siglo veinte de encontrar un vehículo literario a un mismo tiempo artísticamente válido y adecuado a una política revolucionaria, aun- que al precio en este caso de dejar resbalarse la política de “los tupas” hacia un retrato de su “líder” como “hombre”: una versión más de las dificultades perennes, literarias e intelectuales, que siempre tuvo Be- nedetti con las relaciones entre individuo y colectividad. Sin embar- go, trece años después, el autor no parecía dispuesto a mostrar tanta satisfacción con ese poema novelado o novela versificada. Cuestiona- do acerca de si Cumpleaños no se podía leer como una aprobación o recomendación del uso político de las armas, Benedetti respondió: “No, porque está tomado como tema. No es un manifiesto de Ma- rio Benedetti. Es Juan Ángel. En todas las novelas es muy raro que el protagonista sea yo. Son personajes inventados”.167 Aquí el autor parece distanciarse no solo de sus palabras de 1991 sino también y sobre todo de la identificación de sí mismo con el personaje que lo había inducido a citar Cumpleaños tan elogiosamente en su discurso de 1971 como líder del M26. Pero resulta que el autor dijo estas pa- labras en el contexto de criticar la pena de muerte todavía practicada por la Revolución Cubana a principios del siglo veintiuno, o sea, el rechazo reiterado en otros términos de lo que Benedetti siempre ha- bía encontrado repugnante: el vínculo a veces inevitable entre muerte violenta y revolución triunfante. En breves palabras, es otra variante del dilema ejemplarmente representado por el actuar contradictorio del Movimiento de Independientes 26 de Marzo en los primeros años setenta:168 querer experimentar los resultados de una revolución socia- lista sin querer asumir los riesgos de librar (ni de que otros libraran) la guerra revolucionaria quizá necesaria para producirlos.169

166- María Esther Gilio, “Mario Benedetti, aquí cerca”, Brecha, 7 de junio de 1991, p. 23 de pp. 22-23. 167- Muleiro, “Sensatez y sentimientos”, sin paginación. 168- Ha habido otras versiones posteriores del Movimiento 26 de Marzo, tanto en el exterior durante la dictadura como después en Uruguay, pero Benedetti nunca quiso participar de ellas, así que las omito en este libro. 169- Aunque de hecho otros sí los asumieron, en algunos casos aparentemente después de haber leído detalladamente El cumpleaños de Juan Ángel, como tuvo que reconocerlo Benedetti mismo, en un mo- mento emocional ya mencionado en el capítulo 2, al firmar en 1984 en Buenos Aires para los padres el ejemplar machacado de su hija desaparecida.

~183~ En el camino hacia el socialismo puede haber tabernas, pero no puede haber treguas. Concederse una es correr el riesgo de condenar que todo lo demás sea literatura; buena literatura a veces, pero literatura al fin.

~184~ Ca p í t u l o s e i s

Un a p o l í t i c a d e l p r ó j i m o : ¡Vi v a l a m a r a v i l l a d e l h o m b r e ! Mu e r a n s u s desmaravillad o r e s !

Después de un terremoto, las vanas palabras se evaden por las grietas, y sólo las actitudes aparecen como aptas y funcionales para aspirar a una renovada y más firme realidad. Mario Benedetti, “El terremoto y después” (1972) Justamente creemos (y ése es el sentido y el acicate de nuestra lucha) que el pueblo debe adquirir y luego defender, su derecho a gobernar. Mario Benedetti, “Mafia, literatura y nacionalismo” (1972)

La resbaladiza y sediciosa política de citar y citarse Como ya mencionamos en el capítulo anterior, casi en seguida de re- gresar al país en marzo de 1985, Benedetti publicó una antología de los trabajos reunidos en Crónicas del 71 y Terremoto y después. Escritos polí- ticos (1971-1973) omite todos los antes citados discursos pronunciados por el autor en nombre del Movimiento 26 de Marzo, más unos pocos ensayos (nueve de los treinta y seis de Crónicas y ocho de los cuarenta y uno de Terremoto), cuya exclusión se podría justificar sencillamente en términos de evitar repeticiones o referencias demasiado limitadas a su momento específico, esto último siendo una de las razones dadas para enmendar el texto de los incluidos (las otras dos son “alguna que otra errata” u “ocasionales rengueras de redacción”). Sin embargo, la sola palabra seleccionados aparte, no hay nada en la Introducción de Escritos políticos que indique ni que las versiones completas de Crónicas y Terre- moto contenían textos que no fueron originalmente artículos periodísti- cos, ni la cantidad o calidad en general de todo lo omitido (EP, p. 5). El silencio respecto a estas omisiones contradice totalmente la ética que Benedetti mismo se ha aplicado en el asunto de la reedición de

~185~ sus propias obras. En el prólogo a la cuarta edición de El país de la cola de paja (1963), Benedetti explicó que no había efectuado “el menor cambio en el texto original” porque no creía “honesto” ni “rectificar” lo que el tiempo había desmentido ni “enfatizar” lo que había “ido con- firmando” (PCP, p. 10), criterio repetido en Escritos (EP, p. 5). Treinta años después, en una entrevista con Pablo Rocca en 1993, volvió al tema de por qué nunca aprovechaba la reedición de sus libros para re- visarlos, explicándolo en términos muy similares a los ya citados: “Un libro tiene su fecha, cuando salió estabas conforme con él, así que debe volver a salir tal cual (...) Hay que respetar al que uno fue”, sugirien- do que no había que arrepentirse o avergonzarse de lo que uno había escrito y publicado antes, de una manera similar a cómo una persona necesita estar por lo menos en paz, si no a gusto, con su propio pasa- do para lograr vivir plenamente en el presente. En efecto, en seguida agregó: “Sobre todo hay que respetar la vida del libro” (RAA, p. 22), evaluación ambivalente que parece haber sido utilizada para justificar no solo la supresión de la totalidad de El país de su bibliografía activa a partir de 1973 sino también la de cualquier alusión a lo suprimido en Escritos Políticos en 1985. Como veremos en el capítulo siguiente, esta anomalía no será la única en la conducta ética y política de Benedetti durante los primeros meses después del reencuentro con su país. De hecho, se puede sostener que, en gran medida, el elemento principal de la trayectoria intelectual e ideológica de Benedetti durante los vein- titantos años que empiezan con su regreso en 1985 es hallar la manera de volver a encontrarse con lo que en 1969, poco después del regreso anterior desde Cuba para emprender lo que sería el Movimiento 26 de Marzo, había visto como “lo mejor de sí mismo”. Al dirigirse a un pú- blico reunido en el paraninfo de la Universidad de la República, junto a los novelistas José Pedro Díaz y Carlos Martínez Moreno, el dramatur- go Carlos Maggi, la crítica de arte Marta Traba y el poeta ecuatoriano Jorge Enrique Adoum, en un panel sobre las relaciones entre el escritor y el público, Benedetti sostenía que la mejor manera de acabar con una relación conflictiva o contradictoria entre los dos era cambiar el tipo de relación que ambos tenían con su entorno. Recurriendo a su experien- cia en Cuba para oponerse a un individualismo solitario como única forma de la libertad creadora necesaria para cualquier artista, afirmaba que “evidentemente, se puede ser intelectual revolucionario y no re- nunciar a ser intelectual”. Rechazando por un lado “los viejos cánones liberales” y por otro “el estalinismo”, recomendaba “inventar una nueva

~186~ relación entre el socialismo y la cultura” en que la “misión” del escritor fuera “la de ayudar conscientemente a su pueblo, eligiendo, de todas, la forma más legítima de ayudarse, y sobre todo de ayudar a lo mejor de sí mismo” (ELR, pp. 129-131).170 Esta actitud ambivalente hacia el acto de citarse a sí mismo nos pue- de llevar por un camino oblicuo e indirecto hacia los elementos de la política revolucionaria de Benedetti que él mismo siguió reconociendo como legítimos en los años posteriores a su regreso a Uruguay, dado que en El escritor latinoamericano y Escritos políticos lo que se puede llamar una política de las citaciones es microcosmo de la posición política de Benedetti en general. En el caso de las citas amigas, Benedetti las usa mayormente como referente, autoridad o ancla que de paso respalda nociones y actitudes que había derivado de su experiencia en Cuba o de las lecturas que hizo allí en el caso de no haberlas encontrado antes. Así son, entre otros, los nombres clásicos de Marx (ELR, pp. 62-63), Lenin (EP, pp. 194 y 196; ELR, pp. 21 y 162) y, sobre todo, Gramsci (EP, pp. 126 y 241; ELR, pp. 77, 115, 122, 165), a quien cita como si hubiera querido anticipar estas palabras apreciativas de Aricó: “Gramsci era el primer marxista que desde la política y la reflexión política parecía hablar para nosotros, los intelectuales. En realidad, era uno de nosotros (...) Por vez primera la cultura era colocada allí donde debía estar, como una dimensión insuprimible de la acción política”.171 No otro parece ser el sentido de la frase citada varias veces por Benedetti para demostrar o subrayar las diferencias entre el papel reservado para la cultura artísti- ca e intelectual en una sociedad revolucionaria y el desprecio y ánimo destructivo hacia la misma expresado por la censura de derecha: “Todos los hombres son intelectuales, pero no todos los hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales” (EP, p. 126; ELR, p. 77). Gramsci

170- Cabe recordar aquí que estas palabras finales no hacen otra cosa sino completar, con un nuevo modo de actuar basado en un cambio de actitud, otras escritas en 1965 al final de la tan importante reseña de la obra de Antonio Machado analizada arriba en el Capítulo 2: “el lector, cuando emerge de estas Obras completas, tiene la impresión de haber estado dialogando con lo mejor de sí mismo” (SAO, p. 132, cursiva en el original). 171- José M. Aricó, La cola del diablo: itinerario de Gramsci en América Latina (1987),Buenos Aires, Siglo XXI, 2005, p. 39. Sin embargo, hay que tener cierto cuidado con este libro de Aricó, ya que tenía para él una función clara de autocrítica culpable que acaso tiña el texto entero: “fuimos parte activo de ese proceso incontrolado que a la sociedad argentina a una increíble espiral de violencia” (p. 93) y “Creyendo ser actores de un proceso histórico que marchaba en el sentido de nuestros valores revolucionarios, sólo éramos las ciegas víctimas de una guerra civil en ciernes” (p. 103). Como veremos en el capítulo final, a pesar de unos titubeos en los primeros momentos después de su regreso del exilio en 1985, Benedetti nunca llegó a renegar de lo que había dicho y hecho en los primeros años setenta. En cierto sentido, todo lo contrario.

~187~ y los otros clásicos de la izquierda histórica internacional, junto a sus compañeros —prójimos— latinoamericanos más cercanos (Che Gue- vara, Fidel Castro, sobre todo), aparecen en los ensayos políticos y ar- tículos propagandísticos de Benedetti para rematar o introducir con su aura autoritativa ideas y conceptos que para él también son ajenos, anteriores y superiores. La verticalidad autoritaria de este estado de co- sas nunca le molesta porque se siente un aliado y cómplice voluntario de fuerzas ideológicas e intelectuales que le han adoptado a él tanto o más de lo que él las ha adoptado a ellas. Para Benedetti, la realidad y los conceptos fundacionales de la Revolución Cubana equivalen a un abrazo conscientemente buscado. Sería demasiado modesto para imagi- narse miembro de una vanguardia, pero no para verse como su feligrés y amigo entrañable. En la política de las citaciones benedettiana, como en su política revolucionaria en bloque, el pueblo participa, pero los individuos que lo componen solo cuestionan en el nivel de la jerarquía política que les corresponde. Por todo lo cual no es extraño que el primer párrafo de El escritor latino- americano sea una larga cita, precedida por estas palabras de presentación: “En 1930, ocho años después de publicar Trilce, César Vallejo refutaba, sin embargo, al surrealismo en estos términos”. Además de declarar con esta referencia peruana las dimensiones continentales de su libro desde el punto de arranque, las dos palabras triviales, “sin embargo”, asimilan Tril- ce a cierto momento del auge de ese vanguardismo europeo que, como ya hemos visto, despertaba desconfianza y desazón en el pensamiento y quehacer de Benedetti desde por lo menos mediados de los años cin- cuenta, debido a su oposición en su pensamiento a un realismo social o crítico afiliado a las corrientes ideológicas socialistas o progresistas. La última oración de la cita misma le permite reclutar a Vallejo como cóm- plice de una oposición binaria tan fundamental en El escritor como las parejas enfrentadas (ellos/nosotros, pueblo/oligarquía) en Crónicas del 71 y Terremoto y después, todas a su vez asimiladas a esa otra guerra básica entre amigos y enemigos: “Breton olvida que no hay más que una sola revolución: la proletaria, y que esta revolución la harán los obreros con la acción y no los intelectuales con sus ‘crisis de conciencia’”. Y lo que parece olvidárseles tanto a Vallejo como a Benedetti es que este tan ad- mirable activismo revolucionario obrero siempre ha encontrado aliados entre esos intelectuales y poetas tan poco activos nacidos en las filas del supuesto enemigo de clase (por ejemplo, Marx, Engels, Lenin, Che Gue- vara, Gramsci, ¡sin hablar de Vallejo y Benedetti mismos!). A través de

~188~ este lapsus de memoria, Benedetti puede opinar que “infortunadamente, la discusión suele plantearse ahora entre dos esquematismos”, entre “los que sólo admiten una literatura misional” y “quienes proponen que la literatura se refugie en la palabra” (ELR, p. 11), pero sin deshacer los esquematismos que aparentemente lamenta, limitándose sencillamente a cambiar el significado de los dos términos contrapuestos: No envidio, ni mucho menos juzgo severamente, a aquellos escritores de América Latina que en forma tenaz se han construido un tiempo y un lugar, algo así como una singular cartuja, para escribir en Europa novelas de tema latinoamericano. Ejerciendo un innegable derecho, y aun pagando un alto precio, hicieron una elección. Quienes por azar o por consciente decisión, optamos por una forma de militancia más concreta y más cercana a nuestra realidad, también ejercimos un derecho, y pagando asimismo un alto precio (aunque probablemente en otra moneda) hicimos nuestra elección (ELR, p. 23). Las cortesías retóricas equilibradas y la indudable impronta sartreana del acto de elegir difícilmente ocultan una evidente aprobación del acto más riesgoso de asumir las responsabilidades del caso en casa propia, aprobación implicada por las asociaciones de la metáfora económica de la “moneda”, la cual estos pagan en amenazas letales y aquellos ganan en sumas de dinero por su obra. Cabe recordar en este contexto que Bene- detti incluye en este libro de 1973 su ensayo de 1971 “Las prioridades del escritor”, que termina citando sus propias palabras de un poema de 1968, así subrayando la constante pertinencia que tienen en este tramo de su trayectoria los términos de una decisión que es mucho más que una mera elección personal por ser también el punto donde se estable- cen los “límites” del “testimonio” de un mero espectador individual: “hay una sola grieta / decididamente profunda / y es la que media entre la maravilla del hombre / y los desmaravilladores (...) aun es posible saltar de uno a otro borde / pero cuidado / aquí estamos todos / ustedes y nosotros / para ahondarla (...) señoras y señores / a elegir / a elegir de qué lado / ponen el pie” (ELR, p. 82; “Grietas”, IU, p. 354). Es en este contexto de una elección definitiva tan existencial como política respecto a la solidaridad con la Revolución Cubana que Be- nedetti utiliza una cita extensa de “El artista y la época”, ensayo de Mariátegui escrito en 1925, para demoler a los intelectuales que habían cuestionado seriamente las decisiones de Fidel Castro en el caso Padilla en 1971:

~189~ Entre los descontentos del orden capitalista, el pintor, el escultor, el literato, no son los más activos y ostensibles; pero sí, íntimamente los más acérrimos y enconados. El obrero siente explotado su trabajo. El artista siente oprimido su genio, coartada su creación, sofocado su derecho a la gloria y a la felicidad. La injusticia le parece triple, cuádruple, múltiple. Su protesta es proporcionada a su vanidad ge- neralmente desmesurada, a su orgullo casi siempre exorbitante. Pero, en muchos casos, esta protesta es, en sus consecuencias, una protesta reaccionaria. Disgustado del orden burgués, el artista se declara, en tales casos, escéptico o desconfiado respecto al esfuerzo proletario por crear un orden nuevo. Prefiere adoptar una opinión romántica de los que repudian el presente en el nombre de su nostalgia del pasado. Descalifica a la burguesía para reivindicar a la aristocracia. Reniega de los mitos de la democracia para adoptar los mitos de la feudalidad (ELR, p. 65). He citado la totalidad del párrafo de Mariátegui transcrito por Bene- detti para que los lectores puedan sentir el impacto retórico que se pue- de suponer también le hubiera impresionado al autor uruguayo, y para que al mismo tiempo puedan ver lo que separa esta terminología de la empleada habitualmente por Benedetti. Este nunca llegó a sentirse tan a gusto con las generalizaciones abstractas marxistas que podría adop- tarlas libremente, en parte sin duda porque su posición política nunca se separó enteramente de su fundación en una ética individualista que el marxismo repudiaba. Tampoco me parece fácil que hubiera imitado la adjetivación desmesurada y exorbitante de Mariátegui, por más que se encontrara de acuerdo con los sentimientos y opiniones que la inspi- raran, sospechando tal vez que el tono de la crítica compartiera cierta cuota de los mismos excesos que supuestamente criticaba, aunque con los signos invertidos. Pero lo que sí podría haber convencido a Benedetti es la denigración, creciente a lo largo de las varias frases, de la vanidad y el orgullo individuales ni justificados ni justificables por las circunstan- cias reales, puesto que los veía repetidos en los intelectuales radicados en Europa que condenaban al gobierno cubano por la severidad de su tratamiento del poeta Heberto Padilla: “la verdad es que [los firmantes del telegrama abierto al Presidente cubano] ignoran todo lo que no es Padilla; la verdad es que nunca se han preocupado, colectivamente, por otros temas” (ELR, p. 66, cursiva en el original). Para Benedetti, los intelectuales radicados en otro continente no estaban en condiciones de expresarle su “cólera” y su “vergüenza” a Fidel en parte porque estaban saturados de los prejuicios ideológicos del capitalismo occidental de la

~190~ Guerra Fría, pero sobre todo porque no podían haber experimentado ni conocido las dificultades de mantener y dirigir una sociedad socialista rodeada por las constantes amenazas de sus enemigos. Lo único que conseguían esos intelectuales tan “fuera del juego” —título del poema- rio de Heberto Padilla que había iniciado la polémica en 1968— era desconocer inevitablemente tanto las limitaciones de su propia perspec- tiva como el tamaño de la ignorancia por ellas trazada. Sin embargo las limitaciones de la posición del propio Benedetti se revelan cuando adopta la misma táctica con respecto a la actitud crítica de un intelectual dentro de un sistema socialista europeo: “¿Cómo ser intelectual en una estructura social que me cuestiona como tal?”, se pregunta Ernst Fischer, pero se lo pregunta dentro de un contexto socialista, y ahí reside quizá su más grave desenfoque; porque si la estructura social de un mundo socialista cuestiona a un intelectual, es porque éste se siente ajeno a ella; si el intelectual se inserta en la estructura social, sólo podrá ser cuestionado cuando esa estructura se cuestione a sí misma, pero en ese caso el intelectual ya no será cuestionado como un producto exterior sino como una de sus células, como uno de sus componentes (ELR, p. 78). Fischer era crítico e historiador de artes visuales en la rda, la Ale- mania Oriental, así que Benedetti hablaba aquí casi de un par en tér- minos de ser intelectuales. Sin embargo, para criticarlo, recurrió a una lógica esquemática desprovista de cualquier atisbo de ética solidaria, a un teorema frío que funciona con la fuerza ciega e implacablemente lógica y racional de un silogismo. Lo irónico es que esta visión de cómo funcionaba el sistema de vigilancia política en esa sociedad socialista se conforma exactamente con lo pintado por la propaganda occidental de Guerra Fría que condenaba esa forma de ingeniería social y su falta de libertad intelectual y artística. Pero lo realmente esencial es que, des- pués de haber parafraseado solo tres páginas antes las célebres —o infa- mes— palabras de Fidel Castro en las “Palabras a los Intelectuales” de 1961: “Dentro de la revolución, cabe perfectamente la literatura crítica, y sobre todo una actitud crítica, pero siempre dentro de la revolución y no fuera de ella” (ELR, p. 75, cursiva en el original), la manera rápida y fácil de la condena a Fischer deja sin aclarar exactamente cuándo cierta crítica intelectual ocurre dentro y no fuera del proceso revolucionario. ¿Cómo sabía Benedetti que la queja angustiosa de Fischer no cabía den- tro de un régimen socialista? La bienvenida inmediata como “disiden- tes” dada por la propaganda de occidente a intelectuales como Fischer

~191~ era sin duda sospechosa; pero no lo era menos el recelo de intelectuales occidentales prosocialistas como Benedetti de explicar cómo el sistema que impulsaban se cuidaría de no triturar como contrarrevolucionarios a intelectuales y artistas que sí cuestionaban desde “dentro”. Es y era perfectamente posible demostrar que el poeta cubano Heberto Padilla actuaba y escribía según un concepto liberal del yo individual que cua- jaba mal con una sociedad donde el concepto del individuo seguía un criterio colectivo, pero no estaba nada claro que Fischer cupiese en la misma categoría. El problema no es que Benedetti no haya resuelto tan espinosa dificultad teórica y práctica; es que sencillamente no parece habérsela planteado, prefiriendo una fe quizá demasiado ingenua en el juicio sagaz de los líderes revolucionarios.172 Sin embargo, hasta cierto punto, el uso que hacía Benedetti de las citas aparentemente enemigas era más revelador, ya que su predilección por las oposiciones binarias le permitía transformarlas en aliados dis- cursivos más subversivos que las palabras de Che Guevara, porque re- presentaban, sobre todo en Escritos políticos, un nuevo apoyo ideológico no esperado arrebatado a las manos adversarias. Los ensayos reunidos en Crónicas del 71 y Terremoto y después —base de la antología que es Escritos— eran una serie semanal de artículos propagandísticos que servían casi de partes de guerra en un período “de extrema tensión polí- tica” cuando “a pesar de la firme, osada, y a veces desesperada resistencia de los sectores populares, la reacción fue avasallando derechos, agitando fantasmas y convocando desembozadamente al cuartelazo” (EP, p. 5). Por lo tanto, no sorprende que lo que mejor ilustra los propósitos y mé- todos de Benedetti en los ensayos de Escritos políticos no sean tanto las citas amigas sino el uso estratégico que de vez en cuando hacía de dos pensadores cuya participación en la vida nacional los había convertido en fundadores o constructores del Uruguay moderno: el educador José Pedro Varela y el hombre de estado y dos veces presidente José Batlle y Ordóñez. Lo que Benedetti hacía con unas pocas citas cuidadosamente seleccionadas era utilizarlas como armas verbales en contra de los que en los setenta decían defender los intereses del estado que dichos próce- res ilustres habían ayudado a crear o consolidar.

172. Esta laguna es de las que parecen darle la razón a críticos como Gilman, la que tilda a los que pensaban como Benedetti de “antiintelectuales” (ver la Introducción arriba), pero realmente los que cometen el error mayor son quienes aceptan con una fe aun más ingenua las fundaciones intelectuales del capitalismo liberal que producía las consabidas desigualdades sociales y económicas que el socialis- mo avalado por intelectuales como Benedetti esperaba corregir.

