SPAL

Revista de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Sevilla 18 2009

Sevilla 2011 Reservados todos los derechos. Ni la totalidad ni parte de este libro puede re- producirse o transmitirse por ningún procedimiento electrónico o mecánico, in- cluyendo fotocopia, grabación y sistema de recuperación, sin permiso escrito de los editores

CONSEJO DE REDACCIÓN DIRECTOR Fernando Amores Carredano (Universidad de Sevilla) Secretario Eduardo Ferrer Albelda (Universidad de Sevilla) Vocales José Beltrán Fortes (Universidad de Sevilla) Rosario Cabrero García (Universidad de Sevilla) Leonardo García Sanjuán (Universidad de Sevilla) Rosario Cruz-Auñón Briones (Universidad de Sevilla) Enrique García Vargas (Universidad de Sevilla) Victor Hurtado Pérez (Universidad de Sevilla) José Luis Escacena Carrasco (Universidad de Sevilla) Consejo Asesor Científico Manuel Acién Almansa (Universidad de Málaga) Manuel Bendala Galán (Universidad Autónoma de Madrid) Germán Delibes de Castro (Universidad de Valladolid) Carlos Fabiao (Universidad de Lisboa) Mauro S. Hernández Pérez (Universidad de ) Bernat Martí Oliver (Servicio de Investigación y Museo de Prehistoria. Diputación de Valencia) M.ª Isabel Martínez Navarrete (Centro de Estudios Históricos. CSIC) Marisa Ruiz-Gálvez Priego (Universidad Complutense de Madrid) Gonzalo Ruiz Zapatero (Universidad Complutense de Madrid)

Spal es una revista de Prehistoria y Arqueología que tiene como objetivo publicar artículos origi- nales, notas y recensiones con una cobertura temática amplia, que abarca aspectos teóricos y me- todológicos de la Arqueología y estudios por períodos cronológicos, desde el Paleolítico hasta la Arqueología Industrial. Se dará prioridad a los trabajos centrados en el sur peninsular, aunque tam- bién tendrán cabida aquellos que se refieran a la Península Ibérica y el Mediterráneo occidental.

Dirección de la redacción: Departamento de Prehistoria y Arqueología Facultad de Geografía e Historia Universidad de Sevilla c/ María de Padilla, s/n. 41004 - Sevilla.

© De los textos, sus autores, 2011 I.S.S.N.: 1133-4525 Depósito Legal: SE-915-1993 Maquetación: AM Centrográfico,954540271 Impresión: Ulzama Digital SPAL Nº 18 Sevilla 2009 ISSN: 1133-4525 Departamento de Prehistoria y Arqueología Facultad de Geografía e Historia Universidad de Sevilla

ÍNDICE

ARTÍCULOS

ALICIA LEóN GóMEZ: William Conyngham y el teatro romano de ...... 9

ALBERTO MINGO ÁLVAREZ: Los signos ovales paleolíticos de la cueva de El Castillo (Puente Viesgo, Cantabria): datos para un planteamiento interpretativo y su atribución crono-cultural 29

S. PARDO, A. DÍEZ y J. BERNABEU: Áreas y suelos: El tamaño de los yacimientos de superficie. Una propuesta metodológica ...... 41

JOSé LUIS ESCACENA CARRASCO y MARÍA ISABEL VÁZqUEZ BOZA: Conchas de salvación .... 53

MARÍA EUGENIA AUBET: Una sepultura de incineración del Túmulo E de Setefilla ...... 85

M. GARCÍA FERNÁNDEZ, A. J. DOMÍNGUEZ MONEDERO (lectura e interpretación), F. GONZÁLEZ DE CANALES, L. SERRANO y J. LLOMPART: Una inscripción griega arcaica hallada en el Cabezo de San Pedro () ...... 93

ANTONIO JAVIER CRIADO MARTÍN, ANTONIO JOSé CRIADO PORTAL, MARÍA PILAR SAN NICOLÁS PEDRAZ, LAURA GARCÍA SÁNCHEZ, y ALEJANDRO CRIADO MARTÍN: Los carburos de hierro como testigos de los ritos de cremación entre los pueblos prerromanos de la Península Ibérica: algunos ejemplos ...... 105

ENRIqUE A. GARCÍA VARGAS y FRANCISCO J. GARCÍA FERNÁNDEZ: Romanización y consumo: cambios y continuidades en los contextos cerámicos de Hispalis en épocas turdetana y romano-republicana...... 131

Reseñas

J. H. Fernández Gómez-M.ª J. López Grande-A. Mezquida Ortí-F. Velázquez Brieva, Amuletos púnicos de hueso hallados en . Treballs del Museu Arqueológic d’Eivissa i Formentera 62. Museu Arqueológic d’Eivissa i Formentera: Valencia, 2009. 288 pp., 14 láms...... 169

Normas de publicación ...... 171

ARTÍCULOS

WILLIAm CONyNghAm y EL TEATRO ROmANO DE SAgUNTO

ALICIA LEóN GóMEZ*

Resumen: Los viajeros ingleses, que llegaron a la España del Summary: English travelers, who came to Spain in the eight- siglo XVIII, tenían como objetivo el desarrollo de actividades eenth century, were aimed at the development of activities alejadas del estudio de las antigüedades. Sin embargo, la mayo- away from the study of antiques. However, most visited, ría visitaban, dibujaban y estudiaban nuestros restos; incluso, sketched and studied our remains and, on occasion, published en algunas ocasiones, publicaban sus resultados. Este es el caso their results. This is the case of William Burton Conyngham, de William Burton Conyngham, un comerciante irlandés, que an Irish merchant who came to Spain in 1784 with the inten- llegó a España en 1784 con la intención de establecer nuevos tion of establishing new trade ties to your business. As a man lazos comerciales para su empresa. Como hombre de su época of his age was raised in a cultural environment that allowed fue educado en un ambiente cultural muy selecto que le permi- very select contact, direct or indirect, with the classical an- tió entrar en contacto, directo o indirecto, con las antigüedades tiquities, so loved and appreciated in that time. This educa- clásicas, tan apreciadas y valoradas en esa época. Esta educa- tion brought great intellectual curiosity that led him to found, ción provocó grandes inquietudes intelectuales que le lleva- along with colleagues, institutions responsible for promoting ron a fundar, junto con otros colegas, instituciones encargadas and finance projects aimed at the study of antiques, mainly de fomentar y sufragar proyectos volcados en el estudio de las within their country. antigüedades, principalmente, dentro de su país. Conyngham, Conyngham, with this training antiquarian, did not re- con esta formación anticuaria, no permaneció impasible ante main indifferent to the ancient remains visible throughout los restos antiguos visibles por todo el territorio español. Entró the Spanish territory. Came into contact with various char- en contacto con diversos personajes como D. Francisco Pérez acters and D. Francisco Pérez Bayer who provided infor- Bayer que le proporcionó información para completar sus in- mation to complete their research on the antiquities - vestigaciones sobre las antigüedades visitadas durante su estan- ited during your stay. However, its potential studies only cia. Sin embargo, de sus posibles estudios sólo nos ha llegado has survived a plane of the interventions in the Roman Cir- un plano de las intervenciones realizadas en el circo romano de cus of Tarraco and description of the Roman theater in Sa- Tarraco y la descripción del teatro romano de Sagunto, referen- gunto, referenced in several studies of eighteenth century ciada en varios estudios del siglo XVIII pero nunca consultada. but never consulted. Palabras claves: viajeros, monumentos antiguos, arqueolo- Key words: travelers, ancient monuments, archeology, gía, eruditos, anticuarios y siglo XVIII. scholars, dealers and eighteenth century

* Instituto de Historiografía Julio Caro Baroja. Universidad Carlos III de Madrid.

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LOS VIAJES y VIAJEROS INgLESES several parts of Italy4 propuso la estructura del viaje, EN LA ESPAñA DEL XVIII otorgando un lugar destacado al estudio de las antigüe- dades clásicas. Los viajes realizados en el siglo XVIII son uno En estos viajes la tradición clásica cobró una gran de los motores que promovieron el estudio de las an- importancia entre los eruditos ingleses, materializán- tigüedades en la Europa del ochocientos. Estos viajes dose no sólo en la creación de sociedades como la So- ilustrados tuvieron su origen en la Inglaterra del XVII ciety of Antiquaries (1707) o la Society of Dilettanti donde se fomentaban como parte imprescindible para (1732), potenciadoras de este clasicismo, sino en la la educación de los más jóvenes. Así fue recogido por creación de un viaje formativo que era paso obligado el filósofo Francis Bacon en Of Travel, en uno de los para tener un lugar destacado en el mundo de la po- 58 ensayos que componía su obra titulada The Eassys lítica. Con este viaje se pretendía que el joven adqui- or councels civil and moral1, en el que expuso unas di- riese el dominio de varias lenguas, conociera Europa rectrices a seguir por el joven en la programación de y se manejara con soltura en la corte consiguiendo, su viaje como ir siempre acompañado de un tutor que con ello, buenos contactos. En la correspondencia en- tenga conocimiento de otras lenguas y le enseñe los lu- tre Lord Chesterfield y su joven hijo de 14 años, queda gares dignos de ser vistos como iglesias, monasterios, claramente reflejada la importancia de estos viajes en palacios, fortificaciones, antigüedades, o entrar en con- la formación de los jóvenes ingleses: «Tu destino son tacto con las autoridades de cada lugar visitado para ob- los Grandes y su mundo; tu objetivo inmediato son los tener buenos contactos en las cortes extranjeras. asuntos, los intereses y la historia, las constituciones, las costumbres y las maneras de varias partes de Eu- «Travel, in the younger sort, is a part of educa- ropa…. en nuestro parlamento los contactos son abso- tion, in the elder, a part of experience. He that trave- lutamente necesarios; y si están formados con pruden- lleth into a country, before he hath some entrance into cia, el éxito es seguro»5 . the language, goeth to school, and not to travel. That Este viaje es conocido como el Grand Tour, que re- young men travel under some tutor, or grave servant, I allow well; so that he be such a one that hath the lan- corría países como Francia, Suiza, Alemania, Países guage, and hath been in the country before; whereby Bajos y, por supuesto, Italia, centro de referencia del he may be able to tell them what things are worthy to mundo clásico. Estos viajes lo realizaban los jóvenes be seen, in the country where they go; what acquain- miembros de las familias más importantes de Gran Bre- tances they are to seek; what exercises, or discipline, taña, durante dos años, recogiendo todas sus impresio- the place yieldeth…… nes en cartas, diarios o ensayos que luego solían pu- Let diaries, therefore, be brought in use. The blicarse, llegando a alcanzar este género un gran éxito things to be seen and observed are: the courts of prin- editorial a lo largo de todo el siglo XVIII. ces, especially when they give audience to ambassa- dors; the courts of justice, while they sit and hear cau- España no era un país visitado en el Grand Tour, no ses; and so of consistories ecclesiastic; the churches estaba bien considerada entre los viajeros británicos, ya and monasteries, with the monuments which are the- que tenían una concepción muy negativa de nuestros rein extant; the walls and fortifications of cities, and caminos, posadas, ciudades, educación del pueblo etc. towns, and so the heavens and harbors; antiquities Pero, a pesar de esto, algunos nos visitaron aunque con and ruins»2. unos intereses muy concretos y que nada tenían que ver con los de estos jóvenes del Grand Tour, ya que, se tra- En el siglo XVIII, tanto en Francia como Gran Bre- taban de comerciantes, diplomáticos y militares. taña, la concepción de la educación, como base de los Pero a partir de la publicación del viaje anglo-ita- viajes, fue recogida y desarrollada por diversos filóso- liano de Guiseppe Baretti6, en el que se describió las fos como Rousseau, en su obra Émile3 donde propuso antigüedades, cultura, ciudades y la geografía española, las materias que debían ser estudiadas como la polí- la Península Ibérica empezó a ser considerada como un tica, economía, etc.; o Addison que en su Remarks on lugar que debía ser visitado. Desde ese momento lle- garon a España viajeros de la talla de J. Townsend7 o

1. Bacon (1601). 2. Versión de Essays realizada por William Uzgalis para el Great 4. Addison (1705). Voyages library. Markup Copyright @ William Uzgalis, Oregon 5. Citado y traducido en Freixa (1993: 11). State University. 6. Baretti (1770). 3. Rousseau (1762). 7. Townsend (1791).

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R. Twiss8, entre otros. Pero la información que propor- cionaban de nuestro país era, por lo general, parcial y poco creíble, porque estaban más interesados en se- guir alimentando la leyenda negra que describir la rea- lidad. Otra de las causas, por lo que la mayoría de estos trabajos fueron poco rigurosos y faltos de objetividad, era que la estancia de estos extranjeros no superaba el tiempo necesario para hacer un estudio serio. Esta mala fama o mala imagen la podemos encontrar en gran can- tidad de textos de viajeros, y no sólo de ingleses, como la carta que Voltair escribe al viajero inglés Sherlock, en 1776, donde compara a España con las regiones más desconocidas de África, argumentándola con la ausen- cia de servicios e infraestructuras de las ciudades his- panas; o el anónimo Voyage de Figaro9, publicado en 1784, en el que se describe a los españoles como vagos y sucios; o el inglés W. Bromley10 que denuncia la des- organización del gobierno provocada principalmente por las rencillas de los políticos preocupados más por sus odios personales que por gobernar un país. Ante esta «leyenda negra» salieron en la defensa de España personajes de la talla del conde de Aranda11 con su obra titulada Dénonciation au public, du Voyage d’un soi-disant Figaro en Espagne, par la veritable de Figaro12 como réplica al Voyage de Figaro, anterior- Charles Towneley's Library in Park Street. (J. Zoffany, 1783). mente mencionado, o Antonio Ponz que en el prólogo de su Viage por España realizó una dura crítica al P. para contradecirla…. No tuvo efecto la respuesta, y así Norberto Caimo, por sus acusaciones en su obra Lettere nos vimos libres de que saliera quien con mayor des- a d’un vago italiano ad un suo amico13, escribiendo crédito se empeñara en negarlo todo y apadrinar en esta «Por los años de 1755 y 1756 viajó por España y por forma la ignorancia, que no se debe por ningún mo- otras partes un religioso llamado el P. Norberto Caimo, tivo defender, sino darle muchas gracias al que nos la y después se publicaron sus observaciones en una obra descubre»14. de quatro tomitos intitulada Lettere d’un vago italiano Pero también las instituciones, como la Real Aca- ad un suo amico...Fue grandemente recibida, pero.....se demia de la Historia, participaron en esta defensa pro- dieron por sentidos algunos españoles que residían en moviendo diversas actividades. Entre ellas, podemos Italia, teniendo la expresada obra por una cruel sátira destacar el concurso público a la mejor apología so- contra la Nación,...... que alguno tomase la pluma bre nuestro país con el objetivo de mostrar la reali- dad española en «sus progresos en las ciencias y en las artes»15 u otorgar ayudas económicas para la publica- 8. Twiss (1775). ción de obras como la Oración Apologética por la Es- 9. En la primera edición no aparece el autor de la obra, pero de- paña y su mérito literario para que sirva de exornación bido al éxito y las sucesivas publicaciones del mismo, unido a las confusiones que provocaba el título por su semejanza con Las bodas al discurso leído por el abate Denina en la Academia de Fígaro de Beaumarchais (1775), en la tercera edición (1785) se de Ciencias de Berlín, respondiendo a la cuestión: Qué decidió firmar el libro bajo el seudónimo del marqués de Langle aun- se debe a España, por Don Juan Pablo Forner (1786)16. que su verdadero nombre era Jérôme-Charlemagne Fleuriot. 10. Véase Freixa (1993: 23). 11. Don Pedro Abarca de Bolea, conde de Aranda y Castelflo- rido, dos veces Grande de España, embajador en Lisboa, Polonia, Pa- 14. Citado en Sánchez Cantón (1925: 312). rís, virrey y Capitán General de Valencia, Secretario del Despacho y 15. Gaceta de Madrid de 30 de noviembre de 1785. primer ministro de Carlos IV. 16. Citado en Gómez de la Serna (1974: 96). El título de la Ora- 12. Citado por Ferrer (1972). ción Apologética hace referencia a unos comentarios sobre España 13. También arremete contra Swinburne (1770) y Clarke (1763). esgrimidos por M. Masson de Morvilliers en la Encyclopédie métho- Sobre este tema ver Sánchez Cantón (1925); Bolufer (2007). dique. Geographie moderne, tomo I (Art. Espagne) donde escribió:

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Pero no todos los viajeros se llevaron impresio- WILLIAm BURTON CONyNghAm nes negativas de España, tal es el caso, de A. La- borde que en la introducción de su Voyage pittores- William Conyngham nació en County Clare (Ir- que et historique de l’Espagne17 escribió que a pesar landa) en el seno de una familia irlandesa, rica e in- de ser uno de los países europeos menos conocidos te- fluyente, lo que le permitió hacer el conocido Grand nía una gran cantidad de restos antiguos que demos- Tour. En 1779, junto a un grupo de amigos amantes de traban su larga y profunda trayectoria histórica, digna las antigüedades, fundó la Hibernian Antiquarian So- de ser estudiada. También existen casos contradicto- ciety, donde se desarrollaron numerosas actividades re- rios como el del barón Bourgoing18 que, en su Nou- lacionadas con el estudio de los monumentos antiguos. veau voyage en Espagne, ou tableau de l’état actuel Los primeros años de esa institución estuvieron bajo de cette monarchie19, elevó la imagen de los españo- su dirección, cargo que aprovechó para promover un les con comentarios como éste «un pays si intéres- proyecto de estudio de las antigüedades locales de Ir- sant à connoître et si connu»20, «on juge presque par- landa. Pretendía dar a conocer sus monumentos a tra- tout les Espagnols avec une sévérité révoltante pour vés de unos grabados realizados por distintos artistas ir- qui les connoît et les apprecier»21 o «Leurs grands Sei- landeses. Para este proyecto tomó como referentes las gneurs n’ont pas de dignité, si nous appellons dignité Antiquities of England and Wales de Fancis Grose24 y cette hauteur qui se soucie peu qu’on l’aime, pourvu Virtuosi’s Museum de Paul Sandby25. El proyecto se lo qu’on la respecte. Sans oublier ce qu’ils sont, ils ne encargó a James Barralet y Gabriel Berenguer –dos re- marquent pas d’une maniere choquante la distinction conocidos dibujantes– pero, en 1783, a pesar del apoyo des clases, & ne dédaignent pas de former des liasons de W. Conyngham, la sociedad decidió suspenderlo. dans celles qui sont fort au dessons de la leur»22 y, por Parte de la documentación generada durante estos años el contrario, nos tachó de tener comidas pesadas, de fue recogida en los últimos volúmenes del trabajo de F. glotonería y de un mal gusto arquitectónico caracteri- Grose, anteriormente mencionado. En 1781, heredó de zado, principalmente, por los excesos decorativos y la su tío, el First Early Conyngham, los bienes de Donegal mala calidad de sus materiales: «Leur imagination har- y Slane y el apellido de la familia, pasando a ser desde die jusqu’à l’extravagance, pour laquelle la boursouf- entonces William Burton Conynghan. En 1783, viajó a flure n’est que de l’enthousiasme, trouve nos concep- España y Portugal por sus negocios relacionados con la tions froides & timides. Accoutumés à l’exagération & ganadería, agricultura y pesca. à la redondance, ils ne peuvent apprécier le mérite de la Durante su estancia en España visitó, excavó, re- justesse & de la précision de nos expressions. Les fines cogió, y dibujó numerosos restos antiguos. Entre ellos nuances du tableau de nos ridicules & de nos moeurs, se encontraba el Teatro Romano de Sagunto cuyos re- échappent à leurs yeux trop exercés sur des caricatures sultados fueron los únicos que publicó el irlandés. En ; & quant aux formes de notre style, leur oreille, gâtée 1784, William excavó el foro romano de Sagunto y, por par la brillante prosodie de leurs phrases cadencées, orden del conde de Floridablanca, realizó un plano de par le retour fréquent & affecté de leurs mots sonores, sus intervenciones que actualmente se encuentra en la ne peut trouver de grace à des mots souvent sourds, qui Cartoteca Histórica del Servicio Geográfico del Ejér- parlent plus à l’âme qu’aux sens : & la rondeur de nos cito con la siguiente leyenda: «Plano de la posición del élégantespériodes est perdue pour elle»23. Castillo indicada por la letra A en el Plano general, en la qual se manifiestan las Excavaciones practicadas por Mr. De Coningham para desentrañar Monumentos an- «Pero, ¿qué se debe a España? y en dos siglos, en cuatro, en diez, tiguos en cuias operaciones se han descubierto los asi- ¿qué es lo que ha hecho por Europa». 17. Laborde (1806-1826). Cf. Nota 31. mismo Fragmentos que separadam(en)te se represen- 18. Diplomático y escritor francés. En 1791 lo nombraron minis- tan por sus planos y perfiles; asismo varias Lápidas con tro plenipotenciario en Madrid. inscripción(es) que se han trasladado con toda exactitud: 19. Bourgaing, 1789. Entre 1797-1803 fue reeditado en danés, Haviendo executado este individual reconocim(ien)to el alemán e inglés y, en 1807, le incluyó un Atlas compuesto por una carta geográfica, un plano de la bahía de Cádiz y varios dibujos ar- Sub(tenien)te de Inf(anterí)a y Ayud(an)te de Ingeniero quitectónicos del Palacio de la Alhambra y la Mezquita de Córdoba. D(o)n Juan de Bouligni por Orden del Ex(celentísi)mo Sobre el barón de Bourgoing ver Raventós (2006) y Salas (2008). S(eñ)or CAPIT(á)n Gen(era)l Marq(ués) de Croix, de 20. Citado en Raventós (2006: 236). 21. Op.cit p. 236. 22. Op.cit p. 237. 24. Grose (1733-87). 23. Op.cit. 243. 25. Sandby (1778).

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10 del corr(ien)te para dar cumplimiento a la R(ea)l de- que todos los estudiosos de un mismo grupo manejasen terminación de 6 del mismo mes comunic(ad)a a S.C. las fuentes, recogieran los datos o interviniesen en los por el Ex(celentisi)mo Señor Conde de Floridablanca». monumentos bajo una misma línea de actuación. Era Ese mismo año excavó el Circo Romano de Tarragona, mucho más complejo porque estábamos ante eruditos de la cual no ha quedado documentación26. En 1785, de pertenecientes a la misma tendencia metodológica pero regreso a Irlanda, fundó, junto con otros colegas, la Ro- aplicada con distinta perspectiva vinculada principal- yal Irish Academy, donde desarrolló actividades rela- mente a su formación académica. cionadas con los intereses anticuarios. Murió en Har- Este enfrentamiento metodológico queda clara- court Place (Irlanda) a la edad de 63 años. . mente reflejado en los estudios sobre el teatro sagun- tino de la segunda mitad del siglo XVIII. Como repre- sentantes de la corriente «tradicionalista» tenemos los mETODOLOgÍAS APLICADAS AL ESTUDIO trabajos de E. Palós y Navarro27 o J. Ortiz y Sanz28 en DEL TEATRO ROmANO DE SAgUNTO EN el ámbito español y A. Laborde29 o F. Shiassi30 en el LA SEgUNDA mITAD DEL SIgLO XVIII 27. Enrique Palós y Navarro, entre 1773 y 1775 fue Síndico Pro- En la segunda mitad del siglo XVIII nos encon- curador General de la villa de Murviedro y, en 1804, lo nombraron tramos con dos líneas de estudio de las antigüedades Alcalde Ordinario de dicha villa y Académico Correspondiente de la que podríamos denominarlas «tradicionalista» y «mo- Real Academia de la Historia de Madrid. Enrique Palós estuvo muy sensibilizado con la necesidad de salvaguardar las antigüedades de derna», en función, de la metodología aplicada. Los se- su localidad. Para ello realizó diversas actividades vinculadas con guidores de la corriente «tradicionalista», continuadora los restos romanos del teatro y el circo; además, animado y apoyado de la metodología de estudio desarrollada en la primera por su amigo Francisco Pérez Bayer, dedicó una estancia de la «casa mitad del siglo XVIII, tomaban como base para su in- de la villa» para albergar todos los restos de antigüedades encontra- dos en su ciudad. Esta sala fue conocida por los lugareños como «el vestigación las fuentes clásicas. Las descripciones de quarto de les pedres». En 1792 se le nombró, mediante una Real Or- los restos de los edificios conservados la adaptaban den, Conservador de todas las Antigüedades de Murviedro y, un año a las directrices marcadas por Vitruvio, Polux o Pau- después, publicó su polémica disertación titulada Disertación sobre sanias y, con ello, realizaban reconstrucciones ideales, el teatro, y circo de Sagunto. Esto le trajo enfrentamientos con José Ortiz y Sanz que se materializó en diversas publicaciones. Solicitó a en el texto o dibujos, que a veces poco tenían que ver la Real Academia de la Historia permiso para realizar excavaciones con la realidad constructiva original. arqueológicas en el teatro teniendo como objetivo la conservación del Los seguidores de la corriente «moderna», en sus edificio como parte del Patrimonio Nacional. descripciones, no realizaban ninguna restauración de 28. En 1790, publicó su Plan y noticia de viage arquitectónico- anticuario que, según Canto, 2001, podría ser considerada como una las partes desaparecidas utilizando, como base exclu- carta arqueológica del siglo XVIII donde expuso la metodología y siva de su estudio, los restos conservados de los edifi- una relación de yacimientos que debían ser estudiados. Su puesta en cios antiguos. Como referentes de estudio manejaban marcha del proyecto tuvo que restringirse al estudio del teatro sagun- tino que se materializó en su publicación en 1807. E. Palós y Nava- tanto las fuentes clásicas como las contemporáneas y, rro como J. Ortiz y Sanz utilizaron las fuentes clásicas, como Vitru- todo ello, comparándolo con los restos conservados de vio, Polux o Pausanias, para sus reconstrucciones ideales del Teatro otros edificios antiguos. Criticaban los estudios enmar- Romano de Sagunto. cados dentro de la corriente «tradicionalista» porque 29. Fue uno de los diplomáticos más importantes de la Francia Napoleónica llegando a ocupar puestos como el de Liquidador–Jefe creían que daban una imagen ficticia e irreal de los res- de las cuentas de la Grande-Armèe (1811-12), Director de los puen- tos, ya que, las fuentes clásicas eran contradictorias y tes y calzadas del Departamento del Sena o miembro de la Legión de no mostraban la realidad constructiva de los edificios Honor (1813). Su trayectoria intelectual no fue menos siendo nom- griegos y romanos. Sus intervenciones en los restos se brado académico de la Acadèmie des Inscriptions et Belles-Lettres, de la Académie des Sciences Morales et Politiques y de la Classe limitaban a algunas excavaciones arqueológicas con el d’Historire et Littérature Ancienne. Desde 1794-97 estuvo residiendo objetivo de localizar determinadas estructuras, elemen- en España, estancia que aprovechó, para recorrer numerosos lugares tos decorativos o inscripciones que le aportasen infor- donde visitó los restos antiguos publicando su estudio en su conocido mación para su estudio. Las restauraciones realizadas Voyage (1806-1826). 30. Fue doctor en Sagrada Teología (1795), profesor de Historia se apoyaban en los restos encontrados y, en su ausen- Eclesiástica, preceptor de Letras Griegas (1799), profesor ayudante cia, en la comparación con otros edificios conservados. de la “Cámara della Antichitá del Istituto della Sciencia de Bologna” Pero el pertenecer a una facción u otra no implicaba (1798), profesor de Numismática y Anticuaria de la Universidad y uno de los últimos defensores y seguidor de la historia crítica [se- gún Martín y Rodríguez (1996)]. Su maestra, Clotilde Tromboni [ver 26. Sobre la presencia de Conyngham en Tarraco ver Massó Martín y Rodríguez (1996) y León (2006)], le dejó en herencia una (1987 y 2003). maqueta del teatro saguntino y unas notas, posiblemente recogidas

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extranjero. En la «moderna» tenemos las descripciones trabajó con William Conyngham dibujando el teatro, de H. Humboldt31 y, por supuesto, W. Conyngham. posiblemente el autor las vistas que incluye en su pu- William Conyngham fue riguroso y exhaustivo en blicación: «Hizo algunas excavaciones, tomó medidas las mediciones y datos recogidos de los restos del edi- y muchos apuntamientos, como me han asegurado va- ficio saguntino; se ajustó exclusivamente a lo existente rios sugetos Saguntinos, y el dibuxante de que se valió, sin realizar lucubraciones de su posible estado original; que también ha dibuxado ahora las tres vistas de mis utilizó las fuentes clásicas con cautela y las coetáneas tres últimas láminas»35. Pero parece ser que su trabajo junto con los ejemplos de edificios de espectáculos con- estuvo en manos, por lo menos, de José de Cornide y, servados, en Italia y Francia, para completar su estudio. posiblemente, de Enrique Palós y Navarro. Ninguno de Según menciona José Ortiz y Sanz32, William realizó ellos le pasó la descripción a Ortiz y Sanz, a pesar de excavaciones en el teatro aunque no queda constancia su insistencia, ni tampoco la divulgaron. La causa pudo de esta actuación en su texto. A todo esto añadió cua- ser que estuviesen a la espera de su publicación o por tro láminas que mostraban el estado real del edificio a simple antipatía que sentían Cornide y Palós hacia Or- finales del siglo XVIII. Conyngham, con esa metodo- tiz y Sanz. logía aplicada a su investigación, está a la vanguardia José de Cornide36 no mencionó ni publicó el tra- de estas nuevas corrientes de estudio que superan, no bajo de William Conyngham pero se encontró una co- en calidad pero si en objetividad, a estudios del Teatro pia de su descripción entre los documentos recogi- Romano de Sagunto realizados por personajes de la ta- dos para la redacción de su «Ad Rudera Saguntina. lla de José Ortiz y Sanz. El trabajo de Conyngham nos Viage desde Valencia a Murviesdro. 14 ser/97 v. en 22 muestra el antes y después de los estudios de las anti- de sep(tiembre)»37de la Real Academia de la Historia. güedades que desembocarán en el nacimiento y conso- Se trataba de una traducción al español del estudio de lidación de esa nueva disciplina que conocemos como Conyngham38. Esta traducción pudo llegar a su poder a Arqueología. Sin embargo, como se ha comentado en párrafos an- Concurso General del año 1780, y el de primera clase, en 1783. En teriores, su estudio no trascendió entre los eruditos es- 1790 envió un memorial a la Academia, en el que solicitaba le fuese pañoles del siglo XVIII. Existen escasas menciones a concedido tema para conseguir el grado de académico, aduciendo como mérito el haber conseguido un primer premio en la clase de su trabajo como la realizada por José Ortiz y Sanz en el pintura. El 20 de octubre de 1798, solicitaba de nuevo a la Academia apartado dedicado a la historiografía del teatro sagun- la concesión del título de Académico de mérito, que finalmente le es tino de su obra Viage arquitectónico-anticuario de Es- otorgado el 5 de octubre de ese mismo año. Un año después, el 26 de paña: «La obra, por desgracia, no ha llegado a mis ma- marzo de 1799, solicitaba el grado de Teniente-Director en la clase de pintura, vacante por fallecimiento de don Luis Planes. Finalmente, nos, aunque lo he solicitado mucho; por consiguiente el 12 de agosto de 1801, consiguió ser nombrado Teniente-Director no puedo hacer juicio alguno de su mérito»33. Las úni- en ejercicio, pero sin sueldo, al quedar vacante la plaza por ascenso cas noticias que obtuvo José Ortiz y Sanz sobre el tra- de don Vicente López. Falleció en Segorbe, en 1806. En León, 2006. 35. Cf. nota 33. bajo del irlandés en el teatro fueron proporcionadas 36. Hombre polifacético se interesaba por ciencias tan dispares 34 por Manuel Camarón , dibujante de sus vistas, y que como la zoología y la literatura. En 1791 ingresó en la Real Acade- mia de la Historia y, en 1802, se le nombró Secretario Perpetuo. La Academia le encargó a José Cornide la «redacción de las inscripcio- por ella en su estancia en España en 1798. Estos documentos los es- nes que habían de ser colocadas sobre la Torre de Hércules después tudió y publicó, una primera versión latina en 1836 y, la segunda en de su restauración», asignada al ingeniero italiano Eustaquio Gian- 1839, que tradujo al italiano. nini. A parte realizó un informe que fue publicado en 1792 bajo el tí- 31. Viajó a España a finales del siglo XVIII y todas sus impre- tulo Investigaciones arqueológicas sobre la fundación y fábrica de la siones las redactó en su Diario del viaje a España. En 1804 publicó llamada Torre de Hércules situada a la entrada del punto de la Co- Cuatro ensayos sobre España y América donde amplió sus comenta- ruña. José Cornide se le comisionó para recoger toda la documenta- rios sobre las antigüedades de Sagunto. ción generada en las excavaciones realizadas en Cabeza del Griego y 32. Ortiz y Sanz (1807, párrafo 11). Extracto de texto transcrito fue publicada en las Memorias de la Real Academia de la Historia en en este artículo en la página 7. 1799. En este estudio no faltaron representaciones gráficas de todos 33. Op.cit. En la misma situación se encontró F. Schiassi cuando los hallazgos centrándose, en un primer momento, en la localización redactó su obra titulada Typo Ligneo. Theatri Saguntini (1836) men- de restos cristianos. Ver Abascal y Cebrián (2009ª). cionó al irlandés en unas escasas líneas: “una iconografía diferente 37. Puede consultarse en la Real Academia de la Historia con la ofreció William Conyngham en las Actas de la real Academia Irlan- signatura 9-3912-18e. desa en el año mil setecientos ochenta y nueve” [(citado y traducido 38. Abascal y Cebrián (2005) identificaron como autor del es- en Martín y Rodríguez (1996)]. crito a J. de Cornide aunque rectificaron en una publicación posterior 34. Nacido en Segorbe (Castellón) en 1763, hijo de José Cama- dedicada a Cornide (Abascal y Cebrián 2009). Sin embargo, A. León rón y Bornat, y de Juana Meliá. Discípulo de la Academia de San en su Tesis Doctoral Inédita leída en 2007 ya identificó el texto con Carlos, en la que obtuvo el premio en la segunda clase de pintura del una copia en español de la descripción de W. B. Conyngham. Según

SPAL 18 (2009): 9-28 I.S.S.N.: 1133-4525 WILLIAM CONyNGHAM y EL TEATRO ROMANO DE SAGUNTO 15 través de James Canavah Murphy39, arquitecto irlandés, conocimientos en arquitectura clásica, como se puede que acompañaba a Conyngham en su viaje por España observar en sus numerosos comentarios a lo largo de y Portugal. Pero la hipótesis más probable es que se lo todo el texto, o la escasa calidad de su dibujo que más pasara E. Palós y Navarro en 1797, siendo ya Conser- bien parece una mala copia del realizado por el Deán vador de las Antigüedades de Murviedro, en su viaje a Martí ochenta y cuatro años antes. Sagunto para la recogida de la documentación anterior- mente mencionada. Enrique Palós no menciona el estudio de Conyngham ObservatiOns On the DescriptiOn ni parece haber tenido copia alguna a pesar de estar al Of the theatre Of saguntum mando de todas las actividades relacionadas con las an- DE W.CONyNghAm tigüedades de Sagunto. Tan sólo hemos observados si- militudes con los planteamientos que W. Conyngham La primera monografía del Teatro Romano de plasma en su estudio y que no pueden ser fruto del de- Sagunto realizada por un extranjero fue la del acadé- sarrollo de su investigación. No podemos hablar de mico irlandés William Burton Conyngham en 1784. plagio pero sí de argumentos coincidentes expresados Pero no se publicó hasta 1790 en el volumen III de bajo una misma perspectiva que no deja de sorprender- The Transactions of the Royal Irish Academy de Du- nos porque estamos ante un aficionado y autodidacta, blín, una revista científica dedicada a publicar las in- con una escasa formación clásica como el mismo José vestigaciones en ciencias, literatura y antigüedades de Ortiz y Sanz se lo achaca públicamente en determina- sus miembros. das ocasiones40. De forma muy inteligente manipula el Su descripción la tituló Observations on the Des- texto del irlandés, posiblemente cedido por su amigo cription of the THEATRE of SAGUNTUM, as given by y benefactor Fº Pérez Bayer (no debemos olvidar que EMANUEL MARTÏ, Dean of Alicant, in a Letter ad- es uno de los contactos más importantes que tienen dreffed to D. ANTONIO FELIX ZONDADARIO. By the Conyngham en España y le facilita algunas inscripcio- Right Honourable WILLIAM CONYNGHAM, Treafu- nes incluidas en su obra)41. Es curioso como defiende el rer to the Royal Irifh Academy, y fue leída en la Aca- mismo origen griego que el irlandés argumenta en su demia irlandesa el 19 de diciembre de 1789. En 1790, obra; o como utiliza la obra de Martí para demostrar sus la publicó junto con una carta dirigida a J. Walker, aca- errores al igual que Conyngham; o como se detiene en démico fundador, que tituló LETTER to JOSEPH C. la inscripción encontrada en el alfeizar de una ventana WALKER42, efq; M.R.I.A. from the Right Honourable con caracteres «antigüos» y que Conyngham le dedica W. CONYNGHAM, Treafurer to the Royal Irifh Aca- unos párrafos. Es imposible creer que Palós no tuviera demy; being an Appendix to his Memoire on the THEA- conocimiento del estudio de Conyngham cuando por TRE of SAGUNTUM; esas fechas se encargaba del mantenimiento de estos Conyngham planteó este trabajo como una demos- monumentos saguntinos como lo demuestra su comen- tración de la eficacia de la nueva metodología de estu- tario sobre las comedias representadas en el recinto en dio basada exclusivamente en la descripción íntegra de 1785 y la descripción de su fábrica en 1786. También los restos conservados. No estaba de acuerdo en la uti- debemos tener presente las mediciones tan precisas de lización de las fuentes clásicas como referentes direc- su descripción que no se corresponden con sus escasos tos para las descripciones, dibujos o las reconstruccio- nes porque podían no corresponderse con la realidad constructiva del monumento. No obstante, Conyngham Abascal y Cebrián, Conyngham sufragó los gastos de viaje de Mur- las utilizó43 y, de Vitruvio tomó las diferencias estruc- phy, durante toda su estancia en España, para estudiar las antigüeda- des árabes. En este período mantuvo contacto y compartió expedi- turales entre los teatros griegos y latinos o las formas ciones con Cornide y, posiblemente, le pasara una traducción de la y ornamentos de los teatros antiguos de Polux y Pau- descripción de Conyngham. sanias. También utilizó los estudios coetáneos de edi- 39. En Abascal y Cebrián (2009: 108 nota 301). En “James Ca- ficios antiguos como Les ruines des plus beaux monu- vanah Murphy en España y la divulgación del arte hispanomusulmán 44 en Inglaterra” de Jesús Salas, intervención en el Congreso “Spain ments de la Gréce de J. D. LeRoy , las Antiquities of and British Isles in the Long Eighteeth Century” celebrado en la Uni- versitat de Barcelona, 10-12 de diciembre de 2009. 40. Sobre el enfrentamiento entre Enrique Palós y José Ortiz y 42. Fundador de la Real Academia Irlandesa con una gran forma- Sanz ver Estellés (1991); León (2006). ción en arqueología y literatura (1761-1810). 41. Se trata de una hipótesis que en estudios posteriores preten- 43. Según Martín y Rodríguez (1994). demos esclarecer. 44. LeRoy (1770).

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Athens de J. Stuart y N. Revett45, el Voyage pittores- Conyngham, al inicio de su obra transcribe la des- que de la Gréce de M.G. Choiseul46 y, por supuesto, la cripción del Teatro Romano de Sagunto del epistolario descripción del Teatro Romano de Sagunto de Manuel del Deán Martí que recogió de la Expliquée de Mont- Martí, deán de Alicante, que se encontraba en una carta faucon y del Viaje de Antonio Ponz. La utilizó como dirigida a Felix Zondadario, «nuncio de su santidad en ejemplo directo de las equivocaciones cometidas por el Madrid»47. Estos trabajos le proporcionaron el ejemplo alicantino al utilizar como método de estudio las direc- más directo y real del sistema constructivo de los edifi- trices edilicias marcadas en las fuentes clásicas como cios lúdicos consiguiendo esa veracidad sin necesidad única vía para describir arquitectónicamente el citado de tener que realizar lucubraciones basadas en los tex- monumento. A lo largo de su estudio hace referencia tos clásicos que le hubieran llevado a erróneas inter- directa a los errores cometidos por el erudito español pretaciones. y, según Conyngham, lo llevó a generar conclusiones equívocas. W. Conyngham deja constancia de que esos “The commentators upon Pollux, Vitruvius and errores cometidos por el Deán Martí son causados por other ancient writers on the form of the Grecian and su metodología anticuada y no por su formación acadé- Roman theatres have differed so much in their expla- mica reconocida internacionalmente. Pero él cae en el nation of the rules laid down for their construction, mismo error que achaca a Martí, fe ciega en su método, that the best commentary upon them would seem to be the accurate measurent and plan of some one exist- al creer sin discusión alguna que nuestro teatro romano ing theatre: And as the description of that of Sagun- tenía origen griego. Esta conclusión errónea se debió a tum given by Emanuel Marti, the dean of Alicant, and las similitudes con otros restos conservados de teatros published amongst his letters at the beginning of this griegos y la creencia de que el Odeón de Herodes Ático century has been inserted in the work of Monfaucon, del siglo II d.C. era en realidad el teatro de Dionysos and quoted in the last Tour through Spain by Don An- Eleuthereus mencionado en las fuentes clásicas. Pero tonio Ponz, as the most accurate and satisfactory ac- esta equivocación salió a la luz después de la muerte de count given to the public of any ancient theatre, it nuestro estudioso que le podría haber hecho cambiar su may not be an unacceptable present to the Academy to lay before them the plan and setion of that theatre, postura y, posiblemente, ser más crítico con su metodo- taken with all the accuracy that the ruins would per- logía provocando la necesidad de plantearse cambios mit in the year 1784, together with some observations en su línea de estudio: «The Dean seems to have fallen on the description of it given by Dean Martí in the 9th into the common error of those who adopt a system. letter of his 4th book, wich is as follows”48. Being persuaded that this theatre was a Roman work, he previously determined what ought to be the disposi- 45. Stuart y revete (1772). tion of every part, as described by Vitruvius; and adapt- 46. Voyage pittoresque de la Grèce, Paris (1782). ing all his observations to those rules, he saw nothing 47. Esta carta fue reproducida literalmente por varios eruditos but what corresponded with his system. As the plans nacionales y extranjeros a lo largo del siglo XVIII. Entre ellos tene- mos a B. Montfaucon que en su L’Antiquiteé Expliqueé (1719-1724) now submitted to the Academy were taken at a time incluyó las descripciones del teatro de Sagunto y el anfiteatro de Itá- when there was no opportunity of consulting any an- lica, G. Poleni en su obra titulada Thesauri Antiquitatum Romanarum cient writer on the subject, and the measurements made Graecarumque, Juan Martínez Salafranca (1737) que en su obra Me- from what was actually seen to exist, these observa- morias eruditas para las críticas de artes y ciencias (Madrid, 1737) 49 reproduce la carta de Martí y hace algunas correcciones y A. Ponz tions are at least free from that error» . en su Viage de España (1772-1794) en el Tomo VIII carta IV y pró- logo de la carta V. 48. Estellés y Pérez (1991: 415). Citado y traducido en por Mar- sección de dicho teatro, levantadas con todas las garantías que las rui- tín y Rodríguez (1994: 123): «Los comentadores de Pólux, de Vitru- nas podían permitir en 1784; así como algunas observaciones sobre vio y de los autores antiguos que escribieron sobre la forma de los la descripción realizada por el deán Martí en la 9ª carta de su 4º Li- teatros griegos y romanos, han opinado de modo tan diferente res- bro, y que es la siguiente». pecto a las reglas aplicadas para su construcción que la crítica más 49. Citado en Estellés y Pérez (1991: 419). Citado y traducido acertada que puede hacerse sobre sus conclusiones es quizá la ade- por Martín y Rodríguez (1994: 126): «El Deán parece haber caído en cuada medición y el estudio profundo de un teatro que se conserve en el error habitual de aquellos que adoptan un sistema con excesiva ri- la actualidad. y puesto que la descripción que del Teatro de Sagunto gidez. Convencido de que este teatro era de obra romana, decidió de hizo Enmanuel Martí, deán de Alicante, y publicada entre sus cartas antemano como habría de ser su disposición, del modo que la des- a principios de este siglo, ha sido incluida en la obra de Monfaucon y cribió Vitruvio; y, al subordinar todas sus observaciones a la dogmá- calificada, en el último viaje de España de Don Antonio Ponz, como tica aplicación de estas reglas, no vio sino aquello que se ajustaba la más certera y satisfactoria relación de cualquier teatro de la anti- a sus sistema. Dados que los planos que ahora presento a la Acade- güedad ofrecida al público hasta ahora, no será poco servicio a esta mia se alzaron en un momento que no podía consultar tratadista an- Academia ofrecer a su consideración el estudio de la planta y de una tiguo alguno y que las mediciones se efectuaron a partir de lo que

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Para el estudio del Teatro Romano de Sagunto par- más fiel a la realidad de su estado de conservación. Esto tió de tres puntos base presentes en todo el trabajo y es una de las premisas de esta nueva tendencia meto- que marcan un antes y después en las descripciones de dológica, anteriormente citada, que está poniendo sus estos edificios. Estos puntos serían la descripción del semillas para lo que después conoceremos como una deán Martí como referencia del estudio, utilización de parte imprescindible en el estudio arqueológico, las las fuentes clásicas bajo una mirada crítica que le evite imágenes. Estas inscripciones fueron recogidas por el caer en los errores de Martí y la comparación con los irlandés durante su estancia en España aunque, como él restos conservados de otros teatros latinos o griegos a mismo nos indica, las seis primeras fueron cedidas por través de estudios contemporáneos que le aportaban Francisco Pérez Bayer52. Hace especial mención a una ese contacto con la realidad constructiva de la que ca- inscripción del teatro saguntino localizada en el alféizar recen las fuentes clásicas: «Similar loggias appears by de una de las ventanas que, según le indicó Francisco the theatre of Herculaneum, but I could not ascertain Pérez Bayer, se trataba de «hebreo rabínico y no ante- the entrances of either, possibly they might be on the rior al siglo XIII»53. Esta misma inscripción fue reco- sides communicating from the summa cavea. The con- gida, unos años más tarde, por E. Palós y Navarro en su struction and situation of this theatre bear a striking re- Disertación54 pero la interpretación fue muy distinta, ya semblance to that of , which Pausanias tells us que, su afán por dar prestigio y antigüedad a los restos communicated to the by a cave. That citadel de su ciudad, la identificó con caracteres griegos para towered upon a hill extended nearly east and west like argumentar su origen helénico. Palós, como Conserva- this of Saguntum: to the north, with a little inclination dor de todas las Antigüedades de la famosa Sagunto to the east, was situated the theatre of Baccus, which con facultad de impedir su ruina y sustracción, decidió appears by the measurement of Le Roi to have been trasladar la inscripción a la Casa del Ayuntamiento de nearly of the same dimensions with this: and Monsieur Sagunto. Esto ha provocado que estudiosos posterio- de Choiseul, in the Voyage Pittoresque de la Grece, in- res a Palós no mencionaran la citada inscripción. Nin- forms us that the theatre at was situates in the guna de las inscripciones recogidas en su obra es ro- same manner, and almost all the theatres that he met mana sino de origen ibérico como él mismo nos indica. with in Greece»50. Es curioso ver que estudiaba y recogía sólo aquello que Sus Observations están compuestas por una des- le llamaba la atención como los restos del teatro ro- cripción y cuatro láminas51, a las que añade, los dibujos mano, las excavaciones en el foro romano de Tarraco de 18 inscripciones con una pequeña leyenda indicando o las inscripciones «de caracteres españoles antiguos», el lugar del hallazgo y, a veces, las dimensiones y el de las cuales sacó moldes en yeso que entregó a la Real material constructivo utilizado. Cuando transcribe el Academia Irlandesa55. texto de las inscripciones lo hace reproduciendo exac- tamente la forma de la piedra con la intención de ser lo 52. Estudió Derecho Civil y Canónico en la Universidad de Sa- lamanca. En 1745 consiguió la Cátedra de Lengua Hebrea en la Uni- realmente podía verse, mis observaciones, al menos, se verán libres versidad de Valencia y, un año más tarde, en la de Salamanca. En de tal error». 1782 emprendió un viaje por Valencia, Andalucía y Portugal reco- 50. Estellés y Pérez (1991: 423). Citado y traducido por Martín gido en su Diario del Viaje desde Valencia a Andalucía hecho por y Rodríguez (1994: 130): «Logias o pórticos similares aparecen en el Don Francisco Pérez Bayer en 1782. En 1783 fue nombrado Biblio- teatro de Herculano, pero yo no puedo señalar con certeza las entra- tecario Mayor de la Real Biblioteca. Sobre el viaje de Pérez Bayer das en ninguno, aunque probablemente estarían en los lados que co- ver Mestre, 1998; Salas, 2007. municaban con la summa cavea. La construcción y situación de este 53. Citado y traducido por Martín y Rodríguez (1994: 137). teatro manifiesta un sorprendente parecido con el de Atenas que, se- 54. Palós y Navarro (1793). gún Pausanias, se comunicaba con la Acrópolis por medio de un pa- 55. «I have alredy had the honour of laying before the Academy sadizo. Aquella ciudadela coronada de torres sobre la colina se exten- the inscription which I discovered on the theatre, and wich the learnd día por el este y el oeste, al igual que esta de Sagunto: hacia el norte, professor D. Francisco Pérez Bayer, the King’s librarían, to whom I con una leve inclinación hacie el este, se situaba el teatro de Baco comunicated it, supposes to be Rabbinical Hebrew, and not older than que, de acuerdo con las mediciones efectuadas por Le Roi, parace the thirteenth century. It is cut upon a window-stool in a room at the que fue casi de las mismas dimensiones que el que nos ocupa. y east end of the scena; but upon the most strict examination it appears Monsieur de Choiseuil en su Voyage Pittoresque de la Grece nos dice to me to have been built up with the walls of that part of the building que el teatro de Esparta ofrecía la misma disposición, como casi to- which, in its structure, is similar to the circular part, being in regular dos los teatros que estudió en Grecia». course of hammered limestone. The window-stool itself is only three 51. Martín y Rodríguez (1994) mencionan una quinta lámina ti- inches thick, and has the appearance of baked clay, being of a yellow- tulada Planta de un Teatro de W. Conyngham pero se ha obviado en ish red color, of the consistence of hard freestone, and very like the este artículo porque el propio Conyngham no la incluyó en su mo- fragments of some alto relievos built up in the wall of a tower, im- nografía. properly on that very account supposed to be, and called The Tower

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Después de su presentación y defensa a ultranza de En la segunda lámina se representa la estructura ex- su metodología de estudio –aplicada a la descripción terna del edificio mostrando la distribución de las gra- del teatro saguntino– y la transcripción del texto de das y sus restos conservados junto con los del pórtico y Martí, realizó un estudio detallado exclusivamente de la escena. Esta lámina también la encontramos en Or- los restos conservados de nuestro edificio lúdico. Par- tiz y Sanz, pero como hemos visto en la fig. 1 divide tiendo de una visión general de la situación geográfica la planta del edificio en dos mitades, una dedicada a la y estructura del teatro se centró en la descripción in- estructura interna y la otra a la externa. En la estruc- terna y externa de las gradas. Las midió y las comparó tura externa reconstruye las partes desaparecidas mien- con la información aportada por el Deán y los restos tras nuestro irlandés traza con una línea difuminada lo conservados de teatros romanos y griegos estudiados que podría haber sido la parte desaparecida. Aquí se en obras recientes, anteriormente mencionadas. Parte vuelve a marcar la diferencia entre los seguidores de la de la premisa que estaba ante un teatro romano pero a corriente moderna y los tradicionalistas como Ortiz y medida que avanza en su estudio encuentra estructu- Sanz que se aventuran a interpretar estructuras desapa- ras que sólo se dan, según él, en teatros griegos. Pero, recidas siguiendo los dictámenes de las fuentes clásicas a pesar de ello, sigue creyendo en el origen latino hasta (fig.3). Debemos destacar como en los inicios del siglo que estudios contemporáneos demostraron que esas es- XIX todavía encontramos estudiosos de la talla de Or- tructuras presumiblemente romanas también se dieron tiz y Sanz que siguen una metodología superada desde en edificios griegos. Esta fue la prueba para defender la segunda mitad de la centuria pasada. Esto no debe sin duda alguna el origen griego del Teatro Romano de confundirnos y pensar que en España no tenemos se- Sagunto. Esta hipótesis la retoma en la carta dirigida al guidores y defensores de estos nuevos planteamientos académico J.C. Walker, incluida en la publicación de su de estudio porque uno de los mejores ejemplos está en trabajo en 1790, donde ofrece un cuadro comparativo el estudio realizado por el marqués de Valdeflores, Luis de las medidas del teatro saguntino con el de Atenas. La José Velázquez de Velasco, junto con el arquitecto Es- información sobre el teatro de Atenas la recoge, como teban Rodríguez57. él mismo nos indica, del trabajo de J. Stuart, que junto La lámina tercera representa el graderío trazando a H. Revett, publicaron Antiquities of Athens measured con líneas difuminadas todas aquellas estructuras que and delineated 56. no se han conservado pero por comparación con otros Conyngham añade a su descripción cuatro láminas restos de teatros estudiados las interpreta con cautela. que muestran una visión arquitectónica y real del tea- Se trata de la sección derecha de las gradas del teatro tro saguntino. A estas láminas les añade una «Descrip- en las que se muestra las distintas entradas a los vomi- tion of the plates» indicando que las dos primeras re- torios de acceso a los asientos, el apoyo del graderío presentan la estructura interna y externa del teatro. Las esculpido en la roca de la ladera de la montaña y la al- tres primeras láminas sirven de apoyo a la explicación tura del edificio. Es una lámina orientativa porque en el y compresión del texto a las que alude de marea cons- texto no hace alusión a ella. Esta sección de la grada es tante al describir determinadas partes de la estructura representada en los trabajos de Ortiz y Sanz (1800) y en de las gradas. En la lámina primera realiza un dibujo el de Laborde (1806-1826) pero del lado opuesto a la detallado de la estructura interna del teatro, interpre- dibujada por Conyngham. La diferencia no es la parte tando partes que otros autores como José Ortiz y Sanz de la grada representada sino como la representan. Am- no representaron 20 años más tarde en su obra «Viage bos muestran un alto conocimiento en dibujo arquitec- arquitectónico-anticuario» (fig. 1). Sin embargo, A. La- tónico pero el planteamiento metodológico es distinto. borde en su Voyage sí las representó trazando una es- Conyngham representa las partes desaparecidas como tructura interna similar a la del irlandés (fig.2). Ortiz pero éste no las diferencia de las conservadas y Conyngham sí. Este tipo de representación de partes desaparecidas sin distinción de las conservadas apli- of Hercules. Fac similes in yeso of this inscription, and severalin the cada por Ortiz en sus dibujos lo enfrenta a A. Laborde, Celtiberic character, taken off at Saguntum, are now in the posses- sion of the Academy, copies and descriptions of which I take this op- que a pesar de utilizar la misma metodología de estu- portunity of laying before them, together with all the orther remains dio basada en la utilización de las fuentes clásicas para of inscriptions in ancient Spanish characters which I was able to col- lect, and which have not hitherto been published ». Citado en Este- llés y Pérez (1991: 425). Citado y traducido por Martín y Rodríguez 57. Sobre el viaje emprendido en 1752 por Luis José Velázquez (1994: 137). de Velasco junto con Esteban Rodríguez, su dibujante arquitecto ver 56. Stuart y revete (1762). León (2006); Salas (2010: 41-42).

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Estructura interna del graderío del Teatro Romano de Sagunto de William Conyngham.

Estructura interna y externa del graderío Teatro Romano de Sagunto de J. Ortiz y Sanz.

Figura 1. Comparación de las estructuras internas dibujadas por W. Conyngham y J. Ortiz y Sanz.

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Estructura interna del graderío del Teatro Romano de Sagunto de William Conyngham. Los trazos rojos representan algunas de las estructuras coincidentes con la lámina de Alexander Laborde.

Estructura interna del graderío del Teatro Romano de Sagunto de Alexander Laborde.

Figura 2. Comparación de las estructuras internas dibujadas por W. Conyngham y A. Alexander Laborde.

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Estructura externa del Teatro Romano de Sagunto de W. Conyngham.

Estructura interna y externa del Teatro Romano de Sagunto de J. Ortiz y Sanz.

Figura 3. Comparación de las estructuras externas representadas por W. Conyngham y J. Ortiz y Sanz

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 9-28 22 ALICIA LEóN GóMEZ las explicaciones de las de las partes desaparecidas, no del teatro es la incluida en el estudio de A. Valcárcel59, las restaura en el dibujo mostrando la imagen real del fechada en 1793, y que reproduce parte de la estructura estado de conservación del teatro a principios del XIX exterior del lado derecho y de la escena. Esta perspec- (fig. 4). Estas tres diferentes representaciones, pero con tiva más alejada del teatro impide ver parte del grade- puntos comunes que nos permiten enmarcarlas en de- río. Desconozco cuál era la intención del dibujante o de terminas tendencias de estudio de las antigüedades, nos Valcárcel cuando representaron ese lado del teatro. Sin muestran la complejidad existente en estos inicios de embargo, aporta una visión que aún no teníamos del es- las primeras, podríamos decir, investigaciones arqueo- tado de conservación de los restos de la escena por la lógicas donde los avances y retrocesos a lo largo del si- parte exterior. En ninguna de las láminas de Beramendi glo XVIII-XIX terminarán gestando las premisas en los o Valcárcel puede verse estructuras internas ya que el futuros estudios arqueológicos. ángulo de visión representado no lo permite. La última La última lámina (fig. 5), al igual que en todos los lámina con una perspectiva similar a las anteriores es la estudios enmarcados cronológicamente a finales del de Alexander Laborde pero ésta con un ángulo que per- XVIII y principios del XIX, representa una vista o pers- mitía no sólo ver la estructura interior del lado derecho pectiva real del monumento estudiado. Mostrándonos o parte del graderío del izquierdo sino también algunos una instantánea del verdadero estado de conservación restos de las estructuras que conformaban la escena. del teatro imprescindible para hacernos una idea real ésta junto con la de Valcárcel proporcionan dos pers- del monumento. Estos dibujos fueron sustituidos en los pectivas diferentes pero complementarias del estado de estudios arqueológicos por las fotografías ya que estás conservación de la escena a finales del siglo XVIII que podían mostrar una calidad y detallismo del que care- no habían sido dibujadas hasta ese momento. No debe- cen los dibujos. mos olvidar la lámina VI incluida en la obra de José Or- Esta lámina 4 (fig. 5), posiblemente dibujada por tiz y Sanz titulada «Vista del teatro Saguntino tomada Manuel Camarón como el propio Ortiz indicó en su de la graderia» con una imagen frontal de todo la es- obra, aporta una imagen hasta el momento no ofrecida cena desde el graderío. Esta imagen junto con las ante- en ningún otro estudio. Se trata de un dibujo desde el riores podían haber proporcionado una información de ángulo derecho exterior mostrando una parte de la es- primera mano para los estudiosos posteriores y, posi- tructura externa –levantada sobre la ladera de la mon- blemente, para esas obras de rehabilitación tan polémi- taña y en la que se sustenta parte del graderío– y del cas que pueden haber dañado el monumento para siem- interior de las gradas apoyadas en la estructura ex- pre (fig. 6). terna del lado opuesto. Es una imagen muy interesante No obstante, a pesar de ser un trabajo con cierto ri- e ilustrativa porque nos permite ver no sólo la estruc- gor científico, como lo demuestra el detallismo de su tura exterior sino también su parte interior. Es una do- descripción, el conocimiento de las fuentes clásicas y ble imagen del exterior e interior de una misma estruc- contemporáneas y la calidad de sus representaciones, tura arquitectónica. El ángulo de visión representado no incluyó una perspectiva general del teatro. Estas por W. Conyngham en su lámina 4 no se volvió a dibu- imágenes están presentes en la mayoría de los traba- jar hasta 10 años después por otro erudito que viajaba jos de monumentos antiguos y, sin embargo, William por España, por orden de Carlos IV, con el objetivo de Conynghan sólo dibujó una parte de la perspectiva ge- recoger toda la información socio-económica del país. neral del edificio. No sabemos el por qué de esta selec- Se trata de Carlos Beramendi58 que mientras recorría ción o por qué no incluyó una vista general. También España entre 1791-1796 recogió igualmente algunos es cierto que pasaron unos diez años desde su estudio restos arqueológicos que merecieron su atención. En- hasta la publicación y pudiera ser que originariamente tre ellos estaba nuestro teatro que describió y dibujó estuviese hecha pero no la publicó como ocurrió con aportando dos perspectivas similares a la de William. otra lámina de la planta del teatro encontrada en sus Se trata de la «Vista del lado AB» y la «Vista del lado CD», ambas representan las estructuras exteriores de los lados derecho e izquierdo del teatro donde se apoya 59. Antonio Valcárcel entregó a la Real Academia de la Historia parte el graderío. Otra lámina que representa esta parte de Madrid, el 12 de diciembre de 1807, un tomo manuscrito donde recogía las antigüedades del reino de Valencia. Se acordó su publica- ción en un espacio de tiempo breve pero debido a los sucesivos pro- blemas políticos no se realizó hasta 1845 bajo el título de Inscripcio- 58. Carlos Beramendi y Freyre, Secretario de Despacho de Ha- nes y antigüedades del reino de Valencia ilustrado por el académico cienda. Sobre Carlos Beramendi ver Soler (1994); León (2006). Antonio Delgado. León (2006); Abascal y Cebrián (2009b).

