Patrimonio etnográfico construido 2 y vivido

MARÍA ELISA SÁNCHEZ SANZ

1. URBANISMO Y ARQUITECTURA POPULAR

La topografía sobre la que hubieron de asentarse los pueblos que configuran esta comarca es abrupta, intrincada, y se sitúa a muchos metros sobre el nivel del mar (, a 1.692, es la localidad más alta de Aragón). De ahí que alguno se erija sobre un espo- lón (), otros sobre un promontorio (Castevispal, Linares, ); en un collado (Alben- tosa, Alcotas, Arcos, Los Cerezos, Fuentes, Gúdar, ); en una ladera, obligando a la construc- ción de edificaciones aterrazadas (, Alcalá, Las Alhambras, Cabra, los Formiches, Mas de Navarrete, Olba y sus barrios, Paraíso Bajo, San Agustín, Valdeli- nares); en una vaguada (Camarena, , Los Mases, Mora); sobre una meseta o loma con un buen trazado regular (Fuen del Cepo, , Mos- queruela, La Puebla, Sarrión); o sobre un llano (El Paúl, Rubielos, Valbona). Por tanto, algunos de estos lugares han tenido que adaptar sus calles a las curvas de nivel, situándolas a distintas alturas y conectándose entre sí mediante escaleras o pasadizos. Sin embargo, las vicisitudes históricas por las que han pasado casi todos nos explican que aquellos que no pudieron contar con defensas naturales aprovechando los accidentes geográficos, se defendieron de forma artificial mediante murallas (aún se conservan lienzos completos o portales en Alcalá, Arcos, Linares, Manzanera, Mora, , La Puebla, Puertomingalvo, Rubielos o Sarrión), lo que nos habla de tiempos inseguros, difíciles. Aunque no solamente en el periodo medieval: todavía en época carlista se reparaban las murallas de Mosqueruela.

Pero la situación estratégica en la que se hallan y el aparato defensivo con que contaron fue perfilando unos núcleos fuertes, ricos. Hasta tal punto, que algu- nos adquirieron la categoría de villas. Y sobre ellas se asentaron nobles, comer- ciantes, labradores o ganaderos que se dotaron de palacios, casas solariegas y viviendas (con fachada de sillería o mampostería, portadas adoveladas, rejas, balconadas torneadas, galerías de arquillos, aleros de madera –como los impre- sionantes de Puertomingalvo, o los dobles de la calle Ricos Hombres, de Mos-

La huella de sus gentes 183 queruela–) que sirvieron de modelo a otras casas más sencillas donde se acomo- daron el resto de habitantes. Fueron creándose, así, núcleos con un cierto refi- namiento urbano.

Las plazas permitieron esponjar los espacios, cumpliendo la exclusiva función de instalar en ellas la iglesia o la casa del concejo (binomio de poder que aúna las actividades político-sociales, religiosas, lúdicas y de ocio), considerándolas en ese caso como plazas mayores (Camarena –con su fuente y olma–, Manza- nera, Mosqueruela, Torrijas…), configurando lugares públicos por excelencia. De ahí los balcones o vanos desde donde las autoridades se dirigían al vecinda- rio para comunicar las noticias de la guerra o las de la Casa Real, reclutar hom- bres o iniciar las fiestas. Plazas para toros y hogueras, para diversiones teatra- les, para revueltas populares o manifestaciones. Plazas donde se rondó o se conspiró. No es extraño, por tanto, que cambiaran de nombre: plaza Mayor, de la Constitución, Real… Otras nacieron junto a la iglesia, cuando Carlos III ordenó sacar los cementerios a ella pegados fuera de los recintos urbanos, transfiriendo a ese pedazo de “tierra sagrada” la categoría de plaza (Manzane- ra, Mora, La Puebla, Puertomingalvo, Rubielos, San Agustín…). O las que nacieron con vocación de mercado (Alcalá, Mora), aprovechando los mercade- res (y mercancías) los porches o soportales (espacios para la sociabilidad) –como los de la calle Mayor de Mosqueruela– y las lonjas de los ayuntamientos, para resguardarse de la lluvia, nieve o viento. Arcadas que también dan acceso a espacios lúdicos –“trinquetes”– (Torrijas, Olba…) cuando tienen por función permitir el juego de pelota, o cuando se convertían en salón de baile a cubier- to. Además de haber sido camino obligado hacia el calabozo o maz- morra. Por eso aún se ven argollas en las que sujetar el cuello de los reos. En los mismos ayuntamientos suele haber relojes de sol, con su cara, rayos y “nas” o nariz para mar- car la hora. De 1681 es el de Cabra; circular, de sillares y fechado en 1757 es el de Linares; otro hay en Nogueruelas; pintado de añil es el de Olba; de tono pastel uno de los que se ven en Rubielos…