~192~ El 14 de enero de 1972, en el contexto general de la censura política de la producción cultural (de allí mi preferencia por el concepto sedicio- sos en el subtítulo de esta sección) y en particular de unas resoluciones muy restrictivas de la Intendencia capitalina, Benedetti citaba primero una frase bien conocida de Gramsci (“Todos los hombres son intelec- tuales, pero no todos los hombres tienen en la sociedad la función de intelectuales”), para dedicar en seguida un párrafo entero a Varela: Pero no sólo Gramsci; también nuestro José Pedro Varela expresaba en 1876 su preocupación en estos términos: “Si la ignorancia es causa de una organización política defectuosa, y si toda organización políti- ca perfeccionada demanda para funcionar regularmente un grado de ilustración correspondiente en la sociedad, podemos concebir que es exacta la observación que hemos formulado, y que todo pueblo igno- rante está sujeto a ser mal gobernado”. A lo cual Benedetti comentaba: “Hoy podríamos agregar que un mal gobierno desde el punto de vista de la justicia social y popular, es por lo general un “buen” gobierno desde el punto de vista del Imperio y sus secuaces” (EP, p. 126). Tal comentario demuestra claramente una de las características predominantes de la estrategia retórica de estos artícu- los: Benedetti aprovecha la polarización definida por toda la izquierda como un abismo entre oligarquía y pueblo a través de la inversión de las asociaciones convencionales de ciertos signos o conceptos. Como pasaba a explicar el 3 de noviembre de 1972, en el contexto de nuevos proyectos de ley sobre la educación general y los servicios culturales, citando otro trozo del mismo texto vareliano: “¿No debiéramos reconocer que la desaparición de los malos gobier- nos es imposible, mientras no desaparezcan los pueblos ignorantes, atrasados y pobres, que los hacen posibles, que los levantan, los sos- tienen y los explican?” Es lógico, pues, que un mal gobierno como el actual impulse una ley que provoque ignorancia, atraso y pobreza (EP, p. 233, cursiva en el original). Aunque no se evita cierta ingenuidad que invite a los lectores a supo- ner que un pueblo más ilustrado casi naturalmente garantiza la llegada al poder de un buen gobierno (en términos populares) ni cierto aire de superioridad que suponga que un pueblo no puede llegar a un adecuado nivel de ilustración sin un sistema educacional formal que le enseñe, en la economía conceptual de Benedetti son las opiniones de los fundadores mismos del estado uruguayo moderno lo que más condena el proceder del entonces gobierno actual en materia de educación. Mientras ese gobierno

~193~ quería que el concepto “subversivo” fuera uno de los pocos eufemismos permitidos por “revolucionario” o “guerrillero”, Benedetti buscaba que esos constructores consagrados por la historia nacional fueran los verda- deros y literales subversivos cuyas palabras le ayudaran a “subvertir” con las suyas propias el orden discursivo impuesto por un estado autoritario. Pero es aun más así en el caso de Batlle y Ordóñez. Dos semanas y media antes de las elecciones de fines de noviembre de 1971, para referirse a “mulos y siervos de más reciente data”, Benedetti recurría a un editorial de El Día en 1886 en que Batlle hablaba de un “partido macizo, compacto, homogéneo, unificado, mudo e inmóvil como un muerto, sin ideas, sin sentimientos, sin expansiones”, manejado, como si fuera “un mulo manso y viejo,” por “el dictador Máximo Santos”, “cuyas ideas no pueden ser discutidas por abyectos siervos, a quien no puede oponerse rival alguno” (EP, p. 94). Esta contundencia resulta ser solo un pálido anuncio de un fuerte tono apocalíptico característico de otras citas de Batlle y Ordóñez, y que cuajaba bien con las esperanzas políticas de Benedetti en 1971. Dos semanas antes, el 5 de noviembre, había terminado un artículo preguntando —y respondiendo— con Batlle desde El Día en 1894: “¿Hemos llegado ya al momento en que todo esfuerzo pacífico sea in- eficaz y en que no quede ya más remedio que el empeño de la violen- cia para obligar a que se tengan en cuenta las aspiraciones populares?” Y vale la pena recordar que, a renglón seguido no vacilaba en añadir: “Contestamos afirmativamente” (EP, p. 90). Al final del último ensayo de 1971, en el contexto de una campaña propagandística contra el líder del Frente Amplio, a pesar del resultado electoral todavía no confirmado pero casi seguro a favor de los Colora- dos, cita a Batlle otra vez de 1875: “Cuanto más implacable es la cólera de los vencedores (del momento) contra los vencidos (del momento), cuanto más los humillan, cuanto más los oprimen, tanto más formidable es la barrera levantada para contener la usurpación. De ese modo se operan las revoluciones po- líticas, de ese modo triunfan las ideas y los pueblos aprenden a ser libres”. De esa elemental sabiduría que emerge del pasado, también deberían tomar nota los taimados y abusivos asesores (del momento). (EP, p. 119) A fines del siglo diecinueve, Batlle vislumbraba a través de la niebla del debate político el humo de una guerra civil cada vez más probable,

~194~ apreciación que confirmaba para Benedetti su propia convicción de que, también a principios de los setenta del siglo veinte, una vez más se estaba agotando lo que diez años antes en el Paraninfo de la Universi- dad había escuchado a Che Guevara definir como: la posibilidad de avanzar por cauces democráticos hasta donde se pue- da ir (...) de ir creando esas condiciones que todos esperamos algún día se logren en América, para que podamos ser todos hermanos, para que no haya la explotación del hombre por el hombre ni siga la explo- tación del hombre por el hombre, lo que no en todos casos sucederá lo mismo —sin derramar sangre.173 Para Benedetti, la normalidad democrática, en que hacía más de diez años que tenía poca fe, estaba por fin alcanzando sus límites: ¿Por qué no dejar (como fue lo normal en este país durante largas dé- cadas) que, en el libre juego de las opiniones, la verdad resplandezca, y el pueblo decida entonces por sí mismo, con toda la información, y también con toda la formación, posibles? Pero eso no puede permitirlo, en esta coyuntura, la clase dominante. Sabe que si el partido se juega en esa cancha, su suerte estará sellada. Para librar la batalla de la verdad, la oligarquía está pésimamente pertrechada. Por eso lleva (o intenta llevar) la lucha a otro terreno. Para librar la batalla de la mentira, en cambio, posee “los medios de comunicación de ideas para influir en las actitu- des, emociones y acciones de los grupos blancos”.174 Y además, posee el adecuado aparato represivo para defender esa mentira (EP, p. 208). Ya hemos visto en el capítulo anterior que Benedetti y gran parte de la izquierda absorbían el puesto de escena bélico y la retórica militar que lo acompañaba, esgrimidos tan hábilmente por la derecha. Aquí da la im- presión de esperar casi con los brazos abiertos, como Batlle casi cien años antes, “un instante en que los padres se cansan de enterrar a sus hijos, y entonces deciden, como último recurso, enterrar a los asesinos de sus hi- jos” (30 de julio de 1971; EP, p. 50). En una coyuntura en que las reglas del juego ya estaban de patas arriba (porque en tiempos de paz los hijos entierran a sus padres), quedaba solo un “camino”, el que combinaba la meta del mln con lo ya conseguido por la lucha revolucionaria en Cuba:

173- Ernesto Che Guevara, Discurso en la Universidad de la República, www.archivo-chile. Ver tam- bién arriba la primera sección del Capítulo 5. 174- Aquí Benedetti cita “el artículo 17 del decreto 380/971, publicado en el Diario Oficial el 29 de junio de 1971, en relación con el Departamento de Operaciones Sicológicas” (EP, p. 204), el texto comenta este artículo titulado “Hipocresía por decreto” (24 de agosto de 1972, EP, pp. 204-209). Le agradezco a Aldo Marchesi la aclaración de que la preocupación principal de dicho Departamento era la difusión de propaganda a favor del gobierno.

~195~ Ante esas falsas encrucijadas que proponen los modernos y espurios conductores, los amnésicos de las causas populares, los ideólogos del exterminio; ante los falsos dilemas (“orden versus subversión”, “poder político versus poder militar”, etc.), debemos ser lúcidamente cons- cientes de que sólo a través de las organizaciones del pueblo y su fran- co, directo accionar, podremos encontrar el camino de la liberación, que si hoy es un atajo angosto, riesgoso o intrincado, puede y debe ser transformado en una vía amplia y luminosa (1 de diciembre de 1972; EP, p. 238). Lo que queda oscuro es cómo el “franco, directo accionar” de “las organizaciones del pueblo” va a encontrar “una vía amplia y lumino- sa” hacia la “liberación”, si su trabajo político se hace siempre en la cancha impuesta por “los ideólogos del exterminio”, sin aceptar un “camino” que realmente acabe de una vez por todas con las “falsas encrucijadas” y los “falsos dilemas”. El 26 de noviembre de 1971, solo dos días antes de los comicios nacionales en que por primera vez se presentaría como opción electoral el flamante Frente Amplio, Bene- detti estaba igualmente convencido de haber llegado a los límites de la representación democrática: Gane o pierda el Frente, habrá librado su batalla en el terreno del enemigo, en el reducto del enemigo, con las reglas impuestas por él, con las mordazas decretadas por él, con la presión y la represión ejer- cidas por él, con la calumnia instrumentada por él, con los atentados amparados por él, con las torturas ordenadas por él, con las muertes provocadas por él (...) ¿Qué “democracia representativa” es ésta, si para que muchos partidarios del Frente Amplio lleguen a depositar su voto, habrán tenido previamente que atravesar una espesa cortina de amenazas, varias madrugadas de calabozo, o lisa y llanamente una lluvia de balas? (EP, pp. 102-103) Parece lícito preguntarnos qué esperaba Benedetti, si la “cáscara de- mocrática” de El país de la cola de paja de 1960 se había mostrado aun más hueca una década después, para declararse a favor del derrocamien- to violento de todo el sistema corrupto y fétido, como implícitamen- te había parecido opinar a través de sus cuasi pseudónimos ficticios Osvaldo Puente/Juan Ángel en El cumpleaños de Juan Ángel. Aquí, sin embargo, escribiendo bajo su propio nombre, se retira una vez más al terreno seguro de la condena y la indignación morales: Sepan también ustedes, señores “demócratas” que, ganen o pierdan, deberían morirse de vergüenza. Porque si ganan, su victoria (al me- nos, tal como han decidido obtenerla) será una porquería; si pierden,

~196~ la derrota les llegará sin nobleza ni dignidad, o sea será una porquería doble (EP, p. 103). El sarcasmo y la invectiva son aquí signos inequívocos de una frus- tración y un fracaso políticos de parte de Benedetti al no poder aceptar y pensar públicamente, como sí lo había podido hacer Batlle cien años antes, las consecuencias de haber agotado todas las posibilidades de ne- gociación todavía abiertas en el sistema vigente. La debilidad de esta posición política tan difícil y contradictoria se manifiesta de otra forma en la introducción a Crónicas escrita en enero de 1972: (...) el triunfo revolucionario en que puse y pongo mí mejor esperanza, no depende por supuesto de unas elecciones que empezaron siendo tramposas muchos meses antes de noviembre. Esa victoria va a llegar inexorablemente. Más aún: está en camino. La gran enseñanza que de- bemos extraer de estos comicios es que en política no ocurren milagros. Una revolución nunca es un milagro, sino un proceso muy duro, muy riesgoso, muy severo; un proceso que exige que exige sacrificio, pacien- cia, coraje y una tenaz voluntad de seguir adelante (C71, p. 14). Pero, ¿cómo “seguir adelante”? ¿Haciendo qué? Y, ¿hacia qué? Adhe- rirse a las limitaciones de la representación parlamentaria no es hacer la revolución, como bien entendía el Frente Amplio, que nunca quiso otra cosa que reformas profundas a través de las urnas. Pero Benedetti quería rechazar esa opción a favor de la revolución, pero sin asumir las consecuencias anti y extra-parlamentarias de una lucha revolucionaria. Las frases escuetas del final de la nota preliminar deTerremoto y después, escrita dos meses después del golpe en agosto de 1973, solo intensifi- can, con el sabor agrio de la derrota, la sensación claustrofóbica de estar en el callejón sin salida tanto intelectual como ideológico en que la incoherencia política había encerrado a Benedetti: Sólo pido al lector que, por una parte, tenga en cuenta las con- diciones restrictivas en que estos textos fueron escritos, y por otra, que trate de leer no sólo las líneas, sino también las en- trelíneas; probablemente es en estas últimas donde se repliegan mi convicción más firme y mi fe más profunda en la causa del pueblo (TD, p. 7). El autor dice bien, pero también más de lo que quiere. Su revolución no podía ser sino fe, porque en su caso el camino hacia ella había des- aparecido antes de ser borrado.

~197~ Un intelectual, su prójimo colectivo y la revolución posible “Ni víctima ni fiscal” figura como la segunda de seis notas breves que, como coda, cierran la selección de textos que constituyen El escritor latinoamericano y la revolución posible, libro publicado por primera vez en Argentina en 1974, después del golpe militar en Uruguay pero dos años antes del argentino, rescatado durante el exilio de su autor (junto con todas sus otras obras principales) por la flamante editorial Nueva Imagen en México y reeditado en Argentina por un sucursal de esta editorial en la segunda mitad de los años ochenta durante el perío- do de redemocratización en los dos países rioplatenses. A partir de ese momento, sin embargo, ambos libros han corrido la misma suerte en la historia editorial de la obra benedettiana: ni Escritos políticos ni El escritor latinoamericano han sido reeditados desde los años ochenta del siglo pasado. El escritor latinoamericano y la revolución posible es el último de los li- bros de Benedetti de cualquier género que demuestra en su totalidad la influencia de la experiencia de vivir y trabajar diariamente con y dentro de la Revolución Cubana.175 Por lo tanto, es justo que los primeros en subrayar la importancia del libro hayan sido dos críticos cubanos, aun- que no se ponían de acuerdo en las razones por su evaluación. Ambrosio Fornet se equivocaba dos veces al afirmar que era “un serio aporte socio- lógico a la estética marxista”176 ya que tiene poco o nada de sociología (aunque sí, mucho de política) mientras que “estética marxista” acerca el volumen demasiado a la obra de filósofos propiamente dichos como Teodoro Adorno o Adolfo Sánchez Vázquez, y definir la perspectiva de Benedetti como “marxista” tergiversaba los logros de sus planteos, en- cerrándolos en una categoría que daba por resueltas todas las cuestiones que Benedetti veía como pendientes y candentes, precisamente para aquellos compañeros escritores o lectores que, como él mismo, no eran marxistas pero sí querían fomentar en su país una revolución socialista. En cambio, Nils Castro estaba más en lo cierto cuando anotaba la tris- te ironía de que la fecha de primera publicación del ensayo que daba título al volumen entero (agosto de 1973, en la revista cubana Casa de

175- Esto no significa que Benedetti abandone tal influencia sino que a partir deEl recurso del supremo patriarca (1979) como se verá en el capítulo siguiente, su obra ensayística tiene que absorber también el doble impacto de la derrota en casa y del exilio en el extranjero. 176- Ambrosio Fornet, “Mario Benedetti y la revolución posible”, Revista de Crítica Literaria Latinoa- mericana, Vol. 1, n.º 2, 1975, p. 72 de pp. 63-72. Este ensayo es una versión del Prólogo de Fornet a su Recopilación de textos sobre Mario Benedetti, La Habana, Casa de las Américas, 1976, pp. 7-23.

~198~ las Américas) resultara ser en los hechos solo dos meses posterior a la del golpe militar que significaba la derrota por lo menos provisoria de cualquier revolución uruguaya, al mismo tiempo que el libro abogaba por una función política para el intelectual literario continental muy parecida al papel que tenía en la exitosa Revolución Cubana.177 Casi cuarenta años más tarde, está mucho más clara la importancia que tiene El escritor latinoamericano y la revolución posible como autobio- grafía intelectual. Además, la estructura de esta colección de ensayos es más bien narrativa e histórica. Empieza con el que era cronológicamente el último de ellos —el autor da con precisión su fecha de composición: el 4 de noviembre de 1973 (ELR, p. 15) —pero que funciona como introducción y, al ser publicado como artículo independiente en Buenos Aires (ELR, p. 7), anticipo del volumen entero, ya que su título, “El tes- timonio y sus límites”, indica el doble impacto que debiera tener el libro en bloque: ser testimonio de la experiencia personal que había vivido su autor de los límites del papel del escritor e intelectual como testigo, implicado o no, y ser estímulo para que los lectores también pensaran seriamente en la posibilidad de pasar de la categoría de espectadores a la de participantes en su propio entorno social y político. En este sentido, el autor buscaba ir más allá de los “límites” de la función testimonial de los elementos biográficos de ser “testigo implicado” en lo que vivía y comentaba: desde la tercera palabra de su título para adelante, Benedetti esperaba que El escritor latinoamericano hiciera avanzar un proceso que transformara la experiencia que llevaba su nombre personal y nacional en ejemplo —si no modelo— para muchas otras a nivel continental. A este testimonio potencialmente metonímico lo siguen los que a la larga resultaban ser tres capítulos o fases de una trayectoria intelectual e ideológica única en toda la historia literaria latinoamericana del siglo veinte, destino triste e irónico que comprueba la derrota de las espe- ranzas de su autor. El primero es “Subdesarrollo y letras de osadía” de 1968, preparado para América Latina en su literatura, volumen colectivo compilado y publicado por la unesco, escrito mientras Benedetti diri- gía el Centro de Investigaciones Literarias de Casa de las Américas en La Habana y ya analizado arriba en la segunda parte de este libro. El segundo es “Las prioridades del escritor” de 1971, escrito durante los primeros meses de la militancia de Benedetti en un Montevideo caracte-

177- Nils Castro, “Benedetti: la moral de los hechos aclara su palabra”, Casa de las Américas, 89, 1975, pp. 92-94 de 78-96.

~199~ rizado cada vez más por la presencia amenazante de las llamadas fuerzas de seguridad —apareció en Marcha el 4 de junio de 1971— pero a la luz del escándalo internacional provocado por el encarcelamiento por actos contrarrevolucionarios y la subsiguiente liberación vigilada y autocrítica pública del poeta cubano Heberto Padilla en abril de ese año. El tercero es el ya mencionado ensayo que da título al libro, “El escritor latino- americano y la revolución posible”, una meditación madura compuesta durante la difícil y a menudo desolada militancia poselectoral del autor en Uruguay pero frente a los avances insoslayables de las fuerzas de la re- acción militarizada en todo el continente, derrota contrarrevolucionaria que en su manifestación uruguaya determinaría que la primera edición del libro se publicara por una muy precaria editorial Alfa Argentina en 1974. O sea, salió casi como una provocación y una culminación unos meses después del golpe de estado en Uruguay en junio del año anterior en la Buenos Aires inestable y peligrosa de los años anteriores al argenti- no, y muy al principio de los doce años de exilio de su autor. Como ya mencionamos, estos tres ensayos (de veinte a treinta páginas cada uno), están seguidos por seis notas breves de unas cuatro o cinco, todas (con la arriba citada excepción de “Ni víctima ni fiscal”) escritas durante 1972, cuando las fuerzas militares uruguayas, en su supuesto afán por garantizar la seguridad nacional interna, después de liquidar casi completamente a la guerrilla revolucionaria, se concentraban cada vez más en los miembros o simpatizantes de cualquier expresión (labo- ral, sindical, estudiantil, barrial, parlamentaria) de posiciones y grupos progresistas perfectamente legales y constitucionales (que incluían, cla- ro está, el de Benedetti). De allí el hecho de que el tono discursivo, a veces extremadamente intenso, de estas notas se aproxime más al de Terremoto y después (o la segunda mitad de Escritos políticos) —textos del mismo año y contexto— que al de los capítulos anteriores del libro que los recogía. Sin embargo, la unidad del todo se consigue a través de la palabra y el concepto de revolución. La coda de seis notas —y el libro entero— ter- mina con esta frase: “Por más que le demos vuelta al problema, siempre llegaremos a lo mismo: aquí, y en cualquier parte, el hecho cultural más importante será la revolución” (ELR, p. 181), reiterando sus propias “prioridades”, decisiones y acciones desde 1969, mientras el tercero de los ensayos principales concluye así:

~200~ (...) debemos afirmarnos en nuestra voluntad revolucionaria, pero también en nuestra imaginación creadora; en nuestra cultura de ma- sas, pero también en nuestra guerrilla cultural. Y ésa acaso sea nuestra modesta contribución para que, a nivel latinoamericano, la revolución posible se convierta sencillamente en revolución (ELR, p. 111, cursiva en el original). Dejando aparte un voluntarismo que tiene en común con la ética benedettiana una excesiva dependencia de las actitudes individuales intuitivas e irracionales como último reducto de una política en otros sentidos colectiva, estas dos secciones, la central y la final, terminan con la misma afirmación implícita: las exigencias puntuales de la política revolucionaria tienen que prevalecer sobre las literarias o intelectuales de artistas o trabajadores culturales hasta que se hayan creado las con- diciones en que se puedan redefinir y refundar las coordenadas de la libertad creadora individual, momento anticipado con ilusión en las frases finales del texto que actúa como introducción aEl escritor latino- americano y la revolución posible: Una acción o un esclarecimiento políticos son formas de aporte co- munitario; también lo puede ser una obra de arte. Y aquellos escrito- res latinoamericanos que de alguna manera entendemos que en esta coyuntura nuestra prioridad es la política, quizá en el fondo, nos este- mos proponiendo contribuir a ganar un mundo justo, donde nuestra prioridad vuelva a ser la literatura (ELR, p. 24). Lo auténticamente único de la posición y la manera de actuar de Be- nedetti era que, sin tirar todo por la ventana al convertirse en guerrillero clandestino (como su amigo salvadoreño Roque Dalton) ni aceptar un rol en uno de los bien establecidos partidos de izquierda (como el poeta Pablo Neruda, que era senador para el Partido Comunista de Chile), más bien manteniéndose fiel a un moralismo perfectamente compatible con la clase media más o menos ilustrada con la que se identificaban tanto él como gran parte de su público lector, supo hacer todo lo que pudo por establecer otro sistema político que rompiera ese esquema es- piritual e ideológico al sentar otras bases colectivas para pensar de otro modo categorías tan fundamentales como “individuo” y “libertad”. El ser escritor talentoso de ensayos literarios y artículos periodísticos le permitió a Benedetti dejar en El escritor latinoamericano y la revolución posible, junto a otros escritos de los mismos años, una suerte de informe detallado sobre las contradicciones y frustraciones del intento algo qui- jotesco de un intelectual tradicional de estirpe sartreana por convertirse

~201~ en un intelectual orgánico de linaje gramsciano antes de que existieran las condiciones sociales que justificaran el nacimiento de tal fenómeno. Dicho de otro modo, Benedetti no resistía la tentación irreal de pen- sar y actuar como si lo que había experimentado como la realidad de la Revolución Cubana ya fuera también una realidad en todo el resto del continente. La tentación de sentir o pensar como si ya se hubiera logrado lo que solo se deseaba es por un lado su propia versión como intelectual literario del voluntarismo excesivo implicado en la teoría del “foco” que Debray había derivado de la experiencia de la guerrilla cu- bana entre 1956 y 1959.178 Por otro, es también consecuencia y elisión de la perenne contradicción nunca resuelta en el pensamiento revolu- cionario de Benedetti entre la visión de una sociedad socialista cuyo na- cimiento forzado involucraría una ruptura violenta con el ya existente sistema capitalista liberal y una ética que condenaba de antemano esa misma violencia revolucionaria necesaria. Con el ensayo “El escritor latinoamericano y la revolución posible”, escrito en un período de amenaza y represión cada vez más agudas en- tre la pérdida electoral del Frente Amplio en noviembre de 1971, y la derrota (que en ese momento parecía definitiva) de la izquierda entera, completada por el golpe militar de junio de 1973, Benedetti compuso la más personal de sus declaraciones políticas (o, lo que sería igualmente cierto, la más política de sus declaraciones personales), puesto que su enfoque principal, aunque siempre dentro de un proceso socialista y revolucionario, son las responsabilidades y el efecto del trabajo litera- rio y cultural, evidentemente el sector social y laboral al cual pertene- cía él mismo. Por lo tanto, en esta sección comentaremos este ensayo como una suerte de resumen y cuasi testamento político, aclarando e iluminando sus afirmaciones con observaciones sacadas de otros escri- tos contemporáneos, desde artículos periodísticos publicados durante la campaña electoral hasta ensayos culturales o literarios de los dos años que conducen al exilio forzoso del autor en enero de 1974.

178- Régis Debray, ¿Revolución en la revolución?, La Habana, Casa de las Américas, 1967. A pesar de que Debray opinaba que en el Uruguay del momento no existían “condiciones inmediatas de lucha armada” (p. 108), evaluación rechazada por el mln y sus simpatizantes, las recomendaciones implícitas del final del libro estaban claras: “Después de la Revolución Cubana, después de la invasión de Santo Domingo, existe en la América Latina un estado de emergencia (...) Todo ocurre, pues, como si hubiera necesidad de centrar los esfuerzos en la organización práctica de la lucha armada para contribuir a la unidad sobre la base de los principios del marxismo-leninismo (...) En una situación histórica dada puede haber mil maneras de ha- blar de la Revolución, pero hay una concordancia necesaria entre todos los que se han decidido a hacerla” (pp. 109-110, cursiva en el original). Debido al evidente fracaso de este intento de repetir la Revolución Cubana en otras partes del continente, algunos años más tarde Debray sintió la obligación de hacer su propia autocrítica en los dos volúmenes de La crítica de las armas, México, Siglo xxi, 1975.

~202~ La primera tarea de cualquier política del prójimo es saber quién for- ma parte de esta categoría humana y social y quién no. Para Benedetti no cabían dudas al respecto. Como escribía en “Ética con imaginación, y viceversa” (en julio de 1971), ya que “el capitalismo es el fenómeno más inmoral de nuestro tiempo” (EP, p. 40), “el prójimo no es el lati- fundista o el banquero que amuralla el dividendo, sino que el prójimo es el próximo (...), el vecino, el verdadero semejante, el que trabaja jun- to a él, codo con codo” (EP, p. 41). La omisión indicada por los puntos suspensivos era, una vez más, esa frase tan importante para Benedetti que había sacado de su lectura de Antonio Machado en 1965: “En caso de vida o muerte, se debe estar siempre con el más prójimo” (SAO, p. 132; EP, p. 41), esa misma solidaridad y empatía que en las “nutridas manifestaciones obreras y otras combativas concentraciones populares” había determinado que “no sólo ha cambiado el rostro colectivo de esas movilizaciones, sino que además se ha transformado cada rostro indivi- dual” (“El vencedor derrotado” [6 de setiembre de 1972], EP, p. 222). Esta breve secuencia de citas permite ver claramente cómo en el uni- verso intelectual y literario de Benedetti la combinación de lo ético y lo estético culmina en lo político. La clave radica en este verdadero semejante cuyo rostro es tan transparentemente legible según las bases de la sencilla estética realista que Benedetti venía prefiriendo desde los años cincuenta, y que ahora le permitía identificar quién era un autén- tico prójimo confiable y quién no. Lo único que faltaba para convertir este nudo moral y perceptible en la piedra de toque de una política del prójimo era la oposición amigo/enemigo que, en los discursos y decla- raciones del Movimiento 26 de Marzo, posteriormente suprimidos de su bibliografía activa, como vimos en el capítulo anterior, Benedetti le tomó prestado al mln. En los ensayos reeditados en 1985, en cambio, se lo proporcionaba Líber Seregni en un discurso pronunciado como presidente del primer Frente Amplio: “Es necesario que quede claro quiénes son los amigos y quiénes los enemigos del pueblo”. En un matiz tan benedettiano como su firma, el autor comentaba en seguida que tal claridad solo tendría pleno valor si las posiciones y consignas que la expresaran tuvieran “el sólido respaldo de sus correspondientes actitu- des” (“Una máquina infernal” [4 de agosto de 1972], EP, p. 194). El círculo está cerrado: irónicamente, el momento que mejor encapsula la coherencia de ética y estética en la trayectoria de Benedetti es también su momento más político, el que es a su vez el de más difícil acceso por los lectores actuales debido a la poca o nula disponibilidad de las

~203~ obras pertinentes. Reclamar la republicación de las obras desaparecidas: otra razón de más para leer a Benedetti desde la política y no a pesar de ella. En “El escritor latinoamericano” el tema del prójimo aparece estre- chamente relacionado con el de la soledad del creador literario o artís- tico: “El pueblo es el único poder capaz de expropiar nuestra soledad de escritores (...) ese prójimo colectivo nos indemnizará: con nuevos valores, con nueva conciencia, con una solidaridad que no tiene precio” (ELR, p. 101), generalizando lo que ya había expresado un su introduc- ción testimonial sobre su experiencia primero en Cuba y después con M26 en Uruguay (ELR, pp. 16-17). Ya que Benedetti veía la soledad del creador como ineludiblemente vinculado a un sentimiento de orgu- llo o soberbia individual surgido de su supuesta unicidad como intelec- tual solitario, en 1972 pudo modificar su enfoque sobre el concepto del intelectual o artista como “conciencia crítica de su sociedad”, tarea que “tenía todo el derecho” de emprender, pero siempre “en cuanto ciuda- dano, en cuanto parte integrante de una comunidad y no por el hecho fortuito (o privilegiado) de ser un intelectual”. Solo así se convertía el “ejercicio crítico” en “rasgo de humildad”, la crítica social volviéndose autocrítica al hacerse no “desde un pedestal” sino entre pares igualmen- te comprometidos con un mismo proceso, todos los cuales (incluso los intelectuales) asumían su “cuota parte de las culpas y los errores colectivos” (ELR, p. 162). Benedetti no negaba que el intelectual, es- critor o artista pudiera tener un conocimiento especializado o cierta sensibilidad poco común (no toca el tema); prefería subrayar el cambio de prioridades respecto a la aplicación en la sociedad de cualquier forma de arte u oficio: la libertad de ejercerlo era otorgada por y dentro del cuerpo social y no construida desde alguna ilusoria atalaya individual erigida artificialmente fuera de él. Sostener que la adopción de tal pos- tura hacia el trabajo intelectual equivale al antiintelectualismo, como lo hace Gilman en Entre la pluma y el fusil (ver arriba la Introducción), es pecar de la misma soberbia que Benedetti condenaba. Como él mismo había anticipado, “la modestia es algo así como una sintaxis revolucio- naria”, por lo cual se entiende que, por difícil que resultara aprender a expresarse a través de la nueva perspectiva implicada en este lenguaje insólito, a la larga se incorporaría a la vida y obra del artista o escritor —y en el quehacer cotidiano de cualquier otro trabajador o profesio- nal— como lo que era para Benedetti: “una normal consecuencia de su integración en un proceso mayor” (ELR, p. 105). Como escritor, es en

~204~ su poesía donde se puede apreciar el intento de traducir estos preceptos en una poética que buscara prescindir de la voz lírica individual, del yo de la voz hablante, desde Quemar las naves (1969), pasando por El cumpleaños de Juan Ángel (1971), hasta llegar a otro libro-collage, Letras de emergencia (1973), que comentamos en el apartado siguiente.