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Sección del graderío donde la parte reconstruida queda claramente diferenciada de la parte conservada (W. Conyngham).

Ortiz realiza un estudio del material empleado en la construcción del teatro y reconstruye una parte del graderío sin diferenciar las estructuras conservadas o no.

Sección vertical nº2 del graderío en el que sólo se representa las partes conservadas. (Alexander Laborde).

Figura 4. Comparación de los estudios del graderío realizados por W. Conyngham, J. Ortiz y Sanz y A. Laborde.

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Figura 5. Vista o perspectiva posiblemente dibujada por M. Camarón bajo las órdenes de W. Conyngham. documentos personales60. Estas imágenes estaban pre- ibéricas. Estas actividades junto a sus datos biográficos63, sentes en la mayoría de los estudios de monumentos ar- desconocidos hasta ahora en España, refuerzan aún más quitectónicos antiguos del siglo XVIII incluso en aque- nuestra postura de que la presencia británica en España llos realizados por eruditos aficionados con una escasa no era para estudiar sus antigüedades, como las visitas formación en fuentes clásicas, antigüedades o dibujo a Italia o Grecia realizadas por esos jóvenes británicos arquitectónico/artístico. durante el desarrollo del Grand Tour, sino por estable- Todas las láminas incluidas en el estudio de W. cer lazos comerciales que favoreciesen sus negocios. W. Conyngham son de gran calidad artística y arquitectó- Conynghan se dedicó a visitar los restos de antigüedades nica que junto a las de José Ortiz y Sanz, según Mar- cercanos a la zona donde iba a establecer contactos co- tín y E. Rodríguez61, no fueron superadas hasta que merciales y, por eso, sólo tenemos datos sobre sus estu- A. Almagro realizó su levantamiento fotogramétrico62 dios en el levante español y en Portugal. No parece que en 1979. visitara más lugares ni que recogiese ninguna otro resto En definitiva, William Burton Conyngham, nues- arqueológico salvo que estuviese en el entorno geográ- tro ilustre visitante irlandés, describió el Teatro Romano fico de sus negocios. Por tanto, no es de extrañarnos que de Sagunto, realizó excavaciones en el foro romano de no tuviese ninguna planificación en el estudio sino, como la antigua Tarraco y estudió numerosas inscripciones buen ilustrado, se sentía atraído por las antigüedades y las estudiaba sin más. Posiblemente, esta sería la razón del largo período de tiempo transcurrido entre la realización 60. Esta quinta lámina del teatro corresponde a un dibujo de su planta. No se incluyó en la publicación de 1790 pero fue localizada entre sus documento personales. En Martín y Rodríguez (1994). 63. Los datos biográficos se han extraído de los artículos de 61. Martín y Rodríguez (1994). Trench (1985) y Trench (1987) que muy amablemente nos lo envió 62. Almagro (1979). Livia Hurley editora de la Royal Irish Academy de Dublín.

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Perspectiva que tendríamos del teatro acercándonos por su Perspectiva del teatro acercándonos un poco más por su lado lado derecho (Antonio Valcárcel, 1805) derecho (Carlos Beramendi, 171791-1796)

Perspectiva desde el camino existente para acceder al teatro Perspectiva del teatro desde el acceso a éste por su lado por su parte derecha (Alexander Laborde, 1806) derecho donde podemos ver ya parte del graderío. (William Conyngham).

Perspectiva desde la parte del graderío del teatro donde se pueden ver los restos de la escena y parte del graderío (José Ortiz y Sanz)

Figura 6. Sucesión de perspectivas que nos muestran una imagen muy completa del estado de conservación del Teatro Romano de Sagunto a finales del siglo XVIII y principios del XIX.

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 9-28 26 ALICIA LEóN GóMEZ de la descripción del teatro saguntino en 1784 y su pu- BOLUFER, M. (ed.) (2007): Viage fuera de España. blicación en 1790. No tenía ningún interés en su publi- Antonio Ponz. Alicante. cación ni divulgación y no sabemos por qué lo presentó BOURGOING, barón de (1789): Nouveau voyage en en su discurso leído en 1789 y publicado un año después, Espagne, ou tableau de l’état actuel de cette mo- cuando lo podría haber hecho en sesiones anteriores ce- narchie. Paris. lebradas entre 1785-1789 en la Real Academia Irlandesa. CLARK, E. (1763): Letters concerning the spanish Na- Con este trabajo he pretendido mostrar los avances tion. London. y retrocesos propios en los inicios de cualquier disci- CHOISEUL-GOUFFIER, M.G.A.F. (1782): Voyage plina que afectan a las estrategias de trabajo y, por su- pittoresque de la Grèce. Paris. puesto, a sus conclusiones. Conclusiones que pueden ESTELLéS GONZÁLEZ, J.Mª y PéREZ DURÁ, F. ser completamente opuestas como el origen griego o Sagunt (1991): Antigüedad e Ilustración. Valencia. romano que les otorgan los eruditos del XVIII a nuestro FARINELLI, A. (1942-1979): Viajes por España y teatro o la representación de estructuras que no se co- Portugal desde la E. Media hasta el siglo XX: Nue- rresponden con el trazado original del edificio. El Tea- vas y antiguas divagaciones. Roma. tro Romano de Sagunto es un claro ejemplo de toda FERRER BANIMELI, J.A. (1979): El conde de Aranda esa confusión erudita plasmada en los numerosos tra- y su defensa de España. Zaragoza. bajos a lo largo del siglo XVIII. y, como punto de refe- FOULCHé-DELBOSC, R. (1969): Bibliographie des rencia, hemos seleccionado la descripción de William voyages en Espagne et en Portugal. Paris. Conyngham, como representante de todo ese movi- FREIXA, C. (1993): Los ingleses y el arte de viajar. miento intelectual, para compararla y complementarla Una visión de las ciudades españolas en el siglo con los estudios posteriores de Enrique Palós, Carlos XVIII. Barcelona. Beramendi, Antonio Varcárcel, José Ortiz y Sanz y GARCÍA MERCADAL, J. (1979): Viajes por España. Alexander Laborde. Esta comparación nos ha permi- Madrid. tido obtener un volumen de información precisa y deta- — (1999): Viajes de Extranjeros por España y Portu- llada del teatro a finales del XVIII. gal. Desde los tiempos más remotos hasta los co- mienzos del siglo XX. Valladolid. GARCÍA-ROMERAL, C. (1997): Bio-bibliografía de BIBLIOgRAfÍA viajeros españoles (siglo XVIII). Madrid. — (2000): Bio-bibliografía de viajeros por España y ABASCAL, J.M. y CEBRIÁN, R. (2005): Manuscritos Portugal (siglo XVIII). Madrid. sobre antigüedades. Madrid. GóMEZ DE LA SERNA, G. (1974): Los viajeros de la — (2009a): Los viajes de José de Cornide por España Ilustración. Madrid. y Portugal de 1754 a 1801. Madrid. GROSE, F. (1733-87): Antiquities of England and — (2009b): Antonio Valcárcel Pío de Saboya conde de Wales. London. Lumiares (1748-1808). Apuntes biográficos y escri- GUERRERO, A.C. (1990): Viajeros británicos en la tos inéditos. Real Academia de la Historia e Instituto España del siglo XVIII. Madrid. Alicantino de Cultura “Juan Gil-Albert”, Madrid. LABORDE, A. (1806-1826): Voyage pintoresque et AGUILAR PIñAL, F. (1974): Relatos de viajes de ex- historique dans l’Espagne. Paris. tranjeros por la España del siglo XVIII. Madrid. LARA ORTEGA, S. (1991): El teatro romano de ALMAGRO, A. (1979): “Estudio fotogramétrico del Sagunto: Génesis y construcción. Valencia. teatro de Sagunto”, Saguntum 14: 165-179. LEóN GóMEZ, A. (2006): Imágenes arqueológicas de ADDISON, J. (1705): Remarks on several parts of la España Ilustrada. El teatro romano de Sagunto Italy in the years 1701, 1702 and 1703. London. en el siglo XVIII. Sevilla. BACON, F. (1601): The Essays or councels civil and — (2006): “El teatro romano de Sagunto visto por es- moral. London. tudiosos españoles e italianos en la primera mi- BARETTI, G.M.A. (1770): A Journey from London tad del siglo XIX”, en J. Beltrán, B. Cacciotti y B. to Genoa through England, Portugal, Spain and Palma (eds.), Arqueología, coleccionismo y anti- France. London. güedad. España e Italia en el siglo XIX: 261-285. BENNASSAR, B. y BENNASSAR, L. (1998): Le vo- Sevilla. yage en Espagne: anthologie des voyageurs français — (2007): El estudio de los edificios de espectáculos et francophones du XVI au XIX siécle. Paris. romanos en la España del Siglo XVIII. Análisis del

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Fecha de entrada: 1-10-2010 Fecha de aceptación: 18-01-2011

SPAL 18 (2009): 9-28 I.S.S.N.: 1133-4525 LOS SIgNOS OVALES PALEOLÍTICOS DE LA CUEVA DE EL CASTILLO (PUENTE VIESgO, CANTABRIA): DATOS PARA UN PLANTEAmIENTO INTERPRETATIVO y SU ATRIBUCIÓN CRONO-CULTURAL

ALBERTO MINGO ÁLVAREZ*

Resumen: En el interior de la cueva de El Castillo (Puente Summary: Cueva de El Castillo (Puente Viesgo, Cantabria) Viesgo, Cantabria) se documentan una gran cantidad de expre- contains a great quantity of palaeolithic images which in ad- siones gráficas paleolíticas que además manifiestan una nota- dition shows a significant formal diversity. “The signs” make ble diversidad formal. Entre las categorías temáticas más des- up one of the most outstanding thematic categories of the tacadas de esta cavidad se hallan “los signos”. En este trabajo cave. In this paper, we present the results derived from the se presentan los resultados del análisis morfológico, técnico, morphological, technical, contextual and topographical anal- contextual y topográfico de los signos con forma oval. A par- ysis of the oval signs. From this data we put forward an inter- tir de estos datos se plantea una hipótesis interpretativa de su pretative hypothesis of their significance and we bring up an significado y una aproximación a su atribución crono-cultural. approach of their chrono-cultural attribution. Palabras clave: cueva de El Castillo, Paleolítico, signos ova- Key words: cueva de El Castillo, Palaeolithic, oval signs, in- les, hipótesis interpretativa, atribución crono-cultural. terpretative hipothesis, chrono-cultural attribution.

1. INTRODUCCIÓN contrastan con las imágenes naturalistas habituales” (Capitan y Breuil 1902; citado en Sauvet 1993: 219). La definición designo paleolítico dentro de nuestra Los signos conforman probablemente la categoría disciplina ha reflejado, a lo largo de todos estos años de más compleja de la temática gráfica paleolítica. Esta- investigación, los modelos teóricos aplicados para pro- mos de acuerdo con R. Layton (1987: 219-220) cuando ferir interpretaciones del fenómeno gráfico pleistocé- apunta que “se trata de una categoría residual, subjeti- nico. Desde un primer momento, los especialistas de la vamente definida, que se distingue por nuestra incapa- Prehistoria localizaron figuras, tanto en soporte mobi- cidad de saber con certeza lo que estas imágenes sig- liar como parietal, que no podían ser asimilables mor- nifican”. La consideración de que “bajo esta apelación fológicamente a animales cuaternarios, motivos antro- genérica (de signos) se hallan formas geométricas, re- pomorfos o a cualquier otro tipo temático figurativo presentaciones no figurativas indeterminadas y, a ve- reconocido. Así, los signos paleolíticos fueron enten- ces, incluso elementos de decoración” formulada por didos como “ciertas figuras de forma geométrica que D. Vialou (1983: 597) es un axioma. Un signo paleolítico intencional sería, para noso- * Dpto. Prehistoria y Arqueología. UNED. C/ Senda del Rey, 7; tros, toda aquella representación o imagen de un objeto 28040 – Madrid. E-mail:[email protected] (objeto, elemento, fenómeno, idea o acción material)

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 29-40 30 ALBERTO MINGO ÁLVAREZ que alcanza un grado de esquematización, geometriza- casi todos los planos que permite su estudio: técnico, ción, etc. tal que no podemos reconocer en ella, desde temático, morfológico, estilístico, contextual, topográ- nuestra perspectiva, el objeto origen que representa o fico, etc. Esta variedad y cantidad de variables determi- sustituye. A pesar de que en nuestra disciplina, como nan que la gran mayoría de los investigadores, excep- bien cita M. R. González Morales (1994: 297), se juzga ción hecha de los estructuralistas (principalmente A. que una representación es un signo cuando no pode- Leroi-Gourhan), reconozcan que se trata de un “santua- mos identificarla con certeza a formas animales o an- rio” donde se constatan diferentes fases cronológicas tropomorfas, creemos que no habría que incluir a las en la realización de sus representaciones. La variedad “manos” dentro de la categoría “signos” ya que son, al percibida, además de la importancia y, en ocasiones, igual que la fauna y los antropomorfos, imágenes per- singularidad que albergan muchos de sus motivos con- fectamente reconocibles. La tipología de signos es tan duce a su aceptación como una de las principales cue- extensa que casi convendría decir que todo lo que no vas con arte paleolítico en el área cantábrica. (Fig. 2) entra dentro de las categorías de animales (incluyendo Un recuento reciente de las figuras publicadas hasta los fantásticos) y de antropomorfos se ha contemplado el momento en la cavidad ha permitido cuantificar como un signo. “más de 240 representaciones: 56 manos negativas, 54 ciervas, 26 caballos, 24 bisontes, 18 ciervos, 10 cabras, 6 uros, 3 rebecos, 2 máscaras, 1 antropomorfo, y 1 pro- 2. ALgUNAS CONSIDERACIONES boscídeo, así como 5 cérvidos, 13 bóvidos, 5 cápridos SOBRE LOS VESTIgIOS y 22 cuadrúpedos indiferenciables” (González Sainz ARqUEOLÓgICOS y EXPRESIVOS et al. 2003: 106). En cuanto a las representaciones no DE LA CUEVA DE EL CASTILLO figurativas (signos), la tesis doctoral que defendimos en julio de 2007 titulada “El estudio de los signos ru- La cueva de El Castillo, localizada en Puente Viesgo pestres en el arte paleolítico: la cueva de El Castillo (Cantabria), se abre a media ladera de la vertiente no- (Puente Viesgo, Cantabria)” desveló la existencia de reste del monte del mismo nombre, a unos 190 metros 432 discos soplados, 18 de ellos aislados y 63 seriacio- sobre el nivel del mar. El monte forma parte de la Sie- nes, desde un número de 2 hasta de 36 discos; 4 signos rra del Dobra en sus estribaciones orientales, levantán- claviformes; 5 signos “campaniformes”; 17 signos ova- dose en la orilla izquierda del río Pas. (Fig. 1) les; y 27 signos rectangulares. Los trazos pintados y lí- La amplitud y buena habitabilidad del vestíbulo de neas grabadas alcanzan un número superior a las 240 esta caverna y el emplazamiento excepcional del monte unidades gráficas mientras que se han documentado 48 donde se ubica (tanto por el control del territorio como realizadas por puntos, entre ellos son reseñables la apa- por la cercanía y facilidad de acceso a múltiples y com- rición de 19 puntos aislados y 17 con grupos de más de plementarias posibilidades ecológicas alimenticias) 5 puntos. Finalmente se han cuantificado 42 manchas1. provocaron un recurrente y significativo poblamiento a lo largo de extensas fases crono-culturales del Paleo- lítico medio y superior como bien se observa en los es- 3. LOS SIgNOS OVALES DE EL CASTILLO. tratos arqueológicos. El yacimiento paleolítico de la ANáLISIS mORfOLÓgICO, TéCNICO, cueva de El Castillo se ha erigido en uno de los referen- CONTEXTUAL y TOPOgRáfICO ciales de Europa y seguramente del mundo. Su potente estratigrafía se traduce en una sucesión de capas, casi La cueva de El Castillo a tenor de sus características sorprendentemente horizontales, donde se alternan las topográficas ha sido dividida en cuatro áreas (Mingo estériles con las arqueológicamente fértiles. Se advier- 2004). éstas albergan espacios diferenciados y particu- ten 26 niveles, constatándose desde un Achelense final lares que han de configurarse en sub-áreas (fig. 3). La y un Paleolítico medio antiguo hasta una capa sedimen- concentración de unidades gráficas en emplazamien- taria atribuida a la Edad del Bronce, pasando por todos tos muy localizados permitió definir, a su vez, sectores los periodos culturales del Paleolítico superior. En total dentro de éstas zonas. el registro arqueológico abarcaría un lapso cronológico que comenzaría más allá de 100.000 años antes del pre- sente y finalizaría hace unos 3000-4000 años. 1. Mingo, A. (2007): El estudio de los signos rupestres en el arte Las expresiones gráficas paleolíticas que contiene paleolítico: la cueva de El Castillo (Puente Viesgo, Cantabria). Tesis esta cavidad son muy numerosas y heterogéneas desde Doctoral Inédita. UNED. Madrid.

SPAL 18 (2009): 29-40 I.S.S.N.: 1133-4525 LOS SIGNOS OVALES PALEOLÍTICOS DE LA CUEVA DE EL CASTILLO (PUENTE VIESGO, CANTABRIA)... 31

Figura 1. Mapa de situación de la cueva de El Castillo.

Figura 2. Planta topográfica de la cueva de El Castillo (Puente Viesgo, Cantabria) con la localización de muchas de sus expresiones gráficas (composición tomada de Gutiérrez y Muñoz, 2004).

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 29-40 32 ALBERTO MINGO ÁLVAREZ

2.c: continuación por el oeste de dicha galería hasta que alcanza la Galería de los Discos.

El criterio seguido en esta división se ajusta al sen- tido de la progresión hacia el interior. El Área 4, por su parte, corresponde a los lugares finales del complejo kárstico, y su sub-división quedo así: 4.a: emplazamiento donde confluyen la Galería de las Manos (Área 2) y la Cuarta Sala (Área 3); y el principio de la Galería de los Discos. Todavía este espacio no presenta un elevado techo y es más amplio que la siguiente sub-área. 4.b: se ajusta a todo el corredor conocido como la Galería de los Discos hasta llegar a la Sala Fi- nal. Este tránsito comparte unos mismos rasgos endokársticos. 4.c: la mal llamada Sala Final y que, en verdad, es la penúltima sala. 4.d: el último pasaje y la verdadera última sala donde la cueva se ciega en la actualidad.

A pesar de que el desarrollo de clasificaciones mor- fológicas ha supuesto un indudable avance en la inves- tigación, no debemos olvidar que, en último término, la conformación de tipologías sufre la existencia de com- ponentes arbitrarios y subjetivos propios de los especia- listas. En este sentido, estamos plenamente de acuerdo con G. Sauvet cuando apunta que “decidir que dos gra- fismos tiene unos caracteres morfológicos lo suficiente- mente comunes para ser considerados como variantes (y designarlos bajo tal nombre) es ya una operación subje- tiva…[…]…Nombrar es clasificar, y clasificar es elegir según unos criterios que son en parte arbitrarios” (Sau- vet 1993: 223). El uso y aplicación de las clasificacio- nes es, en cualquier caso, una herramienta básica para Figura 3. División topográfica de la cueva de El Castillo en la comprensión y mejor conocimiento de estas imáge- áreas (diversos tonos de grises y blancos) y sub-áreas. nes dentro de los conjuntos iconográficos paleolíticos. Ciñéndonos a los signos objeto de nuestro estudio La práctica totalidad de los signos ovales (N=16) se lo- vemos que su forma básica es la ovalada (fig. 4). No calizan en el Área 2 (Galería de las Manos), tan solo uno obstante, se atisban dos tendencias dentro de ésta: una se ubica en el Área 4 (Galería de los Discos). Las sub- morfología oval redondeada (tipos 1 y 2) y otra oval áreas en que fue delimitada el Área 2 fueron las siguientes: sub-triangular (tipos 3, 4, 5 y 6). El tipo 2 supone la 2.a: abarca completamente el Panel de las Manos, adición de un trazo / línea horizontal a la zona superior la zona previa (al sur) y el tramo de galería (en de la forma base oval redondeada. El tipo 4 es un oval el que se localiza parte del citado panel) hasta sub-triangular pero presenta en su extremo izquierdo que cambia su orientación sur-norte. un trazo / línea seudo-vertical que rompe la inflexión 2.b: segundo tramo de la Galería de las Manos. curva típica de esta parte del signo. El tipo 5 exhibe un Desde el cambio de orientación de ésta, ahora trazo / línea largo ascendente a la derecha que cruza el este-oeste (incluyendo un pequeño camarín al signo y que en su extremo superior converge con un lado este), hasta su “estrangulamiento” (estre- trazo / línea corto seudo-horizontal. El tipo 6 repite una chamiento y colmatación). estructura semejante al anterior, aunque se añaden dos

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Figura 4. Tipología de los signos ovales localizados en la cueva de El Castillo. trazos / líneas cortos oblicuos en los extremos inferio- no existe un vínculo entre forma (signo oval) y un solo res del signo y el trazo oblicuo que le cruza se reduce color, sino que, aún predominando el rojo, hay una rela- considerablemente. ción indistinta con el rojo y el amarillo / pardo. Las dos formas base de los signos ovales (tipos 1 Como vimos al inicio de este apartado la situación y 3) son las que cuentan con mayor representación (Ta- topográfica de estos signos es tremendamente homogé- bla 1). Se aprecia un claro predominio del tipo 3 (N=10) nea y concreta. 15 de 17 cuantificados se documentan que coincide con el signo oval sub-triangular. Los res- en la sub-área 2.b (segundo tramo de la Galería de las tantes tipos (2, 4, 5 y 6) reflejan el desarrollo de las for- Manos) (fig. 5). De los dos restantes uno aparece en la mas básicas y su presencia es tan reducida que no su- sub-área 2.a (se encuentra sobre la pared, muy cercano pera la unidad. Los tipos 2 y 4 exhiben una morfología al inicio de la sub-área 2.b, superpuesto a una mano en que podría sugerir no tanto una diferenciación clara con negativo y en asociación contextual próxima con se- respecto a las formas base sino quizá apuntar a modifi- ries de puntos) y el otro en la sub-área 4.b (localizado caciones no intencionadas producidas en el proceso de en la pared de un pequeño divertículo abierto en la pa- ejecución de las expresiones. Los tipos 5 y 6, por el con- red norte, rodeado de restos de pigmento y algún trazo trario, sí patentizan una variación de las formas bases corto) (tipo 5) (fig. 6). por adición de trazos. Es muy significativa la semejanza 7 signos ovales se ven influenciados en su localiza- observada en ambos tipos, exhibiendo una forma sub- ción por la existencia de fisuras y grietas naturales. 5 se triangular sobre la que se disponen dos trazos conver- presentan sobre techo y el resto en pared. Sus dimen- gentes con la misma orientación y situación. El añadido siones oscilan entre los 34 y los 10 centímetros de an- de dos trazos cortos oblicuos distingue a un tipo de otro. chura y los 15 y los 5 centímetros de altura. Al inicio de la Galería de las Manos (sub-área 2.b) Tabla 1: distribución numérica de los tipos definidos se distinguen sobre el techo 3 signos ovales adyacentes para el grupo de signos ovales. en pintura roja asociados con un punto aislado. Igual- mente en el inicio de esta zona pero en la pared norte se Signos ovales N dispone otro trío (2 en ocre amarillento y 1 en rojo) (lá- Tipo 1 3 mina I y figuras 7, 8 y 9). Uno de los signos en ocre ama- rillento además de tener unos trazos asociados (tipo 6) Tipo 2 1 se encuentra infrapuesto a un grupo de líneas grabadas Tipo 3 10 (fig. 7). A escasos 2 metros del anterior grupo se apre- cian otros dos signos ovales en rojo, sobre pared, que Tipo 4 1 se encuentran entre un équido en rojo con trazos en su Tipo 5 1 flanco y un signo rectangular con subdivisión interna y Tipo 6 1 apéndice en su lado superior (Lámina II). A su izquierda se halla en contexto inmediato un trazo en horizontal. Total 17 En la pared de enfrente se advierte un nuevo trío de ova- les, 2 en rojo y 1 en ocre amarillento (Lámina III). So- En cuanto a la técnica empleada en su ejecución bre el techo de esta posición se ubican 2 signos ovales observamos que en su conjunto fueron realizados en en rojo: uno con unas digitaciones en rojo a su derecha pintura. La mayoría de ellos (casi dos tercios) con inmediata (tipo 4) y otro dibujado sobre una arista del pigmento rojo (tipos 1, 2, 3, 4 y 5) y el resto en ocre techo en contexto con la figura pintada de un caballo (en amarillento / pardo (un tercio) (tipos 1, 3 y 6). Los ova- ocre amarillento), una cierva (en rojo), un punto rojo y les son la categoría de signos de El Castillo donde en varios trazos en rojo del interior del caballo. Por último, mayor medida se atestigua el uso del ocre amarillento / hallamos otros 2 signos ovales en ocre amarillento so- pardo. La información técnica nos está indicando que bre la pared, avanzando unos 7 metros hacia el interior

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Figura 5. Localización de los signos ovales en el Área 2. En círculo gris oscuro aparece el oval presente en el sector 2.a.3 y en círculos grises claros los dispuestos en el sector 2.b.1. Los números próximos a los círculos indican la cantidad de signos ovales presentes en cada uno de ellos.

Figura 6. Calco del signo oval del tipo 5, Figura 7. Calco del signo oval en ocre amarillento del tipo 6, localizado en la sub-área 4.b. localizado en la sub-área 2.b. Situado arriba y a la izquierda en la Lámina 1. de la galería desde la localización de los anteriores. Se la gama cromática, uno de los pares se hizo en rojo y el encuentran en asociación contextual entre ellos. otro en ocre amarillento). Amén de una evidente e intencional elección topo- gráfica de este tipo de signos, constatamos a través del análisis contextual una tendencia a la representación 4. APROXImACIÓN A SU INTERPRETACIÓN en grupo de los mismos (tres tríos y dos pares) y un uso casi indistinto de la pintura roja y ocre amarillenta Los primeros investigadores del arte presente en (parda) en su realización (en dos de los tríos se alterna la cavidad del Castillo: H. Alcalde del Río, H. Breuil

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Lámina I. Fotografía de contexto de un trío de signos ovales, Lámina II. Fotografía de contexto de dos signos ovales en dos en ocre amarillento (pardo) y 1 en rojo, emplazados en la rojo. Se hallan por debajo del signo rectangular con subdi- pared norte de la sub-área 2.b. Los tres signos exhiben una de- visión interna y arriba de del équido, en la pared norte de la ficiente conservación al presentar un pigmento muy desvaído. sub-área 2.b.

Figura 8. Calco del signo oval en ocre amarillento, localizado Figura 9. Calco del signo oval en rojo, localizado en la sub-área 2.b. Situado en la parte central y a la derecha en la sub-área 2.b. Situado en la parte en la Lámina 1. baja en la Lámina 1.

Lámina III. Fotografía de un signo oval subtriangular en rojo. Se localiza en la pared sur de la sub-área 2.b en asociación con otros dos ovales con pigmento muy deteriorado. Exhibe una deficiente conservación en su mitad derecha.

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Figura 10. Serie de variantes de supuestos signos “tectiformes”, según H. Alcalde del Río et al. (1911).

las estaciones rupestres paleolíticas de latitud más ele- vada, y los que habíamos registrado en El Castillo, am- bos sugerimos la posibilidad de una conexión entre es- tas formas y la representación esquemática del animal bisonte. Las razones que me llevan a poner sobre la mesa esta correspondencia representativa son de índole principalmente morfológica (características y compara- ciones formales) y, en menor grado, técnica y topográ- fica. No consideramos necesario repetir los datos de- rivados de los distintos análisis, pero quizá conviene hacer un breve sumario de éstos: — su forma varía de los ovales más puros a los ovales sub-triangulares (algunos muestran tra- zos que complementan la forma básica), — se realizan en pigmento rojo y en ocre amari- llento (pardo), — se presentan muy frecuentemente asociados en- tre ellos, — y se localizan, excepto 1 (sub-área 4.b), en la Galería de las Manos (1 en el final del sector 2.a.3 y el resto en el sector 2.b.1).

Los bisontes del Panel de las Manos (sector 2.a.1), por su parte, se caracterizan por haber sido trazados en ocre amarillento, ausencia de detallismo, formas gene- ralmente masivas en su tren delantero y cabezas bas- tante indefinidas e informes (fig. 12). Algunos de ellos se hallan incompletos (N=4). Sus siluetas, alejadas del naturalismo, provocaron que H. Alcalde del Río et al. (1911: 130) las considerasen dentro del grupo de pin- turas rojas primitivas y que A. Leroi-Gourhan las en- Figura 11. Signos ovales de la cueva de Mayenne-Sciences cuadrase dentro del santuario más antiguo de El Cas- (Thorigné-en-Charnie, Mayenne, France). tillo (1965: citado en 1995). El color ocre amarillento o pardo es tanto en los signos como en los zoomorfos y L. Sierra, incluyeron a los signos ovales dentro del un tipo de pintura que apenas ha sido utilizada en El grupo de los “tectifomes y escutiformes primitivos” rea- Castillo. De las 27 unidades gráficas de signos plas- lizados en la cueva (Alcalde del Río et al. 1911: 179), madas en esta técnica, 22 se hallan en el Área 2 (todas junto con los signos “campaniformes” y un signo vul- en las sub-áreas 2.a y 2.b). Su localización, por tanto, var (fig. 10). es muy precisa y puede estar poniendo de manifiesto, En un contraste de pareceres con R. Pigeaud, du- debido también a su infrecuencia, la sincronía de es- rante la celebración del Congreso de la UISPP de Lieja tas manifestaciones. Se observa, de igual modo, como (Bélgica), en torno a los signos ovales que él había do- los dos tipos de imágenes “elaboradas” que más se lle- cumentado en la cueva de Mayenne Sciences (Tho- van a cabo en este color son los bisontes del Panel de rigné-en-Charnie, Mayenne, Francia) (fig. 11), una de las Manos y los signos ovales (en menor medida se

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Figura 12. Siluetas de los bisontes realizados en ocre ama- Figura 13. Secuencia de la transmutación de mujer a bisonte y vi- rillento y situados en el conocido como Panel de las Manos ceversa que se documenta en la cueva de Pech Merle (Lot, Fran- (sector 2.a.1) (Calcos de Alcalde del Río et al, 1911). cia), según A. Leroi-Gourhan (tomada de Sanchidrián, 2001)

Lámina IV. Bisonte bícromo del techo de Altamira Lámina V. Bisonte esquematizado en contexto con la gran (tomada de Freeman y González cierva del techo de Altamira (tomada de Freeman y González Echegaray, 2001). Echegaray, 2001). perciben 3 signos rectangulares en el sector 2.a.3 y dos resaltes rocosos) (Lámina IV) recuerda a esta forma 2 signos circulares del sector 3.a.3). Nuestra hipótesis geométrica. Pero, sin duda, se aprecia de una manera es que los signos ovales de El Castillo son la expresión mucho más evidente esta relación en un bisonte de pe- simplificada de los bisontes que se realizaron en elPa - queño tamaño en la proximidad de la gran cierva tam- nel de las Manos. bién del techo de Altamira. Se trata de un paso inter- Creemos que es probable que la base del concepto medio en la esquematización de este animal (Lámina ideológico que está detrás de ambas imágenes (bisonte V). Más allá del significado y valor que otorgó A. Le- y oval) sea muy parecida y que en realidad esta varia- roi-Gourhan al animal bisonte, es interesante compro- ción formal tan solo implique una readaptación de la re- bar como entre los estadios intermedios de la supuesta presentación a otro espacio diferente. transmutación de éste en mujer (Panel de Pech Merle) La esquematización y simplificación de figuras se hallan algunas formas de desarrollo próximas a lo zoomorfas dentro de un mismo horizonte crono-cul- oval (fig. 13). tural es algo probado, incluso en la propia cavidad de En la cueva de El Castillo no es la primera vez que El Castillo, como sucede con varios cápridos en ne- una forma oval se liga a una posible figura de bisonte: gro y su asociación contextual con la representación de H. Alcalde del Río et al. estimaron que una gran man- unos cuernos también de cáprido en perspectiva fron- cha roja de la Gran Sala (sector 1.a.2) (fig. 14), situada tal (sub-área 3.d). La vinculación de las formas ovales sobre un espacio subtriangular-ovalado delimitado por con el animal bisonte es notoria también en otras cue- unas grietas naturales, constituía una imagen inaca- vas. En Altamira, por ejemplo, el contorno de algunos bada, “que figura bastante bien el cuerpo de un bisonte. bisontes bícromos (especialmente los realizados sobre Se le embadurnó de rojo y se le añadió una cola y una

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5. ImPLICACIONES CRONOLÓgICAS

En los signos ovales apenas se constatan superpo- siciones, únicamente observamos como uno de ellos se superpone a una mano en negativo. Además de por su semejanza morfológica y técnica, su situación con- textual apunta a un mismo momento de realización de estos signos. Dejando a un lado la posibilidad de que sean una esquematización de la figura de bisonte, como se defendió en el anterior apartado, se debe reconocer que el pigmento amarillento es escaso en la cavidad y que prácticamente se reparte entre los animales (en su Figura 14. Supuesta figura de bisonte en color rojo que gran mayoría bisontes) del Panel de las Manos (sector aprovecha las grietas naturales del soporte, según 2.a.1) y los signos ovales de la galería del mismo nom- H. Alcalde del Río et al. (1911). bre (también se distinguen varios signos rectangulares en este color en el inicio de dicha galería). En nues- sola pata; la obra no se ha sido acabada, pero evoca, sin tra opinión, es un dato a tener en cuenta para el estudio ningún género de duda, la comparación de las gibas del cronológico de estas manifestaciones, ya que la locali- techo de Altamira sobre el que se pintaron los Bisontes zación de este pigmento es muy específica (Área 2) y polícromos” (Alcalde del Río et al. 1911: 152 – 154). el tipo de imágenes abarca un rango reducido. Los ras- Entre los signos ovales de Mayenne Sciences, R. gos de los bisontes del Panel de las Manos remiten a Pigeaud analizó uno que albergaba “una curiosa ex- un estilo anterior al IV de A. Leroi-Gourhan. Numero- crecencia sinuosa que recuerda mucho a la cornamenta sos investigadores que han abordado hasta el momento de un bisonte” y otro que presentaba “un trazo oblicuo la problemática cronología de esta caverna como H. Al- que termina en la proximidad de unos de los dos la- calde del Río et al. (1911), A. Leroi-Gourhan (1995, dos, dando aquí la impresión de un apéndice“(Pigeaud 1965), J. González Echegaray (1972) y C. González 2002 :457). En El Castillo igualmente se han docu- Sainz et al. (2003) han planteado la antigüedad esti- mentado ovales con trazos asociados (N=3). En dos lística de estas figuras, lo que inevitablemente se ha li- de ellos se repite un esquema compositivo. El signo gado a una correspondencia equivalente cronológica. J. oval en ocre amarillento (tipo 6) (muy deteriorado) González Echegaray apuntó a un Solutrense Superior presenta un trazo oblicuo en su parte superior dere- (1972: 417), mientras que más recientemente C. Gon- cha que converge con otro corto horizontal y dos tra- zález Sainz et al. (2003: 106) han señalado que el trazo zos cortos verticales-oblicuos, uno en su parte inferior lineal rojo y amarillo de contorno (con distintas formas derecha y otro en su inferior izquierda (fig. 7). El signo de aplicación) corresponde a los momentos más anti- oval en pigmento rojo (tipo 5) (fig. 6) exhibe un trazo guos de decoración de la cavidad (estilo III y probable- oblicuo en su parte derecha que cruza el signo y otro mente también de estilo II). Estamos de acuerdo con más corto horizontal que converge con el anterior. Los estas inferencias que se ven confirmadas por las super- trazos oblicuos y sus convergentes horizontales cor- posiciones, puesto que se advierten figuras de ciervas tos constatados en estos dos signos podrían estar re- grabadas del período Magdaleniense Inferior (por com- presentando la esquematización de los cuernos, como paración con piezas decoradas muebles) superpuestas a apuntaba R. Pigeaud. Por su parte, sería plausible que los animales en ocre amarillento. De modo que si vin- los dos trazos cortos inferiores del oval tipo 6 figura- culamos estas imágenes con los signos ovales y algu- sen las patas del animal. La identificación de estos tra- nos rectángulos, estos podrían también haber sido reali- zos asociados y su disposición son otro elemento que, zados durante el Solutrense o en los momentos iniciales a nuestro juicio, contribuyen a sustentar esta hipóte- del Magdaleniense. Admitimos que los argumentos que sis. Es llamativa la similitud formal de los signos ova- enlazan las figuras de bisontes citadas con los ovales y les de Mayenne Sciences y de El Castillo, así como la en menor medida con los signos rectangulares en ama- concurrencia interpretativa que nos han transmitido a rillo no son absolutamente contundentes pero configu- los dos investigadores que más recientemente los he- ran al menos una posibilidad a valorar. Una mirada a mos estudiado. la cronología de las figuras ovales en el arte mueble reafirma las posiciones previas, a pesar de la prudencia

SPAL 18 (2009): 29-40 I.S.S.N.: 1133-4525 LOS SIGNOS OVALES PALEOLÍTICOS DE LA CUEVA DE EL CASTILLO (PUENTE VIESGO, CANTABRIA)... 39 que debemos tener cuando relacionamos los signos ru- GONZÁLEZ ECHEGARAy, J. (1972): “Notas para el pestres con los muebles. Según S. Corchón (1986: 183) estudio cronológico del arte rupestre de la cueva de los temas ovales se encuentran a partir del Solutrense El Castillo”, En Santander-Symposium: 409-422. superior – Magdaleniense inicial, aunque se prolon- Santander-Madrid. gan a lo largo de toda la secuencia Magdaleniense. Por GONZÁLEZ ECHEGARAy, J. y MOURE, J. A. último, se debe hacer mención de las dos dataciones (1970): “Figuras rupestres inéditas en la cueva de que se han obtenido en la citada cueva francesa de Ma- El Castillo (Puente Viesgo, Santander)”, Boletín del yenne Sciences procedentes de dos muestras de la fi- Seminario de Arte y Arqueología XXXVI: 441-447. gura de un caballo que ha proporcionado unas fechas GONZÁLEZ MORALES, M. R. (1994): “Pero... ¿hubo de 24.220 ± 850 BP (Gif A 100647) y 24.900 ± 360 BP alguna vez once mil bisontes? Los temas del arte (Gif A 100645) (Pigeaud et al. 2003). Las figuraciones parietal paleolítico de la región cantábrica”, Com- de esta cavidad han sido consideradas como un con- plutum 5: 291-302. junto sincrónico dentro del periodo Gravetiense, rela- GONZÁLEZ SAINZ, C.; CACHO TOCA, R. y cionándose con las cuevas de Pech Merle y Cougnac FUKAWAZA, T. (2003): Arte paleolítico en la re- (Lot-quercy, Francia) (Pigeaud et al. 2003). Sin que- gión cantábrica. Universidad de Cantabria. rer ligar directamente la antigüedad de los ovales de la GROENEN, M. (2000): Sombra y luz en el arte paleo- cueva que ocupa nuestro estudio con aquella de Ma- lítico. Editorial Ariel Prehistoria. Barcelona. yenne Sciences, debemos reconocer que estas fechas GUTIéRREZ, E. y MUñOZ, E. (2004): Guía para co- demuestran cuanto menos la existencia de estas formas nocer las cuevas del Monte Castillo. El mayor con- en los principios del fenómeno expresivo pleistocénico. junto de arte paleolítico de la Región Cantábrica. Gobierno de Cantabria. HERNANDO, A. (1999): “Percepción de la realidad y BIBLIOgRAfÍA Prehistoria. Relación entre la construcción de la rea- lidad y la complejidad socioeconómica en los gru- ALCALDE DEL RÍO, H.; BREUIL, H. y SIERRA, pos humanos”. Trabajos de Prehistoria 2: 19-35. L. (1911): Les cavernes de la Région Cantabrique. HERNANDO, A. (2002): Arqueología de la identidad. Mónaco. Editorial AKAL Arqueología, Madrid. BERNALDO DE qUIRóS, F. y MINGO, A. (2005): LAMING-EMPERAIRE, A. (1962): La signification “La interpretación de los signos”, en J. A. Lasheras de l’art rupestre paléolithique. Editorial Picard. y J. González Echegaray (eds.), El significado del Paris. Arte Paleolítico: 211-228. LAyTON, R. (1987): “The use of Ethnographic Par- BreUiL, h. (1952): Quatre cents siecles d’art parie- allels in Interpreting Upper Paleolithic Rock Art”, tal. Montignac-Paris. en L. Holy (ed.), Comparative Anthropology: 210- BREUIL, H. (1979): Four hundred centuries of cave 239. Blackwell. art. Hacker Art Books. New york. LEACH, E. (1989): Cultura y comunicación. La lógica CABRERA VALDéS, V. (1984): El yacimiento de la de la conexión de los símbolos. Siglo XXI. Madrid. cueva de El Castillo (Puente Viesgo, Santander). LEROI-GOURHAN, A. (1958) : “Le symbolisme des Biblioteca Praehistorica Hispana XXII. grands signes dans l`art pariétal paléolithique”, Bu- CAPITAN, L. y BREUIL, H. (1902): “Les gravures sur lletin de la Societé Préhistorique Française LV : les parois des grottes préhistoriques : la grotte des 307-321. Combarelles“, Revue de l’Ecole d’Anthropologie de LEROI-GOURHAN, A. (1965): La Préhistoire de l’art Paris 12 : 33 – 46. occidental. Paris. CASADO LóPEZ, M. P. (1977): Los signos en el arte LEROI-GOURHAN, A. (1966): “Les signes parié- Paleolítico de la Península Ibérica. Zaragoza. taux de Paléolithique supérieur franco-cantabri- CORCHóN, M.S. (1986): Arte mueble paleolítico can- que”, Simposio Internacional de arte rupestre: 67- tábrico: contexto y análisis interno. Centro de In- 77. Barcelona. vestigación y Museo de Altamira. Monografías Nº LEROI-GOURHAN, A. (1978): “Les signes geometri- 16. Ministerio de Cultura. Madrid. ques dans l`art paléolithique (France-Espagne)”, Le FREEMAN, L. G. y GONZÁLEZ ECHEGARAy, J. Courrier du CNRS 27 : 9-14. (2001): La grotte d’Altamira. Editorial Seuil / La LEROI-GOURHAN, A. (1995): Préhistoire de l’art Maison des Roches. occidental. Citadelles y Mazenod. Paris.

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Fecha de entrada: 18-02-2010 Fecha de aceptación: 18-01-2011

SPAL 18 (2009): 29-40 I.S.S.N.: 1133-4525 áREAS y SUELOS: EL TAmAñO DE LOS yACImIENTOS DE SUPERfICIE. UNA PROPUESTA mETODOLÓgICA

S. PARDO, A. DIEZ y J. BERNABEU*

Resumen: En los estudios sobre el patrón de asentamiento Summary: Regarding the studies of settlement pattern and y en los análisis del territorio, la variable “tamaño” del asen- territories in Archaeology, the size of the settlements be- tamiento juega un papel importante. Considerada como comes an important variable. Although it is considered as a “proxy” de la población, no siempre resulta fácil de calcular proxy of population, it is not always easy to calculate it in en ausencia de estructuras arqueológicas construidas: aterra- absence of archaeological structures: terraces or fortifica- zamientos o fortificaciones. En este trabajo se presenta una tions. This paper proposes an new method to calculate the aproximación al cálculo de dicha variable en los asentamien- size of settlements, when these are characterised simply by tos de superficie caracterizados simplemente por la -disper the dispersion of material, which takes as its starting point sión de materiales, que toma como punto de partida la corre- the correlation between the presence of artefacts and soil lación entre aquélla y la presencia de los horizontes edáficos horizons ah. The positive correlation of both factors sug- ah. La reciprocidad positiva de ambos factores permite suge- gests several hypotheses about the relationship between the rir diversas hipótesis sobre la relación entre la formación de formation of such edaphic horizons and primitive agricul- tales horizontes y las prácticas agrícolas primitivas. tural practices. Palabras claves: Neolítico; Áreas; Marcador edáfico; Valles Keyworks: Neolithic; Area; Soil Maker; Serpis Basin; del Serpis; Microsondeos. Augering.

1. CONSIDERACIONES PREVIAS: LA nos ha sugerido plantear una serie de estrategias para ImPORTANCIA DEL TAmAñO conseguirla. El objetivo principal del presente trabajo lo constituye en primer lugar la elaboración de un sistema La necesidad de obtener información fidedigna so- para establecer el tamaño de los asentamientos neolíti- bre el tamaño de los yacimientos neolíticos al aire libre1 cos al aire libre y en segundo lugar poder establecer la posible relación entre estos y los marcadores edáficos.

* Departament de Prehistòria i Arqueología, Universitat de València. 1.1. El “tamaño” como variable 1. Consideramos yacimientos de hábitat al aire libre (poblado o campamento estacional) aquellos espacios que se han habilitado para que el ser humano desarrolle su vida en comunidad. Esta tipología de La variable “tamaño” juega un papel importante en hábitats pueden presentar diferente morfología, algunos pueden te- los estudios de arqueología del territorio, sobre todo, ner cabañas (la Draga; Bosch et al. 2000), otros presentan estructu- ras excavadas como silos, fosos o cubetas entre otras (Jovades; Pas- cual 2003), e inclusive ambas. En momentos más avanzados (III mile- Juan Cabanilles 1994). Finalmente a partir de la Edad del Bronce, ge- nio) algunos pueden presentar estructuras pétreas (Ereta del Pedregal; neralmente, son lugares amurallados (Mola d’Agres; Peña et al. 1996).

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Figura 1. Localización de una estructura negativa (cubeta) Figura 2. Localización de en el corte de la carretera. Les Trilles (Cocentaina, Alicante) los valles del Serpis. para mejorar la comprensión de la organización territo- caracterizado por la dispersión de material (Bernabeu rial2. Esta variable presenta inconvenientes para su cál- et al. 1999; Nocete et al. 1995), dificulta el cálculo del culo, principalmente, en los asentamientos de superfi- tamaño real del yacimiento. La fiabilidad del área es cie debido no sólo a problemas de índole funcional sino mayor cuando el perímetro del yacimiento esta delimi- también a complicaciones que derivan básicamente en tado mediante la fisiografía como se observa en el ya- dos circunstancias. cimiento de la Draga, o bien cuando el sitio está deli- Las estructuras construidas o estructuras positivas3 mitado mediante un recinto amurallado, como ocurre tienen una duración temporal relativamente corta, so- en la Mola d’Agres. La dispersión de material, como bre todo las cabañas, como se ha comprobado en di- se ha observado en un trabajo reciente (Mata et al. e.p) ferentes trabajos (Coudart 1993; Gómez 2009), excep- proyecta unos resultados menos fiables debido a pro- tuando aquellas estructuras realizadas en piedra (mu- blemas tanto deposicionales como postdeposicionales. ros y murallas) características de la Edad el Bronce en Tal vez estos problemas han influido decisivamente a el País Valenciano. la hora de plantear y realizar trabajos para establecer Las estructuras excavadas4 no son reconocibles me- la extensión de los yacimientos al aire libre. Los hábi- diante la prospección superficial, debido a los procesos tats neolíticos donde se ha realizado una aproximación sedimentarios y los procesos de erosión, pues sólo po- del área mediante excavación arqueológica son pocos, demos localizar aquellas observadas en los cortes del así destacamos en los valles del Serpis los yacimien- terreno (fig. 1). tos de Niuet (Bernabeu et al. 1994) y Jovades (Berna- Estas circunstancias convierten a las estructuras im- beu 1993; Pascual 2003) entre otros, y también yaci- plicadas en “invisibles” a las prospecciones superficia- mientos de valles vecinos como el de Colata en la Vall les, debido a que los principales materiales constructi- d’Albaida (Gómez et al. 2004) o el Arenal de la Vir- vos son perecederos y, por consiguiente, no nos permite gen (Fernández López et al. 2008). No obstante, el pro- interpretar correctamente la organización del espacio. blema del área puede ser minimizado mediante la aso- La acción de factores, bien humanos (p.e. roturaciones) ciación de las dispersiones superficiales con otros in- o naturales (p. e. erosión), convierten esta clase de es- dicadores como los marcadores edáficos. Esta asocia- tructuras frágiles a las alteraciones o destrucciones. ción permite obtener una mayor fiabilidad del tamaño Esta “invisibilidad” de las estructuras junto al re- aproximado de los asentamientos analizados. gistro arqueológico neolítico y calcolítico peninsular, Nuestro trabajo sistemático en los valles del Ser- pis (Bernabeu et al. 2008) (fig. 2) nos revela la posi- 2. Esta variable nos permite observar tanto la jerarquización so- ble existencia de una relación directa entre los horizon- cial del territorio mediante la regla rango-tamaño como las relacio- tes húmicos ah subsuperficiales y los lugares de hábitat, nes entre grupos. como veremos más adelante. En las excavaciones del 3. Entre estas destacamos cabañas, cercados, empaladizas y hogares. 4. Destacamos cubetas, fosos, agujeros de poste, estructuras de Mas d’Is (Bernabeu et al. 2003) y Regadiuet (García combustión y silos entre otras. Puchol et al. 2008) la presencia de horizontes edáficos

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Lámina I. Fotografía aérea del paraje de “les Puntes” donde se observan los elementos pedográficos del Mas d’Is (Penáguila, Alicante). ah parece un factor decisivo para el establecimiento de al. 2008) nos hemos planteado elaborar un sistema para sus primeros pobladores, al mismo tiempo que la ac- calcular el área de aquellos reconocidos sólo por este tividad humana originó un continuado aporte de ma- medio, la prospección superficial. teria orgánica, incrementando las diferencias de colo- ración entre las zonas ocupadas y las colindantes. Por otra parte, los fosos monumentales del Mas d’Is se ob- 2.1 Una primera aproximación: servan claramente en las fotografías aéreas debido a un la solución geométrica doble factor: por un lado el proceso de relleno natural una vez abandonados y, por otro, tanto la aportación El primer intento de cálculo del área de los yaci- antrópica como la circulación subsuperficial ha gene- mientos, a partir de la dispersión de material arqueoló- rado un enriquecimiento considerable de la materia or- gico, está en consonancia con el desarrollo de los tra- gánica (lám. I). bajos de campo, ya que junto a los parámetros des- criptivos básicos (localización, coordenadas, hallaz- gos y estructuras) de la ficha de campo, nos plantea- 2. CáLCULAR EL áREA: PROPUESTA mos incorporar otro parámetro relacionado con las di- mETODOLÓgICA mensiones del asentamiento para incorporar nueva in- formación a la ficha utilizada en los trabajos de pros- Debido al gran número de yacimientos neolíticos pección. Así que esbozamos una solución geométrica, documentados en los diferentes trabajos de prospec- esta se puede realizar mediante el Convex Hull o el ción arqueológica en los valles del Serpis (Bernabeu et Concave Hull.

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2.1.1 El Convex Hull de efectuarla de manera automatizada con la utilización de cualquier programa informático6 con este algoritmo La delimitación del área del yacimiento se calculó disponible. Este método de cálculo del área no se ha a partir de la expresión mínima del registro de la colec- utilizado en arqueología. ción arqueológica documentada mediante la prospec- ción superficial, es decir, mediante lo que la bibliografía arqueológica especializada llama convex hull o envol- 2.2 La delimitación mediante los vente mínima convexa (Min y Zheng 1993). Este mé- marcadores edáficos todo realiza un polígono convexo con los puntos más exteriores de la agrupación de material arqueológico Los marcadores edáficos o indicadores pedológi- analizada, crea una determinada forma donde cualquier cos son alteraciones que se reflejan preferentemente artefacto arqueológico documentado en la prospección en la diferenciación del color. Esta coloración disí- queda dentro del área realizada. Este procedimiento, el mil está relacionada con factores antrópicos o natura- convex hull, se puede realizar manualmente, aunque es les (Porta 2003). Si bien los primeros se asocian con muy costoso, o de manera automatizada con la utiliza- el aporte de materia orgánica producido por las activi- ción de cualquier Sistema de Información Geográfica dades realizadas reiteradamente en determinados luga- sig5 con el algoritmo disponible. res, los segundo presentan causas edafogénicas, como Una vez realizada esta solución nos planteamos si son las propias características de los suelos, destacando esta fórmula para calcular el área de los yacimientos en los valles del Serpis la formación cíclica a lo largo está afectada por las condiciones de visibilidad. En pri- del Holoceno de horizontes húmicos ah7 que ponen de mer lugar, existe numerosa literatura al respecto (Ren- manifiesto la existencia de cantidades de materia orgá- frew y Bahn 1993; García Sanjuán 2005), coincidiendo nica. La conservación de ambos tipos tendría una expli- en la importancia de la visibilidad y las condiciones cación geomorfológica. Por otra parte, destacamos que meteorológicas en el resultado final de la muestra reco- la coloración observada en la fotointerpretación puede gida. No obstante, en los proyectos de prospección sis- estar relacionada con el grado de humedad y la circu- temáticas que nos afectan, esta cuestión no es tan deter- lación subsuperficial del agua, ya que los rellenos se- minante, ya que los yacimientos documentados son vi- dimentarios de los paleocauces son comparativamente sitados en reiteradas ocasiones. Así que la muestra total poco compactos. resultante la consideramos válida para poder establecer En las numerosas ocasiones que visitamos los yaci- el área de los yacimientos. mientos documentados en los valles del Serpis obser- vamos que, generalmente, el material arqueológico se localizaba dentro de determinadas manchas del suelo, 2.1.2 El Concave Hull manchas observadas tanto en el mismo trabajo de campo como en las fotografías aéreas, así que nos plan- La delimitación del área del yacimiento se calcula teamos realizar otro enfoque en la delimitación de los a partir de la expresión mínima de registro del mate- yacimientos. Este método de delimitación fundamenta rial arqueológico localizado en la prospección superfi- su argumentación en la consideración del marcador ed- cial, es decir, mediante lo que la bibliografía especiali- áfico como la extensión máxima del yacimiento. zada llama concave hull o envolvente mínima cóncava El método consiste en establecer el área de los asen- (Moreira y Santos 2007). Este método consiste en unir tamientos superficiales mediante los marcadores edáfi- mediante un polígono cóncavo los puntos más exterio- cos, pues estos nos pueden ayudar a distinguir si una res de la agrupación de elementos arqueológicos que se quiere analizar, unión que forma una determinada área 6. ConcaveHull versión 0.9.1. disponible en http://concavehull.com donde cualquier elemento arqueológico documentado 7. La formación de estos suelos (A) está en relación con la acu- en la prospección queda dentro de la extensión reali- mulación de materia prima, sin embargo, la materia orgánica esta pre- sente en forma de compuestos muy evolucionados formando humus zada. Este procedimiento de establecer el área de los íntimamente ligado a la fracción mineral. Los suelos ah son suelos yacimientos se puede realizar de forma manual, aun- con una importante base de materia orgánica en horizontes minera- que es muy costoso, si bien también cabe la posibilidad les. Estos suelos se reconocen por la presencia de manchas oscuras que contrastan agudamente con los colores claros relacionados con la presencia de margas in situ o redepositadas. Por otro lado estos sue- 5. GVSIG 1.9 con la adicción de Sextante. Software open sou- los ah también son distinguibles de los suelos arcillosos y rojos del rce y desarrollado por la Generalitat Valenciana. www.gvsig.gva.es horizonte B.

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Figura 3. Representación del área del yacimiento ac-301 (Gorga, Alicante) mediante la utilización de los diferentes métodos explicados en el texto. determinada área ha sido utilizada reiteradamente en el (al igual que en el yacimiento de Regadiuet [García Pu- pasado. En la siguiente figura se observa el área me- chol et al. 2008]) que resultaron determinantes a la hora diante la superposición de los diferentes métodos para de establecer nuestra hipótesis de trabajo. En el Mas calcular el tamaño (fig. 3). del Pla se practicaron un total de 31 augers o microson- deos colocados de forma radial (fig. 4), posibilitando rastrear todo el marcador edáfico y su zona colindante 2.2.1. Comprobando la hipótesis: los microsondeos para documentar la existencia de material arqueoló- gico, al mismo tiempo que nos permitía documentar el Expuesta la relación entre asentamiento y marcador depósito arqueológico del yacimiento. La profundidad edáfico planteamos si toda la mancha edáfica tiene ma- alcanzada por los diferentes microsondeos fue variada, terial arqueológico, así que realizamos un trabajo ex- ya que estuvo condicionada por la presencia de piedras perimental durante el mes de agosto de 2007 en el ya- o bien el depósito natural. cimiento del Mas del Pla (lám. II) para dar respuesta a Al exterior del marcador edáfico se realizaron un la pregunta planteada, siendo ésta la primera interven- total de 14 microsondeos, éstos aclararon nuestra hi- ción arqueológica en el yacimiento desde su identifi- pótesis de trabajo ya que no se documentó material ar- cación como lugar arqueológico en los años 80 del si- queológico. En la zona interior del marcador edáfico glo pasado dentro del programa de prospecciones sis- se realizó un total de 17 microsondeos con desigual re- temáticas en los valles del Serpis. El yacimiento se lo- sultados. caliza en el término municipal de Penàguila (Alicante) — La profundidad donde se ha documentado el y, más concretamente en el paraje conocido como les material arqueológico es variable. Puntes de Benifallim. Los materiales recuperados tanto — No todos los microsondeos realizados en el inte- en las diferentes visitas al yacimiento como en nues- rior del marcador edáfico presentan material ar- tra intervención arqueológica le atribuyen no sólo una queológico. cronología relacionada con el Neolítico inicial (niB) o avanzados (niiB), sino también con etapas protohistóri- El primer problema se refiere a la existencia de dos cas (Cultura Ibérica). tipos de microsondeos con material arqueológico, un A partir del patrón de distribución de los materia- primer grupo donde el material se encuentra en tramos les documentados en la prospección se realizaron una superiores y un segundo grupo que lo presenta en tramos serie de microsondeos en columna de tramos de 10 cm inferiores. ¿La distribución del material arqueológico

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Lámina II. Localización del yacimiento del Mas del Pla (Penáguila, Alicante). ha sido alterada por los procesos postdeposicionales na- superficie. Sin embargo, si el auger tiene restos arqueo- turales o antrópicos? Destacamos entre los primeros la lógicos en los tramos superiores e inferiores éste es con- erosión, que actúa a gran escala, pudiendo alterar la dis- siderado para la elaboración del área, pues aceptamos tribución del material arqueológico. En los valles del que los tramos inferiores de los microsondeos no han Serpis, la naturaleza margosa del sustrato ha facilitado sufrido alteraciones, aunque siempre existen problemas el movimiento del material arqueológico, aunque éste de bioturbaciones. nunca recorre grandes distancias respecto a las posicio- El segundo problema concierne a dos tipos de mi- nes originales, como ratifica la escasez de material ro- crosondeos, un primer grupo donde los augers, situa- dado en las colecciones superficiales. Entre los factores dos dentro del marcador edáfico, son estériles, es de- antrópicos señalamos el aterrazamiento, que actúa a una cir, que no presentan material arqueológico, y un se- escala similar a los factores naturales, es decir, existe un gundo grupo que si lo presentan. La solución, teniendo movimiento de material desde las posiciones originales, en cuenta el primer problema, ha sido delimitar un área pero este material nunca recorre gran distancia a la vez con los microsondeos más exteriores con material ar- que, con el paso del tiempo, este movimiento decrece queológico mediante el convex hull (fig. 5). considerablemente (Cowan y Odell 1990). Nuestro en- Los resultados obtenidos nos plantean que a priori foque para solucionar este primer problema, teniendo no se puede determinar el área atendiendo sólo a los en cuenta los procesos postdeposicionales, ha sido des- marcadores edáficos, ya que el área obtenida mediante cartar aquellos microsondeos que tienen sólo materia- los microsondeos corresponde sólo a una parte del mar- les arqueológicos en los tamos superiores (tramo 1 y cador. La solución ha sido realizar un sistema de pon- tramo 2), es decir, aquellos donde el material arqueo- deración del área, de manera que al yacimiento del Mas lógico se localiza en los 20 primeros centímetros de la del Pla se le pueda atribuir un área a partir de nuestra

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Figura 4. Localización de los microsondeos realizados en el Mas del Pla (Penáguila, Alicante).

