Sara González, una explosiva ternura

Sara González, una explosiva ternura

Compilación de: Sigfredo Ariel Diana Balboa Reynaldo González Mayra A. Martínez Olga Marta Pérez

Colección A guitarra limpia Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau La Habana, 2016 Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau Ediciones La Memoria Director: Víctor Casaus Coordinadora: María Santucho Editora jefa: Isamary Aldama Pando

Edición y corrección: Denia García Ronda Diseño de cubierta: Katia Hernández Baldassarri, a partir de caricatura realizada por Eduardo Abela Emplane y edición gráfica: Enrique Smith Soto

Sobre la presente edición: © Diana Balboa, 2016 © Ediciones La Memoria Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau, 2016

Derechos cedidos por Ediciones Bagua

ISBN: 978-959-7218-55-5

Ediciones La Memoria Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau Calle de la Muralla no. 63, La Habana Vieja, La Habana, Cuba. CP 10100 E-mail: [email protected] www.centropablo.cult.cu Soy más que el aire más que el agua soy por mí puedes avizorar un límite vislumbrar la libertad la belleza la noche la magia de lo que no existe

Sara

La inolvidable Sara de todos nosotros

En las páginas de este libro se encuentra una mirada calidoscó- pica a una de las personalidades musicales más interesantes del panorama cubano. Sara González, conocida un tiempo como la voz femenina del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, que conducía el maestro ; luego en otras formaciones y finalmente en solitario, con su guitarra, o acompañada por su agrupación, que luego llamarían Sarabanda. En todas las circunstancias descolló por su identidad fuerte, impetuosa, una musicalidad personalísima y una presencia de profundo impacto. A la música cubana, tan nutrida de músicos, ritmos y géneros que hicieron soñar y bailar a buena parte del mundo, le había nacido una figura con elementos diferenciadores tan re- marcados que nos permiten afirmarla como única, pero natural y espontáneamente integrada a la tradición, algo que asumió con júbilo creador. De todo eso y con gran autoridad hablan los testimonios reunidos aquí, y en sus propias palabras, un conjunto que dibuja sus virtudes de compositora e intérprete, la raigal defensa de su intimidad y, como veremos, la expansión de un carácter seductor, en muchos sentidos ejemplarizantes. La presencia de Sara González llega a los lectores con la enriquecida carga de su trayectoria, tanto en imágenes como en sonidos. La riqueza de la entrega incluye piezas musicales suyas y de otros que incorporó a su repertorio y, por consiguiente, se los apropió para darles la peculiaridad de su interpretación, la voluntad impetuosa y tierna de su carácter. Pocas voces con tanta fuerza y a un mismo tiempo capaces de transmitir matices de intimidad conmovedora, de dialogo al oído, como la de Sara. De la pasión desbordada a una cercanía cómplice. Del eco sentimental al subrayado pícaro, cadencioso o arrebatado;

9 es decir, del bolero al son, géneros que cultivó con cumplida fidelidad a las raíces, junto a canciones estremecedoras de mul- titudes. Surgida en un tiempo tormentoso, el del gran consenso revolucionario, asumió el rol de la reafirmación, del fervor y de la entrega, pero no constriñó sus cometidos, sino que alternó mensajes clamorosos y las ternuras trovadorescas del amor junto a la ventana, el amor dolido y suplicante, el amor carnal, la conquista y la distancia, la realización y la ingratitud, los variantes deliquios de los sentimientos. Todo eso integra el perfil cubano, lo alimenta desde siglos y asoma en cada gesto, en la improvisación de la voz “prima” y de esos “segundos” que deslumbran; y todo, absolutamente todo era suyo, estaba en ella. De ahí que ante los siempre fatuos arquetipos, ella sorprendía y escapaba en la reafirmación de su mismidad sin riesgos. Al leer estos “fragmentos a su imán” –que diría el poeta José Lezama Lima– afloran diversas expresiones de Sara y funda- mentalmente su valoración de la amistad. Cada uno de los firmantes recuerda anécdotas y situaciones donde la amistad resulta una columna inviolable. La vemos acogedora y partícipe de las historias y en los dilemas, en las decisiones, y observamos su casa como centro de la onda que se expande, la huella de la piedra en el lago. Todos indican las cambiantes rutas de su temperamento, su contagioso sentido del humor, que es caracte- rística cubana y suma en la clamorosa fiebre de su conversación. Se observa que acudían a ella para decisiones trascendentales, o nimias, que era un placer hacerla partícipe de lo personal e individualísimo. Sara confesora. La risa y el desenfado. Sara lúdica. La serie- dad porque la diversión no quita el rigor. Sara profesional. El convite, la peculiaridad de una anfitriona sin falsos ritualismos. Sara generosa. La obstinación en el juego. Sara niña. La defen- sa de principios inviolables. Sara comprometida. La discusión interminable. Sara caprichosa. La rectificación y una sonrisa de desagravio. Sara regañona consigo misma. Acompañarla era un aprendizaje sin receso. Facetas de una personalidad que fue gananciosa en experiencias, en profundidades críticas si llegaba el punto. Con ella crecía un conjunto de amigos que aprendieron

10 a ser mejores. Son los “fragmentos” que complejizan el retrato como las piezas de un puzzle. Mantuve con Sara una amistad serena, cuidándome de los torbellinos de su ira, que era temible, y gozando la sabiduría que me entregaba sin reservas. Debo confesar que éramos dos viejos zorros que nos conocíamos las mataduras. Unidos por similares convicciones, ya “vividos” –que se dice–, a veces sin aceptarlo, nos veíamos como al lado del camino transitado y confirmábamos la destreza de haber solventado lances incó- modos y mantener al menos el equilibrio. Luego de meandros que nos regaló la vida, llegué con ella a lo que ambos pudimos llamar “la edad de la razón” y nos sentimos de vuelta. Recordaré siempre aquellas conversaciones a la vuelta de las horas y las copas –ella tan resistidora como yo–, en una complacencia de confirmaciones. Esa es la faceta de Sara que atesoro. La timidez y un sentimiento agridulce de recuerdos, y el dolor de su pérdi- da, me inhiben de entrar en materias tan nuestras. Ella junto a su amor, el distendido y fortalecedor amor de su entrañable Diana, en ocasiones se recogía en un gesto aniñado que ilumi- naba el resplandor de sus ojos clarísimos. Aquella sonrisa era un compendio de asuntos inolvidables.

Reynaldo González Narrador y ensayista Premio Nacional de Literatura La Habana, 2014

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Esa increíble, desmesurada mujer

Amor que crece con calma que al despertarme se agranda que me reparte al anochecer la paciencia de saber que las dos ponemos el alma. Sara

En 1967, por razones que no vienen al caso, mi vida dio un vuelco extraño; ya había abandonado una carrera de ciencias, una profesión de magisterio, un matrimonio inconcluso, y no sé cuántos planes futuros más; quedé “racionalizada” de mi centro de trabajo –así llamaban a dejarte cesante– y estudiaba en la Academia San Alejandro, en el curso regular. Disponía de todo mi tiempo para ello cuando convocaron a una salida al campo, por cuarenta y cinco días, para trabajar como voluntaria en la agri- cultura y congeniar esto con los cursos de arte: las tan cacarea- das “escuelas al campo”. Fue una gran suerte encontrarme allí y van a saber por qué. Cuento este incidente pues la dirección de escuelas de arte de La Habana consideró llevarnos a los estudiantes de Diseño, de Bibliotecología, de los distintos Conservatorios de Música de la ciudad, los de la Escuela de Ballet, todos unidos, a dos campa- mentos, uno femenino y otro masculino… ¡Oh, qué tiempos de Ellas y Ellos! En la región de Vertientes, Camagüey, zona cañera, debíamos trabajar en la siembra. Y justamente ahí vi por primera vez a Sara González, en un surco, agarrada de una caña, dormitando de pie sin perder el equilibrio. Una Sarita de dieciséis años, aproximadamente. Era imprescindible saber quién era y a qué obedecía aquello. Pregunté, y me explicaron –por mi condición de alumna mayor, miembro del consejo de dirección del campamento– que Sara pertenecía al grupo mu- sical Radix 7, que integraban otras alumnas, hoy consideradas figuras de la cultura cubana, que visitaban otros campamentos haciendo presentaciones y cuando regresaban de noche seguían j…, perdón, tocando, escenificando, imitando cantantes. Dor- mían las de Radix 7 en lo que fue la enfermería, con la pretensión

13 de que no molestaran al resto, pero ellas instauraron el cabaret Los guindalejos de Ambrosio, ornamentado con los mosquiteros colgando del techo. ¿Quién era de las principales del asunto?: Sara González. Años después coincidimos en lugares y amigos comunes, trovadores, pintores, grabadores, disfrutando tanto del Grupo de Experimentación Sonora como de la Nueva Trova, pero sin intimar especialmente, aunque con una empatía grande, de mi parte, con aquella muchacha excepcional. Así transcurrieron años de encuentros fortuitos y en los inicios de la década de los 80 el acercamiento fue mayor, nos convertimos en inseparables “socias” de escapadas, juegos de dominó, encuentros en la casa de los artistas amigos comunes. Yo era más comedida, recatada, reservada. Aprendí de ella el desenfado, su sinceridad, esa transparencia a veces agresiva, otras burlona y simpática que a muchos enamoraba y alejaba a otros. Con Sara no había medias tintas, o la amabas o escapa- bas de ella. Si le pedías el visto bueno sobre una obra, lo que te daba era el “visto” desde su criterio… Si implacable era con su trabajo, así también con el de los demás. Fuera de todo cálculo posterior estaba su arte, y la diferencia de edades –ella seis años más joven– no me impidió aprender y aplicar esa manera de enfocar la vida y el arte. Comencé a ser parte de su tropa cuando la ayudaba en la promoción, divulgación e imagen. Un buen día me dice: “Ahora todo el mundo tiene representantes artísticos, ¿tú quieres ser mi representante?”. Y yo: “Mira, Sara, no sé nada de eso”. Y ella: “Los demás tampoco. Te llevo a ver a Alikó [entonces representante de Pablo Milanés] y él te explica”. Yo, insegura aún, no me atrevía a aceptar. Me lanzó el inobjetable anzuelo que tenía preparado: “Viajas con nosotros, te llevas tu obra y le das proyección internacional”. Así me cambió la vida Sara González. Me fui a vivir con ella…, a convivir con su mundo un poco loco, de gentes siempre a su alrededor, la casa tan visitada... Sara siempre fue tribal, llegaban de cualquier parte de la Isla o de cualquier parte del mundo, seres estrafalarios, interesantes, aburridos y hasta inoportunos; las puertas abiertas a una buena conversación y un buen trago de ron. A veces, o las más de las veces, demasiado largos tragos de ron para mis hábitos. Se me

14 cambió todo, tuve que dedicar mucho tiempo a aprender otras cosas: diseño escenográfico, luces, historia de la música, cursos de producción, dirección artística y más. Del mundo concentrado y solitario de los artistas de la plástica a aquella vorágine que era Sara González. De la quietud de mi ciudad a la sorpresiva orden de “preparen las maletas que viajamos a…”. Era igual Guantá- namo que a Trondheim, y no es broma, viajamos a Trondheim, Noruega, el fiordo de ese nombre casi al borde del círculo polar ártico, donde el símbolo es un arco iris. Las veinticuatro horas del vivir dando saltos en aviones diferentes; por mi memoria eran como cinco: Habana-Madrid-Ámsterdam-Copenhague-Estocolmo- Trondheim, para llegar no sé cuántas horas después, y que Sara y el grupo actuaran pasadas las doce de la noche, sin reponerse. A propósito de “sin reponerse”, Sara había despedido para siempre a Rosa, su madre, un jueves y nos avisaron de la salida hacia Noruega para el sábado. Yo la miraba y aquella tristeza en sus claros ojos azules, que de pesar se volvían violetas, me sobrecogía. Siempre temía a los viajes en avión. En esa ocasión no pronunció palabra, pasábamos de uno a otro, ella en su mu- tismo; pero esa increíble, desmesurada mujer subió al escenario y dedicó el concierto a su madre, arrancó a cantar como siempre, sin variar canciones, sones, guarachas, con el sentimiento y la alegría de su repertorio, con la fuerza que muchos han alabado. Al regreso, en Madrid, hicimos un alto; las piernas no la sos- tenían, los calambres apenas le permitían tenerse en pie, y me pidió que le llenara la bañera de agua caliente. Pasó mucho rato encerrada y cuando salió fue la Sara de siempre. Las personas, o la mayoría de las personas, tenemos el fatal hábito de levantarnos de mal humor, porque nos tenemos que levantar, o yo qué sé, al menos eso creo. Pero Sara no; se levan- taba las más de las veces con un grito de guerra y una risa de triunfo. Tarde se levantaba, pues dormía tarde siempre, aunque no tuviera actuación… Esa alegría mañanera me fascinaba, nunca me enojaban sus demandas de atención a gritos y risas.

El béisbol –los Industriales– el dominó… ¿ludopatía?

Contaba ella que en una ocasión la salvó de la angustia, en un viaje a los Países Bajos, su conocimiento sobre fútbol. Unos

15 españoles discutían en el vuelo y ella se inmiscuyó; a partir de ahí las diferencias de idiomas, el cambio en los “vuelos continuos” y hasta cargar los equipajes fueron asuntos de esos caballeros que la dejaron en Ámsterdam, sana y salva. Sara tenía un gran espíritu competitivo, pero ningún espíritu depor- tivo; ocio y pereza física la distinguían, pero la competencia la convertía en fanática vehemente. Sus adversarios en el dominó, sus amigos, bien lo saben. Por otra parte, era un ejemplo de fide- lidad a su equipo de pelota preferido, los Industriales, y a pesar de los avatares, ella se mantenía azul. ¿Afición geográfica? ¿Por ser habanera se sentía predestinada a ser industrialista? Creo que la pertenencia iba de la patria a la ciudad, de la ciudad al barrio; ella era La Habana y más aún el Cayo Hueso de Centro Habana. Berto, su padre, era muy aficionado a la pelota, como casi todo cubano, hombre del bar de la esquina, los dados (cu- bilete), cuentero, elegante, mentiroso, pero por disfrutar de la broma o la burla, nunca con dobleces. La primera guitarra de Sara se la compró Berto, con la asesoría de Compay Segundo, compañero suyo en la fábrica de tabacos. Berto influyó en Sarita en muchas cosas, pero eran oponentes en el béisbol; él, nacido en Placetas, pertenecía al Villa Clara, creo que el componente ge- nético no funcionó como componente beisbolero. Rosa, su madre, era mucho menos interesada en la pelota; pero estaba en sus valores, gustos, hasta en sus creencias: ponía vasos de agua, rezaba oraciones de su autoría, ataba nudos para que ganaran los Industriales. Entré a convivir con ella casi en la temporada del 85-86, cuando los Industriales volvieron a ser campeones, y en su apar- tamento volaban las discusiones y los nombres: Javier Méndez, Germán Mesa, Lázaro Vargas, Juan Padilla, Orlando Duque Hernández, Lázaro Valle, Agustín Marquetti, quién hizo, cómo hizo… Las discusiones no eran de mi preferencia, me mantenía aparte porque era peligroso opinar. Para Sara el deporte era asunto espiritual, parte de la cultura cubana y si estaba ante el televisor –nunca fuimos al estadio–, en el fondo de sus ojos azules brillaba una I, la de los INDUSTRIALES. A veces, en algún hotel –fuera de Cuba, desde luego–, exis- tía un casino de bingo que le atraía, pero ella misma, que se conocía, y cuánto… me decía: “Qué va, ahí no entro yo, voy a la

16 ruina y no salgo nunca”. Aún conservo en la computadora sus récords imbatibles en diferentes juegos y hasta compito con ella y la reto como hacíamos antes, pero no la he podido vencer…, ni en otros asuntos, enfoques, criterios, porque no siempre es- tábamos de acuerdo, aunque afortunadamente eran muchas las coincidencias. También las muchas diferencias entre nosotras nos permitie- ron vivir esa aventura de más de veintiocho años de compartir las veinticuatro horas del día por casi todo el tiempo. En muy cortos períodos nos separamos, alguna vez porque ella viajaba, otras porque viajaba yo; pero a partir de un momento ya no per- mitimos que nada nos apartara y todos los proyectos profesio- nales o personales llevaban la condición de estar juntas. Antes he hablado sobre ello, y es sabido de todos. Me fui a vivir a la casa de Sara con la naturalidad de lo que es justo; si alguien lo cuestionó, criticó o le supo mal, no nos enteramos o no nos dimos por enteradas, por la simple fórmula de “es así y lo queremos”. La década de los 80, y en adelante, ya trajo un componente de tolerancia que posiblemente contribuyó a nuestra tranquilidad, pero algunos incidentes ocurrieron, como el día en que no nos permitieron entrar juntas a una recepción en la embajada de México y nos volvimos a casa tan campantes; otra vez, en el Gran Hotel de Camagüey no nos permitían dormir en la misma habitación porque la cama era matrimonial y no disponían de camas separadas. De aquellos y de otros incidentes salíamos “muertas de la risa”, si bien ella tenía ese carácter intolerante y franco que no se cortaba un pelo para cantar las cuarenta a lo injusto. Lejos de ofendernos, creo que demostramos tanta resistencia a la intolerancia que a casa empezaron a llegar las invitaciones para las dos, al principio dos, después ya una para las dos, pero con los dos nombres. Fue una época peculiar para todos los cubanos. La caída del campo socialista nos estremeció la vida privada, social y económicamente. De eso se ha hablado lo suficiente. En nuestro caso, convertíamos el viajar en su Lada o mi VW en idas al campo con sus trajes de actuar, nuestra ropa y algún que otro calzado o productos comprados con la divisa ahorrada en las dietas de los viajes internacionales, para intercambiarlos por alimentos, no solamente para nosotras, también para amigos.

17 Sara fue una mujer de una generosidad conmovedora. Nunca olvidaba comprar carnero para una amiga enferma de cáncer, frutas y viandas para los ancianos y los niños más cercanos. Tanto apretó la crisis, que vendí el VW y nos divertía contar que “hemos sido las únicas mujeres que se han comido un VW Cabriolet de 1967”. El apartamento era un centro de recepción de donaciones. Al ser Sara tan conocida internacionalmente, en el mundo de las organizaciones de solidaridad confiaban en ella más que en centros oficiales, y llegaban los paquetes por manos propias. Por ahí podían vernos con el carro cargado de jabones para el círculo infantil tal, libretas para la escuela primaria más cual, medicinas y juguetes…, qué sé yo. Era una locura adicional en medio de la feroz lucha por la sobrevivencia. Hacía catorce años que a Sara no le grababan un disco en Cuba –los melómanos averigüen por qué– y una empresa musical española, PromoAr- te-CRIN, la invitó para fortuna nuestra a formar parte de su nómina, lo que nos permitió algo de ligereza en la subsistencia. Pero cuántas veces en esa década de los 90 salimos llorando por el Aeropuerto José Martí, sabiendo qué dejábamos atrás.

Sara, la eclosión de un carácter que se ofrecía y una sabiduría diferente

Ni Eva ni María, mujeres símbolos de la inferioridad, domina- das, ella, Sara…, la princesa, como la describen en todos los enunciados, tenía otras cualidades. Dicen que se hace camino al andar, yo pienso que el camino hizo a Sarita como fue y como se mostró siempre, pues tenía un respeto por sí misma que le im- pedía cualquier simulación. Sin arrogancias ni lamentaciones, apartando los resentimientos, pero con una memoria total para lo perjudicial y dónde se esconde el mal, ya se ha dicho, sincera, seductora, generosa, amable, no sumisa, jaranera y simpática; pero respetuosa, aunque su lenguaje fuera duro muchas veces. Marta Valdés dice que Sara era la administradora de las malas palabras, las ubicaba tan bien que no lastimaban. Auténtica, rodeada de gentes, donde ella estaba siempre había un coro, una discusión, un tema candente, un chiste y una carcajada.

18 Honesta, creo que lo único que era capaz de robar o escati- mar era el tiempo, pero su valor del tiempo era muy propio; para ella perder el tiempo no era pasarse horas jugando a las cartas, el dominó, mucho menos leyendo. Se le perdía el tiempo en un ensayo si no lo adelantaban, odiaba que se lo malgastaran; su tiempo era el de “cumplir un deseo”. Estando citada para un programa en la TV, donde le rendirían homenaje, al llegar a la puerta de la emisora, por un error burocrático no nos dejaban subir: no estábamos en las listas de autorización. Con modestia, se sentó a esperar a que solucionaran el asunto; al rato largo, todo seguía como al principio y simplemente me dijo: “No insis- tas”. Atravesó la puerta, y nunca más fue a la TV. Llamó a la presidencia del organismo advirtiendo que no se les ocurriera decir en el programa que “por razones ajenas a nuestra volun- tad”, o “por indisposición de la artista”. A partir de entonces, si la requerían tenían que ir a casa, o a los lugares donde actuaba o estuviera. No quería lastres, ningún apego a lo material, tal vez por miedo a perder la libertad de volar. Ingenua tantas veces como una niña, se la contentaba con poco: un muñeco de peluche, un juego, un gran helado y dulces, bombones, flores. Apreciaba más las flores que cualquier otro presente. Sara, la princesa hebrea, la mujer superior a Abraham en los dones de la profecía, la única mujer con que Dios se comunicó directamente, estaba en el camino de la nuestra, o la nuestra en su camino. Yo siempre pensé que tenía como una “antenita” especial para prever lo que ocurriría, detectar qué personas eran buenas, cuáles no. No por astucia o desconfianza, sino por intuición natural. Los indeseables le temían a su lengua y escapaban. Mi mayor fortuna son los amigos que cultivamos, los de ella que se juntaron a los míos, los que llegaron después y cultivamos juntas. Cuántas personas de valía puedo abrazar y tocar; no sabría mencionar las amistades significativas sin riesgo de omitir inconscientemente a alguien, y a cuántos recabar cuando los necesito. Claro que en el ajetreo de su vida convertida en mía enfrenté retos y diferencias de enfoques. Por ejemplo, en lo relativo al aprovechamiento del tiempo, su sibaritismo, en su negación a seguir desarrollando su obra autoral, la negación a presentarse con la guitarra, como trovadora. Era una buena instrumentista y solo acariciaba la guitarra en la intimidad del

19 hogar. Teníamos coincidencias en los criterios, pero cuando se producía una desavenencia era como un choque de trenes en un mediodía de agosto: fuego, chispas, altas temperaturas, chirriar de hierros, nada que no resolviéramos después en la intimidad de una casa llena de amor y bondad. La cotidianidad nos enrique- ció y dio la pauta para respetarnos aun en los desacuerdos. Cuando joven y “de mi tiempo”, aunque ahora hay otros que también aprovecho y los hago míos, disfrutaba las canciones que ella ejercía con el Grupo de Experimentación –eran nuestros Beatles nacionales–, los seguíamos a los conciertos, después se amplió el abanico con la Trova. Al unirme a su vida, me entregó su conocimiento de la música, compartimos otras canciones, el gusto por la tradición cubana, donde nos identificamos tanto. Cuántas tardes de boleros, sones, rememorando textos, re- creando canciones de anteriores compositores, regodeándonos con María Teresa Vera. Bailábamos un son y me recriminaba que no marcaba a contratiempo. Sí, aprendí a bailar sones con Sara, que era una bailadora espectacular. Yo traía un recorrido no escaso de mi obra artística como grabadora y pintora, pero al iniciarme en su mundo se me complicaba la temática; entonces asumí estudiar la música como lenguaje, empecé con alguna referencia del maestro Leo Brouwer, continué en la búsqueda y las dudas, ella me las aclaraba o ayudaba a investigar. Los libros pasaron de ser Los maestros del color al Diccionario Oxford de la música…, y otros más. Así transcurrían meses “que de pronto son años”, como dice Silvio. No me atrevo a relacionar los países que visitamos juntas, parecería una pedantería. Se pueden escribir muchas cuarti- llas de anécdotas, vivencias aleccionadoras, simpáticas, terri- bles, ideológicas, amables, y todo lo que cabe en el privilegio de compartir la vida con Sara. Yo la compartiré por siempre. Y eso sería otro libro.

Diana Balboa La Habana, agosto de 2014

20 Que nos cuente Sara (entrevistas)

En una mañana blanca te regalo un pedazo de verde un día de labor.

Sara

Entrevista a Sara González1 Manuel José Serrano

Yo nací en La Habana, Cuba, y en mi casa no se tenía antece- dentes de músicos, nadie que yo sepa en mi familia fue músico. Pero sí era gente que le gustaba mucho la música, le gustaba mucho bailar. El baile es una cosa muy popular en Cuba, es raro el que no baila un bolero, un chachachá, un son..., esa era la música que se oía en mi casa todo el tiempo. Mis padres traba- jaban mucho y para tranquilizarme, luego me ponían la radio, y a mí me dejaba encantada de la vida. Yo era una niña muy tranquila porque oía mucha radio, y claro que en ella oía la música popular cubana. Empecé a estudiar música porque ellos vieron que cada vez que cogía yo un instrumento en la mano, una tumbadora, una clave, un güiro, pues siempre terminaba haciendo canciones, así, cantando y tocando. Y entonces empecé a estudiar en un conservatorio lo que es la técnica clásica. Estuve estudiando cuatro años más o menos en el Conservatorio Amadeo Roldán, que es el conservatorio provincial de La Habana. Ahí me di cuenta de que yo quería hacer otra cosa, que era especializarme en la enseñanza de la música, y pasé a una de las escuelas más importantes en Cuba, que se llama Escuela de Instructores de Arte. Ahí estuve haciendo estudios más profundos de algunas materias y especializándome en la enseñanza de la guitarra. Ahí es cuando comienzo a cantar... porque ya era una fan de las canciones que ya empezaban a oírse de Silvio, Pablo, Noel Ni- cola, Vicente Feliú, y algunos otros compañeros que empezaron a hacer esas canciones. Y ya ese era mi interés, la música que me identificaba. Empiezo a cantar como aficionada, pero nunca

1 Realizada durante el festival “Revoluciones, sueños y pendientes”, Ciu- dad de México, noviembre de 2001.

23 pensando que yo iba a dejar mi carrera profesoral. Me empato con ellos en alguna que otra fiesta, en alguna que otra descar- ga, y ellos me oían cantar, y ya por ahí empieza la cuestión. Una vez en la calle, nos vimos, conversamos sobre qué estás haciendo. Silvio me dice que estaba componiendo un tema para un programa televisivo y Pablo me dice que si yo nunca le había puesto música a poesías, a la poesía de José Martí, que era lo que a él más le importaba. Ahí les dije a los dos que sí, con la esperanza de no caer redonda muerta a la media hora, pero no caí, sencillamente canté las canciones e hice la música. Y ya me quedé en un grupo que había en aquel momento, que se llamaba Grupo de Experimentación Sonora, que trabajaba muy ligado a la producción cinematográfica del ICAIC (Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos). Ahí empieza mi carrera. Realmente este trabajo lleva muchas horas de dedicación, muchas horas de estudio, y en un momento tuve que pensar: o maestra o artista, y bueno, decidí seguir cantando, porque estaba aprendiendo muchas cosas que me interesaban para la música, y desde ese momento ya llevo treinta años haciendo la música... Esto nos lleva a tener una serie de encuentros con trovadores de distintos países, con sede en la Casa de las Américas […] y ahí es donde conozco a Amparo Ochoa, ahí em- piezo a conocer a los folkloristas que fueron a Cuba, fueron muy amigos. El otro día me dio mucha alegría porque me encontré con dos de ellos ahí, en la plaza del Zócalo, y así he conocido a muchos compositores, a Gabino Palomares... he conocido mucha gente de aquí [de México]. Amparo fue una gran amiga, nos vimos mucho porque Amparo estuvo yendo mucho a Cuba; llegó un momento en que yo también venía, yo estuve como diez años viniendo aquí a México, cuatro o cinco veces al año, trabajaba a veces en peñas. Había festivales muy importantes que aquí se daban en el Auditorio Nacional, vine muchas veces al teatro en una época en que trabajé un teatro de la comedia, con Virulo, haciendo La ópera-son en giras por el país. He venido muchas veces por instituciones culturales, de las universidades y conoz- co algo de la parte del interior de aquí, es muy linda, se me hace hermosísimo, me gusta más el interior que el mismo DF. A mí me gusta el DF, pero el problema es que no estoy acostumbrada

24 a la altura y lo otro es que me hace unas alergias espantosas, me da, me da fuerte fuerte fuerte.

Corrígeme si estoy equivocado. Cuando empieza todo esto de Silvio, Pablo, Feliú, ¿tú eras la única que tenía ya estudios profesionales de música? Puede ser, pero no era la única, porque cuando nos reunimos en el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC la idea fue tomar una serie de músicos que tuvieran un objetivo común, y el objetivo común era experimentar, crear algo nuevo con las expe- riencias que teníamos. Y ahí se reunieron músicos profesionales que ya tenían una carrera, músicos que estaban estudiando en distintos lugares de Cuba, trovadores que en ese momento no sabían nada de música, como Silvio, como el mismo Pablo, que aprendieron allí estando en el grupo. Ese grupo lo dirigió todo el tiempo el maestro Leo Brouwer, uno de los genios de la música contemporánea. Entonces, imagínate, todo ese tiempo lo apro- vechamos muy bien, porque él nos estuvo dando clases de todo, de todo lo que él sabe, y nosotros como esponjas, estábamos ahí tomándolo todo... Yo venía con un poco de anticipación, un poco de conocimiento, pero el que no lo tenía, lo tuvo que aprender al momento, y hoy por hoy son músicos con mucha cultura musi- cal, pero en aquel momento, te estoy hablando de finales del 69, tú entiendes, venían haciendo canciones, pero no sabían ni qué estaban haciendo con la guitarra, ni dónde quedaba una nota.

¿Todo esto de crear cosas nuevas venía de la mano de la Revolución Cubana? Yo pienso que todo esto sale a partir de que Cuba empieza a vivir otra vida, y todo lo que se renueva, todo lo que se revolucio- na, todo eso trae consecuencias, una serie de manifestaciones. Ya la vida no es la misma, no tienes ni el mismo concepto amoroso de la pareja, ni nada, todo cambia. Todo, al cambiar la vida, se tiene que expresar, y la gente empieza a crear a partir de una nueva vivencia. Yo creo que la Revolución es parte importante de todo esto, de todo el movimiento cultural, no solamente en la canción, sino de todo lo que ha pasado en el país. Cuba, hoy por hoy, es una potencia de cultura grande y educativa, y eso ha

25 sido por eso, la Revolución, y además porque se ha volcado casi toda la fuerza económica de un país en pro de esas cosas.

¿Qué les dio la Revolución Cubana a las mujeres? Dignidad, más que nada, darnos el justo lugar, y asumir nuestra dignidad como parte importante de la sociedad que vivimos.

Dices en tu página de internet que “el son es tu raíz”. ¿Cuáles serían el tronco y las ramas de Sara González? Si te digo que el son es la raíz, yo pienso que toda la música cubana ha salido de ahí, y que todo lo que nosotros podemos hacer con esa raíz es sencillamente rodearla, desarrollarla, in- corporarle sonoridades modernas, trabajarla, tratar de sacarle todo el producto que tiene, enriquecerla y seguirla porque esa es nuestra forma de ser. La Trova no es un fenómeno aparte de nuestra cultura, ni la Nueva Trova: es una cosa que empezó desde el siglo xix, y que va a seguir porque esa es una forma de ser de la cultura cubana.

