Gutierrez ■N La Sierra Maestra Y Otros Reportajes >
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CARLOS MARIA GUTIERREZ ■N LA SIERRA MAESTRA Y OTROS REPORTAJES > i \ EN LA SIERRA MAESTRA Y OTROS REPORTAJES TESTIGOS EDICIONES TAURO S. R. L. Misiones 1290 — Tel. 98 68 59 MONTEVIDEO - URUGUAY - 1967 Copyright by Carlos María Gutiérrez Carátula y diagramación: Horacio Anón Queda hecho el depósito que marca la ley EN LA SIERRA MAESTRA Y OTROS REPORTAJES CARLOS MARIA GUTIERREZ EDICIONES TAURO A MARIA PAZ, MAESTRA RURAL Advertencia Lo primero que verificará el lector en esta recopi lación de crónicas es la diversidad de estilos. Ello no obedece tanto al hecho —también cierto— de que en el transcurso de la década que las incluye el autor haya ido aprendiendo lentamente a escribir, como a las disí miles urgencias y oportunidades que un corresponsal de be manejar en el extranjero. Alguno de estos reportajes fue compuesto al regreso de un viaje, en la tranquilidad de un estudio con biblioteca de consulta a mano; la ma yoría, sin embargo, debieron redactarse a escasas horas de la salida del último avión; otros, en fin, sufrieron la reducción gramatical de los despachos cablegráficos y, una vez en el diario que los esperaba al límite del cierre de la edición, algún colega cordialmente apurado les restituyó como pudo artículos y conjunciones. En lo po sible, he revisado esos textos, les he dado continuidad y he corregido en lo que estaba a mi alcance los desa liños de la prosa periodística. Cuidé, al hacerlo, que la espontaneidad del juicio o los hechos no sufrieran de terioro. Las notas al pie señaladas con asteriscos exis tían en el original; las numeradas se agregaron a esta edición, como media de actualizar o clarificar algunas informaciones. Siempre me ha preocupado el arado de incomuni cación que puede existir entre el estado de ánimo con que un corresponsal en el extranjero escribe su nota y el que el consumidor de diarios o revistas —aposentado en su sillón preferido o colgado del pasamanos del óm nibus— utiliza para leerla. Ese décalage es uno d,e mis complejos profesionales y creo que el de muchos cole gas. Por ello, en esta recopilación he añadido una breve introducción a cada reportaje, intentando describir los orígenes del mismo y su circunstancia. Creo que puede ser útil para que el lector se aproxime algo más a las intenciones del cronista. Anoto, finalmente, un descargo para la profesión: el trabajo de un periodista no depende solamente, como en los casos del novelista o el poeta, de un estado espiri tual; excusándome por la vulgaridad, debo afirmar que también intervienen factores más prosaicos: el cansancio físico, el frío, el dolor de pies, la falta de dinero, el miedo. Escribí la entrevista con los peronistas prófugos mientras tiritaba a varios grados bajo cero en una ca silla de madera de Punta Arenas, vestido con la misma ropa de verano que vestía cuarenta y ocho horas antes, al salir precipitadamente de Montevideo. Cuando con versaba con Fidel Castro en un remoto valle de la Sie rra Maestra, debo confesar que no pensaba tanto en la esotérica noción de haber logrado un reportaje que dos meses antes me parecía imposible, como en ciertos de dos congelados después de doce días de escalar sierras y vadear pantanos sin quitarme las botas. Algún arresto a culatazos por soldados que no entendían otro idioma, los puntapiés de un policía enfurecido, la soledad de los cuartos de hotel, las pequeñas catástrofes motivadas por un giro que no llega a tiempo, son otras condicionantes del enervamiento, la depresión o el juicio superficial que corren en las entrelineas de un corresponsal y a veces desorientan al lector. Que todo eso me sea tenido en cuenta. E l PROFUGO ACCION — 3/X /1955 En setiembre de 1955, cuando Buenos Aires fue blo queada por la escuadra del almirante Isaac Rojas, se advirtió que la caída de Juan Domingo Perón era asunto de horas. La Marina uruguaya impedía la salida de em barcaciones hacia Buenos Aires, los aeropuertos estaban cerrados y dos cañoneras argentinas prohibían la nave gación por la desembocadura del Paraná. Leónidas Piria, el fotógrafo Mauricio Tokman (ambos de La Mañana) y yo, alquilamos en Nueva Palmira los servicios de un contrabandista y su bote, para cruzar de noche el río de la Plata. Después de haber pasado silenciosamente entre los haces de luces de las cañoneras y ya a mitad del camino, el contrabandista se asustó, declaró que ce volvía y nos abandonó en una isla del Delta. Perdidos, demoramos un día más en llegar a Buenos Aires. Cuan do desembarcamos en San Isidro —sucios, hambrientos y barbudos— Perón ya había huido, Lonardi era pre sidente y nuestros colegas uruguayos (venidos cómoda mente en un avión comercial fletado al efecto) confra ternizaban en el bar de un hotel en la calle Florida y habían cubierto el derrocamiento antes que