Figura 5. Cálculo del área del Mas del Pla (Penáguila, Alicante) a partir de los resultados de los microsondeos. En negro área calculada mediante marcador edáfico, en blanco área a partir de macrosondeos.

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intervención. Este sistema consiste, en primer lugar, en El cálculo de la v de Cramer8 nos permite observar fijar el marcador edáfico como el Área Total Ocupada si la asociación entre las variables es significativa, o (a partir de ahora ato) y, por otra parte, calcular el Área por el contrario no existe ninguna correlación. Los re- de los Microsondeos con Material Arqueológico (a par- sultados obtenidos nos proporcionan una información tir de ahora amma). La ponderación consiste en estable- interesante para describir las tendencias en la selección cer la relación entre el ato y amma, siendo la fórmula de los suelos por parte de las primeras comunidades resultante (r’) = amma / ato, que muestra la proporción agrícolas. del tamaño del ato y el amma.

3.2. Interpretación de las tendencias 3. CORRELACIÓN y TENDENCIAS DE en la ocupación del territorio OCUPACIÓN DE LOS SUELOS La gráfica (fig. 6) resume la información relativa a En la descripción de la selección del suelo para es- la selección de los suelos en los valles del Serpis du- tablecer el lugar de habitación utilizaremos variables rante la Prehistoria Reciente. La representación mues- cualitativas. tra la relación entre los yacimientos documentados y la selección del suelo. Los resultados se presentan por ho- rizontes cronológicos. Éste gráfico presenta dos cate- 3.1. Tablas de contingencia y gorías, la primera (sah) corresponde a los yacimientos asociación de los resultados donde existe una relación entre dispersión de material y marcador edáfico, la segunda categoría nah( ) hace re- La representación de los casos analizados en este ferencia a los yacimientos situados en suelos sin hori- trabajo es mediante las tablas de frecuencias o tablas zontes húmicos ah. La gráfica nos muestra la existencia de contingencia. Este tipo de tablas nos permite obte- de una relación directa entre los asentamientos neolíti- ner una información más precisa de la existencia de una cos al aire libre y los suelos con presencia de marcado- asociación entre las variables, o si por el contrario se res edáficos, correlación que desaparece con la llegada pueden considerar independientes. Es decir, nos per- de la Edad del Bronce. mite analizar la proporción de casos para cada catego- Durante el Neolítico se observa la existencia de una ría de una de las variables es independiente del valor selección de los suelos para establecer las aldeas agrí- que toma la otra variable. En nuestro caso (tabla 1), de- colas. Analizando la gráfica observamos claramente la seamos conocer si la proporción de yacimientos docu- selección de los suelos con presencia de ah. Es razo- mentados en cada una de las categorías de suelo es di- nable interpretar esta elección como consecuencia del ferente según el momento cronológico analizado o si, nuevo sistema de gestión del territorio basado en al- por el contrario, se pueden considerar independientes. deas agrícolas situadas en las zonas de cultivo. Esta se- lección de los suelos esta ligada a dos aspectos funda- Tabla 1. mentales como el mejor rendimiento agrícola y su faci- yacimientos documentados en cada momento cronoló- lidad a la hora de labrarlos. El cambio en la elección de gico y la división de los yacimientos utilizando el cri- los suelos se documenta en la Edad del Bronce. El in- terio de presencia o ausencia de horizonte húmico Ah. cremento de la categoría (nah) es superior respecto a la dinámica documentada a lo largo del Neolítico, como totaL presencia aUsencia cronoLogía puede verse en la figura 6. Este incremento sugiere la yacimientos horizonte ah horizonte ah consolidación del poblamiento en las zonas altas de los NIA 8 7 1 valles, aunque, el modelo de asentamientos junto a la 9 NIB 17 15 2 zonas de cultivo, característico del Neolítico, persiste de manera secundaria. NIC 14 14 0

NIIA 5 4 1 8. PAST versión 2.0 disponible en http://folk.uio.no/ohammer/ NIIB 34 29 5 past/download.html 9. Aunque aún no se conocen muchos ejemplos de este tipo de HCT 9 9 0 yacimientos, tanto las excavaciones del Mas del Sanç, Albocasser BZ 35 15 20 (Fernández et al. 2004) como Torre de la Sal, Oropesa (Flors 2009) han aportado evidencias, auque aisladas, de un poblamiento en llano.

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Figura 6. Gráfica donde se observa la relación entre los yacimientos documentados sobre horizonte húmico Ah y aquellos que no lo están.

4. DISCUSIÓN estos estudios que nos permitiría perfeccionar el mé- todo de cálculo planteamos la posibilidad de extrapo- Los diferentes trabajos realizados en los valles del lar11 los resultados obtenidos en el Mas del Pla a los Serpis ponen en manifiesto distintas cuestiones que ata- asentamientos neolíticos de superficie documentados ñen tanto a problemas de interpretación de la dispersión en los valles del Serpis. del material arqueológico en las prospecciones como la En relación a la formación de los suelos con horizon- relación de los lugares de hábitat al aire libre y los sue- tes húmicos ah, las diferentes excavaciones de yacimien- los con horizontes húmicos ah. El presente trabajo ha tos de cronología neolítica en los valles del Serpis plan- intentado establecer una propuesta metodológica para tean la siguiente cuestión ¿Los suelos con horizontes ah poder resolver los problemas planteados. están formados cuando se establecen las primeras socie- La delimitación del área mediante los marcadores dades agrícolas? Actualmente existen dos grandes líneas edáficos en los valles del Serpis es un sistema válido a partir de los resultados obtenidos en el Mas del Pla, no podemos efectuar un estudio de los silos documentados en cualquier obstante aceptamos las restricciones empíricas existen- poblado de silos, característico del III milenio, para observar cuan- tes en nuestro trabajo de campo, ya que sólo se ha rea- tas estructuras funcionan durante el mismo horizonte cronológico y lizado microsondeos destinados al estudio de la deli- comprobar cual es la extensión máxima del yacimiento. mitación del área en este yacimiento. Debido a los po- 11. La extrapolación consiste en establecer la relación entre el ato y la ponderación del área del Mas del Pla al multiplicar el ato cos ejemplos en el estudio del tamaño podemos consi- por dicha ponderación. La fórmula resultante es (w’) = ato x 0’5762, derar este trabajo como un ensayo preliminar para solu- que muestra la proporción del ato y la ponderación del Mas del Pla. cionar la problemática del área de los yacimientos me- ésta extrapolación nos ayudará a realizar una aproximación sobre la diante las prospecciones. Sin embargo debemos afian- extensión ocupada por los poblados al aire libre a lo largo de todo el Neolítico en los valles del Serpis. Actualmente, si exceptuamos el ya- zar esta hipótesis mediante la incorporación de los re- cimiento de Benàmer, aún inédito, no existen yacimientos excavados sultados de los yacimientos excavados y realizar otros en su totalidad para observar si existen divergencias entre el área co- estudios enfocados10 al cálculo del tamaño. A falta de nocida mediante la excavación y el tamaño calculado mediante este método, la asociación marcador edáfico/dispersión de material. Sin embargo esta extrapolación nos permite, hoy por hoy, utilizar los re- 10. . Entre los yacimientos excavados se puede realizar dife- sultados para iniciar nuevos análisis territoriales en los valles del Ser- rentes análisis para observar la evolución del área, así por ejemplo, pis utilizando entre otros variables, el “tamaño”.

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 41-52 50 S. PARDO, A. DIEZ y J. BERNABEU para explicar la formación de los horizontes húmicos ah Hipótesis de ruptura: Los horizontes húmicos ah de respecto a las primeras sociedades agricultoras. los suelos estarían en desarrollo en el momento de la Hipótesis antropogénica: Los horizontes húmicos llegada de los primeros agricultores. Estas primeras so- ah no estarían formados cuando se establecen las prime- ciedades agropecuarias ocuparían los horizontes húmi- ras sociedades neolíticas. Estas sociedades producirían cos ah por razones de fertilidad, pero, tanto la erosión una cantidad elevada de materia orgánica proveniente, en los inicios del Neolítico (Fumanal 1990) como los en primer lugar, del aporte de los carbones al quemar la reiterados trabajos relacionados con la labranza de los vegetación, pero también de todo tipo de desechos aso- campos, supusieron una ruptura en la formación de los ciados a las actividades realizadas en el entorno de las horizontes húmicos ah, desarrollo que continuará una viviendas, así como durante el proceso de amortización vez abandonados los lugares de hábitat. de éstas (Stevanovic 1997; Wilson et al. 2009). Proce- Somos concientes que las disquisiciones desa- sos similares de formación de los suelos se han docu- rrolladas en las líneas anteriores son una aproxima- mentado tanto en la selva amazónica, en los llamados ción para poder contestar a una pregunta inicial com- Terra Preta Soils12 (Lehmann et al. 1993) como en zo- pleja. También cabe la posibilidad que los dos escena- nas del mediterráneo europeo (Nicosia et al. e.p.). Este rios expuestos hayan podido ocurrir de manera com- supuesto antropogénico explicaría la documentación en binada. Sin embargo, planteamos la necesidad de rea- yacimientos como Mas d’Is de estructuras de combus- lizar estudios multidisciplinares en esta clase de sue- tión en las bases de estos horizontes húmicos ah. los (donde se ha documentado presencia humana) me- Otra visión sobre la formación de los horizontes hú- diante la realización de estudios micro-sedimentológi- micos ah como consecuencia de la actividad humana es cos utilizando técnicas propias de la química puedan la que entrevé dicha formación como un proceso pro- desbloquear el complicado debate en torno a la forma- ducido una vez abandonado el lugar de hábitat. Esto ción de estos suelos. nos pone ante un panorama en que esos lugares fue- ron dejados en baldío por unos centenares de años13 (tiempo necesario para el desarrollo del horizonte ed- BIBLIOgRAfÍA áfico ah), Esta formación de los suelos explicaría la ra- zón por la que existe diferente coloración dentro de los BERNABEU AUBÁN, J. (1989): La tradición cultu- mismos marcadores edáficos; obviamente las estructu- ral de las cerámicas impresas en la zona oriental ras excavadas (por ejemplo silos y fosos) serían col- de la Península Ibérica, Trabajos varios del SIP 86. matadas, una vez abandonadas, convirtiéndose en zo- València. nas deprimidas que funcionarían como trampas de agua — (dir.) (1993): El III milenio aC en el País Valen- (debido al mal drenaje de las margas) y sedimentos en ciano. Los poblados de Jovades (Cocentaina) los que se desarrollarían horizontes húmicos ah 14. Sin y Arenal de la Costa (Ontinyent), Ajuntament embargo, también cabe que lo interpretado por los eda- d’Ontinyent, Ajuntament de Cocentaina i Universi- fólogos como tal sea algo que simplemente se le pa- tat de València. rece tratándose en realidad de una signatura de la ocu- BERNABEU, J.; DÍEZ, A.; OROZCO, T.; GóMEZ, pación humana. M. y MOLINA, J. (2003): “Mas d’Is (Penàguila, Alacant): Aldeas y recintos monumentales del neo- 12. Somos concientes en todo momento que el aporte de car- lítico inicial en el valle del Serpis”, Trabajos de bones y las condiciones edafológicas son muy diferentes en la selva Prehistoria 60 (2): 39-59. amazónica y los valles del Serpis, debido al grado de vegetación, BERNABEU, J.; GARCÍA, O.; LA ROCA, N. y BAR- siendo esta la razón por la que los horizontes amazónicos son más ne- gros que los horizontes del Serpis. Sin embargo, las muestras de se- TON, M. (1999): “Prospecciones sistemáticas en el dimento recuperados en las excavaciones del Mas d’Is como el Re- valle del Alcoi (Alicante): primeros resultados”, Ar- gadiuet dan positivo en presencia de carbones. Por otra parte, esta hi- queología Espacial 21: 29-64. pótesis no implica la aceptación de la ignicultura por parte de los pri- BERNABEU, J y MOLINA, LL. (ed.) (2009): La cova meros agricultores. 13. Una vez abandonado en lugar de hábitat, junto a factores cli- de les Cendres (Moraira-Teulada, Alicante), Marq máticos existe una desintegración de la materia orgánica. Esta descom- Serie Mayor 6. posición aporta al suelo diferentes minerales y gases que son esencia- BERNABEU, J.; MOLINA, LL.; DÍEZ, A.; OROZCO, les para el desarrollo del horizonte ah. El tiempo necesario para la for- T. y BARTON, C.M. (2008): “Los valles del Ser- mación de estos suelos oscila entre 1-1000 años (Porta 2003). 14. Esta acumulación de sedimentos junto a la propia actividad pis (Alicante): 20 años de trabajo de campo”, en biológica crea el ambiente oportuno para la formación de estos suelos. M.S. Hernández, J.S. Soler y J.A. López (eds.),

SPAL 18 (2009): 41-52 I.S.S.N.: 1133-4525 ÁREAS y SUELOS: EL TAMAñO DE LOS yACIMIENTOS DE SUPERFICIE. UNA PROPUESTA METODOLóGICA 51

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I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 41-52 52 S. PARDO, A. DIEZ y J. BERNABEU

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Fecha de entrada: 19-10-2010 Fecha de aceptación: 18-01-2011

SPAL 18 (2009): 41-52 I.S.S.N.: 1133-4525 CONChAS DE SALVACIÓN*

JOSé LUIS ESCACENA CARRASCO** MARÍA ISABEL VÁZqUEZ BOZA

“Todos añoraban sus familias y sus casas; los pobres, sus ca- bañas en forma de colmena, con los umbrales de las puer- tas empedrados de conchas y una red colgada” […] (G. Flaubert, Salambó, § IX)***

Resumen: La arqueología protohistórica hispana cuenta con Abstract: Hispanic protohistoric archaeology counts on an un repertorio cada vez más amplio de pavimentos de con- increasing repertoire of seashell pavements. These special chas marinas. Tan particulares suelos aparecen en el sur ibé- grounds appear in the Iberian South, from Portugal to, at rico, desde Portugal hasta la provincia española de Alicante least, the Spanish province of Alicante. Their presence in al menos. Su presencia en el Próximo Oriente y su mayor an- the Middle East and their greater antiquity in the Syrian- tigüedad en la zona siropalestina demuestran que fueron un Palestinian area prove that they were another cultural el- elemento cultural más de los muchos que llegaron hasta Oc- ement out of the many others that reached The Western cidente con la colonización fenicia. En ambos extremos del World with the Phoenician colonization. In both ends of Mediterráneo, los pisos de conchas se usaron como elemen- the Mediterranean Sea, seashell floors were used as apo- tos apotropaicos colocados en los accesos a los edificios de tropaic elements placed in the accesses of cult buildings culto y a otras construcciones. and other constructions. Palabras clave: Fenicios, Tartessos, magia, religión. Key words: Phoenicians, Tartessos, magi, religion.

1. PRImEROS PLANTEAmIENTOS muchos años buque insignia de Tartessos. La especta- y hALLAZgOS cularidad del conjunto de joyas y la personalidad de la cerámica con decoración geométrica pintada de este si- En 2008 se cumplió medio siglo del hallazgo del te- tio han ocultado durante muchos años otras cosas más soro del Carambolo, yacimiento especialmente singu- lar de la arqueología protohistórica hispana y durante *** Después de entregado este trabajo a Spal, la profesora M. Belén, colega nuestra en la Universidad de Sevilla, nos indicó la exis- tencia de esta referencia de Flaubert a los suelos de conchas. Nues- * Trabajo elaborado en el marco de los proyectos HAR2008- tra compañera leía la obra Salambó durante la Navidad de 2010-11 y 01119 y HUM2007-63419/HIST, y en Grupo HUM 402 del III Plan de inmediato nos comunicó el hallazgo de este párrafo por conocer Andaluz de Investigación. ya nuestro estudio. Le agradecemos esta cita, que tan bien nos viene ** Dpto. de Prehistoria y Arqueología, Universidad de Sevilla como entrada. La traducción corresponde a la edición de la Edaf S.A. ([email protected]). (Madrid, 1991), pág. 226.

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 53-84 54 JOSé LUIS ESCACENA CARRASCO y MARÍA ISABEL VÁZqUEZ BOZA humildes aparecidas entonces. Algunos de estos otros emblemáticos el de Alcorrín a pesar de que los resul- elementos fueron estudiados con cierta profundidad tados de las excavaciones en este sitio no han sido pu- por el propio Carriazo, y más tarde reconsiderados por blicados aún con la suficiente extensión y profundidad. muy diversos investigadores. Pero, entre estos restos Como mucho, y siguiendo el paradigma tradicional so- menos notables ha pasado casi desapercibida la refe- bre la interpretación histórica y la filiación étnica de la rencia del excavador a la localización de suelos de con- mayor parte de los asentamientos del mundo protohis- chas en el sector del cabezo que desde entonces se vino tórico meridional hispano, los suelos de moluscos han a denominar “Carambolo Alto” o “Fondo de Cabaña”. sido considerados en el marco genérico de las influen- Ha sido mucho más conocida en todo este tiempo la cias orientales sobre la arquitectura vernácula (Díes existencia de un pequeño pavimento de conchas en la Cusí 1995: 293 y 311). parte del yacimiento denominada “Carambolo Bajo”, Como para otras muchas cosas y explicaciones del testimonio que analizaremos más adelante. Pero casi mundo tartésico, al cabo de cincuenta años el Caram- ningún trabajo posterior a los de Carriazo ha reparado bolo ha servido también para destruir esta primera atri- en que las palabras del excavador demostraban la exis- bución cultural. Ahora que sabemos que en este cerro tencia de tales suelos en la acrópolis del asentamiento, se ubicó un santuario oriental, las grandes superficies porque las conchas se encontraron, en dos partes distin- forradas de conchas marinas que anteceden a las capi- tas y antes del hallazgo del tesoro, “cuidadosamente co- llas de Baal y de Astarté tienen necesariamente que ser locadas en filas unas junto a otras” según referencia li- analizadas también desde esta nueva interpretación. El teral del mismo Carriazo (1970: 39 y 78). presente artículo persigue, en consecuencia, indagar so- Para los momentos anteriores a estos hallazgos del bre el origen de esta práctica edilicia y sobre su signifi- Carambolo, la consulta de la literatura arqueológica cado entre las gentes que la emplearon. usada para el presente trabajo no ha proporcionado nin- gún registro claro. Aun así, al menos desde finales del siglo XIX conocemos en el ámbito tartésico bajoanda- 2. EVIDENCIAS DIRECTAS. LOS SUELOS luz la presencia de conchas marinas en contextos fune- DE CONChAS y SUS CONTEXTOS rarios, que en ningún caso formaban pisos. Según Bon- sor (1899: 29), se trataba de valvas de moluscos sobre ya hemos avanzado que los pisos de conchas mari- las que se habían grabado grifos. Esta identificación fue nas que constituyen nuestro objeto principal de estudio desmentida más tarde al reconocerse que en realidad corresponden a los de la Península Ibérica, y que éstos los ejemplares del túmulo H del Acebuchal conserva- se extienden por su mitad meridional (fig. 1). Para po- dos eran fragmentos de marfil, mientras que otros de las ner cierto orden a la descripción de las evidencias con necrópolis de Bencarrón y de Santa Lucía también ci- que hasta ahora contamos, tal vez sea conveniente rea- tados por Bonsor se habrían perdido (Aubet 1980: 37; lizar una exposición de este registro concretando sus Sánchez Andreu 1994: 137). entradas de oeste a este. Este orden no obedece a nin- Desde los descubrimientos más antiguos del Ca- gún criterio especial intrínseco a los propios documen- rambolo, los pavimentos de conchas marinas han ca- tos. Si acaso, podría existir aquí cierto hilo cronológico. recido de un estudio global que recopile los datos De hecho, puede sostenerse en principio que los ejem- existentes, su cronología, su reparto geográfico, su ubi- plos del área tartésica, considerada ésta en un sentido cación dentro de los edificios que los poseían o su fun- relativamente amplio que incluiría el sur de Portugal y ción. Es más, como el Carambolo se ha considerado el litoral malagueño además del Bajo Guadalquivir, son durante casi toda la segunda mitad del siglo XX el pa- más antiguos que los de algunos enclaves del sureste. radigma más representativo de lo que deberían ser los En esta otra zona hispana más oriental, la construcción poblados indígenas que encontraron los fenicios al ac- de tales suelos se mantuvo en parte en la segunda mitad ceder a las costas atlánticas andaluzas, dicho axioma del primer milenio a.C., cuando en la región más occi- ha dado pie a que los suelos de conchas se hayan atri- dental no se ha constatado hasta hoy ningún caso poste- buido de manera prácticamente automática a la gente rior a la primera mitad del siglo VI a.C. local y no a la población semita de procedencia orien- Se incluyen en este listado en primer lugar aque- tal. Esto ha ocurrido sobre todo en algunos testimo- llos enclaves en los que se han detectado pavimentos nios malagueños y en los autores que los han dado a de este tipo bien identificados, en los que las conchas conocer o estudiado (Suárez y otros 2001: 111; Gar- marinas están incrustadas boca abajo y normalmente cía Alfonso 2007: 378), siendo uno de los casos más ordenadas en filas y con similar orientación sobre

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Figura 1. Suelos de conchas en la Península Ibérica. superficies de tierra batida o sobre camas de lajas de anterior a la época colonial fenicia (Arruda 2007: 118- piedra preparadas adrede. Pero el listado quedaría in- 121 y lám. XVII). A pesar de que se ha propuesto que completo sin la referencia final a una gavilla de luga- tras este hiato se pudo reanudar su papel como edificio res en los que hay indicios de su existencia. Llegado el de culto en la segunda mitad del siglo V a.C., para esta caso se expondrán los argumentos en que puede sus- otra fase más reciente no se han constatado áreas pavi- tentarse tal sospecha. mentadas con moluscos marinos (Arruda y De Freitas 2008: 429-441). Los dos pequeños suelos de conchas pudieron formar 2.1. El Algarve parte de una sola superficie que acabó perdiendo las val- vas en su parte central debido a que esa zona era la que En la zona sur de Portugal destaca el sitio arqueoló- más se pisaba al entrar al edificio o al salir de él (fig. 2). gico de Castro marim, un promontorio que domina la desembocadura del Guadiana desde su orilla derecha y que en la Antigüedad pudo ser una isla (Arruda 2007: 2.2. Provincia de huelva 116). En el siglo VI a.C. se levanta aquí el edificio de la fase IV, también conocido como compartimiento 27. En 1971 se publicaron los resultados de las ex- Dicha estructura disponía de una entrada orientada al cavaciones llevadas a cabo en el casco urbano de la este, al exterior de la cual se localizaron dos superficies localidad de Aljaraque. De este sitio, que fue inter- pavimentadas con conchas marinas que dan acceso a la pretado en principio como “factoría púnica”, interesa zona interna del edificio, situada a una cota algo más ahora el pavimento de conchas que formaba la base elevada que la externa. Este espacio fue abandonado del estrato I. Este nivel arqueológico contenía mate- repentinamente a mediados del siglo VI a.C., pues no riales de muy diversa cronología y supuso en reali- existen luego materiales de finales de esta centuria ni de dad la amortización del suelo de moluscos (Blázquez la primera mitad de la siguiente. Mientras se mantuvo y otros 1971: 310-326). en vida, se usaron en su interior huevos de avestruz. Entre los elementos cerámicos de ese estrato I Este último dato, unido al hecho de haberse localizado hay fragmentos de vasijas de cronología relativa- un altar y bancos corridos precisamente en esta estan- mente vieja, que llegarían incluso al Hierro Antiguo. cia 27, sugiere que funcionó como santuario en la fase De hecho, un trozo de cerámica gris de la variedad IV, aunque otro altar de la fase III apunta a que este des- más oscura (Blázquez y otros 1971: fig. 4 B) puede tino arranca de un momento más viejo, en ningún caso entroncarse con tipos semejantes que se fechan en

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Figura 2. Pavimentos de conchas de la fase III de Castro Marim, según Arruda (2007). el Macareno en la primera mitad del siglo VI a.C. una práctica que jugaba con la ausencia/presencia de (Pellicer y otros 1983: 78-81). Aún así, la formación moluscos para originar mensajes decorativos y/o sim- de ese relleno fue más reciente o duró el tiempo sufi- bólicos, entre los que no se deberían descartar las repre- ciente como para incluir ánforas iberopúnicas de tipo sentaciones astrales si tenemos en cuenta que las con- gaditano T-8.1.1.2, datables entre la segunda mitad del chas pudieron identificarse en el mundo siropalestino siglo IV y el siglo II a.C. (Ferrer 2004: 242). Por tanto, con ciertos cuerpos celestes (Biggs 1963: 126) y que en todos estos registros corroboran que el pavimento época púnica sirvieron para formar figuras simbólicas de conchas es más viejo. Se podría llevar al siglo VI en los suelos de algunas construcciones (Belarte y Py a.C. según el gran vaso de cerámica que apareció en- 2004: 392). En cualquier caso, podrían ser también la cajado en él, cuya forma cuenta con claros exponen- huella de elementos que, como el mar de cerámica, es- tes en esa fecha (Escacena 1987: 308), por ejemplo en tuvieron un día embutidos en el pavimento y que luego Guadalhorce (Arribas y Arteaga 1975: 38 y lám. XX). fueron retirados. Esta segunda explicación ha sido la El suelo de conchas de Aljaraque tenía debajo un comúnmente aceptada (cf. Arribas y Arteaga 1975: 24). enlosado de pizarras. Esto pudo ser una mera solu- Otro pavimento de conchas onubense se localizó ción técnica para reforzar la base de las valvas super- en el inmueble 10-12 de la calle Botica, en la propia puestas, pero también una solería independiente ante- huelva (García Sanz 1988-89: 153-154). Apareció en rior. En este segundo caso, el dato podría sugerir que el área de excavación denominada “Cuadro A”. Para su esos dos pisos se situaban en una zona al aire libre más fabricación se usaron sobre todo conchas de la gran fa- que al interior de las construcciones, porque los empe- milia de las ostras, caso único en el conjunto de sue- drados solían caracterizar a los ámbitos a cielo abierto los de moluscos marinos conocidos hasta ahora. Las en la arquitectura de la época según se ha constatado valvas se mezclaron con guijarros e incluso con algu- en el Cerro de San Juan de Coria del Río por ejemplo nas pequeñas lajas de pizarra (fig. 3). Dentro de la se- (Escacena e Izquierdo 2001: 135-136). Como hemos cuencia estratigráfica del solar, corresponde a la base adelantado, el pavimento de conchas conservaba una del Estrato 4, donde abundaban además muchas con- vasija de cerámica encastrada en él, con la boca a ras chas sueltas que se han relacionado con la existencia de de suelo (Blázquez y otros 1971: 310, fig. 4 y lám. LXII tal pavimento (Rufete 2002: 27-32). Como el Estrato 4 B). Es posible que, si estuviéramos ante un santuario supone en realidad la amortización de ese suelo, su fe- como el de Castro Marim, este recipiente fuera un mar cha marcaría una datación posterior a la de su construc- para agua bendita, lo que de nuevo explicaría por qué ción y uso. Este estrato –o Nivel Ia– cuenta con vaji- el pavimento se ubicó posiblemente en el acceso al re- lla de barniz rojo de tipo fenicio y con cerámica gris de cinto. De todas formas, los excavadores señalaron en Occidente, además de contener vasijas a mano. Como su día otra notable característica de los suelos de con- hay incluso algún fragmento griego arcaico con una chas de Aljaraque: la existencia de pequeñas áreas cir- cronología del segundo y tercer tercio del siglo VI a.C., culares y semicirculares en reserva, es decir, que care- el mosaico de conchas y piedrecillas debe ser necesa- cían de caparazones (Blázquez y otros 1971: 326). Si riamente de estos momentos o de algún tiempo antes esa falta fuese intencionada tal vez pueda pensarse en (Rufete 2002: 48).

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Figura 3. Huelva. Calle Botica 10/12. Suelo de ostras, guijarros y pequeñas lajas de pizarra. Izquierda, según García Sanz (1988-89); derecha, según Rufete (2002).

El orden de deposición de las capas arqueológicas 2.3. Provincia de Sevilla de Botica 10-12 reveló que este suelo es anterior al pri- mer muro detectado a pesar de que sólo se mostró a un ya hemos adelantado que en 1958 apareció en el lado del mismo (Rufete 2002: fig. 8). Este hecho indi- Carambolo Alto el primer suelo de conchas recogido caría que nada tiene que ver con esa estructura arqui- en la literatura arqueológica referida a Tartessos. Faltan tectónica. Por ello se desconocen sus relaciones con los imágenes del mismo porque las obras que lo localiza- edificios que podrían haber existido en el entorno inme- ron carecieron de control arqueológico hasta que se ha- diato. Por tanto, con los datos existentes no queda claro lló el tesoro que ha dado fama al lugar. que consistía en si se trata de un área al aire libre o bien de un ámbito cu- un piso de conchas y no en valvas sueltas fue percibido bierto, aunque la disposición alargada de la estructura y por Carriazo cuando señaló, por información de los su anchura, similar a la de los muros de la época, sugie- obreros que trabajaban en las reformas del edificio de ren su interpretación como umbral o anteumbral. Sí se la Sociedad de Tiro de Pichón, que las conchas estaban sabe, en cambio, que esta zona era el límite de la ciudad colocadas en hileras (Carriazo 1970: 39 y 78). Aún así, de época tartésica por el sur, ya que en las cercanías del Carriazo señala este dato a propósito del estudio del pe- pavimento se documentaron niveles de limo vinculados queño tramo pavimentado con moluscos que excavó en a la acción mareal (Rufete 2002: 160). el sector del yacimiento que denominó Poblado Bajo. Dentro aún de Huelva, otro pavimento de moluscos Hoy sabemos que esta parte del Carambolo no era se halló en el solar nº 6 de la calle Puerto. Aquí se ha más que un asentamiento en ladera nacido al calor del descrito un suelo de arcilla roja en la base del Estrato santuario que ocupaba la cima del cerro. Aún así, no de- 3b. Dicho pavimento forraba un pequeño sector con bería descartarse que esta otra zona dispusiera de cons- “conchas colocadas intencionadamente” (Fernández trucciones relacionadas con la función sagrada de toda Jurado 1988-89: 117-118). Este testimonio podría ser la colina. De hecho, proceden de aquí documentos ar- del siglo VII a.C. según sus materiales cerámicos. Dado queológicos que hablan del mundo de las creencias que la zona alfombrada con valvas no ocupa todo el (Belén y Escacena 1997: 110-111). y fue precisamente piso de tierra roja, podría pensarse de nuevo en que es- en el gran corte estratigráfico que Carriazo abrió en el tamos en el vano de acceso a la estancia o en sus inme- Carambolo Bajo donde se pudo constatar lo que hasta diaciones, aunque este detalle no se pudo corroborar en ahora se ha interpretado, siguiendo literalmente sus pa- la excavación. Es posible que a este suelo pertenecieran labras, como una especie de vasar (fig. 4). A nadie ha en su día los ejemplares de Glycymeris con fuerte des- extrañado que el propio Carriazo se refiriera a ese ele- gaste incluidos en el estudio faunístico de la interven- mento como “una repisa, puesta inexplicablemente en ción (Moreno 1988-89: 250 y 250). la dirección de un muro” (Carriazo 1970: 78). Así que,

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estratigráfica (Fernández Flores y Rodríguez Azogue 2007: 99-131). No parece que se reutilizaran las valvas una y otra vez para nuevos pisos (fig. 8). Al sur de las áreas más sagradas del Carambolo, pero aún dentro del recinto templario, se desarrolla- ron en la fase de mayor tamaño del edificio estancias más pequeñas con escalones de acceso también pavi- mentados con conchas (Fernández Flores y Rodríguez Azogue 2007: 132). Es posible que estemos aquí ante dependencias de servicio a modo de sacristías, y no ante capillas propiamente dichas, aunque no debe des- cartarse que fuera esta puerta la de acceso a un torreón- altar que pudo ubicarse en esta zona. Los últimos excavadores del Carambolo han seña- lado que las conchas aparecían a veces finamente lla- gueadas de rojo (Fernández Flores y Rodríguez Azogue Figura 4. Foto de las primeras excavaciones en el Carambolo 2007: 128). Es posible que tal efecto se lograra de Bajo. Al fondo, suelo de conchas. forma intencionada impregnando de pigmento los in- tersticios de las conchas. Pero también podría pensarse teniendo en cuenta esta posición, incomprensible para en una secuela indirecta que tendría su origen en los el excavador, sugerimos que lo que se halló entonces restos de pintura que impregnarían el calzado de quie- fue en realidad el umbral de una puerta, lo que explica- nes frecuentaban las estancias interiores. De hecho, ría su disposición a soga con el muro. casi todos los ámbitos cubiertos tenían suelos de tie- Este escalón de entrada a algún edificio del es- rra apisonada que se repintaban una y mil veces con ar- trato IV del Carambolo Bajo apareció relativamente cilla roja. bien conservado. Contaba con 41 conchas dispuestas Todos los pavimentos de conchas del Carambolo se en siete filas (Carriazo 1970: 78). De las fotos dela elaboraron con caparazones de la especie Glycymeris época no puede deducirse si esas líneas se colocaron glycymeris. en el sentido de la pared de la estancia o en dirección También en la provincia de Sevilla se encuentra el opuesta; tampoco aparece aclarada esta circunstancia único ejemplo, hasta ahora, de cabaña de tendencia cir- en el dibujo en perspectiva que publicó de este sector el cular con pavimento de conchas asociado. Se trata del propio Carriazo (fig. 5). yacimiento denominado Cerro mariana, en la locali- Las excavaciones recientes en el Carambolo han sa- dad de Las Cabezas de San Juan. El lugar exacto del ha- cado a la luz grandes tramos de pavimentos de conchas. llazgo se encuentra en la periferia de un tell que supone El uso más antiguo es de la fase Carambolo V, el pri- el origen de la población actual y que se ha identificado mer templo construido sobre la colina y que se fecha en con la ciudad antigua de Conobaria (Beltrán 1999). En el siglo IX a.C. Se accedía a este humilde recinto por realidad, más que un suelo, constituye el ejemplo típico una pequeña rampa de tierra que daba paso al umbral y de la marca del umbral con una sola línea de valvas a dos peldaños de bajada a un patio de entrada. En este que, en número de siete, sirve de divisoria nítida en- vano se forraron de conchas marinas las caras superio- tre el interior y el exterior del habitáculo. éste obedece res de los dos escalones y la del umbral propiamente al modelo típico de choza redonda con muro de mam- dicho (Fernández Flores y Rodríguez Azogue 2005: postería pétrea en la base –bien documentado en el pro- 118). El mismo tratamiento se dio a los dos peldaños ceso de excavación–, alzado hipotético de tapial o ado- de acceso a la capilla sur (fig. 6). Más tarde, cuando bes y techumbre tal vez vegetal, y su fecha podría co- en el siglo VIII a.C. se llevan a cabo las grandes refor- rresponder al siglo VIII a.C. Su interior disponía de un mas que producirán el mayor desarrollo del santuario pavimento de tierra apisonada rojiza sobre el que per- (Carambolo IV-I), un gran pórtico de entrada a las capi- manecían huellas centrales quemadas por la existencia llas de Baal y de Astarté, de unos 150 m² de superficie, en su día de hogares y/o estufas. La hilera de siete con- fue enlosado por completo de conchas (fig. 7). Estos chas de Glycymeris glycymeris se dispuso sobre un pe- suelos se rehicieron en varias ocasiones conforme su- queño escaloncillo de barro amarillento perpendicular bía la altura de los pisos del complejo por acumulación al sentido de paso (fig. 9). Este peldaño, sólo levemente

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Figura 5. Interpretación de Carriazo (1973) del pequeño tramo de conchas que encontró en el Carambolo Bajo y de la secuencia estratigráfica de estructuras en sus alrededores.

Figura 6. Primer santuario construido en el Carambolo, son indicación de la situación de los pavimentos de conchas.

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Figura 7. El Carambolo. Santuario de Astarté en su momento de máximo desarrollo arquitectónico. Una gran alfombra de conchas precede a las capillas.

Figura 8. El Carambolo. Detalle del gran pavimento de conchas donde se observa el orden de la colocación de las valvas, en filas y con la charnela en la misma dirección.

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Figura 9. Cerro Mariana. Planta de la cabaña circular que disponía de un umbral de conchas elemental (abajo) y detalle del mismo (arriba). insinuado, separaba el piso interior de un pequeño em- la entrada a los edificios se ha constatado en estruc- pedrado exterior que precedía a la puerta (Beltrán y turas circulares, tradición edilicia atribuida normal- otros 2007: 81-85). mente a la comunidad de origen no oriental que ocu- Como hemos adelantado, hasta hoy este caso cons- paba Tartessos junto a la gente fenicia (Izquierdo tituye el único ejemplo donde la costumbre de marcar 1998: 281-282).

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2.4. Provincia de Cádiz de toros tal como éstas se recortaban en la Antigüedad. En unas dependencias que lindan con este complejo, En el yacimiento de Pocito Chico (El Puerto de aunque separadas por una calle, se pudo localizar una Santa María) se ha señalado la existencia de un nivel estancia que disponía de un suelo de conchas. Los ex- de conchas en el que unas valvas estarían puestas boca cavadores señalan que este tipo de pavimentos se suele abajo y otras boca arriba. Los detalles de este supuesto vincular al mundo no fenicio de Tartessos, es decir, a suelo están publicados de forma muy escueta, por lo la población genéricamente conocida como indígena. que resultan de mala calidad científica para su uso fia- Sin embargo no se decantan necesariamente por dicha ble en el presente análisis (López Amador y otros 1996: interpretación a pesar de sostener que tales suelos se 45-46). En realidad, no se habla aquí de un verdadero dan ya en el Bronce Final de la zona y que continúan pavimento de conchas, por lo podría tratarse más bien durante el Hierro (Arancibia y Escalante 2006: 338 y de un nivel arqueológico que incluía conchas de mo- 342). No se han dado a conocer ni las medidas de este luscos en abundancia. Desde luego, aunque no se in- pavimento ni la identificación específica de los molus- dica la especie, se afirma que sería una variedad de mo- cos empleados. Tampoco sabemos si la habitación se lusco no comestible. Tal vez por tratarse de un hallazgo encontraba en el interior de la construcción o era una confuso, en la obra que más se estudia este yacimiento pieza de entrada a modo de zaguán. Es posible, no obs- no se cita tal pavimento (cf. Ruiz Gil y López Amador tante, que todo ese lote de edificios formara parte de 2001). Aun así, se recogieron numerosas conchas, que un complejo cultual más amplio que lo hasta ahora lo- se han estudiado como restos de fauna procedentes de calizado (Arancibia y Escalante 2001: 356). En el área Campillo (Menez 1996: 167) a pesar de que otros tra- de excavación de la calle Císter no se hallaron pisos de bajos sobre este yacimiento no aluden a estas conchas moluscos anteriores a la ocupación fenicia de la zona. (cf. Ruiz Mata y González Rodríguez 1994: 218-219). De hecho, no existe allí asentamiento precolonial al- Las del género Glycymeris, el más usado para esta fun- guno. Por esta razón, es posible que los arqueólogos ción en casi todos los casos conocidos hasta ahora, fue- hablen de pavimentos de conchas en el Bronce Final ron recogidas todas en estado adulto, mientras que de guiados por la idea, bastante común entre algunos in- Theba pisana se recolectaron algunos ejemplares juve- vestigadores malagueños como ya advertimos en nues- niles (Menez 1996: 167). En estos confusos datos, que tra introducción, de que su uso precedió a la instala- se han fechado en el siglo IX a.C. se han basado algu- ción en la costa mediterránea andaluza de los más vie- nos autores para defender que el uso de pavimentos de jos establecimientos cananeos. Por ello, en apoyo de conchas constituiría una costumbre indígena copiada este axioma cronológico los autores se refieren a la de- por los fenicios (Suárez y otros 2001: 111). fensa de esa idea que hacen en concreto Suárez y otros De Doña Blanca, también en El Puerto de Santa (2001: 111)1. María, existe en la literatura arqueológica una breve re- En la localidad malagueña de Benalmádena se co- ferencia a un pequeño pavimento de conchas fechado noce el asentamiento del Cerro de la Era, en un en- en el siglo VIII a.C. Como en otros sitios de este catá- torno con escaso registro arqueológico prefenicio. logo, en esta colonia oriental forraba la cara superior Consiste de un edifico de los siglos VII y VI a.C. con del umbral de una vivienda (Ruiz Mata y Pérez 1995: un posible patio que servía de repartidor a distintas es- 105). A pesar de que se ha hecho alguna vez referen- tructuras desarrolladas a su alrededor. Una de esas es- cia a este caso al estudiar suelos de conchas del área tancias se pavimentó con tierra apisonada, pero otra, malagueña (cf. Suárez y otros 2001: 110), se trata de de unos 8 m² de superficie, con conchas marinas (fig. un registro del que no se ha publicado imagen alguna. 10). Destaca aquí el uso de la especie Glycymeris insu- Tampoco se han dado a conocer sus medidas ni la iden- brica, aunque se intercalaron también algunos capara- tificación de la especie de molusco utilizada. zones de Acanthocardia tuberculata. Este suelo se de- sarrolla alrededor de un muro en esquina fabricado con bloques de travertino, y apareció limitado también por 2.5. Provincia de málaga una pared de adobe. Las conchas se dispusieron sobre una cama de lajas de pizarra. Se detectaron al menos En la propia ciudad de málaga, en concreto en la tres capas superpuestas, lo que indica que el pavimento calle Císter, se ha localizado hace pocos años un santua- rio fenicio del que se conservaban dos altares taurodér- 1. Parece que es un simple error que Arancibia y Escalante (2006: micos, del tipo que, en barro, imita fielmente las pieles nota 17) olviden citar este trabajo por su primer autor, J. Suárez.

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Figura 10. Cerro de La Era. Como en el Carambolo, la superposición de pisos indica que éstos se renovaban sin anular los viejos y sin reutilizar las conchas anteriores en los nuevos. Foto Suárez y otros (2001). se rehízo en varias ocasiones mientras estuvo en vida el En el Cerro del Villar, M.E. Aubet ha detectado edificio. Éste se abandonó por completo a comienzos también una muestra significativa del uso de pavimen- del siglo VI a.C., pues la ocupación posterior se hace tos de conchas marinas, en concreto en el corte 5. El es- con actividades de distinta índole entre las que se ha se- trato IIb de esta cuadrícula, especialmente abundante ñalado la siderurgia. Aunque el asentamiento no cono- en material arqueológico, mostraba en la base un piso ció ocupación alguna después del siglo IV a.C., los pa- de cantos y valvas de moluscos similar al suelo detec- vimentos de conchas superpuestos se relacionan sólo tado al exterior del edificio del Sector 3/4. Se trata, por con el edificio de los siglos VII y VI a.C., que los ex- tanto, también de un suelo de conchas en un área ex- cavadores definen como “ínsula o caserío” (Suárez y terna a una construcción (Aubet 1999: 77). El empleo otros 2001: 102-124). como piezas para solería justifica que no sufrieran ma- No debería descartarse que el complejo del Cerro nipulación culinaria, pues se recogieron de la costa ya de la Era de los siglos VII y VI a.C. fuera un santuario. como simples caparazones de animales muertos (Oller De hecho, su planta, que sigue modelos arquitectónicos y Nebot 1999: 329). fenicios, ha sido relacionada con el diseño de la cons- En una de las casas mejor conocidas del yacimiento, trucción portuguesa de Abul, en la desembocadura del la denominada casa 2, que se fecha en el siglo VII a.C., Sado (Suárez Cisneros 1999: 109)2, y en la habitación se halló una cisterna para agua de planta rectangular. Al con suelo de tierra batida apareció, entre otros elemen- parecer, a este depósito hidráulico se accedía por uno tos, un píthos decorado con grandes asteriscos negros de los lados menores, y fue precisamente esta zona la sobre fondo blanco y rojo (Suárez y otros 2001: 111). que se pavimentó con conchas marinas (fig. 11). En la El asterisco era una representación astral del Lucero, bibliografía correspondiente no se recoge la clasifica- la Astarté fenicia (Escacena 2000: 153). En cualquier ción biológica de la especie utilizada (Delgado 2008: caso, por la situación periférica del suelo de moluscos, 75-77 y fig. 9). parece que éste pudo ocupar un área de acceso al con- Para el Cerro del Villar existen otros datos sobre junto. ya hemos visto que en Aljaraque apareció tam- pavimentos de moluscos, aunque no se han publicado bién un nivel de placas de pizarra bajo las valvas, lo que en extensión que sepamos. En una casa del siglo VII sugiere de nuevo que estamos en una zona externa y/o a.C. con patio central empedrado y habitaciones abier- que se arbitró esta solución para fortalecer la cimenta- tas a él, se halló una estancia con lucernas y un huevo ción del mosaico de conchas. Si se tiene en cuenta que de avestruz. En este ámbito se documentó un resto de las conchas ya disponían de su propia cama, fabricada suelo fabricado con conchas y arcilla (Aubet 1992: con arcilla y nódulos de yeso (García Alfonso 2007: 74-75). Es posible, pues, que se trate de una pequeña 157), la primera hipótesis podría tener más fuerza que capilla doméstica dotada de su propia alfombra de con- la segunda, apoyando así la posible función de este sec- chas en la entrada. tor como vestíbulo del edificio. En Los Castillejos de Alcorrín, un gran asenta- miento amurallado del término municipal de Manilva, 2. Citado en García Alfonso 2007: 157. se han localizado hasta la fecha dos puntos con conchas

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y otros 2009: 125). Dicha explicación no resultaría ex- traña en absoluto si lográsemos demostrar, como inten- taremos luego, que este uso de las conchas marinas te- nía carácter apotropaico. De esta forma se intentaba re- forzar la defensa del recinto con un recurso mágico 3. El segundo sector de Alcorrín con mosaico de con- chas sí responde a lo que entenderíamos claramente por un suelo. Se trata del pavimento del porche al aire libre que precede a la entrada al “Edificio A”, situada en su fachada suroeste. Es un piso de forma trapezoidal que, como acabamos de señalar, constituye un gran anteum- bral o acera de esa estructura arquitectónica (fig. 12). Se usaron para enlosarlo dos clases de moluscos mari- nos: mayoritariamente Cerastoderma edule o berbere- cho común, también conocido en la zona como almeja rayada, y Glycymeridae, la familia de las diversas al- mendras de mar (Marzoli y otros 2009: 128). No exis- ten datos evidentes sobre la función específica que des- empeñó esta construcción. Pero sí está clara su crono- logía, que tanto los materiales cerámicos como las fe- chas radiocarbónicas llevan al Hierro Antiguo, con da- taciones que no precederían al siglo IX a.C. ni rebasa- rían el VI a.C. para todo el yacimiento. En el área del Edificio A, en concreto, los datos acotan algo más esta horquilla aunque no proporcionan aún la precisión de- seable (Marzoli y otros 2009: 135). En el lugar conocido como Casa de la Viña (Torre del Mar) se ha documentado una acumulación de con- Figura 11. Cerro del Villar (Málaga). Cisterna con acceso chas pertenecientes a la especie Glycymeris insu- pavimentado con conchas. Según Delgado (2008). brica que podría haber formado parte de un pavimento (Martín Córdoba y otros 2008: 177). Aunque esta fun- marinas dispuestas en mosaico. El más pequeño, pero ción no es segura, hay que señalar que tal molusco ma- en absoluto el menos interesante, supone hasta la fecha rino no corresponde por lo general a las especies usa- un unicum en este tipo de registros. Consiste de un con- das tradicionalmente como alimento, y que supone una junto de conchas colocadas en un escalón asociado a un variedad muy empleada en la zona de Málaga preci- foso defensivo de sección en U perteneciente a la deno- samente para los suelos aquí analizados. De tratarse minada “fortificación interior” (Marzoli y otros 2009: de las conchas de un piso, éste podría haber pertene- 125). Aunque los excavadores señalan que tal vez res- cido a una construcción que presenta tres habitaciones ponda a los restos de un pavimento colocado allí para cuadradas que formaban parte de un complejo en parte proporcionar especial realce a aquel ámbito, el sitio donde aparecen las valvas y su vinculación a la estruc- 3. Durante mucho tiempo, especialmente desde que en el siglo tura defensiva del oppidum resulta especialmente pro- XIX J.G. Frazer propusiera una distinción nítida entre magia y reli- blemático para asumir esa explicación. Veremos más gión, ambos términos se han usado para expresar conceptos exclu- tarde cómo algunas maquetas orientales en cerámica yentes. En coincidencia con otros autores que han estudiado cier- que reproducen torres fortificadas muestran conchas tas mentalidades simbólicas del mundo oriental antiguo (p.e. Marco 2007: 18), en este trabajo empleamos el término mágico dentro del adheridas fabricadas mediante pequeñas pellas de ba- mismo campo simbólico que origina el pensamiento religioso. La di- rro. En consecuencia, parece que aquí no estamos nece- ferencia entre ambos conceptos es, por decirlo de alguna forma, sólo sariamente ante un suelo genuino sino ante una superfi- de cantidad, no de sustancia. La dicotomía frazeriana entre los dos cie revestida con moluscos que podemos relacionar con vocablos y sus correspondientes significados, tumbada, entre otros autores, por J. Braarbig (1999) –citado en Marco (2007: 18)– no es la propia fortaleza y a la que pertenecerían las numero- científica, porque con frecuencia se suelen calificar como magia las sas conchas desprendidas halladas en esa zona (Marzoli prácticas rituales ajenas y como religión las propias.

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Figura 13. Concha esculpida en una basa de piedra en la entrada al santuario protohistórico del Cerro de las Cabezas de Valdepeñas. Según Vélez y Pérez Avilés (2008).

claro de que el objeto real transmite sus caracteres a la representación plástica del mismo, que en este caso se materializó esculpiendo una concha en relieve de la que divergen dos roleos (fig. 13). Como veremos, esta transferencia de propiedades –ahora las apotro- paicas– es una de las plasmaciones típicas del pensa- miento mágico. En el Cerro de las Cabezas surge a fines del siglo VI a.C. la ciudad de época ibérica. Poco más tarde se levanta un edificio orientado en sentido este-oeste ado- sado a la muralla. Esta construcción disponía de un Figura 12. Los Castillejos de Alcorrín, según Marzoli y pórtico sustentado por cinco posibles columnas de ma- otros (2009). La entrada al denominado “Edificio A” estaba dera apoyadas en sendos basamentos de piedra de los precedida de un porche de planta trapezoidal pavimentado que se preservó al menos uno (Vélez y Pérez Avilés con conchas de moluscos (zona inferior de la foto). 2008: 39-41). Para la fase del siglo IV a.C. se ha loca- lizado un hogar central rectangular que pudo funcionar excavado en la pizarra local. El edificio, fechado en el como altar, ya que esta plataforma disponía de un fi- siglo VII a.C., conservaba al excavarse huellas de anti- lete de barro periférico al modo como se construyeron guos suelos de arcilla roja compactada. Es interesante muchos otros altares de tierra de época protohistórica resaltar que las valvas aparecieron en un área externa, (cf. Escacena e Izquierdo 2001: 132-133; Arancibia y es decir, fuera de las habitaciones (Martín Córdoba y Escalante 2006: 338; Arruda 2007: 118-121), orla que otros 2008: 178). Ello podría sugerir que estamos tal aludía al contorno depilado de la piel de un bóvido vez ante los restos muy deteriorados de un umbral o de (Escacena 2002: 60). un pequeño acerado que precedía a alguna puerta. La concha esculpida del Cerro de las Cabezas de Valdepeñas, que los excavadores relacionan con la imi- tación de una vieira, se plasmó precisamente sobre una 2.6. Provincia de Ciudad Real de las caras de la base pétrea que sostenía las colum- nas de madera del pórtico de acceso al templo (Vélez La colocación de conchas en la entrada de los edi- y Pérez Avilés 2008: 56-57). Si fuera realmente de la ficios no tuvo que estar limitada necesariamente al uso imagen de una concha de peregrino, a las especies ya de caparazones auténticos. El caso del Cerro de las citadas habría que añadir también Pecten jacobaeus Cabezas, en Valdepeñas, puede constituir un ejemplo como variedad usada en las entradas de edificios.

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Figura 14. El Oral. Porche de conchas y canalillo, este último también contorneado con conchas. Plano de la estancia (izquierda) y detalles (derecha). Según Abad y Sala (1993).

2.7. Provincia de Alicante del yacimiento relativo a la malacofauna no incluye el análisis de estas conchas (cf. Hernández 1993), por lo A fines del siglo VI a.C. se inaugura en El Oral que no disponemos de información sobre la especie (San Fulgencio) un asentamiento humano que desde utilizada. Un dato del mayor interés recogido por los sus comienzos dispuso de calles trazadas a cordel. Se excavadores es, no obstante, la ausencia de esta clase trata de una fundación ex novo con arquitectura de tra- de mosaicos en los poblados ibéricos (Sala y Abad dición feniciopúnica. Entre sus viviendas destacan las 2006: 29). que cuentan con patios que, en algunas ocasiones, tie- En la casa IVH se pavimentó con conchas marinas nen aliviaderos para las aguas de lluvia (Abad y Sala un banco cercano a la entrada de una zona techada, 2007: 73-78). Una de estas casas, la denominada aunque en este caso las valvas se limitan a una ce- “Unidad Constructiva 19”, disponía de una superfi- nefa. Este poyo pudo ser en realidad el acceso a ese cie pavimentada con conchas para la que se emplea- sector cubierto. Destaca aquí, además, que el muro en ron unas 400 valvas (Abad y Sala 1993: 171). Dicho L conservado de esa construcción llevaba conchas in- suelo corresponde al umbral de la habitación VIIIC3, crustadas en el enlucido (Sala y Abad 2006: 29-30). a la que se accede desde un patio interior, y se ex- Veremos más adelante que la costumbre de pegar con- tiende sobre un lecho de arcilla. Estaba flanqueado por chas sobre algunas paredes tiene un paralelo claro en adobes colocados de canto. En esta misma construc- el Próximo Oriente, en concreto en una estancia que ción se documentó un canalillo que parte de las inme- puede interpretarse como zaguán. Por eso propone- diaciones del pavimento de moluscos y que, después mos que el banco de El Oral y ese muro en L consti- de acercarse a la pared meridional de esa misma ha- tuyen tal vez lo que queda del umbral y del recibidor, bitación VIIIC3, perfora la muralla del asentamiento respectivamente, de una estancia de tipo sacro, aun- para desaguar fuera de la ciudad (Abad y Sala 1993: que ésta tuviera carácter doméstico y a ella se acce- 181). Construido con sección en U, dicho conducto diera desde un patio (fig. 15). Se trataría en realidad de mostraba su interior enlucido con arcilla roja y sus una disposición parecida a la localizada en la Unidad dos paredes rematadas por sendas alineaciones de Constructiva 19. Una hipótesis plausible permitiría in- conchas marinas colocadas siempre con el natis ha- terpretar ambas estructuras como capillas para el culto cia arriba (fig. 14). El estudio de los restos faunísticos privado y/o familiar.

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Figura 15. El Oral, según Sala y Abad (2005). La zona central de esta construcción (área IVH6), más iluminada, corresponde al sector “decorado” con conchas.

3. DATOS INDIRECTOS: CONChAS cerraduras desdibujadas, es semejante a la que presentan DESgASTADAS EN LOS las conchas arrojadas por la mar en una playa. Este fenó- REgISTROS fAUNÍSTICOS meno, de difícil interpretación, se produce también con piezas similares de Toscanos” (Belén y otros 1977: 211). En 1977, M. Belén, M. Fernández-Miranda y J.P. Casi una década después de darse a conocer es- Garrido publicaron los resultados de una de las prime- tos datos, los restos malacológicos de Setefilla produ- ras excavaciones arqueológicas llevadas a cabo en el jeron una impresión similar en quien los estudió. De Cabezo de San Pedro (Huelva). Con base en una iden- esta forma, D.S. Reese llegó a afirmar que Glycymeris tificación previa de los restos faunísticos rescatados en glycymeris, especie comúnmente denominada almen- dicha intervención (Driesch 1973: 9-31), aluden a con- dra de mar, muestra allí la superficie externa muy des- chas marinas de los géneros Glycymeris y Pecten halla- gastada, probablemente por abrasión marina o tam- das en el Sondeo M de la Zona I. Afirman en concreto bién “por el uso (por ejemplo como bruñidor de cerá- que “no parecen ser restos de comida, pues su aparien- mica)”, y que esta erosión afecta a la parte central. y cia, desgastadas, con los bordes descascarillados y las sostuvo por ello que todas las conchas fueron usadas

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 53-84 68 JOSé LUIS ESCACENA CARRASCO y MARÍA ISABEL VÁZqUEZ BOZA como colgantes o adornos personales tal vez, “no como para retirar de la lista de especies explotadas para el fuente de consumo”, porque se recogieron del litoral ya consumo de boca cualquier ejemplar que presentara muertas (Reese 1983: 173). esa abrasión, porque su inclusión confunde sobre las Un hecho especialmente interesante de Setefilla verdaderas prácticas alimentarias antiguas. La segunda tiene que ver con las precisiones cronológicas que pue- cuestión tiene que ver con la cronología en que aparece den deducirse de la dilatada duración del asentamiento, la familia Glycymeridae, la más empleada en los sue- que arranca de la primera mitad de segundo milenio los de moluscos. Esta circunstancia la podemos dedu- a.C. (Aubet y otros 1983). Por ello, la estratigrafía lo- cir de enclaves con una cronología de ocupación espe- grada en el Corte 3 sirve para situar bien el momento cialmente dilatada. El caso del potente tell de Setefilla de aparición de estos usos y su asociación a determina- no es precisamente el más repetido en las secuencias dos fenómenos históricos y culturales, que allí quedan estratigráficas de la Prehistoria Reciente meridional y relegados a los estratos IX, VII y IV. No resulta super- de la Protohistoria, pero podría tener un compañero si- fluo, en consecuencia, señalar que en el estrato IX se milar en (Sevilla), donde Glycymeris glycyme- detectan en la secuencia los primeros caracteres feni- ris tampoco está presente en los niveles prehistóricos cios incuestionables (Aubet y otros 1983: 86-88), y que pero sí en los posteriores (Bernáldez y Bernáldez 2000: en el IV se documenta precisamente el final de los mis- 139)4. Evidentemente, resulta más difícil precisar los lí- mos. De hecho, a pesar de que este último se ha llevado mites de su espectro cronológico cuando los yacimien- hasta los siglos V y IV a.C. (Aubet 1982: 15), otra pro- tos no cuentan con estratos prehistóricos. En este caso, puesta sitúa su comienzo en el VI a.C., cuando la Mesa no podemos saber si, al menos a escala local, el em- de Setefilla alcanza la máxima ocupación de época pro- pleo de conchas para pavimentar suelos surge en época tohistórica (Escacena 1979-80; 1993: 188-189). protohistórica o conoció, por el contrario, vida anterior. Esta misma constante que alude al desgaste de las Ocurre así, por ejemplo, en el Cabezo de San Pedro. conchas volvió a detectarse en las excavaciones de Aquí los niveles más profundos, que cuentan casi siem- Huelva practicadas en la zona baja de la ciudad, en con- pre con Glycymeris, son ya del Hierro Antiguo (Del creto en la intervención de Puerto 6. La erosión ob- Amo y Belén 1981: 143-144). Un caso similar corres- servada aquí en los especímenes de Glycymeris no se ponde a la excavación del inmueble 85-86 de la calle señala para otras clases de conchas (Moreno 1988-89: San Isidoro, en Sevilla, donde las valvas de Glycymeris 250 y 252). Glycymeris sp. y Glycymeris violacens son glycymeris se documentan exclusivamente entre los ni- los taxones más representados en el registro de esta in- veles 26 a 21, un paquete estratigráfico fechado tam- tervención arqueológica después de los ostreidos. Su bién en el Hierro Antiguo (Bernáldez 1988: 108-109). deterioro reflejaría que las conchas se trajeron dela Por otra parte, que estas especies de la familia playa ya muertas. Esta circunstancia sugiere para el au- Glycymeridae no formaban parte de la alimentación de tor del informe que “no parecen ser un aporte directo de la época viene avalado, además, por su ausencia en si- la dieta” (Moreno 1988-89: 264-265). tios protohistóricos donde abundan en cambio otras va- Estos tres ejemplos analizados como prueba indi- riedades de moluscos marinos, a veces con señales de recta del posible uso en su día de pavimentos de con- haber pasado por el fuego. En el Cerro de la Albina de chas, dos de Huelva y uno de Setefilla, deben alertar a La Puebla del Río (Sevilla), por ejemplo, se documen- los arqueólogos acerca de dos cuestiones. La primera tan en esta fase histórica caparazones de berberechos y se refiere a que el hallazgo de conchas marinas en los de navajas, entre otros moluscos marinos y terrestres, contextos protohistóricos hispanos no siempre tiene asociados a hogares que muestran restos óseos de di- que ser relacionada con la alimentación humana. Por versos animales consumidos (cf. Izquierdo 2010: 196; ello, resulta poco aclaratorio incluir, como a veces se Bernáldez y Bernáldez 2001). Tampoco se ha consta- hace, cualquier resto de molusco marino como prueba tado ninguna especie de este grupo en La Tiñosa (), de prácticas mariscadoras. En 1995 por ejemplo, A. sitio específicamente dedicado a la explotación de re- Morales y otros señalaron que el taxón Glycymeris, es- cursos marinos de las costas onubenses y que cuenta pecialmente abundante en Toscanos, está presente en con malacofauna atlántica (cf. Morales 1978: 289). una gran cantidad de asentamientos del suroeste ibérico del primer milenio a.C., pero que se trata de una espe- cie recogida en la costa post mortem, por lo que pudo 4. Las autoras del estudio faunístico no identifican en su trabajo la intervención arqueológica a la que se refieren sus datos. Se trata del contar con un empleo cultural no alimentario (Morales sondeo practicado en 1986 en el Cabezo del Castillo, en concreto en y otros 1995: 531-533). Esto habría tenido que bastar la calle Alcazaba (Caro y otros 1987).