¿Crees que la Trova ha perdido algo con el paso de los años? Todo lo contrario, se ha enriquecido. Hay, en cierta forma, por lo menos aquí en México, la cuestión de que se escucha más a Silvio, a Pablo; pero también están Augusto Blanca, Lázaro García, Miriam Ramos, Sara González. ¿Por qué ellos no se escuchan tanto? Porque sencillamente Silvio y Pablo son inevi- tablemente, indiscutiblemente y con un placer enorme, los pio- neros de esto y además los mejores. Para mí seguirán siendo los mejores, porque además tienen la virtud de no ponerse viejos, estarán viejos físicamente, pero en su obra no, siguen haciendo canciones maravillosas, no se estancan. El arte es una cosa y la comercialización es otra, y tú sabes cuántas veces hemos conocido a genios que han pasado y como no tuvieron la suerte de encontrarse con una disquera, con un buen productor o con una cosa de esas, se quedaron en el anonimato, eso es todo. Mira el ejemplo que te da lo que ha pasado con los viejos, que ahora, a los noventa y pico de años, viene a descubrirlos un no sé quién y ahora son famosos en el mundo entero, cosa que me alegra muchísimo porque además eso les ha dado un suero de

26 vida. Pero esa es la realidad, entonces se han interesado mucho más, sin que sea la culpa de ellos, en el trabajo de Silvio y de Pablo en muchos lugares, y eso no ha sido culpa de nadie; eso sencillamente es así. A lo mejor pasan diez años y les da por mí, ¿tú entiendes?, o les da por Miriam, o por Augusto, eso es así. Un artista no puede detener su trabajo por esas cosas, sencillamente seguir haciéndolo, porque uno esto no lo hace para eso, sino por una necesidad.

Platícanos de lo que conociste de Amparo, de lo que te tocó vivir con ella. Amparo era una mujer muy linda, una mujer muy dulce, aparte de una gran artista era una gran persona. Quiero de- cirte que su muerte fue una noticia sorprendente en Cuba y muy dolorosa realmente. Yo creo que Amparo era esa artista humilde, sencilla, y que desbordaba una grandeza enorme en un escenario. Creo que se la va a extrañar siempre. Y que cada vez que se pueda hacer un recordatorio se debe hacer.

¿Qué conoces de la Trova de México, a quién conoces, qué te gusta más? Hay un mexicano que a mí me encanta, que anda pelado así como a rape y tiene un moño que le sale acá, Paco Barrios. Él fue al Festival Mundial de la Juventud y no hace mucho asistió a un encuentro en la Casa de las Américas.

¿Ya no te dedicas a dar clases? No tengo tiempo. Lo que más estoy haciendo ahora es cada vez que puedo hago la producción de algún disco de otra gente [en- ciende un cigarrillo], dirijo a veces espectáculos, hago proyectos de espectáculos; eso roba mucho tiempo, pero me gusta dirigir, organizar ideas. Ya es rara la vez que hago espectáculos sola, siempre me gusta armar un espectáculo con más cosas, con más gente, con escritores, con pintores, con bailarines y otros trova- dores, por supuesto, sobre todo mujeres. Siempre ando con un lío de esos. El año pasado hice una gira por Cuba y por España con un espectáculo que era de cuatro mujeres, yo era la mayor, entonces decían que yo era la abuela de las niñas. Estaba con una trovadora que se llama Marta Campos, con Anabel López

27 y con Liuba María Hevia; un espectáculo bellísimo, utilicé de fondo unos cuadros enormes pintados por los mejores pintores cubanos, según cada una de ellas. Fue lindo.

Si pudieras elegir una canción el día de hoy para vivirla, ¿cuál sería? No, hay mucho..., no, porque una se va a quedar corta siem- pre. Hay demasiadas canciones diciendo cosas preciosas, cosas de la vida, que sería injusto hacer ese tipo de cosas.

Conocemos de la historia del primer concierto, de las prime- ras veces en la Casa de las Américas, conocemos fechas y años, pero no sabemos de qué platicaban. ¿Qué se decían, cuáles eran los problemas, cuáles eran los motivos de reírse? Los motivos de reírse eran muchos y los motivos de llorar también; lo que pasa es que cada cual tiene una realidad distinta, y casi siempre los que venían de fuera veían nuestra realidad como maravillosa para su realización (en la música), porque todo el mundo sabe que vivir en un país capitalista y ser artista es muy difícil. Esta carrera lleva también que tienes que tener un presupuesto, un instrumento, una condición para trabajar y todo esto cuesta. Y en Cuba esos no son los proble- mas; los problemas pueden ser la incomprensión, pueden ser luchas generacionales, pueden ser conceptos, que son a veces cosas más difíciles que conseguir una guitarra. También, en el caso de nosotros, tenemos un país bloqueado hace más de cuarenta años y eso nos ha cerrado las puertas en el mundo para millones de cosas; estamos ahora en una época agobiante de no podernos comunicar con el mundo. Durante más de veinte años, nadie sabía qué era lo que pasaba en Cuba en la música ni nosotros sabíamos qué era lo que pasaba en el mundo de la música; a no ser los cuatro o cinco que podíamos viajar, ir rápido a las tiendas y enterarnos de qué es lo que estaba pasando. Pero era más bien por el chisme o por la posibilidad, pero no porque a mi país fuera el artista ni nada por el estilo. Era una situación tremenda para nosotros. Entonces la realidad era distinta. Hablábamos mucho de eso, del papel importante que tiene que tener un artista, y más un trovador, un juglar, que es el que va a contar la historia, y esa es una parte muy importante y de alta

28 responsabilidad para los artistas. Un artista es un maestro. Yo creo que esas eran las pláticas que teníamos, aparte de darnos una gran alegría que todo el mundo estaba haciendo cosas, que no éramos nosotros solos, que a pesar de que estábamos bloqueados, pues, coño, estábamos en una onda con una nueva creación de América Latina, y era muy importante; vamos, ¡que no estábamos solos!

¿Hoy de qué platican, Sara? De que tenemos que continuar, de que la calidad debe ser una primicia, de que tenemos que hacer esto en serio y que solamente con la calidad de lo que hagamos, con el interés, el sacrificio, de nuestro tiempo, de nuestras horas libres como se suele decir, que esto será una cosa seria, y que por lo menos tengamos la responsabilidad de hacerlo lo mejor posible y sobre todo eso, insistir en la calidad del material que le presentemos siempre al público. Creo que eso hay que hablarlo mucho, y la disciplina que hay que tener para hacer este trabajo.

En México buscaron una definición para la nueva canción y no la encontraron. Me imagino que ustedes buscaron a lo mejor algo similar. Bueno, nosotros teníamos una historia, que era innegable, que era la trova tradicional cubana, que tras un siglo de haber- se creado tenía una continuidad, tuvo siempre una continuidad en sus distintas épocas. Para nosotros no fue difícil saber que éramos trovadores; era lo que se sentía. Ponerle “nueva” fue porque estábamos viviendo una nueva etapa en el país, con nuestra realidad revolucionaria, que era lo que daba de nueva. En la actualidad, empiezan a surgir los nuevos muchachos, los “novísimos”, los “novisísimos”, los “recontranovisísimos”. Ya no sabemos por dónde va. Entonces, como la trova es una sola, ya no vamos a llamarla que si nueva, que si nada: ¡Trova!

Comentaban ayer, en el Zócalo, que Fidel Castro te acaba de dar un reconocimiento en tu país. ¿En qué consiste? Bueno, es una orden de primer grado, que da el Consejo de Estado. Es el reconocimiento más alto que se puede dar en el país a un artista. Y lo más bonito de todo esto es que fue en un

29 concierto que yo estaba dando por el 20 de octubre, que es el Día de la Cultura Nacional en Cuba, y fue bonito porque además fue sin prepararse, no se sabía nada, y Fidel se presentó en el concierto.

¿Fue algo inesperado para ti? Totalmente; tanto para el público como para mí, para los mú- sicos; todo el mundo estaba muy nervioso, pero él (Fidel) lo hizo muy bien, creo que hizo su papel muy bien, muy contento y muy complacido de estar allí. Estaban muchos trovadores, amigos, y fue muy bonito. Me dio la medalla, que es la Orden Félix Varela. Félix Varela fue un hombre admirado por [José] Martí, y yo creo que lo más importante de ese señor fue la concepción que le dio pedagógicamente de la vida, como hombre y como revoluciona- rio, a Martí y a muchas generaciones; entonces por eso su figura es muy importante en la cultura cubana, y tener la Orden Félix Varela, para mí es un honor enorme y una responsabilidad muy grande.

Sara, te agradezco esta plática. Me gusta que te guste.

Y es un honor conocerte también, y esperamos tenerte pronto de vuelta en México. Yo espero también que esto abra una puerta, para que el próximo año vengamos a hacer otras cosas, sobre todo quisiera hacer una gira por el interior, no solamente quedarme en el DF, ir a las universidades...

Gracias, Sara. Gracias a ti.

30 La canción de los cubanos todos2 José Luis Estrada

Cuando en abril de 1961 cambió “el rojo color del cielo por el blanco color de palomas”, la hoy afamada cantautora Sara Gon- zález apenas había arribado a la edad de diez años. Pequeña, inteligente y vivaz, a pesar de no tener plena conciencia de aquellos sucesos que intentaron arrebatarle la libertad al pueblo cubano, la auténtica representante del Movimiento de la Nueva Trova “percibía, a través de mis familiares que participaban en las tareas revolucionarias del momento, la situación en que nos encontrábamos de agresión, y los peligros. Pero también recuer- do su entereza, tanto que me llevaron con el CDR de mi cuadra a las clases de primeros auxilios en el canal 2 de la Televisión Cubana, específicamente en los Estudios de San Miguel”. Doce años después, la primera voz femenina, junto a Belinda Romeu, del grupo de Experimentación Sonora del ICAIC escri- bía y le ponía música a “Girón: la victoria”, una composición que “ha sido convertida por Sara en el himno de la primera derrota del imperialismo en América”, como apuntan con absoluta razón Radamés Giro e Isabel González Sauto en el libro Cincuenta canciones en años de Revolución.3 Fue el maestro Frank Fernández quien la convocó, mientras concebía, en 1973, un espectáculo que se desarrollaría en Ma- tanzas, para celebrar un aniversario del 4 de abril. Ahora, al dialogar en exclusiva con Juventud Rebelde, la autora de “¿Qué dice usted?” y “Amor de millones” enfatiza que cuando habla de “Girón: la victoria” no le gusta emplear el término de “canción por encargo”, y argumenta sus motivos:

2 En periódico Juventud Rebelde, La Habana, 13 de febrero, 2011. 3 Radamés Giro e Isabel González Sauto: Cincuenta canciones en años de Revolución, Editorial José Martí, La Habana, 2008.

31 “A veces lo he utilizado al explicarme, pero en verdad no me gusta. Digamos que si un amigo tiene un deseo de celebrar un acontecimiento de cualquier índole, te invita a participar en él, tú te involucras o no. Cuando lo haces, deja de ser un mero ofi- cio, para convertirse en verdadera creación. En este caso, Frank Fernández nos llamó y surgieron temas como ‘La batalla’, de Eduardo Ramos; ‘Preludio’ de Silvio, con esa certeza del triunfo de que nadie se va a morir, menos ahora; y también nació ‘Girón: la victoria’”, rememora Sara, quien en este 2011 cumple sesenta años de vida, cuarenta de los cuales los ha dedicado al arte. “Quizás por mi carácter expansivo y explosivo, Frank me pidió que abordara el tema de la victoria”, cuenta esta creativa mujer que tras entregarnos recientemente Cantos de mujer I y Cantos de mujer II, bajo la asesoría de Marta Valdés y Sigfredo Ariel, pronto nos regalará Cantos de mujer III, para así seguir “revitalizando, gozando y, a través de otros arreglos, cantando canciones de compositoras cubanas del siglo xx”.

Sara, ¿cuándo se estrenó ese tema? ¿Imaginó que “Girón: la victoria” se convertiría en un himno, en un clásico de la cancio- nística cubana? Muchos afirman que constituyó su primer gran éxito… No me parece que referirme a “Girón: la victoria” como “un clásico de la cancionística cubana” o como mi “primer gran éxito”, le haga justicia a una canción que de hecho ya no me pertenece. La interpretamos por primera vez en el Teatro de la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), dentro de un espectáculo que narraba la historia de las luchas revolucionarias, por medio de la música, la danza, las artes escénicas… Canté “Girón: la victoria” junto al coro de la entonces Escuela Nacional de Arte y de la Escuela Nacional de Instructores de Arte, acompañados por un elenco destacadísimo de músicos. Todos dirigidos por el maestro Frank Fernández. Después, muchos otros momentos la han encumbrado: en el II Congreso de la Federación de Mujeres Cubanas de 1974, en el teatro Karl Marx, donde, ante las delegadas e invitados, se cantó con un coro gigante de miles. Allí estuvo Fidel. No sé en cuántas ocasiones la ha escuchado frente a mí, pero las veces

32 que he sentido la fuerza de su mirada mientras la interpreto, esa energía sobre mí, es como si él la cantara en mi voz… “Girón: la victoria” ha combatido como internacionalista en Angola y Nicaragua, ha viajado al Festival L’Unitá en Italia, con Manguaré, Augusto Blanca y Pancho Amat, y con ella he podido escuchar a miles coreando: ¡Cuba sí, yanquis no!, ¡Cuba!, ¡Cuba, Che Guevara!, ¡Viva Fidel Castro!, ¡El pueblo unido ja- más será vencido!... ¿Puedo decir entonces “mi gran éxito”? Esta canción se ha cantado en muchos lugares durante tantísimos aniversarios y fechas, junto a muchos compañeros, amigos y es de los cubanos todos.

¿Recuerda algún acontecimiento especial relacionado con ese tema? En Varsovia, Polonia, 1975; en México, en 1976; Santo Do- mingo, en 1978; en Caracas, Venezuela, en 1979; en Quebec, Canadá, en 1981; en Boston, Estados Unidos, en 1981; en Aus- tralia, en 1982; en las arenas de Playa Girón, en la Escalinata Universitaria; en la Plaza de la Revolución; en La Marcha de las Antorchas, en la Tribuna Antimperialista José Martí… En cuantos lugares la he interpretado, que ahora no me da la memoria, ha estado siempre presente la primera derrota del imperialismo en Cuba, en América Latina. Si algún valor me adjudico con “Girón: la victoria”, es el de defenderla contra cualquier interés comercial o publicitario. Durante muchos años esta canción fue el símbolo que cada mañana despertaba a los brigadistas que nos ofrecían su soli- daridad en el Campamento Julio Antonio Mella, del Instituto Cubano de Amistad con los Pueblos (ICAP), donde se daban cita compañeros de diferentes nacionalidades y latitudes: nórdicos, europeos, americanos y norteamericanos, que luego encontré en muchos de sus países, durante mis giras de solidaridad. Todos ellos me emocionaban al querer escucharla y recordarla, con tanto amor aún por Cuba y su Revolución.

Se dice que usted comenzó a ser popular interpretando el tema de Los comandos del silencio, sin que todavía el público conociera su imagen…

33 Es verdad que la canción interpretada por mí que primero se divulgó masivamente fue “Los comandos del silencio”, tema que compuso Silvio para una teleserie del espacio Aventuras, de la Televisión Cubana, inspirada en los tupamaros. Nadie me podía identificar, pues estaba hecho el arreglo para el tono de voz de Silvio. Cuando él me invitó a grabarla, ya no teníamos tiempo de hacer el cambio, pero me ajusté al momento, y ahí quedó. Ahora, por fortuna para mí, me acompaña un gran músico como Pucho López, quien me ha actualizado un arreglo, extraordinario también, y que disfruto mucho interpretándolo.

Sara, ¿cómo conseguir una comunicación inmediata con el público a partir de temas que algunos consideran difíciles, rela- cionados con hechos históricos o épicos de nuestro país? ¿Cuál es la fórmula? No creo que existan temas “difíciles” relacionados con hechos históricos o épicos ni tampoco “críticos”, “amorosos”… Todos los temas tienen que tener el componente de la honestidad, de la espiritualidad, de la emoción, afectividad… Cuando un creador enfrenta la obra con sinceridad, francamente, “con el corazón en la mano”, como solemos decir, el resultado debe ser encomiable. Mucha mala cosa se escucha amparada en el oportunismo, el critiqueo y la adulonería. Nos venden croqueta por comida, cul- pa de los que seleccionan los componentes de las croquetas, ¿no?

Quiero confirmarte que todavía, a treinta y nueve años de fundado el Campamento, se sigue poniendo esa canción cada mañana y nuestras brigadas durante el año se llenan de energía con tu voz y tu manera de decir a través de ese símbolo.

Kenia Serrano Presidenta del ICAP La Habana, febrero de 2011

34 Entre ayer y hoy. Sara y el son4 Rosa Blanca Pérez

La esencia del sonero le fue dada en el sabroso ajiaco de sangres y de ritmos donde cuaja la más depurada definición de lo nues- tro. Pudiera decirse que el ser sonero es casi consustancial al ser cubano. Es la conjunción de todo cuanto somos, escrito sobre una partitura, marcada en la pauta de unas claves y expresada desde un tres hasta el rítmico ajetreo de unas caderas. Pero es además el pregón diseminado en las esquinas, el dicharacho jocundo y atinado, la filosofía a pie de barrio y la gestualidad –ah, la gestualidad criolla– tan sincopada como pudieron soñar- la Ignacio Piñeiro y Miguel Matamoros para convertirla en son. Que a nadie sorprenda entonces que, tratándose de cubanos, en cualquier lugar “salte la liebre”. O dicho de otro modo: apa- rezca el sonero como reafirmación de todo cuanto es y cuanto somos. Que a nadie cause asombro si Sara González –esa voz suprema de la trova, portadora de una temperamental cubani- dad– comulga con las claves y se las entiende con el tres como si hubiera nacido enredada en la madeja de un son. Porque en el entramado de razones donde en ella se explica el “ser cubano”, están dadas las justificaciones todas del “ser sonero”. Ya otras veces Sara se había dejado provocar por el son, pero en su reciente disco Son de ayer y de hoy la tentación se le ha convertido en tributo, el tributo en convocatoria a otros trovado- res de su generación, y la convocatoria en regocijo multiplicado entre muchos. El son no merece menos que eso, y Sara –por saberlo– recorre los caminos venerados y sabrosos de una tradi- ción que parece recién estrenada, de tan próxima y vital entre nosotros, ahora también gracias a su voz.

4 Revista Tropicana, La Habana, 2001.

35 ¿Cómo surge la idea de este disco y de qué modo fueron con- vocados a él algunos autores inéditos en el son? El disco surge en una connivencia entre CRIN, que es la disquera que me representa en España y yo. Hace tiempo se preparaba algo que fuera eminentemente rít- mico, pero no lo tenía claro; y como se hacen las cosas del amor y la felicidad, entre risas, tragos y escuchando buena música fueron apareciendo los títulos, algunos marcados por una gran nostalgia de infancia, como “La sopa en botella”, tema que yo escuchaba en la voz de esa indiscutible del son que es Celia Cruz, y que es de la autoría de Senén Suárez, con quien sostuve recientemente un encuentro que me llenó de gozo. El arreglo es de Pancho Amat, y debo declarar –con permiso de María Euge- nia, su esposa– mi amor por Pancho, a quien además considero mi hermano. Quizás por todas esas razones fue el productor musical del disco. También conté con Emilio Vega, no solo en algunos arreglos como el de “Son desangrado”, de Silvio Rodrí- guez, sino fortaleciéndonos en los estudios de grabación con su experiencia, y con la grabación y mezcla de Carlos Obaya, “mi” sonidista. Ya sabes que “Son de ayer y de hoy”, el tema que da título al CD, lo compuse en homenaje a Juan Formell, un hombre que constituye uno de mis ídolos de juventud. Y como yo seguiré siendo joven –voy de verde para podrido, sin madurar–, él tam- bién seguirá siendo por siempre uno de mis ídolos musicales. Lo de “autores inéditos en el son” creo que queda claro en el término –que no han sido editados–, pero eso no quiere decir que no hayan sentido el son o que no lo hayan trabajado. Todo cubano “lo vive”; es nuestro género por excelencia, pero ya sabes que a veces las “ediciones”, las “divulgaciones”, las “promocio- nes”, las “utilizaciones” –o como quiera llamárseles– de la obra o figura de un artista, sobre todo de un músico, no reflejan ni la media de su quehacer. Efectivamente, en el álbum aparecen Miriam Ramos, Noel Nicola, Amaury Pérez…, ya mencioné antes a Silvio… Son mis compañeros de vida artística, y reto a los excluyentes de siempre, a los que pretenden monopolizar la preferencia, a aquellos que se exasperan con la integralidad de la música y de los músicos cubanos, a que escuchen los temas de estos hermanos míos de

36 siempre, junto a los de Remberto Bécker, Francisco Repilado y un clásico joven del son como Cándido Fabré. Los reto a que escuchen los arreglos de Teresita de Jesús, muy joven instru- mentista, arreglista, pianista y directora musical de mi grupo, con las voces de Pedrito Calvo, de Compay Segundo, de Pancho Amat. Se siente entonces que el son es tan clásico como democrá- tico, y esto lo dice mi hermano Pancho cuando aclara que el son admite todo tipo de “contaminación”, sin perder su esencia. Me refiero a ese extrañamiento que algunos intentan, pero esos no son los importantes, estén donde estén: detrás de un micrófono, de un buró o de una computadora. Los importantes son los otros, los de siempre y para siempre, y para ellos es que hice este disco con músicos como el Chino Verdecia (guitarra), Wenceslao (violín), Carmelo (trompeta), Francisco Padrón (trom- peta), Amaury (trombón), Fáez (trombón), además de mi grupo musical, integrado por Héctor, Jorge, Omar y Teresita. En fin, este disco está hecho para los que saben, sin retóricas, dónde está lo auténtico.

¿Cómo llegan el son a Sara y Sara al son? El son llega a Sara como a todo cubano, en la leche materna, en la cuna, con el arrullo del padre que canta mientras se apres- ta a salir, en el ritmo cotidiano de las calles y sus gentes. Sara no llega al son. Yo vivo en el son; nosotros somos el son; todos los cubanos lo somos, aunque algunos puedan decirlo mejor que otros, pero nadie tiene la “patente” para gozarlo más que otro. Hay quien no puede bailarlo, entonces lo escucha, se lo bebe, se lo huele… El son huele a palma, a maíz, a mojo de aceite y ajo. El son se bebe no solamente en el ron; se bebe en el café, con o sin leche. Hasta se fuma…, con el perdón de los antitabaquísi- mos de última aparición.

Durante mucho tiempo has sido identificada tal vez como la intérprete por excelencia de la trova más épica. ¿Esta aproxima- ción al son responde a la intención de establecer con esos temas una distancia que ya necesitabas, o al propósito de saldar una deuda con ese género tan cubano?

37 Ni establecer distancias, ni saldar deudas. Si he sido iden- tificada como la “intérprete épica” no ha sido por la elección de mi repertorio. Yo he cantado siempre con un umbral bien amplio de la música y sus géneros. Por lo que haya sido, yo me siento orgullosa de lo que experimentamos todos cuando tengo la oportunidad de sacar hacia afuera ese sentimiento que no tiene otro calificativo que REVOLUCIÓN. Un salsero –Gilberto Santa Rosa– lleva cantando un numero mío, “Amor de millones”, hace muchos años; pero está también “Al Caribe mi cantar”, que lo han cantado Marta Campos y Liuba María Hevia. Yo misma he cantado y grabado “Son os- curo”, de Noel Nicola, “Son de la muerte”, de Frank Delgado, y he “soneado” incluso canciones. “La culpa del guisaso” es un son rústico; un sucu-sucu con referencias muy antiguas en la música, y es de las más recientes composiciones mías, y aunque aparece en el CD, no fue compuesta con ese propósito. Fue he- cha una vez que terminé de leerme ese libro tan cubano, de Abel Prieto, El vuelo del gato, que recomiendo siempre a todos. Canté junto a Miguelito Cuní en 1979, en el Festival del Son de Guantánamo, porque siempre he mantenido una estrecha relación con los soneros, con los boleristas, con el filin, y por eso acaba de ser editado el CD Sin ir más lejos, con Marta Valdés, sus boleros y en su homenaje, a partir de un concierto que hi- cimos hace cinco años en el Teatro Nacional. Canté en alguna gira con Irakere –y no te diré dónde…, averígualo– y amé y lloré a Luis Gómez como una hija a su padre. En fin, yo siento que esa integralidad vibra en todos los músicos cubanos. Recuerda el trabajo de Pablo con El Albino, Cotán y Compay hace ya bastante tiempo. Y si te sigo hablando de la unidad, no te publican esta entrevista, porque entre las dos haríamos un libro. Entonces, querida amiga, no se puede hablar de “saldar deudas”.

Después de esta incursión discográfica en el son, ¿habrá otros sones en el repertorio de Sara? ¿Seguirás dando espacio a la trova y la canción? Creo que lo que ocurrirá es lo de siempre. No grabo por intere- ses comerciales, como no interpreto por requerimientos oficiales o de mercado. Si dejo de ser por un momento la Sara González

38 que soy, si mi repertorio deja de estar íntimamente ligado a mis sentimientos –sean mías o de otros las canciones– me iré a un barranco oscuro de donde no sabré salir. Yo lo sé, y como no tengo la menor intención de morirme, seguiré siendo esa Sara González que todos conocen –algunos más, otros menos–, pero la misma. Ah, y te agradezco tu interés por dedicarle tu tiempo a una “señora cincuentona” como yo. Ya sabes que en este país nuestro los homenajes van “de ceros en ceros” –fechas “cerradas” les di- cen–, pero no te preocupes, que en la misma medida que no me importa confesar mi edad, tampoco me la creo, ni me la siento. Lo mismo que le ocurre al son.

39

Sus canciones...

…aquellas canciones no pretendían traducir la historia a otro lenguaje, el del arte, sino fundían en sus palabras con sangre del corazón y de la verdad que entraña, las esencias de ambas expresiones de la creación humana, haciéndolas una sola, compleja e intensa, llena de retos, riesgos y búsquedas.

Sara

Programa del Moncada

Su voz llenaba el salón, solo quien fue tan herido la Patria humillada ha visto, la justicia envilecida, pudo acusar con palabras sangre del corazón y de la verdad, entrañas. Los hombres del pueblo son desempleados, obreros cosechando la miseria, campesinos que en la tierra amada y ajena sudan.

Y a esa gran masa irredenta a la que ofrecen y engañan no le iban a decir, –Te vamos a dar, sino: –Tienes aquí. Lucha con todas las fuerzas hasta vencer o morir.

(1973)

Girón: la victoria

Cuando cambia el rojo color del cielo por el blanco color de palomas, se oyen las campanas de los hombres que levantan sus sonrisas de las lomas.

Después que entre pecho y pecho haya tenido el deseo de matar, de quemar, de vengar y de vencer.

Y cuando no se olvida que no hay libertad regalada, sino tallada

43 sobre el mármol y la piedra de monumentos llenos de flores y de tierra, y por los héroes muertos en las guerras se tiene que luchar y ganar, se tiene que reír y amar, se tiene que vivir y cantar, se tiene que morir y crear.

Canto y llanto de la tierra, canto y llanto de la gloria y entre canto y canto de la guerra, nuestra primera victoria.

De luces se llenó el cielo de esta tierra insurrecta y entre luces se batió seguro buscando la victoria nuestra.

Hoy se camina confiado por los surcos de la historia donde pelearon los héroes por alcanzar la victoria.

Canto y llanto de la tierra...

(Febrero-marzo, 1974)

Dame más

Dame más de este amor, del candoroso brillo en que ardemos en un mundo diferente.

Dame más, de este amor, en que somos esa piel, en que somos este sueño tierno y fuerte.

44 Dame más de este amor en que el silencio nace y se pierde aquella luz antigua con este amor.

Dame más de ese amor, de ese que asalta el cielo y que fecunda el vuelo del presente.

(1977)

¿Qué dice usted?

¿Qué dice usted? Que una mujer es la flor de aquel edén, del dulce hogar y para hacer el amor, si la historia nos grita otra verdad. ¿Qué dice usted? Que la mujer luce bien en el portal o en el sillón tejiendo su aburrimiento, si la historia nos dice otra verdad.

Ves, hace cien años comenzó cuando alzó el machete una mambisa. Ves, y así siguió la tradición siempre que a luchar se necesita, por eso seis, seis, lindas cubanas, seis, seis, lindas cubanas.

¿Qué dice usted? Que la mujer no es capaz de construir, de analizar, y de luchar por la vida, cuando la historia gritó otra verdad.

(1977)

45 Amor de millones

Como pajarillo amado que vuelve te esperé una mañana sentada ante mi ventana mirando al monte más verde. Y al ver aparecer entre las flores del campo me vino mejor tu canto, te volví de nuevo a tener.

Amor mío no te vayas que no quiero verme sola otra vez. Amor mío no te vayas que lloro.

Tu pelo con mil olores y con su brillo de estrellas fue la cosa más bella, fue un amor de millones. Dio más fuerza a mi canto al sentir que venías y di con la poesía que sé que te gusta tanto.

Me da luz en la ventana cuando se abren tus ojos y pienso en el antojo de tenerlos mañana, pero sé que con tu trino también se impone un combate y dejo que lo arrebate un sentimiento más fino.

(1982)

46 Bienvenida al Guaicán

Dónde está tu mano, camará, pa’ poner la mía; dónde está tu abrazo, camará, el de mi alegría, qué bueno será, camará, cuando anochezca y puedas cantar en mi misma fiesta.

Que entren todos, que caben cantidad.

Dónde están las flores, camará, de la despedida, dónde está el abrazo, camará, de la bienvenida, dónde está el traguito, camará, que nos tomaremos y podré gritar: ¡Qué bien me siento!

(Bis coro)

Quiero ponerte un sol en el aplauso mayor, quiero sea más brillante mi guajira, quiero decirle a todos que van a cantar porque en esta fiesta me va la vida.

(Bis coro)

Dónde están las fotos, camará, de la nueva vida; dónde están los cuentos, camará, de las divertidas;

47 dónde está el pañuelo, camará, de alguna afligida, que en esta fiesta no tendrá cabida.

(Bis coro)

(1987)

Dime dónde cantar

Mi prisa se ha de calmar en el brotar de tu risa y la noche será un puñal bordado de mil caricias. Nada podrá faltar en el cruzar de miradas que se vendrán a apagar cuando entre la madrugada. Dime dónde cantar, dime qué hago con esto, cuánto debo esperar porque llegue el momento. Dime dónde cantar, dónde está la alegría, yo la voy a esperar a pesar de los días.

(1990)

Al Caribe mi cantar

Denme un rico golpe de tambor, denme una canción pa’ descargar, suenen una trompeta y un bongó, hagan de mi canción un despertar.

48 Suban por mis pregones el sabor rico de calenturas y de paz, traigan en un mensaje el candor, lo que nos da el Caribe tropical.

Rompe este coco, toma saoco, trina como un sinsonte temprano, dame tu abrazo, toma este beso y no le pongas precio, mi hermano.

Suene la rumba de cajón, bailen un merengue apambichao, toquen una plena con sabor, háganme con los ritmos delirar.

(1990)

Cazadora de sueños

Vas cazando con el pincel lunas, flores y arcoíris, salpicando de color pastel las fantasías que vives. Se enrosca en tu caracola el amor con que las pintas y sus destinos entintas.