De transiciones, participaciones y otras emergencias El “proceso mayor” que más conocía Benedetti era, por supuesto, el cu- bano, y la Revolución Cubana es una presencia imprescindible en El escritor latinoamericano desde el primer párrafo hasta el último. Escri- biendo cuando ya era casi segura la derrota en Uruguay de la causa re- volucionaria que el autor apoyaba, Benedetti empezó así: “El asalto al cuartel Moncada era un asalto a lo imposible” pero “aquel asalto a lo imposible hizo posible la revolución, no sólo para Cuba sino para la América Latina” (ELR, p. 85).179 Después de establecer la dimensión tanto uruguaya como histórica y continental de las revoluciones lati- noamericanas a través de una analogía entre Fidel Castro en 1953 y José Artigas en 1816 (ELR, pp. 85-86), pasó a esbozar la consigna y la tarea para los intelectuales revolucionarios como él: “Hoy” [1973], “veinte años después” “de ese inolvidable 26 de julio” (ERP, pp. 87 y 106-107), “toda la América Latina vive el arduo proceso de convertir sus reveses en victorias” (ELR, p. 86), apropiación de una frase de Fidel en 1970 (ELR, p. 85) que Benedetti ya había aprovechado en el contexto uru- guayo en setiembre de 1972 para recordarles a los “señores vencedores” que “el pueblo siempre encuentra el camino para convertir sus reveses en victorias” (EP, p. 223). Se trataba de superar una revolución utópica, “im- posible” por ser no asaltable, con una posible, como la cubana, por estar “hecha con y por hombres y mujeres de carne y hueso” (...) “para que, a nivel latinoamericano, la revolución posible se convierta sencillamente en revolución” (ELR, pp. 106-107 y 111, cursivas en el original): La incanjeable lección de Cuba es haber demostrado, a fuerza de ima- ginación, de trabajo y de coraje, que el dominio imperialista no era obligatoriamente vitalicio, que la aparente inexpugnabilidad del po- deroso tenía, sin embargo, sus grietas, y que la voluntad creadora y vi- tal de todo un pueblo podía derrotar a esos fríos artífices del derroche, a esos cibernéticos administradores de la muerte (ELR, pp. 90-91).

179- Lección que Benedetti aplicó al caso uruguayo al final de un texto leído como dirigente del Mo- vimiento 26 de Marzo en la audición El pueblo responde el 9 de abril de 1973 (TD, p. 265).

~205~ Esta frase resume por qué, durante los años sesenta y setenta del siglo pasado, Benedetti y tantos otros latinoamericanos podían tomar la Revolución Cubana como ejemplo, cuando no modelo exacto, de sus propios procesos nacionales: junto con otros países menos cerca- nos como Vietnam y Argelia (ELR, p. 90), Cuba había comprobado que el carapacho ideológico del capitalismo imperialista tenía fisuras —el concepto “grietas” adquiere aquí su matiz más liberador— por las cuales podían colarse hasta las colectividades que pesaban menos en la balanza de la importancia geopolítica global. De allí el doble papel de “la voluntad creadora y vital de todo un pueblo”: primero, como origen de ese voluntarismo excesivo que, a través de la exitosa lucha encabezada por Fidel Castro en Cuba, la derrotada de Gueva- ra en Bolivia y la teoría del foco en Debray, abrió caminos hacia la posición política del mln y M26, y el pensamiento político de Be- nedetti mismo; y segundo, en el caso específico de Benedetti, como eufemismo que permitía eludir una expresión explícita de un vehículo para el impulso revolucionario que no fuera la lucha armada que re- chazaba, ya que, para la izquierda, esta era en ese entonces la única alternativa viable a la opción democrática de la que Benedetti tanto desconfiaba desde hacía más de una década. La elaborada densidad e intensidad retórica de las últimas metáforas encubre esta ausencia, al mismo tiempo que confirma dos de las constantes actitudes viscerales que como puentes subterráneos refuerzan la perspectiva moral del autor: “esos fríos artífices del derroche” rezuma un fuerte sentimiento de asco hacia el consumismo frenético generado dentro del animal ca- pitalista por la sed de ganancias; “esos cibernéticos administradores de la muerte” imparte una repugnancia instintiva ante el asesinato im- personal y a distancia de miles o millones de individuos posibilitado por la incipiente computación electrónica, mecanizado universo letal que niega de plano el papel que tiene en el mundo humano y moral de Benedetti el reconocimiento del rostro del prójimo. Esta convicción acerca de la inhumanidad inherente en el capitalismo parece ser lo que más motivaba la buena disposición que tenía Bene- detti de ser hombre de transición en el proceso largo de construir un sistema socialista que la destruyera. El 2 de julio de 1971, empezó su nota semanal para Marcha con una cita de Líber Seregni: “Vivimos en tiempos de transición (...) y si el Frente Amplio encabeza esa transición, es porque él mismo vive en su intimidad esa transición”, frase que de paso indica que Benedetti no era el único que describiese el funcio-

~206~ namiento de un ente amorfo como una coalición política de centro- izquierda como si fuera un alma humana. En seguida el autor glosaba la cita así: “Tiempos de transición forman hombres de transición. Pero esos individuos, que quieren dejar de ser el hombre viejo y que sin em- bargo todavía no son el hombre nuevo, resultan, pese a todo, fundamen- tales para una transformación revolucionaria”. Remató este comentario guevarista opinando que “un hombre de transición” era “algo así como un puente levadizo”180 entre “sus inhibiciones y temores” y “su valor cívico y su innato sentido de justicia”, aunque se puede objetar que es solo el “innato sentido de justicia” de Benedetti el que quiere y permite ver como ya formadas, actitudes que el proceso transicional en muchos casos se vería obligado a construir o amoldar. Y es quizás este mismo optimismo ingenuo que enlaza en la misma frase este “innato sentido de justicia” del individuo con el marxismo simplista implícito en “el natural impulso de la historia” hacia un futuro revolucionario (EP, p. 34). Otra vez vemos que Benedetti sólo difícilmente se daba cuenta de lo resbaladiza y engañosa que podía ser su tendencia de sustituir por un desinteresado análisis histórico y político, su habitual preferencia por una evaluación moralista. Sin embargo, es este mismo sentimiento esperanzado que puede con- ducir a Benedetti a pasar a los “ciudadanos de este Uruguay 1971” a través del puente no levadizo de un poema de su amigo y compañero poeta cubano Roberto Fernández Retamar, “Usted tenía razón, Tallet: somos hombres de transición”.181 Pasa por alto la diferencia entre ser escritor en el Uruguay de 1971 y escribir como hombre de transición hacia una revolución triunfante después del proceso —situación de Fer- nández Retamar, que volvió a Cuba después de enero de 1959, y vivió la angustia sorda de haber sobrevivido acaso solo por no haber estado, sensación oscura y opresora que parece contaminar lo que es para él la transición: “entre lo que no queremos ser más, y hubiéramos preferido no ser, y lo que todavía querríamos ser, / y lo que queremos, lo que queremos llegar a ser un día, si tenemos tiempo y corazón y entrañas” (EP, pp. 34-35).

180- El problema con los puentes levadizos es que si bajan también pueden levantarse. Por eso el estribillo de la sección final del poema titular deContra los puentes levadizos (1965-1966) versaba “que baje el puente y se quede abajo”, y sus últimas palabras nos aclaran que “yo estoy contra los puentes levadizos” (IU, pp. 390-391). 181- El poema entero se encuentra en Roberto Fernández Retamar, Poesía reunida, La Habana, Edi- ciones Unión, 1966, pp. 324-327.

~207~ Para Benedetti, la clave de la superación de cualquier carencia experi- mentada como elemento inevitable de los tiempos y seres de transición es el “constante aprendizaje” de la participación: “solo participando se adquiere el derecho a revolucionar” (EP, pp. 36-37). En el contexto uruguayo del momento, el lugar que mejor expresaba este deseo parti- cipativo era el comité de base dentro de la estructura del Frente Amplio: “el cimiento de una nueva concepción participante, un nuevo estamen- to dentro de una real democracia nacional, (...) la insoslayable garantía de que el país, después de encontrado el rumbo, no lo pierda” (EP, p. 41). Que no haya malentendido: la palabra “rumbo”, recordando el “camino” de signo revolucionario y socialista, indica que por “real de- mocracia nacional” Benedetti no estaba pidiendo alguna reformulación del parlamentarismo electoral, sino más bien la reproducción en el co- mité local del Frente Amplio de la participación directa al nivel barrial y laboral que había visto en el estado socialista cubano: El socialismo “a la cubana” contiene pachanga, ron y un cierto caos bienhumorado, pero también lucidez, patriotismo y generosidad. Es lo que el pueblo cubano es. Y quieras que no, el marco legal existe. La manzana del barrio es como la base de una pirámide. De allí surgen iniciativas, críticas y candidaturas. Cada vecino hace la defensa de su candidato; a veces hay siete u ocho candidatos en una manzana. Si al hacerse la votación alguno tiene la mitad más uno de los votos, ya queda elegido como candidato para esa manzana para participar en otro nivel (...); y el mismo procedimiento a nivel municipal, provin- cial y nacional (...) ¿Se puede decir que eso no es democracia? Creo que es otro tipo de democracia (...) Es cierto que el Partido tiene allí una gravitación decisiva, es el motor de la revolución. Eso es evidente (...) En realidad, se elige a los electores y éstos eligen a su vez. No es voto directo. Pero en Estados Unidos y en Brasil tampoco es directo. Ahora bien: ¿cuál sistema prefiero? Tal vez lo ideal sería un sistema que combine a ambos. Dentro de la revolución todas las discrepancias se expresan, se escu- chan y se admiten (...) los lugares de trabajo son en Cuba (...) formi- dables centros de irradiación y discusión políticas, ámbitos fermenta- les en ese sentido. A nadie se le ocurriría quedarse con el entripado de una crítica o una iniciativa, pudiendo volcarlas allí. Si la iniciativa es compartida, crece y se desarrolla. Si no lo es, (...) allí muere (aunque la propuesta venga de un miembro del Partido).182

182- Palabras de Benedetti en Hugo Alfaro, Mario Benedetti (detrás de un vidrio claro), Montevideo, Trilce, 1986, pp. 79-81.

~208~ Esta cita muy larga tiene como propósito demostrar que Benedetti veía como alternativa practicable a la democracia parlamentaria otra en que la voluntad individual se expresara a través de su siempre posible inciden- cia directa en los distintos niveles de una autoridad única verticalmente jerarquizada. Como ejemplo de su sistema preferido, el comité de base del Frente Amplio funcionaba como el punto de convergencia entre la autoridad vertical dentro del Frente como partido y el eje horizontal de las relaciones entre los grupos que lo componían. En los dos casos, el fun- cionamiento revolucionario cubano y el sistema interno frenteamplista, lo importante para Benedetti era la participación directa potencialmente constante o regular del individuo en decisiones que podían determinar, según su suerte a niveles cada vez superiores, el rumbo que siguieran im- portantes políticas específicas en todos los ámbitos. En El escritor latinoamericano y la revolución posible, tal participación se da, como es de esperar, en el campo del trabajo cultural y, sobre todo, literario, y se manifiesta en dos tipos de obra: las más bien propagan- dísticas de alcance y plazo cortos (“poemas de emergencia, letras de canciones y fundamentalmente textos políticos”), y las de corte estético e intelectual más complejo, como una novela (ELR, p. 22), cuyos posi- bles efectos ideológicos de largo plazo podrían ayudar a que un “lector cómplice”, del tipo necesario para la apreciación de obras como las de un Robbe-Grillet o Rayuela de Cortázar, se transformara en lector críti- co y participante en un proceso que no fuera minoritario sino solidario (ELR, pp. 99 y 102-104). Las del primer tipo eran a principios de los setenta las más impor- tantes para Benedetti, porque su creación era posible durante el poco y fragmentado tiempo permitido por (o robado a) las presiones de las ac- tividades políticas (ELR, pp. 22-23 y 99), como los ensayos o artículos semanales de Crónicas del 71 y Terremoto y después, o más bien porque surgían como parte de trabajos de equipo con músicos y otros artistas y escritores que eran elemento integral de la militancia, producto de es- fuerzos más plurales o colectivos en que Benedetti mismo trataba “en lo posible de sentirse y de ser integrante de un pueblo”.183 El contexto de producción de tales piezas se expresaba bien en el título de un libro que

183- Juan Gelman, “Mario Benedetti: el escritor es un trabajador como tantos”, Crisis, 19, noviembre de 1974, p. 42 de pp. 40-50. En esta entrevista de los primeros meses de lo que sería un exilio de doce años, concedida a un argentino que era tan amigo y poeta compañero como, en otros contextos, el salvadoreño Roque Dalton y el cubano Roberto Fernández Retamar, Benedetti dio un primer resumen de sus actividades literarias y políticas de los años alrededor de 1970.

~209~ contenía gran parte de ellas, Letras de emergencia, volumen que, como la primera edición de El escritor latinoamericano, tenía que salir por la casi improvisada editorial Alfa Argentina después del golpe militar en Uruguay (el prólogo está fechado “julio de 1973” [LE, p. 13]). Letras de emergencias es, después del antes comentado Cuaderno cubano, el segundo libro-entrevero o libro-collage de Benedetti antes de Despistes y franquezas, el primero reconocido como tal, y tiene también en común con Cuaderno el estado de haber desaparecido de la bibliografía activa de su autor después de los años setenta del siglo pasado.184 Letras de emergencia era expresión directa de esa consigna clamada en el título y las palabras finales de un discurso pronunciado el 14 de julio de 1972 como líder del Movimiento de Independientes 26 de Marzo: “Re- volución es participación” (TD, pp. 104 y 114), reiterada en Letras (LE, p. 18) y en El escritor latinoamericano porque “la revolución posible trae consigo, pues, un posible arte revolucionario” (ELR, pp. 98-99). Tales “letras de emergencia” eran textos de transición en el sentido de ser pro- pios de un período de lucha y tensiones cuyo fin era hacer realidad una revolución socialista: literatura “directamente motivada por la coyuntura, y también claramente destinada a desempeñar una función social o po- lítica”, pero siempre “como literatura” (LE, p. 9), en este caso “literatura de emergencia (...) sin pretensiones de eternidad. Porque esta imagen de mi país es provisoria. Si no lo creyera así, mi pronóstico sería muy sombrío, y no lo es” (LE, pp. 9-10). O sea, este arte y estas letras eran de emergencia también en un segundo sentido: aparecieron en “el instante en que el pueblo emerge, en que el pueblo afirma su presencia soberana” (LE, p. 10). Benedetti no quería que tales obras de corto plazo fueran panfletarias como “ciertas intervenciones de Lenin, Fanon o elChe ” (LE, p. 8) porque se trataba de ejemplos de la invención literaria que excluye toda demagogia (LE, p. 9) —en este caso: canciones, poemas, fábulas y un cuento—, aunque el discurso “Canto libre y arte de emergencia”, que funciona como introducción al libro, tiene bastante de panfleto en cuan- to alegato a favor de ese “arte de emergencia”. Benedetti pronunció este discurso el 28 de mayo de 1972 en nombre de “la Agrupación de Trabajo Cultural del Movimiento de Indepen-

184- Sin embargo, el cuento “Relevo de pruebas” se encuentra entre los de Con y sin nostalgia (CC, pp. 312-317), los poemas y canciones en Inventario Uno (IU, pp. 289-345) y parte del discurso “Canto libre y arte de emergencia” en Daniel Viglietti, desalambrado (DVD, pp. 50-55). O sea, sólo falta pre- cisamente lo que define a Letras de emergencia como muestra de tal “arte de emergencia”: el prólogo y la segunda mitad del discurso, más el indudable impacto ideológico del conjunto, debilitado si no obliterado por la desarticulación de los elementos todavía disponibles.

~210~ dientes 26 de Marzo” (LE, p. 16),185 lo cual tal vez explique, por lo menos en parte, una complicada historia editorial posterior que es a su manera muestra condensada de un intenso momento histórico y de sus consecuencias en la vida y obra de Benedetti. “Canto libre y arte de emergencia” era también una evaluación pre- liminar de dos artistas que practicaban la forma de arte que avalaba: Daniel Viglietti, el cantautor cuya breve detención por las autoridades en mayo de 1972 fue el motivo inmediato del acto celebrado el día 28; e Íbero Gutiérrez, joven de 22 años, estudiante, poeta, pintor y mili- tante del M26, cuyo cadáver torturado había amanecido en una calle de Montevideo dos meses antes. La primera mitad del texto, dedicada a Viglietti (LE, pp. 17-24), se reprodujo —aunque sin mención alguna del M26— en el estudio que Benedetti le dedicó a Viglietti (DV, pp. 48-54), libro que, al salir en España en diciembre de 1974, fue de he- cho si no de propósito una de las primeras denuncias de la dictadura uruguaya publicadas por Benedetti en Europa durante su exilio. Las mismas páginas reaparecieron intactas en la edición actualizada de ese volumen que Benedetti sacó en Uruguay más de treinta años después (DVD, pp. 50-55). Por tanto, aparecen también en esas tres ocasio- nes las frases en que el autor estableció el vínculo estrecho entre cierta práctica artística y las exigencias políticas del momento, las cuales dic- taminaban que los intereses ideológicos colectivos predominaran sobre cualquier preferencia estética individual: El hecho de que hoy todos estemos haciendo un arte de emergencia: canciones o afiches, fábulas o panfletos, no significa que consideremos que éstas sean las formas más depuradas o más profundas. Simple- mente aportamos nuestras herramientas, aportamos lo que creemos puede servir, puede contribuir en alguna medida a que el impulso revolucionario se haga —como canta Daniel— “pueblo de voces / aire desatado”. (LE, pp. 23-24; DV, p. 54; DVD, p. 55) El caso de la sección de “Canto libre” sobre Gutiérrez es por un lado mucho más sencillo (a partir de su primera versión [LE, pp. 24-29], simplemente se suprimió); pero esta ausencia ha sido complementada por dos textos posteriores, secuencia de supresión y sucedáneos estre- chamente vinculada a la historia de la progresiva reevaluación de toda

185- Paralelo a su propio activismo como dirigente del Movimiento 26 de Marzo, Benedetti fundó esta Agrupación para militantes que querían participar a través de actividades específicamente culturales (ELR, p. 17). Entre los aproximadamente cincuenta miembros figuraban algunos nombres bien cono- cidos: Hugo Alfaro, Híber Conteris, Sylvia Lago, Idea Vilariño, por ejemplo. Ver Eduardo Rey Tristán, A la vuelta de la esquina, Montevideo, Fin de Siglo, 2006, p. 348.

~211~ la obra del joven artista asesinado, destino que, en muchos sentidos más graves que el más evidente, es lo peor que le puede pasar a un buen poeta que no pudo vivir lo necesario para ser, en el sentido lite- rario o artístico, más que una promesa. Su muerte sangrienta y cruel a manos de un enemigo despiadado y feroz garantiza que su nombre sigue al alcance de todos, pero al costo de una justa apreciación de su arte (sobre todo en casos como el de Gutiérrez, que no llegó a publicar en vida un solo libro entero). El poeta asesinado sufre una segunda muerte, irónicamente a manos de sus propios compañeros, porque en palabras de Benedetti, “la escueta línea que cuenta cada holocausto, esa línea es poesía” (LPC, p. 16; ELR, p. 155), anteponiendo la vida a la obra. Quizá en parte con la ayuda involuntaria y póstuma de la censura dictatorial de las mismas fuerzas militares que lo mataron, Gutiérrez ha logrado sobrevivir esta segunda muerte, aunque ha tenido que esperar hasta la primera década del siglo veintiuno una reconsideración apasio- nada pero más desinteresada de una obra que solo pudo salir a la luz pública después de recuperada una democracia cuya versión desvirtua- da de los años sesenta del siglo pasado Gutiérrez, como Benedetti, había querido ver derrocada.186 Las dos publicaciones de Benedetti que sustituyen los párrafos supri- midos de “Canto libre y arte de emergencia” juegan un papel impor- tante en esta trayectoria. En Poesía trunca, antología poética de obras de poetas muertos en la lucha revolucionaria editada en Cuba en 1977 y dos años más tarde en España, Benedetti subrayaba la posición de Gutiérrez como poeta guerrillero, e incluía las que eran por mucho tiempo las únicas poesías de Gutiérrez disponibles para cualquier públi- co lector, ya que su circulación estaba prohibida en Uruguay hasta 1985 (PT, pp. 121-135). El ensayo “Amnistía para Ibero Gutiérrez” (LU, pp. 381-386), escrito en Madrid el 27 de febrero de 1985 para hacer notar el decimotercer aniversario del asesinato del poeta, si no escamoteaba su linaje político radical, enfatizaba la necesidad de rescatar a la poesía y a su autor para el público lector posterior. Dicho de otro modo, en el discurso original, Benedetti subrayaba el papel que Gutiérrez po-

186- Ibero Gutiérrez, Obra junta (1966-1972) (compilada y anotada por Laura Oreggioni y Luis Bravo), Montevideo, Estuario, 2009, reúne y actualiza dos volúmenes de poesía publicados en 1987 y 1992. Elbio Ferrario (coord.), Ibero Gutiérrez: Juventud, arte y política, Montevideo, imc/mume, 2009, permite una mayor apreciación de su obra plástica. Vania Markarian sitúa la contribución de Gutiérrez dentro de un retrato de su época en El 68 uruguayo: El movimiento estudiantil entre molotovs y música beat, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2012, pp. 114-119, mientras Luis Bravo lo devuelve a la historia de la poesía nacional en Voz y palabra: historia transversal de la poesía uruguaya 1950-1973, Montevideo, Estuario, 2012, pp. 268-274.

~212~ día jugar como poeta martirizado en la lucha revolucionaria todavía en curso, pero su buen gusto de compañero tanto político como poético lo conducía después a encabezar otro tipo de campaña, la de la reha- bilitación de su colega asesinado dentro de otra categoría triste: la de los poetas uruguayos que murieron antes de tiempo: Julio Herrera y Reissig (1875-1910), Humberto Megget (1926-1951) o Julio Inverso (1963-1999). De las cinco secciones de Letras de emergencia, la más extensa es la de canciones, los “Versos para cantar”. Con estos, Benedetti se juntaba a la larga lista de poetas del siglo veinte desde, por ejemplo, García Lorca con su Romancero gitano, que conocieron el placer de escuchar cómo sus palabras cantadas llegaban a los oídos de espectadores corporal y espiritualmente presentes y atentos (LE, pp. 11-12), cumpliendo en este caso con uno de los propósitos del “arte de emergencia” al llevar un claro y sencillo mensaje político a un público más amplio que el alcanzado por cualquier página literaria impresa.187 Dirigidos a veces a compañeros: “Ahora apretamos los puños/porque es nuestra la pelea / vamos a ganar la paz/con paz o con lo que sea (...) cielito cielito cielito / como era de suponer / somos modestos queremos / sólo pueblo en el poder” (“Cielito del 26”, LE, pp. 63-64); otras a adversarios: “nada va a quedar igual / cielito pero qué suerte / dejennós [sic] la pobre vida / guardensé [sic] la rica muerte” (“Cielito de los muchachos”, LE, p. 57); pero siempre la misma voz de alerta: “que vengan o que no vengan / al pueblo nadie lo asfixia / que acabe la caridad / y que empiece la justicia (...) borrar y empezar de nuevo / y empezar pese a quien pese” (“Cielito del 69”, LE, pp. 35-36) o “en la tarde herida / y en la vida abierta / pasa algo sencillo / se acabó la siesta” (“Tango para un fin de siesta”, LE, p. 55). En la canción, la brevedad y las exigencias métricas y musicales hacen difícil moralizar; más bien favorecen la imagen concreta y la lla- mada a la acción.188

187- Sobre el “Benedetti musicalizado”, ver Jorge Basilago y Guillermo Pellegrino, “La canción de Mario. Benedetti musicalizado”, en Fundación Mario Benedetti, Primer Premio Internacional de Ensayo Mario Benedetti, Montevideo, Seix Barral, 2012, pp. 117-243; Hamid Nazabay, Canto popular: historia y referentes, Montevideo, Cruz del Sur, 2013, pp. 177-240 passim y 486-488. Clara comprobación de la eficacia de los esfuerzos de Benedetti en este campo es la apreciación de “Cielito del 69” en Bravo, Voz y palabra, p. 168. 188- El parecido con versos que Benedetti cita de algunas canciones de Viglietti es notable: “Papel contra balas / no puede servir / canción desarmada / no enfrenta a un fusil” (“Sólo digo compañeros”), “estrofa [comentaba Benedetti] que podía servir como un arte poética de Viglietti” en los primeros años setenta, o “Al escuadrón de la vida / nadie lo puede matar, / el amor y la ternura / ya aprendieron a pelear” (“Lamarca”) (DV, pp. 72 y 74-75; DVD, pp. 74 y 198).