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4. ALgUNAS CONCLUSIONES PARCIALES circular de Las Cabezas de San Juan la costumbre de SOBRE LA DOCUmENTACIÓN hISPANA dotar al umbral de una alfombra de conchas, por mi- núscula que ésta fuera, habría trascendido a las comu- Los datos reseñados hasta ahora, especialmente las nidades no fenicias de Tartessos. Ello si se asume la evidencias directas de suelos de moluscos marinos, in- condición de que, por su mayor complejidad social res- dican con claridad que dichos mosaicos se usaron en pecto del resto de la población, los grupos fenicios no asentamientos protohistóricos de la Península Ibérica habrían sido receptores de la costumbre de levantar ca- ubicados en la costa o en sitios no muy alejados de ella. sas redondas. Admitiendo, pues, la excepcionalidad de Esta distribución no aleatoria podría tener una causa este caso, todos los demás ejemplos conducen a am- meramente económica, dado que la lejanía del litoral bientes de raíz oriental. Esto explicaría que, finalizada haría más caro el transporte de las valvas e induciría por la colonización fenicia arcaica en la región, sobre todo tanto a su empleo casi exclusivo junto al mar. Habría, en los sectores más occidentales, y expulsada en parte pues, una razón directamente proporcional entre la se- esta gente de algunos sitios en los que se había esta- paración del litoral y la capacidad económica de las co- blecido, acabe repentinamente el uso de los pavimen- munidades locales para su construcción, de modo que el tos de conchas. Ninguno se ha constatado de hecho en coste de la obra aumentaría con la distancia a cubrir en la Turdetania posterior al siglo VI a.C. Sólo la zona le- el traslado de las carcasas. Aun así, esta variable debe vantina española habría conocido suelos de conchas del ser analizada en el contexto de la geografía de la época, Hierro Reciente por el mayor arraigo allí del mundo pú- que en el caso concreto de Andalucía occidental mos- nico. En esta zona oriental de España, el testimonio más traba un diseño costero distinto del actual acreditado por tardío está representado por una “decoración” de con- diversos estudios geológicos (Gavala 1959; Menanteau chas hallada en un recinto cultual de Illa d’en Reixac, 1982; Arteaga y otros 1995). Sin embargo, si se pudiera en Ullastret (Gerona), del siglo III a.C. El conjunto, de demostrar algún día que las pruebas indirectas recogi- 35 valvas de Cardium, estaba dispuesto en tres filas, y das más arriba, como la de Setefilla por ejemplo, eran apareció sobre un trozo de tabla de madera caído junto en realidad producto de pavimentos de conchas destrui- al vano de entrada a una estancia con acceso desde un dos –cosa que habría quedado fielmente reflejada en el patio interior del complejo (Martín y otros 1997: 52 y empleo de caparazones de animales muertos y en la ero- 61). Por eso podría corresponder a una serie de conchas sión causada en la cara externa de las carcasas por el adheridas de alguna forma a la propia hoja de la puerta. deambular de las personas sobre esos pisos–, esa pri- Especialmente significativo resulta el hecho, aca- mera distribución sería realmente engañosa. En conse- bado de sospechar en Ullastret, de que los pisos de mo- cuencia, habría que pensar en otra causa que explicara luscos estén asociados a las entradas de los edificios, su reparto por el territorio. Podría argüirse así, tal vez, condición que se cumple en todos aquellos casos en que que esa dispersión estaría íntimamente asociada al sig- las intervenciones arqueológicas disponen de suficiente nificado de tales suelos, cuestión que abordaremos más amplitud como para detectar estructuras completas y no tarde, y a su vinculación específica a alguna de las co- sólo trozos de muros. Así ocurre en el Carambolo, en munidades étnicas que habitaron en Tartessos. la cabaña de Las Cabezas de San Juan o en El Oral, por En auxilio de alguna de estas hipótesis puede usarse recordar ahora sólo tres ejemplos de los varios estudia- sin duda el criterio cronológico. Así, ha quedado pa- dos. Los porcentajes son altísimos para esta función. tente que en todo el ámbito meridional hispano los pa- Los sumarios que no quedan cobijados por este papel se vimentos de conchas marinas no existen en las fases deben en realidad a la carencia de datos que hablen de prehistóricas, y que, por no formar parte de la dieta, su ubicación en los complejos constructivos (fig. 16). las especies de moluscos usadas mayoritariamente para Es más, como estaríamos al parecer ante una protección esos suelos, casi siempre del género Glycymeris por mágica de los vanos según veremos más adelante, se la extraordinaria dureza de sus cubiertas protectoras, comprende que se usen barreras de conchas apotropai- tampoco se registran en niveles anteriores a la colo- cas para domeñar posibles males venidos de las aguas nización fenicia aun contando con amplios listados de que corren por las atarjeas, caso documentado en el ca- malacofauna. nalillo que sale de la vivienda de El Oral y que per- De este conjunto de razones puede concluirse ya fora la muralla del asentamiento. Esta misma función que estamos ante un fenómeno asociado a los colonos podemos suponer para la cisterna del Cerro del Villar, orientales que, a partir del siglo IX a.C., se establecie- aunque todo parece indicar que aquí se trató de ampa- ron en el mediodía ibérico. Sólo en el caso de la choza rar su contenido de influencias maléficas procedentes

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Figura 16. Situación proporcional de los pavimentos de conchas en sus correspondientes edificios. Sitios con ubicación conocida: Castro Marim, el Carambolo, Cerro Mariana (Las Cabezas de San Juan), Doña Blanca, Cerro del Villar, Los Castillejos de Alcorrín, Cerro de las Cabezas de Valdepeñas y El Oral. Enclaves con pavimentos de conchas que no cuentan con referencias claras de ubicación, al menos publicadas, en sus correspondientes estructuras arquitectónicas: Aljaraque, Huelva (C/ Botica 10-12), Málaga (C/ Císter) y Cerro de la Era. del exterior. Entraremos luego en más detalle sobre esta características orientales de su arquitectura y de su función mágico-religiosa. traza urbana. Ellos mismos recuerdan que los suelos de El hecho de haberse documentado en estructuras que conchas no son típicos de la arquitectura ibérica, se- parecen meras viviendas, como ocurre por ejemplo en el ñalando un caso más tardío extrahispano en el sur de caso localizado por Carriazo en el Carambolo Bajo o en Francia (Sala y Abad 2006: 29), en concreto en Lattes el de la casa de El Oral, no impide reconocer que los pa- (De Chazelles 1996: 303-304), donde los elementos fe- vimentos de conchas fueron profusamente empleados en nicios no se limitan a este hecho (Escacena 2006: 142). contextos cultuales, siempre precediendo a las entradas En consecuencia, si la cronología y los contextos de de los templos o a la de los recintos más sagrados dentro los suelos de conchas occidentales permiten asociar- de éstos. Así lo ha demostrado hasta la saciedad el santua- los a los colonos cananeos de la primera mitad del pri- rio del Carambolo Alto, pero también el de Castro Marim mer milenio a.C., o a sus herederos púnicos, cabría es- o el de la calle Císter de Málaga. ya hemos advertido an- perar su empleo en los territorios siropalestinos, patria tes que podrían ser también complejos sacros Aljaraque y de procedencia de esas comunidades semitas. Para que el Cerro de la Era. Además, precisamente para El Oral sus nuestra hipótesis saliera ilesa de esta comprobación, excavadores han puntualizado el carácter especialmente una condición absolutamente necesaria, además, sería cuidado y singular de la estancia que disponía del umbral que su fecha en la supuesta patria de origen fuera coetá- de conchas en la Unidad Constructiva 19 (Sala y Abad nea o anterior a la que muestran los casos coloniales. 2006: 29), con lo que podría tratarse de una especie de capilla doméstica al modo de la documentada en el Cerro del Villar que contenía lucernas y un huevo de avestruz. 5. SUELOS y PAREDES DE CONChAS AL Hoy sabemos que el Carambolo fue básicamente OTRO EXTREmO DEL mEDITERRáNEO un santuario fenicio que dominaba el paleoestuario del Guadalquivir. Ese mismo carácter semita se reco- Como en el caso hispano abordado antes, tampoco noce cada vez con mayor fuerza para el sitio de Castro este pequeño catálogo de sitios pretende ser exhaus- Marim, y desde luego para gran parte de los encla- tivo. Su objeto es recoger algunos testimonios que per- ves malagueños aquí estudiados que cuentan con pa- mitan indagar en el origen de los suelos de conchas y vimentos de conchas. Para el poblado de El Oral, ya en su cronología en Siria y Palestina como focos de su advertimos que sus excavadores reconocen las fuertes posterior difusión hacia Occidente.

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Tell Kazel, en la costa sur de Siria y muy cerca ya del Líbano, constituye sin duda uno de los casos me- jor conocidos hoy sobre el empleo de conchas mari- nas para fabricar pavimentos y forrar enlucidos parie- tales. Las excavaciones en el área II, al sureste del ya- cimiento, han descubierto una zona residencial fechada en el siglo XIII a.C. (Capet 2003: 63). En este sector se ha encontrado un vestíbulo que permite acceder desde una calle a una habitación. Dicho zaguán disponía sólo de tres paredes revocadas con arcilla amarillenta que, aplicada sobre una película rojiza, servía de soporte a enlucidos de caparazones de moluscos marinos. A su vez, esta antesala conducía a una especie de rampa en- losada con guijarros y limitada por paredes tapizadas asimismo con conchas conservadas en varias capas. En este contexto hay también una especie de ventana de 1,20 m de anchura cuyo alféizar, a una altura de 60 cm, se alfombró igualmente con conchas, en este caso recu- biertas por una película de color rojo muy deleznable. Toda esta zona se interpreta como un área de entrada al edificio (Capet 2003: 73-74). Un segundo caso en este sector de ese mismo yaci- miento corresponde a una habitación que contaba tam- bién con un piso de moluscos. Los caparazones se re- cogieron ya muertos en la playa porque mostraban una fuerte abrasión marina. Pero la gran cantidad de con- chas localizadas junto a los muros de esta estancia su- giere que estamos aquí ante estucos desprendidos, se- ñal de que las paredes estuvieron enlucidas también con Figura 17. Habitación de entrada a un edificio de Tell Kazel valvas. En este compartimento se halló un vaso de cerá- (Siria), con un posible mar de cerámica encastrado en el mica encastrado en el suelo de conchas (Capet 2003: 87- pavimento de conchas. Según Badre (2006). 90), elemento que recuerda muy de cerca el caso ya des- crito en el yacimiento onubense de Aljaraque (fig. 17). Aunque este templo monumental contiene ya elemen- Una tercera muestra en este sitio es otro cuarto, peor tos arqueológicos y epigráficos claramente fenicios, la conservado, también con suelo y al menos una pared iconografía de los figurillas de índole religiosa halladas forrados de conchas (Capet 2003: 91). en él recuerda divinidades locales sirias que se han rela- Tell Kazel se identifica con la antigua ciudad de cionado con Baal, con Baalat, con Milku y, acaso, tam- Simyra, en la llanura de Akkar, ocho kilómetros al bién con Anat (Badre y otros 2007: 58-59). norte del río Nahr-al-Kabir al-Ganubi, conocido en la Más desconocidos son los pavimentos de conchas Ajjul, al suroeste de Gaza, queۥ -Antigüedad como Eleutheros (Badre 2006: 65). Todos encontrados en Tell el los suelos de conchas localizados hasta ahora en dicha corresponden al Bronce Medio II y que son, por tanto, ciudad pertenecen al parecer a una sola construcción de fecha anterior a los suelos de Tell Kazel. Los pi- ۥ -de especial relevancia y lujo, el Edificio II, que se data sos de caparazones de moluscos marinos de Tell el en el Bronce Final II. Se trata tal vez de un templo que Ajjul se documentaron en un área cultual y se dispo- acaba arrasado, como el resto del asentamiento, hacia nían en torno a un sumidero (Poyato y Vázquez Hoys el 1300 a.C., en coincidencia con el final del Imperio 1989: 433). Aunque este desagüe se ha relacionado hi- Hitita y por efecto de ataques de los Pueblos del Mar potéticamente con abluciones rituales, podríamos es- sobre el país de Amurru (Badre 2006: 80 y 92). La sos- tar también ante un caso parecido al del poblado ali- pecha de estar ante un complejo sagrado se apoya en cantino de El Oral, donde ya vimos una conducción el hecho de que, después de su destrucción, se levanta de agua delimitada en sus dos flancos por sendas hile- allí un santuario a comienzos de la Edad del Hierro. ras de conchas.

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La relación específica con estructuras hidráuli- Reciente, han sido relacionados con costumbres más cas, que ya hemos constatado en la cisterna espa- arcaicas responsables de la abundante presencia de ñola del Cerro del Villar, se repite en megiddo (Loud conchas marinas en los santuarios minoicos (Poyato y 1948: fig. 50 y 52)5, donde una estancia localizada en Vázquez Hoys 1989: 513). el Estrato VIII del área del palacio, pavimentada con Del análisis de Tell Kazel podemos además dedu- conchas, disponía de un estanque (Poyato y Vázquez cir que, en determinadas ocasiones al menos, se forra- Hoys 1989: 513). Según la distribución de las distin- ron con valvas de moluscos también algunas paredes e tas unidades constructivas, todo parece indicar que se incluso poyetes de vanos, fueran umbrales de puertas o trata de un patio, con lo que las conchas se habrían co- alféizares de ventanas. Este último detalle resulta espe- locado en una zona no cerrada. Esta peculiaridad re- cialmente interesante para sustentar la hipótesis de que cuerda la disposición del nártex de conchas del san- las superficies tapizadas con caparazones de moluscos tuario del Carambolo. De hecho, aunque este porche pretendían en realidad cubrir con una protección má- del Carambolo era un sector al aire libre o, como mu- gica cualquier hueco del edificio, impidiendo así la en- cho, sólo cubierto por una ligera marquesina vege- trada de genios nocivos, demonios o cualquier tipo de tal, en realidad se ubicaba en el interior del gran pa- amenaza imprecisa o maleficio. Por esta misma razón, -Ajjul se rodeó de su adecuada moۥ -tio de entrada al área religiosa, no fuera por completo el husillo de Tell el de la misma. En cualquier caso, en el Estrato VII de queta de conchas, porque constituía, como el canalillo Megiddo se detectó otra pequeña estancia pavimen- de El Oral, un conducto por el que potencialmente po- tada con conchas marinas (Poyato y Vázquez Hoys día penetrar cualquier mal. 1989: 507). En los contextos del Mediterráneo oriental, este tipo de suelos parece estar vinculado a estructuras especial- mente suntuosas y destinadas al culto y/o a determina- 6. NUEVAS CONCLUSIONES PARCIALES das acciones rituales. En esos espacios sagrados, librar el ambiente de poderosas amenazas externas se conver- Las características señaladas para estos casos orien- tía en perentoria necesidad si se quería mantener el ca- tales permite concluir que en Siria y en Palestina los rácter santo de la estancia. Dicha vinculación a ámbi- pavimentos de conchas se conocían ya en el segundo tos cultuales, reconocido en la bibliografía donde se re- milenio a.C. si no antes, pues se constatan al menos fieren algunos de tales datos (Poyato y Vázquez Hoys desde el Bronce Medio (Poyato y Vázquez Hoys 1989: 1989: 453), resulta del mayor interés a la hora de in- 453). Como en la Península Ibérica, también aquí su terpretar complejos arquitectónicos relevantes o de no- uso estaba vinculado mayoritariamente a las zonas cos- table singularidad de las zonas coloniales fenicias de teras o a comarcas no demasiado alejadas del mar. Por Occidente, por ejemplo la estructura de Los Castillejos tanto, de nuevo podemos aplicar a esta región las re- de Alcorrín denominada “Edificio A” o las posibles ca- flexiones sobre su distribución que ya hemos llevado a pillas privadas del Cerro del Villar y El Oral. cabo para los ejemplos hispanos. De la misma forma, Las semejanzas detectadas entre las evidencias orien- podemos asociar su empleo en estos momentos bási- tales y las occidentales no se limitan, pues, a la elabo- camente a poblaciones cananeas precursoras de los fe- ración de suelos de conchas, cosa que podría constituir nicios del primer milenio a.C., cuestión que en ningún una simple analogía evolutiva carente de razón causal caso debería considerarse una característica exclusiva entre esos dos distantes lotes de manifestaciones. Por de esa gente sino más bien un rasgo conductual de los el contrario, el hecho de que tanto en el mundo semita semitas occidentales del Oriente Cercano. Tal condi- del Próximo Oriente como en las colonias fenicias del ción permitirá usar cierta información textual no estric- otro extremo del Mediterráneo esos pavimentos se co- tamente cananea para explicar el porqué de este com- loquen en los mismos sitios de las construcciones (va- portamiento, como luego haremos. En cualquier caso, nos, umbrales, porches de acceso, etc.), y que en nu- esta adscripción étnica debe entenderse sólo para el se- merosos casos dichos edificios sean de carácter reli- gundo milenio a.C. y, como mucho, para el primero, gioso, convierte tales usos en verdaderas homologías, porque los pavimentos de conchas de esta fase, e in- esto es, en parecidos cuya razón de ser se debe a que cluso el depósito de moluscos de la zona sagrada de son producto de una receta común. Alcanzada esta pri- Beycesultan (área R), fechado también en el Bronce mera conclusión mediante metodología evolucionista, la consecuencia más directa es admitir que, dado que 5. Citado en Badre (2006: 80). en las tierras siropalestinas existen desde mediados del

SPAL 18 (2009): 53-84 I.S.S.N.: 1133-4525 CONCHAS DE SALVACIóN 73 segundo milenio a.C. al menos, los suelos de Occidente escritos en grafía cuneiforme procedentes de la biblio- son hijos directos de los de Oriente6. teca de Asurbanipal en Nínive, luego completados por hallazgos posteriores llevados a cabo en Assur (Bottéro y Kramer 2004: 332). Es más, por la traducción directa 7. gUARDIANES DE LA PUERTA del acadio ninivita realizada por Jiménez Zamudio (2002: 103 y 192), se puede precisar que el vocablo Si no fuera suficiente con la vinculación de las este- “ia-arati” empleado para “conchas” se refiere en con- ras de conchas a las entradas de los edificios para sos- creto a caparazones de moluscos bivalvos. pechar su función mágica como protectores de los va- Un segundo apoyo a esta interpretación sobre el nos, la clave fundamental de nuestra explicación ven- papel de las conchas en los accesos a los edificios lo dría avalada de forma explícita por un fragmento del proporcionan algunas representaciones plásticas que, poema mesopotámico que relata el descenso de Isthar desde esta hipótesis, ahora podemos comprender me- a los infiernos: jor. Se trata de maquetas de torres, elaboradas en ce- rámica, que se datan en el segundo milenio a.C. y que A continuación Ereshkigal se dirigió a Nantar su pudieron funcionar en contextos sacros como quema- visir: perfumes. Uno de los ejemplares más elocuentes pro- —Haz abrir, Nantar, la puerta del Egalgina, el cede de Tell Fray, en Siria, datado hacia 1300 a.C. Palacio de Justicia. Esparce en el umbral conchas y conservado hoy en el Museo Nacional de Alepo apotropaicas y convoca a los Anunnaki para hacerlos sentar en sus tronos de oro. Después rocía a Isthar con (Fortin 1999: fig. 290). Se trata de una terracota cilín- el Agua de la Vida y aléjala de mi presencia. drica hueca cuyo tramo inferior adquiere forma acam- Nantar se marchó para que abrieran la puerta del panada para dotarla de mejor base de sustentación. Egalgina, luego esparció conchas apotropaicas y des- Esta parte soporta una terraza superior de planta cua- pués de haber convocado a los Anunnaki los hizo sen- drada rematada por sendas prominencias de tenden- tar en sus tronos de oro. Rociada Isthar con el Agua cia troncocónica en las cuatro esquinas. Dichos real- de la Vida, fue alejada de la presencia de Ereshkigal. ces aluden al cuerpo de merlones, pero simbólica- mente también a los cuernos peraltados que mostraban La versión castellana de este texto corresponde a en los ángulos algunos altares orientales y que pue- la publicada por F. Lara Peinado (2002: 310), y refleja den tener su correlato literario en ciertos párrafos de la con extremada claridad cuál era el papel de las con- Biblia hebrea7. El diseño de estos thymiateria remata- chas en los cuerpos de creencias mágicas y/o religio- dos como fortines se perpetuó luego en el mundo pú- sas de las poblaciones orientales que ahora nos intere- nico al menos hasta época helenística. Los vemos por san. Este mismo carácter protector de los caparazones ejemplo en piezas de Ibiza que incluyen representacio- de almejas se recoge en traducciones de otros autores, nes de Tinnit leontocéfala (Fernández y otros 2007), por lo que parece existir escasa polémica sobre el tér- pero también en los llamados “pebeteros con corona mino “apotropaicas” aplicado a las conchas (cf. Bottéro mural” procedentes de sitios púnicos o que habían sido y Kramer 2004: 337). El fragmento literario referido es viejas colonias fenicias (Marín 2007). La función ri- una adaptación acadia del mito de Isthar dado a cono- tual de estas piezas sirias arcaicas como pequeños alta- cer ya en 1865 por F. Talbot a partir de unos testimonios res domésticos para incinerar plantas o resinas aromá- ticas se tiene, de hecho, por una de las más probables a pesar de conocerse a veces como representaciones 6. La Arqueología Evolutiva toma prestado del análisis bioló- de templos-torres (Fortin 1999: 282). Pero el detalle gico darwinista el método para distinguir los tipos de semejanzas y las consecuencias de su aplicación. Corresponden a analogías los pa- principal para la hipótesis aquí sostenida procede de recidos derivados de la convergencia independiente hacia un mismo las conchas de moluscos representadas sobre el cuerpo aspecto. Por el contrario, las homologías explican las semejanzas por cilíndrico de la torre y sobre su remate cuadrangular. transferencia de rasgos entre las partes. Aquí los parecidos se pue- Estos detalles se elaboraron con pequeñas pellas de ar- den deber tanto a préstamos interindividuales o intragrupales como a la participación en una herencia común. Que los delfines y los leo- cilla soldadas a la pieza y representan con todo detalle nes tengan mamas es una homología derivada de ancestros compar- tidos que ya contaban con ellas. En cambio, al color blanco de las perdices nivales y al de los osos polares se ha llegado de forma in- 7. “Degüella el novillo ante yavé, a la entrada del tabernáculo dependiente por adaptación paralela al medio. Este segundo caso se- de la reunión; toma la sangre del novillo, y con tu dedo unta de ella ría una semejanza analógica que no llevaría implícita la necesidad de los cuernos del altar, y la derramas al pie del altar” (Éxodo 29, 11-12). ningún parentesco. Traducción de E. Nácar y A. Colunga (1991: 99).

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Figura 18. Torre-quemaperfumes de Tell Fray (Siria), según Figura 19. Torre-quemaperfumes de procedencia siria, según Müller-Pierre (1997). Museo de Alepo. Müller-Pierre (1992). Museo del Louvre. la forma de la concha y sus estrías radiales. Rodean en Un tercer caso muestra el alero de la plataforma su- la parte inferior los vanos, en este caso ventanas gemi- perior, también ahora de planta cuadrada, sostenido por nadas, y en la superior el acceso al pretil de la terraza. cuatro ménsulas que pueden representar las cabezas de Es decir, las conchas enmarcan y bloquean cualquier sendas vigas de madera (Bretschneider 1997: fig. 3). hueco o sector por el que se pueda acceder al edificio En esta torre de Tell Munbaqa (Siria) son precisamente representado (fig. 18). esos posibles extremos de las traviesas que sobresalen De similares características, aunque de mayor ta- de la construcción los que adquieren forma de concha, maño y quizás algo más antigua –de hacia 1600-1300 mientras que figuras de leones se colocan como marcos a.C.– es otra pieza siria que se diferencia de la ante- protectores de las ventanas (fig. 20). rior principalmente en su parte baja, que aquí es tron- Tan elocuentes imágenes refuerzan la idea de que las cocónica y no cilíndrica. Conservada en el Museo del conchas de moluscos marinos tuvieron en ese mundo Louvre, todos los demás detalles se corresponden con oriental un valor mágico que las convertía en disposi- los ya descritos en la torre-pebetero anterior, inclu- tivos apotropaicos destinados a defender los vanos de yendo tales semejanzas los cuernos que coronan las los edificios para impedir la entrada de males externos, cuatro esquinas de la azotea y el hecho de disponer de fueran éstos amenazas genéricas o peligros más explí- ventanas con parteluz. y de nuevo resultan notorias citos. En el caso de las ventanas, ya hemos visto que la las representaciones de conchas de moluscos (fig. 19). costumbre cuenta con un ejemplo directo en el alféizar éstas aparecen ahora, si cabe, en mayor profusión, so- o poyo alfombrado de conchas encontrado en el yaci- bre todo en la base del voladizo que sostiene la terraza, miento sirio de Tell Kazel. Pero en la zona siropalestina que se dota en este caso de dos filas paralelas horizon- no se han conservado fortalezas de aquella época en tales (Müller-Pierre 1992; 1997: nº 24). toda su altura, con lo que carecemos de una prueba de

SPAL 18 (2009): 53-84 I.S.S.N.: 1133-4525 CONCHAS DE SALVACIóN 75 su uso real en las murallas. Aun así, debemos recordar ahora el pequeño tramo de conchas en mosaico rela- cionado con un sector de la fortificación hispana de los Castillejos de Alcorrín. Consecuencia de lo cual es que los arqueólogos de campo habrán de poner en adelante más precaución cuando encuentren conchas de molus- cos que aparentemente no formen parte de la dieta y que, sin estar necesariamente integradas en pavimen- tos, puedan delatar la presencia de pequeños vanos, claraboyas, accesos a edificios, gateras, conducciones de agua e incluso puertas en las murallas de las ciuda- des. Se hace, pues, necesaria una mayor meticulosidad y pulcritud en cómo se registra la información arqueo- lógica y en cómo se plasma ésta en la planimetría; por- que sólo cuatro o cinco valvas sospechosas, desprendi- das de su sitio original, pueden estar delatando la pre- sencia de un hueco en la construcción que no se haya conservado o de apliques murales apotropaicos como los de la casa IVH de El Oral. De las conchas representadas en las torres sirias en cerámica, y del ejemplo real hispano de Alcorrín, po- dría sospecharse, además, que ese pensamiento má- gico que hacía a las carcasas de moluscos portadoras de dotes defensivas no se concretó sólo contra ame- nazas imaginadas de tipo inmaterial –malos espíritus, diablillos, maldiciones o enfermedades–, sino que se aplicó a peligros bélicos auténticos. Las conchas ma- Figura 20. Torre-quemaperfumes de Tell Munbaqa (Siria), rinas habrían cumplido en ese mundo un papel simi- según Bretschneider (1997). Se han aprovechado aquí las lar, por tanto, al de leones, toros alados, querubines, es- cabezas de las vigas que sobresalen de la construcción y que finges, grifos y demás bestias fantásticas o reales que soportan la azotea para representar las conchas. guardaban las puertas de las ciudades, de los templos, de las viviendas y de los mundos del más allá en múlti- consecuencia fue que el enemigo atacó por aquel pre- ples culturas antiguas de casi todo el Oriente Próximo y ciso flanco y logró llevar a cabo el asalto. Este rito má- de gran parte del Mediterráneo. Según se desprende de gico real podía ser sustituido por tanto por una mera re- un párrafo de Heródoto, esta creencia pudo contar aún presentación plástica del mismo, cosa que se observa con ejemplos más extremos en los que se usaron, como bien en el león que protege la ventana de la torre-al- en el caso de las conchas, animales genuinos que pro- tar de cerámica de Tell Munbaqa (fig. 20). Así que la porcionaban protección. El hecho narrado por el histo- sustitución del felino por las conchas en otros secto- riador griego no revelaría tanto una protección mate- res del edificio representado indicaría que estamos ante rial, al modo como los perros cuidan las propiedades de una misma creencia mágica que opta en cada caso por sus dueños, sino una acción atribuible más a un efecto animales apotropaicos distintos. indirecto, derivado del pensamiento mágico-simpático. La semejanza de la acción ejecutada con la realidad Según estas conductas mentales, la dramatización real que se desea, o la búsqueda de que esta última adquiera de una acción prolonga sus efectos más allá del tiempo las propiedades del objeto salvador, constituyen carac- en que ésta se lleva a cabo. Tal creencia fue, por lo de- terísticas bien conocidas de las mentalidades orienta- más, especialmente abundante en el hombre arcaico les antiguas. En el mundo hitita por ejemplo, el recurso desde tiempos prehistóricos. Dice al respecto Heródoto a la magia para domeñar voluntades o para conseguir (Hist. I, 84, 1-5) que Meles, rey de Sardes, paseó un determinadas aspiraciones se concibió a través de tres león por las murallas de su ciudad para reforzar su de- manifestaciones concretas: la similitud, la contigüidad fensa, pero no lo hizo por un sector en el que faltaba y la sustitución. Mediante la primera, algo llega a po- la cerca por ser una zona especialmente escarpada. La der reemplazar a la realidad en tanto que ésta se parece

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 53-84 76 JOSé LUIS ESCACENA CARRASCO y MARÍA ISABEL VÁZqUEZ BOZA a ese objeto o a ese acto. Por la segunda, cualquier cosa en ambas ocasiones, y ya que en este caso se emplea- que ha permanecido en contacto con otra adquiere sus ban tan pocas valvas, el efecto apotropaico intentara re- caracteres. En función de la tercera, un elemento o ac- forzarse mediante la multiplicación por siete de los ca- ción puede sustituir a la realidad si consigue de forma parazones empleados. Recuérdese que la única línea de simbólica los rasgos de ésta (Álvarez-Pedrosa 2004: conchas de la cabaña redonda de Las Cabezas de San 91-92). Según estas formas en que opera allí la creen- Juan disponía de siete ejemplares, y que el pequeño cia mágica, las conchas de moluscos podrían haber ad- umbral que Carriazo encontró en el “Poblado Bajo” quirido su valor defensivo por alguna o varias de las del Carambolo contaba precisamente sólo con siete fi- tres razones. En cualquier caso entraremos en ellas más las de conchas. Es de sobras conocido que el número tarde, porque conviene señalar antes que muchas de las siete simbolizó en el Próximo Oriente y en el Egipto acciones mágicas se llevaban a cabo en las puertas de antiguos la expresión numérica de la plenitud y de la los edificios, lo que refuerza nuestra idea de que los perfección, por lo que no creemos necesario profun- umbrales de conchas no eran un mero adorno. dizar nuestra explicación por esta ruta. Pero sí quere- Se sabe, por ejemplo, que los médicos hititas rea- mos recordar que el siete tuvo también expresiones ri- lizaban encantamientos a la entrada de las casas para tuales de singular importancia en el mundo fenicio de proteger todo su interior de la invasión de enfermeda- Occidente. Por lo que atañe a la Península Ibérica, cabe des, y que para ello se conjuraban en ocasiones las pro- señalar al respecto que son siete los orificios que mues- pias hojas de las puertas (Álvarez-Pedrosa 2004: 97- tra en su base el “Bronce Carriazo”, siete los sellos que 98 y 107)8. Como tales vanos simbolizan de alguna cuelgan del collar sacerdotal del tesoro del Carambolo forma la transición entre estados distintos, la cura- (Amores y Escacena 2003) y siete los botones de oro ción de los enfermos podía ser representada como ac- que formaban parte de la prenda que se ocultó en la ción mágico-simpática haciendo que éstos atravesa- acrópolis del asentamiento portugués de Castro dos ran huecos, especialmente puertas y arcos (González Ratinhos (-Rangel y Silva 2007: 172-173), tal Salazar 2004: 153). En el caso de los accesos a las ciu- vez un atuendo litúrgico. A pesar de que existen más dades, que suponían en realidad una perforación de la ejemplos hispanos, estos tres bastan para señalar el uso muralla y por tanto la parte más débil de la fortifica- ritual y simbólico del siete en Tartessos, adonde llegó ción, en el mudo griego se tuvo muy en cuenta su sa- de manos de la colonización cananea de comienzos del cralización y su correspondiente consagración a algu- primer milenio a.C. No hemos podido recabar ninguna nos dioses protectores (Garlan 1974: 87). En este sen- prueba de que tal creencia mágica y/o religiosa en torno tido, el umbral de la vivienda, del templo o de cualquier al siete existiera en la Península Ibérica en momentos construcción se convierte en la línea divisoria funda- prehistóricos anteriores a la diáspora fenicia. mental entre el interior y el exterior, y por tanto en la El empleo de conchas de moluscos con carácter apo- zona donde pueden concentrarse los mayores esfuer- tropaico y ritual, especialmente vinculado con acciones zos mágicos destinados a proteger la entrada y todo el que en la actualidad consideraríamos de tipo mágico recinto al que se accede desde ella. En la Biblia he- más que de carácter religioso –dicotomía no necesaria- brea a esta frontera se la dota de características espe- mente trasladable al mundo antiguo como ya adelanta- ciales, hasta el punto de que se considera a veces pe- mos– se ha señalado en diversas ocasiones. En el libro cado pisarla, una acción que en Siria acarreaba mala de los muertos egipcio, una determinada valva recibía suerte (Frazer 1993: 421). Tamaña importancia dispen- el nombre de “Mano de Isis”. Su función se vinculaba a sada a la puerta explica que, cuando los recubrimientos la necesidad que tenía el difundo de que la diosa le ayu- de conchas se plasman en su mínima expresión, casos dara a escapar, mediante una determinada fórmula má- que hemos visto en el Carambolo Bajo o en la choza gica, de la red en que podían caer las almas despista- circular de Las Cabezas de San Juan, el pavimento de das en su tránsito al más allá (Lara Peinado 2005: 298). moluscos se ciña estrictamente a lo que constituía el Son numerosas además, dentro del mundo griego, las verdadero umbral, sin que se extienda al porche exte- referencias a la utilización de conchas en encantamien- rior ni al recibidor interno. Tal vez no sea gratuito que tos, conjuros, imprecaciones de buena o mala suerte y demás prácticas de tipo mágico, sobre todo cuando se pretende conseguir anhelos amorosos, protección con- 8. Este autor cita un texto donde puede leerse: “Recogen los ins- tra enfermedades o defensa ante el ataque de malos es- trumentos rituales y cierra la puerta. La unge con aceite refinado y dice: “que (la puerta) aparte el mal y guarde el bien”” (KUB 9, 31 píritus y démones, o incluso cuando se busca conciliar Ro II 35-38). el sueño (Calvo y Sánchez Romero 1987: 87 ss.).

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Si las conchas disponían de esta propiedad protec- vaso à chardon, una agrupación entre tipo de vasija tora en las mentes del mundo semita oriental y en la de y género del difunto común en las estructuras tumu- los colonos que se dispersaron por el Mediterráneo, se- lares de Setefilla (Aubet 1995: 402). Esta vinculación ría esperable su hallazgo en las tumbas. que los difuntos de las conchas de moluscos a enterramientos femeni- fueran a su correspondiente sepultura acompañados de nos se aprecia también en tumbas del Hierro Antiguo conchas de moluscos les proporcionaría un tránsito se- de Medellín (Almagro-Gorbea 2008: 399) y, en número guro al más allá, si es que no suponían una ayuda en su bastante alto, en la necrópolis murciana del Cigarralejo, propia salvación. La investigación de este campo fune- en Mula (Jiménez Higueras 2005: 17). En el mismo rario es en realidad una meta distinta de la que nos he- ajuar de Setefilla se documentó una pieza de bronce, mos propuesto en el presente trabajo; de ahí que sólo nos también con forma de valva, que se ha interpretado en preocupe ahora certificar si esta circunstancia se ha cons- principio como lucerna (Aubet 1980-81: fig. 5, nº 7), lo tatado en los enterramientos coetáneos a los pavimentos que uniría los caparazones de los moluscos con la luz de conchas hispanos. La documentación al respecto es que el difunto necesita en el más allá. Aunque lucernas abrumadora, por lo que citaremos sólo algunos ejemplos de bronce parecidas a grandes conchas se conocen tam- que hemos podido recabar conforme inspeccionábamos bién en el mundo oriental, donde su cronología es más aleatoriamente algunas necrópolis de las áreas geográfi- vieja que en la Península Ibérica (Artzy 2006: 59 y fig. cas donde están documentados los suelos de moluscos. 2.5, nº 7, lám. 6), éstas recuerdan más de cerca a las En El Molar (San Fulgencio, Alicante), un ustrinum lámparas de cerámica de un solo mechero. contenía conchas marinas, pero otras veces éstas se co- locaron como capas que cubrían al cadáver, en ocasio- nes en doble piso sobre el difunto o protegiendo las ar- 8. ¿POR qUé CONChAS DE mOLUSCOS mas de éste por arriba y por abajo (Oliver 1996: 288). BIVALVOS? CUATRO IDEAS fINALES Aunque esta costumbre puede derivar del mundo fe- nicio, se mantiene en momentos tardíos en ambien- Cuantos autores han percibido que las conchas de tes púnicos e ibéricos, hasta el punto de aparecer en los moluscos podrían haber tenido un sentido apotro- alguna tumba del alto Guadalquivir fechada en época paico soslayan indagar en las razones de esta elección. romana republicana (Jiménez Higueras 2005: 16) o en Seguramente porque no es fácil hacer una distinción Villaricos (Almagro Gorbea 1984: 81)9. clara aquí entre la mera especulación y la explicación, En la necrópolis de Cádiz se han estudiado reciente- este terreno se encuentra aún escasamente trillado, por mente las ofrendas funerarias de productos marinos, en no decir olvidado por completo. También en Oriente concreto las relativas a peces y moluscos. Cabe seña- las carcasas de los moluscos se han tenido por amu- lar para dicho cementerio que Glycymeris, que es prác- letos que propiciarían la salvación personal y/o colec- ticamente el único género usado en Andalucía occiden- tiva ante peligros más o menos definidos (Biggs 1963: tal para los pavimentos si exceptuamos el caso con os- 126), al modo profiláctico como actuaban los escara- tras de Botica 10-12 en Huelva, no se cuenta nunca en- beos en Egipto y, por extensión, en el mundo fenicio y tre las ofrendas de alimentos –ya hemos visto que no púnico (Jiménez Flores 2007: 182). Es más, el hallazgo se comía y por eso no está en La Tiñosa–. Sin embargo en Jericó de una concha de Cardium incrustada en un una tumba tardorrepublicana incluye, entre otros ani- ladrillo de un muro levantó la sospecha, hace ya medio males tallados en cristal de roca, un molusco bivalvo siglo, de que esta acción del constructor estuviera des- (Niveau de Villedary 2006: 604). tinada a proteger el edificio del asalto de genios malé- En Setefilla, la sepultura 65 del túmulo A, del si- ficos, en tanto que el caparazón radiado de dicho mo- glo VII a.C., contenía una cáscara de Glycymeris, per- lusco podría aludir al Sol (Biggs 1963: 126). A pesar de forada por la charnela, que sirvió sin duda como amu- ser una propuesta de interés, en aquel trabajo la hipóte- leto personal de la persona allí enterrada (Aubet 1980- sis carecía de una argumentación sólida que la respal- 81: fig. 5, nº 4). Se trata en este caso de la tumba de dara. Aún así, y a pesar de que no hemos podido reca- una mujer porque la incineración está asociada a un bar para nuestro trabajo muchos análisis que arrojen luz en estas últimas reflexiones, podríamos proponer unas cuantas líneas de trabajo que pueden servir como hipó- 9. Las obras citadas en este párrafo, especialmente la de Oliver tesis en las que indagar en el futuro. Entraremos final- y la de Jiménez Higueras, contienen una relación más exhaustiva que la nuestra de tumbas prerromanas con conchas marinas, con indica- mente en ellas de forma crítica, ya que unas vías pare- ción además de la bibliografía de referencia. cen prometer metas más suculentas que otras.

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Lo primero que destaca de este uso mágico-reli- por los diversos movimientos del mar, supondrían, al gioso de las conchas marinas es su relativa versatilidad menos de forma simbólica, líneas que el agua no podía contextual. Aunque aquí nos hemos limitado mayorita- rebasar ni con las olas ni con las mareas. Con ello, las riamente al análisis de su presencia en edificios, hemos concentraciones de conchas en la playa –cosa que re- podido señalar sucintamente también su reiteración en cordarían los pavimentos desde esta explicación con- las sepulturas. Si en el primer caso su reparto hispano creta– serían vistas como una línea de salvación de los parece estar limitado a los sitios por donde anduvieron náufragos y como una barrera efectiva ante las ame- los fenicios y sus herederos púnicos, en el ambiente fu- nazas del mar por la gente de tierra firme, fuesen éstas nerario su área de dispersión se agranda enormemente. reales o imaginadas. Esta segunda idea tampoco cuenta Véase, si no, su presencia en la necrópolis de Milmada con referencia literaria evidente, pero tiene tal vez a su (Tarragona) y todos los casos catalanes y franceses re- favor el hecho de que un cometido similar se les adju- cogidos por el excavador de este cementerio protohistó- dicó en el mundo antiguo por los navegantes, e incluso rico: La Pedrera, La Oriola, Vilanera, Parrallí, Muralla por gente de tierra adentro, a numerosos objetos apotro- NE de Ampurias, Moulin, Gran Bassin I, La Peyrou y paicos: nudos, anclas, redes, etc. Bonne-Terre (Graells 2008: 79-80). Además, cuando se La tercera propuesta, sin duda también problemá- emplearon para dotar de protección a los edificios, he- tica, es, si cabe, más alambicada, aunque los caminos mos podido constatar que se aplicaron profusamente a tortuosos nada frenan al pensamiento mágico y/o reli- templos urbanos y a santuarios extraurbanos, pero tam- gioso y a su simbología. En este caso estaríamos clara- bién a otras construcciones que parecen simples vivien- mente ante una situación operada según el principio de das, a cisternas, a conducciones de agua y a las mu- sustitución, mediante el cual una cosa reemplaza a la rallas de las ciudades incluso. De ahí que la primera realidad si dispone de un diseño parecido al de ésta. Se conclusión tenga que ser, necesariamente, que se creían trataría de que las conchas recordaran, a quienes la em- protectoras de enemigos “imaginados” y de amenazas pleaban como elemento apotropaico, los genitales fe- reales, tan reales como podía serlo un ejército atacante. meninos externos. que sepamos, esta metáfora no dis- Hecha esta primera reflexión, podríamos sospechar pone hasta ahora de textos semitas antiguos que la cer- que se eligieron las conchas de moluscos por su dureza, tifiquen10. No obstante, resulta del mayor interés cientí- rasgo que precisamente es el factor seleccionado por la fico porque proporciona una explicación bastante parsi- evolución biológica para resguardar al delicado anima- moniosa que, como tal, puede aplicarse a otras situacio- lillo que llevan dentro. Según los principios de simili- nes históricas parecidas. Además, dejaría aclarado por tud y de sustitución ya referidos para algunas creencias qué se eligieran sólo los moluscos bivalvos y no los de mágicas antiguas, la resistencia ante ataques externos forma de caracol por ejemplo. que estos caparazones proporcionan a los moluscos que Por la similitud que presentan entre sí, las almejas disponen de ellos podría transferirse al humano que los y las vulvas humanas han sido relacionadas en múlti- portara o al edificio que se parapetara con ellos. Este ar- ples contextos culturales de la antigüedad. De hecho, el gumento nos parece lógico. Tiene a su favor, a nues- argumento de que la presencia de conchas en las tum- tro entender, la inexistencia de objeciones en contra. bas tiene que ver con la sexualidad femenina cuenta con Salvando las distancias evolutivas y el salto de lo real apoyo explícito en diversos trabajos (p. e. Oliver 1996: a lo simbólico que se opera en el caso humano, se diría 301). Desde la mitología antigua mediterránea hasta el que es la misma razón que ha encontrado el cangrejo er- Nacimiento de Venus de Botticelli, los textos y la ico- mitaño para ocultarse en la concha vacía de una cara- nografía han señalado esta relación entre el erotismo, cola marina. Aun así, debemos reconocer que no hemos las conchas marinas y la diosa del amor. Entre los anti- localizado textos explícitos que avalen tal conjetura, y guos babilonios, la concha fue símbolo de la mujer em- que el principal problema para esta hipótesis es determi- barazada (Stol y Wiggermann 2000: 51-52). A la propia nar por qué sólo se acudió a las conchas de los molus- Astarté se la representó con frecuencia toda ella como cos bivalvos y no a otros tipos de carcasas protectoras. una gran concha marina, en concreto sobre la espectacu- Es tentador también sospechar que la creencia co- lar tridacna del mar Rojo (Stucky 1974; 2007). También menzara en sitios costeros. De hecho, su reparto en Oriente y Occidente revela que el empleo para pavi- mentos tienen una distribución porcentualmente muy 10. A pesar de haber resultado infructuosas, agradecemos a J.A. Zamora, del Instituto de Estudios Islámicos y del Oriente Próximo ceñida a ambientes litorales. En tal caso, las valvas acu- (Zaragoza), las pesquisas lingüísticas llevadas a cabo a requeri- muladas en los concheros de playa, amontonadas allí miento nuestro.

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Figura 21. Porche meridional de acceso al templo C de (izquierda). Mosaico de teselas blancas de piedra de (derecha). En ambos casos, el signo de Tanit refuerza el carácter apotropaico del pavimento. es cierto que en muchos templos medievales fueron las atracción que dichos elementos ejercerían sobre los dé- puertas el lugar predilecto para colocar imágenes carga- mones; tanta, que los hacían olvidar sus malas inten- das de fuerte sensualidad, entre ellas grandes vulvas y ciones para con los humanos mientras se recreaban en nalgas femeninas (Weir y Jerman 1986). La intención su contemplación. Una misma explicación sería sufi- de tales esculturas era distraer al Maligno para que éste ciente, pues, para dar cuenta de una creencia simbó- no entrara en el templo, con lo que se preservaba su in- lica de tan larga trayectoria histórica, que se prolongó terior como lugar santo y, por tanto, como morada digna como tales pavimentos de conchas al menos hasta el si- de la divinidad. Se creía que el lascivo Satanás debe- glo II a.C. en la antigua ciudad francesa de Lattara (hoy ría ser muy débil a la hora de resistir la tentación de mi- Lattes) y que fue el origen, sin duda, de los pavimenta rar los genitales femeninos y demás miembros cargados punica tipo Selinunte o Kerkouane (fig. 21). En ellos, de atracción carnal, en tanto que se le consideraba es- la monumentalización de la arquitectura púnica por in- pecialmente perverso en sus apetencias sexuales y más fluencia griega llegó a sustituir las conchas por teselas inclinado aún a la lujuria; también porque envidiaba el de piedra regularmente distribuidas, pero no los desu- trasero humano, que le faltaba como a cualquier bestia bicó de las entradas de los templos, donde seguían ejer- (Morris 2004: 60-70). Además, si estas representacio- ciendo por tanto su papel apotropaico por la fuerza de nes eróticas lograban distraerlo, el mal de ojo producido la tradición. Esta misma función se ha sospechado para sólo por su mirada quedaba automáticamente conjurado. los mosaicos de conchas que, a modo de alfombras co- Si en los ambientes semitas antiguos los moluscos locadas en las puertas de entrada, caracterizan a algu- bivalvos pudieron tenerse por metáforas de la vulva, nas casas de Lattara, donde también se experimentó el tal vez la explicación más probable sería esta tercera. cambio de las conchas de los moluscos por piedrecillas y si no disponemos de textos de la época, vinculados de colores (De Chazelles 1996: 295-296) (fig. 22). No al mundo cananeo o al fenicio posterior, que certifiquen obstante, en algunos de estos sitios el carácter propicia- esa equivalencia entre los genitales femeninos y las torio de la seguridad se ha vinculado más a las figuras conchas, contamos en cambio con la tradición medie- de animales elaboradas con los moluscos -que repre- val como apoyo verosímil. Para colmo, esta costumbre sentan caballos, pájaros o peces- que a los propios ca- hizo que durante la Edad Media se plasmaran esos sím- parazones de éstos (Belarte y Py 2004: 392). bolos eróticos también sobre las entradas de algunas De confirmarse en el futuro la hipótesis que en este fortalezas (Morris 2004: 262). Es más, esta hipótesis artículo hemos presentado, mucho antes de que este sería la misma que daría cobijo al uso de amuletos fá- pensamiento mágico se manifestara en las creencias ro- licos en el mundo romano, donde su valor apotropaico manas y en las de la gente del Medievo, entre los semi- es de sobras conocido. Aquí se ha propuesto también tas antiguos el mismo proceso mental habría conver- la misma razón, la apetencia de los espíritus maléficos tido a las valvas de los moluscos marinos en conchas por los símbolos de fuerte carga erótica y la irresistible de salvación.

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Figura 22. Piedrecillas de colores incrustadas en un pavimento de la antigua Lattara, según De Chazelles (1996).

Agradecimientos Congreso Español del Antiguo Oriente Próximo): 89-112. Un número considerable de colegas y amigos han con- ARANCIBIA, A. y ESCALANTE, M.M. (2006): “La tribuido a que este artículo pueda salir adelante, unas ve- Málaga fenicio-púnica a la luz de los últimos ha- ces indicándonos sugerencias y en otras ocasiones apor- llazgos”, Mainake XXVIII: 333-360. tándonos conocimientos sobre el fondo de la cuestión o ARRIBAS, A. y ARTEAGA, O. (1975): El yacimiento sobre bibliografía relativa al tema. Debemos expresar fenicio de la desembocadura del río Guadalhorce nuestro especial agradecimiento a los siguientes: María (Málaga) (Cuadernos de Prehistoria de la Belén, Feliciana Sala, José Á. Zamora, José Suárez, Ana Universidad de Granada, Serie Monográfica nº 2). Arancibia, Mª Cruz Marín, Eduardo Ferrer, Mª Luisa de Universidad de Granada, Granada. la Bandera, Lorenzo Abad, Rocío Izquierdo, Eduardo ARRUDA, A.M. (2007): “A Idade do Ferro do sul García Alfonso, José Beltrán, Ana Delgado, Francisco de Portugal. Estado da investigaçâo”, Madrider Gómez, José F. García Fernández y Carmen García Sanz. Mitteilungen 48: 114-139. ARRUDA, A.M. y DE FREITAS, V.T. (2008): “O cas- telo de Castro Marim durante os séculos VI e V BIBLIOgRAfÍA a.n.e.”, en J. Jiménez Ávila (ed.), Sidereum Ana I. El río Guadiana en época post-orientalizante (Anexos ABAD, L. y SALA, F. (1993): El poblado ibérico de El de Archivo Español de Arqueología XLVI): 429- Oral (San Fulgencio, Alicante) (Trabajos Varios del 446. CSIC, Mérida. S.I.P. 90). Diputación de Valencia, Valencia. ARTEAGA, O.; SCHULZ, H.D. y ROOS, A.M. — (2007): “En torno al urbanismo ibérico en la (1995): “El problema del ‘Lacus Ligustinus’. Contestania”, Lvcentvm XXVI: 59-82. Investigaciones geoarqueológicas en torno a las ALMAGRO-GORBEA, M. (2008): “Cuentas de co- Marismas del Bajo Guadalquivir”, Tartessos 25 llar y botones”, en M. Almagro-Gorbea (dir.), La años después, 1968-1993, Jerez de la Frontera: 99- necrópolis de Medellín II. Estudio de los hallazgos 135. Ayuntamiento de Jerez de la Frontera, Jerez de (Bibliotheca Archaeologica Hispana 26-2): 395- la Frontera. 399. Real Academia de la Historia, Madrid. ARTZy, M. (2006): The jatt metal hoard in nor- ÁLVAREZ-PEDROSA, J.A. (2004): “Mundo simbó- thern Canaanite/Phoenizian and Cypriote con- lico y sugestión ritual: magia y curación en los tex- text (Cuadernos de Arqueología Mediterránea 14), tos hititas”, Huelva Arqueológica 19 (Actas del III Universidad Pompeu Fabra, Barcelona.

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Fecha de entrada: 14-07-2010 Fecha de aceptación: 3-12-2010

SPAL 18 (2009): 53-84 I.S.S.N.: 1133-4525 UNA SEPULTURA DE INCINERACIÓN DEL TúmULO E DE SETEfILLA*

MARÍA EUGENIA AUBET**

Resumen: El hallazgo de nuevos materiales y sepulturas en Abstract: The finding of new grave goods and burials in the el área de la necrópolis de Setefilla muestra que la estructura cemetery area of Setefilla shows that the complex and hier- compleja y jerárquica de los túmulos A y B excavados en los archical structure of tumuli A and B excavated in the sev- años 70 constituyó un rasgo característico de este importante enties was a characteristic feature of this important funerary conjunto funerario. La identificación de útiles y armas de la group. The identification of Bronze Age tools and arms sug- Edad del Bronce sugiere, además, un uso continuo de la zona gest, also, a continuity in the use of the tumuli area from the de los túmulos desde mediados /finales del 2º milenio a.C. middle/second half of the second millennium B.C. Palabras claves: prácticas funerarias, incineraciones, meta- Key words: mortuary practices, cremations, tartessian met- lurgia tartésica. allurgy.

Durante el mes de septiembre de 1981 y como con- El hallazgo corresponde a la zona del denominado secuencia de trabajos de ampliación y consolidación Túmulo E de la nomenclatura utilizada por los prime- de la carretera de Lora del Río a la Mesa de Setefilla, ros excavadores del yacimiento, en 1926-27 (Bonsor & fueron descubiertos los restos de una sepultura de in- Thouvenot 1928:12, fig.4). El pequeño túmulo E está cineración en la necrópolis de túmulos de Setefilla. La situado al sur de la carretera que divide en dos la ne- sepultura fue recuperada por el Sr. Blas Cosano en el crópolis (fig. 1) y en las proximidades del Túmulo B, borde septentrional de un pequeño túmulo funerario, excavado en 1975 (Aubet 1978). A juzgar por los ma- apenas visible sobre el terreno y situado en el sector teriales recuperados y por los vestigios de cenizas y norte de la necrópolis.1 huesos quemados observados en el momento del des- cubrimiento, es evidente que los materiales formaron parte de un enterramiento de incineración muy similar * Este artículo fue redactado hace unos años para el volumen a los hallados en la base de los Túmulos A y B. De ser de homenaje al Profesor Juan Maluquer de Motes. Los originales se así, tendríamos en el Túmulo E un nuevo ejemplo de perdieron y dicho volumen no llegó a ser publicado. Recientemente círculo funerario conteniendo un número relativamente se halló por casualidad una copia de dicho artículo, de cuyo texto elevado de incineraciones en la base del monumento. original hemos sacado este extracto, eliminando y añadiendo algu- nos párrafos. queremos agradecer a Ramón Álvarez el esfuerzo que El Túmulo E fue explorado por Bonsor y Thouve- ha invertido en recuperar los dibujos originales a partir de copias en not durante los años 1926-27, sin proporcionar hallaz- mal estado. Desde estas líneas queremos expresar también nuestro gos significativos. Solamente en el centro del túmulo más sincero agradecimiento a Concha Blasco, Marisa Ruiz-Gálvez y se localizó una fosa de 1 m2, vacía y cubierta por gran- Eduardo Galán por sus indicaciones y por su valiosa información du- rante la revisión y elaboración final de este trabajo. des losas de piedra, semejantes a las de una estruc- ** Departamento de Humanidades, Univeritat Pompeu Fabra tura dolménica (Bonsor & Thouvenot 1928:16, fig.9).

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resultó ser un monumento sumamente complejo que al- bergaba hasta 33 incineraciones (Aubet 1978). El hallazgo de 1981 pone de manifiesto la posi- bilidad de que en la base del Túmulo E existiera otro “ círculo” de incineraciones dispuestas en torno a una in- humación central y de carácterísticas muy similares a las observadas en los Túmulos A y B, en los que se ha iden- tificado un centenar de incineraciones. No hay que des- cartar, sin embargo, la posibilidad de que en el área de la necrópolis de túmulos del Hierro existieran enterra- mientos más antiguos, parcialmente destruidos o clau- surados por la construcción de los grandes túmulos del período Orientalizante. Habla en favor de esta hipótesis la presencia de algunas cerámicas halladas en los nive- les de relleno del Túmulo A (Aubet 1975: fig. 58), varios útiles de bronce y de piedra pulimentada localizados en la zona de la necrópolis (Figs. 5 y 6), la presencia de una estela del Bronce final (Aubet 1997) y, por último, el ha- llazgo de cistas dolménicas y fosas de inhumación loca- lizadas en los años veinte en los Túmulos I y F. Tanto las cerámicas mencionadas como las cistas de los Túmulos E, F e I sugieren la posibilidad de una reutilización en el Hierro de un sector de enterramientos del Bronce, cu- yas prácticas funerarias desconocemos. De confirmarse, Figura 1. Plano de la necrópolis de Setefilla (según Bonsor & este fenómeno reflejaría una extraordinaria continuidad Thouvenot 1928) en el uso del espacio funerario durante muchas genera- ciones. El paisaje funerario sería, de este modo, una ré- La losa de cobertura medía 2 m de longitud y la cista plica de lo que se observa en el asentamiento de la Mesa había servido, al parecer, para contener una inhuma- de Setefilla (Aubet, Serna, Escacena & Ruiz 1983). ción. Los excavadores del Túmulo E hacen notar que A continuación se dan a conocer los materiales de la cista parecía extraña al contexto general del túmulo, la nueva sepultura, advirtiendo de antemano sobre la sin que sepamos con exactitud porqué. En la publica- dificultad de fijar con rigurosidad su cronología, den- ción de 1928 no se dan detalles acerca de la disposi- tro de los límites que asignamos a las incineraciones de ción exacta de este enterramiento central en relación a los Túmulos A y B: los siglos VIII y VII a.C. La ausen- la estructura tumular, por lo que ignoramos si se trata cia de cerámica con decoración bruñida o de importa- de una fosa revestida de lajas y practicada en el nivel ciones orientales impide ajustar con mayor precisión su de base del túmulo o bien de un enterramiento intru- cronología relativa. sivo y tardío. Con los datos disponibles del Túmulo E resulta muy difícil establecer un diagnóstico del monumento funera- TUmBA 1 DEL TúmULO E: rio en cuestión. Consta solamente que la losa de cober- tura de la cista central “apareció a los primeros golpes 1. Fragmentos de urna de gran tamaño, fabricada a de pico”, es decir, muy cerca de la superficie del túmulo. mano, de la que se conservan parte del cuello y la ca- La experiencia nos ha enseñado que la inmensa mayo- rena. Arcilla porosa de color castaño rojo, núcleo acas- ría de los túmulos de Setefilla se excavó en 1926-27 si- tañado y desgrasante mediano y grueso. Superficie del guiendo el método de perforar la parte central de los tú- borde y del cuello con engobe bruñido de color castaño mulos. Lo que ha originado no pocas confusiones a la rojo, que contrasta con la carena y el cuerpo del reci- hora de intentar una lectura correcta de los datos arqueo- piente, sin tratamiento y de superficie muy rugosa. Diá- lógicos. Sirva de ejemplo el Túmulo B, considerado una metro del borde, 53 cm (fig. 2). estructura destinada a contener una sola incineración en 2. Fragmentos de un soporte hecho a mano, de ar- el centro (Bonsor & Thouvenot 1928: 14, fig.6) y que cilla muy grosera color castaño y núcleo negruzco.

