Sara González, Una Explosiva Ternura
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Sara González, una explosiva ternura Sara González, una explosiva ternura Compilación de: Sigfredo Ariel Diana Balboa Reynaldo González Mayra A. Martínez Olga Marta Pérez Colección A guitarra limpia Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau La Habana, 2016 Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau Ediciones La Memoria Director: Víctor Casaus Coordinadora: María Santucho Editora jefa: Isamary Aldama Pando Edición y corrección: Denia García Ronda Diseño de cubierta: Katia Hernández Baldassarri, a partir de caricatura realizada por Eduardo Abela Emplane y edición gráfica: Enrique Smith Soto Sobre la presente edición: © Diana Balboa, 2016 © Ediciones La Memoria Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, 2016 Derechos cedidos por Ediciones Bagua ISBN: 978-959-7218-55-5 Ediciones La Memoria Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau Calle de la Muralla no. 63, La Habana Vieja, La Habana, Cuba. CP 10100 E-mail: [email protected] www.centropablo.cult.cu Soy más que el aire más que el agua soy por mí puedes avizorar un límite vislumbrar la libertad la belleza la noche la magia de lo que no existe SARA La inolvidable Sara de todos nosotros En las páginas de este libro se encuentra una mirada calidoscó- pica a una de las personalidades musicales más interesantes del panorama cubano. Sara González, conocida un tiempo como la voz femenina del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, que conducía el maestro Leo Brouwer; luego en otras formaciones y finalmente en solitario, con su guitarra, o acompañada por su agrupación, que luego llamarían Sarabanda. En todas las circunstancias descolló por su identidad fuerte, impetuosa, una musicalidad personalísima y una presencia de profundo impacto. A la música cubana, tan nutrida de músicos, ritmos y géneros que hicieron soñar y bailar a buena parte del mundo, le había nacido una figura con elementos diferenciadores tan re- marcados que nos permiten afirmarla como única, pero natural y espontáneamente integrada a la tradición, algo que asumió con júbilo creador. De todo eso y con gran autoridad hablan los testimonios reunidos aquí, y en sus propias palabras, un conjunto que dibuja sus virtudes de compositora e intérprete, la raigal defensa de su intimidad y, como veremos, la expansión de un carácter seductor, en muchos sentidos ejemplarizantes. La presencia de Sara González llega a los lectores con la enriquecida carga de su trayectoria, tanto en imágenes como en sonidos. La riqueza de la entrega incluye piezas musicales suyas y de otros que incorporó a su repertorio y, por consiguiente, se los apropió para darles la peculiaridad de su interpretación, la voluntad impetuosa y tierna de su carácter. Pocas voces con tanta fuerza y a un mismo tiempo capaces de transmitir matices de intimidad conmovedora, de dialogo al oído, como la de Sara. De la pasión desbordada a una cercanía cómplice. Del eco sentimental al subrayado pícaro, cadencioso o arrebatado; 9 es decir, del bolero al son, géneros que cultivó con cumplida fidelidad a las raíces, junto a canciones estremecedoras de mul- titudes. Surgida en un tiempo tormentoso, el del gran consenso revolucionario, asumió el rol de la reafirmación, del fervor y de la entrega, pero no constriñó sus cometidos, sino que alternó mensajes clamorosos y las ternuras trovadorescas del amor junto a la ventana, el amor dolido y suplicante, el amor carnal, la conquista y la distancia, la realización y la ingratitud, los variantes deliquios de los sentimientos. Todo eso integra el perfil cubano, lo alimenta desde siglos y asoma en cada gesto, en la improvisación de la voz “prima” y de esos “segundos” que deslumbran; y todo, absolutamente todo era suyo, estaba en ella. De ahí que ante los siempre fatuos arquetipos, ella sorprendía y escapaba en la reafirmación de su mismidad sin riesgos. Al leer estos “fragmentos a su imán” –que diría el poeta José Lezama Lima– afloran diversas expresiones de Sara y funda- mentalmente su valoración de la amistad. Cada uno de los firmantes recuerda anécdotas y situaciones donde la amistad resulta una columna inviolable. La vemos acogedora y partícipe de las historias y en los dilemas, en las decisiones, y observamos su casa como centro de la onda que se expande, la huella de la piedra en el lago. Todos indican las cambiantes rutas de su temperamento, su contagioso sentido del humor, que es caracte- rística cubana y suma en la clamorosa fiebre de su conversación. Se observa que acudían a ella para decisiones trascendentales, o nimias, que era un placer hacerla partícipe de lo personal e individualísimo. Sara confesora. La risa y el desenfado. Sara lúdica. La serie- dad porque la diversión no quita el rigor. Sara profesional. El convite, la peculiaridad de una anfitriona sin falsos ritualismos. Sara generosa. La obstinación en el juego. Sara