~213~ A las canciones las seguían dos secciones de narración breve. La pri- mera era un solo cuento, “Relevo de pruebas”, inspirado en un inten- to real por la cia de infiltrar los servicios de inteligencia cubanos a través de la seducción de un funcionario diplomático por una joven uruguaya (LE, pp. 10-11). El cuento funciona según una bien trabaja- da fórmula benedettiana: la inversión irónica y humorística de valores convencionalmente vistos como normales. Comienza así: “Hoy traigo dos pecados, padre. ¿Sabe cuál es el número uno? Que no me confieso ni comulgo desde hace años”. El resto del relato narra los vericuetos del pecado número dos, terminando así: “Dígame francamente, padre Mo- rales: ¿Usted cree que es pecado mortal enamorarse de un comunista casado?” (LE, pp. 85 y 94). La sección siguiente, “Fábulas sin moraleja” (LE, pp. 97-115), es la sección que menos ha sobrevivido, quizá, las consecuencias del paso del tiempo, ya que consiste de breves alegorías fáciles inventadas para burlar la censura de ciertos temas políticamente candentes del momento (LE, p. 12). Pasa lo contrario, sin embargo, con los poemas de “Versos para ru- miar” y “Tres odas provisorias”, las dos secciones finales de Letras de emergencia, ya que al leer estos textos décadas después de la desaparición del contorno urgente de su composición, por mucho que se adhiriesen a la calidad “provisoria” que Benedetti identificaba como elemento in- eludible de su “arte de emergencia” (LE, p. 9), siguen dando mucho para “rumiar”. Como “Relevo de pruebas”, muchas de estas poesías funcionan a través de la inversión de elementos semánticos convencio- nales, pero hay que agregar que ponen de patas arriba su mundo verbal de manera mucho más subversiva: “desinformémonos / proclamemos al mundo la mentidad y la verdira” (LE, p. 140). Las primeras dos rezu- man el disgusto y repugnancia que sentía Benedetti por esa democracia hipócrita de los años sesenta y setenta que permitía o practicaba exac- tamente lo que socavaba la moralidad que hipócritamente decía apoyar y defender. En “Noche de sábado” (también publicada en Crónicas del 71, pp. 224-227), anticipando su victoria en la víspera de las elecciones nacionales de 1971, “toda la democracia salió a la calle / democracia la buena / la dulce troglodita / la melosa del crimen / la humilde del garrote” (LE, p. 119), pero “también el pueblo jura futuro / degüello por experiencia / salvajes tengan paciencia / consigna inodora (...) / del mismísimo aparicio” [Saravia] tan mentado por los demócratas del Par- tido Nacional (LE, p. 121). Sería esa la misma democracia garantizada por el imperialismo norteamericano que la lección de gramática en “Ser

~214~ y estar” quisiera ayudar a derrocar: “en cambio / un hombre está listo / cuando ustedes / oh marine / oh boy / aparecen en el horizonte / para inyectarle democracia” (LE, p. 124, cursiva en el original). La mordaza no puede callar lo que ya se sabe de sobra porque “todos hablamos / por todas las paredes” (“Oda a la mordaza”, LE, p. 152 de pp. 150-142); el apagón, por “grande y extendido” que sea, no puede impedir “que llegue / inexorable / el día” (“Oda al apagón”, LE, pp. 153-154); en la “Oda a la pacificación”, “quien pacifique a los pacifi- cadores un buen pacificador será” (LE, p. 149); y el torturador que se ve en el espejo descubre: “aunque nadie te mate / sos cadáver”. Todas estas inversiones ingeniosas propagandísticas obedecen al mismo esque- ma que rige el ensayo El escritor latinoamericano y la revolución posible: la secuencia de reveses o contratiempos temporales que conduce a ese último reordenamiento decisivo que será la “victoria del vencido”, cuya derrota nunca es final porque “se liga con la tierra / y germina y renace” (LE, pp. 131-132). De todas estas oposiciones quizá la más llamativa es la yuxtaposición del Benedetti-hijo con el Benedetti-ciudadano y militante en “Casi un réquiem” (LE, p. 127). Frente a los crímenes del Presidente Nixon, las bombas en Vietnam y a un primer ministro británico Heath que vende armas a sus aliados racistas en Sudáfrica: aquí en montevideo eficaces torturadores compran tiernos regalos para dejar en esta noche de reyes a sus bien alimentados pichones todo eso mientras mi padre que fue un hombre decente y generoso se asfixia y muere en la pieza 101 Fechado “enero 5 de 1971”, sin puntuación alguna, este poema es una osada adaptación a una situación íntima y triste de una estética poética, ensayada por primera vez en “El surco”, “La señora de Lot”, “Artigas” y “Con permiso” (IU, pp. 355-363) de la colección Quemas las naves (1968-1969), que permite juntar las elipsis y los atajos de la poesía lírica con las estructuras, técnicas narrativas y el lenguaje de la novela o del cuento, combinación desarrollada en la obra de Benedetti hasta alcanzar (y agotar) su máxima potencialidad en ese matrimonio experimental entre poesía política y bildungsroman (novela de aprendi- zaje) épica que es El cumpleaños de Juan Ángel.189 O sea, es un modo de

189- Estéticamente, esta forma poética va un paso más allá de la poesía conversacional elogiada por Benedetti mismo en su libro de entrevistas Los poetas comunicantes, esa misma “poesía comunicante” cuya hegemonía en la poesía uruguaya de la segunda mitad del siglo veinte se lamenta en Luis Bravo, Voz y palabra, pp. 105-109.

~215~ hacer poesía elaborado para ajustarse a ese período de la vida de mili- tante y de la trayectoria de poeta en que Benedetti intentaba en serio actuar como ciudadano y crear como artista desde un lugar individual e ideológico no regido por un “yo” sino por un “nosotros”. Como pasó a explicar en abril de 1973, en “Militancia”, poema dedicado “A mis compañeros del Movimiento 26 de Marzo” (LE, p. 133): está visto que un pueblo sólo empieza a ser pueblo cuando cada sin- gular necesita perentoriamente su plural y fue precisamente la necesidad de plural la que nos llevó a encontrar- nos y vernos las caras y vernos los miedos y vernos la osadía La convocatoria “perentoria” es lo que llevó a Benedetti mismo a bus- car a sus prójimos entre estos rostros en que reconociera sentimientos y pensamientos como los suyos hasta el punto de sentir con ellos que la militancia “era algo tan normal como el estado civil / y tan colectivo como el tiranos temblad” (LE, p. 135). La semblanza ideológica preva- lecía hasta sobre cualquier apreciación patriótica, y solo después de al- canzar ese grado de conciencia y concientización podía el autor mismo empezar a actuar de acuerdo a un sistema de valores equivalente si no idéntico al que había llevado a su flamante hombre nuevo ficticio Juan Ángel a saber exactamente qué hacer con el amor al prójimo de su yo burgués anterior, Osvaldo Puente: hay que tener mucha confianza en la propia brújula hay que estar muy seguro de la justicia que se quiere muy seguro del amor al próji- mo para apretar el gatillo del odio contra el prójimo y esto es válido aunque el prójimo sea un enorme alcahuete que le yerra por milímetros a tu respiración y luego seas vos quien a pesar de todo sigue respirando (CJA, pp. 126-127)190 En “Militancia”, el mismo impulso tiene que ser repetido al final del poema, casi como si el autor o la voz hablante del poema, que aquí adquiere una relación con el texto tan cercana como el de los escritos políticos publicados en Marcha durante los mismos años, tuviera que convencerse a sí mismo tanto o más que a cualquier lector o compañero: y si una cosa hemos por fin aprendido es que el rencor no vale casi nada

190- Enfatizando aun más el aspecto prosaico, al autor no le importaba donde terminaban las líneas sangradas, como se puede comprobar comparando este formato con el de cualquier otra edición de El cumpleaños.

~216~ pero menos aún vale el perdón así que será útil que vayan sabiendo los buenos los regulares y los malos que si de ahora en adelante caminamos y crecemos y buscamos y hasta cantamos juntos eso no quiere decir de ningún modo que hayamos aprendido a perdonar la militancia también es una memoria de elefante (LE, pp. 136-137) Citar estos versos con la tipografía original permite apreciar cómo la larga secuencia narrativa de las dos líneas que empiezan “que si (...)” irrumpe en una poesía que utiliza la organización sintáctica del habla cotidiana, interrumpiendo su ritmo aparentemente natural con una ca- dencia de verbos en primera persona de plural para mostrar cómo el no- sotros va desplazando, pero sin eliminarlo, al yo de la poesía lírica con- vencional. Como pedía en otro poema ya citado, “desinformémonos / pero también desinformemos”: “amemos al prójimo oligarca / como a nosotros laburantes”. Cuando por fin hubieran logrado reinterpretar la consigna bíblica según una noción de amor debidamente radicalizada y colectivizada, podrían pasar abiertamente a la etapa final: “entonces de- cidámonos / carajo decidámonos / y revolucionémonos” (LE, p. 141). Por poco definida que sea la terminología, esta breve secuencia de poe- mas dramatiza con gran fuerza retórica el empeño y el deseo de lograr transformar al yo hablante individual de la lírica en un nosotros co- lectivo que abrazara a ese yo existencialmente solitario como un lector abrazaba metafóricamente el texto que lo deslumbraba. Juntos, podrían compartir la tranquila confianza de las declaraciones del poema final de la serie: “tenemos una esperanza blanca y prójima / como una paloma que ya no es mensajera” porque la realidad anunciada en el mensaje ya está o viene muy pronto: “tenemos (...) una alegría convicta maniatada y rabiosa / sabemos cómo desatarla y sabemos / que al alba cantarán los gallísimos sueños” (“Gallos sueños”, LE, p. 145). Los lugares comunes (paloma, gallo, alba) no son los fallos de la imaginación que serían sig- nos de una poesía deficiente: más bien, sirven para enfatizar cómo lo ya existente —ahora reencontrado, redefinido pero todavía fácilmente compartido o compartible— puede encontrar un lugar legítimo en el espacio convencionalmente elitista y muy minoritario de una poesía

~217~ ahora concebida desde otra perspectiva menos convencionalmente uni- personal pero tal vez no menos romántica o utópica. No hay palabras mejores que perentoria (arriba citada) y provisoria para caracterizar el “arte de emergencia” que Benedetti ejemplifica y promo- ciona en Letras de emergencia, que termina con “Tres odas provisorias” que nos devuelven a tres factores cotidianamente reales (paz, apagones, mordaza) que exigían la creación de tal arte precisamente porque los actos de amordazar y apagar pueden conseguir la paz del silencio, pero sólo de un tipo exactamente contrario al deseado por Benedetti y sus com- pañeros. De una manera parecida, el ensayo breve que cierra El escritor latinoamericano y la revolución posible, “La embestida anticultural” (ELR, pp. 171-181), también lleva a sus lectores a las realidades del Uruguay de los primeros años setenta, citando o resumiendo párrafos enteros de dos artículos de Crónicas del 71 (“La revolución como hecho cultural” [originalmente en el número de Sur para la semana del 26 de octubre al 6 de noviembre, 1971], C71, pp. 188-191; “Ética con imaginación, y viceversa” [9 de julio de 1971], C71, pp. 77-81; EP, pp. 38-41) y otro de Terremoto y después (“Tan valientes como ilustrados” [5 de enero de 1973], TD, pp. 242-247; EP, pp. 244-248), llevando el título de otro, “La embestida anticultural” ([3 de noviembre de 1972], TD, pp. 184- 188; EP, pp. 230-233). Debe su primicia en El escritor latinoamericano al hecho de no haber podido publicarse antes en la publicación univer- sitaria uruguaya no identificada que lo había encargado, por razones no aclaradas por Benedetti (ELR, p. 8). Además, hace una repetición final de la oposición binaria que rige todos sus escritos, tanto políticos como literarios o culturales, durante esos años de más intensa militancia revolu- cionaria: frente al “proceso de fascistización” en que la cultura es “un tema menor”, Benedetti avala una “concepción socialista” en que “la cultura es siempre un hecho fundamental” por ser “el trampolín hacia una con- ciencia revolucionaria, hacia la plenitud del individuo” (ERP, pp. 171- 172), porque “ninguna inserción de la cultura en el pueblo, y viceversa, se volverá creíble, si antes no se acaba con esta sociedad de privilegios, si antes no se instaura la justicia” (ERP, p. 175). Con esto, sin embargo, solo reitera al final del libro el pensamiento que cerraba el testimonio que sirve como su introducción: si “en esta coyuntura nuestra prioridad es la política” (elección que trae consigo la concentración en un “arte de emer- gencia” de utilidad inmediata que hemos visto ejemplificada en Letras de emergencia), ha sido para poder “contribuir a ganar un mundo justo, donde nuestra prioridad vuelva a ser la literatura” (ERP, pp. 23-24).

~218~ Por lo tanto, Benedetti puede haberse arrepentido posteriormente de ciertas posturas específicas asociadas con su involucramiento político con el Movimiento 26 de Marzo (como vimos en el capítulo anterior) pero no con el compromiso revolucionario que lo había impulsado, simplemente porque para él era la mejor manera que pudiera encon- trar de llevar a la práctica un enfoque sobre el uso de la palabra que había encontrado en una carta de José Martí a Gonzalo de Quesada y Aróstegui: “Ya sabe usted que servir es mi mejor manera de hablar” (“Una máquina infernal”, 4 de agosto de 1972, EP, p. 194). Y si citaba a Martí era mayormente porque Benedetti había hallado en la Revolu- ción Cubana de 1959 un modelo y un ejemplo que podía recomendar y promocionar para sus compatriotas, no solo como escritor a través de lo que escribía y publicaba sino como ciudadano a través de sus activi- dades en el grupo político que ayudaba a fundar y dirigir.191 Es por este doble servicio, como intelectual y como militante, que Julio Cortázar podía escribir al poeta cubano Roberto Fernández Retamar, amigo y compañero de ambos, en estos términos en una carta del 6 de octubre de 1975: “Si me escribes, dame noticias de Mario Benedetti (...) Me dicen que está con ustedes, cosa que deseo de todo corazón. Mario es uno de los hombres más valiosos de nuestro continente y por tanto siempre en peligro”.192

191- Es difícil aceptar un resumen de El escritor como el siguiente, que omite toda mención del con- tenido político aunque parece alabar la “intención” del autor, citando sus propias palabras al respecto: “En El escritor latinoamericano y la revolución posible, [Benedetti] defiende que el escritor no debe limitar su obra a una serie de palabras que se han de buscar en el diccionario, sino que ‘quizá el secreto resida también en la intención última que asume el artista o el escritor(...)’”. Ver Teo Gómez, Mario Benedetti, el poeta cotidiano y profundo, Barcelona, Océano, 2009, p. 201. 192- Julio Cortázar, Cartas IV, 1969-1976, Buenos Aires, Alfaguara, 2012, p. 541.

~219~

Co d a y Co n c l u s i o n e s

La p o l í t i c a d e l p r ó j i m o De s p u é s d e l a m i l i t a n c i a

El problema es no concluir en el final de todo colectivo viviente, en la desaparición lisa y llana del “nosotros”. Nos negamos a decir, con los actores de la Restauración: sólo hay individuos en competencia por la felicidad, y toda fraternidad activa es sospechosa. Alain Badiou (2005)

Co d a

Lo s s u c e d á n e o s d e l t r i u n f o f i n a l

Si terminada la codicia se desatarán los pies del mundo, puede que eso quiera decir que el mundo echará a andar. Enhorabuena. Mario Benedetti (1984) ¿Qué capitalismo no es salvaje? Mario Benedetti (1993)

La larga estela dejada atrás —o como vida futura, anticipada— por la derrota en los años setenta tanto del centro-izquierda en Uruguay como de la revolución en todo el Cono Sur es lo que constituye en este capí- tulo penúltimo la “coda” después de la militancia política de Benedetti. Si su “prioridad” podía “volver a ser la literatura”, era en un contexto que distaba mucho de ser ese “mundo justo” que todavía había espera- do poder “ganar” en noviembre de 1973 (ELR, p. 24). No obstante, desde una perspectiva ideológica o política, este extenso período no se divide tanto entre el exilio y el desexilio, entre una obli- gada estadía en países extranjeros y un regreso al país nativo, sino más bien entre una tregua artificial, impuesta por la dictadura, que traía una retirada inicial de su posición revolucionaria, y su reencuentro con las limitaciones y deficiencias de la democracia representativa uruguaya bajo un capitalismo neoliberal globalizado y monolítico. En esas nuevas circunstancias, Benedetti encontró un camino hacia el redescubrimien- to de una política del prójimo modificada y quizá moderada, aunque también tan poco satisfecha como en 1960 con el mero cumplimiento de ciertas formalidades y libertades electorales. Aunque seguían vigentes las ambivalencias y tensiones entre principios éticos o morales y exigen- cias políticas que siempre habían acompañado la trayectoria intelectual e ideológica de Benedetti, su experiencia de haber vivido y trabajado dos años enteros en la Cuba revolucionaria aseguraba que la revolución

~223~ siempre iba a ser para él mucho más que la pasajera metáfora contra- cultural rebelde que había sido para otros. Ahora servía para impedir que su enfoque sobre la América Latina de fines del siglo veinte fuera un mero reflejo más maduro —y más cansado— de su aproximación al Uruguay de cuarenta años antes. Políticamente, lo que Benedetti tuvo que enfrentar a partir de media- dos de los años setenta del siglo pasado era la derrota y sus consecuen- cias. Si en el exilio Benedetti tuvo que crear lo que Faccini llamaba un discurso contrahegemónico,193 fue precisamente porque la revolución había sido derrotada y el discurso oficial y dominante había pasado a ser en Uruguay y otros países del continente el contrarrevolucionario de la dictadura militar, de la misma manera que a nivel continental y mundial a partir de los ochenta sería el del neoliberalismo económico globalizado, al cual, tanto todavía en el extranjero como después del regreso a casa, Benedetti también buscaba cómo oponerse.194 Se trataba de acciones de retaguardia después de perder la guerra; eran sucedáneos de una victoria que nunca se había producido pero que tampoco tenía alternativas satisfactorias. Por lo tanto, el resto de este capítulo sigue tres hilos diferentes en la evolución intelectual, ideológica y literaria de Benedetti desde princi- pios del período de su exilio hasta 2009, cuando falleció a la edad de 88 años. El primero es el tema de la tortura entre su primera aparición en su obra durante sus años de militancia política hasta su conversión en barómetro moral en la literatura posterior; el segundo es la travesía inte- lectual e ideológica desde el antiimperialismo cultural de sus años en el extranjero hasta el antineoliberalismo económico y político, enfatizado después de su reencuentro con América Latina a partir de su regreso al nuevo Uruguay de la posdictadura; el tercero subraya otro reencuentro:

193- Carmen Faccini, Mario Benedetti: un discurso contrahegemónico en el exilio, Gaithersburg, Hispa- mérica, 2001. Una de las fuentes metodológicas y teóricas de Faccini (p. 38) aclara explícitamente que la existencia de tales discursos en Francia durante el siglo diecinueve se debía al hecho de que todos los intentos revolucionarios durante el siglo se hubieran disipado o hubieran sido brutalmente reprimidos. Ver Richard Terdiman, Discourse/Counterdiscourse: The Theory and Practice of Symbolic Resistance in Nineteenth Century France, Ithaca & London, Cornell University Press, 1985, pp. 79-80. O sea, las batallas discursivas contra la contrarrevolución solo ocurren cuando la guerra revolucionaria real ya se ha perdido. 194- El autor falleció demasiado pronto para que se registrara en su obra una evaluación clara del efecto de cualquier cambio efectuado después de marzo de 2005 por el gobierno de un Frente Amplio muy distinto al que había apoyado en 1971 desde la dirección del Movimiento 26 de Marzo, aunque Benedetti figuraba entre los primeros que abrazaron a Tabaré Vázquez la noche del triunfo electoral a fines de octubre de 2004. Ver Hortensia Campanella, Mario Benedetti: un mito discretísimo, Montevi- deo, Seix Barral, 2008, p. 301.

~224~ el acercamiento de la perspectiva política de Benedetti de los últimos años a la que había adoptado en los de su más activo y radical activismo. No son los únicos posibles, claro está, pero estos enfoques nos pueden mostrar los derroteros seguidos por la obra de un intelectual literario que había dedicado sus esfuerzos vitales y espirituales a la realización de una revolución socialista cuya derrota que, si en un momento lo hizo titubear frente a algunas de las opciones posteriores, a fin de cuentas sólo sirvió para reafirmar la validez de sus creencias originales: la “mejor esperanza” que “pus[o] y pon[e]” en “el triunfo revolucionario” (Intro- ducción de enero de 1972 a Crónicas del 71; C71, p. 14). En total, una larga coda que lo conducía de vuelta a lo que en 1969 había llevado a Benedetti a “ayudar lo mejor de sí mismo” (ELR, p. 131).

La tortura: desde la política hacia la literatura Durante el empuje preelectoral del Frente Amplio para los comicios na- cionales de fines de noviembre de 1971, la tortura aparece muy pocas veces en la obra de Benedetti. Sin embargo, con la confirmación del re- sultado negativo para las esperanzas de los Frentistas, la mayor represión a partir de 1972 y el reconocimiento final de que no iba a haber ninguna revolución llevada a cabo por una presión popular irresistible, la tortu- ra asumió una forma activa como parte de la respuesta de Benedetti al avasallamiento progresivo de todas las manifestaciones de la política de izquierda en el Uruguay anterior al golpe militar de junio de 1973. O sea, mayormente solo cuando por fin Benedetti pudo aceptar que no iba a poder celebrar la victoria de fuerzas y valores que hubieran traído justicia y redención para las víctimas, empezó a tomar en serio las características y motivaciones de la tortura y sus consecuencias para los individuos que la practicaban. Para Benedetti, tales preocupaciones no eran el producto na- tural y espontáneo de su pensamiento ético sobre el tema de los derechos humanos sino más bien una de las consecuencias no deseadas impuestas por la aceptación de la derrota de sus ideales políticos. Si, a la larga, este tema literario se convertía para el autor en una metáfora elocuente de la degradación moral y espiritual de las capas sociales e instituciones estata- les que permitían o determinaban su uso, era precisamente porque ellos representaban a los vencedores que le habían infligido esa derrota a él y a tantos otros compañeros. Sobrevivir bajo los azotes de la tortura venía a simbolizar cómo vivir bajo el régimen económico y político implantado después por los que pagaban a los torturadores.

~225~ En los términos de Carl Schmitt utilizados arriba, en la guerra políti- ca que distingue a los enemigos de los amigos, la figura del torturador ejemplifica la violencia irrestricta practicada por el poder que determina el estado de excepción al mismo tiempo que intenta ser excepcional en el otro sentido de afirmar su derecho a ser el único no tocado por el alcance y los métodos de ese estado de excepción. A grandes rasgos, Be- nedetti busca demostrar en su enfoque sobre la tortura que la práctica de tal poder corroe al soberano desde adentro, resultando a largo plazo que el vencedor luce como excepcional también en otro sentido contra- rio, el de ser el más vencido de todos sus propios súbditos. Antes de las elecciones nacionales de noviembre de 1971, la tortura había sido para Benedetti meramente uno de los métodos perfectamen- te previsibles que la clase dominante —la oligarquía— utilizaba para proteger sus privilegios y dividendos; de allí la frase socarrona en un discurso del 30 de julio: “es este régimen el que ha usado la alianza para el progreso de la tortura” (C71, p. 109), privándole a esa administra- ción su propia conducta el derecho de llamarse “gobierno”, mientras que el 26 de noviembre, dos días antes del día de votar, afirmó que “en esta ocasión, la oligarquía no quería elecciones; su famosa ‘democra- cia representativa’ esta vez no les rendía el acostumbrado dividendo, la tradicional impunidad para escarnecer, estafar, reprimir, hambrear, torturar y asesinar por cinco años más” (“Bienvenidos los matreros”, EP, p. 100). En las semanas inmediatamente posteriores, pudo hablar de “la represión indiscriminada, el régimen de torturas o los campos de concentración, elementos todos ellos instaurados y perfeccionados por el Poder Ejecutivo, con el adecuado asesoramiento de especialistas foráneos en sadismo” como pruebas de que “es el régimen el motor principal de la violencia” (“El fascismo descarado” [24 de diciembre de 1971], EP, pp. 110 y 112). Fue solo a medida que la lucha por un futuro socialista se fue tras- formando en una lucha contra un presente cada más represivo que Be- nedetti empezó a sustituir por el enfoque sobre la tortura como una manifestación brutal entre otras de una perspectiva social y económica antipopular y antinacional que el pueblo tenía que liquidar, otro que, sin olvidar lo anterior, subrayaba cómo la práctica de la tortura iba corroyendo desde adentro el centro mental y moral del ser del tortura- dor. Para Benedetti, defender y avalar la tortura como estrategia válida comprobaba la debilidad inherente no solo del torturador sino de toda

~226~ la jerarquía reaccionaria —social, política y militar. Así, en “Ocupa- ciones y preocupaciones” (24 de marzo de 1972) el autor contrasta al revolucionario que “puede matar, (...) juzgar implacablemente (...) y hasta fusilar” pero que “nunca tortura” porque sabe que “torturar es de- gradarse (...) pudrirse”, ya que “quien tortura ferozmente a su prójimo, se está en primer lugar traicionando a sí mismo, se está convirtiendo en algo peor que una bestia” (EP, p. 147),195 con las “Fuerzas Conjuntas”, “las bandas parapoliciales” y “los medios policiales”, donde “la tortura, así como el saqueo en los allanamientos, son hábitos muy arraigados” (EP, p. 148). De los textos que Benedetti dedica al asunto de la tortura, el breve ensayo “Otro rigor, otras exigencias” (EP, pp. 172-178), publicado ori- ginalmente en Marcha el 23 de junio de 1972, es el más revelador de la perpetua ambivalencia entre distinciones morales y efectividad polí- tica que caracteriza casi todos sus escritos políticos porque la indignada cólera personal es templada por la exigencia concreta del momento de rebatir la justificación del uso de la tortura como método interrogatorio hecha por nadie menos que el Presidente Bordaberry, de quien Benedetti cita la totalidad de la frase esencial: “Defiendo el rigor y la exigencia del interrogatorio, que evita sangres y evita muertes en esta guerra y permite logros incruentos, como el obtenido hace algunos días, con la liberación de los secuestrados” (EP, p. 172). Benedetti correctamente comentaba que otros murieron debido al mismo “rigor”, a la misma “exigencia”, in- cluso “ocho obreros comunistas”, pero, como el Shylock shakesperiano, forastero marginado por ser judío pero asimismo humanista, prefirió preguntar si todos no tendrían la misma sangre (EP, pp. 172-173) en vez de sacar o repetir la lección política de la violencia impuesta desde la derecha que dividía la nación entre amigos y enemigos:

195- Es en este contexto que Benedetti sugiere por primera vez este “buen tratamiento para tortu- radores: una sesión diaria de diez minutos frente al espejo” (EP, p. 147). Toda la incomprensión, indignación e ingenuidad del autor frente al fenómeno de la tortura se resume en esta recomendación. Benedetti sabe que no podría soportarse a sí mismo si él se rebajara hasta practicar la tortura sobre otro ser humano, otro prójimo, y no puede imaginarse cómo otro podría justificar haberlo hecho frente a su propia imagen. Esta conciencia moral que no puede permitirse pasar ciertos límites instintivamente predeterminados de lo que constituye la calidad de ser humano también marca para Benedetti la fron- tera de lo que está dispuesto a reconocer como un “prójimo”. Es por esta razón que toda la literatura imaginativa que Benedetti compuso sobre el tema tiene como fondo en común no la tortura en sí sino más bien la confrontación de un torturador con su propia conciencia o con la conciencia tranquila o limpia de otro individuo moralmente más entero y sincero. Empezando con el poema contemporáneo “Torturador y espejo” (de Letras de emergencia [LE, pp. 138-139; IU, p. 336]) mencionado en el ca- pítulo anterior, ver también “Hombre de mala voluntad” de La casa y el ladrillo (1976-1977) (IU, pp. 198-190), “El jubilado” de Viento del exilio (1980-1981) (IU 69), el cuento “Escuchar a Mozart” de Con y sin nostalgia (1977) (CC, pp. 280-284) y la obra de teatro Pedro y el capitán (1979).