Casi todos estos núcleos cuentan con “carasoles” o espacios soleados don- de se reunían las mujeres para coser, limpiar legumbres o peinarse las unas a las otras, al mismo tiempo que ser- vían de lugares de encuentro, de puntos de información. Siendo los Reloj de sol del ayuntamiento de Olba “mentideros”, por oposición, el

184 Comarca de Gúdar-Javalambre lugar reservado a los hombres, también con poyatos donde sentarse, para hablar de la cosecha, del tiempo o de política.

Buena parte de los pueblos de esta comarca conservaron su pavimento empe- drado (método seguro para no resbalar personas ni animales durante los hielos invernales) hasta que se llevó a cabo la red de alcantarillado. Sólo quedan algu- nos restos testimoniales, por ejemplo, en Linares o en Puertomingalvo. Y se cuenta en Mosqueruela que las piedras de los muros de la ermita de Santa Ana se aprovecharon para empedrar las calles de la villa. Diferente es el caso de los suelos de guijarros que se mantienen en algunos patios privados (casonas de Mosqueruela) o públicos, como el del ayuntamiento de Rubielos, o el que se pisa a la entrada del Santuario de la Vega, el de “morrillo” del atrio del Loreto de Linares o del de Mosqueruela. La arquitectura doméstica, al estar los pueblos asentados en pendientes pro- nunciadas, se articula en torno a parcelas estrechas, que se vieron obligadas a crecer en vertical llegando a alcanzar hasta cuatro alturas, abiertas a dos calles, con la puerta principal en la fachada de la calle inferior y la secundaria en la superior. La planta baja (espacio masculino y dedicado a la Naturaleza) ha ser- vido para alojar la cuadra, los cuartos para aperos, la leña y algunos productos del campo, además del patio –obligatoriamente interior ante un clima tan rigu-

Empedrado del patio del ayuntamiento de

La huella de sus gentes 185 roso–. En la primera y segunda planta (si la hay) es donde se instala la cocina con la campana de la chimenea o “rialda” y un banco de piedra para sentarse, la losa de arenisca o “rodena” para el fuego, la cantarera de arquillos o los arma- rios vajilleros acoplados en otro muro; el “masador”, las alcobas –camas de cuerdas, colchones de paja–; la sala, con suelos rojizos de yeso amasado con sangre de cerdo e impregnados de aceite para conseguir brillo e impermeabili- zarlos; y, a veces, unas ventanas con banquillos (“festejadores”) donde conver- sar y coser (todos ellos, espacios femeninos y dedicados a la transmisión de la cultura). La última planta es el granero (con “atrojes” para guardar el grano, separado en compartimentos distintos), o el secadero, donde se abren los sola- nares para airear y secar productos. Este espacio se destinaba a objetos dese- chados y se relaciona con los seres fantásticos y el mundo de las supersticiones. En caso de existir corral (espacio para gallinas, conejos, cortes y estiércol), se remataba con una “bardera”.