Solo tú, cazadora de sueños, mujer de apretado paso dibujas con firme trazo un mundo lleno de ensueños. Cargas de risas tus líneas, desbordas de luces tus rostros, entregas tu sueño hermoso, la más dulce de tus sonrisas.

(1995)

49 Son de ayer y de hoy (Homenaje a Juan Formell)

Si el son es de ayer, qué bueno, si el son es de hoy, mejor. Son que es eterno y entero, son que es mi sangre y mi religión.

Bendito son de la tierra que nace de mi tradición lleno de ritmo y sonido, mezcla de versos y amor. Repitiendo con rima su lema, repartiendo en el ritmo, el color y con la clave que es su bandera afina las fibras de mi corazón

(Estribillo)

Narrando toda la historia que vive mi tierra natal, bailado con gracia notoria, cantado con voz peculiar, divirtiendo las almas criollas va dejando sentado un patrón y sus tambores sonando a gloria llenarán los sones de mi inspiración.

(Estribillo)

Bailado con calma y apuro, los pasos de ayer y de hoy, cintura a golpe seguro se metió por donde voy. Si al morir me da tiempo un deseo y mi gente me da el adiós, que allí retumbe la voz de un sonero y vaya contenta con una canción.

(2001)

50 La culpa del guisaso

Tengo y bien la culpa del guisaso que no choca con mi cubanía, al atraso nunca le doy paso, porque busco, porque busco ir pa’lante, to’ los días.

Qué levantada me dio un buen sueño vespertino por haber leído el libro que un amigo me prestó.

Me guió a la comprensión propia del buen pensamiento y puso como elementos los de mi generación, narrándome como son bajo este sol y este tiempo.

Estaba todo tan claro cada cual con su perfil y poderlos describir con sabor y con sustancia, dando fe, luz y esperanza al cubano porvenir.

Pongo fichas en la mesa, doy la risa cadenciosa con la que el cubano goza. Casi siempre la pelea dando tragos, dando guerra, sin estoico apurillo la partida de ajedrez. Doy amor sin interés… y tomo ron con mamoncillo.

(2001)

51 Todo y más

Llegabas iluminando mi espacio cansado de rutina y desamor, con paso firme de andariega del tiempo, de olor, de vientos, de lluvia de sol. Y como copla de dulce melodía entonabas la húmeda ternura del que trae en sus manos la armonía de la canción que en mi alma se madura. Todo y más fuiste, eres y serás. Todo y más como el milagro más hermoso que exista. Todo y más, todo y más que llena de amor de verdad. Todo y más sin dejar de dar gracias a la vida, con ilusión el diario nos enseña el tenue sabor de la confianza. Se abrigan noche a noche las estrellas con la miel de tus labios en la danza y es la fe de lo puro y lo bello con que amanecemos cantando cada día. Sin dolores y rezagos de lo lejos con los trinos que desatan melodías.

(2004)

52 Con apuros y paciencia

En los sonidos busco dónde poner mi voz desperezando lo aburrido del diario, recuperando los minutos que lo engañoso me robó, caminando y repasando el calendario. Se me fue en el camino la tibieza familiar que siempre ocurre a todo ser humano. Pero sentí tu mano sosteniendo con pasión lo que para vivir se me hace necesario. Hay un lugar donde se unen nuestras tibiezas con el sol, donde se siembra día a día la ternura. Será un eterno agradecido el lucero tricolor que desde el fondo de la noche nos apura a convertir lo cotidiano lo más difícil del amor. En juego limpio con suerte y experiencia a decidir con honradez la alegría y el dolor y a ver la vida con apuros y paciencia.

Cada hora que camina, que madura en su estación, va creando la confianza necesaria. Se da gracias al destino que aunque un poco demoró y se olvida lo más feo sin nostalgia. Se divierte lo maduro que se hace juguetón, aunque tenga el reloj ya ciertas canas, no se mira al infinito falta mucho por llegar y es por eso que en fin, te necesito.

(2008)

53 Por todo, gracias

Tu sonrisa la vi adornando la fotografía que de niña prefería, de la Revolución.

Fue el día de tu boda de la mano de un rebelde con la boina, la coleta, vestido de verde como las palmas del corazón.

Tu vida se hizo alma de la profecía que la mujer libraría con la Revolución.

Fue despertando agosto con mil cantos de mujeres, con coraje, con ejemplo, orgullo y cubanía como las palmas del corazón.

Por eso, gracias, por eso adiós.

(2008)

54 Discografía

Versos José Martí, EGREM, 1975 Sara, EGREM, 1977 José Martí y sus intérpretes, NCL, México, 1979 Cuatro cosas, EGREM, 1982 La Nueva Trova cubana en vivo, Fonomusic, España, 1985 Cuatro cosas, NCL, México, 1986 Si yo fuera mayo, PM Records, 1986 Con un poco de amor, EGREM, 1988 Con apuros y paciencia, PM Records, 1990 Mírame, Caribe Production, 1998 Son de ayer y de hoy, CRIN, 2001 Sin ir más lejos. Homenaje a Marta Valdés, BISMUSIC, 2001 Cantos de mujer, BISMUSIC, 2004 50 aniversario de la partida del Granma, Veracruz, México, 2006 Cantos de mujer II, BISMUSIC, 2008 Sara siempre, EGREM, 2014

Participación en los discos del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC (EGREM, 1973-1975)

55

De sus discos

Si yo fuera mayo

¡Al fin este disco! Y explico el porqué de mi alegría. El ante- rior, Con apuros y paciencia, fue el disco que dio los pasos a la verdadera sonoridad que quería tener, con los músicos que me acompañaban y acompañaron por un largo período de trabajo. Después de cinco años pude sentarme y hacer un recuento mu- sical de lo que había y aquí está en canciones que he cantado con el corazón y que con el corazón les brindo. Si yo fuera mayo, además de ser un poema de un amigo, es ahora también un disco de amor y por ello agradezco a todos los que tuvieron que ver con él, todo el amor que pusieron en hacerlo. A mis músicos, a Diana, Lucía, Frank Bejerano (por partida doble), al doctor Moreno (además por el crédito), a to- dos mis amigos que no dejan de apoyarme y quererme en los momentos buenos y malos, especialmente a Pablo Milanés que con su confianza y cariño me demuestra siempre el verdadero sentido de la palabra amistad.

Sara González 1996

57 Mírame

Sin mentir, este disco ha sido como parir un hijo. Tiene ese momento tan hermoso en la vida de una mujer, similitudes (me- tafóricas por supuesto), y en mi caso de tan profunda emoción y sentimiento, que solo lo puedo comparar con eso tan importante. En un invierno inmenso por lo frío y por lo cálido a la vez, en la ciudad de Madrid, se dio esa fecundación tremenda gracias a la magia de viejos compañeros, de un hada madrina cubana (a la que adoro) y de nuevos amigos que llenaron de esperanza, fe y con- fianza mi trabajo artístico. Doloroso parto que se vuelve delicioso cuando se traduce en nuevas canciones, en trovadores hermanos que no dudan un momento en ayudarme a pujar y cuando al fin nace, comienza la etapa de verlo crecer, de asistir a su mágico desarrollo y de, como madre, agradecer que todo el mundo diga: ¡qué lindo está el niño!

Gracias,

Sara González Madrid, 1998

58 Son de ayer y de hoy

Yo empezaría recordando unas palabras de Fernando Ortiz don- de él se refería a que la cultura cubana es un gran ajiaco donde de la misma manera que en el bullón confluyen todas las viandas, fiambres, carnes con sazones y de todo, así también ocurre con nuestros ingredientes culturales. Es una cultura hecha de ele- mentos que fueron llegando a nuestra Isla, si tenemos en cuenta que uno de los elementos vitales, el aborigen, desgraciadamente desapareció. Nuestra cultura es joven, formada con toda la gente que pasó por aquí, los que se radicaron y los que no y es en ese ajiaco donde aparece el son, que quizás sea el género donde más elementos, como decía Don Fernando, confluyen, donde más se pone de manifiesto que fueron llegando de distintas partes. A la vez, el son permite traslucir no solo los elementos referen- ciales, sino que es suficientemente ilustrativo para que uno se dé cuenta de cómo y cuáles lo componen; tiene el poder de poner de ma- nifiesto cómo esos elementos están combinados de una forma diferente. El son tiene la virtud de que nació en manos del pueblo, no se le puede atribuir a un autor individual y ese pueblo, a lo largo de toda la Isla, lo fue marcando de matices, haciéndolo común y diferente, tiene las características de cada una de esas partes. Eso hace que sea tal vez el género cubano que permite una in- terpretación más democrática. Todos los que bailan son tienen un denominador común a la hora de marcar, pero todos lo bai- lan a su manera. El son siente una esencia a la hora de tocarse, pero hay matices en cada cual, lo tocan distinto, lo conciben distinto… “echa pa’ fuera”, permite verle el alma al artista. Hay un concepto que quiero dejar claro: el sonero, el que es capaz de interpretar el son con su visión, aunque no sea la más rancia visión que tengamos del género, toda visión que un ar- tista tenga del son y la proyecte es enriquecedora. No es necesa-

59 riamente sonero aquel que se ha pasado toda la vida cantando son, una persona que ha cantado montones de cosas a la hora de proyectarse en el son se conecta con la sonoridad del género, se expresa con los códigos trasluciendo su personalidad y ese hecho de abrirse y caer fuera de los dogmas o de los estereotipos que tenemos del sonero, eso lo enriquece, lo desencasilla y esa es la virtud de este disco de son fuera del estereotipo. Aquí hay canciones como la de Miriam Ramos, que como la propia Miriam me confesó, no se concibió como un son, pero es que el son tiene la virtud de que lo abarca todo, se deja conta- minar y contamina. La de Noel Nicola, que está llevada al terreno establecido por las orquestas tipo charanga, como lo haría la Aragón en su tiempo, que tuvo el gran mérito de sonear un chachachá que le dio más raigambre. No podían faltar sones clásicos, hechos a la usanza de los años 50: “La sopita en botella” y “A toda Cuba le gusta”. Son de ayer y de hoy es una visión muy contemporánea de la sonoridad y un homenaje que Sara les hace a los Van Van. Aquí Sara está planteando que no existe disyuntiva ni dicoto- mía entre la canción y el baile, el cubano baila y lo que baila lo canta. Los que hacemos canción cubana, cuando hay ritmo nos tenemos que preciar de que la gente se mueva; si la gente no se mueve, eso no tiene el sabor que tenía que tener. No existe una canción que tenga elementos de son pero que no sea bailable. Hay gente que piensa así… “quieren negro, pero no mucho”. “La culpa del guisaso” es un son de Sara muy a la rústica, en plan sucu sucu, donde hay elementos en el tres al estilo nengón. Si bien la letra, en su lenguaje, es muy contemporánea, la música tiene referencias muy antiguas. De “Son desangrado”, de Silvio, del cual hay versiones ma- ravillosas, Sara hace una interpretación magistral, sé que ella tenía necesidad de cantarla; es una canción interpretada con todo el desgarramiento que tiene el texto, llevada a son y sin embargo no conspira contra la efectividad del texto, que nos puede proponer el aire de son contra la seriedad del texto. Aparece Compay Segundo en un título de su autoría, “Te aparta de mí”. El lenguaje de aquellos años en el texto, con la participación de Sara, el segundo de Compay remarcan la época.

60 Los arreglos son imaginativos y la interpretación de Sara es muy desdoblada, porque da la esencia sonera en cada canción y la emotividad que cada una requiere. Desde una con un toque de humor, con su gracia, hasta una que entrañe dramatismo. Yo no sé si Sara es una cancionera o una cantante que entre otras cosas que hace, canta son, o si Sara es una sonera que entre otras cosas que hace canta otros géneros; no me preocupo en encontrar la definición, ya que con el trabajo de Sara gana el que la escucha por esa comunicación que tiene, y gana la música también, y gana el son, y gana todo lo que ella canta porque tiene la virtud de que todo lo que toca lo engrandece.

Pancho Amat Tresero mayor Febrero de 2001

61 Cantos de mujer Compositoras cubanas del siglo xx

La idea inicial era ya atractiva. Sara se proponía reunir en una muestra el espléndido quehacer de la mujer trovadora en la música cubana. Pero, como a la vez sentía deseos de incluir un viejo bolero mío, le sugerí que ampliara su alcance a otras compositoras y se remontara a los inicios del siglo xx, a Ernes- tina Lecuona y María Teresa Vera; que desempolvara también algo de Isolina Carrillo y Tania Castellanos de los años 40 o comienzos de los 50. Así empezamos las dos a tararear esto y aquello y a convencernos de que ya no podía ser otro el paisaje que el nuevo disco estaba llamado a delinear. Apreciamos en esta entrega un arco impresionante que va desde Ernestina Lecuona a Yusa, abarcando a las más recientes compositoras cubanas, Lázara Rivadavia, Liuba María Hevia, Marta Campos, Heidi Igualada, Rita del Prado; entre ellas a María Teresa, a Isolina, a Tania y a quien escribe estas pala- bras; poniendo finalmente un toque muy especial en la selección al incluir una canción amorosa de Teresita Fernández, un bolero de Miriam Ramos y un estreno de la autoría de la propia Sara. La idea inicial había sido atractiva, pero el resultado que po- demos hacer sonar felizmente, en este mismo instante, agranda su sentido al revelarnos el alma vigorosa de la mujer cubana puesta en música y letra por tantos caminos; cantos de mujer escondidos acaso con toda intención, como verdaderos tesoros al acecho de alguna Sara, de estas que solo nacen una vez en una isla única y saben cómo alumbrarlos con el corazón y con la voz para que perduren.

Marta Valdés Compositora e intérprete 2004

62 Adiós a una mujer de victorias

(...) Su primer disco fue la musicalización de una parte de la obra poética de José Martí. Siempre he valorado este disco como una obra que resume el resultado de un buen estudiante de música. Esta producción bien pudiera ser la tesis de graduación de cualquier buen alumno de música o de composición musical. En su segundo larga duración no solo confirma su condición de compositora, con un subjetivo tema como “Dame más”, sino también como intérprete. Allí la acompañaron autores de la estatura de Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Amaury Pérez, con los versos de Fayad Jamís y la antológica “Querida vieja”, del cienfueguero Lázaro García. Cuatro cosas fue su tercer disco, donde incluye quizás uno de sus más valiosos temas, su “Amor de millones”, ese hermo- so poema de Fina García que Sara musicalizara, dedicado a Haydée Santamaría, aquella inolvidable mujer, que como dice la poeta, solo perdió su última batalla. Ya en los tiempos de Guaicán, irrumpe con “Con un poco de amor”, donde interpreta a su forma muy peculiar temas que ya habíamos escuchado por sus autores, como es el caso de “El unicornio perdido”. En Con apuros y paciencia aparecen temas imprescindibles, como su versión de “A que te olvide” de Amaury Pérez, y el “¿Por qué cantamos?”, poema de Benedetti, musicalizado por Alberto Fa- rero. Le sigue Mírame, un disco muy intimista y que demuestra, sobre todo, su madurez como intérprete y compositora. Recorre desde Carlos Puebla hasta José Ordás, pasando por consagra- dos como Marta Valdés. La producción Si yo fuera mayo incluye una versión muy per- sonal de “Llover sobre mojado”, de Silvio, y “Detrás del roble”, de José Ordás, este último de un preciosismo enriquecido por su impecable interpretación. Después Sara grabó un fonograma dedicado al son de ayer y de hoy, y finalmente dos volúmenes

63 dedicados a un grupo de mujeres compositoras del pasado siglo, donde transita desde María Teresa Vera hasta las más jóvenes, Liuba María Hevia, Heidi Igualada, Marta Campos, y sin faltar consagradas como Tania Castellanos, Lourdes Torres, Beatriz Márquez, Ernestina Lecuona, Teresita Fernández, Marta Val- dés y la propia intérprete. Nos vino a la memoria aquella gira junto a Lucecita Benítez y Sonia Silvestre, aquellas apasionadas Mujeres del Caribe, y perpetuamos la noche en que interpretó su antológica “Victoria” en un teatro moscovita, que hizo poner de pie a los asistentes; la noche en que interpretó a capella el tema de Eduardo Ramos “Su nombre es pueblo” y finalmente ese Jardín de la Gorda que la identificó en sus últimos tiempos. Sara poseía un temperamento dinámico, y un carácter afa- ble, que se desbordaba en toda su proyección, dentro y fuera del escenario, como mujer de este tiempo. Una inteligencia emocio- nal que le permitía una comunicación efectiva con su público, con parlamentos cortos pero simpáticos y profundos a la vez, y utilizando como principal herramienta cantar con esa entrega que podríamos aseverar, sin lugar a dudas, era absolutamente profunda, sincera y abrasadora. Por ello encantaba en cada una de sus presentaciones.

Raúl Fuillerat Alfonso Web de Habana Radio 2012

64 Mucho se habla de ti

Ese tipo de música nos permitió explicar nuestras vivencias, cantar nuestras preocupaciones y decir lo que pensábamos.

Sara

Para Sara5 Víctor Casaus Poeta y narrador

De pronto uno descubre que la palabra de esta mujer, que la me- lodía y la risa y el humor de esta mujer te vienen acompañando a lo largo de media vida. Qué maravilla. Lo mejor –para ella, para mí que ahora lo cuento, para todos, que lo hemos vivido– es que se ha tratado de un asunto natural, tan natural como la cultura y como la vida misma. Las canciones que han pasado por la voz de Sara nos en- tregaron, en cada momento, un latido necesario, una pregunta imprescindible, una verdad compartida. Ese es probablemente el mayor elogio que pueda recibir un artista: que su obra transite por los instantes de su tiempo, que forme parte, impercepti- blemente, de la vida de sus contemporáneos y que desde ese territorio auténtico e inviolable se prepare para alcanzar la trascendencia verdadera. Sara la alcanzó, la continúa alcanzando, con su obra y con su vida, y por eso estamos aquí esta noche, para traducir en alto premio nuestra admiración y nuestro cariño. Podrían ofrecerse los datos y las cifras que pretenden resumir esa vida y ese trabajo. Decir, por ejemplo, que su obra personal conocida abarca una treintena de partituras recogidas en cua- tro LP de la firma discográfica EGREM y tres CD: Con apuros y paciencia, Si yo fuera mayo y su último trabajo, Mírame. El carácter multifacético de su quehacer artístico en el transcurso de los últimos años la ubica también entre los promotores de una vertiente satírica dentro del teatro musical. Ha llevado su voz y el nombre de Cuba a España, Santo Domingo, Polonia, México, Venezuela, Alemania, Holanda, Estados Unidos, Aus- tralia, Canadá, Francia, Puerto Rico, Tailandia, Italia, Argen- tina, , Portugal, Brasil, Corea, , Suiza, Noruega, Suecia, Irlanda… Pero esa información no puede abarcar, por suerte, una vida. Pueden agregarse títulos a esa lista, que quizás no se actualizó

5 Elogio escrito para la ceremonia de entrega de la Orden Félix Varela de Primer Grado, otorgada por el Consejo de Estado a Sara González, 20 de octubre de 2001.

67 en la última semana, puede añadirse un país olvidado, y no sería suficiente. Por eso prefiero ahora, con ustedes, verla llegar al Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC en 1972, a repartir la clari- dad de sus ojos entre los presentes y a demostrar, en las clases, los ensayos y las grabaciones, que traía una voz apasionada, dúctil e indomable a la vez, al territorio fértil de la canción cubana. Allí, junto a aquellos locos magníficos –convocados por Alfredo Guevara con un hábil pretexto: hacer música para el cine– integraría esa vanguardia de nuestra cultura que después conoceríamos como el Movimiento de la Nueva Trova. Esa historia pertenece a la cultura cubana y Sara pertenece a esa historia, que se nutrió con la imagen, la generosidad y la valentía de Haydée Santamaría, desde la Casa de las Américas, para consolidar una manera de decir y de hacer que, como todo lo nuevo en la cultura y en la vida, debía derribar prejuicios, desatar trabas y abrir los cauces imprescindibles para la poesía, la belleza y la comunicación. Las canciones de Sara –como las de los principales integrantes de aquella vanguardia artística: Silvio Rodríguez, Pablo Mila- nés, Noel Nicola– asumieron entonces, desde la autenticidad y el talento, el reto de la comunicación inmediata y del ejercicio de la épica en los grandes hechos históricos y en la acción cotidiana. La poesía y la música, puestos al servicio de un medio –el cine– que les determinaba los temas, salieron airosas, a punta de talento y de autenticidad, dejándonos para la memoria de la cultura, por ejemplo, aquella reconstrucción del programa del Moncada (“su voz llenaba el salón / solo quien fue tan herido / la patria humillada ha visto…”) en que se desgranaban los temas sociales, considerados tantas veces como áridos y difíciles de traducir a los lenguajes del arte. Ahí reside posiblemente la explicación para la maravilla de ese misterio: aquellas canciones no pretendían traducir la historia a otro lenguaje, el del arte, sino que fundían en sus palabras –con “sangre del corazón y de la verdad que entraña”, como diría la propia Sara– las esencias de ambas expresiones de la creación humana, haciéndolas una sola, compleja e intensa, llena de retos, riesgos y búsquedas. Por eso hoy, casi treinta

68 años después de concebida esa canción y más de cuarenta de transcurrido el hecho histórico al que se refiere, puede vibrar la voz de la trovadora hablándonos de los “campesinos que en la Sierra / amada y ajena sudan” y de “los pobres de la tierra” a los que “no le iban a decir: te vamos a dar / sino: tienes aquí, / lucha con toda tu fuerza / hasta vencer o morir”. Entre las imágenes de mi antología personal de la nueva trova –esa que cada uno construye con sus recuerdos, gustos y experiencias– está Sara, levantando a un auditorio, en Cuba u otro país, arriesgando su canción, sin música, apuntalada solamente (¿solamente?) por aquella voz dúctil e indomable de que hablaba, para recordarnos que “a los héroes se les recuerda sin llanto, y que viven allí donde haya un hombre / presto a luchar, a continuar”. Esa identificación, ese amor a los momentos, las esencias y los símbolos de la Revolución Cubana, loado y confesado por la trovadora, han convivido, conviven, en su obra y en su vida con otros amores, igualmente intensos, admirables y auténticos. Gracias a ello, hemos podido disfrutar, al mismo tiempo, con Sara, su invitación a “saborear una trovada” y su declaración de principios sobre los orígenes de su tradición musical, su elo- gio del son, ahora llevado a uno de sus más recientes discos, y presente, desde siempre, en su interpretación deleitosa. Si fuera necesaria una imagen para probar esta verdad, ahí está Sara, hecha pasión y hecha sabor popular, sobre un escenario:

Rompe este coco toma saoco trina como un sinsonte temprano dame tu abrazo, toma este beso y no le pongas precio, mi hermano.

Y para confirmar lo que nos dice su canción, estaría también su palabra hecha conversación, llena de sabiduría y de humor, con la que ilumina las tertulias de su terraza: “Yo digo que el son es mi raíz y al que pretenda devaluarme le propongo que traiga a Bach… a ver si puede repartir güiro, tumbadoras, claves, bongó e inspiración en cuatro voces”.

69 Lo mejor de esa declaración posiblemente sea que proviene de una artista que hizo “primero los estudios de viola en el conservatorio y después en la Escuela Nacional de Instructores de Arte donde además de diplomarse ejerció el profesorado de guitarra y solfeo”, como señala alguna nota biográfica. De modo que, entre otras riquezas y complejidades admi- rables de su vida y de su obra, también puede señalarse que Sara proviene de la enseñanza artística diseñada y puesta en práctica desde los años iniciales del triunfo revolucionario, y que a ello sumó, para nuestro disfrute, los valores esenciales de la expresión del pueblo. De esa fusión hermosa y difícil entre lo culto y lo popular se ha nutrido la obra de muchos creadores cubanos a lo largo de nuestra historia. He compartido, durante estos años de juventud intermina- ble, como los llama un amigo que admiro, la manera en que Sara ha multiplicado su talento y su pasión y los ha repartido generosamente entre todos. También admiro que ese proceso creador intenso que esta noche se premia aquí, se haya produci- do, apasionadamente, dentro de una vida vivida igualmente con pasión, con honestidad, con diafanidad y con coraje, en esos territorios que, solo para entendernos, llamamos social y personal, y que son, hoy lo sabemos mejor que nunca, los rostros de una misma identidad. Sara querida, hermanita del alma, hace pocos meses te vi llegar, repartiendo la claridad de tus ojos, a un patio de La Ha- bana Vieja, donde se inauguraba la exposición Gracias por la música, de nuestra amiga Diana Balboa, y allí probablemente, entre aquellas imágenes y aquellas canciones, se empezaron a escribir estas palabras de cariño y admiración que esta noche te regalamos, entre todos los que creemos contigo, “con apuros y paciencia”, que “hay un lugar donde se unen nuestras tibiezas con el sol, / donde se siembra día a día la ternura”. Estamos, Sara, contigo en ese lugar, que es nuestro, por suerte y para siempre.

70 Elogio de Sara González6 Nancy Morejón Poeta y ensayista

Tal vez como un surtidor, o como la cigarra de las fábulas, Sara González es una leyenda de la trova cubana sin condición ni tiempo. Basta escuchar su voz junto a una simple guitarra o a cape- lla, en medio de la multitud con sus antorchas iluminando la ciudad, para conocer lo que es el amor a nuestras cosas y lo que significa un gesto heroico que Sara nos devuelve a todos en su más incondicional amor a la Patria. Junto a Pablo Milanés y Silvio Rodríguez, con esa voz más grande que nosotros mismos, que tantas veces nos ha estreme- cido –y ha logrado ponernos la carne de gallina–, Sara González ostenta un explosivo sello de simpatía que la hace tan cercana, tan auténtica y vital que solo ella puede transportarnos de un firme grito de victoria hasta el coro terrestre y celestial de esos sones montunos entonados por los abuelos imborrables en su alegría contagiosa. Dueña de un increíble dominio de la impostación, algunos crí- ticos la han considerado una de las grandes voces de la canción latinoamericana. Otros han intentado definirla como “la Joan Báez cubana”. En Río de Janeiro, de Hollanda la comparó con Nara Leão y con Ellis Regina. Atinó Chico al precisar: “Estoy comparando mal porque Sara es única”. Y pronunciando estas palabras Chico estaba más que seguro de que Río de Janeiro –cuna de tantas tutelares de la música brasi- leña– amaría a Sara González, porque “Sara arrasa”. Con su tremendo poder de comunicación, solo Sara es capaz de provocar reacciones animosas y fuertes en un público tan exigente como lo es el público cubano. Porque en esta cantante hay una cubanía que nos alcanza a todos y que perdurará, sin concesiones ni falsa demagogia, en la memoria de sus contem- poráneos y en la de infinitas generaciones por venir.

6 Palabras para la entrega del Gran Premio de Cubadisco por la obra de la vida, La Habana, 4 de abril, 2001.

71 Alta y robusta; rubia y de ojos azules; negra ancestral de América, sencilla, original –en julio como en enero–, Sara ha ejercido su arte sin que ninguna moda, sin que ningún comer- cialismo hayan podido devorarla o arrastrarla al abismo de la imitación impune, o desvirtuar la esencia de su expresión que es su vida y es la nuestra, hecha por todos y para todos porque “el arroyo de la Sierra la complace más que el mar”. ¿Quién no ha vibrado de emoción ante sus cantos a favor de las mejores causas del siglo? ¿Quién no se ha muerto de la risa frente a su carcajada y esa jarana cómplice que todos hemos podido descifrar alguna vez? Sobre montes y llanos –entre gua- jiras y pregones–; en plazas abarrotadas y parques atestados; en cuadras y tarimas; en alamedas y trincheras; en bares y tertulias caseras; en teatros de aldeas medievales; en cada uno de los barrios de su Habana natal; en Baracoa o Venecia; en Manhattan o Barcelona; siempre habrá Sara y su voz; siempre habrá Sara y su talante victoria y su nobleza y su deslumbrante hidalguía, esas que nos conmueven sin cesar y aún nos convo- can cada día.

Pues Sara, no hay dudas, nos eriza la piel y “nos levanta del asiento” como buenos receptores de todos lo que ella es capaz de trasmitir (...) esa cubanía que acompaña a Sara (...) a veces como una delicada yagruma; otras veces como una delicada ceiba y casi siempre como un indomable ciclón.

Pablo Milanés, 1991

Una potente voz y una personalidad al servicio de la inter- pretación le dan a esta mujer la llave maestra para tocar las fibras sensibles del público.

Gabriela Bruzos, periódico La Razón, Argentina, 1991

72 Sara, una cantante renovadora Chico Buarque Compositor e intérprete

Considerada internacionalmente –aval concedido por la revista Newsweek– la voz femenina más importante de la Nueva Trova cubana (...) Sara es la intérprete de canciones que hablan de amor y política con poesía admirable y rica música. De su voz nacen grandes momentos de belleza interpreta- tiva (...) Es también compositora y la principal cantante del movimiento que renovó la música cubana. Ella sería la Ellis de Cuba, mal comparando, porque Sara es única.

O Globo, Brasil, 1987

Su voz potente, de buen timbre y amplia coloratura. Su repertorio abarca no solo una dilatada gama de la canción cubana, sino también de otros ritmos internacionales, en especial de Latinoamérica. Realiza su interpretación con una pasión casi desmedida, que suele poner en pie el au- ditorio (...). Y esos atributos, sin dudas, han hecho de Sara González una de las figuras más destacadas de la música cubana en las últimas décadas.

Revista Cuba Internacional, 1999

Caco Senantes, compositor y entrañable compañero de los trovadores cubanos, calificó a Sara como “militante ante la vida y el arte, el amor y la creación”, y destacó su fuerza escénica y calidad profesional.

Pedro de la Hoz, periódico Granma, La Habana, 2001

73 Sara, la cubanía Luis Castellanos Actor

Sin dudas, Sara fue una de las intérpretes más fieles a la cuba- nía en la música que ha dado nuestro país. Para comprobarlo no hay más que remitirse a su discografía, pues no es que cantara “La bayamesa”, ni “Quiéreme mucho”, sino que en lo que hacía iba la esencia misma de nuestra música y nuestra idiosincrasia. No la oí nunca interpretar algo que no estuviera lleno de la esencia musical de nuestras propias raíces, eso sí, casi siempre con un marcado color político, que sería falso no resaltar. Por mi parte, tuve la oportunidad de cantar con ella en la comedia musical Cuéntame tu vida sin avergonzarte, una espe- cie de A chorus line a la cubana, que escribieron y dirigieron Virulo y Albio Paz hace algunos años, en la que fui invitado a participar. La obra terminaba con un hermoso tema de Virulo que ini- ciábamos Sara y yo cantando a dúo, y aquí tengo que reseñar un hecho que me atañe y a ella también. El asunto es que el tema en cuestión yo debí grabarlo a la vez que lo conocía en el mismo estudio. A mí siempre me ha sobrecogido un estudio de graba- ción, más que un teatro lleno de gente, y si a eso sumamos que estaba prácticamente comenzando a destacarme como actor o, en fin, como comediante musical que nos decían, como se dice colo- quialmente hablando, me di una trabada que “no daba pie con bola” con la canción. Cuando no se me olvidaba, entonces me desafinaba o cualquier otra cosa que denotaba mi inexperiencia en ese campo tan atractivo y difícil como es la grabación. Sara, por supuesto, se sabía la pieza y si tenemos en cuenta su experiencia en el medio, pues ya tenía una carrera como cantante con mucho prestigio y un nombre muy cimentado en la canción, no tenía dificultad alguna para interpretarla, además de estar acostumbrada a trabajar junto con el equipo que dirigía la obra (ella y Virulo eran grandes amigos). Todo me hacía sentirme muy sobrecogido, aunque lo disimu- lara con cierta autosuficiencia de inexperto. En una situación como esa, Sara nunca me hizo el más mínimo gesto de superio- ridad, ni de incomodidad con mi dificultad en la grabación, ni

74 tampoco tuvo una actitud amadrinadora, de una persona que trata de aconsejar a otra con un aire de suficiencia, a veces más humillante que cualquier otra actitud. Con gran profesionalidad se mantuvo repitiendo la canción hasta que me la aprendí y al final salió un dúo muy bonito, que dicho sea de paso no sé a dónde fue a parar, cosa que lamento mucho, pues es un recuerdo que quisiera conservar, como sí conservo una foto juntos que salió en la prensa.