~227~ Porque hay, en todo este problema, un trasfondo conceptual, ideo- lógico, que no puede desconocerse, pero que tampoco puede mini- mizarse o caricaturizarse. Salgamos, pues, por un instante, de los he- chos escuetos y horrorosos; dejemos por un momento las referencias, detalladas y espeluznantes, a cada tortura en particular, para abarcar brevemente el sentido y las consecuencias de esa empresa letal, frus- tránea, de ese envenenamiento de la convivencia, que es la tortura. Este es el momento cuando la tortura, en vez de ser política, se con- vierte si no en literatura tout court, entonces en la posibilidad de lite- ratura. Cuando Benedetti empezó a “referirse con cabeza fría a la ex- plosión malhumorada del presidente” (EP, p. 173) —causada por un fuerte cuestionamiento episcopal sobre los abusos cometidos contra los presos políticos—, incluso la más cuidadosamente pausada estructura sintáctica de las frases indica que se pasa aquí de una urgencia política a un inventario de cómo el uso de la tortura socavaba las bases morales de la sociedad. Citando a veces in extenso el informe original de los obispos uruguayos que aparentemente tanto había enfurecido a Borda- berry, opiniones de generales franceses de la guerra en Argelia recogidas en La tortura (La question en francés) de Henri Alleg (libro que provocó escándalo en todo Occidente durante los años cincuenta), y de militares argentinos citados en un número de la revista oficialista de Buenos Ai- res Análisis (EP, pp. 174-177), llegó a resumir las poesías mencionadas arriba (ver nota 9 de este capítulo) y anticipar lo que en sus primeros años de exilio se convertiría en el cuento “Escuchar a Mozart” de Con y sin nostalgia (1977) y la obra de teatro Pedro y el capitán (1979): “llega un momento en que el torturador se enfrenta a su conciencia, y por lo tanto a las voces de todas sus víctimas; llega un instante en que el torturador no puede tolerarse a sí mismo, ni justificarse, ni eximirse de culpa”. Esta perspectiva dista mucho de la albergada en las frases del prefacio de Sartre al libro de Alleg citadas en el párrafo siguiente por Benedetti sin comentario pero al parecer con aprobación: “La tortura no es inhumana; es simplemente un crimen innoble y crapuloso, come- tido por hombres y que los demás hombres pueden y deben reprimir” (EP, p. 175). Benedetti no dio señales de estar consciente de la diferen- cia, ya que no hay duda de que lo que para Sartre era asunto de derecho y de política quizá internacionales y por eso gobernable por medidas legales específicas, era para Benedetti en primer lugar una cuestión de conciencia moral y esencia individual, un signo de lo que es o no es un ser humano: o sea, precisamente lo que no era para Sartre.

~228~ Sin embargo no era siempre así. En materiales contemporáneos omi- tidos de la selección Escritos políticos por ser discursos pronunciados como dirigente del Movimiento 26 de Marzo o artículos de referencia demasiado específica, Benedetti insistía en relacionar el uso de lator- tura con un sistema económico capitalista e imperialista y una política reaccionaria. Así que el 14 de julio de 1972, aniversario de la toma de la Bastilla al principio de la revolución francesa, en un discurso titulado “Revolución es participación” podía decir sin ambages: “Es obvio que el régimen quiere impedir la lucha reivindicativa, y en ese plano, la tortura se convierte en un instrumento político, en un factor de presión social, cuya función es amedrentar, y en consecuencia frenar rebeldías, paralizar reclamos” (TD, p. 110). Una semana después, reiteraba que era “obvio que la represión y aun la tortura, no son gratuitas explosiones de sadis- mo; también tiene motivaciones económicas”, ya que los términos de los préstamos internacionales exigían políticas internas que la población no aceptaría si la represión no fuera lo suficientemente dura (EP, p. 115). El 10 de noviembre recordaba la frase del presidente citada arriba: “Pacheco simplemente impulsó la tortura; Bordaberry en cambio la racionalizó. La convirtió poco menos que en ideología cuando apoyó sin el menor escrúpulo o disimulo, ‘el rigor y la exigencia’ en los interrogatorios” (TD, p. 191), llegando el 29 del mismo mes a resumir así todo un punto de vista: “[los dueños del poder] decidieron liquidar de una vez por todas ese Uruguay liberal que ya no les servía, y optaron por la mordaza, la desin- formación y la calumnia; optaron por la represión, la tortura y la muerte” (TD, p. 225). Aunque la existencia de frases limitadoras como “en ese plano” indican que Benedetti nunca quería implicar que no existieran otros criterios válidos para el análisis y evaluación de la tortura, todos estos enfoques sobre el tema no podían sino llevar a su público a suponer que la eliminación política del régimen opresor que la practicaba era el primer paso hacia la erradicación de la tortura. Y era en este sentido que volvió al terreno político para terminar “Otro rigor, otras exigencias”, de paso iluminando el tal vez principal significado del título global Terremoto y después: La arbitrariedad y la injusticia, la represión y la tortura, han englo- bado a tantas familias, a tantos sectores sociales, a tantas zonas del territorio nacional, que evidentemente sería descabellado pensar que el país, después de este terremoto, pueda seguir siendo el mismo. La incógnita es, en todo caso, en qué otro país nos hemos convertido (EP, p. 177, cursiva en el original).

~229~ Solo ahora Benedetti les recordó a sus lectores que había “seguramen- te dos países en pugna: el nuestro (pobre, pero soberano) y el de ellos (malbaratado y ajeno)”, para cerrar echando mano una última vez a la frase citada de Bordaberry, pero solo para darle vuelta a fin de redirigir a su punto de origen el impacto de su significado, en un toque retórico que apuntaba claramente hacia la política revolucionaria que animaba los discursos omitidos en Escritos políticos: “un país no se salva con pre- guntas sino con respuestas; más aún, con el rigor y la exigencia de las repuestas. Pero siempre y cuando éstas sean las respuestas del pueblo” (EP, p. 178). “Moral y desafueros” (EP, pp. 253-255), el último de los textos sobre la tortura que Benedetti pudo publicar en el Uruguay, salió el 3 de mayo de 1973, apenas un mes y medio antes del golpe de estado en Res- puesta, revista de producción casi artesanal usada por los miembros de una corriente de grupos radicales dentro del Frente Amplio formada el año anterior. La brevedad del texto y su aparente —y en su autor, poco común— falta de elaboración cuidadosa acusan la extrema urgencia y presión experimentadas por Benedetti en esos momentos tan duros y caóticos. Sin embargo, las condiciones apremiantes de su redacción no impiden que estos pocos párrafos reproduzcan el conflicto entre moral y política que caracterizaba los escritos de Benedetti sobre la tortura al encontrarse su autor de cara al fracaso de todos los esfuerzos —los suyos y de tantos otros— por construir el socialismo en su país natal. Empie- zan con una fuerte justificación de “los planteos morales”: “tienen la ventaja (pero también la dificultad) de que, para tener fuerza, deben ser coherentes, y sobre todo, no hacer discriminaciones” (EP, p. 253), pero solo para subrayar la incoherencia ética de los que buscaban el desafue- ro, por sus supuestos contactos con la guerrilla clandestina, del Senador Enrique Erro, antes ministro nacionalista, ahora socialista de la Unión Popular en el Frente Amplio, hombre cuyo único inconveniente era ser “una permanente voz de denuncia” de los que gozaban de los “ilícitos” (EP, p. 254) al mismo tiempo que buscaban “reconstruir efectivamente” la “convivencia” en el país, “rehacer su economía y levantar su moral co- munitaria, sobre la sórdida base de que las torturas continu[aran]” (EP, p. 253). Las tres páginas de “Moral y desafueros” son una demostración escueta y lúcida de cómo la fuerza moral reemplazaba la confianza polí- tica cuando Benedetti se halló en la situación insoslayable de tener que montar una acción de retaguardia.

~230~ Había sido notable casi siempre en la evolución intelectual e ideo- lógica de Benedetti cierta ambivalencia ante algún conflicto entre el impulso ético de su conciencia individual y las exigencias políticas de la coyuntura colectiva. Sin embargo, la desorientación y la impotencia de la derrota más la separación sicológica y geográfica de su público y su entorno impuestas por el exilio forzoso solo sirvieron para intensificar cualquier tentación ya existente de retirarse de la política revoluciona- ria para dedicarse más genéricamente a las actividades y la propaganda antimilitares y antidictatoriales en el exterior196 y a las necesidades más cotidianas de llevar adelante la vida de exiliado.197 En este sentido, cabe notar que el argumento de Primavera con una esquina rota (1982) in- vierte el de El cumpleaños de Juan Ángel de la década anterior. Si esta narra la conversión de un hijo de familia de clase media en guerrillero clandestino, la primera se concentra en las vicisitudes desprolijas de la vida individual en el exterior de militantes o presos políticos exilados o deportados, ninguno de los cuales ni siquiera menciona la posibilidad de continuar de alguna manera su activismo político en la diáspora. En Cumpleaños, un extranjero “comprobaba estupefacto que hasta los caballos sueltos en las calles de Montevideo acataban religiosamente los semáforos”, observación que provocó al protagonista a agregar que el Uruguay seguía siendo “un país desbrujulado y pompafunebrero que acata los semáforos” (CJA, p. 129), con la clara implicación de que había que cambiar esta tendencia nacional de dejarse regir por las arbi- trarias reglas ajenas. En Primavera, en cambio, obedecer la luz roja ha vuelto a ser lo que tradicionalmente todavía es en muchas partes: una manera de conseguir el obedecimiento de las niñas rebeldes. Graciela, esposa de Santiago, el preso político que en la última página está por averiguar que su propia “esquina” familiar ha sido “rota” en el exilio por la intrusión de un tercero que no es otro que un viejo compañero de lucha suyo, tiene este diálogo con su hija: “—Ibas a cruzar con luz roja. —No venía ningún auto. —Sí que venía, Beatriz. —Pero muy lejos. —Vamos ahora” (PER, p. 93). Unos momentos después continúa el

196- Ver Vania Markarian, Idos y recién llegados. La izquierda revolucionaria uruguaya en el exilio y las redes transnacionales de derechos humanos 1967-1984, México, Uribe y Ferrari, 2006. 197- Ver los capítulos pertinentes de Mario Paoletti, El aguafiestas. Mario Benedetti, la biografía, Ma- drid, Alfaguara, 1995, Hortensia Campanella, Mario Benedetti. Un mito discretísimo, Montevideo, Seix Barral, 2008 y Miguel Ángel Campodónico, Mario por Benedetti (Retrato íntimo de mi hermano), Montevideo, Linardi y Risso, 2011. Sobre la obra escrita en el exilio, ver Miriam L. Volpe, Geografías de exilio: Mario Benedetti, Montevideo, La Gotera, 2004; y Faccini, Mario Benedetti. Faccini (pp. 78-80) critica una primera aproximación mía en inglés de 1989 a la temática de la tortura y la interrogación en la obra de Benedetti. Sin embargo, estos párrafos actuales son menos una respuesta a dicho comentario que una reformulación de mi enfoque original sobre la cuestión.

~231~ intercambio de opiniones al respecto: “—¿Qué hago yo, Beatriz, si a vos te pasa algo? ¿Cómo se sentiría tu padre si a vos te pasara algo? ¿No pensás en eso? —No me va a pasar nada, mami. No llores, por favor, Voy a pasar siempre con luz verde. Graciela. Mami. No llores” (PER, p. 94). Hay que recordar que Osvaldo Puente/Juan Ángel de Cumpleaños también tenía familia, y que en Primavera Graciela también había sido militante. Así que este cambio de valores no se debe a un mero cambio de situación personal y familiar. Representa también una opción ideo- lógica y quizá política, ni explicada ni justificada enteramente por un sin duda difícil reajuste afectivo individual. Sin embargo, el caso de Benedetti mismo en el exilio no era tan níti- do: si por un lado no parece haberse mantenido siempre distanciado de las frustraciones y actividades de la izquierda del Frente Amplio en el exilio,198 por otro el renombre internacional que seguía la republicación en México y España de toda su obra prohibida en el país natal por la dictadura le garantizaba un extenso público diferente y muy atento a cualquier creación o intervención nueva de este autor cada vez mejor conocido en el mundo entero. En estas circunstancias, no es de sor- prender quizá que el tratamiento del tema de la tortura se aparte de consideraciones ideológicas o políticas para adherirse más estrechamen- te a las intuiciones morales o éticas del autor, aunque tal movimiento no se podía producir sin pagar un precio. La dificultad se aprecia desde la primera frase de “Escuchar a Mo- zart”: “Pensar, capitán Montes, que hubieras podido seguir durmiendo tu siesta” (CUE, p. 280). ¿De dónde viene esta voz que interroga al capitán? ¿Es su propia conciencia? ¿Es la voz interiorizada del hijo que lo mantiene despierto preguntándole: “Pa, ¿es cierto que vos torturás?” (CUE, p. 284) O, ¿es la voz interior de algún ser ajeno que sabe, ya que “a Mozart no se lo puede escuchar con miedo sino con el espíritu libre y la conciencia tranquila” (CUE, p. 281), que Montes, por ser torturador, no puede disfrutar de tal placer y descanso, sencillamente porque un torturador es otra cosa, otra cosa tan perversa cuya cerebro confunde hijo y sospechoso interrogado: Y no bien el pibe dice con cierto esfuerzo; “Pero pa”, vos seguís aca- riciando esa nuca, oprimiendo suavemente esa garganta, y luego, re-

198- A juzgar por los comentarios no siempre positivos hechos por Enrique Erro, otro participante en los debates y conflictos del momento: Nelson Caula (ed.),El diario de Enrique Erro. La cárcel, el exilio y la transición, Montevideo, Rosebud, 1998, pp. 126, 129, 138, 146. Ver también Campodónico, Mario por Benedetti, pp. 116 y 120.

~232~ nunciando [ahora sí] para siempre a Mozart, apretás, apretás inexora- blemente, mientras en la casa linda y desolada sólo se escucha tu voz sin temblores: “¿entendiste, hijito de puta?” (CUE, p. 284) Montes está condenado de antemano por un sentimiento de culpa que quizá debiera sufrir pero no siente: está más allá del ámbito huma- no, es parte de un “ellos” no meramente reaccionario y hasta fascista sino también tan sub o ex humano que el instinto de matar es tan imperante que le borra la capacidad de distinguir entre la necesidad de buscar alguna respuesta convincente para el hijo —¿qué es lo que le impide usar alguna versión de la tesis de Bordaberry?— y el deseo de acabar con un preso que no habla. El problema es de verosimilitud: las reglas estéticas del realismo sicológico son violadas por las exigencias de una teoría moral predeterminada con el resultado de que el personaje pierde toda credibilidad en aras de las ilusiones autorales. La dificultad aumenta con Pedro y el capitán, cuyo argumento Bene- detti había anticipado a grandes rasgos en “Los partidarios de la gue- rra”, breve artículo del 8 de setiembre de 1972 recogido en Terremoto y después pero omitido en Escritos políticos. Allí escribió que “la clase dominante (...) se cree vencedora porque otros (en este caso, las fuerzas armadas) le sacaron las castañas del fuego”: Se cree vencedora porque estima que sus dólares, sus hectáreas y sus dividendos (y por ende, su poder) están a salvo para siempre (...) Pero la historia no transcurre en vano. Y es precisamente la historia la que muestra que a veces el torturado triunfa sobre el torturador; que un aparente vencedor puede ser derrotado por sus contradicciones y sus dudas, y aun por la injusticia que suele quedar como inquirido saldo de su triunfo (TD, p. 156). La referencia a los dos partidos en una guerra política y económica des- igual se resbala hacia el enfrentamiento entre un solo torturado y su tor- turador específico y concreto, pero más adelante este matiz desaparece: Pero aun en aquellos casos en que haya mediado el apremio físico, ¿por qué no esperar que, en algún momento, el ejecutor de ese apre- mio, ya sea porque la entereza de la víctima lo sensibilice o porque el simple espectáculo del sufrimiento ajeno lo conmueva, reflexione sobre el extraño papel que él mismo desempeña en esta inesperada coyuntura; sobre las raíces de esa violencia a la que contribuye con violencia de otro signo; sobre las causas profundas que llevaron a tan- tos jóvenes a arriesgarlo todo por una convicción? (TD, p. 157)

~233~ Las respuestas más verosímiles o probables serán el ejercicio del poder real en sí y, aunque el torturador no crea más en el argumento bordabe- rriano sobre la justificación “del apremio y de la exigencia en el interro- gatorio”, el reconocimiento que el torturador también “lo arriesga todo por una convicción”, y por eso no puede darse el lujo de la flojera o la debilidad; a él también le urge ganar. Sin embargo, para Benedetti no es una pregunta que tenga respuesta realista, sino más bien una pregunta retórica que no puede tenerla. En este sentido anuncia bien las premisas y deficiencias de Pedro y el capitán de 1979. Fue el mismo Benedetti quien sin quererlo resumió las dificultades de su obra de teatro al terminar un prólogo a la versión publicada acla- rando que “en medio de la derrota” había buscado evitar crear literatura “derrotista y lloriqueante”, porque un “nosotros” no identificado nece- sitaba “recuperar la objetividad, como una de las formas de recuperar la verdad” y “recuperar la verdad como una de las formas de merecer la victoria” (PEC, p. 19). Como en tantos otros momentos parecidos ya mencionados en este libro, Benedetti usa su vara mágica para hacer des- parecer la resistencia de este material espeso que es la sustancia verbal de la literatura, permitiendo que la repetición de frases sencillas y melifluas esconda la difícil fusión formal (no lógica sino literaria) de las exigen- cias de la “verdad” y la “objetividad” con las del optimismo voluntarista que creía necesario para que consiguiera la “victoria” ese “nosotros” que no sentía necesidad alguna de explicarse ni identificarse. O sea, todo lo esencial estaba dado por sentado, asumido y establecido antes de empe- zar la obra, lo cual la convierte en una suerte de final de juego predeter- minado. El resultado irónico pero implacable es que la ceguera autoral producida por esta falta de conciencia artística e ideológica autorreflexi- va hace que, al componer Pedro y el capitán, Benedetti cometa el mismo error inducido por la soberbia del personaje del capitán/coronel en la obra. Como dice Pedro, “en su afán de extraerme lo que sé y lo que no sé, usted no advierte que se va mostrando tal cual es”, a lo cual el capitán responde con una pregunta: “¿Y cómo soy?”, la que merece el siguiente comentario de Pedro: “Pero es absurdo. Me mete en cana, hace que me revienten, y encima exige que le sirva de analista” (PEC, pp. 40-41). Estas breves frases del diálogo en cuatro partes entre torturador/interro- gador y torturado/interrogado que es Pedro y el capitán encapsulan todos sus defectos como obra teatral o literaria. Aparentemente, el autor tenía tantas ganas de convencerle al público lector o espectador de la legitimi-

~234~ dad de sus convicciones y esperanzas que no “advirtió” hasta qué punto la pieza violaba las normas de la verosimilitud —no sabía “cómo era”— pero cuando el público empezó a actuar de “analista”, vio enseguida que de hecho el torturador le había entregado a su supuesta víctima todas las armas en su poder aún antes de empezar la primera escena, haciendo demasiado fácil y previsible ese final sentimental y operático en que un coronel sollozante le “suplica” de rodillas a un Pedro moribundo que le dé cualquier dato que le redima frente a sí mismo y a su familia (PEC, pp. 83-84).199 Según sus palabras a su primer biógrafo, Benedetti nunca entendió por qué este fallado realismo sicológico y social no le gustó a un público uruguayo cuya experiencia de esas cosas era mucho más cercana y convincente: “Alguna tecla falsa debo haber tocado (...) Pero yo no consi- go descubrir cuál es esa tecla”.200 Es decir, todavía ignoraba “cómo era” esa obra cuya “tecla falsa”, sin embargo, había sabido describir con precisión en otro contexto seis años antes en el prólogo de Letras de emergencia: un texto “de intención política” que no logra tener “vigencia literaria”, “no pasará a ser automáticamente un buen panfleto, sino más bien un pro- ducto literario malogrado” (LE, p. 9), punto de vista que repitió el mismo año de Pedro y el capitán en “Los temas del escritor en el exilio”, donde aconsejó “no pasarle al lector gato por liebre”. En la misma página, Bene- detti explicaba cómo concebía la dura responsabilidad del escritor mili- tante frente al fenómeno del fracaso político: “a la derrota política, social, económica, que nos han infligido, no debemos agregar la autoderrota del desaliento, la autoderrota moral” (SLO, p. 140). Sin embargo, desafortu- nadamente, al no darse cuenta de cómo estas ilusiones propagandísticas tergiversaban la construcción de su obra, al no “advertir” “cómo eran” la “verdad” y la “objetividad” de las características estéticas de Pedro y el capitán ni, por tanto, que no correspondían a sus buenas intenciones, Be- nedetti contribuyó a que solo fuera del Uruguay un público podía darse el lujo de ver su obra de teatro como “un aliciente ideológico que refuerza la conciencia revolucionaria”.201 Sin embargo, el hecho de que para Benedetti la tortura hubiera llega- do a ser tema de literatura durante el exilio no justifica absorberlo den- tro del ámbito inocuo de los derechos humanos, discurso que desde fi-

199- Esta perspectiva contrasta frontalmente con la de Roger Mirza, “El teatro de Mario Benedetti: de la parodia a un ritual de violencia y muerte”, Revista de Crítica Literaria Latinoamericana, 77, 2013, pp. 156-157 de 137-158. 200- Citado en Mario Paoletti, El aguafiestas. Benedetti, la biografía,Madrid, Alfaguara, 1995, p. 192. 201- Luis Paredes, Mario Benedetti: literatura e ideología, Montevideo, Arca, 1988, p. 216.

~235~ nales de 1972 despertaba en él las antenas de alerta por su hipocresía, ya que los que denunciaban abusos en la onu ocultaban en casa la práctica de la tortura (TD, p. 190), contradicción que en 1978 impugnó tanto a la dictadura uruguaya como al sistema democrático norteamericano (RSP, p. 142-143). En el mismo ensayo, “Dos muertos que no acaban de morir”, discurso pronunciado en homenaje a Zelmar Michelini y Héctor Gutiérrez Ruiz, dos senadores uruguayos asesinados en mayo de 1976 en la Avenida Corrientes en Buenos Aires debido a la complicidad entre las fuerzas de seguridad uruguayas y argentinas, Benedetti dedicó un párrafo entero a delinear los derechos que prefería a la retórica hueca y blanda de los derechos humanos: Que tire la primera piedra quien no abomine de la tortura y no esté de acuerdo en reclamar una amnistía total, sin exclusiones; una amnistía que incluya al general Líber Seregni, a José Pedro Massera, a Raúl Sendic, a Héctor Rodríguez, porque ellos y cada uno de los siete mil presos políticos no pertenecen a un sector en particular sino que per- tenecen al Uruguay en lucha; que tire la segunda piedra quien no re- clame por los derechos del hombre y de la mujer orientales; que arroje la tercera piedra quien no esté de acuerdo en restaurar las libertades sindicales, así como el libre funcionamiento de todos los partidos y movimientos políticos; que arroje la cuarta piedra quien no reclame una actitud soberana en lo internacional y una política económica que tenga en cuenta los intereses del pueblo; que tire la quinta piedra quien no exija la autonomía para la Universidad. Y bueno, la piedritas que queden, que serán menores, quizá las guardemos para tirárnoslas mutuamente cuando tengamos el derecho y el deber de hacerlo en un Uruguay que permita y hasta auspicie el debate libre, la discusión feraz, el derecho a disentir (RSP, pp. 147-148). Esta larga cita demuestra claramente los derechos cívicos y políticos específicos por los que Benedetti luchaba durante el exilio. No buscaba la restauración de la democracia uruguaya de la predictadura; como ya hemos visto, ese era el sistema político que quería ver derrocado. Tam- poco le interesaban unos derechos humanos despolitizados. En una nota ambigua y escéptica sobre Estados Unidos y el movimiento polaco “Solidaridad” de noviembre de 1982, calificaba así el interés inconstan- te del gobierno de Reagan por los derechos humanos: “de a poco nos hemos enterado de que en ese desvelo la palabra derecho no significaba facultad o atributo o libre albedrío, sino diestro o antizurdo o flanco opuesto al corazón: lado derecho en fin” (DOC, p. 15, cursiva en el ori- ginal). Hasta mediados de los años noventa iban a seguir preocupándo-

~236~ le tantos los “derechos” como los “izquierdos humanos” (PFS, pp. 166 y 261), ya que “los pobrecitos derechos humanos, así con minúsculas, va- gan por el mundo desolados, trapeados, pisoteados, heridos de muerte, rechazados en todas las fronteras, y sobre todo usados descaradamente por los hipócritas de alto vuelo, para condenar a los infractores enemi- gos y disculpar a los infractores amigos” (PFS, p. 180). Ni el destierro, la derrota ni la euforia del regreso significaban para Benedetti el triunfo de una ética cuyo punto álgido fuera la liberación de los presos políticos y el procesamiento de los torturadores. Más bien, todavía esperaba ver la realización de una sociedad uruguaya cuyos fundamentos fueran más justos e igualitarios que los prometidos por la versión de los derechos humanos permitida bajo la dominación del capitalismo democrático. Por eso, escribía constantemente en contra de la “tristemente célebre Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado (verdadero ma- cramé verbal para encubrir una ley de amnistía a los militares)” (PFS, p. 263). Si no era posible luchar más por el triunfo socialista, sí se podía escribir y hablar en contra de la estrategia ideológica de las fuerzas que lo habían impedido, por razones bien concretas y brutales que pasó a enumerar con todo lujo de detalles en “Torturas allá lejos” en El País de Madrid el 21 de marzo de 1983: A quienes hoy, en cualquier país europeo, dicen estar fatigados del tema de la tortura ultramarina, cabría recordarles que más fatiga han de sentir sin duda los torturados, y que acaso en ese preciso instante en que un prójimo exasperado apaga el televisor, con sus chocantes imágenes, (...) acaso en ese mismo instante, en algún lugar de América Latina, una joven estudiante sea violada por un mastín convenientemente Amaes- trado, o la cabeza de un veterano luchador sea sumergido hasta la asfixia en un caldo de orín y excrementos, o niños indígenas sean sacrificados a golpes contra troncos de árboles (DOC, p. 29). Nada dramatiza mejor el problema de cómo representar el “rostro tras la página” de ese prójimo que es el eje de todo el arte y toda la política de Benedetti. Por decoro estético y teatral el autor quiso omitir este tipo de detalle en Pedro y el capitán, pero aquí insistió en reproducir con un lenguaje realista casi soez, la materialidad física del cuerpo torturado del prójimo, confrontación que al mismo tiempo temía que ese otro prójimo en situación de lector o espectador rechazara en nombre del derecho a no sufrir la violación o desacralización de su sensibilidad de clase media. Si la política emancipadora del prójimo depende del reco- nocimiento del otro como prójimo en la representación de su rostro,

~237~ ¿cómo conseguir que el rechazo de la representación del prójimo como otro no lleve como consecuencia inevitable la disolución de cualquier política que dependa de ella? Una vez más, una ética de la representa- ción individual que precede una política de la emancipación colectiva pone en peligro le existencia de ambas.