niña. La defen- sa de principios inviolables. Sara comprometida. La discusión interminable. Sara caprichosa. La rectificación y una sonrisa de desagravio. Sara regañona consigo misma. Acompañarla era un aprendizaje sin receso. Facetas de una personalidad que fue gananciosa en experiencias, en profundidades críticas si llegaba el punto. Con ella crecía un conjunto de amigos que aprendieron 10 a ser mejores. Son los “fragmentos” que complejizan el retrato como las piezas de un puzzle. Mantuve con Sara una amistad serena, cuidándome de los torbellinos de su ira, que era temible, y gozando la sabiduría que me entregaba sin reservas. Debo confesar que éramos dos viejos zorros que nos conocíamos las mataduras. Unidos por similares convicciones, ya “vividos” –que se dice–, a veces sin aceptarlo, nos veíamos como al lado del camino transitado y confirmábamos la destreza de haber solventado lances incó- modos y mantener al menos el equilibrio. Luego de meandros que nos regaló la vida, llegué con ella a lo que ambos pudimos llamar “la edad de la razón” y nos sentimos de vuelta. Recordaré siempre aquellas conversaciones a la vuelta de las horas y las copas –ella tan resistidora como yo–, en una complacencia de confirmaciones. Esa es la faceta de Sara que atesoro. La timidez y un sentimiento agridulce de recuerdos, y el dolor de su pérdi- da, me inhiben de entrar en materias tan nuestras. Ella junto a su amor, el distendido y fortalecedor amor de su entrañable Diana, en ocasiones se recogía en un gesto aniñado que ilumi- naba el resplandor de sus ojos clarísimos. Aquella sonrisa era un compendio de asuntos inolvidables. REYNALDO GONZÁLEZ NARRADOR Y ENSAYISTA PREMIO NACIONAL DE LITERATURA LA HABANA, 2014 11 Esa increíble, desmesurada mujer Amor que crece con calma que al despertarme se agranda que me reparte al anochecer la paciencia de saber que las dos ponemos el alma. SARA En 1967, por razones que no vienen al caso, mi vida dio un vuelco extraño; ya había abandonado una carrera de ciencias, una profesión de magisterio, un matrimonio inconcluso, y no sé cuántos planes futuros más; quedé “racionalizada” de mi centro de trabajo –así llamaban a dejarte cesante– y estudiaba en la Academia San Alejandro, en el curso regular. Disponía de todo mi tiempo para ello cuando convocaron a una salida al campo, por cuarenta y cinco días, para trabajar como voluntaria en la agri- cultura y congeniar esto con los cursos de arte: las tan cacarea- das “escuelas al campo”. Fue una gran suerte encontrarme allí y van a saber por qué. Cuento este incidente pues la dirección de escuelas de arte de La Habana consideró llevarnos a los estudiantes de Diseño, de Bibliotecología, de los distintos Conservatorios de Música de la ciudad, los de la Escuela de Ballet, todos unidos, a dos campa- mentos, uno femenino y otro masculino… ¡Oh, qué tiempos de Ellas y Ellos! En la región de Vertientes, Camagüey, zona cañera, debíamos trabajar en la siembra. Y justamente ahí vi por primera vez a Sara González, en un surco, agarrada de una caña, dormitando de pie sin perder el equilibrio. Una Sarita de dieciséis años, aproximadamente. Era imprescindible saber quién era y a qué obedecía aquello. Pregunté, y me explicaron –por mi condición de alumna mayor, miembro del consejo de dirección del campamento– que Sara pertenecía al grupo mu- sical Radix 7, que integraban otras alumnas, hoy consideradas figuras de la cultura cubana, que visitaban otros campamentos haciendo presentaciones y cuando regresaban de noche seguían j…, perdón, tocando, escenificando, imitando cantantes. Dor- mían las de Radix 7 en lo que fue la enfermería, con la pretensión 13 de que no molestaran al resto, pero ellas instauraron el cabaret Los guindalejos de Ambrosio, ornamentado con los mosquiteros colgando del techo. ¿Quién era de las principales del asunto?: Sara González. Años después coincidimos en lugares y amigos comunes, trovadores, pintores, grabadores, disfrutando tanto del Grupo de Experimentación Sonora como de la Nueva Trova, pero sin intimar especialmente, aunque con una empatía grande, de mi parte, con aquella muchacha excepcional. Así transcurrieron años de encuentros fortuitos y en los inicios de la década de los 80 el acercamiento fue mayor, nos convertimos en inseparables “socias” de escapadas, juegos de dominó, encuentros en la casa de los artistas amigos comunes. Yo era más comedida, recatada, reservada. Aprendí de ella el desenfado, su sinceridad, esa transparencia a veces agresiva, otras burlona y simpática que a muchos enamoraba y alejaba a otros. Con Sara no había medias tintas, o la amabas o escapa- bas de ella. Si le pedías el visto bueno sobre una obra, lo que te daba era el “visto” desde su criterio… Si implacable era con su trabajo, así también con el de los demás. Fuera de todo cálculo posterior estaba su arte, y la diferencia de edades –ella seis años más joven– no me impidió aprender y aplicar esa manera de enfocar la vida y el arte.