Septiembre: Mujeres Populares En Chile. Historia Contemporánea De Chile, Tomo IV Hombría Y Feminidad
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Salazar, Gabriel 1936 - Historia contemporánea de Chile / Gabriel Salazar, Julio Pinto . — 1ª ed. — Santiago : LOM Ediciones, 2002 5. v. ; 16x21 cm.- ISBN : 956-282-172-2 Vol. IV : Hombría y feminidad (Construcción cultural de actores emergentes) / María Stella Toro, Víctor Muñoz. – 280 p. – R.P.I. 128.443, ISBN 956-282-501-9 1. Identidad de Genero – Masculina – Historia - Chile. 2. Identidad de Genero – Feminidad – Historia - Chile I. Título. II. Salazar, Gabriel. III. Stella Toro, María IV. Muñoz, Víctor. Dewey : 983 .— cdd 21 Cutter : P659h Fuente: Agencia Catalográfica Chilena GABRIEL SALAZAR JULIO PINTO Historia contemporánea de Chile LOM PALABRA DE LA LENGUA YÁMANA QUE SIGNIFICA SOL © LOM Ediciones Primera edición, diciembre de 2002 I.S.B.N: 956-282-501-9 956-282-172-2 (OBRA COMPLETA) © GABRIEL SALAZAR - JULIO PINTO Registro de Propiedad Intelectual Nº: 128.443 Diseño, Composición y Diagramación: Editorial LOM. Concha y Toro 23, Santiago Fono: (56-2) 688 52 73 Fax: (56-2) 696 63 88 web: www.lom.cl e-mail: [email protected] Impreso en los talleres de LOM Miguel de Atero 2888, Quinta Normal Fonos: 716 9684 - 716 9695 / Fax: 716 8304 En Buenos Aires Editores Independientes (EDIN) Baldomero Fernández Moreno 1217 Fono: 5411-44322840 [email protected] Impreso en Santiago de Chile. Gabriel Salazar Con la colaboración de: María Stella Toro Víctor Muñoz Volumen IV Hombría y feminidad (Construcción cultural de actores emergentes) SERIE HISTORIA PREFACIO Convencionalmente se suelen denominar ‘históricos’ los acontecimientos sociales que, de un modo u otro, ocurren en el espacio público (subentendiendo éste como los ámbitos entre- lazados del Estado, el Mercado y el Sistema Institucional). Para muchos, la ‘historia social’, que se sitúa cognitivamente en la perspectiva de los actores sociales y la sociedad civil, también adquiere rango científico en tanto investiga sus acciones y movimientos como resultados de, o en cuanto se proyectan a, esos ámbitos. En ambos casos, según se ve, ‘lo histórico’ se sitúa, o en las relaciones estructurales de la sociedad, o en las relaciones entre los sujetos y las estructuras. Como asumiendo que la historia es, en cualquier nivel, ‘objetiva’. Sin desconocer la validez de lo anterior, es posible reconocer un plano histórico aun más cercano a los actores y sujetos que componen la sociedad civil: es aquel donde se lucha por construir la propia identidad y la propia red de relaciones sociales, con o sin relación directa con los planos estructurales, con o sin acatamiento de la Ley, el Estado o el Merca- do. Siguiendo el afán de supervivencia, respondiendo a la elasticidad vital, la sinergia social, las utopías, los impulsos, el género, el sexo y el libre albedrío. Dando salida al impulso creativo, a la dominación o la rebeldía; a lo más íntimo de la subjetividad y el sentimiento, o lo más definitivo de la voluntad racional. Ese plano donde la vida se vive como arte. Como autocultivo de sí mismo. Donde brota la cultura viva de la humanidad (no la suma de subpro- ductos materiales que esa lucha riega a lo largo del camino y que ‘otros’ coleccionan, se apropian, y exhiben como ‘cultura-objeto’). En lo profundo del ciudadano (enrejado y zarandeado por las ‘estructuras’) vive la historia subjetiva e intersubjetiva de su (auto) construcción de identidad, en la cual, tan importantes como los poderes del espacio público son el rompecabezas de ‘su’ género, las incertidumbres de ‘su’ niñez o juventud, y el acoso del pasado en ‘su’ vejez, además de la difícil articulación de las redes sociales y proyectos de vida que requiere la ‘solución’ de todo eso. La historia profunda del sujeto está preñada de dilemas y disyuntivas que impli- can riesgo y necesitan decisión, saltos al vacío, creatividad, agresividad. Emergencias desde la suma de todo o desde el vacío y la nada. Es la esencia de la historicidad: un drama abierto, opuesto diametralmente a la simple reproducción mecánica de lo ya dado (las tradiciones, los “habitus”, las “representaciones mentales”, las “gramáticas universales”, 7 las mentalidades). Este libro pretende escuchar las voces que provienen de esos procesos. Describir y comprender las resonancias y ecos de ese combate profundo por la historia que los ciudadanos chilenos, como sujetos, tienen que dar privadamente. Por ello, se ha privilegiado en este texto los ‘testimonios directos’ de los sujetos y las descripciones primarias de esos combates (lo que explica su elevado número de pági- nas). Se ha intentado acoger la polifonía cultural de las vidas privadas, para percibir sus voces más profundas, pero también para medir los ecos más lejanos (o cercanos) de los procesos históricos externos, estructurales. Porque es desde allí donde brotan los derechos humanos. La legitimidad de las luchas sociales. La trascendencia de la memoria social. El alma cultural de la ciudadanía. La Reina, diciembre de 2001 8 CAPÍTULO I HOMBRES Y HOMBRÍA