Del antiimperialismo cultural al antineoliberalismo capitalista En un ensayo de 1988 encargado para una publicación colectiva que cuestionara la celebración en 1992 del quinto centenario del llamado “descubrimiento” de América Latina por los marineros y soldados de la corona española, Benedetti les hizo a los lectores una pregunta retórica que, por medio de una inversión de lo esperado muy típica de su autor, encapsulaba de un modo muy concreto y sencillo toda una perspectiva sobre el continente latinoamericano y su lugar en el mundo: A los españoles que hoy parecen tan dispuestos a celebrar con la ma- yor de las pompas el comienzo de su Imperio, habría que preguntar- les: ¿cómo les caería si en 1998 los hispanoamericanos nos dispusié- ramos a celebrar el fin de ese mismo Imperio y les reclamáramos que nos acompañasen solidariamente en el festejo?202 La tesis de Benedetti, que el descubrimiento había conducido al des- conocimiento de un continente cuya historia y naturaleza auténtica todavía estaba “por descubrir”, recuerda el tema garciamarqueziano de la soledad de América Latina y resume un enfoque ideológico sobre el continente que el período de exilio heredó del de su militancia revolu- cionaria y que el regreso a la patria en un principio llegó a modificar pero que a la larga solo logró consolidar. En enero de 1976, durante un encuentro de escritores convocado en La Habana, había terminado así una breve intervención titulada “En busca de una identidad perdi- da”: “nuestra solidaridad y nuestras propias luchas, pueden significar la vecindad y el respaldo que [la diversidad de nuestra América] necesita para encontrar por fin su identidad” (RSP, p. 138). Con razón, declara- ría en enero de 1983, cuando la Oficina Internacional de Exposiciones eligió a Sevilla y Chicago como las dos ciudades que organizarían la muestra universal para celebrar el quinto centenario de América diez años después: “Chicago no nos representa” (DOC, p. 23).

202- Mario Benedetti, “La América por descubrir”, en Heinz Dieterich Steffan (coord.),Nuestra Amé- rica frente al Quinto Centenario. Emancipación e identidad de América Latina 1492-1992, México, Joaquín Mortiz, 1989, p. 13 de pp. 13-18.

~238~ Por esta razón, se puede decir que pocas veces en la historia de la li- teratura latinoamericana se ha equivocado tanto un autor respecto a su propia obra como Benedetti en la Nota preliminar de El recurso del su- premo patriarca (1979), cuando sostenía que “de alguna manera”, el libro era “complementario de otros tres: Literatura uruguaya siglo x x (1963), Letras del continente mestizo (1967) y Sobre artes y oficios(1968)” (RSP, p. 9). Ya que estos libros quedarían prohibidos hasta 1985, sus verdaderos complementarios son las recopilaciones parciales que de ellos hizo el au- tor, sobre todo durante el exilio, para sus nuevos públicos extranjeros: El ejercicio del criterio: crítica literaria 1950-1970 (1981), la segunda edición española de Crítica cómplice (1988) y La realidad y la palabra (1991), agregando en este último caso notas y ensayos escritos durante su estadía en España. En realidad, el libro del que El recurso es “complementario” es El escritor latinoamericano y la revolución posible, porque es un ejemplo del “recurso” al que podía echar mano un intelectual o “escritor latinoameri- cano”, cuando se había visto condenada a una derrota contundente si no definitiva la “revolución posible” a cuya realización Benedetti e inconta- bles compañeros más habían dedicado tantos años, energía y creatividad. Por lo tanto, pudo escribir hacia el final del ensayo que da nombre al volumen: “Que tres notables novelistas como García Márquez, Carpen- tier y Roa Bastos [autores de El otoño del patriarca, El recurso del método y Yo el Supremo, respectivamente], hayan coincidido en elegir la figura (promedial o histórica) de un dictador del pasado, es un categórico juicio sobre el presente” (o sea, 1977) en que “los Pinochet, los Bordaberry, los Stroessner, los Banzer, los Somoza, los Duvalier junior, son los actuales representantes del despotismo no ilustrado”, sin olvidar a “los pueblos, que en las tres novelas son algo así como el papel de la página, porque sin ellos no existiría la letra ni la peripecia que esa letra narra” (RSP, p. 29). Benedetti juntaba sus fuerzas ideológicas a las de los novelistas para apropiarse del “recurso del método” de un enemigo “patriarcal” que se consideraba “supremo”, para darle vuelta y reenviar el dardo con aun más fuerza a su punto de origen. Todos los ensayos y ponencias de El recurso del supremo patriarca son crítica literaria, pero una crítica concebida de otro modo y reelaborada a manera de arma ideológica, sucedáneo quizá débil y pobre aunque de alcance desconocido, pero sucedáneo en fin, de una revolución política y social postergada pero (para Benedetti) siempre y todavía pendiente. De allí que, en enero de 1976, podía terminar una ponencia sobre “Martí y el Uruguay”, con estas palabras seguras inspira- das en su exilio cubano, palabras que indican sucintamente, además, por

~239~ qué este poeta cubano, que murió peleando contra los españoles en la última década del siglo diecinueve por la independencia de su isla natal, había sido uno de los autores latinoamericanos más citados por Benedetti a partir de los años sesenta: “Cuando llegue el día en que un gobierno sea capaz de respaldar nuevamente el pensamiento de Martí, el Uruguay será verdaderamente libre. Y ese día llegará, no cabe duda” (RSP, p. 133). Como puede sugerirnos esta última cita, lo que une los ensayos sobre escritores o libros específicos en El recurso del supremo patriarca no es un fin y una razón de ser literario-críticos, como sería el caso si esta colección fuera realmente un complementario de los compendios de estudios y notas críticos nombrados por Benedetti en la nota prelimi- nar, sino más bien la utilidad, tanto para el lector de El recurso como para su autor, que puede tener la composición o la lectura de ensayos sobre literatura en la tarea de aprender cómo seguir viviendo después de la derrota y, sobre todo, cómo mantener vivo y actualizado el deseo de seguir luchando. O más brevemente aun, cómo evitar ser derrotado ideológicamente para siempre por una derrota política puntual. No es de sorprender, entonces, que en esta tarea el autor se identifique más completamente con dos intelectuales cubanos: el crítico Juan Marinello y el novelista José Soler Puig. Su evaluación global de Marinello bien podría ser una afirmación de fe por parte de Benedetti sobre su propio modo de enfocar la crítica literaria: Realidad como cogollo del realismo. Realismo como postura cardinal de Marinello (...) La severa y compacta coherencia que no es sólo literaria sino también, y acaso fundamentalmente, política, con que Marinello ha abordado los problemas y las relaciones entre socialismo y cultura, adquiere su sentido más removedor cuando atraviesa, ilu- minándolas, las vidas y las obras de esos complementarios, cada uno en su tiempo, o sea cada uno en el tiempo a que aspira y por la cual brega (RSP, pp. 117-118). Además, el uso que hace Marinello de la “imagen y semblanza” recuer- da la relación que Benedetti busca con el “próximo prójimo”, sobre todo si le agrega esta opinión del cubano sobre la poesía, citada por el urugua- yo, que se aproxima a una válida descripción de su propia práctica como poeta: “habría que acudir [a la poesía] como a un agua reveladora de los últimos contornos, de los últimos abismos, cada vez que nos importe descubrir todo el calado de un hombre o de un pueblo”. Para Benedetti, todo conduce a “esa humanidad de los sentidos (tan marxista como la plusvalía), la que apuntala constantemente el quehacer político-cultural

~240~ de Marinello” (RSP, p. 118), lo cual se parece en muchos aspectos impor- tantes a esa búsqueda del “rostro tras la página” que orienta y anima gran parte de la obra crítica de Benedetti. Y en El pan dormido de Soler Puig, “la hazaña de un provinciano” (RSP, p. 101), encontró un ejemplo de cómo narrar de tal modo que no se empañara o distorsionara la imagen de esa cara proyectada por una obra literaria: El pan dormido es uno de los ejemplos más estimulantes de cómo las técnicas de vanguardia son compatibles con una comunicabilidad y una fluidez que permiten al lector introducirse y sentirse en el mundo novelesco, como si éste fura su propia casa [...] se integran en una rica naturalidad, donde nada aparece como superpuesto o forzado, sino ma- ravillosamente inserto en el desarrollo de la peripecia (RSP, p. 103). En lo que parece ser un regreso a la aproximación que hacía Benedetti de los años cuarenta y cincuenta a la vanguardia literaria europea de las primeras décadas del siglo veinte, vemos más bien un símbolo de lo que el autor buscaría en el exilio y la derrota —y que a la larga, después del regreso al paisito,203 encontraría: una combinación del consuelo de lo conocido y la confirmación de lo exitosamente comprobado y aplicado, como estímulo y entusiasmo por llevar adelante tanto la vida de deste- rrado como la lucha ideológica de un intelectual politizado pero (por ahora) vencido. A ensayos sobre dos de los “nuestros” (los escritores argentinos despa- recidos o asesinados, el poeta Francisco Paco Urondo y el novelista Ha- roldo Conti), los sigue la reseña de un libro sobre uno de “ellos” donde Benedetti recuenta con aprobación los argumentos de Pedro Orgambide que presentan a Borges como cómplice del “fascismo” argentino y lati- noamericano que agredió a los dos anteriores. Como contrarrestando la influencia potencialmente nefaria de este Borges reaccionario, lo su- ceden cuatro temas cubanos: los dos sobre Soler Puig y Marinello, un literario y humanamente barroco Lezama , rescatable y recuperado por y para la Cuba revolucionaria, y un José Martí tan involucrado con Uruguay como Benedetti con la Cuba legada por Martí. Un breve res- piro continental (cuatro páginas sobre la identidad latinoamericana) in- troduce el clímax emocional y político del libro entero: una invocación

203- En 2007, escribiría: “Cuando hablo de mi patria yo prefiero decir paisito. Decir, sentir y pensar. En la inmensidad del universo, la tierra donde nacimos es una menudencia, la expresión cifrada de lo pequeño” (VA, p. 136). Según esta definición, hasta los países más grandes y poderosos deberían conocerse como “paisitos”, una cura de modestia que los devolvería a su verdadero lugar en una escala universal de la evolución de las cosas.

~241~ de dos políticos de izquierda uruguayos asesinados en Buenos Aires, a cuyos fantasmas intenta tranquilizar con una recitación —el ensayo era originalmente un discurso— del poema “Masa” de César Vallejo (RSP, pp. 139 y 148-149). El marco teórico e ideológico de toda la colección de trabajos específicos son meditaciones sobre el imperialismo cultu- ral y cómo resistirlo, marcando las coordenadas de un mapa ideológico en que hay que situar las emocionalmente muy cargadas relaciones in- terpersonales e intelectuales trazadas en los ensayos topográficamente internos. Esta muy cuidada estructura termina asemejando El recurso más a libros-collage como Cuaderno cubano o Letras de emergencia que a cualquier compendio de crítica literaria convencional, y como obra pro- pagandística está más lograda que Pedro y el capitán porque, por decirlo así, su táctica literaria se ha ajustado mejor a su estrategia política. Ya en un discurso de marzo de 1973, Benedetti había anticipado un imperialismo cultural que “se lanz[ara] a conquistar y a comprar con- ciencias en el mundo del subdesarrollo”, campaña destinada a fracasar “como en otro terreno fracasara en Cuba y en Vietnam” (TD, pp. 258- 259), y aun antes, en 1968, había contemplado la creación de una crí- tica literaria o de arte adecuada a la lucha ideológica por contrarrestar tales esfuerzos imperialistas: El mundo del subdesarrollo (que es a la vez víctima y dividendo del mundo desarrollado) no sólo debe crear su ética en rebeldía, su moral de justicia, sino también proponer una autointerpretación de su his- toria y también de su parcela de arte, sin considerarse obligado a acep- tar para siempre el diagnóstico que sobre tales temas y tales problemas elabora el mundo del desarrollo, aunque sea a través de la porción más espléndida de su intelligentsia (SLO, p. 57, cursiva en el original). Se nota una división ya bien familiar aunque aquí trasladada a otro terreno ideológico: el “nosotros” y “ellos” del campo político de la lu- cha nacional reaparecen transformados en una teoría y metodología epistemológica nacida de la experiencia histórica autóctona, enfrentada a otra inspirada en una perspectiva eurocéntrica. Claro, expresada así, el contraste resulta un poco burdo; después de todo, Benedetti citaba frecuentemente a Sartre, Lenin, Marx y Gramsci, autores no siempre exentos del mismo eurocentrismo intelectual que el uruguayo lamenta- ba. La pista de lo que Benedetti tenía en mente nos la da mejor quizá la dedicación en 1981 de la primera edición de El ejercicio del criterio: “A Antonio Cándido, Antonio Cornejo Polar, Roberto Fernández Reta- mar, Jaime Mejía Duque: movilizadores de ideas, creadores en la crítica,

~242~ compañeros entrañables” (EC1, p. 9), a los que en “El escritor y la crí- tica en el contexto del subdesarrollo” [de principios de 1977] agregaba los nombres de Nelson Osorio y Néstor García Canclini (RSP, p. 34) y Jaime Labastida y Antonio Escobar (RSP, p. 56). Aunque habría que incluir a Benedetti entre la lista de críticos practicantes latinoamerica- nos que ve como herederos de la categoría creada por T. S. Eliot (RSP, p. 50), él también, como esos colegas, buscaba fomentar una crítica literaria que, a la manera de lo mejor de la poesía y narrativa latinoame- ricana contemporánea, fuera más allá de cualquier modelo europeo o norteamericano para crear una cultura literaria e intelectual continental que sirviera de atalaya o almenara para toda una nueva tradición liber- tadora y preferiblemente socialista. La colección que mejor ejemplifica esta tendencia literario-ideológica y de la que El recurso es antecedente y quizás otro complementario, es Subdesarrollo y letras de osadía, com- pendio que reúne estudios más bien teóricos y metodológicos —es el único libro de crítica literaria de Benedetti que no incluye ni siquiera una reseña de alguna obra o autor específico—, escritos entre 1968 y 1986. Se publicó por primera vez en España en 1987. Hay en esta rama de la obra de Benedetti un polo intelectual negati- vo irremediablemente francés: es el que empezaba en el vanguardismo europeo cuestionado en los ensayos críticos de los años cincuenta y las expresiones artísticas experimentales condenadas como afeminadas en La tregua y El país de la cola de paja, pasaba por el formalismo lingüís- tico del nouveau roman rechazado a principios de los años sesenta y llegaba a su ápice con la condena del estructuralismo y posestructura- lismo en las décadas del setenta y ochenta. En 1969, Benedetti rechazó el extremo individualismo antiestatal y antirrevolucionario del pintor francés Jean Dubuffet (ELR, p. 129), pasando en “El escritor y la crítica en el contexto del subdesarrollo” de 1977 (reproducido en Subdesarrollo y letras de osadía) a condenar un formalismo ejemplificado en el estruc- turalismo y posestructuralismo francés, cuya carencia de contenido re- presentacional parecía amenazar al realismo que Benedetti consideraba esencial en la formación en el arte y la literatura de una estética eman- cipadora (SLO, pp. 98-99). En 1986 vio subrayado este peligro en la “crítica para críticos” de los “deconstruccionistas” de París o Yale (SLO, pp. 214-215), que le parecía realizar un divorcio permanente y total entre la crítica de la literatura y sus lectores no profesionales, público al que cualquier literatura revolucionaria necesitaba alcanzar y estimu- lar (SLO, pp. 216-217). En 1991, Benedetti vio “cierta complicidad”

~243~ entre “conservadurismo ideológico y posmodernismo literario”, cuya extensión a América Latina lamentaba por su “obscenidad” e “inauten- ticidad” (PC, pp. 18 y 21), sin duda porque también lo concibió como responsable por lo que bautizaba en 1990 “el eclipse de la solidaridad” (PFS, pp. 77-80). ¡No sorprende que en el poema “Test” (IT, p. 381) incluyera a los posmodernistas entre sus alergias! Llegó a mitigar un poco esta tendencia jamás francófoba pero sí constantemente antivanguardista solo a partir de 1992, con la alianza intelectual que buscaba con ciertos aspectos del pensamiento de Jean- François Lyotard y Jean Baudrillard en su campaña contra la globaliza- ción del neoliberalismo económico (ver por primera vez, PFS, p. 121). De Baudrillard Benedetti sacaba el concepto de “simulacro” para ejem- plificar la comercialización de sentimientos fingidos como comproba- ción de la hipocresía del capitalismo salvaje (ver también PFS, pp. 209 y 211-212); de Lyotard, su noción de “decididores”, que el uruguayo, desde su ataque a los “decididores y los dueños del dinero” hasta los “decididores multinacionales” cuya “misión” era “la neutralización” de los jóvenes del mundo o de la Revolución Cubana (PFS, pp. 189, 253 y 255, cursivas en el original), utilizaba repetidamente en Perplejidades de fin de siglo para condenar la descorporalización impersonal de deci- siones de gabinete o sala de juntas que repercutían dañosamente en la vida de tantos seres humanos en el planeta entero. El lado positivo, dinámico y optimista de esta moneda se manifiesta de varios modos. Por ejemplo, en 1968 Benedetti afirmó no estar “pro- poniendo que, para nuestras valoraciones, prescindamos del juicio o el aporte europeo” sino que más bien buscaba asegurar que los críticos lati- noamericanos respondieran al “idioma de nuestras necesidades”, “nues- tras carencias” y “nuestras posibilidades reales” (SLO, pp. 53-54). Como explicó nueve años más tarde, “un mundo en ebullición” necesitaba otro tipo de “circulación entre (...) el escritor, el crítico y el lector” para que “el hombre de transición se conviert[iera] por fin en el hombre nuevo” (SLO, pp. 102 y 106) y se pudiera presenciar en cualquier país del conti- nente un fenómeno que en 1968 solo se veía en Cuba: el agotamiento de tirajes grandes de una mayoría de los títulos publicados como “la extraor- dinaria consecuencia de enfrentar el libro directamente con su lector, sin la intermediación de la propaganda comercial” (SLO, p. 54). A medida que tal futuro se iba poniendo más difícil, Benedetti inven- taba su activismo cultural antiimperialista de retaguardia. Al repasar y

~244~ revisar en 1981 el contenido de su ponencia “Sobre las relaciones entre el hombre de acción y el intelectual”, pronunciada frente al primer con- greso cultural de La Habana en enero de 1968 a la sombra del asesinato de Che Guevara en octubre del año anterior, “Acción y creación literaria” alertaba sobre la situación impuesta por la victoria de la contrarrevolución militarizada, afirmando que más de una década más tarde, “el hombre de acción y el intelectual son medidos por la misma vara y a veces por la mis- ma picana eléctrica” (SLO, p. 150). Este hecho brutal le llevaba a opinar, siguiendo una idea de Alfonso Reyes, que la “oportunidad de la cultura puede llegar a constituir un rasgo nacional solo cuando la organización social tiende a un tratamiento justo, sin prebenda ni prioridades hereda- das y con parejas ocasiones para todos los sectores comunitarios” (SLO, p. 158). Mientras tal situación no se produjera, había que evitar cualquier “forma de colonización interior” como pudieran ser “la indiferencia por la cultura, el paulatino deterioro del gusto, la frivolidad como misión cumplida, la ñoñería como obra maestra” (“La cultura, ese blanco mó- vil” [1982], SLO, pp. 188-189). Cierto paternalismo hacia la cultura de masas industrializada y una concomitante subestimación de la resistencia ideológica de su público, propios tanto de la formación elitista de Bene- detti y gran parte de su generación intelectual uruguaya como también de un socialismo a la cubana que tendía a oír voces peligrosamente enemigas en cualquier manifestación cultural originada en el mundo desarrollado angloparlante, tenían perfecta cabida en un contexto hostil en que había que protegerse y defenderse contra todas las “maniobras y mecanismos de desinformación” (título de una breve nota de 1985, SLO, pp. 203-210). Sin embargo, las expresiones más autoritativas del acercamiento de Benedetti a esta temática durante todo este período son sin duda “La realidad y la palabra” de 1990 y “Convalecencia del compromiso” de 1993, afirmación posible gracias al hecho de que la última vez que el autor mismo tuvo la oportunidad de reunir sus artículos periodísticos (a mediados de los años noventa), optara por incluir los dos ensayos tanto entre sus notas de tema político (PFS, pp. 59-75 y 153-160) como en la edición ampliada de El ejercicio del criterio de 1995 (EC, pp. 113-132), volumen dedicado a resumir lo mejor de su carrera de crítico literario-ideológico, así subrayando no solo la importancia de estas dos piezas específicas sino la interpenetración en general de su pensamiento literario y político o, en sus propias palabras, “de la realidad monda y la palabra lironda, y también viceversa” (PFS, p. 59; EC, p. 113). Según el primero de los dos, “ya que es justamente en un futuro de liberación

~245~ donde espera paciente la esquiva, trabajosa identidad cultural que el pasado colonial y el presente imperialista nos vedan, o por lo menos nos ocultan y desvanecen” (PFS, p. 65; EC, p. 118) y ya que “es en la poesía latinoamericana donde la realidad aparece más y mejor ligada a la palabra”, es al poeta como “expedicionario de los sentimientos” y “reclutador de prójimos” además de “orfebre de palabras” (PFS, p. 72; EC, pp. 123-124) al que hay que recurrir en un presente cuando “la realidad desperdigante ha vencido a la utopía integradora” y las “propias y a menudo afines utopías” de “Bolívar, San Martín, Artigas, Martí, Sandino (...) siguen vigentes” (PFS, p. 64; EC, p. 117). “La realidad y la palabra” tenía que observar las cortesías y limitacio- nes de un discurso de apertura de un curso de verano universitario (ver RP, p. 9). No era así con “Convalecencia del compromiso”, donde su palabra podía ser más precisa y su realidad políticamente más clara: una reivindicación del “compromiso con la política” como “actitud frente a [la] historia en movimiento”, como “puente” no levadizo tendido “al mundo, a la sociedad y en definitiva al próximo prójimo” (PFS, p. 153; EC, p. 127). El mensaje no podía ser más sencillo: frente a la tan difun- dida “falsa y deliberada simplificación” de que “la sonada hecatombe del socialismo real significaba asimismo la definitiva derrota del socia- lismo como propuesta doctrinaria” (PFS, p. 156; EC, p. 130, cursiva en el original), había que enfatizar que “en el Tercer Mundo lo que ha fracasado es el capitalismo real, ya que evidentemente no ha podido (y lo que es más grave, no ha querido) dignificar el nivel de vida y de muerte de tres cuartas partes de la humanidad” (PFS, p. 159; EC, p. 132, cursiva en el original). O sea, frente a “la hipocresía como una de las bellas artes” (PFS, p. 157; EC, p. 130), había que erigir y esgrimir “la solidaridad, (...) operación de riesgo y generosidad, ejercicio de la confianza, cultivo del socorro”, como otra (PFS, p. 67; EC, p. 120). La oposición binaria, de tan larga historia en el pensamiento ético y estético de Benedetti, trasladada al campo político, aunque corriera el riesgo de insertar en el centro de su ideología una actitud frente al mundo enraizada en el razonamiento de derechas, seguía siendo un arma preferida del autor, en el arte y en el mundo, en la realidad y en la palabra, hasta las postrimerías del siglo pasado y de cara a los pro- blemas del actual. El despliegue argumental de la terminología en “La realidad y la palabra” y “Convalecencia del compromiso” revelan una intensificación y una abreviación de un largo viaje entre territorios tan ideológicos como geográficos.

