LECCIONARIO DOMINICAL Añoañoaño BBB HOMILIAS
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HOMILIAS PARA EL LECCIONARIO DOMINICAL AñoAñoAño BBB HOMILIAS PARA EL LECCIONARIO DOMINICAL AÑO B Trabajo coordinado y revisado por el Rvdo. Isaías A. Rodríguez, Lic. en Teología Editadas por el Rvdo. Canónigo Daniel Caballero Publicado por la Oficina del Ministerio Hispano Iglesia Episcopal 815 Second Avenue New York, NY 10017 Desarrollo congregacional étnico Año de gracia de 2002 Presentación Cuando asumí el cargo de Misionero Oficial para el Apostolado Hispano en nuestra Iglesia, una de las necesidades más apremiantes era la de una obra homilética que facilitara la tarea de quienes trabajan en la viña del Señor. Surgían demandas por todas partes pidiendo, a gritos, una obra como la que hoy presentamos. Por ello, movidos por esa necesidad y amparados en la protección del Señor, iniciamos el camino, sin estar seguros adónde nos conduciría. Hoy puedo estar orgulloso y satisfecho de ofrecer esta primera serie de homilías correspondiente al Ciclo B del Leccionario Dominical. Este Ciclo B, se encuentra también en Internet, junto con los Ciclos A y C, que en años sucesivos se prepararán para la imprenta. Aprovecho esta oportunidad para dar las gracias a todos los hermanos clérigos en el ministerio que, tomando tiempo de sus ocupados días, han colaborado en la confección de estas homilías. Estoy especialmente agradecido al Rvdo. Isaías A. Rodríguez, que ha dedicado a este trabajo infinidad de horas, para lograr que las homilías sean aceptables de la mayoría del público. Invito al lector a leer, con detención, la introducción que él mismo ha preparado, explicando lo difícil del proyecto. Su introducción es asimismo interesante bajo el punto de vista homilético en general. Que la lectura y predicación de estas homilías sirvan para acercarnos más aquel que tiene palabras de vida eterna, Jesús, nuestro Salvador. El Rvdo. Canónigo Daniel Caballero, Misionero Desarrollo congregacional étnico Colaboradores Alvaro Araica Abdías Ávalos Oscar Carroza Fernándo Gómez Armando González Carmen Guerrero Juan Jiménez Bernardo Lara Alejandro Montes Isaías A. Rodríguez Onell Soto Hugo Videla Introducción a las homilías No sin cierta satisfacción ofrecemos al público hispano estas homilías para el Leccionario Dominical y Festivo. Inicialmente se escribieron para cubrir la escasez de sacerdotes cuyo primer idioma es el castellano. Así, sacerdotes sin dominio del español podrían leer una homilía ya preparada. También podrían, en caso de carencia total de sacerdotes, ser leídas por líderes laicos. Tanto la homilía como el sermón pertenecen a un género tan privado como el epistolar. El predicador manifiesta su personalidad predicando. La predicación es tan personal que, en todo rigor, no se puede repetir, como no se puede duplicar la personalidad, ni con la moderna clonación. También cambian los estilos. Hoy nos resultaría muy difícil leer un sermón de San Juan Crisóstomo. Personalmente no puedo predicar el mismo sermón dos veces. Los domingos predico en tres misiones. Cada una tiene unas características peculiares. El ejemplo que es válido y certero para una, no lo es para otra. Más aún, a veces, la experiencia de una comunidad me sirve para ilustrar algún aspecto doctrinal en otra misión. Así pues, en cada una de ellas predico un sermón diferente, aunque sustancialmente ofrezco el mismo mensaje. El trabajo editorial de este libro ha intentado dar cierta universalidad a la forma y contenido de las homilías; sin embargo, un lector atento podrá observar, tras las mismas, una personalidad diferente, y es que son fruto de varios autores. Ello ha enriquecido este conjunto de homilías. Cada escritor se ha fijado en detalles que uno solo no hubiera captado. Ahora bien, si la predicación es tan personal, y si el sermón debe estar encarnado en una comunidad, ¿cómo será posible presentar homilías válidas para toda una Iglesia, donde hay cientos de comunidades y cada una de ellas con idiosincrasias diferentes? Esto pone de relieve lo arduo de la tarea. En efecto, yo no podría contar, en un sermón que va a ser leído por un extraño, una experiencia tenida cuando vivía en el monasterio. Resultaría ridículo. De ahí la necesidad de dar cierta generalidad a las homilías a menoscabo de mayor intimidad y localidad. Como apuntamos al principio, el primer 1 objetivo de cubrir la falta de sacerdotes bilingües, ha sido el motor y guía de estas homilías. Ante tal imperativo, es mejor contar con un escrito un tanto aséptico que privar a la comunidad de un comentario de la Palabra divina. Por otra parte, al paso que estas homilías, colocadas en el ilimitado campo de Internet, eran curioseadas por un amplio público, nos fueron llegando notas positivas de ánimo y felicitación por el trabajo ofrecido. Y pudimos observar que no sólo los destinatarios mencionados hacían uso de ellas, sino otros muchos lectores, que incluso no iban