Suelen ser construcciones de mampostería o de piedra (“calar” azulada en Mora, rojiza en Alcalá, grisácea en Mosqueruela, gris en Puertomingalvo…), debidamen- te revestida de mortero o bien encalada (lo que se hace antes de fiestas), reservan- do las pinceladas de azulete a las caras internas de los vanos como medida preven- tiva para disuadir a moscas e insectos. En la tabiquería interna se ha utilizado el ladrillo “tocho”. La madera es muy empleada en las balconadas con barrotes torneados o con tabletas recortadas, en las puertas o en las con- traventanas y en algunos aleros, aun- que en varios casos aparecen cornisas de teja volada (Olba). Encima de las vigas se colocan tablas, una capa de barro y las tejas, en esta zona de un color rojo muy vivo e intenso (Lina- res).

Los llamados corrales servían para guardar las cabras y se construían en descampado, sobre rocas, para que durmieran en el “descubierto”, en época estival. La otra parte cuenta con cubierta de teja y piedras para evitar que las desplace el viento. Todavía quedan varios ejemplos en los términos municipales de Alben- tosa, Camarena, Olba... El estiércol, en otros tiempos aprovechado, se dejaba resbalar hacia un espacio con- Fachada encalada y balcones de madera en una casa creto desde donde cargarlo a los de Alcalá de la Selva serones.

186 Comarca de Gúdar-Javalambre 2. EL AGUA Y SUS ESPACIOS

Hablar de agua es hablar de infraestructuras. Pero también existen aspectos sim- bólicos a tener en cuenta. Porque el agua ha creado una sociabilidad mixta, ya que los espacios estaban divididos: los eminentemente femeninos (fuentes y lavaderos) y los absolutamente masculinos (abrevaderos) lugares todos que llevaban consigo aparejado el encuentro. El agua, en un tiempo que ya se fue, representó los pilares de la cultura. Lo vital, lo utilitario, lo sagrado y lo simbólico.

Los gobernantes renacentistas y los ilustrados se preocuparon por abastecer de agua potable a las poblaciones. Agua clara y abundante, encauzada desde don- de emergía. En la actualidad encontramos las fuentes en el centro de los pue- blos, a la entrada o a la salida, asociadas al abrevadero y al lavadero. Una forma aséptica, higiénica y racional de usar el agua. Potable y cristalina para personas y animales. Limpia para lavar la ropa y separando los espacios: para frotar y para aclarar. De las pozas del lavadero el agua sobrante –antes el jabón se hacía de grasas y mantecas rancias– todavía era utilizada para regar los pequeños huertos.

Por su sencillez y armonía destaca la fuente de El Castellar, con dos caños, rematada con frontón y extendiéndose por dos pilones que hacen las veces de abrevadero. Mencionar también las dos fuentes de Linares y el lavadero, junto al Portal de Abajo, datadas en 1713, una de ellas dotada de cuatro caños sobre los que aparecen cuatro grabados y cuyo agua entra en el lavadero, de dos pozas,

Fuente de El Castellar

La huella de sus gentes 187 La “piedra seca”

Altitud, frío y paisajes atormentados, sin concesión a la llanura, no son los mejores alia- dos para que se prodigue la agricultura. Pero, donde existieron unas mínimas posibili- dades, la mano del hombre intervino a fin de conseguir que ciertas laderas adquirieran el aspecto de unos escalones en los que formar fajas de tierra, alargadas aunque estre- chas, sobre las que sembrar patatas de secano, cebada, trigo y alguna legumbre. Fue necesario mover ingentes cantidades de tierra hasta configurar unas terrazas que sujeta- sen el terreno mediante la construcción de unas paredes de losas de piedra (en seco) o de mampostería de caliza (sin trabazón) llamadas bancales (“garretos” o pañuelos de tierra en las laderas de las montañas con que “hambrear”, como dicen en Olba). Podí- an llegar a tener una altura de hasta 3 m.