~246~ Entre Madrid y Montevideo, siempre La Habana La decisión de Benedetti hacia finales de los años setenta de trasladarse por razones de salud e incomunicación desde Cuba a España, y la pos- terior de compartir su vida después del regreso en 1985 entre este país y Uruguay, ofrecen un resumen biográfico de un complicado itinerario intelectual e ideológico. Con la consolidación en los años ochenta de la revolución sandinista de 1979 y el prolongado intento de desestabi- lizarla y destruirla, llevado a cabo por sucesivas administraciones nor- teamericanas resueltas a no permitir en Centroamérica la existencia de cualquier aliado de la Revolución Cubana, para Benedetti el enemigo eurocéntrico cambió de lugar, convergiéndose en el adversario constan- te del gobierno de Castro y asumiendo apellidos (Reagan/Bush/Clin- ton) que —como el nombre de Fidel— eran también sinécdoques. La derrota del sandinismo en las elecciones de 1990, resultado en parte de las presiones internas generadas por esa campaña imperialista dentro de una revolución que prometía observar las formalidades de la demo- cracia electoral, junto con la inesperada pero irreversible implosión del bloque soviético entre 1989 y 1991, servían en el caso de Benedetti para subrayar la importancia de la sobrevivencia del ejemplo cubano de un amenazado socialismo pobre y unipartidario. La oposición binaria de Reagan versus Nicaragua/Cuba o Bush padre/Clinton versus Medio Oriente/Cuba sustituía (o absorbía) la de “ellos” contra “nosotros” de su militancia uruguaya. Esta nueva versión de una confrontación ideo- lógica de larga estirpe se convertía en el hilo conductor de los artículos semanales que Benedetti escribía entre 1982 y 1984 para El País de Madrid (que a estos efectos sustituía a Marcha de Montevideo) y para otras publicaciones también a partir del regreso en 1985, reunidos en El desexilio y otras conjeturas (1984) y en Perplejidades de fin de siglo(tres ediciones en 1993 y una cuarta ampliada de 1996, la citada en este libro). Una variación de esa oposición fundamental era la poscolonia- lista norte/sur que Benedetti agregaba a la de América Latina/Europa, ironizándola en “Septentrión y Meridión” (1985) —“Todo cambia en este mundo, hasta los puntos cardinales” (SLO, p. 196)— y explorando en El sur también existe (1986), colaboración poética-musical con Juan Manuel Serrat, lo que en 1993 definiría como “la dialéctica Norte/Sur o Desarrollo/Subdesarrollo” (PFS, p. 190). Un compañero de ruta es- pañol, Manuel Vázquez Montalbán, crítico practicante como Benedetti pero también ex secretario del Partido Comunista Catalán, definía así la cuestión: “este Sur benedettiano (...) siempre más pobre que cualquier

~247~ Norte”, sur cuya “latencia (...) proviene de la evidencia del fracaso del modelo del Norte” y que “forma parte (...) de la vivencia de millones de seres”.204 El enfrentamiento real y simbólico de Estados Unidos con Nicaragua conduce a una conclusión tajante sobre “El capitalismo real” (27 de agosto de 1984, DOC, pp. 197-200): El capitalismo real (...) se basa en una trama de injusticia. La injusticia es de algún modo su raíz y su fundamento (...) Del self-made man al self-spoiled man: del hombre que se hace a sí mismo al hombre que a sí mismo se aniquila. Pese a que los devotos del capitalismo nos lo presentan con maquillajes liberales, democráticos y progresistas, y aunque en realidad hay prólogos, márgenes y graduaciones del dinero que pueden ser justos y compensadores, el capitalismo, hasta en sus etapas más suaves, lleva en sí mismo su vocación de abuso (DOC, pp. 199-200, cursivas en el original). Como lo expresó Benedetti en 1991: “No hay que olvidar que Cuba tuvo largos períodos de pluripartidismo, durante los cuales los niños morían como moscas”, a lo cual agregaba unas líneas más abajo: El capitalismo real proporciona libertad de movimiento, libertad de prensa, libertad de mercado y otras libertades. En cambio ha fracasa- do en la solución de otros rubros no menos importantes: consumo de drogas, paro laboral, mendicidad, economías sumergidas, desigual- dad de oportunidades, desempleo de profesionales, crisis de vivienda, xenofobia, racismo, torturas policiales, corrupción generalizada, vio- lencia urbi et orbi. Aun los países desarrollados adolecen de esas taras congénitas. (PFS, p. 104, cursiva en el original) Cuatro años más tarde, parecía haber cambiado de opinión: “sin ser todavía un desechado de virtudes, la democracia es por ahora el sistema más propenso al equilibrio social, el mejor diseñado para salvaguardar los derechos de ciudadano y su representación”. Sin embargo, en segui- da Benedetti incluía un matiz determinante: “La democracia light, en cambio, introduce la liviandad, la irresponsabilidad, la desvinculación de toda ética, y un elemento fundamental: el culto del dinero, ya no

204- Manuel Vázquez Montalbán, “Benedetti o el romanticismo ante el tercer milenio” en su El escriba sentado, Barcelona, Diario Público, 2009, pp. 126 y 128 de 121-129. La posición de Vázquez Montal- bán frente a Benedetti interesa, sobre todo porque parece ser la de quien envidia el mantenimiento de una fe utópica que él mismo lamenta haber perdido, por lo menos en parte. Sobre El sur también existe, ver Jorge Basilago y Guillermo Pellegrino, La canción de Mario. Benedetti musicalizado, en Fundación Mario Benedetti, Primer premio internacional de ensayo “Mario Benedetti”, 2011, Montevideo, Seix Barral, 2012, pp. 190-214.

~248~ como necesidad ni como factor esencial para la subsistencia, sino como clave del poder” (PFS, p. 270, cursiva en el original). Para Benedetti, los potenciales beneficios de una democracia real (en el sentido positivo de auténtica) permanecían irrealizables porque no se podían separar de los males del capitalismo real (no menos auténtico pero bastante más negativo y de más peso): “Para la democracia norteamericana [escribió en 1993] hasta la piel tiene color económico” (PFS, p. 191). Es dentro de este cuadro de un capitalismo democrático sin rival so- viético, “esa derecha triunfante y ensoberbecida” (PFS, p. 174), que cobra aun mayor importancia para Benedetti la vigencia constante de la figura originalmente sartreana del escritor o intelectual políticamente comprometido tan nítidamente delineado en “Convalecencia del com- promiso”. En El desexilio y otras conjeturas, este hilo va desde el deber intelectual y cultural, frente a la amenaza “a la vuelta de la página” del “hongo nuclear”, de “seguir cooperando tozudamente en la transforma- ción” y de “prepararse para habitar un mundo transformado”, ya que “no nos queda otra opción de convertirnos en fervorosos, indefensos, activos militantes de la utopía (...) de sobrevivir” (“El hotel del abis- mo”, 23 de mayo de 1983, DOC, p. 49), hasta el otro más tradicional de “pronunciarse, comprometerse, denunciar, solidarizarse”, frente al escritor que “elige el descompromiso” [sic] y, “prisionero (aunque suene a paradoja) de su evasión, se pierde las maravillas de la realidad, que en definitiva son las de la vida” (“La realidad y el gabinete”, 10 de setiem- bre de 1984, DOC, pp. 202-203, cursiva en el original). En Perpleji- dades de fin de siglo, frente al “descrédito del compromiso y la rentabi- lidad de la indiferencia” (“Nostalgia del presente”, 1991, PFS, p. 95), Benedetti traduce la urgencia de la cuestión en sarcasmo: “a tal extremo ayuda la semántica a la descalificación” que las obras de los escritores comprometidos no irán a “la tradicional hoguera: más bien, serán arri- madas cautelosamente a la Estatua de la Libertad a fin de que ardan en su inapagable antorcha” (“Los propietarios de la libertad”, 1987, PFS, p. 25). Cinco años más tarde, pedía un mínimo compromiso honesto y claro a los que se sintieran aludidos: “Quien se avergüence de sus vie- jas convicciones y su pasada militancia, mejor será que ahueque el ala, cambie de apellido ideológico y no nos venda más gato por liebre” (“La izquierda y sus rubores”, PFS, p. 174-175). Dada una concepción tan combativa del intelectual o escritor com- prometido dentro de un marco político debatido entre opciones tan

~249~ extremadamente opuestas, los debates son tan inevitables como nece- sarios. El desexilio y otras conjeturas incluye las contribuciones de Bene- detti a dos polémicas que, en el proceso en 1984 que llevaba inelucta- blemente a la disolución de la dictadura cívico-militar en Uruguay y a la posibilidad cada vez más cercana y concreta de un regreso a su país, le brindaban la oportunidad de definirse en un progresivo contexto de cambio que despertaba tanta ilusión como desconcierto. Un inter- cambio con el novelista peruano Mario Vargas Llosa, para entonces ya un declarado defensor de valores liberales tanto en la ética como en la política, sobre el papel y consecuencias de las contribuciones al desarrollo de América Latina de intelectuales en su gran mayoría de izquierda como Benedetti,205 le permitía a este reiterar en “Ni cínicos ni contentos” (18 de junio de 1984) su adhesión a una división entre “nosotros”, que “defendemos las revoluciones latinoamericanas y pese a sus carencias y eventuales errores, las consideramos fundamentales y fundacionales para la liberación de nuestros pueblos”, y “ellos” que “in- discriminadamente las acosan, renuncian a entenderlas y contribuyen a bloquearlas con su desinformación”, refiriéndose no sólo a “neofascis- tas” y otras “alimañas” sino también a los “reaccionarios de izquierda, que no faltan” (DOC, p. 175), término con que en ese momento Bene- detti parecía designar a Vargas Llosa, pero que además anticipa muchos futuros debates dentro de la izquierda uruguaya e internacional.206 Su opinión constante, repetida en ese debate, que “para el proceso de liberación económica, social y política de América Latina, el enemigo no es exactamente la urss, sino, definitivamente, Estado Unidos” (DOC, p. 176), raíz de su continua campaña en contra de la influencia norteame- ricana en cualquier aspecto de la vida y cultura uruguayas y latinoame- ricanas, es lo que ocasionaba la otra riña más personal y violenta, en esa ocasión con intelectuales españoles, provocando la ruptura de las contri- buciones semanales de Benedetti a El País madrileño: “mi antinorteame-

205- No repito aquí la totalidad de mi acercamiento a este debate, ya disponible en mi artículo “Dos Marios, pero ¿son tocayos? Otro enfoque sobre la polémica entre Mario Vargas Llosa y Mario Bene- detti en 1984”, Revista de la Facultad de Humanidades y Lenguas Modernas de la Universidad Ricardo Palma (Lima), 13, diciembre de 2010, pp. 7-20. 206- Óscar Brando ve el debate Benedetti-Vargas Llosa como ahora “obsoleto” aunque “en su momen- to fue inescindible de cualquier valoración sobre la obra literaria”: ver “Mario Benedetti: los fuegos cruzados de la literatura” en Rómulo Cosse (comp.), Mario Benedetti: papeles críticos, Montevideo, Linardi y Risso, 2000, p. 176 de pp. 159-176. Sin embargo, tal opinión supone que el criterio usado por Benedetti ahora carece de pertinencia porque están resueltas las cuestiones políticas e ideológicas que lo subyacen, perspectiva nunca compartida por Benedetti mismo, y en la actualidad cada vez más cuestionada por sectores importantes de la izquierda internacional, a los cuales buscaré asociar el nom- bre de Benedetti en la conclusión de este libro.

~250~ ricanismo (y el de tantos latinoamericanos, destinatarios y/o maleficiarios de la extendida Doctrina de Seguridad Nacional) no es enfermedad, sino cura en salud” (DOC, p. 208, cursivas en el original), como lo explicó al final de un artículo donde el autor articulaba otra vez más su rechazo al segundo de los dos términos del título (“El argumento y el ardid” [17 de setiembre de 1984], DOC, pp. 205-208). El 9 de julio, Benedetti había publicado una reseña tan combativa como laudatoria de la autobiografía de Lillian Hellman, dramaturga de simpatías comunistas que no había claudicado frente a la tristemente famosa Comisión de Actividades An- tiamericanas del senador Joseph Macarthy (“Lillian Hellman y otras con- ductas”, DOC, pp. 183-187), alabando la pertinencia para el presente de la “actitud ejemplar [de Hellman] en plena pesadilla del macartismo” y citando con aprobación su sustitución de la “decencia” por su fe perdida en el liberalismo estadounidense (DOC, pp. 183 y 186). Es casi redun- dante subrayar la resonancia de estas frases con su apreciación de Líber Seregni (con su título anticapitalista de “Los dividendos del valor cívico” [26 de marzo de 1984], DOC, pp. 149-152) y de un Carlos Quijano en- tonces recién fallecido en su exilio mexicano (25 de junio de 1984, DOC , pp. 179-182) y con un ya citado aforismo propio anterior (“la modestia es algo así como una sintaxis revolucionaria”, ELR, p. 105). Sin embargo, tales implicancias antiyanquis despertaron la agresión verbal del poeta José Ángel Valente y del novelista Juan Goytisolo (entre otros) (DOC, pp. 215-216), cuyas reacciones le brindaron a Benedetti la oportunidad de despedirse de su columna semanal en España con unas afirmaciones que subrayaban la constancia de una posición política y su fundación ética: “Es obvio que en el mundo intelectual europeo existe una lamenta- ble incomprensión sobre América Latina”, incomprensión a la cual no se ofrecía a aceptar ni prolongar: Para aspirar a la tolerancia y aun el elogio debería adoptar una actitud de efusiva comprensión hacia Estados Unidos (Hiroshima y Grana- da incluidas) y sobre todo borrarme de la solidaridad con Cuba y Nicaragua. Y eso no estoy dispuesto a hacerlo. Cada uno tiene sus convicciones, sus normas y su ética; yo tengo las mías y a ellas me atengo. A esta altura, después de 11 años de exilio, deportaciones, prohibiciones y excomuniones varias, no voy a renunciar a un mí- nimo derecho privado: vivir en paz conmigo mismo (DOC, p. 219, cursiva en el original). Este renglón, que cierra “Cansancio y adiós” (30 de octubre de 1984) y por ende toda la colección El desexilio y otras conjeturas, es tanto una

~251~ afirmación personal, ética y política como una clara acusación de la au- sencia colectiva de la que es sucedáneo necesario pero insuficiente este “mínimo derecho privado”. En el mundo benedettiano, la ética puede preceder a la política, pero nunca reemplazarla, aun —y sobre todo— después de tantas congojas y dificultades no simplemente personales. Estas preferencias explican, tal vez, otra polémica de 1987-1988 entre Benedetti y unos intelectuales jóvenes que habían llegado a la madurez en Uruguay durante la dictadura. Benedetti había aclarado sus leal- tades políticas de siempre y su distancia de los gustos estéticos de la nueva generación de escritores e intelectuales, uno de los cuales, Gus- tavo Escanlar,207 bajo el seudónimo “Today”, respondió en nombre del “Uruguay-otro (...) ese ‘abajo que se mueve’. El Uruguay del rock. El Uruguay de los jóvenes poetas y performers (esos que no figuran en las antologías)”, acusando a Benedetti de representar un Uruguay cultu- ral y políticamente casi cadavérico.208 Acaso trivial en sí, el debate sin embargo demuestra lo tempestuosa que iba a resultar esa confluencia de ríos culturales que Benedetti esperaba ver como resultado del reen- cuentro de los de adentro con los que habían sido obligados a pasar una década o más desterrados en el extranjero (“El desexilio”, 18 de abril de 1983 y “País desde lejos”, 20 de agosto de 1984, DOC, pp. 39-42 y 193-196, respectivamente).

El reencuentro de Benedetti con lo mejor de sí mismo Debido al vínculo, tan repetido por Benedetti desde los años sesen- ta, entre capitalismo, democracia e injusticia, y a la necesidad de que el intelectual asumiera una posición definida frente a tal embrollo, ni siquiera hacia el final del progresivo derrumbe negociado de la dicta- dura uruguaya, pudo Benedetti llegar a saludar la vuelta a la legalidad electoral: En un pasado no demasiado lejano hubo sectores radicalizados que (no sólo en Uruguay) consideraron que, con vistas a una rápida toma

207- Para una apreciación no del todo positiva ni del todo injusta de la demasiado breve trayectoria periodística y literaria de Escanlar [1962-2010], ver Eduardo Espina, “Alias él mismo” en su Las ideas hasta el día de hoy, Montevideo, Planeta, 2013, pp. 151-160. 208- “Today”, “Sobre una entrevista”, Aquí, 233, 15 de diciembre, 1987, p. 4. La entrevista original es Miguel Ángel Campodónico, “Benedetti y sus 55 libros: Escribir es para mí en realidad una función natural y es mi oficio”, Aquí, 231, 1 de diciembre, 1987, pp. 12-13. Aunque Benedetti no participó más, hubo un seguimiento importante de Escanlar y otros en Cuadernos de Marcha, 28 y 29, febrero y marzo, 1988.

~252~ de conciencia por parte de los sectores populares, “lo peor” era “lo mejor”, y era innegable que la consigna tenía cierta seducción revolu- cionaria. La trágica historia de estos 10 años en Uruguay ha demos- trado, en cambio, que lo peor es sencillamente lo peor. La implacable represión trajo muertes, torturas, cárceles, miseria, y fueron necesarios largos y oscuros años para que el pueblo se repusiera de su derrota y comenzara a reorganizarse, a rehacer sus fuerzas, a ganar espacio po- lítico. Es tanto lo perdido y arruinado en esta década malaventurada que antes de empezar a construir lo mejor hay que desarticular con- cienzudamente lo peor. Esto al menos es lo que uno puede imaginar desde aquí, océano por medio y tras casi 11 años de exilio y lejanía (DOC, p. 196, cursivas en el original). Aquí condenaba claramente el uso de la lucha armada para conseguir fines revolucionarios (lo repetiría en 1994 [PFS, p. 239]), aunque al mismo tiempo admitía que la solución parecía atractiva en ese mo- mento específico, porque el voluntarismo optimista (que ya sabemos él compartía) veía como inminente una victoria para las fuerzas popula- res. Sin embargo, con igual o mayor énfasis, lamentaba el sufrimiento que la derrota de este intento y la represión brutal que la precedía y acompañaba, le habían infligido a todos los sectores populares, no solo a los revolucionarios o clandestinos. Como tampoco en el pasado, no explicaba cómo pensaba que se pudiera haber logrado tal victoria sin el uso de la violencia revolucionaria o de la guerra de guerrillas. Sin embargo, tampoco celebraba aquí la llegada de la democracia electoral como salida de la dictadura militar. Lo que sí saludaba era la paulatina recuperación de la fuerza política de las bases populares cuyos comités siempre le habían parecido el eslabón más importante del funciona- miento del Frente Amplio durante todo el período de su militancia como dirigente del Movimiento 26 de Marzo: “Te acordás hermano qué tiempos aquellos / cuando sin cortedades ni temor ni vergüenza / se podía decir impunemente pueblo?” (“Te acordás hermano?”, IT, p. 383) de El olvido está lleno de memoria (1995).209 Como Benedetti reconocería en 1993, “el socialismo no es un mero apellido, usable con cualquier norma de conducta” (PFS, p. 173), así que el mero regreso al Uruguay no cambió su perspectiva ideológica:

209- Con razón Greg Dawes hace hincapié en la interpenetración del mundo explorado en el perio- dismo político de Perplejidades y el ambiente versificado de El olvido está lleno de memoria (1995). Ver su “Mario Benedetti: la poesía, la memoria y la utopía”, en Dawes (comp.), Mario Benedetti, autor uruguayo contemporáneo. Estudios sobre su compromiso literario político, Lewiston/Queenston/Lampeter, Edwin Mellon Press, 2008, p. 105 de pp. 99-113.

~253~ “Nuestra acepción de la paz [escribió en 1986] pasa por la equitativa distribución de la riqueza, el trabajo creador, el franco ejercicio de la libertad, la asunción de la soberanía nacional, la plenitud cultural del hombre” (PFS, p. 19), y no pensaba abandonar tal utopía, porque “con victoria o sin ella, la solidaridad siempre ha sido una buena terapia para el cuerpo y el alma” (“La enmienda y el soneto”, 1990, PFS, p. 46). Por lo cual, “América Latina (...) necesita socialismo (libre ahora de toda influencia soviética” (“Cartagena y los fantasmas”, 1994, PFS, p. 240), porque “los políticos del Primer Mundo (...) saben (y temen) que la única salida [de las desgracias del Tercer Mundo] es la salida revolucio- naria. Con o sin votos, pero revolucionaria” (“Tener y no tener”, 1993, PFS, p. 190). Y aún al borde del siglo veintiuno, el lugar que para Bene- detti seguía siendo el emblema de esa esperanza socialista para América Latina era la Cuba revolucionaria, “La isla que exporta vida” [1991] (PFS, pp. 83-90) —en contraste con Estados Unidos, “ese gran poder hegemónico [que] exporta muerte” (PFS, p. 90, cursiva en el original). Confirmaba su creencia en “la tesis del partido revolucionario único, auspiciada por José Martí desde el fondo de la historia”, aunque apo- yaba el reclamo de los jóvenes cubanos por “más activa participación y sobre todo más democracia interna” (PFS, p. 86). Cuatro años más tarde, elogiaba las “conquistas sociales, y en particular las que atañen a educación y salud pública” de la Cuba que seguía adelante en 1995, a pesar de los cambios económicos introducidos para atenuar los efectos del bloqueo norteamericano y el derrumbe del “Área socialista” (PFS, p. 258), cambios que generaban “desigualdades” que Benedetti veía con evidente tristeza y cierta desilusión (“Cuba sigue”, PFS, pp. 255-260). Sin embargo, Benedetti supo terminar la última edición de Perplejida- des de fin de siglo que pudo preparar en vida con un enérgico respaldo a todo lo que, a su juicio, representaba y representa la figura de Fidel Castro para Uruguay y todo el continente: Los pueblos (...) siempre han reconocido en el líder cubano su ob- sesión por la justicia, por la autodeterminación, por la soberanía de cada nación, pero también por la solidaridad con otros pueblos (...) ¿Qué Fidel ha cometido errores? Por supuesto que sí. En lo económi- co, en lo político. No en lo social. No en la defensa y garantía de la salud y la educación de su gente (...) Fidel Castro es hoy por hoy la más importante figura política del continente americano. Tal vez no sea “democrático” de acuerdo a los cánones de la hipocresía finisecu- lar, pero [...] pese a sus errores, tozudeces (...) ofuscaciones y despistes, no encuentro, en este siglo y en toda la extensión de nuestra América,

~254~ una figura política que, como él, haya puesto su conocimiento, su experiencia, su vitalidad, su resistencia y su propia vida, al servicio de “los de abajo” (...) No descarto que algún día los latinoamericanos del montón recuperemos la inocencia perdida y le nombremos de una vez por todas nuestro Prójimo número uno. (“Fidel aquí”, 1995, PFS, p. 275, mayúsculas en el original) Es tentador asimilar este elogio de Fidel, que incluye estas palabras finales ya citadas arriba en mi Introducción como uno de los puntos de partida de este libro, a una tendencia en el pensamiento de Benedetti que este estudio ha tenido que comentar en numerosas ocasiones: la de preferir absorber ciertos rasgos de movimientos o grupos colectivos a la descripción moral de algún individuo que los encabeza o simboliza (un buen ejemplo era Raúl Sendic, líder fundador de los Tupamaros). Sin embargo, aquí ocurre todo lo contrario. A través de lo que arriba se llamaba una sinécdoque, el individuo Fidel Castro resume y simboliza la posibilidad socialista que para Benedetti seguía siendo la única alter- nativa real para el continente latinoamericano y todo el mundo subde- sarrollado expuestos a las consecuencias de las políticas económicas de las potencias superdesarrolladas. Da Cunha-Giabbai cree ver una continuidad en la predominancia de la ética entre El país de la cola de paja de 1960 y Perplejidades de fin de siglo de 1993, pero las citas de Perplejidades que usa para apoyar esta opinión claramente desmienten su propia lectura de ellas. Por ejemplo, nos dice que Benedetti “insta a recuperar ‘la ética de amplio espectro”’, mientras el artículo así titulado (PFS, pp. 161-164) urge exactamente lo contario porque, como reza su última frase irónica, “todo cabe en la ética de amplio espectro” (PFS, p. 164) de la macroeconomía y macro- política del neoliberalismo.210 La realidad es otra. Durante los treinta y pico de años que separan las primeras ediciones de El país y Perplejida- des ha ocurrido una inversión de la importancia relativa de la política y la ética. Aunque él mismo no parece haberse dado buena cuenta de ello, a partir del regreso a su país en 1985, Benedetti poco a poco iba desaprendiendo la lección más importante de toda su vida anterior me- nos los pocos años de su militancia uruguaya a principios de los años setenta: donde antes había intentado construir una posición política a base de una ética individualista, ahora empezaba a hacer exactamente el revés: deducir una perspectiva ética desde fundaciones políticas so-

210- Gloria da Cunha-Giabbai, Mario Benedetti y la nación posible, Universidad de Alicante, 2001, pp. 81-82 y 84.

~255~ cialistas. Por lo tanto, a pesar de sus títulos, el exilio y el desexilio no son los temas principales de El desexilio y otras conjeturas, como parece querer Mitidieri,211 como tampoco de Perplejidades de fin de siglo lo son las características finiseculares del siglo pasado. Más bien, en ambos casos lo esencial son esas “otras conjeturas”, porque ayudan a Benedetti a seguir definiendo una línea moral y política en la cual los fenómenos del exilio y desexilio eran solo una interrupción, quizá larga y penosa, pero a la larga, sólo eventual y temporal. El tema permanente y predo- minante era, en cambio, la cuestión política de la revolución socialista y sus muchos enemigos. La “simple, modesta decencia” era una “pequeña utopía” (“Se acabó el simulacro”, 1992, PFS, p. 122) debido a la “nos- talgia de un presente que desearíamos tener y no tenemos” (“Nostalgia del presente”, 1991, PFS, p. 97) y a una decisión de no convertirse en “enemigo de su propio pasado, cuando precisamente es en ese pasado donde quizá tuvo lugar la etapa más generosa de su vida” (“La vergüen- za de haber sido”, 1992, PFS, p. 134). Tal situación era exactamente la de Benedetti. En 1969, había empren- dido la “misión” de “ayudar conscientemente a su pueblo, eligiendo, de todas, la forma más legítima de ayudarse, y sobre todo la de ayudar lo mejor de sí mismo” (ELR, p. 131), consecuencia a su vez de haber descu- bierto, al leer a Antonio Machado en 1965, que “estar siempre con el más prójimo” era una manera de “haber estado dialogando con lo mejor de sí mismo” (SAO, p. 132). Treinta años más tarde pudo resumir su situación en el poema “Vuelta al primer olvido”, “Addenda” (IT, p. 491-495) de El olvido está lleno de memoria: “vamos a compartir los sueños con los sue- ños/del prójimo más próximo y más niño” (IT, p. 495).

211- Giuliana Mitidieri, “Dicen que la avenida está sin árboles”, en Carmen Alemany et al. (comps.), Mario Benedetti: inventario cómplice, Alicante, Universidad de Alicante, 1998, pp. 591-599.

~256~ Co n c l u s i o n e s

¿Ti e n e f u t u r o u n a p o l í t i c a d e l p r ó j i m o ?

