Cuentos Con Moraleja Padre Lucas Prados
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Cuentos con moraleja Padre Lucas Prados 1 Cuentos con moraleja Padre Lucas Prados Adelante la Fe: Información Católica Adelantelafe.com 2 El pan más pequeño cababa de terminar la Segunda Guerra Mundial. Muchos países estaban en el caos. Faltaban hospitales, medicinas y muchas cosas de primera necesidad. Quienes más sufrían eran los A niños por la falta de alimento. Los hechos que vamos a relatar nos sitúan en un pueblecito pequeño de Alemania en las fechas cercanas a la Navidad. Había en ese pueblecito no más de doscientos habitantes. Bastantes familias habían perdido durante la guerra a los padres y abuelos. El hambre y la desnutrición era el visitante más común de todos los hogares. Las cosechas habían sido destruidas por la guerra. Como se acercaba la Navidad, el único panadero que había quedado en el pueblecito pensó hacer una buena obra y dar una hogaza de pan cada día a los niños que vinieran a recogerla a su panadería. Después de haberlo anunciado debidamente en la plaza del pueblo, preparó veinte hogazas, unas más grandes y otras más pequeñas, con la masa que le había sobrado. En esto que llamó a los niños, los cuales no tardaron ni un minuto en llenar la pequeña habitación que servía de tienda para vender el pan. El panadero, a quien llamaremos convencionalmente Honorato, puso un poco de orden y les dijo que se acercaran para coger cada uno un pan. Acababa de dar el silbato de salida cuando los niños se abalanzaron a coger su hogaza de pan, a cuál más 4 grande y salir corriendo hacia sus casas para entregarlas a sus madres. Ninguno se detuvo un segundo para darle las gracias a Honorato, pero a él no le preocupó mucho; si había hecho este gesto era por caridad y no esperaba ningún reconocimiento a cambio. Al final quedó una niña pequeña en un rincón de la habitación, la cual sin atreverse a levantar los ojos oyó al panadero que le decía: — ¿Es que no has cogido tu pan? A lo que ella respondió: — Estaba esperando que todos los niños cogieran su pan. Ellos lo necesitan más que yo. — ¿Es que no tienes hambre? –Preguntó el panadero. — ¡Mucha! -Respondió la niña. La niña cogió su pan, el más pequeño que había quedado, besó la mano de Don Honorato, le dio las gracias y se marchó feliz a su casa. Cuando llegó, su madre y sus otros tres hermanos hicieron un “festín”. La verdad es que era lo único que tenían para comer ese día; pero les supo a gloria. Ese día los ratones pasaron hambre, porque no quedó en la casa ni una migaja de pan. Al día siguiente, Don Honorato, cumpliendo su promesa, volvió a llamar a los niños, quienes corriendo como gacelas hambrientas, se acercaron a la panadería. La historia se repitió. Los niños cogieron sus hogazas de pan, a cuál más grande, y al final del todo quedó la misma niña, a la cual le tocó de nuevo la más pequeña, pues era la última que quedaba. La niña volvió a agradecer a Don Honorato el pan que le había dado y se marchó muy feliz a casa. De vuelta a casa pudo comprobar por el camino, que este pan, a pesar de ser pequeño, pesaba mucho más que el día anterior. Cuando llegó a casa, todos se prepararon a disfrutar del festín. La madre cogió un cuchillo y se dispuso a cortar el pan, cuando de pronto se dio cuenta que en medio del pan había algo duro que no le permitía seguir cortando, así que abrió el pan en dos con las manos y descubrió un montón de monedas de oro. Separaron las monedas y se comieron con fruición hasta la última migaja. Entonces la madre se quedó pensando: — Con estas monedas podría comprar comida para muchos días. Mis hijos ya no pasarían hambre. Pero, por otro lado, ese dinero no es mío. Seguramente se le cayó a Don Honorato y ahora lo estará buscando el pobre. Así que mandó a la niña a la panadería para que le devolviera las monedas de oro al panadero. Cuando la niña llegó, le dijo a Don Honorato: 5 — Mire usted, señor, resulta que estábamos cortando el pan y mi madre se encontró todas estas monedas dentro. Como se imaginó que usted las había perdido, aquí se las devuelvo. Don Honorato se quedó conmovido ante tanta candidez y le dijo a la niña: — Las monedas no se me cayeron en el pan. Yo las puse allí a caso hecho. El otro día, cuando viniste por el pan, me conmovió tu generosidad al dejar que los demás niños se llevaran los panes grandes y tú te quedaste con el más pequeño. Además, fuiste la única que me dio gracias. Así que pensé ¿qué puedo hacer para premiar su virtud? Como sabía que hoy también te quedarías con el pan más pequeño, yo puse en él todas esas monedas, sabiendo que ningún otro lo cogería. ¡Así que son tuyas!