a predicar ese domingo. Esto no deja de ser un encomio si se tienen en cuenta las limitaciones observadas. Las homilías son cortas intencionadamente. Recuerdo que en los años sesenta, estando yo en Roma cursando teología y en pleno Concilio Vaticano II, cuando se debatió el documento “Sacrosantum Concilium” sobre la sagrada liturgia, alguien tuvo la feliz idea de realizar una encuesta sobre la predicación entre los reporteros, que, de todo el mundo, se encontraban en la ciudad eterna. La pregunta era sencilla, ¿cómo le gustaría que fuera la predicación en la Iglesia? La mayoría, casi absoluta, respondió que la homilía no debiera pasar de cinco minutos y que debía ir al grano. Añadían que se predicara con más frecuencia pero nunca extensamente; “proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo” decía Pablo (2 Tim 4,2). Aprendí bien la lección. Hoy no puedo tolerar sermones de veinte minutos, en los que el predicador no hace más que acumular ejemplos y aburrir a la gente. Está llenando el saco de paja. Paja estéril. Cuentan anécdota tras anécdota y muchas de ellas recogidas de libros o de escritos homiléticos. La mayoría de esos cuentos no pegan bien. Lo que cala en la gente son las anécdotas vividas por el mismo predicador. Esto no quiere decir que el predicador nos cuente sus triunfos, o su penosa vida, para que le admiremos o le compadezcamos. La anécdota tiene sólo el valor funcional de ayudar y apoyar el interés y el contenido del tema del día. En una palabra, en mi opinión, lo que pase de diez minutos es tiempo perdido. No olvidemos la filosofía de los adagios populares; aquí nos viene al pelo el que dice que “lo bueno, si breve, dos veces bueno”. El sermón o la homilía no debe ser un medio para lucirse uno, sino para alimentar espiritualmente al pueblo. Hay predicadores que desde el púlpito nos dan clases de sicología, de política, o de filosofía. Cursaba yo filosofía cuando nos llegó un profesor recién doctorado de la Sorbona de París. Sus sermones eran todo un alarde de filosofía existencialista, muy en boga por aquellos años. El pueblo que escuchaba, en su mayoría humilde, se quedaba ayuno de todo. Tampoco aguanto sermones en los que el 2 predicador hace alardes filológicos aunque en realidad no domine ni el hebreo ni el griego ni el latín. Podríamos decir: “¿elocuente? Sí. ¿Edificante? No”. Según algunos expertos, Jesús conocía al menos tres lenguas, sin embargo nunca actúo como un filólogo en su predicación. Habrá casos en que sea necesario, y sólo de pasada, mencionar el origen de una palabra, pero no realizar equilibrios lingüísticos. El buen predicador tiene que ser competente para ofrecer el tema del día, de una manera sólida, en diez minutos; si no lo logra, es que, o no se ha preparado bien o que carece de capacidad de síntesis. Contra la vanidad de los predicadores San Juan de la Cruz mantenía una actitud rigurosa prohibiendo predicar a frailes que lo hacían para lucirse. Veamos lo que dice el santo en la Subida del Monte Carmelo: “El predicador para aprovechar al pueblo y no embarazarse a sí mismo con vano gozo y presunción, conviénele advertir que aquel ejercicio (de la predicación) más es espiritual que vocal; porque, aunque se ejercita con palabras de fuera, su fuerza y eficacia no la tiene sino del espíritu interior. De donde, por más alta que sea la doctrina que predica y por más esmerada la retórica y subido el estilo con que va vestida, no hace de suyo ordinariamente más provecho que tuviere de espíritu”(III, 45). Pablo estaba convencido de haber recibido ese mensaje de austeridad del mismo Cristo. “Me envió a predicar la buena noticia, sin elocuencia alguna, para que no se invalide la cruz del Mesías” (1Cor 1,17). En el sermón debemos ofrecer “la Buena Noticia”, no nuestra encumbrada personalidad. En el sermón no podemos ponernos como ejemplo repitiendo incesantemente el “yo”. En el sermón no podemos predicar a los pecadores sin incluirnos en ellos. Toda actitud paternalista y pontifical suena a huero si no está respaldada por una vida muy santa. Es necesario vivir una vida de entrega y santidad de lo contrario la superficialidad de nuestra vida quedará patente en el sermón. Un sermón sencillo predicado por un alma santa producirá más fruto que otro elegante pronunciado por un predicador sin vida espiritual. El mismo Sancho Panza lo decía: “Bien predica quien bien vive”. Esto no quiere decir que se pueda predicar sin preparación alguna. Antes bien, es necesario dedicar muchas horas de estudio y reflexión para ofrecer algo sustancioso al pueblo de Dios. Es necesario leer y releer los textos bíblicos asignados para el domingo, dedicar tiempo a una exégesis de los mismos, interpretarlos, y optar por el tema más importante que se trasluce en las lecturas, sobre todo en el evangelio. El predicador que no cuente con un buen diccionario bíblico, y con un comentario bíblico sólido, a la larga no hará más que ofrecer vulgaridades a la comunidad.