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Figura 2. Urna de la tumba nº 1 del Túmulo E.

Figura 3. Cuenco y soporte-carrete de la tumba nº 1 del Túmulo E.

Superficies bruñidas de color castaño negro. Altura mediano y fino. Superficie interna bruñida de color ne- máx. 5,8 cm; diámetro de la base, 19 cm (fig. 3). gruzco, exterior también bruñido de color castaño ne- 3. Cuenco con asas fabricado a mano, incompleto y gro. Diámetro, 31,6 cm; altura del cuenco, 11,2 cm; con fragmentado. Arcilla porosa castaño rojiza, desgrasante las asas, 14,6 cm (fig. 3).

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Figura 4. Cuenco, brazalete y puñal de bronce del Túmulo E.

4. Cuenco semiesférico de bronce, de conservación de Setefilla. La urna cineraria dispuesta en una pequeña íntegra, aunque con leves fracturas en el borde. Fabri- fosa circular excavada en la roca, conteniendo en su in- cado sobre una lámina de bronce de 0,1 cm de grosor, terior los restos óseos y pequeños útiles metálicos de salvo en el borde, donde la lámina tiende a engrosarse. adorno –en este caso un brazalete y un puñal– y diver- Presenta un pequeño orificio cerca del borde. Altura, sas vasijas y cuencos colocados a su alrededor cons- 6,8 cm; diámetro, 25,7 cm (fig. 4; lám. I). tituyen una de las constantes que se repiten en ésta y 5. Cuchillo de bronce provisto de tres remaches en otras necrópolis tartésicas. Cabe hablar, en este sen- la empuñadura. Bien conservado, presenta en ambas tido, de una fuerte estabilidad y conservadurismo en caras de la hoja una decoración de tres dobles líneas las prácticas funerarias entre los grupos incineradores verticales, muy tenues, que convergen en la punta. Lon- de la zona. gitud, 9,8 cm; anchura máx., 1,1 cm; grosor máx. de la En esta sepultura se observa, sin embargo, un salto hoja, 2 cm (fig. 4; lám. II). cualitativo. La cazuela carenada, cuya función es la de 6. Brazalete (?) fabricado en hilo de bronce de sólo contener comida o bien la de servir de tapadera a la 0,15 cm de grosor, terminado en extremos en forma de urna, ha sido reemplazada por un cuenco metálico de gancho, de los que sólo se conserva uno. De sección ci- manufactura casi perfecta y que no tiene paralelos co- líndrica, el grosor del alhambre disminuye en los extre- nocidos en la necrópolis. Sólo conocemos un caso pa- mos hasta alcanzar los 0,1 cm Longitud máx., 26,5 cm recido, el de la tumba nº 65 del Túmulo A, en el que (fig. 4; lám. II). una forma cerámica conocida –la lucerna de una sola mecha– ha sido sustituída por un ejemplar de bronce Las características y contenido de la sepultura que (Aubet 1980-81: fig.5). damos a conocer aquí se inscriben en el modelo habi- La traducción en metal de un servicio ritual funera- tual de enterramiento de incineración de la necrópolis rio, vinculado por lo general a ritos de comensalidad o

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Lámina I. Cuenco de bronce de la tumba 1 Lámina II. Puñal y brazalete (?) de bronce de la tumba 1 del Túmulo E. del Túmulo E. a ofrendas de libación, se circunscribe en el área tarté- tumbas 48, 49, 50, 67, lám. CXIV, 79 y 80; Courtois sica al ámbito de las denominadas “tumbas principes- 1983: 424). De todos estos paralelos, los ejemplares cas” del período Orientalizante. Estas sepulturas se dis- más parecidos son los de los sitios fenicios de Akhziv y tinguen del resto precisamente por su vajilla en bronce Amathunte. Sin embargo, el diámetro medio de todas es- o plata –jarros,lucernas, pebeteros y páteras con asas de tas balanzas no sobrepasa en ningún caso los 10/12 cm. manos– que, por regla general, aparecen adsociados a El diámetro del cuenco de Setefilla, de 25,7 cm, es de- los restos quemados de la pira funeraria. La amortiza- masiado grande y no corresponde por tanto a la forma ción y destrucción deliberada de estos objetos de lujo habitual de los platos de balanza. en los funerales de los jefes tartesios constituye una de La presencia de un solo orificio en el borde de nues- las expresiones más conocidas de ostentación de poder tro recipiente tampoco guarda relación con las balan- y de prestigio entre las elites locales de La Joya o de zas conocidas en Oriente, que casi nunca presentan este Los Alcores de Carmona. tipo de perforaciones. El orificio de nuestro ejemplar Evidentemente no es éste el caso de la sepultura sugiere, en cambio, la existencia de un remache y de un nº 1 del Túmulo E de Setefilla, que en ningún caso enmangue original, probablemente de madera o de otro cabe integrar dentro de las sepulturas aristocráticas material orgánico que se ha perdido. Dada la forma se- conocidas. Pero sí merece destacarse la presencia del miesférica del cuenco de Setefilla, hay que descartar cuenco de bronce, que otorga un cierto status de pres- también que se trate de un espejo. tigio a su poseedor y que distingue el contenido de esta Todo hallazgo realizado en Setefilla, aun siendo sepultura del resto de ajuares funerarios habituales de modesto como el de la sepultura nº 1 del Túmulo E, la necrópolis. contribuye a crear un cuadro de conjunto de las prác- Resulta difícil de establecer la función de este reci- ticas funerarias tartésicas cada vez más alejado de los piente semiesférico de bronce. En un principio se con- esquemas que habíamos trazado tiempo atrás. La pre- sideró la posibilidad de que se tratara de un de sencia de gran número de hallazgos aislados y descon- balanza, dadas sus características formales y la escasa textualizados en el sector de los túmulos (Figs. 5-8), profundidad del recipiente. En realidad, sus paralelos así como un estudio estadístico sobre la variabilidad más cercanos se encuentran en las balanzas de bronce y distribución de las incineraciones de los Túmulos A halladas en sitios levantinos del Hierro, como y B, actualmente en curso, revelan una compleja or- (Riis 1948:136, fig.181), Megiddo (Guy 1938: lám. ganización espacial de grupos de descendencia, en el 167.3), tumba nº 1 de Akhziv (Mazar 2004: fig.27), ne- marco de una comunidad que se manifiesta, en el re- crópolis occidental de Amathunte (Karageorghis 1984: gistro funerario, a través de formas propias de socieda- 915, fig.67) o Palaeopaphos-Skales (Karageorghis 1983: des de transición.

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Figura 5. Hallazgos aislados procedentes de la zona de los túmulos de Setefilla: hacha del Bronce Pleno.

Figura 6. Hallazgos aislados procedentes de la zona de los túmulos de Setefilla: hachas de la Edad del Bronce.

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Figura 7. Hallazgos aislados procedentes de la zona de los túmulos de Setefilla: broches de cinturón tartésicos.

Figura 8. Hallazgos aislados procedentes de la zona de los túmulos de Setefilla: objetos varios de bronce de la época de los túmulos del Hierro.

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Fecha de entrada: 12-11-2010 Fecha de aceptación: 18-01-2011

SPAL 18 (2009): 85-92 I.S.S.N.: 1133-4525 UNA INSCRIPCIÓN gRIEgA ARCAICA hALLADA EN EL CABEZO DE SAN PEDRO (hUELVA)

M. GARCÍA FERNÁNDEZ* A. J. DOMÍNGUEZ MONEDERO** F. GONZÁLEZ DE CANALES*** L. SERRANO PICHARDO*** J. LLOMPART GóMEZ***

Resumen: El hallazgo de una inscripción griega incisa so- Abstract: We are presenting a Greek inscription carved in an bre un cuenco de cerámica gris orientalizante atestigua, una orientalizing grey ceramic bowl which once again bears wit- vez más, la presencia en Huelva de gente que sabía escribir ness of the presence in Huelva of people who knew how to en griego. En la misma intervención arqueológica fueron do- write in Greek. Within the same archaeological undertaking cumentados dos vasos griegos arcaicos que abren una nueva two Greek archaic vases were documented which open a new perspectiva a la ocupación del Cabezo de San Pedro durante perspective to the occupation of the Cabezo de San Pedro site el espacio temporal de presencia efectiva griega en el hábitat, during the time of effective Greek presence in the habitat, cuando era conocido como Tarteso. when it was called Tartessus. Palabras claves: Tarteso, Cabezo de San Pedro, Huelva, Ins- Key words: Tartessus, Cabezo de San Pedro, Huelva, cripción griega arcaica, Nike. Archaic Greek Inscription, Nike.

INTRODUCCIÓN de Huelva (Orden de 14 de mayo de 2001, BOJA núm. 75, de 3 de julio de 2001). El área donde se produjo el hallazgo (fig. 1) está Transcurridos treinta años desde la última interven- sometida a dos figuras de protección: la Declaración ción arqueológica en el Cabezo de San Pedro, en el ve- de Bien de Interés Cultural con la categoría de Monu- rano de 2007 se inició una nueva actuación determinada mento de la Iglesia de San Pedro (Decreto 691/1999, por la urbanización prevista de unos solares en la Calle de 16 de marzo, BOJA núm. 52, de 6 de mayo de 1999) Aragón, a pie del cabezo. A tal fin y en prevención de des- y la Inscripción Específica en el Catálogo General del prendimientos no controlados, como el ocurrido en 1956 Patrimonio Histórico Andaluz de la Zona Arqueológica que ocasionó un elevado número de heridos y muertos, se proyectó la ejecución de taludes con pendientes calcu- ladas para dotar de estabilidad a la estructura geológica * IntAR-Huelva, Intervenciones Arqueológicas. de la ladera suroeste del cabezo (fig. 2). De este modo, ** Departamento de Historia Antigua, Universidad Autónoma de Madrid tuvieron lugar una serie de actuaciones encaminadas a la *** Centro de Estudios Fenicios y Púnicos (UCM) estabilización, consolidación y drenaje de la zona.

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Figura 1.

Con anterioridad a la ejecución del proyecto y 4. Posicionar mediante coordenadas UTM y cota acorde con las cautelas dictadas por la Delegación absoluta las estructuras arqueológicas y los niveles de Provincial de Cultura, durante el proceso manual de ocupación documentados. limpieza del perfil fueron documentados dos ele- 5. Crear una de red de datos exclusivamente ar- mentos estructurales arqueológicos visibles en la queológicos: 280 puntos georeferenciados. ladera, denominados “muro” y “pozo”. Además se 6. Recuperar los materiales arqueológicos situa- procedió a: dos en el perfil: 564 fragmentos cerámicos descritos e 1. Definir la línea de contacto entre las arenas ter- inventariados, entre los que cobran especial relevan- ciarias constitutivas del cabezo y los niveles antrópicos. cia dos vasos griegos arcaicos de Grecia del Este y un 2. Determinar la secuencia histórica (crono-cul- cuenco local de cerámica gris con la inscripción griega tural) del solar en atención a las directrices y conoci- que presentamos. miento de la Zona Arqueológica de Huelva. 3. Documentar las dinámicas deposicionales y Para ubicar el posicionamiento de estos elemen- postdeposicionales, con especial atención a los nive- tos arqueológicos con exactitud y determinar los cam- les protohistóricos y su alteración por fosas de épo- bios producidos en la topografía del cabezo desde la cas posteriores. realización del parcelario de 1997, fue realizado un

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Figura 2.

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Figura 3.

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Figura 4. levantamiento topográfico sobre el que se establecieron El citado vaso de Grecia del Este y otro de igual fi- las áreas de actuación arqueológica (fig. 3). liación y similar cronología hallado en la misma inter- vención constituyen una novedad en el Cabezo de San Pedro, pues las cerámicas griegas conocidas con ante- CONTEXTUALIZACIÓN DEL hALLAZgO rioridad habían sido asignadas con preferencia al siglo IV a.C. (Olmos 1978: 386; Amo y Belén 1981: 128), un El fragmento que portaba la inscripción (LSP momento histórico posterior que las adscribía al ámbito 526) fue hallado durante la limpieza del perfil corres- del comercio cartaginés. Por el contrario, las zonas ba- pondiente al Área de Intervención 7 (fig. 4) asociado jas del hábitat habían proporcionado frecuentes cerámi- a la estructura muraria denominada Muro E (MUE). cas griegas arcaicas, llegando a ser muy numerosas en Esta estructura, delimitada por los puntos topográfi- algunos solares. cos 147 a 152, apoyaba directamente sobre las are- nas terciarias del cabezo, por tanto sin niveles antró- picos subyacentes. DESCRIPCIÓN DEL SOPORTE En el mismo contexto fueron exhumados dos fragmentos (LSP 192 y LSP 525) correspondientes a La epigrafía fue realizada sobre un cuenco gris a un vaso de Grecia del Este (fig. 5) de la primera mi- torno de tendencia hemisférica y superficies bruñidas tad del siglo VI a.C. Junto a estos elementos se do- del que se conserva un fragmento que comprende parte cumentaron otros materiales, tanto cerámicos (vaji- del borde y galbo. El borde aparece levemente engro- llas fenicia e indígena), como metalúrgicos (escorias sado por el interior, mientras que el exterior, diferen- de sílice libre). ciado del galbo por un tenue estrangulamiento, ofrece

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Dentro de las cerámicas grises orientalizantes, el re- ferente formal más cercano lo proporciona el subtipo 1E1 de Lorrio (1988-1989: 290 y fig. 6.1E1), aunque también podría aproximarse a la forma 20B de Caro (1989: 168 y 172-173) y al tipo IC1 de Mancebo (1994: 353 y fig. 1). Es criterio generalizado que las cerámicas grises orientalizantes, relacionadas en origen con la presencia fenicia, muestran una amplia dispersión en el suroeste de la Península Ibérica y un dilatado marco cronológico a partir de la segunda mitad del siglo VIII a.C.

LECTURA E INTERPRETACIÓN PALEOgRáfICA (Adolfo J. Domínguez monedero)

La dirección del texto es, sin duda, de izquierda a derecha como muestran los trazados de letras signifi- cativas, como la kappa y, sobre todo, la epsilon. El uso de la letra H entre consonantes descarta que se trate de un diacrítico que marque una aspiración, por lo que no cabe duda de que se trata de la letra eta, que denota la Figura 5. e larga frecuente en los dialectos greco-orientales. Para la grafía de las letras encontramos paralelos interesan- un perfil redondeado (fig. 6). La pasta es de color gris tes en inscripciones de esa misma área greco-orien- (10yR6/1 de la carta de Munsell), dura, homogénea y tal; caracteres muy semejantes a los de nuestra ins- con desgrasantes finos y muy finos que incluyen escasa cripción aparecen, por ejemplo, en una inscripción en moscovita. La inscripción, mediante incisión postco- piedra de quíos, bustrofédica, que se data a mediados chura, se localiza hacia la mitad del galbo, justo en la del s. VI a.C. (Jeffery 1990: 343.41), de carácter mo- línea de fractura antigua (fig. 7). numental. En un soporte semejante, esto es, cerámica,

Figura 6.

SPAL 18 (2009): 93-103 I.S.S.N.: 1133-4525 UNA INSCRIPCIóN GRIEGA ARCAICA HALLADA EN EL CABEZO DE SAN PEDRO (HUELVA) 99

νικήσειν, νικήσειεν, νικήσεις, νικήσειαν, νικήσειας, νικήσειε, etc., formas en las que no entramos aquí. En cualquiera de estos casos, en especial en los primeros que hemos mencionado, podríamos ver una impreca- ción eventualmente dentro de un ambiente convivial en el que, como es sabido, las competiciones de diverso tipo (canto, danza, etc.) no son infrecuentes (Domín- guez Monedero 1995). Sobre las intensas relaciones entre el komos y conceptos como victoria, vid. las ati- nadas observaciones de Thompson (1920: 8-13): “Nike es el resultado de un agon y es celebrada en un komos”. Representaciones de comastas, o individuos que parti- cipan en el κῶμος (Smith 2010), que puede asumir la forma de esa procesión burlesca de borrachos que cele- bran diversas victorias (Bron 2002; 2007) y que, de al- Figura 7. gún modo, remeda las procesiones de los vencedores en competiciones atléticas (Pind., Pyth., V, 22) son bien encontramos gran número de paralelos en los graffiti conocidas en Huelva, con algunos ejemplares publica- hallados en Náucratis en las campañas de Petrie y de dos de las llamadas “copas de Comastas” (Olmos 1987; Gardner, que se datan, en su mayoría, a lo largo del González de Canales y otros 1991). que en un contexto s. VI a.C. (Petrie 1886, especialmente láms. XXXII- de banquete alguien que supiese escribir griego hubiese XXXIII y lám. XXXVA con el resumen de los distintos escrito alguna imprecación del tipo: ¡vencerás! o ¡que tipos de letra presentes; Gardner 1888, especialmente venzas! no resultaría extraño, pues este uso simposiás- lám. XXI) tico de la escritura parece atestiguarse desde los ejem- Una vez determinado el alfabeto podemos pasar a plos más antiguos de la utilización de la escritura en la lectura; las letras están bien grabadas, con trazos se- Grecia. Por ejemplo, en la llamada “copa de Néstor” de guros y cuidados y, salvo la primera letra, la lectura no Pitecusas, cuya inscripción algunos autores, como Mu- plantea demasiadas dificultades. De la primera letra (si rray (1994), han sugerido que pudo realizarse durante es que es tal) sólo se conserva un trazo horizontal sin algún agon simposiasta. Si esta es la interpretación co- que se perciba en la fotografía que me ha sido facili- rrecta, no deja de ser curioso observar cómo esta cos- tada si algún otro trazo continúa, en alguna dirección, tumbre de la escritura simposiástica se efectúa no sobre al horizontal. Teniendo en cuenta el tipo de alfabeto un vaso griego, de los que tan gran número de ejempla- sugerido (greco-oriental) las posibilidades son varias: res ha aparecido en Huelva, sino en un vaso de tipolo- gamma, zeta, xi, pi y tau. La ausencia de trazos a su gía y manufactura, en apariencia, no griega. izquierda hace difícil sugerir a qué palabra pertenece. Una segunda línea de interpretación viene dada El resto de las letras tiene una lectura relativamente por la posibilidad de que no tengamos una forma ver- fácil: ṆỊḲHΣEI. De la ni y de la iota iniciales faltan bal sino, al menos, dos palabras, una de ellas incom- casi dos terceras partes, mientras que de la kappa falta pleta. En este caso podríamos leer Νίκης εἰ[μί], “soy de sólo una pequeña porción de su parte inferior. Las otras Niké”. Este tipo de inscripción dedicatoria donde es el letras se encuentran completas. propio vaso el que habla e indica (en genitivo) qué divi- En cuanto a la interpretación, creemos factibles dos. nidad es su propietario es bastante frecuente en las fór- En primer lugar, que se trate de una palabra; νικήσει mulas dedicatorias griegas, con abundantes paralelos. tiene perfecto sentido en griego. Puede ser la tercera Por ejemplo, en el santuario de Gravisca, donde tam- persona del singular del futuro de indicativo del verbo bién hay una fuerte presencia greco-oriental durante νικάω (ο νικέω en jonio): vencerá; puede ser también buena parte del s. VI a.C., éste es uno de los dos tipos la tercera persona del singular del aoristo de subjuntivo mayoritarios de inscripciones votivas (Johnston y Pan- del mismo verbo: que (él) venza. Por fin, puede ser la dolfini 2000: 23-24). segunda persona del singular del futuro de indicativo Nike es una figura enigmática, hija de Estigia, hija en voz media del mismo verbo: me vencerás. Por su- a su vez de Océano, y de Palante (Hes., Theog., 383- puesto, tampoco podemos descartar que la palabra no 384) y que vive con Zeus por todos los siglos (Ibid., esté completa, lo que sugeriría diversas posibilidades: 399-403). De hecho en la estatua de Zeus del santuario

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 93-103 100 M. GARCÍA, A.J. DOMÍNGUEZ, F. GONZÁLEZ DE CANALES, L. SERRANO y J. LLOMPART de Olimpia, el padre de los dioses sostiene en su mano ese monumento en el que se alude a una victoria (algu- derecha una Nike y varias figuras de Nike se represen- nos editores restituyen la palabra νικέσας, venciendo), tan a los pies de su trono (Paus., V, 11, 1-2); asimismo, en las Panateneas de ese año en virtud de la cual dedica junto al altar de Zeus en el mismo santuario hay un al- un monumento a Atenea coronado con una Nike; pero, tar conjunto de Zeus Catarsio (el purificador) y de Nike mientras tanto, se ha producido la batalla de Maratón, (Paus., V, 14, 8). En Homero no aparece como perso- en la que la valentía de Calímaco conduce a la victoria, nificación sino como algo aleatorio y fugaz cuando se por lo que la Nike, apropiada para la victoria atlética, consigue y efímero cuando la otorgan los dioses (Le- lo será también para la victoria militar (Harrison 1971). clerc 1997). quizá haya permanecido más como una Sea cual sea la interpretación correcta de las dos abstracción que como una divinidad con culto propio que aquí proponemos para la inscripción de Huelva, hasta, al menos, el siglo VI a.C., momento en el que ambas encajan bien, aunque de distinta forma, con el empieza a aparecer en el arte y en la literatura, adqui- ambiente empórico onubense. Si se trata de una forma riendo poco a poco un papel cada vez más importante verbal sería un testimonio de la realización de prácticas (Hamdorf 1964: 58-59). Sin duda es en Atenas donde, simposiastas en las que se hallarían involucrados grie- gracias a su asociación con Atenea, alcanzará una ma- gos y donde una inscripción augurando la victoria en un yor relevancia (Daly 1953; Mark 1979). Según algunos vaso, dentro de la celebración de un banquete y un ko- autores Nike parece haber sido en un primer momento mos, tendría pleno sentido; la presencia de vasos grie- una divinidad que proporcionaba la victoria en com- gos con representaciones de comastas hallados en di- peticiones gimnásticas y musicales (Sikes 1985), aun- versos lugares de la ciudad, llevados allí por griegos, que quizá su fusión con Atenea la haya convertido en muestran el conocimiento y eventual práctica de tales una divinidad que concede el éxito en la guerra (Mark actividades. 1993: 96; otros autores, más antiguos, consideran por el Si, por el contrario, se trata de una dedicatoria a contrario que, a partir del siglo V a.C., se habría produ- Nike, indicaría la popularización de ese culto entre los cido la separación de Atenea y Nike previamente iden- visitantes o residentes griegos en el emporio onubense; tificadas, vid. al respecto Baudrillart 1894: 6-19). el hecho de que sea en ambiente greco-oriental (en con- En la iconografía, tanto en cerámicas como en mo- creto quiota) donde tenemos atestiguado un cierto inte- nedas, Nike empieza a estar presente ya a partir del siglo rés por esa figura en los momentos en los que la misma VI a.C. (Knapp 1876; Imhoof-Blumer 1871; Isler-Ke- empieza a dotarse de una personalidad propia iría tam- rényi 1969) y conocerá un amplio desarrollo durante el bién bien con el ambiente griego de Huelva, donde la V, en especial en Atenas (Thöne 1999). El siglo VI a.C., presencia de individuos de la Grecia del Este, foceos pues, parece haber sido un momento importante para la sobre todo pero también gentes de otras procedencias definición de la personalidad de Nike; a esa época per- dentro de esa región no puede descartarse (Domínguez tenece el escultor Arquermo que habría sido el primero Monedero 2000). Producciones quiotas han sido halla- en representar a esta figura con alas hacia el 560 a.C. das en Huelva (Cabrera Bonet 1990: 60-61) y las rela- (Schol. Ar. Av., 574), contribuyendo así de forma im- ciones entre Focea y quíos, antes de la presencia persa, portante al desarrollo de su iconografía. Parece que es parecen haber sido buenas (cf. Hdt., I, 165). este mismo escultor de quíos quien, junto a su padre, Cabe también la posibilidad de que, más que a la dedica en el santuario de Artemis en un monu- Nike griega, la dedicatoria pueda estar refiriéndose a al- mento a Nike (según alguna de las lecturas restituidas guna divinidad local que presentase alguna semejanza, de su base) coronado con una figura de Nike; el escultor física o conceptual, que la hiciese asimilable por los y sus hijos, también escultores, se trasladarían a Atenas griegos a su idea de Nike. Podría sugerirse, por ejem- donde introducirían esa nueva creación (el tema ha ge- plo, alguna divinidad alada bien de tradición indígena nerado gran cantidad de literatura; mencionaré, para la o, incluso, fenicia donde la presencia de representacio- inscripción, Jeffery 1990: 305.30 y Scherrer 1983; para nes divinas aladas no es infrecuente. La presencia en la escultura, puestas al día en Sheedy 1985 y Ridgway Huelva de dedicatorias en griego a divinidades locales 1986). quizá del éxito de Nike en Atenas pueda dar está bien atestiguada (Fernández Jurado y Olmos 1985; cuenta un monumento dedicado por el polemarco Ca- Almagro Gorbea 2002). Incluso, su parentesco en el límaco en la acrópolis de Atenas en el mismo año de la mito griego con Océano (Plácido Suárez 2008; vid. tam- batalla de Maratón (490 a.C.); este personaje, que diri- bién las implicaciones del mito de Estigia y Nike desde gió el ejército ateniense en dicha batalla (Hdt., VI, 109) la perspectiva de la psicología jungiana en von Franz parece haber dedicado, antes de su muerte en la misma, 1985), de quien Nike sería su nieta, no desentonaría con

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Figura 8. una dedicatoria a Nike en ambiente onubense, situado teónimo en relación con Netos, divinidad celta solar y en los extremos del mundo para los antiguos. de la guerra (Almagro-Gorbea 2002: 62). La segunda, sobre una copa jonia, resultó ilegible por el deficiente estado de conservación (Fernández Jurado 1984: 32-33 COmENTARIOS EN TORNO AL y fig. 11.21). Queda al margen de esta recopilación un SOPORTE y A OTRAS INSCRIPCIONES dipinto sobre una olpe ática decorada por Clitias, en la gRIEgAS DE hUELVA que se lee el nombre de la diosa Atenea (Olmos y Ca- brera 1980). Uno de los aspectos más interesantes de la inscrip- Recientes excavaciones en el centro histórico de ción lo constituye el soporte sobre el que asienta, pues Huelva, aún inéditas, continúan aportando importantes da- tratándose de un vaso cerámico de producción local tos adicionales sobre la conexión jonia en época arcaica. asegura la presencia en Huelva de alguien que sabía es- cribir griego. El mismo hecho es atestiguado en otras dos inscripciones griegas arcaicas procedentes del cen- tro histórico de la ciudad, también realizadas por inci- sión postcochura sobre cuencos grises orientalizantes. La primera (fig. 8), limitada a dos únicas letras, sigma e iota, comunes a buen número de escrituras griegas arcaicas, incluyendo la jonia, tenía como soporte un cuenco técnicamente similar al actual (fig. 9) (Gon- zález de Canales y Serrano 1995: 10-11; González de Canales y otros 2000: 230, fig. 2.5 y láms. 5A y 5B). La segunda fue interpretada como una dedicatoria a la diosa del hogar Hi/estia (Llompart y otros 2010). Conocemos otras dos inscripciones griegas arcai- cas incisas postcochura, plausiblemente realizadas en Huelva, pero cuyos soportes estaban constituidos por cerámicas griegas importadas del siglo VI a.C. En una, sobre un cuenco, quizás milesio, se lee niethoi, inter- pretado como un antropónimo local (Fernández Jurado y Olmos 1985: 110-111) y, alternativamente, como un Figura 9.

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 93-103 102 M. GARCÍA, A.J. DOMÍNGUEZ, F. GONZÁLEZ DE CANALES, L. SERRANO y J. LLOMPART

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Fecha de entrada: 8-03-2010 Fecha de aceptación: 16-11-2010

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LOS CARBUROS DE hIERRO COmO TESTIgOS DE LOS RITOS DE CREmACIÓN ENTRE LOS PUEBLOS PRERROmANOS DE LA PENÍNSULA IBéRICA: ALgUNOS EJEmPLOS

ANTONIO JAVIER CRIADO MARTÍN* ANTONIO JOSé CRIADO PORTAL* MARÍA PILAR SAN NICOLÁS PEDRAZ** LAURA GARCÍA SÁNCHEZ* ALEJANDRO CRIADO MARTÍN*

Resumen: El trabajo que se presenta trata sobre el estu- Abstract: In the present work, typical microstructures appea- dio de unas microestructuras típicas que aparecen en el nú- ring in the nucleus of archaeological steel which had suffered cleo de piezas de acero incineradas con cadáveres entre los an incineration process were studied. Under study were diffe- pueblos prerromanos de la península ibérica. A través de rent items (weapons, parts of clothing, etc.) burned together su análisis y la reproducción del proceso térmico y de en- with dead bodies by pre-roman tribes inhabiting the Iberian vejecimiento que sufrieron estas piezas, con aceros moder- Peninsula. The samples were analysed making use of optical nos experimentales, de las mismas características, en la- and electron microscopy and and EDX spectrometry. The ther- boratorio, podemos deducir datos como las temperaturas mal and ageing processes were reproduced in the laboratory que se alcanzaban en estos ritos funerarios, las velocida- employing modern steel of similar composition. The results des de enfriamiento de la pira, si las piezas de acero ana- allowed to estimate the temperatures achieved during funer- lizadas se quemaban junto al cadáver o se depositaban a ary rites as well as the cooling kinetics of the funeral pile. Fur- posteriori junto a la urna cineraria sin que sufrieran exposi- ther, it could be determined whether the pieces were burned ción al fuego y los procesos termodinámicos que operaban together with the dead body or were later on deposited close en las piezas durante el rito y que dan como resultado es- to the urn. Finally, models of the thermodynamic processes tas estructuras. which lead to the observed microstructures are proposed. Palabras claves: muestras arqueológicas de acero; ritos de Key words: archaeological steel samples; cremation ri- cremación; estimación de temperatura; pueblos prerromanos; tes; temperature estimation; pre-roman tribes; SEM, MEB; estructuras metalográficas; carburos de hierro. metallographic structures; iron carbides.

INTRODUCCIÓN * Grupo de Tecnología Mecánica y Arqueometalurgia, Depar- tamento de Ciencia de los Materiales e Ingeniería Metalúrgica, Fa- Justificación y objetivos cultad de Ciencias químicas, Universidad Complutense de Madrid. 28040, Madrid. Teléfono: 913944286. El siguiente trabajo de investigación se enmarca ** Departamento de Prehistoria y Arqueología, Facultad de Geo- grafía e Historia, Universidad Nacional de Educación a Distancia. C/ dentro del campo de la Arqueometría y más concre- Paseo Senda del Rey, 7, 4ª Planta. 28040, Madrid. Teléfono: 913986768. tamente en el de la Arqueometalurgia. Esta disciplina

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 105-130 106 A. J. CRIADO / A. J. CRIADO / M.ª P. SAN NICOLÁS / L. GARCÍA / A. CRIADO se ocupa del estudio de todo tipo de piezas arqueoló- de Copenhague. A partir de esos momentos se genera- gicas de naturaleza metálica, desde sus características lizó este sistema de clasificación. Queda claro que los macroscópicas a sus estructuras microscópicas, apor- metales son protagonistas de las diferentes etapas de la tando información tanto sobre los procesos de extrac- existencia de la humanidad. Su importancia fue tal que ción del metal a partir del mineral, como de los nive- los reinos e imperios de la Antigüedad, se movían sobre les tecnológicos que alcanzaron los diferentes pueblos objetivos socioeconómicos, políticos y militares basa- para transformar la materia prima en objetos útiles para dos en los diferentes metales: su control, su extracción diferentes usos. y fabricación, los circuitos económicos, el armamento, Según Mohen (Mohen 1992: 9-18) la metalurgia es los útiles, las monedas, etc. la manifestación prehistórica más avanzada en el co- Así los metales y aleaciones son auténticos testi- nocimiento de los recursos naturales. La utilización di- gos y vectores de información privilegiados para el co- recta de los materiales más accesibles, como ramas, nocimiento de hechos acaecidos en tiempos prehistóri- piedra o hueso, va acompañada de transformaciones cos e históricos, y herramientas científicas irrefutables que modifican la forma de los soportes para darles la e indispensables para el arqueólogo e historiador en la condición de objetos, útiles, armas y ornamentos. En construcción razonada de la Historia. La Arqueometa- un sistema de producción artificial, la materia prima na- lurgia es la “Arqueometría del Metal”, tratándose de tural se modifica en sus características físico-químicas: una ciencia joven pero con una contrastada experien- la cerámica y el metal representan estas novedades que cia. Los trabajos de laboratorio son ya clásicos en el es- a menudo aparecen al mismo tiempo que las primeras tudio de la Arqueometalurgia o Metalurgia Antigua. Su plantas cultivadas y los primeros animales domésticos. avance es imparable y se refuerza cada vez más, ya que En este contexto, la metalurgia requiere técnicas más las hipótesis son contrastadas experimentalmente y los elaboradas en relación con las organizaciones econó- métodos de análisis y estudio, posibilitan la compara- micas y sociedades específicas. ¿Qué esperaba el hom- ción científica de los resultados. La síntesis arqueome- bre prehistórico de estos nuevos materiales que eran talúrgica debe hacerse teniendo en cuenta multitud de los metales? En principio hay que señalar que de los datos. Éstos se reflejan finalmente en una interpretación 70 elementos metálicos naturales, los hombres prehis- de la Historia de una manera más objetiva y enriquece- tóricos y, en general, los de la Antigüedad, no utiliza- dora de los hechos ocurridos a los seres humanos desde ron más que una decena, tratándose del oro, el electrón, la más remota Antigüedad. la plata, el plomo, el cobre, el estaño, el antimonio, el Afirma Criado (Criado 2000: 26; 2000: 149-160; platino, el arsénico, el mercurio, el hierro y el cinc. Su 2003: 231-260; 2004: 107-117; 2004: 107-115; 2005: poder de atracción emanaba de algunas características 550-591) que como en todas las ciencias experimen- comunes (Wheeler 1980: 99-126): su color, su brillo tales también en la Arqueometalurgia hay dos maneras “metálico”, su poder reflectante, su maleabilidad y co- de actuación, una más tecnológica y otra más científica. labilidad, su fácil reciclaje. La primera se limita a realizar análisis químicos, iden- La importancia de los metales fue y sigue siendo tificación de derrames, escorias, lingotes, moldes, estu- tal, que la historia de la humanidad se divide en etapas dios de minería, metalurgia extractiva y procesos de fa- asociadas a los metales. Así el filósofo y atomista ro- bricación de metales y aleciones, moldeo, forja, etc. En mano Tito Lucrecio Caro (siglo I a. C.), en su obra ti- cambio, la más científica, investiga vectores para poder tulada De rerum natura, divide la Historia de la Huma- interpretar a través de análisis químicos, metalográfi- nidad en tres etapas, cada una designada por un metal: cos y mecánicos, una información más allá de la tecno- el oro, el bronce y el hierro. De la misma forma, desde lógica. éstos deben servir como testigos inequívocos y principios del siglo XIX, los arqueólogos daneses, en- eficaces de lo que ocurrió a su alrededor, aportando una tre los cuales cabe citar a Christian Thomsen Jürgensen información que por la vía tecnológica no es posible, ya como el más destacado (Jorge 1987: 1-15), elaboraron que los análisis y la observación directa no puede ex- un sistema tripartito parecido al de Lucrecio. Denomi- traer una información tan valiosa ni tan sutil. naron a las diferentes etapas de la Historia de la Hu- La investigación que llevamos a cabo en este tra- manidad de la siguiente forma: primero una Edad de bajo pretende obtener un vector de probada fiabili- la Piedra, al final de la cual aparecen el oro y el cobre; dad para asegurar si una pieza de acero ha sufrido un después una Edad del Bronce y, posteriormente, una proceso de incineración u otros tratamientos térmi- Edad del Hierro. Esto se aplicó a la clasificación de las cos como incendios, envejecimiento estructural con el colecciones del nuevo Museo Nacional de Dinamarca tiempo, etc. Todo esto debe ser aplicable a artefactos

SPAL 18 (2009): 105-130 I.S.S.N.: 1133-4525 LOS CARBUROS DE HIERRO COMO TESTIGOS DE LOS RITOS DE CREMACIóN ENTRE LOS PUEBLOS... 107 de acero contextualizados o no, con la única y mínima térmico que se produce en estas piezas durante su ex- exigencia de que queden algunos miligramos del me- posición al fuego crematorio. tal sin corrosión. Para ello tratamos de ver estructuras En este estudio es fundamental conocer la tempera- metalográficas específicas de cada situación y, después tura máxima alcanzada y que ésta se mantenga durante de interpretarlos, intentamos su reproducción en el la- un tiempo suficiente. Para responder a la pregunta de boratorio para validar las hipótesis supuestas después por qué es importante que se alcance y mantenga esta de la observación de esas estructuras peculiares y ca- temperatura, es necesario hacer referencia al diagrama racterísticas. de equilibrio hierro-carbono, realizado por el profesor De esta manera en el caso que afrontamos aquí se Criado (Criado 2008: 8) (fig. 1). analizan una serie de piezas de hierro y acero, con fun- Los aceros cambian significativamente su estruc- cionalidades diversas, cubriendo una cronología desde tura si alcanzan el campo austenítico, en el cual todo el el siglo V a. C. al siglo II a. C. Abarcan un amplio ám- carbono se disuelve en el hierro formando la fase aus- bito geográfico involucrando a la cultura ibérica y cel- tenita, que sólo es estable a alta temperatura. Durante tibérica, siendo las piezas estudiadas las que a conti- este proceso, la microsestructura anterior desaparece y nuación se enumeran: pilum ibérico (Cerro Muriano, es sustituida por la austenita. Si no se alcanza la tempe- Córdoba), hebilla de placas de defensa (Villanueva de ratura mínima de 723 ºC no hay transformación auste- Teba, Burgos), tachuela (Villanueva de Teba, Burgos), nítica. En el caso de los aceros con bajos contenidos en falcata ibérica (Museo Armería Vitoria-Gasteiz). carbono, que es con los que hemos trabajado, la tem- Antes de entrar en materia es indispensable afir- peratura mínima, para la transformación en austenita, mar que el hierro puro tiene su punto de fusión en los es 912 ºC. 1540 ºC, temperatura difícil de lograr en los hornos de Apoyándonos en los resultados obtenidos por el esta época, que no alcanzaban temperaturas superio- Grupo de Investigación de Tecnología Mecánica y Ar- res a los 1200 ºC, suficientes para conseguir en estado queometalurgia de la Universidad Complutense de Ma- líquido metales como el cobre o el bronce. El hierro drid, en el estudio de piezas arqueológicas sometidas a se obtenía mediante una lupia o pella esponjosa sólida ritos de cremación, en concreto de aceros con bajo con- contaminada con carbón vegetal, fundentes, etc., por tenido en carbono, que presentaban una microestruc- reducción en estado sólido de la mena metálica, me- tura atípica, se han marcado los siguientes objetivos diante este carbón vegetal y los fundentes adecuados. para este trabajo: La entrada era forzada mediante la acción de un fue- — Determinar la temperatura de incineración y las lle. Tras un calentamiento (1100º a 1200 ºC), la esco- velocidades de enfriamiento a las que fueron so- ria fluía hacia el fondo del horno, dejando la pella es- metidas las piezas durante la cremación. ponjosa a la altura de las toberas de soplado. Esta masa — Simular dicho tratamiento térmico en aceros era luego martilleada, en caliente, provocando la con- modernos con el objetivo de reproducir las mi- centración del metal a la vez que se retiraba la escoria. croestructuras encontradas. Las composiciones medias de este hierro espon- — Conocer, una vez logrados los dos objetivos an- joso, junto con las encontradas en las piezas arqueo- teriores, que piezas fueron sometidas a la cre- lógicas por el grupo de investigación, fueron las que mación con el cadáver y cuáles no sufrieron esta determinaron que los aceros que se utilizarían para el exposición al fuego y fueron depositadas con el presente trabajo fuesen los de bajo contenido en car- ajuar junto a la urna cineraria. bono, tratándose de un ejemplo más de que la mayoría — Cuáles son los mecanismos cinéticos y termo- de los objetos metálicos, protohistóricos, poseen esta dinámicos que nos llevan a estas peculiaridades composición, hecho que nos ha invitado a reproducir microestructurales. las estructuras encontradas con aceros modernos, tam- bién llamados dulces. Las piezas arqueológicas analizadas, de las que se El rito funerario de la cremación han tomado muestras, tienen la característica común entre los íberos y los celtíberos de haber sido sometidas a ritos de cremación, lo que quiere decir, que sufrieron un ciclo térmico final deter- El rito funerario generalizado entre los pueblos íbe- minado por la incineración, no habiendo sido encon- ros y celtíberos fue el de la cremación del cadáver. La tradas dichas estructuras en materiales no sometidos a reconstrucción de estos ritos es sumamente compli- los mismos ritos, lo cual nos lleva a estudiar el ciclo cada. En muchas ocasiones la tumba con los restos

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 105-130 108 A. J. CRIADO / A. J. CRIADO / M.ª P. SAN NICOLÁS / L. GARCÍA / A. CRIADO

Figura 1. Diagrama de equlibrio hierro-carbono. incinerados es la única evidencia de que se dispone para trabajo como son el tratamiento del ajuar y las tempera- tratar de reconstruir la ideología y el simbolismo que turas alcanzadas en la pira funeraria. hay detrás de esta compleja ceremonia fúnebre. Cer- Blázquez (1976: 89-94) afirma que el rito funerario deño afirma en este punto (García Huerta 2001: 179) de los íberos era el de la cremación y que a los guerre- que el ámbito funerario de una comunidad es revelador ros se les enterraba con sus armas, depositándose va- de muchas de sus actitudes culturales como la estruc- sos de ofrenda que se debían arrojar, igual que las ar- tura social, aspectos económicos, demografía, manifes- mas, en la pira, ya que frecuentemente llevan señales taciones rituales y también de las que menos huellas del fuego. En otro artículo, este mismo autor (Blázquez dejan en el registro arqueológico, como las creencias 1990: 223-233) sugiere que el ajuar unas veces se que- religiosas y la esfera simbólica del pensamiento. maba con el cadáver y otras no. En primer lugar expondremos, en el ámbito de los Ruiz (1995: 207-232) destaca que desde mediados íberos, lo que se ha escrito hasta el momento sobre su del siglo V a. C. se generaliza entre los íberos el arma- ritual funerario y aspectos importantes de éste para el mento, no sólo en las tumbas tumulares principescas

SPAL 18 (2009): 105-130 I.S.S.N.: 1133-4525 LOS CARBUROS DE HIERRO COMO TESTIGOS DE LOS RITOS DE CREMACIóN ENTRE LOS PUEBLOS... 109 o de cámara, sino incluso en las más sencillas, lo que juegos de pesas, útiles de orfebre, etc. Coloca la tem- supone, junto al factor constructivo, una cierta tenden- peratura de la pira en superior a 600º C debido al co- cia isonómica que se observa en otros niveles del ajuar, lor y la textura de los pequeños restos óseos resultantes. con lo que la recuperación y exposición de elementos Por otro lado García Raya (1999: 291-307) nos in- aislados, se constituye cualitativamente en un funda- forma sobre el hecho de que el difunto sufría una serie mento para la diferenciación de grupos sociales que tra- de ritos antes, durante y después de su cremación. Ves- tan de autoreproducirlo en su ritual de la muerte. Ha- tido con su mejor indumentaria, joyas y armas, si perte- ciendo referencia a Cuadrado (Ruiz 1995: 232) opina necía en este último caso a la casta guerrera, era deposi- que el ajuar podría expresarse como un factor crono- tado en la pira funeraria. Respecto a los ajuares bélicos lógico señalando la existencia de un ritual destructivo opina que eran quemados la mayoría de las veces con que consiste en la deposición durante la cremación de el cadáver, quizá con la intención de que acompañaran una importante parte del ajuar. Por el contrario, a partir al difunto, como objeto muy personal, explicando así del siglo III a. C., afirma que se impone un ritual con- que previamente habían sido dobladas, unitilizándolas servador en el cual se deposita el ajuar después de rea- ritualmente. lizada la cremación. Para San Nicolás Pedraz (2000: 159-166) el ritual Fernández de Castro (1997: 320-326) observa que generalizado entre los pueblos íberos fue el de la cre- en el ritual funerario ibérico no se produce ningún cam- mación del cadáver. El ceremonial consistía en el trans- bio desde el siglo V a.C. hasta el período romano en porte del cadáver al recinto funerario en el cual, en una todo el territorio suroriental, siendo las armas de hie- pira sobre la tierra o en un somero hoyo, era quemado. rro (falcatas, lanzas, soliferra, escudos y cuchillos), ob- Es probable que, entre las diversas ceremonias que se jetos típicos que se encuentran en toda suerte de sepul- celebrasen, durante o después, de la cremación, se die- turas, pero casi exclusivamente durante el siglo IV a. ran banquetes con vino u otras bebidas, que finalizaban C. Los valores guerreros y belicosos se tenían en gran con la destrucción y enterramiento de la vajilla utili- estima, como demuestran los hallazgos de espadas de zada. A continuación se procedía a depositar los restos gran calidad con un rico decorativismo. del difunto en su tumba, generalmente dentro de una Belén (1997: 182-190) afirma que el desarrollo del urna cerámica o de una cista de piedra, como la del Ce- proceso ritual en el mundo ibérico es bien conocido rro del Real (Granada) o la del Peal de Beceno (Jaén). gracias a yacimientos como Castellones de Ceal (Jaén), Por último, el rito de la cremación, conocido por es- Los Villares de Hoya Gonzalo (Albacete), Cigarralejo tudios realizados en múltiples e importantes necrópo- (Murcia), Cabezo Lucero (Alicante) o Turó dels Dos lis, consistía en un complejo ceremonial, en cuya una Pins (Barcelona). Cuando una persona moría era trans- de las partes era el quemar el cadáver vestido junto con portada hasta el recinto funerario, donde se procedía en su ajuar. Sitúa la temperatura de la pira entre los 600º primer lugar a la cremación del cadáver. Esto se reali- y los 800º C. zaba en una pira consistente en una somera fosa exca- Pereira afirma (García Huerta 2001: 11-35) que la vada en el suelo en la que se disponían ramas de madera información obtenida del registro arqueológico pre- mezcladas con matorrales que favorecían la ignición. senta por el momento una serie de lagunas, ya que los Durante el proceso funerario podían ofrecerse banque- trabajos de documentación se han orientado más hacia tes rituales que implicaban la destrucción y el enterra- el análisis de las tumbas que de los lugares donde se miento de la vajilla utilizada, como se ha constatado en efectuaban las cremaciones, debido a que en muchos el silicernium de la necrópolis de Hoya Gonzalo. Ter- casos se carece de información precisa sobre la loca- minando este proceso, se depositaban los huesos del di- lización de las mismas, sus medidas y morfología, ti- funto dentro de cada tumba, generalmente introducidos pos de combustible empleados, la posición del cadáver en una urna cerámica, acompañándola algunos obje- en la pira, elementos depositados en la misma y el tra- tos personales y elementos de ajuar. Añade que el cadá- tamiento que recibían los restos cremados una vez que ver se quemaba vestido y acompañado por sus armas, se apagaba la pira. Tampoco se cuenta con información otros objetos personales y elementos de ajuar, predomi- suficiente sobre el tiempo que duraba la cremación del nando las piezas de vestido y adorno (broches de cintu- cadáver. Para este autor una sistematización del regis- rón, pendientes, cuentas de collar, botones), las armas tro arqueológico del ámbito funcional de las cremacio- de hierro y recipientes de bebida y ofrenda. En oca- nes, permitiría una reconstrucción más fiable del ritual siones se incorporaban elementos propios del trabajo funerario y de sus distintas variantes, tanto en el ám- que desarrolló en vida, como instrumentos agrícolas, bito de la necrópolis como en aquellos casos en que

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 105-130 110 A. J. CRIADO / A. J. CRIADO / M.ª P. SAN NICOLÁS / L. GARCÍA / A. CRIADO se destinaran espacios adjetivos a dicha funcionalidad, diferenciación, metodológicamente hablando, es básica ampliando las propuestas de reconstrucción ritual. Un como punto de partida tanto para comprender en toda apartado fundamental para el estudio de las cremacio- su complejidad el rito funerario ibérico como para si nes, aparte de otros factores como los datos topográfi- se quiere establecer valoraciones sobre la supuesta “ri- cos o la evolución de los usos en el rito, sería el aná- queza” o “pobreza” de los ajuares de los individuos allí lisis de los restos documentados en el interior de los enterrados. Blánquez sugiere que durante décadas las quemaderos. Señala la existencia de distintos elemen- excavaciones han desatendido aspectos fundamentales tos de cultura material entre los que destacan restos ce- de cara a poder establecer estas matizaciones. Como rámicos de los recipientes de las ofrendas o el banquete ejemplo pone la ubicación y asociación de los objetos funerario, junto con la localización de otros materiales dentro de la tumba o el orden en el proceso de deposi- como armas, objetos de hierro y bronce. Así un aspecto ción dentro de ella. El problema se dificulta aún más al importante en el estudio de estos materiales es el co- ser conscientes de que en una y otra valorización (ritual rrespondiente a los que pertenecen al atavío y el adorno de enterramiento / ajuar funerario) los materiales que lo personal del cadáver, que en su mayoría aparecerán cla- materializaban eran similares: recipientes para perfu- ramente identificados como piezas del ajuar funerario mes, armas o cerámicas griegas aparecen utilizadas, in- del ritual de la cremación. distintamente, en una y otra función. Para Blánquez (García Huerta 2001: 104-108) el Salinas de Frías (2006: 91-92) nos hace otra des- rito funerario de enterramiento, una vez apagada la cripción del rito crematorio. Apunta que la combustión pira, fuera de la necrópolis, y, por lo general, introdu- del cadáver se hacía en un ustrinum, junto con el ajuar. cidos los huesos cremados dentro de una urna, se rea- Las cenizas luego se depositaban en una urna o vaso de lizaba el desplazamiento a la misma de cara a depo- cerámica que se depositaba en la tumba. La forma, di- sitarlos en un hoyo practicado dentro del suelo de la mensiones y aspecto de ésta varían de acuerdo con la necrópolis que, previamente, habría sido delimitado importancia social y económica del difunto, con ajua- dado el carácter ritualizado, y no de improvisación, de res consistentes en algunos platos, alguna hebilla y ob- todo el acto. Defendiendo esta previsión cree que no jetos metálicos. Para este autor la combustión del ca- se puede generalizar a la totalidad de los enterramien- dáver se hace junto con el ajuar y notifica que en las tos, aunque sí parece que para los tumulares. A conti- tumbas de guerreros aparecen armas como falcatas, pu- nuación se tapaba la urna con una piedra, plato o fuente ñales, umbos de escudo, normalmente destruidas o do- colocado de manera invertida y materializando así un bladas intencionalmente para que nadie pudiera utili- primer cierre. Respecto al ajuar y a la temperatura de zarlas. cremación, el autor afirma que en el interior de la urna Por último López Cachero (2008: 139-171) presu- sólo se depositaban los huesos limpios por la acción pone la existencia de diferentes etapas desde la muerte del fuego a más de 700º C y, en numerosas ocasiones, del individuo hasta la deposición de sus restos en la acompañados de objetos personales y de adorno como tumba. Entre ellas destaca la preparación ceremonial fíbulas, anillos, pendientes y placas de cinturón. Las del cuerpo del difunto, el transporte y acompañamiento frecuentes alteraciones de estos objetos provocados por del cadáver hasta la pira funeraria, la celebración de el fuego, permiten colegir que el cadáver era quemado un banquete funerario, la combustión y recogida de vestido y no envuelto en un sudario. Ello, apunta a su los restos y, finalmente, su definitiva deposición en la vez, el posible carácter público de la cremación, equi- tumba. Opina que algunos autores han propuesto que pado con sus mejores galas (vestido y adorno) eviden- la preparación del cadáver implicaba su ornamentación ciadoras de su elevado estatus. con ciertos objetos personales. Esto explicaría por qué Más en concreto, en el campo del ajuar, denota que algunos elementos metálicos se encuentran deformados frente al avance en el conocimiento que supone ser o parcialmente fundidos, aunque reconoce que no to- conscientes de que dentro de las tumbas ibéricas parte dos los objetos metálicos que aparecen en el interior de de los objetos depositados son consecuencia material de una tumba se encuentran afectados por la combustión, celebraciones ritualizadas, paralelamente, ello mismo, lo cual permite pensar en una deposición posterior a plantea nuevas cuestiones a resolver. Surge la necesi- este acontecimiento. Sitúa la temperatura alcanzada en dad de diferenciar, siempre que sea posible, que ma- la pira en un margen entre los 650º y los 800º C. teriales corresponden propiamente al ajuar del difunto En cuanto a los celtíberos, su ritual funerario no va- y cuales, por el contrario, son consecuencia de deter- ría respecto al de los íberos ya que se trata de dos cultu- minados actos rituales acometidos en su honor. Dicha ras en íntima conexión. De hecho, según García Huerta

SPAL 18 (2009): 105-130 I.S.S.N.: 1133-4525 LOS CARBUROS DE HIERRO COMO TESTIGOS DE LOS RITOS DE CREMACIóN ENTRE LOS PUEBLOS... 111

(VVAA 1992: 221), el mundo ibérico resultó funda- código ritual que regía el mecanismo de la existencia de mental en la configuración de la cultura celtibérica, objetos en las sepulturas, de las cuales, algunas apare- que una vez constituida adquirirá una entidad propia, cen con muchos objetos y otras con ninguno. Las pie- creando su propio repertorio material formando, como zas depositadas en las tumbas ofrecen docenas de ellas se ve en el repertorio del ajuar funerario, una sociedad diferentes, de algunas de las cuales es difícil determinar jerarquizada, aunque económicamente más débil que la su funcionalidad. Principalmente se trata de objetos de ibérica, en las que prácticamente el único material de adorno y uso personal, de armas, de las cuales las más importación procede del área ibérica. significativas son espadas, puntas de lanza, regatones, Belén (1997: 199-202) opina que como es común cuchillos de hoja curva y soliferra, todas fabricadas en en toda la Edad del Hierro entre los grupos peninsula- hierro, que en la mayor parte de los casos aparecen in- res cuyas necrópolis nos son conocidas, entre los celtí- utilizadas intencionalmente. Esta manipulación delibe- beros los cadáveres ardían en un quemadero o ustrinum rada responde a motivos directamente relacionados con y una vez separados de las cenizas y carbones, los hue- una estructura social en la que destacaba una élite de sos calcinados se recogían en urnas de cerámica hecha carácter guerrero, entre la que adquiría un gran valor a mano, metidas en un hoyo y tapadas con un cuenco ético la guerra, real o ficticia, y la muerte en combate. o una piedra plana, o se depositaban directamente en Lorrio (2005: 123-134), en la misma línea que el el suelo, dentro del hoyo, acompañados en ambos ca- resto de los autores, opina que el ritual funerario docu- sos de sus objetos personales y de ofrendas. Los ajua- mentado en los cementerios de los celtíberos es el de res muestran con claridad la consolidación, a partir del la cremación, pero habida cuenta de que únicamente se siglo VI a. C., en las tierras altas de las cabeceras del conoce el resultado final de este proceso, queda redu- Duero, Tajo y Jalón, de una sociedad jerarquizada en cida toda evidencia del mismo al ajuar y al tratamiento cuya cúspide se sitúan las élites guerreras. En las se- de que éste fue objeto o a las estructuras funerarias con pulturas de guerreros se encuentran, además de armas, él vinculadas. Según su opinión el cadáver sería cre- objetos de adorno. Con todo existen grandes diferen- mado en una pira, seguramente localizada en áreas es- cias en la composición de los ajuares de guerreros y son pecíficas del cementerio, en posición de cúbito supino. pocos los enterramientos que presentan equipos arma- Los restos de la cremación, entre los que se hallarían al- mentísticos completos. gunos de los objetos que formaban el ajuar, pues otros Cerdeño también afirma (García Huerta 2001: 163- no evidencian señales de haber estado en contacto con 169), que el ritual documentado en las necrópolis cel- el fuego, serían recogidos y depositados en el área es- tibéricas es el de la incineración o cremación del cadá- pecífica reservada al enterramiento, en el interior de un ver en una pira funeraria y en un lugar específicamente hoyo preparado al efecto, directamente en el suelo, en- dedicado a ello. Opina que los datos concretos sobre vueltos en una tela o quizás en recipientes de material la técnica de incineración son todavía escasos, empe- perecedero, o en una urna cineraria. La ubicación del zando porque no se sabe si cremaban el cadáver o el es- ajuar también varía, colocándose a veces al lado de la queleto después de prácticas descarnatorias o similar. urna, otras debajo de la estela, apareciendo, por lo co- En cuanto a la temperatura la sitúa entre 850º y 950 º C, mún, los objetos de adorno dentro de la urna, y las ar- basándose en estudios de Reverte (García Huerta 2001: mas, generalmente de mayor tamaño, fuera, alrede- 165). El autor hace otra alusión a la temperatura, refi- dor de la misma. Respecto a éstas afirma que existe un riéndose a la necrópolis de Numancia, colocándola en- grupo destacado de sepulturas que se define por la pre- tre los 600º y los 800º C (García Huerta 2001: 165; Ji- sencia de armas (espadas, puñales, lanzas, jabalinas, es- meno 1993: 31-44). Además Cerdeño nos cuenta que cudos y cascos), siempre en diferentes combinaciones las fuentes literarias dan noticia sobre el hecho de que y a las que suele asociarse cuchillos, así como arreos de durante la cremación solían quemarse en la pira hier- caballo y útiles tales como el punzón o, de forma me- bas y perfumes y se realizaban sacrificios, libaciones y nos usual, la hoz o las tijeras. También se documen- ofrendas, y era costumbre arrojar al fuego algunos re- tan objetos relacionados con la vestimenta, como los cipientes empleados en estos rituales. Acabada la cre- broches de cinturón o las fíbulas. Haciendo referencia mación se procedía a la recogida de los restos, sin una a la necrópolis de Numancia, destaca la uniformidad regla fija de cuidado para ésta, que se colocaban en de los restos humanos depositados en los enterramien- una urna cerámica o serían envueltos en una tela o en tos, muy escasos y seleccionados, ya que sólo aparecen piel de animal para su definitiva deposición en el hoyo restos pertenecientes al cráneo y a huesos largos, así junto al ajuar. Reconoce el desconocimiento del exacto como frecuentemente fragmentados, quizás de forma