Tras nivelar la terraza se trazaban los surcos y si su longitud era grande, para salvar des- niveles, se introducían unas losas a modo de peldaños que permitían tener conectados los bancales sin necesidad de trepar por ellos o de caminar innecesariamente. Son impresionantes los ejemplares conservados en , Linares, Manzanera, Mora, Mosqueruela, Olba y sus barrios, La Puebla, Puertomingalvo o Rubielos.

A veces, el esfuerzo realizado para la preparación de estos aterrazamientos no se correspondía con la producción conseguida. Pero analizando este sistema podemos observar que el cultivo en bancales tenía sus ventajas. 1.º, porque se hacía un uso racio- nal de las laderas. 2.º, porque se conseguía una mayor exposición de la tierra al sol, acu- mulando calor; se frenaba la erosión provocada por el viento o por las escorrentías consecuencia de las tormentas de verano, consiguiendo acumular agua que a su vez se iba embebiendo la tierra, empapándose de niebla en otros momentos. Y 3.º, los aban- calamientos son el mejor sistema ideado contra las plagas, las inundaciones o los incen- dios. Además, hemos de aceptar que cuidaron el entorno al utilizar el material pétreo existente en las inmediaciones, se adaptaban a la topografía, y potenciaban la biodiver- sidad al ser los bancales corredores biológicos. La pérdida progresiva de población y la imposibilidad de introducir maquinaria en muchos de estos campos provocaron su abandono y la desertización del territorio. Y al no repararse cada invierno, la mayoría se han derrumbado.

En 8 de noviembre de 2000 (BOA 152, 20.XII.2000) la Dirección General de Patrimo- nio Cultural publicaba la resolución por la que incoaba expediente como lugar de inte- rés etnográfico la arquitectura de piedra seca en el municipio de (incluyendo no sólo las casetas o refugios, sino también esos muros). Este reconoci- miento oficial conduce a la protección de la construcción, pero geógrafos e ingenieros agrícolas ya vienen considerando que se deben retomar aspectos de nuestro pasado cul- tural basados en la tradición, la observación y la experimentación.

La piedra seca, por otra parte, ha sido la técnica más común para delimitar las fincas, los caminos o los pasos de ganado. Son muros de 1 m de altura terminados con losas de sección triangular dispuestas con uno de sus vértices hacia arriba para que con su peso se sujete el muro fijando todas las demás lajas.

Dispersas por el territorio hay construcciones creadas en función de las necesidades agrícolas o ganaderas. Son casetas situadas a alturas diferentes. Todas, unidades de hábitat temporal. No debería obviarse que, quizá, el uso desaforado de piedra para estas construcciones se corresponda con la que afloró cuando se rompieron –o despe-

188 Comarca de Gúdar-Javalambre dregaron– los baldíos en el siglo XVIII. Las casetas de huerta están en las zonas más bajas, en relación con piezas amplias y el río próximo, que se utilizan para refugiarse o guardar los aperos, verduras y patatas arrancadas para llevar después a casa. De propie- dad individual, suelen estar cerradas con puerta. Las casetas de labor se sitúan en zona de secano o aprovechando la pared de un bancal; son del dueño del campo. No tienen puerta y sirven de refugio o como sombra. Son de mayores dimensiones cuando perte- necen a todos los propietarios de una partida y sirven para cobijar a las caballerías en caso de lluvia. Una variedad son las casetas abovedadas del Barranco de las Tosquillas en Mora.

Las casetas de pastor son de piedra seca y falsa cúpula (sellada con “cascajo”) y fueron realizadas por los “paredadores”. La puerta se orienta hacia sureste para evitar el aire frío del norte. Sirven para cobijarse. Son casetas con nombre: el del dueño o el de la finca. Por sus dimensiones es famosa la del Gavieso (Mosquerue- la), que permite refugiar un rebaño.