nosotros. El fracaso me hizo ir a Asunción, para asistir a la llegada del gobernante depuesto, con un vago resentimiento per sonal contra el hombre, que no se justificaba pero que se transparenta en esta nota. 10 +r. Eran las 17.54. Frente a la especie de arco triunfal >ii.q pintado de amarillo que señala la entrada al aeródromo -ixi militar de Campo Grande, estaban reunidos una cin- -.1.0 cuentena de curiosos y algunos automóviles. El gran De Soto negro con la chapa 3201 apareció de improviso, a toda velocidad, en medio de una nube de polvo y ha ciendo sonar ininterrumpidamente la bocina. Frenó para esquivar un fotógrafo demasiado audaz, patinó y vol vió a enderezarse, tomando la carretera hacia Asun ción. En el asiento de adelante iban el jefe de la Po- IhcI licía paraguaya, Mario Ortega y un agente; en el tra sero, sonriendo y saludando con la mano entre el em- pvi bajador Chávez y un oficial ceñudo, pasó Juan Domingo ií 'J Perón, el ex dictador argentino, que entraba a su país as de asilo. Román Jiménez, de la Associated Press de •id. Buenos Aires, tuvo tiempo de lanzarle por la venta nilla el insulto más terrible; un núcleo de curiosos ) i aplaudió débilmente. Esta segundo entrada al Paraguay —drámatica en sí, pero a la que los recursos utilizados para despistar > a la prensa añadieron un tono de farsa— no tuvo, como - ¡ la primera, multitudes agrupadas a lo largo de la ave nida Presidente Stroessner que vitorearan a Perón y a Evita, destacamentos de policías de investigaciones argentinos y casas engalanadas con banderas. El profuso cartel de la otra vez (retratos de los dos presidentes y la leyenda “Bienvenido el general Perón”) ya había sido arrancado de casi todas las paredes de Asunción, inclusive las del consulado argentino en la calle Pal ma. Salvo las jóvenes señoras que, con los niños y las mucamas, se trasladaron en veinte o treinta autos al aeropuerto —más bien en paseo dominical— los tes tigos de la llegada de Perón fueron los corresponsales extranjeros, los funcionarios y algunos campesinos. (Hu bo otro testigo más importante, pero eso viene después). La farsa —eso lo supimos recién doce horas más tar de— comenzó el sábado de noche en el aeropuerto ci vil, cuando el canciller Sánchez Quell, conversando mano a mano con periodistas uruguayos en una en trevista no oficial, aseguró que hasta el lunes 3 no ven dría nadie desde Buenos Aires, debido al feriado que interrumpía trámites administrativos. El capitán de la Fuerza Aérea paraguaya LeO' Novak —presunto trans portador de Perón— había llegado hacía unos minutos desde la capital argentina, en un DC3. Cuando subí a la cabina del avión para pedirle noticias, imitó mag níficamente varios bostezos y declaró que estaba listo para otro vuelo, pero también seguro de dormir tran quilo en Asunción hasta el lunes. Desde cinco días atrás nadie confiaba en las decla raciones de los círculos oficiales. Pero allí, a media noche, con Sánchez Quell retirándose hacia la ciudad, Novak dirigiéndose a dormir en la base dé Campo Gran de y el DC3 carreteando hacia un hangar, la mise en scéne era casi perfecta. Todo lo que sigue fue reconstruido recién ayer de noche, en una mesa redonda de cronistas con cara lar ga, que iban atando cabos lentamente. Aún previendo que Perón llegaría de sorpresa, nadie pudo confirmarlo en un país donde los funcionarios no reciben a nadie, los diarios publican caprichosos resúmenes con lo me nos importante y los empleados del telégrafo tiran al canasto los despachos de prensa o, simplemente, sus penden el circuito por doce horas “para estudiar los textos en envío.” Cuando dejó a los periodistas, Novak no fue a dor mir, sino a preparar el anfibio Catalina, para volar nuevamente a Buenos Aires. El viaje del que regresaba había sido la primera tentativa de recoger a Perón. Pero aterrizó en el aeroparque de Palermo y entonces, para trasladarse de la cañonera a tierra firme, Perón *>£' pidió garantías. Quizás no le pareció suficiente la res H l C, puesta del canciller Mario Amadeo. Lo cierto fue que j’ir prefirió no abandonar el barco paraguayo que lo asi 'tei laba en Puerto Nuevo; Novak debió volver solo, a cam f&id biar el DC3 por el Catalina que le permitiría amarar junto a la cañonera. A las 5.40 de la mañana del domingo, mientras en el hotel Colonial unos periodistas dormían y otros te cleaban el despacho siguiente, el Catalina despegó se «la cretamente de Campo Grande y se dirigió al Sur. El domingo de mañana las asunceñas comenzaron a **x> desfilar como de costumbre, dirigiéndose a misa de on ce. En la plaza de los Héroes los conscriptos hacían *oí lustrar sus botas por los pihuelos, mientras sorbían en :s¡[ la latita de tereré cebado con el agua de las canillas de ■ ■)- los canteros; al costado de la Estación de Ferrocarril, las vendederas de chipá y refrescos seguían sentadas somnolientamente contra el muro.