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 105-130 112 A. J. CRIADO / A. J. CRIADO / M.ª P. SAN NICOLÁS / L. GARCÍA / A. CRIADO intencionada. Afirma que la temperatura a la que se interesante. Así en la necrópolis de Los Villares (Hoya efectuó la cremación oscila entre los 600º y los 800º C. Gonzalo, Albacete) los estudios polínicos documentan Por último Salinas de Frías (2006: 129) afirma que la existencia de una vegetación propia de un ambiente el ritual generalizado en Celtiberia, basándose en los de alto nivel de humedad, próxima a un paisaje casi restos arqueológicos, es el incinerador, acompañando a pantanoso. En esta línea, el propio nombre de la loca- las cenizas del difunto un ajuar más o menos rico, se- lidad en donde se encuentra el yacimiento (Hoya Gon- gún la clase social del individuo, siendo, en los casos zalo) nos recuerda la topografía hundida de la necrópo- de tumbas guerreros, su acompañamiento, armas inuti- lis con respecto a su entorno. lizadas ritualmente. También tenemos noticias sobre el papel del agua Una vez expuesto lo que se conoce hasta el mo- entre los celtíberos. Cerdeño (García Huerta 2001: 159) mento del ritual funerario de la cremación entre los íbe- afirma que un dato interesante de los cementerios de es- ros y los celtíberos, debemos añadir lo que se ha es- tos pueblos, quizás obvio por situarse en las zonas lla- crito también respecto a la importancia ritual del agua, nas que forman los valles de los ríos, es que se encuen- ya que en la presente investigación se ha detectado, en tran cerca del agua, que en muchas culturas antiguas, las piezas metálicas expuestas al fuego, que la pira po- especialmente en la celta, tuvieron un alto significado dría haberse apagado con algún tipo de líquido, ya que simbólico, representando la separación del mundo de los objetos metálicos muestran que sufrieron un fuerte los vivos del de los muertos. Los cursos de agua pue- gradiente térmico, desde la máxima temperatura alcan- den representar el vehículo que transporta el alma al zada, y que dan origen a las microestructuras objeto de más allá, el elemento de tránsito hacia la otra vida. En este estudio. este sentido Lorrio apunta (Lorrio 2005: 111) que re- En este sentido Blánquez (García Huerta 2001: 94- sulta habitual la proximidad de las necrópolis a cursos 100) se refiere a la presencia-utilización del agua como de agua, posiblemente debido a la existencia de rituales elemento acotador de los espacios funerarios. En la Pe- de tránsito en los que el agua jugaría un papel esencial. nínsula Ibérica, durante el período colonial fenicio-pú- Lo que se desprende de la información dada por los nico, encontramos antecedentes de dicha utilización re- autores es el acuerdo unánime en que el rito funerario ferida tanto a ambientes funerarios como puramente generalizado entre los íberos y los celtíberos fue el de sacrales; bien como elemento limitador, bien como ele- la cremación del cadáver. Lo que no parece claro, den- mento protagonista en determinados rituales. Así, en la tro del campo de nuestra investigación, es cuales obje- necrópolis de Las Cumbres (Puerto Santa María, Cá- tos metálicos de hierro se incineraban con el cadáver y diz) perteneciente al Castillo de Doña Blanca, se ha do- cuales se depositaban después junto a las cenizas del cumentado la existencia de toda una red de pequeños difunto. Tampoco se conoce con exactitud las tempe- canales que, aprovechando la pendiente natural de la raturas alcanzadas en la pira, ya que pocos autores ha- Sierra de San Cristóbal, rodearían los grandes túmu- blan de ellas y los que lo hacen se refieren a otros tra- los funerarios. Paralelamente, en la ciudad púnica de bajos en los que no se ha tenido en cuenta el estudio de Carteia (San Roque, Cádiz) se ha encontrado otro dato los objetos de acero, vector fundamental de informa- revelador: en la parte central del asentamiento, la más ción. El presente trabajo ofrece una herramienta válida elevada del entorno, se ha identificado el área religiosa para cualquier arqueólogo que afronte el estudio de una de la ciudad y, junto a ella, un notable desagüe en ca- necrópolis ibérica y celtibérica, pudiendo completar la liza fosilífera que evacuaría, muy posiblemente, el agua información obtenida de ella con el análisis de los ob- utilizada en determinados rituales acometidos en aquel jetos de hierro, que dan unos conocimientos precisos y espacio sacro. De hecho son frecuentes los testimonios altamente fiables sobre los procesos rituales que se die- documentados en esta misma línea dentro de las ciuda- ron entre estos pueblos. des púnicas del norte de África. Encontrados testimo- Como conclusión a este apartado citaré palabras de nios arqueológicos acerca del protagonismo del agua Blánquez (García Huerta 2001: 127) en las que se re- en determinados actos sacrales, cuando no directa- fleja bastante acertadamente el espíritu del presente tra- mente funerarios, si se habla del posterior período ibé- bajo de investigación: “Notable ha sido, pues, el avance rico los ejemplos se multiplican. A este respecto en Ar- del conocimiento en torno al mundo funerario ibérico chena (Murcia) todavía hoy se encuentra un balneario y, más concretamente, cómo es posible hoy profundizar de aguas medicinales en explotación, aunque es a tra- en su verdadero significado, fundamentalmente gracias vés de los estudios paleoambientales de los espacios fu- al detallado análisis y estudio arqueológico de campo. nerarios, donde se ha obtenido la documentación más Pero todavía más importantes han sido los cambios en

SPAL 18 (2009): 105-130 I.S.S.N.: 1133-4525 LOS CARBUROS DE HIERRO COMO TESTIGOS DE LOS RITOS DE CREMACIóN ENTRE LOS PUEBLOS... 113 los modos y maneras de estudiarlo. Una diferente ac- adecuada para conocer la temperatura alcanzada es el titud metodológica ha hecho posible esta nueva anda- estudio de la coloración de los huesos. Cita entre otros dura durante las tres últimas décadas, hasta el punto de los estudios de Hummel (1988: 177-194) y Etxeberría haber llegado a dibujar, reconstruyendo, su propio pai- (1987: 105-112). saje funerario. Pero, aún con ello, mayor es el camino Un estudio más reciente que estudia también la rela- que queda por recorrer. Nuevos avances tecnológicos ción entre el color de los huesos quemados y las condi- y nuevas investigaciones harán posible el progreso de ciones en que tuvo lugar la cremación (tiempo, tempe- nuestro conocimiento y conllevarán, como no podía ser ratura y disponibilidad de oxígeno), es el realizado por de otra manera, nuevos interrogantes pendientes por es- Philips (2005: 222-233). Se trata de un trabajo siste- tudiar. Sigamos, pues”. mático en el que se varían las distintas condiciones lle- gando a obtener diversas tablas de referencia como, por ejemplo, los colores encontrados en una cremación en Estado de la cuestión un horno en atmósfera de aire, tierra diatomea y “top- soil”, frente a los hallados en un entorno con alto con- Sobre el tema que acometemos en esta investiga- tenido orgánico. ción se tienen pocas noticias directas de autores clási- El estudio del color de los huesos no es la única téc- cos, sobre los ritos funerarios que se practicaban entre nica que se ha utilizado para conocer las temperaturas los pueblos prerromanos de la Península Ibérica. La Ar- de las cremaciones. Se destacan trabajos como el de queología y la Arqueometría se convierten así en fuen- Enzo (2007: 1731-1737) y el de McKinley (1997: 129- tes fundamentales de conocimiento. El análisis de estos 145), que utilizan otros métodos para determinar dichas ritos como herramienta para el estudio antropológico es temperaturas. El trabajo de Enzo consiste en el estudio una experiencia relativamente nueva. En las siguientes de la cristalinidad de los huesos observada mediante líneas se expondrán las investigaciones más destacadas Difracción de Rayos X y comparada con unas muestras sobre este tema. patrón preparadas a diferentes temperaturas. El hueso En primer lugar tenemos el trabajo realizado por fresco es un compuesto amorfo que al ser sometido a Wells (1960: 29-37) en el que se estudia una serie de un tratamiento térmico sufre una progresiva cristaliza- restos óseos encontrados en un campo de urnas de Nor- ción, que corresponde a un crecimiento de los cristales folk (Inglaterra), siendo una de las primeras muestras de fósforo cálcico. La conclusión a la que llega con los de este tipo de estudios. Como él mismo describe, la difractogramas de las muestras estudiadas y las mues- mayoría de los trabajos previos se centran en poco más tras patrón es que las temperaturas máximas alcanzadas que asignar el sexo y la edad de los individuos encon- en algunos huesos son los 750 ºC. trados. En este primer estudio, Wells, además de deter- En el estudio de Mckinley destaca la realización de minar el sexo y la edad de los restos humanos, con los una simulación de cremación y el registro de las tempe- datos obtenidos realiza una descripción de la técnica de raturas alcanzadas en cada una de las zonas de la pira. cremación, basándose en el estado de calcinación de Utiliza para tal objetivo una serie de termopares, con- los huesos hallados. Propone que el cuerpo era situado cluyendo a través de este experimento, que se alcanzan próximo al suelo, en posición supina y con la pira ex- temperaturas mayores a los 1000 ºC, manteniéndose tendida sobre él y concluye fijando la temperatura alre- durante tres horas aproximadamente. dedor de los 900 ºC, que es la necesaria para que fun- Además de los huesos, Reverte (1985: 195-282) dan las pequeñas gotas de vidrio encontradas junto a constató, en la necrópolis del yacimiento de Pozo Moro los huesos. (Albacete), la cremación conjunta de mujer-niño en va- Gómez Bellard (1996: 55-64) señala que durante rias ocasiones, en función de alguna enfermedad infec- décadas no se habían considerado los huesos quemados ciosa aguda, o incluso de alguna forma de eutanasia no como fuentes de información antropológica y arqueo- confirmada. En este estudio comprobó, con técnica cri- lógica. Indica que para el estudio de culturas como la minalista, que la temperatura lograda en el proceso de ibérica, la fenicia, la púnica o la romana, en las que la cremación debió de ser entre 850º y 950º C, máxima al- cremación fue utilizada durante siglos, los estudios de canzada por la combustión de maderas como el Quercus estas fuentes son muchas veces la única vía de informa- Ilex, y que los cuerpos se quemaron sobre la tierra o en ción. En su trabajo propone una metodología en la que hoyos excavados en ésta, en posición decúbito supino. destaca los problemas típicos que se suelen encontrar y En resumen no se han empleado para conocer tempe- los errores que se suelen cometer. Afirma que la forma raturas máximas piezas metálicas. Sí ha sido empleado

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 105-130 114 A. J. CRIADO / A. J. CRIADO / M.ª P. SAN NICOLÁS / L. GARCÍA / A. CRIADO el estudio de la coloración de los huesos, de entre los estos precipitados en zonas cercanas a agujas Widmas- cuales, por el rigor establecido en el trabajo realizado, tätten de fase ferrita, junto con la aparente direccionali- el de Philips es el que tiene una mayor validez cientí- dad que poseen, sugiere que los mismos puedan haber fica. Es destacable el trabajo arqueológico experimen- evolucionado a partir de los carburos iniciales presen- tal de MacKinley en el estudio de una cremación y el tes en las interfases de las agujas Widmanstätten, pro- de Enzo, empleando una técnica tan reproducible como duciéndose un envejecimiento que conlleve la forma- la Difracción de Ratos X, para el estudio de los huesos ción de estos precipitados aciculares. calcinados. Las temperaturas máximas alcanzadas se- Destacar por último el estudio realizado por Criado gún las diferentes investigaciones de distintas crema- (2006: 1-5) sobre los cambios microestructurales que ciones rondan los 900ºC, salvo en el caso del estudio de se producen en los aceros por envejecimiento natural (a Enzo. Este hecho invita a pensar que los objetos de hie- temperatura ambiente), en períodos de tiempo muy lar- rro que fueran sometidos a ritos de cremación, hayan gos. En el mismo se defiende la tendencia hacia unas estado en el campo de estabilidad austenítico, al menos microestructuras más ordenadas y regulares debido al a esas temperaturas. efecto del tiempo, en particular la evolución que sufre A raíz de esta comprobación, durante el estudio me- la fase cementita, fragmentándose y adquiriendo mor- diante Microscopía Electrónica de Barrido que realizó fologías más idiomórficas. Sus resultados se basan en el grupo de varias piezas, con una alta fiabilidad de el estudio de aceros antiguos por Microscopía Electró- que fueron sometidas a ritos de cremación, se detectó nica de Barrido. la presencia de una microestructura no habitual en los aceros modernos. Su micromorfología podría descri- birse como una matriz ferrítica en cuyo interior apare- TéCNICA EXPERImENTAL cen precipitados aciculares con unas orientaciones pre- ferenciales. Se hizo necesaria una revisión bibliográfica Preparación de las muestras arqueológicas para encontrar antecedentes sobre esta cuestión. Piaskowski (1961: 263-282) es el antecedente más Para la preparación de las muestras arqueológicas antiguo con el estudio metalográfico de este tipo de es- se requiere una serie de pasos muy precisos. En pri- tructura encontrada en una serie de objetos de hierro mer lugar se extrae una pequeña muestra mediante el hallados en Polonia. Este autor señala que la mayoría empleo de una microcortadora con disco de diamante de las piezas encontradas, procedentes del período de marca REMET tipo MICROMET. estudio, fueron sometidas a ritos de cremación. Afirma Una vez extraída se embute en resina epoxy (CRO- que las microagujas, antes descritas, son nitruros de NOLITA 1112), para facilitar el manejo durante la pre- I II hierro, más concretamente de fases γ – Fe4N y α – paración de la misma, que consiste en obtener una su-

Fe16N2, justificándolo con los resultados obtenidos por perficie totalmente lisa para su observación mediante Broker (Broker 1957: 205-216), el cual analiza me- Microscopía óptica y Electrónica de Barrido. Esta pre- diante Difracción de Rayos X precipitados aciculares paración consiste en dos fases: desbaste y pulido. en piezas arqueológicas, intentando reproducir dicha En la primera se procede al desbaste de las muestras estructura nitrurando hierro prácticamente puro. mediante el empelo de papeles con abrasivos resisten- Otra investigación importante es la efectuada por tes al agua marca BUEHLER, con distinto tamaño de Shugar (2003: 109-118). En ésta realiza un estudio so- grano y el uso constante del agua como lubricante, que bre tijeras romanas, encontrando en varias de ellas la además elimina posibles restos de granos desprendidos microestructura en forma de agujas. Defiende que los del papel, que podrían llegar a contaminar la muestra o precipitados encontrados son nitruros de hierro y trata el siguiente papel de granulometría más fina. de justificarlo mediante un análisis de Microsonda En primer lugar se usa el papel con el tamaño de Electrónica. grano mayor (120), hasta que toda la superficie muestre Otro antecedente destacable de este tipo de estruc- marcas de desbaste paralelas entre sí. Una vez obtenido turas es el trabajo de Liu (1984: 261-264), en el realiza esto se procede a desbastar con el siguiente papel de la un estudio mediante Microscopía Electrónica de Trans- serie (240) y de la misma manera, con la salvedad de misión y Difracción de Rayos X, de unos aceros anti- girar 90 º la probeta para eliminar las marcas del papel guos encontrados en Jordania. Concluyen a través de anterior. Sólo cuando se las ha eliminado se puede ase- los resultados obtenidos que los precipitados aciculares gurar que se ha rebajado o preparado la superficie para son carburos de hierro y no nitruros. La presencia de desbastar en el siguiente papel. Este proceso se realiza

SPAL 18 (2009): 105-130 I.S.S.N.: 1133-4525 LOS CARBUROS DE HIERRO COMO TESTIGOS DE LOS RITOS DE CREMACIóN ENTRE LOS PUEBLOS... 115 sucesivas veces cambiando a papeles de la serie con de asemejarse a las composiciones en carbono de las menor tamaño de abrasivo, siendo el tiempo requerido muestras arqueológicas. para cada uno de los papeles mayor que el del papel an- En primer lugar se sometió la muestra a un trata- terior (320, 400, 600, 900). Al final se tendrá la muestra miento de austenización a 1000 ºC, durante una hora, lista para el proceso del pulido. para solubilizar todo el carbono presente. A continua- Antes de pasar a esta segunda fase es necesaria una ción la muestra fue normalizada (enfriada al aire). La escrupulosa limpieza con el fin de no contaminar la muestra se sometió a un posterior tratamiento térmico muestra. El pulido tiene como fin eliminar las líneas en un Horno de Resistencia Eléctrica de Carbolite de producidas por el último papel de desbaste y se rea- potencia 8000 W (que puede alcanzar una temperatura liza con una máquina pulidora de la marca REMET máxima de 1300 ºC) a una temperatura de 300 ºC. tipo LS2 y un paño impregnado con Alúmina α de 0,3 Debido a que el tratamiento térmico implicaba la µm (micrómetros). La muestra se pone en contacto con exposición de la muestra a una atmósfera oxidante du- el paño húmedo y la Alúmina actúa eliminando las lí- rante un largo período de tiempo (de unas horas a 10000 neas, dejando una superficie totalmente lisa y pulida. horas), existía un riesgo elevado de que se produjese A medida que la pulidora gira la muestra debe girarse una oscilación y decarburación de las muestras muy in- suavemente en sentido contrario para obtener un pu- tensa. Por ello se decidió encapsularlas en ampollas de lido homogéneo hasta conseguir que la superficie me- cuarzo siguiendo cuatro pasos básicos: introducción tálica muestre un aspecto especular. Para lograr una su- de la muestra en el tubo de cuarzo; sellado de uno de perficie de mayor calidad se realiza un pulido final con los extremos libres; generación de vacío en la cápsula Alúmina de granulometría más fina (Alúmina γ de 0,05 desde el otro extremo; sellado de la cápsula mientras se µm). Tras cada etapa de pulido se comprueba la elimi- produce el vacio, procediéndose de este modo para evi- nación de las rayas de desbaste mediante su observa- tar el riesgo de explosión de la cápsula debido a la pro- ción a la lupa. Para evitar la oxidación de la muestra ducción de gases durante el tratamiento térmico. debida al tratamiento con agua, se pulveriza la muestra El tratamiento térmico se llevo a cabo con períodos con acetona, etanol o alcohol amílico y, a continuación, de tiempo que oscilaron entre unas pocas horas y 10000 se seca con un secador de aire caliente. horas. Esta decisión fue tomada para poder ver la evo- Una vez se ha conseguido un pulido especular se lución, en la formación de los precipitados, de los car- ataca la superficie para revelar la estructura del acero, buros de hierro. Las cápsulas aguantaron todos los tra- eligiendo como reactivos NITAL 4% (4 ml de HNO3 tamientos térmicos sin romperse. concentrado en 96 ml de etanol) y atacando durante Posteriormente se rompieron con el objetivo de pre- 10-15 segundos y, en otras ocasiones, PICRAL (2g de parar la muestra para su observación metalográfica e in- ácido pícrico, 25 g de NaOH y 100 ml de agua). troducir en otras cápsulas el resto de la muestra, con el Para la observación mediante Microscopía Electró- cometido de continuar con las fases de tiempo creciente nica de Barrido es necesario que la muestra sea conduc- en el tratamiento térmico. Así sucesivamente, hasta sa- tora. Debido a que las muestras están embutidas en re- car la última muestra con un tratamiento de 10000 horas. sina epoxy, no presentan conductividad en la superficie. De manera análoga a las arqueológicas se realizó Por ello se recurre a un recubrimiento con material con- la preparación metalográfica antes descrita. La diferen- ductor (sputtering de oro o grafito según la naturaleza cia con las muestras arqueológicas es que no fue nece- de la muestra). En nuestro caso se hizo con oro deposi- sario el sputtering de oro, debido a que eran conducto- tando una capa de décimas de micrómetro. El equipa- ras en toda su masa. miento utilizado para tal fin fue el de Sistemas de Sput- tering para Recubrimiento con oro BIO RAD SC 502. microscopía Óptica, microscopía Electrónica de Barrido (mEB), microsonda Electrónica (EPmA) Preparación de las muestras experimentales Las tres técnicas utilizadas para el estudio de las Se tomaron como muestras experimentales las del muestras arqueológicas y experimentales han sido el acero comercial AISI 1005 (0,06 % max. C; 0,45 % Microscopio óptico Convencional, la Microscopia max. Si; 0,35 % max. Mn; 0,04 % max. P; 0,05 % max. S), Electrónica de Barrido y la Microsonda Electrónica. proporcionado por el Taller Mecánico de la Universi- En primer lugar el Microscopio Óptico (fig. 2) se dad Complutense. Se eligió este acero bajo el criterio utilizó para evaluar el estado del pulido de la probeta y

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Después del Microscopio óptico se procedió a la observación de las muestras mediante Microscopía Electrónica de Barrido (Fig 3), en el CAI de Micros- copia Electrónica Luis Bru de la Universidad Com- plutense de Madrid. Esta técnica tiene como principio básico hacer incidir una delgado haz de electrones ace- lerados, con energías que van de unos cientos de eV hasta una decena de KeV (un eV es la energía asociada con un cambio de un voltio en el potencial de un elec- trón), sobre una muestra gruesa, opaca a los electrones. Este haz se focaliza sobre la superficie de la muestra de forma que realiza un barrido de la misma siguiendo una trayectoria de líneas paralelas. La señal emitida por los electrones y radiación re- sultantes del impacto se recoge mediante un detector y se amplifica para cada posición de la sonda. Las va- riaciones en la intensidad de la señal, que se producen conforme la sonda barre la superficie de la muestra, se utilizan para variar la intensidad de la señal en un tubo de rayos catódicos que se desplaza en sincronía con la sonda. De esta forma existe una relación directa entre la posición del haz de electrones y la fluorescencia produ- Figura 2. Microscopio óptico. cida en el tubo de rayos catódicos. El resultado es una imagen topográfica muy ampliada de la muestra. el ataque con Nital o Picral. Además sirvió como una Los análisis de Microsonda Electrónica se realiza- primera aproximación a la observación de la muestra. ron igualmente en el CAI de Microscopía Electrónica Se utilizó campo claro y campo oscuro, luz polarizada Luis Bru de la Universidad Complutense (fig. 4). En y, en ocasiones, filtro verde para resaltar las microes- este tipo de técnica el bombardeo de electrones sobre tructuras reflejadas en las micrografías. la muestra, genera rayos X que son exhaustivamente

Figura 3. Microscopio Electrónico de Barrido.

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abarcan desde el Calcolítico, hasta su abandono defi- nitivo hacia el año 1929, cuando la Copper Córdoba Company decide desistir de los recursos que ofrecía el yacimiento, por lo que se encuentran elementos de in- terés que abarcan unos cinco mil años de antigüedad. Es durante los periodos Republicano y Altoimpe- rial romanos (Siglos I a.C. al I d.C.), cuando la explo- tación minera se hace más intensa y sistemática, con- figurando el yacimiento, en su conjunto, un autentico distrito minero solo equiparable a las famosas zonas ar- queológicas que se han excavado en el sur de Portugal (Alemtejo), o en la provincia de León (Las Médulas). La pieza objeto de estudio, un pilum ibérico (siglos III-II a. C.), fue cedida por el Museo del Cobre de Ce- Figura 4. Microsonda Electrónica. rro Muriano (Córdoba) para su análisis. Se trata de una pieza rescatada de un yacimiento ibérico que fue ane- analizados. Así, con la longitud de onda o la intensidad gado por el pantano del río Guadamuño. El estado de de las líneas en el espectro de rayos X, los elementos conservación es bueno, manteniendo todavía una pá- presentes pueden ser identificados y sus concentracio- tina de magnetita en la punta (fig. 5). nes estimadas. El uso de un haz de electrones muy fina- En esta pieza se aprecia, mediante la observación mente focalizado consigue seleccionar un área muy pe- con Microscopia óptica Convencional, una estructura queña para ser analizada. de granos de ferrita con morfologías equiaxiales (fig.6). A través del Microscopio Electrónico de Barrido se puede que los carburos de hierro precipitados son, en RESULTADOS su totalidad, cristales aciculares (fig. 7). El tamaño encontrado es muy homogéneo (entre 5 y muestras arqueológicas 10 µm), así como su distribución dentro de los granos fe- rríticos. No se aprecia la ausencia de carburos junto al lí- Pilum (Cerro Muriano, Córdoba) mite de grano, pero sí se observa que éste, en numerosas ocasiones, está enteramente formado por cementita con- La población de Cerro Muriano se encuentra en la tinua. Estos carburos se disponen orientados en estructura Sierra de Córdoba, a 16 km de la capital. Esta localidad Widmanstätten unos con respecto a otros, de manera bas- cuenta con una gran abundancia de restos arqueológicos, tante evidente. Se aprecia que ciertos carburos llegan a to- ya que sus recursos mineros fueron explotados durante un car, e incluso atravesar, algún límite de grano, cambiando largo período de tiempo. El complejo de Cerro Muriano en orientación a los planos preferentes de ambos granos. está formado por varias estaciones arqueológicas situa- das en un gran cerro (Cerro de la Coja), y se mantiene en buenas condiciones de conservación al hallarse dentro de unos terrenos en propiedad del Ejército Español. Cerro Muriano es un magnífico ejemplo para el es- tudio de la Metalurgia, tanto por proporcionar datos valiosos de su origen como de su desarrollo, ya que cuenta con restos de escorias, lingotes y herramien- tas de trabajo minero y metalúrgico desde sus orígenes prerromanos hasta principios del siglo XX. El conjunto minero de Cerro Muriano posee una de las secuencias estratigráficas arqueológicas más completas de toda la Península Ibérica en este tipo de yacimientos destina- dos a la extracción, explotación del mineral y a la ob- tención y manufactura del metal en lingotes o piezas acabadas. En el mismo, se han recuperado restos que Figura 5. Pilum ibérico.

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Para comprobar la composición de estos precipita- dos, se realizó un análisis en Microsonda Electrónica. Con éste se pretendía hacer una serie de medidas de composición entre dos puntos de la muestra. Como se observa en la fig. 8, la Microsonda Electrónica sólo de- tecta dos componentes en la línea de análisis, el Carbono y el Hierro. Los picos de aumento de concentración de carbono asociado al decremento de concentración de hierro, coinciden con la imagen de los precipitados. Por tanto este análisis confirma que la composición de los precipitados es de cristales de cementita (carburo de hie- rro) y descarta la presencia de nitrógeno.

Figura 6. Imagen del Microscopio óptico mediante campo Falcata del Museo Armería de Vitoria-Gasteiz. claro con filtro verde. Se trata de una falcata ibérica cedida por el Museo Armería de Vitoria Gasteiz, cuya datación es del siglo V al II a. C. Su estado de conservación es bueno y la muestra se tomó de la punta de la misma (fig. 9). En una primera aproximación, mediante Microsco- pia óptica Convencional, son observables los granos de ferrita en el núcleo metálico de la muestra, con una capa de magnetita en la superficie (fig. 10). Mediante Micros- copia Electrónica de Barrido, se pueden apreciar los gra- nos ferríticos y los precipitados de cementita, con forma acicular, en el interior. Los granos de ferrita presentan una forma equiaxial, aunque su tamaño no es homogé- neo debido a procesos de recristalización. (Fig. 11). La orientación de los precipitados de carburo de hierro den- tro del grano ferrítico es, la correspondiente a la estruc- tura Widmanstätten, homogéneamente repartidos y con Figura 7. Imagen mediante Microscopía Electrónica de gran similitud en sus tamaños y morfología, siendo el ta- Barrido. maño medio de 5 µm. Existen algunos granos en los que

Figura 8. Gráfica del análisis con Microsonda Electrónica.

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Figura 9. Falcata cedida por el Museo Armería de Vitoria-Gasteiz. apenas ha empezado el crecimiento de los precipitados en la muestra del pilum, dos análisis en Microsonda aciculares de carburo de hierro, mientras que en otros Electrónica. Recordar que con estos análisis se ha- son de mayor tamaño y se ven más claramente. cen una serie de medidas de composición entre dos Para comprobar la composición de los precipi- puntos de la muestra (fig. 12). Se observa en el aná- tados en forma de agujas se realizaron, al igual que lisis con esta técnica como los cristales de carburo

Figura 10. Imagen mediante Microscopio óptico. Figura 11. Imagen mediante Microscopía Electrónica de Barrido.

Figura 12. Gráfica del análisis con Microsonda Electrónica.

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de hierro, con estructura Widmanstätten, contienen carbono y hierro, según el perfil analítico, descar- tando la posibilidad de que sean nitruros de hierro.

Tachuela (Villanueva de Teba, Burgos).

El yacimiento arqueológico de Villanueva de Teba, en Burgos, se encuentra situado en las estriba- ciones del sistema Cantábrico en su vertiente sur. Se trata de una necrópolis con enterramientos de cre- mación. La cronología del yacimiento se estima en- tre s. IV-III a. C. Los pobladores de las tierras se co- rresponden a culturas prerromanas de la Edad del Figura 13. Muestra embutida de la tachuela. Hierro II, de tradición de Campos de Urnas Tardíos (Grupo Miraveche - Monte-Bernorio) con escaso in- flujo celtibérico. En esta necrópolis se halló la tachuela objeto de es- tudio en muy buen estado de conservación. Una vez preparada la probeta (fig. 13), se observó la muestra mediante Microscopia óptica Convencional y Micros- copia Electrónica de Barrido. Mediante Microscopia óptica Convencional se puede observar en esta pieza la aparición de precipi- tados de cristales de cementita con la morfología aci- cular típica de las muestras arqueológicas incinera- das. Se usó también el filtro verde para resaltar aún más las agujas de cementita dentro del grano ferrí- tico (fig. 14). En Microscopia Electrónica de Barrido se evi- dencia que los granos de ferrita presentan una forma Figura 14. Imagen del Microscopio óptico mediante campo equiaxial en la que, en general, los puntos triples de claro con filtro verde. unión de tres granos se aproximan a los 120 º del cristal metálico ideal (fig. 15). La orientación de los cristales de cementita dentro del grano ferrítico es la correspondiente a la estructura Widmanstätten, homogéneamente repartidos y con una alta simili- tud en tamaño y morfología, siendo su tamaño me- dio en torno a las 5 µm; exceptuando algunas zonas en plena evolución a aumento y disminución de ta- maño. En numerosos casos el límite de grano pre- senta cementita continua y no se aprecia que la zona adyacente muestre un empobrecimiento en precipita- dos de carburo de hierro. Se llegan a observar carbu- ros de hierro atravesando el límite de grano, aunque respetando las diferentes orientaciones de cada uno. En la morfología de los cristales se aprecian planos rectos, dejando evidencia de la estructura cristalina de los carburos de hierro precipitados en el interior Figura 15. Imagen mediante Microscopía de los granos. Electrónica de Barrido.

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Hebilla de placas de defensa (Villanueva de Teba, Burgos).

Esta pieza, una hebilla de placa de defensa, también pertenece a la necrópolis de cremación de Villanueva de Teba (Burgos) y datada, como se ha apuntado ante- riormente, entre los siglos IV y III a. C. Su estado de conservación es bueno, manteniendo fosilizado parte del cuero (fig. 16). En esta pieza se evidencia, ya en el Microscopio óptico, como las microestructuras reveladoras de la materia objeto de estudio se encuentran en la zona del núcleo y no en las zonas de la superficie, volviéndose a utilizar el filtro verde para resaltar la morfología del in- terior de la muestra (fig. 17). Se puede observar la apa- Figura 16. Hebilla de placas de defensa. rición de precipitados de carburo de hierro en el interior del grano ferrítico de forma evidente, con sus morfolo- gías aciculares en estructura Widmanstätten, típicas de piezas de acero arqueológicas incineradas. Los carburos de hierro, en la matriz ferrítica, se re- velan perfectamente en Microscopia Electrónica de Ba- rrido. Son bastante homogéneos en su tamaño y dis- tribución; así como, es muy evidente, su distribución regular en estructura Widmanstätten (fig. 18). La orien- tación de los cristales de cementita dentro del grano fe- rrítico presentan una clarísima estructura Widmans- tätten, presentando cristales de carburo de hierro, homogéneamente repartidos y con una alta similitud en tamaño y distribución, siendo su tamaño medio en torno a las 5 µm.

Figura 17. Imagen con Microscopio óptico mediante campo muestras experimentales claro con filtro verde.

El tratamiento al que se ha sometido el acero ex- perimental AISI 1005 ha sido un calentamiento hasta campo austenítico (1000 ºC durante una hora) y pos- terior enfriamiento al aire. Debido al cambio de tem- peratura, la fase austenita deja de ser estable ya que las fases estables a menor temperatura son las de fe- rrita y cementita. La fase ferrita, pobre en carbono, necesita segregar el anteriormente disuelto. Esta se- gregación del carbono se produce mediante la pre- cipitación de la fase cementita (rica en carbono), de forma que se produce un crecimiento conjunto de lá- minas alternadas de ferrita y cementita, formándose una estructura característica de las transformaciones eutécticas, que en el acero se conoce como perlita. La perlita forma láminas porque los átomos de car- bono necesitan difundir la distancia mínima dentro Figura 18. Imagen mediante Microscopía de esta estructura. Electrónica de Barrido.

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Figura 19. Esquema de formación del eutectoide Fe-C con crecimiento cooperativo de ambas fases.

La fig. 19 ilustra esquemáticamente los cambios mi- estructuras como la de la perlita y el límite de grano. croestructurales que acompañan la reacción eutectoide A partir del material normalizado se realizó un trata- de formación de perlita (las flechas indican la dirección miento térmico de revenido, a una temperatura mode- de la difusión del carbono). El crecimiento se produce rada y un posterior enfriamiento lento en el horno. Este a partir del límite de grano debido a factores energéti- tratamiento se realizó, como se ha expuesto en la téc- cos, ya que la nucleación es más fácil en zonas de ma- nica experimental, en ampollas de vidrio. El revenido yor energía (como superficies, dislocaciones o límites se realizó a una temperatura de 300º C, con unos perío- de grano). Los átomos de carbono difunden de la región dos de tiempo que van desde unas horas a 10000 horas. ferrítica a las capas de cementita para conseguir la con- Las estructuras que se observan con los revenidos centración del 6,70 % en peso de C y la perlita se pro- a 300 ºC, entre unas horas y 10000 horas, van mos- paga a partir de los límites de grano al interior de los trando la aparición de carburos de hierro en las interfa- granos austeníticos. ses de las agujas de ferrita. Así, a 948 horas, ya se ob- En las probetas tratadas se ha empleado como reac- serva claramente esta precipitación de carburos, a lo tivo de ataque Nital al 4%, el cual incide en las zonas de largo de las interfases de ferrita, alineados y orienta- ferrita con más alto contenido energético, evidenciando dos en estructura Widmanstätten (fig. 20). El enveje- de esta manera las formaciones claramente y revelando cimiento ya se nota de manera efectiva, pero incluso con menos tiempo podemos sorprender la nucleación de numerosos carburos a lo largo de las interfases de ferrita acicular. ya a partir de las 1416 horas de calentamiento a 300 ºC las imágenes que se aprecian se parecen mucho a las observadas en las muestras arqueológicas estudia- das. A continuación presentamos una secuencia de la evolución de estos precipitados de carburo de hierro, en relación al tiempo de calentamiento transcurrido, com- parándola con la estructura de la hebilla y de la falcata. Las imágenes han sido obtenidas mediante Microsco- pía Electrónica de Barrido, jugando con el brillo y el contraste de la imagen suministrada por los electrones secundarios. En los distintos ángulos de las microgra- fías aparece la imagen original y ocupando el resto de Figura 20. Muestra experimental después de 948 horas y la superficie la imagen, contrastando sólo los carburos tomada mediante Microscopía Electrónica de Barrido. de hierro (fig. 21-25).

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Figura 21. Muestra experimental después de cuatro semanas, Figura 22. Muestra experimental después de 6000 horas, tomada mediante Microscopía Electrónica de Barrido. tomada mediante Microscopía Electrónica de Barrido.

Figura 23. Muestra experimental después de 10000 horas, Figura 24. Imagen de la falcata tomada mediante tomada mediante Microscopía Electrónica de Barrido. Microscopía Electrónica de Barrido.

Figura 25. Imagen de la hebilla, tomada mediante Microscopía Electrónica de Barrido.

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Cuantificación de la nucleación y crecimiento retenido hasta alcanzar la estabilidad energética. Esto de los carburos de hierro en la matriz ferrítica dará lugar al crecimiento de los núcleos de carburos ge- nerados en el segundo paso, los cuales crecen en las po- Tratamiento térmico inicial siciones situadas entre las agujas de ferrita producidas en el proceso de normalizado. El acero AISI 1005 fue recocido a 1000 ºC durante 1 Se aprecia en las probetas de 7, 35, 47 y 59 semanas hora y, posteriormente, enfriado al aire. El tratamiento como el tamaño de los carburos crece progresivamente de envejecimiento natural de las piezas arqueológicas en forma acicular o alargada, alineándose los núcleos ha sido simulado, provocando calentamientos prolon- entre sí para acabar dando lugar a las citadas agujas. gados a 300 ºC y tiempos de entre unas horas y 10000 Este es un proceso normal de crecimiento, en el cual es horas, para acelerar el proceso. más favorable que las partículas pequeñas, con una ma- yor inestabilidad energética (gran superficie por unidad de volumen), se disuelvan y se produzca una migración Nucleación atómica hacia las grandes, debido a que así se reduce la energía de la interfase precipitado-matriz (fig. 27). El segundo paso consiste en el tratamiento de enveje- Este hecho fuerza a que a medida que crecen las agu- cimiento simulado o revenido, en el cual, mediante el tra- jas de cementita, decrece el número de núcleos. En las tamiento térmico a 300ºC, favoreceremos la difusión de piezas arqueológicas y en las últimas etapas de la simu- átomos de carbono para la formación de los núcleos de los lación se observa la ausencia de carburos pequeños en carburos. A las 24 horas ya se observa una cantidad apre- las inmediaciones de las agujas de mayor tamaño. Este ciable de pequeños carburos (en un área de 10 micras cua- hecho está en buena relación con el modelo de creci- dradas, 40 núcleos) de un tamaño medio de 0.25 micras. miento propuesto. Su forma es esférica y aparece el precipitado entre las agu- jas de ferrita metaestable, en especial asociadas al límite de grano. Este hecho se debe a que la nucleación es prefe- DISCUSIÓN gENERAL DE RESULTADOS. rente en las zonas de más desorden atómico, o alta energía. La fig. 26 muestra la evolución del número de nú- De la observación de las muestras estudiadas y de cleos encontrados en un área de 10 micras cuadradas. los estudios que se derivan de la literatura internacio- Se aprecia que el valor máximo es a las 4 semanas, el nal relacionada con el mundo de los aceros incinera- cual decae hasta valores muy bajos, 8 o 9 núcleos tras- dos, se puede asegurar que la aparición de carburos de curridas más de 47 semanas. hierro idiomórficos con estructura Widmanstätten, en granos de ferrita, son un vector afirmativo de la inci- Semanas Nº núcleos neración de esas piezas de acero con el cadáver. Ade- 0,14 40 más, se puede afirmar, que es general, ya que otras pie- zas de acero que han sufrido niveles de incendio solo 1 37 presentan cementita globulizada en las colonias perlí- 4 97 ticas, pero nunca los carburos idiomórficos con estruc- 7 55 tura Widmanstätten. La naturaleza de estos carburos ha sido puesta en 35 13 cuestión algunas veces por autores que aseguran que se 47 9 trata de nitruros de hierro idiomórficos. Pero estos au- 59 8 tores nuca han hecho un estudio analítico de ellos para comprobar su hipótesis. Por el contrario, todos aquellos Figura 26 que los han analizado, han llegado a la misma conclu- sión que nosotros. En nuestro caso, hemos utilizado la Microsonda Electrónica, que los ha identificado con se- Crecimiento guridad como carburos de hierro, sin detectar en ningún lugar la presencia de nitrógeno, procedente de la com- El tercer paso del modelo consiste en aportar un nú- bustión de los tejidos humanos. mero suficiente de horas a baja temperatura para que se La nitruración es un proceso industrial de gran im- produzca la segregación y difusión de todo el carbono portancia en la actualidad, sobre todo para nitrurar

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tamaño / nº carburos vs tiempo de tratamiento 50 45 40 35 30 25 20

nº de carburos 15 10 5 0 0_0,25 0,50_0,75 1,00_2,00 3,00_4,00 5,00_10,00 0,25_0,50 0,75_1,00 2,00_3,00 4,00_5,00 >10,00 rango de tamaños

24 horas 1 semana 4 semanas 7 semanas 35 semanas 47 semanas 59 semanas

Figura 27. Gráfica global en la que se compara el número de núcleos de carburos, su tamaño y el tiempo de tratamiento. piezas que deben resistir el desgaste: aceros de he- una ligera tendencia al alza, ya que las piezas metálicas rramientas, ejes de motores, rodamientos, piñones de son más conductoras del calor y adquieren éste con ma- transmisión, etc. La máxima profundidad de capa de ni- yor facilidad. truración suele rondar los 0,2 mm. Hay que pensar que Hay estudios rigurosos que han abordado el tema de para que el nitrógeno alcance una profundidad de 0,6 la temperatura alcanzada por el cadáver, tanto en una mm, se necesitan 60 horas de tratamiento a temperatu- pira funeraria como en un incendio (Wells 1960: 29- ras elevadas. queda por tanto muy lejos de los hechos 37); incluso han podido estudiar el uso de huesos de observados en las piezas arqueológicas. animales como combustible en el Paleolítico Medio y Mediante el estudio de simulación se ha podido co- Superior y la temperatura alcanzada en estos hogares nocer que las temperaturas que estos aceros deben sobre- (yravedra 2005: 369-383). Así mismo, algunos auto- pasar, en su calentamiento, para obtener una estructura res han publicado, en la literatura internacional, expe- de ferrita acicular evidente, son los 950 ºC, pudiéndose riencias sobre simulaciones con piras funerarias reales alcanzar y superar los 1000 ºC. Esta estructura, en los y han medido, mediante termopares, las temperaturas aceros al carbono actuales, se produce en bruto de co- alcanzadas (McKinley 1997: 129-145). lada (Lide 2004: 1443-1444). Osea, durante el enfria- De estos trabajos y de nuestras experiencias en la- miento de los lingotes de acero, que naturalmente pro- boratorio, se deduce, que la temperatura alcanzada por vienen del acero en estado líquido a la salida del horno o el cadáver en su combustión, es menor que en otros lu- del convertidor. La siguiente operación que se hace a es- gares de la pira o en materiales suntuarios que acompa- tos lingotes es un desbaste por forja y laminación. ñaban a dicho cadáver. Incluso no todas las partes del Estas temperaturas propuestas por nosotros, tras cuerpo humano alcanzan la misma temperatura, ya que nuestra investigación, no difieren de muchas de las pro- hay partes de éste que son plenamente combustibles, puestas por la literatura internacional, que basa sus afir- como las grasas y los elementos óseos esponjosos, epi- maciones, básicamente, en la cristalinidad y/o color de fisiarios y axiales. Los huesos retardan la combustión los huesos o por el color de las cerámicas. Por tanto, de la leña y bajan la temperatura alcanzada. En cam- nuestra investigación corrobora estos datos, quizás con bio, podemos afirmar, rotundamente, que los objetos de

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Beautiful Monste

Ferrita saturada en C ( ≥0´028%)

Proceso de envejecimiento

Ferrita en equilibrio (0´008%C) + Fe3C

ΔT ~ 200ºC

Figura 28. Diagrama de fases Fe-C de Criado. ajuar metálicos, son los que alcanzan la máxima tem- grado de subenfriamiento debe ser muy elevado, y esto peratura producida en la pira funeraria. Esto quiere de- sólo se consigue si el enfriamiento se realiza desde una cir, que el auténtico testigo de la temperatura de la pira temperatura muy elevada como en los aceros en bruto funeraria, la marcan los elementos metálicos más con- de colada (Asm Metals Handbook 2004: 1443-1444), o ductores y, no los huesos calcinados, como hemos se- bien, templando, es decir, si la pira se apaga con agua ñalado anteriormente. o cualquier otro líquido Para ello recurrimos de nuevo Es necesario también dejar claro, que el poder ca- al diagrama de fases Fe-C de Criado (Criado 2008: 8) lorífico de muchas maderas es muy elevado, sobre (fig. 28). todo de aquellas que son duras, compactas y resinosas, En todo caso la ferrita queda saturada en carbono. como: carpe, arce, roble, haya, pino, que superan en Ténganse en cuenta que a temperatura ambiente la red poder calorífico a la turba. Se han encontrado bronces cúbica centrada en el cuerpo del hierro (ferrita) sólo de bajo contenido en estaño, que estaban fundidos des- puede retener un 0,008% de carbono en masa. Todo pués de la cremación, lo que nos viene a decir que se el carbono que sobresatura esta red la tensiona, provo- superaron los 1000 ºC. Esto se observa claramente en cando que sea segregada de ella formando carburos de varias piezas de la necrópolis de La Hoya (ALONSO hierro en los lugares más favorables para hacerlo, que 1999: 38-81). La consecuencia es que las piras realiza- son las interfases de las agujas de ferrita. Esto obliga, das con este tipo de maderas, podían alcanzar tempe- desde un principio, a que aparezcan alineados en cier- raturas muy superiores a los 1000 ºC, lo que estaría en tos planos conformando la estructura que denomina- concordancia con las adecuadas para obtener los vecto- mos Windmansttäten. res metalúrgicos de la investigación, como son los car- El idiomorfismo de estos cristales y su morfolo- buros de hierro idiomórficos precipitados en ferrita con gía alargada vienen obligados por ocurrir a tempera- estructura Widmanstätten. tura ambiente. El carácter de compuesto intermetálico

Para que se produzca la ferrita acicular con estruc- del Fe3C y que algunos planos siguen siendo semico- tura Windmanstätten, a partir de la austenita original, el herentes con la matriz ferrítica, hace que esa dirección

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ferrita ferrita

ferritaferrita Fe3C

ferrita ferrita Fe3C (límite de grano) ferrita

cre (A): interfase semicoherente de baja movilidad. c (A): interfase semicoherente de baja movilidad. im B i (B): interfase incoherente de elevadaelevada movilidad.movilidad. ento le Fe3C nt o A

ferrita crecimiento rápido

Figura 29. Proceso de precipitación de los carburos de hierro. de crecimiento se lentifique y, otros, que son incohe- pequeños, llegándose, finalmente, a un equilibrio en el rentes con la matriz les permite crecer más deprisa, lo que la mayoría de ellos tienen el mismo tamaño, a ex- cual ya está estudiado por Chadwick (Chadwick 1972: cepción de algunos pequeños en estado de desaparición 188-194) y por Porter y Easterling (Porter 1981: 279- y otros muy grandes y, por tanto, muy estables, hecho 287) (fig. 29). demostrado por Chadwick y Porter y Easterling. La velocidad de crecimiento depende del tiempo y de una constante K, que engloba el factor difusión, la energía interfacial y la concentración en el equili- 3 3 (r) – (r0) = k t brio (fig. 30). Estos factores, a temperatura ambiente, son poco favorables, por lo que el proceso se hace muy lento y es necesario el paso de miles de años para que donde k = D γ xe se complete, como hemos podido observar en las mi- r̅ : radio medio de las partículas de carburo de hierro crografías de las muestras arqueológicas. r0 : radio crítico de las partículas de carburo de hierro En nuestra simulación ha sido necesario calentar a t : tiempo transcurrido 3 3 300 ºC, para favorecer esos factores que conforman K, (r) – (r0) : aumento con el tiempo (t) del radio (r) de las sobre todo el factor difusión. Pero también hemos es- partículas; el tiempo transcurrido viene dado por 3 3 tado muy limitados ya que temperaturas más altas, que ( r̅ ) – (r0) favorecerían aún más la difusión, hubieran hecho que t = D γ xe el idiomorfismo y cristalinidad de los carburos hubiera D : coeficiente de difusión del carbono en ferrita dejado paso a la globulización de éstos, debido a que γ : energía interferencial entre ferrita-cementita (Fe3C) es la morfología más estable para la cementita a altas xe : concentración en el equilibrio temperaturas. Como hemos visto en el estudio cuantitativo de ta- Figura 30. Ecuación de crecimiento de las partículas de maño y número de carburos con el tiempo, una vez carburo de hierro. formados los núcleos de carburo de hierro, comienza una competencia entre ellos. Los más grandes se de- Finalmente, hay que concluir que el proceso de sarrollan más, a costa del decrecimiento de los más simulación se podría extender más en el tiempo,

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 105-130 128 A. J. CRIADO / A. J. CRIADO / M.ª P. SAN NICOLÁS / L. GARCÍA / A. CRIADO pero existe el riesgo de la globulización ya que, aun- de subenfriamiento fuerte, que sólo se alcanza que la temperatura de calentamiento es tan solo de si la temperatura de cremación fue muy elevada 300 ºC, el factor tiempo corre en contra, provocando frente a la temperatura ambiente o se usó algún lentamente la globulización de los cristales idiomór- líquido para apagar la pira (recordemos la im- ficos de carburo de hierro. De todos modos, tras el portancia ritual del agua). Cuantificamos esta recuento de cristales y la valoración de sus tamaños, temperatura como de al menos 950ºC a 1000ºC, parece que con 10000 horas hemos llegado a valo- superándose en numerosas ocasiones esta úl- res concordantes con los observados en las piezas tima temperatura. arqueológicas. 4. Durante el proceso de envejecimiento natu- ral o artificial simulado, los carburos de hie- rro idiomórficos, precipitan en las interfa- CONCLUSIONES ses de las agujas de ferrita, presentando, por tanto, una clara orientación en ciertos pla- Antes de pasar definitivamente a las conclusiones nos, originando la conocida estructura Wind- cabe recordar los objetivos que se propusieron para este manstätten. trabajo y que se han logrado satisfactoriamente: 5. Su forma idiomórfica alargada se debe a su cre- — Determinar la temperatura de incineración y las cimiento semicoherente en algunos planos e in- velocidades de enfriamiento a las que fueron so- coherente en otros planos. metidas las piezas durante la cremación. 6. Formados los núcleos cristalinos, se esta- — Simular dicho tratamiento térmico en aceros blece una competencia de crecimiento entre modernos con el objetivo de reproducir las mi- ellos, favoreciendo a los mayores y redisol- croestructuras encontradas. viendo a los más pequeños, debido a que las — Conocer, una vez logrados los dos objetivos energías libres son diferentes en las interfa- anteriores, que piezas fueron sometidas a la ses de los cristales, provocando que la con- cremación con el cadáver y cuáles no sufrie- centración en carbono de la matriz ferrítica ron esta exposición al fuego y fueron deposi- sea diferente. Se produce un flujo de átomos tadas, posteriormente, con el ajuar junto a la de carbono de la interfase ferrita-carburo de urna cineraria. hierro, de los más pequeños hacia los de ma- — Cuáles son los mecanismos cinéticos y termo- yor volumen. dinámicos que nos llevan a estas peculiaridades 7. La velocidad de crecimiento de los cristales 3 3 microestructurales. viene dictada por: r – r0 = K t = D γ xe t. Para favorecer el crecimiento en los ensayos simula- Teniendo estos objetivos marcados desde un princi- dos hemos trabajado a 300ºC y tiempos prolon- pio, las conclusiones finales son las siguientes: gados. Una temperatura superior a 300ºC, para 1. La aparición de carburos de hierros idiomórfi- los tiempos más dilatados, hubiera supuesto una cos con estructuras Windmanstätten, en los gra- segura globulización de los carburos de hierros nos de ferrita, en las armas y otros objetos de idiomórficos formados. hierro y acero de los pueblos prerromanos de la Península Ibérica, son un magnífico vector para En resumen y para concluir, la aparición de carbu- asegurar que la pieza fue objeto de un rito de ros de hierro nos están indicando tres hechos, que son cremación. los objetivos fundamentales de este trabajo y que hasta 2. La composición de dichos cristales idiomór- ahora en la investigación arqueológica no estaban cla- ficos, ha quedado aclarada con los análisis de ros: la primera es que la pieza de hierro o acero fue cre- Microsonda Electrónica, realizados al pilum mada junto al cadáver; lo segundo es que se produjo un ibérico y a la falcata, como carburos de hie- subenfriamiento rápido de la pira, cosa que se efectuó, rro, lo que viene a confirmar otros análisis por hipotéticamente, apagándola con algún tipo de líquido, otros métodos publicados en la literatura in- lo que nos lleva a pensar en el agua debido a la presen- ternacional. cia de ésta en las necrópolis y su importancia ritual; y 3. Para que aparezcan estos cristales idiomórficos tercero que para que se produzcan estas microestructu- de carburo de hierro, la ferrita debe quedar so- ras típicas, la pira tuvo que llegar a una temperatura mí- bresaturada en carbono, lo que exige un grado nima de 950º a 1000º C.

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Fecha de entrada: 19-10-2010 Fecha de aceptación: 18-01-2011

SPAL 18 (2009): 105-130 I.S.S.N.: 1133-4525 ROmANIZACIÓN y CONSUmO: CAmBIOS y CONTINUIDADES EN LOS CONTEXTOS CERámICOS DE hISPALIS EN éPOCAS TURDETANA y ROmANO-REPUBLICANA

ENRIqUE A. GARCÍA VARGAS FRANCISCO J. GARCÍA FERNÁNDEZ*

Resumen: Con este trabajo intentamos describir y explicar los Abstract: In this paper, we attempt to describe and explain cambios que se aprecian en los repertorios cerámicos de His- the changes detected in the pottery repertoires of Hispalis palis (Sevilla) entre los siglos III y I a.C. como reflejo de las (Seville) between the 3rd and 1st centuries BC as a reflec- transformaciones en los hábitos alimenticios y en las pautas de tion of the transformation of the eating habits and patterns consumo de las poblaciones del Bajo Guadalquivir a finales of consumption of the people of the Lower Guadalquivir in de la Edad del Hierro y durante los primeros siglos de la ocu- the Late Iron Age and early centuries of the Roman occu- pación romana. Para ello se revisarán los diferentes contextos pation. For this purpose, we shall review the different con- de ocupación de época turdetana y romano-republicana docu- texts of Turdetanian and Roman-Republican occupation mentados en las excavaciones llevadas a cabo en la ciudad de documented in the excavations carried out in the city of Se- Sevilla. A continuación se analizarán las producciones cerámi- ville. Secondly, we shall analyse the local pottery products cas locales y su evolución, así como las novedades tipológicas and their evolution, and the typological novelties introduced procedentes tanto del ámbito púnico como del itálico, tanto en from both the Punic and the Italic spheres, with particular fo- lo que se refiere a los recipientes de transporte como especial- cus on the vessels used in transport and, especially, in cook- mente a los de cocina y al servicio de mesa. Para terminar, se ing and serving at the table. Finally, we offer a diachronic re- llevará a cabo una reconstrucción diacrónica de todo el pro- construction of the whole process from the late 4th century to ceso desde finales del siglo IV a.C. hasta el cambio de Era. the change of Era. Palabras claves: Hispalis (Sevilla), romanización, cerámica, Key words: Hispalis (Seville), Romanization, pottery, cook- cocina, alimentación, consumo. ing, food, consumption.

Las novedades aportadas en los últimos años por los repertorios cerámicos a ellos asociados. Esto su- la arqueología sevillana, especialmente en lo que se pone una oportunidad para profundizar en el estudio refiere a los contextos de época romano-republicana, de este periodo y adentrarnos en determinadas cuestio- afectan tanto a la cronología de los niveles de ocupa- nes hasta ahora inéditas, debido a la ausencia de do- ción como a la caracterización funcional y cultural de cumentación, como son los procesos de interacción,

* Este trabajo ha sido realizado en el marco de los proyectos fenicio”, financiado por el Ministerio de Educación y Ciencia “Sociedad y Paisaje. Economía rural y consumo urbano en el sur de (HUM2007-63419/Hist) y “La construcción y evolución de las en- la Península Ibérica (Siglos VIII a.C. – II d.C.)”, financiado por el tidades étnicas en Andalucía en la Antigüedad (siglos VII a.C.- II Ministerio de Ciencia e Innovación (HAR2008-05635/HIST); “Re- d.C)”, Proyecto de Excelencia financiado por la Consejería de Inno- pensando Tartesos bajo el prisma de la identidad: el componente vación, Ciencia y Empresa de la Junta de Andalucía (HUM-3482).

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 131-165 132 ENRIqUE A. GARCÍA VARGAS y FRANCISCO J. GARCÍA FERNÁNDEZ asimilación y transformación de las comunidades loca- ingente cantidad de información sobre sus etapas his- les, y también las foráneas, durante los primeros siglos tóricas, especialmente en lo que respecta a la estruc- de la presencia romana. Dichos procesos se manifies- tura y organización de la trama urbana (Beltrán y otros tan de forma especialmente clara en la evolución de los 2005; González Acuña 2005). No obstante, la dilatada contextos de consumo, no sólo en lo referido a la evolu- y compleja historia de la ciudad ha dificultado enorme- ción de la vajilla doméstica, sino también a los hábitos mente el estudio de sus fases más antiguas, sobre todo alimenticios asociados a su uso. A ello habría que unir, las anteriores al periodo imperial romano. La potencia lógicamente, la llegada de productos importados, a tra- estratigráfica de la secuencia ocupacional, en ocasiones vés del análisis de la procedencia y distribución de los de más de ocho metros, la escasa profundidad a la que recipientes anfóricos. aparece el manto freático, así como el reducido tamaño No obstante habrá que aclarar qué entendemos por de los cortes impide por lo general registrar contextos caracterización funcional y cultural. No creemos que la anteriores al cambio de Era. A ello habría que añadir vajilla cerámica, así como otros elementos de la cultura la metodología empleada en algunas excavaciones, que material, puedan servir por sí solos de guía para rastrear imposibilita la individualización de niveles de uso, so- grupos étnicos. Generalmente se trata de recipientes que bre todo pavimentos o depósitos relacionados con la trascienden fácilmente las fronteras étnicas de recipien- construcción o amortización de expedientes construc- tes y sociales debido a su función utilitaria. Incluso en el tivos (García y González 2007: 527-528; García Vargas caso en que los objetos en cuestión sean portadores de un 2009: 437-464; García Fernández 2009). mensaje o una ideología (por ejemplo, la cerámica griega Recogemos aquí las secuencias que han proporcio- de figuras negras o figuras rojas), éste siempre será rein- nado una información más nítida sobre el periodo que terpretado por la comunidad receptora en base a sus pro- nos ocupa (fig. 1), así como los contextos materiales pios parámetros mentales, necesidades o aspiraciones. más amplios y completos para analizar los cambios, a No obstante, las variaciones en los repertorios cerámicos, nivel morfológico y funcional, de los repertorios cerá- vistos en su conjunto, la aparición de nuevos recipientes y micos desde finales del siglo IV a.C. hasta el tránsito al nuevos usos relacionados tanto con la preparación de ali- siglo I d.C.1 mentos como con el consumo –ritualizado o no– de deter- minados productos puede reflejar cambios en los hábitos Cuesta del Rosario esquina con calle Galindos (2012)2 de consumo que en el fondo estén indicando una transfor- mación sustancial en la matriz cultural o incluso étnica. El sondeo realizado por F. Collantes de Terán en En este sentido cabe especular sobre el papel de la 1944 en la Cuesta del Rosario (Collantes de Terán cerámica, en general (ánforas, vajilla de mesa, menaje 1977) puede, con todas sus limitaciones metodológi- de cocina, etc.), como indicador de formas de prepara- cas, ser considerado como la primera estratigrafía ar- ción y consumo (Bats 1988). En las páginas que siguen queológica llevada a cabo en Sevilla. A pesar del no- presentamos una primera aproximación al tema a partir torio trabajo de catalogación y revisión de M. Vera de los repertorios documentados en la ciudad de Sevilla. (1987) y J.J. Ventura (1985), el valor de sus materiales Partiremos de la contextualización estratigráfica del ma- cerámicos como referente crono-tipológico para el es- terial cerámico (apartado 1), para analizar a continuación tudio de la romanización en la ciudad es hoy día limi- el repertorio formal de tradición local, sus trasformacio- tado. El motivo es, fundamentalmente, la falta de una nes a lo largo del tiempo y las novedades tipológicas de contextualización estratigráfica clara de los mismos, origen púnico e itálico (apartados 2 a 4), concluyendo contextualización que sí es posible para los materiales con un ensayo de evolución formal de las distintas fami- lias entre fines del siglo IV y fines del I a.C. (apartado 5). 1. Este trabajo se inserta dentro de un proyecto más amplio cuya finalidad es el estudio del fenómeno urbano en la ciudad de Sevilla, desde sus orígenes hasta finales de la Antigüedad, a través del análisis 1. LA BASE DOCUmENTAL: SECUENCIAS de los contextos arqueológicos relacionados con actividades de ocu- pación (domésticos, industriales, funerarios, públicos, etc.) y de los ESTRATIgRáfICAS DE LA SEVILLA repertorios materiales a ellos asociados. En él participan, además de PRERROmANA y ROmANO-REPUBLICANA los que suscriben, de D. González Acuña, J. Vázquez Paz, J. Beltrán Fortes y S. Ordóñez Agulla. En los últimos años el número de intervenciones ar- 2. Número de registro, correspondiente al código asignado a las excavaciones durante el proceso de revisión de las estratigrafías y los queológicas realizadas en la ciudad de Sevilla se ha in- materiales llevado a cabo en el Museo Arqueológico de Sevilla entre crementado súbitamente, lo que ha proporcionado una septiembre de 2004 y diciembre de 2005.