Conviene recordar al respecto las obras de Encarnación Monforte, Espacios habitados, presentados en la Exposición “Lleno / Vacío. Reflexiones en torno a la escultu- ra”, en mayo de 2001, con los que dio a conocer, en miniatura, una recreación de las casetas de Mos- queruela, surgiendo de su obra ide- as como vacíos en los que poder penetrar. Caseta de Mosqueruela

La trilla

Otro grupo de construcciones para menesteres agrícolas son las eras y los pajares uti- lizados en los momentos de la trilla. Solían localizarse en las zonas altas de los pue- blos o en sus periferias para bien aprovechar el aire (vientos cierzo, solano, tortosano y bochorno) que permitiera el aventado y la separación del grano de la paja. Las eras se presentan empedradas o de tierra. Más fáciles de deteriorarse y de ser colmatadas con polvo, tierra y maleza, apenas se han conservado las del primer tipo, aunque aún que- da visible la de la Loma del Hoyo en Mosqueruela. Las eras de tierra son más nume- rosas (Abejuela, Albentosa, Mora, Olba, La Puebla, Sarrión…), y se cuidaban con pri- mor. Todos los años se arreglaban echando una buena capa de arcilla que se rociaba con agua (o se esperaba la lluvia) y se pisaba con un rulo de piedra; finalizada la trilla se dejaba el pajizo que al hacer la parva solía quedar por las orillas y se cubría con “fusca” y ramas de pino o sabina. Al verano siguiente se levantaba el ramaje, se barría la era y quedaba útil. Junto a las eras se hacían imprescindibles los pajares cubiertos a una vertiente pero con dos plantas, la que daba a la era (lugar para guardar los trillos, cribas, horcas y caballerías), y la superior, con un ventano que era el espacio por don- de se introducía la paja para su almacenamiento (interesantes son los pajares que for- man el Barrio de Caballá en Nogueruelas).

La huella de sus gentes 189 con otra fuente en una esquina, ésta de dos caños, rematada por frontón trian- gular, encalada, y con una “cardincha” que repele los malos espíritus. En Mos- queruela, junto al lavadero de La Solana (el más amplio de todos, con tres gran- des pozas, al que se accede por pórtico de tres arcos, cubierto a doble vertiente, con saneados maderos interiores), se levanta una fuente desde 1797, con tres caños en forma de rosetas, un escudo y frontón curvo, distribuyendo el agua a derecha e izquierda, hacia los abrevaderos. La fuente de Nogueruelas con un azulejo nos recuerda “Rogad por las ánimas”. La de Puertomingalvo se remata por un arco de medio punto. La de San Agustín con la inscripción “Favor comun 1796”, con tres caños en forma de cabezas de leones bajo arco de medio punto y abrevadero inmediato.

Destacan por su belleza, en Sarrión, la Fuente de los Caños y el Caño de los Señores (“AÑO 1793”), que fueron reinstalados donde están en 1914, presen- tando las fuentes un triple abrevadero y un amplio lavadero con dos pozas muy grandes, de caliza abujardada, que según información de varias mujeres que aún van a lavar fueron reformadas para poder lavar de pie en vez de arrodilla- das: (“nos gusta venir; el agua no está fría y para quienes tenemos pastores en casa, lavar aquí nos va muy bien”). Cubierto a dos aguas cuenta con techumbre de cañizo y tejas, que lo hace abrigado o fresco, según la estación del año. En una de sus pilastras se lee este aviso: “Horario de limpieza Viernes 17 h”. El

Lavadero de Mosqueruela

190 Comarca de Gúdar-Javalambre otro lavadero es el del Cubillo, bajo una fuente de agua termal, tibia, y rodeado de huertos, algo alejado del casco urbano, pero asentado sobre roca y con dos pilas, una con fondo de baldosín, en las que hay que arrodillarse, excepto por un lado que se rebajó en 1945 para lavar de pie.