Madrid, 26 de marzo de 2014

Sara González es hoy una de las grandes voces de la canción latinoamericana. Los críticos musicales Bert de Coteaux y Mike Berniker la llamaron “la Joan Báez cubana” después de verla actuar junto a Kris Kristofferson, Rita Coodlidge, Stephen Stilis, el CDS Jazz, el grupo Irakere, la orquesta Aragón, el Fania All Stars y Wilfrido Vargas, en un impor- tante festival musical (...), fue uno de los más importantes momentos del festival. Poseedora de una maravillosa voz y un gran sentido rítmico, proyecta fuerza y vitalidad al cantar.

El Reportero, San Juan, Puerto Rico, 1999

Demostró su capacidad para desarrollar progresivamente un concierto, basado en los tres discos diferentes hechos en los cinco últimos años, con obras de la Nueva Trova, el fee- ling (a partir de la notable obra autoral de Marta Valdés) y el son (“como yo lo entiendo”), en el que abundó la calidad y hasta la sorpresa, como fue su interpretación de “La culpa del guisaso”, basada en El vuelo del gato, novela de Abel Prieto, en tiempo del pinero sucu sucu (“que creo que es el ritmo que más le pega”).

Omar Vázquez, periódico Granma, La Habana, 2001

75

Mi amiga Sara

Los extraño, espero compartan aunque sea un poquito de lejos este sentimiento de gratitud que les debo.

Sara

Sara, simbiosis de garganta y corazón Pancho Amat Tresero mayor

Tuve la suerte de estar en el lugar correcto a la hora indicada. Era una tarde de marzo de 1973 y en los estudios de grabación del ICAIC, un grupo de músicos nos empeñábamos en grabar varios temas inéditos de algunos trovadores, con vistas a un próximo concierto. Allí la conocí. Recuerdo claramente la profunda impresión que me dio aquella simbiosis entre garganta y corazón, que para mí resultaba todo un descubrimiento. A partir de aquel día, quedó fijada para siempre en mi memoria la imagen de aquella mujer toda emoción, a la que le brotaba el alma por la boca, mientras en uno de los versos de su canción nos decía canto y llanto de la tierra, canto y llanto de la gloria. Así empezó nuestra amistad, entre canciones y actos de fe. En la medida que me fui acercando a su mundo empecé a descubrirla como ser humano. Debo reconocer que bastó con que hablara con ella solo un par de veces para verle el fondo. A través de aquella transparencia total que acompañaba cada uno de sus actos en la vida, empecé a quererla como a la hermana que nunca tuve. Vivo convencido de que ella también me quiso mucho, porque nunca nadie se ha atrevido a hurgar en lo más hondo de mis sentimientos y hacerme ver sus puntos de vista de la manera en que ella lo hizo, eso que comúnmente llamamos darnos un consejo, y que cuando es con absoluta sinceridad se convierte en una de las más puras muestras de amor y respeto. Hasta mi imagen de sonero con sombrero y barbilla a ella se la debo. Con los años, sin darme cuenta, me fui acostumbrando a su presencia, tanto dentro como fuera del escenario. A veces pasa- ba meses sin verla, pero me alegraba saber que estaba ahí, toda

79 energía, y entonces empezaba a hacer planes para concretar un encuentro. Atesoré junto a sus canciones muchos de sus chistes, que siempre cuento por ahí cada vez que me dan una oportunidad, obligado a darle siempre los créditos como autora, porque de no hacerlo, de todas formas todos se darían cuenta a las claras de dónde los he sacado. Un día me llegó la noticia de que su salud estaba muy que- brantada. Canté en mi interior “amor mío no te vayas”, pero la suerte estaba echada. Cuando partió, el mazazo fue tan violento que me inundó el “llanto de la tierra”. Luego, por esa necesitad vital del ser humano de seguir adelante, me he hecho acompañar de sus canciones como para sentarla a mi lado y tenerla siempre al alcance de la mano. Ante la guerra con que a veces se nos presenta la vida, yo vivo con el orgullo de haber obtenido “la victoria”, que fue haberla conocido.

La Habana, 24 de mayo de 2014

80 Entre Sara y yo Sigfredo Ariel Poeta

Nos presentaron en la Casa de las Américas y esa misma noche fuimos a dar al hotel Sevilla para continuar una descarga de música y poesía con un montón de gente y comenzar, ella y yo, una conversación que no tuvo término. No sé muy bien cómo estoy sentado en la salita de Sara al lado de Annia Linares oyendo un disco de Ellis Regina. Son los primeros años de los 80 en los que Sara anda cantando por ahí, dondequiera que llega, una canción que acaba de componer: “Amor mío no te vayas / que no quiero verme sola otra vez. / Amor mío no te vayas / que lloro”. Es mediodía y es el barrio de Cayo Hueso. Aparece por fin, con una gran camiseta blanca. En las manos café dulce, claro y horrible. Después trae aguardiente sublime: “Tienes que ir dejando de hacer esas muecas, niño”. En su apartamento de San Rafael entran y salen personas todo el día, en especial, jóvenes de los 80. Roban sus discos, comen su comida y se quedan hasta la madrugada. Sara es la mejor gente que puedas imaginar, todo el mundo lo dice. Cuando logró tener unos equipos de amplificación de sonido los prestó a todo el mundo. Siente predilección por los que no tienen dónde caerse muertos. Así va a ser siempre, pregunten a músicos, cantantes y trovadores. Antes, para mí, como para la mayoría, Sara había sido un disco. No un rostro con un cuerpo, porque no era frecuente que apareciese en televisión, a no ser en fechas de conmemoraciones revolucionarias. La portada de aquel long playing es un dibujo de su cara, cantando, en sepia, indescifrable si no la conocías. Me sorprendió que en una misma placa mezclara canciones de amor con números épicos, como su famosa “Girón: la victoria”, “Su nombre es pueblo” (“A los héroes se les recuerda sin llanto”), de Eduardo Ramos, un par de piezas de Amaury Pérez referidas a la emancipación latinoamericana y “La guitarra”. A cuanto cantaba le imprimía un fervor, me parece, hasta entonces inédito, aunque Omara Portuondo la antecedió en divulgar en los medios de comunicación un repertorio políticamente compro- metido, a base de “Por los Andes del orbe” y “Ángela Davis” de

81 Tania Castellanos, “La era está pariendo un corazón”, de Silvio Rodríguez, o “Siempre es 26”, de Martín Rojas. Pero Sara es Sara y no se parece a nadie. Su exaltación tiene poco que ver con la técnica y la vigilia de una intérprete-intérprete, sino con una entrega sencilla, es decir, total, al texto de la canción. Al texto le concede un protagonismo fundamental, quizás porque era lectora voraz. Buen ejemplo es su primer disco, siempre difícil, prácticamente imposible de conseguir, con versos de José Martí musicalizados por ella y arreglados por músicos tremendamente buenos que hubiera sido su mejor carta de presentación al gran público si hu- biese sido difundido en su momento. Impecable en lo musical, raro, francamente novedoso en aquellos años. La recuerdo cantando con su guitarra algunos de los trabajos suyos con líneas de Martí, y luego “El tiempo, el implacable”, de Pablo Milanés, después de “Rabo de nube” o “Unicornio”, de Silvio –por entonces canciones muy recientes–, seguir con un viejo bolero, burla-burlando (“Quiero hablar contigo antes que te vayas…”), pero muy serio en el fondo, porque le encantaba, y una guaracha o un son, cuando a casi nadie se le pasaba por la cabeza que fuera posible tal ajiaco en una misma noche, en El Caimán Barbudo, de la calle Paseo, luego en el Café Cantante del Teatro Nacional, o en la Quinta de los Molinos, donde fui a verla tantas veces en su temporada de “La saración”, ya con el grupo Guaicán y las hermosas canciones que comenzaba a escribir Pepe Ordás pensando en su voz. En este momento ella me contradice: nada de eso, esas eran vivencias de Pepe, reales todas, de verdad. Yo solo las canto. ¿Verdad que me quedó linda “Detrás del roble”? Por el año 84, el cassette Cuatro cosas bien, en el cual ella aparece detrás de un bosque de flores de mariposa, acompañaba al joven que fui, bastante trashumante, por mil lugares y per- sonas. Hice copias para varias estaciones de radio y para los amigos. Las “cuatro cosas” de la canción de Noel Nicola que a muchos Sara nos descubrió –“un sueño, una guitarra, un buen amor, un viaje aunque sea solamente un viaje hasta la esqui- na”–, parecían bastarnos para andar por el mundo. Y durante años nos bastaron, realmente.

82 Un día alguien me comentó que Sara había comenzado una “relación seria” con Diana Balboa, que era una muchacha que yo había visto muchas veces, siempre muerta de risa, entre piedras de litografía, tórculos y artistas de toda edad y laya en el Taller de Grabado de la Plaza de la Catedral. Las comencé a ver juntas por todas partes, lo cual significaba, si no un desafío, sí un acto de valentía, porque no era común entonces hacer público un vínculo sentimental que no fuera, digamos, usual. Habrán paga- do precios por ello, claro está, a suspicaces e intolerantes. Pero ellas eran felices, eso se veía, y se vio durante años y años. Nos encontrábamos poco, pero recuerdo haber hablado con ella cada vez que presentaba un disco nuevo (dos, tres, si acaso en diez o doce años), y el CD que le produjo a Teresita Fernández que, inconcebiblemente, apenas había entrado a los estudios. Mediados los años 90, Sara comenzó a tener resbalones de salud. Nos acercamos otra vez durante una serie de actuaciones que hizo en el hotel Inglaterra y enseguida continuamos con- versando sobre nosotros mismos, vaya tema socorrido. Y de mú- sica, claro. Se sometió por esos días al enorme sobresalto de hacer un concierto con obras de Marta Valdés y un par de años después grabar un disco bailable en el cual incluyó el chachachá que compuso –“Un beso más”– y su guarachita sucu-sucu “Por culpa del guisaso”. Bailaba maravillosamente bien. Me impre- sionó verla en silla de ruedas, con Diana auxiliándola, no sé cómo, con qué força estranha una tarde, en el Palacio de Con- venciones. Seguía diciendo cómicos disparates, haciendo planes, castillos en el aire, aunque algunos, en la tierra, afortunada- mente, consiguió levantar. En Diana tenía su gran cómplice, su interlocutora constante, también una especie de mecanismo de control cuando se desbocaba su irrefrenable vocación gregaria, por ejemplo. Su convicción política hacia el socialismo cubano, que era férrea y algo gruñona –con su apego, o mejor, si quieren, su pasión por Fidel Castro–, no le impedía a la larga comprender matices, razones, o convicciones políticas ajenas a la suya. Con sus amigos varones ejercía una vigilancia maternal, más que de hermana. Es mi experiencia. Le encantaba escuchar el relato de intrincadas cuitas amorosas, echar consejo sobre las insegu- ridades incurables de uno, regalar cosas materiales y agradecer

83 una y otra vez los mismos favores recibidos; enterarse de lo que uno iba escribiendo y leer lo que publicaba. Amaba como una niña las celebraciones de cumpleaños –verdaderas jornadas de jubileo– y pasar en fiesta todo el día de la Nochevieja, con el consiguiente “pique”, a partir de mediodía, el primero de enero. Nos supimos muchas cosas locas de los dos; me contó y le conté acontecimientos medio olvidados e historias tristes, de las que uno procura no acordarse. Nos reímos de muchas cuestiones, personas, y de nosotros mismos. Eso ata a la gente con lazo fuerte y lleva a la amistad con rienda tesa, como dice un bolero de Arsenio Rodríguez. Estuve con ella en ensayos y conciertos, concursos y rumbas; también en varios ciclos de playa en Jibacoa y en numerosísimos días, tardes y noches en el penthouse de Línea y 10 oyendo a la Burke, Alcione, Eliane Elías, Yerbabuena, sones, jazz o lo que fuera; discos conocidos y desconocidos, lo nuevo que iban haciendo viejos, nuevos o próximos amigos. Intercambiamos afectos de personas que han durado y felizmente duran. Les debo a Sara y Diana la cercanía de personas extraordinarias. Pucho López fue de los seres preferidos de sus últimos diez, doce años. Era su semejante. Compartían un idioma zumbón, articulado con chistes, anécdotas y palabras sobreentendidas. Él la condujo por sus últimas músicas, amparándola respetuo- samente. Así hizo sus discos con canciones de mujeres prodigio como Ela O’Farrill, María Teresa Vera, Ernestina Lecuona y Radeúnda Lima, apenas cuatro de una veintena gloriosa, de muy distintas edades y de todos los géneros de la música cubana. Pucho escribía las orquestaciones no solo al gusto de Sara, sino en la medida justa de su voz, que ya no era la de décadas atrás. Se admiraban profundamente y se disfrutaban tal como eran, lo cual es rarísimo. Quería cantar algún día “Campanitas de cristal”, del boricua Rafael Hernández y el songo de Juan Formell que dice “si no hablo de ti me muero / mi son para ti va entero”, que la hacía llorar. Soñó con instalar un estudio de grabación en una pequeña habitación contigua al Jardín de la Gorda, sobre todo, para ofre- cerlo a quien lo necesitara y con un modesto espacio cultural en unas ruinas inútiles que al parecer van a ser eternas.

84 No tuve coraje para verla en el hospital. Pensaba que nos vol- veríamos a encontrar un buen día. La había visto reponerse de dolencias muy graves. Yo iría a su casa, ella me reñiría –quiero decir me insultaría– como otras veces y luego, con un añejo en la terraza o donde fuera, seguiríamos nuestra conversación intermi- nable. Cuando partió, yo estaba lejos de Cuba, sin plan próximo de regresar. Me parece mejor, en el fondo, no habernos despedido. No lo haré. Cuanto tiene que ver con Sara siempre me provoca alegría. En muchos momentos ella aparece en mis asuntos porque no me he desligado nunca de los asuntos suyos. Pensé escribir ahora “Diana lo sabe”, pero sé que la voy a oír, burlona, decir para res- tar gravedad o exceso de sentimentalismo: “Sí, niño, Diana sabe más de lo que le enseñaron”. O algo así, por el estilo.

La Habana, 23 de agosto de 2014

85 En aquel breve instante del año 72 Augusto Blanca Cantautor

Nunca me podré referir a Sara como pasado, siempre para mí será presente y futuro. Sin embargo tendré que obviar este detalle para remontarme a cuando la conocí hace 42 años… En diciembre del año 1972, en la ciudad de Manzanillo, nos habían congregado, por parte de la UJC y el Consejo Nacional de Cultura, a un grupo de jóvenes trovadores para lo que iba a ser la primera reunión con el propósito de crear un movimiento donde se agruparan los jóvenes trovadores que, en distintas partes del país, veníamos haciendo un tipo de canción “compro- metida, distinta, rara”, y a su vez le pusiéramos un nombre a dicho movimiento y nos trazáramos una especie de “estrategia” por la cual dirigir nuestros objetivos. Recuerdo que aquella primera reunión se convocó en el segundo piso de un edificio frente al parque de la hermosa glorieta manzanillera y allí, en una larga mesa pulimentada, agendas y lápices en mano, nos sentamos aquel primer grupo de trovadores. De repente, en una de las cabeceras de aquella mesa descubrí unos intensos ojos azules, hubo un momento en aquella mañana que se cruzaron nuestras miradas y ella tomó la iniciativa de hacerme un saludito con uno de sus dedos… Yo le correspondí con una risita timidona y entrecortada, ya que Sara era la de Los comandos del silencio, y yo un simple trovadorcito de pro- vincia, pero por esos misterios indescifrables de la vida, en ese breve instante supe a ciencia cierta que nuestra amistad iba a durar siglos. Recuerdo que nos albergaron en una especie de villa deporti- va (Club 10) y esa misma noche, en medio de la euforia ronera- trovadoresca, a modo de “bromas pesadas” empezamos a lanzar a todos a una piscina que más bien parecía “la laguna negra del monstruo”…, y allí fue a parar Sara también. Nadie sabía que ella era asmática y terminó la fiesta en el cuerpo de guardia del hospital (realmente ella cuando iba cayendo en aquella agua gelatinosa y verde balbuceó algo así como: ¡coño, que yo soy

86 asmaaaa… glu glu glu… Pero ya era demasiado tarde), pero al otro día estaba entera y con ganas de seguir “descargando”. Aunque en toda esta etapa yo vivía en Santiago de Cuba, cada vez que venía a La Habana o en los innumerables encuen- tros y festivales de la trova (ya Movimiento de la Nueva Trova, desde el 73) nos veíamos y nos cantábamos nuestras últimas canciones (y nos dábamos nuestros correspondientes ronazos). Tuve la dicha de compartir con ella su primer viaje al extran- jero, junto al Grupo Manguaré, y montamos varios temas que desde entonces no dejamos de cantar. Aquel viaje a Italia –1975– fue como nuestra consolidación como hermanos-amigos. Nunca me he divertido y he aprendido tanto en una gira como en esa ocasión, solo verla meterse el público en el bolsillo a los dos segundos de empezar a cantar con aquel dominio del escenario, su impresionante voz y su manera de interpretar, su simpatía… era la verdad y la entrega en cada concierto y lo mejor de todo… era incansable. Recuerdo que cada vez que cantábamos a dúo la “Trovada uno” (matamorina-sindogareana), se me ponía bizca y yo tenía que hacer tremendos esfuerzos por no soltar la carcajada. En una ocasión, en uno de los temas en que la acompañaba, y ella tocaba las claves, en un momento de la canción ella puso las claves en el piso y yo, pensando que iba a resolver un problema, les di una patada para atrás para que no estuvieran en el piso y ella, al ver aquello, entre frase y frase de la canción se viraba y me decía: “¡Búscamelas maric…!”; cuando logré entender que había “metido la pata” me puse a buscar las dichosas claves entre los pies de los manguarés hasta que las encontré, y (otra metedura de pata) voy y le digo: “¿Estas...?”. Se podrán imaginar la cara que me puso. En fin, pudiera estar horas hablando de mi gordita, realmente el privilegio que me regaló la vida de haber estado en muchos momentos alegres y difíciles, los cuales compartimos, como aque- llos pollos que muchas veces, en la década de los 90 –período es- pecial–, ella y Diana traían a mi casa, cosa que hacían para que la dulce viejecita (mi suegra Consuelo) se alimentara también, o la mitad de la leche en polvo que conseguían. Eso sí… me llevaba a paso de conga y no perdía oportunidad para darme tirones de oreja cuando veía que incurría en alguna

87 “guajirá”, como solía decir. Realmente le agradezco todos estos “bofetones de cariño que me dio”. Pasando los años me doy cuenta de que en todos tuvo razón. Estoy seguro de que hay muchos amigos, ¡muchísimos!, que tienen cosas que decir, aunque pienso que por mucho que se hable de ella nunca será suficiente, porque el reparto de amor de Sara hacia los demás fue casi por sobredosis. Por último quiero referirme a una prueba de amor tremenda que recibí por parte de mi gordita. Resulta que iba a cumplir mis sesenta años, y confabulada con un grupo de trovadores y amigos, a espaldas mías, me arma- ron un “cumpleaños” en su Jardín. Consistía en que trovadores y trovadoras de recientes generaciones se aprendieran diez de mis canciones, y aquella tarde de mi cumpleaños, sesenta a mansalva me las dispararon al corazón. Al final, ella reía feliz de lo feliz que me veía. Terminamos cantando “Poblina de las serenatas” a dúo, y en medio de mi sorpresa y los globos y la piñata, mi gordita me dio el beso más dulce y generoso que recibí de ella. ¡Y mira que fueron muchos! Por esto y mucho más, nunca me podré referir a Sara como pasado; siempre para mí será presente, futuro, pues por esos misterios indescifrables de la vida, en aquel breve instante del año 72 supe a ciencia cierta que nuestra amistad iba a durar siglos… Y así será.

Junio 2014

88 La Sara que recuerdo Marilyn Bobes Poeta y narradora

Conocí a Sara a través de mi amiga Olga Marta Pérez un 31 de diciembre de no recuerdo qué año. Lo que sí estoy segura es que fue después de este nuevo milenio. Tarde, le dije hace unos días a Diana Balboa, y quizás ella no entendió lo que le estaba diciendo. Porque no le expliqué que me hubiera gustado ser amiga suya desde los tiempos del Grupo de Experimentación Sonora cuando su voz me hizo comenzar a admirarla y, de cierto modo, a quererla, como me sucede siempre con los músicos que conforman mi panteón particular: Silvio, Pablo, Los Beatles y Queens, entre otros muchos a quienes considero mis amigos por el simple hecho de que existen o existieron en la complicidad que ahora me ofrece la nostalgia. Siempre he pensado que la relación entre un artista y su receptor es también una relación de amistad. El caso es que Sara González y yo teníamos muchos amigos comunes. Lo pude comprobar aquel 31 en aquella amplísima terraza de su penthouse del Vedado donde pensé sentirme como una intrusa cuando, de pronto, la fiesta se llenó de caras cono- cidas y de gente buena, como eran las que visitaban a la autora de “La victoria” y la siguen visitando ahora a través de Diana. Sara misma me trató como a una vieja amiga y pude darme cuenta aquella noche de que ella era una de esas personas capa- ces de encantar hasta a las serpientes. De esas que derrochan su simpatía y su carisma en todo lo que hacen, como si estuvie- ran siempre en el escenario o, más bien, como si el escenario y el lugar que habitan fueran la misma cosa. Ella era una mujer auténtica. Y esa es una de las virtudes que más valoro, junto a la lealtad. Y las dos cualidades poseía aquella que cantaba desde sus emociones, dando a su voz todo el mundo apasionado que muy pocos pueden trasmitir porque eso solo lo consiguen los grandes. Sara era eso: grandeza y corazón, y solamente de esa manera puede calificarse la gran poesía tanto de sus com- posiciones como de sus interpretaciones. Todo lo que cantaba lo convertía en poesía y era magnífica anfitriona porque su amor

89 –como dijo en una de sus más gustadas canciones– era un amor de millones. ¿Qué más decir de aquella mujer que se sobrepuso a todas sus enfermedades para seguir cantando? Nunca la oí quejarse. Siempre tenía una frase ingeniosa y divertida para superar sus padecimientos y alegrar a los otros. Y así la recuerdo, llena de alegría y de vida. Así quise que se quedara dentro de mí. Aun cuando a riesgo de parecer ingrata no fui a verla al hospital donde finalmente se durmió, ni a los funerales que me negarían la posibilidad de soñar que está todavía entre nosotros. Como sucede en la realidad.

La Habana, agosto de 2014

90 Sara González, don de gente Roy Brown Cantautor

Yo conocí a la Sara parlanchina, alegre, amigable, con don de gente y gustosa de calle. Creo que fue en el 1974, cuando fui a La Habana a bregar con la música de la película Puerto Rico, que preparó la EGREM. Me hospedaron en el último piso del hotel Deauville, donde antaño se quedaba el actor de las películas de gangsters Edward G. Robinson. En el puro Malecón, a pasos de La Habana Vieja. Durante los dos meses que estuve de ronda por la ciudad, Sara aparecía por el Deauville y me llevaba a conocer la antigua urbe, adonde no acudían los turistas. Y me presentaba a medio mundo: “miren a este rubito que nos visita de Puelto Rico”. Así como cantaba con ganas, así contaba sus cuentos y se daba sus roncitos. Nos conocimos antes de la fama y, por eso, siempre fue especial encontrarla en los caminos del cantar, aun- que ya solo intercambiábamos saludos y cordialidades. Tuvo su momento en Puerto Rico, y la recordamos por su afán generoso y su música de afirmación caribeña. Su aportación será duradera. Tuve la suerte de cantar en el Jardín de la Gorda ante la gente del barrio, en junio de 2011. ¡Qué nota!

Puerto Rico, 12 de enero de 2014

91 Sara, mi gorda… Marta Campos Cantautora

Lo más grande; ser humano lleno de amor, que sus ojos siempre reflejaban. Musicalidad y entrega irrepetibles. Podría contar miles de anécdotas, historias, escenarios y fiestas compartidas, y el amor a su Cuba, del que fui testigo en muchas ocasiones de este recorrido. La gorda (que siempre la llamé así) es para mí el amor grande de amiga, siempre preocupada por todo lo que pudiera aconte- cer y suceder a mi alrededor, y lo que estuviera por venir y no solo conmigo, también con mi familia. Ella es esa veladora, y lo seguirá siendo en mi camino, que te dice por dónde es el mejor camino, claro está, con sus bachecitos, tropezoncitos, pero al final, siempre con la luz. Eso ella lo tenía muy claro; se llegaba, pero se tenía que luchar y valía el sacrificio.

Nos divertíamos mucho… Sara se reía de que yo no sé cocinar, pues de verdad estoy em- barcada en el arte de las cazuelitas. Pero ella sí era tremenda chef, con platos muy de ella y exquisitos. Entonces, me llamaba por teléfono y me decía: “Hoy estoy haciendo un pollo que le he puesto miel, ají, cebolla, orégano, cerveza, y por ahí pa’llá…”, y yo oyendo aquello y mi boca, mi paladar, mi estómago, todo diciendo “¡ay, que me invite a almorzar, ja, ja, ja, ja…” y al final ella sabía que me envolvía y me preguntaba: “¿Y por qué no vienes almorzar?”. Oigan, y yo volaba; como ya saben, yo no sé cocinar y ella me decía la carta telefónicamente, y no me demoraba nada en llegar a su casa. Luego, le encantaba ver cómo yo disfrutaba y, a la vez, devoraba su manjar. Un día me puso a cuidar unos platanitos que estaban a la candela pues, por supuesto, iba almorzar con ella y con Diana. Pero Sara se iba a bañar y me dijo: “Negra, cuídame los platani- tos, que no se vayan a quemar”. Para mí eso fue una orden. ¡No se me podían quemar, porque la gorda me iba a dar candela! Y cuando ella salió del baño y fue para la cocina y me vio sentada frente a los platanitos y con la mirada fija en ellos, soltó esa risa

92 grande y me dijo: “Negra, ¿qué co… tú estás haciendo?”. Y yo le contesté: “Cuidando los platanitos, porque yo no estoy para que tú me des candela!”. Así, la gorda tenía el don maravilloso de hacernos reír, y en mí, las lágrimas del disfrute de un cuento hecho por ella, que podía oírle el mismo cuento mil veces, me provocaba la misma reacción de risa o de gozadera, porque Sara era “una contenta”. La gordi era una fiesta, y te montaba unos cuentos con imita- ciones de todo tipo, lo mismo te escenificaba un japonés, que una dependiente, que una geisha, una soprano deslumbrante. Aquello no tenía nombre, y compartir con ella era tremendo placer. En nuestros momentos libres también nos reuníamos en su casa, en mi caso no solo a comer. También ella siempre estaba en la última grabación de un amigo, en el último disco que alguien había traído y le gustaba compartir mucho la audición y escuchar criterios, sobre la calidad de los arreglos, o de las canciones. Igual, yo le cantaba en algunas ocasiones la canción que aca- baba de hacer y en algunas tengo detalles que ella me cambió, a lo mejor una nota, una frase, una palabra en el texto. Ahí también estaba su pedagogía.

Jugando y jugando Además, jugábamos mucho. Ella era tan fans de los Industria- les, como lo era del dominó. Ahí, si perdía, agárrate, se ponía furiosa en serio. En una ocasión, Liuba y yo nos sentamos de pareja a jugar con ella y ahora no recuerdo quién era su pareja, y le dimos una clase de paliza que ella no entendía cómo, si am- bas no sabíamos tanto como ella del dominó, le pudimos ganar. Luego estuvo unos minutos sin hablarnos, pero ya después se le pasó. Igual, a Sara le gustaba mucho el parchís, y ahí siempre me fue difícil ganarle, pues era muy buena jugadora, y se las sabía todas. Al final, a ella le gustaban muchos los deportes. Cuando dije lo de los Industriales era porque se ponía gorra, camiseta y siempre con el análisis de las jugadas. La verdad, se las sabía todas. Era una campeona.

93 Ya en el trabajo… Era lo más exigente. Siempre tenía un proyecto a la orden y siempre me involucraba, cosa que me encantaba, porque era un taller y era aprender, desde el concepto de lo que ella quería, el repertorio con sus textos a trabajar, la música, los arreglos, los ensayos, todo lo que tiene que ver con un producto artístico para brindar al público. Era una escuela, y también todo esto lo disfrutábamos al máximo, en los escenarios. Recuerdo que vocalizábamos antes de salir. Había que oír los textos de los vocalizos, que no por tener textos divertidos eran muy ejercitantes; ya en la escena cantábamos, bailábamos, hacíamos dúos… ¡Qué manera de disfrutar!, hacía chistes en la escena y el público, ¡a gozar! Pero también vi muchas veces a la gorda estremecer al público, con grandes sones y con canciones de reflexión, sobre el amor a nuestra historia, a nuestros héroes, a la lucha de los pueblos por una vida mejor, a su revolución, que siempre quiso, a la vida… Para ella, mi eterno amor.

La Habana, 23 de mayo de 2014

94 Hasta el amor siempre, hermanita querida Víctor Casaus Poeta y cineasta

La noticia llegó, como suele suceder ahora con frecuencia, en un correo electrónico de finales de la tarde de ayer, enviado por una amiga común que siguió, paso a paso, durante los últimos meses, los altibajos producidos por su enfermedad. No por esperada fue menos impactante, arrasadora, tristísima. En eso estamos, estaremos –creo que mucho tiempo–, tra- tando de multiplicar en la memoria que construimos hoy la riqueza múltiple de la vida de Sara. En el vestíbulo del Instituto Cubano de la Música, donde se armó un espacio para recordarla en el día de hoy, estaban pasando un material audiovisual con muchos testimonios de amigas y amigos, gente que quiso y quiere a Sara, en los que se mencionaron seguramente los rasgos esenciales de su obra y de su vida. Silvio habló de su dignidad, Noel mencionó su vitriólica agudeza, Choco habló de la novia de la cultura cubana, alguien más recordó los valores de la complejidad cuando mencionó dos adjetivos que llenan, junto a otros muchos, la memoria de Sara: tierna y fuerte. Con el eco de esas imágenes abracé a Diana, lloré con ella la tristeza de ese minuto y recordamos el nombre con que unimos, hace tiempo, sus nombres respectivos, para crear esta palabra mágica con la que inicié desde entonces todas las conversacio- nes telefónicas, los mensajes urgentes y los saludos inaplazables y queridos: Saridiana las llamamos María y yo. Y Saridiana serán en las tardes del Centro Pablo, donde se les quiso, se les quiere, a dos manos, a muchos corazones, siempre. Allí le entregamos una vez el Premio Pablo “por cantar a la Patria agradecida y al amor de millones, fundiendo, a través de la belleza y de la poesía, la épica de los grandes hechos históricos y el imprescindible latido de la vida cotidiana con sus misterios intensos y admirables”.