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Figura 1. Excavaciones arqueológicas revisadas y su distribución sobre el parcelario actual del centro histórico de Sevilla.

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 131-165 134 ENRIqUE A. GARCÍA VARGAS y FRANCISCO J. GARCÍA FERNÁNDEZ contemporáneos del resto de las intervenciones que destrucción con la conquista de la ciudad por las tro- se analizan en este trabajo, lo que nos permite hacer pas romanas al final de la II Guerra Púnica (Collantes descansar sobre estos últimos la mayor parte de nues- de Terán 1977: 66). tras conclusiones. No obstante, la periodización de M. El siguiente nivel (IV) no se ha asociado a estruc- Vera es, con alguna matización al respecto de las fe- tura alguna, aunque ofreció abundantes cerámicas de chas3, sustancialmente acertada, siendo este particu- tradición local (lebrillos, vasos caliciformes, urnas, lar, el carácter aparentemente ininterrumpido de la se- etc.), algunas ánforas Pellicer D y las primeras impor- cuencia estratigráfica (reconstruida)4, la riqueza de los taciones de vajilla campaniense. Abarcaría la primera materiales, su similitud con los documentados en otras mitad del siglo II a.C. excavaciones –especialmente en Argote de Molina 7 y El nivel V corresponde a un momento de fines del Alemanes 25 en lo referido a la vajilla de barniz negro siglo II o principios del I a.C. en el que se afirma (Vera (infra)–, y el hecho de que se trata de un hito en la ar- 1987: 50) que se construye un edificio con solería de queología urbana de Sevilla, las que nos han llevado fi- ladrillos en tres o cuatro hiladas superpuestas que se nalmente a incluir esta intervención en nuestro trabajo. drena o mantiene seco gracias a que se levantó sobre un M. Vera pudo diferenciar hasta 8 niveles estratigrá- encachado de piedras irregulares de 20 a 25 cm. de po- ficos y cuatro fases constructivas, que se extienden sin tencia. Ante la ausencia de material gráfico, uno tiene solución de continuidad desde finales del siglo IV a.C. la impresión de que se está describiendo en realidad hasta el V d.C. (Vera 1987: 43 ss). un muro de ladrillos con cimentación de piedras irre- El Nivel I es un depósito indeterminado situado di- gulares, cuya edilicia desentona un tanto con la pro- rectamente sobre la tierra virgen. En él aparecen algu- puesta cronológica; o tal vez un encachado de piedras nos ejemplares de ánforas Pellicer B-C junto con cerá- similar al del solar de la calle Abades (infra), amorti- micas comunes de tradición local (urnas, cuencos y le- zado con posterioridad por sucesivos pavimentos de la- brillos de cuello estrangulado) que permiten fecharlo drillos. En cualquier caso, los materiales que se anali- en un momento avanzado del siglo IV a.C. zan parecen homogéneos desde el punto de vista crono- En el Nivel II se documenta la primera fase edili- tipológico quedando, pues, por determinar su correcta cia, formada por dos muros de aparejo irregular tra- relación con las estructuras descritas. Se documentan bado con barro o argamasa muy pobre en cal. Los de- producciones comunes locales, ánforas Pellicer D y án- pósitos asociados a la construcción y amortización de foras itálicas del tipo Dressel 1A, aunque predominan esta estructura aportaron un amplio elenco de materia- con mucho las campanienses, especialmente de la clase les, compuesto fundamentalmente por cerámicas co- A, estando presentes las formas Lamb. 5, 5/7, 6, 8b, munes y ánforas Pellicer B-C, a los que habría que su- 27b, 33b y 36. En Campaniense B se registra un bol de mar algunos ejemplares de los tipos Pellicer D, Ramón la forma 1 de Lamboglia, mientras que las lucernas co- T-12.1.1.1 y Ramón T-8.2.1.1, que nos sitúan en torno rresponden a las formas 1B de Dressel y E de Ricci. En al siglo III a.C. Esta cronología vendría confirmada por conjunto, se trata de un repertorio material de fines del la aparición en la parte superior de un tesorillo formado siglo II o principios del I a.C., más cercano quizás al por cinco lingotes y cuatro monedas de plata cartagi- de Abades que al de Argote de Molina (infra), lo que nesas, asociado a un estrato de incendio (Nivel III) con no resulta desmentido por las tipologías de las ánforas restos de vigas carbonizadas y utensilios quemados por Dressel 1A y Pellicer D, cuyos bordes corresponden a el fuego. Fernández Chicarro fechó el tesorillo entre formas relativamente antiguas. los años 210 y 205 a.C. (Fernández Chicarro 1952: 63- El Nivel VI parece situarse en un momento interme- 70), lo que permitió a Collantes relacionar este nivel de dio entre el “pavimento” de la fase anterior y la cons- trucción de un complejo termal a comienzos de época imperial, por lo que en principio puede datarse a lo 3. Consideramos que el Nivel IV, fechado por Vera entre la se- largo del siglo I a.C. No se relaciona con estructuras gunda mitad del siglo II y comienzos del I a.C., debe situarse o en constructivas evidentes y está dominado nuevamente este último momento o muy a fines del II a.C. 4. Insistimos en que, a pesar de la fiabilidad de la secuencia por las campanienses, que no son tan numerosas como ofrecida por M. Vera, se trata de una propuesta realizada a partir de en la fase anterior y que corresponden ahora a la clase un material mal o escasamente contextualizado, en la que a veces se B. El repertorio, más monótono, se compone de las han agrupado los especímenes con criterios tipológicos y otras veces formas Lamb. 3 y 5. Se incluyen ahora también (Vera realizado selecciones de material (Vera 1987: 50, respecto a las lucer- nas) que no tienen por qué haber sido arbitrarias, pero que obligan a 1987: fig. 9) algunas formas de cerámica común sin de- una cierta cautela en el manejo de estos datos. corar, especialmente grandes cuencos y ollas de cuello

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Figura 2. Ánforas de producción local. Pellicer C: 1-3, 4 (prototipo de Cerro Macareno); Pellicer B: 5-7, 8 (prototipo de Cerro Macareno); Pellicer D: 9-11, 12 (prototipo de Las Cumbres). cilíndrico y borde engrosado al exterior, a veces con li- La ocupación más antigua se fechó a finales del si- gero bisel interno para recibir una tapadera. El conjunto glo V a.C. (nivel 31). Sin embargo las primeras impor- creemos que puede fecharse en el tercio central del si- taciones no aparecieron hasta los niveles 26 y 25A, co- glo I a.C., hallándose más cerca de los repertorios de la rrespondientes a la amortización de una estructura for- calle Alemanes que de los de Argote de Molina (infra). mada por un muro de piedra alcoriza y adobes, aso- A partir del Nivel VII, los materiales corresponden ya a ciado a un pavimento de tierra apisonada. Se trata época imperial romana. de dos bordes de ánforas de producción gaditana del tipo “Carmona” o T-8.2.1.1, un borde de ánfora gre- Argote de Molina, 7 (2081) coitálica, así como varios bordes de ánforas de tradi- ción púnica, pertenecientes en este caso a la forma D Durante la excavación de este solar se llevaron a de Pellicer. Algunas de estas últimas presentan un labio cabo dos sondeos estratigráficos con objeto de registrar indiferenciado, marcado únicamente por un leve engro- la totalidad de la secuencia antrópica hasta tierra virgen samiento al interior (fig. 2: 11), lo que suele constituir (Campos 1986). El primero de estos sondeos (corte 3) un rasgo típico de las producciones de finales del si- no pudo agotarse debido a problemas técnicos, alcan- glo III, pero sobre todo del II a.C. (García y González zando una profundidad de 6,60 m. (nivel 26). El se- 2007: 555). Coincide, por tanto, con la cronología del gundo sondeo fue excavado en toda su extensión hasta ánfora T-8.2.1.1, que puede llegar a finales del siglo II los 7,30 m. (niveles 25 a 30), reduciéndose progresi- a.C. (Sáez y otros 2004: 123). Junto a estos contene- vamente hasta llegar a los 8,80 m. (niveles 31 a 34), dores aparece un mortero de tradición púnica (GDR donde supuestamente apareció el sustrato natural. 3.1.1) con el labio engrosado y un apéndice interior

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 131-165 136 ENRIqUE A. GARCÍA VARGAS y FRANCISCO J. GARCÍA FERNÁNDEZ muy desarrollado, como corresponde a los ejemplares 3.1.1), similar al hallado en los niveles anteriores (fig. más evolucionados (Ruiz Mata 1987: 311), así como un 3: 4), así como un plato de pescado realizado en cerá- borde de cerámica tosca y perfil triangular, con una leve mica de Kouass (fig. 4: 33) perteneciente a la forma II acanaladura en la parte superior (fig. 3: 15), que pode- de Niveau (2003: 46-48). Por lo que respecta a las pri- mos relacionar con las ollas de cocina documentadas meras importaciones itálicas, éstas están representadas en los niveles tardopúnicos de la necrópolis de Cádiz por un fragmento de ánfora grecoitálica antigua (tipo A (Niveau de Villedary 2001-2002: 283). Por lo que res- de Will) y un asa de Dressel 1A, que nos sitúa ya a me- pecta a la vajilla de mesa, tenemos un fragmento atí- diados del siglo II a.C. pico de tipo Kouass y un fondo de cerámica megárica La cerámica común de fabricación local apenas perteneciente probablemente a una pátera o un bol, acusa cambios con respecto a los repertorios registra- cuya cronología debemos situar también a finales del dos en los contextos anteriores: cuencos de casquete es- siglo III o más bien a inicios del II a.C. férico, urnas globulares de cuello corto, urnas con ba- Las producciones locales están representadas por quetón, cuencos-lucerna, lebrillos, etc. No obstante, los tipos habituales de finales del siglo III a.C. (García sí se aprecia una reducción paulatina de la decoración y González 2007: 531-533), como son los vasos calici- pintada hasta prácticamente desaparecer en el paso al formes, las urnas bitroncocónicas, los lebrillos de per- siglo I a.C. Por último, hace su aparición en este mo- fil evolucionado y las urnas globulares de cuello corto mento un tipo de urna globular con el cuello cilíndrico, y estrangulado, a lo que habría que unir las ollas de poco desarrollado, que se convertirá en un ítem ca- cocina de borde engrosado (fig. 3: 14), en consonan- racterístico de las producciones comunes del valle del cia con los contextos exhumados en otras localidades Guadalquivir durante el periodo republicano (fig. 7: 9). del Bajo Guadalquivir, como los niveles 6 y 5 de Cerro Se caracteriza por presentar un borde engrosado al ex- Macareno (Pellicer y otros 1983: figs. 25-27) o el es- terior de sección triangular o trapezoidal, en ocasiones trato XXVIII de Vico, en Marchena (Bandera y Ferrer ligeramente caído, y una decoración sencilla que se li- 2002: fig. 17). mita a una sola banda de color vinoso situada en la cara Los niveles 25 al 23 constituyen un relleno arcilloso superior del borde o en el cuello. uniforme sobre el que se asienta la siguiente estructura, Los niveles 20 a 18 de Argote de Molina corres- ya en el nivel 22: dos muros de mampostería careada ponden a la construcción, ya en época republicana, de unida con argamasa. El primero se desarrolla longitu- un edificio de sillares asociado a un pavimento de sig- dinalmente en dirección norte-sur, mientras que el se- ninum (niveles 18 y 19) y cimentado sobre un enca- gundo forma una esquina en ángulo recto, cuyos extre- chado de piedras y fragmentos cerámicos (nivel 20). El mos se introducen en los testigos sur y oeste. En su in- conjunto de materiales recuperados de estas estructuras terior encontramos de nuevo abundantes fragmentos de constituye una muestra significativa de la composición ánforas de procedencia gaditana: un borde residual del de los repertorios cerámicos en la ciudad de Hispalis ya tipo 8.1.1.2, otros dos del tipo 8.2.1.1 y dos ejempla- en los decenios iniciales del siglo I a.C. res del ánfora T.9.1.1.1, cuya fabricación se inicia a fi- Aunque la publicación de la intervención (Campos nales del siglo III o inicios del II, aunque puede pro- 1986: 19) proponía fechar estos niveles en la segunda longarse hasta bien entrado el siglo I a.C. (Carretero mitad del siglo II a.C., tanto la tipología de los mate- 2004: 433-434). Son también frecuentes las produccio- riales en ellos contenidos como los porcentajes cons- nes locales correspondientes a las formas B-C y D de tatados de cada variante de cerámica de barniz negro Pellicer, destacando sobre todo las variantes de borde nos inclinan por una fecha algo más reciente para la da- indiferenciado, así como los labios de sección oval y li- tación del conjunto, en torno, como se ha indicado, a geramente engrosados. En estos niveles hacen ya acto los decenios iniciales del siglo I a.C. El repertorio for- de presencia las importaciones centromediterráneas, re- mal de las clases A (Lamb. 5; 5-7; 6; 27 a, b y c; 33 b; presentadas por un ánfora del tipo Mañá D (T-5.2.3.1) 34 b y 36) y B (Lamb. 1, 3, 5, 6, 7, 8, 8b, 10 y Pedroni y otra del tipo Mañá C2 (T-7.2.1.1). Su difusión en la 700) es realmente variado y responde, como se ha di- Península Ibérica se sitúa entre finales del siglo III y cho, al estado de la tipología a principios del siglo I a.C. mediados del II a.C. (Ramón 1995: 198 y 205). Una En cuanto a los porcentajes, se documenta en estos ni- cronología similar podemos atribuir a un mortero de veles un 42,55% de Campaniense A frente al 57,45% tradición norteafricana (fig. 12: 2), correspondiente a de Campaniense B, de los cuales un 33,36% son etrus- la serie 131 de Lancel (1987: 103-104). Encontramos cas o “verdaderas”, un 50% del “círculo de las B” y también un mortero de producción gaditana (GDR un 13,63% no identificadas. Esto es exactamente lo

SPAL 18 (2009): 131-165 I.S.S.N.: 1133-4525 ROMANIZACIóN y CONSUMO: CAMBIOS y CONTINUIDADES EN LOS CONTEXTOS CERÁMICOS DE... 137

Figura 3. Cerámica de cocina de producción local. Morteros: 1, 2, 4 y 5, 3 y 6 (prototipos de Itálica); ollas de tradición turdetana: 7-10, 13 y 14, 11 y 12 (prototipos de Cerro Macareno); ollas de tradición púnica (GDR 12.3.1): 15. contrario de lo que sucede en las UU.EE. 371 y 372 de excepcional sin parangón en la ciudad de Sevilla) se en- Abades, lo cual, a nuestro entender, indica en este caso cuentran los platos de borde sencillo (Emporiae 158.15, una prioridad cronológica de dicha excavación con res- Burriac 549) o bífido (Vegas 14, Torre Tavernera 4.10), pecto a la de Argote de Molina. las fuentes de barniz rojo pompeyano (Luni 1), las ca- Las ánforas, entre las que se incluyen fragmentos zuelas (Celsa 79.28), las sartenes (Celsa 84.13596), las ¿residuales? de las formas T.8.1.1.2 y T.8.2.1.1, presen- tapaderas (Celsa 80.13596). No faltan aquí las ollas tan bordes evolucionados del tipo Pellicer D, así como (Vegas 2), aunque su aporte numérico es muy redu- bordes del tipo gaditano 7.4.3.3, lo que parece tam- cido con respecto al de las formas abiertas (en general, bién más propio de inicios del siglo I a.C. que de fi- véase fig. 12). Esto contrasta claramente con la compo- nes del anterior. Aunque la producción de ánforas del sición formal del repertorio tradicional turdetano de los grupo Ramón 7.4.3 arranca de los decenios finales del mismos niveles, en los que son frecuentes las ollas de siglo II a.C. (Ramón 1995: 210-213; Sáez 2008: 647), pasta gris y borde vuelto para cocinar (25%); los mor- lo cierto es que su generalización en los contextos me- teros (4,42%), que ahora comienzan a hacerse en for- diterráneos no se produce hasta los años iniciales del mas derivadas de los itálicos Emporiae 36.2; los lebri- siglo I a.C. Las ánforas itálicas presentan un repertorio llos (10%), a veces con bordes redondeados que, como igualmente más variado que en Abades y en apariencia se verá, no existen en las producciones prerromanas, y también fechable a inicios del siglo I a.C.: Dressel 1A, las urnas pintadas de borde triangular. Los platos y las 1B, 1C y Lamboglia 2 adriática. cazuelas son aún muy escasos, destacando las de borde Entre las formas mejor representadas en cerámica bífido (1,92%), a imitación de las cazuelas itálicas del común de procedencia itálica (un conjunto realmente tipo Vegas 14. Finalmente, comienzan a aparecer con

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 131-165 138 ENRIqUE A. GARCÍA VARGAS y FRANCISCO J. GARCÍA FERNÁNDEZ cierta frecuencia (4,23%) las jarras, de una o dos asas habitual en cerámica común a torno: cuencos, platos, (fig. 7: 6). vasitos de perfil en S, lebrillos de cuello estrangulado y Las lucernas, por su parte, están igualmente bien re- urnas de distinto formato. presentadas, predominando los tipos tardorrepublica- La siguiente fase de ocupación está formada por los nos de producción itálica: Ricci G, Ricci H y Dressel 2. restos de un muro de mampostería caliza y alzado de adobe (nivel 12), que queda a su vez anulado por un ni- San Isidoro, 21-23 (147) vel de incendio que cubre toda la superficie del corte (nivel 11). La cronología de esta destrucción viene dada En el sondeo realizado en la calle San Isidoro se por los restos de un ánfora Pellicer D de borde indife- obtuvo una potente secuencia de 8,85 m. de profun- renciado y un asa de sección oval perteneciente proba- didad, dividida en 26 niveles arbitrarios que se exten- blemente a un contenedor itálico del tipo Dressel 1, que dían desde finales del siglo VIII a.C. hasta la II Guerra nos lleva ya a mediados del II a.C. Sobre este nivel de Púnica o inicios del siglo II a.C. (Campos y otros 1988). incendio se superpone un depósito de relleno (nivel 10) No obstante, los niveles 1 al 10, correspondientes a las donde encontramos de nuevo varias ánforas Pellicer D fases históricas más recientes, fueron desechados de- y un ejemplar del tipo 8.2.1.1, junto a lo que podría ser bido a la intensa alteración provocada por la cimenta- un mortero GDR 3.1.1 de perfil muy evolucionado o un ción del último episodio constructivo y a la presencia gran plato. Por su parte, la cerámica común (cuencos y de varios pozos negros en distintos puntos del corte. platos en su mayoría) mantiene los mismos tipos con El primer nivel que vamos a analizar es el 17, cons- escasa variación, así como la tendencia a la reducción tituido por un pavimento de arcilla apisonada y los re- del aparato decorativo. llenos que lo amortizan. En su interior encontramos dos bordes muy fragmentados de ánforas púnicas corres- Mármoles, 9 (35) pondientes al tipo 8.2.1.1, así como otros dos bordes asimilables a la forma D de Pellicer, que nos sitúan en Al igual que en los casos anteriores, la secuencia el siglo III a.C. Un asa de sección oval, perteneciente estratigráfica obtenida en la calle Mármoles (con una probablemente a un ánfora de tradición griega y no pú- potencia total de 5’04 m.) se realizó siguiendo nive- nica, ha sido interpretada como una intrusión, ya que les arbitrarios, lo que limita en gran medida la identi- ni siquiera aparece en el inventario de materiales pu- ficación y análisis de las fases de ocupación (Escudero blicado por sus excavadores (García y González 2007: y Vera 1990: 407-410). Desgraciadamente, los contex- 534). Junto a estas ánforas se hallaron varios cuen- tos prerromanos documentados en esta intervención se cos comunes de casquete esférico, cocidos en atmós- encontraban bastante alterados, debido sobre todo a las fera oxidante y sin apenas decoración, un cuenco lu- frecuentes intrusiones procedentes de varias fosas de cerna, dos bordes de plato turdetano de labio vuelto, expolio realizadas a principios de la Edad Media, así con el característico barniz rojizo al interior, además de como por el rebaje practicado para la construcción de un lebrillo y varios bordes de urna de mediano tamaño un edificio monumental en época imperial romana. (ibidem). En su conjunto, este contexto presenta cla- Se trata de dos depósitos superpuestos, asociados a ras analogías con los niveles 9 al 7 del Cerro Macareno un muro de calcarenita, y los restos de un fuego (es- (Pellicer y otros 1983: figs. 29-34), así como con los tratos 7 y 6). En nuestra opinión, debe tratarse de un contextos exhumados en los últimos niveles prerroma- único relleno de colmatación que amortizaría dicha es- nos de Vico (Bandera y Ferrer 2002: figs. 16-18). tructura, tanto por la homogeneidad de los materiales Los niveles 16 al 14 conforman depósitos de relleno como por la aparición en alguna ocasión de fragmen- relacionados con la anulación de la estructura anterior tos de un mismo recipiente en ambos estratos (García y y el inicio de una nueva ocupación (nivel 12). Aquí se González 2007: 537). Estos niveles proporcionaron dos registró un ejemplar casi completo del ánfora T-8.2.1.1 bordes de ánfora, uno del tipo 8.1.1.2 y otro asimilable a (fig. 8: 5), así como el borde de una variante temprana la forma D de Pellicer, así como el asa de un ánfora gre- del tipo Mañá/Pascual A4 (T-11.2.1.3 o T-11.2.1.4). coitálica. Documentamos también un fragmento amorfo Esta última puede considerarse residual, ya que su pro- de cerámica de Kouass, lo que en conjunto permite fe- ducción termina a finales del siglo V o principios del char esta fase sin gran precisión en el siglo III a.C. Las IV a.C. (Ramón 1995: 235-236). Encontramos también producciones locales están compuestas por cuencos de el borde de un mortero de producción gaditana, corres- casquete esférico de diferentes tamaños y variantes, pondiente al tipo GDR 3.1.1, además del repertorio cuencos-lucerna, urnas globulares y bitroncocónicas de

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Figura 4. Cerámica común de producción local. Cuencos: 1 y 2 (prototipos de Itálica y Alhonoz), 3-6 (tipo Escacena I-A), 7-9 (Escacena I-B), 10 y 11 (Escacena I-C), 12 y 13 (Escacena I-D), 23 y 24 (Escacena I-H), 25 y 26 (Escacena I-I); platos: 14 y 15 (prototipos de Montemolín), 16 (prototipo de Alhonoz), 17-19 y 21 (tipo Escacena II-A), 20 y 22 (Escacena II-B); cuencos-lucerna: 27 y 28 (prototipos de Alhonoz e Itálica), 29-32. Vajilla gaditana tipo “Kuass”. Plato: 33 (forma Niveau II); copa: 34 (Niveau IX).

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 131-165 140 ENRIqUE A. GARCÍA VARGAS y FRANCISCO J. GARCÍA FERNÁNDEZ cuello corto y estrangulado, a lo que habría que unir un en los depósitos de época temprano-augustea exhuma- lebrillo decorado al interior del borde con trazos verti- dos en la calle Santa Verania de Alcalá del Río (Cervera cales paralelos y un fragmento de plato de pescado co- y otros 2007). En Fabiola 8 comparece además un frag- rrespondiente a la forma II-A de Escacena. En conjunto, mento de lucerna de volutas del tipo Dressel 9B que nos encontramos ante un repertorio formalmente monó- debe fecharse a partir de época augustea. Por lo que tono, con una decoración sencilla de líneas y bandas ro- respecta a las importaciones del ámbito púnico, única- jas o, más frecuentemente, sin decoración alguna. Las mente el nivel 16 proporcionó un borde de ánfora de fa- pastas suelen estar ya muy depuradas, con un predomi- bricación gaditana, correspondiente al tipo Mañá C2b o nio de la cocción oxidante que se impondrá definitiva- T-7.4.3.3 de Ramón. Su cronología no desentona con la mente durante las siguientes centurias. del resto del material, que nos sitúa en el último cuarto El siguiente nivel (estrato 5), relacionado con la del siglo I a.C. preparación del terreno para la construcción del men- Sobre el nivel 16, el nivel 14 estaba compuesto ma- cionado edificio, ofreció un segundo borde de ánfora yoritariamente por ánforas de los tipos Oberaden 71/ T-8.1.1.2, aunque en este caso asociado a varios ejem- Dressel 20 y Haltern 70 small variant de tipología anti- plares de vajilla campaniense, ánforas romanas de cro- gua, así como por fragmentos atípicos de Campaniense nología tardorrepublicana y altoimperial, cerámica co- del “círculo de las B”. Todas serían residuales cierta- mún local y recipientes de cocina de tradición itálica. mente si se repara en el hecho de que los excavadores incluyen fragmentos de TSH entre los hallazgos de este Fabiola, 8 (127) nivel, aunque nosotros dudamos seriamente de dicha atribución, pues se trata de un material cerámico que En la calle Fabiola 8, los niveles (arbitrarios) exca- no es coherente estratigráficamente con el resto de la vados corresponden en su totalidad a época romana. La vajilla documentada. De hecho, no hemos podido loca- estratigrafía se inicia según los excavadores en momen- lizar estas sigillatas hispánicas entre los materiales de tos republicanos, época a la que pertenecerían los ni- la excavación conservados en el Museo Arqueológico veles 16 al 18 del corte 4 (Escudero y otros 1987: 593, Provincial de Sevilla. fig. 2). Como se verá, esta fecha debe ser ligeramente ampliada en su margen inferior para incluir los prime- Abades, 41-43 (2026) ros años del principado de Augusto. La relación de es- tos niveles con la única estructura contemporánea do- En esta excavación se llevaron a cabo dos sondeos cumentada en el sondeo, un muro de sillarejo irregular, estratigráficos, uno junto a la calle Abades (Corte 18A), no es del todo clara, pero en cualquier caso parece evi- con objeto de analizar el origen y evolución de esta vía, dente por los datos de la publicación que estos depósi- y otro en el extremo opuesto de la parcela, en un pe- tos –con una potencia total de 0,50 m.– corresponden queño patio (Corte 15A), donde presumiblemente se al uso y amortización de dicho muro en torno al último podía obtener una secuencia más completa de la ocupa- tercio del siglo I a.C. Esta datación descansa en los ma- ción del solar (Jiménez 2002). En este último, de 4 m2 teriales cerámicos asociados a los citados niveles que de extensión, se registraron hasta ocho fases construc- hemos podido estudiar en el Museo Arqueológico de tivas que se suceden sin apenas interrupción desde fi- Sevilla. Se componen mayoritariamente de fragmentos nales del siglo IV a.C. hasta el siglo IV d.C. (Jiménez y ánforicos de las formas T-7.4.3.3, Dressel 1A, Dressel otros 2006). No obstante, debido a las dificultades téc- 2-4, ¿Haltern 70?, Haltern 70 small variant u Ovoide 4 nicas y a la falta de espacio para proseguir la excava- de Rui de Almeida (Almeida 2008), Oberaden 71/ ción, el sondeo se detuvo a una profundidad de 6,85 m. Dressel 20 y Dressel 7-11 (García Vargas 2009: fig. 5). bajo el rasante sin agotar la estratigrafía. El resto del elenco cerámico está formado por campa- La Estructura 1 descansa sobre un depósito de ni- nienses del círculo de las B (formas Lamb. 1 y 5), por velación (UE 432) en el que apareció un borde de án- un fondo y un borde de TSI de la forma Conspectus 1, fora Maña-Pascual A4, correspondiente a la variante por cerámicas itálicas de la variante denominada “rojo- T-12.1.1.1 de Ramón (fig. 8, 2). Su producción se ex- pompeyano” (forma Luni 2-4) y por cerámicas comu- tiende entre la segunda mitad del siglo IV a.C. y el si- nes de tradición turdetana, entre las que destacan las ur- glo III a.C. (Ramón 1995: 238), aunque su posición es- nas con borde simple redondeado o de tendencia rec- tratigráfica en la secuencia permite fechar este nivel de tangular. Este rasgo resulta característico de las produc- ocupación a finales del siglo IV a.C. Está formada por ciones tardías (siglo I a.C.), pues se documenta también un murete de mampostería caliza y alzado de adobe

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Figura 5. Cerámica común de producción local. Lebrillos: 1-6; escudillas: 7 (prototipo de Itálica), 8 y 9; vasos caliciformes: 10 y 11 (prototipos de Itálica), 12-14.

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 131-165 142 ENRIqUE A. GARCÍA VARGAS y FRANCISCO J. GARCÍA FERNÁNDEZ asociado a un pavimento de arcilla y cal (UE 431). En (Ruiz Mata 1987: 311). Junto a ellas comparece un re- su interior aparecieron los restos de varios cuencos de pertorio amplio de cerámicas comunes, representadas casquete esférico, un fragmento de urna con baquetón y principalmente por los cuencos, con múltiples varian- el borde de una urna globular de cuello corto y estran- tes tanto en lo que respecta al tamaño como a la forma gulado decorada con filetes de color rojizo. Esta estruc- que adopta el borde, y los lebrillos de cuello estrangu- tura fue amortizada por dos rellenos de nivelación su- lado. En ambos casos se continúa apreciando una ten- perpuestos compuestos por desechos domésticos y es- dencia a la simplificación de la decoración, así como corias de actividades industriales (UU.EE. 429 y 428). una sensible mejora en las pastas, con cocciones oxi- La cerámica asociada a esta matriz es muy abundante dantes y engobes claros y homogéneos, como viene aunque monótona desde el punto de vista formal: de siendo habitual en las producciones de los siglos III nuevo cuencos de casquete esférico, cuencos-lucerna, y II a.C. Completan este elenco varios fragmentos de urnas globulares de cuello corto y urnas bitroncocóni- urna con baquetón, decoradas con bandas y líneas ro- cas con decoración pintada, lebrillos de cuello estran- jas y/o negras, un borde de urna de cuello acampanado, gulado y un vaso de perfil quebrado sin decoración, un vaso de cuello estrangulado y tendencia ovoide, así junto a un asa de ánfora y restos residuales de cerá- como dos ejemplares de cuencos-lucerna. Por lo que mica a mano. Se trata de un contexto bastante cohe- respecta a la cerámica de cocina, se registran dos ollas rente desde el punto de vista cronológico, cuyas analo- de borde engrosado, del mismo tipo que el espécimen gías con los niveles 9 y 10 de Cerro Macareno (Pellicer identificado en la ocupación anterior. y otros 1983: figs. 32-35) permiten situarlo con facili- La Estructura 3, consistente en un muro muy dete- dad entre finales del siglo IV e inicios del III a.C. riorado de guijarros y mampostería caliza (UE 418), se Sobre estos depósitos se construyó la siguiente es- asienta sobre un estrato de nivelación de 23 cm. de es- tructura, consistente de nuevo en un muro de aparejo pesor aproximadamente (UE 419). En su interior apa- irregular y alzado de adobe asociado a un pavimento rece de nuevo un mortero de tradición púnica, en este de arcilla roja con enlucido de cal (UE 426). Entre este caso de perfil evolucionado (fig. 3: 5), asimilable al tipo pavimento y el depósito UE 428 se situó un relleno ar- GDR 3.1.1 de Cádiz, ya del siglo III a.C. (Sáez 2005: cilloso de entre 8 y 10 cm. se espesor destinado a dar 152), así como un lebrillo de grandes dimensiones pro- asiento a la nueva ocupación. En él aparecieron tam- visto de asas y un cuenco de casquete esférico. Esta es- bién restos de producciones locales de carácter domés- tructura está colmatada asimismo por un nivel de relleno tico: lebrillos y cuencos fundamentalmente, así como (UE 417) donde encontramos un fragmento atípico de algunos fragmentos atípicos de ánforas púnicas y ce- cerámica de Kouass, con idéntica cronología, y un án- rámica a hecha a mano. Sobresale un vaso caliciforme fora de producción local de la forma B/C de Pellicer. de perfil quebrado (fig. 5: 14), poco habitual en los Aquí se entremezclan restos de otras épocas (cerámicas contextos prerromanos de Sevilla, y el borde de una a mano, cerámicas grises, etc.) con formas cuya produc- olla de cocina de factura tosca (fig. 3: 10), muy simi- ción se generaliza a partir de mediados del siglo IV a.C. lar a las documentadas en otras localidades del Bajo Es el caso de los vasos para beber, las ollas de cocina de Guadalquivir, como en el estrato XX de Vico (Bandera factura tosca y las urnas globulares con asas acanala- y Ferrer 2002: fig. 13), de mediados del siglo IV, o en das a la altura de la panza, correspondientes a la forma el nivel 5 de Cerro Macareno (Pellicer y otros 1983: IX-A de Escacena. Estas últimas se encuentran ya pre- fig. 24), fechado a finales del siglo III a.C. sentes en Cerro Macareno desde el nivel 10, de finales La Estructura 2 fue amortizada a su vez por dos ni- del siglo IV a.C. (Pellicer y otros 1983: fig. 35), aunque veles de relleno (UE 422/423 y UE 420) destinados a en esta región son habituales sobre todo en la siguiente dar asiento a la siguiente fase edilicia. En ellos se ha- centuria (Escacena 1987: 403). Las formas más comu- llaron algunos restos anfóricos de producción gadi- nes, sin embargo, siguen siendo los cuencos de casquete tana, en este caso se trata de un borde de ánfora tipo esférico, las urnas de cuello acampanado y los lebrillos. “Tiñosa” o T-8.1.1.2 y otro borde correspondiente al Entre los primeros se inicia en este momento la pro- ánfora tipo “Carmona” o T-8.2.1.1. Ambas conviven a ducción de la variante de borde biselado, lo que cons- lo largo del siglo III a.C. aunque podrían fecharse en su tituye un rasgo característico de los contextos del si- primera mitad, ya que aparecen asociadas a dos morte- glo III, como ha podido observarse en los últimos nive- ros de tradición púnica pertenecientes a la variante más les prerromanos de Montemolín (García Vargas y otros antigua (fig. 3: 1-2), de borde plano y sección cuadran- 1989: 224) y Vico (Bandera y Ferrer 2002: fig. 13). Por gular, con una suave acanaladura en su parte superior lo que respecta a los lebrillos, comienzan ya a aparecer

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Figura 6. Cerámica común de producción local. Urnas de cuello acampanado 1-4, 5 (prototipo de Itálica); urnas con baquetón: 6, 7 (Alcalá del Río); urnas tipo “Cruz del Negro”: 8 y 9; urnas globulares: 10-13, 14 (prototipo de Itálica). ejemplares de gran tamaño con el borde engrosado de de engobe rojo al interior. Asimismo, encontramos un sección oval o almendrada (fig. 5: 6), un rasgo frecuente fragmento de cerámica campaniense correspondiente a en las producciones locales a partir de finales del siglo la forma M.2154, que permite fechar su ocupación a fi- III a.C. (Pellicer y otros 1983: 93). nales del siglo III o inicios del II a.C. La preparación para la construcción de la Estructura La amortización de esta estructura se realizó me- 4 está formada por otros dos depósitos sucesivos (UE diante una serie de vertidos (UU.EE. 380, 409 y 372), 412/415 y UE 411). Aquí hallamos nuevamente un sobre los cuales se levantó la primera ocupación de borde de ánfora púnica perteneciente al tipo 8.1.1.2 época romano-republicana (Estructura 5). Ofrecen un de Ramón y un asa que podemos adscribir a la misma repertorio material abundante y diversificado, donde forma, así como al tipo 8.2.1.1, además de las formas destacan ya las importaciones itálicas de la UE 372. Se habituales en cerámica común: cuencos, urnas, lebri- trata, sobre todo, de cerámicas asignables al tipo A de llos y ollas de cocina. La Estructura 4 consiste en dos las producciones campanas (Lamb. 6, Lamb. 28 a-b, muros de mampostería caliza trabados en ángulo recto Lamb. 31b, Lamb. 33b, Lamb. 36 y M. 3131), un re- (UU.EE. 381 y 405), el primero de los cuales servía pertorio característico de la fase media de producción, asimismo de separación entre dos espacios interiores dentro de las cuales el vaso carenado del tipo Lamb. pavimentados con suelos de arcilla roja (UU.EE. 382 28 a-b y el gobelete M. 3131 constituyen los elemen- y 410). El material asociado a estos pavimentos está tos más antiguos, pues su fabricación concluye hacia compuesto básicamente por fragmentos atípicos de ce- mediados del siglo II a.C. La presencia de una u otra rámica común, un borde de lebrillo de perfil evolucio- de estas formas en contextos peninsulares datados entre nado y un plato de borde vuelto, decorado con una capa 150 y 130 a.C. parece abogar por una perduración de

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 131-165 144 ENRIqUE A. GARCÍA VARGAS y FRANCISCO J. GARCÍA FERNÁNDEZ su circulación en Hispania hasta principios del último Lamb. 33b y Lamb. 36. Las tres últimas son comunes a tercio de esta centuria (Marín Jordá y Ribera 2000; la Campaniense A media y a la tardía, mientras que la Principal 2000). Para el resto de las formas citadas, se forma 8b resulta más frecuente en los conjuntos tardíos, constata la continuidad de su producción en A media aunque tiene su origen en los últimos momentos de la hasta fines del siglo II, con las mismas características producción de la variante media (último cuarto del si- tipológicas. Todas ellas pasan a formar parte, también glo II a.C.). Este es probablemente el momento en que sin grandes variaciones formales, del repertorio de la deban fecharse estas cerámicas, si atendemos a la es- variante tardía de la Campaniense A (100-50/40 a.C.). casa presencia de vasos en Campaniense B de Cales, A ello ha de sumarse un fondo de cubilete de paredes cuya recepción mayoritaria en el sur de Hispania se do- finas de la forma Mayet I-Ricci 1/1, también de la UE cumenta a partir de principios del siglo I a.C. Estos úl- 372, cuya cronología es coherente con la que ofrecen timos están representados por un fondo asignable a la las vajillas campanas. forma Lamb. 1, que aparece en el repertorio de las cam- Junto a estas importaciones aparecieron también panienses calenas a partir de la fase media de la produc- dos bordes de ánforas de tradición púnica pertenecien- ción (130/120-90/80 a.C.), y por un bol asimilable a la tes a la forma D de Pellicer. Uno de ellos presenta un forma 2614 de Morel. El color amarillento su pasta y la perfil indiferenciado y de tendencia horizontal (fig. 2: mala calidad de su barniz hace dudar de su pertenencia 10), como viene siendo habitual en las producciones fe- al taller de Cales, por lo que se trata probablemente de chadas a partir de mediados del siglo II a.C. (García y un ejemplar del círculo de las B más que de una B ca- González 2007: 555). El resto del material documen- lena propiamente dicha. En la Campaniense de Cales, tado en estas unidades corresponde al repertorio común la forma M.2614 es en realidad más común en el reper- de tradición local. Se trata fundamentalmente de urnas y torio de la variante antigua (200/130-120 a.C.) que en cuencos de las variantes más comunes, a los que habría el de la media, aunque estos boles están presentes aún que añadir dos pequeños vasos para beber de perfil en S, en Valencia en contextos del último cuarto del siglo II un fragmento de urna con baquetón, un plato común de a.C. (Escrivá y otros 1992: 457). Una procedencia no pequeño formato y un cuenco de bordes entrantes asi- campana, sino etrusca, puede señalarse para un borde milable a la forma I-H de Escacena, recubierto de en- de Campaniense B de la forma 5 de Lamboglia. Se trata gobe rojo al interior y al exterior, y con una decoración de una pieza de indudable calidad técnica lo que, unido poco usual a base de puntos del mismo color dispuestos a su fina pasta beige sin desgrasantes visibles y a su bar- a lo largo del borde, que queda en reserva (fig. 4: 23). niz satinado y denso de color negro azulado, nos inclina La Estructura 5 mantiene la misma orientación y la a clasificarlo como un producto norditálico. La crono- misma técnica constructiva que las fases edilicias an- logía inicial de las páteras de la forma 5 de Lamboglia teriores. Se documentaron dos muros trabados en án- en Campaniense B etrusca o “verdadera” se remonta al gulo recto (UU.EE. 373 y 404), realizados sobre un zó- último cuarto del siglo II a.C. (Principal 2005: 54). calo de mampostería caliza con alzado de tapial. Por Las ánforas asociadas a este repertorio de vajilla de su parte, el espacio delimitado por los muros fue pavi- mesa son mayoritariamente contenedores de proceden- mentado en dos fases sucesivas con suelos de distintas cia campana y forma Dressel 1A. El resto de las im- características. El más antiguo (UE 406), consistente portaciones, un ánfora gadirita de la forma 9.1.1.1, un en una torta de cal enlucida de rojo, sólo se ha conser- fondo de vaso itálico de paredes finas y un fragmento vado intacto en un pequeño sector. Este suelo fue sus- del cuerpo de un bol “megárico” de producción nordi- tituido posteriormente por otro de mayor entidad cons- tálica, no desdice una propuesta cronológica dentro del tructiva: un encachado de fragmentos cerámicos y lo- último cuarto del siglo II a.C. sas irregulares de piedra caliza que podría interpretarse Junto a estas importaciones aparecen también produc- como la solería de un patio o una estancia abierta (UE ciones de cerámica común del ámbito púnico-gaditano: 371). Los contextos relacionados con la construcción una cazuela de cocina de borde ranurado (fig. 12: 1), cla- de esta estructura son menos fecundos en lo que a im- sificada recientemente con la forma GDR 11.1.1 (Sáez portaciones se refiere. No obstante, la elaboración del 2005: 162-163), y un borde de jarra con arranque de asa segundo pavimento con restos cerámicos permitió fe- similar a la forma GDR 10.2.1 (fig. 7: 3), cuya fabrica- char la reforma de esta vivienda a finales del siglo II ción debe situarse también en la bahía de Cádiz (Sáez a.C. Destacan de nuevo las campanienses, que corres- 2005: 160-161). El repertorio local, por su parte, está ponden en su casi totalidad a la fase media de produc- representado principalmente por los lebrillos de gran- ción de la variante A: formas Lamb. 8b, Lamb. 27 a-b, des dimensiones (entre 45 y 50 cm. de diámetro), cuyos

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Figura 7. Cerámica común de producción local (fines siglo II y siglo I a.C.). Urnas indeterminadas: 1-2, 6 y 13; jarras de tradición gaditana: 3 y 4, 5 (prototipo de Cádiz); urnas globulares: 7-11; cuencos: 12; lebrillos: 14-16.

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 131-165 146 ENRIqUE A. GARCÍA VARGAS y FRANCISCO J. GARCÍA FERNÁNDEZ bordes adquieren ya el perfil robusto, con secciones re- presentes un bol de cerámica Campaniense A, corres- dondeadas o subrectangulares, que caracterizará a las pondiente a la forma Lamb. 27 a-b, el pivote y un asa producciones tardías (fig. 5: 7). Lo mismo puede de- de ánfora Dressel 1, así como los bordes de un cuenco, cirse de un ejemplar de menor tamaño (24 cm. de diá- una urna de pequeño formato y un lebrillo de tradición metro), decorado con una serie de trazos verticales de turdetana. El único contexto que ofreció material diag- color rojizo dispuestos de forma irregular al interior del nosticable fue un nivel de reparación del segundo de recipiente (fig. 7: 14). Se trata, como veremos, de una los pavimentos que conformaban la estancia (UE 366). variante propia del Bajo Guadalquivir que encontra- En su interior se halló un borde de ánfora ibicenca del mos sobre todo en contextos de época tardorrepubli- tipo PE 25 de Ramón (1991: 119-122) y otro borde de cana. Las urnas de cuello corto y los cuencos de cas- Haltern 70 de morfología tempranoaugustea, que nos quete esférico siguen también, con algunas variantes, sitúa ya en torno al cambio de Era. los esquemas formales y decorativos heredados del pe- riodo turdetano. Entre las primeras hacen acto de pre- Alemanes 25 (2124) sencia los ejemplares de borde engrosado al exterior, de sección triangular o trapezoidal, decorados con una En el nº 25 de la calle Alemanes, frente al Patio de sencilla banda de color rojizo (fig. 7: 8). Las urnas glo- los Naranjos de la catedral de Sevilla, se excavó en bulares con asas laterales (forma IX de Escacena) están 2006 un área de unos 100 m2 en la que fue documen- igualmente presentes en este contexto con dos ejempla- tado un sector extramuros situado en la zona portuaria res, aunque sólo se han podido identificar las asas. Por de la ciudad tardorrepublicana. La estratigrafía, relati- su parte, los cuencos se reducen a la variante más senci- vamente simple desde el punto de vista constructivo, lla, de borde redondeado, mientras que los especimenes se inaugura con un par de depósitos superpuestos (UU. de paredes verticales, sin decoración pintada (fig. 4: 6), EE. 184 y 185) sobre los que se dispuso un muro de án- prefiguran ya la forma de los cuencos de engobe claro foras colocadas en vertical. Las ánforas, cuya recons- que pasarán a integrarse en el repertorio de las cerámi- trucción está aun pendiente, corresponden casi en su cas comunes romanas durante el siglo I d.C. (Serrano totalidad a la forma gadirita tardopúnica 7.4.3.3 y se 1995: 237-238). encontraban rotas por debajo de la boca. Estos estra- La anulación definitiva de esta estructura se pro- tos “fundacionales” presentan fragmentos de ánforas ducirá durante las primeras décadas del siglo I a.C. de los tipos 7.4.3.3, 9.1.1.1, Pellicer D, LC 67, Haltern Corresponden a este episodio una serie de vertidos su- 70-Clase 24 y Dressel 7-11. En virtud del repertorio de perpuestos de carácter doméstico, muy heterogéneos la vajilla de barniz negro del círculo de las B (Lamb. en cuanto al material aportado. El primero de ellos (UE 1, 1-8, 4 y 33 b), de la cerámica itálica común y de co- 363-370) ofreció un borde de mortero campano del cina (Vegas 14 y Luni 1) y de las formas de paredes fi- tipo Emporiae 36.2, cuya producción se extiende entre nas (Mayet I), los depósitos pueden ser datados en los la segunda mitad del siglo II a.C. y la segunda mitad de momentos finales de la época republicana, inmediata- la siguiente centuria, así como un asa y algunos frag- mente antes de la recepción de las primeras sigillatas mentos amorfos de un ánfora ibicenca que podría iden- itálicas que alcanzaron la ciudad en tiempos tempra- tificarse con el tipo 8.1.3.2 o 8.1.3.3 de Ramón. El pri- noaugusteos, lo que nos llevaría a una fecha entre 50/40 mero se fecha entre el 200 y el 120 a.C. (Ramón 1995: y 25 a.C. para estos contextos, es decir, dentro del ter- 224), mientras que la cronología del segundo se sitúa cer cuarto del siglo I a.C. entre el 120-100 a.C. y el 50-75 d.C. (Ramón 1995: Los niveles de amortización de este conjunto an- 225). Por lo demás, nos encontramos algunas de las fórico (UU.EE. 179 y 164) presentan un repertorio si- formas habituales del repertorio común local mezcla- milar al anterior, compuesto por T-7.4.3.3, Pellicer D, das con material residual, cerámicas a mano principal- Lamboglia 2 y Dressel 7-11 de las bahías de Cádiz y mente. El resto de los depósitos apenas aportaron testi- Algeciras. Un fragmento atípico acanalado de ánfora monios significativos. ibicenca (probablemente una PE 18) procedente de la La Estructura 6 es la última construcción de época UE 164 completa el elenco destinado al transporte, que romano-republicana. Está formada ya por un muro de se acompaña de barnices negros calenos (Lamb. 1, 3, ladrillos (UE 315), al que se asocian dos pavimentos 5 y 33b), paredes finas de la forma Mayet 1 y ollas co- superpuestos realizados en opus signinum. La cimenta- munes de importación itálica de borde entrante y plano ción de este muro (UE 364) proporcionó un conjunto re- (COM-IT 2d), lo cual nos sitúa en una fecha similar sidual de restos cerámicos, entre los que se encontraban a los niveles anteriores, e indica que la construcción

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Figura 8. Ánforas de producción púnico-gaditana. T-12.1.1.1 y T-12.1.1.1/2: 1 y 2, 3 (prototipo de Cádiz); T-8.2.1.1: 4, 5 (prototipo de Sevilla); T-9.1.1.1: 6, 7 (prototipo de Cádiz); T-8.1.1.2: 8, 9 (prototipo de Cerro Naranja). y amortización del “muro de ánforas” sucedió en un similar al anterior, pero en el que ya están presentes lapso breve de tiempo, anterior en cualquier caso a la las sigillatas itálicas y gálicas de las formas Drag. 18a recepción de las primeras sigillatas itálicas. y 29a, lo que permite situar su construcción en época Las formas de tradición turdetana halladas en es- julio-claudia, siendo el barniz negro del contexto pro- tos contextos son los lebrillos de cuello estrangulado, bablemente residual. algunos de ellos con chorreones de pintura sobre el borde y motivos de retícula en el interior (fig. 7: 15), así como urnas de borde triangular y decoración de lí- 2. NOVEDADES TIPOLÓgICAS y neas pintadas en rojo tanto en el borde como bajo el fUNCIONALES EN EL ámBITO LOCAL cuello (fig. 7: 7). Las cerámicas de cocina turdetanas se componen básicamente de ollas de borde vuelto, rea- A partir de finales del siglo IV a.C. se aprecian al- lizadas en ambiente reductor y con abundante desgra- gunos cambios significativos en la composición y mor- sante. Conviven con tipos de influencia itálica, como fología de los repertorios turdetanos, con la generali- las ollas de borde entrante y tendencia horizontal, en zación de algunos tipos ya conocidos y la aparición de cocción oxidante. Las pequeñas jarras de boca mol- otros nuevos. Estos cambios son aún más evidentes en- durada, también de tradición itálica, parecen generali- tre finales del siglo III y principios del I a.C. y afectan zarse en este momento. sobre todo a determinadas formas de la cerámica co- Sobre la amortización del “muro de ánforas” se mún y pintada. En este proceso cabe ver, por un lado, cimentó un muro de aparejo irregular cuya zanja de la influencia del ámbito púnico, a través del cual se in- construcción presenta un material en gran medida corporan a las producciones locales algunas soluciones

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 131-165 148 ENRIqUE A. GARCÍA VARGAS y FRANCISCO J. GARCÍA FERNÁNDEZ formales procedentes del mundo helenístico. Por otro Cerámica de cocina lado, tras la conquista romana hacen su aparición nue- vas variantes recientemente identificadas, así como, so- Un fenómeno particular de los contextos tardorrepu- bre todo, formas y motivos decorativos de clara rai- blicanos de Sevilla y, en general, del Bajo Guadalquivir gambre ibérica. La arribada de las primeras produccio- es la continuidad morfológica del repertorio local de nes itálicas –no sólo vajilla de lujo, sino también cerá- cocina. Desde el siglo IV a.C. al menos, éste se ha- mica de cocina– y la reactivación del comercio con el llaba compuesto fundamentalmente por las ollas glo- Levante determinará la configuración de un repertorio bulares a torno, derivadas de formas similares orien- sumamente original en el que tradición e innovación se talizantes realizadas a mano (fig. 3: 7-14), a lo que ha- dan la mano en los mismos recipientes. bría que unir los nuevos morteros de tradición púnica (fig. 3: 1-6). Las primeras se caracterizan, como hemos podido ver, por su factura grosera, con pastas oscuras Cerámica de transporte: ánforas y borde engrosado, de sección oval o almendrada y de tendencia vertical, o ligeramente pronunciado al exte- En estos momentos el ánfora local por excelencia es rior (García y González 2007: 556-557). No obstante, la forma D de Pellicer (García y González 2007: 555) a pesar de esta continuidad formal y funcional, pueden (fig. 2: 12). Este recipiente pudo haber sido, en reali- señalarse a partir de fines del siglo II a.C. algunas no- dad, el resultado de una evolución del ánfora Pellicer vedades que afectan al menaje doméstico. Así pues, los B-C, que a finales del siglo IV y probablemente por in- morteros se “romanizan”, desarrollando formas simila- fluencia púnica, habría adoptado el perfil cilíndrico y res a la itálica Emporiae 36.2 (fig. 12: 17), y dando de alargado que caracteriza a estos envases (Ferrer 1995: este modo inicio a una serie de morteros de tipología 803). Aunque el debate sobre el posible origen púnico romana y producción sudhispana ampliamente expor- o turdetano de las Pellicer D se encuentra aún abierto tados (Pinto y Morais 2007), cuya producción alcan- (Niveau de Villedary 2002: 241), lo que parece fuera zará la época imperial avanzada (infla). Por su parte, de toda duda es que su producción se extendió rápi- las ollas desarrollan bordes vueltos de sección triangu- damente hacia el interior del valle y la antigua desem- lar y mayor altura que en períodos precedentes, mien- bocadura del Guadalquivir, como se desprende de los tras que mantienen su peculiar tecnología de cocción ejemplares documentados en un vertido de alfar exca- reducida a baja temperatura e inclusión de abundantes vado recientemente en la ciudad de Carmona (Ortiz y desgrasantes, fundamentalmente cuarzo fino y medio y Conlin, e.p.). La forma parece surgir a finales del siglo mica plateada. IV o inicios del III a.C. (Niveau de Villedary 2002: 240) y perdura al menos hasta finales del siglo I a.C. Durante este tiempo se observa una tendencia generalizada a la Cerámica común simplificación de los bordes, que a mediados del siglo II a.C. apenas se diferencian ya de la pared más que por ya hemos hecho referencia en alguna ocasión al un ligero engrosamiento en su extremo (fig. 2: 9-11), proceso de conformación de la vajilla común turdetana, así como una diversificación de las pastas, que apun- en la que apenas se aprecian cambios significativos, tan a una enorme variedad de talleres y procedencias. tanto a nivel morfológico como decorativo, hasta la Las últimas producciones, que convivirán con las pri- conquista romana (García Fernández 2007: 130; García meras ánforas béticas, se caracterizan por presentar un y González 2007: 549-550). Por un lado, asistimos a la labio plano de tendencia horizontal y totalmente indife- fosilización de un número muy limitado de formas, he- renciado, como puede apreciarse en los ejemplares pro- rederas del repertorio orientalizante y con una clara fun- venientes de los niveles republicanos de la calle Argote cionalidad doméstica. Nos referimos principalmente a de Molina o de la excavación de la calle Alemanes (su- los cuencos (fig. 4: 1-13 y 23-26), platos (fig. 4: 14-22), pra). Algunas de estas ánforas guardan claras analogías lebrillos (fig. 5: 1-5), urnas y vasos de almacenamiento con los especimenes registrados en la costa portuguesa (fig. 6: 1-5 y 8-9). Por otro lado, se observa una tenden- y denominados comúnmente “tipo Castro Marim 1”. cia generalizada a la reducción de la decoración, que se En estos casos las pastas apuntan también a un origen limita a bandas anchas o líneas de color rojizo, combi- sudpeninsular, por lo que podría tratarse de una evolu- nadas en ocasiones con líneas negras o trazos irregula- ción tardía del tipo realizado en los alfares del área del res del mismo color. Paralelamente, se produce una me- Estrecho (Arruda 2001: 77-78). jora en la calidad de las pastas y en los hornos, dando

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Figura 9. Ánforas de producción centromediterránea: T-5.2.3.1: 1, 2 (prototipo); T-7.2.1.1: 3, 4 (prototipo); T-7.4.3.0 (imitación gaditana): 5 y 6, 7 (prototipo de Cádiz). lugar a recipientes muy compactos, de fractura irregu- exvasado. Suele llevar tres o más filetes pintados de lar, que irán perdiendo paulatinamente el nervio de coc- rojo en la superficie externa del vaso, por encima de la ción que caracteriza a las producciones más antiguas. A carena (Ferrer y García 2008: 209). Frecuentemente se partir de finales del siglo III a.C. existe ya un claro pre- ha aducido un origen foráneo para alguno de estos ti- dominio de la cocción oxidante frente a la cocción al- pos, sobre todo para los cuencos-lucerna, muy simila- terna o reductora, que se irá acentuando conforme nos res a los pequeños cuencos áticos de barniz negro que acerquemos al cambio de Era. arribaron a las costas de la Península Ibérica a finales Por lo que respecta a la composición de los ajua- del siglo V a.C. (Luzón 1973: 38-39), y para los “vasos res, se generalizan a partir de finales del siglo IV a.C. para beber” o caliciformes (Luzón 1973: 39). Sin em- nuevos tipos que gozarán de gran éxito en las siguien- bargo, en todos los casos se trata de formas presentes tes centurias, como es el caso de las urnas con baque- de alguna manera en la matriz orientalizante (véase, en tón (fig. 6: 6-7), los cuencos-lucernas (fig. 4: 27-34), general, Escacena 1987). Por otro lado, frente a la ato- los vasos caliciformes de pequeño formato, también nía generalizada que afecta al servicio de mesa, es po- conocidos como “vasos para beber” (fig. 5: 11-15) y, sible apreciar el desarrollo a partir de mediados del si- algo más adelante, las urnas globulares –en ocasiones glo II a.C. de nuevas variantes de urnas y lebrillos que con asas laterales– (fig. 6: 10-14) y los vasos tulipifor- permiten individualizar claramente las producciones de mes (fig. 5: 8-10) o “escudillas” (véase Ferrer y García época romano-republicana. 2008: 208 ss). Se trata, en este caso, de un recipiente Las urnas mantienen los rasgos morfológicos ge- abierto de perfil quebrado, con la carena en la parte nerales heredados del vaso “a chardón” orientalizante: central del cuerpo y borde indiferenciado o ligeramente cuerpo globular o bitroncocónico, cuello acampanado

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 131-165 150 ENRIqUE A. GARCÍA VARGAS y FRANCISCO J. GARCÍA FERNÁNDEZ o de tendencia cilíndrica, que puede arrancar en ocasio- de este periodo, llegando al menos al siglo I d.C. (fig. nes de una carena, labios exvasados con diferentes so- 5: 6-7). No obstante, lo más interesante de estas nue- luciones y fondo rehundido o indicado. No obstante, a vas producciones es la decoración presente en algunos finales del siglo III a.C. se invierte la tendencia obser- ejemplares documentados en el Bajo Guadalquivir (fig. vada en la decoración y comienzan a introducirse moti- 7: 14-15). Se trata de una manifestación doblemente in- vos pintados de mayor complejidad, como reticulados, sólita ya que, por un lado, la decoración se coloca en el líneas de agua, trazos verticales, semicírculos y círcu- interior del recipiente, frente a la tendencia habitual de los concéntricos (fig. 6: 5), que se extienden también a situarla en el exterior; no olvidemos además que la de- las urnas con baquetón. Esta novedad no afecta a todas coración pintada va reduciéndose desde finales del siglo las producciones, pero sí es mayoritaria en los ejempla- IV, siendo ya testimonial en el siglo III a.C. (Bandera y res documentados en contextos funerarios, como ha po- Ferrer 2002: 131; García y González 2007: 552). Por dido comprobarse en algunas urnas procedentes de la otro lado, los motivos representados son prácticamente necrópolis de Carmona (Escacena y Belén 1994: 249 inéditos en el área turdetana y remiten directamente a las ss). La aparición tardía de urnas cinerarias con deco- producciones de la Alta Andalucía. Consisten principal- ración pintada podría estar trasluciendo una perdura- mente en trazos irregulares verticales u horizontales, en ción de prácticas ancestrales entre las poblaciones lo- algunos casos paralelos, flameados, motivos ondulados cales de origen semita, o bien la llegada de nuevos con- horizontales, conocidos como “costillas” o “costillares” tingentes procedentes, en este caso, del área ibérica, ya y líneas de agua en ambos sentidos, correspondiendo sea en el marco de la II Guerra Púnica o en las poste- estos dos últimos a los motivos 38 y 42 de Escacena riores contiendas bélicas que tuvieron lugar en la pro- (1987: 987 y 1012). La mayor parte de los ejemplares vincia Ulterior5. registrados se concentran en Sevilla, Carmona o Alcalá Igualmente llamativa se nos antoja la aparición a fi- del Río, la antigua Ilipa Magna. Su ausencia en núcleos nales del siglo II a.C. de una nueva variante en pastas tan emblemáticos como Itálica podría estar indicando más claras y con engobe exterior color crema (fig. 7: una producción muy localizada, probablemente en los 7-11). Se caracteriza por presentar un cuello corto de talleres de Carmona, donde se han identificado algunos tendencia cilíndrica y bordes muy desarrollados de sec- ejemplares con fallos de cocción en vertidos de hornos ción triangular o trapezoidal, ligeramente redondeados (Ortiz y Conlin, e.p.). en su cara externa y en ocasiones caídos. La decora- ción, en caso de existir, se limita a una línea más o me- nos estrecha de color rojizo situada en el cuello o justo 3. NOVEDADES TIPOLÓgICAS y en la parte exterior del borde. Su uso se generaliza en fUNCIONALES: ImPORTACIONES el siglo I a.C. y perdura, al menos, hasta época flavia, DEL ámBITO PúNICO aunque no se ha llevado a cabo hasta la fecha un segui- miento exhaustivo de estas producciones tardías en el En torno al siglo IV a.C. se detecta la llegada al ámbito de la Baja Andalucía. puerto de Sevilla de nuevas importaciones proceden- En los lebrillos se observa una doble tendencia: pri- tes del ámbito púnico, coincidiendo con el inicio de un mero la adopción de formas evolucionadas de gran for- nuevo periodo de bonanza para la ciudad tras la fase de mato y, posteriormente, la incorporación de decoración letargo que había supuesto la crisis del mundo orienta- interior. Por lo que respecta a su forma, los lebrillos de lizante (Ferrer y otros, e.p.). Se trata de un proceso ge- época republicana se caracterizan por presentar un perfil neralizado de reactivación económica y comercial que más abierto, un diámetro sensiblemente mayor a los de afecta por igual a las localidades ribereñas del Lacus sus predecesores (en ocasiones superior a 50 cm.) y un Ligustinus y del antiguo estuario del Guadalquivir. En estrangulamiento menos marcado en el cuello. Sus bor- un principio estas importaciones se limitaban a los pro- des, engrosados al exterior, desarrollan perfiles cuadran- ductos envasados en las ánforas, sobre todo aceite y gulares, ovalados o trapezoidales, que serán propios conservas de pescado, aunque posteriormente se intro- ducirán también algunos recipientes relacionados con la preparación y servicio de alimentos. Es el caso, como 5. Según Escacena (2000: 236), el lote de urnas de Carmona se verá a continuación, de los morteros, las grandes pudo contener los restos de las primeras generaciones de colonos itá- fuentes, las ollas y las cazuelas con borde ranurado, así licos instalados en la ciudad, aunque no deja clara la razón que llevó a sus usuarios a emplear motivos decorativos ajenos a su cultura y más como la vajilla de semilujo tipo “Kouass”, que susti- relacionados con las cerámicas de la Alta Andalucía. tuirá a partir del siglo III a.C. a las importaciones áticas.