Es curiosa la construcción de la Copia de la lápida existente en la presa de la Balsa Nueva, fuente de la Virgen del Carmen, de (¿año 1506?) Miscelánea Turolense de Rubielos. En 1875 esta De la , 11, 25-VIII-1892, p. 196 población sufrió una gran sequía. Pero en 1878, José Igual Cano conoció a Pascual, un zahorí de los que buscan agua, quien aseguró que a 24 pasos de donde trazase una cruz (estaba a espaldas del convento de las Agustinas) si abrieran una brecha de 17 palmos, brotaría un codo de agua. Tras la perforación hecha en 16 de octubre de 1878 salió agua: 5 l., 2 dl. y 5 cl. También es singular la fuente del Villar, en La Estre- lla, que manó agua en la gran sequía de 1638, alzándose después junto a ella el lavadero techado.

Fuente artística es la de la plaza Trucharte, de La Puebla, que debido a la falta de agua en esta localidad fue encargada a Pablo Monguió en 1917. Circular, con un pilar central, cuenta con cuatro bases para apoyar los cántaros. Las minúsculas ver- jas no pueden disimular su estilo modernista.

El abandono progresivo de estos espacios al contar en casa con agua corriente ha hecho que la sociabilidad se haya reducido. Hoy, ir a lavar ya no es un pre- texto de intercambio de información. Del mismo modo, fuente y abrevadero, unidos, no representan un punto de encuentro de hombres y mujeres. En la actualidad estos espacios son, sobre todo, patrimonio. Ornamental, simbólico, social.

La recogida de agua de lluvia ha sido necesaria en todo tiempo. Abejuela, Sarrión y Torrijas cuentan con cisternas de sillares sin labrar. Y aún se conserva una antigua nevera en y otra en Puertomingalvo para recoger nieve en invierno y usar el hielo en el verano. Y en Mora pervive el recuerdo de la ubicación de su pozo de nieve en la llamada Calle Nevera.

Olba, por la frondosidad de sus huertas y el elevado número de barrios con los que cuenta, se sirve de azud y acueducto que llevan el agua por la Ceicuca repartiéndola mediante otras acequias por todas los huertos del municipio. Y siguen siendo úti- les las aguas del Mijares para producir energía eléctrica a través de turbinas en la subestación de HE próxima al barrio de Los Pertegaces.

La huella de sus gentes 191 Salinas de Arcos, conjunto arquitectónico y etnológico de excepcional interés, merecedor de una rehabilitación integral

Otras dos riquezas existen en la comarca: sal y aguas termales. , mencionada ya en unos otorgamientos de Jaime I en 1257, explota una fuente de agua salada que se extraía mediante una noria (hoy motor eléctrico) que durante el invierno va depositando agua en los depósitos a fin de soltarla en el verano a las diferentes albercas o “tablares” (con nombres de santos) donde el sol se encarga de evaporarla y hacer visible la sal que, “barrida” en montones –por 15 hombres–, se guarda en los almacenes. Venían a recogerla en caballerías desde varios pueblos de la provincia de Cuenca. Y ahora lo hacen en camiones. Pero ya no tienen el esplendor de tiempos pasados. Junto a las salinas está la llamada “Casona”, del siglo XVIII, que sirvió de vivienda al administrador y al interventor. Existen otras tres casas para los obreros. Completa este singular conjunto la ermita de la Virgen de los Dolores, fechada en 1758 y patrona de Arcos.

Dos son los balnearios existentes en la comarca. El de , a 1.460 m s.n.m., el más alto de los turolenses, está inmediato a la ermita de San Roque, a 2 km del pueblo. Los orígenes del uso de estas aguas se remontan a 1840, cuando sanaban, bebiendo la de las balsas existentes, enfermos con dolencias de estómago, reumatismo, almorranas, herpes o véneras que venían desde Valencia. En 1845 ya acudieron más de 500 enfermos. Para acogerlos se construyó un hotel de cincuenta y cinco habitaciones y se canalizó el agua cons- truyendo una fuente instalada bajo un templete octogonal. El agua emerge a 19,5ºC de temperatura y fue declarada de utilidad pública en 31 de diciembre de 1890, y fueron premiadas en 1921 con una medalla de oro en Milán por su cali- dad. Destruido el recinto balneario durante la última guerra civil, ya no fue

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