EN LA HISTORIA DE CHILE (SIGLOS XIX Y XX) a) La escaramuza conceptual (¿dicotomía o confluencia?) No hay duda que los procesos históricos suelen calar más hondo de lo que se cree, e ir, a menudo, por caminos menos visibles que lo evidente. Los ‘conceptos’ – que suelen aparecer más a retaguardia que en la vanguardia de las percepciones sociales – flotan a veces en la superficie de los procesos. Como a la deriva. Y se retrasan. Y cuanto los procesos tensionan la vida social más de la cuenta, la situación se torna crítica: los conceptos se improvisan, se construyen con apuro, en emergencia, sus- citando diálogos intensos, pero desproporcionados, o debates teóricos más llenos de calor tensional que de realidad e historicidad. Tal parece ocurrir hoy respecto a los cambios e intercambios que estarían suscitán- dose entre los roles históricos que, durante siglos, habrían desempeñado los hombres y las mujeres de la sociedad chilena dentro de un orden tan tradicional como asimétrico. Los cambios en cuestión se describen como una especie de enroque: incorporación de las mujeres a los roles que, por tradición y convicción, ocupaban antes los hombres, y retroceso de los hombres a roles que, por tradición más que por convicción, ocupaban antes las mujeres, o a otros cuya definición, o no existe, o es la ambigüedad misma. Y el resultado es la imagen de un actor histórico en acción intrusiva y agresiva (la mujer), de cara a otro que retrocede a la defensiva (el hombre); escenario en el que ‘ellas’ actúan regidas por valores de justicia e igual- dad (históricas), mientras ‘ellos’ lo hacen sin referencia clara a valores superiores (trazando en cambio un movimiento en el que no aparecen argumentos de racionalidad estratégica, sino sentimientos “ambivalentes” de arrepentimiento, concesión, ira e, incluso, “pánico”). Se trataría, pues, de un cambio revolucionario, por el cual emerge y se instala una nueva hegemonía (la femenina), al mismo lado y nivel de la que desde siempre habría existido (la masculina), provocando en ésta, sin embargo, deterioros y debilitamientos difí- ciles de precisar y pronosticar. Así, lo que se deja en la retina es una especie de ring bipolar: en este rincón, una ‘hembra triunfadora’; en aquél, un “macho triste”1 . 1 Sonia Montecino: “De lachos a machos tristes”, en S. Montecino & M. E. Acuña: Diálogo sobre el género masculino en Chile (Santiago, 1996. U. de Chile), pp. 13-26. 9 Es como si, tras ser derrotadas las fuerzas sociales de la Izquierda chilena – y con ellas el marxismo y la lucha de clases – sólo quedara en el escenario la epopeya doméstica del “género”. Algo así como la “guerra de los Roses”: “Pareciera ser que a fines del siglo XX esa hora vestida de pánico ha comenzado a llegar, y que las antiguas concepciones respecto a la masculinidad están siendo puestas en cuestión. A pesar de que todavía muchos creen que tener un ‘revólver de hombre puesto en la cintura’ y que ‘ser hermoso como un toro negro’ (Pablo de Rokha) atrae a todas las mujeres, cada vez es más creciente la interrogación respecto al lugar de lo masculino en la vida social, en la familia, en la pareja. Interrogación que sin duda emerge desde que esa suerte de ‘revolución cultural’ que ha traído consigo la ampliación del lugar de las mujeres, ha permitido formular la pregunta: ¿qué es ser un hombre?”2 . En esta tesis (que sin duda se ciñe más a las tensiones de superficie que a los procesos de fondo), según la cual la mujer gana una nueva identidad a costa de que el hombre pierda la suya (“pero está claro hoy en día… que el hombre de fines de siglo no sabe cómo definirse”), subyace la idea de que los roles sociales e históricos del hombre y la mujer son “construcciones culturales” (“género”) de antiquisíma data, tanto, que su apari- ción se confunde con el origen de los tiempos (“la costilla de Adán”). No obstante, siendo el género una construcción cultural, es también deconstructible, y es lo que, tras decenas de inútiles milenios, estarían perpetrando hoy, por fin, las mujeres. Se está, pues, frente a una “revolución cultural” que está desmantelando una estructura de edad prehistórica (“el patriarcado”): la milenaria hegemonía del hombre sobre la mujer. “El patriarcado es una forma de organización social cuyo origen no está claro en el tiem- po… El patriarcado está hoy presente – con diferentes matices y grados – en todas las sociedades contemporáneas. A través de él se otorga al hombre, convertido en padre y en patriarca, la autoridad máxima sobre la unidad social básica – la familia – para luego proyectarla, como status masculino superior, sobre el resto de la sociedad… La discrimina- ción por razones de sexo es hoy una realidad en todo el mundo contemporáneo”3 . La ‘reducción’ de los complejos sistemas sociales y los no menos complejos proce- sos históricos a la polarización hombre–mujer se ha expresado no sólo en conceptos universales como ‘género’ o ‘patriarcado’, sino también en conceptos regionales, como “ma- chismo versus marianismo”, que es la forma específica que esa polarización habría adoptado en América Latina.