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Figura 10. Ánforas de producción itálica. Grecoitálica: 1, 2 (prototipo); Dressel 1A: 3 y 4, 5 (prototipo); Dressel 1B: 6 y 7, 8 (prototipo); Dressel 1C: 9 y 10, 11 (prototipo).

Cerámica de transporte: ánforas T-8.2.1.1 o “Carmona” (fig. 8: 4-5), según la clasifica- ción de Rodero (1991). En este caso su fabricación se Las primeras ánforas que arriban al puerto de Sevilla concentra principalmente en los talleres de la bahía de corresponden al grupo de las Mañá-Pascual A4, espe- Cádiz, aunque también pudiera extenderse hacia el in- cialmente las variantes T-11.2.1.3 y T-11.2.1.4, cuya terior (Carretero 2004: 427-428). Por lo que respecta al producción se sitúa entre finales del siglo VI e inicios contenido, tanto su forma como las marcas registradas del IV a.C. (Ramón 1995: 235-236), y la T-12.1.1.1 hasta la fecha parecen sugerir que se trataba también de (Ramón 1995: 238), que comienza a fabricarse en la un ánfora salazonera, si bien no se han realizado aún segunda mitad de esta centuria (fig. 8: 1-2). Están des- análisis físico-químicos que aporten resultados conclu- tinadas al envasado y comercialización de salazones y yentes (Sáez y otros 2004: 113). Como ya se ha indi- salsas saladas, lo que explica que sus centros de pro- cado más arriba, los inicios de este tipo pueden situarse ducción se concentren principalmente en el área del también el siglo IV, aunque su producción no se gene- Estrecho de (de Frutos y Muñoz 1996: 142). ralizará hasta el siglo III, perdurando durante práctica- A finales del siglo IV a.C. empiezan a llegar tam- mente todo el siglo II a.C. (Sáez y otros 2004: 123). bién los primeros envases procedentes de la campiña Las ánforas tipo “Carmona” serán paulatinamente gaditana. Se trata del ánfora tipo “Tiñosa” o T-8.1.1.2 sustituidas desde finales del siglo III o inicios del II (fig. 8, 8), destinada probablemente al transporte de a.C. por un envase de similares características, aunque aceite (véase Carretero 2007). Su producción se ex- de menor altura y base plana, conocidas comúnmente tiende a lo largo del siglo III, aunque no parece alcan- como Campamentos Numantinos (fig. 8: 6) y clasifi- zar el II a.C. Otra ánfora típica de este momento es la cadas años después por Ramón dentro del tipo 9.1.1.1

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 131-165 152 ENRIqUE A. GARCÍA VARGAS y FRANCISCO J. GARCÍA FERNÁNDEZ

(Ramón 1995: 226-227). Constituyen una continuación (Ruiz Mata 1987: 311), distribuyéndose hacia el inte- del ánfora tipo “Carmona” tanto a nivel formal como rior del valle y las campiñas del Guadalquivir en esta en lo relativo a su contenido, que debió ser sin duda última centuria (Ruiz Mata y Niveau de Villedary 1999: pescado salado. Su cronología iría desde inicios del si- 127). Los ejemplares más antiguos presentan un borde glo II hasta mediados del I a.C. (Carretero 2004: 433- saliente de tendencia horizontal, aunque ligeramente 434), conviviendo ya con los primeros contenedores de convexo en su parte superior (fig. 3, 1-2); los más evo- tradición itálica y las imitaciones de ánforas norteafri- lucionados, muy habituales en la ciudad de Sevilla (fig. canas (Sáez 2008b: 647). 3: 4-5), poseen en cambio bordes más gruesos y redon- Por lo que respecta a estas últimas, los únicos ejem- deados, con un apéndice pronunciado en el extremo in- plares registrados en Sevilla en contextos de ocupación terior y amplias acanaladuras en la parte superior (Ruiz corresponden al cuarto superior de un ánfora tipo Mañá Mata 1987: 311; Sáez 2005: 152). Cabe la posibilidad D (T-5.2.3.1) y otra del tipo Mañá C2 (T-7.2.1.1), pro- de que estos recipientes fueran imitados en los talleres cedentes de la calle Argote de Molina (fig. 9, 1 y 3). Su locales, como parece reflejar un ejemplar hallado en la llegada habría que situarla en un momento muy con- estratigrafía de la calle Abades, decorado al interior con creto, marcado por la presencia cartaginesa y la poste- una amplia banda de color rojo vinoso (Jiménez y otros rior Guerra Púnica, entre finales del siglo III e inicios 2006: Lám. 3). del II a.C. No es casual, por tanto, que coincida en el Excepcionales son, en cambio, los morteros de ori- tiempo con la introducción –lenta pero paulatina– de gen centromediterráneo. Aunque parecen formar parte un nuevo menaje de cocina representado por las cazue- de la misma tradición, se diferencian por presentar pa- las de borde ranurado y los morteros de tradición cen- redes más delgadas y el labio ligeramente caído, con tromediterránea. una acanaladura más o menos pronunciada hacia el in- A partir de finales del siglo II a.C. las ánforas terior del borde que en ocasiones queda reducida a un T-8.2.1.1 y T-9.1.1.1 comparten las redes de distribu- apéndice o una carena. Se le ha atribuido el mismo co- ción con las imitaciones locales del tipo Maña C2 (fig. metido que a las producciones peninsulares, esto es, la 9: 5-6), correspondientes a los tipos 7.4.3.1 y 7.4.3.3 de preparación de alimentos y más concretamente la fun- Ramón (Sáez 2008b: 647). Su producción se extiende ción de moler, triturar o incluso amasar los ingredientes hasta el tercer cuarto del siglo I a.C. para desaparecer (Martín y Roldán 2000: 1616). No obstante, es posible durante los primeros años del principado de Augusto que los escasos ejemplares hallados en Sevilla (fig. 12: (Ramón 1995: 213). Se trata una vez más de un ánfora 2) respondan más bien a imitaciones realizadas en los salazonera, destinada en este caso probablemente a la talleres gaditanos, como se ha señalado recientemente comercialización de salsas de pescado. para la mayor parte de los especimenes documentados A las formas mencionadas habría que añadir los es- en la propia ciudad de Cádiz (Sáez 2005: 153). Su dis- pecimenes de Pellicer D procedentes de la costa gadi- tribución, eminentemente costera, no se inicia hasta fi- tana, cuya problemática se trató más arriba. nales del siglo III a.C. perdurando, como ya se ha seña- lado, hasta mediados de la siguiente centuria (Martín y Roldán 2000: 1619; Asensio 2001-2002: 306). La cerámica de cocina Coincidiendo con los inicios de la presencia car- taginesa arribarán también a los puertos del sur de la Dentro del repertorio doméstico la forma más ha- Península nuevos recipientes de cocina, relacionados bitual es la conocida como mortero, clasificada recien- en este caso con el uso habitual del fuego. Nos esta- temente con la forma GDR 3.1.1 (Sáez 2005: 152). Se mos refiriendo principalmente a las cazuelas y ollas de trata de un recipiente de paredes gruesas, bases am- borde ranurado, realizadas con pastas poco depuradas y plias y bordes muy desarrollados. Las pastas contienen abundante desgrasante con cualidades refractarias. En abundante desgrasante que aflora habitualmente a la su- ambos casos se trata de formas abiertas, base plana o perficie y en ningún caso portan decoración alguna. No redondeada y paredes finas y rectas, con una ligera ten- se conoce exactamente ni su origen ni su función, aun- dencia a abrirse en las cazuelas. De hecho, su princi- que Luzón lo puso rápidamente en relación con reci- pal diferencia estriba en la relación entre el diámetro pientes de similares características existentes en la va- y la altura del recipiente: en las ollas la altura es igual jilla griega o helenística (Luzón 1973: 45). Sea como o superior al diámetro, mientras que en las cazuelas el fuere, la forma no se generaliza en el ámbito púnico oc- diámetro es siempre muy superior (Guerrero 1995: 61- cidental hasta finales del siglo V o inicios del IV a.C. 62). Cuentan generalmente con dos asas horizontales

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Figura 11. Ánforas itálicas de producción bética: Dressel 1C (imitación local): 1 y 2, 3 (prototipo); Dressel 7-11: 4 y 5, 6 (prototipo); Haltern 70: 7 y 8, 9 (prototipo); Oberaden 71/Dressel 20: 10 y 11, 12 (prototipo); LC 67: 13 y 14, 15 (prototipo); Oberaden 83: 16 y 17, 18 (prototipo); Haltern 70 small variant: 19 y 20, 21 (prototipo); tipo urceus: 22-24, 25 (prototipo).

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 131-165 154 ENRIqUE A. GARCÍA VARGAS y FRANCISCO J. GARCÍA FERNÁNDEZ aplicadas bajo el borde o hacia la mitad del recipiente. cuando probablemente fueron sustituidas por los nue- Sin embargo, su rasgo más característico es la presen- vos recipientes de prototipo centromediterráneo (Sáez cia de una acanaladura hacia el interior del borde, desti- 2005: 165). La función, una vez más, podría haber sido nada a servir de apoyo a una tapadera. En este sentido y la cocción de alimentos, aunque su frecuente aparición con base en su forma, se viene atribuyendo a las cazue- en la necrópolis gaditana permite pensar también en un las la función de freír o adobar determinados alimen- uso ritual (Niveau de Villedary 2006: 57). tos, mientras que las ollas estarían dedicadas principal- mente a la cocción (ibidem). Aunque el uso de cazuelas con tapadera está ates- Servicio de mesa tiguado en Cádiz desde finales del siglo VI o inicios del V a.C. (Sáez 2005: 162), la generalización de esta Nos centraremos en este apartado en la cerámica de forma no se producirá hasta finales del siglo III o ini- barniz rojo tipo “Kouass”, dadas las enormes concomi- cios del II, coincidiendo con la llegada de prototipos tancias que mantiene la vajilla común púnico-gaditana ebusitanos y centromediterráneos, en los que se ins- con las producciones del área turdetana7. Sin embargo, pirarán ahora las producciones gadiritas (Niveau de no podemos pasar por alto la aparición a finales del si- Villedary 2001-2002: 283). Los escasos ejemplares do- glo III a.C. de un tipo de jarra de mesa ausente anterior- cumentados hasta ahora en Sevilla (fig. 12: 1) parecen mente en los repertorios locales del Bajo Guadalquivir corresponder a estas últimas (GDR 11.1.1)6, como de- (fig. 7: 3). Coincide con la Forma GDR 10.2.1 definida muestra la similitud en las pastas y tratamiento exterior, recientemente por A.M. Sáez (fig. 7: 5), cuya produc- aunque no se descarta la aparición de especimenes im- ción se ha fijado en los alfares de la bahía de Cádiz en- portados. La forma perdura hasta las últimas décadas tre mediados del siglo III y mediados del II a.C. (Sáez del siglo II, cuando comienza a verse paulatinamente 2005: 160). Se trata de un recipiente de medianas di- reemplazada por las cazuelas itálicas del tipo Vegas 14, mensiones, cuerpo con tendencia cilíndrica ligeramente que serán también imitadas en los alfares locales del sur abombado, cuello largo y estrecho, base diferenciada de la Península Ibérica (Sáez 2005: 163). y bordes simples sin vertedor. Presenta un asa corta Otro tipo muy común en la bahía de Cádiz, que de sección rectangular o subrectangular, con una li- en ocasiones puede hallarse también en la ciudad de gera acanaladura en la cara interior, que arranca a la al- Sevilla (fig. 3: 15), es la olla de cocina de borde trian- tura del borde para descansar bajo el cuello. Constituye gular (GDR 12.3.1), generalmente con una leve acana- una auténtica novedad en el servicio de mesa turde- ladura en su parte exterior (Sáez 2005: 165). Nos en- tano no exenta de interés, ya que desde época orienta- contramos de nuevo ante formas semicerradas, de cue- lizante apenas se documentan jarras en contextos do- llo ancho y corto, paredes rectas, cuerpo de tendencia mésticos, sin que sepamos hasta el momento qué re- globular y pie indicado, levemente rehundido al inte- cipiente pudo cumplir esta función durante ese tiempo rior. Presentan pastas groseras, con numerosos desgra- (Jiménez y García 2006: 142). En cualquier caso, su santes refractarios de pequeño y mediano tamaño, así presencia en la ciudad de Sevilla no deja de ser circuns- como las superficies parcialmente quemadas por la ac- tancial, como ocurre también con los platos de pescado ción del fuego (Niveau de Villedary 2001-2002: 283). de tradición púnica, correspondientes al subtipo II-D de En este caso parece tratarse de un tipo local, que ten- Escacena (1987: 251), cuyo uso es visiblemente mino- dría su origen en los talleres gadiritas en el siglo III a.C. ritario en relación con el “plato turdetano” (Escacena Su producción se generaliza en la segunda mitad de II-B) de perfil quebrado y borde vuelto. esta centuria, perdurando hasta mediados del siglo II, Por lo que respecta a la cerámica de “Kouass”, ésta se encuentra pobremente representada en los contex- tos exhumados hasta la fecha, sobre todo si la compa- 6. No obstante, A.M. Sáez apunta la existencia de dos tipos de ramos con otras producciones del ámbito púnico ga- pastas distintas: una más tosca, con tonalidad marrón o grisácea y ditano, como las ánforas o la cerámica de cocina. En abundante desgrasante micáceo y cuarcítico de mediano-pequeño ta- maño, por tanto más apta para estar expuesta al fuego; y otra menos frecuente, compuesta por pastas más depuradas y cocción predomi- 7. De hecho, muchas veces es difícil diferenciar el repertorio nantemente oxidante, destinadas en cualquier caso a otras activida- morfológico propiamente púnico del turdetano, sobre todo cuando des domésticas (Sáez 2005: 163). A estas últimas podrían correspon- nos referimos a la cerámica a torno común y pintada, lo que resulta der, como señala el autor, los ejemplares hallados en los pozos de la hasta cierto punto lógico si tenemos en cuenta que ambas tradiciones necrópolis tardopúnica de Cádiz, con una función probablemente ri- beben de una misma matriz, que no es otra que la cerámica a torno de tual (Niveau de Villedary 2001-2002: 283-284). época orientalizante (Ferrer y García 2002: 146).

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Figura 12. Cerámica de cocina de tradición itálica. Platos de borde bífido Vegas 14: 3 y 4; Emporiae 158, 15: 5; Torre Tavernera 4, 10: 6; Argote 3.694: 7; tapaderas Celsa 80, 7056: 8 y 9; sartén Celsa 84, 13596: 10; cazuelas en rojo pompeyano Luni 1: 11 y 12; Luni 2/4: 13 y 14; Luni 5: 15; plato con asas horizontales Burriac 549: 16; mortero Emporiae 36, 2: 17; cazuela Celsa 79, 28: 18; ollas Vegas 2: 19-21. Cerámica de cocina de tradición centromediterránea. Cazuela GDR 11.1.1: 1; mortero Lancel 131: 2.

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 131-165 156 ENRIqUE A. GARCÍA VARGAS y FRANCISCO J. GARCÍA FERNÁNDEZ la mayor parte de los casos lo único que conserva- Molina, acompañado ahora por las Dressel 1B y C con mos son fragmentos atípicos, mientras que los bordes pastas no campanas, aunque en cualquier caso itálicas y fondos identificados se ciñen exclusivamente aco- (fig. 10: 6-7 y 9-10). Las Dressel 1B y C serán las va- pas y platos de pescado: formas IX y II de Niveau, res- riantes del tipo presentes en Sevilla en el último ter- pectivamente (fig. 4, 33-34). Esta situación puede res- cio de la centuria, como testimonian los ejemplares de ponder, por un lado, a la propia casualidad, sobre todo las calles Alemanes y Fabiola. El mismo fenómeno de teniendo en cuenta lo limitado del registro documen- pervivencia de Dressel 1B y C hasta momentos fina- tado, ya que la vajilla tipo “Kouass” sí aparece con rela- les del siglo I a.C. (incluso ya augusteos) se constata tiva frecuencia en otros núcleos del Bajo Guadalquivir, en otros contextos de la región como los de las calles como Itálica, Cerro Macareno o Alcalá del Río (Ferrer Santa Verania de Alcalá del Río (Cervera y otros 2007) y García 2007: 122). Sin embargo, no hay que olvidar y Dr. Fleming en Carmona (Ortiz y Conlin, e.p.). En que la antigua Spal y su entorno se ubicaban en el “se- cualquier caso, el tipo Dressel 1 es siempre minoritario gundo círculo” de distribución de esta vajilla, es decir, en niveles de fines del siglo I a.C. en aquellas zonas que fueron abastecidas mayoritaria- Junto a las ánforas tirrénicas, hay que conside- mente por otros talleres, como le ocurre por ejemplo a rar la presencia en contextos tanto de inicios (nivel Villaricos, o donde la cerámica importada sólo aparece 20 de Argote de Molina) como de finales (UE 164 de de forma esporádica como bien de lujo, sin llegar a sus- Alemanes) del siglo I a.C. de ánforas adriáticas del tipo tituir al repertorio común de tradición local (Niveau de Lamboglia 2. En el primer caso las pastas, muy depu- Villedary 2003: 243). En este último caso lo que se ob- radas, apuntan tal vez a un origen apulo, mientras que serva es una demanda selectiva de ciertas formas y la en el segundo encontramos ejemplares con esta misma total ausencia de otras (ibidem); un fenómeno que po- arcilla y con otra más oscura en la que se observan pe- dría responder, como veremos, a una adaptación de la queñas inclusiones de nódulos rojos, tal vez óxido de vajilla gaditana a los hábitos de consumo de las comu- hierro, lo que parece característico de las producciones nidades interiores del golfo Tartésico, donde el uso de noradriáticas. la cerámica ática y posteriormente helenística nunca llegó a generalizarse completamente entre la población. Cerámica de cocina itálica

4. NOVEDADES TIPOLÓgICAS y Desde principios del siglo I a.C. se observa en algu- fUNCIONALES: ImPORTACIONES nos contextos de consumo, como puede ser el caso de DEL ámBITO ITáLICO la calle Argote de Molina, la presencia de cerámicas de cocina de importación itálica. La morfología de éstas Cerámica de transporte: ánforas es a veces análoga a la que presentan las vajillas tradi- cionales: ollas del tipo Vegas 2 (fig. 12: 19-21), lo que La presencia de las ánforas itálicas es una cons- parece indicar una función similar en los ámbitos do- tante en las estratigrafías sevillanas de época romano- mésticos; pero los tipos más frecuentes corresponden republicana desde mediados del siglo II a.C. al menos no a ollas, sino a cazuelas de los tipos Vegas 14 (fig. (Grecoitálica del tipo A de Will del nivel 25 de Argote 12: 3-4) y Celsa 79/28 (fig. 12: 18), lo que, junto al ini- de Molina), pero no será hasta los años finales de la cio de la recepción de platos para horno del tipo Luni 1 centuria cuando se constate una importación más nu- y Luni 2/4 en rojo pompeyano (fig. 12: 11-14), de sar- merosa de ánforas vinarias (fig. 10: 1). Los contex- tenes Celsa 84.13596 (fig. 12: 10) y de tapaderas Celsa tos 372 y, sobre todo, 371 de la calle Alemanes arro- 80.7056 (fig. 12: 8-9), sugiere un cambio sustancial en jan los primeros conjuntos relativamente abundantes la forma de preparación de los alimentos. de Dressel 1A antiguas de procedencia campana, con A lo largo del siglo I a.C. la frecuencia de las ollas las características pastas volcánicas y la pared exterior grises disminuye, si bien no desaparecen. En parte, son engobada en amarillo (fig. 10: 3-4). El tipo, con una sustituidas por ollas de morfología itálica con borde cierta variedad de perfiles de bordes, siempre de sec- entrante de tendencia horizontal. Se generalizan, ade- ción triangular, y con fondos cortos y redondeados no más, los platos de engobe rojo pompeyano Luni 1 y las muy habituales en la forma, se mantiene (Cuesta del imitaciones de cazuelas itálicas de borde bífido (Vegas Rosario), e incluso es mayoritario, en los años inicia- 14), que aparecen ahora acompañadas por cazuelas gri- les del siglo I a.C. en los niveles 18-20 de Argote de ses de fabricación y tipología locales, más profundas

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Figura 13. Vajilla de mesa itálica. Campaniense A: 1 (M. 3614); 2 (M. 3131); 3 (Lamb. 8 b); 4 (Lamb. 6); 5 (Lamb. 1); 6 (Lamb. 5); 7 (Lamb. 27 a-b); 8 (Lamb. 27 b); 9 (Lamb. 27 c); 10 y 11 (Lamb. 31 b); 12, 13 y 15 (Lamb. 33 b); 14 (Lamb. 38 a-b); 16 (Lamb. 36). Campaniense B: 17 (Lamb. 1); 18 (Lamb. 5); 19 (Lamb. 8 b); 20 (Pedroni 780). Campaniense B etrusca: 21 y 23 (Lamb. 5); 22 (Lamb. 7); 24 (Lamb. 3); 25 (Lamb. 8). Paredes finas: 26 (Mayet II-III); 27 (Mayet III); 28 (Mayet V); 29 (Mayet IV); 31 (Mayet I); 30 (Mayet I-III)

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 131-165 158 ENRIqUE A. GARCÍA VARGAS y FRANCISCO J. GARCÍA FERNÁNDEZ y de borde bífido más marcado, de tal manera que pa- Aparecen, además, piezas con un disco rojo o castaño rece consolidarse un repertorio adecuado a los hábitos en el interior del fondo e incluso piezas completamente de consumo romanizados que sin duda se imponen. Así cubiertas por un barniz rojo brillante en lugar de negro pues, el repertorio de cocina de las últimas décadas del (Lamb. 1). siglo I a.C. no depende ya tanto de la recepción de cerá- Las lucernas son escasas, pero no faltan ejemplares micas italianas adecuadas a tal función, pues éstas han de las formas Ricci A (siglos III-II a.C. en Cuesta del sido en mayor o menor grado sustituidas por formas di- Rosario), Ricci E y Dressel 1B (siglo I a.C. en la Cuesta rectamente imitadas o bien inspiradas en los repertorios del Rosario), así como Ricci G, Ricci H y Dressel 2 en itálicos de cocina. Argote de Molina. En Fabiola, en época tempranoau- gustea, predominan ya las lucernas de volutas: Dressel 3 y 9b. Cerámica de barniz negro, lucernas y paredes finas Las formas de paredes finas mayoritariamente do- cumentadas son los cubiletes, de las formas Mayet I También las producciones de barniz negro presen- para fines del siglo II a.C. y Mayet II, III, IV y Marabini tan un cambio notable en su morfología y proceden- IV para el siglo I a.C., lo que coincide con el desarrollo cia en el tiempo que va desde los años finales del si- cronológico de los vasos de paredes finas en época tar- glo II, momento a partir del cual su recepción es ma- dorrepublicana (fig. 13: 26-30). La forma Mayet II ya siva, hasta las últimas producciones de fines del siglo I está presente en contextos del último cuarto del siglo a.C. (fig. 13: 1-25). Las cerámicas campanienses de la II, siendo frecuente en los del primer cuarto del I a.C. y clase A son prácticamente las únicas representadas en manteniéndose en circulación hasta el último cuarto de las UU.EE. 371 y 372 de Abades, donde están acom- esta centuria, mientras que la forma III no se generaliza pañadas de un fragmento de copa megárica con deco- hasta las primeras décadas del siglo I a.C. ración de círculos concéntricos. Se documentan prin- cipalmente las formas Lamb. 8b, Lamb. 27 a-b, Lamb. 33b y Lamb. 36, que corresponden en su totalidad al re- 5. CONCLUSIONES pertorio medio de la clase A. Las mismas formas 8b, 27b, 33b y 36 se registran en Este lapso de tiempo se puede subdividir en tres fa- la Cuesta del Rosario (aunque en un contexto “recons- ses, atendiendo a la procedencia y composición de los truido” a partir de la tipología del material), a las que hay repertorios cerámicos. que añadir la Lamb. 5 y 5/7, también en Campaniense A, y un bol de la forma 1 en Campaniense B. Campanienses A y B conviven igualmente en Ar- Fase I (finales siglo IV-III a.C.) gote de Molina pero, al contrario que en la Cuesta del Rosario, con un claro predominio de las campa- Este periodo viene marcado por la llegada masiva nienses de la clase B (42,55% y 57,45% respectiva- de ánforas púnicas procedentes del área del Estrecho, mente, con un 36,6% de Campanienses B de proce- especialmente variantes evolucionadas del tipo MP-A4 dencia etrusca), siendo el repertorio de ambas clases (T-11.2.1.3 y T-12.1.1.1 en la tipología de Ramón) y muy variado (Lamb. 5; 5-7; 6; 27 a, b y c; 33 b; 34 b posteriormente las T-8.2.1.1, destinadas ambas al trans- y 36 en Campaniense A y Lamb. 1, 3, 5, 6, 7, 8, 8b, porte de salazones y salsas de pescado. Junto a ellas 10 y Pedroni 700, en Campaniense B). En la Cuesta comienzan a aparecer, ya en el tránsito al siglo III, los del Rosario, el nivel VI, del tercio central del siglo I primeros contenedores producidos en las campiñas de a.C. (con las dudas pertinentes), presenta sólo ejempla- Jerez y El Puerto de Santa María (Ramón T-8.1.1.2 ¿y res de la clase B (Lamb. 1 y 3), mientras que en la ca- T-8.2.1.1?), donde se comercializan básicamente pro- lle Alemanes se documentan sobre todo formas termi- ductos agropecuarios, aceite y vino sobre todo. nales de las Campanienses B tardías, con un reperto- La distribución de ánforas de procedencia púnica en rio muy estandarizado y compuesto por las formas de la antigua Spal no parece traslucir cambios en los hábi- Lamboglia 1, 3, 4, 5, 8 y 33b. Estas producciones ter- tos de consumo con respecto al periodo anterior, pues minales se caracterizan por un barniz poco denso y no los productos son esencialmente los mismos (salazo- muy oscuro con irisaciones plateadas, bien distribuido, nes, aceite y vino, principalmente). En todo caso, refleja excepto en los fondos, que presentan chorreones y zo- la intensificación de las relaciones comerciales con el nas en reservas en la pared exterior del anillo basal. área del Estrecho y muy especialmente con la campiña

SPAL 18 (2009): 131-165 I.S.S.N.: 1133-4525 ROMANIZACIóN y CONSUMO: CAMBIOS y CONTINUIDADES EN LOS CONTEXTOS CERÁMICOS DE... 159 gaditana, que se convierte ahora en uno de los mayo- sigue siendo la olla, que en estos momentos se fabrica res proveedores de productos agrícolas de las ciudades ya a torno, reproduciendo a grandes rasgos la misma turdetanas. El proceso a través del cual se genera este morfología de sus predecesoras de los siglos VI y V cambio en las importaciones sigue siendo una incógnita, a.C. (Ferrer y García 2008: 211). Precisamente en el si- pero resulta llamativo comprobar cómo la distribución glo IV a.C. se difunde, como hemos visto, la olla con de contenedores púnicos parece dibujar a grandes rasgos borde engrosado y hombros pronunciados, caracterís- el área de influencia comercial gaditana, en el cual se in- tica del menaje doméstico turdetano incluso después de cluyen tanto los centros y las factorías de la costa atlán- la conquista romana (García y González 2007: 559). tica suroccidental de Iberia (Huelva, La Tiñosa, Castro Sólo ocasionalmente encontramos recipientes de tradi- Marim, Tavira, etc.), como el interior del antiguo estua- ción (o procedencia) gaditana, como es el caso de un rio del Guadalquivir (Ilipa Magna, Cerro Macareno, fragmento de olla de paredes delgadas y borde trian- Itálica y Spal), a lo que habría que sumar el litoral nor- gular (GDR 12.3.1) hallado en el nivel 26 de Argote de teafricano, con Lixus y Kouass como ejemplos más re- Molina, destinada igualmente a la cocción. presentativos (García y Ferrer 2010: 371-372). La única novedad en este periodo es la generaliza- En estos momentos la composición de los reperto- ción del mortero de tradición púnica, cuyo uso se ex- rios comunes parece no variar. Se siguen produciendo tiende hacia el Bajo Guadalquivir a finales del siglo los mismos recipientes, con o sin decoración pintada, IV a.C. Aunque a día de hoy se desconoce el cometido heredados en su mayoría de la matriz orientalizante. Se exacto de este recipiente, su morfología y sus caracte- generalizan, no obstante, algunas formas que si bien ya rísticas técnicas permiten asociarlo verosímilmente con se conocían previamente, alcanzan ahora su máxima la función de triturar y amasar los ingredientes, proba- difusión. Nos estamos refiriendo a los cuencos-lucerna, blemente cereales y legumbres, destinados a la elabora- los “vasos para beber” y algunas variantes de urnas glo- ción de purés o gachas. La rápida propagación de esta bulares o bitroncocónicas con asas laterales o con un forma a las ciudades de la Turdetania y su temprana resalte en los hombros. En cualquier caso, se trata de imitación en talleres locales sí pudieron estar relacio- una evolución a escala regional de los repertorios do- nados, en este caso, con la adopción de nuevas formas mésticos, que continuará durante las siguientes centu- de preparar los alimentos y la difusión de nuevos pla- rias, y que no implica cambio alguno en las formas de tos que remiten en última instancia al ámbito centro- servicio y consumo de alimentos. Por su parte, la vaji- mediterráneo. lla de lujo tipo “Kouass” es minoritaria, como ya he- mos tenido oportunidad de comprobar, ciñéndose por lo general a las formas II y IX de Niveau (2003), que fase II (siglo II a.C.) reproducen sin grandes variaciones dos formas más que habituales en el repertorio común, como es el plato de A finales del siglo III, coincidiendo con laocu- pescado y el cuenco o copa. pación bárquida, se intensifican las relaciones con el Parece existir una correspondencia entre la escasa mundo púnico. Prueba de ello son las ánforas de fa- presencia de importaciones áticas en algunos centros bricación norteafricana que, a través de Cádiz, arriba- del Bajo Guadalquivir y la poca representatividad de ron al puerto de Sevilla. Es el caso de los ejemplares de las imitaciones gaditanas, que podría estar relacionado Mañá D (T-5.2.3.1) y Mañá C2 (T-7.2.1.1) documenta- con la propia estructura de la sociedad turdetana, donde dos en la calle Argote de Molina, relacionados respec- la vajilla de lujo no juega un papel tan relevante como tivamente con la comercialización de vino y de salsas bien de prestigio si lo comparamos, por ejemplo, con el de pescado procedentes de la zona de Cartago. No obs- mundo ibérico. En cualquier caso, la pobreza de las im- tante, su presencia puede considerarse cuanto menos portaciones no implica necesariamente la ausencia de marginal, sobre todo si la comparamos con los espe- formas de consumo ritualizadas, en las que participa- cimenes registrados en la propia Cádiz (Muñoz 1987: ría también –y en algunos casos exclusivamente– la ce- 475-476; Niveau de Villedary 2002-2003: 274-275) o rámica común pintada (Jiménez y García 2006: 143), en Castillo de Doña Blanca (Niveau de Villedary 1999: como tampoco parece implicar unas prácticas o usos 134-135). Las ánforas más numerosas siguen siendo diferenciados en las ocasiones en que la vajilla de lujo las producciones locales de la forma D de Pellicer, así aparece asociada a contextos domésticos. como los contenedores de fabricación gaditana, espe- Lo mismo se puede decir de la cerámica de cocina. cialmente el tipo 8.2.1.1, al que habría que sumar los El recipiente estrella para la preparación de alimentos primeros ejemplares del tipo 9.1.1.1, vinculados ya en

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 131-165 160 ENRIqUE A. GARCÍA VARGAS y FRANCISCO J. GARCÍA FERNÁNDEZ exclusiva al transporte de salazones de pescado (de miel o huevos. Ambos recipientes se encuentran amplia- Frutos y Muñoz 1996: 140). mente representados en los contextos domésticos y fu- El final de la II Guerra Púnica y la victoria romana nerarios de la Gadir púnica (Niveau de Villedary 2002- no supuso el cese de estas importaciones, sino todo lo 2003), aunque son frecuentes sobre todo en el litoral contrario. En estos momentos se potenciará la produc- mediterráneo y las Baleares. En cualquier caso, la proli- ción y comercialización de salazones, vino y aceite no feración de imitaciones locales (Sáez 2005: 162-163) es sólo en el entorno de Cádiz, sino también en el área del indicativa del éxito que adquieren estos nuevos hábitos Estrecho y la costa onubense (Ferrer 2004; 2007). Ello culinarios en las comunidades púnicas del sur de Iberia, no fue impedimento para que comenzara a introducirse cuyos usos se extienden capilarmente hacia el interior. en estos mercados el vino campano, envasado en ánfo- Resulta paradójico que sea precisamente tras la ras grecoitálicas primero y posteriormente en Dressel derrota de Cartago y la posterior conquista romana 1, ya desde mediados del siglo II a.C. Sin embargo, no cuando el empleo de cazuelas con tapadera, una heren- se produjo cambio alguno en las formas de servicio y cia genuina de la cocina cartaginesa, se extienda ha- consumo de bebidas. Las copas y boles de cerámica cia el interior de Turdetania. Sin embargo, su presen- campaniense o megárica que aparecen en algunos con- cia en la ciudad de Sevilla tampoco deja de ser testimo- textos, al igual que las páteras de barniz negro, sólo vi- nial, sobre todo si lo comparamos con el resto del me- nieron a sustituir circunstancialmente formas similares naje de cocina recuperado, formado esencialmente por producidas localmente a torno, como ya ocurriera en la ollas y morteros de producción local. Estas circunstan- centuria anterior con la vajilla tipo “Kouass”. cias se repiten en otras localidades del antiguo estua- Recientemente se ha señalado, sin embargo (Pérez rio del Guadalquivir, como Itálica, Cerro Macareno o Ballester 2008), que las formas de cerámica campa- la propia Ilipa Magna, mucho menos permeables a las niense indican cambios de los patrones de consumo re- innovaciones gastronómicas que las poblaciones coste- lacionados no sólo con el vino, sino también con otros ras como Gadir o Doña Blanca. Habrá que esperar a fi- alimentos cuya consistencia (líquida o semilíquida) es- nales del siglo II o inicios del I a.C. para que los cam- taría tras la transformación de un repertorio de impor- bios en la forma de preparar y cocinar los alimentos se tación basado fundamentalmente en los cuencos a otro generalicen entre el resto de la población. en el que prevalecen los platos y las fuentes (supra). La cerámica común parece continuar las tenden- Ciertamente, una de las características del repertorio de cias marcadas en la centuria anterior: simplificación de mesa turdetano es el predominio de los cuencos sobre la decoración en la mayoría de los recipientes, mejora los platos, los cuales, si bien suelen estar presentes en de las pastas y mantenimiento de la variedad de for- todos los contextos, son siempre cuantitativamente me- mas. Como novedad desde el punto de vista morfoló- nos representativos (fig. 4). gico sólo cabe reseñar la aparición de nuevas variantes La cerámica de cocina no acusa grandes novedades en algunos de los tipos más comunes, como es el caso con respecto a la del siglo III, salvo la incorporación de los lebrillos y las urnas globulares. A partir del siglo eventual de morteros y cazuelas de tradición centrome- II a.C. los lebrillos adoptan perfiles más abiertos, con diterránea. Aunque estas últimas se encuentran presen- paredes más gruesas y bordes muy desarrollados, que tes en Cartago desde el siglo IV, su difusión por las cos- adquieren ahora una sección ovoidal, cuadrangular o tas peninsulares no se iniciará hasta finales del siglo III, almendrada (Pellicer y otros 1983: 93). De hecho, será coincidiendo precisamente con la expansión bárquida. esta variante la que pase a la cerámica común romana, Se trata de un recipiente muy especializado destinado manteniéndose a grandes rasgos la misma forma y pro- con toda probabilidad a la fritura (Guerrero 1995: 62), si bablemente también la misma función durante los pri- bien no se descarta tampoco la cocción de alimentos con meros siglos de nuestra Era. Por lo que respecta a las poca agua. La aparición esporádica del mortero cartagi- urnas, a finales del siglo II a.C. se extiende una nueva nés no parece implicar cambio alguno en el uso –triturar variante con el cuello más corto y cilíndrico que ven- y amasar– que hemos propuesto para los especimenes drá a reemplazar a los antiguos vasos de perfil acampa- peninsulares. De hecho, se ha planteado incluso la po- nado. Como hemos visto, los bordes son muy caracte- sibilidad de que fuera en estos recipientes donde se ela- rísticos, engrosados al exterior, con secciones de forma borara la llamada Puls Punica (Martín y Roldán 2000: triangular o trapezoidal, redondeados y en ocasiones li- 1616), consistente, según Catón (Agr., 85), en una espe- geramente caídos formando una leve pestaña. cie de gachas o puré realizado con harina de trigo y le- La única novedad en el servicio de mesa es la incor- gumbres que podía mezclarse con agua, queso fresco, poración circunstancial de jarras de tradición púnica.

SPAL 18 (2009): 131-165 I.S.S.N.: 1133-4525 ROMANIZACIóN y CONSUMO: CAMBIOS y CONTINUIDADES EN LOS CONTEXTOS CERÁMICOS DE... 161

Se trata de un elemento habitual en Cádiz (Sáez 2005: hasta inicios del principado de Augusto (Ramón 1995: 160), Doña Blanca (Niveau de Villedary y Ruiz Mata 213), cuando son sustituidas totalmente por las ánfo- 2000: 897, fig. 5) o la campiña de Jerez (González ras Dressel 7/11. Las ánforas locales se encuentran una 1987: 94), que se encuentra presente también en las vez más representadas por la forma D de Pellicer, que factorías del otro lado del Estrecho, como es el caso adopta ahora el perfil característico de las últimas pro- de Kouass (Kbiri Alaoui 2007: 141, fig. 119). No obs- ducciones, con labios de tendencia horizontal, indife- tante, una vez más su escasa concurrencia en los con- renciados ya del cuerpo, y una reducción en la abertura textos domésticos de la ciudad de Sevilla no nos per- de la boca, como puede comprobarse en los ejemplares mite hablar de un uso generalizado de este elemento, ni procedentes del nivel 20 de la calle Argote de Molina de la adopción de un menaje específico para el servicio (Campos 1986: fig. 45). de bebidas en estos momentos. Como puede apreciarse La cerámica de cocina sigue estando protagoni- en los distintos conjuntos analizados, se mantienen los zada por las ollas de fabricación local, que ahora ad- mismos repertorios y los mismos patrones de uso que quieren una morfología particular, caracterizada por hemos venido observando desde mediados del siglo IV, un labio vuelto, de sección triangular, y una mayor al- lo que permite adivinar una actitud sumamente conser- tura. Junto a ellas aparecerán también algunas ollas de vadora en lo que se refiere también a las pautas de ser- importación correspondientes al tipo Vegas 2 (Itálica vicio y consumo de alimentos. 3C). Los morteros, por su parte, comienzan a imitar lo- Por último, la introducción de motivos decorativos calmente formas de tradición itálica, principalmente el de tradición ibérica puede relacionarse con una reacti- tipo Emporiae 36.2. Ambos recipientes parecen mante- vación del comercio con Andalucía Oriental y las cos- ner, no obstante, la misma función en la preparación de tas del Levante peninsular desde finales del siglo III alimentos. Asimismo, las cazuelas de origen centrome- a.C. pero, sobre todo, durante los inicios de la presencia diterráneo son sustituidas por sartenes y platos de fa- romana (Escacena 1987: 1083 ss). En ello tuvo mucho bricación itálica, como es el caso de las formas Celsa que ver la pacificación de la región y, posteriormente, 84.13596, Celsa 79/28, Vegas 14 y Luni 1, destinados la reorganización de las redes comerciales, una vez di- respectivamente a las funciones de freír y asar. La ma- luidas las áreas de influencia respectivas de Gadir y yor frecuencia de estas formas, en detrimento de las Cartago (Ferrer 1998: 44-47), ahora bajo control ro- ollas conforme avanza el siglo I a.C. debe interpretarse mano. Por su parte, la ocupación militar de Turdetania, como consecuencia de la adopción progresiva de nue- la paulatina transformación de las estructuras territo- vos hábitos gastronómicos de origen itálico o centro- riales y la puesta en explotación de los distritos mi- mediterráneo (supra). neros de Sierra Morena por parte de colonos itálicos Este mismo fenómeno parece subrayado por los (Blázquez y otros 2002) debió haber favorecido la cir- cambios en el repertorio de barniz negro. Las cerámicas culación de personas y mercancías a lo largo y ancho campanienses de fines del siglo II a.C. en Abades pre- de la depresión del Guadalquivir, un fenómeno que se sentan un elenco de formas dominado por los boles y nos muestra especialmente evidente a finales del siglo cuencos (formas 27, 28 y 33 de Lamboglia sobre todo), II a.C. (Chaves 1994). Podría decirse que la “iberiza- mientras que las páteras y los platos (formas Lamb. 1, ción” de la Turdetania es un fenómeno tardío y en cual- 5, 7…) se convertirán en los protagonistas casi exclusi- quier caso debió tratarse más de una cuestión de modas vos del repertorio de la segunda mitad del siglo I a.C. y estilos que de una asimilación generalizada de hábi- (Alemanes), tras un período de transición a lo largo de tos o costumbres del área ibérica. la primera mitad del mismo siglo (Argote de Molina). También se produce un afianzamiento progresivo de las cerámicas campanienses del tipo B-oïde en detrimento Fase III (finales del siglo II – siglo I a.C.) de las producciones de la variante A, que dominaban a fines de la segunda centuria antes de nuestra Era. A prin- En el siglo I a.C. las importaciones del ámbito pú- cipios del siglo I las Campanienses B son ya mayorita- nico se ciñen ya exclusivamente a ánforas, sobre todo rias en la ciudad, con una representación consistente de los envases producidos en la bahía de Cádiz y desti- Campanienses B “verdaderas”, mientras que ya a fines nados al transporte de salazones y salsas de pescado. de siglo el predominio de las B-oïdes, en especial del ta- Nos estamos refiriendo al tipo 9.1.1.1 de Ramón ya ller o los talleres de Cales, es prácticamente absoluto. las ánforas Mañá C2b (T-7.4.3.3), de tradición nortea- La cerámica común se caracteriza ahora por presentar fricana (véase Sáez 2008a; 2008b). Ambas conviven pastas más claras, con una cocción predominantemente

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 131-165 162 ENRIqUE A. GARCÍA VARGAS y FRANCISCO J. GARCÍA FERNÁNDEZ oxidante y engobes espesos de color crema. La pin- las formas romanizadas en alfares urbanos como los tura, reducida ya a la mínima expresión, se limita a lí- de Carmona hasta época de Augusto; y también las de neas delgadas de coloración vinosa situadas en el borde morfología romanizada, desde las imitaciones de ánfo- o el cuerpo de las grandes urnas. Diferente es el caso ras itálicas de las variantes A y B de Dressel 1 (fig. 11: de los lebrillos de borde engrosado, que pueden incor- 2), hasta las LC 67 (fig. 11: 13-14), Oberaden 83 (fig. porar eventualmente una decoración bastante original, a 11: 16-17), Ovoide 4 del Guadalquivir (Almeida 2008) base de trazos sinuosos en el interior y reticulados en el (fig. 11: 19-20), ánforas de fondo plano del tipo Urceus fondo. Por lo demás, se mantienen junto a estas produc- (Morais 2005, e.p.) (fig. 11: 22-24) y Haltern 70 (fig. ciones los tipos principales del repertorio turdetano, ge- 11: 7-8). En conjunto, se trata de un repertorio cuyos neralmente sin decorar, que perdurarán en su mayoría perfiles se van conociendo cada vez mejor y que supo- hasta época augustea o augusto-tiberiana. Nos estamos nen un primer momento en la definición de las tipolo- refiriendo a las urnas globulares de cuello corto, platos gías anfóricas del Guadalquivir, ya constituidas como de labio engrosado, cuencos y lebrillos. Los cuencos lu- tales, como sucede con las formas de cerámica común, cernas y los pequeños vasos de perfil en S serán definiti- en época julio-claudia plena, esto es, hacia mediados vamente sustituidos a lo largo del siglo I a.C. por las lu- del siglo I d.C. cernas de tradición itálica y la cerámica de paredes finas. Se pueden definir también ámbitos de predominio formal romanizado en las cerámicas comunes, tanto en Epílogo. El tránsito hacia los los repertorios de cocina (ollas, cazuelas de borde bí- repertorios cerámicos imperiales fido, platos, platos-tapadera, sartenes) como en los de preparación de alimentos (morteros) o servicio de mesa Aunque de momento apenas contamos con contex- (jarras). Morteros y jarras adquieren a lo largo de la se- tos claramente augusteos en la ciudad de Sevilla, en el gunda mitad del siglo I a.C. las características que se- Bajo Guadalquivir el cambio de Era viene definido por rán habituales en época augustea y julio-claudia tem- una cierta continuidad en los repertorios comunes de prana. Los morteros desarrollan una tipología regio- tradición turdetana, por la cristalización del repertorio nal muy característica dominada por dos formas prin- anfórico bético y por la generalización de la vajilla fina cipales, derivadas respectivamente de los tipos itálicos de mesa, con la introducción masiva de la TSI y sus Emporiae 36.2 y Dramond 1. Las jarras se multiplican imitaciones locales (no sólo cerámica tipo Peñaflor), en versiones de cuello alto con o sin molduración en el cuya caracterización y estudio es una de las tareas pen- borde, definiendo junto a las tazas con asas y a las pe- dientes para la investigación futura. Para terminar, un queñas “ollas” de borde entrante horizontal un reper- aspecto que está recibiendo en los últimos años una es- torio ya claramente romanizado. éste cristalizará a lo pecial atención es la formalización del repertorio co- largo del siglo I d.C. en el elenco julio-claudio de for- mún de cocina y de mesa cuya composición se encuen- mas comunes (Huarte 2003), que apenas conserva ya tra totalmente definida en las producciones del alfar de trazas de las producciones de tradición indígena tan fre- Las Cinco Llagas de Sevilla (Huarte 2003), hacia me- cuentes todavía hacia el cambio de Era. diados del siglo I d.C., un momento en el que la tipolo- Un fenómeno similar puede, finalmente, señalarse gía es totalmente romana y la cerámica común pintada para las ánforas. A lo largo del siglo I a.C. las produc- ha desaparecido completamente. ciones locales-regionales comienzan a tomar el relevo de las importaciones itálicas, y si en los contextos de fines del II-inicios del I a.C. son las vinarias Dressel BIBLIOgRAfÍA 1A, B y C las protagonistas del registro anfórico, con el transcurso del siglo se van afianzando las importacio- ARRUDA, A.M. (2001): “Importações púnicas no Al- nes del área gaditana (cuya presencia en la ciudad se garve: cronología e significado”,Os punicos no Ex- remonta, no obstante, a los siglos V-IV a.C.), especial- tremo Occidente. Actas do Coloquio Internacional: mente las tardopúnicas T-7.4.3.3 (fig. 9: 5-6) y T-9.1.1.1 69-98. Lisboa. (fig. 8: 6), las imitaciones de Dressel 1C (fig. 11: 1), y ARRUDA, A.M.; VIEGAS, C.; BARGÃO, P. y PE- las romanizadas Dressel 7-11 arcaicas (fig. 11: 4-5), así REIRA, R. 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Fecha de entrada: 12-07-2010 Fecha de aceptación: 18-01-2011

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RESEñAS 169

J. H. Fernández Gómez-M.ª J. López Grande-A. Mezquida Ortí-F. Velázquez Brieva, Amuletos púnicos de hueso hallados en Ibiza. Treballs del Museu Arqueológic d’Eivissa i Formentera 62. Museu Arqueológic d’Eivissa i For- mentera: Valencia, 2009. 288 pp., 14 láms.

Se incrementa con esta nueva publicación la ya am- elaboración de una clasificación tipológica abierta, sus- plia y consolidada serie de “Treballs del Museu Ar- ceptible de ser acrecentada con nuevos tipos a medida queológic d’Eivissa i Formentera” que, bajo los auspi- que se incremente el número de hallazgos. cios de esta institución, ha volcado sus esfuerzos en la La obra se estructura en varios apartados que, de investigación y divulgación de la arqueología ibicenca forma sucinta, se pueden resumir en una primera parte y, en particular, de los fondos de su colección. No obs- de introducción a la problemática de los amuletos, tante, y sin perder nunca de vista dicho referente, el es- donde se expone una primera definición del término y pecial significado de la isla en el Mediterráneo púnico la delimitación de los denominados amuletos púnicos ha determinado que buena parte de las publicaciones, como aquellos que presentan “características iconográ- entre las que se incluyen los trabajos de las tradiciona- ficas de procedencia no egipcia” y que, realizados bien les Jornadas de Arqueología Fenicio-Púnica de carác- en hueso o marfil, bien en vidrio, se gestan y desarro- ter anual, se centren en este periodo. Dentro de esta lí- llan, sobre todo, en el Mediterráneo centro-occidental, nea hemos de situar este último número dedicado a los aunque en este caso el objeto de estudio serán sólo los amuletos de tipo púnico realizados en hueso y proce- amuletos realizados en hueso. La introducción se com- dentes de los yacimientos insulares. pleta con un somero análisis de las relativamente es- La obra entronca y complementa un grupo de pu- casas fuentes literarias e iconográficas que poseemos blicaciones anteriores de esta misma serie en las que se para su estudio y análisis, en contraste con la relativa abordaba el mundo de los amuletos, las creencias po- diversidad de contextos arqueológicos en los que se lo- pulares y la superstición, y entre las que se encuentran calizan (necrópolis, lugares de culto y, en menor nú- los trabajos de J. Padrò y J. H. Fernández (Escarabeos mero, asentamientos). Se detienen también los autores del Museo Arqueológico de Ibiza. Trabajos del Museo a considerar el posible significado de los amuletos, des- Arqueológico de Ibiza y Formentera 7. Madrid, 1982; granando las diversas interpretaciones que se han avan- Amuletos de tipo egipcio del Museo Arqueológico de zado, desde los principios generales planteados por Ibiza. Trabajos del Museo Arqueológico de Ibiza y For- W.M.F. Petrie hasta las propuestas más recientes de G. mentera 16. Ibiza, 1986), las jornadas celebradas en no- Pinch para el caso egipcio, referente en estos trabajos, viembre de 2006 (Magia y superstición en el mundo sin olvidar las síntesis de especialistas del mundo pú- fenicio-púnico. XXI Jornadas de Arqueología Fenicio- nico como J.Vercoutter o G. Hölbl. Púnica (Eivissa, 2006). Trabajos del Museo Arqueo- A esta introducción sigue una detenida exposición lógico de Ibiza y Formentera 59. Eivissa, 2007), así de los contextos arqueológicos de las piezas cataloga- como la reciente obra de una de las autoras, F. Veláz- das, con una breve noticia acerca del momento y las cir- quez Brieva (El dios Bes: de Egipto a Ibiza. Trabajos cunstancias del hallazgo, cuando se conoce, dato que del Museo Arqueológico de Ibiza y Formentera 60. Ei- en la mayoría de las ocasiones no se conserva. Un im- vissa, 2007). Lejos de centrarse en productos bien co- portante número procede de sepulturas de la necrópo- nocidos y populares, como los escarabeos, de los que ya lis de Puig des Molins y otra serie de necrópolis rurales se cuenta con excelentes trabajos de G. Hölbl, J. Board- dispersas por toda la isla, excavadas o saqueadas desde man o A. Féghali Gorton, en esta ocasión, huyendo de principios del s. XX, a pesar de lo cual, y gracias a la re- la impronta de la magia y las tradiciones egipcias, tan visión de los cuadernos de campo de C. Román Ferrer, arraigadas en el mundo fenicio-púnico, los autores han que permitió la reconstrucción de algunos ajuares, y las decidido centrarse en una producción, la de los amule- excavaciones más recientes se han podido datar algunas tos púnicos, con la que estamos menos familiarizados de estas piezas. El hallazgo de estos materiales en fechas y que en pocas ocasiones han sido objeto de atención tan recientes determinó que muchos de ellos pasaran al por los especialistas. Conscientes de las dificultades mercado de antigüedades, engrosando colecciones pri- que implicaba este estudio y, a la vez, de las muchas vadas dispersas por todo el país, de ahí que la investiga- posibilidades que podría abrir para trabajos posterio- ción no se haya centrado única y exclusivamente en los res, buena parte de los esfuerzos se han centrado en la fondos del museo ibicenco, sino que se haya extendido

I.S.S.N.: 1133-4525 SPAL 18 (2009): 169-170 170 RESEñAS a otra serie de museos y colecciones, entre los que se los contextos de algunos de los amuletos catalogados, encuentran el Museo Arqueológico Nacional, el Museo en especial los procedentes de las diferentes campañas de Arqueología de Cataluña, el Museo del Cau Ferrat, emprendidas por C. Román en el Puig des Molins entre el Museo de Prehistoria de Valencia, el Museo de Ar- 1921 y 1929, con un cronología que se extiende desde tes Decorativas de Barcelona, la Sociedad Arqueológica el s. IV al II a.C. Luliana o la Fundación Cosme Bauçà, y de cuya for- Se completa la publicación con dos tablas de índi- mación e historia se da noticias en este mismo capítulo. ces, la primera por ubicación actual de las piezas y la Se da inicio en este punto al estudio tipológico pro- segunda por tipo iconográfico, y un conjunto de 14 lá- piamente dicho, en el que se avanza, como ya señala- minas a color que recogen una selección de amuletos mos, una clasificación de carácter abierto integrada por distribuidos por tipos. un total de 17 tipos. Salvo el último de éstos, que agrupa A la luz de publicaciones como ésta, es de agradecer los ejemplares indeterminados, todos los restantes en- el esfuerzo y empeño que los responsables y técnicos cuentran paralelos y antecedentes en el Mediterráneo del Museo Arqueológico de Ibiza y Formentera vienen púnico, dando cabida tanto a los numerosos ejemplares realizando desde hace décadas por estudiar y difundir conservados en fondos de colecciones y museos, en su sus fondos, esfuerzo en el que han implicado a investi- mayoría inéditos, como a los hallazgos que puedan pro- gadores y especialistas de distintas universidades espa- ducirse en futuras intervenciones arqueológicas. ñolas, entre las que se encuentran la Universidad Autó- El catálogo recoge un total de 450 amuletos, agru- noma de Madrid, la Università de València o la propia pados de acuerdo con la tipología avanzada, lo que per- Universidad de Sevilla. Si bien la legislación vigente mite constatar la preponderancia de determinados mo- ha reducido considerablemente el papel investigador de tivos como el cipo, el antebrazo y la bellota. En cada las instituciones museísticas, en otro tiempo impulso- caso se presenta una breve descripción del tipo, su ori- ras y garantes del conocimiento histórico-arqueológico, gen y significado, que se completa con el elenco de fi- el potencial de sus fondos y recursos no ha de ser des- chas y fotografías en blanco y negro de cada pieza, con preciado, como demuestran publicaciones de este tipo. datos sobre el contexto de hallazgo, su posible data- Sólo esperamos que en poco tiempo veamos incremen- ción, su ubicación actual y la bibliografía. tarse esta colección con la publicación de los amuletos A modo de síntesis la obra concluye con el análi- púnicos en vidrio, de los que nos consta que el museo sis de los contextos funerarios, labor que conlleva la posee una interesante colección, así como otra serie de revisión de excavaciones de principios del s. XX rea- estudios expuestos recientemente por los mismos auto- lizadas en su mayoría con escaso rigor y la recopila- res en reuniones científicas. ción de noticias de hallazgos. Aunque estas deficien- cias han impedido obtener los resultados deseados, por ana mª Jiménez FLores cuanto se refiere a la localización, agrupaciones, tipo Departamento de Historia Antigua de poseedor, etc., los autores han logrado reconstruir Universidad de Sevilla

SPAL 18 (2009): 169-170 I.S.S.N.: 1133-4525 normas de publicación

1. Los trabajos deberán ser inéditos y no estar aprobados para su publicación en ninguna otra entidad. Se enviarán al Secretariado de la Revista (Dpto. de Prehistoria y Arqueología. Facultad de Geografía e Historia. C/ María de Padilla 2. Irán precedidos de una hoja donde se indique el título, el nombre del autor y su dirección y teléfono, además del nombre de la institución científica a la que en su caso pertenezca 3. Los originales, texto y figuras, se entregarán en soporte informático y en papel, impresos a doble espacio. 4. La extensión máxima de las colaboraciones será de: — Artículos: 15000 palabras. — Noticiario: 5000 palabras. — Reseñas: 3000 palabras 5. Los artículos incluirán título, resúmenes y palabras claves en castellano y en inglés. 6. Las ilustraciones se numerarán del 1 al infinito con el término figura, sean dibujos o fotografías. 7. Las leyendas de las figuras se remitirán al final del texto. 8. Las citas se incluirán dentro del propio texto entre paréntesis, indicándose el primer ape- llido del autor o autores en minúscula, año de publicación y página y/o figura [ej. Alma- gro 1943: 271)]. Al final del trabajo se incluirá por orden alfabético la bibliografía citada según los siguientes ejemplos: ALMAGRO, M. (1943): “Tres nuevos hallazgos del Bronce Final en España”, Ampurias V: 270-280. —— (1958): “A propósito de la fecha de las fíbulas de Huelva”, Ampurias XIX-XX: 198-207. CARRIAZO, J. de M. (1973): Tartesos y El Carambolo. Madrid, Ministerio de Educación y Ciencia. CRIADO, F. (1989): “Megalitos, espacio, pensamiento”, Trabajos de Prehistoria 46: 75-98. 9. Los trabajos recibidos serán seleccionados por el Consejo de Redacción de la revista y serán sometidos a una evaluación externa por reconocidos especialistas en la materia. 10. La corrección de pruebas se realizará por medios electrónicos y no se admitirán variacio- nes extensas ni adiciones al texto. Dichas pruebas se devolverán en el plazo de diez días. 11. La publicación de trabajos en Spal no da derecho a remuneración ninguna.