La Habana, 2014

95 Sara en el corazón Vicente Feliú Compositor e intérprete Fundador del Movimiento de la Nueva Trova

Todos quienes conocimos de cerca a Sara llevamos un pedacito de ella en el corazón. Aquí va el mío. La vi por primera vez en uno de los programas del Centro de la Canción Protesta, de la Casa de las Américas, a los que yo asistía con regularidad. Recuerdo a una muchachita rubia, de claros y bellísimos ojos azules, sobre lo gordita, en uniforme de escuela secundaria, que cantó acompañándose de su guitarra “La era está pariendo un corazón”, con una voz y un sentido de la inter- pretación que estremeció aquella Sala Guevara. Era 1969 o 1970. Luego, entró a formar parte del GESI y la vi alguna que otra vez, creo recordar una en casa de nuestro gran maestro y amigo Juan Elósegui, llevada por Silvio, pero sin que compartiéramos aún amistad. Mi amistad con Sara –y entre muchos de nosotros– comenzó en noviembre-diciembre de 1972, en Manzanillo, antigua pro- vincia de Oriente, en el Primer Encuentro de Jóvenes Trova- dores, el que daría lugar, muy poco después, al Movimiento de la Nueva Trova, y ya era una mujer, con gran experiencia en el canto y extraordinariamente jodedora. Por su talento, su voz, su carácter fuerte, tremendamente ocurrente y su arrolladora simpatía, se convirtió desde el prin- cipio en elemento imprescindible en los eventos de la Nueva Trova. En aquellos años iniciales, participamos juntos en muchísi- mas actividades de todo tipo, desde giras, conciertos, canturías, reuniones y evaluaciones de cantores para integrar el Movi- miento. Uno de los conciertos que recuerdo, lamentablemente memorable para mí por culpa de Sara, fue en el teatro Sauto, de Matanzas. Habíamos ido en guagua desde La Habana y nos llevaron a comer, antes de actuar, en el restaurante del hotel Velasco, en el Parque Central de Matanzas. Recuerdo que comí un filete de pescado relleno con jamón y queso, exquisito, y me

96 vino muy bien, pues en aquellos años andábamos todos bastante flacos y hambrientos. Pues terminando de comer, antes del café, Sara empezó a hacer cualquier cantidad de chistes que en boca suya nos hacían a todos doblarnos de la risa, y así un buen rato hasta que fuimos para el teatro. Recuerdo que era yo de los primeros, si no el primero, en actuar (estábamos, por lo menos, Silvio, Pablo, Noel, Sara, Amaury y yo), y al momento de salir a cantar, unos retortijones de barriga me lo impidieron y hube de cambiar raudamente la ruta del escenario por la del baño; aliviado de la descarga, esperé el próximo turno para cantar y cuando iba a salir, de nuevo los retortijones. Así varias veces, todas las veces, hasta que el concierto terminó y yo, en el baño. Lo peor es que así seguí hasta mi casa, dejando señales por toda la carretera Habana-Matanzas. En otra ocasión nos invitaron a un programa de televisión gracias a una presión extraordinaria de la Unión de Jóvenes Comunistas, un 7 de diciembre, día de duelo nacional por la caída en combate del general Antonio Maceo. Recuerdo que estábamos Pablo, Noel, Silvio y yo, y Sara. Eran tiempos de pro- gramas en vivo de punta a cabo, donde nos llenábamos de gloria o de ceniza porque no había ediciones. Lógicamente, cantamos nuestras canciones más patrióticas y todo fue muy bien. Hasta las presentaciones finales. Todos estábamos de lo más serios cuando nos presentaban y decían los títulos de las canciones, mientras Sara hacía cuanta murumaca y mueca se le ocurría, y libramos todos, menos Silvio que al final no pudo aguantar y en medio de la más solemne presentación de su persona y sus canciones explotó de la risa. En mucho tiempo no volvieron a llamarnos, porque decían que éramos unos irrespetuosos. Sara fue la primera coordinadora del Movimiento de la Nue- va Trova en la capital, en 1974, y trabajamos juntos en aquellos tiempos de giras, conciertos, espectáculos y de búsqueda de trovadores. Allí nacieron un romance hermoso que recuerdo siempre y un par de canciones.

Aquí va la canción.

97 Donde empieza mi canción (A Sara, entonces)

Donde empieza mi canción bulle la espuma de tu vientre acorralado por ayer. No le temas a mi voz como de puma que no solo el puma mata por placer. Donde empieza mi canción empieza el día sobre el mar, sobre la tierra, sobre ti. Si el temor de mis disparos te hace fría, crece mucho, crece siempre, crece en mí.

Donde empieza mi canción, donde despunta el día feroz, donde se quema el horizonte y se abre el sol, donde un pecho no se abrió, donde nadie un día esperó, donde el pasado hincó su huella y te marcó, donde murieron las primeras alegrías, donde se ahorcaron los recuerdos infantiles, donde se ahogó la voz y la familia huyó, donde naciste tú, donde también nací yo, donde nació el amor.

Donde empieza mi canción empieza todo lo que se odia y se ama, y, además, ¿de qué otro modo se puede comenzar desde la vida y a la vida una vez más?

(1974)

98 Carta a Sara Cienfuegos, 13 de noviembre de 1974

Sara: Vuela sin fuerzas mi voz. Vuela sin rumbo, hacia el mar, y desde el mar se oyen dos delfines tristes cantar. No hay grillo que cese hoy su serenata habitual, y al parecer, es igual esta mañana sin ti. Esta mañana invernal de un pecho abierto a la luz que parte a desayunar un pobre sorbo de azul; esta mañana sin ti no sé qué hacer, si mirar la carretera o el mar o andar con el Guajiro hablando de ti. Esta mañana de hoy, un día más del montón, se abre mi llaga. Después puede cerrarse otra vez. Vendrán más horas, vendrán con otras cargas de añil, pero esta hora vital solo es de ti. Nada más. Vicente

Luego cada cual siguió su rumbo y preferencia sentimental, aunque seguimos teniendo una muy fuerte y cercana relación de amistad y respeto, siempre, al punto de que alguna vez viví en su departamento de San Rafael con mi esposa Aurora, en nuestro peregrinar casi palestino de búsqueda de vivienda. Y quizás el pedacito más mío, que más hondamente recuerdo, fue en 1981. Estábamos con una delegación bastante numerosa y amplia en un evento en la ciudad de Holguín, en la que par- ticiparon jóvenes estudiantes, trabajadores, intelectuales, y el día final del evento, varias personas sufrimos un accidente au- tomovilístico en el que hubo dos compañeras fallecidas y cuatro heridos con cierta gravedad, yo entre ellos. En el accidente perdí mis lentes (-9 dioptrías), lo cual me invalidaba bastante, y por las fracturas de costilla y cabeza hube de estar dos días hospi- talizado. Durante todo ese tiempo Sara, que se negó a regresar a La Habana sin mí, no se movió del hospital hasta que volvimos juntos. En el departamento de Maximina, la mamá de Eduardo Ramos, donde a la sazón vivíamos con Aurora, me entregó, no sano pero sí salvo, y se fue a su casa.

99 (Una tarde de hace no mucho tiempo le llevé a su casa el disco Ansias del alba, donde Santi y yo hacemos a dos voces “Donde empieza mi canción” y escuchamos los cuatro, Aurora, Diana, Sara y yo, aquella canción de noviecitos, con los ojos medio aguados).

La Habana, 23 de mayo de 2014

100 ¡Hasta siempre Sara! Frank Fernández Compositor y pianista

Te recuerdo parada en la puerta del Conservatorio Amadeo Rol- dán con tu viola, llena de ternura y fuerza, con tus ojos grandes, casi de susto amenazante; después te perdí el rastro cuando me fui a estudiar a Moscú y por suerte, al volver, el trabajo, la pasión por la música y el amor a la patria nos unieron de nuevo. No pretendo hacerte un poema porque no soy poeta en las letras, soy solo un aprendiz en la poesía de la música, pero cada vez que escucho: la re mi fa fa fa fa fa mi fa mi… me acuerdo de aquella tarde en Cárdenas en que te pedí que necesitaba que compusieras, para la Trilogía de Girón que estábamos prepa- rando para celebrar un aniversario del triunfo, “La victoria” y estaba tan seguro de que eras tú la que mejor podía hacerlo, que a pesar de que existía un grupo grande, extraordinario y talen- tosísimo de trovadores, nunca dudé de que eras la designada por la vida para escribir esa parte del acto. También recuerdo que te dije: “Prepárame algo que tenga un coro al final como especie de estribillo para utilizar el coro de la Escuela Nacional de Arte y te pedí también que fuera una introducción lírica, pasando luego a un mundo más rockero y terminando con la fuerza épica” y nunca olvidaré tu respuesta: “¡Cojones, Frank Fernández, tú lo que quieres es que yo te haga una sinfonía!”, y nos echamos a reír ambos a carcajadas y te dije: “Sarita, no te preocupes tanto, yo te ayudo haciendo el arreglo y sé que todo saldrá bien”. Hoy te extraño mucho, no solo por tu talento extraordinario como intérprete de tus canciones y las de otros, ni tampoco solamente por lo buena compositora que eres y mucho menos porque la idea de “La victoria”, que forjamos juntos, se haya convertido en uno de los iconos de la música cubana; te extraño por todo eso, pero sobre todo por tu calidad de persona honesta, leal, valiente, agradecida, generosa y solidaria; virtudes que te adornan y que están casi totalmente ausentes de nuestros tiem- pos. Por suerte, quedan todavía hombres y mujeres dignos, que están y seguirán ayudando a nuestro pueblo a seguir adelante. Nunca olvidaremos, ni mi familia ni yo, que en varias ocasiones

101 en que mi nombre ha estado ausente en celebraciones, docu- mentales, libros o testimonios sobre la Nueva Trova, siempre has sido tú la que has salido en primera fila a mencionar mi presencia durante muchos años junto al Movimiento, y aunque no has sido la única, siempre lo hiciste con la mayor pasión. Ahora cada vez que miro la bahía de La Habana, me siento más seguro y protegido porque sé que estás ahí cuidándonos a todos y en primer lugar al Fidel que tanto quieres y defiendes. Te quiero mucho Sarita, te extraño mucho. Sé que algún día nos volveremos a ver y haremos juntos otra “Victoria”.

2014

102 Sara Lázaro García Trovador y compositor

Lo primero que me agradó de Sara González fue su alegría, su cubana manera de relacionarse con la gente, y su contagio- sa y desalmidonada forma de mostrar una criollez legítima ante cualquier contrariedad, porque su dimensión artística a partir de una portentosa voz ya nos había embrujado desde que la oímos por primera vez, aún sin conocerla; era fuerza, temperamento, convicción y compromiso, pero además de todas estas cualidades interpretativas, también nos regaló, desde la creatividad de su alma, bellas y paradigmáticas obras que ya son parte de la mejor antología de la canción cubana, sobre todo en la musicalización de los versos de José Martí, que nos dio muestras de un verdadero acierto y equilibrio de texto-música, sobre todo en la prosa poética de “Estos son mis versos” que solo una sensibilidad como la suya pudo echar a volar con tanta explosiva ternura. De su amistad qué decir, ¿hermanos a primera vista? En Manzanillo de 1973 la conocí para siempre y desde entonces jamás se separó de mi corazón. Me convertí en cómplice de sus bromas, cuentos, rones y canciones. Era tan indispensable en aquellos reuniones, viajes, festivales, talleres, etc., que si ella faltaba, disminuía el entusiasmo, decrecía la alegría, como si su sombra nos hechizara con su descamisado humor y su “chis- pa” deslumbrante. Fueron tantos años recorridos en aquellos tiempos tan hermosos y apasionantes del surgimiento de la Nueva Trova, que sin temor a equivocarme, muchos de nuestros mejores hermanos nacieron en aquella época. Nunca olvidaré cuando en 1976, encontrándome en Angola cumpliendo misión militar, le dediqué una canción a mi madre en el primer mayo ausente de mi familia y de mi tierra, y no sé cómo, alguien se la aprendió y la trajo a Cuba permaneciendo yo aún en esas lejanas tierras, Sara se la aprendió, y por esas cosas de la vida coincide con un viaje a Cienfuegos, donde le canta a mi madre esa canción que amorosamente me suplantó y le llevó en su voz un soplo de aliento y nostálgica alegría del

103 hijo ausente, en una bella e irrepetible versión que solamente un profundo amor y hermandad pudo provocar. Así creció esa amistad que nos llevaba y traía de la mano. Su casa era uno de mis amparos en La Habana, y mi casa en Cienfuegos también su alegre refugio de donde escapábamos a guitarrear, para después jugar el imprescindible dominó junto a Diana, su querida compañera y también hermana nuestra. Ni la quebrantada salud de sus últimos años le robaron su optimismo y su fe en la vida. Recuerdo que sus primeras dolencias óseas la llevaron a sufrir algunas intervenciones quirúrgicas cuya rehabilitación física la obligaron a andar en un sillón de ruedas en algunas etapas, mas ella no cejaba en su apego al canto, y a los sueños, por eso cuando camino por el patio de mi casa, a ratos me detengo a mirar aquellas rampitas de cemento que les inventamos a las aceras para facilitar su ro- dante movimiento, y la descubro erguida, riendo y blasfemando con sus acostumbradas bromas, llenando los espacios que nos dejan los ojos cuando un amor escapa y ella le devuelve a la casa la risa de Teresita, las décimas de Luis Gómez, el jolgorio de la parranda trovera, en fin, que se nos quedó vívida y palpable como los elegidos de un sol, que eterniza su fuego de ternura en el corazón de todos los que aman.

Cienfuegos, 2014

104 Sara, la menina de la Nueva Trova Marilia Guimaraes Música

Nicola vestía una camisa de color azul fuerte, color del verano, de aquellos que nos hacen creer que el sol ha decidido vivir en la calle 23. Caminaba y reía a carcajadas con una muchacha encantadora, impresionantemente alegre y cuyos ojos se con- fundían dentro de tanto azul. –Besos a la brasileira –dos de cada lado de la mejilla y con su encanto insuperable me presenta–, Sara González, la menina de la Nueva Trova. –¡Qué menina encantadora! ¿Y canta? –¿Si canta? Tiene la más bella voz que tú hayas oído. Tan fuerte como Bethania. –Sara, ella todavía compara con sus cantantes e intérpretes, está en Cuba hace poco y no sabe nada de nada. Déjala. Así no más. Entre el azul de sus ojos y el azul reflejado por Noel nos abrazamos fuerte, dulce, cubano-brasileiro comenzan- do en ese instante una amistad de siglos. De esta forma, nacen las grandes y profundas relaciones. Yo terminaría así: de forma casual, nacen las grandes y profundas relaciones. No sé, pero pienso que jamás vivimos momentos de tanta felicidad y pureza, como entre los veinticinco y los treinta años, como este en que poetas, trovadores, pintores, acudían a cantar en noches cubiertas por la luz de la luna, salpicada de estrellas, entre las muchas batallas y pocos momentos de paz. Silvio y yo ensayábamos unos pasos de una batucada, sacada de un long playing: Bahia de todos los dioses. Con el corazón rebozando de alegría, logramos una coreografía preciosa. Yo, una brasilera fogosa, él tímido hasta doler el alma. Ganaríamos cualquier concurso si entrásemos. Ni lo dudo. Pablito tenía una dificultad simpática en cantar “Você ficou sem jeito encabulada” –le salía “bocê”. ¡Qué dureza lograr aque- lla V!, igual a mí con la R de Rosy, de rojo acetil, diversión de todos. Hasta hoy padecen cuando digo que Rosy viene, y si no nombro a Augusto, se quedan mirando muertos de la risa. –Hable bien, diga R –me regaña Sara.

105 –Ni modo. Será siempre así. Imposible transformar mi R gutural, acabada de llegar de Río. Como siempre, un brinco primero en casa de Sara, la compañera entrañable para nutrir- me de sus eternas alegría, ternura y majadería. Sentadas en la terraza, mirando la puesta de sol, endulzadas por la sonrisa de Diana, recorríamos el pasado entre unos tragos de ron, la voz de Alcione al fondo, y la felicidad insuperable de estar allí. –¿Y Marcello cómo está? ¿Se casó de nuevo? –¿Y qué tú crees? –La vida sería muy aburrida sin las pasiones de este garito, como canta Augusto –reía a más no poder. Le gustaban los trajines de Marcello. –¿Y Lula? Haciendo mil cosas por Brasil. Estoy al tanto de todo. Bolsa, familia, irrigación en el nordeste. El Comandante siempre tuvo razón. Si Brasil sale adelante, el continente lati- noamericano despega. –Fidel sabe todo, Sara. Es un visionario. Otro día hicimos unos espaguetis que le quedaron divinos. Comí bárbaramente. –Platos y platos, mi gordita. Hablábamos atropelladamente como queriendo sorber el mun- do con todas las informaciones a la vez. –¿Y tú? ¿Nuevos amores? –¡Imagínate! No sé vivir sin ellos. Echamos a reír abrazadas. ¡Pero él! Este lo quitamos, siem- pre te hace alguna. No me gusta verte molesta. –Puede dejar. Estoy de ojo en una antigua pasión no resuelta. –Pero ¡ni me hablaste de las nuevas canciones! Buscando informaciones. –¡Qué nada! Estamos preparando un nuevo CD. Está muy lindo, te va a gustar. Además, tenemos un show en la UCI mientras estás aquí. –Imagina si voy a perder. Por donde el sol se hundió en el mar azul hermoso, surgió la luna bella y las estrellas que viven en las alturas y lo iluminan todo. Llegaron otros tantos amigos, poetas, escritores, cineas- tas, Cari, Ana, retrasadas eternamente. Ese día buscábamos motivos para sonreír, pues Nicola se había ido y nos dolía hondo. Muy hondo.

106 Hoy, los recuerdos chocan en mi mente, divido con los de entonces, la felicidad de haber convivido contigo tantas luchas e interminables alegrías. No hay definición para tanto anhelo, tú lo sabes bien, como tampoco hay adjetivos suficientes que puedan nombrarte. Te amo, así no más, guerrera, juguetona, cantante singular, múltiple compañera. ¡Siempre!

Brasil, 26 de marzo de 2014

107 Sara, cuerpo y alma Luis Enrique Mejía Godoy Cantautor

Sara González, una de las fundadoras de la Nueva Trova cubana, fue una cantautora siempre activa dentro y fuera de Cuba, con una voz muy especial y con una gran fuerza, e hizo verdaderas versiones de algunas canciones de otros autores. Yo la conocí en 1978, en el Festival de la Trova, y luego tuve la oportunidad de encontrarme con ella en Holanda y Nicaragua. La escuché sola con su guitarra y acompañada de grupos como Mayohuacán. Asimismo, actué con ella en una actividad especial en Nica- ragua para el aniversario del comandante Carlos Fonseca Ama- dor, pues le gustaba mucho la canción de mi hermano Carlos, dedicada al comandante, en la Plaza de la Revolución, creo que esto fue en noviembre de 1980. Luego, actuamos juntos en uno de los aniversarios de la Revolución en la ciudad de Matagalpa, en 1986, junto a Daniel Viglietti. Como anécdota curiosa, ella me salvó de una disfonía, dán- dome algunas recomendaciones sobre mi salud. Y en Holanda grabamos juntos en un disco mío, e hicimos un dúo en mi can- ción “Venancio”, en 1983. Recuerdo el carácter de Sara como muy especial, bromista y, a la vez, muy firme en sus posiciones. Era una mujer honesta y muy coherente con sus ideas. Crítica y valiente, y, a su vez, defensora de los principios. Y sobre todo, se entregaba en cuerpo y alma en cada concierto o actividad. ¡La noticia de su partida me impactó mucho!

Nicaragua, 26 de marzo de 2014

108 Sara, mujer derribadora de muros Liuba María Hevia Cantautora

Su voz electrizaba la joven noche de la casa cuando comenzaba la serie Los comandos del silencio. Algo traía aquella voz, que se sumó a la de Silvio y a la de Teresita, ya de nuestra casa, y aquel mágico hallazgo comenzó a recorrer mi adolescencia, y a ser parte de ese mundo que es la verdadera felicidad. Poco des- pués, supe el nombre de aquella mujer, aprendí los acordes de sus canciones con un placer que aún recuerdo, canté una y otra vez en festivales de estudiantes “Un hombre se levanta”, “La victoria”, “Su nombre es pueblo”. Sus canciones eran frecuentes en los eventos culturales de la escuela. Mi generación incorporó a su universo sonoro a esa mujer derribadora de muros, volcánica, agudísima y de un temperamento ante el cual no podíamos ser indiferentes. La bus- caríamos incansablemente en todos los espacios posibles, la TV, la radio, el teatro. Recuerdo con nostalgia su tiempo junto a Virulo. Muchos disfrutamos de una Sara aún más grande al sumar a su talento su simpatiquísima persona. Fue un gran despliegue de modestia que, en pleno auge de su carrera, dedi- cara tiempo a trabajar en el Conjunto Nacional de Espectáculos. Con respeto y sabiduría, Virulo supo crearle un repertorio donde las posibilidades rítmicas e interpretativas de la Gorda se combinaban con un humor de altos quilates, espacio donde los jóvenes de entonces aprendíamos y nos divertíamos al mismo tiempo. Así, todos fuimos muy afortunados. Mil veces le sugerí a Sara que grabara sus anécdotas, pues era importante que la gente conociera al menos algunas de sus singulares vivencias, muchas salidas de situaciones embarazosas, en las que la sus- picacia y su agudísimo sentido del humor revelaban una mujer fuera de serie, con las salidas más inteligentes y simpáticas que pudiéramos imaginar. Asimismo, Sara y Diana fueron mis hermanas mayores en tiempos difíciles. Ellas fueron mi espacio donde llorar y lanzar improperios a la muerte, cuando se nos llevó a Ada, con solo treinta años, con tanta vida palpitando. Ese mundo, ese lugar, donde apenas pude sobrevivir, fue el alma de las dos mujeres,

109 que entonces ya eran una, las gordas queridas, nuestras Sari- diana. Su afecto de hermana mayor, mezclado con su sentido del humor, me ha salvado de recuerdos muy tristes. A ellos acudo cuando el gorrión me acecha. Nunca he entendido su ausencia, no tuvimos tiempo, o no quisimos elegir ese diálogo con la contundente realidad que se nos venía encima. Lo cierto es que aún, cuando suena el teléfono, creo que escu- charé su voz, que el día menos pensado va a llegar de un viaje para darnos la sorpresa… Quién sabe.

La Habana, 2 de junio de 2014

110 Ella está Lucía Huergo Compositora e intérprete

Conocí a Sara a la edad de doce años en el Conservatorio Ama- deo Roldán. Yo estudiaba piano y ella estudiaba viola además de cantar y tocar guitarra de oído. Nos hicimos muy buenas amigas y comenzamos con un dúo; ella tocaba la guitarra y cantaba y yo le hacía la segunda. Así nos presentábamos en las fiestas y con los amigos. En Vertientes, Camagüey, fue la primera escuela al campo que fuimos juntas y decidimos hacer un grupo. Sara cantaba y tocaba la guitarra junto a Anicia Bustelo, Ele Valdés, Margarita Ponce, Sandra Miraval, Ana Nora Calaza, Jakelin (no recuerdo el apellido) y yo. Comenzamos a presentarnos en los diferentes campamentos y una vez en el teatro Chaplin como parte de un espectáculo donde estaba la Orquesta de Música Moderna dirigida por el maestro Armando Romeu, esto fue muy significativo para noso- tras, ya que todas teníamos entre trece y catorce años y tocar junto al maestro se nos hacía grandioso. Le pusimos al grupo Virutas de Madera y posteriormente se llamó Radix 7. Tocábamos canciones de Los Beatles, además de las canciones populares de la época. Duramos aproximada- mente dos años hasta que Sara pasa a estudiar a la Escuela de Instructores de Arte. No supe más de Sara hasta que vino la serie Los comandos del silencio; era su voz, indiscutible, como ninguna, colocando el tema en lo más alto y convirtiéndolo en el mayor éxito del momento. Desde ese momento, Sara González y yo no nos separamos más, en la vida profesional estuvimos muy integradas y en la vida personal fuimos como hermanas. Yo la admiraba mucho, era de esos temperamentos que uno sigue con toda la confianza y seguridad del mundo, porque te sientes protegida, te sientes a gusto. Su sentido del humor te atrapaba, siempre estaba haciendo chistes, algunos los inventaba, y esos eran los mejores.

111 Sara es algo importante en mi vida, ella tiene un lugar, ella está, ella no se fue.

La Habana, 2014

112 La anécdota Heidi Igualada Cantautora

Recuerdo que andábamos por Bayamo y Pilón, provincia Gran- ma, y que era julio. Sara había sido invitada a realizar unos conciertos por allá y como tantas veces sus invitadas éramos Marta Campos y yo. Nos hospedaron en una confortable casa de visitas, donde abundaban, entre otros manjares tropicales, el jugo de piña y el agua de coco –en los propios cocos–, cosa que agradecimos infinitamente en aquellos calurosos días todos los citadinos sedientos de naturaleza. El programa comprendía, además, visitas a la Escuela de Instructores de Arte de la provincia, círculos infantiles y escue- las de enseñanza general, también la casa de Celia, en Media Luna, sitios donde Sara y todos los demás, por supuesto, fuimos recibidos con numerosos agasajos. Creo que ya era el penúltimo día de la gira, cuando la Gorda se enfermó de la garganta y agarró tremenda fiebre. El caso es que continuaban los festejos por su presencia en Pilón y había que ir a cantar esa noche –o al menos hacer acto de presencia– a un sitio del poblado en el cual los vecinos se habían “esmerado” y así nos lo había comunicado personalmente el director de Cultura de Granma. Sara nos llamó a Marta y a mí a su habitación, y nos pidió por favor que no dejáramos de ir, pues alguien debía aparecer por esos predios. Claro que dijimos que sí, que no se preocupara, que nosotras asumíamos y les explicaríamos a todos sus razones. Llegó como a las ocho de la noche el carro de Cultura a reco- gernos y lo no esperado fue que las calles estaban colmadas de gente, banderas cubanas en los balcones, banderitas multicolo- res de lado a lado de las aceras, los niños corriendo detrás del carro, personas con carteles y fotos de Sara, gritos de ¡SARA! ¡SARA!, puercos asados al carbón, chicharrones, tamales, ron, timbiriches por todas partes, caldosas… Era una parranda, un carnaval, una hermosa fiesta para la Gorda.

113 El lío fue a la hora de bajarnos del carro, pues todos estaban muy seguros de que Sara venía en este y estaban ansiosos por verla de cerca, tocarla, escucharla. Marta y yo nos miramos con terror y le dije: –¡Arriba, bájate!... Y me dijo: –No. ¿Yooo?... Pa’l carajo… ¡Bájate tú primero! Así estuvimos unos minutos decidiendo quién se exhibiría primero y en verdad no recuerdo quién dio el paso al frente, ni tampoco cómo llegamos ante el único micrófono que habían instalado para terminar cantando –como lo hacían en los re- motos 60 Lennon y MacCartney– “Amor de millones”, haciendo presente a Sara, al tiempo que el pueblo coreaba su canción.

La Habana, 23 de mayo de 2014

114 Se ganaba al público Tania Libertad Cantante

El aporte de Sara González a la nueva canción, al margen de su excelente voz, está en el hecho de haber puesto su talento al servicio de un movimiento como el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, que después generaría el Movimiento de la Nueva Trova Cubana, y si no me equivoco fue la primera mujer entre los fundadores de ambos movimientos. Por lo tanto, ella resultó una influencia muy importante en el resto de los movimientos que surgieron, en toda América Latina, como consecuencia de la experiencia cubana. Además, tuve la suerte de ser su amiga y de actuar varias veces con ella en muchos países. Recuerdo que la última vez que cantamos juntas fue en el Zócalo de la Ciudad de México y, como siempre, su actuación fue estupenda, ya que subía al escenario con mucha seguridad y se comportaba con mucha sencillez, como si estuviera en su casa. Era una mujer muy clara, honesta y muy simpática. Con eso y su gran voz se ganaba al público. De este modo, la sigo recordando como una mujer de una personalidad muy fuerte, con las ideas y convicciones muy defi- nidas, las cuales siempre defendía. También, la recuerdo como una mujer muy solidaria, no solo con las causas en las que ella creía, sino igualmente con sus amigos. Tengo una anécdota al respecto. En 1982 estábamos en una reunión bohemia, con algunos amigos, y se me ocurrió poner el primer disco que hice en México para recibir opiniones, y una de las personas que estaban allí no solo me hizo una mala crítica, sino que también me insultó y me ofendió. Sara se paró y no solo defendió mi disco, casi se le va a los golpes a mi agresor. Era una mujer muy auténtica.