¡ Llévalas a casa para que tu mamá no pase más necesidad! La niña se abalanzó sobre el cuello de Don Honorato, le dio un beso…, y mientras atravesaba la puerta de la calle, una lágrima comenzó a rodar de los ojos emocionados de nuestro bendito panadero. Por muchas necesidades que nosotros pasemos, siempre hay personas que sufren más. Cuando recibamos ayuda, no seamos egoístas. Además, nunca olvidemos ser agradecidos con aquellos que se acuerden de nosotros, y de modo especial, con Dios, que al fin y al cabo es quien los puso en nuestro camino. 6 Dios siempre escucha ace no muchos años me hablaron de una pobre mujer, Angustias de nombre, que a pesar de sus pocos años había ya padecido mucho. Como consecuencia de tanto sufrimiento y H de su precaria vida de piedad, fue perdiendo la fe y su confianza en Dios. Por si faltaba algo, su marido hacía unos meses que se había quedado sin trabajo y apenas si tenían para vivir ellos y sus cuatro hijos. Conociendo Consuelo, una amiga suya, el mal estado emocional en el que se encontraba fue un día a visitarla. — ¡Hola, Angustias! ¿Cómo te encuentras? — No tan bien como deseara. La verdad es que últimamente estoy con la depre. Ya sabes todo lo que nos está ocurriendo. –Respondió la amiga. — Lo que debes hacer es tener fe. ¡Pídele a Dios y verás cómo te ayuda! — Dios me ha abandonado. Al principio rezaba, pero me aburrí. No sé si habrá alguien arriba porque por más que le pido no me responde. 8 Angustias, durante sus años mozos, había sido una “buena cristiana”; pero luego, cuando la vida empezó a azotarle, y debido también a que su marido era poco practicante, se fue separando de Dios y de la vida de piedad. Consuelo le insistió en que rezara con fe, pues Dios nunca dejaba de escuchar nuestra oración. Por más que le insistía, Angustias no parecía dar su brazo a torcer. Así que después de un pequeño debate, y viendo Consuelo que no conseguía nada le dijo a Angustias: — Mira, Angustias, nada vas a perder si le pides a Dios de nuevo. Él nunca abandona. Es más, a partir de ahora pediré yo también por ti. Angustias no estaba muy convencida, pero para que su amiga se callara le prometió que volvería a rezar. Y no se le ocurrió otra cosa que decirle a Dios: — ¡Señor! Ya sabes todo lo que me pasa. Mi amiga me ha pedido que te rece, pero la verdad es que he perdido la fe; así que te voy a pedir algo sencillo. ¡Mira!, me gustaría, que como signo de tu amor hacia mí, y para probarme que me escuchas, me regalaras una flor y una mariposa. Pasaron unos días, y la mujer, enfrascada de nuevo en los quehaceres cotidianos, se olvidó de Dios y de lo que le había pedido. Un miércoles por la mañana, mientras la pobre mujer estaba haciendo la colada de toda la familia, sonó el timbre de la casa. Se secó las manos apresuradamente y acudió a la puerta a ver quién era. En esto que - a través de la ventana - vio un furgón de reparto y un hombre vestido de marrón a la puerta de su casa. Ella abrió la puerta y el repartidor le pregunta: — ¿Vive aquí Angustias Sánchez? — Sí, servidora (así se hablaba antiguamente). — Pues mire que le traigo un paquete. La mujer lo recibió. Firmó la hoja de entrega. El furgón se marchó y la mujer, curiosa, se dispuso a abrir el paquete, no sin antes buscar el remitente del mismo. Por más que buscó no encontró nombre alguno. Así que se dispuso a abrir la misteriosa caja, que era un poco más grande que una caja de zapatos. Fue a la cocina, cogió unas tijeras, y un tanto nerviosa abrió el paquete. 9 Cuál fue su sorpresa cuando dentro de la caja se encontró una maceta pequeña con un cactus pinchoso, un gusano negro feo y peludo y una pequeña tarjeta de visita que decía: “En respuesta a tu oración”. En ese momento le entró un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo. Parecía que quería adivinar que el paquete venía del cielo. Pero no, del cielo no era, pues eso no era lo que ella había pedido a Dios. Disgustada porque Dios tampoco le había escuchado, volvió a meter el cactus con el gusano y la nota en la caja y la tiró en una esquina del patio de la casa, pensando: — De aquí a unos días, cuando limpie el patio, lo tiro todo a la basura.