Es cierto que los nuevos profetas recomiendan poner el socialismo al día. Pero, ¿a qué día? Mario Benedetti (1993) ¿Qué quiere decir “nosotros” en tiempos de paz y no de guerra? ¿Cómo pasar del “nosotros” fraternal de la epopeya al “nosotros” dispar del “juntos”, sin abandonar jamás la exigencia de que haya un “nosotros”? Continúo, yo también, en ese interrogante. Alain Badiou (2005)

Está de más afirmar lo cómodo y conveniente que hubiera resultado poder poner punto final en un libro sobre Mario Benedetti y su política del prójimo citando la última frase de la última edición de Perplejida- des de fin de siglo, donde el autor apoyaba el nombramiento de Fidel Castro como el Prójimo (así, con mayúscula) número uno de América Latina, como lo hicimos en los párrafos que cierran el capítulo ante- rior. Desafortunadamente, la realidad del asunto no es ni tan sencilla ni tan prolija. Después de escribir esa frase en 1995, Benedetti vivió unos catorce años más. Probablemente tendremos que esperar hasta que la Fundación Mario Benedetti y el equipo de investigadores encabezado por Pablo Rocca en la Facultad de Humanidades de la Universidad de la República terminen de compilar y editar los varios volúmenes de los centenares de artículos periodísticos y notas de crítica literaria todavía no reunidos en libro, antes de poder llenar todas las lagunas en este último tramo (y otros anteriores, tal vez) de la trayectoria literaria e ideológica de Benedetti. Sin embargo, algo sabemos: en mayo de 1993 dimitió como miembro del Consejo Asesor del semanario Brecha, en parte por su discrepancia con ciertos enfoques muy críticos sobre la Revolución Cubana.212 A medida que pasaban los años y disminuían sus propias fuerzas, y empeoraba la enfermedad de su esposa, dedica-

212- Ver Rosalba Oxandabarat, “Benedetti y Brecha: Y siempre está volviendo”, Brecha, año 24, n.º 1226, 22 de mayo de 2009, p. 14.

~257~ ba menos tiempo al periodismo y más a formas literarias breves como poemas y cuentos o viñetas en prosa, sobre todo a partir del nacimiento del nuevo siglo. Sin embargo, dejó amplia evidencia de la evolución de sus actitudes políticas en numerosas entrevistas y las muy frecuentes publicaciones de sus últimos años. Por ejemplo, el tema de la democracia. Cuando volvió a su país en 1985, después de la experiencia del exilio impuesto por la dictadura, parecía que Benedetti se asociaba a la corriente muy común en gran parte de la izquierda en toda la región: la dureza de enfrentar la derrota con sus propios derechos pisoteados más el conocimiento de otros siste- mas nacionales y otras lecturas provocaban una reevaluación positiva de las ventajas para el individuo de la democracia representativa: Cada vez que [el pueblo uruguayo] tuvo la oportunidad de pronun- ciarse democráticamente, fue dando pasos hacia delante. Yo creo que este fenómeno es una lección para todos, incluso para sectores del pueblo uruguayo que en determinados momentos avizoraron otro tipo de soluciones para el Uruguay. Y es una lección para la dictadura también. Es un pueblo democrático, tan simple como eso. Pero, cla- ro, a eso tuvo que agregar imaginación, combatividad, y le tuvo que agregar determinación para seguir adelante (RAA, p. 67). Sin embargo, lo más notable en estas frases es cuánto se parecen a las opiniones pronunciadas frente al Partido Socialista en 1963 y citadas arriba en este libro, cuando Benedetti aconsejaba a sus compañeros so- cialistas no participar del juego sucio de las elecciones a pesar de la evi- dente preferencia de la población por tal forma de gobierno. Por tanto, no es de sorprender de que en 2007, después de haberse acostumbrado a la democracia uruguaya bajo la hegemonía del neoliberalismo econó- mico, Benedetti definiera como “174 años de gobiernos de derecha” todo el período de independencia antes de la asunción del primer go- bierno frenteamplista.213 La clara implicancia, que tanto fastidiaba al historiador liberal José Rilla cuando Benedetti emitió la misma opinión en la televisión, era que solo a partir de 2005 podía el ciudadano me- diano uruguayo esperar por fin recibir el respeto que merecían sus de- rechos humanos y constitucionales.214 Remate aún más fuerte del tema

213- Leonardo Haberkorn, “La terquedad del poeta”, en su Crónicas de sangre, sudor y lágrimas, Mon- tevideo, Fin de Siglo, 2009, p. 173 de pp. 151-176 (publicado originalmente en Gatopardo, 82, se- tiembre de 2007). 214- José Rilla, “Sobre la enseñanza de la historia”, en Constanza Moreira (comp.), La hora de las refor- mas. Gobierno, política y actores, Montevideo, Instituto de Ciencias Políticas/Banda Oriental, 2007, p. 54 de pp. 53-56. Ver también Rilla, La actualidad del pasado, Montevideo, Debate, 2008, p. 438, nota 70.

~258~ democracia es la evaluación que hizo Benedetti de la polémica reelec- ción en 2000 en Estados Unidos del Presidente Bush hijo con la ayuda del resultado electoral muy cuestionado en el estado de Florida, donde el gobernador era su propio hermano: “Ya ve lo que sucedió en la últi- ma elección. Es un mal momento para la democracia norteamericana, y me alegro. Cuantos malos momentos pase, me alegro más”.215 Lo cual confirma lo que dijo, siete años más tarde, Ariel Silva, en ese momen- to su secretario privado, confirmando que, en esto también, Benedetti seguía cumpliendo con su palabra: “Mantiene una conducta. No hace nada que tenga que ver con el imperio ni con la derecha”.216 Una ética de la mano de una política, no al revés. En efecto, “sigo fiel al socialismo”, dijo Benedetti en una de las mu- chas entrevistas que concedió en la ocasión de sus 80 años en 2000, solo nueve años antes de su fallecimiento: “Con todos sus defectos, la utopía socialista es la que puede traer un bienestar a la Humanidad. Pese al fracaso del socialismo democrático de los países del Este, porque no fueron fieles y desvirtuaron la ciencia, yo no me he borrado de las ideologías”.217 El socialismo de estas frases es producto de un conoci- miento, no de una mera intuición entrañable. Sin embargo, Benedetti no había olvidado su propia experiencia de dirigente. A partir de su exilio en 1974, nunca más volvió a militar como dirigente o activista en ningún grupo o partido de izquierda específico, ni siquiera en las dis- tintas versiones subsiguientes de un Movimiento 26 de Marzo (M26) resucitado en el extranjero y en Uruguay después de la redemocratiza- ción, tema sobre el que se explayó en otra entrevista del mismo año: a medida que iba pasando el tiempo advertí que no tenía la menor vocación para dirigente político, sí para la militancia independiente, fuera del aparato partidario. Finalmente llegué a la conclusión que podía tener una incidencia mucho mayor a través de la literatura (...) estar cerca del pueblo siempre ha sido una máxima para mí. Lo mejor que me pudo haber pasado en la vida es que lo que escribo le haya tocado el corazón a esa gente, a ese pueblo, a ese hombre de a pie. Lo que resulta ser otra fidelidad —su “máxima” no parece otra cosa que una reelaboración propia del dicho del poeta Antonio Machado

215- Cristina Mucci (del programa argentino Los siete locos), “Entrevista a Benedetti: Siempre hay algo de lo que yo digo que le toca a la gente”, http://marting.stormpages.com/Benedetti.htm (acceso 29.5.2013). 216- Haberkorn, “La terquedad del poeta”, p. 157. 217- Chema Conesa, “Mario Benedetti, entrevista”, 5 de noviembre de 2000, en www.elmundo.es/ magazine/m58/textos/mario.html.

~259~ que tanto le había impresionado en 1965: “En caso de vida o muerte, se debe estar con el más prójimo” (SAO, p. 132) —le permite sostener con aparente ecuanimidad lo siguiente: “no me siento derrotado en cuanto a mis creencias ideológicas y voy a seguir luchando por ellas. Sin éxito, eso sí”.218 Sin embargo, es precisamente el hecho de tener que evitar hacer “nada que tenga que ver con el imperio ni con la derecha” en 2007 lo que nos permite apreciar cuán largo y “sin éxito” había resul- tado ser lo que, treinta y seis años antes, solo tres semanas después de las elecciones nacionales de 1971, Benedetti ya había pronosticado como “el duro combate que se avecina” (C71, p. 234; EP, p. 108). Benedetti no tuvo que hacerse cargo, como su amigo y compañero poeta argentino Juan Gelman, por ejemplo, de su propio involucra- miento en movimientos guerrilleros o acciones armadas que habían conducido a muertes violentas innecesarias y política o moralmente injustificables por haber sido estratégicamente equivocadas.219 Si acusa- ba cierta ingenuidad culposa al sostener en 2004 que no se podía leer El cumpleaños de Juan Ángel como “una novela poética que aprueba el uso de las armas” porque el asunto “está tomado como tema. No es un manifiesto de Mario Benedetti. Es Juan Ángel”, era porque, como hemos visto, buscaba una revolución producida a través de las urnas o de la militancia organizada de todo el pueblo. Nunca había acepta- do ni aprobado la lógica revolucionaria de una ruptura violenta: “en el movimiento ese en el que yo fui dirigente —el Movimiento 26 de Marzo— siempre me opuse a que tomaran las armas. Me parecía que era un destino que llevaba a la derrota”,220 aunque no es lo mismo que decir que le parecía inmoral. Sin embargo, también dejó claro en la misma época que si “nunca fui tupamaro”, “respetaba que gente joven, muy sacrificadamente, se jugara la vida por un ideal político. Verdade- ramente había unas cuantas cosas por las que luchar”.221 Efectivamen-

218- Ezequiel Martínez, “Benedetti, el escribidor”, en http://edant.clarin.com/diario/especiales/bene- detti/nota1.htm (acceso 3.2011). 219- Ver la polémica surgida en Argentina después del fallecimiento de Gelman y resumida en Horacio Verbitsky, “Gelman in memoriam: El universo desnudo”, originalmente en Página/12, 4 de febrero, 2014, (acceso el 5.2.2014) en LaRed21: http//:www.lr21.com.uy/comunidad/1157272-gelman-in- memoriam. Un libro, citado en la nota de Verbitsky, donde Gelman hace un análisis político y ético de las actividades de los Montoneros es Roberto Mero, Conversaciones con Juan Gelman, Contraderrota: Montoneros y la revolución perdida (Buenos Aires, Contrapunto, 1987). 220- Vicente Muleiro, “Sensatez y sentimientos”, Suplemento ñ de Clarín, 21 de febrero de 2004, en http//:edant.clarin.com/suplementos/cultura/2004/02/21/u-711739.htm (acceso 10.2013). 221- Cristina Mucci (del programa argentino Los siete locos), “Entrevista a Benedetti: Siempre hay algo de lo que yo digo que le toca a la gente”, http.//marting.stormpages.com/Benedetti.htm (acceso 29.5.2013).

~260~ te, ya hemos visto arriba que por lo menos una hija desparecida había encontrado su inspiración en El cumpleaños de Juan Ángel, al parecer no habiendo hecho el reparo puntilloso y formalista entre personaje, narrador y autor que hizo Benedetti en 2004 pero que evitó hacer al establecer las bases de su sistema de transparencia estética y ética en las lecturas del realismo social en la crítica literaria de los años cincuenta (ver el Capítulo uno arriba). Además, hay otra ambigüedad en esta historia de la relación de Bene- detti con la violencia revolucionaria que los años han ayudado a aclarar. Conversando con Hugo Alfaro en 1986, Benedetti había declarado que la experiencia de los años de militancia le había dejado “por otras ra- zones, un gusto amargo”: “Pasaron cosas desagradables para mí, en los últimos tiempos de esa actividad, cosas que no tengo por qué mencio- nar ahora; ciertas actitudes que no pude entender y que me parecieron injustas”. “¿Preferís, entonces, dejarlo ahí?” —le preguntó Alfaro, a lo cual Benedetti contestó escuetamente: “Sí”.222 Sin embargo, en la citada entrevista con Haberkorn, se habla de su constante negación a conver- sar con un ex compañero de la dirección del M26 porque lo considera- ba “un traidor”.223 En el prólogo al libro que precede el que recoge este reportaje, Haberkorn recuerda una de las conversaciones que había te- nido con el autor en el bar San Rafael donde Benedetti solía almorzar: Le conté que estaba buscando a Kamil Amir, otro de los cinco miem- bros de esa primigenia directiva. Cuando se lo nombré, Benedetti abandonó su buen talante, me miró muy serio y me dijo: —Kimal Amir es un traidor.224 Ahora bien, da la casualidad de que Amir había sido uno de los diri- gentes del M26 que también era miembro formal del mln, pero ade- más, en 1974 (o sea, “durante los últimos tiempos” de la “actividad” de Benedetti) fue uno de los llamados “renunciantes” que abandonaron no solo la lucha armada sino también el Movimiento porque, a su juicio, seguir peleando con las armas no tenía más sentido y ponía en peligro a todos los compañeros encarcelados como “rehenes” de los militares.225

222- Alfaro, Mario Benedetti, p. 133. 223- Haberkorn, “La terquedad del poeta”, p. 173. 224- Leonardo Haberkorn, Historias tupamaras, Montevideo, Fin de Siglo, 2008, p. 9. 225- Este episodio sigue siendo uno de los más oscuros y polémicos de toda la historia del mln, y hasta la fecha ninguna de las muchas versiones existentes merece considerarse definitiva. Como muestra de la gama de tonos, perspectivas y contenidos posibles, contrastar el capítulo dedicado al asunto en Haberkorn, Historias tupamaras, pp. 171-206 con la sección correspondiente en Labrousse, Historia de los Tupamaros, pp. 151-155.

~261~ Lo importante aquí, sin embargo, es resaltar el contenido político que adquiere la coherencia y constancia ética de Benedetti en este contexto, ya que, al contrario de la blanda y políticamente vacía consistencia en- tre palabra y hecho tan frecuentemente aplaudida en la crítica dedicada a la vida y obra del autor, sugiere que la posición política mantenida por Benedetti hasta su fallecimiento en mayo de 2009 se mantenía mu- cho más cerca de la que ponía en acción entre 1970 y 1974 de lo que en muchos casos se reconoce. Benedetti acertaba más de lo que sabía, cuando le había afirmado a Ruffinelli en 1973 que no era posible “con- cebirse” ni “pensarse” sin la experiencia de su militancia en el M26. En un rumbo relacionado, Ariel Silva confirmaba que Benedetti seguía do- nando dinero a las familias de los desaparecidos durante la dictadura226 (y no a organizaciones que no se preocupaban por las adhesiones políti- cas de la gente que recibía su ayuda). O sea, en las acciones y decisiones de Benedetti durante la última década de su vida, siempre importaba la identidad política e ideológica de izquierda de las organizaciones o los individuos a los que daba su aval y respaldo. La trayectoria intelectual e ideológica de Benedetti seguida en este libro sugiere una principal línea de evolución que es muy importante resumir en esta conclusión. En los años cincuenta, estableció las fun- daciones éticas de un pensamiento a partir de cuyas bases en los años sesenta intentó construir una política socialista tan utópica en sus raí- ces como practicable en sus consecuencias. Su militancia entre 1970 y 1974 como fundador y dirigente político llevó a Benedetti a aprobar los fines pero no los métodos de una guerrilla clandestina cuya misión y visión políticas tenían como ejemplo, si no como modelo, a la socie- dad revolucionaria cubana. Tal situación permitió relucir las contra- dicciones irresolubles entre una política que implicaba reconstruir una sociedad entera según principios sociales, económicos y políticos que contradecían totalmente los ya existentes, y una ética que limitaba drás- ticamente los métodos disponibles para crear la posibilidad de llevar a cabo una tarea tan grandiosa. La derrota de estas esperanzas no solo obligó a Benedetti a vivir por doce años la experiencia penosa de ser intelectual errante en la diáspora uruguaya, sino que le impuso también la necesidad tal vez aún más difícil de reevaluar dentro de su manera habitual de pensar cuestiones sociales e ideológicas, la posición relativa de la ética y la política. En contra de los muchos que quieren enfatizar como principal lección ética de la vida y obra de Benedetti la coheren-

226- Haberkorn, “La terquedad del poeta”, p. 171.

~262~ cia antihipócrita pero hueca entre palabra y acto, entre dicho y hecho, proponemos una conclusión sencilla, clara pero sumamente incómoda de nuestra lectura del viaje intelectual y político de este autor. Para Benedetti, la izquierda uruguaya y latinoamericana pierde el tiem- po en el intento de aliviar los daños del sistema capitalista, mejora impo- sible por la simple razón de que, para garantizar su funcionamiento, el capitalismo, sobre todo en su versión más reciente y salvaje, necesita las mismas desigualdades e injusticias que el socialismo busca erradicar. Por lo tanto, sería mejor tomar como ejemplo el socialismo cubano, el cual pese a todas sus deficiencias, depende no de inequidades sino más bien de una distribución más igualitaria de bienes y escaseces. Este sería un modelo que una política del prójimo sí puede mejorar cuando llegue la posibilidad de que tenga un futuro, ahora invisible y difícil de concebir, cuando las bases éticas tan importantes en la vida y obra de Benedet- ti por fin puedan encontrar un terreno político y social adecuado a la formación de individuos capaces de apreciarlas, practicarlas y vivirlas. Perplejidades de fin de siglo de los años noventa demuestra claramente que Benedetti había aprendido una verdad casi enteramente ausente de El país de la cola de paja escrito casi cuarenta antes: no se puede hablar de un sistema político sin considerar primero las estructuras económicas que lo subyacen. Desde su experiencia cubana hasta el día de su falleci- miento, Benedetti siempre prefirió la democracia participativa dentro de un estado socialista de partido único a cualquier modelo de democracia electoral practicado dentro de un sistema capitalista. Si parece vacilar entre un culto a la personalidad de los héroes revolucionarios y la reivin- dicación de los derechos civiles, se debe tanto a la cuestión políticamente irresuelta en Cuba del papel y lugar de la iniciativa individual dentro de un socialismo de partido único verticalmente jerarquizado, como a cualquier dificultad que Benedetti pudiera haber tenido en definir una posición socialista a partir de una ética individualista. En este sentido de medir lo individual dentro de lo colectivo, el me- jor emblema de todo lo vivido y meditado por Benedetti durante el período entre 1974 y 2009 es tal vez la colaboración solidaria entre su propia poesía recitada y la música, voz y canciones de Daniel Viglietti, grabadas y publicadas en las distintas versiones de A dos voces.227 Com-

227- Las versiones más completas parecen ser, en libro, la de Visor en Madrid, 1994 (que contiene un poema más que la edición correspondiente de Seix Barral de Buenos Aires del mismo año), y en CD, la de Ayuí de Montevideo (n.º A/E 238 CD) del año 2000, aunque la grabación en vivo contiene tanto algunos textos o canciones excluidas del libro impreso y omite otras allí incluidas. No he encontrado

~263~ puesto por dos cómplices simpatizantes de las mismas revoluciones y, en su momento, dos buscadores de soluciones socialistas para su pro- pio país, y constantemente renovado a través de muchos conciertos, el primero en México en 1978 y el último en Montevideo en 2005, solo cuatro años antes del fallecimiento de Benedetti, este proyecto empezó en memorias y nostalgias provocadas por la derrota y el exilio forzoso, pero habrá terminado en las muy otras asociadas a la lucha revolucio- naria provocadas por el retorno a la legalidad del capitalismo demo- crático. Como bien escribió en “País desde lejos”, el 20 de agosto de 1984: “Amnistía no es amnesia: las cicatrices, del cuerpo y del espíritu, señalan con rigurosa precisión e implacable memoria donde estuvieron las heridas” (DOC, p. 193, cursiva en el original). Como los cadáveres de personas asesinadas, esas cicatrices implican e imponen exigencias y obligaciones para los sobrevivientes. Esta lección insoslayable permite asociar el pensamiento de Benedetti con ciertas ideas del filósofo francés Alain Badiou, a quien he citado en algunos momentos anteriores. En años recientes, como señal de la recuperación de la izquierda después de las derrotas de los años noven- ta y como desafío al triunfo aparentemente definitivo del capitalismo democrático neoliberal y globalizado de principios del nuevo milenio, Badiou ha propuesto lo que llama “la hipótesis comunista” o “la idea del comunismo”,228 concepto que no tiene nada que ver con el Partido Co- munista con el que el socialista Benedetti nunca se asoció, ni siquiera en Cuba. Badiou llega a afirmar que la “forma Partido, como lo es también la del Estado socialista, hoy es inadecuada para asegurar el sostenimiento de la Idea”. Más bien, “aquello de lo que se trata concierne una nueva re- lación entre el movimiento político real y la ideología”, “lo que se nos viene dado como tarea (...) es ayudar a que surja un nuevo modo de existencia de la hipótesis”, (...) a “reinstalar la hipótesis en el campo ideológico y mili- tante”. Tal proyecto es independiente de cualquier nombre que “se le dé” porque la única función imprescindible de esta “idea” o “hipótesis” es “la que permite hablar del proceso de una verdad en el lenguaje impuro del ninguna grabación en DVD, pero trozos de distintos conciertos se pueden ver en YouTube. Benedetti habla de A dos voces en muchas entrevistas y notas (ver por ejemplo “Después de la mordaza”, DOC, pp. 165-168), y ambas versiones impresas tienen prólogo de Viglietti. Este habla con Benedetti bre- vemente de A dos voces en Daniel Viglietti, desalambrado (DVD, pp. 122-123), que también incluye detalles de numerosas reseñas de los conciertos en distintas partes del mundo (DVD, pp. 284-286, 290-291, 293, 302-303, 305-309). 228- Alain Badiou, “La idea del comunismo”, en Analía Hounie (comp.), Sobre la idea del comunismo (trad. Alcira Bixio), Buenos Aires, Paidós, 2010, pp. 17-31, y ¿Qué representa el nombre de Sarkozy? (trad. Iván Ortega), Pontevedra (España), Eliago, 2008, pp. 95-114.

~264~ Estado, y así desplazar, por un tiempo, las líneas de fuerzas mediante las cuales el Estado prescribe lo que es posible y lo que es imposible”.229 Ha opinado acertadamente Vázquez Montalbán que “leer a Benedetti desde la simplificación de la escritura del compromiso es una de las muchas maneras de no leerle”.230 Como quedó anticipado en la introducción, este libro no ha emprendido una lectura literaria de la obra extensa de Benedetti pero, no obstante, diríamos que una lectura que no tome en cuenta la evolución ideológica y la militancia política a la que dedicó tanta energía y creatividad sería otra “manera de no leerle”. La poca o casi nula disponibilidad de El país de la cola de paja, Cuaderno cubano o Letras de emergencia, de las ideológicamente coherentes colecciones de ensayos de crítica literaria y cultural como Subdesarrollo y letras de osadía, El escritor latinoamericano y la revolución posible o El recurso del supremo patriarca y de las versiones originales y completas de Crónicas del 71 y Terremoto y después, solo sirve para garantizar que tal manera de no leerlo se transforme en la lectura más aceptada o generalizada, si no en la única posible. Este difícil acceso a textos cuya pertinencia continua y actual se ve confirmada por las desigualdades cada vez más acentuadas en el capitalismo democrático del siglo xxi, también le niega a Benedetti su lugar en la creación de cualquier nueva forma que pueda adoptar la lucha por una utopía que a él le permitió conocer y entregarnos “lo mejor de sí mismo” con la esperanza de encontrar lo mejor de nosotros y de cualesquiera de sus lectores en el futuro. Le despoja a Benedetti de su cuota de propuestas políticas incómodas. Es en este contexto que hay que entender a los “prójimos” y proji- míos” que aparecen en los poemas y otros textos de los últimos años del autor. Son fantasmas de su propio pasado, son los amigos y compañeros que lo rodean en la soledad de su vida de viudo cada vez más enfermo, pero también son heraldos de lo que podrá ser cuando no esté: “la solidaridad es la palabra / que nos abraza hasta creer que somos / luz y sombra de aquí ¿ajenas? ¿propias? / vaya // lejos o cerca somos alguien” (“Diáspora”, IND, p. 100), ya que “las miradas del prójimo convo- can” (“Como un gallo”, DP, p. 66). En la ciudad que “desde siempre es la mía”, “cada ser es mi prójimo/mi otro/mi antepasado mi suplente” (“De un sitio”, CNC, pp. 104-105), o encerrado en una habitación,

229- Ver “La idea del comunismo”, p. 30; ¿Qué representa el nombre de Sarkozy?, pp. 111 y 113; “La idea del comunismo”, p. 28 (cursivas en el original). 230- Manuel Vázquez Montalbán, “Benedetti o el romanticismo ante el tercer milenio”, en su El escri- ba sentado, Barcelona, Diario Público, 2009, p. 121 de pp. 121-129.

~265~ triste y solo, “quiero encontrarme con mis ausentes / con mi pasado / con mi presagio de futuro / con los más próximos de mis prójimos” (“Ausencias”, CNC, p. 164). En Vivir adrede (2009): “Me lo hizo saber un personaje, ya no sé de qué libro: Cuando el mundo me ignora, yo recurro a mi sombra. Los projimíos y los projituyos, los prójimos en fin, me buscan en su olvido, pero allí no me encuentran, porque estoy en mí mismo, en mi olvido de veras” (“Solo”, VA, p. 114). El último Benedetti puede dar la impresión de vacilar entre el “yo” y el “nosotros”, entre el “yo” y el “prójimo”, pero hasta en el póstumo Autobiografía para encontrarme, donde no aparece el concepto “prójimo”, pudo escribir: “no quiero que nadie me encuaderne / quiero pensar en rústica” (“Li- bros”, AE, p. 19). La verdad es que tanto George Orwell como Benedetti estaban equi- vocados: el “rostro tras la página” no existe; ni tiene nombre ni fac- ciones —reales o realistas. Apunta hacia lo que Machado llamaba esa “figureja”, que a la larga es invención o construcción plural de todos los lectores que vendrán, porque la historia de la literatura y de sus funcio- nes en la vida humana, no la escriben los autores de los libros sino sus lectores. Y entre ellos habrá algunos que quieren encontrar y dedicar lo mejor de sí mismos a sus prójimos. Era para ellos que Benedetti siempre quería “pensar en rústica” porque de ellos dependerá la posibilidad de cualquier futura política del prójimo.

~266~

Bi b l i o g r a f í a

Esta bibliografía contiene solo materiales utilizados en el texto o las notas de este libro. Está dividida en dos partes: 1) obras de Mario Be- nedetti en el orden cronológico de su primera publicación, con el año de la primera edición entre paréntesis cuando manejo otra posterior; 2) todas las fuentes secundarias en orden alfabético de autor.

Obras de Mario Benedetti

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