México, 5 de enero de 2014

115 Sobre Sara, ¿qué puedo decir? Pablo Menéndez Músico

Nosotros teníamos mucha relación, creo por ser los más jóvenes del grupo ICAIC. Yo creo que visitaba más su casa que ella la mía, aunque Sara también quería mucho a mi esposa, la gran actriz Adria Santana... Pero fuera del trabajo nos juntábamos bastante también muchas veces en casa de nuestra querida her- mana, la increíble músico, arreglista, grabadora y amiga Lucía Huergo. Claro, también porque yo vivía lejos y con mis suegros, “agregados”, y Sara vivía lejos también..., pero Lucía vivía rela- tivamente cerca del ICAIC y siempre ha sido muy hospitalaria. Creo que yo fui el que más empujó para que la invitáramos a unirse al Grupo de Experimentación Sonora, porque pensaba que sin una mujer en el grupo no podíamos realmente repre- sentar a toda la juventud cubana, y claro, una cantante y com- positora con esa fuerza era la perfecta para una representación nueva de la mujer en la música popular cubana. Pero ¡tuve que convencer a los demás y por suerte se convencieron! Yo hice la mayoría de los arreglos de las primeras canciones de Sara en el GESI, como “Qué dice usted”, “De padres a hijos”, “Son de Cuba a Puerto Rico”, “Dame más”, “La guitarra”, “Que- rida vieja” y la que hizo en el concierto Brasil-Cuba, una de Gal Costa... En fin, teníamos mucha afinidad y a ella le gustaba como yo arreglaba. Recuerdo que después de la separación y final del GESI, ella me llamó para arreglar “La guitarra” para un festival de la canción Adolfo Guzmán y toqué con ella en el festival, con la orquestona del festival en el teatro más grande de Cuba, el Karl Marx (5 000 lunetas). Siempre me llamó la atención cómo a ella le tocó la tremenda injusticia del monopolio de la transnacional Polygram, porque cuando fuimos por primera vez a España en 1976 grabamos un disco en vivo en el Teatro Monumental de Madrid, con lleno total y fuera del teatro una batalla campal entre la policía anti- motines (“los grises”) y como 2 000 personas que no cupieron en el teatro. En ese momento, a fines del franquismo en España, era ile- gal pararse más de tres personas juntas en la calle por ser “una

116 manifestación ilegal”. Bueno, después de nuestra gira por Polo- nia y Bulgaria y un mes por toda España grabamos el último concierto para un disco doble de vinilo que salió con un nombre raro, “La Nueva Trova cubana en vivo” (en vez de “El Grupo de Experimentación Sonora en vivo”). Ese espectáculo en el Teatro Monumental terminaba con Sara cantando “La victoria” y nosotros todos salimos de escena y fuimos al camerino, pero diez minutos más tarde el público seguía ovacionándonos..., y cuando regresamos para un bis, el público le dijo a Sara que cantara “la misma”. Ahí está en ese disco doble, donde hicimos de todo, inclu- yendo las cosas de fusión rock/jazz cubano que componíamos Emiliano Salvador, Eduardo Ramos y yo, donde Sara tocaba percusión o hacía voces con tremendo swing, pero realmente el éxito más grande fue Sara cantando “La victoria”. Sin embargo, como Polygram tenía sus dos opciones de “Nueva Trova cubana” y no quería competencia en su negocio, Sara no regresó a cantar en España por al menos veinte años... La gente no se imagina cómo funcionan esas cosas..., piensan que el artista, o el Minis- terio de Cultura, o alguna agencia cubana decide esas cosas. Pero, “en los tiempos de antes”, antes del Internet, los mp3, las “memorias” y el bluetooth, cuando las disqueras transnacionales dominaban el negocio de la música, ellos tenían mucho poder y les importaba solamente su negocio. Lo increíble es que la Nue- va Trova cubana, la canción política cubana, fue de superventas para ellos en todo el mundo de habla hispana: España, México, Argentina, etc., durante los años en que cayeron las dictaduras fascistas de España y Argentina, a fines de los años 70. Recuerdo que después de nuestra segunda gira en España, en 1977, Pablo Milanés se enfermó y no fue a la parte de la gira que hicimos a continuación en Alemania (cuando eso, la Repú- blica Democrática Alemana o RDA), y Sara tuvo que cantar mucho, alternando con esa música de rock/jazz, fusión cubana, que hacíamos. Y como siempre, ella también tocaba percusión menor y hacía voces en nuestra música, sin ninguna pose de vedette, ni de “estrella”, a pesar de haber parado públicos en muchos países cantando hasta a capella. ¡Ella era música! En uno de sus primeras –no recuerdo si fue la primera– visi- tas a los Estados Unidos, yo organicé un grupo para acompañar a

117 Sara en un conciertazo en Berkeley, California, mi pueblo natal. Un concierto para el público solidario con Cuba que hicimos Sara, mi madre (Bárbara Dane) y yo en un teatro grande de la Universidad de California, Berkeley. Viajé a California para jun- tar y dirigir un grupo de músicos locales para acompañar a las dos en ese concierto. Eso sería en 1981 u 82. El resto de esa gira Sara andaba solita con su guitarra y su voz. En un disco que grabamos mi madre y yo en Cuba, Cuando logramos pasar, en 1982, mi madre hizo una traducción canta- ble de la canción de Eduardo Ramos que popularizó Sara y un poco la identificó durante muchos años, “Su nombre es pueblo”. Ahora, hace como un año, en un concierto con Bárbara en Cali- fornia, para recaudar fondos para los damnificados, en el oriente de Cuba, del huracán Sandy, hicimos la versión de mi madre de esa canción y la ovacionó de pie todo el público... en enero del 2013. Y ahí sentimos la presencia de Sara.

24 marzo de 2014

118 Sara en la memoria Holly Neal Cantautora

Sara en México en un festival gigantesco de la nueva canción. Me siento un poco abrumada por el evento, tal vez la única gringa. El público es cortés, pero quieren escuchar a sus propias estrellas. Dentro de poco, algo más importante me está suce- diendo. Me siento en un vestuario detrás del escenario con Sara González y tenemos una conversación picante sobre la vida y el amor, navegando idiomas con risa. Con ojos brillantes, pasamos por alto palabras mal pronunciadas y el uso totalmente equivo- cado de los tiempos. ¿Quién sabe realmente lo que nos estamos diciendo? Es un alivio encontrarnos entre tantas guitarras internacionales. Sara en camino a Washington, D.C., 1986. Trabajo con Amy Horowitz, la fundadora del festival, para traer a Sara al Festival Sisterfire de Música de Mujeres. La política exterior conspira para separar a la gente cuando la música añora juntarnos. Sara enfrenta todos los obstáculos y viaja hacia el norte. La espera- mos, anhelando cruzar fronteras, diosas a caballo, clamando por el amor, nuestras canciones haciendo ecos entre las estructuras masivas de piedra blanca de la democracia. A Sara le niegan la entrada debido a complicaciones con su visa. Estoy rabiosa ese día –con el poder, la misoginia, la homofobia, el patriarcado, el nacionalismo–. Y triste. Sara en Cuba. Uso las excepciones legales al bloqueo dis- ponibles y visito Cuba. Sara me invita a cantar con ella en la universidad. Estoy feliz por estar haciendo música con la gran Sara González en su amada Cuba. Es feroz, y no se esconde. Amada y admirada, el público absorbe su voz, su vibrato rápido, su inmensa pasión, disparando palabras de revolución mezcla- da con palomas. Hay un precio que pagar por tales logros, pero para eso estamos aquí. ¿Verdad, Sara? Sara en su hogar. Tomamos bebidas fuertes y nos reímos de los tiempos duros. Pero nos sentimos suaves, llenas de esperan- za, humor y ternura. ¡Qué logro seguir siendo mujeres mientras navegamos las múltiples guerras que se lanzan en contra de nuestro sexo! Sara me asegura que mi exclusión del Festival

119 de la Juventud en Cuba en 1978 no vino desde su isla, sino del liderazgo homofóbico del comité estadounidense que seleccionó a los que representarían a los Estados Unidos en Cuba. Com- parto con ella el bien que salió del mal. Creo que esa exclusión le dio la oportunidad al National Lawyers’ Guild para ofrecer una disculpa pública (el único grupo en hacerlo) y dentro de pocos años todos los grupos de la izquierda acogieron el asunto de los derechos homosexuales, con o sin haberlo internalizado y personalizado. No podían imaginarse lo que venía. Y para decir la verdad, yo tampoco lo imaginaba. ¿Qué te parece eso, Sara? Espero que estés sonriendo. Sara en la compañía de los compositores de la Nueva Trova. En su juventud escribe la ya famosa “Girón: la victoria”. ¿Cómo podías saber, querida Sara, cuando escribiste esa canción sobre la invasión de Girón, que llegaría a ser un himno revolucionario? Sara, que murió de cáncer a los sesenta años. Sara, que estaba terminando su próximo CD, la tercera edición de Cantos de mujer, presentando varias generaciones de cantantes cubanas como Olga Navarro, Mercedes Pedroso, Tanmy López y Yaima Orozco. Sara, su sonrisa dentuda, sus muñecas diminutas y sus dedos largos. Brazos extendidos hacia su público, plenamente capaces de abrazarlos a todos. Y miles la han abrazado, correspondiendo a ese amor. Yo también, Sara. Yo también.

Estados Unidos, 26 de marzo de 2014

120 La Sara que aún amo José Ordás Músico, compositor y trovador

A Sara es imposible encerrarla en una cuartilla, pero debo hacer el intento, al menos, de esbozar la huella inmensa que me dejó. Fue “Sara González” hasta que un amigo común nos acercó, en una especie de para siempre que me alumbró el camino. A partir de entonces fue “la Gorda”. Muchos conocieron a la trovadora irreversible y entregada; algunos experimentaron su ira incontenible y arrasadora, pero solo unos pocos privilegiados supimos de la ternura desbordan- te que nos hizo obviar los exabruptos, sobre todo, hacia quienes amó. Y es que tenía un corazón que no le cabía en ningún lugar; por eso, tuvo que repartirlo con los más cercanos y me tocó un pedacito. Lo sé, porque aún lo conservo. En 1981 aquel amigo, a quien la vida no me permitió agra- decerle lo suficiente, le sugirió a la Gorda que para su última canción se hiciera acompañar por un piquetico de jóvenes que había en Guanabacoa. Ella, confiada del criterio, con frecuencia certero, de Frank Bejerano, aceptó y por primera vez me tocó hacer un arreglo para aquella canción fresquita de Sara, “Amor de millones”, lo que constituyó uno de los mayores retos en mi vida, sin imaginar que a partir de entonces lo haría muchas veces y por mucho tiempo. Poco después, nos propuso trabajar juntos una temporadita, a ver qué salía, y entonces comenzó aquella escuela tremenda que fue para mí Sara y Guaicán y que duró 17 años. Hay muchas anécdotas que contar de la Gorda. Ella misma era una amante de contarlas y no he conocido a muchas perso- nas que lo hagan tan bien, pero hay un par que me ayudarán mucho a describirla. En una ocasión fuimos invitados por la ministra de Cultura de Costa Rica a participar en una jornada cultural, como parte de la delegación cubana, en la que estaban, además, Abelardo Estorino y Adria Santana. Al llegar a San José y después de ser recibidos por la ministra en persona, nos trasladaron a nuestros respectivos hoteles. Sara, Adria y Estorino fueron hospedados

121 en el Holiday Inn, y Guaicán en el hotel Presidente, de exce- lentes condiciones. Luego de acomodarse en su habitación, la Gorda le preguntó a su edecán cuáles eran nuestros cuartos y esta le explicó que nosotros no estábamos en el Holiday Inn, porque este era solo para las personalidades y que el grupo estaba en otro muy cercano, y también muy confortable. La Gorda dijo que ella necesitaba tenernos cerca para ensayar y estar en contacto permanente. La edecán intentó explicarle que aquello era imposible por lo costoso del hotel. Entonces Sara le dijo: “Pues me buscan ahora mismo una habitación en el Pre- sidente”. Nuevamente, la muchacha esgrimió los mismos argu- mentos, intentando que Sara entendiera que el hecho de que ella estuviera en aquel hotel respondía a una deferencia de la ministra para con las personalidades cubanas. Fue entonces cuando, literalmente, se armó la gorda y Sara, con la energía que la caracterizaba en situaciones como esta, le dijo a aquella pobre mujer: “Mira, mijita, o me buscan una habitación en el Presidente ese o me voy a dormir en el cuarto de alguno de mis muchachos”. De más está decir que Sara terminó en la habi- tación 317 del hotel Presidente que, a partir de ese momento, devino salón de dominó y encuentro, no solo de Sara y Guaicán, sino también de Adria, Estorino y otros amigos. Otro momento que describe muy bien a la Gorda fue cuando en 1986 viajamos a Río de Janeiro, Brasil, a ofrecer cinco con- ciertos en el club People, de Leblón, a la sazón uno de los más prestigiosos clubes de Río. A aquellas presentaciones, auspicia- das por el fraterno Chico Buarque, asistieron algunos músicos amigos que conocíamos de otros encuentros, y otros que, aunque admirados, aún nos resultaban lejanos. Eran tiempos en que casi todos los trovadores cubanos consumíamos ávidamente todo lo que nos llegaba de Brasil. Entre las personalidades que asistieron a los conciertos estuvo una noche María Bethania, uno de los iconos, también de Sara. A María le dieron, desde luego, como sitio preferencial, la mesa frente al escenario, por lo que es fácil imaginar el nivel de tensión con que actuamos esa noche. Al terminar, la dueña del local fue a buscar a Sara al camerino y le trasmitió el deseo de María de que Sara la acompañara en su mesa. Sara, luego de mirarnos con ojos inmensos, accedió al pedido que para ella, y para todos

122 nosotros, era como un premio. Entra otras cosas María le co- mentó acerca de una canción que la Gorda había cantado, y que para mi regocijo era una canción mía, lo que me valió para ser convocado también a la mesa. La música que ponían en el lugar luego del concierto no nos permitía conversar cómodamente, así que María propuso irnos a la casa de Marilia Guimaraes, excelente amiga y anfitriona. Ya en la intimidad y después de escucharle a María unos veinte boleros inolvidables y de cantar a petición de ella “Mírame” tres veces, se dirigió a Sara con solemnidad tremenda diciéndole: “Sara, usted avergüenza a los cantantes brasileños”. Se hizo un silencio que se podía ver y la Gorda me miró con cara inquisiti- va (porque la culpa siempre la tenía el otro, no ella) y por fin se atrevió a preguntar: “Pero ¿por qué, María?”, a lo que doña Ma- ría Bethania respondió: “Es que esa relación tan hermosa que he visto entre usted y sus músicos es algo que aquí jamás hemos tenido”. Sara y yo nos miramos aliviados y reímos…, o llora- mos…, o las dos cosas, no recuerdo bien; sé que ha sido uno de los momentos que se guardan para contar como algo único, mágico e irrepetible. Así era la Sara que aún amo.

La Habana, 28 de mayo de 2014

123 Sara González: un volcán con unas alas enormes Frank Padrón Escritor y crítico

Cuando la vi por vez primera en televisión, sufrí un shock. Todo el mundo sabe que su propio “lanzamiento” nació con el aroma de la leyenda: aquella canción que identificaba unas aventuras pa- recía cantada por Silvio (aunque bien oída se nota a la legua que tampoco era el timbre del cantautor): “Un hombre se levanta / temprano en la mañana…”. No recuerdo si fue de mañana, tarde o noche, que apareció Sara González (1949-2012) en la pequeña pantalla. Gorda, desaliñada, con unos dientes poderosos que parecían devorar el micrófono y, sobre todo, una personalidad escénica que removía el estudio; una voz matizada, potente y muy bella; era la anti- diva; exactamente lo contrario a la imagen que todos teníamos de la “estrella”, lo que en esos años, principios de los 70 y mucho más atrás en el tiempo, se creía debía ser una cantante. Así, entre las burlas y la incomprensión de unos, el deslum- bramiento y la aceptación tajante de otros (no necesito aclarar mi inclusión entre estos últimos), Sara se impuso. Era un nuevo concepto de la intérprete –que en otras latitudes habían per- sonificado, por ejemplo, Janis Joplin o Mama Cass Eliot–, una visión, una versión radicalmente distinta del canto. Integrante del Grupo ICAIC primero, después acompañada por el grupo Guaicán, ella ha sabido hacernos vibrar, temblar, interiorizar hasta la emoción (profunda, nada circunstancial) todo lo que canta, desde piezas latinoamericanas o de sus compañeros Silvio, Pablo, Noel, Eduardo Ramos, hasta algunas propias que ya empezaba a componer. Entre esos primeros trabajos estuvo un disco que no era, como la mayoría de las óperas primas, personal, sino musicalizacio- nes de textos martianos. Me enamoré de ese LD, auspiciado por Casa de las Américas, el cual junto al fonograma de Pablo, y después junto al de Amaury Pérez, me acercó mucho más a la poesía del Maestro, al punto de hacérmela imprescindible. Cuando llegué a la Habana en l976, aún adolescente, ense- guida conocí a Sara, y fue madurando nuestra amistad. Por

124 cierto, ella era mi “abogada” cuando con descaro me colaba en los ensayos del grupo ICAIC, en la Cinemateca o la sala de 23 y l2. Con su férrea disciplina, Eduardo Ramos, ya entonces di- rector del grupo, me botaba. “Es que estoy haciendo una tesis”, mentía yo. Todavía no había publicado, lo haría poco después, pero ya Sara había adivinado la pasión que me comía por ese tipo de música y sus cultores, y en especial por ella, que era la figura que más me interesaba –al menos escénicamente– de la Nueva Trova. “Déjalo, Eduardo, que él no molesta, él se sienta ahí tranquilito”. Pero cuando el director era inflexible, ella me mi- raba con sus grandes ojos azules y se encogía de hombros como diciendo: “No puedo hacer nada más”. Después que nos fuimos conociendo, me percaté de que Sara no era solo una gran intérprete, sino algo superior en la escala de valores: una excelente persona. Eso no obsta para que un buen día te suene un soberano escándalo porque no coincide contigo, o te diga por lo claro que considera fallido un poema o una canción que le muestras. Es tan sincera que a veces puede ser ruda, pero la prefiero a los “medias tintas” o los tan diplomá- ticos que resultan hipócritas. Cuando no tiene otro argumento, te dice sin ambages: “Bueno, chico, los amigos también son para fajarse de vez en cuando, sino todo sería muy aburrido, ¿no?”. Lo cual entronca a la perfección con su proverbial sentido del humor. Entre anécdotas y “cuentos verdes” –aunque creo que ella los hace de todos los colores– cualquiera infarta riéndose con Sara. Un último detalle: ella ha protagonizado ese tipo de canción épica, de multitudes, y en verdad ha sentado cátedra. Tras escucharla en “La victoria”, “Su nombre es pueblo”, “A los que luchan toda la vida”, “¿Qué dice usted?” y tantas otras de ese corte, no se conciben otros intérpretes para las mismas. Pero hay otra Sara –intimista, lírica, personal– que, por lo menos a mí, no me entusiasma menos. Justamente por esa línea se enca- minan sus próximos CD, que hicieron recorridos por la autoría femenina en la canción cubana, desde María Teresa Vera hasta la excepcional Lázara Ribadavia. Escucharla vocalizando “Crin hirsuta” (de Martí), “Quiero hablar contigo” (Carlos Puebla), “Monte adentro” (Pepe Ordás),

125 “La guitarra” (Amaury y Otto Fernández), “De otra manera” (Vicente Feliú), “Cantando al amor” –que nunca hace– (de su autoría), o algunos boleros de Marta Valdés, es casi tan rico como verla soneando (de lo cual da fe su CD Son de ayer y de hoy, cálido homenaje a sus, nuestros, caros maestros en esa línea) o electrizándonos con sus cantares políticos. Esa es una Sara no menos auténtica, no menos grande que las otras, porque logra comunicar toda la ternura y la belleza interior que encierra. Es un volcán, sí, como tanto se ha dicho, pero con unas alas enormes.

La Habana, 2014

126 Sara González. Una aproximación Beatriz Elena Paredes Rangel Socióloga y política mexicana

Me hubiera gustado conocer a Sara González en su adolescen- cia. Imagino que era una jovencita alegre y enérgica, como un torbellino. Supe de ella la primera vez que fui a Cuba, en 1975. Musical que soy, seguía la huella de los integrantes de la Nueva Trova cubana, movimiento artístico que renovó la música de la Isla, y con ello, la del Caribe y América –así de importante es la expresión musical de la patria de Martí. Me llamaba la atención la existencia de esa joven mujer rubia, que acompañaba al floreciente movimiento y que estaba a la altura de Silvio Rodríguez o de Pablo Milanés. Además de reconocer su calidad artística, simpatizaba enormemente con su desparpajo, con su rebeldía intrínseca –aunque ella no lo supie- ra– al no “arreglarse” en la tradición “rumbera” de las coquetas mujeres de la Isla, y vestir como cualquier estudiante-artista, que sale a una manifestación. Sí. Sara, como los otros jóvenes artistas que integraban el Movimiento de la Nueva Trova Cubana, era un imán para nuestra generación. Tenían todo lo que un joven de la época, de espíritu revolucionario y gusto por el arte podía admirar: calidad musical, composiciones comprometidas, y un aire de frescura y libertad que los volvía inconfundibles y esenciales. Lo que más reivindico de los integrantes de la Nueva Trova era su autenticidad. Estoy convencida de que la expresión musi- cal de esos jóvenes cantores fue a la Revolución Cubana lo que el muralismo mexicano fue a la Revolución Mexicana. En el arte consustancial a la Isla, la música de la Nueva Trova recreó las mejores tradiciones de las armonías de La Habana, y la capacidad metafórica de los letristas de antaño, adicionando la fuerza y el contenido de la “música de protesta”, género en el que Latinoamérica se distinguía por méritos pro- pios. Y Sara era la única mujer que estaba allí, a la altura de sus mejores exponentes. Como Violeta estaba en Chile. Como es lógico, yo la quería conocer. Y la vida me regaló el privilegio de su amistad. Y la de su compañera, Diana. Fue un

127 regalo generoso, porque las cosas que suponía en mi admiración lejana y plagada de romanticismo, por la joven compositora y can- tante integrante de la Nueva Trova, fueron superadas con creces, cuando conocí a la mujer Sara González, artista, compositora e intérprete. Cubana. Militante de la Revolución. Habanera. Humorista natural, hacía chistes y bromas sobre todo y, con el verdadero humor, desde luego, sobre sí misma. Sara González. Sencilla y generosa. Buena amiga. Tempera- mental y a veces ruidosa. Cubana. Soñadora. Pero, por encima de cualquier calificativo, Sara González era congruente. CON- GRUENTE, con mayúsculas. La congruencia es un atributo escaso en esta época. Las almas son frágiles y maleables. La gente se cansa. El entorno es poco propicio. La congruencia es un diamante que brilla en sí mismo, iluminando esta etapa desolada por las deserciones, la deslealtad y la distorsión. Sara fue congruente en todo momento, con la rigidez de todo militante congruente, pero con aquel sentido del humor que le permitía burlarse de los excesos, y por ser honesta, deslindarse de ellos. Intuía –eso creo–, con aguda inteligencia y sensibilidad, los límites de la experiencia revolucionaria, por el contexto adverso y la derrota histórica de los aliados, por los errores de propios y extraños, y rociaba con abundante ron su desencanto, para en cada amanecer, despertar renovando el entusiasmo, y a pesar de todo, por encima de todo, volver a creer. Sara González fue congruente en lo público y lo privado. Y fue valiente. El valor ennoblece. El pueblo cubano es valeroso. Sara es cu- bana, tan profunda, hermosa, esencialmente, cubana. Dije Sara es, y no fue…, porque estoy convencida de que la intérprete y compositora Sara González ya ocupa un lugar en la historia artística de la heroica isla, y la militante Sara González dejó huella por su convicción revolucionaria, en esa eclosión social del siglo xx que fue la Revolución Cubana. La mujer, Sara González, de sonrisa y mirada brillante, hizo, en lo privado, su pequeña gran historia, al vivir con libertad y sin taxativas sus opciones existenciales.

128 Los seres humanos no somos inmortales. Personalmente, creo que eso es bueno. El cuerpo se deteriora y la vida se repite. Uno debe vivir hasta que nuestro equipamiento físico y mental nos permite hacerlo con dignidad. Eso pienso. Los seres humanos no somos inmortales, pero las obras que realizamos, la cauda dejada a nuestro paso por el mundo, sí lo es. Y de todas las personas que alguna vez existen en nuestro planeta, quienes más tienden a la inmortalidad son los artistas. La fuerza del arte derrota a la muerte y al paso del tiempo. El arte perdura, trasciende. Es imperecedero. Sí. Me imagino ahorita en La Habana, bailando… “amor mío no te vayas, que lloro”… y allí, entre la multitud, la sonrisa incontenible y la mirada juguetona, de aquellos ojos azul verde. Y así será, con otros pasos y otras voces, muchos años después.

Enero de 2014

129 Mi país la recibió de pie Teresa Parodi Cantautora argentina

Antes de conocerla me habían hablado mucho de ella y empecé a querer conocerla personalmente. Me decían que nos parecía- mos físicamente, por los ojos claros y el pelo… Cuando se dio la oportunidad de encontrarnos, me alegró mucho, me llenó el corazón de alegría. Se programó un concierto de Pablo Milanés con ella en Ar- gentina, justo en el momento cuando había aparecido yo en la canción, tenía en ese momento una presencia en los medios y la convocatoria de público, estábamos en la efervescencia de la democracia recuperada, mis canciones estaban en las calles. Ese concierto de Pablo se hizo en el Luna Park: ellos dos y yo. Cuando llegaron a Buenos Aires los fuimos a esperar y luego para el hotel. En cuanto la vi, ¡imagínate! Al principio yo estaba muy emocionada porque la había escuchado, me encantaba lo que hacía, me encantaba su forma de cantar y de tocar la gui- tarra, la tremenda conexión que tenía…, es decir, cómo lograba que la música se conectara con la palabra de manera tan perfec- ta que parecía que habían nacido juntas, que no era posible que las palabras se hubieran musicalizado después, porque traía la música exacta a la palabra del poeta que fuere. Al vernos, como buenas mujeres, nos trenzamos en un diálogo interminable… de Cuba, de Argentina, de Cuba otra vez, y hablamos y hablamos, y después compartimos el concierto, que fue increíble. Mi país la recibió de pie. Una cosa increíble. Me contaba que los compañeros la habían conminado, casi obligado a hacer esas canciones, y yo me decía: “No puede ser que esas canciones tan buenas las haya escrito tan rápido”, como ella contaba, como es la anécdota [se refiere a la serie de poemas de José Martí musicalizados por Sara González recogidos en disco bajo el sello Casa de las Américas]. Después de aquel concierto estuvo muchas veces en la Ar- gentina y en todas las ocasiones que yo me enteré que estuvo la fui a ver, aunque nunca canté de nuevo con ella. Muchos años después de aquel primer encuentro la vi en Buenos Aires, fue en un parque. Estaba rodeada de muchas personas, yo me quería

130 acercar, pero me había quedado muy atrás. Ella me distinguió entre la gente, me descubrió no sé cómo, y me llamó: “¡Teresa! ¡Teresa!”. Qué alegría. La verdad es que yo admiro muchísimo su obra, creo que dentro de la trova es una voz particularísima, diferente, creo que dejó una huella muy clara y que a nosotras nos influyó mu- cho eso, esa forma… Te estoy hablando de las cantautoras, de muchas con las cuales he hablado en otras regiones de América. Sara nos influyó mucho porque tenía una mirada tan lúcida en la canción, un modo particularísimo de cantar, una entrega que llena de emoción, muy conmovedora, era una artista grande. Yo creo que fue una pérdida muy grande porque se fue muy joven, seguramente hubiera seguido dando su talento a manos llenas. La vi por última vez cuando estuve en la Feria del Libro. Acababa una actuación que había organizado Vicente Feliú en la Casa del Trovador y ella estaba en una mesa. Yo, de golpe, pasé y la vi, la vi distinta. Ella me contó que estaba un poco enferma, nos abrazamos y yo no supe muy bien qué decirle, pues me di cuenta de que tenía una cosa muy difícil de resolver. Lue- go yo preguntaba a quien podía, pero después, esa desconexión que hubo entre nuestros países, nuestra gente, esos años de desconexión que yo creo fue deliberada, cuando cortaron tantos puentes entre nosotros…, y apenas sabía de ella. Muchas veces yo me pregunto: ¿cómo no vamos a saber de nosotros? Eso ha pasado con nuestros países, yo sentía que nos alejábamos, me- jor: que nos alejaban. Un día leo la noticia. Te digo la verdad: lloré por Sara. Sentí que murió alguien que pudo haber sido única para mí, porque compartíamos este oficio que es difícil, muy difícil de sostener cuando se es mujer, y Sara lo sabía muy bien, de eso hablamos muchas veces, en todas las conversaciones que tuvimos. Tam- bién lloré porque pensé que perdí una amiga que ni una ni la otra pudo tener. Eso.

La Habana, 2013

131 Pocas palabras, ya lo sé Olga Marta Pérez Escritora

Por mucho tiempo pensé que uno podría acostumbrase a las ausencias y sobre todo que uno podía prepararse para las proba- bles ausencias definitivas. Con el tiempo supe que no era posible, ni prepararse, ni acostumbrarse; solo me es posible atrapar la consistencia de la ausencia, que es sentir su permanencia, y es una manera de estar. Claro que no ocurre con todos. Cada au- sencia es diferente con sus gradaciones de color y de dolor. Para mí coexisten dos recuerdos de Sara, la de la artista admirada, sobre todo a partir de aquel disco, obra difícilmente superada, con los poemas de José Martí; y la otra Sara, que es casi la mis- ma, pero no es igual, la gregaria, la amiga que dice las verdades sin miramientos, la acogedora Sara, con las puertas abiertas siempre dejando entrar el vendaval de amigos, siendo vendaval ella misma.

La Habana, 2014

132 Sara: los inciertos caminos de la eternidad Amaury Pérez Vidal Compositor e intérprete

Ni en mis peores pesadillas me vi escribiendo sobre Sara algo que no podrá leer. Cada texto, cada verso, cada canción y hasta mis especulaciones literarias más disparatadas encontraban en ella abrigo y entusiasmo. Me llamó Amaurito siempre, así, con el diminutivo de la terneza y como solo lo hacía un par de miembros de mi extinguida familia. La Gorda también podía ponerse difícil, pero con todo, hie- rática, seguía diciéndome Amaurito, porque aquellos imberbes desencuentros, en vez de lacerar nuestra profunda amistad, la lanzaban a ese intangible confín donde el amor perdura por inexplicable.

Los inicios A Sara primero la escuché y muy pronto nos vimos allá por los comienzos de 1972. Fue en la intersección de las calles 23 y 12, en El Vedado. Ya ambos trabajábamos en el ICAIC (Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos) y dos horas des- pués de aquel frugal vistazo nos acercamos, la juventud alberga esas espontaneidades, como dos gladiolos tropezando en un espeso jardín. La Gorda, que entonces no lo era, vestía un pullover verde que se posaba gentil sobre un jean de discreto terciopelo negro, tenía el pelo muy largo, lacio y claro, y unos ojos que emulaban el azul veraniego del Caribe. Su porte y carisma eran impre- sionantes. Luego de aquel topetazo, jamás nos separaríamos durante cuarenta años. Vivía, lo supe temprano, en un humilde apartamento de Marianao, junto a sus padres Berto y Rosa. Por esa estrechez doméstica era común que pasara meses conviviendo en nuestra casa, porque si mi extravagante familia estuvo alguna vez de acuerdo fue en que todos festejábamos y necesitábamos de la presencia de Sara, de su música, su voz, su risa, su sentido del humor tan criollo, su equilibrio y su amor por lo que vale la pena amar…, y lo que no.

133 Ya en 1974 La Gorda comenzó a llevar su arte, cada vez más depurado y profesional, por Europa. De Italia me trajo como regalo, con el exiguo viático que le dispensaba su auspiciador, mi primer jean, “¡no muy escandaloso para que no te critiquen, Amaurito!”, me dijo entre carcajadas. Así comencé a valorar una de las virtudes que con el paso de los vientos sería su mayor tesoro: la genero- sidad. Una generosidad que muchas veces provocó que su ángel de la guarda trabajara horas extras. Sara era un ser que combinaba agudeza con ingenuidad y eso le propició más de un traspié en el cotidiano trasegar de los días.

Los primeros discos… Grabamos nuestros respectivos y primeros discos entre 1975 y 1976. Recuerdo las decenas de llamadas telefónicas diarias cantándonos los temas y sugiriéndonos cuál debíamos grabar. Sara sufría por entonces las insensibilidades de las primeras pasiones, fui confidente de sus vicisitudes por sentirse y amar “diferente”. Presentía, y me congratulo por ello, de que en mí encontraría al cómplice que su alma necesitaba con urgencia y que mi mesura, nada común por entonces, defendería hasta los límites del socorro. Durante décadas viajamos, cantamos, grabamos, bebimos, fumamos, jugamos dominó, que le apasionaba (era muy compe- titiva). Discutíamos sobre lo humano y lo divino; sexo, política, lealtades, de los errores nuestros, porque supimos desde muy temprano que la amistad es un sentimiento que puede crecer también en la duda.

La música toda Sara fue una cubana que disfrutó de la música toda. Nunca excluyente, se asomó tanto al son como al rock, hizo pop, cantó baladas y boleros, y grabó fonogramas que escapan a cualquier discriminación de géneros. Siendo profundamente antidogmática y martiana, jamás se dejó etiquetar como miembro de partido alguno, su signo político era La Patria y todo lo que de ella se deriva. Amó su

134 consecuencia y la admiré por ello. Fue por eso, o también por eso, que se convirtió en mi mejor amiga.

Al final Cuando enfermó, Peti (mi esposa) y yo la visitamos en el hospital con inalterable frecuencia y allí, siempre Diana, la compañera de su vida. Con el fallecimiento, no por esperado menos duro, perdí una parte de mí ya irrecuperable. En el altar donde guardo y reverencio a los que me faltan, está su foto y el último inhalador que utilizó para aquella asma que, invasiva, no dejó de atormentarla jamás. Sus cenizas, a petición propia, fueron depositadas en el mar frente a La Habana que idolatró, y a veces pienso, cuando sumer- jo mi cuerpo en las cristalinas aguas de la Isla, que sus ojos me rozan y que en los restos del salitre apuntalado por el sol, mi Gorda me acompaña. Entonces, por un instante, la repienso, hurgo en las profundidades, y navegamos juntos los inciertos caminos de la eternidad.

La Habana, 24 de mayo de 2014

135 La Sara que conocí Rita del Prado Cantautora

El hallazgo Como muchos cubanos, lo primero que conocí fue la voz de Sara, antes que su imagen. Aquella voz cantaba “Un hombre se levanta” (de Silvio), tema de la memorable serie televisiva Los comandos del silencio, éxito rotundo de principios de la década de los 70, que mostraba al público cubano la vida de los tupamaros en Uruguay y, también, sus historias amorosas. Por esos años, mi adolescente conexión emocional con los personajes de aquellos episodios hacía que se desbordaran de la pantalla y me ocuparan horas de la imaginación y la memoria. Por ello, las vibraciones de esa canción eran como la banda sonora de mi cotidianidad. Es fácil imaginarse entonces de qué tamaño era la magia que me despertaba oír aquella voz enig- mática cantando con especial vitalidad “Un hombre se levanta temprano en la mañana…”. Luego supe cuál era el nombre que había detrás de la voz y poco a poco se fue haciendo familiar la imagen de Sara junto a Silvio, Pablo, Noel, Miriam, Vicente, Virulo…, en los conciertos, en los espectáculos y en los medios de difusión. El diapasón expresivo de Sara lo mismo sobrevolaba con energía una multitud reunida alrededor de alguna circunstan- cia patriótica, que se desdoblaba en un personaje humorístico, que anidaba en la intimidad de una canción de pareja, o asumía musicalmente versos de Martí con la gran pasión, inteligencia y ternura que supone semejante desafío poético.

La amistad Ya en el 2000, Sara dejó de ser una figura lejana del “Olimpo cultural cubano” para convertirse en la gorda querida, en la amiga con la que canté en escena y con la que compartí confi- dencias y conceptos sobre la vida y el arte. Nuestra amistad comenzó de un modo sencillo y transparen- te, tras haber coincidido varias veces en días trovadorescos en Casa de las Américas y en el Centro Pablo. Por otro lado, yo

136 había enviado unas canciones al Concurso Adolfo Guzmán, del cual ella era parte como jurado, y también, de algún modo, mis lazos con las trovadoras Heidi Igualada y Marta Campos fueron una especie de puente para acercarnos. Entonces, se sumaron dichas confluencias y un buen día Sara me sorprendió diciendo más o menos las siguientes palabras en aquel hermoso plural donde se sobreentendía el consenso previo con Diana Balboa, su compañera: “Gordita, quiero que sepas que nosotras te respetamos mucho, que nos gustan tus canciones y que las puertas de nuestra casa están abiertas para que vengas a descargar o a conversar cuando te dé la gana y con quien tú quieras”. Además de tiernamente gracioso y criollo, fue muy halagador recibir esa declaración de amistad y más que eso, era como una especie de bienvenida, era el inicio de un camino cálido. Sara, la dueña de una voz que vibraba en mis referentes desde la adolescencia, ahora se volvía una persona cercana: totalmente despojada de poses de celebridad, cariñosa, honesta, espontánea, amiga. Lo que ofrendaba en esas palabras no era una simple cortesía, era totalmente auténtico y se hizo real durante los años siguientes. Visitar a Sara significaba pasar adorables horas entre ami- gos, estrenando canciones, conversando, oyendo en su sala de música el disco más reciente y ponernos a opinar a todos, hasta salir a la terraza para ser testigos del increíble atardecer que se ve desde allí. La Sara anfitriona, sentada en la terraza y recortando con su presencia el cielo habanero confundido con el horizonte, lo mismo lideraba una polémica apasionada sobre música que desataba el ovillo de un anecdotario simpatiquísimo contado con delicioso histrionismo. Así estallaba el torrente de carcajadas colectivas en su terra- za, venciendo el sonido permanente del tráfico de la calle Línea. Hubo también otros días en que éramos un círculo más íntimo y hablábamos de temas más personales, ocasiones para las cuales la Gorda tenía un gesto especial de atención, que claramente demostraba estar asumiendo los problemas de cual- quiera de nosotros como suyos.

137 Todavía no sé cómo se las arreglaba para estar pendiente de la obra de tantos creadores y, además, tener tiempo para ayu- darnos y tender como una estela protectora sobre la gente en la que creía. La vehemencia de Sara al exponer su criterio sobre deslealtades, inconsecuencias de alguien o cualquier proceder injusto que nos afectara, daban la sensación de que estábamos defendidos por la abogada más eficaz del universo.

El Jardín Siento que el jardín donde Sara “sembró” su peña, en El Vedado, fue el modo más personal que encontró para hacer el recuento de todos los caminos vividos y de este modo tener un espacio para apoyar los proyectos de otros artistas de varias generaciones, además de seguir haciendo algo vital para ella: cantar. Para quienes pasamos por su escenario, la energía alenta- dora del Jardín de la Gorda ha sido como una dulce herencia de quien se ganó la lealtad de su público y no tuvo reparos en compartirlo generosamente con otros artistas. Muchos encuentros inolvidables hemos tenido en ese jardín, mucha magia y celebración de la vida están en el aire de ese rincón del Vedado. En los últimos tiempos, antes de su partida, el hospital ter- minó siendo una prolongación del Jardín y allí fuimos también a cantar lo de siempre, a estrenar temas, a conversar, a reírnos con sus ocurrencias, a oír sus regaños fraternos y siempre sim- páticos. Aquellas visitas no tenían nada que ver con el ritual difícil de acompañar a una persona enferma, donde no se sabe qué decir y el silencio se vuelve tenso. Era exactamente el mismo ambiente de tertulia trovadoresca de antes del hospital: allí la gorda seguía comentando apasio- nadamente sobre la vida, y haciendo proyectos con su habitual optimismo como quien nunca se diera por enterada que iba a partir de este mundo. Es difícil entender que no está, es absurdo, es incluso cues- tionable, es una pregunta de todos: ¿Realmente la gorda se fue? ¿Cómo explicar entonces esa sensación tan clara de su presencia en la terraza donde Diana sigue recibiendo a los

138 amigos, en el jardín donde continuamos cantando, en el público de nuestros conciertos? Ahí está la Gorda con su gesto atento para luego elogiar o señalar algo en nuestro desempeño, ahí sigue transparente en su eterno compromiso con la música y la entrega a los demás. Imposible olvidar el anochecer de principios de 2013 en que un grupo de amigos junto a Diana caminamos hasta el male- cón llevando cada uno un girasol para Sara, que lanzamos al mar donde habitan sus cenizas. Nos quedamos unos minutos en silencio y los que estábamos somos testigos de que todos los girasoles se agruparon formando la inicial de su nombre sobre las aguas… Es posible que lo haya causado el vaivén de las olas, o la direc- ción del viento, o la levedad de los girasoles, pero nosotros regre- samos del mar sabiendo que la Gorda amorosamente nos había respondido que sigue estando para todos, y que nadie lo dude.

Medellín, 8 de mayo de 2014

Posdata También, añado el comentario que publiqué en Cubadebate recién fallecida la Gorda, motivada por el artículo de Marta Valdés titulado “Aquella vez que Sara me pidió tantos boleros”.

Es imposible no extrañar a la gorda Sara Cada uno de nosotros tiene un morral lleno de vivencias com- partidas con ella. Nos dejó como tesoros la fuerza de su voz épica, la transpa- rencia de su sinceridad, los excesos de su pasión, su simpático anecdotario, su don para hacer reír, su carcajada limpia, su puerta abierta a los amigos, su amor a la Patria, al arte, a la humanidad, a Diana, a la vida. Y digamos también que la Gorda nos dejó un jardín. Ese fue el espacio donde tradujo su grandeza a la hermosa sencillez de los encuentros. El pequeño e inmenso espacio donde nos entregó lo vivido a través de los años. Allí en ese jardín ofrendó canciones imprescindibles. Allí bendijo los caminos de nuevas generaciones.

139 Allí con amorosa reverencia convocó a los maestros y a los sabios. Allí defendió la obra de todos en los que creyó. Allí juntó los colores del pueblo, cuya sonrisa plural tenía por talismán. Allí derramó generosamente su reserva de polvos mágicos para echar a rodar los sueños de muchos. Allí repartió su luz. Allí sembró. Gracias por tanto, gordita, hermana querida. Abrazo tu recuerdo con nostalgia y gratitud.

7 de febrero de 2012

140 Recordando a Sara Abel Prieto Narrador y ensayista

Para Diana Mi trabajo en la UNEAC y en el Ministerio de Cultura durante un cuarto de siglo, me legó varios padecimientos crónicos o casi crónicos (hipertensión arterial, insomnio, colon irritable y otros aún no identificados), junto a no pocas heridas en la piel de lo que llaman alma, y también –por supuesto– satisfacciones y momentos venturosos. Pero lo que más agradezco de esos años fue la oportunidad de conocer a muchas personas realmente extraordinarias y el privilegio de que algunas de ellas me concedieran su amistad. Cuento entre las últimas a Enrique, el padre-confidente, el padre-amigo con quien se podía hablar de cualquier tema, el que no tuve nunca, y a mi hermana Sara. Durante mucho tiempo, antes o después de pasar por casa de Pablo Armando, esperé el Año Nuevo con Sara, con Diana, y con muchísima gente más en la gloriosa terraza de Línea y 10. Bebiendo, oyendo música, discutiendo sobre lo humano y lo di- vino, y jugando dominó. Jugar de pareja con Sara era peor que hacerlo contra ella. Si ocupábamos posiciones opuestas, tenía que prepararme, eso sí, para tolerar la lluvia de burlas que Sara utilizaba para desmoralizar a sus contrarios. En cambio, si jugábamos de pareja (algo que ella decidía con frecuencia, más por cariño que por mis habilidades), quedaba expuesto a los estallidos apocalípticos que le provocaban mis errores. Y es que yo me desempeño más o menos bien en las primeras datas: sigo el hilo del juego, nunca me “agacho” si no resulta poten- cialmente ventajoso, sé o creo saber la ficha que hace daño a mi compañero y a los adversarios, y cuáles debo conservar para el final y trato de evitar el siniestro “encajillo”. Luego, empiezo fatalmente a dispersarme, a olvidar las recomendaciones del legendario O’Farrill y a fallar. En ese punto recibía de Sara las ofensas más atroces. Daba golpes en la mesa (las fichas saltaban repiqueteando y hasta caían al suelo) y gesticulaba, furiosa, vociferante, para que todos en la terraza supieran quién había sido el culpable de su derrota. La cólera no le du- raba mucho. Sara detestaba perder, pero era demasiado linda

141 y generosa. Y muy pronto me convocaba a probar suerte, juntos de nuevo, con una sonrisa. “Y se sonrió”, sentenció una vez Le- zama, “entonces palpé una verdadera alegría, / muy semejante a la música estelar”.7 En la sonrisa de Sara, en su risa, participaban sus prodigio- sos ojos azules, como dos fanales, y el entorno quedaba ilumina- do. Era una amiga fuera de serie, apasionada, leal, ajena a toda mezquindad, a todo lo turbio. No olvidaré jamás una mañana algo depresiva en que me llamó por teléfono, juguetona, traviesa, para anunciarme “una solplesita”, es decir, “una sorpresita”, en el estilo chinesco con que hablábamos a menudo, y hacerme oír la grabación de “La culpa del guisaso” (su apropiación, en ritmo de sucu-sucu, de El vuelo del gato). Cuando terminó la audición telefónica, no supe cómo agradecérselo. “Ven pacá”, me dijo, y la obedecí. Y la depresión se disipó del todo mientras compartía tragos, cháchara y dominó con Diana y con ella en Línea y 10. Y es que uno sabía que Sara y Diana, las dos “golditas”, estaban definitivamente ahí, benéficas, acogedoras, fieles, con algo de comer y ron bueno o malo o ningún ron. Eso era una garantía: saber que ellas estaban ahí. Amaury entrevistó a Sara en Con dos que se quieran, y el programa se transformó mágicamente en una fiesta. En un clima relajado, único, de confabulaciones y guiños, de júbilo explosivo y cubanísimo. Sara se presentó en televisión como la misma Sara que me ordenó “Ven pacá” aquella mañana en que tanto la necesitaba. Ahora, para redactar estas notas, busqué la transcripción de la entrevista en Cubadebate y volví a deleitarme con su compañía por unos minutos, de forma muy parcial, claro está, solo a través de un texto escrito, inerte. Incluso, cuando Amaury le tocó un tema en extremo sensible, el de una ausente de la talla de Haydée Santamaría, ella no quiso ponerse dramática y evocó a una Yeyé cómplice, sabia y pícara a un tiempo: era, sí, “una madrina”, “una guía”, “pero además con complot y con misterios y con cosas. A mí me gustaban mucho las cosas con ella, porque ella era muy elucubradora y te llamaba y hacía campañitas, pero de las buenas, para buscar cosas, soluciones, planes, de ideas de conciertos”.

7 José Lezama Lima: “Nuevo encuentro con Víctor Manuel” (Fragmentos a su imán).

142 Sin embargo, antes, Sara había adaptado, musicalizado y hecho suyo aquel poema de Fina, inmenso, estremecido, en homenaje a Haydée, y lo cantó desde sus fibras más íntimas. “Los que la amaron”, dijo Fina y cantó Sara, “se han quedado huérfanos”. Eso justamente nos pasó a los que amamos a Sara: nos quedamos huérfanos de ella, de su voz; de su canto; de su presencia recia, poderosa; de su intensidad; de sus accesos de ira cuando perdía en el dominó; de sus palabrotas, que sonaban tan hermosas, tan fluidas y naturales; de su capacidad para amar, para entregarse; de su carcajada expansiva, radiante, que podía llenar el cielo del Vedado desde la terraza de Línea y 10 y permitía que palpáramos “una verdadera alegría muy semejante a la música estelar”; de su autenticidad y su coraje a toda prueba; de su apego a los principios; de su rechazo vis- ceral a ineptos y burócratas e igualmente a los ambiguos, a los oportunistas, a los renegados; de su manera honesta y raigal de instalarse en este mundo, en esta isla, su isla, su “paisito”, así le dice a Amaury, orgullosa: un “paisito” rebelde, cargado de historia, que se niega a “dejarse dominar por nadie y menos por un país como los Estados Unidos, que tiene dominado a medio mundo y a nosotros no”. De ella, de Sara, guardo (y guardaré mientras la vida me lo permita) recuerdos casi siempre felices. Otros son dolorosos. Como los del hospital, cuando hablaba de que, a ratos, perdía la coherencia y se le enredaban los pensamientos y la conversación a causa de unos “guayabitos” molestos, colados en su cabeza. Quería bromear y tranquilizarnos, y había que hacer un esfuerzo inconcebible para disimular el horror ante lo que se aproximaba sin remedio. Y como los del lanzamiento de sus cenizas en la bahía de La Habana. Es duro, muy duro, volver a sentir en la me- moria cada uno de aquellos minutos como punzadas, como dardos. Conozco al dedillo lo que se dice en estos casos, “aunque se nos va físicamente, queda su obra”, etcétera; pero el hecho amarguísimo es que la perdimos, que no la tendremos más, que ya no estará ahí, en la terraza de Línea y 10. Te extraño, te sigo extrañando, “goldita” bella.

La Habana, 29 de mayo de 2014

143 Sara, desde la calidez Ángel Quintero Cantautor

A Sara González la conocí a principios de la década de los 70 en los albores de la creación del Movimiento de la Nueva Trova, organización artística en la que nos afiliamos muchos jóvenes cantores de aquel momento; pero no fue hasta finales de 1976 en que establecimos un vínculo amistoso más profundo. Yo transitaba un período emocionalmente difícil; cosas que ocurren en la vida y que provocaron mi alejamiento de los escenarios. Un día, sin previo aviso, se apareció en mi casa y quiso saber de mí y apoyarme. Poco a poco me fue rescatando de aquella difícil circunstancia. Su alegría y entusiasmo me regresaron a mi cantar cotidiano: siempre le agradeceré a Sara su presencia a mi lado en aquellos días. En la calidez y la intensidad de nuestras verdades, acrisola- mos afecto y compañerismo. En nuestras pasiones desatamos guerras, que nunca duraron más de veinticuatro horas. Siempre un cariño recíproco se encargó de firmar la paz entre nosotros. Y así fue por más de treinta y cinco años. No fuimos amigos del muy-muy, ni tampoco del tan-tan. Ni del ruido ni de la sordera. Amigos de estar donde había que estar. Quiso la vida ponerme cerca de ella poco más de un año antes de su partida. Compartimos una gira nacional acompa- ñando a la artista plástica Diana Balboa y su exposición For- mato roto. Esos días fueron hermosos y únicos y se quedarán para siempre, como lo hace ella.

Marzo de 2014

144 Sara, amiga Gloria Reguero Periodista

Repaso e-mails y álbumes de fotos para intentar decidir por dónde empiezo. Sara forma parte de mi vida casi desde que tengo uso de razón y eso dificulta la “estructura” de estas notas, que me gustaría que fuesen más descriptivas que cronológicas, más centradas en el ser humano que en la historia. Conocí a Sara González en el Madrid de los años 80. Ella tenía treinta y pocos años, y yo era una estudiante de Periodismo re- cién llegada a la capital, deslumbrada por un continuo ir y venir de escritores, artistas plásticos y personajes de la farándula. En aquella época, aún latía fuerte en Madrid el espíritu de lucha política, los restos de la resistencia a una dictadura que, por fin, veíamos terminada y las ansias de libertad, la convicción de que el mundo se podía cambiar. En mi entorno era frecuente recibir la visita de gente venida de otros países que traía ideas y formas de vida que sabíamos cercanas, pero diferentes, ya fueran artistas cubanos o guerrilleros salvadoreños. Normalmente, era gente que pasaba, con la que compartía- mos experiencias y de la que aprendíamos, que a veces prometía amistades eternas, pero que finalmente terminaba por desapa- recer igual que había aparecido. Diana primero, y Sara después, fueron algo distinto desde el principio, aunque no sabría explicar por qué. Con ellas se estableció una relación capaz de perdurar en el tiempo y la distancia. Durante unos años coincidimos en Madrid, cada vez que alguna de ellas viajaba a España por cuestiones profesionales, y en La Habana, cada vez que yo tenía la posibilidad de viajar a Cuba. En ambos lugares teníamos amigos comunes. Cuando Sara venía a Madrid, a actuar en el escenario de la Fiesta del PC, por ejemplo, yo me convertía casi en parte de su grupo, acompañándola en ensayos y pruebas de sonido, pero también participando en comidas en casa del pintor Fernando Somoza o en visitas por la ciudad. Cuando yo viajaba a Cuba, coincidíamos en “descargas” en casa de Gui- llermo Rodríguez Rivera o la visitaba en su apartamento de San Rafael.

145 Durante cuatro o cinco años coincidió que ni ella vino ni yo pude ir, así que no mantuvimos contacto, pero la amistad había germinado y, cuando pasado ese tiempo, volví a La Habana, encontré a las amigas de siempre. Fue mi peor viaje, plagado de problemas personales que Sara y Diana, entre partida y partida de Rumikub, me ayudaron a resolver y, aunque en general lo pasé realmente mal, recuerdo con especial cariño ese viaje porque para mí fue el del reencuentro con dos personas que han sido, que son, muy importantes en mi vida. Tras ese viaje comencé a ir más a menudo a La Habana y a quedarme en su casa, que se convirtió en la mía. A veces me aparecía sin avisar, como si llegara de Playa o de Guanabacoa, y les daba una sorpresa. Otras veces la sorpresa me la llevaba yo. En una ocasión, viajando con mi hermana, pensamos hacer unos días de playa antes de ir a La Habana, no avisamos del viaje y nos hospedamos en un hotel en Santa María del Mar. Cuando llegamos estaba atardeciendo y fuimos a dar un paseo por la playa. Apenas pisamos la arena, una niña rubia se me acercó corriendo y gritando mi nombre. Era una sobrina de Diana que estaba allí con su familia. A la mañana siguiente Diana y Sara se aparecieron por el hotel a recogernos. Sara se había empeñado en llamar a todos los hoteles de la zona hasta localizarnos. A menudo, las acompañaba a sus obligaciones, conciertos o ensayos, y en otras ocasiones me hacían de cicerones, enseñán- dome la ciudad con los ojos privilegiados de dos guías de lujo. Me gustaba el sitio donde ensayaban entonces, sobre una enorme y vieja imprenta. Donde Sara no me acompañaba nunca era a mis escasas aproximaciones al sincretismo religioso, a visitas a santeros o espiritistas. Creo que le daba miedo “engancharse”, que creía que si se acercaba demasiado acabaría sin remedio creyendo y practicando hasta más allá de donde le gustaría. Aparte de conciertos, visitas y excursiones, los pequeños mo- mentos de “rutina” de la casa tenían su escenario más frecuente en la terraza, donde compartíamos cerveza y conversación, y donde recibimos el temido año 2000 y algunos otros después. Para entonces, ya nos comunicábamos por correo electrónico de forma más o menos cotidiana, contándonos las noticias del

146 día o filosofando sobre cualquier cosa, a menudo con la inter- mediación de Diana, porque Sara era más perezosa a la hora de escribir, aunque podía pasar horas jugando en la computadora. Al final los correos eran de una sola, aunque fuesen dos, y los firmaba “Saridiana”. Como es habitual en la gente que despierta interés en los otros, Sara era una persona llena de matices. Imposible definir- la en dos palabras: Sara era fuerte, niña, diva, madre, cómica, amiga… Creo que, de ella, lo primero que llamaba la atención era su energía, la misma que paseaba incansable por los escenarios de todo el mundo y que trasladaba a su vida cotidiana, o quizás era al contrario. La he visto agotada y casi enferma, después de una noche difícil y con dolores menstruales, subirse al escenario y olvidarse hasta de sus ovarios. No fingía. Cantaba, gesticulaba y se movía como si fuera el mejor día de su vida. Desplegaba una energía contagiosa que se trasmitía al público sin reme- dio. Sarita no era apta para cobardes, porque impresionaba a cualquiera que no la conociera. Acostumbraba a decir lo que pensaba sin importarle demasiado si el interlocutor era un camarero o un ministro. No se achantaba ante nadie y defendía con vehemencia unas ideas que razonaba, a veces de una forma tan elemental, tan basada en la experiencia, que era imposible que no resultara convincente. Si alguien le parecía que decía tonterías, simplemente se lo espetaba en la cara, como si fuese la mujer más indignada del mundo, aunque al día siguiente ni siquiera recordara el origen de la discusión. Esa misma energía contrastaba con su aparente pereza para el ejercicio físico fuera del escenario. No le gustaba caminar, ni conducir (solo se prestaba a ello cuando era casi inevitable). Tampoco le gustaba demasiado salir a la calle, porque no podía evitar que la reconocieran, que se acercaran a ella, a saludar, a decirle cosas, y le asaltara una timidez que procuraba ocultar. Las interrupciones eran inevitables si caminaba por La Habana. Recuerdo un día que estábamos sentadas, con otros amigos espa- ñoles, en una terraza del Malecón, próxima a La Habana Vieja. Charlábamos animadamente tomando unas cervezas cuando de frente a mí, por detrás de ella, se acercó un joven que vendía dis- cos piratas a ofrecer su mercancía. Él solo había visto un grupo

147 de extranjeros e insistía como solo los vendedores callejeros son capaces de insistir…, hasta que Sara se giró. El chico primero puso cara de “se parece a”, luego de “es ella” y finalmente de “¡pinga!, me han pillado”. No sabía cómo excusarse y, después del consabido “yo a usted la admiro mucho”, se perdió en si llevaba o no llevaba discos de Sara (no sabía con cuál de las dos cosas quedaba peor) mientras ella le soltaba un improperio y nos levantábamos de la mesa, entre risas. Su casa era su refugio, eso sí, siempre lleno de gente. Allí recibía a los amigos, veía la novela, escuchaba música o jugaba dominó. Le encantaba jugar al dominó. Era buena jugadora, pero mala perdedora. Gozaba con las victorias y se regodeaba ante el contrario, pero si perdía arremetía contra cualquiera que estuviera cerca. Muchas veces presumió de ganar conmigo (española sin tradición de dominó hasta el doble 9) como pareja, y otras tantas culpó a mi inexperiencia de la derrota. Su afición por los juegos encajaba en otro de esos matices de los que hablaba al principio, en ese punto de niña traviesa, an- tojadiza y mimosa que, a veces, interpretaba con la voz, cuando quería recibir un cariñito de una persona cercana. Como una niña, solía pedir que le trajeran un regalo cuando alguien se ausentaba sin ella de la casa. No buscaba un regalo, quería el detalle que le hiciese saber que se habían acordado de ella, un dulce, una tontería curiosa… Si Diana y yo salíamos a resolver cualquier cosa o, simplemente, a pasear El Vedado, Sara abría mucho los ojos, arrugaba la nariz y, afinando la voz hasta el colmo de la ingenuidad, nos decía: “¿Me traerán alguna cosita?” y luego: “No tarden”. Tenía un gran sentido del humor. Capaz de contar un chiste tras otro durante horas, hacía bromas de todo y se reía con cualquier cosa. Su repertorio de cuentos no tenía límite y su expresividad al contarlos la hacían realmente divertida. Ella misma decía que tenía una vena cómica y recordaba sus pinitos en el teatro, con Virulo, haciendo de camarera, si no recuerdo mal. Muchas veces nos deshicimos en carcajadas con las situa- ciones más inesperadas, doblando películas eróticas con Pepe Ordás en la habitación de un hotel, calentando la voz con frases provocadoras o absurdas con Liuba. Incluso, el día que se partió los dientes bajando de un autobús en la Glorieta de Atocha, la

148 recuerdo en mi casa riendo. Se tapaba la boca amoratada con la mano (también tenía su perfil coqueto) y reía. Contaba montones de anécdotas vividas en giras o en con- ciertos: cuando durmió con un gran majá de Santa María (o algo así) en la habitación (tenía terror a las culebras), después de que todo el grupo se emborrachara con cerveza sin alcohol; cuando se le vino encima en un concierto un fan con cierto re- traso mental y le dio un susto de muerte… (estas anécdotas las conoce Diana mejor que nadie). Compartimos muchas risas, a veces sin cuento o anécdota concreta. Creo que la vez que más me reí con ella fue una maña- na, en la casa de Línea, que nos habían dejado solas y después de desayunar, todavía en la mesa de la cocina, cogimos un viejo cancionero y empezamos a ver qué canciones conocíamos. Re- sultó que entre las dos nos las sabíamos todas: “Mira esta, ¿te acuerdas?”, “¿Y esta otra?”. Ella cantaba una y yo perpetraba la siguiente, entre risotadas y viejos recuerdos, hasta que acaba- mos con el libro entero, yo casi afónica. Le gustaba estar rodeada de gente en su casa y complacer a los amigos, así que con cierta frecuencia acababa organizando, premeditadamente o no, fiestas en la terraza con cualquier excusa: después de un concierto, en su cumpleaños, cada fin de año… Algo para picar, cerveza, ron, dominó, risas y conversa- ción. A veces hasta cocinaba (le quedaban muy bien los enchi- lados). De mi cocina le gustaba la coliflor gratinada, rara en Cuba, y alguna otra cosa. Junto con Diana, tenía un cuaderno en el que los amigos que visitaban su casa anotaban, a modo de aportación, una receta detallada. Hasta aquí he hablado de caprichos, fiestas, chistes y risas, pero Sara tenía también un lado muy serio, más allá del pro- fesional que es evidente. Responsable, generosa y amiga de sus amigos, intentaba ayudar y proteger a todo el mundo. A veces se preocupaba y se enfadaba como una auténtica madre si yo, ya mayorcita y acostumbrada a vivir sola, salía una noche y no había regresado a la mañana siguiente. Si le presentaba a un amigo especial, a un proyecto de pareja, ella solía avisarle: “Cuídala o te las verás conmigo”. Si creía que me estaba equivocando en cuestiones personales, y aun cuando

149 yo no se lo hubiera pedido, Sara me decía lo que pensaba, me aconsejaba y hasta discutía conmigo. Me consta que hacía cosas similares con otras personas, que consolaba almas dañadas y que siempre estaba cuando se la necesitaba. Sé que suena a vulgar homenaje póstumo, pero, si he conocido a alguien que no fuera vulgar, esa era Sara González, pasión y razón en un mismo paquete. En mi última conversación con ella, en sus últimos días, todavía me decía “haz esto” o “haz aquello”, con una lucidez que en la distancia parecía prodigiosa. Tenía una gran fuerza de voluntad, la misma que utilizó para dejar de fumar cuando, antes de tomar la decisión, fumaba hasta dormida. Con frecuencia, si coincidíamos varios amigos durmiendo en la casa, a Sara y a mí nos tocaba compartir habita- ción porque decían (las malas lenguas) que las dos roncábamos. A veces la veía, por la noche, abrir los ojos sin despertarse del todo, echar mano del paquete de cigarrillos y empezar a soltar humo. Cuando terminaba, simplemente seguía durmiendo. Cubana hasta la médula, defendía su Isla en cualquier cir- cunstancia, sin dejar por ello de ser consciente de los problemas de su país y de su gente –era una mujer muy inteligente–, pero reclamando en todo momento la libertad de decidir como país, con independencia de las injerencias que desde una u otra ideo- logía pretendan saber lo que Cuba o los cubanos deben hacer. Desde el principio de su carrera musical se le colocó la eti- queta de cantante política, pero ella solía decir, y es cierto, que la mayor parte de su repertorio eran canciones de amor. En una ocasión, cuando un amigo de la infancia que pensaba visitar Cuba me pidió recomendaciones o contactos, me lo pensé dos veces antes de decirle: “Te voy a dar lo mejor que tengo en la isla de Cuba, cuídamelo”, y le di el teléfono de Sara y Diana.

Madrid, 2014

150 Sara, pasión sin matices Lázara Rivadavia Cantautora

Mi amiga Sara llegó en el verano de un año común, trajo un halo diferente, una suerte de luz cautivadora y esquiva, que anegaba el corazón de sus elegidos. Sembró ilusiones en su voz y defendió su verso con la fuerza de una estirpe que sabía de conquistas. Se comprometió todo lo que pudo y más porque su pasión no sabía de matices. Su ingenioso humor se cebaba con sus ocurrencias de niña irreverente. Amante de los dulces, la pelota y el dominó, soltaba invencible su repertorio de reproches a quienes se resistían a compartir sus aficiones. La solidaridad debió llamarse Sara en algún siglo, una vez que entrabas en su vida, era definitivo el poderío de su amparo. Siempre me gustó ver cómo miraba a su amor de tantos años, enamorada, descu- bierta, intensa. Hoy es inmensidad en pleno centro de su mar, presencia en la eternidad de un canto que no deja de evocarla. Mi amiga Sara es una mujer para toda la vida.

Febrero, 2014

151 Sara González y dos canciones Silvio Rodríguez Compositor, intérprete Fundador del Movimiento de la Nueva Trova Cubana

En el tiempo que conocí a Sara González, compartimos disími- les vivencias. Ella era más bien desbordada, a veces explosiva. Siendo yo de naturaleza más apacible, admiré sin dobleces su idiosincrasia natural. Reí mucho con sus ocurrencias, la comprendí y la quise en situaciones varias. En muchas cosas éramos afines, pero creo que el pegamento básico de nuestra amistad fueron las canciones. Supe que Sara existía una tarde de 1971, cuando llegué a Casa de las Américas para un concierto y me advirtieron que, entre el público estudiantil, había una muchachita que era un fenómeno interpretando “La era”. Así que me fui directo al gru- pito con uniforme y pregunté: “¿A quién le gusta por aquí La era?”… Entonces una adolescente rubicunda, animada por sus compañeras, pero con apresto, agarró una guitarra y me dejó loco con la potencia y claridad de su voz. Unos meses después volví a encontrármela en su escuela, el Preuniversitario de Marianao. La tercera vez que vi a Sara fue en la parada de la ruta 27, que está en la calle 14, entre Zapata y 23. Yo venía del ICAIC, donde acababa de ensayar el tema que había compuesto para la serie televisiva Los comandos del silencio. Bajaba por 23 rumbo a mi casa y la vi a ella bajo el sol, solita, y me desvié unos metros para saludarla. Recuerdo que ese día me dijo que era estudiante de viola. Allí mismo, a boca de jarro, le pregunté si se atrevería a interpretar una canción que yo acababa de escribir para un programa de televisión. Fue el momento en que descubrí sus ojos esmeraldinos, porque me miró un instante con intensidad, antes de responder que sí. Nos dimos cita al día siguiente en los estudios de Prado, para grabar su voz. El único problema era que había escrito la orquestación para mi propia tesitura, en una tonalidad que debía quedarle grave a una mujer. Para que su timbre mostrara su verdadero colorido debía haber sido, al menos, dos tonos por encima. Pero la serie

152 estaba a punto de empezar. Hacía días que me apuraban con la música; no había tiempo para cambiar de tono, sería en aquel, o no sería. La única forma de que el mundo conozca un talento es mos- trándolo. Cuanto antes mejor. Por eso, la versión de “Antesala de un tupamaro” que entregué a la Televisión Cubana, fue la que llevaba la voz de Sara. No tuve que explicar mucho a quie- nes me pidieron el trabajo; eran gente joven y coincidieron en que difícilmente habría una revelación más expedita. Un par de semanas después, cuando todo el país sintonizaba la serie Los comandos del silencio, que empezaba con aquella voz un tanto andrógina cantando “Un hombre se levanta”, pro- puse al Grupo de Experimentación Sonora la inclusión de Sara. A finales de aquella misma década llegó mi amiga a mi apartamento de 23 y 24, buscando una canción para su primer disco. Por esos días yo había terminado “Querer tener riendas” y le estaba puliendo detallitos, a punto de exponerla. Me gustaba aquella canción porque estaba estructurada con un recurso nuevo para mí: un bajo pedal sobre el que la armo- nía se desplazaba, creando un efecto impresionista. Desde esa atmósfera el texto expresa la necesidad de controlar un amor desbocado. Pero, con todo y mi embullo, cuando Sara me dijo que quería algo inédito para su primer trabajo –después del que había hecho con Martí–, le dije: “Mira a ver si te gusta esto”, y le regalé “Querer tener riendas”. Digo le regalé porque no llegué a estrenarla; eso también se lo dejé a ella. Así, mi canción se convirtió en parte de su repertorio habitual. Y, con los años, cada vez que se la escuché, pensaba que no podía estar en mejor sitio que en su voz. Por eso nunca la canté. Últimamente he incluido “Querer tener riendas” en mis con- ciertos, y entonces suelo mencionar a Sara. Imposible mostrarla sin pedirle permiso, puesto que era suya. Y pasa que, siempre que la termino, siento como si la canción extrañara a su dueña. Como si supiera que conmigo ya no será lo mismo. Como un sutil recordatorio de que uno apenas hace lo que puede.

La Habana, junio de 2014

153 Como si con el canto abrazara Silvia R. Rivero Música

A diferencia del estridente “de pie”, que nos despertaba con sobresalto y angustia, se decidió que el día comenzara un poco más amable, en aquella escuela al campo de Vertientes, Cama- güey, donde fuimos los estudiantes de arte habaneros alrededor del año 1966. Para ello se eligió, entre tantos jóvenes músicos del [Conservatorio] Amadeo [Roldán], la voz inigualable de una de las personalidades más atractivas del campamento, se llamaba Sara González. El hit musical de aquel momento resonaba antes del ama- necer: “Será una casa, en la cima del mundo...”, solo de oír su voz te daban ganas de tirarte de la cama para verla, así nos montábamos en la carreta para ir al campo y seguíamos can- tando, riéndonos sin parar, para regresar finalmente de nuevo al campamento donde diariamente se bailaba casino, twist o lo que fuera, antes de ir a acostarnos. Sara estudiaba viola y tocaba guitarra, yo sin embargo estaba en ballet. Por algún misterio, nos hicimos amigas in- separables, confidentes en los primeros pasos del amor. Sara, que tenía catorce años y yo trece, me revelaba sus “audaces” experiencias con supuestos novios, sus incertidumbres y se nos habría un inquietante mundo lleno de sobresaltos y emociones. Nuestra amistad siguió y se hizo cada vez más sólida en los años que siguieron. Escuchábamos música, nos intercambiába- mos libros, descubríamos la poesía y sobre todo nos divertíamos enloquecidamente. Su madre, severa pero cariñosa, su padre tabaquero, tomador y divertido, la casa pequeña, con un solo cuarto, hacía que Sara durmiera en la sala donde estaba una bellísima foto de ella cuando niña, la mesa de comer y una gra- badora de cinta donde Sara ponía música y hacía unos doblajes hilarantes del Indio Araucano cantando “El pájaro chogüí”, entre otros doblajes y parodias totalmente magistrales. Nuestras difíciles adolescencias las pasamos juntas, cada una con su severa carga, así nos acompañamos, rodeándonos de azares, reuniones de música en mi casa y en muchas otras que marcaban el latido de La Habana de los 70. Fuimos de a poco

154 acumulando divertidas historias de distracciones, de aventuras y de sucesos cómicos que Sara nunca olvidó y me recordaba cuando nos veíamos. Nos hicimos más leves el dolor y las incom- prensiones que cada una afrontaba y vivimos juntas la felicidad del desarrollo de ella como artista profesional, que se inició con la invitación a formar parte del Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC; compartimos juntas el temor cuando tuvo que hacer su primera composición y también el éxito de oírla estremecer el teatro con aquella voz inconfundible, corpórea, intuitiva, que derramaba emoción y era como si con el canto abrazara. Por Sara conocí a José María una noche de jazz en el Johnny’s Dream de Miramar en 1972, ambos, junto a otros trasnochados, nos fuimos al final del show a mi casa, donde se quedaban a dormir con frecuencia los amigos que vivían lejos. Al día si- guiente, en la mañana, fue de nuevo fiesta, la guitarra se sumó al piano, Sara y José María se adueñaron de la trova vieja y de la nueva y la música nos enamoró a todos, pero especialmente a José María y a mí, que no nos separamos nunca más. Sara es parte decisiva de mi vida y fue quizás eso lo que presentí en aquel campo cuando la vi por primera vez con su guitarra, tan distinta a todos y a la vez síntesis de ese espí- ritu rebelde, audaz, libre que señorea en las escuelas de arte. Cuando la conocí, su amistad lo llenó todo, cuando los reclamos y las urgencias de la vida nos mantuvieron alejadas, aquella intensidad quedó intacta en su alma y en la mía, jóvenes para siempre en ese reino indestructible, porque la amistad cuando se instala en el alma ya no es posible medirla en el tiempo porque su espacio no es sino la eternidad.

2014

155 Sara, hermana, amiga… Sonia Silvestre Cantante dominicana

Yo había comenzado a escribir sobre ella, pero me di cuenta de que iba a ser terrible…, me iba a costar mucho trabajo, por eso prefiero conversarlo. Conocí a Sara a través de un disco que llegó a mis manos un buen día hace muchísimos años, por los 70. Era una placa del Grupo de Experimentación Sonora que editó un sello –creo que se llamaba Cantaclaro– que tenía el Partido Socialista puertorriqueño, de las primeras grabaciones del GESI. En ese disco Sara canta “Un hombre se levanta”, pero en el tono de Silvio. Era el único tema de ella en esa compilación, y yo creía que Sara cantaba así, en un tono bastante grave. Es que se había hecho el arreglo para la voz de Silvio, y a él le resultaba agudo, pero para la voz de Sara…, claro, era lo contrario. Poco después, cuando la conocí y la oí cantar, le dije: “¡Chica, pero si tú eres soprano!”, y ella me explicó, de lo más divertida: “Ah, bueno, es que me dijeron ‘tienes que cantar esto’, y entonces yo lo hice y ya, porque cuando uno comienza está loco por cantar y el arreglo estaba hecho, estaba todo, faltaba solo la voz”. Yo la comprendí muy bien, porque a mí me pasó lo mismo con “Qué será de ti”, que fue una pista que me llegó de Argentina, un background como se dice en Cuba, que estaba por lo menos dos tonos más altos de lo que yo canto, y así lo hice. Yo era una jovencita, comenzando, era muy poco lo que había trasnochado, hablado y bebido, y mi voz estaba nuevecita. Me metí en el estu- dio y lo canté así de alto, y luego para cantarlo y hacer shows en vivo tuve que hacer un arreglo nuevo. La única vez que lo grabé quedó así, altísimo, igual que le pasó a Sara, pero al revés. Ella no cantó más “Un hombre se levanta” en aquel tono grave del disco. Me acuerdo que mirábamos la foto del GESI en la que apa- rece Sara –no tengo que decirte que para nosotros Experimen- tación Sonora era una cosa muy grande–, y decíamos: “Mira, estos son los muchachos que hacen esas canciones tremendas”, e imaginábamos cómo eran… Después yo fui a Cuba, en el año

156 75 y por fin la conocí personalmente. No me acuerdo, te juro, el día en que la conocí, pero lo primero que aparece en mi memoria es una imagen de Sara y yo en un balcón del Amadeo Roldán viendo un concierto muy bueno de música brasileña que hizo el GESI. En ese concierto Sara no cantaba, o cantaba solo al final… Lo que recuerdo muy bien es de Sara y yo, como siempre fue después, jodiendo, haciendo chistes, hablando como si nos hubiéramos conocido de muchos años. Eso fue en mi primer viaje a Cuba. No me acuerdo del momento serio cuando me dijeron: “Mira, esta es Sara González”, pero sí, mucho, de ella y yo bromeando, comentando, riéndonos, portándonos mal. Tal vez nos conocimos en otra vida, como dice la gente que cree en esas vainas. No necesitábamos estar comunicándonos todo el tiempo para mantener la intimidad y la comunicación, pues a veces pasamos años sin comunicarnos. No éramos de ese tipo de amigas que tienen que estar escribiéndose y estar al tanto del día a día. Yo no soy una gente que escriba muchas cartas, y creo que ella tampoco, pero cuando nos juntábamos era como si hubiéramos hablado ayer. Decíamos “pues sí…” y seguíamos la conversación. Nos teníamos una confianza infinita, nos decíamos las cosas más íntimas, los problemas, sin explicarnos mucho, y eso fue muy importante para mí en nuestra amistad, como si nos hu- biéramos despedido una noche y nos volviéramos a ver al otro día. Tengo un video precioso, filmado por el ICAIC, en el que aparecemos ella y yo, jovencísimas, cantando a dúo “Qué será de ti”. Una emoción…

La invasión será mañana Te voy a contar una cosa que vivimos Sara y yo. Estábamos en su casa, una noche, habíamos llegado de trabajar, de un concierto…, no me acuerdo bien. Sara todavía vivía en el apartamento de Centro Habana, un piso altísimo. Ella, yo, y una botella que estábamos terminando. De pronto se escuchó un estruendo enorme. Era la época en que se estaban haciendo unos ejercicios militares pues había amenaza de invasión nor- teamericana, una situación terriblemente tensa. La gente se iba a entrenar a los barrios…, a marchar, a organizarse y no

157 sé qué cuento, y nosotras, con unos tragos que teníamos, oímos aquel ruido que estremeció el edificio entero, aquella explosión como si se estuviera cayendo el mundo, dijimos: “¡Vienen los americanos ya!”. Imagínate tú: “¡Hay que prepararse porque hay que ir a luchar!”, y nos fuimos a mirar por la ventana. Allá abajo la gente de lo más tranquila, como si no pasara nada. “¿Por qué no se están formando?”, nos preguntábamos. Había personas sentadas en los bancos del parque, caminando por las calles, los carros pasando, los taxis y todo normal, pero nosotras dispuestas a bajar, a coger los rifles y a luchar, listas para irnos a la guerra: “Bueno, y si los americanos vienen, ¿por qué la gente sigue tan tranquila?”, nos preguntábamos y mirábamos por la ventana intrigadísimas, sin comprender, pues estábamos seguras que habíamos oído por lo menos una bomba, pero una bomba grande. Y la gente allá abajo, como si nada. Entonces Sara me dice: “Mira, seguramente eso va a ser mañana por la mañana, mejor nos acostamos ahora para bajar a luchar temprano, más frescas, ¿verdad?”. Al otro día averiguamos que no había sido el inicio de una invasión ni nada, sino que eran trabajos de limpieza de la planta termoeléctrica de Tallapiedra, que provocaban unos ruidos espantosos.

Tres mujeres del Caribe Yo creía que lo de la gira aquella no podría ser. Siempre pensé que no, que era una fantasía, algo demasiado pretencioso. Sara me llamó a Santo Domingo para hablarme de cantar por toda Cuba y yo me dije –aunque enseguida a ella le di el sí, claro–: “Esto no puede ser verdad”, era un sueño que difícilmente podría hacerse realidad. Pero fue. Y me fui a Cuba con mi esposo y mi hijo que entonces tenía año y medio. Tuvimos que venir todos, pues eran casi tres meses trabajando. Fue tremendo aquello. Viajábamos con equipo de sonido, escenografía, director artís- tico, toda su orquesta, coro, un equipo del ICAIC filmando, y todos nosotros. Comenzamos en Baracoa y terminamos en La Habana, en el teatro Karl Marx. Era una orquesta grande, con coros, el grupo Guaicán con su sonidista, Lucecita con su gente..., fue un éxito impresionante, todo quien lo vio, lo recuerda. Quedó filmado en un documental

158 de Miriam Talavera, Como una sola voz se llama. Después de la gira descansamos una semana en Santa María del Mar y el Negro, mi esposo, y Lucecita y Sara competían a ver quién hacía la mejor comida italiana. Tuvimos una amistad, una hermandad sin cumplimientos, sin ponernos condiciones, juntas no necesitábamos de nada. Yo estaba absolutamente tranquila de que no importaba el tiempo en que yo me pasara sin llamar a Sara, sin saber de ella, pues estaba establecido que éramos amigas, hermanas que se sabían todo una de la otra, sin ningún problema. Más que una compañe- ra de canto –yo la admiro mucho cómo canta, sus composiciones y su temperamento–, me gustaba ella, cómo era, cómo es. ¿Qué te puedo decir yo de una amiga, de una hermana de verdad?

La Habana, diciembre de 2013

159 Desde la parte de acá A Sara González Marta Valdés Compositora e intérprete

Aquí estamos, donde ella quiso ponernos. No se fue al cielo, no hay que levantar la vista para encontrarla, sino mirar hacia de- lante, lo mismo si nos encontramos a ras de tierra como si se nos pone a mano una terraza, una ventana, un balcón, una azotea y enfilamos los ojos por todo el azul donde ella está repartida. Se ha llevado los mimos, los reclamos, las jaranas, el choteo, que ahora no van a aparecer más nunca por ningún lado. Se le extraña pero –tenía razón– va a estar, hasta robando cámara por entre los mortales que posan de espaldas al mar de nuestra ciudad. Van a llegar de todas partes, a lanzarle preguntas, a confiarle secretos, a tararearle –gracias a ella se los aprendie- ron– aquellos “cantos de mujer” que rescató con la ilusión de que Margarita Lecuona o Grecia Domech no permanecieran olvidadas en nuestra tierra. Qué lindo cantó a Radeúnda y a Celina, con qué cariño nos devolvió, a Ela O’Farrill y a mí, algu- nos boleros que ya habían pasado la media rueda. Ni qué decir el ímpetu que puso en soltar las amarras a las canciones de más de una generación de trovadoras nacidas y criadas en su tiempo. Desde la parte de acá del muro; del lado del arrecife, del dien- teperro o de la arena blanca estamos, para lo que ella mande. Sus deseos tienen fecha y hora en nuestros oídos y en nuestros corazones.

160 Conocí a Sara José María Vitier Músico, compositor

Conocí a Sara en una reunión plenaria del alumnado del Con- servatorio Amadeo Roldán. Era septiembre y 1968. El asunto de la reunión era la elección de los dirigentes de la FEEM para el curso que comenzaba. Yo había ingresado a la escuela un par de semanas antes, y aún disfrutaba esa suerte de anonimato que es llegar de estreno a la escuela nueva en que no conoces prácticamente a nadie y eres, o te crees que eres, en realidad, invisible. Los muchachos proponían sus candidatos y se producía un breve debate de confirmación con la masa. Lo sabido: tantos a favor, tantos en contra, ¿alguien se abstiene?, y así. Yo, como si conmigo no fuera, pues mi condición de recién llegado me disculpaba de pronunciarme y anulaba mi capacidad de votar o ser votado. De repente, una muchacha, que para mí no era todavía Sara, sino una voz penetrante y unos inmensos ojos azules, propone su candidato y me señala por mi nombre. Me tocaba dar mi anuen- cia antes de someterme al escrutinio general. Sin reponerme de mi turbación, me vi aceptando la nominación y a continuación se produjo un debate en el que Sara, prácticamente sola ante el recelo absolutamente justificado de la mayoría, me defendía con inusitados argumentos, de los que recuerdo una alusión reitera- da al lustre de mi apellido. Hubo voces sensatas en su contra. Yo era nuevo en la escuela. Pero Sara, ese día lo descubrí, era tenaz y apasionada, y ejercía, ya desde entonces, un liderazgo natural sobre cualquier entorno. Se metió la asamblea en el bolsillo y yo salí de ahí presidente de la FEEM de la escuela. Pero esto último es lo menos relevante de la anécdota. Lo de veras impor- tante de aquella tarde fue nuestra amistad que comenzaba y, a partir de ese momento, sin darnos cuenta, crecía. Aunque asistíamos a clases y grupos diferentes, pronto des- cubrí que Sara centraba a su alrededor un conjunto variado y atractivo de estudiantes, sobrados de simpatía y talento, ante los cuales desplegaba algunos rasgos distintivos de su ya definida personalidad; una acendrada rebeldía y un cierto divertido

161 desdén hacia los cánones de la disciplina académica. También en aquel ámbito, los que compartimos con ella tuvimos el privi- legio de asistir a la génesis de una auténtica artista, cuya voz estremecía las aulas, la sala de nuestras casas y, muy pronto, los primeros escenarios de su naciente carrera. Determinados sucesos, que culminaron en un sonado Consejo Disciplinario sumarísimo, condujeron a la salida prematura, y, podría decirse, traumática, de Sara del sistema de enseñanza artística. No vale la pena rememorarlo salvo para decir que la intolerancia de los 70 cobró en ella una víctima más. La escuela perdía a una de sus más talentosas alumnas; pero, paradójica- mente, casi a continuación, Sara encontraría su propio camino de realización como persona y como creadora. Por aquellos días, un verano de 1972, un lunes de jazz en un Johnny´s Dream, reventado de público, al que fui a parar solo y de manera más bien casual, Sara, caída del cielo, me hizo un sitio en su mesa y me presentó a una jovencita encantadora, que también estaba sola y a la que el destino había ubicado exacta- mente frente a mí, exactamente la noche precisa, en el cruce perfecto de nuestras estrellas respectivas, para inaugurar la relación que desde entonces, y hace ya cuarenta y dos años, ilumina mi vida. El hogar que fundamos Silvia y yo fue otro punto de en- cuentro en que seguimos viéndonos y compartiendo, sumado al hecho de que el nuevo entorno de Sara, el ICAIC y su Grupo de Experimentación, eran también muy cercanos para mí, y la casa de mis primos en El Vedado uno de los centros de reunión habitual de interminables descargas en las que Sara cantaba incansablemente. Trova joven que estaba surgiendo y trova vieja, que solíamos cantar a dúo. (Favor que le hacía ella a mi desairada voz). Matamoros (“Juramento”, “El trigémino”, “Dulce embeleso”), Manolo Castillo (“Fuiste tú la mujer que en sueños vi…”), Sindo (“Las amargas verdades”, “Retorna”), Án- gel Almenares (“Cajón de muerto”), Salvador Adams (“Sublime ilusión”), y aquellos “Ojos malignos” cuyas miradas eran “tan sutiles” que no podía uno, “mirarse en ellos”… Noche a noche, canción a canción, trago a trago, Sara también inauguraba su visión de los nuevos “clásicos”, Silvio y Pablo, de los que se estaba convirtiendo a pasos agigantados en emblemática intérprete.

162 Aquellos portales, aquellas terrazas, aquellas madrugadas, tam- bién fueron testigos del nacimiento de sus primeras canciones. A partir de cierto momento nuestros caminos se hicieron paralelos. Nos veíamos poco, pero Sara de pronto reaparecía con la mis- ma energía, excesiva, desbordada, vibrante, idéntica a sí misma. Había algo que latía en los orígenes de nuestra amistad que no era susceptible de cambiar. Digo con orgullo que asistí a su crecimiento y la vi llenar, en la Plaza de la Revolución, con su sola voz a capella, el corazón de un millón de compatriotas como quizás nunca antes artista alguna lo había hecho. También la vi, ya cerca del final, en Camagüey, cantando en su silla de ruedas, como si cabalgara en pos de todas las utopías, igual de intensa y desafiante. Des- hecha. Entera. Ahora pienso en ella y me sobrecoge una palabra, si acaso bastara una sola palabra para definirla: lealtad. Y de pronto, y yo sé muy bien por qué, me acuerdo de su voz eternamente joven y estremecida, cantando los Versos sencillos de Martí.

La Habana, 2014

163 Saridianas del dolor Abel Acosta

I Quisiera ser el costado de aquella pared menor que carga el peso mayor con humilde desenfado.

Quisiera que un ciervo alado me lleve raudo, ligero a donde de amarte muero, allá en el fondo del pecho en que perdido y deshecho no hay más bien que ser sincero.

II Y te herí, y no sabía que herirte jamás pudiera sin que tu alma supiera lo que te quiere la mía

El amor no es simpatía no es el deseo de verte. Es pasión hasta la muerte, es el aire, es la virtud, es torbellino, es alud, es pensarte y es tenerte.

III Si te falté no repares en sacudirme las sienes, porque así sé que me tienes, pero no me desampares.

164 No me cierres los lugares donde ayer me diste abrigo, porque sabes que un amigo suele siempre perdonar, lo que no puede es dejar de ser cómplice y testigo.

IV ¿Que estás triste?, ya lo siento y si me culpas me inclino, pero yo no te imagino, desdeñando el puro intento, lanzando mi amor al viento y a lo oscuro condenarme. Si quieres puedes negarme el beso, el vino, la flor, pero jamás el error que fuera dejar de amarme.

V Iré a verte, te lo juro. Iré por todo lo bello. Iré como en un destello. Iré alegre, sin apuro.

Iré abierto, limpio y puro. Iré cual me conociste. Iré como quien asiste. a tu “fiesta de colores”, donde viven los amores que con el tuyo fundiste.

Tu gordo 20 de marzo, 2008

165 [Otro año en apagón] Waldo Leyva

Ya sé que cumples, Sarita, otro año en apagón, pero que en tu corazón hay la luz que necesita este tiempo en el que grita mal herida la esperanza sé que vendrá la bonanza, porque si no lo supiera esta agonía de afuera me clavaría su lanza.

166 & Ten Lines for Sara Gonzalez con un beso… Jim Smith Del libro Happy birthday, Nicanor Parra

Was the revolution like a butterfly? I will braid the left side of my beard the day you go. Who will look north for me? Who will sing of the waves of pacifists swimming south? Who will be the first among equals? Who the queen of our going-away party, Hotel Marzaul, Managua, July 25, 1987? The cassette tape of history has faded. Fascists are in the ascendant. My heart is a fortress for a beautiful butterfly made of razor & rainbow.

Y diez líneas para Sara González con un beso...

¿Era la revolución como una mariposa? Trenzaré el lado izquierdo de mi barba el día que partas. ¿Quién va a mirar hacia el norte por mí? ¿Quién cantará a las olas de los pacifistas que nadan hacia el sur? ¿Quién será el primero entre los iguales? ¿Quién la reina de nuestra fiesta de despedida, en el Hotel Marazul de Managua, el 25 de julio de 1987? La cinta del cassette de la historia se ha desvanecido. Los fascistas están ascendiendo. Mi corazón es una fortaleza para una mariposa hermosa hecha de navaja y arco iris.

2012

167

Testimonio gráfico

…por mí las gracias y si quieren pueden recostarse en el tronco como si fueran a esperar un canto.

Sara con Alejandro García (Virulo)

con Silvio Rodríguez y Noel Nicola

con Pancho Amat con Pablo Milanés

con Grupo Manguaré. Italia, 1976 con Grupo Manguaré. Italia, 1976

con Silvia Rodríguez y José María Vitier con Fidel

con Raúl, recibiendo la réplica del machete de Máximo Gómez

con Vicente Feliú y Amaury Pérez Vidal con Fidel

con Silvio Rodríguez con Marta Valdés

con Leo Brouwer

con Frank Padrón con Fidel

con José María Vitier con Ele Valdés y Lucía Huergo

con Augusto Blanca

con Liuba María y Marta Campos con Fidel

con Diana Balboa con Fidel con Abel Prieto

con Lucía Huergo, Lázara Rivadavia y Heidi Igualada con Roberto Novo y Vicente Feliú

con Marilyn Bobes

con Ángel Quintero con Amaury Pérez Vidal

con Sigfredo Ariel

con Lázaro García con Teresa Parodi Caricaturas

Eduardo Abela, 2010

Betanzos Cabanelas, 1975 Migue, 1989 Pedro, 1989

Agramonte Manuel UNEAC Cienfuegos, 2007 Varadero, 2000

Roberto Fabelo, 1987 Posada, 1982 Lacoste

Revista Juventud Técnica, 1991

UNEAC Cienfuegos, 2010 David, bocetos sobre Sara Sara en las artes visuales

Diana Balboa Eduardo Abela, 2014 Alicia Leal, 2014

Omar Morales, 2014 Silveira, 2014 Osmeivy Ortega, 2014 García Peña, 2014

Abel Prieto, 2014 Ángel Ramírez, 2014 Rafael Zarza, 2014

Eduardo Roca Choco, 2014 Carlos del Toro, 2014

Andy, 2014 Liudmila López, 2014

Flora Fong, 2014 José Omar Torres, 2014

Juan Moreira, 2014 Rubén Rodríguez, 2014

Yamilys Jorge, 2014

Lesbia Vent Dumois, 2014 Julio C. Peña, 2014 Paneca, 2014 Max, 2014

Octavio Irving, 2014 Nelson Domínguez, 2014 Roberto Fabelo, 2014 Zaida del Río, 2014

Lamothe, 2014

Jesús Lara, 2013 Pablo Labañino, 1977 Tato Ayress, 2014 portada del LP Sara

Javier Guerra, 2007

Isolina Limonta, 2014 Portadas de discos

GES / ICAIC, 1973 GES / ICAIC, 1974

GES / ICAIC, 1975

Versos José Martí, 1975 Sara, 1977 José Martí y sus intérpretes, 1979 La Nueva Trova cubana en vivo, 1985

Cuatro cosas, 1986

Con un poco de amor, 1988 Con apuros y paciencia, 1990 Mírame, 1998 Son de ayer y de hoy, 2001

Sin ir más lejos. Cantos de mujer, 2004 Homenaje a Marta Valdés, 2001

Cantos de mujer II, 2008 Sara siempre, 2014 Índice

La inolvidable Sara de todos nosotros Reynaldo González / 9 Esa increíble, desmesurada mujer Diana Balboa / 13

Que nos cuente Sara (entrevistas) / 21 Entrevista a Sara González Manuel José Serrano / 23 La canción de los cubanos todos José Luis Estrada / 31 Entre ayer y hoy. Sara y el son Rosa Blanca Pérez / 35

Sus canciones... / 41 Programa del Moncada / 43 Girón: la victoria / 43 Dame más / 44 ¿Qué dice usted? / 45 Amor de millones / 46 Bienvenida al Guaicán / 47 Dime dónde cantar / 48 Al Caribe mi cantar / 48 Cazadora de sueños / 49 Son de ayer y de hoy / 50 La culpa del guisaso / 51 Todo y más / 52 Con apuros y paciencia / 53 Por todo, gracias / 54 Discografía / 55 De sus discos / 57 Si yo fuera mayo / 57 Mírame / 58 Son de ayer y de hoy / 59 Cantos de mujer / 62 Adiós a una mujer de victorias / 63

Mucho se habla de ti / 65 Para Sara Víctor Casaus / 67 Elogio de Sara González Nancy Morejón / 71 Sara, una cantante renovadora Chico Buarque / 73 Sara, la cubanía Luis Castellanos / 74

Mi amiga Sara / 77 Sara, simbiosis de garganta y corazón Pancho Amat / 79 Entre Sara y yo Sigfredo Ariel / 81 En aquel breve instante del año 72 Augusto Blanca / 86 La Sara que recuerdo Marilyn Bobes / 89 Sara González, don de gente Roy Brown / 91 Sara, mi gorda… Marta Campos / 92 Hasta el amor siempre, hermanita querida Víctor Casaus / 95 Sara en el corazón Vicente Feliú / 96 ¡Hasta siempre Sara! Frank Fernández / 101 Sara Lázaro García / 103 Sara, la menina de la Nueva Trova Marilia Guimaraes / 105 Sara, cuerpo y alma Luis Enrique Mejía Godoy / 108 Sara, mujer derribadora de muros Liuba María Hevia / 109 Ella está Lucía Huergo / 111 La anécdota Heidi Igualada / 113 Se ganaba al público Tania Libertad / 115 Sobre Sara, ¿qué puedo decir? Pablo Menéndez / 116 Sara en la memoria Holly Neal / 119 La Sara que aún amo José Ordás / 121 Sara González: un volcán con unas alas enormes Frank Padrón / 124 Sara González. Una aproximación Beatriz Elena Paredes Rangel / 127 Mi país la recibió de pie Teresa Parodi / 130 Pocas palabras, ya lo sé Olga Marta Pérez / 132 Sara: los inciertos caminos de la eternidad Amaury Pérez Vidal / 133 La Sara que conocí Rita del Prado / 136 Recordando a Sara Abel Prieto / 141 Sara, desde la calidez Ángel Quintero / 144 Sara, amiga Gloria Reguero / 145 Sara, pasión sin matices Lázara Rivadavia / 151 Sara González y dos canciones Silvio Rodríguez / 152 Como si con el canto abrazara Silvia R. Rivero / 154 Sara, hermana, amiga… Sonia Silvestre / 156 Desde la parte de acá A Sara González Marta Valdés / 160 Conocí a Sara José María Vitier / 161 Saridianas del dolor Abel Acosta / 164 [Otro año en apagón] Waldo Leyva / 166 & Ten Lines for Sara Gonzalez con un beso… Jim Smith / 167

Testimonio gráfico / 169 Caricaturas / 184 Sara en las artes visuales / 189 Portadas de discos / 198